una visión marxista de la historia de ceilán

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Escrito en prisión UNA VISIÓN MARXISTA DE LA HISTORIA DE CEILÁN N. SHANMUGATHASAN “La imparcialidad es o ignorancia de necios o ardid de bribones” Título en inglés: A marxist look at the history of Ceylon

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UNA VISIÓN MARXISTA DE LA HISTORIA DE CEILÁN, traducido por RBC

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Page 1: UNA VISIÓN MARXISTA DE LA HISTORIA DE CEILÁN

Escrito en prisión

UNA VISIÓN MARXISTA DE LA HISTORIA DE CEILÁN

N. SHANMUGATHASAN “La imparcialidad es o ignorancia de necios o ardid de bribones” Título en inglés: A marxist look at the history of Ceylon

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Esta segunda edición está dedicada a Satyan, mi nieto de un año, con la esperanza de que algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una orientación correcta.

Diciembre de 1974

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ÍNDICE Nota de los traductores Capítulo I El antiguo Ceilán Capítulo II La llegada de los europeos Capítulo III La I Guerra Mundial y los años posteriores Capítulo IV La aparición del neocolonialismo Capítulo V La era Bandaranayake Capítulo VI Análisis de los acontecimientos de 1971 en Ceilán Capítulo VII Conclusión

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NOTA DE LOS TRADUCTORES En cierto sentido se puede decir que la traducción al español de Una visión marxista de la historia de Ceilán, escrita por el camarada N. Shanmugathasan, constituye un hito. Por vez primera, hasta donde nuestro conocimiento alcanza, los lectores en lengua castellana disponen en su propio idioma de una obra sobre la historia de Ceilán, país insular tan lejano, en todos los sentidos, de nuestra Europa y nuestra América, cuyo solo nombre, quizá por la mencionada lejanía, despierta en nuestra imaginación evocaciones de misterio y exotismo. Fruto del internacionalismo proletario, la traducción realizada por varios miembros de la Red de Blogs Comunistas (RBC) ha permitido acortar esa distancia, o lo que es lo mismo, ha estrechado los vínculos espirituales –auténtico afecto de clase– que nacen de identificar como propia la lucha contra un enemigo común, por muy alejado que se encuentre el campo de batalla en que se desarrolle ese combate. La obra del camarada N. Shanmugathasan es un brillante repaso a la historia de su país hasta principios de los convulsos años 70 del pasado siglo. En algunos de sus pasajes –por ejemplo, en la descripción del proceso de acumulación de capital llevado a cabo por el imperialismo inglés en la isla o el análisis del papel desempeñado por los partidos de izquierdas tras la independencia de Ceilán, por citar sólo un par de casos– el libro raya a gran altura, sin que sea exagerado afirmar que, como en la mejor literatura marxista, el contenido desborda de continuo la forma, salta por encima de su propósito inmediato e invita sistemáticamente al lector a reflexiones sobre otros tiempos y otras geografías. La traducción de la RBC de Una visión marxista de la historia de Ceilán es una retraducción desde el inglés, lo que, lógicamente, nos permite sospechar que se habrán perdido ciertos matices, quizá importantes, que, al desconocer el sinhala, lengua en que fue escrito originalmente el libro, no podemos calibrar. Aun así, considerábamos del mayor interés hacerlo llegar al público hispanohablante y creemos que el resultado es, en conjunto, positivo. El lector juzgará. Sobre la traducción advirtamos, por último, dos cuestiones: el término “cingalés” está empleado indistintamente –en su doble acepción en castellano– para referirse a lo que es “natural, perteneciente o relativo a Ceilán” o a lo que es “perteneciente o relativo a la etnia mayoritaria de Ceilán”. Asimismo, al no haber encontrado un término en español que nos satisficiera –quizá por no existir el concepto político en nuestra propia tradición histórica– para los ingleses “communal”, “communalism” y otros derivados, en ocasiones, según los casos, hemos empleado para traducirlos “étnico”, “nacionalista”, “territorial”, etc. Advertida, la buena inteligencia del lector sabrá apreciarlo.

RBC, diciembre de 2015

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CÁPITULO I: EL ANTIGUO CEILÁN Como se puede comprobar en cualquier libro de geografía o de historia, Ceilán es una isla, cuya forma se ha comparado con un mango o una perla, situada al Sur del punto más meridional del subcontinente indio. Tan sólo veinte millas separan a Ceilán de la India. De hecho, algunos historiadores de imaginación desbordante han comparado a Ceilán con una perla colgada del collar indio. Desde antaño se ha puesto de relieve esta proximidad de Ceilán a la India, porque si algún factor geográfico ha influido en la historia y la política cingalesas más que cualquier otro, ése ha sido su cercanía a la India, de la que Ceilán ha heredado sus pueblos, sus lenguas, sus religiones, sus civilizaciones, sus conquistadores y también numerosas ideas políticas. De la India llegó a Ceilán, en el siglo VI a. C. (alrededor del año 543), la figura en gran medida mítica de Vijaya acompañado de sus seguidores, fundando lo que se ha dado en llamar la raza cingalesa, lo cual no quiere decir que no hubiera vida estable asentada en la isla antes de ese periodo. Al menos así lo afirman los datos históricos. El famoso viajero chino Fa Hien, que visitó Ceilán en el año 412 d. C., cuenta que Ceilán “carecía originariamente de habitantes y que sus únicos moradores eran demonios y dragones. Mercaderes de distintos países llegaron a Ceilán a comerciar. En sus tratos, los demonios no aparecían en persona, sino que se limitaban a dejar a la vista sus valiosas mercancías con el precio indicado. Los mercaderes compraban los productos según los importes marcados y se los llevaban. Como resultado de estas visitas, hombres de otros países, enterados de la afabilidad de las gentes, acudieron allí en tropel, formando así un gran reino.” Este relato permite acaso conjeturar que los habitantes originarios de Ceilán debieron de ser menos civilizados que los indo-arios que invadieron más tarde el país. Pero, al menos, parece que lo eran lo bastante como para fijar los precios de las mercancías que intercambiaban con los comerciantes extranjeros, probablemente árabes. De todo ello cabe deducir que Ceilán ha tenido una existencia civilizada durante más de 3.000 años y que los antepasados de los actuales habitantes de la isla llegaron de la India en el siglo VI a. C. Parece también probable que los pobladores originarios, de ascendencia indo-aria, provinieran del norte de la India (posiblemente tanto del este como del oeste) a diferencia de los de origen dravídico, que llegaron del sur de la India mucho después. Según parece, los primeros reyes cingaleses mantuvieron relaciones con el Imperio romano desde el siglo I d. C. y con la corte china desde el siglo IV d. C. Todo ello demuestra que somos herederos de una antigua civilización que mantuvo relaciones con las del antiguo Egipto, Roma y China. Pero tampoco debemos olvidar que, aunque esta civilización contó en su haber con logros notables –el más destacado de ellos, el maravilloso sistema de irrigación por medio de embalses gigantescos, construido por los primeros reyes cingaleses–, se basaba en la explotación feudal, bajo la cual padeció todo el pueblo. Todo ello debería llevarnos no a volver la vista a las

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antiguas glorias de nuestra civilización –pasatiempo favorito de los políticos burgueses para distraer la atención del pueblo de las tareas inmediatas–, sino a mirar hacia delante, a un futuro mucho más brillante basado en la abolición de toda forma de explotación. Ceilán es una isla tropical, situada algo al norte del Ecuador. Su superficie es de 25.481 millas cuadradas. La distancia de norte a sur es de 270 millas, mientras que de este a oeste mide 40. La isla está dividida abruptamente en dos por una cordillera que ocupa la parte centro-meridional de Ceilán y que se eleva, en su punto más alto, hasta los 8.292 pies del pico Piduruthalagala. Como resultado del monzón del suroeste, que tiene lugar por lo general entre mayo y septiembre, y trae abundantes lluvias, las regiones central y suroccidental reciben las mayores precipitaciones, por lo que a menudo se las denomina como la “zona húmeda” de Ceilán. La cordillera constituye una especie de línea divisoria de las aguas. A la parte que se encuentra al noreste de la cadena montañosa la alimenta el monzón del noreste, que dura de octubre a abril. Las precipitaciones durante este monzón son menos intensas y a la zona afectada generalmente se la designa como la “zona seca”. La zona seca ocupa la mayor parte de Ceilán e históricamente es la zona más importante porque fue la cuna de la civilización cingalesa. Aunque a día de hoy sigue estando menos densamente poblada que la zona húmeda, la zona seca es la parte de la isla donde floreció la temprana civilización de los cingaleses. Como ha señalado el doctor Paranavitana, “fue aquí donde los cingaleses se asentaron en los primeros tiempos y fue aquí donde, posteriormente, construyeron sus ciudades y monumentos religiosos”. También indica que “la productividad de esas zonas aumentó gracias a un complicado sistema de irrigación que alcanzó su mayor desarrollo en el siglo VII y fue restaurado por Parakrama Bahu I en la segunda mitad del siglo XII.” El doctor Paranavitana ha señalado que “los indo-arios que llegaron a Ceilán y lo colonizaron conocían los rudimentos del cultivo del arroz y de las técnicas de irrigación. A partir de aquellos conocimientos básicos y elementales se desarrollaron más adelante las grandes obras de ingeniería del antiguo reino cingalés, a saber, la construcción progresiva de un colosal y complejo sistema interrelacionado de presas, canales y cisternas que transvasaba las aguas de ríos que corrían en diferentes direcciones. Ningún sistema semejante en magnitud o complejidad existía en la India contemporánea.” Los reyes cuyos nombres están más íntimamente unidos al gran legado de nuestro pasado son Pandukabbaya, que puso en marcha la construcción de embalses; Mahasena (276-303 d. C.), llamado “el Constructor de Embalses”, durante cuyo reinado se dio un considerable empuje a la ciencia y la práctica de la ingeniería ligada a los sistemas de irrigación, fruto del cual fue la construcción de los primeros depósitos colosales (el más famoso de ellos, el embalse de Minneriya); y Parakrama Bahu el Grande, que llevó dicho sistema a su perfección. Merece la pena citar las famosas palabras de Parakrama Bahu I, que, según se dice, pronunció siendo gobernante de Mayarata, antes, pues, de que unificara Ceilán. Según parece, dijo: “En el reino sobre el que se extiende mi poder hay, además de muchas tierras donde crece la cosecha gracias, sobre todo, al agua de la lluvia, pocos campos que dependan de ríos con caudal continuo o de grandes depósitos de agua. A las muchas dificultades a que ha de hacer frente mi reino cooperan también las montañas, la espesa selva y las vastas tierras pantanosas. Ciertamente, en un país así, ni una sola gota de agua de lluvia debe llegar al océano sin que le haya sido de utilidad

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al hombre. Excepto en las minas, de donde se extraen piedras preciosas, oro, etc., en los demás sitios es menester hacerse cargo de la ordenación de los campos.” Una vez convertido en soberano único de Lanka, se dice que mandó construir o restaurar 3.910 canales, 163 embalses de gran tamaño y 2.376 menores. Una proeza inigualable. El mayor proyecto fue, sin embargo, la construcción del llamado Mar de Parakrama, “formado al represar el río Kara (Amban) en Angamadilla y transvasar las aguas hacia el embalse por Angamadilla Ala. También recibía agua del lago Giritala por medio de un canal que conectaba otros dos embalses.” Cabe señalar en este punto que este complejo y brillante sistema de irrigación, testimonio de la destreza de los antiguos cingaleses en materia de ingeniería, fue la base de todas las glorias de la antigua civilización de Ceilán, tanto en el periodo Anuradhapura como en el Polonnaruwa. La ruina del sistema de irrigación –provocada por las invasiones extranjeras y las discordias internas a las que nos referiremos más adelante– marcó el inicio del declive de la antigua civilización cingalesa. Aunque Ceilán puede dividirse, geográficamente, en una zona seca y otra húmeda, políticamente, en la antigüedad, estaba dividido en tres territorios: (l) Rajarata, que era, básicamente, toda la zona seca al oeste del río Mahaweli, el más largo de Ceilán, con capital en Anuradhapura; (2) Ruhunu-ratta, que es la zona situada al este del Mahaweli, más todas las regiones meridionales que comprenden los distritos de Batticolo, Monaragala, Hambantota, Matara y Galle, con Tissamaharama como capital; y (3) Malaya-dese, que aproximadamente corresponde al interior del país. Nunca se ha llevado a cabo un estudio geológico de Ceilán en profundidad. No obstante, desde la antigüedad, Ceilán ha sido famoso por sus bancos de perlas de Mannar y por sus caracolas sagradas (Turbinella pyrum). Además de ello, siempre fue célebre su abundancia de piedras preciosas, en especial de rubíes y zafiros, que, según parece, como resultado de la acción erosiva del agua sobre las cumbres de las montañas, terminaron al alcance de la mano del hombre. Dichas montañas son de origen geológico muy antiguo y, según se afirma, otrora fueron 10.000 pies más altas de lo que son hoy. Por esta razón, se llamó a Ceilán en otro tiempo Ratnadipa, la “isla de las gemas”. Parece que desde la antigüedad ha habido en Ceilán yacimientos de mineral de hierro. Otros minerales apreciados que se encuentran en la isla son el grafito (plombagina), la piedra caliza, la arcilla, la ilmenita y la monacita. Ceilán siempre fue famoso por sus especias. Estudios geológicos más recientes sugieren la existencia de petróleo en el noreste de la isla. Desgraciadamente, las fuentes de la historia temprana de Ceilán son escasas. En su mayor parte, casi todo lo que conocemos de la primera historia de Ceilán procede de la Mahawamsa y de su continuación, la Culawamsa. La Mahawamsa es una crónica histórica que sólo a partir del siglo V d. C. fue puesta por escrito, durante el reinado de Dhatusena, por un sabio sacerdote budista, de nombre Mahanama, que era tío del propio rey. Todas sus fuentes estaban constituidas por documentos preservados por la comunidad monástica o sangha de Mahavira. El relato histórico prosiguió bajo las mismas pautas durante el reinado de Parakrama Bahu, relato que posteriores eruditos fueron recopilando periódicamente hasta finales del siglo XVIII.

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Aunque los cingaleses se sientan con frecuencia orgullosos de dicha antigua crónica histórica y a pesar de su innegable valor como fuente de la historia de Ceilán, su imparcialidad ofrece dudas. Tiene el inconveniente de haber sido escrita por un miembro de la sangha en una época en que ésta se había convertido en influyente consejo de los reyes. La tendencia natural era, pues, alabar a aquellos reyes que apoyaron a la sangha y hablar despectivamente de los que no. Lo que sucede cuando un monje se convierte en historiador es que la religión y la historia terminan por confundirse. El resultado es que ese tipo de relatos, como el que afirma que Buda, antes de fallecer, había confiado la seguridad de Lanka a Sakra porque sabía que su doctrina se implantaría finalmente en dicha isla, y que Sakra, al recibir el mandato de Buda, invocó a Vishnu y le encomendó la protección de Ceilán, lo que ocurre, como decíamos, es que tales leyendas tienden a ser aceptadas como hechos reales e históricos. De la misma manera, algunos historiadores budistas consideran un hecho histórico que Buda visitó Ceilán tres veces durante su vida y que, en una de esas ocasiones, dejó la huella de su pie en el pico de Adán. El único historiador que ha demostrado la suficiente objetividad científica y el coraje de rebatir estos cuentos es el doctor Paranavitana, indicando que también en otros países budistas circulan leyendas similares. Esta situación se agravó aún más como consecuencia de una escisión que se produjo en el seno de la propia sangha. En todo lo relativo a cuestiones doctrinales y disciplinarias, los sacerdotes budistas de Ceilán aceptaban la autoridad de Mahavira, considerada, desde un primer momento, como la iglesia budista establecida. La primera ruptura tuvo lugar durante el reinado de Vattagamani Abhaya (103-102 a. C. y 89-77 a. C.). La nueva secta recibió el nombre de Abhayagiri por el del maestro de quien adoptó su interpretación de la doctrina budista. Más tarde, otro grupo se escindió de la secta Abhayagiri, que fue el que tuvo su sede en el monasterio de Jetavan, construido por Mahasena. A pesar de ciertas diferencias textuales e interpretativas, estas tres sectas pertenecían a la escuela Theravada, la más tradicional dentro del budismo. Cabe indicar, en cualquier caso, que antes de que comenzase la predicación del budismo en Ceilán, éste, tras la muerte de su fundador, ya se había dividido en dieciocho sectas distintas. Sin embargo, para entonces, un nuevo movimiento iba ganando terreno entre los budistas de la India. El doctor S. Paranavitana explicó la nueva filosofía en los siguientes términos: “El ideal de los monjes o bhikkus de la escuela Theravada, así como de las sectas budistas más antiguas, era alcanzar el nirvana como discípulo o sravaka, lo que conducía a la salvación individual de éste. El maestro del nuevo movimiento proclamó que el ideal más noble para un budista debía ser, como para el propio Sidarta Gautama, convertirse en un bodhistava, procurando la salvación de toda la humanidad; es decir, se trataba no de llegar a ser arhats en esta vida, sino budas en el futuro. A este ideal lo calificaron de vía superior, el Mahayana, mientras que a la vida consagrada a la propia salvación individual la estigmatizaron como vía inferior, el Hinayana.” Es indudable que este cisma en la iglesia budista fue similar en algunos aspectos al que la reforma protestante provocó en el seno de la iglesia católica romana. Como en el caso de los protestantes, la escuela budista Mahayana era más liberal y, por tanto,

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progresista, lo que atrajo a sus filas a los filósofos más avanzados. En el caso de Ceilán, es importante destacar que la doctrina Mahayana contó con discípulos en el monasterio de Abhayagiri, siendo tenazmente combatida por la escuela de Mahavira, que se convirtió en el baluarte de la escuela tradicional del budismo Theravada. De ese modo, la escuela de Mahavira difundió las enseñanzas de los budistas “meridionales” de Ceilán, Birmania, Siam y Camboya, en tanto que desde el monasterio de Abhayagiri se irradiaron las doctrinas “septentrionales” de Cachemira, Tíbet y China, aprendidas del indio Vaituliya. La encendida pugna que, como consecuencia de las diferencias doctrinales, estalló entre los monasterios de Mahavira y Abhayagiri constituye el principal obstáculo para una correcta interpretación de la historia temprana de Ceilán. Y es que en el curso de aquel acalorado debate, que en ocasiones adoptó la forma de persecución sin cuartel de la secta oponente y que se inició en el reinado de Voharaka Tissa (215-237 d. C.), las crónicas conservadas en el monasterio de Abhayagiri resultaron quemadas y destruidas, de tal modo que la victoria de la escuela de Mahavira o tradicional fue completa y su versión de la historia de Ceilán es la que impera a día de hoy. Sin duda alguna, la mayor influencia que conoció Ceilán en su historia temprana fue la introducción del budismo durante el reinado de Devanampiya Tissa (250-210 a. C.). No es propósito de este trabajo valorar la influencia del budismo sobre Ceilán o su historia. Pero no se puede soslayar el hecho de que si las enseñanzas de Buda sirvieron para que el gran emperador indio Asoka, en el siglo III a. C., se diese cuenta de la locura de la violencia tras la conquista de Kalinga, renunciase a ella y, a partir de entonces, consagrase sus energías a la difusión de la nueva fe no sólo en la India, sino también en los países de alrededor, nada parecido llegaron a sentir los conversos de última hora de Ceilán. De Duttugemunu a Parakrama Bahu, así como posteriormente, todos y cada uno de los reyes cingaleses recurrieron a la violencia en pos de su ambición de subir al trono. En casi todos los casos contaron con los parabienes de la sangha. Reyes como Parakrama Bahu emprendieron también invasiones extranjeras, contra la India o Birmania, ¡y también, sin duda, con todas las bendiciones de la sangha! …Por tanto, ¿tenemos derecho a hablar de la influencia del budismo en Ceilán? ¿O de Ceilán como arca del budismo en su forma más pura? El budismo en Ceilán tuvo, ciertamente, otros efectos. Más que la llegada de los primeros pobladores indo-arios, fue el advenimiento del budismo lo que llevó la cultura del continente indio a Ceilán: el arte de la escritura, la arquitectura, la escultura, la literatura, etc. El hecho de que la cultura india penetrara en nuestra isla con la llegada del budismo ha llevado a ciertos círculos a hablar de una civilización budista y ha impulsado la tendencia a identificar la civilización de los cingaleses con el budismo. Y así, hoy en día, se puede oír hablar a políticos chovinistas sobre “el país, la religión y la lengua”. ¿Es posible tal identidad? ¿Existe tal cosa, algo parecido a una civilización budista? Defender dicho supuesto equivale a negar que haya budistas que no sean cingaleses o a quienes haya influido el budismo. Por “civilización” debe entenderse el modo de vida de un pueblo y el conjunto de valores que lo ha ahormado en el curso de su existencia. Son muchas las influencias que dan forma a ese devenir. Por ello, hablar de civilización en términos de religión significa introducir un concepto divisorio que no augura nada bueno si de lo que se trata, como parece aceptar todo el mundo, es de

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desarrollar y fundir en una sola nación a pueblos multirraciales, plurirreligiosos y multilingües. Tampoco hay, además, base para tal identificación. El budismo fue esencialmente una rebelión de la clase principesca o kshatriya contra la dominación social de la clase de los brahmanes. Buda pertenecía a la casta de los kshatriyas y dirigió esa revuelta. Es así como se explican los aspectos antibrahmánicos y ateos del budismo. Sin embargo, las enseñanzas de Buda quedaron sometidas a profundos cambios en poco tiempo, lo que motivó la aparición de dieciocho sectas diferentes incluso antes de que el budismo llegase a Ceilán. La causa fue, quizá, que el siglo VI. a. C. era una época aún muy temprana para una doctrina atea. El hinduismo resistió en lo posible y, aunque derrotado al principio, consiguió reabsorber al budismo en su seno. Éste es el motivo de que el budismo desapareciera en la India. También en Ceilán se percibía la influencia del hinduismo, favorecido por la costumbre de los reyes cingaleses, descendientes del mítico Vijaya, de ir al sur de la India a buscar a su reina. Éstas, lo cual es perfectamente lógico, traían consigo a sus dioses hindúes, que terminaron por ser admitidos en el panteón budista. De este modo, la adoración de Vishnu se convirtió en una práctica aceptada por el budismo de Ceilán. Cuando se visitan las ruinas del palacio de Nissanka Malla en Polonnaruwa, se pueden ver los restos de dos templos frente al palacio. Uno era el templo budista en el que oraba el rey. El otro era un templo dedicado a Vishnu donde rezaba su reina india. Con el tiempo, Vishnu acabó siendo admitido en el primero de dichos templos. Hoy en día, prácticas tan absolutamente hindúes como la danza kavadi se han convertido en una práctica budista. Todos hemos oído decir que Sirimavo Bandaranayake1 participa en la danza kavadi en el celebérrimo templo de Lunawa, que frecuenta la alta sociedad. ¡El espectáculo habría repugnado a Buda y debería repugnar a cualquier budista auténtico! Así, no pocas influencias que creemos budistas están en realidad tomadas del hinduismo. En las cortes de la mayoría de los primeros reyes cingaleses, incluso durante el periodo Polonnaruwa, en que el budismo fue la religión oficial, los brahmanes ocupaban un lugar destacado como sacerdotes y desempeñaban gran variedad de funciones, como la unción del rey el día de su coronación, la determinación de las fechas de acontecimientos importantes, etc. Sin embargo, hubo una influencia negativa del budismo que no podemos soslayar. Desde muy pronto en la historia de Ceilán, a partir de Vattagamani (103-102 a. C. y 89-77 a. C.), los reyes cingaleses introdujeron la práctica de donar tierras a los monasterios para que la sangha obtuviera ingresos, lo cual está en completa contradicción con los principios del budismo, pues los miembros de la sangha no debían tener ningún tipo de apego a los bienes materiales. Vattagamani pretendió con dicha práctica recompensar a los sacerdotes que le ayudaron mientras estuvo en el exilio. A su vez, otros reyes la continuaron para ganarse el favor de la sangha. Al concederle beneficios materiales, se produjo un aumento del número de sus miembros, quienes comenzaron a tener garantizada una buena vida, lo cual está en las antípodas de las enseñanzas de Buda. De ese modo, estos sacerdotes se convirtieron en parásitos sociales que no sólo no hacían ningún trabajo productivo, sino que recibían todo lo que necesitaban. El aumento de su número produjo inevitablemente un efecto adverso en la economía. De hecho, algunos 1 Sirimavo Bandaranayake (1916-2000) fue primera ministra de Sri Lanka en los periodos 1960-1965, 1970-1977 y 1994-2000. [Nota de los traductores]

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estudiosos han aducido este factor como una de las razones explicativas del final del periodo Polonnaruwa. La secta Mahayana no corrió esta misma suerte porque los sacerdotes de esta orden se dedicaban a trabajos manuales de carácter productivo. Por lo tanto, lo más correcto sería hablar de una civilización cingalesa, resultado de la fusión de la cultura india con la cultura precingalesa de la isla, que recibió la influencia tanto del budismo como del hinduismo y, más tarde, del cristianismo, aunque la influencia budista sea la dominante. La segunda influencia más relevante en la historia de Ceilán fueron las invasiones extranjeras a las que estuvo reiteradamente sometida isla, a saber: las procedentes del sur de la India, durante el primer periodo, y las invasiones europeas, al final. El hecho de que sólo una estrecha franja de agua, fácil de cruzar, separe a Ceilán de la India, convirtió en irresistible la tentación de someter también a Ceilán cada vez que un poderoso reino de la India meridional subyugaba a sus rivales en el continente. De igual manera, cada vez que hubo un reino cingalés fuerte y unido “se produjeron invasiones desde la isla e injerencia en la política continental”. El periodo de la historia india en que Ceilán hubo de hacer frente a las mayores amenazas de invasión fue cuando los príncipes de las dinastías de Chera, Chola y Pandya estuvieron en el apogeo de su poder en el sur del continente. No obstante, las invasiones procedentes del sur de la India parecen haber sido una constante desde los albores de la historia de Ceilán. La historia del primer gran rey cingalés, Duttugemunu, es la historia de la liberación de Ceilán de la dominación tamil. La siguiente amenaza grave de invasión de Ceilán se produjo a comienzos del siglo XI, cuando la dinastía Chola se encontraba en su época de mayor esplendor. En ese momento, el reino de Chola logró conquistar y ocupar Ceilán durante más de cincuenta años. Según parece, la lucha sin cuartel por la supremacía en el sur de la India prosiguió entre los reinos de Chera (Kerala), Chola y Pandya. El reino de Ceilán se convirtió en el cuarto beligerante por el poder en la región. Parece ser que, a su vez, el reino malayo de Srivijaya, una gran potencia marítima –como lo fue también el reino de Chola–, se sumó a esta carrera por el poder en los siglos XI y XII, convirtiéndose en un firme aliado de Ceilán. Entre los mencionados reinos se desarrolló automáticamente una política de equilibrio de poderes. Al más poderoso le mantenía a raya la alianza de todos los demás. Era, en muchos aspectos, el mismo tipo de política que siguió Gran Bretaña en Europa durante la época napoleónica. Los reyes cingaleses participaron plenamente en esas guerras y en el juego de equilibrio de poderes. Como resultado, tropas de Ceilán tomaron parte en las guerras de conquista del sur de la India, apoyando a uno u otro de los rivales que aspiraban a la supremacía. Más de un príncipe de Pandya subió al trono gracias a la intervención de un ejército cingalés. Asimismo, en ocasiones fue Ceilán el objeto de invasiones y conquistas desde el sur de la India. Es un error imaginar que dichas guerras, invasiones y conquistas lo eran entre naciones. En aquellos tiempos no había intereses nacionales en juego. El concepto de nacionalidad sólo surgió tras el desarrollo del capitalismo. Todos los príncipes

