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REVISTA EUROPEA. NÚM. 63 9 DE MAYO DE 1 8 7 5 . AÑO ii. EL PANENTHEISMO. Sr. D. Ramón de Campoamor. Mi muy querido amigo: Hace ya muchos años, allá por los de 1856 y 57, arremetió usted con brío y pujanza á la democracia, y en honra de mis convicciones, me atreví á salir y á pelear. Hoy la acometida es no menos briosa á la Filosofía racio- nalista, y por la misma razón, y (lo confieso) con el deseo de refrescar el espíritu recordando los juve- niles empeños en que nos colocaban sus amistosas y benévolas réplicas, acudo también. Me propongo , convencer á usted de que va más allá de lo justo, i al escribir la elocuentísima invectiva que se lee en las lozanas y rientes páginas con que encabeza las ¡ Dudas y tristezas de nuestro amigo Revílla. «Yo no he censurado con acrimonia, que toca ya en mofa, á las escuelas racionalistas; antes, al con- trario, con alabanza recuerdo á Fichte, á Schelling y á Hegel, y sólo guardo mis iras para Krause y sus sectarios,»—me replicará usted desde el primer pun- . '30-Ast*és~enicchc', pero es el caso que no caben aquella indulgencia y esta severidad, y una ú otra huelga en el juicio de usted. Si Krause y sus secta- rios merecen los duros calificativos que se escapan hirviendo de la acerada pluma de usted, con mayor razón deben caer sobre Schelling y Hegel, reos de mayores delitos, según el Código que da usted por vigente; y de otro lado, al aconsejar al jyven poeta, de tal manera traza y sombrea usted el cuadro de i la ciencia, y tan esplendente es el del arte que le / opone, que resultan de uno y otro boceto cargos y censuras contra la ciencia, que permiten, y aun re- claman, rectificación y rectificaciones. Yo, á mi vez, no intento sacar á salvo de esta vehementísima impugnación todos y cada uno de los principios, teorías, postulados y consecuencias de la escuela Krausista.—Por fortuna, ó por des- gracia, no tengo hace muchos años otro maestro que el pensamiento general humano, estudiado Ubérrimamente por mi razón, y no me avengo á la disciplina de ninguna escuela, confesión ó secta, ni apetezco tampoco que nadie siga ó se encariñe con mis pensamientos.—Pensar, es tarea individual, y sólo el propio pensamiento mata el hambre de la inteligencia. Pero en la escuela Krausista me eduqué, y tuve TOMO I V . por dicha un maestro, cuya memoria venero, y no quiero que pase, sin desagraviar su respetable nom- bre, la airada página que usted escribe, y que cae sobre la noble figura del que trajo á España y di- fundió entre nosotros las doctrinas de Krause. Recordemos también que entre los discípulos del ilustre D. Julián Sanz del Rio se han declarado ten- dencias diversas y encontradas.—No hay ya escue- la.—Van unos á un theismo racional y cristiano, pro- penden otros á un positivismo comedido y circuns- pecto; retroceden algunos, aguijoneados por la duda, á la Crítica de la razón pura de Kant, tomando puerto y sagrado en ella, y esta diversidad de direc- ciones es muy propia del solícito afán con que el doctor Sanz del Rio procuraba despertar en toda in- teligencia el sello característico, original ó indivi- dualísimo, que acompaña al hombre. Yo entiendo que la dirección que mejor cuadra al Krausismo, es la que representa el Barón Leonhardi en Alemania; opino que esa dirección religiosa y ra- cionalista es pura, verdadera é hija legítima de la edad presente, y miro las reacciones Kantistas como miro todas las reacciones, y los embelesamientos positivistas, como rasgo fugaz, hijo de rápidos me- teoros, que el griterío de las aulas, no una causa real, ha hecho brillar en nuestros horizontes. Sanz del Rioluvo principalmente en cuenta este carácter theista y religioso de la doctrina Krausista para propagarlo en España. Si la doctrina se hubie- ra limitado á una reproducción Kantiana ó un ensa- yo Hlgeliano, muy seguro estoy de que no hubiera atraído á aquella vigorosa inteligencia, y si, por desgracia, Sanz del Rio hubiera sido crítico ó escép- tico, no hubiera enseñado que, por ley lógica y mo- ral, no se puede enseñar el escepticismo; y sino se puede, claro es que no debe enseñarse.—Queda el alardear de eseépticos para mozuelos que lloran las primeras dificultades de las aulas, ó los primeros desengaños de vanidades eróticas! El pensador serio y de conciencia, no enseña negaciones.—Kant apli- caba su magisterio á difundir las verdades afirmadas y reconocidas en su crítica de la razón práctica.— El escéptico varonil, ó el que, sin llegar al abismo, se ve macerado y afligido por dudas y tristezas, sale por momentos del campo de la ciencia, y, como Re- villa, va al de la poesía á llorar ó á reir sus dolores y placeres, á pintar con enérgico ó íntimo verbo el estado de su alma, á reflejar su triste, audaz, calen- turienta o desesperada personalidad. 28

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 63 9 DE MAYO DE 1 8 7 5 . AÑO i i .

EL PANENTHEISMO.

Sr. D. Ramón de Campoamor.

Mi muy querido amigo: Hace ya muchos años,allá por los de 1856 y 57, arremetió usted conbrío y pujanza á la democracia, y en honra de misconvicciones, me atreví á salir y á pelear. Hoy laacometida es no menos briosa á la Filosofía racio-nalista, y por la misma razón, y (lo confieso) con eldeseo de refrescar el espíritu recordando los juve-niles empeños en que nos colocaban sus amistosasy benévolas réplicas, acudo también. Me propongo

, convencer á usted de que va más allá de lo justo,i al escribir la elocuentísima invectiva que se lee en

las lozanas y rientes páginas con que encabeza las¡ Dudas y tristezas de nuestro amigo Revílla.

«Yo no he censurado con acrimonia, que toca yaen mofa, á las escuelas racionalistas; antes, al con-trario, con alabanza recuerdo á Fichte, á Schellingy á Hegel, y sólo guardo mis iras para Krause y sussectarios,»—me replicará usted desde el primer pun-

. '30-Ast*és~enicchc', pero es el caso que no cabenaquella indulgencia y esta severidad, y una ú otrahuelga en el juicio de usted. Si Krause y sus secta-rios merecen los duros calificativos que se escapanhirviendo de la acerada pluma de usted, con mayorrazón deben caer sobre Schelling y Hegel, reos demayores delitos, según el Código que da usted porvigente; y de otro lado, al aconsejar al jyven poeta,de tal manera traza y sombrea usted el cuadro de

i la ciencia, y tan esplendente es el del arte que le/ opone, que resultan de uno y otro boceto cargos y

censuras contra la ciencia, que permiten, y aun re-claman, rectificación y rectificaciones.

Yo, á mi vez, no intento sacar á salvo de estavehementísima impugnación todos y cada uno delos principios, teorías, postulados y consecuenciasde la escuela Krausista.—Por fortuna, ó por des-gracia, no tengo hace muchos años otro maestroque el pensamiento general humano, estudiadoUbérrimamente por mi razón, y no me avengo á ladisciplina de ninguna escuela, confesión ó secta, niapetezco tampoco que nadie siga ó se encariñe conmis pensamientos.—Pensar, es tarea individual, ysólo el propio pensamiento mata el hambre de lainteligencia.

Pero en la escuela Krausista me eduqué, y tuveTOMO IV.

por dicha un maestro, cuya memoria venero, y noquiero que pase, sin desagraviar su respetable nom-bre, la airada página que usted escribe, y que caesobre la noble figura del que trajo á España y di-fundió entre nosotros las doctrinas de Krause.

Recordemos también que entre los discípulos delilustre D. Julián Sanz del Rio se han declarado ten-dencias diversas y encontradas.—No hay ya escue-la.—Van unos á un theismo racional y cristiano, pro-penden otros á un positivismo comedido y circuns-pecto; retroceden algunos, aguijoneados por laduda, á la Crítica de la razón pura de Kant, tomandopuerto y sagrado en ella, y esta diversidad de direc-ciones es muy propia del solícito afán con que eldoctor Sanz del Rio procuraba despertar en toda in-teligencia el sello característico, original ó indivi-dualísimo, que acompaña al hombre.

Yo entiendo que la dirección que mejor cuadra alKrausismo, es la que representa el Barón Leonhardien Alemania; opino que esa dirección religiosa y ra-cionalista es pura, verdadera é hija legítima de laedad presente, y miro las reacciones Kantistas comomiro todas las reacciones, y los embelesamientospositivistas, como rasgo fugaz, hijo de rápidos me-teoros, que el griterío de las aulas, no una causareal, ha hecho brillar en nuestros horizontes.

Sanz del Rioluvo principalmente en cuenta estecarácter theista y religioso de la doctrina Krausistapara propagarlo en España. Si la doctrina se hubie-ra limitado á una reproducción Kantiana ó un ensa-yo Hlgeliano, muy seguro estoy de que no hubieraatraído á aquella vigorosa inteligencia, y si, pordesgracia, Sanz del Rio hubiera sido crítico ó escép-tico, no hubiera enseñado que, por ley lógica y mo-ral, no se puede enseñar el escepticismo; y sino sepuede, claro es que no debe enseñarse.—Queda elalardear de eseépticos para mozuelos que lloran lasprimeras dificultades de las aulas, ó los primerosdesengaños de vanidades eróticas! El pensador serioy de conciencia, no enseña negaciones.—Kant apli-caba su magisterio á difundir las verdades afirmadasy reconocidas en su crítica de la razón práctica.—El escéptico varonil, ó el que, sin llegar al abismo,se ve macerado y afligido por dudas y tristezas, salepor momentos del campo de la ciencia, y, como Re-villa, va al de la poesía á llorar ó á reir sus doloresy placeres, á pintar con enérgico ó íntimo verbo elestado de su alma, á reflejar su triste, audaz, calen-turienta o desesperada personalidad.

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362 REVISTA EUROPEA. 9 DE MAYO DE 1 8 7 5 . N.° 63

Sea usted justo. Reconozca y confiese en Sanzdel Rio al varón piadoso, recto, animado del afán delo divino, de la amplitud y serenidad de criteriosque resplandecen en su «Ideal de la Humanidad,)) ensu Discurso de apertura de 1857, y en las notas yampliaciones de su traducción al compendio de We-ber.—Repase un sencillo prospecto que escribióen 4837 sobre el racionalismo armónico, que yo pu-bliqué en mis Estudios (i), y estoy muy seguro deque quedará usted prendado del cuadro y delpintor.

No llevo con paciencia la desatención y la injuriaal ilustre profesor, y es á todas luces injusto lo quesobro su capacidad y merecimientos se ha escritopor sus detractores. Enamorado de la ciencia, comonadie; indulgente y tolerante con las opiniones aje-nas, como no se ha visto ejemplar en esta España,en que corre por nuestras venas sangre muslímicaoxigenada por la inquisición; severo y metódico en elraciocinio, como el matemático más cumplido; vigo-roso en el examen psicológico, de manera que com-parados con él, parecen discreteos mujeriegos lasobservaciones de las escuelas escocesa y parisiense;analítico, con una pyoligidad fecunda, que no habíavisto antes, ni he vuelto á ver después; abundanteen intuiciones; original y conocedor por larga medí-lacion de los afanes de la filosofía novísima, Sanzdel Kio es superior á todos los filósofos españolesy franceses de este siglo, y marcha á la par deRosmini y Gioberti, los grandes pensadores de laItalia.

No peca el juicio por encomiástico. El paralelo, silo formamos, agrandará aún más la noble figura deSanz del Rio, que no tiene hoy coronas literarias ymonumentos; porque en España no cuidamos de se-mejantes cosas, preocupados todos con el afán derebajar y ennegrecer á los demás.

—¡Es que escribía mal!—Hé aquí la acusación; laúnica, la mil veces repetida en verso y prosa, en dis-cursos académicos y en gacetillas. ¡Escribía mal! ¡Oh!¿Ojiién no escribe mal? Pero en mano «El Ideal de laHumanidad» y la Oración inaugural, se puede, sincuidado ni temor, retar á que escriban mejor sobreaquellos temas, lo.s más ó todos de los que censura-ron á Sanz del Rio.—Pero la Analítica es oscura...Si lo es, y nace esa oscuridad de que la Analítica noera un libro preparado para la estampa; era un pro-grama de estudios para decorarlo y esclarecerlo,con explicaciones orales. Era un mero resumen queguiaba la indagación. Los reiterados y enojosos rue-gos de sus discípulos (y de ello me acuso), instan-cias de amigos que hubieran sido impertinentes siel propósito no los disculpara, vencieron la naturalrepugnancia de Sanz del Rio, que autorizó aquella

(1) E.ludios sobre Filosofía, etc. Madrid, 1872, p4g. 1.50.

publicación hecha en una Revista, y coleccionadadespués. ¡Cuántas veces me he arrepentido de habercontribuido con mis quejas y mis clamores á la pu-blicación de la Analítica/ ¡Cuántas veces he recor-dado, que conocía los tiempos y los gustos, el ilus-tre maestro, al resistir la impresión de un itinerariológico, desnudo y árido, como una sucesión de pro-blemas algebraicos, y que caía en el seno de unasociedad ávida de luz, de colores y de atrevimien-tos fraseológicos!

He ahí la base de la acusación. ¿Es bastante? Yoapelo á su conciencia de usted y me someto alfallo.

Es que ha formado escuela, se dice, en esto deescribir oscuro y enigmáticamente. No hay en estoescuela. El que escribe mal, es porque no es escri-tor; y el que escribe con oscuridad, es porque no sabeescribir clara, correcta y gallardamente. No es justoque carguen sobre Krause ó Sanz del Rio las culpasde los que no manejamos la hermosa lengua de Cas-tilla con la tersura y propiedad que es de desear entodo escrito. ¿Qué responsabilidad cabe al maestro dela insuficiencia ó escasas dotes literarias de los dis-cípulos y admiradores?—No soy de los que creen ¡quela lengua castellana es deficiente para los estudiosfilosóficos: creo tan sólo que es muy difícil dominarlay poseerla, y el propósito exige largos y pacientesafanes literarios y filológicos. Tampoco creo quela ciencia exija un lenguaje oscuro y plagado deneologismos. La precisión y la propiedad no andanreñidas con la claridad y las Leyes -graaisrtícátra

creo tan sólo que el manejar el estilo didáctico, re-quiere un profundo conocimiento del idioma.

