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definicion de etnia estadonacion los olmecas primeras civilizaciones teotihuacan mayas ubicacion geofrafica

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ENRIQUE FLORESCANO

ETMA, ESTADO Y NACIÓN

Ensayo sobre las identidades

colectivas en México

TAURUS

KTNIA, HSTADO Y NACIÓN D, R. © Enrique Florescano, 1996

taurus H

T De esta edición:

D. R. © Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de C.V., 2000 Av. Universidad 767, Coi. del Valle-México, 03100, D.F. Teléfono 5688 8966 www.taurusaguilar.com.mx

• Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. Calle 80 Núm. 10-23, Santafé de Bogotá. Colombia.

• Santillana S.A. Torre-laguna 60-28043, Madrid, España.

• .Santillana S.A. Av. San Felipe 731, Finia, Ferú.

• líditorial Santillana S. A. Av. Rónmío Gallegos, Fdií. Zuiia Ier. piso Holeila Nte., 1071, Caracas, Venezuela.

• F.ditorial Santillana Inc. P.O. Box 19-5462 Hato Rey, 00919, San Juan, Fuerto Rico.

• Santillana Fublishing Company Inc. 2043 N. W. 87 tb Avenue, 33172. Miaini, Fl., F.U.A.

a Ediciones Santillana S.A. (ROU) Constitución 1889, 11800, Montevideo, Uruguay.

• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. Beazley .3860, 1437, Buenos Aires, Argentina.

• Aguilar Chilena de Ediciones Ftda. l)r. Aníbal Ariztía 1444, Providencia, Santiago de Chile.

• Santillana de Costa Rica, S.A. La I Iruea, 100 mis. Oeste de Migración y Extranjería, San José, Costa Rica.

Primera edición en Taurus: enero de 2001

ISBN: 968-19-0784-1

D. R. O Diseño de cubierta: Angélica Alva Robledo

Impreso en México

Tollos los afrechos reservados Ksla publicar ion no puede ser reproducid;!, ni en tírelo ni en parte, ni registrada en o transmitida poi' utr sistema de recuperación de inlorntación, en ninguna lorma ni por ningún medio, sea irrceatlicn, totoijuíniteo, electrónico, magnético, electroóptíco, por íotocopia o cualquier otro, sin el permiso prcvro, por e.st rrht, de la editorial

ÍNDICE

PRÓLOGO 13

I. LA MATRIZ NATIVA 23

1. La diversidad natural de Mesoamériea 23

2. Las primeras organizaciones políticas:

los olmecas 26

3. Los reinos de la Época Clásica 41

4. La aparición de los Estados multiétnicos m 75

5. Los Estados del Posclásico 79

6. Ascenso y caída de la Confederación Mexica 95

El legado político de Mesoamériea 133

II. LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD COLONIAL 149

1. El origen de la discordia 149 2. Sujeción y sobrevivencia

de la población indígena .,,.,, 155 3. La diversidad étnica y cultural del virreinato ,,t3. , 170

4. "El arte de las artes", o la ingeniería de la dominación « ¡ , 175 5. La organización estamental 189 6. La violencia colectiva una tipología de sus manifestaciones 199 7. Causas y consecuencias de la violencia colectiva: 222 8. Legalidad y violencia „.*,.. 231 9- La patria criolla 243 10. El embate de la Ilustración 251 11. Persistencia y transformación de la identidad indígena 267 12. La participación indígena en el escenario

nacional ¡^ 280

m . EL ESTADO NACIONAL

Y LOS INDÍGENAS ,., 285 1. El nacionalismo insurgente 286

2. El rompimiento de la estructura centralista y la aparición de los conflictos regionales 290

3. Las pugnas entre las élites regionales y el resurgimiento de las rebeliones indígenas 298

4. La campaña ideológica contra los pueblos indios 310

5. El malestar campesino: explosiones

y reacciones, 1820-1870 - 321 6. Invasiones extranjeras, crisis política y formación de la Guardia Nacional 341

6

'• Una histeria colectiva: el fantasma tic las guerras de castas ,....,. **».' <S. La generación de la Reforma y su proyecto de integración nacional _ p S 9. Secularización y afirmación del Estado ,V)S

IV. SALDOS DE UN SIGLO DE LUCHAS

INDÍGENAS Y CAMPESINAS . , « . . — • . 417 1. ¿Guerra de castas o lucha de clases? 419

2. Sobre las causas de las rebeliones campesinas 425

3. La oposición entre las etnias, el Estado y la nación 429 4. Los efectos de las luchas campesinas en el desarrollo nacional 432

5. El ascenso del nacionalismo ,iif 437 6. Las propuestas para resolver la desintegración

de la nación 444

EPÍLOGO í i t 455

NOTAS ,^mmmm 457

BIBLIOGRAFÍA 485

ÍNDICE ANALÍTICO 557

PRÓLOGO

JCiSte libro es obra de la perplejidad. Cuando el movimiento zapatista conmocionó al país en enero de 1994, la pregunta que se me vino encima fue ésta: ¿Por qué, después de nues­tro largo conocimiento del "problema indígena", otra vez es­talla la rebelión en la tierra poblada por los campesinos mayas? Mis dudas acerca de nuestro supuesto conocimiento de la rea­lidad indígena se multiplicaron al leer los artículos y declara­ciones que negaban la participación de los propios indígenas en el estallido de esa rebelión, o los que celebraban el adve­nimiento de la "revolución neozapatista" y aducían a su favor los argumentos más inverosímiles.

Advertí que, si bien los políticos de diversos partidos igno­raban la realidad agobiante de los grupos indígenas, no era menos cierto que los antropólogos e historiadores incurrían, salvo notables excepciones, en interpretaciones desafortuna­das del proceso que condujo a la situación actual. Decidí en­tonces revisar las relaciones que desde los orígenes de nuestra historia ligaron el destino del país con las poblaciones autóctonas. Entre los sujetos que parecían representativos de esas relaciones seleccioné tres actores. En primer lugar las etnias nativas que poblaron el territorio mesoamericano. Pero

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

en contraste con otros análisis, considero aquí el desenvolvi­miento histórico de sus organizaciones políticas, lo que sig­nifica una perspectiva poco usual en los estudios de arqueólogos e historiadores.

La etnia ha sido definida como un grupo integrado por in­dividuos establecidos históricamente en un territorio deter­minado que poseen un lenguaje y una cultura común, reconocen ante otros grupos sus propias peculiaridades y di­ferencias, y se identifican con un nombre propio.1 En nuestro país, la identidad étnica les dio cohesión a las primeras socie­dades humanas; durante miles ele años el grupo étnico fue el núcleo alrededor del cual se formaron las aldeas, los reinos, las confederaciones de pueblos y los primeros estados.

El segundo actor de este relato es la institución estatal. Se­gún Norberto Bobbio, el Estado "es un ordenamiento jurídico que tiene como finalidad general ejercer el poder soberano so­bre un determinado territorio y al que están surbordinados de manera necesaria los individuos que le pertenecen".- Esta organización política apareció en fechas tempranas en Mesoamérica, y desde entonces mantuvo relaciones tensas con los distintos grupos étnicos que incluyó en su jurisdicción. Al ocurrir la invasión española e implantarse un Estado colonial de tradición europea, las tensiones entre las etnias nativas y el Estado se transformaron en oposiciones profundas, que después se recmdecieron con la creación del Estado nacional.

La nación es el tercer personaje cuyo desarrollo se vincula con el de los dos anteriores. Como sabemos, en la antigüe­dad la idea de nación se identificó con la existencia del grupo étnico. Sin embargo, esta nación antigua fue bruscamente al­terada por el concepto de nación que brotó de la Revolución francesa. Los patriotas franceses rompieron con sus antiguas lealtades territoriales, lingüísticas y afectivas en 1789, y pro-

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PRÓIOOO

('Limaron su entrega a la nación francesa por sobre tocias las cosas. Eric Hobsbawm advierte que la ciudadanía francesa sustituyó a la'Concepción de nacionalidad francesa; los ras­gos que antes la definían, como la historia o la lengua que se hablaba en el hogar, no tuvieron ya nada que ver con la nueva definición de la nación»*

Ernest Gellner ha subrayado esta idea al señalar que un grupo humano se constituye como nación cuando sus miem­bros "se reconocen mutua y firmemente ciertos deberes y de­rechos en virtud de su común calidad de miembros. Es ese reconocimiento del prójimo como individuo de su clase lo que los convierte en nación [...] no los demás atributos co­munes, cualesquiera que puedan ser".' De esta definición se desprende que "la nacionalidad no es una característica inna­ta, sino el resultado de un proceso de aprendizaje social y de formación de hábitos". De ahí que se diga, asimismo, que "el nacionalismo (es decir, el deseo de formar o sostener un Es­tado nacional) ha sido anterior, muchas veces, al surgimiento de la nación".s

La ambición ele crear una nación de ciudadanos regidos por leyes iguales, unidos por valores comunes y animados por el propósito de crear un Estado soberano, fue una aspiración < >bsesiva de los políticos mexicanos a lo largo del siglo XIX. La lucha contra el dominio colonial en las postrimerías del siglo XVIII y durante la guerra de Independencia, y más tarde los senti­mientos de frustración que provocó la guerra con los Estados l luidos de América, redoblaron el anhelo de constituir a la nación. Bajo esa compulsión nació lo que Benedict Anderson ha llamado una "comunidad imaginada"/' un tejido de sím­bolos, emblemas, imágenes, discursos, principios, memorias, valores y sentimientos patrióticos que enunciaban que los po­bladores del país, con todas sus disparidades, estaban unidos

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

JW ideales semejantes, compartían un territorio, tenían un pasado común y veneraban emblemas y símbolos que los identificaban como mexicanos.

En el siglo xx persistió el atractivo de las políticas que con­tribuyeron a formar el Estado nacional, de suerte que los es­tudiosos del nacionalismo sólo repararon en sus aspectos positivos. Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XIX el nacionalismo proclamado en las esferas del gobierno y en las instituciones del Estado adquirió un cariz intolerante y re­presivo. Las clases dirigentes, al hacer suyo el modelo euro­peo de nación, demandaron que las etnias, las comunidades y los grupos tradicionales que coexistían en el país se ajusta­ran a ese arquetipo. Así, cuando los indígenas o los campesi­nos no se avinieron a esas demandas, el gobierno descargó todo el peso del Estado sobre ellos y llegó al extremo de ani­quilar a los pueblos que opusieron resistencia al proyecto centralista. Esta política intolerante escindió más a la nación.

La perspectiva histórica muestra que la tensión entre las etnias, el Estado y la nación es antigua y ha sido persistente en México. Cada una de esas entidades reclamó autonomía e identidad propias, y generó así una relación antagónica con las otras. Al no ser superadas por una organización política comprensiva, las controversias dieron paso al enfrentamien-to y a la intolerancia mutuas, que a su vez desembocaron en violentas conflagraciones sociales. En algunos casos esas re­laciones conflictivas fueron distendidas por momentos de in­tensa participación colectiva, por estallidos súbitos de fraternidad, o por esperanzados anhelos de concordia, como se registra en la fiesta de la consumación de la Independen­cia en 1821, el reestablecimiento de la soberanía de la nación por Benito Juárez en 1867, o la apoteosis popular que cele­bró el triunfo de Francisco I. Madero en las elecciones demo-

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PRÓLOGO

criticas de 1911. Desafortunadamente, esos remansos de con­cordia no fueron seguidos por una política efectiva de inte­gración nacional, que unificara a los distintos componentes del cuerpo social y al mismo tiempo respetara sus tradicio­nes, particularmente la trayectoria de las comunidades indí­genas, las únicas con una tradición americana singular.7

La realización de este libro me hizo vivir en carne propia la dificultad que suele acosar a los historiadores mexicanos I uando tratan de reconstruir la historia nacional, sobre todo cuan­do esa reconstrucción intenta incluir a sus pobladores origi­narios. Preguntar por qué, después de siglos de coexistencia II >n las comunidades indígenas, no se les ha reconocido como parte integral de la nación, es tocar una de las fibras más sensibles de la memoria mexicana. Equivale a invadir el espa­cio que separa a la memoria del olvido.

¿No es una paradoja que antropólogos, historiadores y ciudadanos disputen, acerca de si los indios forman parte de la nación? Si algún grupo merece el nombre de mexicano, cu su acepción de grupo nativo y civilización originaria, es el integrado por los descendientes de la etnias que llamamos 11 léxicas, mayas, zapotecas, totonacas, yaquis, tarahumaras, IM i repechas, etc. ¿Y no es una contradicción mayúscula que en 11 is libros donde se enseña la historia patria se diga que esas i •tilias fueron las creadoras de la civilización mesoamericana, una de las más altas de la antigüedad, y afuera de la escuela 11 >s indígenas sean considerados seres inferiores y no repre-cntativos del verdadero México? Por último, ¿no es un mis­

il rio que de la formación de una biblioteca dilatada acerca • y estos asuntos, no podamos explicar hoy día las causas de • --c lechazo y la vastedad de sus consecuencias negativas?

La revisión de la literatura sobre las identidades colecti-.is permite advertir que uno de los mayores obstáculos para

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

explicarlas ha sido la presunción falaz de que hay una sola identidad mexicana. Contra esta concepción, el proceso his­tórico muestra la presencia de diversas identidades, en con­flicto constante unas con otras. Asimismo, otra tesis que nubla la comprensión de las identidades colectivas es la que las considera construcciones inmutables, cristalizadas en el tiem­po para siempre. Contra esa idea, el análisis histórico revela que las identidades son fenómenos cambiantes, sujetos a flujos y reflujos internos, y maleables por las influencias que provienen del exterior.8

En contraste con las tesis esencialistas este libro quiere mostrar que los mexicanos han asumido diversas identidades en el transcurso de su desenvolvimiento histórico. El reconi-do por los ttempos de la historia indica que en cada uno de ellos una determinada concepción de la nación ha buscado imponerse sobre las demás, desplegando las artes a su alcan­ce para desplazar los símbolos de identidad enarbolados por otros grupos. Esto ha ocurrido siempre y es inevitable. Sin embargo, México ejemplifica además el caso de los países que vivieron la trágica experiencia colonial, y posteriormen­te padecieron un proceso de dominación, interacciones mu­tuas y búsqueda irrefrenable de nuevas identidades.

Una herencia de la conquista española fue la honda divi­sión entre los grupos que adoptaron los valores del mundo occidental, y los pueblos inmersos en los valores y reivindi­caciones de la cultura original. La escisión que se produjo en 1521 ha sido tan profunda y duradera, que por un lado le ha puesto barreras a la integración política del país, y por otro ha impedido el reconocimiento del proceso histórico real­mente experimentado por los actores colectivos. En el pri­mer caso, la división entre europeos e indígenas negó unas veces la historia y los valores de los pueblos mesoamericanos,

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PRÓLOGO

y otras condenó y distorsionó los siglos de formación de la sociedad colonial que cambiaron para siempre el destino del antiguo país indígena. Con todo, quizás el efecto más catas­trófico de ese choque traumático fue la negación de lo que realmente hemos sido como pueblo: una sociedad tejida por hilos nacidos en culturas diferentes, un país con una expe­riencia colonial que marcó decisivamente la formación del ser nacional, una mezcla integrada por un legado nativo y una herencia occidental. En lugar de reconocer la realidad híbrida que habita los diversos ámbitos de la sociedad desde el siglo XVI, unos sectores se empeñaron en asumirse indíge­nas, otros renegaron de esa herencia y se identificaron con el legado occidental, y otros más reconocieron su ser mestizo, pero en una forma restringida, que no incluía la plena acep­tación de los otros sectores sociales.

Este rechazo obstinado de los verdaderos componentes de la nación dio pie a interpretaciones aún más extremistas. Como se puede advertir en los capítulos dedicados al siglo xix, en esos años la posición contraria a los pueblos indígenas adqui­rió una virulencia extraordinaria. Una campaña perversa, con­centrada en los modernos medios de comunicación (prensa, libros, litografía, grabado, caricaturas, pintura, fotografía), con­virtió a los indígenas en enemigos de la nación, y les confirió los rasgos más degradados de la condición humana. Al mis­mo tiempo, la historia, la etnografía, la antropología y la ar­queología adquirieron la categoría de disciplinas científicas en las instituciones del Estado, y a través de ellas comenzó a fraguarse una nueva interpretación de los grupos indígenas, la identidad nacional, el desarrollo histórico y los emblemas patrios. Así, mientras en la realidad el indígena era entregado MU protección a las fuerzas del mercado, por otro lado el mu­sco y la ruina arqueológica se convirtieron en santuarios

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ETNIA, ESTADO Y NACÍÓN

exaltadores del pasado prehispánico, y el relato histórico pasó a ser uno más de los instrumentos de la integración nacional.9

De modo semejante a como los olmecas, mayas y a2tecas manipularon el pasado para sustentar sus reinos, o como las repúblicas de indios y los criollos del virreinato imaginaron nuevas identidades, así también los intelectuales y políticos del porfiriato construyeron un nuevo pasado, forjaron héroes y emblemas patrios de nuevo cuño, y se afanaron en definir una identidad centrada en los mitos del mestizo, el progreso económico y la fortaleza del Estado. Esta continua ideación del pasado y esta incesante recreación de las identidades re­afirman la tesis de que las identidades sociales, sean tribales, pueblerinas, regionales o nacionales, son concepciones cons­truidas y manipuladas por los actores colectivos, no esencias inmutables.

El cometido principal de este ensayo fue explicar cómo se construyeron esas identidades en un momento preciso del de­sarrollo histórico de México. Sin embargo, al recorrer ese largo itinerario histórico, una y otra vez brotaron los desenlaces trá­gicos y la naturaleza injusta de la relaciótl tntre los indígenas y los otros sectores de la sociedad. Irremediablemente, el regís-tro de la historia indígena impone a sus relatores la responsa­bilidad moral de dar cuenta del agravio indígena. Mi interés, con todo, no fue hacer un alegato de la causa indígena, sino escribir un relato apegado a la verdad histórica. En este sentí-do, esta crónica de la formación de las identidades colectivas es un esfuerzo por situar esos fenómenos en su propia dimen­sión histórica, un intento por descifrar los mitos que enturbian su comprensión, y una manera personal de responder a los interrogantes que me planteó el resurgimiento de la violencia y la inconformidad en la vieja tierra indígena.

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PRÓLOGO

No puedo concluir estas palabras sin agradecer el apoyo que recibí para escribir este ensayo, o para comprender procesos que me eran ajenos y difíciles de entender. Miguel León-Portilla y Joyce Marcus leyeron partes del capítulo correspondiente a la formación de las organizaciones políticas de Mesoamérica, y me sugirieron fuentes y lecturas útiles. Solange Alberro, Woodrow Borah, Felipe Castro Gutiérrez, Elsa Cecilia Frost, Clara García, Nlcole Girón, William B. Taylor, Juan Pedro Viqueira y Jan de Vos revisaron las primeras versiones del capítulo dedicado al periodo colonial, y sus comentarios me ayudaron a corregir errores. La cuidadosa lectura del mecanoescrito original por parte de Julieta Campos, me llevó a reescribír partes enteras de él. Un reconocimiento especial merece la revisión crítica y escrupulosa que hizo Manuel Fernández Perera. Don Raúl Velázquez elaboró los dibujos y mapas con su pericia habi­tual. Patricia Sámano tuvo a su cargo la mecanografía de nume­rosos borradores y de la versión final. No hubiera podido escribir esta obra sin el apoyo de Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y de la Universidad de Cambridge (Inglaterra), que me otor­gó la Cátedra Simón Bolívar durante el año académico de 1996-1997. Bajo esos auspicios pude elaborar este ensayo, que ahora entrego a la consideración de los lectores,

CJE Cambridge, febrero de 1997-

NOTA A LA EDICIÓN DE TAURUS. Esta edición abrevia pasajes, notas, mapas y figuras de M, anterior; incluye algunos pasajes nuevos y actualiza la bibliografía. Julio, 2000.

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I. LA MATRIZ NATIVA

[JA mayoría de los estudios modernos y contemporáneos 11ne se refieren a los orígenes de la nación mexicana, o a los Irmas de nación y nacionalismo, comienza con la Conquista >) ton la Independencia. De ese modo, identifican el nacimien-it > ele la nación con el momento en que chocaron y empeza-1i >n a fundirse los dos legados que, según esas interpretaciones, i c informaron a la nueva nación. Por mi parte prefiero comenzar (írsele el principio, por las razones que se advertirán adelante.

1 . LA DIVERSIDAD NATURAL DE MESOAMÉRICA

1 írsele que Paul Kirchhoff acuñó el término de Mesoamérica, < ste ha sido utilizado para designar la región que ocuparon los i uieblos indígenas entre el río Panuco, en el norte, y las tierras i li • Guatemala y Honduras, en el sur. Además de esta designa-I n geográfica también es un concepto cultural que se refiere i las características de la civilización original que allí forjaron i -i • pueblos, y que tiene innegables equivalencias con las que 2 nvcieron en Mesopotamia, Egipto, Grecia, China o la India.

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

Aun cuando la mayor parte de ese territorio se ubica en la zona tropical, tiene la característica de presentar regiones muy contrastadas. Múltiples climas favorecieron una notable diversidad en la flora, la fauna, las actividades agrícolas y las poblaciones. La diversidad geográfica de Mesoamérica riva­liza con su abundancia biológica. Como ejemplo de ello basta señalar que sólo en una pequeña región de las tierras altas del sur hay más variedades de maíz y de aves que en todo el territorio que ocupan los Estados Unidos de América.

Uno de los contrastes más acusados de Mesoamérica es la diferencia entre las tierras altas y las bajas. Las primeras fue­ron modeladas por las sierras Madre Occidental y Madre Orien­tal, los espinazos montañosos que atraviesan casi todo el territorio de norte a sur, delimitando las fronteras de un gran altiplano interior que abarca una parte considerable del nor­te del país (llamada América árida o Aridamérica). Desde tiempos remotos fue una región poblada de arbustos, pastos, cactus y agaves. Sus tierras eran hostiles para la agricultura, pero no para los cazadores y recolectores, que encontraron allí la fuente de sus provisiones esenciales. El fin de la tierra árida definió el límite entre los cazadores y recolectores del norte, y los pueblos sedentarios de Mesoamérica.

Las dos grandes sierras coronadas de bosques se unen en la parte central del territorio por medio de un impresionante eje montañoso que corre de oeste a este y está erizado de volca­nes, unos extinguidos hace largo tiempo y otros aún en acti­vidad, como el Popocatépetl. Entre esas altas montañas cubiertas de bosques de _pjnos y encinos se formaron cuencas y valles interiores, como la cuenca de México, un área de más de 800 kilómetros cuadrados bañada por pequeños ríos y arroyos que vertían sus aguas en una inmensa laguna central. Los valles más altos, como el de México y el de Toluca, se comu-

24

I. LA MATRIZ NATIVA

nican con los valles templados y calientes de Puebla-Tlaxcala al oriente, el de Morelos al sur, y las tierras fértiles del Bajío hacia el noroeste.

La Sierra Madre del Sur —continuación de la Madre Occi­dental— casi desaparece en las ocres y secas tierras del ist-flSft de Tehuantepec, donde se une con la Sierra Madre de Oaxaca para resurgir unos cuantos kilómetros adelante y formar en las tierras altas de Chiapas y Guatemala la Sierra Madre de Chiapas, con su prodigiosa combinación de bos­ques de alta montaña, selva tropical húmeda, nubliselva, valles templados, ríos caudalosos, aves de plumajes multico­lores y su inigualado universo animal.

También las fértiles tierras que forman la planicie costera de Tabasco y Veracruz, en la vertiente del Golfo de México, fueron nichos que generaron una rica variedad de flora y fau­na, al igual que las tierras bajas de la península de Yucatán. I.a lluviosa planicie de Tabasco es tierra de aluvión: obra de ríos caudalosos que bajan desde las montañas de Chiapas. Sus numerosas corrientes y el clima húmedo formaron lagu­nas, pantanos, manglares, bosques y selvas siempre verdes donde proliferan innumerables variedades de plantas y ani­males. Por último, en el extremo sur de Mesoaméríca, las tie­rras del Peten de Guatemala se comunican con la extensa planicie de la península yucateca, de suelos calizos y delga­dos y corrientes subterráneas que de vez en vez forman cenotes, litorales de tonos aturquesados, vastos manglares y una vida animal que compite en variedad con la vegetación.

Puede entonces decirse que la extraordinaria biodiversidad de Mesoamérica es una de las causas de la aparición de múltiples culturas en la región. No es un azar que la mayor parte de ellas haya florecido en distintas zonas del centro y el sur, las más privile­giadas por una de las más ricas biodiversidades del mundo.1

25

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

2. LAS PRIMERAS ORGANIZACIONES

POLÍTICAS: LOS OLMECAS

En ese territorio tan contrastado se asentaron más de cien etnias y se hablaron más de doscientas lenguas. Casi cuaren­ta calendarios midieron el transcurrir del tiempo, y en sus diferentes regiones nacieron y decayeron tantos caitícazgos y reinos que hoy es imposible precisar su número, y una quimera proponerse escribir su historia.

El cambio más importante en el modo de vida de los anti­guos pobladores de América fue el desarrollo de la agricultu­ra. Los primeros grupos procedentes de Asia llegaron al continente hacia el año 40 000 a.C, y hasta el 5 000 a.C. vivie­ron en pequeñas bandas nómadas de cazadores y recolectores. Esa condición milenaria cambió cuando brotaron las prime­ras plantas cultivadas. La selección y el mejoramiento de las variedades del maíz y otros vegetales dieron como resultado mazorcas de mayor tamaño y cosechas alternadas, abundan­tes y regulares, que indujeron la formación de sociedades más complejas. En el periodo llamado Formativo o Preclásico (1800-100 a.C), gran parte de los pobladores de Mesoamérica eran agricultores, vivían en aldeas y disponían de distintos utensi­lios de piedra, cerámica, madera, pieles, cestería y textiles.2

Una mirada a los mapas de distribución de esa época su­giere que hubo una suerte de explosión demográfica recono­cible en la existencia de restos antiguos en multitud de sitios. Los estudios arqueológicos han concluido que la civilización surgió en una región privilegiada por diversas circunstancias, y de allí se expandió a otras partes de Mesoamérica. Una de las que han sido mejor estudiadas es la que se asentó en las tierras húmedas y pantanosas de Veracruz y Tabasco. En esa

26

I. LA MATRIZ NATIVA

I >l.inicie costera de lluvias frecuentes aun en el invierno, el in.li/ y otras plantas podían sembrarse continuamente a lo Lugo del año. En la época de lluvias las tierras eran inunda-i Lis por los ríos que nacían en las partes altas; y cuando esas .ti<iuis terrosas se retiraban más tarde, dejaban en el campo un limo fertilizador. La imagen de la tierra brotando de las ii'.uas fertilizadoras será una metáfora recurrente en los mitos I le creación mesoamericanos.

