diderot y catalina ii: escenas de la corte de rusia

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Leopold Sacher Masoch Di(lerot y Catalina II: escenas de la Corte de Rllsia EDITORIAL ANAGRAMA

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Un cuento deliciosamente cruel sobre la estancia de Diderot en la corte rusa; revela no sólo el talento sino la amplia cultura de su autor.

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Page 1: Diderot y Catalina II: escenas de la Corte de Rusia

Leopold Sacher ~ Masoch

Di(lerot y Catalina II: escenas de la Corte de Rllsia

r~ EDITORIAL ANAGRAMA

Page 2: Diderot y Catalina II: escenas de la Corte de Rusia

Traducci6n:

Jose ZafOl'teza Delgado

Maqueta de la coleccion:

Argente y Mumbl'll

© EDITORIAL ANAGRAMA Calle de la Cruz, 44

Barcelona. 17

Deposito Legal: B. 23266 . 1971

GRAFICAS DIAMANTE, 1.amora, 83. Barcelona. 5

NOTA PRELIMINAR

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Leopold Sacher-Masoch naci6 en 1838 en Lem­berg, actualmente Lvov, Polonia.

Adolescente. se traslad6 con su familia a Praga, donde se dedic6 a la literatura y el teatro, viviendo mas tarde en Graz, en cuya universidad realiz6 es­tudios de historia, publicando diversos trabajos. Debido a sus peculiares costumbres er6ticas -que han pasado a la historia con la etiqueta de maso­quismo, termino usado por primera vez por el Dr. Krafft-Ebing en su monumental Psychopathia sexualis-« rornpio con su familia y residio sucesi­vamente en Viena, Bruck y Budapest, en pas de una precaria estabilidad. Public6 nurnerosos y apreciados libros, entre elIos la celebre 11enus de las pieles.

En este breve y delicioso «cuento filosofico», Diderot y Catalina II, que evidentemente no es un «documento historico», Sacher-Masoch expresa la sumision del hombre cultivado a la mujer podero­sa, a traves de la figura de Diderot humillado y ridiculizado poria todopoderosa y arbitraria zari­na, y la aceptaci6n del matriarcado, una de las constantes de su pensamiento,

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LEOPOLD SACHER-MASOCH

DIDEROT Y CATALINA II: ESCENAS DE LA CORTE DE RUSIA

Diderot, el enciclopedista, el filosofo. el crttico, el ingenioso novelista, el autor de Le Neveu de Rameaii y Jacques le Fataliste que aun hoy pueden leerse con ese placer que s610 proporcionan las obras realmente clasicas, hizo prueba en su vida cotidiana del misrno humor aspero y del mismo ingenio caustico que trascienden en sus escritos y que le convirtieron rapidamente en tan celebre como temible, celebre y temible no solo en 5U pais sino pOl' todas partes donde la lengua francesa era utilizada, en las ciencias, en las letras y en la alta sociedad, es decir, en aquel ambiente en que apro­ximadamente todo el mundo era culto 0 semiculto.

A Diderot Ie cornplacia burlarse de todo y de todos, en particular de sus arnigos: los filosofos y los poetas, se burlaba incluso de las testas core­nadas con las que mantenia divertida correspon­dencia, y entre ellos, con la que Voltaire apodo «Semiramis del Norte» en tono entre halagador e ironico, porque tarnbien Semiramis, como Catali­na n de Rusia, habia llegado 0.1 trono, manchada con la sangre de su marido. Catalina II llarnaba

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«amigo» a Diderot, igual que a Voltaire, Grimm y a otras eminencias de su tiempo, con las que man­tuvo abundante correspondencia.

El ingenio de Diderot no respetaba pues a esta «genial papisa. como tampoco respetaba a los sa­vants franceses que, con su «hatillo» al hombro se habian dirigido a Rusia, a la corte de Catali­na II, prornetiendose regresar cubiertos de diarnan­tes, tras eantar las alabanzas de la Zarina y de la Santa Rusia, Se burlo tanto de ellos y los tor­turo hasta tal punto can sus sarcasmos que un dia tuvo la idea de ir a conoeer sabre el terreno las excelencias del «filosofo entronizado» y de su Im­perio.

Dos eartas, escritas por encantadoras manes femeninas, Ie llevaron a tamar esta decision. Es­taban escritas por encantadoras manos femeninas, pero par 10 menos de una de las dos no se podia decir que fueran rnanos «suaves» porque esas ma­nos, si bien eran de mujer, habian sostenido Ia espada sin temblar, capitaneado soldados contra su Emperador y derramado sangre. Una de sus co­rresponsales sostenia en sus manos el cetro de un inmenso Imperio; la otra dirigfa, con baston do­rado, ia Academia de Ciencias de su pais. Las clos cartas habian sido escritas en efecto por «dos Ca­talinas»: la «gran Catalina» que gobernaba en Ru­sia y «Ia pequefia Catalina», su deliciosa amiga, la condesa Katinka Dachkoff que ayudo a la Zarina a destronar a su marido Pedro III y que, considera­da como la mas «savante» de todas las rusas, fue designada par? presidir la Academia de Ciericias de San Petersburgo.

En la carta de la Emperatriz, Diderot pudo leer: «Si no vents a verme inmediatamente, queri­

do fi16sofo, ire a buscaros, pero no ire sola, ire seguida de mi invencible ejercito y as arrastrare, cautivo, junto can todos los hombres ilustres de Francia, como un botin. Ast pues, S1 quereis evitar a vuestro pais, que estimo y amo, un tal desastre, haced las maletas y venid junto ami, dejando a un lado todos vuestros asuntos».

La princesa Dachkoff, por su parte, escribia en­tre otras cosas: «Una vez mas, nuestra Emperatriz, duefia absoluta de 50 rnillones de esc1avos, langui­dece de aburrimiento y Vas debeis saber 10 que esto significa. Significa que toda Rusia tiembla y la unica esperanza de ser librada de la colera im­perial esta depositada en Vos, mi querido filosofo, y en vuestro ingenio que sabra, no 10 dudo ni un instante, acabar con el aburrimiento de la Zarina. Hablo muy en serio: Vos sois el unico , mi genial amigo, en quien podemos confiar, y la Emperatriz la primera, para que carnbie su mal humor intere­sandola y divirtiendola, este mal humor que nos atormenta hace trece meses y que no cesa de em­peorar. La Emperatriz arde en deseo de conoceros personalmente, pero no es s610 Catalina II la "gran­de" que os irnpaciente, tambien la "pequefia Catalina" suspira impaciente por Vos y la corte, el Imperio, la Academia de Ciencias os suplican venir sin tardanza a salvarnos. Acudid pues tan pronto como podais, y si por desgracia, os fuera imposible realizar el viaje, enviad por 10 menos un retrato. Haremos algunos centenares de copias en miniatura y todos aquellos y aquellas que aqui ya os aman, os llevaran sobre el corazon».

Ni el sarcastico Diderot pudo resistir tanto in­cienso. Por otra parte tampoco era un frio filosofo, era hombre de mundo y galante, amaba a las mu­

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jeres, sobre todo, se entiende, a las mujeres jove­nes y bellas, y para mayor tentacion cada una de las cartas iba acompafiada de un retrato de cada remitente.

En uno, pudo ver una cabeza altiva con extra­fios e inmensos ojos grises de mirada expresiva, una pequeria boca fina y golosa, mientras que un busto rnajestuoso, orlado de condecoraciones, que­daba esbozado en la parte baja de la imagen. En el otro, Ie sonreia una cara graciosa, delicada y apasionada, de ojos oscuros y ardientes entreabier­tos y por ello aun mas sugestivos. Ambos retratos ejercian cada uno a su manera una seducci6n si­milar.

Diderot, hubiera podido decir que estaba entre los dos retratos, como el asno de Buridan, en pe­ligro de consumirse entre dos tentaciones. Vaci­lando entre el retrato de la majestuosa Emperatriz y el de la encantadora condesa, acabo por tomar una resolucion, En primer lugar visit6 a su viejo sastre para encargarle un traje nuevo que deberta confeccionar can toda urgencia y pagaria... como pudiera, porque en esta epoca feliz los filosofos disfrutaban de un inmenso credito.

Despues, sustituyo su «miserable fieltro», bien conocido en todo Paris, par un tricornio nuevo, a la ultima moda; el mismo baj6 del desvan su vieja maleta, ordeno todas aquellas cosas que pu­diera necesitar en un largo viaje, se envolvio fi­nalmente en una amplia capa azul heredada de su padre y tomo la primera diligencia.

Tanto como Paris se entristecia al ver alejarse a uno de sus mas ilustres y espirituales filosofos. se a1egraba San Petersburgo presintiendo su pro­xima llegada. Tal era en efecto, la importancia que

en el siglo XVIII} se conferta a los hechos y gestas de un intelectual.

San Petersburgo exultaba, con algunas excep­ciones. Entre estas raras excepciones, hay que nom­brar en primer lugar al gran fil6sofo y naturalista ruso: me refiero a Paul Ivanovits Lagechnikoff. Hay que decir, sin embargo, que la {mica grandeza evidente de este hombre ilustre era su talla de granadero, gracias a la cual sobresalia entre todos los sabios de San Petersburgo y de otros lugares. Par 10 demas, era mas bien insignificante, No era pues posible evitar preguntarse c6mo habia 11egado a brillar con tanto esplendor, como una estrella, en el firmamento del mundo intelectual de San Petersburgo,

La respuesta es bien sencilla. Lagechnikoff ha­bia llegado a intelectual de igual manera que se llegaba a ministro a general, por gracia de la Em­peratriz. Habia nacido en Moscu, hijo de un bur­gues acomodado y no tenia ni mas ni menos cul­tura que los hombres que, en esta epoca y en este pais dirigian el Estado, ganaban las batallas, y com­ponian la alta sociedad (petersburguesa). Hasta los veinte afios, habia ayudado a su padre en sus negocios, dedicando sus ratos libres a disecar ani-­males, en cuya ocupaci6n habia llegado a un raro virtuosismo, hacienda gala de ingenio y de un cier­to humor, mostrando sobre to do una indudable originalidad, esencial en todas las cosas. No se contentaba con dar habilmente a los animales di­secados una apariencia de vida, sino que sabta ade­mas, por una composicion especial, can la malicia innata del pueblo ruso, sugerir el genero de vida particular a cada animal. A veces reunia varios ani­males en un grupo cornice 0 satrrico, que exponia

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con satistaccion en la ventana de su casa, Ilamando la atencion de numerosos curiosos y «amateurs».

Cuando Catalina II residia en Moscu, en la epo­ca de su coronacion, gustaba de pasearse, acom­pafiada de Ia condesa Dachkoff y de otras damas y genti1hombres de su corte, por las calles de la vieja ciudad, divirtiendose a la vista de escenas llenas de colorido y rica variedad de la vida popu­lar rusa.

Un dia paso ante la casa de Lagechnikoff, se fijo en los animales disecados cuyo aspecto inso­lito y lleno de hallazgos, la cautivo, haciendola pri­mero sonreir y luego reir a carcajadas. Especial­mente le llamo la atencion una peorua hablando ex-catedra, como un predicador ante una devota asamblea de pinzones, canarios, jilgueros, aguza­nieves y gorriones, y un aguila tocada con la co­rona imperial devorando un gallo, mientras que una docena de gallinas parecian rendirle homenaje pOl' este acto protector. No obstante, el grupo que gusto a la Zarina por encima de todo, tenia pOl' heroina a una gata blanca que, apoyada en un seto, acariciaba tiernamente a su marido, mientras de­jaba deslizar una carta de amor entre las patas de un admirador disimulado detras del seto.