Descartemos, como se descartan de toda discu-sión grave, estas trivialidades, y no discutamos silos Krausistas escriben mejor ó peor y hablan cul-terana ó escolásticamente.—Si es cierto, lo quecumple es corregirlos, demostrando que lo que di-cen en aljamiado, puede decirse en romance castizoy correcto.

¿Qué capítulos comprende la enérgica y apasio-nada acusación de usted? Uno muy principal campeaá vueltas de muqhas ingeniosidades que lo abrillan-tan, pero no lo razonan. Dejo á un lado lo de la le-guminosa, porque el chiste no tiene otra gracia quela irreverencia.científica, y llego á lo áe\panenteis-mo, que es sin duda lo que rompió los diques de suabundancia, desatándola en torrentes de calificati-vos y epifonemas, que llenan la parte más doctoraldel escrito que tengo á la-vista.

Es comenzar por lo último y hacer cuestión de loaccidental, del nombre dado á la cosa.—¿No es felizel nombre? ¿Es de mala formación? Sea; abandone-mos el nombre y pensemos en la cosa que con él sedesigna ó pretende explicar, y se encuentra usted,frente á frente del problema más pavoroso que en-

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N." 63 F. DE P. CANALEJAS. 'EL PANENT1TEISM0. 863

traña toda Teología racional, aboída usted el pro-blema de las relaciones de Dios con el mundo y conel hombre.

Concedo que Krause se inspira históricamente enSchelling, y por tanto, usted me concederá que si-gue la oleada del pensamiento moderno que levantaFichte, y mira las cuestiones como aparecían plan-teadas en aquellos inolvidables decenios de nues-tro siglo que no tienen semejante ni parecido, sinoen los que ilustraron Sócrates, Platón y Aristóteles.La inspiración panteista con éstas ó aquellas ate-nuaciones, domina en las escuelas que se originande Schelling; pero en cambio, un deísmo, dualista,aristotélico, dominaba en todas las escuelas queseguían rumbos distintos y encontrados.

Usted lo sabe; la ciencia es unidad, y nada: queda fuera del sistema ó del delicado y finísimo

engranaje que relaciona la índole y la vida de todo loque es y de cuanto existe. No va Dios fuera y lejosdel mundo, en un eterno ensimismamiento en quelo inteligible y lo conocido se reproducen ó seiluminan en el punto en que se concentra lo posiblede un futuro eterno. No rueda Dios tampoco en lapalpitación dinámica que inflama la vesícula ger-minativa que inicia el ascendimiento de la materia.¡Ni panteísmo ni dualismo!—exclamaba en 1820 laconciencia humana,—y ese grito resuena en la con-ciencia de usted como lo escucho dia y noche en elseno de mi conciencia.

Acometió Krause el problema, y el esfuerzo fuej^gítfltésco; memorable, en tanto exista el pensa-miento humano.

No lo resolvió,—me replicará usted.—Entendá-monos^ mi querido amigo, y de paso, rectifiquemosjuicios y consejos que leo en su embelesador es-crito.

La ciencia, de la cual procura alejar á nuestro que*-rido Revilla, no es á los ojos de usted más que algofrió y escueto, semejante á una tabla de logaritmos.No quiero que nos disputemos el alma de Revilla,porque ha elegido usted ya el papel de Alice y nogusto del de Bertram; pero fio es eso la ciencia.—-Todas las facultades, todas las propiedades del es-píritu, todas las cualidades y modos del ser y las va-riedades de la existencia, están en la ciencia comoen rico panorama, inagotable por su fecundidad, in-finito por su asunto, y escruta el filósofo lo conscien-te y lo que pasa y es en el mundo en que no vive,ó apenas se vislumbra la conciencia, y teje relacio-nes maravillosas entre los dinamismos que concre-tan la cristalización mineral, ó las sedas, terciopelosy blondas de la flora, con las sacudidas eléctricasdel Océano y de la atmósfera; de la misma maneraque sigue el sordo crecimiento de la pasión, ó miraextenderse las últimas y tenues ramificaciones delrazonamiento que arraigan allá en lo infinito.

No es la ciencia la wítkó, de la Rawti j * « ; íliun mero tratado de lógica subjetiva sujeta á la vo-luntariedad de un espíritu vagabundo. Remito, hie-manarum et dwinarnmque cognitio, decía hacesiglos un sabio y santo filósofo español, definiendola Filosofía y el conocimiento de lo divino, es arduaé inacabable empresa.—¿Cree usted que, á manerade resolución de un problema geométrico ó algorínmico, opinan los Krausistas, que en su doctrina estáel alfa y la omega, el último término y la declara»cíon última é inalterable de la verdad?—--Cree ustedque nadie imagina entre los Krausistas, que Krauseescribió la última palabra de la ciencia, y que sólonos cumple leer y respetar la Biblia filosófica quecayó de sus manos? Ningún filósofo piensa asi, ymucho menos un filósofo Krausista, que sabe qué ellibro está en la realidad de Dios, del espíritu y delmundo, y que eso libro se hojea y se consigue vol-ver una página al cabo de largas edades, y son infi-nitas las que la verdad de Dios escribió en él!

No sé si Krause acertó en absoluto ni lo que enlo futuro se dirá del pensamiento dé Krause. Noimporta por el momenlo el tema. Lo que importaes descubrir en la ciencia contemporánea algo másrazonado y cierto que lo señalado por Krause,como fin y objeto de la ciencia, en la grave cuestiónteológica de que tratamos.

El nervio de la cuestión estriba en resolver en Unexamen comparativo, de sistemas y doctrinas, si latendencia y el rumbo señalado por Kraiise á la filo-sofía era seguro y racional, ó si, por el contrario,debíamos dejarnos ir por las corrientes del panteís-mo ó detenernos confusos y perplejos ante la duali-dad.—No por las palabras, no por enseñanzas con-cretas ó por rasgos parciales de Psicología ó deLógica se juzgan los sistemas ó las escuelas, sinopor los métodos generales, por la tendencia y fltia-lidad*jue señalan á la vida y á la ciencia, por losderroteros que recomiendan y por las exploracio-nes que inician en el campo del saber. La aPmoniade todo, causada por la unidad que abarca todas láBoposiciones y el estudio y demostración del vinculointerno que enlaza y relaciona lo vario, impidiendoque traspase la resultante de las fuerzas de unidady variedad que actúan en todo lo que es, son cáno-nes que no olvidará ya la ciencia, y á Krause s«deben.

Es un caso de filosofía comparada, y crea usted,que el procedimiento que imaginó Mr. de G-efatido,no es métlos fecundo para la teología, que para laslenguas y las literaturas.

El empeño de recordar verdades cristianas, ense j

ñanzas de San Agustín, San ClenienW Alejandrino,San Anselmo, etc., etc., y las mejores y más puráádoctrinas del realismo teológicas para* esclarece!1

cómo eii, Dios nos mwtfems, piDimóS y iOMOS) y ífft

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su esencia están todas las cosas, no merecía los du-rísimos calificativos que usted estampa, mi queridoamigo, en un momento de pasión política quizá, ypor tanto en un momento desgraciado.

Krause... ó si usted quiere, dejemos á Krause,para considerar esta verdad de que en Dios somos yen su esencia están todas los cosas, verdad admira-ble y profunda, debida, como cuantas abarca la Teo-logía racionalista, á la inspiración del cristianismo.Bien sabe Dios, y usted también, que no por habili-dad retórica, ni para impresionar á usted, recuer-do esas armonías cristianas, sino porque son lasintuiciones que iluminan la Teología del racionalis-mo armónico. Siempre se ha reconocido así por losKrausistas, y lo expusieron en cuantas ocasioneshubo empeño en tildarlos de panteistas. Recuerdeusted una muy reñida controversia (hace ya doceaños) sostenida por nuestro elocuentísimo y hábilpolemista Moreno Nieto (cuya ciencia y cuya pala-bra crecen con los años con vigor admirable), y yaentonces se señalaba este tema al estudio y á laatención de los contradictores rectos y bien inten-cionados.

Resulta que no se tienen por panteistas; antesbien, rechazan el dictado; resulta que huyendo deldualismo, buscan en el In Deo swmus del cristianis-mo, la luz y la inspiración para conocer el lazo, elvínculo, la relación que une á Dios, al hombre y almundo, para poder mostrar á la razón, la Providen-cia y la Personalidad del Ser Supremo.

Yo defiendo esta tendencia; mas, la creo felicísi-ma, salvadora, en las crisis actuales de la razón re-ligiosa, en los tristes dias que corren para el senti-miento religioso; la creo superior á las tentativasteológicas de Schelling y de Hégel, aun compren-diendo los novísimos ensayos del ilustre Vera; lajuzgo potentísima, contra escópticos y neo Kantis-tas, y por ella estoy muy dispuesto á discutir conusted, sin que me pare el bellísimo alarde de juven-tud, brillo y lozanía que circula por las ingeniosasfrases de su aplaudido escrito.

Lleve usted entendido que no digo más ni menosque lo escrito.—«Yo defiendo esa tendencia... sigoesa inspiración general.»—Ahora, como siempre,reivindico la libertad de mi razón, para corregir yenmendar (quizá desluciendo y empeorando el pen-samiento de la escusla), lo que no se ajuste á lamisma tendencia y á la misma inspiración.

¿Le sorprende á usted la doctrina de que lo inte-ligible no es otra cosa que la verdad, y la verdad noes más que el ser? ¿Le extraña á usted que se digaque los universales, los géneros, las especies, songrados de perfección que- están en Dios y son Diosmismo, mostrándose en su infinita verdad, y que alconsiderar lo universal, lo necesario é inmutable,consideramos inmediatamente al Ser Supremo? ¿Por

qué esa excitación nerviosa . contra la afirmaciónKrausista, consistente en repetir: «veo en Dios to-das las cosas, y por que son en Dioslas conozco?»

Dios es verdaderamente en si todo lo que hay dereal y positivo en los espíritus, todo lo que hay dereal y positivo en los cuerpos; todo lo que hay dereal y positivo en las esencias de todas las criatu-ras posibles, y de las cuales no tenemos idea preci-sa.—Es de tal manera el ser todo, que en él está, elser de cada una de sus criaturas, separando ellímite que las restringe—Dios es el ser, no limitadopor ninguna especie: ni es espíritu ni cuerpo,ni cuerpo ni espíritu...

No continúo: estas frases de pronunciado saberKrausista le molestan á usted sin duda, y no quierocausarle ni hoy ni nunca la menor molestia.—Perosí advierto que no son de Krause ni de ninguno desus discípulos, sino de un sabio, elocuentísimo,y venerado escritor católico apostólico y romano.—¿Le parecen á usted ya mejor? ¿No saben ya ápanentheismo? Pues dudo mucho, mi querido ami-go, encuentre usted en los Krausistas enseñanzasmás claras y precisas, respecto á ser las cosas enDios, que en esas atrevidas conclusiones del Doetorcatólico, á quien copiaba.

Desechemos, mi buen amigo, preocupaciones, yvenzamos antipatías á nombres y á cosas, que en es-tudios, ni lo uno, ni lo otro tienen entrada.—Li-bertad, simpática y respetuosa atención para lasdoctrinas, exige la ciencia; eterna juventud en elalma, es lo que pide el estudio de-la filosofíS;~y-4c-juventud es amor, benevolencia, entusiasmo, glorifi-cación espontánea que sube ardiente y abrasadoradel corazón, para todo lo bueno, lo verdadero y lobello.—¿Cómo usted, que contra la edad, y á pesarde los años, ha conseguido perpetuar en su alma lafrescura y lozanía de la juventud, por haber con-servado vivo el sentimiento, y pronto el amor,incurre en el extravío hipocondriaco de pintar laciencia de modo que espanta, y de retocar el cuadrodel arte con colorines anacreónticos, para seducir áRevilla? — ¡Religión, ciencia, arte, no son cosasopuestas y encontradas!... pero me canso y temocansar á usted prosiguiendo mi carta.

Discutiremos, si lo cree usted oportuno. Dispuestoestoy á dar de mano á mis Estudios platónicos paradiscurrir sobre la teología del Krausismo. Usted de-cidirá. Lo indiscutible para usted y para mi es lacariñosa amistad que nos hermana hace años, y entestimonio de la que le B. L. M.

F. DE P. CANALEJAS.

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N.°63 S. G. ENCINAS. LA MUJER COMPARADA CON EL HOMBRE. 365

LA MUJER COMPARADA CON EL HOMBRE.APUNTES FILOSOF1CO-MED1COS.

II. '

CARACTERES FÍSICO-ANATÓMICOS QUE DISTINGUEN

A LA MUJER DEL HOMBRE. '

Á primera vista no se nota diferencia entre losdos sexos; la mujer, como el hombre, tiene una or-ganización aparentemente igual, las mismas faculta-des afectivas, intelectuales y morales; y sin embar-go, existe la diferencia. ¿Dónde está ó en qué con-siste ésta? ¿Sei'á acaso que la mujer, teniendo lasmismas facultades, son éstas en ella más débiles éimperfectas? ó más bien, que en unas de ellas elhombre es superior y la mujer lo es en otras? En laprimera suposición, va incluida la inferioridad de lamujer; pero si la verdad se halla en la segunda hi-pótesis, resultará que la mujer es igual ó quizá supe-rior al hombre, y que ha sido tratada hasta ahoracon notoria injusticia.

De la larga esclavitud de la mujer, sólo puede de-ducirse que el mundo, en su continuo desenvolvi-miento, ha tenido más necesidad y sacado másprovecho de las cualidades dominantes del hombre,y que la hora de la mujer aún no ha llegado. Hay unhecho de analogía muy importante, que me pareceoportuno consignar en estos momentos: En los ani-males, la superioridad de fuerza, de belleza y desalud, se halla unas veces en el macho y otras enla hetírbra. Si la leona puede ser envidiosa de laformidable cola y arrogante melena de su compañe-ro; si el caballo entero sobrepuja en fuerza y vigor ála hembra, y si el toro lleva sobre su frente atrevidoy alto cuello los títulos de su soberanía; la familiacasi entera de las aves de rapiña, se nos presentacon las hembras superiores á los machos, tanto enenergía y fuerza muscular, como en talla y des-envolvimiento. Entre los insectos, también las hor-migas y las arañas son prueba de superioridadfemenina; y en aquellas mismas especies en que elmacho es superior en fuerza, ésta no se sobreponejamás hasta la dominación. No hay, al menos quese sepa, entre los animales señor y esclavo; y siesto puede decirse que sucede en alguna familia, elseñor es la hembra, como son ejemplo las abejas,que nos ofrecen el curioso espectáculo de padresalimentados, dominados, encerrados y muertos porlas madres.

