diderot y catalina ii: escenas de la corte de rusia
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Un cuento deliciosamente cruel sobre la estancia de Diderot en la corte rusa; revela no sólo el talento sino la amplia cultura de su autor.TRANSCRIPT
Leopold Sacher ~ Masoch
Di(lerot y Catalina II: escenas de la Corte de Rllsia
r~ EDITORIAL ANAGRAMA
Traducci6n:
Jose ZafOl'teza Delgado
Maqueta de la coleccion:
Argente y Mumbl'll
© EDITORIAL ANAGRAMA Calle de la Cruz, 44
Barcelona. 17
Deposito Legal: B. 23266 . 1971
GRAFICAS DIAMANTE, 1.amora, 83. Barcelona. 5
NOTA PRELIMINAR
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Leopold Sacher-Masoch naci6 en 1838 en Lemberg, actualmente Lvov, Polonia.
Adolescente. se traslad6 con su familia a Praga, donde se dedic6 a la literatura y el teatro, viviendo mas tarde en Graz, en cuya universidad realiz6 estudios de historia, publicando diversos trabajos. Debido a sus peculiares costumbres er6ticas -que han pasado a la historia con la etiqueta de masoquismo, termino usado por primera vez por el Dr. Krafft-Ebing en su monumental Psychopathia sexualis-« rornpio con su familia y residio sucesivamente en Viena, Bruck y Budapest, en pas de una precaria estabilidad. Public6 nurnerosos y apreciados libros, entre elIos la celebre 11enus de las pieles.
En este breve y delicioso «cuento filosofico», Diderot y Catalina II, que evidentemente no es un «documento historico», Sacher-Masoch expresa la sumision del hombre cultivado a la mujer poderosa, a traves de la figura de Diderot humillado y ridiculizado poria todopoderosa y arbitraria zarina, y la aceptaci6n del matriarcado, una de las constantes de su pensamiento,
LEOPOLD SACHER-MASOCH
DIDEROT Y CATALINA II: ESCENAS DE LA CORTE DE RUSIA
Diderot, el enciclopedista, el filosofo. el crttico, el ingenioso novelista, el autor de Le Neveu de Rameaii y Jacques le Fataliste que aun hoy pueden leerse con ese placer que s610 proporcionan las obras realmente clasicas, hizo prueba en su vida cotidiana del misrno humor aspero y del mismo ingenio caustico que trascienden en sus escritos y que le convirtieron rapidamente en tan celebre como temible, celebre y temible no solo en 5U pais sino pOl' todas partes donde la lengua francesa era utilizada, en las ciencias, en las letras y en la alta sociedad, es decir, en aquel ambiente en que aproximadamente todo el mundo era culto 0 semiculto.
A Diderot Ie cornplacia burlarse de todo y de todos, en particular de sus arnigos: los filosofos y los poetas, se burlaba incluso de las testas corenadas con las que mantenia divertida correspondencia, y entre ellos, con la que Voltaire apodo «Semiramis del Norte» en tono entre halagador e ironico, porque tarnbien Semiramis, como Catalina n de Rusia, habia llegado 0.1 trono, manchada con la sangre de su marido. Catalina II llarnaba
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«amigo» a Diderot, igual que a Voltaire, Grimm y a otras eminencias de su tiempo, con las que mantuvo abundante correspondencia.
El ingenio de Diderot no respetaba pues a esta «genial papisa. como tampoco respetaba a los savants franceses que, con su «hatillo» al hombro se habian dirigido a Rusia, a la corte de Catalina II, prornetiendose regresar cubiertos de diarnantes, tras eantar las alabanzas de la Zarina y de la Santa Rusia, Se burlo tanto de ellos y los torturo hasta tal punto can sus sarcasmos que un dia tuvo la idea de ir a conoeer sabre el terreno las excelencias del «filosofo entronizado» y de su Imperio.
Dos eartas, escritas por encantadoras manes femeninas, Ie llevaron a tamar esta decision. Estaban escritas por encantadoras manos femeninas, pero par 10 menos de una de las dos no se podia decir que fueran rnanos «suaves» porque esas manos, si bien eran de mujer, habian sostenido Ia espada sin temblar, capitaneado soldados contra su Emperador y derramado sangre. Una de sus corresponsales sostenia en sus manos el cetro de un inmenso Imperio; la otra dirigfa, con baston dorado, ia Academia de Ciencias de su pais. Las clos cartas habian sido escritas en efecto por «dos Catalinas»: la «gran Catalina» que gobernaba en Rusia y «Ia pequefia Catalina», su deliciosa amiga, la condesa Katinka Dachkoff que ayudo a la Zarina a destronar a su marido Pedro III y que, considerada como la mas «savante» de todas las rusas, fue designada par? presidir la Academia de Ciericias de San Petersburgo.
En la carta de la Emperatriz, Diderot pudo leer: «Si no vents a verme inmediatamente, queri
do fi16sofo, ire a buscaros, pero no ire sola, ire seguida de mi invencible ejercito y as arrastrare, cautivo, junto can todos los hombres ilustres de Francia, como un botin. Ast pues, S1 quereis evitar a vuestro pais, que estimo y amo, un tal desastre, haced las maletas y venid junto ami, dejando a un lado todos vuestros asuntos».
La princesa Dachkoff, por su parte, escribia entre otras cosas: «Una vez mas, nuestra Emperatriz, duefia absoluta de 50 rnillones de esc1avos, languidece de aburrimiento y Vas debeis saber 10 que esto significa. Significa que toda Rusia tiembla y la unica esperanza de ser librada de la colera imperial esta depositada en Vos, mi querido filosofo, y en vuestro ingenio que sabra, no 10 dudo ni un instante, acabar con el aburrimiento de la Zarina. Hablo muy en serio: Vos sois el unico , mi genial amigo, en quien podemos confiar, y la Emperatriz la primera, para que carnbie su mal humor interesandola y divirtiendola, este mal humor que nos atormenta hace trece meses y que no cesa de empeorar. La Emperatriz arde en deseo de conoceros personalmente, pero no es s610 Catalina II la "grande" que os irnpaciente, tambien la "pequefia Catalina" suspira impaciente por Vos y la corte, el Imperio, la Academia de Ciencias os suplican venir sin tardanza a salvarnos. Acudid pues tan pronto como podais, y si por desgracia, os fuera imposible realizar el viaje, enviad por 10 menos un retrato. Haremos algunos centenares de copias en miniatura y todos aquellos y aquellas que aqui ya os aman, os llevaran sobre el corazon».
Ni el sarcastico Diderot pudo resistir tanto incienso. Por otra parte tampoco era un frio filosofo, era hombre de mundo y galante, amaba a las mu
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jeres, sobre todo, se entiende, a las mujeres jovenes y bellas, y para mayor tentacion cada una de las cartas iba acompafiada de un retrato de cada remitente.
En uno, pudo ver una cabeza altiva con extrafios e inmensos ojos grises de mirada expresiva, una pequeria boca fina y golosa, mientras que un busto rnajestuoso, orlado de condecoraciones, quedaba esbozado en la parte baja de la imagen. En el otro, Ie sonreia una cara graciosa, delicada y apasionada, de ojos oscuros y ardientes entreabiertos y por ello aun mas sugestivos. Ambos retratos ejercian cada uno a su manera una seducci6n similar.
Diderot, hubiera podido decir que estaba entre los dos retratos, como el asno de Buridan, en peligro de consumirse entre dos tentaciones. Vacilando entre el retrato de la majestuosa Emperatriz y el de la encantadora condesa, acabo por tomar una resolucion, En primer lugar visit6 a su viejo sastre para encargarle un traje nuevo que deberta confeccionar can toda urgencia y pagaria... como pudiera, porque en esta epoca feliz los filosofos disfrutaban de un inmenso credito.
Despues, sustituyo su «miserable fieltro», bien conocido en todo Paris, par un tricornio nuevo, a la ultima moda; el mismo baj6 del desvan su vieja maleta, ordeno todas aquellas cosas que pudiera necesitar en un largo viaje, se envolvio finalmente en una amplia capa azul heredada de su padre y tomo la primera diligencia.
Tanto como Paris se entristecia al ver alejarse a uno de sus mas ilustres y espirituales filosofos. se a1egraba San Petersburgo presintiendo su proxima llegada. Tal era en efecto, la importancia que
en el siglo XVIII} se conferta a los hechos y gestas de un intelectual.
San Petersburgo exultaba, con algunas excepciones. Entre estas raras excepciones, hay que nombrar en primer lugar al gran fil6sofo y naturalista ruso: me refiero a Paul Ivanovits Lagechnikoff. Hay que decir, sin embargo, que la {mica grandeza evidente de este hombre ilustre era su talla de granadero, gracias a la cual sobresalia entre todos los sabios de San Petersburgo y de otros lugares. Par 10 demas, era mas bien insignificante, No era pues posible evitar preguntarse c6mo habia 11egado a brillar con tanto esplendor, como una estrella, en el firmamento del mundo intelectual de San Petersburgo,
La respuesta es bien sencilla. Lagechnikoff habia llegado a intelectual de igual manera que se llegaba a ministro a general, por gracia de la Emperatriz. Habia nacido en Moscu, hijo de un burgues acomodado y no tenia ni mas ni menos cultura que los hombres que, en esta epoca y en este pais dirigian el Estado, ganaban las batallas, y componian la alta sociedad (petersburguesa). Hasta los veinte afios, habia ayudado a su padre en sus negocios, dedicando sus ratos libres a disecar ani-males, en cuya ocupaci6n habia llegado a un raro virtuosismo, hacienda gala de ingenio y de un cierto humor, mostrando sobre to do una indudable originalidad, esencial en todas las cosas. No se contentaba con dar habilmente a los animales disecados una apariencia de vida, sino que sabta ademas, por una composicion especial, can la malicia innata del pueblo ruso, sugerir el genero de vida particular a cada animal. A veces reunia varios animales en un grupo cornice 0 satrrico, que exponia
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con satistaccion en la ventana de su casa, Ilamando la atencion de numerosos curiosos y «amateurs».
Cuando Catalina II residia en Moscu, en la epoca de su coronacion, gustaba de pasearse, acompafiada de Ia condesa Dachkoff y de otras damas y genti1hombres de su corte, por las calles de la vieja ciudad, divirtiendose a la vista de escenas llenas de colorido y rica variedad de la vida popular rusa.
Un dia paso ante la casa de Lagechnikoff, se fijo en los animales disecados cuyo aspecto insolito y lleno de hallazgos, la cautivo, haciendola primero sonreir y luego reir a carcajadas. Especialmente le llamo la atencion una peorua hablando ex-catedra, como un predicador ante una devota asamblea de pinzones, canarios, jilgueros, aguzanieves y gorriones, y un aguila tocada con la corona imperial devorando un gallo, mientras que una docena de gallinas parecian rendirle homenaje pOl' este acto protector. No obstante, el grupo que gusto a la Zarina por encima de todo, tenia pOl' heroina a una gata blanca que, apoyada en un seto, acariciaba tiernamente a su marido, mientras dejaba deslizar una carta de amor entre las patas de un admirador disimulado detras del seto.
