richard wagner ensayos

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    que influy negativamente sobre el espritu preclaro en su proyeccin, por otra parte recibi

    nicamente las condiciones para la manifestacin visible del producto intelectual, de forma que, al

    margen de su tiempo y entorno, este producto es despojado de la porcin ms importante de su

    capacidad efectiva vital. Esto nos lo demuestran con mxima diafanidad los intentos de resucitar

    justamente la tragedia tica en nuestros teatros. Si se nos tiene que explicar primeramente la

    poca, el entorno fsico y la entidad constituida por los dos, esto es, el estado y la religin, como un

    todo que nos es extrao y, como ocurre a menudo, nos tiene que ser explicado por eruditos que no

    entienden absolutamente nada del asunto, siempre podremos pensar que all en cierta ocasin se

    manifest algo en el tiempo y en el espacio que intilmente pretendemos encontrar en otro tiempo

    y en otra localidad. All nos parece que se hizo realidad perfecta la intencin potica de los

    grandes

    intelectos porque el tiempo y el espacio de su entorno vital estaban fijados de tal modo que

    alumbraron esta intencin como si efectivamente la vieran.

    Cuanto ms nos acerquemos a las manifestaciones accesibles a nuestra experiencia,

    concretamente en el campo del mundo artstico, se alejar ms y ms la visin compasiva de

    relaciones armnicas slo parecidas. Refirindose a los grandes pintores del Renacimiento, ya el

    mismo Goethe se lamentaba de los repulsivos temas, mrtires que eran torturados y otros

    similares, que tenan que pintar; de qu carcter eran sus protectores y clientes es algo que, de

    momento, no necesitamos investigar: si afect esto al gran Cervantes, lo cierto es que su obra

    encontr inmediatamente una enorme difusin; y este ltimo extremo es el que aqu nos incumbe siqueremos someter a examen slo las influencias negativas de tiempo y espacio sobre la forma y

    manifestacin de la obra artstica en si misma.

    A este respecto vemos ahora que cuanto ms acorde con el tiempo se muestra una cabeza

    creadora, tanto mejor le va asimismo. Aun hoy a ningn francs se le ocurre concebir una pieza

    teatral para la que no tenga en perspectiva el teatro con actores y pblico. Un autntico estudio

    acerca de cmo triunfar en una situacin dada y circunscrita por las circunstancias nos lo ofrece la

    historia de la gnesis de las peras italianas, incluidas las de Rossini. Nuestro Gutzkow anuncia en

    las nuevas ediciones de sus novelas elaboraciones de los mismos de acuerdo con los ms

    recientes acontecimientos. Consideremos ahora, por el contrario, el destino de aquellos autores y

    obras a los que no les estuvo reservada una similar idoneidad de tiempo y lugar. En primer lugar se

    han de examinar a este respecto obras de arte dramtico y, concretamente, obras dramticas de

    ejecucin musical, pues la volubilidad del gusto musical determina en trminos categricos su

    destino, mientras que el drama hablado no posee una forma de expresin tan especfica una

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    italianos, capaz de ofrecer una representacin totalmente correcta de Don Juan: en este ltimo

    caso, siempre tendramos que reconocer, volviendo los ojos de la escena al pblico, que nos

    encontramos fuera de lugar; por otra parte, qu penosa impresin ahorramos a nuestra fantasa al

    no poder imaginar en modo alguno la representacin ideal para nuestro tiempo!

    An con ms claridad se manifiesta todo esto en el destino de Die Zauberflte (*). Las

    circunstancias bajo las cuales apareci esta obra fueron todava de ndole ms mezquina y

    penosa; aqu no haba que componer algo que poder presentar a una distinguida compaa de

    cantantes italiana, sino, partiendo de la esfera de un gnero artstico magistralmente desarrollado y

    generosamente cultivado, moverse por el suelo de un escenario tratado, hasta entonces, a un nivel

    musical nfimo, feudo de los cmicos vieneses. El hecho de que la creacin de Mozart superara de

    forma tan radical las exigencias impuestas a su tarea que pareciera que aqu no naca una unidad

    sino todo un gnero de sorprendente novedad, lo debemos considerar como el motivo de que estaobra aparezca sola y no pueda ser asignada propiamente a ninguna poca en concreto. Aqu, lo

    eterno, lo vlido para todos los tiempos y toda la humanidad (recurdese tan slo el dilogo de

    Tamino con su interlocutor) est unido de tal forma con la tendencia, en realidad trivial, de la pieza

    teatral concebida por el poeta (1) para que gustara al pblico barriobajero de Viena en general, que

    hara falta una crtica histrica esclarecedora y reveladora para comprender y aprobar la obra en

    toda su caprichosa peculiaridad. Si enumeramos cuidadosamente los factores de esta obra, uno

    detrs de otro, obtenemos el correspondiente testimonio del sentido trgico, antes mencionado, en

    el destino del espritu creador, a causa de su supeditacin a las condiciones de tiempo y espacioimpuesta a su actividad. Un teatro de barriada viens, con su director (1) especulando con el gusto

    del pblico, proporciona al ms grande msico de su tiempo el texto de una pieza efectista para

    salvarse con su colaboracin de la bancarrota; Mozart compone una msica de eterna belleza.

    Pero esta belleza aparece unida de forma indisoluble a la obra de aquel director de teatro y, como

    quiera que esta unin es indisoluble, queda, de hecho, dedicada, por as decir, al pblico

    barriobajero viens con sus propios gustos en aquella poca, libre de afectacin, todo lo cual

    resulta perfectamente comprensible. Si queremos ahora enjuiciar y gozar en su totalidad la

    pera Die Zauberflte, tenemos que imaginar -con ayuda de algn mago del momento- susprimeras representaciones en el teatro de la Viena de entonces. O es que acaso una

    representacin actual en el Teatro Real de Berln puede proporcionarnos la misma imagen?

    (*) La flauta mgica.

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    Esta obra ha permanecido prcticamente desconocida de nuestro tiempo y su pblico. En una

    carta sobre Liszt he intentado exponer los motivos externos de la manifiesta antipata hacia Liszt

    como msico creador por parte del mundillo musical alemn; ahora no vamos a ocuparnos

    nuevamente de este tema; quien conoce la msica de concierto alemana, sus hroes desde el

    sargento al general, sabe de la sociedad y su falta de talento que aqu predomina. Por el contrario,

    sometemos a examen nicamente esta obra, y los trabajos de Liszt similares a ella, para, a travs

    de su mismo carcter, explicarnos su idoneidad en tiempo y espacio dentro del momento actual.

    Evidentemente, las concepciones de Liszt son demasiado grandiosas para un pblico que accede

    a presenciar el Fausto en el teatro por el superficial Gounod y, en la sala de conciertos, por el

    pomposo Schumann (*). Aqu no queremos culpar al pblico; el pblico tiene derecho a ser como

    es, mxime toda vez que bajo la direccin de sus caudillos no puede ser sino lo que es. En cambio,

    nos preguntamos nicamente cmo pudieron surgir bajo tales condicionamientos de tiempo y

    espacio concepciones como las de Liszt. Ciertamente, todo espritu superior queda condicionado

    en algo por las concreciones de tiempo y lugar; nosotros hemos visto cmo estas concreciones

    inciden en los espritus superiores incluso confundindolos. Yo me expliqu ltimamente esta

    activa e ineludible influencia por la expansin de los ms preclaros talentos de Francia durante las

    dcadas centradas en torno al ao 1830. La sociedad parisina ofreca por aquel tiempo a los

    hombres de Estado, sabios, escritores, poetas, pintores, escultores y msicos exigencias tan

    concretas y caractersticas como objetivo de su empeo, que una fantasa febril poda imaginarlos

    reunidos en un auditorio ante el cual se ofreca, sin temor a mezquinas falsas interpretaciones, la

    sinfona de Dante o de Fausto. Personalmente creo que, de acuerdo con el espritu de Liszt, se han

    de citar posteriormente estas composiciones que descubren los impulsos, as como el especial

    carcter de estos impulsos, en funcin de aquel tiempo y aquel punto de unin local, como fuerzas

    motrices creadoras; yo valoro muchsimo estas fuerzas, aun cuando necesitaron el genio de Liszt,

    ajeno, por su naturaleza, al tiempo y al espacio, para arrancar a aquellos impulsos una obra eterna,

    por ms que esta eternidad sienta mal, de momento, en Leipzig y Berln.

    (*) En Leipzig, durante la ejecucin de la sinfona del Dante, en un pasaje difcil de la primera parte

    se oy un grito de auxilio, salido del pblico, que deca: Ay, Seor nuestro, Jesucristo!.

    Si echamos una ltima mirada al espectculo que nos ofreca el pblico movindose en el tiempo y

    en el espacio, podemos compararlo con el caudal, frente al cual tenemos que decidirnos ahora a

    nadar a favor o en contra de la corriente. Cabe imaginar que lo que vemos nadando ro abajo

    pertenece al progreso; en cualquier caso le ser fcil dejarse arrastrar y no se dar cuenta de que,

    a la postre, es engullido por el mar gigantesco de la colectividad. Nadar contra la corriente ha de

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    parecer ridculo a quienes no mpulsa un imperativo irrefrenable a realizar el titnico esfuerzo que

    tal actitud exige. Pero, en realidad, no podemos oponernos a la corriente de la vida que nos

    arrastra sino avanzando hacia la fuente de dicha corriente. Corremos el riesgo de sucumbir; pero

    en el instante de suprema angustia nos salva un fenmeno venturoso: las olas oyen nuestro grito y,

    cosa sorprendente, la corriente se detiene por unos instantes, como cuando, de repente, un

    espritu superior habla al mundo. Y de nuevo se zambulle el atrevido nadador; su empeo se

    centra, no en la vida, sino en la fuente de la vida. Quin, as que ha alcanzado esta fuente,

    sentira placer en lanzarse de nuevo a la corriente? Desde la venturosa altura contempla el mar

    lejano con sus monstruos destruyndose unos a otros; vamos a tomarle a mal lo que all se

    destruye, si l lo niega?

    Y qu dir a todo esto el pblico? Yo opino que la obra ha terminado, y el pblico se dispersa.

    ___

    Impreso por primera vez en Bayreuther Bltter, editado por Hans von Wolzogen, en octubre de

    1878.

    (1) Emanuel Schikaneder.

    (2) Pblico y popularidad, asimismo en Bayreuther Bltter, 1878.