La sucesión de los seres vivientes ha sido confia-da á sexos bien diferentes y bien distintos, á quienesla naturaleza ha adornado de fuerzas y facultades,cuya diferencia me parece bien fácil de establecer.

Véase el número anterior, p^g. 326.

El hombre y la mujer, encargados de la propagaciónde la especie humana, son dos seres bien distintosé incapaces de asimilarse bajo relaciones de abso-luta identidad, teniendo sólo caracteres comunes,semejanzas y relaciones generales de la especie;fuera de esto son tan distintos, que cada uno tienesus instintos, sus pasiones, sus costumbres, su tem-peramento y sus enfermedades. La mujer tiene unaestatura menos elevada que la del hombre, pero conmás ligereza, elegancia y esbeltez; formas menosmareadas y más redondas; rasgos más delicados,piel más fina y más suave, más lentitud y gracia enlos movimientos, dulce expresión y acento encan-tador do una voz más sonora; y en todo este conjun-to, cierto aire irresistible de abandono y debilidadque pide con demanda nuestro apoyo. El cuerpo dela mujer es mil veces más elocuente y expresivo queel del hombre; y si bien es cierto que la fisonomía ygesto masculino tienen una singular expresión deenergía y de un lenguaje fuerte y preciso, el bellosemblante y encantador gesto femenino, instrumentomaravilloso de agilidad y flexibilidad, representa lavariedad y riqueza de la voz que sobre todo abundaen medios tonos y cuartos de tono, que reproducencomo otros tantos hechos las vibraciones del cora-zón y del pensamiento.

Las consideraciones á que se presta un análisiscomparativo del hombre y la mujer, son tan nu-merosas, tan interesantes, variadas y curiosas, quebasta hacer la exposición y examen de sus formas yproporciones exteriores ó interiores para hacerlasresaltar. Para conocer y profundizar el estado fisio-lógico de la mujer, es necesario compararla al hom-bre. Del estudio comparativo, entre estos dos in-dividuos de la misma especie, han de sobresalirdiferencias relativas á su organización, á su tempe-ramento y carácter, á las funciones de su vida todas;diferencias que, establecidas por la naturaleza, laeducación ha conservado y fortificado. Es verdad,que en el estudio de los tejidos, órganos, sistemasy aparatos de la organización de la mujer, fuera delos sexuales, poco más ó menos se ven aparente-mente y en número los mismos que en la del hom-bre; pero en cuanto á su volumen, á su forma y es-tatura ¡qué de diferencias! ¡Qué de distintos atribu-tos y cualidades intelectuales y morales! ¡Qué dife-rencia también en su manera de sentir y padecer!

La belleza del hombre difiere esencialmente dela belleza de la mujer. Una organización fuerte conrasgos bien pronunciados, ojos vivos y animadosque revelan genio y vigor de espíritu, cierto aire degrandeza, de dignidad y templanza, una fisonomíafranca y severa, representan el género de belleza áque puede aspirar el hombre más favorecido por lanaturaleza. En la mujer, son necesarios otros deta-lles: una organización fina y sutil, de rasgos delica-

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366 REVISTA EUROPEA.T-9 DE MAYO DE 1 8 7 5 . N.° 63

dos, ligeramente (pujados y llevados al más altogrado de perfección; unos ojos en que se trasparen,»len lu ternura, la dulzura y s©»s¡hilidad; contornosgraciosos, frescura de los tintes de la piel, ligerasonrisa, talle esbelto, miembros redondeados y pro*poreionados, forman ese conjunto, esa bella yespiritual armonía que ejerce imperio absoluto s obre nuestros corazones, En este pequeño £ imper-fecto dibujo, se nota que la mujer, esta hermosamitad del género humano, sobrepuja al hombre enatractivos, siéndole inferior en fuerzas. Distintos deeste modo lqs dos sexos, ofrecen veatajas casiiguales; la naturaleza, ha puesto de un lado la fuerza,la majestad, el valor y i^ ra,zon; y del otro, la belle-za, la gracia, la finura y el sentimiento. Y puedeasegurarse, que la mujer, debido á la delicadeza desus rasgos, á la movilidad, y sensibilidad de susmúsculos y nervios, á las vicisitudes tan frecuen-tes de su constitución y al hábito de enmasca-rarse desde, su infancia, hace que se sustraiga al mássagaz observador, pero en cambio nada se escapa ásu natural sagacidad y á su fina percepción.

La talla es menos elevada en la mujer que en elhombre, y las dimensiones todas difieren en los dossexos. En el hombre, la mitad de aquella correspon-de á la bifurcación del tronco, ó sea á la región pu-biana; en la mujer, corresponde más alta porque losmiembros inferiores son más cortos y el cuello máslargo, dando á la región lumbar más extensión, másesbeltez y elegancia en los movimientos, siendo deadvertir, que esta disposición característica, es unode los encantos y atributos femeninos que el natu-ralista sabe apreciar con provecho, porque le revelaaptitud para el desempeño de una importante fun-ción, no confundiéndolo con aquellos que son hijosde una coquetería estéril y de una belleza sin re-sultado.

Las líneas y las formas agradables que representala superficie del cuerpo de una mujer bella, son lasonduladas, espirales y serpentineas, que caracterizansiempre la gracia y la,belleza. Estas líneas ondulan-tes, que el arte sin cesar dibuja en sus productos másgraciosas y que la naturaleza misma ha prodigadoen las formas de su* admirables producciones, sehallan en mayor númeío en la superficie del cuerpohumano, que en la da. los dems^ sejes; y princi-palmente en la cara, en el tronco y miembros d,euna mujer perfecta, es donde estas, líneas de gra-cia y belleza se eacu#ntran más multiplicadas. Ellasson las que unen y marcan los contornos de las.diferentes, paites, como siwede en el cuello, pechoy espaldas,, y sobre todo, en los tránsitos insensiblesy graduados de la cabeza., cuello, y del tronco á losmiembros inferiores, y de cada parta de los Biieairtoros en general, á la que la sigue, si» que se pro-nuncien, jamás los abultaflíiefltos, articúlales., LQS

relieves que presentan superiormente los miembrosinferiores al unirse con formas tan acabadamenteredondeadas al tronco, son igualmente un carácterfemenino fácil de descubrir; estos contornos en lamujer son más salientes y elevados, aproximándolasbastante á las formas hemisféricas á que los poetaseróticos se complacen en compararlas.

El pió es más pequeño y la base de sustentaciónmenos extenga; la pierna más fina y su parte inferiortallada con más elegancia y delicadeza; los miem-bros superiores tienen también formas más dulces;el brazo más grueso y redondeado; la mano máspequeña, más blanca y más suave. La mayor partede estos caracteres de las formas exteriores, distin-guen la mujer bien conformada en todos los climasy en las situaciones más opuestas.

Comparada al hombre, la mujer, esta flor de lanaturaleza viva, este tallo esencial del género hu-mano, es de estatura más pequeña, más delicada,máa débil y fina. El hombre tiene una sexta partemás de altura, es de formas más bastas, estaturamás fuerte y vigorosa.

Los huesas de la mujer son blancos, más peque-ños, más ligeros, más húmedos y oleosos, observán-dose en ellos más pequeñas eminencias, suturasmenos avanzadas, huecos, ranuras y depresionesmenos profundas: los largos son más delgados ymenos compactos; los cortos más esponjosos, y losplanos menos espesos y largos. En la mujer, losmúsculos, órganos activos del movimiento, son mo-nos salientes; sus relieves más graciosos que pronun-ciados, no aparecen á la superficie del cuerpo y conlos caracteres de vigor que se pronuncian en el de unhombre bien conformado. Los de la cara, cuyo juegotan variado y rápido expresa todas las fases y nubesdel sentimiento, son apenas marcados en la mujer;así es, que su fisonomía no tiene un carácter per-manente como la del hombre, dejando velados, al tra-vés de sus partes delicadas y móviles, el carácter mo-ral y la naturaleza de sus afecciones, lo que ha hechodecir, hablando de la belleza de las mujeres: que lagracia, encanto supremo de la belleza, no se desen-vuelve sino coa el reposo natural de la confianza; yque la inquietud y la contrariedad quitan las ventajasque se poseen, porque el semblante se altera bajola aceto» del amor propio. Los vasos de las diferen-tes circulaciones en la mujer, son de notar por sublandura y tenuidad; el tejido celular, lo es tambiénpor su abundancia y expansibilidad, haciéndolo mássuave la mucha cantidad de grasa que contiene; asíes, que el tejido adiposo tiene una blandura y suavi-dad características: él es el que hace esos contornosfemeninos que el cincel ha hecho admirar sobre laVenus de Mediéis, á la par que su ausencia, los nomenos viriles del Hércules de Farnesio. La piel,vasto tegumento que envuelve todo el cuerpo, en

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N.° 63 S. G. ENCINAS. MUJER COMPARADA CON EL HOMBRE. 367

la mujer es delicada, fina y susceptible de recibirprontamente todas las influencias de los agentes ycuerpos que la rodean; y por su estructura mástina, se presenta más suave y húmeda al tacto, másblanca y sin excrecencias epidérmicas; en cambio sucabellera, el más bello ornamento de su cabeza, esmucho más abundante, se conserva más uniforme-mente y la pierde en una edad más avanzada. Com-parado el sistema nervioso de los dos sexos, resultaque el encéfalo de la mujer es algo menor y menosconsistente que el del hombre, siendo más de notaresta diferencia en la parte cerebral que en la cere-belosa, médula oblongada y espinal; y en cuanto ála parte periférica ó á los nervios, también los tienemás finos, sutiles y susceptibles de gran movilidad,y así como incapaces de reacciones sostenidas aun-que instantáneamente sean intensas. Comparadoeste sistema con el muscular, resultan desigual-mente distribuidos: el primero, predomina en lamujer, y el segundo, en el hombre; de este ladoresalta la contractilidad, la fuerza y el vigor, y deaquel, una sensibilidad y movilidad excesivas. Losdemás sentidos en la mujer, sobresalen por su vive-za, finura y exquisita sensibilidad, cualidades queles hacen tanto más perturbables, cuanto ellas mássobresalen; por esta razón, su gusto y su olfato,que son compenetrables á los cuerpos y sustanciasmás sutiles, producen (.antas aberraciones, y suoido tan delicado y armónico, se presta á las aluci-naciones.

Sí de los caracteres de los tejidos, órganos y sis-temas, pasamos á los de aparatos y grandes regio-nes, las diferencias son aún más notables. La cabezade la mujer difiere de la del hombre por su forma,volumen y peso. Prescindiendo de la importancia quehoy se da al desenvolvimiento anterior y lateral delcráneo, como signo de perfectibilidad cerebral, esinnegable que la frente de la mujer es más depri-mida, formando un ángulo inferior á la del hombre,que la tiene más recta y abombada; y así lo ha reco-nocido la escultura antigua, que no pudiendo razo-nar frenológicamente, pero sí observar con rectitud,nos ha dejado un testimonio en la frente saliente deJúpiter olímpico, y en la achatada de Venus. Cuandola naturaleza pierde de un lado, gana del otro; y sila mujer tiene la frente más corta y más pequeñala parte anterior del cráneo, la posterior es más ex-tensa y voluminosa, que, según la ciencia moderna,es la encargada de sentir y alimentar la vida afectivay donde se reconcentra la psicología del sexo, porlo que éste sabe tan bien sentir y amar. El pecho,conformado de otra manera que en el hombre conun aparato pulmonar menos extenso, realiza unarespiración más enérgica en la mujer, y los progre-sos de la ciencia consideran á estas condiciones deun grado de superioridad y elevación orgánica,

puesto que con órganos menores resiste más y me-jor si los obstáculos respiratorios; y sometida porigual tiempo á la misma causa de la asfixia, la to-lera y sucumbe más tarde. Tal es también la razónde su mayor aptitud pai'a hablar y cantar.

La situación de sus mamas coloca á la mujer á lacabeza de la creación; y por ellas bien puede decirseque es más hija de la naturaleza que el hombre; yyo soy tentado á creer que le ha precedido en elorden de la creación, alcanzando para su bello senola forma de los mundos. El tubo digestivo de1 lamujer es más corto, más delgado, y sus anexos,como el hígado, menos voluminosos; sirí embargo,el vientre ofrece más longitud, y es más ancho en suparto inferior ó pelviana, en la que la sexualidad im-prime principalmente su carácter, por contener elaparato generador que decide el papel esencial quela mujer ha de llevar, como es el de la maternidad.

No insisto en apuntar los caracteres diferencialesde la sexualidad, tanto porque son bastante obsten-sibles y sabidos, como porque no quiero ni puedocaer en e! extraño error de tantos q\ie piensan qué:mwlier proter %tenvtm est; y de ser cierta ésta opi-nión, necesario sería, según la ciencia moderna,sustituir á la matriz por los obarios, pues éstos son,y no aquélla, los núcleos de evolución y vida en elbello sexo. Las diferencias sexuales no son limitadasá los órganos de la generación, y sí más bien cons-tituidas por facultades, cuya esencia no se limita áun órgano ó aparato, sino que se extiende con la-zos y matices más ó menos sensibles por todas par-tes y en todos sus actos, de suerte que la mujer noes sólo mujer, vista bajo un aspecto y de cierto lado,sino que lo es bajo cuantos so quiera considerarla.Los atributos, caracteres y modalidades, que ha'eenque en todo tiempo y circunstancia se distinga eltipo femenino, como las inclinaciones, primeros im-pulsos de la sensibilidad y los hábitos que de éstosmismos nacen, son tan distintos y tan claros, que nopueden menos de reconocerse. Puede decirse quedos instintos diferentes son el móvil de cada sexoen su infancia, y cada uno obedece al suyo, como lodemuestra evidentemente la primera impulsión desu espíritu en su gusto para vestir y adornarse, ensus hábitos más ó menos ruidosos, preferencia dejuegos y cuanto os espontáneo y propio de esta edad.Estas diferencias nadie las ha apreciado mejor que elfilósofo Rousseau, cuyos detalles, siendo el1 fruto-dela observación más fina, h^n sido expuestos con elestilo más bello y animado: «Las niñas aman cuantoalegra á la vista y sirve de adorno, espejos, alhajas,vestidos, y sobro todo las muñecas, que son el orna-mento especial de su sexo. Véaselas pasar el dia allado de una muñeca; vestirla y desroparla cien ve-ces; buscar continuas combinaciones de adornos,bien ó mal aderezados, poco importa; y aunque les

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falten destreza de manos y el gusto aún no está for-mado, hácese evidente su inclinación. En esta eternaocupación se las pasa el tiempo, olvidanse hasta decomer, manifestando más apetito de muñeca que dealimentos. De aquí su gusto y habilidad para lasobra* de aguja y su repugnancia para leer y escri-bir.» Abierta esta ruta en sus gustos y ocupaciones,la costura, el bordado, el encaje, vienen por sí mis-mos; las colgaduras, adornos y muebles no serán desu menor agrado.

