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Segundo año de la vida pública de Jesús 141 Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con José de Emaús. -Señor, ¿qué vamos a hacer de éste? - pregunta Pedro a Jesús señalando al hombre - de nombre José - que los sigue desde que han dejado Emaús y que ahora escucha a los dos hijos de Alfeo y a Simón, que se ocupan de él de modo particular. Ya lo he dicho: viene con nosotros hasta Galilea. -¿Y luego?... -Luego... se quedará con nosotros; ya verás... -¿También él discípulo? ¿Con ese pasado? -¿También tú fariseo? -¡No! Pero... lo que me parece es que los fariseos nos vigilan demasiado... -Y si lo ven con nosotros nos crearán dificultades. Es lo que quieres decir, ¿no? ¿Y entonces, por temor a que nos molesten, tendríamos que dejar a un hijo de Abraham a merced de su desolación? No, Simón Pedro; es un alma que puede perderse o salvarse según el tratamiento que se dé a su profunda herida. -¿Pero, ¿no somos nosotros ya tus discípulos?... Jesús mira a Pedro y sonríe con finura. Luego responde: -Te dije un día, hace muchos meses: "Vendrán otros muchos discípulos". E1 campo de acción es vastísimo; los obreros, debido a esta vastedad, serán siempre insuficientes... y, también, porque muchos acabarán como Jonás: perdiendo su vida en el duro trabajo. Pero vosotros seréis siempre mis predilectos - termina Jesús, arrimando a sí a este Pedro apurado que con la promesa se ha tranquilizado. -Entonces viene con nosotros, ¿no?

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Maria Valtorta - Second Year

Segundo ao de la vida pblica de Jess

141

Yendo hacia Arimatea con los discpulos y con Jos de Emas.

-Seor, qu vamos a hacer de ste? - pregunta Pedro a Jess sealando al hombre - de nombre Jos - que los sigue desde que han dejado Emas y que ahora escucha a los dos hijos de Alfeo y a Simn, que se ocupan de l de modo particular.

Ya lo he dicho: viene con nosotros hasta Galilea.

-Y luego?...

-Luego... se quedar con nosotros; ya vers...

-Tambin l discpulo? Con ese pasado?

-Tambin t fariseo?

-No! Pero... lo que me parece es que los fariseos nos vigilan demasiado...

-Y si lo ven con nosotros nos crearn dificultades. Es lo que quieres decir, no? Y entonces, por temor a que nos molesten, tendramos que dejar a un hijo de Abraham a merced de su desolacin? No, Simn Pedro; es un alma que puede perderse o salvarse segn el tratamiento que se d a su profunda herida.

-Pero, no somos nosotros ya tus discpulos?...

Jess mira a Pedro y sonre con finura. Luego responde:

-Te dije un da, hace muchos meses: "Vendrn otros muchos discpulos". E1 campo de accin es vastsimo; los obreros, debido a esta vastedad, sern siempre insuficientes... y, tambin, porque muchos acabarn como Jons: perdiendo su vida en el duro trabajo. Pero vosotros seris siempre mis predilectos - termina Jess, arrimando a s a este Pedro apurado que con la promesa se ha tranquilizado.

-Entonces viene con nosotros, no?

-S. Hasta que su corazn recobre la salud. Est envenenado de tanta animadversin como ha tenido que tragar. Est intoxicado.

Santiago, Juan y Andrs alcanzan al Maestro y se ponen tambin a escuchar.

-No podis evaluar el inmenso mal que un hombre puede hacer a su congnere con una actitud de hostil intransigencia.

Os ruego que recordis que vuestro Maestro fue siempre muy benigno con los enfermos espirituales. S que opinis que mis mayores milagros y principal virtud se manifiestan en las curaciones de los cuerpos. No, amigos... Acercaos tambin los que vais delante y los rezagados; el camino es ancho y podemos andar en grupo.

Todos se arriman a Jess, que prosigue:

-Mis principales obras, las que ms testifican mi naturaleza y mi misin, las en que recae, dichosa, la mirada de mi Padre, son las curaciones de los corazones, tanto cuando son sanadoras de uno o varios vicios capitales como cuando eliminan la desolacin que abate el nimo, persuadido de estar bajo sancin divina y abandonado de Dios.

Qu es un alma, si pierde la seguridad de la ayuda de Dios? Es como una delgada correhuela: no pudiendo seguir aferrada a la idea que constitua su fuerza y dicha, se arrastra por el polvo. Vivir sin esperanza es horroroso. La vida es bonita - dentro de sus asperezas - slo si recibe esta onda de Sol divino. El fin de la vida es ese Sol. Es lbrego el da humano?, est empapado de llanto y signado con sangre? S. Pero saldr el Sol. Se acabarn, entonces, dolor y separaciones, asperezas y odios, miserias y soledades de momentos angustiosos, de momentos de ofuscacin. Luminosidad, entonces, canto y serenidad, paz y Dios, Dios, que es el Sol eterno. Fijaos qu triste est la Tierra cuando hay eclipse. Si el hombre dijese para s: "El Sol ha muerto",

no le parecera, acaso, vivir para siempre en un oscuro hipogeo, como emparedado, enterrado, difunto antes de haber muerto?

Ah..., pero el hombre sabe que ms all de ese astro que oculta al Sol, que hace fnebre al mundo, sigue estando el radiante Sol de Dios! As es el pensamiento de la unin con Dios durante una vida. Hieren los hombres?, despojan a otros de sus bienes?,

calumnian? S. Pero Dios medica, reintegra, justifica... y con medida colmada! Dicen los hombres que Dios te ha rechazado? Bueno, y qu?; el alma que se siente segura piensa, debe pensar: "Dios es justo y bueno, ve las causas de las cosas y es ms benigno, ms que el mejor de los hombres, infinitamente benigno; por tanto, no me rechazar si apoyo mi rostro lloroso sobre su pecho y le digo: Padre, slo T me quedas; tu hijo est desconsolado y abatido; dame tu paz....

Ahora Yo, el Enviado, el enviado por Dios, recojo a aquellos a quienes el hombre ha confundido, o han sido arrastrados por Satans, y los salvo. sta es mi obra, sta es verdaderamente ma. El milagro obrado en los cuerpos es potencia divina, la redencin de los espritus es la obra de Jesucristo, el Salvador y Redentor. Pienso, y no yerro, que estos que han encontrado en m su rehabilitacin ante los ojos de Dios y los propios sern mis discpulos fieles, los que podrn arrastrar con mayor fuerza a las turbas hacia Dios, diciendo: "Vosotros pecadores? Yo tambin. Vosotros descorazonados? Yo tambin. Vosotros desesperados? Tambin yo. Ved cmo, a pesar de todo, el Mesas ha tenido piedad de mi miseria espiritual y me ha querido sacerdote suyo; porque El es la Misericordia y quiere que se persuada de ello el mundo (y nadie es ms capaz de persuadir que quien tiene propia experiencia)".

Yo, ahora, a stos los uno a mis amigos y a los que me adoraron desde el momento de mi nacimiento, es decir, a vosotros y a los pastores; los uno, en particular, a los pastores, a los curados, a aquellos que, sin especial eleccin como la de vosotros doce, han entrado en mi camino y habrn de seguirlo hasta la muerte. En Arimatea est Isaac. Me ha pedido esto Jos, amigo nuestro. Tomar conmigo a Isaac para que se una a Timoneo, cuando llegue. Si prestas fe a que en m hay paz y razn de toda una vida, podrs unirte a ellos; sern para ti buenos hermanos.

-Oh, Consolacin ma! Es exactamente como T dices. Mis grandes heridas, tanto de hombre como de creyente, se van curando cada hora que pasa. Hace tres das que estoy contigo, y ya me parece como si eso que, hace slo tres das, era mi tormento fuera un sueo que se va desvaneciendo. Lo hice, s, pero, ante tu realidad, cuanto ms va pasando el tiempo, ms va perdiendo sus extremos cortantes. Estas noches he pensado mucho. En Joppe tengo un pariente que es bueno (aunque haya sido causa involuntaria de mi mal, pues por l conoc a aquella mujer). Que esto te diga si podamos saber de quin era hija...

De la primera mujer de mi padre? S, lo habr sido, pero no de mi padre; llevaba otro nombre y vena de lejos. Conoci a mi pariente por unas transacciones de mercancas. Yo la conoc as. Mi pariente ambiciona mis negocios. Y se los voy a ofrecer, porque sin dueo se perderan. Los adquirir. Incluso por no sentir todo el remordimiento de haber sido causa de mi mal... As podr bastarme y seguirte tranquilo. Slo te pido que me concedas la compaa de este Isaac que nombras; tengo miedo de estar solo con mis pensamientos: son demasiado tristes todava...

-Te dar su compaa. Tiene buen corazn. El dolor lo ha perfeccionado. Ha llevado su cruz durante treinta aos. Sabe lo que es el sufrimiento... Nosotros, entretanto, continuaremos. Nos alcanzaris en Nazaret.

-No nos vamos a detener en casa de Jos?

Jos est probablemente en Jerusaln... El Sanedrn tiene mucho que hacer. De todas formas lo sabremos por Isaac. Si est, le llevaremos nuestra paz; si no, nos quedaremos slo a descansar una noche. Tengo prisa de llegar a Galilea. All hay una Madre que sufre - porque tenis que pensar que hay a quien le apremia causarle dolor - y quiero confortarla.

142

Con los doce hacia Samaria

Jess est con sus doce apstoles. El paraje sigue siendo montuoso; no obstante, siendo suficientemente cmodo el camino, van todos en grupo hablando entre s.

-Ahora que estamos solos podemos decirlo: por qu tanta rivalidad entre dos grupos? - dice Felipe.

-Rivalidad? No es sino soberbia! - rebate Judas de Alfeo.

-No. Yo digo que es slo un pretexto para justificar de algn modo su conducta injusta con el Maestro. Bajo el velo de celo por el Bautista, logran alejarlo sin disgustar demasiado al pueblo - dice Simn.

-Yo los desenmascarara.

-Nosotros, Pedro, haramos muchas cosas que l no hace.

-Por qu no las hace?

-Porque sabe que lo correcto es no hacerlas. Nosotros slo debemos seguirlo, no nos corresponde guiarlo. Y debemos estar contentos de ello. Es gran descanso el tener slo que obedecer...

-Has hablado bien, Simn - dice Jess, que iba delante, pensativo - Es as, como has dicho; obedecer es ms fcil que mandar. No lo parece, pero es as. Bueno, claro, es fcil cuando el espritu es bueno, como tambin es difcil mandar para un espritu recto; porque, si no es recto, ordena cosas descabelladas, o peor que descabelladas. En ese caso es fcil mandar y mucho ms difcil obedecer. Cuando uno tiene la responsabilidad de ser el primero en un lugar o en un conjunto de personas, debe tener siempre presentes la caridad y la justicia, la prudencia y humildad, la templanza y la paciencia, la firmeza - pero sin testarudez -. Es difcil, s. Vosotros, por el momento, slo tenis que obedecer: a Dios y a vuestro Maestro.

T, y no slo t, te preguntas por qu hago o no ciertas cosas; te preguntas por qu Dios permite o no tales cosas. Mira, Pedro, y todos vosotros, amigos mos. Uno de los secretos del perfecto fiel consiste en no autoelevarse nunca a interpelar a Dios. "Por qu haces esto?": pregunta uno poco formado a su Dios, y parece como si se pusiera a representar el papel de un adulto experimentado ante un escolar para decir: "Esto no se hace, es una necedad, un error". Quin puede superar a Dios?