Por orden de Su Majestad, el oficial de la Guar­dia, averiguo primero el nombre del original ar­tista que habfa confeccionado los grupos de ani­males disecados, despues Catalina II en persona paso al interior de la casa, penetro en una oscura habitacion llena de iconos y pidio que le presen­taran al joven Lagechnikoff. El pobre muchacho estaba mas muerto que vivo ante la altiva Ernpera­triz todopoderosa, a quien divertian el ternor y las torpezas del joven, y encontraba en ello, tanto 0

mas placer que contemplanda los grupos de ani­males imaginados y confeccionados por el.

El joven Lagechnikoff era de porte elegante, alto y delgado y su rostra gallardo era de aquellos que atraen desde el primer momento. Gusto a la Emperatriz y desde ese instante quedo hecha su fortuna, trazado su destino. La Emperatriz presu­mia de saber descubrir los talentos ocultos. Ya veia en Lagechnikoff al futuro zoologo. de la misma for­ma que luego veria en Orloff al hombre de Estado y en Potemkin al gran capitan.

Lagechnikoff recibio, a costas de la Emperatriz, toda la instruccion que convenia a un filosofo, un sabio, un naturalista, porque en aquella epoca las diferentes ciencias na estaban todavia delimitadas can la precision actual. Despues de haber apren­dido en Rusia to do 10 posible, fue enviado a di­versas universidades alemanas, Iuego por un afio, a Paris donde debia perfeccionar su educacion.

Volvio de Paris convertido en un hombre de mundo, espiritual, galante, peligroso para las mu­jeres. El joven caballero de distinguido aspecto, se habfa convertido en un hombre interesante, fa­vorito de las damas, pero tambien estaba Ham ado a ser un «savant» ilustre y festejado. Sin embar­go, durante su estancia en el extranjero, habia 01­vidado 10 que constituia su cualidad principal: sa­ber disecar animales. En compensacion, no habia aprendido nada de valor, apenas si se habia fami­Iiarizado con los mas recientes terrninos cientificos y adquirido la facultad de sostener algo parecido a un simulacro de discusion con los fil6sofos a la rnoda.

i.Quien se hubiera atrevido en su pais a dudar de &U ciencia? Nadie, excepto el mismo. Como to­

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dos los ignorantes, alentaba un odio feroz hacia todos los que tenian conocimientos superiores a los suyos, y con mayor razon hacia los genies. La noticia de la proxima lIe gada de Diderot le habia despertado un violento sentimiento de miedo y celos. El temor de ser desenmascarado por el gran enciclopedista le habta sugerido la idea fija de que Diderot venia a Rusia con el solo objeto de ridi­culizarle y aplastarle. Instintivamente, odiaba a Diderot incluso antes de conocerle y pensaba en la venganza antes de ser ofendido , antes: de que Diderot tuviera conocimiento de la existencia de Lagechnikoff, celebre disecador de animales y la­mentable naturalista.

Se le habia escapado una observacion delante de la Emperatriz a propcsito de Diderot que dela­taba su estado de animo y que para Catalina II no era sino una razon de mas para alegrarse con la visita de Diderot y prometerse rates muy felices.

Si en los avatares del largo y duro viaje, el autor del Neveu de Rameau hubiera podido arre­pentirse de su decision de ir a Rusia, la recepci6n que le ofreci6 la Emperatriz en San Petersburgo le hizo olvidar todas las anteriores calamidades. Las delegaciones de las corporaciones, de las es­cuelas y de las Academias acudieron a recibirle; se Ie reserv6 un sitio en la suntuosa carroza del conde Orloff, tirada por seis caballos. A traves de los cristales podia observarlo todo a su paso y ha­cerse aclamar por la muchedumbre de curiosos y admiradores. Las tropas imperiales Ie escoltaron hasta el Palacio de Invierno, y al pie de la monu­mental escalera, Catalina II esperaba rodeada de

su corte. Al verla en carne y hueso, en to do su esplendor imperial, la corona sobre su majestuosa cabeza, Ie parecio infinitamente mas seductora que en aquella imagen que en Paris le habfa cau­tivado.

Fascinado, beso la mana que ella Ie tendia y, subiendo a su Iado Ia escalera de marrnol, embria­gada de admiracion, tropezo dos veces, obligando a la Emperatriz a sostenerle con su brazo.

Catalina n se habia reservado el placer de con­ducir a su huesped a los apartamentos que Ie ha­bian sido preparados, junto al Palacio, Ie iba mos­trando ella misma todos los detalles y llamo su atencion sobre la rica biblioteca que contenia to­das las mas hermosas obras maestras de la lite­ratura francesa, cogio un volumen como por azar, y Ie ensefio el titulo: Les dialogues de Diderot,

-No sabria expresaros, monsieur Diderot -dijo con una sonrisa zalamera-, cuan contenta estoy de teneros conmigo, porque me perteneceis al fin y ninguna fuerza en el mundo puede apar­taros de mi.

-Estoy a vuestras 6rdenes, Majestad -contes­to Diderot--. A partir de este momento teneis a vuestros pies a un subdito mas.

Y, juntando a la palabra el gesto, el gran fila­sofo se arrodillo ante la hermosa despota y, como un simple mujik, llevo a su boca los flecos del tra­je imperial.

Catalina II se apresuro a hacerlo levantar y para demostrarle cuanto agradeda aquel home­naje de tan ilustre persona, Ie ofrecio, sin otro formulismo, la condecoraci6n cuya larga cinta ha­bia adornado su majestuoso pecho.

Despues, la poderosa Zarina se despidi6. Dide­

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rot estaba encantado de Ia acogida que le habian dispensado. Se vistio con el nuevo traje que aca­baban de hacerle en Paris, y media hora mas tarde apareci6 en la gran sala donde Ia corte se habia reunido.

La primera persona que se acerc6 a saludarle fue la graciasa presidenta de la Academia de Cien­cias de San Petersburgo, la encantadora condesa Dachkoff, Tambien ella le parecio infinitamente mas seductora que en el retrato, hasta dida que ganaba mas que la Zarina al natural que en r'e­produccion, por muy bien conseguida que estuvie­ra, pues su rostro gracioso y delicado se animaba extraordinariamente en la conversacion, por ef'ec­to de las emociones que se reflejaban en sus ras­gas. Muy pronto lleg6 la Emperatriz. Se habfa cam­biado de traje, iba ahora con un vestido de seda azul con larga cola, audazmente escotado de acuer­do con la moda de la epoca, la abundante cabellera salpicada de polvo blanco, como copos de nieve, una pequefia corona de diamantes sobre la cabe­za: una autentica Venus en crinolina.

Tom6 a Diderot del brazo y presento al pobre fil6sofo los dignatarios, las damas y los caballeros de la corte. Despues les despidio y se retiro con Diderot, la condesa Dachkoff, los principes Pamin y Orloff, la condesa Sultikoff y Madame de Mellin a un saloncito de estilo chino. Este selecto grupo se distribuyo junto a 1a chimenea, hablando sin afectaci6n como entre amigos intimas sabre los temas mas diversos: 1a ciencia, la literatura, la si­tuaci6n mundial, Francia. Diderot estaba en vena, exhibia su brillante conversacion, embelesaba a todo el mundo, especialmente a la Emperatriz.

Todos se felicitaban de haberle hecho venir. La

Emperatriz no se acordaba del aburrimiento y de la fatiga de que se habra quejado desde hacia algun tiempo y que aterrorizaba a los que estaban a su Iado, pero dejaba percibir algunos signos de una agitaci6n febril, como si estuviera esperando toda­via algun nuevo acontecimiento.

De vez en cuando, se aproximaba a la condesa Dachkoff y le murmuraba a1gunas palabras al oido. Finalrnente, un sirviente anuncio la llegada de Paul Ivanovich Lagechnikoff.

El rostra de la Zarina expreso una satisfacci6n evidente. Lagechnikoff llevaba un elegante traje de corte a la moda francesa; recien maquillado, per­fumado, se inclin6 ante la Emperatriz, salud6 a las demas personas agrupadas junto a ella, despues fij6 sus oj os azules en Diderot.

-Monsieur Diderot ---dijo la Ernperatriz-, os presento a Paul Ivanovich Lagechnikoff (intencio­nadamente no hizo seguir al nombre ningun titu­lo), sin duda ya le conoceis par su Iama.

Diderot, que jarnas habia otdo pronunciar ese nornbre, exarnin6 rapidamente a Lagechnikoff y, juzgandole par su aire atletico y 5U porte marcia}, le torno por un rudo guerrero, se incline y dijo:

-Ciertamente mi general, la fama de vuestro valor y genio militar ha llegado a Francia hace ya algun tiempo.

La asamblea, despues que Ia Empcratriz diera la serial y en cierto modo la autorizacion, esta116 en risas ruidosas y sinceras, cosa rara en Ia corte y especialmente en la de Catalina II, donde el vien­to glacial de Siberia enfriaba los mas alegres hu­mores.

Diderot, dandose cuenta que habia metido la pata, sinti6 que la sangre Ie subia a la cabeza, en

2. - DIDERor

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cuanto a Lagechnikoff ... se -puso mortalmente pa­lido, y se mordi6 los labios, £11 borde del desmayo.

_Dachkoff --dijo Ia Ernperatriz volviendose

a la condesa-, dele un vaso de agua, el senor pro­

fesor se siente mal.Entre 13s solemnes ceremonias organizadas en

honor de Diderat, no era 10. menos in'lportante una sesi6n extraordinaria en la Academia de Ciencias de San Petersburgo. Fnndada Y apoyada genero­samente por Cata1iml H, la Academia habia nom­brado miembra de honor a Diderot, Y Ie habia in­vitado a pronunciar una conferencia.

EJ espectaculo de esta sesi6n, can una numero­so p{tb1ico de Ia rnejor sociedad ]]enando todas las galerias, no careda de elegancia. Los academi­cos, vestidos can sus trajes negros e imponentes pelucas en la cabeza, ocnpaban en herniciclo uno de los dos lados de la sala: en el o tro Iado, presi­dia scntada en un sillou elevado, 1a condesa Dach­koH, cubie,·ta con una toga larga y ancha de seda ro ia. el rostro juvenil resplandeeiente y encantador bajo a pesada peluca. una cadena de oro alrededor del cuello, entre las manes un baston con un he­misferio como remate, simbolizando su dignidad

En el centro se elevaba el trono de 121 Zarina. Despnes de que 13 Emperatriz, odornada con todas sus joyas, entrara seguida de 5'11 corte y despues de oue In-lbiera ocnpado el 1uga!' dominante que

r ado tenia reservado en ese tabern8_culo consag a la cicncia. 12 bella Presic1enta abrio 121 sesi6n uronun­ciando un discurso con gran seriedad. Saludo a la docta asar.nblea, 121 lnformo ofidalmente de la feliz llegada de Diderot y pidio que fuera ratificado 511

nombr21mienlo de miembro honoraria. . Todos los asistentes, sin excepci6n alguna, i11­

cluida 121 Emueratriz, se levant21ron en sefial de asentimiento.

Luego 121 Presidenta actuando aSI por expreso deseo de 121 Emperatriz, rogo a Paul Ivanovich La­gechnikoff que presentara a Diderot.

Lagechnikoff, muy palldo, desernpefio cl encar­go con clignidad y cuando Diderot, de su brazo, entro en 121 sala, fue acogido por aclamaciones una­nirnes y prolongadas.

La encantadora Presidents descendio de su si­tial, anu11cio a Diderot su nombramiento y Ie raga que aceptara .la carga que repres'entaba. Diderot expreso su agradecimiento con palabras emocio­nadas. Entonces la Presidenta Ie sefialo un asiento junto a ella y le invito a iniciar la conferencia que todos esperaba11 con interes e impaciencia.