I.a cultura olmeca floreció en varios sitios de esta segión I 'i ivilegiada: San Lorenzo, La Venta, Laguna de los Cerros, Tres /.i potes y otros que aún permanecen inexplorados. En San Itfflfnzo, que estuvo ocupado desde 1200 a.C, se construyó n UN (arde una gran terraza elevada de más de un kilómetro > li- largo mediante la acumulación de cientos de toneladas de i u na transportada por cargadores, presumiblemente siervos. I 11 esa plataforma artificial o Primera Montaña Verdadera los II ¡Madores edificaron un centro formado por plazas y monu-iiu'iiios dedicados a celebrar los acontecimientos de la vida publica. Sin antecedentes conocidos, la escultura monumen-i il hizo su aparición en forma grandiosa. Un conjunto de es-i' -Lis y cabezas humanas de tamaño colosal, talladas en roca i usa I tica, testimonian la presencia de gobernantes poderosos • I 11;. 1). La docena y media de cabezas monumentales hasta ih< na descubiertas son una manifestación del poder, una ce-

IHación del gobierno dinástico y centralizado. I'sios monumentos señalan la presencia de las primeras

>i i',.ini/aciones políticas estables, dedicadas a garantizar la per-• iiK'ncia del grupo étnico y a fortalecer su identidad. Las 11 te/as de los gobernantes y otras representaciones que este

,'urNo hizo de su particular fisonomía en la escultura, la pin-• mi v la cerámica, difundieron una "imagen olmeca" que ha ¡. /.ulo intacta hasta nuestros días (Fig. 2).3

27

FIGURA 1. Efigie de un gobernante olmeca. Estela 2 de La Venta. Dibujo basado en Covamibias, 1961, p. 74.

FIGURA 2. La llamada ofrenda número 4 de La Venta. Este conjunto de 16 figuras dejade y serpentina estaba enterrado, como una ofrenda, en el interior de uno de los patios hundidos de La Venta. La serie de figurillas rodean a un personaje central (labrado en piedra volcánica rojiza), que da la espalda a seis columnas de jade plantadas verticalmente. Quizás esta reunión de personajes conmemora la fundación del sitio por los jefes de los linajes. Fotografía del Museo Nacional de Antropología.

I. L A MATRIZ NATIVA

Al estudiar los restos materiales de esas sociedades anti­guas, los arqueólogos se han esforzado en aclarar el surgi­miento de sus organizaciones políticas y las fases de su desarrollo. Así ha sido posible registrar la existencia de ban­das y tribus que ya tenían una organización política rudimen­taria y se distinguían por su modo de subsistencia antes del año 1200 a.C. La banda estaba formada por grupos nómadas especializados en la caza, la pesca y la recolección de ali­mentos; la tribu, en cambio, se componía de grupos dedica­dos a la agricultura, establecidos en poblados fijos. En la tribu sedentaria ya hay una organización social basada en el pa­rentesco, en la cual los individuos se distinguen por la posi­ción de mando y la ocupación que desempeñan en ella.

Un paso adelante en este proceso fue la formación de los llamados cacicazgos. Estos han sido definidos como una or­ganización social articulada por un jefe que concentra el poder militar y el religioso y representa al grupo. La posición supe­rior del gobernante se fundaba en su pertenencia al linaje más importante y en el prestigio político y religioso de su cargo. De abajo del jefe había otros grupos divididos jerárquicamente según los linajes, la ocupación y la función social.4

Una cultura que se desarrolló en el Soconusco desde 1600 a.C. representa esta fase de civilización. De 1400 a 1250 a.C, unos grupos se asentaron en la región de Mazatán, en el Soco­nusco, donde formaron cacicazgos hereditarios y vivieron en pequeños caseríos con un pueblo principal, donde vivía el caci­que, y numerosas aldeas dependientes en los alrededores.5

Los sitios olmecas de San Lorenzo, La Venta, Laguna de los Cerros y Tres Zapotes representan un adelanto en el desarrollo de las primeras organizaciones políticas de Mesoamérica, por­que en ellos se distingue la primera manifestación del Estado. En un medio físico formado por una intrincada red de ríos,

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

arroyos, pantanos, manglares, lagunas y tierras fértiles, apare­ció una forma de desarrollo social excepcional, que sólo ha ocurrido unas cuantas veces en la historia de la humanidad, fundado en la agricultura aluvial y la existencia de comuni­dades unidas por fuertes vínculos sociales, que a su vez dieron origen al nacimiento de la civilización y del Estado.

La presencia de núcleos urbanos concentrados alrededor de un centro cívico ceremonial, el manejo de la agricultura intensiva y el uso de la escritura son algunas de las caracte­rísticas que distinguen a la civilización. Según Colin Renfrew, la civilización es un aislamiento de la naturaleza (insulation /rom nature), manifiesto en la agricultura (creación humana que independiza al hombre de la naturaleza), y en la ciu­dad, un centro especialmente definido que separa a los po­bladores del exterior. Otro de los rasgos distintivos de la civilización es el Estado, cuya aparición derrotó la arraigada tendencia humana a vivir libre de las constricciones impues­tas por el rango social y el poder político. La forma de orga­nización política que apareció en la tierra olmeca, el Estado prístino, ha sido definida como "una organización política gobernada de modo centralizado y jerárquico, en la cual la autoridad tiene el control de la fuerza coactiva".6 La legitimi­dad del poder estaba fundaba en la pretendida relación de los gobernantes con las fuerzas sobrenaturales, cuyo supuesto manejo era uno de sus atributos.

Por motivos aún desconocidos, San Lorenzo fue destruido hacia el año 900 a.C. Más tarde, los descendientes de esas pri­meras agrupaciones políticas erigieron otra población sobre una de las islas que forma el río Tonalá, en el sitio que hoy se conoce con el nombre de La Venta. Allí volvieron a construir, en el centro de un conjunto de edificios de carácter ceremo­nial, una gran pirámide de tierra apisonada, flanqueada por

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I. LA MATRIZ NATIVA

patios hundidos como pozas que simulaban las aguas pri­mordiales.7 Esta transformación del espacio natural en un área poblada de monumentos convirtió el territorio en un centro i le >nde se concentraban el mando político, los dioses protec­tores y los ancestros fundadores. Desde entonces el centro de la población se distinguió por una arquitectura grandiosa v escenográfica, cuyos monumentos señalaban que en ese lugar residían las potencias que ordenaban el mundo natural v m acontecer humano.

El territorio ocupado por estos grupos sedentarios era ase­diado a veces por pueblos enemigos, por lo que año con año M' renovaban sus defensas y se afirmaban sus límites, al mis­ino tiempo que sus pobladores emprendían la recordación i ítual del mito de origen y fortalecían la identidad del grupo. Ñus ceremonias actualizaban la forma en que los ancestros (11Lie reposaban en la propia tierra) habían ocupado el sitio; icmemoraban la protección otorgada por los dioses y narra-tan cómo las sucesivas generaciones habían conservado esa protección divina. Al espacio ocupado se le atribuyó la ca­li goría de eje cósmico que conectaba el inframundo, la tierra | el cielo, y en cuyo centro confluían los cuatro rumbos del BiJjfKfa. En los recintos más sagrados se representó a los go­bernantes en esculturas colosales, tronos de piedra y estelas, ualizando distintas funciones (Fig. 1).

La construcción de estos lugares, que los arqueólogos lla­maron "centros cívicos ceremoniales", transformó el espacio natural en ámbito sagrado. Al sembrar la tierra de cultivos y »< limarla de monumentos, los pobladores adquirieron un "de-ieeho" de propiedad sobre ella; la tierra se convirtió en terri-i ii io de la comunidad y se vinculó a los antepasados y los lu >ses protectores. Según Cari Schmitt, en las antiguas socie­

dades la ocupación primaria de la tierra significó un parteaguas

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

histórico, pues por un lado dividió el espacio territorial entre los propios pobladores, y por otro fijó las fronteras que sepa­raban al pueblo de los grupos extraños. En ambos casos la ocupación de la tierra estableció un derecho de propiedad supremo, el título más radical sobre el territorio.

A su vez, este vínculo con la tierra creó el símbolo de iden­tidad más íntimo y persistente entre las antiguas poblaciones campesinas: la idea de Terra patria, o tierra de los padres. La patria de cada miembro de la comunidad fue ese pedazo de tierra claramente delimitado, bendecido por el espíritu vigi­lante de los ancestros que descansaban en el propio suelo, y protegido por los dioses creadores del cosmos. La apropia­ción del espacio y su transformación en lugar divino señalan la aparición del poder político centralizado, que entonces se manifiesta en la presencia de un soberano que ejerce el po­der sobre un territorio delimitado y una población que com­parte rasgos étnicos, lengua, tradiciones y un mito de origen. La integración étnica de la población y la delimitación de su territorio corren paralelas al fortalecimiento del poder políti­co, que empezó a unir a ambos y a representarlos. El pobla­do principal adquirió entonces el significado de asiento del linaje gobernante, santuario de las divinidades, mercado don­de llegaban los productos más estimados, cabeza del reino y eje que concentraba el poder, la riqueza, el conocimiento, la identidad comunitaria, el prestigio y el culto.8

Enterradas en los patios hundidos y las plazas de los cen­tros ceremoniales, los arqueólogos encontraron ofrendas dedi­cadas a las potencias del interior de la tierra. Entre los objetos más comunes que se han hallado en ellas sobresalen unas hachas y unas pequeñas figurillas humanas de jade, un ma­terial muy raro y que debieron llevar de lugares remotos. Desde entonces los objetos de jade se convirtieron en símbo-

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I. LA MATRIZ NATIVA

i is del poder de los gobernantes, pues su misma rareza con-irna prestigio. Estas finas piedras verdes eran para los olmecas una representación de los poderes de la renovación vegetal, < -I agua y la vida-. Las bruñidas piedras de jade fueron emble­ma de fcr más precioso y duradero, y se acostumbraba colo-i arlas en la boca de los muertos como talismanes garantes • le vida eterna. En ellas tallaron sus figuras y símbolos más waierados: efigies del poder, imágenes de los antepasados y i (presentaciones de las fuerzas sobrenaturales.

Al igual que otras culturas antiguas, los olmecas tomaron •M fnedio natural ciertas formas para representar el cosmos. MIS monumentos piramidales eran una imitación de la pri­mera montaña que se formó el día de la creación del univer-•<>: la colina sagrada que en su interior tenía las aguas i< rundantes y las semillas nutricias. La pirámide fue también una imagen sintética del cosmos: su arquitectura era una ex-I H i vsión de los tres niveles (inframundo, superficie tenestre y cielo) i l( is cuatro rumbos espaciales. A cada W¡o de los tres pisos i Id cosmos se le confirieron sus propias fuerzas sobrenatura­les, bajo la forma de animales poderosos: la región celeste I I u• simbolizada por un ave de presa; la terrestre por un coco-• 11 ih i o caimán; y el inframundo, fuente de fertilidad y residencia • li • l< >s antepasados, por un tiburón o algún otro animal marino.

I.(s olmecas agregaron otros elementos a estas formas sim-i" ilnas tomadas de la fauna y la flora local, y la mezcla pro­lijo unos seres fantásticos: dragones fabulosos con rasgos !( i itidio, cocodrilo y ave; seres humanos con fauces y garras de uaiar, o picos y alas de pájaro. Quizá la intención era que los t a es humanos provistos de esos atributos físicos estuviesen I 'lados de los poderes simbolizados por esos animales.

I'ara los olmecas las distintas partes del cosmos eran regiones • ni características propias, pero no mundos separados. Creían

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ETOIA, ESTADO Y NACIÓN

en la existencia de seres con poderes especiales, como los gobernantes y los chamanes, que podían transitar por esos distintos ámbitos y convocar sus fuerzas en beneficio de la vida terrestre.

Las primeras representaciones simbólicas de las fuerzas so­brenaturales estuvieron ligadas a la figura del gobernante. En unas hachas ceremoniales del área olmeca de Veracruz se observa que de la cabeza de los personajes representados brotan plantas de maíz. La iconografía del dios olmeca del maíz aparece confundida con la figura de los gobernantes. El tocado de estos está ornado por la mazorca, la planta o el rostro del dios del maíz. La banda real está formada por una cinta con incrustaciones de granos de maíz, y como el gobernante es el responsable de la fertilidad de la tierra, también se le representa con la planta y los símbolos del dios del maíz (Fig. 3)-

En los tronos de piedra de San Lorenzo, el gobernante emer­ge del inframundo, la región donde se regeneran los astros, la naturaleza y los seres humanos (Fig. 4). En esas imágenes apa­rece dotado de poderes sobrehumanos, maneja las distintas fuerzas cósmicas y cumple la delicada función de mantener la armonía del mundo y velar por la comunidad. En muchas figu­ras su cuerpo simboliza las distintas partes del cosmos; en otras, su imagen es la expresión simbólica del reino. Su nombre, los títulos que lo distinguen y sus emblemas corresponden a los del mismo reino.9 Cuando celebraba los ritos del cambio de las estaciones, las ceremonias de ascenso al poder o las fiestas que rememoraban a los antepasados, el gobernante marcaba pautas de conducta a la población y divulgaba creen­cias que reforzaban su poder y exaltaban su persona.10

Entre los ritos más importantes del calendario político fi­guraba el dedicado a celebrar el ascenso al poder de un

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FIGURA 3. Hacha ceremonial con la figura de un gobernante

olmeca que lleva en su mano izquierda un punzón para el

sacrificio de derramar sangre. Destaca su alto y elaborado

tocado, en cuya parte superior sobresale la cabeza del dios

del maíz, de la cual brotan símbolos de la planta del maíz. Dibujo basado en Benson y De

la Fuente 1996: 213.

IIIK'VO soberano. La escultura del llamado Joven Gobernan­ta ( Fig. 5), es una de las más finas y rica en imágenes y está • i msagrada a conmemorar ese acto político. Esta pieza nota-Ur presenta la figura espigada de un gobernante que as-• irnde al poder y ostenta los símbolos de la realeza. En la i '.me superior tiene un casco y la cara está cubierta por una 11 i.iscara de ave monstruosa que representa al dios sol olmeca. i ii el pecho destacan los símbolos de la autoridad: la mano i/quierda sostiene un cetro donde se advierte la figura de un li.igón sobrenatural. En la mano derecha ostenta un cuchi-

í l ' ceremonial. Los símbolos del poder y del sacrificio son i métricos en esta parte y en el conjunto de la escultura.

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La cintura, las caderas y los muslos están cubiertos por una complicada iconografía, que se ha comenzado a esclarecer. Su lado izquierdo reúne los símbolos de la fertilidad agrícola, el sol, la tierra y la vida, mientras que en el derecho se acu­mulan los del sacrificio de la sangre, la oscuridad, el agua y la muerte. Pero su simbolismo central alude al poder supremo de los gobernantes olmecas: bendecido por los dioses, el jo­ven rey ocupa el centro del universo olmeca, el lugar donde

FIGURA 4. Trono de basalto de San Lorenzo (Veracruz) llamado monumento 14. Abajo de la efigie del monstruo de la tierra, en un nicho que semeja la entrada al inframundo, emerge la figura de un gobernante o antepasado poderoso. El personaje secundario grabado en taparte izquierda ha sido identificado, por sus rasgos faciales y la garra de pájaro que aparece en su casco, como el gobernante retratado en la cabeza colosal 4 de La Venta. Si esta interpretación es correcta, quiere decir que había una relación de parentesco entre los gobernantes de San Lorenzo y los de La Venta. La cuerda que en este monumento liga a un individuo con otro sería un símbolo de unión, un "cordón de la realeza". Dibujo basado en Campos 1988: 29.

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FIGURA 5. Escultura del Joven Gobernante, procedente

de la costa del océano Pacífico de Guatemala. Presenta una riquísima

iconografía, que alude a los poderes que acompañan al

gobernante en el momento de asumir el mando. Dibujo

basado en Benson y De la Fuente 1996: 213.

confluyen las fuerzas que alimentan al cosmos; se le mues-1ra en el preciso momento en que asume el mando político y se responsabiliza del sacrificio de la sangre, es decir, reci­be la autoridad del oficio y la carga del gobierno.11

Los arqueólogos han recuperado en otras regiones de Mesoa-mérica esculturas muy semejantes a las de la región de Veracruz y Tabasco, el área considerada como foco irradiador de la civilización olmeca. El hallazgo de esos testimonios en Tlatilco (valle de México), Chalcatzingo (Morelos), Teo-

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pantecuanitlan (Guerrero; Fig. 6), o San José Mogote (Oaxaca) ha llevado a los arqueólogos a la identificación de un "estilo olmeca" difundido desde la costa del Golfo. Más que de un estilo artístico, quizá se trata de la propagación de una simbología del poder, una colección de imágenes dedicadas a proyectar los símbolos que distinguen a los primeros gobiernos estables y centralizados.

Después del florecimiento y desaparición de la cultura olmeca, otros pueblos de la costa del Golfo comenzaron a desarrollar la escritura, un saber que revolucionó la transmisión del conoci­miento en Mesoamérica. Entre 1991 y 1992 un grupo de investi-

FIGURA 6. Reconstrucción del centro ceremonial del poblado de Teopantecuanitlan (Guerrero), cuyo patio central al parecer era una cancha para ejecutar el rita del juego de pelota. En cada extremo de la cancha había dos grandes esculturas en piedra, que representaban al dios del maíz olmeca. Dibujo basado en Clark 1994:150-156.

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yudores descifró una parte de la ya famosa estela que se encon­tró en La Mojarra (Fig. 7). Como se observa, además del gue-írcro que ocupa laporción central de la lápida, el lado derecho e*lá cubierto de glifos. Al analizarlos, se advirtió que la estela contiene fechas correspondientes al 21 de mayo del año 143 y ti 13 de julio del año 156 de la era actual, por lo que es uno de los monumentos más antiguos que se conocen con escritura traducida. Asombra aún más saber que se trata de la escritura hasta hace poco desconocida de la lengua zoque, lo que per­mite suponer que los olmecas hablaron una rama de la misma, aún viva en algunas partes de Veracruz, Tabasco, Oaxaca y Chiapas. Se ha logrado descifrar que la estela fue tallada para celebrar el ascenso al trono del guerrero que aparece retrata­do, que era un rey llamado "Señor de la Montaña de la Cose­cha".12 La perpetuación del soberano y la exaltación de sus obras en este tipo de monumentos será una práctica común en cultu­ras posteriores.

FIGURA 7. La extraordinaria estela 1 de La Mojarra presenta una de las escenas más antiguas

de ascensión al trono de un gobernante, entre los años 143

y 156 d.C, con un extenso texto, que es una muestra de la

compleja escritura que predomi­nó en esa región. El texto narra

las acciones guerreras y las_ ceremonias religiosas realiza­

das por este personaje antes de su entronización. Dibujo basado

en Stuart 1993.

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

Uno de los méritos del pueblo olmeca fue formular los primeros mitos que explicaban el origen del mundo, la gé­nesis de la humanidad y el movimiento de los astros en la bóveda celeste. Trazaron asimismo el primer mapa simbóli­co del cosmos, con sus distintos niveles, rumbos, colores y significados. Al mismo tiempo que establecieron las prime­ras poblaciones fijas regidas por gobiernos hereditarios, die­ron a esos logros un sentido de trascendencia al relacionarlos con un ceremonial religioso que de manera periódica celebraba esas hazañas e invocaba la protección de los antepasados. Así, desde los tiempos más remotos, la religión nació vinculada al florecimiento del poder político.

En años anteriores las sociedades de cazadores usaron el relato mítico para transmitir sus conocimientos sobre la natu­raleza y las experiencias que deseaban conservar. Crearon también ritos que recordaban el paso de las estaciones o los cambios que afectaban al grupo. Pero cuando los pueblos desarrollaron la agricultura y establecieron los primeros cacicazgos, el ritual se convirtió en una de las instituciones más importantes para transmitir la memoria colectiva y dotar de identidad a los grupos humanos. Mediante ceremonias re­gulares, esparcidas a lo largo del año, los ritos repetían los maravillosos acontecimientos de la creación del cosmos, la aparición de los dioses o la fundación del reino. El calendario prescribía las fiestas dedicadas a celebrar las virtudes de las plantas, las maneras de seleccionarlas y sembrarlas, y las for­mas de conservar la simiente preciosa para hacer posible la co­secha del año próximo. Del mismo modo, los actos centrales de la vida familiar fueron codificados en ritos que predicaban un modelo de conducta que no podía violarse, o condenaban los actos que iban contra los usos establecidos. En una palabra, el ritual se convirtió en el instnimento más poderoso para con-

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I. LA MATRIZ NATIVA

«tíW? el pasado y repetir la historia. Las sociedades mesoame-i-icarias, como otras que proliferaron en Asia, África y Europa, estaban concentradas en la reproducción del modelo original; no querían cambiar. Su ideal era asegurar la continuidad y con­servar la integridad a través del tiempo.13

Los olmecas son un ejemplo de la aparición de socieda­des obsesionadas por fundar instituciones estables. Sus diri­gentes lograron crear organizaciones políticas fuertes y dotaron a los pobladores de creencias compartidas sobre sí mismos, el cosmos y el mundo exterior. Los símbolos que idearon para referirse al reino, a los gobernantes y a sus dio­ses protectores fueron tan influyentes y perdurables que of i^ pueblos los adoptaron como propios, y sus obras de arte ad­quirieron tal prestigio que, años más tarde, cuando ya sus creadores habían desaparecido, aún eran atesoradas con celo por los dirigentes de otros Estados.

3 . LOS REINOS DE LA ÉPOCA CLÁSICA

I 'n rasgo propio de esas sociedades agrícolas es su capaci­dad para reproducirse, que más tarde generó los primeros listados. El acontecimiento más importante de la época clási-i a es el florecimiento y la expansión de la institución estatal: la (¡rganización política gobernada por un jefe que acumulaba en su persona el mando militar, las funciones religiosas y la administración de un territorio donde convivían distintos gru­pos regidos de manera jerárquica y centralizada.14

La principal división social en el Estado era la de gobeman-ies y gobernados. Tanto los habitantes concentrados en la ciudad cabecera como los pobladores de las aldeas y pro-

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

vincias cercanas compartían una identidad étnica, una len­gua y un mito de origen. A diferencia del cacicazgo, el Esta­do tiene una estructura administrativa encargada de recaudar el tributo y distribuirlo, desarrollar las obras públicas, prepa­rar a los dirigentes y organizar las tareas militares y el culto religioso.15 Una vez que aparece, el Estado se presenta clara­mente estratificado: sus individuos están divididos por sus rangos sociales y el acceso a las fuentes de riqueza. Uno de los rasgos más notables del surgimiento del Estado es el establecimiento de la disparidad; por ello, la función princi­pal del gobernante era legitimar el poder que institucionalizó la diferencia y la desigualdad sociales.16 Aun cuando casi todos los Estados que surgieron en Mesoamérica compartieron estas características, cada uno buscó construir una imagen pro­pia y logró distinguirse de los demás.

Los zapotecos y la creación de Monte Albán

Tres circunstancias se unieron para que Joyce Marcus y Kent Flannery escribieran un libro notable sobre la formación del Estado en Mesoamérica: una investigación concentrada en el área de Oaxaca que se ha prolongado por más de dos déca­das, la participación de un equipo especializado en diversas áreas del conocimiento, y la unión de las técnicas arqueoló­gicas con Iig teorías del desarrollo social.17 Según esta obra, las primeras aldeas sedentarias aparecieron en el valle de Oaxaca entre los años de 1700 y 1200 a.C. Eran poblados ha­bitados por 50 ó 100 personas, unidas para la defensa del territorio y el trabajo común en las obras de riego y cultivo de la tierra. Probablemente le rendían culto a una deidad o espíritu común, que representaba el territorio ocupado y a

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I. LA MATRIZ NATIVA

I' m antepasados. Los testimonios que se han rescatado de • -is poblaciones muestran que, aun cuando había diferen-. I.IS considerables entre sus miembros, éstas no eran here-• liurias. Es decir, se trataba de sociedades en las cuales aún ni> m había instaurado la desigualdad de manera heredita-i I.I e institucional, por lo cual se les ha llamado "igualitarias".

Ifare 1150 y 850 a.C, el valle de Oaxaca experimentó i 11 ni >ios profundos. Su población se duplicó y algunas de I i-, .ildeas adquirieron la fisonomía de poblados mayores, • |iu- se distinguían de los demás por su abundante pobla-• H >n y la presencia de edificios públicos de gran tamaño. II m materiales empleados en la construcción de estos pala-. M is y templos mostraron a los arqueólogos que procedían *it*«íístintas regiones, y que su transporte y preparación ha-l'i.m exigido la participación de cientos de trabajadores. En • •i r.is palabras, en estas aldeas primadas había surgido un l>i uler político con la capacidad para dominar a las pobla-i iones vecinas y aprovechar la fuerza de trabajo de varias ¡ < HiRinidades. Cuando una o más aldeas autónomas pier-i Irn su capacidad para manejar la fuerza de trabajo disponi-Mc en beneficio propio, ha surgido el cacicazgo: un poder político superior que concentra en la aldea primada los rwursos de varias regiones.

()tra característica del cacicazgo es la aparición de diferen-> %M entre los dirigentes y el resto de la población. Si en las ildeas igualitarias todos los pobladores creían descender de un mismo antepasado protector, bajo el cacicazgo sólo el go-i s i nante y los miembros de su linaje proclaman descender de i A dioses fundadores. Lo más significativo es que mientras en i i. sociedades igualitarias el chamán, el guerrero o el jefe |in' destacaba no heredaban a sus descendientes las posi-l >nes que habían ganado, bajo el cacicazgo los atributos

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del cargo pasan a sus herederos. Esta revolución política fue acompañada por la aparición de una nueva ideología. La reli­gión, el mito y los rituales "explicaron" entonces que los gober­nantes descendían de los dioses y tenían una comunicación permanente con ellos. Las insignias que porta el dirigente, los símbolos de su atuendo y los lugares que habita, insisten en mostrar que es un individuo dotado de cualidades extraordina­rias, que lo colocan por arriba de los demás seres humanos.

La concentración del poder político y el crecimiento de la población alentaron la aparición de la sociedad urbana y el Estado. Entre los años 100 a.C. y 200 d.C, la dispersa pobla­ción del valle de Oaxaca se concentró alrededor de la eleva­da colina de Monte Albán, que se yergue en medio de los valles centrales de Oaxaca (Fig. 8). A fin de edificar una acrópolis en la cúspide, los habitantes nivelaron la cumbre, trazaron una extensa plaza central y la rodearon, a la manera de un anfitea­tro, de palacios, templos, patios hundidos, juegos de pelota, áreas residenciales y tumbas para los dirigentes y nobles. En ese escenario grandioso, que era también una representación de la primera colina que surgió de las aguas primordiales cuan-

FIGURA 8. La majestuosa acrópolis de Monte Albán, construida en lo alto de una de las montañas del valle de Oaxaca. Dibujo basado en Marcus y Flannery 1996: ¡76-177.

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I. LA MATRIZ NATIVA

do se creó el cosmos, grabaron las hazañas que hicieron de Monte Albán la ciudad más poderosa del sur de Mesoaméri-ca, y los símbolos de la identidad zapoteca.