Como podis ver, ahora me rechazan so pretexto de celo por Juan. Esto os escandaliza, y quisierais que rectificase el error y me pusiera en actitud polmica contra quienes expresan esta razn. No. No. Jams. Ya habis odo lo que el Bautista, por boca de sus discpulos, ha dicho: "Es necesario que l crezca y yo merme". Es decir, no hay nostalgias, no hay un aferrarse a la propia posicin. El santo no se apega a estas cosas, no trabaja con vistas al nmero de fieles "propios"; no tiene fieles propios; trabaja para aumentarle a Dios el nmero de fieles. Slo Dios tiene derecho a tener fieles. Por tanto, de la misma forma que Yo no me duelo de que, de buena o mala fe, algunos permanezcan con el Bautista, l tampoco se aflige - ya le habis odo - por el hecho de que discpulos suyos vengan a m; est desapegado de estas pequeeces numricas. Pone su mirada en el Cielo, como Yo. No estis, entonces, litigando entre vosotros sobre si es justo o no que los judos me acusen de arrebatarle discpulos a l Bautista, o sobre si es justo o no que estas cosas se dejen decir. Disputas de este tipo son propias de mujeres charlatanas en torno a una fuente. Los santos se ayudan, se dan y se intercambian los espritus con jovial facilidad, sonrientes por la idea de trabajar para el Seor.

Yo he bautizado, es ms, os he puesto a bautizar, porque tan pesado es, ahora, el espritu, que es necesario presentarle formas materiales de piedad, de milagro y de enseanza. Por causa de esta pesantez espiritual tendr que recurrir a la ayuda de cosas materiales cuando quiera que obris milagros. Pero, creedlo, no estar en el aceite, ni en el agua, ni en ceremonias, la prueba de la santidad. Se acerca el momento en que una impalpable cosa, invisible, inconcebible para los materialistas, ser reina, la "restablecida" reina, pudiente en todo lo santo, santa en toda cosa santa. Por ella el hombre quedar restablecido como "hijo de Dios" y obrar lo que Dios obra, porque tendr a Dios consigo.

La Gracia: sta es la reina que est volviendo. Entonces el bautismo ser sacramento. Entonces el hombre hablar y comprender el lenguaje de Dios, y la Gracia dar vida y Vida, dar poder de ciencia y de potencia; entonces... oh! entonces!...

Pero todava no tenis la madurez suficiente para comprender lo que os va a conceder la Gracia. Os ruego que ayudis su venida con una continua obra de formacin de vosotros mismos, y que abandonis las cosas intiles propias de hombres mezquinos...

All se ve el lmite de Samaria. Creis acertado que me acerque a hablar?

-Oh!!

Todos, quin ms, quin menos, se muestran escandalizados.

-En verdad os digo que por todas partes hay samaritanos. Si no tuviera que hablar donde hubiera un samaritano, no debera hacerlo en ningn lugar. Venid, pues. No voy a intentar hablar, pero no rechazar hablar de Dios si me lo piden. Un ao ha terminado, empieza el segundo; est a caballo entre el principio y el final. A1 principio predominaba el Maestro, ahora, fijaos, se revela el Salvador; el final tendr el rostro del Redentor. Vamos. El ro aumenta de caudal a medida que se acerca a la desembocadura; como Yo, que aumento la obra de misericordia porque la desembocadura est ya cerca.

-Despus de la Galilea vamos a ir a algn ro caudaloso? A1 Nilo? A1 ufrates?- comentan algunos en voz baja.

-Quizs es que vamos a tierra de gentiles... - responden otros.

-No cuchicheis. Nos dirigimos a mi desembocadura, o sea, hacia el cumplimiento de mi misin. Prestadme mucha atencin, porque despus os dejar, y debis continuar en mi nombre.

143

La samaritana Fotinai

-Yo me paro aqu. Id a la ciudad. Comprad los alimentos necesarios. Comeremos en este lugar.

-Vamos todos?

-S, Juan. Es bueno que estis en grupo.

-Y T? Te quedas solo?... Son samaritanos...

-No sern los peores de entre los enemigos del Cristo. Hala, poneos en camino! Yo orar mientras os espero. Por vosotros y por stos.

Los discpulos se van a regaadientes. Tres o cuatro veces se vuelven a mirar a Jess, que se ha sentado en una paredilla soleada al lado del bajo y ancho brocal de un pozo (un pozo grande, tan ancho que parece casi una cisterna). En verano deben darle sombra unos rboles grandes que ahora estn deshojados. No se ve el agua, pero en el suelo, junto al pozo, hay signos claros de haberla sacado: pequeos charcos y crculos de jarros hmedos.

Jess se sienta y se pone a meditar en su acostumbrada posicin: los codos apoyados sobre las rodillas; las manos hacia adelante, unidas; el cuerpo levemente curvado; la cabeza inclinada hacia abajo. Luego, sintiendo el calor de un agradable solecillo, se deja caer el manto de la cabeza y de los hombros y lo tiene recogido sobre su regazo.

Alza la cabeza para sonrer a una multitud de pjaros reidores que se estn disputando una migota que se le ha cado a alguien junto al pozo.

De improviso, llega una mujer. Los pjaros huyen. Viene al pozo con un nfora vaca sujeta de una de las asas con la mano izquierda; la derecha separa con gesto de sorpresa el velo, para ver quin es el hombre que est sentado all.

Jess sonre a esta mujer de unos treinta y cinco o cuarenta aos, alta, de facciones fuertemente marcadas pero bonitas. Un tipo de mujer que nosotros diramos casi espaol: palidez aceitunada; labios muy encendidos y ms bien tmidos; ojos grandes, casi demasiado, y negros, bajo cejas muy espesas; trenzas, que se transparentan a travs del ligero velo, de color negro corvino. Tambin las formas, ms bien modeladas y llamativas, reflejan un marcado tipo oriental, levemente flexuoso, como el de las mujeres rabes. Lleva un vestido de rayas multicolores, bien ceido a la cintura, tirante en las caderas y pecho pinges, para pender luego, en una especie de orla ondulante, hasta el suelo. Muchos anillos en las manos carnosas y morenitas, muchas pulseras en las muecas que despuntan bajo las bocamangas de lino. En el cuello lleva un pesado collar, del que cuelgan medallas (yo dira amuletos, pues son de las ms variadas formas). Pesados pendientes, que brillan bajo el velo, caen hasta la altura del cuello.

-La paz sea contigo, mujer. Me das de beber? He andado mucho y tengo sed.

-Pero no eres judo? Me pides de beber a m, que soy samaritana? Qu ha sucedido? Hemos sido rehabilitados, o es que vosotros estis disgregados? Sin duda algo grande ha sucedido, cuando un judo habla amablemente con una samaritana. De todas formas, debera responderte: "No te doy nada, para castigar en ti todas las injurias que los judos desde hace siglos nos infligen".

-As es: un gran acontecimiento. Como consecuencia, muchas cosas han cambiado, y ms an van a cambiar. Dios ha otorgado un gran don al mundo y por l muchas cosas han cambiado. Si conocieras el don de Dios y quin es el que te dice: "Dame de beber", quizs t misma le pediras de beber y l te dara agua viva.

-El agua viva est en las venas de la tierra. Este pozo la tiene... pero es nuestro - La mujer se muestra burlona y arrogante.

-El agua es de Dios, como tambin es de Dios la bondad, y la vida misma. Todo es de un nico Dios, mujer. Y todos los hombres vienen de Dios: tanto los samaritanos como los judos. No es ste el pozo de Jacob? Jacob no es cabeza de nuestra estirpe? Si luego un error nos ha dividido, ello no cambia el origen.

-Error nuestro, verdad? - pregunta, agresiva, la mujer.

-Ni nuestro ni vuestro. Error de alguien que haba perdido de vista caridad y justicia. No te estoy ofendiendo, ni tampoco a tu raza Por qu quieres t mostrarte ofensiva?

-Eres el primer judo al que oigo hablar as. Los otros... Pero, respecto al pozo, s, es el de Jacob y tiene tanta agua y tan clara que los de Sicar la preferimos a las otras fuentes. De todas formas, es muy profundo, y no tienes ni nfora ni odre; cmo podras sacar para m agua viva? Eres, acaso, ms que Jacob, nuestro santo patriarca, que encontr esta abundante agua para l, para sus hijos y sus hatos de ganado, y que nos la dej como don y recuerdo suyo?

-T lo has dicho. Mira, quien bebe de esta agua seguir teniendo sed; Yo, en cambio, tengo un agua que si uno la bebe no vuelve a sentir sed. Pero es slo ma y la doy a quien me la pide. En verdad te digo que quien reciba esta agua que Yo le d quedar saciado para siempre y no volver a tener sed, porque mi agua se har en l manantial seguro, eterno.

-Cmo? No entiendo. Eres un mago? Cmo puede un hombre transformarse en un pozo? El camello bebe y se aprovisiona de agua en su voluminoso vientre, pero luego la consume y no le dura toda la vida. Y T dices que tu agua dura toda la vida?

-Ms que eso: saltar hasta la vida eterna. Fluir hasta la vida eterna en quien la beba, y producir semillas de vida eterna, porque es surtidor de salud.

-Dame de esa agua si es verdad que la posees. Me canso viniendo hasta aqu. La tendr y no volver a sentir sed, y no enfermar jams ni me har vieja.

-Slo de eso te cansas?, de nada ms? Slo sientes necesidad de sacar agua para beber, para tu pobre cuerpo?

Reflexiona. Hay algo que vale ms que el cuerpo: el alma. Jacob no dio a los suyos y a s mismo slo el agua de la tierra, sino que se preocup de darse, y de dar, la santidad, el agua de Dios.

-Vosotros nos llamis paganos. Si eso es verdad, no podemos ser santos...

La mujer ha perdido su tono petulante e irnico y ahora se muestra sumisa y ligeramente confundida.

-Un pagano puede tambin ser virtuoso. Dios, que es justo, le premiar el bien realizado. No ser un premio completo, pero s te digo que entre un fiel en culpa grave y un pagano sin culpa Dios mira con menos rigor al pagano. Y por qu, si sabis que lo sois, no vais al verdadero Dios? Cmo te llamas?

-Fotinai.

-Pues, respndeme, Fotinai: Te duele el no poder aspirar a la santidad por el hecho de ser pagana - como t dices -, por vivir - como digo Yo - en la ofuscacin de un antiguo error?

-Me aflige.

-Y entonces, por qu no vives, al menos, como una virtuosa pagana?

-Seor! ...

-S. Puedes, acaso, negarlo? Ve a llamar a tu marido y vuelve aqu con l.

-No tengo marido...

La confusin de la mujer crece.

-T lo has dicho: no tienes marido. Has tenido cinco hombres y ahora tienes contigo otro que tampoco es marido tuyo.

Era necesario esto? Tambin tu religin desaconseja la impudicia. Tambin tenis vosotros el Declogo. Por qu vives as, Fotinai? No te sientes cansada de este esfuerzo de ser la carne de tantos, en vez de la honesta esposa de uno solo? No tienes miedo de cuando decline tu vida, de cuando te encuentres sola con tus recuerdos, con la amargura de lo pasado, con tus temores? S, tambin con tu miedo, tu miedo a Dios y a los espectros. Dnde estn tus hijos?.

La mujer baja del todo la cabeza y calla.

-No los tienes aqu en la Tierra. Sin embargo, sus almitas, a las que has impedido conocer el da de la luz, te acusan; siempre. Joyas... bonitos vestidos... casa rica... una mesa bien surtida... S, pero vaco y lgrimas y miseria interior. En realidad eres una desvalida, Fotinai; slo con un arrepentimiento sincero, a travs del perdn de Dios - y como consecuencia, el de tus hijos - puedes volver a ser rica.

-Seor, veo que eres profeta. Me avergenzo...

-Ante el Padre que est en los Cielos no sentas vergenza cuando hacas el mal? Pero... no llores de humillacin ante el Hombre... Ven aqu, Fotinai, junto a m. Yo te hablar de Dios. Quizs no lo conocas bien y por eso... s, por eso has cometido tantos errores; si hubieras conocido bien al verdadero Dios, no te habras rebajado de este modo, l te habra hablado y sostenido...

-Seor, nuestros padres adoraron en este monte. Vosotros decs que slo en Jerusaln se puede adorar. Pero, como T dices, Dios es slo uno. Aydame a ver dnde y cmo debo hacerlo...

