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VOCES Y SENTIRES DE LA GENTE MAYOR: EMOCIONES, ENVEJECIMIENTO Y POBREZA URBANA 1 Rocío Enríquez Rosas 2 Yo soy como un árbol que en su tiempo dio frutos y fueron cayendo racimos de ese árbol, eso no me hace sentir ni triste ni contento, pero sé que tiene que ser la ley de la vida, ahora ese árbol que dio frutos, ahora se está secando y pues eso me da tristeza […] esa tristeza es el sentirme solo…”. (Luis, 83, entrevista realizada el 26 de junio de 2012). Introducción En este documento se busca explorar a partir del análisis de las subjetividades y de las emociones sociales, el fenómeno del envejecimiento en su relación con la pobreza y la exclusión social urbana en adultos mayores que residen en la zona metropolitana Guadalajara en seis colonias que se encuentran ubicadas en cada uno de los seis municipios que conforman el centro conurbado. Para ello, se trabaja el material empírico recogido a través de entrevistas a profundidad realizadas a 41 adultas mayores y 19 adultos mayores beneficiarios de programas sociales ya sea a nivel federal, estatal o bien, municipal durante el año 2012. El material obtenido fue analizado cualitativamente (Coffey y Atkinson, 2004) y se construyeron categorías analíticas que dan cuenta de las múltiples formas en que el acercamiento a las subjetividades y particularmente a las emociones sociales 1 Este trabajo forma parte de una investigación más amplia denominada Latinassist (2011-2014) y coordinada por la Universidad París I con el Dr. Bruno Lautier y ha contado también con financiamiento de Indesol- Sedesol durante el año 2012. En México, la investigación es coordinada por la Dra. Magdalena Villarreal (CIESAS-Occidente) y la Dra. Rocío Enríquez (ITESO). 2 Profesora Investigadora Numeraria Departamento de Estudios Socioculturales Universidad Jesuita de Guadalajara, ITESO Investigadora Nacional. CONACYT

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VOCES Y SENTIRES DE LA GENTE MAYOR: EMOCIONES, ENVEJECIMIENTO Y

POBREZA URBANA1

Rocío Enríquez Rosas2

“Yo soy como un árbol que en su tiempo dio frutos

y fueron cayendo racimos de ese árbol, eso no me

hace sentir ni triste ni contento, pero sé que tiene

que ser la ley de la vida, ahora ese árbol que dio

frutos, ahora se está secando y pues eso me da

tristeza […] esa tristeza es el sentirme solo…”.

(Luis, 83, entrevista realizada el 26 de junio de

2012).

Introducción

En este documento se busca explorar a partir del análisis de las

subjetividades y de las emociones sociales, el fenómeno del envejecimiento en su

relación con la pobreza y la exclusión social urbana en adultos mayores que residen

en la zona metropolitana Guadalajara en seis colonias que se encuentran ubicadas

en cada uno de los seis municipios que conforman el centro conurbado.

Para ello, se trabaja el material empírico recogido a través de entrevistas a

profundidad realizadas a 41 adultas mayores y 19 adultos mayores beneficiarios de

programas sociales ya sea a nivel federal, estatal o bien, municipal durante el año

2012. El material obtenido fue analizado cualitativamente (Coffey y Atkinson, 2004)

y se construyeron categorías analíticas que dan cuenta de las múltiples formas en

que el acercamiento a las subjetividades y particularmente a las emociones sociales

1 Este trabajo forma parte de una investigación más amplia denominada Latinassist (2011-2014) y coordinada

por la Universidad París I con el Dr. Bruno Lautier y ha contado también con financiamiento de Indesol-

Sedesol durante el año 2012. En México, la investigación es coordinada por la Dra. Magdalena Villarreal

(CIESAS-Occidente) y la Dra. Rocío Enríquez (ITESO).

2 Profesora Investigadora Numeraria

Departamento de Estudios Socioculturales

Universidad Jesuita de Guadalajara, ITESO

Investigadora Nacional. CONACYT

en mujeres y hombres adultos mayores, actúan como dispositivos teórico-

metodológicos que desentrañan el complejo tejido en que se entrelazan las

narrativas históricamente situadas y encarnadas en sujetos-sociales concretos y las

estructuras macro que reproducen, mantienen y agudizan los procesos de

precarización en las sociedades contemporáneas, en este caso en el entorno urbano

pobre de la zona metropolitana de Guadalajara.

Subjetividades, emociones y análisis social contemporáneo: consideraciones

teóricas

Al referirse a subjetividad, Reguillo (2006) señala que se trata de “una

compleja trama de los modos en que lo social se encarna en los cuerpos y otorga al

individuo históricamente situado, tanto las posibilidades de reproducción de ese

orden social como las de su negación, impugnación y transformación. Es el intento

por explicitar los dispositivos de percepción y respuesta con que los actores sociales

enfrentan la incertidumbre y los riesgos epocales” (2006:51). Zemelman (1997) por

su parte, anota que el estudio de la subjetividad social genera el rompimiento con

acercamientos unidisciplinares y lleva a la construcción de conceptos y categorías

inter y transdisciplinares. La subjetividad es entonces la articulación concreta entre

necesidades, experiencias y utopías en determinadas coordenadas de espacio y

tiempo.

Así, por medio del reconocimiento de los fundamentos subjetivos es posible

dar cuenta de la configuración de subjetividades. Estas bases son el principio de

identidad complejo que posibilita la subjetividad y la objetivación del ser sujeto,

principio de exclusión que promueve la distinción y de ahí la identidad subjetiva y el

principio de inclusión, que permite la identidad colectiva, la construcción del nosotros

(Carrizo, 2004)

Cuando buscamos cercar, en tanto objeto de estudio, las

subjetividades/intersubjetividades, necesariamente nos topamos con las emociones

sociales, configuraciones socioculturales que se encarnan en los cuerpos sexuados

y se experimentan ante situaciones concretas que acontecen en el flujo de la vida

cotidiana. Las tristezas, los temores, los enojos, las esperanzas, los gozos, las

angustias; entre otras emociones sociales, de hombres y mujeres situados socio-

históricamente, son insumos determinantes para el entendimiento del mundo íntimo

y del mundo social contemporáneo.

En la sociología de las emociones, aparece el análisis de las mismas como

central para comprender la reproducción o bien la impugnación del orden social. Así,

la reflexividad orienta sobre las formas posibles de interpretar las emociones e

implica una capacidad cognitiva y también afectiva (emocional) que emana y se

desarrolla en el vínculo con la “otredad” y con el mundo social en su complejidad

(Holmes, 2010). En el estudio de las emociones sociales interesan las

aproximaciones sociológicas y antropológicas que definen a éstas como

construcciones socioculturales (Coulter, 1989; Swanson, 1989; Hochschild, 1990;

Gordon, 1990; Perinbanayagam, 1989; Rosaldo, 1989; Le Breton, 1999; Pinheiro

Koury, 2003; Enríquez, 2005 y 2008; Reguillo, 2006; Becker, 2009; Vazquez, 2010;

entre otros). Las emociones en su dimensión más social y por tanto en su

diferenciación con respecto a las dimensiones de índole biológica y psicológica. Las

emociones como proveedoras de sentido y orientación en el mundo (Döveling,

2009), como elementos centrales para la interpretación de lo social a través de

códigos culturales particulares (Kleres, 2009).

