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Publicadora Lámpara y Luz Farmington, New Mexico, EE.UU. Serie caminando con Dios Llevemos fruto Theodore Yoder Traducido por Marlin Yoder

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Publicadora Lámpara y LuzFarmington, New Mexico, EE.UU.

Serie caminando con Dios

Llevemos fruto

Theodore Yoder

Traducido por Marlin Yoder

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42082/5-16

“Asidos de la palabra de vida”Filipenses 2.16

Edición original en inglés: Bearing Fruit for His Glory

© 2016 Lamp and Light Publishers

Publicadora Lámpara y Luz26 Road 5577

Farmington, NM 87401EE.UU.

Tel.: 505-632-3521

© 2016 Publicadora Lámpara y LuzTodos los derechos reservados

Primera impresión 2016Impreso en los Estados Unidos de América

A no ser que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas fueron tomadas de la Versión Reina-Valera.© 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas.Usado con permiso.

Porque de tal manera amó

Dios al mundo, que ha dado a

su Hijo unigénito, para que todo

aquel que en él cree, no se pierda,

mas tenga vida eterna.

—Juan 3.16

Por tanto, id, y haced discí­

pulos a todas las naciones,

bautizándolos en el nombre

del Padre, y del Hijo, y del

Espíritu Santo.

—Mateo 28.19

ISBN-13: 978-1-61778-219-0 ISBN-10: 1-61778-219-X

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Contenido

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

Consejos prácticos para facilitar el estudio . . . . . . . . . . 7

Lección 1: El fruto del Espíritu es amor . . . . . . . . . . . . . . . . 9

A. ¿Cómo es el amor? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9

B. ¿Por qué debemos amar? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .12

C. ¿A quién debemos amar? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .14

Lección 2: El fruto del Espíritu es gozo . . . . . . . . . . . . . . . 19

A. La fuente de gozo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .19

B. Cómo mantener el gozo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .20

C. El gozo falso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .23

Lección 3: El fruto del Espíritu es paz . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

A. La importancia de la paz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .27

B. Paz con Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .28

C. Paz con nosotros mismos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .30

D. Paz con los demás. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .30

Lección 4: El fruto del Espíritu es paciencia . . . . . . . . . . 35

A. ¿Cómo es la paciencia?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .35

B. Paciencia en la vida real . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .36

C. Ejemplos de la paciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .39

Lección 5: El fruto del Espíritu es benignidad . . . . . . . . 43

A. La importancia de la benignidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . .43

B. La benignidad en la vida real . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .44

C. La benignidad a la hora de defender la verdad . . . . . . . .46

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Lección 6: El fruto del Espíritu es bondad . . . . . . . . . . . . 51

A. El origen de la bondad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .51

B. ¿Cómo es la bondad? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .51

C. La bondad en la vida diaria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .52

Lección 7: El fruto del Espíritu es fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

A. Palabra de doble sentido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .55

B. La fe cree . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .55

C. La fe obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .56

D. La fidelidad persiste en creer y obrar . . . . . . . . . . . . . . .58

Lección 8: El fruto del Espíritu es mansedumbre . . . . . 63

A. Reyes y mansedumbre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .63

B. Mansedumbre: ¿debilidad o fuerza?. . . . . . . . . . . . . . . .64

C. La mansedumbre en el trato con otros . . . . . . . . . . . . . .65

D. La herencia de los mansos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .68

Lección 9: El fruto del Espíritu es templanza . . . . . . . . . 71

A. La templanza versus el exceso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .71

B. Los límites traen libertad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .73

C. Templanza en la vida diaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .74

Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78

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Introducción

La Biblia dice: “Mas el fruto* del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5.22–23).

¿Qué imagen se forma en tu mente cuando piensas en las frutas? ¿Piensas en una manzana roja o un racimo de uvas moradas? Posible-mente visualizas un mango maduro o una deliciosa piña. Cuando pen-samos en las frutas, se nos forma una idea en la mente de algo saludable que rebosa de un sabor suculento. ¡Qué metáfora más especial para ayudarnos a comprender cómo es una vida llena del Espíritu Santo!

Gálatas 5.22–23 nos da nueve frutos diferentes. El primero es amor. Sin amor, es imposible que los demás sean genuinos.

El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor (Romanos 13.10).

Un amor para Dios y el prójimo nos da la capacidad de llevar los demás frutos del Espíritu.

En seguida en la lista de frutos están gozo y paz. Estos dos no se pueden separar. Son como la llama de una vela grande que ya está muy gastada, cuya llama se ha ido hundiendo dentro de la misma. Asimismo, gozo y paz no son frutos muy ostentosos, pero sí producen una luz y calor interno innegables.

Luego tenemos paciencia, benignidad, bondad, fe (o fidelidad), y mansedumbre. Estos frutos lubrican nuestras relaciones con los demás para que marchen como un conjunto de engranajes bien lubricado.

El último fruto de la lista es templanza. La templanza nos mantiene estables. Consiste en moderarse en los placeres de los sentidos.

La verdad es que no podemos separar los frutos del Espíritu. Aun-que sí vamos a analizar cada fruto por separado, quiero que formes una idea en tu mente de ellos en su conjunto como “la luz de Cristo en nosotros”. La Biblia compara el andar con Cristo con el andar en la luz. Cuando miras el rayo de una luz a través de un prisma, ves distintos colores. En Gálatas 5.22–23, el apóstol Pablo mira la luz

* La Biblia se refiere al “fruto” del Espíritu. En este estudio vamos a hablar de los “frutos” del Espíritu con el propósito de analizar cada una es estas virtudes por separado.

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de Cristo a través de un “prisma”, y el resultado son nueve “colores” diferentes que componen esa luz. Y aunque cada color es hermoso en sí, se requiere de todos para hacer una luz blanca y resplandeciente.

Cada uno de estos frutos estimula el crecimiento de los demás, y a la vez aumenta su eficacia. Si el hermano Juan no tiene amor, sus esfuerzos de alcanzar la bondad serán en vano. Cuando a la hermana María le falta el gozo, le va a ser prácticamente imposible lograr la templanza. Cada creyente tiene que cultivar en su vida todos los frutos del Espíritu.

Los creyentes también fomentan estos frutos del Espíritu el uno en el otro. Hay dos formas de hacer esto: ejemplo y exhortación. El hermano José aprenderá la paciencia al ver al hermano Rolando relacionarse pacientemente con su vecino iracundo. Si la hermana Lucrecia escucha el buen consejo de la hermana Roxana, aprenderá a crecer en la mansedumbre. Este tipo de interacción positiva es de mucho beneficio para la edificación del cuerpo de Cristo.

Nos urge recordar que estos frutos son frutos del Espíritu. La car-ne no puede producirlos. Estos frutos no son unos ideales bellos que luchamos en vano por alcanzar. Al contrario, ¡son frutos reales que se reproducen en la vida de todos los que obedecen fielmente la voz del Espíritu Santo que mora en su corazón!

¿Cómo adquirimos al Espíritu Santo? La Biblia dice:

En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la pose-sión adquirida, para alabanza de su gloria (Efesios 1.13–14)

Cuando oímos el mensaje de la verdad y lo creemos, Dios nos marca con el sello del Espíritu Santo. La presencia del Espíritu en nuestra vida es la confirmación de la promesa de Dios de redimirnos. Si tú, pues, crees en Cristo y lo adoras en espíritu y en verdad, ¡cobra ánimo! Estos frutos pueden crecer en tu vida. Aumentarán a medida que te entregas completamente al señorío de Jesús.

Introducción

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Consejos prácticos para facilitar el estudio

¡Bienvenido a este curso del fruto del Espíritu! Esperamos que te ayude en tu andar con Dios.

Al hacer este estudio, sigue los pasos que se dan a continuación para ayudarte a sacar el óptimo provecho de él:

1. Busca un sitio a solas que esté limpio y en orden para llevar a cabo este estudio. Ten tu Biblia a mano para buscar todas las citas dadas. Si no comprendes el significado de alguna palabra, busca su significado en el diccionario.

2. Ora. Pídele a Dios que su Espíritu te dé una comprensión clara de las escrituras que lees sobre este tema.

3. No te apresures. Medita en la lección y los pasajes bíblicos correspondientes.

4. Subraya o encierra los puntos que te parecen sobresalientes al leer el texto.

5. Conforme avanzas, rellena todos los espacios en blanco en las secciones “Preguntas sobre la lección”. Evalúa los puntos im-portantes de la lección. Nota en especial aquellos puntos des-tacados que subrayaste o las anotaciones que hiciste. Asegúrate de comprender completamente las preguntas sobre la lección; asegúrate de haberlas contestado correctamente.

6. Cuando crees que comprendes a fondo todo el material, saca el examen que está en la parte de atrás de este libro, coloca a un lado el libro de estudio, y realiza el examen. Cuando lo hayas terminado, envíalo a nosotros para que te lo corrijamos.

Esperamos recibir noticias tuyas en un futuro cercano.¡Dios te bendiga al iniciar este estudio!

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Lección 1

El fruto del Espíritu es amor

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13.34).

A. ¿Cómo es el amor?El amor es una de las virtudes cristianas más populares. Si le pre-

guntaras a cualquier persona si el amor es algo bueno, probablemente diría que sí. No obstante, según parece, nunca se había visto tanta escasez de amor en las relaciones humanas.

¿Qué es el amor? A la gente le encanta hablar del amor. Esta palabra se usa mucho. Pero, ¿qué es, en realidad, el amor? El amor hoy en día parece estar envuelto en una niebla de falsos conceptos. Si queremos conocer el amor, es importante que acudamos al que es la fuente de amor. Recordemos que él dijo:

Éste es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado (Juan 15.12).

Dios desea que amemos de la misma manera que él ama.Lo primero que observamos del amor de Dios es que su amor da. De

tal manera amó Dios al mundo que dio… Él se interesó tanto por nosotros que tomó de lo que era suyo y lo sacrificó para nuestro bienestar. Este es el atributo clave del amor. El amor no da con el fin de recibir de nuevo lo que dio. El amor da porque desea ayudar a la persona a quien ama. Eso más bien es el único motivo que tiene el amor en hacer lo que hace.

¡Cuán diferente es esta forma de pensar a lo que es natural para nosotros! Nosotros damos porque esperamos ser recompensados. Pero eso en realidad no es amor, sino egoísmo.

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¿Acaso el amor genuino hizo que Luis convenciera a Anita a des-obedecer a su padre? Por supuesto, él se sintió atraído a ella. Pero por no estar dispuesto a esperar que ella obtuviera el permiso de su padre, él demostró a quién realmente amaba más era a sí mismo, no a Anita.

Una persona egoísta no puede amar. La esencia del amor es desear el máximo bienestar de otro, mientras que el egoísta se interesa mayor-mente por sí mismo. Por eso es que tantos matrimonios fracasan hoy. Lo que los dos pensaban que era amor, no era más que una atracción física y emocional, y el deseo de gozar placer personal. Luego que esa atracción deja de existir y el otro ya no satisface, el matrimonio se deshace porque nunca hubo un amor genuino en la relación.

Comprendemos que el amor es imprescindible en el matrimonio. Pero debemos reconocer que lo es también en todas las demás rela-ciones humanas. Por naturaleza nos llevamos muy bien con la persona que nos complace, pero cuando esa persona deja de subordinarse a nuestros caprichos, tenemos la tendencia de abandonarle como amigo. Pero la persona que ama, más bien busca cómo complacer al otro. Recuerda nuestra definición de amor. Es “desear el máximo bienestar de otro”. El amor emplea todos los medios a su alcance para buscar el bienestar del amado. Por esta razón se dice que el amor también es “otorgar”, no porque espera ser recompensado sino porque quiere que la persona a quien ama reciba bendición.

Un atributo sobresaliente del amor de Cristo es que él nos ama porque escoge hacerlo. Cristo no nos amó porque merecíamos su amor. Si él hubiera esperado a que fuéramos merecedores de su amor, ¡aún estaría esperando! Él escogió amarnos mientras todavía éramos pecadores.

El padre de Anita deseaba que ella esperara hasta que cum-pliera los dieciocho años antes de casarse con Luis. Anita

respetaba su deseo, pero Luis la “amaba” demasiado como para esperar. Él hizo caso omiso del deseo de su futuro suegro y convenció a Anita que se fugara con él.

Cinco años después, Luis pidió el divorcio. Cuando se le pre-guntó por qué lo hizo, él respondió que era porque “somos una pareja malavenida. Ya no nos llevamos bien y ella no satisface mis necesidades.”

Lección 1

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El mundo categoriza al amor como un sentimiento, pero los senti-mientos no son la base del amor. Los sentimientos vienen y se van mientras que el amor permanece igual porque es una decisión personal. No se basa en la hermosura del amado, sino en la elección del que ama. Muchas de las razones que la gente da para no amar a otro son evidencia que el amar es decisión propia de cada persona.

Ésta es la perspectiva de Santiago. Probablemente Alberto tenga una perspectiva muy diferente. No obstante, aun si el punto de vista de Santiago sea correcto, la personalidad desagradable de Alberto no justifica la falta de amor de Santiago. Él no puede esperar a que Alberto cambie para empezar a amarlo. Tiene que amarlo tal y como es, igual que Dios nos ama a nosotros tal y como somos.

Dios siempre nos ama, aun cuando estamos enredados en el pecado. Pero precisamente porque nos ama, siempre anhela librarnos de nuestros pecados. Dios ama al pecador pero aborrece el pecado de quien lo hace. Lee Hebreos 12.6. Nosotros también debemos siempre amar al pecador. Ayudémosle a deshacerse de todo lo malo en su vida. La Biblia dice que “fieles son las heridas del que ama” (Proverbios 27.6). Pero, ¿no es que el amor nos hace complacer en todo al otro? No siempre. El amor sabe que hay veces cuando es necesario herir para sanar. Lo mismo que el cirujano a veces tiene que herir para sanar, el amor está dispuesto a causar dolor momentáneo con el fin de asegurar la salud futura.

Supongamos que andas en una caminata. De repente tus pies em-piezan a hundirse más y más con cada paso que das. Justo a tiempo, logras retroceder y así escaparte de caer en un lecho peligroso de arenas movedizas. Luego de alcanzar suelo firme, ves que otro caminante está a punto de meterse a esas arenas movedizas. “¡Detente!” le gritas. “¡No

El hermano Santiago no siempre es del mismo parecer que el hermano Alberto. Había algo en la personalidad de Alberto

que no le agradaba. Santiago sabía que él debía amar a su herma-no, pero cada vez que se encontraba con Alberto, éste le hacía o le decía algo que lo enfadaba. Le era muy difícil amar a Alberto. Si Alberto se esforzara por lo menos un poquito más por ser agra-dable, ¡sería mucho más fácil de amarlo! se decía para sí mismo.

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des ni un solo paso más, pues te estás metiendo en arenas movedizas!” Si aquel caminante no entiende lo que dices o no te cree, harás todo lo posible para estorbar su avance. ¿Te sentirías mal por estorbar la paz y tranquilidad del caminante? ¡Por supuesto que no! Te preocuparías más por su seguridad que por su tranquilidad.

