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95 Curso INTERVENCIÓN FAMILIAR SISTÉMICA — KINE Centro de Terapia Familiar y de Pareja Barcelona - www.kine.org — 2006 Autor: LUIS SANTIAGO ALMAZÁN 1999 - Reservados todos los derechos 5 Tema Sistémica PRIMERA Y SEGUNDA CIBERNÉTICA 5.1 La retroalimentación negativa 5.2 La retroalimentación positiva Familia TRANSICIÓN Y CAMBIO (II) 5.3 Etapas del ciclo vital Intervención INTERVENIR EN EL SISTEMA FAMILIAR (I) 5.4 La alianza terapéutica 5.5 Acomodación y Reestructuración El Personaje Jay Haley Centro KINE 5 Modelo Sistémico Aplicado a Familias Contenido

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Autor: LUIS SANTIAGO ALMAZÁN

1999 - Reservados todos los derechos

5 Tema

♦ Sistémica PRIMERA Y SEGUNDA CIBERNÉTICA

5.1 La retroalimentación negativa 5.2 La retroalimentación positiva

♦ Familia TRANSICIÓN Y CAMBIO (II)

5.3 Etapas del ciclo vital

♦ Intervención INTERVENIR EN EL SISTEMA FAMILIAR (I)

5.4 La alianza terapéutica 5.5 Acomodación y Reestructuración

♦ El Personaje Jay Haley

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Modelo Sistémico Aplicado a Familias

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5 Tema

E xisten dos tipos de retroali-

mentación: la negativa y

la positiva (Watzlawick, 1981).

Hay que empezar por decir que

aquí positivo o negativo no tiene

una connotación de bueno-malo

sino que hace referencia a su-

mar en el caso de la retroali-

mentación positiva y restar en

el caso de la negativa. Empece-

mos por esta última.

Partiendo de un sistema que se

encuentra en equilibrio, diremos

que ese sistema funciona con

retroalimentación negativa

si, al producirse un desequili-

brio, el sistema tiene capacidad

de volver a recuperar el equili-

brio. Es decir, si corrige la des-

viación que se había producido y

recupera el estado anterior.

Un ejemplo de retroalimentación

negativa sería el de una persona

que camina por un pasillo estre-

cho con los ojos tapados y se

ayuda de un bastón. Cada vez

que el bastón choca con la pa-

red es una información que el

sujeto recibe y que utilizará pa-

ra “corregir” sus pasos en la di-

rección adecuada. El objetivo,

por tanto, es corregir las desvia-

ciones para mantener la línea

recta y llegar a la meta.

Otro ejemplo de aparato que

funciona con retroalimentación

negativa es la cisterna del WC.

Al tirar de la cadena, la cisterna

se vacía del agua. Al bajar el ni-

vel de la misma, la boya des-

ciende y hace que se abra el pa-

so del agua, con lo que la cister-

na se vuelve a llenar. A medida

que sube el nivel del agua, la

boya flotante va cerrando el pa-

5.1 La retroalimentación negativa

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so, hasta que la cisterna queda

llena de agua y con el paso ce-

rrado. Al volver a tirar de la ca-

dena se repite el proceso.

Un concepto vinculado a la re-

troalimentación negativa es el

concepto de homeostasis. La

homeostasis es la capacidad de

un sistema de mantener su es-

tado constante, y esto lo consi-

gue mediante la retroalimenta-

ción negativa. El término provie-

ne de la fisiología. Fue Claude

Bernard, fisiólogo francés del si-

glo XIX, quien lo introdujo al

hablar de que “la estabilidad del

medio interno es una condición

de vida libre”. En 1926, el fisió-

logo norteamericano, Walter

Cannon, acuñó el nombre de

homeostasis para referirse a

los mecanismos autorregulado-

res que tienden a mantener

unas condiciones internas cons-

tantes, tales como la tempera-

tura y los niveles de líquidos.

Etimológicamente el término

proviene del griego: “homeo”

significa igual y “stasis” que

significa estado.

Un ejemplo típico de sistema

homeostático que funciona me-

diante la retroalimentación ne-

gativa es el termostato. Este

dispositivo regula automática-

mente la temperatura de un sis-

tema, por ejemplo, una habita-

ción, manteniéndola constante

dentro de unos parámetros pre-

viamente fijados.

Don Jackson (1977) aplicó el

concepto de homeostasis

(también llamado morfostasis)

a los sistemas familiares. Este

autor usó el término para refe-

rirse a aquellas familias con ex-

cesiva rigidez y con un potencial

de desarrollo muy limitado. Por

eso, en un principio, entre los

terapeutas familiares el concep-

to de homeostasis quedó ligado

a la idea de sistema familiar dis-

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funcional. Sin embargo, hay que

tener en cuenta que una cierta

dosis de homeostasis es necesa-

ria que exista en las familias pa-

ra que permanezcan estables

frente a los estímulos negativos

del medio

Un sistema se vuelve disfuncio-

nal cuando intenta retener rígi-

damente los mecanismos de

equilibrio, que en algún momen-

to de su historia fueron útiles

pero que ahora ya no lo son. En

este sentido diremos que las fa-

milias en las que un miembro ha

desarrollado un síntoma, son fa-

milias rígidamente homeostá-

ticas. La familia se organiza al-

rededor del miembro sintomáti-

co mediante una homeostasis

que hiperfunciona, teniendo, por

tanto, gran dificultad para cam-

biar las relaciones disfunciona-

les. El síntoma mantiene esta-

ble el sistema familiar. Pero en

este caso, la estabilidad no es lo

adecuado porque no permite la

evolución en las relaciones fami-

liares. Así pues: mientras exista

un miembro sintomático,

la familia no cambia;

y

mientras la familia

no cambie

el síntoma persistirá.

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P artiendo de un sistema que

se encuentra en equilibrio,

diremos que ese sistema funcio-

na con retroalimentación po-

sitiva si, cuando se produce un

desequilibrio, el sistema aumen-

ta ese desequilibrio. Es decir, si

amplifica esa desviación y va

evolucionando con más cambios

(Watzlawick, 1981).

Por ejemplo, una pequeña grieta

en una roca acumula agua;

cuando el agua se hiela, la grie-

ta se hace más grande. Una

grieta mayor acumula más

agua, lo que hace, que al con-

gelarse, la grieta se haga ma-

yor. Una cantidad suficiente de

agua hace posible, entonces,

que algunos organismos peque-

ños vivan allí; la acumulación de

materia orgánica hace posible, a

su vez, que comience a crecer

una planta en la grieta; las raí-

ces de la planta aumentan el ta-

maño de la grieta. Al cabo de

mucho tiempo observamos có-

mo un árbol ha podido desarro-

llarse en un paraje rocoso. En

este sentido, lo que observamos

es una evolución del sistema.

Un concepto vinculado a la re-

troalimentación positiva es el

concepto de morfogénesis. La

morfogénesis es la capacidad de

un sistema de evolucionar y

cambiar, y esto lo consigue me-

diante la retroalimentación posi-

tiva.