Por orden de Su Majestad, el oficial de la Guardia, averiguo primero el nombre del original artista que habfa confeccionado los grupos de animales disecados, despues Catalina II en persona paso al interior de la casa, penetro en una oscura habitacion llena de iconos y pidio que le presentaran al joven Lagechnikoff. El pobre muchacho estaba mas muerto que vivo ante la altiva Ernperatriz todopoderosa, a quien divertian el ternor y las torpezas del joven, y encontraba en ello, tanto 0
mas placer que contemplanda los grupos de animales imaginados y confeccionados por el.
El joven Lagechnikoff era de porte elegante, alto y delgado y su rostra gallardo era de aquellos que atraen desde el primer momento. Gusto a la Emperatriz y desde ese instante quedo hecha su fortuna, trazado su destino. La Emperatriz presumia de saber descubrir los talentos ocultos. Ya veia en Lagechnikoff al futuro zoologo. de la misma forma que luego veria en Orloff al hombre de Estado y en Potemkin al gran capitan.
Lagechnikoff recibio, a costas de la Emperatriz, toda la instruccion que convenia a un filosofo, un sabio, un naturalista, porque en aquella epoca las diferentes ciencias na estaban todavia delimitadas can la precision actual. Despues de haber aprendido en Rusia to do 10 posible, fue enviado a diversas universidades alemanas, Iuego por un afio, a Paris donde debia perfeccionar su educacion.
Volvio de Paris convertido en un hombre de mundo, espiritual, galante, peligroso para las mujeres. El joven caballero de distinguido aspecto, se habfa convertido en un hombre interesante, favorito de las damas, pero tambien estaba Ham ado a ser un «savant» ilustre y festejado. Sin embargo, durante su estancia en el extranjero, habia 01vidado 10 que constituia su cualidad principal: saber disecar animales. En compensacion, no habia aprendido nada de valor, apenas si se habia famiIiarizado con los mas recientes terrninos cientificos y adquirido la facultad de sostener algo parecido a un simulacro de discusion con los fil6sofos a la rnoda.
i.Quien se hubiera atrevido en su pais a dudar de &U ciencia? Nadie, excepto el mismo. Como to
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dos los ignorantes, alentaba un odio feroz hacia todos los que tenian conocimientos superiores a los suyos, y con mayor razon hacia los genies. La noticia de la proxima lIe gada de Diderot le habia despertado un violento sentimiento de miedo y celos. El temor de ser desenmascarado por el gran enciclopedista le habta sugerido la idea fija de que Diderot venia a Rusia con el solo objeto de ridiculizarle y aplastarle. Instintivamente, odiaba a Diderot incluso antes de conocerle y pensaba en la venganza antes de ser ofendido , antes: de que Diderot tuviera conocimiento de la existencia de Lagechnikoff, celebre disecador de animales y lamentable naturalista.
Se le habia escapado una observacion delante de la Emperatriz a propcsito de Diderot que delataba su estado de animo y que para Catalina II no era sino una razon de mas para alegrarse con la visita de Diderot y prometerse rates muy felices.
Si en los avatares del largo y duro viaje, el autor del Neveu de Rameau hubiera podido arrepentirse de su decision de ir a Rusia, la recepci6n que le ofreci6 la Emperatriz en San Petersburgo le hizo olvidar todas las anteriores calamidades. Las delegaciones de las corporaciones, de las escuelas y de las Academias acudieron a recibirle; se Ie reserv6 un sitio en la suntuosa carroza del conde Orloff, tirada por seis caballos. A traves de los cristales podia observarlo todo a su paso y hacerse aclamar por la muchedumbre de curiosos y admiradores. Las tropas imperiales Ie escoltaron hasta el Palacio de Invierno, y al pie de la monumental escalera, Catalina II esperaba rodeada de
su corte. Al verla en carne y hueso, en to do su esplendor imperial, la corona sobre su majestuosa cabeza, Ie parecio infinitamente mas seductora que en aquella imagen que en Paris le habfa cautivado.
Fascinado, beso la mana que ella Ie tendia y, subiendo a su Iado Ia escalera de marrnol, embriagada de admiracion, tropezo dos veces, obligando a la Emperatriz a sostenerle con su brazo.
Catalina n se habia reservado el placer de conducir a su huesped a los apartamentos que Ie habian sido preparados, junto al Palacio, Ie iba mostrando ella misma todos los detalles y llamo su atencion sobre la rica biblioteca que contenia todas las mas hermosas obras maestras de la literatura francesa, cogio un volumen como por azar, y Ie ensefio el titulo: Les dialogues de Diderot,
-No sabria expresaros, monsieur Diderot -dijo con una sonrisa zalamera-, cuan contenta estoy de teneros conmigo, porque me perteneceis al fin y ninguna fuerza en el mundo puede apartaros de mi.
-Estoy a vuestras 6rdenes, Majestad -contesto Diderot--. A partir de este momento teneis a vuestros pies a un subdito mas.
Y, juntando a la palabra el gesto, el gran filasofo se arrodillo ante la hermosa despota y, como un simple mujik, llevo a su boca los flecos del traje imperial.
Catalina II se apresuro a hacerlo levantar y para demostrarle cuanto agradeda aquel homenaje de tan ilustre persona, Ie ofrecio, sin otro formulismo, la condecoraci6n cuya larga cinta habia adornado su majestuoso pecho.
Despues, la poderosa Zarina se despidi6. Dide
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rot estaba encantado de Ia acogida que le habian dispensado. Se vistio con el nuevo traje que acababan de hacerle en Paris, y media hora mas tarde apareci6 en la gran sala donde Ia corte se habia reunido.
La primera persona que se acerc6 a saludarle fue la graciasa presidenta de la Academia de Ciencias de San Petersburgo, la encantadora condesa Dachkoff, Tambien ella le parecio infinitamente mas seductora que en el retrato, hasta dida que ganaba mas que la Zarina al natural que en r'eproduccion, por muy bien conseguida que estuviera, pues su rostro gracioso y delicado se animaba extraordinariamente en la conversacion, por ef'ecto de las emociones que se reflejaban en sus rasgas. Muy pronto lleg6 la Emperatriz. Se habfa cambiado de traje, iba ahora con un vestido de seda azul con larga cola, audazmente escotado de acuerdo con la moda de la epoca, la abundante cabellera salpicada de polvo blanco, como copos de nieve, una pequefia corona de diamantes sobre la cabeza: una autentica Venus en crinolina.
Tom6 a Diderot del brazo y presento al pobre fil6sofo los dignatarios, las damas y los caballeros de la corte. Despues les despidio y se retiro con Diderot, la condesa Dachkoff, los principes Pamin y Orloff, la condesa Sultikoff y Madame de Mellin a un saloncito de estilo chino. Este selecto grupo se distribuyo junto a 1a chimenea, hablando sin afectaci6n como entre amigos intimas sabre los temas mas diversos: 1a ciencia, la literatura, la situaci6n mundial, Francia. Diderot estaba en vena, exhibia su brillante conversacion, embelesaba a todo el mundo, especialmente a la Emperatriz.
Todos se felicitaban de haberle hecho venir. La
Emperatriz no se acordaba del aburrimiento y de la fatiga de que se habra quejado desde hacia algun tiempo y que aterrorizaba a los que estaban a su Iado, pero dejaba percibir algunos signos de una agitaci6n febril, como si estuviera esperando todavia algun nuevo acontecimiento.
De vez en cuando, se aproximaba a la condesa Dachkoff y le murmuraba a1gunas palabras al oido. Finalrnente, un sirviente anuncio la llegada de Paul Ivanovich Lagechnikoff.
El rostra de la Zarina expreso una satisfacci6n evidente. Lagechnikoff llevaba un elegante traje de corte a la moda francesa; recien maquillado, perfumado, se inclin6 ante la Emperatriz, salud6 a las demas personas agrupadas junto a ella, despues fij6 sus oj os azules en Diderot.
-Monsieur Diderot ---dijo la Ernperatriz-, os presento a Paul Ivanovich Lagechnikoff (intencionadamente no hizo seguir al nombre ningun titulo), sin duda ya le conoceis par su Iama.
Diderot, que jarnas habia otdo pronunciar ese nornbre, exarnin6 rapidamente a Lagechnikoff y, juzgandole par su aire atletico y 5U porte marcia}, le torno por un rudo guerrero, se incline y dijo:
-Ciertamente mi general, la fama de vuestro valor y genio militar ha llegado a Francia hace ya algun tiempo.
La asamblea, despues que Ia Empcratriz diera la serial y en cierto modo la autorizacion, esta116 en risas ruidosas y sinceras, cosa rara en Ia corte y especialmente en la de Catalina II, donde el viento glacial de Siberia enfriaba los mas alegres humores.
Diderot, dandose cuenta que habia metido la pata, sinti6 que la sangre Ie subia a la cabeza, en
2. - DIDERor
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cuanto a Lagechnikoff ... se -puso mortalmente palido, y se mordi6 los labios, £11 borde del desmayo.
_Dachkoff --dijo Ia Ernperatriz volviendose
a la condesa-, dele un vaso de agua, el senor pro
fesor se siente mal.Entre 13s solemnes ceremonias organizadas en
honor de Diderat, no era 10. menos in'lportante una sesi6n extraordinaria en la Academia de Ciencias de San Petersburgo. Fnndada Y apoyada generosamente por Cata1iml H, la Academia habia nombrado miembra de honor a Diderot, Y Ie habia invitado a pronunciar una conferencia.
EJ espectaculo de esta sesi6n, can una numeroso p{tb1ico de Ia rnejor sociedad ]]enando todas las galerias, no careda de elegancia. Los academicos, vestidos can sus trajes negros e imponentes pelucas en la cabeza, ocnpaban en herniciclo uno de los dos lados de la sala: en el o tro Iado, presidia scntada en un sillou elevado, 1a condesa DachkoH, cubie,·ta con una toga larga y ancha de seda ro ia. el rostro juvenil resplandeeiente y encantador bajo a pesada peluca. una cadena de oro alrededor del cuello, entre las manes un baston con un hemisferio como remate, simbolizando su dignidad
En el centro se elevaba el trono de 121 Zarina. Despnes de que 13 Emperatriz, odornada con todas sus joyas, entrara seguida de 5'11 corte y despues de oue In-lbiera ocnpado el 1uga!' dominante que
r ado tenia reservado en ese tabern8_culo consag a la cicncia. 12 bella Presic1enta abrio 121 sesi6n uronunciando un discurso con gran seriedad. Saludo a la docta asar.nblea, 121 lnformo ofidalmente de la feliz llegada de Diderot y pidio que fuera ratificado 511
nombr21mienlo de miembro honoraria. . Todos los asistentes, sin excepci6n alguna, i11
cluida 121 Emueratriz, se levant21ron en sefial de asentimiento.
Luego 121 Presidenta actuando aSI por expreso deseo de 121 Emperatriz, rogo a Paul Ivanovich Lagechnikoff que presentara a Diderot.
Lagechnikoff, muy palldo, desernpefio cl encargo con clignidad y cuando Diderot, de su brazo, entro en 121 sala, fue acogido por aclamaciones unanirnes y prolongadas.
La encantadora Presidents descendio de su sitial, anu11cio a Diderot su nombramiento y Ie raga que aceptara .la carga que repres'entaba. Diderot expreso su agradecimiento con palabras emocionadas. Entonces la Presidenta Ie sefialo un asiento junto a ella y le invito a iniciar la conferencia que todos esperaba11 con interes e impaciencia.