Otras diferencias más importantes distinguen á lamujer antes de la época de su nubilidad. El desenvol-vimiento de su inteligencia es mucho más precoz;los objetos exteriores afectan con ventaja su sensi-bilidad; y tintes de detalle, que se escapan á sucompañero de igual edad, son apreciados por ellacon una fineza y precisión que nos sorprende.

También es indudable que, debido á su mayorafectibilidad y la flexibilidad de los órganos de lavoz, la mujer, en su adolescencia, aprende primeroá hablar, adquiriendo prontamente una charla ó de-cir tan agradable, que su acento parece obedecer ásu propósito, aunque éste no exista, y que el hombresea atraído á escucharla, aunque ella misma no seentienda. Es indudable que ya en esta edad de laadolescencia la mujer tiene mucha más fineza, cuyacualidad no puede seí debida á otra cosa que á suconstitución. La astucia es, sin duda, también un ta-lento natural del sexo, que yo creo que como incli-nación espontánea es buena como todas las de lanaturaleza y debe ser cultivado, lo que creo indis-pensable prevenir es el abuso.

Si consideramos y comparamos los dos sexos enuna época ya de mayor desarrollo y próxima á lanubilidad ó á su juventud, cuando su físico y moralpresenta determinaciones más fijas, se distingue enla hembra una diferencia de acción muy ventajosa:su condición, más sentada ya, aunque obedece ensus primeros tiempos ala instrucción que se la da,manifiesta que sus gustos son distintos y de carácteropuesto. Con sus gustos apacibles evitan b s disen-siones y tumultos que surgen entre los muchachosde su edad; sus entretenimientos son mucho másmoderados que los de éstos, y sus diversiones sonsiempre tranquilas; la conversación, para ellas, tieneun gran placer, mientras que los muchachos sólo sereúnen para correr, fatigarse y entregarse á ejerci-cios violentos. Cuando se llega ya á la edad en quese razonan algunas ideas, la mujer se hace curiosay se inquieta por conocer cuanto la rodea; al con-trario el hombre, sólo se ocupa de aquello que puedeponerlo en un movimiento continuo, con el que seprocura su verdadero placer. De esta oposición decarácter, tan pronunciada ya á la edad de seis á ochoaños, resulta evidente que el sexo femenino tienefacultades intelectuales más precoces que el mascu-

lino. Esta conclusión está de acuerdo con cuanto heexpuesto, y nos enseña el estudio comparativo de laorganización de los dos sexos. En la mujer, segúnqueda manifestado, la fibra elemental es más suelta,los nervios más finos y tenues, y en su consecuen-cia ha de recibir más fácilmente las impresiones delos agentes que nos rodean, experimentando mássensiblemente su acción y la educación de la expe-riencia para aparecer adelantadas también en susjuicios y apreciaciones. Por iguales razones y dife-rencias debe resultar también, y resulta, que susafecciones morales se hallan igualmente adelanta-das, yo creo mucho más desenvueltas, siéndolescausa de muchos males físicos. No hay por qué sor-prenderse, pues, de que ella se abandone á sus pe-nas, inquietudes y disgustos; estas afecciones de suespíritu la aquejan, porque es más fuertemente emo-cionada por igual causa que el hombre.

Si comparamos la sangre de uno y otro sexo, esinfinitamente raro que ésta predomine en la mujer.Lo que llamamos temperamento sanguíneo puededecirse que pertenece exclusivamente al hombre,en quien encontramos una fisonomía más atrevida,ojos chispeantes, semblante seco y más cubierto decolor, cabellos crespos y negros, carnes más enju-tas, vasos más marcados á la superficie tegumenta-ria y formas más rudas. Al contrario, en la mujerpredomina el temperamento linfático. Como ya diji-mos, lo mismo sucede con los sistemas muscular ynervioso: el primero predomina en el hombre, y elsegundo en la mujer. De un lado la contractilidad,la fuerza y el vigor; del otro, una sensibilidad y mo-vilidad excesivas; de allá, la energía, intensidad yperseverancia de los movimientos; de acá, conmo-ciones numerosas, precipitadas y tumultuosas. Elejercicio de ciertas facultades del alma era muy ne-cesario para que la naturaleza no dotase á la mujerde temperamento nervioso; la extrema movilidaddel espíritu, la sensibilidad, la finura, la delicadeza,el don de imitación, son fenómenos esenciales delsistema nervioso, y que en la mujer se realizan enel más alto grado. Pero yo veo en la reunión de es-tas cualidades morales que se derivan del predomi-nio del sistema nervioso, una idea final y sublime,que tiene por objeto la propagación y conservacióndel individuo y de la especie humana; para ser lacompañera del hombre y la madre de familia es paralo que la naturaleza ha dotado á esta más bella éinteresante mitad del género humano de cualidadestan perfectamente apropiadas al papel importanteque es destinada á llevar sobre la tierra, y cuyobuen uso contribuye de tantos modos á hacérnoslamás querida, viendo á la vez en ella la obra maes-tra de sus más perfectas combinaciones.

Los aparatos nervioso y regenerador testificanvivamente en favor de la simpatía é influencia de

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N.°63 M. FERNANDEZ.—UN MINISTRO DE HACIENDA. 369

sus cualidades morales. En efecto ¿quién no hacomprendido mil veces que la vida moral de la mu-jer consiste en sentir y amar?

Es indudable que los seres débiles son necesaria-mente tímidos, al verse expuestos á daños que nopueden evitar por falta de resistencia, y la timidezaumenta su misma debilidad. El efecto fisiológicodel miedo reconcentra las fuerzas é impide todareacción capaz de rechazar ó luchar con la causaque lo produce. Por eso la mujer, embargada devivas emociones, cae en el desfallecimiento al me-nor peligro que la amenaza. Pero la misma cons-titución orgánica que dispone su alma al temor, dis-pone también su espíritu á la ocultación y disimulomás fino del mismo, lo que constituye un arte deencubrir el miedo. Esta cualidad nace en ella delsentimiento de sus necesidades, unido al de su de-bilidad; ella suple al valor orgánico que la natura-leza le ha negado, por la destreza para evitar loofensivo que el hombre rechaza con la fuerza.

Tales son, á grandes rasgos, los caracteres ana-tómicos que más pronunciadamente distinguen á losdos sexos; y tal es, en fin, el boceto que yo he po-dido trazar de la fisonomía anatómica de la mujer,sin entrar en pormenores y regiones que pudierandañar al pudor de la misma. Habría deseado dar á suejecución todo el encanto ó interés que se merece;pero el desempeño de tal intento no he podido con-ciliarle, ni con la severidad de mis estudios, ni conla índole del asunto de que trataba; así es que hepreferido la exactitud del dibujo á la belleza de loscolores, tanto más, cuanto que el colorido del cua-dro de la mujer corresponde al estudio de sus cua-lidades morales, que serán asunto de mis futurostrabajos.

DR. ENCINAS,Catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid.

RECUERDOS FINANCIEROS.

UN MINJSTKO DE HAC1KNDA EN TIEMPO

DEL ABSOLUTISMO.

II. *

Excmo. Sr. D. Gabriel Rodríguez:Indiqué á usted en mi carta anterior, que la situa-

ción del Tesoro y el estado de la Hacienda en 1816envolvían gravísimos peligros para la existencia delgobierno absoluto. Era necesario un esfuerzo su-premo para normalizar el pago de las atencionespúblicas; era indispensable reunir fondos para la

* Véase el núm. 61,pág. 289.

alimentación del soldado y para la defensa de la pa-tria en lejanos territorios.

Los cortesanos se veían y se deseaban para en-contrar un genio que, sobreponiéndose á las dificul-tades existentes, dictase leyes ó iniciara con reso-lución acuerdos soberanos. Es decir, buscaban unhacendista de valer y de valor, y no aparecía nin-guno bastante intransigente y sobradamente anti-li-beral por todos los ángulos de la Península.

Así es que las miradas de arrepentidos y de pe-cadores políticos se fijaron indistintamente en elantiguo secretario de la Junta patriótica de Cádiz,en D. Martin de Caray. La casa real sostenía por en-tonces un gasto de 120 millones anuales, cuandoá Fernando VI le bastaban 30, y Carlos III no pa-saba de 60; la expedición preparada en Cádiz paraAmérica esperaba recursos del momento; el Presu-puesto era un mito ó una negación, y la Deuda públi-ca el capítulo más importante, pero menos estimado,de nuestras obligaciones nacionales.

Caray entró en el poder por, la puerta ancha, pordonde entran á ejercer funciones públicas los hom-bres de bien. Su nombre, que era hasta entonces unaesperanza entre gentes vulgares y honrados libera-les, llegó á ser, si bien por poco tiempo, la panaceauniversal de las clases adineradas, porque espera-ban que circulase metálico, mucho metálico, durantela administración de Caray, ya para mandar ejérci-tos á Ultramar con destino á la reconquista de las •provincias rebeldes, ya para consumir en tierra deEspaña las fuerzas monetarias en fiestas y saraos, encorridas y reuniones, en aventuras y galanteos.

Asi se explica y asi se comprende que Caray, libe-ral incorregible, llegase á ser en los primeros mesesde su ministerio, en pleno gobierno teocrático, elalma y la vida de aquella situación, la esperanza detodas las fortunas y el punto objetivo de todos loselogioS. Pocas veces un hombre público sube al po-der con la aquiescencia de los pueblos, y con talesy tan entusiastas aclamaciones. La necesidad alejópor el pronto la envidia, y el espíritu de conserva-ción pudo acallar todo propósito de resistencia.

Recuerdo á usted estos detalles, Sr. Rodríguez,consignados más por extenso en mi carta anterior,para que sirvan de prólogo, si prólogo necesitare lapresente correspondencia.

Tenemos, pues, á D. Martin de Caray en el poder,ocupando un Ministerio que hoy codician y sitian al-gunos millares de españoles, aspirantes á carteras yá destinos. Caray no lo deseaba, es más, no lo pre-tendía, cosa rara entre nosotros; pero, esclavo deldeber y encariñado con la libertad, aceptó sin vaci-lar, para que las reformas se llevasen á cabo, la pro-paganda se extendiera y las nuevas ideas triunfasenen el terreno de la práctica de viciados sistemas ó deañejas corruptelas. Propósito nobilísimo que, si le

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370 REVISTA EUROPEA.—9 DE MATO BE 4 8 7 5 . N.° 63

hizo por el pronto transigir con el absolutismo,constante preocupación de la época, trajo consigoun nuevo y más señalado triunfo para el ideal polí-lico moderno, para el ejercicio de la vida pública.

Como todos querían á Garay, los unos por el deseode recuperar los dominios americanos, y los otrosporque sirviese de puente para el triunfo de la liber-tad constitucional, aquel eminente hacendista, libredo enemigos declarados, aunque teniendo muchosocultos, se consagró por entero á desenvolver suplan de Hacienda,que había de inmortalizar el nom-bre ilustre del ilustre hijo de Aragón. Veamos enqué consistió el plan de Garay, qué resultados produ-jo, y qué género de oposición se le hizo por los quedebían ser hombres de juicio y aspiraban á ser hom-bres de gobierno.

El ministro de Hacienda empieza consignando endocumentos reales, que en tiempo de Carlos IV, ypor efecto de las circunstancias, los establecimien-tos se arruinaron, se creó el papel-moneda en abun-dancia extraordinaria, los bienes más sagrados sepusieron en venta, el Estado se sobrecargó inútil-mente con los capitales de estos bienes y sus réditos,la Deuda pública creció hasta lo sumo, y el descré-dito, como era natural, acompañaba á todas las ope-raciones del Gobierno, cuyos pagos momentáneos yordinarios se satisfacían con los fondos reservadosal pago de intereses y consolidación de la Deuda na-cional. Al recordar los achaques financieros del rei-nado de Carlos IV, lo hace también de las triste-zas que acompañaban al de su hijo Fernando Vilhasta 1817, fecha del plan de Hacienda. Consigna elhecho, de todos sabido, que los magistrados y demásempleados públicos veían pasar los dias y los mesessin recibir poco ó nada de sus cortas dotaciones, ne-cesitando los auxilios de la virtud para resistir á losataques de la miseria; la marina real careciendo delo más preciso, hasta el punto de que Garay tuvoque publicar en 41 de Abril de 1817 una Real orden,verdaderamente lamentable, para que se abonase álos jefes y oficiales del departamento del Ferrolalgoá cuenta de las SETENTA Y TRES VAGAS que losdebía el Tesoro; la* tropas, no sólo pasaban grandes,estrecheces, sino que vivían desprovistas de losutensilios necesarios á su comodidad; los cuartelesdesmantelados é inservibles; lo» pueblos sufriendola penosa carga de alojamientos y bagajes, y loscontribuyentes, llenos de... exacciones perjudicialesde gran tamaña, palabras del rey, dichas por Garay.

Hé aquí el cuadro que bosquejaba en 1817 dedos reinados distintos, de do» épocas diferentes, defines del pasado y principios del presente siglo, deCarlos IV y de Fernando VIL Las mismas angus-tias, parecidos desasosiegos, ¡goales quebrantos,idénticas estreeleees en el año 1789 que en 1817.Hasta en el déficit había cierta similitud, poique en

este último año los valores presupuestos de las ren-tas ascendían, según Garay, á 597.126.987 reales, ylos gastos,, que en esto siempre nos quedamos cor^tos los españoles, á 1.051.077.640, ó Sea un déficiten el papel, de 453.950.653, que luego vino á resul-tar en más de 800. ¡Cosas de España!

