zanatta, loris historia de américa latina. de la colonia al siglo xxi (ocr)

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  • biblioteca bsica de historia

    Dirigida por Luis Alberto Romero

  • Traduccin de la introduccin y los captulos 1-4: Alfredo Grieco y Bavio

    Traduccin de los captulos 5-12: Guillermo David

  • Loris Zanatta Historia de Amrica Latina De la Colonia al siglo XXI

    ~ siglo veintiuno ~ editores

    E FUNDACION I#~l:

  • ~ grupo editorial ~ siglo veintiuno siglo xxi editores, mxico CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS

    04310 M8

  • ndice

    Introduccin

    1. El patrimonio espiritual de la Colonia

    La herencia poltica. La sociedad orgnica. Una economa

    perifrica. Un rgimen de cristiandad. La erosin del pacto

    colonial. Las reformas borbnicas

    2. La independencia de Amrica Latina

    Las invasiones napolenicas. La fase autonomista. La poltica

    moderna. Las guerras de independencia. Los caminos de la

    independencia

    3. Las repblicas sin estado

    Inestabilidad y estancacin. Las constituciones. Sociedad y economa en transicin. La inflexin de mediados del siglo XIX.

    Los casos nacionales. La norma y las excepciones. Mxico: un caso extremo

    4. La era liberal

    El nacimiento del estado moderno. El modelo primario

    exportador. Una sociedad en transformacin. La ilusin de las

    oligarquas. Juntos pero diversos: Mxico, Brasil, Argentina. El

    comienzo del siglo americano

    5. El ocaso de la era liberal

    La crisis y sus nudos. Las causas polticas. Las causas sociales y

    econmicas. La revolucin mexicana. El nuevo clima ideolgico.

    Los derroteros de la crisis liberal. La edad del intervencionismo

    norteamericano y el ascenso del nacionalismo

    11

    17

    35

    53

    73

    93

  • 8 Historia de Amrica Latina

    6. Corporativismo y sociedad de masas

    La declinacin del modelo exportador de materias primas. Hacia

    la sociedad de masas. La noche de la democracia. Los militares:

    cmo y por qu. Los populismos. Getlio Vargas y el Estado

    Novo. Lazaro Crdenas y la herencia de la revolucin mexicana.

    La buena vecindad y la guerra

    7. La edad del populismo clsico

    Entre democracia y dictadura. La industrializacin por sustitucin de importaciones. Un volcn siempre activo: las transformaciones

    sociales. Entre nacionalismo y socialismo: el panorama ideolgico. La Guerra Fra: los primeros pasos

    8. Los aos sesenta y setenta (1).

    El ciclo revolucionario

    La edad de la revolucin. El desarrollo distorsionado y los

    conflictos sociales. Estructuralismo, desarrollismo, teora de la

    dependencia. La guerra civil ideolgica: el frente revolucionario.

    Una iglesia quebrada. La Alianza para el Progreso y el fracaso del

    reformismo. El Chile de Salvador Allende

    9. Los aos sesenta y setenta (11).

    El ciclo contrarrevolucionario

    La era de la contrarrevolucin. Del desarrollismo al neoliberalismo:

    la economa de los militares. La antipoltica y la Doctrina de la

    Seguridad Nacional. Los Estados Unidos y su hegemona en

    riesgo

    113

    137

    161

    187

    10. La dcada perdida y la democracia (re)encontrada 209

    Las transiciones democrticas. La economa en los aos ochenta:

    la dcada perdida. Amrica Central en llamas. La doctrina

    Reagan y Amrica Latina. Las nuevas democracias: esperanzas

    y lmites

    11. La edad neoliberal

    Apertura de mercados y globalizacin. La sociedad

    latinoamericana en los aos noventa: los nuevos movimientos

    sociales. Luces y sombras de las democracias latinoamericanas. BiII Clinton y Amrica Latina. La crisis del neoliberalismo

    231

  • 12. El nuevo siglo, entre el futuro y el djil vu

    El giro a la izquierda. El crecimiento econmico y sus lmites.

    La sociedad latinoamericana en el nuevo milenio. Las

    transformaciones del panorama religioso. Amrica Latina y el

    mundo

    Bibliografa

    ndice 9

    253

    273

  • Introduccin

    Este libro responde a criterios precisos y es consecuencia de difciles elecciones. Conviene especificarlas antes de iniciar su lectura, de modo que quien se disponga a leerlo quede advertido de antemano acerca de las tcnicas empleadas para construirlo. De hecho, el ttulo es de por s tan vasto y ambicioso que se presta a expectativas excesivas o distorsionadas, y por ende a desilusiones. En lo que respecta a sus lmites, son prcticamente los mismos de la coleccin en la cual se halla incluido: de all se infiere la inevitable renuncia a toda completitud. A ello se debe la eleccin de limitar al mximo todo recurso a nombres, fechas y circunstancias demasiado especficas, y la decisin de no seguir paso a paso la trayectoria de las tantas repblicas latinoamericanas, cu-yos pasajes histricos clave se evocan en detalle all donde plantean en-crucijadas determinantes para comprender los rasgos generales de una poca dada. Cualquiera podr entonces -no sin razn~ lamentar esta o aquella omisin y criticar las inclusiones o exclusiones de ciertos perso-najes y acontecimientos; sin embargo, este ha sido el criterio elegido.

    A los mencionados lmites de este libro sirve de contraste una ambi-cin; declararla resulta una cuestin de honestidad intelectual. A pesar de su sesgo informativo y de divulgacin, ofrece una peculiar clave de lectura de la historia latinoamericana, que el lector no tendr dificultad en descubrir desde las primeras pginas y reencontrar a medida que avanza en el volumen. Una clave que tambin presupone elecciones precisas y est fundada sobre la particular atencin dirigida a la historia poltica, a las ideologas y a la historia religiosa, as como a su entrecru-zamiento, en la conviccin de que, en dicha trama, se encuentra la va ms eficaz para acceder a las dependencias ms ntimas de la gran casa de la historia latinoamericana y comprender sus fibras ms profundas. De all que esta historia avance a partir de algunas premisas fundamen-tales: por una parte, se aproxima a Amrica Latina adoptando lo que podramos llamar un principio de heterogeneidad, es decir, el recono-cimiento de los rasgos ms contrastantes del panorama humano y geo-

  • 12 Historia de Amrica Latina

    grfico de la regin. Por otra parte, considera la evidente existencia de un principio de unidad; reconoce, en suma, que la historia ha marcado a Amrica Latina con una impronta unitaria, con mayor o menor peso segn los casos y los lugares.

    Dado que, si dicho principio de unidad no existiera, esta historia no sera posible, conviene explayarse acerca de su significado. En el origen de la unificacin de esta inmensa rea, antes privada de lazos internos, existe un acontecimiento traumtico por todos conocido: la conquista espaola y, luego, la colonizacin y evangelizacin conducida hasta fi-nes del siglo XVI por las coronas de Espaa y Portugal. Slo a partir de aquel momento comienza a ser percibida -y, con el tiempo, apercibirse a s misma- como una unidad poltica y espiritual lo que hoy llamamos Amrica Latina. La unidad poltica fue, con mucho, virtual, dada la ex-tensin del territorio y la imposibilidad, en las condiciones de aquellos siglos, de gobernarla con eficacia desde Madrid o Lisboa. Esto no quita que el rey, sus funcionarios y sus leyes no implantaran all un principio de unidad, que consista en la pertenencia a un nico y gran imperio, y en la lealtad a un mismo soberano. De este principio de unidad poltica fue corolario clave la unidad espiritual. En efecto, desde los comienzos de la conquista fue misin de los imperios ibricos expandir a las nue-vas tierras la frontera de la cristiandad, convirtiendo al catolicismo, por las buenas o por las malas, a quienes vivan en ellas o all se instalaban. As, los latinoamericanos -unos por amor y otros por la fuerza- crecie-ron unidos en la obediencia a la iglesia de Roma, de la cual los reyes ibricos y el clero a sus rdenes eran los garantes.

    De estos poderosos principios de unidad resulta importante indivi-dualizar xitos y fracasos, resultados y lmites. Quizs el xito principal y ms duradero se encuentre en el hecho de que hoy se habla de esta rea entera e inmensa empleando un trmino comn: Amrica Latina (Hispanoamrica o Iberoamrica antes). Es decir, no slo que toda ella sea una unidad lingstica y religiosa, lo que es determinante, sino que toda entera sea vivida y entendida, en el imaginario colectivo, como un conjunto. En suma, Amrica Latina sigue siendo una comunidad ima-ginada, una civilizacin con rasgos propios que la distinguen de otras; como tal, tambin es un mito. Tanto en la historia como en la actuali-dad, en el mundo poltico e intelectual y en el de la vida cotidiana, en los estudios o en la retrica, permanece vivo el mito poltico y espiritual de la unidad latinoamericana.

    Todo lo anterior no quita, sin embargo, que la realidad acabara por dividir aquello que los mitos y el imaginario contribuan a mantener

  • Introduccin 13

    unido; lo cierto es que, con el tiempo, el principio unitario puso en evidencia sus propios lmites. Para empezar, la unidad poltica no so-brevivi al derrumbe o declinar de aquello que la haba hecho posible: la cada del imperio espaol y la decadencia del imperio portugus. Los proyectos unitarios y las invocaciones a la cohesin no impidieron la fragmentacin poltica del continente en los numerosos estados de los que hasta hoy se compone. En cuanto a la unidad espiritual, la fe en gran parte comn y la retrica de la hermandad latinoamericana nunca han subsumido por completo el trauma de la conquista. Hay que sealar la existencia de mundos espirituales separados, como tambin de diversos conglomerados tnicos y sociales, en especial en los pases donde la poblacin es de origen ms heterogneo. Tendencias centr-petas y fuerzas centrfugas han escandido siempre -y continan hacin-dolo- el movimiento de la historia latinoamericana. Por un lado, estn las pulsiones fuertes y recurrentes a la cooperacin y a la integracin, a la unidad poltica y a la comunin espiritual; por el otro, igualmente fuertes y recurrentes, permanecen las razones de la fragmentacin.

    Por lo tanto, unidad y pluralidad son los dos polos de la historia la-tinoamericana entre los cuales transcurrir este libro. Se entiende por unidad la idea de Amrica Latina como concepto histrico, es decir, como el rea del continente americano donde, desde el siglo XVI, fue implantada la civilizacin ibrica, la cual dej all como herencia la len-gua y la religin, que a la vez son ejes de una visin del mundo y de un sistema de valores que han plasmado sociedad y mentalidad, y donde la pluralidad se vuelve evidente en las formas diversas que esa cepa comn asume de pas a pas, e i~cluso de regin a regin. Esto resulta inevi-table, considerando que, antes de la colonizacin ibrica, existan all tanto grandes civilizaciones como pueblos en estado nmade, tierras muy pobladas y otras setnidesiertas; y que gigantescos obstculos natu-rales han hecho que la fragmentacin sobre la unidad prevaleciera, aun durante los siglos del dominio ibrico; y que el comercio de los escla-vos antes y las grandes olas migratorias europeas despus afectaran de manera diferente las diversas reas. A esto se suman los heterogneos climas, los variados productos de la agricultura y los del subsuelo, los desiguales niveles de desarrollo y bienestar.