En aquella epoca, los filosofos eran a] mismo tiempo criticos, historiadores, naturalistas, poetas. Asi, Diderot no habia dudado en elegir como tema de la conferencia, una cuesti6n que era el centro de todos los debates en Francia, y que revolucio­naba todos los arnbitos del conocimiento humane: el parentesco entre hombres y animales y particu­larmcnte 121 hipotesis segun la cual el hombre des­cendia del mono...

Es facil cornprender la scnsacion que produjo en San Petersburgo el tema elegiclo por Diderot. Cuando termino, se desencadenaron aplausos des­de todos los rincones y los venerables academicos se precipitaron hacia el conferenciante para feli­citarle y abrumarle con halagadores elogios.

No obstante, cuando se calma el frenesi de las ac1amaciones, se deja oil' una voz solitaria, clara y firme:

-Perfecto, monsieur Diderot, solo os pido que

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probeis 10 que habeis dicho. Vuestra teorta es in­teresante si podeis aportar pruebas que la apoyen.

Paul Ivanovich Lagechnikoff acababa de hablar. A sus palabras siguio un penoso silencio. La Empe­ratriz, los ojos centelleantes de ira, busco con an­sia al impio que acababa de cometer tal sacrilegio.

--lSois vos Lagechnikoff? -pregunt6 ella-, pues bien, [osad formular vuestras objeciones!

-Monsieur Diderot -respondio Lagechnikoff con voz temblorosa por los celos reprimidos-, acaba de exponer brillantes hipotesis, pero yo sos­tengo que no ha probado nada.

--Asi pues, ino creeis que el hombre descienda del mono? -pregunt6 Diderot sonriendo con con­deseendencia.

-Tengo mis dudas -contesto Lagechnikoff- Y las tendre mientras monsieur Diderot no consiga hacer hablar a un mono.

Estas palabras pronunciadas con voz mas firme provocaron un nuevo sobresalto.

Diderot hubiera podido decir: «Acabo de hace­ros hablar senor Lagechnikoff, luego la prueba esta hecha», y todo el mundo hubiera reido, pero el solemne decorado de la Academia no le parecia apropiado para semejante broma de dudoso gusto. En lugar de este bon mot, prefirio utilizar un argu­mento mas cientifico.

--Me sorprende, senor Lagechnikoff, que un naturalista de vuestra categoria pueda ignorar que hay monos parlantes. .

-lMonos parlantes? -respondio Lagechnikoff, levantando los hombros- jamas he visto ninguno, ldonde se encuentran?

-En Madagascar --afirmo Diderot. En realidad, Diderot ignoraba la existencia de

monos parlantes tanto como su rival. Sin embar­go, estaba muy habituado a hacer afirmaciones pe­rentorias y elaborar audaces teorias: como todos los brillantes espiritus de la epoca, no se preocu­paba mucho de buscar pruebas que apoyaran sus palabras y, como a la mayor parte de sus contem­poraneos, no le importaba, cuando las cosas se cornplicaban, recurrir a la imaginacion, ala pura y simple invencion,

-En este caso --continuo Lagechnikoff-- pro­pongo que la Academia de Ciencias encargue a mon­sieur Diderot que le presente uno de esos monos parlantes y que entretanto declare que la teoria que acaba de exponer es pura fantasia.

La Emperatriz atraveso a Lagechnikoff con la mirada y descendio del trono para levantar la se­sion. Los academicos siguieron su ejemplo; asi, la propuesta de Lagechnikoff ni siquiera fue puesta a votacion. No obstante, la seguridad con que se habra enfrentado al celebre Diderot, habia produ­cido una profunda impresion y dejaba a todos en la duda.

A partir de este dia memorable, la Emperatriz sintio el violento deseo de poseer un mono par­lante hasta el punta que se iban eclipsando los otros deseos que le hicieron Hamar a Diderot a su corte.

-iHabeis hecho las diligencias necesarias para que llegue el mono parlante? -se inquietaba Or­loff algunos dias mas tarde.

--iEsta el mono en camino? -preguntaba como un eco el conde Pamin.

-iCuando llega el mono? -interrogaba la con­desa Sultikoff.

-Querido Diderot, se que muy pronto nos sor­

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prendereis -Ie dijo al oido la condesa Dachkoff. -lSorprenderos, condesa? le6mo? ---contest6

Diderot con fingida inocencia. ·-Presentando el mono parlante, leomo iba a

ser? ..

-Teneis' un aspecto triste, Diderot --comenta la condesa Dachkoff apartando al fi16sofo del circu­10 deintimos que estaba reunido en torno a la Zarina.

-Estoy de acuerdo --murmur6 Diderot. - Y yo se la raz6n de vuestra tristeza -insisti6

1a encantadora condesa con un punto de coqueteria en sus pa1abras.

-lLa sabeis? -dijo Diderot, cada vez mas con­fuso.

-lQuereis que os 1a diga? -Guardaros muy bien... par el amor de Dios ... --Voy a decirla de todas rnaneras, la raz6n de

vuestra tristeza es el trastorno que os ocasiona el mono parlante.

Por el aspeeto de Diderot se deducia que es­peraba una revelacion de naturaleza totalrnente distinta,

-lEl mono? -repuso con aire sofiador-, no es nada de eso...

-lPor que entonces estais tan triste ... ? -Voy a deciros Ia verdad -dijo el fil6sofo ba­

jando otro tono la voz y apretando la mana que la condesa Ie abandonaba.

-Ahora empiezo a entender... -rnurmuro ella. -lLo habeis adivinado? -Es el arnor... -Es verdad en cierto sentido -explic6 Dide­

rot-i-, perc no es la palabra exacta. La verdad es que siento una pasion insensata ... estoy loco ... ad­miro y desespero ...

--Arnitis sin espcranza... -Eso es. --Esta claro ... amais a la Emperatriz ... -Venero a Ia Emperatriz y estoy sometido a

ella, me inclino ante su espirrtu, su masculina vo­Iuntad, r'indo homenaje a su belleza como a 1a de una diosa griega, la admiro en silencio pero ... amo a otra...

--l Otra> ---susurr6 la condesa sin hacer un ges­to para retirar Ia rnano que Diderot conservaba en la ~mya---. Dejadme adivinar, Apuesto a que es la condesa Sultikoff...

Diderot sacudio la cabeza. -cQuiza Mme. de Mellin? -Tampoco. -Entonces no se me ocurre ... ---iNo se os ocurre -esta1l6 Diderot- que cs a

vos a quien arno, La mas hermosa de las mujeres, La mas encantadora de los filosofos?

-No debeis ni pensarlo siquiera ... No ignorais que estoy casada y que mi marido es terriblemen­te celoso...

-La se, peru tambien se que es par esta razon que ocupa e1 cargo de gobernador en una lejanaprovincia ...

Un golpe de abanico le hizo comprender que habfa ida demasiado lejos. ..

En el mismo instante y de improvise, Lagech­nikoff aparecio ante ellos.

-Os felicito -dijo dirigiendose a Diderot can un tono Ironicn,

-,Por que, profesor?

22 23

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-Habeis ganado. -lHe ganado? i.Y como? --pregunto Diderot. ---Se ve a simple vista -respondio Lagechnikoff

e1evando la voz->, que teneis un famoso mono en 1a cabeza, monsieur Diderot.

-jDiderot tiene un mono en 1a cabeza! -excla­mo divertida la condesa Dachkoff, y mientras iba a reunirse con 1a Emperatriz no cesaba de repetir aplaudiendo como un nifio-: [Diderot tiene un mono en 1a cabeza!

El dia siguiente, al mediodfa, cuando la condesa se desperto (porque en aquella epoca las damas se despertaban a horas tardias), encontro una car­ta perfumada en la cabecera de su suntuosa cama oriental. La abrio en seguida y Ieyo:

«jDiosa inabordable! te a1110. Te aIDO hasta la locura y darta toda rni filosofia por un solo bcso de tus 1abios embriagadores, dada mi libertad, da­ria mi vida por una hora en tus brazos. Soy capaz de todo para conseguirlo. Presiento que un dia no lejano, me arriesgare a olvidar que estas muy por. encima de mi, [oh inabordable! No tardes, plies, en atarme con lazos que me seran muy dukes 0

bien ordena mi exilio a las Irias regiones del Norte donde todo es hielo y donde quizas hasta podria apagarse esta llama, despues de haber consumido hasta e1 ultimo aliento a tu esclavo ... Diderot..

Cuando Ia princesa termino Ia Iectura de este sorprendente billete, sonrio, despues empezo a re­flexionar muy seriamente...

Y 10. Emperatriz de todas las Rusias empezaba a aburrirse de nuevo.

Como tema de conversacion, Diderot no tenl;;t

nada mas que ofrecer, y las continllas a1usiones de Lagechnikoff al «mono parlante) se habian vuelto a su vez monotonas y pesadas. En Cllanto a Orloff, llevaba ya mucho tiempo haciendo bostezar a 10. bella despota.

lQue inventar?

Esto es 10 que se pregul1taba 10. "pequefia Cata­lina), po.rticularmel1te una noche en que, despues de una aburrida sesi6n del Consejo de Estado, es­taba a los pies de su amiga, 10. cual, sombrio. y taciturna, exclamo eolericamente:

-c:Es que no es posible encontrar algo que aca­be con mi eterno aburrimiento? -DespueS', ana. dio en un tono menos vehemente_: Katinka, te has vuelto inatenta, blanda, decepcionante ...

-Majestad, por mucho que pienso ... -Si no se te ocune otra coso. -opino Catali­

no. II- podrias espabilartepara organjzar' una pequeno. COl1spiraciol1, siempre proporciona erno­ciones. Hago azota1' a algunos, envio a otros a Si­beria y a los jefes, se Ies corta Ia cabeza. No digas que no es excitante coquetear con un hombre cuan, do sabes que al elia siguiente ordenaras que Ie de­capiten...

-Majestad... -interrumpi6 la condesa Dach­koff insinuando una timida protesta.

-Encuentro esto muy excitante, confirmo Cata­lina II, sobre todo cuando me doy cuenta que s610 dcpende de mi conccderles Ia gracia en el t'l1timo minuto, cuando ya han sufrido hasta c1 finalla tor­tura de esperar una mue1'te cierta, como tambien depende de mi, dejar que el verdugo lleve a cabo Ja ejecuci6n ... Pero c:que te pasa, Katinka? (No dices nada? Ouiza me temes ...

~Wencio.

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-y bien -dijo Catalina II volviendo a la car­ga-, ~no tienes nada que sugerirrne 0 proponerme, me abandonas ami aburrimiento?

-S1..., se me ocurre algo --dijo la princesa y bajo el influjo de una subita inspiraci6n saco de 5U escote, donde la habia guardado, la carta que Diderot habia heche dejar en su cabecera y se la dio a la Emperatriz que la recorrio avidamente. Despues de leerla, pregunt6 a la condesa con una extrafia sonrisa:

--lC6mo ha llegado esta carta a ius manes? -La he encontrado en casa al despertarme. -i.Crees realmente que esta enamorado? --Lo creo. ---lTan loco de amor como dice? --No tengo ninguna raz6n para dudarlo... --Es un halago para mi... . -'lPara ti? -no puclo evitar decir la condesa,

sorprendida. Sin hacer caso a esta reacci6n de La condesa,

Catalina II se levant6, avanz6 hasta el espejo y arreglando con un gesto el Iigero desorden de sus bucles ernpolvados, se mir6 largo ticmpo en el cris­tal, can una extraria luz en los ojos ...