    (3) Botho von Hlsen (Berln, Hannover, Kassel, Wiesbaden).- See more at:http://www.archivowagner.com/indice-de-autores/177-indice-de-autores/w/wagner-richard-1813-1883/475-el-publico-en-tiempo-y-espacio#sthash.9at45Yun.dpuf

    Religin y arte

    Wagneriana, n1. 1977

    Por Richard Wagner

    http://www.archivowagner.com/indice-de-autores/177-indice-de-autores/w/wagner-richard-1813-1883/475-el-publico-en-tiempo-y-espacio#sthash.9at45Yun.dpufhttp://www.archivowagner.com/indice-de-autores/177-indice-de-autores/w/wagner-richard-1813-1883/475-el-publico-en-tiempo-y-espacio#sthash.9at45Yun.dpufhttp://www.archivowagner.com/indice-de-autores/177-indice-de-autores/w/wagner-richard-1813-1883/475-el-publico-en-tiempo-y-espacio#sthash.9at45Yun.dpufhttp://www.archivowagner.com/indice-de-autores/177-indice-de-autores/w/wagner-richard-1813-1883/475-el-publico-en-tiempo-y-espacio#sthash.9at45Yun.dpufhttp://www.archivowagner.com/indice-de-autores/177-indice-de-autores/w/wagner-richard-1813-1883/475-el-publico-en-tiempo-y-espacio#sthash.9at45Yun.dpufhttp://www.archivowagner.com/indice-de-autores/177-indice-de-autores/w/wagner-richard-1813-1883/475-el-publico-en-tiempo-y-espacio#sthash.9at45Yun.dpuf
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    Virtualmente encuentro en la religin cristiana todas las tendencias a cuanto hay de ms sublime

    y noble; en cuanto a las diferentes formas que asume en la vida, me parecen tan repelentes y de

    mal gusto slo porque no constituyen sino errneas representaciones de lo que en ella hay desublime.

    Schiller a Goethe

    I

    Se podra decir que all donde la religin se hace artificiosa, est reservado al arte el salvar el

    ncleo sustancial, penetrando los smbolos mticos - que sta pretende que sean credos como

    verdaderos en el sentido literal del trmino- segn sus valores simblicos, en los que reconoce, a

    travs de su representacin ideal, la verdad ideal que en ellos se esconde.

    Mientras que para el sacerdote es importante que la alegoras religiosas sean consideradas

    realidad de hecho, esto no importa en modo alguno al artista, el cual, sin ambages, presenta

    libremente su propia obra como su invencin. La religin sobrevive slo como artificio cuando se

    encuentra en la necesidad de desarrollar cada vez ms sus smbolos dogmticos, protegiendo con

    esto la Unidad, la Verdad y la Divinidad que vive en ella con un cmulo siempre creciente de

    elementos en s increbles que se encomiendan slo a la Fe. Advirtiendo esto la religin ha pedido

    siempre el auxilio del arte, que a su vez fue incapaz de su ms alto desarrollo en tanto que se limit

    a proponer a la devocin de los sentidos aquellas pretendidas verdades reales de los smbolos,

    produciendo solamente imgenes idlatras de fetiches, mientras que cumpli su verdadero

    cometido cuando, mediante la representacin ideal de la imagen simblica, contribuy a la

    comprensin de su ntima sustancia, es decir, de la verdad divina inexpresable.

    Para ver claro todo esto hara falta averiguar muy cuidadosamente el modo como surgieron las

    religiones. Ciertamente, deben parecernos tanto ms divinas cuanto ms simple es su sustancia.

    La base ms profunda de toda religin verdadera se reconoce en realidad en la conciencia que la

    misma tiene de la caducidad del mundo, y en la medida en que de este conocimiento pueda

    extraerse su impulso liberador. Hay que reconocer, evidentemente, que en todos los tiempos fue

    necesario un esfuerzo sobrehumano para conseguir revelar al pueblo, al hombre enraizado en la

    naturaleza, este conocimiento liberador, y que, por tanto, la obra de mayor xito del fundador de

    una religin ha consistido siempre en la invencin de aquellas mticas alegoras por las cuales el

    pueblo, a travs de la fe, poda ser inducido a seguir realmente la enseanza fundamental. A este

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    respecto, hay que considerar como una caracterstica de la religin cristiana el hecho de que su

    verdad ms profunda estuvo siempre abierta y determinantemente destinada a confortar y ayudar a

    los pobres de espritu.

    En cambio la enseanza de los brahmanes estaba destinada solamente a los que seguan loscaminos del conocimiento, de modo que los ricos de espritu consideraron a la masa humana,

    enraizada en la naturaleza, como excluida de la posibilidad del conocimiento, de forma que slo

    era capaz de llegar a la conciencia de la nulidad del mundo a travs de numerosos renacimientos.

    El que existiese un camino ms breve para alcanzar la salvacin lo mostr a los pobres tambin el

    Iluminado, el Despertado: el sublime ejemplo del Budda no pareca suficiente a sus seguidores; la

    ltima gran enseanza, la de la unidad de todos los vivientes, no poda en realidad hacerse

    accesible a los discpulos sino a travs de una explicacin mtica del mundo, en la que la riqueza

    de smbolos y la amplitud de alegoras estaba tomada de las bases metafsicas de la doctrinabrahmnica y de su sorprendente riqueza y fecundidad espiritual. No haba llegado jams en este

    punto, a simbolizar los mitos y las alegoras el propio y verdadero arte ind, de forma que tal tarea

    fue asumida por la filosofa, que acompao con sus refinadas elaboraciones la constitucin de los

    dogmas religiosos.

    De modo diferente ocurri en la religin cristiana. Su fundador no fue un sabio, sino un ser divino;

    su doctrina consisti en la voluntad del dolor: creer en l signific imitarlo, y esperar la salvacin

    quiso decir, sencillamente, reunirse con l. A los pobres de espritu no les fue necesario poseer una

    explicacin metafsica del mundo; el conocimiento de su dolor estaba ntimamente presente en su

    sensibilidad, y lo nico que les fue pedido por el divino fundador fue que no cerrasen sus

    corazones a tal conocimiento. Est claro que si la fe de Jess hubiese quedado como patrimonio

    de los pobres, el dogma cristiano hubiera llegado a nosotros como la ms simple de las religiones;

    en realidad era algo demasiado simple para los inteligentes y ricos de espritu, y todas las

    confusiones increbles, producidas por el espritu de las sectas en los tres primeros siglos de vida

    del cristianismo, no fueron ms que luchas sin fin, entendidas por los ricos de espritu para hacer

    propia la fe de los pobres de espritu, desviando y torciendo la verdadera sustancia de las cosas

    con la violencia de los conceptos.

    La Iglesia no se decidi al fin a rechazar la elaboracin filosfica de los artculos de una fe

    destinada a la acogida por el sentimiento; lo que le habra debido conferir, en virtud de su origen,

    una dignidad sobrehumana, y acab por tomarlo prestado del resultado de las competencias entre

    las sectas, sacando de ellos toda aquella complicada masa de mitos, para los cuales pretendi

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    finalmente imponer una fe incondicionada, con despiadado rigor, como si se hubiese tratado de

    verdades de hecho.

    Para juzgar la fe en los milagros, la mejor va es la de tomar en consideracin la mutacin que se

    pretende del hombre natural, el cual en primer lugar considera al mundo y sus manifestacionescomo lo nico verdaderamente real; porque precisamente se exige en este caso que, por el

    contrario, reconozca el mundo como pura apariencia y como nada, buscando la propia y autntica

    verdad fuera de l. Si a pesar de ello se define como milagro un proceso en virtud del cual se

    suspenden las leyes de la naturaleza, y despus de madura reflexin se percata de que estas

    leyes estn en realidad fundadas tan solo en nuestra actividad representativa, y ligadas

    indisolublemente a nuestras funciones cerebrales, la fe en el milagro pasa a ser claramente un

    corolario casi necesario en la transformacin que se opera en la voluntad de la vida contra las

    aspiraciones de la naturaleza. El mayor milagro es, en todo caso, para el hombre natural, estatransformacin de la voluntad, en la cual se contiene ya la suspensin de las leyes de la

    naturaleza; mientras que lo que produce tal conversin debe estar necesariamente muy por encima

    de la Naturaleza y poseer potencia sobrehumana, de forma que la unin con esa potencia

    sobrehumana es la nica cosa deseable y digna de ser perseguida. A sus pobres, Jess les

    signific este mundo divino llamndolo Reino de Dios, y contraponindolo al Reino de este mundo;

    aqul que llamaba a s a los fatigados y oprimidos, a los que sufren y a los perseguidos, a los

    pacficos y a los benignos, a los que aman a sus enemigos y al universo entero, era su Padre

    celeste, y l era el Hijo enviado a aqullos sus hermanos.

    Aqu hay que ver el mayor de los milagros, y lo llamamos, por eso, Revelacin. Cmo haya sido

    posible despus sacar una religin de Estado para emperadores romanos y verdugos de herejes,

    lo veremos mejor ms adelante; lo que aqu nos interesa, es el modo en que se han venido

    formando, casi por necesidad, aquellos mitos, cuyo excesivo desarrollo acab por quitar prestigio,

    debido a las superfluas artificiosidades, al dogma, pero que sin embargo trajo al arte nuevos

    contenidos ideales.

    Lo que generalmente entendemos por eficacia artstica es sustancialmente la elaboracin de la

    imagen; el arte, as pues, intuye la imagen del concepto, en la cual este ltimo se manifiesta

    exteriormente a la fantasa; y lo eleva, mediante la elaboracin de las alegoras en perfectas

    imgenes que encierran en s la sustancia, al rango de una revelacin. Muy bien se expresa

    nuestro gran filsofo a propsito de la imagen ideal de la estatua griega. En ella el artista casi

    mostr a la naturaleza lo que ella habra querido pero no haba podido ser plenamente; por lo cual,

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    el ideal artstico super a la naturaleza. De la fe de los griegos en los dioses podra decirse se

    atuvo siempre al antropomorfismo, segn la tendencia artstica helnica.

    Sus dioses fueron imgenes claramente individualizadas y definidas; sus nombres servan para

    determinados conceptos generales, del mismo modo que los nombres de los objetos coloreadosservan para definir los mismos distintos colores, para los cuales los griegos no tenan

    denominaciones abstractas como las nuestras; y los llamaban dioses para indicar su naturaleza

    divina; en cuanto a lo divino en s lo llamaban "el Dios".

