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Maasé Shehayá Elías Askenazi PUBLISHED BY ELÍAS ASKENAZI AT SMASHWORDS COPYRIGHT 2010 ELÍAS ASKENAZI

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Maasé Shehayá

Elías Askenazi

PUBLISHED BY ELÍAS ASKENAZI

AT SMASHWORDS

COPYRIGHT 2010 ELÍAS ASKENAZI

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Esta publicación que esta enfocada a la difusión de valores judaicos, sin fines de lucro.

Cualquier comentario acerca de la obra, favor de escribir a:

[email protected]

Dedicado a mi esposa Karen

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Que la publicación de este libro sirva para enaltecer el alma de:

Jacobo ben Yosef

Eliyahu ben Rajel

Sión ben Esther

Ezrá ben Victoria

Mijael ben Victoria

Ezrá ben Victoria

Alberto ben Bedía

Jacobo ben Miriam

Latife bat Altun

Alicia bat Letife

Bedía bat Boliza

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Rabino Shlomó Tawil

Comunidad Maguén David

México, D.F.

Rosh Jódesh Elul 5763

Es un honor, alegría y felicidad escribir estas líneas, a pedido de un alumno nuestro, participante diario de nuestra clase de Daf Yomí, nuestro querido amigo Eliyahu Askenazi, quien ha recopilado muchísimos relatos de nuestros jajamim, y por segunda vez nos conmueve con su iniciativa de entregar su tiempo para el bienestar del prójimo y aumentar sabiduría y conocimiento en nuestra comunidad de México y el mundo. Quien conoce de cerca al autor, sabe y se ilumina con su Irat Shamaim, sus cualidades sobresalientes y su entrega para cualquier finalidad sagrada; por tanto no queda más que bendecirlo. Que Hashem cuide de él y los suyos y que vea junto con su esposa mucha satisfacción de sus descendientes y toda su familia hasta 120 años.

Amén

Bebircat Hatorah

Rab Shlomó Tawil

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Rab David Shwekey

Kolel Aram Zobá

México

8 de Elul 5763

Nuestros Jajamim, Z”L, dieron mucha importancia a “Maasiot de Tzadikim” (relatos y episodios de la vida de Tzadikim) que son una fuente muy rica de inspiración y guía para el pueblo de Israel.

Es por tanto que nuestro querido y estimado Eliyahu Askenazi ha recopilado esta colección de “Maasiot”, para beneficio del público de habla hispana y que abre un tesoro de sabiduría, conducta moral y ética.

Estos “Maasiot” pueden reforzar al lector en Emuná y dar ejemplos de cómo un yehudí se debe conducir en diferentes circunstancias, además de ser una lectura interesante e impactante.

Sea la voluntad de Hashem que siga en su camino ascendiente en el estudio de Torá y su diseminación y que vea mucho najat de su familia.

Amén Ken Yehí Ratzón

David Shwekey

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CARTA DE RECOMENDACIÓN DEL RABINO DAVID ZAED

COMUNIDAD MAGUÉN DAVID - MÉXICO

México, 15 de Ab de 5764

Con inmensa alegría he recibido en mis manos el libro “Maasé Shehayá”, fruto del trabajo de mi querido alumno y amigo Elías Askenazi.

Me vienen a la mente aquellos tiempos en los que compartíamos un libro abierto de Torá, y ahora, después de más de veinte años, es él quien me deleita con su trabajo de difundir los valores del auténtico judaísmo en el Am Israel.

El presente libro es una minuciosa y acertada selección de anécdotas y parábolas que encierran una profunda enseñanza, y muchos de ellos nos dejarán pensando largo rato...

Los hechos de nuestros Jajamim y Tzadikim son ejemplificadores y no sólo meros relatos históricos para entretenernos. Son espejos en los que debemos vernos reflejados, y experiencias que debemos poner en práctica en nuestra vida diaria.

Y uno de estos hechos para imitar es lo que realizó mi querido alumno Elías Askenazi, quien no se conforma con satisfacerse con el estudio de Torá que diariamente adquiere, sino que desea que todos los integrantes del Am Israel sientan lo mismo que él, y es por eso que sacó a la luz esta obra, para que todo el que la tome en sus manos la disfrute ampliamente y se acerque al Camino de Hashem.

Que Hashem bendiga a él y a su familia, y que este libro sea uno de los tantos que se cuenten en los hogares de nuestro pueblo, y de los muchos que él mismo, a lo largo de su vida, seguirá editando para iluminar con la luz de la Torá a todo el mundo.

Con la berajá de la Torá.

David Zaed

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Buenos Aires, Argentina, a 19 de Agosto del 2003

Estimado lector:

El Midrash comenta que en el momento en que Hashem iba a entregar la Torá en el monte de Sinay solicitó al pueblo de Israel ser garantes de que cumplirían lo que estaba escrito en ella. Luego de que fueran rechazadas varias proposiciones, sólo cuando Am Israel contestó que nuestros hijos serían los garantes, Hashem aceptó entregarnos la Torá. Los niños son el eslabón de la cadena de oro que nos une a nuestro legado milenario.

Hace algunos años atrás tuvimos la idea de incorporar en nuestro fascículo semanal Or Torah (en Buenos Aires) una sección titulada “El Maasé semanal”. En ella transcribimos distintos Maasiot que fuimos seleccionando entre tanta bibliografía que, Baruj Hashem, tenemos a nuestro alcance. El objetivo fue que todos -grandes y niños- recogiéramos las enseñanzas y el musar de nuestros Jajamim de hechos que sucedieron en distintas épocas, para así adquirir el temor a Hashem, buenas cualidades y fortalecer nuestra Emuná. En muchas oportunidades, niños de nuestro Talmud Torá y de otros lugares me contaron que lo primero que leían de la revista era el maasé semanal. Muchos padres leían como Dibré Torá en la mesa de Shabat las historias que se contaban y así la familia crecía en el cumplimiento de nuestras mizvot. Baruj Hashem, el objetivo se cumplía.

En uno de mis viajes a la ciudad de México, mi muy querido y apreciado Elías Askenazi me sugirió recopilar los maasiot y hacer con ellos un libro. Me pareció una idea brillante, pero le contesté que yo no disponía del tiempo necesario para hacerlo. Fue ahí que él se ofreció para prepararlo y editarlo. Hoy, Baruj Hashem, gracias a su esfuerzo y dedicación se encuentra en sus manos. Se dedicó también a investigar las bibliografías de los Jajamim que aparecen en los maasiot haciendo así un trabajo excelente y por sobre todo Leshem Shamaim desde todo punto de vista. No podía ser de otra forma. Las palabras de Torá que los niños estudian con tanto amor, pureza y sinceridad debían ser escritas por quienes así lo sienten y lo ejemplifican en su faz personal.

Solo resta agradecerle en nombre de la Torá por su gran colaboración para difundir la vida de nuestros Sabios y hacer tefilá al Todopoderoso para que lo bendiga con salud, alegría, berajá y prosperidad junto a toda su familia. Que este hermoso libro, “Maasé Shehayá” tenga el zejut de cumplir con su misión de engrandecer la Torá y que veamos siempre alegría de nuestros hijos y de los hijos

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de nuestros hijos, por siempre hasta la llegada del Mashiaj pronto en nuestros días. Amén.

Con la bendición de la Torá

Rab Rafael Freue

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Índice temático

Biografías

Cartas de respaldo

Glosario

Índice de Protagonistas

Prólogo

Emuná

Humildad

Jesed “Favor”

La Mujer Judía

Las festividades

Mitzvot

Sabiduría

Shabat

Shemirat Halashón

Sustento

Teshubá

Tzedaká

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México, D.F., 6 de Menajem Ab del 5763

Gracias, Hashem, por habernos dado el zejut de publicar este libro. Te ruego que llegue a las manos de nuestros hermanos cumpliendo la misión de dar a conocer y difundir hechos de nuestros Jajamim, para poder así emular su sabio comportamiento.

Conocer la forma en que vivían nos invita a la reflexión acerca de cómo debe ser el comportamiento de un autentico yehudí, conllevando así el acercamiento a la Torá y a sus preceptos. ¿Qué significado tiene el pasado para nuestro futuro?

Está escrito en Yeshayá Hanabí (30:20): Que tus ojos estén siempre observando a tus maestros; esto quiere decir que tenemos la obligación de analizar la conducta de nuestros Jajamim y tratar de imitar sus actos. Para llegar a este objetivo, tenemos que estudiar y observar sus hechos. Dime a quien admiras y te diré como eres.

Este libro se formó recopilando semanalmente un maasé de la revista Or Torá escrita por el Rab Rafael Freue, al cual le estoy eternamente agradecido no solamente por haberme otorgado el zejut de publicar los maasiot, sino también por la satisfacción que nos dio contar en la cálida mesa de Shabat cada uno de estos interesantes sipurim a nuestras hijas; es una experiencia tan encantadora que la quiero compartir con los lectores. Solamente recordar esos pequeños ojos expectantes por saber cuál va a ser el desenlace del maasé, es suficiente motivación para publicar esta obra.

Los relatos tienen la habilidad de inspirar, motivar y enseñar a los niños, efecto que en ocasiones no puede lograrse a través de otras técnicas de educación. Cuando emulamos los hechos de nuestros sabios nos identificamos con ellos y esto provoca reforzar más los eslabones que nos unen a todos los yehudim a lo largo de nuestra historia.

Contó el Rab Itzjak Silverstein que en una ocasión se encontró a uno de sus estudiantes leyendo sipurim; le preguntó el Rab: “¿Cómo es que dedicas tu valioso tiempo a leer sipurim?”, a lo que respondió sonriendo: “Como padre de familia tengo la obligación de educar a mis hijos; para poder cumplir con esta mitzvá, tengo que leer lo que les voy a contar. Ellos disfrutan mucho ese tiempo y siento que es una obligación no menos importante que mi estudio de Torá”.

Se incluyó en esta obra una sección de biografías; la intención del escritor es únicamente ubicar al lector en la época y en el lugar de

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los protagonistas. Si se desea profundizar en el tema, favor de consultar fuentes más especializadas.

Quiero agradecer a todos los que apoyaron e hicieron posible esta publicación: A Isaac Sitt que me apoyó en la corrección ortográfica y de estilo; a Shimón Cohén, que ayudó en la investigación de las biografías; A Mordejay Lobatón por su gran apoyo al permitirme usar su amplia colección de libros, de donde se recopiló parte de la información utilizada en este libro.

Deseo expresar mi infinita gratitud hacia mis padres, que nos han guiado siempre con su ejemplo de rectitud, amor, respeto y comprensión. Todo lo que soy ahora se debe a su ejemplo y dedicación. Gracias también por inculcarme el amor por los libros.

A mi querido hermano Jacobo Askenazi, por el apoyo y la paciencia que me otorgó durante toda la realización de este libro.

A mis suegros Jaime y Tuny Shamosh por haberme entregado a Karen con tantas virtudes. Ahora que somos padres comprendo el esfuerzo, los desvelos y la dedicación que tuvieron para formar a una mujer tan íntegra. Que Hashem los colme de salud, felicidad, larga vida y éxito.

Quiero aprovechar este espacio para reconocer a mi gran maestro, el Rab David Zaed. Desde que ingresé por primera vez a una de sus interesantes clases, quedé prendido de su forma de mostrar el camino hacia el Creador, la transparencia y sencillez que manifestaba tanto en sus interesantes clases como fuera de ellas. Nos mostró que la Torá no es un conjunto de reglas que se tienen que cumplir: la Torá es una forma de vivir y ese conjunto de reglas son las herramientas para poder lograrlo. Espero poder tomar su ejemplo, siguiendo el sendero que nos trazó.

Quiero agradecerle por haber redactado la mayoría de los maasiot que aparecen en esta obra. Que El Todopoderoso lo colme de salud, bienestar, paz y éxito en compañía de toda su familia; que les conceda larga vida, para que puedan seguir difundiendo los valores de nuestra sagrada Torá.

Karen: que estas páginas sean un reconocimiento a la noblelabor que brindas en nuestro hogar. Te agradezco por toda la bendición que aportas a la familia. Si algún mérito tengo en la vida es gracias a ti: desde que te conocí me has enseñado, entre tantas cosas, a seguir con amor, devoción y sencillez al Creador del mundo. Gracias por el apoyo incondicional que me has otorgado en todos los proyectos que hemos logrado hasta ahora. Que Boré Holam te colme siempre de salud, felicidad y alegría; que podamos seguir construyendo nuestro hogar, siempre bajo los fundamentos de la Torá, y que podamos inculcar a nuestros hijos todos los principios que nos enseñaron nuestros padres; que vivamos siempre rodeados

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de salud, amor, respeto y éxito.

A mis queridas hijas Ruth, Tuny, Ilana, Mijal y Tamar y la recién nacida Batia: Ruego al Todopoderoso que las llene de bendiciones; que nos permita educarlas y guiarlas y por el camino de la Torá, mitzvot y maasim tobim, con salud, felicidad y dignidad, que sepan utilizar todos los recursos que les otorgaste para cumplir con Su Voluntad, que formen hogares kesherím y tehorím, que tengan una buena descendencia y que todos se mantengan dentro del judaísmo, hasta la llegada del mashíaj.

Que esta obra nos ayude a encontrar el camino de la elevación personal y la permanente superación espiritual a la que debe aspirar el judío para encontrarse con su Creador, y servirlo con amor y convicción.

Que tengamos el zejut de ver la reconstrucción de Yerushalaim con la llegada del Mashíaj Tzidkenu.

Amén

Elías Askenazi Massri

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Chapter 1 – Emuná

Todo está en las manos de Di-s, excepto el temor a Di-s.

Berajot 33b

La Emuná comienza donde termina la razón de la persona.

HaGaón Rab Jaim Soloveitchik

El tesoro que Di-s guarda, es el temor que la gente le tiene.

Berajot 33:2

La persona que no tiene Emuná no encuentra respuesta a todas sus preguntas. La persona que tiene Emuná no tiene preguntas.

HaGaón Rab Eliézer Menajem Shaj

El milagro del Séfer Torá

Había un rey caracterizado por su rectitud y su bondad. Él amaba a todos los habitantes de su reino y ellos lo amaban.

Un día quiso el rey acercarse a la religión judía, pero temió hacerlo en forma pública, ya que los sacerdotes musulmanes podrían atentar contra él.

Llamó a los “cadies”y demás sacerdotes musulmanes y les preguntó:

– ¿Las palabras de Moshé y sus enseñanzas son verdades?

– Por supuesto, su majestad, que Moshé fue un verdadero profeta su Torá es verdad.

Les dijo el rey:

– Yo quiero proponer algo: escribir la Torá del profeta Moshé, para

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que lean de ella los judíos como señal de amor y aprecio al profeta de Di-s. ¿Hay en la propuesta algún delito religioso?

– No, no hay ningún delito religioso – contestaron los sacerdotes musulmanes.

Mandó el rey llamar a escribas judíos y les preguntó: – ¿Cuánto dinero piden por la escritura de un Séfer Torá?

– La suma es de cincuenta majbub y escribiremos un Séfer Torá muy bello – respondieron los escribas.

– Estoy dispuesto a pagarles mil majbub – les dijo el rey –, pero haré con ustedes un trato: si encontrare una sola letra que falte o se agregue, les cortaré las manos.

Aceptaron los escribas escribir el Séfer Torá. Curtieron cueros, hicieron de ellos pergaminos y se sentaron en sillas cercanas a la mikvé, para poder purificarse y escribir el Séfer Torá con un máximo de pureza y santidad.

Cuando concluyeron el Séfer Torá, se lo trajeron al rey.

Él llamó a judíos expertos en examinar Sifré Torá y les dijo:

– Deseo que examinen el Séfer Torá, por cada error que encuentre les pagaré cincuenta majbub.

Examinaron el libro detenidamente, sin encontrar un solo error.

El rey ordenó hacer al Séfer Torá un estuche de oro adornado con diamantes y preparó una gran fiesta.

Trajo el rey sabios que estudiaban de la Torá día y noche, pagándoles su salario y, después de tres meses, llevaron el Séfer Torá al Bet Hakenéset.

Los dirigentes de la comunidad solicitaron al rey que colocara guardianes en el Bet Hakenéset durante las noches, ante el temor de que los ladrones que intentaran robar el Séfer Torá con sus valiosos adornos.

– Si el Séfer Torá no puede cuidarse de lo ladrones, ¿qué tipo de bendición hay en él? Seguro que él podrá cuidarse solo –respondió el rey rechazando la propuesta.

Los ladrones de la ciudad escucharon acerca del valioso estuche del Séfer Torá y decidieron apropiarse del mismo.

Siete ladrones ingresaron al Bet Hakenéset para robar el estuche; cuando se aproximaron al Hejal, se abrió la tierra y fueron tragados por ella hasta el ombligo, quedando atrapados sin poder salir.

Cuando los judíos vinieron a rezar al Bet Hakenéset, vieron a los

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siete ladrones hundidos en la tierra, gritando. Los jefes de la comunidad fueron a contar al rey todo el asunto y se dirigió el rey en persona al Bet Hakenéset. Cortó la cabeza de los ladrones con su espada, los colgó en el pórtico de la ciudad y sus cuerpos fueron incinerados.

Ese mismo día salió un anuncio real que el mismo castigo recibirá todo aquel que atentara contra el Séfer Torá del rey.

Pidió a los judíos que todos los viernes fuera llevado el Séfer Torá a su palacio y él en persona lo llevaría al Bet Hakenéset.

Un día visitó la ciudad un gran rabino y vio que el viernes transportaban el Séfer Torá al palacio y dijo a los jefes de la comunidad que era una afrenta a la santidad del Séfer Torá el traslado semanal al palacio real.

El sabio aconsejó:

– Todos los viernes cambien los pergaminos del Séfer Torá por pergaminos vacíos.

El consejo contó con la aprobación de los jefes de la comunidad y todas las semanas llevaban al rey el estuche de la Torá con pergaminos vacíos en su interior.

En esa ciudad había un judío renegado, que fue al rey y denunció que los judíos lo engañaban y en vez de traerle semanalmente el Séfer Torá le traían pergaminos sin ningún contenido.

Al escuchar esto, el rey se enfureció y juró: – Si la denuncia es verídica, mataré a todos los judíos.

Prohibió al judío salir de su casa, para evitar que los judíos escucharan acerca de la denuncia.

El jueves por la noche, el criado del Bet Hakenéset abrió el Hejal para efectuar, según la rutina, el cambio de los pergaminos.

El viernes en la mañana abrió el criado el Bet Hakenéset y se asombró al ver una gran luz que iluminaba todos los rincones del mismo Bet Hakenéset, y a un hombre anciano que escribía los pergaminos de la Torá y le faltaban sólo cuatro filas para terminar el libro.

– La paz sea contigo,

– Saludó el criado al anciano y preguntó:

– ¿Quién eres?

Contestó el anciano: – Soy Eliyahu Hanabí, y contó todo lo que sucedió –.

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– Por tanto, Di-s me envió para escribir los pergaminos.

– ¿Por qué tú mismo te molestaste en venir, en vez de informar a uno de los sabios para no cambiar el pergamino? – preguntó el criado absorto por lo que veían sus ojos.

– Hoy una gran peste atacará a los musulmanes – contestó Eliyahu Hanabí –. Similar a la que atacó a los filisteos en Bet Shemesh.

Cuando terminó Eliyahu Hanabí la escritura del Séfer Torá, lo colocaron en el estuche del Séfer Torá del rey y fue llevado al palacio como todos los viernes.

Esperó el rey en el patio del palacio, con la explanada llena de soldados armados.

Cuando entró el criado al patio transportando el Séfer Torá, ordenó el rey al criado que lo abriera.

Preguntó el criado: – ¿Qué pasa hoy, que su majestad quiere ver la escritura del Séfer Torá?

– Hoy quiero verlo, respondió el rey colérico –, sin dar mayor explicaciones.

Cuando abrió el Séfer Torá una gran luz irradió de él. El rey, al ver las letras brillantes y luminosas cubrió sus ojos; los soldados se acercaron a ver las letras y no quedó de ellos un solo sobreviviente.

Tomó el rey al judío renegado que fue responsable de la falsa denuncia y lo condenó a la hoguera. – De hoy en adelante – dijo el rey al criado de la sinagoga, – No me traigas más el Séfer Torá. Yo en persona iré a verlo todos los viernes.

Retornó el criado el Séfer Torá al Bet Hakenéset y todos los judíos agradecieron a Di-s por el gran milagro.

Extraído de: “Mi Boca contará”. Hamaor

La Torá es nuestra fuerza y nuestra vida

Rabí Eljanán Wasserman, Z”L, fue uno de los más grandes Jajamim de Europa y del mundo, de hace más de cincuenta años. Las garras asesinas de los nazis profanaron su cuerpo, creyendo haber acabado con su tarea. Muy por el contrario, Rabí Eljanán Wasserman siguió viviendo en sus enseñanzas y en su obra, la cual continúan sus alumnos y seguidores. La siguiente es la trascripción de las últimas palabras que le fueron escuchadas en público antes

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de que fuera trasladado a los campos de exterminio, y que cobran cada vez más vigencia a medida que pasa el tiempo.

La despedida de Rabí Eljanán Wasserman de sus alumnos en la ciudad de Smilishok, un rato antes de que involuntariamente abandonara el lugar, fue estremecedora.

El Gaón subió a la Tebá y se dirigió al público con el corazón destrozado, sin ocultar el torbellino de sensaciones que encerraba. Su rostro se encendió como una llamarada, y sus palabras salían de su boca como martillazos...

– ¡Rabotay! ¡Estamos frente a una situación tremenda..! No sabemos qué es lo que puede suceder dentro de poco. Sólo una cosa puedo decirles: ¡Por Favor! Pase lo que pase... ¡manténganse y fortalézcanse en la Torá!.

Y luego, en un solo suspiro, agregó:

– Nuestra Torá se llama “El árbol de la vida”, y sólo la Torá puede darnos vida... La Torá se llama “Fuerza”, como está escrito: “Hashem, fuerza a Su pueblo le da”. Hay muchas cosas fuertes en el mundo: el papel es fuerte, pero más fuerte es la madera. El hierro y la piedra son más fuertes aún. Pero todas estas cosas fuertes tienen un límite y una duración determinados. ¡Solamente la Torá es una fuerza Eterna, y en especial, en estos momentos, no tenemos otra alternativa que la de aferrarnos más que nunca a la Fuerza de la Torá...!

Éstas fueron las últimas palabras que se le escucharon a Rabí Eljanán Wasserman, Z”L, que quedaron en los oídos de los que estaban allí presentes y ejercieron la fuerza de un testamento espiritual.

Desde esa vez, no volvieron a verlo más. Algunos bajaron junto a él hacia los abismos más horrendos del exterminio. Y otros, gracias a Di-s, se salvaron, para poder contar lo que vieron.

Y de éstos últimos, todos coinciden en que siempre recordarán el desesperado llamado de Rabí Eljanán Wasserman, Z”L: “¡Fortalézcanse en la Torá...! ¡Es lo único que nos dará fuerza y vida...!”

Or Eljanán 2

¡Todo lo que hace Hashem es para bien!

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El Gaón Rabí Eljanán Wasserman, Z”L, fue uno de los más grandes personajes de su época. Después de fundar yeshibot, enseñar Torá a miles de alumnos y mostrar sus extraordinarias cualidades, las garras asesinas nazis profanaron su cuerpo, aunque su corazón sigue latiendo en cada uno de nosotros.

Según un testigo presencial, éstas fueron sus últimas palabras, antes de que su alma se elevara a las alturas. Le preguntaron por qué Hashem estaba haciendo esto con su pueblo. El Gaón respondió con un mashal:

Una vez, una persona que nada sabía de agricultura fue al campo y preguntó a un campesino cómo era todo el proceso hasta que el pan llega a la mesa. El agricultor lo llevó al campo y le preguntó qué veía. El visitante respondió: “Veo un campo muy verde y hermoso”.

De repente, el agricultor se puso a arar la tierra y el hombre le dijo: “¿Por qué destruiste toda la vegetación del hermoso campo?” “Ten paciencia y verás”, le respondió el agricultor.

Después, le mostró a su visitante una bolsa llena de semillas y le preguntó qué veía. “Unas semillas muy gordas”, contestó.

Y qué grande fue su sorpresa al ver que el agricultor “echaba a perder” otra vez algo tan valioso: tomó la bolsa y arrojó todas las semillas a los surcos de la tierra, para luego enterrarlas.

“¿Te volviste loco?”, le gritó el visitante. “Antes destruiste toda la tierra, y ahora tiras todas las semillas que tienes”. “Ten paciencia y verás”, le respondió el campesino.

Pasó un tiempo y el campesino llevó nuevamente al campo a su invitado y le mostró la siembra. “Tengo que reconocer que tuviste razón: dejaste el campo mejor que antes. Ahora me doy cuenta de por qué hiciste lo que hiciste.”

“Sí, pero el trabajo aún no está terminado. Todavía necesitas tener mucha paciencia”, dijo el campesino. Y no pasó mucho tiempo cuando éste tomó una guadaña y cortó todas las espigas que tenían dentro unas semillas más gordas que las que había sembrado. Y ante la mirada atónita del visitante, dejó el campo desolado, como si no hubiera pasado nada. Luego amarró las espigas y “adornó” el campo con parvas muy bonitas. Pero la belleza duró muy poco: se llevó las parvas a otro campo, y allí comenzó a golpear las espigas duramente, hasta convertir todo eso en un montón de plantas despedazadas. A continuación, separó las semillas de las espigas y juntó a todas ellas en un gigantesco depósito. Y cada vez que hacía cada uno de los trabajos, le decía al visitante: “Ten paciencia, ya verás”.

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El campesino tomó las semillas y las colocó en un molino.Y por el otro lado apareció la harina.

“¿Qué hiciste? ¡Todas las semillas que juntaste, las hiciste polvo!” A lo que recibió como respuesta: “Ten paciencia, ya verás”.

Cuando el visitante vio que el agricultor mezcló la harina con agua, se tomó la cabeza, mientras decía para sí: “¿Qué querrá hacer éste ahora, con esa pasta blanca?” Pero al ver que esa “pasta blanca” tomó una forma agradable en las manos del campesino, se calmó. Sin embargo, la calma no le duró mucho: todas esas formas armoniosas fueron a parar al horno.

“Ya no me queda ninguna duda de que has perdido la razón”, exclamó el visitante. Tanto trabajo te costó conseguir lo que tenías, ¡y ahora lo estás quemando con tus propias manos!”

Una carcajada salió de la boca del campesino, mientras le decía: “¿No te dije que debías tener paciencia y esperar?”

“¿Más todavía?”, repetía una y otra vez el visitante. “¡Pero si ya está todo perdido!”

Pasó un rato nada más, y el campesino sacó del horno unos panes calientes y dorados y los puso frente a él, en la mesa. Y mientras le cortaba un pedazo y se lo daba para comer, le decía: “Ahora, ¿ya entiendes todo?”

Rabí Eljanán Wasserman, Z”L, concluyó diciendo a los que lo escuchaban:

“Hashem, nuestro Creador, es el agricultor y nosotros, los humanos, somos los visitantes ignorantes de una vida que no entendemos ni conocemos. No tenemos ni la más mínima idea de cuál va a ser el resultado de todas las acciones de Hashem, y cada cosa que pasa pensamos que no tiene lógica, porque la medimos con nuestra propia vara. Pero cuando se termine “Su trabajo”, recién vamos a entender por qué Hashem hizo todo lo que hizo. Tenemos que tener Emuná y paciencia”, – concluyó el Gaón sus palabras – “al final, sabremos el porqué de las cosas, aunque éstas aparezcan como ilógicas o terribles. Porque, ¡todo lo que hace Hashem es para bien!

Or Eljanán. Hamaor

Todo es para bien

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Nadie como yo puede decir que Hashem quiere a sus criaturas. A veces la persona cree lo contrario, cuando le suceden cosas que parecen malas. Pero con el tiempo se da cuenta de que fue sólo para su bien.

Cuando yo era un niño de nueve años, la segunda guerra mundial estaba en su apogeo. La barbarie nazi provocó océanos de sangre y el Am Israel fue su peor víctima.

En el gueto vivíamos aterrorizados, y no sabíamos si estábamos más expuestos a la muerte adentro de nuestras casas o fuera de ellas.

Un día, mi hermanita salió a la calle sin que nos dieramos cuenta, y desde nuestra ventana vimos con horror cómo un soldado nazi se la llevaba. Gritos y llantos ahogados (porque ni siquiera eso podíamos hacer a voluntad) se escucharon de mi madre y de mí en ese momento. Ella estaba muy enferma y apenas podía moverse, y un disgusto como ése no tardaría en matarla de angustia.

¿Qué podía yo a hacer? La lógica indicaba que, en esas situaciones, cada uno tenía que buscar su propia salvación.

Pero... ¿Y si la salvación de mi hermanita estaba en mis manos? Y así fue realmente: en mi mano estuvo su salvación...

Salí a la calle, con todos los riesgos que eso implicaba, y fui corriendo hasta el puesto militar. Cuando llegué, me encontré con aquel soldado que había visto desde mi ventana.

– ¿Qué haces tú aquí? – me preguntó.

– Vengo a buscar a mi hermana

– le respondí.

– ¡Ah! ¿Esa niña es tu hermana?

– Por favor, déjeme llevarla. Mi mamá está enferma y...,

– ¡Ja! ¡Ja! – lanzó el soldado una risotada – .No sólo no te la voy a dar, ¡sino que te voy a llevar también a ti...!.

Me puse a llorar, cosa que al soldado no le hizo mella alguna. Desesperado, insistí:

– Por favor, déme a mi hermana.

– Mira, te voy a poner una condición.... – el soldado tenía ganas de bromear.

– ¿Cu... Cuál?

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– Si te salen pelos en la palma de la mano, te la puedes llevar ahora. Si no, te mato a ti y a ella.

La sonrisa sarcástica del soldado se desdibujó bruscamente y mostró una cara de asombro y horror cuando le mostré mi palma derecha: ¡tenía pelos crecidos!

Con la misma expresión de consternación, se metió en el cuartel y salió tomando a mi hermana de la mano.

Me la dio y me dijo:

– Vete... ¡Vete de aquí ahora mismo!

Corrimos como locos y llegamos a la casa, donde mi madre al vernos cambió su llanto de angustia por uno de alegría. Y mientras ella abrazaba a mi hermanita, yo observaba mi palma derecha llena de pelos, y me acordé de aquella vez que me había “enojado” con Di-s.

Tiempo atrás, me había quemado con una olla caliente y me hicieron un injerto de piel en la palma de mi mano por una parte de mi muslo. Siempre me lamenté de aquel suceso y me preguntaba cómo Hashem pudo castigarme de esa manera. Escondía mi mano para que no me la vieran, y para que no se burlaran de ver una parte de la mano con pelos ¡nunca jamás me imaginé que eso iba a servirme para salvar la vida de mi hermana, de mi madre y la mía!

Ahora que soy anciano, muestro la palma de mi mano con orgullo y le enseño a todo el mundo aquello que dice la Torá: “Como reprende un padre a su hijo, Hashem Tu Di-s, te reprende....

Extraído de Yated Shelanu. Hamaor

El momento de la tefilá es sagrado

Dos gigantes de Am Israel estaban diciendo tefilá en el mismo Bet Hakenéset de la ciudad de Zefat: Rabí Yosef Karo y Rabenu HaArí, Z”L. Por supuesto que todo el público estaba consciente de la envergadura de esos grandes Jajamim. Y por eso, cuando terminaban la Amidá, el Jazán no comenzaba la Jazará hasta que los dos hubieran acabado sus respectivas oraciones individuales.

Rabenu HaArí, Z”L, dio sus tres pasos para atrás; faltaba que lo hiciera Rabenu Yosef Karo. Pero este último se demoró más de lo acostumbrado. Pasaban los minutos y Rabí Rabí Yosef Karo no daba

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muestras de aproximarse al final de su Amidá. ¿Alguien se atrevía a decir que esto estaba provocando “Tóraj Tzibur” (molestia para el público)? Absolutamente nadie.

Sin embargo, repentinamente, Rabenu HaArí, Z”L, pronunció en voz audible las siguientes palabras: “¡El trigo es kasher!”, dicho lo cual no pasaron más de diez o veinte segundos que Rabí Yosef Karo concluyó la Amidá, otorgándole al Jazán un tácito permiso para comenzar la Jazará.

El resto de la tefilá transcurrió en tensión hasta el final, momento en que Rabí Rabí Yosef Karo pidió que todos lo escucharan para aclarar lo sucedido.

– Ustedes se habrán sorprendido porque yo tardé en la Amidá más de lo acostumbrado –comenzó diciendo–. Y también habrán tenido sus dudas respecto a la reacción de Rabenu HaArí, Z”L y sus extrañas palabras. Pero yo les explicaré: Como ustedes saben, estoy escribiendo el Shulján Aruj, y una obra de semejante magnitud no da lugar a errores, por pequeños que sean. Los temas a los que me aboco me insumen mucha concentración y esfuerzo, y a veces, hasta en medio de la tefilá estoy pensando en las leyes que han figurado en mi libro. En medio de la Amidá me detuve en el problema de si un costal de trigo que carga un burro sobre su lomo puede llegar a fermentarse e invalidarse para elaborar harina para la matzá de Pésaj, a causa del eventual sudor del animal. No podía seguir rezando; la oración debe ser pronunciada con concentración, y mi cabeza estaba en otro lado. Y fue en ese instante, que Rabenu HaArí, Z”L, con su rúaj hakódesh leyó mis pensamientos, cuando pude responder a mi pregunta.

El silencio total fue interrumpido con expresiones de asombro por parte de todos los que tuvieron el privilegio de escuchar el maravilloso relato. Y lo más importante vino después, cuando Rabí Rabí Yosef Karo concluyó:

– De aquí aprendemos que el momento de la tefilá no es indicado para realizar ninguna otra cosa que no sea la tefilá misma. Cuando estamos parados frente a Hashem, debemos dedicar todos nuestros sentidos para dirigirnos a él. ¡Ni siquiera para estudiar Torá debemos interrumpir! Para todo hay un tiempo y un momento. ¡Miren la molestia que ocasioné por no tener presente todo esto…..!

Extraído del libro Shibjé HaArí. Hamaor

El Shemá Israel

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La guerra de las Malvinas estaba por concluir. Las tropas inglesas recuperaban el poder militar en las islas, mientras el ejército argentino se batía en retirada.

Aquel joven argentino esperaba agazapado detrás de una roca, solitario, mientras el viento helado cortaba su piel. Esperaba un milagro que le permitiera salir vivo de esta batalla ya perdida. De repente, escuchó a sus espaldas el ruido inconfundible de un arma a

punto de disparar.

Se da vuelta y ve que tiene frente a él un soldado inglés apuntándole. Él también empuñaba su arma. ¿Qué debía hacer? ¿Atacar? ¿Defenderse? Sabía que los ingleses tenían la orden de tirar a matar sin miramientos. En esa fracción de segundo, le vino a su mente su familia; su gente y toda la vida que creyó que tenía por delante.

Sabía que era su fin...Arrojó su arma, levantó la cabeza, se tapó los ojos y comenzó a pronunciar en voz alta: “¡Shemá Israel Hashem Elokenu Hashem Ejad...!”

El soldado inglés se quedó perplejo. Bajó su arma y se acercó al joven.

– ¿Are you Jew? (¿Eres judío?)

El joven asintió con la cabeza, pues aun sin conocer el idioma, se dio cuenta de que el otro le estaba preguntando si era judío.

Se confundieron en un abrazo, y mientras cada uno miraba el horizonte sobre el hombro del otro, caían de sus ojos lágrimas que se congelaban inmediatamente.

Se dijeron unas palabras más, que ninguno de los dos entendió, pero que sabían lo que significaba. Luego, cada uno se fue por su lado.

El Shemá Israel salvó una vida. O dos. O más.

El Shemá Israel siempre salvó a todo el Pueblo judío...

Hamaor (De la vida real)

Su gorrita lo salvó

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Como de costumbre, la ruta principal estaba en plena congestión: todo tipo de coches, autobuses, taxis grandes y chicos corrían en oleadas, yendo unos, viniendo otros, sin cesar por un instante el movimiento. Y por ahí, cerca de una población, estaba parado un jovencito, alumno de una yeshibá, con su brazo extendido hacia la ruta, haciendo señas a cada coche que se acercaba, como si quisiera saludarlo o darle la mano. Y luego, cuando el coche pasaba a toda velocidad sin detenerse, dejaba caer su brazo como avergonzado, por un ratito, hasta que otro auto se aproximaba.

Era viernes después de mediodía. El joven quería viajar a su casa para Shabat. Salió de la yeshibá, que se encontraba en la población, y caminó hasta la ruta confiando encontrar a alguien que lo llevara.

El sol se había ocultado notoriamente hacia el oeste. Los árboles iban ensombreciendo la ruta. Un fresco vientecillo soplaba sacudiendo las débiles hojas invernales de los árboles que luego se desparramaban solitarias y extraviadas por aquí y allá.

Nuestro jovencito tenía en una mano su valija y con la otra hacía señas, cada vez con más insistencia a los coches que seguían su camino sin detenerse.

A cada ratito se aseguraba de que el viento no hiciera volar la gorrita de su cabeza, mientras miraba preocupado al sol, que en su lenta, pero inexorable marcha, se iba cada vez más hacia el oeste.

No era la primera vez que esto le sucedía, ya que siempre viajaba a su casa para Shabat, más o menos a esa misma hora. Y minutos antes, minutos después, siempre llegaba el conductor amable que lo acercaba hasta su casa. A pesar de esto, su corazón no dejaba de albergar el temor de no llegar a su casa con tiempo suficiente para prepararse, como corresponde, para el sagrado día de Shabat.

De improvisto, apareció un lujoso taxi, un último modelo. En principio, nuestro jovencito vaciló en hacerle señas. No podía creer que el conductor de un auto tan lujoso se detuviera para llevar consigo a tal pasajero, un simple muchacho de yeshibá.

Pero casi sin quererlo su mano se levantó y, para su sorpresa, el coche se detuvo. El joven corrió alegremente y rogó al conductor que lo acercara hasta determinada población, camino a su casa.

El conductor lo miró de arriba abajo, contestándole firmemente:

– Te llevaría conmigo, pero no tolero la gorrita que llevas puesta. ¡Quítate la gorrita y sube!

El jovencito le echó una mirada penetrante y como culpándolo de algo.

Miró otra vez hacia el sol y finalmente le hizo seña con su mano,

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indicándole que continuara su viaje sin él.

El joven se quedó mirando con amargura al coche que se alejaba, mientras su mano acariciaba la gorrita.

Se fijó bien y grabó en su memoria el número del taxi pensando: “Sería bueno saber quién es esta persona tan poco afable”.

No transcurrió mucho tiempo y pasó una camioneta, cuyo conductor lo llevó camino a su casa.

Apenas habían viajado unos kilómetros cuando se detuvieron bruscamente. Varios autos se hallaban estacionados delante. A un lado del camino un auto estaba volcado con las ruedas para arriba.

En otra ocasión podría resultar cómico para un jovencito ver un coche en esa posición, le daría muchísima risa. Pero ahora gritó casi histérico:

– ¡Ay! ¡Bajo ese taxi, Di-s me libre, podía haber estado yo en esos momentos...! ¡Si no hubiera sido por mi gorrita! ¡Evidentemente mi gorrita me salvó! ¡Gracias a Hashem, eterno es su favor!

Extraído de Oasis

La bendición del Jafetz Jaim

Un joven Rabino de Estados Unidos, estudioso, sobresaliente, relató un suceso extraordinario acerca del Jafetz Jaim, de cómo una de sus bendiciones se cumplió después de tantos años de su fallecimiento. ¿Cómo es posible relacionar al Jafetz Jaim con un joven Rabino de Estados Unidos de los últimos años? Veamos:

Es sabido que en los hospitales de Norteamérica acostumbran re¬cibir todo tipo de gente, de las más diversas religiones. Esas mismas entidades a veces asignan un rabino para que éste funcione como guía espiritual de las personas ocasionalmente internadas. Un día, el citado Rabino tuvo la necesidad de presentarse en el hospital para asistir a un muchacho yehudí que había sufrido un accidente automovilístico. Su estado era muy grave. Los médicos que lo recibieron desde la primera revisión determinaron que sus horas estaban contadas. Después de haberlo identificado por medio de uno de los documentos que llevaba en sus bolsillos, se comunicaron inmediatamente con una hermana suya que vivía cerca de allí, la que acudió sin demoras y se quedó todo el tiempo al lado de aquel

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muchacho, sollozando amargamente. Cuando el Rabino se acercó a ofrecer ayuda, la hermana, entre lágrimas, le dijo que ellos tenían un padre muy anciano que vivía recluido en uno de los asilos. El Rab telefoneó al asilo e hizo que el padre del accidentado se presentara en el hospital. No quiso contarle la verdadera situación en la que se encontraba su hijo, apiadándose del pobre hombre y temiendo causarle una conmoción que fuera a afectarlo seriamente. Mejor sería, pensó, que cuando estuviera frente a frente con el muchacho, se diera cuenta solo.

El anciano se acercó a la cama de su hijo, que yacía inconsciente, pero no se notó en él ningún sobresalto. Cuando el Rab vio que el anciano mostraba tranquilidad, pensó que quizás no se percataba de la gravedad del asunto. Llamó al doctor y le pidió que fuera él quien le describiera el cuadro que tenía frente a sus ojos.

– De acuerdo con lo que vemos, hemos diagnosticado que su vida es muy limitada. No sé si me entiende... es sólo cuestión de horas– decía el facultativo con dolor.

Pero el anciano seguía sin reaccionar. Se veía bastante calmado. Se acercó el Rab y le preguntó tímidamente:

– ¿Qué piensa usted? Ante su asombro, el anciano respondió:

– Me voy a mi casa.

– ¿C... Cómo? No entiendo..., – dijo el Rab

– ¿Qué es lo que no entiende? ¡Me voy a mi casa! ¡Mi hijo sanará, se pondrá bien! – afirmaba el anciano con seguridad.

E l Rab estaba convencido de que aquel hombre había perdido la razón, aunque siguió insistiendo en explicarle.

– Usted... ¿sabe lo que está pasando? ¿Comprende que la situación?

– ¡Situación! ¡Situación! Le he dicho que el muchacho estará bien, beezrat Hashem. Yo lo sé. Mire Rab, usted no me cree, pero le voy a contar algo que sucedió hace ya mucho tiempo: yo nací en Radín, la ciudad del Jafetz Jaim. Cuando él estaba editando su obra Mishná Berurá, había organizado un pequeño grupo de estudiantes que leíamos sus escritos, para ver si era bien recibido y aceptado, por si entendíamos claramente lo que ahí decía, porque fue muy arduo el trabajo de redactar ese libro tan trascendental de halajot. Yo me contaba entre los integrantes de ese grupo. Varias veces me tocó estudiar frente a él y mis comentarios le resultaron agradables y acertados. Y tuve el zejut de recibir del Jafetz Jaim numerosas berajot. Una de ellas me auguraba larga vida, pero yo hoy cuento con sólo setenta y seis años, y esto no lo considero larga vida. En otra berajá me aseguró el Jafetz Jaim que ningún hijo mío se iría de

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este mundo antes que yo. Pues bien, si aún no he llegado a tener esa larga vida que me aseguró el Jafetz Jaim, ¿cómo se podrán realizar las dos berajot al mismo tiempo? No hay otra alternativa más que la de que mi hijo siga vivo... y sano. Así que ahora me voy a mi casa.

Cuando el Rab escuchó todo el relato, llevó al anciano hacia su casa y él también se retiró a su hogar a descansar. Al día siguiente, cuando regresó al hospital como de costumbre, se acercó directamente a hablar con el doctor que había estado atendiendo a aquel joven para preguntar por su estado.

– Usted verá, Rabino. Estoy totalmente anonadado. ¡El muchacho ha abierto los ojos! Hasta ayer era candidato firme a la muerte, por todo lo que le había pasado y como había quedado. Pero, no lo puedo creer, abrió los ojos – respondió el doctor–. A medida que pasaban las horas, los médicos se acercaban a observar con sus propios ojos lo que carecía de toda lógica y explicación. Ahora sí coincidían en que tenía esperanzas de seguir con vida. Al cabo de dos semanas, abandonó totalmente su lecho de enfermo y se lo veía andar como si nada hubiera pasado.

Que la fuerza de las berajot del Jafetz Jaim sea tan grande no sorprende. Lo que hasta ese momento no se sabía era que aquella berajá pudiera tener una vigencia tan extensa a través de los años. ¡Qué gran lección la de ese anciano! Con toda seguridad que su fe inconmovible sobre las berajot que recibió fue el factor preponderante para que se cumplieran al pie de la letra.

Sheal Abija Veiaguedja. Hamaor

Los 400 guilders

Una mujer vivía en Hungría. Ella no tenía hijos y por esa razón se acercó al rabino local con 400 guilders y le pidió que enviara el dinero a un Tzadik a fin de que rezara para que ella pudiera tener hijos. Cuando el rabino le sugirió que el dinero fuera enviado a Rabí Yosef Jaim Zonenfeld, la mujer aceptó.

Como tres semanas más tarde, el marido de esa mujer llegó hasta la casa del rabino local con una queja: ¿cómo fue que el rabino estuvo de acuerdo con enviar una cantidad de dinero tan grande sin su consentimiento? El rabino dijo que naturalmente él pensó que la señora había actuado con el consentimiento de su marido. El marido

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no aceptó la excusa y pidió al rabino que enviara una carta al Rab Zonenfeld requiriendo que devolviera el dinero.

Era muy desagradable para el rabino local hacer tal cosa, y es por eso que sugirió pagar de su propio bolsillo toda la suma de dinero. El marido estuvo de acuerdo y comenzaron a hablar sobre los detalles de los pagos, puesto que el rabino no podía devolver todo ese dinero de una sola vez.

En ese momento, el cartero golpeó la puerta y anunció al rabino que había recibido una carta registrada de Jerusalem. El rabino miró el nombre del remitente y vio que era de Rab Zonenfeld. Él abrió la carta y encontró que contenía 400 guilders en su interior. El marido, que quedó bastante impactado con el acontecimiento, pidió al Rab que leyera la carta, y el rabino leyó: Yo he recibido su carta junto con el dinero. Pero puesto que la carta dice que usted ha recibido el dinero de la señora, yo temo que ella lo haya donado sin el consentimiento de su marido. Es por eso que yo le retorno el dinero, y le pido que lo devuelva de inmediato a la señora. Pero, por supuesto, yo no he disminuido mis rezos por ella, y ciertamente yo espero que Di-s cumpla con el requerimiento de ella.

El rabino y el marido comenzaron a lagrimear y el marido, de todo corazón, estuvo de acuerdo en enviar el dinero nuevamente a Rab Zonenfeld.

Or Torá

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Chapter 2 - Humildad

La humildad antecede al temor a Di-s.

Mishlé 22:4

Dijo Rabí Yoséi: “No es el lugar el que honra al hombre, sino el hombre quien honra el lugar.”

Taanit 21b

¿Quieres sentir de Hashem su Divinidad? Deja de lado tu propia vanidad.

Hameir Ledavid

Este mundo es efímero

El Jafetz Jaim vivía en una casa extremadamente modesta en un pueblo en Polonia, con escasos y simples muebles.

Un periodista fue a entrevistar al eminente rabino. Después de conversar juntos por algún tiempo, el periodista le preguntó lo que estaba tan ansiosamente esperando preguntarle desde el comienzo:

– Un rabino tan importante y grande como usted, ¿donde tiene todos sus muebles?

– Déjeme hacerle una pregunta – le contestó el Jafetz Jaim – un periodista tan importante como usted, ¿donde tiene todos sus muebles?

– Bueno… – contestó el periodista confundido:

– Yo estoy sólo viajando.

– Yo también estoy sólo via¬jando

– contestó el Jafetz Jaim.

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El rabino estaba tratando de ilustrar que todos nosotros sólo estamos viajando. Nosotros no hemos llegado aún a nuestro destino permanente. Este mundo es extremadamente fugaz.

Tú no llevarías una fina lámpara de cristal a un campamento; tú sólo llevas aquellas cosas que realmente necesitas. La vida es finalmente un viaje. Y tu fina lámpara de cristal no viaja contigo.

En otras palabras, el lugar que nosotros llamamos “hogar” debe ser un lugar de significado, un lugar en el cual encontramos el propósito de la vida. Ese lugar está hecho más de la calidad de los libros en nuestros estantes y las relaciones que alimenta que del modelo de nuestra alfombra.

Porque, finalmente, todos nosotros sólo estamos “viajando”.

Or Torá

Y dice la verdad en su corazón

(Tehilim 15.2)

Está escrito que este pasuk fue dicho describiendo la conducta de Rab Safrá.

Porque Rab Safrá no sólo no tergiversaba lo que decía, sino que ni siquiera sus pensamientos los cambiaba.

Se cuenta que una vez puso a la venta un objeto y llegó un hombre a comprarlo. En ese instante, Rab Safrá estaba pronunciando la lectura de “Shemá Israel” (y es sabido que en el momento de la lectura de Shemá Israel no se debe hacer ninguna seña, y mucho menos hablar).

El hombre que vino a comprar, como Rab Safrá no contestaba sus preguntas, creyó que no estaba interesado en la oferta que le hizo, y le aumentó el pre–cio considerablemente.

Cuando Rab Safrá acabó la lectura de Shemá Israel, le dio al comprador el objeto y le pidió la cantidad que había ofrecido originalmente.

– Yo te ofrecí más – le dijo el hombre.

– No importa – respondió Rab Safrá –, cuando tú llegaste, yo ya había pensado venderte el objeto a ese precio.

Cuando una persona piensa (sólo piensa, sin decirlo) que va a

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donar algún objeto o que va a hacer una tzedaká, ese pensamiento se considera como su palabra, y debe cumplir con lo que decidió en su corazón. Así se comportaba Rab Safrá: su pensamiento era suficiente, aunque no hubiera dicho nada, y no lo cambiaba por ningún motivo.

Esh HaTorá 371

Kidush Hashem: un permanente precepto

A las palabras Kidush Hashem (Santificación del Nombre Divino) solemos asociarlas con el autosacrificio la entrega de la vida, para que con la muerte del yehudí se eleve el nombre del Eterno. Pero debemos saber que para cumplir la mitzvá de Kidush Hashem no necesariamente hay que abandonar este mundo, y no sólo se consigue cuando un yehudí es amenazado de muerte.

Shimón Ben Shataj servía como Cohén Gadol en el Bet Hamikdash y solicitó de sus alumnos que le compraran un burro. Fueron con el dinero de su maestro a un vendedor no judío; compraron el burro y se lo llevaron a Shimón Ben Shataj. Cuando el Cohén Gadol levantó la manga que cubría al animal, vio que de éste pendía una cadena con una gran piedra preciosa. Inmediatamente se la quitó y la entregó a sus alumnos, pidiéndoles que fueran a regresar la joya al vendedor de burros. Al rato llegó con Shimón Ben Shataj el vendedor con la cadena en su mano y una expresión de asombro en su rostro.

– ¡Gran Rabino! – le dijo –, ¿por qué me devolvió esto? ¡Si se hubiera quedado con él, yo jamás me habría dado cuenta..!

– Yo le compré un burro – le respondió –, ¡no un diamante!

En ese instante, el no judío se arrojó a los pies del Cohén Gadol y exclamó:

– ¡Bendito el Di-s de Shimón Ben Shataj!

La rectitud y honestidad de un yehudí es la vía más directa para Santificar el Nombre del Eterno. ¡Y esa correcta actitud puede hacer que hasta los no judíos reconozcan la Grandeza de Hashem! Ésta es la mejor manera de hacer Kidush Hashem...

El pueblo de Israel siempre está rindiendo examen frente a los demás pueblos del mundo. Y cuando un yehudí, mediante su conducta decente, realiza esta clase de Kidush Hashem, desde el Cielo no lo pondrán a prueba con un Kidush Hashem de otra manera.

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Alé Shur. Hamaor

Invitado para cumplir Kidush Hashem

El Gaón Rab Aharón Kotler, Z”L, pidió a uno de sus alumnos:

– Por favor, ¿podrías llevarme en tu automóvil a Nueva York hoy por la tarde?

– Claro que sí, Rab. Cuente con eso, aceptó gustoso el alumno.

– Tengo mucho tiempo tratando de entrevistarme con el Señor Fulano, que me prometió una donación importante para nuestra yeshibá, y ha aceptado recibirme hoy por la noche – le explicó el Rab –.

– Pero antes debemos pasar por un salón aquí en Lakewood (Nueva Jersey, lugar donde se encuentra la yeshibá) para asistir a la jupá de una familia que me invitó, y luego seguiremos el viaje a Nueva York.

A la hora que habían acordado, el alumno recogió al Rab en su casa y lo llevó al salón donde se iba a celebrar la jupá.

– No tardaré mucho tiempo – aclaró el Rab a su alumno mientras bajaba del coche –. Sólo estaré presente en la jupá y, antes de que comience el banquete, saldré contigo y nos iremos a Nueva York.

El alumno estuvo de acuerdo. Vio entrar al Rab al salón; apagó el motor y se quedó leyendo un libro dentro del auto mientras esperaba su regreso. Pasaron los minutos… Pasó media hora… pasaron casi dos horas y el Rab no aparecía. El alumno se preocupó. Bajó del coche y se introdujo en el salón para ver qué había pasado al Rab, que no había regresado. ¡Qué grande fue su sorpresa cuando lo vio en medio del banquete, bailando con el novio las rondas, como si se hubiese olvidado de que tenía una cita muy importante que le interesaba y necesitaba mucho! Después de un rato terminó de bailar; se sentó en la mesa, donde apenas probó bocado, y al final se reunió con su alumno, que lo esperaba en la puerta del salón… Una vez que estaban los dos en el coche, el Rab dijo a su alumno: – Ya no llegamos a la cita que teníamos con el donante de Nueva York, así que nos vamos a casa.

– Pero Rabí, ¿por qué se quedó en el banquete, si usted tenía pensado lo contrario? – preguntó el alumno. El Rab respondió:

– Cuando llegué a la jupá me ubicaron en un sitio preferencial. Invitaron a todos los Rabanim a pronunciar cada una de las Shebá

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Berajot (Siete Bendiciones). Al término de ellas, vi que a mí no me habían invitado y me puse a pensar: “En realidad, no me invitaron porque sé que yo no soy merecedor, y hay otros Rabanim más importantes que yo. Pero si me voy ahora, como lo tengo programado, van a pensar que me he enojado porque no me invitaron a pronunciar una de las Shebá Berajot, ¡y esto puede provocar un grave Jilul Hashem!” Por eso tomé la decisión de quedarme en el banquete y celebrar alegremente, aunque esto me privara de recibir una importante donación para nuestra yeshibá.

Hamaor

¡Gracias... por la naranja!

Rabí Yosef Jaim Zonenfeld, el famoso Rabino de Jerusalem, llegó a Israel por primera vez en 1873. Un día, él fue con un amigo al Kótel. En el camino, un comerciante árabe le arrojó una naranja podrida al Rab Zonenfeld, quien respondió diciendo al árabe: “Gracias”, en idish.

Lleno de curiosidad, el árabe pidió al acompañante del Rab que le tradujera lo que había dicho. El acompañante le tradujo y el árabe se sorprendió.

Entonces, el Rab Zonenfeld le explicó: – yo agradecí que me tiraste una naranja y no una piedra.

El árabe se avergonzó de su acto, y desde ese día siempre honró al Rab cada vez que pasaba por la puerta de su negocio.

La humildad es nuestro honor

El Rabí Eljanán Wasserman, el Rosh Yeshibá de Baranovitz, era una persona de verdadera modestia. Una vez, cuando alguien le pidió una bendición (es una conocida costumbre pedir una bendición a un Tzadik, la contestación del Rab Wasserman fue: “Créame, si usted me conociera de la manera que yo me conozco, no me pediría una bendición”.

Sus estudiantes cuentan que él rogaba que no le dieran una alyá a la Torá en Rosh Hashaná. Los estudiantes sorprendidos, le preguntaron:

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– Pero, Rabino, la halajá dice que una persona debe tratar de obtener una alyá durante los Diez Días de Arrepentimiento. Entonces, ¿cómo usted puede negarse a ella?

El Rabino les contestó modestamente: – Yo tengo miedo de estar sobresaliendo durante los Días del Juicio, pues es posible que se me haga una inspección minuciosa. Yo prefiero pasar desapercibido, así como está escrito: “En medio de mi nación yo moraré” (Melajim II 4:13).

Rabí Moshé Blau contó sobre la oportunidad en la cual se encontró con el Rab Wasserman en la conferencia de Agudá de 1937, durante uno de los encuentros de los Sabios de la Torá. Un problema fue presentado a los grandes rabinos y uno de ellos anunció: – Yo pido que cualquiera que no sea un rabino o Admor, por favor abandone el recinto.

Para la sorpresa del Rab Blau, el Rab Wasserman comenzó a caminar hacia la puerta para dejar el recinto. El Rab Blau le preguntó: – ¿Qué es lo que el Rosh Yeshibá está haciendo? Ahora se discutirá un tema muy importante y su opinión es de gran necesidad.

El Rab Wasserman contestó con mucha simplicidad: – Reb Moshé, ¿no ha escuchado el anuncio de que cualquiera que no sea rabino o Admor debe abandonar el recinto? ¡Yo no soy ni rabino ni Admor!

Hamaor

¡Sin enojo!

El Admor Mordjele, Z”L, amaba a Eretz Israel de tal manera, que cualquier cosa que provenía de la Tierra Santa la prefería sobre las de otras partes del mundo, aunque éstas últimas resultaran más baratas y fáciles de conseguir.

En una ocasión recibió de regalo un corte de tela que le enviaron de Eretz Israel, muy apropiado para realizar con él un Talit Katán con una tela fabricada en el Territorio Santo.

Quizás podría confeccionarlo él mismo, o alguno de su casa, pero, aunque se trataba de una prenda tan simple, llevó la tela a uno de sus jasidim, sastre de oficio, para que mediante su trabajo pudiera tener el Talit Katán más hermoso que hubiera imaginado.

Pasaron los días y el sastre no aparecía con el encargo.

El Talit Katán es un rectángulo de tela con una abertura en el medio; nadie se explicaba por qué tardaba tanto en entregar algo

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que le tomaría sólo unas horas en terminarlo.

Mandaron llamar al sastre, y éste se presentó ante su Rebe. Todos intuyeron que algo grave había pasado, pues permanecía con la cabeza gacha todo el tiempo, hasta que se animó a hablar:

– ¡Rabí! No sé como decírselo... Me sucedió algo mientras estaba cortando la tela para su Talit Katán....

– Adelante. Te escucho – dijo el Rebe.

– Bueno. Yo no me di cuenta de que estaba doblado. Y en lugar de hacerle una sola abertura, con mis tijeras le hice dos...

Perdón... le arruiné el corte, y ya no podrá tener usted su Talit Katán con esa tela...

El Rebe se quedó en silencio.

Sí; realmente sufrió una gran decepción.

Él estaba muy entusiasmado con ese Talit Katán.

De repente, su cara se iluminó y exclamó alborozado:

– ¡Oh! ¡Muy bien, muy bien! ¿Así que dos aberturas? ¡Qué bueno!

Los demás jasidim que estaban alrededor no entendieron. Uno de ellos se atrevió a preguntar:

– ¡Rebe! ¿Por qué está usted contento? ¿Para qué le servirá ese corte de tela con dos aberturas?

– ¡Para nada! – respondió el Rebe. Y agregó:

– Sólo que ahora me doy cuenta de por qué mi querido sastre le hizo esas dos aberturas. Una fue porque todo Talit Katán necesita una abertura. Y otra... para probarme a ver si me enojaría cuando descubriera que ese Talit Katán no lo podría usar...

Maasehem Shel Tzadikim . Hamaor

La persona debe ser humilde y paciente como Hilel...

Dijeron nuestros Jajamim: “La persona debe ser humilde y paciente como Hilel...” Sucedió una vez que dos hombres hicieron una apuesta. Dijeron: El que logre hacer enojar a Hilel, ganará del otro cuatrocientas monedas”. Dijo uno de ellos: “¡Yo puedo hacerlo!”

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Ese día era ereb Shabat y Hilel estaba bañándose. Se acercó el hombre a la puerta y comenzó a llamar: “¿Aquí vive Hilel?” Él sabía sin dudas que Hilel vivía allí. También sabía que Hilel era el Rab principal de todo Am Israel y, a pesar de que todo el mundo lo trataba con mucho respeto, él le dijo “Hilel” a secas. También sabía que en ereb Shabat la gente está ocupada con los preparativos, pero todo eso lo hizo para tratar de sacar a Hilel de sus casillas. Cuando oyó que alguien lo estaba llamando, Hilel se vistió y salió a atenderlo.

– Tengo una pregunta... – le dijo el hombre.

– Claro. Dime, ¿qué quieres saber?; pregúntame.

– A ver: ¿por qué la cabeza de los babilonios es demasiado redonda?

– ¡Oh, una muy buena pregunta hiciste, hijo! – Hilel siempre estimulaba a los que preguntaban, aunque sus preguntas fuesen ridículas, para que no dejaran de preguntar en el futuro. Le respondió: – porque las parteras de Babilonia no tienen tanta experiencia, y no saben tomar bien a los bebés cuando nacen....

Pasó un rato, y el hombre volvió nuevamente a la carga:

– ¿Aquí vive Hilel?

Se vistió Hilel y salió a atenderlo.

– ¿Qué necesitas, hijo?

– Tengo una pregunta.

– Adelante, pregunta.

– ¿Por qué los beduinos tienen los ojos rasgados?

– Fíjate que ésa es una muy buena pregunta: porque ellos viven en medio de las dunas, y Hashem los hizo con los ojos entrecerrados para impedir en lo posible la entrada de la arena...

Pasó otro rato y el hombre regresó.

– ¿Aquí vive Hilel?

– ¿Qué necesitas, hijo? – le dijo Hilel – , después de vestirse nuevamente.

– Tengo una pregunta para hacerle.

– Adelante, pregunta.

– ¿Por qué los africanos tienen la planta de los pies tan ancha?

– Ciertamente, ésa es una excelente pregunta. Te explico: la

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mayoría de los africanos viven en zonas pantanosas y casi todos caminan descalzos, y los pies anchos les permiten mantener el equilibrio.

El hombre vio que no había manera de poner nervioso a Hilel, y trató de hacerlo de otra manera:

– ¿Sabe una cosa? Tengo muchas otras preguntas pero tengo miedo de hacérselas porque seguramente usted se enojará conmigo...

Hilel se acomodó en un asiento y le respondió con calma: – Todas las preguntas que tengas, házmelas. Estoy dispuesto a responderlas.

– ¿Es usted el Hilel al que todo el mundo conoce como el “Príncipe de Israel?”

– El mismo.

– ¡Pues que no haya muchos como usted en nuestro pueblo!

– Hijo, ¿por qué dices eso?

– Porque por su culpa perdí cuatrocientas monedas. Aposté esa cantidad a que lo hacía enojar, y no pude.

– No, no. Te equivocas; no pienses en lo que perdiste. Vale la pena pagar cuatrocientas monedas, y otras cuatrocientas monedas más, con tal de ver que Hilel jamás se va a enojar por nada...

Maséjet Shabat 31. Extraído de Hamaor

Humildad ante todo

Rabí Yaacob Israel Kanievsky, Z”L, conocido como el “Staipeler”, fue uno de los más grandes de su generación y, precisamente, se destacó en la cualidad de la humildad de manera asombrosa. Cuanto más adquiría grandeza en la Torá, más simple se veía a sí mismo frente a los demás. Realmente no entendía qué quería la gente de él y por qué le prodigaban tantos honores. Cuando veía que lo respetaban tanto sentía como que lo estaban perjudicando, y todo su cuerpo temblaba de vergüenza.

Él sostenía:

– Para triunfar en algo, hay que cuidarse de no sobresalir demasiado entre la gente. Porque hemos visto que las primeras

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tablas de la Torá, que fueron talladas en medio de la multitud y con rayos y centellas, se rompieron, y las segundas tablas, que fueron talladas en la intimidad, esas quedaron sanas para siempre.

Una vez llegó con él una persona para pedirle una berajá y el Rab le dijo: – Toda la fama que salió de ti, te ha perjudicado. Tu nombre recorrió el mundo y eso precisamente fue lo que te acarreó tantos problemas y sufrimientos. Pero todo tiene su fin y también acabarán tus sufrimientos. Pero recuerda que debes tratar de ser más discreto en tus acciones...

Cuando falleció su esposa, la Rabanit Miriam, Z”L, pronunció estas palabras en su levaiá, que se efectuó en la primavera del año 5733.

Que el mérito de esta mujer que sirvió y atendió tantos años a su hermano el Jazón Ish, le sirva para entrar en el descanso eterno del Gan Eden...

Es cierto que la Rabanit tuvo el zejut de atender mucho tiempo a uno de los más grandes de la historia, ¡pero Rabí Yaacob Israel Kanievsky ni siquiera mencionó el hecho de que era la esposa de un gigante del Am Israel!

Nuestra generación necesita un conductor – solía decir –, y se dirigen a un anciano que creen que sabe porque publicó algunos libros.

En otra ocasión se le oyó:

– La gente piensa que porque soy el cuñado del Jazón Ish también yo soy grande como él, pero no es así...

Así decía la gente que lo conocía:

– Si quieres hacer sufrir al “Staipeler”, ¡prodígale honores!

Toledot Yaacob. Hamaor

Reconociendo nuestros errores

Después de su casamiento, Rabí Yaacob Lorberbaum hizo un negocio con un socio. Cierta vez hubo un desacuerdo financiero entre los socios y el asunto fue llevado ante el rabino local, quien era más joven que Rabí Yaacob y además era menos sabio que él. El rabino local escuchó los dos lados y dictaminó en favor del socio de Rab Yaacob, diciendo que Rab Yaacob tenía que pagarle a su socio

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por los daños causados. Rabí Yaacob estaba convencido de que la decisión había sido errónea y se fue enojado. En la noche su socio fue a visitarlo y lo reprendió por su comportamiento, diciendo que él debía haber aceptado la decisión del rabino.

Rabí Yaacob respondió:

– ¿Cómo yo puedo aceptar una decisión que es errónea?

– Bueno, si eso es lo que tú piensas – lo desafió el socio –, saquemos el Shulján Aruj y fijémonos allí. Entonces veremos si él estaba equivocado o no.

Después de buscar en la sección de Joshen Mishpat del Shulján Aruj, Rabí Yaacob encontró, para su sorpresa, que el rabino local había tomado la decisión correcta, y él era quien había cometido el error.

– Tú ves, – le dijo el socio –, ahora yo creo que es apropiado que vayas y pidas perdón al rabino por la manera en la cual has actuado cuando él juzgó en tu contra.

– ¿Sólo pedirle perdón? – respondió Rabí Yaacob –. Yo tengo que pedirle a él que me dé una amonestación (nezifá) por mi despreciable comportamiento.

Entonces Rabí Yaacob fue a ver al rabino local. Cuando él llegó allí, se quitó los zapatos y admitió que el rabino estaba correcto en su decisión, y luego le pidió que lo amonestara oficialmente.

Este incidente dejó una gran impresión en las personas del pueblo, puesto que Rabí Yaacob, un reconocido sabio en su generación, tuvo la suficiente humildad para admitir que se había equivocado e insistió en que el joven rabino lo amonestara. Como resultado de este incidente, los dos rabinos se hicieron amigos y se respetaron mucho mutuamente.

Or Torá

La grandeza del Jafetz Jaim

Rabí Yosef Shlomo Kahneman, Z”L, solía contar de manera muy especial, cada vez que tenía oportunidad de hacerlo, el siguiente relato:

Una vez en la yeshibá, cuando ésta funcionaba en Estados Unidos,

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le tocó entrevistarse con un renombrado profesor yehudí, cuyas ideas estaban totalmente alejadas de la Torá y las mitzvot, y le reveló que estaba interesado en renegar de su condición de judío y abrazar otra religión. Muchos eran los motivos que le hacían pensar de esa manera, pero sólo una cosa se lo impedía: cada vez que pensaba en su conversión, aparecía frente a sus ojos... ¡el Jafetz Jaim!

Cuando era joven, tuvo la oportunidad de pasar una pequeña temporada en la yeshibá de Radin. Cuando llegó por primera vez a la yeshibá, encontró que todos los jóvenes estaban amontonados, llenando las instalaciones, a la espera de la asignación de sus respectivos lugares para dormir y vivir allí. El muchacho, que carecía de alguien que lo conociera, se quedó parado en un rincón sin que nadie atinara a atenderlo. Las horas pasaban y los efectos del largo viaje realizado se hicieron sentir. El cansancio lo obligó a quedarse sentado en su equipaje, hasta que el sueño lo venció.

Cuando en medio de la noche se despertó, se percató de que un desconocido estaba sosteniéndolo en sus brazos. El joven hizo como que seguía durmiendo. El hombre lo cargó con cuidado tratando de no sobresaltarlo, y con suavidad lo acostó sobre una confortable cama. Le quitó los zapatos, lo acomodó, y luego se quitó su propio saco y lo cubrió. En ese momento, el joven abrió levemente los ojos para ver entre sus párpados de quién se trataba. Cuán grande habrá sido su sorpresa al ver que quien estaba sentado a su lado no era otro que el Jafetz Jaim. El Rab estaba leyendo un libro a la luz de una tenue vela, con las mangas de su camisa al descubierto... sin su saco, el cual él lo tenía encima a modo de cubrecama. El Jafetz Jaim se esforzaba para que su voz no se oyera demasiado molesta y lo que estudiaba o leía, salía en un murmullo inaudible; no fuera que, jas veshalom, despertara aquel muchacho que de tan lejos llegó a estudiar Torá, y ahora se encontraba gozando de un merecido descanso...

Esa imagen quedó para siempre en su memoria. Todas las veces que aquel profesor sentía la tentación de abandonar a su pueblo, recordaba al Jafetz Jaim en esa situación e inmediatamente desistía de cualquier intento de renegar de su fe. No podía este hombre separarse, dejar de pertenecer a una nación que tiene como integrantes a personajes de tal magnitud... ¡Dichoso el pueblo que así es!... ¡Dichoso el pueblo que tiene un Jafetz Jaim en su seno!...

Marbisé Torá Umusar

La piedad del testigo

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Efraim Lebowitz, uno de los estudiantes de la yeshibá del Jafetz Jaim en la ciudad de Radin, fue acusado de ser espía alemán y fue llevado a juicio en Rusia. Su abogado no judío pidió al Jafetz Jaim que atestigüara en favor de su cliente en la corte. El Jafetz Jaim aceptó y viajó a la ciudad de Whitbask, donde el juicio tuvo lugar.

Después de la declaración del Jafetz Jaim, el abogado quiso demostrar la gran piedad de su testigo al juez y relató la siguiente historia:

– Una vez, cuando el Jafetz Jaim estaba en Varsovia, un hombre se acercó a él con un billete de cinco rublos en su mano y clamaba que él debía al Jafetz Jaim un rublo por un libro que una vez le había comprado. El Jafetz Jaim rechazó el dinero, diciendo que él no recordaba esa deuda y era mejor que fuera con su contador, quien podía tener anotada la deuda. Después de recibir la contestación el hombre cambió su tono, diciendo esta vez que quería dar el rublo como donación. El Jafetz Jaim dijo que él no aceptaba regalos, pero si él lo deseaba, podía donar el dinero a la yeshibá de Radín.

El hombre estuvo de acuerdo con eso, pero cuando el Jafetz Jaim sacó su billetera para darle el vuelto, él se la arrebató y salió corriendo.

El Jafetz Jaim comenzó a correr detrás de él, gritándole mientras lo perseguía que podía quedarse con el dinero y que lo perdonaba completamente. Más aún, él no permitió que nadie persiguiera a ese hombre – concluyó el abogado.

El juez interrumpió al abogado diciendo:

– Mi querido abogado, ¿realmente cree esa historia?

– No, yo no la creo; pienso que es una fábula – respondió el abogado.

El juez preguntó: – Si ese es el caso, ¿por qué trae esta historia como prueba?

El abogado contestó: – Perdóneme, su señoría, pero, ¿puede usted explicarme por qué historias semejantes no se cuentan sobre usted o sobre mí? ¿Usted no cree que la creación de estas historias sobre una persona atestigüan su grandeza?

El asombro del general

En su ancianidad una vez, el Jafetz Jaim juntó a su familia y les dijo:

– Hijos míos, ustedes deben saber que durante toda mi vida, siempre fui cuidadoso en no dejar que nadie fuera hecho a un lado por mí. Yo siempre elegí ser el que cediera y fuera puesto a un lado

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por la otra persona. Y mi consejo para ustedes es que tomen el mismo camino, puesto que aquel que haga esto siempre estará contento.

Ocurrió una vez en la ciudad de Grodna, Lituania, que el Jafetz Jaim iba caminando por una vereda angosta. Él vio que del otro lado se acercaba un general e inmediatamente se hizo a un lado para que aquél pudiese pasar cómodamente.

El general quedó impactado. Él no podía entender por qué este venerable anciano se había movido. Se acercó al rabino y le preguntó por qué había hecho eso.

El Jafetz Jaim le contestó:

– Durante toda mi vida, fui siempre yo el que cedió a otros y les dejé pasar primero.

El general dijo:

– Con una cualidad tan noble, usted vivirá una vida muy pacífica.

Or Torá

Paciencia y más paciencia

Un grupo de estudiantes del Talmud Torá Etz Jaim llegó junto con su maestro hasta la casa del Rosh Yeshibá, Rabí Iser Zalman Meltzer, para que él los examinara. El Rab pidió a uno de los estudiantes que le explicara un Tosafot, pero el estudiante lo hizo incorrectamente.