El término proviene de la biolo-

gía y se usa para designar el

proceso de elaboración de las

formas en los seres vivos. Fue

5.2 La retroalimentación positiva

Primera y Segunda cibernética

Sistémica

Un árbol desarrollándose

en una zona rocosa

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en 1950 cuando el matemático

inglés Alan Turing elaboró los

primeros intentos de matemati-

zación de procesos morfogenéti-

cos.

Así pues, el resultado de la mor-

fogénesis es un aumento de la

diferenciación de las partes

componentes del sistema, por

medio de la cual cada sistema

desarrolla su propia compleji-

dad. Un ejemplo de morfogéne-

sis es el desarrollo evolutivo del

embrión a feto.

Veíamos que en la homeostasis

se enfatiza la autocorrección

del sistema.

Sin embargo, en la morfogéne-

sis se enfatiza la autodirección

del sistema.

Las relaciones interpersonales,

los grupos humanos, las organi-

zaciones, etc, utilizan la morfo-

génesis para permitir que las re-

laciones cambien y el sistema

evolucione.

La familia sana utiliza ambos

procesos, homeostáticos y mor-

fogenéticos, según el momento

o etapa, los cuales permiten

conseguir el objetivo, que es

mantener l a identidad

(homeostasis) como grupo, al

tiempo que se favorece la auto-

nomía (morfogénesis) de sus

miembros.

Siguiendo al autor Speer, dire-

mos que la viabilidad describe

el grado en que un sistema fa-

miliar es capaz de utilizar am-

bos tipos de procesos apropia-

damente (Walrond-Skinner,

1978).

Primera y Segunda cibernética

Sistémica

Homeostasis Primera Cibernética

Cuando un sistema utiliza la

retroalimentación negativa, el sistema se autocorrige y

vuelve al estado inicial (no cambia)

Morfogénesis Segunda Cibernética

Cuando un sistema utiliza la

retroalimentación positiva, el sistema pasa a otro estado y

evoluciona (cambia)

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Etapa I

Constitución de la pareja

El hecho de convertirse en pa-

reja implica que dos personas,

provenientes de familias distin-

tas, elaboren sus propias reglas

de funcionamiento.

La primera crisis puede apare-

cer al poco tiempo de empezar a

vivir en pareja estable debido a

la necesidad de tener que nego-

ciar un gran número de cuestio-

nes: tareas domésticas, econo-

mía, amistades, diversión, rela-

ción sexual, contactos con las

familias de origen respectivas,

etc. Algunas de estas cuestiones

tal vez fueron habladas antes de

decidir irse a vivir juntos, pero

muchas de ellas son imposibles

de prever antes de la conviven-

cia estable.

Al principio la pareja intentará

evitar las discusiones para no

entrar en conflicto, por el deseo

de que la relación marche bien.

Pero poco a poco cada miembro

descubre, consciente o incons-

cientemente, que el otro no es

como uno lo había creado en su

mente y, entonces, aparecen las

primeras decepciones y los pri-

meros conflictos. Esta es una

oportunidad para que la pareja,

gracias a la crisis, pueda empe-

zar a evolucionar para ir co-

creando entre los dos la rela-

ción.

En esta primera fase la pareja

puede entrar en luchas de po-

der. Posiblemente la forma de

manejar el poder sea diferente

por cada miembro de la pareja.

Pero tanto poder tiene el que se

siente abiertamente fuerte (en

lo económico, en lo social o en

lo intelectual), como el que con-

sigue lo que quiere a través de

mostrarse débil, necesitado de

protección o desarrollando un

síntoma.

La pareja debe aprender a mar-

car límites claros con respecto

a las familias de origen. A su

vez, los padres deben aprender

a saber tratar de forma diferen-

te a los hijos cuando ya viven

en pareja. Si esto no ocurre la

pareja tendrá conflictos graves.

Así, por ejemplo, un hijo apega-

do excesivamente a su familia

de origen experimentará un

conflicto de lealtades entre

sus padres y su mujer: si me

pongo de parte de mi mujer mi

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5.3 Etapas del ciclo vital

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familia se sentirá mal, y vice-

versa. Por el contrario, a la mu-

jer se le hará insoportable ver

que su marido no toma partido

por ella y no la apoya cuando se

siente descalificada por la fami-

lia de él. Metafóricamente dire-

mos que este hijo sigue todavía

“casado” con su familia de ori-

gen.

La involucración paterna en una

pareja puede ser causa de gra-

ves desavenencias entre ellos.

Esta involucración se debe tanto

a la necesidad de unos padres

de querer seguir teniendo al hijo

con ellos por el vacío que repre-

senta su ausencia, como por la

dificultad de un hijo en poner lí-

mites a sus padres, al sentirse

obligado hacia su familia a tra-

vés de reglas secretas y mitos.

Algunas parejas intentan delimi-

tar su propio territorio en forma

totalmente independiente, cor-

tando toda relación con las fa-

milias de origen. Esto puede re-

presentar también dificultades

ya que tiende a desgastar a la

pareja al no contar con fuentes

de apoyo en momentos críticos,

como enfermedad o cualquier

otro problema. Siempre que sea

posible, lo ideal es que la pareja

mantenga un vínculo emocional

con la familia de origen de cada

uno pero consiguiendo una in-

dependencia.

Metafóricamente podríamos de-

cir que cada miembro va a la

pareja cargado con la “mochila”

de su familia de origen. El obje-

tivo es que poco a poco cada

uno vaya vaciando parte de esa

mochila y entre los dos llenen la

nueva mochila de la pareja, que

al inicio de la relación está, ló-

gicamente, bastante vacía.

Por último no hay que olvidar

que los conflictos que la pareja

no aborda quedan enquistados y

que muchos años más tarde,

cuando los hijos se emancipan y

la pareja se vuelve a quedar so-

la, pueden reaparecer.

Etapa II

Convertirse en padres

El nacimiento del primer hijo

ocasiona en la pareja un impac-

to importante ya que determina

un cambio significativo en la es-

tructura de la familia. Pasar de

ser dos a ser tres exige una re-

organización muy significativa

en cuanto a multitud de tareas y

situaciones.

Algunas parejas que mantenían

una relación considerablemente

satisfactoria antes de la venida

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del hijo, al pasar a esta nueva

etapa entran en grave crisis

haciendo tambalear la relación

de pareja.

Además de los momentos agra-

dables y satisfactorios que pro-

porciona un niño pequeño, no

hay que olvidar que estos van

acompañados con muchos otros

momentos de tensión a causa

de la sobrecarga que representa

el dormir poco y mal, la falta de

tiempo para llegar a todo, las

rabietas del niño, etc.

Habitualmente, la vivencia que

tiene cada miembro de la pareja

en relación a la venida del hijo

es diferente. Mientras la madre

lo experimenta como algo

“suyo”, y en ese sentido

“suma”, es decir, antes tenía un

marido, y ahora tiene un marido

más un hijo, el padre, al contra-

rio, puede vivir la venida del

hijo como “resta”, es decir, aho-

ra tengo menos “esposa”.

