interview with helio orovio: the rumba with sequins · 2021. 3. 2. · cabildos afrocubanos salían...
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258__________________ ___ _____________Perfiles de la cultura cubana / www.perfiles.icic.cult.cu
Artículo original • pp. 258-278• RNPS: 2222 • ISSN: 2075-6038 • núm. 26 • enero-junio 2020
Entrevista con Helio Orovio: la rumba con
lentejuelas
Interview with Helio Orovio: the rumba with sequins
Autor(es): Dra. Kali Argyriadis*
Palabras Clave: música cubana, música e identidad, rumba,
musicología
Keywords: Cuban music, music and identity, rumba, musicology
En agosto del 2005, el historiador Bernardo García Díaz1 y yo tuvimos
la dicha de recibir a Helio Orovio en el Puerto de Veracruz, en el marco
de un coloquio sobre músicas y bailes populares. Fueron momentos de
convivencia muy lindos, compartiendo también con su amigo el músico
jarocho Memo Salamanca, en un concierto improvisado memorable. A
Helio le encantaba Veracruz, ciudad que había visitado en numerosas
ocasiones y donde se sentía como en casa. De regreso a la Habana,
con la idea de publicar un libro colectivo, había realizado esta
* Kali Argyriadis ([email protected]) Doctora en Antropología Social y Etnología
en la Escuelas de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS, Francia). Actualmente
es investigadora titular del Institut de recherche pour le développement (IRD,
Francia), miembro de laboratorio URMIS y del LMI MESO. Coordina un programa de
investigación cubano-francés sobre Historia y Epistemología de la Antropología
Cubana (JEAI ANTROPOCUBA). Varios de sus trabajos se han enfocado también en
las prácticas danzarias de Cuba, México y Francia.
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entrevista con él en la UNEAC el 12
de julio del 2006. Entre la lentitud
de los procesos editoriales y los
apremios de la labor docente, pasó
el tiempo demasiado rápido, y
Helio se nos fue en octubre del
2008. Pocos meses antes, había
fallecido también Memo
Salamanca.
Por otras razones, pero también
por la tristeza que nos causó a
todos la muerte de Helio, el
proyecto editorial nunca se llevó a
cabo. Pero el recuerdo de su
generosidad, de su contagiosa alegría, vive en nosotros. A doce años
de su partida, decidimos rendirle un homenaje, publicando este texto
inédito.
K: Cuando tú empezaste tu ponencia, planteaste que la rumba era uno
de los géneros esenciales dentro de la música cubana. ¿Qué quisiste
decir con esto?
H: Yo considero géneros esenciales (y no es que lo considere yo, sino
la musicología tiene que considerarlo) los géneros que son raíces. La
música cubana se puede ver como un árbol que tiene muchas ramas y
que tiene un tronco, de ese tronco van saliendo las ramas, ese tronco
es la música cubana, el tronco y las ramas son el chachachá, el mambo,
la nueva trova, el feeling, el danzón, el danzonete, la criolla, la guajira,
la clave, el mozambique, el patá, el pilón, el jazz afrocubano. Ese árbol
crece: está sustentado por raíces lógicamente. Unas se podrían poner
hacia el lado izquierdo del árbol y entonces serían las raíces
provenientes del África: de todas las Áfricas y por supuesto del África
1 Helio Orovio tocando junto a la orquesta Juventud Sonera. Centro Cultural. Atarazanas, en Veracruz, Mexico 2005. Foto
Kali Argyriadis
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occidental, que es de donde fueron traídos miles de africanos a trabajar
aquí en las misiones azucareras, en la agricultura, en el café y luego
en el mundo doméstico y como braceros en los muelles. Esas raíces
generaron unas expresiones musicales. Y del lado derecho, estarían las
músicas que vinieron de las Españas: Extremadura, Andalucía, Islas
Canarias, Galicia, Asturias, en fin, de toda España.
¿Entonces cuáles serían las raíces hispánicas? Serían las expresiones
llamadas folclóricas o expresiones de la cultura popular (el nombre que
se le daba a eso no era tampoco convencional): el punto, los distintos
puntos cubanos, las distintas expresiones, las distintas tonadas, los
giros guitarrísticos, los bailes, los zapateados, que poblaron toda la
América con presencia hispánica. Y de las raíces que vinieron del África,
están las músicas yorubas, las músicas congas, las músicas carabalís
o abakuás y por supuesto también iyesá (que son un poco los parientes
de los yorubas) y ararás que son una cosa un poquito aparte, de los
cuales quedaron pocas expresiones: solo en Matanzas, en ciertas
zonas, una música y una cultura con su fisionomía propia. De esas
raíces generales surgieron las particularidades. En el caso de las raíces
hispánicas ya dijimos cuales, pero en el caso de las raíces africanas,
surgen la rumba, la conga, el son… Y a eso es lo que yo le llamo géneros
esenciales, porque son los que son raíces, células, matrices rítmicas,
de las cuales sale todo lo otro, de ese algo que va subiendo así.