    Jams pas por la mente de los griegos el pensar en Dios como persona y conferirle una figura,

    como hicieron, sin embargo, con sus dioses; Dios qued como un concepto confiado a la

    definicin de los filsofos, en torno a cuya clara determinacin en vano se afan por largo tiempo el

    espritu helnico, hasta que ocurri que, de una masa de pobre gente entusiasta, lleg la increble

    nueva de que el Hijo de Dios se haba sacrificado en la Cruz por la liberacin del mundo de las

    ataduras del pecado y del engao. En este punto no hay nada que hacer ya con las magnficas y

    diversas elucubraciones de la razn humana, la cual, sin embargo, intent percibir la naturaleza de

    este Hijo de Dios que haba pasado sobre la tierra y haba sufrido hasta la infamia: una vez

    manifestado, con su aparicin, el gran milagro de la Transformacin de la voluntad de vida, que los

    creyentes advertan en s mismos, ya en esto estaba comprendido el otro milagro de la divinidad

    del Salvador. Pero con esto se admita tambin, automticamente, que Dios se haba manifestado

    en forma humana: el cuerpo puesto sobre la cruz en el doloroso martirio era la misma imagen del

    infinito amor misericordioso. Era, quizs, tambin, un smbolo apto para suscitar la ms alta

    compasin, la adoracin del dolor, y la imitacin a travs del aniquilamiento de todo querer

    egocntrico y egoista?. No, era una imagen, una verdadera y presente realidad humana. En ella y

    en su eficacia sobre el sentimiento humano reposa todo el encanto en virtud del cual la Iglesia

    acab por asimilar el mundo greco-romano. Lo que, al contrario, deba hacerle nocivo, y conducir al

    fn al atesmo cada vez ms pronunciado de nuestros tiempos, fue la unin, impuesta con tirnica

    violencia, de esta divinidad en cruz con el Creador del cielo y de la tierra hebraico, Dios iracundo y

    vengativo, el cual parece que tuvo mejor fortuna que el misericordioso Salvador de los pobres,

    ofrecido en sacrificio a los hombres. Pero aqul Dios fue en realidad repudiado por los artistas:

    Jahv en la zarza ardiendo, o incluso el digno anciano de la barba blanca, que surge de las nubes

    como Padre que bendice al propio Hijo no poda decir mucho al nimo del creyente, aunque fuese

    ofrecido con todas las elegancias del arte; mientras el Dios que sufre en la cruz, con el rostro

    cubierto de sangre y de heridas, aun cuando fuese representado artsticamente de modo tosco,

    conmueve en todos los tiempos.

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    Como empujada por una necesidad de carcter artstico, la fe, aun dejando en su sitio al Padre

    Jahv, se desliz hacia el necesario milagro del nacimiento del Salvador del seno de una Madre

    que, dado que no era Ella misma divina, se haca divina por el hecho de que, Virgen, procreaba,

    contra toda ley de la naturaleza al Hijo, sin concepcin humana. Un concepto infinitamente

    profundo expresado en forma milagrosa. Con todo, encontramos ms veces en el curso de la

    historia del cristianismo el fenmeno de la capacidad de realizar milagros en virtud de la pureza

    virginal, en lo cual se mezcla una explicacin metafsica con una explicacin fisiolgica, reforzando

    la una a la otra, propiamente en el sentido de Causa finalis de acuerdo con una Causa efficiens;

    el milagro de la maternidad sin concepcin natural resulta, como fuere, plausible slo en virtud del

    mayor milagro que es el mismo nacimiento de Dios: puesto que en ste se manifiesta la negacin

    del mundo, como vida ejemplar sacrificada al fin de la Salvacin. Dado que el Salvador no tiene

    pecado, ni siquiera la capacidad de pecar, ya antes de su nacimiento deba estar en El

    completamente anulada la voluntad para quien no poda propiamente padecer, sino slo

    compadecer; y la raz de esto deba manifestarse necesariamente en su nacimiento, producida no

    por voluntad de vida, sino por la voluntad de liberacin de la vida. Pero esto, que, naturalmente,

    poda intuirse solamente en el entusiasmo de la iluminacin religiosa, estuvo, como artculo de fe,

    expuesto a las ms graves deformaciones por parte de la concepcin realista popular. Era fcil

    decirle: Inmaculada Concepcin de Mara; ms difcil pensarla y ms an imaginaria. La Iglesia,

    que en el Medioevo confiaba las pruebas de sus artculos a la filosofa escolstica, trat al fin de

    recurrir a las representaciones sensibles: sobre el portal de la Iglesia de San Ciliano en Wrzburg,

    se ve en un bajo relieve la dulce imagen de Dios, que, surgiendo de una nube, insufla, mediante

    una caa, el embrin del Salvador en el cuerpo de Mara. Es un ejemplo que vale para todos.

    Hemos sealado desde el principio la decadencia de los dogmas religiosos, los cuales caen en el

    artificio, expresando nuestra contrariedad al respecto; pero este mismo ejemplo puede servir para

    mostrar de la forma ms clara el papel que asume el verdadero arte con su poder idealizador, slo

    con que- pensemos en las imgenes de los divinos artistas, como por ejemplo la llamada Madonna

    Sistina, de Rafael. Aun en cierto sentido realista a la manera eclesistica, se trata de la

    representacin adoptada por los grandes artistas del milagro de la Concepcin de Mara, cuyaAnunciacin es realizada por un ngel que se le aparece; sin embargo, aparece ya la belleza

    espiritual, despojada de toda sensualidad de las figuras, y que sugiere el presagio del divino

    misterio. El cuadro de Rafael, por el contrario, muestra la realizacin del divino milagro operado en

    la Virgen Madre, la cual tiene en brazos, en una luz de revelacin, al hijo nacido de su seno. Y hay

    en esto una belleza que el mundo antiguo, pese a estar tan dotado artsticamente, no haba ni

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    siquiera presagiado: puesto que no se trata ya de la severa castidad que hace intocable a

    Artmide, sino del mismo Amor divino alejado de toda posibilidad de conocimiento de un defecto de

    castidad, lo que produce, desde lo ms ntimo de la negacin del mundo, la afirmacin de la

    liberacin y de la salvacin. Y he aqu que es precisamente este inexpresable milagro el que

    vemos ante nosotros, con nuestros ojos, noble y claro, completamente ligado a la ms escogida

    experiencia de nuestro ser profundo, y distante an de toda pensabilidad de experiencia real; de

    modo que, si la representacin griega de la naturaleza pona ante los ojos el ideal no alcanzado por

    ella, ahora es el artista quien ofrece finalmente el secreto, intangible e indeterminable

    conceptualmente, del dogma religioso en una especie de abierta revelacin, que no se realiza ya

    en el mbito de la razn razonable, sino en el de la intuicin extasiada.

    Otro dogma se ofreca asimismo a la imaginacin del artista, precisamente aquel que la Iglesia

    pareci tener en ms que el otro de la salvacin mediante el amor. El vencedor del mundo habasido tambin el juez del mundo. El divino nio haba lanzado desde lo alto de los brazos de la

    Virgen Madre su mirada sobre el mundo, reconocindolo, ms all de la multiplicidad de las

    apariencias excitantes de los deseos, tal y como es en su verdadera esencia, presa de la muerte y

    envuelto por el terror de la muerte. Ante la potencia del Redentor, este mundo de odio y de codicia

    no poda resistir; l llamaba al desamparado cargado de penas a la redencin, a travs de la

    pasin y de la compasin, en el reino de Dios, mostrndole el naufragio del mundo, pesado sobre

    la balanza de la justicia, en la charca de sus pecados. Desde las amenas colinas soleadas, desde

    las que con un amor predilecto anunciaba la salvacin al pueblo, siempre en forma clara ycomprensible, mediante imgenes y parbolas, El indicaba a sus pobres el desierto y triste valle de

    la Geenna, donde el da del juicio habran acabado la avaricia y la voluntad homicida. El Trtaro, el

    Infierno, Hela, todos los lugares del castigo postmortal de los viles y malvados, se encontraron en

    la Geenna; y hasta hoy, la Iglesia ha continuado espantando con el Infierno a las almas, mientras el

    Reino de Dios se ha ido alejando cada vez ms. Y he aqu el Juicio Universal, esperanza para

    unos y terror para otros. No hubo nada de horrible y repugnante que no fuese empleado con

    escalofriante artificio por la Iglesia, para suministrar a la fantasa aterrorizada de los pueblos

    imgenes del lugar de eterna condonacin, llamando a tal fin a recopilacin a todas lasrepresentaciones mitolgicas de las religiones ligadas a la creencia de penas infernales.

    En la piedad de tanto horror, un sobrehumano artista sinti la vocacin de representar del mismo

    modo este tremendo suceso, como si al cumplimiento de la idea cristiana no le debiese faltar la

    pintura del Juicio Final. Si a Rafael le plugo mostrar a Dios nacido en el vientre del ms sublime

    amor, Miguel Angel represent su extraordinario fresco a Dios llevando a cabo su terrible tarea, en

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    los que haba tantos ejemplares en el ambientes de los prncipes mundanos y eclesisticos de

    aquellos tiempos singulares, se convirti en una agradable y fecunda tarea del pintor, quien por

    otra parte haba sabido sacar siempre sus motivos para la representacin de lo bello del encanto

    sensible femenino, por todas partes presente. En el ltimo ocaso de la artstica idealizacin del

    dogma cristiano relampague la aurora del retorno al ideal artstico griego; no obstante, no era la

    leccin de aquel mundo antiguo, esto es, la unidad del arte helnico con la religin antigua, que

    haba producido aquella su perfeccin, pero que. no poda ahora servir. Basta echar una mirada

    sobre una antigua estatua de Venere, comparndola con una pintura italiana con figura femenina,

    tambin llamada Venere, para comprender la diferencia que existe entre el ideal religioso antiguo y

    el moderno realismo humano. Del arte antiguo deriv slo el sentido de las formas, mas no su

    contenido ideal; mientras, de este retorno hua ahora el ideal cristiano, y slo el mundo real

    permaneca tangible para los nuevos artistas. Cmo acab despus por ser representado este

    mundo real, y qu motivos fuese ofreciendo al arte figurativo, es problema que queremos dejar de

    lado, limitndonos a constatar que el mismo arte, destinado a alcanzar las ms altas cimas en su

    afinidad con la religin, cuando ve menoscabado este carcter, acaba, como ha ocurrido, por

    decaer completamente, como es difcil no admitir.

    Pero para entrar en contacto, una vez ms, con aquella afinidad a que nos hemos referido,

    buscando el ncleo ms profundo, echemos ahora una mirada a la msica.