El Rab trató de evitar la vergüenza del estudiante y le sugirió la manera correcta de explicarlo. Pero el estudiante obstinadamente se encerró en su explicación errónea. Una y otra vez el Rab intentó dirigir al estudiante hacia la correcta explicación. Esto duró como unos 10 minutos, durante los cuales el Rabino no pudo convencer al estudiante y el maestro estaba perdiendo la paciencia con ese obstinado alumno.

Repentinamente, el Rab se disculpó con aquellos que estaban presentes, diciendo que debía retirarse de la habitación por unos minutos. Él salió al corredor y comenzó a caminar de un lado a otro diciendo para sí mismo: ¡Honrar a otras personas es también honrar a los niños! Sólo después de repetir esto varias veces, retornó a la habitación con nuevas energías, como si recién hubiera comenzado. Con una gran sonrisa, él explicó otra vez el Tosafot al estudiante hasta que finalmente lo entendió y fue salvado así de la vergüenza.

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Or Torá

El veredicto del juez

En sus años de juventud, cuando el Rab Yosef Jaim Zonenfeld era el Juez principal de la corte del Rab Yehoshúa Leib Diskin, juzgó un amargo pleito entre una mujer y su marido, una semana antes de Rosh Hashaná. Después de escuchar a ambas partes, él juzgó a favor del marido.

La familia de la mujer se sintió muy herida por la decisión y varios hombres de la familia se negaron a aceptarla.

Entonces, un tiempo después, ellos se juntaron y fueron a la casa del Rab Yosef Jaim Zonenfeld, gritando y maldiciendo. La mujer del Rab Yosef Jaim estaba muy asustada y comenzó a llorar.

En ese momento, el Rab estaba sentado en silencio en su lugar habitual y continuó estudiando Torá. Cuando los gritos se hicieron insoportables, él se levantó de su lugar y, dirigiéndose a los intrusos, dijo con voz fuerte y firme: – Si ustedes tienen razón y los otros jueces y yo hemos cometido un error en nuestro juicio, entonces ustedes ya han elevado su queja a Di-s, y Él con Su misericordia nos perdonará, puesto que un juez sólo puede juzgar basado en lo que ven sus ojos humanos. Pero, si nosotros tuvimos razón en nuestro juicio, entonces…

En ese momento, el Rab Yosef Jaim hizo una pausa. Las caras de los intrusos palidecieron, pues ellos anticiparon con temor la fuerte maldición que esperaban recibir de él.

– Entonces – continuó el Rab Zonenfeld – si nosotros estamos en lo correcto, yo anuncio aquí que los perdono por todo el dolor y la angustia que me han causado a mí y a mi familia, y los bendigo para que tengan una buena vida y paz.

Asombrados y avergonzados, los intrusos se fueron de la casa rápidamente antes de que algún vecino descubriera su atrevido comportamiento.

Or Torá

La tripulación de la sala de máquinas

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El Jafetz Jaim contó la siguiente parábola: Un poderoso príncipe estaba viajando en un lujoso barco. Un día decidió inspeccionar la sala de máquinas. Bajó hasta allí y se sorprendió al observar que todos los que trabajaban allí estaban negros de pies a cabeza con grasa y hollín. Entonces él dijo que no era apropiado que semejante barco lujoso, con muebles tan finos tuviera una sección con paredes tan negras, y también estaba asombrado de que la tripulación que trabajaba allí no estaba presentable. Él ordenó que esa habitación se cerrara y que toda esa tripulación vistiera ropas blancas, así como vestían las azafatas que trabajaban con los pasajeros. Por supuesto, después de que las órdenes fueron puestas en práctica, el barco inmovilizado estaba en gran peligro en el medio del mar, puesto que no podía navegar y había quedado a la suerte de las corrientes oceánicas.

Una situación similar prevalece con aquellos que dedican su vida al estudio de la Torá. Ellos pueden vestir ropas humildes, vivir con pobreza y carecer de muchos lujos que otros tienen. Sin embargo, nuestros Sabios dicen que si se dejaría de estudiar, incluso por un segundo, el mundo dejaría de existir. Es por eso que quienes estudian Torá son similares a aquellos en la sala de máquinas: eran absolutamente necesarios para la sobrevivencia del barco, puesto que el mundo existe por el mérito de estas personas.

Or Torá

En las aguas termales

El famoso rabino Yejiel Danzig de Alexandría visitaba un lugar de aguas termales con su hijo, cuando supo que el nieto de un gran y famoso Tzadik también estaba allí. Él envió a su hijo a preguntar a este nieto cuándo estaría disponible para que él pudiera ir a visitarlo y darle sus respetos. El nieto le contestó que a las 8 de la mañana del día siguiente estaría bien.

A la mañana siguiente el Rab Yejiel hizo un esfuerzo especial para levantarse temprano y no llegar tarde a la cita. Cuando él y su hijo llegaron a la habitación de este nieto, se encontraron con que él ya se había ido, olvidándose de la cita que habían concertado el día anterior.

Rabí Yejiel no estaba enojado por haber sido tratado con tanta falta de cortesía, sino que envió un nuevo mensaje para arreglar otra hora en la cual podían encontrarse. Esto fue hecho, pero una vez

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más este nieto no se presentó a la cita. Esto ocurrió varias veces, y cada vez este nieto arreglaba una hora, pero no se presentaba.

– ¿Cuánto tiempo más tendremos que aguantar este comportamiento arrogante y despreciable? – preguntó el hijo del Rab Yejiel.

Rabí Yejiel calmó a su hijo diciéndole:

– Hijo mío, escúchame: nuestro principal trabajo en la vida es buscar ser humildes y perdonar. Ahora se nos presenta la oportunidad de practicar lo que estamos buscando. Entonces, ¿vamos a desperdiciar tan preciada oportunidad?

Or Torá

Humildad y modestia

Hashem se presentó con Moshé en la zarza ardiente y le encomendó ir con Parhó para exigirle la liberación de los Hijos de Israel de Egipto. Moshé le dijo:

– ¿Quién soy yo, que (pueda ser digno) iré con Parhó? Y Hashem le respondió:

– Ésta es la señal de que Yo te estoy enviando... Cuando saques al Pueblo de Egipto, servirán a Di-s en este monte (Sinai)” (Shemot 3).

¿Cómo es posible que Moshé Rabenu, que alcanzó la categoría espiritual tan alta de tener contacto casi permanente con Hashem, tuviera tanta humildad? ¿Y cómo se logra ese grado de humildad como el de Moshé?

Precisamente, por el hecho de estar Moshé más cerca de Hashem, adquirió humildad. Porque la humildad es anularse a sí mismo y reconocer la grandeza del Creador. Y nadie como Moshé conocía la grandeza de Hashem. Es como una vela muy pequeña que se encuentra frente a una hoguera inmensa. ¿Acaso hay punto de comparación entre una y otra? De aquí aprendemos que, cuanto más cerca la persona esté de Hashem, más se da cuenta de que no es nada y más humildad adquiere.

Moshé dijo a Hashem:

– ¿Quién soy yo?. Y Hashem le respondió:

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– ¡Esta humildad que demuestras, es la señal de que Yo te estoy enviando, porque eres digno de ello! Y cuando saques al Pueblo... servirán a Di-s en este monte. El Har Sinai es el monte más bajo de todos, y sobre él voy a entregar la Torá, porque simboliza la humildad y la sencillez. Porque la Divinidad sólo se posa donde hay sumisión y modestia...

Méshej Jojmá. Hamaor

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Chapter 3 - Favor (Jésed)

El mundo es edificado con misericordia.

Séfer Hayashar

Tres son las características de los integrantes del pueblo de Israel: sonpiadosos, vergonzosos y benévolos.

Yebamot 79.1

Lo único que realmente tienes, es lo que das.

Rabí Shemuel Hanaguid.

La ventana de Abraham

Abraham era un comerciante como cualquier otro. Lo que no tenía como cualquier otro era una cualidad en la que sobresalía más que nadie: su casa siempre estaba abierta para el que lo necesitara. Con el cumplimento de esta mitzvá, él y su esposa se ganaron el afecto de todos los yehudim de la ciudad.

Cierta vez llegó Rabí Mordejay, uno de los más importantes personajes de la época. Abraham se adelantó e invitó al Rab a alojarse en su casa, logrando su cometido a pesar de la insistencia de otros muchos más ricos que él. El Rab no se arrepintió de haber pasado esos días en la casa de Abraham.

Se quedó profundamente impresionado. A pesar de su sencillez, vio que no sólo a él lo atendían a cuerpo de rey, sino a todos los pobres y necesitados que solicitaban de su generosidad. Antes de marcharse, el Rab bendijo a Abraham y le deseó que Hashem le envíara bienestar y riqueza.

La berajá se cumplió con creces: Al poco tiempo, Abraham se convirtió en un próspero comerciante, dueño de grandes empresas y campos. Su modesta casa fue remplazada por un palacio residencial colmado de lujos. Cuando aparecía Abraham y su esposa en público, ya se los veía con las ropas más suntuosas. Pero no sólo exteriormente cambiaron, sino también interiormente: la casa ya no

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era el lugar donde todos los necesitados acudían a cobijarse. Los que tocaban la puerta se encontraban con un mayordomo que les negaba la entrada. Algunos decían que Abraham no quería que sus valiosos y delicados objetos y muebles de la casa de vieran deteriorados con el entrar y salir de la gente. Otros lo defendían diciendo que Abraham ya no tenía tanto tiempo para atender a las visitas que no le redituaban ningún beneficio comercial; estaba muy ocupado en sus negocios y sólo se relacionaba con gente muy importante. La cuestión era que la casa de Abraham, antes apodada “la casa de Abraham Abinu”, ya únicamente se conocía por fuera.

Se enteró el Rab de todo esto y pensó angustiado: “¡Ay de mí! Mi berajá sirvió para beneficiar a uno, ¡pero para perjudicar a muchos..!”, y tomó la decisión de ir a solucionar personalmente la situación. Cuando el mayordomo avisó a su amo Abraham quién estaba en la puerta insistiendo en entrar, salió rápidamente a recibir al que propició que se haya transformado en un acaudalado.

– ¡Perdóneme, Rab! – se disculpó Abraham – es que mi mayordomo tiene orden de no dejar entrar a cualquiera. Pero usted aquí es el dueño de todo esto. Pase, por favor.

El Rab quiso decir algo, pero se contuvo. Entró y siguió a Abraham por toda la casa, mientras éste se preocupaba por mostrarle cada uno de los rincones. Llegaron a una ventana y el Rab se detuvo. Llamó a Abraham y le dijo:

– Dime: ¿Tú sabes quién es ése que está ahí enfrente?

– Sí, Rab – respondió Abraham Abinu –, es Shemuel, el sastre.

– Y esa señora ahí parada, ¿quién es?

– Es la viuda de Mijael, el carnicero.

Antes de que Abraham alcanzara a preguntar al Rab la razón de sus preguntas, fue tomado de la mano y llevado a uno de los rincones de la casa, donde había pasado anteriormente. El Rab se paró frente a un espejo y, señalándolo, dijo a Abraham:

– Dime ahora: ¿qué ves aquí?

– Pues... ¡Me veo a mí mismo!, – respondió Abraham extrañado.

– ¡Qué raro! – decía como por lo bajo el Rab –. Cuando te paraste frente a la ventana viste a la gente, y cuando te paraste frente al espejo te viste a ti. ¡Y las dos cosas están hechas de vidrio! ¿Por qué? ¿Qué diferencia existe entre el cristal y el espejo?

Abraham sabía que el Rab no ignoraba la respuesta, pero intuía que quería decirle algo más. Por eso le explicó:

– Bueno. El vidrio de la ventana no tiene nada, es traslúcido, y por

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eso se puede ver a través de él. El vidrio del espejo tiene una película de plata, lo que hace que las imágenes se reflejen.

– ¿Ya ves?, eso fue lo que cambió tu vida. Antes, tu casa tenía ventanas traslúcidas, lo que te permitía ver a la gente pobre y necesitada para invitarlas y compartir tu hogar. Después, los vidrios se llenaron de “plata”; de dinero; de bienes materiales... Ahora sólo te ves a ti mismo.

Cuando el Rab vio que la expresión facial de Abraham demostró que captó el mensaje, siguió hablando.

–Tu situación cambió, gracias a Hashem, pero la de muchos pobres y necesitados aún no. Y es ahora cuando tú más puedes ayudarlos. Es ahora cuando más puede seguir siendo tu casa “la casa de Abraham Abinu...”

Desde ese momento, Abraham volvió a ser el que era antes. Su casa estaba otra vez llena de gente que entraba y salía para comer y dormir. Bueno, sólo un pequeño cambio se notaba en uno de los rincones: en el lugar donde antes había un espejo, Abraham mandó construir una ventana...

Extraído de Amudé Jésed 284. Hamaor

La maleta perdida

Después de que los comunistas llegaron al poder en Rusia, comenzaron a atormentar violentamente a los rabinos del país. Rabí Meir Stelovitz, el Rab de Jeslovitz, trató de obtener un permiso para salir de Rusia. Viajó hasta Moscú para pedir el permiso y después de mucho esfuerzo logró obtenerlo.

En su viaje de vuelta a Jeslovitz, su maleta – la cual contenía el pasaporte y el permiso para salir del país – fue robada. Esto fue una gran tragedia para él. Bajó en la ciudad de Novobrisov, en donde vivía el Rab Baruj Eliézer Luria. Él llegó hasta la casa del rabino y le contó la terrible tragedia, y también le dijo que el problema le podía costar la vida, pues ahora no tenía permitido quedarse en Rusia ni tampoco podía salir del país. Rab Luria entendió la gravedad de la situación y le dijo al Rab Stelovitz que fuera a recostarse y descansar mientras él iba a buscar la maleta perdida.

Rabí Luria se puso en un terrible peligro al ir a las oficinas de la policía secreta, la KGB, cuya sola mención ponía a las personas en un estado de terror, pues era bien sabido que muchos judíos habían desparecido y eran torturados y asesinados por ellos. Sin embargo,

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Rabí Luria se acercó a ellos sin miedo alguno y les contó sobre el anciano rabino que llegó a la ciudad, y de su maleta robada, y que el rabino podía morir de angustia a causa de eso.

Para sorpresa de todos, no hicieron nada al Rab Luria, e incluso le prometieron que iban a atender el caso de la maleta robada. Después de unas horas pudieron encontrar la maleta con el pasaporte y el permiso intactos. Rabí Meir continuó su viaje hacia Israel y tiempo más tarde fue nombrado Rabino del barrio de Zijrón Moshé en Jerusalem.

Rabí Luria vio que Rabí Meir estaba terriblemente extenuado y estresado por la situación, y es por eso que hizo todo lo posible para ayudarlo a encontrar paz… incluso arriesgando su propia vida.

Or Torá

El prendedor de oro

Reinaba una gran alegría en la casa del Taná Rabí Akibá, ya que su hija estaba por casarse con Rabí Yehoshúa. Todos los amigos de Rabí Akibá, los Tanaim, sus numerosos discípulos y varios pobres se congregaron para participar de esta alegre ocasión.

– Nuestra alegría no será completa a menos que los pobres también coman hasta saciarse – había dicho Rabí Akibá.

Solamente una persona, la propia kalá, quien tendría que haber sido la más feliz de todos, parecía estar angustiada. Un aire de tristeza rondaba a su alrededor mientras caminaba entre los invitados a la boda.

Cuando ella era todavía una niña pequeña, los astrólogos dijeron a su padre, Rabí Akibá: “A tu hija le espera un destino terrible. Las estrellas dicen que en el día de su casamiento una víbora la morderá”.

Rabí Akibá comenzó a rezar para que este tremendo decreto celestial fuera abolido. Siempre solía tranquilizarla con la idea de que los judíos no estaban sujetos a las leyes de las estrellas.

– Los judíos no tienen ninguna “suerte”. Seguramente Hashem tomará en cuenta todos tus actos buenos, se compadecerá de ti y te exceptuará de la muerte – solía tranquilizarla. Los temores de la hija se calmaron con sus palabras de consuelo. Es decir, hasta que llegó el día de su boda. Entonces, la terrible predicción volvió a obsesionarla y disipó toda la felicidad de esa alegre ocasión.

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El festejo continuó durante todo el día. Varias personas llegaron a felicitar a Rabí Akibá. Hacia el anochecer, pidieron a todos que se lavaran las manos y que se sentaran a disfrutar la comida del casamiento. Los sirvientes iban y venían de aquí para allá, llevando porciones para todos los invitados.

El mismo Rabí Akibá sirvió a la kalá. Cuando estaba por comer, ella observó a un hombre pobre que acababa de entrar al comedor. Éste se paró junto a la puerta y pidió a los sirvientes que pasaban que le dieran algo para comer. Estaban tan distraídos que no le prestaron atención. Silenciosamente, sin llamar la atención hacia ella, la kalá se levantó de su asiento y llevó su plato al hombre pobre. “La propia kalá me está sirviendo,” murmuró el hombre sorprendido y le agradeció afectuosamente su amabilidad.

Ella volvió a sentarse entre sus familiares y amigos. Instintivamente, sacó un prendedor que decoraba su velo y lo puso en una grieta entre dos piedras de la pared.

Los festejos continuaron durante varias horas. Nadie notó que la kalá no había comido...

A la mañana siguiente, la kalá buscó su prendedor de oro. Ella recordó que lo había puesto en una grieta de la pared. Cuando quiso sacarlo, tuvo dificultad en extraerlo. “¿Cuál es el problema?”, se preguntó. Al tirar, descubrió que había pinchado la cabeza de una víbora.

– Debe ser la víbora sobre la cual hablaron los astrólogos a mi padre – exclamó y corrió hacia su padre.

Rabí Akibá se alegró al verla. Estaba convencido que su hija había hecho un acto de bondad que le salvó la vida.

– ¿Qué mitzvá hiciste ayer? – le preguntó.

Ella le contó que le había servido al hombre pobre.

– Tu acto cortés logró llevarse la sentencia que estaba en suspenso sobre tu cabeza – le explicó –. ¡Yo tenía razón! ¡Los judíos no están gobernados por las estrellas!

(Extraído de Relatos del Talmud, © Ed. Benei Sholem)

Envía tu pan a la faz de las aguas, que con el correr de los días, lo encontrarás...

Orgullosos de su Rab estaban los habitantes de la ciudad de Praga

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de hace un poco más de doscientos años. El Gaón Rabí Yejezkel Landau Z”L, conocido también como el “El Nodá Bihudá“, por su monumental obra literaria, fue una de las más grandes luminarias en el mundo judío de todos los tiempos. Y los motivos de orgullo se acrecentaron después de una festividad de Pésaj, en la que el Gaón hizo gala de su sabiduría e inteligencia, que utilizó para salvar a toda su comunidad de un posible exterminio, Jas VeShalom. Y esto fue lo que ocurrió:

En uno de los crudos días de invierno, el “Nodá Bihudá” iba caminando por la calle, y en la oscuridad de la noche encontró a un niño no judío perdido, todo tembloroso y llorando.

– ¿Qué haces tú aquí, en la sección de los judíos? – le preguntó el Rab.

El pequeño alzó los ojos y, al ver la imagen paternal del Rab, le contó:

– Mi padre es uno de los panaderos de la ciudad de Praga. Mi madre falleció cuando yo era muy chico y mi padre se casó con otra mujer. Y desde el día en que ella entró a la casa de mi padre, mi vida se hizo cada vez más amarga y triste. Ellos se dedican a hacer el pan, cerca del horno caliente, mientras a mí me mandan a la calle a soportar este frío tan intenso, para vender el producto. Congelado y hambriento, todos los días tengo que tocar de puerta en puerta, desde la mañana hasta la noche. Y si no alcanzo a vender toda la mercancía, me esperan de regreso en la casa tantos golpes y torturas de mi madrastra que no sé qué es peor, si lo de afuera o lo de adentro...

– ¿Y ahora qué pasó? ¿No vendiste todos los panes? – preguntó el Rab.

– ¡Sí, he vendido todo! – respondió el niño estallando en un llanto.

– ¡Pero cuando palpé mis bolsas, me di cuenta de que perdí o que me robaron todo el dinero...! ¡Oh, qué voy a hacer! ¡Tengo miedo de llegar a casa con las manos vacías; esta mujer es capaz de matarme...! ¡Por eso estoy vagando por las calles hambriento y entumecido por el frío!...

El Rab, conmovido, le preguntó:

– ¿Y cuánto es el dinero que te falta?

– Veinte monedas...

– Toma: Aquí tienes veinte monedas – le dijo el Rab después de sacarlas de su bolsa. Y agregó: – Y toma una moneda más, para que compres una comida caliente antes de llegar a tu casa...

El niño se alejó de allí rápidamente, casi sin saludar, mientras el

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Rab siguió su camino, consciente de que había hecho lo que correspondía.

Pasaron unos años, y una noche de Shebií Shel Pésaj, tocó la puerta el que hacía unos años era el niño perdido y ahora era un crecido jovencito.

– Yo recuerdo el favor que me hizo hace un tiempo atrás –comenzó hablando el joven – y cuando me salvó la vida del frío y de las manos de mi madrastra. Ahora vengo a pagarle aquello que hizo conmigo y quiero revelarle un secreto: los sacerdotes de la ciudad ven que los judíos de Praga están creciendo cada vez más en calidad y quieren provocar en toda la comunidad judía una terrible tragedia. Ayer en la noche vinieron a la casa de mi padre todos los panaderos de la ciudad y planearon que pasado mañana, cuando acabe la fiesta de Pésaj, se envenenen todos con el pan que les vendan.

– Ellos saben – continuaba relatando el joven – que ustedes se apresuran a comprar pan para la noche que termina la fiesta de Pésaj, y decidieron poner veneno en la masa de todo el pan que se elaborará ese día, porque saben que solamente los judíos compran pan esa noche y a esa hora. Con eso, piensan aniquilar a toda la comunidad judía de Praga en una sola noche, todos juntos...

El rostro del Gaón palideció súbitamente al escuchar la confesión del joven. Pero al mismo tiempo agradeció a Hashem por poder enterarse de tan tremenda confabulación antes de que ocurriera. Ahora habría que ver la manera de evitarla...

Agradeció al joven por la información, comprometiéndose a no contarle a nadie lo que había escuchado. Se dirigió raudamente a su casa y mandó llamar a los dirigentes comunitarios. Allí les comunicó que necesitaba reunir a toda la población judía pasado mañana por la mañana, porque tenía que decirles algo muy importante. Todos aceptaron.

Llegó el octavo y último día de Pésaj. En Eretz Israel, los días de Pésaj son siete, con un Yom Tob al principio y un Yom Tob al final, que es el Shebií Shel Pésaj. Fuera de Éretz Israel, los Yamim Tovim son cuatro; dos al principio y dos al final, por lo que después de Shebií Shel Pésaj hay otro día más. Ese día, el “Nodá Bihudá” convocó a toda la comunidad judía de Praga en el Bet Hakenéset Hagadol, y les dijo:

– En mi condición de Rabino de la comunidad judía de Praga debo comunicarles que se produjo una confusión en el calendario hebreo. A pesar de que sabemos ciertamente cuándo caen las fechas hebreas, en esta ocasión hubo una equivocación respecto a la festividad de Pésaj y comenzamos a celebrar un día antes de lo que corresponde. ¡Hoy es el día Shebií Shel Pésaj, y no el último; por

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consiguiente, está totalmente prohibido comer Jametz esta noche!

Todos los presentes se quedaron estupefactos; Los directivos, los Jajamim, los miembros del Bet Din... Pero la palabra del Rab es terminante y hay que obedecerla. Ese día, todos se retiraron a sus casas, y cuando se hizo de noche celebraron otro día de Yom Tob de Pésaj; el noveno día.

Los panaderos se hicieron presentes en las casas de los judíos para ofrecer sus panes, pero nadie les compró esta vez. Todos los judíos dijeron que no comprarían pan, porque el Rabino de la ciudad había dado la orden de no comer Jametz esa noche.

Los panaderos fueron con el alcalde de Praga a protestar, porque “el Rabino de los judíos provocó que ellos hubieran trabajado inútilmente” y le reclamaron el resarcimiento de las pérdidas comerciales.

El alcalde llamó al Rab a comparecer frente a los panaderos, y cuando se encontró frente a ellos les pidió que trajeran todo el pan que habían elaborado para esa noche.

Así lo hicieron, y el Rab le dijo al alcalde:

– Por supuesto que, si yo estoy obligado a pagar esta mercancía, por lo menos puedo exigir que se compruebe si está en condiciones de ser consumida, ¿verdad?

– ¿Usted sospecha algo, Rabino? – preguntó el alcalde.

– Sólo quisiera que alguno de los panaderos, aquí presentes, pruebe una de las piezas que él mismo elaboró...

Cuando escucharon los panaderos las palabras que salían de la boca del Rab, se quedaron, sin hablar.

– ¡Quiero saber qué es lo que está pasando aquí! – gritó el alcalde a los panaderos.

Uno de ellos se atrevió a hablar, y contó que, por recomendación de unos sacerdotes, envenenaron toda la producción de pan de esa noche, que iba a ser comprada por los judíos de Praga.

La situación se aclaró; los panaderos fueron sancionados; los sacerdotes se decepcionaron y el Am Israel de Praga se salvó de una tragedia, gracias a la sabiduría e inteligencia de Rabí Yejezkel Landau Z”L.

Debemos saber que, cuando el “Nodá Bihudá“ salvó al joven no judío unos años atrás, no se imaginó que eso le iba a traer beneficios no sólo a él sino a toda su comunidad. Y esto confirma lo que está escrito en el libro de Kohélet: “Envía tu pan a la faz de las aguas, que con el correr de los días, lo encontrarás...

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Toldot Hanodá Bihudá. Hakéter Hamaor

Saber alegrar a los demás

Una pareja recién casada llegó hasta la casa del Tzadik Rabí Israel Abujatzira, a fin de recibir de él una bendición para que tuviesen juntos un muy feliz matrimonio. Cuando el Rab escuchó que ellos se habían casado sólo dos días atrás, inmediatamente le pidió a su esposa que preparara una comida especial en honor de ellos, mandó llamar a varios invitados para que participaran de la fiesta y además pidió a todas las personas que estaban alrededor que se acercaran a la fiesta.

Durante toda la comida, el “Baba Sali”, como se acostumbraba llamarlo, estuvo con muy buen ánimo y dijo muchas palabras de Torá y de fortalecimiento para la pareja.

Después de la comida, el hombre quiso dar al Rab Abujatzira dinero, así como era costumbre cuando se visitaba a una personalidad tan destacada, pero el Baba Sali se negó a aceptar el dinero y dijo:

– ¡Por el contrario! Tú debes estar con muchas deudas por causa de tu casamiento, y soy yo el que debo darte dinero a ti, y no tú a mí, – inmediatamente sacó una suma de dinero de su bolsillo y se la dio al jatán.

Or Torá

El jésed comienza en nuestra propia casa

La siguiente historia fue relatada por Rab Shalom Schewadrón Z”L. La lección que se obtiene de este hecho es que muchos hechos de nuestra vida cotidiana pasan al lado nuestro inadvertidos, cuando en realidad debemos poner especial atención.

Uno de los nietos del Jafetz Jaim fue alumno de la gran yeshibá de Lakewood (New Jersey, Estados Unidos de Norteamérica), cuando su fundador y director, Rab Aharón Kotler Z”L, aún vivía.

Para preservar la conducta de los jóvenes estudiantes de la yeshibá, Rab Aharón Kotler asignó el puesto de lo que se conoce como mashguiaj al Rab Nathan Wachtfogel, quien se enorgullecía de ser uno de los Abrejim del kólel de Lakewood.

En el transcurso de unos cuantos días, Rabí Nathan había

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observado que uno de los jóvenes (precisamente el nieto del Jafetz Jaim) estaba llegando tarde al minián de la mañana. En algunas ocasiones, este joven ni se presentaba al minián y asistía directamente al horario de estudios. Rabí Nathan notificó el incidente al Rosh yeshibá y tomaron la decisión de hablar con él personalmente del asunto.

– Me sorprende que últimamente estés llegando tarde al minián de las mañanas – comenzó diciendo el mashguiaj –. Tú eres uno de los mejores estudiantes de nuestra yeshibá. ¿Qué diría tu abuelo acerca de esto?

– Yo realmente, quiero llegar temprano todos los días – explicó respetuosamente el joven – pero cada mañana, antes de venir a la yeshibá, tengo que ayudar a una mujer que tiene varios niños pequeños y no puede atenderlos ella sola. A veces tengo que cambiar a uno mientras el otro llora y le tengo que dar la mamila; a una niña hay que mandarla a la escuela y otro se está despertando; la casa es un verdadero caos. Recién cuando más o menos está todo en orden, me dirijo a la yeshibá... Porque si bien tengo la obligación de decir la tefilá, antes de dirigirnos a Hashem debemos dedicarnos a la cualidad del Jesed –. El joven continuó diciendo:

– A veces alcanzo a ayudar a la mujer, y llegar al primer minián de la yeshibá, pero otras veces el trabajo es tanto, que debo buscar otro minián que comience más tarde.

El mashguiaj se sintió profundamente impresionado por la con¬ducta ejemplar del joven. Su extrema sensibilidad por el prójimo era una de las características del gran Jafetz Jaim, su abuelo. Y al mismo tiempo sintió mucha lástima por la mujer.

– ¿Quién es esa señora? ¿Es viuda? ¿Es divorciada? – quiso saber el Rab.

– ¡No! ¡Jas VeShalom! – respondió el joven –. ¡Esa mujer es mi esposa...!

“La gente” comenta el Maguid respecto a este relato, “suele correr detrás del jésed”, cualidad sobre la que está dicho: “Quien persigue la caridad y el favor, recibe de Hashem vida, caridad y honores” (Mishlé 21). Sin embargo, a veces me pregunto: ¿por qué la gente corre desde su casa hacia fuera, para hacer favores? ¡La cualidad del jésed empieza en la casa de cada uno! Diariamente se presentan muchas oportunidades de hacer favores en la propia casa, para un esposo, para una esposa, y en el hogar hay una amplia gama de maneras de demostrar si realmente tiene cada uno la cualidad del jésed dentro de sí. No obstante ello, hay quienes abandonan esa posibilidad que tienen entre las cuatro paredes de sus casas y golpean puertas ajenas para beneficiar a los demás. Eso sólo es válido cuando los que viven a su lado no necesitan de uno.

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¿Y cómo hay tantos que se olvidan de esta regla fundamental del jésed? Pero el nieto del Jafetz Jaim no se olvidó, y por eso actuó como actuó.

“A propósito” concluye su comentario Rab Shalom Z”L, “el joven no se olvidó de lo principal de la cualidad del jésed, pero tampoco se olvidó de su obligación de asistir al minián. Sólo que cuando no estaba en el primer minián de la mañana, se preocupaba por encontrar otro minián...

Hamaor

Nada ocurre gratuitamente

Una vez, cuando el Jafetz Jaim viajaba en una carroza desde su ciudad, Radin, hacia la estación de trenes, el conductor de la carroza le dijo:

– Rabí, probablemente usted sabe que el caballo que lleva la carroza pertenece a la comunidad. Cuando mi viejo caballo murió, yo estaba en tan mala situación económica que ellos me donaron un caballo para que pudiera trabajar. Pero mi pregunta es: ¿por qué Di-s me hizo esto? ¿Usted sabe cuán humillante es para mí salir y pedir?

– Déjeme explicarle contesto simpáticamente el Jafetz Jaim –.

El versículo dice: “Di-s es justo en todos Sus caminos” (Tehilim 145:17). A veces el conductor estipula un precio al comienzo del viaje, y a la mitad él cambia de parecer y pide más dinero. A veces, él corta una rama de un campo que está en el camino para su caballo, o incluso puede dejar que el caballo se alimente de los pastos del vecino. Entonces, usted ve que fácilmente puede darse el caso de que el conductor sea castigado por alguna trasgresión que pudo haber hecho en el pasado.

– Yo entiendo – contestó el conductor – pero, sobre usted, Rabí, ¿qué pasa? Usted no es un conductor. ¿Por qué el invierno pasado, cuando usted estuvo en Vilna su abrigo de piel fue robado?

El Jafetz Jaim respiró profundamente y dijo:

– Yo también soy una persona que comete errores. Usted sabe que yo vendo mis libros y a veces la encuadernadora puede poner mal alguna hoja, o puede faltar alguna hoja o no estar claramente

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impresa. Incluso aunque que yo soy cuidadoso en revisar cada libro antes de venderlo, de todas maneras puede haber errores. Las personas que compran mis libros tienen vergüenza de decirme cuando ven un defecto, pero en sus corazones realmente les importa, y esa es la razón por la cual yo también fui castigado.

Un buen vecino

En una ciudad de Georgia había un gran sabio, cuya piedad y rectitud precedían a su sabiduría.

Una vez tuvo un sueño, en el que le anunciaron: “Cuando fallezcas recibirás tu parte en el mundo venidero junto con el carnicero fulano”.

Se despertó en la mañana sorprendido: ¿por qué recibiría su parte en el mundo venidero, con un simple judío, siendo él un gran sabio?

Hizo shajarit con gran devoción y salió a buscar al carnicero.

Después de una intensa búsqueda, encontró el negocio del carnicero.

Ingresó al negocio y le dijo:

– Hijo mío, ¿de qué te ocupas? ¿Qué haces? Me dijeron en un sueño que estaremos juntos en el mundo venidero.

Contestó el carnicero:

– No tengo muchos méritos, sólo cuando vendo carne; soy muy cuidadoso con el peso y trato siempre de agregar a favor del cliente.

Replicó el sabio:

– Esa no es una mitzvá de difícil cumplimiento y no creo que por ella te hagas acreedor a una parte similar a la mía en el mundo venidero. Sigue pensando, quizás puedas recordar alguna otra cosa.

Pensó el carnicero varios minutos si había cumplido con alguna otra mitzvá o había hecho algún acto piadoso, hasta que recordó que una vez había hecho una mitzvá.

Se alegró el sabio al escuchar sus palabras y preguntó:

– ¿Qué hiciste? Cuéntame por favor.

Contó el carnicero su historia:

– Había una niña judía cautiva y no había quién la salvara de su

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cautiverio; gritaba la niña y lloraba: “¿Quién puede salvarme? ¿Quién puede redimirme?”. Pagué por ella el rescate exigido. La traje a mi casa y después de un corto periodo, pensé en casarla con mi hijo.

Siguió el carnicero con el cuento y escuchó el sabio atentamente cómo se comprometieron la joven y su hijo, cómo prepararon el casamiento y el gran número de invitados que vinieron al evento.

Pocos momentos instantes antes de celebrar la ceremonia de casamiento, observó el novio, el hijo del carnicero, a un joven sentado en un rincón llorando.

Se le acercó el novio y le preguntó:

– ¿Por qué lloras? Todos los presentes quieren alegrarse en mi casamiento y tú lloras apagando la alegría.

– No puedo evitarlo – dijo el joven apesadumbrado, mi corazón está muy dolido por la novia.

Se sorprendió el novio y preguntó:

– ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras por la novia?

Explicó el joven:

– Esta muchacha que está por casarse era mi comprometida, pero al declararse la guerra cayó en cautiverio.

Ahora que conseguí el dinero del rescate descubrí que está por casarse con otro.

– ¿Puedes ofrecer alguna señal identificatorias obre ella? –preguntó al novio con asombro.

Entregó el joven siete señales acerca de su antigua comprometida.

Investigaron las mujeres y efectivamente encontraron ciertas las señales ofrecidas por el joven.

Informó el carnicero a su hijo:

– ¡Hijo mío! Está prohibido que te cases con tu novia, ya que estaba comprometida con otro hombre.

Calló el hijo y no respondió a las palabras de su padre. Se acercó el padre al desesperanzado joven y le dijo:

– Sube al palio en lugar de mi hijo, santifica a esta mujer como tu esposa – y le entregó como regalo el anillo de casamiento.

Subieron el joven y la chica al palio nupcial, otorgó el rabino las siete bendiciones y el joven dijo a su mujer comprometida:

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– He aquí que tú eres santificada como mi esposa por este anillo, según la ley de Moshé e Israel.

Todos los presentes se regocijaron con la alegría de los novios y el carnicero, su esposa y su hijo alegraron al novio y a la novia con gran entusiasmo.

– Después de un corto periodo encontré para mi hijo una joven de buena familia y viven juntos con riqueza y felicidad – concluyó el hombre.

Escuchó el rabino todo el relato y se asombró de lo acontecido.

– En efecto, la mitzvá que hiciste es muy grande y no todo hombre hubiera hecho lo mismo en una situación semejante – comentó el sabio.

Debido a su acción a favor de la pobre cautiva fue merecedor, un sencillo judío, de sentarse en el mundo venidero junto al gran sabio.

Extraído de “Mi boca contará”

El dueño del guemaj

El Jafetz Jaim contó la siguiente historia: había un hombre que tuvo algunos hijos, pero desafortunadamente todos ellos murieron. El hombre fue a consultar a un rabino sobre qué hacer para detener estos eventos trágicos.

El rabino le dijo:

– Yo no tengo ninguna cura secreta para esto. Pero mi consejo es que establezca un guemaj. El razonamiento es simple: puesto que usted estará haciendo jésed con las personas, Di-s hará jésed con usted.

El hombre tomó el consejo del rabino y estableció un Guemaj en su ciudad. Él tenía un cuaderno especial en donde había escrito las reglas del Guemaj. Entre ellas él escribió que, una vez cada tres años, en la semana que se lee la Perashá Mishpatim – la cual dice “Deberán prestar a mi pueblo” – todos aquellos que estaban relacionados con el Guemaj se juntarían y harían una seudá en honor a la mitzvá.

Al final de los tres años, él fue bendecido con un hijo. Esto fue una clara señal del Cielo de que el bebé nació debido al Guemaj , pues

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el día del berit milá fue exactamente el día en el cual debía tener lugar la seudá en honor a la mitzvá

El hombre continuó con su Guemaj, y tuvo más hijos e hijas.

Después de un tiempo, el hombre perdió la visión de la bondad de Di-s, y fue a pedir al rabino que lo liberara de su obligación con el Guemaj y que pusiera a otra persona en su lugar. Él explicó que estaba muy ocupado, pues el Guemaj había crecido mucho y ahora requería mucho de su tiempo para atenderlo. Él también dijo que había personas que no confiaban en la manera en que él manejaba el dinero del guemaj. El rabino rechazó el pedido, señalando que nadie podía hacer el trabajo mejor que él, con tanta devoción y éxito. Pero el hombre no estuvo de acuerdo y finalmente el rabino aceptó, diciendo que se debía hacer una elección para escoger a quien lo remplazaría.

Las elecciones tuvieron lugar una noche. Al día siguiente, el hombre llegó a casa del rabino llorando amargamente y le contó de la tragedia que había ocurrido la noche anterior. Su bebé había muerto ahogado. Es por eso que él pidió al rabino continuar ocupándose del Guemaj. El Jafetz Jaim concluyó su historia con una moraleja: “uno puede ver claramente que en el mérito del jésed niños nacen y, cuando el jésed cesa, ocurre la tragedia”.

Or Torá

Un camino en la nieve

En una noche de invierno muy fría y con mucha nieve, el Jafetz Jaim llegó a la ciudad de Lomza. Puesto que él no quería despertar a nadie, fue directamente hacia la famosa yeshibá de Lomza, dirigida por el Rab Eliézer Shulevitz, pues sabía que allí encontra¬ría a personas estudiando Torá en la noche tarde. Caminó en medio de la espesa nieve hasta que llegó a la calle de la yeshibá, y se sorprendió al ver que el camino había sido despejado completa¬mente hasta la puerta de la yeshibá. Él pensó que el en¬cargado de la yeshibá había hecho este difícil e in-esperado trabajo en honor a los alumnos de la yeshibá, y por este esfuer¬zo especial él estaba muy agradecido al encargado con todo su corazón.

En la mañana, cuando el Jafetz Jaim vio al encarga¬do, lo alabó con palabras cá¬lidas, señalando su devo¬ción por los alumnos de la yeshibá. El encargado le dijo:

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– Usted me está agrade¬ciendo en vano. Hacía tanto frío ayer en la noche que yo no me levanté de mi cálida cama hasta hoy en la mañana.

El Jafetz Jaim se preguntó quién era el Tzadik que había despejado el camino de nieve. Después de investigar el asunto, descubrió que no había sido otro que el Rosh Yeshibá, Rabí Eliézer Shulevitz. El Rab lo había hecho calladamente, después de ver que el encargado no había hecho su trabajo.

Or Torá

Sintiendo al prójimo

El Rab Yosef Dob Soloveitchik fue, en una temprana etapa de su vida, el Rab de Slotzk. Un día él estaba sentado en la casa de estudio en Slotzk estudiando Torá con su hijo, Reb Jaim, cuando uno de los carniceros locales irrumpió allí en furia y comenzó a maldecir al Rab Yosef Dob , pues en un Din Torá, el día anterior, había dado un veredicto en su contra. El carnicero clamaba que el otro lado había sobornado al Rabino y esa era la razón por la cual él había juzgado “injustamente” a favor del oponente.

El furioso hombre desató una interminable cadena de maldiciones e insultos, e incluso amenazas de daño físico. El Rab se quedó en silencio todo el tiempo hasta que el carnicero finalizó y se fue de la casa de estudio. Entonces el Rab Yosef Dob murmuró:

– Estás perdonado, estás perdonado.

Al día siguiente, cuando el carnicero salió a comprar un toro para hacerle la Shejitá, uno de esos animales lo atacó y murió en el momento.

Cuando el Rab Yosef Dob escuchó lo que había ocurrido con el carnicero se impactó.

– ¿Quién sabe? Quizás a causa de mi falta de voluntad para perdonarlo este hombre fue castigado, y yo causé la muerte de otro judío.

Su hijo, Reb Jaim, le dijo:

– Padre, tú lo has perdonado; ¿por qué estás tan preocupado?

Rab Yosef Dob pensó que Reb Jaim estaba tratando de calmarlo, y

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preguntó a su hijo una y otra vez si verdaderamente él había perdonado al carnicero. Reb Jaim obstinadamente se mantuvo en la posición de que su afirmación era verdad, e incluso le mostró a su padre el lugar en donde él había estado parado murmurando las palabras de perdón, y sólo después de eso su padre se tranquilizó.

Sin embargo, Rab Yosef Dob sintió una gran angustia por lo acontecido y lloró en el funeral del carnicero como si ese hombre hubiese sido uno de sus mejores amigos. No sólo eso, sino que también dijo kadish y estudió mishnayot en nombre de su alma, durante un año, y también ayunaba todos los años en el día del Yortzait del carnicero, lo cual es costumbre que el hijo haga por su padre.

De la actitud del Rab Soloveitchik debemos aprender hasta dónde debe llegar nuestro sentimiento de consideración y preocupación por nuestro prójimo.

Or Torá

La carta perdida

Rab Nisan Alpert era un querido alumno del Rab Moshé Fainstein. Cuando Rab Alpert era aún un estudiante en la yeshibá, Rab Moshé le pidió un favor. Él había recibido una carta de una persona necesitada pidiendo ayuda económica antes de Pésaj, pero el Rab no sabía dónde había puesto la carta. Todo lo que él recordaba era que quien la envió era un judío perteneciente a la jasidut de Belz y que vivía en la calle Rivington.

– Nisan, ve conmigo a la calle Rivington e intentemos encontrar a esta persona – le pidió Rab Moshé. Sin embargo, los esfuerzos no dieron frutos. Rab Moshé estaba muy preocupado, pero no podía hacer nada.

El día anterior a la noche de Pésaj, Rab Moshé llegó al departamento de la familia Alpert y preguntó por Nisan. Gracias a Di-s, había encontrado la carta y a pesar de que ereb Pésaj es uno de los días más ocupados del año, él quería enviar el dinero inmediatamente.

– El Yom Tob de una familia pobre será más festivo con un poco de dinero en la mano – dijo el Rab.

Rab Moshé y su alumno se dirigieron a la calle Rivington y

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cumplieron con la mitzvá.

Or Torá

El abrigo de Rabí Shelke

Era una noche tormentosa... Afuera llovía. Y adentro... ¡Adentro también llovía!

Cuando de pronto... “Toc, Toc, Toc”

Rabí Shelke abrió la puerta de su humilde casa, y vio a un pobre tiritando, que le pidió un lugar para dormir.

Lo hizo pasar y le dio su propia cama, mientras él se iba a pasar la noche en uno de los rincones. Antes de conciliar el sueño, se fijó en el pobre hombre, que ya estaba dormido, y vio que sus ropas estaban más rotas que las de él, lo que era mucho decir. Se quitó su saco, que era lo más valioso que tenía, y lo cubrió para darle un poco más de calor.

A la mañana siguiente, se despertó Rabí Shmelke y fue directamente a ver al pobre, para saber cómo estaba. Y cuán grande fue su sorpresa al comprobar que la cama estaba vacía, y observar a través de su ventana que el pobre estaba corriendo por la calle... con su saco puesto.

Rabí Shmelke salió detrás de él y el pobre, al ver que el dueño del saco lo perseguía, apuró más su paso. Rabí Shmelke lo alcanzó, a duras penas, y el pobre comenzó a llorar y a pedirle perdón.

Se quitó el saco y, mientras se lo entregaba, le decía que se sentía avergonzado por lo que había hecho.

– ¡No, no, de ninguna manera! No he venido a pedirte que me regreses el saco, al contrario – le dijo Rabí Shmelke al pobre –.Quiero que sepas que, para que no incurras en el pecado de robo, te lo regalo de todo corazón... Y que lo disfrutes.

Dicho lo cual, se alejó de ahí como había llegado, ante la mirada atónita del pobre.

Haajim Hakedoshim 154, Hamaor 379

Pensando sólo en el prójimo

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Una vez, cuando el Jafetz Jaim era el invitado en la casa del Rabino local, la Rabanit preparó una elaborada comida en su honor, y puesto que estaba apurada olvidó mencionar a la sirvienta que ya había puesto sal a la sopa; por eso la sirvienta también le agregó sal a la sopa, como solía hacerlo habitualmente.

Cuando la sopa salada fue servida al Jafetz Jaim, él no expresó ninguna clase de insatisfacción, sino que tomó la sopa hasta la última gota. Por otro lado, el Rabino, al probar la sopa salada mostró un gesto de mal gusto corriendo su plato hacia el medio de la mesa y miró sorprendido al Jafetz Jaim, quien aparentemente no había percibido el fuerte gusto de la sopa.

Calladamente, sin que nadie lo notara, el Jafetz Jaim tomó al Rabino de la manga y le rogó que terminara la sopa y no revelara que estaba muy salada. Él dijo:

– Yo imagino que por el apuro de cumplir con la mitzvá de hajnasat orjim (recibir invitados), la sirvienta puso sal dos veces a la sopa. Si ella se entera de eso, se angustiará mucho y, por otro lado, la Rabanit también se enojaría y llegarían a entrar en una desagradable discusión. No reaccione en absoluto, sino que por el contrario, alabemos la sopa y digamos que estuvo muy rica.

Or Torá

Los paquetes de comida

El Rab Arieh Levin no solo daba dinero como caridad, sino que también él daba de sí mismo, su fuerza y energía. En el año 1948 el Estado de Israel se transformó en un desesperado campo de batalla por la supervivencia en la guerra de la independencia, y Jerusalem se encontró bajo sitio. La ciudad sufría una severa escasez de comida. Sin embargo, los miembros de los movimietos clandestinos de liberación, asentados en sus puestos militares, estaban llenos de alimentos. Recordando a su rabino (el Rab Arieh), quien había hecho tanta bondad con ellos en los días en que estaban encarcelados (bajo el mandato británico), los soldados enviaban a Rab Arieh paquetes de comida para su familia. Sin perder el tiempo, Rab Arieh tomaba los paquetes y salía de su casa apresuradamente para distribuir la comida entre todos los vecinos…

Or Torá

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Confianza en Di-s

Durante los días de la primera guerra mundial había mucha hambre en Jerusalem. Las personas caían en las calles por el hambre. Incluso el Rab Arieh Levin no tenía comida en su casa, y no tenía medios para alimentar a sus hijos. Él escuchó que uno de los hombres ricos de la ciudad, alguien que ya había ayudado al Rab Arieh en el pasado, estaba préstando dinero. La esposa del Rab Arieh le suplicó que fuera a casa de este hombre e intentara conseguir un préstamo. A pesar de que esto iba contra la naturaleza de Rab Arieh, él se dio cuenta de que bajo tales circunstancias no tenía otra opción.

Y así Rab Arieh fue a la casa de este hombre, pero para su asombro su requerimiento fue rechazado. Él pidió al hombre rico una explicación sobre el rechazo a su pedido, pues sabía que muchos otros estaban recibiendo los préstamos. La respuesta que recibió fue honesta y explícita:

– A otros yo debo prestarles dinero, pues ellos saben que yo tengo dinero, y si yo no les doy ellos me odiarán o se vengarán de mí. Pero yo sé que usted es un Tzadik y no dañaría ni a una mosca. Y es por eso que estoy seguro de que no me causará sufrimiento por causa de mi rechazo, y no tomará venganza ni me odiará.

Esta cruel explicación sobresaltó al Rab Arieh, pero de todas maneras él encontró en su corazón lugar para perdonar al hombre, a pesar del hecho de que no ayudaría al Rab Arieh cuando sus hijos estaban hambrientos. Rab Arieh regresó a casa y lloró:

– Señor del Universo, ¿no tomar venganza y no dañar a las personas es una razón para morir de hambre?

Su mujer lo escuchó y lo amonestó diciendo:

– Reb Arieh, ¿dónde está tu confianza en Di-s? ¿Ha desaparecido? y luego ella citó el versículo que dice: “No confíes en los ricos, en las personas de las cuales no se obtiene la salvación”, (Tehilim 146:3) ella le dijo:

– Tú lo has intentado – y luego citó otro versículo: “Tira tu carga a Di-s y Él te sustentará” (Tehilim 55:23).

Ese mismo día, misteriosamente, llegó desde otro país un sobre para el Rab Arieh con una gran cantidad de dinero en su interior.

Or Torá

Honestidad

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Rabí Israel Menajem, el hijo del Gaón Rabí Jaim Yosef Gottieb, de la ciudad de Stropkov, era comerciante y vendía ropa en Hungría, donde se destacaba por su honestidad y corrección.

Un día, un no judío llegó al negocio con un saco muy viejo y quería comprar uno nuevo.

Eligió el que le gustó; lo pagó y, antes de llevárselo, se quitó el saco viejo diciéndole a Rabí Israel Menajem que lo podía tirar a la basura.

Al día siguiente, el cliente llega corriendo al negocio nuevamente y cuando vio que estaba quemándose el contenido del bote de basura, se desmayó.

Rabí Israel Menajem, luego de reanimarlo, le preguntó qué había pasado, y el hombre respondió:

– Ayer le dije que tirara el saco viejo que llevaba puesto. Pero hoy me acordé que tenía en un bolsillo una suma muy grande de dinero... ¡que ya he perdido!

– No se preocupe – le dijo Rabí Israel Menajem, mientras sacaba de uno de sus estantes una gruesa billetera –. Su dinero está totalmente a salvo.

El cliente no daba crédito a sus ojos.

– ¿Co... cómo es esto? – decía, mientras tomaba en sus manos el dinero.

– Hoy en la mañana me disponía a quemar la basura del día anterior y se me ocurrió revisar los bolsillos de su saco. Encontré esta billetera, y tenía pensando llevársela a su casa dentro de un rato– le contó el Rab.

– Pero... ¡Usted podía haberse quedado con todo el dinero, y yo ni siquiera me hubiese enterado! – dijo el cliente.

– ¡Oh, no! – exclamó el Rab –. Nuestra Torá nos enseña que no debemos echar mano en lo que no nos pertenece. Yo agradezco a Di-s que me haya iluminado, y que revisé su saco antes de quemarlo con el resto de la basura.

Aquel no judío vivió el resto de sus días contando a todo el mundo lo que había visto del comerciante judío, y cuando decían al Rab Israel Menajem que había realizado una extraordinaria manifestación de Kidush Hashem, se encogía de hombros y se limitaba a responder que sólo había cumplido con su obligación.

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Mekadesh Israel. Hamaor

El placer de alegrar a otros

El Rab Ben Zión Abraham Shapiro, el hijo del Rab Tzvi Michel de Jerusalem, tenía la costumbre de ir a la mikvé siempre a medianoche y luego recitar el Tikún Jatzot, el rezo de medianoche el cual es un lamento por la destrucción del Bet Hamikdash. Un sábado por la noche, antes de las doce, cuando él estaba en camino hacia sus rezos, se encontró con un grupo de hombres jóvenes casados que retornaban de un Melavé Malcá. Ellos decidieron reírse del Rab Ben Zión, y cuando él se acercó a ellos, lo rodearon en un círculo y comenzaron a bailar y cantar alrededor de él. Por su extrema modestia, el Rabino no se sintió insultado y simplemente se unió al baile.

Después de que uno de los jóvenes que había iniciado todo retornó a su casa, comenzó a sentirse avergonzado de lo que había hecho. “¿Qué es lo que hice? Yo rebajé a una de las personas más piadosas de Jerusalem cuando él estaba en camino a su sagrado servicio.”

El muchacho decidió ir a la mañana siguiente y pedir perdón al Rabino. Cuando llegó a su casa y expresó sus disculpas, el rabino estaba verdaderamente sorprendido y le dijo:

– ¿Por qué vienes a pedirme disculpas? ¡Tú me has causado mucho placer, pues yo vi que por mí todos ustedes estaban alegres!

“No se engañarán uno al otro” (Vaikrá 25:17).

Honradez ante todo

Rabí Eliyahu Hacohén Dushnitzer, tenía un hijo que dejó Israel para ir a vivir a América. Este hijo era dueño de un campo en Ramat Hasharón, que dejó a su padre antes de irse. Puesto que los precios de las naranjas y otros cítricos estaban muy bajos, eran tiempos difíciles para aquellos que tenían campos, y frecuentemente los gastos de manutención eran mayores que las entradas que recibían. Ese fue el caso con el Rab Eliyahu, y él tuvo que endeudarse para poder mantener el campo.

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Esto lo entristecía mucho, puesto que a él no le gustaba estar endeudado y, aún así, las deudas crecían constantemente. A él también le preocupaba el hecho de no poder cubrir sus deudas antes de morir y de esa manera sería considerado una persona malvada, como dice el versículo: “Un hombre malvado pide prestado y no devuelve” (Tehilim 37:21). Es por eso que él rezó mucho por su campo y también pidió a sus amigos que rezaran por él, para que se le presente la oportunidad de vender el campo y así pagar sus deudas.

Uno de sus estudiantes de la yeshibá se convirtió en un agente inmobiliario después de que se casó, y encontró un comprador un judío americano para el campo de Rabí Eliyahu. El agente arregló una cita para que se encontraran Rabí Eliyahu y el futuro comprador, y en ese momento viajaron los tres para ver el campo.

En el camino hacia el campo, Rabí Eliyahu dijo al comprador: “Puesto que la Torá dice: “Y no se engañarán uno al otro” (Vaikrá 25:17), yo debo decirle los defectos que tiene el campo. Uno de los árboles tiene gusanos, otro tiene frutas que caen constantemente, otro está seco, etc. Tampoco se olvide que nuestros Sabios dijeron que si usted contrata trabajadores y luego no los supervisa, estará desperdiciando su dinero (Babá Metziá 29b). Es por eso que si usted no va a trabajar el campo, no obtendrá ganancias”.

El comprador escuchó pacientemente a Rabí Eliyahu y decidió que compraría el campo de todas maneras.

Cuando ellos llegaron al campo, Rabí Eliyahu comenzó a mostrar al comprador todos los defectos que le había mencionado anteriormente en el camino. E incluso esto no impidió que el hombre quisiera comprar el campo.

Repentinamente el comprador sacó una pequeña botella de su bolsillo y tragó unas píldoras

– ¿Cuál es el problema? – preguntó Rabí Eliyahu con preocupación.

– No se preocupe, rabí – contestó el hombre –, yo tengo un corazón débil y el doctor me dijo que tomara estas píldoras cada cuatro horas.Tan pronto como el Rab Eliyahu escuchó esto, canceló todo el trato y no estuvo dispuesto a vender el campo a ese hombre. Él le dijo:

– Qué Di-s le envíe una recuperación completa, pero yo no le venderé mi campo de ninguna manera.

– ¿Qué le importa mi situación?

– le preguntó el comprador –.

¡Yo quiero comprarle el campo!

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Rabí Eliyahu le contestó:

– Porque usted no ve que el campo no es bueno para usted, no significa que yo tengo permitido engañarlo. Si usted tiene un corazón débil, no podrá trabajarlo personalmente, y si usted contrata trabajadores yo sé que perderá dinero. No hay nada más de que hablar. Yo no le venderé el campo.

Con estas palabras Rabí Eliyahu retornó a Petaj Tikva.

Or Torá

Agradece lo bueno que brinda Hashem

Una vez, un hombre hizo a su Rabino la siguiente pregunta:

– ¿Cómo es posible que una persona cumpla con lo que nuestros Sabios dijeron en el Talmud: “una persona debe agradecer a Di-s por lo malo de la misma manera que lo hace por lo bueno” (Berajot 33b)? ¿Cómo es que una persona que no tiene comida para él o para su familia, que no tiene ropa para vestir y que no tiene ningún lugar para vivir puede agradecer a Di-s como lo hace un hombre rico, cuya casa está llena de todo, y que puede tener todo lo que desee?

El Rabino le contestó:

– Yo tampoco entiendo completamente las palabras de nuestros Sabios. Pero nosotros tenemos en nuestra ciudad un verdadero Tzadik (justo), alguien que casi no tiene que comer, que duerme sobre un banco duro en la sinagoga local y que no tiene zapatos para vestir y su mujer e hijos reciben ayuda de la comunidad; sin embargo, él sírve a Di-s con felicidad. Él bendice a Di-s cada día y siempre está agradecido y lleno de alabanzas hacia Él. Yo creo que esa es la persona que le podrá decir cómo uno puede agradecer a Di-s por lo malo, así como lo hace por lo bueno.

El hombre escuchó el consejo del Rabino y fue a buscar a este Tzadik para pedirle que le explicara las palabras de los Sabios. Para su sorpresa, el Tzadik le respondió:

– Usted sabe, yo tampoco entiendo completamente las palabras de nuestros Sabios. Yo no soy el indicado para contestar su pregunta, pues a mí me parece que nunca tuve un mal día en toda mi vida; no me falta nada y Di-s ha sido bueno conmigo siempre.

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Or Torá

El reloj despertador

En una ocasión, Rab Yaacob Kaminetzky tenía que encontrarse con alguien en la estación de Manhattan a las 7:00 am., para hacer un viaje fuera de la ciudad. Rab Yaacob llegó a la estación exhausto, luego de pasar la noche sin dormir. Él explicó a su compañero que cuando ajustó su reloj despertador antes de ir a dormir, se recordó que su vecino no judío trabajaba haciendo turnos en la noche y se iba a dormir un poco antes de la hora en que el reloj tenía que sonar. Era una noche de verano cálida y todos dormían con las ventanas abiertas, y el vecino podía llegar a despertarse con el ruido de la alarma. Por eso, Rab Yaacob no puso la alarma y, en lugar de eso, se quedó despierto toda la noche estudiando para asegurarse de estar a tiempo para su temprano viaje.

Or Torá

Cambio, por favor

Rabí Eliyahu Dob Leizerovitz era uno de los primeros alumnos del Alter de Kelm. Una vez, cuando Rabí Eliyahu Dob estaba caminando con uno de sus alumnos, un hombre pobre se acercó a ellos y les pidió algo de dinero.

El Rab tomó una gran moneda de su bolsillo y le dijo al pobre:

– Yo quiero darle parte de esta moneda. ¿Tiene usted cambio?

– Lo siento – le contestó el hombre pobre – pero yo no tengo cambio.

– Bueno, quizás podemos buscar una solución – propuso el Rab, y luego preguntó a su alumno si tenía cambio. El alumno, después de sacar todas sus monedas del bolsillo, encontró justo el cambio equivalente a esa moneda y rápidamente se lo dio al rabino.

El rabino dio la moneda grande a su alumno, tomó todas las monedas y las dio al hombre pobre diciendo:

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– Aquí tiene. Que Di-s lo bendiga.

Cuando ya se habían adelantado un poco, el alumno no pudo contener la curiosidad y preguntó al rabino:

– Yo no entiendo. Si usted iba a darle todo el monto de la gran moneda, ¿por qué pidió cambio?

– Muy simple – contestó Rab Eliyahu Dob –. Yo temía que el hombre pobre se encontrara con alguien que le podría dar algo de dinero si el hombre pobre podía darle cambio, pero si él no iba a tener cambio, entonces perdería la oportunidad de recibir una contribución tan necesitada. Entonces, decidí ayudarlo dándole todo el cambio.

Or Torá

La visita del Rab

En los días del famoso sabio Rabí Abraham Antebi, vivió en la ciudad de Alepo, Siria, un opulento comerciante. Este acaudalado personaje daba dádivas a los pobres y les prestaba dinero en los momentos de aprietos.

Un día se le presentó un pobre y le pidió un préstamo. Se apresuró el rico a entregarle el dinero y se fijó el tiempo del pago, tres meses más tarde.

Firmó el pobre el documento del préstamo y agradeció al hombre por su bondad.

Los tres meses pasaron fugazmente; el comerciante esperó que el pobre viniera a pagar la deuda, pero el pobre no apareció.

El pobre tenía una numerosa familia para alimentar: su mujer y diez niños, y todos sus esfuerzos para obtener el dinero con el cual pagar la deuda no tuvieron éxito.

Se dirigió el comerciante al tribunal rabínico de la ciudad y denunció al pobre por el incumplimiento del pago del préstamo.

El pobre se allegó al tribunal y toda su respuesta fue:

– Lo siento mucho, pero no tengo un centavo para pagar la deuda.

Luego que los jueces debatieron el caso, fallaron: el pobre debe pagar su deuda, según lo testimonia el documento, o conseguir que el acreedor acepte prorrogar el plazo del pago.

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Salió el pobre angustiado del tribunal. Con dificultad podía conseguir el dinero para las necesidades más elementales de su mujer y sus hijos; ¿dónde conseguiría el dinero para el pago del préstamo? Y su propuesta de prorrogar el pago fue rechazada por el comerciante.

En el camino, se encontró con Rabí Abraham Antebi; le contó todo el asunto y le pidió su consejo y bendición.

El Rab lo bendijo y lo tranquilizó diciendo que él se iba a ocupar del asunto. Al despedirse le pidió que volviera a verlo al día siguiente.

En la mañana siguiente, después de la oración matinal, se dirigió el Rabino con su hijo Rabí Itzjak a visitar la casa del comerciante acreedor.

Golpeó el Rabino la puerta y al abrirle la criada judía se sorprendió de verlo, de visita a una hora tan temprana y en forma imprevista.

La criada informó al dueño de la casa acerca de la importante visita y también él se asombró ante la repentina aparición del gran Rabino.

Salió el hombre a dar la bienvenida al Rabino y extendieron delante de él una mesa llena de manjares.

El Rabino se sentó y se mantuvo en silencio sin probar ninguno de los manjares que le ofrecieron.

– La visita del Rabino, en mi casa vale más que mil monedas de oro – proclamó el millonario sumisamente –. Cuando yo veo el semblante del Rabino me siento como si viera un ángel – continuó.

– No exageres – enfrió Rabí Abraham el entusiasmo del hombre –.

– Conozco muy bien las exageraciones de los comerciantes.

– Di-s me libre de semejante cosa – exclamó el comerciante un poco humillado por las palabras del Rabino –. Es la pura verdad que me siento sumamente honrado con su visita.

– Si estas palabras son verdaderas, ¿vale mi visita por lo menos trescientos Grush?

– Avergonzado el hombre por la comparación, contestó:

– Ya dije anteriormente que la visita vale más que mil monedas de oro.

– Entonces – replicó el Rabino – tráeme los documentos del pobre que no tiene dinero para pagar.

El hombre se levantó como una flecha y le trajo al rabino el documento de la deuda.

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– Tú sabes la dura situación que atraviesa tu deudor. Yo te pido que perdones la deuda – dijo el Rab. Complacientemente, el comerciante aceptó renunciar al pago de la deuda.

Culminó el Rabino su visita con palabras de Torá y sabiduría y bendijo a toda la familia. Cuando el mismo día vino a verlo el pobre con gran preocupación en su rostro, le mostró Rabí Abraham el documento rasgado, le informó que el acreedor había perdonado su deuda y le aconsejó sobre como conducirse con sus entradas y sus gastos, bendiciéndolo.

El hombre cumplió los consejos del rabino y de ese día en adelante fue coronado por el éxito, y Di-s lo ayudó a mantener decorosamente a su familia.

Jojmá Vemusar

La bondad más grande

Rabí Israel Salanter fue visto una vez en las calles de Vilna, hablando y riendo de manera aparentemente frívola con una de las personas de la ciudad. Las personas que lo vieron notaron que el Rab de Salant estaba tratando de hacer reír al otro hombre con sus bromas.

Los que observaban se quedaron muy asombrados por el comportamiento tan extraño del Rabino pues, como todos sabían, él era un hombre lleno de temor de Di-s, que continuamente cuidaba su hablar, y nunca decía una palabra innecesaria. Y de repente, contrario a su costumbre, ¡allí estaba el Rab Israel hablando palabras aparentemente vanas y bromeando!

Uno de sus estudiantes no pudo aguantar su curiosidad; se hizo de valor y fue a preguntar al Rab sobre su extraño comportamiento. Rabí Israel le contestó:

– La persona con la cual yo estaba hablando estaba deprimida y amargada. Yo sólo estaba intentando levantarle los ánimos. No hay jésed más grande que alegrar a un alma triste.

Or Torá

Toda alma de Am Israel es valiosa

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El Gaón Rabí Yaacob Kastenovitz, Z”L, era un hombre jasid y gran baal jésed; no había pobre o enfermo que acudiera a él y se fuera con las manos vacías. Eran tiempos muy difíciles en la Rusia presoviética, y aun así se entregaba a todo necesitado, sin hacer distinción.

Una vez, un joven contrajo tuberculosis, bar min nan, y cuando ocurría un caso así, todos los miembros de la comunidad se movilizaban para atender al enfermo para comprar sus medicamentos y pagar sus tratamientos, que eran muy costosos. Pero en este caso se trataba de un joven que se había ganado muy mala reputación entre la gente, porque se había desviado del camino y frecuentaba malhechores y delincuentes, razón por la que nadie quiso ofrecerse a ayudarlo. Todos los judíos del lugar eran muy pobres y consideraban que no tenían que sacrificar a sus familias por alguien que no valía la pena.

No pensaba así el Rab Yaacob Moshé Kastenovitz. “Toda alma de Am Israel es valiosa, independientemente de su conducta e ideología”, declaró. El Rab se encargó personalmente de la curación del muchacho y además de conseguirle el dinero, lo atendió todo el tiempo hasta que se curó completamente.

Pasaron varios años. Cuando la revolución bolchevique instauró el gobierno soviético en Rusia, confiscaron todos los bienes de los habitantes. Los rublos, que tenían valor en oro, y los dólares, que algunos tenían ahorrados, fueron tomados por la fuerza, bajo pena de cárcel, destierro y ejecuciones.

Un día encerraron a todos los comerciantes judíos de la aldea de Lubian, para presionarlos a que entregaran el dinero que en realidad no poseían. Ochenta personas se agolpaban en un pequeño calabozo, y no iban a ser liberados antes de que confesaran dónde estaban escondidas “las riquezas de los judíos”. Como no obtuvieron resultados, llevaron a comparecer al Rab de la ciudad, el Gaón Rabí Moshé Fainstein, Z”L, para que se hiciera responsable de la situación.

Se presentó el Rab frente al comisario y éste le preguntó como se llamaba.

– Rab Moshé Fainstein – respondió.

El comisario se levantó de su asiento y llamó a uno de los soldados.

– ¿Por qué trajeron a este hombre aquí? – le preguntó enojado.

– Porque es el jefe espiritual de los judíos de la ciudad y seguramente es el burgués más importante de todos. Lo trajimos para que nos diga dónde está el dinero que ellos esconden –, fue la

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respuesta.

– ¡Este hombre no es un burgués! – vociferó el comisario –. ¡Es el yerno del comunista más grande de toda la Unión Soviética! ¡Su suegro, el Rabino Kastenovitz, atendió a mi hermano y lo ayudó a curarse, aunque no compartía sus ideologías! ¡Por tanto, todo lo que diga es verdad, y lo que pida se le dará!

Rabí Moshé Fainstein aprovechó la oportunidad y solicitó que liberara a los comerciantes judíos que estaban prisioneros, lo que fue concedido de inmediato.

El ejército soviético se retiró y desde allí los judíos de la ciudad ya no fueron molestados. Años atrás, el Rab Yaacob Moshé Kastenovitz salvó la vida de un yehudí desconocido y provocó que se salvaran las vidas de muchos otros conocidos.

Shimushá Shel Torá. Hamaor

Caminando bajo la lluvia

Un antiguo alumno de la yeshibá de Ponovich contó una historia que le ocurrió con el Rabí Eliyahu Eliézer Dessler, el mashguiaj de la yeshibá.

El alumno fue contra¬tado para ser el chofer de una gran institución. Una vez, mientras iba conduciendo en un día lluvioso, vio al Rab Dessler y su mujer ca¬minando hacia su casa, cargando unas pesadas valijas bajo la lluvia. Tomando esta oportu¬nidad para prestar su ayuda, el alumno paró el auto y los invitó a subir, para así llevarlos hasta su casa.

Pero el Rab no se apresuró, sino que interrogó al antiguo estudiante para saber bajo qué condiciones él había recibido el auto. El estudiante respondió que había recibido permiso para usar el auto en hacer viajes privados.

El Rabino le preguntó si él había preguntado si podía llevar ami¬gos en el auto. Él también preguntó si el permiso era de los admi¬nistradores o sólo de alguien más alto que él. Puesto que el rabino sintió que las respuestas no eran suficientes, rechazó el ofreci¬miento y continuó caminando con las pesadas maletas bajo la lluvia.

Rabí Dessler era extremadamente cuidadoso respecto del dinero; él

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quería estar seguro que todos sus asuntos monetarios estuvieran completamente libres de pecados.

Or Torá

Recibiendo un regalo

El Jazón Ish, Rabí Abraham Yeshayahu Karelitz, era muy cuidadoso en no aceptar regalos, a pesar de que él mismo ayudaba a las personas día y noche. Cuando una cierta persona que intentó – en vano – dar al Jazón Ish dinero por sus servicios, le preguntó: “Pero si usted no toma dinero, ¿de qué vive?” El Jazón Ish le contestó: “De ser bondadoso con las personas”.

Sin embargo, en una oportunidad, él sí aceptó dinero de alguien. Él estaba caminando con un alumno cuando se les acercó una mujer muy confundida, cuyo deseo más grande era que el Jazón Ish tomara dinero de ella para rezar por ella. Ella le dio 10 liras, las cuales él aceptó sin ningún problema y luego la bendijo con palabras cálidas, y ella se fue muy contenta.

El alumno, que sabía que el Jazón Ish no acostumbraba tomar dinero ni recibir regalos, estaba muy sorprendido por esa acción. El Jazón Ish, quien sintió el asombro de su alumno, le explicó:

– Yo tengo la mitzvá de ser bondadoso con las otras personas y, en este caso, esa fue la bondad que yo podía hacer por ella: recibir su dinero.

Or Torá

Limpiando los pollos

Rabí Shelomó Mutzafi era una persona extremadamente cuidadosa cuando se trataba de cumplir con las mitzvot. Por ejemplo, él revisaba muy cuidadosamente todos los órganos de los pollos que su mujer iba a cocinar, por si existía una señal de treifut (algo no kasher). Él tenía un gran nivel de kasherut y sentía que debía

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revisar el pollo por si a su mujer accidentalmente se le pasaba algo.

Sin embargo, a él también le importaban los sentimientos de su mujer, y es por eso que, a pesar de que él entraba a la cocina regularmente cuando ella estaba abriendo los pollos, él siempre tenía una buena excusa para estar allí: quería tomar algo, o lavar sus manos, o ayudar a su mujer con los pollos. Cuando veía que todo estaba bien, retornaba a su estudio de Torá.

Aunque él sentía que era muy importante revisar los pollos por sí mismo, siempre era muy sensible a los sentimientos de ella, y era extremadamente cuidadoso en la manera en que lo hacía. Él no quería arriesgarse a insultar a su mujer de cualquier manera, y por eso que él hacía todo lo posible para evitar la posibilidad de que su mujer pensara que no confiaba en ella.

Or Torá

El plato de arroz

Cuando el Rab Yaacob Valenski estaba en su lecho de muerte, requirió de su esposa, Ester, que obtuviera leche y arroz, y los cocine. Aquellos eran días de hambre, y era muy difícil encontrar comida. Su mujer pensó que su marido quería el arroz y la leche para apresurar su recuperación. Con felicidad ella fue a buscar esta comida y, cuando la obtuvo, la cocinó y se la sirvió a su doliente marido.

Rab Yaacob le dijo:

– Yo no te he pedido esta comida para mí. Yo quiero que tú cuides tu salud para que tengas fuerzas para criar a nuestros hijos. Con estas palabras él le pidió que se sentara y que tomara el plato de comida que ella había preparado. Unos momentos después él falleció.