-Mujer, creme, est llegando la hora en que ni en el monte de Samaria ni en Jerusaln ser adorado el Padre. Vosotros adoris a quien no conocis, nosotros a quien conocemos, porque la salvacin viene de los judos. Recuerda a los Profetas. Pero llega la hora - es sta - en que los verdaderos adoradores adorarn al Padre en espritu y en verdad; no ya con el rito antiguo sino con el nuevo, exento de sacrificios y hostias de animales consumidos por el fuego: el rito del sacrificio eterno de la Hostia inmaculada consumida por el Fuego de la Caridad: culto espiritual del Reino espiritual, que ser comprendido por aquellos que sepan adorar en espritu y en verdad. Dios es Espritu y debe ser adorado espiritualmente.

-Dices santas palabras. Yo s - tambin nosotros sabemos alguna cosa - que el Mesas va a llegar pronto; el Mesas, llamado tambin "el Cristo". Cuando venga nos ensear todo. Aqu cerca est el que dicen que es su Precursor; muchos van a l a orle. Pero es muy severo. T eres bueno. Las almas menesterosas no sienten miedo de ti. Yo creo que el Cristo ser bueno. Lo llaman Rey de la paz... Tardar mucho en venir?

-Te he dicho que su tiempo es ste.

-Cmo lo sabes? Eres discpulo suyo? El Precursor tiene muchos discpulos; tambin los tendr el Cristo.

-Soy Yo, el que te est hablando, el Cristo Jess.

-T!... Oh!...

La mujer, que se haba sentado junto a Jess, se levanta y hace ademn de huir.

-Por qu quieres huir, mujer?

-Porque me da horror estar a tu lado. T eres santo...

-Soy el Salvador. He venido aqu - y no era necesario - porque saba que tu alma estaba cansada de vagar. Ya te produce nuseas tu alimento... He venido a darte uno nuevo, que te quitar las nuseas y la hartura... All vuelven mis discpulos, con mi pan, pero el solo hecho de haberte dado estas migas iniciales de tu redencin ya me ha alimentado.

Los discpulos miran a la mujer de soslayo, ms o menos prudentemente, pero ninguno habla. Ella se marcha olvidando agua y nfora.

-Mira, Maestro - dice Pedro -, nos han tratado bien. Aqu hay queso, pan reciente, aceitunas y manzanas. Coge lo que quieras. Esa mujer ha hecho bien dejando el nfora; as ser ms rpido, que no con nuestros pequeos odres. Bebemos y luego los llenamos, y as no tendremos que pedir nada a los samaritanos, no tendremos ni siquiera que acercarnos a sus fuentes. No comes? He buscado pescado para ti, pero no haba. Quizs te hubiera gustado ms. Te veo cansado y plido.

-Tengo un alimento que vosotros no conocis. Comer de se. Repondr ampliamente mis energas. Los discpulos se miran con ademn de querer preguntar.

Jess responde a sus calladas preguntas.

-Mi alimento consiste en hacer la voluntad del que me ha enviado y consumar la obra que me ha encomendado. Cuando un sembrador esparce la semilla, puede pensar que ya ha hecho todo, como si hubiera cosechado? Ciertamente no.

Cunto tendr que hacer todava para poder decir: "Mi obra est cumplida"! Hasta ese momento no podr descansar. Fijaos en estos campos bajo el alegre sol de la hora sexta. Hace slo un mes, incluso menos, la tierra estaba desnuda, oscura por el agua de las lluvias. Fijaos ahora: abundantes tallitos de trigo, recin brotados, de un verde tenusimo, que, bajo esta intensa lu z, parece todava ms claro, la hacen blanquecina con el sutil velo con que la cubren, que es la mies futura. Vosotros, vindolo, decs: "Dentro de cuatro meses ser la cosecha. Los sembradores tomarn consigo a los segadores; porque, aunque uno sea suficiente para sembrar su propio campo, muchos son necesarios para segarlo. Ambas partes estn contentas: tanto el que ha sembrado un pequeo saquito de trigo y ahora debe preparar los graneros para guardarlo, como los que en pocos das ganan de qu vivir para algunos meses". De la misma forma, en el campo del espritu, los que recojan lo que por m fue sembrado se alegrarn conmigo, y como Yo, porque les dar mi salario y el fruto debido. Les dar de qu vivir en mi Reino eterno. Vosotros slo tenis que recoger. Yo he hecho la parte ms dura del trabajo; no obstante, os digo: "Venid, cosechad en mi campo; contento me siento de que os carguis de manpulos de mi trigo. Una vez que hayis recogido todo mi trigo, sembrado por m por todas partes, infatigable, quedar cumplida la voluntad de Dios, y Yo me sentar al banquete de la celeste Jerusaln". All vienen los samaritanos con Fotinai. Mostrad caridad para con ellos. Son almas que se acercan a Dios.

144

Los samaritanos invitan a Jess a Sicar

Viene hacia Jess un grupo de notables samaritanos guiados por Fotinai.

-Dios sea contigo, Rab. Esta mujer nos ha dicho que eres un profeta y que no te desdeas de hablar con nosotros. Te rogamos que nos concedas tu presencia y que no nos niegues tu palabra, porque... s, es verdad que hemos sido amputados de Jud, pero no hay por qu decir que slo Jud sea santo y todo el pecado est en Samaria; tambin hay justos entre nosotros.

-Este concepto se lo he expresado Yo tambin a esta mujer. No me impongo, pero tampoco me muestro reluctante si alguien me busca.

-Eres justo. La mujer nos ha dicho que T eres el Cristo. Es verdad? Respndenos en nombre de Dios.

-Lo soy. La hora mesinica ha llegado. Israel ha sido reunido por su Rey; y no slo Israel.

-Pero T sers para quienes... no estn en error como estamos nosotros - observa un anciano de porte grave.

-Hombre, te veo como cabeza de todos los presentes, y leo en ti una honrada bsqueda de la Verdad. Escchame ahora t que ests instruido en las lecturas sagradas. A m me fue dicho lo mismo que el Espritu dijo a Ezequiel cuando le confiri una misin proftica: "Hijo del hombre, Yo te envo a los hijos de Israel, a los pueblos rebeldes que se han alejado de m... Son hijos de dura cerviz y corazn indomable... Quizs te escuchen, aunque sin hacer luego caso de tus palabras, que son mas. Efectivamente, se trata de una casa rebelde. Pero, al menos, sabrn que entre ellos hay un profeta. No les tengas miedo. No te asusten sus argumentaciones, porque son incrdulos y subversivos... Refireles mis palabras, te presten o no odos. Haz lo que te digo, escucha lo que te digo para no ser rebelde como ellos. Por tanto, come todo alimento que Yo te ofrezca". Y he venido. No me hago falsas ilusiones, no pretendo ser acogido como un triunfador; pero, puesto que la voluntad de Dios es mi deleite, la cumplo. Si queris, os manifiesto las palabras que el Espritu ha depositado en m.

-Cmo es posible que el Eterno haya pensado en nosotros?

-Porque es Amor, hijos.

-No hablan as los rabes de Jud.

-Pero s os habla as el Mesas del Seor.

-Est escrito que el Mesas haba de nacer de una virgen de Jud. T, de quin y cmo naciste?

-En Beln Efrat, de Mara de la estirpe de David, por obra de espiritual concepcin. Quered creerlo. La bonita voz de Jess es un taido de alegre triunfo al proclamar la virginidad de su Madre.

-Tu rostro resplandece con intensa luz. No, T no puedes mentir. Los hijos de las tinieblas tienen tenebroso el rostro, turbada la mirada. T eres luminoso; tu mirada tiene la limpieza de una maana de Abril, tu palabra es buena. Entra en Sicar, te lo ruego, y adoctrina a los hijos de este linaje. Luego te marchars... y nos acordaremos de la Estrella que ray nuestro cielo...

-Y si la siguierais?... Por qu no?

-Pero si no podemos, no.

Hablan mientras se dirigen a la ciudad.

-Somos los separados, al menos as se dice. Hemos nacido con esta fe y no sabemos si es justo dejarla. Adems... - s, contigo podemos hablar, lo percibo - adems tambin nosotros tenemos ojos para ver y cerebro para pensar. Cuando, por viajes o exigencias comerciales, pasamos a vuestra tierra, todo lo que vemos no es suficientemente santo como para persuadirnos de que Dios est con vosotros los de Jud, ni tampoco con vosotros los galileos.

-En verdad te digo que el no haberos persuadido, el no haberos conducido de nuevo a Dios - no con ofensas y maldiciones, sino con el ejemplo y la caridad - le ser imputado al resto de Israel.

-Cunta sabidura tienes! Estis oyendo? Todos asienten con un murmullo de admiracin.

Entretanto, han llegado a la ciudad. Muchas otras personas se acercan mientras se dirigen a una de las casas.

-Escucha, Rab. T, que eres sabio y bueno, resulvenos una duda; de ello puede depender buena parte de nuestro futuro. T, que eres el Mesas - restaurador, por tanto, del reino de David -, debes sentir alegra de restablecer la unin, con el cuerpo del Estado, de este miembro desgajado; no?

-Me preocupo no tanto de reagrupar las partes separadas de una entidad caduca cuanto de conducir de nuevo a Dios a todos los espritus, y me siento dichoso cuando restauro la Verdad en un corazn. Pero... expn tu duda.

-Nuestros padres pecaron. Desde entonces Dios detesta a las almas de Samaria. Por tanto, aunque siguiramos la va del Bien, qu beneficios obtendramos? Siempre seremos unos leprosos ante los ojos de Dios.

-Como todos los cismticos, vuestro pesar es eterno; vuestra insatisfaccin, perenne. Te respondo tambin con Ezequiel. "Todas las almas son mas", dice el Seor - tanto la del padre como la del hijo -, pero morir slo el alma que haya pecado. Si un hombre es justo, si no es idlatra, si no fornica, si no roba y no practica la usura, si tiene misericordia de la carne y del espritu de los dems, ser justo ante mis ojos y tendr vida verdadera. Si un justo tiene un hijo rebelde, ste tendr la vida por haber sido justo su padre? No, no la tendr. Y, si el hijo de un pecador es justo, morir como su padre por ser hijo suy o? No; vivir con eterna vida por haber sido justo. No sera justo que uno cargase con el pecado del otro. El alma que haya pecado morir, la que no haya pecado no morir. Pero, aun quien haya pecado podr tener la verdadera vida si se arrepiente y se une a la Justicia. El Seor Dios, el nico y solo Seor, dice: "No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y tenga la Vida". Para esto me ha enviado, oh hijos errantes!, para que tengis la verdadera vida. Yo soy la Vida. Quien cree en m y en quien me ha enviado tendr la vida eterna, aunque hasta este momento haya sido un pecador.

-Hemos llegado a mi casa, Maestro. No sientes horror de entrar?

-Slo me produce horror el pecado.

-Entra entonces, haz aqu un alto en tu camino. Compartiremos el pan, y luego, si no te es molestia, nos distribuirs la palabra de Dios; dicha por ti tiene otro sabor... Nosotros tenemos aqu un tormento: el de no sentirnos seguros de estar en la verdad...

-Todo se calmara si os atrevierais a ir abiertamente a la Verdad. Que Dios hable en vosotros, ciudadanos. Pronto anochecer. No obstante, maana, a la hora tercera, os hablar largamente, si lo deseis. Idos y que la Misericordia os acompae.

145

El primer da en Sicar

Jess est hablando, desde el centro de una plaza, a mucha gente, concentrada en torno a l. Habla subido al banco de piedra que hay junto a la fuente. Tambin estn alrededor los doce, con unas caras... que reflejan consternacin, o incomodidad, o que expresan claramente la repulsin hacia ciertos contactos. Especialmente Bartolom y el Iscariote muestran abiertamente su contrariedad: para evitar lo ms posible la cercana de los samaritanos, el Iscariote se ha puesto a caballo en una rama de un rbol, como queriendo dominar la escena; Bartolom ha ido a apoyarse en un portal de un ngulo de la plaza. El prejuicio est vivo y activo en todos.