Esto puede conllevar una inco-

municación en la pareja y hacer

que la mujer se vuelque cada

vez más en el hijo y el marido

se vuelque cada vez más en su

trabajo o en otra actividad. En

ocasiones esto lleva a una rela-

ción extraconyugal por parte del

marido, que al descubrirse hace

que la mujer se sienta profun-

damente herida, ya que por su

parte, la mujer, al dedicarse so-

lo al hijo y abandonar otras acti-

vidades, su autoestima como

mujer ha quedado sensiblemen-

te dañada. Si la pareja no puede

afrontar y modificar esta situa-

ción puede ocurrir que ésta sea

el germen de un conflicto grave

en la pareja con repercusiones

importantes en el futuro.

Es, entonces, en esta etapa

cuando el hijo puede quedar

triangulado a causa de que la

pareja trate sus conflictos a tra-

vés de él. El síntoma del hijo

desviaría el conflicto de la pare-

ja.

Un hijo triangulado se encuentra

atrapado entre las exigencias

conflictivas de cada uno de los

padres. Como señalan Garrido y

Martínez (1995) cada progenitor

ve al niño ahora como: • Un aliado posible contra el

otro cónyuge. • Un mensajero posible a tra-

vés del cual la pareja se po-

drá comunicar. • Un posible apaciguador del

otro cónyuge.

Cuando un niño presenta pro-

blemas es frecuente observar

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5 Tema

diferencias entre las actitudes

de los padres hacia él. Un pro-

genitor puede mostrar más em-

patía hacia el hijo que el otro. A

un progenitor le preocupa más

que al otro que la escuela sea

demasiado severa con el hijo.

Uno de los dos progenitores

puede hablar en términos total-

mente negativos del hijo. Tam-

bién es frecuente observar que

los padres discrepan de las cau-

sas, de la gravedad y de las es-

trategias a aplicar al niño sinto-

mático (Wachtel, 1997).

En muchas familias, en esta

etapa del ciclo vital, que es la

crianza de los hijos, los padres

deben hacer frente a una serie

de dificultades en el comporta-

miento del hijo que produce

mucha tensión y, en ocasiones,

sentimientos de culpabilidad

en los padres. Los problemas

más frecuentes son:

Hiperactividad

El niño hiperactivo suele mo-

verse en exceso. Le cuesta

permanecer sentado y quieto.

Suele correr y saltar en situa-

ciones sociales que no es ade-

cuado hacerlo. Parece que tie-

ne un “motor”, por eso no

puede hacer actividades de

ocio de manera tranquila. A

nivel verbal, suele hablar en

exceso y de manera precipita-

da. Da respuestas cuando to-

davía la pregunta no ha termi-

nado. Si está con otra gente

suele interrumpir o inmiscuirse

en las actividades de otros.

La diferencia de los comporta-

mientos del niño hiperactivo

con los de otros niños de su

edad, no está tanto en el tipo

de comportamiento sino en el

grado de generalización, in-

tensidad y persistencia (DSM-

IV, 1995).

Déficit de atención

El niño con déficit atencional

suele no prestar la suficiente

atención a los detalles. Tiene

descuidos en las tareas esco-

lares que le llevan a incurrir

en errores. Cuando se le habla

parece que no escucha. Cuan-

do se le da encargos no hace

lo que se la ha pedido. Le

cuesta mantener la atención

en los juegos y tiene dificulta-

des para organizarse. No le

gustan las tareas que se nece-

sita un esfuerzo mental soste-

nido. Suele perder objetos que

le son necesarios para sus ac-

tividades. DSM-IV, 1995).

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5 Tema

Trastorno de conducta

El niño con trastorno de con-

ducta presenta unas conduc-

tas que transgreden los dere-

chas básicos de los demás y

las principales normas sociales

propias de la edad (DSM-IV,

1995).

El niño con trastorno de con-

ducta tiene dificultad para po-

nerse en el lugar del otro debi-

do a su baja empatía. Aunque

puede dar una imagen de for-

taleza, sin embargo tiene un

bajo nivel de empatía. Tiene

un temperamento vital, suele

irritarse con facilidad y tolera

mal la frustración. Aunque pa-

rece que factores genéticos

tienen que ver con este tipo

de trastorno, no se puede ob-

viar el papel que juega el en-

torno en el desarrollo de tales

conductas. Por eso los factores

ambientales que tienen que

ver con las pautas educativas

del sistema familiar son muy

significativas.

Elementos como el rechazo

paterno, la permisividad frente

a la agresión, una excesiva

tendencia a castigar, una defi-

ciente comunicación padres e

hijos y las relaciones agresivas

con los hermanos, contribuyen

al trastorno de conducta.

Sin embargo, por un efecto

circular, el niño que presenta

un trastorno de conducta va a

generar, también, una altera-

ción de la vida familiar. Según

Baum, las madres de chicos

con trastornos de conducta se

muestran más negativas en

sus interacciones con el hijo

que con otros niños (Muñoz,

1995).

Ansiedad por separación

El niño con ansiedad por se-

paración presenta una exce-

siva ansiedad en relación al

alejamiento o separación de

las personas con las que man-

tiene un vínculo afectivo.

También manifiesta una pre-

ocupación excesiva y persis-

tente por la posible pérdida o

el posible daño de las persona

con las que se encuentra vin-

culado. Ese mismo temor a la

separación le lleva a ser re-

nuente a ir a la escuela o a

otros sitios. A la hora de ir a

dormir necesita sentirse acom-

pañado por aquella persona

con la que está unido afectiva-

mente. Si no es así manifesta-

rá una fuerte resistencia a irse

solo.

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5 Tema

Puede tener frecuentes pesa-

dillas sobre temas relaciona-

dos con la separación. Apare-

cen síntomas físicos (cefaleas,

dolores abdominales, náuseas,

etc. ) cuando el niño cree que

va a ocurrir la separación

(DSM-IV, 1995).

El trastorno de ansiedad por

separación aparece con más

frecuencia en niños que per-

tenecen a familias sobrepro-

tectoras o encerradas en su

círculo familiar que en familias

con pautas más negligentes u

hostiles. (Muñoz, 1995).

Etapa III

Período intermedio

Esta etapa comienza cuando los

hijos entran en la adolescencia

y los padres están en la década

de los cuarenta o cincuenta

años, aproximadamente.

Éste es un período muy difícil

para, prácticamente, todas las

familias, ya que el intervalo de

los, aproximadamente, cinco

años que dura la adolescencia

está marcado por tensiones y

emociones intensas, tanto para

el adolescente como para los

padres. El hijo se siente mayor

de la edad que tiene y los pa-

dres le siguen viendo más pe-

queño, por lo que, las posibilida-

des de acuerdos se hacen extre-

madamente difícil.

En esta etapa, la familia puede

tener la percepción de que todo

cambia continuamente. A mo-

mentos el hijo puede hacer de-

mandas de autonomía para pa-

sar, al poco tiempo, a hacer re-

proches a sus padres porque no

le cuidan lo que él desea. Por su

parte, los padres también pue-

den tener comportamientos muy

oscilantes: pueden pedirle que

se largue de casa y al poco

tiempo intentar reconciliarse con

él y suplicarle que vuelva de

nuevo.

A veces ocurre que algún padre

tenía expectativas muy idealiza-

das sobre su hijo, y cuando éste

llega a la adolescencia percibe

que el hijo no se comporta se-

gún lo que él esperaba y se

siente defraudado y frustrado.