Or Torá

Guemilut jasadim verdadero

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Nuestro padre falleció relativamente joven, y mamá y mis hermanos quedamos con muchas deudas y mucho por hacer. Yo estaba aún en la yeshibá, y mis hermanos en la escuela.

Fueron tiempos muy difíciles y yo, como hermano mayor, tenía todo el peso de mi familia.

Me armé de valor, y fui a hablar con Mr. Rozen.

– Sólo necesito un préstamo. Cuando salga del problema, se lo devuelvo.

El señor Rozen se quedó pensando. – ¿Cuánto necesitas? – me dijo.

– Mil setecientos cincuenta dólares...

– No es mucho.

– Para mí sí, señor Rozen.

Casi sin decir palabra, se dirigió a un escritorio. De allí sacó un talonario, hizo un cheque y me lo dio.

Estados Unidos estaba en recesión; no había mucho trabajo. Pero Hashem siempre ayuda, y después de varios meses pude reunir, esa suma, que nos ayudó a salir adelante, la llevé de vuelta a señor Rozen.

– Bien hecho, muchacho – me dijo.

– Las deudas hay que saldarlas, tarde o temprano.

– ¿No necesitas más tiempo?

– No, gracias. Reciba este dinero, por favor.

Te voy a contar algo, siéntate. Tomé asiento y me dispuse a escuchar al señor Rozen.

– Hace muchos años nosotros también estábamos en una situación difícil. Recién llegábamos de Europa y no teníamos dinero ni trabajo. Recurrimos a un pariente lejano nuestro y nos dio una suma de dinero con la que empezamos nuestra empresa. Tiempo después, fuimos a devolverle el dinero y nuestro pariente nos dijo: “Yo no lo quiero. Me doy por satisfecho con el hecho de haber podido ayudarlos”. “¿Y qué vamos a hacer con el dinero?”, le preguntamos. Y nos respondió: “Cuando encuentren un yehudí que necesite, hagan lo mismo que yo hice con ustedes...”

El señor Rozen me miró unos segundos, y dijo: – Hay algo mucho mejor que ayudar: es enseñar a ayudar. Toma este dinero y “cuando encuentres un yehudí que necesite, haz lo mismo que yo

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hice contigo...” Fue la más grande lección que he tenido de guemilut jasadim verdadero.

Rabí Peysach Krohn Shelit”a. Hamaor

Favor verdadero

Rabí Naftalí Amsterdam, el Rab de Alcsot, relató que poco después de que se casó, su Rab, el Rab Israel Salanter, se acercó a él y le formuló la siguiente pregunta:

– Reb Naftalí, dígame, por favor, ¿se está ocupando de hacer jésed?

Él respondió:

– Mi querido Rab, yo no tengo dinero con el cual hacer jésed.

– Eso no es lo que quise preguntar – explicó el Rab Israel –. Yo quise preguntar si usted hace jésed dentro de su casa, con su esposa. Usted debe saber que no ha tomado a su esposa como una esclava para que ella lo sirva. Su esposa es como su propio cuerpo y usted debe ayudarla.

La actitud del Rab Amsterdam respecto de hacer jésed con su esposa fue especialmente aparente cuando se casó por segunda vez. Él se volvió a casar a una edad avanzada, después de la muerte de su primera esposa. Poco después de que se casó, su nueva esposa enfermó y él tuvo que cuidarla. Era una imagen increíble ver al envejecido y débil Reb Naftalí sirviendo a su esposa. Él solía limpiar la casa, encender el fuego del hogar y hacer todos los difíciles trabajos de una ama de casa. Él los hacía con amor y felicidad, pues había llegado a su vida una gran oportunidad de hacer jésed.

Hamaor

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Chapter 4 - La mujer judía

Falsa es la gracia y vana es la belleza; una mujer temerosa de Di-s, ella ha de ser alabada.

Proverbios 31:30

La gloria de la hija del Rey es interior.

Salmos 45:14

Todo deriva de la mujer.

Bereshit Rabá 17:7

En pago a las mujeres justas fuimos redimidos de Egipto.

Sotá 11b

Colgando la ropa

Una vez, cuando la esposa del Rab Shemuel Salant estaba colgando la ropa después de haber estado enferma, su esposo se acercó a ella para ayudarla con el trabajo. La Rebetzin se negó a recibir la ayuda de él, diciendo que el Rabino de Jerusalem no debía estar haciendo algo como eso, colgar la ropa, pues era una falta de honor a la Torá.

Rabí Shemuel, viendo que ella tenía que ser persuadida, le respondió:

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– Pero tú estas convaleciente después de una enfermedad y no tienes permitido esforzarte. Por otro lado, yo no puedo pagarte una persona que te ayude. Es por eso que yo deseo ayudarte… y esto es por el honor a la Torá.

Esh HaTorá. Hamaor

¡Qué envidia!

Una vez la Rabanit, esposa del Rab Arieh Levin, Z”L, dijo a su esposo:

– Arieh: Debo confesarte que tengo mucha envidia de mi vecina.

El Rab Arieh Levin se sorprendió sobremanera. ¿Cómo era posible que su esposa, que no conocía siquiera qué significaba la envidia, en este caso su vecina le hubiera despertado ese sentimiento?

¿Y quién era esa vecina que había mencionado? La esposa de un hombre que en un tiempo había sido de los más ricos de Yerushalaim. Sus deudas se fueron acrecentando tanto que tuvo que vender todo para pagar, y terminó en la miseria. De la casa tan lujosa donde habitaba, se vio obligado a mudarse a un cuarto al lado de donde vivía el Rab Arieh. De aquella situación tan acomodada, pasó a una muy difícil de soportar, puesto que ahora trabajaba de albañil y se dedicaba a reparar las casas de los vecinos, y de eso subsistía y mantenía a toda su familia.

Cada vez que acababa el día, llegaba a su humilde hogar, y su esposa lo esperaba en la puerta vestida con las más lujosas ropas (que le habían quedado de épocas mejores), y arreglada como para ir a una fiesta. Los vecinos no entendían esa actitud tan extraña y comenzaron a murmurar y hacer comentarios.

Pasó un tiempo, y a raíz de una conversación que sostuvo con la Rabanit, se supo qué había detrás de todo esto: “Mi esposo termina su jornada muy cansado y deprimido”, contaba la señora a la Rabanit: “Él, que antaño tenía tanta riqueza y comodidades, se vio obligado a trabajar de simple obrero. Cuando vi qué tristeza le causaba esa situación tan grave, tomé la decisión de embellecerme lo más que pueda cada vez que regresa a la casa. Antes de que llegue, salgo a recibirlo arreglada como a él le gusta, sonriente y feliz, para darle ánimo y ayudarlo a superar este trance, del que seguramente Hashem nos va a sacar muy pronto”.

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La Rabanit contó todo esto a su esposo, Rab Arieh, y agregó:

– Envidio desde el fondo de mi alma a esta gran mujer, porque todavía no he alcanzado esa categoría.

Or Torá

Sara Shnirer

A continuación plantearemos la grandeza de una mujer tzadéket que gracias a su inteligencia hoy toda Bat Israel es educada por el buen camino. ¿Cuál fue la obra de la tzadéket Sara Shnirer, Z”L?

Anteriormente, el lugar natural donde cada hija de Israel recibía la educación judía era en su propio hogar. Mientras que los padres e hijos se elevaban en los caminos de la Torá en las yeshibot y baté kenesiot, las mujeres permanecían en el hogar ocupándose de las necesidades normales de una casa y ayudando económicamente a sus esposos, tejiendo o realizando trabajos caseros. Las hijas eran educadas por las madres y las abuelas con las bases que ellas mismas habían recibido de sus predecesoras. Así se cuidaron generaciones y generaciones de hijas correctas y recatadas que absorbieron en sus hogares santidad y pureza. Pero las épocas fueron cambiando. Nuevas corrientes ajenas a nuestras raíces empezaron a soplar en Europa y poco a poco fueron contagiando a muchos de nuestros hermanos y comenzaron movimientos laicos que pregonaban el liberalismo y la asimilación entre las naciones. Los jóvenes que estudiaban en las yeshibot y quienes de una u otra forma estaban conectados directamente con la Torá, pudieron superar la enorme dificultad que se presentaba gracias en gran medida al mérito del propio estudio de la Torá que les daba la base necesaria. Pero las jóvenes de Israel empezaron a tropezar con esa corriente extraña. Ellas no tenían el estudio necesario que las protegiera, ya que sólo existían hasta ese momento escuelas judías liberales o las escuelas oficiales del país. ¿Cómo se salvaron de asimilarse e ir por el mal camino?

La educación que las jóvenes recibían en sus hogares era muy débil como para poder enfrentar la nueva corriente que amenazaba. El resultado fue terrible:

Hijas de Israel que se asimilaban entre las naciones y otras que perdían toda la base de cumplimiento aun de los preceptos más elementales. Los Sabios de la generación clamaron por el peligro que acechaba. Ellos entendieron que si la mujer de Israel no tenía

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su lugar en la educación judía, no habría futuro para el pueblo. Pero, lamentablemente, no había reacción y la epidemia de la asimilación llegaba a las casas incluso de los que más cumplían Torá. Hasta que una mujer, una madre de Israel llamada Sara Shnirer Z”L, una mujer común y sencilla, pero con un alma especial y un corazón fervoroso lleno de entusiasmo y entrega, hizo una revolución que llegó hasta nuestros días y salvó a esa generación y a las posteriores del desastre. Ella fundó la cadena de seminarios “Bet Yaacob”, donde las jóvenes fueron educadas con los conceptos de Torá y temor a Di-s continuando así el legado recibido en el monte de Sinai. Su lema era precisamente: “Bet Yaacob (hijas de Israel) encamínense en la luz de Hashem” (Yeshaya 2). Bajo esa bandera recibieron la educación pura de la Torá miles de alumnas, gracias a su fuego interno y convicción, pese a todas las dificultades que se le presentaron para poder conseguirlo.

Los cientos de “Baté Yaacob” que existen en la actualidad son testimonio de la llama encendida por Sara Shnirer, Z”L, en sus cincuenta y dos años de vida y que sigue alumbrando e intensificándose día tras día.

Cuando comenzó la primera guerra mundial y el ejército alemán invadía Polonia, los yehudim de Kraca escapaban para Austria y muchos de ellos se radicaban en Viena. Entre ellos, estaba la familia de Sara Shnirer. En el Bet Hakenéset al que concurrieron en Janucá, el Rab del lugar, Rab Flesh, Z”L, comenzó a disertar con un lenguaje claro y puro que conmovía al público y sobre todo a esta tzadéket, que se encontraba en el sector femenino. En un momento, el Rab se refirió a la figura de Yehudit en relación con el milagro de Janucá. Se dirigió a las mujeres diciendo: Hijas de Israel, tomen como ejemplo a Yehudít, sigan sus pasos incluso en ésta época y devuelvan a su lugar la corona de las hijas de Israel. Sara Shnirer sintió que las palabras estaban dirigidas a ella. Decidió levantar el guante y enseñar y transmitir los conceptos del judaísmo auténtico a las mujeres de Israel. A partir de ese instante, fue escuchando todas las clases del Rab y anotaba en sus cuadernos las futuras disertaciones que ella daría cuando regresara a Kraca.

Cuando la guerra concluyó y retornaron a Polonia, comenzó la obra que Hashem le había destinado. En principio citó a las madres, luego a las hijas, y la luz de la Torá comenzó a alumbrar el camino. Sus palabras profundas y claras penetraban en los corazones, pero ella sabía que no alcanzaba con disertaciones para cambiar las conductas equivocadas. Se debía llegar a un cumplimiento natural de las mitzvot y para eso había que empezar desde muy temprano, cuando aún la pureza de las pequeñas estaba intacta. Debía enseñarles el idioma hebreo y las letras para que pudieran desarrollarse solas en el futuro. El desafío era grande, pero ella lo aceptó. En su propia casa comenzó a enseñar a niñas los conceptos básicos del judaísmo, hasta que con la ayuda económica de

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dirigentes de la ciudad pudieron alquilar un lugar para formar la primera escuela para niñas “Bet Yaacob”. Temas tales como historia judía, tefilá, halajot y todo lo concerniente a una Bat Israel se enseñaban en la escuela, hasta que el número de alumnas creció cada vez más. No tuvo el zejut de tener hijos, pero todo su potencial lo dedicó a sus alumnas, a las que engrandeció con Torá y mitzvot. No se conformó solamente con la ciudad de Braca: se encargaba de despertar la conciencia de nuestra Torá en todo lugar. Enviaba maestras a las que ella misma había enseñado para que los “Baté Yaacob” se abrieran por toda Europa.

Al estallar la segunda guerra mundial muchas alumnas del seminario Sara Shnirer, Z”L, se vieron obligadas a quedarse en Cracovia sin posibilidades de volver a sus casas. Las morot estimulaban a sus alumnas y las preparaban a entregar sus almas por Kidush Hashem.

En el mes de Ab del año 5702, la directora del seminario reunió a sus 93 alumnas y les dijo: “Queridas hijas, todos los días pedimos a Hashem que no nos envíe pruebas, y que si las hay, las pasemos sin tropezar. Momentos difíciles vivimos. Debemos recordar las palabras de Moshé: “Hazur Taamim Paoló”, “Las obras de Hashem son íntegras”. Llegará el día en el cual tendrán que aplicar todo lo que estudiaron siendo fieles Benot Israel para Hakadosh Baruj Hú”.

A los pocos días, llegaron al seminario los soldados de la gestapo imaj shemam y ordenaron a las jóvenes que se bañaran y se vistieran con sus mejores ropas. Avisaron a la directora que al día siguiente, 93 soldados vendrían a buscarlas.

Al escuchar estas palabras, la directora se dio cuenta de que llegaba el momento de la prueba. Enseguida ordenó la menhaélet a sus alumnas que fueran a bañarse y vistieran sus mejores ropas... Pero antes que llegaran los soldados, las reunió nuevamente y les dijo: “Queridas alumnas, yo sé que ustedes están preparadas para morir por Kidush Hashem, pero sepan que los soldados que en un rato vendrán, no sólo quieren exterminarnos físicamente, sino también, espiritualmente...

Sus alumnas se estremecieron, y ella continuó: “... tengo en mis manos píldoras venenosas. Si alguno de los soldados, quiere tocarlas, deberán ustedes tragarlas, y no les permitan ensuciar sus neshamot.

Una luz de Emuná y fortaleza iluminó a las 93 jóvenes. De a una se iban acercando hacia la Menahélet y le extendían la mano.

Al día siguiente, antes que llegaran los nazis al lugar, se reunieron todas en el salón del seminario y juntas pronunciaron: “He aquí que estamos dispuestas a entregar nuestras almas por Kidush Hashem”. Inmediatamente, tomaron cada una su pastilla y, junto con la

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Menahélet, alzaron sus voces, llegando hasta el Trono Celestial el “Shemá Israel...” y devolvieron sus almas a su Fuente Divina.

Para concluir este comentario, recordemos parte de la carta que la tzadéket Sara Shnirer, Z”L, dejó no sólo a sus alumnas sino a todos nosotros también:

“Muchos son los pensamientos de la persona, pero sólo la idea de Hashem es la que se cumple” (Mishlé 19). Todo lo que Hashem hace es para el bien, Alabado sea Su Nombre. Yo, que toda mi vida me lamenté de no poder llorar en el momento de la tefilá, es difícil para mí contener las lágrimas en este momento, porque siento una unión espiritual hacia mis alumnas. Estoy segura de que ustedes también llorarán cuando lean mis palabras. Que sea la voluntad de nuestro Padre Celestial que nuestras lágrimas lleguen hasta Su Trono para pedir la salvación de Israel. Me dirijo a ustedes, hijas queridas, que salen al mundo para educar a las hijas de Israel y formar los hogares de Israel. Estoy segura de que ustedes saben bien su función, pero quiero advertirles sobre dos grandes peligros que se pueden presentar: cuídense, hijas mías, del orgullo y de la altivez que seducen a la persona haciéndole creer que es digna de respeto; pero por el otro lado, cuídense del extremo inverso, de creer que no tienen ningún valor porque eso trae tristeza, depresión e introduce dudas en el corazón de la persona sobre el éxito de su vida. La vida es difícil en muchas circunstancias, pero ustedes poseen los elementos claves que las ayudarán: Temor a Hashem, cariño a Hashem y el servicio a Hashem. Desde lo profundo de mi corazón, surge mi tefilá a Hashem: Señor del Mundo, ayuda a mis hijas en su difícil trabajo, no les presentes pruebas duras y que se cumpla en ellas el dicho de nuestros Sabios: “Quien desea purificarse, del Cielo lo ayudarán”. Fortalézcanse, hijas mías, en su trabajo sagrado, no debiliten sus manos ni se cansen en su entrega para servir a Hashem. Recuerdo ahora el suceso sobre aquel jasid que se presentó ante su Rab lleno de alegría: “¡Terminé el Shas íntegramente! El Rab lo miró con una sonrisa y le dijo: “¿Y a ti qué te enseñó el Shas?” Sí, hijas mías, disfruten del tesoro de la Torá que adquirieron, pero no olviden que no es el estudio lo principal sino el cumplimiento. Termino mis palabras con los versículos conocidos por ustedes: “Sirvan a Hashem con alegría” (Tehilim 100). “Puse a Hashem delante mío siempre” (Tehilim 16). “El comienzo de la sabiduría es el temor a Hashem” (Tehilim 111). “La Torá es íntegra y tranquiliza el alma” (Tehilim 19).

Que el ejemplo de esta tzadéket ilumine y guíe la vida de todas las hijas de Israel.

Amén.

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Benot Israel Or Torá

El recato de la mujer

La madre del “Jazón Ish“, quien tuvo el zejut de tener a todos sus yernos Talmidé Jajamim destacados y reconocidos en todo el mundo por su grandeza y sabiduría, entre ellos el Staipeler Z”L, el padre del Rab Greineman, y el padre del Rab Nissim, entre otros. Más allá de lo que fue su propio hijo, el Jazón Ish, un malaj en persona, a quien se le acercaban para consultas de todo tipo y su palabra y decisión eran la única verdad.

Cuando le preguntaron cuál fue su zejut, respondió:

– Utilicé el mismo método que usó Kimjit: las paredes de mi casa no conocieron mi cabello.

Se cuenta en Yomá 47, sobre una mujer que vivió en la época del Bet Hamikdash, llamada Kimjit, quien tuvo un zejut muy grande: sus siete hijos fueron Cohanim Guedolim.

Es sabido que el Cohén Gadol debía llegar a una categoría muy alta de santidad, para así poder entrar al lugar más sagrado del Bet Hamikdash: el Kódesh Hakodashim. Al entrar le ataban una soga al pie, para arrastrarlo en caso de que hubiera muerto por algún mínimo pecado.

Kimjit no tuvo un solo hijo que no llegara a la categoría más alta de ser Cohén Gadol, sino que sus siete Hijos lo lograron. Cuando le preguntaron a ella cuál fue su zejut para llegar a esto, respondió: “Nunca vieron las paredes de mi casa los cabellos de mi cabeza”. Se cuidaba al máximo en su recato también donde parecía imposible. No sólo cubría su cabeza, no sólo sus hijos no conocieron su cabello, sino que tampoco las paredes de su casa lograron conocerlo.

Or Torá

Para pedir, no necesitamos intermediarios

Una señora llegó con Rabí Israel, el Maguid Mikoznitz, para pedirle

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una berajá. Ella soportaba muchos problemas y abrigaba la esperanza de que con las sagradas palabras que saldrían de la boca del Rab se solucionaran.

– Accedería gustoso a bendecirla – le manifestó el Rab a la señora– pero únicamente si me da una donación para repartir entre los pobres.

– Precisamente uno de mis problemas es que no tengo dinero. Usted lo sabe muy bien, Rab.

El Rab se mantenía firme en su posición:

– Si no da una donación, no hay berajá.

– Bueno. ¿De cuánto estamos hablando?

– Cien monedas.

– ¡¿Cien monedas?! ¿De dónde sacaré tanto dinero?

– Usted tiene muchos problemas. Si quiere mi berajá, deje su donación, y se la daré.

La señora salió de allí y regresó al rato con una bolsa, que depositó sobre la mesa del Rab.

– Me costó mucho conseguir esta cantidad, y más me costará pagarla – dijo. Y agregó:

– Ahora, por favor, déme su berajá.

El Rab se quedó mirando la bolsa de dinero, pensativo, y exclamó:

– Ahora recuerdo que necesito cincuenta monedas más, para los pobres. Hágame el bien de traérmelas y tendrá usted la berajá que me pidió.

La mujer se quedó muda de asombro. No podía creer que una persona de tan alta calidad espiritual le negara una berajá a una mujer desamparada, condicionándola con dinero, aunque se destine a la caridad (¡ella también necesitaba de esa caridad!).

– En ese caso – dijo la mujer mientras tomaba la bolsa y se retiraba:

– ¡Me las voy a arreglar sin usted. Le pediré directamente a Hashem que me ayude, y Él me escuchará!

En ese instante, el Rab la llamó:

– ¡Espere! ¡No se vaya!

– ¿Me va a aceptar las cien monedas? – preguntó la mujer.

– ¡De ninguna manera! ¡No le voy a pedir ni una! Lo que yo quería

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era que usted no se apoye en mi berajá solamente, sino que sepa que es Hashem el que le da a la persona lo que necesita. ¡Claro que le voy a dar mi humilde berajá! – insistió el Rab – pero yo soy sólo un intermediario. Y mis palabras se cumplirán, ahora, porque su Fe se fundamenta principalmente en el Creador del Mundo.

Sipuré jasidim - Toledot

Un bebé hambriento

Uno de las grandes personas que vivían en Jerusalem fue el Rab Shlomo Zalman Beharan Levy. Él estaba constantemente haciendo jésed con las personas.

Una vez, su vecina dio a luz a un niño, pero no podía amamantarlo a causa de una enfermedad que había tenido. Ella tampoco tenía los medios económicos como para pagar a una mujer que lo amamantara. Varios días pasaron y el Rab Levy escuchó del otro lado de su pared el llanto constante del bebé hambriento.

En ese mismo tiempo, la mujer del Rab Levy estaba amamantando a su propio bebé. Él dijo a su mujer:

– Escúchame, querida. Di-s nunca envía la enfermedad antes de enviar la cura. Ahora que tú estás amamantando, nosotros podemos ayudar a nuestra vecina y su hijo. Yo tomaré tu lugar en la casa y me dedicaré a todos los quehaceres. Tú comerás más y descansarás mucho para poder tener suficiente leche y alimentar al niño de la vecina también.

Su mujer, quien era tan bondadosa como él, enseguida aceptó la proposición. Todo momento que ella escuchaba al hijo de la vecina llorar, ella iba a su casa y amamantaba al niño.

Esto funcionaba bien durante el día y la tarde, pero durante la noche la vecina se sentía demasiado avergonzada para ir y molestar al rabino y a su mujer. Para resolver este problema, Rabí Levy cambió sus hábitos diarios, y comenzó a irse a dormir temprano en la mañana. Él se sentaba a estudiar Torá cuando todos se iban a dormir y, de esa manera, él podía escuchar fácilmente si el bebé de la vecina lloraba y luego despertaba a su mujer para que fuera a alimentarlo.

Or Torá

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La importancia de la mujer judía

Cierta vez, en una ciudad de una comunidad judía muy importante, fue nombrado un Rab para que se hiciera cargo de los destinos de la gente del lugar.

Cuando llegó, todos los habitantes de la ciudad fueron a recibirlo; una verdadera multitud se reunió en el centro de la ciudad, donde el carruaje arribó después de un largo viaje.

Desde ese lugar hasta la casa donde iba a residir el Rab con su familia, el carruaje fue llevado por los más importantes personajes de la ciudad. Cada uno de los hombres que eran elegidos tenía en sus manos las riendas de los caballos que tiraban del carruaje, y así caminaban un tramo hasta que se las pasaban a otros hombres. Por toda la ciudad, de esa manera, iban demostrando su respeto hacia la Torá, representada por el Rab que venía a vivir.

En la noche se organizó una cena en honor al Rab, a la que estaban invitados todos los directivos y la gente más importante de la comunidad. En medio de la reunión, se levantó un hombre conocido como muy atrevido y falto de educación, y en su boca se escuchó lo siguiente:

– Yo puedo entender perfectamente por qué todos los dignatarios de la ciudad quisieron tener el honor de conducir el carruaje donde se trasladaba al Rab. La gloria de la Torá viajaba en ese vehículo y tirar de esas riendas es un honor para el que le toca hacerlo.

El público estaba en silencio, esperando la intención de las palabras de aquel hombre, que apareció en lo que dijo a continuación:

– Lo que no entiendo muy bien es de qué méritos goza la Rabanit, que fue trasladada por toda la ciudad junto a su esposo por gente tan importante.

Un fuerte murmullo estalló ente toda la concurrencia con palabras de indignación, y no faltó quien quiso invitar al hombre a que se retirara inmediatamente por haber faltado al respeto a la Rabanit y al Rab mismo.

En ese instante, la Rabanit pidió silencio y solicitó permiso para responder a la ofensiva pregunta. Cuando se lo concedieron, dijo:

– Yo también tengo algo que decir: vemos que todos los habitantes de la ciudad son gente muy respetable; desde el más grande hasta el más chico, todos están ligados a la Torá y a las mitzvot de

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Hashem. Entonces, ¿para qué precisan un Rab? ¿Con qué objeto trajeron un Rab desde tan lejos, si aparentemente no lo necesitan? La explicación es: por si alguna vez se equivocan en el camino y ni siquiera se dan cuenta de que se equivocan. El Rab, que observa las cosas desde otro punto de vista, viene a indicarles cuál es la manera de conducirse correctamente. El Rab les aclarará los ojos, les enseñará la sabiduría de la Torá, y les solucionará y evitará todo tipo de problemas. Pero todavía tengo otra pregunta: el Rab es el cuidador de la ciudad, pero el Rab es también un ser humano, no un ángel, y también él puede tener errores y problemas. Él también, muchas veces, necesitará alguien que lo cuide, que lo reprenda, que lo aconseje, que lo escuche. Todo esto, para que el Rab cumpla con su función y se desempeñe en ella como corresponde. ¿Quién estará al lado suyo para asistirlo en esas ocasiones? La respuesta no es otra más que la Rabanit. ¡Es la única que se preocupará por él! Por eso, quiero que sepan, señores: ¡toda la ciudad depende del Rab, y el Rab depende de la Rabanit! Ahora ya saben por qué he tenido el alto de honor de que las más importantes personalidades de la ciudad conduzcan el vehículo donde yo viajaba.

Reim Ahubim. Hamaor

Historia de una semilla

Si de hablar de Eshet Jail se trata, qué mejor que mencionar a la Rabanit Malca, esposa del Admur Rabí Sar Shalom de Belz Z”L.

Estaba ella sirviendo la comida a los jóvenes de la yeshibá y uno de los alumnos tomó una porción y rápidamente la introdujo en su boca, tragando tanto el alimento como la berajá que debía pronunciar previamente.

Se acerca la Rabanit a él, y le dice amablemente:

– ¡Joven! ¡Joven! ¿Sabes acaso lo que acabas de hacer? ¿Tienes idea de lo que provocaste con la omisión de tu berajá? Para eso, debes conocer toda la trayectoria de la comida, desde que nace hasta que llega a la mesa... Una semilla fue introducida en la tierra y desde ese instante, se puso a re¬zarle al Creador del Mundo, para que cumpliera su misión completa, hasta el final. Primero, le pidió a Hashem ser de las semillas que germinan y brotan, y no de las que se pierden o son comidas por los pájaros o insectos. Luego, imploró que cayera la lluvia en su lugar, para que su tallo se reforzara, y que las aguas cayeran para bien, y no que se inundara ni se secara. Más

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tarde, elevó su plegaria para ser de las espigas que son cosechadas y no de las olvidadas en el campo. Cuando eso ocurrió, pidió a Hashem ser introducida en el costal que va a ser procesado y no de los que caen en los costados. Una vez allí, ruega para que caiga en las manos de un yehudí, y aunque eso se le conceda, pide que sea destinada a una comida de Shabat, y no de cualquier día de la semana. Cuando está dentro de la olla, invoca a Di-s para que sea de la parte de la comida bien cocinada; ni muy cruda ni muy quemada, para que pueda ser consumida con placer. Por último, al encontrarse en el plato, eleva su oración al Todopoderoso para que quien la coma pronuncie la berajá correspondiente, a fin de que con ella agradezca por todos los pedidos que le fueron concedidos, y haya podido cumplir con la misión para la que fue creada en este mundo...

La Rabanit concluyó sus palabras diciendo:

– Y tú, querido yehudí, has frustrado todas las ilusiones de esta semilla, al olvidarte de pronunciar tu berajá... Pero aún estás a tiempo: hay muchas otras semillas más, que están esperando tu Bendición...

Shebaj Bait Hayehudí

El verdadero hogar

Una vez, cuando el señor S. Z. Shragai (el alcalde de Jerusalem de esa época) acompañaba al Rab Arieh Levin en un taxi por la ciudad vieja de Jerusalem, el conductor preguntó a Rab Arieh: “¿Dónde queda su casa? ¿Dónde vive usted?” Rab Arieh no contestó. Entonces el conductor le preguntó: “¿Dónde quiere bajarse?” Él le respondió: “En tal y tal calle”.

Cuando ellos bajaron del taxi, Rab Arieh dijo al señor Shragai: “Usted se habrá preguntado por qué yo no respondí cuando el conductor me preguntó en dónde queda mi casa. Usted sabe, desde que mi devota y piadosa esposa ha fallecido, mi casa no existe más. Nuestros Sabios han hablado con mucha verdad cuando dijeron que la casa del hombre es, de hecho, su mujer (Yomá 2a). Es por eso que me quedé callado; cuando él me preguntó dónde yo quería bajarme, entonces pude responder”.

Hamaor

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Chapter 5 - Las festividades

Cada año que comienza, nos demuestra que Di-s no ha perdido la esperanza en el hombre.”

Proverbio

El espíritu Divino descansa sólo sobre una persona que está en alegría.

Shabat 30.b

El ayuno se interrumpió, mas el secreto se guardó

El siguiente relato lo contó una vez Rabí Salman Mizafí a sus hijos. El nombre del protagonista no lo mencionó, aunque todo hace pensar que se estaba refiriendo a él mismo.

Un Sabio que vivía alejado de los placeres de este mundo, quiso una vez ayunar desde la salida del Shabat hasta la entrada del siguiente; casi una semana completa. Esta clase de ayunos es muy bien reconocida por los estudiosos de la Cabalá, materia que este Jajam dominaba.

Se acercaba el fin de la semana y, a medida que pasaban los días, las dificultades del ayuno se hacían cada vez más fuertes y su cuerpo se debilitaba. Sin embargo, la alegría del Jajam iba en aumento, cada vez que veía que podía dedicarse a elevarse espiritualmente y faltaba poco para completar esa serie de ayunos a la que sólo los elegidos acceden. A nadie reveló lo que estaba haciendo. ¡No fuera a ser que esa buena acción lo haga caer en la vanidad y la presunción frente a los demás! Llegó el día jueves y se encontró con su Rab y Maestro, quien tampoco sabía nada acerca de los ayunos, y lo invitó a sentarse a la mesa de una seudat mitzvá. El Jajam se encontró ante un dilema: por un lado, no quería interrumpir los ayunos, que ya llevaban cinco días y se acercaban al final después de tanto esfuerzo. Por otro lado, si explicaba a su Rab por qué no aceptaba la invitación, recibiría muchos elogios y reconocimientos. Y por eso tomó la decisión de comer e interrumpir

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los ayunos, con tal de que no se viera afectada su cualidad de la humildad y la modestia.

– En realidad – decía Rabí Salman Muzafi al concluir su relato – podía ser el sacrificio más grande: no contar a nadie las acciones buenas que uno realiza. ¡Y eso vale mucho más que todos los ayunos que una persona pueda hacer!

Maasehem Shel Tzadikim . Hamaor

Comenzando el año con alegría

Cuando fue a establecerse a la ciudad de Ben Gardan, el Gaón Rabí Nissim Idan, Z”L, se encontró con que faltaban muchas cosas de las que estaba acostumbrado a ver en su ciudad natal Djerba, donde residían la mayoría de los judíos tunecinos.

Rabí Nissim trató de adaptarse a la nueva vida con el fin de conducir a los judíos de esa ciudad, pero su esposa no se resignaba tan fácilmente. En vísperas de Rosh Hashaná, ella estaba muy preocupada porque no conseguía las frutas que acostumbraban comer en la noche del Séder de Rosh Hashaná: miel, dátiles, manzanas y granadas.

El Rab hizo un pedido especial para que trajeran desde Djerba todo aquello que no había en Ben Gardan y para alegría de su esposa, unos días antes de Rosh Hashaná llegó una carreta con todo lo que necesitaba. Pero cuando estaba revisando las frutas, una mueca de insatisfacción se dibujó en su rostro.

– ¿Y ahora cuál es el problema? – preguntó el Rab.

– ¡No trajeron aceitunas! – respondió ella –. Y tú sabes que nosotros acostumbramos poner aceitunas en la mesa del Séder de Rosh Hashaná.

El Rab trataba de calmarla:

– Bueno. Podrías comprar de las aceitunas que se venden aquí.

– ¡Pero no son tan buenas! ¡Son muy pequeñas y secas! ¡En el día de Yom Tob hay que comer alimentos sabrosos!

– Lo más importante en el día de Yom Tob es estar feliz, contento, y no comer cosas ricas. Las aceitunas no son obligatorias en Rosh Hashaná; la alegría, sí...

Con estas palabras, la Rabanit entendió que sin aceitunas también

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puede cumplir la mitzvá de “Simjat Yom Tob”, y con una sonrisa se dispuso a hacer los preparativos para la fiesta.

Le habían dicho que, un poco más lejos de su casa, había un pozo con agua muy fresca y limpia, y allí se dirigió para usarla en las comidas de Yom Tob. Cuando llegó al lugar, se detuvo con el cántaro en sus manos a observar lo que no podía creer: un olivo del que brotaban las más bellas y gigantescas aceitunas que jamás había visto. Con ellas elaboró unas sabrosas comidas, dignas para un Yom Tob tan importante como el de Rosh Hashaná.

Rabí Nissim Idan dijo entonces a su esposa:

– Cuando entendiste que lo más importante en Rosh Hashaná es la alegría, Hashem te mandó algo para que sintieras más alegría. Terminaste el año con alegría, y lo comenzaste con alegría. ¡Tendrás un año muy alegre!

Extraído de Moréshet Yahadut Sefarad 1. Hakéter Hamaor

El Milagro de Janucá en Polonia

Transcurrían tiempos muy difíciles para los judíos de Polonia de aquellos años. El ambiente estaba viciado de odio y rencores. De tanto en tanto se producían sangrientos pogroms en los barrios judíos, relegando la palabra “tranquilidad” al olvido. Todas las familias que no habían logrado emigrar vivían aterrorizadas. Los judíos salían a la calle sólo por una imperiosa necesidad. Eso de día; de noche ni hablar. Al ponerse el sol, todas las casas de los judíos se cerraban herméticamente hasta el día siguiente. Una de esas noches... era Janucá. Con lágrimas y lamentos los judíos encendían sus candelabros. Como el país estaba en guerra, se prohibía terminantemente iluminar las casas. Quien lo hacía, estaba arriesgando su vida. En esos años, los yehudim encendían las velas de Janucá de manera inusual: detrás de las paredes de sus casas. En Janucá existe una mitzvá que se denomina “Pirsum Hanés” “Difundir el Milagro”, y tenía que resignarse a cumplir sólo para los que habitaban en la casa, no para los que veían las velas desde la calle. Esa hermosa forma de llevar a cabo la mitzvá de Janucá debían postergarla para otra oportunidad, y todos tenían sus luminarias de Janucá encendidas detrás de las persianas.

No todos... Uno de los yehudim, que apreciaba la mitzvá de Janucá más que a su propia vida, expuso su vida y colocó las velas de

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Janucá en la ventana de su casa... con las persianas abiertas. Los soldados polacos pasaron por ahí y lo apresaron inmediatamente bajo los cargos de espía que trató de enviar señales luminosas al enemigo, apostado en la otra orilla del río. Al día siguiente comparecería frente al tribunal militar, en juicio público. El veredicto, se sabía de antemano...

Era una mañana gris y lluviosa. A pesar del frío, una multitud sedienta de sangre se había congregado en la plaza principal para presenciar el “juicio”, que nada tenía de justo. El acusado estaba parado frente a una larga mesa donde estaban sentados los generales y altos dignatarios del gobierno. Éstos no se esmeraron demasiado en acallar a los enardecidos asistentes, que gritaban: “¡Muerte a los judíos!” “¡Traidores a la patria!” “¡Acaben con esos criminales!”, y otras consignas parecidas. Los policías tuvieron que contener a muchos que querían acercarse al yehudí acusado, que se encontraba encadenado a la espera de su sentencia. Ésta no se hizo esperar mucho: “¡Pena de muerte!”, se escuchó de la boca de uno de los generales, lo que provocó una enorme expresión de diabólico júbilo ente los polacos, y un silencioso llanto por parte de los indefensos judíos que observaban el macabro espectáculo a través de las ventanas de sus casas; La cercana muerte de alguien que va a morir al Kidush Hashem.

El yehudí fue conducido directamente al paredón, mientras el pelotón de fusilamiento se preparaba frente a él. Comenzaron a escucharse las órdenes del militar encargado del ajusticiamiento: “¡Firmes!” “¡De frente!” “¡Preparados!” “¡Apunten!”

Las armas estaban dirigidas al corazón del yehudí y sólo faltaba la orden de “¡Fuego!”, cuando se escuchó a lo lejos el ruido de unos caballos que estaban llegando.

– ¡Esperen! ¡Esperen! ¡Detengan la ejecución!

Era el comandante general de los ejércitos polacos, que venía acompañado de uno de los soldados y otras personas más.

Se baja de su caballo y anuncia: – Traje otros judíos más, de una aldea cercana. A ver, ustedes – les ordena a los judíos que venían con él – ¡párense ahí, al lado del otro judío!

Sin otra alternativa, los yehudim se alinean a espaldas del paredón. El comandante se acerca a ellos y comienza a hablarles.

– Díganme la verdad: ¿Todos encendieron velas frente a las ventanas abiertas de sus casas, sí o no?

– Sí, general – reconocieron los yehudim.

– ¿Y por qué lo hicieron, eh?

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– Es una tradición muy antigua, que recuerda el milagro que les hizo Hashem a nuestros antepasados en estas fechas.

– ¿Y cuánto hace que sucedió ese milagro?

– Hace más de dos mil años...

– No es cierto, judíos – dijo el comandante mientras daba la espalda a los acusados –. No. No, no... No fue a vuestros antepasados que les ocurrió un milagro en esta fecha, y tampoco fue hace dos mil años...

Se produjo un silencio.

Súbitamente, el comandante volteó y vociferó:

– ¡Fue a mí! ¡Ayer se produjo un milagro que me salvó la vida!

Nadie entendía nada, hasta que el comandante explicó:

– Anoche yo estaba con mi pelotón, rodeado de soldados enemigos y de la oscuridad total de la noche, no tenía donde ni cómo escapar. Mi suerte estaba sellada; era hombre muerto. De pronto, vi una luz a lo lejos. ¡Era la luz de las velas que encendieron en las ventanas de sus casas! ¡Gracias a eso nos salvamos! ¡Judíos! – Tomó a uno de ellos y apretándole la cara. – ¡Ustedes produjeron un milagro que me salvó la vida! ¡Váyanse a sus casas y celebren su fiesta!

Fue un día de fiesta para todos los yehudim de Polonia, en medio de la desesperación de los que querían ver sangre judía derramada.

Fue una nueva fiesta de Janucá. En aquellos días... En esta fecha.

Extraído de Moréshet Abot. Hakéter Hamaor

Los días de “shobabim”

Hace unos cien años vivió en Marruecos un anciano judío llamado Rabí Shelomó Bojbot.

Era muy justo y piadoso y tenía la costumbre de ayunar los lunes y jueves (días en los que se lee la Torá en los Baté Kenesiot) en la semanas “Shobabim” (semanas en las cuales se leen las Perashiot semanales de Shemot, Vaerá, Bo, Beshalaj, Itró y Mishpatim); es una época especial para el arrepentimiento y la penitencia.

Durante los días de ayuno, se sentaba y estudiaba Torá día y

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noche, Tanaj, Talmud y Zohar. Conducta semejante le otorgó un espíritu de santidad y pureza, adquiriendo renombre como persona santa y piadosa.

En esos días, la situación de los judíos en Marruecos era difícil. Todo nuevo rey o tirano gobernaba con crueldad sobre los judíos, con robos y saqueos a casas y negocios, llegando muchas veces, en estas ocasiones al asesinato.

En la semana en la cual se leía la Perashá Mishpatim, ayunó Rabí Shelomó de acuerdo con su vieja costumbre.

En el transcurso de la mañana del jueves, una nueva y gran rencilla se desató entre árabes y judíos. Los judíos emprendieron la fuga a las cavernas, que se encontraban en las afueras de la ciudad, para ponerse a salvo, habiendo aquellos que prefirieron luchar por su vida con palos y piedras contra los árabes que los acechaban.

Rabí Shelomó, a pesar de estar debilitado por el ayuno, intentó ayudar a sus hermanos judíos en la desesperada y desigual lucha.

Persiguiendo a un árabe que quiso saquear el negocio de un judío, elevó sus ojos y vio que tres árabes armados hasta los dientes se aproximaban. Cuando sólo faltaba un instante para ser alcanzado, uno de los árabes tropezó con una piedra y sus compañeros debieron ayudarlo a levantarse. Rabí Shelomó aprovechó para huir a una cueva cercana.

Al intentar ingresar a la cueva fue sorprendido por un león, que obstruía la entrada con una pata levantada.

Sin temor, se allegó Rabí Shelomó y entendió su mensaje; una espina se había clavado en la pata del león.

Se apresuró Rabí Shelomó a aliviar el sufrimiento del animal y rápidamente recibió su recompensa. El felino se retiró a un costado para permitirle ingresar al interior y se estableció luego en la entrada de la caverna como fiel centinela.

Rabí Shelomó se sentó en la caverna y empezó a recitar el Tehilim, que conocía de memoria.

En las primeras horas de la noche se apaciguaron los ánimos en la ciudad y los judíos pudieron retornar a sus moradas.

Los parientes de Rabí Shelomó, al ver que no retornaba, empezaron a temer que hubiera sido asesinado en el pogrom.

Después de una búsqueda infructuosa de varias horas, salieron de la ciudad en dirección a las cavernas y empezaron a rastrear una por una; quizás había sido asesinado por los crueles musulmanes y arrojado su cuerpo a una de las cuevas.

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Empezaron a gritar con todas sus fuerzas: “Rabí Shelomó, Rabí Shelomó...” En un principio no hubo respuesta, mas al acercarse a la cueva en la que Rabí Shelomó se hallaba, escucharon el eco que traía la voz del rabino.

Observaron de lejos temiendo acercarse a la cueva con el león en la entrada y volvieron a gritar; “Rabí Shelomó, ¿dónde te encuentras?”

Salió Rabí Shelomó de la cueva, luego que el león le hizo lugar, con un radiante semblante. En el camino contó a sus familiares lo sucedido y agradeció a Di-s por la maravillosa salvación.

Una gran fiesta fue organizada para festejar su salvación de los árabes y del león, en la que participaron todo los rabinos y personas importantes de la ciudad.

“Su misericordia en todos Sus actos”, clamaron los presentes.

Desde ese día agregaron a su nombre el cariñoso apodo: Rabí Shelomó HaArieh (el león) en recuerdo al milagro del león.

Extraído de “Mi boca contará”

La noche de Shabuot

Rabí Yaacob Kranz fue invitado una vez a pasar la festividad de Shabuot junto al Gaón Rabí Eliyahu de Vilna.

Después de la cena de la primera noche de Shabuot, se apuraron los dos Tzadikim a ir al Bet Hakenéset, y al llegar allí, cada uno hizo dos cosas diferentes: el Gaón de Vilna comenzó a leer el “Tikún Lel Shabuot”, y el Maguid de Dubna se puso a estudiar halajot y a repasar la Guemará.

El “Tikún Lel Shabuot” es un libro en el que aparecen todas las Perashot del Jumash; los Libros de Nebiim y de Ketubim (como Tehilim, Mishlé, etc.), pero de manera abreviada. A veces están los tres primeros pesukim de cada Perashá y los tres últimos. También hay algunos fragmentos de la Guemará y del Zohar, de manera que el yehudí lea, durante toda la noche de Shabuot que se queda despierto, un compendio de toda la Torá Shebijtab (Escrita) y de la Torá Shebeal Pé (Oral).

Se sorprendió el Gaón de la actitud del Maguid, y le preguntó:

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– ¿Por qué no lee el “Tikún”, en la noche de Shabuot?

El Maguid de Dubna solía responder y explicar cada aspecto de la Torá mediante una parábola, y también en esta ocasión lo hizo frente al Gaón de Vilna:

– Un hombre muy rico quería casar a su hija, y se le presentó un joven prometedor, al que le entregó a su hija como esposa, y los mantuvo durante los primeros años de matrimonio. Un día, el hombre dijo a su yerno: “De ahora en adelante, tendrás que salir a trabajar y mantener a tu familia por tu cuenta”. “¡Pero yo no sé hacerlo! ¡Nunca he trabajado hasta ahora!”, le dijo el yerno. “Yo te daré el dinero para que comiences a trabajar. Luego ve a donde están todas las tiendas de ropa; alquila un local allí, y haz lo mismo que hacen los comerciantes.” El joven siguió las indicaciones de su suegro y abrió su negocio. Pasaron unos días, y no había traído una sola moneda de ganancia a la casa. El suegro le preguntó qué estaba pasando, a lo que el yerno respondió que nadie compraba en su tienda. “Los clientes entran, y se van sin gastar nada, y desde que he abierto el negocio, no he vendido una sola prenda”, le contaba su yerno. El suegro se asombró, pues al lugar donde lo había enviado era una zona de intenso movimiento comercial. Por eso tomó la decisión de ir por su cuenta a ver qué estaba pasando. Llegó al lugar y, desde afuera, notó que la tienda tenía un aspecto muy llamativo: las prendas estaban colocadas una al lado de la otra, con sus respectivos precios. Pero al entrar, se llevó una decepción: ¡la tienda estaba totalmente vacía! Preguntó entonces a su yerno qué significaba todo esto, a lo que respondió: “Fui a las tiendas vecinas y vi que tenían las mercancías exhibidas afuera, y yo hice lo mismo. ¡No entiendo por qué aún no he vendido nada!”. El suegro estalló furioso y le dijo: “¡Eso pasa porque no tienes la más mínima noción de cómo se maneja un negocio! Es cierto que los comerciantes tienen las mercancías exhibidas afuera, pero ésas son las muestras de lo que tienen adentro. Tus clientes entraban a la tienda para comprar lo que habían visto, ¡pero tú no tenías lo qué entregarles!”

El Maguid de Dubna concluyó sus palabras exponiendo su moraleja: – Lo mismo sucede esta noche. Respecto a usted, está bien que lea el “Tikún”, que es la síntesis de toda la Torá que un hombre de la talla del Gaón de Vilna sabe. Y eso sería como exponer las muestras de los conocimientos que tiene en su mente y en su corazón. Pero yo, un simple yehudí al que aún le falta mucho para saber lo que debe saber, si leo el “Tikún” estaría actuando como el yerno del cuento, que estaría exhibiendo las muestras de toda la Torá cuando no tengo nada adentro.

Moadim Lesimjá - Shabuot. Hakéter Hamaor

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Sé fuerte como un tigre

A pesar de su importante puesto y el pesado trabajo que recaía sobre los hombros del Gaón Rabí Abraham Antebi, él mismo iba los viernes y víspera de fiestas al mercado para hacer las compras para Shabat y las fiestas, para honrarlas él en persona como hacían los sabios del Talmud.

En víspera de la fiesta de Shabuot, Rabí Abraham madrugó según su costumbre, se puso el tefilín y vistió su talet. Se dirigió al Bet Hakenéset, besó la mezuzá e ingresó a la sinagoga.

Siempre Rabí Abraham intentaba ser uno de los primeros miembros del minián.

Cuando se completó el minián, comenzó el oficiante a decir:

– Yehudá ben Temá decía: “Sé fuerte como un tigre para cumplir con la voluntad de tu Padre Celestial; el destino del insolente es heredar el infierno, del vergonzoso heredar el paraíso.

Al finalizar las oraciones, estudió el rabino la clase diaria de Talmud junto con rabinos y feligreses de la ciudad.

Concluida la clase, salió el rabino al mercado a comprar lo necesario para celebrar Shabuot.

Al llegar al mercado se encontró con un grupo de bandidos conducidos por un matón judío de nombre Abu Shajud Mustafá.

El rabino, al escuchar las indecentes y obscenas palabras en las cuales estaba ocupada la banda, se estremeció y no pudo contenerse. Se dirigió al jefe de la banda, con severas palabras de reprobación, diciéndole:

– Cómo no te avergüenzas de pronunciar semejantes palabras, ensuciando e impurificando tu alma.

El bandido, que en un principio no había advertido la figura del rabino, quedó absorto y no supo qué contestar.

Los compañeros del bribón se miraron unos a otros y se burlaron de quien los conducía con mano de hierro y ahora era duramente reprendido.

El jefe del grupo pensó en cómo avergonzar al rabino, para salvar su posición a los ojos de sus camaradas.

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El bribón tendió una emboscada al rabino y cuando Rabí Abraham pasó por el lugar intentó acuchillarlo.

En el mismo momento que levantó la mano para atacar al rabino, la mano se detuvo en el aire y no pudo moverla.

Procuró levantar la mano o bajarla, pero todos los intentos fueron vanos. Se retorcía de dolor y no pudo encontrar alivio a su sufrimiento.

A causa de sus fuertes dolores y la paralización completa de su brazo, no tuvo otra alternativa fuera de acercarse a la casa del rabino y pedir su perdón; quizás así aceptara rezar a Di-s para que lo curara.

Llegó a la casa de Rabí Abraham, sumiso y avergonzado. Al ver al rabino se prosternó a sus piernas y con lágrimas sobre sus mejillas pidió perdón al rabino por haber intentado atacarlo.

– ¿Acaso piensas que tú puedes decidir acerca de mi vida? – volvió a reprenderlo Rabí Abraham.

En lugar de respuesta, se escuchó el llanto y los suspiros del hombre. Viendo Rabí Abraham que el arrepentimiento del hombre provenía de lo más hondo del corazón, se acercó a él, le bajó delicadamente la mano y todo volvió a la normalidad.

Inmediatamente le dijo al bribón:

– Salga tu pecado, sea perdonado. Lo siguió reprendiendo por el pasado y le mostró cómo debía conducirse de ahí en adelante.

El hombre avergonzado y con la cabeza inclinada, prometió cambiar el curso de su vida.

– Bendígame, rabino – pidió humildemente al despedirse. Colocando el rabino sus dos manos sobre su cabeza, le dijo:

– Te bendiga Di-s y te proteja... y que te dé paz – y se despidieron amistosamente.

Un testigo (Rabí Yosef Yedid Haleví) contó que vio con sus propios ojos a este hombre estudiando Torá, en una yeshibá de la ciudad santa de Sefad.

El personaje de la historia le mostró la mano doblada parcialmente y le contó la historia de lo acontecido con Rabí Abraham Antebi, en los días de su juventud. Agregó que la bendición del rabino se cumplió, llegando a hacer teshubá por completo y gozó de llegar a una feliz vejez.

Cada fiesta de Shabuot, el hombre fijó la costumbre de contar su cuento en público para ayudar a los fieles a acercarse sinceramente

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a Di-s.

Extraído de “Mi boca contará”

La hora de los Selijot

Aquel hombre llegó a la ciudad de Barditchuv lleno de esperanza. Había hecho un largo viaje, que le costó todo el dinero que tenía, pero pensaba que valía la pena, pues estaba por recuperarlo, y además alzarse con la suma que necesitaba tan urgentemente.

Tocó la puerta de aquella casa y lo atendió su dueño.

El hombre preguntó si el dueño de la casa respondía al nombre que le dieron, a lo que recibió una respuesta afirmativa.

– ¿Puedo pasar? He venido de muy lejos y necesito hablar con usted.

– Adelante. Dígame de qué se trata.

Cuando estuvieron sentados uno frente al otro, el hombre empezó a hablar:

– Vivo en una aldea muy lejana de aquí, donde me cuesta mucho conseguir mi sustento. Y ahora, por un lado tengo que agradecer a Hashem que le llegó el shiduj a mi hija. Pero, por otro lado, no tengo el dinero para casarla...

El dueño de la casa se quedó en silencio, mirándolo como diciéndole: “¿Y?” Entonces el hombre prosiguió:

– Tengo entendido que usted es mi pariente, y además Hashem le dio una posición económica acomodada, por lo que es el presidente de esta comunidad. Por eso he venido a apelar a su generosidad, para que me proporcione la suma que necesito.

– ¿Cuánto es lo que necesita?

– Sesenta mil rublos...

– ¡Sesenta mil rublos! – repitió el dueño de casa mientras se levantaba de su asiento –. ¡Eso es mucho dinero! Y dígame: ¿por qué dice usted que somos parientes?

El hombre le explicó la relación familiar que los unía, y luego el dueño de casa dijo:

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– Bueno. No somos parientes tan directos que digamos... Tenemos un vínculo de quinta generación...

Lo pensó un poco y agregó:

– En vista de ello, le voy a dar sólo una quinta parte de lo que me pidió: doce mil rublos.

– ¡Pero no me va a alcanzar! ¡Si no reúno esa suma no podré casar a mi hija!

– No discutamos. O la toma, o la deja.

El hombre se levantó y respondió apesadumbrado:

– No, gracias... – y se retiró inmediatamente.

Desesperado, sin saber que hacer, se le ocurrió ir a la casa del Rab de la ciudad: el renombrado Tzadik Rabí Leví Itzjak de Barditchuv. Cuando estuvo allí, contó al Rab todo lo que había pasado. Luego de escucharlo, el Rab le dijo:

– Déjalo por mi cuenta. Mañana es el primer día de Selijot y tengo una idea que puede solucionar tu problema.

Al día siguiente, todos los hombres de la ciudad se dieron cita en el Bet Hakenéset a la madrugada, para dar comienzo al primer día de Selijot. Estaban todos, pero extrañamente el Rab aún no había llegado. Esperaron un rato y el presidente de la comunidad se preocupó por la tardanza del Rab, por lo que tomó la decisión de ir personalmente a su casa a ver qué le pasaba.

Tocó la puerta y lo atiende el Rab.

– ¡Rabí! Pensé que le había pasado algo. Lo estamos esperando para comenzar a recitar los Selijot.

– No voy a ir – anunció el Rab.

– ¿No va a venir? ¿Es que no se siente bien o hay algún problema?

– No. No es eso. No voy a ir porque Hashem no va a escuchar nuestros pedidos.

El hombre se quedó perplejo.

– ¡Jas veshalom! ¿Por qué dice usted eso, Rabí?

– Te voy a explicar: en los Selijot, nosotros hacemos a Hashem muchos pedidos e invocamos el nombre de Abraham Abinu. Imagínate: ¿cuántas generaciones hay desde Abraham Abinu hasta hoy? ¡Cientos de generaciones! ¡Tú le quisiste dar a una persona la quinta parte de lo que te pidió, porque es pariente tuyo de quinta generación! Con ese criterio, ¿cuánto nos tocaría a nosotros de lo

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que le pedimos a Hashem por ser hijos de Abraham Abinu? ¡Una parte insignificante! ¡No! ¡No vale la pena ir a Selijot!

El hombre captó el mensaje, y bajó la cabeza avergonzado. Entonces el Rab lo tomó del hombro, y le dijo:

– Hijo mío: todos los yehudim somos parientes cercanos, y este hombre, aunque no te una a él ningún vínculo familiar, es tu hermano, por lo que debes ayudarlo a casar a su hija. Demuéstrale a Hashem que aunque pasen las generaciones, todos los integrantes del Am Israel somos como un solo cuerpo, con un solo corazón, y cuando invoques los nombres de Abraham, Itzjak y Yaacob, te dará todo lo que le pidas...

Otzar Hamaasiot. Hamaor

Yom Kipur 5608

Hace casi ciento cincuenta años comenzó a brillar la estrella de uno de los más grandes personajes de nuestra historia: Rabí Israel Salanter. Fue nombrado Rosh Yeshibá de la ciudad de Vilna cuando contaba con sólo veintinueve años.

Su inmensa erudición en la Torá, sumada a su legendaria humildad, hicieron que todos los yehudim de la época lo siguieran y respetaran. Su amor hacia Hashem y hacia Su Torá se equiparaban a su amor al prójimo, de donde surgieron innumerables relatos y ejemplos que cada vez cobran mayor actualidad.

No le faltaba fuerza y decisión en sus acciones, las que puso de manifiesto especialmente en el año 5608, cuando una terrible epidemia de peste azotó Europa cobrando millones de víctimas. La ciudad de Vilna no fue la excepción, y Rabí Israel Salanter alzó su voz exhortando a todos a ayudar a los necesitados y a atender a los incontables enfermos. Él mismo corría de casa en casa para tratar de asistir a los que podía. La epidemia llegó a su punto máximo al año siguiente, y unos días antes de Yom Kipur todos se preguntaban cómo iban a hacer frente a un ayuno, cuando lo principal era la salud y la integridad física.

Llegó la noche de Yom Kipur. El público estaba reunido en pleno en el Bet Hakenéset, y si bien Yom Kipur siempre fue un día solemne, en esa ocasión no había quien no hubiera sufrido en carne propia el fallecimiento de un ser querido, por lo que nadie estaba ajeno a la emoción de las plegarias que se iban a desarrollar.

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Se paró Rabí Israel Salanter frente a toda la congregación, que estaba esperando sus proverbiales palabras, y comenzó diciendo: – ¡Hermanos míos! Nuestros Jajamim dijeron que cuando la persona ve que los sufrimientos llegan, hay que hacer un examen de conciencia y revisar las acciones de cada uno. No sólo hay que investigar acerca de las acciones de la persona para con Su Creador y para con el prójimo, sino también para con uno mismo. ¡Cada uno de nosotros debe revisar qué es lo que hace con su propio cuerpo; con su propia salud; con su propia vida...!

El rostro del Rab palideció, e hizo palidecer a todos los que estaban presentes. Y continuó diciendo:

– En nuestra Torá esta escrito: “Y cuidarán mucho vuestras vidas”, precepto que tiene el mismo valor que todos los demás de los seiscientos trece que Hashem nos encomendó, entre los que figura el de ayunar el día de Yom Kipur. En el día de hoy leeremos en el Séfer Torá un pasuk que dice: “Y vivirán con ellos (con los preceptos)”. En la Guemará se comenta que esto significa: “Y vivirán con ellos, y no morirán con ellos”. Por tanto, para que sigamos cumpliendo todas las demás mitzvot de la Torá en el tiempo que nos queda de vida, declaro hoy, con el conocimiento del Creador del Mundo y de Nuestra Torá... ¡que el ayuno de este año queda suspendido!

El público quedó perplejo. A nadie se le ocurrió que el Rab iba a tomar una decisión de esa naturaleza. Y lo que vieron después quedará grabado no sólo en los ojos que estuvieron presentes, sino en una de las más gloriosas páginas de la historia de nuestro pueblo. El Rab llamó a dos de los más prominentes Rabinos de la ciudad para que lo acompañaran en el lugar donde estaba parado. Luego, hizo una seña al shamash y éste trajo uno platos que contenían una galletas. El Rab ofreció a los Rabinos que estaban junto a él; él también tomó unas galletas en su mano y, con voz temblorosa y lágrimas en los ojos, pronunciaron la correspondiente berajá.

Un profundo gemido invadió el recinto. El público se fue retirando a sus casas, para obedecer las indicaciones de su Rab. Esa noche de Yom Kipur, todos los habitantes yehudim de la ciudad de Vilna comieron llorando.

Lloraban porque nunca lo habían hecho antes, ni después...

Lloraban porque ése iba ser el último año de la epidemia.

Todo, gracias a los tres que comieron...

Leket Sipuré Tzadikim . Hakéter Hamaor

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Constancia en el cumplimiento

Numerosos yehudim se dieron cita en el Bet Hakenéset en los días de Selijot, previos a la fecha de Rosh Hashaná. Entre ellos había muchos que no acostumbraban asistir al Bet Hakenéset durante el resto del año, pero allí estaban, pidiendo buenos augurios para el año que iba a iniciarse.

El renombrado Rabí Yaacob Kranz (Maguid de Dubna) se contaba entre los presentes y le pidieron que pronunciara unas palabras alusivas a la ocasión. Aceptó, subió a la Tebá y se dirigió al público, como acostumbraba hacerlo, con una de sus incomparables parábolas. Y esto fue lo que dijo:

Un comerciante compró mercancía a plazo de un fabricante. Pasó el tiempo y cuando llegó el día del pago, el fabricante envió al comerciante la cuenta para que abonara. Pero había sucedido una gran tragedia: en el negocio del comerciante se desató un fuerte incendio y la mercancía se perdió completamente, sin poder haber tenido provecho ni siquiera en una pequeña parte, y por consiguiente, el comerciante no tenía con qué saldar la deuda. Fue a aconsejarse con sus amigos para saber qué debía hacer, y éstos le dijeron que encarara al fabricante y le dijera la verdad: que perdió la mercancía y, por más que hizo lo posible, no consiguió el dinero para pagarle. Seguramente así conseguiría una postergación de la fecha del pago.

El comerciante viajó hasta la ciudad del fabricante y, cuando llegó a la puerta de su casa, no se atrevió a entrar. “¿Cómo me voy a atrever a decirle a este hombre, que siempre es tan bueno conmigo, que no tengo con qué pagarle?”, pensó. Tanta fue su angustia, que lo que al principio fueron unas lágrimas que corrieron por su rostro, luego se transformó en un desconsolado llanto.

Los gemidos se escucharon hasta adentro de la casa del fabricante, quien preguntó:

– ¿Quién está llorando de esa manera?

Cuando salió a ver de qué se trataba, se sorprendió aún más, al ver a su fiel cliente bañado en lágrimas.

– ¿Qué es lo que sucedió? ¿Por qué lloras tanto? – le preguntó.

– ¿Cómo no he de llorar? – le respondió –. ¡Te debo mucho dinero, y no tengo para pagarte ni una parte, además de quedarme tan pobre que no tengo para comer!

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Las palabras del comerciante conmovieron el corazón del fabricante, quien lo invitó a pasar a su casa y lo reconfortó con comida y albergue.

– No llores – lo consolaba –. Ya veo que tú tienes toda la intención de pagar, pero definitivamente, por lo que te pasó, no te encuentras en posibilidades. Tú siempre me diste muestras de que eres una persona honesta y sincera, y por tanto, no sólo te perdonaré la deuda que tienes conmigo sino que te renovaré el crédito y te daré otra cantidad de mercancías para que te repongas del inconveniente que tuviste y salgas adelante.

Cuando el fabricante dijo esto último, tomó el documento firmado por el comerciante y lo rompió en mil pedazos.

El comerciante salió de allí y le pareció que había nacido de nuevo. ¡Qué feliz se sentía! Fue a contar a todo el mundo lo que le sucedió y a alabar a ese hombre que realmente parecía un ángel, de tanta bondad que irradiaba.

Una de las personas que escuchó el relato del comerciante se quedó pensativo. Luego de unos instantes, también él se dirigió a la casa del fabricante. Una vez allí, comenzó a llorar profiriendo gritos y aullidos, y no disimulaba su intención de que fueran escuchados por el dueño de la casa.

Éste salió a ver qué pasaba y, cuando estuvo al lado del hombre que lloraba, escuchó que le decía:

– ¡Ay de mí! ¡No tengo dinero y soy muy pobre! ¡Por favor! ¿No podría darme usted la suma de dos mil rublos?

El dueño de la casa no salía de su asombro.

– ¿Está usted bien? – le dijo –, ¿y por qué he de darle tanto dinero a una persona que ni conozco?

– ¿Por qué no? ¿No lo hizo con ese hombre a quien le perdonó la deuda y le dio mercancía nuevamente?

– ¡Oh, no lo puedo creer! – exclamó el dueño de casa –. ¿Acaso usted piensa que puede compararse con ese hombre? A ese comerciante lo conozco de hace muchos años y, siempre que me compra, me paga puntualmente. Sólo que ahora le ocurrió un grave percance y actué con él de esa manera basándome en su reputación y en todas las veces que me visita y que lo conozco tan bien. ¡Pero usted es un perfecto desconocido para mí, y en la primera vez que lo veo ya me está pidiendo que lo ayude!

El Maguid de Dubna terminó de relatar su parábola y se disponía a exponer la moraleja:

Un yehudí que acude al Bet Hakenéset todos los días del año, y que

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se esfuerza por cumplir todas las mitzvot de la Torá, si en alguna ocasión cae en una falta Hashem lo perdona inmediatamente cuando el yehudí regresa en teshubá de ese pecado, porque el Creador no tiene en cuenta sólo el pecado que cometió, sino su conducta durante toda su vida. Un yehudí que asiste diariamente al Bet Hakenéset, y que está en contacto permanentemente con Hashem, luego de arrepentirse merece ser perdonado enseguida.

No sucede lo mismo con aquel yehudí que sólo en algunas ocasiones se hace presente en el Bet Hakenéset. Claro que también goza del perdón de Hashem si muestra un verdadero arrepentimiento, pero no tiene la misma consideración como la del que viene siempre. La piedad de Hashem es infinita, y recibe a todo aquel que acude con buena intención, pero lo mejor sería que cada uno tenga el mejor argumento para que sus pecados sean borrados completamente: que todos los días lo primero que hagamos sea dirigirnos a Hashem sin que haya un motivo que nos lleve al Bet Hakenéset. De esa manera, obtendremos un “trato especial de buen cliente” y nuestras faltas serán perdonadas más rápida y fácilmente.

Sipuró Shel Yom. Hamaor

Un etrog muy valioso

El Tzadik Rabí Zeeb Mizebrez era, desde siempre, muy pobre. Toda su vida estaba rodeada de penurias con la preocupación permanente de cómo conseguir el sustento. Sin embargo, una sonrisa se dibujaba siempre en su rostro y jamás se lo escuchó quejarse de su difícil situación.

Todas las mitzvot que él cumplía, las hacía con entusiasmo. Pero había una mitzvá que era su preferida, que esperaba todo el año para llevarla a cabo, y a la que nadie como él se entregaba de la manera que Rabí Zeeb lo hacía: la mitzvá de Arbat Haminim. Durante todo el año se privaba del poco pan que tenía para comer; ahorraba moneda por moneda, y juntaba una respetable cantidad que le permitía comprarse siempre el mejor etrog de todos los que se ponían a la venta.

Cierta vez, en la víspera de Sucot, iba con su pequeña fortuna a la ciudad de Lebob a escoger el etrog más bello, con los vendedores más importantes. Éstos siempre reservaban los ejemplares más bonitos para ofrecerlos a aquel extraño personaje, quien con ropas

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raídas y viniendo a pie de tan lejos, estaba dispuesto a pagar grandes sumas con tal de que se tratara de un etrog sin ningún tipo de defectos. Esa vez, Rabí Zeeb estaba desbordante de alegría: había logrado reunir una cantidad de dinero mucho mayor de lo acostumbrado. Seguramente el etrog de ese año iba a ser realmente bello entre los bellos. Cuando llegó a la ciudad se dirigió al mercado de los etroguim. En el trayecto, divisó un grupo de personas agolpadas. Se acercó al lugar y vio que en el medio de la gente estaba sentado en el suelo un hombre, sumido en un amargo lamento. Preguntó Rabí Zeeb el motivo de su angustia.

– Este yehudí – le informaron, es un pobre carretero cuyo único medio de subsistencia lo constituye su carreta. Cuando llegó a Lebob, su yegua murió. Y ahora está muy preocupado porque no sabe cómo podrá mantener su hogar, su esposa, sus hijos...

Se acercó Rabí Zeeb al oído de aquel hombre y le preguntó:

– ¿Cuánto te piden por un nuevo caballo?

Cuando el hombre le dijo la suma, sacó inmediatamente Rabí Zeeb su cartera y se la colocó en las manos.

– Aquí tienes – le dijo –. Tu problema está resuelto.

Acto seguido, Rabí Zeeb dio vuelta y se perdió en la multitud. En vano lo buscó aquel carretero para agradecerle. Parecía como si se lo hubiese tragado la tierra.

Con las pocas monedas que le quedaron, compró Rabí Zeeb un etrog de los más baratos, que apenas servía para decir berajá sobre él. Cuando regresó a su casa, su rostro irradiaba una felicidad poco común. Entendieron los suyos que esta vez había conseguido un etrog como nunca tuvo anteriormente. Le pidieron que lo mostrara, pero Rabí Zeeb se negó, alegando que un etrog como ése jamás había sido visto por nadie. En la Fiesta de Sucot tendrían el privilegio de admirarlo.

A la mañana del primer Yom Tob, Rabí Zeeb tomó con emoción su etrog; dijo berajá sobre él y se puso a bailar con el etrog en sus manos en medio de una alegría indescriptible.

Todos lo miraban asombrados.

– ¿Éste es el etrog del que tanto hablabas...? – le preguntaron.

– Este es el etrog más bello y kasher que haya existido – respondio –; este etrog, es la causa de que en la casa de un pobre carretero, reine en este Yom Tob la alegría y la felicidad.

– ¡No me cabe duda! – concluyó Rabí Zeeb Mizebrez –, ¡Que Hashem aprecia este etrog más que todos los que tuve hasta ahora!

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Hakéter Hamaor

El etrog invalidado

En el primer día de Sucot, Rabí Shimshón Aharón Palonski, el Rab de Teflik, llegó a la sinagoga y le preguntó a una de las personas de su congregación si podía usar su etrog para decir sobre él la bendición correspondiente. Las personas en la sinagoga se sorprendieron de que el Rabino no tuviera su propio etrog. Entonces, el rabino les contó la siguiente historia:

Temprano en la mañana, él se despertó por los gritos de la niña de la casa vecina. La mujer del rabino fue a ver lo que sucedía, y al volver a su casa dijo al rabino que la niña había estado jugando con el etrog del marido de su madre, y se le había caído de las manos y había quedado invalidado. La madre se asustó por lo que podría llegar a hacer su marido al enojarse, puesto que el marido no estaba en la casa en ese momento; el Rab fue hasta la casa de la vecina y le dio su propio etrog como un regalo incondicional para el marido. Él pidió a la vecina que dijera a su marido que el Rabino había estado allí y al ver que su etrog no era apto para cumplir con la mitzvá, le dejó otro. En su apuro, el Rab Shimshón se olvidó de decir la bendición sobre su etrog antes de entregarlo, y es por eso que tuvo que pedir uno prestado.

Luego el Rabino dijo:

– Todas las riquezas del mundo no pueden compensar el valor de la alegría que surge de haber salvado a un judío del enojo.

Or Torá

Zemán peletatenu

Mendel ya estaba muy cansado. Pero no sólo físicamente, sino moralmente, anímicamente. Trabajar y trabajar, y sólo para pagar los altos tributos que le cobraba el barón, dueño de la aldea, de su casa, de su campo... de todo lo que tenía.

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Tomó la decisión: abandonar Polonia y dirigirse a Eretz Israel. En Polonia nacieron y vivieron sus antepasados, y después de muchas generaciones la familia abandonaría su patria. La situación en Polonia se estaba tornando insoportable y algunos decían que en el futuro iba a ser escenario de una guerra terrible. Y en Eretz Israel, aunque no estemos mejor, estaríamos “en casa”.

No le contó a nadie. Ni a sus más íntimos amigos. Instruyó bien a sus pequeños hijos y a su esposa para que realizaran todos los preparativos de la huida sin que nadie se diera cuenta.

Llegó el día y luego de cargar todas sus cosas en una pequeña carreta, se encomendaron a Hashem y emprendieron el viaje, que no sería muy largo, pues la aldea quedaba a sólo una hora de la frontera. Después de ahí, la libertad.

Ya llevaban un trecho largo recorrido, cuando se encontraron frente a frente con... ¡el barón!

– ¡Mendel! ¡Qué sorpresa verte por aquí!

Mendel se quedó mudo. No atinaba a respuesta alguna.

– ¿Qué...? ¿Qué hace toda la familia en una carreta? ¿Qué explicación le das a todo esto...? – preguntó el barón mientras no dejaba de observar.

– Es... Es nuestra forma de celebrar – se le ocurrió decir a Mendel.

– ¿Celebrar? ¿Celebrar qué? ¿Acaso hoy es una fecha festiva?

– ¡Claro! ¿No lo sabía? – dijo Mendel, mientras sonreía nerviosamente.

– ¿Cuál fecha festiva? Yo las conozco todas. A Pésaj ustedes le dicen: “Zemán Jerutenu”, el tiempo de nuestra libertad. A Shabuot, “Zemán Matán Toratenu”, el tiempo de la entrega de nuestra Torá. A Sucot, “Zemán Simjatenu”, el tiempo de nuestra alegría. Ésta, ¿cuál es?

Mendel respondió rápidamente:

– Esta es... “Zemán Peletatenu”, el tiempo de nuestra huida.

El barón se quedó pensativo.

– Fíjate que ésa no la conocía – dijo.

Mendel aprovechó la distracción del barón y se despidió de él, alejándose lo más rápido que pudo.

El barón siguió su camino y se aproximó a la aldea. Pasó por la casa de otro yehudí y lo vio cosechando en su huerta.