Para Kleres (2009) resulta central el análisis de los procesos de configuración

y reconfiguración de las emociones sociales en las sociedades contemporáneas. La

mirada, según Döveling (2009), está centrada en la significación de las emociones

como construcciones sociales así como en sus formas de regulación para la

reproducción o transformación del orden social. Las emociones se construyen en la

referencia recíproca que emana de la interacción social cotidiana y generan

proximidad y la posibilidad de intimidad. Es por ello que las emociones interesan

como fenómenos públicos y en su expresión vinculante con situaciones sociales

estructurales de opresión, desigualdad, exclusión y marginación. Las emociones

sociales centrales pueden caracterizarse a partir de las dinámicas de inclusión y

exclusión social en las sociedades contemporáneas, dando lugar al análisis de

emociones tales como la empatía, el orgullo, el agradecimiento, la aceptación; o

bien, la aversión, el rechazo, el odio; respectivamente. Interesa también el

planteamiento de Hochschild (2009) sobre las formas múltiples en que son utilizadas

las emociones para la mercantilización del bienestar y la privatización de viejos y

nuevos riesgos sociales como la inseguridad, la violencia, la pobreza, la

desigualdad; entre otros. Becker (2009) suscribe el concepto de regulación

emocional y lo vincula al marco de la modernidad para develar las relaciones entre

emociones sociales particulares y las nuevas modalidades disciplinarias, de

autocontrol y de evitación de fenómenos disruptivos.

Así, el poder simbólico de emociones vinculadas a la acción solidaria favorece

la redensificación de los vínculos sociales ante el desdibujamiento del estado y de

sus instituciones de protección social.

Las dimensiones sociales de la emoción se relacionan con su origen, tiempo,

estructura y cambio. Las emociones sociales se objetivan a través de un

vocabulario emocional en correspondencia a matrices socioculturales (Gordon,

1990), se manifiestan en formas rituales, se expresan en formas metafóricas y

atienden a reglas de los sentimientos para su regulación (Hochschild, 1990). En el

construccionismo social moderado (Armon-Jones, 1986a) interesan las normas,

creencias, valores y situaciones sociales asociadas a las emociones sociales.

La perspectiva teórica incluye también la noción de malestar emocional

femenino (Burín et al, 1991) relacionada íntimamente con diversas emociones

ligadas al sufrimiento en situaciones específicas de opresión, donde el malestar

adquiere sentido en la medida en que produce una modificación en la vida de las

personas y en su noción como sujetos. El malestar emocional es entonces

construido y analizado desde la perspectiva y campo de significados que las propias

mujeres y hombres, en este caso adultas y adultos mayores, le atribuyen.

A partir del corpus construido en esta investigación y específicamente

tomando en cuenta el material codificado/categorizado de las entrevistas a

profundidad a las 41 mujeres adultas mayores y los 19 adultos mayores, se procedió

a construir inductivamente categorías analíticas que se presentan a continuación y

que buscan dar cuenta de los nodos problemáticos centrales en los cuales se

confrontan las narrativas construidas por los sujetos sociales más allá de los

márgenes individuales.

Estar “bueno y sano” y “no rendir caravanas”: configuraciones en

confrontación sobre la vejez y la pobreza

El análisis cualitativo de los datos provenientes de las entrevistas a

profundidad muestra las formas en que se significa la vejez cuando se vive en

pobreza y que pone en el centro de la significación misma el acceso a los mínimos

de bienestar. La categoría popular “buena y sana” adquiere especial relevancia pues

es expresada por un cuerpo envejecido, concreción del cuerpo social envejecido, de

sexo femenino y que manifiesta como uno de sus temores latentes el compromiso

de la buena salud cuando no se tiene para “frijoles”. Este alimento, representación

nodal en nuestra cultura, pone de manifiesto la preocupación por los mínimos de

bienestar en este caso relacionados con la posibilidad de experimentar hambre y las

consecuentes complicaciones en la salud. La vejez, en este sentido, puede ser una

fase de la vida generadora o potenciadora de riesgos que se concatenan entre sí y

ponen en entredicho la posibilidad de contar con alimento para la buena salud:

“… -E: ¿Y una de sus preocupaciones, ahorita, en esta etapa de su vida, qué

sería, señora Sandra? -S: Ah, que esté yo buena y sana o que no esté yo

enferma y no pueda comer luego nada, mejor sana, aunque sea frijoles que

come uno…”. (Sandra, 74, entrevista realizada el 5 de julio de 2012).

La narrativa de Clara nos muestra nítidamente la ruta biográfica a través del

registro de los afectos. La presentación de sí misma, en términos identitarios, recorre

el pasar de los años a través del pasar de las emociones, son estas últimas, marcas

biográficas que dan cuenta del mundo de la vida íntima y social vivido y la

interpretación que de ello resulta. Rastrear las emociones sociales significa

desdibujar al sujeto individualizado y dar espacio al sujeto social que condensa

desde el lenguaje de los afectos las implicaciones de envejecer en un cuerpo

femenino y en un contexto de pobreza. Además, el relato nos permite analizar la

relevancia del vínculo social para dar cuenta de la vida y posicionar al sujeto en su

marca temporal y su finitud. Así, envejecer tiene que ver con los nutrientes que

devienen del alimento, metáfora del afecto y portadora de las relaciones construidas

a lo largo de la vida y que llevan, desde la cosmovisión religiosa, a la voluntad divina

para operar el gesto último de la supresión de la vida.

“… -E: ¿Cómo describiría esta etapa de su vida? -Clara: Pues como le

dijera yo, se llaman, los años viejos, los años viejos le dicen y ya van

pasando mis años, ya tuve alegrías, tuve cariño, tuve quereres, tuve

amistades buenas [ ], ya se van pasando mis años, ya me dio (Dios)

ánimos, me dio licencias de llegar a estos años más de vida, de ver a mis

hijos crecer, y formar un hogar, hasta que el día que él me diga, mi Dios,

hasta aquí, vas a vivir, hasta aquí llegaré entonces, hay que resignarse

uno a todo y darle gracias a Dios por todo lo que él nos ha dado, porque

todavía me tiene, aquí, sabe cuándo me recoja…”. (Clara, 85, entrevista

realizada el 26 de junio de 2012).

Envejecer, está también relacionado con la posibilidad de conmoverse en

agradecimiento hacia el otro, aquel que registra el paso del tiempo en el cuerpo

envejecido y se detiene para ofrecer ayuda. El agradecimiento es entonces emoción

antagonista de la humillación y nos muestra las posibilidades de contacto social en

medio de un entorno urbano que muestra en muchas de las veces, su cara hostil al

ciudadano contemporáneo y en especial a aquellos que experimentan la fragilidad

de los años.