Para arreglar la Hacienda, Garay consideraba in-dispensable hacer uso de las economías; reducir elnúmero y cuantía de las contribuciones; reformarlas rentas estancadas, y constituir una administra-ción activa, moral y vigorosa. Para ello, propuso alRey, y el Monarca aceptó: 1.°, el establecimiento dela única contribución, parecida á la que trataron deestablecer Fernando VI y Carlos III, pues las rentasprovinciales, sobre no producir nada, sólo podíanhablar bien de ellas los poderosos, por la sencillarazón «de que no las pagaban;» 2.", la centralizaciónde los ingresos y de los gastos públicos, porque enun Estado «no ha de haber más que uno que dirijacuanto sea perteneciente á su hacienda, y una teso-rería en donde todo entre y de donde todo salga;»3.", la reforma de los Aranceles; 4.°, un donativode 30 millones, impuesto debido á la munificencia yal desprendimiento del clero secular y regular; 5.° lasupresión de innumerables rentas; 6.", la rebaja delpresupuesto á 713 millones de reales; 7.°,hacer obli-gatorio el pago de los impuestos á todas las clases yá todas las fortunas; 8.°, prohibición de acordar pagoalguno que no estuviese consignado en el gran librode los gastos; 9.", que la agricultura y el tráfico nofuesen entorpecidos inútilmente; 10, unificación ycobranza de las tarifas de consumos, y 11, que laadministración económica del país fuese b.arata, sen-cilla y leal.

De suerte que Garay, al aconsejar á S. M. en 30 deMayo de 1817 un nuevo plan de Hacienda, buscabala disminución de los gastos superítaos y el aumentode los que produjesen beneficio á la agricultura, álas artes y al comercio; impedía el pago de todaatención pública que no estuviera incluida en laconsignación de fondos, ó se acordase previo infor-me del Consejo de Estado; fijaba la época y duracióndel presupuesto y exigía una tramitación rigorosapara la concesión de créditos extraordinarios, de-clarando á la vez, que las personas de todo estado,clase y condición, bien fuesen seculares, eclesiásti-cos ó regulares, estarían sujetos al pago de los im-puestos. Estos preceptos, como fundamentales, sir-vieron de base para establecer en primer término lacontribución única, repartible entre los pueblos ycontribuyentes,, para crear después la de consumosen las capitales de provincia y puertos habilitados,y para reformar, por último, las rentas estancadas.

Así es que estableció una gran contribución di-recta, la territorial; otra indirecta, la de puertas, yalteró ó modificó las del tabaeo, sal y azogue.

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N.-* 63 M. FERNANDEZ. UN MINISTRO DE HACIENDA. 371

Pero si este propósito, dados aquellos tiempos, eradigno de encomio y de honesta alabanza, no lo esmenos el que le llevó á declarar: 1.°, que toda laIteuda, ya fuese nacional ó extranjera, debía liqui-darse; 2.°, que ningún Ministerio pudiera concederascensos civiles ni militares mientras existiesenagregados, supernumerarios ó cesantes de las mis-mas clases; 3.°, que toda colocación ó nombramientodebía recaer en funcionario que gozara haber pasi-vo; 4.°, prohibición absoluta para conceder exencio-nes y perdones; para aumentar el número de fueros,de destinos y de cuerpos militares, y para otorgarprivilegios de comercio, y 5.°, que nadie pudiesegozar exención de derechos en el pago de Aduanaspor los géneros y efectos importados del extran-jero.

Es decir, que Caray condenaba y abolía parasiempre toda clase de privilegios; condenaba y abo-lía toda clase de abusos, mercedes y derechos con-trarios á la razón y al buen sentido; obligaba y hacíaobligar á todos, humildes y poderosos, militares ysacerdotes, rentistas y propietarios, colonos y tra-bajadores, á levantar las cargas públicas en propor-ción de sus haberes, de sus riquezas y de sus fortu-nas; obligaba y hacia obligar á todos, administrado-res y administrados, á los unos para que rindiesencuentas, á los otros para que no esquivasen el com-promiso que la Nación imponía entonces á los vasa-llos y hoy ú los ciudadanos.

¿No le parece á usted, Sr. Rodríguez, que talesmandatos desde las alturas del poder y en tiemposde rigorosa desconfianza y de excesivo absolutismo,revelan una conciencia estrecha y un carácter ente-ro? ¡Ah! Entonces se necesitaba valor para proclamarciertos principios, no porque el Rey los oyera conprevención, sino porque el bando apostólico, in-transigente por demás, consideraba como herejes álos partidarios de la fatal manía de pensar. Hoy es fa-cilísimo sostener y controvertir toda clase de pensa-mientos econófljicos; hoy no es acto meritorio loque antes era una prueba de valor cívico. Hemosganado en ilustración, pero hemos perdido no pocoea el carácter.

Caray, persistió en sus buenos propósitos. Deseosode que el comercio libre entre españoles y america-nos pudiese restituir á su antiguo esplendería agri-cultura, el comercio, la industria y la población,abolió los privilegios de la factoría de tabacos de: laIsla de Cuba, creada por Femando VI en 1760, de-clarando el Ministro de Fernando VII libre el culti-vo, venta y fabricación de este importantísimo ar-tículo en la Perla de la Antillas españolas. Al estancoabsoluto sucedió la libertad; al privilegio de unaempresa sustituyó el trabajo libre de los particu-lares.

¿Cree usted, Sr. Rodriguen, cerno creo yo¡T que el

decreto del Sr. Garay fomentó en la Isla de Cuba tinagran industria, que hoy se conserva, manantial deproductos saneados para cosecheros, fabricantes yrenta de Aduanas?

¿Cree usted, Sr. Rodríguez, que por aquel decretola industria tabaquera adquirió tina extensión capazpor sí sola de abastecer con sus productos á todoslos mercados del mundo?

Pues si á Garay se deben tan estimables benefi-cios, convengamos en que era un hacendista exentode preocupaciones y sobrado de inteligencia.

Y no sólo desestancó el tabaco de Cuba, sino quehizo lo propio en la Península respecto al alcohol yal plomo, disponiendo que las reales fábricas que-dasen adjudicadas al crédito público. Con estos dosartículos, que sirven de base á tantos procedimien-tos, el trabajo particular tomó nuevo incremento, ylos capitales tuvieron un nuevo y más lucrativo em-pleo á qué destinarse.

No contento todavía con limitar el monopolio dellistado, que sólo es admisible en rentas de cuantio-sos productos por los beneficios que lleva consigo,quiso hacer más en favor del abatido comercio espa-ñol. Las transacciones mercantiles se resentían porla falta de puertos de depósito, que facilitan á losespeculadores un año de desahogo en el pago dederechos y se les consideraba entonces como alma-cenes de seguridad. Garay, que llevaba su iniciativaá todos los ramos de la administración, dispuso elestablecimiento de depósitos, para que las empre-sas se multiplicasen y las expediciones á Américaencontraran toda clase de alicientes.

Tenemos, pues, que Garay sostuvo la refundiciónde las contribuciones, la libertad de comercio y ellímite moderado del estanco. Veamos ahora cuál erasu pensamiento respecto á la ciencia, á la Deuda y ála administración pública.

Sabido es que entonces dependían del Ministeriode Hacienda las cátedras afectas á los consulados,ya de eooaereio, ya de economía política, ya deciencias exactas, físico-matemáticas. El docto Mi-nistro, no queriendo tener el dereeho de elecciónde los profesores, propuso <pe esas cátedras se sa-casen á oposición pública, y que un triburoal de exa-men indicara los aspirantes que fuesen dignos de esehonor, previos los ejercicios más rigorosos.

Respecto á la Deuda pública, para él tan sagrada,buscó los medios de satisfacer los intereses y con-solidar el eródito del Estado. Pa»a ello dividió laDeuda ea dos grandes grupos, con interés y sim él,gubdividiendo- la primera en imposición forzosa y delibre elección, y devengando unta y otra el mismorédito que en 4808; es decir, el 4 por 100 aquella, yreconociéndose los capifeatee á ésta.

Y como quiera que en materia de> Deuda públicaabras son amores, y na buenas ratones, Garay. esta-

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372 REVISTA EUROPEA. 9 DE MAYO "DE 4 8 7 5 . N.° 63bloció 48 arbitrios, destinados al pago de la misma,entre ellos algunos sobre los vínculos y mayoraz-gos, sobre los criados y los coches; un derecho detimbre á los títulos de las profesiones liberales, y losdonativos del clero, autorizados muy discretamentepor la Santidad de Pió VII en Junio de 1848.

Por último, en 31 de Agosto del mismo año, Garayacomete la empresa de reorganizar la administra-ción central y provincial de Hacienda, bajo la basedel sistema tributario, con pocas pero bien dotadasdependencias.

Y antes de abandonar el Ministerio dispuso quelos vales reales, tan despreciados en el mercado, seadmitiesen en pago de la quinta parte de los dere-chos de aduanas, y por todo su valor en las lianzasde los funcionarios de Hacienda.

lín resumen, Garay, teniendo en cuenta que no esdado á los hombres conseguir de repente lo que de-sean, procuró que los gastos hechos sin medida niconcierto fuesen reducidos y regulados á lo necesa-rio; á un sistema guerrero, origen principal de laDeuda, sustituyó una protección decidida á la agri-riillura, industria y comercio, como fuentes de lariqueza pública y privada; á la libertad de nombrarfuncionarios públicos, prefirió el previo conoci-miento de la aptitud y moralidad para evitar dilapi-daciones; no contrató empréstito alguno dentro nifuera de España; estableció una absoluta separaciónentre las cajas del crédito público y las de la Teso-rería general, y entre éstas y las de Palacio; fijó elpresupuesto, antes olvidado, y marchaba con pasolento, pero seguro, al pago en metálico de los inte-reses de la Deuda, de la amortización de la misma yde ¡os créditos atrasados.

Es verdad que en algún tiempo se vio limitado ádistribuir equitativamente entre los acreedores losrecursos nacionales; pero luego, cuando su plan deHacienda adquiría carta de naturaleza, contra todaclase de resistencias, dijo ó hizo decir al Soberano,que «el crédito de los gobiernos, á diferencia de losparticulares, se consolida más con la buena fe y la'más exacta observancia de un sistema dictado porla moral y la justicia, que con la cuantía de la hipo-teca;» palabras que envuelven un dogma eco-nómico por todos respetado y para todos respe-table.

He tenido que limitarme á brevísimos resúmenesdo las medidas adoptadas por Garay durante año ymedio de gobierno, porque las ocupaciones de usted,como abogado, como ingeniero y como catedrático,le roban mucho tiempo. Esto no será obstáculo,contando con su natural benevolencia, para que in-dique, siquiera sea tímidamente, mi parecer res-pecto á los trabajos de tan notable hacendista.

Procuraré condensar mi pensamiento, que some-to, como siempre, al buen juicio de usted:

Ante todo, me permitiré formular cuatro pre-guntas:

¿Debió Garay establecer la única contribución?¿Tenia Garay los medios indispensables para hacer

triunfar sus proyectos en la opinión y en la CámaraReal?

¿Fue oportuno y conveniente su plan de Ha-cienda?

¿Merece aplauso ó es digno de censura ese afánde reformas en una época contraria á toda, inno-vación?

No discutiremos la conveniencia de las contribu-ciones directas, ni si son preferibles á las llamadasindirectas, porque este punto trae revueltos á loshombres políticos y á los hacendistas contemporá-neos. Indudablemente la ciencia económica se in-clina á las primeras con marcada benevolencia, yse opone á las segundas con cierto desvío, que pu-diéramos llamar antipatía; pero esas preferencias yesas oposiciones, si bien fundadas en el terrenocientífico de los principios y de la especulación,luchan á veces con las costumbres, con los senti-mientos y con el hábito de los pueblos. Por esa ra-zón, yo, sin dejar de ser devoto de la ciencia, meamoldo y hasta me aquieto con los sistemas mixtos,que reúnan pocas pero saneadas contribuciones, yque éstas sigan ó persigan á todas las manifestacio-nes de la riqueza y del lujo, ya afecten la forma ex-terior de propiedad inmueble, de establecimientoindustrial, de vida regalada ó de honestos pla-ceres.

Garay, tan partidario de los impuestos directos,como buen hijo de Aragón, luchó y trabajó hastaconseguir el predominio de éstos en el cuadro delos ingresos públicos sobre los demás que formanparte del sistema de Hacienda. Pero ¿suprimió losimpuestos indirectos? ¿anuló los que se dirigen con-tra el consumo.

De ninguna suerte. Eligió como la primera y úni-ca contribución la que hoy conocemos con el im-propio y extranjero título de inmuebles, cultivo yganadería, ó sea la vulgarmente llamada territorial;estableció á seguida la de puertas, que afectaba so-lamente á las capitales de provincia y puertos ha-bilitados, donde el consumo es mayor, y puso entercer término las rentas estancadas del azogue, dela sal y del tabaco. Es decir, que la contribucióndirecta era y debe ser la preferida, la de consumosquiso hacerla complementaria, y como origen derenta el estanco, ínterin el presupuesto no se sal-dase con sobrantes.

Este procedimiento, que escoge de todas las es-cuelas lo más fácil y hacedero, lleva consigo ven-tajas y evita dificultades en pueblos tan impresio-nables como el nuestro. Si fuera posible tener unasola contribución directa y un solo derecho fiscal

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para la importación, habríamos llegado al desiderá-tum de nuestra inteligencia; pero las novedadescientíficas y los inventos financieros necesitan mu-chos años de estudio y de preparación para aclima-tarse entre la rutina y la ignorancia.

Convengamos, pues, que hoy por hoy es necesarioseguir el sistema mixto, como lo fue en tiempos deGaray. Y eso que el plan de este Ministro se tuvo porrevolucionario, y lo fue en aquellas circunstancias.¿Por qué? Muy sencillo. Sabe usted, Sr. Rodríguez,mejor que yo, que eran innumerables los arbitrios,los impuestos, rentas y rentillas existentes en 4847,cuya nomenclatura exigía un estudio especial, y cu-yos productos, sobre ser de escasa importancia, nollegaban íntegros á las cajas del Tesoro. Pues bien;aquella tributación rara y dispendiosa era insosteni-ble, y Garay, inspirándose en el espíritu de los legis-ladores de Cádiz, echó por tierra todo el edificiofinanciero y burocrático de nuestros abuelos, queera el encanto de las gentes de posición y la basede las fortunas y privilegios de clases enteras.

¿Debió hacer Garay esta trasformacion de una ma-nera tan rápida é inmediata? ¿Hubiera sido más con-veniente ir por tiempos y esperar sazón oportuna?

Opino que Garay estuvo en su lugar proponiendoel establecimiento de la única contribución y aca-bando con tantos impuestos heterogéneos que sólorendían notables ingresos para el bolsillo de... al-gunos particulares no contribuyentes. Es verdad quegran parte del impuesto de puertas, ó por otro nom-bre de consumos, ideado por Garay, se quedaba tam-bién, como se dice vulgarmente, entre músicos ydanzantes; defecto que acompaña por punto generalá las rentas de carácter indirecto, difíciles para lavigilancia é imposibles para la extinción del fraude.