Cuando dicho padre es capaz de

ver al hijo por lo que es, y no

por lo que a él le hubiera gusta-

do que fuera, se produce un

cambio cualitativo y positivo en

la relación entre ambos.

En ocasiones, una madre puede

identificar a un hijo con su pro-

pio hermano (de ella) que tiene

problemas. Esto hace que se

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empiece a angustiar y a querer,

a toda costa, que su hijo cam-

bie. Dicha presión de la madre

puede incrementar la negativi-

dad de hijo, lo cual conlleva una

amplificación de la tensión fami-

liar.

¿Cómo surgen y se mantienen

los conflictos en familias con

hijos adolescentes? Las causas

pueden ser múltiples, pero un

proceso circular que suelo en-

contrar al trabajar con los pa-

dres es el siguiente: mientras el

hijo era pequeño no había pro-

blemas pues el progenitor sentía

que tenía control sobre el hijo.

Cuando éste se hace adolescen-

te puede empezar a tener algu-

na conducta que los padres no

esperaban porque no la tenían

integrada en su forma de cómo

las cosas deben ser (creencias).

El progenitor conecta con un

sentimiento de angustia por te-

mores que se le disparan en su

fantasía. A su vez el hijo adoles-

cente tiende a no comunicar los

motivos de tales conductas, lo

que hace que el progenitor, al

no tener información, desarrolle

conductas de control. Esto pro-

voca comportamientos en el

adolescente de “rebotarse”; esta

actitud confirma al progenitor su

creencia de que el hijo tiene

problemas, por lo que su an-

gustia se afianza. Aquí, puede

aparecer el desacuerdo entre los

dos progenitores en la forma de

manejar tal situación. Este des-

acuerdo lleva al hijo a sentirse

fuerte ante la división de los pa-

dres, y a repetir la conducta in-

adecuada. De esta manera el

círculo vuelve a empezar.

Muchas veces el comportamien-

to conflictivo del hijo adolescen-

te estará poniendo en evidencia

el desacuerdo, de antiguo, entre

los padres; tal vez, la madre

sea más permisiva y el padre

más estricto; la madre intentará

proteger a su hijo del marido

porque considerará que lo trata

duramente, y el padre, para

contrarrestar, se mostrará exce-

sivamente intransigente con el

chico. Los papeles de los padres

se los reparten de forma rígida,

uno es el perseguidor y el otro

el salvador. El hijo, con sus con-

ductas inadecuadas, y encon-

trándose en medio de este des-

acuerdo entre sus padres, ad-

quirirá mucho poder: “A río re-

vuelto ganancias de pescado-

res”.

También puede ocurrir que un

progenitor “elija” al adolescente

como confidente de su insatis-

facción conyugal y de las quejas

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que tiene de su pareja. Esto co-

loca al hijo en una posición, a

corto o a largo plazo, insoporta-

ble. Sólo si el adolescente inten-

sifica su conducta sintomática

consigue, temporalmente, que

los

padres “se unan” para estar

pendientes de él.

La adolescencia del hijo con-

fronta a sus padres con su pro-

pia y lejana etapa adolescente,

y con sus presentes contradic-

ciones entre lo que piensan y lo

que hacen. Un padre puede exi-

gir que su hijo no sea mentiroso

cuando, tal vez, él está enga-

ñando a su socio en el ámbito

laboral. Por otro lado, en los pa-

dres, la sexualidad del adoles-

cente puede producir resonan-

cias de la propia sexualidad. Tal

vez un progenitor coarte la

sexualidad del adolescente por-

que no puede soportar que el

hijo lleve a cabo conductas que

él no experimentó. En ocasio-

nes, al contrario, un progenitor

vive experiencias de forma vica-

r i a : l a s e x p e r i e n c i a s

“tumultuosas” del hijo le alivian

su monotonía cotidiana, tenien-

do vivencias a través del hijo, e

impulsándolo secretamente

hacia esos comportamientos, sin

ser el propio progenitor cons-

ciente de ello.

En ocasiones, un abuelo o una

abuela tienen un vínculo espe-

cial con el nieto, debido, tal vez,

a que lo cuidó cuando era pe-

queño. Esto puede hacer que se

cree un triángulo entre la

abuela, la madre y el hijo ado-

lescente, en el cual la relación

madre-hijo es conflictiva y la re-

lación abuela-nieto excesiva-

mente protectora.

Un hecho evidente es que los

hijos adolescentes tienden a pa-

sar menos tiempo con sus pa-

dres y desean estar más horas

fuera de casa, lo que permite a

la pareja poder volver a reen-

contrarse y disponer de más

tiempo para ellos. Sin embargo,

si la pareja no supo afrontar los

conflictos en su relación y más

bien los enquistó, ahora dispo-

nen de más espacio y tiempo

para, tal vez, darse cuenta de la

existencia de un cierto vacío en

su relación de pareja. En esta

etapa del ciclo vital los padres

se encuentran en esos años in-

termedios en los que aparece la

denominada crisis de los 40,

que no tiene tanto que ver con

la edad cronológica sino con un

estado psicológico, y que está

alrededor de la década 40-50,

en la que el individuo se en-

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cuentra a mitad de su camino.

Si mira atrás se da cuenta que,

tal vez, no ha conseguido todo

aquello que se propuso cuando

era joven. Pero si mira adelante,

se da cuenta que ya no hay po-

sibilidad de conseguirlo. Algunas

personas, en esta etapa inten-

tan revivir una segunda adoles-

cencia, incrementándose las po-

sibilidades de infidelidad en la

pareja. No es extraño, por tan-

to, que en esta etapa del ciclo

vital se produzca el mayor índi-

ce de separaciones y divorcios.

La persona que se encuentra en

el período intermedio puede

verse a sí misma como puente

entre dos generaciones: los jó-

venes y los mayores.

La vivencia de muchas personas

que se encuentran en esta eta-

pa es la de sentir mayor liber-

tad. Suele haber más estabili-

dad material y emocional. Las

relaciones con la familia extensa

están claramente definidas. Se

sabe de lo que se puede hablar

y de lo que no. Se tiende a no

entrar en conflicto gratuitamen-

te, porque se ha comprobado

que es un gasto de energía in-

útil. Las relaciones con las amis-

tades también se han afianzado

con aquellas que vale la pena.

Es una edad en la que uno toda-

vía se puede sentir joven pero,

sin embargo, con experiencia.

Como decía Víctor Hugo:

“Los cuarenta son la edad

madura de la juventud, pero

los cincuenta son la juventud

de la edad madura”

Frecuentemente, las mujeres y

los hombres encuentran claves

diferentes para percibir que se

encuentran en el período inter-

medio: las mujeres las encuen-

tran dentro del contexto familiar

y los hombres dentro de su con-

texto laboral o profesional.

En el período intermedio el indi-

viduo adquiere una nueva pers-

pectiva de la dimensión del

tiempo. Uno va conformando su

vida desde el punto de vista de

lo que le queda por vivir: se ad-

quiere consciencia de que el

tiempo tiene un límite.