    Por su historia y por su naturaleza, el curioso mosaico humano que durante siglos se ha ido formando en Amrica Latina se presta a refor-zar el principio de unidad o bien a dar un impulso ulterior a la frag-mentacin. Favorece la unidad en la medida en que se vuelve melting pot, es decir, la mezcla tnica y cultural capaz de dar vida a un conjunto

  • 14 Historia de Amrica Latina

    humano original, mestizo por naturaleza propia. Favorece en cambio la fragmentacin cuando las barreras entre sus componentes permane-cen infranqueables. En tal caso, la etnia puede volverse etnonaciona-lismo, es decir, identidad excluyente y autosuficiente. Por estas y otras razones, el plural permanece en esta historia no menos que el singular. y sobre la historia de Amrica Latina conviene evitar las generalizacio-nes simplificadoras. Esto no implica que no sea preciso buscar tambin el hilo comn, procurando hallar aquello que hace de ella una historia y no historias numerosas y diversas a las que nada une.

    El ltimo y fundamental paso para atravesar el umbral que introduce al estudio de Amrica Latina contempornea se refiere a su ubicacin en el horizonte de las civilizaciones modernas. Al respecto conviene aclarar que Amrica Latina, por su historia y cultura, es parte integran-te de Occidente. Lo integra a su manera, con las peculiaridades im-puestas por el modo traumtico al que debe su ingreso y sin negar que permanecen all los ecos de edades remotas y culturas diversas. De la civilizacin occidental y de su parbola ha sido protagonista durante siglos: desde que fue incluida en los imperios ibricos comparti todos los trances de la civilizacin occidental, que se plasmaba en ella y la imbricaba en su desarrollo. Conquistada por los reyes de Espaa y de Portugal, la Amrica ibrica no fue para ellos un mero botn o una avanzada desde la cual extraer las riquezas locales. Fue eso, natural-mente, pero tambin fue mucho ms. La Amrica ibrica se volvi ella misma Espaa y Portugal, y como tal permared durante casi tres si-glos. Constituy entonces parte de los imperi03 1 netropolitanos, los que la usufructuaron pero poblndola, la dominaron pero gobernndola, la controlaron como una parte de ellos mismos. Estos imperios proyec-taron all tanto las propias ansias de grandeza material como el impulso civilizador. En trminos concretos, esto significa que la moderna histo-ria poltica, social, econmica, cultural y religiosa de Amrica Latina es parte de la ms general de Occidente, por el cual ha sido foIjada y al cual ha dado aportes clave.

    Dicho esto, es necesario aclarar an de qu Occidente es parte la historia latinoamericana, ya que la de Occidente no es una nocin un-voca ni inmutable en la historia. Ante todo, Amrica Latina entr en Occidente volvindose Europa, de la cual durante siglos fue parte sig-nificativa. Europeos eran sus soberanos y sus socios comerciales; euro-peo era el clero que la evangelizaba y los orgenes de sus instituciones. Europeas, por orgenes y cultura, ideas y costumbres, eran las elites que dirigan sus fortunas y destinos. Lo que la geografa colocaba en Am-

  • Introduccin 15

    rica, la historia lo haca parte de Europa. De esto toma su impulso el largo camino de la unin entre geografa e historia recorrido en este libro; un trayecto que indica la progresiva deseuropeizacin y america-nizacin. Sin embargo, decir que Amrica Latina entr en Occidente por la puerta europea sera algo vago y engaoso si no se aclarara que esa puerta fue la de la Europa latina o, para ser an ms precisos, la de la Europa catlica, en una poca en la cual la Reforma protestante divi-da a la cristiandad occidental. La que ahora comienza, entonces, es la historia de la vertiente americana de lo que es lcito llamar el Occidente latino.

  • 1. El patrimonio espiritual de la Colonia

    En el curso de la extensa era colonial, Espaa y Portugal im-

    plantaron en Iberoamrica las hondas races de su civilizacin:

    tanto las estructuras materiales como las espirituales quedaron

    profundamente impregnadas por ella. As conformadas, las so-

    ciedades coloniales americanas desarrollaron los rasgos que no

    slo condicionaron el posterior trnsito a la independencia, sino

    que plasmaron una densa herencia con la cual la entera historia

    de los perodos posteriores tuvo que ajustar una y otra vez las cuentas. Entre aquellos rasgos se destacan la naturaleza conci-

    liadora del vnculo entre los reinos americanos y los soberanos europeos, la tensin entre la unidad poltica y la segmentacin

    social, la organizacin y la concepcin corporativa del orden

    social, la superposicin entre orden poltico y homogeneidad

    espiritual y el nacimiento de una economa perifrica,vale decir,

    dirigida hacia los mercados transatlnticos. La consolidacin

    de las sociedades coloniales, por un lado, y el esfuerzo de las

    coronas ibricas por acrecentar su poder en los territorios im-

    periales para extraer de ellos ms recursos y triunfar sobre el

    desafo de las potencias nacionales en ascenso, por otro lado,

    resquebrajaron durante el siglo XVIII el tradicional vnculo entre

    la parte europea y la americana de los imperios ibricos. No obstante, dicha unin no lleg a romperse.

    La herencia poltica

    A lo largo de casi tres siglos (desde que, en la primera mitad del siglo XVI, la conquista se volvi colonizacin hasta que, en los ini-cios del siglo XIX, las colonias lograron su independencia) Amrica La-tina fue Europa. Tres siglos durante los cuales cambi el mundo y, con l, se transform Iberoamrica. Cambiaron ideas y tecnologas, las mer-

  • 18 Historia de Amrica Latina

    can cas y su modo de circulacin, las sociedades y las fO,rmas de orga-nizacin social. Se modific el equilibrio entre las potencias europeas, dado que las potencias ibricas entraron en un progresivo declinar, mientras que otras, en especial Gran Bretaa y Francia, emergieron.

    Expresar de manera breve pero completa qu fueron esos tres siglos para Amrica Latina es una tarea casi imposible. Por lo pronto, los casos de la Amrica hispana (en aquella poca sin duda la ms extensa, rica y poblada) y el de la portuguesa (an poco habitada y, al menos hasta el siglo XVIII, concentrada sobre las costas) son distintos. No obstante, es preciso aclarar algunas cuestiones, en especial respecto de su heren-cia. En primer lugar, nos referiremos a su patrimonio espiritual, sin el cual la historia de los perodos siguientes perdera sus coordenadas. La primera observacin clave es que en esos siglos naci en esa parte de Amrica una nueva cultura. Aquella Amrica comparti desde enton-ces rasgos y destinos de la civilizacin hispnica, cuyo elemento unitario y principio inspirador resida en la catolicidad, en la cual encontraba, adems, su misin poltica.

    Amrica segn Thodore De Bry. Thodore De Bry y Girolamo Benzoni, "America Sive Novus Orbis Respectu Europaerum Inferior Globi T errestris

    Pars", Frncfort, 1596.

  • El patrimonio espiritual de la Colonia 19

    Hermosa u horrible, coaccionada o consensual, controvertida como toda cultura, este dato parece sin embargo fuera de toda discusin. Por-que por civilizacin se entiende un complejo conjunto de instrumentos materiales y valores espirituales, de instituciones y costumbres capaces de plasmar tanto la organizacin social y poltica como el universo es-piritual y moral de los pueblos que pertenecen a ella. En este sentido, la civilizacin hispnica en Amrica no fue una excepcin. Tanto es as que sus caractersticas fueron heredadas por los estados y poblaciones protagonistas de la historia latinoamericana contempornea.

    En trminos polticos, los imperios ibricos -en especial el de los Habsburgo, quienes ocuparon el trono de Espaa desde 1535 hasta 1707- fueron organizados y concebidos para dejar en herencia tanto un principio de unidad como uno de fragmentacin. Sobre una dosi-ficacin sabia y delicada de ambos principios se bas de hecho el rgi-men pactista que gobern las relaciones entre el soberano y sus reinos. Todos sus reinos o posesiones, tanto los peninsulares como los america-nos, quedaban sometidos a parejo rgimen. Ahora bien, en qu consis-ta ese pacto no escrito, fruto de una probada costumbre? Ante todo, en la unidad imperial. Imperio universalista regido por la misin universal de expandir la cristiandad, el imperio espaol se concibi a s mismo en perfecta sintona con el imaginario religioso que lo animaba: como un inmenso organismo que, en la armona entre sus partes, pona de manifiesto el ordenamiento divino. Un orden de cuya unidad poltica y espiritual el rey era el garante, corazn batiente y terminal nico de aquel organismo, titular de la ley y protector de la iglesia.

    Claro que, como ocurre con todo pacto, a cambio del reconocimiento de su propia soberana, el rey realizaba importantes concesiones a estos sbditos. En principio, les otorgaba eso que vulgarmente es sealado por medio de la frmula popular "la ley se acata, pero no se cumple": la ley del rey era reconocida en signo de sumisin a su legtimo poder; el gobierno era otra cosa, fundado sobre usos, costumbres y poderes de las elites locales. Estas eran parte integrante de un imperio unitario, que se extenda desde los altiplanos mexicanos hasta los andinos, unido por la obediencia a un solo rey y a un solo Dios. Sin embargo, dichas elites gozaban de amplia autonoma. Los reyes, que en verdad no po-dan gobernar efectivamente desde Madrid sus remotas posesiones, se resguardaban del peligro de que ellas, en caso de que se sintieran opri-midas por el poder central, desearan seguir sus propios caminos. Pero los monarcas admitan tambin el principio de fragmentacin, el cual prevaleci una vez cado el imperio: para mantener unidos con eficacia

  • 20 Historia de Amrica Latina

    aquellos miembros, extraos o extranjeros unos de otros, slo exista la obediencia al rey, a lo que se aada la pertenencia a una misma civi-lizacin, concepcin fuerte en lo espiritual, aunque dbil en trminos polticos.

    la sociedad orgnica

    A lo largo de tres siglos, las relaciones entre las partes de estas socieda-des, tan distintas de una zona a la otra, fueron complejas, articuladas y ricas en variantes. Por ende, no existe un nico modelo social vlido para todos y cada uno de los tantos territorios gobernados por las coro-nas ibricas. Para reunir los rasgos de las relaciones sociales que tanto impregnaron las estructuras y las mentalidades de la Amrica ibrica, y que ms tarde hicieron sentir su peso sobre la historia de Amrica Lati-na independiente, resulta conveniente atenerse a ciertas consideracio-nes de carcter amplio. En trminos generales, es posible afirmar que el espritu y los instrumentos sobre los cuales se asent la arquitectura de las sociedades ibricas en Amrica forjaron un orden corporativo, el cual era la norma para las sociedades de la poca en Occidente, pero asumi un sentido y formas peculiares en una Amrica de caracteres espaciales y humanos particulares. Las leyes que regularon dichas so-ciedades y, ms an, las costumbres y las normas implcitas del rgimen de pacto con la Corona dotaron de vida a una sociedad de corporacio-nes. Una sociedad donde los derechos y los deberes de cada individuo no eran iguales a los de cualquier otro, sino que dependan de los de-rechos y deberes del cuerpo social al cual se perteneca. Esto ocurra tanto en los vrtices de la sociedad, donde funcionarios, clero, fuerzas armadas posean sus propios fueros, es decir, sus privilegios y sus obli-gaciones, como en la base, donde las masas populares, en su mayora indias, tenan tambin derechos y obligaciones. Como todas las socie-dades occidentales de aquella poca, tambin la ibrica en Amrica era orgnica, y presentaba dos rasgos fundamentales: era una sociedad "sin individuos", en el sentido de que los individuos se vean sometidos al or-ganismo social en su conjunto; y era jerrquica, porque, como en todo cuerpo orgnico, tampoco en este todos sus miembros tenan la misma relevancia, ya que se consideraba que cada uno deba desempear el papel que Dios y la naturaleza le haban asignado.