Las guerras y conflictos que los opusieron con otros pue­blos de la región fueron escenificados en una imponente galería de piedras labradas donde representaron los cuerpos mutilados de los enemigos muertos. A los lados de esas fi­guras, en actitudes humillantes y grotescas, grabaron sus nom­bres, o el emblema de la región a la que pertenecían. De modo que las primeras formas que conocemos de registro cronológico y de escritura están directamente relacionadas con el despliegue del poderío militar y el fortalecimiento de la organización política.18

Uno de los usos más antiguos de la escritura fue el de nom­brar lugares y delimitar fronteras. Los topónimos aparecen desde el principio de la época clásica y están relacionados con la expansión territorial de los reinos. Joyce Marcus ha obser­vado este uso de la escritura en las fases más tempranas del desarrollo de Monte Albán, donde descubrió más de cincuenta estelas grabadas con el nombre de un sitio, el signo zapoteco de montaña (sinónimo de poblado), y una cabeza invertida como símbolo de subyugación y conquista (Fig. 9). Es pro-I )able que este conjunto de estelas fuera una lista de lugares conquistados que señalaban las fronteras del Estado zapoteco en esa época. Los zapotecos, y sobre todo los ma­yas, usaron el llamado "glifo emblema", un símbolo gráfico < |ue servía para identificar a la capital del reino. Los totonacas, los toltecas, los tarascos, los mexicas y otros pueblos siguie-i (>n la tradición de representar gráficamente el territorio del reino (Fig. 10).

Como se puede observar en estos mapas, en el centro del terri-i< >rio se dibujaba la capital del reino, a veces simbolizada por el

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FIGURA9. Entre los lugares que los gobernantes de Monte Albán procla­maron que habían conquistado en el periodo Preclásico, figuran A) "el lugar de El Conejo " y B) "el lugar de la Garza." Dibujo basado en Marcus 1992, fig. 11.38.

palacio real, rodeada de las aldeas y accidentes geográficos que delimitaban el espacio. Los topónimos correspondientes a los reinos se identifican por una montaña, que los mayas llamaron WitziYaxHal Witz-. Primera Montaña Verdadera), y los nahuas altépetl: el famoso cerro de agua de sus textos y códices.19

Los zapotecos confirieron a sus dioses y gobernantes un li­naje sobrenatural, como después lo harían los mixtéeos al emparentarse con ellos. En una lámina del Códice de Vierta que ilustra el origen de la nobleza mixteca, ésta nace de la abertura de un árbol en la región de Apoala (Fig. 11). El mito de origen mixteco, al igual que los mitos teotihuacanos y mayas, pro­clama el surgimiento de la humanidad en el propio territo­rio.20 Los documentos mixtéeos establecen una separación tajante entre el origen de los nobles y el de la gente común: los primeros, a semejanza de los dioses, nacen del Árbol de Apoala, lugar sagrado de su mitología; en cambio, la gente común nace en la tierra llana y se distingue porque tiene k

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1 FIGURA 10. Lámina del mapa mixteco llamado

Lienzo de Jicayán, pintado en el siglo XVI en el estilo prehispánico. El círculo que envuelve a la

figura central contiene una lista de 52 nombres de lugares que señalan

las fronteras de Jicayán con sus montañas, ríos,

árboles, plantas y animales propios de esta región. En el centro está

ti gobernante de Jicayán, sentado frente a un

templo. Dibujo basado en Marcus 1995:172.

cabeza y el cuerpo de piedra. La tumba, el culto al linaje y los libros sagrados se convirtieron en instrumentos legitimadores del grupo gobernante. La palabra zapoteca que aludía al libro o a los documentos escritos significaba "papel del antiguo linaje", o "papel de mis ancestros". Del mismo modo, las figuras de ancestros pintadas en las tumbas con un fémur en la mano (el hueso de los ancestros) eran un símbolo del derecho hereditario para gobernar que a sí mis­mos se asignaban los linajes nobles.21

Con el correr de los años, Monte Albán se transformó en una verdadera civilización urbana, no tan compleja como Teotihuacán aunque sí superior a otras poblaciones de en­tonces (en su momento de esplendor llegó a tener más de

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FIGURA 11. Lámina del Códice de Vierta donde se ve un árbol con una hendidura de la que brotan los linajes nobles mixtéeos. Dibujo basado en Furst 1981:155, fig. 11-

treinta mil habitantes). Mediante guerras y alianzas con otros poderes regionales, la alta ciudad fue colmada de palacios para los dirigentes y los nobles. Entre 200 y 450 a.C, la ima­gen de los gobernantes adquirió proporciones extraordina­rias para señalar su elevada posición como cabeza del reino. A lo largo de este proceso, el pueblo del vallejde Oaxaca se identificó como zapoteco. Su iconografía representaba fuer­zas naturales y seres que sólo los zapotecos adoraban en Mesoamérica. Sus gobernantes y linajes nobles se distinguían por emplear un lenguaje elegante y rebuscado. Asimismo, su sistema de escritura, tanto en su estructura como en el uso de los dedos de la mano y de los números ordinales, reflejaba una forma arcaica del lenguaje zapoteco.22

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I. LA MATRIZ NATIVA

Los zapotecos también desarrollaron un acendrado culto a los antepasados, y los honraron en tumbas cubiertas de estuco policromado, acompañadas de numerosas ofrendas y urnas funerarias que representaban a sus dioses. El culto a los antepasados era un culto al linaje, una forma de legiti­mar la descendencia de un origen común. Las famosas ur­nas zapotecas muestran la presencia de diversas deidades, entre las que destacan Cocijo o Cociyo —dios del rayo y de la lluvia—, el dios del maíz y el antiguo dios del fuego.

Una de las tumbas, colmada de ricas ofrendas, fue descu­bierta por el arqueólogo Alfonso Caso, quien al dar cuenta de su5 hallazgo explicó que la fosa había sido hecha por los zapotecos de la época clásica, pero los mixtéeos la volvie­ron a utilizar más tarde y depositaron en ella las finas joyas labradas que divulgaron la fama del "tesoro de Monte Albán". De manera inexplicable, casi al mismo tiempo que se des­plomaba el gran poder de Teotihuacán en el siglo vni, Mon­te Albán también comenzó a decaer, si bien nunca fue totalmente abandonada.23

Los mayas

Al sur del accidentado territorio zapoteco, desde las monta­ñas de Chiapas hasta las planicies del Peten y las tierras altas de Guatemala, se multiplicaron los reinos mayas (300/900 d.C). Hacia el fin del siglo Hi los mayas del Peten guatemal­teco ya habían adoptado el calendario sagrado de 260 días, la llamada "cuenta larga" y la escritura, y comenzaron a per­filar las características distintivas de su civilización.

Los mayas adoptaron un diseño urbano maestro, que im­pusieron en sus ciudades con ligeras variantes. Sus principa-

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

les edificios: los templos dedicados al ancestro fundador y a los dioses protectores, el palacio de gobierno y el juego de pelota (el lugar donde periódicamente se representaba el mo­mento pasmoso de la creación del mundo) ocuparon el área central, alrededor de una gran plaza que servía de escenario ceremonial y mercado. Ese trazo se reprodujo en los cuatro rumbos de la ciudad y en sus alrededores se asentó la pobla­ción campesina. En numerosas ciudades levantaron pirámi­des de gran altura que remataban en un templo dedicado a los dioses y ancestros fundadores; muchas de ellas, cubiertas de estuco policromo, sirvieron de mausoleo a sus gobernan­tes. Otros edificios, llamados "palacios", se destinaron a las funciones públicas y administrativas. Con el uso de la colum­na y la "falsa bóveda", los espacios interiores pudieron ampliarse. Las salas y recámaras, lo que podría llamarse apo­sentos reales, se convirtieron en el escenario de los actos del gobernante: la designación del heredero al trono, la ceremo­nia de coronación y entronización, el culto a los antiguos fundadores, la entrega del tributo al soberano por los jefes de las aldeas y provincias subyugadas.

En contraste con el poderoso Estado teotihuacano, los Estados mayas se multiplicaron y fundaron ciudades Como Tikal y Kalak'mul, que dominaron a otras ciudades y aldeas, y formaron una suerte de confederación política. Cada uno de esos Estados recibió un nombre, un emblema, tuvo uno o más dioses protectores y se hizo de cantos, banderas, estandar­tes y símbolos que lo identificaban ante los demás y convo­caban la lealtad y el patriotismo de sus pobladores. La importancia del Estado maya, y algunas de sus característi­cas, fueron señaladas en primer lugar por los innovadores estudios de Tatiana Proskouriakoff, Heinrich Berlín y Joyce Marcus. Más tarde, Linda Schele y David Freidel, en un libro

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que ha cambiado la imagen política que se tenía de los ma­yas, describieron la formación de los reinos mayas y regis­traron las continuas guerras, invasiones, pugnas dinásticas, alianzas y conquistas que enfrentaron a los Estados que se disputaban el territorio (Fig. 12).24

FIGURA 12. Estela II de Yaxchilán, que

muestra al rey Pájaro Jaguar capturando prisioneros. Dibujo

basado en Schele y Freidel 1990: 284.

ETNIA, ESTADO r NAOÓN

Gracias al desciframiento de la escritura maya —uno de los avances decisivos en el estudio de las antiguas civilizaciones mesoamericanas—, ha sido posible reconstruir por primera vez la historia de esos reinos a partir de la versión que deja­ron registrada sus propios creadores. En las estelas, tableros, muros y escalinatas de sus monumentos, los gobernantes gra­baron la fecha de su nacimiento, la genealogía que legitima­ba sus derechos al trono, el momento glorioso de su ascensión al poder, sus matrimonios y alianzas con otras familias, la exal­tación de sus triunfos guerreros y la captura de prisioneros.

Desde que John L. Stephens publicó en 1841 y 1843 los memorables libros de sus viajes a Centroamérica y Yucatán,25

pioneros en la difusión de la riqueza monumental de la cultura maya, sucesivas generaciones de arqueólogos desenterraron monumentos que muestran la figura magnificada del sobera­no en el centro de los actos de la escena pública. La efigie del soberano preside los actos importantes de la vida maya: la de­signación del heredero al trono, el momento glorioso de su entronización, los festivales anuales que festejaban el inicio del año agrícola, la fiesta que recordaba la fundación del reino, o las ceremonias dedicadas a celebrar a los dioses creadores y los triunfos militares. Como se puede observar, esos monu­mentos enfatizaban las famosas tres funciones que según Georges Dumézil desempeñaban los reyes en el mundo indo­europeo: la función política, la militar y la agrícola.26

En estos monumentos el soberano es distinguido como la encarnación física del reino, el representante de los dioses y el intermediario de las fuerzas sobrenaturales y los antepa­sados. Es la cabeza única del reino, y por eso sus diversos nombres son una enumeración de las cualidades del territo­rio, del poder incomparable de los dioses que lo protegen, de la potencia indestructible de los antepasados y de las cam-

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I LA MATRIZ NATIVA

panas victoriosas emprendidas contra los enemigos del Esta-¡ 11 Tiene el rango de un campeón imbatible. El soberano maya is asimismo el principal ejecutante de las ceremonias religio-•.is y de los festivales públicos: en las estelas, los dinteles y La pinturas, es el ejecutante de los sacrificios consagrados a 19 dioses, el conductor de los ritos religiosos y el centro de los i:i.mdes festivales que se celebraban a lo largo del año. Y en ii carácter de hijo del dios del maíz, es también el primer

i ultivador, el conservador de la antigua sabiduría que hace I >i•< >ducir la tierra y el magnánimo repartidor de las cosechas.

Si careciéramos de otros testimonios, el mero análisis de los i« -i ratos del soberano impresos en los monumentos nos permi-itua reconstruir las variadas funciones de los reyes de la época i lasica.27 Además de esas características del arte público, la i midad de los reinos se basó en una lengua común y una serie i li- relatos que referían tradiciones compartidas. Debemos a los tu.ivas de la época clásica el primer texto escrito que relata un I I uto de origen —un elemento fundamental de cohesión étnica I ni re los pueblos de la antigüedad—. Anthony D. Smith lo llama 111 i i (>-motor" y considera que "un grupo no puede definirse a sí

I I nsmo o ante otros grupos, y no puede guiar las acciones colec-i ivas" si carece de él.28

1.a lectura reciente de los textos grabados en una estela de «^íuiriguá, junto con la de los glifos del Conjunto de la Cruz • ir Palenque, revelaron que en ellos se narra la historia de la • nación del cosmos, un acontecimiento que los mayas re-III >ntan al lejano año de 3114 a.C, supuesta fecha del nacimien-'' i del Primer Padre, Hun Nal Ye (Uno Semilla de Maíz). Este l 'i nner padre creó una casa en el lugar llamado Cielo Levan-' ido y la dividió en ocho partes, siguiendo las cuatro direc-• H mes cardinales y los cuatro rumbos intercardinales. Desde • i ii (>nces, este cuadrado fundador se convirtió en la figura geomé-

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trica principal del mundo maya. Fue la figura que sirvió de modelo para definir el espacio sagrado y el terreno, el esce­nario público, la milpa campesina y la casa familiar. En el centro de ese lugar el dios del maíz levantó el árbol cósmico llamado Wakah Chan, que desde el inframundo se erguía hacia la superficie de la tierra y llegaba hasta el cielo, por lo que vinculaba las tres regiones verticales del cosmos. Luego de estos hechos prodigiosos, Hun Nal Ye protagoniza el acto central de esta cosmogonía: su resurrección del inframundo en la forma de un joven de belleza extraordinaria que trans­porta los primeros granos de maíz a la superficie de la tierra, donde los dioses creadores los convierten en la carne y el sustento de los seres humanos. Según este antiguo mito, Hun Nal Ye es el creador del cosmos, el Primer Padre que ¡ inaugura una nueva era del mundo, el generador del ali- i mentó precioso y de los seres humanos, y el ancestro pro- ] tector de los primeros reinos y dinastías terrestres (Fig. 13).29

FIGURA 13 Hun Nal Ye brota del interior de la tierra, representada en esta escena por un carapacho de tortuga. Lo reciben Xbalanqué (derecha), quien derrama un cántaro de agua en la hendidura de la tierra, y Hunahpú (izquierda). Dibujo basado en Robicsek y Hales 1981,vaso 117.

i I. LA MATRIZ NATIVA

Antes del desciframiento de su escritura, era común leer en los libros de historia que los mayas de la época clásica vivían en una suerte de arcadia dichosa, dedicados a la agri­cultura tradicional, la observación de los astros y la elabora­ción de refinadas especulaciones sobre el transcurrir de los ciclos temporales, y que eran gobernados por una élite de sabios y sacerdotes. El desciframiento de los glifos sacó a la luz una historia diferente.

Como otros Estados que se desenvolvieron en territorios circunscritos, los reinos mayas vivieron en guerra perma­nente con sus vecinos, disputándoles cada palmo del territo­rio, los recursos y sus habitantes. Siguiendo la tesis de Robert Carneiro, puede decirse que los Estados mayas de entonces encararon un doble desafío: la delimitación natural que los constreñía a ocupar un área de la selva o las montañas, lo que impedía la expansión territorial; y la limitación social que los forzaba a competir con los reinos y cacicazgos veci­nos por la supremacía política de la región.30 Sus reyes, más que apacibles filósofos del tiempo, eran guerreros consuma­dos, hábiles concertadores de alianzas y expertos manejadores de la propaganda política.

Para alcanzar las metas de defender y conservar el reino, transmitir el poder y garantizar el apoyo de los gobernados, los dirigentes unificaron el mando político, el religioso y el militar, y se presentaron ante su pueblo como descendientes de los dioses fundadores del cosmos. Uno de los momentos más altos del pensamiento maya fue el que transformó el mito de la creación del cosmos en un argumento religioso que legi­timaba el poder de los gobernantes. En el mito cosmogónico de Palenque los dioses creadores son los primeros en ser coro­nados, y de ellos descienden los gobernantes terrenos, cuyo linaje es por tanto sagrado y eterno. Los monumentos que

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ETNIA, ESTADO y NACIÓN

registran la genealogía de los soberanos mayas remontan su origen a los dioses creadores del mundo y hacen de esa lista de antepasados la fuente de su legitimidad. Los reyes de Palen­que, conforme al mito fundador, hicieron construir templos magníficos, que declararon ser la residencia permanente de los dioses creadores. Con igual propósito construyeron sun­tuosos palacios donde el dirigente máximo conmemoraba la fundación del reino y los ciclos del tiempo que mostraban la continuación sin fisuras del linaje real. Quizá su mayor preocupación era ver cómo se desmoronaban los Estados cuan­do no se daba una sucesión estable, y por eso dedicaron ja actividad política a crear gobiernos permanentes, insuflados del tiempo eterno que consideraban propio del cosmos.

Una de las grandes sorpresas que ha deparado el desci­framiento de la escritura maya es el conocimiento del pen­samiento político y religioso de la época clásica. Cuando se fundaron los primeros reinos, la arquitectura y la escultura identificaron a los gobernantes con las fuerzas creadoras del mundo humano y del sobrenatural, en especial con la ferti­lidad. Al gobernante lo distinguían la banda y el cetro rea­les, la vestimenta suntuaria de su alta investidura, los símbolos de los dioses que regían los tres niveles del cosmos, y la exhibición de sus poderes sobrenaturales y fecundadores.

La representación pintada o esculpida de los reyes mostra­ba, de manera figurada, que su cuerpo estaba habitado por los dioses creadores. En ocasiones, al presentarse ataviados de pieles y dotados de los atributos de animales temibles o agoreros, parecía que participaban de su esencia extraordinaria, o que estaban en vías de convertirse en una encarnaciónf de esas fuerzas misteriosas. En esos y otros casos, el pensamiento polí­tico se esforzó por presentar al soberano como un ser investido de los poderes del inframundo y los del cielo.

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I En los magníficos tableros del Conjunto de la Cruz de Palenque se presenta una nueva explicación política y reli­giosa de la realeza (Figs. 14, 15 y 16). Como reveló Linda Schele en un análisis brillante, las escenas de esos tableros t i refieren al momento solemne de la transmisión del po­der entre Pakal, el rey desaparecido, y su heredero al tro­no, Kan Balam. Los textos que acompañan los bajorrelieves •crtalan con claridad que las imágenes registran la desig­nación del heredero al trono y las ceremonias de ascen­ción a ese cargo. Schele reveló que el personaje pequeño

HGURA14. Transmisión del poder real en el Tablero Central del Templo de ki Cruz de Palenque. Pakal, a la izquierda, entrega a Kan Balam el cetro del ptnUr. Dibujo basado en Schele y Freidel, 1990: 240; y Maudslay 1896-1999, vol. IV.

FIGURA15. Pakal entrega a su hijo el instrumento ritual del sacrificio de la ! sangre, en el Tablero de la 3 Cruz Foliada de Palenque. En el centro se ve un árbol j cósmico en forma de planta] de maíz. De manera semejante al ciclo de la planta de maíz, en la parte j derecha Pakal aparece como el dios del maíz descansando en el inframundo mientras que eñ nuevo rey, Kan Balam, simboliza la planta renacida del maíz- Dibujo i basado en Schele y FreideM 1990: 240; y Maudslay 1896-1899, vol. PV.

que aparece en los tres tableros frente a Kan Balam, y cuya identidad se desconocía, es Pakal, el soberano que hizo de Palenque uno de los reinos mayas más prestigiados. El des-i ciframiento de esas escenas misteriosas develó una iconos grafía del poder: en el tablero del Templo de la Cruz, Pakali transmite a su hijo el cetro del poder político; en el. Templo de la Cruz Foliada Pakal le cede el punzón sagrado de los sacri­ficios, y en el tablero del Templo del Sol le transmite losj símbolos de la guerra. Como se advierte, estos tableros fue-' ron elaborados para realzar las tres funciones más altas del] gobierno maya. .

Los textos y el simbolismo que rodean a esta representa­ción iconográfica del poder muestran que cada uno de esos! actos estaba amparado por los dioses que habían creado la presen-!

/ l(i l IRA 16. Pakal y Kan Balam intercambian los emblemas de la guerra y ti sacrificio en el tablero del Templo del Sol de Palenque. Dibujo basado en • M e y Freidel 1990: 244; y Maudslay 1896-1899, vol. IV.

v era del cosmos y de quienes descendía la dinastía de los reyes de Palenque.31 Estas escenas presentan una nueva idea »k* la realeza y la sucesión dinástica: como el sol, como la natu­raleza, como la planta de maíz que brota anualmente, la rea­leza tenía una continuidad ininterrumpida por medio de la (ransmisión dinástica del poder. En la arquitectura de Palen­que, Copan y otras ciudades mayas, el soberano es identifica­do con el dios del maíz, Hun Nal Ye, y con el ciclo de muerte J resurrección de esa planta: en su calidad de benefactor del

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

pueblo, el gobernante es la planta misma y el dios. Igualmen­te, la ceremonia que celebra la transmisión del poder del rey muerto al heredero al trono, asume el sentido de un ciclo natural inalterable: es la representación de la muerte y resu­rrección de la planta de maíz. De ese modo, la frágil cadena de las sucesiones humanas se convirtió en un proceso de ca­rácter eterno, semejante al sagrado transcurrir de los ciclos del tiempo cósmico.32

Los retratos del soberano grabados en los templos de Pa­lenque también remiten en cierto modo a la famosa imagen de los dos cuerpos del rey que tanto obsesionó en la Edad;

Media a teólogos y tratadistas europeos. En el caso maya, el¡ rey muerto (Pakal) testimonia la condición mortal del go­bernante, mientras que el cetro, el punzón sacrificial vha¿. insignias guerreras simbolizan la permanencia de la reale­za, que sobrevive a la desaparición del monarca y se per­petúa por medio de la dinastía. El heredero (Kan Balam) recibe estos símbolos del poder monárquico y, en el mo­mento de su ascensión al trono, adquiere los poderes imperecederos de la institución real que ya encarna.*

La historia que narran esos textos se concentra en el rey, de quien dependían los asuntos materiales y espirituales del Estado. El diseño mismo de la ciudad, que intentaba repro­ducir la disposición del cosmos, también era un gran aparato escenográfico del poder, un despliegue de símbolos destina­dos a legitimar y exaltar al gobernante. El proceso de desci­frar los glifos mayas condujo al descubrimiento de los diversos nombres de los dirigentes, y a develar los símbolos que los representaban. Michael Coe ha concluido que esojS registros históricos, multiplicados desde el siglo m de la era actual, ha­cen de los mayas "la única civilización verdaderamente histó­rica del Nuevo Mundo".34

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I. LA MATRIZ NATIVA

l ¡ m notables hallazgos de la escritura y la epigrafía lleva-¡ m i una nueva interpretación de la, Organización política de i • i < un )s mayas. La anterior idea de un Estado concentrado en .! i" H ler carismático del soberano, con escaso desarrollo ad-">n usirativo y poca fuerza sobre las ciudades y reinos vecinos, !w modificada por la presencia de grandes agrupamientos i - 'lii ii < m encabezados por reinos como Tikal y Kalak'mul, que i- MI.m Lina compleja administración central y considerableÍQr II,I.-IU ¡a política en un área extensa.

Lis recientes investigaciones concentradas en el estudio i' lis estelas y monumentos, la genealogía de los gobernan-

'• Ii >s topónimos referentes al control político del territorio, ) ••• términos para la ascensión al poder bajo el patrocinio de " \ es extranjeros, la jerarquía entre un reino y otro, y las gue-< i is entre varios Estados arrojaron nueva luz sobre la organi-• B ii >n política. Según las evidencias, Kalak'mul y Tikal fueron Ei ••• 11( >s grandes estados que predominaron sobre las decenas fe pequeñas ciudades. El primero fue la potencia más impor-

l v del escenario político durante la parte media y final de i época clásica, y a él estuvieron supeditados El Perú, Dos

i'il.is, Cancuen, Naranjo y Caracol. Por su parte, Tikal impuso • ' 111< nninio al principio y al final del mismo periodo, y bajo su • lera de influencia estaban los reinos de El Zapote, Uaxactún, i ixehilán, Caracol, Xultún y probablemente Río Azul. En • miiaste con los pequeños reinos dominados por el poder msmático del soberano, estas superpotencias se parecían

i LIS a las confederaciones de Estados que surgieron en Yucatán luíante el Posclásico, o a la Triple Alianza de los mexicas.35

ttm nuevos conocimientos sobre los reinos mayas han era-i»vado a esclarecer otros enigmas. La reconstrucción arqueoló-.•ii .i de los planos de las ciudades, por ejemplo, ha llevado a r i »i ¡nelusión de una gran densidad de población en las ciu-

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ETNIA, ESTADO YNACIÓN

dades y el campo. También se ha registrado el uso antiguo de sistemas de riego, selección de semillas y avanzadas téc­nicas de cultivo, de modo que el tradicional método de roza, quema y siembra no era el único que se usaba. Asimismo, se ha avanzado en el conocimiento de los artesanos y los cam­pesinos, ausentes en los monumentos que construyeron.36

La combinación de los cultivos de temporal y de riego impulsó el crecimiento de la población, aunque no debe olvidarse que éste fue un resultado del desarrollo político de los reinos. En la medida en que el Estado se consolidó, au­mentó la concentración humana en las ciudades y la mayor demanda de fuerza de trabajo. Al inicio de la época clásica (300-600) destacan los reinos de Uaxactún, Tikal, Caracol y Kalak'mul, en las tieras bajas del Peten y del sur de Yucatán. En la parte final de ese periodo (600-900), el liderazgo polí­tico y cultural recayó en las ciudades de Copan y Quiligua, en el sur; Palenque, Yaxchilán, Piedras Negras, Bonampak y Tonina, en el occidente; Dos Pilas, Seibal y Machaquilá, en el centro; las zonas llamadas Río Bec y Chenes, en el norte; y las espléndidas ciudades de la región Puuc: Uxmal, Sayil, Labná, Kabáh y Edzná. Como se ha dicho, los nuevos estu­dios sobre la organización política señalan la presencia de verdaderas superpotencias, como Kalak'mul y Tikal, que do­minaron su región durante largo tiempo.