En aquella epoca, los filosofos eran a] mismo tiempo criticos, historiadores, naturalistas, poetas. Asi, Diderot no habia dudado en elegir como tema de la conferencia, una cuesti6n que era el centro de todos los debates en Francia, y que revolucionaba todos los arnbitos del conocimiento humane: el parentesco entre hombres y animales y particularmcnte 121 hipotesis segun la cual el hombre descendia del mono...
Es facil cornprender la scnsacion que produjo en San Petersburgo el tema elegiclo por Diderot. Cuando termino, se desencadenaron aplausos desde todos los rincones y los venerables academicos se precipitaron hacia el conferenciante para felicitarle y abrumarle con halagadores elogios.
No obstante, cuando se calma el frenesi de las ac1amaciones, se deja oil' una voz solitaria, clara y firme:
-Perfecto, monsieur Diderot, solo os pido que
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probeis 10 que habeis dicho. Vuestra teorta es interesante si podeis aportar pruebas que la apoyen.
Paul Ivanovich Lagechnikoff acababa de hablar. A sus palabras siguio un penoso silencio. La Emperatriz, los ojos centelleantes de ira, busco con ansia al impio que acababa de cometer tal sacrilegio.
--lSois vos Lagechnikoff? -pregunt6 ella-, pues bien, [osad formular vuestras objeciones!
-Monsieur Diderot -respondio Lagechnikoff con voz temblorosa por los celos reprimidos-, acaba de exponer brillantes hipotesis, pero yo sostengo que no ha probado nada.
--Asi pues, ino creeis que el hombre descienda del mono? -pregunt6 Diderot sonriendo con condeseendencia.
-Tengo mis dudas -contesto Lagechnikoff- Y las tendre mientras monsieur Diderot no consiga hacer hablar a un mono.
Estas palabras pronunciadas con voz mas firme provocaron un nuevo sobresalto.
Diderot hubiera podido decir: «Acabo de haceros hablar senor Lagechnikoff, luego la prueba esta hecha», y todo el mundo hubiera reido, pero el solemne decorado de la Academia no le parecia apropiado para semejante broma de dudoso gusto. En lugar de este bon mot, prefirio utilizar un argumento mas cientifico.
--Me sorprende, senor Lagechnikoff, que un naturalista de vuestra categoria pueda ignorar que hay monos parlantes. .
-lMonos parlantes? -respondio Lagechnikoff, levantando los hombros- jamas he visto ninguno, ldonde se encuentran?
-En Madagascar --afirmo Diderot. En realidad, Diderot ignoraba la existencia de
monos parlantes tanto como su rival. Sin embargo, estaba muy habituado a hacer afirmaciones perentorias y elaborar audaces teorias: como todos los brillantes espiritus de la epoca, no se preocupaba mucho de buscar pruebas que apoyaran sus palabras y, como a la mayor parte de sus contemporaneos, no le importaba, cuando las cosas se cornplicaban, recurrir a la imaginacion, ala pura y simple invencion,
-En este caso --continuo Lagechnikoff-- propongo que la Academia de Ciencias encargue a monsieur Diderot que le presente uno de esos monos parlantes y que entretanto declare que la teoria que acaba de exponer es pura fantasia.
La Emperatriz atraveso a Lagechnikoff con la mirada y descendio del trono para levantar la sesion. Los academicos siguieron su ejemplo; asi, la propuesta de Lagechnikoff ni siquiera fue puesta a votacion. No obstante, la seguridad con que se habra enfrentado al celebre Diderot, habia producido una profunda impresion y dejaba a todos en la duda.
A partir de este dia memorable, la Emperatriz sintio el violento deseo de poseer un mono parlante hasta el punta que se iban eclipsando los otros deseos que le hicieron Hamar a Diderot a su corte.
-iHabeis hecho las diligencias necesarias para que llegue el mono parlante? -se inquietaba Orloff algunos dias mas tarde.
--iEsta el mono en camino? -preguntaba como un eco el conde Pamin.
-iCuando llega el mono? -interrogaba la condesa Sultikoff.
-Querido Diderot, se que muy pronto nos sor
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prendereis -Ie dijo al oido la condesa Dachkoff. -lSorprenderos, condesa? le6mo? ---contest6
Diderot con fingida inocencia. ·-Presentando el mono parlante, leomo iba a
ser? ..
-Teneis' un aspecto triste, Diderot --comenta la condesa Dachkoff apartando al fi16sofo del circu10 deintimos que estaba reunido en torno a la Zarina.
-Estoy de acuerdo --murmur6 Diderot. - Y yo se la raz6n de vuestra tristeza -insisti6
1a encantadora condesa con un punto de coqueteria en sus pa1abras.
-lLa sabeis? -dijo Diderot, cada vez mas confuso.
-lQuereis que os 1a diga? -Guardaros muy bien... par el amor de Dios ... --Voy a decirla de todas rnaneras, la raz6n de
vuestra tristeza es el trastorno que os ocasiona el mono parlante.
Por el aspeeto de Diderot se deducia que esperaba una revelacion de naturaleza totalrnente distinta,
-lEl mono? -repuso con aire sofiador-, no es nada de eso...
-lPor que entonces estais tan triste ... ? -Voy a deciros Ia verdad -dijo el fil6sofo ba
jando otro tono la voz y apretando la mana que la condesa Ie abandonaba.
-Ahora empiezo a entender... -rnurmuro ella. -lLo habeis adivinado? -Es el arnor... -Es verdad en cierto sentido -explic6 Dide
rot-i-, perc no es la palabra exacta. La verdad es que siento una pasion insensata ... estoy loco ... admiro y desespero ...
--Arnitis sin espcranza... -Eso es. --Esta claro ... amais a la Emperatriz ... -Venero a Ia Emperatriz y estoy sometido a
ella, me inclino ante su espirrtu, su masculina voIuntad, r'indo homenaje a su belleza como a 1a de una diosa griega, la admiro en silencio pero ... amo a otra...
--l Otra> ---susurr6 la condesa sin hacer un gesto para retirar Ia rnano que Diderot conservaba en la ~mya---. Dejadme adivinar, Apuesto a que es la condesa Sultikoff...
Diderot sacudio la cabeza. -cQuiza Mme. de Mellin? -Tampoco. -Entonces no se me ocurre ... ---iNo se os ocurre -esta1l6 Diderot- que cs a
vos a quien arno, La mas hermosa de las mujeres, La mas encantadora de los filosofos?
-No debeis ni pensarlo siquiera ... No ignorais que estoy casada y que mi marido es terriblemente celoso...
-La se, peru tambien se que es par esta razon que ocupa e1 cargo de gobernador en una lejanaprovincia ...
Un golpe de abanico le hizo comprender que habfa ida demasiado lejos. ..
En el mismo instante y de improvise, Lagechnikoff aparecio ante ellos.
-Os felicito -dijo dirigiendose a Diderot can un tono Ironicn,
-,Por que, profesor?
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-Habeis ganado. -lHe ganado? i.Y como? --pregunto Diderot. ---Se ve a simple vista -respondio Lagechnikoff
e1evando la voz->, que teneis un famoso mono en 1a cabeza, monsieur Diderot.
-jDiderot tiene un mono en 1a cabeza! -exclamo divertida la condesa Dachkoff, y mientras iba a reunirse con 1a Emperatriz no cesaba de repetir aplaudiendo como un nifio-: [Diderot tiene un mono en 1a cabeza!
El dia siguiente, al mediodfa, cuando la condesa se desperto (porque en aquella epoca las damas se despertaban a horas tardias), encontro una carta perfumada en la cabecera de su suntuosa cama oriental. La abrio en seguida y Ieyo:
«jDiosa inabordable! te a1110. Te aIDO hasta la locura y darta toda rni filosofia por un solo bcso de tus 1abios embriagadores, dada mi libertad, daria mi vida por una hora en tus brazos. Soy capaz de todo para conseguirlo. Presiento que un dia no lejano, me arriesgare a olvidar que estas muy por. encima de mi, [oh inabordable! No tardes, plies, en atarme con lazos que me seran muy dukes 0
bien ordena mi exilio a las Irias regiones del Norte donde todo es hielo y donde quizas hasta podria apagarse esta llama, despues de haber consumido hasta e1 ultimo aliento a tu esclavo ... Diderot..
Cuando Ia princesa termino Ia Iectura de este sorprendente billete, sonrio, despues empezo a reflexionar muy seriamente...
Y 10. Emperatriz de todas las Rusias empezaba a aburrirse de nuevo.
Como tema de conversacion, Diderot no tenl;;t
nada mas que ofrecer, y las continllas a1usiones de Lagechnikoff al «mono parlante) se habian vuelto a su vez monotonas y pesadas. En Cllanto a Orloff, llevaba ya mucho tiempo haciendo bostezar a 10. bella despota.
lQue inventar?
Esto es 10 que se pregul1taba 10. "pequefia Catalina), po.rticularmel1te una noche en que, despues de una aburrida sesi6n del Consejo de Estado, estaba a los pies de su amiga, 10. cual, sombrio. y taciturna, exclamo eolericamente:
-c:Es que no es posible encontrar algo que acabe con mi eterno aburrimiento? -DespueS', ana. dio en un tono menos vehemente_: Katinka, te has vuelto inatenta, blanda, decepcionante ...
-Majestad, por mucho que pienso ... -Si no se te ocune otra coso. -opino Catali
no. II- podrias espabilartepara organjzar' una pequeno. COl1spiraciol1, siempre proporciona ernociones. Hago azota1' a algunos, envio a otros a Siberia y a los jefes, se Ies corta Ia cabeza. No digas que no es excitante coquetear con un hombre cuan, do sabes que al elia siguiente ordenaras que Ie decapiten...
-Majestad... -interrumpi6 la condesa Dachkoff insinuando una timida protesta.
-Encuentro esto muy excitante, confirmo Catalina II, sobre todo cuando me doy cuenta que s610 dcpende de mi conccderles Ia gracia en el t'l1timo minuto, cuando ya han sufrido hasta c1 finalla tortura de esperar una mue1'te cierta, como tambien depende de mi, dejar que el verdugo lleve a cabo Ja ejecuci6n ... Pero c:que te pasa, Katinka? (No dices nada? Ouiza me temes ...
~Wencio.
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-y bien -dijo Catalina II volviendo a la carga-, ~no tienes nada que sugerirrne 0 proponerme, me abandonas ami aburrimiento?
-S1..., se me ocurre algo --dijo la princesa y bajo el influjo de una subita inspiraci6n saco de 5U escote, donde la habia guardado, la carta que Diderot habia heche dejar en su cabecera y se la dio a la Emperatriz que la recorrio avidamente. Despues de leerla, pregunt6 a la condesa con una extrafia sonrisa:
--lC6mo ha llegado esta carta a ius manes? -La he encontrado en casa al despertarme. -i.Crees realmente que esta enamorado? --Lo creo. ---lTan loco de amor como dice? --No tengo ninguna raz6n para dudarlo... --Es un halago para mi... . -'lPara ti? -no puclo evitar decir la condesa,
sorprendida. Sin hacer caso a esta reacci6n de La condesa,
Catalina II se levant6, avanz6 hasta el espejo y arreglando con un gesto el Iigero desorden de sus bucles ernpolvados, se mir6 largo ticmpo en el cristal, can una extraria luz en los ojos ...
-lY por que no? -dijo, expresando en alta voz Ia conclusi6n del examen->, soy todavia suficientemente bella para poder inspirar tales sentimientos ...