    Estas sociedades orgnicas, sin embargo, eran ricas en contrastes y ambivalencias. Contrastes porque, a pesar de haber sido fundadas sobre

  • El patrimonio espiritual de la Colonia 21

    desigualdades profundas e institucionalizadas, sobre roles de dominan-tes o dominados establecidos desde la conquista, se vean sujetas a re-vueltas recurrentes y a una sorda hostilidad contra el orden establecido. Ambivalencias porque la naturaleza orgnica de la sociedad dejaba a los ms oprimidos (por ejemplo, las comunidades indias) amplias posi-bilidades de autogobierno una vez satisfechas las obligaciones preesta-blecidas, ya fuera prestando pesados tributos con su fuerza de trabajo o pagando impuestos. Es decir, aunque atravesadas por fuertes tensiones internas, aquellas sociedades presentaban tambin en sus rgidos estra-tos algunos aspectos que luego seran idealizados (sentido comunitario, autonoma, proteccin), que es necesario tener en cuenta para com-prender la extraordinaria resistencia al cambio y al paso del tiempo de ciertos rasgos de aquel orden antiguo.

    Portada de Poltica indiana, de Juan de Solorzano Pereira, Madrid, 1648.

  • 22 Historia de Amrica Latina

    Un orden corporativo que en Amrica Latina asumi rasgos inditos o ms marcados que los de cualquier orden anlogo y cuya caractersti-ca ms evidente es su naturaleza segmentaria. Las frecuentes barreras entre un estado y otro de aquella sociedad de hecho no eran slo el fruto de la riqueza o del linaje, pero eran acumulativas: tambin eran barreras tnicas y culturales que, en especial donde ms numerosa era la poblacin india o esclava, equivalan a compartimentos que separa-ban mundos extraos entre s, aunque constreidos a vivir en estrecha relacin. Estas eran, a grandes lneas y en su esencia ms ntima, las sociedades que los nuevos estados de Amrica Latina heredaron de los imperios ibricos: atravesadas por fallas profundas y peligrosas, tam-bin estaban unidas por estrechas redes de antiguos vnculos. En ellas, "el nacimiento del individuo" -la poltica moderna fundada sobre el primado de los derechos individuales- cay como un golpe de maza sobre una pieza de estao.

    Espaoles, indios y esclavos africanos

    En toda Amrica, la poblacin blanca de origen europeo ocupaba los

    vrtices superiores de la jerarqua social, y controlaba la poltica y la eco-

    noma, la justicia, las armas y la religin. Viva concentrada en los centros

    urbanos. En su interior, sin embargo, resultaba heterognea, rasgo que

    se acentu a medida que, en el curso de la era colonial, nuevas olas

    migratorias arribaron a las orillas americanas desde la Pennsula Ibrica.

    Al ncleo originario de encomenderos -esto es, de los conquistadores

    o de sus descendientes que en un primer momento haban recibido en

    dotacin del soberano un territorio definido por trminos que tambin

    incluan a la poblacin autctona que lo habitaba, y con el tiempo se

    transformaron en grandes terratenientes, propietarios de numerosos es-

    clavos o indios- se aadieron poco a poco nuevas figuras. Con el tiempo,

    emergieron entre ellas los artesanos, los funcionarios y los profesionales,

    organizados en corporaciones que definan la naturaleza de oficios, pro-

    fesiones y funciones pblicas, al tiempo que sancionaban sus derechos

    y deberes. Tambin eran numerosos los blancos que se dedicaban al

    comercio y a la actividad mercantil en general, o se hallaban empleados

    en otras ocupaciones menores. Esto haca de la sociedad blanca el

    compartimento ms alto de aquellas sociedades, aunque muy heterog-

    neo y diferenciado. En su interior y con el tiempo, se volvi cada vez ms

    ntida la distincin entre criollos nacidos en Amrica y pertenecientes a la

  • El patrimonio espiritual de la Colonia 23

    sociedad local, y peninsulares llegados con el uniforme de funcionarios de

    la Corona. En especial, desde el siglo XVIII, cuando las reformas introdu-

    cidas por los Borbones implicaron un estricto control sobre todos cargos

    civiles, militares o eclesisticos ms importantes.

    En tanto, la poblacin india estaba separada con nitidez de la blanca.

    Tanto socialmente, sometida a severos regmenes de explotacin de su

    trabajo, como territorialmente, ya que, en su mayora, se hallaba relega-

    da a los mrgenes de la ciudad o a las zonas rurales. A esta poblacin

    era comn referirse como la "Repblica de Indios". Al mismo tiempo, la

    poblacin india de la Nueva Espaa (el futuro Mxico) se mezcl ms a

    fondo con la poblacin blanca que las poblaciones indias del rea andina,

    donde los contornos tnicos se mantuvieron ms definidos. Confinado a

    las propias comunidades, el grueso de la poblacin india conserv en su

    interior gran parte de las antiguas distinciones entre nobles y plebeyos,

    de sus costumbres, y de la organizacin familiar y el uso de las tierras

    comunitarias, ya en auge antes de la conquista ibrica.

    Felipe Guaman Poma de Ayala, "Negros / Cmo lIeba en tanta paciencia

    y amor de Jesucristo los puenos negros y negras y el uellaco de su amo

    no tiene caridad y amor de prgimo. / soberbioso", en El primer nueva

    cornica y buen gobierno, Mxico, Siglo Veintiuno Editores, 1980.

  • 24 Historia de Amrica Latina

    Por ltimo, en cuanto a la poblacin africana que lleg a la Amrica ibrica

    a travs de la trata de esclavos -segn las estimaciones ms atendibles, fueron cerca de tres millones y medio de individuos durante la era colonial-, tendi a concentrarse en las reas tropicales, donde la poblacin india era

    escasa o ausente, o donde, como en las Antillas, haba sido diezmada y desapareci a causa de las epidemias causadas por el contacto con los conquistadores. En un primer momento, en los territorios de la Corona es-

    paola, su importacin fue concebida como un sistema capaz de preservar a los indios de la esclavitud. Estos eran jurdicamente libres, ya su protec-

    cin y evangelizacin estaba destinada explcitamente la conquista. El grueso de los esclavos africanos termin trabajando en las plantaciones,

    integrando las numerosas filas del servicio domstico, o bien sirviendo de

    intermediario a los dignatarios blancos, en zonas habitadas mayoritaria-

    mente por indios. Su elevado valor comercial y la gran resistencia fsica los volvieron, en muchos casos, codiciables a los ojos de la elite criolla. Esto les permiti, con alguna frecuencia (en especial en la Amrica espaola),

    separarse del plano ms bajo de la escala social. Finalmente, por segmen-

    tadas que fuesen aquellas sociedades, entre sus compartimentos no se erigan muros totalmente impermeables y, tanto a travs de los frecuentes nacimientos de mestizos o de mulatos, cuanto por el creciente ingreso de

    indios o esclavos africanos en la vida social de la repblica de espaoles, con el tiempo aquellas sociedades fueron asumiendo contornos cada vez

    ms complejos y diversos de regin en regin. ~

    Una economa perifrica

    La Amrica ibrica ingres a los imperios de Espaa y Portugal para desarrollar una vocacin econmica complementaria a sus necesidades globales. Para citar el ejemplo ms famoso: es sabido que los metales preciosos americanos fueron decisivos para financiar las grandes am-biciones y las reiteradas guerras europeas de la corte espaola y, en cierta medida, para alimentar la acumulacin originaria gracias a la cual levant vuelo la Revolucin Industrial. Esto no significa que hayan faltado reciprocidades entre la orilla americana y la europea de aque-llos imperios, dado el intenso intercambio de productos que modific radicalmente los consumos en uno y otro sentido. Esto hizo, por ejem-plo, que los europeos "descubrieran" el tomate, la papa, el tabaco o el anan; otro tanto les ocurri a los americanos con el caf, la caa de azcar o la banana, cultivos de los cuales se convirtieron en grandes

  • El patrimonio espiritual de la Colonia 25

    productores y exportadores, hasta el punto de incidir sobre la historia alimentaria (y, por lo tanto, demogrfica) de Europa.

    Lo que resulta ms relevante a la hora de comprender la herencia econmica que dej la era colonial a la Amrica independiente es que, en esos siglos, esa parte de Amrica se volvi periferia de un centro eco-nmico lejano. Un centro (el espaol bastante ms que el portugus) que ejercit el monopolio comercial con los territorios americanos y que busc conservarlo, puesto que se entenda -en una poltica nada original para una poca dominada por las doctrinas mercantilistas- que el monopolio econmico sobre las propias posesiones era un decisivo instrumento de podero, que deba salvaguardarse a toda costa de la competencia de las otras naciones. Dicha concepcin dejara impresos caracteres perdurables y peculiares en la economa latinoamericana. Esto es as, tambin, porque las potencias ibricas eran tan poderosas en el siglo XVI como declinantes dos siglos ms tarde. En suma, poco a poco dicho centro se volvi periferia de otro centro, el que desde el norte de Europa gui la revolucin en el comercio y en la industria desde el siglo XVIII en adelante.

    Esta condicin de periferia figura entre las principales herencias eco-nmicas de la era colonial. La economa de la Amrica ibrica tendi a organizarse hacia el exterior en funcin del comercio, tanto para ob-tener ingresos financieros de la exportacin de materias primas como para dotarse, a travs de la importacin, de numerosos bienes funda-mentales que el centro del imperio le proporcionaba. Esta vocacin perifrica continu caracterizando a la economa latinoamericana aun cuando el monopolio comercial con la Pennsula Ibrica comenz a pe-ligrar bajo el impulso de la competencia inglesa, francesa u holandesa y, con mayor razn, cuando el cordn umbilical con Espaa y Portugal se cort por completo y la economa de Amrica Latina qued hurfa-na de un vnculo del que era ms que nunca dependiente -hasta que volvi a anudarlo con la nueva potencia hegemnica, Gran Bretaa-.