Transición y cambio (II)

Familia

La persona que se encuentra en el

período intermedio puede verse a sí misma

como puente entre dos generaciones:

los jóvenes y los mayores

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Etapa IV

Emancipación de los hijos

La cuarta etapa empieza cuan-

do el primer hijo se va de

casa; habitualmente porque

contrae matrimonio o establece

una relación de pareja. Ésta es

una etapa difícil para todas las

familias ya que el hogar se va

quedando vacío. Empieza lo

que ha venido a denominarse

el síndrome del nido vacío.

Hay que tener en cuenta, al

valorar esta etapa, la influencia

sociocultural del momento que

se esté considerando, pues hay

una gran diferencia en la edad

en que los jóvenes se emanci-

paban hace treinta años

(movimientos contraculturales

del 68), y lo que hoy día ocu-

rre, pues los hijos retrasan

mucho más su marcha por fac-

tores socio-económicos, entre

otros.

Frecuentemente para los pa-

dres es un orgullo y una satis-

facción ver que sus hijos son

capaces de crear su propia fa-

milia. Sin embargo, en aquellas

familias en las que el matrimo-

nio funcionó más como padres

que como pareja, ésta es una

dura etapa ya que con la mar-

cha del último hijo se quedan

solos, frente a frente, con poco

o nada que decirse. Si un hijo

desarrolla un síntoma grave

esto hará que sigan ejerciendo

de padres a perpetuidad, que-

dando el hijo atrapado en el

sistema familiar.

Para otras familias esta etapa

ofrece un panorama atractivo

ya que se dispone de más

tiempo para retomar aficiones

dejadas años atrás o poner en

práctica intereses nuevos que

uno siempre había querido

hacer.

La relación entre padres e hijos

emancipados debe cambiar

sustancialmente en esta etapa.

Es saludable que hijos y padres

sigan manteniendo el vínculo

afectivo y de relación, pero te-

niendo muy claro por parte de

los padres que el hijo o hija ha

constituido una familia nueva y

eso merece respeto. Sin em-

bargo algunos padres siguen

protegiendo y entrometiéndose

en la vida del hijo casado. Por

su parte, el hijo no debe caer

en la trampa de ir con premura

a casa de sus padres a comuni-

carles las dificultades y crisis

en las que se encuentra, dando

pie a sus padres a que se invo-

lucren y tomen partido.

Pittman, F. describe tres crisis

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de las familias en la etapa de

la emancipación: el nido aco-

gedor, el nido atestado y los

vuelos fatales.

• El nido acogedor:

En el “nido acogedor” el hijo

permanece en casa sin eman-

ciparse y los padres no se

sienten incómodos con esa si-

tuación. El que un hijo se

quede en casa no habría que

valorarlo, sin más, como indi-

cativo de disfuncionalidad del

sistema familiar. Los nidos

acogedores pueden entrar en

crisis cuando el progenitor

que hasta el momento traba-

jaba, se jubila, o cuando los

otros hijos ya emancipados

critican tal situación.

• El nido atestado:

En el “nido atestado” el hijo

se queda en casa sin emanci-

parse pero los padres se sien-

ten incómodos y molestos. En

estas familias no tiene por

qué haber, necesariamente,

un hijo problemático, sino que

el hijo puede ser competente,

pero no se marcha. No obs-

tante, una observación más

detallada nos descubre que

uno de los progenitores no

desea que se vaya pues su re-

lación de pareja es claramen-

te insatisfactoria. La configu-

ración más frecuente es una

madre que presenta una acti-

tud crítica y hostil y un padre

que va a la suya. La mujer

puede quejarse de su matri-

monio pero no se separa ni in-

tenta arreglarlo. Los hijos que

no pueden dejar el hogar se

ponen de parte de la madre y

pueden llegar, incluso, a inci-

tarla a que se divorcie.

En otras muchas ocasiones el

hijo manifiesta síntomas psi-

cológicos graves o pequeños

síntomas físicos que son exa-

gerados para justificar su per-

manencia en el hogar.

• Los vuelos fatales:

Por último, Pittman habla de

“vuelo fatal” cuando un hijo

hace que su emancipación sea

un desastre. Al poco tiempo

de irse de casa se hunde en-

trando en una grave crisis,

pero sin embargo, no quiere

regresar a casa. Pittman se-

ñala, claramente, que antes

de regresar al hogar estos

hijos se suicidan o se hacen

internar en una institución.

También en estas familias la

relación de pareja de los pa-

dres es muy insatisfactoria, y

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las madres tienden a ser más

exigentes y disociadoras. Esto

lleva a que el hijo se ponga de

parte del padre, tratando con

negatividad a la madre. En

estas ocasiones, el que los pa-

dres echen al hijo de casa pa-

ra que se las arregle solo, no

es una solución.

Etapa V

Retiro de la vida activa

La última etapa tiene que ver

con la jubilación y la posibili-

dad, en la mayoría de los casos,

de ser abuelos. Ésta, también,

es una etapa de difícil encaje

debido a que, al estar jubilados,

están mucho más tiempo en ca-

sa, teniendo que elaborar nue-

vas reglas de convivencia. La

jubilación puede hacer sentirse

a una persona inútil, que ya no

es necesario para nadie. Hasta

antes de la jubilación era un in-

dividuo productivo, activo y

competente. Ahora, tal vez, se

encuentre sin horarios, ocioso y

sin motivación. Pueden apare-

cer, fácilmente, episodios depre-

sivos en esta etapa.

Si quien se jubila es sólo el ma-

rido ya que la mujer no ha tra-

bajado fuera de casa, la vida de

ella no cambia tanto, aunque en

ocasiones lo que ocurre es que

se le incrementa el trabajo.

Ahora tiene a su marido las

veinticuatro horas entrometién-

dose en tareas que ella antes

manejaba a su ritmo y manera.

Por el contrario, tal como dice

Pittman (1990), “si hay un ma-

trimonio por el que valga la pe-

na quedarse en casa, la jubila-

ción puede ser el período más

espléndido de la vida”. Algunos

matrimonios están esperando

esta etapa pues les va a posibi-

litar tener más tiempo para ellos

mismos y para la relación de

pareja.

En esta etapa, los padres suelen

convertirse en abuelos. Fre-

cuentemente, los abuelos pue-

den jugar dos papeles: uno di-

recto, hacia el nieto y otro indi-

recto, apoyando a sus hijos, en

el papel de padres (Zingman de

Galperín,1996). En el primer ca-

so, los abuelos tienen con sus

nietos una segunda oportuni-

dad. Por eso no sorprende oír a

una hija decir que su padre es

Transición y cambio (II)

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Los hijos son el ancla que atan a la vida a las madres.

(Sófocles)

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mucho más afectuoso con el

nieto que lo fue con ella cuando

era pequeña. El nieto compen-

sa, en alguna medida, la pérdi-

da del hijo con su marcha al ca-

sarse.

En ocasiones se observa lo que

se podría llamar una abuelidad

patológica. En estos casos, los

abuelos entran en competencia

con sus propios hijos sobre los

nietos; descalifican a sus hijos

delante del nieto o manifiestan

un claro rechazo hacia el nieto.

En otros casos, son abuelos que

no están disponibles o que

triangulan al nieto, aliándose

con el nieto en contra del hijo

(Zingman de Galperín,1996).