    Si la pintura consigui hacer intuitivo el contenido ideal del dogma, que ofreca bajo la forma de

    conceptos alegricos, poniendo como objeto de las representaciones idealizadoras la misma

    imagen alegrica, sin verse obligada a poner polmicamente en duda la credibilidad real, el arte

    potico, por el contrario, debi dejar intacto, como hemos visto, en su intangibilidad, los dogmas de

    la religin cristiana, por el hecho de que, trabajando precisamente mediante conceptos, no poda

    hacer menos que tomar como carga la forma conceptual del dogma. Por ello, quedaba libre para la

    poesa slo la expresin lrica del rezo o de la adoracin esttica, la cual, a su vez, dado que el

    concepto poda slo ser tratado en el estilo fijado cannicamente, habra encontrado

    necesariamente su ms libre desemboque en la a-conceptualidad de la expresin musical. Slo en

    la msica, la lrica cristiana lleg de hecho a un propio y verdadero arte. La msica eclesistica era

    cantada sobre las palabras de los conceptos dogmticos; pero en su efecto fnico desenlazaba y

    dilua las palabras, junto con sus conceptos, hasta anular su inteligibilidad, ofreciendo a la

    sensibilidad extasiado de los oyentes el contenido emotivo. En trminos rigurosos, la msica es el

    nico arte que corresponde perfectamente a la fe cristiana, de forma que la nica msica que, al

    menos hoy, conocemos como arte, es precisa y nicamente un producto del cristianismo. A su

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    formacin no contribuy el resurgir del arte antiguo, cuyo aspecto universal nos es completamente

    desconocido, razn por la cual la msica es tambin el arte ms joven y ms capaz de infinitos

    desarrollos y efectos. No es nuestra misin indagar la evolucin que ella ha sufrido hasta hoy o

    sufrir en el porvenir, dado que aqu debemos considerar solamente la afinidad que la liga con la

    religin. En este sentido, despus de la alusin que hemos hecho del necesario disolverse, en el

    campo de la poesa lrica, del concepto verbal de la imagen sonora, es necesario reconocer que la

    msica revela la verdadera sustancia de la religin cristiana, con incomparable plenitud. Y, por

    esto, querramos ponerla en la misma relacin con la religin, en la que percibimos la imagen del

    divino Nio frente a la de la Virgen Madre, en la pintura de Rafael; porque, en cuanto forma pura de

    un contenido divino completamente desenlazado del concepto, puede valer, para nosotros, como

    un renacer liberador del dogma divino operado por la constatacin de la nulidad del mundo

    fenomnico. Tambin la figura ms ideal trazada por el pintor, que, debido a las atenciones por el

    dogma, determinada por el concepto; y aquella sublime figura virginal de la Madre de Dios nos

    eleva slo por encima del concepto, hostil a la razn del milagro, mostrndonos sin embargo a la

    imagen. Por ello decimos: significa esto. Pero la msica nos dice: es as, porque impide, de golpe,

    todo dualismo entre concepto y sensacin, en virtud de la imagen sonora completamente lejana del

    mundo de las apariencias, incomparable con todo elemento real, penetrando en nuestro espritu

    como por encanto.

    Qued, pues, como misin de la msica, en virtud de esta sublime propiedad suya, el

    desembarazarse, por fin, completamente, del concepto verbal; la msica ms pura concret estaliberacin, contemporneamente a la cada del dogma religioso, a vano juego de charlatanera

    racionalista o jesutica.

    Pero la completa mundanizacin de la Iglesia trajo consigo, como consecuencia, tambin, la

    mundanizacin de la msica; en los pases en donde ambas estn todava unidas, como, por

    ejemplo, en la Italia actual, no hay diferencia entre lo que sucede en la Iglesia y lo que ocurre en

    cualquier parada mundana. Slo la definitiva separacin de la decadente Iglesia hizo posible el arte

    de los sonidos conservarse como la ms noble herencia de la idea cristiana, en la pureza

    innovadora de su supramundo; la sustancial afinidad de una sinfona beethoveniana con una

    religin pursima, floreciente sobre el tronco de la revelacin de Cristo, se nos aparecer mejor en

    la continuacin de nuestra exposicin.

    Para llegar, entretanto, debemos an recorrer antes un fatigoso camino, que nos muestre el motivo

    de la decadencia de las ms altas religiones, e, implcitamente del naufragio de todas las culturas

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    aquella doctrina brot de la premisa del reconocimiento de la unidad de todo ser viviente, y de la

    ilusin de nuestra concepcin sensible, que nos muestra esa unidad bajo el aspecto de

    multiplicidad y diversidad sin fin. Era el resultado de un profundsimo conocimiento metafsico; y

    cuando el brahmn, frente a la interminable multiplicidad de las formas del mundo viviente,

    exclamaba: Esto eres t!", se despertaba instantneamente, en el que escuchaba, el

    conocimiento de la verdad, segn la cual, sacrificando una de las criaturas vivientes como

    nosotros, no se hace otra cosa sino matamos y devoramos a nosotros mismos. El animal se

    diferencia del hombre slo por el grado de su desarrollo intelectual, y en todo lo que precede a tal

    grado, pero, sin embargo, sufre y desea, se manifiesta en l la misma voluntad de vida que

    aparece en el hombre dotado de razn, y esta voluntad de vida busca paz y liberacin en este

    mundo de las mudables formas y de las fugaces apariciones; y, en fin, la paz del descompuesto

    deseo y de la tensin sin fin puede slo obtenerse a travs del ms riguroso ejercicio de la

    benignidad y la compasin hacia los vivientes; sta es la verdad religiosa, irrebatible que ha

    permanecido como patrimonio de los brahmanes y de los budistas, hasta el da de hoy. Hacia

    mediados del siglo pasado, por ejemplo, especuladores ingleses compraron toda la cosecha india

    de arroz, produciendo con esto una caresta en el pas que cost millones de vctimas, que

    perecieron de inanicin debido a sus amos. Testimonio patente de la pureza de una fe religiosa,

    con la cual todava aquellos creyentes se excluan a s mismos de la llamada historia.

    Si nos dirigimos, sin embargo, ms de cerca, a los xitos conseguidos y documentados de nuestro

    gnero humano, no podemos menos de percibir la razn de su piadosa inconsistencia en la locura,que toma como ejemplo la bestia feroz, cuando, ni siquiera ya impelida por el hambre, se lanza

    sobre la presa por el puro placer de desencadenar la violencia de sus energas. Si los fisilogos

    estn todava dudosos en tomo al problema de si el hombre est, por naturaleza, destinado a la

    alimentacin animal o vegetal, la historia nos lo muestra, sin lugar a dudas, desde su primera

    aparicin, ya avanzado en el camino del desarrollo como animal de presa. Conquista tierras,

    somete las especies que se nutren de frutos, funda - venciendo a otros vencedores grandes reinos,

    constituye estados y construye civilizaciones, para disfrutar en paz de los frutos de sus rapias.

    Por muy deficientes que sean nuestros conocimientos cientficos sobre el punto de partida de este

    desarrollo histrico, podemos, sin embargo, admitir que el nacimiento y la primitiva sede de las

    razas humanas debe establecerse en tierras clidas, y cubiertas de rica vegetacin; ms difcil

    parece decidir qu grandiosas modificaciones del gnero humano, ya en pleno desarrollo, hayan

    impulsado a una gran parte de l a salir de sus lugares naturales de origen, y dirigirse a regiones

    ms rudas e ingratas. Los aborgenes de la actual pennsula india vivan quizs, en los primeros

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    albores de la historia, en los valles ms fros de los altiplanos del Himalaya, y se nutran mediante

    la cra de ganado y la agricultura. De all emigraron, bajo el impulso de una regin benigna, que

    corresponda a las necesidades de la vida pastoril, a los ms, bajo valles del Indo, para volver, de

    nuevo, a la posesin de su tierra de origen, es decir, a las tierras del Ganges.

    Grandes y- profundas deben haber sido las impresiones de este retomo sobre el espritu de las

    estirpes humanas tan ricas ahora en experiencias: a las necesidades de la vida se les ofreca,

    generosa, una opulenta naturaleza, generadora de toda clase de bienes; la contemplacin y la

    recogida meditacin indujeron probablemente a aquellas gentes, que ya no tenan preocupaciones

    por su sustento, a profundas consideraciones en tomo al mundo, del cual no haban conocido hasta

    entonces ms que necesidades, preocupaciones, imposibilidad de rehuir el duro trabajo, la

    competencia y la lucha por la existencia. Al brahmn, que se senta ahora como renacido, los

    guerreros debieron presentrsela como tutores de la paz eterna, necesarios, y por tanto dignos decompasin; pero los cazadores se les presentaron ciertamente como seres horribles, y los

    carniceros de sus animales domsticos, francamente inconcebibles. En este pueblo, no se

    desarrollaron en las encas colmillos de jabal, y, sin embargo, no fue menos valiente que los otros

    pueblos de la tierra, y supo soportar valerosamente todos los tormentos que le fueron inflingidos

    por sus tardos perseguidores, por la pureza de su fe dulce y serena, de la que jams un brahmn

    o un budista se dej desviar por miedo o por clera, como sucedi, por el contrario, entre los

    creyentes de todas las dems religiones.

    En los mismos valles de las tierras del Indo, se verific aun ms esta separacin por la cual

    estirpes consanguneas se separaron de los que volvan a la antigua tierra natal del sur, para

    penetrar, hacia Occidente, en las amplias tierras de la Asia Menor, donde los vemos, en el

    transcurso del tiempo, como fundadores y conquistadores de poderosos reinos, erigiendo, cada

    vez con mayor determinacin, monumentos histricos. Estos pueblos haban recorrido los desiertos

    que separan los extremos de Asia de la tierra del Indo; el animal de rapia, fustigado por el

    hambre, les haba enseado a no servirse ya slo de la leche como alimento, sino tambin de la

    carne de sus rebaos, hasta que, pronto, slo la sangre pareci capaz de alimentar el valor de los

    conquistadores. Ya las rudas estepas de Asia, que se extienden al norte, sobre las montaas

    indias, donde la huida ante extraordinarios procesos naturales haba expulsado a los habitantes a

    regiones ms benignas, haban criado a la bestia humana feroz. Fue de all de donde surgieron,

    en todos los tiempos antiguos y recientes, las oleadas de destruccin y asfixia de toda tendencia

    dulce, como narran las leyendas originarias de las estirpes irnicas, llenas de luchas continuas con

    los pueblos tirnicos de las estepas. Agresin y defensa, necesidad y lucha, victoria y derrota,

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    seoro y esclavitud, todo siempre sellado con la sangre: he aqu lo que de ahora en adelante

    cuenta la historia de las estirpes humanas.