Cuando nos enteramos de que un hermano camina hacia el peligro espiritual, o ya está en peligro, ¡vamos a advertirle inmediatamente! Si de verdad amamos al hermano, nos va a importar más su seguridad a largo plazo que su tranquilidad. Es nuestro deber advertirle del pe-ligro, incluso cuando no quiere escucharnos. Además, es importante que sea el amor verdadero lo que nos inspira a advertirle del peligro.

B. ¿Por qué debemos amar?¿Por qué es la voluntad de Dios que amemos? Veamos algunas

razones.

1. Porque Dios nos ha amado

En primer lugar, debemos amar porque Dios nos ha amado. La Biblia dice:

Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también no-sotros amarnos unos a otros (1 Juan 4:11).

Imagínate un charco en una pradera. Cuando llueve, el charco se llena de agua. Mientras entre más agua al charco, también sale. Así es cuando Dios derrama su amor en nuestra vida. Mientras entre más y más amor de Dios en nuestra vida, también sale y bendice a las perso-nas que nos rodean. Pero si no permitimos que ese amor de Dios siga entrando, pronto nuestro “charco” se vuelve estancado.

2. Porque el amar es parte integrante de ser cristiano

Jesús dijo:

En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Juan 13.35).

Él nunca dijo: “En esto conocerán todos que son mis discípulos, si son miembros de la iglesia” o “…si predican acerca de Dios” o “…si hablan en lenguas”. No, sino que dijo: “…si tuvieres amor los unos con los otros”. El amor verdadero de Dios no se puede falsificar a largo

Lección 1

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plazo. El mundo (sin hablar de tus hermanos en Cristo) sabe a ciencia cierta si amas como Dios ama.

Podemos repartir tratados, tener cultos de avivamiento y anunciar a Jesús en las calles. Estas obras, no obstante, no son las que traen a la persona a los pies de Cristo. No son las que nos categorizan como cris-tianos. Hay en este mundo muchos grupos y personas religiosas que se paran en las calles a pregonar su credo. Pero lo que distingue al cristiano verdadero de los demás es el amor que tiene para todos. Este amor viene directamente del cielo y, a los ojos del mundo, es extraño e increíble.

3. Porque seguimos a Cristo

Tercero, debemos amar a otros porque Cristo los ama. El amor que Cristo tiene al mundo es lo que hace que él sostenga “todas las cosas por la palabra de su poder” (Hebreos 1:3). Si Cristo no amara al mundo, todo se vendría para abajo. Ya que Cristo ama a todos, ¿no los hemos de amar nosotros también?

El buscador de la verdad se hallaba sólo en el mar de la vida. Una tormenta feroz sacudía su barco. Con dificultad dirigía

su barco junto a la costa buscando un puerto seguro donde arri-bar. La orilla, no obstante, estaba atestada de rocas y bancos de arena que peligraban su arribo.

Él escuchaba voces de entre las tinieblas que le gritaban: “¡Arribe aquí! ¡Aquí no hay peligro!” Pero él no confiaba en esas voces. Había visto a otros hombres seguir voces semejantes para terminar aplastados en la cara de las rocas. Si tan solamente pudiera ver a quiénes lo llamaban; posiblemente podría confiar en ellos. Pero la noche era muy oscura.

De repente el hombre vio a lo lejos una luz. Era una luz resplan-deciente que brillaba con claridad y constancia. Dirigió su barco hacia ella. ¿Será un puerto? Al acercarse a la luz, escuchó voces que le decían: “¡Arribe aquí! ¡Aquí no hay peligro!”. En eso divisó un pequeño muelle que prometía seguridad. ¡Al fin había hallado un puerto seguro donde arribar su barco! Al acercarse a la orilla alcanzó ver la fuente de la luz que iluminaba el puerto. Era un enorme faro que tenía escrito en sus paredes “El faro de amor”.

El fruto del Espíritu es amor

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Los dos mandamientos más grandes son: “Amarás al Señor tu Dios (…); y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10.27). Muchos cristianos no tienen problema alguno con el primero, pero tropiezan cuando llegan al segundo. El apóstol Juan nos dice que si no amamos al prójimo, no amamos a Dios: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4.20).

C. ¿A quién debemos amar?Ya hemos visto cómo es el amor y por qué Dios desea que amemos.

Ahora queremos ver a quién debemos amar. ¿Hacía quién debemos canalizar el amor de Dios que mora en nosotros?

1. A Dios

Sobre todo, tenemos que amar a Dios. El principal mandamiento es:

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Éste es el principal mandamiento (Marcos 12.30).

Este mandamiento no es nuevo. Ha sido parte del plan de Dios para la humanidad desde el principio. Efectivamente, el deseo de Dios de tener una relación amorosa con la humanidad es lo que ha motivado todo su trato con nosotros desde el Huerto de Edén hasta ahora. Dios no necesita de nuestro amor. Él es completo y perfecto en sí mismo, y el amor nuestro no añade ni quita de esa perfección. Pero sí desea nuestro amor y ha tomado medidas incomprensibles para hacer posible que le amemos. Él, no obstante, no exige ese amor porque un amor a la fuerza deja de ser amor. Es decisión nuestra si le vamos a amar o no.

¡Dios verdaderamente se merece nuestro amor! Su gran amor para con nosotros demanda una respuesta. Amamos a Dios cuando le entregamos nuestra voluntad, sin derecho a reclamo. Le amamos cuando buscamos complacerle con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. Le amamos cuando amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

¿Percibe Dios en ti un deseo ardiente y humilde de complacerle en todo lo que haces? Cuando cometes un error, ¿te arrepientes pronto? ¿Estás dispuesto a anunciar sus buenas nuevas de salvación a otros? Estas son algunas características de la persona que ama a Dios.

Lección 1

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2. Al hermano

Jesús dice claramente que tenemos que amar a nuestro hermano. Lee de nuevo Juan 13.35. Analiza este versículo y verás que quiere decir que tu amor hacia otros es la prueba de si eres un discípulo de Cristo.

Cuando algunos judíos le dijeron a Jesús que Dios era el Padre de ellos, él les respondió:

Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido (Juan 8.42).

Si estos judíos hubieran amado a Dios, hubieran amado al Hijo de Dios también, porque él salió de Dios. He aquí una lección para nosotros. La Biblia dice que los cristianos también son hijos de Dios y aunque no somos igual al Hijo de Dios, dice que sí somos sus hermanos. Si amamos a Dios, ¿no amaremos también a los hijos que nacen de él?

3. Al prójimo

¿Acaso el cristiano debe amar solamente a sus hermanos en el Señor? La Biblia dice:

Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Romanos 13.9).

Del relato del buen samaritano, entendemos que nuestro prójimo es todo aquel que necesite de nuestra ayuda (lee Lucas 10.29–37). El amor nos insta a ayudar a otros, buscando la forma de suplir sus necesidades. Hay muchas maneras en que podemos hacer esto. Podemos ayudar a otros con su trabajo, o darles comida y posada. Podemos también cuidar a un enfermo o herido hasta que recupere su salud, tal como lo hizo el buen samaritano. Sin lugar a duda, la mejor forma de ayudar a otro es mostrarle el camino cuando está perdido espiritualmente. ¡Jesús es el camino, la verdad y la vida! Cuando alguien está perdido, muéstrele el camino. Cuando está confundido, enséñele la verdad. Cuando su espíritu está hambriento y a punto de morir, llévelo al Pan de la vida. ¡Todo esto lo hace el que ama a su prójimo!

4. Al enemigo

Jesús también nos manda amar a nuestros enemigos. Lee Mateo 5.43–48. El amor para sus enemigos es una de las características prin-cipales que distingue a los cristianos verdaderos de los falsos. Cuando sus enemigos los persiguen, los encarcelan, los torturan y los matan,

El fruto del Espíritu es amor

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los cristianos verdaderos responden con amor y perdón. Esto deja una fuerte impresión en la vida de sus perseguidores, algunos de los cuales se arrepienten de sus pecados y siguen a Dios.

Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos (Lucas 6.35).

Cualquier odio que recibe el cristiano verdadero de parte de otros se da de narices contra el suelo porque el cristiano le devuelve nada más ni menos que el amor de Dios.

¿A quién debemos amar? Al hermano. Al prójimo. Al enemigo. ¿Habrá alguna persona excluida de esta lista? ¡Ni una!

Celestial amorSanto Espíritu de paz,de los dones que nos das,anhelamos siempre máscelestial amor.

Cuán sufrido es el amor,es benigno y sin temor;sin orgullo, sin rencor;danos, pues, amor.

Esperanza, fe y amorson de cardinal valor;de los tres es el mayorcelestial amor.

Fe, al fin, se cumplirá;lo esperado se verá;el amor perdurará;danos, pues, amor.

Desde tu alta habitación,ven, derrama sobre Sión

Lección 1

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este don en profusión:celestial amor.

Profecía cesaráen la luz perfecta allá;el amor aún brillará;danos, pues, amor.

—Christopher Wordsworth Traducido por Leah Weaver

Preguntas sobre la lección(la introducción y la lección 1)

1. ¿Cuáles son los cinco frutos del Espíritu que lubrican nuestras relaciones con los demás para que marchen como un conjunto de engranajes bien lubricado?

2. ¿Cuál es otro nombre para la templanza?

3. ¿En qué manera son los frutos del Espíritu como los colores del rayo de luz que brilla a través de un prisma?

4. ¿Cómo adquirimos al Espíritu Santo?

5. ¿Cómo crees tú que podemos aumentar el fruto del Espíritu Santo en nuestra vida; por pedirlo, o por entregar más completamente nuestras vidas al señorío de Jesús?

6. En el relato de Anita y Luis, ¿a quién amaba más Luis?

7. La esencia del amor es desear el - de otro.

El fruto del Espíritu es amor

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8. Dios siempre nos ama, aun cuando estamos enredados en el pecado. Pero precisamente porque nos ama, siempre anhela

.

9. Si de verdad amamos al hermano, ¿qué nos va a importar más que su tranquilidad?

10. ¿Cómo conocerán todos que somos discípulos de Jesús?

11. ¿Será posible amar a Dios y aborrecer al hermano a la misma vez?

12. ¿Cuáles son algunas de las maneras en que podemos expresar nuestro amor hacia otros, supliendo sus necesidades?

13. ¿Qué es una de las características principales que distingue a los cristianos verdaderos de los falsos?

Lección 1

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Lección 2

El fruto del Espíritu es gozo

“Pero alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque tú los defiendes; en ti se regocijen los que aman tu nombre” (Salmo 5.11).

A. La fuente de gozo¡Gozo a la tierra, proclamadque vino ya el Señor!En vuestras almas preparadun sitio al Redentor.

Las palabras de este himno expresan muy bien el motivo que el cristiano tiene para regocijarse. “¡Vino ya el Señor!” El verdadero Rey y Señor de esta tierra vino y mora en el corazón del ser humano que le prepara sitio. La persona que recibe al Señor en su corazón siente mucho gozo porque sabe que todo lo que realmente importa en su vida está en orden. Aquel vacío que había sentido antes ya no existe más.

La clave, pues, para tener gozo es arrepentirse del pecado y entre-garse a Cristo. El gozo no se basa en las circunstancias de la vida, sino en la presencia del Espíritu Santo en el corazón. Cuando nos arrepen-timos de nuestros pecados y creemos en Jesús, experimentamos gozo en medio de las circunstancies difíciles porque el Espíritu Santo viene a morar en el corazón de todo aquel que se entrega a seguir a Cristo.

El gozo es un fruto del Espíritu. El apóstol Pablo experimentó este fruto en su vida después de entregarse a Cristo. Él dijo:

Sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones

(2 Corintios 7.4).

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B. Cómo mantener el gozoEl hecho de arrepentirnos y tomar la decisión de seguir a Cristo no

asegura que siempre estaremos gozosos. Tenemos que esforzarnos por mantener el gozo. ¿Cómo hacemos eso? Jesús nos dice:

Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he habla-do, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido (Juan 15.10–11).

Podemos mantener el gozo del Señor únicamente cuando guardamos sus mandamientos, permaneciendo en él. El sentimentalismo religioso no ayuda a mantener el gozo. ¿Te falta gozo? Revisa tu vida. Si no andas en obediencia a los mandamientos de Cristo, ¡con razón no tienes gozo! Y, por supuesto, hay otras razones por las que a uno le puede faltar el gozo. Analizaremos esas razones más adelante.

Es la voluntad de Dios que sus hijos tengan gozo. Toma tiempo para buscar y leer las citas bíblicas en el Nuevo Testamento que hablan del gozo. Hay muchas. He aquí unas pocas:

Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nue-vas de gran gozo, que será para todo el pueblo (Lucas 2.10).

También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo (Juan 16.22).

Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cum-plido (1 Juan 1.4).

¡Regocíjate en el Señor! Si no te sientes gozoso, acuérdate de la bondad de Dios y alábale de todos modos. Al hacerlo, lo más probable es que te sentirás gozoso.

El Nuevo Testamento habla mucho del gozo. Muchos no creyentes creen que la vida cristiana es una vida sin mucho gozo. ¿Por qué? Claro que no participamos en muchas de las cosas que para ellos son diversión. Pero, ¿será que a veces reciben la impresión de que nuestra vida no tiene mucho gozo por lo que observan en nuestro semblante? Los cristianos deben ser de todas las personas las más gozosas. ¿Qué impresión del cristianismo recibe tu vecino no creyente al observar tu vida y semblante?

Lección 2

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El gozo de Jehová es vuestra fuerza (Nehemías 8.10).

¡Efectivamente, el gozo del Señor nos da mucha fuerza! ¿Te has dado cuenta de que cedes a la tentación con mucha más facilidad cuando no tienes gozo? La ausencia del gozo debilita la resistencia contra las tentaciones del diablo. Los encantos y trampas del diablo adquieren cierta atracción en nuestro corazón cuando vivimos sin el gozo del Señor. Un pez hambriento pica la carnada mucho antes que un pez que no tiene hambre. De la misma manera, una persona a la que le falta el gozo cede a la tentación mucho antes que la que tiene el gozo del Señor.

Por esta razón el diablo no soporta ver a un cristiano gozoso. Él hace todo lo que está a su alcance por destruir ese gozo. Uno de sus métodos favoritos es hacer que el cristiano gozoso empiece a dudar de la salvación de su alma. ¡Ojo con este dardo del enemigo! Mantén el yelmo de la salvación firmemente sujetado a tu cabeza para que el diablo no pueda atravesar tu mente con el dardo de las dudas.

A algunos cristianos les cuesta saber diferenciar entre la voz del Espíritu Santo que les recuerda de un pecado cometido y la voz de Satanás que procura hacerles dudar de la salvación. De todos modos, ambas voces ahuyentan el gozo. Hay entre ellas, no obstante, una gran diferencia. El Espíritu Santo convence de pecado para que nos arrepintamos, recobremos el gozo del Señor, y seamos salvos, mien-tras que el único objetivo de Satanás es confundirnos para que no descifremos con claridad entre lo bueno y lo malo. Si has perdido tu gozo y dudas de tu salvación, examina minuciosamente el motivo de tus dudas. Si el Espíritu Santo te está convenciendo de algún pecado, ¡arrepiéntete y alaba al Señor por su bondad en quitarte el gozo para que le prestes atención a su voz! Pero si comprendes que es el diablo que te está asechando, resístelo y toma muy a pecho las promesas de Dios; de esta manera recobrarás el gozo.