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involucrados en estas guerras eran príncipes feudales que, en su mayoría, pertenecían a la misma dinastía o estaban emparentados por matrimonio. En su mayor parte, eran tropas mercenarias las que libraban las guerras. Todos los estudiantes de historia de Ceilán recuerdan que el ejército con el que Mogollana derrotó a Kasyappa y le permitió acceder al trono de Lanka fue un ejército mercenario procedente de la India. Estas guerras entre príncipes feudales del sur de la India y Ceilán guardan semejanza con las que tuvieron lugar entre la nobleza feudal de Francia e Inglaterra, como la Guerra de los Cien Años. No fueron guerras entre nación y nación o entre país y país. La atribución de sentimientos nacionales a lo que no eran sino guerras entre señores feudales no tiene otro propósito, en esta hora, más que alentar el chovinismo. Es llamativo que en la crónica Mahawansa no se pueda encontrar ni una sola palabra en contra de Elara o de su reinado. A pesar de ello, el hecho de que no fuera budista se utiliza para mover a la antipatía del pueblo en su contra, algo casi inimaginable en aquellos días. Debe tenerse en cuenta que, bajo el feudalismo, un rey o un noble cingalés se sentían más próximos a un rey o a un noble tamil que a un cingalés siervo o campesino. Para ellos, la raza o la lengua eran cuestiones sin la menor importancia. Lo fundamental era el estatuto de cada cual en el seno de la sociedad feudal. Por ese motivo muchos de los reyes cingaleses se casaron con reinas del sur de la India. Tanto es así que a Parakrama Bahu, considerado el más grande de los reyes de Ceilán, apenas si se le puede llamar cingalés. Su padre fue un príncipe de Pandya. Sólo su madre era cingalesa, pero ni siquiera el padre de ésta era de Ceilán. La razón por la que Parakrama Bahu ascendió al trono fue que los cingaleses, en aquel tiempo, seguían la línea materna de sucesión. De igual manera, Bhuvaneka Bahu VI fue un príncipe tamil, el príncipe Sapumal, que conquistó Jaffna para Parakrama Bahu VI y contrajo matrimonio con la hija de éste. Y fue éste también el motivo de que los últimos reyes de Ceilán procedieran del sur de la India. La causa no fue en este caso una invasión, sino una decisión adoptada por los notables de Kandy. El último rey de los cingaleses, Sri Wickrama Rajasinghe, erróneamente considerado tamil, era hijo de una princesa de Andhra y de Pilimatalawa, notable de Kandy. La lengua empleada en su corte era el tamil. No está de más recordar, en ese sentido, que la Convención de Kandy de 1815 está firmada en idioma tamil por todos los nobles de Kandy signatarios, excepto Keppetipola. El antepasado de Sirimavo Bandaranaike, Ratwatte Dissawa, también la firmó en dicha lengua. No parece haberles incomodado tal cuestión. Los vínculos feudales unían a la nobleza cingalesa y a la tamil contra el pueblo, integrado en su mayoría por campesinos. Fueron los gobernantes británicos quienes se percataron de la posibilidad de hacer pasar las rivalidades feudales por animosidad nacional entre cingaleses y tamiles con el fin de mantener separados a la India y Ceilán, y divididos a los cingaleses y los tamiles de la isla. En este sentido, se puede decir que han tenido bastante éxito, en especial gracias al apoyo de los chovinistas locales de ambos lados. Es necesario igualmente indicar que del mismo modo que había guerras continuas entre los reyes del sur de la India y los de Ceilán, también se producían permanentemente guerras internas entre pretendientes cingaleses al trono. Las regiones de Rajarata, Ruhunu y Malaya-dese tuvieron con frecuencia gobernantes independientes que, a su vez, trataban de convertirse en el soberano único de Ceilán. Parakrama Bahu I hubo de

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afrontar una costosa guerra civil que a punto estuvo de arruinar el país antes de que pudiera unificar la isla bajo su mandato. Como consecuencia de esas continuas guerras, se estableció un reino tamil en el norte de la isla. Otro de sus efectos fue la fusión de las culturas del sur de la India y cingalesa. Al margen de las fases de lucha, también hubo otras de una notable coexistencia y cooperación entre indios meridionales y cingaleses. En la mayoría de los periodos históricos del Ceilán precolonial era posible encontrar en el reino cingalés a sacerdotes, artesanos, soldados mercenarios (en el periodo Polonnaruwa hubo un regimiento llamado Velaikkaras o “guardias tamiles” que actuaba como escolta del rey), comerciantes, etc. –además de las ya mencionadas invasiones de las alcobas reales–, procedentes del sur de la India. Sin su influencia nada de esto podría haber existido. Capítulo diferente es el que hubo de afrontar Ceilán con las sucesivas invasiones de naciones europeas a partir de principios del siglo XVI. Se trataba de una civilización distinta y de unos pueblos cuyos hábitos, costumbres, idiomas y religión diferían considerablemente de los de los cingaleses. Su economía era, además, mucho más poderosa y contaban con la ventaja añadida de la posesión de pólvora que, aunque inventada en China, se empleaba ahora para subyugar a los pueblos de Oriente. Las invasiones europeas introdujeron a Ceilán en el mundo de los barcos de vapor, de los ferrocarriles, el telégrafo, las telecomunicaciones, el automóvil y el avión. También nos trajeron conocimientos avanzados, especialmente las ciencias. Pero también provocaron la destrucción de la economía feudal natural que existía por entonces en Ceilán, implantando una economía colonial basada en el dinero. Con las invasiones europeas se redoblaron la explotación de las clases populares y el saqueo de nuestros recursos naturales hasta un extremo inimaginable hasta entonces. Las clases altas de nuestro pueblo se convirtieron en serviles imitadores de una cultura extraña, ajena a su propio entorno y que les fue impuesta por los conquistadores. Con el tiempo, se iba a producir un movimiento para revertir esa tendencia. Pero eso es ya historia moderna. No es propósito de este trabajo ofrecer una descripción detallada de la historia de Ceilán, sino tan sólo insistir en aquellos aspectos más importantes que han tenido un efecto duradero sobre el desarrollo posterior del país. La historia de Ceilán se puede dividir en los siguientes periodos: (1) el periodo Anuradhapura, (2) el periodo Polonnaruwa, (3) el periodo posterior a Polonnaruwa hasta el reino de Kotte, (4) el periodo colonial y (5) el periodo neocolonial. La historia temprana de Ceilán es en gran medida la de los diferentes reyes que intentaron unificar la isla bajo su reinado. Aunque no nos interesa la lista de dichos reyes, mencionaremos a algunos de los más destacados. El primer rey que debe mencionarse es Pandukabhaya. En su reinado se construyó el primer embalse del sistema de irrigación, iniciándose, de esa manera, una política que no sólo iba a dar celebridad a Ceilán, sino también la base de su prosperidad durante bastante más de mil años. Los reyes que sucedieron a Pandukabhaya convirtieron Anuradhapura en su capital, ciudad que da nombre a este periodo histórico.

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Durante el reinado de Devanampiya Tissa (250-210 a. C.) se produjo la introducción del budismo en Ceilán por iniciativa del emperador indio Asoka, quien, supuestamente, envió a la isla como misioneros a su hijo Mahinda y a su hija Sanghamitta. Según se afirma, Mahinda insistió en que un sacerdote cingalés debería ser la cabeza de la iglesia budista de Ceilán. De ese modo, se formó una iglesia nacional y los budistas de Ceilán, mucho tiempo más tarde, se libraron de tener que jurar fidelidad a una iglesia extranjera, la católica romana. El que es considerado como rey más importante de este periodo, Duttugemunu, liberó Ceilán de la dominación tamil. Pero fue Mahasena (276-303 d. C.), a quien se llegó a conocer como “el Constructor de Embalses”, el rey que iba a influir en la futura prosperidad de todo el país durante décadas. Como ya hemos mencionado, durante su reinado tuvo lugar un gran salto adelante en la práctica científica de la ingeniería ligada a los sistemas de irrigación. De hecho, fue en su época cuando se realizaron los primeros embalses colosales. Se le atribuye la construcción de 16 y de un gran canal. Entre los embalses de su época cabe citar los de Minneriya, con una superficie de 4.670 acres, Kavudulu, Huruluwewa, Kanavava, Mahakanandaravava, cerca de Mihintale, Mahagalkadavala, etc. El proyecto Elahara-Minneriya-Kavudulu, que se culminó durante su reinado, se considera un hito trascendental en la historia de los sistemas de irrigación de Ceilán. Dhatusena (459-477 d. C.) construyó el famoso embalse de Kalawewa. Su hijo Kasyappa (477-495 d. C.) adquirió fama al erigir la fortaleza de Sigiriya, donde hoy se puede contemplar uno de los, quizá, más bellos legados del pasado remoto de Ceilán: los frescos de Sigiriya. Kasyappa debió de ser un gran mecenas de las artes y, según parece, en su corte floreció la cultura de diferentes países. El periodo Anuradhapura llegó a su fin alrededor del año 1000 d. C. con la conquista de Ceilán por el reino de Chola, la captura de Mahinda V y su muerte en cautiverio en 1029. Siguió a continuación más de medio siglo de ocupación del reino de Chola. El rey que liberó Ceilán de dicha ocupación y lo unificó bajo su cetro fue Vijayabahu I (1055-1110). Fue él quien trasladó la capital a Polonnaruwa, probablemente por ofrecer mayor seguridad frente a las invasiones del sur de la India. De ahí recibe su nombre este periodo de la historia de la isla. El periodo Polonnaruwa representa probablemente el apogeo en el desarrollo de la antigua civilización cingalesa: Ceilán unificado bajo el más grande de los reyes cingaleses, Parakrama Bahu, llamado, precisamente, el Grande, y los ejércitos cingaleses campando a sus anchas por el sur de la India y Birmania. Cabe señalar que Parakrama Bahu I construyó una flota para la invasión de Birmania, de donde se puede deducir la existencia de una industria de construcción naval en Ceilán en esa época. Ya hemos indicado que el sistema de irrigación en Ceilán alcanzó su cenit durante el reinado de Parakrama Bahu I. No es necesario volver sobre estos hechos. No existen testimonios de nuevas obras importantes de irrigación tras su fallecimiento. Menos de diez años después de su muerte, acaecida en 1186, se había iniciado ya el ocaso del reino cingalés. Antes de finales del siglo siguiente, el complejo y colosal sistema de

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irrigación, universalmente considerado como la mayor creación del pueblo cingalés, yacía en ruinas. La causa del hundimiento y destrucción de la antigua civilización cingalesa se debió al derrumbe de la compleja organización social y administrativa que había sido necesaria para la construcción y el mantenimiento del enorme sistema de irrigación, base de la productividad y prosperidad de estas regiones. Los notables locales encargados de suministrar la mano de obra para mantener en funcionamiento el sistema de irrigación eran conocidos como “kulinas”, quienes contaban con el conocimiento especializado y la experiencia necesaria para dirigir las administraciones públicas, incluidas las tareas de conservación de las obras del mencionado sistema. Las invasiones extranjeras y los desórdenes internos dieron al traste con dichas actividades y los kulinas huyeron a otras zonas, lo que provocó el hundimiento de todo el sistema. De toda evidencia, las glorias del reinado de Parakrama Bahu I se alcanzaron a costa de la más terrible explotación del pueblo. Parece ser que incrementó los tributos e impuso, al servicio del Estado, el trabajo obligatorio y gratuito, redoblando además su dureza. Según parece, quienes no pagaban tales impuestos eran encarcelados. De hecho, en la crónica Culawansa se dice que sus sucesores, Vijayabahu II y Nissankamalla, liberaron “a muchas personas oprimidas por los castigos excesivos e ilegales infligidos por el rey Parakrama Bahu el Grande, impuestos en violación de las costumbres de los antiguos soberanos…” El periodo Polonnaruwa concluyó, como el periodo Anuradhapura, con una guerra civil seguida de una nueva conquista extranjera de la isla. Esta vez se trató del príncipe Magha, procedente de Kalinga. En la actualidad, se tiende a pensar que Kalinga era una región de Malasia y no de la India. Esta invasión, y la consiguiente ocupación, parece haber sido una de las más crueles sufridas por Ceilán. Cuando los príncipes de Dambadeniya liberaron la mayor parte de Ceilán, trasladaron la capital a Dambadeniya, de donde se movió más tarde a Gampola, luego a Rayigama y finalmente a Kotte, donde estaba emplazada cuando los portugueses entraron en escena en 1505. Durante este periodo nació el reino de Jaffna, gobernado por la dinastía de los Aryacakravarti y destruido en el reinado de Parakrama Bahu VI, pero de cuya existencia se vuelve a tener noticia en época portuguesa. En este periodo tuvo también lugar el singular episodio de un rey cingalés de Kotte hecho prisionero por los chinos y llevado preso a China. Tal cosa fue lo que le sucedió a Vira Alakeswara, rey de Kotte, en el año 1411 cuando el tercer emperador Ming, Cheng Tsu (Yung Le) gobernaba aquel país. La hazaña se atribuye al eunuco Cheng Ho. El rey preso fue puesto en libertad en China y se designó a otro rey, presumiblemente Parakrama Bahu VI, para que gobernara Ceilán bajo soberanía china. Se dice que Parakrama Bahu VI, que reinó en la isla entre 1412 y 1467, visitó China en 1416 y en 1421. El último tributo enviado a China de que se tiene noticia data de 1459.

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El reinado de Parakrama Bahu VI de Kotte parece que fue el último de cierto mérito antes de que la marea de la invasión europea se tragara Ceilán.

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CÁPITULO II: LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS “Hay en nuestra bahía de Colombo una raza de gentes de piel blanca y lindo aspecto. Van ataviados con jubones de hierro y tocados de hierro también; no paran quietos ni un minuto en un sitio; caminan de aquí para allá; comen trozos de piedra y beben sangre; dan dos o tres piezas de oro y plata por un pescado o una lima; la estampida de su cañón es más fuerte que el trueno cuando restalla en la roca Yughandara. Sus balas de cañón vuelan muchas gauvas2 y hacen añicos las fortalezas de granito”. Así rezaba el informe enviado al rey de Kotte, Vira Parakrama Bahu VIII, cuando los portugueses llegaron a las afueras de Colombo el 15 de noviembre de 1505. Portugal fue uno de los primeros países europeos en tener una presencia importante en Asia gracias al descubrimiento de la ruta marítima hacia el Este. Llegaron en busca de especias y Ceilán era, en ese momento, la principal fuente de canela. Su superior poderío naval y el uso de la pólvora los hicieron irresistibles a los reyes que entonces gobernaban la isla. La clave de su éxito contra los ejércitos nativos se encuentra en la última frase del informe remitido al rey de Kotte y citado más arriba: “Sus balas de cañón vuelan muchas gauvas y hacen añicos las fortalezas de granito”. Pero, con todo, no fue sólo cosa de uno. Los portugueses se encontraron con una tenaz resistencia y no consiguieron nunca conquistar toda la isla. Aunque el entonces rey de Kotte no pudo oponerse a la petición de los portugueses de que se les concediera permiso para construir un fuerte en Colombo y a pesar de que un rey posterior de Kotte, Don Juan Dharmapala, tras su conversión al cristianismo, designó al rey de Portugal como heredero suyo en 1580, la resistencia de otros reyes y príncipes cingaleses continuó. De hecho, es en este periodo de la historia en el que se registran algunas de las guerras más cruentas de los cingaleses contra los conquistadores extranjeros procedentes de Europa. Las más famosas de estas gestas fueron las guerras de resistencia que riñeron Mayadunne y su hijo Rajasingha I contra los portugueses. La batalla más célebre, en la que Rajasingha derrotó a los portugueses de modo decisivo, tuvo lugar en Mulleriya, a 9 millas de Colombo, en 1559. Otra fue la famosa aniquilación del ejército portugués por Rajasingha II en 1638 en Gannoruwa, adonde se habían retirado los portugueses después de saquear Kandy. Según se cuenta, sólo 38 europeos escaparon con vida para contarlo. El final del dominio portugués no estaba lejos. Otra potencia europea, Holanda, había puesto ya sus ojos en Ceilán, cuya importancia estratégica para estas potencias marítimas era enorme, ya que se encontraba en el centro de las grandes rutas comerciales hacia el Este desde Europa. Además, en Trincomalee, Ceilán poseía el mejor puerto natural de todo Oriente, desde el que se podía controlar la bahía de Bengala y el Océano Índico. En 1802, después de que los británicos conquistaran la isla, Pitt el Joven la describió en el Parlamento como “la posesión colonial más valiosa en el orbe... que da a nuestro imperio indio una seguridad de la que no había disfrutado desde su primer establecimiento”. Trincomalee iba poseer esta importancia estratégica hasta la aparición de la fuerza aérea como arma más importante de nuestro tiempo. Además, como ya se ha señalado, el hecho de que Ceilán fuese uno de los principales proveedores de canela de buena calidad de todo el mundo fue en sí mismo un aliciente.

2 Antigua medida de longitud cingalesa. [N. de los t.]

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En 1638 Rajasingha II de Kandy firmó un tratado con los holandeses. Les prometió ciertos derechos comerciales a cambio de ayuda para expulsar a los portugueses de Ceilán. El rey cingalés, sin duda, pensó que podría utilizar las contradicciones entre esos dos grandes rivales europeos en beneficio de su propio país, pero se equivocó. El superior poderío marítimo de los holandeses garantizó la derrota de los portugueses. El último reducto de éstos en Ceilán, Jaffna, cayó en 1658. Los holandeses, a la sordina, ocuparon el lugar de los portugueses, a pesar de todas las obligaciones que emanaban del acuerdo. El rey cingalés resultó engañado. El impacto de la dominación portuguesa de Ceilán fue importante, pero no duradero. Trajeron consigo una civilización totalmente nueva, una nueva religión –el catolicismo– y nuevos hábitos y costumbres, tal como fielmente describía el primer informe de su llegada. Fueron ellos quienes abrieron el camino a las relaciones y contactos con el más avanzado Occidente. Pero el siglo y medio que duró su dominación sobre la mayor parte del país, de la que se salvaron las zonas montañosas, fue terrible. Su gobierno se caracterizó por la más salvaje persecución religiosa, que incluía las conversiones forzosas y la destrucción de los lugares de culto de otras religiones, y por una explotación intensa e inmisericorde del país, desprovista de los refinamientos que los siguientes conquistadores, en especial los británicos, iban a introducir más tarde. Tras ellos dejaron la más reaccionaria de todas las religiones que a día de hoy se pueden encontrar en Ceilán: la Iglesia Católica. También de los portugueses heredó Ceilán algunos de los nombres más frecuentes de sus actuales habitantes, como Perera, Silva, Fernando, etc. La ocupación holandesa de Ceilán, que duró hasta 1796, careció comparativamente de incidentes. Su dominio se ejerció sólo sobre las provincias marítimas. Su principal preocupación fue la extracción de la mayor cantidad posible de canela de la isla. En aquel tiempo, la mayor parte de la canela crecía salvaje en los territorios reales, lo que implicaba que los holandeses debían estar en buenas relaciones con el rey de Kandy. Los holandeses se centraron en el comercio. Además de la canela, también establecieron un comercio de exportación de nuez de areca, elefantes, caracolas (Turbinella pyrum), etc. Asimismo, cabe señalar que, por entonces, el arroz para el consumo local se importaba de la India. También comenzó en esta época el cultivo de la pimienta y el café, así como, a gran escala, el del coco. Los holandeses introdujeron su propio sistema de derecho en Ceilán y codificaron el derecho consuetudinario del país tamil, el llamado Thesavalamai. A día de hoy, ambos siguen constituyendo el sistema jurídico cingalés. Éste fue su mayor legado a Ceilán. En varios aspectos, los holandeses anticiparon muchas de las cosas que los británicos iban a implantar. Fueron ellos quienes introdujeron los cultivos comerciales que los británicos convirtieron en sistema económico. También crearon el sistema escolar, sobre el que los británicos construyeron el suyo. Si los portugueses recurrieron a las conversiones por la fuerza, los holandeses utilizaron el método más sutil de los incentivos materiales. A los empleos gubernamentales sólo tenían acceso quienes estuvieran bautizados. Los holandeses también demostraron cómo se podía hacer de la religión y la educación armas eficaces de agresión cultural contra el pueblo de Ceilán. Los británicos perfeccionaron este sistema. La iglesia y la escuela se convirtieron en el

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centro de agresión cultural imperialista, al igual que las plantaciones lo fueron de la agresión económica. Los británicos reemplazaron a los holandeses en Ceilán en 1796. La derrota de los holandeses se debió principalmente al declive de su poderío naval en el Atlántico. Con la llegada de los británicos, que fueron los primeros y únicos europeos que conquistaron la totalidad de la isla, se inició un periodo en el que iban a producirse numerosos cambios radicales en la economía y las instituciones de Ceilán. Los primeros veinticinco años de dominio británico de la isla, periodo en el que gobernaron sólo las provincias marítimas que habían estado bajo control holandés, carecieron de acontecimientos especialmente destacados. De 1796 a 1802, Ceilán fue administrado por el gobierno de Madrás de la Compañía de las Indias Orientales. Fue en 1802 cuando se convirtió en una colonia de la Corona y comenzó a administrarse directamente desde Inglaterra. Durante el primer año de gobierno británico, la tentativa de modificar el sistema de recaudación de ingresos provocó graves disturbios. Como consecuencia de ello, se volvió al antiguo sistema, tal como existía en tiempos de los holandeses. El gobierno británico estaba demasiado preocupado en casa con las guerras napoleónicas en Europa como para prestar mucha atención a la conquista de la totalidad de Ceilán. Sin embargo, los gobernadores locales eran muy ambiciosos, y las rivalidades e intrigas prácticamente continuas de los notables de Kandy contra su rey espolearon dichas ambiciones. Coincidiendo prácticamente con la llegada a Ceilán del primer gobernador británico, Frederic North, nombrado directamente desde Inglaterra, se produjo el acceso al trono en 1797 del último rey de Kandy, Sri Vikrama Rajasingha. Su nombramiento como rey fue obra del gran Adigar, Pilimatalawa, quien se cree que también era su padre. Pero Rajasingha no resultó ser un instrumento tan dócil en manos de Pilimatalawa, por lo que el gran Adigar comenzó a intrigar con los británicos en contra del rey. La que se conoce como primera guerra de Kandy tuvo lugar en 1803, cuando el ejército británico marchó sobre dicha ciudad, cuyos habitantes la habían evacuado, e instaló en el trono al títere Muttu Swarny. No obstante, los británicos fueron incapaces de mantener Kandy en su poder. Bloqueados por las defectuosas comunicaciones y afectados gravemente por las enfermedades y el monzón, se vieron obligados a retirarse. Los habitantes de Kandy comenzaron a emplear tácticas de guerrilla y cortaron el paso al ejército británico el 24 de junio de 1803, pasándolo a cuchillo a orillas del río Mahaweli. Fue casi una réplica del desastre que sufrió Napoleón en su famosa marcha sobre Moscú. Aunque los habitantes de Kandy desbarataron este primer intento británico de subyugarlos, su suerte final iba a decidirse en el seno de sus propias filas. En 1811, a Pilimatalawa, que había pagado con su cabeza sus intrigas, le sucedió como gran Adigar Ehelepola. Pronto siguió los pasos de su predecesor y entabló negociaciones desleales con los británicos a través del funcionario inglés D’Oyly, que conocía bien el cingalés. Cuando el rey tuvo sospechas de la traición, Ehelepola trató de levantar al pueblo en su contra en la región de Sabaragamuwa, pero fracasó. Acto seguido, el 23 de mayo de

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1814, se pasó al bando británico y, con su activa contribución, éste lanzó la segunda guerra de Kandy, en la que dicho reino fue conquistado. Es decir, que la traición y las disensiones internas desempeñaron el papel principal en la caída del reino de Kandy en 1815. El 2 de marzo de ese mismo año, Brownrigg aceptó la capitulación de los notables de Kandy en la Sala de Audiencias del reino. Una semana más tarde se produjo la firma de la farsa llamada “Convención de Kandy”. Los hay que aún ponen todo su empeño en sostener que esta convención fue un acuerdo entre iguales por el que los notables de Kandy transmitían la lealtad de Rajasingha al rey británico Jorge III. Semejantes suposiciones no tienen ni pies ni cabeza. Fue un tratado dictado por los conquistadores e impuesto por la fuerza a los conquistados. No cabe duda de que el oportunista artículo V de la convención, que declaraba que “el budismo y las escrituras religiosas de los Devas eran inviolables y que la sangha, sus lugares de culto, santuarios y ceremonias quedaban protegidos”, era un intento de apaciguar los ánimos locales. Sin embargo, convertido en el blanco de los dardos de los misioneros cristianos, la rebelión de 1818 terminó por dar a los británicos la excusa para invalidar tal promesa. No fue nada sorprendente que el antiguo orden feudal de los reyes cingaleses se hundiera cuando hubo de hacer frente al superior poder económico y de fuego de los conquistadores británicos. El feudalismo opuso una débil resistencia, como en la primera y la segunda guerras de Kandy. La suerte, no obstante, estaba echada de antemano. La rebelión de 1817, conocida como el Levantamiento de Wellassa, encabezada por uno de los notables que había firmado la Convención de 1815, Keppetipola, fue la última llamarada de aquel fuego mortecino. La rebelión de Matale de 1848, asociada a los nombres de Gongalagoda Banda (Peliyagoda David) y Purang Appu, ambos cingaleses de las tierras bajas, fue, en comparación, poca cosa, ya que en su represión no perdió la vida ningún británico. Hoy en día, se pretende pintar a Keppetipola como un héroe nacional. Tal afirmación es difícil de sostener. Keppetipola no fue un héroe nacional en el sentido en que lo entenderíamos hoy. No luchó en nombre del pueblo cingalés contra los invasores extranjeros porque pensara que éstos habían privado al pueblo de su preciada independencia. La idea de que el pueblo pudiera tener algún tipo de derecho habría resultado extraña a los notables de Kandy. Cuando Keppetipola se rebeló, lo hizo contra la usurpación británica de los poderes tradicionales de los notables de Kandy. Keppetipola creyó que el rey británico o su representante se limitaría a ocupar el lugar de Sri Vikrama Rajasingha, en la confianza de que las demás circunstancias seguirían siendo las de siempre. En este aspecto, iban a llevarse una desagradable sorpresa, pues los británicos siempre tuvieron la intención de hacerse con el poder real. Sólo cuando fueron conscientes de ello, se rebeló una parte de los notables que luchó por la restauración del viejo orden feudal. La independencia del pueblo nunca entró en sus cálculos. Una vez sofocada la revuelta, la clase feudal de Kandy se resignó y sometió a la omnímoda dominación británica, a pesar de que aún se produjeron varios levantamientos más de poca importancia. Muy pronto se convirtieron en activos colaboradores de los conquistadores británicos y en opresores al alimón del pueblo. Fueron ellos quienes proporcionaron la base social que garantizó la dominación extranjera, papel que han desempeñado en todo momento a partir de entonces.