    Y, sucediendo a las victorias de los fuertes, rpidos relajamientos debidos a culturas aportadas por

    los pueblos esclavizados; en fin eliminacin de los degenerados por parte de nuevas energasrudas, ataques de espritus sanguinarios, an indmitos. En esta progresiva decadencia, la sangre

    y los Cadveres parecen haberse convertido en el nico alimento digno de los conquistadores: una

    cena de Tieste habra sido imposible entre los indios; y fue, as y todo, un mito, con el cual, como

    con otros, se deleit la imaginacin humana, una vez. que se le hizo familiar el asesinato de los

    hombres y de los animales. Por otra parte, cmo puede ya la fantasa del hombre civil moderno

    volver la cabeza con disgusto ante semejantes imgenes, una vez que se ha acostumbrado a ver

    un matadero parisiense en pleno trabajo a primeras horas de la maana, o un campo de batalla,

    por la tarde, tras una gloriosa victoria? Ciertamente hemos ido an ms all de lo simbolizado en elbanquete de Tieste, dado que a nosotros nos son posibles despiadadas ilusiones sobre una

    realidad que a nuestros antiqusimos antepasados se presentaba en todo su horror. Hasta aquellos

    pueblos. que, como conquistadores, avanzaron sobre Asia Menor, manifestaron un sentimiento de

    sorpresa por la corrupcin, en la cual se hallaron sumidos a travs de conceptos religiosos

    severos, como los que se encuentran. en el fondo de la religin de Zoroastro. El Bien y el Mal: Luz

    y Oscuridad, Orrnuzd y Arimani, lucha y accin, creacin y destruccin. Hijos de la Luz, tened

    horror de la noche, aplacad el Mal, y obrad el Bien!. En esta mxima se advierte an un espritu

    afn al del antiguo pueblo indio, pero envuelto ahora en el pecado, y en la duda acerca del xito dela lucha que no se extinguir jams.

    Otro camino de salida busc la voluntad del hombre, cada vez ms sapiente, entre tormentos y

    dolores de su pecaminosidad, sobre la ruina que iba desnaturalizado progresivamente su innata

    nobleza: estirpes altamente dotadas, a las que resultaba tan difcil volver al Bien, consiguieron, sin

    embargo, coger el fruto de la Belleza.

    Inmersos en la plena afirmacin de la voluntad de vida, los espritus, helnicos no escaparon,

    desde luego, a la conciencia del semblante terrible de la existencia, pero consiguieron, sin

    embargo, hacer de esa misma conciencia una fuente de intuicin esttica: el Heleno mir, cara a

    cara, a lo horrendo en toda su autenticidad; sta, no obstante, se hizo en l estmulo hacia una

    representacin, que la autenticidad misma haca bella. En el espritu griego vemos, por as decirlo,

    obrarse una especie de cambio, de juego alternando entre la capacidad de crear formas y de

    conocer, en el que el gozo del formar busca dominar el terror del conocer.

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    Satisfecho con esto, contento del fenmeno, porque ya ha aprendido a aprisionar en l la realidad

    desnuda del conocimiento, no se hace preguntas acerca del fin de la existencia, y deja sin resolver

    el conflicto del bien y el mal, semejante en esto a los parsis, aceptando gustosamente la muerte

    por una vida bella, y dispuesto a hacer bella tambin a la muerte.

    Hemos hablado, en sentido elevado, de juego, y, propiamente de un juego del intelecto en su

    liberacin de la voluntad, a la cual sirve, de ahora en adelante, slo como instrumento de la

    contemplacin del propio yo, pero con esto hemos hablado en realidad de los ricos de espritu. La

    desdicha, sin embargo, de la constitucin mundana, es que todos los grados del desarrollo de las

    manifestaciones de la voluntad, empezando por los elementos primeros hasta llegar (a travs de

    las ms bajas organizaciones), al ms rico de los intelectos humanos, estn juntos el uno al lado

    del otro en el espacio y en el tiempo, por lo que la ms alta organizacin est siempre presente y

    operante junto a las manifestaciones ms bajas y groseras de la voluntad. Tambin la florescenciadel espritu helnico estaba ligada a las condiciones de esta complicada existencia, la cual tiene

    por fundamento un planeta que se mueve segn leyes fatales con todas sus criaturas que, vistas

    retrospectivamente, aparecen cada vez ms rudas y despiadadas. As se lleg a colmar el mundo,

    en toda su extensin, como un hermoso sueo de la humanidad, con su perfume engaoso del

    cual pudieron no obstante gozar slo los espritus liberados de las rudas necesidades del

    sobrevivir; No constitua esto precisamente un juego, donde el momento en que la realidad no es

    nada mas que sangre y crimen, personajes indmitos, donde la fuerza es la que manda, y la misma

    liberacin del espritu parece alcanzable slo a precio de esclavitud?. No poda dejar de revelarse,a la postre, como un juego despiadado, este ocuparse del arte y este placer que se obtena al

    sentirse libres de las necesidades del sobrevivir, apenas en el arte no se lograse ya crear nada

    nuevo; porque el ideal y su logro haba sido una cosa privada del genio individual; pero lo que dura

    por encima del genio no es ms que el pasatiempo de las habilidades logradas por ste. Y as

    vemos de hecho al arte helnico sobrevivir, sin el genio helnico, en el imperio romano, donde no

    consigui limpiar las lgrimas del ojo de un pobre, ni sacar una gota del corazn rido de un rico. Si

    un lejano rayo de Sol, que se extender sobre el sereno imperio de los Antoninos, logra an

    ilusionarnos, ello fue debido a un breve triunfo del espritu artstico y filosfico sobre el crudomovimiento de las incesantes fuerzas histricas en mtuo exterminio. No obstante, esto tambin es

    ms una ilusin que otra cosa, un relajamiento que tiene slo el aspecto de una pacificacin. En

    vano se intentaba, con medidas de precaucin contra la violencia, detener la violencia. Aquella paz

    mundial descansaba slo sobre el derecho del ms fuerte, y el gnero humano no haba, en

    realidad, cesado jams, desde que haba cado en la codicia sangrienta de la rapia, de creerse en

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    el derecho de alcanzar, nicamente con la fuerza de aquel principio, la posesin y el goce de los

    bienes. Y esto fue ley tanto para el heleno artista como para el tosco brbaro: no hubo culpa de

    sangre que aquel pueblo que saba tan bien crear, no se atrajese sobre s, en el desgarrador odio

    para con sus vecinos. Hasta que el ms fuerte se acerc tambin a l, para caer a su vez vctima

    del ms violento, y as, siglo tras siglo, poniendo en juego cada vez ms rudas energas, han

    terminado por conducirnos hoy ante gigantescos caones y murallas acorazadas, erigidas para

    nuestra defensa, que se multiplican cada vez ms de ao en ao.

    Siempre ha sucedido que, en medio de la locura de la sed de sangre y rapia, hombres sabios

    llegasen al conocimiento de una enfermedad fundamental del gnero humano, que lo conduce

    fatalmente por el camino de la creciente degeneracin. Algunos indicios provenientes de los

    hombres que viven en estado natural, y mticos recuerdos crepusculares, les permitieron entrever

    cual sera la condicin natural del hombre, y, por contraste, su degeneracin actual.

    Un misterio intrig a Pitgoras, el maestro de la alimentacin vegetariana, pero ningn sabio

    despus suyo especul sobre la esencia del mundo ni refundir su doctrina. Se fueron formando

    paulatinamente sociedades secretas que, lejos de la mirada del mundo y de sus violencias, se

    ejercitaron en seguir la doctrina como un medio religioso de purificacin del pecado y la miseria.

    Hasta que, entre los ms mseros del mundo, apareci el Salvador, para mostrar el camino de la

    redencin, no ya con la doctrina, sino con el ejemplo: di su carne y su sangre, como ltima y ms

    alta ofrenda de expiacin de toda la sangre pecaminosamente vertida y toda la carne

    descuartizada; y por ella di, como cotidiana, a sus discpulos, pan y vino: Alimentaos slo de esto

    de ahora en adelante en memoria ma (1). Es ste el nico oficio de salvacin de la fe cristiana:

    cultivando este banquete se ejercita hasta el fondo la doctrina del Salvador. Una doctrina que la

    Iglesia cristiana persigue siempre con angustiosos remordimientos de conciencia, sin conseguir

    jams ponerla en prctica en toda su pureza, no obstante que, mirado seriamente, constituya el

    ncleo, perfectamente asimilable para todos, del cristianismo. As, se ha convertido en una mera

    accin simblica, ejercitada por el sacerdote, pero alterada en su espritu, mientras su verdadero

    sentido se expresa slo en los ayunos peridicos, practicados sin embargo en su ms estricta

    observancia por parte de las solas rdenes religiosas, ms en el sentido de una privacin para

    incitar a la humildad, que en el de un verdadero y autntico medio de salud corporal y espiritual.

    Quizs fue precisamente la imposibilidad de llevar a las ltimas consecuencias de observancia de

    este precepto del Redentor, mediante la abstencin completa de comida animal por parte de todos

    los creyentes lo que constituy la razn esencial del decaer tan rpido de la esencia de la religin

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    cristiana. Reconocer esta imposibilidad es, de hecho, reconocer la decadencia inevitable del

    gnero humano. Llamada a recoger la herencia del estado fundado sobre la rapia y la violencia, la

    Iglesia deba, segn el espritu de la historia, ver la mejor va en el dominio sobre el imperio y sobre

    los estados. A este fin, para someter estirpes ya decadas, tuvo necesidad del terror; la situacin

    singular, por la que el cristianismo poda considerarse heredero del judasmo, ofreci fcilmente los

    medios para ello. Entre los hebreos, el Dios de un pequeo pueblo haba vaticinado a sus

    secuaces el futuro dominio sobre toda la tierra, con toda cosa que en ella vive y respira, con tal de

    que tuviesen fe en las leyes, observando cuidadosamente las cuales habran debido mantenerse

    apartados de todos los otros pueblos de la tierra. Odiados y despreciado, en virtud de esta su

    particular situacin por todos los otros pueblos, sin una propia capacidad creadora, alimentando

    slo su existencia en el disfrute de la decadencia general, este pueblo habra muy probablemente

    desaparecido en el curso de violentas convulsiones de la historia, como se han extinguido muchas

    de las mayores y ms nobles estirpes; y fue el Islam quien pareci particularmente destinado a

    realizar la obra de la completa extincin del judasmo, habiendo l mismo hecho suyo el dios

    judaico, creador del cielo y de la tierra, al cual erigi, a hierro y fuego, como nico Dios de todos los

    vivientes. Slo que los hebreos no se tomaron a mal el repartir esta soberana mundial de su

    Jahv, dado que haban conseguido ya participar en el desarrollo de la religin cristiana, la cual,

    con todos sus xitos de dominio mundial, cultura y civilizacin, era verdaderamente indicada para

    procurarles, en el curso de los tiempos, el ms amplio de los seoros. Todo comenz con un

    hecho histrico extraordinario: en un ngulo de la apartada Judea haba nacido Jess de Nazareth.