El afán y la preocupación agotan el gozo. El afán muchas veces empieza en la mente como un pequeño goteo que poco a poco cava un cañón en la mente. En ese cañón pronto desembocan todas las otras corrientes mentales, y terminamos presos del afán y la preocupación.

¿Hay circunstancias donde no podemos evitar el afán? Es signifi-cativo que Jesús nos manda no afanarnos por lo que vamos a comer

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ni por lo que vamos a vestir, o sea, no debemos afanarnos ni por las cosas más básicas de la vida. Si estamos contentos con la comida y el abrigo que tenemos, ¿por cuál otra cosa, pues, hay que preocuparnos? Dios promete cuidarnos. No hay por qué afanarnos.

No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad prime-ramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mateo 6.31–33).

Tengamos fe en Dios y no permitamos que el demonio del afán destruya nuestro gozo. La Biblia dice:

Estad siempre gozosos (1 Tesalonicenses 5.16).

Pero, ¿será posible estar gozoso en todo momento? Todos enfren-tamos momentos de tristeza y dolor. ¿Cómo es posible estar gozoso en medio de la tristeza?

Por favor, antes de seguir leyendo, abre tu Biblia y lee 2 Corintios 4.8–18. El apóstol Pablo es un buen ejemplo de cómo debemos en-frentar los tiempos difíciles. Él no negó la cruda realidad de la vida diaria. Pero a la vez se nota que las dificultades que él enfrentaba no podían quitar el gozo interior que él tenía en Jesús.

El propio Jesús nos demostró cómo estar gozoso en medio de la tristeza:

…el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios (Hebreos 12.2).

Isaías se refiere a Jesús como el “varón de dolores” (Isaías 53.3), y en verdad lo era. Pero también era un varón de gozo. Él sabía que la tristeza es pasajera, mientras que el gozo es eterno.

En esta vida, desde luego, hay dificultades y pruebas. Puede ser que tengamos que sufrir enfermedad y dolor. Estas pruebas pueden ser-virnos de bendición. Más bien, ese es el motivo de Dios al permitirlas en nuestra vida. Las pruebas son muy eficaces para destruir cualquier confianza que tengamos en cosas que nos dan una falsa sensación de seguridad y gozo. Nos ayudan a centrar nuestra vida en Jesús, la única fuente del gozo verdadero.

Lección 2

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Hay tres pasajes en el Nuevo Testamento que hablan de regocijarse en medio de la persecución. Anota en los renglones a continuación las razones que estos pasajes nos dan para regocijar incluso en medio de la persecución: 1. Mateo 5.11–12:

2. Lucas 6.22–23:

3. 1 Pedro 4.12–14:

Los cristianos genuinos de todas las épocas han podido regocijarse en tiempos de persecución. Los mismos apóstoles nos dieron el primer ejemplo. Leemos en Hechos 5 que los judíos los metieron en la cárcel por predicar a Jesús, y luego los azotaron. ¿Qué crees que hicieron los apóstoles cuando los soltaron? ¿Acaso dieron un suspiro de alivio y se comprometieron a dejar de predicar en el nombre de Jesús? ¡Ni hablar! La Biblia dice:

Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no ce-saban de enseñar y predicar a Jesucristo (Hechos 5.41–42).

Estos eran los mismos varones que “por miedo de los judíos” se reunían tras puertas cerradas después de la muerte de Jesús. ¿Qué pasó? ¡Habían recibido personalmente al Espíritu Santo! Su gozo les dio fuerza para predicar con denuedo el evangelio de Jesucristo.

Los apóstoles podían regocijarse incluso en medio de azotes y pri-siones. Ellos creían lo que Jesús les había prometido: “Vuestro galardón es grande en los cielos”. El gozo, fruto del Espíritu Santo, los sostenía en todas las pruebas que pasaron porque vislumbraban el galardón que les esperaba en los cielos. ¡Sigamos nosotros en sus pisadas!

C. El gozo falsoPara terminar esta lección sobre el gozo, reconozcamos que hay

un gozo falso, un gozo simulado que no es del Espíritu Santo y que, por tanto, no satisface ni permanece. El gozo falso es la felicidad que

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depende de las vicisitudes de la vida. El gozo del Espíritu, en cambio, es verdadero y permanece a pesar de las circunstancias.

El ser humano no puede tener el gozo verdadero a menos que se entregue al Señor. Aparte de esto, lo único que puede tener es el gozo falso, la felicidad efímera. Tal persona se siente feliz cuando se le ocurre algo bueno o cuando logra disfrutar de algún placer. Pero este gozo falso siempre decepciona: el automóvil se desgasta; el dinero se acaba; el amigo se vuelve traidor; el jugador favorito de futbol se retira del mundo de los deportes; las drogas destruyen la salud; el amante muere.

Si corremos tras la felicidad, logramos, a lo más, el gozo falso. Mientras que si nos arrepentimos del pecado y buscamos a Dios, le hallamos. Y a la vez hallamos el gozo verdadero.

Lección 2

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Preguntas sobre la lección 1. La clave, pues, para tener gozo es

del y a .

2. ¿Cómo podemos mantener el gozo del Señor?

3. ¿Cuál podría ser una de las razones por la que muchos no creyentes creen que la vida cristiana es una vida sin mucho gozo?

4. ¿Por qué cedemos a la tentación con mucha más facilidad cuando no tenemos gozo?

5. ¿Qué debes hacer si has perdido tu gozo y dudas de tu salvación?

6. ¿Cómo podían los apóstoles regocijarse incluso en medio de azotes y prisiones?

7. Si corremos tras la felicidad, logramos, a lo más, el .

8. Aquí están ocho citas del Nuevo Testamento donde se nos manda regocijarnos. Léelas:

a. Mateo 5.11–12 e. Filipenses 3.1

b. Lucas 6.22–23 f. Filipenses 4.4

c. Lucas 10.20 g. 1 Tesalonicenses 5.16

d. Romanos 12.15 h. 1 Pedro 4.12–13

El fruto del Espíritu es gozo

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Lección 3

El fruto del Espíritu es paz

“Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Salmo 119.165).

A. La importancia de la pazEl tercer fruto del Espíritu es paz. A pesar de ocupar un lugar des-

pués del gozo en la lista dada en Gálatas 5.22–23, no por eso es de menos importancia que el gozo. Más bien, sin paz no podemos tener gozo. La paz y el gozo son dos partes inseparables de un todo.

¿Qué es la paz? Una forma de comprender el significado de una palabra es pensar en algunas palabras contrarias. Analiza las siguientes palabras: disputa, tormenta, inquietud, confusión, discordia, enemis-tad. Cada una de estas palabras indica la ausencia de la paz, el contra-rio de la paz. El mundo de hoy está falto de paz. Los conflictos y las contiendas rugen a nivel mundial. Hay guerra y terrorismo. Abundan la violencia, el crimen y los pleitos judiciales. En la mayoría de los hogares del mundo los desacuerdos y las discusiones son la norma. Hay muchos hogares completamente destrozados, y el divorcio está muy extendido.

Muchos hoy están clamando por la paz mundial. Organizan mani-festaciones y marchas masivas para hacer protestas contra la violencia. Los jefes de Estado firman acuerdos de paz. Pero la tasa del conflicto en el mundo no parece disminuir. Apenas logran calmar un conflicto violento en un lugar cuando surgen otros dos en otro lado. ¿Cuál es el problema? El hombre está utilizando métodos erróneos para efectuar la paz. Es como si intentara desherbar una siembra con unas tijeras. La mala hierba vuelve muy pronto porque no se sacan las raíces. El

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hombre no alcanza la paz mundial porque tiene dentro de su propio corazón las raíces de la contienda y la rebelión.

Los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos (Isaías 57.20–21).

El malvado no tiene paz porque se rebela contra Dios y no está en paz con él. Por eso tampoco puede estar en paz con su prójimo. En vista de esto, vamos a considerar la importancia de tener paz con Dios.

B. Paz con DiosAntes que una persona pueda tener paz con Dios, es necesario que

entienda que no la tiene. Muchas personas parecen ser inconscientes de esa verdad. Afirman que “Dios es amor” y “¡él nunca me condenaría, pues realmente nunca he sido tan malo!” Parece que no saben lo que Dios mismo dice sobre este tema. La Biblia dice así:

Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios

(Romanos 3.23).

La ira de Jehová contra los que mal hacen, para cortar de la tierra la memoria de ellos (Salmo 34.16).

Todos pecaron y, por consiguiente, todos están en conflicto con Dios a menos que hayan hecho las paces con él. Es importante que recordemos que somos pecadores, no por lo que hacemos sino por lo que somos. Somos seres humanos caídos con una naturaleza rebelde que heredamos de nues-tros padres quienes la heredaron de sus padres quienes… la heredaron de Adán y Eva. Tanto la Biblia como también la experiencia personal de cada uno confirman que estamos separados de Dios a causa de nuestro pecado.

Entre Dios y nosotros existe un inmensurable abismo. Estamos lejos de él, y lejos de tener paz con él. No obstante, ¡gracias a Dios, hay un puente! El puente se llama Jesucristo, el Príncipe de paz. Con razón los ángeles alababan a Dios diciendo “¡En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” cuando nació Jesús. Jesús, a través de su muerte y resurrección, hizo posible que el hombre se reconciliara con Dios por medio del arre-pentimiento y una rendición incondicional al señorío del Príncipe de paz.

Cuando una nación fuerte invade otra nación más débil, ésta tiene dos opciones: o puede resistir y ser aplastada, o puede rendirse a la nación

Lección 3

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invasora. Durante la guerra de secesión que tuvo lugar en los Estados Unidos en el siglo XIX, hubo un general que se hizo famoso por las condiciones de paz que le imponía al enemigo. En cierta ocasión este general y sus soldados rodearon una fortaleza del enemigo. El enemigo comprendió que no había esperanza, por lo que el comandante de la fortaleza le pidió al general las condiciones de paz. El general respondió, “Rendición incondicional”. Con eso le estaba indicando que el enemigo tenía que entregarle toda la fortaleza, sus armas y todo lo que poseían.

¿Cuáles son las condiciones de paz que Dios nos presenta? Ren-dición incondicional. Sólo así se desaparecerá todo conflicto entre nosotros y Dios. Para los enemigos del general estadounidense la rendición incondicional les parecía ser lo peor que les podía pasar. Hay muchas personas que categorizan la rendición a Dios de la misma manera. Pero es más bien todo lo contrario. Jesús dijo:

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga (Mateo 11.28–30).

El no rendirse incondicionalmente a Dios es muchísimo peor:

La paga del pecado es muerte (Romanos 6.23).

Comparado con el yugo de Jesús, el yugo del pecado es terrible. El yugo de Jesús nos da paz, mientras que el yugo del pecado nos da conflicto, desesperación y, al final, la muerte. Sí, es cierto que el yugo de Jesús es duro para la carne y nos puede hacer pasar a veces mo-mentos difíciles. Pero, ¿qué prefieres, paz con Dios y guerra contra el pecado, o paz con el pecado y guerra contra Dios? La primera guerra se puede ganar; la segunda no.

Cuando nos rendimos incondicionalmente a Dios, recibimos la paz espiritual. Rendirnos incondicionalmente a él quiere decir que clama-mos a Dios: “¡Basta! Ya no quiero pelear más contigo. Me rindo. Me arrepiento de mis pecados e imploro su perdón. Quiero que a partir de ahora tú mandes en mi vida.” ¡Dios siempre contesta tal oración! Su Espíritu Santo siempre mora en tal corazón. “Y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3.17). Y donde hay libertad espiritual también hay paz espiritual.

El fruto del Espíritu es paz

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Cuando nos rendimos incondicionalmente a Dios, recibimos una paz emocional. Vivir en conflicto con Dios es sumamente estresante. Pero cuando nos reconciliamos con Dios, su paz nos calma emo-cionalmente. Es muy posible que sigamos enfrentando dificultades emocionales aun después de reconciliarnos con Dios. Pero cuando estamos reconciliados con él, su paz gobierna en nuestro corazón a pesar de las dificultades emocionales.

Para mantener la paz con Dios tenemos que andar diariamente en el Espíritu. Uno de los primeros indicios de que nos hemos alejado de Dios es la ausencia de paz en nuestro corazón. Si no tienes paz, analiza por dónde has estado andando. ¿Has estado andando en el Espíritu? ¿O será que te has extraviado en uno de los desvíos del diablo? Si has pecado, arrepiéntete y retoma cuanto antes el camino del Espíritu.

La falta de paz puede ser también un indicio de que hayas des-cuidado la oración y la lectura bíblica, o que hayas permitido que la ansiedad te domine. ¡Qué bendición que Dios se interesa lo suficiente por nosotros como para avisarnos de estos errores!

C. Paz con nosotros mismosCuando tenemos paz con Dios también tenemos paz con nosotros

mismos. ¿Qué significa esto? Significa que nos aceptamos tal y como Dios nos hizo. Hay muchos que desperdician su tiempo preocupán-dose por la forma en que Dios los hizo. Se quejan por su altura, por el color de su cabello o por cualquier otra cosa que no pueden cambiar. Se quejan también por sus talentos, capacidades y coeficiente inte-lectual. La persona que tiene paz con Dios aprende a no preocuparse por estas cosas. Tal persona sabe que Dios le ha dado a cada uno las capacidades y talentos que él quiere. Comprender esto y aceptarlo evita mucha pena y falta de paz.

D. Paz con los demásLa paz que nos da el Espíritu Santo también produce paz y armonía

en nuestras relaciones con los demás. Las personas con quienes nos relacionamos saben si tenemos paz con Dios por la forma en que las tratamos. La paz interior facilita mucho el relacionarnos con otros de una forma pacífica y tranquila.

Lección 3

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Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres (Romanos 12.18).

Debemos tener la meta de estar en paz con todos los hombres. Pero, como indica el versículo arriba, eso no siempre es posible. Sin embar-go, cuando hay dificultades a la hora de relacionarnos con otras per-sonas, siempre debemos hacer caso de la frase “en cuanto dependa de vosotros” antes de concluir que la falta de paz es culpa de ellos.

Es evidente que Lucas no tiene paz con otros. ¿Por qué no tiene paz con ellos? Porque él es egoísta. El egoísta dice: “Podré tener paz con otros cuando todo camine a mi favor”. Pero nunca hallará la paz porque nunca llegará al punto donde todo camine a su favor. Y, además de siempre tener problemas con otros, pierde su paz con Dios.

La única forma de estar en paz con nuestros prójimos es relacio-narnos con ellos en amor. Jesús nos bendecirá con paz si, en cuanto dependa de nosotros, siempre demostramos amor y compasión a otros.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mateo 5.9).

Muchas veces la manera de trabajar por la paz es por medio de reconocer que yo soy la persona culpable. Esto puede ser el caso más a menudo de lo que nos imaginamos. La próxima vez que tengas un problema con alguien y la conversación se torna áspera, vuelve a ana-lizar detenidamente tu forma de ver las cosas; es muy posible que en

¡Ya no más!, se dijo Lucas para sí mismo. No voy a dejar que me presionen más. El patrón cree que puede mandar en todo,

¡pero se va a dar cuenta que a mí no me manda!Así que Lucas rehusó ese día hacer un trabajo que le parecía

sólo para personas muy pobres. Y por supuesto, el patrón lo despidió.