-lY por que no? -dijo, expresando en alta voz Ia conclusi6n del examen->, soy todavia suficiente­mente bella para poder inspirar tales sentimien­tos ...

La condesa tuvo grandes dificultades para do­minar su emoci6n. La Emperatriz habia imaginado que la carta y la pasi6n de Diderot iban destina­das a ella, no habia duda,

-Tanto mejor -se dijo tras una breve refle­xi6n-, prefiero esto...

--Si realmente me quiere como dice, entonces ...

-_·Os adora -se apresuro a confirrnar Ia con­desa,

-Pues bien, esta IDea pasion de nuestro querido fU6sofo promete ser muy divertida --dijo la Zari­na con evidente satisfacci6n--, peru hay que actual' con prudencia y cuidado --aiiadi6-. En su locura, es capaz de todo y debemos velar por nuestra reputaci6n. --Para ocultar la sonrisa que la preo­cupacion de Catalina llevaba a sus labios, Ia con­desa se apresuro a hacer un pequeno retoque en el peinado de su imperial amiga ...

--La virtud es el primer deber de los soberanos y los filosofos -·-continu6 Catalina II, imperturba­ble-i-. Debo dar buen ejernplo a mis sUbditos.

La condesa Dachkoff se entretenia con el pei­nado de la Zarina.

-.Ya esta bien -dijo la Emperatriz con cierta irritaci6n--. Tengo necesidad de hablarte, Katinka. Es necesario ponerse de acuerdo para decidir 10 que hay que hacer.

Las dos amigas se instalaron junto a la chi­menea.

-lTeneis la intenci6n de tomar en serio a Di­derot, Majestad? --pregunto la condesa,

-Ni 10 pienses ... ---En ese case, vais a desanimarle ... -Tampoco. -GQue vais a hacer entonces? -De momenta, voy a ignorarlo... -lY despues?

-Responder a su fuego con el hielo de Siberia... --(Para calmarlo 0 para apagarlo? -Ni una cosa ni otra. Para excitarlo todavfa

mas -zanj6 Catalina II riendo.

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En vano Diderot aguardaba, esperaba una res­puesta a la carta que habia hecho entregar a la condesa. Cuando fue a pedir noticias a su domici­Iio, le dijeron que Ia condesa no estaba. En su desespero intent6 hablarle a solas en aquellas reu­nionesIntimas que organizaba la Emperatriz perc la condesa desplego todos los recursos de su astu­cia para escapar, desesperandole con sus zalemas tan amables como evasivas.

lY Catalina II? Si la «pequefia Catalina» era de nieve, Ia «gran­

de» era de hielo. Diderot estaba muy preocupado y empezaba a preguntarse si no habria cometido algun crimen de lesa majestad. Ante tantos enig­mas se resign6 a escribir una nueva epistola, con­cebida en estos terminos:

«[Diosa mia! iEstais enfadada? i.C6mo interpre­tar vuestro silencio? Si teneis el deseo de hacerme pereeer, hacedlo sin tardanza y sin tomaros la rna­lestia de firmar mi sentencia de muerte. Un gesto sera suficiente. Mafiana porIa neche en el baile de la corte una escarapela roja en vuestro cabello significara «sf» y hara mi felicidad, una escarapela blanca «no» y sera mi desesperacion. Vuestro mi­serable esclavo, Diderot.»

Dirigio la nota «A Catalina» sin ninguna otra precision y la eonserv6 en el pufio de la eamisa con idea de deslizarsela la misma noche a la con­desa de propia mana, pues ernpezaba a preguntarse si le habria llegado la primera nota.

Lleg6 la noche. El circulo reunido en torno a la emperatriz era excepcionalmente reducido, 10 cual no facilitaba las maniobras de Diderot. Con­siguio de todas formas acercarse a Ia condesa Dachkoff, sin Hamar dernasiado la atencion,

-jPiedad, condesa! -Ie murmur6 al aida. -i. Para quien? -Para mi. - Ya as he prevenido ... -Tomad par 10 rnenos esta nota --dijo Diderot,

hacienda un intento de deslizar e1 papel entre sus manos.

--jlmprudente! [La Emperatriz nos esta obser­vando! --dijo la condesa, interrumpiendo su in­tento.

Efectivamente los ojos de Catalina II estaban puestos sabre los dos cornplices, que tenian aspec­to de conspirar.

-Os 10 suplico -insisti6 Diderot-, dadme un consejo. c: C6m o puedo haceros llegar 1a nota?

-c:Veis 1:1 estatui11a de 1a Bacante? -rep1ic6 la condesa despues de un momento de reflexion.

-Si, Ia veo.

-c:Y la bandeja que tiene entre sus manos? -Si.

-Dejad la nota en la bandeja sin que nadie os vea, Aprovechare un momenta favorable para ir a recogerla. Mientras 10 haceis intentare distraer 1a atencion de la Emperatriz.

La condesa se levant6 y se acerco a Catalina II. -Os ha escrito otra carta -Ie dijo en tono de

confidencia. ·-c:Donde esta esa carta? -Va a dejarla en la bandeja de la Bacante. -Hagamos vel' que no nos darnos cuenta de

nada -sus'Urro Catalina II jugando can su aba­nieo.

Diderot hizo 10 que habia convenido can la con­desa Danchkoff, que lama un suspiro de alivio.

Aquella noche, el baile de la Corte ofrecia un

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aspecto realmente maravilloso, estaba desplegado todo el Iujo de la Rusia aristocratica. EI impacien­te Diderot llego entre los primeros, tensos los ner­vios en espera de la respuesta de la condesa Dach­koff.

La condesa se hizo esperar mucho. Finalmente llego. EI corazon de Diderot batia a punta de estallar. Intento con ansiedad descubrir el color de 10.·

escarapela que ella debia llevar en el pelo. En vano. Ni escarapela blanca ni escarapela roja. lHab:da recibido su carta la condesa? a -o.troz pensamien­to- c:habria caido en manos indiscretas?

Diderot estaba sumido en estas reflexiones e inquietudes cuando la Zarina hizo su entrada. Es­taba radiante de belleza, vestida de blanco de pies a cabeza, con un largo traje de seda del Atlas, larga cola y volantes de encaje blanco, un abanico blan­co en 10. mana, diamantes alrededor del cuello y espolvoreados los bucles del cabello con blanco de nieve. Un solo y provocativo detalle rompia la sin­fonia en blanco. Al darse cuenta Diderot tuvo un estremecirniento y se sintio aterrorizado hasta 10 mas hondo de su alma.

En el cabello blanco de nieve de la majestnosa Zarina, de la hermosa soberana de cincuenta mi­llones de esclavos, de la mujer genial, resplandecia como una llama [Ia escarapela roja!

[La escarapela rojal Diderot sorio can ella toda Ia neche. A veces Ie parecio semejante a un in­mensa sol rojo en el justa centro del blanco cielo de San Petersburgo 0 a una enorme rueda roja que rodaba a una velocidad vertiginosa con la diosa de la suerte montada en 10 mas alto. Otras, se meta­morfoseaba en una flor maravillosa, surgiendo

como si fuera un milagro del espeso lecho de nieve que cubria las cercanias del Palacio de Invierno. Decidido, con mana firme, cogia 10. flor, la tomaba para no s-epararse de ella jamas y por dondequiera que pasara, 10. masa se postraba ante su presencia, el rostro contra el sueIo, todas las puertas se abrian ante el y la mas bella de todas las princesas des­perto de su suefio milenario y tendio al pobre fi­losofo su mana con el cetro. Esta princesa de en­suefio tenia los ojos brillantes y los rasgos altivos de la Zarina.

-iCatalina! -grito Diderot, despertandoseo La mariana estaba avanzado.. Llam.y, EI servidor que le habtan destinado en­

tro, con dos sabres de gran tamafio que sin duda contenian documentos oficiales.

-Dos cartas para vuestra Excelencia -dijo el lacayo que tenia Ia costumbre de dar este titulo al filosofo que gozaba del favor imperiaL

-iDe donde proceden? ---pregunto Diderot. -Acaba de traerlas el ordenanza de 10. Acade­

mia de Ciendas. -Bien, puede retirarse. El Iacayo salio. Apresuradamente, Diderot abrio

uno y otro sabre. El primero contenia, sin riingun comentario, la escarapela raja que habia adornado la vispera los cabellos de la Zarina. En el segundo, encontro una carta, con letra de Ia condesa Dach­koff can estas palabras lapidarias: «jlnfiel! Nece­sito hablaros. [Venid pronto! Os espero.s

-jViI seductor! -exclo.mo la condesa Dachkoff, o.cogiendole en su boudoir unos minutos mas tarde.

-(Que quen§is dedr? -balbuceo el filosofo. 30

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-cEs as! como se comporta un filosofo? -in­sistio la condesa-. Empezais haciendome una in­flamada declaracion de arum y despues haceis 10 rnisrno con la Zarina.

-Nunca he heche nada parecido mi carta os iba destinada... la habra cogido por ahara em­piezo a comprender... pero en este caso la (esca­rapela roja?

---Signifiea que su Majestad Catalina II, no ha recibido sin intercs las palabras apasionadas que habeis sabido encontrar ...

--1'Ou6 dcsastrosa confusi6n! Es a vos a quien amo, condesa, isolo a vas y no a Ia Zarina! -se lamento Diderot.

-Desgraciadamente, esto no cambia mucho el asunto, coment6 la condesa suspirando, ya que la Zarina os' ama ...

-(La Zarina me ama? -exclam6 Diderot, estu­pefacto.

-Sf --afirmo la condesa- y habeis jugado con­migo frtvolamente,

--Os equivacais, condesa. Os jura ... --El juramenta de 11n f'ilosofo, de un ateo, me

pregunto que puede valer -replica la condesa. -Creedrne no a1110 a otra que a vos. Os adoro.

Sois mi diosa. -GAsi pues es verdad? -munnuro Ja condesa

cambiando de tono-. GMe amais? [Pobre Diderotl Sabed que yo tarnbien as arno pero para nuestra desgracia ahora todo ha terminado. Os habeis de­clarado a la Zarina.

-No, no me he declarado a Ia Zarina. Os 10 repito.

--En todo caso ella ]0 cree y viene a ser 10 mis­mo. Si apreciais vuestra libertad, vuestra vida

-continuo con acento patetico-c, disimulad siern­pre el amor que podais sentir par 1111. En este te­rreno, Catalina Ia Grande esta Iuera de toda com­peLencia.

-;.Que debo pues hacer? -prcgunt6 Diderot, comp1etamente desoricntado.

-Pueden presentarse muchas posibilidades -respondia la condesa con una sonrisa as·tuta--. Dentro de algun tiempo 1a Zarina podrfa pensar en volver a casarse,

-iDios mio! (Y creeis que yo tendria oportu­nidades? -exc1am6 Diderot, sin poder disimular su entusiasmo.

--La Zarina habfa tenido siempre 1a idea de inaugurar en Rusia una era de cultura y filosofia -·afirmo Ia condesa-. Por 10 tanto, la posibilidad de una boda can un hombre como vos ...

-Est:Hs bromeando ... --En abso1uto. Es muy serio. GNo se llama a

nuestro sigIo, e1 siglo de la fiIosofia? Los hombres de Estado, los generales, los reyes (no consideran a los fiI6sofos, no s610 como iguaIes sino como sus maestros, sus profesores, estrellas que les guian Y cuya gloria revierte en ello? Os aseguro que el mundo no se sorprenderia de que el filosofo coro­nado, Catalina II, compartiera e1 trona de Rusia con el ilustre fi16sofo Diderot. Prometedme solo que s'eguin§is siendo rni amigo ...