“… -E: ¿Cómo se siente con la gente cuando es así [que le ayuda] con

usted en la calle? - L: Me siento agradecido, no me siento humillado, sino

que al contrario que por la edad que lleva uno, agradecido…”. (Luis, 83,

entrevista realizada 26 de junio de 2012)

En contraste, la narrativa de Pamela, muestra las representaciones sociales

de la vejez y el género, que estigmatizan, aprisionan e inhiben las posibilidades de

ayuda mutua y solidaria. Es la vejez, desde los roles tradicionales del género

femenino, sinónimo de inutilidad, de ausencia de prácticas que produzcan sentido en

una sociedad que individualiza y valora la alteridad en función del hacer, en este

caso, del quehacer…

“Ya morirme, yo creo que ya no le hago falta a mis hijas, que al cabo ya

uno de viejo estorba, ya no es igual cuando yo estaba más fuerte, antes les

barría y les fregaba y ahora ya no puedo hacer nada, ando de un rato ahí y

otro acá, pero me canso y me enfado y uno le sufre a la vida. Uno está

como cuando tiene a un pollo amarrado, solo se da vueltas ahí, y después

come y se duerme y se vuelve a levantar, así me siento yo…”. (Pamela, 88,

entrevista realizada el 11 de julio de 2012).

En contraste con la narrativa de Pamela, encontramos la elaboración

masculina de Rogelio, quien en esta etapa de la vida ha quedado en soledad y

refleja elocuentemente la ausencia de la participación femenina desde un modelo

evidentemente patriarcal que deposita en la mujer el cuidado del otro. Así, Rogelio

experimenta la tristeza al vivirse como responsable de su propio cuidado y lidiar

con las construcciones tradicionales de género que depositan en la mujer, ese rol

de emisora generosa de cuidados que pareciera no tener fin ni posibilidad alguna

de agotamiento y extenuación. De igual manera, esta narrativa masculina expresa

nítidamente los riesgos sociales de una mayor vulnerabilidad en los varones al

envejecer ante las relaciones de género construidas a lo largo de la existencia y

que los colocan como “ajenos” a la resolución de las demandas de la vida

cotidiana. La pena, comparte Rogelio, está en la carga que antes portaba su

mujer y ante la contundencia de su muerte, él tiene que sobrellevar. Las

implicaciones desde el análisis social, tienen que ver con la individualización

exacerbada del bienestar y la protección social, que deposita en el sujeto la

responsabilidad por mantener la sobrevivencia a costa de su propio y único

esfuerzo.

“… -R: Es fea la, la vida de un viejo, eh. - E: ¿Por qué? –R: Se me hace a

mí triste y yo vi de acabar a mis abuelo, ya de, de 95, 100 años, fíjese, a

mis dos abuelos, y tengo hermanos de 100 años. Es algo triste, sí es

triste… yo nunca me hubiera dado cuenta lo que era llegar a viejo así, creo

que me hubiera matado hasta yo solo, porque mire, es una aventura,

grandísima, para todo, usted tiene que hacer todo, todo. La responsabilidad

de mi mujer (quien falleció), me quedó a mí y todo me viene a mí,

“cualquier” cosa que sea de dinero, que sea de lo que sea, yo soy el que

tengo que salir al frente. Quiero darle a entender, es una pena que se me

cargue a mí solo, ya, ya la pena que iba a sentir mi esposa, ya se me carga

todo a mí, días y noches…”. (Rogelio, 95, entrevista realizada el 06 de julio

de 2012).

Asociada a esta misma cultura de género está la evitación de una emoción

social que hoy en día resulta central y tiene que ver con la humillación, en palabras

de Rogelio se trata de la no disposición a “vender caravanas”. Una posición

distanciada y analítica del relato mismo, nos conduce al registro objetivo de los

constructos de género en los que pedir ayuda, particularmente en el caso de los

hombres, está íntimamente ligado a una emoción nodo llamada humillación y

cercana a la pena, a la vergüenza y a la timidez. En este sentido, una cultura del

envejecimiento que promueva las relaciones de solidaridad y reciprocidad de largo

aliento favorecerá las posibilidades de la activación y el mantenimiento de los

vínculos sociales y por tanto el tejido social en los contextos urbanos de las grandes

metrópolis.

“…como le digo, a mí no me gusta estar vendiendo caravanas, así, írmeles

a humillar. Yo eso es lo que le pido a mi padre Dios, que Dios no me de

licencia de irles a rendir caravanas así, de que me ayuden, no,

primeramente Dios. Por eso le digo, yo soy enemigo de rendir caravanas,

no me importa quien sea, como que tengo un pinche orgullo, soy

“pobrecito”, así, pero no me gusta rendir caravanas…”. (Rogelio, 95,

entrevista realizada el 06 de julio de 2012).

Ambivalencias en las relaciones familiares: las emociones implicadas en las

solidaridades y los conflictos de género e intergeneracionales

En la arena social de las relaciones familiares, ante el envejecimiento se

presentan emociones en ambivalencia y prácticas sociales que revelan las

solidaridades posibles y también los conflictos latentes o bien, manifiestos. Los

discursos se polarizan hacia elaboraciones que simulan un bienestar familiar

inalterable y aquellos que centralizan la narrativa en las tensiones, el quiebre y la

disputa ante el acceso desigual a los recursos tanto en espacio físico, en el ámbito

de la vivienda, como en el espacio social y simbólico, en el ejercicio del poder. Los

hallazgos muestran lo que autores como Bazo (2002) y Lowenstein et al (2003) han

señalado acerca de la complejidad de las relaciones intergeneracionales y los

desafíos que en el campo del cuidado ello representa.

Así, en la narrativa de Sandra aparece la emoción de la felicidad como

enmarque central del cuerpo del relato y ésta se liga a la ausencia de conflictos con

los distintos miembros de la familia. El discurso advierte sobre lo que Döveling

(2009) anota como la posibilidad de que las emociones sean dispositivos que operen

para/hacia la reproducción de un orden social que ofrece una imagen estática/plana

de las relaciones familiares intergeneracionales cuando al analizar reflexivamente,

es justo en esta reiteración de la felicidad en donde asoma la posibilidad del

conflicto. Aparece también la emoción de la soledad que está presente en la vida de

la mayoría de los sujetos entrevistados y que tiene que ver con el acceso al contacto

social en el transcurrir de la vida cotidiana como alimento social central para la

sobrevivencia emocional.

- E: ¿Y esta etapa de su vida cómo la vive, señora Sandra? -S: Pues, bien,

gracias a Dios. Vivo feliz con mis hijos. No peleamos, vivimos bien, buena

comodidad, todo. No andamos enojándonos, peleándonos. Ni los chiquillos

tampoco se pelean. Ni las nueras tampoco. Vivimos bien, hasta eso. Pues

feliz, me siento feliz, porque no me quedo sola. Ya ella (la hija) se va a

trabajar y me quedo sola, ella se va a trabajar y viene a comer a la una de la

tarde y ya se va a trabajar. -E: ¿Y cómo le hace como cuando se siente muy

preocupada con problema de su hijo, de sus hijos? –S: No, no me dan

problema mis hijos […] éstos se portan bien. No son vagos, no son

“marihuanos”, no son huevones, no son nada, pues de qué me voy a apurar

que diga yo, “ay ya se fue de marhuano, ya se fue de pleito”, no, nunca se

han peleado…”. (Sandra, 74, entrevista realizada el 18 de junio de 2012).