    Todo esto tuvo tambin otros corolarios, de los cuales la historia eco-nmica de Amrica Latina mostr pronto profundos signos. El prime-ro, la debilidad intrnseca del mercado interno, obstaculizado en su desarrollo por los enormes espacios continentales y por la estructura poltica, del imperio, pero aun ms por la proyeccin hacia el exterior de la economa del rea, y continuando con la propensin a la especia-lizacin productiva dirigida a la exportacin y los escasos incentivos al desarrollo de las actividades manufactureras, inhibidas por la comple-mentariedad econmica con un centro lejano.

  • 26 Historia de Amrica Latina

    En sntesis, Amrica Latina recibi en herencia empujes unitarios incluso de la economa, al menos en el sentido de que sus diversas reas compartieron un mismo "sndrome de la periferia", esto es, problemas y oportunidades anlogos. Ms an, se trataba de fuerzas centrfugas, dada la natural tendencia de cada una de las regiones a establecer vncu-los con el socio exterior ms conveniente, dando la espalda a los terri-torios que la confinaban, frecuentemente tan vecinos como extraos.

    Crecimiento econmico y nuevas potencias

    Cmo, cunto, en qu medida y por qu creci la economa de la

    Amrica ibrica durante la era colonial, en especial desde el siglo XVIII,

    cuando los Borbones en Espaa y el marqus de Pombal en Portugal

    introdujeron profundas reformas, es un tema que an divide a los histo-

    riadores. Las estadsticas de la poca, ms confiables que las de pocas

    anteriores, revelan que el crecimiento existi y que, en la mayor parte

    de los casos, obedeci a la fuerte recuperacin de la actividad minera,

    tanto en Per y Nueva Espaa, donde la extraccin era mayormente de

    plata, como en Brasil, donde el boom fue el oro. Este crecimiento, a su

    vez, fue el resultado de otro que, en trminos ms amplios, abarc a la

    Europa del momento, donde creci la demanda de metales preciosos y

    el desarrollo productivo de la industria incipiente indujo a buscar en las

    colonias nuevos mercados de exportacin. Con el tiempo, sin embargo,

    las transformaciones que ocurran en Europa en los albores de la Revo-

    lucin Industrial dieron un estmulo indito no slo a la demanda de plata

    y de oro, sino tambin a la de productos agrcolas y de otros minerales

    de la Amrica ibrica, lo cual indujo a la especializacin en funcin de la

    demanda externa y profundiz an ms las fracturas en el seno del hete-

    rogneo imperio espaol. Fracturas que las reformas comerciales intro-

    ducidas por la Corona, en funcin de las cuales los americanos se vean

    destinados al papel de productores de materias primas para la naciente

    industria espaola y de consumidores de sus productos, no hicieron ms

    que agudizar. De todas estas fracturas y de la demanda americana de

    liberalizacin del comercio ofreceran pruebas abundantes las guerras por

    la independencia.

    Sin embargo, fue en el curso de este siglo cuando en Mxico se aceler

    el crecimiento demogrfico y de sus cajas llegaron dos tercios del total de

    los ingresos fiscales espaoles en Amrica. Entonces, Cuba escal las

    cimas de los productores mundiales de azcar, los comerciantes de

  • El patrimonio espiritual de la Colonia 27

    Caracas se enriquecieron vendiendo cacao y los rioplatenses se hicieron

    conocidos por primera vez. La apertura de nuevas rutas -en especial la

    del Cabo de Hornos, que allanaba el camino hacia los puertos del

    Pacfico- y los progresos del comercio interocenico, ms econmico y seguro gracias a nuevas y ms slidas construcciones navales, crearon condiciones que acercaron, como nunca antes, a Europa y Amrica. Esta circunstancia acrecent la competencia de Espaa, donde el monopolio

    andaluz tuvo que ceder a las presiones para liberalizar el comercio

    americano, abrindolo a nuevos puertos y a los intercambios con colonias de otros pases, en especial, a la competencia de las potencias europeas

    emergentes.

    Un rgimen de cristiandad

    De todo cuanto la Amrica Latina independiente hered de la Amrica ibrica de la era colonial, lo que quiz pes ms sobre su historia pos-terior fue lo menos visible y mensurable: el imaginario social de tipo religioso que la impregn hasta en sus pliegues ms ntimos. Este dise-aba una sociedad organizada como una comunidad orgnica, enten-dida a la vez como reflejo de un orden divino revelado, y en la cual no exista ningn distingo lcito entre unidad poltica y unidad espiritual, entre ciudadano y feligrs, entre esfera temporal y esfera espiritual. A su modo, los imperios ibricos fueron regmenes de cristiandad: luga-res donde el orden poltico se asentaba sobre la correspondencia de sus leyes temporales con la ley de Dios y donde el trono (el soberano) estaba unido al altar (la iglesia).

    No obstante, no fue tanto la naturaleza de este imaginario lo que di-ferenci a la Amrica ibrica del resto de Occidente, donde la conver-gencia entre poltica y religin era la norma. En todo caso, diferentes fueron las formas y la intensidad que asumi all ese imaginario por efecto de su historia peculiar. Para entenderlo, debe tenerse presente un par de aspectos clave. El primero es que la Amrica ibrica qued fuera de la Reforma protestante y, por tanto, ajena a la ruptura de la cristiandad occidental. Esto significa que, mientras Europa -tras vio-lentas guerras- ingresaba en la poca de la difcil convivencia entre diversas confesiones religiosas, la Amrica ibrica -posesin de reyes catlicos al reparo del ocano Atlntico- volva an ms slida su cato-licidad. Se torn as tierra de Contrarreforma, baluarte extremo de la cristiandad catlica, impermeable al disenso religioso y trinchera de la

  • 28 Historia de Amrica Latina

    coincidencia absoluta entre unidad poltica y religiosa. Ms que nunca antes, el fundamento del orden poltico y social de la Amrica ibrica fue la unanimidad religiosa.

    Portada de Doctrina cristiana y catecismo para instruccin de los indios, Lima, 1584.

    El segundo aspecto clave es que, en virtud de lo anterior, la iglesia cat-lica asumi en estos territorios un rol sin parangn. Ello no se debi a que el clero fuese numeroso (en verdad, era ms bien escaso); tampoco a que la iglesia fuera una institucin cohesiva.' dado que la de aquella poca era todo menos unida, disciplinada y obediente a las rdenes del Papa, ni a que fuera rica y poderosa (aunque donde el poder imperial era ms slido, como en Mxico y en Per, sin lugar a dudas lo era). Se debi, en primer lugar, a que constitua el pilar ideolgico de aquel orden poltico. Legitimar la soberana del rey sobre estas tierras era la obra de evangelizacin que haban emprendido los misioneros en Am-rica, as como su preservacin del cisma religioso; asimismo, el peso nico de la iglesia se deba a que la catolicidad era el eje de la unidad de un territorio y una comunidad muy fragmentados en todo otro aspecto.

    Qu volvi a esta herencia tan pletrica de consecuencias para la Amrica Latina independiente? Aunque volveremos sobre este tema en los captulos siguientes, algo debe ser anticipado aqu. Antes que nada,

  • El patrimonio espiritual de la Colonia 29

    el ingreso de Amrica Latina en la modernidad poltica, de por s com-plejo, result todava ms traumtico. Aclaremos que por modernidad poltica se entiende el proceso -comn a todo Occidente- de progre-siva secularizacin del orden poltico; esto es, de progresiva separacin entre esfera poltica y esfera religiosa. No por azar suscit en Amrica Latina poderosas reacciones, hasta el punto de que la desvinculacin qued inhibida por largo tiempo. Por lo dems, otro trnsito clave de la modernidad, el que va del unanimismo al pluralismo poltico, econ-mico, religioso, result arduo. En la historia de Amrica Latina, el mito originario de la unidad poltica y espiritual resistir con extraordinaria fuerza la creciente diferenciacin de las sociedades modernas.

    Iglesia y estado en la era colonial

    Un aspecto clave de la relacin entre poder poltico y poder espiritual en

    los territorios de la Amrica espaola durante la era colonial est repre-

    sentado por el Real Patronato. Este era un privilegio concedido por el

    pontfice de Roma a los reyes catlicos de Espaa en virtud de la obra de

    evangelizacin que desarrollaban en Amrica. Dicho privilegio consista

    en reconocer a la Corona espaola amplias facultades en el gobierno de

    la iglesia e incluso en el nombramiento de los obispos, lo cual robusteci

    la trama que volva la religin y la poltica casi indistinguibles la una de

    la otra. As como hizo que echara races en los poderes pblicos la idea

    misionera de tener una funcin espiritual, del mismo modo se difundi en

    la iglesia americana la idea de que desempeaba tambin funciones polti-

    cas y, por lo tanto, que tena derecho a ejercitar una especie de tutela

    sobre la unidad poltica y religiosa del imperio.

    Estos rasgos peculiares de la relacin entre poltica y religin en la

    Amrica espaola dieron forma -ms que muchos otros- a instituciones y

    mentalidades. No es casual que los estados independientes nacidos en el

    primer cuarto del siglo XIX no quisieran renunciar a ese privilegio y

    reivindicaran la herencia del imperio que acababan de abatir. Esto fue as

    aunque la Santa Sede no deseaba reconocerles lo que en su momento

    haba concedido a los reyes catlicos. En el caso de los gobiemos

    conservadores, el patronato los dotaba de una autoridad extraordinaria y

    de la capacidad de emplear a la iglesia como un instrumentum regni, pero

    tambin ocurri algo similar con numerosos gobiernos liberales y anticleri-

    cales, los cuales consideraban que afirmaban la soberana del nuevo

    estado y podan tener bajo control a la temible fuerza e influencia de la

  • 30 Historia de Amrica Latina

    iglesia. La mentalidad de ntima unin entre poltica y religin, y entre estado e iglesia, inscripta en el Patronato, permaneci durante mucho

    tiempo difundida entre el mismo clero, que encontraba en ella el explcito

    reconocimiento de su asociacin con el poder poltico y de su extraordi-

    naria funcin social. Cost a la Santa Sede innumerables conflictos

    disciplinar y reconducir a la iglesia de Amrica Latina, desvinculndola de

    la antigua unin con el poder local. ...,

    La erosin del pacto colonial

    Las reformas que en el siglo XVIII realizaron los Borbones (que ocu-paron entonces el trono de Espaa) y el marqus de Pombal, ministro en la corte de Portugal, erosionaron el pacto que hasta entonces haba mantenido unidos a los imperios ibricos. Si bien no fueron causa de la independencia, crearon algunas premisas para que esta se volviera imaginable.