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– ¡Moshé! – le gritó el barón –, ¿cómo es que estás trabajando en un día como hoy? ¡Se supone que tú eres un judío observante!

Moshé se acercó al barón para entender mejor a qué se refería.

– No sé de qué me habla... – le dijo.

El barón le contó a Moshé dónde había visto a Mendel y qué explicación le dio. Moshé se dio cuenta de lo que había pasado y en sus labios se dibujó una tenue sonrisa. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la pregunta del barón:

– ¡Oye! ¿Por qué no estás tú celebrando el “Zemán Peletatenu”?

– Oh, yo le voy a explicar, querido barón: esta fiesta no es como las demás de nuestro calendario. Se celebra una vez en la vida, y en la fecha que a cada yehudí le toque. También a mí... – concluyó Moshé suspirando – me tocará festejarla dentro de poco, ya verá...

Escuchado en nombre del Rab Itzjak Chehebar Z”L. Hamaor

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Chapter 6 - Mitzvot

En todos tus caminos conócelo y Él hará rectos tus caminos.

Proverbios 3:6

Sé valiente como el leopardo, ágil como el águila, rápido como el venado y fuerte como el león para cumplir con la voluntad de tu Padre

que está en el cielo.

Pirké Abot 5:23

Aun si el hombre es capaz de percibir a Di-s como lo puede hacer un ángel, debe cumplir con las mitzvot como un judío simple.

Rabí Israel Baal Shem Tob

El berit milá

La época en la que nació Rabí Yehudá Hanasí era muy difícil para Am Israel. En ese tiempo, el gobierno del imperio romano proclamó duros decretos contra los judíos y hacía todo lo posible con tal de alejarlos de la Torá y de su Creador. El decreto más grave de todos era, sin duda, el que prohibía hacer el berit milá a los niños, y cuya finalidad era la de hacer que el pueblo de Israel se asimilara y desapareciera.

A los padres que eran sorprendidos cumpliendo con esa mitzvá se les condenaba a muerte, tanto a ellos como a los niños circuncidados.

En aquellos tiempos, al Rab más grande e importante de Am Israel se lo denominaba “Nasí”, que significa “príncipe”, palabra que, además de definir el cargo que detentaba, lo asociaba con su estirpe, pues era descendiente de David Hamélej. Y mientras el decreto romano amenazaba la vida física de los yehudim, le nació un hijo al “Nasí” Rabán Shimón Ben Gamliel.

Por supuesto, que a él no se le cruzó por la mente la posibilidad de

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acatar la orden imperial y se preparó para celebrar el berit milá de su hijo al octavo día del nacimiento.

Los yehudim temieron por la vida de su Rab y Nasí, el gran Jajam y Tzadik, pero éste les dijo públicamente:

– Hashem nos ordenó por medio de Su Torá hacer el berit milá a nuestros hijos. Por otro lado, el malvado reino de Roma ordenó lo contrario. ¿Acaso hay alguna duda de a quién debemos obedecer?

Cumplió Rabán Shimón Ben Gamliel el mandato Divino, y le hizo el berit milá a su hijo delante de una multitud. Y también un nombre de valentía y fortaleza puso al niño: Yehudá.

El suceso llegó a los oídos del cónsul romano y mandó a llamar inmediatamente a Rabán Shimón, preguntándole cómo se había atrevido a transgredir la orden del imperio.

– ¡Así nos lo ordenó Hashem, el Creador del mundo! – respondió firmemente el Rab.

El cónsul se quedó asombrado por la respuesta. Dentro de su corazón, realmente admiraba al Nasí de los judíos, pero no obstante ello se veía obligado a castigarlo, pues el decreto imperial emanó directamente del César, y el cónsul temía que fuera él mismo sancionado si no lo hacía.

– Bueno. Entonces, ¿qué piensas hacer conmigo ahora? – preguntó Rabán Shimón desafiante.

– No puedo tomar una decisión – fue la respuesta del cónsul –. Te enviaré al emperador y que él se pronuncie sobre la suerte del niño y de toda la familia.

Ese mismo día envió un soldado a la casa de Rabán Shimón para que acompañara al niño y a su madre a trasladarse a la Roma imperial, a entrevistarse directamente con el César.

La mujer tomó en sus brazos al pequeño Yehudá y emprendió el camino. Antes de llegar a Roma, se hizo de noche y tuvo que buscar un lugar para pernoctar. Recordó que cerca de allí había una familia, cuya dueña de casa era una mujer no judía de buen corazón. Su esposo pertenecía al gobierno romano, pero era un hombre que apreciaba y trataba bien a los judíos, en especial a Rabán Shimón, a quien admiraba por su grandeza y sabiduría.

Fue muy bien recibida por su amiga, y ésta le ofreció su casa para descansar y pasar la noche con su hijo.

– ¿Cómo es que se le ocurrió salir al camino en horas tan tardías como éstas? ¿Y por qué se le ve tan triste y preocupada? – le preguntó la anfitriona.

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La esposa de Rabán Shimón le contó todo lo que había pasado, y que afuera de la casa estaba uno de los soldados del cónsul vigilando que no se escapara, y que debía llevar al niño frente al César, con las consecuencias trágicas que todo esto acarrearía.

– ¡Yo también he tenido un hijo hace nueve días! – le dijo la dueña de la casa –. Se llama Antonino, y por supuesto que no tiene hecha la circuncisión. Tómelo a cambio del suyo y lléveselo al César, para que crea que todo fue una calumnia y se salven tanto el niño como ustedes de la pena de muerte.

La ocurrencia fue aceptada con gusto por la esposa de Rabán Shimón, y ésta llevó al día siguiente al niño Antonino como si fuese suyo, dejando a Yehudá en manos de aquella buena mujer.

Llegó al palacio del César acompañada del soldado, y se presentó frente al emperador.

– ¡Salve, César! – comenzó hablando el soldado –. He traído ante su alteza a una mujer que se atrevió a transgredir las leyes imperiales y le hizo la circuncisión a su hijo. ¡Estamos a la espera de que se haga justicia con ella y con toda su familia...!

El emperador hizo unas señas para que vinieran otros soldados a revisar al niño y constatar las palabras del soldado. Y ante la sorpresa de todos, al desvestirlo comprobaron que su cuerpo no había sido modificado desde que vino al mundo.

– ¡No puede ser! – dijo con srpresa el soldado–. ¡Yo mismo he visto que tenía su circuncisión...

En ese instante, uno de los consejeros del imperio se acercó al César y le murmuró al oído:

– Su majestad: yo conozco a esta mujer y le puedo asegurar que no es posible que el Rabino más importante de los judíos no le haya hecho la circuncisión a su hijo...

– Entonces, ¿cómo se explica esta situación? – le preguntó el César.

– No hay otra alternativa más que la de un milagro...

– ¿Un milagro?

– Así es. Y eso, porque el Di-s de ellos los protege y les hace maravillas. Y así a ellos los cuida de todos los males, castiga también a sus opresores...

Estas últimas palabras, más que sorprenderlo, asustaron mucho al César, quien inmediatamente dejó en libertad a la mujer y anuló el decreto que prohibía a los judíos circuncidar a sus hijos varones.

Llorando de emoción, llegó la esposa del Rabán Shimón a la casa de

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la mujer, y le contó todo lo que había pasado. Luego de abrazarla y agradecerle, le dijo:

– Su hijo no sólo salvó la vida de mi hijo, sino la de todos los demás niños judíos del imperio. Pido a Di-s que cuando crezcan sean amigos, y tengan mucho éxito en todo lo que hagan...

La plegaria de la esposa de Rabán Shimón se cumplió con creces: su hijo llegó a ser Rabí Yehudá, conocido también como Rabenu Hakadosh, Nasí de todo su pueblo y uno de los más grandes personajes de nuestra historia. Y Antonino llegó a ser emperador de Roma, y cuando crecieron se hicieron grandes amigos. Antonino fue muy benevolente con los judíos y empezó a estudiar Torá con Rabenu Hakadosh, hasta que tomó la decisión de circuncidarse a sí mismo y convertirse al judaísmo.

Dijeron nuestros Jajamim: “Por el mérito de la leche que tomó Antonino de la madre de Rabenu Hakadosh, pudo estudiar Torá y cobijarse luego bajo las alas de la Shejiná, integrándose al Am Israel”.

Bedarké Abotenu 5. Hamaor

Retorno al nido

“Y al octavo día del nacido, el niño será circuncidado...” (Vaikrá 12).

El berit milá es mencionado en el principio de esta Perashá. A continuación, veremos un suceso relacionado con el tema, el cual nos dejará una importante enseñanza.

El Gaón Rab Jaim Berlín, rabino jefe de la Comunidad Judía de Moscú de principios de este siglo, era el hijo del gran “Nezib de Volozin”. Sus últimos años residió en Eretz Israel, precisamente en la ciudad de Jerusalem.

Cada Shabat, era él quien leía el Séfer Torá en el Bet Hamidrash, y lo hacía con tanta emoción, belleza y exactitud, que muchos asistían especialmente a ese lugar sólo para escucharlo.

En el Shabat que caía dentro de los días de Jol Hamoed de Pésaj, se congregaba gran cantidad de gente para escuchar cómo Rab Jaim Berlín leía el libro de “Shir Hashirim” dentro de la Meguilá, como acostumbran hacerlo las comunidades de origen Ashkenazí. Como siempre, su lectura era agradable y perfecta, y cuando llegaba al pasuk que decía: “He aquí que tú eres bella, mi compañera. He aquí que tienes bellos ojos, como las palomas...”, alzaba aún más su voz,

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y no podía reprimir las lágrimas de tanta emoción.

El Tzadik Rabí Arieh Levin, que era alumno directo de Rab Jaim Berlín, se animó a preguntarle una vez cuál era el motivo de su exaltación cada vez que pronunciaba aquel pasuk, que hasta le arrancaba gruesas lágrimas de sus ojos.

– Te voy a contar lo sucedido, y con eso tendrás la respuesta – dijo Rab Jaim a Rab Arieh. Y procedió a relatarle lo siguiente:

– Cuando yo ejercía como Rab en Moscú, llegó conmigo un yehudí que pidió hablarme en privado porque necesitaba revelarme un secreto. Entramos a un cuarto, y ahí me dijo: “Mi esposa acaba de dar a luz a un niño, y quisiera invitarlo al berit milá”.

“¡Mazal Tob”, exclamé. Y añadí: “Y, ¿cuál es el secreto?”

“Sucede que yo vivo en un barrio donde viven solamente goim”, comenzó a contarme. “Mi trabajo consiste en proveer todos los elementos de la religión de ellos, y si se enteran que yo soy yehudí, me quedaría sin parnasá. Eso, si salgo vivo de allí. Por eso, yo le pido un consejo a usted, para que me diga cómo puedo hacer para circuncidar a mi hijo sin que nadie se dé cuenta.”

Por supuesto que, en una situación como ésta, no había ninguna posibilidad de hacer un berit milá con todos los detalles ceremoniales y con la perfección que pretendemos en casos normales. Por eso lo primero que le dije es que yo me ofrecía a ser el sandak, y que él se quedara a mi lado. El hombre me respondió que él era muy impresionable, y no podría observar al niño mientras lo estaban circuncidando.

Le hice varias preguntas acerca de su vida y situación: dónde vive, cómo es su casa, etcétera.

“Ante todo”, le indiqué, “tienes que despedir inmediatamente a todos los que trabajan en tu casa. Luego, tú sabes que en esta ciudad hay un médico cirujano judío, tan experimentado y famoso que hasta los no judíos lo llaman. Pues bien: lo citarás para que en el octavo día también él este presente en tu casa, y nadie sospechará nada raro, pues a quien te pregunte le dirás que tu hijo tiene un pequeño defecto físico, y llamaste al médico para que lo cure. El médico será el sandak, y yo, el mohel. Después, el doctor podrá visitarte varias veces, “para revisar la operación” de tu hijo, y todo acabará sin ningún problema.

Llegó el día y realizamos el berit milá como lo habíamos planeado; todo salió bien, Baruj Hashem. Cuando me despedí de él, le pedí que me volviera a visitarme al tercer día, para que me dijera cómo evolucionó el niño de su intervención.

Cuando llegó conmigo, le revelé la verdadera intención de mi

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pedido: quise saber qué fue lo que lo llevó a cumplir la mitzvá de hacerle berit milá a su hijo con tanto arrojo, y hasta poniendo su vida en peligro.

Cuando escuchó mi pregunta, prorrumpió en amargo llanto y, con palabras entrecortadas, me dijo:

“Yo sé, Rabí, que me he alejado demasiado del camino correcto. Muchas veces me sumo en la depresión, porque reconozco mi penosa situación, pero quién sabe si algún día pudiera retornar a mis orígenes, aunque sé que un yehudí nunca debe bajar los brazos y siempre debe mantener la esperanza de encontrarse con Su Creador.” Dicho esto, ya su voz quedó ahogada en gemidos.

Después de unos instantes, continuó:

“Pensé, entonces, que mi hijo estará en una situación mucho peor que la mía. Porque yo, al menos, tuve en mi infancia una somera educación tradicional, pero él no tendrá la más mínima idea de lo que es ser judío. Sin embargo, cuando crezca, es probable que se despierte en él el sentimiento de retornar a sus raíces, y quiera ser un yehudí observante. Y no quiero ser yo quien se lo impida, pues si no le hago el berit milá, eso podría suceder. Por eso he tomado la decisión de arriesgar mi vida y la de él, con tal de que el día de mañana tenga las puertas abiertas para entrar al camino de la Torá”.

El Gaón Rab Jaim Berlín llegó al fin del relato, y se puso a llorar a la par del padre del niño. Luego agregó:

– Con este suceso, pude entender mejor lo que está escrito acerca del pasuk que dice: “He aquí que tú eres bella, mi compañera. He aquí que tú tienes bellos ojos, como las palomas”. Es sabido que todo lo que está escrito en el Shir Hashirim es alegórico: El “Amado” es Hashem, y “la bella amada” es Am Israel. En este pasuk, está mencionada dos veces la expresión que alude a la belleza de Am Israel. Nuestros Jajamim interpretaron que Hashem considera al yehudí como una “persona bella” antes de pecar y también después de haber pecado. Esta explicación de los Jajamim no se ajusta a la lógica: Está bien que un yehudí sea una “persona bella” antes de pecar. Pero, ¿qué belleza puede tener después de haber pecado? La respuesta la obtendremos si analizamos bien las últimas palabras del pasuk, que dice que el yehudí tiene “ojos bellos como las palomas”. La paloma tiene la característica de que nunca se aleja demasiado de su nido; ella puede recorrer largas distancias, pero siempre su nido estará al alcance de su vista, para poder retornar a él cuando lo necesite.

“Y ésa es la similitud del yehudí con la paloma”, concluyó el Rab Jaim Berlín, “Se llama “bella persona” antes de pecar, porque está limpia de faltas. Pero también se llama “bella persona” después de

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haber pecado. Porque nunca se aleja tanto de su nido y siempre trata de que esté al alcance de sus ojos, lo que hizo el padre del niño del relato, quien no dudó en arriesgar su vida, vislumbrando un futuro en que su hijo retomará el sendero que él abandonó. Por eso me emociono tanto al leer ese pasuk del Shir Hashirim.

Extraído de Yalkut Jamishai. Hamaor

El berit milá lo salvó

¡Cuánta trascendencia han dado nuestros sabios a la mitzvá de la milá! Como Abraham Abinu la recibió con alegría, así hasta el día de hoy se realiza con alegría. Antes de la milá es un bebé y luego de haberla hecho ya está identificado como un bebé judío. Quedará distinguido así por toda su vida. En el momento de la milá, ¿quién se encuentra, aparte de todos los familiares y presentes? Se encuentra el ángel Eliyahu Hanabí. Antes de convertirse en ángel y ser eterno, había presentado un reclamo a Di-s diciendo: “He Aquí que el pueblo de Israel hace idolatría y no realizan el berit milá a sus hijos”. Le respondió Di-s a Eliyahu Hanabí: “En lugar de hablar mal de Israel que hacen idolatría, ¿por qué no te diriges a la ciudad de Damasco?” ¿Qué sucedía ahí? Todos los días rendían culto a un dios diferente; eran paganos. No sólo eso, sino que un día al año rendían culto a los 365 dioses que adoraban. Dijo Hashem a Eliyahu Hanabí: “¿Por qué hablas así de Israel? ¿Acaso esos goim son mejores? “Y en cuanto has dicho que no hacen el berit milá, cada vez que hagan un berit milá en cualquier parte del mundo estarás presente”. Y así es. En cada milá y milá se pone el sillón de Eliyahu Hanabí: él está ahí y bendice al niño.

Aconteció que cuándo el Rab Shelomó Kluger Z”L, fue designado Rabino en la ciudad de Brod, al poco tiempo fue invitado a un berit milá y lo distinguieron con ser el sandak, el que sostiene al bebé en el momento de la milá. Al llegar al lugar donde se haría el berit se enteró que el padre del niño estaba agonizando. Acostumbraban allí que en ese caso postergaran la milá hasta el fallecimiento del padre para ponerle al bebé el nombre del papá. Rabí Shelomó Kluger se negó a esperar y, al contrario, obligó a que rápidamente se hiciera la milá. La milá se hizo y, ¡oh, milagro!, el padre se restableció y se curó definitivamente. La ciudad se conmovió ante tal hecho y vio la santidad de su nuevo Rabino.

Dijo Rabí Shelomó Kluger Z”L: “En este caso es difícil que Hashem mande a un ángel especialmente a curar al papá de la criatura, pero como en toda milá viene Eliyahu Hanabí, de paso y al mismo tiempo cura al padre de su enfermedad, como realmente pasó”.

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¡Cuántas oraciones, cuántos pedidos son escuchados justo en el momento en que el bebé llora! Hashem, que es piadoso, escucha y atiende esos ruegos. Tal como hay un llanto de tristeza hay un llanto de alegría, y así es que el bebé llora de alegría, ya que ahora es como Abraham Abinu, un ser íntegro, completo: un yehudí.

Quiera Hashem que tal como nos da el zejut de enviarnos a Eliyahu Hanabí a cada milá, de igual modo lo envíe para anunciar la Gueulá. Pronto en nuestros días.

Amén.

Or Torá

La mitzvá del tefilín

Cierta vez se acercó un yehudí al Rab Eliyahu Lapian Z”L, el Baal “Leb Eliyahu”, y le dijo:

– En este Shabat se leyó la Perashá Bó, donde está mencionada por primera vez en la Torá la mitzvá de los Tefilín. Le diré que estoy dispuesto a ponérmelos, pero con una condición.

– ¿Cuál es? – preguntó el Rab.

– Si usted me explica los motivos de la mitzvá, y esos motivos me resultan convincentes y lógicos...

– De acuerdo, te lo voy a explicar. Pero quiero que me perdones porque hoy no puedo hacerlo en razón de que estoy muy ocupado – contestó el Rab.

– Está bien. Puedo esperar. ¿Cuándo puede atenderme?

– Déjame ver... Recién dentro de treinta días.

– ¿Dentro de un mes? Bueno, de hoy en un mes nos vemos”.

– Antes de que te vayas, quisiera pedirte algo.

– Dígame Rab.

– Que desde mañana te pongas los Tefilín todos los días hasta que nos encontremos dentro de un mes. Si cuando te lo explique no te convenzo, dejas de usarlos. ¿Qué te parece?

– ¡No está mal! – respondió el hombre sonriendo frente a la idea del Rab, tras lo cual se despidió.

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Al cabo de un mes apareció el hombre nuevamente frente al “Leb Eliyahu”, diciéndole:

– Vengo a que me explique la mitzvá de los Tefilín, como habíamos quedado. Pero quiero que sepa algo: aunque no me convenza su explicación, los seguiré usando todos los días. Verá usted, cada vez que me los pongo y pronuncio mi pequeña tefilá con ellos, siento una satisfacción muy especial; siento que estoy cumpliendo con mi obligación de judío, me siento bien. En realidad, siento algo que no puedo explicar con palabras...

El Rab se puso de pie, se paró al lado del hombre, lo tomó de los hombros y le dijo paternalmente:

– Hijo mío, ¿tú crees que si alguien viene a pedirme una explicación de la Torá me puedo negar y decirle que venga dentro de un mes? ¡Si yo estoy para eso! Lo que sucedió fue que yo vi que tu intención era cumplir con la mitzvá de los Tefilín, pero “con la mente”. No estás equivocado si quieres saber los motivos de una mitzvá, pero eso no puedes ponerlo como condición para cumplirla. Las mitzvot de Hashem son un alimento para el alma y no siempre la razón las entiende. Lo que yo quise hacer contigo es precisamente lo que sucedió: que la mitzvá la cumplas “con el corazón”, con el puro sentimiento judío que había encerrado en ti, y eso fue lo que te dio el propósito de seguir vistiendo tus Tefilín durante toda tu vida. Ahora sí estás dispuesto a recibir la explicación que yo estoy dispuesto a ofrecerte.

Leb Eliyahu – Hakdamá. Hamaor

El valor de las mitzvot

Aquel rey tenía una gran preocupación. Su país estaba en guerra con la nación vecina y ya habían pasado varios años sin que se encontrara la solución; ni por medio de la paz ni por medio de la victoria. Un buen día se le ocurrió que iba a otorgar un grandioso premio a aquel que lograra, de algún modo, poner fin a la contienda. El premio iba a ser nada menos que poder entrar a la bóveda del tesoro real y quedarse con todo lo que pudiera llevarse en el lapso de siete minutos.

Surgieron miles de propuestas, pero ninguna de ellas satisfizo al rey, hasta que un día llegó un humilde trabajador con una idea que, luego de ponerla en práctica, acabó con años de guerras y angustia,

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y trajo la felicidad a toda la nación.

Ahora el rey se encontraba ante un nuevo dilema: si permitía que ese hombre entrara a su bóveda, en siete minutos podía desvalijarla. Y toda la fortuna acumulada por él y por sus antepasados se perdería en un instante. Por otro lado, si no le daba el premio, aparecería como un rey mentiroso. ¿Y cómo podría en el futuro imponer su autoridad, si en el momento más trascendental de la historia de su país, había faltado a su palabra?

Reunió a su gabinete y pidió un consejo a sus ministros. Uno de ellos sugirió lo siguiente:

– Si su majestad acepta poner en práctica mi plan, ni se verá afectado su buen nombre ni su tesoro será reducido.

– ¿De qué se trata? – quiso saber el rey.

– Tengo conocimientos de que ese hombre, a pesar de su situación, es muy afecto a la música. Mi idea es que el día que le toque entrar a recibir su premio, coloquemos en la bóveda una orquesta que ejecutará las más armoniosas melodías. No me cabe duda de que, cuando las escuche, quedará extasiado y no alcanzará a sacar nada de allí.

El proyecto fue aceptado por el rey y tomó la decisión de llevarlo a cabo. Llegó el día y el hombre se vistió de fiesta. También vistió de fiesta a todos sus familiares, que ya hacían proyectos, calculando la inmensa cantidad de dinero y riquezas que iba a acumular el ganador del premio. Fueron todos al palacio del rey y, antes de despedirse, la esposa, los hijos y los familiares del hombre le auguraban buena suerte y le daban indicaciones de cómo debía hacer para juntar la mayor cantidad de cosas en menos tiempo.

– Toma los objetos más pequeños, pero de mayor valor – le decían unos.

– No pierdas ni un segundo, aprovecha bien todo el tiempo – le aconsejaban los otros. Los guardias del rey vinieron por él; lo separaron del grupo y lo introdujeron en la bóveda. El tiempo comenzó a transcurrir.

Una vez adentro, lo primero que le llamó la atención fue la cantidad y la calidad del tesoro que estaba a su alcance. Cuando se iba dirigiendo al primero de los objetos que iba a tomar, escuchó los acordes de la orquesta que comenzó a tocar. Era una melodía hermosa, como las que a él le gustaban. Se quedó como paralizado, subyugado ante esa armonía de sonidos. De repente, se dio cuenta que no fue para eso que había entrado a la bóveda y siguió caminando hacia el tesoro. Y otra vez llegó a sus oídos una música que parecía celestial. Por un lado, escuchaba los acordes de aquello que tanto le gustaba, y que lo distraía de su objetivo. Por otro lado,

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una voz interior le decía: “¡Cuidado! No vayas a olvidar para qué viniste aquí”.

Aparentemente, esa voz interior no sonaba tan agradable como la música, y esta última terminó por concitar su atención de manera tal que no le permitió hacer nada de lo que se había propuesto antes de entrar a la bóveda.

Pasaron lo que al hombre le parecieron unos pocos segundos y la puerta de la bóveda se abrió. A sus espaldas, se oyó al soldado que antes lo había dejado entrar, diciendo:

– ¡Sal! Se te acabó el tiempo.

Se encontró a sí mismo afuera, sin poder creer lo que había sucedido. Sus familiares corrieron a felicitarlo y se quedaron petrificados cuando vieron que tenía las manos vacías. ¡Qué decepción! Toda su vida estuvo sufriendo para ganarse el pan. Y ahora que podía haberse hecho rico él y todos los suyos, no aprovechó la oportunidad. ¡Y todo por una simple música!

Una situación parecida a la relatada en la parábola anterior puede encontrarla el yehudí después de cumplir su ciclo en la vida terrenal. Los años de existencia en la tierra son como los siete minutos. Son, en realidad, setenta años de promedio. Pero comparados con la Vida Eterna del Olam Habá, resultan insignificantes.

El yétzer hará sabe que la persona podría acceder a esa riqueza incomparable que es la Vida Eterna en el Olam Habá, y trata de hacer todo lo posible para impedirlo. Para ello, hace escuchar a la persona esas “melodías hermosas, con el fin de distraerle la atención de cuál es la verdadera finalidad de su existencia en este mundo. Los placeres terrenales son como esas melodías, que le hacen olvidar cuál es su misión. Y de vez en cuando, la persona recuerda y toma conciencia de ello, por lo que cumple las mitzvot y estudia Torá, pero el yétzer hará sube más el volumen de esa música y la persona a veces termina por distraerse totalmente.

En algo nosotros somos diferentes, por fortuna del hombre que entró a la bóveda a recibir su premio: aquel hombre no sabía que se le había tendido una trampa y cayó en ella indefectiblemente. Si lo hubiese sabido, habría tomado precauciones y se hubiera esforzado por no hacer caso a los sonidos que parecían bonitos, pero que encerraban una intención destructiva.

¡Bendito nuestro Di-s, que nos ha creado para Su Honor y nos ha revelado el secreto de la vida! Nosotros sabemos desde un principio, que el yétzer hará existe y cuál es su intención. También Hashem nos ha hecho conocer la forma de callar la música del yetzer hará. Como está escrito: (Dice Hashem a Am Israel) “He creado el yétzer hará. Y también he creado su antídoto, que es la

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Torá. Si ustedes estudian Torá, no caerán en su trampa” (Kidushín 30).

Con este secreto que nos reveló Hashem, se nos facilitará la tarea de liberarnos de la incitación del yétzer hará y al llegar a este mundo podremos acumular tesoros inmensos (mitzvot y buenas acciones) para llevarnos al Olam Habá. ¡Aprovechemos la oportunidad!

Hamaor

Netilat yadaim

Rabí Akibá se encontraba prisionero junto a su discípulo Rabí Yehoshúa en una cárcel del imperio romano. Todos los días, Rabí Yehoshúa traía a su maestro agua para beber, pues eso era lo que había ordenado el emperador.

Un día, un carcelero vio que Rabí Yehoshúa estaba acarreando agua.

– ¿Adónde llevas tanta agua? – le dijo –. ¿Acaso quieres inundar la cárcel?

Tomó el carcelero el recipiente de agua y vació la mitad de su contenido.

– Llegaste más tarde que lo acostumbrado hoy. ¿Qué fue lo que pasó? – preguntó Rabí Akibá a su alumno –. ¿No sabes que yo estoy muy anciano y mi vida depende de ti? Si tú no me atiendes, ningún otro lo hará…

Rabí Yehoshúa le contó lo sucedido y le puso frente a él la comida.

Rabí Akibá le pidió:

– Tráeme, por favor, el agua. Voy a hacer netilat yadaim.

– ¡Rabí! El agua que traje hoy no alcanza ni para beber, ¿y usted quiere hacer todavía netilat yadaim? Rabí Akibá le respondió: – ¿Qué puedo hacer? Está escrito que la persona debe entregar su vida para hacer netilat yadaim. Si no lo hago, transgrediré las ordenanzas de nuestros Jajamim. Prefiero morir antes que eso...

Rabí Akibá no probó bocado antes de que le hubieran traído el agua para netilat yadaim.

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Los Jajamim se enteraron de lo sucedido y comentaron sobre Rabí Akibá: “Si en su vejez, que ya no tenía fuerzas, prefirió morir antes de traspasar las Ordenanzas de los Jajamim, ¡cómo habrá sido en su juventud, que podía soportar más molestias y sufrimientos! Y si así actuó en la cárcel, en donde el yehudí está exento de cumplir mitzvot, ¡cómo habrá sido en su casa…!”

Maséjet Erubín 21.b Hamaor

Rezando con la salida del sol

Rabí Sadka Hussein, Z”L, fue uno de los más grandes Jajamim de la comunidad judía proveniente de Irak, en la Yerushalaim de hace unos sesenta años. Era un gran Tzadik, y sus actitudes para cumplir las mitzvot son un ejemplo de tesón y constancia que hoy podemos aplicar para nuestras vidas.

Una vez fue a pernoctar a la ciudad de Tel Abib, en la casa de una familia conocida. Preguntó al anfitrión si conocía un Bet Hakenéset donde se rezara shajarit en el horario justo a la salida del sol.

El dueño de casa le dijo que el único Bet Hakenéset que él recordaba donde se rezaba shajarit en ese momento, estaba a una hora de camino.

– No hay problema – dijo el Rab –. Me levantaré bien temprano y caminaré hasta allá.

Y así lo hizo. Se despertó muy temprano; salió a la calle, y comenzó a caminar en la dirección que le indicaron.

No anduvo más de media cuadra cuando pasó por el Bet Hakenéset “Hagrá”de la calle Hayarkon. Entró allí y preguntó:

– ¿A qué horas comienzan a rezar shajarit?

– ¡Dentro de unos minutos, porque lo hacemos exactamente con la salida del sol! – fue la respuesta.

El Tzadik meditó unos instantes y exclamó:

– ¡Miren cómo son las trampas del yétzer hará! Para hacerme caer y que yo no cumpliera con mi costumbre de rezar shajarit con la salida del sol, le hizo olvidar a mi anfitrión que a media cuadra de su casa hay un Bet Hakenéset en que lo hacen a ese horario. Pero cuando me sobrepuse y me dispuse a caminar una hora, a pocos pasos encontré este Bet Hakenéset. Esto nos enseña que si la persona tiene voluntad de vencer a su yétzer hará, apenas empieza

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a luchar con él, alcanza la victoria.

Hamaor

El comerciante de diamante

El avión estaba aterrizando mientras el hombre miraba a través de su ventanilla, añorando la ciudad que dejó lejos. Él era un comerciante de piedras preciosas, que iba de un lado a otro para realizar sus negocios. Llevaba consigo once mil dólares en efectivo.

Abandonó el aeropuerto y se dirigió directamente hacia la zona de los especialistas en diamantes. Luego de un rato, ya había utilizado casi toda la cantidad que había llevado.

Le quedaban mil dólares, lo que le alcanzaría para su regreso con todas las comodidades, como él acostumbraba a viajar.

Ya estaba empacando sus pocas pertenencias, y sonaron unos golpes en la puerta de la habitación de su hotel. Abrió y apareció un desconocido.

– Disculpe, señor – le dijo – ¿Me permite un minuto, por favor?

– Adelante – respondió el hombre con reservas.

– Escuché que usted es un hábil y exitoso comerciante de piedras. Quizás esté interesado en comprarme un lote a mí. Le aseguro que no se arrepentirá. Es de muy buena calidad y a un precio realmente ventajoso.

– Verá usted, señor. Seguramente hubiera aceptado en otra oportunidad, pero ahora me he quedado sin dinero.

– Es que... de verdad vale la pena – insistió el otro.

– Puede ser, pero lo lamento. Sólo me quedan unos dólares para regresar a mi casa.

Sin embargo, dentro de él ardía la curiosidad de saber lo que estaba ofreciendo.

– Este... ¿podría ver qué es lo que tiene, si no hay inconveniente?

– le pidió.

El hombre de la calle abrió un maletín y de ahí surgió un fulgor impresionante. El comerciante no podía creer lo que tenía frente a sus ojos: Realmente ésos eran unos diamantes como hacía mucho

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tiempo no veía. Los observaba; los analizaba; los admiraba...

– ¡Oh! ¡Oh! ¡Esto sí es una maravilla...! – exclamaba. – Yo también sé que son piedras muy valiosas – reconoció el otro hombre. Y agregó:

– Lo que pasa es que estoy muy necesitado de fondos porque tengo que afrontar deudas astronómicas. A usted no lo puedo engañar. Usted sabe que éstas son auténticas y aquí tiene el certificado de que me pertenecen. Si acepta comprármelas ahora mismo, se las doy a un precio regalado.

– ¿C... Cuánto? – el comerciante casi se había arrepentido de preguntar. Seguramente no tendría con qué pagar.

– Este lote vale varios miles de dólares. Déme mil dólares y es suyo.

– ¡Mil dólares! – pensó el comerciante –. ¡Este hombre no sabe lo que dice! ¡Me lo está vendiendo por menos del diez por ciento de su valor!

No sabía cómo hacer para ocultar su contrariedad. ¡Tenía una fortuna al alcance de su mano y no podía comprarla!

– Quinientos dólares... ofreció, calculando que el resto le iba a permitir regresar a su casa, aunque no “en primera”, como a él le gustaba.

– Mil y ni un dólar menos. Es la cantidad que necesito.

“Tiene razón”, pensó el comerciante. “No tiene por qué hacerme más rebaja de la que ya me hizo. Pero, ¿cómo haré para volver a casa?”, se preguntaba.

Luego recordó que le habían quedado billetes sueltos y unas monedas; quizás con eso le alcanzara. Porque, en realidad, no resultaba lógico dejar pasar una oportunidad como ésa. Jamás se le presentaría algo semejante.

– ¡Trato hecho! – metió la mano en su bolsillo y sacó un fajo de billetes –.Cuéntalos. Aquí tiene exactamente mil dólares.

Cuando el hombre se retiró y él se quedó en su cuarto, se dio cuenta de que había efectuado la operación comercial más importante de su vida. Pero al mismo tiempo estaba preocupado: aquellos billetes y monedas, quién sabe si le permitirían viajar; ya no como estaba acostumbrado a hacerlo, sino “viajar”, en todo el sentido de la palabra.

Efectivamente, no había medio de transporte “normal” que lo llevara a su casa con la cantidad tan exigua con la que pretendía pagar. La gente lo miraba extrañada: un hombre tan bien vestido,

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buscando precios en las ventanillas de ómnibus más corrientes y baratos. ¡Y le parecía caro! Se le acercó un hombre de aspecto no muy elegante que digamos.

– Señor: he visto que está buscando algo o alguien que lo deje en esa ciudad que mencionó. ¿Cuánto dinero tiene?

El comerciante se lo dijo.

– Hasta a mí me parece poco... – dijo el hombre haciendo una mueca –. Bueno, si quiere yo lo llevo por eso; tengo que pasar por ahí. Pero le advierto que mi camión no es lo que se dice “de lujo”, ¿eh?

Cuando el comerciante lo vio, se dio cuenta de que el hombre había exagerado: no era que el camión no fuera “de lujo” sino que era desastroso. Aparentemente, ahí viajaban sólo personas que apenas si tenían para comer. Pero no era ese un momento para ponerse a exigir comodidades. Ahora había que llegar a casa.

Sentado en uno de los asientos, apretaba contra su pecho el gran tesoro que había tenido la suerte de conseguir por tan poco. Mientras el camión transitaba por la carretera, se ilusionaba y hacía proyectos, imaginándose qué iba a comprar con las grandes ganancias que le proporcionarían las piedras.

Sintió que alguien lo miraba. Se dio vuelta y vio que un hombre de pobre apariencia lo estaba observando detenidamente. Pasó un rato y el hombre seguía sin despegar sus ojos de él. De pronto, se le acercó.

– Discúlpeme. Yo a usted lo conozco...

– Puede ser...

– ¡Claro! Usted es el famoso comerciante de diamantes. Una vez lo vi pasar mientras yo trabajaba de pintor en un edificio.

El comerciante asintió con la cabeza.

– Y... ¿Se puede saber por qué está usted viajando en un camión como éste? Me imagino que un hombre de su riqueza no utiliza otro medio de transporte menor que primera clase en los aviones...

– Tiene usted razón. Yo no sabía que existía este tipo de camiones. Pero aunque no me lo crea, le diré que me he quedado sin dinero y no tuve otra alternativa para poder llegar a mi casa.

El comerciante le contó al hombre todo lo que había sucedido y cómo hizo lo que hizo para no dejar de aprovechar la ocasión de hacerse de ese lote de diamantes que muy difícilmente encuentraría otra vez. Luego concluyó:

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– Es cierto que podía haber optado por seguir viajando en primera, y me hubiese ahorrado todo este sufrimiento de hacer un viaje tan incómodo y desagradable. Todavía me falta alojarme en lugares precarios, en las escalas que haré antes de arribar a la ciudad donde vivo. En el trayecto, tendré que olvidarme de los manjares que incluyen mi menú diario y los remplazaré por comidas que apenas me permitan subsistir. Estoy consciente de las penurias que tendré que soportar antes de trasponer la puerta de entrada a mi casa. Pero pensé que vale la pena pasar un rato desprovisto de lo que uno le gusta, con tal de disfrutar después de toda una vida llena de satisfacciones y placeres... Cada vez que me invade la angustia por todas las privaciones por las que estoy pasando, abro el maletín donde guardo las piedras preciosas y esa angustia es remplazada por una sensación de felicidad, que disfrutaré como nadie y como nunca, en un futuro no muy lejano...

La figura del destartalado camión se alejaba en el horizonte. El comerciante no estaba muy seguro de haber convencido al pobre de sus ideas, pero, sin embargo, era el único pasajero que viajaba con una sonrisa en sus labios.

Sabía que al final de ese trayecto tan dificultoso, le esperaba el bienestar eterno... Todo este relato es ficticio. Nuestros Jajamim nos enseñaron que la persona debe hacer todo lo posible por acumular méritos en la vida terrenal para que le permitan acceder al Mundo Venidero. Está escrito: “Éste es el Camino de la Torá. Pan con sal comerás; agua con medida tomarás, y sobre el piso dormirás... Si así lo haces, dichoso de ti en este mundo y bendito serás en el Mundo Venidero” (Pirké Abot 6).

Como se mencionó, todo el objetivo de la persona es acceder a su lugar en el Mundo Venidero. Podría ser que para obtenerlo deberá pasar privaciones y sacrificios y se verá obligado a vivir “pobremente” mientras se dirige “a su casa”.

Aquí, en este mundo, es el único lugar donde es posible cumplir las mitzvot de la Torá. Esta oportunidad no la encontraremos cuando acabe nuestro ciclo vital, por lo que debemos aprovecharla de cualquier manera. Si podemos hacerlo cómoda y satisfactoriamente, bien. Si no, si para cumplir las mitzvot debemos dejar de lado muchas de las cosas que nos gustan, recordaremos que éste es sólo un mundo pasajero. Hagamos como el diamantero: cuando estemos por perder la paciencia y las esperanzas, abramos un libro de Torá, que es el “cofre” donde están depositadas las piedras preciosas que supimos acumular durante nuestra vida. De ahí adentro brotará un resplandor que aliviará nuestros pesares. Y ese resplandor será sólo un pálido reflejo, una simple muestra, de la fulgurante luminosidad que nos espera en el futuro venidero.

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Adaptado de Mishlé Jafetz Jaim. Hamaor

Cumpliendo con alegría

El Maguid de Dubna nos comenta el siguiente suceso para que aprendamos a cumplir las mitzvot con alegría.

Un comerciante en joyas pagó al chofer del taxi que lo había llevado al hotel luego de un viaje muy largo. Al descender, señaló a un cargador llevaría su equipaje hasta el hotel.

Se acercaron al mismo y comenzaron a subir por la escalera. – Al cuarto piso – le dijo el comerciante. El transportador suspiró fuerte.

Su rostro enrojeció y comenzó a transpirar.

– ¿Qué te sucede? – le preguntó el comerciante.

– ¡Es que tu bultos son pesadísimos! – le respondió el transpor-tador.

El comerciante rompió en un llanto desesperado.

El transportista, arre-pentido, le dijo:

– No te preocupes, la cargaré por más pesada que sea, hacia donde quieras.

El comerciante le explicó:

–No es eso. Lo que sucede es que si la valija es pesada como dices, ¡significa que no es la mía! He perdido mi valija tan valiosa – continuó llorando el comerciante –. ¿Cómo puedes estar tan seguro? – le preguntó el cargador–. Es muy sencillo – respondió –en mi maleta hay diamantes y piedras preciosas. Es muy valiosa y no pesa nada.

Así concluye el ejemplo del Maguid de Dubna que nos deja la siguiente moraleja: si nosotros sentimos un yugo pesado al cumplir las mitzvot, entonces significa que aún no comprendemos el valor de nuestra Sagrada Torá. Si así sucede, entonces estamos llevando una valija equivocada. Las 613 mitzvot con sus cercos y vallas son 613 buenos consejos. Cada obligación que recae sobre un yehudí son zejuyot, piedras preciosas de mucho valor y no cargas pesadas. Dichoso de aquel que las cumple con ese sentimiento.

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Or Torá

Valora tu tiempo

El hombre se fue a vivir a un país lejano, para tratar de encontrar la comodidad económica que no tenía en su ciudad de origen.

Pasaron quince años de arduos trabajos. Y cuando vio que había reunido una respetable cantidad de dinero, tomó la decisión de regresar a su hogar. Antes de hacerlo, pensó: “¿Por qué viajar con dinero en la mano? Sería mejor comprar una mercancía que no se consiga en mi ciudad y, luego de venderla, no sólo recuperaré mi dinero, sino que ganaré una suma adicional”.

Recordó que en su ciudad las velas se fabricaban con una cera demasiado cara para el consumo popular, y aquí esta materia prima era mucho más barata. Compró cera para velas, en una cantidad con la que pudo llenar un barco entero, y se preparó para regresar a su ciudad.

Unos instantes antes de que el barco partiera, se le acercó un hombre con unos diamantes en la mano.

– ¿No quiere comprarlos? Aquí en este país son mucho más baratos que en otra parte. Cuando los venda, ganará el doble de lo que invirtió – le ofrecía.

– ¿Y para qué quiero yo meterme en el negocio de los diamantes?

– ¿Qué pierde usted? No le va a costar mucho dinero. Cómpreme dos o tres; guárdelos en su bolsa y regáleselos a su esposa.

El comerciante quedo convencido. Le compró unas piedras y las guardó inmediatamente en su bolsa.

El barco partió a su largo viaje de varios meses. La carga de cera no pudo permanecer fresca tanto tiempo a la intemperie y empezó a derretirse y a descomponerse. Tanto los tripulantes del barco como los pasajeros buscaron la causa de tan desagradable olor y, cuando descubrieron que provenía de la cera que allí se transportaba, la arrojaron al mar.

El comerciante veía cómo quince años de trabajos y sufrimientos se iban por la borda, y ahora tenía que presentarse frente a su familia, tan pobre como antes.

Cuando llegó a la ciudad, nada respecto a lo de la cera contó a los suyos, mientras éstos estaban convencidos de que recibirían a un

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hombre rico y próspero. Todos fueron a recibirlo al puerto y cuando vieron su rostro apesadumbrado, pensaron que era por el cansancio del viaje.

Cuando entró a su casa, vio que le habían preparado un banquete de reyes, con dinero que su esposa había pedido prestado. Pasaron las horas y el hombre no había sacado una palabra de su boca, aun cuando todos estaban esperando que contara cómo le había ido estos años, y cuánto dinero había ganado. Manteniendo su silencio, se dirigió a su habitación; se acostó en su cama y se durmió.

La más extrañada era su esposa: estuvo quince años esperándolo y en lugar de verlo feliz por reunirse con su familia, lo encontraba callado y triste. Se le ocurrió que quizás encontraría en sus pertenencias la razón de su angustia. Buscó en una de sus bolsas y vio unos diamantes. Se los llevó a un joyero de la ciudad para valuarlos y éste le dijo:

– ¡Felicitaciones! ¡Son ustedes inmensamente ricos! Con esta fortuna podrán vivir cómodamente ustedes y sus hijos.

Cuando el hombre despertó, lo primero que vio fue a su esposa con los diamantes en la mano. Antes de que abriera la boca, ella le dijo:

– Ahora me di cuenta de por qué estabas todo el tiempo así: ¡querías mantenerlo en secreto! Acabo de venir del joyero y me dijo que somos ricos. ¡Tus quince años de trabajo no han sido en vano!

Cuando el hombre escuchó esto, se puso a llorar amargamente. Y cuanto más su esposa le decía lo que valían esas piedras, más lloraba y se lamentaba. En ese instante, la mujer se quedó viéndolo sin entender lo que estaba pasando.

– Te voy a explicar – le dijo el marido –. Lo que gané en quince años de trabajo lo cambié por una mercancía que se perdió totalmente durante el viaje, y lo que tienes en la mano lo compré por unas pocas monedas, a pocos segundos de salir para aquí. ¡Qué tonto fui! – gritaba el hombre –. ¡Cómo desperdicié mi tiempo y mi dinero! ¡Si hubiese comprado sólo diamantes, hoy tendría toda mi riqueza en la mano, y no sólo podría mantener a mi familia, sino a toda la ciudad!

La mujer entendió la razón del lamento de su esposo: si con unas pocas piedras eran muy ricos, qué ricos podían ser si llenaba todas aquellas cajas de cera... ¡de diamantes!

Todo esto no fue sino un ejemplo relatado por el Jafez Jaim.

La moraleja es clara: La persona viene a este mundo. Trabaja duro y, con lo que valen sus méritos, compra muebles, casas, autos, negocios... ¿Cuánto vale todo eso en el Olam Haba? Nada. Cuando esta persona llega al cielo, lo reciben dos o tres ángeles, que le muestran su enorme recompensa. “¿Quién es usted?”, pregunta él.

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“Yo soy un día que te pusiste el tefilín”, responde uno. “Yo soy una moneda que aportaste de tzedaká”, responde otro. “Yo soy un Shabat, en tal y tal fecha”, agrega el tercero.

El hombre llora desconsoladamente. Vierte amargas lágrimas, porque si mereció un pago tan grande por las pocas mitzvot que hizo en su vida, ¿cuánto más y más hubiese tenido, de no haber desperdiciado sus días en aquellas cosas que nada valen? Aprovechemos el tiempo y acumulemos los verdaderos diamantes: que no son otra cosa que Torá y mitzvot. De esta manera, disfrutaremos tanto de este mundo como del mundo venidero.

Sheal Abija Veiaguedja

Los preparativos para la operación

Rabí Israel Abujatzira, el “Baba Sali”, iba a someterse a una intervención quirúrgica. Cuando estaba sobre la camilla, antes de entrar al quirófano del Hospital Hadassa, en Jerusalem, los médicos le estaban practicando unos estudios. En ese instante, el Baba Sali se dirigió a ellos:

– Quiero pedirles dos cosas, por favor.

– Díganos, Rabí – le respondieron los facultativos.

– Primero, que acepten y admitan de todo corazón que es Hashem el único que tiene la propiedad de curar a los enfermos. Y ustedes son sólo emisarios fieles de Su misericordia. Sin esta convicción, ningún procedimiento médico tendrá efecto en mi cuerpo.

Los médicos aceptaron inmediatamente. Luego el Baba Sali continuó:

– Segundo, les pido que las manos que van a practicar la cirugía hagan previamente netilat yadaim para que tengan éxito y todo salga bien.

Ninguno de los médicos se negó. Todos hicieron lo que les pidió el Rab, para luego recibir la berajá del ilustre paciente.

La operación fue un éxito.

Maor Israel

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El compañero del Gan Eden

Rabí Yehoshúa ben Elam, uno de los más piadosos y eruditos maestros de su época, soñó cierta noche que le decían desde los Cielos: “Alégrate en tu corazón, pues tu estarás con Nanas el carnicero. Su sitio y tu sitio están ya fijados en el Gan Eden y parecen como un solo lugar”. Cuando despertó de su sueño, Rabí Yehoshúa se dijo desde lo profundo de su corazón: “Ay de mí, que desde que nací estuve siempre temeroso de mi Creador y no me ocupé de otra cosa más que de Torá. No camine más de cuatro amot sin colocar tzitzit y tefilín. ¡Tuve ochenta discípulos a los que instruí, y he aquí que mi esfuerzo es comparado con el del carnicero!

Envió un recado a sus discípulos diciéndoles que iría a averiguar quién era ese hombre y cuáles eran las obras del que seria su vecino en el Gan Eden.

Salió prontamente a los caminos y recorrió ciudad tras ciudad indagando por el nombre de ese hombre y el de su padre, hasta que arribó al lugar ansiado. A su llegada, preguntó de inmediato:

– ¿Dónde esta Nanas, el carnicero?

– ¿Por qué preguntas por el? – le respondieron.

– Tú eres un piadoso, un sabio, ¿y estas buscando a un hombre tan simple como él?

– ¿Cuales son sus obras? – preguntó a ellos.

– No preguntes más y conócelo tú mismo – le contestaron ellos.

Fueron por el hombre y le dijeron:

– ¡Rabí Yehoshúa ben Elam te busca!

Les replicó Nanas:

– ¿Quién soy yo y quiénes mis antepasados para tener el honor de que Rabí Yehoshúa me busque?

– No importa. ¡Levántate y ven con nosotros! Sintió en su corazón que lo que le decían no era verdad y les dijo:

– No iré con ustedes, pues están jugando conmigo.

Regresaron los mensajeros hacia donde estaba el Rab y así hablaron:

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– Usted es luz para Israel y una corona para la Torá. ¿Cómo es que nos manda a buscarlo y él ni se atreve a venir?

– No volveré por mi camino hasta que no lo vea – dijo el maestro.

Se dirigió Rabí Yehoshúa por sí mismo a su encuentro y Nanas, al verlo, se inclino ante él diciendo:

– ¿Qué sucede en este día de días que la corona de Israel se presenta ante su siervo?

– Algo tengo que hablar contigo, hijo mío – le contestó el Rab.

– Diga Usted Rab – dijo Nanas.

– ¿Cuáles son tus obras y cuál tu ocupación? – preguntó Rabí Yehoshúa. – Mi señor – replicó él –, carnicero de profesión soy y tengo un padre y una madre muy, muy ancianos, que no pueden pararse sobre sus pies. Todos los días con mis propias manos me ocupo yo de vestirlos, alimentarlos y asearlos. Enseguida se levantó Rabí Yehoshúa y besando a Nanas en la cabeza afirmó:

– Hijo mío, ¡afortunado eres tú y bienaventurado es tu destino! ¡Que bueno y qué agradable! Y que venturoso es mi destino por tener el mérito de ser tu compañero en el Gan Eden!

Así es la honra que se otorga en las alturas celestiales a aquel que honra a sus padres, socios de Di-s en la creación de la persona.

(Basado en Yalkut Lekaj Tob)

El kasher cuida a quien lo cuida

Dos yehudim, Reubén y Shimhón, viajaban en un barco para ver a sus respectivas familias. Se desató en medio del mar una terrible tormenta y la nave se vio obligada a anclar en un puerto de España, en plena época de la inquisición.

Cada uno de ellos fue alojado en una casa diferente y como estaban en peligro sus vidas porque hacía cuatro días que no probaban bocado, se vieron obligados a alimentarse con comidas no kasher.

Una vez repuestos, se dispusieron a despedirse de sus anfitriones y les agradecieron por las atenciones recibidas.

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Cuando estuvieron nuevamente en el barco que los llevaba a continuar el viaje, hablaron de sus experiencias:

– A mí me tocó vivir en una casa donde de veras odiaban a los yehudim – relataba Shimhón –.

Menos mal que no les dije que soy yehudí, porque si no, seguro que me mataban.

– A mí me ocurrió algo que tengo que atribuirlo a un milagro. Yo tampoco les dije que soy yehudí, y cuando estaba por irme, el dueño de casa me dijo:

– Por tu cara, veo que eres yehudí. Pero no te preocupes; nosotros también lo somos. Nos hacemos pasar por goim, pero realmente cuidamos todas las mitzvot de la Torá. Tú habrás creído que en estos días que estuviste con nosotros comiste Taref, pero no fue así. Ven; te mostraré cómo en nuestro sótano le hacemos shejitá a los animales, y hasta nos cuidamos de no mezclar carne con leche...”

– He visto con mis propios ojos – continuaba relatando Reubén – cómo Hashem me cuidó para que en mi boca no entrara ningún alimento no kasher...

Shimhón, al escuchar a su compañero, se sintió mortificado. Si bien es cierto que la Torá permite comer cualquier cosa para alimentarse si la vida está en peligro, quería saber por qué Hashem no lo protegió milagrosamente como lo hizo con Reubén.

Cuando llegó a su destino, se dirigió a un Rab para preguntarle. Luego de contarle todo, el Rab le preguntó:

– Dime la verdad: ¿Tú alguna vez comiste algo no kasher por propia voluntad sin que nadie te obligue a hacerlo?”

– Bueno. No le voy a mentir – confesó Shimhón –. Una vez estaba paseando en el bosque y me encontré con un grupo de yehudim que estaban comiendo y bebiendo. Me invitaron a participar de su fiesta, y allí comí carne y queso taref, y tomé del vino de ellos. Cuando me levanté de allí dije: “¡Qué Di-s me perdone!”.

– Pues mira tú mismo cómo Hashem conduce Sus criaturas – le dijo entonces el Rab –. Tu compañero nunca comió voluntariamente alimentos no permitidos, y Hashem lo cuidó y permitió que sólo entre kasher a su cuerpo, a pesar de que si hubiese comido taref estaba exento de faltas, pues su vida corría peligro. Y de todas las casas a las que podía haber entrado, Hashem lo condujo a aquella que estaba habitada por yehudim que cumplían mitzvot. En cambio tú, por no haberte cuidado cuando debías haberlo hecho, perdiste la oportunidad de que Hashem te cuide...”

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Niflaim Maasejá. Hamaor

El precio de la carne kasher

Rabí Leví Itzjak Mibarditchuv llegó a una aldea, de paso en su viaje hacia una determinada ciudad. Se alojó en una posada cuyo dueño era un yehudí, mas éste no reconoció a Rabí Leví Itzjak como uno de los más grandes personajes de la época, sino como un yehudí que quizás sabía un poco más de Torá que él.

– Señor – dijo el posadero a Rabí Leví Itzjak –.

– En efecto – asintió el Rab –. ¿Puedo servirlo en algo?

– Sí, por favor: aquí tengo unas gallinas. ¿Podría usted matarlas para mí?

– ¡Con mucho gusto! Y yo también quisiera pedirle algo...

– Veré si puedo satisfacerlo. ¿Qué es?

– ¿Tendría usted unos veinte rublos que me preste?

El posadero reaccionó violentamente:

– ¡Oh, pero qué descarado! Me pide usted dinero y ni siquiera lo conozco. ¿Cómo podré confiar en usted así nomás…?

Rabí Leví Itzjak hizo una pequeña pausa, y luego dijo:

– Bien, bien... Tiene usted razón en no confiar en mí. No puede darle dinero a un extraño. Sin embargo, no pensó de la misma manera cuando me pidió que le hiciera shejitá a sus gallinas. Para eso, no investigó si soy apto o no, y puede estar usted comiendo taref. Por lo visto, le interesa más su dinero que la mitzvá de comer kasher...

Toledot Kedushat Leví 35

Cuidando las mitzvot a cualquier precio

Se cuenta que una vez una persona quiso hacer algo que estaba

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prohibido por la Torá. Y esta persona alegaba que esto que pretendía hacer estaba permitido, pues traería un gran beneficio para todos los yehudim.

Se acercó a él Rabí Israel Salanter y le dio un ejemplo: un rey designó a uno de sus ministros como su emisario en un determinado país. Antes de enviarlo, le advirtió:

– Yo conozco a los gobernantes de ese país, y te prohíbo que hagas con ellos cualquier apuesta.

– Sí, Alteza – le respondió el ministro –.

El rey insistió:

– ¡No me conformo con que sólo me digas que sí! ¡Quiero que me obedezcas!

– No se preocupe, su majestad. No apostaré con nadie; tiene mi palabra – le aseguró el ministro –.

Una vez en ese país, se encontró el ministro con sus gobernantes. Éstos le dijeron:

– Nos hemos enterado de que tú tienes una joroba debajo de tus ropas.

– Se equivocan. No soy ni nunca fui jorobado – afirmó el ministro.

– ¡Pues apostemos! ¡A ver quién tiene la razón! – le replicaron –.

El ministro recordó lo que le había advertido su rey.

– No, no debo hacer apuestas con nadie – les dijo.

La oferta no se hizo esperar:

– ¡Apostemos un millón de monedas a que tú eres jorobado!

El ministro lo pensó más detenidamente: “En realidad, el rey me dijo que no apostara, pero si gano la apuesta (lo que es seguro, porque no soy jorobado), le haré ganar mucho dinero”.

– ¡Trato hecho! dijo – y luego de quitarse la ropa, agregó:

– ¿Ya ven? ¡No tengo ninguna joroba, y deben darme el millón de monedas que les gané!

Eufórico de alegría, el ministro regresó a su país con el millón de monedas, las cuales entregó al rey mientras le contaba lo sucedido.

Cuando terminó de hablar, el rey le dijo:

– ¡Insensato! ¡Te he advertido que no hicieras ninguna apuesta con ellos!

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– Pe… pero su majestad.

– Le he hecho ganar a usted mucho dinero.

– ¡No sólo no me has hecho ganar nada, sino que me has hecho perder una fortuna!

– ¿Por qué? No entiendo.

– ¡Pues por la sencilla razón de que yo aposté con ellos cien millones de monedas a que no te harían quitar la ropa en público! ¡Tu desobediencia me costó nada menos que noventa y nueve millones de monedas!

La moraleja, dice Rabí Israel Salanter, es clara: la persona cree que en ciertas ocasiones se puede transgredir las leyes de la Torá para obtener algunos beneficios. Hay que decir a estas personas que estos supuestos beneficios Hashem ya los tuvo en cuenta. Y si aún así Hashem los prohibió a través de la Torá, es porque no son benéficos, sino perjuiciosos. Nosotros, fieles hijos de Hashem, debemos mantener nuestra Torá inamovible, sin agregar ni quitarle nada, porque sabemos que sus palabras son precisas, reales y eternas.

Or Torá

¡Un rey es un rey...!

Figura en la Guemará que Onkelós, hijo de Kalonimos, primo del entonces emperador romano Adriano, se convirtió al judaísmo. Era una ofensa muy grande para el imperio, pues sabemos cómo odiaban los romanos al pueblo judío hasta el punto de que fueron ellos quienes destruyeron el Bet Hamikdash, exterminando a millones de almas y desterrando a millones de familias.

Envió el emperador un batallón de soldados romanos a la casa de Onkelós, pero éste los convenció con palabras de Torá y se convirtieron también ellos.

Mandó otro batallón para apresarlo y el emperador dijo a los soldados:

– ¡No hablen con él una sola palabra! –. Cuando llegaron, el que empezó a hablar fue Onkelós, quien les dijo:

– Quiero decirles una cosa simple: el soldado raso levanta una

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antorcha delante de su sargento. El sargento alumbra a su capitán. El capitán sostiene su antorcha delante de su general, y éste, delante del jefe de los ejércitos. Pero el jefe de los ejércitos tiene que hacerlo delante del rey, para alumbrarlo. Ahora díganme ustedes: ¿un rey levanta su antorcha delante de alguien para alumbrarlo?

– ¡Claro que no! – respondieron. ¡Un rey es un rey...!

– Pues quiero que sepan – replicó Onkelós a los soldados – que Hashem, que es el rey del Universo, levantó Su antorcha para alumbrar a Sus Hijos cuando salieron de Egipto. Como está escrito: “Y Hashem iba delante de ellos, de día, en una columna de nubes, y en la noche, en una columna de fuego...”.

Al escuchar esto, todos los soldados que allí estaban, se convirtieron al judaísmo.

El César volvió a mandar un batallón, pero esta vez les advirtió:

– !No le presten atención a nada de lo que haga, y tráiganmelo inmediatamente para acá...!

Así lo hicieron, y cuando estaban sacando a Onkelós de su casa, éste miró la mezuzá de su puerta; puso su mano sobre ella, la besó y rió.

Le dijeron los soldados:

– ¿De qué te ríes? ¡Dentro de poco te van a condenar y vas a morir!

Entonces Onkelós les dijo:

– Estamos acostumbrados a ver que en un palacio el rey se encuentre adentro, y los súbditos afuera. ¿Vieron ustedes alguna vez que suceda al revés?

– Por supuesto que no – respondieron.

Y Onkelós les explicó:

– Sin embargo, Hashem no se conduce como un rey de carne y hueso. Mientras Sus Hijos están adentro de sus casas, él está afuera, en la mezuzá, protegiéndonos. Como está escrito: “Hashem cuidará tu entrada y tu salida, desde ahora y para siempre”.

Cuando los soldados escucharon esto, se convirtieron, y el César ya no mandó a nadie más para apresar a Onkelós (Abodá Zará 11).

Después de leer este relato, cabe preguntar qué fue lo que vieron los soldados romanos, que se impresionaron hasta el punto de tomar la decisión inmediata de convertirse al judaísmo.

El Rab Abraham Shabot Shelita explicó: aquellos soldados estaban

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acostumbrados a ver que si una persona alcanzaba el poder y la gloria, utilizaba su posición para hacerse servir, como los emperadores romanos, que eran tiranos y dictadores. Cuando escucharon las palabras de Onkelós, descubrieron algo que no existía dentro de sus conceptos: que alguien mayor sirva a alguien menor. Aprendieron que hay algo que produce más satisfacción que recibir honores: prodigar a los seres queridos, lo que éstos no tienen. En este caso, el mayor, el más grande de todos, el Creador del Universo, el que todo lo puede y el que todo lo posee, “atiende” a sus seres queridos y no sólo para beneficiar a los receptores de Su infinita Bondad, sino también para sentir la inmensa satisfacción de verlos gozar de Su Protección. Cuando los soldados romanos vieron este aspecto tan extraordinario de la Torá, quisieron cobijarse bajo las alas del que la entregó a Su Pueblo...

Hamaor

El kadish

El siguiente es un suceso real, que fue escuchado del Rabí Mordejay Gifter Shelita:

– Había recibido una invitación por parte de uno de mis alumnos, quien quería que, junto con otros ocho compañeros suyos, compartiéramos la alegría de su boda. Como la ceremonia iba a celebrarse en una ciudad lejana al lugar de nuestra residencia (Cleveland, Ohio), nos envió junto con las invitaciones, los pasajes aéreos que nos permitieran trasladarnos a ese lugar y traernos de regreso.

El día indicado, salimos de viaje con la intención de llegar a la boda con la debida anticipación. El avión se encontraba en el aire y, mientras estábamos aproximándonos a nuestro destino, se nos informó que el aparato se veía imposibilitado de aterrizar debido a las inapropiadas condiciones climáticas, a la vez que una espesa capa de niebla cubría la pista. No quedaba otra alternativa que la de seguir volando hasta otro aeropuerto donde no hubiera impedimentos para aterrizar. Finalmente, el lugar donde el avión tocó tierra resultó ser una ciudad demasiado lejana de la que hubiéramos querido estar.

Contrariados, comprobamos que ya no íbamos a estar presentes en la boda y tampoco alcanzaríamos a decir tefilat minjá en un Bet Hakenéset con minián. Aunque fuera sin minián, debíamos decir

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igualmente minjá. Desorientados, pedimos a un maletero que nos mostrara un lugar donde pudiéramos rezar sin ser vistos ni molestados. El hombre nos condujo a una de las desocupadas salas, en la que nos dispusimos a decir minjá tranquilamente. Cuando cada uno de nosotros hubo terminado, el maletero, que había estado observándonos, nos preguntó:

– ¿Por qué no pronunciaron el kadish?

– Porque necesitamos uno más para completar minián – le respondimos sorprendidos. Él, en perfecto idish, nos replicó:

– ¿Acaso yo no soy yehudí? – Dicho lo cual, comenzó a recitar el kadish palabra por palabra, ante nuestra perplejidad. Después nos contó conmovido que ése día era el aniversario luctuoso de su padre. – Hace muchos años que me quité de encima el yugo de la Torá y las mitzvot. Por supuesto que ya no sé lo que es decir tefilá. Pero ayer se me apareció mi padre en un sueño, y me dijo que al día siguiente iba a ser la fecha de su fallecimiento. “Te obligo a que digas kadish por mí mañana”, me ordenó. Yo le respondí que ya no acostumbraba a decir tefilá. Y si quisiera hacerlo, no podría: aquí no hay Bet Hakenéset. Ni siquiera iba a poder reunir en esta ciudad perdida en el mapa nueve yehudim que sumen conmigo diez para formar un ocasional minián. “No te preocupes, yo me encargaré de que tengas tu minián y que puedas decir kadish por mí”, dijo mi padre”.

Luego de un breve suspiro, el maletero concluyó su extraordinario relato: – Hoy en la mañana, cuando me levanté, estaba decidido a no tomar en serio el sueño y no pronunciar el kadish. Pero cuando vi con mis propios ojos cómo se estaban cristalizando las palabras de mi padre, cuando me di cuenta de que del cielo estaban propiciándome que nueve dignísimos yehudim vinieran de tan lejos, no pude contenerme de decir: Itgadal Veitkadash Sheméh Rabá...

Yalkut Lekaj Tob – Pirké Emuná Venejamá. Hamaor

El hombre, a su madre y a su padre, temerá (respetará), y a mis Shabatot cuidareis. Yo soy Hashem (Vaikrá 19).

Está escrito en la Guemará (Maséjet Yebamot 5) respecto a este pasuk: ¿podríamos pensar que la mitzvá de la obediencia al padre y a la madre es más importante que cuidar Shabat? La respuesta es no. Y eso lo sabemos de lo que está escrito: “Un hombre, a su madre y a su padre temerá. Y a mis Shabatot cuidareis”, porque

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todos (la persona, su padre y su madre) están obligados a obedecer a Hashem. (Se aprende de aquí que siempre hay que obedecer a los padres, pero si éstos pretendieran obligar al hijo a transgredir las leyes de la Torá, éste no debe hacerles caso. Y hay que aclarar que, aun cuando no hay que obedecerles, el honor, el respeto y la veneración a los padres debe mantenerse como siempre.)

Para entender mejor lo establecido por la Guemará, citaremos una parábola que fue escrita por Rabí Yaacob Kranz. En una ciudad había tres amigos, que tomaron la decisión de irse lejos a estudiar ciencias que pudieran proporcionar un bien a la humanidad. Cada uno de ellos se dirigió a un lugar especial para aprender algo diferente de sus otros compañeros y, al cabo de unos años, se encontraron en la ciudad de origen, para que entre los tres complementaran sus conocimientos y habilidades.

– Yo he descubierto la manera de observar, a través de esta pantalla, lo que ocurre a muchos kilómetros de distancia de aquí.

Sus compañeros se quedaron asombrados. El segundo dijo:

– Con mis estudios, inventé un vehículo que me permite trasladarme hasta distancias enormes, en muy poco tiempo, ahorrándome días y meses de largos viajes.

– ¡Oh! – exclamó el tercero. Y agregó:

– Bueno. A ver qué les parece lo mío: yo he creado una medicina maravillosa, capaz de curar toda clase de males que hasta hoy no tenían solución. Entusiasmados con el resultado de sus estudios, se dispusieron a poner en práctica los conocimientos.

El primero tomó su pantalla y vio que en la ciudad capital, que estaba muy lejos de allí, reinaba la angustia y la desesperación: la hija del rey había contraído una grave enfermedad, y todos los médicos decían que sus horas estaban contadas.

– ¡Debemos ir allí inmediatamente! – indicó el segundo –. ¡Voy a preparar mi vehículo para que en horas lleguemos, y trataremos de curar a la princesa!

Así lo hicieron. Mediante el rapidísimo medio de transporte, se presentaron al rey luego de un rato.

El tercer amigo ofreció al rey la medicina para su hija y, cuando ésta la tomó, se recuperó enseguida hasta curarse totalmente.

La alegría reinaba en toda la ciudad y el nombre de los tres amigos creció entre todos los que se habían enterado de lo que había sucedido.

Luego de los festejos, el rey se dirigió a los tres amigos y les dijo:

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– ¿Qué puedo hacer por ustedes? ¡Si les abro mis tesoros para que se lo lleven, sería poco en relación al pago que les corresponde! Por tanto, he pensado que el mejor premio sería darles a mi hija como esposa. Pero ella no puede casarse con los tres, sino sólo con uno de ustedes. ¿Quién de ustedes tres cree que sería el mejor esposo para ella?

Cuando escucharon esto, se pusieron cada uno a exponer sus argumentos.

– Yo creo – dijo el primero – que si no fuera por mí, no estaríamos aquí. Porque gracias a mi pantalla vimos lo que ocurría en esta ciudad. De no ser por ello, ni nos hubiéramos enterado y la princesa no se habría salvado.

– Sí, pero de qué sirve enterarse, si no puede uno venir inmediatamente – expuso el segundo –. Con mi vehículo, llegamos aquí justo a tiempo, pues si veníamos en condiciones normales, después de semanas, no hubiésemos encontrado viva a la princesa.

El tercer amigo se quedó callado. Y en su lugar, la princesa pidió la palabra y dijo:

– Es cierto que ustedes dos hicieron mucho para que yo esté ahora con vida, y sin la participación de cualquiera de los dos, no me hubiese salvado. Pero eso ya pasó. Ahora yo tengo que elegir un marido que me acompañe en el futuro, para toda la vida. ¿Para qué me serviría una pantalla que me permita ver lo que ocurre en el otro lado del mundo? Y al vehículo rápido, ¿qué utilidad le daría? Por consiguiente, me conviene casarme con el que posee la medicina, porque cuando me enferme otra vez, lo tendría a mano y me daría la curación que necesito.

Éste es el ejemplo. La moraleja es la siguiente:

Figura en la Guemará que en la creación de la persona participan tres socios: Hashem; el padre y la madre. ¿A quién hay que respetar más? En realidad, sin la participación de alguno de ellos el ser humano no hubiese venido al mundo de manera natural, por lo que corresponde a los tres el respeto y el honor por partes iguales.

Pero eso ya corresponde al pasado. Una vez que la persona está en este mundo, ya no necesita tanto de sus padres sino, más que nada, de Hashem, que es el que proveerá el sustento, la salud, la vida. Y por eso Hashem es el más importante de los tres, principalmente porque los otros dos “socios” también necesitan de él.

Ahora se entiende mejor lo que se expuso al principio: al padre y la madre se les venera, se les respeta, se les honra, se les ama incondicionalmente. Pero a la hora de obedecerles, hay una excepción: si los padres quieren que el hijo se aparte de los

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postulados de la Torá, el hijo deberá elegir el camino correcto, ya que ésa es la Voluntad de Hashem. Y todo eso es “porque todos (la persona, su padre y su madre), están obligados a obedecer al Creador del Mundo”.

Mishlé Yaacob. Hamaor

¡Ojo con esto!

En los días de Maran Hajidá, Rabí Jaim Josef David Azulai vivía en la ciudad de Trípoli, Libia, un judío llamado Masud Jaiun.

Muy piadoso era el hombre y trabajaba como shojet. Todos los días iba al matadero donde carneaba, de acuerdo con las leyes del judaísmo, vacas y ovejas.

Poseedor de una aguda visión, cuando revisaba el cuchillo de la shejitá para cerciorarse de que no tuviera la más mínima mella, no utilizaba la uña, como se acostumbraba; sólo fijaba su vista en el cuchillo y de acuerdo con ello determinaba si tenía alguna pequeña mella y debía afilarlo para volverlo liso y filoso al máximo.

Escuchó Rabí Jidá acerca del hombre de la boca de comerciantes que viajaron de Livorno (ciudad de residencia de Rabí Hajidá) a Trípoli, y vieron el maravilloso proceder de Rabí Jaiun. También Rabí Hajidá se sorprendió de lo que contaron sobre Rabí Jaiun y pensó que aunque fuera cierto que poseía una muy especial vista, de todos modos no le pareció correcto que determinara la aptitud de carnear del cuchillo por medio de la vista. Dicha actitud, según su parecer, podía provocar que otros shojatim también intentaran seguir el mismo método sin contar con la aguda visión de Rabí Jaiun y, como consecuencia, afectar al público consumidor de carne.

Envió Rabí Hajidá una carta a Rabí Masud Jaiun por medio de un comerciante, en la cual le ordenaba en nombre de la Torá abandonar la shejitá.

Al llegar la carta a Rabí Masud, se apresuró a viajar a Livorno para entrevistarse con Rabí Hajidá.

Al llegar a la ciudad preguntó donde podía encontrar al rabino y lo condujeron al Bet Hakenéset.

Se hospedó Rabí Masud en la casa de Rabí Hajidá, desconociendo este último la identidad de su huésped.

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Después del Shabat se dirigió Rabí Masud al matadero donde se encontraban Rabí Hajidá y demás matarifes.

Se acercó Rabí Masud a uno de ellos cuando éste empezó a afilar el cuchillo. Rabí Masud comenzó a aconsejar al shojet:

– Debes afilar más en esta punta, ese lugar necesita ser alisado.