Y la prueba de que Garay estuvo en su lugar ha-ciendo lo que hizo, la tiene usted en que los señoresCalatrava y Mon aceptaro^a^u pensamiento y lo tra-dujeron en documentos omiales, el uno durante laprimera guerra civil, y el otro en 484S.

Pudo y debió Garay prevenirse contra las dificul-tades que la rutina de los campesinos y la envidiade los cortesanos habían de producirle, pues no esdable modificar la sociedad tan repentinamentecomo una decoración teatral; mas esto, que afectaá su buena fe como hombre de gobierno y á su hon-radez como político, no le quita un solo átomo degloria á la ya conquistada.

Pudo y-debió Garay tomar sus providencias cuan-do anunció al Rey que la autoridad del Ministro deHacienda, en materia de gastos y en punto á ingre-sos, era la única competente; que todos los demássecretarios del despacho estaban en el caso de so-meterse á ella y no gastar un solo céntimo que nofigurase en el presupuesto parcial ó total; poro estosolvidos, propios de los hombres de bien, uo le hace

desmerecer como hacendista, ni le quitan valor alprincipio por 61 consignado.

Pudo y debió Garay examinar el terreno que pi-saba cuando anunció á Fernando VII que la Caja deAmortización y la consolidación del crédito no ha-bían sido hasta entonces más que fantasmas paraalucinar á los infelices vasallos de S. M., arran-cándoles sus capitales, porque las alusiones eranclaras y perceptibles, é iban derechamente al puntoobjetivo de nuestros males económicos. Lejos dehacerlo así, confió en su proceder y en su hidalguía,sin reparar ni en el número, ni en la clase, ni en laimportancia social de sus enemigos.

Y pudo y debió, por último, fijarse, al establecerel descuento de los empleados, que por cierto sólogrababa á los sueldos superiores á 42.000 reales conel 4 por 400, que tales funcionarios no eran pobre-tes empleados, á quienes se les descuenta impune-mente y se les lanza de sus puestos sin compasión,sino gente valiosa y murmuradora que había de mo-verse y vociferar contra el Ministro que buscaba condiligencia los más equitativos recursos.

Fue Garay un gobernante sencillo, inocente enel trato social, confiado en su pureza y en el testi-monio de su conciencia, franco y noble como buenaragonés, poco dado y hasta repulsivo á la críticade los salones, extraño por completo á las intrigasde la época y desconocedor de los resortes conque se mueven las muchedumbres y las gentes delevita.

Se levantó contra él una tempestad por su plande Hacienda. Los despechados y los ignorantes, losque tenían que... pagar y los que no podían... re-coger; los aspirantes á empleos y los funcionarioscon sueldos mermados, los humildes aldeanos ylos apostólicos rabiosos, se conjuraron contra él,los une» de buena fe por respeto á la tradición, losotros con fe ciega por vivir á costa del Tesoro, yno pocos por pasión política. Y era de esperar queprodujese resultados. Un solo hombre, aunque ani-mado de un gran pensamiento, no puede oponerseá una serie de voluntades mercenarias. Hicierondescender á Garay, es cierto, de su último puesto,pero la idea subsistió y subsistirá mientras subsistala libertad-.

Entiendo, pues, que Garay debió establecer laúnica contribución, después de los ensayos hechospor dos monarcas ilustrados, Fernando VI y Car-los III, y debió hacerlo, como lo hizo, en aquelmomento histórico, en 4847.

No creo que Garay tuviese medios para llevaradelante sus proyectos, más que los de la persua-sión y los que proporciona el entendimiento. Ajenoá ganarse voluntades de cierta manera y por cier-tos modos, fiaba sus trabajos y proyectos á la dis-creción y al buen sentido de sus compatriotas. Y con,

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tales procedimientos morales, que son muy reco-mendables, y para mí los únicos valederos, el buenode D. Martin se ahogó entre el humo de la intriga,y tuvo que abandonar la empresa á causa de lamaledicencia.

La oporttinidad de los proyectos de Garay, y con-testo á la tercera pregunta, era indudable entoncesy sigue siéndolo ahora. Si el mal había llegado átomar tan profundas raices; si el estado del Tesoroera lastimoso en extremo, ¿por qué no realizar elpensamiento? Verdad es que el país no estaba pre-parado ó carecía de costumbre para localizar im-puestos determinados, mas eso sucede siempre quese acomete una reforma importante, que lucha conintereses creados ó con preocupaciones adquiridas.Un materias de Hacienda, los gobiernos deben irpaulatina y progresivamente modificando ó destru-yendo los impuestos, para amoldar los intereses delas clases contribuyentes á los no monos respetablesde la nación. Garay dio la norma, formuló el pensa-miento, hizo práctico lo que era repulsivo á ciertasSientes; lo demás quedó al cuidado de otros hom-bres y de otras instituciones, y por cierto, que losliberales poco juiciosos del 20 al 23, aceptaron comosuyas las reformas de tan eminente Hacienda.

No falta quien sostenga la inoportunidad de las re-formas de Garay, porque no investigó: i.", el nú-mero de habitantes; 2.°, la extensión de la riquezaterritorial, ya urbana, ya rústica, y 3.", la riquezamobiliaria, bien fuese febril ó comercial, pues sineslos datos, que son la base para conocer la materiaimponible, no se puede hoy, ni se podía entonces,calcular de qué modo las contribuciones afectaríanal interés privado, ó excederían los límites de lojusto y de lo razonable.

Aprecio en lo que valen estas observaciones, nosólo por lo que entrañan en si, sino porque proce-den de una autoridad tan competente como D. Ja-vier de Burgos. Pero dígame usted, Sr. Rodríguez,si Garay ó D. Alejandro Mon, si los legisladores deCádiz ó el Sr. Calatrava hubieran deseado y pedidoesos datos, ¿se llevaría á cabo la reforma tributaria?¿Habría posibilidad de realizar nada nuevo, ni nadaútil en un país, como el nuestro, escaso de datosestadísticos, de planos parcelarios y de'amillara-mientos?

En ciertos momentos es preciso hacer el bien,aunque este bien lastime algunos intereses ó seaorigen de lamentables injusticias. Los repartimien-tos, los gremios, las clasificaciones de riqueza y elpadrón de la misma, cuando no existe base segurapara el impuesto, suelen ser algo arbitrarios, perocoa el tiempo las arbitrariedades cesan, las injusti-cias desaparecen y las faltas de equida4 se eorrigen,si la iniciativa individual y la administración cum-plen sus deberes y hacen valer sus derechos.

Medrados estaríamos los españoles teniendo queesperar el catastro y la clasificación parcelaria parallevar á cabo el sistema tributario. Son operacionesque exigen mucho tiempo, mucho dinero, muchapericia, y sobre todo una paz profunda y un ordenpúblico inalterable.

Creo haber demostrado con ejemplos de liberales,que Garay tuvo razón sobrada para llevar el espíritude reforma al Ministerio de Hacienda. Que esas re-formas fueron poco duraderas. ¿Tuvo de ello la culpaD. Martin de Garay? ¿Es justo censurarle porque suobra se perdió en inhábiles manos ó la extremarongente inquieta y turbulenta, aunque de sentimientoshonradamente liberales? Usted convendrá conmigo,Sr. Rodríguez, que los absolutistas prepararon el fra-caso del plan de Garay, y los constitucionales de1820 á d823 fueron más allá en materias eeonómicasde io que exigía la situación del país y el estadofinanciero de los contribuyentes.

Yo tengo á Garay por un Ministro revolucionario,verdaderamente revolucionario, dentro del períodoabsoluto, sólo comparable á D. Juan Álvarez Mendi-zábal, asi como considero á D. Luis López Balleste-ros un administrador íntegro, entendido y severo,á semejanza de D. Juan Bravo Murillo.

Y sin quererlo, y casi sin pensarlo, he dicho á us-ted involuntariamente los cuatro hacendistas moder-nos que yo venero, que yo respeto, cuyos trabajosadmiro y cuyos pensamientos me encantan.

Garay, tan reformador como Mendizábal, si bienaquél hacendista tenía mayores conocimientos y mássólida instrucion científica.

Ballesteros, tan organizador como Bravo Murillo,si bien éste tenía más resolución, más vigorosa ini-ciativa:

Es decir, que Mendizábal puede parangonarse conGaray, y Bravo Murillo con Ballesteros.

Hablo de estos hacendólas y recuerdo su memo-ria, porque no viven ya^for desgracia de la patria.De los que todavía subsisten dentro ó fuera de la po-lítica, en el poder ó fuera de él, nada diré á usted,porque el juicio podría tacharse, y con razón, ó deparcial, ó de lisonjero. Los muertos nada puedenconceder, ni »ada pueden decir. Sólo sua actos, susobras, sus trabajos y sus virtudes, pueden servirnosde ejemplo y de enseñanza.

Garay será para mí siempre «n gran carácter y unaverdadera ilustración.

Pido á usted mil perdones por el mal rato que lehace pasar, leyendo estos renglones, su afectísimoservidor,

MOÜÉSTO PfcftNAitDBz; t GONZÁLEZ.

Madrid, Abril, 13.

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TS.° 63 A . REVILLE -LAS CIENCIAS NATURALES Y LA ORTODOXIA. 375

EL CONFLICTOENTRE LAS CIENCIAS NATURALES Y LA ORTODOXIA

EN INGLATERRA.

I. Luy Serniont addrestes anA revizuiSi por Tomás Enrique Hux-ley. Londres, 1874. Mac-Millan.—II. Address dclivercd befare theBrilish A social ion aasembted <it Ttclfail, por John Tyndall. Lón-dfes, 1874. Lotigmans, Green y Compañía.

Un hecho todavía poco observado, pero que sedestaca de tal modo que lo será generalmente dentrode poco tiempo, es el de que, en nuestra Europa oc-cidental, Inglaterra va en camino de sustituir á Ale-mania como centro y foco principal del pensamientoreligioso. Distraída por sus preocupaciones políticasy nacionales, admirada de tener que saborear tantagloria y que digerir laboriosamente conquistas de-masiado pesadas, aun para su robusto estómago,Alemania prefiere en estos momentos resolver lascuestiones religiosas por la vía expeditiva de las le-yes imperiales, no valiendo gran cosa lo que susteólogos nos enseñan. Inglaterra, por el contrario,apartada con obstinación durante lavgo tiempo delas conquistas de la erudición alemana, se ha mos-trado en los últimos años mucho más hospitalaria,yaunque rinda tributo, como nosotros mismos durantelargos años todavía, á los trabajos de la teología ger-mánica, se aplica con un celo, rara vez allí conoci-do, á resolver el gran problema religioso de nuestrostiempos. Tanto en Inglaterra, como en el resto deEuropa, este problema se impone con imperiosaurgencia, y sus ramificaciones evidentes con todaslas cuestiones políticas y sociales, están ya á lavista de todo,el mundo. El carácter positivo y prác-tico del espíritu inglés no se acomoda, como el idea-lismo alemán, á un prolongado antagonismo entre lateoría y el hecho. Los ingleses creen que, cuandola teoría reclama un cambio, el hecho debe sufrirlo.La profunda calma de la situación política en laGran Bretaña, el admirable respeto á la libertadindividual, que constituye el honor y la fuerza deaquel país, el vivo interés con que allí se siguen losdebates religiosos, forman un concurso de circuns-tancias más completo que en ninguna otra parte yque favorece singularmente la evolución naturaldel conflicto.

No contradice, por completo, esta apreciación ge-neral la violencia de la crisis que el conflicto ha sus-citado. La proverbial frialdad de los ingleses no esmás que aparente; en realidad el inglés es un hom-bre apasionado, que sabe contenerse, pero que,cuando se deja arrastrar por la pasión, á nadie cedeen arrebato. Su polémica no se distingue por la sua-vidad de la forma, y si respeta lealmente la libertaddel más débil, es á condición de decirle con rudeza

lo que piensa. Sabido es que en asuntos religiosos,es decir, en un terreno donde, por su naturaleza, de-bía prooederse con mayor timidez y salvedades, loshombres se muestran en todas partes más inclina-dos que cuando discuten cualquier otra cuestión, áenviarse recíprocamente á los dioses infernales, ylas acusaciones y recriminaciones que en la actuali-dad se lanzan en periódicos, folletos y libros lospartidos teológicos ingleses, no resplandecen por suespíritu caritativo. Los que, como nosotros, son es-pectadores distantes, y por tanto advierten mejorlas generalidades que los detalles, ven que sobre-sale un fenómeno gravísimo por sus consecuencias,eual es la lenta disolución de lo que llamamos an-glicanismo, sea como institución religiosa nacional,sea, sobre todo, como resultante de cierto estadoespiritual que por largo tiempo ha sido especial áInglaterra. Podrá suceder que se organizase unagran iglesia nacional sobre las ruinas del antiguoorden de cosas, y aunque muchas personas conside-ren improbable este resultado, seria verdadera pre-sunción suponerlo imposible. Resulte lo que quieraen lo porvenir, el hecho actual es el que el anglica-nismo religioso sufre en estos momentos las prue-bas más rudas que ha conocido desde fines del si-glo XVII.

Lord John Russell ha dicho un dia, que Inglater-ra vivía de compromisos. La constitución inglesa,decía, es un compromiso entre la monarquía y larepública; el Parlamento inglés, por su composición,es un compromiso entre la oligarquía de las familiaspoderosas y la democracia; la iglesia anglicanaes también un compromiso entre el catolicismo y elprotestantismo más radical de otros pueblos, dondeexiste la reforma. Esta apreciación nos parece jus-tísima. Profesando las doctrinas principales de lareform^, la iglesia anglicana había conservado laorganización episcopal, un ceremonial bastantecomplicado y muchas costumbres nacidas del prin-cipio sacerdotal. De aquí resultaba un medio ecle-siástico á propósito para la satisfacción relativa detendencias muy divergentes. Adheríanse á él unosporque, en último caso, era característicamente pro-testante; otros porque, á pesar de su carácter pro-testante, rendía homenaje al principio de la tradi-ción católica y de la trasmisión regular de lospoderes sacerdotales; y otros, porque su carácter,en definitiva algo indeciso, dejaba más libertad dehecho al movimiento científico y á las opiniones in-dividuales, que la intolerancia ordinaria de las sec-tas encadenadas á la letra de un sistema riguroso.Añadiremos que su gran mérito consistía para to-dos en que era la Iglesia de Inglaterra.