    Sin embargo, no vieron en este origen tan humilde una prueba del hecho de que entre los pueblos

    dominantes y altamente civilizados de la poca, no haba habido lugar alguno apto para el

    nacimiento del Redentor de los pobres, y que slo la Galilea, que se distingua de las otras tierras

    de Palestina por ser objeto de desprecio por los mismos hebreos, haba sido la cuna apropiada de

    la nueva fe, precisamente en virtud de su aparente modestia y humildad (de aqu que a los

    primeros creyentes, pobres pastores y campesinos, torpemente sometidos a la ley de Israel,

    pareci necesario buscar el origen de su Salvador en la estirpe real de David, casi para excusar la

    atrevida oposicin a la ley hebraica. Es ya dudoso que el mismo Jess haya pertenecido a la

    especie hebraica (2), dado que los habitantes de Galilea eran mal vistos por los hebreos

    precisamente por su origen impuro; esta cuestin sin embargo, como todas las que se refieren a la

    existencia histrica del Salvador, debe ms bien ser dejada a los historiadores, los cuales a su vez

    declararon que no saben qu hacer con un Jess sin pecado. En cuanto a nosotros, bastar

    constatar el decaer de la religin cristiana, precisamente, por haber recurrido a la religin hebraica

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    toma para s y para los suyos tierra y capital del pas como posesin personal -y de esto Inglaterra

    nos ofrece en todo momento un magnfico ejemplo -, el debilitamiento y la decadencia de las

    estirpes dominantes hizo tambin desaparecer gradualmente la apariencia brbara de tales

    divisiones injustas de la propiedad: el dinero, con el cual acab por ser arrebatado el terreno y la

    propiedad a los propietarios endeudados hasta los caballos, confiri al comprador el mismo

    derecho disfrutado antes por el conquistador, y en cuanto a la posesin del mundo hay ahora

    acuerdo entre el hebreo y el noble, mientras el jurista busca en general ponerse de acuerdo con el

    jesuita sobre las cuestiones generales de derecho.

    Desgraciadamente, este idlico cuadro tiene su lado negativo en el hecho de que ninguno tiene

    confianza en el otro, porque cada uno hace uso slo, en secreto, del derecho del ms fuerte,

    mientras que toda cuestin que concierne a los intercambios entre los pueblos, parece remitida

    solamente a los hombres polticos, quienes siguen a rajatabla la doctrina de Maquiavelo: aquelloque no quieras que te sea hecho a ti, hazlo a tu vecino.

    Corresponde igualmente a la misma idea estatal el hecho de que nuestros regidores que la

    representan, cuando deben mostrarse en importantes manifestaciones en hbito de principios,

    visten el uniforme militar, feo e inexpresivo, dado sus fines prcticos, mientras que en otros tiempos

    se exhiban en los ropajes, ciertamente ms nobles y dignos, de supremos jueces.

    Constatado, pues, que nuestra complicada civilizacin no tiene precisamente xito en el propsito

    de enmascarar su origen completamente no cristiano, y que no es posible extraer del Evangelio, en

    cuyo espritu no obstante somos educados desde la ms tierna infancia, los elementos que

    expliquen o justifiquen su existencia, no hace falta mucho para ver que nuestra condicin es la de

    una victoria de los enemigos de la fe cristiana.

    A quien ya haya llegado a un claro conocimiento de esto, no le resultar difcil percibir la razn por

    la que, incluso en los sectores pertenecientes a la cultura del espritu, se manifiesta una

    decadencia cada vez ms marcada: la violencia puede civilizar, pero la cultura debe florecer en el

    terreno de la paz, segn el espritu de su mismo nombre, que est extrado de la prctica del

    cultivo de los campos. Fue en este terreno, que slo pertenece al pueblo productor y creador, dedonde surgieron los conocimientos, las ciencias y las artes, alimentadas a su vez por las religiones

    correspondientes a los diversos espritus de los pueblos. Pero he aqu que a estas ciencias y artes

    de la paz, se acerca la ruda violencia del conquistador dicindoles: lo que sirve a fines de guerra

    puede desarrollarse; lo que no sirve, vaya pues a la ruina.

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    As se ve como la ley de Mahoma se ha convertido en la verdadera ley fundamental de toda

    nuestra civilizacin, y se percibe en qu modo, bajo ella, florecen entre nosotros las ciencias y las

    artes. Si, por casualidad, surge una cabeza como es debido, que habla sinceramente desde el

    fondo de su propio corazn, estad seguros de que las ciencias y las artes de la civilizacin sabrn

    indicarle el camino a seguir. Es como si se le preguntase: ests dispuesto a ser til a una

    civilizacin malvada y sin corazn, o no? Las llamadas ciencias naturales, y particularmente la

    fsica y la qumica, se apresuran a demostrar, a los departamentos encargados de la defensa,

    cuntas energas y cuntos materiales destructivos pueden encontrarse por medio suyo en el

    mundo, incluso si desgraciadamente no consiguen aun inventar el modo de evitar los daos

    producidos por el hielo y el granizo. Por esto, estas ciencias resultan particularmente favorecidas;

    por otra parte, las enfermedades devastadoras de nuestra cultura inducen a la vergenza de las

    operaciones de viviseccin realizadas sobre los animales por los llamados fines especulativos, bajo

    la proteccin del Estado que, de este lado, adopta el punto de vista cientfico. En cuanto a la mina

    aportada a una posible evolucin de una cultura popular cristiana por el renacimiento latino de las

    artes helnicas, se encarga de halagar de ao en ao, cada vez ms, una filosofa obtusa y

    chapucera, que menea alegremente la cola en tomo a los tutores de la antigua ley del derecho del

    ms fuerte. Todas las artes son, despus, sin ms, llamadas en ayuda y cultivadas, apenas

    parezcan tiles para encubrir la miseria y para evitar que nos sintamos inmersos en ella:

    Distraccin, distraccin. Por amor de Dios, no os recojais para pensar: a lo ms organizad

    vuestras colectas de dinero para los que han sufrido con las inundaciones o para las vctimas de

    los incendios, para los que, naturalmente, las cajas del Estado no tienen perras! Y es para este

    mundo para el que se continua pintando y creando msica. En los museos continua admirndose y

    explicndose crticamente a Rafael, y su Madonna Sixtina queda para los entendidos,

    naturalmente, como una obra maestra. En las salas de concierto se escucha, desde luego, an, a

    Beethoven; pero si nos preguntamos qu podra significar una Sinfona Pastoral, por ejemplo, para

    nuestros pblicos, el problema, bien mirado, nos inducira a pensamientos que muchas veces han

    hecho apremio en la mente del autor de este artculo, y que est ahora tentado de comunicar a su

    benvolo lector, suponiendo que la denuncia de la profunda decadencia en la que se ha

    precipitado el hombre histrico, no lo haya asustado ya, disuadindole de proseguir la lectura.

    III

    La hiptesis de una degeneracin de la estirpe humana podra ser, a pesar de aparecer como

    contraria a la optimista confianza en un continuo progreso, sin embargo, la nica que, considerada

    seriamente, estuviera en condiciones de abrimos el nimo a una bien fundada esperanza. La

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    llamada concepcin pesimista del mundo puede aparecrsenos en realidad como justificada, con

    tal de que sea referida al hombre histrico; debera, no obstante, ser bastante modificada cuando el

    hombre histrico nos fuese tan claramente conocido que pudisemos concluir, gracias a la

    constatacin de sus efectivas disposiciones naturales, que ha habido una degeneracin introducida

    posteriormente, pero no necesariamente fundada en aquellas disposiciones. Si encontrsemos, en

    particular, confirmacin de la hiptesis de que la degeneracin se ha producido en virtud de extra-

    potentes influencias externas, contra las cuales el hombre prehistrico, an inexperto con respecto

    a ellas, no consigui defenderse, entonces el cuadro de la historia del gnero humano hasta ahora

    conocida, podra presentrsenos bajo el aspecto de un doloroso periodo de evolucin de su

    conciencia, intento de dirigir los conocimientos adquiridos por este camino a la defensa de aquellas

    dainas influencias.

    Aun cuando a nuestros ojos se presenten oscuros, y hasta contradictorios, en el contorno de brevetiempo, los resultados de las investigaciones cientficas, inducindonos ms bien a error que no

    procurndonos claridad, parece ya sin embargo slida una teora de nuestros gelogos, segn la

    cual el gnero humano, surgido en el ltimo instante del regazo de la poblacin animal de la tierra,

    y al que an pertenecemos, habra sido testigo, al menos en buena parte, de una violenta

    transformacin de la superficie de nuestro planeta.

    Suministrara prueba de esto un detenido examen de la forma de nuestro planeta, el cual revelara

    como en una poca cualquiera de su ltima constitucin se hundi una gran parte de las tierras

    firmes, unidas unas a otras, mientras otras se elevaron, mientras enormes masas de agua se

    desviaron desde el Polo Sur, irrumpiendo, de manera semejante a rompehielos, contra los linajes y

    contrafuertes de la tierra firme de la mitad septentrional del globo, tras haber barrido, en espantosa

    fuga, a todos los supervivientes. Los documentos de la posibilidad de una tal fuga de la vida

    animal, desde el crculo de los trpicos hacia las ms crudas zonas septentrionales, sacados a la

    luz por nuestros gelogos, con descubrimientos como esqueletos de elefantes en Siberia, son bien

    notorios. Importante para nuestras indagaciones es el hacer ahora una idea de las modificaciones

    necesariamente experimentadas en la vida animal y humana hasta entonces criada en el seno

    materno de sus tierras originarias, como consecuencia de tales violentas dislocaciones. Sin duda

    alguna, la formacin de desiertos sin fin, del tipo del Sahara africano, deba precipitar a los

    habitantes de las que haban sido magnficas tierras costeras en tomo a los grandes lagos, a una

    caresta, de cuyo horror podemos hacemos una idea leyendo los relatos de las vctimas de los

    naufragios, a consecuencia de los cuales, hombres perfectamente civilizados de nuestras naciones

    actuales, fueron impulsados incluso al canibalismo. En las hmedas zonas costeras de los lagos

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    canadienses viven an especies animales afines a los tigres y las panteras, que todava se nutren

    de frutas, mientras en las mrgenes de estos desiertos el tigre y el len histricos han

    evolucionado a la forma de fieras feroces y sanguinarias.