Jess se manifiesta con total normalidad; es ms, yo dira que se est esforzando en no apabullar a los presentes con su majestuosidad, tratando, de todas formas, al mismo tiempo, de hacerla resaltar para eliminar en ellos todo gnero de duda. Acaricia a dos o tres pequeuelos, de los cuales pregunta el nombre; se interesa personalmente de un anciano ciego, al que, tambin personalmente, le da el bolo; responde a dos o tres cuestiones que le plantean acerca de asuntos no generales sino privados.

Uno de estos asuntos es la pregunta de un padre acerca de su hija, que se ha escapado de casa por amor y que ahora solicita perdn.

-Concdele tu perdn inmediatamente.

-He sufrido por ello, Maestro! Y sigo sufriendo. En menos de un ao he envejecido diez.

-El perdn te aliviar.

-No puede ser. La herida permanece.

-Es verdad, pero en esa herida hay dos espinas que hacen dao: una, la innegable afrenta que te ha infligido tu hija; la otra es el esfuerzo por desamarla. Quita, al menos, sta. El perdn, que es la forma ms alta del amor, la sacar. Piensa, pobre

padre, que es una hija que ha nacido de ti y que siempre tiene derecho a tu amor. Si la vieras con una enfermedad corporal y supieras que si no la cuidases t, t en persona, morira, la dejaras morir? Ciertamente no. Pues piensa entonces que t, t en persona, con tu perdn, puedes atajar su mal y conducirla a la restauracin de la salud del instinto; porque mira, en ella ha tomado predominio el lado ms vil de la materia.

-Entonces... piensas que debo perdonar?

-Debes hacerlo.

-Pero cmo voy a resistir el verla en casa despus de lo que ha hecho; cmo voy a ser capaz de no maldecirla?

-S as fuera, no habras perdonado. El perdn no est en el acto de abrirle de nuevo la puerta de casa, sino en abrirle de nuevo el corazn. S bueno, hombre. No vamos a tener para con nuestra hija la paciencia que tenemos con el novillo indcil?

Una mujer, por su parte, presenta la cuestin de si hara bien casndose con su cuado para dar un padre a sus huerfanitos.

-Piensas que sera un verdadero padre?

-S, Maestro. Son tres varones. Necesitan un hombre que los gue.

-Hazlo entonces, y s esposa fiel como lo fuiste con el primero.

-El tercero le pregunta que si, aceptando la invitacin que ha recibido de ir a Antioqua, hara bien o mal.

-Por qu quieres ir?

-Porque aqu no dispongo de medios ni para m ni para mis muchos hijos. He conocido a un gentil que me contratara, porque me ha visto hbil en el trabajo; ofrecera tambin trabajo a mis hijos. Pero no querra... - te parecer extrao un escrpulo en un samaritano pero lo tengo -, no querra que perdisemos la fe. Es que ese hombre es un pagano, sabes?

-Y qu quieres decir con ello? Mira, nada contamina si uno no quiere ser contaminado. Ve tranquilamente a Antioqua y s del Dios verdadero. l te guiar, y sers incluso el benefactor de ese patrn que conocer a Dios a travs de tu honradez.

Luego comienza a hablar a todos los presentes.

-He odo la voz de muchos de vosotros, y en todos he visto un secreto dolor, un pesar del que ni siquiera quizs os dais cuenta; he visto que lloris en vuestros corazones. Esto se ha ido acumulando durante siglos, y no son capaces de disolverlo ni las razones que a vosotros mismos os decs ni las injurias que os lanzan; antes bien, cada vez ms se endurece y pesa como nieve que se solidifica en hielo.

Yo no soy vosotros, como tampoco soy uno de los que os acusan. Soy Justicia y Sabidura. Una vez ms, para solucin de vuestro caso, os cito a Ezequiel. l, profticamente, habla de Samaria y de Jerusaln llamndolas hijas de un mismo seno, llamndolas Ohol y Oholib (Ezequiel 23).

La que primero cay en la idolatra fue la primera, de nombre Ohol, porque ya antes haba quedado privada de la ayuda espiritual de la unin con el Padre de los Cielos. La unin con Dios significa siempre salvacin. Confundi errneamente la verdadera riqueza, la verdadera potencia, la verdadera sabidura, con la pobre riqueza, potencia y sabidura de uno que era inferior a Dios, y ms pequeo que ella misma; fue seducida por la riqueza, potencia y sabidura de ste hasta el punto de que se hizo esclava del modo de vivir del que la haba seducido. Buscando ser fuerte, vino a ser dbil. Buscando ser ms, vino a ser menos. Por imprudente enloqueci. Cuando uno, imprudentemente, se coge una infeccin, mucho le cuesta luego librarse de ella. Diris: "Menos? No. Nosotros fuimos grandes". S, grandes, pero cmo?, a qu precio? No lo ignoris. Cuntas mujeres tambin consiguen la riqueza al precio tremendo de su honor? Adquieren una cosa que puede terminar y pierden algo que no tiene fin: el buen nombre.

Oholib, viendo que a Ohol su propia locura le haba producido riqueza, quiso imitarla, y enloqueci ms que Ohol, adems con doble culpa, porque tena consigo al Dios verdadero y no habra debido pisotear jams la fuerza que de esta unin le vena: duro, tremendo castigo ha recibido - y ms grande an ser - la doblemente desquiciada y fornicadora Oholib. Dios le volver la espalda - ya lo est haciendo - para ir a los que no son de Jud. No se puede acusar a Dios de ser injusto porque no se imponga. A todos abre los brazos, invita a todos; pero, si uno le dice: "Vete", se va. Busca amor, invita a otros, hasta que encuentra a alguien que dice: "Voy". Por eso os digo que podis hallar alivio a vuestro tormento, debis hallarlo, pensando en estas cosas.

Ohol vuelve en ti! Dios te llama. La sabidura del hombre est en saberse enmendar; la del espritu, en amar al Dios verdadero y su Verdad. No fijis vuestra mirada ni en Oholib, ni en Fenicia, ni en Egipto, ni en Grecia. Mirad a Dios. sa es la Patria de todo espritu recto, y es el Cielo. No hay muchas leyes, sino una sola: la de Dios. Por ese cdigo se tiene la Vida. No digis: "Hemos pecado"; decid ms bien: "No queremos volver a pecar". La prueba de que Dios os sigue amando la tenis en esto: os ha enviado a su Verbo a deciros: "Venid". Venid, os digo. Os injurian?, os han proscrito?... Quines?: seres semejantes a vosotros. Considerad que Dios es mayor que ellos, y que os dice: "Venid". Llegar un da en que exultaris por no haber estado en el Templo... Con la mente exultaris, y an mayor ser el gozo de los espritus, porque el perdn de Dios habr descendido a los hombres de corazn recto dispersos por Samaria. Preparad su venida. Venid al Salvador universal, vosotros, hijos de Dios que ya no sabis hallar el camino.

-Nosotros iramos, al menos algunos; los que no nos aceptan son los de la otra parte.

-Pues, citando de nuevo al sacerdote y profeta, os digo: "Yo tomar el leo de Jos, que Efram tiene en su mano, con las tribus de Israel a l unidas, y lo unir al de Jud para hacer de ellos un solo tronco...". No, no es al Templo; venid a m; Yo no rechazo a nadie. Yo soy aquel que fue llamado el Rey dominador de todos. Soy el Rey de los reyes. Oh, pueblos todos que deseis ser purificados, Yo os purificar! Rebaos sin pastor, o con pastores dolos, Yo os congregar, porque soy el Pastor bueno! Os dar el nico tabernculo que voy a poner en medio de mis fieles. Este tabernculo ser fuente de vida, pan de vida, luz, salvacin, proteccin, sabidura; ser todo, porque ser el Viviente dado en alimento a los muertos para que vivan; ser el Dios que se efunde con su santidad para santificar. Esto soy y ser. El tiempo del odio, de la incomprensin, del temor, queda superado. Venid! Ven, pueblo de Israel, pueblo separado, pueblo afligido, pueblo lejano, pueblo estimado; infinitamente

apreciado por estar enfermo, debilitado; infinitamente amado porque una flecha te ha abierto las venas del corazn y te ha desangrado, ha extrado de tus venas la unin vital con tu Dios! Ven al seno de donde naciste, al pecho de que recibiste la vida; todava hay para ti dulzura y calor...! Siempre! Ven! Ven a la Vida y a la Salud!

146

El segundo da en Sicar. Jess se despide de los samaritanos

Dice Jess a los samaritanos de Sicar:

-Tengo otros hijos a quienes evangelizar. Tengo que dejaros. Pero antes quisiera abriros, flgidos, los caminos de la esperanza, y llevaros a ellos y deciros: "Caminad seguros, que la meta es cierta". Hoy no voy a citar al gran Ezequiel, sino al discpulo predilecto de Jeremas, grandsimo profeta.

Baruc habla por vosotros. Realmente toma vuestras almas y habla por todas ellas al sublime Dios que est en los Cielos, las vuestras - no me refiero slo a las de los samaritanos, sino a todas vuestras almas, oh, estirpes del pueblo elegido cadas en mltiple pecado! -, y tambin las vuestras, pueblos gentiles que sents que entre los muchos dioses a los que adoris hay un Dios desconocido, un Dios al que vuestra alma siente nico y verdadero, y que, no obstante, debido a vuestra pesantez no podis buscarlo para conocerlo como el alma quisiera. A1 menos una ley moral os haba sido dada, oh gentiles, oh idlatras!; porque sois hombres y el hombre tiene en s una esencia que viene de Dios y que se llama espritu y que tiene siempre voz y consejos elevados y empuja a vida santa. Vosotros la habis sometido a la esclavitud de una carne viciosa, rompiendo la ley moral humana - la que tenais - y viniendo a ser pecadores incluso humanamente, rebajando el concepto de vuestras fes y rebajndoos a vosotros mismos a un nivel animalesco que os hace inferiores a los brutos.

Y, a pesar de todo, os, todos, y comprendis ms - y como consecuencia actuis - en la medida en que aumenta vuestra cognicin de la Ley de una moral sobrenatural que el verdadero Dios os ha dado.

Baruc (Baruc 2,16-18 y Baruc 2, 24-26) ora as: "Seor, mranos desde tu santa morada. Vuelve hacia nosotros tus odos. Escchanos. Abre tus ojos y piensa que no sern los muertos que estn en los infiernos - cuyo espritu est separado de sus entraas - los que rindan honor y justicia al Seor, sino el alma afligida por la dimensin de las desventuras, que camina encorvada y dbil, con los ojos hacia el suelo; el alma hambrienta de ti, oh Dios!, es la que te rinde gloria y justicia". sta es la oracin que debis tener en vuestros corazones humillados con noble humildad, que no es degradacin e indolencia sino conocimiento exacto de la propia msera situacin y santo deseo de hallar el medio de mejorar espiritualmente.

Y Baruc llora humildemente, y todo justo debe llorar con l, viendo y nombrando con su verdadero nombre las desventuras que han hecho triste, dividido y vasallo a un pueblo fuerte. "No hemos hecho - dice - caso de tu voz y has cumplido las palabras que habas manifestado a travs de tus siervos, los Profetas... Y han sacado de sus sepulcros los huesos de nuestros reyes y de nuestros padres, los han arrojado al ardor del sol, al crudo fro de la noche; los habitantes de la ciudad han muerto entre atroces dolores, de hambre, a espada, de peste. Has reducido al estado presente el Templo en que se invocaba tu Nombre, a causa de la iniquidad de Israel y Jud.

No digis, hijos del Padre: "Tanto nuestro Templo como el vuestro han surgido y resurgido y se yerguen esplndidos". No. Un rbol abierto desde su pice hasta sus races por un rayo no puede pervivir; podr vegetar mseramente, presentar un conato de vida en algunos rebrotes que nazcan de races que se resistan a morir... no pasar de ser un conjunto de ramajes infructferos; jams volver a ser opulento rbol de copiosos frutos sanos y delicados. Pues bien, el proceso de fragmentacin incoado con la separacin se acenta cada vez ms a pesar de que materialmente la construccin no parezca lesionada; antes bien, bella y nueva. Destruye las conciencias que en ella moran. Llegar la hora en que, apagada toda llama sobrenatural, le faltar al Templo - altar de precioso metal que para subsistir debe ser mantenido en continua fusin por el calor de la fe y de la caridad de sus ministros -, le faltar lo que constituye su vida; entonces, glido, apagado, ensuciado, lleno de cadveres, pasar a ser podredumbre acometida, para ruina suya, por cuervos llegados de otras regiones y por el alud del castigo divino.