La proliferación de Estados y su encarnizada competen­cia por el poder crearon un mapa político muy fragmentado al final del Clásico, pero también produjeron uno de los florecimientos culturales más originales del continente ame­ricano. Aun cuando en las ciudades mayas se hablaban len­guas emparentadas y sus pobladores tenían un mismo origen étnico, cada reino se afanó por distinguirse de los demás y manifestar SU identidad por medio de emblemas propios,

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I. LA MATRIZ NATIVA

•ni » «los, deidades protectoras y estilos característicos. Gra-• i 11 desciframiento de la escritura maya, hoy comenzamos

» . • >m >cer los nombres antiguos de sus reinos. La ciudad de i • l< i H |ue se Uamatsü Lakan Ha, que quiere decir agua gran-i< el reina, «n cambio, era conocido bajo el nombre de Bak, l-p i». La ciudad de Copan aecibió el nombre de Xuk, esqui-ü i pues estaba situada en una de las esquinas del mundo n i\ .1 Los pobladores originales de Tikal llamaron a esa ciu-I h I Matul, que quiere decir nudo de pelo.37

Ninguna ciudad maya tuvo las proporciones ni el ordena-i' i uazo de Teotihuacán o Tenochtitlán, pero en algunas se ni i binaron de tal modo el escenario natural y el diseño

ni|u ¡tectónico que crearon sitios de un encanto irresistible, • i no Palenque, Uxmal o Copan. En la mayor parte de las

MU lacles se siguió el modelo marcado por la creación pri-dial del cosmos a fin de reproducir ese primer diseño

huno, aunque con reglas propias y decorados característicos. 1.1 estela fue el monumento idóneo para el retrato de los

# «hernantes mayas, como antes lo había sido de los zapote-. in, Kn Copan y Quiriguá el tallado de la piedra fue tridimen-Huial, reprodujo la figura humana completa y adquirió

i" 'iporciones gigantescas (Fig. 17). El labrado de los dinte-\r\, tan extendido en el área maya, produjo obras maestras ' i i Yaxchilán, como las famosas tallas en que el rey Escudo I uBIifiT y la Señora Xoc realizan el ritual del sacrificio de la .OsppB real. El grabado de la piedra y la madera en forma de I i.ijorrelieve en dinteles, estelas y tableros, fue una de las uirs preferidas en las ciudades mayas. En la mayoría de ellas

II >s edificios y monumentos estaban pintados y algunos te-nian esculturas de estuco policromo, una forma de ornamen-1 H ion muy apreciada en Palenque, donde aún se conservan •I iras maestras de ese género.

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FIGURA 17. Representación en una1

estela tridimensional I de un gobernante del J reino de Quiriguá. Su | cuerpo contiene cada 1 una de las partes verticales del cosmos: i inframundo, superficie terrestre y región celestial. Dibujo basado en Schele y Freidel 1990: 91.

Desafortunadamente sólo quedan fragmentos de la pintu<J ra maya, entre los que sobresalen los famosos murales de] Bonampak y los bellísimos dibujos policromos de las vasijas funerarias. Destaca en esas pinturas el talento para expresar la plasticidad de la figura humana, manifiesta en múltiples imágenes del cuerpo en movimiento o en reposo, dotadas del una gracia excepcional en Mesoamérica.

Sin embargo, desde fines del siglo vra y a lo largo del K, esas refinadas ciudades decayeron; se interrumpieron las construc-; ciones, los monumentos y las obras de arte, y los sitios que­daron abandonados. Fue una catástrofe política y social sin; precedentes. No han faltado hipótesis para explicar este desas­tre inconmensurable; las siguientes parecen las más probables.

I. LA MATRIZ NATIVA

» Hay evidencias desde el siglo vni de un desequilibrio en­tre la cantidad de los recursos naturales y el número de los pobladores: se estima que en las tierras bajas había un pro­medio de 200 personas por kilómetro cuadrado, una densi­dad de población muy alta. Algunos estudios recientes registran un incremento de la deforestación y la erosión del Mielo, que degradó el ecosistema de la selva húmeda. Otras Investigaciones de restos humanos han consignado un au­mento de enfermedades por falta de alimentos y de una dieta equilibrada. Varios testimonios muestran un crecimien­to constante de la nobleza y de su ambición por apropiarse el lugar reservado al soberano, por lo que es probable que el número y el peso de esa clase agravara las cargas de trabajo campesino y de los sirvientes, agudizando así el des-equililkio entre la demanda de la población y los recursos disponibles. Otros hallazgos recientes indican que los reinos se hicieron más numerosos e independientes, pero también más débiles, y se vieron forzados a continuas guerras.38

Teotihuacán

Teotihuacán fue la ciudad más grande, majestuosa y ordenada del continente americano en la antigüedad, y la que ejerció ma­yor influencia en Mesoamérica: hay vestigios teotihuacanos des­de el sur de las tierras mayas hasta el extremo norte'Choy Sinaloa). Sin embargo, es una urbe rodeada de misterio: se desconoce su nombre original, la identidad de-sus pobladores, la lengua que hablaban y las causas que provocaron su derrumbe y abando­no. Hace poco, David Stuart descubrió en la escritura maya un dato que puede iluminar el misterio del nombre de la gran urbe. Según su lectura de los glifos, los mayas de la época clásica se

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

referían a Teotihuacán con el vocablo puh (caña o junco). Otros textos zapotecos también identifican a la gran ciudad del altiplano como "el lugar de los tules". En otras palabras, Stuart apunta que los mayas y zapotecos consideraban a Teotihuacán como una Tollán, el sitio donde se reproducían abundantemente los tules, símbolo de multitud. Si esta de­signación se confirmara, Teotihuacán sería entonces la pri­mera Tula, la ciudad legendaria donde se originó la civilización, la fabulosa Tollán de los textos nahuas que en­comian a los toltecas como sabios y artistas insuperables.39

Su idioma sería entonces el náhuatl, la lengua que hereda­ron los toltecas. En la tradición nahua Tollán es el mítico lugar de origen de los pueblos civilizados, los llamados toltecas, y en la tradición maya es el lugar de origen de los Ah Puh, los hombres sabios fundadores de reinos prestigiosos.

Uno de los enigmas que todavía mantiene intrigados a los arqueólogos es el de su origen. Teotihuacán se convir­tió en el principal sitio de la cuenca de México al inicio de la era actual, cuando comenzaron a levantarse las gigan­tescas obras que le dieron una imagen propia y concentró a la mayoría de la población de la zona en el perímetro de su recinto urbano, algo que no consiguió ninguna ciudad anterior o posterior a ella. En t i año 50 d.C. se inició la construcción de la llamada "Calzada de los Muertos", el eje principal que ordena la ciudad y que tiene una orientación astronómica de 15.5° al noroeste, distinta a la de las ciudades olmecas, mayas y zapotecas del sur.

Rene Millón, el arqueólogo que más tiempo ha dedicado al estudio de Teotihuacán, piensa que la Pirámide del Sol fue edificada a la entrada de una cueva por la creencia mítica de que el género humano se había originado en esos recintos sub­terráneos. Millón observa, siguiendo una idea precursora de

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I. LA MATRIZ NATIVA

11 >ris Heyden, que "la cueva que está debajo de la Pirámide del % 'I fue considerada como el centro de un mito de creación, 'vgún este mito, la cueva era el lugar donde se originó la plísente era del mundo, donde nacieron los primeros seres humanos y comenzó el ciclo actual del tiempo".40 El mismo Millón piensa que esta creencia podría explicar la distinta • 'i irritación astronómica de la ciudad y su sorprendente de­m o l i ó inicial: esa posición del movimiento del sol señala-l'.i el nacimiento del cosmos y del tiempo; esto es, el trazo >lr la ciudad celebraba esos acontecimientos inaugurales.41

La idea de que en el interior de la tierra hay una cueva < n la que se acumulan los alimentos y se regenera la vida, • \ una concepción muy arraigada en los mitos de creación iiK-Noamericanos. Los mitos más antiguos declaran que el • i ismos y los seres humanos tuvieron su origen en las pro-iiindidades de la tierra, en el inframundo, la zona oscura, humeda y germinal. En Teotihuacán esa concepción está i'K-sente en el conjunto de la ciudad y en sus más impor-i.intes manifestaciones simbólicas y religiosas. Su deidad principal es la Diosa de la Cueva (Fig. 18), de cuyo inte-i ii ir brotó la tierra con sus montañas, valles, aguas, anima­les y seres humanos. Sus representaciones la muestran Mino diosa de las aguas terrestres, pluviales y marítimas,

. ile las potencias germinales de la tierra. Es la madre de ! is fuerzas sagradas, que emanan de su mismo cuerpo; la l.ulora de la vida y la muerte, porque en su gran boca des­parecen las semillas, los seres vivos y los astros, que al • M urecer descienden a la región del inframundo. En i <•( itihuacán, la Diosa Madre era una divinidad autocreada, omnipotente y sin rival."

I'.ste mito de origen es muy semejante al que grabaron los ii.ivas en los monumentos de Palenque. La declaración del

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FIGURA 18, Representación del poder reproductor de la tierra y el agua eñ la pintura mural del llamado Tlalocan o paraíso de Tláloc en Tepantitla, Teotihuacán. La Diosa de la Cueva es la figura central de esta pintura, y dé ella emana el agua que hace brotar las plantas y la vida. Dibujo basado en la reconstrucción del Museo Nacional de Antropología.

origen local del cosmos, las plantas y los seres humanof confiere legitimidad a la tierra habitada, remonta esa pose sión al lejano tiempo en que se originó el cosmos, y la trans forma en tierra protegida por los dioses. Al infundirle eso atributos a la ocupación del suelo, el mito hace indisputable los derechos de la comunidad a la posesión del territoric En este sentido es un mito muy semejante al que narra! Códice de Viena sobre el origen de los mixtéeos (Fig. IIM

Teotihuacán era en consecuencia un lugar privilegiado pd los dioses y sus habitantes eran los custodios del nuevo ordei que nació con la fundación del cosmos. Los mitos que loi aztecas conservaban de esta ciudad grandiosa relataban qu< en ella, en una fecha calendárica precisa y bajo el auspicio d< todos los dioses, había nacido el nuevo sol que le dio vida a

I. LA MATRIZ NATIM

Dundo actual y a los seres humanos. Quizá poí ello la bau-itMiron con el nombre de Teotihuacán, que quiere decir Ciu-

(IMI ile los Dioses." El eje sur-norte de la Calzada de los Muertos celebraba ese acontecimiento: en sus puntos centrales se levantaron las pirámides de la Luna y el Sol y el grandioso NK'into de la Ciudadela, donde se construyeron los palacios dedicados al mando político y administrativo de la ciudad.

lin el curso de 150 años ese lugar antes desolado se convir-p6 en el mayor centro político, religioso y cultural del valle «le México. La ciudad se organizó con un plan maestro que definió sus dimensiones, la distribución de sus calles, barrios V templos, y el célebre diseño de talud y tablero que le otorgó m conjunto urbano la perturbadora imagen de un recinto ••grado. Por primera vez en la historia de una ciudad inesoamericana, los pobladores del campo fueron obligados •Concentrarse en el área urbana, donde se construyeron más tic dos mil manzanas de viviendas para recibirlos ."Aunque todas las ciudades mesoámericanas compartieron la idea de •KT el centro del cosmos, Teotihuacán se distingue porque •III esa creencia se plasmó en un hecho verosímil: su riguro-* > trazo, su orientación respecto de los ejes espaciales orde-Bídores del cosmos, la monumentalidad de sus pirámides y rl diseño de cada uno de sus edificios, fueron la demostra­ción evidente de que era un lugar sacro, la residencia de pode­rosas deidades y fuerzas sobrenaturales. La habilidad de los •tnificadores de Teotihuacán para mezclar estos conceptos milicos y religiosos con un trazo urbano geométrico que imitaba y enaltecía el paisaje natural, convirtió a esta ciudad en un centro santificado. I También sorprende que desde el año 300 hasta su destruc­

ción y abandono hacia el 750, la ciudad no haya cambiado su diseño original. Por alrededor de quinientos años Teotihuacán

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

conservó el tragó inicial que le impusieron sus creadores 4 casi la misma cantidad de población, unos cien mil habitan] tes. Es comprensible que esta continuidad de la organización social y política, extraordinaria en la historia de MesoaméricaJ suscitara muy distintas interpretaciones sobre, su forma de goS bierno. En un tiempo se acostumbró considerarlo un "Estadd teocrático" gobernado por la élite sacerdotal, porque no sd advertían representaciones militares en la arquitectura y e| simbolismo de la ciudad. Otros se atrevieron a sugerir la palaa bra "imperio", debido a la existencia de barrios de artesanos provenientes de Oaxaca y Veracruz, y a la gran influencia teotihuacana sobre El Tajín, Monte Albán, el área maya y otras regiones.

Si atendemos a los datos existentes, podría decirse que ed el prolongado desarrollo de Teotihuacán hubo dos formas dd gobierno. En la primera, desde sus orígenes hasta el año 30(1 d.C, quizá tuvo un gobierno semejante al de los reinos mayas] y zapotecos: un soberano ejercía sin cortapisas el poder poli tico, militar y religioso, y por tanto había un linaje real. Ese poder absoluto y un culto dinástico serían la explicación del gigantesco programa inicial de construcción de las pirámides del Sol y la Luna, de la Ciudadela como centro político y adJ ministrativo, y la edificación del magnífico monumento de la. Serpiente Emplumada y sus enormes esculturas (Fig. 19).43 ,¡

En la segunda forma de gobierno (300 a 750 d.C.) no vuel-j ve a manifestarse un programa constructivo como el inicial y, i más aún, la figura del soberano desaparece: no hay estelas! esculturas, pinturas o textos cuyos glifos lo enaltezcan. Era lugar del culto al soberano y al poder dinástico, la pintura mural de los templos y habitaciones alienta los valores colecti4 vos y destaca las procesiones de sacerdotes y fieles en ho-j ñor de los dioses.

FIGURA 19. Reconstrucción del Templo de la Serpiente Emplumada en la llamada Ciudadela de Teotihuacán. Fotografía de un dibujo de Raúl Velázquez.

Los edificios residenciales multitudinarios se multiplican después del siglo in, lo que parece ser otra prueba de la fuer-̂ za que adquirieron los intereses colectivos. Durante casi cua­tro siglos fueron la morada habitual de los teotihuacanos, que sin duda se apoyaron en una política estatal dedicada a su continua construcción y conservación. En ellos y en sus tem­plos y plazas se difundió un simbolismo que realzaba los valo­res colectivos. Uno de los logros de sus gobernantes fue colocar a unos cuantos dioses sobre los innumerables cultos familiares y grupales, dándoles el rango de deidades del Esta­do teotihuacano.

La Diosa de las Aguas o de la Cueva, como la llama Esther Pasztory, quizá fue la principal deidad teotihuacana del siglo ni al vil, y una de las divinidades celebradas por todos los teotihuacanos. En la mayoría de sus representaciones la diosa brota de una cueva que tiene agua, semillas nutricias y símbo­los alusivos a las fuerzas germinales del interior de la tierra

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

(Fig. 18). En las imágenes más conocidas la diosa ofrece esos bienes con sus manos abiertas y derrama agua, semillas o pie­dras verdes preciosas que- simbolizan la abundancia agrícola. Según Esther Pasztory, era la protectora de Teotihuacán y su templo principal fue la Pirámide del Sol, construida sobre la cueva que los mitos de creación identifican con el lugar ̂ donde nacieron los primeros seres humanos. Recientemente, las in­vestigaciones de Linda Manzanilla dieron a conocer la existen­cia de pasadizos subterráneos que se comunican con cuevas y santuarios paralelos a los de la superficie. Entre los habitantes actuales de esa zona, Manzanilla recogió relatos sobre un mito de origen en que los primeros pobladores surgen del inte­rior de la tierrra y llevan con ellos los alimentos primordiales.44

La segunda deidad más representada en Teotihuacán es el Dios de las Tormentas, dios celeste que habitaba en lo más alto de las montañas y tenía relación con los relámpagos, el trueno y la lluvia, fuerzas naturales que maneja directamente con las manos en las pinturas y esculturas que lo represen­tan. Es un gemelo del Tláloc de los aztecas, aunque ignora­mos su nombre auténtico, y en esta gran ciudad se distingue por sus anteojeras, bigotera, colmillos, una flor de lirio en la boca y su tocado de cinco nudos. Otras figuras lo presen­tan con el poderoso rayo entre las manos; con él golpea las montañas, las abre y hace caer la lluvia. En la época clásica representa a Teotihuacán y a sus embajadores en tierras lejanas, y por lo común se le relaciona con la guerra y la fuerza militar. Según Pasztory, la Pirámide de la Luna estu­vo dedicada a este Dios de las Tormentas; su templo era la construcción más próxima al cerro Gordo, la montaña en que se agolpan las nubes y donde primero cae la lluvia.

Si en Teotihuacán soút,escasos los retratos del gobernante supremo, en cambio son notables las representaciones de los

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I. LA MATRIZ NATIVA

. i. iidotes, que en la pintura mural y en la cerámica apare-• • n .il mando de las ceremonias en honor a los dioses. En • 'Miraste con la práctica religiosa maya, reservada al sobera-

«>. >. iii Teotihuacán el grupo de sacerdotes aparece como un •> > u u autónomo. Estos datos apoyan la hipótesis de que en i« i unlad surgió lo que podría llamarse una religión estatal, i w\.i ideología y ceremonias estaban a cargo de un equipo ¡ penalizado de sacerdotes. Además, en la pintura mural se i pliega una suerte de órdenes militares: personajes arma-¡ •• ion figura de aves, jaguares, coyotes y otros animales

• mlik'ináticos. Asimismo, los arqueólogos han encontrado "ii.u;uies de teotihuacanos en Monte Albán, en Tikal, Copan i i 'ii.is ciudades mayas, que cumplen el oficio de embajado-« • tic su Estado.

I c( ¡tihuacán mantuvo su forma de gobierno colectivo du-« míe 500 años, un hecho singular en Mesoamérica. Sin em-i'iH',0, al final del siglo vin la ciudad fue abandonada y en pji l parte quemada por motivos desconocidos hasta ahora. I • > • arqueólogos han encontrado mayores signos de violen-• i t-n los principales recintos del poder político y religioso:

i • i mdadela, la Calzada de los Muertos y los edificios próximos • l i-, pirámides de la Luna y el Sol. Para Millón los hechos

M (dieron de la siguiente manera:

I .is tensiones debieron de haber crecido hasta un punto miolerable, pues el recinto de la Ciudadela fue atacado en i na súbita explosión de furia. La gente que habitaba estos i ulacios fue asesinada. Los palacios fueron quemados. Los • mplos se redujeron a escombros. No fue ésta una mani-!< -st ación más de los violentos ataques contra los odiados .'"hernantes que tantas veces hubo en muchos lugares. 111 más sorprendente es que quienes dirigieron el ataque

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Eí'KiA, ESTADO Y NACIÓN

contra la Ciudadela no querían dejar rastro de los edificios que representaban el poder. Quizá porque temían que de las cenizas pudieran resurgir nuevos gobernantes, los instigadores de esos actos llevaron a cabo un proceso de destrucción ritual que produjo el clesmantelamiento y el incendio de una estructura tras otra de la Calzada de los Muertos. Acaso en esa época el templo y el Estado eran signos equivalentes, y por eso la destrucción de uno impli­caba la del otro.«

En tiempos de los aztecas Teotihuacán ya era una ciudad aban­donada y en ruinas, que en la memoria mítica era recordada como el lugar donde se había originado una nueva era del mundo.'*6

La caída de esa gran ciudad fue el inicio de un proceso de deterioro político general en toda Mesoamérica. Hacia el año de 750, que señala la destrucción de Teotihuacán, Mon­te Albán también comienza a desintegrarse y su desplome provoca un vacío de poder que a su vez desencadena una lucha continua entre los pequeños cacicazgos de la Mixteca (una historia admirablemente reconstruida por Alfonso Caso en Reyes y reinos de la Mixteca). Una situación muy seme­jante se presenta en los reinos mayas, que desde Copan hasta las tierras del Peten guatemalteco se despueblan uno tras otro. El caos político, más terrible que las fuerzas incon­trolables de la naturaleza, devasta las obras humanas que había tomado siglos edificar.

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I. LA MATRIZ NATIVA

4. LA APARICIÓN DE LOS ESTADOS MULTIÉTNICOS

Durante el periodo llamado Posciásico, los antiguos reinos y las grandes ciudades de Mesoamérica dieron paso a nuevas organizaciones políticas, confederaciones de múltiples etnias y a un nuevo escenario cultural. Hasta ahora, sin embargo, este periodo ha recibido escasa atención sigue siendo una de las épocas más confusas de nuestra historia.

Hacia el final del siglo vm los poderosos estados de TeotihuacáH y Monte Albán se vieron afectados por desórde­nes que terminaron por derrumbarlos. Los numerosos reinos mayas siguieron la misma suerte o fueron abandonados a los estragos de la selva. Con ellos desaparecieron las antiguas fronteras geográficas, políticas, étnicas, sociales, religiosas y culturales, y en su lugar surgieron nuevas formas de organi­zar el poder. Este ocaso general de organizaciones penosa­mente construidas durante cientos de años, generó un vacío de poder que desató una serie de invasiones y migraciones, en un complicado proceso político y demográfico que toda­vía carece de una explicación suficiente. La mayor dificultad para su comprensión quizá radique en su naturaleza de pro­ceso cambiante: prolongación de tradiciones anteriores por un lado; aparición de nuevas concepciones políticas y reli­giosas por otro.

Hacia el final del siglo ix los grupos de teotihuacanos, zapotecos y mayas sobrevivientes debieron considerar esa situación como una catástrofe sin paralelo en la historia de los seres humanos. Lo que había costado siglos de trabajo e imaginación, se desvaneció en unos cuantos años. Desapare­cieron las instituciones políticas, los linajes reales y las figu­ras divinizadas de los soberanos; los palacios y monumentos,

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

los centros que antes4:oncentraban el comercio, las pere­grinaciones y los cultos religiosos. Al derrumbarse los anti­guos centros de poder, se perdió también la venerada memoria de los antepasados. Las mismas imágenes de los dioses fueron arrasadas. Las espléndidas ciudades se des­poblaron y quedaron expuestas al saqueo y las pugnas in­testinas. A esos desastres siguieron las hambrunas y las epidemias, la zozobra y la diáspora en todas direcciones.

Entonces empezaron a proliferar los grupos de guerreros: surgieron cuerpos armados para la protección de las migra­ciones y numerosas bandas de asaltantes y forajidos. La nece­sidad de levantar ciudades en sitios de difícil acceso, y por lo común amuralladas, revela el estado de incertidumbre que prevaleció. Las nuevas ciudades que se fundaron en los si­glos ix a XII prodigaron los símbolos de la guerra, la conquis­ta y el sacrificio sangriento. La ciudad de Tonina, en el espinazo montañoso de Chiapas, se convirtió en una poten­cia militar y protagonizó grandes hazañas. Sus registros his­tóricos señalan que sus gobernantes capturaron en 711 a un poderoso señor de Palenque, luego subyugaron al de Bonampak y en 730 arrasaron otra vez Palenque.47 Las este­las presentan a sus gobernantes como vencedores y los ad­mirables estucos, descubiertos hace poco, propagan la escena atroz de la decapitación ritual (Fig. 20).

Xochicalco también floreció entre los años 600 y 900 en un sitio alto y escarpado, estratégico para la defensa, en la parte occidental de lo que hoy es el estado de Morelos. Pleno de simbolismo bélico, Xochicalco absorbiú*modelos culturales de muy distinta procedeücja+.mayas, teotihuacanos, zapotecos y de El Tajín. Ninguno predomina en las construcciones, el arte o la religión; más bien prevalece el eclecticismo.48 En su plaza central hay dos pirámides: una está dedicada ajQuet-

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FIGURA 20. Escena de decapitación en el extraordinario mural de estuco teñen descubierto en un edificio de Tonina. Dibujo basado en Yadeun 1992, portada.

zalcóatl, la Serpiente Emplumada, emblema del linaje en el poder, y la otra probablemente al dios ancestral.49 El realismo de la imagen legendaria que cubre su monumento central llamó la atención de los hombres de ciencia de fines del siglo xvm, como José Antonio Álzate, uno de los primerea en pu­blicar una descripción de esta ciudad, acompañada de un di­bujo (Fig. 21). Si la Serpiente Emplumada era el emblema de los gobernantes de Xochicalco, esto quiere decir que los rei­nos del Posclásico habían asumido la imagen del poder ori­ginada en Teotihuacán. La insignia de la Serpiente Emplumada es la más reproducida en Chichén Itzá, Tula, Cacaxtla y Cholula. Como otras ciudades del periodo Clásico, Xochicalco también cayó arrasada por el fuego de la violencia.

Otro rasgo que distingue a este periodo es la abundancia de registros guerreros en los monumentos, y de imágenes alusi­vas al sacrificio en los juegos de pelota, como puede verse en El Tajín, cerca de la costa norte de Veracruz. Allí las canchas de juego y las construcciones adjuntas están colmadas de los símbolos de la decapitación en que culminaba la lucha.50 El

FIGURA 21. El cuerpo estilizado de la Serpiente Emplumada en la pirámide principal de Xochicalco. Dibujo basado en Marquina 1981:135.

I. L A MATRIZ NATIVA

linholismo del sacrificio y de la muerte invadió los objetos mpecialmente vinculados con el juego de pelota. Así, los ÍTeos de los contendientes, el yugo protector de la cintura, i rodilleras, las manoplas, el hacha y la "palma", adquirie-n implicaciones divinas. La pelota de hule se convirtió en

(mbolo de la cabeza del decapitado y la sangre derramada ni imagen de la fertilización cósmica.

El juego de pelota predominó en la costa del Golfo de léxico. Hacia el fin del Clásico ya lo practicaban todos los

pueblos, pero en Xochicalco, El Tajín y la misteriosa Cantona adonde el arqueólogo Ángel García Cook ha encontrado más •veinte canchas—, los testimonios revelan una mayor abun­

dancia entre los años 600 a 900.51 En la época clásica el juego «Ir pelota era una representación simbólica del momento de fcicreación del cosmos y la fundación sagrada de los reinos. }1 en los siglos vni a xn se mantuvo esa tradición, entonces los estados que se fundaron en ese tiempo buscaron comba-Irla inseguridad que los agobiaba mediante la repetición in­fatigable de ese momento estabilizador.

5. Los ESTADOS DEL POSCLÁSICO

La época que va del año 900 d.C. a la invasión española se Conoce con el nombrétle Posclásico. Sus inicios están mar­cados por la irrupción de tribus guerreras originarias de las tierras agrestes del norte, que aprovecharon el caos político del fin del periodo clásico para penetrar diversas regiones de Mesoamérica y fundar nuevos estados. Es una época recons­truida a partir de fuentes históricas, indígenas y españolas, que fueron publicadas después de la caída de Tenochtitlán.

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

Los trabajos arqueológicos del siglo xx han comenzado a corre­gir una imagen teñida por la leyenda, pero aún estamos lejos de una reconstrucción fiel,

Tula y Chichén Itzá

Hay varios relatos que forman lo que podríamos llamar una interpretación mitificada del origen y desarrollo del poder tolteca. Provienen de los aztecas y cuentan que varios gru­pos de cazadores y guerreros, dirigidos por su jefe Mixcóatl (Serpiente de Nubes), atravesaron las tierras chichimecas del norte y llegaron a Tollán (lugar de tules, símbolo de multi­tud), en el actual estado de Hidalgo, donde fundaron la ciu­dad de Tula. A este grupo tolteca-chichimeca se le unieron otros, entre ellos el nonoalca, vinculados a la antigua cultura de Teotihuacán. La unión de estos grupos, que hablaban el náhuatl y el otomí, dio origen a un reino fuerte y extendido que los aelatos mexicas describen como un paraíso de la abun­dancia y un centro del que irradiaban las artes y la cultura. A Mixcóatl le sucedió su hijo Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, un guerrero conquistador quien unificó el poder político con el religioso, levantó templos suntuosos y gobernó con es­plendor. En los relatos nahuas el reino fundado por Ce Ácatl Topiltzin adquirió el aura de una ciudad maravillosa.