    Que originariamente ha sido slo el hambre lo que ha impelido al hombre a la naturaleza de losanimales y a la alimentacin carnvora, sin que esto se debiese al traslado a climas ms fros

    (como querran sostener los que creen un deber prescribir la alimentacin animal a las tierras

    nrdicas, como un deber dictado por el propio principio de conservacin) lo demuestra el claro

    hecho de que grandes pueblos, que tienen la posibilidad de alimentarse copiosamente de frutos,

    incluso en los climas ms rudos, no pierden nada de su fuerza y de su capacidad de resistencia

    manteniendo la alimentacin exclusivamente vegetal, como puede constatarse en los campesinos

    rusos, los cuales llegan a muy avanzadas edades; de muchos japoneses, que conocen igualmente

    slo una alimentacin vegetal, se enaltece el valor guerrero y el raciocinio agudo. Hay que pensar,por tanto, que han sido casos determinados, por completo anormales, como, por ejemplo, los de

    las estirpes malasias, empujadas hacia las estepas del Asia Septentrional, entre las que el hambre

    produjo tambin la sed de sangre, de la cual nos ensea la historia que no se puede aplacar, una

    vez surgida, por ningn medio, y que infunde en el hombre no ciertamente el valor, sino la furia de

    los impulsos destructores. Ni puede haber ciertamente otra razn de esto sino aquella por la que el

    animal armado de garras se hizo rey de los bosques, no menos de como la bestia humana se ha

    hecho dominadora de todo el mundo pacfico: un acontecimiento debido a precedentes

    revoluciones del globo terrestre, que sorprendi al hombre prehistrico, tanto ms cuanto que l nose hallaba, preparado ante ello. Pero as como la bestia feroz no vive bien, as vemos disminuir

    poco a poco el bienestar de la bestia humana, convertida en dominadora. Como consecuencia de

    una dominacin contraria a la Naturaleza, el hombre sufre de enfermedades, que se presentan slo

    en el gnero humano, y no alcanza ni una muerte dulce, sino que es atormentada fsica y

    espiritualmente, llegando a travs de una vida depauperada a una pavorosa muerte (3).

    Si hemos dirigido desde el principio, la atencin en general, a los resultados de esta fiera humana,

    tal y como nos son mostrados por la historia, nos parece ahora oportuno indagar ms de cerca

    cules fueron las tentativas positivas en sentido contrario, para un reencuentro del "paraiso

    perdido", que se hallan en el curso de la historia, pero que se hacen cada vez ms dbiles a

    medida que se avanza en el tiempo, hasta hacerse hoy casi imperceptibles.

    Entre estos ltimos, en nuestro tiempo se pueden citar la constitucin de asociaciones

    vegetarianas; slo que incluso en medio de estos grupos de hombres, que parecen haber captado

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    inmediatamente el punto focal de la cuestin de la regeneracin de gnero humano, se suele oir,

    por parte de algunos miembros del ms elevado sentir, el lamento de que sus compaeros

    practican la abstencin de la alimentacin crnea a lo ms slo por razn de diettica personal, sin

    ninguna referencia a la gran idea regeneradora, que debe constituir el verdadero problema, si tales

    grupos quieren adquirir en algn, momento fuerza moral. Junto a ellos se encuentran, con una

    cierta eficacia prctica ya conquistada, las Sociedades Protectoras de Animales; en realidad stas

    ltimas, que igualmente buscan ganar el favor popular desterrando fines utilitarios, podran en

    lugar, de eso, obtener xitos verdaderamente notables una vez que elaborasen los argumentos de

    la piedad para con los animales, hasta encontrarse con la ms profunda tendencia del vegetaran.

    Una fusin de ambos movimientos, fundada en esta interpretacin debera ya desarrollar una

    fuerza de penetracin considerable. No menos xito debera obtener un llamamiento, por parte de

    ambos grupos, a motivos ms altos de los hasta ahora salidos, a la luz entre las leyes

    antialcohlicas. La peste del alcoholismo, que. es la ltima que se ha derramado sobre los

    esclavos de la moderna civilizacin de la guerra, procura al Estado, mediante impuestos de todo

    gnero tales ganancias, que este ltimo no muestra signo alguno de querer renunciar a ella;

    mientras, por otra parte, los grupos anti alcohlicos tienden slo a fines prcticos, como el de

    obtener seguros baratos con respecto a los barcos, a sus cargamentos, etc., a fin de que sean

    vigilados los hombres de probada sobriedad. Nuestra sociedad mira con desprecio los efectos que

    obtienen estos tres tipos de asociaciones, que en realidad en su aislamiento no tienen eficacia

    alguna; hay que admirarse, por otra parte, de que el desprecio no degenere directamente en la

    burla abierta e, integral, cuando se ven a los apstoles de las asociaciones pacifistas presentarse

    respetuosamente ante nuestros amos y profesionales de la guerra.

    Respecto a esto, hemos tenido ltimamente un ejemplo, y recordamos la respuesta de nuestro

    clebre Belicoso, segn el cual un obstculo para la paz, ya formado en realidad desde hace un

    par de siglos, sera la falta de religiosidad de los pueblos. Es difcil a este punto hacerse una idea

    clara de lo que haya podido entender por religin y religiosidad; y es particularmente un poco rduo

    pensar que sea precisamente la irreligiosidad de los pueblos y de las naciones, como tal, lo que

    obstaculiza la abolicin de las guerras. Quizs nuestro Feldmariscal tena alguna otra cosa en lacabeza cuando hablaba de aquel modo; y contemplando ciertas manifestaciones actuales de

    alianzas internacionales para la paz, no debera ser difcil explicar porque se ha hecho en ellas tan

    poco caso de la religiosidad (4).

    El cuidado de la enseanza religiosa ha sido dirigido, por el contrario, en los ltimos tiempos,

    mediante intentos realizados aqu y all a las grandes organizaciones de trabajadores; y la

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    justificacin de esto no debera pasar inadvertida a los verdaderos amigos de la humanidad, cuyas

    intervenciones, verdaderas o presentidas en el cuerpo de la sociedad nacional, se han presentado

    a los tutores de la misma ms o menos peligrosos. Toda protesta, incluso de la apariencia ms

    justa, presentada por el llamado socialismo (5) a la sociedad civil, pone efectivamente en cuestin,

    si se piensa con cuidado, la justificacin misma de tal sociedad.

    As sucede que, dado que parece difcil esperar en un reconocimiento real de una disolucin legal

    de lo que hoy legalmente subsiste, los postulados de los socialistas aparecen sino envueltos en

    una cierta oscuridad, apta para conducir a falsas consecuencias, cuyos errores los egregios

    calculadores de nuestra civilizacin se apresuran inmediatamente a denunciar.

    Con todo podra suceder, por motivos interiores fuertemente fundados, que el socialismo de hoy

    fuese tomado finalmente en consideracin por parte de nuestro mundo, una vez que entrase en

    una verdadera e ntima comunin con las tres sociedades de que hemos hablado, de los

    vegetarianos, de los protectores de animales y de los abstencionistas. Una vez que se pudiese

    esperar del hombre, educado por nuestra civilizacin slo en la valorizacin de su calculador

    egoismo, que esta comunin entre todas esas asociaciones, con perfecta comprensin de las

    tendencias y de los fines de cada una, hoy sin fuerza en su desunin, pudiese ganar pie firme entre

    los hombres, entonces podra tambin estar justificada la esperanza de un retorno a una verdadera

    religin. Lo que hasta ahora pareci a los creadores de todas aquellas asociaciones justificable

    slo en base a clculos, se funda, por el contrario, en una raiz a ellos mismos ignota, que

    abiertamente declaramos tener asiento en una propia y verdadera conciencia religiosa; incluso en

    el fondo de la revuelta del trabajador, quien produce toda clase de cosas tiles para sacar de ellas

    relativamente lo mnimo, hay una conciencia de la inmoralidad de nuestra civilizacin, que en

    realidad puede ser impugnada por los paladines de esta ltima slo mediante los ms ridculos

    sofismas; puesto que, suponiendo incluso que el principio fcilmente demostrable segn el cual la

    riqueza en s no hace felices, fuese aclarado en todos sus puntos, slo el hombre ms despiadado

    negara que la pobreza hace miserables. Nuestra Iglesia cristiana, fundada sobre el Antiguo

    Testamento, apela a tal propsito, para explicar la situacin infeliz de todas las cosas humanas, al

    pecado original de los rimeros hombres, que se hace derivar - de modo verdaderamente singular -,

    segn la tradicin hebraica, no de un disfrute prohibido de carne animal sino de la fruta de un rbol;

    con ello est singularmente de acuerdo el hecho de que el dios de Israel encontr ms grato el

    cordero bien cebado de Abel que la ofrenda de frutas del campo de Can. De estas expresiones

    bastante discutibles del carcter de dios de la estirpe de Israel deriva un tipo de religin contra

    cuyo empleo para la regeneracin del gnero humano, un vegetariano profundamente convencido

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    podra tener diversas razones que objetar. Si suponemos que, ponindose de acuerdo

    eventualmente con el vegetariano, un miembro de la sociedad protectora de animales intuyese

    consecuentemente el verdadero significado de la piedad que le gua y ambos se dirigiesen unidos

    al paria de nuestra civilizacin, que se est ahogando en los aguardientes, anuncindole una

    regeneracin a travs de la abstencin de los venenos que absorbe con el fin de combatir su

    desesperacin. de semejantes uniones podran obtenerse resultados cuya probabilidad resulta

    excelente segn los ensayos ya hechos en ciertas prisiones americanas, en virtud de los cuales,

    los peores delincuentes, mediante una sabia dieta vegetariana, se han transformado en los

    hombres ms afables y felices. A quin rendiran en realidad homenaje los miembros de una tal

    sociedad, cuando, despus del trabajo del da, se reuniesen en un banquete, para reponerse con

    el pan y con el vino?.

