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REVISTA EUROPEA. NÚM. 259. 9 DE FEBRERO DE 1879. AÑO VI. LOS COMBATES DE LA ELOCUENCIA EN ATENAS. En la oración de la Embajada y en la de la Corona la lucha de Demóstenes contra Esqui- nes se confunde bajo ciertos aspectos con su lucha contra Filipo. Aquí el orador se propone desenmascarar al diputado prevaricador; allí, vencido por Filipo y sus aliados del Agora, se- ñalado por el odio popular como autor de de- sastres irreparables, se glorifica de haber sido el alma de la lucha en qué la Patria ha sucum- bido; y en tanto que su adversario, justificado en apariencia por la derrota de Queronea, qjiiere humillar y perder á un rival, éste, con- fundiendo su causa con la de la ciudad, esta- blece entre el ministro de Atenas, Atenas mis- ma y los antepasados una solidaridad que obliga á los atenienses á optar entre la justi- ficación de Demóstenes ó la condenación de los héroes de Maratón. Demóstenes defiendo tan bien su causa y la del honor nacional, que el pueblo proclama avergonzando á Esquines, que el inspirador de Queronea ha merecido bien de la Patria. Ningún espectáculo fue ja- más tan imponente como el de un pueblo que se venga de sus vencedores con una protesta magnífica del derecho contra la fuerza, del deber contra el interés. Jamás tampoco honró la tribuna política una oración más bella. Aquí está el gran aspecto de la lucha entre Demós- tenes y Esquines y los dos discursos en que se manifestó con más brillo; pero sin dar motivo á que se nos acuse de rebajar obras tan eleva- das ni de achicar colosos, es permitido consi- derarlas bajo todos sus aspectos. Demóstenes nó es solamente un consejero público animado contra Esquines de un olio patriótico; es al mismo tiempo un rival en elo- cuencia. En él el artista está íntimamente li- gado al ciudadano, y en esta grave y genero- sa figura, las pasiones y ciertos rasgos parti- culares permiten reconocer al lado del minis- tro de Estado al hombre y al ateniense. Con mayor razón aún se puede ver al émulo y al artista en Esquines, que fue siempre mucho más orador que ciudadano. Los oyentes de Demóstenes son artistas que se entusiasman con los hermosos discur- TOMO sos: los tienen en tan alta estima, que para impulsarlos á entregarse 4 Filipo,''Esquines nosdeja de ponderar la elocuencia del Mace- donio. Escuchan á sus oradores como músi- cos; asisten á los debates de la tribuna como si asistieran á un concierto musical. En Roma, el pueblo, dice el autor del libro De Oratore, es muy sensible a la armonía: «Que en un verso se le escape al poeta un pié largo por uno breve ó viceversa, y todo el tea- tro se pone á gritar.» Por el contrario, en el foro, la asamblea aclama con arrebato la llegada feliz de un dicoreo (1). La ciudad de M¡- nerma era aún más delicada bajo este punto de vista. Los atenienses dejaban de atender á las razones más sólidas para silbar una fór- mula de juramento inusitada ó una falta de pronunciación; un movimiento de espaldas desgraciado, un ademan brusco ó mal ajusta- do á las palabras, una expresión extravagan- te excitaba los rumores del Pnyx: no hacia falta más para ser perseguido por la sátira de los cómicos. En la tribuna y hasta delante de un modesto tribunal, el orador ateniense está como en escena; debe satisfacer, hasta donde le sea posible, las exigencias artísticas del au- ditorio. La virtud agrada más, realzada por la belleza del cuerpo; por esta razón, las im- perfecciones físicas en Atenas rebajan la elo- cuencia y comprometen el éxito. Pelisson abu. saba, se decia, del permiso concedido á los homjjres de ser feos: París era más indulgente que Atenas. Sócrates es quizá el solo Heleno á quien los atenienses hayan perdonado su fealdad; tal vez seria posible que se hubiese li- brado de la crítica si hubiera tenido la belleza de Alcibiades. Los contrincantes de Demóstenes carecen alguna vez de las ventajas seductoras prodi- gadas á este favorito de los atenienses; se ex- cusan como pueden de este defecto. Si el ex- terior deja mucho que desear, no son por eso monos honrados. «Mi figura, dice Apolodoro, es poco agradable, mi marcha precipitada, mí voz ronca; lo sé, atenienses; yo no soy deaque- llos que la naturaleza ha favorecido con sus dones. Estos defectos que chocan, me han perjudicado más de una vez, pero...» esto no (1) Temeritas fllii comproiavit, [Orator, 50,51,63.) 11

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 259. 9 DE F E B R E R O D E 1879. A Ñ O VI.

LOS COMBATES DE LA ELOCUENCIA EN ATENAS.

En la oración de la Embajada y en la de laCorona la lucha de Demóstenes contra Esqui-nes se confunde bajo ciertos aspectos con sulucha contra Filipo. Aquí el orador se proponedesenmascarar al diputado prevaricador; allí,vencido por Filipo y sus aliados del Agora, se-ñalado por el odio popular como autor de de-sastres irreparables, se glorifica de haber sidoel alma de la lucha en qué la Patria ha sucum-bido; y en tanto que su adversario, justificadoen apariencia por la derrota de Queronea,qjiiere humillar y perder á un rival, éste, con-fundiendo su causa con la de la ciudad, esta-blece entre el ministro de Atenas, Atenas mis-ma y los antepasados una solidaridad queobliga á los atenienses á optar entre la justi-ficación de Demóstenes ó la condenación delos héroes de Maratón. Demóstenes defiendotan bien su causa y la del honor nacional, queel pueblo proclama avergonzando á Esquines,que el inspirador de Queronea ha merecidobien de la Patria. Ningún espectáculo fue ja-más tan imponente como el de un pueblo quese venga de sus vencedores con una protestamagnífica del derecho contra la fuerza, deldeber contra el interés. Jamás tampoco honróla tribuna política una oración más bella. Aquíestá el gran aspecto de la lucha entre Demós-tenes y Esquines y los dos discursos en que semanifestó con más brillo; pero sin dar motivoá que se nos acuse de rebajar obras tan eleva-das ni de achicar colosos, es permitido consi-derarlas bajo todos sus aspectos.

Demóstenes nó es solamente un consejeropúblico animado contra Esquines de un oliopatriótico; es al mismo tiempo un rival en elo-cuencia. En él el artista está íntimamente li-gado al ciudadano, y en esta grave y genero-sa figura, las pasiones y ciertos rasgos parti-culares permiten reconocer al lado del minis-tro de Estado al hombre y al ateniense. Conmayor razón aún se puede ver al émulo y alartista en Esquines, que fue siempre muchomás orador que ciudadano.

Los oyentes de Demóstenes son artistasque se entusiasman con los hermosos discur-

TOMO

sos: los tienen en tan alta estima, que paraimpulsarlos á entregarse 4 Filipo,''Esquinesnosdeja de ponderar la elocuencia del Mace-donio. Escuchan á sus oradores como músi-cos; asisten á los debates de la tribuna comosi asistieran á un concierto musical.

En Roma, el pueblo, dice el autor del libroDe Oratore, es muy sensible a la armonía:«Que en un verso se le escape al poeta un piélargo por uno breve ó viceversa, y todo el tea-tro se pone á gritar.» Por el contrario, en elforo, la asamblea aclama con arrebato lallegada feliz de un dicoreo (1). La ciudad de M¡-nerma era aún más delicada bajo este puntode vista. Los atenienses dejaban de atender álas razones más sólidas para silbar una fór-mula de juramento inusitada ó una falta depronunciación; un movimiento de espaldasdesgraciado, un ademan brusco ó mal ajusta-do á las palabras, una expresión extravagan-te excitaba los rumores del Pnyx: no haciafalta más para ser perseguido por la sátira delos cómicos. En la tribuna y hasta delante deun modesto tribunal, el orador ateniense estácomo en escena; debe satisfacer, hasta dondele sea posible, las exigencias artísticas del au-ditorio. La virtud agrada más, realzada porla belleza del cuerpo; por esta razón, las im-perfecciones físicas en Atenas rebajan la elo-cuencia y comprometen el éxito. Pelisson abu.saba, se decia, del permiso concedido á loshomjjres de ser feos: París era más indulgenteque Atenas. Sócrates es quizá el solo Helenoá quien los atenienses hayan perdonado sufealdad; tal vez seria posible que se hubiese li-brado de la crítica si hubiera tenido la bellezade Alcibiades.

Los contrincantes de Demóstenes carecenalguna vez de las ventajas seductoras prodi-gadas á este favorito de los atenienses; se ex-cusan como pueden de este defecto. Si el ex-terior deja mucho que desear, no son por esomonos honrados. «Mi figura, dice Apolodoro,es poco agradable, mi marcha precipitada, mívoz ronca; lo sé, atenienses; yo no soy deaque-llos que la naturaleza ha favorecido con susdones. Estos defectos que chocan, me hanperjudicado más de una vez, pero...» esto no

(1) Temeritas fllii comproiavit, [Orator, 50,51,63.)

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impide qué Valga toas que su adversario Ste-fan£>s,3rqtte lleve la razón contra él. Nic'obüloreclama de Panteenetos una suma de dineroá préstamo; el deudor trata de pagar con bur-las; le llama gran trotador, como si el dere-cho se midiera por la longitud de las piernas.«En cuanto á mi modo de andar y de expresar-me, jueces, os hablaré con toda franqueza; meconozco bien, sé mis defectos... La sola venta-ja que me proporcionan es el desagradar á al-gunos ciudadanos. ¿No es una desgracia paramí? Pero iqué he de hacer! Si he prestado di-nero, ¿es esta una razón para no volvérmelo,y hacerme pagar encima una multa? No, se-guramente. Cada cual es, á mi entender, comola naturaleza lo hizo. Destruir su obra es im-posible; si no fuese así, seríamos iguales unosá otros.» Mi contrincante es feo, luego no tie-ne razón. Mi acreedor es cojo, luego estamosen paz. Estas deducciones aterran á los liti-gantes desgraciados y les obligan á presentarescusas candidas.

Entre los espectáculos que hacían de Ate-nas una morada deliciosa, habia pocos másagradables que las luchas de la elocuencia,verdaderas fiestas del espíritu, en que el sen-timiento del arte borraba con harta facilidadel de lo justo. Los atenienses gustaban de estadiversión como inteligentes, sin cuidarse grancosa de la causa misma. Esquines echa demenos los antiguos tiempos, alabados por supadre Atrometos, anciano de 95 años, en quelos jueces estaban mas atentos que hoy. «Nadatan ridiculo como lo que se practica en nues-tros di as. El relator lee la defensa del acusa-do; los jueces distraídos escuchan esta lecturacomo un detalle extraño á la causa, como unacanción (¿rcwMv).» (1)

En otro tiempo los Heliastas mismos pedianque se leyesen y releyesen ante ellos las leyesy decretos llamados á regular sus decisiones,como en la arquitectura el nivel sjrve paraconvencerse de que un muro está levantadoá plomo. Los oyentes de Esquines y Demóste-nes son aficionados principalmente á los be-llos trozos de elocuencia que impidan la dis-tracción (2). En cuanto al asunto mismo delproceso, se deja muy á menudo en la sombra.

(1) Los jueces romanos daban lugar á escándalos muchomis graves, si hemos de creer lo que dice un fragmentorte Cayo Ticio Macrovi, Saturnales II, 12 y Pierron, Histo-ria de la literatura romana.

(2) Cuando el sofista Prodicas veia á sus oyentes contendencia á entregarse al sueño, les anunciaba una cues-tión, que no trataba sino por el precio de 50 dracUmas.Aristóteles, Retorica, III,

El interés del acusado está en Ijsóijgear estadisposición del tribunal, desvia la atención delpunto capital, se lanza de buen grado eri agra-dables divagaciones. Poco á poco la arenadel reloj se agota, el dia trascurre^ «y se le-vanta la sesión sin haber castigado á ningunade laidos partes.» He aquí cómo, á .despe-cho del juramentó dé los Heliastas «daré taifallo sobre el objeto del litigio,» el proceso dela Embajada quedó sin resultado.

El orador estaba obligado ante todo áagradar á los oyentes, obligación impuestaá Demóstenes más imperiosamente que á nin-gún otro, porque tenia que luchar con Esqui-nes, terrible paladín, armado de todas las se-ducciones de la elocuencia, unidas á muchasventajas físicas, y sostenido también por lacomplicidad secreta de las debilidades de losatenienses. Demóstenes, pues, no debia aban-donar ninguno de los recursos de su arte paracautivar un pueblo artista, y triunfar, por elencanto de la palabra tanto como por la soli-dez de los argumentos, de la repugnancia delos ciudadanos entregados á la molicie, pocodispuestos á la abnegación viril que el austerodeber reclamaba de ellos. Demóstenes ha señalado más de una vez esta necesidad de en-cantar á los atenienses para salvarlos. ¿Quéhacer para obligarlos á adoptar resolucionesfavorables4? No tan solo manejar con habilidadlas prácticas oratorias, sino apelar sobre todoá los recursos invencibles de la frase. Conven-cido del poder que tiene la palabra para diri-gir á los hombres y sobre todo á los atenien-ses, Demóstenes quería ser un orador comple-to; era en él amor al arte y patriotismo; la sa-lud de la República dependía de ello. De ahí elcuidado que Demóstenes tenia de penetrar enel corazón de sus conciudadanos por estemedio, fuera del cual el orador no conseguíanada. De ahí el esmero que ponia en retocarlos trozos que consideraba mejores para pro-ducir una fuerte impresión artística y moral;de ahí esas repeticiones contrarias á nuestrascostumbres modernas, y ante las que no re-trocedía la ingenuidad antigua. De ahí, en fin,el rehusar presentarse en-el tribunal sin estarpreparado. Dotado nada más que mediana-mente de la prontitud de imaginación necesa-ria para improvisar, Demóstenes no queriadejar nada al azar de la inspiración, compro-meter por una debilidad posible la autoridadde una palabra necesaria para el bien del Es-tado. Así, Demóstenes se preparaba en el re-cogimiento estudioso del gabinete para ser per-suasivo en la tribuna; subia á ella provisto de

L. BREBIT.—OÓMBATES BE IlA ELOCUENCIA EN ATENAS.

todas sus armas, seguro de sí mismo, dueñode los quisquillosos oyentes, muy difíciles desatisfacer, pero poco rebeldes al entusiasmocuando se tenia arte para hacerles gustar á lavez los sentimientos generosos y los goces delarte.

En el número de las virtudes más apeteci-bles, los! griegos colocaban la virtud agonísti-ca, precioso compuesto de la estatura, la velo-cidad y la fuerza (í). Esta virtud, uno de loselementos del triunfo, constituía la admira-ción de los helenos en los grandes juegos dela' Grecia; Píndaro1 celebraba como los másgloriosos de los mortales á los corredores y álos atletas coronados en Olimpia. Hacia susdelicias en el teatro, donde los poetas cómicosy trágicos les ofrecían dos espectáculos igual-mente esquisitos; el de los combates de pasio-nes y el de los combates de razonamientos.La virtud agonística brillaba lo mismo antelos tribunales testigos de las luchas de esgri-ma, donde se rivalizaba en vigor y agilidad deespíritu. E-quines y Demóstenes usan algunavez de comparaciones que asimilan sus deba-tos á las luchas gimnásticas. "Viscontí men-ciona dos estatuas, de Lyaias y de Isócrates,representando dos atletas, emblema de laanalogía que existe entre las luchas de la are-na y las de la tribuna.1 En los pugilatos judi-ciales, los antagonistas trataban de poner enpráctica la definición de la fuerza corporaldada por Aristóteles: «La fuerza es la facultadque tiene un hombre de mover á otro comoquiere: ahora bien; no puede moverlo sinotirando por él, ó empujándolo, ó levantándo-lo, ó doblándolo, ó aplastándolo. El hombrefuerte lo será, pues, por todas estas faculta-des ó por algunas.» Esquines y Demósteneshan acudido á esta fuerza en sus defensas yen sus discursos mistos, que pertenecen á lavez á la elocuencia política y á la elocuenciadel foro, la cual se presta admirablemente átoda clase de habilidades. La idea de compo-tencia, de lucha es una de las ideas esencialesal espíritu de los griegos; se la encuentra ensus escritos ácada instante. A-sí, Demóstenescompara la guerra entre Atenas y Filipo á unalucha cuyo premio son las plazas de la Cací-dica y de la Tracia. Las ideas de un pueblo sonel reflejo natural de sus costumbres. La vidadel ateniense era uh ejercicio de emulación.perpetuo. Había competencia de fuerza, develocidad, de talento, de belleza; se ofrecían

(1) Tucidides, II, 44»

recompensas á la excelencia dís todos los mé-ritos, do todos los tálenlos. •• • >•

Esta afición de los griegos a,l antagonismo,tenia su origen en el 'espíritu de emulación yen un vivo amor-jior la gloria. La-gloria; estaera su pasión dominante, su única codicia, aldecir de Horacio^ El atleta Tomantes, cuandoviejo, se ejercitaba en tirar el arco; porque«solo el amor á la gloria no envejece (1).» Unviaje le obliga á;suspender sus ejercicios; á suvuelta siente debilitadas sus fuerzas; preparauna hoguera y se arroja en ella. Ha perdidosu vigor y la esperanza de vencer, y se consi-dera indigno de vivir. El rapsoda Nicerates,obligado á ceder la palma do la declamacióná Pratys, no llevó la cosa al terreno trágico;mas desde entonces dejó crecer sus cabellosy no volvió á cuidar de su persona.