K: ¿Cuándo nace este género en Cuba y cómo evoluciona a través del
tiempo?
H: El guaguancó nace a fines del siglo XIX, en los barrios suburbanos
de La Habana y Matanzas. Tiene como antecedente el yambú y como
centro generador los famosos coros de los diversos barrios. Y luego el
solar, la barra del bodegón, la esquina… La columbia, en cambio, surge
en las zonas rurales de la región matancera, con evidente influencia de
las macaguas congas y los toques de bembé. En la capital adquiere
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otra fisionomía, incorporando la décima y otras características de
estilo.
En su inicio la rumba se interpretó con dos tambores o un cajón y una
cajita de velas, un par de claves para marcar el tiempo y dos palitos
percutidos sobre la barriga de la tumbadora o el cajón, a la manera del
obón-itón de los abakuás. Luego se han usado tres tambores:
tumbador, tres dos y quinto, una cajita, un tronco de caña o algún tipo
de madera donde se percute con dos cucharas o palitos y la
insustituible clave, aunque a veces se agrega un güiro o chekeré.
El bando de calle matancero era una forma que adoptaba la rumba en
el momento de su llegada a las ciudades. Tenía lugar cuando los
cabildos afrocubanos salían a las calles en los días de navidad o en sus
fiestas de aniversario. Como contraparte, existían los coros de claves
habaneros, entre ellos La Moralidad, El Arpa de Oro, La Unión, El
Timbre de Oro, que alegraban las celebraciones en los barrios con sus
armónicos cantos.2
K: ¿Estas formas de rumba incorporaban ya una dimensión teatral?
H: Bueno, además de las rumbas miméticas, humorísticas,
representadas por clásicos como Mamábuela,3 figuraban los coros de
guaguancó que caracterizaron a los barrios negros de La Habana,
siendo memorables El Paso Franco, Los Roncos… de ahí nacieron los
famosos grupos de guaguancó, como Las Estrellas Amalianas, Lulú
Yonkorí, Clave y Guaguancó, Yoruba Andabó y en otra manera de
rumba elaborada, Los Papines, mientras que en Matanzas surgían Los
Muñequitos (Guaguancó Matancero), Afrocuba o los Columbianos, de
Cárdenas.
La rumba teatral propiamente dicha nace precisamente como una
sofisticación. Es un poco una cosa esencial, era una elaboración un
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poquito especial de la verdadera rumba, porque la verdadera rumba
estaba proscrita, marginada, prohibida yo diría.
K: ¿Por qué?
H: Por razones socioeconómicas. Porque los que la cultivaban eran los
negros, eran los de origen africano. Y detrás de eso está el barracón,
está la plantación y está todo el mundo del azúcar. Están los grandes
hacendados, los que explotaban el trabajo de los esclavos. O sea, la
historia que ya se conoce, sobre la cual se erige la cultura azucarera,
la cultura de plantación cubana. Lógicamente, los sectores de origen
hispánico eran sectores más apegados a los sectores digamos
dominantes, que era la cultura dominante, la cultura blanca, de los
hispánicos. La otra era la cultura de los dominados, de los negros
esclavos, que todavía a fines del siglo XIX no eran considerados como
seres humanos. Eran como bestias de trabajo, eran máquinas de
trabajo, no les daban categorías de ser humano. Entonces, ¿de qué
manera la música que ellos generaban, en este caso la rumba, iba a
ser respetada? No había manera. La historia de la rumba es la historia
del negro en Cuba, de la marginación, la explotación, la opresión. Eso
va paralelo. Y la rumba teatral la hacían los blancos.
K: A pesar de ese desprecio y de la dominación que ejercían, ¿sí sentían
gusto por ese género musical?
H: Lógico, porque el ser humano tiene su corazoncito y su sensibilidad
y ese ritmo es un ritmo que va directo a las zonas sensoriales, a las
zonas nerviosas del cuerpo. Además ¡los cantos son de una belleza! y
además el baile, el baile tiene una gracia, tiene un erotismo claro y
tiene una fuerza que nadie se puede sustraer de eso.
Así es como nace el teatro bufo habanero,4 que dio acogida, desde
mediados del siglo XIX, a diversos géneros musicales cubanos,
especialmente el danzón, la guaracha y por supuesto la rumba. Ya
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Francisco Covarrubias había introducido en la escena cubana el
personaje del «negrito» en 1812, con un tipo que «canta y baila al
estilo de su nación». Francisco Covarrubias (1775-1850) era un blanco
de origen hispánico que introdujo el personaje del negrito en el teatro
bufo cubano, el teatro popular cubano. Como los negros no podían
subir a la escena, se pintaban con carbón, se pintaban de negro y
hacían una caricatura totalmente discriminatoria del negro. Fíjate, los
negros estaban marginados, segregados, pero tampoco podían
prescindir de ellos porque ya eran parte de la cultura y del ser y del
paisaje cubano. Entonces, ¿qué se hizo?, una cosa muy
discriminatoria: los blancos se pintaban de negros.