Esa tarde, mientras Lucas hojeaba el periódico buscando ofertas de empleo, su esposa le comentó imprudentemente:

—Esta es la tercera vez que has sido despedido en lo que va del año. ¿Por qué será que no puedes mantener ningún empleo?

Lucas no quiso hablar con ella el resto de la tarde y se la pasó sólo en el patio.

El fruto del Espíritu es paz

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algo tú tengas la culpa de la falta de paz. Reconócelo. Decir “Lo siento, estaba equivocado” hace maravillas, y muchas veces restablece la paz.

La persona que tiene paz en su corazón se esfuerza por ser un pa-cificador, uno que intenta resolver las diferencias que hay entre otras personas. Tal persona sabe que es imposible resolver los problemas de todo el mundo, pero se esfuerza por ser un pacificador en lo posible. Los únicos problemas que Dios promete siempre ayudarnos a solu-cionar son los nuestros. Sin embargo, al pasar por esta vida, nos en-contramos muchas veces con los problemas de otros.

¿Alguna vez te ha pasado lo que le pasó a Isaac? Probablemente a todos nos ha ocurrido algo parecido en algún momento. ¿Qué debe hacer el pacificador en un caso de esos? No es correcto hacer a un lado al “Daniel” con algún comentario ofensivo. Al otro lado, el pacificador no debe creer a ojos cerrados todo lo que “Daniel” le cuenta de la otra persona. A veces “Daniel” está tan ofendido con la supuesta injusticia que ha sufrido de otro que no puede (o no quiere) ver con claridad lo que verdaderamente está pasando. Una cosa que puedes hacer es tratar de ayudar a “Daniel” a ver el asunto desde otra perspectiva. Escucha su versión primero para que comprendas su perspectiva. Pero recuerda que puede ser que él tenga razón, y puede ser que no. En cualquiera de los dos casos, nunca serás de ayuda si participas en las acusaciones y críticas. Intenta, más bien, ayudarle a resolver sus problemas de una forma que honra a Cristo.

Considera el siguiente versículo bíblico:

Dios (…) nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación (2 Corintios 5.18).

Si quieres ser un pacificador, ayuda a otros a arreglar la causa pri-mordial del conflicto en sus vidas; es decir, ¡ayúdales a reconciliarse

Isaac estaba trabajando solo en la mueblería cuando llegó su amigo Daniel de quince años. Isaac se estremeció un poco cuan-

do vio la expresión que había en el rostro de Daniel. Ya sabía que Daniel no andaba contento. Últimamente había experimentado problemas en llevarse bien con su maestro, y evidentemente venía en busca de alguien a quién contar sus problemas.

Lección 3

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con Dios! Esa es la mayor necesidad de toda persona. Tiene poco sentido tratar de resolver los conflictos interpersonales si las personas interesadas no están reconciliadas con Dios.

¿Tienes paz en tu corazón? ¿Conoces la presencia del Príncipe de paz quien te ayuda a resolver conflictos? ¿Por qué no contarles a otros de él? ¿Tienes calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz?

El fruto del Espíritu es paz

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Preguntas sobre la lección 1. ¿Por qué el ser humano no alcanza la paz mundial?

2. ¿Por qué el malvado no tiene paz?

3. ¿Por qué es que muchas personas no entienden que no tienen paz con Dios?

4. ¿De dónde heredamos nuestra naturaleza rebelde?

5. ¿Cuáles son las condiciones de paz que Dios nos presenta? .

6. ¿Al señorío de quién tenemos que rendirnos incondicionalmente para tener la paz?

7. ¿Qué significa tener paz con uno mismo?

8. ¿Cómo sabrán las personas con quienes nos relacionamos que tenemos paz con Dios?

9. ¿Por qué no tiene paz con otros el egoísta?

10. ¿Cuál es la única forma de estar en paz con nuestros prójimos?

11. Si quieres ser un pacificador, ayuda a otros a - con .

Lección 3

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Lección 4

El fruto del Espíritu es paciencia

“Tenga la paciencia su obra completa, para que seáis per-fectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Santiago 1.4).

A. ¿Cómo es la paciencia?Ya hemos visto tres frutos del Espíritu. Estos tres frutos son los

más conocidos y, sin duda, los más populares de todos los frutos del Espíritu. ¿Quién no desea tener amor, gozo y paz? Hay muchas per-sonas, más bien, que ven estas tres virtudes como un resumen de la vida cristiana. “Únicamente tienes que aceptar a Cristo en tu corazón,” dicen, “y tendrás amor, gozo y paz… y también una entrada al cielo cuando mueras”.

Pero si queremos saber cómo ha de vivir el cristiano, es necesario llevar los otros seis frutos en nuestra vida también. En cierta manera, los últimos seis frutos son prueba de que los primeros tres son realmente parte de nuestra vida. En vista de que estos seis frutos son ejecutados mayormente en la vida diaria de uno, son casi imposibles de falsificar. Vamos a dar inicio con el que quizá es el menos popular, la paciencia.

La palabra paciencia es una palabra muy expresiva. Según el diccionario, significa “la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse” (Diccionario de la Real Academia Española). ¿Tienes tú este fruto en tu vida?

En la mayoría de los casos donde el cristiano tiene que ser paciente es con relación a las debilidades y ofensas de otros. Puedes practicar la paciencia todos los días y en muchas ocasiones. Cuando tu vecino no devuelve pronto la pala que te pidió prestada; cuando se sale la vaca del potrero; cuando Juana te quiebra tu tazón favorito… necesitarás:

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B. Paciencia en la vida real

—¡Papá, lo hicieron de nuevo! —gritó Felipe de quince años al entrar en la casa y cerrar de golpe la puerta tras sí.

—¡Calma, Felipe! —le reprendió Rubén a su hijo—. ¿Qué hi-cieron y quién lo hizo? Y ¿por qué tienes que pegar un portazo?

—¡Mira por la ventana! —le respondió Felipe sin aliento—. ¡Manuel Segura volvió a echar su ganado en el potrero junto al cafetal nuestro sin reparar la cerca!

Rubén sintió que se le cayó el corazón a los pies. Ya se imagi-naba lo que había pasado. El cafetal estaría estropeado de nuevo por el ganado de su vecino.

El potrero de don Manuel colindaba con el cafetal de Rubén, y la parte de la cerca que le correspondía a don Manuel estaba en muy mal estado. Se le había avisado en varias ocasiones, pero aún no la había reparado. Cada vez que Manuel echaba el ganado allí, se pasaban al cafetal.

—Vamos, hijo. Trae tu machete y el alicate. Saquemos el ga-nado y arreglemos la cerca antes de que hagan más daño —le ordenó Rubén a su hijo mientras salía rápidamente de la casa… cerrando la puerta de golpe. Su conciencia le remordía mientras corría. ¿Por qué, después de haber reprendido a su hijo por cerrar de golpe la puerta, él también lo había hecho?

Entre padre e hijo lograron fácilmente volver el ganado a su lugar, pues ya era la tercera vez que esto había ocurrido.

Eso es lo que me pone mal, se dijo indignado Rubén para sí mismo mientras echaba la última vaca afuera. Una vez fuera suficiente. ¿Por qué será que don Manuel no repara su cerca? ¿Será que ni le importa? Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Felipe que decía:

—¡Me gustaría decirle unas cuantas cosas a don Manuel! ¡Qui-siera que se metiera un ganado ajeno a la finca de él para que viera lo desagradable que es! —Las palabras ásperas de su hijo sorprendieron a Rubén, pero tuvo que reconocer que su actitud era igual.

—¿Esas serían las palabras de Cristo? —le preguntó a su hijo—. Reconozco que yo también he estado luchando con pensamien-tos semejantes, pero como cristianos nuestro deber es responder como lo haría Cristo.

—Me pregunto cómo, en realidad, haría Cristo en un caso de estos —dijo Felipe mientras secaba el sudor de la frente.

—En realidad no sé qué haría —contestó Rubén—. Pero una cosa que sí sé, y es que haga Cristo lo que haga, lo haría con amor y bondad. Se nos va a ser difícil amar a don Manuel si estamos deseando que se le metan animales ajenos a su finca.

Lección 4

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B. Paciencia en la vida real

—¡Papá, lo hicieron de nuevo! —gritó Felipe de quince años al entrar en la casa y cerrar de golpe la puerta tras sí.

—¡Calma, Felipe! —le reprendió Rubén a su hijo—. ¿Qué hi-cieron y quién lo hizo? Y ¿por qué tienes que pegar un portazo?

—¡Mira por la ventana! —le respondió Felipe sin aliento—. ¡Manuel Segura volvió a echar su ganado en el potrero junto al cafetal nuestro sin reparar la cerca!

Rubén sintió que se le cayó el corazón a los pies. Ya se imagi-naba lo que había pasado. El cafetal estaría estropeado de nuevo por el ganado de su vecino.

El potrero de don Manuel colindaba con el cafetal de Rubén, y la parte de la cerca que le correspondía a don Manuel estaba en muy mal estado. Se le había avisado en varias ocasiones, pero aún no la había reparado. Cada vez que Manuel echaba el ganado allí, se pasaban al cafetal.

—Vamos, hijo. Trae tu machete y el alicate. Saquemos el ga-nado y arreglemos la cerca antes de que hagan más daño —le ordenó Rubén a su hijo mientras salía rápidamente de la casa… cerrando la puerta de golpe. Su conciencia le remordía mientras corría. ¿Por qué, después de haber reprendido a su hijo por cerrar de golpe la puerta, él también lo había hecho?

Entre padre e hijo lograron fácilmente volver el ganado a su lugar, pues ya era la tercera vez que esto había ocurrido.

Eso es lo que me pone mal, se dijo indignado Rubén para sí mismo mientras echaba la última vaca afuera. Una vez fuera suficiente. ¿Por qué será que don Manuel no repara su cerca? ¿Será que ni le importa? Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Felipe que decía:

—¡Me gustaría decirle unas cuantas cosas a don Manuel! ¡Qui-siera que se metiera un ganado ajeno a la finca de él para que viera lo desagradable que es! —Las palabras ásperas de su hijo sorprendieron a Rubén, pero tuvo que reconocer que su actitud era igual.

—¿Esas serían las palabras de Cristo? —le preguntó a su hijo—. Reconozco que yo también he estado luchando con pensamien-tos semejantes, pero como cristianos nuestro deber es responder como lo haría Cristo.

—Me pregunto cómo, en realidad, haría Cristo en un caso de estos —dijo Felipe mientras secaba el sudor de la frente.

—En realidad no sé qué haría —contestó Rubén—. Pero una cosa que sí sé, y es que haga Cristo lo que haga, lo haría con amor y bondad. Se nos va a ser difícil amar a don Manuel si estamos deseando que se le metan animales ajenos a su finca.

El amor es sufrido, es benigno (1 Corintios 13.4).

La paciencia nace del amor. La persona egoísta y sin amor tiene muy poca capacidad de sufrir con paciencia a causa de los errores y faltas de otros. Pero la persona que ama tiene motivo de soportar los insultos y faltas de otro. Su motivo es ayudar al otro, y sabe que si no le muestra amor y paciencia, la probabilidad de poderle ayudar es sumamente reducida. Por lo tanto, responde con perdón y bondad cuando es maltratado por otros. Les tiene mucha paciencia.

Hay muchas veces en la vida cuando enfrentamos pruebas que no son culpa de nadie. Tal vez nos enfermamos, o por alguna razón se nos hace muy difícil ganarnos la vida. Puede ser que se muere un miembro de la familia, o perdemos la casa por un incendio. Este tipo de cosas puede amargarnos si no tenemos paciencia, el fruto del Espíritu. La persona amarga se enoja con otros, y a veces se enoja hasta con Dios. Como cristianos, creemos y muchas veces decimos que Dios es amor y es omnipotente, pero cuando sufrimos alguna pérdida grande, es posi-ble que se nos haga un tanto difícil creerlo. Es fácil perder la paciencia y guardar rencor a Dios si nuestra paciencia es flaca. Pensamos para nosotros mismos: Si Dios es omnipotente y si de verdad me amara, no habría permitido que me ocurriera esta catástrofe. Pero si tenemos el fruto del Espíritu en nuestra vida, podemos soportar las pruebas con paciencia, sabiendo que Dios sigue amándonos y tiene un propósito al permitir las catástrofes en nuestras vidas.

¿Cómo podemos tener paciencia cuando parece que Dios se ha olvida-do de nosotros? La clave, por supuesto, es creer que él no se ha olvidado

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de nosotros, sino que en realidad se interesa por nosotros. Pero, ¿cómo se hace eso en medio de la prueba? Una forma de fortalecer nuestra fe y sufrir la prueba con paciencia es pensar en cómo Dios nos ha bendecido y dirigido en medio de las pruebas que hemos sufrido en el pasado. También pensar en el hecho de que Dios dio a su Hijo unigénito para morir por nosotros nos ayuda a creer en su bondad. ¿Qué más hubiera podido hacer Dios para demostrarnos su amor? Si verdaderamente creemos que Dios nos ama, sufriremos con paciencia las pruebas que él permite en nuestra vida. Probablemente no entendamos el porqué de las cosas, pero sí podemos estar confiados en que Dios sabe muy bien lo que hace y que al fin saldremos “como oro” (Job 23.10).

El caso de Job es un excelente ejemplo de una fe que produce paciencia. Ha habido muy pocos hombres en la historia del mundo que han sufrido tanta pérdida en tan poco tiempo como lo sufrió él. Perdió no solamente todos sus bienes, sino también sus hijos, su salud y el apoyo de su esposa. Aun sus amigos lo abandonaron, acusándole de haber cometido pecado. Job luchaba por comprender por qué le había sobrevenido tanta calamidad, pero nunca perdió su fe en Dios ni maldijo a Dios como había pronosticado Satanás. Job reconoció la grandeza de Dios y también reconoció que el hombre no puede com-prender los propósitos de Dios. Dios mismo confirmó esta verdad de los capítulos 38 a 41 del libro de Job. Por medio de hacerle una lista de preguntas a Job, las cuales él no pudo contestar, Dios le demostró que su sabiduría es indudablemente mayor que la del hombre. Él sabe con certeza que el camino que nos ha trazado es el mejor y también sabe por qué es el mejor. Si realmente creemos esto, hallaremos la capacidad de sufrir con paciencia.

La paciencia se fortalece con la esperanza. Manda al niño Rodolfo a desherbar la huerta, y quizá no quiera. Pero ofrécele una bicicleta nueva a cambio de mantener limpia la huerta durante un mes y proba-blemente emprenderá la tarea de buena voluntad. ¿Será que la huerta de repente es más fácil de deshierbar? No, sino que en la mente de Rodolfo la tarea se ve más fácil porque espera disfrutar de una bicicleta propia al final del mes.

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La Biblia dice, en 2 Corintios 4.17–18:

Porque esta leve tribulación momentánea produce en no-sotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.