-jSeguire siendo vuestro admirador hasta mi ultimo soplo de vida! -exclamo Diderot lleno de ardor y generosidad, lIevando a sus labios la mano de Ia condesa.

-jPrudencia! jPrudencia amigo mio! --aconse­jo la condesa. Las paredes tienen oidos y en San Petersburgo los tienen especialmente largos y finos.

3. -DIDEROT

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i partir de ahora no podeis arnar a otra que aA

Catalina II, Catalina la Grande, la Zarina! -LOs ha confiado ella sus sentimientos? -Me 10 ha dicho todo. Me ha leido vuestra car­

ta y me ha confesado que desde el primer dia siente hacia vos un tierno sentimiento. Me ha pedido un sobre de la Academia para poner en el 1a eS'carapela roja que llev6 el dia del baile como sefial y para haceros conocedor de su buena dis­posici6n. Despues me 11a dado el sobre para que

os 10 hiciera llegar.-Todo ha terminado -dijo Diderot, dejando

escapar un vago suspiro. -POI' el contrario, todo acaba de empezar -re­

plic6 1a condesa-. (No os he ya revelado todo el alcance de vuestra suerte? 1Sois el mas feliz de los mortales, nuevo Edin:li6n a1 que la Fortuna acaricia dunniendo! Partid ahora y, a los pies de 1a «Gran Catalina)), guardad un buen recuerdo de

1a ({pequefia)).

Despues que Diderot hubo dejado sus habita­ciones, la condesa Dachkoff estall6 en risas espe­cialmente sinceras por el largo tiernpo que las ha­bia reprimido. Despues. sin perder un momento, se sento en 5U escritorio y puso unas lineas a Lagechnikoff para que viniera a verla. El profesor no se hizo esperar. Apareci6 ante Ia condesa pre­cedido de una nube de perfume. Le bes6 la mano y obedeciendo a una sefial se sent6 en una silla

junto a ella._Lagechnikoff ---dijo con acento de profunda

piedad-. mi pobre amigo, estais perdido defini­

tivamente...

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Lagechnikoff palideci6. -~Perdido? (C6mo es esto? No he hecho nada

malo... no he cornetido ningun crimen -farfu1l6. ---Nada de esto es necesario para perderse, que­

rido -dijo la condesa-. as voy a contar todo, pero dadme vuestra palabra de honor que no direis nada a nadie, absolutamente a nadie, (compren­dido?

-Teneis condesa, la palabra de un hombre de honor.

--Entonces, escuchadme, escuchadme bien, La­gechnikoff. Diderot ha hecho a Ia Zarina una de­claraci6n de amor.

-jQue insolente! -exclam6 Lagechnikoff. -~Podeis afiadir: IQue feliz! -continuo la con­

desa-i-, porque la Zenina comparte sus' sentimien­tos y, agarraros bien, piensa casarse con el.

Lagechnikoff sofocado, no encontraba palabras. -Imaginad por un instante, mi pobre amigo, a

Diderot de Zar y a vos de subdito, insistio Ia con­desa, seria capaz de haceros disecar en lugar del mono parlante, con el que tantos fastidios le habeis ocasionado.

Volviendo a sus antiguos modales, Lagechnikoff se levant6 de un s'a110 y atraveso el boudoir mal­diciendo a Diderot, a la Ernperatriz, la hora en que naci6... y se fue precipitadamente sin despedirse de Ia condesa.

Entr6 en el coche y se precipit6 hacia la casa de Orloff.

--Conde, es el fin del mundo --Ie dijo casi sin aliento ...

-(C6mo? (El fin del rnundo? (Hablais en se­rio? --pregunt6 Orloff--. (Teneis pruebas cienti ­ficas?

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__Ciertamente. Tengo las pruebas. La Zarina se

vuelve a casar... -lSe casa? lCon quien? -Con Diderot ...

Catalina II ya no se aburrfa, se divertia casi demasiado, una emocion desplazaba la otra. Dide­rot la asediaba con insistencia. l~agechnikoff se arrodillaba ante ella suspirando. Pero 10 que la transportaba a 121 maxima felicidad, como a todas las mujereS' «rnalas», era ver en S11 circulo intima a Orloff, Lagechnikaff Y Diderot zaherirse Y en­frentarse como fieras enjauladas. Catalina II se las ingeniaba para dirigir a unos contra otros e inven­tar los mas refinados tornJentos para inquietarlos.

Una noche organiz6 una partida de tarots entre los tres rivales. Otra vez, jugando a las prendas, oblig6 a que Orloff abrazara diez veces a Diderot. En otra oeasi6n, en tono muy serio, emitio la idea de instituir una Academia para monos destinada a educar a nuestros antepasados para que se vuel­van completamente hurnanos. Lagechnikoff seria el rector provisional de esta singular Academia.

De tanto oir hablar de su amor por la Zarina, Diderot llego a creer en el y esperaba con impa­ciencia febril 121 ocasi6n propida para lanzarse a

sus pies.Catalina II cedi6. Para tener un «tete a tete»

con e1 filosof'o de Paris le pidi6 que viniera a dar­le una conferencia sabre Plat6n y eligi6 las ultimas horas de la tarde para esta lecci6n de filosofia.

Diderot estaba loco de alegria. Brillantes fan­tasias y suefios de quimera bailaban alrededor de su cabeza como un enjambre de moscas excitadas.

Llego la hora tan esperada, POl' primera vez, despues de haberlo deseado tanto, estaba por fin solo frente a 121 bella Zarina, que justamente estaba mas seductora que nunea cuando Diderot 121 encon­tro junto a la chimenea, su deliciosa mano aban­donada sobre el lorna de cuero... de La Republica de Platen. Diderot a duras penas podra conservar su sangre fria y sucedia con frecuencia, en el curso de la lectura, que su mano como por azar rozase los dedos de la Zarina 0 que los bucles de la Em­peratriz acariciasen las rnejillas del filosofo.

Diderot tuvo un sobresalto cuando, transporta­da por el tema, la Zarina dejo su brazo en el res­paldo del sill6n que ocupada Diderot, leyendo el texto de Platen y ley6 con el por encima de su hombre, 121 pagina abierta, Entonces perdio com­pletarnente el dominic de S1 misrno y sin poderse contener se encontro a los pies de la bella tenta­dora.

-Pero Diderot, GIla beis perdido la sensatez? -exclam6 Catalina II.

-jMajestad! ---esta1l6 Diderot, como en tran­ce--, enviadrne a Siberia, hacedme decapitar, ha­cedme encarcelar, no conseguireis sino que os arne mas. Os adore y no quiero vivir ni tan un solo ins­tante si me rechazais ...

-Querida Diderot ---dijo Catalina II con con­descendencia-, empezad por Ievantaros, podrian sorprenderos ...

-iDiosa mia! --continu6 Diderot en el mismo tono cubriendo de besos ardientes las manos de la Zarina.

-Asi, lde verdad me amais? -pregunt6 Cata-­lina II abandonandols su mano imperial.

-jLocamente!

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---Quisiera creeros --continuo la Zarina-i-. pero sabeis mejor que yo que vivimos en un siglo de escepticismo. Perrnitidme pues dudar de vuestro arnor hasta que me 10 hayais probado plenamente.

-iExigidme cuanto querais, graciosa Majestad! -exclam6 Diderot, transportado.

-jPues bien! Quiero el mono. -"--i.El mono? GQue mono? --E1 mono que habla. El mono parlante de

Madagascar -dijo la Zarina, levantandose brus­camente, Y hasta que esto llegue no me hableis de amor. Adios, mi querido Diderot.

Can estas palabras desaparecio, dejando al filo­sofo de rodillas, como un alumno castigado ...

--Estoy desesperado ---confio Diderot a Ia con­desa Dachkoff, que estaba atendiendo a su tocado en el boudoir.

-(Por que? c:Pc,rque la Emperatriz os ama? -replic6 la condesa, encantadora, en su bata de gasa,

-Ella no cree en mi amor... -jEn vuestro arnor! Ni siquiera vos mismo

creeis ... --Quiza si. .. --iC6mo! No me habeis jurado hace poco que

no amais a nadie mas que a mi. -Y era verdad ... entonees, pero despues ... -GAmals a la Zarina? -Con 10C1ua. -Es perfecto. (. Que mas quereis? -La Emperatriz me pide Ul1a prueba de amor ...

IY que prueba! --Esta en su dereeho.

-Pero no quiere creer en mi arnor hasta que... jarnas podriais adivinarlo... hasta que Ie ofrezca el mono parlante.

-Esto ha de ser muy facil para vos. Id a bus­carlo a Madagascar...

-Madagascar esta lejos ... -se lament6 el filo­sofo ...-- y tampoco estoy seguro de encontrar allf un mono parlante,

--iEs posibIe? -.Me pregunro si es posible encontrar en nin­

guna parte de Ia tierra el mas minimo indicio de un mono parlante --dijo Diderot desolado, perso­nalmente jamas he vis to ninguno.

--Si es as! as cornpadezco -dijo Ia condesa se­veramente---. Conozco a la Empe1'atriz y no renun­ciara jamas a su mono, que es la {mica cosa que puede haceros acceder al trono imperial de Ru­51a.

-No me queda sino quitarme la vida. --jQue perdida para la ciencia! --No veo como salirme de este paso en falso ... La condesa Dachkoff, apretando con ambas rna­

nos su hermosa cabeza, pensaba profundamente. Por fin, una sonrisa triunfal ilurnino subitamente su rostro preoeupado.

-Tengo una idea --exc1amo, mientras afiadia para SI misma: «5orprendere a todo el mundo, la Emperatriz incluida», Despues dirigiendoss a Di­derot dijo en voz alta-: Querida amigo, si yo fue­ra un fil6sofo como Diderot, aprovecharia una si­tuaci6n desespe1'ada para realizar una accion des­lumbrante.

-(Que aeci6n?

--Entre nosot1'os, i.el mono parlante no existe? -No, no existe.

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_ Y sin embargo la Emperatriz exige que le ofrezcais uno en prueba de vuestro amor.

-Exaetamente. ---Hay que afronrar la situaci6n --dijo la con­

desa pateticamente-. Si no podeis ofrecer a Ia Emperatriz el mono que pide, debeis dar a su Ma­jestad una prueba mas de vuestro arnor, que no retrocede ante ninguna difieuItad, una prueba tan extraordinaria que no la pueda dejar insensible ...

-Estoy impaeiente par saber. .. -Es muy simple. No teneis mas que ofreceros

vos en persona a 1a Emperatriz como mono par­

lante. -i,He entendido bien? i,Yo? leomo mono par­

lante? --Pues 51, vos mismo... -conduy6 121. conde­

sa-. Salis de viaje, diciendo que vais a buscar el animal que exige la Emperatriz. Aprovechais la ausencia para haceros coser una piel de mono y os haceis presentar a 121. Emperatriz par alguien de vuestra confianza.

-jQue idea tan ingeniosa! jMe habeis salvadol IVoy a abrazaros! -exclam6 Diclerot y dej<'mdose Ilevar por su entusiasmo y a pesar de las protestas de la Dachkoff, la apreto con su pecha y la beso apas·ionadamente.

Aquella misrna tarde no se hablaba de otra cosa en la corte que del viaje de Diderot a Madagas­car y del mono parlante.