El Alacrán, la primera comparsa de los carnavales de principios del siglo
XX (de los carnavales que yo llamaría modernos ya, organizados en
comparsas) eran blancos pintados de negro. Porque ni siquiera en las
comparsas querían que fueran los negros. Eran blancos que se
pintaban de negro en el barrio de Jesús María. Entonces en el teatro,
lógicamente, el que bailaba más rumba, el gracioso, el chistoso, el
parejero, el irreverente era el negro. Pero no podían poner un negro
en el teatro. El negro no podía siquiera ni entrar al teatro.
K: Y sin embargo ¿las bailarinas eran mulatas? ¿o eran blancas que
imitaban a las mulatas?
H: Las bailarinas no. En las obras entraba el gallego, el español y una
mulata. Pero ya la mulata era otra cosa, la mulata sí había roto la
barrera del color. La negra prieta no, pero la mulata sí. Ya la mulata
«no era negra». Los músicos, sin embargo, casi siempre eran negros.
Por su parte, Bartolomé José Crespo «Creto Gangá» se convirtió en
verdadero precursor del bufo habanero al introducir en sus piezas el
personaje del negro, junto a la mulata y el gallego. Bartolomé José
Crespo (1811-1871) era otro blanco de origen hispánico que era poeta
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popular. Hacía poesías, glosas, cuartetas, décimas. Imitaba también
de una manera discriminatoria la manera de hablar de los negros. Lo
que hacía Covarrubias en el teatro, lo hacía Bartolomé José Crespo en
la literatura. Ponía al negro a hablar mal, porque el negro tenía que
hablar mal español: donde había r decía l, en vez de «hablar» el negro
decía «hablal»… era el negro ese bozal, el negro ese acabado de bajar
de un barco negrero, el negro de barracón. Creto Gangá usaba ese
seudónimo.
Así fue como, junto a la música popular, entraron a las tablas los
individuos marginados y los ambientes marginales, los tipos vernáculos
que pasarán a ser el sello distintivo del teatro popular cubano.5 Esa
historia continuará en el teatro Alhambra (1900-1935), en el teatro
zarzuelero y en el posterior teatro de raíz popular humorística.
K: ¿Qué papel desempeñaba la rumba en este marco?
H: Los sainetes de teatro popular terminaban, indefectiblemente, con
una rumba. Luego de los diálogos cómicos, después de la risa, sonaban
los compases de una rumba cubana tocada por la orquesta y bailada
por una rumbera o rumbero, por una pareja de bailadores o por toda
la compañía.6
Esa presencia constante de la rumba teatral en nuestro ámbito se
reforzó en el Alhambra con la figura de Pepe Serna. Blanco, natural de
Unión de Reyes, Matanzas.7 «Malanga» Serna dominó fielmente el
género, y, según testimonios de habituales del célebre barrio Coliseo,
hacía una especialidad del estilo jiribilla. Diferente al caso del «gallego»
Adolfo Otero, que bailaba una rumba pantomímica, humorística. Jorge
Anckermann, director musical del teatro, compuso cerca de trescientas
rumbas para sus obras y revistas, sobresaliendo su ritmo en La gran
rumba (1894), La casita criolla (1912), La danza de los millones
(1918), La isla de las cotorras (1923), La rumba en España (1925) y
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Bocetos de Cuba (1931). La obra vernácula más representada en
nuestro teatro popular, El velorio de Pachencho, de los hermanos
Gustavo y Francisco Robreño, con música de Manuel Mauri, termina
con la rumba Tin-Tan te comiste un pan, cantada y bailada por toda la
compañía. Además del legendario Pepe Serna, otros «negritos» se
destacaron bailando rumba, especialmente Arquímedes y Carlos Pous,
Ramón Espigul y Alberto Garrido.
K: A principios del siglo XX, ¿la rumba se difundió en otros escenarios
en Cuba?
H: Claro. Heredera de la rumba teatral es la rumba de circo, viva en
los diversos circos ambulantes que recorrían la Isla de punta a cabo,
durante todo el año. ¡Qué sabor popular el de Santos y Artigas!
Montalvo, hermanos Torres, Pubillones… bajo sus carpas, entre leones,
elefantes, maromeros, trapecistas, payasos, sonaba la rumba, casi
siempre mulata. El piquete musical era remedo de la orquesta típica
(como la banda) y se conformaba con trompeta y cornetín, trombón,
clarinete, figle y timbal.
Pero, sobre todo, con el surgimiento de los cabarets y los night clubs
nace otra rumba: la rumba con lentejuelas. La rumba blanquizada —
«rumba blanca» la llamó Armando Orefiche—.8 Antecedente de este
género de rumba fue la orquesta de Justo «Don» Azpiazú, que tocaba
los shows del casino nacional y que con el nombre de Havana Casino
(y Antonio Machín como cantante) marchó a New-York en 1930. Con
la troupe de Don Azpiazu bailó una joven cubana, blanca, de clase
media, Alicia Parlá, que produjo un impacto con su elegante, rítmica y
carismática recreación danzaria. Ya para eso Julio Richards y Carmita
Ortíz bailaban un estilo de rumba muy elaborado, sofisticado, que
siguen la pareja de Sol Pineli y Mario y el solista Roderico Neyra
«Rodney».