La esperanza de Rodolfo le ayuda a no enfocar en las cosas que se ven (la mala hierba en la huerta) sino en las que no se ven (la bicicleta). Por eso, él alegremente sufre con paciencia. ¡Con cuánto más alegría debemos nosotros sufrir esta leve tribulación con tal de alcanzar estar junto a nuestro amado Salvador en el cielo!

C. Ejemplos de la paciencia¿Cómo es la paciencia en la vida real? Ya hemos visto el ejemplo de

Job. David es otro buen ejemplo de tener paciencia en su trato con el prójimo. Dios lo había escogido para ser el próximo rey sobre Israel, y David lo sabía. No obstante, padeció persecución de mano de Saúl por muchos años. A pesar de tener derecho al trono, David sufrió con paciencia los muchos intentos que Saúl hizo de quitarle la vida. Saúl no tenía derecho alguno de hacer lo que hizo, y David hubiera tenido el apoyo total de sus compañeros si se hubiera rebelado, pues él era el ungido de Jehová. Pero David sufrió con paciencia. Él no hizo ninguna propaganda en contra de Saúl ni alborotó a la gente para que estuviera a su favor. Ni siquiera fue con amargura a reclamarle a Saúl, sino que más bien, cuando tuvo la oportunidad, le habló con bondad y respeto para hacerle ver lo injusto que era. Cuando al fin Saúl se murió, David no se regocijó, sino que más bien lloró amargamente porque había sido derrotado un hombre fuerte a quien Dios había usado grandemente. Con razón a David se le llegó a conocer como un hombre conforme al corazón de Dios.

Este buen ejemplo de David hace resaltar un punto muy importante en la vida cristiana: tenemos que ser pacientes aun cuando otros nos maltratan injustamente. Sería más fácil tener paciencia si supiéramos que somos merecedores de los insultos que nos llegan. No obstante, hay veces cuando no lo somos, y tenemos que sufrir igual. ¿Acaso esto nos da derecho de amargarnos y perder la paciencia? De ninguna

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manera. Sigamos el buen ejemplo de David. Amemos al que nos insulta injustamente. Únicamente así podremos seguir adelante con el gozo del Señor, en paz con Dios.

Dios mismo es nuestro mayor ejemplo de paciencia. Es uno de sus atributos:

El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3.9).

¡Cuánto debemos agradecerle a Dios por su paciencia con nosotros! ¿No deberíamos, entonces, como hijos de él, tener mucha paciencia con nuestros prójimos?

No siempre es fácil ser paciente con las faltas de otros. Ni tampoco es fácil tener paciencia en las pruebas. Pero, por la gracia de Dios, siempre es posible. Cuando es puesta a prueba nuestra paciencia:

Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4.16).

Tensemos los músculos de nuestra paciencia para que seamos:

Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz (Colosenses 1.11–12).

¡La herencia que recibiremos, si tenemos paciencia, sí valdrá la pena!

Lección 4

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Preguntas sobre la lección 1. La paciencia es uno de los seis frutos que son ejecutados mayormente

en la vida diaria. Por eso es casi imposible de .

2. Según el diccionario, ¿qué significa la palabra paciencia?

3. Analiza el relato del ganado del vecino en el cafetal de Rubén y haz una lista de cosas que tú crees que Cristo hubiera hecho ante un caso semejante.

4. La paciencia nace del .

5. La persona paciente responde con y cuando es maltratado por otros.

6. ¿Cómo podemos tener paciencia cuando parece que Dios se ha olvidado de nosotros?

7. Si verdaderamente creemos que Dios nos ama, .

8. Menciona algunas cosas con relación a la paciencia que quieres aprender de Job:

9. ¿Cuál es la relación entre la paciencia y la esperanza?

10. La paciencia de David hace resaltar un punto muy importante en la vida cristiana. ¿Cuál es?

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Lección 5

El fruto del Espíritu es benignidad

“Me diste asimismo el escudo de tu salvación, y tu benig-nidad me ha engrandecido” (2 Samuel 22.36).

A. La importancia de la benignidad¿Cómo sería la vida si los martillos tuvieran mangos cuadrados?

¿Si los autos no tuvieran amortiguadores ni resortes? ¿Si los zapatos tuvieran suelas de hierro? ¿Si las camas no tuvieran colchones? ¿Si nuestra ropa fuera hecha de pelo de caballo?

¡Ay! ¡Qué vida más golpeada e irritante sería la nuestra! No somos robots de hierro; somos seres humanos de carne y hueso. Los golpes y los moretones nos duelen, y hacemos lo posible por protegernos de ellos. No sólo en el mundo físico hay golpes y moretones. También se pueden herir los sentimientos y las emociones de las personas. No es de extrañarse, entonces, que uno de los frutos del Espíritu Santo sea la benignidad. La benignidad es una forma de proteger a otros de los golpes de la vida.

Algunas personas tratan a otros de la misma forma que trata el carpintero una construcción de madera. Él no trata a su martillo y clavos con cuidado. Si tiene que despegar una pieza para cambiarla, su actitud es “¡entre más inmóvil la pieza, más grande el martillo!” La madera es materia prima que él corta y golpea a su gusto para formar el edificio. Cuando de madera y clavos se habla, un martillo más grande posiblemente sea lo más adecuado. Pero surgen problemas graves cuando utilizamos esta misma mentalidad en lo que se refiere a las relaciones humanas.

Hay momentos cuando es necesario ser franco y directo con las personas. Pero es de suma importancia hablar la verdad con amor y

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benignidad. La benignidad es como grasa en un vehículo; cuando se aplica a las partes donde hay mayor roce, alarga grandemente la vida útil de ellas. De la misma forma, la benignidad mejora en gran manera la calidad y duración de las relaciones humanas.

Colosenses 3.12 dice:

Vestíos, pues, como escogidos de Dios (…) de benignidad.

Este versículo nos dice por qué debemos ser benignos: ¡somos los escogidos de Dios! Hemos sido escogidos para ser parte de su fami-lia. Una de las características de nuestro Padre es la benignidad. Por eso nosotros sus hijos también debemos ser benignos, mostrando su amor y compasión para con todo el género humano. Dios desea que indiquemos a otros cómo hacerse parte de su familia, y una forma de hacerlo es por medio de tratarlos con benignidad.

Tal vez tú digas: “Ah, pero a mí no me nace ser benigno. Soy una persona franca y brusca.” Esto puede ser cierto, pero no por eso te ves exento de la necesidad de ser benigno. Debes tener muy en mente que aunque el ser benigno no sea parte de tu carácter, es un fruto del Espíritu Santo. Entrega tu vida al Espíritu Santo para que él produzca el fruto de la benignidad en tu vida.

B. La benignidad en la vida realEs importante que seamos benignos y amables con todos, tanto con el

amigo de toda la vida como con la persona que apenas un breve saludo le damos en la calle. La benignidad no se puede esconder, y la falta de ella tampoco. ¿Te habrás formado alguna vez una impresión de otra persona sólo por su forma de saludarte en el supermercado? Si te saludó con mu-cho entusiasmo y una gran sonrisa, le tuviste por una persona benigna. Pero si no, entonces le viste como una persona dura. ¿Cómo te ven los demás? ¿Llevas el fruto del Espíritu Santo, la benignidad, en toda tu vida?

Es importante ser benignos en nuestro trato con los niños. Jesús mismo nos dejó ejemplo en esto cuando anduvo acá en la tierra. Los niños son emocionalmente inmaduros y no tienen la misma capacidad de soportar los golpes y los rechazos de la vida como la tienen los adultos. Por tanto, es importante que les tratemos con más benignidad.

La benignidad es un factor muy esencial para tener buenas relaciones en la familia. También es algo que muchos descuidan cuando están en

Lección 5

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casa. Una persona puede ser de lo más benigno y amable cuando está con los amigos en la calle… pero cuando llega a la casa, trata a su fa-milia con poco respeto. Es demasiado fácil ser como María en el si-guiente relato:

¿Por qué le era más fácil a María ser benigna con el cliente que con su propia hermana? Quizás porque temía más las consecuencias de ser grosera con un cliente que con su propia hermana. También es cierto

—¿Busca tortillas con queso? —le preguntó María a doña Juana—. Están en aquel estante allá en el rincón.

María tenía una pequeña tienda de comestibles, y hacía todos los días tortillas frescas con queso, las cuales tenían muy buena aceptación entre su clientela.

En seguida observó que doña Juana no encontraba las tor-tillas.

—¿No las encuentra? Déjeme ayudarle —dijo María.—¡Qué pena! —se disculpó la señora—. Es que yo no veo bien.—No se preocupe —dijo María—. Estoy para servirle. Permí-

teme echar estas tortillas en una bolsa. —María echó las tortillas en una bolsa y se las entregó a doña Juana.

***—¿Buscas el pan? —le preguntó María a Carolina, su hermana

menor—. Está en aquel armario. —Las dos hermanas hacían los preparativos para la cena.

—No lo encuentro —respondió Carolina luego de buscar don-de María le había indicado.

—¡No lo encuentras! —le dijo María con aspereza—. ¡No puedes hallar nada! ¡Pues, aquí está a la pura vista! —Indignada, María agarró la bolsa de pan del estante y la meció ante el rostro de Carolina.

—Pero sí busqué —dijo Carolina—. Creí que esa bolsa era otra cosa. No pensé…

—¡Claro que no pensaste! —interrumpió María—. Por eso es que no encuentras las cosas. —María siguió haciendo los prepa-rativos para la cena, sin importarle nada que Carolina se sentía ofendida y rechazada.

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que las debilidades de otro provocan más cuando hay roce diario. Sin embargo el Espíritu Santo siempre quiere ayudarnos a ser benignos y amables en nuestro trato con todos, incluso con nuestra familia.

Es importante que seamos benignos y considerados cuando expre-samos nuestras opiniones personales. Si otro no comparte tu opinión, no te alteres ni entres en argumentos. No creas que tienes que tener la última palabra. Una reacción contenciosa es indicio de orgullo y ausencia del fruto de benignidad en tu vida. Es bueno tener opiniones propias. Pero no hay campo para enojarse porque otro no las compar-te. La persona inteligente no sólo tiene opiniones propias, sino que también es abierta a las opiniones de otros. Que la humildad en este campo te motive a ser benigno con todos.

C. La benignidad a la hora de defender la verdad¿Cómo debemos responder cuando otros se oponen a la verdad?

No podemos estar abiertos a las opiniones de tales personas, “porque nada podemos contra la verdad, sino por la verdad” (2 Corintios 13.8). Es importante que defendamos la verdad. Pero es igual de importante que seamos benignos al hacerlo. Observa la amonestación de Pablo:

Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedum-bre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad (2 Timoteo 2.24–25).

Puede ser que tienes toda la razón; puede ser que sabes que el otro está totalmente equivocado... pero si tus palabras son ásperas, no estás llevando el fruto del Espíritu. Tu rudeza pone en duda lo que dices, y el resultado será discordia y enemistad en lugar de arrepentimiento y reconocimiento de la verdad.

La benignidad es indispensable cuando hay posibilidad de conten-ciones. Podemos pensar que ya que estamos defendiendo la verdad, y el otro está defendiendo el error, es correcto ser contencioso. Pero por más errado que esté el otro, “el siervo del Señor no debe ser conten-cioso, sino amable para con todos”. No es aceptable relegar el fruto de la benignidad al desuso, guardándolo para usar de nuevo después de ganar el debate. Analiza el ejemplo de nuestro Maestro. En el tribunal de Herodes y Pilato, fue acusado más injustamente que cualquier otro

Lección 5

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ser humano sobre la faz de la tierra. Durante esas acusaciones él habló muy poco. Lo que habló, no obstante, lo habló con franqueza acompa-ñado de mansedumbre y benignidad, sin desviarse de la pura verdad.

¿Por qué Jesús pudo hacer esto? Porque él veía más allá de ese mar de rostros llenos de odio, y veía almas eternas que desesperadamente necesitaban de la salvación, y las amó. De hecho, un amor para las almas es lo que nos motiva a mostrarles benignidad. Nuestra meta es salvar a los hombres de la destrucción del pecado, no demostrarles terminantemente que están en error.

A veces los borrachos, los drogadictos y otras personas esclavizadas por el pecado nos dan asco. Pero no debe ser así. Recuerda el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo; él fue benigno con los pecadores más desagradables y repugnantes. No los despreciaba ni los trataba con dureza, sino que más bien los invitaba a arrepentirse y recibir perdón. Nunca permitas que un disgusto por el pecado te haga despreciar al pecador. Es necesario, más bien, que le muestres amor y tu buena disposición de ayudarle a arrepentirse y comenzar una nueva vida. El amor genuino produce la benignidad.

¿Habrá momentos cuando no hace falta ser benignos? Pensemos de nuevo en el ejemplo de Jesús; por ejemplo, cuando él reprendía a los fariseos. Decirle a otro que es semejante a un sepulcro blanqueado no suena muy benigno (lee Mateo 23.27). Pero es de suma importancia reconocer que nosotros no tenemos el discernimiento que Cristo tuvo. Él conocía al revés y al derecho el corazón de los fariseos. Nosotros, en cambio, podríamos estar en error si le decimos a otro que es se-mejante a un sepulcro blanqueado. Además, no tenemos la autoridad que sólo Cristo tuvo. Él echó fuera a los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, cosa que los apóstoles nunca hicieron.

Habiendo dicho eso, queda claro que a veces el mejor favor que le podemos hacer a alguien es francamente decirle la pura verdad. Aunque las palabras de Jesús a los fariseos no eran muy blandas, fueron motivadas por la benignidad. La cosa más benigna que Jesús pudo haber hecho para los fariseos era advertirles de su pecado. El amor verdadero y la benignidad a veces nos motivan a hablar muy directo. El médico benigno es el que le da al paciente un diagnóstico verdadero, aun cuando el paciente tenga una enfermedad grave. De

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igual manera el cristiano benigno es el que no le da al pecador una esperanza falsa, sino que le dice la verdad acerca de su enfermedad espiritual, y le enseña a Jesucristo quien puede sanarle.

Ser una persona benigna no es ser una persona débil y sin carácter. No es el ser tolerante con el pecado, porque al pecado siempre hay que denunciarlo abiertamente. Dios ama al pecador pero aborrece su pecado y, siendo nosotros hijos suyos, debemos amar lo que él ama y aborrecer lo que él aborrece. Entonces seamos astutos como serpien-tes en detectar y denunciar el pecado, pero benignos y mansos como palomas en nuestro trato con el pecador.

El profeta Isaías escribió estas palabras inspiradas, refriéndose a nuestro Señor Jesús:

He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia (Isaías 42.1–3).

Si el Espíritu Santo vive en nosotros, seremos benignos como lo fue Jesús, y también seremos capaces de predicar la verdad de Dios y su justicia al mundo.

Lección 5

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Preguntas sobre la lección 1. ¿Por qué es tan importante la benignidad en las relaciones humanas?

2. ¿Por qué nos es más fácil a veces ser más benignos con otros que con los de nuestra casa?

3. Es importante que defendamos la verdad. Pero es igual de impor-tante que al hacerlo.

4. ¿Será correcto ser contenciosos cuando estamos defendiendo la verdad?

5. ¿Por qué pudo Cristo tratar con benignidad a los que le acusaron injustamente?