    Imaginmonos una fantasa que nada, aparte del pesimismo absoluto, nos impide pensar realizablesegn la razn. Quizs no est fuera de lugar el tener confianza en una ms amplia eficacia de

    esta imaginaria sociedad, desde el momento en que partimos del fundamento de que el

    determinante de la regeneracin es la falta de un fundamento religioso, segn el cual la decadencia

    del gnero humano ha sido causada por su alejamiento de la alimentacin natural. La nocin,

    resultante de una cuidadosa indagacin del hecho de que slo una parte (se opin incluso que slo

    un tercio) del gnero humano se encuentre en esta condicin, debera reforzarse con el ejemplo de

    la innegable prestancia de la mayor parte de los que ha permanecido fiel a su alimentacin natural,

    e indicar de manera convincente los caminos que habra que trazar con vistas a la regeneracin dela otra parte degenerada, si bien dominante. En caso de que fuera fundada la hiptesis segn la

    cual en los climas nrdicos la alimentacin crnea sera indispensable, qu nos impedira

    emprender una razonable emigracin de pueblos hacia otras tierras de nuestro planeta que, como

    ha sido afirmado a propsito de la pennsula sudamericana, en virtud de su extraordinaria

    productividad, estaran en situacin de nutrir a toda la actual poblacin del mismo?. Las tierras

    super ricas de vegetacin de Sudfrica las dejan los amos de nuestros estados confiadas a la

    poltica de los intereses comerciales ingleses, mientras stos, por su parte, junto con los ms

    eminentes a ellos sujetos, no saben hacer otra cosa, en cuanto se presenta la ocasin de huir a laamenaza de una caresta, que retirarse de ellas, dejndolas, en el mejor de los casos, tranquilas,

    pero de cualquier modo sin gua y como presa para el disfrute ajeno. Dado que las cosas han

    llegado a este punto, las asociaciones auspiciadas por nosotros deberan encaminar sus cuidados

    y sus actividades a favorecer estas tendencias, canalizndolas quizs no sin buen xito hacia la

    emigracin; segn las ltimas experiencias, no parece imposible que pronto estas tierras nrdicas,

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    Quien, en esta nuestra consideracin general, sopese cuidadosamente las inclinaciones del gnero

    humano, que a nosotros, en nuestra actual decadencia no pueden dejar de presentrsenos como

    singulares, deber llegar a la conclusin de que el enorme impulso, que, de la destruccin a la

    reforma, pasando a travs de todas las posibilidades de su satisfaccin, nos muestra este inmundo

    mundo como obra suya, ya haba llegado a su meta con la creacin del hombre; puesto que, en l,

    aqul impulso csmico le hizo finalmente consciente de s mismo y de su profunda voluntad, de

    modo que, conocindose a s mismo y a su esencia,

    poda ya decidir sobre s mismo.

    El hombre primitivo era ya capaz de comprobar en s la sensacin de terror necesaria para su

    ltima redencin, redencin precisamente posible en virtud de ese conocimiento del sufrimiento

    que le haca posible el reencontrarse en todas las apariciones fenomnicas de su propia voluntad;

    y fue el encaminarse al desarrollo de esta facultad de sufrir lo que le dio conocimiento. Si nos es

    imposible no identificar en la imagen divina la cualidad de la imposibilidad de sufrir, hay que

    reconocer, sin embargo, que esta imagen se funda en el deseo de una situacin, para la cual en

    realidad no poseemos ninguna expresin positiva, sino slo negativa. En tanto que nos vemos

    obligados a proseguir la obra de esa voluntad, que somos nosotros mismos, nos encontramos

    vacos en el espritu de la negacin, que es negacin de ste nuestro mismo querer, el cual, ciego

    y haciendo presa solamente en el deseo, se manifiesta con claridad nicamente como negacin de

    todo lo que se le pone delante como obstculo o insatisfaccin. Pero hay que reconocer que todo

    este afanarse suyo contra el objeto no es otra cosa que una auto negacin, y de esto a la auto

    consciencia conocedora de la realidad efectiva del propio ser no hay ms que un paso, que se

    produce cuando del sufrimiento propio brota la compasin. Compasin que, como momento en el

    que se suspende el querer, constituye la negacin de una negacin, que segn las reglas de la

    lgica equivale a una afirmacin.

    Si ahora intentamos, bajo la gua del grandioso pensamiento de nuestro filsofo, representarnos

    con alguna claridad el inevitable problema metafsico de la finalidad del gnero humano, no

    podemos menos de reconocer en aquella cada, que ha arrastrado a toda la historia por nosotros

    conocida del gnero humano, una severa escuela del dolor impuesta a s misma por la voluntad

    ciega, en la que uno se hace vidente, poco ms o menos en el sentido de aquella potencia "que

    siempre el mal quiere y siempre el bien produce" (6). A tenor de los conocimientos que hoy

    tenemos entorno a la evolucin. de nuestro planeta, ste produjo ya una vez sobre su superficie

    especies vivientes similares a la humana, que posteriormente sumergi en una nueva catstrofe

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    profundamente religiosa, no distinta de la de aquellos tres millones de hindes de que hemos

    hablado.

    Pero debera ser precisamente nueva por completo la religin que nos protegiera de una recada

    a la dependencia del poder de la ciega voluntad? No celebramos en nuestro alimento cotidiano alSalvador? Tenemos acaso necesidad de todo el aparato alegrico con el que hasta ahora todas

    las religiones, y de modo particular la profunda religin brahamnica, han terminado por

    desnaturalizarse hasta ser unas contrahechas? No tenemos en nuestra historia la vida en su

    verdad ante nosotros, que ya nos ofrece todas las enseanzas, mediante la evidencia del ejemplo?

    Comprendmos la historia como es debido, esto es, en espritu y en verdad y no en las palabras y

    mentiras de nuestros historiadores universitarios, que slo

    conocen hechos, entonan himnos al mayor conquistador, y no tienen ninguna palabra para los

    sufrimientos de la humanidad. Y reconozcamos, con el corazn vuelto hacia el Salvador, que no las

    acciones, sino los sufrimientos de la historia, nos revelan lo ntimo de los hombres del pasado,

    hacindolos, a nuestros ojos, dignos de nuestra memoria y de nuestra atencin, y que no a los

    hroes vencedores, sino a los vencidos, pertenece nuestra compasin. Aun cuando una

    regeneracin del gnero humano pueda producirse pacficamente, en virtud de la fuerza de una

    conciencia que finalmente ha llegado a su serenidad en la naturaleza que nos rodea se har

    siempre sensible, sin embargo, la inaudita tragedia de esta existencia terrestre en la violencia de

    los primeros elementos, en la base de manifestaciones de la voluntad csmica que se agita

    incesantemente bajo nosotros y junto a nosotros en los ocanos y en los desiertos, en el insecto,

    incluso en el gusano que pisamos sin percatamos; y no habr da en que no debamos elevar

    nuestra mirada al Redentor en la cruz, como ltima y suprema va de salvacin.

    Felices nosotros si podemos tener la gracia de intuir el sentido del Mediador sublime del Reino con

    conocimiento puro, y dejarnos conducir por el Poeta-Artista de la tragedia del mundo hacia una

    intuicin conciliadora, que d serenidad a la esencia de nuestra humana vida.

    Un sacerdote poeta, el nico que no minti, naci siempre en medio de la humanidad, en los

    peores perodos de sus tremendos errores; y volver una vez ms para conducirnos a la vidarenovada, indicndonos, en la realidad ideal, el Smbolo de toda cosa fugaz, cuando la mentira

    materialista del historiador yazca ya desde mucho tiempo bajo el polvo de los legajos de nuestra

    civilizacin. Entonces no tendremos finalmente necesidad de todas aquellas triquiuelas

    alegricas, que hasta ahora han camuflado de tal modo el ncleo ms noble de la religin, que lo

    han manchado, y nos han inducido a negar la credibilidad del mismo; y cesar por completo el

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    teatralismo charlatn que todava hoy vemos pervirtiendo tan fcilmente al pueblo pobre y lleno de

    fantasa, fcil de dejarse engaar, particularmente en los pases del sur, decayendo de la

    verdadera religiosidad a un frvolo juego de lo divino; de todo este armatoste no tendremos ya

    entonces verdadera necesidad para conservar el culto religioso.

    Hemos dicho en el comienzo cmo slo un enorme genio artista poda salvar para nosotros,

    transfigurndolo en el ideal, el sublime sentido original de aquellas alegoras; y cmo, sin embargo,

    el mismo arte, harto de cumplir ese cometido ideal, orientndose poco a poco a los fenmenos

    reales de la vida, fue por as decirlo, arrastrado por la malignidad de lo real hasta su propia

    decadencia. Pero he aqu que ahora tenemos una nueva realidad ante nosotros; una estirpe que,

    del profundo conocimiento religioso de la razn de su cada, saca motivo para volver a elevarse y a

    darse una nueva forma de vida, teniendo en mano el verdico libro de una verdica historia, en la

    cual, finalmente, y sin ilusiones, percibe su verdadero semblante.

    Lo que un tiempo desplegaron ante los ojos de los decadentes atenienses sus grandes trgicos en

    sus sublimes creaciones, sin conseguir, sin embargo, detener la progresiva cada de su pueblo; lo

    que Shakespeare hizo discurrir en el espejo de sus maravillosas improvisaciones dramticas ante

    un mundo que se meca en la ilusin de un renacimiento de las artes y de los espritus libres,

    deslumbrado por una belleza en realidad no sentida, lo que le condujo a una amarga desilusin

    acerca de la real nulidad de sus valores, fundados sobre la violencia y sobre el miedo; todas las

    obras que nacieron de los grandes espritus sufrientes, son las que debern guiarnos y

    pertenecemos verdaderamente, mientras las empresas de los protagonistas de la historia no

    pueden aparecemos de nuevo presentes y vivas sino a travs de la evocacin de aqullas. As

    debera estar ya cercano el tiempo de la redencin de la gran Casandra de la historia del mundo,

    de la liberacin del sortilegio, que nos ha impedido creer en sus profecas. Ser entonces a

    nosotros a quienes aquellos sabios poetas habrn hablado verdaderamente, y volvern de nuevo a

    hablar.

    A espritus sin corazn y sin cerebro se les ha ocurrido, hasta hoy, a menudo, imaginar la condicin

    del gnero humano, una vez libre de los sufrimientos de una vida pecaminosa, como llena de

    indiferencia y de aburrimiento, a cuyo propsito conviene destacar que esta gente tiene slo en la

    mente el pensamiento de la liberacin de las necesidades ms bajas de la voluntad de la vida,

    mientras, como hemos dicho hace poco, la palabra de los grandes espritus poetas y videntes no

    han sabido ellos entenderla jams. Nosotros, por el contrario, nos representamos esta necesaria

    liberacin futura de todo dolor y pena, slo como efecto de un profundo conocimiento a cuya

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    mirada interior, est siempre presente el tremendo enigma del ser. Lo que en el ms simple y

    conmovedor smbolo religioso nos une es la accin concorde del rito; lo que en las trgicas

    enseanzas de los grandes espritus nos induce a la elevacin y a la compasin es el

    conocimiento, el cual se manifiesta en nosotros en las formas ms dispares, por la necesidad de

    una redencin. De esta redencin tenemos casi el presagio cada vez que llega la hora de la gracia

    en la que todas las formas fugaces del mundo desaparecen a nuestros ojos, en un presentimiento

    de sueo: entonces no nos angustia ya la imagen del abismo sin fin y de los monstruosos

    caprichos del infierno, de todas las morbosas apariencias de la voluntad que incesantemente se

    desgarran a s mismas, que de da - ay de m!- la historia de la humanidad nos pone delante: puro

    y ansioso de paz resuena entonces en nuestros odos el lamento de la naturaleza, exento de

    temor, colmado de esperanza, liberador del mundo. El espritu de la humanidad, hecho uno en este