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Compartir cuentos y enriquecer la vida Un proyecto en las bibliotecas patrocinado por el National Endowment for the Humanities El vaso de leche Manuel Rojas En: Cuentos Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1970

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Compartir cuentos y enriquecer la vida Un proyecto en las bibliotecas patrocinado por el National Endowment for the Humanities

El vaso de leche Manuel Rojas

En: Cuentos Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1970

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas

TEXTO DEL CUENTO

PREPARACIÓN DEL CUENTO

Introducción

Primeras impresiones del coordinador sobre el

cuento

Aplicación del método: las cuatro categorías

Poética

Contrastes

Sombras

Temas

Notas del coordinador

LA SESIÓN: EL ENCUENTRO CON LOS PARTICIPANTES

Presentación del cuento al grupo

Lectura en voz alta

Algunas observaciones sobre el autor, país, etc.

Vocabulario

Alternativas para la discusión

Ejemplos de preguntas sobre el texto

Notas del coordinador después de la sesión

SUGERENCIAS PARA FUTURAS LECTURAS

El vaso de leche – Manuel Rojas

El vaso de leche – Manuel Rojas

El vaso de leche – Manuel Rojas

EL VASO DE LECHE

Afirmado en la barandilla de estribor, el marinero parecía

esperar a alguien. Tenía en la mano izquierda un envoltorio

de papel blanco, manchado de grasa en varias partes. Con la otra

mano atendía la pipa.

Entre unos vagones apareció un joven delgado; se detuvo

un instante, miró hacia el mar y avanzó después, caminando

por la orilla del muelle con las manos en los bolsillos, distraído

o pensando.

Cuando pasó frente al barco, el marinero le gritó en inglés:

– I say; look here! (¡Oiga, mire!)

El joven levantó la cabeza, y, sin detenerse, contestó en el

mismo idioma:

– Hallo! What? (¡Hola! ¿Qué?)

–Are you hungry? (¿Tiene hambre?)

Hubo un breve silencio, durante el cual el joven pareció

reflexionar y hasta dio un paso más corto que los demás, como para

detenerse; pero al fin dijo, mientras dirigía al marinero una sonrisa

triste:

–No, I am not hungry! Thank you, sailor. (No, no tengo

hambre. Muchas gracias, marinero.)

–Very well. (Muy bien.)

Sacóse la pipa de la boca el marinero, escupió y colocán-

dosela de nuevo entre los labios, miró hacia otro lado. El joven,

avergonzado de que su aspecto despertara sentimientos de ca-

ridad, pareció apresurar el paso, como temiendo arrepentirse

de su negativa.

Un instante después, un magnífico vagabundo, vestido inve-

rosímilmente de harapos, grandes zapatos rotos, larga barba

rubia y ojos azules, pasó ante el marinero, y éste, sin llamarlo

previamente, le gritó:

–Are you hungry?

No había terminado aún su pregunta, cuando el atorrante,

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mirando con ojos brillantes el paquete que el marinero tenía

en las manos, contestó apresuradamente:

–Yes, sir, I am very much hungry! (Si, señor, tengo harta

hambre.)

... Sonrió el marinero. El paquete voló en el aire y fue a caer

entre las manos ávidas del hambriento. Ni siquiera dio las gracias, y

abriendo el envoltorio calentito aún, sentóse en el

suelo, restregándose las manos alegremente al contemplar su

contenido. Un atorrante de puerto puede no saber inglés, pero nunca

se perdonaría no saber el suficiente como para pedir

de comer a uno que habla ese idioma.

El joven que pasara momentos antes, parado a corta dis-

tancia de allí, presenció la escena.

El también tenía hambre. Hacía tres días justos que no

comía, tres largos días. Y más por timidez y vergüenza que

por orgullo, se resistía a pararse delante de las escalas de los

vapores, a las horas de comida, esperando de la generosidad

de los marineros algún paquete que contuviera restos de guisos

y trozos de carne. No podía hacerlo, no podría hacerlo nun-

ca. Y cuando, como en el caso reciente, alguno le ofrecía

sus sobras, las rechazaba heroicamente, sintiendo que la nega-

tiva aumentaba su hambre.

Seis días hacía que vagaba por las callejuelas y muelles de

aquel puerto. Lo había dejado allí un vapor inglés procedente

de Punta Arenas, puerto en donde había desertado de un

vapor en que servía como muchacho de capitán. Estuvo un mes

allí, ayudando en sus ocupaciones a un austriáco pescador de

centollas, y en el primer barco que pasó hacia el norte embar-

cóse ocultamente.

Lo descubrieron al día siguiente de zarpar y enviáronlo a trabajar

en las calderas. En el primer puerto grande que tocó

el vapor lo desembarcaron, y allí quedó, como un fardo sin

dirección ni destinatario, sin conocer a nadie, sin un centavo

en los bolsillos y sin saber trabajar en oficio alguno.

Mientras estuvo allí el vapor, pudo comer, pero después...

La ciudad enorme, que se alzaba más allá de las callejuelas

llenas de tabernas y posadas pobres, no le atraía; parecíale

un lugar de esclavitud, sin aire, obscura, sin esa grandeza am-

plia del mar, y entre cuyas altas paredes y calles rectas la

gente vive y muere aturdida por un tráfago angustioso.

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Estaba poseído por la obsesión del mar, que tuerce las

vidas más lisas y definidas como un brazo poderoso una del-

gada varilla. Aunque era muy joven había hecho varios viajes

por las costas de America del Sur, en diversos vapores, desem-

peñando distintos trabajos y faenas, faenas y trabajos que en

tierra casi no tenían aplicación.