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Esta actitud pasiva y servil de los decadentes señores feudales de Kandy para con el imperialismo extranjero ha perdurado hasta los tiempos modernos. Cuando Bandaranayake lanzó su cruzada contra el Partido Nacional Unido [UNP, en sus siglas en inglés] en 1951, no tuvo el apoyo de ninguno de estos notables, ni por parte de su padre, ni por la de su esposa. Por eso nunca confió en ellos y los mantuvo apartados cuando formó su gobierno en 1956. Si algunos de ellos, más tarde, se subieron al carro de Bandaranayake (después de 1959), fue porque se sintieron seguros de la continuidad del status quo. En un principio, los británicos gobernaron Kandy como una provincia aparte, pero más tarde se fusionó en una única administración con el resto de la isla. Una de las primeras tareas de los británicos después de la conquista de Kandy fue unirla con Colombo, Trincomalee y Kurunegala por medio de sendas militares, con lo que la capital de las colinas –Kandy– perdió la preponderancia de que había disfrutado gracias a las dificultades de acceso por la falta de buenos caminos. Éstos se construyeron a base de trabajo obligatorio –“rajakariya” o trabajo al servicio del rey–. Ceilán se había vuelto a unificar, esta vez al dictado de una potencia extranjera de Europa. Con la unificación de la isla bajo el dominio británico, comenzó un nuevo capítulo de la historia de Ceilán. Se produjo la introducción de un sistema económico colonial basado en las plantaciones que condiciona hasta nuestros días el destino económico del país. Para entender la naturaleza fundamental del cambio que tuvo lugar, es esencial trazar, siquiera esbozándolos, los rasgos de la economía que prevaleció en el Ceilán gobernado por los reyes cingaleses durante casi dos mil años. El sistema económico dominante en Ceilán antes de que la conquista europea acabara con él, se puede describir como una economía natural feudal. Era una economía autosuficiente en la que el dinero desempeñaba poco o ningún papel. Las gentes producían todo lo que necesitaban e intercambiaban sus excedentes por bienes de los que carecían. El comercio con el mundo exterior existía en productos como las gemas, las perlas o las especias, que habían dado fama a Ceilán desde antaño. Una notabilísima descripción de este tipo de economía natural, tal como existía en el reino de Kandy, aparece en el famoso libro sobre Ceilán de Robert Knox. Knox estuvo preso en el reino de Kandy durante más de 19 años, entre 1660 y 1679, y escribió su libro tras huir de la isla. He aquí un extracto de dicho libro: “Cualquier forma de dinero es aquí muy escasa y con frecuencia compran y venden mediante el intercambio de mercancías. Entre ellos se produce un pequeño tráfico comercial debido a la naturaleza de la isla, ya que lo que se da en una parte del país, no crece en la otra. No obstante, tanto en una parte como en la otra de estas tierras tienen lo suficiente para sustentarse, creo, sin la ayuda de productos traídos de cualquier otro país, intercambiando unas mercancías por otras y llevando lo que tienen a otras partes para abastecerse de lo que necesitan.” Se trata de una perfecta descripción, hecha por un testigo ocular, de lo que es una economía natural bajo el feudalismo. No cabe duda de que, por sí solo, Ceilán habría evolucionado hacia el capitalismo en su momento. Pero tal cosa no llegó a producirse. En lugar de eso, la invasión imperialista extranjera redujo a añicos la economía feudal atrasada y estancada que existía en la isla y estableció la nueva economía colonial

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basada en las plantaciones. Se trataba básicamente de una economía monetaria que no era, sin embargo, capitalismo en el estricto sentido de la palabra. El desarrollo de un capitalismo local no hubiera redundado en beneficio del imperialismo británico, que necesitaba un Ceilán productor de materias primas y un mercado para sus productos manufacturados. En ese sentido, el imperialismo británico desbarató, sistemáticamente, cualquier intento de desarrollo capitalista. Lo que sí permitió y fomentó fue una economía colonial que encauzara los enormes beneficios obtenidos de los recursos naturales de la isla al enriquecimiento de la metrópolis. Un resultado de la conquista extranjera fue el abandono definitivo y la ruina del vasto sistema de irrigación, orgullo de los reyes cingaleses y base de la prosperidad de la civilización de Ceilán en su momento de mayor apogeo. Los embalses no se volvieron a reparar, lo que los dañó irremediablemente, o bien fueron desecados para hacer las nuevas carreteras, algunas de las cuales se construyeron sobre los muros de contención de dichos embalses. Poco a poco, el bosque se los fue comiendo, situación que se prolongó hasta su recuperación en el siglo XX. A partir de la dominación holandesa se inició la importación del alimento de primera necesidad de los cingaleses, el arroz. Como ya se ha señalado, los imperialistas británicos introdujeron la economía de plantación en Ceilán. El cultivo del café ya había comenzado con los holandeses, pero su desarrollo agrícola comercial empezó en época británica. Más tarde, el té ocupó el lugar del café debido a una plaga que acabó con éste. También la plantación extensiva de caucho se inició en este periodo. Estas plantaciones necesitaban grandes extensiones de tierra y una gran cantidad de mano de obra. ¿De dónde las obtuvieron los británicos? Como en todos los casos de acumulación primitiva de capital, en Ceilán dicha acumulación –en este caso en forma de tierra– se llevó a cabo mediante el saqueo a gran escala, efectuado por medio del Decreto de Baldíos3 de 1897 y el Impuesto de Granos de 1878. Antes de que los británicos llegaran a Ceilán, los holandeses habían creado un sistema legal que se aplicaba en las provincias marítimas en que gobernaban. Quienes poseían tierras disponían de una especie de título de propiedad que lo demostraba. No era éste el caso en Kandy. Allí, toda la tierra pertenecía teóricamente al rey. A través de sus nobles, el rey confiaba sus tierras a los campesinos. Esta ocupación era estable y sólo podía enajenarse si el campesino perdía la confianza del rey. En general, no obstante, la ocupación lo era a perpetuidad y pasaba de generación en generación. La cosa estaba clara, pero no había títulos de propiedad que lo demostraran. Por medio del Decreto de Baldíos, los británicos declararon la pertenencia a la Corona de todas las tierras cuya propiedad no pudiera demostrarse. Aun cuando algunos campesinos pudieron hacerlo respecto a los arrozales que cultivaban, no pudieron, sin embargo, demostrar la propiedad ni de los bosques comunales ni de los pastos del común en que pacían sus ganados, que constituían, asimismo, una parte considerable de la economía de las aldeas sin la cual el cultivo de los arrozales era imposible. Un gran número de campesinos se vio, pues, obligado a vender sus campos y emigrar. Dichas tierras y los bosques fueron declarados propiedad de la Corona y vendidos a plantadores británicos a precios increíblemente bajos, en ocasiones, al parecer, a menos de cincuenta

3 Waste Land Ordinance, en inglés. [N. de los t.]

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centavos por acre. Posteriormente, se permitió también a los plantadores cingaleses comprar tierras de la Corona. Si aún quedaban campesinos propietarios de tierras, el Impuesto de Granos se ocupó de ellos. Dicho impuesto era singularmente inicuo pues gravaba en exclusiva al campesinado, eximiendo a los terratenientes, a las tierras de los templos, etc. Incapaz de hacer frente a esta onerosa gabela, un gran número de campesinos terminó por vender sus tierras y marcharse. Muchos de ellos, según parece, murieron de hambre. De manera semejante, los británicos expropiaron también las tierras de los templos por el Decreto nº 10 de 1856 de Registro de las Tierras de los Templos4. Los efectos de esta norma también afectaron a los campesinos, ya que tales tierras siempre se les habían concedido en usufructo. La declaración de ausencia de titularidad legal sobre las tierras, que efectuaban los miembros de la llamada Comisión de Tierras, nombrados para aplicar el mencionado decreto, significó la incautación por el gobierno de miles de acres de tierras de los templos. Es necesario señalar que en la expropiación de las tierras de los habitantes de Kandy, los británicos contaron con la ayuda de una parte de los notables feudales. En ese proceso, éstos se apropiaron de grandes extensiones de tierra. De hecho, éste es el origen de todos los actuales grandes latifundios o nindagam. Y así, el gobernador Clifford pudo comentar cínicamente: “Fueron sus propios paisanos quienes, en su mayor parte, llevaron a cabo el trabajo especulativo de acaparar los títulos dudosos de los aldeanos.” De este modo los conquistadores británicos despojaron al campesinado de Kandy de sus tierras. Aunque dieran a la operación una ficticia apariencia de legalidad, lo cierto es que no fue más que un saqueo, lo cual conviene tener bien presente, porque los chovinistas actuales, cuando recuerdan que a los campesinos de Kandy les robaron sus tierras, tienden a olvidar quién se las robó. Es más, tienden incluso a poner al inocente trabajador de las plantaciones de origen indio –víctima él mismo de la explotación imperialista– en el lugar del auténtico culpable, el imperialista británico, propietario aún de la mayor parte de las tierras que robaron sus antepasados. La expulsión de los campesinos de Kandy de sus tierras es comparable a la de los campesinos ingleses por sus señores feudales en vísperas de la Revolución Industrial, provocada por la sustitución en el uso de la tierra del cultivo de trigo por el de la cría de ganado ovino. Pero, mientras que la gran mayoría de los campesinos ingleses puso rumbo a las ciudades recién creadas para trabajar en las fábricas que acababan de surgir, convirtiéndose así en el proletariado, no fue ésa la suerte que deparó el destino a los campesinos desahuciados de Kandy. Los británicos no los emplearon a gran escala en las plantaciones que inauguraban, probablemente por dos razones: una era que, después de los levantamientos de 1818 y 1848, los británicos desconfiaban de los cingaleses. Y otra, que quizá prefirieran la mano de obra inmigrante, de la que disponían en abundancia y estaba presta a trabajar a lo largo de todo el año. Es decir, a los campesinos expulsados de Kandy se les condenó a una muerte lenta, o, a lo sumo, a una existencia miserable. Que ello fue así, queda confirmado por el informe de 1935 de la Comisión de Tierras en el que se afirmaba que en Ceilán el campesinado estaba desapareciendo como clase. Para detener dicho proceso, la comisión

4 Temple Lands Registration Ordinance, en inglés. [N. de los t.]

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recomendaba paralizar las enajenaciones de tierras de la Corona a manos de capitalistas privados o de grandes empresas y que, a partir de entonces, estas tierras se entregasen sólo a campesinos. Así fue como surgieron los planes de colonización de los años treinta. Fue ésta la política agraria que siguieron todos los gobiernos hasta 1965, año en que el gobierno del UNP dio marcha atrás y se reiniciaron las enajenaciones de tierras de la Corona a capitalistas particulares y empresas. ¿De dónde sacaron los plantadores británicos la fuerza de trabajo? Recurrieron a la India meridional, cuya economía ya habían saqueado y donde había un gran número de desempleados. Con ayuda de capataces indios o kanganis, embaucaron con falsas promesas a trabajadores pobres a quienes luego esclavizaron en las plantaciones de Ceilán, obligándoles a roturarlas primero y a trabajar en ellas después. Cientos de ellos murieron a causa de los inhumanos métodos de transporte. Las condiciones higiénicas en que se vieron obligados a vivir debieron de ser tan terribles, que enfermedades como el cólera campaban a sus anchas. Las cosas debieron de ponerse bastante feas porque el gobierno de la India hubo de intervenir y el gobierno de Ceilán –ambos gobiernos eran británicos, aunque estaban separados– tuvo que dictar una serie de normas mínimas para regular la vivienda, la salud, la higiene y otros aspectos sobre las condiciones de vida de aquellos trabajadores inmigrantes. Se trata de mantener vivos incluso a quienes se explota de la manera más inmisericorde para poder seguir explotándolos. Así, aconteció que los imperialistas británicos, a mediados del siglo XIX, trasladaron a Ceilán a un gran número de trabajadores inmigrantes indios a quienes arrojaron en la región de Kandy, transmitiendo a la posteridad, de esa manera, un legado que continúa envenenando la política cingalesa hasta nuestros días. Debe quedar claro, por lo tanto, que fueron los imperialistas británicos los responsables de haber llevado mano de obra inmigrante india a Ceilán. Además, ya desde la época de las primeras instituciones representativas, como el Consejo de Estado, esta política de importación de mano de obra inmigrante india para las plantaciones recibió el apoyo de los políticos burgueses cingaleses. Cada año, el Consejo de Estado aprobaba fondos con que financiar esta inmigración. Todos los dirigentes burgueses, desde D. S. Senanayake hasta S. W. R. D. Bandaranayake, consintieron en ello. ¡Hay que recordárselo a los modernos héroes antiindios! Junto con los trabajadores indios llegaron los comerciantes, los prestamistas y toda una cáfila de parásitos que iban a explotar por igual a indios y cingaleses. Hay un refrán en África que dice que dondequiera que fuera el imperialismo británico, llevaba consigo un indio en el bolsillo, lo cual es totalmente cierto en el caso de Ceilán. La rapacidad y la explotación inhumana de los comerciantes y prestamistas indios se encuentran, en gran medida, en el origen de los sentimientos antiindios que, por desgracia, algunos políticos intrigantes supieron volver hábilmente contra los trabajadores de esa nacionalidad. Estos antecedentes de lo que ahora se llama el problema indo-cingalés, o el problema de la apatridia de varios cientos de miles de trabajadores de origen indio, deben tenerse muy presentes, si queremos contestar correctamente a la pregunta de “¿quiénes son nuestros enemigos y quiénes nuestros amigos?” Ora la ignorancia más absoluta, ora la falta de una comprensión adecuada de estos antecedentes han permitido a los reaccionarios, tanto extranjeros como locales, dividir las filas revolucionarias en Ceilán gracias a una siniestra propaganda antiindia, así como escindir a los trabajadores de las

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plantaciones de origen indio –que, por cierto, constituyen un sector considerable de la clase obrera de Ceilán– del resto de la población cingalesa. Esta división ha costado muy cara al movimiento revolucionario. Por ello es imprescindible señalar que tanto los trabajadores de origen indio como los campesinos cingaleses son víctimas del mismo imperialismo británico y, por tanto, constituyen aliados naturales y no enemigos. Una solución duradera sólo puede proceder de un enfoque en esa dirección. Por lo tanto, como acabamos de ver, la economía de plantación introducida por los británicos se desarrolló sobre la base de la tierra (capital) robada a los campesinos de Kandy y la mano de obra de los trabajadores inmigrantes indios. Toda la economía del país se construyó alrededor del negocio del cultivo, tratamiento y exportación del té y el caucho. El resto estaba supeditado a dicho negocio. Éste ha sido siempre el modelo de explotación imperialista, ya que la casi total dependencia de la economía de uno o dos productos agrícolas destinados a la exportación, la hace extremadamente vulnerable a la presión imperialista. Los imperialistas son capaces de manipular la economía a su antojo. Así, se puede observar que todos los bancos extranjeros que se establecieron en Ceilán lo hicieron para financiar el sistema económico de las plantaciones con los beneficios previamente obtenido de la explotación imperialista de Asia. Los nombres de algunos de los bancos, como el del Hong Kong and Shanghai Bank Ltd., hasta parecen indicar el lugar de origen de sus beneficios. Las empresas de ingeniería, como Walker & Sons o Commercial Co., llegaron inicialmente a la isla para instalar y mantener en buen estado la maquinaria necesaria para la producción de té y caucho. Una vez en Ceilán, comenzaron a importar coches como actividad secundaria. Los talleres de ingeniería se crearon para el mantenimiento y reparación de esos coches. Si uno se fija en las carreteras o en las vías de ferrocarril, se dará cuenta de que las mejores son las que llevan a las plantaciones, es decir, a Kandy, Nuwareliya y Badulla, y el motivo es que por estas carreteras y vías se transportan las futuras exportaciones de té y caucho a Colombo. La razón por la que se concedió tanta ayuda extranjera a la expansión del puerto de Colombo fue que la producción de té en los últimos tres o cuatro decenios se ha multiplicado por más de dos y hay que embarcarla con destino al extranjero con toda prontitud. Las plantaciones de té y caucho, especialmente el té, produjeron enormes beneficios. Los colonos británicos hicieron enormes fortunas. El capital original invertido se duplicó varias veces en muchos casos. El té de Ceilán se hizo mundialmente famoso. De hecho, Ceilán y el té llegaron a ser tan sinónimos, que hubo una época en que a la isla se la llamó “la plantación de té de Lipton”. Sin embargo, el establecimiento de las plantaciones en la zona montañosa, donde el té crecía mejor, tuvo repercusiones terribles para Ceilán, distintas de la explotación de sus recursos en beneficio del conquistador extranjero. Uno de los actos de mayor barbarie perpetrados por los británicos fue talar los bosques que adornaban las cimas de nuestros montes, desbrozados para dar paso a las plantaciones de té. Como sabe cualquier biólogo, estos árboles desempeñan una función muy útil. Enfrían las nubes cargadas de agua y las transforman en lluvia. A su vez, las raíces de los árboles impiden que el agua

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de lluvia se precipite de inmediato ladera abajo. En lugar de ello, facilitan que se filtre a través del suelo y se incorpore a los acuíferos permanentes. La tala de árboles de los bosques implicaba que a partir de entonces las aguas pudieran arrollarlo todo a su paso. Más aún, como la tierra alrededor de los arbustos de té debía removerse y airearse continuamente para fertilizarla, el agua de lluvia lavaba el subsuelo blando, que es el parte más fértil del suelo, y lo precipitaba en los ríos. No hay ningún río en Ceilán que no corra marrón o fangoso. Es éste el problema que conocemos como “erosión del suelo”. Durante años, como consecuencia de este proceso, el lecho de los ríos comenzó a elevarse. Al reducirse la capacidad de su cauce, los ríos ya no podían contener el agua de lluvia de los grandes chubascos y empezaron a producirse inundaciones. Inundaciones en una estación y sequía en la otra: éste fue el resultado de la bárbara política británica de talar los bosques de las cimas de nuestros montes. Incluso cuando en los años treinta se sanearon los antiguos embalses destinados al riego, el agua que acumulaban ya no era tanta como antaño, porque mucha de la que procedía de la lluvia se perdía en riadas antes de llegar a ellos. De ese modo, los británicos crearon el principal obstáculo para que Ceilán fuese autosuficiente en la producción de alimentos. Hoy en día se estima que, con los medios de irrigación necesarios para el cultivo en ambas estaciones del año de todas las tierras en manos privadas, Ceilán podría alcanzar perfectamente la autosuficiencia alimentaria. Además de la intensa explotación económica del país, los británicos recurrieron también a diversas formas de agresión cultural contra el pueblo para consolidar su dominación política. A este respecto, los holandeses ya habían sentado los cimientos con la creación de escuelas y la promoción de las actividades de los misioneros. Los británicos se basaron en lo previamente realizado por los holandeses. Así pues, se dio inicio a los planes de europeización de los nativos por medio de la lengua inglesa –el conocimiento del inglés no sólo era importante, sino también rentable– y de la religión cristiana. Los británicos necesitaban también un ejército de empleados educados a la inglesa que sirvieran en los peldaños inferiores de la Administración. Dichos hombres salieron de las nuevas escuelas que se crearon. En dichas escuelas, dirigidas, como en Inglaterra, por organizaciones misioneras, el cristianismo y el inglés iban de la mano. Muy pronto se fundó una academia para impartir educación superior a los “nativos”. Los ingleses siempre fueron muy perspicaces. Fueron probablemente la más sagaz de todas las potencias imperialistas. Junto con el uso de la fuerza bruta, que emplearon siempre que lo estimaron necesario, como en 1818, 1848 o 1915, también sabían dorar la píldora. Utilizaron la educación, en especial la educación superior en las universidades británicas, como instrumento de subversión cultural con el fin de producir una tribu de ingleses atezados que remedara al amo en su lengua, vestido y costumbres, y cuya única ambición fuera convertir Ceilán en un “pedacito de Inglaterra”. Según parece, cuando el gobernador Maitland dejó Ceilán en 1811, dos hijos del mudaliyar de Saram le acompañaron para estudiar en universidades inglesas. Había comenzado la peregrinación. Aquellos universitarios que volvían de Inglaterra influyeron en la política cingalesa durante un periodo de tiempo considerable, moldeándola con arreglo al modelo que habían conocido en dicho país. Su influencia persiste hasta nuestros días. En gran

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medida, se trató de una mera imitación servil y carente de imaginación de instituciones extrañas que era imposible que prosperaran en el ámbito local. Así, se dieron estampas tan grotescas como la de los jueces de la Corte Suprema con peluca, en un país como Ceilán que tiene un clima cálido y tropical; o el intento de trasplantar el sistema parlamentario inglés y la teoría de “un hombre, un voto” a una sociedad rígidamente dividida sobre la base de las categorías de casta y raza. Pero algo bueno tuvo también todo ello y es que gracias a este intercambio se produjo, en el periodo posterior a la I Guerra Mundial, la introducción en Ceilán de las semillas del marxismo revolucionario. La educación superior en inglés significó asimismo que los cingaleses, si bien una reducida minoría, tuvieron acceso a partir de entonces al conocimiento moderno y, en especial, al aprendizaje científico. Era indefectible que frente a esta veneración por todo lo inglés se produjera una reacción que, cuando de hecho acaeció, adoptó la forma de movimiento por el renacer del budismo y la glorificación del pasado remoto de los cingaleses. Este movimiento, que era una pálida réplica del vigoroso renacimiento literario que había tenido lugar en la India (en particular en Bengala), estuvo encabezado por hombres como Migettuwatte Gunananda Thero, Anagarika Dharmapriya, Ananda Coomarasamy y Arumuga Navalar, quienes contaron con la colaboración de teósofos extranjeros como Oldcott y Annie Besant. Aunque no fue mucha la importancia de las actividades de estos hombres y mujeres, su obra tuvo un contenido progresista, ya que cualquier forma de oposición a la religión de los conquistadores había necesariamente de despertar sentimientos antiimperialistas y nacionalistas. En la medida en que los invasores extranjeros habían llevado a cabo su política de agresión cultural sirviéndose de la escuela y de la iglesia, los miembros del mencionado movimiento emplearon los mismos medios para el contraataque. Se crearon instituciones como la Sociedad Teosófica Budista y el Consejo Hindú de Educación, organizaciones que comenzaron a competir con los misioneros cristianos, al establecer escuelas budistas e hindúes donde se impartía una educación impregnada, inevitablemente, de un nacionalismo que sentó las bases del antiimperialismo. Por lo tanto, se podría decir que en el movimiento por el renacer del budismo y el hinduismo se manifestaron los primeros anhelos antiimperialistas del pueblo y el deseo de afirmar su orgullo nacional. A la vez, o junto con dichas organizaciones, surgió también el movimiento pro abstinencia alcohólica en Ceilán, un movimiento que, a los ojos de los colonialistas, tenía una orientación política antibritánica. El gobierno británico había establecido el monopolio del comercio del arak; a su vez, con el fin de aumentar sus ingresos, los británicos arrendaban el derecho de vender arak a todos aquellos que pusieran una taberna en cualquier aldea, por pequeña que fuese, del interior del país. La pretensión de los colonialistas parece que fue la misma que buscaban con la introducción por la fuerza del opio en China. En todo caso, algunos de los que hicieron fortunas con el arrendamiento del derecho de venta de arak terminaron dirigiendo el movimiento pro abstinencia alcohólica, después de haber reinvertido su capital en el negocio de las plantaciones. Algunos de estos hombres constituyeron la cabeza visible de la burguesía de Ceilán en el periodo posterior a la I Guerra Mundial.

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Al mismo tiempo que los británicos llevaban a cabo su política de agresión cultural, empleando para ello la escuela y la iglesia, andaban también ocupados introduciendo reformas en su política colonial, reformas cuyo objetivo era lograr la anuencia de los esclavos con su esclavitud. Los británicos conocían el arte de la explotación con refinamiento, a diferencia de los portugueses. Fueron ellos quienes comenzaron a incorporar a los cingaleses a la tarea de asistirles en su administración de la isla. ¡Se trataba de conservar el poder real en sus manos, ofreciendo a los “nativos”, poco a poco, una falsa ilusión de poder! Para ello, los británicos presentaban reformas de vez en cuando. Dicha práctica se inició con el establecimiento de un consejo legislativo y un consejo ejecutivo sobre la base de las recomendaciones de la Comisión Colebrooke-Cameron, cuyo informe se publicó en 1831-1832. En un primer momento, la inclusión de miembros no oficiales, más tarde, la introducción del principio de elección de los representantes, a continuación, la mayoría no oficial, y así hasta llegar al sufragio universal y al sistema de comité ejecutivo previsto en la Constitución Donoughmore… Éstos fueron algunos de los trampantojos de poder que los británicos concedieron a los cingaleses, mientras ellos se aferraban a las riendas de su supremacía, a saber, las fuerzas armadas, la administración pública y la hacienda, salvaguardadas por el poder de veto del gobernador británico. Los británicos no tuvieron dificultades para encontrar cingaleses capaces y dispuestos a jugar el juego de acuerdo con las reglas británicas. Hombres como E. W. Perera, James Pieris, Ponnampalam Ramanathan y Ponnampalam Arunachalam rogaron unas veces, exigieron otras, reformas y más reformas. Enviaron peticiones frecuentes, fueron en sucesivas delegaciones a Whitehall, fundaron asociaciones como la Liga Reformista y, finalmente, crearon el Congreso Nacional Cingalés para mantener vivo su movimiento. Todos eran hábiles reformistas burgueses que querían una situación mejor para los cingaleses dentro del marco existente. Jamás plantearon la cuestión de la independencia del imperialismo británico. En este sentido, sería un error considerarlos como hombres que lucharon por la libertad del país. Sus aspiraciones rara vez fueron más allá de lo que afirmaba E. W. Perera en 1907 en sus Impresiones del Ceilán del siglo XX: “Pueblo eminentemente leal, profundamente sensible a los beneficios de la dominación británica, los cingaleses aspiran a gozar plenamente de la ciudadanía británica. Una constitución más libre, obras para la prevención de las inundaciones, la abolición del impuesto de capitación, la colonización sistemática de las regiones donde se han recuperado los embalses con gentes procedentes de los superpoblados distritos occidental y meridional, la ampliación del voto a las personas educadas y una mayor participación de las gentes del país en los escalones superiores de la administración pública, son algunas de las reformas más esperadas, que con mayor urgencia se necesitan y que, por sí solas, coronarán el espléndido edificio administrativo que un siglo de hábil gobierno británico ha sabido erigir en Ceilán.” En contraste con el carácter revolucionario del movimiento por la independencia nacional que se desarrolló en el vecino continente indio, una particularidad del movimiento en Ceilán fue su naturaleza totalmente reformista y limitada al estrecho horizonte de las peticiones por escrito y el envío de delegaciones. Ni un solo dirigente burgués, de E. W. Perera a D. S. Senanayake y S. W. R. D. Bandaranayake, exigió nunca la independencia nacional. Fue el movimiento de izquierdas el que, por vez primera, clamó por la independencia nacional de Ceilán.

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La I Guerra Mundial tuvo muy poca repercusión en la isla, más allá del revuelo causado por la noticia de la llegada de la cañonera alemana Emden a las costas de Ceilán. El acontecimiento más importante de ese periodo de la historia de la isla fueron los trágicos disturbios raciales de 1915. La causa inmediata de tales disturbios fueron ciertos resentimientos religiosos entre los budistas y los llamados “moros de la costa” de la zona de Kandy-Gampola. El enfrentamiento surgió a raíz de la negativa de los moros a permitir que una procesión budista pasara por delante de su mezquita. Los budistas invocaron los derechos que presuntamente les otorgaba la Convención de Kandy. Paul E. Pieris, juez del distrito de Kandy, apoyó la alegación de los budistas. Pero su decisión fue revocada por la Corte Suprema, integrada por dos jueces ingleses. Así fue como se encendió la mecha. Los altos funcionarios británicos en Ceilán sospecharon de la participación de los recién aparecidos movimientos por el renacer del budismo y por la abstinencia alcohólica, que se habían ganado la mala fama de antigubernamentales. Se dejaron llevar por el pánico y recurrieron a las medidas más extremas. Los británicos decretaron la ley marcial en todo el país durante tres meses y utilizaron la fuerza bruta, en forma de soldados punjabíes, contra los cingaleses. El número de muertos nunca se ha llegado a saber. Muchas personas, asimismo, fueron condenadas a distintas penas de prisión. El gobernador fue destituido, pero el sufrimiento de los cingaleses contribuyó a profundizar los sentimientos antiimperialistas del pueblo, así como su odio hacia los gobernantes extranjeros, lo que, a su vez, espoleó el movimiento por la reforma constitucional. De hecho, los beneficiarios inmediatos fueron algunos de los dirigentes encarcelados durante los disturbios. En menos de dos decenios, esos mismos dirigentes se convirtieron en los líderes políticos de Ceilán, ¡y, por supuesto, como leales servidores del mismo imperialismo que los habían enviado a la cárcel!

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CÁPITULO III: LA I GUERRA MUNDIAL Y LOS AÑOS POSTERIORES Los años posteriores a la I Guerra Mundial trajeron muchos cambios al mundo y, en particular, a Asia, que había estado bajo la dominación imperialista extranjera durante los dos siglos anteriores o incluso antes. El eco de las salvas de la Gran Revolución de Octubre también se dejó sentir en muchos países del continente. Las llamas de la revolución prendieron en ese gran país que es China, cuna de una de las civilizaciones más antiguas del mundo, además del país más poblado de la Tierra. Indonesia se levantó en una revuelta frustrada contra la dominación holandesa. El movimiento por la “Purna Swaraj” o independencia total cobró impulso en la India. Ceilán se vio igualmente afectado. Hubo hombres y organizaciones que se alzaron en defensa de la causa del trabajo. Ponnambalam Arunachalam, C. H. Z. Fernando y Martinus Perera crearon la Liga por el Bienestar de los Trabajadores en 1919. La Federación de Trabajadores de Ceilán se fundó en el año 1920. Sin embargo, su influencia fue limitada. Entre los pioneros del movimiento obrero de aquel tiempo, los más conocidos son A. E. Goonasinghe y Natesa Iyer. El primero defendió la causa de los trabajadores urbanos, mientras que el segundo hizo lo propio con los trabajadores de las plantaciones. Ambos colaboraron durante un tiempo. A. E. Goonasinghe, Victor Corea y otros formaron el Sindicato de Trabajadores de Ceilán en septiembre de 1922. La primera huelga general, en la que participaron 20.000 trabajadores cingaleses, tuvo lugar en 1923. Fue esta huelga la que catapultó a Goonasinghe como líder de los trabajadores. A. E. Goonasinghe, antiguo maestro de escuela, imitando fielmente el modelo británico, fundó el Congreso Pancingalés de Sindicatos y su correspondiente Partido Laborista, en consonancia con el Congreso de Sindicatos Británicos y el Partido Laborista británico, a cuyas sesiones asistía vestido con sombrero de copa y frac. Se trataba del típico esclavo imitando a su amo a la perfección. A pesar del reformismo y de los límites burgueses de su movimiento –Goonasinghe terminó en el seno del Partido Nacional Unido [UNP, en sus siglas en inglés] y siendo el mejor amigo de los empresarios–, en su día los británicos le llegaron a considerar ¡como un peligroso bolchevique! Los excesos de la burocracia británica en Ceilán durante los disturbios de 1915 habían espoleado el movimiento de reformas, si bien éste se mantuvo, en todo momento, dentro de los estrictos límites del reformismo burgués. Este movimiento ni contó con el apoyo popular, ni alentó la participación de las masas, como en la India, donde los movimientos de desobediencia civil afianzaron el respaldo popular a la reivindicación de independencia. La razón de esta diferencia se encuentra en el hecho de que, al contrario que en la India, en Ceilán aún no había nacido una burguesía nacional que quisiera reemplazar al imperialismo. En 1927, el gobierno británico encargó a la llamada Comisión Donoughmore de informar sobre las reformas necesarias en Ceilán. La importancia de la Constitución Donoughmore reside en que concedió el derecho al voto a los adultos cingaleses en un momento en que las mujeres de algunos de los países europeos avanzados, como Francia y Suiza, ni siquiera lo tenían. Además, con la excepción de A. E. Goonesinghe y su Partido Laborista, tampoco los cingaleses lo habían pedido.