La condesa tuvo grandes dificultades para dominar su emoci6n. La Emperatriz habia imaginado que la carta y la pasi6n de Diderot iban destinadas a ella, no habia duda,
-Tanto mejor -se dijo tras una breve reflexi6n-, prefiero esto...
--Si realmente me quiere como dice, entonces ...
-_·Os adora -se apresuro a confirrnar Ia condesa,
-Pues bien, esta IDea pasion de nuestro querido fU6sofo promete ser muy divertida --dijo la Zarina con evidente satisfacci6n--, peru hay que actual' con prudencia y cuidado --aiiadi6-. En su locura, es capaz de todo y debemos velar por nuestra reputaci6n. --Para ocultar la sonrisa que la preocupacion de Catalina llevaba a sus labios, Ia condesa se apresuro a hacer un pequeno retoque en el peinado de su imperial amiga ...
--La virtud es el primer deber de los soberanos y los filosofos -·-continu6 Catalina II, imperturbable-i-. Debo dar buen ejernplo a mis sUbditos.
La condesa Dachkoff se entretenia con el peinado de la Zarina.
-.Ya esta bien -dijo la Emperatriz con cierta irritaci6n--. Tengo necesidad de hablarte, Katinka. Es necesario ponerse de acuerdo para decidir 10 que hay que hacer.
Las dos amigas se instalaron junto a la chimenea.
-lTeneis la intenci6n de tomar en serio a Diderot, Majestad? --pregunto la condesa,
-Ni 10 pienses ... ---En ese case, vais a desanimarle ... -Tampoco. -GQue vais a hacer entonces? -De momenta, voy a ignorarlo... -lY despues?
-Responder a su fuego con el hielo de Siberia... --(Para calmarlo 0 para apagarlo? -Ni una cosa ni otra. Para excitarlo todavfa
mas -zanj6 Catalina II riendo.
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En vano Diderot aguardaba, esperaba una respuesta a la carta que habia hecho entregar a la condesa. Cuando fue a pedir noticias a su domiciIio, le dijeron que Ia condesa no estaba. En su desespero intent6 hablarle a solas en aquellas reunionesIntimas que organizaba la Emperatriz perc la condesa desplego todos los recursos de su astucia para escapar, desesperandole con sus zalemas tan amables como evasivas.
lY Catalina II? Si la «pequefia Catalina» era de nieve, Ia «gran
de» era de hielo. Diderot estaba muy preocupado y empezaba a preguntarse si no habria cometido algun crimen de lesa majestad. Ante tantos enigmas se resign6 a escribir una nueva epistola, concebida en estos terminos:
«[Diosa mia! iEstais enfadada? i.C6mo interpretar vuestro silencio? Si teneis el deseo de hacerme pereeer, hacedlo sin tardanza y sin tomaros la rnalestia de firmar mi sentencia de muerte. Un gesto sera suficiente. Mafiana porIa neche en el baile de la corte una escarapela roja en vuestro cabello significara «sf» y hara mi felicidad, una escarapela blanca «no» y sera mi desesperacion. Vuestro miserable esclavo, Diderot.»
Dirigio la nota «A Catalina» sin ninguna otra precision y la eonserv6 en el pufio de la eamisa con idea de deslizarsela la misma noche a la condesa de propia mana, pues ernpezaba a preguntarse si le habria llegado la primera nota.
Lleg6 la noche. El circulo reunido en torno a la emperatriz era excepcionalmente reducido, 10 cual no facilitaba las maniobras de Diderot. Consiguio de todas formas acercarse a Ia condesa Dachkoff, sin Hamar dernasiado la atencion,
-jPiedad, condesa! -Ie murmur6 al aida. -i. Para quien? -Para mi. - Ya as he prevenido ... -Tomad par 10 rnenos esta nota --dijo Diderot,
hacienda un intento de deslizar e1 papel entre sus manos.
--jlmprudente! [La Emperatriz nos esta observando! --dijo la condesa, interrumpiendo su intento.
Efectivamente los ojos de Catalina II estaban puestos sabre los dos cornplices, que tenian aspecto de conspirar.
-Os 10 suplico -insisti6 Diderot-, dadme un consejo. c: C6m o puedo haceros llegar 1a nota?
-c:Veis 1:1 estatui11a de 1a Bacante? -rep1ic6 la condesa despues de un momento de reflexion.
-Si, Ia veo.
-c:Y la bandeja que tiene entre sus manos? -Si.
-Dejad la nota en la bandeja sin que nadie os vea, Aprovechare un momenta favorable para ir a recogerla. Mientras 10 haceis intentare distraer 1a atencion de la Emperatriz.
La condesa se levant6 y se acerco a Catalina II. -Os ha escrito otra carta -Ie dijo en tono de
confidencia. ·-c:Donde esta esa carta? -Va a dejarla en la bandeja de la Bacante. -Hagamos vel' que no nos darnos cuenta de
nada -sus'Urro Catalina II jugando can su abanieo.
Diderot hizo 10 que habia convenido can la condesa Danchkoff, que lama un suspiro de alivio.
Aquella noche, el baile de la Corte ofrecia un
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aspecto realmente maravilloso, estaba desplegado todo el Iujo de la Rusia aristocratica. EI impaciente Diderot llego entre los primeros, tensos los nervios en espera de la respuesta de la condesa Dachkoff.
La condesa se hizo esperar mucho. Finalmente llego. EI corazon de Diderot batia a punta de estallar. Intento con ansiedad descubrir el color de 10.·
escarapela que ella debia llevar en el pelo. En vano. Ni escarapela blanca ni escarapela roja. lHab:da recibido su carta la condesa? a -o.troz pensamiento- c:habria caido en manos indiscretas?
Diderot estaba sumido en estas reflexiones e inquietudes cuando la Zarina hizo su entrada. Estaba radiante de belleza, vestida de blanco de pies a cabeza, con un largo traje de seda del Atlas, larga cola y volantes de encaje blanco, un abanico blanco en 10. mana, diamantes alrededor del cuello y espolvoreados los bucles del cabello con blanco de nieve. Un solo y provocativo detalle rompia la sinfonia en blanco. Al darse cuenta Diderot tuvo un estremecirniento y se sintio aterrorizado hasta 10 mas hondo de su alma.
En el cabello blanco de nieve de la majestnosa Zarina, de la hermosa soberana de cincuenta millones de esclavos, de la mujer genial, resplandecia como una llama [Ia escarapela roja!
[La escarapela rojal Diderot sorio can ella toda Ia neche. A veces Ie parecio semejante a un inmensa sol rojo en el justa centro del blanco cielo de San Petersburgo 0 a una enorme rueda roja que rodaba a una velocidad vertiginosa con la diosa de la suerte montada en 10 mas alto. Otras, se metamorfoseaba en una flor maravillosa, surgiendo
como si fuera un milagro del espeso lecho de nieve que cubria las cercanias del Palacio de Invierno. Decidido, con mana firme, cogia 10. flor, la tomaba para no s-epararse de ella jamas y por dondequiera que pasara, 10. masa se postraba ante su presencia, el rostro contra el sueIo, todas las puertas se abrian ante el y la mas bella de todas las princesas desperto de su suefio milenario y tendio al pobre filosofo su mana con el cetro. Esta princesa de ensuefio tenia los ojos brillantes y los rasgos altivos de la Zarina.
-iCatalina! -grito Diderot, despertandoseo La mariana estaba avanzado.. Llam.y, EI servidor que le habtan destinado en
tro, con dos sabres de gran tamafio que sin duda contenian documentos oficiales.
-Dos cartas para vuestra Excelencia -dijo el lacayo que tenia Ia costumbre de dar este titulo al filosofo que gozaba del favor imperiaL
-iDe donde proceden? ---pregunto Diderot. -Acaba de traerlas el ordenanza de 10. Acade
mia de Ciendas. -Bien, puede retirarse. El Iacayo salio. Apresuradamente, Diderot abrio
uno y otro sabre. El primero contenia, sin riingun comentario, la escarapela raja que habia adornado la vispera los cabellos de la Zarina. En el segundo, encontro una carta, con letra de Ia condesa Dachkoff can estas palabras lapidarias: «jlnfiel! Necesito hablaros. [Venid pronto! Os espero.s
-jViI seductor! -exclo.mo la condesa Dachkoff, o.cogiendole en su boudoir unos minutos mas tarde.
-(Que quen§is dedr? -balbuceo el filosofo. 30
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-cEs as! como se comporta un filosofo? -insistio la condesa-. Empezais haciendome una inflamada declaracion de arum y despues haceis 10 rnisrno con la Zarina.
-Nunca he heche nada parecido mi carta os iba destinada... la habra cogido por ahara empiezo a comprender... pero en este caso la (escarapela roja?
---Signifiea que su Majestad Catalina II, no ha recibido sin intercs las palabras apasionadas que habeis sabido encontrar ...
--1'Ou6 dcsastrosa confusi6n! Es a vos a quien amo, condesa, isolo a vas y no a Ia Zarina! -se lamento Diderot.
-Desgraciadamente, esto no cambia mucho el asunto, coment6 la condesa suspirando, ya que la Zarina os' ama ...
-(La Zarina me ama? -exclam6 Diderot, estupefacto.
-Sf --afirmo la condesa- y habeis jugado conmigo frtvolamente,
--Os equivacais, condesa. Os jura ... --El juramenta de 11n f'ilosofo, de un ateo, me
pregunto que puede valer -replica la condesa. -Creedrne no a1110 a otra que a vos. Os adoro.
Sois mi diosa. -GAsi pues es verdad? -munnuro Ja condesa
cambiando de tono-. GMe amais? [Pobre Diderotl Sabed que yo tarnbien as arno pero para nuestra desgracia ahora todo ha terminado. Os habeis declarado a la Zarina.
-No, no me he declarado a Ia Zarina. Os 10 repito.
--En todo caso ella ]0 cree y viene a ser 10 mismo. Si apreciais vuestra libertad, vuestra vida
-continuo con acento patetico-c, disimulad siernpre el amor que podais sentir par 1111. En este terreno, Catalina Ia Grande esta Iuera de toda compeLencia.
-;.Que debo pues hacer? -prcgunt6 Diderot, comp1etamente desoricntado.
-Pueden presentarse muchas posibilidades -respondia la condesa con una sonrisa as·tuta--. Dentro de algun tiempo 1a Zarina podrfa pensar en volver a casarse,
-iDios mio! (Y creeis que yo tendria oportunidades? -exc1am6 Diderot, sin poder disimular su entusiasmo.
--La Zarina habfa tenido siempre 1a idea de inaugurar en Rusia una era de cultura y filosofia -·afirmo Ia condesa-. Por 10 tanto, la posibilidad de una boda can un hombre como vos ...
-Est:Hs bromeando ... --En abso1uto. Es muy serio. GNo se llama a
nuestro sigIo, e1 siglo de la fiIosofia? Los hombres de Estado, los generales, los reyes (no consideran a los fiI6sofos, no s610 como iguaIes sino como sus maestros, sus profesores, estrellas que les guian Y cuya gloria revierte en ello? Os aseguro que el mundo no se sorprenderia de que el filosofo coronado, Catalina II, compartiera e1 trona de Rusia con el ilustre fi16sofo Diderot. Prometedme solo que s'eguin§is siendo rni amigo ...
-jSeguire siendo vuestro admirador hasta mi ultimo soplo de vida! -exclamo Diderot lleno de ardor y generosidad, lIevando a sus labios la mano de Ia condesa.