Durante muchos años floreció Tula bajo el sabio gobierno de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, Nuestro Señor Uno Caña Serpiente Emplumada. Tula alcanzó entonces renombre por sus magníficos edificios, entre ellos los dedicados a Quetzal­cóatl, dios patrono de los toltecas, cuyos cuatro aposentos ricamente engalanados miraban hacia las cuatro direcciones del cosmos.

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I. LA MATRIZ NATIVA

Repentinamente, este reino feliz fue desunido por una combi-n.u ion de catástrofes dirigidas por el perverso Tezcadipoca 11 spejo Humeante), un poder negativo que diseminó pestes, lumbre, terror y conflictos entre los toltecas. Con el desplie­gue de sus malas artes, Tezcatlipoca hizo que Topiltzin Quet-/.ilcóatl violara sus deberes sacerdotales y abandonara Tula, ¡tjpbiado por los males sucesivos que se abatían sobre su pueblo. Unos relatos dicen que huyó hacia la costa del Golfo «le México y al llegar al mar se prendió fuego a sí mismo. < >i a >s narran que tomó el camino del sureste y fundó en esas 11 piones reinos memorables. La trama de estos relatos creó la U-venda de Quetzalcóatl, un mito que fusiona al rey de Tula, I Lunado Ce Ácatl Topiltzin, con el supremo sacerdote de esa i melad y el mismo dios Quetzalcóatl. Como quiera que sea, <*stos relatos legendarios ofrecen la primera imagen registra-< l.i en fuentes escritas de un personaje que, gracias a sus haza-n.i.s guerreras, funda un reino, se convierte en su autoridad M iprema y más tarde sus seguidores lo elevan al rango de dios.

()tra versión de la fundación de Tula, basada en la arqueolo­gía y en los estudios recientes, informa que hacia el fin del M.̂ IO VIII efectivamente se desvaneció la frontera que sepa-i.iba a los agricultores sedentarios de Mesoamérica de las tribus norteñas. Los cazadores y recolectores, organizados en bañ­il, is guerreras, aprovecharon el desorden político para inva-i In la deseada región de las tierras fértiles. En Tula, al lado del 11< > Lerma, encontraron pobladores vinculados al antiguo reino ilr Teotihuacán (los nonoalcas), y con ellos fundaron un nuevo Estado hacia el año 900, una mezcla de viejas tradi-I iones y nuevas experiencias políticas .

Al desenterrar los restos de Tula, los arqueólogos no en-II mtraron la ciudad colmada de edificios maravillosos que des-i i i I Man los textos nahuas, ni las fabulosas riquezas que relataban

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

las crónicas de la época colonial. Tampoco hallaron rastro de un cisma religioso entre los partidarios del malvado Tezcatlipoca y los seguidores del sabio y casi cristiano sacerdote Topiltzin Quetzalcóaü. Pero en sus esfuerzos por reconstruir la histo­ria de ese imperio, descubrieron huellas de un tránsito polí­tico fundamental, un proceso que marca la diferencia histórica entre los reinos de la época clásica y los que vendrían des­pués, como la Triple Alianza de los aztecas. Esa nueva insti­tución estatal, bajo el predominio de Tula, unió a las ciudades de Otumba —una población otomí cercana al Jago de-Zumpango— y Culhuacán —el legendario pueblo de ascen­dencia tolteca que creció en las márgenes del lago de Tetzcoco. Según Nigel Davies, el territorio ocupado por ese nuevo Esta­do en el área central de México no era muy grande, aun cuando las tres ciudades tuvieron acceso a otras regiones gracias a sus relaciones políticas y comerciales.

A diferencia del Estado anclado en la persona del gober­nante supremo, la Tula de los toltecas se sustentó en alian­zas políticas y militares con las poblaciones cercanas. Fue un Estado basado en arreglos políticos entre poderes seme­jantes que convinieron en unirse para beneficio mutuo, y en su composición participaron etnias que hablaban lenguas dis­tintas. Su poder descansaba en un ejército dedicado a la ex­pansión territorial y el dominio político. De este modo, la expansión del Estado tolteca impuso a los pueblos conquis­tados la obligación de pagar tributo a la confederación, la cual se convirtió en el centro político y económico más po­deroso de aquel tiempo.

En los símbolos que despliega el arte tolteca se anuncia con fuerza esa nueva realidad política. La escultura, los bajorrelie­ves y los edificios de Tula están poblados de imágenes bélicas, figuras de guerreros colosales y emblemas que destacan la ciu-

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• d como centro del poder (Fig. 22). Aun cuando se han halla-11< > representaciones del poder real, la persona del gobernante ya no es el eje de la nueva propaganda política, sino el reino mismo, representado por la ciudad primada, que se describe pomo el lugar ideal donde se ha concentrado el poder político, kilitar, económico, religioso y cultural.

y En los monumentos de Tula son abundantes las tallas de píxx'esiones de guerreros, con sus grupos de caballeros águila, Caballeros jaguar o caballeros coyote, que revelan el alto rungo'adquirido por los guerreros. También sorprende ob-|6rvar en las expresiones artísticas y simbólicas de esa época l.i desaparición de la figura del gobernante supremo, quien es

FIGURA 22. Los llamados "Atlantes" de TUla, que remataban la

parte superior del edificio dedicado a las reuniones de gobierno.

. Son figuras colosales de guerreros, cuya cabeza

tostenía la techumbre de esta habitación majes­

tuosa. Fotografía del Museo Nacional de

Antropología.

sustituido por la representación de emblemas. La Serpiente! Emplumada, la más difundida de las nuevas efigies, es sima bolo de poder en Tula y en el áreajnaya (Fig. 23). Todo paree* indicar que el emblema de la Serpiente Emplumada se había' convertido en un título: Quetzalcóatl se refería a un cargo u oficio relacionado con las funciones públicas y militares.

El aura mítica que aún hoy nimba la imagen del Estada tolteca es reveladora de la profunda impresión que produjo! esa nueva organización del poder. Fue la primera vez que uiJ Estado mesoamericano concibió la idea de un gobierno una ficador de diferentes pueblos y sustentado en los recursos de numerosos territorios, luego del gran desastre político que i había significado la caída de Teotihuacán. Además de las alian!

FIGURA 23 Altar del llamado "Palacio al Este del Vestíbulo ", en Tula, Hidalgo, cuyo personaje central, profusamente ataviado y con escudo y armas en las manos, es rodeado por otros individuos que cantan o dicen discursos. Su cuerpo está enmarcado por el emblema'de la Serpiente Emplumada. En la cornisa del altar ondula otra Serpiente Emplumada. Dibujo basado en Umberger 1987. 75, fig. 9.

I. L A MATRIZ NATIVA

•*•> entre ciudades y el apoyo en la fuerza militar, el instru-•KUo que divulgó la grandeza de estos estados fue un nue-• lenguaje político.52 Hace una década, la imagen de Tula se

fonlundía con la de Chichén Itzá, la ciudad que impuso su •cxler en la península de Yucatán. Entonces se afirmaba que lUla y Chichén Itzá eran ciudades gemelas, por sus semejan-la» arquitectónicas y de símbolos guerreros. También se de­lta (|ue Tula precedía en el tiempo a Chichén Itzá, y que ésta Iwhia sido fundada bajo la influencia de los toltecas del cen-

I lt<> de México. Si atendemos a las últimas investigaciones, Chichén Itzá

no fue fundada por los toltecas de Tula ni por mayas i W«dcanizados (los putunes) procedentes de las costas de

*ntl>asco y Campeche, sino por gente maya originaria del sur. \M más persuasiva de estas interpretaciones advierte que des­de los siglos rv al vi los reinos mayas del sur fueron agobia-

I dos por contiendas que perseguían la supremacía regional. f Dos grandes coaliciones políticas de entonces, una centrada

•n Tikal y la otra en Kalak'mul, se trabaron en guerras conti-' filias y alternativamente tuvieron victorias y derrotas que

modificaron el mapa político del Peten, provocando movi­mientos de población incesantes. Uno de estos grupos

[ migrantes está registrado en los textos de la época clásica i Con el nombre de itzá. Un texto se refiere al "Hijo del Señor

Ittá" y otro al "Divino Señor Itzá" (K'ul Itzá Ahatu). Estos textos proceden del norte del lago Peten Itzá, y muestran que en esa región había grupos y linajes establecidos con VM.' nombre desde el siglo vn d.C, y probablemente más atrás.

De acuerdo con estos datos, los itzaes comenzaron su mi­gración hacia el norte del Peten hacia 672-692. Otro grupo, Conocido con el nombre de Tutul-Xiw, se estableció en Uxmal

f tn los años 731-751, en el norte de Yucatán. Hay noticias de

': I ~ üf

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

que los itzaes pactaron una alianza, con otros grupos en I Ichkantiho entre 711 y 191, una ciudad que conocemos c o n el nombre de Tz'ibilchaltún, situada al norte de Mérida. Por último, los epigrafistas advierten que entre 830 y 849 se edifi-carón los primeros monumentos de Chichén Itzá, la cual fuel abandonada por los itzaes en 928-948.53

Chichén Itzá, la ciudad fundada por los itzaes procedentes ¡ del sur, sería entonces una urbe plenamente maya, pero im-J buida de las ideas políticas y culturales que afloraron des­pués de la caída de los grandes reinos de Tikal y Kalak'mul en el área maya, y de Monte Albán y Teotihuacán en los va- i lies de Oaxaca y de México. Es una ciudad que prolonga lasJ tradiciones de la época clásica y que al mismo tiempo pro­mueve la aparición de nuevos estilos arquitectónicos y nue- ] vos emblemas políticos, impulsados por los diferentes grupos i étnicos y culturales que la poblaron.

El trazo urbano, la arquitectura y el simbolismo de los moJ numentos de Chichén Itzá hablan de la originalidad de ese nuevo proyecto político: las técnicas y acabados arquitecto! rucos de la ciudad proceden de la propia tradición maya, pero sus motivos, símbolos y mensajes son "toltecas". El templo | principal, que ocupa el centro de la gran plaza, está dedicado a Kukulkán, la Serpiente Emplumada de origen teotihuacano. Y el edificio que en la antigua tradición maya era el palacio real, es ahora una imponente estructura destinada a la sedej de un consejo o gobierno colectivo, el Muí tepal. Este edificio¡ tiene en Tula y en Chichén Itzá las mismas características: I una entrada imponente, enmarcada por columnas de serpien-J tes emplumadas, una sala espaciosa con pilares que semejara guerreros colosales, y una amplia banqueta o trono colectivo! adosada al muro interior (Fig. 24). En las salas dedicadas aH ejercicio del poder ya no hay un trono individual sino gran*

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PIGURA 24. Reconstrucción del palacio de gobierno de Tula, Hidalgo (muy irmejante al llamado Templo de los Guerreros de Chichén Itzá), con las grandes columnas de serpientes emplumadas a la entrada. Dibujo basado en I ¿pez Lujan, Cobean y Mastache 1996.

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

des banquetas o conjuntos de asientos; la figura del soberano1

se vuelve rara o se confunde con los grupos de nobles y; guerreros que lo rodean. En cambio, innumerables colum­nas labradas repiten las efigies de guerreros, sacerdotes y otros personajes con ricos adornos. Tampoco hay huella de los conocidos textos mayas, con sus largas series de glifos que recitaban la genealogía y celebraban las hazañas del rey.

En lugar de los símbolos y mensajes tradicionales de los antiguos reinos, el arte público de Chichén Itzá muestra per-̂ sonajes colectivos, representaciones plásticas accesibles a po­blaciones de distintas lenguas y ajenas a la escritura. Las artes antiguas, la arquitectura, la escultura y la pintura tomaron la forma de "arte de masas" y produjeron imágenes difusoras d& símbolos colectivos. Los recintos, aun los más privados, se ampliaron para recibir grandes contingentes. Lo mismo OCU-Í rrió con los espacios ceremoniales, que adquirieron propor­ciones desmesuradas, como es el caso del Templo de los Guerreros, el edificio del juego de pelota o la inmensa plaza: que rodea a la pirámide de Kukulkán.

Siguiendo el ejemplo de las antiguas ciudades, Chichén Itzá se construyó alrededor de poderosos símbolos políticos y re­ligiosos. Para su fundación se escogió la cercanía de un lugar sagrado: un cenote profundo, una cavidad que era una re­presentación de la cueva mítica en cuyo interior se almacena­ba el agua fertilizadora. El centro de la ciudad era una gran: plaza, en la cual sobresalía la pirámide de Kukulkán, perfec­tamente simétrica, cuyos cuatro lados miraban a los cuatro rumbos cósmicos y sus nueve cuerpos representaban los nueve niveles del inframundo, el lugar donde la naturaleza y los seres humanos se mudaban y renacían.

Los astrónomos y arquitectos que participaron en la cons­trucción de Chichén Itzá hicieron de este edificio el escenario

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i los acontecimientos más espectaculares de la ciudad. Así ti>mo la pirámide era una representación arquitectónica de km ciclos temporales del calendario maya, su orientación as­tronómica tenía el propósito de producir, en el equinoccio de primavera (21 de marzo), cuando comenzaba la época de llu­via», una manifestación estremecedora de lo sobrenatural en • mundo terrestre (hierofanía). En esa fecha los rayos del sol tlllnijaban en la escalinata central del monumento el cuerpo «ululante de una serpiente hecha de luz y sombra que des-tcndía desde el templo situado en las alturas hasta la cabeza tlcl ofidio tallada en el basamento (Fig. 25). Así, al combinar­te la luz del sol con el movimiento arquitectónico de la pirámi-ilc, la gente reunida en la gran plaza creía contemplar el momento maravilloso en que Kukulkán, el relámpago lumi­noso, descendía a la tierra convertido en lluvia productora de l.t germinación de las plantas.54

PICURA 25.Pirámide de Kukulkán (El Castillo), en la plaza central de Chichea Itzá. Esta imagen reproduce la figura de la serpiente de luz y tmnhra que baja desde las alturas de la pirámide a la superficie terrestre, el H de marzo, día del equinoccio de primavera. Dibujo basado en Aveni iwi, Fig. 104.

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

La unión de las fuerzas fecundantes del cielo con las procreadoras del interior de la tierra era un momento crucial de la vida maya, el acto que aseguraba la reproducción de los i pobladores y marcaba el inicio del año agrícola. Diversos testi­monios arqueológicos y textos literarios indican que los diri­gentes de estas ciudades habían rodeado ese momento del año con ceremonias cargadas de mensajes de identidad colectiva y! símbolos políticos que encomiaban el prestigio del reino y el I linaje en el poder. Con ese propósito, los rituales multitudinarios; que festejaban la llegada de las lluvias y saludaban los prime-' ros renuevos del año, se unían con las ceremonias que repre-1 sentaban el día inaugural del cosmos, cuando el dios del maízí creó la presente era del mundo, los seres humanos y los ali- • mentos generadores de la vida. Estas ceremonias, enmarcadas' por la grandiosa escenografía urbana, las procesiones, los can­tos y las danzas colectivas, eran presididas por los más altos | gobernantes, quienes actuaban entonces como cabeza del rei-1 no, sacerdotes supremos y primeros cultivadores.

A semejanza de Teotihuacán, donde la pintura mural susti­tuyó a la escritura, innumerables muros de Chíchén Itzá estaban:

profusamente decorados. En las paredes de sus principales: edificios públicos se narra la llegada de los itzaes a la tierra, yucateca, sus recorridos en la costa, las múltiples batallas con-: tra las poblaciones locales y su asentamiento definitivo en Chichén Itzá. Con la misma insistencia, la arquitectura, la es­cultura y el bajorrelieve exaltan el valor del pueblo vencedor] y propagan sus símbolos: Kukulkán, la figura del chac mol, el' atuendo guerrero, los emblemas y banderas con los escudos de la guerra y el lanzadardos. Asimismo, los dirigentes de los nuevos reinos proclamaron que Kukulkán, Náxcit o Quetzal-cóatl, el mitológico gobernante que fundó Tula, les otorgó las insignias y los símbolos del poder.

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I. LA MATRIZ NATIVA

I'( i (> aun cuando el Popol Vuh, los Anales de los Cakchiqueles . • I Libro del Chilam Balam narran la invasión de Yucatán i" i guerreros comandados por Kukulkán o Gucumatz (Ser-i -i. Tile de Plumas), este Kukulkán no tiene parentesco con el I ' VadTopiltzinQuetzalcóatldeTula. M Quetzalcóatl mexi-

u H > y el Kukulkán maya sólo se parecen en sus hazañas me-i.ihles y en su obra fundadora. En las pinturas y la

>• ¡ >n< >grafía de Chichén Itzá, una de las figuras dominantes es i I intiguo dios del maíz de los mayas de la época clásica: i luii Nal Ye, Uno Semilla de Maíz. En Chichén Itzá, el antiguo 11' >s del maíz está presente en la iconografía relacionada con

II lundación de la ciudad y la legitimidad del Estado. El edifi->MI principal de la ciudad, el llamado Castillo, está dedicado i Kukulkán como creador del cosmos. En el edificio del Jue-¡g' Je Pelota, el más grande de ese tipo que se conoce en Mi s< ¡américa, los itzaes celebraron la fundación de su Estado s i los linajes que intervinieron en ese acto. En los numero-•< >. murales que decoran este monumento aparece Hun Nal te" Kukulkán como deidad tutelar y ancestro fundador (Fig. '<>>. La Serpiente Emplumada es también el emblema más li atacado en el mural que describe la fundación de Chichén

11/.i. acto que la convirtió en la nueva Tula de la península li Yucatán (Fig. 23). En estas representaciones de la Ser­

piente Emplumada se observa ^ie algunos de los personá­is "• que le rinden culto llevan un tocado muy semejante al i '/'Mi o diadema real de los gobernantes mexicas. Y si se mira mi atención la cabeza de la Serpiente Emplumada, se ad­une que ésta lleva también una diadema real. Es decir, la

•i i píente Emplumada era una representación de la realeza, ni emblema real (Fig. 27).55

Tula se convirtió así en una ciudad mítica y en un nuevo • mhlema político. Según la versión propagada por el mito,

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FIGURA 26. Mural en el Templo Norte del Juego de Pelota de Chichén Itzd. En la parte inferior se advierte la figura recostada de Hun Nal Ye, el antiguo dios maya del maíz, como ancestro fundador de la nueva dinastía que gobierna a Chichén Itzá. Dibujo basado en Schele y Mathews 98,fig. 6.51 F4. (en prensa)

Tula era una metrópoli que dominaba varias regiones y etnias, cuyos señores obligadamente recibían sus investiduras en esa ciudad y le rendían homenaje al poder instalado allí. Bajo el lenguaje del mito, los relatos que se refieren a Tula revelan la irrupción de un poder militar expansivo que mediante conquis­tas impuso en las regiones del sur y el centro de Mesoamérica una nueva forma de gqbernar, una suerte de confederacióade varios pueblos y ciudades regidos por un poder colectivo, el Muí tepal, basado en grupos militares y sustentado en el tributo| de los vencidos. Los mitos que hablan de Quetzalcóatl y Tula no

FIGURA 27. La Serpiente Emplumada tir Chichén Itzá con el

emblema real en la cabeza, semejante al

copilli de los reyes mexicas. Dibujo

basado en Maudslay 1889, píate 49.

describen esa nueva estructura de poder, pero sí exaltan sus símbo­los. Tula o Tbllán, la metrópoli ideal, es el símbolo que ahora reúne los prestigios antes concentrados en el soberano: centro del poder político, cuna de la civilización, sede de la abundan­cia agrícola, residencia de los dioses y centro cósmico que mantiene la armonía del universo.56

Chichén Itzá fue abandonada hacia los años de 928-948 y •Aos más tarde sus descendientes fundaron Mayapán, que •n 1286 se convirtió en la capital de la península. Esta nueva ciudad, a semejanza de su antecesora, era una confederación »!c varias ciudades unidas por pactos políticos y alianzas entre los grupos gobernantes, que afirmó la difusión de las tradi-:!ones del México central en el sureste de Mesoamérica. Desde el siglo rx hasta la invasión española, la península de Yucatán se convirtió en un territorio donde convivieron dife-

ETNIA, ESTADO y NACIÓN

rentes tradiciones culturales. Las sucesivas migraciones y el establecimiento de grupos nahuas en la región alentaron esa diversidad. La antigua tradición maya continuó siendo la más arraigada. Pero las influencias toltecas (es decir, teotihuacanas), particularmente las relativas a la organización del gobierno y la propaganda política, se habían asentado y formaban parte de la imagen de Chichén Itzá. Muchos voca­blos, topónimos y nombres nahuas se volvieron comunes en las lenguas mayas. Los reinos itzaes y los que fundaron desde 1225 los K'iché y kakchiqueles en las tierras altas de Guate­mala, proclamaron con orgullo su ascendencia tolteca. Reco­nocieron que sus insignias y títulos de gobierno se los había impuesto Kukulkán y propagaron la leyenda de la Tula mítica fundada por sus antepasados.

La Tula de los toltecas del altiplano central se derrumbó hacia el año 1200. La caída de ese Estado legendario provocó un renacimiento de los reinos de la Mixteca alta. Cuando el podero­so Estado de Monte Albán declinó en el siglo VIII, la mayoría de los pequeños reinos enclavados en la rugosa tierra mixteca lo­gró mantenerse, pero luego vino una decadencia durante los dos siglos de la dominación tolteca. Al hundirse Tula, los reinos mixtéeos resurgieron, a tal punto que desde 1160 hubo un flore­cimiento político y cultural en esa región.

En lugar de integración política, en la Mixteca alta hubo balcanización, una proliferación de pequeños reinos susten­tados en linajes dinásticos. La institución política predomi­nante fue el cacicazgo. Según Ronald Spores, los cacicazgos mixtéeos se caracterizaron por tener dimensiones reducidas, acentuada estratificación social y gobierno controlado por un grupo gobernante que se sucedía en el poder por medio del linaje. Los gobernantes mixtéeos acostumbraban casarse en­tre sus familiares más cercanos, quienes a su vez ocupaban

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I. LA MATRIZ NATIVA

imh principales puestos del reino. Practicaban un culto obse­rvo i los antepasados, el linaje y el registro genealógico. La iir.inria de esos reinos distanciados entre sí fue minuciosa-•iic me narrada en sus códices, famosos por la visión »w¡h K entrica que despliegan y el afán de registrar la genealo-p j de los gobernantes. Apoyados en esas fuentes, James

|KT Clark y Alfonso Caso reconstruyeron la primera bio-UMII.I completa de un gobernante del periodo Posclásico, la i.r.i< >i ia del famoso 8 Venado, apodado Garra de Tigre, quien *m<> entre 1011 y 1063.

11 m gobernantes mixtéeos favorecieron la jerarquización •« ni más acentuada que se conoce de Mesoamérica y abrie-

<"ii un foso insalvable entre el pequeño grupo gobernante y la • M de campesinos que lo servía. Según sus relatos cosmo-§s .unos, los nobles descendían de los dioses, mientras que los • .n upe-sinos procedían de la tierra. En sus afanes por legitimar • I I»ider que ejercían, crearon un lenguaje especial para refe-< H •* •. i k >s miembros de la casa real y a los nobles. Esa ideología fue > I ustento de reinos diminutos que se vieron enfrentados por i 'iihnuas disensiones y estaban destinados a ser absorbidos

i«'i los estados multiétnicos que después adoptaron el modelo 11 «liúto de Chichén Itzá o de la Tula de los toltecas.57

6. ASCENSO Y CAÍDA

DE LA CONFEDERACIÓN MEXICA

i i i mienzar el siglo Xii una banda de cazadores y recolectores p tf hacía llamar mexica irrumpió en las tierras densamente

r I «Lulas de la cuenca de México. Los habitantes de esta re-

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

gión, que tenían siglos de vivir en ella y cultivarla, los miraron con desprecio y apenas consintieron en que se establecieran en las áreas libres de las márgenes de la laguna. Doscientos años más tarde, los advenedizos se habían convertido en el pueblo dominante y encabezaban el Estado más poderoso de Mesoamérica, un dominio sólo comparable al que diez siglos antes ejerció Teotihuacán en esa región.

Del prodigioso ascenso de los mexicas a la supremacía política hay por lo menos dos versiones. La primera, elabora­da por los historiadores, intenta reconstruir el proceso real que los llevó a esa posición; la segunda es una versión mesiánica del destino mexica, fabricada por ellos mismos cuando esta­ban en la cúspide de su poder y que sintetiza las pulsiones profundas que animaron a sus dirigentes. En las páginas que siguen procuro unir ambas versiones con el propósito dq presentar la interpretación que me parece más aproximada a la realidad histórica. j

En las reconstrucciones del pasado mexica sobresalen tres momentos decisivos de esa historia: la migración desde el norte hacia el altiplano central, que culmina en la fundación de México-Tenochtitlán; el triunfo sobre los tepanecas, qud señala el momento de independencia y ascenso del podei mexica; y la fundación de la Triple Alianza, que inicia el pe riodo de expansión por los confines de Mesoamérica.

Quizá una de las causas de la migración de los pueblos antiguamente asentados en el norte de México fueron losj cambios climáticos ocurridos entre 1210 y 1310, cuando sq resintieron un desecamiento en lo que hoy es el suroeste árido de los Estados Unidos de América, y una fuerte sequía entre 1276 y 1299, seguida por la desaparición de bosques y la erosión del suelo, fenómenos que probablemente influye-ron en el despoblamiento de esa región.58 i

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í . I,A MATRIZ NATIVA

I I empuje de los cazadores y recolectores del norte hacia • I iir coincide también con el derrumbe del Estado tolteca i .'no) y la disolución de las fronteras que antes contenían a

4 >-. pueblos nómadas. Una consecuencia de esas perturbacio­nes es la llegada a la cuenca de México, durante el siglo xill, . 11 • i > I cadas sucesivas de pueblos norteños. Las fuentes nahuas II.unan a esos grupos chichimecas, núcleo de inmigrantes al >|uc pertenecen los llamados matlatzincas, tepanecas, tlabuicas, malinalcas, colhuas, xochimilcas, chalcas y Imcxotzincas, cuyos relatos históricos dicen que se asentaron \m el altiplano antes que los mexicas. Hacia fines del siglo xill estos grupos habían fundado más de cincuenta pequeñas or­ganizaciones políticas, cada una con su propio gobierno, su centro político-religioso y sus fronteras reconocidas.59

Los textos que narran esas migraciones son reconstruc­ciones de acontecimientos ocurridos muchos años antes. Sin embargo, no por ello dejan de informar sobre el proceso de choque y adaptación que se dio entre los antiguos y los nue­vos pobladores. La entrada de los chichimecas por la parte oeste del lago de Texcoco, en la región que más tarde se lla­maría Acolhuacan, tal y como la narran el Códice Xólotl o el Mapa Quinatzin, describe un proceso de aculturación que ninguna otra fuente registra con tanta riqueza de detalles. En ese códice, como en los anales y textos históricos nahuas, la figura central es el dirigente que conduce la migración de su pueblo —en este caso, Xólotl—. Las primeras láminas del códice muestran a los chichimecas que invaden las tierras del valle vestidos con pieles toscas, armados de arcos y fle­chas, en busca de lugares donde asentarse. Deciden explo­rar las áreas no ocupadas de la parte oriental del valle; viven en lugares precarios y más tarde fundan los poblados de Oxtotícpac, Coatlinchan y Huexotla. No incursáonan en la

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

región de Chalco-Ateneo, porque esa área ya está habitada por grupos que viven en pueblos muy bien trazados, con pla­zas y templos de piedra labrada, y campos cultivados, entre los que descuellan las chinampas, los sembradíos permanente­mente irrigados.