Recibir una corona sobre el teatro el diadel estreno de las tragedias, no de: todo el pue-blo, ambición demasiado alta para el coniündélos ciudadanos, sino de su tribu,, tal es el sue-ño dorado de los más modestos ciudadanos deAtenas. Los ciudadanos ricos emancipan susesclavos con magnificencia; en cambio gozanla satisfacción de ser proclamados1 por el he-raldo en presencia de todos los griegos. Los.estrategos ó generales ansian también estagloria popular. Carídemes, Diotimes;-propoPi

cionan á los jóvenes reclutas 800 escudos:Nauvicleí mantiene 2.000 soldados á sus ex*pensas. ¿Cuál será la más alta recompensableestos sacrificios patrióticos? Una corona snlas Panateneas. ' ;

Los oradores no podían ser menos sensiblesal atractivo del aplauso público, y el medioqu^ tenían de poseerlo era vencer en las lu-clias del espíritu. Por esto sus debates políti-cos se trasforman á menudo en peleas orato-rias; la elocuencia parlamentaria confina en-tonces con el género epidíctico. A los ojos deDemóstenes, el acusador de Ctesiphon nopiensa seriamente en que se le haga justiciapor los pretendidos delitos, sino tan solo daruna prueba de su talento. En efecto, en susduelos más encarnizados en la apariencia,la mayor parte de las veces los griegos persi-guen á la vez que una venganza personal, unéxito literario. Quieren herir á su adversariocruelmente, pero con arte. Enardecidos poruna lucha apasionada, Esquines y Demóstenestratan de aplastarse el uno al otro bajo él pesode la reprobación pública, pero también de.mostrar á la faz de toda la Grecia su superiO'-ridad oratoria. Así es, que dejan pasar tiempopara entregarse á estos escarceos académicos,

164 REVISTA! EUROPEA.—í9 DE FEBRERO, ©E 1879.

Kn 334, Demóstenés deja entrever la acusaciónde Esquines; pero el ataque directo y formalno lo intenta hasta 342, cinco años después dela embajada criminal. Demóstenés atribuyeesta tardanza á un motivo honroso, el deseode no turbar con sus debates intempestivos ála República en su guerra conFilipo. «Hédichoya bastante para despertar vuestros recuer-dos. ¡Dispensadnos, grandes dioses, de exa-minar minuciosamente.estas perfidias! Yo noquisiera provocar un castigo contra ningúnculpable, aunque mereciese la muerte, á pre-cio del peligro y de la desgracia de todos.» Asu vez, Esquines pronuncia su arenga contraCtesiphon en 330. Es cierto que ya en 338, aldia siguiente de la batalla de Queronea, habiáatacado la moción del amigo de Demóstenés;pero el litigio había sido aplazado ocho años (1).¿Por qué este aplazamiento tan considerable?

Esta, es una de las objeciones principalesde Demóstenés: vuelve sobre ella sin cesarcon el fin de edificar á los jueces acerca de labuena.fé de su enemigo. Si yo era culpable,¿por qué no denunciarme en el momento mis-mo del delito?, «¿Qué pensar de un médico queno habiendo ordenado nada á su enfermo du-rante la enfermedad, viniera después de lamuerte, durante las ceremonias del dia nono,á decir á los parientes los remedios que le hu-bieran curado?» En el instante de los aconte-cimientos, tú no hubieras osado acusarme;la evidencia de los hechos, la indignación pú-blica te hubieran confundido. Hoy el momentote parece favorable para insultarme y hacerla corte á Alejandro. A los reproches formida-bles de Demóstenés, Esquines replica mani-festando sus buenos sentimientos é injuriandoá su rival: «Después de la batalla, no hemostenido tiempo para pensar en tu castigo: des-tinados á la embajada, hemos trabajado porla salud de la patria. Pero, no contento con laimpunidad, tú solicitas recompensas, tú entre-gas á Atenas á la risa de la Grecia. Entoncesyo me levanto y te acuso. Mi silencio, Demos-tenes, era debido á la sencillez de mi vida;contento con poco, yo no deseo enriquecermepor medios vergonzosos. Así, que hablo ó mecallo según me lo dicta una voluntad reflexi-va, y no por motivos bastardos. Pero tú, cuan-do te pagan, quedas mudo; así que se concluye

(11 Los jueces no se apresuraban más que los oradores.Démostenos nos habla de una acción intentada contra Mi-diaa y pendiente desde hacia ocho afios. El pede Posna «lau-do de Horacio se aplica fleinaaiaap Won á la justicia anti-gua de Atenas,

el dinero, empiezas á gritar. Tú, no hablas nicuando quieres ni según tus convicciones, sinomediante la orden que recibes.» Al lado deestos motivos falsos ó verdaderos hay otro noconfesado, pero poderoso. Si ios adversariosdifieren las hostilidades durante muchos años,es á fin de tener más probabilidades de vencer.No existe para ellos ningún peligro en la tar-danza: por lo,mismo, en vez de denunciar alenemigo el dia en que esta denuncia reporta-ría más utilidad á la República, se espía pa-cientemente el momento más favorable parahumillar á un rival. Es asunto de oportunidad:la oportunidad es un auxiliar poderoso delartista. Demóstenés tenia muy buenas razonespara no equivocarse sobre este punto, y publi-caba el secreto de su adversario diciendo: &Es-quines ha querido acusarme en el instante quele ha parecido más favorable; hoy es cuandoviene á la liza; se imagina, á lo que parece, quevenís á asistir á un combate de oradores y noá examinar la conducta de un ministro; á juz-gar las bellezas de un discurso y no á pesarlos intereses del Estado.»

Demóstenés mismo ha sacrificado algunavez en aras de las meticulosidades oratorias.Ultrajado por Midias en el ejercicio de susfunciones de corego, el orador ha preparadocontra su adversario numerosas memorias;por confesión propia ha meditado largamentey escrito con el mayor cuidado la acusaciónen que reclama venganza. Llama al pueblocontra el impío con toda la vehemencia de queel odio y el derecho son capaces; después, aca-bada su obra, la guarda en su cartera. A loque parece, lo más importante para él era es-cribirla. Autor de un discurso lleno de amar-gura y de hiél, libelo virulento en que jura serinexorable, Demóstenés repentinamente vuel-ve la espada á la vaina, entra en arreglos yperdona á Midias. Este desenlace imprevisto,¿no autoriza para sacar la siguiente conclu-sión1?

La ley violada, la Religión ultrajada, laseguridad pública amenazada, no eran la solapreocupación del orador de la Midiana. Allado de la satisfacción de una injuria, ha co-locado una satisfacción del amor propio. Hacompuesto esta obra maestra de inventiva,por odio á Midias y por amor á la gloria. Haquerido infligir á su enemigo el castigo de unaestocada postuma, y dejar á la posteridad unmonumento imperecedero de su elocuencia.

(Concluirá.)LEÓN BREDIT,

NÓM. 250. A. MAESTRE.—TEORÍA DE LA BENEFICENCIA. 165

TEORÍA DE LA BENEFICENCIA.

(Conclusión.)

La acendrada piedad de nuestros mayores,que solícitos procuraron remediar el infortu-nio, en todas sus manifestaciones, creó innu-merables patronatos y memorias pias, legan-do cuantiosos bienes para su sostenimiento.Completando en nuestros dias este generosoafecto de amor por el espíritu de asociación,se crean las fundaciones benéficas de carácterparticular, hijas de la caridad por su origen ydotación; copian de la beneficencia pública lastendencias y acaso el régimen, y son como ellazo que acerca y estrecha la virtud privaday el deber social, contribuyendo poderosa yeficazmente á que se auxilien y complemen-ten. La ley debe conceder amplísima libertadá la iniciativa individual, para su ejercicio,inspeccionando por conducto de las Juntasmunicipales el cumplimiento de sus estatutosy la justa distribución del capital de dichasfundaciones, suprimiendo de éstas aquellasque resultasen innecesarias por haber cesadolas causas que motivaron su fundación, apli-cando sus rentas al remedio de otras nece-sidades, de acuerdo con 'a Junta general debeneficencia, previa información déla muni-cipal.

Los defectos de las leyes desamortizadorasse han dejado sentir más que en otro algunoen el ramo de beneficencia; enajenados losbienes que constituían la dotación de muchasinstituciones piadosas, y si bien en tiempo deGodoy se les prometió acudir á su sosteni-miento, los apuros del Tesoro primero, laguerra de la Independencia después, hicieronilusorio el compromiso; abusos escandalosísi-mos cometidos en los asilos de caridad, y porlos patronos de memorias pias, unido á la pre-mura con que se verificó la desamortización,sacaron al mercado las fincas que servían

•para cumplir los fines de la beneficencia pú-blica: confiado su sosten á la protección delEstado y á los • socorros particulares, en lapráctica han resultado negligente y dispen-dioso el primero, insuficientes y escasos lossegundos. Los desastrosos resultados de talsistema han obligado al legislador á excep-tuar en la venta de bienes nacionales los decarácter benéfico, y á consentir á las corpo-raciones y establecimientos caritativos el ad-quirir bienes raíces, conforme á las prescrip-ciones del derecho'conmn; autorización indis-

pensable si se quiere dar carácter de perma-nencia y verdad, á la ayuda y socorro de losmenesterosos.

La naturaleza, qua dio al hombre la ener-gía, la fuerza, concedió á la mujer la ternura,el sentimiento; hace predominar generalmen-.te en él el temperamento sanguíneo, impetüorso y pronto en ejecutar, pero impremeditado»y propenso al olvido; y ¡en ella el nervfeso,sensible sobremanera, propicio para la asimi-lación de las ideas y el nacimiento de los afec^tos, unido al linfático, reflexivo y constanteen la conservación de dichos afectos. El) el •hombre, se encuentra la madurez de juicionecesaria para el estudio de los grandes pro-blemas de la ciencia; la mujer posee la ideainnata de la belleza, para la mejor aprecia-^cion de las manifestaciones artísticas. Él re-une, á la actividad que todo lo realiza, el valorque ante nada retrocede; mientras que (segúnafirma uno de los poetas que en nuestro siglomejor supo expresar la delicadeza del senti-miento (1),

Ella tiene la luz, tiene el perfume,El color y la línea,La forma, engendrádora de deseos,La expresión, fuente eterna de poesía.

La mujer, tímida y sensible por tempera-mento, fraterniza necesariamente con la ca-ridad por el espíritu de amor que anima &ésta. Una y otra se buscan y se completan. Lacaridad sin el perspicaz instinto de la mujerpara conocer las necesidades que la dignidadpretende ocultar, sin su delicadeza para so-correr al menesteroso, sin que la altivezrdeéste se ofenda, sin su perseverancia para de-nunciar un dia y otro dia abusos inveterados,en la beneficencia pública, resultará siempreescasa, cuando no inútil. La mujer sin la ca-ridad (que con la íntima satisfacción que elejercicio del bien inspira, minora las propiaspenas, al consdlar las extrañas desventuras,y ángel de resignación y esperanza engendrala conformidad y proporciona el bienestar alindigente), seca los purísimos afectos que Diospuso en su corazón; y olvidando que los sin-sabores que acibaran su vida pueden proce-der de sus defectos ó de circunstancias tran-sitorias, tórnase egoísta, insensible, calcula-dora y liviana. La mujer rica en sentimiento(escribe el Dr. Alonso y Rubio), no puede vivirsino en esa atmósfera espansiva, donde su cora-son se dilate y se cumplan sus altas aspiracionesde hacer bien, de ejercer la caridad.

(1) Gustavo Adolfo Becquer.

165 REVISTA EUROPEA .~<4) OH fpEBHKftO; DE 1870.

Parala prosperidad pública ¡por lazacion de los individuos, es preciso educar porel sentimiento el corazón de la mujer- «SHamujer no e& poderosa, <dice un ilustre pensa-dor contemporáneo (1), á dar á la sociedad elcalor de sus virtudes; si modesta y candorosa,y llena de amor y piedad, no inspira á la so-ciedad el1 aliento de nueva vida, la sociedadperecerá en medio del materialismo que yanos rodea, ó- caerá desecada por frió y des-consolador escepticismo. El ideal toma siempreforma femenina, y el hombre no se humilla,ni adora, ni ama con fervor sitio aquello enque resplandece la esencia de la mujer. Seaella comO:vaso de perfumes, suave y discreta,tierna y de gusto delicado; broten de su almalimpios y castos pensamientos, y cuando ca-sada, procure imitar á la mujer fuerte del Evan-gelio, y ella tendrá, no todo, es verdad, pero silo que más importa p ara cumplir el destino áque la llamasu naturaleza.» Conviene; es ne.cesario que se sienta en la sociedad el benéfi-co influjo de la mujer, en todas sus edades, es-tados y posición social, por la educación ypráctica de la caridad, desde los primerosaños de su infancia hasta los apacibles y se-renos dias de su ancianidad, y que se la habi-túe al conocimiento del dolor para su prontoremedio, y ante el constante espectáculo delas debilidades humanas, se formará un carác-ter indulgente para juzgarlas, y compadecién-dolas procurará evitar su reincidencia. Niña,socorra á las otras pequeñuelas y al ancianomendigo; adulta, cercene el tiempo de sus jue-gos para dedicarle á enseñar los primeros ru-dimentos de la instrucción primaria á los pár-vulos de las clases pobres; adolescente, en esahermosa edad en que, conservando la ingenui-dad de la infancia, enseñoréanse del alma in-definibles ensueños de algo desconocido hastaentonces, deben fortificarse ^en su corazónideas de confraternidad con el desgraciado; ycuando esposa y madre, no haya para su in-teligencia fragilidad ni extravío desconocido,y por su edad y su respetabilidad pueda sergarantía para la reparación de faltas origina-das por la ceguedad de la pasión, sirva de con-fidente á la mujer abandonada, y procure am-pararla para que su honor no sufra detrimen-to; infunda el arrepentimiento de la extravia-da, y destruya por la persuasión y el consejola venta mercenaria de su cariño á la mujerpecadora; vigile las inclusas, los hospicios,visite los hospitales y frecuente los presidios

¡1) José Moreao Nieto.

de mujeres para si«,eulcarl|s la idéaí de la vir-tud é impida la contumacia en el delito.

Donde haya que sufrir, amar y creer, allíencontrareis en primer término á la mujer:ella lloró por el Hijo del hombre, cuando es-carnecido caminaba para el suplicio, por lascalles de Jerusalen; ella enjugó su faz, y enel Calvario, cuando sus : discípulos andabanfugitivos y dispersos, solo la Virgen madre ylas santas mujeres del Evangelio permanecie-ron en el Gólgota, hasta que fuó sepultado elunigénito de María. Concretándonos á nues-tra Patria, cuando se trata de salvar una na-cionalidad, la historia recuerda á Doña Petro-nila de Aragón; el nombre de Doña María deMolina, sé encuentra unido al desarrollo delas libertades populares de Castilla, y la uni-dad de la Nación española, el descubrimientodé América y el coronamiento de la epopeyade la Reconquista, hállanse santificados porel glorioso y augusto nombre de Doña Isabella Católica. Y si prescindiendo de lo generaldescendemos á los afectos particulares delalma, la dulce y bella Isabel Segura, gioria deTeruel y honra de su sexo, muéstranos cómoel corazón verdaderamente amante no puedesobrevivir á la pérdida del ser amado. El es-travío de la pasión de la desventurada Reina,loca de amor, la desgraciada hija de los ReyesCatólicos, Doña Juana, el constante amor desu virtuosa y santa hermana Doña Catalinade Aragón, por Enrique VIII de Inglaterra, ylos sacrificios y abnegación sin límites 'de laanimosa Doña Juana Coello, por Antonio Pé-rez, serán siempre el modelo más acabado deesposas amantes y de fidelidad conyugal.Honrosa, sobremanera, es la influencia de lamujer en la historia de la beneficencia espa-ñola, limitando nuestras observaciones alpresente siglo. Notorios son los desvelos de laJunta de damas de honor y mérito en la admi-nistración de la Inclusa de Madrid; públicoslos beneficiosos resultados de la asociación deseñoras, que forman la Junta de beneficenciadomiciliaria; eterno recuerdo de gratitud'guardan á la memoria de la Condesa de Espózy Mina, los acogidos en el hospicio de la Co-ruña; digna de encomio es la abnegación dela Vizcondesa de Jorbalan, renunciando á lascomodidades que su posición social la brinda-ban, para confundirse entre esas infelices pe-cadoras convertidas al bien por el arrepenti-miento; bienaventuradas criaturas que con-servan cual el Luzbel de Milton, algo de su di-vino origen; más felices que Satanás logransalvarse, porque como la Magdalena, si mu-

Á. MAESTRE.—TEORfA. DE %& BENEFICENCIA; '<- 167

cho pecan; también aman mucho, mientras,que, según Santa Teresa, es imposible paraaquel la salvación, porque el infeliz no puedeamar. Y finalmente, nunca será bastanteaplaudida la nobilísima campaña hecha pormedio de la prensa por Doña Concepción Are-nal en pro de los desvalidos, los penados y decualquier desventura física ó moral, por insig-nificante que ésta sea.

Los beneficiosos resultados de la interven-ción de la mujer en las Juntas y asociacionesde caridad y la opinión unánime de todos losque han escrito sobre beneficencia, pidiendopara ella una representación activa en esteramo del derecho adminislrativo, inspiraronel decreto de 27 de Abril de 1875. Créase pordicho decreto en Madrid una Junta de señoras,confiriéndole la suprema inspección de todaslas asociaciones y establecimientos benéficos,y sobre todo, en aquellos asilos destinados álas de su sexo, entendiéndose directamente conlas demás asociaciones de señoras de la penín-sula, con la facultad de promover íá creaciónde nuevas Juntas de señoras en todos los pue-blos de la Nación. A pesar de obedecer estedecreto al laudable propósito de cumplir conun deber de justicia, dando á la mujer una par-ticipación activa en la beneficencia, convierteen patrimonio de una clase determinada elejercicio de la caridad. Concédase en buen horaá la aristocrática dama y á la acaudalada se-ñora la dirección de la beneficencia; lo elevadode su alcurnia, su desahogada vida les permi-tirán con mayor provecho para los meneste-rosos el socorrerlos y corregir los abusos ad-ministrativos en los establecimientos benéfi-cos, pero no se prescinda de la mujer de la cla-se media, que por lo excepcional de su posiciónsocial puede apreciar mejor ciertas necesida-des y remediarlas; búsquese el auxilio de laartesana, de la hija del pueblo, que por su mo-desta posición vive entre los indigentes y podrádeterminar mejor la certeza de la limosna so-licitada, ó de la pobreza desconocida. Reúnan-se, pues, en las Juntas central y de beneficen-cia domiciliaria todas las categorías sociales;porque si en el mundo moral es censurable sudivorcio, tratándose de la caridad, es impío ymonstruoso.