Con Teresa y Adriana, encontramos la emoción de la apuración que

está íntimamente ligada a los hijos y lo que sucede en sus vidas, esta

emoción emparentada con otras (Gordon, 1990) como la preocupación, la

mortificación y la angustia, se encuentran en el centro afectivo del relato que

vincula a las personas mayores, especialmente mujeres, con su hijos y las

problemáticas que estos últimos viven en su vida cotidiana en un contexto

marcado por la precariedad y la exclusión social. Además, aparece

información relevante sobre las formas de regulación emocional (Hochschild,

1990, Vázquez y Enríquez, 2012; entre otros) que están relacionadas con la

búsqueda de un estado emocional de tranquilidad a partir del despliegue de

prácticas que implican la individualización del bienestar emocional (“comerse

la mortificación”, tomarse un thé…) y la imposibilidad de cambios que tienen

que ver con situaciones que rebasan las fronteras del sujeto y se refieren a

estructuras macro que reproducen la desigualdad y la vida en precariedad.

“… pos sus hijos de uno, sus hijos de uno, cómo vive uno, cómo vive el

otro y se apura uno de todos modos…”. (Teresa, 75, entrevista realizada el

12 de julio de 2012).

“… que hacerle la lucha para hacer una casita yo quisiera para el día de

mañana que me muera, no ande navegando mi hijo que vive conmigo, no

tenga (yo ahora) de qué preocuparme…”. (Adriana, 70, entrevista

realizada el 12 de junio de 2012).

“… - E: ¿Qué hace o les dice algo cuando sus hijas vienen y le platican sus

problemas? - A: Yo creo que no, no les digo nada, ni palabras, me doy

cuenta cómo viven porque me mortifican con sus cosas. - E: ¿Y qué hace

con esa mortificación? - A: Pues nada, me la como, qué más puedo hacer,

hay veces que traigo y amanezco con la boca amarga, amargosa y pues

siempre digo ahorita me voy a cocer algo, aunque sea un te, como aquí

está un árbolote de guayabas, pues ay me tomo un te de guayaba con

ajenjo y me lo tomo, me hago la lucha…”. (Adriana, 70, entrevista realizada

el 12 de junio de 2012).

También, el relato de Teresa establece asociaciones significativas entre la

felicidad y la “casa llena” y la tristeza y la “casa vacía”; la densidad social deseada

en el espacio físico que se habita, tiene que ver con la presencia de los hijos y sus

familias, con las posibilidades de convivencia y sociabilidad y sobre todo, con la

posibilidad de desplegar a través de prácticas sociales referentes a la reproducción

de la vida doméstica, como el cocinar y el planchar, los roles tradicionales e

identitarios de género que reafirman la identidad de Teresa en tanto buena madre.

“… - E: ¿Y cómo se siente cuando está la casa llena? - T: Pos, feliz. - E:

Aunque hay más trabajo ¿verdad? - A: Sí, hay más trabajo, pero se siente

uno feliz, por ejemplo cuando vinieron estos (hijos, nueras y nietos) que se

acaban de ir, en la noche, se acomodaban en la cama, otros en los

sillones, otros tendían colchonetas y se acostaban en el suelo, y cuando se

levantaban ya les tenía su olla de café y sus galletas, y su almuerzo claro,

el día que se van se queda uno triste, queda la casa vacía…”. (Teresa, 75,

entrevista realizada el 12 de julio de 2012).

“…Sí, soy feliz, aunque mis hijos tomen, soy feliz con mis hijos. Vivo a

gusto, vivo feliz, y ellos conmigo. Se sientan a ver tele y yo con ellos, y soy

feliz con mis hijos, de que a veces, me pongo a planchar, ellos están

viendo tele y yo planchando. Mientras que yo pueda a mí me gusta

ponerme a planchar, me gusta planchar, toda la vida lo hice…”. (Teresa,

75, entrevista realizada el 12 de julio de 2012).

En el relato de Leticia surge nuevamente la felicidad en relación con los hijos

como emoción central pero también aparece la tranquilidad, ésta última tiene que ver

con saber que los hijos van bien en sus vidas y con la ausencia aparente, desde la

narrativa, de discusiones y disgustos. Además, el ejercicio de la maternidad, en tanto

construcción social, aparece íntimamente ligada al cuidado de los hijos y a la

prolongación de este último a lo largo de los años. El cuidado, desplegado

principalmente por las mujeres, funge en este sentido, como orientador de la vida y

pegamento emocional de los vínculos familiares.

“… Si aunque esté uno pobre, pero vive uno tranquilo (cuando los hijos no

toman), se puede decir que feliz porque no tiene uno discusiones, no tiene

malos ratos, no tiene angustias, cuando está toda su familia de uno es el

tiempo más feliz que tiene uno porque están sus hijos con uno, empiezan a

crecer los cuida uno, los lleva, los trae, los peina y todo. Ya cuando ve uno

que ya se van, ya es muy diferente, pero aún así pues yo me he sentido

bien, la verdad si me he sentido bien por todos lados…”. (Leticia, 71,

entrevista realizada el 17 de enero de 2012).

Aparece también la dimensión de lo religioso como una estrategia de

regulación emocional que favorece la experiencia de tranquilidad en la vida cotidiana

de Leticia, estas prácticas religiosas, como leer la biblia, están presentes en la

mayoría de las mujeres entrevistadas y en varios de los hombres. El apego a las

prácticas tradicionales religiosas actúa como amortiguador y posible generador de

bienestar en la población adulta mayor que experimenta cotidianamente la estrechez

económica.

“… Por otro lado yo también me siento muy tranquila porque como yo he

estudiado siempre la biblia y la biblia a mí me tiene muy tranquila. Que nos

pusieron mucha atención y todo, todo, todo se cumplió. Y pues si son

pérdidas que uno siente ni modo que no, pero pues las supera uno, con la

ayuda que también nos da Dios se supera todo, el nos da fuerza para

aguantar…”. (Leticia, 71, entrevista realizada el 17 de enero de 2012).

Hay un dato importante en lo que Leticia relata y tiene que ver nuevamente con

la emoción de la tranquilidad en relación con la no total dependencia económica con

los hijos. Esta posibilidad de autonomía, manejo y acceso a los propios recursos,

establece un margen de maniobra importante para operar en lo cotidiano y mantiene

un límite sobre la propia vida cuando sobreviene el envejecimiento. Destaca además

que se trata del caso de una mujer mayor y no de un hombre, situación que puede

ser de excepción en relación a otros casos, pero que muestra la relevancia del

acceso a recursos materiales para favorecer la tranquilidad y establecer posibles

negociaciones más equitativas. Estas negociaciones/transacciones son de carácter

emocional/simbólico pues advierten sobre la posibilidad de experimentar tranquilidad

en relación y justificación con que los otros, los hijos, queden a salvo de

experimentar angustias y sufrimiento a causa de la madre. Así, finalmente es ella

quien salvaguarda de los hijos y reafirma la prolongación y

naturalización/normalización de su maternidad.

“… Bueno en este caso yo me siento muy tranquila porque no dependo de

ellos (los hijos). No dependo totalmente de ellos, que sí necesito, pero que

no dependo pues eso me tranquiliza porque no se tienen que esforzar tanto

o privarse de cosas para estarme dando. Si yo me coordino bien, si yo

administro pues no hay necesidades de que ellos estén en angustiados o

sufriendo…”. (Leticia, 71, entrevista realizada el 17 de enero de 2012).