    Para entender cmo y por qu ocurri esto es necesario aclarar cu-les fueron las reformas, cul fue su sentido, por qu fueron adoptadas y qu efectos tuvieron. Las reformas afectaron los centros vitales de la vida imperial. Los ganglios polticos, de los que Madrid y Lisboa acre-centaron los poderes; los militares, donde incrementaron el poder del ejrcito real; los religiosos, donde favorecieron al clero secular, sujeto a la Corona, y penalizaron al regular, hasta la expulsin de los jesuitas; y los econmicos, donde racionalizaron y aumentaron los intercambios, acentuando sin embargo la brecha entre la Madre Patria, encargada de producir manufacturas, y las colonias, relegadas al rol de proveedoras de materias primas. El espritu y el sentido de tales reformas no fue un mis-terio ni en el territorio metropolitano ni en el de ultramar. Tanto es as que quienes las llevaron a cabo fueron hroes en su patria, pero tiranos a los ojos de muchos en las colonias. Lo que buscaban era encaminar un proceso de modernizacin de los imperios y de centralizacin de la au-toridad a travs del cual la Corona pudiera administrarlas mejor, gober-narlas de manera ms directa y extraer recursos de modo ms eficiente.

    Si as lo quisieron los reinos ibricos no fue slo porque lo impona el espritu de los tiempos, el clima progresista del Siglo de las Luces, sino tambin porque buscaban enfrentar la decadencia que los acechaba y las nuevas potencias que los desafiaban, presentndose como modernos y agresivos estados-nacin antes que como los imperios universales del pa-sado. Para poder seguirles el ritmo y contener las crecientes incursiones

  • El patrimonio espiritual de la Colonia 31

    militares y comerciales en la Amrica ibrica, Espaa y Portugal deban modernizarse, volviendo ms estricto el control e intensificando la ex-plotacin de aquellos enormes imperios, gobernados de modo obsoleto.

    En honor a la verdad es preciso sealar que las reformas no siem-pre fueron eficaces ni alcanzaron el objetivo esperado, en especial en la Amrica hispnica. Lo que aqu importa, no obstante, es lo que en efecto se logr con ellas. En las Amricas, difundieron la percepcin de que el Vnculo con la Madre Patria haba cambiado y que, si en un tiempo todas las partes del imperio haban vivido sujetas por igual a un soberano, ahora existan evidentes jerarquas entre las metrpolis y las colonias, donde las primeras detentaban, de ahora en ms, la primaca. A esto se sumaba la idea de que ya no era la obediencia al rey lo que mantena unidas a las partes: haba sido sustituida por la obediencia a Espaa y a Portugal, a partir de entonces unidos en su interior y en-tendidos como modernos estados-nacin. Las elites criollas en Amrica empezaron a sentirse traicionadas en el plano poltico y peIjudicadas en el econmico. Traicionadas, porque se vean privadas de sus anti-guos derechos (su autonoma y de sus poderes); peIjudicadas porque se encontraban sujetas a las necesidades econmicas de la Corona. De aqu a la prdida de confianza en el pacto colonial faltaba an mucho, pero las condiciones para que esto ocurriera maduraron con rapidez.

    Valgan, por ltimo, dos anotaciones. La primera consiste en indicar que, entre los americanos de fines del siglo XVIII -aunque en trminos abstractos antes que polticos-, fueron brotando vagos sentimientos patriticos. Agudizados por reacciones a la centralizacin ibrica, esos modos de sentir se convirtieron en embriones de las futuras naciones. Lo segundo es que el panorama econmico y demogrfico americano empez a cambiar y, al flanco de los viejos ncleos coloniales donde el poder ibrico se hallaba mejor arraigado, surgieron otros, nuevos y vibrantes, en especial en torno a las ciudades de Caracas y Buenos Aires, donde la herencia hispnica era ms tenue y superficial, el comercio ingls alcanz ms rpidamente sus primeros objetivos y donde, no por azar, los movimientos independentistas emergieron con ms fuerza.

    Las reformas borbnicas

    El principal objetivo de las reformas introducidas en la primera mitad del siglo XVIII y desarrolladas luego en forma sistemtica por Carlos III -tpico dspota ilustrado en la Europa de su tiempo, quien rein entre

  • 32 Historia de Amrica Latina

    1758 Y 1788-- era el cobro efectivo de ms impuestos en las posesiones americanas, tanto para abastecer la creciente demanda de la Corona, como para asegurar la defensa de las colonias. La Guerra de los Siete Aos, que termin en 1763, durante la cual los ingleses conquistaron La Habana y a cuyo fin Espaa tuvo que cederles Florida, confirm hasta qu punto eran vulnerables. Dado su objetivo, no sorprende que las reformas se ocuparan de manera particular de la economa y de la administracin pblica, en el intento de volverlas ms eficientes. En este sentido se encamin la reorganizacin del imperio, donde a los virreinatos del Per y de la Nueva Espaa se sumaron los de Nueva Gra-nada y el Ro de la Plata. Resultados no faltaron, dado que aument la presin fiscal, lo que en algunos casos consigui triplicar los ingresos de las cajas reales, lo cual se confirm, adems, debido a las protestas anti-fiscales desencadenadas en diversas partes de las posesiones imperiales. Sin embargo, un eje de la reforma administrativa fue la institucin de las intendencias, a imagen y semejanza del ordenamiento francs. Bus-caban as crear una administracin ms racional y centralizada, y que-brar los fuertes lazos entre las autoridades coloniales y las elites criollas, fuentes de corrupcin, malas prcticas e ineficiencia. No obstante, el resultado no fue el esperado. Si por una parte los nuevos rganos en muchos casos no pudieron siquiera asentarse o funcionar como estaba previsto, el intento centralista suscit enormes resistencias y sospechas acerca de las intenciones del rey.

    En cuanto a las reformas militares, se tornaron ms urgentes debi-do a las presiones ejercidas sobre las colonias espaolas por las flotas inglesas y francesas que se estacionaban en el mar Caribe, donde las dos potencias en ascenso tambin posean colonias. El hecho de que el continente americano se hubiese convertido en un campo de batalla para las guerras de las potencias europeas y que la debilidad espaola engolosinara a las potencias emergentes no hizo ms que acelerar los tiempos. El ejrcito fue reorganizado y modernizado; el aumento de su fuerza y de su poder tuvo efectos imprevistos. Por un lado, gener descontento entre la mayor parte de la poblacin criolla, a la que dis-gustaban el largo servicio militar y el pesado costo del mantenimiento de las tropas, que de hecho la Corona les haca pagar. Por otro lado, la americanizacin del ejrcito, sometido sin embargo a oficiales peninsu-lares, con el tiempo represent un peligro para los mismos espaoles: precisamente de esas fuerzas surgieron los oficiales que guiaron las gue-rras de independencia.

  • El patrimonio espiritual de la Colonia 33

    Mapa de las Indias Occidentales, Mxico o la Nueva Espaa, 1736.

    Por ltimo, la reforma religiosa respondi a razones ms amplias. En primer lugar, numerosos intelectuales de la corte juzgaban a la iglesia un lastre para el desarrollo econmico y para los planes de moderniza-cin de la Corona, tanto a causa de su doctrina como de sus inmensas riquezas improductivas. En segundo lugar, consideraban que su enor-me poder -en especial el de aquellas rdenes religiosas que, como los jesuitas, dominaban la enseanza superior- limitaba la autoridad del rey y sus funcionarios. Entendan, adems, que la racionalizacin del imperio y la concentracin del poder, que era su ineludible corolario, requeran la erradicacin de aquel autntico estado dentro del estado que eran las rdenes religiosas en general y los jesuitas en especial. En este contexto, en 1776 los jesuitas fueron acusados en Espaa de haber urdido un motn contra el soberano y Carlos III decret su expulsin. A ella le sigui, en Amrica, la secularizacin de sus conspicuas propie-dades, es decir, la expropiacin de sus bienes, y el potenciamiento del clero secular, sobre el cual el rey ejerca jurisdiccin a travs del Real Patronato, con respecto al clero regular, sobre el cual no contaba con ningn privilegio.

    Estas medidas generaron reacciones diversas. Parte del clero supe-rior, empapado de ideales reformistas, las consider necesarias y las recibi con beneplcito. Pero tanto el bajo clero como vastos estratos populares en muchos puntos de la Amrica espaola se sublevaron con-tra las autoridades enviadas por la Corona, acusndolas de impiedad. Formaron de este modo lo que con el tiempo se constituy como una alianza recurrente en otros momentos de la historia latinoamericana.

  • i l '

    2. la independencia de Amrica latina

    El inicio del derrumbe de los imperios ibricos en Amrica fue

    desencadenado por la invasin de los ejrcitos franceses de

    Napolen, primero en Portugal y luego en Espaa. Mientras

    que la corte portuguesa encontr refugio en Brasil y cre as las condiciones para una independencia indolora, bajo el signo

    de la continuidad monrquica, la cada del monarca espaol, en

    cambio, provoc un enorme vaco de poder en la Amrica his-pnica. Ausente el soberano, se inici una crispada discusin

    acerca de los fundamentos del orden y de la soberana poltica; mientras tanto, la Amrica hispnica hizo su propio ingreso en la poltica moderna del pueblo soberano y de las elecciones,

    tanto en la parte de Amrica que haba permanecido sujeta a la Constitucin espaola de Cdiz como en la que proclam

    desde entonces su independencia. La Restauracin absolutista impuesta por Fernando VII acab con el ltimo vnculo entre

    los reinos americanos y la Madre Patria, abriendo la puerta a las guerras de independencia propiamente dichas, al trmino de las cuales los ejrcitos de Simn Bolvar y Jos de San Martn expulsaron a los espaoles de Amrica del Sur.

    Las invasiones napolenicas

    El impulso que tennin por hacer aicos a los viejos imperios y condujo a la independencia de Amrica Latina fue desencadenado en gran medida por acontecimientos europeos, algo inevitable por otra par-te, ya que la Amrica ibrica era por entonces parte integrante de Euro-pa. Quien arroj el fsforo que encendi el gran fuego del incendio, para el cual las refonnas borbnicas y pombalianas haban preparado el terreno, fue Napolen Bonaparte. Tanto por sus guerras, que entre los siglos XVIII Y XIX arrastraron a Espaa en los conflictos europeos y blo-

  • 36 Historia de Amrica Latina

    quearon por largo tiempo las comunicaciones entre la Pennsula Ibrica y Amrica, como, sobre todo, por sus invasiones: la de Portugal en 1807, y la de Espaa el ao siguiente. As, en los reinos americanos de Espaa y Portugal comenz a desarrollarse un proceso histrico largo, complejo y con frecuencia violento, que cambi la faz de la tierra. Ello se debi a numerosas razones: porque sancion el declinar de los grandes imperios catlicos y universales de las potencias ibricas; porque allan el camino al ascenso poltico, comercial y militar de los modernos estados-nacin europeos, empezando por Gran Bretaa; porque abri por completo las puertas de aquella parte de Amrica a las ideas modernas del Siglo de las Luces; finalmente porque, favoreciendo la emancipacin poltica del Nuevo Mundo, dio un abrupto corte al cordn umbilical que la haba unido a Europa e instaur las premisas para su americanizacin: vale de-cir, el inicio de un camino destinado a hacer coincidir tiempo y espacio, historia y geografa, a lo largo del cual la Amrica ibrica busc plasmar una civilizacin propia y original. Hija de la civilizacin ibrica, aunque tambin diversa e independiente de ella.