El fervor místico que solo aspira á la con-templación del Ser Supremo, los desengañosde la vida, que impelen á buscar en los con-suelos de la religión el bálsamo reparadorpara las heridas del alma; un espíritu de de-voción más ó menos convencional, que incita árenunciar del mundo á quien nada de él espe-

ra, llevan á los monasterios de religiosas unnúmero, no pequeño, de mujeres nacidas paraamar y consolar. A pesar de ser la oración y lapenitencia el fundamento dé la vida monástica,no hay regla por rigurosa que sea su obser-vancia, que no deje á los que la practican tiem-po sobrado para emplearlo en el bien del pró-jimo; misión que con preferencia deben cum-plir los que se dedican á la vida conventual,si. quieren llegar á la perfección cristiana.«Cuando yo hablara todas las lenguas de loshombres, escribe el Apóstol de las gentesy el lenguaje de los ángeles mismos, si notuviera caridad, vengo á ser como un metalque suena ó campana que tañe. Cuando yodistribuyese todos mis bienes para sustento delos pobres, y cuando entregara mi cuerpo á,las llamas, si la caridad me falta, todo lo dichonomo sirve de nada.» Loable es la oración,por ella el alma se pone en comunicación di-recta con su Creador; ella es fecundo gormende purísimas alegrías, de resignación y con-suelo; pero no monos santa es la caridad queama al Creador en la cosa creada, por el am-paro concedido á sus criaturas. Los beneficio-sos resultados obtenidos por la intervenciónde las hermanas de la caridad en las inclusas,hospicios y hospitales demuestran la necesidadó importancia de su presencia en dichos esta-blecimientos. En cuanto á las religiosas suje-tas á clausura, puede obligárselas por sus su-periores al socorro del desvalido, con equiposde recien nacidos, para las familias pobres;contribuir al vestido de párvulos, á hacer hi-las y vendajes para los hospitales, donativosque pueden darse eligiendo como intermedia-riosftos mismos superiores. Con la ayuda pres-tada al menesteroso por las monjas, la anima-da del verdadero amor divino sentirá la ín-tima alegría que resulta de imitar al que sien-do la suma perfección sacrificó su vida y su-frió incruenta pasión por redimir á la huma-nidad: la. desventurada que por haber sufridoantes, sabe comprender lo intenso del dolor,tendrá la satisfacción de ser digna esposa déJesucristo, devolviendo bien por mal á una so-ciedad que para ella no tuvo sino aflicciones;y finalmente concederá la necesaria fortalezade ánimo á las flaquezas de espíritu en quepueda incurriría que alucinada ó impremedi-tadamente pronunció ciertos votos solemnes.

Al ocuparnos de ias Juntas de señoras,condenamos el aislamiento de las clases so-ciales; al ocuparnos ahora de las Juntas debeneficencia domiciliaria, insistimos en lasapreciaciones que entonces hicimos, amplían-

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dolas para pedir. la cooperación de los dossexos unidos para, el ejercicio de la caridad.Incalculables san los beneficios dispensadospor las sociedades de señoras; numerosas ymúltiples por sus diversas aplicaciones laslimosnas distribuidas por la Santa Herman-dad del Refugio de Madrid, compuesta dehombres. Para bien de los socorridos y uni-dad de los socorros, deben aunarse estoselementos hasta ahora independientes. La ar-monía del sentimiento y la inteligencia, re-presentados en la mujer y en el hombre, creanla familia, base y origen de toda sociedad. Lasensibilidad y ternura de la mujer descubre yconsuela las miserias y los dolores. La expe-riencia de mundo y mayor cultura templa-rá algunas veces la excesiva benevolencia dela mujer, y procurará el remedio de ciertosinfortunios que la mujer solo puede compade-cer. Unidos los dos sexos en las Juntas, todaslas clases sociales deben estar representadasen ellas, desde el aristócrata al jornalero, y nolimitando sus buenos oficios á la limosna pe-cuniaria atenderán á la moral: un buen con-sejo, la educación popular, el desarraigo deciertas preocupaciones inveteradas, el olvidodo odios y rencores, son tan útiles y prove-chosos como la limosna entregada al mendi-go ó el socorro en especio proporcionado alindigente. Únanse todos los hombres entre sí,olvidando vanos rangos y distinciones porfraternidad en la religión del dolor, que puri-fica lo que está manchado, santifica lo que esbueno y diviniza lo que es santo.

Al terminar nuestro trabajo, realizado conmejor deseo que fortuna, no vacilamos ni unmomento en recomendar el ejercicio de lacaridad desinteresada y discreta, como dulcecompañera en los dias de ventura y bienan-danza, y como alivio y refugio en los de tribu-lación y prueba (1). «Aspiraciones imposiblesde alcanzar, deseos que no pueden realizarse,vacíos que nada llena, dolores en todos losgrados, bajo todas las formas, que escarnecenla razón, que no escuchan la fe, que rechazanla esperanza, han hallado en la caridad suconsuelo.» Afortunada la sociedad donde nadafalte en el ramo de beneficencia. Dichoso elhombre que no puede presenciar el mal ajenosin compadecerse y remediarle. Bendito elque hace preferente ocupación de su vida, lasanta y ennoblecedora misión de- Consolar altriste.

Madrid 19 de Noviembre de 1878.ANTONIO MAESTRE Y ALONSO.

1) Concepción Arenal.

EL DARWINISI10 Y LA MORAL-

(Continuación) (1).

1IL

Según Mr. Darwin, las inducciones más le-gítimas y los hechos mejor comprobados esta-blecen que las condiciones de la moralidad enel hombre son esencialmente las mismas queen los animales sociables.

El hombre es un animal sociable, y buscanaturalmente la compañía do sus semejantesódealgunos de ellos. Un estado de aislamientoabsoluto que hubiera precedido á la institu-ción de la familia, es la más quimérica de lashipótesis. No tiene nada de ; probable que lasfamilias en su origen hayan sido completa-mente extrañas unas á otras. En ciertos paí-ses salvajes se encuentran hoy familias erran-tes que se dividen en grupos de dos ó tres in-dividuos; («fiero siempre, dice Darwin, conser-van relaciones de amistad con otras familiasde las que habitan la misma región. Estas fa-milias se reúnen algunas veces en consejo yse ligan para la común defensa.» Si la familiaes contemporánea de la humanidad, la tribuá su vez parece haber sido contemporánea dela familia.

Todo induce á creer que el instinto de so-ciabilidad es en el hombre una herencia desus antepasados simios. Debe tener de estostambién cierta simpatía, alguna tendencia ála fidelidad para con sus semejantes, talvezalguna aptitud para el dominio de sí mismo yalgún sentimiento de obediencia hacia el jefede la comunidad.

Ninguna sociedad, por rudimentaria quese la suponga, podría subsistir fuera de talescondiciones. Añádase á esto, como consecuen-,cia casi indispensable, una tendencia heredi*taria á defender á sus semejantes con el con-curso de los demás, á ayudarles, siempre queesto no sea demasiado contrario á su propiobienestar ó á sus deseos, y tendremos todoslos elementos morales trasmitidos al hombredirectamente por los monos antropoidos, delos que desciende.

Esta simpatía instintiva que mueve á loshombres á prestarse auxilio mutuamente, nolos determina en alguna acción especial, comosucede en los animales sociables que ocupanel lugar más bajo de la escala: es una disposi-

(1) Véase el núm, 257, pág. 97.

NtiM. 259. Xí. CARHAU.—BU 0ARWIMSMO 169

cion general cuyas manifestaciones varíansegún las circunstancias. Gracias á sus facul-tades intelectuales más elevadas, el hombreno tiene necesidad de que la naturaleza ledicte cómo debe ayudar á sus semejantes; larazón y la experiencia le sirven de guia.

Ya hemos visto cuál es, según Darwin, laimportancia del lenguaje para el desarrollo delos sentimientos sociales y, por consecuencia,del sentido moral en la especie humana. Si seconsidera ahora que los sentimientos de amis-tad y de simpatía, el imperio sobra sí mismo,se fortifican por la costumbre; que la fuerzadel razonamiento permite á cada cual apre-ciar la justicia de los juicios de sus semejan-tes, «se comprenderá, dice Darwin, que elhombre se siente impulsado, independiente-mente del placer ó de la pena que experimentaen el momento, á adoptar ciertas reglas deconducta. Puede decir entonces: yo soy eljuez supremo de mi conducta, y, por emplearla expresión de Kant: Yo no quiero violar enmi persona la dignidad de la humanidad.»

El remordimiento se explica en el hombrede la misma manera que en los animales.¿Por qué ese amargo pesar de haber cedido alsentimiento de la conservación más bien queá la simpatía que nos mueve á arriesgar lapropia vida para salvar la de nuestros seme-jantes? ¿De dónde viene que nos creamos obli-gados á sacrificar tal deseo instintivo ante talotro, y que nos manifestemos descontentos denosotros mismos si obramos de otro modo?«Es, responde Darwin, que; en virtud de suscapacidades intelectuales superiores, el hom-bre se representa incesantemente los motivosde sus acciones pasadas. ¿Ha obedecido á al-gún deseo egoísta temporalmente más fuerteque el instinto social, el hambre, por ejemplo,ó el amor á la venganza? Una vez satisfechoese deseo, pierde la mayor parte de su fuerza.Y así es que á un hombre ahito le cuesta tra-bajo imaginarse cuan terribles son los agui-jones del hambre. Pero la simpatía, vencidaun momento, ha conservado la vivacidad du-rable, siempre igual á ella misma, que elladebe tanto á las necesidades y á las costum-bres de la vida común como á una acumula-ción hereditaria prolongada durante innume-rables generaciones. El hombre se representa,pues, la acción que hubiera sido conforme ásus instintos sociales; la compara con la com-pletamente contraria que le han inspirado sustendencias egoistas, tan enérgicas al prontoy luego tan lánguidas; no puede menos de aper-cibirse de que la violencia pasajera de éstas

se desvanece, desde que han sucumbido antela fuerza permanente de aquella; juzgue porconsecuencia que en definitiva es el instintomás débil el que ha triunfado. De aquí naceun sufrimiento; porque todo instinto profundocuando está contrariado, engendra un sénti"miento de malestar de una naturaleza espe-cial: este sufrimiento, aquí, es el remordí»miento. :

Puede suceder que en algunos hombres lasimpatía sea de una debilidad excepcional, yque después de haber realizado un acto con-trario al bien de ott-o, la tendencia egoísta queles ha impulsado les parezca aun tan fuerte ómás que el instinto social. Esos hombres sonincapaces de tener remordimiento; pero tie-nen ordinariamente conciencia de que, si suconducta fuese conocida por sus semejantes,no seria por ellos aprobada; y es muy raroque la simpatía falte tan completamente, queno baste aquella conciencia para causar undoloroso sentimiento. El caso, sin embargo,no carece de ejemplos-. Hay hombres que selanzan al mal por instintos más poderosos quetodos los sentimientos en favor del prójimo,sobre los cuales no ejerce presión la censurapública, y á quienes solo el temor del castigopuede detenerlos. Monstruos en lo moral, co-mo otros lo son en lo físico, arrastrados haciael crimen por la fatalidad de su naturalezaincompleta, no podrían ser declarados comoverdaderos responsables de lo que hacen, pormás que la ley tenga aún [el derecho de cas-*tigarlos en nombre de la seguridad general.Numerosas observaciones han comprobado,.en efecto, que la conciencia se halla ausentepor completo en los más grandes culpables.

Mr. Darwin adopta aquí una teoría des-arrollada con talento por M. Despine en suimportante obra sobre la Psieoloijía natural ymórbida, y más recientemente en su libro so-bre La locura bajo el punto de vistapsieológieoEsta teoría no tenemos para qué discutirla;nos contentamos con decir que parece ser unaconsecuencia bastante rigorosa de los princi-cipios lanzados á más altura. Si la moralidadno es otra cosa en el hombre que el resultadode un conflicto entre los instintos antagónicostrasmitidos por herencia, claro es que el indi-viduo no es responsable de la energía ó de ladebilidad original de sus instintos. ¿Falta unode los dos, el de la simpatía? Se inclina fatal-mente al mal, y la fuerza de la impulsión quele arrastra se somete á la de los deseos egois-tas que la simpatía, no existiendo, deja decombatir. La libertad y la razón nada tienen

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que hacer en esto; todo se reduce á un proble-ma de mecánica. ,;

La teoría darwiniana respecto al origen delsentido moral pretende hallar una verifica-ción experimental en la historia del progresohumano. Todo lo que podemos conjeturar delas épocas primitivas, todo lo que sabemos de .los salvajes, nos demuestra que las virtudessociales son únicamente estimadas en el prin-cipio. Ninguna tribu podria evidentementesubsistir; si el asesinato, la traición, el ro-bo, etc., fuesen en ella habituales. Estos crí-menes se castigan, pero solamente cuandoson cometidos contra miembros de la, tribu:respecto á los extraños, no se abrigan losmismos sentitnientos.

El interés de la tribu es para el salvaje elúnico criterio, más ó monos vagamente con-cebido, de la moralidad. El sentimiento social,la simpatía, no han traspasado aún los estre-chos límites de un pequeño grupo; y por lomismo que es pequeño, rodeado por todas par-tes de implacables hostilidades, cada uno desus miembros debe estar dispuesto á sacri-ficarlo todo por la salvación de los demás. Laconciencia de esta necesidad se ha convertidoen instinto, porque en la lucha para la exis-tencia; las únicas que han sobrevivido entrelas comunidades primitivas han sido aquellasen que se habia desarrollado en alto grado elsentimiento de la solidaridad común. Así seexplica que en el mismo seno-de la tribu, noexistan reprobación alguna y hasta sean esti-mulados por la opinión pública ciertos críme-nes que nos causan horror. ¿Quién ignora,por ejemplo, lo frecuente que es entre los sal-vajes la práctica del infanticidio, sobre todorespecto á las hembras? Pues consiste en queinteresa á aquellos desgraciados pueblos notener entre ellos muchos seres inútiles quealimentar, dadas las privaciones y los peli-gros que constantemente arrostran. Los chi-cos les sirven para la pesca, la caza y aunpara la guerra, y por eso los conservan; peroá las niñas, que no sirven por el pronto másque para comer, se las sacrifica (l).Del mismomodo se ve á ciertos animales rechazar alcompañero herido ó perseguirle hasta quemuera, por temor sin duda de que las bestiasferoces, incluso el hombre, intenten seguir albando..

Las virtudes privadas, cuya utilidad social

íl) Véase Lubbock, Orígenes da lacivilisaeion.

no es evidente para los espíritus poco reflexi-vos, no fueron en eL principio objeto de nin-guna estimación. La prueba que de esto daDárwin es que la castidad es casi desconoci-da entre los salvajes. El valor, por el con-trario, alcanza un alto honor, porque en lascondiciones primitivas de la existencia huma-na, el que no se espanta ante ningún peligroni por ningún tormento palidece, puede pres-tar los mayores servicios á la tribu.

A medida que se eleva el nivel de la inteli-gencia en el seno de la humanidad, y las pe-queñas poblaciones se reúnen en grupos másconsiderables, siente cada cual que debe ex-tender sus instintos sociales y su simpatía átodos los miembros de la Nación á que perte-nece. De aquí proviene el patriotismo, el sen-timiento que en la antigüedad clásica íüé pormucho tiempo inseparable del- odio al extran-jero. Un paso más, y el género- humano noaparece ya sino como una vasta ciudad gober-nada1 por las mismas leyes, y cuyos ciudada-nos todos se deben mutuo amor. Este progre-so lo realizaron los estoicos; fueron poderosa-mente auxiliados por la conquista romana,que derribando las antiguas barreras entrelos pueblos hizo pasar al terreno de los hechosla utopia de una misma patria común á todoslos hombres (1).

El hombre comprende que los animales,capaces como él de experimentar placer, ydolor, tienen derecho á su compasión, y que se-gún la bella frase de Bentham, la cadena deoro de la simpatía debe estrechar á toda lanaturaleza viviente. Ésta es la última de lasadquisiciones morales. Tal sentimiento escompletamente desconocido de los salvajes,excepto para con sus animales favoritos. Noera menos para los antiguos romanos, comolo prueban las abominables matanzas del cir-co. Los estoicos parecen haber tenido algunaconciencia de él; los primeros anacoretas lopopularizaron (2) en el seno del cristianismonaciente; la escuela utilitaria de Bentham ledio un lugar importante entre las condicionesde la virtud, y la filosofía trasformista, procla-mando el origen animal del hombre, debe con-tribuir todavía á su desarrollo.

Pero si el interés social ha sido primitiva-'

(1) M. A. Barrat, parece atribuir á la formación del im-perio romano el nacimiento de las ideas estoicas relativasá la comunidad de naturaleza de todos los hombres y á lafraternidad universal. Nosotros creemos que hay en estouna completa inversión del orden histórico.

(2) VéassLecki, History of European moráis, from, Au-gustas to Charlemagne,

NTJM.¡259. M. MOYA.—GONFLICTOS ENTRR I.OS PODERES DEL T5STADO. 171

mente la medida de la moralidad, ¿por quélasintuiciones del sentido moral nos parecenhoy tan completamente independientes detoda experiencia de utilidad, sea general óparticular? • Según M. Herbert Spencer, losjuicios morales no fueron primitivamente másque juicios relativos á la utilidad de ciertosactos; los que se reconocieron útiles fueronobjeto de aprobación; y aquellos cuyos efectosdemostró la experiencia que eran perjudicia-les, fueron objeto de censura. Por consecuen-cia, se establecieron asociaciones, en el espí-ritu de los primeros hombres, entre las ideasde estos actos y los sentimientos que provoca-ban; por la repetición constante de las mis-mas Observaciones llegaron á ser indisolublesy se imprimieron con caracteres ~ada vez másprofundos en el cerebro. Trasmitidos por he-rencia bajo forma de modificaciones orgáni-cas, han concluido por revestir fodos los ca-racteres de un instinto. El recuerdo de las ex-periencias de utilidad que les había dado orí-gen se ha perdido poco á poco; únicamente lareflexión filosófica puede hoy encontrar suhuella y señalar su olvidado papel.