Después que se fue el vapor, anduvo y anduvo, esperando

del azar algo que le permitiera vivir de algún modo mientras

tomaba sus canchas familiares; pero no encontró nada. El

puerto tenía poco movimiento y en los contados vapores en

que se trabajaba no lo aceptaron.

Ambulaban por allí infinidades de vagabundos de profesión;

marineros sin contrata, como él, desertados de un vapor o pró-

fugos de algún delito; atorrantes abandonados al ocio, que se

mantienen de no se sabe qué, mendigando o robando, pasando

los días como las cuentas de un rosario mugriento, esperando

quién sabe qué extraños acontecimientos, o no esperando na-

da, individuos de las razas y pueblos más exóticos y extraños,

aun de aquellos en cuya existencia no se cree hasta no haber

visto un ejemplar vivo.

Al día siguiente convencido de que no podría resistir mu-

cho más, decidió recurrir a cualquier medio para procurarse

alimentos.

Caminando, fue a dar delante de un vapor que había llegado

la noche anterior y que cargaba trigo. Una hilera de hombres

marchaba, dando la vuelta, al hombro los pesados sacos, desde

los vagones, atravesando una planchada, hasta la escotilla de la

bodega, donde los estibadores recibían la carga.

Estuvo un rato mirando hasta que atrevióse a hablar con

el capatáz, ofreciéndose. Fue aceptado y animosamente formó parte

de la larga fila de cargadores.

Durante el primer tiempo de la jornada, trabajó bien; pero después

empezó a sentirse fatigado y le vinieron vahídos, vaci-

lando en la planchada cuando marchaba con la carga al hom-

bro, viendo que a sus pies la abertura formada por el costado

del vapor y el murallón del muelle, en el fondo de la cual, el

mar, manchado de aceite y cubierto de desperdicios, gloglo-

teaba sordamente.

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A la hora de almorzar hubo un breve descanso y en tanto

que algunos fueron a comer en los figones cercanos y otros

comían de lo que habían llevado, él se tendió en el suelo a

descansar, disimulando su hambre.

Terminó la jornada completamente agotado, cubierto de

sudor, reducido ya a lo último. Mientras los trabajadores se

retiraban, se sentó en unas bolsas acechando al capataz, y

cuando se hubo marchado el último, acercóse a él y confuso

y titubeante, aunque sin contarle lo que le sucedía, le pre-

guntó si podían pagarle inmediatamente o si era posible

conseguir un adelanto a cuenta de lo ganado.

Contestóle el capataz que la costumbre era pagar al final

del trabajo y que todavía sería necesario trabajar el día si-

guiente para concluir de cargar el vapor. ¡Un día más! Por

otro lado, no adelantaban un centavo.

–Pero –le dijo–, si usted necesita, yo podría prestarle unos

cuarenta centavos... No tengo más.

Le agradeció el ofrecimiento con una sonrisa angustiosa y

se fue.

Le acometió entonces una desesperación aguda. ¡Tenía

hambre, hambre, hambre! Un hambre que lo doblegaba como

un latigazo; veía todo a través de una niebla azul y al andar vacilaba

como un borracho. Sin embargo, no habría podido quejarse ni

gritar, pues su sufrimiento era obscuro y fatigante;

no era dolor, sino angustia sorda, acabamiento; le parecía que

estaba aplastado por un gran peso.

Sintió de pronto como una quemadura en las entrañas, y se

detuvo. Se fue inclinando, doblándose forzadamente y creyó

que iba a caer. En ese instante, como si una ventana se hubiera

abierto ante él, vio su casa, el paisaje que se veía desde ella,

el rostro de su madre y el de sus hermanos, todo lo que él

quería y amaba apareció y desapareció ante sus ojos cerrados

por la fatiga... Después, poco a poco, cesó el desvanecimiento

y se fue enderezando, mientras la quemadura se enfriaba des-

pacio. Por fin se irguió, respirando profundamente. Una hora

más y caería al suelo.

Apuró el paso, como huyendo de un nuevo mareo, y mien-

tras marchaba resolvió ir a comer a cualquier parte, sin pagar,

dispuesto a que lo avergonzaran, a que le pegaran, a que lo

mandaran preso, a todo; lo importante era comer, comer, co-

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mer. Cien veces repitió mentalmente esta palabra: comer,

comer, comer, hasta que el vocablo perdió su sentido, dejándole una

impresión de vacío caliente en la cabeza.

No pensaba huir; le diría al dueño: “Señor, tenía hambre,

hambre, hambre, y no tengo con qué pagar... Haga lo que

quiera”.

Llegó hasta las primeras calles de la ciudad y en una de

ellas encontró una lechería. Era un negocito muy claro y lim-

pio, lleno de mesitas con cubiertas de mármol. Detrás de un

mostrador estaba de pie una señora rubia con un delantal

blanquísimo.

Eligió ese negocio. La calle era poco transitada. Habría

podido comer en uno de los figones que estaban junto al

muelle, pero se encontraban llenos de gente que jugaba y

bebía.

En la lechería no había sino un cliente. Era un vejete de

anteojos, que con la nariz metida entre las hojas de un perió-

dico, leyendo, permanecía inmóvil, como pegado a la silla.

Sobre la mesita había un vaso de leche a medio consumir.