Sin embargo, para muchos pa-

dres, los abuelos son un gran

soporte. Pensemos en los casos

de separación matrimonial, en

los que el hijo o la hija vuelve

con su hijo a casa de sus pa-

dres. O cuando unos nietos se

quedan huérfanos y son los

abuelos quienes se hacen cargo

de ellos; o también, cuando hay

una retirada de tutela de los pa-

dres y son a los abuelos a quie-

nes se les da la guarda y custo-

dia de los nietos.

También se puede observar que

algunos padres se convierten en

abuelos de forma prematura

(Zingman de Galperín,1996).

Son los casos en los que una

h i ja queda embarazada

precozmente sin tener pareja

estable. En estas situaciones la

abuela cría al nieto más como

madre que como abuela y la

hija es más hermana del

pequeño que madre. Esto no es

disfuncional si es temporal. El

objetivo es que con el tiempo la

m a d r e b i o l ó g i c a v a y a

asumiendo su papel de madre y

la abuela sepa ocupar su lugar.

Esto se favorece en los casos en

los que la madre encuentra una

pareja y los tres se instalan en

un nuevo hogar.

Los matrimonios no envejecen

ambos al mismo tiempo;

siempre hay uno que envejece

antes que el otro. Aparecen

crisis de desvalimiento y ambos

se necesitan. Por eso, en esta

etapa final de la vida es muy

poco frecuente que un cónyuge

deje al otro.

Se puede observar una diferente

forma de enviudar en el hombre

y en la mujer. Mientras que pa-

ra el hombre, quedarse viudo le

suele sobrevenir por sorpresa,

en el sentido de que no había

pensado en ello, para la mujer

es un hecho que ya había empe-

zado a tenerlo presente y, de al-

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guna manera, a prepararse in-

ternamente. El hombre, con la

viudez, suele quedar desvalido y

no es raro que busque, precipi-

tadamente, otra mujer que le

cuide. Esta mujer puede ser vis-

ta por los hijos como una intru-

sa sobre todo en temas relacio-

nados con el patrimonio fami-

liar. Al contrario, la mujer que

enviuda, una vez superada la

etapa de duelo, suele sentirse

libre y con una independencia

que antes, tal vez, no tenía. No

es tan frecuente que vuelva a

casarse, pues se vale muy bien

por ella misma, y puede llevar

una vida agradable y activa.

Llega un momento en que los

hijos suelen hacerse cargo de

sus padres ancianos, sobre todo

cuando ya no pueden valerse

por sí mismos. Aquí aparecen

crisis importantes pues las rela-

ciones se cargan de tensión a

causa de muchos factores, entre

ellos que el progenitor anciano

se vuelve dependiente y exigen-

te. El hijo, por su parte, puede

adoptar una actitud excesiva-

mente crítica y paternalista.

Otra cuestión que acontece en

esta etapa es la posibilidad de

que los hermanos entren en

conflicto por no poder llegar a

acuerdo en la forma de atender

a sus propios padres. En algu-

nas familias es un hijo quien

acoge en su hogar al anciano

progenitor y lo cuida. En otras

familias el padre o la madre pa-

sa temporadas con cada uno de

los hijos. En otros casos, el pro-

pio anciano decide o los hijos

acuerdan ingresarlo en una resi-

dencia geriátrica.

Cuando un usuario hace una

demanda en los Servicios

Sociales por una cuestión

relacionada con sus padres

ancianos, habitualmente tiene

que ver con un pedido de ayuda

material o de ingreso del

anciano en una Residencia

geriátrica. Es necesario,

entonces, distinguir entre una

demanda explícita y otra más

implícita. Un buen ejemplo es

el presentado por Herr y Weak-

land (1979):

Un anciano de 80 años y viudo

hace 30, acude a la Trabajadora

Social planteándole que hace un

par de años su único hijo se di-

vorció de su esposa. Se fue a vi-

vir con otra mujer abandonando

a su familia. El anciano dice que

por aquel entonces su hijo le pi-

do prestado una cierta cantidad

de dinero ya que estaba pasan-

do por una difícil situación eco-

nómica. El padre le prestó el di-

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nero a su hijo, pues veía que lo

necesitaba. La queja del anciano

es que en estos dos años su hijo

no se ha puesto en contacto con

él ni en el día de su cumplea-

ños. Se pregunta que clase de

hijo tiene que es capaz de ac-

tuar así con su padre. El anciano

dice que todavía tienen su orgu-

llo y no está dispuesto que su

hijo le trate de esa manera. Por

eso, le pide a la Trabajadora So-

cial el nombre de un buen abo-

gado que entienda bien su si-

tuación porque está dispuesto a

cambiar el testamento. Al final

de la entrevista, repite una vez

más: “Imáginese, ¡ni una tarje-

ta el día de mi cumpleaños!.”

En este ejemplo, lo que se ob-

serva es que el anciano está pi-

diendo ayuda a un profesional

por un asunto muy personal co-

mo es recuperar la relación con

su hijo.

Captar la diferencia entre

demanda explícita (“quiero un

abogado para cambiar el

testamento”) y demanda

implícita (“quiero recuperar la

relación con mi hijo”) permite,

por parte del profesional,

ayudar al anciano a superar una

situación de crisis.

Una cuestión referente a la in-

tervención terapéutica tiene que

ver con el hecho de que no sólo

es adecuado incluir al anciano

en la terapia sino deseable. Pen-

sar que los ancianos no tienen

capacidad de cambiar las rela-

ciones es erróneo; de hecho, en

ocasiones, pueden ser más

flexibles que algunos jóvenes.

El proceso de envejecimiento

implica cambios importantes en

el ámbito de la salud y de la si-

tuación social del anciano.

Entre los problemas de salud se

encuentran la disminución de

audición, visión y memoria.

Estas disminuciones o péridas

son graduales y avanzan a dife-

rentes velocidades según el in-

dividuo. De hecho, muchas per-

sonas no experimentan este ti-

po de pérdidas hasta muy avan-

zada edad. También en los an-

cianos se da una mayor inciden-

cia de enfermedades crónicas.

El trastorno más grave corres-

pondería a la demencia, que se

inicia por fallos en la atención y

la memoria, pérdida de habili-

dades matemáticas, irritabili-

dad, pérdida del sentido del

humor y desorientación, tanto

temporal, como espacial.

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5 Tema

Una variante específica del gru-

po de las demencias es la en-

fermedad de Alzheimer:

Declive global y progresivo de

las facultades cognitivas del

individuo. Trastornos de la

memoria, con olvido de

hechos recientes y dificultad

para retener nueva informa-

ción. Incapacidad de encontrar

la palabra adecuada. Dificultad

en reconocer las personas y

los objetos. Evoluciona de for-

ma progresiva hacia un dete-

rioro grave del las áreas cog-

noscitivas. El cuadro terminal

es una existencia puramente

vegetativa. La muerte aparece

entre los 2 y los 10 años.

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5 Tema

L a base de todo proceso te-

rapéutico se encuentra en

la relación que establecen fa-

milia y profesional. Las mejores

técnicas terapéuticas que poda-

mos imaginar no tendrán ningún

efecto de cambio si el profesio-

nal y la familia no han consegui-

do desarrollar lo que llamare-

mos una alianza terapéutica.