{Continuará.)

L. CARRAU.

GONFUeTOS ENTRE LOS PODERES DEL ESTADO.

II.

LA SOBERANÍA.

La asociación es al propio tiempo una ne-cesidad y un rasgo característico de la espe-cie humana, que la diferencia y determina deigual manera que la razón ó la voluntad, y fa-cilita el desenvolvimiento de su naturalezamoral, trabajando asiduamente por el destier-ro de su ignorancia. Anterior y superior alEstado, como que éste aparece para garanti-zar la armonía en el ejercicio de ios derechosque á la sociedad van unidos, ni nace ésta por-que la humanidad lo haya querido, ni es pro-ducto de la casualidad ó de la nada. Alma delmundo, esencia de la vida, ser primordial, cu-ya figura no se ve, pero cuyo aleteo senti-mos dentro de nosotros mismos, en este

deseo que. nos lleva á amar á nuestros seme-jantes y á llorar sus desventuras y agradecersus beneficios, en este secreto impulso que noshace en los instantes desgraciados de la vida ,buscar el extraño consuele y siempre las pro-vechosas verdades de la ciencia, la sociedades una obligación ineludible, derivada de nues-tra propia naturaleza, que lejos de ahogar losderechos humanos, allana á nuestra voluntadel camino de la soberanía, á nuestro corazónel camino del bien y á nuestra inteligencia elcamino de la verdad y la idea* de Dios.

Pero Estado no significa lo mismo que so-ciedad; esas dos ideas se relacionan íntima-mente, se completan más bien, pero entreellas existen visibles diferencias. La sociedadtiene una vida propia; el Estado se deriva dela sociedad, de la que no viene á ser en ciertomodo otra cosa que un representante; La so-ciedad contiene todos los fines de la vida; elEstado los regulariza, pero si aceptándolos losdirige, en contra de ellos es impotente. Estadistinción podrá parecer más convencional queverdadera, y más minuciosa que fecunda; perono hay tal cosa. Ella ha servido de sólida baseá la teoría de división de la sociedad en socie"dad de naturaleza y sociedad de justicia, quelos filósofas proclaman, y en esa división en-cuentra uno de los más irrebatibles argumen-.tos para su defensa, el principio de la sobera-nía de los pueblos.

No diremos lo mismo de la pretendida dife-rencia entre el Estado y el Poder ó Gobierno,que algunos juzgan muy importante, y es ennuestra opinión caprichosa en extremó. ElEstado, si no hade ser una abstracción, unaidea, uií'algo sin propiedades que no se deter-mina, un ser inerte, sin iniciativa ni activi-dad, ajeno por completo á todos los elementosque en el seno de la sociedad se agitan, ha deir estrechamente unido al Gobierno, que esquien le da la vida y le anima y alienta.

Porque la misión del Poder ó del Gobiernoes esencialmente activa.. El progreso y en-grandecimiento de la sociedad civil hizo nece-sario el Poder para el mejor cumplimiento delos fines humanos, y desde entonces, si biencon distintas formas, con diversos procedi-mientos y variados ideales, le vemos constan-temente acompañando á todos los pueblos y átodas las civilizaciones.

También las distintas escuelas filosóficashan discutido larga y luminosamente sobrecuál sea la verdadera naturaleza del Poder ódel Estado. Desde el socialismo, que le con-sagra un altar y quema en su holocausto

172 REVISTA BUR0PBA«TT9 DE FEBRERO DE 1870.

todas las libertades, hasta la escuela Krausis-ta, para la que no tiene valor, más que comouno de los muchos elementos que entran ácomponer la confederación de Estados queconstituye la sociedad, hay una larga serie deopiniones y teorías que han hecho famosas lostalentos de Molinari, Alcalá Galiano, StuartMili y otros celebres oradores y publicistas deEuropa. Obligados á decidirnos por una déesas teorías, aceptaríamos como la más cer-cana ala verdad la expuesta por Jules. Simón,que al declarar qué el poder no es legítimosino en tanto qué es necesario, y que debe.de-crecer proporcionalmente al progreso de larazón y de la moralidad humanas, funda en eldeber y el amor el único lazo que debe unir álos hombres justos.

¿Pero dónde hemos de buscar el origen deese poder que al presente tiene por objeto prin-cipal realizar el derecho y en el que giran y sedesenvuelven las instituciones políticas porque las Naciones se rigen? Fácil es responderá esta pregunta, si no nos dejamos seducir porla falsa grandeza de algunas creencias que elegoísmo y el error han puesto en el camino dela verdad. No encontraremos ese origen en elprincipio del derecho divino, que hace, segúnun notable escritor, del examen una blasfe-mia, de la servidumbre una virtud y del pue-blo un esclavo; no le encontraremos en la so-beranía déla justicia, invención infeliz del doc-trinarismo, que por ese medio soñaba conser-var íntegro un poder, del que ya no quedabamás que la sombra; no le encontraremos'enlos Parlamentos ni en los poderes de hecho,pues, aun viéndolo nos parecería reflejo delperseguido origen, más que el origen mismo;no le encontraremos en la fuerza, porque de-biéndose ésta al despotismo, solo puede pro-duducir la tiranía; no le encontraremos, porúltimo, en el pacto de Rousseau, porque acep-tar el estado natural anterior á la sociedadcivil equivaldría á declararse partidario de la•iegradacion de la humanidad. Está en la vo-luntad general prestada para constituir la so-ciedad política, vive en el seno de las socie-dades y se llama soberanía nacional.

En ese emblema de redención, los partida-rios del derecho divino ven horrorizados unfantasma terrible que les amenaza, y sientenque el rayo de sus excomuniones no sea bas-tante poderoso para exterminarle. Pero sonpoco consecuentes con sus obras, porque aun-que les asusta la palabra soberanía, la inven-taron ellos. Aplicando ese nombre en los últi-mos tiempos de la Edad Media á la potestad de

los Reyes, hicieron de la vieja Monarquía pa*triai'cal electiva de los godos, la autoridad dehierro que tuvo en sus, manos Felipe II. La pa-labra soberanía es obra de esa escuela que hoylanza contra ella terribles anatemas, olvidan-do que un tiempo fue cómplice de sus errores.De esa palabra se valieron para aherrojar á lainteligencia, cuyo rápido vuelo les espantaba;para autorizar los más irritantes ;:monoppliosy erigir en suprema ley los caprichos de losPrincipes, y para llenar los calabozos con losdefensores de la libertad, que con los torren-tes esplendorosos de su luz quería iluminar elmundo. La revolución vio en frente ele.sí aque-lla autoridad odiosa; creyó que si aquel poderen manos de los Reyes habia sido omnipo-tente, podia serlo igual y aun mejor en manosdel pueblo; se apropió el título de la soberanía,y equivocada acerca del verdadero sentido deesta palabra, como, que no tenia más lecciónque el ejemplo, aceptó el despotismo aceptan-do el absurdo. Si la soberanía de derecho diTvi,no autorizó para que se hiciera, como Bo-nald decia de la Nación el patrimonio de unafamilia y de los ciudadanos siervos; si se:iinnpuso á la religión misma, acallando sus su-blimes protestas y separándola de su misióndivina y civilizadora, la soberanía absolutadel pueblo, al modo que los convencionalesfranceses la entendían, no reparó en negar alDios cuya existencia confesaban los girondi-nos en la última cena al pedirle la inmortali-dad, ni se conmovió ante las criminales perse-cuciones de aquella época de terror que em-pieza con los asesinatos dé Setiembre y acabacon el triunfo de los termidorianos. Choqueviolento entre dos ideas que han llenado elmundo, nosotros no podemos condenar sushorrores sin reconocer sus beneficios: la luzsurgió de allí. • . / .

Ella nos ha dejado ver con entera claridadque el principio de la soberanía de las Nacio-nes, como origen del poder, está sancionadopor la lógica y por la justicia, y con tal firmezaarraigado en la conciencia ¡de los pueblos,que de ella no lograrán arrancarle ni los so.fismas ni las amenazas Con que sus enemigosle combaten. Esa soberanía que nosotros de-fendemos no es como los franceses han creídoel conjunto de todas las voluntades particu-lares, extendiéndose á todo y absorbiéndolotodo, que los llevó á una exagerada centrali-zación y de la centralización al despotismo,sino la voluntad general aplicada á los gran-des intereses sociales y á los políticos de laNación, que es como los Estados-Unidos d«

¿59. M. MOYA,—CONFLICTOÍENTRE-IÍOS BQDERBSíDEk-ESTADO. 173

América la aceptan y traducen en su Consti-tución, rindiendo tributo á los principios de lamoderna democracia.

El origen de la soberanía le encontramosen un convenio. Parecerá que hay contra-dicción entre rechazar como errónea la teo-ría del pacto de Rousseau y sostener que elfundamento de la soberanía es un convenio;pero la contradicción no existe ciertamente.En el pacto de Rousseau rechazamos dos co-sas que nos parecen tan contradictorias ála naturaleza del hombre, como opuestas alperfecto cumplimiento del fin humano; el es-tado natural anterior á toda sociedad civil yel considerar á ese estado como el único don-de la felicidad del hombre es posible, de talsuerte que Rousseau encuentra en la des-igualdad de fortunas el castigo del hombre,por el pecado original de haber abandonadosu paradisiaco estado salvaje para correr to-das las1 eventualidades y todos los peligrosque le cercan en la vida de la sociedad.

Pero si el pacto tácito ó expreso no pudopreceder á la sociedad civil, precedió sin dudaá la sociedad política. Expuesta semejante teo-ría en la época en que vivió Rousseau, hubieraparecido un sueño tan absurdo é irrealizablecomo el del filósofo ginebrino; defendida hoyque los Estados-Unidos de América deben áun convenio su actual existencia política, di-fícilmente encontrará impugnadores, porqueéstos corren el seguro riesgo de ser derrota-dos por la razón y desmentidos por la historia.

El hombre, por serlo, tiene derechos ante-riores á toda ley y á todo Gobierno, que en lasociedad civil ejercitaba, pero que quiso regu-larizar y garantizar por medio de la sociedadpolítica, librándolos de ataques y de asechan-zas. No á otro fin responde el poder á la so-beranía, ni es otro su origen. Para esa mu-danza fue preciso un convenio, aunque implí-cito: antes de ella, la comunión política noexiste; después funciona regida por las pres-cripciones que ha dictado la voluntad general.

Explicando la naturaleza de estos conve-nios, dice Grimke: «Aun en jurisprudencia ha-blarnos de convenios tácitos ó implícitos, y losdamos la misma fuerza y autoridad que á losexplícitos, y con mucha cazón. Nuestras no-ciones de lo bueno y lo malo, de lo justo y loinjusto, no son determinadas por nuestros con-venios políticos, sino que, al contrario, estosson determinados por ellas. Y esto es tan cier-to, que algunas veces clamos la misma fuerzaá lo que debe ser que á lo que efectivamentepstá ya declarado que es así. Por la misma ra-

on, aunque jno podamos hallar vestigios 4euna-comunidad primitiva de un contrato ex-preso, siempre descubriremos más pruebas dela forma delasociedad que resulta de un pac-to que del gobierno aislado de cada indivi-duo. En otras palabras, las causas que condu-cen al hombre á reunirse en sociedad y seguirla formación de comunidades políticas son detan poderosa eficacia, que obranjíldependién-/temente de cualquier convenio formal.»!,Deeste razonamiento se deduce lógicamente unaconsecuencia: que si la sociedad,política se haformado por el consentimiento de la voluntadgeneral, en la voluntad general ha de residirla soberanía, sin que sea legamente posibleque ninguna personalidad se abrogue ese po-der supremo, que solo la voluntad de todos, decualquier modo que se manifieste, puede ejer-citar en provecho de la asociación.

¿Qué alcance tiene esa soberanía'/1 ¿Es, comoalgunos pretenden, omnipotente,; absoluta, ili-mitada, superior á todos los derechos y. arbitrade disponer á su antojo de todas las libertades?No, ciertamente. Ese error en que incurrió aldespertar á la vida de la libertad w ^ r a n piierblo, solo puede ser sostenido por los <enemigosde la soberanía nacional, que, acusándolayde-nunciándola como autora de todos los.trastosnos y de todas las revoluciones, buscan inútil-mente su desprestigio. La soberanía nacionalno se puede sobreponer á los mismos derechosque ha venido á grantizar, porque renegandode su origen perderia su propia naturaleza ysu eficacia; no necesita ser absoluta, porqueeso en nada aumentaría la libertad de que losindividuos pueden gozar, antes contribuiría áque se perdiesen las de que disfrutan; no pue-de ser Arbitraria, .porque necesita respetartodos los derechos que el hombre tiene en sucalidad de individuo; no es ilimitada, porquesu alcance no llega hasta los eternos princi-pios de justicia, contra los que no prevalecerájamás poder alguno.

Pero só que ha de decirse: ¿Y no teméisque la soberanía nacional" abuse de ese podersupremo que no vaciláis en reconocerla?

No lo tememos. Si el conflicto se presenta,no será ciertamente porque hayamos recono-cido en las Naciones la autoridad exclusivade establecer sus leyes fundamentales. Elpoder no es el derecho; y el poder ejercido porlos pueblos ó las mayorías, en tanto es legíti-mo, en cuanto que es justo. Suponer lo con-trario equivaldría á afirmar que debia negáisse al hombre la libertad, porque la libertadpuede llevarle al crimen. Además, que si poEf

174 BtJRÓPBA.-i9lí>TEfi'BBREROj DB 1879.

d© ©Has'•• se puede abusar^ hubieran dedesterrarse, nos veríamos privados de lasmás respetables!y provechosas instituciones.Habría que prescindir dé los gobiernos, por-que oreados para que presten garantía a la li-bertad y á los derechos de los ciudadanos,han desconocido muchas veces esos derechosy negado y combatido esa libertad. El cristia-nismo , religión de paz, divina filosofía demansedumbre, predicada con el ejemplo, á laque se debe la doble emancipación de la espe-cie humana, nos hace impíos, cuando su his-toria la leemos en esa página luctuosa que sellama Alejandro VI. La imprenta, en ñn, per-seguida por el fanatismo, hubiera merecidoperecer entre las cenizas con que los autosde fé sembraban el camino de la opresión, yno burlarse de ella, haciendo que el espíritude los libros se librase del fuego, escapándoseconfundido en el humo de las hogueras de laInquisición, pai*a tocar en el cielo y propagar-se después por todo el mundo.

El poder no da derecho, hemos dicho, y es-to lo comprenden perfectamente los pueblosmodernosj estableciendo por si mismos lími-tes áisu propio poder, que revelan el precisoacatamiento á las leyes de la moral y de lajusticia. De entre esos límites, alguno de loscuales habrá de ocupar nuestra atención más

"kifcilwtte, señala Grinke como el principal laconstitución, pues si bien es indudable quelas mayorías pueden saltar por ellas, tal po-der ejerce la regla del derecho sobre los espí-ritus de los hombres, cuando es reconocidaeomo un principio de acción, y tan grande esel respeto instintivo á las leyes establecidas«que difícilmente habrá una facción que noesquive la tentativa ó si se decide á realizar-la que no se vea compelida á retroceder en sucamino.»

El principio de la soberanía, legítimo yjusto, es también necesario para el conciertode los elementos que teniendo vida propia yespecial estera de acción, se relacionan ycompletan én el seno de las sociedades. Si elpoder os en interés de todos y para el engran-decimiento de la asociación, solo á la volun-tad general corresponde ejercerle. Cualquie-ra excepción hecha en beneficio de una parti-cularidad, llámese monarquía, llámese dicta-dura, acusa la admisión caprichosa ó dócil deun fracionamiento de la soberanía, que recha-za la naturaleza indivisible de este principio.O aceptar con la soberanía absoluta del Rey,el origen divino de los monarcas y el gobier-no despótico, ó decidirse por la soberanía in-

divisible del' pueblo. No hay término medio.Si la fantasía le inventa, la lógica le destruye.Ella libra al derecho de- la vergüenza de de-clarafse impotente para resolver el conflictode dos soberanías iguales que se oponen y sedestruyen.

(Continuará.)

MIGUEL MOYA.

ÁRBOL GENEALÓGICO

É HISTORIA DEL REINO ANIMAL.

I.

Animales primarios, zoófitos, gusanos.

La clasificación natural de los sores orgá-nicos, que debe servirnos de guía en las in-vestigaciones sobre la genealogía orgánica delos reinos animal y vegetal, es de fecha re-ciente, porque ha sido una do las consecuen-cias de los progresos realizados, en esta época,en anatomía comparada y en ontogenia. Losensayos de taxonomía verificados en el siglopasado, contenían todos los errores del sis-tema artificial inaugurado por Lineo, en elcual, en vez de establecer las categorías par-tiendo del parentesco morfológico que re-sulta de la consanguinidad, se limitaban losnaturalistas á ordenar los seres según al-gunos caracteres aislados, que, lo más co-munmente, eran exteriores y podían apre-ciarse al primer golpe de vista. De esta mane-ra estableció Lineo sus veinticuatro clasesdel reino vegetal, no fijándose sino en el nú-mero, forma y disposición de los estambres; ydé un modo análogo, distinguió, en el reinoanimal, seis clases, habiéndose apoyado esen-cialmente en la conformación del corazón yen el color de la sangre; cuyas seis claseseran: primera, los mamíferos; segunda, lasaves; tercera, los anfibios; cuarta, los peces;quinta, los insectos; sexta, los gusanos.