Esperó que se retirara, paseando por la acera, sintiendo que poco

a poco se le encendía en el estómago la quemadura de

antes, y esperó cinco, diez, hasta quince minutos. Se cansó y paróse

a un lado de la puerta, desde donde lanzaba al viejo

unas miradas que parecían pedradas.

¡Qué diablos leería con tanta atención! Llegó a imaginarse

que era un enemigo suyo, el cual, sabiendo sus intenciones, se

hubiera propuesto entorpecerlas. Le daban ganas de entrar y

decirle algo fuerte que le obligara a marcharse, una grosería

o una frase que le indicara que no tenía derecho a permanecer

una hora sentado, y leyendo, por un gasto tan reducido.

Por fin el cliente terminó su lectura, o por lo menos la

interrumpió. Se bebió de un sorbo el resto de leche que

contenía el vaso, se levantó pausadamente, pagó y dirigióse a

la puerta. Salió; era un vejete encorvado, con trazas de carpin-

tero o barnizador.

Apenas estuvo en la calle, afirmóse los anteojos, metió de nuevo

la nariz entre las hojas del periódico y se fue, caminando despacito

y deteniéndose cada diez pasos para leer con más detenimiento.

Esperó que se alejara y entró. Un momento estuvo parado

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a la entrada, indeciso, no sabiendo dónde sentarse; por fin

eligió una mesa y dirigióse hacia ella; pero a mitad de camino

se arrepintió, retrocedió y tropezó en una silla, instalándose después

en un rincón.

Acudió la señora, pasó un trapo por la cubierta de la mesa

y con voz suave, en la que se notaba un dejo de acento espa-

ñol, le preguntó:

–¿Qué se va usted a servir?

Sin mirarla, le contestó:

–Un vaso de leche.

–¿Grande?

–Sí, grande.

–¿Solo?

–¿Hay bizcochos?

–No; vainillas.

–Bueno, vainillas.

Cuando la señora se dio vuelta, él se restregó las manos

sobre las rodillas, regocijado, como quien tiene frío y va a

beber algo caliente.

Volvió la señora y colocó ante él un gran vaso de leche y

un platillo lleno de vainillas, dirigiéndose después a su puesto

detrás del mostrador.

Su primer impulso fue el de beberse la leche de un trago

y comerse después las vainillas, pero en seguida se arrepintió;

sentía que los ojos de la mujer lo miraban con curiosidad.

No se atrevía a mirarla; le parecía que, al hacerlo, conoceria su

estado de ánimo y sus propósitos vergonzosos y él tendría

que levantarse e irse, sin probar lo que había pedido.

Pausadamente tomó una vainilla, humedeciéndola en la leche

y le dio un bocado; bebió un sorbo de leche y sintió que

la quemadura; ya encendida en su estómago, se apagaba y

deshacía. Pero, en seguida, la realidad de su situación deses-

perada surgió ante él y algo apretado y caliente subió desde

su corazón hasta la garganta; se dio cuenta de que iba a

sollozar, a sollozar a gritos, y aunque sabía que la señora lo

estaba mirando, no pudo rechazar ni deshacer aquel nudo

ardiente que se estrechaba más y más. Resistió, y mientras

resistía, comió apresuradamente, como asustado, temiendo que

el llanto le impidiera comer. Cuando terminó con la leche

y las vainillas se le nublaron los ojos y algo tibio rodó por

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su nariz, cayendo dentro del vaso. Un terrible sollozo lo sa-

cudió hasta los zapatos.

Afirmó la cabeza en las manos y durante mucho rato lloró,

lloró con pena, con rabia, con ganas de llorar, como si nunca

hubiera llorado.

Inclinado estaba y llorando, cuando sintió que una mano

le acariciaba la cansada cabeza y una voz de mujer, con

un dulce acento español, le decía:

–Llore, hijo, llore…

Una nueva ola de llanto le arrasó los ojos y lloró con

tanta fuerza como la primera vez, pero ahora no angustiosa-

mente, sino con alegría, sintiendo que una gran frescura lo

penetraba, apagando eso caliente que le había estrangulado

la garganta. Mientras lloraba, parecióle que su vida y sus

sentimientos se limpiaban como un vaso bajo un chorro de

agua, recobrando la claridad y firmeza de otros días.

Cuando pasó el acceso de llanto, se limpió con su pañuelo

los ojos y la cara, ya tranquilo. Levantó la cabeza y miró a

la señora, pero ésta no le miraba ya, miraba hacia la calle,

a un punto lejano, y su rostro estaba triste.

En la mesita, ante él, había un nuevo vaso lleno de leche

y otro platillo colmado de vainillas; comió lentamente, sin

pensar en nada, como si nada le hubiera pasado, como si estu-

viera en su casa y su madre fuera esa mujer que estaba detrás

del mostrador.

Cuando terminó ya había obscurecido y el negocio se ilumi-

naba con la bombilla eléctrica. Estuvo un rato sentado, pen-

sando en lo que le diría a la señora al despedirse, sin ocurrír-

sele nada oportuno.

Al fin se levantó y dijo simplemente:

–Muchas gracias, señora; adiós…

–Adiós, hijo… –le contestó ella.

Salió. El viento que venía del mar refrescó su cara, caliente

aún por el llanto. Caminó un rato sin dirección, tomando

después por una calle que bajaba hacia los muelles. La noche

era hermosísima y grandes estrellas aparecían en el cielo de

verano.

Pensó en la señora rubia que tan generosamente se había

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conducido, e hizo propósitos de pagarle y recompensarla de

una manera digna cuando tuviera dinero; pero estos pensa-

mientos de gratitud se desvanecían junto con el ardor de su

rostro, hasta que no quedó ninguno, y el hecho reciente re-

trocedió y se perdió en los recodos de su vida pasada.