Hijos de Israel, orad, llorando, conmigo, vuestro Salvador. Que mi voz sostenga las vuestras y penetre - pues mi voz tiene este poder - hasta el trono de Dios. Quien ora con el Cristo, Hijo del Padre, es escuchado por Dios, Padre del Hijo.

Elevemos la antigua, justa oracin de Baruc (3, 1-7): "Y ahora, Seor omnipotente, oh Dios de Israel!, toda alma angustiada, todo espritu henchido de ansiedad, eleva a ti su grito. Abre tus odos, Seor, y ten piedad. Eres un Dios misericordioso; ten piedad de nosotros, porque hemos pecado en tu presencia. Eternamente, ocupas tu trono; debemos nosotros perecer para siempre? Seor omnipotente, Dios de Israel, escucha la oracin de los muertos de Israel y de sus hijos, que han pecado en tu presencia. Ellos no prestaron odos a la voz del Seor su Dios. Se nos han adherido sus males. No te acuerdes de la iniquidad de nuestros padres; acurdate, ms bien, de tu poder y tu Nombre... Ten piedad, para que invoquemos este Nombre y nos convirtamos de la iniquidad de nuestros padres".

Orad as y convertos verdaderamente, volviendo a la sabidura verdadera, que es la de Dios y se encuentra en el Libro de los mandamientos de Dios y en la Ley, que dura eternamente y que ahora Yo, Mesas de Dios, traigo de nuevo, en su simple e inalterable forma, a los pobres del mundo, anuncindoles la buena nueva de la era de la Redencin, del Perdn, del Amor, de la Paz. Quien crea en esta palabra alcanzar vida eterna.

0s dejo, habitantes de Sicar, que habis sido buenos con el Mesas de Dios. Os dejo con mi paz.

-Qudate ms tiempo!

-Vuelve!

-Ninguno nos volver a hablar como lo has hecho T.

-Bendito seas, Maestro bueno!

-Bendice a mi pequeuelo!

-Santo, ruega por m!

-Djame conservar un ribete de tu indumento como bendicin!

-Acurdate de Abel!

-Y de m, Timoteo!

-Y de m, Yori!

-De todos. De todos. La paz descienda sobre vosotros.

Lo acompaan hasta unos centenares de metros fuera de la ciudad, y luego, muy despacio, se vuelven...

147

Curacin de una mujer de Sicar y conversin de Fotinai

Jess va caminando solo, casi rozando un seto de ccteas que, burlndose de todas las dems plantas desnudas, resplandecen bajo el sol con sus carnosas paletas espinosas, en las que hay todava algn fruto al que el tiempo ha dado un color rojo ladrillo, o en que ya re alguna flor precoz amarilla con pinceladas de color bermelln.

Los apstoles, detrs, cuchichean. No creo que estn verdaderamente alabando al Maestro. En un momento dado, Jess se vuelve de repente y dice:

-Quien est pendiente del viento no siembra, quien est pendiente de las nubes no recoge nunca. Es un refrn antiguo, pero Yo lo sigo. Como podis ver, donde temais adversos vientos y no querais deteneros, he encontrado terreno y modo de sembrar. Y, a pesar de "vuestras" nubes, que, conviene que lo oigis, no est bien que las mostris donde la Misericordia quiere mostrar su sol, estoy seguro de haber cosechado ya.

-S, pero ninguno te ha pedido un milagro. Es una fe en ti muy extraa!

-Toms, crees que el hecho de pedir milagros es lo nico que prueba que hay fe? Te equivocas. Es todo lo contrario. Quien quiere un milagro para poder creer patentiza que sin el milagro, prueba tangible, no creera. Sin embargo, quien, por la palabra de otro, dice "creo" muestra la mxima fe.

-As que entonces los samaritanos son mejores que nosotros!

-No estoy diciendo eso. Pero en su estado de minoracin espiritual han mostrado tener una capacidad de comprender a Dios mucho mayor que la de los fieles de Palestina. Esto os lo encontraris muchas veces en vuestra vida. Os ruego que os acordis tambin de este episodio para saberos conducir sin prejuicios con las almas que se acerquen a la fe en el Cristo.

-De todas formas - perdona, Jess, si te lo digo - ya te persigue mucho odio y dar pie a nuevas acusaciones creo que te perjudica. Si los miembros del Sanedrn vinieran a saber que has tenido...

-Dilo, hombre!: "amor", porque esto es lo que he tenido y tengo, Santiago. T, que eres primo mo, comprenders que en m no puede haber sino amor. Te he mostrado cmo en m slo hay amor, incluso para con quienes me eran enemigos en mi familia y en mi tierra. Y, entonces, no deba amar a stos, que me han respetado a pesar de que no me conocan? Los miembros del Sanedrn pueden hacer todo el mal que quieran, pero la consideracin de este futuro mal no cerrar las esclusas de mi amor omnipresente y omnioperante. Pero adems es que, aunque lo hiciera, ello no impedira al odio del Sanedrn encontrar motivos de acusacin.

-S, pero, Maestro, pierdes tu tiempo en una ciudad idlatra, habiendo como hay muchos lugares en Israel que te esperan. Dices que es necesario consagrar cada hora del da al Seor. No son horas perdidas?

-Un da dedicado a reagrupar las ovejas extraviadas no es un da perdido, Felipe. Est escrito: "Hace muchas oblaciones quien respeta la Ley... mas quien practica la misericordia ofrece un sacrificio". Est escrito: "Que tu ofrenda al Altsimo est en proporcin de cuanto te ha dado; ofrece con mirada alegre segn tus facultades". Yo lo hago, amigo, y el tiempo empleado en el sacrificio no es un tiempo perdido. Practico la misericordia y uso de las facultades recibidas ofreciendo mi trabajo a Dios. Tranquilos, por tanto. Adems, el que, de vosotros, quera que hubieran pedido milagros para convencerse de que los de Sicar crean en m va a quedar satisfecho. Aquel hombre nos sigue, sin duda por algn motivo. Detengmonos.

Efectivamente, el hombre viene en direccin a ellos. Se le ve encorvado bajo la carga de un voluminoso fardo que lleva malamente contrapesado sobre los hombros. A1 ver que el grupo de Jess se ha detenido lo hace l tambin.

-Se ha parado porque ve que nos hemos dado cuenta de sus malas intenciones. Son samaritanos!

-Ests seguro, Pedro?

-Sin duda!

-Pues entonces quedaos aqu. Yo me acerco.

-No, Seor, eso no. Si vas T, tambin yo.

-De acuerdo, ven.

Jess se dirige hacia el hombre. Pedro trota a su lado, entre curioso y hostil. Llegados a pocos metros uno del otro, Jess dice:

-Hombre, qu quieres? A quin buscas?

-A ti.

-Y por qu no has venido a m cuando estaba en la ciudad?

-No me atreva... Si en presencia de todos me hubieras rechazado hubiera sufrido demasiado dolor y vergenza.

-Podras haberme llamado cuando me qued solo con los mos.

-Mi deseo era acercarme a ti estando T solo, como Fotinai. Tambin yo, como ella, tengo un motivo importante para estar a solas contigo...

-Qu quieres? Qu es lo que transportas con tanto esfuerzo sobre tus hombros?

-Es mi mujer. Un espritu se ha adueado de ella y la ha transformado en un cuerpo muerto y una inteligencia apagada. Debo hasta darle la comida en la boca, vestirla, llevarla como a una nia pequea. Ocurri de improviso, sin previa enfermedad... La llaman "la endemoniada". Todo esto me supone dolor, afanes, gastos. Mira.

El hombre pone en el suelo su fardo de inerte carne envuelta en un sayo (como un saco), y descubre un rostro de mujer, todava joven, que si no respirase se podra decir que estaba muerta: ojos cerrados, boca entreabierta: es el rostro de una persona que ha expirado.

Jess se agacha hacia la desdichada mujer que yace en el suelo, la mira, luego mira al hombre y le dice:

-Crees que puedo hacerlo?... Por qu lo crees?

-Porque eres el Cristo.

-Pero t no has visto nada que lo pruebe.

-Te he odo hablar. Me basta.

-Has odo, Pedro? Qu piensas que debo hacer ante una fe tan genuina?

-Pues... Maestro... T... Yo... Bueno, decide T. Pedro est des-concertado.

-S, ya he decidido. Hombre, mira.

Jess coge la mano de la mujer y ordena:

-Vete de ella! Lo quiero!

La mujer, que hasta ese momento haba permanecido inerte, se contrae en una horrenda convulsin, primero muda, luego acompaada de quejidos y gritos que terminan con uno ms fuerte durante el cual, como quien se despierta de una pesadilla, abre como platos los ojos que hasta ahora haba mantenido cerrados. Luego se tranquiliza y, con cierto estupor, mira a su alrededor; fija primero sus ojos en Jess - el Desconocido que le sonre... -; luego mira a la tierra del camino en que yace, y a una mata nacida en el borde, en la que la cabezuela blanco-roja de las margaritas de los prados coloca perlas ya prximas a abrirse en forma de radiado nimbo; mira al seto de cactceas, al cielo - muy azul -; luego vuelve la mirada y ve a su marido... a este marido suyo que, ansioso, la mira a su vez escudriando todos sus movimientos. Sonre y, recuperada completamente su libertad, se pone en pie como impulsada por un resorte para refugiarse en el pecho de su marido. ste, llorando, la acaricia y la abraza.

hijos...

-Cmo es que estoy aqu? Por qu? Quin es este hombre?

-Es Jess, el Mesas. Estabas enferma y te ha curado. Dile que lo quieres.

-Oh..., s! Gracias!... Pero, qu tena? Mis nios... Simn... no recuerdo cosas de ayer, pero s que recuerdo que tengo

Jess dice:

-No es necesario que te acuerdes de ayer. Acurdate siempre del da de hoy. S buena. Adis. Sed buenos y Dios estar

con vosotros.

Y Jess, seguido por la bendiciones de los dos, se retira rpido.

Llegado adonde estn los dems, que se haban quedado al pie del seto, no les dirige la palabra. S a Pedro:

-Y ahora, t, que estabas seguro de que aquel hombre vena con malas intenciones, qu dices? Simn, Simn!

Cunto te falta todava para ser perfecto! Cunto os falta! Tenis, excepto una patente idolatra, todos los pecados de stos, y adems soberbia en el juicio. Tomemos nuestro alimento. No podemos llegar antes de la noche a donde quera. Dormiremos en algn henil, si es que no encontramos nada mejor.

Los doce, con el sabor en su corazn de la correccin recibida, se sientan sin hablar y se ponen a comer su comida. El sol de este sereno da ilumina los campos, que descienden, formando suaves ondulaciones, hacia una llanura.

Despus de comer, todava permanecen un tiempo en el lugar, hasta que Jess se pone en pie y dice:

-Venid, t, Andrs, y t, Simn; quiero ver si aquella casa es amiga o enemiga.

Y se pone en movimiento. Los otros permanecen en el lugar y guardan silencio, hasta que Santiago de Alfeo le dice a Judas Iscariote:

-Pero esta que viene no es la mujer que estaba en Sicar?

-S, es ella. La reconozco por el vestido. Qu querr?

-Seguir su camino - responde Pedro con cara de malhumor.

-No. Nos est mirando demasiado, protegindose los ojos del sol con la mano. La observan hasta que llega cerca de ellos y dice toda sumisa:

-Dnde est vuestro Maestro?

-Se ha ido. Por qu preguntas por l?

-Lo necesitaba...

-No se echa a perder con mujeres - responde Pedro cortante.

-Ya lo s. Con mujeres, no; pero yo soy un alma de mujer que tiene necesidad de l.

-Judas de Alfeo le aconseja a Pedro que la deje quedarse, y responde a la mujer: -Espera. Dentro de poco vuelve.