6. ¿Acaso nosotros tenemos la misma autoridad que tuvo Cristo cuando echó fuera del templo a los que vendían y compraban?

7. Aunque las palabras de Jesús a los fariseos no eran muy blandas, fueron motivadas por la .

8. ¿Será posible ser benigno y a la vez hablar muy directo?

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Lección 6

El fruto del Espíritu es bondad

“Pero estoy seguro de vosotros, hermanos míos, de que vosotros mismos estáis llenos de bondad, llenos de todo conocimiento, de tal manera que podéis amonestaros los unos a los otros” (Romanos 15.14).

A. El origen de la bondadHace mucho tiempo vivió un joven inteligente que vino a Jesús y

le dijo: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mateo 19.16). Por lo visto, este joven creía que Jesus estaba lleno de bondad, porque le tildó de “Maestro bueno.”

Pero Jesús le respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mateo 19.17). Estas palabras de Jesús nos enseñan una lección importante: no hay ningún ser humano que sea bueno por instinto natural. Dios es la única fuente de toda bondad. Y entre todas las personas que hayan caminado sobre la faz de la tierra, Jesús es el único que fue completamente bueno, pues solamente él estaba en perfecta comunión con Dios en todo momento.

Si tú quieres ser lleno de bondad, es imprescindible que te entregues por completo al señorío de Dios por medio de Jesucristo. Sólo de esta forma puedes llevar el fruto del Espíritu, la bondad. Rinde tu vida a Dios, cree en él y síguele. Al hacer esto, el Padre enviará al Espíritu Santo a tu vida, y él producirá el fruto de la bondad en tu vida.

B. ¿Cómo es la bondad?La Concordancia exhaustiva de la Biblia STRONG dice que “bon-

dad” significa “excelencia moralmente (en carácter o presencia)”. Para

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tener una moral excelente, tenemos que conformarnos al carácter de Dios según lo vemos claramente revelado en la Biblia.

La bondad florece en cada faceta de nuestra vida cuando meditamos en el carácter de Dios con el fin de permitir que él, por medio de su Espíritu Santo, mande en nuestro corazón. No es posible ser llenos de bondad por medio de acatar una lista de normas. Más bien, tenemos que ser llenos del Espíritu Santo quien infunde a nuestra vida la naturaleza y el carácter del mismo Dios.

La bondad es una descripción de la mera naturaleza de Dios. Lo que Dios hace lo hace bien porque es bueno y no puede hacer lo malo. Por lo tanto, para saber cómo es la bondad tenemos que saber cómo es Dios. Y para saber cómo es Dios, no hay como la voz del Espíritu Santo que nos habla cuando leemos la Biblia.

Ser llenos de bondad implica ser llenos de Dios. No existe otra fuente de conocimiento de lo que es bueno ni otro medio de poder para realizarlo. Al meditar en esta verdad, empezamos a comprender lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mateo 19.17).

C. La bondad en la vida diariaLa bondad no es sólo una virtud interna y misteriosa, sino que es

una fuerza auténtica y dinámica que hace posible que hagamos bien a nuestros prójimos. La bondad implica ayudar al vecino con sus quehaceres cuando está enfermo. Indica estar dispuesto a escuchar las penurias del afligido que necesita desahogarse, y con paciencia ayudarle a hallar alivio en Cristo. La bondad también implica huir del pecado y entregarnos de lleno a andar por el Espíritu.

Podemos aprender algo más de la bondad en la vida diaria al leer los escritos del apóstol Santiago. Él dijo:

La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribula-ciones (Santiago 1.27).

“Visitar” a los huérfanos y a las viudas no es ir de vez en cuando a visitarlos, sino que tiene un sentido más amplio. En este contexto, implica cuidar de ellos. La persona que practica la verdadera religión es una persona llena de bondad, que busca ayudar a los que sufren.

Lección 6

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Nadie practicó tanta bondad en la vida diaria como lo hizo Jesús. Los evangelios cuentan un sinfín de ocasiones donde Jesús sanaba a los enfermos. ¿Te has preguntado alguna vez por qué tantos de los milagros de Jesús tenían que ver con sanar a los enfermos? Por su-puesto que los milagros de Jesús muchas veces hacían que la gente creyera en él, pero los sanaba de lo bondadoso que era. Jesús tenía el poder del Padre para sanar, y lo utilizaba con gusto. ¿No deberíamos nosotros también hacer todo lo posible por ser bondadosos con otros? Lo haremos si estamos “llenos de bondad” (Romanos 15.14).

Según lo que Jesús nos dice en Mateo 25.31–46, urge que seamos bonda-dosos con otros. Toma el tiempo de leer este pasaje ahora mismo. Observa los parámetros que Jesús utiliza para definir entre los buenos y los malos. ¿Cuáles son? ¿Qué tanta bondad estás mostrando a otros en tu vida diaria?

Posiblemente hayas notado que la cita de Santiago 1.27, arriba mencionada, no incluye la última parte del versículo. Veámosla de nuevo, con la última parte:

La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribula-ciones, y guardarse sin mancha del mundo.

Hay dos aspectos de la religión pura: hacer lo bueno y ser bueno. La persona verdaderamente bondadosa no sólo hace lo bueno con otros, sino que también es buena en su interior. No se deja manchar de la corrupción y el engaño del mundo.

Ser bueno y hacer lo bueno son dos lados de la misma moneda. Van de la mano. Pero primeramente es necesario ser bueno. Dios tiene que limpiarnos por dentro para que podamos ser verdaderamente bondadosos con otros en nuestra forma de llevarse con ellos. Cuando somos buenos y hacemos lo bueno, atraeremos a otros hacia Dios de la misma manera que lo hacía Jesús cuando andaba por el mundo practicando la bondad.

Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5.16).

Practica la bondad en tu vida diaria. Es un fruto del Espíritu cuyo sabor es dulce, tanto para ti como para los que benefician de su pre-sencia en tu vida. Y lo que es aún más importante, la gente glorificará a Dios al ver este fruto del Espíritu en tu vida.

El fruto del Espíritu es bondad

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Preguntas sobre la lección 1. ¿Quién es la única fuente de toda bondad?

2. ¿Cómo podemos nosotros ser llenos de bondad?

3. ¿Según la Concordancia exhaustiva de la Biblia STRONG, ¿qué significa la palabra “bondad”?

4. No es posible ser llenos de bondad por medio de una lista de .

5. Para saber cómo es la bondad tenemos que saber cómo es .

6. La bondad no es sólo una virtud interna y misteriosa, sino que es una fuerza auténtica y dinámica que

.

7. ¿Cuáles son los parámetros que Jesús utiliza para definir entre los buenos y los malos en Mateo 25.31–46?

8. ¿Cuáles son los dos aspectos de la religión pura?

9. ¿Cuál será el resultado más importante si practicas la bondad en tu vida diaria?

Lección 6

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Lección 7

El fruto del Espíritu es fe

“Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo” (Romanos 1.8).

A. Palabra de doble sentidoLa palabra griega para “fe” es pistis. Podemos traducir esta palabra

como “fe”. Algunos traductores de la Biblia, no obstante, traducen esa palabra pistis en este versículo (Gálatas 5.22) como “fidelidad”. Tanto la palabra “fe” como también la palabra “fidelidad” parecen tener cabida en el significado de la palabra griega pistis.

Tanto la “fe” como también la “fidelidad” son fruto del Espíritu en nuestras vidas. Estudiaremos los dos sentidos de la palabra pistis en esta lección. Ambos sentidos, como veremos, son inseparables. Daremos inicio con analizar cómo es la “fe”.

B. La fe cree¿Cómo es la “fe”? La Biblia dice que la fe es “la certeza de lo que

se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11.1). La fe cris-tiana cree que Dios existe, a pesar de que no es visible. La fe cristiana cree lo que Dios dice, aun cuando le parezca absurdo.

Muchas personas creen que existe un contraste entre la fe y la rea-lidad. Las ven como dos cosas distintas que hasta a veces se oponen entre sí. Este punto de vista razona de la siguiente manera:

“La realidad es tangible; se puede verificar. Por ejemplo, si yo te digo que el tocar una cerca electrificada te generará una descar-ga, tienes la opción de ir a tocarla para verificar lo verdadero o lo

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falso de mi declaración. La fe, en cambio, es creer aunque no haya pruebas. Es a ella que acudimos cuando no hay prueba de lo que creemos. Sencillamente creemos. No tenemos pruebas de que el sol permaneciera parado en los días de Josué, que Pedro hallara una moneda en la boca de un pescado, o que Dios creara las estrellas. No hay evidencias que comprueban que estas cosas fueron reales, así que las aceptamos por fe.”

Según este punto de vista, la fe es una fuerte convicción de algo para lo cual no hay prueba alguna. Pero esta definición de la fe no está completa con respecto a la fe cristiana. Porque la fe cristiana es conocer a Dios y saber que él es veraz. Es confiar en Dios tanto si hay pruebas tangibles como si no las hay.

Jesús les dijo a sus discípulos: “Tened fe en Dios” (Marcos 11.22). La fe cristiana está centrada en Dios y en conocerlo personalmente. Si tenemos fe en Dios, estamos plenamente convencidos de su fidelidad y su fiabilidad porque él nos la ha demostrado vez tras vez, tanto en su trato con nosotros como con el género humano a través de los siglos según leemos en la Biblia.

La fe cristiana, a resumidas cuentas, no es meramente una fuerte convicción de algo para lo cual no hay pruebas. Es, más bien, una fuerte confianza en la integridad y fidelidad de Dios. Cuando Dios dice que algo es verdad, el cristiano de buena fe acepta esa declaración como de parte de la máxima autoridad, a pesar de las supuestas “evidencias” que pueda haber al contrario.

C. La fe obraLa fe cristiana no cambia solamente la mente y las palabras del que

la tiene, sino que también cambia las obras que hace tal persona. El apóstol Santiago se refiere a este tema en su epístola:

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del man-tenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno

Lección 7

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dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muer-ta? (...) Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta (Santiago 2.14–20, 26).

La fe verdadera no es solamente creer que lo que Dios dice es ver-dad. La fe verdadera es obrar de acuerdo a esa creencia. De allí que no es posible ser cristiano sin tener fe:

Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es nece-sario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan (Hebreos 11.6).

Ni siquiera es posible hacerse cristiano sin tener fe. El pecador tiene que reconocer por fe que es pecador. Por fe tiene que creer que Cristo es el único camino a la salvación. Por fe tiene que creer que Dios:

…ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3.16).

Entramos por fe al buen camino, y por fe seguimos en este mismo camino. La única forma de seguir en este camino es por medio de confiar completamente en Dios a cada paso. Con frecuencia Dios nos guía en este camino por lugares donde no podemos ver ni entender el porqué.

Por fe andamos, no por vista (2 Corintios 5.7).

La forma de vida que resulta cuando vivimos por fe en Jesús no tiene ningún sentido para el incrédulo. De hecho, para él es absurdo dejar que la fe en Jesús se exteriorice en obras de obediencia a todos los manda-mientos de Jesús. Jesús nos manda amar a los enemigos, cosa que para el incrédulo es ridículo. La fe en Jesús nos hace dar con liberalidad a los pobres, cosa que para los incrédulos es una decisión financiera defec-tuosa. Si ponemos por obra la fe verdadera, practicamos el matrimonio de por vida, sin condiciones. Esto le parece poco realista al incrédulo. Y rehusar prestar juramento (Mateo 5.34–37; Santiago 5.12) para el incrédulo es nada más y nada menos que ser testarudo. Pero todo esto y más es parte de la forma de vida que vamos a llevar si tenemos la fe verdadera que se mantiene ocupado obrando las obras de Dios.

La fe que obra es nuestro escudo. Sirve de gran ayuda para apagar to-dos los dardos de fuego de duda con que Satanás quiere atravesar nuestras

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almas (lee Efesios 6.16). Muchas y variadas son las tácticas que Satanás utiliza para sembrar dudas en nuestra mente. Él desea que creamos que Dios es mentiroso, o que Dios es cruel, o que Dios incluso no existe. No le prestes oído a Satanás. Ten fe en Dios. ¡Él siempre cumple sus promesas!

La fe es muy preciosa para Dios. Por eso es que él constantemente está obrando en nuestras vidas para purificar y refinar nuestra fe.

Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más pre-ciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo (1 Pedro 1.7).

A veces cuando somos probados con fuego, Dios parece estar muy lejos y nos sentimos abrumados. En esos casos:

…no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobreveni-do, como si alguna cosa extraña os aconteciese (1 Pedro 4.12).

¡Ten más fe en Dios! ¿Ha demostrado Dios su fidelidad en tu vida pasada? ¡Sí! ¿Te ama y desea lo mejor para ti? ¡Sí! ¿Puedes confiar en que él te llevará de la mano en medio de la aflicción presente? Eso es lo que él desea que hagas.

La fe que obedece los mandamientos de Dios es un poder que estre-mece al mundo. Esta cosa sencilla que llamamos “fe” puede quitar un monte y echarlo en el mar. ¿Dices que nunca has visto semejante cosa? Pues, mantén tu fe en Dios y está a la expectativa. Cosas mayores que estas verás si sabes reconocerlas. Toma tu Biblia y lee Hebreos capítulo 11 y verás los grandes logros de personas de antaño que tenían fe en Dios. ¿Qué clase de fe tenían aquellas personas? ¡Una fe que obraba! ¡Una fe que ponía en práctica las obras de Dios!

D. La fidelidad persiste en creer y obrarHemos visto que la palabra griega pistis quiere decir “fe.” Hemos

visto un poco de cómo es la fe. Otro significado de la palabra griega pistis es “fidelidad”. La fe y la fidelidad son más bien dos caras de la misma moneda. La fe del cristiano es una certeza interna de la fiabilidad de Dios que produce obras fieles a Dios, mientras que la fidelidad del cristiano es su persistencia en seguir creyendo y obrando.

De todo el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, pocos supe-raron el ejemplo de fidelidad que Moisés dio en su liderazgo de los

Lección 7

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israelitas durante su extenso recorrido por el desierto. Muchas veces él se quedó prácticamente solo en su celo de seguir a Dios. Cuando los israelitas buscaban piedras para apedrearlo y su futuro se veía imposible, Moisés fielmente persistió en creer en Dios y obedecerlo. Cuando su propio hermano y hermana se volvieron contra él, Moisés fue fiel. Aun cuando Dios quiso exterminar a los israelitas y hacer una nación nueva de los descendientes de Moisés, él se mantuvo fiel al llamado inicial de Dios. ¡Moisés es de verdad un ejemplo incom-parable de la fidelidad!

¿Qué inspiró a Moisés a mantener su fidelidad? ¿Cómo pudo guardarse firme en medio de tanta oposición? Es porque anduvo por fe. Él confiaba en la bondad de Dios. Lo mismo será cierto para nosotros si andamos por fe.

Quizá la historia de Moisés te parece muy ajena a las circunstancias que hay en tu vida. Quizá consideres que tu vida y tu trabajo realmente son de poco valor. Piensa en otro relato, el de los siervos y las minas (este relato lo hallarás en Lucas 19). Hubo diez siervos, y a cada uno su señor le dio una sola mina (el equivalente aproximado al salario de cuatro meses). El trabajo del siervo fue de negociar con esa mina, incrementando su valor.