Las seis clases de Lineo distan mucho detener todas ellas el mismo valor; por eso La-marck, á fines del pasado siglo, realizó un im-portante progreso reuniendo las cuatro pri-iheras para formar con ellas el grupo de losvertebrados, al cual opuso el de los inverte-brados, que comprende los demás animales, ósean los insectos y los gusanos de Lineo. De

• NÜM.,259. E. REINO AJNMALí Wih

este modo volvia Lamarck hacia las ideas delfundador de la historia natural, del gran Aris-tételes, que ya habia establecido aquellos dosgrandes grupos, á los cuales habia dado losnombres de animales provistos de sangre yanimales desprovistos de sangre:

El primer progreso importante que se rea-lizó en la taxonomía animal después de La-marck data de algunas decenas de años, y esdebido a los dos eminentes zoólogos CariErnst Baer y Goorges Cuvier. Aquellos dossabios, según os he manifestado, emitieron,casi al mismo tiempo y sin haberse puesto deacuerdo, la opinión que establecía, que eranecesario distinguir en el reino animal diver-sos grupos principales, cada uno de los cualesresponde á un plan de estructura especial, áun tipo. Además, en cada una de aquellasgrandes divisiones habia gradación ó ramifi-cación, desde las formas más sencillas é im-perfectas, hasta las formas más complejas yperfectas^ En los limites de cada tipo, el gradode perfección es independiente del plan espe-cial de estructura que lo caracteriza. Lo quedetermina el tipo, es el modo especial de dis-tribución de las principales partes del cuerpoy las relaciones que existen entre los órganos;su grado de perfección, por el contrario, de-pende del mayor ó menor grado de divisióndel trabajo, de la diferenciación de los plásti-das y de los órganos. Estas importantes y fe-cundas ideas las expuso Baer con más clari-dad y profundidad que Cuvier, porque el pri-mero las habia adquirido por medio de la em-briología, mientras el segundo se habia limi-tado á exponer los resultados obtenidos por laanatomía comparada; pero, á pesar de esto,es lo cierto, que ni el uno ni el otro han sabidoencontrar la. verdadera explicación de aque-llas relaciones ni el lazo de unión que existeentre aquellos hechos. Esta intuición estabareservada á la doctrina genealógica, la cualnos enseña que el tipo general, ó plan de es-tructura, depende de la herencia, y el gradode perfección ó de diferenciación, resulta dela adaptación. (Morf. gen., II, 10.)

Baer y Cuvier distinguían en el reino ani-mal cuatro tipos ó planes de estructura di-ferentes, y por lo tanto, dividían el conjuntode los seres en él comprendidos, en cuatrograndes secciones principales (grupos ó pro-vincias). El primero, que es el de los vertebra-dos (Vertelirata), comprende las cuatro prime-ras clases de Lineo, á saber: los mamíferosjIa9 aves, los anfibios y los peces. El segundotij)ó, que estaba representado por los articula-

dos (Artíeulata), comprende los ¡afectos deLineo, á saber: dos insectds propiamente di-choss los miriápodos, los arágnidos, los eras-táceos y gran parte de los gusanos, especial-mente los gusanos articulados ó anélidos.; Liatercer giran división, que es la de los molÜB-*eos (MoUusea), comprende los pulpos, los ani-males con conchas^ y algunos grupos deami*males parecidos á éstos. Por último, la cuan»ta provincia del reino animal comprende te-dos los radiados (Radiata), que se distinguená primera vista de los tres anteriores tipospor la disposición radiada ó coraliforme désus órganos; porque mientras el cuerpo delos moluscos y el de los articulados y verte^brados está formado por dos mitades latera-les simétricamente semejantes,draágenla unade la otra, el de los radiados, por el contrario,lo está ordinariamente por partes símétricas>pero en número mayor de dos, contándosecomunmente en ellos, cuatro> cinco ó seis,que se agrupan al derredor de un eje común,á la manera de los pétalos de una flor. Peroesta diferencia, por más notable que á primeravista parezca, es puramente secundaria; asíque la forma radiada no tiene, en los anima-les que llevan este nombre, la importanciaque ordinariamente se le atribuye.

Ál establecer estos grupos naturales, estostipos del reino animal, realizaron Cuvier *y'Baer el mayor progreso taxonómico quo des-de Lineo se habia conocido. Son tan naturales :

los tres grupos de los vertebrados, de los arti-culados y de los moluscos, que se han conser-vado casi íntegros hasta nuestros dias; encambio, el grupo artificial de los radiados tle-bia naturalmente desmembrarse bajo la in-fluenéfa de más precisos conocimientos. En1848 empezó Leuckart por demostrar que, den-tro de aquel pretendido tipo, se encerraban dosmuy esenciales, á saber: el de los radiados(Eehinodertna), estrellas de mar, crinoideos,equinidos holoturidos, y el de los zoófitos (Cae-lenterata óZoophita), esponjas, corales, medu-sas, beróes, etc. Tres años antes, en 1845, ha-biendo reunido Siebold los infusorios y losrizó-podos, formó una gran división del reino ani^mal, que llamó animales primarios (Protozoa).De este modo se aumentó hasta seis el númerode los tipos de este reino, y poco después se ele-vó hasta siete, porque la mayor parte de los zod -logos modernos subdividieron el gran grupode los articulados en dos categorías, colocandoen la una los articulados provistos de pies di-vididos en segmentos (Arthropoda), y en la otra.los gusanos ápodos ó sinpies, articulados (Fer-

176 REVISTA. EUROPEA .~*9 DE FEBRERO DE 18Y9.

mes). La primera división corresponde & los in-sectos tal y como Lineo los comprendía, es de-cir, á los verdaderos insectos, á los mipiápodos,arágnidos y crustáceos; y la segunda com-prende solamente los verdaderos gusanos (ané-lidos, platelmintos, hematelmintos), que de nin-gún modo corresponde a la de los gusanos deLineo, el cual habia incluido en esta clase á losmoluscos, álos radiados y á otros muchos animales inferiores.

Según la opinión de los zoólogos modernos,expuesta en la mayor parte de los Manualesde zoología, el reino animal comprende sietegrandes divisiones distintas, ó siete tipos, cadaurtode los cualeaestácaracterizado porunplanespecial de estructura. En la clasificación na-tural que voy á exponer, considerándola comoel árbol genealógico probable del reino ani-mal, acepto, en general, la usual división ensiete clases, haciéndola, sinembargo, sufrir al-gunas modificaciones muy importantes en miconcepto para la genealogía, necesarias á lavez para mi modo de comprender la evoluciónmorfológica de los animales.

Laanatomía comparada y la ontogenia pro-yectaron una luz vivísima sobre los árbolesgenealógicos de los reinos animal y vegetal-La paleontología, por otra parte, nos suminis-tra datos muy preciosos sobre la sucesión his-tórica de los grupos naturales. Multitud dehechos de anatomía comparada y de ontogenianos autorizan á admitir el origen común de to-dos los animales que pertenecen á cada unode los siete grupos arriba citados. A pesar dela diversidad de las formas dentro de los lími-tes de un solo y único tipo, los elementos esen-ciales de la estructura íntima, la distribucióngeneral de las diversas partes del cuerpo, queson los caracteres fundamentales del tipo, nocambian jamás. En vista de esta constancia,y de esta íntima conexión morfológica, ha sidoforzoso colocar á todos aquellos sores en unsolo grupo natural; pero de aquí se deducenecesariamente que las mismas asimilacionesdeben establecerse en el árbol genealógico detodo el reino animal, porque solóla consangui-nidad puede ser la causa real de esta conexiónmorfológica. Tengo, pues, el perfecto derechode formular una importante proposición, á sa-ber: que todos los animales que pertenecen áuno de los grandes grupos, á un mismo tipo,descienden de un mismo tronco original, ó enotros términos: la idea de provincias, de tiposzoológicos, tal y como se ha admitido en zoo-logía desde Baer y Cuvier para las grandesdivjsjones ó sub-reinos del reino animal; se

confunde con la idea de tribu, dé phylum, apli-cada por la teoría genealógica á todos los or-ganismos que indudablemente son consanguí-neos y que proceden de un común origen. Unavez reducida la diversidad de las formas ani-males á esos siete tipos fundamentales, surgeun segundo problema filogenético, á saber:¿de dónde proceden éstas siete tribus zoológi-cas? ¿ha tenido un origen aislado cada una deestas siete formas primordiales, ó bien existeentre ellas un grado lejano de consanguinidad?

A primera vista todos se inclinan á pensaren un origen múltiple y á admitir, á lo menospara cada una de las grandes tribus zoológi-cas, un tronco completamente independiente;pero después de haber estudiado con más de-tención tan difícil problema, definitivamentese prefiere la doctrina monofilética, según lacual aquellos siete tipos principales se hanconfundido en su origen, habiendo descendidotodos ellos de una forma primordial común.En el reino animal, lo mismo que en el vege-tal, el estudio detenido y minucioso de estacuestión hace inclinar la balanza en favor dela genealogía monofilética. ¡

La ontogenia comparada, es la ciencia queprincipalmente demuestra el origen unitariode todo el reino animal, excepción hecha delos protistas. No hay ningún zoólogo que des-pués de haber estudiado detenidamente laembriología comparada de las grandes tri-bus zoológicas, y comprendido perfectamentela importancia del principio biogenético, nollegue naturalmente á pensar que los mismossiete grandes grupos zoológicos han tenidoun origen común, y que todos los animales,incluso el hombre, proceden de un mismotronco original. De estos hechos de la onto-genesia se ha formado la hipótesis filogenóti-ca que detalladamente he expuesto en mi Fi-siología de los esponjiarios calizos. En la «Mo-nografía de los esponjiarios calizos» se en-contrará la teoría de las hojas germinativasy el árbol genealógico del reino animal.

En el reino animal, como en el vegetal y enel de los protistas, el primer grado de la vidaorgánica está representado por simples mó-néras nacidas por generación espontánea.Existe en el dia un hecho que comprueba laexistencia de aquella forma orgánica, la mássencilla que se puede imaginar; este hecho esla desaparición del núcleo en la célula ovu-lar después de la fecundación; y por efecto deesta desaparición, el óvulo queda convertidoen un cytoda sin núcleo, pareciéndose enton-ces á una mónera. En consonancia con la ley

E. HABCÍÍSL.~-HISTOaiA DEL REINO ANIMAL. 177

de la herencia latente, veo en este hecho unretroceso fllogenético de la forma celular alcytoda primitivo. Este huevo-cytoda sin nú-cleo, al íual se le puede dar el nombre de Mo-nérula, reproduce, de conformidad con la leybiogenótica fundamental, la más antigua detodas las formas animales, el tipo orgánico,primer origen del reino animal, la mónera.

La segunda fase ontogenética se producepor la formación de un nuevo núcleo en laMonérula, y entonces el huevo-cytoda vuelveá su estado de verdadera célula. Esta célulaes la Cytula, la «primera esfera de segmenta-ción.» Es preciso, pues, que consideremostambién como segunda forma filogenética yantepasada del reino animal, á la célula sim-ple con núcleo ó al animal primitivo monoce-lular, de los eúales todavía nos ofrecen algu-nos modelos las amibas actuales. Las amibasprimitivas, las amibas flléticas, que con ayudade sus apéndices proteiformes se arrastrabandando vueltas en el fondo de los mares Lau-rentinos, se nutrían y reproducían exacta-mente lo mismo que las amibas de nuestraépoca, habiendo sido, lo mismo que estas,unas- células desnudas que en nada se dife-renciaban de los orígenes de muchos anima-les inferiores. Hay un hecho capital que nosdemuestra que ha existido un organismo pri-mitivo, parecido á una amiba, del cual proce-de todo el reino animal: este hecho es quedesde la esponja hasta el gusano, desde lahormiga hasta el hombre, el huevo de todoslos animales es una célula sencilla.

El estado monocelular sirve de base altercer grado de desarrollo, al estado policelu-lar tan sencillo como sea posible, es decir, áuna asociación de células sencillas y homogé-neas. Todavía on la actualidad la evoluciónontogenética de cada animal so verifica poruna reiterada segmentación, de la cuál resul-ta un aglomerado esférico de células desnu-das, homogéneas y trasparentes; y comoaquel aglomerado celular se parece á unamora, he llamado á aquel estado, estado mo-riforme (Mórula). En todos los grupos del rei-no animal este cuerpo moriforme se reprodu-ce en su primitiva sencillez, y las leyes bioge-néticas fundamentales nos autorizan á dedu-cir de esto, con toda la certeza posible, quelas más antiguas formas policelulares delreino animal se han parecido á esta Mórula.A esta asociación primitiva de amibas, de cé-lulas animales extremadamente sencillas quela Mórula nos representa de un modo pasaje-ro, le llamaré Synamceba ó sinamiba.

TOMO XHI.

Desde el principio del período Laurentinosalió de la sinamiba un cuarto tipo morfoló-gico, al cual llamaré Plancea. Para formar laplantea, las células de la sinamiba, rechaza-das á la superficie por la presión de un líquidocontenido en el centro del aglomerado celu-lar, se fueron alargando hasta convertirse enpelillos ó cejas vibrátiles, con lo cual se tras-formaron en células cliares, que se separarony diferenciaron de las células internas no mo-dificadas. La sinamiba estaba constituida porcélulas desnudas, vibrátiles y homogéneas, ymerced á los movimientos amiboideas deaquellas células, se deslizaba arrastrándosepor el fondo de los mares Laurentinos. La pla-ncea, por el contrario, aparecía ya compuestade una delgada cubierta esférica de célulasverdaderamente ciliadas; las vibraciones delas cejas comunicaron un movimiento másrápido á todo aquel aglomerado policelular,y la reptacion se convirtió en natación. Deeste mismo modo, en la ontogenesia de losanimales inferiores, que pertenecen á los tiposmás variados, se convierte, en el dia, la Mó-rula en una larva ciliada, conocida ya con elnambre de Blástula, ya con el de Plánula.Esta plánula es un cuerpo esférico unas ve-ces, oval ó cilindrico otras, que se agita en elagua, caminando en sentido circular, mercedá los movimientos de sus cejas vibrátiles; ladelgada pared de aquella vesícula esférica,llena de líquido, está constituida por una solacapa de células ciliadas análogas á las de lamagosfera.

De aquella plánula ó larva ciliada procedeen los animales de todos los tipos una formaanimal muy importante é interesante, á lacual, ̂ n mi «Monografía de los esponjiarioscalizos» he dado el nombre de Gástnula (larvaestomacal ó intestinal). Por su aspecto exte-rior se parece la Gástrula á la Plánula, de lacual, sin embargo, se diferencia por caracteresesenciales; la gástrula circunscribe una cavi-dad que comunica con el exterior por un ori-ficio, y su pared está compuesta de dos capascelulares. Aquella cavidad, que es el primerrudimento del intestino y del estómago, sellama el progaster, y el orificio, que es el rudi-mento de la boca, se llama el prosterna, Lapared de aquella cavidad digestiva, que almismo tiempo es toda la de la gástrula, estáconstituida por dos capas de células que for-man las dos hojas germinativas primarias:por una capa externa, hoja cutánea, ó exo-dermo, y por otra capa interna, hoja intesti-nal ó entodermo. La tan importante forma

178 REVISTA EUROPEA.—9 DE FEBRERO DE 187$. NüM. 259

larvada de la gástrula, se reproduce del mis-mo modo en la ontogenesia de los animalesde todos los tipos, en las espónjaselas medu-cas, los corales, los gusanos, los tunicados,Jos radiados, los moluscos y hasta en los ver-tebrados más inferiores. (Aseídia y Am-phioxui.)

La larva ciliada llamada gástrula es tancomún en la ontogenia de todos los gruposzoológicos, desde los zoófitos hasta los verie-brados, que la gran ley biogenética nos auto-riza á deducir la existencia en el período Lau-rentino de un tipo primitivo análogo que haservido de común origen á los seis grandesgrupos zoológicos. Daré, pues, á aquella for-ma primitiva el nombre de Gastrcea. Estagastreea era esférica, ovoide ó cilindrica, ycircunscribía una cavidad de la misma forma,que no era otra cosa que un tubo digestivorudimentario. En una de las extremidades désu eje longitudinal se abría un orificio queservia para introducir los alimentos. El cuer-po del animal, que al mismo tiempo era lapared intestinal, estaba constituido por doscapas de células, de las cuales la una, queestaba desprovista de cejas, era el entodermoú hoja intestinal, y la otra, que estaba ciliada,era el exodermo ú hoja cutánea. Merced á losmovimientos de las cejas de la membrana ex-terior, la gástrseá nadaba, agitándose en sen-tido circular, en los mares del período Lauren-tino. En los animales superiores, en que la for-ma primitiva de la gástrula ha desaparecidode la ontogenesia por virtud de la ley de he-rencia abreviada, todavía se descubre la formaanatómica general de la gastroea en el tipoembrionario que procede directamente de lamórula. Este tipo embrionario tiene la formade un disco elíptico que se apoya en una yemade nutrición esférica y compuesta de dos ca-pas de células ó de dos hojas, de las cuales lacapa celular externa, la hoja animal ó dérmi-ca, corresponde al exodermo de la gastrcea.De esta última hoja procederá también la epi-dermis con sus glándulas y sus apéndices, yademás el sistema nervioso central. La capacelular, la hoja vegetativa ó gástrica, corres-ponde desde luego al entodermo de la gas-trtea, y de ella nacerán el epitelium; del in-testino y el de las glándulas intestinales. (Con-súltese mi «Monografía de los esponjiarioscalizos,» tomo I, pág. 466.)