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Don Azpiazú se presenta al frente de su orquesta en el teatro Palace
de New-York y ahí comienza lo que se ha llamado «la era de la rumba».
Curiosamente, hacía sesenta y un años, por lo menos, que la rumba
había subido a un escenario y mucho más que se bailaba en la Isla.
Incluso en Estados Unidos era conocida, aunque en sectores reducidos,
desde fines del siglo XIX, llevada por emigrantes cubanos que también
la hicieron conocer en Puerto Rico.
K: ¿O sea que ya la rumba estaba transnacionalizada? ¿Cómo se
consolida este proceso?
H: Así es. Un año más tarde, en 1931, se hacen populares en New-
York las piezas Mamá Inés, de Eliseo Grenet y El Manisero, de Moisés
Simons, tocadas como rumbas. Y se difunde un número de Cab
Calloway: Haciendo rumba. En 1935 se estrena el filme Rumba, con la
pareja de baile integrada por Ann Sheridan y George Raft. Al mismo
tiempo cultivan ritmos cubanos las bandas de Vicente Sigler, Alberto
Iznaga, José Curbelo, Alberto Socarrás, Enric Madriguera. La rumba
show que venía del teatro vernáculo y los círculos ambulantes penetran
en el mundo del espectáculo norteamericano con toda su sofisticación
y mixtificación musical-danzaria.
En París, aunque la música se conocía desde la década del veinte,
interpretada por el septeto de Heriberto Rico, la verdadera explosión
del género se produjo en 1932 con la llegada de la orquesta de Azpiazú
y la bailarina Alicia Parlá, apodada Mariana por el público parisien. Alejo
Carpentier narra así el espectáculo:
Una tempestad de aplausos saluda la aparición de Alicia, esa viviente
encarnación de nuestros ritmos que se ha vuelto, para el público europeo,
[sinónimo del trópico, alma tangible de la rumba (…) El espíritu mismo de
nuestras danzas parece regir las palpitaciones de ese cuerpo moreno,
encantadoramente puesto en valor por el grácil vestido tradicional de la
mulata rumbera (…) ¡Trompetas en alto! bronco retumbar de tambores.
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Alicia avanza a pasos medidos, organizando cada vez un equilibrio de líneas
que una brusca contracción viene a romper para establecer un equilibrio
nuevo, tomando de la rumba solo aquellas actitudes que se asemejan a lo
ritual.
Luego Alicia y Azpiazú llevaron la rumba cubana a Montecarlo, Londres,
Madrid, hasta regresar a New York y finalmente a La Habana donde
continuó bailando en el casino nacional, siempre acompañada por la
banda del músico trinitario.
En 1932 la pareja de rumba René y Estela actúa en el cabaret habanero
Château-Madrid y más tarde en el Edén Concert. Luego viajan con el
Septeto Nacional a New York, Chicago y Los Ángeles y con la orquesta
Lecuona Cuban Boys a Montecarlo, México y Suramérica. Mientras la
pareja Elpidio y Margot se presentan en la Choricera, el Sans Souci y
Tropicana.
K: Tú mismo dices que se impone una pregunta: ¿cómo eran esas
rumbas?
H: Lo primero que hay que señalar es su diferencia con respecto a la
rumba folclórica original, nacida en el solar habanero o matancero. Por
supuesto deriva del guaguancó, pero esquematizada, estilizada,
blanquizada, con un movimiento de hombros, caderas y pies cercanos
a las maneras danzarias vigentes en el espectáculo norteamericano o
europeo: la rumba de calle da paso a la rumba de salón, lo espontáneo
da paso a lo coreográfico. La mulata de cabaret continuó —dijo Ortiz—
la serie de tipos populares iniciada por la negra mondonguera, la negra
curra y la mulata de rumbo.
En 1940 ya Xavier Cugat tocaba rumbas y otros ritmos tropicales al
frente de su orquesta de New York. Eran rumbas muy elaboradas
rítmicas y orquestalmente. El músico catalán-cubano era llamado
curiosamente «rey de la rumba» y tenía en su repertorio piezas como
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Miami Beach de Ganse y Fields, La rumba de la jungla, de Tony
Beaulieu, Carnival Procession (La comparsa, de Lecuona), The rumba,
de Cardi, Para Vigo me voy, de Lecuona, y The Peanut Vendor (El
manisero), de Moisés Simons. Un detalle interesante: la Coca Cola
patrocinaba un programa de radio en directo con las rumbas de Cugat.