Después de un lapso de tiempo, vino el señor para saber lo que había negociado cada uno de sus siervos. Cada uno de los siervos fieles recibió una recompensa que correspondía a la cantidad de minas que había gana-do. Por ejemplo, al siervo que había ganado diez minas el señor le dijo:

Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades (Lucas 19.17).

Nos puede parecer increíble que se le diera diez ciudades enteras al siervo fiel sólo por ganar diez minas (el salario de cuarenta meses). Pero que lo su señor valoraba tanto era la fidelidad del siervo, no las minas que había ganado. La falta de fidelidad era algo que el señor veía como algo muy grave. Esto lo vemos claramente en el caso del siervo que devolvió una mina (la mina que se le había dado al inicio). En lugar de darle una ciudad, el señor le dijo a este siervo infiel:

Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas. (…) Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará (Lucas 19.24, 26).

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Debido a su infidelidad, este siervo perdió incluso la mina que había recibido al principio. ¿Consideras que tu vida y tu trabajo diarios son de poco valor? Haz caso a la exhortación del apóstol Pablo:

Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor re-cibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís (Colosenses 3.23–24).

Todo lo que hacemos lo debemos hacer fielmente para el Señor. Al hacerlo para él, hasta las responsabilidades diarias que a veces nos fastidian llegan a tener sentido. Jesús nos está vigilando de cerca y él se alegra cuando somos fieles porque ¡nuestro Señor valora la fidelidad! Seamos fieles; algún día vendrá la recompensa.

Lección 7

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Preguntas sobre la lección 1. Tanto la palabra “ ” como también la palabra “ -

” parecen tener cabida en el significado de la palabra griega pistis.

2. ¿En qué o en quién está centrada la fe cristiana?

3. Cuando Dios dice que algo es verdad, ¿por qué el cristiano acepta esa declaración, a pesar de las supuestas “evidencias” que pueda haber al contrario?

4. La fe verdadera no es solamente que lo que Dios dice es verdad. La fe verdadera es de acuerdo a esa creencia.

5. ¿Cuáles son algunas cosas que son parte de la forma de vida que vamos a llevar si tenemos la fe verdadera que obra las obras de Dios?

6. ¿Qué clase de fe tenían las personas mencionadas en Hebreos capítulo 11?

7. La fe del cristiano es una certeza interna de la fiabilidad de Dios que produce obras fieles a Dios, mientras que la fidelidad del cristiano es su en seguir y .

8. En el relato de las minas en Lucas 19, ¿qué era lo que el señor valoraba más que las minas?

9. ¿Qué podemos hacer para que hasta los trabajos diarios lleguen a tener sentido?

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Lección 8

El fruto del Espíritu es mansedumbre

“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre” (Santiago 3.13).

A. Reyes y mansedumbre¿Cómo era la llegada de un rey a una aldea en los tiempos antiguos?Primero venían los trompeteros, montados en corceles. Con trompe-

tazos fuertes, advertían al gentío de la llegada del rey. Luego venía la caballería que despejaba las calles, a la fuerza de ser necesario. Detrás de ellos venían los guardaespaldas personales del rey, armados hasta los dientes y reluciendo la mejor armadura del reino. Por último aparecía el mismo rey, montado en el carro real de oro tirado de los caballos más elegantes jamás vistos por la gente de la aldea. Para los aldeanos, el rey representaba la suprema autoridad, la fuerza personificada, la máxima gloria y lo más alto en riqueza. De este último, ellos esperaban recibir aunque fuera una parte pequeña mientras corrían alocadamente a juntar las monedas que el rey desparramaba generosamente por el camino. De esta forma venían los reyes en los tiempos antiguos.

Pero hubo un Rey que no llegó así. No hubo ningún trompetero cuando él entró a la ciudad de Jerusalén; sólo había gente común. No hubo ni un guardaespaldas; sólo doce discípulos humildes. No hubo carros ni caballos elegantes; sólo un burro de los que utilizaban los más pobres. No hubo repartición de monedas; sólo palabras de bondad y advertencia. ¡Este Rey era muy distinto!

He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga (Mateo 21.5).

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Lo que marcaba la diferencia entre este Rey y todos los demás jefes de estado era la mansedumbre absoluta. No sólo el Rey era manso, sino que también sus súbditos eran reconocidos por su mansedumbre. De hecho, todo aquel que desea ser ciudadano del reino de este Rey tiene que poseer esta virtud.

B. Mansedumbre: ¿debilidad o fuerza?La mansedumbre conlleva una connotación desagradable para el

mundo. Para ellos, suena demasiado moderado y dócil. Además, para el mundano, la mansedumbre suena a debilidad. La mentalidad del mundo dice: “Es necesario que te hagas valer y que sepas defender tus derechos. ¡No dejes que otros te manden! La mansedumbre es sólo para los débiles.” ¿Será cierto esto?

¡El mundano tiene un concepto completamente equivocado de lo que es la mansedumbre! Veamos la mansedumbre del punto de vista bíblico. Observaremos que la mansedumbre tiene que ver más con la fuerza que con la debilidad.

La mansedumbre es “la fuerza bajo control”. Pensemos un poco en la palabra “manso”. Todos sabemos que un animal amansado puede ser controlado y manipulado por su dueño, mientras que el animal indomado no sirve. Con una yunta de caballos amansados puedes arar un campo. ¿Acaso el hecho de que los caballos están amansados quiere decir que son débiles? ¡En absoluto! Son fuertes, pero su fuerza está bajo control. Son mansos.

¿En qué se parecen el caballo amansado y el cristiano que lleva el fruto de la mansedumbre en su vida? ¡Los dos entregan su voluntad al mando de otro! No obstante, hay una diferencia muy importante entre el caballo y el cristiano. La diferencia consiste en que el caballo se entrega al mando de otro a la fuerza, mientras que el cristiano lo hace voluntariamente:

No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti (Salmo 32.9).

Dios quiere que por voluntad propia rindamos nuestra voluntad a él, para hacer su voluntad. En esto consiste gran parte de lo que es la mansedumbre.

Lección 8

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¿Te parece aterrador entregar el mando de tu vida a Dios? ¿Te espanta la mansedumbre? No seas débil; entrégate a Dios. Él es tu Creador. Él te ama. Y sólo él sabe lo que es mejor para ti. Con toda seguridad puedes entregarle el mando de tu vida. Entrégasela voluntariamente, con mansedumbre. Los que rehúsan hacer esto son los débiles.

C. La mansedumbre en el trato con otrosLa mansedumbre no sólo cambia la forma en que nos relacionamos

con Dios, sino que cambia también la forma en que nos relacionamos con otros seres humanos. La persona mansa puede enfrentar con calma la oposición y las críticas, sin enojarse o volverse contencioso:

…con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor (Efesios 4.2).

Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres (Tito 3.2).

Sólo los mansos pueden soportar con paciencia los que se le oponen. Sólo los mansos tienen la fuerza necesaria para mostrar toda mansedumbre para con los hombres malos. El que no tiene el fruto de la mansedumbre no puede sobrellevar el enfrentamiento con calma. Se siente amenazado cuan-do otro indica que está en error. Sin este fruto del Espíritu, nos esforzamos muy pronto por salvar el pellejo cuando otro no comparte nuestra opinión. Si no somos mansos, partimos de una base falsa que da por sentado que “¡Si no me defiendo yo, nadie me va a defender!” Sin la mansedumbre, todos nos convertimos en pequeños imperios independientes y luchamos afanosamente por defender nuestros “derechos”. Por eso es que ninguna organización puede mantenerse unida sin la mansedumbre; el orgullo y el egoísmo en el corazón humano destruyen la unidad cada vez sin excepción.

Pero cuando el Espíritu de Dios entra en el corazón de la persona, todo lo anterior cambia. La persona, en lugar de pelear por defender sus derechos, los entrega totalmente a Dios. Dios es el nuevo Rey de su pequeño imperio. Y ante un Rey tan poderoso, él ya no siente la necesidad de defenderse porque ya no se siente amenazado cuando se enfrenta con la oposición. Tal persona se siente segura porque sabe que puede confiar totalmente en Dios, y sabe sin lugar a duda que Dios le ama. La persona mansa tiene paz y reposo.

El fruto del Espíritu es mansedumbre

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La persona cuya vida lleva el fruto de la mansedumbre no menos-precia a los demás, sino que tiene la capacidad de recibir la corrección que le ofrecen. En lugar de defenderse, busca la manera de corregir el problema en su vida que su prójimo le ha señalado. ¿Aceptas tú la corrección, sin enojarte? ¿Qué tal las críticas inmerecidas?

Puede que en algún momento tú tengas que reprender o corregir a un hermano. El apóstol Pablo dijo:

¿Habrás leído alguna vez la historia del líder religioso que tenía problemas familiares? Era un hombre de mucha

influencia y autoridad. Su hermano y hermana, que vivían cerca de él, le tenían mucha envidia. Alegaban que la autoridad de su hermano era mayor de la que él se merecía, y que ellos debían re-cibir parte de ella. Lo criticaron en público, dificultándole la vida.

Pero eso no era todo. Además de menospreciar su autoridad, los hermanos de este hombre también despreciaban la esposa de él sólo porque ella era de otra raza. Esto, sin lugar a duda, era suficiente para enojar a cualquiera.

¿Cómo crees que este hombre respondió ante estas críticas? ¡No hizo nada! Este hombre era Moisés, y es significativo notar que la Biblia declara, en el contexto de esta historia de la vida de Moisés, que “aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12.3). Su forma de responder a sus hermanos Aarón y María demuestra la gran mansedumbre que tenía. Moisés no hizo nada contra sus hermanos. No dijo nada contra ellos. Nada. Permitió más bien que el Señor se encargara del asunto.

Lo increíble es que Moisés amó a Aarón y María. Cuando el Señor obró a favor de Moisés e hirió a María con la lepra, Moisés clamó a Dios que la sanara. Como resultado de su mansedumbre, su hermano y hermana fueron reconciliados con él, el nombre de Dios fue glorificado, y los hijos de Israel se salvaron lo que pudo haber sido una lucha de poder muy desagradable entre sus líderes.

¡Qué lección para los líderes religiosos de hoy día! De hecho, es una buena lección para cada uno de nosotros.

Lección 8

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Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado (Gálatas 6.1).

Es importante ayudar a otro con espíritu de mansedumbre, aun cuando tú tienes la razón y el otro está errado. Si intentas ayudar a otro con un espíritu de orgullo en tu propia vida, echarás a perder tus esfuerzos por ayudarle.

¿Cómo podemos practicar la mansedumbre cuando por creer y predicar la verdad otros se burlen de nosotros y nos calumnian? Jesús, que era perfecto en todo aspecto, recibió burlas, odio y críticas. Es lógico que a nosotros nos pase lo mismo:

Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa? (Mateo 10.25).

Es inevitable que enfrentemos oposición por creer y practicar la verdad. Y Jesús nos enseña una lección muy importante de cómo responder con mansedumbre cuando nos persiguen. Él respondió sin sombra alguna de resentimiento ante la oposición feroz con que lo acosaban. Es importante no ceder terreno alguno ante la presión de descartar alguna de las enseñanzas de Jesús. Es necesario identificarnos con la verdad y practicarla en todo momento. Es importante corregir a los que se oponen a la verdad. Pero es sumamente importante tener en espíritu de mansedumbre al hacerlo:

Que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad (2 Timoteo 2.25).

La clave para poder corregir “a los que se oponen” a la verdad es reconocer que no es necesario defendernos a nosotros mismos. No es necesario defendernos porque no es a nosotros que atacan. El Señor le dijo a Samuel:

No te han desechado a ti, sino a mí me han desechado

(1 Samuel 8.7).

Cuando la gente se opone a la verdad que ven en nuestras vidas, es en realidad a Dios a quien atacan. Nuestro deber es perdonarles (si nos han ofendido), y con mansedumbre seguir presentándoles la verdad, dejando lo demás en manos de Dios. La persona mansa puede predicar

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y vivir la verdad sin vacilar, pero a la vez sin sentirse personalmente amenazada cuando la verdad es atacada.

Practicar la mansedumbre en nuestro trato con otros no siempre tiene sentido desde nuestro punto de vista humano. Pero podemos confiar en que la “sabiduría que es de lo alto” es de Dios, y si la se-guimos nos llevará por buen camino:

La sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia

(Santiago 3.17).

Puro, pacificador, amable y misericordioso son calidades de la persona mansa.

D. La herencia de los mansosCuando el Rey manso entró a Jerusalén, los principales sacerdotes

estaban muy disgustados. Aunque este Rey no encabezó ninguna re-vuelta contra los sacerdotes ni incitó al pueblo a hacerlo, ellos se sentían amenazados. Aprovechándose, pues, de la mansedumbre de este Rey, lo capturaron y le dieron muerte. Lo que ellos no se imaginaban es que con esa muerte le estaban preparando el camino a su trono. A ellos se les había olvidado las palabras sabias que él les habló anteriormente:

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad (Mateo 5.5).

Esas palabras se cumplieron en la vida de Jesús, y se cumplirán en la nuestra también si somos manos. Los mansos son bienaventurados. Son los mansos los que recibirán una herencia incomparable aunque mueran, mientras que los que pelean por defender sus derechos per-derán todo aunque logren salvar su vida

El mundo no entiende esto. Por eso siguen los conflictos y pleitos sobre por todo el mundo. En el porvenir reinará el Rey que cabalgó una vez sobre un asno, y en su reino habrá sólo personas mansas. Esa es una de las razones por las cuales el reino venidero va a ser un lugar tan hermoso.

El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará (Juan 12.25).

Lección 8

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Preguntas sobre la lección 1. ¿Qué es lo que marca la diferencia entre el Rey Jesús y todos los

demás jefes de estado?

2. ¿En qué se parecen el caballo amansado y el cristiano que lleva el fruto de la mansedumbre en su vida?

3. No obstante, hay una diferencia muy importante entre el caballo y el cristiano. ¿Cuál es?

4. ¿Qué hizo Moisés cuando su hermano y hermana menospreciaron su autoridad y despreciaban a su esposa?

5. ¿Con qué espíritu debemos ayudar a otros cuando están en error?

6. ¿Cómo respondió Jesús ante la oposición feroz con que lo aco-saban sus enemigos?

7. La clave para poder corregir “a los que se oponen” a la verdad es reconocer que es necesario a

.

8. ¿Quiénes son los que recibirán una herencia incomparable aunque mueran?

9. ¿Quiénes son los que perderán todo aunque logren salvarse la vida?

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Lección 9

El fruto del Espíritu es templanza

“Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9.27).

A. La templanza versus el excesoAhora seguimos con el último de los frutos del Espíritu, el de la

templanza. Aunque está de último en la lista, no es en ninguna manera de menos importancia que los demás frutos.