Las siguientes narrativas están entretejidas por un hilo vertebrador emocional

que refiere situaciones de conflicto latente y manifiesto ante la convivencia diaria en

configuraciones familiares extensas y de tres o bien cuatro generaciones. Además,

el ser propietario o bien “arrimado” (sentirse cohibida), establece una diferencia

significativa en cuanto a las cuotas y el ejercicio del poder. Este corpus de relatos

advierte sobre la coexistencia del conflicto y la solidaridad en las relaciones de

género e intergeneracionales en las familias con miembros envejecidos (Robles,

2003, Enríquez, et al, 2008; entre otros).

“… -M: ¡es que no te lo puedo decir!, es que sin tener ya donde vivir andar

navegando, ¿te imaginas?, horita pos ya estoy menos (mal), pero al

principio si me sentía mal de no tener casa, no tener nada. Mi hijo quería

que me fuera con él, le digo “no, es que aquí ya me impuse con mi hija”, y

no, imagínate ir a estar con una nuera, sabrá dios su genio, porque uno ya

conoce a sus hijos vedá, se siente uno mal. – E: ¿Aquí se considera parte

de la familia? - M: Horita sí, ya, porque ella (la hija) me trata bien, su

esposo también ya, yo hago (quehacer) si quiero, si no quiero no hago,

pero antes me sentía yo muy cohibida no me sentía muy a gusto, pos yo

diario siempre en mi casa sola con él (la pareja) y luego de un de repente

edá…”. (Margarita, 74, entrevista realizada el 07 de junio de 2012).

“A veces me pongo triste porque, por la familia que no…, que se aleja, y ya

no lo vistan a uno ni nada…”. (Clara, 85, entrevista realizada el 07 de junio

de 2012).

En los relatos masculinos aparece también el conflicto en las relaciones

intergeneracionales aun cuando se es propietario de la vivienda y se correside con

otros miembros. El riesgo se exacerba cuando los niveles de dependencia física,

emocional y social de los viejos se incrementa y la dinámica familiar existente

cuestiona las posibilidades de un cuidado integral (Pinheiro et al, 2008a, 2008b y

2009) y cuestiona certeramente sobre aquello que se deposita en la familia, en tanto

institución social de protección y bienestar emocional/social y la necesidad de

relaciones complementarias con instituciones del estado y organismos de la

sociedad civil (Arriagada, 2007 y CEPAL, 2009). Se trata de un debate sobre la

extenuación de los lazos familiares ante cargas de cuidado en incremento y que

anticipan conflictos cada vez mayores si no se estableces políticas públicas

adecuadas para apoyar a las familias con miembros envejecidos y particularmente a

las mujeres, en tanto cuidadoras y a las personas mayores, mujeres y hombres en

ese proceso de autonomía-dependencia de acuerdo a las condiciones de salud en

un contexto por demás precario y ausente de los servicios mínimos para garantizar

el bienestar.

“… Está preocupada [su mujer] porque el yerno llegó a las 3:00 de la

mañana todo borracho y qué es lo que íbamos hacer, ya que sin duda

alguna lo escuchamos que llegó a esa hora porque no podía abrir la puerta,

y la verdad a mi no me parece que llegue a esas horas, porque ésta es una

familia bien y no está en su casa, y le estaba diciendo a mi señora que si

quiere vivir bien que tiene que respetar los horarios para llegar a la casa.

Así que claro que uno se preocupa, pero que hace uno si la hija ahí lo

quiere tener, es una preocupación muy grande y eso no es vida. Uno se

mortifica y uno no debe de mortificarse, ya que uno debe de vivir bien, lo

que yo pido es que haya un respeto (yerno), porque no se respeta lo que

uno le dice…”. (Luis, 83, entrevista realizada el 08 de junio de 2012).

“…Yo vivo infeliz en esta casa porque los problemas que pasan los demás

los vivimos todos y eso no se vale, ya que a mí me gustaría que fuera

diferente la relación, si me siento que no me toman en todo en cuenta,

como si fuera un objeto que no lo respetan ni le piden autorización de nada.

Solo cuando les conviene y eso me da coraje, les digo que se vayan de la

casa y no lo hacen, me gustaría estar tranquilo…”. (Luis, 83, entrevista

realizada el 08 de junio de 2012).

“… lo que sufre uno con los hijos, así dura meses (alcoholizado), ya no me

entiende. Hace lo que le da la gana. ¿Usted cree? No puede uno ni tener

gente aquí en la casa. Yo ya yéndome de este mundo yo ya no me voy

apurar por ellos, mientras esté yo aquí, pues bueno, pero después. Todo el

día dura y dura meses (el hijo alcoholizado) y cuando se le junta debemos

llevarlo a que le pongan suero, viera, es un sufrimiento grande que me llevo

con este y no me entiende, no me entiende. Lo dejó (la mujer) y de ahí

agarró su vicio empedernido que, que no sé, que no, que no puede uno con

él. Le da a uno vergüenza, no crea…”. (Teresa, 75, entrevista realizada el

12 de julio de 2012).

“… me dio pena hace unos años, que andaba (su hijo) en Polanco de

vagabundo, borracho y con algunas mujeres, su cabello lo tenía hasta la

cintura…”. (Adriana, 70, entrevista realizada el 12 de junio de 2012).

Una ayuda o un derecho: las emociones implicadas en las transferencias no

condicionadas

Afloran en los relatos emociones que tienen que ver con tres posiciones

diferenciadas, están en primer lugar aquellas que refieren agradecimiento, sentirse

desahogado, sentirse tranquilo; ante la recepción de una transferencia bimestral que

a pesar de ser incipiente, representa un ingreso fijo para las personas mayores y la

posibilidad de utilizarlo de acuerdo al margen de negociaciones posibles al interior

de esa arena social movediza que representan las relaciones familiares.

“… -E: ¿Y cómo se siente de recibir estas ayudas? su dinerito y todo. - L:

Pues me siento agradecida más que nada […] al último día que falleció mi

marido ahora sí que me pudo dejar su pensión para que yo no le batallara.

Pues me siento agradecida por todos lados […] Por esta ayuda que

estamos platicando y por la ayuda que tengo que mi esposo me dejó. […]

Me alcanzó a pagar la mitad de mi paquete [funerario] y ya después yo lo

liquidé para ya yo estar tranquila por ese lado. - E: ¿Eso le da tranquilidad?

-L: Si, eso me da tranquilidad porque ya mis hijos no van a tener que… que

se yo, a lo mejor tener que conseguir, o algo, con esta ayuditas

(transferencias no condicionadas) que he tenido este año, todo este año,

pues la verdad me he sentido más desahogadita…”. (Leticia, 71, entrevista

realizada el 17 de enero de 2012).

“… - E: ¿Cómo se sentía antes? - C: Pos como inútil pues yo no sé hacer

nada más que barrer la calle. - E: ¿Y ahora cómo se siente? - C: No, ahora

no, pues me siento bien gracias a Dios y a ellos, que me dan esa ayuda…”.