El códice pinta a los pobladores del sur de los lagos como gente civilizada que usa vestidos de algodón, habla una lengua elegante y conoce los secretos da la agricultura, los calendarios y la escritura. Hábilmente, los chichimecas comienzan a casarse con las hijas de estos antiguos pobladores, aprenden los rudi­mentos de la agricultura intensiva y el regadío, y adoptan el náhuatl como lengua. Sus descendientes fundan el prestigioso reino de Texcoco, gobernad!© por líderes como Ixtlilxóchitl y Nezahualcóyotl, quienes establecen gobiernos regidos por le­yes y le confieren importancia a los conocimientos agrícolas, hidráulicos y astronómicos. Ellos fueron los creadores de escue­las dedicadas a la formación de los dirigentes y los fundadores de la biblioteca más rica del altiplano central, con lo que adqui­rieron fama de ser un pueblo civilizado.60

El tránsito civilizador de los nómadas chichimecas también ejemplifica el paso de un grupo tribal a una organización po­lítica marcada por profundas divisiones sociales. Al entrar en contacto con los grupos supuestamente toltecas del valle, los jefes chichimecas cambiaron sus hábitos de cazadores por las costumbres agrícolas, al mismo tiempo que sus linajes here­ditarios adoptaron las formas de gobierno de los cacicazgos y reinos del valle. Los jefes tribales se casaron con las hijas de los antiguos gobernantes "toltecas" y de esta mezcla surgie­ron las dinastías hereditarias que gobernaron la región hasta la invasión española.61

En el lado occidental del valle se desanolló otro reino pode­roso, gobernado por los tepanecas, que tuvo por capital la ciu-

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I. LA MATRIZ NATIVA

I i.l ik' Azcapotzalco. El cacicazgo tepaneca alcanzó su nio-<<» mi i de gran poderío bajo el gobierno de Tezozómoc, quien t'i. nombrado tlatoani en 1371. Tezozómoc se distinguió r >i sus cualidades guerreras y por ser un estratega hábil y *11 político capaz de diseñar grandes metas y realizarlas por

i"•• medios más sutiles y pragmáticos. Una de las tácticas i'K empleó para extender el poder tepaneca fue la forma-

• i' >ii ele ejércitos dedicados al dominio de los pueblos veci-i • >. i los que luego les impuso tributos. Los mexicas entraron i B.i i intacto con ese reino poderoso por medio de la guerra, pin s Tezozómoc los hizo soldados auxiliares de su ejército. |i i|o la dirección de los capitanes tepanecas, los mexicas se i ¡ >l vieron diestros en las técnicas guerreras y en el negocio • l' obtener tributos de los pueblos sometidos. Aprendieron i is y otras artes en las incursiones que los tepanecas pro­veí >vieron en la región de Cuernavaca, los valles de Toluca y i'uebla, y las tierras irrigadas del sur de la laguna.62 ^

I..i historia de los mexicas no se comprende sin la historia • >rial y política de los pueblos establecidos en los alrededo-

i < N c le la gran laguna antes de su llegada. La mítica peregrina-• ion desde la nebulosa Aztlán comienza a tener visos de 11 .ilitlad cuando llegan al anfiteatro de la cuenca de México, • ilibrada de pueblos con una historia que se hundía en los

•K nipos más remotos (Fig. 28). Apenas se instalan en Cha-11 iltepec, uno de esos sitios cargados de historia, suscitan la i • pulsa de los pueblos de Colhuacán, Azcapotzalco, Xaltocan, 1 lia Ico y Xochimilco.

I )e Chapultepec huyen hacia los terrenos pedregosos de I i/apán, donde los señores de Colhuacán los aceptan en . ilitlad de vasallos y les imponen tributos humillantes. Sin • mbargo, su estancia en el pueblo donde era fama que se habían refugiado los toltecas expulsados de Tula, los fami-

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lianza con ese legado que seguía siendo un símbolo de presti­gio entre los linajes gobernantes del altiplano de México. Más tarde, los mexieas dirán que en Colhuacán entronca­ron con el linaje tolteca y se harán llamar Culhúa. Sin em­bargo, su relación con ese pueblo termina en una expulsión vergonzosa, que sus crónicas ocultan. Vuelven entonces a vagar por las orillas de la laguna y otra vez son echados de

FIGURA 28 Itinerario probable de la última fase de la migración mexica en la cuenca de México. Dibujo basado en Duverger 1987:96.

I. LA MATRIZ NATIVA

ludas partes. Acorralados en las ciénegas, no les queda más •Milicia que refugiarse en un islote que nadie reclama, "en medio de los juncos, en medio de las cañas". Ahí se estable-ern y en 1325 ó 1345 fundan una aldea, que llaman México-Ttnochtitlán. Uno de sus primeros actos es levantar un templo para el culto de Huitzilopochtli, el líder que los guió y a quien veneran como su dios patrono.63

| La aldea de México-Tenochtitlán se fundó en el centro de un territorio poblado por importantes grupos étnicos, entre •líos los culhuas, de ascendencia tolteca, al sur, los acolhuas •I este, y los poderosos tepanecas al occidente (Fig. 29). Es-Ios pueblos se habían mezclado tiempo atrás con los habitan­tes más antiguos de la región, pero la convivencia entre grupos lie etnias y tradiciones diferentes siempre fue conflictiva, como lo muestran sus historias. Como quiera que sea, la competen-f la entre estados con poder semejante fue uno de los rasgos •wacterísticos de la cuenca de México desde fines del siglo Xlli, y uno de los estímulos que favoreció la aparición de ambi­ciosos proyectos imperiales. , Hl buen discernimiento de los líderes mexicas los llevó a

unirse con sus vecinos más fuertes, los temibles tepanecas, rn calidad de tributarios y guerreros. Por sus servicios reci­bieron tierras, uno de los premios más codiciados por los ven­cedores de las guerras intermitentes y el más escaso de los fecursos del lugar. Así, gracias a su desempeño Como guerre­ros, los mexicas empezaron a ensanchar su base territorial. Cada triunfo guerrero y cada asignación de nuevos suelos se convirtió en una celebración de Huitzilopochtli, el líder que los condujo a la tierra prometida.64

En la tradición del altiplano sólo dos grupos tenían acceso directo a la tierra. En primer lugar, los nobles, quienes po­dían adquirirla por herencia familiar. En segundo lugar, los

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FIGURA 29. Principales grupos étnicos de la Cuenca j de México. Dibujo basado en Hassig 1988:127.

macehualtin o campesinos, quienes tenían derecho a ella por] ser miembros de un calpolli o barrio, una corporación de anti4 gua raigambre que tenía sus propios terrenos, templos y cua tos. Cada calpolli disponía de parcelas de temporal o regadío (chinampas), y sus dirigentes acostumbraban asignar lotes in-

I. L A MATRIZ NATIVA

^ — — — ^ — ^ —

dlviduales a los jefes de familia en forma hereditaria, con la obligación de pagar un tributo y servicios personales al calpolli n j altépetl, que era el Estado territorial más amplio. rUna de las primeras instituciones que los mexicas adopta­

ran de la tradición política del valle fue la del tlatoani (el que Iwhla, literalmente), que concentraba la fuerza social y políti­ca de los múltiples Calpolli y también era la cabeza de un linaje menso, cuyas ramas estaban representadas por un teteuctin (wAor). El tlatoani fue el jefe político, religioso y administra­tivo de su territorio y su tecpan o teccalli (palacio) era el iWWleo del conjunto urbano y el centro económico del rei-

íHo. El calpolli (gran casa, caserío) constituía la unidad terri­torial básica del altépetl, esa antiquísima organización política de los pueblos del altiplano. Y así el altépetl comprendía un territorio relativamente extenso, una población asentada en diversos calpoltin, un gobernante dinástico (el tlatoani), un trinplo donde se adoraba al dios ancestral y una plaza que frrvfa de mercado y área ceremonial.65 Esta armazón políti­ca de remotos orígenes fue adoptada por los mexicas pocos tilos después de su llegada a la cuenca de México.

Luego de la fundación de Tenochtitlán, el segundo episo­dio importante de la historia mexica fue la guerra contra sus fflCiguos protectores, los tepanecas. Aun cuando los mexicas proclamaron en sus crónicas que tenían su propio tlatoani desde la fundación de Tenochtitlán (Fig. 30), en realidad to­davía eran subordinados de los tepanecas y del astuto Tezozómoc. Esta situación cambió con el ascenso al poder de li/coátl, el cuarto tlatoani mexica, quien gobernó de 1427 a 1440. Poco después de su entronización murió Tezozómoc y *u legítimo heredero fue asesinado por el ambicioso Máxdatl, quien usurpó el cargo. Esta pugna por el poder dividió y debilitó a los tepanecas; entonces los mexicas decidieron

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FIGURA 30. La dinastía de tlatoques mexicas. Dibujo basado en Townsend j 1992:12.

I. LA MATRIZ NATIVA

enfrentarlos. Primero aplicaron la estrategia de alianzas que habían aprendido durante su estancia en el valle. Atrajeron a «i causa a Nezahualcóyotl, el jefe acolhua que aspiraba al trono de Texcoco, y luego a Totoquihuazúi, el señor de Tlacopan que dominaba la región occidental de la cuenca. Con estas fuer-íw.s, más el apoyo de los huexotzincas y los tlaxcaltecas (alia-tk>s de Texcoco), los mexicas sitiaron a los ejércitos de Máxtlatl en Azcapotzalco. Al cabo de un asedio que se prolongó por

\Íll4 días, los tepanecas sufrieron una derrota aplastante. I La caída de Azcapotzalco trajo consigo la destrucción del

reino tepaneca, el ascenso de Tenochtitlán y la aparición de •Una nueva estructura de poder en el valle de México. Hasta ese momento el poder del tlatoani mexica había sido limitado por el peso de los líderes tradicionales asentados en la organi­zación comunitaria de cada calpolli —la unidad corporativa de la que procedían el tributo, la fuerza laboral y los dioses tutelares—. La función primaría del calpolli era la adminis­tración de las tierras de cultivo, alrededor de las cuales se establecían los lazos de parentesco y solidaridad de sus miem­bros. Cada calpolli estaba presidido por un consejo de ancia­nos elegido popularmente y era por tanto una estructura corporativa que oponía resistencia y límites a las disposiciones del mando central.66 El triunfo sobre los tepanecas permitió una reorganización de esta relación, pues elevó el rango de los capitanes y los piptitin (nobles). Otro resultado del triun­fo mexica fue el nuevo* reparto de tierras que hizo Itzcóatl entre los capitanes y combatientes, y la creación de una fuen­te de riqueza independiente de los macehuales y los calpoltin. Se asentó entonces una ideología dé clase que favoreció al grupo de los pipiltin como una nobleza hereditaria que des­cendía de los legendarios gobernantes toltecas.67

105

HTNIA, ESTADO Y NACIÓN

De la guerra tepaneca surgió una estructura de poder más dependiente del tlatoani. Itzcóatl elevó a las más altas posicio­nes a sus familiares y a los gucrten >s destacados y dispuso las nuevas reglas del ascenso político. Efc>s ele sus parientes cer­canos, Tlacaélel y Motecuhzoma Illniicamina, ocuparon los cargos políticos mas altos: Tlacaélel fue nombrado Señor de la Casa de las Flechas (el cuartel y almacén general del ejér­cito) y luego se convirtió en cibuacóall, principal consejero del tlatoani; Motecuh/oina ascendió al rango de tlacatéccatl, puesto militar equivalente a general del ejército, mientras que su aliado Ne/.ahualcóyotl obtuvo el cargo de tlatoani de Texcoco. Además, las reformas introducidas por Itzcóatl hi­cieron que estos personajes integraran el Consejo Supremo de Tenochtitlán. En adelante, la elección de un tlatoani im­plicó el nombramiento de su grupo más cercano de colabo­radores, entre quienes habría de escogerse al futuro tlatoani.68

El triunfo sobre los tepanecas también hizo surgir una nue­va organización política: la Triple Alianza, que unificó los rei­nos de México-Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan en una poderosa confederación de rasgos imperiales. Los aliados que las circunstancias unieron' para combatir el poder tepaneca afianzaron sus lazos por razones estratégicas y políticas. Los tres reinos estaban asentados en el privilegiado medio de la cuenca de México y tenían acceso a las tierras irrigadas, los bosques circundantes y los recursos fluviales. Pero sólo Tenochtitlán podía atacar a las otras capitales desde cualquier punto del lago, mientras Texcoco y Tlacopan estaban muy distantes para prestarse auxilio y carecían de la fuerza nece­saria para enfrentar por separado el poder mexica.

El éxito de esta organización residió en la implantación de un gobierno peculiar. En vez de imponer un dominio territo-i rial sobre los pueblos conquistados, la Triple Alianza ejerció;

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I, LA MATRIZ NATIVA

•MI hegemonía política que respetaba el gobierno local a niihio del pago de un tributo en bienes y servicios. Era un irma político que dejaba en manos de los reinos someti-

• i -i -. el control de su organización y la producción de la rique-/1 !,ireas que demandaban un esfuerzo agobiante y un

•Maderable personal administrativo. La Triple Alianza im-r i 11 i los pueblos sometidos la tarea de organizarse y pro-i--i. ir bienes, mientras el poder central conservaba su propia

* •>-i /a y recibía una parte de los productos generados por sus M pendientes. Con esta organización, el gobierno imperial • .piaba que cada pueblo conquistado conservara sus pro-pi i. leyes, costumbres, dioses y ceremonias, aunque fueran hirientes de las mexicas. Quizá esta interferencia limitada

en |i is asuntos" locales hizo más aceptable la dependencia polí-ii. .1 y menores los riesgos de sublevación. Pero no permitió . K .ir vínculos fuertes con el poder central, porque mantuvo i i. antiguas lealtades étnicas, territoriales y religiosas que se . <HH entraban en el altépetl y sus calpoltin.

(.i organización de la Triple Alianza es entonces muy .iisiinta del modelo imperial definido por los clásicos de 11 leoría política. Algunos, por ejemplo, sostienen que el • hietivo principal del imperio es la expansión territorial,

. I control efectivo de las áreas sometidas y el manteni­miento de las fronteras por medio de un ejército regular.69

i: ISN Hassig difiere de esa interpretación y considera que i Triple Alianza comandada por los aztecas era un gobier-i imperial con características peculiares. Por ejemplo, la

• pansión política no implicó el dominio territorial direc-• La seguridad interna del imperio estaba garantizada por i i ontrol limitado de una parte de las actividades políticas

, económicas de los pueblos subordinados. Por último, la suposición o el reconocimiento de gobernantes locales

107

ETNIA, ESTADO y NACIÓN

-sustituyó al sistema de gobierno absoluto. Esto es, se tratal ba de una hegemonía política más que de un dominio te­rritorial.70

Otro rasgo del Estado mexica era su Carácter secular, másj -_asentado en el poder político que en el religioso. En i

Teotihuacán, por ejemplo, el simbolismo religioso es clara! mente superior a los emblemas del poder político: el terrjl pío parece imponerse al palacio. En Teotihuacán el Estado! estaba fuertemente centralizado y tenía gran capacidad para movilizar a la población en tareas específicas, perfectamente planificadas por la autoridad central. Así lo revela la di­mensión misma de la ciudad, mucho mayor que Monte Albán y Tenochtitlán (Fig. 31). El trazo y la organizacióa urbana de Teotihuacán muestran la presencia de un Estado capaz de ordenar minuciosamente la explotación del suelo, los tipos de vivienda, hk arquitectura de los templos^H administación de los recursos agrícolas y artesanales, los mercados, el comercio exterior y el calendario de las cerei monias religiosas.71

Del tlatoani Itzcóad (1427-1440) a Motecuhzoma Zoco-i yotzin (1502-1520) se suce3éjQ;i*na tras otra las conquista! del expansivo Estado mexica (Fig. 31). Simultáneamente I proceso de conquistas, los dirigentes afirman su dominio so­bre los otros grupos sociales y el Estado incrementa su poder mediante el control de los medios de producción. Después de! la guerra contra los tepanecas (1428), el Estado mexica se apro­pió de las tierras de ese reino y las distribuyó entre la nobleza' y los capitanes de la guerra. A su vez, los recursos adquiridos! le permitieron promover innovaciones tecnológicas, eviden­tes en los grandes programas dedicados a ampliar el área ini-1 gada y a regular el sistema lacustre. Los dirigentes mexicasl también definieron nuevas normas para regir los mercadéH

3K J— i 1 m A ios

FIGURA 33. Vista comparativa del tamaño de las ciudades de Teotihuacán, Monte Albán y Tenochtitlán-Tlatelolco, dibujadas a la misma escala. Dibujo basado en Blanton, Kowalewski, Feinman y Apple 1986:159.

FIGURA 32. Conquistas de los tlaloque mexicas en diferentes regiones de 1 Mesoamérica, entre 1427 y 1520. Dibujo basado en Townsend 1992: 87. I

los tributos y el reparto de los bienes. La base del sistema! estatal de distribución de bienes era el tributo impuesto a lasl provincias dominadas. El tributo proveniente de los pueblos» sometidos se convirtió en la mayor fuente de riqueza deB Estado mexica.72

Sin embargo, el ascenso político de los mexicas y su irrefrdB nable avance hacia ambas costas, y hacia el norte y el sur del Mesoamérica no pueden atribuirse sólo a la habilidad de susl jefes militares. Tras ese encumbramiento encontramos una ideoJ

I. L A MATRIZ NATIVA

•Uta conquistadora al servicio del Estado. Dos mitos alimenta-fim esa ideología: el de la creación del Quinto Sol, que atri-fciyó a los mexicas la tarea de mantener la energía vital del

futimos, y el mito del pueblo predestinado, que cohesionó ^Identidad mexica y legitimó sus ambiciones imperiales. ñ De modo semejante a los pueblos anteriores, los mexicas

•instruyeron su propio mito del origen del cosmos y los se-• humanos. Ese mito refiere que hubo cuatro intentos frustra­

dos tle creación cuando todo era caos y oscuridad. Más tarde Wk dioses que manejaban las distintas fuerzas sobrenaturales I reunieron en Teotihuacán y acordaron la creación de un

Rucvo sol que alumbrara el universo y lo pusiera en movimien-k Dos dioses fueron designados para acometer esa empresa:

fccuciztécatl y Nanahuatzin. Ambos se aplicaron a hacer ayu­nos y ofrendas. Pero mientras el primero derrochaba riqueza •n sus vestidos y hacía ofrendas ostentosas, Nanahuatzin tenía H cuerpo cubierto de llagas, llevaba ropas rústicas y sus ofren­déis eran humildes. Así, cuando los dos fueron llamados a arrojar-*r al fogón en que habría de verificarse el sacrificio supremo,

' Tccuciztécatl se aprestó primero pero desistió tres veces. Ante mu falla, Nanahuatzin cobró valor y de inmediato se arrojó al nic^o, seguido más tarde por el vacilante Tecuciztécaü. Al amane­cer se iluminó el cielo y hacia el este surgieron dos nuevos •tfros:- primero el radiante sol y luego la luminosa luna.

1.a alegría que produjo a los dioses el ver los dos astros brillantes fue seguida por la consternación al advertir que permanecían inmóviles en la orilla este del cosmos. Alarma­dos, se consultaron entre sí y decidieron sacrificarse ellos misinos para alimentar al sol y ponerlo en movimiento. Así lo hicieron y entonces el sol comenzó su acompasada trayectoria «le este a oeste, que dio origen al día y la noche, las estacio­nes y el fluir incesante del tiempo. Otro relato cuenta que

111

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

desde ese momento el sol impuso la guerra y exigió corazones humanos como alimento divino.73 Una vez creados el sol y la luna, el dios Quetzalcóatl acometió la tarea de formar a los seres humanos, que fueron alimentados con la masa del maíz y nacieron con la misión de reverenciar y nutrir a los diosesa

La cosmogonía del Quinto Sol reconoce como un don divij no la aparición del orden, lo mismo que la creación del sol • los seres humanos, y establece la relación esencial entre el mantenimiento de la vida en el mundo y el sacrificio. El relatq cosmogónico destaca varias veces el esfuerzo de los dioses por imponer el orden y creax la vida en el mundo: su propia sacrificio es el momento decisivo de esta serie de esfuerzos para imprimirle movimiento al sol. Y precisamente lo que subraya el mito es que si el sentido de la creación divina ñiM instaurar la vida en el mundo, el sentido último de las criatul ras terrenas es el de mantener con su propia sangre el ordeii creado y la vitalidad del universo.74

Así, al reelaborar el antiquísimo mito de la creación del mun-do, los mexicas le agregaron el mensaje de que para mantel ner la energía cósmica era forzoso alimentar el sol con corazones humanos. De esta manera irrumpe en el antigua mito una deidad solar beligerante y su relato se torna un̂ j celebración de la guerra y una exaltación del pueblo escoge do para cumplir esa misión. Asimismo, al narrar la participa­ción de Nanahuatzin y Tecuciztécatl en la creación del sol j la luna, el mito establece una oposición entre las poblaciones sedentarias oriundas del valle y los pueblos recién llegados,

Algunos autores han observado que la descripción dé Tecuciztécatl como personaje rico y ostentoso es una reprej sentación alegórica de los pueblos agrícolas sedentarios, mieni tras que la de Nanahuatzin, el dios humilde, pobre, casi desnudo pero resuelto y valeroso, es una imagen especulai

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I. L A MATRIZ NATIVA

llr los mexicas. El simbolismo de ambos dioses, sus ofrendas I y su disposición anímica manifiestan dos mundos diferentes. II sol es el dios de los grupos nómadas y cazadores, mientras

I que la luna es la vieja deidad del agua y la fertilidad de los I pueblos agrícolas. En este juego de oposiciones, el arrojo de I Nanahuatzin, aun enfermo, pobre y sin méritos, lo convierte rn el sol, la deidad suprema de la nueva era. En cambio, el Icmor y la indecisión de Tecuciztécatl lo vuelven una deidad

i ele la noche, un seguidor perpetuo del astro luminoso. Esta I ilegoría expresa un trastocamiento del orden antiguo: el po­deroso y rico se torna débil, en tanto que el pobre se con­vierte en sol, potencia creadora y conquistadora.75

En la Leyenda de los soles y la Historia de los mexicanos por sus pinturas, luego del relato de la creación del sol, vie­nen los textos que se refieren al origen de la guerra sagrada.

| Aquí, otra vez, resalta la misión de los mexicas para procurar­le corazones al sol y se reitera la legitimidad que les asiste

toara dominar a las poblaciones autóctonas. Esos relatos re-Igistran la primera guerra sacrificial, la primera ofrenda de co-I razones para el sol recién creado, y son por ello un paradigma en las guerras que después emprenderán los mexicas. Subra­yan que, aun cuando el sol convocó a los pobladores origina­rios a hacer la guerra y ganar corazones, éstos se dedicaron a cazar para sí mismos, a la disipación sexual y a la embria­guez, olvidando la misión de los seres nacidos bajo el Quinto Sol. Frente a esta falta, el mito señala que quienes sí acepta­ron esa misión y la cumplieron fueron los últimos en ser en­gendrados. Uno de los textos relata que éstos son los mexicas, la última de las tribus que vino al mundo cuando éste ya esta­ba poblado por quienes fueron engendrados primero.76

El conflicto entre antiguos y nuevos pobladores casi siem­pre se presenta bajo la forma de una oposición entre los

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

hijos primogénitos —ricos, ostentosos, pusilánimes, licenJ ciosos y malos guerreros— y los hijos segundos —pobres, > sobrios, esforzados y hábiles combatientes—, que a pesar] de su número inferior consuman el destino prefigurado por su dios. Christian Duverger ha advertido en esta preferencia por el'hijo menor una evidencia inequívoca de la recompo­sición azteca de los mitos.77

La reelaboración mexica de los mitos desembocó en una reconstrucción retrospectiva de su pasado, hecha cuando los aztecas contemplaron sus orígenes humildes desde la cúspi-J de del poder adquirido y decidieron reescribir ese pasado,] con un sentido que correspondiera al presente glorioso y a un futuro aún más prometedor. El.pueblo excepcional que ascendió a la cima del poder y la civilización desde los oríge­nes menos halagüeños, asumió también la tarea de distir* guirse de las demás naciones construyendo un pasado j particular, sin parangón con el de otros pueblos.

En los textos que narran la migración mexica sobresale el carácter de pueblo escogido que su dios les había asignado. Aunque los mexicas reconocen que eran originarios de Chicomóztoc (lugar de las siete cuevas), el mítico lugar de orm gen de las tribus chichimecas de que eran parte, también proa claman su diferencia al afirmar que provienen de Aztlán, un I paraje norteño también mitificado, pues ya no se trata de la | región desértica propia de Chicomóztoc, sino de una isla rota deada de agua y tierras fértiles (Figs. 33 y 34).

En sus afanes de diferenciación, los aztecas echaron mano j del prestigioso pasado tolteca (que en los hechos históricos correspondía más bien a Teotihuacán), que exaltaron hasta volverlo una edad de oro. Proclamaron su identidad con los toltecas porque éstos habían sido los primeros chichimecas j en llegar a Mesoamérica y los primeros en fundar un reino

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FIGURA 33. Representación de las

lamosas cuevas míticas I de Chicomóztoc, lugar

de nacimiento de las ¡tribus chichimecas que más tarde se asentaron

en la cuenca de México. Aquí se ve la

figura de un cerro, poblado de plantas

propias del norte de México (cactus), en

cuyo interior hay siete cuevas, habitadas por

diferentes tribus. Dibujo basado en la

Historia Tolteca-Chichimeca, / 16r.

memorable. Simultáneamente se apropiaron del aura cultu­ral que le atribuía a Tollán la creación del calendario, la astro­nomía, la escritura, la agricultura, las ciencias y las artes. De este modo se hicieron de una genealogía de padres fundado­res que los ligaba con los orígenes mismos del cosmos y los hacía partícipes de las hazañas más notables de los seres hu­manos.78

FIGURA 34. Lámina de la Tira de la Peregrinación que muestra la salida de j los aztecas de la isla de Aztlán y su viaje hacia la montaña torcida del lado derecho. En el interior de la montaña se ve la cara de Huitzilopochtli salir 1 del pico de un pájaro. De esta figura brota un discurso, como lo señalan las vírgulas de la palabra.