    Jos Mara Casado del Alisal, Juramento de los diputados de las Cortes

    de Cdizen 1810, Madrid, 1862. Congreso de los Diputados.

  • La independencia de Amrica Latina 37

    Ahora bien, por qu las invasiones napolenicas -que, aunque se prolongaron durante algunos aos, culminaron de forma definitiva con la derrota francesa de 1815- encendieron tal pandemnium en las Amricas? Para responder a esta pregunta, resulta fundamental distinguir el caso de Brasil del de la Amrica hispnica. Porque, prote-gida por los ingleses, la corte portuguesa de los Braganza logr aban-donar Lisboa antes de la llegada de Bonaparte y, debido a ello, a su imperio no le toc la misma suerte que al hispnico: la decapitacin. En otros trminos, aunque sufri la invasin napolenica, el imperio de Portugal no fue privado de aquello que garantizaba su unidad y su legitimidad, el rey, el cual, por otra parte, al ponerse a salvo con la familia reinante en Ro de Janeiro, dio su sancin al peso y a la importancia de la Colonia brasilea. Premisa, como se ver, de una independencia indolora.

    Bien distinto y aun opuesto fue el caso de Espaa y de su imperio. En Madrid, Napolen encarcel al rey Carlos IV y al hijo en favor del cual este monarca haba abdicado, Fernando VII. Hecho esto, impuso en el poder a su hermano Jos. As, la figura del soberano, que du-rante siglos haba garantizado la unidad de aquel inmenso imperio, desapareca en un instante. En su lugar, se encontraba un monarca impuesto por la potencia invasora. Adems, aquel rey al cual los ame-ricanos se haban sujeto por un pacto de obediencia estaba en prisin. Es cierto que muy pronto en Espaa se organiz una encarnizada re-sistencia contra los franceses y que en el puerto atlntico de Cdiz se form una Junta que reivindic el poder en nombre del rey prisionero y reclam obediencia a los sbditos americanos. Pero la cada del rey Barbn haba formulado de por s en la Amrica hispnica preguntas clave que nadie, en la portuguesa, tena por qu hacerse, las cuales se dirigan tanto a la elite criolla como a los funcionarios de la Corona. Ausente el rey legtimo, quin guiaba el reino y sobre qu derechos? Acaso el rey usurpador, Jos Bonaparte, o bien laJunta de Cdiz, que se haba arrogado la suplencia del soberano? O acaso todos, ciudades o reinos, en Espaa y en Amrica, volvan a ser libres y eran amos del propio destino y de la propia soberana hasta que el rey recuperara el trono? Por lo dems, por qu obedecer a Cdiz? Imperio orgnico, desmesurado y heterogneo, cuyos miembros eran mantenidos juntos por un rey ahora sin trono, el espaol encontr que haba perdido su principio de unidad.

  • 38 Historia de Amrica Latina

    Las causas y el mtodo

    Como ocurre con todo acontecimiento histrico cuyas dimensiones

    marcan o delimitan una poca, tambin sobre las causas que provoca-

    ron el derrumbe de los imperios ibricos en Amrica y el desmembra-

    miento del imperio espaol existen numerosas interpretaciones, con

    frecuencia contrastantes entre s. Por lo dems, es normal que un

    proceso histrico de tal alcance tenga races complejas y que ninguna

    causa baste por s sola para explicarlo. Existen entonces causas

    estructurales, es decir remotas, sin las cuales es impensable que las

    invasiones de Napolen provocaran los efectos en cadena que tuvieron

    lugar. Forman parte de este mbito las reformas borbnicas y las

    reacciones a ellas, pero tambin la consolidacin de usos, intereses,

    vnculos sociales e identidades de largo alcance, capaces de configurar

    protonaciones en Amrica. No son menos importantes las causas

    coyunturales y es de igual modo plausible que dichas premisas remotas

    no habran bastado de por s para causar la ruptura del vnculo america-

    no con Espaa si Napolen no hubiera provocado, con su invasin, un

    vaco de poder. Claro que las causas pueden clasificarse de otro modo,

    y entonces se imponen algunas endgenas, es decir, aquellas que

    atribuyen la independencia, en primer lugar, a los profundos cambios

    producidos en la sociedad y en la poltica espaola a medida que el

    imperio catlico intentaba la mproba metamorfosis en un moderno

    estado-nacin. Se la atribuyen tambin a los cambios que contempor-

    neamente afectaban a las sociedades criollas. No obstante, debe

    enfatizarse la relevancia de las causas exgenas, que encuentran un

    adecuado resumen en el clima revolucionario de aquellos tiempos, que

    ya haban visto a los Estados Unidos separarse de la Corona britnica y

    a Francia agitarse en la Gran Revolucin. Clasificacin y catalogacin

    que podran continuar an ms, si se atiende a las causas polticas y

    sociales, sin mencionar an las ideales o espirituales. Por ltimo, sera

    lcito y factible observar que no todas las causas obraron con igual

    intensidad en todas partes, y que las vas que condujeron a la indepen-

    dencia de la Amrica ibrica fueron en realidad variadas y diferentes

    entre s. Por tanto, lo que importa es establecer un mtodo e indicar que,

    para el estudio de un proceso histrico complejo, se requiere la concien-

    cia de que sus causas tambin fueron mltiples y complejas . .1fT

  • La independencia de Amrica Latina 39

    La fase autonomista

    Llegada a Amrica con el retardo y la incertidumbre que imponan la poca y sus medios, la noticia de la prisin de Fernando VII sembr des-concierto, precisamente porque su imprevista cada del trono plantea-ba numerosos interrogantes espinosos. Los acontecimientos ulteriores no siguieron un orden lineal sino frecuentemente catico y, lejos de replicar en todas partes un mismo patrn, los hechos se encaminaron por vas diferentes.

    Sin embargo, dos rasgos los caracterizan en general. El primero es que, una vez conocida la cada del rey y aun antes de plantearse el pro-blema de quin tena ahora el derecho de ejercer el poder de modo legtimo, los principales centros administrativos americanos reacciona-ron de la misma manera que lo haban hecho las ciudades espaolas: creando juntas, esto es, rganos polticos encargados del ejercicio de la autoridad, aunque despus slo algunas de ellas se consolidaron -en particular las de Caracas y Buenos Aires- mientras que otras, de Quito a Ciudad de Mxico, cayeron, en especial debido a las disidencias entre criollos y espaoles, o entre los mismos criollos. Disidencias tanto sobre la naturaleza y el alcance de los nuevos poderes, como acerca de la rela-cin con laJunta de Cdiz, que pronto se vio sustituida por un Consejo de Regencia que reclam la obediencia de las colonias, hasta el punto de llamarse de Espaa e Indias.

    El segundo rasgo general es que lasjuntas nacidas en Amrica declara-ron que asuman el poder como solucin transitoria; es decir, lo hacan en nombre de Fernando VII -llamado entonces El deseado-, y hasta tan-to retornara al trono, pero no proclamaron la intencin de separarse de la Madre Patria ni de abandonar para siempre el imperio. Salvo algunos raros casos, quienes las formaron e integraron no expresaron voluntad de independencia. Los criollos que guiaron aquellas juntas fueron cons-cientes de las implicancias de sus actos: aun sin amenazar el pacto pol-tico que los ligaba al soberano en el seno del imperio, tenan muy claro que dicha ausencia les brindaba la oportunidad de recuperar la auto-noma perdida o reducida a causa de la voluntad centralizadora de los .Borbones, y de reformular, con ventaja, el vnculo con la Corona.

    Tanto fue as que, adems de declararse soberanas y de ejercer los poderes del estado, en muchos casos dichas juntas revocaron el mono-polio comercial con Espaa y liberalizaron el comercio con los ingleses. Por este motivo la primera fase del proceso de independencia, que se prolong hasta la restauracin sobre el trono de Espaa de Fernando VII

  • 40 Historia de Amrica Latina

    en 1814, suele ser llamada "autonomista", dado que la autonoma -y no la independencia- era, en la mayor parte de los casos, el horizonte de las elites criollas que por primera vez en Amrica asumieron el poder en primera persona, en lo que, sin embargo, se configuraba ya como una revolucin poltica.

    Este cuadro general resultara parcial y distorsionado si no incluyese lo que ocurra entretanto en Espaa: en Cdiz, el Consejo de Regencia -colocado ante los mismos dilemas que las juntas americanas- llam a la eleccin de las cortes, es decir, a una asamblea de representantes encargada de redactar una Constitucin. Votada en 1812, la Constitu-cin de Cdiz tena la expresa funcin de crear un poder legtimo en ausencia del rey, pero tambin deba poner lmites al poder absoluto del soberano una vez que este, expulsado por los franceses, hubiera retornado al trono. En este sentido, se trataba de una Constitucin li-beral. En un hecho sin duda excepcional, a los debates de la asamblea constituyente de Cdiz fueron invitados tambin representantes ame-ricanos. Por ello, en Amrica -con la excepcin de aquellos territorios que en Venezuela yen el Ro de la Plata permanecan bajo el control de las respectivas juntas- comenzaron los preparativos para elegir a los constituyentes que se enviaran a Espaa.

    Portada de la Constitucin de Cdiz, 1812.

  • La independencia de Amrica Latina 41

    Aquella experiencia fue de gran importancia por dos motivos. El pri-mero es que gran parte de la Amrica hispnica vivi su primera expe-riencia electoral, en la que tomaron parte incluso vastos estratos popu-lares. El segundo es que, aun cuando manifestaban buena disposicin respecto de los pedidos de los americanos, los constituyentes espaoles reafirmaron el principio de la primaca peninsular, con lo que asesta-ron un nuevo golpe a la fe y las expectativas de los criollos de ultramar.