(Clara, 85, entrevista realizada el 07 de junio de 2012).

“… - E: ¿Y cómo se siente de recibir el apoyo? - B: Pues bien, con gusto

que ya le van a dar a uno… en toda la vida que nos va a llegar algo. Como

le digo, me siento bien pues, contenta porque recibo el apoyo pues, aunque

sea poquito pero todo el tiempo, antes no recibías nada…”. (Berenice, 74,

entrevista realizada el 04 de junio de 2012).

En segundo lugar, aparecen emociones asociadas al miedo, a que dé “el

bajón (emocional), a la angustia ante la engorrosa y complicada tramitología que

implica tener acceso a esta transferencia y mantenerse vigente en el padrón. El

temor a incumplir alguno de los requisitos o bien a manejar adecuadamente la

tarjeta, a comprender la información que se recibe y a responder de acuerdo a los

plazos establecidos son algunos de los ejemplos. Este registro empírico debe llevar

al diseño de estrategias que tornen accesibles los procedimientos a seguir así como

viables las posibilidades de flexibilizar las rutas para la entrega de la transferencia de

acuerdo a las condiciones de salud de las personas mayores, especialmente de

aquellas que viven cotidianamente en un contexto adverso por su precariedad en

todas las esferas de la vida y la existencia humana.

“… - S: Ayer fuimos y me dijeron que esa tarjeta no existía, ni ese número

ni nada. - E: ¿Cómo le hace sentir eso señora? De que les digan, no esa

tarjeta no existe, no sirve? - S: Ah, pues mal, entonces para qué nos la

dieron, nada más para quedar bien, me dijeron que vaya con la persona

ésta que me la dio…”. (Sandra, 74, entrevista realizada el 18 de junio de

2012).

“…Y me dicen (sus amigas): “anda y apúntate (para recibir la

transferencia)”. Les digo: “sí, voy a ir pero tengo miedo de que se vayan a

quedar la credencial (de elector). Si voy y me la quitan y yo allá con qué

recojo mi dinero…”. (Berenice, 74, entrevista realizada el 04 de junio de

2012).

“… - E: ¿Cómo se siente usted de que le digan: “No esto no sirve, esto no

pasa” ahí en sus trámites? - A: Pues bajo. - E: Le da así como el bajón - A:

Sí…”. (Adrian, 82, entrevista realizada el 03 de julio de 2012).

Una tercera posición narrativa tiene que ver con emociones como la tristeza ligadas

a la incertidumbre sobre la certeza o no de seguir recibiendo la transferencia de

manera puntual y hasta el fallecimiento. Para una población importante de los viejos

en nuestro país, esta transferencia, aún con lo insuficiente y precaria que puede ser,

representa por primera vez un ingreso fijo y sobre todo sostenido a lo largo de la

última etapa de la vida. Cuando esto acontece en el marco de una vida precaria,

significa un atisbo de seguridad económica que garantice mínimamente la

posibilidad de envejecer.

“… - E: ¿Y qué le hace sentir cuando piensa que ya no les van a dar

dinero? - A: No, pues triste […] - E: ¿Cómo se siente a esta edad de su

vida? - A: Triste - E: ¿Se siente triste? ¿Triste de qué? - A: Pues porque ya

no puede uno trabajar, ya no puede uno ganar dinero. Por eso por lo

demás no. Pues a mí me gustaba ir al centro, ir a misa y todo y ya no. De

aquí al templo no alcanzo a llegar. Pero sí se siente uno medio… pues

sentido, porque yo estoy acostumbrado a recibir dinero (trabajar) y ahorita

no tengo (más que la transferencia del programa estatal “Vive Grande” que

está en duda de continuar)…”. (Adrian, 82, entrevista realizada el 03 de

julio de 2012).

Por último, quiero hablar de una cuarta posición en términos narrativos y que

es la posición ausente, aquella centrada en el discurso de los derechos, en el

respeto a los derechos y la exigibilidad de los mismos. En la pertinencia de descifrar

esta transferencia como un derecho que todo ciudadano envejecido tiene y debe ser

respetado y sostenido hasta el fin de la vida. Desde esta ausencia de voces,

consiento con Huenchuan (2003) en la imprescindible generación de un pacto social

centrado en los derechos para la protección social de las y los adultos mayores.

Nervios, tristezas y alegrías: formas posibles de regulación emocional y

niveles de dependencia en el envejecimiento

En este apartado destaco dos discursos que reflejan situaciones de

dependencia diferenciadas y que llevan al arribo de formas de regulación también

diferenciadas. La primera tiene que ver con “los nervios” y el despliegue de prácticas

para su amortiguamiento que se relacionan con la realización del quehacer

doméstico cotidiano y también con la posibilidad de caminar y desplazarse en el

entorno urbano poco accesible para las personas envejecidas, especialmente en los

escenarios estudiados que no cuentan en su mayoría con urbanizaciones y servicios

accesibles para esta población. El segundo discurso surge de las voces de aquellos

que experimentan un nivel mayor de dependencia física y que quedan

condicionados a la ayuda de los otros para poder desarrollar sus prácticas cotidianas

y enfrentar la desazón y el desamparo (emoción de fondo en el relato construido)

que esto implica.

“… - E: ¿Qué es lo que hace cuando le agarran los nervios? - T: Trabajar,

coser, yo le hago la lucha todo el día, eso es lo que yo disfruto, y salirme,

de que me aburro, de que me agarran los nervios me voy a la plaza y

camino, camino, camino, camino, porque bueno me recomendaron caminar

así es que por floja que sea tengo que hacerlo. - E: ¿Y qué es lo que la

hace que le dé fuerza o alegría cada mañana? - T: Pues que tengo que

levantarme a darles de almorzar a mis hijos porque se van a trabajar… - E:

¿Qué hace con esa tristeza, para que se le pase, se le vaya? - T: Pos ahí

la llevo (baja el tono de voz y el ritmo de las palabras), ahí me pongo a

hacer quehacer, y digo “pos voy a hacer esto, y a limpiar lo otro” y ya se me

pasa…”. (Teresa, 75, entrevista realizada el 12 de julio de 2012).

“… Pues, de que a veces ya no puedo salir a la calle, como a hora que ya no

puedo salir sola al centro, o que quiero comprar algo así, pos tengo que ver,

a veces me llevan, a veces le digo a la vecina que me acompañe, y ya…”.

(Clara, 85, entrevista realizada el 07 de junio de 2012).

Tristezas, soledades y gozos: los arreglos familiares unipersonales en la vejez

En esta categoría quiero destacar tres entradas discursivas diferentes desde

las voces y los sentires de aquellas mujeres y hombres mayores que experimentan

la vejez viviendo en solitario. En estas entradas aparece la tristeza ante la ausencia

de contacto cotidiano con los otros en el entorno de lo doméstico. Esta tristeza

adquiere matices diferenciados cuando ocurre en la etapa de la vejez y cuando hay

niveles altos de dependencia. Me refiero a que las formas de regular esta emoción

están más acotadas por las dificultades que las personas mayores experimentan

para activar y mantener sus redes sociales por las condiciones mismas de deterioro

de la salud sea física o bien emocional y mental y con ella la viabilidad de los

desplazamientos, las visitas, las acciones proactivas para nutrir los vínculos sociales

desde las lógicas, con altas cuotas de contenido simbólico, de las reciprocidades.