Al establecer mi hipótesis sobre la proce-dencia monoftlótica del reino animal, auxilia-do de la ontogenia, he señalado cinco estadosevolutivos primordiales, á saber: primero, la

manera: segundo, la amiba; tercero, la sina-miba; cuarto, Jp. plantea, y quinto, la gasJ

treea. De la gran ley biogenótica, y del para-lelismo y conexión etiológicas y mecánicasque existen entre la ontogenesia y la filoge-nesia (cuyo paralelismo se representa en elsiguiente cuadro), resulta directamente queaquellas cinco formas típicas y derivadas lasunas de las otras, han debido existir duranteel período Laurentino. (Véase el cuadro nú-mero 1.) :

En mi clasificación genealógica del reinoanimal puedo, pues, colocar en el grupo de losanimales primitivos (Protozoa) los cuatro pri-meros tipos animales, cuyo grupo comprendetambién los infusorios y gregarinas que exis-ten actualmente. Al llegar al quinto estadomorfológico, ó sea el-de la gastrsea, el reinoanimal se eleva un poco en la gerarquía or-gánica.

Desde este común punto de partida, la evo-lución de los seis grupos zoológicos superiores,

. descendientes todos de la gastrtea, sigue unadirección divergente; ó en otros términos, lasgastróadas, es decir, los grupos de organis-mos de los cuales es la gastreea el tipo primor-dial, evolucionan siguiendo dos líneas diver-gentes, ó formando dos ramas. Los animalesque pertenecen á una de ellas pierden la fa-cultad de moverse libremente, se fijan en eifondo del mar, y se adaptan á una vida pura-mente sedentaria, tendiendo á pasar al tipoprotaseus, es decir, á la forma-origen de loszoófitos. La otra rama de las gastréadas con-serva la facultad de moverse libremente, nose fija y evolúa hacia el tipo protlielmis, ó seahacia la forma-origen de la cual han descen-dido todos los gusanos.

El grupo de los gusanos, tal y como lo con"cibe la zoología moderna, ofrece gran interésbajo el punto de vista filogenótico; porque, co-mo veremos más adelante, no solo se encuen-tran entre los gusanos especiales y numerosasfamilias animales y clases bien determinadas,sino algunos tipos en extremo notables, quepueden considerarse como formas interme-dias, de las cuales han salido directamente loscuatro grupos zoológicos más elevados. Laanatomía comparada y la ontogenia de estosgusanos nos autorizan á considerarlos comolos parientes más próximos de los tipos ex-tinguidos que han originado los cuatro gru-pos superiores citados de los moluscos, radia-dos, articulados y vertebrados, los cuales notienen otra cercana consanguinidad, puestoque han brotado, como botones aislados, en

NÚM. 259. E. HAECKEL.—HISTORIA DEL REINO ANIMAL. 179

cuatro distintas partes del tronco común delos gusanos. *

He llegado, pues, apoyándome en la anato-mía comparada y en la ontogenia, á formarel árbol genealógico monofilético representadoen el cuadro núm. 3 que se acompaña. En esteárbol, las siete tribus ó troncos del reino ani-mal tienen muy diferente valor genealógico.Los animales primarios (Proiosoa), compren-diendo en ellos los infusorios y las gastréadas,forman el primer grupo, el tronco común detodo el reino animal. De las gastróadas salen,como dos ramas divergentes, los dos gruposde los zoófitos (Zoophyta), y de los gusanos(Vermes). De las cuatro secciones del grupo delos gusanos proceden los cuatro tipos animalesmás elevados: por una parte los radiados (Eehi-noderma) y los articulados (Artrhopoda), y porla otra los moluscos (Mollu&ea) y los verte-brados (Vertebrata). Al lado de los protozoa-rios, que siempre están desprovistos de hojasgerminativas ó blastodérmicas, se pueden co-locar todos los demás animales que tienen unintestino y dos hojas germinativas primarias,á los cuales llamaremos metazoarios (Me-tazoa).

Después de haber bosquejado, á grandesrasgos, el árbol genealógico del reino animal,róstame exponer más detalladamente la evo-lución que ha dado origen á los siete gruposen que divide á este reino (Véase el cuadro nú-mero 2), y las clases comprendidas en ellos.El reino animal comprende muchas más cla-ses que el vegetal, lo que es muy natural, por-que el organismo de los animales es la ex-presión de una actividad vital mucho más va-riada y perfecta, y esta actividad se diversi-fica y perfecciona de muchos y muy distintosmodos. Hó ahí la razón por qué, en tanto que

,É1 reino vegetal no comprende.sino seis gran-des divisiones y diez y ocho clases, se cuentanen el animal, por lo menos, diez y seis divisio-nes y cuarenta clases, las cuales se distribu-yen entre las siete grandes agrupaciones delreino animal de la siguiente manera:

El grupo de los protozoarios (Protozoa), taly como yo lo comprendo, contiene los tiposmás antiguos y sencillos del reino animal, yespecialmente los cinco estados filáticos yevolutivos más antiguos que arriba he indi-cado.

Conviene comprender en él, además, á losinfusorios, á las gregarinas y á todos los tiposzoológicos extremadamente imperfectos queno pueden ser colocados en ninguna de las seistribus restantes de este reino, á causa de su

sencilla y poco característica organización,La mayor parte de los zoólogos colocan ade-más entre ios protozoarios á una porción másó menos grande de aquellos organismos mujrudimentarios de que me he ocupado al tratarde mi reino de' los protistas (Véase la lee-?cion primera de este tomo); pero en virtud delas razones entonces expuestas, no puedoconsiderar á los protistas, y en particular á larica y numerosa sección de los rizópodos, co-mo seres que en realidad pertenecen al reinoanimal. Prescindiendo, por lo tanto, de aque-llos organismos, se pueden distinguir dosgrandes grupos de verdaderos protozoarios,á saber: los ovularios (Ooularia) y los infuso-rios (Infusorio,); al primer grupo pertenecenlas dos clases de los arquizoariós y de las pla-neadas; y él segundo comprende las tres cla-ses de las gastréadas, de los acinetos y de lo$ciliarios.

Los ovularios constituyen la primera ygran división de los protozoarios. En esta cla-se he colocado á todos los animales más anti-guos y más inferiores.

Da principio esta serie con los cuatro tiposmás sencillos, cuya antigua existencia he de-mostrado más atrás, apoyándome en la leybiogenética fundamental. Estos tipos, son:primero, las móneras animales; segundo, lasamibas animales; tercero, las synamibas ani-males, y cuarto, las planeadas animales.También se puede colocar, si se quiere, en es-tos grupos, á una parte de las móneras actua-les y de las amibas, dejando la otra, en vir-tud de las razones expuestas en la lección 1.a,entre los protistas, á causa del carácter neu-tro de su organización, y poniendo el resto,cuya Organización es vegetal, entre los ve-getales. También se puede colocar enfrentede las planeadas á todas las móneras, amibasy sinamibas, dándoles el nombre de arquizoa-riós (Arehezoa).

Se puede formar un tercer grupo de infu-sorios con las gregarinas (Gregarince), queson parásitos que viven, ya en el intestino,ya en las cavidades del cuerpo de muchosanimales. Las gregarinas unas veces sonsimples células, y otras una especie de cade-na celular compuesta de dos ó tres células ho-mogéneas colocadas en fila. Estos organismosse distinguen de las amibas desnudas por unaespesa membrana amorfa que envuelve suagregado celular, y pueden ser consideradoscomo amibas animales que, habiéndose acos-tumbrado á la vida de parásitos, se han re-vestido de una membrana segregada por sus

180 REVISTA EUROPEA.—9 DE FEBRERO DE 1879. NÚM. 259

mismas células. Su manera de reproducirsees especial.

La segunda clase de los protozoarios esta-rá formada por los verdaderos infusorios (In-fusoria), tomando esta palabra en el sentidoen que generalmente la toma la zoología mo-derna. Esta clase está representada, en granparte, por los pequeños infusorios ciliados(Ciliatá), que pueblan en número considera-ble las aguas dulces y las del mar, en lascuales nadan dando vueltas en virtud del mo-vimiento de las delicadísimas cejas vibrátilesde que están revestidos. Los infusorios chupa-dores (Acineta), que con ayuda de sus especia-les aparatos absorben los materiales necesa-rios para su alimentación, forman un segun-do y pequeño grupo. Aunque en estos últimostreinta años se hayan hecho muchas y minu-ciosas investigaciones sobre estos animalillos,que en su mayor parte no son visibles sinocon él microscopio, sabemos todavía muy po-co de su evolución y de su tipo morfológico.Bastantes zoólogos han atribuido á muchosde ellos una organización muy diferenciada, ylos han colocado entre los gusanos; pero enel dia se sabe ya que los verdaderos infuso-rios, ciliarios y acinetos, no son otra cosa queanimales monocelulares, á pesar de la dife-renciación de su monocelula.

Todos los organismos inferiores que llama-mos protozoarios, están, lo mismo que losprotistas que acabo de citar, privados de lasimportantes propiedades que poseen los seisgrandes grupos zoológicos restantes. Los de-más animales, desde el zoófito más sencillohasta el vertebrado, desde la esponja hastael hombre, están compuestos de diversos te-jidos y de órganos que proceden de dos capasde células perfectamente distintas; estas doscapas celulares son las dos hojas germinati-vas primarias, de que os he hablado al ocu-parme de la evolución embrionaria de la gás-trula. La capa celular externa, hoja animal,cutánea ó exodermo, es el rudimento de todoslos órganos animales del cuerpo; piel, siste-mas nervioso y muscular, esqueleto, etc. Lacapa interna, hoja vegetativa ó entodermo,sirve de base, por el contrario, á los órganosvegetativos, intestino, sistema vascular, etc.En los representantes inferiores de los seisgrandes grupos zoológicos superiores, la gás-trula aparece embriológicamente; y en ella,las dos hojas germinativas primarias se pre-sentan bajo una forma en extremo sencilla ycircunscriben el más primitivo de los órga-nos, el intestino y la boca primitiva. Las de-

más especies de estos grupos pasan embrio-lógicamente por un estado bifoliado que pue-de relacionarse con el de la gástrula. Se pue-de, por lo tanto, llamar á estos animales Me-tazoarios, por oposición á los protozoarios.-sinintestino. Pero los metazoarios pueden haberprovenido de una forma anterior, de la Gas-trcea,qu& ha desaparecido hace mucho tiempo,y cuyos rasgos principales todavía nos los re-presenta la Gástrula embrionaria, que es ac-tualmente tan común. De aquella Gastrceahan salido en otro tiempo, según acabo de de-cir, dos tipos morfológicos diversos: el Pro-taseus y el Prothelmis. Es, pues, preciso con-siderar al protascus como el tronco originalde los. zoófitos, y al prothelmis como el de losgusanos. (Véase, para justificación de esta hi-pótesis, mi Monografía de las esponjas calizas,tomo I, pág. 464, y la «Teoría de la gastrea,»Jenaische Zeitschr, tomo VIII.)

Los zoófitos (Zoophita ó Coelenterata), queforman la segunda tribu del reino animal, sindejar de ser infinitamente más inferiores quela mayor parte de los animales, son, sin em-bargo, por su organización notablemente supe-riores á los protozoarios. En los animales su-periores, excepción hecha de los tipos más in-feriores, las cuatro distintas funciones de laactividad nutritiva, á saber: la digestión, cir-culación, respiración y excreción, se desempe-ñan por medio de cuatro sistemas de órganosdistintos, que son: el sistema digestivo, el cir-culatorio, los órganos de la respiración y elaparato urinario. En los zoófitos, por el con-trario, no están todavía separadas aquellasfunciones ni los órganos encargados de des-empeñarlas, y solo se les concede un sistemaorgánico único, que es el sistgma gastro-vas -cular, coelenterico; el orificio, que á la vez sir-ve de boca y de íino, se abre en un estómago en,el cual van á desembocar todas las demás ca-vidades del cuerpo. Estos animales carecen desistema sanguíneo, de sangre, de órganos res-piratorios, etc.

Todos los zoófitos viven en el agua, y lamayor parte de ellos en el mar. En el agua dul-ce se encuentran muy pocos, entre los cualesfiguran la Spongilla y algunos pólipos primiti-vos (Hidra Cordylophora). Abundan en los zoó-fitos las formas esbeltas y variadas, que algu-nas veces hacen que aquellos animales simu-len verdaderas flores.

El grupo de los zoófitos se divide en dosgrandes clases, la de las esponjas ó Espongia-rios, y la de los animales urticantes (Acalefon),comprendiendo esta última clase formas más

NÚM. 259. E. BAECKEL.—HISTORIA. DEL REINO ANIMAL. 181

variadas y mejororganizadas que la primera,en la cual el cuerpo en general y los órganosaisladamente considerados, son mucho monosdistintos y llegan á un grado de perfecciónmucho menor que en los acalefos; asi sucedeque las esponjas nunca presentan los órganosde la urticacion que son característicos de lafamilia de los acalefos.

Voy á ocuparme ahora de la forma típicade todos los zoófitos, que es el Protaseus, ani-mal que hace mucho tiempo ha desaparecido,pero cuya antigua existencia está demostradapor el tipo Aseula, en virtud de la gran leybiogenética fundamental. El Aseula es unaforma evolutiva y ontogenética que en las es-ponjas y en los acalefos procede déla gástrula.Después que la gástrula de los zoófitos ha es-tado agitándose en sentido circular por algúntiempo en el agua, cae al fondo, en el cual sefija por la extremidad de su eje opuesta al ori-ficio bucal. El áscula, es decir, la forma lar-vada, muy análoga á la que he designado coneste nombre, es, pues, simplemente un odre,cuya cavidad gástrica se abre en la extremi-dad libre de su eje por un orificio bucal. Enesta, como en la gástrula, todo el cuerpo secompone únicamente de un estómago ó de unintestino. La pareddel odre,que almismotiem-po es la pared intestinal y la de todo el orga-nismo, está compuesta de dos capas celulares,ó sean dos hojas. El entodermo ú hoja gástricaestá ciliado y corresponde á la hoja germina-tiva interna, ó vegetativa de los animales su-periores; y el exodermo ú hoja dérmica no ci-liada corresponde á la hoja germinativa ex-terna ó animal de los animales superiores. Elprotaseus primitivo, cuya fiel imagen nos haconservado el áscula, es de presumir que hayaproducido, por su hoja gástrica, óvulos y cólu-

• las espermáticas. (Véanse los cuadros núme-ros 4 y 5.)

La movible gastrsea y el inmóvil protascushan estado representados en el periodo Lau-rentino por numerosos géneros y especies quehe colocado en una misma clase de zoófitos, enla clase de las gastréadas. Los géneros actua-les Haliphysema y Gastrophysema, todavía nosrepresentan los restos poco alterados de aque-lla clase de gastróadas (Véase mi trabajo so-bre las gastréadas en Jen. Zeitsehr, tomo IX).Los descendientes de las gastréadas se han di-vidido en dos ramas, que son las esponjas ylos acalefos. En mi monografía de las espon-jas calizas (tomo I, pág. 485), he demostradoel íntimo parentesco que existe entre estosgrupos, y he dicho por qué deben ser conside-

rados como dos formas divergentes que proce-den del tipo protascus. El tronco primitivo delas esponjas,, al cual he llamado Arehispongia,ha salido y se ha difenciado del protascus porla formación de poros cutáneos: el de los ani-males urticantes, al cual he llamado Arehydra,procede del protascus por la formación de ór-ganos urticantes y de tentáculos táctiles.

La gran clase de las esponjas {Spongice óPorí/era), vive toda ella en el mar, á excep-ción de la esponja verde de agua dulce (Spon-gilla). En los animales fueron consideradospor mucho tiempo como plantas, más tardecomo protistas, y en el dia, en la mayor partede los Manuales de zoología,.se los coloca en-tre los protozoarios; pero desde que he demos-trado que descienden de la Gástrula, y que enellos se encuentran las hojas germinativasque existen en todos los animales superiores,parece que se ha establecido definitivamentesu próximo parentesco con los acalefos. ElOUjnthus, que considero como el tipo primerode las* esponjas calizas, es el que más espe-cialmente ha venido á confirmar esta conclu-sión.

Los numerosos y todavía mal conocidostipos de la clase de las esponjas, pueden divi-dirse en tres tribus y ocho órdenes. La prime-ra tribu está formada por las mixoesponjas(Myxospongice), ó esponjas blandas y gelati-nosas, las cuales están caracterizadas por lacarencia de esqueleto sólido. Hay que colocarademás en ella en primer lugar los tipos hacemucho tiempo extinguidos, de los cuales nosda una idea el Archispongia, y después las ac-tuales esponjas gelatinosas, entre las cualesfigura el Halisarea, que es la más conocida.Para^fcrmarse 'una idea del archispongia, lamás antigua de todas las esponjas primitivas,basta conocer las agujas calizas de tres ra-dios del Olynthus.

La segunda sección de las esponjas com-prende las esponjas fibrosas (Fibrospongice),cuyo blando cuerpo está sostenido por un es-queleto sólido y fibroso, que comunmente con-siste en las llamadas «fibras córneas,» es de-cir, en una sustancia orgánica muy elásticay muy coherente, la cual se encuentra ennuestras esponjas comunes (Euspongia ojjici-nalis), cuyo esqueleto solemos emplear, des-pués de limpio, para empaparlo en el agua ylavarnos con •él.

(Concluirá)ERNESTO HAECKEL.

í Traducción de Claudio Cuvairo.) "ñ

182 REVISTÉ EUROPEA.—% DE FEBRfiRO DE 1879. NúSí. 259

NOMBRO 1.

PARALELISMO QUE EXISTE ENTRE LA ONTOGENESIA í LA FILOGENESIA.GERARQUÍA

de los

cinco primeros estados de desarrollo

del organismo animal,

con la comparación de la evolución

fllética y de la e/olucion individual.

Primer estado evolutivo.

Un cytoda muy sencillo. (Plás-tida sin núcleo.)

Segando estado evolutivo.

Una simple célula. (Plástidacon núcleo.)

Tercer estado evolutivo.

Asociación, agregado de célu-las sencillas y homogéneas.

Cuarto estado evolutivo.

Vesícula esférica ú oviforme,llena de liquido,, cuya del-gada pared esta constitui-da por una delgada capa decélulas ciliadas, todas pare-cidas entre sí.

Quinto estado evolutivo.