La mujer se retira a una curva del camino y all se queda, en silencio. Los apstoles se desinteresan de ella. Jess al poco tiempo regresa. Pedro dice a la mujer:

-Ah est el Maestro. Dile lo que quieras. Aprate.

La mujer ni siquiera le responde; va a los pies de Jess y se prosterna hasta tocar el suelo, y guarda silencio.

-Fotinai, qu quieres de m?

-Tu ayuda, Seor. Yo soy muy dbil. No quiero pecar ms. Esto se lo he dicho ya al hombre. Pero, ahora que he dejado de pecar no s nada ms. Ignoro el bien. Qu tengo que hacer? Dmelo T. Soy fango, pero tu pie pisa tambin el camino para ir a las almas; pisa mi fango, pero ven a mi alma con tu consejo.

Llora.

-Seguirme como nica mujer no es posible. Si verdaderamente quieres no pecar y conocer la ciencia de no pecar, regresa a tu casa con espritu de penitencia, y espera. Llegar el da en que t, mujer, entre otras muchas, igualmente redimidas, podrs estar al lado de tu Redentor y aprender la ciencia del Bien. Ve. No tengas miedo. S fiel a la voluntad que tienes ahora de no pecar. Adis.

La mujer besa la tierra, se alza y se retira caminando hacia atrs durante algunos metros; luego se vuelve hacia Sicar...

148

Jess visita a Juan el Bautista en las cercanas de Enn

Es una clara noche de luna. Tan ntida, que el terreno aparece con todos sus detalles, y los campos, con el trigo nacido pocos das antes, parecen alfombras de felpa verdeplata vareteadas con las listas oscuras de los senderos; velndolas estn los troncos de los rboles: del todo blancos por el lado de la Luna; del todo negros por el lado oeste.

Jess va caminando seguro y solo. Avanza muy deprisa por su camino, hasta que se encuentra con un curso de agu a que desciende gorgoteando hacia la llanura en direccin norte-este. Remonta su curso hasta un lugar solitario al lado de una escarpadura cubierta de vegetacin espesa. Tuerce otra vez, trepando por un sendero, y llega a un refugio natural de la ladera del collado.

Entra. Se inclina hacia un cuerpo extendido en el suelo, un cuerpo que casi ni se vislumbra a la luz de la luna, que ilumina, s, el sendero, pero no penetra en la cueva. Lo llama:

-Juan.

El hombre se despierta y se incorpora, todava entre las nieblas del sueo. Pronto se da cuenta de quin es el que lo ha llamado y se levanta bruscamente, para postrarse en tierra diciendo:

-Cmo es que viene a m mi Seor?

-Para alegrar tu corazn y el mo. Anhelabas mi presencia, Juan; aqu estoy. Levntate. Vamos a salir a la luz de la luna.

Sentmonos a conversar en esta pea que hay junto a la cueva.

Juan obedece, se levanta y sale. Pero, una vez que Jess se ha sentado, l, con la piel de oveja que mal cubre su flaqusimo cuerpo, se pone de rodillas delante del Cristo echndose hacia atrs sus cabellos largos y desordenados que le pendan por delante de los ojos, para ver mejor al Hijo de Dios.

El contraste es fortsimo: Jess, de tez plida, rubio, cabellos esponjosos y ordenados, corta barba en la parte baja del rostro; el otro, todo l, una mata de pelos negrsimos, tras los cuales apenas si asoman dos ojos hundidos (yo dira febriles por el fuerte brillo de su negro de azabache).

-Vengo a decirte "gracias". Has cumplido y cumples, con la perfeccin de la Gracia que hay en ti, tu misin de Precursor mo. Cuando llegue la hora, entrars en el Cielo, a mi lado, porque habrs merecido todo de Dios; pero ya durante la espera tendrs la paz del Seor, amigo mo dilecto.

-Muy pronto entrar en la paz. Bendice, Maestro mo y Dios mo, a tu siervo para fortalecerlo en la ltima prueba. S que est cercana, y que debo dar todava un testimonio: el de la sangre. T tampoco desconoces - menos todava que yo - que mi hora est llegando. Tu venida aqu ha sido deseo de la misericordiosa bondad de tu corazn de Dios, para fortalecer al ltimo mrtir de Israel y primero del nuevo tiempo. Dime slo una cosa: Voy a tener que esperar mucho hasta que vengas?

-No, Juan. No mucho ms de cuanto transcurri desde tu nacimiento hasta el mo.

-Bendito sea el Altsimo! Jess... Puedo llamarte as?

-Puedes, por sangre y por santidad. Este Nombre, pronunciado incluso por los pecadores, puede pronunciarlo el santo de Israel. Para ellos significa salvacin. Sea para ti dulzura. Qu quieres de Jess, tu Maestro y primo?

-Voy a la muerte. Me preocupo de mis discpulos como un padre lo hace con sus hijos. Mis discpulos... T, que eres Maestro, sabes cun vivo es nuestro amor por ellos. El nico pesar de mi muerte es el temor a que se descarren, como ovejas sin pastor. Recgelos T. Te restituyo los tres tuyos, que, en espera de ti, han sido perfectos discpulos mos; en ellos, sobre todo en Matas, habita realmente la Sabidura. Tengo otros discpulos que irn a ti. Deja de todas formas que te confe personalmente a estos tres; son los tres preferidos.

-Tambin Yo les profeso este amor. Ve tranquilo, Juan. No perecern ni stos ni los otros verdaderos discpulos que tienes. Recojo tu herencia. La velar como el tesoro ms apreciado, recibido del perfecto amigo mo y siervo del Seor.

Juan se postra y se inclina profundamente hasta tocar el suelo y - cosa que parece imposible en un personaje tan austero - solloza fuertemente, de alegra espiritual.

Jess le pone una mano sobre la cabeza:

-Tu llanto, que es alegra y humildad, encuentra su correspondencia en un lejano canto, al son del cual tu pequeo corazn salt de jbilo. Aquel canto y este llanto son el mismo himno de alabanza al Eterno, que "ha hecho grandes cosas; l, que es poderoso en los espritus humildes". Mi Madre tambin va a entonar de nuevo su canto, el mismo que en aquel momento cant. Pero, despus, Ella recibir la mayor de las glorias, como t tras tu martirio. Te traigo su saludo. Todos los saludos y todos los consuelos. Lo mereces. Aqu, slo es la mano del Hijo del Hombre lo que est sobre tu cabeza; pero del Cielo abierto desciende la Luz y el Amor para bendecirte, Juan.

-No merezco tanto. Soy tu siervo.

-T eres mi Juan. Aquel da, en el Jordn, Yo era el Mesas que se estaba manifestando; aqu, ahora, soy tu primo y tu Dios, con el deseo de darte el vitico de su amor de Dios y de pariente. Levntate, Juan. Dmonos el beso de despedida.

-No merezco tanto... Lo he deseado siempre, durante toda la vida; sin embargo, no oso cumplir este gesto contigo: T eres mi Dios.

-Yo soy tu Jess. Adis. Mi alma estar al lado de la tuya hasta la paz. Vive y muere en paz, por tus discpulos. Ahora slo puedo darte esto. En el Cielo te dar el cntuplo, porque has hallado toda gracia ante los ojos de Dios.

Lo ha puesto en pie y lo ha abrazado besndolo en las mejillas, recibiendo a su vez el beso de Juan, quien, tras ello, vuelve a arrodillarse. Jess le impone las manos y ora con los ojos levantados al cielo. Parece como si lo estuviera consagrando. Jess se manifiesta imponente.

El silencio se prolonga, as, durante un tiempo. Luego Jess se despide con su dulce saludo.

-Mi paz est siempre contigo - y emprende el mismo camino que haba recorrido antes.

149

Zelote.

La visita a Juan el Bautista, motivo de instruccin a los apstoles

-Seor, por qu no duermes durante la noche? Hoy me he levantado, he ido a tu sitio y lo he visto vaco - dice Simn

-Para qu me queras, Simn?

-Para dejarte mi manto. Tema que tuvieses fro: la noche estaba serena, pero muy fresca.

-Y t no tenas fro?

-Yo, durante muchos aos de miseria, me he acostumbrado a vestido, comida y vivienda insuficientes... Ah..., qu

horror ese valle de los muertos! No era apropiado en esta ocasin, pero otra vez que bajemos a Jerusaln - es evidente que volveremos, no? - visita, mi Seor, esos lugares de muerte. All hay muchos desdichados... Y la miseria corporal no es la ms grave... Lo que all ms carcome y consume es la desesperacin... No crees, mi Seor, que somos demasiado duros con los leprosos?

Pero antes de que responda Jess a Simn Zelote, que est hablando en favor de sus antiguos compaeros, lo hace el Iscariote. Dice:

-Y entonces propones dejarlos mezclados con el pueblo? Si son leprosos peor para ellos!

-Lo nico que faltaba para hacer de los hebreos mrtires! Hasta la lepra pasendose por las calles, con los soldados y las otras cosas!... - exclama Pedro.

-Separarlos me parece una medida de justa prudencia - observa Santiago de Alfeo.

-S, pero con piedad. No sabes lo que es ser leproso. No puedes opinar sobre ello. Justo es cuidar de nuestros cuerpos, pero por qu no ejercitamos la misma justicia con las almas de los leprosos? Quin les habla de Dios? Y slo Dios sabe cun grande es su necesidad de pensar en un Dios y en la paz, en la atroz desolacin en que viven!

-Tienes razn, Simn. Ir a visitarlos, tanto en razn de la justicia como por ensearos este acto de misericordia. Hasta ahora he curado a los leprosos que se han cruzado en mi camino. Hasta este momento, o sea, hasta cuando me han echado de Jud, me he dirigido a los grandes de Jud como a los ms lejanos y necesitados de redencin, para que colaborasen con el Redentor. Pues bien, ahora dejo este propsito, convencido como estoy de su inutilidad. Ir a los ms pequeos, no a los grandes; a los mseros de Israel, y entre stos a los leprosos del valle de los muertos. No pienso defraudar la fe que tienen en m estos hombres evangelizados por un leproso agradecido.

-Cmo has sabido que lo hice, Seor?

-De la misma forma que s lo que de m piensan amigos o enemigos, porque escruto su corazn.

-Misericordia! Pero entonces, sabes absolutamente todo de nosotros, Maestro? - grita Pedro.

-S. Tambin que t -y no slo t- queras alejar a Fotinai. No sabes que no te es lcito alejar a un alma del bien? No sabes que para entrar en un territorio necesariamente se debe tener piedad, llena de dulzura, extensiva incluso a aquellos a quienes la sociedad que no es santa porque no est ensimismada en Dios - llama y juzga indignos de piedad? De todas formas, no te turbes porque Yo sepa esto. Dulate slo el que tu corazn tenga movimientos que Dios no aprueba, y esfurzate por no volver a tenerlos. Ya os lo he dicho: el primer ao ha terminado, en ste seguir adelante por mi camino, con nuevas formas; vosotros tambin tenis que progresar durante este segundo ao; si no, sera intil que me cansase evangelizndoos, hiperevangelizndoos, a vosotros, mis futuros sacerdotes.

-Habas ido a orar, Maestro? Nos prometiste que nos ensearas tus oraciones. Lo piensas hacer este ao?

-Lo har. De todas formas, quiero ensearos a que seis buenos; la bondad es ya oracin. Pero lo har, Juan.

-Este ao nos vas a ensear tambin a hacer milagros? - pregunta el Iscariote.

-El milagro no se ensea, no es un juego malabar; el milagro viene de Dios y lo obtiene quien goza de gracia ante Dios.

Si aprendis a ser buenos, gozaris de gracia y obtendris el don de milagros.

-Sigues sin dar respuesta a nuestra pregunta. Lo ha preguntado Simn, lo ha preguntado Juan, y no nos has dicho a dnde has ido esta noche. Salir tan solo, en una regin pagana, puede ser peligroso.

-He ido a llevar dicha a un corazn recto, y, puesto que est abocado a la muerte, a recoger su herencia.

-S? Era mucha?