Examinó nuevamente el shojet su cuchillo y encontró cierta la acotación del extranjero.

Se repitió la misma escena varias veces y todos los matarifes quedaron sorprendidos ante el poder del hombre de examinar los cuchillos a la distancia. Maran Hajidá, al ver que el mismo episo-dio se repetía, se acercó al hombre y le preguntó:

– ¿No eres tú Rabí Masud Jaiun, de Trípoli, a quien prohibí continuar carneando?

– En efecto, soy yo, mi rabino y maestro – contestó humildemente Rabí Masud.

– Hasta ahora sólo escuché tu nombre y ahora pude comprobar visualmente lo escuchado – dijo Rabí Hajidá, y continuó con una bendición:

– Que te aumente Di-s el poder de tus ojos, que te ilumine y te agracie. Lo único que te pido, es que no confíes sólo en tus ojos para examinar al cuchillo y examina con la uña como todos los matarifes.

Aceptó Rabí Masud el pedido de Maran Hajidá y no se dejó guiar sólo por su poderosa vista para descubrir las mellas del cuchillo y afilarlas.

Extraído de “Mi boca contará”. Hamaor

Visitando a los enfermos

Rab Yaacob Rakovsky, el rabino del centro médico Hadassa, contó lo siguiente:

Cuando Rab Arieh Levin cayó víctima de su última y difícil enfermedad, y fue confinado a una cama en el hospital, cuánta angustia y lágrimas yo he visto en su rostro. Entonces, él me preguntó por qué tenía tanta angustia: “Reb Yaacob, ¿no puedo ir a

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visitar a los enfermos? ¿Cómo puede ser?

“Pero – yo le contesté – usted mismo está enfermo.” Inmediatamente él me respondió: “¿Una persona enferma está exenta de la mitzvá de visitar a los enfermos? ¿Una persona pobre que vive de caridad está exenta de la mitzvá de dar caridad?”

Y nadie pudo detenerlo. Tan pronto como su condición mejoró un poco, se puso la bata del hospital y fue a ver a los otros pacientes en las habitaciones cercanas para ver cómo se sentían. Cuando la noticia se esparció por todo el hospital de que Rab Arieh estaba allí, día tras día los pacientes llegaban hasta él por docenas, para recibir su bendición. Su habitación se convirtió en un lugar de rezo y súplica al Di-s Misericordioso.

Hamaor

El guer tzédek

Una de las figuras más prominentes de la historia de la época de oro del judaísmo de Lita (Lituania) la constituye, sin duda, el Graff Potosky: el ilustre guer, que luego fue conocido como Abraham ben Abraham. Después de haber abrazado la Torá, Abraham tenía que esconderse escapando a la persecución de la iglesia católica de Vilna, y recluirse en la ciudad de Iiya, en Lita. Allí cursó sus estudios de Torá en el Bet Hamidrash local, con un inusitado entusiasmo. En aquel lugar vivía un joven yehudí, atrevido e insolente, que acosaba permanentemente al perseguido Graff Potosky interfiriendo en sus estudios. Una vez, después de que aquel joven ya había colmado su paciencia, el guer se dirigió a él en términos ofensivos. El muchacho fue a contárselo a su padre y éste, consintiendo a su hijo, llegó furioso al Bet Midrash y comenzó a insultar duramente al guer. Las justificaciones del guer y sus disculpas no fueron suficientes para acallar los gritos que profería el exaltado padre.

No hubo manera de calmar a ese hombre ni de hacerlo entrar en razón, hasta que en medio de una ira incontenible llevó a cabo lo peor que se le podía haber ocurrido: se dirigió a la policía de la ciudad y declaró que el buscado Graff Potosky se encontraba refugiado en el Bet Hamidrash. Inmediatamente, el guer fue aprehendido y luego encerrado en una prisión de alta seguridad de la ciudad de Vilna, a la espera del juicio donde se le daría la oportunidad de volver a su anterior religión o soportar ser quemado vivo en la hoguera.

El Gaón de Vilna le mandó decir que estababa en sus posibilidades

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salvarlo. Pero el guer respondió:

– ¡No quiero salvarme! ¡Prefiero quemarme vivo, para así entregarme a la Santificación del Nombre de Hashem!

Los inquisidores, al ver la intransigencia del guer y su apego a la Torá de Israel, sin atender a las amenazas que pretendían amedrentarlo, urdieron otra estrategia: antes de llevar a cabo el ajusticiamiento, se acercaron a él y en tono burlón le dijeron:

– Aquí, en este mundo, nosotros estamos vengándonos de ti. A ver si tú, en el otro mundo, podrás vengarte de nosotros...

El guer, sonriente y tranquilo, replicó a sus verdugos, sedientos de sangre:

– Les voy a relatar algo que me ocurrió en mi infancia. En un terreno perteneciente a mi padre me encontraba jugando junto a unos niños de las clases pudientes. Se me ocurrió formar muñequitos de barro con la figura de soldados, tarea nada sencilla para mí. De repente, aparecieron los demás niños y, con maldad, pisaron mis estatuillas y redujeron a polvo todo lo que tanto me costó hacer. Llorando, me dirigí a mi padre para contarle aquella “horrible tragedia” que acababa de ocurrir, pidiéndole que castigara severamente a mis compañeros. Mi padre, en lugar de conceder mi pedido, me reprendió diciéndome que si yo era más inteligente que ellos, no tenía por qué enfurecerme por tonterías como esas. Pensé que en ese momento no tenía modo de tomar venganza contra ellos, pero cuando creciera, podría desquitárme como puediera.

– ¿Ustedes creen que después, cuando el tiempo fue transcurriendo, se me ocurrió alguna vez llevar a cabo esa venganza que dejé pendiente? ¿Qué me hicieron esos pequeños, carentes de entendimiento? ¡Sólo pisaron simples estatuillas de barro!

– ¿Acaso ustedes creen que en el Mundo de la Verdad, cuando esté todo tan claro en mi mente, pensaré en el momento que ustedes, dentro de su necedad, quemaron mi carne y despedazaron mis huesos, que no son sino como el polvo de la tierra?

Las palabras del guer dejaron anonadados a los inquisidores. Pero mucho más aún lo que siguió saliendo de sus labios cuando se refirió a su delator:

– Si a la vida que me espera pudiera llevarme un mínimo zejut que me permitiera pedirle algo a Hashem, no cesaría de intentar hacer llegar por mi intermedio a quien me delató... al Olam Habá. ¡Pues fue gracias a él que yo tuve el privilegio de llegar a una situación como ésta, de entregar mi vida para santificar el Sagrado Nombre de Hashem!

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Kezet Hashemesh Bigburató. Hamaor

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Chapter 7 - Sabiduría

No hay cosa que atestigüe sobre la inteligencia del sabio como su propia inteligente conducta.

Oasis XVII.22

El principio de la sabiduría es el temor a Di-s.

Reshit Jojmá

¿Quién es sabio? El que puede ver las consecuencias de su comportamiento.

Tamid 32a

El veredicto acertado

El vecino de Rabí Ezrá Hamui era un honorable árabe, quien llegó un día a su casa después de haber bebido copiosamente. Estaba muy sediento y ansioso de tomar una buena taza de café acompañada de una rosca arabe.

– ¡Prepárame la cafetera! – ordenó a su esposa apenas entró –. ¡Y rápido! Porque si no está listo el café antes de que acabe la rosca, ¡me divorcio de ti!

La pobre mujer se esmeró todo lo que pudo para preparar el café, pero el horno estaba frío y las brasas no podían calentar el agua tan rápido. El marido acabó de comer su rosca y exclamó furioso:

– ¡Estás divorciada! ¡Estás divorciada! ¡Estás divorciada!

Según la ley del Islam, eso es suficiente para que el matrimonio se disuelva inmediatamente.

Al día siguiente la sobriedad volvió a reinar en el árabe, y se arrepintió de lo que había hecho intempestivamente el día anterior.

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Pero lo hecho, hecho está y no se puede remediar, porque según la ley del Islam, si un hombre ya se divorció no puede volver a casarse con la misma mujer. Salió corriendo a entrevistarse con el Shaj a fin de que le le dijera cómo podría hacer para regresar con su esposa. Después de pensarlo un poco, el Shaj dictaminó que no había ninguna posibilidad de que el matrimonio volviera a consumarse, toda vez que la mujer no cumplió la orden de su marido de prepararle el café antes de que terminara su rosca. Fue con el Kadi y tampoco él encontró salida a su problema.

– Se me ocurre una idea: – dijo el árabe al Shaj y al Kadi –.

– Vayamos con “el Rab de los judíos”. Es un hombre sumamente sabio. Quizás podrá darnos la solución.

Rabí Ezrá escuchó con atención la exposición de aquel hombre y luego se dirigió a él:

– Dime, la rosca que tenías en la mano, ¿era seca y dura o húmeda y suave?

– Seca y dura. Y por eso tenía tanta necesidad de tomar algo – se justificó el árabe.

– Si es así, ve al lugar donde la comiste – le indicó Rabí Ezrá – y fíjate si quedaron algunas migajas de la rosca.

Fueron los tres, intrigados, y regresaron con la extraña información:

– Sí, hay migajas de la rosca de ayer en la casa.

– Entonces, he de decirte que tu divorcio carece de validez – declaró Rabí Ezrá –, porque la condición que habías puesto para divorciarte fue que el café estuviera listo antes de que te acabaras la rosca. ¡Y las migajas demuestran que no te acabaste aún la rosca! Esa mujer sigue siendo tu legítima esposa – concluyó.

Los tres árabes presentes se miraron asombrados, admirando la inteligencia del Jajam. Luego, exclamaron a coro:

– ¡Dichoso del pueblo que cuenta con conductores como éste!

Extraído de Jajmé Aram Sobá 207. Hamaor

El escondite

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Un yehudí que estaba de viaje llegó a una ciudad en éreb Shabat, y se vio obligado a pasar Shabat allí. No conocía a nadie de la ciudad, por lo que tuvo que guardar la bolsa que contenía todo su dinero en un escondite detrás de un muro.

En motzaé Shabat fue a buscar la bolsa y no la encontró. ¡Se la habían robado! Sus sospechas se centraron enseguida en el yehudí que vivía en la casa de al lado; sólo él pudo haber visto dónde escondió el dinero el día anterior. Pero, ¿cómo le reclamaría? ¡No tenía pruebas de que él fuera el ladrón! Además, nadie lo conocía en esa comunidad y nadie creería sus palabras. No sabía qué hacer.

Comenzó a llorar amargamente pensando en que todo lo que tenía iba a perderlo. Todo su futuro y su subsistencia dependían de ese dinero. ¿Qué diría a su familia cuando llegara a su casa?

Pidió desde lo más profundo de su corazón a Hashem que lo iluminara y, de repente, se le ocurrió una idea.

Fue a la casa de aquel vecino y tocó a la puerta.

Cuando el hombre abrió, nuestro personaje le dijo:

– Perdone que lo moleste, pero quisiera preguntarle si usted podría ayudarme en un dilema.

– Dígame usted –replicó el dueño de la casa, intrigado.

– Usted verá: yo vengo de muy lejos y necesito guardar mi dinero en algún lugar, para que no caiga en manos de ladrones. Ayer puse una suma en un escondite, pero tengo otro tanto que no sé dónde dejarlo. ¿Qué me aconseja usted? ¿Que lo guarde en otro lugar o que ponga también esta cantidad en el mismo lugar donde puse la anterior? Le pregunto esto porque usted, que vive aquí, conoce a la gente y sabe más que yo lo que conviene.

Los ojos del dueño de la casa se iluminaron.

– ¡Oh! ¡Oh! Este... Creo que lo más conveniente es que vuelva a esconder el dinero donde lo hizo ayer. Si fue seguro un día, será también al día siguiente.

– Sí, sí..., tiene razón – decía el hombre como si estuviese meditando –. ¡Mañana mismo pondré el resto del dinero en el mismo lugar donde ayer escondí la cantidad anterior! Le agradezco mucho por su consejo – dicho lo cual se retiró.

Mientras veía que el hombre se alejaba, el dueño de la casa se introdujo en su cuarto y tomó el dinero que había robado anteriormente. Esperó un rato y fue al escondite a colocarlo otra vez allí; no fuera a ser que aquel hombre, cuando regresara, no lo viera. Ya estaba vislumbrando que se iba a hacer con una suma más grande aún que la que había tomado el día anterior.

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Al día siguiente, cuando el ladrón fue a buscar su botín, en lugar de la suma que esperaba encontró una nota que decía: “Gracias por haberme hecho recuperar mi dinero. Ya estoy de viaje hacia mi casa, y le entregaré a mi familia el fruto de mi trabajo honesto y honrado, porque sólo cuando una persona obtiene su dinero lícitamente puede estar seguro de que Hashem lo bendecirá. En cuanto a lo que me robaste, te perdono con una condición: que te comprometas a que ya no volverás a echar mano a nada que no sea tuyo. De esa manera, gozarás de la misma bendición que la que tengo yo”.

Revista Or Torá 440. Hamaor

¿Qué salvó a Rashí?

Hubo una época en que Rashí solía viajar de ciudad en ciudad para visitar las distintas comunidades judías de aquella época. En uno de sus trayectos le tocó como compañero de viaje un obispo católico. Entablaron largas conversaciones sobre varios temas, y cuando llegaron a su destino cada cual tomó su rumbo. Estando en la ciudad, Rashí se enteró de que el obispo había enfermado seriamente, y como él tenía vastos conocimientos de medicina, se ofreció a visitarlo y atenderlo, hasta que finalmente sanó. Cuando el obispo se repuso totalmente, mandó llamar a Rashí y le ofreció recompensas y regalos, en recono-cimiento y agradecimiento por haberle salvado la vida. Rashí se rehusó terminantemente.

– Hice lo que está escrito en nuestra Sagrada Torá, que nos ordena ayudar a todo necesitado, sin hacer distinción en su género u origen. Por lo tanto, no me corresponde ningún pago ni premio – le dijo –. Sólo le voy a pedir una cosa: que haga lo mismo que hice yo. Y cuando alguno de mi comunidad le solicite ayuda, se la dé.

– ¡Claro que sí, Rabino! ¡Cuente con ello; tiene mi palabra! – le respondió el obispo, y con estas palabras se despidieron.

Pasaron varios años y Rashí concluyó sus viajes, y cuando se dispuso a regresar a su tierra en Francia, pasó por la ciudad de Praga. El nombre de Rashí recorrió las fronteras, y cuando los miembros de la comunidad judía de aquella ciudad se enteraron de su llegada, fueron a recibirlo y le prodigaron todo tipo de honores.

Entre los no judíos de aquella ciudad había quienes odiaban a los judíos, y cuando vieron que hombres, mujeres y niños estaban disfrutando y alegres por el recibimiento que habían hecho a Rashí, se propusieron amargarles la fiesta. ¿Qué hicieron? Fueron con el

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duque de Bratislav, que gobernaba Praga (él era uno de los más acérrimos enemigos del Am Israel), y le dijeron:

– Un importante Rabino de los judíos ha llegado a la ciudad y sus correligionarios le están prodigando honores y bienvenidas.

Nos hemos enterado que este Rabino estuvo en varios países antes de llegar aquí, por lo que no nos queda duda de que es un espía de nuestros enemigos. ¡Hay que encerrarlo para que no logre sus propósitos de perjudicar a nuestra nación...!

El duque no investigó mucho e inmediatamente mandó encarcelar a Rashí. No contento con eso, decretó que al día siguiente iba a ser ejecutado.

Todos los integrantes de la comunidad judía se congregaron en el Bet Hakenéset y comenzaron a elevar desesperadas plegarias, para que Hashem salvara a Rashí y a todo el Am Israel de esta grave situación.

Por ese lugar pasó el obispo de una ciudad lejana de Europa, que estaba de visita en Praga. Al escuchar los gritos y los llantos, se introdujo en el Bet Hakenéset para conocer el motivo de tanta angustia. Los judíos le contaron que uno de sus más importantes representantes estaba encerrado en la cárcel y que pesaba sobre él la acusación de ser un espía, por lo que al día siguiente sufriría la pena de muerte.

El obispo fue desde allí directamente a la casa del duque de Bratislav, a quien conocía personalmente, y le pidió ver al judío prisionero. Por respeto al obispo, el duque aceptó su pedido y, en el momento en que encontró en el calabozo a Rashí, reconoció a quien le había salvado la vida años atrás.

– Usted es... El Rabino Shelomó Itzjaki, ¿verdad?

– Servidor – respondió el Rab, sin saber con quién estaba hablando. En ese instante, el obispo se echó a sus pies y comenzó a alabarlo, mientras gruesas lágrimas surcaban su rostro–. ¿Acaso no me conoce? – Dijo el obispo a Rashí – ¡Yo soy el mismo a quién usted salvó la vida hace muchos años, cuando estábamos en tal ciudad! ¡Ahora llegó el momento en que le voy a poder regresar el gran favor que me hizo, pues le aseguro que saldrá en libertad...!

Se dirigió al duque y le dijo:

– Debes saber que este hombre es totalmente inocente de lo que se le acusa...

– ¿Cómo puede saberlo su excelencia?

– preguntó el duque respetuosamente.

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Entonces el obispo le contó todo lo que había pasado con él cuando estuvo a punto de morir, y que no quiso recibir nada material a cambio de haberle salvado la vida.

– ¡Un hombre que ha hecho esto, no es sino un hombre de Di-s, y de ninguna manera se puede dedicar al espionaje...! – concluyó el obispo. Inmediatamente, el duque ordenó la libertad para Rashí y le dio honores oficiales desde allí hasta verlo partir hacia su casa. Desde esa vez, el duque se convirtió en un amigo de los judíos y toda la comunidad vivió en Praga muchos años con tranquilidad y bienestar.

Rashí Ubaalé Hatosafot. Hamaor

La Torá otorga sabiduría

Aquel hombre había acumulado una inmensa fortuna. Anciano y enfermo, veía que se le acababan sus días. Su joven hijo se encontraba muy lejos de ahí, en Eretz Israel, estudiando Torá; podía irse tranquilo de este mundo, sabiendo que sus bienes pasarían a quien más quería, y que le ayudaría a conducirse en el camino correcto sin sobresaltos económicos. Pero dentro de él palpitaba una profunda preocupación: junto a él trabajaba un sirviente inescrupuloso, perverso y ladrón, que sin dudas cuando regresara su querido hijo a heredar lo de su padre, no encontraría absolutamente nada.

Cuando vio que su muerte era inminente, llamó a su sirviente y le dijo que viniera acompañado de un escriba. Desde su lecho de moribundo, el hombre empezó a hablar:

– Tú – dirigiéndose al sirviente –, escucha bien lo que voy a dictarle al escriba. Serás el encargado de entregar el testamento a mi hijo...

– ¡Sí, como no! – fue la respuesta –. “¡Apenas mueras, me llevaré todo lo que hay aquí, y nadie sabrá de mí...!” – pensaba en su interior.

–Y tú – dijo el hombre al escriba – pon lo siguiente: “Lego todos mis bienes, dinero y propiedades, a mi sirviente. Mi hijo sólo podrá escoger una cosa de todo lo que poseo.

¡Oh, oh! ¡Ésta no me la esperaba!”, pensó el sirviente, mientras quería saltar de la alegría. “No voy a tener que robarle la fortuna a este viejo, sino que la heredaré legalmente. Avisaré al joven que venga a despedirse de su padre.”

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El hijo llegó a la ciudad, pero no pudo ver a su padre vivo, pues ya había fallecido. Sumado a la congoja de haber perdido al único y más importante vínculo familiar que tenía, se sintió desamparado al enterarse de que la fortuna que tenía que haber pasado a sus manos, quedó en posesión del sirviente. Se presentó en lo que era su casa y el sirviente le dijo altaneramente:

– Aquí tengo conmigo el testamento, firmado por puño y letra de tu padre. Todo lo que ves, me pertenece. Sólo una cosa puedes escoger. ¿Qué te gustaría? ¿Un jarrón? ¿Un caballo? ¿Una casa, quizás?

El joven se retiró indignado y se dirigió al Bet Din.

– No entiendo – decía el joven al Rab –, mi padre conocía al sirviente y sabía que era un embustero. ¡Y sé que a mí me quería como a sus ojos! ¿Cómo puede ser que me dejó sin nada? ¿Qué haré ahora? ¿Cómo podré seguir estudiando Torá en Eretz Israel?

– Todo esto es muy extraño – coincidió el Rab –. El testamento es auténtico, y el mismo escriba atestiguó que ésas fueron las palabras de tu padre...

El Rab se quedó pensando unos instantes y luego agregó:

– ¡Un momento! Pero... ¿Cómo no se me ocurrió antes? ¿Sabes? Tu padre sí te quería mucho y realmente te hizo un gran favor con este testamento. ¡Oh, qué sabio fue! ¡Sí, sí!

–Bueno... ¿Se puede saber de qué se trata? – preguntó intrigado el joven.

– Mira: mañana vamos a citar al sirviente al Bet Din, y allí le pedirás la única cosa que tienes derecho a poseer...

Luego de lo cual le explicó lo que tenía que hacer.

Al día siguiente el sirviente se presentó en el Bet Din luciendo una amplia sonrisa. Saludó a todos los Rabinos, y luego se dirigió al joven.

– A ver: Pídeme lo que quieras. Aquí delante de los jueces te prometo que nada te voy a negar. ¡Recuerda que es sólo una cosa, eh!

Lo que dijo el joven dejó al sirviente la irónica sonrisa congelada en su rostro, como una ridícula mueca:

– ¡Lo que quiero es que tú seas mi sirviente…!

Inmediatamente, se escuchó la potente voz del Rab:

– ¡Dicho y hecho! El hijo tiene el derecho de escogerte a ti como sirviente, pues formas parte de las posesiones de su padre. Ahora él

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es tu nuevo amo. ¡Y todos los bienes de un sirviente son propiedad de su amo! (Así lo establece la Torá).

Qué sucedió después con el sirviente, no se sabe. Es muy probable que el joven lo haya liberado, para que no le pasara en el futuro lo que le sucedió al padre...

Podremos obtener una enseñanza de este suceso real:

Hashem nos dejó un testamento, que es la Torá. Hay quienes se apresuran en creer que este testamento pretende molestar o incomodar al yehudí con tantas mitzvot. Sin embargo, si lo analizamos detenidamente, por medio de Nuestros Jajamim, descubriremos que Hashem nos legó la Torá sólo para que vivamos rodeados de méritos y nos beneficiaremos a través de ellos.

Extraído de Co Asú Jajamenu. Hamaor

Los caballos del feudal

Siendo aún niño, podía apreciarse en Rab Jaim de Volozin su aguda inteligencia.

Su padre, Rab Itzjak, uno de los más grandes y adinerados comerciantes del pequeño pueblo Volozin, tenía estrecha relación con el feudal de ese lugar.

Un día, mientras el pequeño Jaim de 11 años estaba almorzando a su regreso del Talmud Torá, se oyó de pronto el ruido de caballos.

Un carruaje con cuatro arrogantes corceles se detuvo frente a la casa, descendiendo del mismo el feudal del lugar que fue muy bien recibido por Rab Itzjak, quien lo invitó a pasar a su casa.

Después del saludo y primera conversación, se dirigió el feudal a Rab Itzjak diciendo:

– Hoy no vine a verte por asuntos comerciales, sino simplemente para pedirte una opinión acerca de un cálculo embrollado, por el cual hace ya muchos días vengo rompiéndome la cabeza sin llegar a conseguir el resultado exacto.

– A sus órdenes, señor – contestó Rab Itzjak.

– Tú sabes – dijo el feudal – que mi padre falleció hace dos años. Dejó mucho dinero y riquezas. También dejó un testamento que de

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acuerdo con el mismo obramos, repartiendo la herencia como era su voluntad. Sin embargo, había una cláusula que de ninguna manera podemos cumplir. Se trata de lo siguiente: mi padre tenía 17 caballos de categoría, los cuales eran su orgullo ante sus amigos. Escribió entonces en su testamento que de esos caballos ni siquiera uno sea vendido, sino que sean repartidos de esta forma:

1) El mayor de los hermanos debe recibir la mitad de los caballos.

2) El segundo hermano recibirá la tercera parte de los mismos, y

3) El menor heredará una novena parte.

Vamos, pues, a repartir los caballos entre tres hermanos, pero... ¡No hay caso! ¡Totalmente imposible! He aquí un problema: tengo que recibir ocho caballos y medio. ¿Cómo puedo recibir la mitad de un caballo mientras que de acuerdo con el testamento no se puede vender ni uno?

– Por otra parte, mis dos hermanos deben recibir una tercera parte uno y una novena parte el otro. ¿Cómo es posible repartir 17 en tres ó nueve partes?

La pregunta fue planteada a abogados y jueces y nadie supo contestar. Se enredan y no encuentran la solución que nos permita cumplir la voluntad de nuestro padre. Decidí entonces dirigirme a ti. Dicen que los judíos son inteligentes; quizás tú encuentras la solución a este problema, o tal vez quieras consultar a tu rabino sobre ello.

A todo esto el pequeño Jaim, que estaba cerca, escuchó las palabras del feudal. Cuando éste terminó de hablar, el niño intervino diciendo:

– Si yo tuviera uno de los caballos del carruaje del feudal que está junto a nuestra casa, contestaría de inmediato la pregunta.

Rab Itzjak enrojeció de vergüenza al escuchar las palabras infantiles. Pero el feudal dijo al gracioso niño:

– Si me contestas la pregunta, recibirás uno de los caballos.

Con una amplia sonrisa, contestó Jaim:

– Yo no necesito caballos, pero te voy a aconsejar lo que debes hacer: toma uno de los caballos de tu carruaje, y agrégalo a los 17 de la herencia y sumarán 18; así podrás cumplir el testamento. El señor feudal tomará para sí la mitad, o sea nueve caballos, quedando nueve. ¿Cuántos debe recibir el segundo hermano? Una tercera parte, ¿verdad? Dale seis caballos, o sea, un tercio de 18. Quedan tres caballos, de los cuales darás dos al tercer hermano, que debe recibir una novena parte de 18, y en esa forma tú has

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recibido nueve caballos, el segundo seis, y el tercero dos, sumando un total de 17. Queda entonces el caballo que habías tomado del carruaje para agregar a los 17... ¡Retíralo de vuelta!

El feudal quedó estupefacto ante la inteligencia del niño.

La cara del padre resplandecía de orgullo y el pequeño Jaim se escapó alegremente rumbo al Talmud Torá.

El feudal dijo entonces a Rab Itzjak:

– Di-s te bendijo con un niño tan agradable y con tan aguda inteligencia. Sería una lástima que sus aptitudes sean desaprovechadas en este pueblito. Debes enviarlo a una gran universidad y estoy seguro que en el futuro será uno de los grandes sabios de la humanidad.

– Con ayuda del Todopoderoso – contestó Rab Itzjak – muy pronto lo enviaré a estudiar con uno de los más eminentes en Torá de esta generación. Y mi deseo y esperanza es que con el tiempo sea uno de los más grandes sabios de la Torá.

Efectivamente Rab Itzjak llevó a su hijo con el gran Gaón Rabí Arieh Leib, conocido como “Shaagat Arieh”, quien era en esa época el Rab de Volozin.

Con el correr del tiempo, el niño se distinguió como Gaón y fundador de la mundialmente conocida yeshibá de Volozin.

Extraído de Oasis

El testigo

Rabí Jaim Leib Mishkovsky, el Rebe de Stovisk, era uno de los más importantes personajes, reconocido como una gran autoridad rabínica entre los yehudim. Y aun los no judíos acudían a él para pedirle consejos. La gente, en general, no se dirigía a los juzgados civiles, sino que preferían que Rabí Jaim Leib Mishkovsky fuese el juez. La confianza que infundía Rabí Jaim Leib Mishkovsky era tal que hacía que muchos no judíos tuvieran verdadera fe en nuestros Jajamim.

En una oportunidad se produjo una discusión entre el máximo directivo de la comunidad judía de Stovisk y un farmacéutico. El directivo era muy respetado por todos, reconocido por sus cualidades y por su apego a las mitzvot de la Torá. Y el

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farmacéutico era un hombre totalmente alejado del camino de la Torá; el único que no cuidaba Shabat en toda la ciudad.

Llegaron los dos con el Rab y el veredicto de éste fue favorable al farmacéutico. El directivo se puso furioso.

– ¿Cómo es posible que el Rab considere que una persona tan mentirosa y pecadora como el farmacéutico tuviese razón? ¡Esto no puede ser! – decía. Y el directivo se negó a acatar el dictamen del Rab.

El farmacéutico se dirigió entonces al Rab para decirle que el otro no quería pagar, por lo que el Rab le permitió demandarlo en la corte de justicia civil. Tiempo después, llegó el farmacéutico al Rab, con la noticia de que el juez lo declaró culpable favoreciendo al directivo.

– ¿Qué voy a hacer ahora? – dijo preocupado.

– Apela la sentencia – le respondió el Rab.

– Pero eso significa que el caso llegará a la Corte Suprema, que funciona en San Petersburgo...

–Eso es precisamente lo que quiero. Y si es necesario, yo mismo iré a atestiguar a tu favor en la capital del imperio ruso.

Efectivamente, no pasaron muchos días y Rab Jaim Leib recibió una carta de la Corte Suprema de Rusia, donde lo citaban a comparecer como testigo. El problema estaba en que el día que debía presentarse en San Petersburgo era... ¡la fiesta de Shabuot!

No era nada sencillo: Rab Jaim Leib, en Shabuot, que es la fiesta de la entrega de la Torá, permanecía temblando de emoción todo el tiempo. Se cuenta que cuando subía al Séfer Torá en Shabuot, se lo veía como recibiendo la Torá en Ar Sinai. ¿Cómo puede ser que ese día tan importante, tenga que ausentarse de su ciudad, y presentarse en el juzgado de San Petersburgo a las diez de la mañana? Sin embargo, Rab Jaim Leib ni lo dudó. En la víspera de Shabuot viajó a San Petersburgo y al día siguiente fue a pie al juzgado a atestiguar a favor del farmacéutico.

Cuando regresó, la gente le preguntó:

– ¡Rabí! ¿Es para tanto, acaso? Si bien el farmacéutico tenía razón y necesitaba ayuda, ¿era como para dejar la familia y la ciudad, y en medio de la fiesta de Shabuot atestiguar a su favor frente al juez civil?

Rab Jaim se quedó pensativo unos segundos y luego procedió a responder:

– En un pasuk de la Torá está escrito: “No tuerzas la justicia del

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pobre en su pleito”. ¿A que tipo de “pobre” se refiere? En la “Mejilta” figura que aquí está hablando de un “pobre de mitzvot”. Para que no vaya a pensar la persona: “Ya que se trata de un pecador, voy a torcer su juicio en su contra”.

¡Esto no es tan simple! – agregó el Rab Jaim Leib –. ¡Si no hubiese actuado de la manera que lo hice, hubiese traspasado una prohibición expresa de la Torá!

Así era Rab Jaim Leib, y así explicó su actitud tan particular. Fue al juzgado de San Petersburgo en el mismo día de Shabuot para atestiguar a favor del farmacéutico, porque éste era considerado “pobre de mitzvot” y había que ayudarlo.

Y así es la justicia de la Torá: cuando dos personas se presentan en un juicio, no hay que tener en cuenta sus méritos personales para declarar la culpabilidad o la inocencia de las partes, sino que el veredicto deberá dictarse según la razón que cada uno tenga en el caso.

La actitud de Rab Jaim Leib nos deja una enseñanza para siempre.

Sheal Abija Veiaguedja. Hakéter Hamaor

El tesoro se encuentra en tu propia casa

Cuando el mismo sueño se repite varias veces, significa algo.

Así pensaba Rabí Aizik, quien cada vez que se despertaba recordaba su visión de la noche anterior: él soñaba que hacía un viaje muy largo hacia Praga; se dirigía al palacio del rey; se detendría en uno de los puentes que llevaban a la entrada del palacio; se ponía a escarbar en la tierra debajo del puente y allí encontraba un tesoro y se enriquecía de la noche a la mañana.

– ¡Tres veces seguidas el mismo sueño! Es cierto que los sueños son vanos, pero... ¡tres veces seguidas el mismo sueño...! – La mente de Rabí Aizik daba vueltas. Estaba pasando por una situación económica muy difícil, y no encontraba la salida. ¿Será posible que su solución se encuentrara mediante un simple sueño? ¡Eso ocurre en los cuentos! ¿Y si fuera verdad?

El riesgo era muy grande. Rabí Aizik vivía muy lejos de Praga. Ir hasta allá para comprobar si su sueño tenía algo de cierto le podría costar muy caro. Tanto tiempo lejos de su casa y de su trabajo; el

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dinero que se gastaría en el viaje...

Pero la situación era muy apremiante, y la tentación y la intriga muy grandes... Tomó sus cosas y se dirigió a Praga.

Llegó a la ciudad y se dirigió al palacio del rey. Allí vio el puente que apareció en sus sueños; idéntico. “¡Voy a empezar a cavar!”, se dijo. Pero también vio que eso era prácticamente imposible. El palacio estaba celosamente custodiado y siempre había un soldado vigilando que nadie se acercara al puente (“¡Esto no aparecía en el sueño!”).

Desilusionado por un lado, y desesperado por otro, Rabí Aizik daba vueltas y vueltas en las inmediaciones del puente, con la esperanza de que en algún momento el vigilante no viniera, o se distrajera lo suficiente para que le permitiera cavar en el lugar donde en el sueño vio el tesoro que lo haría rico.

Pero estaba casi seguro de que no iba a poder hacerlo. Se veía a sí mismo como un tonto, y por hacer caso a la fantasía de un sueño no sólo no se haría rico sino que, se habría metido en más y más problemas cuando “despertara a la realidad”.

Todo lo que tenía en su bolsillo era una sola moneda con la que pagaría el viaje de regreso a su casa. Impotente, se sentó frente al puente y metió su cabeza entre sus piernas, pensando en el negro futuro que le esperaba. De pronto, sintió que alguien lo sacudía.

– ¿Qué te pasa, judío? – escuchó. Era el soldado, que se acercó a él.

Rabí Aizik no le respondió. Se quedó paralizado del miedo; la cosa iba de mal en peor...

– A ver, cuéntame lo que tienes. He visto que ya llevas varios días dando vueltas por aquí, y parece que estás buscando algo – insistió el soldado.

Rabí Aizik consideró que no había nada mejor que decirle la verdad y le contó lo de sus sueños, de su situación económica y de su largo viaje de Cracovia hasta Praga.

Al escuchar esto, el soldado estalló en una estridente carcajada.

– ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Me extraña de ti, judío; tú te ves una persona inteligente. ¿Cómo puedes creer en esas cosas? ¿Acaso piensas que es posible que haya un tesoro enterrado debajo de este puente, sólo porque lo viste en un sueño?

– ¡Pero no fue un solo sueño! ¡Tres noches seguidas he soñado lo mismo! – le respondió el Rabí Aizik –. ¡Tonterías! – exclamó el soldado –. Yo también hace tres noches seguidas que estoy soñando lo mismo...

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– ¿Y qué es lo que has soñado?

– Soñé que en la ciudad de Cracovia, en tal calle y tal casa, vive un judío llamado Aizik, y en su patio tiene enterrado un tesoro. ¿Tú crees que ahora me voy a ir hasta allá, sólo para saber si mis sueños son mensajes reales?

– ¡Cracovia! ¡Aizik! ¡En esa calle! ¿Será posible todo esto? Rabí Aizik no dijo nada. Dio las gracias al soldado, y se fue lo más rápido que pudo hacia su casa.

Cuando llegó, cavó desaforadamente en el lugar donde le había dicho el soldado y frente a sus ojos apareció... ¡un tesoro verdadero!

Se dio cuenta de que tuvo que ir a Praga no para encontrar el tesoro, sino para escuchar el relato del soldado, que le indicó que ese tesoro se encontraba en su propia casa.

Rabí Aizik ciertamente se enriqueció y construyó en Cracovia un Bet Hakenéset a su nombre.

Rabí Bunam de Pashisja solía contar esta historia, y comentaba:

A veces el yehudí va con un Tzadik para que le dé una berajá. Pero lo que debe saber el yehudí es que la berajá no se encuentra en manos del Tzadik, sino que éste le va a mostrar que se encuentra en su propia casa.

Cuando un yehudí regresa a su casa después de visitar a un Tzadik, debe buscar en su propia casa; en su propia familia, dentro de sí mismo, la berajá que encontrará.

Y esto es lo que está escrito: “Porque está muy cerca de ti la cosa; ¡en tu boca y tu corazón, para hacerla...!”.

Sipuré jasidim. Hamaor

El sabio veredicto

La capacidad mental e intelectual del Gaón Rabí Itzjak Taieb, Z”L, era conocida no sólo por los judíos, sino también por los demás pueblos, en especial los árabes que vivían a su alrededor. Una vez dos vecinos árabes tenían un terreno que limitaba uno con el otro.

Uno de ellos tuvo que hacer un viaje y, al cabo de unas semanas, cuando regresó, se encontró con que su vecino había invadido su

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terreno en gran parte. Los postes que puso en la tierra para delimitar su territorio habían desaparecido, y no tenía idea de donde empezaban y acababan los límites originales. Por supuesto que el vecino que se había quedado negó todo, y decía que siempre había estado de esa manera.

Fueron a juicio en un tribunal musulmán, pero el juez no pudo pronunciarse, dado que no había pruebas de que el viajero tenía la razón, y por el otro lado sospechaba que el otro vecino no estaba diciendo la verdad.

El asunto pasó a manos del “Shej”, pero éste se declaró incompetente. Al final, llegaron hasta el mismo palacio del Rey.

El monarca, al ver que el litigio se presentaba como demasiado difícil de resolver, recordó al Jajam de los judíos y le mandó decir que pedía su intervención.

Los dos árabes se presentaron frente al Rab Itzjak Taieb y expusieron sus argumentos.

Después de escucharlos, preguntó el Rab al vecino viajero si en su casa tenía una mula con la que hacía sus trabajos.

El árabe contestó afirmativamente.

– ¿Cuánto tiempo hace que la tienes? – quiso saber el Rab.

– Muchos años

– respondió el árabe.

– Vamos todos al terreno – propuso el Rab. Y agregó: – Y trae esa mula con nosotros.

Cuando estuvieron allí, dijo el Rab al árabe que hiciera correr a su mula sola, desde su casa hacia delante.

Así lo hizo y llegó un momento en que el animal se detuvo en un punto donde el otro vecino decía que era de él. Es sabido que una mula no invade terreno ajeno y sólo camina por el que pertenece a su dueño.

En ese mismo lugar donde la mula se detuvo, el Rab ordenó cavar y, efectivamente, encontraron parte de los postes que habían estado enterrados allí anteriormente marcando el límite de los terrenos.

El árabe se quedó impresionado ante la inteligencia de Rabí Itzjak Taieb. En reconocimiento a su intervención, al día siguiente del juicio apareció en la casa del Rab con un regalo muy valioso.

El Gaón dijo al árabe:

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– Te agradezco mucho, pero no puedo aceptarlo. Si hubiese recibido todos los regalos que me quiso dar la gente con la que traté, no hubiese podido emitir ni un juicio como el de ayer...

Extraído de Maasé Abotenu

El reloj

El Gaón Rabí Dob Berish Maizles Z”L, era uno de los grandes de su época. Venían de todos los rincones hasta una pequeña aldea de Polonia, donde ejercía como Ab Bet Din, para aprender de su vasta sabiduría en todas las áreas de los conocimientos, además de la Torá.

Una vez llegaron dos personas a su casa: un pobre moré y un hombre rico. El moré contó que se alojaba en la hostería del hombre que lo acompañaba y, como llegó antes de Shabat, le dio la bolsa con su dinero para que se la guardara. Cuando terminó el Shabat, el hostelero negó que hubiera recibido cualquier cosa de su cliente. Y mientras el moré se desesperaba con indignación y enojo, el otro se mostraba de lo más tranquilo.

– ¿Estás dispuesto a jurar que no has recibido nada de este hombre? – le preguntó el Rab, luego de escuchar la exposición de los dos.

– ¡Claro que sí; en cualquier momento! – respondió el hostelero.

No procedió el Rab a la toma de juramento por parte del hostelero, porque sospechaba que, así como no tuvo reparos en robar al pobre maestro, tampoco le importaba jurar en vano. Mientras, comenzó a mantener una conversación con él sobre diferentes temas.

Después de un rato, se dio cuenta que el hombre rico llevaba consigo un valioso reloj, y le dijo:

– Veo que posees una hermosa joya. ¿Me permites verla bien, por favor?

– ¡Claro, tómala! – dijo el hostelero mientras se la entregaba en sus manos.

– ¡Oh, es una verdadera belleza! – exclamó el Gaón al observarla. En el rostro del hostelero se dibujaba una expresión de orgullo.

– Este reloj tan valioso merece que lo vea mi esposa. ¿Me permites

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que se lo lleve para que lo admire como yo lo he hecho?

– ¡Sí, sí! ¡Por supuesto!

El Rab salió por unos instantes a la trastienda de su casa. Fue con su esposa y le dijo: – Por favor. Ve con la esposa del hostelero y dile que te dé el dinero que le dejó a su marido el maestro que se alojó. Y como prueba de que es el marido quien te envió, dale este reloj a cambio.

El Rab volvió con sus visitantes y trató de entretenerlos hasta que regresara su esposa. Pasó un rato y llegó la mujer con la bolsa que tenía el dinero que había entregado el maestro al hostelero, y la cara de éste se puso blanca...

– Te advierto una sola cosa – le dijo el Rab al hostelero –: no vayas a reclamar a tu esposa por lo que hizo, porque si no, tendré que citarte aquí nuevamente...

Moréshet Abot. Hamaor

Él enceguece y Él hace ver

En la ciudad de Lemberg vivía un judío ciego de nacimiento. Estaba acostumbrado en su casa a ir de un lado a otro, de una habitación a otra, palpando, tanteando los muebles, las paredes, y siempre hallaba lo que necesitaba. Pero cuando iba por la calle, era acompañado por un muchacho que lo guiaba.

A pesar de su ceguera, sabía de memoria las tefilot de todo el año y también conocía a la perfección mishnayot y En Yaacob, que repasaba a diario. Sus ojos realmente se hallaban cerrados, pero sus oídos estaban abiertos y atentos, y poseía una memoria prodigiosa.

Siempre cuidaba de recitar sus tefilot en compañía de un minián. Así lo hacía tanto en invierno como en verano, y sentía especial cariño por los libros sagrados, y aunque no podía leerlos, cuando tenía alguno en sus manos lo tomaba con tanto aprecio, le alisaba las hojas arrugadas, o simplemente lo hojeaba cariñosamente.

Cierta vez tuvo que ir a un lugar algo alejado de su casa. Al notar que se le hacía tarde y no podía llegar a tiempo para rezar con el minián en el Bet Hakenéset, como de costumbre, pidió al muchacho que le servía de guía que estuviese atento y se fijase dónde había

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un Bet Hakenéset en la proximidad de donde se encontraban en ese momento, para acercarlo a él y no perder la oportunidad de hacer tefilá en compañía de otro minián. Así lo hizo el muchacho, lo llevó a un Bet Hakenéset cercano, lo acercó a la biblioteca e hizo que tomara asiento junto a ella.

Como faltaban unos minutos para empezar la tefilá, el ciego comenzó a hurgar entre los libros. Encontró uno grueso y viejo, encuadernado en madera, con un pequeño cerrojo. Lo colocó sobre la mesa, y como era su costumbre, comenzó a hojearlo y alisarlo. De pronto sus manos palparon una especie de paquetito envuelto en papel; al abrirlo encontró un par de anteojos que habían permanecido envueltos dentro del libro quién sabe desde cuando. Tomó los anteojos e instintivamente se los puso. Y, ¡oh, sorpresa!, ¡le inundó una gran luz!, ¡sus ojos veían! Y pudo ver todo lo que lo rodeaba. Se asustó al ver la luz y se sacó los anteojos. Apenas éstos volvieron a sus manos, desapareció la luz y quedó tan ciego como antes.

Mientras tanto, se congregaron los feligreses para tefilá minjá.

Después de un pequeño intervalo, se dijo tefilá arbit. El ciego también hacía tefilá, pero se sentía muy confundido y no entendía lo que le había sucedido.

Cuando la gente se retiró del Bet Hakenéset, el ciego continuaba sentado inmóvil, ensimismado en sus pensamientos. Se le acercó el muchacho que lo guiaba y le recordó que ya era hora de volver a casa. El ciego se levantó como un autómata, empaquetó los anteojos guardándoselos en el bolsillo y se fue con el muchacho.

Al llegar a casa, no contó lo sucedido a nadie, pero estaba muy excitado y sus familiares percibían que algo raro estaba sucediendo. Su rostro lo translucía y aunque esa noche no cenó, nadie le pidió explicaciones. Advertir en él las emociones que experimentaba, tanto penosas como alegres, era cosa frecuente para ellos. Entonces no le decían nada, hasta que él mismo cobraba ánimo y se decidía a referirlo.

Toda la noche el ciego no pudo dormir debido a su excitación. Apenas apareció el lucero de la mañana, se levantó, lavó sus manos, recitó la tefilá, sacó luego el paquetito del bolsillo, lo abrió, retiró de allí los maravillosos anteojos y se los puso. Comenzó a mirar a su alrededor. ¡Sí, así era realmente, no era ningún sueño, sus ojos estaban abiertos y podían ver perfectamente la habitación en la que se encontraba y lo que contenía! Se acercó a la ventana, abrió la persiana y por primera vez en su vida pudo ver el mundo del Altísimo. Comenzó a alabar y agradecer al Creador por el milagro y la caridad que le brindó.

Aunque muy nervioso, decidió no referir a nadie este hecho

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milagroso. Durante algún tiempo usó los anteojos, pero se conducía como si estuviese ciego. La gente lo miraba sorprendida de verlo usar anteojos, pero nadie hizo comentario alguno. Su propia familia no le dio mayor importancia y se acostumbraron a ello. De a poco empezó a conducirse como una persona que ve.

Los primeros en notarlo fueron sus familiares, luego los vecinos y ya toda la ciudad tenía conocimiento del gran milagro. Entonces despidió a su guía, e iba solo por la calle, como si nunca hubiese estado ciego.

Lo ocurrido despertó gran curiosidad, hasta ese día nunca se supo que un ciego de nacimiento empezara a ver. Y le importunaban con preguntas sobre cómo había sucedido. Pero el ciego sólo contestaba:

– ¿Qué pregunta es esa? ¿Acaso hay algo que nuestro gran Di-s no pueda hacer? Él enceguece y Él hace ver. Ya ven ustedes la bendición que nuestros sabios enseñaron: “Pokeaj Ivrim”, “Que hace ver a los ciegos”.

Pero no los contentaba esa respuesta. Intuían que escondía la verdad. Y no lo dejaron tranquilo hasta que finalmente les contó que al ir a un Bet Hakenéset a hacer tefilá abrió un libro donde encontró los anteojos que le hacían ver.

Empezaron a indagar a quién habían pertenecido, hasta que un anciano les dijo que los anteojos pertenecieron al gran Gaón autor del libro “P´né Yehoshúa”, el cual años atrás había sido rabino de Lemberg y acostumbraba hacer tefilá en ese Bet Hakenéset diariamente. Luego de la tefilá solía quedarse solo, envuelto en el Talet y con los Tefilín puestos, se ponía a estudiar a solas en los libros sagrados. Como tenía su vista debilitada, usaba anteojos que luego dejaba en el libro que momentáneamente leía.

Debido a las divergencias suscitadas entre él y los miembros de la comisión de la comunidad, que le hacían sufrir mucho, debió alejarse de Lemberg y viajar a Alemania, donde fue rabino de varias comunidades distinguidas, que lo estimaron y honraron.

Al abandonar Lemberg, según parece dejó los anteojos en el libro que nadie volvió a abrir, hasta que los encontrara el ciego con quien sucedió el milagro. Ahora comprobaron y apreciaron la grandeza del Gaón Rabí Yaacob Yehoshúa su gran inteligencia, entendimiento y conocimientos, y su legado al mundo: su gran obra “P”né Yehoshúa. “Sin duda también a él se refiere el dicho: “Después de su muerte, los Tzadikim son considerados más grandes que en vida”, pues por medio de un simple anteojo que le había pertenecido, y después de muchos años, se produjo un milagro tan grande.

Luego se supo que el día que el ciego encontró los anteojos, correspondía a la fecha del aniversario del Gaón.

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El ex ciego empezó a estudiar con entusiasmo el Alef Bet y aprendió a leer del sidur.

Recién después empezó a estudiar Guemará en orden seguido con el libro “P”né Yehoshúa”, hasta que la letra quedó grabada visualmente en su mente.

Todos los años, en el día que había recobrado la vista, coincidente con el aniversario del Gaón, daba una gran fiesta y contaba a todos la gracia que Di-s Todopoderoso le había brindado. Desde el primer día que pudo ver, hasta el día de su muerte a edad avanzada, no sufrió de la vista y sus ojos estaban siempre sanos y vigorosos, y su boca nunca cesó de alabar y agradecer a Di-s.

Extraído del Oasis

El moré tiene la categoría de Moshé Rabenu

El Gaón Rabí Dob Berish Maizles, Rabino de Varsovia de las generaciones anteriores, presenció cómo uno de los hombres más ricos de la ciudad trató despectivamente a un moré y le dijo:

– ¡Tú... eres un simple maestro de escuela!

El Rab mandó llamar al otro día al hombre rico y éste se presentó prestamente acudiendo al llamado.

– ¿Cuál es el significado de la palabra moré? – le preguntó el Rab.

– ¿Moré? – dijo el hombre con desdén –. Es una persona que se dedica a enseñarle Torá a los pequeñitos.

– ¿Qué les enseña?

– ¿Qué les enseña? Jumash, por ejemplo.

– Ese Jumash son los cinco libros de la Torá que Hashem entregó a Moshé Rabenu, para que se transmita al Am Israel. Con tu respuesta quisiste menospreciar al moré, pero al mismo tiempo lo ensalzaste. ¡Un moré tiene la categoría de Moshé Rabenu! ¡Y desde ahora sabes qué categoría tan grande tiene el que transmite las Palabras de Hashem a los niños del Am Israel! ¿Cómo pudiste haberte atrevido a faltar al respeto a quien es como Moshé Rabenu? ¿Sabes acaso qué castigo merece despreciar a un Talmid Jajam?

El hombre rico se estremeció; no se imaginó que fuera tan grave lo que hizo. Salió de allí y fue inmediatamente a la casa del moré a pedirle perdón y los dos regresaron con el Rab a demostrarle que ya

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estaban reconciliados...

Extraído de 100 Sipurim Al Anashim Guedolim. Hamaor

No juzgarás complacientemente a ningún hombre.

Se cuenta que en la antigua ciudad de Hamburgo habían mandado llamar a un Rab para que dirigiera los destinos de la Comunidad judía de aquel lugar. El flamante Rabino era un joven destacado estudiante que venía con las mejores recomendaciones de su ciudad de origen. Su primer día en Hamburgo, cuando todavía no estaba totalmente instalado, recibió la visita de una mujer que solicitaba su intervención en un juicio que tenía pendiente con un importante hombre de negocios de la ciudad. El Rab le preguntó si dicho juicio podía posponerse para otro día, en razón de que se encontraba muy cansado por su reciente viaje. Varios fueron los argumentos que le expuso la señora para insistir en que el juicio debía celebrarse en forma inmediata, indefectiblemente.

Dicho y hecho: el Rab dio órdenes precisas al shamash para que le avisara a ese señor que tuviera la bondad de presentarse en el acto, a fin de comparecer en el juicio que tenía con la señora cuyo nombre le proporcionó.

Al escuchar esto, el shamash se quedó inmóvil, como clavado en el piso. Estaba aterrorizado de sólo pensar que se tenía que enfrentar con aquel poderoso hombre, quien al saber que una simple señora lo estaba demandando, seguramente comenzaría a proferir gritos e insultos al que se atreviera a dirigirse a él con esa noticia. De por sí resultaba un triunfo conseguir una entrevista con él por cualquier asunto. “¡Qué será de mí (pensaba el shamash) si después de encontrarme con ese señor, tengo que informarle lo que acaba de decirme el nuevo Rabino!”.

– ¿Te sucede algo? –preguntó extrañado el Rab.

El shamash comenzó a balbucear.

– Es que... ese hombre... Usted no lo conoce... No va a venir...

– Sí va a venir. Haz lo que te indiqué, por favor. La señora no puede esperar. Anda, anda.

Tembloroso, el shamash llegó a la puerta de la casa de aquel hombre, sin animarse a llamar, a la espera de la posibilidad de que el dueño de casa abriera por sí solo. Y esa posibilidad se dio.

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– ¿Tú eres el shamash del nuevo Rabino, no? – le preguntó el hombre al verlo –. ¿Qué viniste a buscar por aquí?

– Yo... este... El Rab me mandó a decirle que... Verá usted...

– ¡Habla! ¡Habla de una vez! ¿Qué mensaje traes?

– Bueno, dijo que se presente ahora mismo con él, para hacerle frente a un juicio que tiene pendiente con la señora...

– Mira: – lo interrumpió – dile a tu Rabino que voy a presentarme al juicio cuando me venga más cómodo. Si vienes la próxima semana posiblemente te atenderé.

El shamash ni siquiera respondió “Sí señor”. Giró sobre sus talones y se alejó de ahí tan rápido como pudo. Llegó junto al Rab y, agitado y nervioso, procedió a transmitirle la respuesta del poderoso hombre.

– ¿Acepta usted posponer la fecha del juicio? – le preguntó el Rab a la señora.

– ¡De ninguna manera! – se negó ella –. ¡Éste es un asunto que no puede esperar ni un minuto!

– No se hable más. Tú: – le dijo el Rab al shamash – regresa con ese hombre y revélale que su propuesta ha sido denegada, y que estoy esperando que venga sin ninguna demora. ¿Qué esperas? ¡No te quedes ahí parado!

– Es que... Rab: creo que usted no sabe de quien se trata...

– ¡No me importa de quién se trata! ¡Las cosas deben hacerse correctamente! Si esta señora necesita el juicio ya, pues ya lo tendrá – afirmó el Rab, ahora un poco molesto.

– ¡¿Qué dijiste?! – preguntó el hombre al aterrorizado shamash, cuando le transmitió las palabras del Rab – ¿Sabes tú con quién estás hablando? Dile a tu Jajam que él aquí es un recién llegado, y que tiene que aprender que no es él quien tiene que dar las órdenes. No voy y se acabó. ¿Entendiste?

El pobre shamash, en medio de dos fuegos, trató de no faltar al respeto del Rab, cuando le comunicó fielmente las palabras del ostentoso personaje.

El Rab escuchó con calma. Pero un poco preocupado, hablaba casi consigo mismo.

– ¿Así habló, no? Bien. Ve con él por última vez – le dijo el Rab con decisión – y avísale que, de no presentarse aquí inmediatamente, será merecedor de una sanción que él ni se imagina. Si yo estoy diciendo que debe venir ya, es porque no puede ser en otro

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momento. Y como carezco de soldados o policías para traerlo a la rastra, lo haré a mi modo: a su ausencia le replicaré con una sola palabra: Jerem. Repítele mis palabras tal cual las escuchaste. ¡Rápido! – la frase acababa de salir de la boca del Rab y el rostro del shamash palideció.

Pasaron varios tensos minutos desde que desapareció el shamash hasta que sonaron unos tímidos golpeteos en la puerta del Rabino.

– ¡Adelante! – invitó el Rab.

La puerta se abrió y avanzó trasponiéndola... el hombre citado.

– Es él – aseguró la señora.

Éste, contrariamente a lo esperado, lucía un sonriente rostro, tranquilo y respetuoso.

– ¡Mazal Tob! ¡Mazal Tob, Rab! exclamó, mientras le extendía su mano.

El Rab no le negó el apretón a modo de saludo, aunque su silencio denotaba que no entendía nada de lo que estaba sucediendo.

– Permítame explicarle – le dijo el hombre al ver su cara de asombro –. Ante todo, le debo una disculpa. Jamás fue mi intención ser irrespetuoso con su persona. Y le diré que entre la señora y yo no hay ningún pleito. Todo lo que hicimos fue un simulacro, para que todos los integrantes de nuestra comunidad comprueben si el Rabino que estará sobre nosotros posee la suficiente autoridad como para cumplir la regla: – No juzgarás complacientemente a ningún hombre. Aquí en esta ciudad existen muchas personalidades importantes, y no faltará quien pretenda comportarse como lo he hecho yo. Mi felicitación obedece a que usted dio claras muestras de que sí reúne las condiciones para el cargo, y desde hoy, por haber cumplido al pie de la letra lo que está establecido en la Torá, es aceptado como nuestro Rabino con todos los honores que se merece.

Or torá

¡De colores!

La sabiduría de Rabí Moshé Ben Maimón no abarca sólo Torá, sino también medicina y demás ciencias.

Se hizo famoso como médico en las tierras vecinas.

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El rey de Egipto, Saladino, al escuchar la grandeza de Rambam en el campo de la medicina, lo nombró su médico personal.

Los ministros de la corte tuvieron mucha envidia por la encumbrada posición a la que ascendió Rambam, aumentada por el hecho de que éste era judío. Todas las denuncias y calumnias contadas acerca de su consejero judío fueron rechazadas por el rey.

También los médicos egipcios fueron atacados por la envidia y empezaron a confabular, para demostrar que no eran tan grandes sus conocimientos de medicina le llevaron un petitorio al rey diciendo que querían debatir con Rambam sobre medicina.

Sabía el rey que muy grandes eran los conocimientos de Rambam en el campo de la medicina, por lo cual le informó, que los médicos de Egipto estaban interesados en sostener con él un debate profesional y le pidió que aceptara la propuesta, ya que seguramente los vencería.

El debate se desarrolló por largas horas y al final hubo diferentes opiniones entre las dos partes en relación con la pregunta de si era posible curar a un ciego.

La opinión de Rambam fue que era posible curar a un ciego sólo si perdió la vista después de nacer, más quien nació ciego no tenía curación.

Los médicos egipcios en cambio argumentaron que con “su gran sabiduría” podrían curar incluso a quien nació ciego y que estaban listos a demostrarlo.

Al final del debate se decidió que si durante ocho días traían los médicos un ciego de nacimiento y lo curaban se consideraría que vencieron a Rambam y podrían hacer con él lo que desearan.

Salieron los médicos a la calle de la ciudad y buscaron a un hombre que hubiera perdido la visión después de su nacimiento.

Después de larga búsqueda encontraron un joven de catorce años que hacía un tiempo perdiera la visión. Se acercaron a él los médicos y le preguntaron: – ¿Estás interesado en que te curemos?

– Seguro – contestó el joven con alegría.

Le dijeron los médicos:

– Lo haremos, pero con una sola condición: que digas delante del rey que eres ciego de nacimiento. También dirás a tu madre y los vecinos que digan lo mismo.

Se alegró mucho el joven al escuchar las palabras de los médicos y corrió a contar las novedades a su madre y también ella aceptó la condición.

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Fue la mujer a hablar con los médicos, expresó su aceptación a la condición y los médicos la dirigieron acerca de lo que ella y sus vecinos tenían que decir. Tomaron al joven y después de ocho días de tratamiento intensivo lograron que el joven recuperara la vista.

Al pasar ocho días vino el Rambam frente al rey y llegaron los médicos con el joven ciego.

Dijeron los médicos: – Su majestad, hemos traído un joven que era ciego de nacimiento, de acuerdo con el testimonio de su madre y sus vecinos, y lo hemos curado de su ceguera.

Preguntó el rey a la madre y a los vecinos, y estos confirmaron las palabras de los médicos, diciendo que el joven sufría de ceguera congénita y hacía unos días los médicos empezaron a tratarlo y lo curaron.

Pudo comprobar el rey que la verdad estaba con los médicos y que era posible curar la ceguera congénita.

Se dirigió el rey a Rambam y le preguntó:

– ¿Qué puedes decir sobre esto? Nuestros ojos confirman que es posible curar a un ciego de nacimiento.

– Yo no creo que este joven fue ciego de nacimiento, debido a que la ceguera congénita no puede ser curada. Si me permite el Rey se lo puedo demostrar.

Aceptó el rey y Rambam salió apresuradamente al mercado y compró siete papeles de diferentes colores y los trajo en su mano al palacio real.

Todos los presentes estaban desconcertados y no sabían qué pensaba hacer el Rambam.

Llamó Rambam al joven y le dijo:

– Hijo mío, deseo preguntarte algo: en este momento ves bien y puedes distinguir entre un objeto y otro.

– Sí, puedo ver y distinguir claramente entre las cosas – contestó el joven.

Sacó Rambam los papeles de colores y preguntó:

– ¿Puedes distinguir entre los colores? Dime qué color es cada uno de estos papeles.

– Este es rojo, el segundo verde, el tercero azul... – señaló el joven.

En ese momento se dirigió Rambam al rey y dijo con una sonrisa:

– Puede observar su majestad que los médicos, el joven, la madre y

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los vecinos mintieron al decir que el ciego no vio nunca luz.

El rey y los médicos siguieron atentamente las palabras de Rambam y éste continuó con voz segura y suave:

– Si fuera verdad que el joven era ciego congénito, ¿cómo supo distinguir entre los colores?

– Si supo el nombre de cada color es señal de que el joven vio durante varios años y sólo en una etapa posterior perdió la vista.

Al escuchar los médicos la prueba irrefutable de Rambam quedaron con la boca abierta y avergonzados delante del rey.

Quiso el rey castigarlos severamente por sus mentiras, pero el Rambam pidió que fueran perdonados.

El nombre de Rabí Moshé Ben Maimón se difundió por todo el mundo por su gran sabiduría y por su gran piedad con todas las criaturas.

Extraído de “Mi boca contará”

Resolviendo sin enojo

Una vez iba Rabí Yosef Presburger, el Ab Bet Din de la ciudad de Matersdoff, caminando por la calle. Unos niños, que siempre molestaban a los yehudim que pasaban por ahí, comenzaron a gritarle groserías y palabras ofensivas. El Rab siguió caminando como si nada, mientras los niños gritaban cada vez más fuerte.

Un hombre no judío dijo a los niños:

– ¿Para qué se gastan tanto la garganta? ¿No ven que es sordo?

Rabí Yosef Presburger oía realmente muy bien. Sólo que estaba cumpliendo lo que dicen nuestros Jajamim: “El que escucha los insultos y no los responde; goza del Olam Habá.

En otra ocasión caminaba por la calle con sus alumnos y nuevamente los niños comenzaron a gritar a los yehudim insultos y maldiciones.

Los alumnos no se pudieron contener y ya estaban dispuestos a golpear a los niños con sus bastones.

Rabí Yosef Presburger los detuvo y dijo en idish a sus alumnos:

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– ¡No les hagan nada! ¡Déjenme a mí con ellos!

Se dirigió a los niños de la calle y les dio una moneda.

– Tomen. Esto es para ustedes por lo que nos dijeron.

Tanto los alumnos como los niños se quedaron estupefactos. Pero estos últimos gritaron aún más fuerte y cosas peores.

– Si siguen gritando, les daré otra moneda – les dijo el Rab, lo que hizo que los niños hicieran un coro ensordecedor de insultos y ofensas horribles.

– Aquí tienen la otra moneda. Sigan...

Los a1umnos no entendían lo que estaba pasando hasta que uno de los niños pidió al Rab otra moneda, si no, no continuaban.

– No. Ya no les daré ninguna más... – dijo el Rab.

En ese instante, los niños dejaron de gritar y se fueron.

Bet Israel. Hamaor

Todos conformes

El Gaón Rabí Itzjak de Volozin, Z”L, solía presentarse al zar de Rusia para defender a los yehudim y anular los decretos contra ellos, que se renovaban cada día.

Una vez el zar dijo al Rab:

– Tengo una pregunta para usted: es sabido que ustedes pronuncian en sus templos una oración en la que piden bendiciones para el gobernante del país donde viven. Una vez pedí a un judío que me la tradujera y descubrí que lo que dicen no es cierto, sino que aquella oración que pronuncian es de los labios para afuera.

– ¿Por qué dice usted eso? – preguntó el Rab.

– Porque esa oración la dicen todos los judíos del mundo. ¿Cómo pueden llegar a cumplirse esas palabras? Por ejemplo: yo tengo años guerreando con el Káiser de Prusia (Alemania), y también allí los judíos piden que su gobernante gane. Los judíos de Rusia piden que sea yo quien gane la guerra.

¿Qué tendría que ocurrir para que la oración de ambas

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comunidades sea concedida por Di-s?

El Gaón le respondió con calma y una sonrisa en sus labios:

– De acuerdo a lo que usted dijo, conoce la traducción de las palabras de la oración. Por tanto, debe recordar que allí está escrito que Di-s es el que “traza en el mar un camino, y en las aguas agitadas un sendero”. Y luego decimos: Él, que enaltece, y bendiga... a nuestro estimado zar...

Cabe preguntar qué tiene que ver el hecho de que Hashem trace caminos y senderos en el mar, con el enaltecimiento de nuestros gobernantes. La respuesta es que nosotros alabamos a Hashem porque hace cosas que no podemos entender: supongamos que un barco se dirige de sur a norte; este barco necesita que los vientos lo favorezcan en esa dirección. Pero si al mismo tiempo viene por el mismo mar un barco que navega de norte a sur, ¿cómo va a llegar a su destino con el viento en contra? No sabemos cómo Hashem lo hace, pero los dos barcos siguen su camino, sin problemas. Y eso es lo que mencionamos en la oración: del mismo modo que Hashem hace que los barcos que van en sentido contrario encuentren su camino, también que a nuestros gobernantes les vaya bien en sus cosas, y que queden todos conformes.

La singular contestación del Gaón Rabí Itzjak de Volozin agradó tanto al zar, que a partir de allí el emperador lo llamaba para pedirle consejos, a pesar de su conocida ideología antisemita.

Shimushá Shel Torá. Hamaor

El doctor me lo prohibió…

Una vez llegó Rabí Yaacob Kranz (el Maguid de Dubna) a la casa del Gaón Rabí Eliyahu de Vilna y lo encontró en medio de su almuerzo. El Gaón se alegró de recibir a tan ilustre visitante y lo invitó a compartir su mesa. El Maguid vio que estaban servidos sólo unos pocos alimentos, y expresó:

– Discúlpeme, pero no voy a poder aceptar, pues el doctor me lo prohibió.

En ese instante, el Gaón de Vilna pidió a su esposa que trajera abundante comida y que la sirviera sobre la mesa. La mujer así lo hizo y, cuando Rabí Yaacob Kranz vio esto, fue a lavar sus manos y se sentó a comer tranquilamente.

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Después de degustar casi todo lo que le habían puesto a su lado, el Maguid pronunció Bircat Hamazón, agradeció, saludó y se retiró.

La esposa del Gaón no quiso decir nada mientras el Maguid estuvo ahí, pero cuando se fue no pudo contener su curiosidad ante la tan extraña actitud del visitante.

– ¿Qué sucedió a Rabí Yaacob? – preguntó – el doctor le había dado la orden de no comer, pero cuando vio toda la comida en la mesa, ¿ya se había curado de repente?

El Gaón de Vilna soltó una carcajada y procedió a explicarle a su esposa:

– No te preocupes, mujer. Rabí Yaacob está muy sano y, Baruj Hashem no tiene ningún problema de salud. Sólo que cuando él vio que en la mesa había muy poca comida, se acordó de lo que dijo el Rambam: cuando alguien está de visita, es prohibido comer de la mesa del dueño de casa si éste no tiene suficiente comida, porque puede transgredir la mitzvá de “No perjudicar a su semejante”. Por eso te pedí que trajeras mucha comida de la cocina, y recién cuando Rabí Yaacob vio eso, se sentó a comer.

– ¿Y por qué dijo que fue el doctor quien se lo prohibió? – volvió a preguntar la esposa.

– Se refería al Rambam, que además de Rabino, era un famoso doctor –, respondió el Gaón con una sonrisa.

Guedolé Amenu. Hamaor

La bendición del Rab Abujatzira

Corrían los días de la segunda guerra mundial. El ejército alemán había llegado a Marruecos y, entre los que se llevaban para interrogar, no hacían diferencias si se trataba de reyes. En una ocasión se hicieron presentes los soldados nazis en la casa del Pashá de la ciudad de Bundib, residencia de Rabí Israel Abujatzira, Z”L. Cuando lo llevaban preso, pasó por ahí Rabí Israel y el Pashá pidió hablar unos segundos con él. Los nazis le concedieron su pedido, y éste fue el diálogo que entablaron:

– Rabí, ¿tiene usted hijos?

– Sí, tengo un hijo único. Se llama Meir (posteriormente fue el Gran Rab conocido como “Baba Meir”).

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– Quiero que en este momento bendiga a su hijo.

Rabí Israel accedió y procedió a bendecir emocionadamente a su hijo, sin saber qué era lo que se proponía el Pashá. Cuando acabó de bendecirlo, el Pashá le pidió al Rab:

– ¡Ahora quiero que me bendiga a mí, para que me salve de las garras de estos salvajes!

Rabí Israel Abujatzira mencionó el nombre del Pashá y le dio su berajá, luego de lo cual se lo llevaron a comparecer frente a un tribunal militar.

Pasaron sólo dos días y el Pashá estaba otra vez en su casa, cosa muy extraña pues, por lo general, los que eran llevados prisioneros por los nazis tardaban mucho tiempo en “regresar”, si regresaban.

El Pashá pasó por la casa del Rab y le dijo:

– No tengo dudas de que me he salvado gracias a su bendición. Ahora no es momento de abundar en palabras. Tome una carta mía, y cuando termine toda esta situación venga a verme a mi palacio en la ciudad de Fez.

La guerra terminó y Rabí Israel Abujatzira se hizo presente en el palacio del Pashá en Fez. Se pusieron a conversar de un tema y otro, y luego el Rab quiso dilucidar el interrogante:

– ¿Por qué ese día que lo estaban llevando preso me pidió que bendijera a mi hijo y luego a usted?

– “Porque en la Torá de ustedes está escrito: Así como se apiada un padre de su hijo, se apiada Hashem de Sus criaturas”. Cuando usted bendijo a su hijo, provocó en el Cielo que se aumentara la cualidad de la Misericordia y en ese momento quería recibir de usted su bendición para mí. Y ya ve que no me equivoqué. Milagrosamente salí en libertad al otro día.

Mientras Rabí Israel se quedaba pensando, el Pashá le dijo:

– Yo le debo la vida, Rabí. Quiero darle una cantidad de dinero para recompensarlo.

Dicho esto, sacó de sus ropas una bolsa conteniendo piedras preciosas y monedas.

– No, no – exclamó el Rab –. Yo no quiero algo para mí solo. Quiero algo para todo mi pueblo.

– ¿Quiere una suma de dinero que le alcance para toda su gente? – preguntó el Pashá.

– No, me refiero a algo mucho más importante: quisiera que cuando mi pueblo se encuentre en apuros, su gobierno nos apoye y nos

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proteja – respondió el Rab.

– Cuente con ello – le aseguró el Pashá.

En los últimos tiempos, en los que casi todos los países árabes se convirtieron en adversarios del pueblo de Israel, quedó, paradójicamente, el reino de Marruecos como nuestro aliado, tanto en el trato que le prodigan a los judíos residentes en Marruecos como en las decisiones políticas internacionales en favor de Israel. Todo gracias a la bendición que otorgó Rabí Israel Abujatzira al Pashá, que se extendió hacia todo nuestro pueblo.

Hasaba Kadisha. Hamaor

Un yerno muy especial

Hilel era uno de los alumnos más destacados de la yeshibá dirigida por Rab Jaim de Volozin, éste, a su vez, discípulo privilegiado del gran Gaón Rabí Eliyahu de Vilna.

Hilel era huérfano de padre, y su madre solía visitarlo de vez en cuando. En una ocasión llegó la madre de Hilel a la yeshibá y fue primero a saludar a la Rabanit. Rab Jaim ya había dicho a su esposa que esta mujer tenía un hijo que le gustaría mucho que fuese su yerno. Le recomendó, por tanto, que conversara con la mujer y le diera a entender que estaban interesados en que conociera a la hija de ambos. Así lo hizo la Rabanit. Y cuán grande fue su sorpresa al escuchar que la mujer no aceptaba la propuesta.

La viuda se retiró de la casa de la Rabanit y emprendió el viaje hacia la ciudad donde vivía. La carreta en la cual viajaba sufrió un desperfecto: en medio del camino se rompió una de sus ruedas. Todos los ocupantes de la carreta se bajaron a la espera de que la compusieran.

Más tarde, otra vez problemas: uno de los ejes se partió en dos. Los pasajeros volvieron a bajarse y, luego de arreglarlo, siguieron su camino. Un tercer accidente ocurrió más adelante: uno de los caballos murió de repente. La viuda se puso a pensar que quizás le estaría pasando lo mismo que le ocurrió al Profeta Yoná.

“Seguramente todo esto es por mi culpa”, se dijo a sí misma. Y tomó la decisión de regresar inmediatamente a la ciudad donde su hijo estudiaba. Una vez allí se dirigió directamente a la casa del Rab Jaim. Tocó la puerta y, cuando le abrieron, entró

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intempestivamente. Golpeó la mesa y dijo a Rab Jaim y su esposa:

– ¿Acaso ustedes quieren obligarme a hacer algo por la fuerza? ¿No tengo otra alternativa más que la de aceptar que mi hijo se case con la hija de ustedes?

– No, no. De veras que no – respondió Rab Jaim con calma.

– Regrese usted a su casa en paz. Nada ni nadie la detendrá, se lo aseguro...

La viuda salió otra vez de viaje y ya no hubo ningún otro tipo de inconvenientes.