-jPrudencia! jPrudencia amigo mio! --aconsejo la condesa. Las paredes tienen oidos y en San Petersburgo los tienen especialmente largos y finos.
3. -DIDEROT
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i partir de ahora no podeis arnar a otra que aA
Catalina II, Catalina la Grande, la Zarina! -LOs ha confiado ella sus sentimientos? -Me 10 ha dicho todo. Me ha leido vuestra car
ta y me ha confesado que desde el primer dia siente hacia vos un tierno sentimiento. Me ha pedido un sobre de la Academia para poner en el 1a eS'carapela roja que llev6 el dia del baile como sefial y para haceros conocedor de su buena disposici6n. Despues me 11a dado el sobre para que
os 10 hiciera llegar.-Todo ha terminado -dijo Diderot, dejando
escapar un vago suspiro. -POI' el contrario, todo acaba de empezar -re
plic6 1a condesa-. (No os he ya revelado todo el alcance de vuestra suerte? 1Sois el mas feliz de los mortales, nuevo Edin:li6n a1 que la Fortuna acaricia dunniendo! Partid ahora y, a los pies de 1a «Gran Catalina)), guardad un buen recuerdo de
1a ({pequefia)).
Despues que Diderot hubo dejado sus habitaciones, la condesa Dachkoff estall6 en risas especialmente sinceras por el largo tiernpo que las habia reprimido. Despues. sin perder un momento, se sento en 5U escritorio y puso unas lineas a Lagechnikoff para que viniera a verla. El profesor no se hizo esperar. Apareci6 ante Ia condesa precedido de una nube de perfume. Le bes6 la mano y obedeciendo a una sefial se sent6 en una silla
junto a ella._Lagechnikoff ---dijo con acento de profunda
piedad-. mi pobre amigo, estais perdido defini
tivamente...
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Lagechnikoff palideci6. -~Perdido? (C6mo es esto? No he hecho nada
malo... no he cornetido ningun crimen -farfu1l6. ---Nada de esto es necesario para perderse, que
rido -dijo la condesa-. as voy a contar todo, pero dadme vuestra palabra de honor que no direis nada a nadie, absolutamente a nadie, (comprendido?
-Teneis condesa, la palabra de un hombre de honor.
--Entonces, escuchadme, escuchadme bien, Lagechnikoff. Diderot ha hecho a Ia Zarina una declaraci6n de amor.
-jQue insolente! -exclam6 Lagechnikoff. -~Podeis afiadir: IQue feliz! -continuo la con
desa-i-, porque la Zenina comparte sus' sentimientos y, agarraros bien, piensa casarse con el.
Lagechnikoff sofocado, no encontraba palabras. -Imaginad por un instante, mi pobre amigo, a
Diderot de Zar y a vos de subdito, insistio Ia condesa, seria capaz de haceros disecar en lugar del mono parlante, con el que tantos fastidios le habeis ocasionado.
Volviendo a sus antiguos modales, Lagechnikoff se levant6 de un s'a110 y atraveso el boudoir maldiciendo a Diderot, a la Ernperatriz, la hora en que naci6... y se fue precipitadamente sin despedirse de Ia condesa.
Entr6 en el coche y se precipit6 hacia la casa de Orloff.
--Conde, es el fin del mundo --Ie dijo casi sin aliento ...
-(C6mo? (El fin del rnundo? (Hablais en serio? --pregunt6 Orloff--. (Teneis pruebas cienti ficas?
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__Ciertamente. Tengo las pruebas. La Zarina se
vuelve a casar... -lSe casa? lCon quien? -Con Diderot ...
Catalina II ya no se aburrfa, se divertia casi demasiado, una emocion desplazaba la otra. Diderot la asediaba con insistencia. l~agechnikoff se arrodillaba ante ella suspirando. Pero 10 que la transportaba a 121 maxima felicidad, como a todas las mujereS' «rnalas», era ver en S11 circulo intima a Orloff, Lagechnikaff Y Diderot zaherirse Y enfrentarse como fieras enjauladas. Catalina II se las ingeniaba para dirigir a unos contra otros e inventar los mas refinados tornJentos para inquietarlos.
Una noche organiz6 una partida de tarots entre los tres rivales. Otra vez, jugando a las prendas, oblig6 a que Orloff abrazara diez veces a Diderot. En otra oeasi6n, en tono muy serio, emitio la idea de instituir una Academia para monos destinada a educar a nuestros antepasados para que se vuelvan completamente hurnanos. Lagechnikoff seria el rector provisional de esta singular Academia.
De tanto oir hablar de su amor por la Zarina, Diderot llego a creer en el y esperaba con impaciencia febril 121 ocasi6n propida para lanzarse a
sus pies.Catalina II cedi6. Para tener un «tete a tete»
con e1 filosof'o de Paris le pidi6 que viniera a darle una conferencia sabre Plat6n y eligi6 las ultimas horas de la tarde para esta lecci6n de filosofia.
Diderot estaba loco de alegria. Brillantes fantasias y suefios de quimera bailaban alrededor de su cabeza como un enjambre de moscas excitadas.
Llego la hora tan esperada, POl' primera vez, despues de haberlo deseado tanto, estaba por fin solo frente a 121 bella Zarina, que justamente estaba mas seductora que nunea cuando Diderot 121 encontro junto a la chimenea, su deliciosa mano abandonada sobre el lorna de cuero... de La Republica de Platen. Diderot a duras penas podra conservar su sangre fria y sucedia con frecuencia, en el curso de la lectura, que su mano como por azar rozase los dedos de la Zarina 0 que los bucles de la Emperatriz acariciasen las rnejillas del filosofo.
Diderot tuvo un sobresalto cuando, transportada por el tema, la Zarina dejo su brazo en el respaldo del sill6n que ocupada Diderot, leyendo el texto de Platen y ley6 con el por encima de su hombre, 121 pagina abierta, Entonces perdio completarnente el dominic de S1 misrno y sin poderse contener se encontro a los pies de la bella tentadora.
-Pero Diderot, GIla beis perdido la sensatez? -exclam6 Catalina II.
-jMajestad! ---esta1l6 Diderot, como en trance--, enviadrne a Siberia, hacedme decapitar, hacedme encarcelar, no conseguireis sino que os arne mas. Os adore y no quiero vivir ni tan un solo instante si me rechazais ...
-Querida Diderot ---dijo Catalina II con condescendencia-, empezad por Ievantaros, podrian sorprenderos ...
-iDiosa mia! --continu6 Diderot en el mismo tono cubriendo de besos ardientes las manos de la Zarina.
-Asi, lde verdad me amais? -pregunt6 Cata-lina II abandonandols su mano imperial.
-jLocamente!
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---Quisiera creeros --continuo la Zarina-i-. pero sabeis mejor que yo que vivimos en un siglo de escepticismo. Perrnitidme pues dudar de vuestro arnor hasta que me 10 hayais probado plenamente.
-iExigidme cuanto querais, graciosa Majestad! -exclam6 Diderot, transportado.
-jPues bien! Quiero el mono. -"--i.El mono? GQue mono? --E1 mono que habla. El mono parlante de
Madagascar -dijo la Zarina, levantandose bruscamente, Y hasta que esto llegue no me hableis de amor. Adios, mi querido Diderot.
Can estas palabras desaparecio, dejando al filosofo de rodillas, como un alumno castigado ...
--Estoy desesperado ---confio Diderot a Ia condesa Dachkoff, que estaba atendiendo a su tocado en el boudoir.
-(Por que? c:Pc,rque la Emperatriz os ama? -replic6 la condesa, encantadora, en su bata de gasa,
-Ella no cree en mi amor... -jEn vuestro arnor! Ni siquiera vos mismo
creeis ... --Quiza si. .. --iC6mo! No me habeis jurado hace poco que
no amais a nadie mas que a mi. -Y era verdad ... entonees, pero despues ... -GAmals a la Zarina? -Con 10C1ua. -Es perfecto. (. Que mas quereis? -La Emperatriz me pide Ul1a prueba de amor ...
IY que prueba! --Esta en su dereeho.
-Pero no quiere creer en mi arnor hasta que... jarnas podriais adivinarlo... hasta que Ie ofrezca el mono parlante.
-Esto ha de ser muy facil para vos. Id a buscarlo a Madagascar...
-Madagascar esta lejos ... -se lament6 el filosofo ...-- y tampoco estoy seguro de encontrar allf un mono parlante,
--iEs posibIe? -.Me pregunro si es posible encontrar en nin
guna parte de Ia tierra el mas minimo indicio de un mono parlante --dijo Diderot desolado, personalmente jamas he vis to ninguno.
--Si es as! as cornpadezco -dijo Ia condesa severamente---. Conozco a la Empe1'atriz y no renunciara jamas a su mono, que es la {mica cosa que puede haceros acceder al trono imperial de Ru51a.
-No me queda sino quitarme la vida. --jQue perdida para la ciencia! --No veo como salirme de este paso en falso ... La condesa Dachkoff, apretando con ambas rna
nos su hermosa cabeza, pensaba profundamente. Por fin, una sonrisa triunfal ilurnino subitamente su rostro preoeupado.
-Tengo una idea --exc1amo, mientras afiadia para SI misma: «5orprendere a todo el mundo, la Emperatriz incluida», Despues dirigiendoss a Diderot dijo en voz alta-: Querida amigo, si yo fuera un fil6sofo como Diderot, aprovecharia una situaci6n desespe1'ada para realizar una accion deslumbrante.
-(Que aeci6n?
--Entre nosot1'os, i.el mono parlante no existe? -No, no existe.
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_ Y sin embargo la Emperatriz exige que le ofrezcais uno en prueba de vuestro amor.
-Exaetamente. ---Hay que afronrar la situaci6n --dijo la con
desa pateticamente-. Si no podeis ofrecer a Ia Emperatriz el mono que pide, debeis dar a su Majestad una prueba mas de vuestro arnor, que no retrocede ante ninguna difieuItad, una prueba tan extraordinaria que no la pueda dejar insensible ...
-Estoy impaeiente par saber. .. -Es muy simple. No teneis mas que ofreceros
vos en persona a 1a Emperatriz como mono par
lante. -i,He entendido bien? i,Yo? leomo mono par
lante? --Pues 51, vos mismo... -conduy6 121. conde
sa-. Salis de viaje, diciendo que vais a buscar el animal que exige la Emperatriz. Aprovechais la ausencia para haceros coser una piel de mono y os haceis presentar a 121. Emperatriz par alguien de vuestra confianza.
-jQue idea tan ingeniosa! jMe habeis salvadol IVoy a abrazaros! -exclam6 Diclerot y dej<'mdose Ilevar por su entusiasmo y a pesar de las protestas de la Dachkoff, la apreto con su pecha y la beso apas·ionadamente.
Aquella misrna tarde no se hablaba de otra cosa en la corte que del viaje de Diderot a Madagascar y del mono parlante.
Una semana despues de la partida de Diderot, la Presidenta recibi6 el siguiente mensaje en la Academia de Ciencias: «Muy honorable presidenta: Hemos tenido noticias de Ia brillante tesis y con-
ferenda genial de nuestro gran Diderot, pero deplorarnos que un cierto Lagechnikoff, que quizas sea un habil taxiderrnista, se haya permitido criticar sus teorias. Nos es facil aportar las pruebas que reclama este personaje y con todo el respeto que os es debido, nos permitimos anunciaros que estamos haciendo 10 necesario para enviar como regale y hornenaje a 1a Emperatriz, Su Majestad Catalina n de Rusia, un especirnen de mono parlante de Madagascar. En nornbre de Ia Sociedad de Zoologia de Paris. Firma ilegible».