Aparece también la soledad ligada a la experiencia de no corresidencia y

estrechamente emparentada con la tristeza. La soledad, como bien señala Wood

(1986) va más allá de las geografías de la vivienda y el entorno urbano, de por si

precarios, y se engarza con el debilitamiento del encuentro intersubjetivo, de la

producción de sentido junto/con el otro que va generando situaciones de aislamiento

en la población mayor y con mayor riesgo en aquellos que viven solos y en

condiciones de deterioro de la salud y en escases de recursos materiales y sociales.

Finalmente, aparecen los relatos de quienes cuenta con un nivel de

autonomía suficiente así como de salud emocional y física que a pesar de los duelos

vividos para llevar a vivir en solitario, en esta etapa de la vida, encuentra formas de

regulación emocional que les permiten arribar al gozo de los placeres cotidianos en

el entorno de lo doméstico.

“… es muy triste vivir uno solo, es muy triste, en la noche dispierta uno y

pos le digo a mi hija “hija, el día que entres y me veas muerta ¿qué vas

hacer?”, dice: “por eso entro y te busco allá (en la casa), y veo que no

estás y ya me asomo”, y es muy triste. (relata entre sollozos) […] cuando

no están se me hace triste porque ellos todo el día se ríen y todo y estoy

oyendo… y nomás se van y ¡Ay Dios!...”. (Teresa, 75, entrevista realizada

el 12 de julio de 2012).

“… - L: Ya como que no me siento tan confiada para salirme sola. - E: No,

pues no. L: Así alguien que me invite o que vayamos 2 ó 3 así sí. Pero no

ya no salgo mucho…”. (Leticia, 71, entrevista realizada el 17 de enero de

2012).

“… Se me hace a mi muy duro estar ahí solo, estaba muy engreído con mi

señora pues Dios se la llevó…”. (Ricardo, 78, entrevista realizada el 13 de

enero de 2012).

“… - C: nunca me he desesperado, no me desespero ahora que estoy solo;

hay veces que sí digo “hijo de su madre, qué soledad esta”, pero digo: “qué

más pierdo, no me hace falta nada, que caray”. - E: ¿Y qué hace en esos

momentos? - C: No, hacerme el ánimo: ir a prender la tele y agarrar la

guitarra y ponerme a cantar, ponerme a hacer alguna cosa y ya, se me

pasa eso. Y también cuidar mis plantas, diario les hecho su agüita en la

mañana…”. (Carlos, 84, entrevista realizada el 08 de junio de 2012).

La feminización y precarización del cuidado: al límite de los recursos y la

necesaria colectivización del cuidado

Destaca en este corpus las emociones que surgen desde el ejercer el cuidado

y desde el experimentar el cuidado, roles estos últimos que pueden emanar de un

mismo sujeto envejecido en una acción más o menos recíproca y tomando en

cuenta los niveles de dependencia y las demandas propias del cuidado. Quiero

concentrar la mirada analítica en las emociones expresadas que revelan por sí

mismas en el contexto de los relatos, las condiciones de precariedad en que

acontece la práctica del cuidado para/desde las personas mayores en pobreza

urbana. Surge desde quien cuida, principalmente mujeres (parejas, hijas, nietas,

nueras), la desesperación, el cansancio, el miedo, el enfado, la flojera, la impotencia

y la inacabable demanda de “estar al pendiente del otro”. Esta feminización del

cuidado en un contexto por demás precario advierte sobre la inviabilidad de

continuar depositando en los recursos materiales y humanos de las familias,

funciones que les rebasan y claramente demandan vínculos complementarios para

un sistema de protección social amplio y que resguarde desde la dignidad y el

respeto a los derechos humanos, el proceso y las prácticas del cuidar y ser cuidado.

Las narrativas de quien es cuidada o cuidado, muestran explícitamente el flujo

de emociones tales como sentirse aplastada, con pena, atemorizada, aprisionada,

amarrada… Se trata de cuerpos sociales que en términos metafóricos ponen en la

mesa de discusión la ausencia o incipiente cuota de poder para ejercer cierto control

en la posibilidad de bienestar y acceso a los placeres mínimos de la existencia. Se

trata también de las formas múltiples de violencia que en esta etapa de la existencia

pueden ejercerse desde la omisión, la negligencia, la reclusión, el abandono y, que

más allá de individualizar las responsabilidades y de rastrear en la historia de los

vínculos familiares, las emociones en interacción de quien cuida y quien es cuidado,

lo que la ciudadanía empobrecida y envejecida requiere, es un sistema de

protección social centrado en el respeto a los derechos sociales y que sólo puede

materializarse a través de políticas públicas para el envejecimiento a la altura de las

innegables e impostergables necesidades de la población.

Sandra, quien es cuidadora, comenta…

“… - E: ¿Pero cómo se siente Usted cuando se pone así de mal (su pareja)

y lo está atendiendo? - S: Pues me siento mal, me siento desesperada,

siento desesperación, siento cansancio, y pues sí me siento mal, cómo no

me voy a sentir mal. De verlo (a su pareja), sí me siento mal, porque tengo

miedo de que un día se me quede así de mal, entonces ¿qué voy

hacer?...”. (Sandra, 74, entrevista realizada el 18 de junio de 2012).

Adriana, quien requiere de mayores cuidados, comenta…

“… Me preocupa que no puedo moverme yo sola, porque me pega una

soltura, y a veces no alcanzo llegar al baño…”. (Adriana, 70, entrevista

realizada el 12 de junio de 2012).

Margarita, quien cuida a su pareja, nos dice…

“… - E:¿usted como se distrae (del cuidado de su esposo)? - M: me meto a

coser ahí con mi esposo, aquí en la pura esquinita ese es mi lugar, tengo

una costura, una empezada, otra, y no acabo ni una costura. Con eso me

distraigo, a donde más, a veces me salgo un ratito ahí pero me enfado no

estoy impuesta a andar visitando, mi mamá nunca nos enseño así, decía

cuando tengan sus campos libres métanse a bañar o métanse a dormir

pero no estamos impuestos a andar visitando, que voy que con mi hija que

vive aquí adelante pero cuando voy a mandado, pero así que digamos hay

voy un ratito, no […] Yo al contrario siento tristeza de verlo que le duele,

que me dice ay déjame, que le muevo sus pies que le duelen, ay me duele,

siento tristeza, siento no sé, ¿verdad?, yo quisiera ¿cómo te diré?, que no

le doliera nada o poder agarrarlo como niño y sentarlo pero pues no puedo.

- E: ¿Pero qué siente usted cuando le está hable y hable (su pareja) en la

noche? - M: Pos siento feo de no poder ayudarlo pero luego me levanto y

a ver ¿Qué quieres? ¿Estás orinado?, no, ¿Te cambio?, no, ¿Entonces

qué quieres?, ya le doy un vasito de leche y ya se vuelve a quedar, pero

necesito levantarlo para darle la leche, vieras qué flojera siento, flojera de

levantarme, pesadez eh, ya te digo…”. (Margarita, 74, entrevista realizada

el 07 de junio de 2012).