    Los criollos y Cdiz

    A comienzos de 1810, la Junta de Cdiz promulg un decreto por el cual convoc a elecciones para las cortes. Precis tambin que toda provin-

    cia americana poda enviar un diputado como representante y que en las

    elecciones -que tuvieron lugar entre ese ao y el siguiente- tenan derecho

    a participar tambin indios y mestizos. Los criollos de Amrica vieron cmo se abra ante sus ojos una encrucijada: o se rehusaban a reconocer la auto-

    ridad del Consejo de Regencia de Cdiz y gobernaban de modo autnomo

    por medio de sus juntas, desafiando as a las autoridades espaolas, o bien adheran a la invitacin recibida y aprovechaban la ocasin para enviar sus

    delegados a la Pennsula y tutelar los intereses de las colonias en los deba-

    tes constituyentes. La que comenz a sesionar en Cdiz fue, en efecto, una asamblea moderna que reuna a los representantes del orbe espaol en su

    conjunto, animada, adems, por un fuerte espritu liberal, dada la compo-sicin social y el perfil intelectual de la mayor parte de sus miembros y en

    la que, en el curso del tiempo, participaron trescientos diputados, de los

    cuales sesenta y cuatro eran americanos. Las reivindicaciones presentadas por los enviados americanos se referan

    a la representacin igualitaria entre espaoles y americanos, la libertad de produccin y de comercio, el libre acceso a los cargos civiles, eclesisticos y militares, y la garanta de que la mitad de ellos recayeran en residentes

    locales. Estos pedidos fueron objeto de encendidos debates y el partido

    americano muchas veces se vio aplastado por la mayora espaola. El resultado final no fue el que esperaban los americanos. Por una parte,

    en verdad, la Constitucin aprobada en Cdiz era liberal. Esto agrad a los liberales americanos, pero result menos digerible para las elites

    criollas, ms vinculadas a Espaa y ms conseNadoras, como las de Per y Nueva Espaa, las cuales demoraron y obstaculizaron la aplicacin

    de la nueva Constitucin. Esta demola el viejo absolutismo e institua la monarqua constitucional, que impona severos lmites al rey. Estableca

  • 42 Historia de Amrica Latina

    adems disposiciones explcitas sobre el principio electoral, las libertades

    individuales y el derecho de ciudadana de indios y mestizos, y abola el

    tributo de los indios, los trabajos forzados y la Inquisicin. Al mismo tiempo, sin embargo, era una constitucin centralista, al punto de que fue

    entendida por las elites americanas como una rplica del espritu centrali-

    zador de las reformas borbnicas. Los criollos no encontraron en ella una

    tutela suficiente del derecho de representacin igualitaria y de acceso a

    los cargos pblicos en los trminos en que la reclamaban, como tampoco

    resguardaba las libertades econmicas que reivindicaban desde haca

    tiempo.

    La poltica moderna

    Antes de analizar cmo la que haba nacido como una reaccin anti-francesa "en nombre de Fernando VII" se volvi contra Espaa hasta derrumbar su imperio, conviene aclarar algunas cuestiones clave en juego entonces y sobre las cuales los historiadores continan debatien-do. Segn algunos, los mviles que dirigieron a los americanos a la independencia eran liberales; as, las revoluciones hispanoamericanas habran formado parte de una ola revolucionaria mucho ms amplia y general, que en los Estados Unidos y en Francia haba desplazado al An-cien Rgime, como tambin de las nuevas corrientes de ideas que en todo Occidente aspiraban a abatir el absolutismo, invocando la soberana del pueblo. No hay duda, en efecto, de que los lderes independentistas estaban pletricos de ideas liberales, ni de que proclamaban la nece-sidad de derrumbar los fundamentos de la sociedad corporativa para crear una sociedad de "iguales", es decir, fundada sobre individuos au-tnomos, responsables, propietarios, todos dotados de los mismos de-rechos civiles, hasta prescindir de su ubicacin en la escala social o en el espectro tnico. Eje de aquel nuevo mundo, del advenimiento de la poltica moderna que ellos deseaban hacer nacer de las ruinas del ab-solutismo espaol, era la Constitucin, de la cual, adems, corrieron a dotarse las juntas que progresivamente haban surgido en Amrica, tal como hicieron los liberales en Espaa. En otros trminos: se buscaba un nuevo pacto social y poltico que codificara, organizara y delimitara el poder poltico, y lo legitimara en nombre del pueblo soberano y no de la mera voluntad de Dios.

    En cambio, otros historiadores afirman que la situacin fue diferen-te. El golpe decisivo asestado al Vnculo de Amrica con Espaa habra

  • La independencia de Amrica Latina 43

    sido resultado de la progresiva transformacin de esta ltima: de impe-rio catlico a moderno estado-nacin. Esto ocurri desde las reformas de los Borbones que, al centralizar el poder, racionalizar la economa, golpear la autonoma de las sociedades locales y atentar contra el poder eclesistico, habran violado las antiguas libertades garantizadas para las colonias y de las que los americanos haban gozado en virtud del viejo rgimen pactista. La cuestin tiene su importancia porque, en este caso, la independencia de Amrica Latina no habra sido fruto de una revolucin liberal contra el absolutismo espaol que negaba las liber-tades modernas (civiles e individuales), sino de la reaccin americana en defensa de las libertades antiguas (corporativas y coloniales) contra la modernizacin impuesta por Espaa. En ese caso, las cortes (como las elecciones y las mismas constituciones) no habran sido rganos de la moderna soberana popular expresada por ciudadanos dotados de iguales derechos polticos, sino, en cambio, de la antigua soberana cor-porativa, donde las corporaciones eran los sujet~s del orden poltico y social, y donde la soberana, en ltima instancia, tena su origen y legi-timidad en Dios y en su ley.

    El imaginario antiguo

    Nuevas y viejas referencias se entrecruzaron sin descanso en el debate

    intelectual que precedi y acompa a las luchas por la independencia de

    la Amrica espaola. Por un lado, sopl con fuerza entre las elites cultas

    el viento de la Ilustracin, que en el mundo hispnico se manifest, en

    especial, como un nuevo modo de concebir la vida a travs de los ideales

    de la libertad individual y la afirmacin de la razn sobre el dogma

    religioso. Hijas de aquel clima fueron', durante las guerras contra Espaa,

    las invocaciones de los revolucionarios a los conceptos sobre los cuales

    deseaban construir el nuevo orden independiente: el pueblo, la constitu-

    cin, la libertad, la representacin, la patria. Por otro lado, en todos los

    niveles de la sociedad colonial permaneca arraigada la tradicional

    concepcin organicista del orden social, sobre la base de la cual la

    sociedad era un organismo o una familia en cuya cabeza estaba el rey o

    quien lo reemplazara. Privada de esta, el cuerpo social estaba predestina-

    do a la disolucin. Aquel organismo se hallaba a su vez formado por

    cuerpos, cada uno de los cuales desarrollaba funciones precisas para

    mantener la armona del conjunto. Los nobles deban conducir la guerra,

    el clero deba elevar plegarias al cielo por su xito, los ricos contribuir con

  • 44 Historia de Amrica Latina

    generosas donaciones, los hombres de letras luchar con la pluma, las

    mujeres asistir a los heridos, las comunidades indias dar hombres y pagar

    tributos, y as siguiendo. El cemento de aquel orden era la religin, a la

    que se invocaba como fundamento de la sociedad. Fue precisamente a la

    religin y a su defensa a las que, en muchos casos, apelaron los mismos

    revolucionarios para movilizar a un pueblo al que sus ideas resultaban

    ajenas. Finalmente, estas fueron absorbidas o neutralizadas por la fuerza

    del imaginario antiguo. AY

    El tema es complejo, aunque menos abstracto de lo que parece, y cons-tituye el trasfondo de los grandes nudos histricos de Amrica Latina. No obstante, queda pendiente el interrogante acerca de las dos lecturas -expuestas aqu de modo sencillo- y de sus fundamentos. Aunque salo-mnica, la respuesta probablemente ms correcta sea que ambas son acertadas, ya que, en dosis variables de una regin a otra de Amrica, las dos confluyeron en la reaccin a aquello que, aunque por diversos motivos, comenz a ser vivido como la dominacin espaola, es decir, una dominacin colonial donde antes haba existido una cohabitacin en un mismo espacio imperial. Los unos, precursores de los conserva-dores, movidos por la reaccin contra todo lo que destrua el viejo or-den; los otros, liberales en potencia, impulsados por lo que esa domina-cin negaba por anticipado. Ms an, el hecho de que tales corrientes confluyeran es quizs la explicacin de la brusca cada de un edificio histrico tan antiguo. Derrumbado el imperio, no fue azaroso que los estados independientes se fundaran sobre la constitucin y la soberana del pueblo, pero tampoco que, detrs de esos ropajes nuevos, quedara ms que slida y vital la antigua sociedad corporativa.

    Las guerras de independencia

    Derrotados los franceses y retornado Fernando VII al trono de Espaa en los primeros meses de 1814, el monarca espaol hizo que muchos de quienes lo haban aorado y "deseado" se arrepintieran pronto. Cmplice del nuevo contexto creado en Espaa y en Europa por la cada de Napolen -el mismo que al ao siguiente culmin en la Res-tauracin del Congreso de Viena-, el rey declar nula la Constitucin de Cdiz y restaur el absolutismo, traicionando las expectativas de los liberales de Espaa y de Amrica, a quienes, adems, persigui con encarnizamiento. En lo que toca a Amrica, orden el envo inmediato

  • La independencia de Amrica Latina 45

    de tropas para restablecer el orden y la obediencia a la Madre Patria, en especial donde ms haba sido contestada su autoridad: en Venezuela, donde los refuerzos de Espaa obligaron a la fuga al ejrcito republica-no de Simn Bolvar, el lder independentista local; tambin en el Rio de la Plata, donde, sin embargo, los criollos locales -artfices ya de la Revolucin de Mayo de 1810- proclamaron la independencia en 1816 y quedaron fuera del alcance de los ejrcitos del rey.

    Reproduccin facsimilar del acta de la independencia de las Provincias

    Unidas de Sudamrica, que se declar en San Miguel de Tucumn el9

    de julio de 1816. Afiche impreso en 1910 por la Comisin Nacional del

    Centenario.

    Desde aquellos territorios se inici la guerra propiamente dicha por la independencia americana, contra la dominacin espaola, es decir, la guerra contra un imperio que se haba vuelto abiertamente hostil a las reivindicaciones de mayor igualdad, libertad y autonoma. Un con-

    . flicto que durante aos, hasta el acto conclusivo que fue la batalla de Ayacucho en 1824, sembr la muerte y la destruccin en Amrica del Sur -aunque no en todas partes con la misma intensidad- y que, con frecuencia, corri el riesgo de seguir otras vertientes, como la de trans-formarse de revolucin poltica por la independencia de Espaa en guerra social entre ~astas o entre grupos tnicos.

  • 46 Historia de Amrica Latina

    Batalla de Ayacucho segn boceto de Martn Tovar y Tovar.

    Quienes llevaron a su trmino la guerra de independencia fueron los dos -~ilitares ms clebres de aquella epopeya combatida en condicio-nes extremas, entre climas insalubres y enormes obstculos naturales. Se trat de Simn Bolvar, quien, habiendo penetrado en Nueva Gra-nada, gui la liberacin de las actuales Colombia y Venezuela, antes de dirigirse a los actuales Ecuador y Per, donde se haba encastillado la ltima fortaleza del poder espaol y las elites criollas se mostraban en general menos propensas que en otras partes a abrazar la causa liberal e independentista; y Jos de San Martn, el general argentino que, partiendo del Ro de la Plata, atraves los Andes y liber Chile, para despus dirigirse tambin l rumbo al Per, donde proclam la independencia y asest duros golpes a le s ~spaoles, aunque sin lograr el derrumbe de su podero.