Por tanto, la alianza terapéutica

se basa en la unión del profesio-

nal con la familia (Minuchin,

1982).

El concepto de unión o joining,

se refiere al proceso de com-

prensión y construcción de la

relación del profesional con cada

miembro de la familia, mediante

el cual se mantiene la alianza

terapéutica.

Salvador Minuchin ha sido uno

de los autores que mejor ha

descrito este proceso de unión

entre el terapeuta y la familia y

más énfasis ha puesto en él.

Esta unión del profesional con la

familia no la hace sólo con algún

miembro sino con todos y cada

uno, produciéndose lo que bien

podría llamarse una empatía

sistémica. De esta manera el

profesional se identifica y es ca-

paz de describir la percepción

singular que cada miembro tie-

ne de la situación.

Los métodos que el profesional

puede utilizar para hacer

“joining” con la familia son muy

variados, pero todos tienen un

denominador en común: mos-

trarse atento y responsivo ante

los miembros de la familia. De

esta manera, el profesional con-

sigue conectar con la familia.

La conexión es tanto una actitud

como una habilidad.

Otra cuestión importante que va

en la dirección de conseguir la

alianza terapéutica es identificar

y reforzar los puntos fuertes

de la familia (Midori Hanna y

Brown, 1995). La experiencia

con familias demuestra que

cuando el profesional sabe reco-

nocer y expresar a la familia lo

que ella está haciendo de forma

adecuada, hace que la familia se

sienta válida y ponga en marcha

los recursos que tenía adormeci-

dos.

No olvidemos que en la mayoría

de las situaciones las personas

se mueven por la valoración y

motivación que experimentan,

5.4 La alianza terapéutica

Intervenir en el sistema familiar (I)

Intervención

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casi nunca por el ataque y la

crítica recibida.

El profesional debe estar muy

atento a las señales que le indi-

quen que la alianza terapéutica

está sufriendo algún daño para,

inmediatamente, repararla. Si

se resquebraja esta alianza y el

profesional no sabe recuperarla,

ya no podrá seguir ayudando a

la familia y ésta abandonará.

La alianza terapéutica debe

mantenerse a lo largo de todas

las entrevistas que estemos con

la familia, pero es en la primera

entrevista donde más cuidado e

interés tenemos que poner para

conseguir crear, a través del joi-

ning, la alianza terapéutica.

A continuación podemos especi-

ficar algunos puntos que permi-

ten favorecer el joining con la

familia, no olvidando, que el joi-

ning tienen que ver más con la

actitud del profesional que con

la técnica:

◊ Llamar a cada miembro por

su nombre. ◊ Valorar a cada miembro de

la familia.

◊ Reconocer las experiencias

y acciones de cada uno. ◊ Aceptar y respetar la forma

en que cada miembro ve y

hace las cosas. ◊ Transmitir que se los entien-

de y que sus puntos de vista

son importantes. ◊ Animarles a expresar sus

puntos de vista. ◊ Reconocer que sus senti-

mientos son normales. ◊ Respetar la jerarquía fami-

liar. ◊ Normalizar experiencias y

acciones. ◊ Contemplar los aspectos po-

sitivos de cada miembro de

la familia.

Intervenir en el sistema familiar (I)

Intervención

Joining

Unión que realiza el profesional con la familia,

a fin de crear la alianza terapéutica

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5 Tema

L a intervención con familias

no debe entenderse, sola-

mente, como la elaboración y

aplicación de técnicas que van

del profesional a la familia en

una dirección lineal. Según esta

visión, cabría pensar que el pro-

fesional es quien desempeña el

papel activo y la familia el papel

pasivo de recibir. Por el contra-

rio, la intervención del profesio-

nal se va construyendo perma-

nentemente en el diálogo que,

familia y terapeuta, mantienen a

lo largo del tiempo que dura el

proceso terapéutico. Por lo tan-

to, el éxito terapéutico se basa,

fundamentalmente, en la rela-

ción positiva que el profesional

y la familia establecen. A medi-

da que la intervención del profe-

sional va provocando cambios

en la familia, ésta hace que el

profesional también vaya cam-

biando en un proceso constan-

temente circular y en espiral.

Se pueden establecer tres áreas

o niveles diferenciados de inter-

vención: en las conductas, en

las relaciones y en las creencias.

El primer nivel tiene que ver

en cómo las conductas de la fa-

milia se engarzan en interac-

ciones repetitivas que confi-

guran secuencias en las cuales

está inserto el síntoma. La inter-

vención en este nivel presupone

descubrir acertadamente el ciclo

sintomático para intentar conse-

guir que la familia lo modifique.

Por ejemplo, en una familia se

puede observar que la conducta

permisiva del padre hacia el hijo

pequeño que acaba de cometer

una travesura, va seguida de

una conducta de reproche de la

madre a su marido, lo que a su

vez conlleva que la abuela pa-

terna tenga una conducta ambi-

valente, pues en el nivel verbal

apoya a su nuera pero en el

analógico se identifica con su

hijo, pues ella con el nieto se

comporta también de forma

permisiva.

El segundo nivel de interven-

ción se basa en ayudar a los

miembros de la familia a cam-

biar aquellas relaciones rígi-

das que atrapan a sus miem-

bros en situaciones que les

hacen experimentar sentimien-

tos tales como dolor, rabia, im-

potencia, desesperanza, etc. Las

relaciones pueden ser de las

más variadas, pues van desde el

Intervenir en el sistema familiar (I)

Intervención

5.5 Acomodación y Reestructuración

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frío distanciamiento a la cerca-

nía abrumadora; de la dura do-

minancia a la servil sumisión;

del furioso ataque a la actitud

protectora de defensa; de la

permanente confrontación a la

sistemática rehuída, etc.

Por último, el tercer nivel tiene

que ver con el sistema de

creencias que la familia ha ela-

borado con respecto a lo que se

permite, se valora, se espera,

se desaprueba, etc. A este nivel

pertenecen las premisas que la

familia considera ciertas y los

mitos que no se pueden cuestio-

nar porque son convicciones que

dan seguridad y estabilidad a la

familia.

Minuchin (1982) establece una

clasificación de las intervencio-

nes en dos tipos diferentes:

aquellas que van dirigidas a pro-

vocar cambios en la estructura

de la familia y aquellas otras

que tienen por finalidad conse-

guir una positiva relación entre

familia y terapeuta. A las prime-

ras las denomina intervenciones

de reestructuración y a las se-

gundas de acomodación. Las

primeras son el eje de todo pro-

ceso terapéutico ya que sin este

tipo de intervención no se con-

seguiría el éxito en la terapia.

Sin embargo, las intervenciones

de reestructuración servirían de

poco si no se llevaran a cabo,

conjuntamente, las intervencio-

nes de acomodación, pues éstas

garantizan que la familia desee

continuar la terapia. Las inter-

venciones de acomodación tie-

nen que ver, sobre todo, con la

forma en cómo el profesional se

une a la familia aceptando y no

cuestionando lo que la familia

verbaliza como problema; res-

petando su ideología y sus valo-

res; mostrándose cálido, natural

y acogedor.

Sin acomodación la familia

abandonaría la terapia, pero sin

reestructuración, la terapia no

tendría éxito.