La condesa Dachkoff no habia oido hablar hasta entonces de esta Sociedad de Zoologia de Paris, pero no necesit6 mucho tiernpo para comprender que 121. carta provenia de Diderot. El mensajero que la llevaba Ie asegur6 que era profesor de [ranees en Reval y que era el hombre de eonfianza de Diderot.
-i,Y el mono? Ouiero decir monsieur Diderot ... ld6nde esta? -pregunt6 inquieta Ia condesa.
-Lo he dejado en el Hotel «Los Ojos de Dios» donde me hospeclo -respondi6 el profesor.
-Bien, digale a M. Diderot que pasare yo misma a buscarle con mis servidorcs.
-Es que... esta en su jaula... -i,Que importancia tiene? Mis servidores He
varan la jaula, Investida con todas los atributos de su digni
dad: toga, collar y baston, se traslado al Palacio de Invierno para anunciar a Ia Zarina la sorprendente noticia. Despues salio bacia el Hotel «Los Ojos de Dies», acornpanada de cuatro servidcres y una silla de manos.
En palacio, toda Ia corte se habia reunido para recibir al mono con todos 105' honores que Ie eran
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debidos como maravilla de la Naturaleza. En cabeza, el profesor Lagechnikoff, cumpliendo ordenes especiales de su Majestad.
El momento en que fuc presentado el mono de Madagascar impresion6 por su solemnidad a todos los asistentes. La Zarina, rodeada de las damas de su corte, mientras que los gentilhombres estaban en semicirculo un poco apartados, fue la primera en acercarse, despues olvidando la rigurosa etiqueta todos se prccipitaron tras ella y rodearon la jaula, se empujaban sin ningun recato como el pueblo cuando adrnira a un campesino de Saboya mostranc1o a sus osos amaestrados.
El disfraz de Diderot era tan perfecto y el imitaba can tanta perfecci6n los gestos y movimientos de un mono que nadie se daba cuenta de la supercher'ia, nadie salvo Legechnikoff, el disecador de animates. Su mirada viva y experta, aun a traves de los barrotes de la jaula habia descubierto las costuras en la piel del animal.
-jOhl jes un hombre cosido en una piel de mono! -·se dijo, guardimdose mucho de revelar su descubrimiento-. Vamos a vel' que significa todo
esto. Cuando todos hubieron adrnirado esta maravi
lla de la naturaleza. la Emperatriz orden6 que la jaula fuera depositada en sus habitaciones particulares para poder conternplar con comodidad al mono enviado pOI' la Academia de Zoologia de Paris.
-(C6mo se llama? -pregunt6 la condesa Dachkoff al profesor que habia venido acompaiiando al animal.
-Jacques -respondi6 este ultimo. -Jacques -dijo entonces la Emperatfiz con
voz clara y bien timbrada, volviendose hacia el mono-, (hablas?
-Si -contest6 el animal muy claramente. -·-jBabla! [Es maravillosol -exclam6 Catali
na n. -jHabla! -repiti6 Orloff como un eco, ---iHablal -gritaron todos los dernas como un
solo hombre-. [El mono habla!
El zoologo frances al que la Emperatriz queria confiar el cuidado del mono, desaparecio sin despedirse de nadie y se paso el ericargo a un simple lacayo.
La jaula fue instalada en las habitaciones de la Ernperatriz que alimentaba personalrnente al mono. Con mucha maestria, cl animal cogia las frutas y golosinas que ella le ofrecia y bajo todos los puntos de vista se mostraba como un animal inteIigente y educado,
Basta Ilegada la noche, su sola presencia habia bastado para animal' todas las conversaciones de la corte y la Emperatriz sobre todo no escatirnaba los elogios al respecto, Pero nada hay tan inconstante como el humor de una rnujer y la Zarina tenia naturalmente el derecho de ser la mas caprichosa de todas las mujeres.
Asf. a mediodia, Catalina II no se oeupaba mas que de su mono, durante la tarde aun se ocupaba bastante pero hacia Ia neche ernpezo a serle indiferente. En su boudoir en campania de la condesa Dachkoff', estaba de nuevo inquieta:
-Katinka, lque podemos hacer ahora? -Hagamos traer al mono, propuso la eondesa. La Emperatriz perrnanecio callada. Despues, de
repente, pregunto.
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-i..Y Diderot? i.. Que ha sido de el? -Esta sin duda en camino, Majestad. -Que pena. Me hubiera gustado que me leyera
alguna cosa. -Tenemos el mono... -No voy a leer Platen con el. .. -i.. POl' que no? -sugirio la condesa-. Quizas
sea bastante inteligente para eso. No hay mas que hacer la p rueba.
La Zarina se encogio de hombros. -No sabemos siquiera si esta ensefiado, si es
capaz de ejecutar alguna acrobacia que pueda ser divertida ...
Esta idea no entusiasmo ala condesa Dachkoff, que empezaba a inquietarse por el camino que podria tomar la aventura para Diderot, pero su curiosidad era mayor que su piedad y tenia ganas de vel' como se saldria Diderot de la prueba.
Acompafiada de la condesa Dachkoff, la Zarina se apresuro a hacer una visita a su mono. El animal estaba tristemente acurrucado en un rincon de la jaula pero cuando via a las dos visitantes entrar en la habitacion, salio de su abatimiento y empez6 a hacer signos inconfundibles de alegria.
-Hagamoslo salir de la caja -sugiri6 la Dachkoff.
-Podria mordernos -dijo Catalina II, dio ordenes a sus servidores y a cuatro lacayos que acudieron de refuerzo, armados de bastones y latigos, que procedieron a abrir la jaula. Lentamente, estirando los miembros enquilosados, Diderot salio y dio algunos timidos saltos fuera de la jaula.
-i..Sabes hacer acrobacias? -Ie pregunto la Zarina.
El mono dijo que no con la cabeza, despues de
haber echado una mirada de desconfianza a los bastones y Iatigos de los lacayos.
-i..No sabes? -insisti6 la Zarina. -No, respondio el mono con voz nttida. -Pues yo quiero que las hagas. Te ensefiaran
-decidio la Zarina con la soberana voluntad de un despota->. Levantad un baston y hacedle saltar.
Obedeciendo las ordenes, uno de 1051 lacayos tendio un baston. El mono hizo esfuerzos para saltar, pero sus piernas no Ie respondieron y cay6 al suelo.
-Haced otra prueba- ordeno la Zarina. El mono hizo otra prueba, despues otra, una
tercera, una cuarta, sin resultado. Catalina II perdi6 la paciencia.
-Espera y veras -grit6 enfadada. Yo misma voy a ensefiarte.
Arrebat6 un Iatigo de manos de un lacayo. La Dachkoff tuvo que morderse los labios para no estallar de risa; Diderot, en cambio, con pocas ganas de refr, lanz6 un grito y se rnetio temblando en la jaula.
El lastimoso espectaculo hizo sonreir a la Zarina.
-Por esta vez te perdono -dijo-, eres un mono malo, pero acabare educandote. Encerradlo en la jaula.
Los servidores cumplieron la orden. La Zarina hizo venir a Lagechnikoff.
-Mi querido profesor -Ie dijo-, quiero que el mono aprenda a hacer acrobacias en el menor tiempo posible. Es una orden y confio en vos.
Lagechnikoff se incline, con sonrisa de satisfaccion.
-Llevad la jaula a su casa -orden6 la Zarina-.
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Katinka, encar'gate de tomar las necesarias dis
posiciones.La condesa Dachkoff comprendia el peligro que
corria Diderot en manes de Lagechnikoff. Mientras le acompanaba, le c1ijo can voz dulce
pero firme: -Sobre todo no hagais ninglin dafio 21.1 mono. -lPuedo saber por que razon debo mimarle?
--contesto Lagechnikoff con falsa sumision. -Porque... porque ... -balbucea 121. condesa. --Os 10 voy a decir --respondio Lagechnikoff-.
Esta comedia puede enganar a un lacayo pero no a un sabio. [El mono parlante de Madagascar no es mas que un impostor!
-iCallaros! -No es un mono, es un hombre. -iNo hableis tan alto! -Con el latigo sabre que clase de mono es. -No hagais nada de esto. iEs Diderot!
-lDiderot? Despues de un momento de S'orpresa, Lagechni
koff exhi'bio una sonrisa de triunfante insolencia. Estaba congestionado de placer.
Me alegro mucho de que me hayais dicho 121. verdad, condesa. y os doy mi palabra de honor de que 10 tratare como se merece.
De acuerdo can las ordenes de la condesa Dachkoff. la jaula con el mono fue colocada en una silla de manos. que 121. sustraia a las miradas indiscretas, y transportada a casa de Lagechnikoff, que vivia en el edificio del Museo Zoologico, donde mandaba como rey Y senor. Media docena de servidores completamente sumisos estaban exclusivamen
te a sus ordenes, habituados a obedecer a la pri mera sefial,
A partir del momento en que la jaula fue trasladada al Museo, a los apartamentos privados de Lagechnikoff y que se cerro 1a puerta, Diderot quedaba en rnanos de su rival, enteramente a su merced.
En cuanto llego a su domicilio, Lagechnikoff se dirigio a 1a habitacion donde estaba la jau1a cubierta con una espesa tela. Hizo salir a sus servidores y el mismo aparto la tela que cubria 1a jaula de Diderot. Al darse cuenta de donde se encontraba, Diderot dejo escapar un grito de espanto.
-jPor fin solos, mono! -dijo Lagechnikoff dando con su baston un fuerte golpe en los barrotes de la jaula-. Presta atencion a 10 que te voy a decir. La Emperatriz me ha ordenado que me ocupe de ti y que te ensefie en el menor tiempo posible a ejecutar las mas dificiles acrobacias. Manana te dare la primera leccion. Pero sera duro y puedes prepararte a 10 pear.
El mono se precipito contra los barrotes y los sacudio con todas sus fuerzas.
-jCalma! --ordeno Lagechnikoff-, toda resistencia es inutil. Aqui soy tu amo abso1uto. No puedes nada contra mi, y nadie acudira en tu ayuda.
El mono se agazapo en un rincon, temblando de terror y de ira.
Lagechnikoff salio del Museo. Dio ordenes de que se apagaran las Iuces y condeno al mono a ayunar hasta e1 dia siguiente. No podia dormir; 1a incomoda posicion dentro de 1a jau1a no favorecia el suefio y cuando empezaba a adormecerse, suenos horribles le agitaban y desve1aban.
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Al dia siguiente Lagechnikoff como de costurnbre, se levanto tarde. Se arreglo y orden6 que Diderot, que desde el alba habia esperado y temido la Ile gada de su torturador, fuera llevado a su presencia.
En cuanto hubieron dejado la jaula ante Lagechnikoff', abrio la puerta e hizo salir a Diderot a bastonazos. E1 estaba comodamente estirado en una cama turca cubierta con una suave piel de cordero, y miraba fijarnente a Diderot con un cruel placer en sus ojos.
Su hermosa rostro fino y alisado estaba coloreado de rojo y bajo la empolvada peluca parecia una rosa en plena eclosion, mientras que su rival, «el futuro Zan> debra tener una extrema palidez bajo su mascara de mono.