De pronto se sorprendió cantando algo en voz baja. Se

irguió alegremente, pisando con firmeza y decisión.

Llegó a la orilla del mar y anduvo de un lado para otro,

elásticamente, sintiéndose rehacer, como si sus fuerzas inte-

riores, antes dispersas, se reunieran y amalgamaran sólida-

mente.

Después la fatiga del trabajo empezó a subirle por las pier-

nas en un lento hormigueo y se sentó sobre un montón de

bolsas.

Miró el mar. Las luces del muelle y la de los barcos se extendían

por el agua en un reguero rojizo y dorado, tem-

blando suavemente. Se tendió de espaldas, mirando el cielo

largo rato. No tenía ganas de pensar, ni de cantar, ni de

hablar. Se sentía vivir, nada más.

Hasta que se quedó dormido con el rostro vuelto hacia el mar.

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El vaso de leche – Manuel Rojas

PREPARACIÓN DEL CUENTO

Introducción

“El vaso de leche” relata un episodio en la vida de un joven marinero que ambula

desesperadamente por los muelles de un puerto extraño, sin trabajo, sin comida, sin amigos. Es

un cuento con pasajes sumamente líricos pero el lirismo es predominantemente un lirismo de

pesadilla que describe la miseria que sufren el joven y los pobres que habitan el puerto. La

acción se desarrolla entre la dura realidad cotidiana del puerto y el fluir de la vida psíquica del

personaje. Escrito desde el punto de vista de los de abajo, es una fiel representación de la

angustia que puede sufrir el ser humano y hasta qué punto es capaz de soportar su miseria.

Cuando el protagonista llega al extremo de desesperación, nos preguntamos cómo se va a

resolver la crisis.

Al leer el cuento el participante va a notar la abundancia de voces e imágenes marítimas que

forman parte del léxico del marinero. También el cuento abunda en trozos poéticos y en

contrastes que forman la integridad de su estructura. Las sombras y ambigüedades sostienen el

suspenso hasta el final: ¿Es el mar una fuerza malévola que tuerce la vida del protagonista o es

un hermoso poder que lo libera de la esclavitud en la tierra? ¿Caerá el joven como víctima de sus

circunstancias o va a ser fiel a su humanidad y prevalecerse en la lucha por la vida?

Este cuento de aventura va a captar el interés de los participantes que indudablemente tendrán

muchos comentarios relativos a la dignidad del ser humano y la compasión que sentimos por el

sufrimiento del prójimo.

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 1 -

Primeras impresiones del coordinador sobre el

cuento

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 2 -

Aplicación del método: las cuatro categorías

Las notas que siguen son sólo sugerencias de cómo estudiar el texto. Después de leerlo, es

importante que cada coordinador trabaje el texto por sí mismo utilizando las diversas categorías

que integran nuestro método: poética, contrastes, sombras, temas. Luego debe formular

preguntas que le sirvan de marco para la discusión utilizando nuestras sugerencias.

Poética

A través de cuento hay descripciones líricas de la naturaleza, del ambiente y de los tipos y

costumbres marítimos. Pero el tono del lirismo fluctúa entre los pasajes más hermosos y unas

escenas de pesadilla lo cual establece el contraste que mantiene el suspenso del cuento.

1. Tipo clásico del marinero: “Afirmado en la barandilla de estribor, el marinero parecía

esperar a alguien. Tenía en la mano izquierda un envoltorio de papel blanco, manchado de

grasa en varias partes. Con la otra mano atendía la pipa.” (página 127, líneas 1-4.) “Sacóse la

pipa de la boca el marinero, escupió y colocándola de nuevo entre los labios, miró hacia el

otro lado.” (página 127, líneas 21-22.)

2. Tipo clásico del vagabundo: “Un instante después un magnífico vagabundo, vestido

inverosímilmente de harapos, grandes zapatos rotos, larga barba rubia y ojos azules, pasó

ante el marinero, y éste, sin llamarlo previamente, le gritó. (página 127, líneas 27-30.)

3. El mar como símbolo, a veces místico y seductor: “…se detuvo un instante, miró hacia el

mar y avanzó después, caminando por la orilla del muelle con las manos en los bolsillos,

distraído o pensando.” (página 127, líneas 5-8.) “…llegó a la orilla del mar y anduvo de un

lado para otro elásticamente, sintiéndose rehacer...” (página 134, líneas 8-9.) “Miró el mar.

Las luces del muelle y las de los barcos se extendían por el agua en un reguero rojizo y

dorado…” (página 134, líneas 15-19.)

4. Otras veces el mar parece ser destructor y maléfico: El mar es la personificación de una

fuerza humana. “Estaba poseído por la obsesión del mar, que tuerce las vidas más lisas y

definidas como un brazo poderoso una delgada varilla.” (página 129, líneas 1-3.)

5. Los puertos y la ciudad frecuentemente están retratados como lugares infernales donde el

hombre se pierde y sufre angustiosamente condenado a la esclavitud o a morirse de hambre:

“…parecíale un lugar de esclavitud, sin aire, oscura, sin esa grandeza amplia del mar, y entre

cuyas altas paredes y calles rectas la gente vive y muere aturdida por un tráfago angustioso.”