Gracias al controvertido violinista y director se oyeron sostenidamente
rumbas con la percusión y el canto cubano en cine, la televisión, la
radio, el teatro y centros nocturnos. Aunque ha sido calificado de
simplificador, tergiversador y comercialista, lo cierto es que se le debe
una indiscutible universificación del género, y, además, sus arreglos
gozan de excelente factura, buen gusto, creatividad y la orquesta les
suena magníficamente.
Pero la historia sigue. Las hermanas Andrews (Andrews Sisters)
estrenan en Broadway una pieza titulada Rhumboogie donde fusionan
—¡Cuántas fusiones más vendrían! — el ritmo estadounidense con la
rumba. Cole Porter escribe A litle rumba, Rafael Hernández hace sonar
en Manhattan El Cumbanchero y el pianista boricua Noro Morales
entrega su Rhumba Rhapsody. En el cabaret Havana-Madrid, de la
Babel de Hierro, se presenta un show cubano con la pareja de rumba
de Estela y Papo, dirigidos por el coreógrafo Sergio Orta y una joven
rumbera hace su debut: María Antonieta Pons, con su típica bata
afrocubana. Todavía los legendarios Pablito y Lilón con los tambores
de Antonio «Choco» Díaz y los diamantes cubanos ponen la rumba en
los Newyores, ciertamente de modo más auténtico. Por su parte Desi
Arnaz cantaba y tocaba rumbas y congas estilizadas en el night club La
Conga y en el Copacabana, así como en el cine y la televisión. En otra
fusión, esta vez danzaria, los rumberos adoptan elementos del baile
afroamericano shimmy, sobre todo en los movimientos de hombros y
cuerpo. Paralelamente los Havana Cuban Boys, con Armando Orefiche
al piano, siguen llevando su rumba «blanca» por todo el mundo.
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¿Cómo sonaban esas rumbas? Generalmente comenzaban con el
motivo central en forma de coro, glosado por una trompeta con
sordina, evidentemente en función de lograr un sonido exótico, y que
podía decir: «Al golpe de la rumba vamos a bailar / rumba que se ha
hecho para cumbanchar». Seguía un discurso melódico reiterado por
la trompeta hasta que entraba la voz del solista, que esbozaba un
tema, volvía el discurso melódico de la trompeta y finalizaba con el
coro repitiendo el motivo central. El ritmo se afincaba en el toque de
las claves, con la presencia de la llamada clave de son o clave «blanca»,
cercana al tempo del yambú y del guaguancó antiguo; las maracas
afirmando el diseño rítmico de la guaracha-son; la conga o tumbadora
marcando un ritmo estable en la línea del salidor o tumbador; el bongó
manteniendo el martillo de la guaracha-son con ciertos floreos; el
timbal haciendo efectos percutivos; el piano rotulando la síncopa y
haciendo frases de adorno; el contrabajo sosteniendo un ostinato
jazzístico; el xilófono que aportaba un timbre rico y afín al gusto
norteño; los violines y saxofones haciendo contrapunto acompañante
y la trompeta con sordina cantando todo el tiempo.
El ritmo, estable como un reloj, fácil para los pies no adiestrados, las
frases melódicas sencillas, las armonías bien concebidas, con
atrevimientos sorprendentes para su momento y el acople, el empaste
perfecto con matices y recursos sonoros inteligentes. ¿Qué más? No es
la rumba del solar habanero ni de la esquina matancera, pero es un
producto evolucionado, elaborado, con gracia y encanto, agradable y
artístico. No hay que olvidar que con esta orquesta cantaron Miguelito
Valdés, Alfredito Valdés y Frank «Machito» Grillo.
K: ¿Estas evoluciones impactaron a su vez la rumba en Cuba?
H: En Cuba transcurría otra historia. En 1940 se inaugura el
cabaret Tropicana donde se desarrollan espectáculos danzarios de gran
riqueza y colorido, con exuberantes cuerpos de baile y solistas
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notables. Bajo la dirección de un viejo rumbero, Roderico Neyra
«Rodney», surgen parejas de rumba que obtienen éxito, entre ellas
Raquel y Rolando, Ana Gloria y Tony, Anicia y Rolando Espinosa, Estela
y Litico… y las mulatas de fuego. Proliferan los cabarets con su
omnipresente pareja de rumba: Sans Souci, Montmartre y los más
pequeños como Kursal, Colonial, Morocco, Pensylvania, Panchín, la
Choricera. Empiezan su carrera las rumberas Blanquita Amaro, María
Antonieta Pons, Amalia Aguilar, Amelita Vargas, Olga Negueruela,
Ninón Sevilla, Aidita Artigas, que no solo bailaban en centros
nocturnos, sino en teatro y cine. Estela baila en Panamá con la voz afro
de Oscar López y el bongó de Agustín Gutiérrez y Rosa Carmina debuta
en el Tívoli de Ciudad México con el bongó de Silvestre Méndez. Van
desapareciendo las batas de rumbera para dar entrada a los vestuarios
ostentosos, cargados de lentejuelas y piedras brillantes, los tutús con
cola de tul y nylon y colores, plumas y moños en la cabeza y la danza
se hace cada vez más espectacular, plástica, estilizada.