Pasó un tiempo y la Rabanit se vio necesitada de viajar a determinada ciudad, precisamente a la ciudad donde vivía aquella viuda...– ¡Por favor! – pidió Rab Jaim a su esposa antes de que emprendiera el viaje–. Ve otra vez a la casa de la mamá de Hilel, y ofrécele a nuestra hija como nuera. Estoy seguro de que ahora aceptará.

Lo que tú decidas al respecto, yo estaré de acuerdo contigo en todo.

– No entiendo – manifestó la Rabanit a su esposo –. Tú ya has visto cómo ella se negó terminantemente la vez pasada. ¿Crees que ella ahora dirá que sí?

– No tengo dudas – respondió el Rab –.

– ¿Por qué estás tan seguro?

Rab Jaim explicó a su esposa:

– Está escrito en Pirké Abot: “Anula tu voluntad por causa de la Voluntad de Hashem, para que los demás anulen sus voluntades por causa de tu voluntad”. Aquella vez, cuando la señora regresó de su accidentado viaje, nos preguntó: ¿Acaso ustedes quieren forzarme a aceptar?, y le respondí que no. En realidad, yo sí quería.

Pero le dije así porque había visto en su terquedad que la voluntad del Cielo era totalmente opuesta a la mía. Si así lo quería Hashem, entonces no me quedaba otra alternativa que la de anular mi voluntad por causa de la Suya. Por eso, cuando le dije que yo no quería forzarla, no le mentí. En realidad yo sí quería forzarla, pero Hashem no, y anulé mi voluntad para cambiarla por la Voluntad de Hashem. En cambio, la decisión de no aceptar nuestra propuesta no era voluntad del Cielo, sino la voluntad de ella. Y si es así, seguramente ahora hará lo que nosotros queramos, pues cuando alguien anula su voluntad por causa de la Voluntad de Hashem, la voluntad de los demás se convierte en la voluntad de uno. Mi voluntad es que ella acepte y la voluntad de ella se transformará en la mía...

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Realmente, así sucedió: La viuda finalmente aceptó, y el joven Hilel se convirtió en yerno de Rab Jaim de Volozin. Y con el tiempo, en el Gaón Rabí Hilel Mihordana.

Sheal Abija Veiaguedja. Hamaor

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Chapter 8 - Shabat

“Aún más de lo que los judíos han cuidado el Shabat, el Shabat ha cuidado de ellos.”

Viviendo cada día, 75. Rab. Twerski

Símbolo eterno

En la puerta de toda empresa o tienda ya sea grande o pequeña, se coloca un letrero que anuncia el nombre de la misma y su giro. Este letrero atestigua, mientras está colocado, la existencia del establecimiento y su adecuada administración por parte del dueño. Inclusive, en ocasiones, puede permanecer cerrada por un par de semanas, pero mientras el letrero se encuentre allí, eso significa que el establecimiento sigue en pie. Sin embargo al ver el letrero removido de su lugar, eso atestigua la clausura de la tienda y el cambio de domicilio de su antiguo dueño.

Lo mismo ocurre con el cuidado de Shabat.

El Shabat es el símbolo que ha plantado en nosotros el Creador, mismo que atestigua sobre la creación del mundo en seis días y el descanso del Todopoderoso en el día séptimo. No sólo eso, sino que es un símbolo que atestigua sobre el estado de cada judío, y su adecuado cumplimiento con lo pactado con el Creador.

Aun si sucediera que traspasara alguna de las prohibiciones de la Torá, ese no es motivo suficiente para desligarlo del judaísmo, ya que al igual que el dueño de la tienda, el simple hecho de mantenerla cerrada por un tiempo no significa que haya cerrado permanentemente, y mientras esté el letrero el establecimiento sigue en pie. De la misma manera, mientras cuide esta persona el Shabat se le sigue considerando el dueño del negocio, y no se ha bajado su letrero de judío. Sin embargo, si profanaria el Shabat estaría quitándose el letrero de su puerta, como si atestiguara que su alma no sigue siendo un alma judía, ya que se ha mudado al igual que el dueño de la tienda que dejó su antiguo establecimiento. Esto es lo que dijeron nuestros sabios, que la persona que profana el Shabat se asemeja al que reniega de toda la Torá.

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Las fábulas de Jafetz Jaim.79

El Shabat es la cabeza de todos los días

Un viernes por la noche, la esposa del Rab Yosef Jaim Zonenfeld, Rab Harashí de Yerushalaim de hace setenta años, se enfermó gravemente.

El Rab corrió a la casa del Doctorr Schwarz, que vivía a unas cuadras, y éste lo recibió con una lámpara encendida en su mano. El Rab sintió una profunda angustia porque el doctor estaba profanando al Shabat sin necesidad (un doctor puede hacer trabajos en Shabat cuando está en peligro la vida del enfermo, pero no era este caso). Sin embargo, se contuvo en ese momento y le pidió que lo acompañara a su casa para que atendiera a su esposa.

Mientras iban caminando, el Rab preguntó al doctor:

– ¿Puede decirme usted qué parte ocupa la cabeza en relación con todo el cuerpo humano?

El doctor no entendió que tenía que ver esa pregunta en ese lugar y en ese momento, pero por respeto al Rab le respondió:

– La cabeza es la séptima parte del cuerpo humano...

– Correcto – dijo el Rab. Y siguió abordando el tema –. Una vez, todos los órganos del cuerpo humano se reunieron para hablar con la cabeza, y le dijeron: “Queremos decirte, apreciada cabeza, que no estamos de acuerdo con lo que está sucediendo. Las manos son las que trabajan; los pies son los que nos llevan a todos lados, y así, todos los demás miembros del cuerpo hacen el trabajo más duro. Sin embargo, cuando llega el momento de comer, te paras bien erguida, y te introducen los mejores manjares en la boca. Cuando estamos frente al público, otra vez es la boca la que se muestra orgullosa. En cambio, nosotros seguimos en el anonimato y no recibimos ningún honor ni consideración...”. Entonces la cabeza les respondió: “Es cierto que yo soy la única que habla en las reuniones, pero es un privilegio que me corresponde, y no porque me lo regalaron. De mí salen las órdenes hacia todos los miembros del cuerpo, para que funcionen perfectamente y en el momento preciso. De no ser por mí, todos ustedes serían objetos inanimados, sin ninguna utilidad ni función. Y por eso es justo que a mí me toquen todas las satisfacciones de la persona...”

– Muy bonito. Muy bonito – exclamó el doctor –. Una respuesta muy inteligente. Se ve que la cabeza tiene cabeza...

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– Pues bien – continuó el Rab –. Así como es la relación de la cabeza con el resto del cuerpo, así repartió Hashem la importancia de los días de la semana respecto al Shabat. El Shabat es la séptima parte de la semana y es la cabeza de todos los días. De él sale la influencia para toda la vida. De no ser por el Shabat, la persona estaría sometida completamente a sus actividades materiales y físicas, y sería como todos los demás seres vivientes que lo rodean. Por eso es un gran privilegio que el Am Israel posea el Shabat, y nosotros debemos cuidarlo para que al mismo tiempo nos cuide a nosotros en todos los días de la semana...

Las palabras que salieron de la boca pura del Rab surtieron efecto en el corazón del doctor, quien captó el mensaje.

De ahí en adelante, el médico se transformó en Shomer Shabat.

Od Yosef Jay. Hamaor

¿Rúaj hakódesh?

– ¡Rebe! ¡Por favor! ¡Necesito una berajá para que se cure mi esposa! – le pidió desesperado el hombre al Admur de Alexander.

– “Claro que sí, te la daré... ¿Qué fue lo que pasó? – preguntó el Rebe.

– Ella estaba encendiendo el fuego, y se quemó. Al principio no le dolió tanto, pero ahora está sufriendo mucho y sus padecimientos son insoportables.

– El Admur escuchó con atención el relato y, luego de preguntar el nombre de la mujer, le dio su berajá para que tuviera “Refua Shelemá”. Cuando terminó su plegaria, dijo al hombre:

– Bueno, de ahora en adelante deben ser más respetuosos con el cumplimiento de las leyes de Shabat.

El hombre bajó la cabeza, en señal de aceptación y vergüenza, y se comprometió a cuidar Shabat tanto él como su esposa y toda su familia.

Cuando se retiró, los alumnos del Rebe que estuvieron presentes en esa ocasión le dijeron sin salir de su asombro:

– ¡Esta es una prueba evidente de que usted tiene ruaj hakódesh!

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– ¿Por qué dicen eso?

– ¡Rebe! ¡Lo hemos visto con nuestros propios ojos! ¡Supo, sin que el hombre se lo dijera, que no respetaba Shabat!

– ¡Oh, eso me resultó muy sencillo, y no tuve que recurrir al ruaj hakódesh! – respondió humildemente el Rebe –. Les voy a explicar: en la Torá figura que Abraham Abinu, el tercer día de su berit milá era cuando más sufría de su operación. También los habitantes de Shejem, tres días después de haberse circuncidado, fueron atacados por los hijos de Yaacob, “Porque estaban dolidos”. De aquí aprendemos que el tercer día posterior a un accidente o intervención física, es el más grave de todos. Cuando vino el hombre me dijo que en el momento de haberse quemado su esposa al encender el fuego, no le dolió tanto, pero que ahora no lo podía soportar, por lo que tenía que ser el tercer día de su accidente. Hice el cálculo y me di cuenta de que el día que encendió el fuego fue en Shabat. Por eso le pedí que de hoy en adelante empiecen él y su familia a cuidar mejor el Shabat.

Extraído de Oneg Shabat. Hamaor

Adelantando Shabat

Nuestros Jajamim se expresaron elogiosamente hacia aquellos yehudim que cuidan el Shabat mucho antes de la puesta del sol (el Shabat comienza exactamente con la puesta del sol). Quien lo hace recibe no sólo la inmensa satisfacción de disfrutar el día Shabat por más tiempo, sino además, innumerables recompensas por parte del cielo.

El siguiente suceso, relatado en primera persona por el Rab Simja Kaplan en el libro “Leshijnó Tidreshú”, es un ejemplo palpable de esto último:

Cuando me encontraba cursando mis estudios en la yeshibá de Mir, me alojé en la casa de una pareja que tenía un hijo único. Un día viernes por la mañana me disponía a ir a la yeshibá y el dueño de casa también se preparaba para dirigirse al mercado de la ciudad por cuestiones de trabajo. Antes de que éste traspusiera la puerta, escuchó a su esposa que le dijo:

– No te olvides que hoy es ereb Shabat. Regresa temprano.

Pasado apenas el mediodía, luego de haber rezado minjá en la yeshibá, llegué a la casa concluyendo mi día de clases. Al entrar, encuentro a la dueña de la casa apostada en la ventana, esperando ansiosa a su marido y murmurando:

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– ¡Dentro de poco es Shabat!

¡Ya va a ser Shabat!

No pude ocultar mi extrañeza.

Señora: – Aún es temprano – le observé.

– Faltan varias horas para que entre Shabat.

Luego de mirarme un segundo, me dijo:

– Si te cuento lo que nos sucedió en nuestra vida, me comprenderás.Comenzó a relatarme que, desde que se habían casado, pasaron largos años sin poder concebir, hasta que después de tantos ruegos Hashem los escuchó y les mandó un hijo. Pero lamentablemente el niño no se desarrollaba normalmente. La preocupación se centraba en la precaria salud de su único vástago. El doctor de Mir, el pueblo donde vivían, presumía que el niño padecía de un grave mal localizado en su corazón, por lo que recomendó a sus padres que se trasladaran a Vilna, para derivar el caso a un afamado médico que residía en aquella ciudad.

Después de revisarlo, este último facultativo diagnosticó que la enfermedad del niño era tan seria que le quedaban sólo unos pocos años de vida, con suerte. Al mencionar este pasaje, la mujer no pudo reprimir las lágrimas.

– Aquel doctor nos había dicho que nos resignáramos y que soportáranos la situación esperando el desenlace, porque no había nada que hacer.

Luego de un profundo suspiro, la mujer continuó:

– Salimos del consultorio desesperados y desesperanzados. No sabíamos dónde dirigirnos. A duras penas llegamos a la casa de nuestros ocasionales anfitriones de Vilna, y una vez allí estallé en llanto, sin poder recibir ningún tipo de explicación ni consuelo. La gente de la casa, al observar ese cuadro tan lamentable, nos señalaron que, en nuestro camino hacia Mir, tendríamos que pasar indefectiblemente por Radin. En ese pueblo vive el Jafetz Jaim. – ¡Vayan a visitarlo y pedirle un consejo! – nos recomendaron.

Así lo hicieron. Me contaba la señora que, cuando arribaron a Radín se les vino el alma al suelo al enterarse que el Jafetz Jaim, en virtud de su avanzada edad y debilidad, había cancelado sus entrevistas con el público. Sin tiempo para lamentarse, comprobaron que del cielo le enviaron una invalorable ayuda. El nieto político del Jafetz Jaim, que cuando era estudiante de la yeshibá de Mir se había alojado en la misma casa donde yo estaba, reconoció a sus benefactores y los hizo entrar con el Tzadik.

El Jafetz Jaim estaba sentado en su cuarto con un libro de Ezrá en

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sus manos. Nos sentamos frente a él y comenzamos a explicarle nuestro caso.

– ¿Qué puedo hacer yo? – preguntó el anciano Rab –. Dinero no tengo para darles. – ¿En qué los puedo ayudar? – agregó.

En ese instante rompí a llorar amargamente, mientras el joven que nos había hecho entrar le decía:

– Abuelo. Es el único hijo que tienen.

Cuando me estaba retirando, escuché detrás de mí la tenue voz del Jafetz Jaim.

– Hija – me llamó afectuosamente.

– Desde hoy en adelante, toma la decisión de recibir el Shabat más temprano que de costumbre –. No entendí muy bien sus palabras.

– Perdón, ¿a qué se refiere? – le pregunté –.

El Jafetz Jaim me indicó:

– Cada ereb Shabat, desde mucho antes de la puesta del sol, que luzcas en tu mesa el mantel especial para Shabat, y las velas preparadas. Y cuando las enciendas, no hagas más ningún tipo de trabajo. Después veremos.

La señora siguió contándome que, cuando salió de aquella casa, recibió sobre sí cumplir al pie de la letra lo que el Jafetz Jaim le había recomendado. Al poco tiempo el niño empezó a manifestar muestras de clara mejoría, y poco a poco su alimentación y desarrollo no difería de la de los demás niños sanos de la ciudad.

El médico de nuestro pueblo no podía creer lo que sus ojos veían. Para él era imposible que una cosa así sucediera. Nos proporcionó una suma de dinero y con ella viajamos nuevamente a Vilna, con el objeto de que el otro importante doctor revisara a nuestro hijo.

Cuando lo hubo hecho, exclamó:

– Ustedes se están burlando de mí.

– Este no es el niño que yo atendí no hace mucho.

–Doctor – le respondimos – es nuestro hijo y no tenemos otro.

El médico volvió a preguntar:

– ¿Acaso estuvieron en Viena? En aquellos días, Viena era la ciudad capital, donde todos acudían para solucionar los casos más graves.

– No – le repusimos –. No estuvimos en Viena. Estuvimos en Radín, con el Jafetz Jaim, y nos indicó qué hacer. El doctor lo pensó un

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instante y luego declaró:

– La ciencia médica puede, a veces, componer lo que existe. Si el corazón no funciona bien, los doctores tratamos de curarlo. ¡Pero el Jafetz Jaim, por lo que veo, tiene la propiedad de crear algo de la nada! Porque ahora quiero que sepan que el corazón de su hijo estaba consumido casi totalmente.

Luego del estremecedor relato, la señora concluyó:

– Ahora entenderás por qué, desde que me lo propuse, cada viernes empiezo temprano los preparativos del Shabat. Y es también por eso que estoy ansiosa para que mi marido llegue a casa lo antes posible.

Moreshet Abot 166. Hamaor

El Shabat te cuida

Agosto 16 de 1939. Rabí Yaacob Herman y Su esposa salían de Nueva York con destino a Eretz Israel. Según los cálculos, arribarían al puerto de Haifa el miércoles 30 de agosto; pararían unos días en la casa del Rab Alfa, en dicha ciudad, y luego seguirían viaje por tierra hacia el destino final: Yerushalaim.

En medio del océano, el capitán del barco en el que viajaban recibió la orden de desviarse de su ruta ante la posibilidad de que el sector del mar Mediterráneo por donde iban a pasar estuviese minado, en virtud de la guerra que iba a comenzar en cualquier momento. Resultado: en lugar de llegar a Eretz Israel ese miércoles, lo hicieron el viernes 1º de septiembre, faltando unas horas para la puesta del sol. Un rato antes, la segunda guerra mundial había estallado, con la invasión de los alemanes a Polonia. Los altavoces indicaban a todos los pasajeros que debían abandonar el barco en el acto. El equipaje podía ser reclamado en el muelle, y los pasajeros debían retirarlos de ahí lo antes posible. ¡El caos reinaba! Rabí Yaacob Yosef Herman y su esposa enfrentaban un terrible dilema: En unos momentos entraría Shabat ¿Cómo harían para retirar su equipaje cuando debían dirigirse inmediatamente a la casa de Rab Alfa, antes del tiempo permitido?

Rabí Herman tomó presuroso la maleta que contenía los Tefilín y el Séfer Torá, y su esposa sólo llevaba la bolsa de mano. Sin detenerse, atravesaron el camino que los llevó al puesto donde se encontraba el oficial de la aduana.

El militar inglés escuchaba con atención las palabras de Rabí

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Yaacob:

– Yo nunca en mi vida he profanado el Shabat. ¡No lo voy a hacer ahora, en la Tierra Santa...! – dijo, mientras las lágrimas surcaban su rostro.

– Rabino – le explicaba cortésmente el oficial –estamos en guerra.

– Usted sólo séllenos los pasaportes y déjenos ir – le replicó Rabí Yaacob –. Retiraremos nuestro equipaje después, cuando acabe Shabat.

– Eso es imposible. El barco debe zarpar ahora mismo y dejaremos todas las maletas que no fueron retiradas en el muelle. Una vez que el barco abandone el puerto, nadie se hará cargo de lo que quede en él.

– No me importan mis pertenencias. Usted sólo séllenos el pasaporte para que podamos irnos – insistió Rabí Yaacob.

El oficial lo miró con extrañeza.

– Dígame, Rabino: ¿se puede saber en qué consiste su equipaje?

– Dieciséis cajas y nueve maletas.

– Diecis... Pero, ¿entiende usted que desde el momento en que el barco abandone el puerto todas sus pertenencias quedarán sobre el muelle sin que nadie se haga cargo de ellas? ¡Hasta mañana en la noche no le quedará ni el recuerdo de lo que trajo! ¡Los árabes se apoderarán de lo más insignificante..! – enfatizó el oficial.

– No tengo otra alternativa – manifestó Rabí Yaacob –. El Shabat está aproximándose y debo llegar a tiempo. ¡Por favor! ¡Sólo selle nuestros pasaportes y déjenos ir..! – su voz sonaba desesperada.

El incrédulo oficial llamó a uno de sus agentes.

– Sélleles los pasaportes y permítales retirarse – le ordenó –. Este Rabino está dispuesto a perder todas sus cosas con tal de llegar a la ciudad antes del comienzo del Shabat de ellos.

El agente los miraba asombrado mientras estampaba su sello en la documentación. Rabí Yaacob Yosef tomó su maleta, que sostenía el Séfer Torá; su esposa sostuvo su bolsa de mano y salieron de ahí presurosos.

Tomaron un taxi y llegaron a la casa del Rabí Alfa justo a tiempo para encender las velas.

En el transcurso de ese Shabat Rabí Herman experimentó una gran elevación espiritual. A cada rato decía a su esposa:

– Tú sabes: “El Jefe” (en inglés: “The Boss”. Así llamaba Rabí

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Yaacob Yosef Herman a Hashem) hace todo por mí. ¿Qué, acaso no puedo hacer algo yo por Él? Al fin y al cabo logré el privilegio de cumplir la mitzvá de servir “Bejol Meodeja” (“Con todos tus bienes”) y santificar Su Nombre...

En realidad, a su esposa le costaba manifestar semejante emoción. Ella estaba física y emocionalmente exhausta. Extrañaba tanto a sus hijos que no encontraba sosiego ni en su mente ni en su corazón. Para colmo, perdieron todo lo que tenían... Era un trance demasiado difícil de asimilar. No obstante, no se escuchó de ella ninguna queja. A la finalización del Shabat, después de esperar setenta y dos minutos desde la puesta del sol, y luego de la habdalá, el anfitrión se dirigió a los invitados:

– ¿Qué les parece si nos vamos al puerto? – les sugirió –. Puede ser que encontremos allí algunas de sus maletas.

Rabí Yaacob y su esposa no compartían tanto el optimismo de Rab Alfa, aunque igual accedieron a su propuesta.

El puerto se encontraba casi en penumbras. Al final del muelle se divisaba una tenue luz y hacia allí se dirigieron con cautela.

– ¿Quién anda ahí?

– Gritó una voz en inglés.

– Somos unos pasajeros que vinimos en el barco que llegó ayer por la tarde. Venimos a ver si...

– ¡Identifíquese! – interrumpió el militar.

– Yaacob Yosef Herman – fue la respuesta.

– Bien, Bien, Rabino. Por fin llegó – le dijo el militar en inglés, mientras le hacía señales para que se acercaran –. Me aseguraron que usted iba a estar aquí luego de la puesta del sol, pero veo que se demoró un rato más – agregó –. Mi comandante me amenazó con cortarme la cabeza si a alguna de sus pertenencias le pasaba algo. A ver... revise bien si está todo en orden y fírmeme estos papeles. Y por favor: llévese todo esto de aquí lo antes posible... ¡Estoy completamente agotado!

All For The Boss, 343. Hamaor

Rabenu Yosef Jaim

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Una de las más grandes ilusiones de la vida de Rabenu Yosef Jaim, el “Ben Ish Jai“, fue la de tener el zejut de hacer aliá a Eretz Israel. Y si bien en una ocasión transitó por sus senderos y pisó los lugares sagrados, lo hizo como peregrinación. Nunca pudo, por diferentes motivos, establecer su residencia fija en Israel.

El corazón del “Ben Ish Jai” destilaba un profundo amor hacia Eretz Israel y sus habitantes. Desde su Bagdad natal dirigía sus ojos a nuestra tierra, interesándose por la vida y las costumbres de aquellas comunidades, en especial la de Yerushalaim. Intercambiaba cartas con sus Jajamim, mediante las cuales enriqueció sus ya vastísimos conocimientos sobre la Torá, al tiempo que por medio de dicha comunicación, que se estaba difundiendo, el nombre del “Ben Ish Jai” comenzó a conocerse y reconocerse en todo el mundo judío de entonces. Alrededor de su viaje se sucedieron varias anécdotas dignas de destacar, que resaltan la grandeza de Rabenu Yosef Jaim. Una de ellas es la que citaremos a continuación.

El día 25 de Nisán partió el “Ben Ish Jai” junto con su hermano Rabí Yejezkel y otros cuatro acompañantes. Para no tropezar con el problema del Shabat, eligió viajar en camellos individuales en lugar de una caravana pública, pues en este último caso difícilmente accederían a sus peticiones. Por eso, antes de abandonar Bagdad, exigió del guía árabe y dueño de los camellos que un rato antes de Shabat el viaje se interrumpiera, para seguir camino al día siguiente después de habdalá. Una vez aceptada la condición, emprendieron viaje.

Llegó el primer día viernes y, luego de que Rabenu Yosef Jaim recordó lo pactado al guía, éste se rehusó a cumplir su palabra, alegando que el lugar donde se encontraban resultaba totalmente inadecuado para acampar, en razón de que allí existía toda clase de asesinos y mal vivientes, y él no estaba dispuesto a arriesgar su vida.

– Pues entonces nos quedamos aquí a pasar Shabat solos – anunció el “Ben Ish Jai“.

– ¿Aquí, en medio del desierto? ¿No se dan cuenta de que están expuestos a morir en manos de los criminales? – advirtió el árabe.

Pero nadie iba a hacer desistir a Rabenu Yosef Jaim y los suyos de su decisión. Se apearon de los camellos; tomaron sus pertenencias y extendieron su tienda de campaña, dispuestos a recibir el Shabat.

El guía se alejó a toda marcha del lugar. Pero así como irresponsable, también era algo cobarde, por lo que regresó sobre sus pasos y se apostó cerca de los yehudim y se escondió detrás de una roca, a la expectativa de lo que pudiera suceder.

Cayó la noche. Rabenu Yosef Jaim y sus acompañantes habían

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encendido las velas y recitaron emocionados “Kabalat Shabat” y tefilá arbit. Luego, dieron paso al Kidush y saborearon las comidas que traían en sus alforjas. Tampoco faltaron las palabras de Torá y las canciones de sobremesa, cuya espiritualidad les hizo olvidar que se encontraban en un desolado e inseguro paraje.

Más tarde, todos fueron a entregarse a un reparador descanso y, en poco tiempo, el sueño los venció. Pero no todos dormían. El “Ben Ish Jai” seguía sentado con el libro del Zohar en sus manos y no era la tenue luz de las velas lo que iluminaba las letras, sino el resplandor de su semblante que irradiaba por el profundo regocijo con que leía las sagradas escrituras. El “Ben Ish Jai” se olvidó de su cansancio; no sentía nada de lo que sucedía a su alrededor; estaba totalmente inmerso en la Torá; estaba tan apegado a Su Creador que se podían percibir claramente las alas de los ángeles que lo protegían desde el Cielo... Así transcurrieron las horas.

Pero el fulgor de las velas de Shabat no sólo atrajo a los ángeles, sino también a unos terrícolas que nada de espirituales tenían. Aquellos tan temidos criminales, que merodeaban entre las sombras de la noche, encontraron una fácil presa en esos inofensivos viajantes. El temible grupo se acercó sigilosamente a la tienda de campaña, dispuesto a acabar con las vidas y apoderarse de sus bienes. A la cabeza de la pandilla avanzaba su líder, quien como el resto de sus secuaces, iba armado hasta los dientes. Y este mismo jefe, sorprendió a todos los que lo escoltaban, cuando de repente, a punto de tener a la víctima en sus garras, se detuvo. Se quedó observando la cara de Rabenu Yosef Jaim y quién sabe por qué razón, la imagen lo dejó paralizado. Guiado por un extraño impulso, se dio media vuelta y mascullando la orden de retirarse, se llevó a toda su horda de delincuentes lejos de allí. El “Ben Ish Jai” y su séquito se habían salvado. El guía árabe, espectador improvisado de la escena, se quedó maravillado, mudo de asombro. Y luego de unos segundos, salió de su escondite y casi de un brinco llegó hasta el “Ben Ish Jai” y cayó a sus pies.

– Perdóneme, santo varón. Me equivoqué con usted – reconoció el guía –. Ahora me doy cuenta de que es un enviado del cielo. ¡Y estoy dispuesto a cumplir fehacientemente lo que hemos acordado!

Los Jajamim de Bagdad, alumnos de Rabenu Yosef Jaim, pudieron explicar la extraña actitud del jefe de la banda de manera totalmente natural, como consecuencia de un suceso acaecido tiempo atrás. Pero el remplazo del milagro por la lógica no hizo sino agigantar aún más la imagen del “Ben Ish Jai”. Lo que pasó fue que el hombre había sido citado a comparecer en un juicio que tenía con un yehudí, que negaba deber un dinero que este árabe realmente le había prestado. El “Ben Ish Jai”, actuando como juez, usó su aguda sabiduría y descubrió que efectivamente el árabe tenía la razón, por lo que obligó al yehudí a pagarle. El problema ahora residía en que

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el yehudí no tenía dinero para saldar su deuda con el árabe. ¿Qué hizo Rabenu Yosef Jaim? Sacó la suma en cuestión de su bolsillo y se la entregó al yehudí para que le pagara al árabe. Éste, que con el correr de los años se convirtió en un mal viviente, mantuvo siempre en su memoria la encomiable actitud del “Ben Ish Jai”. Y ese recuerdo latente hizo desistir de atentar contra él y los suyos cuando lo tuvo enfrente, en medio del desierto.

Moreshet Abot 130. Hamaor

Juzga para bien

Hace unos ciento cincuenta años vivió en la ciudad de Volozin el gran Gaón Rab Jaim, conocido como Rab Jaim de Volozin.

En esa ciudad habitaba también su hermano, el Tzadik Rabí Zalman.

Un día Shabat por la mañana se acercaron a la casa de Rab Jaim unos yehudim y le dijeron:

– No lo tome a mal, pero su hermano, lamentablemente, ha perdido la razón.

– ¡Mi hermano! ¡Rab Zalman! ¿Pero qué pasó? – quiso saber Rab Jaim.

– Ayer por la noche, lo vimos corriendo por la calle bajo una lluvia torrencial, sin saco ni nada con qué cubrirse y... ¡con una linterna en la mano!

Quisimos detenerlo y decirle “Shabat Shalom”, pero por lo visto no quiso ni hablar con nosotros, ¡y siguió corriendo empapado!

– ¡Oh! ¡Pues eso sí que es muy extraño! – comentó Rab Jaim.

Muy sobresaltado, Rab Jaim se dirigió inmediatamente a la casa de su hermano.

Cuando llegó lo encontró, como de costumbre, sentado en su mesa, con un libro de Torá en sus manos. Rab Zalman lo saludó:

– Shabat Shalom, hermano. ¿A qué se debe el honor? – y agregó cambiando de tono –: Te noto preocupado. ¿Pasa algo?

– Quiero que tú me digas qué es lo que pasó anoche. ¡Me contaron

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que te vieron en la calle corriendo!

– Ya, ya – lo interrumpió Rab Zalman con una sonrisa –. Te lo explicaré: estaba en mi casa, cuando escuché de la casa de mi vecino que su esposa lo estaba despertando para que fuera a llamar a la partera, porque comenzó a sentir los síntomas que le indicaban que en unos momentos iba a dar a luz. Afuera llovía mucho y hacía frío, y aparentemente el marido dormía profundamente, y por más que los gritos de la mujer se escuchaban hasta mi casa, el hombre no se despertaba. Lo que hice fue salir sin perder tiempo a buscar yo mismo a la partera.

Al principio busqué mi saco y no lo encontré. “Iré sin saco”, pensé. Y al salir vi que estaba muy oscuro, por lo que me vi obligado a cargar una linterna en Shabat (tú sabes que en estos casos está permitido), porque podía tropezarme y caer. Estaba en camino, y unos yehudim me saludaron diciéndome “Shabat Shalom”. ¿Acaso puedo detenerme y perder el tiempo hablando con ellos, mientras la mujer está en peligro? Seguí adelante; llamé a la partera, y todo salió bien, Baruj Hashem.

Rab Zalman bajó la vista y siguió en su lectura. Luego de un instante, se dirigió otra vez a su hermano y le dijo:

– ¡Ah! Te recuerdo: ¡el próximo Shabat tenemos berit milá en la ciudad!

Hamaor

La recompensa de Shabat

Está escrito en el Libro del Profeta: “Si descansas en el Shabat tus pies, para dedicarlo a la actividad espiritual... Y disfrutarás de las bondades de Hashem... (Yeshayá 58). Según el comentario de Nuestros Jajamim, de aquí se aprende que, quien no escatima en gastos para disfrutar y respetar el día de Shabat recibe de Hashem una recompensa (material) mucho mayor de la que le costó.

Para entender mejor este concepto, imaginemos la siguiente situación:

En una ciudad había dos hermanos; uno rico y uno pobre.

El rico recibió de su padre un fax que decía: “Querido hijo: te envío este fax a ti porque tu hermano está tan pobre que ni siquiera tiene

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teléfono. En cambio tú, Gracias a Di-s, estás en condiciones de llevar a cabo lo que te voy a pedir. Dentro de unos días voy a casar a tu hermano menor y haré una fiesta.

Yo quisiera que mis dos hijos, que viven lejos de mí, me acompañen.

Ven tú y tu hermano a esta ciudad, y no escatimes en gastos. Y como sé que todo lo que gastes será para hacerme quedar bien y rendirme honores, yo me comprometo a que cuando termine la fiesta, no sólo te repondré lo que pagaste, sino que te daré un premio siete veces más de lo que resulte en la cuenta total.

Los espero.

Tu padre.”

El hijo, apenas acabó de leer la hoja, salió hacia las tiendas más caras y se compró las ropas más finas.

Encargó unos boletos de avión primera clase y organizó todo de manera que su viaje fuera de lo más suntuoso.

En el camino hacia el aeropuerto, detuvo la limusina que había rentado y, luego de bajarse golpeó la puerta de una humilde casa. Salió su hermano pobre, que le dice:

– ¡Qué milagro!

– ¿A que se debe la visita?

El rico lo tomó del brazo y, mientras lo arrastraba hacia el coche, le dijo:

– ¡No es ningún milagro ni ninguna visita!

¡Nos vamos a la boda de nuestro hermano menor!

¡Y si no te apuras perdemos el avión...!

– ¿Boda?

– ¿Avión? – Preguntó desconcertado el otro hermano, ya dentro de la limusina.

– Bueno, déjame por lo menos ponerme algo más decente...

– ¡Así estás bien! ¡Ya no hay tiempo! – le dijo el rico, al tiempo que arrancaba el vehículo.

Cuando llegaron a la recepción, entró primero el rico.

Todos lo vieron rodeado de lujos, joyas y hasta servidumbre que lo acompañaba.

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– ¿Quién es ése? – preguntó toda la gente.

– ¡Es mi hijo! – respondió el dueño de la fiesta.

– ¿Y el sirviente tan mal vestido que está atrás?

El padre bajó la cabeza y exclamó avergonzado:

– No es un sirviente: ese también es mi hijo.

La fiesta transcurrió normalmente y, antes de que todos se despidieran, el hijo rico muestró a su padre un montón de notas de venta. El padre hizo como si no hubiera visto nada.

“¿Qué? ¿Ahora no quiere cumplir con su promesa?”, pensó el hijo. “No me voy a quedar callado. ¡Se lo voy a decir!”.

– Papá: aquí está toda la cuenta de lo que gasté.

– Ah, muy bien, muy bien. Que te haga provecho...

– Pero... Tú me aseguraste que me ibas a regresar lo que gasté, más un premio...

– ¿Qué fue lo que yo dije?

– Mira: aquí tengo tu carta y la voy a leer...

El hijo comenzó a leer la carta en voz alta y en un momento su padre lo interrumpió:

– ¡Lee eso otra vez!

– Y como sé que todo lo que gastes será para hacerme quedar bien y rendirme honores, yo me comprometo a...

– ¡Qué escuchen tus oídos lo que tu boca pronuncia! – interrumpe nuevamente el padre.

– ¿Por qué, papá? ¿Acaso no te hice quedar bien? ¡Todo el mundo no tenía más que elogios hacia mí!

– ¡Sí, pero esos elogios eran sólo para ti, todo lo que hiciste fue para ti!

Yo me hacía cargo de todos los gastos si entre ellos incluías los de la vestimenta de tu hermano, para que la gente no lo viera tan mal vestido. Si lo hubieses hecho de esa manera, me hacías quedar bien y me honrabas. En cambio, con tu actitud tan personal, demostraste que todo lo que gastaste fue sólo para tu propio beneficio...

La moraleja es clara: Hashem aseguró a la persona que le retribuirá con creces si gasta generosamente para Shabat. Pero con la condición de que su mesa esté compartida con los necesitados. Si la persona está gozando de sus comodidades durante el Shabat

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mientras muchos de sus hermanos se sumen en la pobreza (y esta persona pudo haber evitado en parte esa pobreza), ¿podrá reclamar a Hashem la recompensa?

Lo que quiere Hashem de cada yehudí es que, si no puede ayudar al prójimo carente de recursos, al menos que se preocupe por su situación. Darle una simple moneda es considerada por la Torá como si le salvase la vida.

Después de ello, sin necesidad de reclamar, la recompensa llegará sola...

Extraído de Mishlé Yaacob. Hamaor

El Shabat cuida a quien lo cuida

Una buena herencia dejó Rab Biniamín a su hijo Rab Leví: un terreno amplio, no lejos de la ciudad de Tzanz, donde el heredero eligió trabajar y vivir. Gracias a esa herencia, Rab Leví encontró una forma acomodada y decente de subsistir.

No pasó mucho tiempo y sobrevino a Rab Leví una situación que le oscureció todo su panorama: al concluir el año de duelo de su padre, recibió una notificación de parte del juez, la cual lo citaba a presentarse sin demora en el juzgado. Una vez allí, comprobó con consternación que un hombre no judío poseía un documento firmado por su padre, donde constaba la operación de venta del terreno que recibió como herencia.

Rab Leví no lo podía creer. De haber sabido que su padre había vendido el terreno, se hubiera enterado. Y por lo que se acordaba, su padre nunca estuvo en una situación económica comprometida que lo hubiera obligado a desprenderse de sus bienes. ¿No será que este hombre lo amenazó de alguna manera para que se efectuara la operación? Y si así fuese, no habría manera de comprobarlo.

Sin saber qué hacer, se dirigió al Rab de la ciudad, el Gaón Rab Jaim Mitzanz. El anciano Rab era reverenciado no sólo por sus jasidim, sino por todos los miembros de las comunidades judías de entonces, y hasta por los no judíos, que lo conocían como un “Hombre de Di-s” muy respetado.

– Yo iré contigo, y seré tu abogado – dijo el Gaón a Rab Leví, ante la sorpresa de éste.

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– Al hacer su entrada en el juzgado, todos se pusieron de pie para recibir la presencia del anciano Gaón. Hasta el propio juez se levantó de su asiento, y ordenó a sus asistentes que le asignaran un lugar especial.

La ceremonia comenzó con la lectura del acta, en la que el no judío reclamaba la posesión del terreno que ocupaba Rab Leví, en virtud de haberlo adquirido del difunto propietario, para lo cual presentaba como prueba un documento firmado.

El juez se dirigió a Rab Leví y le preguntó si estaba de acuerdo con esta declaración, y en caso contrario, qué alegaba al respecto.

– Su señoría: no creo que mi padre haya vendido el terreno a este hombre; estoy casi seguro de que así no fue – dijo Rab Leví.

– ¿Tiene alguna prueba para sustentar esa aseveración? – preguntó el juez.

– No. No tengo ninguna. Pero es imposible que haya ocurrido algo así. Y sospecho que...

– Permítame decirle – lo interrumpió el juez – que lo que realmente valen no son las suposiciones, sino las evidencias. Usted, en este caso, sólo “cree” y “sospecha”, pero el demandante tiene en su poder un documento firmado con puño y letra de su padre, donde consta que el día 15 de septiembre del año antepasado le vendió su terreno por una suma bastante razonable. ¿Qué tiene que decir ante esto?

Rab Leví se quedó en un impotente silencio.

En ese instante, pidió la palabra el Báal Dibré Jaim, la que le fue inmediatamente concedida por el magistrado.

Se levantó de su asiento y se dirigió al juez:

– Quisiera que me permita hacer unas preguntas a su señoría.

– ¿A mí? ¡Claro! ¡Adelante! – aceptó el juez.

– Quizás conoció usted al difunto padre del señor Leví.

– Sí. He tenido la ocasión de conocerlo personalmente. Varias transacciones comerciales se hicieron con él y he intervenido como juez en ellas.

– Y conforme a lo que usted sabía de su situación, ¿cree que hubo algún motivo que lo haya obligado a vender alguno de sus bienes?

– ¡No, no!

¡Definitivamente, no! Era un hombre de una posición acomodada. Y no creo que haya tenido alguna razón para desheredar a su hijo, a

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quien quería mucho. Pero ya le he dicho, Rabino, que no puedo guiarme por suposiciones.

– De acuerdo. Déjeme preguntarle algo más: ¿conocía usted su devoción hacia la religión judía del difunto?

– ¡Oh, sí! Lo recuerdo muy bien. Era un hombre muy aferrado a su ley. Por nada del mundo se me ocurre que pudiera haber hecho algo en contra de lo que la Torá le indica.

– No hace falta preguntarle, entonces, si piensa que el difunto pudo haber profanado el día sábado por alguna razón que no fuese peligro o emergencia.

– En efecto. Está usted en lo cierto.

– Ahora bien – y mientras esto decía, el Rab extendió un calendario al juez –, ¿puede usted mismo fijarse a qué día de la semana corresponde la fecha del documento en cuestión?

El juez miró el calendario, y luego dijo:

– Esa fecha cayó día sábado.

– Ahora quiero hacerle la última pregunta: Aunque usted no se base en suposiciones, ¿podría creer que el difunto realizó una operación comercial en nuestro Sagrado día Shabat, y que haya estampado su firma en el documento?

Se produjo un murmullo en el recinto, mientras el juez se quedó unos segundos en silencio. Luego, se dirigió enérgicamente al demandante, y le preguntó:

– ¡Quiero saber toda la verdad, ahora mismo! ¿Qué fue lo que pasó con este documento?

Ante el asombro de todos los presentes, el hombre bajó la cabeza y terminó por confesar que todo fue producto de un engaño. Un día vio un escrito con la firma del difunto y se le ocurrió la idea de falsificarla para inventar una historia. Sólo que ignoraba un detalle muy importante: Am Israel tiene un día en la semana que los cuida de todos los que quieren perjudicarlos. Es el día Shabat.

La sabiduría del Gaón Rab Jaim Mitzanz y la mitzvá de Shabat que cumplió toda su vida el difunto, salvaran a su hijo de un despojo. El día Shabat salió de testigo.

Emuné Am Segulá. Hamaor

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Sir Moshé Montefiori

Sir Moshé Montefiori fue uno de los personajes más importantes de la historia de nuestro pueblo, de hace cien años. Gozó de fama y riqueza, y además del reconocimiento del reino de Gran Bretaña, país que representaba en sus viajes al exterior.

Sin embargo, contrariamente a lo que ocurrió a muchos que alcanzaron la grandeza, Sir Moshé Montefiori no abandonó su fidelidad a la Torá y a las mitzvot, y se mantuvo estricto en el cumplimiento de las mismas, en el lugar y en la situación en que se encontrase, porque ésa era una forma de agradecer y reconocer que era Hashem quien le dio todo lo que tenía.

Una gran parte de su riqueza la destinó a ayudar a los necesitados de su pueblo, en especial a las comunidades que sufrían persecuciones e injusticias por parte de los gobiernos totalitarios de entonces. Y del mismo modo que él cuidó Shabat dondequiera que iba, también el Shabat le salvó la vida en una ocasión.

Una vez Sir Moshé Montefiori viajó a Rusia para persuadir al zar de que cesara en sus opresiones contra los judíos de su imperio. Llegó a la ciudad de San Petersburgo y fue recibido por el tirano emperador, y después de una larga conversación éste se comprometió a ablandar sus leyes contra los judíos, a cambio de una importante suma de dinero.

Cuando Sir Moshé Montefiori se retiró, el zar se arrepintió del acuerdo y se propuso obtener el documento que había firmado, con la intención de eliminarlo y anularlo.

Al día siguiente tocaron a la puerta de la habitación de Sir Moshé Montefiori, y cuando abrió, comprobó con sorpresa que se trataba nada más y nada menos que del alcalde de la ciudad. Lo hizo pasar y se quedó charlando un rato.

Más tarde, llegó al cuarto un enviado del zar con una carta del emperador para Sir Moshé Montefiori. Éste toma el sobre en sus manos, lo observa y lo deja sobre la mesa.

– ¿Cómo es posible? – preguntó el alcalde –. ¿No va a abrir la carta del zar?

– Hoy es Shabat, día sábado, sagrado para todos los judíos, y no podemos realizar ningún trabajo. Y abrir una carta, aunque venga del zar, está prohibido para mí.

Inmediatamente, el alcalde dijo al enviado que la abriera, porque podía tener una información urgente.

Al abrir el sobre, un polvo venenoso salió de adentro, y el enviado

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murió en el acto. El cumplimiento del Shabat salvó la vida a Sir Moshé Montefiori...

Sipuré Amenu. Hamaor

En Shabat, cada yehudí es un rey

El Tzadik Rabí Simja Bunam Mipashisja Z”L, no acostumbraba dormir demasiado en Shabat. En la noche de Shabat se conformaba con dormir igual que todos los días de la semana, y durante la tarde del Shabat no se acostaba ni un corto rato.

Uno de los ancianos de la ciudad le preguntó una vez:

– ¿Por qué Rab no aprovecha el Shabat para dormir un poco más? La Torá nos indica que hay que disfrutar el Shabat, y nuestros Jajamim nos enseñaron que una de las formas de disfrutar el Shabat es durmiendo.

Rabí Simja Bunam le respondió:

– ¿Y acaso usted vio alguna vez un cuidador que se quede dormido? Tenemos un regalo muy precioso de Hashem, y Él nos encargó cuidarlo: es el Shabat, que está guardado en el Tesoro Divino desde antes de la Creación. Y ahora que nos lo entregó en nuestras manos, ¿no es una lástima que en vez de cuidarlo con los ojos bien abiertos, desperdiciemos el tiempo durmiendo más de la cuenta?

El Rab Simja Bunam concluyó diciendo: – En Shabat, cada yehudí es un rey. Y el rey tiene su cargo tanto de día como de noche. Es cierto que hay que dormir para descansar, ¡pero lo suficiente! ¡Porque mientras se duerme no se aprovecha del privilegio de ocupar el trono que nos concedió Hashem!

También el Tzadik Rab Mitzanz dormía poco todos los días del año. Y en Shabat y Yom Tob no eran la excepción: apenas si conciliaba el sueño un rato. Sus jasidim le preguntaron una vez:

– ¿Por qué el Rab no da a su cuerpo el sueño que necesita, para poder servir mejor a Su Creador? ¿No se podría debilitar con tan poco descanso?

– El que sabe dormir – respondió el Rab con una sonrisa en sus labios – puede descansar en media hora, lo que los demás alcanzarían durmiendo una noche entera.

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Or Torá

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Chapter 9 - Shemirat Halashón

Mucho se puede aprender de los Jajamim cuando abren sus bocas, pero más se puede aprender de ellos cuando la cierran.

Midrash Shemuel

Palabras que emanan del corazón entran dentro de otro corazón.

Dibré Jajamim

La vida y la muerte están en manos de la lengua.

Mishlé XVIII.21

Aprende a callar para que sepas hablar .

Rabí Menajem Méndel Mikotzk / Hamaor 2.37

EL Napoleón de oro

Escrito por el Rab Shalom Schewadrón, Z”L

La historia que les relataré a continuación sucedió en los días de la primera guerra mundial, en el año 1914.

Había un respetable yehudí, estimado por todos los que lo conocían en la ciudad de Yerushalaim, donde él vivía.

Se desempeñaba como mohel, y yo llegué a conocerlo cuando ya era muy anciano. Es importante recalcar que todo ocurrió durante la primera guerra mundial, cuando Yerushalaim estaba dominada por los turcos. Ésa fue una época muy dura para todos los yehudim que vivían en Tierra Santa, pues además de tener que soportar el tan cruel mandato turco, el hambre y los problemas graves provocados por la guerra azotaban especialmente esa zona.

Sin embargo, el mencionado mohel conservaba nada menos que

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una moneda conocida como “Napoleón”. Sí, sí. Un Napoleón... ¡de oro!

Para que tengan una idea de lo que vale esa moneda, les diré que con el dinero que se podía conseguir a cambio de ella era posible que una familia entera se alimentara a lo largo de un año. Bueno, ¡medio año seguro! Y como he dicho, esos eran días de escasez y hambre... De verdad hambre. ¡No había qué comer! Y este mohel poseía un Napoleón de oro. ¿De dónde lo tenía? ¡Quién sabe, pero lo tenía! Con la crisis que imperaba, él podía aprovechar ese tesoro para comprarse todo cuanto hubiera querido. Pero a pesar de que el mohel carecía de todo, además del dinero para comprar, en su casa quedaba el Napoleón de oro guardado en su armario, brillando a puertas cerradas.

Un día, el hijo del mohel descubrió que dentro del armario había depositada una moneda. Él no entendía mucho de monedas; tenía siete u ocho años. Sólo sabía que con una moneda se puede ir a algún lugar y comprar lo que a uno le guste. Niño al fin, no cabía en su mente hacer diferencias entre un Napoleón de oro y otra simple moneda que circulaba en esos días. ¿Qué puede saber un niño de “Napoleones de oro”? Él nada más ansiaba ir a la tienda y pedirle al comerciante que le diera caramelos y dulces. Mucho no lo pensó: estiró su mano; tomó la moneda; se la llevó; se dirigió a la tienda y compró lo que compró...

En tanto, regresó su papá a su casa; abrió el armario y comprobó horrorizado que el Napoleón de oro había desaparecido. Llamó a su esposa y le preguntó si sabía algo respecto a la moneda. No. No sabía nada. Mientras, su hijo pequeño regresaba de sus juegos de la calle. El padre se dirigió a él y le preguntó si había tomado algo del armario.

– Sí. Tomé una moneda que estaba ahí – le respondió.

– ¿Y donde está ahora?

– Fui a la tienda. Me compré dulces. Mira...

Antes de que el niño acabara de hablar, la madre salió corriendo hacia la calle en dirección a la tienda.

Entró al negocio y comenzó a gritar al comerciante:

– ¡Ladrón! ¡Te llevaste mi Napoleón! ¡Lo tomaste a cambio de dulces! – la mujer estaba totalmente exaltada –. ¡Malvado! ¡Estafador! ¿Cómo se te ocurrió hacer una cosa como ésa? ¡Ese Napoleón es lo único que tenemos! ¡Y ahora tú nos lo has quitado!

– ¡Un momento! – replicó el comerciante –. ¡No sé de qué me estás hablando! Tu hijo vino a comprarse algunas cositas y no me dio a cambio sino una simple moneda.

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– ¡Una simple moneda! ¿Acaso llamas a un Napoleón de oro una simple moneda? ¡Es un niño! ¡Y un niño se puede equivocar!

La mujer dijo a su hijo:

– A ver, dime: ¿de dónde tomaste la moneda que diste al señor?

– Del armario, mamá...

– ¿Ya ves? – dijo la mujer al comerciante –. ¡En nuestro armario no había otra moneda más que el Napoleón de oro! ¡Mentiroso! ¡Ladrón! En definitiva, por más que la señora gritaba y reclamaba, el hombre no se movía de lo suyo, gritando más fuerte que ella. Se armó un descomunal alboroto, al que acudieron todos los vecinos que miraban desde afuera del negocio. El comerciante recibió toda clase de insultos y desprecios, mientras la mujer le contaba a todo el mundo lo sucedido: que el hombre robó un Napoleón de oro a un niño pequeño...

Al final, terminaron los dos en el Bet Din, donde también se encontraba el padre del niño en cuestión. Los Rabinos deliberaron y determinaron que el comerciante tenía que efectuar un juramento para demostrar su inocencia. El hombre, ante esta alternativa, se sintió aún más seguro y se dispuso a jurar delante de los Jajamim para corroborar todo lo que había dicho. En ese momento, el mohel se estremeció.

– ¡No! – exclamó, provocando que todas las miradas se dirigieran hacia él –. ¡No permitiré que nadie jure en falso por mi culpa! ¡Prefiero perder mi Napoleón de oro, y no que este hombre mienta porque no quiere regresar lo que tomó indebidamente...!

Y así terminó el juicio. El mohel perdió su Napoleón, pero el comerciante salió perdiendo mucho más que si hubiera sacado de su bolsa una moneda tan valiosa: el comentario de la gente de que estuvo dispuesto a jurar en falso con tal de no reconocer su robo. A partir de ese día, su vida dio un vuelco hasta convertirse en un verdadero infierno; tanto él como sus hijos vivieron en medio de una permanente vergüenza y desprecio. Hubo quienes extremaron las medidas de celo y prohibieron a los integrantes de sus familias mantener todo tipo de relación con ellos. Ya nadie les compraba; nadie trataba con ellos y, al final, acabaron en la total pobreza.

Pasaron seis años de aquel triste suceso. La guerra terminó y el imperio inglés tomó posesión de la región. Un día, el mohel recibió una carta de un yehudí que le decía: “Hace unos años, durante la guerra, estaba caminando por la calle y vi a un niño con una moneda en la mano. Me acerqué y comprobé que esa moneda no era sino un Napoleón de oro. La verdad, yo estaba hambriento; usted recordará los duros años que pasamos; en casa teníamos varios días sin comer. Pensé: “Mi esposa y mis hijos están padeciendo de hambre y penurias, mientras este niño se pasea por

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la calle con una moneda con la cual podría mantener y alimentar a los míos por un rato largo. Seguramente en su casa abundan estas monedas, y nosotros estamos amenazados de muerte... ¿Qué hice? Decidí tomar prestada la moneda, con la esperanza de que Hashem, cuando se recompusiera mi situación, me permita regresarla.

Me dirigí al niño, que sabía que era su hijo, y me puse a jugar con él. Sin que se diera cuenta, le cambié su Napoleón de oro... ¡por una simple moneda! Ahora, la guerra terminó; a mí me fueron las cosas bien y, como estoy en mejores condiciones, le regreso la moneda que “tomé prestada”. Quiero que comprenda que todo lo que hice fue por imperiosa necesidad, pero ya tiene usted otra vez su Napoleón de oro. ¡Sepa disculparme…!

El mohel quedó con la mirada perdida, anonadado.

– El comerciante tenía razón. Era honesto; decente; íntegro... No mintió... ¡Nunca tocó lo que no era suyo! ¡Qué grandiosas son las palabras de nuestros Jajamim cuando dijeron que debemos juzgar a los demás para bien!

Hasta aquí la historia del Napoleón de oro, que supe contarla en varias oportunidades, en medio de mis disertaciones en Eretz Israel y en el exilio. Hace dos años, estando en la ciudad de Bené Berak, se acercó a mí un joven y me comentó que el relato del Napoleón de oro lo escuchó de la boca de su abuelo (a quien yo conocía personalmente como un hombre muy respetable, virtuoso e inteligente). Me dijo que su abuelo le contó que en Yerushalaim se armó un gran revuelo por aquel asunto, pero que había un detalle que no coincidía con lo que yo relataba al público. Se refería a cuando estaban todos en el Bet Din. El comerciante fue quien realmente se negó a jurar, a pesar de que sabía que la razón estaba de su parte, pues el niño jamás le dio un Napoleón. Sólo pidió del Bet Din que le dieran una oportunidad de pagar a plazos una suma tan grande, y así lo hizo. De todos modos, según esta versión, se agigantó aún más la imagen de estafador de aquel pobre comerciante.

Pero no para esto quise contarles lo del joven de la otra versión, sino para que sepan lo que siguió de los labios de aquel anciano cuando contó a su nieto todo lo que había pasado. Los tres personajes de la historia: el mohel, el comerciante, y el joven que encontró la moneda, ya están en el otro mundo, y ya habrán comparecido en el juicio que toca a toda persona después de recorrer este mudo. Ahora bien: el mohel seguramente salió absuelto, pues aunque provocó un mal tan grande al comerciante no fue con intención, dado que los datos que poseía le indicaban que este último estaba mintiendo. ¿Cómo iba a imaginarse todo lo que realmente sucedió, máxime cuando el propio Bet Din lo declaró culpable? El comerciante, no hace falta decir, salió airoso y pasó directamente al Gan Eden. ¡Con todo lo que tuvo que sufrir! Y el

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joven que cambió el Napoleón de oro por la moneda, aunque se le podría acusar de robo, hay que tener en cuenta que lo hizo presa de la desesperación de la situación imperante. Por tanto, también debió ser absuelto de culpa y cargo, máxime cuando regresó aquello que tomó indebidamente a su dueño. Y ahora, lo más importante, que fue la estremecedora conclusión a la que llegó el anciano: entonces, ¿quién de todos los protagonistas de la historia resultó culpable, a la hora de presentarse frente al Juez Supremo? Ni el mohel ni el comerciante, ni el joven, sino... todos aquellos que, desde la calle, sin tener nada que ver en el asunto, gritaron al comerciante: “¡Ladrón! ¡Ladrón!”

¡Todos ellos, que sin que nadie les pidiera opinión alguna, se arrastraron tras sus peores instintos y acusaron injustamente a un inocente! ¡Éstos... sí merecerían figurar como los únicos culpables de la historia! Porque no aplicaron uno de los fundamentos más importantes de nuestra Torá: “Juzga a tu prójimo para bien”.

Sheal Abija Veiaguedja. Hamaor

Sedé Jémed

Rabí Jiskiá Medini, el autor de la monumental obra de Halajá y estudio de Torá titulada Sedé Jémed, reveló una vez a sus familiares que cuando él era joven no se destacó de manera especial por su inteligencia. La fuente de la sabiduría surgió dentro de él cuando ya había adquirido la adultez, a causa de un suceso que se presenta aquí relatado en primera persona por el propio Jajam.

Cuando yo era un joven abrej, estudiaba en un kólel cuyos gastos corrían por cuenta de un generoso hombre de nuestra comunidad.

Yo no me contaba entre los estudiantes más avanzados del kólel, por lo que me esforcé para que mi rendimiento estuviese a la altura de los que habían confiado en mí. En esa época, uno de los empleados del kólel, por motivos que desconozco, trató de calumniarme y enredarme en un turbio asunto: sobornó a una de las sirvientas para que declare que, cada vez que venía temprano en la mañana a realizar sus tareas, yo la provocaba y le hacía propuestas indecorosas.

Un día entró la mujer al salón de estudios y señalándome comenzó a gritar acusaciones en mi contra. Los integrantes del kólel creyeron sus palabras y, pensando que yo había cometido el grave pecado de

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Jilul Hashem, fui el centro de los desprecios y la antipatía. No pude soportar esa situación tan incómoda y al poco tiempo me vi obligado a escapar de allí. El Rosh Kólel no estaba muy convencido de que la mujer decía la verdad y optó por despedirla.

Pasó un tiempo y, cuando ya se le acabó a la mujer el dinero que le habían dado del soborno, se sintió arrepentida y llegó conmigo para que la perdonara por lo que había hecho. Ella me aseguró que iría al kólel y descubriría la verdad, delatando a la persona que le dio el dinero y que tramó toda la calumnia. Y me contó que su situación económica era muy precaria, por lo que me pidió que dijera al Rosh kólel que volviera a contratarla.

Ahora yo me encontraba en un gran dilema. Por un lado, tenía la oportunidad de limpiar mi nombre, que injustamente había sido manchado con una mentira. Yo me reintegraría al kólel y podría vivir normalmente. Ya estaba por contestar a la mujer que aceptaba su propuesta, cuando un pensamiento cruzó por mi mente: el Jilul Hashem que creyeron que yo hice se anularía y se aclararía toda la situación, ¡pero se originaría otro Jilul Hashem, cuando se descubriera que un yehudí tendió una trampa tan terrible a su compañero! ¡Él sufriría los mismos desprecios que yo estaba soportando ahora! En un caso así, era mejor dejar todo como estaba, con tal de no provocar otro escándalo más grande que el anterior.

La decisión era muy difícil; los pensamientos me torturaban cada vez más y a cada rato cambiaba de opinión. Al final, me dirigí a la sirvienta y le dije: “Lo que usted me pidió que interceda ante el Rosh kólel para que la vuelva a contratar, acepto. ¡Pero le prohíbo terminantemente que revele lo del soborno a cualquier persona!”

Desde el instante en que actué de la manera que lo hice, y en donde puse en peligro todo mi futuro como estudiante de la Torá, sentí que la fuente de la sabiduría se abrió ante mí asombrosamente.

En lugar de recibir un perjuicio, tuve el privilegio de que me ayuden del Cielo para entender y estudiar la Torá como nunca antes la hube experimentado.

Moréshet Abot. Hamaor

El honor del compañero

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Rabí David Behar fue uno de los más grandes personajes de su época, hace unos doscientos años. Desde su Turquía natal, su nombre recorrió las fronteras y el ilustre “Nodá Bihudá” de Praga, lo consideraba una gran autoridad rabínica.

Cierta vez, se iba a celebrar la boda de uno de sus hijos, lejos de la ciudad donde Rabí David Behar residía. Tomó una carreta y ésta inició su trayecto. Por diferentes motivos, el viaje se demoró y el carretero no daba muestras de recuperar el tiempo perdido. Rabí David ya se puso muy nervioso; miraba su reloj una y otra vez. Pensó que todos en aquella ciudad lo estarían esperando, y él aún en el camino, al trotecito lento... Llegó un momento que Rabí David Behar gritó al conductor de la carreta:

– Oye, Shelomito: ¿no puedes apurar un poco más el paso?

El carretero golpeó con fuerza a su caballo y la carreta comenzó a tomar velocidad. Al final, llegaron un poco tarde. Rabí David bajó apresuradamente; pagó al carretero y se dirigió a la boda, que estaba esperándolo.

Acabó la ceremonia religiosa e inmediatamente Rabí David preguntó a los que estaban cerca de él:

– ¿Adónde está el carretero?

Ante la sorpresa de todos, lo primero que quisieron saber fue el motivo de la pregunta, lo que Rabí David no quiso revelar.

– ¡Por favor! ¡Díganme nada más dónde está el carretero que me trajo! – suplicaba Rabí David.

Cuando le dijeron que ya se había retirado, el Rab pidió que le consiguieran otra carreta para poder alcanzarlo. Así lo hicieron y, luego de recorrer un tramo, se encontró con él en un cruce de caminos. La carreta de Rabí David se detuvo frente a la del carretero, impidiéndole el paso. Rabí David se apeó y se dirigió al carretero:

– Llegué hasta aquí para pedirte que me perdones por haberte dicho “Shelomito”.

– No. No lo perdono – dijo el carretero.

Rabí David no podía creerlo.

– ¿Por qué? – le decía casi llorando –. Estoy arrepentido de lo que hice y vine a que me disculpes. Y tú sabes que mi arrepentimiento es verdadero. Ya viste cómo no perdí tiempo y vine enseguida a hablar contigo.

– Nada. No lo perdono – le repetía el carretero.

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– Mira: Yo estoy dispuesto a resarcirte con una gran suma de dinero por la ofensa que te causé.

Cuando Rabí David vio que el carretero no cedía, le preguntó:

– Bueno. Dime, ¿qué tengo que darte, para que me perdones?

– Para que yo lo perdone – dijo el carretero –, tiene que traspasarme la mitad de su Olam Habá.

– ¡La mitad de mi Olam Habá te daré, con tal de que me perdones! – dijo el Rab, luego de lo cual se dieron la mano y se dirigió cada quien a su lado.

Sin dudas, este fue un difícil examen que tuvo que pasar Rabí David Behar, pero que puso en evidencia cómo hay que cuidarse de no ofender ni avergonzar a ninguna persona, por simple que parezca y aunque nadie esté presente.

Sheal Abija Veiaguedja. Hamaor

La deuda quedó saldada

El Gaón Rabí Shemuel Shtrashon, Z”L, era un erudito en todos los ámbitos de la Torá. Igualmente era conocido por su dedicación a la comunidad, en la ayuda que prodigaba a los necesitados. Tenía una fundación para tal fin, que administraba celosamente, y que cuidaba de que siempre contara con fondos para ayudar al que lo requería.

Una vez un simple yehudí pidió un préstamo de cien rublos, que tenía que pagar en el plazo de cuatro meses. Cuando llegó el día del pago, el yehudí fue a la casa del Rab, pero no lo encontró allí. Se dirigió entonces al Bet Hamidrash, y vio que el Rab estaba concentrado en su estudio, sin darse cuenta de si alguien había entrado. El yehudí se acercó al Rab y le dijo que venía a pagar su deuda, mientras dejaba sobre un libro de Guemará abierto la cantidad de cien rublos.

Rabí Shemuel asintió con la cabeza y el yehudí entendió que el Rab estaba respondiendo que todo estaba bien, por lo que inmediatamente se retiró. En realidad, Rabí Shemuel ni siquiera se dio cuenta de que el yehudí había entrado al Bet Hamidrash, y mucho menos, que había pagado su deuda. Rabí Shemuel cerró la Guemará y la puso en su lugar, sin saber que entre sus hojas había

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dinero.

Rabí Shemuel solía revisar los documentos de los deudores cada día. Ese día también lo hizo y cuando vio que le tocaba pagar a aquel yehudí y no lo había hecho, pensó que quizás no tenía en ese momento con qué saldar su deuda. Como era su costumbre, esperó unas semanas más y sólo después le mandó una persona para cobrarle.

– El día que venció el plazo, le dejé al Rab la suma de cien rublos sobre su mesa del Bet Hamidrash. Me sorprende que me quiera cobrar nuevamente – dijo el yehudí al cobrador del Rab.

Cuando Rabí Shemuel escuchó el mensaje del yehudí, pensó que éste inventaba un pretexto para no pagarle. Y como en este caso se trataba de dinero del público, y no de él, decidió demandarlo y llevarlo a comparecer frente a un Din Torá.

La noticia de que ese yehudí era demandado por el Rab, por no haber pagado una deuda que tenía con el fondo para los necesitados, consternó a toda la comunidad. “¿Cómo es posible que ese hombre no tenga vergüenza de mentir?”, decían todos, porque nadie dudaba de la palabra del Rab.

Y cuanto más se sabía la cosa entre la gente, más era la angustia y el desprecio que sentía aquel yehudí y toda su familia. La situación llegó hasta el punto de que el hijo del yehudí se fue de la ciudad de Vilna para no soportar las consecuencias de la “grave falta” de su padre.

Un día, Rabí Shemuel tuvo la necesidad de consultar el libro de Guemará donde el yehudí había dejado el dinero meses atrás. Cuando lo abrió y vio los cien rublos, el Rab sintió que el mundo se le oscurecía, por todas las ofensas injustas que infringió al yehudí durante todo este tiempo.

Inmediatamente, el Gaón se dirigió a casa del yehudí, y lo primero que le dijo fue:

– Dime: ¿cómo podré reparar el mal tan grande que te hice? ¿Alcanzaría con que te pidiera perdón delante del público y reconozca que he sospechado de ti injustamente, para que todos sepan la verdad de lo sucedido?

El yehudí bajó la cabeza, y respondió:

– ¿De qué serviría que el Rab de la comunidad me pidiera perdón delante de todos? La gente pensaría seguramente que lo que usted está haciendo es para salvarme de la vergüenza que he pasado, y no porque realmente hubiera pagado mi deuda a tiempo... ¡Quedaré siempre a los ojos de todos como un mentiroso y ladrón, y nadie querrá relacionarse conmigo! ¡Si hasta mi hijo desconfió de mi y no

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me creyó cuando le conté lo que había pasado, y se fue de la ciudad para no pasar más vergüenza!

El Rab se quedó pensando unos segundos, y luego dijo al yehudí:

– ¡Manda a llamar a tu hijo, que venga a Vilna nuevamente! ¡Yo lo tomaré como yerno! ¡Seguramente con esto, tanto él como toda la gente sabrá que fui yo el que se equivocó, y tu nombre quedará limpio como siempre lo estuvo!

El yehudí no podía salir de su asombro. Hizo lo que le había dicho el Rab y poco después se convirtió en consuegro nada menos que de uno de los más grandes Jajamim de la época. De esa manera, de los momentos de vergüenza y desprecio que había vivido, pasó a la gloria del buen nombre y el respeto frente a todos.

Extraído de Alufenu Mesubalim 2. Hamaor

El valor de tus palabras

En una reunión de Rabanim que encabezaba el Jafetz Jaim, se suscitó una discusión en relación con el texto de un telegrama que debían enviar a un lugar, para comunicar lo que se había determinado en dicha reunión. Unos decían que el telegrama debía estar redactado con estas palabras; otros, con otro texto, y no llegaban a ponerse de acuerdo fácilmente.

Mientras se desarrollaba la discusión, se acercó uno de los presentes y comenzó a hablar al Jafetz Jaim de una persona, pero abundaba en críticas y lashón hará sin medida.

El Jafetz Jaim, con el fin de hacerlo callar, le preguntó: – ¿De qué se trata lo que están discutiendo en esta reunión?

–Del texto del telegrama que tenemos que enviar, como usted lo sabe.

– ¿Y por qué tanta discusión acerca de las palabras del telegrama? ¡Que escriban todo lo que tengan que decir, y se acabó el problema!

– Rabí, hay que pensar bien qué es lo que hay que poner, porque cada palabra del telegrama cuesta dinero. Sólo hay que escribir lo que es realmente urgente y necesario.

– ¡Que escuchen tus oídos lo que acabas de pronunciar! Si cada palabra de un telegrama hay que medirla y pesarla detenidamente,

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porque puede costar dinero, ¿cómo no mides las palabras que sacas de tu boca hacia tu prójimo, que eso te puede costar mucho más que bienes materiales?

Shomer Piv Ulshonó 33. Hamaor

Vale la pena leer

En una ocasión, un hombre de negocios de Varsovia dio al Jafetz Jaim una lista de sefarim que él deseaba comprar. Después de ver la lista, el Jafetz Jaim le preguntó: – He notado que usted ordenó todos mis sefarim con excepción del “Jafetz Jaim”, las leyes sobre lashón hará. ¿Por qué omitió usted un libro tan importante?

La respuesta fue: – En realidad yo quisiera comprar ese libro también. Pero tengo miedo de hacerlo. Vea usted, una persona en mi posición está en contacto todos los días con muchas personas y me es imposible no hablar ni escuchar lashón hará.

– Estoy consiente de ese problema – dijo el Jafetz Jaim –. Inclusive he hablado sobre el tema con el Rab Israel Salanter, a lo cual él me contestó: “Vale la pena que alguien lea su séfer sobre lashón hará, aunque el único resultado sea un suspiro cuando lo termine.

Yalkut Lekaj Tob. Hamaor

Quien sabe cuidar sus palabras

En estos tiempos posteriores a la destrucción del Bet Hamikdash, el yehudí no es afectado por el tzaráat (una enfermedad parecida a la lepra de hoy en día). Asimismo, tampoco tenemos la presencia del Cohén Gadol, a quien podía dirigirse una persona afectada con tzaráat. Sin embargo, lamentablemente, continúa la epidemia que provoca el tzaráat: el pecado del lashón hará.

Está escrito en el libro “Dibré Emet”: “Todas las enfermedades de la persona, son provocadas por el mal uso de la lengua, falta en la que la mayoría de la gente tropieza y cae. Quien incurre en esa falta

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debe acudir al Cohén Gadol de nuestros días, al Jajam y al Tzadik más grande: el Jafetz Jaim. Estudiando sus libros tan valiosos, ellos nos dirán cómo debemos proceder en este aspecto. Dichosa la persona que lea y practique lo que está escrito en esas obras sagradas, que están llenas de palabras y consejos sabios. El hombre que se rija de acuerdo con sus proverbios salvará su alma de caer en el abismo, y gozará de grandes satisfacciones y tranquilidad”.

El Jafetz Jaim solía ejemplificar el poder del habla y sus consecuencias con una persona que entra a una enorme fábrica donde encuentra 248 máquinas funcionando en medio de un recinto inmenso. Este hombre, observando cada uno de los aparatos, se da cuenta de que uno de ellos es diferente de todos: han puesto a su lado varios cuidadores que lo vigilan celosamente y nadie puede acercarse a él sin un permiso especial.

Cuando el visitante pregunta por la razón de este cuidado tan rígido, le responden que ese aparato tiene una misión muy importante: poner en funcionamiento a todos los demás aparatos de la fábrica. Si ese aparato presentase alguna falla, por pequeña que fuese, perjudicaría a todo el funcionamiento de la fábrica; el establecimiento se detendría por completo.

Los 248 “aparatos” son las 248 mitzvot que el yehudí está obligado a cumplir. Y el “aparato” más importante, que merece el cuidado más grande, es el poder del habla que le fue conferido a la persona. En manos de la palabra están la vida y la muerte, y por eso el que ama la vida debe cuidar su lengua de no hablar lo que no debe.

Este es el regalo más precioso que ha recibido la persona de Su Creador. Su deber es cuidarlo como a sus propios ojos, para no sacar de su boca ninguna palabra indebida.

Cuando el Jafetz Jaim concluyó su libro (en realidad se llamaba Rabí Israel Meir HaCohén, pero le decían Jafetz Jaim porque así se titulaba su obra más conocida), se lo llevó a Rabí Mordejay Lipshitz, uno de los Gueonim de la época, para pedirle una carta de recomendación.

El Gaón no conocía al Jafetz Jaim y cuando vio el libro se sintió profundamente impresionado. Tenía frente a sí a un joven entusiasta y estudioso, además de modesto en una dimensión nunca vista, que se había tomado el trabajo y la misión de luchar para mostrarle a todo el mundo el ilimitado poder del habla.

Después de aceptar redactarle una carta de recomendación como se la había solicitado, el Gaón Rabí Mordejay Lipshitz quiso probar si el Jafetz Jaim era realmente lo que aparentaba. Pidió a varios de sus alumnos entablar conversación con él, tanto sobre temas de Torá, como sobre temas mundanos. Cuando abordaban estos últimos temas, la intención era llevarlo a referirse a personas conocidas

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como contrarias a los principios de la Torá, y probar cómo se conducía el Jafetz Jaim cuando le hablaban lashón hará. Uno de estos espías era el Rab Natan Kamji, que más tarde contó que estuvo hablando con el Jafetz Jaim durante seis horas seguidas. La charla giró en torno a diferentes temas de judaísmo. En un momento, el “espía” intentó provocar al Jafetz Jaim a que dijera por lo menos una sola palabra de lashón hará, pero no tuvo éxito. Al final, regresó con el Rab Mordejay Lipshitz y le confesó que con esta persona no valía la pena ni intentar que dijera alguna palabra o gesto que pudiera perjudicar a alguna persona.