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¿Por qué concedieron los británicos el derecho al voto a los mayores de edad cingaleses en esta etapa, cuando Ceilán era aún una colonia británica? Sugerir motivos altruistas en los imperialistas británicos (laboristas o conservadores) es un supuesto que está por demostrar. Hay quien sostiene que la concesión del derecho al voto a los mayores de edad fue un paso progresista que allanó el camino de las reformas que siguieron. Ésta es, sin embargo, una afirmación dudosa. La burguesía británica ya había usado las elecciones y el derecho al voto para minar el movimiento de la clase obrera británica y desviarlo del camino de la revolución, que parecía haber emprendido en los días del famoso movimiento cartista. Idéntica arma se utilizaba ahora en Ceilán para dividir y dificultar la unidad del creciente y potencialmente poderoso movimiento antiimperialista, para embotar el espíritu de lucha de las masas, para difundir la ilusión de una posible transición pacífica de tipo parlamentario y, finalmente, para desviar la atención del pueblo del verdadero núcleo del poder, que eran las fuerzas armadas. Fue un intento de sustituir mediante palabras la lucha con las armas. Cuando se vuelve la vista atrás sobre lo sucedido en estos últimos cuarenta años, desde que se concedió el derecho al voto a los mayores de edad en las elecciones en Ceilán, hay que reconocer que los británicos tuvieron más éxito del que podrían haber esperado. No es casual que fuera en el periodo Donoughmore cuando la política intercomunitaria empezó a mostrar su cara más siniestra. Incluso el “venerable caballero” Ponnambalam Ramanathan, que se había aventurado a cruzar las aguas infestadas de torpedos para interceder ante las autoridades británicas de Londres en favor de los líderes cingaleses encarcelados durante la ley marcial de 1915; que en dos ocasiones había derrotado, con el apoyo de los cingaleses, a Sir Marcus Fernando y S. W. Jayawardene en las elecciones al escaño de los cingaleses “educados” del Consejo Legislativo, que contaba con mayoría de votos nativos; incluso él, Ponnambalam Ramanathan, dimitía ahora del Congreso Nacional, que, junto a su hermano Arunachalam, había contribuido a fundar. Los dirigentes cingaleses y tamiles no pudieron ponerse de acuerdo sobre el modo de repartirse los despojos de poder que les concedían astutamente los imperialistas. El gobierno británico había arrojado la manzana de la discordia entre los dirigentes de Ceilán. La disputa en concreto surgió cuando los dirigentes tamiles de Ceilán solicitaron un escaño tamil independiente en la provincia occidental. Los dirigentes cingaleses se opusieron a ello, alegando que se trataba de una petición de carácter étnico. Ellos mismos, sin embargo, presentaron una solicitud de representación territorial que, según ellos, no era de ese tipo. En realidad, ambos enfoques lo eran en diferentes grados. Para la comunidad mayoritaria, la representación territorial se traducía en un mayor número de miembros de su raza elegidos. Para las minorías, la representación por comunidades nacionales producía el mismo resultado. Es imposible valorar las virtudes respectivas de uno u otro punto de vista. Lo único que se puede decir es que era de interés común, para la mayoría y la minoría, haber llegado a un acuerdo y haber presentado un frente unido contra su común enemigo y opresor. Ni siquiera estuvieron a la altura de esta idea tan elemental. Fue el imperialismo británico el que, por tanto, triunfó. Los habitantes de Ceilán se enfrentaban entre ellos por razones de casta, raza y religión, mientras el imperialimo extranjero los dominaba a todos. Al mismo tiempo, el control imperialista sobre la economía de Ceilán continuaba de una u otra forma, directa o indirectamente.

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Pero la Constitución Donoughmore no fue aceptada sin protestas. Influido quizás por el movimiento nacionalista revolucionario que barría el subcontinente vecino, surgió un movimiento que criticaba la Constitución Donoughmore por distar en mucho de la auténtica libertad. Apareció así una organización llamada el Congreso de la Juventud que llamó al boicot de las elecciones previstas en la nueva constitución. Aunque también el sur había prometido su apoyo, el movimiento sólo tuvo éxito en la provincia norteña. Las elecciones para cubrir los cuatro escaños de la provincia del norte fueron boicoteadas y los tamiles de dicha zona no tuvieron representación, durante cuatro años, en el primer Consejo de Estado. Algunas opiniones han sugerido que el éxito del boicot organizado por el Congreso de la Juventud en las elecciones en el norte se debió al apoyo de los elementos más conservadores por una razón completamente diferente, a saber, el rechazo por parte de la Comisión Donoughmore de la solicitud de representación étnica a favor de los tamiles. Podría haber una parte de verdad en ello. Por entonces, el Congreso de la Juventud era una organización progresista, antiimperialista y no identificada con una comunidad nacional determinada, si bien es cierto que contaba con apoyos sólo en una parte del país. Sin embargo, pronto se vio devorado por la política nacionalista emprendida en el norte por G. G. Ponnambalam y su Congreso Tamil Pancingalés. La aparición del nacionalismo en la política de Ceilán se debió, como ya se ha señalado, a la incapacidad de los dirigentes cingaleses y tamiles para ponerse de acuerdo entre ellos sobre cómo compartir la ficción de poder que los británicos estaban dispuestos a cederles. Apoyando a una parte o a la otra, según los casos, los británicos utilizaron hábilmente esta situación y consiguieron mantener a los habitantes de Ceilán divididos hasta el final. La Constitución Donoughmore había previsto un Consejo de Estado y un sistema de comité ejecutivo, cuyos miembros tendrían más voz en materia legislativa, al tiempo que se eximía a sus ministros de trabas como la responsabilidad colectiva del gabinete. El cabeza del Consejo de Ministros no disfrutaba de los poderes casi autocráticos de un primer ministro con su consejo. En cualquier caso, la constitución se cuidó de salvaguardar los intereses británicos mediante la inclusión en dicho órgano de tres altos funcionarios no electos: el ministro de Finanzas, el de Justicia y el ministro principal, a quienes de inmediato E. W. Perera apodó como “los tres policías de paisano”. Eran inamovibles y responsables tan sólo ante el gobernador que los nombraba. Era inevitable que estallara el conflicto entre los altos funcionarios designados a dedo y los ministros electos. Los británicos habían dejado bien claro que cualquier propuesta de nuevas reformas estaría condicionada a la unanimidad en el seno del Consejo de Ministros sobre tales reformas. Es decir, los británicos impusieron la unidad entre comunidades nacionales y con ello empeoraron la situación. D. S. Senanayake, el más astuto, así como el más reaccionario de los dirigentes burgueses cingaleses, trató de lograr la unanimidad, no sobre la base de la unidad entre los líderes cingaleses y tamiles, sino mediante la creación de un Consejo de Ministros pancingalés. Irónicamente, el hombre que le ayudó a encontrar la fórmula que le permitió crear dicho consejo tras las elecciones, en 1936, al segundo Consejo de Estado, fue un tamil, profesor de matemáticas en la Universidad de Colombo, el polémico C. Suntheralingam, ¡por aquel entonces amigo y asesor de Senanayake!

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La puesta en funcionamiento de un Consejo de Ministros pancingalés no hizo más que agudizar las diferencias entre comunidades. La formación del Congreso Tamil, dirigido por G. G. Ponnambalam y su estridente campaña por la representación paritaria o, como él la llamaba, por “el cincuenta-cincuenta”, tuvo su equivalente en la formación en el sur de la Asamblea Cingalesa, encabezada por S. W. R. D. Bandaranayake. El nacionalismo cingalés alimentó el nacionalismo tamil y viceversa. El pretexto esgrimido por Bandaranayake era que, antes de lograr la unidad de todas las razas, se debía lograr la de los cingaleses. R. G. Senanayake repitió este mismo argumento posteriormente. Pero la pregunta que habría habido que responder era: “Unidad, ¿para qué?” ¡Si se trataba de expulsar al conquistador extranjero, entonces era necesaria la unidad de todas las razas, no sólo de una! Si, por el contrario, la tal unidad estaba dirigida contra los tamiles, entonces la formación de la Asamblea Cingalesa estaba justificada. Si se trataba, no obstante, de esto último, entonces era una decisión de tipo nacionalista que perjudicaba al objetivo antiimperialista común. Esta tendencia a identificar a los cingaleses con Ceilán e ignorar los derechos legítimos de las minorías raciales y lingüísticas ha sido una debilidad común de todos los dirigentes políticos cingaleses burgueses. De hecho, los únicos partidos que no se identificaban con una comunidad nacional específica fueron los partidos de izquierdas. Sin embargo, hasta el Partido de la Sociedad Igualitaria de Ceilán [LSSP] y la camarilla revisionista de Keuneman terminaron por identificarse con una comunidad nacional u otra a partir de 1964 y, en especial, desde 1970. La posibilidad de que alguno de estos partidos –el UNP, el Partido de la Libertad de Sri Lanka [SLFP], el LSSP, el Frente Popular Unido, o la camarilla revisionista de Keuneman– obtenga un escaño en las zonas tamiles es tan remota como que un ciudadano de Ceilán vaya a poner un pie en la luna. No cabe la menor duda de que la dirección tomada por las políticas nacionalistas en Ceilán ha sido extremadamente negativa. Cada una de las facciones enfrentadas tenía más fe en el amo imperialista que en la otra. Era, una vez más, un ejemplo del éxito de la política imperialista del “divide y vencerás”. Es significativo que el Times of Ceylon, de capital británico, respaldara plenamente en aquel momento a G. G. Ponnambalam y su eslogan del “cincuenta-cincuenta”. En pocas palabras, esta reivindicación significaba que el electorado debía estar perfectamente encuadrado, de modo que en un consejo de 100 miembros, 50 fueran cingaleses y los 50 restantes se distribuyeran entre las minorías (25 para los tamiles de Ceilán, y los demás para el resto). La minoría tamil iba a resultar perdedora en este trágico conflicto. Después de haber realizado todo tipo de promesas a dicha minoría, al final –en el marco de las circunstancias cambiantes que se dieron al término de la II Guerra Mundial–, los imperialistas británicos decidieron entenderse con la mayoría cingalesa, dejando a los tamiles abandonados a su suerte. ¡Cuánto mejor les habría ido a los dirigentes tamiles si hubieran unido sus fuerzas con sus hermanos cingaleses en una reivindicación común contra el amo imperialista! Pero para eso debería haber habido un estadista de una talla que no existía ni entre los dirigentes burgueses ni entre los de las comunidades nacionales. Los nombres de G. G. Ponnambalam y de su más reciente discípulo, S. J. V. Chelvanayagam, pasarán a la historia como los de dos hombres que engañaron a los tamiles, condenándolos a la oscuridad política en que todavía están sumidos. Ello no exime de responsabilidad a los líderes de la comunidad cingalesa, pero, como minoría que tenía más que perder, los dirigentes tamiles deberían haber sido más responsables y previsores. Entretanto, otro factor intercomunitario había entrado en escena. La crisis económica mundial de 1929-1931 también se dejó notar en Ceilán. Los precios del caucho cayeron

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a su nivel más bajo. Se perdieron muchas fortunas y, por primera vez, el desempleo entre los cingaleses se convirtió en un problema grave. Los parados cingaleses empezaron a mirar con envidia a los trabajadores indios de las plantaciones, que tenían garantizado el pleno empleo. A. E. Goonesinghe fue el primero en percatarse del enorme potencial que tenía esta situación. Fue él quien puso en marcha la oleada de protestas antiindias, que llegaron a alcanzar enormes proporciones, exigiendo la repatriación de los trabajadores de ese origen. Lo que más tarde se denominó el problema indo-cingalés acababa de estallar. El segundo Consejo de Estado debatió y aprobó una resolución en que se solicitaba la repatriación de una parte de los trabajadores indios empleados en Ceilán. Es interesante notar que los dos miembros del LSSP en el Consejo de Estado en ese momento, N. M. Perera y Philip Gunawardena, votaron a favor de dicha resolución, a pesar de que la posición oficial de su partido defendía que la clase obrera no tiene fronteras nacionales. La ideología antiindia se convirtió en un importante factor de la política de Ceilán que D. S. Senanayake, en la posguerra, supo convertir en la fusta con que azotar a los movimientos de izquierdas. En vísperas de que el Congreso Nacional indio decidiera formar un gobierno, en los albores de la II Guerra Mundial, Pandit Nehru viajó a Ceilán en 1940 para tratar de resolver los problemas entre ambos países. Pero no lo consiguió. Antes de marcharse, Nehru aconsejó a la comunidad india de Ceilán que se organizara en un Congreso Indio de Ceilán, lo cual constituyó, sin duda, un consejo retrógrado y deplorable. Si los trabajadores de origen indio, engañados de ese modo, no hubieran creado organizaciones independientes del resto de su clase, aislándose así de la corriente principal del movimiento de izquierdas y progresista de Ceilán, no habrían caído en la trampa de Senanayake y de sus intentos de dividirlos y aislarlos de los trabajadores y campesinos cingaleses. En realidad, fue una tragedia cuya extensión y magnitud aún no se ha calibrado en su justa medida. La importancia del problema indo-cingalés no surge del hecho de afectar a más de un millón de personas de origen indio, sino del hecho de que la inmensa mayoría de esas personas constituye el grueso de la clase obrera de la isla y, especialmente, de los trabajadores de la industria, responsable de la prosperidad del moderno Ceilán. Aunque el movimiento de izquierdas no lo hizo, D. S. Senanayake interpretó correctamente este problema como una cuestión de clase y no como una cuestión nacional. Entendió que estos trabajadores de las plantaciones de origen indio eran una fuerza potencialmente revolucionaria y, en consecuencia, sus enemigos. Que Senanayake había comprendido correctamente la cuestión quedó confirmado cuando, en las elecciones parlamentarias de 1947, estos trabajadores, a través de su organización, el Congreso Indio de Ceilán, consiguieron siete escaños propios, que no sólo se oponían al UNP, sino que también contribuyeron a la victoria de un gran número de candidatos contrarios a dicho partido, en especial candidatos de izquierdas en otras circunscripciones. La suerte estaba echada cuando, en las elecciones parciales en Kandy, que se celebraron inmediatamente después de las generales de 1947, el voto de la minoría india provocó la derrota del candidato del UNP y la victoria de T. B. Illangaratne. D. S. Senanayake juró que esto no volvería a suceder jamás. En 1948, D. S. Senanayake presentó la Ley de Ciudadanía, que establecía criterios extremadamente rigurosos para todas aquellas personas de origen indio y paquistaní que quisieran convertirse en ciudadanos de Ceilán. Dichos criterios se implantaron para que

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sólo unos pocos pudieran cumplirlos. Al mismo tiempo, se decretó que sólo los ciudadanos cingaleses tuvieran derecho al voto. De un solo golpe los trabajadores de origen indio perdieron su ciudadanía y el derecho al voto, quedando reducidos a la categoría de apátridas. Ya no eran ciudadanos ni de la India ni de Ceilán. El Congreso Indio de Ceilán fue incapaz de organizar protesta efectiva alguna más allá de actos simbólicos de resistencia pasiva. Para su eterna vergüenza, el movimiento de izquierdas permaneció de brazos cruzados. D. S. Senanayake había dado una victoria incruenta a la reacción. Pero remontémonos un poco atrás en el tiempo. El periodo entre las dos grandes guerras vio la propagación de las ideas marxistas en Ceilán, traídas a la isla por estudiantes que habían cursado en universidades británicas y allí habían entrado en contacto con el marxismo, en pleno auge debido a la Revolución de Octubre en Rusia. Al calor de estas ideas, se inició el movimiento Suriya Mal en 1934, amplio conglomerado en el que confluyeron nacionalistas, antiimperialistas, socialistas y comunistas. La venta de amapolas el Día del Armisticio, el 11 de noviembre, era una actividad abiertamente proimperialista. Por lo tanto, los integrantes del movimiento Suriya Mal organizaron una campaña para contrarrestarla, vendiendo flores de suriya (Thespesia populnea) ese mismo día. Estas ventas se siguieron realizando año tras año hasta el principio de la II Guerra Mundial. Mientras tanto, en el año 1935 se fundó el LSSP, el primer partido de izquierdas creado en Ceilán. La mayoría de sus dirigentes eran hombres que habían vuelto del extranjero después de su formación universitaria. Todos ellos defendían puntos de vista avanzados y radicales. Muchos no dudaban en afirmar abiertamente que habían abrazado el marxismo en el extranjero. Algunos de ellos eran trotskistas encubiertos. No parece haber duda alguna respecto al hecho de que existía un núcleo duro oculto de trotskistas en la dirección del LSSP, lo cual, probablemente, respondía a que no se habían formado en el seno de un auténtico partido comunista. Sin embargo, en un principio, el LSSP trabajó en estrecha colaboración con los Partidos Comunistas de Gran Bretaña y de la India. Este último partido prestó a alguno de sus cuadros tamiles para desarrollar labores políticas entre los trabajadores de las plantaciones de esta etnia en Ceilán. El LSSP también dio su apoyo a la Unión Soviética y, durante los primeros años, los discursos de su primer presidente, el abogado Colvin R. de Silva, estaban llenos de admiración por la URSS. En esa época, el LSSP realizó propaganda de masas en favor del socialismo y el antiimperialismo. Incluso dos de sus dirigentes, N. M. Perera y Philip Gunawardena, resultaron elegidos en el segundo Consejo de Estado. No obstante, su sectarismo se puso de manifiesto en su llamamiento, aún bajo el yugo británico, a la formación de un gobierno obrero y campesino, y en su condena de todo el trabajo sindical como reformista. De hecho, la mayoría de aquellos caballeros no eran en absoluto revolucionarios, como afirmaban, sino radicales pequeño burgueses. Sus consignas sectarias y ultraizquierdistas eran, en realidad, una reacción a la mentalidad servil y absolutamente proimperialista que exhibían los políticos burgueses del Ceilán de aquel tiempo, encabezados por D. B. Jayatileke y D. S. Senanayake. Llenaron el vacío provocado por la falta de un sector antiimperialista de la burguesía cingalesa. Ellos fueron los Nehru y los Bose de Ceilán. Estaban en sintonía con el ala izquierda del Congreso Nacional indio. Kamaladevi Chattopatoyaya, uno de los agitadores de la izquierda del Congreso Nacional indio, recorrió Ceilán invitado por el LSSP. Hasta el propio Nehru fue presentado por el LSSP en un mitin público

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celebrado en Galle Face, cuando estuvo en Ceilán en 1940. Hoy, retrospectivamente, una vez desenmascarado el LSSP, es fácil entender el papel de sus dirigentes. No eran revolucionarios marxistas. Eran radicales pequeño burgueses disfrazados de revolucionarios. Pero, al mismo tiempo, lograron engañar a mucha gente. La primera escisión en el LSSP ocurrió en 1939-1940, durante la guerra soviético-finlandesa. La histeria antisoviética desatada por los imperialistas y los reaccionarios en aquella época hizo que saliera a la luz la cara trotskista oculta de los dirigentes del LSSP. Fueron ellos quienes hicieron que se aprobara a toda prisa en el Comité Central una resolución de condena de la Tercera Internacional Comunista y de la Unión Soviética. Todos aquellos que se opusieron a esta decisión fueron expulsados del partido so diversos pretextos. Es necesario señalar que esta escisión se basó en razones artificiosas y nada tuvo que ver con las políticas o tácticas del movimiento de izquierdas en Ceilán. A partir de ese momento, el LSSP anunció abiertamente su lealtad a la filosofía contrarrevolucionaria del trotskismo. También debe dejarse constancia aquí de que todos los grupos trotskistas que aparecieron en Ceilán terminaron en el campo contrarrevolucionario. El llamado padre del trotskismo en la isla, Philip Gunawardena, acabó su vida política en el seno del UNP. El principal grupo trotskista, encabezado por N. M. Perera, claudicó ante la burguesía nacional, traicionando abiertamente a la clase obrera y dando la espalda a todo lo que fuera revolucionario. Los dos diputados del grupo que se escindió del LSSP en 1964 –Samarakoddy y Merryl Fernando– votaron con el UNP en diciembre de 1964 para derrocar el gobierno de coalición, allanando así el camino para la vuelta del UNP en 1965. El actual representante autorizado de la Cuarta Internacional, Bala Tampoe, aceptó una beca de la Fundación Asia, financiada por la embajada norteamericana, para visitar los EEUU, mientras su mujer hacía lo propio con una beca de la Fundación Ebert de Alemania Occidental. Los comunistas expulsados se constituyeron, en un primer momento, en el Partido Socialista Unido que, en 1943, pasó a denominarse Partido Comunista de Ceilán. Aunque diferían por su origen de clase de los dirigentes del LSSP, que eran en su mayoría ricos de la clase media alta, los dirigentes del PC no eran, sin embargo, más revolucionarios. Sus líderes principales habían llegado al marxismo a través del Partido Comunista de Gran Bretaña, al que se habían unido durante sus días universitarios en Inglaterra. Y el Partido Comunista de Gran Bretaña era ya revisionista incluso antes de Kruschev. El resultado fue que estos comunistas trajeron a Ceilán las políticas y estilos de trabajo revisionistas que antes habían aprendido de los “camaradas” británicos. El PC reaccionó ante el trotskismo sectario de izquierdas del LSSP adoptando posiciones reformistas de derechas que les pusieron en muchas ocasiones en situaciones ridículas. En poco tiempo, no obstante, tanto el LSSP como el PC habían degenerado en apéndices parlamentarios del SLFP. Es cierto que, cuando el LSSP concurrió por vez primera a las elecciones al Consejo de Estado, proclamó su intención de utilizar el Consejo como plataforma para difundir sus políticas. Estas buenas intenciones, sin embargo, quedaron relegadas al olvido como consecuencia de la corrupción engendrada por décadas de política parlamentaria burguesa llevada a cabo por los dirigentes de ambos partidos. En 1956, la victoria electoral aplastante de Bandaranayake puso fin al potencial revolucionario que aún pudiese quedar. La transformación de ambos partidos en dos fuerzas parlamentarias completamente mansas era absoluta, llegando al punto de depravación política de respaldar y hacer suyas las consignas nacionalistas (por

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ejemplo, la línea “masala vadai”5 de 1965 del ala derechista del SLFP). Es más, en un intento de engañar tanto a dios como al diablo, los dirigentes de estos partidos comenzaron a participar en ceremonias religiosas, mostrándose encantados de hacerse fotos mientras ofrecían flores a las estatuas de Buda. No es intención de esta obra entrar en los detalles de las distintas escisiones, así como de los giros y bandazos políticos que se produjeron en el seno de dichos partidos, cuestión que merece atención aparte. Pero sí es importante señalar aquí que, en 1964, los elementos revolucionarios que había en el PC se reconstituyeron como Partido Comunista de Ceilán, basado en el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tse-Tung, mientras que la camarilla revisionista de Keuneman se unió al LSSP, culminación de su sometimiento al SLFP, y esos tres partidos formaron el Frente Unido. La II Guerra Mundial, a diferencia de la Primera, tuvo consecuencias mucho más directas para Ceilán. En primer lugar, con la entrada de Japón en guerra, Ceilán se convirtió de lleno en teatro de operaciones bélicas. A pesar de que tuvo la suerte de no sufrir más que un solo ataque aéreo japonés, en Kandy se instaló el Cuartel General del Comando del Asia Suroriental de Mountbatten. El acantonamiento de tropas de la Commonwealth en Ceilán y el enorme gasto militar imperial debido al esfuerzo bélico dirigido desde la isla, produjeron una prosperidad artificial. El desempleo desapareció. La mayoría de la gente encontró un trabajo, normalmente relacionado con la guerra. El té y el caucho se vendían a buenos precios, especialmente este último. Tanto es así que el caucho se explotó, hasta agotar su extracción, en interés de la guerra y por los beneficios inmediatos que producía. Pero no era Ceilán quien obtenía el valor real por el caucho que producía. Gran Bretaña compraba la mayor parte de la producción a un precio fijo que se abonaba en nuestras cuentas en Londres contra futuros pagos. Era lo que luego se conoció como los saldos en libras esterlinas, que D. S. Senanayake agotó estúpidamente en importaciones de productos alimenticios. El Consejo de Ministros cooperó lealmente con el gobierno británico. El LSSP y el Partido Socialista Unido (predecesor del PC) fueron prohibidos y sus dirigentes detenidos o procesados en 1941. Los líderes del LSSP se fugaron de la cárcel en 1942 y huyeron a la India, presuntamente para dirigir la revolución allí. En la India disolvieron el LSSP y con algunos elementos trotskistas indios fundaron el Partido Bolchevique Leninista de la India, Birmania y Ceilán, nombre sumamente ambicioso, sin duda, pero que ponía de manifiesto su divorcio de la realidad. También resultaron detenidos en la India y, de inmediato, devueltos a Ceilán, donde quedaron en libertad una vez acabada la guerra. En la isla resucitaron el LSSP bajo la dirección de Philip Gunawardena y N. M. Perera, mientras que el Partido Bolchevique Leninista siguió funcionando bajo la dirección de Colvin R. de Silva y Leslie Gunawardena. En 1951 ambas organizaciones se unieron, pero Philip Gunawardena volvió a romper la baraja para crear el Partido Revolucionario de la Sociedad Igualitaria de Ceilán [VLSSP]. Mientras tanto, los comunistas utilizaron la favorable situación creada por la entrada de la Unión Soviética en la guerra y sus éxitos contra la Alemania de Hitler para presentarse como Partido Comunista en 1943. En los años de la guerra se asistió también al surgimiento de un poderoso movimiento sindical en Ceilán. Ello se debió, por un lado, a la favorable situación en que se

5 Nombre de una comida típica tamil. [N. de los t.]

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encontraban los trabajadores como resultado de la escasez de mano de obra experimentada durante aquellos años y, por otro, a la labor de dirección que ejercieron los partidos de izquierdas. El papel de líder sindical que ostentaba A. E. Goonesinghe fue puesto en entredicho de manera eficaz hasta conseguir que se le expulsase y desenmascarase como el colaborador de clase de la peor calaña que fue. Los comunistas organizaron la Federación Sindical de Ceilán [CTUF] en 1940. Fue la principal fuerza entre los trabajadores urbanos durante los años de la guerra. A su vez, los dirigentes del LSSP, tras ser liberados, se hicieron cargo de la Federación del Trabajo de Ceilán, que desarrollaron como central sindical opuesta a la CTUF, dando así la espalda a la teoría original del LSSP sobre el papel de los sindicatos. En las plantaciones, el gobierno de Madrás, a instancias de Nehru tras su fallido intento de resolver el problema indo-cingalés en 1939-1940, prohibió todo tipo de emigración de mano de obra india a Ceilán, lo cual estimuló la organización de los trabajadores de las plantaciones en sindicatos, puesto que los latifundistas ya no podían ni repatriar a los trabajadores conflictivos a la India, ni traer de aquel país mano de obra fresca a su voluntad, como habían hecho antaño. La Federación de Trabajadores Indios de Natesa Iyer y el Sindicato de Trabajadores del Congreso Indio de Ceilán fueron los principales sindicatos contendientes. Este último, que más tarde se convirtió en el Congreso de los Trabajadores de Ceilán, ganó la partida, aunque también sufrió una escisión de la que surgió el Congreso de los Trabajadores Democráticos. Las divisiones se debían al choque de personalidades y no a diferencias políticas reconocibles. Los dirigentes de ambos grupos eran burgueses y carecían de soluciones a los problemas que afectaban a los trabajadores de las plantaciones, tanto desde el punto de vista de clase como del nacional.