-(Como te llamas? ·--pregunto el tirano. Diderot no respondi6. -lPasadme el latigol -ordeno Lagechnikoff a
uno de sus hombres que Ie entrego un formidable latigo, cuya sola vision hizo temblar al pobre mono.
-Me llamo Jacques, Jacques ... -grito. - Ya yeo que no eres tan bestia como pareces
--·dijo Lagechnikoff con satisfaccion-s-. Pues bien, Jacques, vamos a empezar la primera leccion haciendote saltar por encima del baston.
Lagechnikoff hizo sostener un baston par sus servidores, despues, al estilo de un domador de animales ordeno: «jVamos] iHop! iHoP!J).
Asustado por el latigo que Lagechnikoff tenia en las manos y los palos de los servidores, Diderot hizo cuanto pudo p or saltar pOl' encima .del baston que sostenian los lacayos y que siguiendo ordenes de Lagechnikoff iban elevando cada vez mas.
~-'iBravo! [Bravo! ---exc1amaba Lagechnikoff cada vez que el pobre mono consegufa saltar-. Ahora me vas a servir el desayuno. Presta atencion, Jacques, traeme la bandeja que esta en la mesita y sobre todo no derrarnes nada... --El mono se apresuro a ejecutar Ia orden.
-Muy bien, ahora sirve chocolate en la taza. Tambien 10 hizo. Delante del hambriento Diderot, Lagechnikoff
des-ayun6 can un apetito excelente. --iTienes apetito, Jacques? --pregunto ironica
mente. -Sf --respondi6 el mono. -iTienes el vientre vado? -Sf. -Muy bien. Plenus venter non studet libenter. Despues de haber desayunado, Lagechnikoff or
dena al mono que quitara la mesa. -Ahora pasaremos a eje1'cicios mas diffciles
·-dijo--. c:Eres capaz de sostenerte sobre la cabeza?
-No.
-Yo tampoco, pero estoy seguro que si alguien me 10 ordenara con el Iatigo en Ia mana aprenderia tan pronto como vas a aprender tu. Vamos.
Hizo chasquear el latigo. Obligado por el miedo, Diderot hizo esplerididas
volteretae, pero sostenerse sobre la cabeza sobrepasaba sus talentos de mono.
-Jacques, debes hacerlo rnejor, Cuento hasta tres y es conveniente que 10 consigas.
-Uno. Diderot se coloco en posicion. -Dos, tres. El mono cayo sobre su vientre.
4. ~ DIDERo!
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--Te estas portando mal, espera un poco -grito Lagechnikoff que parecia haber esperado este momento con voluptuosidad.
Agi10 el latigo, pcro Diderot se aparto, se apo~ dero del latigo con un gesto audaz y se refugio en una esquina, donde le persiguio su torturador en
furecido y anlenazante. -iDeteneos! Soy Diderot --exclam6 el mono
como supremo argumento de dcfensa. Este cambio cogio desprevenido a Lagechnikoff Y Ie hizo dudar.
-jSoy Diderot! -reafirm6 el mono. --Cualquier mono podria pretender esto -re
plica Lagechnikoff, tras un instante de reflexion. --jQue el diablo os lleve! -continu6 cl mono-,
soy Diderot y el resto no son mas que tonterias. -Si eres realmente Diderot -dijo Lageclmi
koff con cierta solemnidad-, todo 10 que te sucede es conforme a una fuerza superior que te ha puesto en mi poder para corregir tu orgullo y tu arrogancia, para humillarte Y obligarte a reconocer en mi a tu amo. (Me reconoces?
-Os repito, querido senor Lagechnikoff -insistio el mono-- que soy el verdadero Diderot cosido en una pie1 de mono.
--Contesta a mi pregunta. (Me reconoces como
amo? -Ttl, (mi amo? -esta1l6 Diderot--. Tu, [miscra
bIe taxidermista! Y con un brusco movimiento se precipit6 sobre
su detestado enemigo y 10 agarro par la garganta. En su c6lera 10 hubiera estrangulado si no hubiera sido por la intervenci6n de sus servidores que 10 redujeron en pocos instantes y por orden de Lagechnikoff 10 amarraron a los barrotes de 1a
jaula.
-Muv bien, mi querido Diderot --dijo Lagechnikoff una vez establecida 1a ca1ma--, aS1, yo soy un miserable taxidermista, Sea, pero soy el mas fuerte.
Se recogio las mangas de la pelliza y empezo a azotar a sa rival, arrebolado su hermosa rostra, mientras que Diderot blasfemaba primero, despues se larnentaba y al fin pedia gracia.
--Nada de gracia -grito Lagechnikoff en el colma de su excitacion, rnientras continuaba azotandole-s-, nada de gracia hasta que reconozcas en mi a tu amo y senor.
--Te reconozco --suspir6 Diderot. -No asi. De rodillas --·concreto Lagechnikoff. Diderot se hizo rogar, pera ante un nuevo gol
pe de Iatigo, se arrodill6 ante su amo. A 121. rnafiana siguiente se reanudaron los ejercicios de salto. Despues, a1 anochecer, Lagechnikoff vino a anunciarle una visita de la Zarina.
--A la menor tentativa de revelar vuestra identidad, estais perdido. No 10 olvideis. --La Zarina vino acornpafiada de Orloff. Lagechnikoff le ofreci6 un confortable sillon para que presenciara el espectaculo, despues, seguido de sus ayudantes de los que uno llevaba un tambor y otro un tam-tam presento al mono diciendo que ya estaba «domado».
-Observad esc especimen de una especie malvada y traidora -dijo con enfasis, adoptando el tono de los sabios actuales-. He dominado su malignidad y no me han hecho falta mas que veinticuatro horas para adiestrarlo y someterlo a mis deseos. Podreis dares cuenta en seguida, Majestad.
Diderot estaba enfurecido, sin poder desrnentir a su rival.
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-Vamos, Jacques -exclam6 Lagechnikoff en tono autoritario->, muestra 10 que sabes hacer.
Alarg6 el baston. . -iHoP, salta! E1 mono dio un gracioso salto, despues a me
dida que Lagechnikoff levantaba el baston iba saltando mas y mas alto.
-jBravo! jBral/o! --exclamo aplaudiendo Catalina II-, es realmente sorprendeute --auaelia rindiendo homenaje a la vez a 1a habilidad del animal y a 1a ciencia del domador,
-Ofrece1e un vasa de agua a Su Majestad -continuo Lagechnikoff.
Docilmente, el mono torno de una mesa, en 1a que estaba preparado, un vasa Ileno de agua hasta el borde y 10 ofrecio a Catalina II, en el momento en que 121 Zarina cogia el vasa y estaba por tanto cerca de el, Diderot pens6 que era Ia ocasi6n favorable para escapar de las manes de su torturadol'. Se postro a los pies de 1a Emperatriz y pronuncio en voz alta estas reveladoras palabras:
-as 10 suplico, Majestad. Salvadrne. Soy Diderot.
Catalina II no pudo air nada de esta confesi6n, porque Lagechnikoff previendo una posible tentativa de su victima, habia dodo 6rdenes a sus servidores de que en el mismo momenta en que Diderot se acercase a la Zarina, se ahogara su voz con musica ensordecedora de tambor y tam-tam. Despues encarg6 2, otros servidores que cogieran al desgraciado fil6sofo , Y 10 sacaran de la habitacion. Cuando Diderot estuvo fuera, Lagechnikoff hizo cesar el estrepito.
--Majestad -Liijo excusandose ante Catalina II, que no habia tenido mas remedio que taparse los
oidos-, perdonad este escandalo pero es el unico sistema de calmar a este animal perverse cuando le da el ataque de salvajisrno, de intimidarlo, aturdirlo y dorninarlo.
-El animal sin embargo parecla calmado y docil -objet6 Or10fL
-Esto es exactamente el lado peligroso de su naturaleza, Ia simulacion, la hipocresia jesuitica, valga la expresion. Con esta clase de monos no se esta nunca a cubierto de un brusco ataque de vuelta ala brutalidacL Siempre hay que esperar ser atacado y herido,
--As:!, Gcreeis imposible coriservar al animal entre estas cuatro paredes sin correr el riesgo de un accidente? --pregunt6, inquieta, Catalina II.
-Es imposible --afirm6 Lagechnikoff-, no puedo garantizar nada.
-En este case, (que conviene hacer? -pregunt6 la Zarina.
-Es un especimen raro y valioso ---opin6 Lagechnikoff--. Me gustaria conservarlo para el Museo,
--i,Quereis matarlo? -Quisiera disecarlo, Majestacl ----respondi6 La
gechnikoff--, ya que es imposible educarlo sin peligro de una recaida,
-lOuereis que firrne su sentencia de n:merte? -No es necesario, Majestad --respondi6 La
gechnikoff- es suficiente que hagais donaci6n al Museo.
-Sea -dijo Catalina II- os 10 ofrezco como regale, Lagechnikoff.
-GA mi, Majestad? -exclamo este, enrojeciendo de placer.
-A vos, Lagechnikoff. GOs sorprende? 52
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--Asi, <. el mono me pertenece? --Os pertenece.
-Conde Orloff, sois testigo de la decisi6n de Su Majestad -dijo Lagechnikoff con un resto de desconfianza.
-<.Por que tanta historia por tan poca cosa? -pregunt6 la Zarina, disporriendose a salir.
--Majestad, tengo vuestra palabra --dijo Lagechnikoff exultante-. El mono es mio y voy a disecar10 en seguida.
Lagechnikoff hablaba en serio. Tenia la firme intenei6n de disecar a su desventurado rival. No tenia escrupulos ni piedad. A pesar de su barniz exterior, a pesar de la elegancia y finura que aparentaba, continuaba siendo Un barbaro y habta conservado la mentalidad de una epoca en la que los paises mas civilizados no se privaban de torturar a los hombres de la manera mas cruel, de eje- . cutarlos sin piedad, de poner a disposicion de los· senores esclavos que eran tratados como animales, la mentalidad de una epoca en la que la vida humana no tenia valor alguno.
Tampoco querIa conformarse con matar sin mas a su rival. Igual que la justicia en aquellos tiempos ordenaba dislocar las extremidades de los condenados antes de entregarlos al verdugo, que les hacia padecer el suplicio de la rueda antes de rnatarlos, de igual modo Lagechnikoff se preparaba voluptuosamente para disecar vivo al desgraciado fil6sofo.
Despues de haberse heche servir una abundante y suculenta comida, despues de haber vaeiado una botella del mejor vino frances, se calzo las zapatillas, se puso la pelliza de cordero y se insta16 c6modamente para operar.
Orden6 que le trajeran al mono. Los servidores trajeron a Diderot, que habia
intentado oponerles una ultima pero vana resistencia, al laboratorio y 10 ataron can cuerdas a la mesa de operaciones.
Lagechnikoff comi6 un ultimo pastel. Los servidores salieron del Iaboratorio,
-i,Que vais a hacer conmigo, senor Lagechnikoff? -pregunt6 Diderot con voz implorante.
---Voy a disecaros -·--respondi6 este con sonrisa sard6nica.
-jDisecarme! --exclam6 Diderot. --Si, disecaros para mi Museo -continu6 La
gechnikoff paladeando una copa de Iicor, si es que no tends inconveniente ...