    Finalmente, en 1822, los dos libertadores, bloqueados por la lti-ma resistencia espaola, se encontraron en Guayaquil y reunieron sus ejrcitos. Se trat de un encuentro histrico, sobre cuyos detalles an hoy sobrevuela el misterio, con la excepcin de las conocidas diferencias entre ambos lderes respecto del futuro del continente. En verdad, Bolvar era el animador de una confederacin de rep-blicas independientes y San Martn tenda a buscar una solucin mo-nrquica constitucional bajo la Corona de un prncipe extranjero. En cualquier caso, mientras que el segundo sali de escena, Bolvar asumi la conduccin de las operaciones y dirigi el ltimo asalto contra los espaoles en la sierra peruana. Su xito se debi tambin a las profundas diferencias que entonces escandan el ejrcito realista y la elite criolla de Per. Unos y otros divididos y desorientados por las noticias sobre los hechos que entonces conmovan a Espaa -donde, en 1820, el general Riego haba impuesto nuevamente a Fernando VII

  • La independencia de Amrica Latina 47

    la Constitucin de Cdiz y las libertades modernas que no todos en Amrica estaban ansiosos por introducir-o Finalmente, tambin esa trinchera cay, poniendo fin al imperio espaol en Amrica del Sur.

    Simn Bolvar

    Nacido en Caracas en 1783, era de origen aristocrtico y de formacin

    intelectual ilustrada. Ms all de su actuacin militar, Bolvar dej una

    profunda impronta en la historia poltica e intelectual de la poca y un

    legado que, transformado en mito, no deja de ejercer una fuerte

    influencia en gran parte de la regin. Sus funciones polticas fueron

    innumerables y de importancia creciente: fue enviado a Europa en

    busca de auxilios para la Junta de Caracas de 1810, antes de conver-

    tirse, en 1819, en presidente de la Gran Colombia, cargo al que en

    1824 se sum el de dictador del Per. Con tal investidura, aboli la

    esclavitud y propuso, sin xito, una gran confederacin americana para

    contrarrestar la fragmentacin poltica sobrevenida tras la cada del

    imperio. En cuanto a su pensamiento, expresado tanto en escritos y

    discursos como, sobre todo, en las constituciones de las que fue autor,

    tuvo como principal tema y problema la legitimidad del poder en el

    continente que acababa de ser liberado y la busca de la forma constitu-

    cional ms adecuada a su real idad social. Desilusionado por el fracaso

    de la Primera Repblica venezolana, en el Discurso de Angostura de

    1819 dej de lado el liberalismo de los primeros tiempos en nombre de

    un anlisis pesimista y desencantado de la sociedad venezolana, a la

    cual describi como impregnada y recorrida por_ una ignorancia y un

    atraso tales que impedan el ejercicio de las virtudes republicanas. De

    su anlisis deriv la defensa de un gobierno fuerte y centralizado,

    guiado por un presidente-monarca capaz de garantizar el orden y la

    unidad de los nuevos estados, pero tambin de "crear" al pueblo con

    su accin pedaggica. Por estas razones, su figura es controvertida y

    se presta a diversas lecturas. Conservador segn algunos, porque fue

    defensor de un estado autoritario que pudiera erigirse en garante del

    orden poltico; lder revolucionario segn otros, por el espritu jacobino

    con el que busc unir al pueblo, muri derrotado, en 1830, sin ver

    realizados sus proyectos . ..4IIIT

  • 48 Historia de Amrica Latina

    Los caminos de la independencia

    La independencia para la Amrica ibrica -con la excepcin de las islas de Cuba y de Puerto Rico, que por el momento seguiran siendo espa-olas- no se produjo de manera lineal. Por el contrario, se trat de un proceso rico en convulsiones, en el que finalmente tomaron parte tanto quienes teman una Restauracin venida de Espaa como aquellos a los que asustaba la Constitucin. Un proceso que, en algunos casos, aten-di ante todo a no incitar a la violencia entre las castas, mientras que, en otros, tuvo que movilizarla; un proceso que por momentos fue largo, violento y destructivo, y por otros, breve e indoloro.

    Por completo peculiar fue la independencia de Brasil, ocurrida en 1822, con el desdoblamiento de la corona de los Braganza. Regresado a Lisboa Joao VI por insistencia de las cortes liberales, dej a su hijo como regente del Brasil. Dada la hostilidad de las elites brasileas a las pretensiones portuguesas de imponer el centralismo que haba preva-lecido antes de la fuga de la corte de Lisboa a Ro de Janeiro, Pedro 1 instituy una monarqua constitucional independiente. Por este motivo y dado que en Brasil no se produjo ningn vaco de poder, el proceso de independencia nacional fue distinto del de las colonias hispnicas: se trat de un proceso pacfico, que no implic ninguna movilizacin popular; as, mientras que del imperio hispnico nacieron numerosas repblicas, bajo la forma monrquica Brasil conserv la unidad territo-rial, que mantuvo hasta 1899.

    Frangois-Ren Moreaux, Proclamacin de la independencia de Brasil,

    leo sobre tela, 1844. Museo Imperial de Petrpolis.

  • La independencia de Amrica Latina 49

    En cambio, en la Amrica hispnica las cosas no ocurrieron en todas partes del mismo modo. Lo que sucedi en su franja meridional, con-movida por las largas campaas militares de aquellos aos, no se re-plic en Mxico, de cuyo destino dependi, en un primer momento, toda Amrica Central. Tambin aqu la invasin napolenica de Espaa suscit grandes fermentos polticos y estimul el nacimiento de una junta local, la cual, no obstante, pronto fue disuelta por la autoridad real, lo que indujo a quienes la sostenan -guiados por el padre Mi-guel Hidalgo- a reunir un ejrcito popular formado en su mayora por campesinos indgenas y mestizos, y a desencadenar la guerra contra los espaoles. Ni el recurso a la violencia fue suficiente para derrotar al ejrcito realista, ni la convocatoria de campesinos indgenas agrad a las elites criollas, las cuales, conscientes del bao de sangre blanca que haba ocurrido en Hait algunos aos antes, en 1804, cuando la inde-pendencia se haba alcanzado despus de una violenta guerra tnica y social, teman una revuelta de los indios mucho ms que la dominacin espaola, a la cual por lo dems estaban muy vinculados.

    Jos Clemente Orozco, Miguel Hidalgo, mural. Palacio Nacional de

    Mxico.

    El hecho es que los independentistas fueron durante mucho tiempo derrotados por el ejrcito espaol, guiado por un oficial criollo conser-

  • 50 Historia de Amrica Latina

    vador, Agustn de Iturbide, hasta que este, enterado de que los liberales espaoles haban impuesto a Fernando VII el retorno a la Constitucin de Cdiz, se decidi a volverse garante de la independencia mexicana, suscribiendo en 1821 el Plan de Iguala, que por cierto prevea un M-xico independiente dotado de sus cortes, pero decidido a proteger a la iglesia y a tener como soberano un Borbn, con lo que Mxico parece haber accedido a la independencia por la va clerical y la monarqua. Pero el plan fracas debido a las resistencias espaolas. La pretensin de Iturbide de asumir l mismo el ttulo de emperador cay en virtud de la reaccin liberal y republicana, que lo derroc e instaur la repblica.

    La Doctrina Monroe

    Autntico manifiesto destinado a orientar las relaciones exteriores de los

    Estados Unidos con la parte latina del hemisferio, la Doctrina Monroe fue

    enunciada en 1823 por el entonces presidente de los Estados Unidos,

    aunque su autor en realidad fue su secretario de estado. Esto se produjo

    al ao siguiente de que los Estados Unidos reconocieran oficialmente la

    independencia de la Amrica espaola y cuando el futuro de los nuevos

    estados surgidos de ese proceso era ms incierto que nunca, tanto por

    su fragilidad interna como por las ambiciones de algunas potencias

    europeas, en especial Gran Bretaa, pero tambin Francia y en general la

    entera Santa Alianza, formada por las autocracias de Austria, Prusia y

    Rusia. A este contexto hay que referir los dos pilares sobre los cuales se

    fundaba la doctrina, el primero de los cuales era una advertencia a los

    estados europeos de que no intervinieran en los asuntos de los nuevos

    estados americanos. Esto serva a proteger la independencia de ellos,

    pero estaba expresado de un modo que inauguraba un largo perodo de

    unilateralismo por parte de los Estados Unidos. Toda intervencin

    europea del tipo que la doctrina quera conjurar habra sido entendida, de

    hecho, como una amenaza a la seguridad de Washington, con lo que el

    gobierno de la Unin Americana se eriga en portavoz del hemisferio

    entero y se apresuraba a prevenir eventuales alianzas de los nuevos

    estados americanos con cualquier potencia europea. El segundo pilar

    consista en el correspondiente compromiso de los Estados Unidos a

    permanecer extraos a los asuntos litigiosos europeos y a los de las

    colonias europeas ya establecidas en Amrica. Sntesis de ambos era la

    frmula "Amrica para los americanos", que aluda a los ejes del excep-

    cionalismo norteamericano, de los cuales la doctrina haba sido extrada.

  • La independencia de Amrica Latina 51

    Un principio segn el cual Europa representaba el pasado, impregnado de

    absolutismo y constelado de monarquas, mientras que Amrica era el

    futuro y, por lo tanto, el espacio donde los Estados Unidos habran

    proyectado su civilizacin democrtica y republicana. Este ltimo aspecto

    era un preludio al derecho y a la misin con los cuales los estadouniden-

    ses se sintieron desde entonces investidos, en lo que respecta a Amrica

    Latina: exportar la nueva civilizacin de la cual eran fundadores y dominar

    el hemisferio para elevar la condicin de los pueblos considerados

    incapaces de autogobernarse a causa de los siglos que haban vivido bajo

    el dominio de la monarqua y del clero. Un principio destinado, sin

    embargo, a permanecer poco ms que virtual en el curso del siglo XIX,

    cuando la influencia de las potencias europeas en Amrica Latina no hizo

    ms que crecer y sus inteNenciones militares fueron mltiples, pero que

    actu como brjula de la poltica estadounidense y comenz a manifestar-

    se en forma concreta antes que nada all donde los Estados Unidos tenan

    prioridades estratgicas y fuerza para imponerlas: primero en Mxico y

    luego en la cuenca del Caribe.

    En cuanto a Amrica del Sur, primero las guerras y despus la cada del imperio espaol pusieron a las elites liberales americanas frente a la cruda realidad que, de ah en adelante, les toc afrontar. En primer lugar, constataron que el pueblo soberano que invocaban como fun-damento del nuevo orden poltico era imaginario