Después de comprobar que las palabras que había escrito en la carta de recomendación eran ciertas, se la entregó alegre y satisfecho. En dicha carta describía al Jafetz Jaim como “un hombre que tiene el oficio sagrado, cuya Luz proviene de la sabiduría Divina, y cumple lo que dice”.

Algo similar sucedió con el Rab Mordejay Klotzky.

Cuando el Jafetz Jaim se dirigió a él para pedirle una carta de recomendación para su libro, no lo aceptó, y tuvo que retirarse de allí entristecido. En esa ocasión se encontró con el Dayán de la ciudad que, cuando se enteró de que el Rab Mordejay Klotzky no le quiso dar la carta de recomendación, le dijo que era un hombre muy meticuloso y difícil. El Jafetz Jaim lo hizo callar inmediatamente y juzgó al Rab para bien. El Dayán se quedó impresionado de tanto que se cuidaba el Jafetz Jaim de no sacar nada de su boca indebidamente. Se dirigió de ahí a hablar con el Rab para contarle lo que había escuchado.

Cuando el Rab Mordejay Klotzky supo qué clase de persona era el Jafetz Jaim, exclamó: “¡Entonces este hombre escribió en su libro lo que realmente hace!” Enseguida mandó llamar al Jafetz Jaim y le dio la carta de recomendación que le había solicitado.

Lekaj Tob. Hamaor

Ni rencor, ni venganza

En la ciudad vieja de Jerusalem, hace como setenta años, el lavado de la ropa era hecho completamente a mano y requería un enorme esfuerzo. Generalmente llevaba unas seis horas de trabajo duro y frecuentemente toda la familia ayudaba. Una familia había terminado de lavar toda la ropa y la esposa la colgó en la soga de la

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terraza, la cual compartía con otros vecinos.

Justo en ese momento, una de las vecinas entraba a la terraza y se molestó por ver la ropa colgada, la cual estaba en medio de su camino. En lugar de caminar alrededor de la ropa, ella se enojó mucho y fue a su casa a buscar unas tijeras para cortar las sogas que sostenían la ropa. Cuando ella retornó y cortó las sogas, todo cayó sobre la terraza no pavimentada y se ensució con barro.

Cuando la mujer que había colgado la ropa vio lo que había sucedido y se dio cuenta de que seis horas de duro trabajo fueron desperdiciadas, ella sintió enojo y quiso vengarse de su vecina, quien estaba volviendo a su casa con una sonrisa malvada en su cara y sus tijeras bien guardadas en el bolsillo de su delantal. Pero después de algunos minutos, ella consiguió calmarse y decidió no hacer nada. Se dijo a sí misma: “Probablemente yo me merezco esto y ahora obtendré el perdón por mis pecados”.

Y así ella fue a lavar su ropa nuevamente, y después de mucho trabajo, pudo una vez más colgar la ropa, pero esta vez en un lugar que no estaba a la vista de la vecina. Después de varias horas ella pudo volver a casa, completamente exhausta, pero con la ropa limpia. Cuando su marido regresó esa noche, ella no le reveló la terrible carga que había caído sobre ella ese día.

Todo el asunto pudo haber quedado como un secreto si la vecina no hubiera venido a golpear la puerta esa noche para disculparse. Ella dijo que su hijo se había enfermado repentinamente con fiebre muy alta y ella temía estar siendo castigada por el mal que ella había causado a su vecina. Sólo de esta manera la historia fue revelada.

La mujer que tuvo la valentía de reprimir su enojo fue compensada por el Cielo con el nacimiento de un hijo al año siguiente, quien más tarde se convirtió en uno de los más grandes Sabios de Jerusalem.

Or Torá

¿Cómo dijo?

El episodio de los espías que hablaron mal de Eretz Israel nos enseña que cuando la persona no pone límites a su poder del habla se pierde el dominio de la palabra, y es posible llegar a lo más bajo en la categoría humana. Y eso fue lo que pasó a los espías. Al principio dijeron cosas de la tierra y después llegaron a expresar:

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“Porque (el enemigo que habita allí) es más fuerte que Él”. Es probable que al decir “que él”, se referían al Am Israel, pero como la persona a veces magnifica y exagera lo que escucha, muchos entendieron que los espías dijeron que el enemigo “es más fuerte que Hashem”. Así corre el lashón hará: como una bola de nieve que crece cada vez más. Según otra explicación, la intención de ellos fue decir que realmente eran más poderosos que Hashem mismo.

Se cuenta de un Rab que acostumbraba ir de vez en cuando a diferentes ciudades de Latinoamérica a ofrecer discursos de Torá muy sabios, y luego recolectar fondos para una yeshibá de Eretz Israel. Todos escuchaban sedientos sus proverbiales palabras y le daban una acogida acorde con su ilustre personalidad.

En una ocasión, luego de pronunciar su discurso acostumbrado en un Bet Hakenéset, se dio cuenta que la gente no había sido tan afectuosa con él como las otras veces. Esto lo confirmó en el momento de realizar su colecta, en la que ninguno de los presentes hizo el más mínimo aporte, cuando siempre lo hacían generosamente.

Se presentó nuevamente frente al público y les dijo:

– ¡Hermanos míos! He notado que no gozo del privilegio de la confianza y el cariño de ustedes ¿Pero pueden decirme por favor cuál fue mi pecado? ¿En qué les he faltado?

Se levantó el presidente de la institución y le dijo:

– Voy a ser sincero con usted, Rabino. Nos hemos enterado de que usted ha robado todos los Séfer Torá de una ciudad...

– ¿Cómo? ¿Que yo robé todos los...? ¿Y se puede saber de quién escuchó esa barbaridad? – preguntó el Rab.

El presidente miró para todos lados e hizo un gesto de no querer revelar la fuente de información. En ese instante, se levantó un hombre que estaba a su lado y dijo:

– Bueno. Fui yo el que dijo eso al presidente. Pero no dije que se había robado todos los Séfer Torá de una ciudad, sino “Todos los Séfer Torá de un Bet Hakenéset de la ciudad”. Y esa noticia me la dio ese señor y señaló a un hombre que estaba parado en un rincón.

– ¡Un momento! ¡Yo jamás dije que el Rab robó todos los Séfer Torá del Bet Hakenéset! – interrumpió el hombre señalado –; ¡Yo dije que escuché que el Rab robó un solo Séfer Torá!

El Rab, que aún no salía de su asombro, preguntó al público:

– Por favor: ¿puede alguien decirme quien le dijo a este hombre que yo robé un Séfer Torá?

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Un joven levantó tímidamente la mano y manifestó:

– Voy a hacer una aclaración: Yo no dije a este señor que el Rab había robado un Séfer Torá. Yo me enteré de alguien muy importante que el Rab robó un libro (que en hebreo se dice “Séfer”) de comentarios de la Torá, y se lo conté a esta persona.

A esa altura el murmullo que se oía era ensordecedor. Tuvo que intervenir el presidente a poner orden:

– ¡Silencio! ¡Silencio! – se dirigió al joven y le inquirió: – ¿Puedes decirnos de qué “persona importante” escuchaste que el Rab robó un Libro de Comentarios de la Torá?

El joven guardó silencio y no se animaba a abrir la boca.

Se le acercó el Rab y le dijo con calma:

– Dime, hijo: ¿esa persona está aquí presente?

– Sí – respondió bajando la cabeza –. Ahí está. Es nuestro Rabino.

Se produjo un silencio sepulcral, mientras todas las miradas se dirigían al Rabino del Bet Hakenéset, que estaba sentado en su lugar leyendo tranquilamente, casi ajeno a la discusión.

Al ver que todo el mundo estaba esperando qué tenía que decir, levantó la cabeza y, luego de un suspiro, declaró:

– Todo esto es producto de una gran confusión. La última vez que nos visitó, el Rab dijo en su discurso unos comentarios de Torá muy bonitos, que la gente disfrutó mucho. En ese instante, yo dije para mí: “Unas palabras tan sabias, las habrá robado de algún Libro de comentarios de la Torá...” Por lo visto, añadió el Rabino, dichas palabras fueron escuchadas por la persona que estaba sentada al lado mío...

Extraído del libro “Imré Shéfer”. Hamaor

Juzgando favorablemente

Una vez le fue robado a la Rebetzin del famoso autor del libro Jemdat Shelomó un valioso abrigo. Más tarde fue descubierto que el ladrón era una de las personas que recibía un monto de dinero mensual como caridad del Rabino. Un día el abrigo fue retornado por un comerciante quien admitió que lo había comprado al ladrón.

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Cuando el hecho fue conocido, una de las personas ricas de la ciudad habló con el Rabino diciéndole:

– Usted siempre nos dice que debemos contribuir dando caridad, y ahora nosotros vemos que una de las personas a la cual nosotros le damos no es más que un bajo ladrón.

El Rabino respiró profundamente, llamó a su secretario y le preguntó:

– ¿Usted sabe dónde vive el ladrón?

– Por supuesto que yo sé – contestó el secretario.

– Ahora bien – dijo el Rabino – no se olvide de salir y encontrarlo el próximo mes para que nosotros le podamos dar el monto de dinero mensual del fondo de tzedaká, pues probablemente él se sentirá muy avergonzado como para venir por su cuenta a buscarlo.

Así como el Rabino había sospechado, al mes siguiente todas las personas llegaron a recoger su dinero, menos el ladrón. El Rabino le recordó al secretario que fuera a llamar al ladrón, y que le dijera que nada le pasaría si él se presentara a hablar con el Rabino. El secretario le pasó el mensaje. El ladrón fue, puesto que el Rabino era conocido como un Tzadik que siempre cumplía con su palabra.

Cuando el ladrón llegó, el Rabino le dijo:

– ¿Cómo es que pudo transgredir una prohibición explícita de la Torá? Yo sé que usted lo hizo porque estaba en una situación desesperada, pero aun así, ¿cómo pudo cometer semejante pecado? Hubiese sido mucho mejor haber venido a contarme su problema y no hubiera cometido este pecado. Yo quiero que me prometa que nunca más va a hacer una cosa semejante.

Después de que el hombre pobre prometió, el Rabino le dio su dinero mensual y le agregó algo extra.

El Rab vio al ladrón como una prueba diseñada para determinar si él se enojaría o reconocería que el hombre pobre realmente estaba en una situación desesperada, puesto que, en definitiva, el abrigo fue devuelto a su Rebetzin. Asimismo, en nuestras vidas, muchas dificultades surgen como una prueba para ver si nosotros podemos controlar nuestro comportamiento hacia el prójimo o no.

Or Torá

El que cede... gana

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Después de regresar de una visita a los países del norte, Rabí Eliyahu Dessler describió su viaje.

– Yo he visto una manada de lobos corriendo y buscando comida. Ellos encontraron el cadáver de un animal abandonado en la ruta. Inmediatamente todos se tiraron sobre el animal, pero ninguno de ellos podía comerlo, pues unos saltaban sobre los otros, sin permitir a ninguno que tomase siquiera un pequeño mordisco. Se mordieron unos a otros y lucharon unos con los otros hasta que estuvieron todos heridos y sangrando. La lucha continuó hasta que todos quedaron devastados completamente sobre la nieve e incluso algunos murieron.

Sólo los pocos que eran fuertes pudieron poner sus dientes en el pequeño cadáver. Algunos momentos pasaron y comenzaron otra vez a luchar unos con otros, hasta que finalmente uno de los lobos agarró el cadáver y se escapó.

Yo vi al victorioso correr, dejando detrás de él huellas de sangre que salían de sus heridas. Vi que los otros quedaron gravemente heridos, con sangre que fluía de ellos; sus fuerzas estaban acabadas y muchos habían sido muertos. ¿Qué ganaron de esa lucha? Esto es lo que ocurre cuando alguien pelea y no cede....

Or Torá

Entrenamiento para ser feliz

Rab Itzjak Ariehl de Petaj Tikvá entrenó a sus hijos cuando eran jóvenes a saludar a las personas con una sonrisa. A fin de que este entrenamiento penetrase en ellos, él solía hacer que un niño saludara a otro cuando entraban a la casa y que expresaran su alegría al ver al invitado, quien era en realidad su hermano o hermana. Rab Itzjak sentía que no era suficiente que los niños tengan un modelo en su padre; ellos también necesitaban practicar estos ejercicios para asegurar que esta buena conducta de saludar a las personas con una sonrisa se convierta en parte integral de su carácter.

Una y otra vez uno de los niños golpeaba la puerta y el otro niño respondía saludándolo con un cálido “Shalom Aléjem”, y con una gran sonrisa. Si el Rab Ariehl sentía que los saludos no habían sido suficientemente cálidos, ellos tenían que repetir el ejercicio.

Una vez, un amigo del Rab Ariehl le preguntó:

– ¿No piensa que está entrenando a sus hijos a actuar de manera

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forzada, sin ningún sentimiento verdadero?

Él respondió:

– Lo que yo hago es entrenarlos a hacer lo correcto. Yo espero que el entrenamiento se convierta en parte de la naturaleza de ellos, puesto que en estos temas la naturaleza de la persona tiene mucho que ver con su éxito. Cuando ellos crezcan tendrán que trabajar sobre sí mismos para que, a pesar de que esto ya sea parte de la naturaleza de ellos, no se convierta en un hábito vacío sin sentimientos. Cuando ellos lleguen a ese momento, yo espero poder entrenarlos en ese punto también.

Or Torá

Llevar consigo siempre la verdad

Leemos en la Perashá Masé: “¡Y no adularán a la tierra que ustedes están en ella!” (Bamidbar 35).

Rabenu Moshé bar Najmán (Ramban) comenta que estas palabras son una advertencia para que no caigamos en la adulación de las personas. Previamente, la Torá nos habla de no recibir soborno de los asesinos. Luego, nos advierte de no adularlos, aun sin tomar de ellos dinero o bienes.

El libro “Shaaré Teshubá” se extiende en el tema, en el capítulo tercero. Y la base de todo es: no adular a los pecadores, tanto en presencia de ellos como en su ausencia. Y dentro de la definición de adular está el caso de que si alguien no quiere reprender a esa gente porque sus palabras no van a ser escuchadas, es como si los estuviera adulando.

Se cuenta que Rabí Yosef Dob Soloveichik, el “Bet Haleví”, ocupó el cargo de Rabino Jefe de la ciudad de Slozk, en Europa occidental. Aproximadamente en el año 5634 abandonó la ciudad y su puesto, para dirigirse a la ciudad polaca de Varsovia. Después se supo que uno de los motivos que llevaron al Rab a mudarse fue porque no quería tener contacto con los hombres ricos de la ciudad de Slozk, por un suceso en particular.

Y esto fue lo que pasó: uno de los hombres ricos de la ciudad de Slozk, alejado de la Torá y las mitzvot, tenía un hijo que cumplió su bar mitzvá y preparó una fiesta muy grande, a la que invitó a mucha gente. Para darle un marco de honor más grande, invitó al

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Rab de la ciudad a que se hiciera presente, y fue con una carroza para llevarlo especialmente a su residencia. Cuando lo vio, el Rab le preguntó:

– Estimado señor, ¿sobre qué tema hablará el niño en la fiesta de bar mitzvá?

– Usted sabe, Rabí, que los tiempos cambiaron. Los niños de hoy no pronuncian discursos de Torá en la fiesta de Bar mitzvá – trató de justificarse el hombre.

– Una fiesta de bar mitzvá donde el celebrado no dice palabras de Torá en público no es una fiesta de mitzvá, es una reunión vana y trivial. Por tanto, no iré – manifestó resueltamente el Rab. En ese mismo instante, llegó un hombre muy pobre a avisar al Rab que su hijo cumplía su bar mitzvá, y le pidió una berajá, pues pensaba que más que a eso no podía aspirar.

– ¿Y no le vas a celebrar su fiesta? – le preguntó el Rab.

– Bueno, es una pequeña reunión, de acuerdo con mis posibilidades – respondió el hombre pobre–. Comeremos algo sencillo y mi hijo pronunciará su discurso a sus compañeros de la yeshibá.

– ¿Tu hijo estudia Torá, y va a decir su discurso de Bar mitzvá? ¿Y por qué no me invitas a tu fiesta?

El hombre no podía creer lo que escuchó del Rab.

– No me imaginé que alguien tan grande como usted me haría el altísimo honor de venir a mi humilde casa, por eso ni siquiera se lo mencioné. ¡Claro que lo invito a que venga conmigo!

– ¡El honor es para mí! – dijo el Rab mientras se ponía su saco para salir.

El hombre y el Rab salieron de la casa, y dejaron al rico anonadado.

Él vino a llevarse al Rab para alardear de su presencia frente a sus invitados, y se quedó con las manos vacías.

– ¡Rabí! – le insistió antes de perderlo de vista –. He preparado una fiesta casi de reyes y todos mis invitados saben que vine a buscarlo para traerlo a mi residencia. ¿Qué les diré ahora?

El Rab fue terminante:

– ¡No iré a una fiesta de bar mitzvá donde no hay palabras de Torá! Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme – y se fue con el hombre pobre a su casa.

El hombre rico llegó a donde ofrecía su fiesta y contó a su gente “el desprecio del que fue víctima por parte del Rab”, y que después de abandonarlo se fue con un hombre pobre y simple, sólo porque allí

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se iban a decir palabras de Torá. Los invitados se solidarizaron con él y en lugar de dedicarse a disfrutar de la fiesta, se pusieron a tramar todo tipo de castigos y medidas contra el Rab, por la actitud que tomó en perjuicio del anfitrión.

Al final, tomaron la decisión de cesarlo de su cargo, al tiempo que promovieron un decreto que prohibía a todos los trabajadores y propietarios de la ciudad, que alquilaran al Rab un lugar para vivir.

Al día siguiente, el encargado de las viviendas fue con el Rab y, luego de pedirle mil perdones, le notificó que tenía que abandonar la casa que estaba ocupando. En ese instante, el Rab fue por toda la ciudad a buscar un lugar donde vivir y comprobó que todos los habitantes de la misma habían sido advertidos de no prestarle, alquilarle o venderle ninguna casa, y nadie se atrevía a traspasar esa orden, pues corrían peligro de quedarse sin sus trabajos. Se enteró de toda esa situación un hombre no judío y ofreció al Rab una casa de diez habitaciones, por la que no tenía que pagar nada de renta, por el tiempo que quisiera.

El Rab vio que, si aceptaba, podía provocar un grave Jilul Hashem, por lo que tomó la decisión de abandonar la ciudad inmediatamente, con toda su familia.

Este ejemplo de comportamiento del “Bet Haleví”, nos enseña que nunca debemos caer en la adulación a quienes se alejan del camino de la Torá. El Emet es lo que triunfa y ése debe ser nuestro camino.

Ialkut Lékaj Tob

El ladrón que no deseaba jurar en falso

En tiempos del Talmud hasta los ladrones eran diferentes. Muchos de ellos pensaban en innumerables ardides para no violar la prohibición de jurar en falso, pues es un precepto que figura entre los Diez Mandamientos. El Talmud cuenta la siguiente historia:

Cierta vez un hombre depositó 100 dinares con Ben Temalión, un hombre de cuestionable honestidad.

Cuando el depositante vino por su dinero, Ben Temalión dijo que se lo había regresado. Entonces aquel exigió un juramento de su parte.

El inescrupuloso individuo consiguió un pesado bastón, perforó en su interior una cavidad y puso el dinero adentro. Cuando llegó a la

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corte y fue llamado a hacer su juramento, Ben Temalion pidió a su adversario que le sostuviera por un instante el bastón. Luego hizo el juramento:

– Juro por Di-s – dijo piadosamente – que he devuelto su dinero a este hombre.

Al escuchar este juramento, el depositante se puso tan furioso que golpeó fuertemente el suelo con el bastón partiéndolo en dos. Las monedas entonces cayeron y se desparramaron por todo el piso.

– Levántalas – dijo desafiantemente el ladrón –. Son tuyas. Te las he devuelto.

Judaica Site “Tzav”

El que juzga a su compañero para bien, lo juzgan del cielo de la misma manera

Cuando vemos de una persona actitudes que aparentan ser malas y las justificamos o las juzgamos buenas, también cuando hagamos cosas que parezcan malas nos juzgarán para bien.

Se cuenta de un hombre que llegó desde la alta Galilea hasta el sur de Eretz Israel a emplearse con el dueño de un campo, para conseguir con qué mantener a su familia. Al cabo de tres años de trabajo, en la víspera de Yom Kipur, se acercó a su patrón y le dijo:

– Dame, por favor, mi pago, pues debo llevar el sustento a mi esposa y a mis hijos.

– No tengo dinero – le respondió el dueño del campo.

– Bueno. Págame, entonces, con frutas.

– No tengo frutas.

– Está bien. Acepto terrenos.

– Tampoco tengo terrenos.

– De acuerdo. ¿Podrías pagar con animales?

– No. Tampoco puedo pagarte con animales.

– En ese caso, entrégame unas ropas.

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– Lo siento. Ni siquiera ropas puedo darte.

El trabajador no dijo nada más. Tomó sus cosas y se fue a su casa. Cuando acabó la época de las festividades (después de Simjá Torá) el trabajador recibió en su casa al dueño del campo, que llegó con tres burros cargados de comida y regalos. Se sentó con él, y además de darle todo lo que tenían los burros, le entregó un generoso pago en dinero. Luego le preguntó:

– Dime: Cuando me pediste que te pagara tu trabajo y te respondí que no tenía dinero, ¿qué pensaste de mí?

– Me imaginé que encontraste una mercancía de ocasión, y utilizaste todo tu dinero para comprarla.

– ¿Y cuando no te di los animales que me pediste?

– Pensé que se los alquilaste a otras personas.

– ¿Y cuando tampoco te di terrenos?

– Bueno. Me dije que se los diste en concesión a otros campesinos para que los trabajen.

– Luego me pediste frutas, y tampoco te las di. ¿Qué pensaste, entonces?

– Que tenías frutas, pero que no me las podías dar porque no les habías quitado el maaser.

– ¿Y por qué creíste que no te di ni siquiera ropas?

– Porque como eres un hombre tan benevolente, las donaste todas a obras de caridad.

El dueño del campo, al escuchar al hombre, exclamó:

– Realmente, así sucedieron las cosas. Y lo de las ropas fue porque, en un arrebato de furia, prometí donarlas porque mi hijo no quería seguir el camino de la Torá. Pero luego, cuando él recapacitó y se arrepintió, me anularon la promesa. Ahora estoy aquí contigo, para darte lo que te mereces, y mucho más.

Luego concluyó:

– Así como tú pensaste bien de mí, ¡qué te juzguen para bien desde el cielo, por siempre!

Maséjet Shabat 126. Hamao

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Chapter 10 - Sustento

Di-s que concede la vida, también proveerá sustento.

Taanit 8b

Es mejor ganar dinero con honor, antes de ganar honor con dinero...

Oasis 2, XXI.10

Incrementa tu tiempo de estudio y disminuye el del trabajo; haz de la Torá tu principal ocupación y del trabajo mundano lo secundario.

Sifrí Vaetjanán 6:7

El justo con su fe vivirá.

Jabakuk 2:4

Él te enviará el sustento

Arroja hacia Hashem tu aflicción, y el te enviará el sustento. (Tehilim 55).

Este pasuk lo explica el Jafetz Jaim por medio de la siguiente parábola:

Un humilde aldeano andaba con sus pesadas cargas a la vera del camino. Por ahí pasaba un lujoso automóvil junto con su dueño, un hombre muy rico, quien se ofreció a llevarlo. El pobre aceptó y, luego de subirse, se sentó al lado del gran señor, pero con la carga aún sobre sus hombros.

– ¿Por qué sigues sosteniendo tu carga? – le pregunta sorprendido el hombre rico –. ¡Apóyala en el suelo!

– Es que quiero alivianar el peso del automóvil, para que no sea usted quien lo soporte todo – respondió el pobre.

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– ¿Y acaso crees que así podrás hacerlo? – le replicó el rico –. ¡Una vez que estás aquí arriba, mi automóvil te sostiene a ti y a tu carga, indefectiblemente!

Lo mismo sucede con la persona que pretende ayudar al Creador preocupándose más de la cuenta por su sustento.

“Arroja hacia Hashem tu aflicción”, dice el pasuk. Apóyate totalmente en Su Asistencia, y ten la plena seguridad de que “Él te enviará el sustento”.

Darké Musar

El grifo del tonel

Cuando el Jafetz Jaim estaba en la ciudad de Bialystok para asistir a una reunión, dos hermanos, negociantes de maderas, se acercaron a él. Ellos pidieron al Jafetz Jaim un consejo...

– Recientemente hemos comprado un bosque para talar – dijo uno de los hermanos – y estamos teniendo buenas ganancias de eso. Mientras estábamos aún ocupados con este bosque, se nos cruzó la oportunidad de hacer otro trato comercial respecto de un bosque que realmente nos haría ricos. Yo pienso que debemos tomarlo antes que otro lo compre.

– Y yo digo – habló el otro hermano – que ahora que estamos ocupados con una cosa, no deberíamos comprometernos con otra, sino hacer una cosa por vez.

– ¿Qué? ¿Y dejar que se nos escape una fortuna? – se quejó el primer hermano.

El Jafetz Jaim dijo:

– Perdónenme, pero yo no entiendo nada sobre el negocio de la madera.

– Por favor, Rabino – le suplicaron los hermanos –. Esta es una discusión crucial entre nosotros, la cual afecta no sólo nuestro sustento sino también nuestra relación. Usted debe ayudarnos.

– Muy bien – contestó el Jafetz Jaim –. Yo no soy un profeta, pero déjenme contarles una historia, y ustedes podrán sacar sus propias conclusiones.

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– Un hombre tenía un gran tonel de vino con un pequeño grifo. Él podía llenar un botellón de vino mediante el grifo del tonel en un minuto. Un muchacho inteligente se le acercó y le dijo que él se beneficiaría mucho si haría otro grifo en el tonel.

– Gracias – le dijo el dueño del tonel, tu consejo me sería de utilidad si eso me ayudaría a sacar más vino del tonel. Pero puesto que finalmente yo obtendré la misma cantidad de vino, no me importa esperar otro minuto.

Los hermanos entendieron que el Jafetz Jaim les estaba diciendo que no hicieran el otro trato comercial. Sería como hacer otro grifo en el tonel de vino, el cual no valdría el esfuerzo, pues su esfuerzo extra no les traería a ellos más riqueza de la que actualmente Di-s había decretado que tuvieran. Ellos tomaron el consejo y no compraron el segundo bosque.

Dos años más tarde, el Rab Shemuel Greineman, quien había presenciado toda la discusión, se encontró con uno de los hermanos en la calle.

– ¿Qué ha pasado con ese segundo bosque? – él le preguntó.

– Qué buen consejo nos dio el Jafetz Jaim. ¡Fue casi como un milagro! – exclamó el hermano –. Otra persona lo compró y perdió todo su dinero.

Or Torá

El negocio del señor Kashdan

En su juventud, antes de que Rabí Yehoshúa Zinberlast se convirtiera en un rabino de la ciudad de Minsk, él tenía una sociedad con alguien que producía y vendía vinos.

Una vez produjeron una gran cantidad de vino y lo almacenaron en el negocio para ser vendido para Pésaj. Obviamente ellos estaban impacientes por vender el vino, pues sabían que el tiempo era limitado. Un día entró al negocio un judío de los suburbios de Minsk y encargó a Rab Yehoshúa una gran cantidad de vino.

Después de terminar de hacer el pedido, el cliente preguntó a Rab Yehoshúa si el negocio pertenecía al señor Kashdan, el famoso comerciante de vinos de Minsk. Rabí Yehoshúa le contestó que el negocio no pertenecía al señor Kashdan. Después de escuchar esto,

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el cliente canceló el pedido y se fue directamente al negocio del señor Kashdan.

Cuando el socio de Rabí Yehoshúa escuchó lo que había ocurrido, se enojó mucho y dijo a Rabí Yehoshúa:

– Si perdemos más oportunidades como esta, nunca llegaremos a vender todo el vino que preparamos.

Rabí Yehoshúa lo tranquilizó diciéndole:

– Tú no tienes nada de qué preocuparte. Cuando una persona es honesta no pierde nada. Yo estoy seguro de que venderemos todo el vino que hemos preparado para Pésaj, e incluso la cantidad que preparamos no será suficiente.

Eso fue exactamente lo que ocurrió. Ellos tuvieron tanto éxito que vendieron todo el vino que tenían y tuvieron más pedidos de los que esperaban tener.

Hamaor

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Chapter 11 - Teshubá

“El estatus alcanzado por los penitentes es más grande que aquel alcanzado por los completamente justos.”

berajot 34.b

“Di-s asiste a aquellos quienes vienen a purificarse.”

Abodá Zará 55.a

“Abre a Mí el más minúsculo portal de teshubá, aun similar al ojo de una aguja, y Yo lo expandiré como las puertas de un gran palacio.”

Shir Hashirim Rabá

Sabio es aquél que ama el reproche

El Tzadik Rabí Yehudá Leib Migur frecuentaba en su niñez la casa de su ilustre abuelo, Rabí Itzjak Meir Migur. Un viernes en la noche, el pequeño Yehudá Leib se quedó estudiando Mishná toda la noche. Un rato antes del amanecer se acostó en la cama para descansar, pues todavía era muy temprano para ir al Bet Hakenéset. Su abuelo entró al cuarto y lo vio durmiendo.

– ¡Despiértate, holgazán! – le dijo –. ¡Levántate y ve a estudiar un poco de Torá antes de pronunciar la tefilá!

Había una relación de plena confianza entre nieto y abuelo, y los reproches de éste hacia el joven eran tomados con afecto, como de quien venía. El pequeño Yehudá Leib esperó que su abuelo acabara con su crítica y, con el respeto debido, le explicó que él había estado toda la noche estudiando y sólo se había acostado un rato antes. Rabí Itzjak Meir tomó al niño en sus brazos, lo abrazó y lo besó.

– ¡Mi querido Yehudá Leib! ¿Por qué no me contaste todo esto antes de que te dijera palabras tan duras, y te ahorrabas un reproche que no merecías? – le preguntó. El futuro Báal Sefat Emet

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procedió a explicar a su abuelo detalladamente:

– Esto lo aprendí de la forma en que se comportaron las familias de Reubén y de Gad cuando estaban por entrar a Eretz Israel. Leemos en la Perashá Masé que Moshé distribuyó todos los territorios para cada una de las familias de Am Israel. Se acercaron a él las familias de Reubén y de Gad y le pidieron permiso para establecerse al otro lado del margen del río Jordán (fuera de los límites de Eretz Israel). Moshé Rabenu se enojó y los reprochó duramente. Les dijo: “¡Pecadores! ¿Cómo es posible que me pidan algo así? ¿Acaso vuestros hermanos saldrán a la guerra y ustedes se quedarán al margen…?” Después de que Moshé Rabenu utilizó nada menos que diez pesukim para dirigirles una dura reprimenda, las familias de Reubén y de Gad le revelaron su intención original: “En esas tierras construiremos cercos para nuestros rebaños y casas para nuestras familias. Y nosotros, los hombres, saldremos armados a ayudar a nuestros hermanos.” La pregunta es: ¿por qué dejaron que Moshé continuara con su reproche y no le explicaron al principio cuál era el propósito de su pedido? ¡Se hubiesen ahorrado una larga lista de calificativos que realmente no les correspondían! La respuesta es – concluyó diciendo el pequeño Yehudá Leib con una sonrisa en sus labios – que ellos deliberadamente no quisieron interrumpir las duras palabras de Moshé Rabenu. Porque escuchar reproches de un Tzadik es un privilegio que no hay que desaprovechar...

Parperaot LaTorá - Bamidbar. Hamaor

Teshubá a cualquier precio

Los Dayanim del Bet Din Hagadol de la ciudad de Sefat se quedaron perplejos. El hombre que acababa de entrar era bien conocido como uno de los más rebeldes, inmorales y malvivientes de la comunidad. Estaba considerado como el peor, de tal manera que nadie dudaba que así también era visto por el Cielo. Decían de él que no hubo pecado de la Torá que no hubiera cometido. ¿Qué tenía que hacer, entonces, un hombre de esa calaña dentro del Bet Din Hagadol?

El asombro de los Dayanim llegó al límite cuando escucharon lo que salió de los labios de aquel extraño visitante.

– ¡Por favor! – les suplicó –. ¡Recíbanme como baal teshubá! ¡Estoy totalmente arrepentido!

Los dayanim, que conocían al hombre y todas sus malas artes, no

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le creyeron pensando que ésta sería otra de sus trampas.

– Seguramente pretende poner en ridículo al Bet Din y burlarse de él. No podemos arriesgarnos... – fue lo que dijeron antes de decidirse a rechazarlo.

El hombre salió del Bet Din y se encaminó directamente con el HaArí, Z”L.

– Rabí – le imploró –, muéstreme el sendero de la teshubá . ¡Usted si debe creerme!

– Ve a tu casa – lo tranquilizó Rabenu HaArí, Z”L –, y debes saber que cualquier persona está capacitada para hacer teshubá . La teshubá es un acuerdo que se concreta entre la persona y Su Creador. No se necesita de ningún intermediario.

Pero el hombre no cedía.

– Por favor, Rabí – insistía –; dígame algo que deba hacer para arreglar todos mis actos y no me negaré en absoluto. ¡Es que hice esto y aquello...! – y ahí fue cuando comenzó a detallar frente al Rab, que quedó realmente impresionado. No se imaginó que un yehudí pudiera llegar a semejante bajeza.

– Hijo mío – le dijo –, por lo que veo, no te alcanzarían ni mil años de vida para hacer una teshubá tan grande, capaz de borrar todo lo malo que hiciste. Sólo tienes una alternativa: la pena de muerte. Únicamente quitándote la vida lograrás que se perdonen todos tus pecados.

– ¡Acepto! – dijo inmediatamente el hombre –. ¡Me pongo en sus manos! ¡Ejecúteme, si es que así quedaré limpio de mi horrible pasado!

Llegó el día anterior a Yom Kipur y el baal teshubá se hizo presente en el Bet Hamidrash de HaArí, Z”L, para saber cuál era el veredicto qué merecía recibir.

La decisión de aquel ocasional Bet Din fue la de condenar al pecador a morir con Serefá. ¿En qué consistía? En verter en la boca del culpable una cucharada de plomo fundido hirviente. Cuando el plomo atravesara su garganta, viajaría por su cuerpo incinerando todos sus intestinos.

Era un fallo muy severo, pero el baal teshubá, lejos de amilanarse, lo aceptó con alegría.

– Ojalá que de esta manera, encuentre la expiación de mis pecados – dijo.

Prontamente se dispusieron todos los Jajamim del Bet Midrash a cumplimentar las indicaciones del HaArí, Z”L: ataron las manos y los

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pies del hombre, y mientras observaba la cuchara con el plomo fundido, le fue colocada una venda en sus ojos.

– ¡Confiésate! ¡Pronuncia Vidui y luego mantén tu boca abierta! – le ordenaron.

El hombre comenzó a decir el Vidui, palabra por palabra, con una profunda concentración, demostrando verdadero arrepentimiento. Cuando llegó el momento, abrió su boca esperando la caída del plomo ardiente...

Sin embargo, en lugar de recibir un fuego mortal, lo que se introdujo en su boca no fue otra cosa que una dulce mermelada. HaArí, Z”L, mientras el hombre no miraba, cambió la cuchara de plomo por una de mermelada dulce y agradable al paladar. Y mientras se la daba, le decía:

– Se apartó tu pecado, y tu trasgresión fue perdonada...

Aquel hombre permaneció unos instantes en silencio...

¿Sería posible? ¿Qué sucedió? Y cuando estuvo con los ojos descubiertos, se percató de la situación.

– Por favor, Rabenu! – clamaba –. ¡Cumpla mi sentencia! ¡Quiero que mis pecados sean perdonados de una vez!

– No te preocupes – le dijo Rabenu HaArí, Z”L calmándolo –. Ya dijo Hashem en el pasuk: “Porque Él no desea la muerte (del pecador)”. Y los Jajamim, que nos enseñaron los caminos de la teshubá , afirman que la imposición de la pena de muerte es sólo una de las maneras con las que quedan limpios los pecados de la persona. Y todo, para que la teshubá se manifieste de todo corazón; para obtener una teshubá sincera, acompañada de un auténtico arrepentimiento.

Un arrepentimiento de esta naturaleza seguramente cambia el corazón del pecador; su alma y todo su interior experimentan tormentos tan terribles que resultan más fuertes que todas las muertes del mundo. Sin duda, esta persona no pecará nunca más en toda su vida.

– También tú – concluyó el HaArí, Z”L –, obtuviste el zejut de que tu teshubá sea considerada una teshubá completa. ¡Dichoso de ti! ¡Con lo que demostraste, no hay ninguna necesidad de quitarte la vida!

Maasem Shel Tzadikim . Hamaor

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No des rienda suelta a tus instintos

Mientras cabalgaba por el bosque camino a la ciudad, a poco de llegar a ella, encontró un judío a un mendigo sentado sobre el tronco de un árbol caído.

El mendigo pidió al hombre unas monedas, el cual se las dio, y al querer seguir su camino, el pordiosero se le cruzó, rogándole que lo llevara con él hasta la ciudad, pues como era rengo le era muy dificultoso hacerlo por sus propios medios y temía que lo encontrara la noche en el bosque, quedando así a merced de ladrones y animales salvajes.

El judío, que era muy bondadoso, se apeó del caballo e hizo subir al rengo dándole las riendas y sentándose él detrás.

Así, cabalgando ambos sobre el mismo animal, llegaron al centro de la ciudad y entonces el mendigo dijo al hombre:

– Ya llegamos, así que ahora bájate que yo sigo hasta mi casa.

Como es de suponer, el hombre se enojó y comenzó a gritar:

– Así quieres pagarme, robando mi caballo.

El rengo no se inmutó por los gritos del otro y, sujetándose fuerte al caballo, empezó a gritar a su vez para que se juntase gente a su alrededor y a sollozar:

– Miren lo que este sinvergüenza quiere hacerme; quiere despojarme de mi caballo, a mí, que soy un pobre rengo. Yo lo encontré en mitad del camino, lo traje en mi caballo hasta aquí y ahora, por favor, ayúdenme para que no me despoje.

El llanto y los gritos que profería hicieron su efecto en los presentes y no permitieron que el buen hombre pudiera llevarse el caballo, que ciertamente le pertenecía.

El hombre se dio cuenta de que de nada valdría cuanto dijese y pidió ver al juez para que éste determinara quién tenía razón.

Frente al juez expusieron los hechos y éste contestó:

– Estoy convencido de que el caballo es tuyo – dijo dirigiéndose al judío –. Pero lamentablemente nada puedo hacer, ya que tú mismo lo sentaste adelante y le diste las riendas, y eso es una prueba a favor del rengo.

De esta anécdota debemos aprender lo siguiente: el ser humano está constituido de dos sustancias opuestas: espíritu y materia. La

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persona se eleva si estudia Torá y realiza buenas acciones y mitzvot, fortaleciendo así el espíritu sobre la materia.

Aunque necesite del trabajo para subsistir materialmente, no debe convertir eso en la base principal de su existencia, y “sentar el materialismo en la parte delantera”, porque de esa forma toda su vida la materia vencerá al espíritu y aunque el individuo sostenga lo contrario, nadie le creerá, pues la pregunta será: “¿Quién va adelante? ¿Acaso renuncia a algo para elevarse espiritualmente?”

Si lo material va delante, eres esclavo de las malas inclinaciones, pero si anteponemos el espíritu a todo, somos beneficiados por las buenas inclinaciones que nos harán triunfadores en la vida.

Extraído de Oasis

Teshubá

Una vez llegó con el Gaón Rab Mibrisk una persona para pedirle un consejo de cómo podría remediar una grave situación, originada por un error involuntario. El Rab le respondió con un relato:

En una ciudad de Polonia, donde hacía muchos años trabajaba un anciano con su carreta, apareció de repente un joven que comenzó a quitarle los clientes al carretero experimentado.

El anciano se dirigió al joven y le dijo:

– Tú estás invadiendo mi terreno indebidamente, y de acuerdo con la legalidad, deberías retirarte inmediatamente. Pero yo voy a obrar de manera benévola contigo: te dejaré mi puesto de carretero de la ciudad, si es que apruebas el examen que he de hacerte para ver si realmente tienes conocimientos sobre el tema.

– ¡Acepto! Empiece a preguntarme.

– Bueno. ¿Qué harías tú si, después de haber entrado en un terreno lleno de lodo y tus ruedas están cubiertas hasta la mitad, tu carreta se detiene y no puedes avanzar?

– Le pido a los pasajeros que quiten el equipaje de la carreta, para alivianar el peso.

– ¿Y si la carreta tampoco puede avanzar de esa manera?

– Entonces digo a los pasajeros que se bajen de la carreta.

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– ¿Y si eso no es suficiente?

– Bueno. Pido a los pasajeros que me ayuden a empujar la carreta.

– ¿Y si la carreta está tan atorada que eso tampoco alcanza para moverla de su lugar?

El joven carretero levanta sus brazos en señal de impotencia y declara:

– La verdad: Confieso que no tengo la solución para un problema tan difícil.

– Por lo tanto – le dijo el anciano –, como no has pasado la prueba, debes abandonar la ciudad, pues has dado muestras de que careces de los conocimientos necesarios.

– Está bien – aceptó el joven –. Me iré de aquí, y reconozco que no sé del oficio como lo sabe usted.

– Pero ahora quiero que me enseñe: ¿cuál es la solución del problema?

– Debes saber – le respondió el anciano – que no existe forma de sacar una carreta que está atorada tan profundamente. Sólo te diré una cosa: un carretero experimentado, jamás entrará con su carreta a un terreno tan enlodado de donde no podría salir.

El Rab Mibrisk, cuando terminó su relato, dijo a quien vino a consultarlo:

– Hay problemas muy graves, que ya no tienen remedio ni solución. Pero esto hay que preverlo desde un principio. La Torá nos enseña que debemos cuidarnos de cualquier situación de la que después no podamos salir de los perjuicios que cause.

De este problema debes aprender a tener precaución para no caer en el mismo error en el futuro.

Extraído de Jaim Sheiesh Bahem. Hamaor

La conversación interrumpida

En los años 1950, el Rab Yehudá Zeev Segal aceptó en su yeshibá a un joven de una familia no religiosa que mostraba un gran interés por estudiar Torá. El Rab y su Rebetzin ofrecieron su casa para que

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el joven viviera allí, dándole mucho amor y atención.

Una noche, poco antes de la fiesta de Pésaj, el Rosh Yeshibá estaba hablando con su Rebetzin sobre un importante tema y el joven que estaba ayudando a la Rebetzin a limpiar la casa para Pésaj, estaba cerca de la habitación en donde hablaban y escuchó toda la conversación. En un momento determinado, el joven interrumpió la conversación para ofrecer su opinión al respecto. El Rosh Yeshibá no estuvo contento con esta actitud y dijo al joven: “No hemos pedido tu opinión”. Cuando la conversación terminó, el Rab Segal entró a su estudio mientras su esposa y el joven seguían limpiando la cocina.

Unas dos horas y media más tarde, el Rab Segal salió de su estudio y le pidió al joven que entrara. La cara del Rosh Yeshibá estaba roja y sus ojos completamente mojados por el llanto. Él abrió un volumen del libro del Rambam - “Yad Hajazaká” - y pidió a su alumno que prestara atención mientras él leía: “Quien muestra enojo es considerado como si hubiese adorado a un ídolo”. Dirigiéndose al joven, él dijo:

– Yo quiero hacer teshubá (arrepentirme) y pedirte disculpas por haber mostrado enojo hacia ti.

El joven le respondió que honestamente él no sintió que el Rab hubiera demostrado enojo alguno; él sólo había ofrecido una crítica constructiva. De todas maneras, el Rab Segal no quedó satisfecho hasta que el joven le expresó su perdón.

Or Torá

El taxista de Jerusalem

Durante la Shivá por el fallecimiento del Rab Shelomó Zalman Auerbaj, un taxista secular de la ciudad de Jerusalem dijo a un pasajero:

– Yo escuché en la radio que el Rab Auerbaj no quiso que su tumba esté más alta que la de sus padres. En el mundo de hoy, ¿qué hijo honra a sus padres? ¡Mis hijos apenas me miran! ¡Y el Rab se preocupaba de honrar a sus padres, que murieron muchos años atrás! Ah, si yo fuese un poco más joven, haría teshubá (retornaría al camino de Di-s y la Torá).

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Or Torá

El trabajo temporal

El Jafetz Jaim contó una vez la siguiente parábola:

Un día Moshé se encontró en la calle con su viejo amigo Yaacob, quien tenía una triste expresión en su cara.

– ¿Qué te ha pasado? – preguntó Moshé a Yaacob.

– Ya hace varias semanas que no tengo trabajo – se quejó Yaacob – y ya no me quedan muchos ahorros.

– ¿Sabes qué, Yaacob? – dijo Moshé –. Ven conmigo y trabaja para mí. Yo te pagaré muy bien.

– Muchas gracias, Moshé! A mí me encantaría hacerlo, pero, dime, ¿es un trabajo permanente o temporal?

Moshé respondió:

– Perdóname, pero es solamente temporal, por algunos meses.

– Si ese es el caso – dijo Yaacob –, yo no puedo aceptar el trabajo que me estás ofreciendo. El asunto es que mi jefe me despidió sólo por algunas semanas. Si yo tomo tu trabajo, me tomará algunos meses terminarlo y cuando quiera volver a mi empleo anterior mi antiguo jefe no me tomará nuevamente. Él me dirá que, puesto que yo no estuve disponible cuando él me necesitaba, ya no me necesita. Es por eso que creo que no vale la pena para mí perder mi trabajo permanente por uno temporal, y prefiero sufrir un poco antes que perder mi trabajo permanente.

El Jafetz Jaim comparó esto a lo que nos pasa con nuestras vidas. Frecuentemente sufrimos a causa de nuestros pecados y podemos tener problemas financieros o de salud, o cualquier otro inconveniente. Entonces, el yétzer hará intenta convencernos de que por cuanto estamos sufriendo, Di-s ya no quiere una relación de cercanía con nosotros. Pero nosotros debemos recordar que el sufrimiento es sólo temporal, y nuestros pecados serán perdonados.

Or Torá

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Chapter 12 - Tzedaká

La dádiva del hombre le abre amplios caminos y lo conduce ante la presencia de los grandes.

Proverbios 18:16

Quien esparce y da a los pobres, su justicia permanece por siempre.

Tehilim 112:9

Lo único que realmente tienes, es lo que das.

Rabí Shemuel Hanaguid

La tzedaká es un tesoro

En el Talmud de Jerusalem final del Cáp. 4, se relata que cierta vez fue enviado Rabí Akibá, junto con otros sabios, con la misión de recolectar fondos para tzedaká. Llegaron hasta la puerta de aquel a quien acostumbraban a visitar primero y cuando se disponían a llamar, escucharon la voz del pequeño hijo preguntando a su padre: “¿Que comeremos hoy?” El padre le indico el nombre de cierta verdura reconocida por ser especialmente económica y le pidió que saliera a comprarla, diciéndole a continuación:

– Y no compres de aquella mercancía fresca que llegó hoy al mercado, sino que buscarás esa verdura entre aquellos a quienes les sobró de ayer, aunque esté algo marchita. Seguramente te la venderán a un precio más barato. Tan pronto como escucharon estas palabras se dijeron los sabios:

– Si este hombre escatima tanto en las necesidades de su hogar, seguramente es porque ahora no dispone de dinero. Y siguieron su camino sin llegar a su puerta.

Al regreso, luego de recolectar la tzedaká de todos los vecinos del lugar, pasaron por el hogar de aquel hombre, quien les preguntó sorprendido:

– ¿Por que cambiaron su costumbre de visitar mi casa antes que la

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del resto de la gente?

– En verdad vinimos aquí al principio – le contestaron –, pero luego de haber escuchado el diálogo entre tú y tu niño, entendimos que esta vez no podríamos recibir de ti el aporte acostumbrado y nos marchamos.

Les replicó el dueño de casa:

– Las palabras entre mi hijo y yo, ustedes ya las conocen, pero no saben lo que hay entre mi Creador y yo. ¿Como podrían saber lo que siente mi corazón cuando cumplo una mitzvá? A pesar de que escatimo en los gastos de mi familia, no disminuyo mi cuota para tzedaká. Vayan con mi esposa y solicítenle que les entregue una medida llena de dinares. Fueron y transmitieron a la mujer lo que había ordenado su marido. Preguntó ella:

– ¿Y que medida les dijo, colmada o algo menos llena?

Le contestaron:

– Simplemente nos dijo una medida llena.

Y ella, en su rectitud agrego:

– Les daré una bien colmada, y si les dice que ésa era su intención, entonces su pedido habrá sido cumplido; pero si no es así, disminuiré de mi asignación la cantidad que puse de más.

Al escuchar el marido la respuesta de su mujer, tan digna de una mujer virtuosa, duplicó su asignación.

Estas palabras de la Guemará sirvieron de fuente al Sabio Alshij para determinar las varias categorías de dadores de tzedaká que existen. Una de ellas, de entre las más elevadas, como lo cita el Talmud de Jerusalem, es la clase de personas que destinan para tzedaká sumas de dinero y objetos de un valor superior a lo que poseen ellos mismos y sus familias. Y, lo que es más importante, lo hacen con gran alegría. La mayor alegría y paz de espíritu se encuentra cuando se cumple con la voluntad del Todopoderoso, con Sus leyes, porque así logra el ser humano la cercanía con su Creador. Aprendamos de aquellas almas tan elevadas y procuremos cumplir con la mitzvá de tzedaká como aquel que busca un tesoro. En realidad, es mucho más que eso: es un caudal de incalculable valor que nos acompañará eternamente.

Boletín Judaica Site “Vaiji”

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La mitzvá de tzedaká

El Pirké Abot nos describe la conducta de cada persona frente a una mitzvá tan importante como la tzedaká. Y debido a su valor, a lo que representa, su cumplimiento se ve frente a los ojos de cada uno en una óptica diferente. Han dicho nuestros Jajamim que la tzedaká genera la piedad Divina sobre quien la practica, provoca la redención y hace que haya berajot y abundancia en el mundo. También es sabido que nunca nadie se vuelve pobre por haber dado tzedaká; por todo ello es tan valiosa esta mitzvá que demuestra la grandeza del ser humano frente a su semejante. Por ello quien da y no quiere que otros den es un egoísta, porque desea todos los beneficios para él y no para los demás.

Quien no da y desea que los otros lo hagan, piensa que está perdiendo, que le están quitando lo suyo. Quien se pone contento cuando ayuda e incita a otros a hacerlo muestra su generosidad, comparte el dolor, la angustia de los demás y, a su vez, reparte los beneficios de la misma. Y quien no quiere nada, ni dar ni que otros den, guarda mucho odio en su corazón, por lo que no entiende el sentido de la misma.

El Rab Shalom Schewadrón, Z”L, contó en cierta ocasión el siguiente hecho.

El Rab Jaim Mitzanz había llegado a un pueblo y recorría las calles del mismo cuando sintió un olor y dijo:

– Esto es perfume del paraíso, Gan Eden.

Se guió por su olfato hasta que llegó a la casa de donde provenía ese olor. Llamó a la puerta y su dueño, el señor Pésaj, lo recibió.

– Bienvenido, Rabino – expresó el señor Pésaj –. ¿En que puedo ayudarlo?

El Rabí Jaim le dijo:

– Siento un olor del Gan Eden y sale de esta casa. Déjeme ver sus habitaciones.

Se detuvo frente a un ropero.

– Es de aquí de donde sale. Te pido que me muestres qué guardas en él.

Le abrió el ropero, fue sacando la ropa que guardaba y también una caja.

– Es de esta caja de donde sale – le dijo Rabí Jaim –. ¿Qué guardas en ella?

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El señor Pésaj abrió la caja y en ella había una sotana de cura.

Rabí Jaim dijo:

– Sale de esta ropa, pero, ¿qué hace esto en tu casa, en la casa de un judío?

El señor Pésaj comenzó su relato así:

– Mire Rabino, yo soy en el pueblo el encargado de la tzedaká. Todas las semanas hago recorridos solicito ayuda a todos y luego la reparto entre los necesitados. Una vez pasó que había hecho el recorrido, había ya repartido todo y vuelvo a mi casa. Me siento a descansar cuando llaman a mi puerta. Atiendo y es una persona que con lágrimas me pide una ayuda importante, ¡justo el viernes! “Acabo de repartir todo y como tu ves, no tengo nada. ¡No sé que hacer por ti!” Cuando escuchó mi respuesta aumentó su llanto, se lamentó de su situación, de su mazal, de no poder levantar cabeza y me dijo: “Necesito tu ayuda”. Intenté explicarle que ya había pedido una vez y no podía salir nuevamente. De nada sirvió; su dolor y su llanto aumentaron considerablemente. Decidí salir y ver qué podía juntar nuevamente. Así hice y – gracias a Di-s – la gente colaboró y lo que junté se lo entregué. Pero pasaron más o menos veinte minutos, cuando nuevamente me golpean a mi puerta. Esta vez era otro hombre que me pide ayuda. Agobiado por las deudas, por sus desgracias, recurría a mí. Le dije que esta vez no podía hacer nada, que ya dos veces en el mismo día había pedido y que no podía molestar más. Fue entonces que se quebró y no pudo contener su llanto y su desesperación.

Yo me sentía muy mal, pero, ¿qué podía hacer? Salir a pedir nuevamente no serviría de nada; agravaría más la situación.

Allí, Di-s me iluminó y pensé: “Cerca de mí hay un bar donde se juntan muchachos a beber y a jugar a las cartas. A ellos no les había pedido antes, así que intentaré ahora, a ver qué puedo hacer”. Fui y cuando entré me gritaron: “¡Pésaj! Nuevamente por aquí. ¿Qué necesitas ahora?” Me dirigí a ellos y les expliqué la situación. “Tengo un hombre desesperado, no tiene más que deudas, tiene una familia; hay que ayudarlo con una buena suma de dinero”. El hijo de una persona rica alzó la voz y me dijo: “Tengo un negocio para usted, Pésaj. Una vez un cura goy estuvo con nosotros y nos dejó su sotana. Si aceptas ponértela y salir por todo el pueblo y nosotros detrás de ti, bailando y gritando, te doy lo que pides”.

En ese momento dije: “¿Qué va a pensar la gente de mí? ¡Se volvió loco!” Por otro lado, pensaba en la persona que me esperaba en casa. “¡Acepto!”, le dije. Fue hasta su casa, trajo la sotana, me la puse y salimos a recorrer el pueblo. La gente no lo podía creer: me gritaron, se burlaron, hasta me tiraron cosas; las burlas eran constantes, hasta que decidieron volver al café. Allí me dio lo que

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pedí y me dijo: “Te regalo la sotana”. Contento, volví a casa y dejé el dinero en las manos del pobre. Y la sotana la guardé como recuerdo de que había servido para salvar a un judío; la puse en la caja y la dejé en el ropero. Eso es todo.

Rabí Jaim de Mitzanz le dijo: – Tú no sabes el valor de esta prenda. Te aconsejo que después de los 120 años te entierren con ella, nadie te podrá hacer nada. El señor Pésaj siguió el consejo de Rabí Jaim y, así, pidió a su familia ser enterrado con ella, lo cual se hizo. Pasaron muchísimos años y el gobierno polaco decidió construir una ruta que cruzaba una parte del cementerio judío. Fueron removidas tumbas y los restos trasladados a otro lugar. También la tumba del señor Pésaj fue abierta, pero grande fue el asombro al ver que el señor Pésaj estaba intacto, como recién sepultado; sólo una pequeña parte de su pie se había descompuesto: ese lugar no estaba cubierto con la sotana.

¡Qué estremecedor! ¿no? Y tú, querido lector, ¿en cuál de las cuatro formas de dar tzedaká te encuentras?

Or Torá

La tzedaká protege de todo mal

Rabí Meir tenía por costumbre no retirarse del Bet Hakenéset hasta transcurridas cuatro horas después de tefilat shajarit.

Cierta vez, salió inmediatamente después de la tefilá, lo cual le extrañó mucho y le resultaba inexplicable.

“¿Por qué este día es distinto de los demás?”, se preguntaba, “¿Por qué salí más temprano que todos los días? ¿Querrá Hashem realizar hoy un milagro por mi intermedio?”

Mientras así reflexionaba, observó el encuentro de dos víboras y cómo una le decía a la otra: “¿A dónde vas?”

La otra le contesta: “Di-s me envió a que mate a Yehudá de Anatot, a su esposa y a toda su familia”. Vuelve a preguntar la primera: “¿Por qué?” “Porque en toda su vida no dio tzedaká de su fortuna”, fue la respuesta.

Al oír esto, Rabí Meir se dirigió a la casa de Rabí Yehudá. En el camino encontró un arroyo. Allí estaba la víbora aprestándose a cruzarlo para dirigirse a la casa de Rabí Yehudá. Rabí Meir ordenó a

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la víbora no cruzarlo sin su permiso. Luego Rabí Meir se presentó en la casa de Rabí Yehudá con el rostro algo cubierto para no ser reconocido. Ya era de noche y Rabí Yehudá con su familia se sentaban a la mesa a cenar. Rabí Meir se acercó y tomó asiento junto a ellos.

Los hijos de Rabí Yehudá comenzaron a protestar y querían echar al desconocido. Pero Rabí Meir dijo:

– No me moveré hasta que me hayan dado de comer, estoy hambriento.

Le dieron entonces de comer y beber. Luego Rabí Meir tomó un pan de la mesa, se lo dio a Rabí Yehudá y le dijo:

– Toma este pan y dámelo a mí diciendo: “Llévalo en calidad de tzedaká”.

Rabí Yehudá se enojó y exclamó:

– ¿No te basta haber comido en mi casa hasta el hartazgo y quieres más?

Entonces Rabí Meir agitó su mano y apagó las velas que estaban sobre la mesa y al mismo tiempo descubrió su rostro y la casa se iluminó con la luz que de él emanaba. De inmediato reconocieron a Rabí Meir. Cayeron a sus pies pidiéndole perdón. Rabí Yehudá tomó el pan y dándoselo a Rabí Meir, dijo:

– Llévatelo, por caridad.

Entonces dijo Rabí Meir:

– Envía a tu esposa y tus hijos a otra casa a pasar la noche de hoy.

Así lo dispuso Rabí Yehudá y en la casa sólo quedaron él y Rabí Meir.

Después de transcurridas dos horas, dejó Rabí Meir sin efecto la orden dada a la víbora, la cual cruzó el arroyo y llegó a la casa de Rabí Yehudá. Rabí Meir salió por un minuto de la habitación y prestamente se introdujo la víbora en ella para abalanzarse sobre Rabí Yehudá. En ese instante volvió Rabí Meir y encontró a la víbora, a la que preguntó:

– ¿Qué haces aquí?

Ésta le contestó:

– Di-s me mandó matar a Rabí Yehudá y su familia.

– ¿Por qué? – inquirió el Tzadik.

– Porque nunca en su vida practicó la caridad – fue la respuesta.

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Entonces Rabí Meir le dijo:

– Pero si recién hoy mismo me dio de comer pan y beber vino, y también me dio un pan para el camino, ¡sal de la casa, porque no tienes derecho a hacerle daño alguno!

Rabí Meir echó a la víbora de la casa y, cerrando la puerta, dijo a Rabí Yehudá:

– Cuídate de abrir la puerta hasta mañana.

Después de una hora, oye Rabí Yehudá la voz de su esposa que lo llamaba desde afuera sollozando:

– ¡Ábreme, esposo mío, la puerta, que estoy pasando la noche en la calle, a la intemperie, y el frío me cala los huesos!

Pero Rabí Meir previno a Rabí Yehudá:

– No abras la puerta, que no es tu esposa la que está afuera y te llama.

Y Rabí Yehudá volvió a escuchar una voz que desde afuera lo llamaba, y la voz era de su hijo mayor:

– Ábreme, papá, no tengo donde pasar la noche. Anduve dando vueltas por el campo, en la oscuridad de la noche, y tengo miedo que los animales salvajes me hagan daño.

Rabí Yehudá estaba fuera de sí; su corazón sufría de compasión y preocupación.

Pero Rabí Meir lo tranquilizó:

– No hagas caso a los llamados, no son de tu hijo; anda a acostarte, y no abras la puerta.

Así transcurrió la noche, entre sucesivos llamados, a veces un hijo, a veces una hija, con llantos que llegaban al alma, conmovedores, e insoportables para un hombre que sufría pensando en su familia.

Pero la orden firme e inconmovible de Rabí Meir de no abrir la puerta ayudó a Rabí Yehudá a resistir las difíciles pruebas, y la puerta no fue abierta hasta la mañana siguiente.

Cuando la víbora comprobó que todas sus trampas no surtieron efecto y no podía llevar a cabo su misión, se revolcó con fuerza en el suelo. Exclamó:

– ¡Ay, arriba sentencian, y los de abajo anulan la sentencia!

Se arrojó con tal fuerza al suelo que del golpe murió.

A la mañana volvieron la esposa y los hijos de Rabí Yehudá a casa,

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y Rabí Meir le dijo:

– Pregúntales si te llamaron durante la noche. – En toda la noche no hemos salido de nuestro albergue – respondieron.

Entonces volvió a decir Rabí Meir: – Ven, que te mostraré quién te llamó durante la noche.

Salieron y en el umbral de la puerta encontraron la víbora muerta.

Enseguida alabaron y agradecieron a Di-s por Su misericordia, y Rabí Yehudá exclamó: – ¡Alabado sea Di-s, que me otorgó un milagro!

Agradeció muchísimo a Rabí Meir por haberles salvado de una muerte segura y terrible, y juró que de ese día en adelante ningún pobre se iría de su casa sin ser socorrido.

En mérito de la tzedaká seremos protegidos de todo mal.

Amén.

Extraído de Séder Hadorot

Realmente importante

Un hombre muy rico vivía en la época de la primera guerra mundial y se llamaba Daines. Su riqueza le permitía ayudar a muchas yeshibot de Europa y especialmente a la yeshibá de Nobardok. Cuando llegaron los comunistas, el gobierno confiscó todo su dinero y quedó sin nada. No tenía ni para comer, pero solía decir:

– Me quedaron dos joyas: mis dos yernos, que son dos Jajamim muy importantes y tuve la suerte de poder casar a mis dos hijas con ellos.

El Rabí Eljanán Wasserman Z”L, contó que una vez fue a la casa de Daines a buscar una importante tzedaká para la yeshibá. Era pleno invierno, la nieve caía y luego de varias horas de viaje se dio cuenta de que había ensuciado sus ropas y zapatos, y el Rab se preguntó si realmente debía ir de esa manera a la casa de Daines. Ensuciaría toda su casa y no estaba bien hacerlo. Por otro lado, era indispensable para él la tzedaká para mantener la yeshibá. ¿Qué hacer? De repente, tuvo una idea: la casa de Daines tenía una puerta trasera que daba a la cocina. Entraría por ahí y así no ensuciaría los hermosos pisos y sillones. Llamó a la puerta y las dos pequeñas hijas de Daines fueron a abrir. Al verlo, se llenaron de alegría y fueron corriendo a buscar al papá para que atendiera al

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Rab. Cuando Daines vino, dijo al Rab llorando:

– Usted me está arruinando a mis hijas.

El Rab no entendía de qué se trataba, ya que no había hablado con ellas, pero Daines le explicó:

– Mis hijas sólo ven en mi casa a millonarios que vienen a concretar negocios. Yo estoy todo el día ocupado con trabajo. ¿Así buscarán a un novio que sea un Talmid Jajam? Seguro que no. Por eso siempre les digo que lo único valioso es la Torá. Cuando llega el horario de mi shiur todos los días, dejo todo y voy a estudiar. Ellas lo saben. Pero hoy usted les demostró que tienen más valor el piso de mi casa y el sillón del comedor que la Torá que usted representa. Por eso estoy tan triste. ¿Cómo les explico ahora la verdad?

El Rab le explicó que esa no había sido su intención, pero no sabía la claridad de pensamiento de un millonario como Daines que sabía diferenciar entre lo principal y lo secundario.

No quedó otra alternativa. Ante el pedido de Daines, el Rabí Eljanán Wasserman debió salir por la puerta trasera y volver a entrar esta vez por la puerta principal. Debió sentarse en el mejor de los sillones del comedor, fue atendido como todos los años y recibió una importante tzedaká. Es cierto, el piso se ensució y los sillones también. Pero recibir a un Rab en la casa tiene un enorme valor. Las hijas desde pequeñas así lo aprendieron. Cuando fueron grandes, sólo quisieron casarse con Talmidé Jajamim. El zejut fue del padre que tanta tzedaká hacía y respetaba a los Rabanim.

Extraído del libro Lekaj Tob Jaim Shel Torá

Cumpliendo la mitzvá de tzedaká

Rabí Menajem Mendel de Romanov Z”L, estaba estudiando con sus alumnos y en eso se oyeron unos golpes en la puerta. Abrieron, y entró un hombre que, de sólo verlo, a cualquiera se le rompía el corazón: sus ropas estaban raídas; su rostro ennegrecido, su piel seca y arrugada...

Cuando pidió una limosna, no había forma de negársela.

Rabí Menajem Mendel dijo a su shamash que hiciera pasar al pobre a su despacho privado. Luego, el Rab pidió al shamash que le trajera un dinar de oro (moneda muy valiosa en aquellos tiempos).

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El asistente cumplió la indicación recibida y el Rab entregó en manos del pobre aquella moneda.

El pobre salió de esa casa sin poder creer lo que veía; nunca había tenido tanto dinero junto. Entretanto, el Rab estaba sentándose para volver a estudiar Torá con sus alumnos, y reaccionó: llamó inmediatamente a su shamash y le dijo que fuera corriendo a buscar al pobre para traerlo de nuevo a su casa.

El shamash encontró al pobre en la calle y cuando lo alcanzó le dijo que el Rab quería hablar con él. El pobre se puso a temblar y pensó que lo que sucedió fue que el Rab se había dado cuenta de que le dio algo demasiado valioso, y que seguramente se lo iba a cambiar por algo más barato, “...como un dinar de plata, si tengo suerte”, dijo para sí.

Sin otra alternativa, regresó el pobre a la casa del Rab, acompañado del shamash. El Rab lo hizo pasar nuevamente a su despacho y, por lo bajo pidió a su shamash que le traiga otro dinar de oro que tenía guardado. Cuando lo tuvo con él, se lo entregó al pobre.

Éste ya no sabía lo que pensar, entre la sospecha y el asombro. Pero se armó de valor y dijo al Rab:

– Señor Rabino: si usted quería darme dos dinares de oro, lo cual le agradezco infinitamente, podía haberlo hecho de una sola vez. Cuando me llamó, supuse que era para que yo le devolviera el dinar de oro que me dio, pero por el contrario, fue para darme otro más. ¿A qué se debe que lo hizo dos veces y no una?

– En la Perashá Ree – explicó el Rab al pobre – está escrito: “Dar le darás a él (al pobre), y no se contrariará tu corazón cuando le des a él”. ¿Por qué la Torá mencionó dos veces el verbo dar (“dar... darás)? Para enseñarnos que si la persona dio tzedaká una vez, por piedad a quien se lo está pidiendo, debe entonces dar otra vez, para cumplir la mitzvá de tzedaká que toda persona está obligado a cumplir. En la primera te di sólo por lástima, pero no por mitzvá... Y también por eso está escrito: “Y no se contrariará tu corazón...” “Cuando le des al pobre por la única razón que tu corazón está contrariado y enternecido, debes volver a darle; esta vez para cumplir con la mitzvá de tzedaká...”

Extraído de Anaf Ez Abot

La tzedaká libra de los malos decretos

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Rabán Shimón Ben Yojai tuvo un sueño en la noche de Rosh Hashaná. Soñó que sus dos sobrinos serían multados por el gobierno con la suma de 600 dinares.

A la mañana siguiente visitó a sus sobrinos y los persuadió de que fueran los gabaim de la comunidad, a cargo de repartir el dinero de tzedaká a los pobres. A través de este método de permitirles involucrarse con tareas de caridad esperaba evitar el nefasto decreto gubernamental de hacerse efectivo.

– ¿Y quién nos proveerá del dinero para dar a los pobres de la comunidad? preguntaron a su tío.

– Ustedes adelanten el dinero y lleven un registro de cada centavo que entregan. A fin de año la comunidad les reembolsará lo gastado– les contestó Rabán Simón.

Estuvieron de acuerdo y tomaron el trabajo. Algún tiempo más tarde una persona de mala fe los denunció ante el gobierno bajo el falso cargo de que los dos jóvenes negociaban con sedas y otras mercancías y no pagaban los impuestos.

Al día siguiente un viejo recaudador de impuestos se presentó y les demandó la suma de 600 dinares como multa por no cumplir con sus obligaciones. Ellos protestaron y declararon su inocencia, pero el hombre no quiso escucharlos, por lo que terminaron en prisión.

Cuando Rabán Simón escuchó sobre esto, los visitó en la cárcel.

– Díganme, ¿cuánto dinero han adelantado para caridad durante todo este año? – les preguntó.

– Puedes encontrar el registro en un libro que guardamos en nuestra casa – le contestaron sus sobrinos.

Rabán Simón fue hasta allí y comenzó a examinar el citado libro. Vio que habían dado 594 dinares.

Los visitó nuevamente en la cárcel y les dijo resueltamente:

– Entréguenme seis dinares y los liberaré de la cárcel.

– ¿Cómo es eso posible? – le preguntaron los sobrinos –. ¿El recaudador de impuestos demanda 600 dinares y tú sólo pides seis para liberarnos?

– No importa – les contestó –; dénme los seis dinares y yo prometo liberarlos hoy.

Le dijeron dónde podría encontrar esas monedas y con el dinero en mano fue a visitar al recaudador, a quien le pidió que aceptara esos seis dinares y olvidara el caso.

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– Ellos no tienen dinero para pagarte – le dijo –. ¿Qué ganaras dejándolos en prisión? Toma estos dinares, libéralos y abandona este caso. Nadie saldrá perjudicado.

El recaudador aceptó el trato y los liberó.

Cuando arribaron a su hogar los jóvenes preguntaron a su tío:

– ¿Cómo sabías que sólo harían falta seis dinares para liberarnos? ¿Tenías alguna información adicional sobre nuestro caso?

– No – les dijo –, pero en la noche del último Rosh Hashaná tuve un sueño en el que vi que serían multados por la suma de 600 dinares. Contando el dinero que dieron para tzedaká, noté que faltaban seis para llegar a esa suma. Por tanto, supe que el recaudador aceptaría los seis dinares y los liberaría. El poder de la tzedaká es muy grande.

– Si tú nos hubieras contado esto en aquel momento, gustosamente hubiéramos donado toda la suma de 600 dinares para caridad –dijeron los muchachos –, antes de tener que pasar por toda esta terrible experiencia de haber sido puestos en prisión.

– Si yo les hubiera avisado en ese momento – les contestó Rabán Simón Ben Yojai – no hubieran donado el dinero para caridad sino para escapar del castigo. Además, no me hubieran creído y no me hubieran dado ese dinero para caridad.

Otzar Hagadot Hatalmud. Hamaor

Y cada hombre, a sus santidades, para él será

Bamidbar 5.

Nuestros Jajamim aprenden de aquí que cuando un yehudí destina su dinero a obras sagradas (donaciones para yeshibá; lugares de Torá; caridad, etc.), es “para él”. Es decir: no es de él todo el dinero que tiene en la mano, sino el que dio a una causa sagrada. Para ilustrar mejor este concepto, veremos lo que sucedió una vez con uno de los más grandes personajes de la historia del mundo judío sefaradí en la época del Siglo de Oro de España: Rabí Isaac Abrabanel, Z”L.

Cumplía funciones de ministro de finanzas en la casa real y era conocido como Don Isaac Abrabanel, hombre sabio e instruido en todas las áreas, no sólo en el campo de la Torá. Los ministros que integraban la corte lo envidiaban y odiaban, no sólo por su

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condición de judío, sino porque contaba con la total confianza, simpatía y afecto del rey, que le otorgaba un trato distintivo.

Todas las calumnias que le inventaban, el rey trataba de desoírlas, porque conocía realmente las cualidades y la calidad humana de “Don Isaac”, de quien dependía casi toda la economía del país. El rey no pudo hacer frente a las presiones y aceptó investigar la procedencia de los bienes de su ministro de finanzas.

Lo primero que hizo fue pedirle a Don Isaac Abrabanel que él mismo elaborara una lista de sus posesiones personales, y a partir de ahí comenzaría la indagatoria.

Después de unos días apareció el Rab con una lista, no muy extensa por cierto. El rey se detuvo a leerla, y no pudo más que sorprenderse, con un poco de decepción. Fue entonces que le dijo, muy molesto:

– Hasta ahora no he desconfiado de usted. Pero después de ver esta lista, me veo obligado a hacerlo.

– ¿Por qué dice eso, su majestad? – preguntó Rabí Isaac.

– Aquí usted ha apuntado que sus posesiones ascienden a una cantidad mucho menor de lo que a simple vista podemos ver que tiene. He ido a su casa, sé más o menos cuánto dinero tiene, y esta declaración no coincide con lo que evidentemente posee. Y si ha falseado esta declaración, da lugar a pensar que se ha comportado deshonestamente en el desempeño de sus funciones como administrador del tesoro de la Corona.

Rabí Isaac Abrabanel lo escuchó y procedió a responderle con calma:

– Verá usted, alteza: se me ha pedido que realice una lista con mis posesiones, y eso fue lo que realmente hice. Porque la casa donde vivo, el dinero que tengo guardado, las joyas que atesoro, todo eso está en mi propiedad, ¡pero no es mío! Sólo es de la persona aquello que se lleva cuando abandona este mundo. Todo lo que mencioné, cuando terminen mis días, quedará aquí. Lo único que podré llevarme será lo que aporté a obras de bien. En la lista apunté todo el dinero y las cosas materiales que destiné a la causa sagrada de mi pueblo. Eso es realmente mío, porque me acompañará eternamente.