Sobre este fondo común, aceptado ó sufrido, se di-bujan tres distintas tendencias que por largo tiempohan podido subsistir paralelamente y aun disputar sin

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376 REVISTA EUROPEA. 9 DE MAYO DE 1 8 7 5 . N." 6 3

romper la unidad orgánica de la institución. La pri-mera de ellas, el partido high church, ó de la altaIglesia, aplicábase á desarrollar el elemento sacerdo-tal, tradicional, episcopal, siendo partido aristocrá-tico muy inclinado al ceremonialismo. En oposicióná él formóse el partido low churck, 6 de la bajaIglesia, llamado también evangelical, cuyo propó-sito consistía en acercar la iglesia anglicana al tipocalvinista, subordinando poderosamente las cuestio-nes del episcopado y de la liturgia, á la profesiónde las doctrinas de la ortodoxia reformada. Ha ha-bido, finalmente, la Iglesia amplia 6 broad church,que deseaba mantenerse á igual distancia de la es-trechez dogmática y de la superstición sacerdotal,y que se distinguía, sobre todo, por su espíritu filo-sófico, por la tolerancia de las opiniones individua-les y por la libertad que reivindicaba para las obrasde ciencia y de erudición. Advertiremos que, du-rante largo tiempo, ninguna de estas tres tenden-cias ha querido llevar las cosas al extremo; pero ála larga, la lógica ha sido más fuerte que el amor ála Iglesia madre. El partido evangélico, ó de la bajaIglesia, acabó por sentirse más afin con los disi-dentes que profesaban rotundamente las doctrinasde salvación, que con los adeptos tenaces á las tra-diciones y formas rituales que á sus ojos no teníanningún valor intrínseco. El continuo acrecentamien-lo do comunidades disidentes, sobre todo en la clasemedia, se relaciona con esta disposición que eltiempo irá fortificando. Se ha dicho que en todocompromiso hay siempre alguna equivocación ma-yor ó menor, y la verdad es que cada una de laspartes firmantes de un compromiso espera con fre-cuencia inpetto que el tiempo sea su aliado contralos co-signatarios; y cuando falta este aliado, rever-decen con mayor fuerza las pretensiones rivales.Los adeptos á la alta Iglesia, viendo á su vez que elflujo democrático y calvinista amenazaba sumergirlo que apreciaba en más, en la institución anglicana,es decir, el elemento tradicional y sacerdotal, pro-curaron naturalmente reforzarlo. Favorecidos porel viento del romanticismo que soplaba en toda Eu-ropa hace treinta ó cuarenta años, restablecieronlas creencias, y cobre todo las formas caídas en de-suso, y que, en su opinión, ninguna autoridad legiti-ma había abolido. Estas creencias y estas formaseran más bien católicas que protestantes. El movi-miento de Oxford, á que dio su nombre el doctorPusey, fue expositor de esta tendencia catolizante,que sin ser romana, miraba, sin embargo, á la Igle-sia de Roma con una indulgencia que las iglesiasprotestantes, desprovistas de sacramentos sobrena-turales y de poderes sacerdotales, le negaban. Deigual suerte que el partido evangélico proporcionabareclutas á la disidencia calvinista, el partido puseis-la vio gran número de sus adeptos más distinguidos

pasarse con armas y bagajes á la Iglesia católica.Cosa extraña: estos convertidos del anglicanismo,

sostenidos por la influencia ultramontana y por elconsiderable apoyo de la inmigración irlandesa, sonhoy los que ponen la ley, y una ley durísima, alviejo catolicismo inglés, fiel, á través de tantas prue-bas, á su fe hereditaria, y á quien cuesta hoy todoslos trabajos del mundo reconocerse dentro de laIglesia que le trata á la manera italiana. Siemprehabía sostenido que se le calumniaba indignamenteal acusarle de ser más papista que inglés, y en estaenérgica negativa fundaba sus reiteradas protestascontra el ilotismo legal, que por tanto tiempo hasufrido. Por fin, el puseismo, obedeciendo á suprincipio, ha llegado á ser lo que se designa con elsignificativo nombre de ritualismo. Esta es la ten-dencia que conduce actualmente á cierto número deanglicanos á imitar muchas ceremonias católicas, yá restaurar en la Iglesia establecida, en beneficio delclero, instituciones puramente sacerdotales, como laconfesión auricular, la absolución del sacerdote, laadoración de la hostia, etc. Sabido es que el Parla-mento, impulsado por la opinión, ha creido deberponer término á estos ensayos de reacción que con-sideraba peligrosos para el carácter protestante dela Iglesia nacional. El tiempo nos dirá hasta quépunto es eficaz esta intervención. Lo que resultacierto hasta ahora es, que el movimiento ritualista,como su padre el puseismo, ha lanzado al catoli-cismo puro á los que piensan que, para ser verda-deramente católico, es preciso no serlo á medias,publicando los periódicos algunas conversiones no-tables realizadas en el más elevado rango de la so-ciedad inglesa. Conviene no rebajar ni exagerar estesigno del tiempo. El pueblo inglés es demasiadoprofundamente protestante para que sea razonablela esperanza de verle volver en masa al catolicismo;por otra parte, en vista de tales hechos, no se pue-de desconocer que, al menos, hay somethirig rottenalgo que pierde su solidez ó se quebranta in thechurch of England.

Por su parte, la tendencia intermedia entre el ri-tualismo y la ortodoxia calvinista, el broad churchse ha desarrollado conforme al principio de libertadcientífica y de amplitud dogmática, de donde hasalido. Este partido, que es sin disputa el más sabioy filosófico de los tres, comprende la gravedad dela situación y conoce que, si no se pone remedio áella, si las diferencias continúan acentuándose hastael punto de que la vida común en el seno de unamisma Iglesia sea imposible, la Iglesia de Inglaterraacabará por no tener de nacional más que el nom-bre. Desde este momento el disestablishment pedidoya por tantos disidentes y elogiado ha poco tiempopor M. Bright, se impondrá pronto como una nece-sidad. Los hombres del broad church, al menos el

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mayor número, creen que el régimen de una grandeIglesia nacional, pudiendo contener en sus vastoscuadros, á condición de una elasticidad suficiente,muchas opiniones distintas, es preferible al desme-nuzamiento indefinido que resulta del régimen deseparación absoluta, que sólo aprovecha á las sec-tas fanáticas ó supersticiosas. Quisieran, pues, re-novar, salvar la iglesia anglicana por el método dela amplitud y de la tolerancia, en vez del que atiendesólo al exclusivismo dogmático ó á la autoridad sa-cerdotal. ¿Tendrá buen éxito su empresa? Nadie po-drá decirlo todavía, con tanto más motivo, cuantoque, como todos los partidos cuya fuerza principalconsiste en la ciencia y la crítica, tienen aún muchoque hacer antes de llegar á lo que puede llamarsepartido popular ó siquiera partido compacto y dis-ciplinado. En la actualidad es más bien un estadomayor que un ejército. Como es natural, los parti-dos extremos, evangélicos, ritualistas, católicos,los acusan de incredulidad y de impiedad. Si pro-curan, como todos los teólogos liberales del conti-nente, fundar la validez de las creencias en la natu-raleza religiosa del hombre y particularmente en elsentimiento religioso, se les censura de no tener otrareligión sino este mismo sentimiento. Como militanen sus rangos los más distinguidos representantesde la critica y de la historia religiosa, fácil es á susadversarios acusarles de blasfemia, y denunciar á laindignación de las almas piadosas las brechas quesus escritos hacen en todas las ortodoxias tradicio-nales. Añadamos, no en son de censura, sino comocosa necesaria, que su liberalismo inteligente, acer-ca á ellos, á lo menos por las simpatías científicas,los hombres eminentes en los diversos ramos delsaber humano que, como ellos, son objeto de losapasionados ataques de los ortodoxos de todos co-lores; pero que, viviendo fuera de toda iglesia y detoda creencia determinada, desean propagar libre-mente los resultados de sus investigaciones, sin cui-darse de las consecuencias religiosas que estos re-sultados puedan producir.

Esto nos conduce á examinar directamente unanueva faz, y de las más interesantes, de la crisis queá grandes rasgos referimos. Podríamos caracteri-zarla con esta sola frase; la secularización del de-bate teológico. Entiendo por ello, que en vez de en-cerrarse, como antes, en una argumentación tomadapor completo al arsenal de la teología propia-mente dicha, se trasporta el debate al terreno se-glar, temporal y filosófico. En la actualidad, el pú-blico inglés tiene dos grandes cuestiones al ordendel dia. La primera no ha sido promovida, puesexistía hace mucho tiempo, sino denunciada urbi elorbi con gran notoriedad por M. Gladstone. Trátasede saber, no bajo el punto de vista teológico, sinodel político y social, si la centralización vigorosa y

TOMO IV.

definitiva que han impreso á la iglesia católica losrecientes decretos del Vaticano, permite á los mo-dernos gobiernos permanecer completamente des-armados ante un sistema que, de hecho, subordinaabsolutamente á un poder extranjero la conciencia,y por tanto, los actos de una parte más ó menosconsiderable de sus gobernados. Las criticas, lasréplicas, las duplicas, llueven como granizo, y seríaprematuro querer adivinar la solución inglesa á unacuestión que Alemania ha pretendido cortar autori-tariamente, y cuya existencia aparentamos ignoraren Francia.

Hay otro punto litigioso cuya consecuencia inme-diata es menos sensible, y que, sin embargo, dominasobre el primero. Nos referimos á lo que concierne álos descubrimientos hechos en el orden de las cien-cias naturales, cuando se las relaciona con las creen-cias generalmente admitidas por la mayoría de lassociedades religiosas. En este punto, tampoco cor-responde á la argumentación teológica pronunciarla última palabra; los físicos, los fisiólogos, losgeólogos, los naturalistas, son los que obligan á lasortodoxias tradicionales á renunciar á aquellas desus pretensiones que implican opiniones sobre lanaturaleza, declaradas erróneas por la ciencia mo-derna. Ahora bien, muchas de estas pretensiones nopueden ser abandonadas sin producir al mismotiempo una refundición total, ya que no la ruina delas creencias que pasan por esenciales al cristianis-mo ortodoxo.

En electo, no so trata sólo de mantener contraestas herejías de nuevo género el valor relativo delCredo católico ó protestante ortodoxo, puesto quela autoridad sobrenatural de la revelación bíblicaestá directamente amenazada. Ahora bien; si elimi-namos algunos puntos de vista extremos de la iz-quierda y de la derecha, lo que constituía una es-pecie de terreno común á todos los partidos deInglaterra, era el biblicismo, el respeto, el culto dela Biblia. Favorecido por la estancación prolongadade los estudios críticos, se había arraigado en laconciencia inglesa más profundamente que en la delos otros pueblos. Anglicanos y disidentes, alta ybaja iglesia, todos los partidos estaban de acuerdoen ver en la Biblia un conjunto de revelaciones mi-lagrosas sobre Dios, el hombre, su destino, el origeny el fin del mundo. Podía haber diferencias en lainterpretación, pero la Biblia, como la reina, no seequivocaba nunca ni en nada. Si los teólogos discu-tían la cuestión de saber hasta qué punto era precisotomar á la letra la inspiración milagrosa que todosreconocieron en el pensamiento de los autores sa-grados, la masa de los fieles no comprendía estasdiscusiones sutiles que hasta los mismos teólogosolvidaban en la práctica.

No se ignora, sin embargo, en Inglaterra la marcha29

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de las ciencias naturales, y. desde hace tiempo sepreguntaba allí si tendía á confirmar ó á disminuirla autoridad de los libros santos. Con un optimismoquo hoy nos cuesta trabajo comprender, se hacreído demostrado, durante muchos años, que lageología, la física, la astronomía y la historia natu-ral modernas, estaban perfectamente de acuerdocon las enseñanzas de la Biblia. Confesaban los mássabios que, para mantener este acuerdo, se necesi-taba contar demasiado con la complacencia de lostextos; pero con algún esfuerzo se lograba estepropósito. Demostraba la geología, que las tierrasy los mares habían atravesado largos periodos detrasformaciones sucesivas antes de llegar á un es-tado actual. Traduciendo los dios del relato mo-saico de la creación con la palabra período, se ave-riguaba que Moisés había precedido más de tres milaños á Cuvier en este descubrimiento. La astronomíaacusaba, al parecer, á Josué por lo menos de igno-rancia, puesto que afirmaba que la tierra y no el solfue quien debió pararse el dia de la batalla deGabaon, y que un momento de detención del sol óde la tierra, hubiera hecho volver al mundo enteroal caos primitivo. Pues bien, la astronomía teníarazón, y Josué también. El tribunal del Santo Oficiose había tomado un trabajo inútil al exigir la re-tractación de Galileo, y recuerdo haber leído lafórmala algebraica de la fuerza suficiente paraefectuar este gran milagro, sin producir en ningunaparte la menor perturbación. Admitían entonces losnaturalistas que las especies vivas son absoluta-mente independientes entre sí, y que la apariciónde cada una de ellas, suponía un acto inmediato dela potencia creadora. Este punto de vista estabaperfectamente de acuerdo con el primer relato delgénesis, donde se dice que Dios creó sucesivamentelas plantas y los animales, cada uno según s% espe-cie. Así sucedía en todo lo demás, pareciendo quela ciencia moderna había nacido para rendir home-naje á la fe bíblica de Inglaterra, y no se puedeformar idea de la cantidad de libros ingleses pu-blicados desde 4830 á 1850, y aun posteriormente,para poner de manifiesto esta consoladora demos-tración de la autoridad de las Escrituras. Hasta elcatolicismo inglés se distinguió en esta obra deapología sagrada, y uno de los libros más curiososy más ingeniosos de este género, es el del difuntocardenal Wiseman, sobre las relaciones de la cienciay do la religión revelada.

El método de fundar la autoridad religiosa de laBiblia en la conformidad de la Escritura con la cien-cia moderna, era, sin embargo, muy peligroso.

Su empleaba el siguiente razonamiento: los au-lores sagrados vivían en épocas en que no habíannacido las ciencias. No se parecían en nada á lossabios en el sentido moderno de esta palabra, luego

sólo por inspiración sobrenatural han podido dirigirsu pensamiento y su pluma de modo que les permi-tiesen proclamar verdades que entonces todos igno-raban, y que tanto trabajo ha costado descubrir ála ciencia moderna, armada de los recursos de doscivilizaciones, de instrumentos perfeccionados y deresultados de una observación secular.