-Mucha, Pedro, y de mucho valor, fruto del trabajo de un verdadero justo.

-Pues... no he visto tu bolsa ms llena. Son joyas? Las llevas en el pecho?

-S, son joyas muy estimadas por mi corazn.

-Ensanoslas, Seor.

-Las tendr cuando muera el que est para morir. Por el momento, dejndolas donde estn, son tiles a ambos, a l y a

m.

-Las has puesto a producir inters?

-Pero t crees que lo nico que tiene valor es el dinero! El dinero es la cosa ms intil y sucia que hay sobre la faz de la

Tierra; slo sirve para la materia, para cometer delitos y para el infierno. Raramente el hombre lo usa para el bien.

-Entonces, si no es dinero, qu es?

-Tres discpulos formados por un santo.

-Has estado donde Juan el Bautista? Oh!, por qu?

-Por qu!... Vosotros siempre me tenis, y entre todos valis menos que una sola ua del Profeta. No era, acaso, justo ir a llevarle al santo de Israel la bendicin de Dios para fortalecerlo en orden al martirio?

-Pero, si es santo... no necesita fortalecimiento; se basta a s mismo!...

-Llegar el da en que "mis" santos sern conducidos ante los jueces y a la muerte. Sern santos, estarn en gracia de Dios, tendrn el refrigerio de la fe, la esperanza y la caridad; sin embargo, ya oigo su grito, el de su espritu: "Seor, aydanos en esta hora!". Necesitan mi ayuda, mis santos, para ser fuertes en las persecuciones.

-Pero... nosotros no seremos stos, no es verdad?, porque yo no tengo, de ninguna manera, capacidad de sufrir.

-Eso es cierto; no tienes la capacidad de sufrir; pero no has sido todava bautizado, Bartolom.

-S, lo he sido.

-Con agua. Te falta otro bautismo. Entonces sabrs sufrir.

-Soy ya viejo.

-Pasarn los aos y, siendo mucho ms viejo que ahora, sers ms fuerte que un joven.

-Pero nos seguirs ayudando, no?

-Estar siempre con vosotros.

-Intentar acostumbrarme al sufrimiento - dice Bartolom.

-Yo orar siempre, ya desde este momento, para obtener de ti esta gracia - dice Santiago de Alfeo.

-Yo soy viejo; slo pido precederte y entrar contigo en la paz - dice Simn Zelote.

-Yo... no s lo que preferira, si precederte o estar a tu lado para morir juntos - dice Judas de Alfeo.

-A m me dolera sobrevivirte, pero me consolara predicndote a las gentes - profesa el Iscariote.

-Yo soy de la idea de tu primo - dice Toms.

-Yo, sin embargo, pienso como Simn el Zelote - dice Santiago de Zebedeo.

-Y t, Felipe?

-Bueno... no quiero pensar en ello. El Eterno me dar lo que sea mejor.

-Oh..., callad! Parece como si el Maestro debiera morir pronto! No me hagis pensar en su muerte! - exclama Andrs.

-Es as, como has dicho, hermano mo. Eres joven y ests sano, Jess; debes enterrarnos a todos los de ms edad que

T.

-Y si me mataran?

-Que no te suceda jams! Te vengara!

-Cmo? Con venganza de sangre?

-Hombre, pues... incluso con sangre si me autorizas! Si no, cancelando las acusaciones lanzadas contra ti con mi

profesin de fe ante las gentes. El mundo te amar por mi infatigable predicacin - termina Pedro.

-Es cierto. As ser. Y t, Juan? Y t, Mateo?

-Yo debo sufrir y esperar a haber lavado mi espritu con abundancia de dolor - dice Mateo.

-Y yo... no s. Yo quisiera morir inmediatamente para no verte sufrir; quisiera estar a tu lado para consolar tu agona; quisiera vivir mucho para servirte durante mucho tiempo; quisiera morir contigo para entrar contigo en el Cielo. Cualquier cosa querra, porque te amo. Y yo, que soy el menor entre mis hermanos, pienso que todo esto me ser posible con tal de que sepa amarte a la perfeccin. Jess, aumenta tu amor! - dice Juan.

-Querrs decir: Aumenta mi amor" - comenta el Iscariote -, porque somos nosotros quienes debemos amar cada vez

ms... amor.

-No. Digo: "Aumenta tu amor", porque nosotros amaremos en la medida en que l nos encienda cada vez ms con su Jess arrima hacia s al puro y apasionado Juan, lo besa en la frente y le dice:

-Has revelado un misterio de Dios sobre la santificacin de los corazones. Dios se efunde sobre los justos, y, en la medida en que stos se rinden a su amor, l lo va aumentando, y as crece la santidad. ste es el misterioso e inefable actuar de Dios y de los espritus; se cumple en los silencios msticos, y, su potencia, indescriptible con humanas palabras, crea indescriptibles obras maestras de santidad. No es un error, sino palabra sabia, pedir que Dios aumente su amor en un corazn.

150

Jess en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deber seguir a su Hijo

Jess va caminando solo, raudo, por la va de primer orden que pasa cerca de Nazaret. Entra en la ciudad y se dirige a su casa, Cerca ya de ella ve a su Madre, que tambin se est dirigiendo a la casa, acompaada por su sobrino Simn, que va cargado de haces de ramas secas. La llama:

-Mam!

Mara se vuelve y exclama:

-Oh, Hijo mo bendito! - y ambos corren al recproco encuentro. Simn imita a Mara y, dejados los haces de ramas en el suelo, va hacia su primo, y lo saluda cordialmente.

-Mam ma, aqu estoy; ests contenta ahora?

-Mucho, Hijo mo. Pero... si slo por mi splica lo has hecho, te digo que ni a ti ni a m nos es lcito seguir los dictmenes de la sangre antes que la misin.

-No, mam; he venido tambin para otras cosas.

-Es verdad lo que dicen, Hijo mo? Yo crea, quera creer, que no te odiasen tanto, que se tratase de voces mentirosas...

Las lgrimas se patentizan en la voz y en los ojos de Mara.

-No llores, Mam; no me des este dolor. Necesito tu sonrisa.

-S, Hijo mo, es verdad. Ves tantos rostros duros de enemigos, que necesitas sonrisas y mucho amor. No obstante, aqu,

ves?, aqu hay quien te ama por todos...

Mara, apoyndose levemente en su Hijo - quien, con el brazo sobre sus hombros, la lleva arrimada a s -, camina lentamente hacia la casa, tratando de sonrer para eliminar todo rastro de dolor en el corazn de Jess.

Simn, igualmente, tras haber recogido sus haces de ramas, va caminando al lado de Jess.

-Ests plida, Mam. Te han causado mucho dolor? Has estado enferma? Has trabajado demasiado?

-No, Hijo, no. A m no me han causado ningn dolor. Mi nico padecimiento eras T, lejano y no amado. No, no, aqu son todos muy buenos conmigo. Bueno, ya no me refiero a Mara y a Alfeo; ya sabes cmo son. E incluso Simn. Ya ves lo bueno que es... pues siempre as. Ha sido mi socorro durante estos meses. Es l quien ahora se encarga de traerme la lea. Es muy bueno. Y tambin Jos, sabes? Muchos detalles de amabilidad con su Mara.

-Que Dios te bendiga, Simn, y tambin a Jos. Os perdono el que todava no me amis como Mesas. Oh, s, llegaris a amarme en cuanto Cristo que soy! Pero, cmo podra perdonaros el no amarla a Ella?

-Querer a Mara es un hecho de justicia y significa paz, Jess. Pero tambin te queremos a ti, slo que... tememos demasiado por ti.

-S. Me queris humanamente. Alcanzaris el otro amor.

-T tambin, Hijo mo, ests plido; y ms delgado.

-S, tambin lo veo yo. Pareces como ms mayor - observa Simn. Entran en la casa. Simn deja en su sitio los haces de lea y, discretamente, se retira.

-Hijo, ahora que estamos solos, dime la verdad, toda. Por qu te han expulsado?

Mara tiene sus manos en los hombros de su Jess y fija la mirada en su rostro enflaquecido. Jess sonre - una sonrisa dulce pero cansada - y dice:

-Por tratar de conducir al hombre a la honestidad, a la justicia, a la verdadera religin.

-Pero, quin te acusa?, el pueblo?

-No, Madre; los fariseos y escribas... excepto algn que otro justo que hay entre ellos.

-Qu has hecho para atraerte sus acusaciones?

-Decir la verdad. No sabes que ste es el mayor error que uno puede cometer ante los hombres?

-Y qu han podido argir para justificar sus acusaciones?

-Embustes. Los que ya sabes y otros.

-Dselos a tu Madre. Deposita todo tu dolor en mi pecho. El pecho de una madre est acostumbrado al dolor y se siente feliz de beberlo hasta la hez si con ello lo elimina del corazn de su hijo. Dame tu dolor, Jess. Ponte aqu, como cuando eras pequeo; deposita toda tu amargura.

Jess se sienta en una pequea banqueta a los pies de su Madre y cuenta todo lo acaecido durante los meses pasados en Judea; sin rencor, pero sin velo alguno.

azules.

Mara acaricia sus cabellos, con una heroica sonrisa en los labios, que combate contra el brillo de llanto de sus ojos

Jess habla tambin de la necesidad de entrar en contacto con mujeres, para redimirlas, y de su dolor de no poderlo

hacer a causa de la malignidad humana. Mara escucha anuente y decide:

-Hijo, no debes negarme lo que deseo. A partir de ahora ir contigo cuando T te alejes; en cualquier poca o estacin del ao, en cualquier lugar. Te defender de la calumnia. Bastar mi presencia para hacer caer el lodo. Y Mara vendr conmigo; lo desea ardientemente. El corazn de las madres es necesario junto al Santo; y tambin contra el demonio y el mundo.

151

En Can en casa de Susana, que se har discpula. El oficial del rey.

Jess se dirige, quizs, hacia el lago. En cualquier caso, lo cierto es que llega a Can y que se encamina hacia la casa de Susana. Van con l sus primos.

Jess est en esta casa descansando y comiendo, adoctrinando con sencillez a los parientes o amigos de Can: buenas personas que lo escuchan como siempre debera ser. Jess consuela adems al marido de Susana, la cual parece estar enferma como se deduce del hecho de que no est presente y de que se hable insistentemente de su dolor.

En esto, entra un hombre bien vestido y se postra a los pies de Jess.

-Quin eres? Qu quieres?

Mientras el hombre est todava suspirando y llorando, el dueo de la casa le tira de un extremo de la tnica a Jess y

susurra:

-Es un oficial del Tetrarca, no te fes demasiado.

-Habla. Qu quieres de m?

-Maestro, he sabido que habas vuelto. Te esperaba como se espera a Dios. Ven en seguida a Cafarnam. Mi hijo varn

yace enfermo; tanto, que sus horas estn contadas. He visto a tu discpulo Juan. Por l he sabido que estabas viniendo hacia aqu. Ven, ven enseguida, antes de que sea demasiado tarde.

-Cmo? T, que eres siervo del perseguidor del santo de Israel, puedes creer en m? Cmo podis creer en el Mesas si no creis en su Precursor?

-Es verdad. Vivimos en pecado de incredulidad y de crueldad. Pero, ten piedad de este padre! Conozco a Cusa. He visto a Juana antes y despus del milagro. He credo en ti.

-Ya! Sois una generacin tan incrdula y perversa que sin signos y prodigios no creis. Os falta la primera cualidad que se requiere para obtener milagros.

-Es verdad! Todo eso es verdad! Pero ya ves que ahora creo en ti y te ruego que vengas, que vengas enseguida a Cafarnam. Tendrs preparada una barca en Tiberades para que puedas ir ms rpido. Ven antes de que mi nio muera - y llora desolado.

-Por ahora no ir a Cafarnam. Vuelve t. Tu hijo, desde este momento, est curado y vive.

-Que Dios te bendiga, mi Seor! Yo creo. De todas formas, ven en otro momento a Cafarnam, a mi casa, que quiero que toda mi casa te festeje.

-Ir. Adis. La paz sea contigo.