K: ¿Cómo caracterizarías entonces el papel de Chano Pozo en este
ámbito?
H: Con la llegada de Chano Pozo a New York se concreta la fusión de
la rumba y el jazz, en la línea del bebop, nombrado cubop por Dizzy
Gillespie. Ya Machito y sus afrocubanos, con la dirección de Mario
Bauzá, habían impuesto lo cubano más auténtico. El crítico William
Gottlieb fijó muy bien este fenómeno: «Desde el punto de vista
estrictamente musical el "rey" de la rumba no es el genial Cugat ni el
logrado Morales, delante de ellos está seguro Frank Grillo, conocido por
"Machito" que generalmente actúa en un salón de baile de Broadway,
El Palladium, donde los fanáticos de ese género lo siguen con intensa
devoción (…)». La base de la excelencia de Machito está en su sección
rítmica. En esta auténtica música de rumba, que los americanos están
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comenzando a oír por primera vez, y a gustar, la sección rítmica es el
cuerpo esencial, así como su alma.
Son varios los percusionistas cubanos que están en New York antes
que Chano Pozo, pero ninguno logrará su relevancia, especialmente
como resultado de su unión con Dizzy Gillespie y su inmortal Manteca.
Las rumbas de Pozo: Nague; Blen, Blen, Blen; Ariñañara; Pin, Pon,
Pan, son clásicos de este estilo afrocubano. Pero la rumba ha vibrado
también en los coros de Mongo Santamaría, Chano Pozo, Cándido
Camero, Julito Collazo, Armando Peraza, «Patato» Valdés, y fue tal la
fuerza de la rumba cubana en la gran urbe que generó con el tiempo
diversas peñas de rumba como la de Central Park, Orchard Beach,
Coney Island, El vacilón del East Side o La esquina habanera de Union
City.
K: ¿Qué nos puedes decir de la irrupción de la rumba en el cine?
H: El cine mexicano reflejó de manera sostenida la presencia de la
rumba, las rumberas y los músicos durante las décadas del treinta,
cuarenta y cincuenta. Pocas fueron las películas aztecas donde no
figurara una de aquellas fabulosas bailarinas, que no solo movieron sus
caderas al compás de los cueros de un Silvestre Méndez, sino que
hicieron actuaciones más o menos notables. El cine de las rumberas,
como se le ha llamado, llena un capítulo importantísimo en la historia
fílmica latinoamericana, pues no se limitó al cine de México, sino
también figuró en filmes argentinos y por supuesto cubanos. Esta
rumba cinematográfica es heredera directa de la que tuvo como centro
el teatro, el circo y el cabaret, con su consabida estilización, plasticidad
y espectacularidad.
Pionera de esta, como de otras historias, fue Rita Montaner quien
apareció cantando y bailando con una vistosa bata cubana y rodeada
de rumberas en 1933, en La noche del pecado. Tres años más tarde,
Entrevista con Helio Orovio: la rumba con lentejuelas…
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en Honrarás a tus padres, Lolita Téllez Wood baila sobre una especie
de bongó con el acompañamiento de Acerina y su orquesta. Ya en
Ciudad de México se bailaba la rumba en las revistas teatrales del
Tívoli, el Blanquita y el Folies, centros difusores de música tropical; en
los sitios nocturnos las orquestas cubanas cultivaban el género y
entraban los discos de Machito y sus afrocubanos.
La primera rumbera de raza (auténtica) que figuró en un filme fue
Meche Barba, nacida curiosamente en New York, de padres españoles.
En Ave sin rumbo, de 1937, bailó dinámicamente una rumba, luego
actuó en muchos filmes mexicanos donde se mezclaban la tragedia, la
sensualidad y la música. Le siguió una habanera que fue, quizás
artísticamente, la de mayor calibre: María Antonieta Pons. En 1938 con
dieciséis años protagonizó el filme Siboney bajo la dirección del
español-cubano Juan Orol, que fue posteriormente su esposo y con
quien hizo giras por Estados Unidos, interpretando la rumba en
cabarets y clubs nocturnos, especialmente en el Millions Dollars de los
Angeles, California. Hizo cuarenta y ocho películas; en alguna de las
cuales tuvo como pareja a Kiko Mendive. Fue memorable su actuación,
en 1945, en Embrujo antillano, y en 1950 en El ciclón del Caribe. Se
recuerda su imagen sensual y agresiva, con un fondo de palmeras de
utilería.