Guedolé Amenu. Hamaor

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Ebrio o sobrio

El Jafetz Jaim habló una vez sobre el día que vio a un ebrio tirado en la vereda en la ciudad de Vilna. Los chicos lo rodeaban, riéndose de él. Una persona se acercó al ebrio y con una sonrisa burlona le dijo: “¿Qué clase de hombre eres tú? Es una lástima que tú no sepas la humillación que causa la embriaguez. Si yo me hubiese embriagado habría sido cuidadoso en no dejarme caer en la vereda y mostrar así a todo el mundo que estoy ebrio”.

El Jafetz Jaim comparó la actitud de este espectador hacia el ebrio con la actitud de las personas comunes hacia las personas ricas. Así como el espectador sobrio asumió que incluso si él iba a embriagarse, conservaría su comportamiento responsable, cuando de hecho la mayoría de las personas no se comportaran diferente del hombre ebrio, así también las personas pobres critican a los ricos porque son tacaños y están seguros de que si ellos fueran los ricos donarían generosamente, cuando de hecho la mayoría se comportaría de igual manera que aquellos que son criticados.

En otras palabras, muchas personas critican a los ricos que no dan tanta caridad como sus posibilidades les permiten. Ellos dicen que si ellos fueran ricos darían caridad con mano generosa. Semejantes personas se olvidan de que ellos están hablando en un momento en el cual son pobres y por eso piensan que tienen un buen corazón.

Sin embargo, si ellos se enriquecieran, es bastante probable que cambien su corazón y se transformen en personas tan tacañas como las personas ricas a las que ellos critican. La riqueza es similar a la embriaguez; su naturaleza intoxicante causa que la persona se olvide de sus obligaciones.

Or Tora

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A

Admur de Alexander 202

Admur Mordjele Z”L 37

B

Ben Ish Jai 209, 210, 211, 212, Véase Rabenu Yosef Jaim

Biografias 282

E

Eliyahu Hanabí 131, 132

G

Gaón de Vilna 293

H

HaArí, Z”L 23, 253, 254, 255, 288

Hilel 38, 39, 40, 196, 198

J

Jafetz Jaim 27, 28, 29, 32, 43, 44, 45, 47, 60, 61, 62, 65, 66, 69, 70, 200, 204, 205, 206, 232, 233, 234, 235, 236, 248, 249, 259, 260, 275, 302, 304, 305, 310

Jatam Sofer 294

Jazón Ish 41, 82, 94, 305

Jidá 290, Véase Rabí Jaim Josef David Azulai

L

Leví Itzjak de Barditchuv 291

M

Maguid de Dubna 108, 109, 116, 118, 143, 194, 290, 291

N

Nodá Bihudá 56, 58, 59, 229, 297, 298, Véase Rabí Yejezkel Landau

O

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Onkelós 153, 154, 284

R

Rab Aharon Kotler 34, 60, 308

Rab Arieh Levin 70, 88, 100, 161, 307

Rab Baruj Eliézer Luria 53

Rab Ben Zión Abraham Shapiro 73

Rab Blau 37

Rab Eliezer Shulevitz 66

Rab Eliyahu Lapian 132, 305

Rab Flesh 91

Rab Greineman 94

Rab Itzjak Ariehl 241

Rab Itzjak Chehebar 123

Rab Jaim Berlin 128, 130, 131

Rab Jaim Berlín 309

Rab Jaim de Volozin 172, 196, 198, 212, 293

Rab Jaim Mitzanz 217, 219, 264

Rab Mordejay Klotzky 235, 236

Rab Mordejay Lipshitz 235, 298

Rab Moshé Fainstein 68, 81

Rab Natan Kamji 235

Rab Nathan Wachtfogel60

Rab Nisan Alpert 68

Rab Safrá 33, 284

Rab Shalom Schewadrón 60, 223, 264, 309

Rab Shelomó Kluger 132, 295

Rab Shemuel Salant 88, 299

Rab Shlomo Zalman Beharan Levy 96, 292

Rab Simja Kaplan 203

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Rab Tzvi Michel de Jerusalem 73

Rab Yaacob Kaminetzky 76

Rab Yaacob Rakovsky 161

Rab Yaacob Valenski 83, 303

Rab Yehoshúa Leib Diskin 46

Rab Yosef Dob Soloveitchik 67, 299

Rabán Shimón Ben Gamliel 125, 282

Raban Shimón Ben Yojai 272

Rabenu Moshé bar Najmán 286

Rabenu Shelomó Ytzjaki 285

Rabenu Yosef Jaim 209, 210, 211, 212, 301

Rabí Abraham Antebi 77, 78, 109, 111, 296

Rabí Akibá 54, 55, 137, 262, 282, 283

Rabí Akibá Eiger 295

Rabí David Behar 229

Rabí Dob Berish Maizles 180, 185, 297

Rabí Eliyahu de Vilna 108, 194, 197, Véase Gaón de Vilna

Rabí Eliyahu Dob Leizerovitz 76

Rabí Eliyahu Eliezer Dessler 81, 240, 307

Rabí Eliyahu Hacohén Dushnitzer 73

Rabí Eliyahu Klatzkin 298

Rabí Eliyahu Kremer 289, Véase Gaón de Vilna

Rabí Eljanán Wasserman 36, 304

Rabí Ezra Hamui 165, 296

Rabí Isaac Abrabanel 274, 286

Rabí Iser Zalman Meltzer 45, 303

Rabí Israel Abujatzira 59, 146, 195, 196, 307

Rabí Israel Menajem 71, 72

Rabí Israel Salanter 79, 114, 151, 152, 298, 300

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Rabí Israel, el Maguid Mikoznitz 95

Rabí Itzjak de Volozin 192, 194, 293

Rabí Itzjak Eljanán Spector 298

Rabí Itzjak Taieb 179, 180, 294

Rabí Jaim Josef David Azulai 159

Rabí Jaim Leib Mishkovsky 174, 301

Rabí Jaim Mitzanz297

Rabí Jaim Mordejay Lobatón 295

Rabí Jaim Yosef David Azulai 290

Rabí Jaim Yosef Gottieb 72

Rabí Jiskiá Medini 227, Véase

Rabí Leví Itzjak Mibarditchuv 150

Rabí Masud Jaiun 159, 160

Rabí Meir 266

Rabí Meir Stelovitz 53

Rabí Menajem Mendel de Romanov 270, 292

Rabí Mordejai Gifter 309

Rabí Mordejay Abadi 296

Rabí Mordejay Gifter 155

Rabí Moshé Ben Maimón 189, 191, 284, Véase Rambam

Rabí Moshé Blau 37

Rabí Naftalí Amsterdam85, 300

Rabí Nissim Idan 102, 103

Rabí Sadka Hussein 138, 296

Rabí Salman Mizafí 101, 310

Rabí Sar Shalom de Belz 98

Rabí Shelomó Bojbot 106

Rabí Shelomó Mutzafi 83

Rabí Shemuel Shtrashon 230, 303

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Rabí Shimshón Aharón Palonski 120

Rabí Simja Bunam Mipashisja 220

Rabí Yaacob Herman 206, 207, 208, 209, 306

Rabí Yaacob Israel Kanievsky 40, 308

Rabí Yaacob Kastenovitz 80

Rabí Yaacob Kranz 108, 116, 156, 194, 291

Rabí Yaacob Lorberbaum 41, 295

Rabí Yaacob Zalman Lifshitz 298

Rabí Yehoshua 54, 137, 282

Rabí Yehoshua ben Elam 147

Rabí Yehoshúa Zinberlast 250

Rabí Yehudá 125, 127, 266, 267, 268, 269, 282, 283, 286, 313

Rabí Yehudá Arye/ Alter Leib Migur 302

Rabí Yehudá Hanasí 125, 313

Rabí Yejezkel Landau 56

Rabí Yejezlel Lifshitz 298

Rabí Yejiel Soloveichik 298

Rabí Yosef Jaim Zonenfeld 29, 36, 303

Rabí Yosef Jarif 292

Rabí Yosef Karo 23, 24, 287, 291

Rabí Yosef Presburger 192

Rabí Yosef Shlomo Kahneman 42, 310

Rabí Zeeb Mizebrez 118, 120

Rabino Yejiel Danzig de Alexandría 48, 302

Rambam 189, 190, 191, 194, 195, 259, 284, 304, 313, Véase Rabí Moshé Ben Maimón

Ramban 286

Rashí 168, 169, 170, 285, 286

S

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Sara Shnirer 89, 90, 91, 92, 93, 306

Sedé Jémed227, Véase Rabí Jiskiá Medini

Shabat 199

Shimón Ben Shataj 33, 34

Sir Moshé Montefiori 219, 220, 297

Y

Yosef Jaim Zonenfeld 46, 201

Biografías

Rabí Akibá

(3760-3880) Uno de los Tanaím, es decir, sabio de la Mishná. Alumno de Rabí Eliézer, de Rabí Yehoshúa y Nahum Hish Gam Zú. Comenzó a estudiar a la edad de 40 años, gracias a los sabios consejos de su esposa Rajel, que abandonó todas las riquezas por apegarse a su esposo e inducirlo a observar la Torá y mitzvot.

Llegó a instruir a más de 24000 alumnos, mismos que perecieron por causa de una epidemia. De esta terrible situación se salvaron únicamente cinco alumnos, de los cuales heredamos los conocimientos de la Torá que se estudian actualmente por medio de las mishnayot y las agadot que nos legaron. Ellos son: Rabí Meir Baal Anes (Fue uno de los más grandes), Rabí Yehudá, Rabí Yosi, Rabí Ismael, Rabí Simón Bar Yojay (autor del libro Zohar) y Rabí Elazar ben Shamúa. Su hijo Rabí Yehoshúa ben Corjá siguió los pasos de su padre, destacando también en su época.

Fue uno de los más grandes exponentes de sus tiempos, vivió en la época en la que estaba construido el Beth Hamikdash y vio, a la edad de 60 años, su destrucción.

Entregó su alma al creador el día de Yom Kipur del año 3880, recitando el “Shemá Israel” mientras era cruelmente torturado por los romanos a la edad de 120 años.

Rabán Shimón Ben Gamliel

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Nasí del Sanhedrín, padre de Rabí Yehudá Hanasí.

Rabí Yehudá “Hanasí”

Rabí Yehudá Hanasí (135-220) nació en el año 3901, tras la desaparición de su padre. Al morir su padre Rabán Shimón Ben Gamliel, Rabí Yehudá pasó a ocupar su puesto de Presidente (Nasí) del Sanhedrín y dirigente de la nación. Nació el mismo día que murió Rabí Akibá. En la Mishná se le llama “Rebí”. Estudió con Rabí Elazar Ben Shamúa y Rabi Yaacob Ben Kurshay. Frecuentó también los hogares de muchos otros sabios y así adquirió gran experiencia, que le sirvió más adelante en la composición de la Mishná.

Rabí Yehudá era muy rico y toda su riqueza la empleaba para obras de bien, sin aprovecharla en lo mínimo para su goce material. Por su ciencia y por su riqueza empleada para el bien atrajo el aprecio y el cariño de todos.

Rabí Yehudá Hanasí fue un personaje humilde. A pesar de su célebre sabiduría, su espectacular riqueza y los impresionantes honores que se le rendían, Rabí Yehudá era extremadamente humilde no sólo con los grandes Sabios o con sus colegas, sino también con sus discípulos. Muchas veces durante las discusiones talmúdicas no vacilaba en dar razón a su interlocutor. En virtud de su inmensa sabiduría y devoción lo llamaron “Rabenu Hakadosh”.

Todas las leyes costumbres e interpretaciones eran estudiadas oralmente y así pasaban de generación en generación; estaba prohibido escribirlas. Pero Rabí Yehudá pudo percatarse de que a causa de los duros momentos de exilio que se cernían sobre el pueblo de Israel, muchas leyes corrían el peligro de ser olvidadas, mientras que otras podrían causar confusión; en consecuencia, decidió compilar todas estas leyes y eternizarlas en su obra magistral llamada Mishná (palabra que significa estudio, repaso). Toda la información fue resumida en código de ley y dividida en seis secciones (Sedarim) escrita en el año 3949: 1) Séder Zeraim, 2) Séder Moed, 3) Séder Nashim, 4) Séder Nezikim, 5) Séder Kodashim, 6) Séder Tarot. Clasificó todas estas leyes las en seis órdenes que son: Zeraím, Moed, Nashím, Nezikím, Kodashim, y Taharot. Posteriormente se expuso este estudio con más detalle en volúmenes individuales, conocidos bajo el nombre de “Guemará”, redactados por Rab Ashé y Rabena en Babilonia.

Raban Shimón Ben Yojai

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Tercera generación de los Tanaim después de la destrucción del primer Bet Hamikdash. Gran alumno de Rabí Akibá.

Rab Safrá

Vivió aproximadamente en el año 4085.

Uno de los Emoraim de Babel (tercera y cuarta generaciones de los Emoraim).

Rabá lo respetaba mucho y lo llamaba “Gabrá Rabá” (Gran hombre). También era conocido por la gente de su generación como “Dober Emet Bilbabó” (habla la verdad de su corazón).

La Guemará alaba la forma en que respetaba y cuidaba el Shabat.

Onkelós hijo de Kalonimos

(Aprox. 90 de la e.c.) Luego de dominar todas las ciencias e idiomas, arribó a la conclusión de que la creencia religiosa de los judíos era la correcta. Secretamente se inició en la práctica del judaísmo, aguardando el momento de abrazar definitivamente la religión hebrea.

Onkelós se retiró del Palacio Real, abandonó Roma y fue a Jerusalem convirtiéndose allí al judaísmo. Sus maestros fueron Rabí Eliézer ben Húrkenus y Rabí Akibá.

Al ver que los yehudim estaban olvidando el idioma hebreo, así como también la traducción que Ezrá Hasofer hizo al arameo en su época, emprendió una obra monumental: tradujo la Torá al arameo, que era el idioma más conocido por los yehudim, evitando así que el pueblo olvidase la Torá. Este trabajo es conocido hasta el día de hoy como: Targum Onkelós.

Rabí Moshé Ben Maimón (Rambam)

(Maimónides) Rabenu Moshé Ben Maimónides (el Rambam) (4573-4852) (1135-1204), nació en Córdoba y falleció en Egipto. El comienzo de sus estudios tuvo lugar en casa de su padre, que era

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juez, y le enseñó Talmud y Biblia, junto con matemáticas, astronomía y filosofía. Cuando tenía 13 años los almuhades conquistaron Córdoba y su familia debió abandonar España. A los 16 años publicó su primer libro; posteriormente, se trasladó con su familia a la ciudad de Fez, en Marruecos. Allí editó la “Igueret Hashmad” (carta sobre la apostasía), en la que consuela y alienta a los marranos. En 4693 (1165) inmigró a Israel, pero se vio obligado a partir a Alejandría. Allí falleció su hermano, Rabi David, quien lo sustentaba. Maimónides comenzó a dedicarse a la medicina, para mantener a su familia y a la de su hermano. Paralelamente, se dedicó a sus obras teológicas y al liderazgo de la comunidad de Egipto. Escribió decenas de libros, entre ellos: Séfer Hamaor, exégesis de la Mishná, que concluyó a la edad de 23 años. En su comentario, resume y relata el contenido de la Mishná, sus principios y detalles, y al final de cada tema aclara los términos. Asimismo, cada vez que se presentan divergencias de opinión, Maimónides señala cuál es la halajá.

En su libro Guía para los descarriados, se refirió al problema de fe en su generación y respondió a las contradicciones entre la filosofía y la ciencia frente a la Torá. Su libro más conocido, Mishné Torá “El libro del conocimiento”, llamado también Hayad Hajazaká, reúne la ley y la halajá hebrea por temas. Resume las ideas de sus predecesores en un idioma claro y define entre ellos. Sus epístolas son muy importantes. Murió en Egipto. Su féretro fue traído a Tiberias, donde fue enterrado. El pueblo pronunció el elogio fúnebre con el célebre dicho: “Desde Moshé (Rabenu) hasta Moshé (Ben Maimón) no hubo otro como Moshé”.

Rabenu Shelomó Itzjaki Z”L, (Rashi)

Rashí: Rabenu Shelomó Itzjaki (4800-4865) (1040-1125) fue el principal y más grande exegeta de la Biblia y el Talmud. Nació en Troyes, Francia, donde a la edad de 25 años fundó una escuela, la cual atrajo a muchos distinguidos alumnos. El lenguaje empleado en sus comentarios es conciso, ya que explica muchos problemas complejos en una sola palabra o con una mera indicación. Sus comentarios forman parte inseparable del estudio de dichos libros. Las letras con las que se imprimen los comentarios de Rashí y otras interpretaciones se conocen con el nombre de “alfabeto de Rashí”.

Rabenu Moshé bar Najmán (Ramban)

(4955-5030) (1195-1270) Rambán, Rabí Moshé ben Najmán

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(Najmánides) nació en la ciudad española de Gerona, en una familia de renombrados talmudistas.

Fue alumno de Rabí Yehudá ben Yakar, así como tabién de Rabí Ezrá y Rabí Azriel.

Dedicó toda su vida al estudio de la Torá y la medicina, su profesión, y fue rabino de su comunidad en Gerona. A los 70 años aproximadamente viajó a Israel. Escribió numerosos libros; entre ellos podemos citar el que título Miljamot HaShem (Batallas de HaShem), sobre los comentarios de Rabí Itzjak Alfasi “El Rif”; Sháar Haguemul, Perush HaRambán, sobre el Talmud y Perush HaRambán, comentario sobre la Torá. Falleció a los 75 años en la ciudad de Jaifa, al noroeste de Israel.

Rabí Isaac Abrabanel, Z”L

(5197-5268) (1437-1508) Exegeta, estudioso político judío. Una de las figuras más relevantes de España antes de la expulsión. Nació en el seno de una noble familia en Lisboa, Portugal. Fue discípulo de Rabí Yosef Hayan, de quien aprendió Torá, y también estudió filosofía y lenguas extranjeras. Siendo aún joven fue nombrado ministro de fianzas de la corte de Portugal. A la muerte del rey de Portugal se trasladó a Toledo, capital de Castilla. Allí también se ocupó de las finanzas y luego lideró a la comunidad judía expulsada en Nápoles. Con la invasión francesa, se trasladó a Sicilia, donde fue asesor del Rey. En 5263 (1503) se trasladó a Venecia, donde falleció en 5268 (1508) y fue enterrado en Padua. Su comentario a los primeros profetas, Mirkévet HaMishná, que comenzó en 5232 (1472), le tomó 25 años. La exégesis de los profetas posteriores fue iniciada en 5205 (1445) y finalizada cerca de su deceso. También alcanzó a finalizar sus comentarios a la Torá. Fue el primero en escribir una introducción a cada libro y de aportar un punto de vista más amplio, producto de su experiencia política en el mundo amplio. Sus comentarios son muy populares y han sido traducidos a diversas lenguas.

Rabenu Yosef Karo

(5248-5335) (1488-1575) Nació en España. Tenía sólo cuatro años de edad cuando tuvo lugar el exilio de España. Después de muchos sufrimientos y peripecias, su familia llegó a Turquía y radicó en Edurne (Andrianópolis).

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Desde pequeño ya tuvo fama por su sabiduría. Fue nombrado Rosh yeshibá en Edirne. En el año 5299 emigró a Eretz Israel y se radicó en Safed. Fue el colega del gran Cabalista Ha”Ari (Rabí Itzjak Luria, Maarshal) (5294-5332) (1534-1573) y de Rab Shelomó Alkabetz (compositor de la poesía Lejá Dolí likrat kalá, que recitamos a la entrada de Shabat) y otros sabios cabalistas de su época. Él mismo estudió a fondo la Cabalá hasta ser un gran cabalista.

Desde la edad de 34 años adquirió la fama de un gran sabio Talmudista y posek. A esa edad, comenzó su obra Bet Yosef, explicación de los Arbaá Turim, en la cual analiza cada tema desde su raíz en el Talmud, agregando todo lo que los Poskim anteriores opinaron y explicaron, hasta la decisión de la halajá. Tardó 32 años en completar su obra, que fue comenzada en Edirne y concluida en Sefat. Rabí Yosef recibió su semijá de los expertos Rabanim de Eretz Israel, de los cuales Rabí Yaacob Birav era entonces Ab bet dín. Al morir Rab Birav, fue nombrado Rabí Yosef la mayor autoridad rabínica. La obra Bet Yosef fue acogida con gran cariño por todos los estudiantes de la Ley. Existieron sin embargo, sabios que temieron que el Bet Yosef reemplazaría el estudio del Talmud y éste fue dejado de lado.

Rabí Yosef Karo, en su libro Bet Yosef, logró lo que ninguna otra persona realizó desde que fue dada la Ley en el monte de Sinai: reunir al Judaísmo en un Código de Leyes aceptable por todos. Pues hasta entonces, después de la composición del Talmud, existieron diferentes opiniones entre los diversos poskim y, debido a los sufrimientos del Galut y a la dispersión, el Bet Din de cada comunidad se rigió de acuerdo con las decisiones del Posek que parecía más cercano a su espíritu, por lo cual nuestra Santa Ley daba la apariencia de estar dividida en varias leyes. Gracias a su ardua labor de analizar cada Din y la opinión de cada Posek, supo llegar a una decisión definitiva basándose en la mayoría, y en particular en la mayoría de opiniones de los tres pilares de la Ley: Rif, Rambam y Rosh. Rabí Yosef Karo tiene, pues, el mérito eterno de haber unido a toda la Casa de Israel bajo la bandera de una Ley Única.

Rabi Rabí Yosef Karo compuso a continuación el famoso Shulján Aruj, que expone todas las decisiones de la halajá en forma de código de leyes, dividido en las mismas cuatro partes que contiene el Arbaá Turim. El Shulján Haruj, fue recibido por todo Israel como el Código de Ley definitivo para todas las generaciones. Escribió también el libro titulado Késef Mishné.

Rabí Rabí Yosef Karo falleció en Sefat a la edad de 87 años. De su cuerpo débil y abatido expiró su magna y preciosa alma en el año 5335 (1575).

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HaArí, Z”L

(5294-5332) (1534-1573) Su nombre es Rab Itzjak Luria, Z”L. Nació en Yerushalaim. Se cuenta que el día que nació se presentó Eliyahu Hanabí a su padre ordenándole no hacerle el berit milá hasta que no lo viera parado junto a él. Al octavo día, cuando fue traído al Bet Hakenéset para el berit milá, su padre, esperando a Eliyahu, miraba en todas direcciones; para sorpresa de los presentes, vino Eliyahu y ordenó al padre que tomara asiento, sosteniendo al pequeño bebe. Entonces lo tomó Eliyahu y mientras lo abrazaba dijo: “Ven, sostén a tu hijo, pues de él saldrá una inmensa luz que alumbrará a todo Israel y al mundo entero”.

Rabí Itzjak era muy joven cuando quedo huérfano de su padre, situación que lo obligó a residir en El Cairo, Egipto, ingresando a la yeshibá del Rab David Ben Shelomó Abu Zimbrá (1479-1573) mejor conocido como el “Radbaz”.

En el año 1570 regresó a Yerushalaim junto con su familia, estableciéndose en Sefat. Los aspectos ocultos de la Torá y la Cabalá están basados en revelaciones y tradiciones que transmitió a sus alumnos, entre los que destaca el Rabí Jaim Vital (5303-5380) (1542-1620). Ellos publicaron y difundieron sus enseñanzas después de su fallecimiento a la edad de 38 años.

Escribió varias plegarias, melodías y poesías que forman parte del Sidur que utilizamos.

Rabí Yejezkel Landau

Hanodá Bi-Yehudá (5474-5553) (1713-1793), uno de los más grandes Poské Halajá del siglo XVIII, que durante muchos años fuera Gran Rabino de la comunidad de Praga y del judaísmo de Bohemia. Se dio a conocer con su libro de Teshubot Hanodá Bi-Yehudá y por su lucha contra la Haskalá (el iluminismo), contra el sabatismo y contra el movimiento franquista.

A la edad de 20 años fue juez de la ciudad de Brodi. En el año 1746 fue Rab de Yampoli y en 1755 hasta el final de sus días desempeño el puesto de Rab de Praga.

Gaón Rabí Eliyahu Kremer Mivilna

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(5480-5558) (1720-1797) Nació el primer día de Pésaj del año 5480. Era descendiente de una gran familia de Sabios y grandes de la Torá. Aún niño, dio signos de inteligencia prodigiosa. Según se relata, a la edad de siete años subió a la tribuna de una gran Kehilá y pronunció un sermón que maravilló a toda la congregación, y cuando cumplió 10 años ya no se encontraba profesor y Rabino que pudiera enseñarle Torá; por tanto, estudiaba solo y consiguió penetrar en los más profundos rincones de nuestra Santa Ley. Sus padres lo casaron a edad temprana y se dedicó día y noche al estudio con santidad y pureza mental. Nunca aceptó un puesto de gran Rabino o de Rosh Yeshibá. Para que no lo molestaran, cerraba aun durante el día las ventanas de su cuarto y a la luz de la vela estudiaba Torá con la máxima concentración, envuelto con el Talet y coronado con los Tefilín. No aprovechó las comodidades materiales de este mundo. Su hijo atestiguó que por cincuenta años su padre no durmió por más de dos horas en cada periodo de 24 horas; apenas dormía media hora en la noche y para que no sucumbiera al sueño no calentaba su cuarto en las noches frías de invierno. Nunca caminaba siquiera cuatro pasos sin estudiar Torá y sin tener los Tefilín puestos. Compuso 54 libros. Los más importantes son: Adéret Eliyahu, comentario del Jumash; otros títulos como Diberot Eliyahu, Niflaot Eliyahu, Shenot Eliyahu entre otros, que incluyen un muy valioso comentario sobre las cuatro partes del Shulján Aruj, varios libros de Cabalá y explicación del Zohar. También escribió obras de astronomía, aritmética y álgebra. En los últimos años de su vida, a pesar de su debilidad, no quiso ser tratado por médicos. Durante su grave enfermedad llamó al Maguid de Dubna, cuyas famosas y atractivas parábolas le aliviaban como la mejor cura. El día de su muerte se levantó de su cama y, como era Sucot, pronunció la berajá del lulab. Unos momentos antes de morir, reunió los tzitziot en su mano y exclamó: “Qué difícil es separarse de este mundo, en el cual existen tan valiosas ganancias, ya que sólo cumpliendo la mitzvá tan fácil del tzitzit, la persona justa y recta puede contemplar el esplendor divino de la Shejiná. Falleció el 19 de Tishré a la edad de 78 años.

Rabí Jaim Yosef David Azulai (Maran Hahidá)

(5487-5566) (1727-1806) Hijo del Rab Itzjak Zejaria Azulai, Z”L. Alumno del Or Hajaim Hakadosh y del Rabí Yoná Nabón.

El nombre Hidá o Jidá proviene de las siglas de su nombre Jaim David Azulay. Desde joven demostró su gran potencial en las yeshibot de Yerushalaim. Él viajó por varios países europeos y sirvió como rabino de la comunidad judía de Egipto. Se estableció posteriormente en Livorno, Italia, y se sostenía de la venta de sus propios libros y otros antiguos que adquiría en sus constantes

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viajes.

Gran estudioso, cabalista, autor de 126 libros (82 de ellos inéditos), abarcando varios temas en el campo de la Torá. Autor del Birké Yosef, uno de los libros más importantes que se escribieron sobre el Shulján Aruj, así como también el Shiuré Berajá, Majazík Berajá, Shahar Yosef, Yosef Lejok, Nahal Kedumim, Kaf Ejad. Sus enseñanzas se extendieron entre todas las comunidades sefaradíes del mundo. Sobre él se dijo: “De Yosef a Yosef no hubo otro como Yosef; se refiere a Maran bet Yosef, Rabí Yosef Karo. Incansable viajero, constantemente visitaba las comunidades europeas en busca del sustento de las comunidades establecidas en Eretz Israel; en estos viajes buscaba libros y pergaminos, mismos que analizaba, cotejaba y llevaba a la imprenta para su publicación.

Leví Itzjak de Barditchuv

(5500-5570) (1740-1810) Fue un dirigente jasídico. Es conocido por su gran amor por el pueblo judío y por su atributo de juzgar a todos de manera favorable. Se trasladó a la ciudad de Berdichev en (5545) (1785), donde sirvió como rabino hasta el final de sus días. Es autor del Kedushat HaLeví.

Rabí Yaacob Kranz (Maguid de Dubna)

(5501-5554) (1741-1794). Nació cerca de Vilna. Fue un gran orador de su generación. Una gran peculiaridad de sus disertaciones son las parábolas que incluía en sus discursos.

Nació en el pueblo de Zetil, cerca de Vilna. Su padre fue el gran Rab y Tzadik Rab Zeev.

Perseveraba mucho en el estudio de la Torá; desde su juventud sabía varios tratados de memoria. Tenía apenas 20 años cuando comenzó a pronunciar sermones en su ciudad natal. Predicó en Dubna durante 18 años y hasta hoy es conocido por el nombre del “Maguid de Dubna”.

De todo el mundo venían hombres, mujeres y niños a escuchar sus discursos, pues era un exelente orador. Cuando el Maguid subía a la Bimá a hablar, envuelto en su Talit su rostro alumbraba con una luz celestial y cuando decía palabras de reproche y Musar todos los oyentes comenzaban a llorar y a temblar. Se dice que el Gaón de Vilna solía escuchar con atención sus interpretaciones y parábolas. Sus obras fueron publicadas en forma póstuma, entre las que se

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encuentran: Ohel Yaacob, una colección de parábolas sobre la Torá, Kol Yaacob, Cojab Mi Yaacob y Séfer Hamidot.

Rabí Menajem Mendel de Romanov, Z”L

(5505-5575) (1745-1815) Hijo de Rabí Yosef Jarif y la Rabanit Liba, de la descendencia del Taz y el Megalé Amukot, de Polonia. En su juventud estudió en la yeshibá de Rabí Daniel Yafe de Berlín. También estudió con Rab Shmelke. Alumno de Rabí Elimelej (?-5543). Autor de Menajem Tizón, Dibré Menajem, Atéret Menajem.

De los alumnos destacados del Rab Hakadosh de Rafshitz, y autor del Melo Haroim y del Maor Acemes asi como el autor del libro Mare Yejezkel.

El alumno que tomó su lugar fue Rabí Tizón Hakohén de Riminov.

Tenía la costumbre de estudiar diariamente 18 hojas de Guemará, con explicaciones de Rashí, y Tosafot. Se destacaba también por su bitajón (confianza) en Hakadosh Baruj Hú.

Rab Shlomo Zalman Beharan Levy

(5505-5573) (1745-1812) Nació en Ladi, en Rusia, el 18 de Elul. Estudió con el Gaón Rabí Yisajar Dob . A la edad de 12 años, su Rab, Rabí Yisajar Dob , avisó a su padre que el joven no tenía más necesidad de profesor y podía aprender solo. A la edad de Bar mitzvá era conocido como un sabio. Todos los rabinos quedaban maravillados ante su inteligencia excepcional. A la edad de 18 años ya era versado en el Talmud entero y en todos los Poskim. También hizo estudios profundos de Zohar. A la edad de 30 años fue a aprender con el Maguid de Mezritch, Rabí Dob Ber (5464-5532) (1704-1772) las lecciones del Baal Shem Tob, por 12 años. Cuando el dirigente de los jasidim de Rusia, Rabí Menahem Mendel (5547-5619) (1787-1858) emigró a Israel, fue remplazado por Rabí Seneor Zalman (5505-5573) (1744-1812). En el año 5556 (1796), los Rabanim de aquellos tiempos, pensando que el jasidismo podría ser un gran peligro para el Judaísmo tradicional, escribieron a las autoridades contra los jasidim, lo que causó el encarcelamiento de Rab Seneor Zalman. El 19 de Kislev de 5557 (1797) fue puesto en libertad por el Zar Paulo 1º. Esa fecha es festejada cada año por sus jasidim. Rabí Seneor fundó una gran yeshibá en Ladi para enseñar a la juventud la Ley del jasidismo. Fue un buen dirigente y organizador. Introdujo cambios en el rito de oración Ashkenazí y

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fundó el rito jasidim basado en las costumbres del Rab Aríi. Compuso un nuevo Shulján Aruj en cinco partes, con las costumbres de los jasidim. Trabajó muchos años en la preparación de esta obra, que empezó durante su estadía cerca del Rab Maguid de Mezrits. Los judíos europeos que conservaron la costumbre Ashkenazí inicial fueron llamados Mitnaguedim (oponentes a los jasidim). Rabí Seneor Zalman redactó también otros libros de gran valor. El más famoso es el Séfer Hatania, libro de base fundamental de toda la literatura jasídica, que ejerció gran influencia y atrajo a miles de estudiantes a la doctrina del jasidismo. Otras obras importantes son: Torá Or, Likudé Torá, Bikuré Hazohar, Likuté Hamaim, Iguéret Teshubá.

Rabí Seneor Zalman falleció el 24 de Tebet, a la edad de 68 años.

Rab Jaim de Volozin o Rab Jaim Mivoloyin

(5509-5581) (1749-1821) Principal discípulo del Gaón de Vilna (5480-5558) (1720-1798). En 1802 fundó la renombrada yeshibá de Volozin, que se convirtió en el prototipo de las grandes yeshibot de Europa oriental. Fue la fuente de los Rabinos más destacados de nuestra época.

Rabí Itzjak de Volozin, Z”L

(1749-1821) Uno de los alumnos del Gaón de Vilna, fundador de la yeshibá de Volozin en el año 1803, su influencia era grande en las comunidades de Lita y sus alrededores. Autor del Nefesh Hajaim y Jut Ameshulash, en el cual profundiza con preguntas y respuestas Ruaj Jaim donde explica el tratado de los padres, Pirké Abot.

Rabí Itzjak Taieb, Z”L

(5513-5590) (1753-1830) La comunidad judía de Túnez de antaño, orgullosa de sus Jajamim, tenía a Rabí Itzjak como uno de sus máximos exponentes y su nombre recorrió las fronteras de todo el mundo judío a través de sus numerosos y valiosos libros.

Rabí Abraham Palaci (hijo del Gaón Rabí Jaim Palaci, Z”L) contó que Rabí Itzjak Taieb escuchaba a las dos partes en litigio en un juicio, y

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al mismo tiempo daba su veredicto.

También dijo que podía responder verbalmente a los que le hacían preguntas y simultáneamente escribir lo que salía de su boca, todo esto a una velocidad increíble.

Algunos preguntaban cómo era posible que una persona pudiera hacer dos cosas al mismo tiempo y hacían largos viajes para comprobar lo que se decía de él. Grande era el asombro que experimentaban cuando comprobaban que todo lo que habían escuchado era sólo una parte de su maravillosa personalidad. Sus obras literarias muestran su grandiosa gama de conocimientos, no sólo en el campo de la Torá, sino en el de las ciencias y las matemáticas.

Uno de los Jajamim de su época dijo de él: “Era la confirmación del pasuk que dice: “De la boca del Tzadik brota sabiduría, y su lengua imparte Justicia”. Fue un hombre que tuvo el zejut de que, cuando su lengua emitía un juicio, siempre se ajustó a la verdad”.

Rabí Moshé Sofer (Jatam Sofer)

(5523-5600) (1762-1839) Es conocido como “Jatam Sofer”, nombre que proviene de su libro, que trata sobre preguntas y respuestas acerca de todos los temas de la halajá, así como innovaciones y comentarios sobre la Torá y la Guemará.

Nació en Francfort, Alemania; desde su niñez demostró ser un erudito avanzado en el Talmud. Fue rabino en Dresnitz, también en Matesdorf, Hungría. Rosh Yeshibá, autoridad halájica y líder de la Torá. En el año 5567 (1806) fue designado rabino de Presburg, que en ese momento era la comunidad más importante de Hungría, donde permaneció durante el resto de su vida, ocupando el puesto de Rabino durante 33 años. Después de enviudar se caso con la hija del Rabí Akibá Eiger (5522-5598) (1762-1838). Condujo una fuerte lucha contra el reformismo que amenazaba en su tiempo la comunidad que dirigió.

Rabí Yaacob Lorberbaum

(5530-5592) (1770-1832) Rab de la ciudad de Lisa. Autor de los libros Javot Daat, Torat guitín y Netivot Hamishpat, entre otros.

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Rabí Jaim Mordejay Lobatón Z”L

(5540-5629) (1779-1868) Nació en Alepo, Siria, hijo de Rabí Jalfon Lobatón. Su talento e inteligencia fueron conocidos desde su niñez. Su aplicación y perseverancia en el estudio fueron la razón de que llegara a ser uno de los importantes Jajamim de Aram Sobá (Alepo, Siria). Autor de numerosos libros entre los que destaca el Nojaj Hashulján. Fue Moré Horaa y Juez de su ciudad. Siete fueron los Rabanim que destacaron y él ocupo el tercer lugar en el Bet Din en su juventud, llegando a ser Rosh en su vejez. Se conocen varias anécdotas milagrosas que sucedieron durante su vida.

Rab Shelomó Kluger, Z”L

(5546-5629) (1786-1869) Nació en la ciudad de Komarow, Polonia. Autor del libro de preguntas y respuestas titulado Ahelef lejá Shelomó. Fue uno de los más grandes legisladores de las comunidades Ashkenazí del mundo (Rawa, Rusia; Kulikow Galicia; y Jozefow, Lublin). Aba”d (Rab) de la ciudad de Brodi por más de 50 años. Se dice que la cantidad de libros que se conocen de él es la misma cantidad de lo que suma su nombre (Gematría), 375; es igual a lo que suman las letras del nombre Shelomó. Algunos de estos títulos son Me Nidá, En Dim´ah, Ebel Yaid, Nidré Zerizin, Ebel Moshé, Jidushé Anshé Shem, etcétera.

Rabí Sadka Hussein, Z”L

Fue uno de los más grandes Jajamim de la comunidad judía proveniente de Irak en Yerushalaim, hace unos sesenta años. Era un gran Tzadik y sus actitudes para cumplir las mitzvot son un ejemplo de tesón y constancia que hoy podemos aplicar en nuestras vidas.

Rabí Mordejay Abadi, Z”L

Uno de los grandes Jajamim de Aram Sobá (Alepo, Siria) y tenía a su cargo una comunidad vecina a la de Jálab, llamada Kilz. Autor del libro Mayan Ganim.

Rabí Abraham Antebi, Z”L

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Vivió en la ciudad de Alepo Siria. Fue uno de los grandes Rabanim que dirigieron la sagrada comunidad de Aram Sobá. Escritor de los libros Ohel Yesharim, Jojmá Umusar, Yosheb Ohalim, Mor Veaholot.

Rabí Ezra Hamui, Z”L

Ab Bet Din de la ciudad de Jálab, era uno de los personajes más prominentes de su época. Aparte de su erudición en el ámbito de la Torá era conocido por su sabiduría en los temas mundanos y su aptitud para lograr la armonía entre la persona y su semejante. Su sagacidad cobró fama en toda la ciudad y muchos yehudim acudían a él para solucionar sus problemas. Hasta los goim recurrían a sus consejos, y lo llamaban respetuosamente “el Rab de los judíos”.

Sir Moshé Montefiori, Z”L

(5544-5655) (1784-1895) (16 de Av 5655) (Italia-Inglaterra)

Llegó a ser un famoso judío inglés del siglo XIX. Nació en Lioma, Italia, y murió en Ransgate, Inglaterra. Era un financiero hábil que logró ser un hombre acaudalado. Contrajo matrimonio con una mujer de la familia Rothschild y llegó a ser consejero financiero de la reina Victoria de Inglaterra. Se retiró en una edad temprana (5584, 1824) y dedicó su vida a las causas de beneficencia de las familias judías. Visitaba frecuentemente Eretz Israel, donde se dedicaba a obras de filantropía. Uno de sus éxitos más grandes fue era su intervención en 1840 en el escandaloso asunto de Damasco, obteniendo la libertad de los judíos encarcelados bajo la calumniante acusación de asesinato ritual. También viajaba a Rusia y Marruecos para interceder por sus hermanos de fe.

Él agregó los niveles superiores al Kótel (pared occidental) para prevenir los ataques de árabes que lanzaban piedras y basura a los judíos que rogaban frente al muro. También reconstruyó la tumba de Rajel Imenu.

Rabí Jaim Mitzanz, Z”L

(5556-5636) (1796-1876) Jaim Halber Shtam, originario de la ciudad de Tzanz. Autor del libro Dibré Jaim. Condiscípulo del “Nodá

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Bihudá“. Ocupó el cargo de Admur de una serie de cuatro generaciones de Admurim. Fue uno de los grandes legisladores de su generación.

El Gaón Rabí Dob Berish Maizles, Z”L

(5558-5630) (1798-1870) Rabino de Varsovia de las generaciones anteriores.

Gran defensor del judaísmo de su generación. Se esforzó por ayudar a sus hermanos en Varsovia.

Fue famoso en el mundo entero luego de haber haber sido encarcelado por auxiliar a los yehudim, provocando un gran Kidush Hashem mientras era juzgado por los tribunales gentiles.

Autor de los libros Jidushé Mahardam Le Séfer Hamitzvot.

Rabí Izjak Meir Migur, Z”L

(5559-5626) (1839-1905) Alter Rabí Itzjak Meir. Líder Jasídico polaco, fue el fundador de la dinastía Jasídica de guer. Autor del libro Jidushé Harim.

Rabí David Behar, Z”L

Fue uno de los más grandes personajes de su época, hace unos doscientos años. Desde su Turquía natal, su nombre recorrió las fronteras, y el ilustre “Nodá Bihudá”de Praga lo consideraba una gran autoridad rabínica.

Rabí Mordejai Lipshitz, Z”L

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(5569-5655) (1809-1895) Gran Gaón de su generación. Fue Rabino y Ab Bet Din de varias ciudades, entre ellas Novardok y Shedlitz.

Autor de los libros “Berit Yaacob” y “Beth Mordejai”.

Sus hijos fueron los Gueonim Rabí Yaacob Zalman Lifshitz. Rabino de Brik, y Rabí Yejezlel Lifshitz, que en sus últimos años fue Rabino en Yerushalaim. Sus yernos son los conocidos Gueonim Rabí Eliyahu

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Klatzkin, Rab de Lublín y Rabí Yejiel Soloveichik, Rosh Ab Bet Din de Shedlitz.

Estudiaba Torá junto con el conocido Rabí Itzjak Eljanán Spector.

Rabí Israel Salanter, Z”L

(5570-5643) (1810-1883) Es el fundador y padre espiritual del movimiento “Musar”, el cual enfatiza la ética basada en el estudio de la literatura ética tradicional. Sus enseñanzas tuvieron un extraordinario efecto y gran parte de la obra actual es el resultado de su notable influencia. Autor del libro Iguéret Hamusar. Parte de sus enseñanzas e ideas se recopilaron el libro Or Israel, publicado por el Rab Itzjak Blazer (5597-5667) (1837-1907). Vivió en Vilna y en Lituania; después de rechazar varios cargos importantes, finalmente se trasladó a Koenisburg en Prusia oriental, desde donde continuó dedicándose a difundir su hashkafá.

Rab Shemuel Salant, Z”L

(5576-5669) (1816-1909) Aba”d (Rab) de Yerushalaim. Estudió en la yeshibá de Volozhin (Polonia) y en 1841 emigró a Eretz Israel para convertirse en el Rabino de Yerushalaim, puesto en el que se mantuvo durante 70 años. Fue fundador de la yeshibá “Etz Jaim” y del hospital “Bikur Jolim”. Famoso por su vasto conocimiento de la Torá y por su cordialidad hacia sus semejantes.

Rab Yosef Haleví Dob Soloveitchik, Z”L

(5580-5652) (1820-1892) Nació en Nasowitz (Lituania) Hijo de Rab Itzjak Zeeb, que era el Rab de Kobna. Desde joven mostró una extraordinaria inteligencia, y su padre lo envió a estudiar con su tío, Rab Itzjak de Voloyin. Llegó a ser Rosh yeshibá en la localidad de Minsk (1854), y luego se trasladó a la ciudad de Slotzs (1865). Allí ejerció como Rab Harashí unos diez años, y fue uno de los más fervientes propulsores de la Torá autentica para contrarrestar la corriente reformista de aquélla época. Después de un tiempo pasó a la ciudad de Varsovia (Polonia), y el el año 5638 fue nombrado Rab de la ciudad de Brisk, cargo que detentó hasta el final de sus días. Fue conocido popularmente por el título de su obra clásica Beth Haleví y Jobebé Tzión. y Rosh Yeshibá adjunto en la localidad de

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Volozin, falleció en el año 5652, descansa en la ciudad de Brisk. Fue el padre del Rab Brisker (Rabí Jaim Soloveitchik) y su nieto Rab Itzjak Zeeb de Brisk, quien al final de sus díashizo Aliá a Éretz Israel. Su bisnieto el Rabí Yosef Dob de Boston, uno de los más grandes Rabanim de los Estados Unidos.

Rabí Naftalí Amsterdam, Z”L

(5592-5676) (1832-1916) Discípulo de Rabí Israel Salanter. Fue un brillante y piadoso erudito que difundió los ideales de la Torá y el musar durante toda su vida. Fue Rab de Alcsot.

Rabí Jaim Jiskiá Medini, Z”L

(5593-5665) (1832-1904) Nació en Yerushalaim. Su padre se llamaba Rafael Eliyahu. Desde temprana edad dio muestras de habilidades de estudio, como también una gran nobleza de corazón. Fue alumno de Rabí Itzjak Kobo y Rabí Yosef Nissim Burela. A la edad de 20 años tomó sobre sí la manutención de la familia al fallecer su padre en el año 1853, situación que lo obligó a emigrar a la ciudad de Constantinopla recurriendo a los parientes que vivían en esa ciudad, en donde fue acogido con gran cordialidad por la comunidad judía local. En cuanto se dieron cuenta de sus brillantes cualidades y sabiduría le propusieron ser miembro del tribunal rabinito, cargo que aceptó deseoso de poder dedicar su tiempo a sus estudios.

En el año 1865 escribió su libro Mijtab MeJiskiyahu que contiene comentarios y explicaciones sobre la Mishná.

Durante 13 años vivió, enseñó y estudió en la comunidad de Turquía en Constantinopla.

A la edad de 33 años se traslado a la ciudad de Crimen, Rusia, en donde estableció yeshibot. Autor de la monumental obra de halajá y estudio de Torá titulada Sedé Jémed que se considera una enciclopedia Talmúdica. También escribió Or lí, Pekuot Sadé, Sélder Bakashot, Neim Zemirot.

En el año 5665 (1899) Decidió regresar a Israel, donde fue recibido con grandes honores. Residió en Jebrón, donde se le otorga el título de Jajam Bashi y Ab Bet Din.

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Rabenu Yosef Jaim, Z”L

(5593-5669) (1833-1909) Nació en la ciudad de Bagdad, donde su padre ocupaba el puesto de Rab. En el año 5618 (1858) falleció el padre; contaba él con apenas 25 años; sin embargo, los judíos de Bagdad lo aceptaron para llenar el lugar del padre, convirtiéndose así en el Rab de Bagdad.

Alumno de Rabí Abdulá Somej (5573-5649) (1813-1889). Fue un gran líder que dirigió a su gente en una época en la que había una gran agitación religiosa. Su contribución al judaísmo no se limitó solamente a Bagdad. Sus decisiones sobre halajot son seguidas por la mayoría de las comunidades Sefardíes en todo el mundo.

Su obra literaria contempla, halajá, Agadá y Musar. Escribió 120 libros y compuso alrededor de 200 piyutim (poemas litúrgicos). Muchos de esos libros todavía no han salido a la luz. Según un cálculo, sólo han sido impresos 44 libros.

Uno de los principales títulos, que fue impreso por primera vez en el año 5658 (1898), en Yerushalaim es el de su obra monumental titulada Ben Ish Jai, libro basado en la porción semanal de la Torá, y Halajá práctica. Este libro se considera la referencia estándar en todos los hogares religiosos del mundo. Por el renombre que adquirió esta importante obra se refiere a Rabenu Yosef Jaim como el “Ben Ish Jai”.

Rabí Jaim Leib Mishkovsky, Z”L, el Rebe de Stovisk

(5596-5658) (1836-1897) Rabí Jaim Leib Mishkovsky, el Rebe de Stovisk, era uno de los más importantes personajes reconocido como una gran autoridad rabínica entre los yehudim. Y aun los no judíos acudían a él para pedirle consejo. La gente, en general, no se dirigía a los juzgados civiles, sino que preferían que Rabí Jaim Leib fuese el juez. La confianza que infundía Rabí Jaim Leib era tal que hacía que muchos no judíos tuvieran verdadera fe en nuestros Jajamim (sabios).

Rabí Israel Meir Hacohén Kagan, Z”L (Jafetz Jaim)

(5599-5693) (1838-1933) Nació en Zhetel, Polonia. Es una de las

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figuras más grandes de la historia judía. Lo reconocieron como un erudito excepcional y hombre extraordinario. Su impacto en el judaísmo fue fenomenal. Es interesante observar que, a pesar de su gran estatura moral, él rechazó aceptar cualquier posición Rabínica y se apoyó en una tienda de comestibles pequeña que era manejada por su esposa en la ciudad de Radin, en donde vivieron. Rabí Israel Meir se dedicó al estudio y a la enseñanza de Torá.

Era un gran orador, humilde y sencillo. Recorría comunidades de ciudad en ciudad para despertar al pueblo a la teshubá . Escribió libros que se volvieron famosos (cerca de 40 libros). Entre los más conocidos es el que escribió a la edad de 35 años (1873) titulado: Jafetz Jaim, tratado de leyes y moral concerniente al cuidado de la palabra; Ahabat jésed, que trata sobre la beneficencia; Shemirat Olam, sobre la importancia de Shabat. Su obra más importante fue Mishná Berurá, la mejor explicación que existe hoy sobre el Shulján Aruj; Orah Hayim, es el libro de halajá más popular, reconocido y consultado por todo el mundo judío. También escribió comentarios de todas las Perashiyot del año. Falleció el 24 de Elul de 5694.

Rabino Yejiel Danzig de Alexandría, Z”L

(?-5654) (?-1894) Padre de Rabí Abraham ben Yejiél Danzig (5508-5581) Autor del Jayé Adám. Fue uno de los grandes admurim de su época. Proviene de un linaje de admurim ocupando la quinta generación.

Rabí Yehudá Arye/ Alter Leib Migur, Z”L

(5607-5665) (1849-1905) Rebe de Guer, conocido por su obra Sefat Emet. Hijo de Rabí Abraham Mordejay (hijo mayor del Rabí Itzjak Meir, autor del Jidushé Harim. Quedó huérfano siendo niño y lo crió y educó su abuelo. En 1870 llegó a ser el Admur de Guer (líder Jasídico). Su obra el Sefat Emet contiene comentarios sobre la Torá y el Shas.

Rabí Yosef Jaim Zonenfeld, Z”L

(5609-5692) (1849-1932) Estudioso de la Torá y dirigente comunitario, nació en Hungría (Slavodka). Alumno del Katar Soler.

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En 1873 radicó en la ciudad vieja de Jerusalem, donde fungió como Aba”d (Rab), y fue uno de los más activos e influyentes personajes de la comunidad. Fundador de las bases ortodoxas de Yerushalaim.

Alumno del Maaril Dizkin. Autor del Simlat Jaim, este libro fue publicado en forma póstuma por medio del Gaón Rabí Shelomó Sobel.

El Gaón Rabí Shemuel Shtrashon, Z”L

(5614-5692) (1854-1932) Uno de los más grandes personajes de la Torá de la ciudad de Vilna de hace casi cien años, conocido también por su obra literaria Hagahot Harasha´sh sobre la Mishná y la Guemará, era un erudito en todos los ámbitos de la Torá.

Rab Yaacob Valenski, Z”L

(5626-5678) (1866-1918) De la ciudad de Kosovo, fue uno de los judíos justos de la ciudad de Jerusalem. Desafortunadamente, él falleció poco después de la primera guerra mundial a una temprana edad.

Rabí Iser Zalman Meltzer, Z”L

(5630-5714) (1870-1953) Se desempeñó como Rosh yeshibá de la ciudad de Sltutzk a partir de 1903. En 1971 esta yeshibá se trasladó a Kletzk (Polonia). En 5713 (1925) fue designado Rosh yeshibá del Talmud Torá Etz Jaim en Yerushalaim. Es autor del libro Eben Hazle, un comentario sobre el Rambam.

Rabí Shabetai Bojbot, Z”L

(5630-5708) (1870-1948) Nació en Yafo el día 23 de Shebat. A los 19 años fue a vivir con su familia a Jerusalem. Se casó con la hija de un famoso rabino, pero una de las condiciones para que esto fuera posible era que estudiara Torá todo el día. Así lo hizo; siguió sus estudios en la yeshibá de su suegro alrededor de 15 años, hasta que en la primera guerra mundial debió exiliarse en Cáliz, Siria, allí

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desempeñó el cargo de rabino de la comunidad.

Más tarde fue a Aram Sobá y años después fue el rabino máximo de la ciudad de Beirut. Su mayor meta era lograr que la paz y la unión dentro de todos los sectores del pueblo; así lo manifestaba en sus tantas disertaciones. Mostraba a la gente el valor de la paz, el cariño y la unión que debe haber entre los judíos.

Falleció en Beirut el día 17 de Iyar, luego de una larga vida dedicada completamente a la Torá y a difundirla dentro del pueblo.

Rabí Eljanán Wasserman Z”L

(5635-5702) (1875-1942) Líder judío y erudito talmúdico. Profesor excepcional, estudió en el kólel del Jafetz Jaim en el año 5598 (1838) y era considerado su heredero espiritual. Su yeshibá llamada “Ohel Torá” establecida en la ciudad de Baranovitch, era considerada una de las más famosas de Europa del este. Rabí Eljanán Wasserman era uno de los líderes principales de Agudat Israel en Europa. Organizador e instructor brillante, apoyó y contribuyó al movimiento de Musar. Los nazis lo detuvieron junto a otros Jajamim mientras visitaba Kovno y fue ejecutado el 11 de Tamuz 5702 (1942). Sus comentarios sobre el Talmud fueron publicados en: Kovetz Shiurim y Kovetz Haaros, son todavía estudiados con amplitud. Sus ensayos publicados se titulan: Kovetz Maamarim. Sus trabajos incluyen Ikvita D”mashijá, Ohel Torahy y Shiuré Rab Eljanán.

Rabí Eliyahu Hacohén Dushnitzer, Z”L

(5636-5709) (1876-1949) mashguiaj de la yeshibá de Lomza en Petaj Tikva; alumno del “Jafetz Jaim“.

Rab Eliyahu Lapian Z”L

(5637-5671) (1876-1910) Destacada personalidad de Musar. Discípulo del Rabí Simja Zissel Ziv (5585-5659) (1824-1898). Difundió los principios e ideales del musar en Kelm, Londres e Israel. Se publicaron en forma póstuma sus conferencias sobre temas de musar, conocidas como el Leb Eliyahu por su alumno Rabí Shalom

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Mordejay Shebadrón. Director de la afamada yeshibá “Kenéset Jizkiyahu”, que estaba ubicada en una ciudad de Jasidim.

Rabí Abraham Yeshayahu Karelitz el “Jazón Ish”

(5639-5714) (1878-1954) Se le conoce también con el título de sus profundas obras talmúdicas tituladas Jazón Ish. La mayoría de sus libros tratan sobre leyes prácticas sobre Judaísmo. Nació en Vilna, en un pequeño poblado llamado Kasove, y se estableció en Israel en 5693 (1933); su casa ubicada en Bené Berak se convirtió en la dirección hacia donde convergían millares de personas que procuraban su orientación. A pesar de no detentar un puesto oficial, llegó a convertirse en una autoridad reconocida mundialmente en todos los asuntos concernientes a la ley y estilo de vida judía.

Publicó alrededor de 23 obras que tratan sobre el Talmud, Maimónides y el Shulján Aruj.

Yaacob Yosef Herman, Z”L

(5640-5727) (1880-1967) Sus padres reconocieron en él un alma muy elevada desde que era un niño; y en sus 87 años él lo probó repetidamente.

Yaakov Yosef Herman llegó a América con sus padres de Europa oriental en 1888.

A la edad de 13 años toma Yaakov Yosef la responsabilidad de la manutención familiar, tarea a la cual se abocó con determinación.

En la ciudad de Nueva York comenzó a manejar el negocio “a su manera”, o sea, trabajaba siguiendo los lineamientos del Shulján Aruj, actitud que no era convencional en esos tiempos en esa ciudad.

Su hogar estaba siempre abierto para recibir huéspedes; era usual ver hospedados hasta 30 invitados a la vez.

Él invitaba especialmente a grandes eruditos de Torá de Europa oriental quiénes venían a América en búsqueda de la ayuda para sus yeshibot. Fue así como se extendió su fama; las constantes visitas de Gedolim que recibía prosperaron. Como recompensa recibió la inspiración y la dirección para crecer en conocimiento y la observancia de Torá.

El lema de Yaakov Yosef Herman para la vida se convirtió en: ¡Todo

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por el Creador! Refiriéndose a Di-s. Creador. Título que porta el libro escrito por su hija Rujama donde inmortaliza la vida de este gran hombre que por medio de su esmero y entusiasmo contagiaba a los que se encontraban a su alrededor, que se hicieron alumnos de él, entre ellos, por ejemplo, Rab Nosson Wachtvogel, del centro de Torá de Lakewood; Rab Baruj Kaplan, que fundó el sistema escolar de Bet Yaacob en América.

En los últimos años de vida logró cumplir su deseo de habitar en Eretz Israel donde continuó con su noble labor dejando una cantidad numerosa de alumnos.

Sara Shnirer, Z”L

(5643-5695) (1883-1935) Fundadora de la cadena de seminarios “Bet Yaacob”, donde las jóvenes son educadas con los conceptos de Torá y temor a Di-s.

Rab Arieh Levin Z”L

(5645-5729) (1885-1969) Tzadik de Yerushalaim. Miembro del viejo yishub (piadoso), desarrolló un deseo y una capacidad extraordinaria de ayudar a sus correligionarios, especialmente gente de escasos recursos.

Cuando él descubrió a enfermos judíos en el hospital donde convalecían los pacientes con lepra, solía visitarlos cada semana, les proveía alimentos y los reconfortaba con palabras dulces. Cada Shabat él solía visitar a los internos judíos en la prisión. En su época gobernaba el mandato británico; había conflictos entre los colonos judíos y la administración británica. Cuando se intensificaron, las prisiones se llenaban con los opositores políticos del régimen y el trabajo de Rab Aryeh se intensificó, llevando (por su memoria fenomenal) millares de mensajes cada semana entre los hombres y sus familias. El riesgo y el peligro personales no significaron nada para él. Completamente modesto y humille, fue querido por toda las personas, millares se enorgullecían de contarlo como amigo.

Rabí Israel Abujatzira, Z”L

(5650-5744) (1890-1984) También conocido como: “Baba Salí”, hijo

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del gran Tzadik Rabí Yaacob Abujatzira (5550-5640) (1790-1880) Admur Kadosh y gran Mekubal, son conocidos los milagros y maravillas que provocó con sus bendiciones. Varios de estos hechos milagrosos se encuentran en el libro Meor Israel escrito en su memoria.

Rabí Eliyahu Eliézer Dessler, Z”L

(5651-5714) (1891-1954) Prominente personalidad del Musar, nacido en Hoeml, Rusia. En 5689 (1929) se estableció en Londres y en 5701 (1941) llegó a ser el director del kólel en la ciudad de Gateshead, Inglaterra. Desde 5707 (1947) y hasta su muerte se desempeñó como “ménale (director) Rujaní”de Ponevitz en Bene Berak. Una cantidad de sus conferencias y cartas fueron publicadas póstumamente en el libro Mijtav MeEliyahu cuyo tema principal es el Musar

Rabí Yaacob Israel Kanievsky, Z”L

(5651-5746) (1891-1986) Rosh Yeshibá “Torá Vadaat”. Era cuñado del “Jazón Ish” (5639-5714) (1879-1954) Fue un gran Tzadik y Gaón. Autor del libro Kehilot Yaacob, que contiene comentarios maravillosos y profundos sobre todo el Talmud. Conocido mundialmente como El Staipeler, Z”L

Rab Aharón Kotler Z”L

(5652-5723) (1892-1962) Fundador y director del Bet Midrash Gahova, en la localidad de Lakewood (New Jersey, EU). Yerno del Rabí Isser Meltzer, fungió como Rosh Yeshibá de Kletzk hasta antes de la guerra. Gran autoridad halájica, dedicó su existencia a la difusión de la Torá. Se publicó el libro Mishnató shel Rabí Aharón por medio de sus alumnos.

Rab Moshé Fainstein, Z”L

(5655-5746) (1895-1986) Autoridad halájica y Rosh Yeshibá contemporáneo. Nació en la ciudad de Uzda, cerca de Minsk, Rusia.

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En el año 5681 (1921) fue nombrado Rab de Luban cerca de Minsk, donde permaneció hasta que emigró a Nueva York en el año 5697 (1937); se convirtió en Rosh Yeshibá de la denominada Mesivta Tiféret de Yerushalaim.

Rabí Moshé se convirtió en la principal autoridad halájica de su tiempo. Era un líder dedicado a escuchar y ayudar a cualquier persona que se le acercara en todo momento.

Las decisiones halájicas de Rabí Fainstein se han publicado en una colección titulada Igrot Moshé. También publicó varios volúmenes con sabios y profundos comentarios sobre el Talmud.

También se conocen obras sobre traducción y comentarios de la Torá y el Tehilim (Salmos) y una explicación sobre los mandamientos.

Gaón Rab Jaim Berlín, Z”L

Rabino de la Comunidad Judía de Moscú de principios de este siglo, era el hijo del gran “Nezib de Volozin”. Sus últimos años residió en Eretz Israel, precisamente en la ciudad de Yerushalaim.

Rab Shelomó Zalman Auerbaj, Z”L

(5670-5755) (1910-1995) Rosh Yeshibá de “Kol Torá”, fue un gran Posek de nuestros tiempos.

Autor de Minjat Shelomó y Maadané Éretz. Vivió en Yerushalaim, alumno de Rabí I. Z. Melzer.

Rab Yehudá Zeev Segal, Z”L

(5670-5753) (1910 - 1993), Rosh Yeshibá de la yeshibá de Manchester, Inglaterra.

Rab Shalom Schewadrón, Z”L

(5672-5758) (1912-1998) Maguid de Yerushalaim, estudió en la

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Yeshibat Jebrón, alumno del Rab M. Jodosh, R. A. L. Jasman, R. E. Lapian.

Rabí Mordejai Gifter, Z”L

(5676-5761) (1916-2001) Nació en Virginia EU; su familia se trasladó a Baltimore. Cuando tenia nueve años Rabí Shimon Shkop visitó Baltimore; lo bendijo. Rabí Mordejai atribuía a menudo todos sus éxitos a la berajá del Rab Shkop. Estudió en su juventud con el Rab Moshé Soloveitchik. En el año 1933 viajó a Europa para continuar con sus estudios en la ciudad de Telshe, aprovechando cada minuto durante un periodo de cinco años. Hombre íntegro, amante del estudio de la Torá. Llegó a Israel en los años setenta esperando vivir permanentemente cerca de Yerushalaim. Apenas comenzaba a acomodarse cuando Rab Shaj, Z”L, le solicitó que regresara a la ciudad de Wickliffe, Ohio, donde era requerido. Después de su fallecimiento fue trasladado a Yerushalaim. Fue sepultado en el Ar Azetim.

Rabí Yosef Shlomo Kahaneman, Z”L

(5697-5729) (1937-1969) Fundador y director de la famosa yeshibá Ponevitz, en Bené Berak. Alumno del “Jafetz Jaim”, del Rab Leizer Telzer y de Rab Simón Shkop.

Desde su juventud destacó en las yeshibot de Lituania, por su sabiduría y poder de captación y por sus grandes dotes de orador.

A la temprana edad de 32 años (el año 1919) se convirtió en el sucesor de Rabí Itzjak de Ponevitz, brindando durante el resto de su vida toda su fortuna, corazón y alma para difundir la Torá.

Cuando estalló la guerra, logró escapar llegando a la tierra de Israel en el año 1941, estableciendo en Bené Berak la afamada yeshibá de Ponevitz que existe hasta nuestros días. Estableció también 18 yeshibot en distintas ciudades de Israel, llamándolas con el nombre de las ciudades y yeshibot destruidas en Lituania.

Rabí Salman Mizafí, Z”L

(?-5735) (?-1975) Rosh Yeshibat Hamekubalim “Bené Tzión”. Su filantropía y hechos son dados a conocer en el libro Olamó shel

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Tzadik editado por su hijo Rabí ben Tzión Mutzafi.

Glosario

Ab Bet Din: Juez supremo.

Abinu: Nuestro padre.

Abrej, abrejim: Estudiante y practicante de Torá.

Admur: Rebe o guía espiritual.

Alyá: Subir.

Am Israel: El pueblo de Israel.

Amidá: Plegaria que se realiza de pie.

Amot: Unidad de medida usada en el Talmud.

Ar Sinai: El monte del Sinai.

Arbaát Haminim: Conjunto de cuatro especies que se toman en la festividad de Sucot.

Arbit: Plegaria nocturna.

Avón: Pecado.

Bat Israel: Hija del pueblo de Israel.

Bar mitzvá: Un joven que acaba de cumplir 13 años de edad.

Baruj Hashem: Bendito sea Di-s.

Ben: Hijo.

Berajá: Bendición.

Beezrat Hashem: Con la ayuda del Todopoderoso.

Berit Milá: Circuncisión.

Bet Din Hagadol: Tribunal judío.

Bet Hakenéset: Inmueble que se utiiza para rezar.

Bet Hamidrash: Inmueble que se utiiza para rezar y también se estudia Torá.

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Bet Hamikdash: Lugar en donde se posa o reside la Shejiná.

Berajá: Bendición

Biná Yeterá: Entendimiento, conocimiento profundo.

Bircat Hamazón: Bendición que se recita después de comer pan.

Cohén Gadol (pl. Cohanim Guedolim): Sumo(s), Sacerdote(s).

Dayanim: Jueces.

Din Torá: Juicio Rabínico.

Emuná: Fe, confianza en Hashem.

Ereb Shabat: Víspera del santo día de Shabat.

Eretz Israel: La tierra de Israel.

Ereb: Víspera.

Eshet Jail: Mujer virtuosa.

Etrog, (pl. etroguim): Cítrico utilizado en la festividad de Sucot.

Etz Jaim: Árbol de vida.

Gabaim: Encargados para realizar una misión.

Gan Eden: Lugar donde se encuentran las almas de los Tzadikim de cada generación.

Guemaj: Fondo altruista de benevolencia donde dinero u objetos se toman prestados y se regresan para que los demás los utilicen.

Gueulá: Redención.

Guilders: Moneda utilizada en Europa.

Goim: Gentiles.

Guemará: Literalmente significa “enseñanza”en arameo. Explica la Mishná. Es una extensa recopilación realizada en Babilonia por Rabena y Rab Hashe y en Israel por Rabí Yojanán, basado en enseñanzas transmitidas oralmente.

Habdalá: Ceremonia que se lleva a cabo al término de Shabat.

Hagadot: Fábulas.

Hajnasat orjim: Recibir invitados.

Hakdamá: Prólogo.

Halajá: Ley, regla, norma, precepto. Comprende cualquiera de las

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leyes compiladas en el Talmud.

Hamélej: El rey.

Hashem: Literalmente “El Nombre” en hebreo. Expresión usada para no mencionar o escribir el nombre de Di-s.

Hejal: Lugar en donde se guardan los Sifré Torá.

Imaj Shemam: Que sus nombres sean borrados.

Jajam, (pl. Jajamim ): Sabio, conocedor de la Torá en forma amplia, profunda y poseedor además de la capacidad de aplicarla en su vida.

Janucá: Festividad que se conmemora durante ocho días por el milagro del aceite.

Jametz: Leudado o fermentado. Generalmente se usa el término en la fiesta de Pésaj.

Jas veshalom: Expresión típica usada al nombrar algo malo para pedir que no vaya a suceder. (Literal “Que del cielo no lo permitan”.)

Jasid: Justo

Jatán: Novio, recién casado.

Jazán:Persona que dirige en voz alta la plegaria cuando existe un minián.

Jazará Repetición que se hace de la Amidá.

Jérem: La excomunión.

Jésed: Actos de bondad.

Jilul Hashem: Profanar el Nombre de Di-s.

Jumash: Pentateuco.

Jupá: Palio nupcial.

Kabalá: La parte mística de la Torá.

Kadish: Oración.

Kalá: Novia.

Kasher: Comida que pasó satisfactoriamente una supervisión rabínica para poder consumirla.

Kódesh Hakodashim: Sancto Sanctorum.

Kidush Hashem: Santificar el nombre de Di-s por medio de una

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acción meritoria.

Kólel: Centro de estudios Toraicos.

Lashón hará: Maledicencia.

Levaiá: Cortejo fúnebre.

Maaser: Diezmo.

Maguid: Predicador.

Malaj: Ángel.

Maséjet: Tratado.

Mashal: Ejemplo.

Mashguiaj: Supervisor.

Matzá: Pan ázimo.

Mazal: Suerte.

Melavé Malcá: Comida que se debe comer después de Shabat para escoltar a la reina Shabat.

Menhaélet: Directora.

Mezuzá: Pergamino escrito, que se coloca en el marco de la puerta.

Mikvé: Baño ritual.

Minián: Reunión de 10 yehudím que son aptos para orar juntos.

Minjá: Rezo vespertino.

Mishná (pl. mishnayot): Recopilación de todas las leyes y normas recibidas en tradición oral y redactadas por Rabí Yehudá HaNasí, comprende 63 tratados, cada uno dividido en capítulos y cada capítulo en mishnayot o lecciones.

Mitzvá Mandamiento, precepto.

Mohel: Persona halájicamente experimentada que realiza la circuncisión según las leyes de la Torá.

Morot: Maestras.

Nezifá: Amonestación.

Neshamot: Almas

Netilat yadaim: Lavado ritual de las manos.

Olam Habá: Mundo venidero.

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Pasuk: Capítulo.

Pashá: Cargo jerárquico árabe.

Perashá: Porción semanal de la lectura de la Torá.

Pirké Abot: Tratado de nuestros padres.

Pirsum Hanés: Difundir el Milagro.

Rab: Rabino con alguna experiencia halájica específica.

Rabanit, Rebetzin: Esposa del Rabino.

Rabí: Mi maestro.

Rabenu: nuestro maestro.

Rab Harashí: Rabino principal.

Rebe: Rabino o maestro de Torá.

Rambam: Siglas de Rabí Moshé Ben Maimón (Maimonides)

Refuá Shelemá: Que tenga una curación total.

Rosh Hashaná: Año nuevo.

Rosh Kólel: Conductor del kólel.

Rosh Yeshibá: Director de la yeshibá.

Ruaj Hakódesh: Premonición.

Sandak: El que sostiene al bebé en el momento de la Milá.

Séfer: Libro.

Séfer Torá: Libro escrito sobre pergamino, contiene todo el Pentateuco.

Selijot: Plegaria que se recita generalmente en la madrugada, desde el mes de Elul hasta Rosh Hashaná.

Semijá Diploma rabínico.

Seudat o Seudá: Banquete, comida.

Shabat: Séptimo día de la semana.

Shabuot: Celebración que se conmemora el día de la entrega de la Torá.

Shajarit: Plegaria matutina.

Shalom Aléjem: Saludo hebreo que significa: “Que la paz esté con Uds”.

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Shamash: Ayudante en la sinagoga. Secretario del Rab

Shas: Compendio completo del Talmud.

Sheba Berajot: Siete bendiciones que se recitan frente a los novios en la primera semana de su boda.

Shebatim: Tribus.

Shejiná: Presencia Divina.

Shejitá: Degüello de un animal en la forma que indica la Torá, para hacerlo apto para el consumo.

Shibá Los siete días de duelo.

Shiduj: Compromiso.

Shomer Shabat: Persona que cuida del Shabat como lo marca la halajá.

Shojet (pl. shojatim): Matarife.

Sefarim: Libros.

Simjá Torá: Festividad que celebra el termino y comienzo de la lectura de la Torá.

Talit Katán: Vestimenta de cuatro puntas en las que cuelgan los tzitziot.

Talmud: Tratado.

Talmud Torá: Escuela para niños.

Taná (pl. Tanaim):Sabio de la época de la Mishná.

Taref (pl. Treifut): Alimento no apto para un judío.

Tebá: Podio o estrado donde se para el dirigente de la tefilá.

Tefilá: Plegaria.

Tefilín: Filacterias.

Tehilim: Salmos.

Teshubá: Arrepentimiento.

Tikún Jatzot: Es el rezo de medianoche el cual es un lamento por la destrucción del Bet Hamikdash.

Tóraj Tzibur: Molestia para el público.

Tzadéket: Fem. de Tzadik.

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Tzadik: Hombre justo.

Tzedaká: Caridad.

Tzeniut: Recato.

Vidui: Confesión.

Yehudí: (pl. yehudim)judío.

Yetzer hará: Instinto o impulso del mal.

Yortzait: Aniversario de la muerte.

Zejut (pl. zejuyot): Mérito.

Z”L; Abr. De “Zijronó librajá”: Que su recuerdo sea para bendición.