Una semana despues de la partida de Diderot, la Presidenta recibi6 el siguiente mensaje en la Aca­demia de Ciencias: «Muy honorable presidenta: Hemos tenido noticias de Ia brillante tesis y con-

ferenda genial de nuestro gran Diderot, pero de­plorarnos que un cierto Lagechnikoff, que quizas sea un habil taxiderrnista, se haya permitido cri­ticar sus teorias. Nos es facil aportar las pruebas que reclama este personaje y con todo el respeto que os es debido, nos permitimos anunciaros que estamos haciendo 10 necesario para enviar como regale y hornenaje a 1a Emperatriz, Su Majestad Catalina n de Rusia, un especirnen de mono par­lante de Madagascar. En nornbre de Ia Sociedad de Zoologia de Paris. Firma ilegible».

La condesa Dachkoff no habia oido hablar has­ta entonces de esta Sociedad de Zoologia de Paris, pero no necesit6 mucho tiernpo para comprender que 121. carta provenia de Diderot. El mensajero que la llevaba Ie asegur6 que era profesor de [ran­ees en Reval y que era el hombre de eonfianza de Diderot.

-i,Y el mono? Ouiero decir monsieur Diderot ... ld6nde esta? -pregunt6 inquieta Ia condesa.

-Lo he dejado en el Hotel «Los Ojos de Dios» donde me hospeclo -respondi6 el profesor.

-Bien, digale a M. Diderot que pasare yo mis­ma a buscarle con mis servidorcs.

-Es que... esta en su jaula... -i,Que importancia tiene? Mis servidores He­

varan la jaula, Investida con todas los atributos de su digni­

dad: toga, collar y baston, se traslado al Palacio de Invierno para anunciar a Ia Zarina la sorpren­dente noticia. Despues salio bacia el Hotel «Los Ojos de Dies», acornpanada de cuatro servidcres y una silla de manos.

En palacio, toda Ia corte se habia reunido para recibir al mono con todos 105' honores que Ie eran

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debidos como maravilla de la Naturaleza. En ca­beza, el profesor Lagechnikoff, cumpliendo orde­nes especiales de su Majestad.

El momento en que fuc presentado el mono de Madagascar impresion6 por su solemnidad a todos los asistentes. La Zarina, rodeada de las damas de su corte, mientras que los gentilhombres estaban en semicirculo un poco apartados, fue la primera en acercarse, despues olvidando la rigurosa etique­ta todos se prccipitaron tras ella y rodearon la jaula, se empujaban sin ningun recato como el pueblo cuando adrnira a un campesino de Saboya mostranc1o a sus osos amaestrados.

El disfraz de Diderot era tan perfecto y el imi­taba can tanta perfecci6n los gestos y movimientos de un mono que nadie se daba cuenta de la super­cher'ia, nadie salvo Legechnikoff, el disecador de animates. Su mirada viva y experta, aun a traves de los barrotes de la jaula habia descubierto las costuras en la piel del animal.

-jOhl jes un hombre cosido en una piel de mono! -·se dijo, guardimdose mucho de revelar su descubrimiento-. Vamos a vel' que significa todo

esto. Cuando todos hubieron adrnirado esta maravi­

lla de la naturaleza. la Emperatriz orden6 que la jaula fuera depositada en sus habitaciones parti­culares para poder conternplar con comodidad al mono enviado pOI' la Academia de Zoologia de Paris.

-(C6mo se llama? -pregunt6 la condesa Dach­koff al profesor que habia venido acompaiiando al animal.

-Jacques -respondi6 este ultimo. -Jacques -dijo entonces la Emperatfiz con

voz clara y bien timbrada, volviendose hacia el mono-, (hablas?

-Si -contest6 el animal muy claramente. -·-jBabla! [Es maravillosol -exclam6 Catali­

na n. -jHabla! -repiti6 Orloff como un eco, ---iHablal -gritaron todos los dernas como un

solo hombre-. [El mono habla!

El zoologo frances al que la Emperatriz queria confiar el cuidado del mono, desaparecio sin des­pedirse de nadie y se paso el ericargo a un simple lacayo.

La jaula fue instalada en las habitaciones de la Ernperatriz que alimentaba personalrnente al mono. Con mucha maestria, cl animal cogia las frutas y golosinas que ella le ofrecia y bajo todos los puntos de vista se mostraba como un animal inteIigente y educado,

Basta Ilegada la noche, su sola presencia habia bastado para animal' todas las conversaciones de la corte y la Emperatriz sobre todo no escatirnaba los elogios al respecto, Pero nada hay tan incons­tante como el humor de una rnujer y la Zarina te­nia naturalmente el derecho de ser la mas capri­chosa de todas las mujeres.

Asf. a mediodia, Catalina II no se oeupaba mas que de su mono, durante la tarde aun se ocupaba bastante pero hacia Ia neche ernpezo a serle indi­ferente. En su boudoir en campania de la condesa Dachkoff', estaba de nuevo inquieta:

-Katinka, lque podemos hacer ahora? -Hagamos traer al mono, propuso la eondesa. La Emperatriz perrnanecio callada. Despues, de

repente, pregunto.

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-i..Y Diderot? i.. Que ha sido de el? -Esta sin duda en camino, Majestad. -Que pena. Me hubiera gustado que me leyera

alguna cosa. -Tenemos el mono... -No voy a leer Platen con el. .. -i.. POl' que no? -sugirio la condesa-. Quizas

sea bastante inteligente para eso. No hay mas que hacer la p rueba.

La Zarina se encogio de hombros. -No sabemos siquiera si esta ensefiado, si es

capaz de ejecutar alguna acrobacia que pueda ser divertida ...

Esta idea no entusiasmo ala condesa Dachkoff, que empezaba a inquietarse por el camino que po­dria tomar la aventura para Diderot, pero su cu­riosidad era mayor que su piedad y tenia ganas de vel' como se saldria Diderot de la prueba.

Acompafiada de la condesa Dachkoff, la Zarina se apresuro a hacer una visita a su mono. El ani­mal estaba tristemente acurrucado en un rincon de la jaula pero cuando via a las dos visitantes entrar en la habitacion, salio de su abatimiento y empez6 a hacer signos inconfundibles de alegria.

-Hagamoslo salir de la caja -sugiri6 la Dach­koff.

-Podria mordernos -dijo Catalina II, dio or­denes a sus servidores y a cuatro lacayos que acu­dieron de refuerzo, armados de bastones y latigos, que procedieron a abrir la jaula. Lentamente, esti­rando los miembros enquilosados, Diderot salio y dio algunos timidos saltos fuera de la jaula.

-i..Sabes hacer acrobacias? -Ie pregunto la Za­rina.

El mono dijo que no con la cabeza, despues de

haber echado una mirada de desconfianza a los bastones y Iatigos de los lacayos.

-i..No sabes? -insisti6 la Zarina. -No, respondio el mono con voz nttida. -Pues yo quiero que las hagas. Te ensefiaran

-decidio la Zarina con la soberana voluntad de un despota->. Levantad un baston y hacedle saltar.

Obedeciendo las ordenes, uno de 1051 lacayos tendio un baston. El mono hizo esfuerzos para sal­tar, pero sus piernas no Ie respondieron y cay6 al suelo.

-Haced otra prueba- ordeno la Zarina. El mono hizo otra prueba, despues otra, una

tercera, una cuarta, sin resultado. Catalina II per­di6 la paciencia.

-Espera y veras -grit6 enfadada. Yo misma voy a ensefiarte.

Arrebat6 un Iatigo de manos de un lacayo. La Dachkoff tuvo que morderse los labios para no estallar de risa; Diderot, en cambio, con pocas ga­nas de refr, lanz6 un grito y se rnetio temblando en la jaula.

El lastimoso espectaculo hizo sonreir a la Za­rina.

-Por esta vez te perdono -dijo-, eres un mono malo, pero acabare educandote. Encerradlo en la jaula.

Los servidores cumplieron la orden. La Zarina hizo venir a Lagechnikoff.

-Mi querido profesor -Ie dijo-, quiero que el mono aprenda a hacer acrobacias en el menor tiempo posible. Es una orden y confio en vos.

Lagechnikoff se incline, con sonrisa de satis­faccion.

-Llevad la jaula a su casa -orden6 la Zarina-.

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Katinka, encar'gate de tomar las necesarias dis­

posiciones.La condesa Dachkoff comprendia el peligro que

corria Diderot en manes de Lagechnikoff. Mientras le acompanaba, le c1ijo can voz dulce

pero firme: -Sobre todo no hagais ninglin dafio 21.1 mono. -lPuedo saber por que razon debo mimarle?

--contesto Lagechnikoff con falsa sumision. -Porque... porque ... -balbucea 121. condesa. --Os 10 voy a decir --respondio Lagechnikoff-.

Esta comedia puede enganar a un lacayo pero no a un sabio. [El mono parlante de Madagascar no es mas que un impostor!

-iCallaros! -No es un mono, es un hombre. -iNo hableis tan alto! -Con el latigo sabre que clase de mono es. -No hagais nada de esto. iEs Diderot!

-lDiderot? Despues de un momento de S'orpresa, Lagechni­

koff exhi'bio una sonrisa de triunfante insolencia. Estaba congestionado de placer.

Me alegro mucho de que me hayais dicho 121. verdad, condesa. y os doy mi palabra de honor de que 10 tratare como se merece.

De acuerdo can las ordenes de la condesa Dach­koff. la jaula con el mono fue colocada en una silla de manos. que 121. sustraia a las miradas indiscre­tas, y transportada a casa de Lagechnikoff, que vi­via en el edificio del Museo Zoologico, donde man­daba como rey Y senor. Media docena de servido­res completamente sumisos estaban exclusivamen­

te a sus ordenes, habituados a obedecer a la pri ­mera sefial,

A partir del momento en que la jaula fue tras­ladada al Museo, a los apartamentos privados de Lagechnikoff y que se cerro 1a puerta, Diderot quedaba en rnanos de su rival, enteramente a su merced.

En cuanto llego a su domicilio, Lagechnikoff se dirigio a 1a habitacion donde estaba la jau1a cu­bierta con una espesa tela. Hizo salir a sus servi­dores y el mismo aparto la tela que cubria 1a jaula de Diderot. Al darse cuenta de donde se encontra­ba, Diderot dejo escapar un grito de espanto.

-jPor fin solos, mono! -dijo Lagechnikoff dan­do con su baston un fuerte golpe en los barrotes de la jaula-. Presta atencion a 10 que te voy a de­cir. La Emperatriz me ha ordenado que me ocupe de ti y que te ensefie en el menor tiempo posible a ejecutar las mas dificiles acrobacias. Manana te dare la primera leccion. Pero sera duro y puedes prepararte a 10 pear.

El mono se precipito contra los barrotes y los sacudio con todas sus fuerzas.

-jCalma! --ordeno Lagechnikoff-, toda resis­tencia es inutil. Aqui soy tu amo abso1uto. No pue­des nada contra mi, y nadie acudira en tu ayuda.

El mono se agazapo en un rincon, temblando de terror y de ira.

Lagechnikoff salio del Museo. Dio ordenes de que se apagaran las Iuces y condeno al mono a ayu­nar hasta e1 dia siguiente. No podia dormir; 1a in­comoda posicion dentro de 1a jau1a no favorecia el suefio y cuando empezaba a adormecerse, sue­nos horribles le agitaban y desve1aban.

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Al dia siguiente Lagechnikoff como de costurn­bre, se levanto tarde. Se arreglo y orden6 que Di­derot, que desde el alba habia esperado y temido la Ile gada de su torturador, fuera llevado a su pre­sencia.

En cuanto hubieron dejado la jaula ante La­gechnikoff', abrio la puerta e hizo salir a Diderot a bastonazos. E1 estaba comodamente estirado en una cama turca cubierta con una suave piel de cor­dero, y miraba fijarnente a Diderot con un cruel placer en sus ojos.