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CAPÍTULO IV: LA APARICIÓN DEL NEOCOLONIALISMO Mientras tanto, con el objetivo de lograr nuevas reformas, el segundo Consejo de Estado, cuyo mandato se prolongó debido a la guerra, adoptó una resolución reformista impulsada por S. W. R. D. Bandaranayake, en la que se solicitaba la cesión de mayores márgenes de libertad. Retrospectivamente, es interesante destacar que esta resolución pedía la sustitución del inglés como idioma oficial por el cingalés y el tamil. Los británicos, no obstante, crearon la Comisión Soulbury para investigar las solicitudes de nuevas reformas; aunque oficialmente D. S. Senanayake boicoteó la comisión, en privado hizo partícipes a sus miembros de sus puntos de vista. Las recomendaciones que formuló la Comisión Soulbury deben valorarse a la luz de las nuevas condiciones que habían surgido a finales de la II Guerra Mundial, que tan radicalmente había cambiado la historia del mundo. La derrota de Alemania, Italia y el Japón fascistas, así como la transformación de la Unión Soviética socialista en una gran potencia, dieron un formidable empuje a los movimientos de liberación nacional en Asia. El imperialismo británico se dio cuenta de que no podía seguir gobernando sus colonias a la manera tradicional, por lo que decidió llegar a un compromiso con las burguesías nativas de dichas colonias, alarmadas también por que, debido al creciente carácter revolucionario de los movimientos de liberación nacional, resultasen ellas mismas barridas con el imperialismo. De ese modo, para asegurar la mutua explotación del pueblo, se sentaron las bases de un compromiso entre el imperialismo y las burguesías autóctonas en el que éstas actuarían como socio minoritario de aquél. A su vez, el imperialismo británico acordó transferir un poder aparente a cambio de la garantía de sus inversiones económicas en las colonias. La misma explotación colonial de viejo cuño prosiguió con ligeras modificaciones. En algunos casos, incluso se intensificó. Sin embargo, ahora, los imperialistas permanecían en un segundo plano. Habían pasado a la parte de atrás mientras a la burguesía nativa se le había asignado el asiento del conductor. Las marionetas que danzaban en el teatro local eran autóctonas, pero los hilos invisibles que las manejaban se movían en Whitehall o Washington. Éste era el método que el imperialismo norteamericano ya había perfeccionado en sus relaciones con los países de América Latina. Estos últimos eran nominalmente independientes e incluso miembros de la ONU. Pero todos ellos estaban, sin embargo, bajo el férreo control del todopoderoso dólar y obedecían a sus dictados. Ésta es la clásica forma de dominación económica conocida como neocolonialismo. Ésta fue la mercancía averiada que se hizo pasar por independencia en 1948 a países como la India, Birmania y Ceilán. En 1948, Ceilán pasó del gobierno colonial al neocolonial. A fin de que funcionara el sistema parlamentario de gobierno otorgado por la Constitución Soulbury, D. S. Senanayake unió en 1947, bajo su dirección, a todos los partidos burgueses, a saber, el Congreso Nacional, la Asamblea Cingalesa y la Liga Musulmana –todos excepto el Congreso Tamil–, en un nuevo partido, el Partido Nacional Unido [UNP, en sus siglas en inglés]. La historia política posterior de Ceilán se puede comparar a un juego de sillas musicales entre las familias Senanayake y Bandaranayake. Durante los primeros nueve años, de 1947 a 1956, el país estuvo gobernado por el clan Senanayake (padre, hijo y sobrino). En los nueve siguientes, de 1956 a 1965, le correspondió el turno a la familia Bandaranayake (marido y esposa).

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Entre 1965 y 1970, cinco años más, volvieron a la poltrona los Senanayake (hijo). En 1970, el péndulo regresó a los Bandaranayake (esposa). Ello no quiere decir que no hubiera diferencias entre los Senanayake y los Bandaranayake o entre el UNP y el Partido de la Libertad de Sri Lanka [SLFP]. Había diferencias, pero no lo bastante fundamentales como para representar una solución diferente a los problemas básicos del pueblo. Los problemas fundamentales no sólo siguieron sin resolverse, sino que se agravaron aún más tras los 23 años de gobiernos parlamentarios burgueses de los Senanayake y los Bandaranayake. Mientras ambos clanes ensayaban, con nulo éxito, los mismos remedios envueltos en discursos diferentes, la suerte de la mayoría del común siguió deteriorándose. El UNP representa a la burguesía compradora, que es proimperialista, prooccidental y antinacional. Sus dirigentes imitaban a Occidente en el lenguaje, el vestido, las costumbres y la cultura. Defendían la permanente dominación imperialista de nuestra economía. El SLFP representaba a la burguesía cingalesa, cuyo desarrollo en Ceilán como clase separada durante el primer decenio que siguió a la II Guerra Mundial se debió a la acumulación de capital en manos locales, resultado de los negocios efectuados durante la guerra y con posterioridad a ella. La burguesía nacional deseaba reemplazar al imperialismo y desarrollar el capitalismo nacional. En esa medida, tenía una perspectiva progresista. Sin embargo, como clase, también ella era burguesa y mostraba todas las inhibiciones inherentes a su carácter clasista. Es la tercera vez que la burguesía nacional saborea el poder y era inevitable que en sus filas se produjera una evolución en consonancia. Algunos de los sectores que la integran han alcanzado el grado de burguesía compradora, que no se encuentra ya, exclusivamente, en las filas del UNP. Además de ello, también ha surgido otro grupo de capitalistas como consecuencia de la proliferación de las empresas estatales, una clase de capitalistas que ha llegado a serlo sin poseer un capital propio. Se trata de los jefazos de las nuevas sociedades públicas, quienes han sacado buen provecho de sus jugosos sueldos, así como de la corrupción y los sobornos con la venta de licencias comerciales, las comisiones, etc. Todos ellos apoyan al gobierno de turno, porque de eso depende su propia existencia. Por esta razón, es completamente acientífico llamar socialista al SLFP, en el sentido de que defienda la abolición del capitalismo. A pesar de que ambos bandos sigan hablando de socialismo para engañar al pueblo, existe acuerdo entre el UNP y el SLFP (y ahora el Frente Unido) sobre la continuidad del sistema capitalista. Sin tal entendimiento común en temas fundamentales, el funcionamiento del sistema parlamentario burgués es imposible. Partiendo de esa base, detengámonos a analizar más de cerca los acontecimientos políticos desde las primeras elecciones parlamentarias de 1947. Aquél fue el año de la famosa huelga general de mayo-junio, organizada por el Partido Comunista y el Partido de la Sociedad Igualitaria de Ceilán [LSSP]. Las organizaciones sindicales que oficialmente la dirigían a través de un comité conjunto eran la Federación Sindical de Ceilán (del PC), la Federación del Trabajo de Ceilán (del LSSP), y la Federación Sindical de Funcionarios que dirigían conjuntamente, por entonces, el PC y el LSSP. En su punto más álgido, cerca de 50.000 trabajadores tomaron parte en la huelga. Un funcionario llamado Kandasamy resultó muerto de un disparo durante una manifestación. Esta huelga representó un hito en la historia del movimiento

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revolucionario, superado tan sólo por el hartal6 de 1953. Sin embargo, la fuerza bruta del Estado, que contó con el hábil apoyo de las mentiras de la prensa burguesa, consiguió sofocarla. Centenares de trabajadores de todos los sectores fueron despedidos de sus trabajos como acto de venganza del gobierno y de la clase capitalista. D. S. Sananayake y Oliver Goonetileke usaron esta huelga como arma de negociación en sus conversaciones en Whitehall de ese mismo año. Asustaron a los imperialistas británicos diciéndoles que la huelga general era el presagio de lo que se avecinaba –la alternativa roja– si no se concedían las reformas que les solicitaban y no se les cedía el poder. Ni que decir tiene que los sentimientos militantes despertados por la huelga fueron la causa de las victorias electorales de gran número de candidatos contrarios al UNP. En cualquier caso, un hecho importante que muchos analistas políticos soslayan con frecuencia y oportunamente es que D. S. Senanayake y su UNP no consiguieron obtener la mayoría en las primeras elecciones parlamentarias celebradas en 1947, y ello a pesar de la feroz campaña antimarxista, con carteles que exhibían consignas como “Salvad la religión de las llamas del marxismo”. De 100 escaños, la UNP obtuvo solamente 46. Los tres partidos de izquierda, que concurrieron por separado, lograron 20 escaños (el LSSP 10, el Partido Bolchevique Leninista [BLP] 5 y el PC 5), mientras el Congreso Tamil y el Congreso Indio de Ceilán consiguieron 7 cada uno. Los independientes se hicieron con 20. Estaba claro que éstos tenían el control de la situación en sus manos. Ambos bandos los cortejaron. La famosa conferencia de “Yamuna”, que reunió a todas las fuerzas opuestas al UNP, se celebró en la residencia del señor H. Sri Nissanka, pero acabó sin acuerdo. La situación se allanó para el UNP cuando Colvin R. de Silva, el líder del BLP, ofendió a los independientes calificándolos de “burros de tres cabezas”. De ese modo, D. S. Senanayake logró atraer a un número suficiente de independientes a su campo, lo que le permitió formar gobierno. Aun así, la realidad inalterable era que su partido había obtenido sólo una minoría de votos en las elecciones. Un hecho digno de mención es que en las elecciones de 1947 los partidos de izquierda obtuvieron el mejor resultado de su historia. De un total de 100 escaños, los tres partidos obtuvieron 20. En 1952 la cifra se redujo a 13, mientras que en 1956 alcanzaron 17. En 1960 y 1965, en que el número de parlamentarios se amplió hasta los 150, los partidos de izquierda vieron mermar su porcentaje de voto. Sólo en 1970 mejoraron sus resultados gracias al acuerdo del Frente Unido con el SLFP, aunque sin alcanzar la quinta parte de los escaños conseguida en 1947. En febrero de 1948 se escenificó la farsa de la concesión a Ceilán de la llamada independencia. La base de esta cesión de poder aparente ya se ha descrito. Pero nótese que incluso esta apariencia de poder no se concedió hasta que D. S. Senanayake, actuando sin previa consulta al parlamento, hubo firmado un acuerdo de defensa con Gran Bretaña. Casualmente, este acuerdo nunca ha sido denunciado posteriormente. Ceilán pasó de ser una colonia a ser una neocolonia. Toda la parafernalia visible de la independencia: la bandera nacional, el himno, un hombre de tez cobriza en Queen’s House, etc., estaba allí. Pero la esencia de la explotación imperialista seguía siendo la misma.

6 Huelga general. [N. de los t.]

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D. S. Senanayake fue plenamente consciente de que la mayoría del pueblo no le había aceptado. Todas sus políticas se orientaron, por tanto, a lograr una mayoría absoluta en las elecciones generales. Fue él quien puso en marcha el proceso de soborno sistemático del electorado. Pronto agotó las reservas en libras esterlinas que Ceilán atesoraba en Londres, gastadas en la importación de productos alimenticios. Si este dinero se hubiera invertido en la importación de maquinaria industrial, el beneficio para el país habría sido inmenso. Pero Senanayake no creía en el desarrollo industrial. No fue ése, no obstante, su peor error. Durante su mandato empezó la práctica de subsidiar el arroz. Hoy todo el mundo reconoce la intolerable carga que este subsidio, que ha llegado a sobrepasar los 600 millones de rupias anuales, impone a la economía. Sin embargo, en la actualidad, la subvención del arroz se ha convertido en una cuestión política. Si se pudiera decir cuál es la medida tomada conscientemente por un gobierno que más ha contribuido a la ruina económica del país, ésa sería la decisión de subvencionar el arroz adoptada por D. S. Senanayake. Las futuras generaciones vivirán para maldecir su nombre. Antes de finales de 1948, D. S. Senanayake se ganó a su hasta entonces implacable rival, G. G. Ponnambalam, al ofrecerle una cartera ministerial. No hay que olvidar que Ponnambalam había derrotado al candidato de Senanayake, A. Mahadaveda (hijo de Ponnambalam Arunachalam) en las elecciones de 1947, en la circunscripción de Jaffna. Por lo tanto, su unión fue una jugada absolutamente oportunista por ambas partes. Pero fracturó el Congreso Tamil. S. J. V. Chelvanayagam lo abandonó para formar el Partido Federal, que siguió involucrado en la política de la comunidad tamil en el norte. El Congreso Tamil, aunque no renunció al nacionalismo, dejó de desempeñar papel efectivo alguno en la política tamil o cingalesa a partir de 1948, a pesar de que Ponnambalam logró conservar su escaño hasta 1970. Él mismo abandonó su política del “cincuenta-cincuenta” y volvió a sus antiguas posiciones, hasta el punto de apoyar las medidas de D. S. Senanayake para privar de la nacionalidad y del derecho al voto a los trabajadores de las plantaciones tamiles de origen indio. En 1951, el UNP entró en crisis, acontecimiento que afectó al desarrollo político posterior de Ceilán. El presidente de la cámara y hombre de mayor talento de entre todos los que rodeaban a D. S. Senanayake, vástago de una aristocrática familia proimperialista de Ceilán y emparentado por matrimonio con una familia feudal de Kandy, era S. W. R. D. Bandaranayake, quien había recibido una educación liberal en Oxford. Bandaranayake siempre se había visto como el heredero natural de Senanayake. Pero ahora daba la impresión de que el “viejo” tenía otras ideas. Senanayake promovió hábilmente la rivalidad entre S. W. R. D. Bandaranayake y Sir John Kotalawala, su sobrino, si bien su anhelo había sido siempre que le sucediera su hijo. Bandaranayake abandonó indignado las filas del UNP y se pasó a la oposición. Ese mismo año, Bandaranayake creó el Partido de la Libertad de Sri Lanka [SLFP]. Con independencia de los motivos que le impulsaron a dejar el UNP, se percató rápidamente del potencial que tenía unir a todas las fuerzas contrarias a dicho partido, y dar satisfacción a las aspiraciones nacionalistas y culturales del común. Bandaranayake había sido uno de los miembros budistas –lo más opuesto a los “cristianos de arroz”7– del Consejo de Estado creado por la llamada Constitución Donoughmore. Había 7 Apelativo que se daba en Asia a los nativos que se convertían a la religión de los imperialistas europeos por motivos exclusivamente materiales. [N. de los t.]

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adoptado la vestimenta nacional. Posteriormente, se convirtió en el adalid de la lengua cingalesa, aunque él mismo estaba imbuido de la cultura occidental. Todo ello le permitía mostrarse extraordinariamente sensible al sentir popular, lo cual hubo de resultarle de gran utilidad. Si se trataba de oportunismo, cabía excusárselo. No obstante, por aquel entonces, aún estaba en plena travesía del desierto. En esas circunstancias, el 22 de marzo de 1952, D. S. Senanayake se cayó del caballo mientras montaba por Galle Face Green y se mató. Lo que siguió fue la más indecorosa disputa por la sucesión que cabe imaginar, descrita de forma inimitable por un correligionario de Sir John Kotalawala, uno de los contendientes, en el archipopular folleto titulado “El derbi del primer ministro”. Así las cosas, fue el “viejo” quien resolvió el asunto desde la tumba. Parece ser que había aconsejado al gobernador general, Lord Soulbury –en ese momento de permiso en Inglaterra–, que, en caso de que le pasará algo (a D. S. Senanayake), recurriera a su hijo Dudley para formar gobierno. Y esto es precisamente lo que Soulbury hizo en su apresurado retorno, ignorando las razones del más veterano de los conmilitones de D. S. Senanayake, Sir John Kotalawala, quien, a pesar del enfurruñamiento pasajero, consintió finalmente en ponerse a las órdenes de Dudley. Que Dudley Senanayake sucediera a su padre al modo más genuinamente dinástico, que a Bandaranayake, tras su asesinato, le sucediera su viuda y que, desde entonces, no haya habido un solo primer ministro de Ceilán que no fuese cingalés, goigama y budista, revelan hasta qué punto prevalecen las concepciones feudales en el país. La idea de que sólo el hijo es quien mejor puede interpretar los puntos de vista políticos del padre o la de que sólo una viuda pueda hacer lo propio con el legado político de su difunto marido nada tienen de democráticas. Son ideas feudales. En el caso del hijo, al menos había sido ministro en el gabinete de su padre. En el de la viuda, ni siquiera había llegado a gozar de la confianza política de su marido. ¡Estamos tan absolutamente enfangados en las tradiciones y las ideas feudales, que ya se habla de que el principal objetivo de la actual primera ministra es aferrarse a las riendas del poder todo el tiempo que haga falta para asegurar la sucesión de su hijo! La victoria en las elecciones generales de 1952 fue relativamente sencilla para Dudley Senanayake, ya que supo explotar al máximo todos los sentimientos de emoción provocados por la muerte de su padre. Las elecciones se celebraron anticipadamente porque John Exter, el director estadounidense del Banco Central, había advertido de la inminencia de la crisis económica, recomendando la formación de un nuevo gobierno, antes de adoptar severas medidas de ajuste. En los presupuesto del UNP de 1953 se detallaban las medidas que harían recaer la carga de la crisis económica sobre los hombros del pueblo. Se suprimió el subsidio del arroz, cuyo precio se triplicó. Las tarifas de ferrocarril y postales aumentaron, y el almuerzo gratuito del mediodía quedó eliminado en las escuelas. Pero el pueblo no estaba dispuesto a aceptar esa carga. Las direcciones de los partidos de izquierda aún no habían degenerado hasta caer en el reformismo de los años posteriores. En un comunicado unitario de los tres partidos de izquierda y de los sindicatos que dirigían, se convocó un hartal para el 12 de agosto de 1953. La respuesta del pueblo fue estupenda. Todos los sectores de la clase obrera, con excepción de los trabajadores de las plantaciones, respondieron al llamamiento. A pesar de la negativa de Bandaranayake a sumarse a la convocatoria del hartal, la práctica totalidad de las

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fuerzas contrarias al UNP se unió a la poderosa oleada de protestas. Los autobuses y los trenes no funcionaban. Las tiendas estaban cerradas. Cesó toda la actividad laboral, la Administración se paralizó y se supo que el gobierno se había refugiado en la seguridad de un barco en el puerto de Colombo. Fue el punto álgido de la acción revolucionaria conocida hasta entonces en Ceilán. Era una muestra de hasta dónde estaban las masas dispuestas a llegar, si se les daba una dirección unida y revolucionaria. Por desgracia, la gran respuesta popular asustó a las direcciones reformistas de los partidos de izquierda tanto como al gobierno. Los primeros desconvocaron el movimiento la tarde del mismo día 12, mientras éste declaró el estado de emergencia y recurrió a la represión a gran escala. Doce personas murieron por disparos y cientos fueron encarceladas. Una de las consecuencias del hartal fue que el primer ministro se acobardó y dimitió, desapareciendo de la vida política hasta su retorno en 1960. Sir John Kotalawala se convirtió entonces en primer ministro, desarrollando una política absolutamente reaccionaria en el país y de total sumisión a los imperialistas en el plano internacional. Siempre dispuesto a ser un instrumento en manos de los imperialistas, acudió a la famosa conferencia de Bandung, donde pronunció un provocativo discurso anticomunista con la intención de molestar a Chu En-Lai. Este último, no obstante, lo ignoró con el siguiente comentario: “No he venido aquí a pelearme”. Su papel como primer ministro se recuerda, igualmente, por su negativa a permitir la entrada en el país de un equipo de fútbol soviético y de un grupo de científicos del mismo país que iba a observar un eclipse solar, así como por su abierto desprecio hacia la sensibilidad religiosa y cultural del pueblo, tal como quedó demostrado en el incidente de la barbacoa. Su absoluta falta de cercanía al sentir popular se hizo patente, finalmente, en su convocatoria de elecciones anticipadas basándose en la idea equivocada de que el UNP nunca había estado en mejor situación.

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CÁPITULO V: LA ERA BANDARANAYAKE No obstante, antes de que la avalancha de acontecimientos le superara, Sir John contribuyó decisivamente a enredar la polémica que había surgido en relación con la cuestión lingüística. Abrumado, al parecer, por la acogida que le dispensaron en una de las islas próximas a Jaffna, donde le adornaron con una corona, Sir John prometió el mismo estatus para el cingalés y el tamil. El resultado fue una violenta reacción de los cingaleses en el sur. Estupefacto por la tormenta que había provocado, Sir John trató de apaciguar los ánimos de los cingaleses celebrando en Kelaniya una reunión del Partido Nacional Unido [UNP, en sus siglas en inglés], en la que éste modificó su posición, defendiendo ahora que la lengua oficial de Ceilán fuera sólo el cingalés. La patente falta de sinceridad de este cambio súbito de opinión fue tan obvia que no engañó a nadie: con dicha decisión, Sir John perdió todo el apoyo tamil y no embaucó a los cingaleses. No es de extrañar que S. W. R. D. Bandaranayake respondiera con la promesa de que convertiría en veinticuatro horas el cingalés en la lengua estatal única. De ese modo, en las elecciones de abril de 1956, la cuestión que se planteó entre los dos principales partidos cingaleses no fue si “Sólo el cingalés” sería o no la única lengua del Estado, sino en quién se podía confiar para que así fuera. En esta disputa, Sir John estaba destinado a perder. Sir John representaba para los cingaleses todo lo antinacional y prooccidental que había en sus vidas. Además, en Bandaranayake tenía por oponente a un orador inteligente y a un hábil agitador. Sería erróneo, sin embargo, suponer que el tema lingüístico fue la única cuestión que afectó a los resultados de las elecciones de 1956. Sin duda, dicho asunto proyectó su alargada sombra sobre todo el proceso electoral, pero hubo también otras cuestiones: el deshilvanado frente unido que Bandaranayake había improvisado alrededor de su Partido de la Libertad de Sri Lanka [SLFP], llamado entonces Mahajana Eksath Perumuna o Frente Unido del Pueblo [MEP, en sus siglas en sinhala], contaba entre sus integrantes con una organización de monjes budistas jóvenes y radicales, llamada Eksath Bhikkhu Perumuna o Frente Unido de los Monjes [EBP]. Sus miembros pusieron todo su esfuerzo y usaron la influencia de la sangha sobre el pueblo, en especial en las áreas rurales, para inclinar la balanza a favor del MEP. Nunca antes ni después en la historia reciente de la isla desempeñaron los sacerdotes budistas un papel tan decisivo en la política cingalesa. Una de las figuras clave de esta organización de sacerdotes, Buddharakitta, fue, posteriormente, declarado culpable y encarcelado (murió en prisión) por complicidad en el asesinato de Bandaranayake. Bandaranayake, además de aprender de los errores del UNP y largar sus velas a favor del viento del sentir popular, se apoderó también de una serie de consignas radicales que había popularizado el movimiento de izquierdas. Hasta la radicalísima exigencia de nacionalización de las plantaciones extranjeras tuvo su lugar en el programa electoral del MEP. Ni que decir tiene que jamás se llevó a cabo. Desde el principio mismo de su mandato, Bandaranayake renunció en la práctica a esta medida, al anunciar su aplazamiento por diez años. Quizás el MEP nunca tuvo la intención de ponerla en práctica, pero el hecho es que tal promesa no volvió a reaparecer en ningún programa electoral posterior, ¡ni siquiera en el Programa Común redactado por el SLFP y acordado con el Partido de la Sociedad Igualitaria de Ceilán [LSSP] y la camarilla revisionista de Keuneman!

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Bandaranayake acentuó aún más su giro a la izquierda al incluir en su frente unido a un grupo escindido del LSSP que estaba encabezado por Philip Gunawardena, uno de los miembros fundadores de dicho partido. También llegó a acuerdos de entendimiento con el LSSP y el Partido Comunista. El resultado fue que, por primera vez, el UNP hubo de enfrentarse a una oposición casi unida que lo derrotó de manera aplastante. De los 54 escaños que tenía en el Parlamento pasó a 8, mientras que el MEP consiguió 51 diputados y el 40,7% de los votos. Fue una victoria arrolladora. Se ha afirmado que la victoria del MEP en 1956 fue una especie de revolución popular pacífica. Tal afirmación no es sólo una exageración, es falsa. Se produjo indudablemente un cambio de poder de la burguesía compradora, de los sectores proimperialistas de la burguesía, de costumbres occidentales y habla inglesa, a la burguesía nacional. Pero no fue una revolución en el sentido de que la estructura de clase de la sociedad resultase alterada. Tampoco la victoria electoral de 1956 afectó en modo alguno al dominio del imperialismo extranjero sobre la economía del país. La explotación continuó siendo la misma de siempre. Es cierto que se llevaron a cabo algunas medidas radicales durante el régimen del MEP. El servicio de autobuses y el puerto de Colombo fueron nacionalizados, se aprobó el proyecto de Ley de Arrozales, que era una reforma agraria moderada, se evacuaron las bases británicas de Trincomalee y Katunayake, se concedió más libertad de huelga a los trabajadores, el proyecto de Ley sobre el Fondo de Previsión para los Trabajadores se convirtió en ley, el idioma cingalés y la religión budista fueron objeto de mayor atención, y se establecieron relaciones diplomáticas, por primera vez, con algunos países socialistas. En política exterior, Ceilán empezó a desempeñar el papel de lo que se llamaba “no alineación”, lo que suponía que no siempre nos plegábamos a los imperialistas como antaño. Sin embargo, esto no significaba que se tratara de una revolución pacífica o de otro tipo. En realidad, lo que hizo Bandaranayake fue refrenar con lo que él llamaba sus “políticas intermedias” la potencialmente peligrosa corriente opuesta al UNP, mellando su filo revolucionario y desviándolo por el inofensivo cauce de la democracia parlamentaria burguesa. Quizá su mayor influencia se produjo sobre la dirección del movimiento de izquierdas. El deseo de emular la victoria electoral del MEP de 1956 despojó a los dirigentes del LSSP y del PC de cualesquiera pretensiones revolucionarias hubieran podido tener, convirtiéndolos en fieles del templo de la democracia parlamentaria burguesa. La posterior domesticación de los otrora revolucionarios le tocó realizarla a la viuda de Bandaranayake. Desde este punto de vista, la afirmación de algunos analistas de que Bandaranayake contribuyó a evitar una revolución violenta no es exagerada. Pero la mejor prueba de que la victoria electoral de 1956 no resolvió ningún problema económico fue que el MEP y sus seguidores tuvieron que excitar los sentimientos nacionalistas y lingüísticos entre los cingaleses para conservar su apoyo. Durante el régimen del MEP se produjo la peor matanza étnica jamás acaecida en Ceilán. A pesar de que estos acontecimientos merecen un estudio detallado, conviene, en este punto, estudiar el problema étnico tal como surgió en ese momento. El rechazo a una representación étnica o a cualquier forma de representación especial de las minorías por parte de las Comisiones Donoughmore y Soulbury había dejado a

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aquéllas en una situación de inferioridad permanente en los órganos legislativos del país. La formación de un Consejo de Ministros pancingalés en 1936, la aprobación de las Leyes de Ciudadanía, que discriminaban notablemente a los trabajadores de las plantaciones tamiles de origen indio, privándoles de nacionalidad y del derecho al voto, así como la actitud carente de imaginación y casi irresponsable de los dirigentes de la minoría tamil en cuestiones nacionales (por ejemplo, su oposición a la evacuación de las bases británicas o el izado de banderas negras el día de la Fiesta Nacional), habían contribuido a agudizar el resentimiento entre las comunidades nacionales. El cáncer étnico que lo iba envenenando todo silenciosamente estalló de repente en 1955, en forma de polémica sobre el idioma. Desde los tiempos de la resolución de reformas propuesta por Bandaranayake en el segundo Consejo de Estado e incluso antes, todos los partidos políticos habían aceptado que tanto el cingalés como el tamil (llamado swabhasha) reemplazarían al inglés como lengua oficial. De pronto, en 1955, se desencadenaron las protestas entre los cingaleses para que “Sólo el cingalés” fuese el idioma estatal. Hay un rasgo peculiar de estas protestas que se advierte al instante. En la mayoría de los países, el problema nacional adopta la forma de protesta de una minoría para impedir que sus derechos lingüísticos o cualesquiera otros sean pisoteados por una mayoría. Sin embargo, en Ceilán fue la mayoría quien encabezó las manifestaciones en defensa de su lengua contra lo que era su temor: que fuera suplantada por el idioma de la minoría. Los singulares motivos que llevaron a la mayoría cingalesa a comportarse como si fuera una minoría deben ser objeto de nuestro análisis y reflexión, si queremos llegar a comprender mínimamente este complicado problema. Son muchas las razones que hacen que los cingaleses se comporten como una minoría en un país donde realmente son la mayoría. La primera es el recuerdo de las antiguas invasiones tamiles procedentes del sur de la India. Jamás se ha permitido a los cingaleses olvidarlas. ¿Qué escolar no ha leído algo sobre la épica batalla entre Duttugemunu y Elara? Siempre que alguien visita las ruinas de Anuradhpura o Polonnaruwa, se le recuerda que la destrucción de todas estas antiguas glorias de las civilizaciones cingalesas fue provocada por las sucesivas invasiones tamiles. En segundo lugar, los imperialistas británicos, en los últimos cien años, desplazaron a casi un millón de trabajadores tamiles del sur de la India para que trabajaran en sus plantaciones, arrojándolos en medio del territorio de Kandy. De este modo, crearon el problema indo-cingalés, motivo añadido de enfrentamiento entre las dos comunidades. En tercer lugar, el aumento de los centros educativos de que disponían los tamiles en el norte a consecuencia de la actividad misionera y la política imperialista del “divide y vencerás” dio como resultado que los tamiles obtuvieran un porcentaje mayor de puestos de trabajo en el sector público y en profesiones liberales que el que les hubiera correspondido por su población. Cuando, después de la crisis económica mundial de 1929-1931, el desempleo se convirtió en un problema grave para la clase media cingalesa y comenzó ésta a buscar empleo en la Administración, se encontró con que los tamiles ya estaban afianzados en ella. Llegados a este punto debe señalarse que las cuestiones económicas estaban en el fondo de la crisis de las lenguas. Antes de 1956, el conocimiento del inglés había sido una