Los mexicas elaboraron otra mitología en torno al fin de] su migración y la fundación de su capital en un islote de la cuenca lacustre (Fig. 35). El establecimiento en México-Tenochtitlárl tiene un simbolismo triple: significa el fin de la dura prueba de la peregrinación, el inicio de la sedentarización y la génesis de la ciudad más poderosa de la historia nahua.

Cuando se afianzó el poder mexica, sus dirigentes empreni dieron la reescritura radical del pasado, probablemente duJ rante los gobiernos de Itzcóatl (1427-1440) y de Motecuhzoma Ilhuicamina (1440-1469). En esos años la peregrinación dejó de ser la angustiosa búsqueda de un espacio propio entrd territorios hostiles, y se transformó en el recorrido edificanta

FIGURA 1.35. La fundación de la ciudad de México según el Qódice Mendocino. En esta lámina se observa la división de la ciudad en cuatro partes o barrios. A la izquierda del águila está Tenoch, uno de los míticos jtfes conductores de la peregrinación a la tierra prometida. Dibujo basado en el Códice Mendocino, lám. 1.

de un pueblo elegido, con etapas marcadas por hechos pro­picios o infaustos que adquirieron el fulgor de lo predestina­do. Según esta nueva versión de la historia, su peregrinar culminó en el descubrimiento de la visión anunciada desde el inicio de la emigración. Al llegar al lugar señalado en las orillas de la laguna, los sacerdotes que cargaban la imagen de Huitzílopochtli reconocieron gozosos el sitio predestina­do y los ancianos, llorando, dijeron:

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

De manera que aquí es donde será, puesto que vimos lo que nos dijo y ordenó Huitzilopochtli [...] "el lugar dondd grita el águila, se despliega y come, el lugar donde naca el pez, el lugar donde es desgarrada la serpiente, México! Tenochtilán".79

Esta visión retrospectiva del sitio fundacional integra tresl imágenes arquetípicas de la mitología azteca: la identifica! ción de México-Tenochtitlán con Aztlán, el lugar de origenj la idea de que México se funda en un territorio no ocupado! y el mensaje simbólico del águila y la serpiente como auguricl del futuro imperio universal del pueblo escogido para alimen-j tar al sol. La similitud entre el punto de partida y el de llegada] (una isla) le otorga a México el carácter de doble tierra ances-J tral: al hacer equivalente el lugar de origen con el sitio donde ] se funda Tenochtitlán, el territorio invadido se convierte, en uní lugar que los aztecas "ya habían poseído en otros tiempos* y que recuperaban luego del penoso ciclo de la migración.80

Según Christian Duverger, los otomíes ya habían ocupada el sitio, que llamaron Amadetzaná (en medio de la luna o en medio del agua). Los aztecas tradujeron este topónimo al náhuatl, difuminaron el pasado otomí e inventaron el arti­ficio de que durante la peregrinación se llamaron mexitirm De este modo, el nombre de México, interpretado como Mexi-(tin)-co, (el lugar de los mexitin), consumó la apropia-' ción y avaló el derecho a realizarla.81

Duverger sostiene que el verdadero nombre azteca de] México es Tenochtitlán. En los códices no existe un glifc» pictográfico que represente a México; la ciudad siempre apa­rece significada con el famoso tenochtli, el nopal que crece sobre la piedra y en el que se posa el águila, emblema de la ciudad en todos los textos y pinturas. Es un vocablo formado '

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¡ por las voces tetl (piedra), nochtli (tuna, el fruto del nopal) y tlan (lugar de); literalmente, lugar del tunal sobre la piedra. Así aparece en las pinturas relativas a su fundación, donde se ven la lagu-

|na, la piedra, el nopal y el águila, con los símbolos guerreros: | un escudo y flechas, o el glifo del atl tlachinolli (agua ¡quema­da o agua hirviente), símbolo de la guerra (Figs. 35 y 36).

Este emblema es un compendio de la mentalidad conquista­dora mexica. Hoy se sabe que la piedra representa el cora­zón sacrificado de Cópil, el hijo de Malinalxóchitl, la hechicera

rf hermana de Huitzilopochtli, apañada, durante la peregrina­ción y abandonada por la tribu azteca a causa de un conflicto

L FIGURA 36 Represen­tación del lugar donde

se fundó México-W Tenochtitlán, en la cual

el nopal nace de una figura tendida en el

agua (Cópil), y los frutos del nopal son corazones humanos.

Abajo del pico del águila se ve el glifo de

la guerra, el atl tlachinolli. Dibujo

basado en el monumen­to llamado Teocalli de

la Guerra Sagrada, Museo Nacional de

Antropología.

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

con el dios. Refugiada en Malinalco, procreó a Cópil y le infusa dio su odio a Huitzilopochtli. Cuando los mexicas ya esta-J ban asentados en Chapultepec y eran hostigados por los] pueblos vecinos, Cópil intentó dirigir una sublevación contra ellos, pero Huitzilopochtli se anticipó, le arrancó el corazón el hizo que uno de los sacerdotes lo arrojara al centro de la laguJ na, donde se convirtió en la piedra sobre la cual creció el nopaB (Fig. 36). Así se aclara el sentido de este episodio misterioso! Tenochtitlán se fundó en ese lugar porque allí fueron sacrifil cados por primera vez los enemigos de Huitzilopochtli y del] pueblo mexica.82

El nopal evoca el árbol cósmico, el eje vertical del universa que es un símbolo común de Mesoamérica. Pero en el simbolismo mexica ese eje está representado por una planta propia del norte, y más aún por su fruto, la tuna, que los puej blos de las llanuras norteñas apreciaban por su pulpa roja 4 jugosa, calmante de la sed. Alfonso Caso ha señalado la impoM tancia de la tuna en la iconografía sacrificial, y el Códice Florentino despeja cualquier duda al respecto: "los corazo­nes de los cautivos sacrificados los llamaban cuauhnocbtli tlazoti (preciosas tunas del águila). Se apoderaban de ellos y ] los elevaban hacia el sol; así lo alimentaban, le daban de ce* mer". También el "Teocalli de la guerra sagrada", la más anti-1 gua representación mexica de la fundación de Tenochtiüán y una conocida lámina del Códice Mendocino, confirman esta interpretación: en esas imágenes el águila apresa la tuna, el ] corazón humano (Figs. 35 y 36).83

El águila aparece en varias imágenes devorando un ave o j una serpiente, y como un doble del sol encarna su faz diurna y ; su movimiento ascendente hacia el cénit. Es el ave solar por] excelencia, un depredador, un cazador. En las representacio-j nes alude al triunfo del sol sobre las fuerzas de la noche y de la;

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I. LA MATRIZ NATIVA

Hería, así como a la victoria de los guerreros invasores sobre los fcobladores originarios. El glifo del atl tlachinolli (agua quema­da), esculpido en el monumento de la fundación de Tenoch-litlán bajo el pico del águila, significa que el águila llama a la guerra. El atl tlachinolli y los escudos y flechas del glifo de la fundación son los símbolos de la guerra sagrada que nutre al sol y asegura el equilibrio cósmico, la misión asignada al pueblo mexica. Junto con las profecías, este simbolismo gue­rrero conforma un himno común que celebra la conquista:

Desde este lugar [México-Tenochtitlán] ha de ser conocida la fuerza de nuestro valeroso brazo y el ánimo de nuestro va­leroso corazón con que hemos de rendir a todas las nacio­nes y comarcas, sujetando de mar a mar todas las remotas provincias y ciudades, haciéndonos señores del oro y pla­ta, de las joyas preciosas, plumas y mantas ricas [...] Aquí hemos de ser señores de todas estas gentes, de sus hacien-

' das, hijos e hijas; aquí nos han de servir y tributar, en este lugar se ha de edificar la famosa ciudad que ha de ser Reyna

• y Señora de todas las demás, donde hemos de recibir to­dos los Reyes Señores, y donde ellos han de acudir y reco­nocer como a Suprema Corte.84

Como se advierte, el mito de la peregrinación mexica y el mito de la fundación de Tenochtitlán están unidos por Huit-Ulopochtli, el numen tutelar mexica que guía la migración del pueblo escogido y señala el lugar privilegiado de la fun-•Kión. A su vez, esta figura emblemática del espíritu con­quistador mexica tiene su propio mito, un relato que es el HÚcleo del que emana la ideología estatal de los aztecas. V El mito del origen de Huitzilopochtli cuenta que un día, cuan-

•D Coatlicue da diosa madre de la tierra) estaba barriendo el tem-

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ETN1A, ESTADO Y NACIÓN

pío en la parte más alta del cerro de Goatepec, cayó una bola d plumas del cielo y ella la guardó en su seno, ocasionando I gestación milagrosa de Huitzilopochtli. Al notar él,embaraza sus otros hijos se ofendieron y acordaron matar a la madre y i hijo que crecía en sus entrañas. Pero cuando Coyolxauhqui, í hija que había decidido castigar a su madrea se preparaba: cumplir sus designios, ocurrió el alumbramiento prodigioso d Huitzilopochtli, quien nació ya maduro y poderosamente a mado y de inmediato decapitó a su hermana, desmembró si cuerpo y lo despeñó desde lo alto del monte de Coatepec. Lia go, Huitzilopochitli se impuso a los numerosos centzonhuü zanahua, sus cuatrocientos hermanos, y así reveló el valor y 1 fuerza aniquiladora que habrían de distinguir al pueblo mexica.1

El mito del nacimiento prodigioso de Huitzilopochtli y su victoria sobre los enemigos que lo enfrentaron se convirtid en una imagen central de la memoria mexica: cada vez qu< sus gobernantes reedificaron el Templo Mayor, mandaron vé producir en esculturas impresionantes la escena en que Huitzilopochtli decapita y desmembra el cuerpo de Coyolxauhqui, y cada año reactualizaron ese acto como un episodio dramático en las escalinatas del gran teocalli, ante miles de espectadores fascinados.

El poder manifiesto de Huitzilopochtli en el cerro de Coatepec es el fundamento mítico del Templo Mayor como! símbolo de la ideología guerrera del Estado mexica. Coatepec, el sitio en que por primera vez encarnó el dios tutelar mexica, se repetía simbólicamente en el Templo Mayor, el escenario! donde se proclamaba el poderío militar mexica y cuyo edifijl ció era asimismo un cerro rodeado de serpientes. La capilla! sur del Templo Mayor era el recinto exclusivo de Huitzilo­pochtli, el lugar privilegiado donde se ofrendaban los tribu­tos de las provincias sometidas. En ese mismo lugar se hacían

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I. L A MATRIZ NATIVA

vi sacrificio masivo de los prisioneros de guerra, que fue el I ftlo principal en la ceremonia de ascensión al trono de

Motecuhzoma Ilhuicamina, y luego se convirtió en el rito que Celebraba la entronización de cada nuevo tlatoani y la am-

I pllación del Templo Mayor. El crecimiento del templo era así lina demostración efectiva del poder expansivo de la nación mexica.86

• La ideología guerrera simbolizada en el Templo Mayor fue | legitimada por la religión, el otro componente inseparable de I fue Estado conquistador. Las páginas anteriores muestran que I en las culturas mesoamericanas la política y la religión se die­

ron juntas. Pero quizá su mejor ejemplo sea la obra de legiti­mación que hicieron las instituciones religiosas de los ideales

I mexicas. Gracias al simbolismo religioso el programa políti-I co de los dirigentes descendió de las alturas del palacio real

ni conjunto de la población. I El culto estatal mexica tenía por centro el Huey teocallio

I Templo Mayor y el área ceremonial que lo rodeaba, con los monumentos que celebraban a los gobernantes, los dioses y

i los ancestros. Los puntales que sostenían ese culto eran dos: un grupo de personas especializadas en el sacerdocio y la

I idministración del Estado, y un complejo calendario que re-[ xi.i las actividades individuales y colectivas, civiles y religio-[ fas, urbanas y rurales.

Los mexicas perfeccionaron la institución que permitió a I los primeros estados mesoamericanos preparar a un perso­

nal adicto y profesional: el calmécac. Esta institución era la escuela donde los hijos de los nobles aprendían los princi­pios básicos de la religión y las normas que regían la conduc­ta moral y la vida pública, junto con el arte de hablar, los oficios especializados, el conocimiento del calendario, la es-

I critura, las ciencias y el manejo del gobierno. Además del

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

calmécac, cada barrio o calpolli tenía su telpochcalli (casa de jóvenes), donde la gente del común recibía adiestramien­to militar y educación básica.87 ', g§

El culto estatal mexica estaba regido por un calendario solar j de 18 meses de 20 días cada uno. Al final de cada ciclo había un gran festival, dedicado a uno o varios dioses. Era un calendario que dependía del movimiento del sol y del año agrícola, y que tenía fuerza como instrumento de control social. Una de sus principales divisiones rompía el año en dos: la estación de llu­vias, xopan (el tiempo verde), y la temporada de secas, tonalco (el tiempo del calor). Los 18 festivales que se celebraban a lo largo del año a fin de mes estaban dedicados a las principales deidades y convocaban a toda la población. Aun cuando cada festival se ofrecía a una deidad, las ceremonias se pueden agru-1 par en tres tipos: las dirigidas a las montañas y el agua, para asegurar la lluvia; las dedicadas a la tierra, el sol y el maíz, paral asegurar la fertilidad y la abundancia de las cosechas, y las cele-j bradas en honor de los dioses de los grupos étnicos.88

Una de esas ceremonias sobrepasaba a todas en dramatisil mo, esplendor y despliegue de mensajes políticos: la entroni-| zación de un nuevo tlatoani. Este acontecimiento, que i convertía a un hombre mortal en el responsable de mantener! el orden y la energía del cosmos, se dividía en cuatro pasajes!! 1) retraimiento y penitencia, 2) investidura y coronación, 3M campaña de guerra y 4) confirmación de la autoridad real.

La ceremonia de entronización de un nuevo tlatoani co-i menzaba con los días de duelo que seguían a la muerte del 3 gobernante anterior. El tlatoani electo se alejaba del contacto 1 social y entraba en una fase de ayuno, penitencia y medita* ción. Este pasaje se iniciaba con el despojo de sus vestiduras 1 y símbolos de autoridad. Cubierto por un sencillo taparrabos era conducido por los gobernantes de Texcoco y Tlacopan a l

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I. LA. MATRIZ NATIVA

la plataforma donde se levantaba el Templo Mayor. Ahí, si­mulando una gran debilidad física, era ayudado por los miem­bros del consejo en su lento ascenso a la capilla de Huitzilopochtli. Al llegar a lo alto se le ponía una capa negra y verde, que simbolizaba su retiro de la vida ordinaria. Luego quemaba incienso frente al santuario de Huitzilopochtli y descendía lentamente las escaleras del templo.

Acompañado por sus consejeros, el gobernante electo en­traba en el edificio llamado Tíacochcalco, el cuartel general del ejército, para pasar un periodo de cuatro días y cuatro noches de retiro, ayuno, baños rituales y penitencia. En estos días sus oraciones se dedicaban a Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, la deidad ancestral y la protectora de la realeza, respectivamente.

A esta fase de penitencia y humildad seguía la brillante fiesta de coronación, que simbolizaba el regreso al seno de la so­ciedad y la asunción del alto cargo. En esta ocasión las cere­monias se desarrollaban en el palacio real, donde el tlatoani era rodeado por los nobles y los más altos funcionarios del reino. El tlatoani de Texcoco tenía a su cargo imponerle las insignias y la vestimenta real: la corona de oro incrustada de piedras verdes; la esmeralda resplandeciente que le colgaba de la parte inferior de la nariz; las orejeras de esmeralda en­garzadas en oro; los brazaletes y las perneras del mismo me­tal; las sandalias de piel de jaguar y la fina capa de henequén ricamente pintada. Luego de vestirlo, el tlatoani de Texcoco lo tomaba de la mano y lo conducía al trono llamado asiento del águila o de jaguar, por la piel que lo cubría. Como se advierte, en la ceremonia se conjugaban la investidura, la co­ronación y la entronización.

Una vez vestido, coronado y sentado en su trono, el tlatoani era llevado en litera al Templo Mayor. Ahí hacía su primera

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ETNIA, ESTADO y NACIÓN

aparición pública, investido con los atributos y símbolos de] la realeza. En lo alto del templo ejecutaba el sacrificio de su propia sangre frente a la capilla de Huitzilopochtli, entre la] humareda del copal, el redoble de los tambores, el tañido reí sonante de las trompetas, el sonar de los caracoles y el arre-1 bato de los cantos que encomiaban su vínculo con el dios ancestral, del cual había devenido la encarnación terrena. !

Del Templo Mayor el tlatoani descendía a la plaza central; en elj monumento del Vaso del Águila repetía el rito del derrama­miento de su propia sangre, ofrecía copal y refrendaba el pacto] de conservar el movimiento del Quinto Sol. De ahí era condu-; cido en su magnífica litera al coateocalli, el recinto que alber-3 gaba a los dioses de las provincias conquistadas, donde] nuevamente ofrendaba el sacrificio de su sangre y reafirma-1 ba la intención de mantener el ciclo de festivales religiosos. El acto final tenía lugar en el templo llamado Yopico, dedica- ] do a las deidades del interior de la tierra, donde lina cueva simulaba la entrada al inframundo. La visita del tlatoani a ese] templo simbolizaba la unión bienhechora de los gobemartíT tes de Tenochtitlán con las potencias fertílizadoras del intel rior de la tierra. Al regresar al palacio real comenzaba la ceremonia de los discursos: los ancianos, nobles, capitanes y altos funcionarios señalaban al soberano sus deberes y ha-*¡ cían votos por el buen desempeño de su cargo.

Antes de ser plenamente confirmado, el datoani tenía qúl_ ofrecer una prueba de sus habilidades guerreras, que impli-J caban la captura de prisioneros para alimentar al sol y la ol>'| tención de nuevos tributos. Como se ha visto, ésta era una de las responsabilidades más antiguas que pesaban sobre los! gobernantes de Mesoamérica. Entre los mexicas, las crónicas ; señalan que cada entronización de un tíatoani era precedida por una campaña de guerra en tierras enemigas o rebelde»

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I. LA MATRIZ NATIVA

líl retorno a la capital se celebraba triunfalmente y el botín obtenido era prueba de sus capacidades para sustentar y engrandecer el reino. I Esos ritos de pasaje concluían en la grandiosa ceremonia

• confirmación, que tenía lugar en el recinto sagrado de fenochtitlán, al amparo tutelar del Templo Mayor. En esa «Rasión se invitaba a los gobernantes de las provincias ami­gas y enemigas, quienes acudían a Tenochtitlán cargados de Mintuosos obsequios y vestidos con ropajes espléndidos. De los numerosos pueblos tributarios fluía una gran cantidad «Ir productos, que atiborraban las calzadas y acequias de la Mudad durante varios días. A éstos se agregaban los acumu-•dos en las últimas guerras. Las crónicas detallan los innu­merables bienes que en esos días inundaban la ciudad y refieren la actividad febril que acometía al personal encarga­do de preparar los escenarios, vestidos, aderezos de plu­mas, joyas, armas, utensilios, comidas y bebidas que habrían de usarse y consumirse en las festividades. • El nuevo tlatoani era el centro de la celebración. La cere-monia y sus diferentes actos eran un ofrecimiento de sí mis-HIO, una manifestación de su capacidad para acumular y jflepartir los bienes más preciados: el propio gobernante im-k n í a las insignias de poder a sus capitanes y funcionarios Airante el acto principal. La fiesta comenzaba cuando los 11.1 toque de Texcoco y Tlacopan eran presentados con sus •esplandecientes insignias y vestidos. Ambos jefes encabe-laban una danza ritual, acompañados por dos mil nobles, Batanes y altos funcionarios, a quienes en el momento cul­minante del rito se unía el propio tlatoani, vestido con un suntuo-•0 traje real y envuelto en humaredas de copal. Al término i Ir la danza el tlatoani se sentaba en su trono y de acuerdo •on la tradición heredada de Tollán imponía a los dirigentes

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ETNIA, ESTADO y NACIÓN

sus insignias, títulos y rangos, que acompañaba con ricos presen- j tes. Las suntuosas ceremonias que tenían lugar en el palacio real y en los templos y patios de la gran plaza central con- \ cluían en un gran convite en el que participaba toda la po- j blación. Esta fiesta tumultuosa era la declaración explícita j del poder de redistribución que concentraba el Huey tlatoanM De este modo el rito de confirmación del soberano, que en uim principio fue una ceremonia de reconocimiento de su inves- i tidura, se había convertido en una demostración, de su auto­ridad absoluta sobre el conjunto de la sociedad mexica y del poder de Tenochtitlán sobre el resto del mundo.89

Al leer las crónicas que describen el inmenso poder acu-ál mulado por el tlatoani, parece difícil- explicar su fulminante i derrota a manos de la pequeña hueste de soldados comanda- j dos por Hernán Cortés. Sin embargo, detrás de esa imagen j grandiosa, encontramos los frágiles cimientos que sostenían» a Ja confederación mexica y las debilidades que produjeron su derrumbe. Como se ha visto, la Triple Alianza era una con­federación laxa, que permitía a los tlatoque de Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan mantener el poder político, admiriistativdl y militar sobre su propio Estado territorial. El éxito de esta alianza consistió en unir las fuerzas de estos reinos para esta­blecer una hegemonía política sobre las diversas provincias de Mesoamérica. Pero su mayor debilidad residía en la inca- i pacidad de ejercer un dominio efectivo sobre los territoriossl conquistados.90

Por virtud de esa peculiar conformación del imperio mexica,; J desde el siglo pasado se discutió si su organización política I llenaba los requisitos de un verdadero Estado, y más tarde se puso en duda su condición de imperio.91 Como se ha visto! aquí, desde que se publicaron las tesis de Edward Calnek y Ross Hassig sobre el carácter hegemónico de la dominación!

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I. LA MATRIZ NATIVA

Imperial mexica, esa interpretación es la que se ha ido impo­niendo.92 Apoyado en estos estudios, y en las obras recientes que consideran las características del imperio, Richard Blanton advierte que los factores que impulsaron la expansión del imperio azteca fueron la conquista de provincias ricas que aportaban recursos básicos y productos manufacturados al poder central, y la existencia en la cuenca de México de estados fuertes y competitivos, que se disputaban la supre­macía política. Según Blanton, la presencia de varios estados en un escenario territorial delimitado se combinó con las metas económicas, y de este modo ambos impulsaron el de­sarrollo de la llamada Triple Alianza. Dicho con otras pala­bras, el imperialismo mexica no tuvo una sola causa, como se postulaba antes, sino que fue impulsado por varios facto­res, entre los que destacan los económicos y los políticos.93

Por esas características el poder de la Triple Alianza enfren­tó continuas rebeliones y divisiones, originadas por cambios políticos en las provincias y en las fronteras, o por nuevas alian­zas entre los diversos cacicazgos. La hegemonía política que había logrado imponer la Triple Alianza sufrió su fractura de-finitiya con la llegada de la hueste española, precisamente por­que la intromisión de un ejército extranjero alentó1 un nuevo juego de alianzas entre los cacicazgos y reinos locales.

La derrota de México-Tenochtitlán no se debió a la supe­rioridad de la fuerza militar invasora, sino al apoyo propor­cionado por cientos de miles de aliados indígenas que se sumaron al pequeño ejército español como proveedores, car­gadores y soldados. Lo determinante en la conquista de Méxi­co fue la unión de la tecnología de guerra europea con las fuerzas indígenas. Pero la aportación indígena al grupo inva­sor no residió tanto en el número de soldados como en la información acerca de las estrategias, fuerzas e intereses que

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

manejaba la Triple Alianza. Las disposiciones que hicieron fluiS hacia el bando español a los soldados indígenas, los arma| mentos y las provisiones, fueron determinadas por los mis­mos jefes indígenas en función de sus propios intereses. En este sentido puede decirse que "la conquista no fue un con­flicto entre México y España, sino entre los aztecas y los varios! grupos mesoamericanos que apoyaron a Hernán Cortés".94 |

La desafortunada interpretación de la conquista como] consecuencia de una traición de los tlaxcaltecas, además ám incurrir en el error del anacronismo, afectó indeleblemente la visión de ese acontecimiento y la imagen de sus participan- ] tes. Desde entonces ha sido casi imposible convencer a nadie! de que los tlaxcaltecas jamás cometieron traición porque &m ese tiempo ni existía la nación que llamamos México, ni ellos lucharon contra los mexicanos. Además de introducir una inculpación a todas luces falsa, esa versión veló el verdadero! problema de ese momento: la relación entre los diferentes grupos étnicos y la Triple Alianza.

Como se ha visto, cada vez que un reino ampliaba sus fron­teras y lograba incluir a otros grupos étnicos en su esfera de dominio, de inmediato aumentaban los conflictos entre la et­nia dominante y las subordinadas. La expansión de la Triple Alianza produjo un encogimiento político de los reinos y cacicazgos vecinos, y un ensanchamiento simultáneo del po­der mexica, cuya lengua, emblemas y mitos de legitimación se expandieron por Mesoamérica. Poco antes de la llegada de Cortés, el náhuatl era la lengua franca de Mesoamérica: los reinos quichés de Guatemala eran conocidos por sus nom­bres nahuas en la corte de Motecuhzoma; y los tlatoque de Tenochtitlán habían elaborado mapas de las costas del Pacífi­co y del Golfo de México, cuyos accidentes geográficos y po­blados se llamaban con topónimos y nombres nahuas.

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I. L A MATRIZ NATIVA

Élotecuhzoma era un nombre ya mítico y temido en todo el fcrritorio mesoamericano.95 Los representantes de los reinos Independientes habían asistido a las ceremonias dedicadas a fclebrar sus triunfos y las ampliaciones del Templo Mayor, y lo reconocían como el jefe más poderoso. Pero al mismo tiem­po, cada Uno de esos reinos —incluidos los sometidos al po-||er mexica— aprovechaba cualquier resquicio para limitar la influencia de Tenochtitlán, atizar la insubordinación contra el poder dominante y defender sus emblemas de identidad y sus tradiciones políticas.