Su hermosa rostro fino y alisado estaba colo­reado de rojo y bajo la empolvada peluca parecia una rosa en plena eclosion, mientras que su rival, «el futuro Zan> debra tener una extrema palidez bajo su mascara de mono.

-(Como te llamas? ·--pregunto el tirano. Diderot no respondi6. -lPasadme el latigol -ordeno Lagechnikoff a

uno de sus hombres que Ie entrego un formidable latigo, cuya sola vision hizo temblar al pobre mono.

-Me llamo Jacques, Jacques ... -grito. - Ya yeo que no eres tan bestia como pareces

--·dijo Lagechnikoff con satisfaccion-s-. Pues bien, Jacques, vamos a empezar la primera leccion ha­ciendote saltar por encima del baston.

Lagechnikoff hizo sostener un baston par sus servidores, despues, al estilo de un domador de animales ordeno: «jVamos] iHop! iHoP!J).

Asustado por el latigo que Lagechnikoff tenia en las manos y los palos de los servidores, Dide­rot hizo cuanto pudo p or saltar pOl' encima .del baston que sostenian los lacayos y que siguiendo ordenes de Lagechnikoff iban elevando cada vez mas.

~-'iBravo! [Bravo! ---exc1amaba Lagechnikoff cada vez que el pobre mono consegufa saltar-. Ahora me vas a servir el desayuno. Presta atencion, Jacques, traeme la bandeja que esta en la mesita y sobre todo no derrarnes nada... --El mono se apre­suro a ejecutar Ia orden.

-Muy bien, ahora sirve chocolate en la taza. Tambien 10 hizo. Delante del hambriento Diderot, Lagechnikoff

des-ayun6 can un apetito excelente. --iTienes apetito, Jacques? --pregunto ironica­

mente. -Sf --respondi6 el mono. -iTienes el vientre vado? -Sf. -Muy bien. Plenus venter non studet libenter. Despues de haber desayunado, Lagechnikoff or­

dena al mono que quitara la mesa. -Ahora pasaremos a eje1'cicios mas diffciles

·-dijo--. c:Eres capaz de sostenerte sobre la ca­beza?

-No.

-Yo tampoco, pero estoy seguro que si alguien me 10 ordenara con el Iatigo en Ia mana aprenderia tan pronto como vas a aprender tu. Vamos.

Hizo chasquear el latigo. Obligado por el miedo, Diderot hizo esplerididas

volteretae, pero sostenerse sobre la cabeza sobre­pasaba sus talentos de mono.

-Jacques, debes hacerlo rnejor, Cuento hasta tres y es conveniente que 10 consigas.

-Uno. Diderot se coloco en posicion. -Dos, tres. El mono cayo sobre su vientre.

4. ~ DIDERo!

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Page 25: Diderot y Catalina II: escenas de la Corte de Rusia

--Te estas portando mal, espera un poco -gri­to Lagechnikoff que parecia haber esperado este momento con voluptuosidad.

Agi10 el latigo, pcro Diderot se aparto, se apo~ dero del latigo con un gesto audaz y se refugio en una esquina, donde le persiguio su torturador en­

furecido y anlenazante. -iDeteneos! Soy Diderot --exclam6 el mono

como supremo argumento de dcfensa. Este cambio cogio desprevenido a Lagechnikoff Y Ie hizo dudar.

-jSoy Diderot! -reafirm6 el mono. --Cualquier mono podria pretender esto -re­

plica Lagechnikoff, tras un instante de reflexion. --jQue el diablo os lleve! -continu6 cl mono-,

soy Diderot y el resto no son mas que tonterias. -Si eres realmente Diderot -dijo Lageclmi­

koff con cierta solemnidad-, todo 10 que te su­cede es conforme a una fuerza superior que te ha puesto en mi poder para corregir tu orgullo y tu arrogancia, para humillarte Y obligarte a reconocer en mi a tu amo. (Me reconoces?

-Os repito, querido senor Lagechnikoff -in­sistio el mono-- que soy el verdadero Diderot co­sido en una pie1 de mono.

--Contesta a mi pregunta. (Me reconoces como

amo? -Ttl, (mi amo? -esta1l6 Diderot--. Tu, [miscra­

bIe taxidermista! Y con un brusco movimiento se precipit6 sobre

su detestado enemigo y 10 agarro par la garganta. En su c6lera 10 hubiera estrangulado si no hubie­ra sido por la intervenci6n de sus servidores que 10 redujeron en pocos instantes y por orden de Lagechnikoff 10 amarraron a los barrotes de 1a

jaula.

-Muv bien, mi querido Diderot --dijo Lagech­nikoff una vez establecida 1a ca1ma--, aS1, yo soy un miserable taxidermista, Sea, pero soy el mas fuerte.

Se recogio las mangas de la pelliza y empezo a azotar a sa rival, arrebolado su hermosa rostra, mientras que Diderot blasfemaba primero, des­pues se larnentaba y al fin pedia gracia.

--Nada de gracia -grito Lagechnikoff en el colma de su excitacion, rnientras continuaba azo­tandole-s-, nada de gracia hasta que reconozcas en mi a tu amo y senor.

--Te reconozco --suspir6 Diderot. -No asi. De rodillas --·concreto Lagechnikoff. Diderot se hizo rogar, pera ante un nuevo gol­

pe de Iatigo, se arrodill6 ante su amo. A 121. rna­fiana siguiente se reanudaron los ejercicios de sal­to. Despues, a1 anochecer, Lagechnikoff vino a anunciarle una visita de la Zarina.

--A la menor tentativa de revelar vuestra iden­tidad, estais perdido. No 10 olvideis. --La Zarina vino acornpafiada de Orloff. Lagechnikoff le ofre­ci6 un confortable sillon para que presenciara el espectaculo, despues, seguido de sus ayudantes de los que uno llevaba un tambor y otro un tam-tam presento al mono diciendo que ya estaba «do­mado».

-Observad esc especimen de una especie mal­vada y traidora -dijo con enfasis, adoptando el tono de los sabios actuales-. He dominado su ma­lignidad y no me han hecho falta mas que veinti­cuatro horas para adiestrarlo y someterlo a mis deseos. Podreis dares cuenta en seguida, Majestad.

Diderot estaba enfurecido, sin poder desrnen­tir a su rival.

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-Vamos, Jacques -exclam6 Lagechnikoff en tono autoritario->, muestra 10 que sabes hacer.

Alarg6 el baston. . -iHoP, salta! E1 mono dio un gracioso salto, despues a me­

dida que Lagechnikoff levantaba el baston iba sal­tando mas y mas alto.

-jBravo! jBral/o! --exclamo aplaudiendo Cata­lina II-, es realmente sorprendeute --auaelia rin­diendo homenaje a la vez a 1a habilidad del ani­mal y a 1a ciencia del domador,

-Ofrece1e un vasa de agua a Su Majestad -continuo Lagechnikoff.

Docilmente, el mono torno de una mesa, en 1a que estaba preparado, un vasa Ileno de agua hasta el borde y 10 ofrecio a Catalina II, en el momento en que 121 Zarina cogia el vasa y estaba por tanto cerca de el, Diderot pens6 que era Ia ocasi6n fa­vorable para escapar de las manes de su tortura­dol'. Se postro a los pies de 1a Emperatriz y pro­nuncio en voz alta estas reveladoras palabras:

-as 10 suplico, Majestad. Salvadrne. Soy Di­derot.

Catalina II no pudo air nada de esta con­fesi6n, porque Lagechnikoff previendo una posi­ble tentativa de su victima, habia dodo 6rdenes a sus servidores de que en el mismo momenta en que Diderot se acercase a la Zarina, se ahogara su voz con musica ensordecedora de tambor y tam-tam. Despues encarg6 2, otros servidores que cogieran al desgraciado fil6sofo , Y 10 sacaran de la habitacion. Cuando Diderot estuvo fuera, Lagech­nikoff hizo cesar el estrepito.

--Majestad -Liijo excusandose ante Catalina II, que no habia tenido mas remedio que taparse los

oidos-, perdonad este escandalo pero es el unico sistema de calmar a este animal perverse cuando le da el ataque de salvajisrno, de intimidarlo, atur­dirlo y dorninarlo.

-El animal sin embargo parecla calmado y do­cil -objet6 Or10fL

-Esto es exactamente el lado peligroso de su naturaleza, Ia simulacion, la hipocresia jesuitica, valga la expresion. Con esta clase de monos no se esta nunca a cubierto de un brusco ataque de vuelta ala brutalidacL Siempre hay que esperar ser atacado y herido,

--As:!, Gcreeis imposible coriservar al animal entre estas cuatro paredes sin correr el riesgo de un accidente? --pregunt6, inquieta, Catalina II.

-Es imposible --afirm6 Lagechnikoff-, no pue­do garantizar nada.

-En este case, (que conviene hacer? -pregun­t6 la Zarina.

-Es un especimen raro y valioso ---opin6 La­gechnikoff--. Me gustaria conservarlo para el Mu­seo,

--i,Quereis matarlo? -Quisiera disecarlo, Majestacl ----respondi6 La­

gechnikoff--, ya que es imposible educarlo sin pe­ligro de una recaida,

-lOuereis que firrne su sentencia de n:merte? -No es necesario, Majestad --respondi6 La­

gechnikoff- es suficiente que hagais donaci6n al Museo.

-Sea -dijo Catalina II- os 10 ofrezco como regale, Lagechnikoff.

-GA mi, Majestad? -exclamo este, enrojecien­do de placer.

-A vos, Lagechnikoff. GOs sorprende? 52

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--Asi, <. el mono me pertenece? --Os pertenece.

-Conde Orloff, sois testigo de la decisi6n de Su Majestad -dijo Lagechnikoff con un resto de des­confianza.

-<.Por que tanta historia por tan poca cosa? -pregunt6 la Zarina, disporriendose a salir.

--Majestad, tengo vuestra palabra --dijo La­gechnikoff exultante-. El mono es mio y voy a disecar10 en seguida.

Lagechnikoff hablaba en serio. Tenia la firme intenei6n de disecar a su desventurado rival. No tenia escrupulos ni piedad. A pesar de su barniz exterior, a pesar de la elegancia y finura que apa­rentaba, continuaba siendo Un barbaro y habta conservado la mentalidad de una epoca en la que los paises mas civilizados no se privaban de tortu­rar a los hombres de la manera mas cruel, de eje- . cutarlos sin piedad, de poner a disposicion de los· senores esclavos que eran tratados como anima­les, la mentalidad de una epoca en la que la vida humana no tenia valor alguno.

Tampoco querIa conformarse con matar sin mas a su rival. Igual que la justicia en aquellos tiem­pos ordenaba dislocar las extremidades de los con­denados antes de entregarlos al verdugo, que les hacia padecer el suplicio de la rueda antes de rna­tarlos, de igual modo Lagechnikoff se preparaba voluptuosamente para disecar vivo al desgraciado fil6sofo.

Despues de haberse heche servir una abundan­te y suculenta comida, despues de haber vaeiado una botella del mejor vino frances, se calzo las zapatillas, se puso la pelliza de cordero y se insta­16 c6modamente para operar.

Orden6 que le trajeran al mono. Los servidores trajeron a Diderot, que habia

intentado oponerles una ultima pero vana resis­tencia, al laboratorio y 10 ataron can cuerdas a la mesa de operaciones.

Lagechnikoff comi6 un ultimo pastel. Los ser­vidores salieron del Iaboratorio,

-i,Que vais a hacer conmigo, senor Lagechni­koff? -pregunt6 Diderot con voz implorante.

---Voy a disecaros -·--respondi6 este con sonrisa sard6nica.

-jDisecarme! --exclam6 Diderot. --Si, disecaros para mi Museo -continu6 La­

gechnikoff paladeando una copa de Iicor, si es que no tends inconveniente ...