El hombre sale rpido. Inmediatamente despus se oye el trote de un caballo.

-Est curado de verdad ese muchacho? - pregunta el marido de Susana.

-Eres capaz de creer que Yo mienta?

-No, Seor, pero T ests aqu y el muchacho all.

-Para mi espritu no hay barreras ni distancias.

-Oh, mi Seor, entonces, T que cambiaste el agua en vino en mi boda transforma mi llanto en sonrisa: crame a

Susana!

-Qu me das a cambio?

-La suma que quieras.

-No ensucio lo santo con la sangre del dios Riqueza. Es a tu espritu al que pregunto qu me dar.

-Pues incluso a m mismo si lo deseas.

-Y si te pidiera, sin palabras, un gran sacrificio?

-Mi Seor, te estoy pidiendo la salud corporal de mi esposa y la santificacin de todos nosotros; creo que nada puedo

considerarlo excesivo si recibo esto.

-Vivsimo es tu amor hacia tu mujer. Si la devolviera a la vida, pero conquistndola Yo para siempre como discpula,

qu diras?

-Que... que ests en tu derecho, y que... que imitar a Abraham en la prontitud para el sacrificio.

-Bien has dicho. Od esto todos: la hora de mi sacrificio se acerca; como agua corre veloz, sin detenerse, hacia la desembocadura. Debo cumplir todo mi deber. La dureza humana me impide el acceso a mucho terreno de misin. Mi Madre y Mara de Alfeo vendrn conmigo a otros lugares, a las gentes que an no me aman, o que no me amarn jams. Mi sabidura sabe que las mujeres podrn ayudar al Maestro en este campo de misin impedido. He venido a redimir tambin a la mujer; en

el siglo futuro, en mi hora, las mujeres, smiles a sacerdotisas, servirn al Seor y a los siervos de Dios. Yo he elegido a mis discpulos, pero para elegir a las mujeres, que no son libres, debo pedrselo a los padres y a los maridos. T lo quieres?

-Seor, amo a Susana. Hasta ahora la he amado ms como carne que como espritu. Pero, influido por tu enseanza, algo ha cambiado en m; ahora miro a mi mujer como alma adems de como cuerpo. El alma es de Dios y T eres el Mesas Hijo de Dios. No te puedo disputar tu derecho en lo que a Dios pertenece. Si Susana decide seguirte, no le opondr resistencia. Me basta con que - te lo ruego - obres el milagro de sanarla a ella en su carne, y a m en mis apetitos...

-Susana est curada. Vendr dentro de pocas horas a manifestarte su gozo. Deja que su alma siga su impulso sin hablar de cuanto ahora he dicho. Vers como su alma viene espontneamente a m, como la llama tiende a subir hacia arriba. No por ello fenecer su amor de esposa; antes al contrario, subir al grado ms alto, o sea, al de amar con la parte mejor: con el espritu.

-Susana te pertenece, Seor. Deba morir, y adems lentamente, sufriendo fuertes espasmos. Una vez muerta, la habra perdido verdaderamente, aqu en la Tierra. Siendo como T dices, la tendr todava a mi lado para llevarme consigo por tus caminos. Dios me la dio, Dios me la quita. Bendito sea el Altsimo, en el dar y en el recibir!

152

Mara Salom es recibida como discpula.

los veo.

Jess est en la casa de Santiago y Juan; lo capto por lo que dicen los presentes.

Acompaan a Jess, adems de estos dos apstoles, Pedro y Andrs, Simn Zelote, el Iscariote y Mateo. A los dems no

A Santiago y Juan se les ve felices: van y vienen, de su madre a Jess y viceversa, como mariposas que no saben cul flor

elegir de dos igualmente apreciadas. Y Mara Salom, cada vez que van a ella, acaricia con fruicin, feliz, a estos hijotes suyos, mientras Jess sonre contento.

Deben haber comido ya, pues todava hay cosas encima de la mesa. Santiago y Juan, a toda costa, quieren que Jess coma unos racimos de uva blanca en conserva, preparada por su madre y que deben saber dulce como la miel. Qu no le daran a Jess?

Pero Salom quiere ir ms all de las uvas y de las caricias, en dar y recibir. Pasado un rato, en que ha estado pensativa mirando a Jess y a Zebedeo, toma una decisin. Se acerca al Maestro, que est sentado, aunque con los hombros apoyados contra la mesa, y se arrodilla delante de l.

-Qu quieres, mujer?

-Maestro, has decidido que tu Madre y la de Santiago y Judas vayan contigo. Tambin va contigo Susana, y lo har, sin duda, la gran Juana de Cusa. Todas las mujeres que te veneran irn contigo, si una sola lo hace. Yo tambin quisiera contarme entre ellas. Tmame contigo, Jess; te servir con amor.

-Debes cuidar a Zebedeo. Ya no lo quieres?

-Que si le quiero!... Pero te quiero ms a ti. Oh... no quiero decir que te quiera como hombre! Tengo ya sesenta aos, estoy casada desde hace casi cuarenta, y jams he visto a hombre alguno aparte de mi marido. No voy a perder la cabeza ahora que soy una anciana. No quiero decir tampoco que por ser vieja muera mi amor hacia mi Zebedeo. Pero T... Yo no s hablar. Soy una pobre mujer. Hablo como s. Quiero decir que a Zebedeo lo quiero con todo lo que yo era antes; a ti te quiero con todo lo que T me has sabido dar con tus palabras y las que me han referido Santiago y Juan. Es algo completamente distinto, sin duda muy hermoso.

-Nunca ser tan hermoso como el amor de un excelente esposo.

Oh, no! Mucho ms! No te lo tomes a mal, Zebedeo. Te sigo queriendo con toda m misma. A l, sin embargo, lo quiero con algo que aun siendo todava Mara ya no es Mara, la pobre Mara, tu esposa, sino que es ms... Oh..., no s decir!

Jess sonre a esta mujer que no quiere ofender a su marido pero que al mismo tiempo no puede mantener escondido su grande, nuevo amor. Zebedeo tambin sonre, con gravedad, y se acerca a su mujer, la cual, todava de rodillas, gira sobre s misma alternativamente hacia su esposo y hacia Jess.

-Te das cuentas, Mara, de que vas a tener que dejar tu casa? Para ti es muy importante! Tus palomas... tus flores... y esta vid que da esa dulce uva de que tan orgullosa te sientes... y tus colmenas: las ms renombradas del pueblo... y tendrs que dejar ese telar en que has tejido tanta tela, tanta lana para tus amados... Y tus sietecitos, los hijos de tus hijas?, qu vas a hacer sin ellos? (Mara de Salom, adems de Juan y Santiago, tena hijas)

-Pero, mi Seor, qu son las paredes de la casa, las palomas, las flores, la vid, las colmenas, el telar?... Son cosas buenas, se les tiene cario, s pero... son tan pequeas comparadas contigo, comparadas con el amor a ti!... Los nietecitos... s, sentir no poderlos dormir en mi regazo ni or su voz cuando me llaman. Pero T eres mucho ms; s, s, eres ms que todo eso que me nombras! Y aun en el caso de que por mi debilidad lo estimase tanto como servirte y seguirte, o ms, de todas formas prescindira de ello, no sin llanto femenino, para seguirte con la sonrisa en el alma. Acptame, Maestro. Decdselo vosotros, Juan, Santiago... y t, esposo mo. Sed buenos, ayudadme todos!

.Bien, de acuerdo. Vendrs tambin t con las otras mujeres. He querido hacerte meditar bien sobre el pasado y el presente, sobre lo que dejas y lo que tomas. Ven, Salom; ests preparada ya para entrar en mi familia.

-Preparada! Pero si soy menos que un prvulo... T me perdonars los errores, me sujetars de la mano. T... porque, siendo tosca como soy, voy a sentir vergenza ante tu Madre y ante Juana y ante todos, excepto ante ti, porque T eres el Bueno y todo lo comprendes, de todo te compadeces, todo lo perdonas.

153

Las mujeres allegadas a los discpulos al servicio de Jess.

-Qu te pasa, Pedro? Te veo disgustado - pregunta Jess. Van por el campo, por un camino estrecho, bajo ramas florecidas de almendros, que ya anuncian a los hombres que el tiempo peor ha terminado.

-Estoy pensando, Maestro.

-Ya te veo. Pero tu aspecto dice que no ests pensando en cosas agradables.

-De todas formas, T sabes todo sobre nosotros; ya sabes en lo que estoy pensando.

-S, s en lo que ests pensando, como tambin Dios Padre conoce las necesidades del hombre, y, no obstante, quiere que el hombre muestre la confidencia de exponer las propias necesidades y de pedir ayuda. Lo que s te puedo decir es que estando as, disgustado, yerras.

-No estimas menos a mi mujer?

-No, hombre, no, Pedro; por qu iba a ser as? En el Cielo mi Padre tiene muchas moradas, como muchas son en la tierra las misiones del hombre (todas benditas si se llevan a cabo santamente). Podra, acaso, decir que detesta Dios a todas las mujeres que no sigan a las Maras y a Susana?

-No, eso no! Mi mujer tambin cree en el Maestro, pero no sigue el ejemplo de las otras - dice Bartolom.

-Ni tampoco la ma, ni mis hijas; no dejan la casa, pero siempre estn dispuestas a abrir sus puertas al husped, como hicieron ayer - dice Felipe.

-Creo que lo mismo har mi madre. No puede dejarlo todo... est sola - dice el Iscariote.

-Cierto! Cierto! Estaba tan triste porque pensaba que la ma fuese tan... tan poco... Oh..., no s explicarme!

-No la critiques, Pedro. Es una mujer honrada - dice Jess.

-Es muy tmida. Su madre las hizo plegarse a todas, hijas y nueras, como a ramitas tiernas - dice Andrs.

-Pero en tantos aos como ha estado conmigo debera haber cambiado!

-Ay, hermano! No es que t seas muy dulce, sabes? A un tmido le haces el efecto de una gruesa viga entre las piernas. Mi cuada es muy buena; el solo hecho de haber soportado con paciencia el mal carcter de su madre y el tuyo, impositivo, lo demuestra.

Todos se echan a rer de esta conclusin de Andrs hecha tan a las claras, y de la cara de asombro de Pedro al sentirse proclamar impositivo.

Jess tambin se re a sus anchas. Luego dice:

-Las fieles que no se sientan dispuestas a dejar su casa por seguirme me servirn igualmente desde sus hogares. Si todas hubieran querido venir conmigo, habra tenido que ordenar a algunas de ellas que se quedasen. Ahora que las mujeres se van a agregar a nosotros debo preocuparme de ellas. No sera ni decente ni prudente que las mujeres se vieran sin morada yendo de un lado para otro. Nosotros podemos echarnos a descansar en cualquier parte. La mujer tiene otras necesidades y necesita un cobijo. Nosotros podemos estar en la misma yacija. Ellas no podran estar entre nosotros, tanto por respeto como por prudencia respecto a su constitucin ms delicada. No se debe nunca tentar a la Providencia ni a la naturaleza ms all de los lmites. Voy a hacer ahora de cada una de las casas amigas donde una de vuestras mujeres permanezca un cobijo para las hermanas, hermanas de vuestras mujeres: de tu casa, Pedro; de la tuya, Felipe; de la tuya, Bartolom; de la tuya, Judas. No podemos imponer a las mujeres el infatigable ritmo que vamos a llevar nosotros. Las dejaremos en el lugar de encuentro del que partiremos todas las maanas para volver por la noche, y all nos esperarn. Las instruiremos durante las horas de descanso. El mundo no podr murmurar respecto a si otras infelices criaturas vienen a m, y tampoco se me impedir escucharlas. Las madres y las mujeres casadas que nos sigan sern constituidas defensoras de sus hermanas y de m mismo contra la maledicencia del mundo. Como veis, estoy haciendo un rpido viaje de saludo por los lugares en que tengo amigos o s que los tendr. Pero no lo hago por m, sino por los discpulos ms dbiles: ellas, con su debilidad, sern soporte de nuestra fuerza y la harn til para muchas criaturas.

-Pero ahora vamos a Cesrea, ha