Acomodación

Las principales técnicas de aco-

modación, según señala Minu-

chin (1982), son:

♦ Mantenimiento

Cuando el terapeuta utiliza la

técnica del mantenimiento lo

que hace es no desafiar la es-

tructura de la familia, sino acep-

tarla tal como se muestra.

Ejemplos de mantenimiento, por

parte del terapeuta, son:

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− Aceptar, temporalmente, el etique-

tamiento del paciente identificado.

− No cuestionar la visión que un cón-

yuge tiene del otro.

− Respetar las reglas familiares.

− Compartir, con espontaneidad, el

humor de la familia.

− Valorar un comentario agudo hecho

por algún miembro.

− Dirigirnos, en primer lugar, a los pa-

dres como una forma de reconocer

su función ejecutiva.

♦ Rastreo Mediante la técnica del rastreo

el terapeuta facilita y estimula

la comunicación de los miem-

bros de la familia. De esta for-

ma, el terapeuta, conduce

“suavemente” a la familia para

que exprese contenidos infor-

mativos, pero alejándose, radi-

calmente, de un estilo interro-

gador inquisitivo. Mediante el

rastreo se explora la estructura

de la familia.

Ejemplos de rastreo son: − Realizar una pregunta para clarificar

lo que alguien ha dicho.

− Repetir las últimas palabras de un

miembro.

− Alentar a seguir hablando mediante

el sonido que el terapeuta emite del

tipo “um-hum”.

− Realizar un comentario que estimule

a un miembro seguir profundizando

en un tema.

Minuchin (1982) describe un

ejemplo en el que un terapeuta

que estaba atendiendo a una fa-

milia muy aglutinada se fijó en

un comentario que en un mo-

mento de la entrevista hizo el

padre sobre que en casa las

puertas no se cerraban. En-

tonces, el terapeuta empezó a

rastrear sobre este tema. Des-

cubrió que a los niños nunca se

les permitía cerrar las puertas

de sus habitaciones. El hijo de

diez años, aunque tenía su pro-

pia habitación, normalmente

dormía en la en la habitación de

su hermana mayor y, frecuente-

mente en la misma cama. Los

padres tampoco cerraban la

habitación de su dormitorio, por

lo que su intimidad y vida

sexual se veía restringida. Era

evidente que estos aspectos re-

lacionados con la utilización del

espacio y de las puertas era

una metáfora de la ausencia de

límites claros.

♦ Mimestismo La técnica del mimetismo con-

siste en acomodarse a la familia

a través de emplear el mismo

estilo familiar y sus modalidades

afectivas. El profesional experi-

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mentado lleva a cabo interven-

ciones de este tipo sin ser, ni si-

quiera, consciente de ello.

Ejemplos de mimetismo son: − En una familia parsimoniosa el tera-

peuta puede ralentizar su ritmo.

− Con una familia jovial, el terapeuta

asume una actitud alegre y abierta.

− En una familia de estilo coartado, el

terapeuta disminuye sus comunica-

ciones.

Reestructuración

Como antes se comentó, las in-

tervenciones de reestructura-

ción van dirigidas a cambiar la

rígida estructura de la familia.

Para conseguir modificar las

pautas transaccionales de los

miembros de la familia, es más

efectivo que el terapeuta pro-

ponga a la familia actuar que

solamente hablar sobre los pro-

blemas. El terapeuta, mediante

estas técnicas activas de in-

tervención, pone de manifiesto

su posición de que es él quien

determina las reglas de conduc-

ta dentro de la sesión terapéuti-

ca. Minuchin (1982) señala co-

mo ejemplos: − Dar instrucciones explícitas, tales

como: “hable con su hijo sobre esta

cuestión”.

− Evitar mirar a alguien, clavando la

mirada en un objeto.

− Dar la vuelta a su silla.

− Negarse a responder cuando se diri-

gen a él, señalando simplemente a

otro miembro de la familia con un

gesto.

− Abandonar la habitación para obser-

var a la familia tras un vidrio de vi-

sión unilateral.

− Manejar la “redistribución espacial”

de la familia a través de cambiarles

de sitio. De esta manera se estimula

el diálogo y se trabaja con los lími-

tes entre los subsistemas familiares.

Como dice Minuchin, el manejo de

lo espacial posee el poder de lo sim-

ple.

Intervenir en el sistema familiar (I)

Intervención

Intervenciones

♦ Acomodación:

♦ Reestructuración:

Intervenciones que tienden a conseguir la unión del profesional con la familia

Intervenciones que tienden a conseguir el cambio en la estructura familiar

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Jay Haley

E n 1976 funda en Washington junto con su esposa Cloé Madanes - terapeuta familiar sistémica argentina, de relevante actuación en

USA- el Instituto de Terapia Familiar de Washington. Haley fue el primero en acuñar el término “estratégico” para describir cualquier terapia en que el clínico diseña activamente las intervencio-nes para cada problema. Participó en 1962 en el importante trabajo que condujo a la teoría del doble vínculo en la esquizofrenia. En 1967 dejó Palo Alto para unirse a Salvador Minuchin y Braulio Montalvo en la Philadelphia Child Guidance Clinic. El punto de vista central de Jay Haley es que el síntoma protege a la familia y ésta se organiza en torno a él.

El personaje

Obras en castellano: Como autor principal

! Aprender y enseñar terapia – Ed. Amorrortu ! Conversaciones sobre terapia – Ed. Amorrortu ! Estrategias en psicoterapia – Ed. Toray ! Tácticas de poder de Jesucristo y otros ensayos – Ed. Paidós ! Técnicas de terapia familiar – Ed. Amorrortu ! Terapia de ordalía – Ed. Amorrortu ! Terapia no convencional – Ed. Amorrortu ! Terapia para resolver problemas – Ed. Amorrortu ! Trastornos de la emancipación juvenil y terapia familiar – Ed. Amorrortu ! Tratamiento de la familia – Ed. Toray

Como colaborador con otros autores

! Comunicación, familia y matrimonio – Ed. Nueva Visión ! El cambio familiar: desarrollos de modelos – Ed. Gedisa ! Formaciones y prácticas en terapia familiar – Ed. Nueva Visión ! Interacción familiar – Ed. Buenos Aires ! La terapia familiar en transformación – Ed. Paidós ! Más allá del doble vínculo – Ed. Paidós ! Terapia breve – Ed. Amorrortu ! Terapia familiar del abuso y adicción a las drogas – Ed. Gedisa ! Terapia familiar y familias en conflicto – Ed. F.C.E.

Como prologuista

! Terapia familiar estratégica (palabras preliminares) – Ed. Amorrortu ! Transiciones de la familia (palabras preliminares) – Ed. Amorrortu

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5 Tema

Retroalimentación negativa

Homeostasis

Retroalimentación positiva

Morfogénesis

Constitución de la pareja

Convertirse en padres

Hiperactividad

Déficit atencional

Trastorno de conducta

Ansiedad por separación

Período intermedio

Emancipación de los hijos

El nido acogedor

El nido atestado

Los vuelos fatales

Retiro de la vida activa

Abuelidad patológica

Alianza terapéutica

Acomodación

Mantenimiento

Rastreo

Mimetismo

Reestructuración

El personaje: Jay Haley

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