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garantía de acceso a la administración pública. Como resultado de ello, los tamiles pudieron competir en idénticas o incluso en mejores condiciones con los cingaleses. Impelidos por la presión del desempleo, los cingaleses querían que “Sólo el cingalés” fuera la lengua oficial para contar con más posibilidades de trabajar en la Administración. En Ceilán, al igual que en los países no industrializados, el gobierno no sólo es el único y mayor empleador, sino que el trabajo en el sector público es el mejor remunerado. Así, la batalla de las lenguas fue, en realidad, una batalla para repartirse los empleos públicos entre las respectivas clases medias. Y ésta es también otra de las razones por las que no habrá solución duradera si no es de carácter económico. En cuarto lugar, sucede que el tamil es un idioma hablado por más de cuarenta millones de personas en una y otra orilla del Estrecho de Palk, lo que provoca el temor a una agresión cultural desde la India. Y en quinto lugar, da la casualidad también de que el tamil es una lengua más antigua y desarrollada que la cingalesa, lo que produce un sentimiento de inferioridad entre los cingaleses. Si no se comprenden estas realidades históricas, es imposible entender el desarrollo de la cuestión lingüística en Ceilán. Después de la victoria del MEP, Bandaranayake intentó seriamente resolver dicha cuestión en negociaciones con Chelvanayagam, líder del Partido Federal [FP, en sus siglas en inglés]; el resultado de estas negociaciones fue el famoso pacto Bandaranayake-Chelvanayagam en el que se establecían una serie de garantías para el idioma tamil en las zonas septentrional y oriental de la isla, en el marco general de aceptación del cingalés como lengua oficial de todo Ceilán. El pacto también selló ciertos compromisos sobre el controvertido asunto de la colonización de áreas tamiles. Es necesario hacer aquí alguna referencia a la relación entre el problema étnico y la colonización. Cuando, tras el informe de la Comisión de Tierras de 1935, D. S. Senanayake comenzó sus planes de colonización, la mayoría de éstos se proyectó para lo que se llama la “zona seca”. Al principio, la mayor parte de esos planes se ubicó en la provincia centro-septentrional, si bien algunos se pusieron en marcha en las provincias del norte y este, que los tamiles reivindican como sus territorios tradicionales. Ni que decir tiene que la isla entera perteneció en otro tiempo a los cingaleses. No obstante, si nos referimos a los cuatro últimos siglos más o menos, el argumento tamil de que han habitado las provincias septentrional y oriental no es descabellado. En cualquier caso, los dirigentes tamiles se opusieron a la colonización de zonas tamiles por colonos cingaleses, lo que contaminó la cuestión de la tierra con el problema étnico. En este punto cabe plantear la pregunta de si los tamiles se han convertido en una nación y, por lo tanto, tienen derecho a considerar una parte de Ceilán como suya. Por ahora, a esa pregunta se debe responder en un sentido negativo, pues no poseen uno de los atributos fundamentales mencionados por Stalin en su famosa definición de las condiciones que debe reunir un pueblo para que se le pueda reconocer como nación, a saber, no comparten una ligazón económica, una comunidad de vida económica. Los tamiles habitan algunas de las zonas más áridas e improductivas de Ceilán. No hay ni una montaña ni un río en la zona septentrional de la isla. Como consecuencia de ello, los tamiles tuvieron que emigrar a Malasia o al sur en busca de trabajo. El hecho de

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hablar el mismo idioma que los trabajadores traídos por los británicos para sus plantaciones, les permitió a muchos de ellos encontrar empleo como capataces o auxiliares en ellas. Otros muchos se incorporaron a la administración pública. Eran numerosas las familias que se jactaban de tener al menos un funcionario en la Administración. Es ésta, pues, la contradicción en que se encuentran los tamiles: viven en una parte de Ceilán y se ganan la vida sobre todo en otra. La reivindicación tamil de una cierta autonomía habría sido ineludible, y también más factible, si los tamiles hubieran estado concentrados en una zona. Del mismo modo, la oposición a los colonos cingaleses asentados en tierras tamiles habría sido válida si los tamiles hubieran renunciado a sus derechos a la propiedad de la tierra y al trabajo en cualquier otra parte de Ceilán. La situación cambió ligeramente a partir de la prohibición de importar productos alimenticios que no fueran de primera necesidad, debido a la escasez de divisas. Los laboriosos granjeros de Jaffna aprovecharon la oportunidad para cultivar este tipo de productos, causa evidente del surgimiento de una clase campesina rica. No obstante, no cabe ninguna duda de que el motivo oculto detrás de la colonización de áreas tamiles con cingaleses era transformar definitivamente una provincia de mayoría tamil en una de mayoría cingalesa. D. S. Senanayake fue un astuto dirigente cingalés que nunca se declaró abiertamente nacionalista, pero que en ningún momento cejó en su empeño de imponer una mayoría cingalesa en las zonas tamiles. Tras la muerte de D. S. Senanayake, uno de sus colaboradores, V. Ratnayake, confirmó claramente dicho extremo. En tales circunstancias, el pacto Bandaranayake-Chelvanayagam era probablemente el mejor compromiso posible, aunque, finalmente, quedó reducido a papel mojado. El UNP trató de pescar en río revuelto y organizó una marcha de protesta en Kandy para galvanizar la oposición al pacto. Fue en su defensa de éste cuando Bandaranayake alcanzó quizá el cenit de su carrera de estadista. Su famoso discurso –seguramente el mejor– pronunciado en el estadio de Bogambara, en Kandy, se recordará siempre por condensar lo mejor que en aquel hombre había. Sin embargo, los elementos chovinistas de su bando también se rebelaron. En lugar de acudir en su ayuda, los dirigentes del Partido Federal eligieron ese preciso momento para lanzar su absurda campaña anti-Sri8. El pacto se resquebrajó. A dicha campaña del Partido Federal sucedió en el sur la campaña, encabezada por el “guerrero” cingalés K. M. P. Rajaratna, de tachado de todas las palabras tamiles escritas en lugares públicos. La tensión creció por ambos lados y terminó sumiendo a Ceilán en el peor baño de sangre por motivos étnicos de toda su historia. A todos los cingaleses de bien se les debería caer la cara de vergüenza por tales hechos, que constituyen un borrón permanente en la historia de nuestro país. De la noche a la mañana, los hombres se convirtieron en bestias, hasta el punto de rociar con gasolina y prender fuego a personas con las que no tenían diferencias, salvo el hablar una lengua diferente. La responsabilidad inmediata de este terrible estallido de violencia ha de atribuirse a los dirigentes extremistas del Partido Federal, que pusieron en marcha la campaña anti-Sri, 8 Dicha campaña se inició a finales de marzo de 1958 con la sustitución de la letra sri del alfabeto cingalés por la shri del tamil en todas las matrículas de cuarenta autobuses públicos que operaban en zonas tamiles del norte de la isla. [N. de los t.]

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a los fanáticos nacionalistas cingaleses, que respondieron borrando las palabras tamiles de los lugares públicos, y a la incapacidad e indecisión mostradas por el gobierno de Bandaranayake, que dieron alas a los desórdenes. Sólo la declaración del estado de emergencia permitió reconducir la situación. El traslado al norte por barco de los tamiles que se vieron atrapados en el sur marcó el punto más bajo de las relaciones entre cingaleses y tamiles de los últimos tiempos. Los disturbios fueron también un reflejo de la bancarrota política del Partido Federal, cuyos dirigentes fueron detenidos durante los primeros días del estado de emergencia. El Partido Federal se mostró impotente para velar por los intereses de los tamiles, que decía representar. No obstante, fiel a su estéril trayectoria, siguió predicando el nacionalismo en el norte e incluso consiguió enajenarse el apoyo de los progresistas cingaleses, al oponerse a todas y cada una de las medidas radicales presentadas por los dos gobiernos de Bandaranayake, como, por ejemplo, el proyecto de Ley de Arrozales, de nacionalización de la enseñanza, etc., con la esperanza de que podría actuar como árbitro entre los dos grupos rivales de la política cingalesa y, de ese modo, lograr un acuerdo oportunista para los tamiles. Fue, lisa y llanamente, un intento de mercadear con los derechos de los tamiles en la mesa de uno u otro de los dos principales partidos cingaleses. Tal oportunidad se le presentó al Partido Federal en 1965. Trataremos sobre ello más adelante. Movido quizá por la convicción de que la aprobación del proyecto de Ley del Cingalés como Lengua Única había enajenado irremediablemente el apoyo tamil al gobierno del MEP –los tamiles asentados en zonas cingalesas habían apoyado mayoritariamente a dicho grupo contra el UNP en las elecciones de 1956–, Bandaranayake defendió en el parlamento un proyecto sobre el “uso razonable de la lengua tamil” que quedó, sin embargo, en letra muerta, ya que no fue objeto de legislación ulterior alguna. Cuando, más tarde, un gobierno del UNP trató de hacerlo, se encontró con la violenta oposición del SLFP. En cualquier caso, dicha iniciativa tampoco dio satisfacción a los tamiles. Queda por señalar que el LSSP y el PC eran en este periodo los únicos partidos nacionales que, con una militancia mayoritariamente cingalesa, seguían empeñados en pedir la paridad entre el cingalés y el tamil. Tales puntos de vista, sin embargo, no duraron mucho, pues bajo la doble presión del oportunismo parlamentario y el nacionalismo, ambos partidos terminaron alineándose con los planteamientos del SLFP en esta cuestión. De nada sirve a día de hoy discutir sobre los méritos o deméritos del proyecto que convirtió al cingalés en la lengua única del Estado. En toda circunstancia, un progresista, a la hora de valorar la justeza o lo correcto de cualquier propuesta, debe guiarse por un criterio solamente: “¿Une o separa a las fuerzas antiimperialistas?” Con arreglo a dicho criterio, el proyecto de declaración del cingalés como única lengua oficial debe considerarse como retrógrado. Sin duda alguna, sirvió para profundizar una contradicción secundaria (la que existe entre cingaleses y tamiles) y relegó a un segundo plano la contradicción principal (la que se da entre el imperialismo y los pueblos tamil y cingalés). Hizo de un amigo un oponente y dio aliento al enemigo. Fue asimismo la causa principal de los disturbios raciales de 1958. El MEP de Bandaranayake fue, en el mejor de los casos, un matrimonio de conveniencia entre fuerzas con puntos de vista divergentes, unidas, no obstante, por la

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personalidad de éste y por su común oposición al UNP. La presión de mantener juntas a fuerzas con planteamientos tan opuestos terminó siendo, sin embargo, excesiva. La división llegó a principios de 1959 por dos cuestiones: el Banco Cooperativo Agrícola y la subida del precio garantizado del arroz. Philip Gunawardena y su compañero William Silva abandonaron el MEP. En la reunión que celebró el SLFP en Kurunegala, que tuvo lugar por esas mismas fechas, Bandaranayake se vio obligado a realizar su primer discurso anticomunista. La salida de los elementos radicales de su gabinete dejó a Bandaranayake prisionero de los sectores reaccionarios, algunos de cuyos miembros tramaron con éxito su asesinato el 25 de septiembre de 1959. Mientras se inclinaba para presentar sus respetos a un monje budista que estaba sentado en su terraza, éste sacó una pistola de entre sus hábitos y vació el cargador sobre la frágil figura del primer ministro. Era la víspera de su viaje a las Naciones Unidas. Al día siguiente, el primer ministro falleció a causa de las heridas. Las circunstancias de su muerte y el temple con que se enfrentó a ella, así como la indulgencia que mostró hacia su atacante, han rodeado su nombre de una aureola. Se produjo hasta un intento de divinizarlo. En tales condiciones, no se ha podido realizar una valoración serena del lugar que le corresponde en la política de Ceilán. Se ha forjado una leyenda sobre las llamadas “políticas de Bandaranayake” que, supuestamente, llevó a cabo. Sin embargo, cuando se trata de precisar en qué consistieron tales políticas, no hay respuesta. Tal vez la propia vaguedad del concepto permita a cada cual interpretarlo a su manera y actuar a su gusto, declarándose a un tiempo devoto seguidor de las “políticas de Bandaranayake”, que es lo que sucede actualmente. Pero, aun cuando no sea posible reconocer ningún elemento distintivo en las políticas que puso en práctica Bandaranayake, cabría decir que él creyó que era una especie de puente entre dos mundos, uno que aún no había muerto y otro que estaba todavía por nacer. Por eso le gustaba referirse al periodo que entonces vivía Ceilán como una época de transición. Trató de esbozar lo que él llamó la “vía intermedia”, con la que pretendió evitar los dos extremos del capitalismo y el comunismo. Ni que decir tiene que se trataba de una concepción ilógica y acientífica. La alternativa para Ceilán no era entre capitalismo y comunismo, entre los que, dicho sea de paso, no hay “vía intermedia” alguna. La alternativa era entre la esclavitud del neocolonialismo y una auténtica independencia nacional. Cuando murió, las cadenas del neocolonialismo estaban incluso más sólidamente remachadas alrededor de Ceilán que cuando llegó al poder. La explotación a que estaba sometida la gran masa del pueblo seguía siendo igual de dura. Ni un solo problema económico se había resuelto. La concepción de la “vía intermedia” era en realidad un intento de embellecer la continuación del status quo y una justificación para postergar un cambio radical. En el ámbito de las relaciones exteriores, al menos, la política de no alineación de Bandaranayake supuso para Ceilán abandonar su papel de mero acólito de las potencias imperialistas. El no alineamiento, sin embargo, no era una política dinámica. En gran medida significaba sacar el mejor partido de ambos mundos, enfrentando a uno con otro. Con todo y con ello, hasta cierto punto daba sus frutos, si bien en último extremo cada país tenía que elegir un bando. Algunos de los más ruidosamente no alineados, como la India, han terminado de hecho entre los más alineados. En cualquier caso, con

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las políticas de no alineación de Bandaranayake, Ceilán consiguió más amigos que nunca en el plano internacional. Pasó casi un año hasta que apareció un sucesor de Bandaranayake y se alcanzó una cierta estabilidad política. Cuando Bandaranayake murió, la alternativa política más obvia era el presidente del parlamento, C. P. de Silva, quien, no obstante, pertenecía a la casta equivocada. Afortunadamente para el feudalismo en Ceilán, C. P. de Silva estaba enfermo y se encontraba recibiendo tratamiento en Londres en el momento de la muerte de Bandaranayake. El gobierno eligió a W. Dahanayake para ocupar el puesto vacante de primer ministro. Fue una decisión absolutamente insensata que nadie, hasta la fecha, ha explicado cómo llegó a producirse. Por suerte, no duró mucho tiempo en el cargo: Dahanayake destituyó a casi la mitad de su gabinete y nombró a sus candidatos; sin embargo, antes de ser cuestionado en el Parlamento, ordenó su disolución y nuevas elecciones. Creó un nuevo partido con el que concurrió a los comicios, si bien todos sus candidatos, incluido él mismo, fueron derrotados y la mayoría de ellos perdió sus depósitos9. Las elecciones de marzo de 1960 no resultaron decisivas, pues ningún partido obtuvo la mayoría en el parlamento. El UNP se convirtió en el partido mayoritario, seguido por el SLFP. A los partidos de izquierda les fue bastante mal: cada uno de esos tres partidos se presentó por separado y sufrió una severa derrota. Dichas elecciones se recordarán por las vanas tentativas de N. M. Perera y Philip Gunawardena por convertirse en primer ministro con el exclusivo apoyo de sus respectivos partidos. No cabe imaginar mayor sectarismo y divorcio de la realidad. A día de hoy, resulta difícil de creer que el LSSP concurriera a aquellas elecciones con el lema “Haz Primer Ministro a N. M”. Dudley Senanayake trató de formar un gobierno del UNP, pero cayó derrotado en la primera moción de censura. El Partido Federal, en esta ocasión, rehusó apoyar al UNP y se convocaron nuevas elecciones para julio de 1960, en las que se impuso un mayor sentido común y de la realidad entre las fuerzas opuestas al UNP. Por su parte, la Sra. Bandaranayake había aceptado ya la dirección del SLFP. Tras haber mordido el polvo, el LSSP estaba dispuesto ahora a un pacto con el SLFP, aunque aún no lo estaba para dialogar con el PC, que en marzo y julio había abogado por un frente común anti-UNP. Los acuerdos finales entre el SLFP, el LSSP y el PC dieron una clara victoria a las fuerzas opuestas al UNP. Sin embargo, de manera inesperada, el SLFP obtuvo escaños suficientes (75) para formar un gobierno propio sin la ayuda de los partidos de izquierda, lo que constituyó una gran decepción, en especial para el LSSP, que esperaba una situación en la que fuera necesario su apoyo para formar gobierno. El nuevo gobierno fue, por lo tanto, monocolor del SLFP, aunque con el respaldo de los partidos de izquierda. Era un segundo gobierno Bandaranayake, aunque esta vez presidido por la Sra. Bandaranayake quien, sin embargo, no se había presentado como candidata. Se soslayaron todas las normas, se le encontró acomodo en el senado y, de esta forma, se convirtió en la primera mujer del mundo nombrada primer ministro. La Sra. Bandaranayake iba a encontrase, no obstante, con un duro camino por delante. La primera parte de su mandato fue agitada y su recuerdo está ligado a la agudización

9 Alude a la cantidad de dinero que en el sistema electoral cingalés debe pagar todo candidato por presentarse a unas elecciones. [N. de los t.]

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de la crisis económica, el movimiento satyagraha10 del Partido Federal, el intento de golpe de Estado llevado a cabo por altos mandos militares y policiales, el ascenso y caída del Frente Unido de Izquierdas [ULF] y el Comité Sindical Conjunto, la formación del gobierno de coalición, la firma del Pacto Sirimavo-Shastri, las sucesivas escisiones en la izquierda y la caída del gobierno por el controvertido proyecto de Ley de Prensa. Al poco de iniciada la andadura del nuevo gobierno, el ministro de Finanzas, Felix Dias Bandaranayake, se vio obligado a tratar de encontrar una salida a la crisis económica con una propuesta que suprimía una parte de la subvención del arroz. Sin embargo, el propio partido del gobierno le forzó en el parlamento a retirar dicha propuesta, lo que provocó su dimisión con arreglo a los hábitos tradicionales de las democracias parlamentarias burguesas. El hecho de que el gobierno de SLFP tuviera que reemplazar en cinco ocasiones a su ministro de Finanzas en otros tantos años indica la extrema gravedad de la crisis económica que padecía Ceilán. Nadie dio con la solución y la que se presentó como definitiva (que no fue una solución) era política. Nos referiremos a ella más adelante. Consciente de que el apoyo de que gozaba entre la población tamil se estaba erosionado debido a la derrota sufrida en la cuestión lingüística y a su impotencia durante los disturbios étnicos, la dirección del Partido Federal se sintió en la obligación de hacer algo llamativo para recuperar el prestigio en el imaginario colectivo tamil y conservar su apoyo. Así pues, decidió organizar un movimiento satyagraha en Jaffna. Como era de esperar, la respuesta fue importante. El Partido Federal organizó una gran movilización y numerosos grupos de satyagrahis consiguieron levantar barricadas ante las puertas de la delegación del gobierno o kachcheri. El éxito del movimiento se les subió a la cabeza a los dirigentes del Partido Federal, quienes comenzaron a adoptar medidas que preludiaban una rebelión y el propósito de declarar un Estado independiente. Empezaron a emitir sus propios sellos. El gobierno decidió actuar y ordenó a sus tropas disolver a los satyagrahis, lo que sucedió sin oposición alguna. El Partido Federal no había previsto ningún plan ante tal eventualidad y el movimiento se desinfló. De nuevo, el motivo por el que los tamiles, a pesar de su abrumadora unidad, no pudieron organizar algo siquiera remotamente parecido a la rebelión de Irlanda del Norte, residía en el hecho de que los intereses económicos de muchísimos de ellos están en el sur de Ceilán. En 1962 aconteció también el intento de golpe de Estado llevado a cabo por altos mandos de la policía y del ejército. Los principales implicados en el golpe fueron el capitán de la Fuerza de Voluntarios de Ceilán, el jefe del Estado Mayor de la Armada, el subinspector general de la policía, así como varios altos funcionarios policiales y de la Administración y algunos empresarios prominentes. Si contaban con cómplices políticos, nunca se les consiguió descubrir. El golpe estaba bien planificado y fracasó sólo porque un funcionario de policía (su actual inspector general, Stanley Senanayake) tuvo miedo y desveló la conspiración a su esposa que, a su vez, se la contó a su padre, P. de S. Kularatne. A través de éste las noticias llegaron justo a tiempo a la Inspección General de la policía. 10 Tipo de lucha política –literalmente significa en hindi “insistencia en la verdad”– basada en la resistencia y la desobediencia civil sistemáticas. [N. de los t.]

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Uno o dos golpistas se suicidaron. Los demás fueron juzgados, declarados culpables y condenados por la Corte Suprema, aunque quedaron en libertad tras el recurso de casación resuelto por el Consejo Privado. El intento de golpe y los nombres de los involucrados dieron mucho que hablar. Era la primera vez que se producía un golpe de Estado en Ceilán. Por ciertas sospechas que fueron surgiendo en el curso de la investigación de la intentona, el gobierno obligó a dimitir al gobernador general, Sir Oliver Goonatiieke. Teóricamente, el gobernador general era el representante de la reina y la autorización de ésta era indispensable para poder destituirlo. Dicha autorización se obtuvo tras delicadas negociaciones, pero bajo ciertas condiciones. Fue un final humillante para quien, apodado por algunos como “Nuestro Genio Malvado”11, había sido el consejero en la sombra de todos y cada uno de los primeros ministros. William Gopallawa, pariente de la Sra. Bandaranayake, le sustituyó. El golpe de Estado provocó igualmente una oleada de simpatía hacia el gobierno, pues todos los golpistas eran conocidos reaccionarios que carecían del menor apoyo o afecto popular. Entretanto, la crisis económica comenzó a agravarse. Las huelgas se sucedían y algunas de las más largas de nuestra historia, como la huelga de los trabajadores portuarios, la de la banca o la de las fábricas de Wellawatte, tuvieron lugar en este periodo. El gobierno anunció la congelación de los salarios y adoptó una política de “aguantar” las huelgas hasta el final, recurriendo al ejército para romperlas cuando se producían en los servicios esenciales. Todo ello obligó a un profundo replanteamiento en los círculos sindicales. En la primera mitad de 1963, la Federación Sindical de Ceilán [CTUF] propuso que, en vista de que las huelgas aisladas de la clase obrera se saldaban una tras otra sin éxito, todo el movimiento sindical, tanto en el sector público como en el privado, se uniera entorno a un conjunto de reivindicaciones comunes en aras de la acción sindical colectiva. En ese sentido, en abril de 1963, el CTUF convocó en su sede la primera conferencia de los principales sindicatos del país, de la que nació el Comité Sindical Conjunto [JCTU], que, a su vez, redactó sus famosos veintiún puntos en nombre de todo el movimiento sindical. Fue éste el nivel más alto de unidad sindical alcanzado nunca en Ceilán. Por vez primera, los empleados del sector privado y los funcionarios del público, las distintas categorías de empleados administrativos y no administrativos, los trabajadores de las plantaciones y los obreros urbanos, los maestros y los técnicos, se integraron todos en un único frente común. La primera conferencia nacional del JCTU se celebró en el Hotel Ceylinco en septiembre de 1963. Simultáneamente, comenzaron las iniciativas para la unificación del movimiento de izquierdas. Con excepción de sus primeros cuatro años de existencia, la maldición de la izquierda había sido su desunión. El LSSP se había escindido y vuelto a escindir. La formación del PC fue el resultado de una de esas fracturas y el grupo disidente de Philip Gunawardena la consecuencia de otra. El pueblo, que naturalmente deseaba ver a todas las fuerzas de izquierdas unidas para poder así combatir eficazmente a la reacción y lograr el tan anhelado fin de la explotación, apenas si entendía las diferencias ideológicas que dividían a estos partidos. Poco después de la escisión en 1951 de Philip Gunawardena del LSSP, su partido entabló negociaciones para la formación de un frente con el PC, al que se denominó Frente Unido LSSP-PC. Fue en ese momento cuando al LSSP, que dirigía N. M. Perera, se le dio el nombre de “nuevo LSSP” [NLSSP]. El Frente Unido LSSP-PC emprendió

11 “Our Evil Genius” (OEG), en inglés. [N. de los t.]

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una activa campaña por la unidad de la izquierda que provocó una nueva escisión en el LSSP. En protesta por la oposición de la dirección del NLSSP a dicha unidad, un sector influyente del partido, del que formaban parte T. B. Subasinghe, William Silva y Stanley Tillekeratne, abandonó el NLSSP. En un principio, este grupo se unió al de Philip Gunawardena. Sin embargo, al cabo de un año, todos sus integrantes salvo unos pocos, como Subasinghe y William Silva, se incorporaron al PC. En vísperas de las elecciones de 1956, Philip Gunawardena dejó el Frente Unido LSSP-PC y se unió a Bandaranayake y su MEP. Ya en 1963, el movimiento por la unidad de la izquierda cobró fuerza, debido, especialmente, a la mala actuación del SLFP y al temor al regreso de la reacción, que ésta andaba ya organizando. Antes del 1 de mayo de 1963 se había avanzado tanto, que los tres partidos de izquierdas convocaron una manifestación unitaria para el 1 de mayo. El entusiasmo de las gentes por la unidad de la izquierda se pudo apreciar en la gigantesca manifestación y concentración que tuvo lugar ese día. Ceilán nunca había visto nada igual hasta entonces ni tampoco después. No fue sólo que miles y miles de personas se sumaran, en un hecho sin precedentes, a la manifestación; es que muchos miles más atestaban el recorrido, formando una nutrida barrera todo a lo largo de él y ocupando todos los puntos desde donde pudiera dominarse este espectáculo único, que para muchos fue el cumplimiento de sus más ansiadas esperanzas. Galle Face Green rebosaba de humanidad. En comparación, las manifestaciones convocadas por el SLFP y el UNP palidecieron en la más absoluta insignificancia. Escenas como ésas sólo se habían visto en los países socialistas en ocasiones como los desfiles del 1 de mayo o las celebraciones del Día Nacional. Deben tenerse bien presentes las posibilidades que representaba aquella extraordinaria movilización de las fuerzas de izquierda de aquel 1 de mayo de 1963 para poder valorar en toda su amplitud el calibre de la traición cometida al año siguiente con la formación de la coalición de gobierno. Porque, mientras los tres dirigentes iban en un jeep al frente de la manifestación de aquel 1 de mayo, albergaban ya otras ideas respecto al modo en que iban a emplear la confianza que el pueblo había depositado en ellos. El acuerdo formal que creó el Frente Unido de Izquierdas se firmó en una ceremonia en la Plaza de la Independencia el 12 de agosto, día conmemorativo del hartal, de 1963. Sin embargo, el espíritu del 1 de mayo de ese año ya había desaparecido. Habían empezado a surgir las dudas sobre la sinceridad de los dirigentes. Hete aquí tres partidos, que se habían estado peleando unos con otros –¡y cómo!– durante buena parte de un cuarto de siglo, cuyos máximos dirigentes, de repente, anunciaban su decisión de unir sus fuerzas. No hubo ninguna declaración autocrítica sobre los errores previos de unos u otros, o sobre los motivos de tales errores. En otras palabras, al pueblo no se le confiaron las razones de tantos años de desunión de la izquierda. Era difícil no llegar a la conclusión de que el acuerdo de unidad, negociado con tanta premura, era un gesto oportunista para lograr la mayor cantidad posible de escaños en el parlamento, y que carecía de principios. Que este análisis era correcto lo confirmó el hecho de que la ULF no duró ni un año. En el año 1963 se asistió también a la polarización dentro del PC de las fuerzas que representaban al marxismo-leninismo, por un lado, y al revisionismo moderno, por otro. Como se ha señalado anteriormente, la dirección del PC había sido siempre, por lo general, revisionista, debido a la influencia ideológica de los Partidos Comunistas de

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Gran Bretaña y la India. Es menester indicar en este punto que, al contrario de lo que se suele creer, el PC de Ceilán no mantuvo contactos con el PC soviético hasta después de 1956. La razón de ello fue que el PC de Ceilán se formó tras la disolución de la III Internacional Comunista. El primer contacto tuvo lugar en el VIII Congreso del PC chino, celebrado en 1956, cuando los delegados del PC de Ceilán se reunieron con los del PC soviético que asistían también a dicho congreso. No obstante, después de usurpar el poder por medio de un golpe palaciego y emprender el camino de la traición revisionista moderna, abandonando los principios revolucionarios del marxismo-leninismo, Kruschev trató de atraer a todos los partidos comunistas a la órbita del revisionismo. Desde el XXI congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el PC de Ceilán recibió invitaciones regulares para todos los congresos del partido soviético. Pieter Keuneman, Secretario General del PC, volvió del XXII congreso, celebrado en 1962, con la “orden” de que el Comité Central del PC aprobara a toda prisa una resolución de apoyo a las tesis contrarrevolucionarias de los XX y XXII congresos del partido soviético. En ese congreso, ya se había sometido obedientemente a la batuta soviética y, sin autorización alguna del Comité Central, atacó a Albania por desafiar a Kruschev y su revisionismo. Pero Keuneman se encontró con una ardua tarea por delante. Hay que recordar que el PC de Ceilán no había abordado nunca de manera oficial las conclusiones del XX congreso del partido soviético, en el que Kruschev presentó su informe secreto contra Stalin, lo cual se debía a que el partido, que había nacido con el nombre de Stalin en sus labios, por así decirlo, en el transcurso de la lucha contra el trotskismo, era un bloque absolutamente pro Stalin. La dirección lo sabía y no se había atrevido a abrir una discusión que, no obstante, no se podía posponer más. Por entones, ya habían salido a la luz las diferencias entre la línea marxista-leninista del Partido Comunista de China y la línea del revisionismo moderno del partido soviético. El debate en el seno del Comité Central del PC de Ceilán reflejó estas diferencias de líneas del movimiento comunista internacional. La mayoría siguió el camino del revisionismo moderno, dándose inicio a una caza de brujas contra los marxistas-leninistas. Estos últimos convocaron el VII congreso del partido, que la dirección, vulnerando los estatutos, había pospuesto en reiteradas ocasiones, y se reconstituyeron en el Partido Comunista Marxista-Leninista de Ceilán, declarando su fidelidad al marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tse-Tung. Una de las primeras demostraciones de fuerza entre ambas facciones tuvo lugar en diciembre de 1963 en el XIII congreso de la Federación Sindical de Ceilán, la mayor organización de masas que dirigía el PC. Los revisionistas modernos fueron derrotados de modo decisivo y la dirección de la CTUF se mantuvo en manos marxistas-leninistas. En 1964 el gobierno se enfrentaba a problemas económicos cada vez mayores. La ola ascendente de descontento entre la clase obrera se reflejaba en el crecimiento tanto del ULF como del JCTU. La Sra. Bandaranayake se asustó: el 21 de marzo de 1964, mientras el JCTU celebraba una inmensa manifestación en Galle Face en apoyo de sus 21 reivindicaciones, la Sra. Bandaranayake canceló su participación en un mitin en las afueras de Colombo y no se movió de Temple Trees, al ser informada de la llegada de miles de trabajadores provenientes de todos los puntos del país.