Amalia Aguilar, matancera, que había rumbeado en el cabaret Eden
Concert de la Habana y en centros nocturnos de Panamá, apareció en
1945 en Pervertida y seguidamente hizo veintitrés películas. En
Estados Unidos bailó con los Havana Cuban Boys, interpretando La
rumba blanca y Rumba colorá, de Orefiche. Y Rosa Carmina, habanera
que debutó en 1946 en el filme mexicano Una mujer de Oriente, más
adelante hizo nada menos que cuarenta y cuatro películas. Ella misma
declaró que había aprendido la rumba de Juan Orol, quien parece que
no desaprovechó su etapa cubana y frecuentó los solares y las esquinas
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de Cayo Hueso y Jesús María. Por fin están Blanquita Amaro, Amelita
Vargas, Mary Esquivel y Yadira Jiménez, que también incrustaron sus
ombliguitos sensuales en el celuloide. ¡Sí! hasta la histriónica María
Félix, la glamorosa Rita Hayworth y la exquisita Libertad Lamarque se
soltaron el moño y rumbearon al lado de Tin Tan y Cantinflas.
Pero la más popular y trascendente fue Ninón Sevilla, que había
iniciado su carrera con Horacio y sucesivamente bailó en el hotel Sevilla
y en el cabaret Zombie. Siguió la línea de Estela, como tantas otras
rumberas, aunque asimiló, en su medio vivencial habanero, la
auténtica rumba de cajón. En 1946 marchó a México bailando en el
teatro lírico y participando destacadamente en el filme Carita de cielo.
Después hizo treinta películas. Fue quizás la más orgánica entre las
rumberas del cine. Dijo en una ocasión que en las películas estilizaban
los bailes, que algunas bailaban rumba solo por moverse con gracia,
sin marcar en realidad los pasos. Otra característica de Ninón es que
ella misma diseñaba sus vestuarios: diminutos trajes adornados con
lentejuelas y largas colas que arrastraba al caminar, combinados con
zapatos de elevados tacones.
Las rumberas provocaron con sus movimientos sensuales, sus cuerpos
apetitosos, sus caras llenas de picardía antillana, el deseo de los
espectadores en teatros, cabarets y salas cinematográficas. Las
bailarinas norteamericanas y europeas con su belleza fina, elegante,
congelada, les pedían permiso a las rumberas criollas para tocarles la
cintura, pues le parecían que estaban hechas de material especial.
K: Y, sin embargo, casi todas eran de piel clara. Mas en México, se les
llamaba mulatas y exóticas por la destreza de sus caderas.9 Es muy
interesante buscar cuánta complejidad se esconde detrás de los
términos genéricos. Así mismo, si bien te entiendo, se les llamaba
rumberas, pero ellas interpretaban una gran variedad de estilos,
¿verdad?
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H: ¡Sí! Por ejemplo, con la llegada del electrizante mambo, el nervioso
género tomó prestados ciertos movimientos de la rumba teatral,
enlazándose el baile del ritmo «inventado» por Dámaso Pérez Prado
con la rumba de salón. De hecho, muchas rumberas se convirtieron en
mamboletas. Por otra parte, bailarinas como la tahitiana Yolanda
Montes «Tongolele» y la cubana Lina Salomé trabajaron un tipo de
danza que emparentado con el impulso rumbero era deudor de las
danzas eróticas orientales.
K: Y después del 1959, aparte de toda la labor de revalorización de la
rumba negra, de lo que se llamó para aquel entonces «folclórico», ¿la
rumba siguió por otros caminos?
H: Precisamente, otra manera teatral en que se ha manifestado el
género es la danza contemporánea, de notabilísimo desarrollo en Cuba.
A partir de las creaciones escénicas de un Luis Trápaga, un Ramiro
Guerra o un Alberto Alonso, distintos grupos danzarios han plasmado
en teatro, televisión o cine una recreación válida de la rumba folclórica.
Al mismo tiempo solistas del calibre de Sonia Calero han sintetizado
las esencias del baile popular, mediante recursos sumamente
elaborados sin traicionar en cambio sus bases constitutivas. El
espectador palpa los elementos profundos de la rumba, su contenido
raigal, con economía gestual, evitando la repetición agotadora de
fórmulas con una esquematización pantomímica que destaca lo válido
y transcendente. Por supuesto música, vestuario, escenografía y luces
conforman un todo que debe trasladar al espectador veracidad
ambiental y artística. La música, inspirada en la rumba de un Gilberto
Valdés, un Alejandro García Caturla o un Amadeo Roldán, puede muy
bien ensamblarse con esta modernidad danzaria. Ernesto Lecuona
dedicó su esfuerzo póstumo a la composición de un Concierto en
rumba. Algún día sonará y vivirá en la recreación coreográfica de
un/unos bailarines cubanos.
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Actualmente la rumba adopta un estilo llamado guarapachanguero que
ha evolucionado el esquema rítmico, percutivo, así como la manera de
decir, la síncopa, el contra-tiempo, la poliritmia, dan fisionomía al
guarapachanguero, surgido en el barrio de la Korea, en San Miguel del
Padrón, zona periférica marginal de la Ciudad de La Habana. Sus
creadores son Irián y Reynaldo López «Los chinitos» y Manuel Martínez
«El Llanero». El baile que se une a este modo interpretativo es también
diferente al estilo clásico, resulta mucho más rápido, dinámico,
estilizado, creativo, complicado y toma prestado a formas danzarias
como el breakdance, el karate, el casino, la danza moderna… Los textos
hablan de cosas de hoy, de temas de la vida cotidiana, de barrio, de
las inquietudes del hombre cubano de estos días, con un lenguaje
igualmente contemporáneo y vocabulario popular actual.