Los purépechas de Michoacán mantuvieron una hostili­dad abierta contra los mexicas: habían fijado una frontera poblada de destacamentos en previsión de posibles invasio­nes y alentaban el odio al mexica difundiendo una imagen caricaturesca del adversario asentado en la gran laguna.96 Por su parte, los mixtéeos y zapotecos se contaron entre los pue­blos más afectados por el expansionismo mexica. Después de una serie de campañas victoriosas en la región de Puebla, los ejércitos mexicas invadieron los valles de Oaxaca y el istmo de Tehuantepec. Las crónicas mexicas dan cuenta de una se­rie de campañas victoriosas en esta región durante el reino de Ahuízotl (1486-1502). Los zapotecos, por su parte, elabo­raron su propia interpretación de ese conflicto, en la que ellos se presentaron como sagaces defensores de su territorio. Se­gún su versión de la famosa batalla de Guingola (1495), el renombrado jefe Cocijoeza persuadió a los temerosos mixtéeos de frenar el avance de los mexicas en las barrancas de Tehuantepec; la estrategia adoptada resultó tan exitosa que los aztecas y mixtéeos se destruyeron entre sí, y a la pos­tre, los desmoralizados mexicas tuvieron que pactar la paz con los zapotecos. Lo cierto es que poco tiempo más tarde, durante el reino de Motecuhzoma II (1502-1520), la región

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ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

mixteca fue avasallada por sucesivas campañas militares que redujeron sus numerosos reinos a la condición de tributarioB del poder asentado en Tenochtitlán.97

También los cacicazgos huastecos en el oriente y loa otomíes en el occidente padecieron las amenazas mexicas, y: posteriormente la subyugación ante sus ejércitos.98 Entre fi­nes del siglo xv y principios del xvi, en casi toda Mesoamérical se contempla el mismo panorama: el fracaso de los peque! ños cacicazgos para enfrentar el despliegue de los ejércitos! de la Triple Alianza comandados por los mexicas. De manera inexorable, cada uno de esos pequeños reinos, orgullosamenta anclados en sus gobiernos autónomos, cayó en la órbita dea la única organización política hecha para absober el micro­cosmos político y la tradición del gobierno asentado en loai linajes.

El mayor logro histórico de la etnia mexica fue haber creado! una organización política capaz de darle cabida a la extraorM diñaría diversidad étnica, lingüística, política y cultural ám Mesoamérica. El ejército de la Triple Alianza fue uno de loa mejores instrumentos en la persecución de ese objetivo am-] bicioso. Pero quizá los medios más efectivos fueron las for­midables redes comerciales que crearon un mecanismo dm circulación y consumo de bienes en toda Mesoamérica; la coda versión del náhuatl en lengua franca; la capacidad mexica para incorporar a su propia cultura las tradiciones y logros del los pueblos más adelantados, con quienes convivían y rivali­zaban; y los poderosos mitos legitimadores que forjaron la' idea de un pueblo predestinado a imperar sobre las demás naciones. Entre esos mitos, uno de los dedicados a represen-i tar la unidad de ese universo polimorfo fue el de la figura del tlatoani, que en el mundo mexica ocupaba alternativamente:

los lugares de dios creador, ancestro tutelar, guía y héroe cul-i

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I. LA MATRIZ NATIVA

piral, cabeza del reino, supremo sacerdote, comandante de los ejércitos, patrono de la fertilidad y benevolente protector tk*l pueblo.

EL LEGADO POLÍTICO DE MESOAMÉRICA

I .I mayoría de los estudios que se refieren al legado de los •Ueblos mesoamericanos lo reducen a sus aspectos cultura-• s y artísticos. Aquí, por el contrario, el acento se ha puesto rn la forja de las instituciones políticas: la aldea, el cacicazgo, • feino, la confederación multiétnica. Luego de las páginas •tenores, parece ocioso insistir en que el desarrollo artístico •cultural se dio después de haber construido esos complejos •dificios. Los mismos pueblos mesoamericanos manifestaron I i reconocimiento a esas conquistas políticas rodeándolas de un halo mágico, como en el caso de la fundación del reino, hie consideraron el acontecimiento generador de la vida ci­vilizada.

La unidad territorial y social que le dio fundamento a las •HStintas organizaciones políticas fue el altépetl. Se trata de tina forma de organización que James Lockhart ha denomi­nado "celular" o "modular", porque en lugar de desarrollarse por estratos lo hacía por agregación. Según Lockhart, en la tradición nahua el primer requisito para la formación de un iltépetl era la disposición de un territorio ocupado por tan­tos calpoltin como familias se reunieran en él. Cada calpolli te dividía en cuatro, seis, ocho o diez barrios simétricos, orien­tados hacia Jos puntos cardinales. Igualmente, cada una de estas partes tenía su propio jefe, que era al mismo, tiempo la cabeza de un linaje y tenía una porción de territorio del

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altépetl en propiedad privada. La suma de los distinto* calpoltin formaba un altépetl gobernado por un tlatoani eledl to. Como se advierte, el calpolli y el altépetl eran simétricos!

El jefe del calpolli tenía bajo su responsabilidad el reparto] de la tierra y de las cargas tributarias entre las familias, .el reclutamiento de fuerzas para los ejércitos y la participaciórJ de los miembros del calpolli en las numerosas festividades! religiosas. La fuerza de esta institución salta a la vista cuando! se percibe que cada una de esas actividades era organizada pójl el jefe del calpolli; es decir, el calpolli participaba en todas las tareas comunitarias que demandaba el altépetl, pero lo háí cía bajo su propia organización y con sus propios jefes. Otrcj rasgo distintivo del calpolli era la rotación de los cargos y las cargas, y el orden de precedencia que se seguía. Así'Tas di-j versas tareas que debía cumplir cada jefe de familia, barrio y calpolli se repartían en forma alternativa, siguiendo una rota-1 ción que iba de izquierda a derecha (como el movimiento del sol), y del primero al último lugar (Fig. 37)."

La búsqueda incesante de armazones políticas capaces dq contener y organizar la diversidad social, y resistir al mismcl tiempo los embates del cambio histórico y las presiones ex-J ternas, puede verse en la variedad de edificios políticos ima­ginados por los pueblos mesoamericanos. Como hab™ advertido el lector, las más diversas formas de organizado™ política tuvieron su propia versión mesoamericana, desde el gobierno tribal al complejo Estado multiétnico, pasando por] el cacicazgo, el reino y la confederación de reinos. Sin em-J bargo, en esa dilatada tradición son dos las instituciones polí­ticas más mencionadas en los registros históricos. Una está centrada en el ahaw, el jefe maya que acumulaba el poder político, militar y religioso, ejercía el gobierno de manera centralizada e imponía a su sucesor a través de un orden dinasta

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FIGURA 37. Organización f' celular de un altépetl hipotético,

cuyo territorio está dividido simétricamente entre ocho

K calpolli. Los cuatro centrales (4, 5, 8 y 1) tienen núcleos de

población representados por cuadrados que se acercan

y se interrelacionan; mientras que los cuatro exteriores

(3, 6, 7 y 2) tienen el núcleo de población en el centro

de su territorio. La línea puntea­da señala la dirección

de la rotación, mientras que los números indican el orden

de precedencia. Dibujo basado en Lockhart 1992b: 19.

I co. Como se ha visto antes, las manifestaciones más tempra-I ñas de esta forma de organización política son el Estado

olmeca y los reinos zapotecos y mayas. En La Venta y San Lorenzo los principales monumentos celebraban al gober-

! nante como cabeza de la sociedad, exaltaban su función de jefe de la guerra y encomiaban sus cualidades de ejecutor de las ceremonias dedicadas a propiciar la fertilidad y la protección de los antepasados.100

Entre los mayas de la época clásica esos atributos del go­bernante son los más destacados en los monumentos y la es­critura jeroglífica. El ahaw o supremo gobernante de un reino ejercía la autoridad política, militar y religiosa de manera indisputada. En el periodo posclásico esta forma de gobierno

ETNIA, ESTADO Y NACIÓN

sufrió un cambio radical. En Chichén Itzá y Mayapán la figura del gobernante supremo fue sustituida por una suerte de con^l jo integrado por varios individuos, posiblemente del misma linaje, que presidían un gobierno conjunto, el Multepal.m\

Una institución política que no he hallado registrada en testimonios fidedignos, aun cuando ha sido abundantemenl te citada por varios autores, es la del Estado teocrático, la organización política gobernada por el sacerdocio. Si bieíj desde los orígenes del Estado se observa que el poder políl tico marcha unido con el religioso, éste siempre aparece al servicio del primero, como se advierte con toda claridad eaj los mayas y zapotecos de la época clásica, o entre los mexic$| del Posclásico. En todos estos casos la religión y sus función narios son una parte del aparato de legitimación y gobierna! pero nunca un poder autónomo.102

Frente a la tradición de gobiernos centralizados en un indi­viduo al que se le confieren atributos divinos o semidivinosj está la tradición política del centro de México, que muestra rasgos diferentes. Por un lado debe decirse que así como elj el área maya abato es un término que confunde el rango son cial con el oficio, también entre los nahuas tlatoaniy teuctli son términos que denotan ambas condiciones. Entre los] mexicas un tlatoani era al mismo tiempo un teuctli (señor) y un pitti (noble). Esto confirma la tesis de que en la tradicióíl mesoamericana los estratos nobles se identificaban con el grupo dirigente.103 Sin embargo, la información disponibM muestra que en el altiplano central se desarrollaron organiza! ciones sociales que delimitaron el poder de los gobernante»

El ejemplo más inmediato es el de Teotihuacán, la graáj urbe cuyo arte público oculta al gobernante en lugar de exaltar-a lo. Esther Pasztory, al observar la deliberada intención da evitar la representación del gobernante y el propósito de exal™

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fes símbolos colectivos en las formas de residencia urbana, los cilios religiosos y las manifestaciones artísticas, sugiere que el Estado teotihuacano estuvo asentado en fuertes grupos cor­porativos (calpoltin, barrios, gremios) que alentaron la exis-Icncia de valores colectivos en el orden social, político y cultural. Según esta interpretación, el confinamiento forzado de los •ttnpesinos y artesanos en el interior de la ciudad, y el uso <lr los templos, plazas y edificios como lugares de peregri-•pción y culto colectivo, serían prueba de que los dirigentes •ercieron un control fuera de lo común sobre la mayoría de l.i población. A su vez, esta compulsión política habría ge­nerado una tensión provocada por el peso de las demandas •electivas frente a la capacidad de los gobernantes para aten-perlas. Como resultado de esta tensión, los gobernantes die-f«>n una respuesta privilegiada a las demandas sociales y un papel especial a la expresión de los valores colectivos. Qui­la por eso, como sugiere Pasztory, Teotihuacán es la ciudad •esoamericana donde hay menos personajes individuales y fcscuellan más los grupos y valores colectivos.104

Los numerosos Estados que los españoles encontraron dis­putándose los recursos de la cuenca de México heredaron parte de esa tradición teotihuacana. Antes de que los tepanecas y •exicas desplegaran sus ambiciones imperiales, la mayoría de esas ciudades medianas parecía descansar en ideales cor-jporativos y valores colectivos. Su forma de organización era el lltépetl, la unidad política que ejercía su dominio sobre un área territorial habitada por numerosos calpoltin con auto­nomía para elegir su gobierno, el uso de la tierra y las formas de trabajo, así como el manejo del culto religioso. Esta había •Ido la organización política prevaleciente desde el,.siglo xn hasta principios del xrv en Xochimilco, Colhuacán, Coyohuacán, Tsnochtitlán, Azcapotzalco, Tetzcoco, Cohautichan, Tlalmanalco,

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Amaquemecan y otras ciudades del valle. Probablemente era una tradición que se remontaba a los principios de la época clásica, o más atrás. En muchas de estas ciudades en lugar de un solo tlatoani había varios tlatoque que gobernaban, y al­gunos historiadores han observado que ésta era la forma de gobierno más extendida. Antes de la llegada de los españole! el gobierno colectivo estaba en uso en Tlaxcala, Xóchimilqjjl Huexotzíngo, Tepeyácac, Chalco, México-Tenochtitlán y otigí ciudades.105

Frederic Hicks ha advertido que el gobierno ejercido pon varios tlatoque representaba una suerte de equilibrio del poJ der, pues en ausencia de un jefe supremo no era posible impa ner formas absolutas de gobierno. En los estados con gobierna centralizado, por el contrario, una vez adoptada una decisión por el tlatoani, ésta obligaba a los señoríos sujetos y a los di­ferentes calpoltin.106 En el caso de los mexicas, sabemos que loa gobernantes comenzaron a diseñar una nueva relación coa los gobernados desde el mando de su primer tlatoani, HuitaÉ líhuitl (1396-1415). En el gobierno del primer Motecuhzorgl (1440-1468) se percibe el esfuerzo de minar el poder de los calpoltin y reducir los derechos de los macehualtin. Paijl limitar la autonomía de los calpoltin, el Estado central i n t » dujo en su gobierno interno a miembros de la nobleza y d^j sacerdocio. Asimismo, para reducirlas expectativas de rebM lión, el tlatoani obligó a los representantes del calpolli a aceptar en el territorio de éstos a grupos procedentes de otras etnias y tradiciones culturales.

Por otra parte, un nuevo código legal impuso severas reÉj fricciones a los macehuales y aumentó su distancia social rea pecto al tlatoani y la nobleza. La primera cláusula del código de Motecuhzoma restringía a ocasiones excepcionales la apal rición en público del soberano. Poco más tarde se prohibía

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a los macehuales dirigirle la palabra al soberano o verlo directamente, y fueron obligados a postrarse ante su presen­cia. Estas disposiciones muestran la intención de hacer que las lealtades de los miembros del calpolli se trasladaran a los jefes, santuarios e instituciones centrales. Mediante el ejerci­do de sus facultades, el tlatoani mexica se convirtió en la últi­ma autoridad jurídica y el sistema legal se tornó en un Instrumento más del proceso de socializar a la población. De este modo los miembros del calpolli, en vez de estar regulados por jefes y normas propios, acabaron sometidos a las deci­siones del gobernante supremo y a las leyes del Estado.107

La existencia de múltiples cacicazgos y estados semejantes en fuerza política y militar sufrió un cambio drástico desde el triunfo de los mexicas sobre los tepanecas y la formación de la Triple Alianza. Desde entonces la continua expansión mexica hacia los territorios vecinos produjo una sucesión de acontecimientos encadenados que modificaron la realidad política y social. El sojuzgamiento de los reinos del altiplano y de provincias lejanas canalizó hacia Tenochtitlán un gran flu­jo de tributos, dominio de tierras y alianzas que convirtieron al Estado mexica en la mayor potencia política de Mesoaméri-ca. A su vez, el crecimiento de Tenochtitlán produjo la parálisis, ti empobrecimiento o la decadencia de los estados vecinos, la pérdida de autonomía de reinos y cacicazgos otrora autóno­mos, y la sujeción de los macehualtin al poder político de los nobles. Todo esto creó una tensión muy pronunciada entre las antiguas unidades corporativas (altépetl, calpolli) dota­das de autonomía, el poderoso Estado mexica y sus aliados de la Triple Alianza, junto con la mencionada acentuación de las diferencias entre los nobles y los macehualtin.108

Este breve recorrido por la historia de Mesoamérica muestra que el origen del poder político se basó en los siguientes

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elementos. En primer lugar, en la aparición de poblados es-I tables sustentados en la agricultura (cultivos de maíz, frijdB chile y calabaza). La producción continua de maíz impulsó! dos fenómenos nuevos: la disposición anual de alimentos] suficientes para sostener a grupos de población relativamente grandes, y un tiempo libre de las tareas agrícolas. Los procéfl sos del cultivo del maíz exigían en promedio seis meses de i trabajo al año, de modo que la población disponía de un lapJ so grande de tiempo ocioso. La autoridad política se dedicój en sus orígenes a organizar el trabajo colectivo de la aldea sedentaria en beneficio propio y a reglamentar el uso y la dirección del tiempo libre de los pobladores. Monopolizar, o] adquirir el máximo de recursos, fue un requisito que se irra puso al gobernante apremiado por ejecutar las acciones polí-1 ticas de manera constante y segura.109

El segundo sustento de la autoridad política fue la presera cia de un linaje real y de un cuerpo administrativo que desl pendía directamente del soberano. Los grupos dirigente» afianzaron su poder mediante la sacralización del linaje y la familia gobernante, cuyo origen se hizo descender de los dioses creadores del cosmos y su poder se atribuyó a la poser sión de fuerzas sobrenaturales. El culto a los antepasados y al fundador de la dinastía fue una de las tradiciones conspiJ cuas de estas sociedades. Uno de los cultos más importantes ¡ era el dedicado al templo del dios primordial Qa Primera Montaña Verdadera).110 Otra de sus expresiones más vigorosas fue la divinización de la persona del gobernante y sus atributos. En ] los retratos del soberano era usual que cada parte de la persdj na real (la cabeza, el pecho, las extremidades) estuviera pre- \ sidida por un dios que la protegía. Asimismo, el trono, la diadema o la banda, el cetro, el palacio y la tumba reales ad­quirieron características sagradas y autónomas, y tenían dicm

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m*.s, símbolos y ceremonias particulares. Lo que antes fue un fcnjunto de creencias vinculadas con la fertilidad de la tierra, la reproducción de los seres humanos, la protección de los muertos y la renovación de los ciclos astrales y naturales, se MBviritó en una religión estatal, dirigida a sancionar y legiti-ni.ir los actos del soberano.111

i De este modo las ceremonias y cultos reales convirtieron a los ocupantes del trono en seres protegidos por los dioses, o vi\ encarnaciones de los mismos dioses. En estas sociedades r! elemento más importante en la legitimación del Estado fue l.i creencia en las cualidades sobrenaturales del soberano.112

II origen divino y el aura sagrada que rodeaba al supremo •obernante amparó también a sus descendientes directos y .1 los parientes más próximos a la rama real. Entre los mayas, los familiares cercanos del ahaw tenían a su cargo los altos •ficios administrativos, religiosos y militares del reino. El lina­je real ocupaba los puestos más altos del sistema político •nto con el fin de limitar el crecimiento de otros grupos como para garantizar el máximo control a las decisiones del go­bernante.

Sin embargo,» con el crecimiento del linaje real y la mayor complejidad de los reinos multiétnicos aparecieron otrosjre-quisitos para legitimar al grupo gobernante. El más común fue el que sumó al halo divino los méritos propios: la apti­tud y la capacidad de gobernar. Ya no fue suficiente haber nacido en la familia destinada al gobierno, sino que se debía validar ese derecho mediante méritos evidentes. Estos nue­vos requisitos se pueden apreciar en las dinastías de los rei­nos mayas de la época clásica. Los elegidos a los altos cargos eran expertos en la escritura jeroglífica, el calendario, los cómpu­tos cronológicos, la adivinación, el ceremonial religioso, las artes marciales y las tareas administrativas. Los escribas y

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administradores más diestros pertenecían a la familia real, púa habían dedicado gran parte de su juventud a aprender lai tareas del gobierno. Desde los reinos de la época clásica, y sota todo en el caso de Teotihuacán, aparece este cuerpo espíj cial que se dedica a satisfacer las funciones administrativas, económicas, ideológicas, militares y políticas del Estado:!

Esta práctica se convirtió en regla,de gobierno entre id mexicas desde los tiempos de Itzcóatl. Para llegar a los alta puestos del consejo supremo era indispensable haber desta cado en las tareas políticas, administrativas, militares J sacerdotales, además de ser miembro de la familia gobernan te. De esta élite seleccionada por el mérito se escogía al huey tlatoani o supremo gobernante.

En los estados más-complejos, como la Triple Alianza en-\ cabezada por los mexicas, las funciones de gobierno se fue­ron separando cada vez más de la familia real y se asignaron a quienes satisfacían los requisitos del cargo. Se creó así una burocracia administrativa, un ejército especializado y un grupo selecto de sacerdotes y escribas encargados de las diversas tareas de conducción del Estado.

Otros soportes del poder real fueron los mitos y la mani| pulación de la memoria histórica, que funcionaron como po­derosos instrumentos de legitimación. Como se recordará, e mito cosmogónico más difundido en Mesoamérica celebraba el surgimiento de la Primera Montaña Verdadera el día de la creación del cosmos, juntó con la aparición de los. seres hua manos, los alimentos esenciales y la vida civilizada. En laj mitología y la simbología nahuas el nombre de la Primera Montaña es altépetl (cerro cargado de agua), que también significa ciudad, reino o Estado, y es sinónimo de organización política y vida urbana civilizada. Esa relación inextricable eruj tre el símbolo de la montaña y la representación de la organw

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•fción política explica que el mito de la creación de la Pri-nma Montaña se hubiera convertido en un elementó central 'til la construcción de los símbolos del poder mexica, como ti Templo Mayor. I A semejanza de los templos edificados en los tiempos

•Has antiguos, el Templo Mayor mexica fue concebido como una réplica de la Montaña Primordial que surgió el día de la Beación del cosmos (Fig. 38). Pero se distinguía de aquella Primera Montaña porque en lugar de estar consagrado a una «ola deidad tenía dos santuarios: uno dedicado a Tláloc, el dios de la lluvia y la fertilidad de los antiguos pueblos de la fcuenca de México, y otro a Huitzilopochtli, la divinidad pro­pia del pueblo mexica. 1 Johanna Broda ha señalado que ambas capillas celebra­ran en realidad un solo culto a la montaña primordial: el san­tuario de Tláloc representaba el Tonacatépetl, la montaña prístina de los mantenimientos; mientras que el santuario de Huitzilopchtli simbolizaba a Coatepec, el cerro de la serpiente, el milagroso lugar donde ese dios surgió a la vida totalmente armado y acabó con los enemigos del pueblo mexica. El pri­mer santuario era una reproducción del espacio sagrado más antiguo de los pueblos mesoamericanos; el segundo, una in­serción del culto mexica adaptado al simbolismo tradicional.114

La progresiva estatización del reino mexica no sólo se ex­presa en la organización política de la Triple Alianza. Se ma­nifiesta también en la aparición de una forma de memoria histórica que podríamos calificar de "estatal", en el sentido de que recoge hechos vinculados a la formación histórica del reino con independencia de la persona del soberano. Como ejemplos de este tipo de registro histórico tenemos los libros donde se pintaban "los términos, límites y mojoneras de las ciudades, provincias, pueblos y lugares"; los libros donde se

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FIGURA 38. La representación de los tres niveles verticales del cosmos M la geografía mítica de los mexicas. Dibujo basado en Matos Moctezuma 1 1987,fig.l. •

asentaban los acuerdos establecidos con las provincias coj quistadas; los libros donde se registraba el monto del tribfl que debían pagar los pueblos sometidos; y los libros dona se recogían los datos relativos a los diversos dioses, artJ ciencias y leyes.115

Otra forma muy extendida de relato histórico en el peria do Posclásico funde la historia del grupo étnico con la o r J nización política, como es el caso de los textos nah\m conocidos bajo el nombre de Anales de Cuauhtitlán, Hism

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ntidi'los mexicanos por sus pinturas, o el famoso Popol Vuh m§ los k'iché de Guatemala. Estos relatos elaborados antes de •invasión española o traducidos al español después de la •MH|uista, se caracterizan por vincular el relato del origen • t i cosmos con la historia de la etnía y la nación surgidas de •mt génesis fundamental. i Los textos narran primero el origen y la ordenación del finios, el surgimiento maravilloso de la tierra entre las aguas

fchmordiales y la aparición de los primeros seres humanos. Mus adelante cuentan que a partir de la creación del sol las ¡tinciones entre el orden cósmico y la humanidad se verifi-

MM> a través de emisarios especiales: los dioses del maíz o del •Irrito, Hun Nal Ye, Ehécatl o Quetzalcóatl. Ehécatl en la

I tradición mixteca, y Quetzalcóatl en la tolteca y nahua, des-fcipeñan en los relatos cosmogónicos el papel de transmi-ÜHVS de los bienes básicos y de héroes culturales. Sonreres •Dbrenaturales que, como lo muestran los códices o las re-•csentaciones pictóricas y escultóricas, transitan desde el

I Iníramundo a la tierrra para comunicar a los seres humanos %» misterios de la vida. Así, según la mitología maya, mixteca, tullirá y mexica, los bienes y conocimientos necesarios para • desarrollo de la vida llegan del iníramundo por medio de [•misarios divinos. Este mito define el pacto fundamental en-! t»v los dioses y la nueva humanidad: la creación es un acto «k- los dioses y la misión de los seres humanos en la-tierra es Conservar los principios básicos de esa creación divina, así Cuino honrar con el sacrificio a los dioses fundadores. m Concluido este segundo acto del ordenamiento del mun-ifc i. los textos cosmogónicos cambian de tema y de persona-

I jen. El tema que ahora se impone en los mitos de creación es • aparición de los distintos pueblos y etnias, la descripción de tu* orígenes, lenguas y tradiciones propias, y la relación de sus

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migraciones bajo la guía de líderes tutelares, quienes mantl nen contacto estrecho con los dioses y al mismo tiempo si los conductores de la migración de su pueblo hacia la tiet prometida. Algunos textos registran la desaparición de es< líderes dotados de poderes sobrenaturales, quienes al mJ dejan a sus descendientes sus restos en forma de envoltori sagrados, y son sustituidos por dirigentes de rasgos píen mente humanos, quienes crean las dinastías, emprenden gu rras y conquistas, llegan a la tierra que les anunciaron s antepasados e instauran allí reinos poderosos. En algunos I latos esta parte se convierte en una relación de las dinastí gobernantes, como en el caso del texto maya inscrito en I templos de Palenque, o del Códice de Viena; pero en la ni yoría, como se observa en los textos K'iché, cakchiqueles nahuas, el relato se transforma en un narración cronológl de acontecimientos, donde al lado de la sucesión de los g< bernantes se enumeran los principales hechos del grupo i nico. En cualquier caso, lo que subrayan estos textos es' continuidad entre los orígenes de la creación y la historia t rrestre de los grupos y reinos surgidos de esa génesis fund mental. El vínculo entre el origen sagrado y la descendent terrestre es el tema que destacan los relatos de creadora

En contraposición a los relatos dinásticos que grabó Ka Balam en Palenque, o al mito fundador del Códice de Viett que cifra la historia del reino en la historia de las dinastías, 1 anales históricos que los K'ichés, cakchiqueles y nahuas agr garon a sus textos cosmogónicos centran la narración en 1 migraciones, conquistas y avatares protagonizados por el gn po étnico. Lo que ahí se narra no es una historia dinástic sino la memoria histórica del grupo o la nación étnica, junte la historia de sus gobernantes. El relato de las hazañas 4 soberano, que antes resumía la historia del reino y de su pU

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blo, se ha convertido, debido al surgimiento de nuevas rea­lidades sociales y políticas, en el relato de los orígenes, iden­tidades y hazañas de la nación étnica. I El mensaje transmitido por ese registro de los hechos his­

tóricos resultó ser muy efectivo. El mito, el ritual, la ideolo­gía religiosa, la pintura y los discursos pictográficos y orales explicaban el mundo, mostraban cómo había sido creado y destacaban la participación de los dioses en su creación y en • esfuerzo de mantenerlo estable. Y a partir de esa "explica-Clon" se definían las cargas y compromisos humanos, que de­bían cumplirse como obligaciones ineludibles. Con una Coherencia que envidiarían los mensajes publicitarios actua­les, el discurso histórico transmitió con insistencia unas cuan­tas imágenes a todos los miembros del conglomerado social, desde el nacimiento hasta la muerte, por todos los medios a m mano. La clase dirigente no sólo utilizó el pasado como un Instrumento para sancionar el poder establecido, también hizo tic la memoria histórica un poderoso proyector de conductas y prácticas sociales que la tradición oral y el ritual se encarga-han de difundir, con el auxilio de la danza, la música, la pin­tura, la escultura y la escenificación ceremonial.117

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