-No es posible que hableis en serio. -Hablo completamente en serio. -Estais loco ... -Vos fuisteis un loco al osar ofenderme. -iNo me he humillado suficientemente ante

vas? -No podiais hacer menos pero esto no es una

raz6n para que renuncie a disecaros, -IVais a cometer un asesinato! -iQue palabra tan vulgar para un simple ex­

perimento cientffico. mi querido fi16sofo! -ironiz6 Lagec1mikoff-, disecar un mono (se considera ase­sinato en vuestro pais?

---IPero yo no soy un mono! --Para mi siempre habeis sido un mono. --iNa tends en cuenta las leyes? -En Rusia, no hay otra ley que la voluntad ab­

soluta y soberana de la Zarina. --lOs castigara cuando 10 sepal -Ella misma os ofreei6 a mi como regalo.

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--i., Yo I como regalo? -Vos. -lYo, Diderot? -Vos, el mono de Madagascar. Terminada 10. comida, Lagechnikoff se enjuago

10. boca, cerro 10. puerto. del laboratorio y fue a buscar sus instrumentos de diseccion.

-Sefior Lagechnikoff, [tened piedadl --dijo Diderot en una ultima suplica cuando vio que La­gechnikoff pasaba a 10. accion.

-iNo tengo ninguna piedad! -exclamo Lagech­nikoff--, voy a disecaros como hubierais hecho vos si por suerte hubierais llegado a ser Zar de Rusia.

Eligi6 un cuchillo. -as 10 suplico, en el nombre de' Dios, perdo-··

nadme ... -No seais ridiculo -dijo Lagecbnikoff-, noso­

trcs los filosofos no creemos en Dios. -Existe un Dios que os castigara -exclamo

Diderot en su terror mortal. --Si existe un Dios -respondio Lagechnikoff-,

es sin duda quien os ha puesto en mis manos para castigar vuestro orgullo y vuestra presuncion, Asi pues voy a disecaros sin piedad.

Despues de arremangarse, con una cruel sonrisa en los labios apreto el cuchillo contra el pecho de Diderot que deja escapar un gernido.

-lHa hecho 0.1gun proceso el animal que La­gechnikoff esta preparando? -pregunto 10. conde­so. Dachkoff a Catalina II a su vueIta del Museo.

--iEs un animal perverso! --exclamo 10. Zari­na-. Y es imposible domarlo. Lagechnikoff va a disecarlo.

-iDiseco.rlo? -bo.lbuceo 10. condesa. --(POl' que no? ~respondio Catalina II-. Le

regale el mono y el dernostro estar muy conten­to.

-'-l Y de verdad quiere disecarlo? --POl' supuesto y sin tardanza -confirmo 10. Za­

rina, -Dios mio ... si el mono ... es... es ... [Diderotl -i.,Diderot? -Si, Majestad, Diderot, y Lagechnikoff es ca­

paz de matarle ... --i.,Diderot. .. disecado? .. es para morirse de

risa -·-exclamo 10. Zarina riendo incontenible­mente.

La condesa bajo atropelladamente las escaleras, subio a su coche y se hizo conducir 0.1 Museo a toda velocidad.

Tuvo que esperar algunos preciosos minutos hasta que le abrieron 10. gran verja de entrada, despues 10. condesa corrio hacia el laboratorio y llama a 10. puerta:

-Lagechnikoff, [abr'id! -No puedo abrir a nadie .--dijo Lagechnikoff

desde el interior. --En nombre de Su Majestad, --Es exactamente en nornbre de Su Majestad

que estoy actuando ... Estoy disecando 0.1 mono. -jPero si es Diderot! --En tal caso [disecare a Diderot! -grito La­

gechnikoff, a-traves de 10. puerta, fuera de S1-. No puedo discutir las ordenes de Su Majestad, es ella quien me ha regalado al mono y hago con el 10 que quiero... .

-La Emperatriz os ordena que libereis a Di­derot, si no quereis perder 10. vida...

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S610 al oil' esta orden Lagechnikoff se resigno a entreabrir la puerta.

--iEsta con vida? -pregunt6 la condesa sin aliento.

--Si -respondi6 Lagechnikoff. -lEsta indemne? -Desgraciadamente, S1. Diderot estaba salvado. Triunfalmente, como si

fuera un trofeo, la condesa 10 condujo al Palacio de Invierno, pero decididamente el fil6sofo tenia prisa por dejar San Petersburgo.

Algunos dias despues se despidio de 1a Corte y del Imperio de la Semiramis del Norte. Volvio a Paris, como todos los sabios franceses, cubierto de diarnantes pero, a diferencia de los que le pre­cedieron, nunca canto las alabanzas de Catalina II y de 1a Santa Rusia.

DR. R. VON KRAFFT-BEING *

:FRAGMENTO DE «PSYCHOPATHIA SEXUALIS»

Reproduzcu aqui tres contratos. EI primero es, segun Schlichtegroll, el que Sacher Masoch esta­blecio, a la edad de 33 afios, con Mme. de Pistol', que era su amante en ese momento.

«Contrato entre Mme. Fanny de Pistor y Leo­pold de Sacher-Masoch. Bajo su palabra de honor, Leopold de Sacher Masoch se compromete a ser el esclavo de Mme. de Pistol', y a ejecutar absolu­tamente todos sus descos y ordenes, y ella durante seis meses.

POl' su parte Mme. Fanny de Pistol' no le pedira nada deshonroso (que pueda hacerle perder su ho­nor de hombre y de ciudadano). Ademas, de­bera dejarle seis horas diarias para sus trabajos, y no mirara nunca sus cartas y escritos. POI' cada infracci6n 0 negligencia, 0 por cada crimen de lesa majestad, 1a duefia (Fanny Pistol') podra castigar a su gusto a su esclavo (Leopold de Sacher-Ma­soch). En resumen, e1 sujeto obedecera a su sobe­

* Agradecemos al conocido escritor y director cinematografico Roman Gubern -3 su vez, en circuitos mas privados, reputadc ero­t61ogo--- la sugerencia de la inclusi6n de este apendice. (N. del E.)

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rana con una sumision servil, acogera sus favores como un don encantador, no hara valer ninguna pretension a su amor, ni ningun derecho a ser su amante. Par su parte, Fanny Pistor se compromete a llevar pieles tan a menudo como le sea posible, y principalmente cuando se muestre cruel.

(Borrado posteriormente:) A la expiracion de los seis meses, este intermedio de servidumbre sera considerado nulo y sin valor por ambas par­tes, y estas no haran ninguna alusi6n seria al mis­mo. Todo 10 que suceda debera ser olvidado, con el retorno a la antigua re1aci6n amorosa.

Estos seis meses no debera tener continuacion: y podran experimentar grandes interrupciones, em­pezando y finalizando segun el capricho de la so­berana.

Han firmado, para confirrnacion del contrato, los participantes:

Fanny Pistor Bagdanow, Leopold, chevalier de Sacher-Masoch.

Empezado a ejecutar el 8 de diciembre de 1869.»

El segundo contrato, igualmente publicado por Schlichtegroll, es el que fue establecido entre Sa­cher Masoch y su primera esposa, la futuraWanda de Douaieff.

«Mi esclavo, Las condiciones bajo las cuales os acepto como

esclavo y as soporto a mi lado son las siguientes: Renuncia total a vuestro yo. Can excepci6n de la rnia, no teneis voluntad. Sois, en mis manos, un instrumento ciego, que

lleva a cabo todas mis ordenes sin discutirlas. En

el caso en que olvideis que sois esclavo y en que no me obedezcais absolutamente en todo tendre derecho a castigaros y corregiros segun me plazca, sin que podais quejaros.

Todo 10 que os concedere de agradable y feliz sera una gracia por mi parte, y pOl' tanto la 3CO­

gereis agradeciendomela. Respeeto a vos actuare siempre sin falta, y no tendre ningun deber.

No sereis ni un hijo, ni un hermano, ni un ami­go; no sereis mas que mi esclavo yaciente en el polvo.

Al igual que vuestro cuerpo, vuestra alma tam­bien me pertenece, y aun cuando sufrais mucho, debereis sorneter a mi autoridad vuestras sensacio­nes y vuestros sentimientos.

Me esta permitida la mayor crueldad, y si os mutilo, 10 debereis soportar sin quejaros. Debeis trabajar para mi como un esclavo, y si yo nado en 10 superfluo dejandoos en las privaciones y pisan­doos con los pies, tendreis que besar sin murmu­rar el pie que os habra pisado.

Podre alejaros de mi en cualquier memento, pero no tendreis derecho a abandonarme en contra de mi voluntad, y si se os ocurriera huir, reconoce­reis el poder y el derecho que tengo de torturaros hasta la muerte mediante todos los tormentas ima­ginables,

No teneis a nadie mas que a mi: para vos, 10 soy todo, vuestra vida, vuestro futuro, vuestra des­gracia, vuestro tormento y vuestra alegrta.

Debeis realizar todo 10 que os pida, tanto si esta bien como si esta mal, y si exijo que cometais un crimen, debereis convertiros en criminal, para acatar mi voluntad.

Vuestra felicidad me pertenece, al igual que

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vuestra sangre, vuestro espiritu y vuestra capaci­dad de trabajo. Yo soy vuestra soberana, duefia de vuestra vida y de vuestra muerte.

Si ocurriera que no pudierais soportar mi do­minacion, y que vuestras cadenas se hicieran exce­sivamente pesadas, deberiais mataros: yo no as devolvere nunca vuestra Iibertad.»

«Me cornprometo, bajo mi palabra de honor, a ser el esclavo de Mme. 'Wanda de Douaieff', tal como ella 10 ha solicitado, y a someterrne sin of're­eel' resistencia a todo 10 que ella me impondra.

Dr. Leopold, chevalier de Sacher-Masoch.»

Transcribe asimismo un contrato que me ha sido enviado, y que ha sido establecido tambien entre un hombre y una mujer. Al parecer podria tratarse de un contrato de Sacher-Masoch: pero ello me parece dudoso, aun cuando solo fuera por la referencia al vestido de pana.

Contrato, Hoy ha sido establecido entre Mme. X ... y M.

Y ... el siguiente contrato: 1. M. Y... declara que ama y honra can todo

S11 corazon a Mme. X ... 2. M. Y ... S'C cornprornete, a partir del momen­

to en que no amara a Mme. X ... , a decirselo fran­ca y honestamente.

3. M. Y ... se cornprornete, mientras arne a Mme. X , a no abandonar sin su permiso la ciu­clad de A ..

4. Mme. X ... se cornpromete a llevar siempre un vestido de pana, cuando M. Y ... este en su casa.

5. Mme. X ... se cornpromete, si es atraida con

una pasion sensual por otro hombre, a no separar­se por este motivo de M. X ...

6. M. Y... concede a Mme X ... el derechoa escuchar a todo hombre, a partir del momenta en que ello le agrade. POl' el contrario Mme. X ... pro­mete, a partir del momento en que dara su favor a otro hombre, tratar a Y ... durante ese tiempo, no como su amante y su adorador, sino como su esclavo, y castigarle con el Iatigo, principalmente si se muestra celoso.

7. Mme. X ... se compromete, cuando ya no arne a M. Y... a decirselo franca y horiestamente, y a dejarle elegir entre renunciar a todo tipo de relaciones con ella 0 a perrnanecer a su lado como su esclavo.

8. M. Y... promete no reconciliarse nunca con Mme. X ...

9. M. Y ... se compromete a componer un poe·· ma, en el que describira a Mme. X ... como una heroina y a dedicarselo.

X. Y.

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