(página 128, líneas 37-40.) “Una hilera de hombres marchaba, dando la vuelta, al hombro los

pesados sacos…” (Página 129, líneas 25-28.) “Ambulaban por allí infinidad de vagabundos

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 3 -

de profesión, marineros sin contrata…mendigando o robando, pasando los días como las

cuentas de un rosario mugriento… (página 129, líneas 12-20.)

6. La reiteración de la negativa “sin” que se encuentra con frecuencia en el texto presta énfasis

en la falta y la ausencia de lo básico, lo esencial, que sustenta al ser humano - sea el alimento

para el cuerpo o la ternura para el alma.

7. El hombre ensucia y corrompe el mar sórdidamente con sus desperdicios y el aceite industrial

El joven marinero teme desmayarse y caerse en el agua contaminada entre el muelle y el

barco como si fuera una fosa: “…le vinieron vahídos, vacilando en la planchada cuando

marchaba con la carga al hombro, viendo a sus pies la abertura…el mar, manchado de aceite

y cubierto de desperdicios, glogoteaba sordamente.” (página 129, líneas 33-38).

8. La imagen marítima que expresa la congoja del joven. “Una nueva ola de llanto le arrasó los

ojos…” (página 133, línea 10.)

9. El mar también puede tranquilizar y adormecer al alma turbia: “Hasta que se quedó dormido

con el rostro vuelto hacia el mar.” (página 134, línea 20.)

10. El uso de ironía: “Un atorrante de puerto no puede no saber inglés, pero nunca se perdonaría

no saber el suficiente como para pedir de comer a uno que hable ese idioma.” (página 128,

líneas 9-11.)

11. La descripción vívida y realista de un hambriento “restregándose la manos alegremente”

contemplando la comida que va a devorar. (página 128, líneas 5-8.)

12. Figuras de retórica como la paradoja o la incompatibilidad para expresar ideas o valores que

parecen ser imposibles de conciliar: “No podía hacerlo, no podía hacerlo nunca. Y cuando,

en el caso reciente, alguno le ofrecía sus sobras, las rechazaba heroicamente, sintiendo que la

negativa aumentaba su hambre.” (página 128, líneas 19-22.)

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 4 -

Contrastes

La oposición entre diversos elementos en el relato forma la estructura. El mar inmenso y libre

contrasta con las callejuelas del puerto, la esclavitud de los estibadores con el marinero

trabajando su oficio en el vapor, lo sucio con lo limpio y claro, la fuerza con la ternura.

1. El uso del inglés del marinero en el buque y la traducción al español (entre paréntesis)

representa el hiato que existe entre el marinero en el barco que forma parte de los de arriba y

los hombres en el muelle que son los de abajo - tanto en términos literales como figurativos.

“-I say; look here! (¡Oiga, mire!)” Es una composición a modo de diálogo que forma tensión.

2. Hay una oposición clara entre el aspecto físico, la actitud y la postura del marinero y los

hombres sin trabajo en el muelle. “Sacóse la pipa de la boca el marinero, escupió y

colocándosela de nuevo entre los labios, miró hacia otro lado. El joven, avergonzado de que

su aspecto despertara sentimientos de caridad, pareció apresurar el paso. ” (página 127,

líneas 21-24.)

3. La vida a bordo del vapor donde hay trabajo y comida contrasta mucho con la vida y el

ambiente de la ciudad: “Mientras que estuvo allá el vapor, pudo comer, pero después… en la

ciudad enorme, que se alzaba más allá de las callejuelas…” (página 128, líneas 35-37.)

4. En el mar el hombre florece, en cambio, el ambiente de la ciudad sofoca y entorpece.

“…parecíale un lugar de esclavitud, sin aire oscura, sin esa grandeza amplia del mar…”

(página 128, líneas 37-39.)

5. A veces el mar “tuerce las vidas” (página 129, líneas 1-2.) y otras veces tranquiliza el ánimo

(“Llegó a la orilla del mar…sintiéndose rehacer…”) (página 134, líneas 8-9.)

6. La escena del joven en la calle esperando impacientemente que salga el vejete relajado es un

estudio clásico en conflicto y oposición. “¡Qué diablos leería con tanta atención! Llegó a

imaginarse que era un enemigo suyo…” (página 131, líneas 14-27.)

7. Los otros trabajadores van a almorzar a los fogones o tabernas, en cambio, el joven encuentra

una lechería. “Era un negocio claro y limpio, llenas de mesitas y cubiertas de mármol.”

(página 131, líneas 8-9.)

8. El joven se mueve más por timidez y vergüenza que por orgullo. “Y más por timidez y

vergüenza que por orgullo, se resistía a pararse delante de las escalas, a las horas de las

comidas.” (página 128, líneas 15-18.)

9. El contraste entre la vida exterior y la vida interior del protagonista. Es una paradoja que

parece unir dos cosas imposibles de conciliar – la sonrisa y la angustia. “–Pero –le dijo-, si

usted necesita, yo podría prestarle unos cuarenta centavos…No tengo más. /-Le agradeció el

ofrecimiento con una sonrisa angustiosa y se fue.” (página 130, líneas 16-19.)

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 5 -

10. El contraste entre la impaciencia de la juventud y la demora de la vejez en la escena de la

lechería. “Se cansó y paróse a un lado de la puerta, desde donde lanzaba al viejo unas

miradas que parecían pedradas.” (página 131, líneas 22-24.)

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 6 -

11. La ternura maternal de la señora rubia en la lechería se encuentra en oposición con la ley

exigente paternal del capataz. “¡Un día más! Por otro lado no adelantaban un centavo.”

(página 130, líneas 13-14.)