“… manda el pastor que las personas que estén viudas o solas tienen que

juntarse con alguien más y de esa manera no estoy solo, la verdad, yo ya

no hubiera buscado a alguien, pero Dios me mandó a Mary y eso me hace

sentir bien, todo el tiempo está al pendiente de mi, de lo que necesito y eso

me gusta…”. (Luis, 83, entrevista realizada el 08 de junio de 2012).

Pamela, quien es cuidada, comenta…

“… - E: ¿Cómo sacarla? - P: Sí, que me saque a dar la vuelta. No es igual

estar aquí en esta prisión de la silla. - E: ¡Sí!, pues sí. - P: Me enfado, me

enfado de ir en el camión y luego bajarme, y tengo que ir con la carreta

esta. Tengo miedo de que nos vayan a atropellar. Les digo: “mejor no nos

mueva”. Mi hija es la que va a traer la dispensa, porque yo no puedo, me

desespero pero pos qué hago. Por eso digo “ya no puedo”, pos ya estoy

aquí como el que dijo “ ya estoy amarrada” (risa). Pero a mí me encanta de

hacer de comer. A veces me dice (mi hija): “me la ha de dar “pa” lavara (mi

ropa); me da pena andar molestando. Yo lavo, cómo dios me da licencia.

Ya nomás le pido a dios que me de fuerzas y me pongo a lavar. A veces

cuando no viene (a verme) me tiene con pendiente. Le digo (a mi hija):

“mira, haz de venir aunque sea a decir buenos días madre, ya me voy”. Y

se te quita el pendiente (a uno), ¿verdad?, y así ya queda uno como

desahogado. “Si quiera que vino a verme”, eso piensa uno, ¿verdad?. […]

nomás me duermo, ya cuando se llega la hora de comida ya me

levanto:”vente a comer” (dice la hija), veces me da pena, tá uno como los

muchachos, ahí aplastada en la silla y sin hacer nada. Y yo estaba

impuesta a levantarme, barrer, hacer de comer, hacer un atole. (Ahora)

tengo que esperarme hasta que me da (mi hija). Porque yo tampoco puedo

seguir. Cuando yo ponía (dinero) entonces yo madrugaba a hacer de

almorzar, mis padres me lo enseñaron así.

En la noche y pues no creas, claro que me da miedo y claro que pienso

muchas cosas, lo que yo he pensado es que ella me pongan un timbre y

cuando lo necesite tocarlo y así ella sabe que necesito algo o me pasó

algo, así me sentiría más tranquila, eso es lo que le pediré, no le hace que

lo pongan con mi dinero.

Por eso digo que triste es estar uno solo, por eso a la hora de quedarse

uno dormido, uno no sabe si va a despertar, pero no, yo sola me quedé en

este cuarto y por eso te digo que es triste estar uno solo, ya no sabe uno.

Me cabe preocupación, porque la pieza esta es sorda, les hablo y no me

oyen y yo le pido a Dios que me muera rápido para no sufrir…”. (Pamela,

88, entrevista realizada el 11 de julio de 2012).

“No tener qué arrimar”: envejecimiento y precariedad laboral

En esta última categoría, quiero destacar las narrativas masculinas que

refieren la pena, la tristeza y la impotencia ante la imposibilidad de conseguir trabajo,

por precario que este sea. Este desdibujamiento del trabajo como eje estructurador-

estructurante de la vida y particularmente, en las fases finales de la misma, tiene

implicaciones emocionales y sociales devastadoras. En la situación de los viejos

esto se refleja con elocuencia…

Roberto comparte…

“… - R: Y no quiero estar así nada más, me gusta de trabajar, me gusta de

una cosa, algo, pero nada más de la casa así (estar sólo en la casa), no,

me siento mal, pero cuando yo salgo a mi chamba entonces me da gusto. -

E: ¿Y cómo se siente con esto de que ya no puede trabajar, pero necesita

trabajar, cómo se siente usted? - F: Me voy a sentir mal de todos modos,

que yo estoy acostumbrado (a trabajar) y me voy a sentir mal pues si no

puedo (trabajar), ni modo, nos aguantamos aquí en la casa…”. (Roberto,

75, entrevista realizada el 18 de junio de 2012).

Rogelio comenta…

“… - E: Oiga y, ¿cómo se siente con esa situación de que ya no encuentra

trabajo tan fácilmente? - R: Me da, tristeza. Es lo que, lo que me da así,

tristeza. Cuando trabajaba, donde quiera caía (dinero), hacía una obra,

entraba a trabajar, y tengo amigos que son maestros de obra, pero me da

pena ir a pedirles trabajo, yo sé que no me dan por la movida de que ya me

ven grande. Por la movida de que, pues ya no soy el mismo de antes, de

que antes a cualquier cosa que me ponían lo hacía, y pues, ya se les ha

de hacer triste lo mismo que a mí me da tristeza, ya no, ya no, ir a pedir

trabajo y que me lo nieguen. Voy a pedir trabajo y me lo niegan ya

diciendo, ya lo tiene el morro, digo: “ya valió uno un sorberte”, ya viejo. Es

fea la vida de un viejo, eh…”. (Rogelio, 95, entrevista realizada el 06 de

julio de 2012).

Reflexiones Finales

Envejecer en pobreza advierte sobre una triple exclusión, se trata de la vida

en condiciones de precariedad económica, de la desvinculación con respecto al

mundo laboral y de la desconexión y discriminación por el grupo etáreo al que se

pertenece, a ello, es posible añadir también la discriminación por género en

detrimento especialmente aunque no exclusivamente, de las mujeres.

El análisis realizado muestra los nodos narrativos en relación a las

emociones, la vejez y la pobreza. El análisis de la construcción social de las

emociones facilita la revelación de las múltiples interconexiones entre la experiencia

subjetiva de la pobreza y las condiciones macro estructurales que la sustentan y

reproducen. En este sentido, la pobreza y la exclusión social urbana están

fuertemente vinculadas a nodos de emociones que a su vez encuentra sus

referentes sociales en los escenarios concretos de la escasez de recursos,

escenarios que advierten sobre el hambre, la incertidumbre de poder resolver “el día

a día”, la inseguridad y el desamparo ante la posibilidad de enfermar. Estos

escenarios se entretejen con aquellos relacionados con la imposibilidad de conseguir

trabajo así como con la constatación de no poder trabajar más. Este paisaje

socioemocional de lo que significa envejecer en pobreza aporta elementos reflexivos

importantes para el diseño, la implementación y la evaluación de políticas públicas

centradas en el respeto a los derechos humanos de las y los adultos mayores.

La antropología y la sociología de las emociones requieren dar cada vez

mayor centralidad a aquellas pasiones que develan las devastadoras consecuencias

de una modernidad que margina, excluye y repele a amplios sectores de la

sociedad. Entre estas emociones destaco el desamparo social en su vínculo

complejo con la desprotección social y lo que a través de ello podemos afirmar sobre

el desdibujamiento del Estado y sus Instituciones en la procuración del bienestar así

como la inminente necesidad de crear un nuevo pacto social que ponga en el centro

el bienestar del sujeto social en su relación con el mercado, el estado, la familia y la

sociedad civil.

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