Cuerpo esférico ú ovular pro-visto de una sencilla cavidaddigestiva con orificio bucal;pared intestinal compuestade dos hojas; un exodermoexterno, hoja cutánea, hojadérmica, y una hoja internaó entodermo, hoja intestinal,hoja gástrica.

ONTOGENESIA.

Los cinco primeros estados de la

evolución individual.

1.

Monérula.

Huevo animal sin núcleo. Elnúcleo ovular desaparecedespués de la fecundación.

2.

Cytula.

Huevo animal provisto de unnúcleo, (Primera esfera desegmentación.)

3.

Mórula.

Aglomerado moriforme. Aglo-merado esférico de célulashomogéneas, nacidas por es-cisiparidad.

4.

Blástula. (Larva ciliada.)

Larva vesiculiforme ó embrión,cuya delgada pared estáconstituida por una sola capade células.

5.

Gástrula. (Larva con intestino.)

Larva policelular con un intes-tino y ún orificio bucal; pa-red intestinal compuesta dedos hojas. Rudimento em-brionario delosmetazoarios.

FILOGENESIA.

Los cinco primeros estados de la

evolución fllética.

1.

Móneras.

Los más antiguos de todoslos animales, que han na-cido por generación ex-pontanea.

2.

Amceba.

Amibas animales.

3.

Synamoeha. (Colección deamibas.)

Asociación de amibas ho-mogéneas.

4.

Planea. (Catallactos.)

Protozoario vesiculiforme,cuya delgada pared estáconstituida por una capade células ciliadas.

5.

Gastrsca.

Protozoario policelular conintestino y boca. Paredintestinal con dos hojas.(Forma-origen de los rae-tazoarios.)

JWM. 259. B. HAECKEL.-—HISTORIA DEL REINO ANIMAL. 183

NÚMERO 9.

CLASIFICACIÓNde los diez y seis grandes grupos y de las cuarenta clases del Reino animal.

TRIBUSdel Reino animal.

OKANDES aturrasdel Reino animal.

HOMVMSsistemáticos de las clases.

PRIMER SUB-REINO: PrOtOSOaHoS. (PROTOZOA.)Animales sin hojas germinales, sin intestino, y sin tejidos propiamente dichos.

A.Protozoa,

I Ovillaría í 1 Archezoa.I. ovillaría j 2 p l a n 8 O a d a _

II. Infusoria3 Gregarinee.'4 Acinetee.5 Ciliata.

SEGUNDO SUB-REINO: Metazoarios. (METAZOA.)Animales provistos de dos hojas germinativas primarias, de un intestino y de tejidos,

ni vnnnnirp \ 6 Gastreadas.Ul. bpongice | ? P o r i f e r a _B.

Zoophtjia i ( 8 Coralla.( IV. Acalephce ] 9 Hydromcdusa;.

(10 Ctenophora.

V Aeoelomi \ n Arquelmintosv. Acoeiomt. : í 12 Platelmintos.

C.Vermes.

VI Cnplnmativi. toelomati

q12 Platelmintos.13 Nematelmintos.14 Chsetognathie.15 Rotatoria.1 6 Bryozoa.1 ? T u

J p i c a t a >

18 Rhinchoceeela.19 GephyrtE.20 Annelida.

D.Mollusea.

E.Eelúnoderma.

vn \fenhnin ¡ 21 Spirobranchia.vil. Aeepfiala. ¡ 2 2 Lameiiibranchiíi

VITI Vnfpnhnin \* í *^ Cochlydes.

v ui. ancepnaia ? \ ̂ cephalopoda.

K. Cololrackia | g ¿gerida.

X-^-e/^ •-llKSia,.

F.Arthropoda.

rracheata Jg

G.Vertebrata.

/ XIII. Aerania 133 Leptocardia.XIV. Monorhina (34 Cyclostoma..

(35 Pisces.XV. Anamnia ] 36 Dipneusta.

(37 Amphibia.

í 38 Reptilia.\XVI. A mniota < 39 Aves,

(40 Mammalia.

184 REVISTA; ¡DE;

NUMERO 3.

ÁRBOL GENEALÓGICO MONOFILÉTIGO DEL REINO ANIMAL.

Arthropoda.Tracheata.Crustácea.

Vertebrata.Craniota.

Kchinoderma.Lipobrachia.

Colobrachia.

Gephyree.

Annelida.

Mollusca.Encephala.

Acrania.Tunicata.

Rotatoria.

Acephala.

Bryozoa.

Vermes.

Ccelomati.

Zooñta.

Spongiee. Acalephse.Haliphysema.

Platelmintos.

Protascus.

Acselomi.

Prothelmis.

Gastrseada.

Planseada.

Syuamceba.

Prptozoa.Ciliata.

Acinetee. Gregarinee

Infusoria.

Amceba.

Mónera.

B, líAEGKEb*—' DEL REINO AN1MA.I»

NUMERO 4.

CUADRO TAXONÓMICOde las cinco clases y de los treinta y dos órdenes de zoófitos.

CLASES

de los zoófitos.

ÓRDENES

de los zoófitos.

TRIBUS

de los zoófitos.

a' I. Gastrseada. . . . j 2

NOMBRES

de géneros que sirven d9

ejemplos.

Gastreeada

II.Espongiarios ó Porí-

feros

III.Corales ó Antozóa- ̂

rios

IV.Hidromedusas ó Me-

dusas.

V.Ctenoforos. .

II. Myxospongise.. j ^

í 5

III. Fibrospongise.. j 6

( 8IV. Calcisnongieo... s 9

doV. Tetracoralla. .. \ ^

(13VI. Hexacoralla.. .{1A

11516

VIL Octocoralla. ..^17VIII. Archydrina.... 19

(202122

IX. LeptomedusíB.. \21

(23X. Trachymedusao < 24

XI. Calycozoa. 26

(27XII. Discomedusse.. j |g

XIII. Eurystoma.. . . 29

30XIV. Stenostoma. . . { 31

32

Gastreeones Gastrero.Protascones Haliphysema.Arohispongina. .. Archispongia.Halisarcina. . . . . . Halisarca.

Chalynthina Spongilla.Geodina Ancorina.Hexactinella Emplectelia.

Ascones Olynthus.Leucones Dyssycus.Sycones. Sycurus.

Rugosa Cyathophyllum.Paranemata Cereanthus.Caüliculata Antipathes.Madreporaria... . Astrsea.Halirlioda Actinia.

Alcyonida Lobularia.Gorgónida Isis.Pennatulida Veretillum.

Hydriaria Hydra.

Vesiculata Sertularia.Ocellata Tubularia.Siphonophora Phy sophora.

Marsiporchida.... Trachynema.Phyllorcyda Geryonia.Elasmorchida. . . . Charybdea.

Podactinarta Lucernaria.

Semeeostomeec . . . Aurelia.

Rhizostomeee Crambessa.

Beroida Beroe.

Saccata Cydippe.Lobata Eucharis.Teeniata Cestum.

189 REVISTA EUROPEA^—9 »B f BBftBRO »fi 1879.

ÁRBOL GENEALÓGICO DE LOS ZOÓFITOS.

Ctnophora.Teeniata. Lobata.

Saccata.STENOSTOMA.

EURYSTOMA.

Trachymedusoe.

Hydromedusse.Rhizostomeee.

Semeeostomeaí.DISCOMEDUS.Í;.

I.ucernaria.Calycozoa.

Siphonophora.

LEPTOMEDUS^E.

Coralla.Octocoralla.

Hexacoralla.

Tetracoralla.

Spongioe.Fibrospongi». Calcispongico.

Chalyntina. Leucones. Sycones.

Hexactinella

Geodina. Dyssicus. Sycuros.

Ascones.

Myxospongiae.Halisarcina.

CHALYNTHUS.

Hydroida.

Cordylophora.

Hydra.

HYDROIDA.Procorallura.

OLYNTHUS. Hyd.raria.

Archispongia. Haliphysema.

•••——-v^-—-^Protascus.

Gastrea.

Archydra.

NóM. 25S>. B. HANSLIGK.—DE LA BELLEZA EN LA MÚSICA. Í87

LAGRIMAS (I).

La noche melancólicaTendió su negro manto;Estrellas mil, erráticas,Bordaron su extensión;En tus pupilas húmedasBrotó abundoso llanto,Y acongojado y tétricoLatió tu corazón.

Oh! llora, sí; tus lágrimasConsuelan mi amargura,Como divino bálsamoQue calma mi dolor;De tus megillas pálidasAumentan la hermosura,Y á su contacto, súbitoRenace nuestro amor.

Yo te miró entre séricosEncajes perfumados,Adormecerte lánguidaCon mágico placer;Y al regalarte un ósculoLos céfiros alados,Abrir tus labios trémulosDe grana y rosicler.

Cerrábanse tus párpados;Su aroma despedia,En amorosos éxtasis,Tu aliento virginal,Y de tu espalda mórbidaEl nácar se entrevia,Y de tu seno niveoEl ampo celestial...

Oh! cual ligera sílfldeQue surca voluptuosaDel bonancible piélagoLa superficie azul;Como Égle, de las náyadesLa ninfa más hermosa,Envuelta en gasas nítidasDe trasparente tul;

Cual diosa mitológicaQue en plácido desmayoApenas siente trémuloSu pecho palpitar;Como visión fantásticaQue, de la luna al rayo,Cruza las ondas túrbidasDe la cerúlea mar;

(1) Esta poesía ha sido eonaideraja digna dé las honoresde la publicidad en CBRTÁMBN celebrado por el Ateneo cien-tífico y literario de Almería, á juicio del tribunal califica-dor, compuesto de los Sres. D. Juan Valera, D. Franciscode P. Canalejas y D. Manuel de la Revilla.

Así tu faz seráficaForjó mi fantasía;Así mi ardiente espírituTu imagen divisó;Y de tu amor angélicoLa sacra llama ardía,Y en sus destellos vividosEl alma se abrasó.

Después... pasaron rápidasLas horas de ventura,Y nuestros sueños candidosTrocáronse en pesar;Hoy lloras, y en insólitosLamentos de amargura,Tus cristalinas lágrimasContemplo titilar!...

Lloremos, sí; marchíteseTu rostro peregrino,Y llanto melancólicoMitigue mi dolor;Acaso será, célico,Cual bálsamo divino,Y, á su contacto, súbitoRenazca nuestro amor!

PLÁCIDO LANGLE.

DE LA BELLEZA EN LA MÚSICA.

CAPITULO II.

La expresión de los sentimientos no se encierraen la música.

Como consecuencia, al par que como cor-rectivB de la teoría que asigna á la música elsentimiento por resultado final, se formulaeste aforismo: «La música expresa los senti-mientos que contiene,» ó en términos más ri-gorosamente exactos: «Los sentimientos sonel contenido de sí propia, que la música debeexpresar.»

El estudio filosófico de un arte, conducedesde luego á la investigación de lo que" en-cierra, de lo que constituye su esencia. A cadauna de las artes se adapta un círculo de ideasque se hacen perceptibles por medios especia-les; el sonido, la palabra, el color, la pie-dra, etc. La obra de arte da, pues á la idea de-terminada una forma particular que reúne loscaracteres de lo bello: esta idea, la forma quela hace sentir y la unidad, gracias á la cualconstituye un todo, son condiciones indispe n-sables para que se comprenda su belleza; con-

188 REVISTA EUROPEA,—-9 DB FEBRERO DE 1879. NÚM. 250

diciones que deben ser base del estudio ver-daderamente filosófico de cualquiera de lasartes.

El argumento (el contenido, inhalt) de unaobra poética, pictórica ó escultural, puede ex-presarse fácilmente con palabras; ellas daráná la inteligencia idea suficiente y precisa. De-cimos: Esta estatua, representa un gladiador:este cuadro, una ramilletera; este poema,canta las proezas de Rolando. Después forma-mos juicio sobre la belleza de la obra; juicioque establece para nosotros la aclaraciónmás ó menos perfecta de la manifestación ar-tística del contenido así determinado.

En cuanto á la música, hasta ahora todoslian dicho'de común acuerdo que lo que esen-cialmente encierra es la escala completa delos sentimientos humanos; y esto porque secreía encontrar en el sentimiento lo opuestoá la percepción intelectual definida y precisa,y por consiguiente, la verdadera diferenciaentre el ideal de la música, y el de la poesía yla pintura. De aquí se deduce que los sonidosno son más que el material, ó sea, los mediosexteriores con que cuenta el compositor paraexpresar el amor, la cólera, la piedad, el éx-tasis. Los sentimientos en su diversidad in-finita, representan en tal caso la idea encar-nándose en el sonido para habitar la tierrabajo la forma de obra artística musical. Loque nos trasporta y nos embelesa en una her-mosa melodía, en una armonía potente ó in-geniosa, no seria entonces la melodía ni laarmonía mismas, sino lo que significan: eldulce murmullo de la ternura; el ímpetu delvalor.

Para establecer con solidez nuestro siste-ma, debemos desde luego separar atrevida-mente estas metáforas que se unen por unlazo, cuya única fuerza consiste en ser anti-guo: el murmullo sí, pero no la ternura; elímpetu sí, pero no el valor. Porque en reali-dad, la música carece de medios para expre-sar en estos dos casos otra cosa que el mur-mullo ó la impetuosidad, y solo nuestro propiocorazón le presta con liberalidad suma la ter-nura y el valor.

Nunca se insistirá demasiado en este pun-to: la expresión del sentimiento determinadode tal ó cual pasión, está fuera del alcance dela música. Los sentimientos no existen tanaislados en el alma que se dejen extraer solospor decirlo así, por medio de un arte que nopuede expresar ninguno de los demás estadosactivos del espíritu. Por el contrario, ellos de-penden de condiciones fisiológicas y patológi-

cas; de nociones, de ideas preconcebidas, enfin, de cuanto constituye el dominio de la in-teligencia y la razón, frente á las cuales selos coloca á veces sin embargo, como unaantítesis, como una oposición inconciliable.

¿Qué será pues, lo que del sentimiento engeneral haga un sentimiento determinado;el deseo, la esperanza, el amor? ¿Es sencilla-mente su intensidad? ¿Su grado de agitacióninterior? Seguramente no. La intensidad pue-de ser la misma en mil sentimientos diversos,como puede diferir en el mismo sentimiento,según los tiempos y los individuos. Solo sobrela base de ciertas ideas y juicios previamenteadquiridos (de que el individuo no se da cuen-ta en el momento en que está profundamenteafectado), es cuando nuestra alma se conden-sa en un determinado sentimiento. El de laesperanza, es inseparable de la idea de un es-estado futuro más dichoso, comparado con elpresente. El de la tristeza, pone en paralelola dicha pasada y la presente desgracia. Estasson concepciones claras, definidas. Sin estematerial intelectual preexistente, lo que sesiente no puede llamarse esperanza ó triste-za: solo él imprime á los movimientos del al-ma dirección ó carácter: sin él solo queda unavaga agitación, la sensación de bienestar ódesagrado general. El amor no se concibe sinla idea de la persona amada, sin desear ybuscar su felicidad, su gloria, su posesión. Noes solo por la manera que afecta al alma por loque se le puede llamar amor, sino por el ele-mento intelectual activo objetivo que se uneal sencillo principio sensitivo. Lo mismo pue-de ser dulce que violento; tanto puede ser sa-tisfecho como doloroso, y no dejar por eso deser amor.

Estas consideraciones demuestran eviden-temente que la música no es apta para expre-sar más que los adjetivos que pueden acompa-ñar al sustantivo: el sustantivo mismo (elamor), está fuera de su alcance. Un senti-miento definido, una pasión, no existen bajoeste nombre, sin el elemento positivo depen-diente de la inteligencia, que los localiza, lespresta actividad, les da una historia. Si lamúeica no puede traducir ideas porque esidioma indefinido, ¿no será incontestable quees también incapaz de expresar sentimientosdefinidos, si este carácter de determinaciónen los sentimientos reside precisamente enun principio intelectual?

Ya veremos más adelante, cuando, trate-mos de la impresión subjetiva producida porla música, que'ciertos sentimientos, tales co-

NÚM. -259, E . ÍÍANSLICK.--DB LA. BELLEZA ESI LA. MÚSICA. 489

mo el dolor, la alegría, etc., pueden (pero nodeben) ser provocados por ella. Hasta aquí so-lo hemos querido examinar teóricamente, sila música tiene el poder de expresar un sen-timiento definido. La respuesta ha sido nega-tiva, por que el carácter definido de los senti-mientos no puede separarse de ideas concre-tas que son inaccesibles á la música.

Pero hay un orden de ideas en que puederevindicar sus ventajas sobre la pintura, pormedios que le son propios, y en las más am-plias proporciones. Desde luego es en cuantose relaciona con las variaciones perceptiblesal oido, de fuerza, movimiento y proporción,así como en las ideas de aumento, disminu-ción, celeridad, lentitud, enlace, etc. La ex-presión estética de la música puede tambiénllamarse graciosa, dulce, violenta, enérgica,elegante, fresca, porque las ideas que des-piertan tales palabras encuentran en ciertarelación con los sonidos una aplicación en al-gún modo material, que nada tiene de ficti-cio. Así nos es permitido emplear estos califi-cativos al hablar de las creaciones musicales,de un modo inmediato, sin pensar en el senti-do ético que tienen en la vida moral, y en queuna asociación de ideas, los adapta instantá-neamente á la música, y á veces hasta lossustituye á los verdaderos calificativos musi-cales.

Los pensamientos que expone el composi-tor son puramente musicales ante todo. Cuan-do una bella melodía de cierto carácter se pre-senta á su imaginación, no debe ser nada másque ella misma. El .examen de un fenómenoconcreto, nos hace pensar en su carácter ge-nérico, en el pensamiento que lo constituye,primero; después, y elevándonos más aún, enla idea en absoluto. Lo mismo sucede con lospensamientos musicales. Por ejemplo, el in-mediato efecto de un adagio de sonoridad dul-ce y armoniosa, será sencillamente el de darcarácter de belleza á la idea de lo armoniosoy dulce, después de lo cual la imaginación, querelaciona fácilmente las cosas de arte con lasde la vida moral, se apoderará del fenómenopara hacer de él la expresión de la resignaciónpiadosa ó de cualquier otro sentimiento com-patible con una música dulce y armoniosa, ypuede quizá llegar hasta la idea de una pazeterna que no es de este mundo.