12. El marinero le tira la comida; la señora le sirve la leche y las vainillas.

Sombras

1. No se sabe nada del pasado de la familia del joven ni el motivo por qué deja su hogar menos

en el instante de reflexión y melancolía que sintió cuando estaba desesperado. “…como si

una ventana se hubiera abierto ante él, vio su casa, el paisaje que se veía desde ella, el rostro

de su madre y el de sus hermanos, todo lo que él quería y amaba…” (página 130, líneas 29-

32.)

2. No sabemos por qué es tan tímido hasta el punto de rechazar la comida cuando sufre tanta

hambre. (página 128, líneas 20 22.)

3. ¿Por qué desertó del vapor donde servía de muchacho del capitán? “Lo había dejado allí un

vapor inglés procedente de Punta Arenas, puerto en donde había desertado de un vapor en

que servía como muchacho del capitán”. (página 128, líneas 24-26.)

4. ¿En qué piensa la señora cuando mira hacia la calle? “Levantó la cabeza y miró a la señora,

pero ésta no le miraba ya, miraba hacia la calle, a un punto lejano, y su rostro estaba triste.

(página 133, líneas 18-20.)

5. El sufrimiento del joven es doble y complejo. Parece que existe más en su espíritu que en su

cuerpo. “Un hambre que lo doblegaba como un latigazo; veía todo a través de una niebla azul

y al andar vacilaba como un borracho. Sin embargo no podía quejarse ni gritar, pues su

sufrimiento era obscuro y fatigante; no era dolor, sino angustia sorda, acabamiento…”

(página 130, líneas 20-25.)

6. ¿Adónde va el joven después? ¿Seguirá como marinero de vapor en vapor o regresará al

hogar que tanto añora? ¿Va a convertirse en otro vagabundo de profesión, mendigando y

robando?

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 7 -

Temas

1. El mar como una obsesión. El joven cree que el mar es una fuerza que tuerce las vidas.

También el mar atrae y tranquiliza el joven.

“Estaba poseído por la obsesión del mar, que tuerce las vidas más lisas…” (página 129,

líneas 1-3.)

“Llegó a la orilla del mar y anduvo de un lado para otro, elásticamente, sintiéndose

rehacer…” (página 134, líneas 8-20.)

2. Las causas y los efectos de la timidez y la vergüenza.

- “Y más por timidez y vergüenza que por orgullo, se resistía a pararse…” (página 128, líneas

15-16.)

- “Esperó que se retirara, paseando por la acera…” (página 131, líneas 20-24.)

3. La vida de los de abajo y su sufrimiento físico y emocional.

“Cien veces repitió mentalmente esta palabra: comer, comer, comer, hasta que el vocablo

perdió su sentido, dejándole una impresión de vacío caliente en la cabeza. (página 131, líneas

1-3.)

4. La añoranza de hogar que siente el joven y la melancolía que sufre.

-“En ese instante, como si una ventana se hubiera abierto ante él, vio su casa, el paisaje que

se veía desde ella, el rostro de su madre…” (página 130, líneas 29-36.)

5. La importancia de la compasión y la ternura para el ser humano.

- “Inclinado estaba y llorando cuando sintió que una mano le acariciaba la cansada cabeza…”

(página 133, líneas 6-8.)

6. La desesperación del ser humano cuando sufre hambre, pobreza y soledad.

- “…resolvió ir a comer a cualquier parte, sin pagar, dispuesto a que lo avergonzaran, a que

le pegaran, a que lo mandaran preso. (página 130, líneas 38-40.)

7. Los jóvenes y su lucha por la vida y la identidad. ¿Es el destino del protagonista ser

vagabundo o es capaz de rehacerse? (página 134, líneas 8-9.)

8. La belleza de la naturaleza y su efecto en el joven.

- “Se tendió de espaldas, mirando el cielo largo rato. No tenía ganas de pensar, ni de cantar,

ni de hablar. Se sentía vivir, nada más.” (página 134, líneas 17-19.)

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 8 -

Notas del coordinador

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 9 -

LA SESIÓN : EL ENCUENTRO CON LOS PARTICIPANTES

Presentación del cuento al grupo

Lectura en voz alta

Algunas observaciones sobre el autor, el país, etc.

Manuel Rojas nació en Argentina en 1896 de padres chilenos y se trasladó a Chile a los 16 años.

En su juventud desempeñó varios oficios ganándose el pan como jornalero del puerto, trabajador

en el campo y en el ferrocarril trasandino. Sus experiencias trabajando con los humildes le

servirían después como inspiración para los personajes y escenarios que se encuentran en sus

cuentos y novelas. Autodidacta y escritor prolífico, cultivó todos los géneros destacándose en el

cuento y la novela. Entre los muchos premios literarios que se le otorgaron se encuentran el

Premio Nacional de Literatura por la novela Lanchas en la bahía, publicada en 1932 y el Premio

Municipal por su novela Hijo de ladrón (1951), considerada como una de las mejores novelas de

Hispanoamérica. Fue profesor en la Universidad de Chile y. dictó conferencias en muchos países

hispanoamericanos y los Estados Unidos. Es el autor de muchos cuentos excelentes, tales como

“Laguna,” “El bonete maulino” y “El vaso de leche.” Manuel Rojas murió en Santiago de Chile

en 1972.

Se puede mostrar un mapa de América Latina que indique la localización de Chile y hablar sobre

la geografía del país desde el desierto del Atacama del norte y los puntos más altos de los Andes

hasta los varios puertos marítimos como Valparaíso y Concepción en la costa del Pacífico y

Punta Arenas en Magallanes.