-No es posible que hableis en serio. -Hablo completamente en serio. -Estais loco ... -Vos fuisteis un loco al osar ofenderme. -iNo me he humillado suficientemente ante
vas? -No podiais hacer menos pero esto no es una
raz6n para que renuncie a disecaros, -IVais a cometer un asesinato! -iQue palabra tan vulgar para un simple ex
perimento cientffico. mi querido fi16sofo! -ironiz6 Lagec1mikoff-, disecar un mono (se considera asesinato en vuestro pais?
---IPero yo no soy un mono! --Para mi siempre habeis sido un mono. --iNa tends en cuenta las leyes? -En Rusia, no hay otra ley que la voluntad ab
soluta y soberana de la Zarina. --lOs castigara cuando 10 sepal -Ella misma os ofreei6 a mi como regalo.
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--i., Yo I como regalo? -Vos. -lYo, Diderot? -Vos, el mono de Madagascar. Terminada 10. comida, Lagechnikoff se enjuago
10. boca, cerro 10. puerto. del laboratorio y fue a buscar sus instrumentos de diseccion.
-Sefior Lagechnikoff, [tened piedadl --dijo Diderot en una ultima suplica cuando vio que Lagechnikoff pasaba a 10. accion.
-iNo tengo ninguna piedad! -exclamo Lagechnikoff--, voy a disecaros como hubierais hecho vos si por suerte hubierais llegado a ser Zar de Rusia.
Eligi6 un cuchillo. -as 10 suplico, en el nombre de' Dios, perdo-··
nadme ... -No seais ridiculo -dijo Lagecbnikoff-, noso
trcs los filosofos no creemos en Dios. -Existe un Dios que os castigara -exclamo
Diderot en su terror mortal. --Si existe un Dios -respondio Lagechnikoff-,
es sin duda quien os ha puesto en mis manos para castigar vuestro orgullo y vuestra presuncion, Asi pues voy a disecaros sin piedad.
Despues de arremangarse, con una cruel sonrisa en los labios apreto el cuchillo contra el pecho de Diderot que deja escapar un gernido.
-lHa hecho 0.1gun proceso el animal que Lagechnikoff esta preparando? -pregunto 10. condeso. Dachkoff a Catalina II a su vueIta del Museo.
--iEs un animal perverso! --exclamo 10. Zarina-. Y es imposible domarlo. Lagechnikoff va a disecarlo.
-iDiseco.rlo? -bo.lbuceo 10. condesa. --(POl' que no? ~respondio Catalina II-. Le
regale el mono y el dernostro estar muy contento.
-'-l Y de verdad quiere disecarlo? --POl' supuesto y sin tardanza -confirmo 10. Za
rina, -Dios mio ... si el mono ... es... es ... [Diderotl -i.,Diderot? -Si, Majestad, Diderot, y Lagechnikoff es ca
paz de matarle ... --i.,Diderot. .. disecado? .. es para morirse de
risa -·-exclamo 10. Zarina riendo inconteniblemente.
La condesa bajo atropelladamente las escaleras, subio a su coche y se hizo conducir 0.1 Museo a toda velocidad.
Tuvo que esperar algunos preciosos minutos hasta que le abrieron 10. gran verja de entrada, despues 10. condesa corrio hacia el laboratorio y llama a 10. puerta:
-Lagechnikoff, [abr'id! -No puedo abrir a nadie .--dijo Lagechnikoff
desde el interior. --En nombre de Su Majestad, --Es exactamente en nornbre de Su Majestad
que estoy actuando ... Estoy disecando 0.1 mono. -jPero si es Diderot! --En tal caso [disecare a Diderot! -grito La
gechnikoff, a-traves de 10. puerta, fuera de S1-. No puedo discutir las ordenes de Su Majestad, es ella quien me ha regalado al mono y hago con el 10 que quiero... .
-La Emperatriz os ordena que libereis a Diderot, si no quereis perder 10. vida...
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S610 al oil' esta orden Lagechnikoff se resigno a entreabrir la puerta.
--iEsta con vida? -pregunt6 la condesa sin aliento.
--Si -respondi6 Lagechnikoff. -lEsta indemne? -Desgraciadamente, S1. Diderot estaba salvado. Triunfalmente, como si
fuera un trofeo, la condesa 10 condujo al Palacio de Invierno, pero decididamente el fil6sofo tenia prisa por dejar San Petersburgo.
Algunos dias despues se despidio de 1a Corte y del Imperio de la Semiramis del Norte. Volvio a Paris, como todos los sabios franceses, cubierto de diarnantes pero, a diferencia de los que le precedieron, nunca canto las alabanzas de Catalina II y de 1a Santa Rusia.
DR. R. VON KRAFFT-BEING *
:FRAGMENTO DE «PSYCHOPATHIA SEXUALIS»
Reproduzcu aqui tres contratos. EI primero es, segun Schlichtegroll, el que Sacher Masoch establecio, a la edad de 33 afios, con Mme. de Pistol', que era su amante en ese momento.
«Contrato entre Mme. Fanny de Pistor y Leopold de Sacher-Masoch. Bajo su palabra de honor, Leopold de Sacher Masoch se compromete a ser el esclavo de Mme. de Pistol', y a ejecutar absolutamente todos sus descos y ordenes, y ella durante seis meses.
POl' su parte Mme. Fanny de Pistol' no le pedira nada deshonroso (que pueda hacerle perder su honor de hombre y de ciudadano). Ademas, debera dejarle seis horas diarias para sus trabajos, y no mirara nunca sus cartas y escritos. POI' cada infracci6n 0 negligencia, 0 por cada crimen de lesa majestad, 1a duefia (Fanny Pistol') podra castigar a su gusto a su esclavo (Leopold de Sacher-Masoch). En resumen, e1 sujeto obedecera a su sobe
* Agradecemos al conocido escritor y director cinematografico Roman Gubern -3 su vez, en circuitos mas privados, reputadc erot61ogo--- la sugerencia de la inclusi6n de este apendice. (N. del E.)
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rana con una sumision servil, acogera sus favores como un don encantador, no hara valer ninguna pretension a su amor, ni ningun derecho a ser su amante. Par su parte, Fanny Pistor se compromete a llevar pieles tan a menudo como le sea posible, y principalmente cuando se muestre cruel.
(Borrado posteriormente:) A la expiracion de los seis meses, este intermedio de servidumbre sera considerado nulo y sin valor por ambas partes, y estas no haran ninguna alusi6n seria al mismo. Todo 10 que suceda debera ser olvidado, con el retorno a la antigua re1aci6n amorosa.
Estos seis meses no debera tener continuacion: y podran experimentar grandes interrupciones, empezando y finalizando segun el capricho de la soberana.
Han firmado, para confirrnacion del contrato, los participantes:
Fanny Pistor Bagdanow, Leopold, chevalier de Sacher-Masoch.
Empezado a ejecutar el 8 de diciembre de 1869.»
El segundo contrato, igualmente publicado por Schlichtegroll, es el que fue establecido entre Sacher Masoch y su primera esposa, la futuraWanda de Douaieff.
«Mi esclavo, Las condiciones bajo las cuales os acepto como
esclavo y as soporto a mi lado son las siguientes: Renuncia total a vuestro yo. Can excepci6n de la rnia, no teneis voluntad. Sois, en mis manos, un instrumento ciego, que
lleva a cabo todas mis ordenes sin discutirlas. En
el caso en que olvideis que sois esclavo y en que no me obedezcais absolutamente en todo tendre derecho a castigaros y corregiros segun me plazca, sin que podais quejaros.
Todo 10 que os concedere de agradable y feliz sera una gracia por mi parte, y pOl' tanto la 3CO
gereis agradeciendomela. Respeeto a vos actuare siempre sin falta, y no tendre ningun deber.
No sereis ni un hijo, ni un hermano, ni un amigo; no sereis mas que mi esclavo yaciente en el polvo.
Al igual que vuestro cuerpo, vuestra alma tambien me pertenece, y aun cuando sufrais mucho, debereis sorneter a mi autoridad vuestras sensaciones y vuestros sentimientos.
Me esta permitida la mayor crueldad, y si os mutilo, 10 debereis soportar sin quejaros. Debeis trabajar para mi como un esclavo, y si yo nado en 10 superfluo dejandoos en las privaciones y pisandoos con los pies, tendreis que besar sin murmurar el pie que os habra pisado.
Podre alejaros de mi en cualquier memento, pero no tendreis derecho a abandonarme en contra de mi voluntad, y si se os ocurriera huir, reconocereis el poder y el derecho que tengo de torturaros hasta la muerte mediante todos los tormentas imaginables,
No teneis a nadie mas que a mi: para vos, 10 soy todo, vuestra vida, vuestro futuro, vuestra desgracia, vuestro tormento y vuestra alegrta.
Debeis realizar todo 10 que os pida, tanto si esta bien como si esta mal, y si exijo que cometais un crimen, debereis convertiros en criminal, para acatar mi voluntad.
Vuestra felicidad me pertenece, al igual que
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vuestra sangre, vuestro espiritu y vuestra capacidad de trabajo. Yo soy vuestra soberana, duefia de vuestra vida y de vuestra muerte.
Si ocurriera que no pudierais soportar mi dominacion, y que vuestras cadenas se hicieran excesivamente pesadas, deberiais mataros: yo no as devolvere nunca vuestra Iibertad.»
«Me cornprometo, bajo mi palabra de honor, a ser el esclavo de Mme. 'Wanda de Douaieff', tal como ella 10 ha solicitado, y a someterrne sin of'reeel' resistencia a todo 10 que ella me impondra.
Dr. Leopold, chevalier de Sacher-Masoch.»
Transcribe asimismo un contrato que me ha sido enviado, y que ha sido establecido tambien entre un hombre y una mujer. Al parecer podria tratarse de un contrato de Sacher-Masoch: pero ello me parece dudoso, aun cuando solo fuera por la referencia al vestido de pana.
Contrato, Hoy ha sido establecido entre Mme. X ... y M.
Y ... el siguiente contrato: 1. M. Y... declara que ama y honra can todo
S11 corazon a Mme. X ... 2. M. Y ... S'C cornprornete, a partir del momen
to en que no amara a Mme. X ... , a decirselo franca y honestamente.
3. M. Y ... se cornprornete, mientras arne a Mme. X , a no abandonar sin su permiso la ciuclad de A ..
4. Mme. X ... se cornpromete a llevar siempre un vestido de pana, cuando M. Y ... este en su casa.
5. Mme. X ... se cornpromete, si es atraida con
una pasion sensual por otro hombre, a no separarse por este motivo de M. X ...
6. M. Y... concede a Mme X ... el derechoa escuchar a todo hombre, a partir del momenta en que ello le agrade. POl' el contrario Mme. X ... promete, a partir del momento en que dara su favor a otro hombre, tratar a Y ... durante ese tiempo, no como su amante y su adorador, sino como su esclavo, y castigarle con el Iatigo, principalmente si se muestra celoso.
7. Mme. X ... se compromete, cuando ya no arne a M. Y... a decirselo franca y horiestamente, y a dejarle elegir entre renunciar a todo tipo de relaciones con ella 0 a perrnanecer a su lado como su esclavo.
8. M. Y... promete no reconciliarse nunca con Mme. X ...
9. M. Y ... se compromete a componer un poe·· ma, en el que describira a Mme. X ... como una heroina y a dedicarselo.
X. Y.
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