En la rumba de hoy se incorpora, especialmente en su modo
interpretativo vocal, el esquema del rap, en una especie de rumba-rap.
El rumbero, el cantador, se transforma en un rapero sui géneris. Esta
fusión muestra la capacidad de renovación del género. El rap nacido en
las calles de Harlem y la rumba surgida en las calles de la Habana,
Matanzas o cualquier ciudad de Cuba se hermanan a través del tiempo
y la geografía, fieles a sus comunes raíces afroamericanas, aunque
siempre, en el fondo, en la esencia, alza su bandera la rumba
tradicional.
La rumba cubana ha recorrido un camino de casi dos siglos, son
innumerables las figuras legendarias que ha producido, desde el
célebre José Rosario Oviedo «Manteca», pasando por Ignacio Piñeiro,
Santos Ramírez, Alberto Zayas, Alambrito, Gonzalo Asencio «Tío Tom»,
Carlos Embale, Calixto Callava, Evaristo Aparicio «El Pícaro», Nieves
Fresneda, Andrea Baró, Eulogio el Amaliano, Chano Pozo, Mongo
Santamaría, Carlos «Patato» Valdez, Benito González «Roncona»
Saldiguera, Virulilla, Esteban Vega «Cha-chá», Gregorio Hernández,
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Amado Dedeu, hasta los rumberos de hoy, que no son de ayer, ni de
hoy, sino de siempre.
La rumba vivirá mientras exista un banco de parque, una esquina de
barrio, una barra iluminada, una peña sabrosa, en Cuba y en cualquier
ciudad del mundo y, sobre todo, mientras existan rumberos.
2 Helio Orovio tocando junto con Memo Salamanca. Centro Cultural. Atarazanas, en Veracruz, Mexico 2005. Foto Kali Argyriadis
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Bibliografía
Carpentier, Alejo: «El alma de la rumba en el Plantation», Carteles 18
(48), 27 de noviembre, 1932, pp. 60-61.
Rine Leal: La selva oscura. De los bufos a la neocolonia, La Habana,
Editorial Arte y Literatura, 1982.
Notas
1 Coordinador, entre otras obras, junto con Sergio Guerra Vilaboy, del
magnífico libro La Habana/Veracruz, Veracruz/La Habana, las dos
orillas (México, Universidad Veracruzana, 2002).
2 Los coros de clave son un tipo de agrupación nacido en el siglo XIX.
Lo constituyen, además de varias voces, una viola (pequeño bajo sin
cuerdas, usado como tambor), guitarras, claves y, a veces, botija y
arpa (Helio Orovio, 1981, Diccionario de la música cubana, biográfico
y técnico, La Habana, ed. Letras Cubanas, p. 120).
3 Es la escenificación de un niño que no quiere ir a la escuela, un niño
malcriado, un niño indisciplinado. El niño dice que el maestro le pega,
lo castiga y no quiere ir a la escuela, entonces la abuela lo toma por el
brazo y lo obliga a ir a la escuela. Es pantomímico y humorístico
totalmente.
4 Derivado de sus homónimos de París y Madrid.
5 Véase al respecto Rine Leal, 1982, La selva oscura. De los bufos a la
neocolonia, La Habana, Ed. Arte y Literatura.
6 Hay que anotar un hecho histórico importante: la función del teatro
Villanueva, de la Habana, el 22 de enero de 1869, en que los
voluntarios españoles atacaron al público criollo al considerarlos
proindependentistas. Terminó con una rumba bailada por una pareja
de jóvenes cubanos. ¿Cómo sería esta rumba? ¿Respondería a los
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presupuestos de la rumba auténtica? ¿o sería objeto de una
estilización? Me inclino por la segunda hipótesis.
7 Cuna de la rumba, centro irradiador de la variante columbia y su
legendario cultor José Rosario Oviedo.
8 Orefiche empezó a darles nombres de colores a sus piezas musicales:
una la tituló rumba blanca, otra rumba azul, otra rumba colorada. Se
trata de una «rumba» cuya base era la rumba original, pero a la cual
se le añadían arreglos, orquestaciones e instrumentaciones de jazz-
band norteamericano.
9 Véase al respecto Nahayeilli Juárez Huet: «Lo "afro" en las industrias
de la música y el cine: el caso afrocubano en México», en: Freddy Ávila
Domínguez, Ricardo Pérez Monfort y Christian Rinaudo, Circulaciones
culturales. Lo afrocaribeño entre Cartagena, Veracruz y La Habana,
México D.F., CIESAS / IRD / ANR / Universidad de Cartagena / El
Colegio de Michoacán, 2011, pp. 165-188.