Vocabulario

página 128 línea 1 estribor voz marítima: costado derecho del navío.

página 128 línea 22 centollas crustáceo, especie de araña del mar.

página 128 línea 22 Punta Arenas llamada a veces Magallanes, capital y

puerto de la provincia de Magallanes,

situada en el extremo sur de Chile.

página 128 línea 32 fardo un bulto grande.

página 128 línea 32 atorrante voz argentina: ocioso, holgazán, vago.

página 129 línea27 planchada tablado a la orilla del río para el embarco y

desembarco.

página 129 línea 27 escotilla abertura que se hace en las cubiertas para el

servicio del buque.

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 10 -

página 130 líneas 1-2 figón fonda o taberna de inferior categoría.

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 11 -

Alternativas para la discusión

La discusión se puede abordar de diferente maneras, pero siempre recordando que nuestro

método va del texto a la gente y de la gente al texto utilizando las categorías: poética, contrastes,

sombras y temas. Estas categorías no hay que utilizarlas en ningún orden especial, ni agotarlas

antes de proceder con otra. Por otra parte, el coordinador debe pensar también en unas preguntas

dirigidas a los participantes para ayudarlos a expresar cómo sienten el cuento en relación a su

vida. La propia discusión va abriendo el camino para las preguntas. Muchas veces a pesar de

habernos situado desde una estrategia, vemos cómo la discusión se desvía naturalmente de forma

no planificada, pero igualmente válida. Cada sesión toma vida propia y es precisamente en esta

flexibilidad que reside la vitalidad del programa.

Preguntas

Nota: Ppoética Ccontraste Ssombra Ttema Vvida

_____________________________________________________________________________

1. El marinero en el barco parecía esperar a alguien. ¿Qué aspecto físico tiene? ¿Cómo

es su actitud y cómo contrasta su postura con la del joven en el muelle? ¿Qué nos

revela la postura de una persona? (página 127, líneas 1-8, página 128, línea 5.) CPTV

2. ¿Por qué le habló el marinero al joven en inglés? ¿Cómo se explica el uso del inglés

en el diálogo entre el marinero y los dos hombres en el muelle? ¿Habla usted dos o

más idiomas? ¿Qué ventajas tienen las personas bilingües? ¿Cree usted que debemos

estudiar para aprender los idiomas de otras culturas? (página 127, líneas 10-14,

página 128, líneas 3-4.) CPTV

3. Después pasó por el muelle un “magnífico” vagabundo. (página 127, líneas 27-30.)

¿Cómo puede ser “magnífico” un vagabundo? ¿Cómo se viste el vagabundo? ¿Por

qué se viste así? ¿Qué nos revela la manera de vestirse de una persona? ¿Cómo le

gusta vestirse a usted? CPS

4. El joven tenía hambre. Hacía tres días que no comía; sin embargo, rechazó la comida

que le ofreció el marinero. ¿Por qué? (página 127, líneas 22-25.) ¿Cómo pueden la

vergüenza y la timidez afectar nuestro comportamiento o bienestar? PSV

5. El joven siempre rechazaba heroicamente las sobras de la comidas. (página 128,

líneas 19-22.) ¿Qué significa “heroicamente rechazaba” y por qué creía que la

negativa aumentaba su hambre? PSTV

6. El vagabundo, en cambio, aceptó las sobras de la comida y las comió alegremente. El

joven que sufría tanta hambre lo observó a corta distancia. (página 128, líneas 6-13.)

Si estuviera usted muriendo de hambre, ¿cómo se sentiría usted al observar a otra

persona comiendo así tan a gusto? CPTV

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 12 -

7. El protagonista había desertado de un vapor donde servía de muchacho al capitán y

había dejado el trabajo que tenía con un pescador. (página 128, líneas 18-31.) ¿Por

qué cree usted que abandonó los dos trabajos? STV

8. ¿Qué sensación nos produce la repetición de la palabra “sin” en la frase que sigue:

“…lo desembarcaron, y allí quedó, como un fardo sin dirección ni destinatario, sin

conocer a nadie, sin un centavo en los bolsillos y sin saber trabajar en oficio alguno.”

(página 128 líneas 32-34). ¿Qué nos sugiere la expresión “…allí quedó como un

fardo?” ¿Alguna vez en su vida se ha encontrado usted en un país extraño sin saber el

idioma, sin un centavo en el bolsillo? STV

9. Para procurarse alimentos, el joven se puso a trabajar llevando sacos pesados de trigo

con un grupo de estibadores, pero pronto sintió fatigado, le vinieron vahídos y tuvo

que dejar el trabajo. (página 129, líneas 32-35.) ¿Jamás ha trabajado usted hasta el

punto de desmayarse? TV

10. El joven sufría un gran dolor físico, “Un hambre que lo doblegaba como un

latigazo…” También sentía un decaimiento espiritual, “…su sufrimiento era oscuro y

fatigante; no era dolor, sino angustia sorda, acabamiento; le parecía que estaba

aplastado por un gran peso.” (página 130, líneas 24-26.) ¿Cree usted que el

sufrimiento físico siempre está relacionado con un decaimiento moral? ¿Qué es la

angustia? ¿Qué pueden ser algunas causas de la angustia? PSTV

11. Al joven le atacó “una desesperación aguda” (página 130, línea 20). Resolvió ir a

comer sin pagar; ya no le importaba la vergüenza ni la cárcel: “Señor, tenía hambre,

hambre, hambre, y no tengo con qué pagar…haga lo que quiera.” (página 131, líneas