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Decidió actuar con rapidez. Como la represión pura y dura no era posible, optó por la conocida táctica de asaltar la fortaleza enemiga desde su interior y, así, mostró su disposición para entablar conversaciones con los dirigentes del LSSP. Antes incluso de que el dedo de la Sra. Bandaranayake hubiera terminado de señalar a sus interlocutores, N. M. Perera y Philip Gunawardena ya andaban tropezando uno con otro por las puertas de Temple Trees, mientras al pobre Keuneman le dieron con la cancela en las narices, a pesar de lo mucho que suplicó que le dejaran entrar. Al ULF lo destruyeron finalmente los mismos hombres que lo habían creado meses antes. Fue una sagaz maniobra táctica de la Sra. Bandaranayake. De un golpe obtuvo la sumisión de los dirigentes de la izquierda que no había conseguido su marido. Los mismos hombres que se habían negado a ser los lugartenientes de aquél, mucho más capaz que ella, aparecían ahora prácticamente postrados a sus pies. La clase trabajadora y el movimiento de izquierdas habían sido penosamente traicionados. A N. M. Perera y a dos de sus conmilitones de partido les recompensaron con las correspondientes carteras ministeriales. El gobierno de coalición acababa de nacer. Cabe recordar la famosa definición que Lenin dio de un gobierno de coalición como el gabinete conjunto de la burguesía con los renegados del socialismo. Debía de tener en mente el Ceilán de 1964 cuando dijo esa frase. Una consecuencia de la decisión del LSSP de unirse a la coalición de gobierno con el SLFP fue una nueva escisión en el partido. Una facción encabezada por Samarakkody, Merryl Fernando y Bala Tampoe se separó para formar el LSSP(R), con “R” de revolucionario. A su vez, este grupo también se dividió, al crear Samarakkody el (R)LSSP, con la “R” delante. Ambos grupos siguen aún riñendo sobre quiénes son los auténticos trotskistas. Con unas elecciones a la vuelta de la esquina, la Sra. Bandaranayake viajó a la India para entablar negociaciones sobre el problema indo-cingalés. Se firmó el Pacto Sirimavo-Shastri. Ceilán acordó otorgar la ciudadanía a 303.000 personas de origen indio, y la India, por su parte, aceptó repatriar a 545.000. La suerte de lo pactado se decidiría más tarde. El hecho de que Ceilán aceptara esas cifras constituía en sí mismo un reconocimiento tácito de lo injusto de las leyes anteriores. Pero el principal inconveniente de dicho pacto era que no mencionaba ni una sola palabra de lo que sucedería si no se alcanzaban tales cifras de forma voluntaria. Si esas 545.000 personas no solicitaban la ciudadanía india, ¿se usaría la fuerza? La cuestión quedó en la más completa imprecisión. Aunque en las siguientes elecciones el pacto constituyó uno de los grandes asuntos debatidos, apenas nada se ha hecho desde entonces y hasta la fecha (1974) para ponerlo en marcha. La principal controversia política mientras duró dicho gobierno de coalición fue el proyecto de Ley de Prensa. Para poder entender este asunto, es esencial conocer la situación de la prensa en la isla. Debido al elevado nivel de alfabetización en Ceilán, logrado gracias a la educación gratuita implantada desde 1945, los periódicos desempeñaban un papel importante en la formación ideológica de la gente. La posición predominante en el sector mediático por aquel entonces la ostentaba la Asociación de Periódicos de Ceilán o “Lake House”, como se la solía llamar, que editaba varios diarios en las tres lenguas. Su fundador, D. R. Wijeyawardena, colega y amigo de D. S. Senanayake, había comprado una serie de periódicos que ya existían, convirtiendo a su grupo de prensa en un monopolio en la práctica. La única oposición estaba representada por el Times of Ceylon, en su origen de propiedad británica, y el diario tamil Virakesari.

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A menudo se ensalza a D. R. Wijeyawardena como adalid de las reformas, así como por su contribución al movimiento por la independencia, que apoyó desde sus periódicos. No obstante, si se le ha de juzgar por sus actos en el ámbito periodístico, en su haber consta la creación de la mayor fábrica de mentiras de Ceilán y mayor bastión de la reacción. “Lake House” simbolizó todo lo reaccionario que había Ceilán. Se opuso a todas y cada una de las medidas progresistas propuestas por cualquier gobierno. El reciente informe de una comisión de investigación sobre las actividades corruptas de tres directores de “Lake House”, quienes infringieron a sabiendas la normativa en materia de control de cambios y depositaron casi dos millones de rupias en cuentas privadas en bancos extranjeros, aunque posterior a la muerte de Wijeyawardena, es, sin duda, el mejor epitafio que podría colocarse sobre la tumba de “Lake House”, cuando por fin descanse en paz, como todo el mundo espera. “Lake House” combatió al movimiento de izquierdas desde el principio y no se anduvo con remilgos a la hora de emplear todo tipo de armas, tales como la calumnia, las insinuaciones, las medias verdades, las mentiras completas, etc. Nada era lo bastante malo si se podía usar para golpear a la izquierda. También Bandaranayake hubo de imponerse a la total oposición de “Lake House”. Como buen orador que era, Bandaranayake optó por la radio pública y la empleó contra la prensa burguesa. Sus sucesores, sin embargo, incapaces de algo semejante, decidieron poner coto a “Lake House”. Existía ya un clamor público que pedía tomar el control de “Lake House”. De ese modo, el gobierno de coalición presentó un proyecto de ley para su nacionalización. Aquí es donde se equivocó, pues debería haber utilizado sus poderes –incluso haber declarado una situación de crisis, si hubiera sido necesario– para hacerse primero con el control de “Lake House” y hablar más tarde. El error se demostró fatal. “Lake House” movilizó a su artillería pesada. El informe de la comisión de investigación detalla cómo procedió para hacer frente a esta amenaza a su existencia. Varios cientos de miles de rupias fueron puestos a la disposición absolutamente discrecional de uno o dos de sus directores. Más tarde, en el parlamento, se formuló la acusación de que a los diputados de la mayoría que votaron el 4 de diciembre de 1964 con la oposición y en contra del gobierno, los había sobornado “Lake House”. La comisión de investigación indagó el asunto y declaró que no disponía de pruebas que corroboraran tales acusaciones. Pero, al mismo tiempo, afirmaba que los directores de “Lake House” no habían dado explicaciones convincentes sobre el modo en que habían gastado la enorme cantidad de dinero que se les había confiado en ese periodo. Que cada cual saque sus propias conclusiones. La campaña contra “Lake House” fue una de las mayores vistas hasta entonces en Ceilán, si bien es cierto que “Lake House” se terminó llevando el gato al agua ante la debilidad táctica del gobierno. Los “brillantes cerebros” del LSSP se encargaron de la redacción y presentación del proyecto de Ley de Prensa en el parlamento. El periodo de sesiones parlamentarias se prorrogó con el único propósito de debatir el proyecto de ley que permitiera controlar “Lake House”. El día de las votaciones, el del Mensaje Inaugural de 4 de diciembre de 1964, un número suficiente de diputados del SLFP se sumó a la oposición, provocando la derrota del gobierno por un voto. Los dos diputados del LSSP(R), Samarakkody y Merryl Fernando, votaron con el UNP y el resto de los reaccionarios, allanando el regreso al poder de dicho partido en 1965.

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Debe señalarse, sin embargo, que durante el primer gobierno de la Sra. Bandaranayake se adoptaron diversas medidas progresistas, como la nacionalización de la enseñanza, la del Banco de Ceilán y de los seguros, así como la de todas las compañías petroleras extranjeras. En relación con estas últimas, se planteó el contencioso del monto de las indemnizaciones, lo que motivó que el gobierno de Estados Unidos suspendiera sus programas de ayuda. El gobierno cingalés finalmente acordó pagar una cantidad que los norteamericanos dieron por buena. También debe indicarse que durante este gobierno, llegó a Ceilán el primer grupo de personal de mantenimiento de la paz de los Estados Unidos. Las elecciones de 1965 no dieron la victoria absoluta a ningún partido. En ellas el UNP volvió a ser el grupo más votado. Al Partido Federal le cortejaron ambos bandos, porque su apoyo habría permitido a cualquiera de los dos partidos formar gobierno. Aunque más tarde fue terriblemente crítico con la alianza del UNP con el Partido Federal, no cabe duda de que el SLFP hizo todo lo posible para llegar a un acuerdo con éste y trató de lograrlo a cualquier precio. No obstante, sobre la base de un pacto secreto entre Dudley Senanayake y Chelvanayagam, pacto reconocido, pero nunca hecho público, el UNP formó el llamado “Gobierno Nacional”, en el que se integraron Philip Gunarwardena y W. Dahanayake. El UNP también fichó a Thondaman, adinerado latifundista que, irónicamente, también era el máximo dirigente del mayor sindicato de los trabajadores de las plantaciones. Fueron los intereses de su clase, y no los de los trabajadores de origen indio de las plantaciones, los que determinaron a Thondaman –aconsejado posiblemente también por la embajada india en Ceilán– a lamer la misma bota que en 1948 había pateado a los trabajadores de las plantaciones de origen indio. Los partidos de la frustrada coalición respondieron con una de las más ruidosas campañas chovinistas jamás desencadenadas, en la que ni siquiera faltaron comentarios despectivos sobre los hábitos alimenticios de los tamiles. ¡Fue la época de la línea “masala vadai”! El LSSP y la camarilla revisionista de Keuneman no le fueron a la zaga al SLFP en su burda campaña chovinista. El 8 de enero de 1966, cuando Dudley Senanayake trató de aprobar ciertas disposiciones que pretendía incluir en el proyecto de Ley de Uso Razonable de la Lengua Tamil, la oposición llamó a una huelga de carácter étnico y convocó una manifestación en la que resultó muerto por disparos un monje budista. Todo ello desembocó en la declaración del estado de emergencia. Los miles de trabajadores que, engañados, habían participado en la huelga aquel día, fueron el objeto de las represalias del gobierno y de las empresas estatales; a su vez, el Partido Federal pronto iba a darse cuenta de que su oportunismo tampoco recibiría compensación alguna. A instancias del Partido Federal, Dudley Senanayake presentó un proyecto de Ley sobre los Consejos de Distrito que les concedía un cierto grado de autonomía: los partidos de la coalición consiguieron organizar tales protestas a lo largo y ancho del país, incluso en las propias filas del UNP, que Dudley tuvo que renunciar al proyecto. Poco después, dimitió el representante del Partido Federal en el gabinete y la ilusión de un “Gobierno Nacional” se desvaneció. Por lo demás, el gobierno de 1965 de Dudley Senanayake se caracterizó por empeorar aún más la crisis económica. Como consecuencia de la devaluación de la libra esterlina, y ante la insistencia del Banco Mundial, la rupia se devaluó un 20%. Como el Banco Mundial no quedó satisfecho con esa tasa, impuso una nueva devaluación bajo la forma

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de Proyecto de Certificados de Títulos Cambiarios. La ración de arroz se redujo a la mitad, si bien una parte se entregaba ahora gratuitamente. El coste de la vida se disparó y creció el desempleo. Se produjeron huelgas generales en el sector privado y en el público en 1967 y 1968 respectivamente. La única solución del gobierno ante los crecientes males económicos que padecía Ceilán fue recurrir a los préstamos de instituciones imperialistas, como el Banco Mundial. Pidió más que cualquier otro gobierno. De ese modo, ciñó aún más la correa que ataba a Ceilán al imperialismo extranjero. Políticamente, el SLFP, el LSSP y la camarilla revisionista de Keuneman formaron un Frente Unido a partir de un programa común que era mucho más inconsistente que el manifiesto electoral original del MEP de 1956 de S. W. R. D. Bandaranayake. Durante este periodo salió a la luz igualmente la opresión social que sufrían las castas deprimidas e intocables en Jaffna. Bajo la dirección del Movimiento de Masas por la Erradicación de la Intocabilidad y del Sistema de Castas, los desfavorecidos se enfrentaron a sus opresores por la cuestión de la entrada a los templos. El gobierno se puso de parte de la casta de los hindúes y dio rienda suelta a la represión contra las llamadas “castas deprimidas”. Sólo el Partido Comunista Marxista-Leninista las apoyó abiertamente y les dio una dirección. Éste luchó con valentía y varios camaradas cayeron en la lucha. La cuestión, no obstante, sigue sin estar totalmente resuelta a día de hoy. Pero, al menos, dicho movimiento sirvió para poner al descubierto la existencia de tan inhumano sistema, así como la hipocresía del Partido Federal, que pedía la igualdad de derechos con los cingaleses, pero no estaba dispuesto a tratar como iguales a personas que hablaban su mismo idioma, porque pertenecían a una casta inferior. Las elecciones generales de 1970 se convirtieron en una confrontación directa entre el Frente Unido y el UNP. Sólo el Partido Comunista Marxista-Leninista previno contra cualquier tipo de fe en el fraude de la democracia parlamentaria burguesa e hizo un llamamiento al pueblo a desentenderse de las elecciones. Aunque, en aquel momento, fueron relativamente pocos los que secundaron dicho llamamiento, en menos de un año la mayoría hubo de admitir lo acertado de tal análisis. A pesar de que el gobierno del Frente Unido regresó al poder con una abrumadora mayoría parlamentaria de más de dos tercios, se reveló incapaz de resolver cualquiera de los problemas fundamentales del pueblo. Antes al contrario, el coste de la vida siguió subiendo aún más si cabe y la tasa de desempleo empeoró. La amplitud misma de su mayoría parlamentaria portaba en sí las semillas de su propia destrucción. Al concederle tan abrumadora mayoría, el pueblo avisaba que no aceptaría excusas. La desilusión con el gobierno no tardó en hacerse patente. Tras haber prometido hasta la luna, el nuevo gobierno siguió los mismos pasos que antes diera el UNP. Tras haber criticado ferozmente a éste por su servilismo para con el Banco Mundial, el primer acto del nuevo ministro de Finanzas, el trotskista N. M. Perera, fue acudir en misión mendicante a su sede. En menos de un año, el gobierno cumplía ya todas las condiciones que le imponía el Banco Mundial y hacía recaer la carga de la crisis económica sobre los hombros de las masas. La explosión no tardó en llegar.

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CÁPITULO VI: ANÁLISIS DE LOS ACONTECIMIENTOS DE 1971 EN CEILÁN Los disparos que se oyeron el 5 de abril de 1971 en Wellawaya, anunciadores del estallido de la insurrección, predestinada al fracaso, del Janatha Vimukthi Perumuna o Frente de Liberación Popular [JVP, en sus siglas en sinhala], no sólo acabaron con la vida del policía que se encontraba de guardia en su comisaría; también echaron por tierra varios mitos sobre Ceilán que interesadamente venían cultivando la prensa y los políticos burgueses. No obstante el hecho notorio de que nuestra tasa de criminalidad fuera la tercera más alta del mundo, Ceilán pasaba por ser un país pacífico, fiel a la doctrina del maitri12 y la no violencia, la Dhamma Dipa13, cuya protección confió Sakra al cuidado especial de Indra, a petición expresa de Buda justo antes de morir. A pesar de los brutales actos de violencia acaecidos durante los disturbios étnicos de 1958, en que se llegó a quemar vivas a personas porque pertenecían a la raza equivocada, se había creado el mito de que el pueblo de Ceilán se aferraba a la vida democrática y se oponía a la revolución y a la violencia. De hecho, en un mitin público celebrado en Kandy unas semanas antes del comienzo de la insurrección, la Sra. Bandaranayake afirmó que el país estaba a salvo de la violencia gracias al especial amparo de los dioses. Sin embargo, el mayor mito propagado sobre Ceilán era el de la fe inquebrantable de su pueblo en los principios de la democracia parlamentaria burguesa, el mito de que éramos el único país que, con ahínco y entusiasmo, había aprendido de los amos británicos el arte del gobierno democrático, el mito de que habíamos sustituido con éxito a unos gobiernos por otros mediante procesos democráticos y de que Ceilán era un oasis de gobiernos estables en un mundo, por el contrario, turbulento. Todas estas teorías quedaron a partir de entonces reducidas a añicos. La disposición y entrega con que numerosos jóvenes, hombres y mujeres, sacrificaron sus vidas, con independencia del hecho de que estuvieran mal orientados y dirigidos, de que siguiesen tácticas completamente erróneas y fuesen utilizados por detrás para fines reaccionarios, liquidó para siempre la teoría de que nuestro pueblo no era revolucionario. Nuestro pueblo no le va a la zaga a nadie. Que tal hecho constituya una advertencia para la reacción y un estímulo para los revolucionarios. Por otra parte, el gobierno elegido más “democráticamente” se ve ahora abocado –en un hecho sin precedentes– a recurrir a los poderes dictatoriales más brutales. La democracia burguesa en Ceilán siempre había sido una farsa. Desde el gobierno del Mahajana Eksath Perumuna o Frente Unido del Pueblo [MEP, en sus siglas en sinhala] de 1956 del difunto Bandaranayake, gobernar por medio del estado de emergencia se había convertido en la norma. Tanto el gobierno de 1960 de la Sra. Bandaranayake como el de Dudley Senanayake de 1965 compitieron entre sí por ver cuál de los dos gobernaba más tiempo bajo el estado de emergencia. El Partido Nacional Unido [UNP, en sus siglas en inglés] ganó al Partido de la Libertad de Sri Lanka [SLFP] por estrecho

12 “Benevolencia”, en sánscrito. [N. de los t.] 13 “La isla de la virtud”, en sinhala. [N. de los t.]

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margen. En todo caso, ambos gobernaron durante la mayor parte de sus mandatos bajo el estado de emergencia. Ésta era la democracia alla cingalesa. Pero el actual gobierno del Frente Unido [UF] de la Sra. Bandaranayake ha batido todas las marcas. Llegó al poder con una mayoría parlamentaria inédita de más de dos tercios y no pudo cumplir un año de vida sin declarar el estado de emergencia. Es improbable que en lo que le quede de mandato –mucho o poco– lo pueda levantar. Cuando el gobierno del Frente Unido llegó al poder en mayo de 1970, los marxistas-leninistas señalaron que la abrumadora mayoría parlamentaria portaba en sí las semillas de su propia destrucción. El Frente Unido, mientras estuvo en la oposición, fue pródigo a la hora de hacer todo tipo de promesas al pueblo. No hubo nada que no prometieran. Sus dirigentes incluso se jactaban de que, en los cinco largos años que habían pasado en la oposición, habían elaborado un plan maestro que desarrollarían tan pronto como treparan a los sillones del poder. Sólo pidieron una cosa al pueblo: «Dadnos la mayoría absoluta para no tener que depender de otros partidos». El pueblo hizo más que eso. Dio al UF una mayoría de dos tercios. Nada se oponía aparentemente a que el gobierno cumpliera sus promesas: hasta una oposición totalmente postrada había comprometido también su apoyo. No había excusa posible para no poner en marcha el programa electoral. Muy pronto empezaron a aparecer cada vez más señales de que el pueblo no estaba dispuesto a escuchar excusas. Había hecho lo que se le había pedido y ahora quería resultados. Antes incluso de la victoria en las elecciones de mayo de 1970, el Partido Comunista Marxista-Leninista, al exhortar al pueblo a rechazar la farsa de la democracia parlamentaria burguesa y a no participar en modo alguno en las elecciones generales, había advertido de que mientras no se liquidara el actual marco económico imperialista-feudal de la gran burguesía y no se aplastara por la fuerza la represiva maquinaria estatal burguesa, que actuaba como su perro guardián, cualquiera que fuera el gobierno que llegara al poder por medio de la democracia parlamentaria burguesa no podría resolver los problemas fundamentales del pueblo. La advertencia se reveló correcta. Como hemos indicado más arriba, la democracia parlamentaria en Ceilán ha sido una especie de juego de sillas musicales entre las familias Senanayake y Bandaranayake. De 1947 a 1956, durante nueve años, gobernó el clan Senanayake. Durante los nueve siguientes, de 1956 a 1965, ocuparon el poder los Bandaranayake, marido y mujer. Posteriormente, de 1965 a 1970, lo recuperaron los Senanayake. Ahora el péndulo ha vuelto a los Bandaranayake, a cuyo carro se han subido, mientras tanto, el Partido de la Sociedad Igualitaria de Ceilán [LSSP] y la camarilla revisionista de Keuneman, el Partido Comunista de Ceilán revisionista. En todo ese tiempo, sin embargo, no se produjo ningún cambio fundamental en la estructura social y económica. Ceilán continuó siendo un país neocolonial y semifeudal. Los sectores más importantes de su economía siguieron controlados por los imperialistas extranjeros. La mayor parte de las plantaciones de té y caucho, que constituyen aún la principal fuente de riqueza del país, la mayoría de los bancos, el comercio de importación y exportación, y la flota naviera, siguen en manos del imperialismo extranjero. Las marionetas que bailan en el tablado político son de fabricación cingalesa, pero los hilos invisibles que tiran de ellas se mueven desde Londres y Washington.

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A pesar de toda la palabrería hueca y altisonante sobre el socialismo, no se produjeron cambios fundamentales en la situación tras la llegada del Frente Unido al gobierno en mayo de 1970. En lugar de ello, el UF trató al pueblo como si fuera imbécil, y mientras discurseaba sobre la construcción del socialismo, la mayoría de los sectores productivos –las plantaciones de té y caucho– y los bancos seguían en manos imperialistas extranjeras. Se inventaron nuevas definiciones de “socialismo”. Le dijeron al pueblo que “socialismo” significaba mayor disciplina, trabajo duro y apretarse el cinturón. Pero por arriba el pueblo no veía esos mismos sacrificios. Los miembros del parlamento se votaban subidas de sueldos. Los ministros “socialistas” se construían nuevas oficinas con aire acondicionado. Los hijos de la primera ministra se iban a estudiar al extranjero. El número de mercedes benz y de edificios palaciegos no dejaba de crecer. Ni siquiera las tan cacareadas leyes de limitación de alquileres podían aplicarse, porque algunos de los propietarios de las mayores casas del país estaban en el gabinete. La tantas veces prometida declaración de bienes de los diputados nunca vio la luz. Entretanto, el coste de la vida seguía subiendo vertiginosamente. El ya irresoluble problema del desempleo empeoró cuando, por venganza política, el nuevo gobierno despidió a miles de trabajadores contratados por el anterior ejecutivo en muchas empresas estatales, incluidas diez mil personas que había incorporado también al ejército de tierra. Sólo la generosidad china en forma de suministro de arroz y préstamos sin intereses permitió al gobierno cumplir su promesa de doblar la cantidad de arroz racionado, y así poder seguir tirando. Hombres que habían sido los críticos más vehementes de la política del gobierno anterior, por haber recurrido a los préstamos del Banco Mundial, se convirtieron, de la noche a la mañana, en mendigos que imploraban, platillo en mano, préstamos análogos de esa misma institución. No es de extrañar que la frustración y la desilusión cundieran por todo el país, en especial entre la juventud. La desilusión fue tanto más profunda cuanto que el pueblo esperaba mucho de los trotskistas y los revisionistas, que ahora formaban parte del gobierno y que, en su momento, lanzaron los discursos más revolucionarios y promesas aún más revolucionarias. No obstante, tan pronto como se calzaron los zapatos de ministro y tomaron posesión de sus oficinas con aire acondicionado, se transformaron en los más acérrimos defensores de la clase dirigente y el status quo. No es casualidad que con tanto tino Lenin describiera a un gobierno de coalición como el gabinete conjunto de la burguesía con los renegados del socialismo. No cabía la más mínima duda de que aquellos partidos otrora de izquierdas habían perdido totalmente la confianza del pueblo y, más concretamente, de los jóvenes. Los acontecimientos de abril mostraron a las claras a aquellos impostores de revolucionarios como lo que eran: una pandilla de contrarrevolucionarios que no tuvieron el menor escrúpulo en permitir el peor baño de sangre y asesinato en masa que Ceilán haya conocido, así como la detención sin juicio durante ya 12 meses de más de 14.000 personas de todas las tendencias políticas. El actual estado de cosas, en el que se han suspendido todos los derechos civiles y democráticos, incluidos el hábeas corpus y el derecho de reunión en espacios públicos, con un gobierno militar de facto, amparado en el rigor del estado de emergencia y una estricta censura de prensa, ha colmado la desilusión por la democracia parlamentaria burguesa. El gobierno popular, que se suponía elegido por la abrumadora mayoría de la

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población –en realidad sólo el 49%– no es capaz de presentarse ante el pueblo, a día de hoy, sin el despliegue de la fuerza armada de la policía. La primera ministra “del pueblo” apenas si puede salir de su casa sin una nutrida escolta militar. El análisis marxista-leninista de que, con independencia del partido burgués que ocupe las poltronas, el poder real reside en el ejército de tierra, la armada, la fuerza aérea y la policía, auténticos perros guardianes de la explotación, cuyos oficiales aún se siguen formando en Sandhurst y en la nueva Scotland Yard, ha quedado plenamente demostrado. Un chupatintas del tres al cuarto nombrado a dedo, un funcionario de pueblo, por ejemplo, un grama sevaka, podía conseguir que metieran en la cárcel a un diputado o a un ministro del gobierno, mientras todo un parlamento elegido miraba desvalido e impotente, privado incluso del poder de hablar. La actuación del parlamento cingalés, que cuenta entre sus filas con algunos de los demagogos más vocingleros que ha producido Ceilán, seguramente pasará a la historia de la democracia parlamentaria burguesa como una de las más vacuas e incapaces. Todos y cada uno de sus miembros estaban muertos de miedo: ninguno de ellos tuvo los arrestos suficientes para presentarse ante sus electores durante bastante tiempo. Hasta la aparición de la primera ministra en el parlamento se había convertido en un acontecimiento extraordinario. El ejército y la policía tenían al gobierno exactamente donde querían. Ceilán había logrado hacer lo que nadie: tener un gobierno militar con fachada civil. Estos dos factores, la desilusión popular para con la democracia parlamentaria burguesa y con los antiguos partidos de izquierdas, junto con la total incapacidad del gobierno del UF para resolver los problemas del pueblo, prepararon el terreno para que el JVP se ganara el apoyo de un sector de la juventud rural, que, en Ceilán, constituye la mayor parte de la población. El Partido Comunista Marxista-Leninista de Ceilán, desde su escisión del partido revisionista y su constitución como partido independiente en 1964, había sido realmente el que de manera más consecuente y sistemática había puesto al descubierto tanto la quiebra de la democracia parlamentaria burguesa como la traición y alevosía de los trotskistas y los revisionistas modernos, abogando por la vía revolucionaria como único medio de transformación social. Sin embargo, al igual que en 1956 el difunto S. W. R. D. Bandaranayake, con el sagaz añadido de una serie de llamamientos en materia de religión, lengua y raza, se había apropiado de las consignas radicales popularizadas anteriormente por el movimiento de izquierdas, ahora el JVP recogía el fruto del trabajo llevado a cabo por los marxistas-leninistas, con el agregado del mensaje nacionalista (antiindio) y de casta. Entender esto puede parecer difícil. En el pasado, políticos como D. S. Senanayake, R. G. Senanayake, Hema Basanayake o K. M. P. Rajaratne habían combinado el nacionalismo con la política reaccionaria. El JVP probó una mezcla nueva. Envolvieron un burdo mensaje antiindio –pintaron a los trabajadores de las plantaciones de origen indio, que constituyen una parte sustancial de la clase trabajadora de Ceilán, como peones del expansionismo hindú– en fraseología revolucionaria. Este discurso parece que fue el que más éxito les reportó. Como medida adicional, también explotaron sutilmente el mensaje de casta. La mayoría de los dirigentes del JVP pertenece a una misma casta.