Dios nos ha creado con muchos impulsos y deseos que son buenos. Cuando seguimos el plan de Dios para satisfacer esos deseos, disfrutamos una vida sana y templada. Pero Satanás hace todo lo posible por distorsio-nar esos deseos buenos dados al hombre por Dios. Si permitimos que Sa-tanás distorsione esos deseos buenos, abrimos la puerta de nuestro corazón para que entren toda clase de deseos pervertidos que pueden ser saciados únicamente con el exceso (que es lo contrario de la templanza). Veamos un ejemplo de cómo esto sucede en nuestras vidas si se lo permitimos:

Imaginemos el caso de un agricultor. Lo llamaremos Carlos. Carlos tiene un deseo bueno, dado por Dios: desea proveer para

su familia. Carlos provee para su familia por medio de trabajar en su finca. Es un trabajo y estilo de vida que le encanta.

Carlos es muy trabajador. A fuerza de trabajo duro y una buena administración, junto con la bendición del sol y la lluvia, y un buen mercado para sus cosechas, Dios le concede a Carlos la bendición de poder mantener a su familia. También le sobra algo para dárselo a los pobres.

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En el ejemplo anterior, Carlos también hubiera podido perder la templanza por ser perezoso. En otras palabras, él hubiera podido per-mitir que su buen deseo de descansar al final del día se distorsionara, convirtiéndose más bien en un deseo de esquivar el trabajo. Descansar es bueno, pero descansar en exceso no lo es. Tanto el descansar en exceso como el trabajar en exceso matan la templanza que es fruto del Espíritu Santo.

Este fruto en nuestra vida se ve constantemente amenazada por el exceso. Pasar de la templanza al exceso por lo general no ocurre de un día para otro. Sucede poco a poco. Pero esto tenemos que guardarnos

A Carlos le gusta mirar sus campos verdes al final del día. La finca, los campos, la buena cosecha, todo es el resultado de sus esfuerzos. Él se siente contento por aquello, y agradece a Dios por haberlo ayudado hasta aquí. Dios le ha ayudado a saciar el deseo bueno de poder proveer para su familia de una forma honrada.

Supongamos, no obstante, que una tarde mientras Carlos mira sus campos, él empieza a compararlos con los del vecino. Él observa que los campos del vecino dan mayor rendimiento por hectárea que los suyos. A Carlos se le ocurre una idea: “Yo podría tener una finca como la de él, o tal vez aun mejor, si tra-bajara más duro”.

Carlos cede a esa idea. Él trabaja más duro que antes y se entrega por completo a su finca. Pero su objetivo ya no es sólo proveer para su familia y dar a los pobres. Es también alimentar el ego (aunque él diría que no) por medio de demostrarles a los demás que él es el mejor agricultor de la zona. Trabaja más que antes, pero descuida a su familia, pues ya no tiene tiempo para ellos. Y casi no tiene dinero tampoco para dar a los pobres, ya que lo invierte todo en la finca con tal de aumentar el rendimiento de sus cosechas.

Por medio de dejar que el impulso de proveer para su familia se distorsionara y se convirtiera en un deseo de ser reconocido por otros, Carlos ya no tiene el fruto de la templanza. También ha perdido el contentamiento porque los deseos distorsionados nunca pueden ser saciados. Siempre llevan a más exceso.

Lección 9

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de admitir ni siquiera un poco de exceso en nuestra vida, no sea que lleguemos al fin a ser presos de toda clase de exceso y deseos dañinos.

B. Los límites traen libertadLa templanza es hacer lo correcto dentro de los límites puestos por

Dios. Gran parte de los deseos pecaminosos que nos llaman la atención son distorsiones y perversiones de los deseos legítimos que Dios nos ha dado. Si cedemos a la tentación de satisfacer los deseos pervertidos que nos ofrece Satanás, no seremos saciados nunca. Pero si practicamos los deseos no contaminados que Dios nos da, y si los practicamos dentro de los límites que él ha puesto, seremos saciados y hallaremos la libertad.

Los límites dan libertad. Parece paradójico, ¿no? Penemos en la circulación del tráfico en las calles de una ciudad. Las calles tienen varios factores limitantes. Si es una calle asfaltada, tiene una raya en el centro. Hay señales de tránsito, y semáforos en las cruces. Además, hay una velocidad máxima permitida en las calles. Un conductor novato puede pensar que algunas de estas restricciones son un tanto fastidiosas: ¡Qué bueno sería conducir a la velocidad que uno quisiera sin respetar las rayas y sin hacer caso a los semáforos en las cruces! ¡Uno podría llegar mucho más rápido a su destino!

El conductor de experiencia, sin embargo, sabe que conducir así sería sumamente peligroso. Si todos usaran esa filosofía al manejar en las calles, habría millones de personas que nunca llegarían a su destino, pues quedarían heridas o muertas en el camino. Se imponen los límites en las carreteras porque son necesarias. Cuando todos los conductores conducen dentro de dichos límites, existe una gran libertad de viajar de un sitio a otro.

En el mundo hoy en día hay mucho clamor por destruir cuanta res-tricción hay sobre las personas. Claman por “libertad moral” y libertad de desobedecer los mandatos de Dios. Conforme el mundo desecha los límites que Dios ha puesto, hay cada vez más personas que se estrellan en el camino de la vida. Todo el mundo se lanza desenfrenadamente hacia la circulación desinhibida en este camino. Echan a tierra las señales de trán-sito que Dios ha puesto, borran las rayas que alinderan las vías del camino, y destruyen los semáforos en los cruceros. Por lo tanto, hay millones de almas que no están llegando al destino de la vida libre y feliz que buscan.

El fruto del Espíritu es templanza

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Si respetamos los límites puestos por Dios, llegamos a experimentar gran libertad. Los que llevan el fruto de la templanza en su vida gozan de una libertad incomparable.

C. Templanza en la vida diariaAnalicemos la templanza desde un punto de vista más práctico.

¿Cuáles son algunos aspectos de la vida donde más luchamos con la destemplanza?

A la glotonería casi no se le llama pecado hoy día, aunque en rea-lidad lo es. A los cristianos se les debe conocer por su moderación a la hora de comer y beber. La virtud de la templanza nos hace estar pendientes de lo que comemos y cuánto comemos. En otras palabras, no usaremos mucha manteca en el maíz tierno que comemos, pero tampoco comeremos más maíz de la cuenta.

Pueda que estés pensando, ¿De verdad a Dios le importa tanto lo que como y bebo? ¡Debe de haber otras cosas de más importancia que eso! Bueno, el pecado de comer mucho te puede parecer pequeño, pero no deja de ser una falta de templanza. Además, si cedes a la tentación de comer mucho, tendrás menos capacidad de practicar la templanza en otros aspectos de tu vida. La templanza es la capacidad de decir “ya basta”. El decir “no” a las exigencias de nuestro cuerpo a cambio de algo de mayor importancia ayuda a desarrollar el fruto de la templanza.

También es importante practicar la templanza en nuestro hablar:

En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente (Proverbios 10.19).

Se cuenta de una señora que un día le escribió una carta a su amiga. En la carta ella le contó cuánto disfrutaba del maíz

tierno que habían cosechado ese año. Ella comentaba que no podía dejar de comer montones de maíz tierno porque era tan sabroso. “Pero, tengo un problema”, escribió. “Me he estado subiendo de peso, ¡y no tengo la menor idea por qué! Soy muy prudente con lo que como, ¡pues ni uso manteca en el maíz!”

Su amiga no dudó en diagnosticar su problema. Le mandó una carta de sólo tres palabras: “Los cerdos tampoco”.

Lección 9

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Si tienes el don de palabra, ¡ten cuidado de no llevar las riendas de las conversaciones! Peligra que con tu mucho hablar estés sofocando las palabras sabias de otro hermano que no tiene el don de palabra como tú. Dios te dio dos oídos pero sólo una lengua. Úsalos en esa proporción.

Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar (Santiago 1.19).

Es importante no sólo ser prudente en cuanto a la cantidad de nuestras palabras, sino también en cuanto al tono y la intensidad que usamos cuando hablamos. Si somos dados a hacer comentarios fuertes e incendiaros es hora de aprender a practicar la templanza en el hablar. El hombre perfecto sabe refrenar la lengua (lee Santiago 3.2).

Hablar precipitadamente, sin tener en cuenta lo que dicen otros, muestra una gran falta de templanza. Antes de hablar, debemos hacer-nos la pregunta: ¿Qué diría Jesús de lo que voy a decir?

Debemos practicar la templanza con relación a nuestras emociones también. La expresión moderada y templada de nuestras emociones enriquece nuestra vida y la de otros también. Pero la falta de templanza emocional puede causar muchos estragos. Pensemos, por ejemplo, en la ira. La ira es una emoción. La Biblia dice:

Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo (Efesios 4.26–27).

La ira del hombre no obra la justicia de Dios (Santiago 1.20).

Ceder a un arrebato de ira es una falta de templanza, y perjudica a muchos. No permitas que esto ocurra en tu vida. Y, de caer en este error, recapacítate de inmediato y pide perdón de Dios y de los que heriste.

Hay muchos otros aspectos prácticos de tu vida donde es importante practicar la templanza. Permite que el Espíritu Santo te los muestre en la vida cotidiana. Cuando él te muestra una falta de templanza en cierto aspecto de tu vida, no dependas del autocontrol para suplir la falta.

El autocontrol puede mucho, pero no es lo mismo que el fruto de la templanza; aquél es algo que el incrédulo puede tener hasta cierto punto, mientras que éste es fruto del Espíritu Santo. Aquél consiste en el esfuerzo del ser humano por controlarse a sí mismo, mientras que éste consiste en la ayuda de uno que es mucho más poderoso que el ser humano.

Cualquier deportista incrédulo reconoce los beneficios del au-tocontrol y se abstiene de ciertas cosas, durante un tiempo, con tal

El fruto del Espíritu es templanza

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de ganar el premio (lee 1 Corintios 9.25). Pero el mero autocontrol está por debajo de lo que Dios requiere. Pues él no requiere que sólo controlemos nuestras vidas, sino que muramos a todo lo que nosotros queremos para que “la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos” (2 Corintios 4.10), y esto a tiempo completo.

A lo mejor hayas luchado con una falta de templanza en algún aspecto de tu vida. Tal vez eres tentado a excederte en esa parte de tu vida. De seguro tus deseos te impulsan a buscar placeres más allá de los límites que Dios ha puesto. ¿Cómo puedes llevar el fruto de la templanza en este aspecto de tu vida? Podrías intentar controlar esos deseos a punta de esfuerzo propio. Si caes, podrías consolarte al resolverte a esforzarte con más empeño mañana. ¿Sabes una cosa? Nunca tendrás éxito. Tu propia fuerza no basta ni para hacerle frente a tu carne, menos al diablo y su reino. La “ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8.2) es demasiado fuerte para ti.

Es necesario, más bien, que acudas al Espíritu Santo para buscar la vida nueva que él te puede otorgar, junto con una fuerza mucho mayor que la tuya.

Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8.2).

Podrás llevar una vida templada en todo aspecto si mueres a tus propios deseos y dejas que la vida de Cristo domine tu vida por medio del Espíritu Santo.

Para terminar esta lección, vamos a aprender una lección de los metalúrgicos.

Dios usa un proceso parecido para obrar la templanza en nuestras vidas. Él nos hace pasar por “calentamiento y enfriamiento” hasta que estemos bien templados. Este proceso nos enseña a decir no a aquellos

Los metalúrgicos usan un proceso especial para templar el acero. Este proceso consiste en calentar el acero, y luego

enfriarlo rápidamente, sumergiéndolo de golpe en algún líquido frío. Se repite este proceso varias veces. Este calentamiento y enfriamiento cambia la estructura interna del acero, haciendo que sea más duro, más fuerte y más resistente.

Lección 9

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deseos que están fuera de su lugar, y vivir dentro de los límites esta-blecidos por Dios. Al permitir que la templanza florezca en nuestras vidas, llegamos a ser fuertes y útiles en el reino de Dios. Permite que las tentaciones y las pruebas te “templen” para que llegues a ser fuerte y capacitado para toda buena obra.

¡Dios necesita guerreros “templados”! ¿Serás tú uno de ellos?

Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne (Romanos 13.13–14).

El fruto del Espíritu es templanza

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Conclusión

“…contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5.23).

Ya has terminado este estudio sobre el fruto del Espíritu. Has exa-minado de cerca los nueve bellos frutos del Espíritu Santo. ¿Ya se te hace agua la boca? ¿Sinceramente anhelas poseer cada uno de estos frutos? ¡Muy bien! Una cosa más.

¿Habrás visto alguna vez una fruta de cera? De estar bien elaborada, se ve muy sabrosa. Desde lejos, la fruta de cera parece más sabrosa que la fruta sin-cera. Pero la verdadera prueba es verla de cerca. Acércate como a unos treinta centímetros de la manzana de cera y fácilmente verás que no es auténtica. O si no eres muy observador, darle un mordisco quitará toda duda.

La fruta de cera es como la hipocresía en la vida de un religioso. Los dos se ven muy bonitos por fuera (y vistos desde lejos), pero saben terribles.

El fruto del Espíritu auténtico lleva un proceso lento para llegar a la plena madurez. No se hace en un solo día en una fábrica de fruta de cera. Cada uno de los nueve frutos del Espíritu brota en el momento de tu conversión, pero se van desarrollando y madurando a paso lento, conforme avanzas en tu vida cristiana.

Imagínate ser una rama fructífera en el árbol Jesucristo. Recibes de él la fuerza para crecer. Aprovechas esa fuerza para hacer crecer los frutos del Espíritu en tu vida.

No te compares con esa rama gruesa que está más abajo de ti y que está cargada con mucho fruto hermoso. Esa rama lleva más tiempo que tú de estar en desarrollo; así que, ¡no te desanimes!

Tampoco debes compararte con la rama delgada que está justamente por encima de ti que apenas está empezando a echar brotes. Ella es nueva en la fe y, por supuesto, su fruto no está tan desarrollado como el tuyo. ¡No te enaltezcas!

Concéntrate más bien en tu propio desarrollo. Presta atención a tu enlace con Jesucristo, de donde proviene tu fuerza. Fortalece y alimenta ese enlace. Abre tu vida a la podadora del Padre. Si aparece una rama en tu vida que está seca y sin fruto, permite que el Padre la corte para que lleves más fruto.

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Y por supuesto, no cuelgues fruto de cera en tus ramas. Lleva fruto auténtico. Esto lo puedes hacer únicamente por medio de quedarte en el árbol Jesucristo. Estando en él, llevarás mucho fruto auténtico:

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gálatas 5.22–23),

¡Que el Señor te bendiga al producir mucho fruto para él!

Conclusión

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Preguntas sobre la lección(la lección 9 y la conclusión)

1. ¿Qué es lo contrario de la templanza?

2. Pasar de la templanza al exceso por lo general no ocurre de un para . Sucede a .

3. Dónde hallamos satisfacción que dura, ¿en la templanza o en el exceso?

4. Los límites dan libertad. Explica esto.

5. La templanza es la capacidad de decir “ ”.

6. “La ira del hombre obra la justicia de Dios.”

7. Explica la diferencia entre el autocontrol y la templanza (fruto del Espíritu):

8. ¿En qué se parecen la fruta de cera y la hipocresía?

9. ¿Cómo puedes llevar mucho fruto auténtico?

EXAMEN

ALTO

Repasa las 9 lecciones de este estudio antes de hacer el examen que se encuentra al final de este libro.