4-6). Se dice que la desesperación es la pérdida de la esperanza y la peor de las

calamidades. Cuando estamos desesperados, ¿hasta qué extremos somos capaces de

recurrir para sobrevivir? ¿Tenemos el derecho de no sufrir el hambre hasta recurrir al

robo? PSTV

12. ¿Por qué optó por ir a la lechería en vez de ir a comer en uno de los figones? (página

131, líneas 7-15.) ¿Cómo contrastan los figones con la lechería? ¿Adónde iría usted? CPTV

13. Describa la actitud del vejete en la lechería. ¿Cómo contrasta su actitud con la del

joven esperando en la calle? ¿Cómo llegó el joven a imaginarse que el vejete era su

enemigo? (página 131 líneas 16-31.) CPS

14. Después de tomar la leche, se puso a llorar. Entonces sintió una mano que le

acariciaba la cabeza y al oír la voz de mujer que le decía, “Llore, hijo, llore…”,

empezó a llorar con alegría. (página 133, líneas 6-9.) ¿Cómo explica usted su

reacción? ¿Cuánto tiempo hace que usted no ha llorado? ¿Lloran las mujeres más que

los hombres? ¿Cree usted que es saludable llorar así? ¿Cómo sintió el joven después

de pasar el acceso de llanto? (página 133, líneas17-20.) ¿Por qué lloramos? ¿Por qué

a veces lloran los mariachis cuando cantan? ¿Es macho llorar? ¿Cómo reaccionamos

cuando recibimos caricias o cariñitos? PT

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 13 -

15. Después de comer, el joven hizo propósitos de pagarle cuando tuviera dinero, pero

pronto estos pensamientos de gratitud se desvanecían. ¿Por qué? (pagina 134, líneas

1-4.) PSTV

16. Después de agradecerle a la señora, el joven salió a la calle. Era una noche de verano

hermosa. Relean y comenten los pasajes poéticos que describen la hermosura de la

noche. (página 133, líneas 33-37 y página 134, líneas 6-21.) ¿Cree usted que la

naturaleza puede ensanchar el espíritu del hombre? ¿Cómo afectó al joven? ¿Cómo le

afecta a usted? ¿Le gusta mirar las estrellas y el mar? ¿Camina usted por el parque a

menudo? Comente usted este trozo: “De pronto el joven se sorprendió cantando en

voz baja.” (página 134, líneas 6-7.) ¿Por qué cree usted que se puso a cantar? ¿Cree

usted que el llanto está relacionado con el canto? ¿Canta usted a veces? PSTV

17. A través del cuento parece que el mar le sigue fascinando al joven y le tiene una

atracción fuerte Por ejemplo, “…miró hacia el mar” (página 127, líneas 5-8);

“...Llegó a la orilla del mar…” (página 134, líneas 8-11.); “Miró el mar.” (página 134,

líneas 15-19.); y al final del cuento, “…se quedó dormido con el rostro vuelto hacia el

mar.” (página 134, líneas 21-22.) ¿Qué significado puede tener el mar para el joven?

¿Cómo se explica esta atracción? ¿Puede usted encontrar otros pasajes en el cuento

que tienen referencia al mar? Y a usted, ¿le atrae el mar? PST

18. .En el texto las descripciones hermosas y líricas contrastan fuertemente con las de

angustia, de sufrimiento y pesadez. Compárense los pasajes hermosos del mar al final

del cuento con los ejemplos que siguen: “paréciale un lugar de esclavitud, sin aire,

obscura, sin esa grandeza amplia del mar, entre cuyas altas paredes y calles rectas la

gente vive y muere aturdida por un tráfago angustioso.” (página 128, líneas 37-40.)

También vean ustedes el pasaje que describe a los vagabundos y marineros que

ambulan sin contrata en el puerto “pasando los días como las cuentas de un rosario

mugriento…” (página 129, líneas 13-20.) ¿Cree usted que el ambiente puede influir

mucho en el estado de ánimo del hombre? ¿Cómo está relacionado con el bienestar

del joven protagonista? CPST

19. El diccionario dice que la compasión es el movimiento del alma que nos hace

sensibles al mal que padece alguna persona. ¿Cómo le afectó al joven la compasión

que le mostró la mujer en la lechería? ¿Qué importancia tiene la caricia en la cabeza

que le dio la señora? ¿Cómo le afecta a usted el cariño? ST

20. ¿Qué clase de persona es este joven marinero? ¿Cómo es su carácter? ¿De dónde es y

cómo se encuentra trabajando en buques en puertos extraños? ¿Es el joven como los

demás marineros sin contrata que ambulan por los muelles del puerto o es diferente?

Si lo es, ¿cómo es diferente. ¿Es fiel a su integridad? ¿Luchará por su dignidad o va a

dejarse vencido por las circunstancias? CS

21. ¿Qué simboliza el vaso de leche? ¿Por qué lleva el cuento por título “El vaso de

leche?” ¿Hay algún significado o relación que existe entre la lechería clara y limpia,

la mujer simpática, el vaso de leche y las vainillas? ¿Nos recuerda una etapa de la

vida? ST

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 14 -

Notas del coordinador después de la sesión

Cuaderno – El vaso de leche – Manuel Rojas - 15 -

SUGERENCIAS PARA FUTURAS LECTURAS

Rojas, Manuel. Hijo de ladrón. 1951 (Novela)

____________. Cuentos del sur. 1963.

Neruda, Pablo. El mar y las campanas. 2000. (Poesía)