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Estos hechos nos obligan a realizar un análisis sobre el carácter del JVP. La mayoría de los análisis efectuados por los dirigentes gubernamentales carecen de la más mínima seriedad: empezaron sosteniendo que el JVP era un agente de la reacción y terminaron diciendo que eran aventureristas de extrema izquierda. ¿Cuál es la verdadera naturaleza del JVP? Lo primero que hay que comprender es que, al margen de la naturaleza cuestionable de la dirección, las bases parece que tuvieron una sincera mentalidad revolucionaria, con un admirable sentido de la abnegación y una disposición para el sacrificio, incluso de sus propias vidas, nunca antes visto en Ceilán. La pena es que ese sacrificio fuera en vano. No cabe ninguna duda de que las fuerzas de la reacción manipularon en la sombra y para sus propios fines a una parte de la dirección. No hay duda de que este movimiento surgió para oponerse a la creciente influencia del Pensamiento Mao Tse-Tung en Ceilán. Debido al creciente descrédito de las teorías trotskistas y revisionistas sobre la coexistencia pacífica y la transición pacífica por vía parlamentaria, la reacción hubo de recurrir en su ayuda a la teoría pseudorrevolucionaria ligada al nombre de Che Guevara, a fin de desviar la atención de la juventud de las verdades revolucionarias de Mao Tse-Tung. Usaban citas a medias de Mao Tse-Tung para engañar a sus seguidores. Pero su filosofía era absolutamente antimarxista-leninista. En ese sentido, popularizaron la teoría de Che Guevara que sostiene que un grupo relativamente pequeño de bravos combatientes o guerrilleros puede tomar el control de la maquinaria del Estado y después atraerse a las masas. Se trata de una de las teorías favoritas de la pequeña burguesía, por su pronunciado individualismo y su desconfianza hacia la clase obrera; descarta la participación de las masas y es la antítesis misma de la teoría de la guerra popular tal como la expuso el camarada Mao Tse-Tung. El camarada Mao nos enseñó que “la guerra popular es una guerra de masas y sólo puede realizarse movilizando a las masas y apoyándose en ellas”. La casi completa falta de apoyo de las masas y su aislamiento prácticamente total de la clase obrera organizada fue una de las características más llamativas de la llamada insurrección del JVP. Su táctica militar procedía también de teorías aventureristas sobre una rápida victoria en una revolución de un día, teorías nacidas del más absoluto desconocimiento de la auténtica fuerza del enemigo, así como de las bien conocidas concepciones sobre la guerra popular prolongada del camarada Mao Tse-Tung. La táctica empleada por el JVP al atacar simultáneamente tantas comisarías de policía, que son los centros de fuerza del enemigo, era casi infantil en su concepción misma y su único resultado no podía ser más que la carnicería que tuvo lugar. El máximo dirigente del JVP era un antiguo estudiante de la Universidad Lumumba de Moscú al que expulsaron de la URSS por antisoviético, con el fin de facilitar su infiltración en las filas marxistas-leninistas. Al no conseguir convertirse en su líder, creó el JVP. El propio JVP no estaba organizado como un partido político en el sentido que conocemos. No celebraba reuniones, ni secretas ni públicas. No se elegía a los dirigentes y, además, al líder se le prodigaba el más inimaginable y vano culto a la

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personalidad. A pesar de que se autodenominaban marxistas-leninistas, ignoraban por completo el centralismo democrático. Era ésta una situación ideal en la que agentes provocadores e incluso reaccionarios encubiertos pudieron actuar y dirigir en la sombra el movimiento para sus fines reaccionarios. Hay un gran número de interrogantes sobre el JVP que probablemente nunca llegarán a aclararse del todo. Se sabe a día de hoy que, durante el anterior gobierno del UNP, se presentaron al entonces primer ministro dos informes específicos sobre las actividades del JVP, elaborados por el consejero de seguridad del gobierno, antiguo inspector general de policía, y otro más amplio y detallado, redactado sobre la base de los anteriores por el secretario permanente del ministro de Defensa y Asuntos Exteriores. Según parece, estos informes contenían información precisa (que los acontecimientos demostraron) sobre los lugares donde se desarrollaban las actividades del JVP y una lista de sus miembros más destacados, así como del tipo de actividades que llevaban a cabo, incluyendo el tipo de formación que recibían. El primer ministro no remitió estos informes ni al Consejo de Seguridad, integrado por los jefes de las fuerzas armadas, ni al gabinete. Tampoco adoptó ningún tipo de medida. La policía se limitó a detener a unos pocos individuos, a quienes liberó más adelante, incluido el líder del JVP, lo que dio visibilidad política al grupo. Aunque interpelado en el parlamento, el antiguo primer ministro no dio ninguna explicación satisfactoria de su inacción. Igualmente intrigante es que el nuevo gobierno tampoco hiciera nada. Todos los informes obraban en poder de la división especial del Departamento de Investigación Criminal [CID]. Era la misma sección, integrada por las mismas personas con ligeros cambios. ¿Por qué no adoptaron ninguna medida o aconsejaron al gobierno que lo hiciera? Tal vez nunca lo lleguemos a saber. Sin embargo, es interesante recalcar que son las mismas personas que, desde el principio, conocían todo sobre las intenciones del JVP, las que a día de hoy ¡dirigen las investigaciones! Igualmente intrigante fue la publicidad mediática que la prensa burguesa dio al JVP. No había día en que uno u otro de los tres principales periódicos de la burguesía no publicara una noticia sobre el grupo. Ningún otro movimiento político en Ceilán había disfrutado hasta entonces de tanta publicidad. Es probable que al Ceylon Daily News no le haga gracia que se lo recuerden, pero llegó a publicar un artículo en sus páginas centrales en que se describía a Wijeyaweera como ¡el sucesor de D. S. Senanayake y S. W. R. D. Bandaranaike! ¡Todo esto no puede ser mera casualidad! Después está la cuestión de las armas y la munición. Aunque aceptemos el cuento de que las armas eran robadas, ¿de dónde había salido ese montón de bombas tan sofisticadas, nunca antes vistas en Ceilán? Más aún, ¿de dónde procedía esa cantidad de munición? También requieren una explicación las sumas de dinero que supuestamente se había gastado el JVP. Hasta ahora, la única respuesta satisfactoria es que los comerciantes de cierta casta del sur ¡se pegaron tal atracón de propaganda antiindia que terminaron vomitando miles de rupias! Quizá no sea una explicación del todo inverosímil. En cualquier caso, lo que es innegable es la burda campaña nacionalista antiindia llevada a cabo por el JVP. Llegaron incluso a hablar de “océanos de sangre tamil que tendrían que vadear los cingaleses para proteger su Estado”. Esto explica que apenas se

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produjeran incidentes reseñables en las provincias norteña y oriental, ni en los distritos con plantaciones, donde viven los tamiles de Ceilán y los de origen indio. También es un hecho destacado que no había tamiles ni entre los miembros ni en la dirección del JVP. El momento elegido para la propia insurrección, sin tiempo para desenmascarar al nuevo gobierno y aislarlo del pueblo, delataba inmadurez política o la presencia de agentes provocadores. Ya nos hemos referido anteriormente a la estupidez de la táctica de atacar simultáneamente todas las comisarías, teniendo en cuenta que las fuerzas armadas del gobierno podían reunir una fuerza mucho mayor en cualquier instante, como, de hecho, así sucedió. El JVP tampoco tenía un programa político bien definido, al margen de las críticas al gobierno y ciertos puntos sacados de programas anteriores de los partidos de izquierdas. La madurez política de los miembros del JVP era sorprendentemente limitada. Toda su educación política se reducía a unas pocas lecturas, más allá de las cuales tampoco se les animaba a leer nada. También hay que tener en cuenta la dificultad práctica que representa la escasez de libros marxistas-leninistas-maoístas en sinhala. Por ello, la mezcla del nacionalismo más burdo y fraseología revolucionaria que Wijeyaweera había aprendido en la Universidad Lumumba se hacía pasar por marxismo-leninismo. De hecho, este bajo nivel de formación política y el desorden en los métodos de captación de militantes provocaron que muchos de los detenidos se convirtieran en chivatos y pasaran información al CID. El JVP tampoco trató de construir un frente unido de todas las clases y grupos revolucionarios contra el enemigo común. Al mismo tiempo, debemos ser objetivos y señalar los aspectos positivos de este movimiento. El JVP predicaba la buena nueva de la revolución, aunque no con tanta rotundidad como los marxistas-leninistas, ya que el JVP había apoyado a los candidatos del UF en las elecciones previas e, incluso después de que se formara el gobierno, había declarado su disposición a disolverse, si éste se decidía a construir el socialismo. Como se ve, seguía habiendo ilusión por el socialismo parlamentario. Sin embargo, el énfasis principal se ponía en la revolución. También acertaron al centrar su estrategia en los estudiantes de las zonas rurales y los jóvenes. Se trataba de una generación que no había escuchado a la clase política dirigida por el LSSP y el PC en su periodo revolucionario anterior. La abnegación y entrega que infundieron en estos jóvenes fue verdaderamente notable. Su táctica inicial de llevar a cabo todas sus actividades en secreto era correcta, si bien, tras la victoria electoral del UF, la modificaron y empezaron a actuar abiertamente, centrándose en la movilización de todos sus recursos en espectaculares manifestaciones públicas que dejaron al descubierto a sus cuadros y permitieron la infiltración de su movimiento. El ingenio que demostraron en todo momento para conseguir armas y adiestrar en su manejo a, al menos, una parte de sus miembros, también es digno de elogio. Pero todos estos factores no han de distraernos del hecho de que, en lo fundamental, el movimiento en su conjunto era contrarrevolucionario. Los principales miembros de la

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dirección se prestaron a la manipulación reaccionaria. No respondieron correctamente a la pregunta “¿Quiénes son nuestros principales enemigos y quiénes nuestros amigos?” En otras palabras, su comprensión de la etapa revolucionaria y de la naturaleza de sus tareas inmediatas era incorrecta. Prueba evidente de ello fue el hecho de que no muriera ni un solo imperialista, ni se inflingieran daños a la propiedad imperialista o feudal, ni se contaran entre las víctimas grandes capitalistas o terratenientes. Hubo también un desinterés total y absoluto por construir un frente unido de todas las fuerzas revolucionarias que hubieran podido enfrentarse al enemigo común. Ya hemos hecho referencia a las tácticas militares completamente erróneas e infantiles empleadas por la dirección del JVP, que no tuvo en cuenta en ningún momento las innumerables vidas de jóvenes revolucionarios que se iban a sacrificar como consecuencia de ellas. El sacrificio es inevitable en cualquier lucha revolucionaria. Pero los revolucionarios deben evitar sacrificios innecesarios. Nada de esto excusa, no obstante, la masiva represión desencadenada por el gobierno y su maquinaria estatal reaccionaria, en especial la policía y el ejército. Bajo un riguroso estado de emergencia y la más completa censura de prensa, el país quedó prácticamente sometido a un gobierno militar. Ceilán sufrió un baño de sangre que jamás en su historia podría haber imaginado. El profesor René Dumont, que por entonces se encontraba en Ceilán invitado por el gobierno, escribió en el parisino Le Nouvel Observateur: “Desde el puente Victoria vi cadáveres flotando en el río que fluye desde el norte de la capital, escena que contemplaban cientos de espectadores inmóviles. Esto sucedió el 13 de abril. Los policías que había matado a esas personas arrojaban los cuerpos a la corriente para aterrorizar al pueblo.” Exagerando deliberadamente el peligro que representaba para el gobierno, no sólo lanzaron contra el pueblo todos los aparatos represivos y reaccionarios locales, sino que también consiguieron así el apoyo exterior de los expansionistas indios, los imperialistas occidentales y los socialimperialistas soviéticos. Los buques de guerra y los helicópteros indios, los MIG rusos y las armas y municiones angloamericanas sirvieron para dar caza y aterrorizar al pueblo como nunca antes había sucedido. En un determinado momento, se habló incluso de solicitar la intervención de la flota de Estados Unidos. Se recurrió a la provocación contra Corea y China. El personal de la embajada de Corea del Norte fue expulsado a pesar de una protesta subsiguiente en la que se resaltaba la no injerencia de ninguna fuerza de ese país. La policía asaltó la oficina de la agencia de noticias china, así como los locales en que ingenieros y trabajadores chinos construían el monumento conmemorativo en honor a Bandaranayake, proyecto gratuito en el que China había gastado 35 millones de rupias. Confiscaron cientos de libros y fotografías de Mao Tse-Tung y, en al menos un caso, la policía quemó literatura china. Sólo el correcto comportamiento diplomático de los chinos y su generosa ayuda (ofrecida en realidad antes de la insurrección) impidieron que el gobierno terminara definitiva y completamente en el campo imperialista. Conviene señalar, sin embargo, que el gobierno tardó un mes en anunciar públicamente la oferta china de un préstamo de 150 millones de rupias sin intereses.

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La Sra. Bandaranayake ha tenido que hacer horas extraordinarias para demostrar que la ayuda militar que recibió de los imperialistas y de los expansionistas indios estaba justificada, en última instancia, por su política de no alineación. En realidad, no era más que la flagrante injerencia en los asuntos internos de otro país. En concreto, la pronta intervención de la marina hindú al establecer un anillo “protector” alrededor de Ceilán pareció un tanto ominosa, pensando en el futuro y a la luz de ciertas opiniones abiertamente expansionistas de determinados círculos indios. Si es cierto que la supervivencia de este gobierno se debió a la asistencia militar extranjera, entonces no puede ya reclamar el título de “gobierno popular”. ¿Dónde estaba el pueblo en la hora trágica? Aun cuando no se hubiese puesto activamente del lado de los insurgentes, ¿por qué no se levantó en apoyo del gobierno que había elegido? Una de las razones de la apatía popular fueron las inauditas brutalidades que la policía y el ejército infligieron a hombres y mujeres, culpables o inocentes. Se disparaba a la gente sin mediar pregunta, se detenía a centenares de personas por meras sospechas o denuncias falsas, muchas mujeres fueron violadas y se sometió a torturas de un sadismo inimaginable a jóvenes que, en muchos casos, han quedado lisiados de por vida. Sólo la vigencia del estado de emergencia y los plenos poderes dictatoriales atribuidos a las fuerzas armadas los han salvado, por el momento, de la venganza popular. En muchos sentidos, la llamada insurgencia fue como un don caído del cielo para las fuerzas reaccionarias que había tanto dentro como detrás del gobierno. Llevaron a cabo detenciones en masa de todas y cada una de las personas que habían sido críticas con el gobierno o que no le habían dado su apoyo más incondicional, al margen de si tales personas tenían o no relación con la insurgencia. Especialmente todas las fuerzas revolucionarias y potencialmente revolucionarias sintieron sobre sí la pesada mano de la represión. Varios destacados miembros del Partido Comunista Marxista-Leninista, así como los dirigentes de los sindicatos que dirige, fueron detenidos y permanecen aún detenidos, a pesar de que el partido había sido la primera organización política en dejar al descubierto la naturaleza contrarrevolucionaria del JVP, mucho antes de la insurrección. Entre los detenidos se encuentra el Secretario General del partido. La sede de éste fue asaltada, su imprenta deliberadamente destrozada y varios centenares de obras del camarada Mao Tse-Tung, traducidas al cingalés y al tamil, así como otros libros, confiscados y nunca más devueltos. De hecho, las fuerzas reaccionarias pretendían silenciar así al movimiento revolucionario para siempre. Entre los arrestados y detenidos había también varios miembros prominentes del SLFP que, sin embargo, eran conocidos prochinos. También fue detenido un diputado del LSSP que era, además, el presidente de la Liga de las Juventudes, bajo la acusación de formar parte del JVP. La incapacidad del LSSP, el segundo socio en importancia del gobierno del Frente Unido, para obtener su liberación, se recordará como uno de los episodios más vergonzosos de la historia de dicho partido. Muy diferente fue el modo en que J. R. Jayawardena consiguió la liberación de su hijo a las cuatro horas de su detención por motivos similares. Se trató de una jugada astuta del gobierno, que consiguió así cerrar la boca de Jayawardena, líder de la oposición, en todos los asuntos fundamentales relativos al estado de emergencia y los detenidos. También puso de manifiesto, no obstante, el sesgo de clase del gobierno. ¡A fin de cuentas, los Jayawardena y los Bandaranayake pertenecen a la misma clase!

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Aparte de estas dos personas, otras 15.000, principalmente jóvenes, fueron detenidas y permanecen encarceladas sin juicio por sus supuestos vínculos con el JVP. Varios miles más se entregaron bajo la promesa solemne de una amnistía que concedería la primera ministra. Sin embargo, también ellas se encuentran bajo arresto. Egipto y Pakistán, que se enfrentaban a una agitación política mucho mayor, juzgaron a los cabecillas, pusieron en libertad al resto y levantaron el estado de emergencia y la censura de prensa en un periodo de tiempo mucho más corto. Pero en nuestro pequeño Ceilán, las investigaciones avanzan a paso de tortuga, si es que realmente avanzan. Un aspecto llamativo de estas redadas que no se puede dejar de comentar es el hecho de que ni un solo trotskista fuera detenido en ellas, a pesar de que Ceilán cuenta con un número considerable de grupos trotskistas y que los dirigentes de algunos de dichos grupos habían aparecido en plataformas comunes con el JVP y estaban muy próximos a él. Es éste otro misterio que nosotros no podemos desentrañar. Pero fue en el frente económico donde el gobierno aprovechó la oportunidad para adoptar medidas antipopulares que ni siquiera gobiernos anteriores del UNP se habían atrevido a tomar. Bajo el amparo de las bayonetas apuntando a un pueblo indefenso, al que se le había negado el derecho de reunión, expresión, huelga o cualquier otra forma de protesta, el gobierno procedió a cumplir casi todas las condiciones impuestas por el Banco Mundial, dominado por los EEUU, para poder conceder un préstamo a Ceilán. Las tarifas de autobús y tren, las tasas postales y telefónicas, el recibo de la luz, todo subió. Aumentaron los precios del pan, el azúcar, la leche, la gasolina y el tabaco. Se redujo drásticamente la subvención del arroz y se gravaron los servicios sanitarios, hasta entonces gratuitos. El coste de la vida se disparó aún más. ¡Los simpatizantes del UNP saludaron con fuegos artificiales el presupuesto anual de N. M. Perera, del LSSP! Además del enorme aumento de cargas que se hacen recaer sobre el pueblo, se ha producido un gigantesco incremento del gasto a cuenta de las fuerzas armadas. Esta isla de paz, arca de la más pura doctrina de la no violencia predicada por Buda, va a aumentar la dotación de las fuerzas armadas y de la policía en un 25% durante el año en curso. El gasto presupuestado en 1971 para el ejército de tierra ha pasado de 81.069.093 rupias a 151.777.255. El gasto de la armada ha subido de 23.778.540 a 36.601.880 rupias. En compras de armamento, municiones y pertrechos el aumento ha sido de 1.490.000 rupias a 4.800.000. Ceilán lleva camino de convertirse en un estado policial. Ceilán cumple todas las condiciones para ser beneficiario de la ayuda neocolonial del Banco Mundial, lo cual atará nuestra economía aún más al carro del imperialismo extranjero. El gobierno del Frente Unido ha demostrado que, mande Rama o mande Rávana14, mientras no quiebre el actual sistema económico, el imperialismo, el feudalismo y la explotación capitalista seguirán existiendo. A las masas se les dice ahora que socialismo significa más disciplina y trabajo duro. Esto son bobadas. Socialismo significa abolición del capitalismo, y esto es, precisamente, lo que ni han hecho ni piensan hacer nunca Bandaranayake, N. M. Perera y Pieter Keuneman. El trabajo duro es un factor común tanto del capitalismo como del

14 Personajes antagonistas de la mitología hindú. [N. de los t.]

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socialismo. Bajo el capitalismo, el producto del esfuerzo agotador de los trabajadores enriquece al capitalista y al terrateniente. En cambio, bajo el socialismo, los beneficios del trabajo deben redundar en favor de los obreros y campesinos. Esta verdad tan sencilla no la pueden ocultar todos los sofismas deshonestos de hombre alguno, por muchos doctorados que tenga. La consecuencia directa del estallido de la insurrección es que ha dado al gobierno y a los reaccionarios que lo respaldan la oportunidad pintiparada de imponer al pueblo una auténtica dictadura militar y, al amparo de ella, introducir toda una serie de medidas económicas impopulares para apuntalar el explotador sistema económico imperialista-feudal-gran burgués, que está haciendo a los ricos más ricos y a los pobres más pobres.

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CÁPITULO VII: CONCLUSIÓN La razón fundamental por la que todos los problemas básicos –incluidos los de las comunidades nacionales– a que ha de hacer frente el pueblo de Ceilán siguen sin resolverse, se debe al carácter neocolonial de la economía del país y a la creciente agudización de la crisis económica. Ceilán lleva desde hace años en un estado de continua crisis económica provocada por nuestra incapacidad para producir los bienes de consumo que necesita una población en constante crecimiento o para importarlos al precio de nuestras exportaciones agrarias. La causa de este estado de cosas es que los precios de las exportaciones agrarias de Ceilán –en especial del té, el caucho y la copra–, de los que depende la bonanza o no de nuestra economía, están al albur de los mercados internacionales controlados por el imperialismo, sobre los que Ceilán no tiene ningún control. La situación, a su vez, viene también motivada por la excesiva dependencia de nuestra economía del té y del caucho, así como por el hecho de que nuestros principales actores económicos (las plantaciones agrícolas, que siguen constituyendo la mayor aportación a la riqueza nacional, los bancos, las compañías de exportación e importación, las navieras, etc.) sigan estando en su mayor parte en manos de los imperialistas extranjeros. Éstos llevan decenios reduciendo sistemáticamente los precios de nuestro té y de nuestro caucho; y del mismo modo, aumentando los de nuestras importaciones, a saber, fertilizantes, maquinaria, etc. Es decir, que a Ceilán se le desangra por ambos costados. Y por si fuera poco, parte del botín retorna a nosotros bajo la forma de ayuda o préstamos por los que hemos de pagar intereses y, además, sentirnos agradecidos. A pesar de estos 23 años de supuesta independencia y de tantos cambios de gobierno, ninguno de ellos –ya fuera del Partido Nacional Unido [UNP, en sus siglas en inglés], del Partido de la Libertad de Sri Lanka [SLFP] o del Frente Unido [UF]– ha hecho absolutamente nada para librar a nuestra economía de las cadenas impuestas por el imperialismo. Cada vez que ha empeorado la situación económica, todos esos gobiernos han demostrado ser auténticos expertos en cargar sobre los hombros del pueblo el peso de la crisis. En 1953, el gobierno del UNP eliminó el subsidio del arroz, incrementó los precios de los servicios postales y del ferrocarril, y privó a los escolares del almuerzo gratuito. En 1962, el SLFP trató de reducir el subsidio del arroz, pero se vio obligado a dar marcha atrás. En 1967, el UNP devaluó la rupia y redujo a la mitad la cantidad de arroz racionado. Al mismo tiempo, contrató cuantiosos préstamos con el Banco Mundial, dominado por el imperialismo estadounidense. En 1971, el gobierno del UF aumentó las tarifas de ferrocarril, autobús, electricidad, teléfono y servicios postales, así como los precios del petróleo, el tabaco y muchos otros bienes de consumo. Igualmente, recortó los servicios sanitarios gratuitos. Dichos gobiernos adoptaron la mayor parte de esas medidas siguiendo los dictados del Banco Mundial, precondición para la concesión de préstamos. El futuro de Ceilán está hipotecado al Banco Mundial. La palabrería hueca sobre el socialismo ha estado acompañada de sacrificios cada vez más abusivos impuestos al pueblo, pero no a los ricos. ¡La actuación más ridícula ha sido la de aquellos a quienes se les llena la boca hablando de la construcción del socialismo mientras las plantaciones, que son el sector que genera mayores ingresos de todo el país, están en manos de los imperialistas

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extranjeros! El admirador más reciente de la pretensión del gobierno del Frente Unido de construir el socialismo es J. R. Jayawardene, líder de la oposición, jefe de filas del UNP y uno de los más sagaces dirigentes de la clase capitalista de Ceilán. No sólo ha expresado su apoyo al gobierno, sino que se espera que se incorpore a él como ministro. En interés de su clase, se ha percatado de que este gobierno está actuando al servicio de los capitalistas mucho mejor de lo que podría hacerlo el UNP; ¡y de que es el mejor baluarte contra la revolución y, por lo tanto, hay que apoyarlo! A pesar de los casi 40 años de derecho al voto de los mayores de edad y de 23 de la llamada independencia, ninguno de los problemas fundamentales a que se enfrenta Ceilán se ha resuelto. De hecho, han empeorado. El desempleo ha alcanzado niveles desbocados y el coste de la vida se ha incrementado hasta cotas inimaginables. No hay solución a la vista. La razón es muy sencilla. La solución a los problemas económicos de Ceilán pasa exclusivamente por librar a su economía de las cadenas del imperialismo extranjero, algo que no se puede conseguir por medio de la democracia parlamentaria burguesa, por muchos cambios de gobierno que haya. Todo esto viene a demostrar que mientras el marco económico imperialista y feudal de la gran burguesía siga en pie y la maquinaria represiva del Estado burgués que lo sustenta no haya sido destruida por la fuerza, los problemas fundamentales del pueblo seguirán sin resolverse, y ello con independencia del gobierno que llegue al poder por medio de esa farsa llamada democracia parlamentaria burguesa. La única respuesta a todo esto es emprender el camino de la revolución alumbrado por la brillante claridad del Marxismo-Leninismo-Pensamiento Mao Tse-Tung.

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ANEXO Mientras se imprimían las páginas finales de este libro, nos llegó la noticia de la proclamación de la república de Ceilán en el marco de la Commonwealth británica. Se trata sencillamente de un nuevo engaño, mediante el cual el gobierno del Frente Unido pretende estafar y embaucar al pueblo. Sin embargo, es improbable que lo consiga. Las constituciones –incluso las mejor elaboradas– son simples pedazos de papel. Su fuerza depende de quién ejerce el poder del Estado. Todo seguirá como antaño. El mismo ejército, la misma policía y la misma burocracia, adiestrados todos ellos por los británicos, seguirán gobernando Ceilán y amparando la explotación imperialista-feudal-capitalista, que seguirá siendo igual de dura. Recordemos que la antigua constitución no impidió que los sucesivos gobiernos pusieran en práctica políticas correctas. Los gobiernos del Partido de la Libertad de Sri Lanka nacionalizaron los servicios de transporte en autobús, los puertos, las compañías petrolíferas, los seguros, etc., e incluso abolieron el senado. Pero no hicieron nada fundamental por cambiar las relaciones de propiedad. Tampoco lo harán ahora con la nueva constitución. Sin embargo, hay una excusa a la que no podrán recurrir. Ya no podrán echar la culpa a las deficiencias de la constitución. También hay que destacar que la decisión de permanecer en la Commonwealth demuestra la fuerza del capital británico en Ceilán. El resto es la misma historia del vino viejo en botellas nuevas.

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CITAS DE LENIN “(...) circunscribirse al parlamentarismo burgués (...), olvidar que el sufragio universal será una de las armas del Estado burgués mientras exista la propiedad de los capitalistas significa traicionar ignominiosamente al proletariado, pasarse al lado de su enemigo de clase, de la burguesía, ser un traidor y un renegado.” [Carta a los obreros de Europa y América, 21 de enero de 1919] “El parlamento burgués, aun el más democrático de la más democrática república, en la que se mantiene la propiedad de los capitalistas, y el poder de éstos, es una máquina para el aplastamiento de millones de trabajadores por un puñado de explotadores.” [Carta a los obreros de Europa y América, 21 de enero de 1919] “La burguesía se ve obligada a mentir hipócritamente y a llamar ‘poder de todo el pueblo’, democracia en general o democracia pura a la república democrática (burguesa), que es, de hecho, la dictadura de la burguesía, la dictadura de los explotadores sobre las masas trabajadores. (...) Pero los marxistas, los comunistas, la desenmascaran y dicen sin tapujos a los obreros y a las masas trabajadoras la pura verdad: de hecho, la república democrática, la Asamblea Constituyente, las elecciones de todo el pueblo, etc., son la dictadura de la burguesía, y para librar el trabajo de la opresión del capital no hay más camino que la sustitución de esa dictadura por la dictadura del proletariado.” [“Democracia” y dictadura. 1918]

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