La poesía y la pintura presentan tambiénen primer término fenómenos concretos. Uncuadro que representa una joven cogiendo flo<-res, ó un cementerio cubierto de nieve, splomediatamente nos conduce á la idea de la mo-

destia y el candor virginales; !ó-:á la de la fra-gilidad de las cosas humanas. Del¡mismo mo-do, pero con infinita monos certeza y muchamayor arbitrariedad, puede encontrar el au-ditorio en una pieza de música la idea de la in-diferente alegría de la juventud, ó la de la ins-tabilidad de las cosas del mundo: solo que es-tas nociones abstractas, ni están en el cuadro,ni en la pieza musical, y ni el uno ni la otrapueden expresar el sentimiento de la instabili-dad, ni el de la indiferencia juvenil.

Ciertas ideas están muy bien representadas "por la música, y con todo eso no podrían pa-sar por sentimientos: por el contrario, ciertossentimientos conmueven el alma de modo tancomplexo, que no encuentran expresión ade-cuada en ninguna de las ideas que la músicapuede expresar.

¿Qué parte de los sentimientos podrá, pues,expresar la música, ya que no es 3u eontenido,su tema mismo? Es exclusivamente la partedinámica.

La música so presta á figurar el movimien-to en un estado psicológico según las fases queatraviesa, y es con ellas lenta ó viva, fuerte ósuave, impetuosa ó lánguida. Pero el movi-miento es un atributo, una fase del sentimien-to, no el sentimiento mismo. Se cree en gene-ral definir bastante el poder expresivo de lamúsica al decir que, aunque inhábil para sig-nificar el objeto de un sentimiento, expresabien el sentimiento propio; por ejemplo, queno retrata el objeto amado, pero pinta el amor.Lo uno no es más exacto que lo otro. La mú-sica no expresa el amor, sino un movimientoque puede producirse cuando se siente amor,ó una emoción análoga, y esto es precisamen-te lq^iccesorio ó secundario en lo caracterís-tico de este sentimiento. Amor es una ideaabstracta, como inmortalidad ó virtud. La afir-mación de los teóricos de que la música riopuede expresar abstracciones, es supérflua,porque las otras artes no tienen más poderque ella en este sentido. En la realización dela obra de arte no hay más que ideas, es decir,nociones que han pasado al estado activo: éstose cae de su peso. Pero las ideas de amor, decólera, de miedo, no pueden llegar á ser fenó-meno artístico en una obra instrumental, por-que no hay ninguna conexión forzosa entreellas y la más hermosa combinación de soni-dos. ¿Cuál es, pues, la parte constitutiva de lasideas, que la música se asimila con más efica-cia? Es el movimiento. (Naturalmente esta pa-labra se aplica aquí en su sentido más lato, ycomprende también la variación en la inten-

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sidad de los sonidos.) El movimiento es lo quela música tiene de común con el sentimiento:es el elemento á que, como verdadera creado-ra, puede dar mil formas diversas, con infini-tos matices y contrastes.

La idea del movimiento se ha desatendidode un modo que sorprende, por cuantos em-prendieron el estudio déla esencia y los efec-tos de la música, y sin embargo, en nuestroconcepto es la más importante y fecunda detodas.

•* Digamos ahora que lo que nos parece queen la música pinta ciertos y determinados es-tados del alma, es simbólico. Los sonidos comolos colores, poseen natural ó individualmenteun significado simbólico, cuya- influencia seejerce, fuera y ante toda consideración artís-tica. En cada color brilla, por decirlo así, uncarácter que le es propio: en nuestro enten-der, el color no es una simple cifra á que soloel artista puede dar valor colocándola en el si-tio que debe ocupar, si no que es una verda-dera fuerza, que bruta aún, y aún sin empleo,ya por naturaleza propia posee cierta relaciónsimpática con algunos estados psicológicos.¿Quién no conoce el lenguaje de los colores entoda su sencillez, y en el refinamiento poéticoá que algunos escritores lo han elevado? To-dos asociamos sin vacilar la idea de esperanzaal color verde, la de fé al color celeste. Rosen-kranz llega hasta á ver en el rojo «la digni-dad atemperada por la gracia,» en el violetala «ingenuidad vulgar,» etc. (Psieologia, 2.aedi-cion, p. 102.)

De igual manera los elementos materialesde la música; tonalidad, acordes, matices so-noros, son ya caracteres por sí propios, paranosotros. Tenemos una verdadera escuela deexegesia, ocupada en inquirir su significado.El simbolismo de las tonalidades de Schubart>es compañero de la interpretación de los coloresde Goethe. Pero estos elementos (sonidos y co-lores) están sometidos como materia artísticaá distintas leyes que las que los rigen comomanifestación natural y aislada. En un cuadrode historia, todo lo que es rojo ó grana no sig-nifica alegría, ni todo lo que es blanco signifi-ca inocencia; en una sinfonía, todo lo que estáen la bemol, no representa tampoco disposicio-nes novelescas, ni todo lo que está en si menorhostilidad al hombre, ni satisfacción todo acor,de perfecto, ni desesperación todo acorde desétima disminuida. Trasportados al terrenoestético los elementos independientes de quehablamos, están neutralizados y niveladospor leyes superiores. Lo cierto es que en su

estado natural este género de fenómenos estánmuy lejos de poder expresar nada. Los hemoscalificado de simbólicos, porque no traducendirectamente lo que existe en la obra, su tema;la forma en que queda es por el contrario muydiferente. Cuando vemos la maldad en el coloramarillo, la alegría en el tono de sol mayor,ó en el ciprés el luto, nuestra asimilación tieneuna relación fisiológica y psicológica con cier-tos caracteres de estos sentimientos; pero noexiste más que para nosotros, porque así loqueremos, y no porque el color, el sonido ó elárbol, la establezcan naturalmente y por sípropios. No puede, por lo tanto, decirse de unacorde aislado que expresa un sentimiento, ymenos aún si se le considera relativamente ás i sitio en la obra de arte.

En suma, la música sola no tiene para lle-gar al pretendido fin que le han supuesto, másmedio que la analogía del movimiento y delsimbolismo de los sonidos.

Deducida tan fácilmente la impotencia dela música para expresar sentimientos por lanaturaleza misma de los sonidos, casi pareceincomprensible que no se haya conocido ge-neralmente esta verdad desde hace muchotiempo. Que el que sienta vibrar en sí la emo-ción al escuchar una pieza de música instru-mental, trate de explicar de un modo claro yrazonable la naturaleza del sentimiento queconstituye la esencia misma de la pieza, porlas ideas ó impresiones que ha recibido. Aquíes indispensable hacer la experiencia.—Oiga-mos, por ejemplo, el principio de la oberturade Prometeo, de Beethoven. Lo que la atenciónmás sostenida hará descubrir al oído musical,es esto, poco más ó menos.

Las notas del primer compás se sucedenligera y rápidamente como lluvia de perlas,en movimiento casi siempre ascendente: elsegundo compás es repetición exacta del pri-mero: el tercero les es casi semejante; y en elcuarto, las gotas del saltador manantial queacaban de subir algo más alto, caen, paravolver á empezar luego su marcha primitiva,con el mismo dibujo,- y durante otros cuatrocompases. Así se establece, para el sentidomusical del que escucha, bajo el punto de vis-ta melódico, una simetría entre los dos prime-ros compases, entre éstos y los dos siguientes,y en fin, entre los cuatro primeros compasesy los que vienen después, como entre un granarco y el que le corresponde. El bajo que mar-ca el ritmo, señala la entrada de los tres pri-meros compases con un solo acorde fuerte encada uno: divide eí cuarto en dos con otros

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tantos acordes; y lo mismo se repite en loscuatro compases siguientes. La diferencia rít-mica que existe entre el cuarto compás y losotros tres, y que se repite en el segundo pe-ríodo, deleita el oido como un nuevo elementoque se introduce en el perfecto equilibrio queprecede. Armónicamente considerado el tema,nos muestra también la correspondencia deun arco grande y dos pequeños: al acordeperfecto de do mayor que llena los cuatro pri-meros compases, responde el acorde de se-gundo grado en los compases quinto y sexto,y después el de quinta menor y sexta en los dossiguientes. De esta correspondencia entre lamelodía, el ritmo y la armonía, resulta uncuadro simétrico, aunque variado, que se en-riquece aun de luces y sombras por la diferen-cia de timbres de los diversos instrumentos ypor los matices de intensidad.

No es imposible encontrar en este temamás que lo que acabamos de explicar, y ni aunpodemos designar el sentimiento que expresa,ó el que deba despertar en el auditorio.

Semejante desmembración destruye todabelleza, y bace, es cierto, un esqueleto de loque antes era cuerpo floreciente; pero no dejasubsistir interpretaciones fantásticas.

Hemos tomado este tema á la casualidad:la demostración seria igual con cualquier otrotema. Hay cierta clase de aficionados á músi-ca (y en verdad no la menos numerosa), queconsidera como defecto característico de laque llaman clásica, su poca propensión á ex-presar las pasiones, empezando por conveniren que nadie podría indicar, ni siquiera en unode los 48 preludios y fugas de J. S. Bach, unsentimiento que pueda considerarse como te-ma. Tienen razón,—y eso es ya una prueba deque la música notiene por fin necesario exci-tar sentimientos, y de que éstos no residen enella. Así viene completamente á tierra la mú-sica figurativa. Y si es fuerza desconocer lasgrandes manifestaciones del arte, reconocidasya histórica y estéticamente para tratar dedar corno por sorpresa solidez á una teoría, talteoría debe ser falsa. Por una sola vía de aguase va á pique un navio. Aquel á quien no sa-tisfaga este ejemplo, puede ensanchar el cam-po. Abrir el casco del navio. Que se escucheel tema de cualquiera de las sinfonías de Mo-zart ó de Haydn, el de un adagio de Beetlio-ven, el de un scherzo de Mendelssohn, el deuna pieza de piano de Schumann ó Chopin, delas obras que constituyen cuanto de más sus-tancia,! existe en música instrumental, y lomismo los temas más populares de las obertu*

ras de Auber, de Donizetti, de Flotow, y elque tenga más confianza en su propio criterioque diga qué sentimiento puede encerrarse enellos. Quizá uno responda: el amor; es posi-ble.—Otro: el deseo; puede ser.—El tercero: el .sentimiento religioso; no lo contradecimos: yasí consecutivamente. Pero ¿puede juzgarseexpresado un sentimiento, cuando nadie, sabode cierto lo que se expresa? Sobre la belleza ylas bellezas de la obra musical, todos sin dudapensarán lo mismo: las opiniones solo serándistintas cuando se trate de caracterizar elsentimiento. Expresar es poner una cosa os-tensiblemente al alcance de nuestras faculta-des, haciendo que éstas perciban claramentesu naturaleza. ¿Cómo, pues, se podrá presen-tar como expresado por un arte, el más in-cierto, el másambíguo desús elementos, aqueisobre el cual nadie está de acuerdo?

A propósito hemos tomado nuestros ejem-plos de la música instrumental, porque cuantose diga de esta, puede aplicarse á toda la mú-sica en general. Si se quiere penetrar de unmodo amplio y preciso en la esencia de la mú-sica; si se trata de determinar sus límites, s udirección, es fuerza hablar de la música ins-trumental. Lo que ella no alcance, no lo al-canzará nunca la música en general, porquesolo ella es música pura en absoluto. Que seprefiera como valor ó como efecto la músicainstrumental á la vocal, ó esta á aquella(comparación que, sea dicho de paso, mani-fiesta la estrechez de miras bastante habitualen los que se designa con el nombre de aficio-nados): hay que reconocer que la idea de mú-sica en su sentido absoluto no se aplica biená una pieza compuesta para ciertas palabras.La par̂ te, que corresponde á los sonidos en elgeneral efecto de una obra lírica no puede so-pararse tanto de la que toca al texto, á la ac-ción escénica, á las decoraciones, que la cuen-ta de cada una de las artes pueda hacerse ais-ladamente con exactitud.

Cuando se trate de determinar el conteni-do de la música, hay que eliminar hasta laspiezas que llevan títulos despriptivos ó pro-gramas. Su unión con. la poesía aumenta supoder, pero no sus límites (1).

(1) Gervinus en su libro Tlandel y Shakespeare (1868),debatiendo la preferencia entre la música dé canto y lainstrumental, no reconoce como verdadera y natural másmúsica que tel arte vocal,» y hace del «arte instrumental»esta definición: «es un producto artístico que tiene origenen lo que hay de más Intimo, y ha caído en lo más externó»(ein von alien innerlichen anf dat Aeueserlichsle ncrábge-hommmes Kunsttoerk), es decir, un medio físico de provo-car un placer fisiológico. Es hacer gran gal» ds sutileza

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La música vocal és uh compuesto, cuyoselementos se confunden de tal modo que seriaimposible evaluar la importancia de cada uno.Cuando se trate de apreciar el poder del artepoético, de fijo á nadie se le ocurrirá hacer lademostración en una ópera: pues bien; fiján-dose en los principios fundamentales de la es-tética musical, basta con hacer el mismo ra-zonamiento (aunque con alguna mayor inde-pendencia de espíritu), para adquirir la con-vicción análoga, en cuanto al valor de laobra en música.

La música vocal sirve para dar color al di-bujo de la poesía (1). Hemos reconocido en loselementos de la música colores de gran brilloy delicadeza, que además tienen significadosimbólico. Estos colores quizá lleguen á hacerde una poesía mediana el íhás hermoso len-guaje del corazón; pues sin embargo, en unamelodía vocal, la expresión no está en los soni-dos, sino en las palabras. El dibujo, no el co-lor, determina el tema que se desarrolla antenosotros. Apelamos á la facultad de abstrac-ción del lector, y le rogamos que recuerde al-guna bella melodía dramática cuyo efecto ha-ya sentido, haciendo el esfuerzo de no consi-

para probar que se pueda ser muy admirador de Handel, ysabio ^musicógrafo, cometiendo graves errores respecto ála naturaleza de la música.

[1) Esta frase técnica encuentra aquí precisamente 3Ulugar, porque todavía no se trata más que de considera-ciones estéticas, de la relación abstracta y general de lamúsica con el texto, y de atribuir á este ó á aquella elprivilegio de encerrar en sí regularmente y por naturale-za la esencia de la obra musical. Pero desde que el examenno recae sobre el que, sino sobre el como, la frase deja deser exacta. Solo en un sentido lógico (casi diríamos ./¡m-dico), es donde el texto tiene el principal papel, y la mú-sica el papel accesorio pero en estética se exige del compo-sitor mucho más; es preciso que llegue á la belleza musi-cal existente por ai misma, aunque sin separarse de lasotras partes de la obra. Preguntémonos ahora, no ya enabstracto loque hace la música unida a las palabras, sinocomo lo hará realmente: reconoceremos que es imposibleencerrar su independencia respecto á la poesía, en los es-trechos límites que el dibujante deja al colorista. Desdeque Gluck inauguró la famosa y neoesaria reacción contrala» usurpaciones melódicas de los italianos, reacción en lacual, lejos de traspasar el justo límite, por el contrario, nollegó á él (exactamente lo mismo que hoy Ricardo Wag-ner), se repite siempre la célebre frase de la dedicatoria deAlcesíes, donde dice que «el texto es el dibujo correcto yl)ien trazado» y la misión de la música se limita á darlecolorido. Si la música respecto á la poesía no tiene otropapel más importante que el de darle colorido; si siendoella á la vez dibujo y color, no añade alguna cosa comple-tamente nueva cuya belleza orjginal le pertenezca porcompleto y que florezca y fructifique ayudada de las pala-bras y el texto, entonces no es más que un ejercicio de es-cuela ó una diversión de dilettanta, y las altas cimas delarte le están vedadas.

derarla más que bajo el punto de vista pupa-mente musical, separándola del preciso sig-nificado que ha podido tener para él en la es-cena del drama en que el compositor la coló -có. Entonces verá que una melodía destinada,por ejemplo, á expresar la cólera, no encier-ra cuando se la examina aislada ó intrínse-camente más sentido psicológico, que el deun movimiento rápido y apasionado. Y aunquizá la misma melodía se adapte bien á untexto diferente, á palabras de amor, siempreque puedan ser dichas con cierto fuego.

Cuándo el aria de OrfeoJ'ai perdu mon Eurydice,rien n'egale mon malheur! (2)

hacia derramar lágrimas á millones de espec-tadores (y entre ellos á hombres como Rous-seau), un contemporáneo de Gluck, Boyó,zo observar que la melodía podría convenirtan bien, y aun quizá mejor, á las siguientespalabras, que dicen todo lo contrario:

J'ai trouvé mon Eurydice,rien n'egale mon bonheur! (3)

Este es, por si el lector no lo recuerda, elprincipio del aria. •

(Continuará.)

EDUARDO HANSUCK.

BIBLIOGRAFÍA.Anuario oflcial de las aguas piinerales de

España. Tomo 1.1876-1877. Redactado por losmédicos directores en propiedad de aguas ybaños minerales, Sres. Taboada, García Lo -pez, Ruiz de Salazar, Carretero y Villafranca.

Un volumen en 4.° de 930 páginas. Madrid.1878. Imprenta de Aribau y compañía, suce-sores de Rivadeneyra.

Orlando furioso, poema escrito en italianopor Luis Ariosto, y traducido al español en oc-tavas reales por D. Vicente de Medina y Her-nández.

Se acaba de publicar la entrega décima,que forma un cuaderno de 80 páginas en foliomenor. Barcelona, 1878.

En las principales librerías de España seadmiten suscriciones á toda la obra, al preciode dos pesetas cada cuaderno.

(2) He perdido S mi Eurid!ce, no hay desgracia comola mia!

(3) He encontrado á mi Euridice, no hay dicha comola mia!