¿Quién no ve que esta tesis podía emplearse tam-bién en honor de la ciencia? Sin salir un solo pasodel terreno escogido, podía decirse igualmente: Pre-ciso es también que esta ciencia moderna sea muyreal, muy segura en sus procedimientos, muy só-lida en sus resultados, para que, por la simple virtudde la observación y del cálculo, haya llegado á con-quistar verdades que, en pasados tiempos, exigíanuna inspiración milagrosa, de que gozaron pocos ele-gidos. En otros términos: el núcleo, el elemento re-sistente de estos dos razonamientos paralelos, erael gran mérito, la misma supremacía de la ciencia.Creer en la Biblia, fundándose en la ciencia, ó incli-narse respetuosamente ante una ciencia bastantefuerte para descubrir por procedimientos naturaleslas realidades milagrosamente reveladas en la Bi-blia, era en todo caso habituar los espíritus creyen-tes ó dudosos á una confiada deferencia, ante las de-terminaciones de las ciencias naturales.

¿Qué debía suceder, por tanto, si, en su marchaprogresiva, en vez de prestarse bien ó mal á confir-maciones más ingeniosas que sólidas de los relatosde la Biblia, llegaban las ciencias á un antagonismopatente que ningún artificio de interpretación pu-diera disimular? Por ejemplo, cuanto más satisfacto-rio hubiera sido pensar con la escuela anterior que,en nombre de la Biblia, como en nombre de la cien-cia, cada especie vegetal ó animal provenía de unacto creador inmediato, mayor debía ser el disgustoal saber que los hechos mejor observados inducencada vez más á los naturalistas á dudar de esta in-dependencia absoluta de las especies, y que sabios,tales como Darwin y Wallace, se pronuncian cate-góricamente en opuesto sentido.

Mientras fue preponderante en geología la influen-cia de Cuvier, se pudo alimentar la idea de que lasrevoluciones del globo encajaban perfectamente enlos días mosaicos de la creación; pero ¿qué debíapensarse de una geología menos poética, infinita-mente más positiva que, en los trabajos de Lyell yde sus discípulos, sustituía las acciones lentas y lo-cales, soportadas por el infinito del tiempo, á losbruscos cambios de decoración que las primerasteorías postulaban sobre toda la superficie de latierra?

Durante largo tiempo se negó en geología todoindicio real del hombre fósil. Esto confirmaba ma-ravillosamente el dato bíblico, según el cual elhombre ha sido creado tal y como es hoy, en deter-

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minado momento del tiempo y en un punto del espa-cio, después de todos los vegetales y de todos losanimales; era una confirmación indirecta de la cro-nología sagrada que asigna á la humanidad seis ósiete mil años de existencia. Ha sido por fin necesa-rio rendirse á la evidencia de que hay restos dehombre fósil, rastros indudables de su vida, alejadade la nuestra, por lo menos en sesenta ó cien milaños, sin contar que estos mismos rastros suponenun desarrollo de industria reflexiva que impide afir-mar se haya llegado al límite, bajo la cual no sepuede penetrar. Finalmente, las teorías de Kant y deLaplace sobre la formación de los mundos, los re-sultados de las ciencias botánicas y filosóficas sobrela vida, sus orígenes, su naturaleza real, sus rela-ciones con el mundo inorgánico; la comparación yel génesis histórico de las religiones, de las lenguasy de las razas humanas, todo concurre á demoler eldébil edificio que la primera mitad del siglo XIX, enuna hora de juvenil confianza, había construido conobjeto de que viviesen juntas la ciencia y la fe,como dos hermanas para siempre reconciliadas.

¿Cuál es el principio latente en todas estas cues-tiones de detalle, que explica la pasión con la cualmuchos espíritus religiosos, creyéndose amenaza-dos en la posesión de su más caro bien, han lanzadoel anatema de la reprobación sobre tesis científicas,cuyo debate hubieran debido dejar á los hombrescompetentes? Es, en el fondo, el principio de la con-linuidad que, de la marcha general de las cienciasTísicas é históricas, resulta cada vez más victorioso;os ese principio considerado, en nuestra opinión,equivocadamente, como incompatible con una no-ción religiosa cualquiera del mundo, y de la histo-ria, que hasta ahora cuesta infinito trabajo recono-cerlo á la mayoría de los partidos religiosos. Pareceque se les quita su Dios, su alma y su salvación,cada vez que un descubrimiento ó una nueva teoríaviene á enlazar algún anillo, hasta ahora aislado, dela gran cadena del ser. Bajo este punto de vista, elestado de los espíritus no os igual en Inglaterra yAlemania. Este último país es por excelencia el delos cambios, de la inmanencia, de la evolución, yhace tiempo que sus filósofos especulativos le haneducado á verla por todas partes. En Inglaterra elgiro del espíritu es más dualista y mecánico: el Diosentronizado en el cielo inglés es aún el de Locke yClarke, el mecánico y el ordenador supremo, exte-rior al mundo que ha creado, y no manifestándosesino cuando entra en él por un acto de providen-cia particular ó de milagro. Resulta de aquí queel principio de la continuidad, aplicado cada vezmás á los objetos que se representaban como evi-dentemente sustraídos á su imperio, toma inmediata-mente un aspecto algo irreligioso, anti-divino, comosi, cada vez que se aplica, redujera la necesidad

y la realidad de Dios. Además, al inglés no le gustaque le perturben en sus costumbres, y las hay for-tísimas en la vida espiritual, como en la privada. Noes, pues, sorprendente que por todas partes se hayalevantado un tolle iolle religioso contra los sabios,cuyas teorías cambiaban de tal modo las nociones,hasta ahora admitidas, sobre las relaciones de Dios ydel mundo, do la fe y de la ciencia.

Como podía esperarse, hay diferentes matices enla manera de conducir la lucha por ambas partes.Hay creyentes sinceros y honrados que se contentancon apelar, de una ciencia presuntuosa ó imperfec-ta, á una ciencia más modesta é ilustrada; hay otrosque imaginan demostrar la verdad de su fe, llenandode injurias y calumniando en su carácter á los queacusan de envenenar las almas. Del lado donde seonarbola la bandera de la ciencia independiente,deben distinguirse los espíritus rudos y exclusivos,incapaces de comprender quexen la naturaleza hu-mana, si la ciencia tiene sus derechos, la religióntiene también los suyos, y que no se resuelve unaantinomia, suprimiendo sin reparo uno de ambostérminos.

De tal suerte se ha predicado en Inglaterra, conel nombre do sec%larisrno, el ateísmo más grose-ro. Conviene, pues, no confundir estas excrecen-cias del partido científico con los hombres distin-guidísimos por su talento, saber y carácteivá quienespreocupa ante todo la plena reivindicación de laslibertades de pensamiento y de enseñanza científi-cos, listos, ni buscan los conflictos ni los temen, yreconocen voluntariamente y con imparcialidad lolegítimo que es el sentimiento religioso en el cora-zón humano; pero dicen que no es de su competen-cia proporcionarlo las satisfacciones que reclama.Omítanse, pues, á enunciar verdades de orden cien»tífico, que creen demostradas, y dejan á los hombresdo cieSeia religiosa decir lo que debe hacerse pararesolver las dificultades procedentes de las relacio-nes de la religión esencial, con las ciencias de la na-turaleza. Hay en esta actitud tranquila y resueltaalgo que infunde respeto á todos los hombres se-rios, y sólo en este terreno podrá realizarse unanueva conciliación de las dos grandes fuerzas de lahumanidad. Bajo este punto de vista, conviene cono-cer de cerca dos campeones eminentes de la liber-tad de la ciencia, los señores Huxley y Tyndall, cuyotalento oratorio é ilustración científica les han se-ñalado particularmente á los ataques de los orto-doxos de todos colores.

II.

Tomás Enrique Huxley nació en 1825, en Ealing(Middlesex). Fue primero médico civil y despuésagregado al servicio médico de la marina, embar-cándose en -1846, como cirujano, á bordo del Bat-

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tlesnake, en su viaje de exploración á los mares delSur. Durante dicho viaje de cuatro años, estudiócon preferencia, y con un éxito que han consignadolos anales científicos, la fauna, todavía poco cono-cida de aquellos lejanos mares. En 4854 sucedió áEdward Forbes en la cátedra de historia natural dela Hscuela de Minas. Infatigable en su celo por el ade-lanto de las ciencias, autor de obras de gran méritotécnico, honrado por sus compatriotas y por los ex-tranjeros con las más halagüeñas pruebas de dis-tinción, tomando parte oficial y activa en los traba-jos de los comités organizados para la direcciónde la enseñanza pública, Huxley ha visto crecerano por año su reputación científica. Sus investiga-ciones, sumamente apreciadas por el mundo sabio,se extienden á toda la serie del mundo animado,desde los bathybius y los zoófitos hasta el hombre.Plumas más competentes que la nuestra han pres-tado homenaje á la importancia de sus descubri-mientos acerca de las medusas, de los equinoder-mos, los ascidios y de las diferentes clases demoluscos. Ocupóse después de los vertebrados,bajo el punto de vista de la anatomía comparada,consagrándoles un trabajo especial de generaliza-ción. Fue uno de los primeros que aplicó al hom-bro las teorías de Darwin sobre la selección natural,produciendo gran sensación su libro titulado: Marisplace in nature (Lugar del hombre en la naturaleza),que vio la luz pública en 4863 (1).

En él exponía, con notable lujo de demostracionesy con admirable claridad, la tesis de anatomía com-parada, según la cual hay menos diferencias ana-tómicas entre el hombre y los monos más perfectos,que entre éstos y los colocados en último término enla escala de los cuadrumanos.

Rasgo esencial y característico del profesor Huxleyes el de que, no sólo se le cuenta entre los sabios deprimer orden, sino que además es un propagandista,un predicador de la ciencia. Dotado de un talentoespecial de exposición y de demostración popular,sabe hablar con agrado y elegancia de los asuntosmás complicados y de las teorías más abstractas desu ciencia predilecta. En Inglaterra hay cada dia másafición á los discursos, conferencias, lecturas, etc.;gracias á la completa libertad de palabra, que aún senos niega en Francia de una manera humillante, elprofesor Huxley ha podido dar publicidad á sus mi-ras, más allá de los estrechos límites de los cursosoficiales. Una de sus pequeñas obras maestras eneste género titúlase: A propósito de un pedazo degreda (On á Piece of chalh), y forma parte de unlibro titulado Zay Sermons, cuya quinta edición sepublicó el pasado año. Este libro es una serie de

(1) El Dr. E. Daily ha traducido al francés esta obra. París, 1875;Bailliéreéhijo.

conferencias dadas en distintos lugares sobre diver-sos asuntos, cuya unidad lógica consiste en la rei-vindicación del buen derecho de la ciencia indepen-diente contra las limitaciones que quieran imponerleá nombre de preocupaciones teológicas. Algunos deestos discursos versan sobre la necesidad de dar álas ciencias naturales en la instrucción pública unespacio mucho más importante del que hasta ahorahan tenido en Inglaterra. En su opinión, se pierdedemasiado tiempo en enseñar á la juventud inglesaesa educación puramente literaria, que podía sersuficiente en los pasados siglos, pero que no res-ponde á las necesidades vitales de la sociedad con-temporánea. A juzgar por lo que dice en uno deestos discursos sobre la carencia de preparacióncientífica de los jóvenes que empiezan el estudio dela medicina en Inglaterra, sería conveniente unareforma en dicho sentido, y en este punto nos en-contramos algo mejor en Francia. «El mundo moder-no, dice Huxley, está erizado de artillería, y envia-mos nuestros hijos al combate, sin otras armas queel escudo y la espada de los antiguos gladiadores.»Él espera un cambio, que reclama en los programasde instrucción pública; un desarrollo beneficioso delsentido de la realidad, que los estudios puramenteliterarios impiden cultivar debidamente, y cuyo de-fecto contribuye, según dice, de una manera enormeá la persistencia de los errores, de las preocupacio-nes y de los sofismas que á cada instante extravíanla opinión.

Para dar una muestra de su estilo como predica-dor seglar de las ciencias naturales, escogeremosun fragmento del estudio titulado On the physicalBasis of Ufe (sobre la base física de la vida ó el Pro-toplasma). Pocas son las personas, dice, que estánpreparadas á la idea de que existe una especie demateria común á todos los sores vivos, sin excep-ción, una unidad física é ideal que sirve de lazo ásus infinitas diversidades. Lo cierto es que á prime-ra vista este aserto sorprende.

«¿Qué puede haber común entre el liquen de vivoscolores, tan parecido á una simple incrustación mi-neral de la roca en que crece, y el pintor que admi-ra su belleza ó el botánico que enriquece con él losconocimientos? Fijad la atención en el hongo mi-croscópico, en esa partícula oboídea infinitesimalque encuentra bastante espacio y tiempo para mul-tiplicarse por millones en el cuerpo de una moscaviva, y pensad después en la profusión de hojarasca,en la opulencia de flores y frutos que separan aquelaborto vegetal del gigante pino de California, cuyaaltura iguala á la de la veleta de una torre de cate-tral ó á la higuera de la India, que cubre muchosacres de tierra con su espesa sombra, y que sobre-vive á las naciones ó imperios, que nacen y muerenen su circunferencia. Volved la vista á la otra mitad

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del mundo de la vida y figuraos la mostruosa balle-na, el más enorme de los animales que viven ó hanvivido, moviendo fácilmente sus noventa pies dehuesos, de músculos y de aceite, á través de lasolas, donde desaparecería el más seguro buque quehaya salido de nuestros astilleros, y relacionadla,con el pensamiento, á los animalillos invisibles, pu-ras manchas gelatinosas que en realidad bailaríansobre la punta de una aguja, tan fácilmente comolos ángeles de la escolástica imaginativa. Con estasimágenes ante los ojos del espíritu, podéis cierta-mente preguntaros qué comunidad de formas ó deestructura puede haber entre el animalillo y la ba-llena ó entre el hongo microscópico y la higuera dela India, y con mayor razón entre estos cuatro seresvivos. Si, finalmente, consideramos la sustancia ó lacomposición material de- los seres vivos, ¿cuál es ellazo oculto que une la flor puesta por una joven ensus cabellos, á la sangre que circula por sus venas?Ó bien, ¿qué hay de común entre la masa densa ydura de la encina ó el sólido caparazón de la tortu-ga, y esos anchos discos de trasparente gelatina quepueden verse flotar en la superficie de un mar tran-quilo y que sólo dejan una película en la mano quelos saca de su elemento?»

«Pues bien, continúa el profesor, hay una tripleunidad de fuerza, de forma y de composición queune entre si todos estos seres tan distintos. La nu-trición, el crecimiento, la reproducción, la contrac-tilidad, les son comunes. La unidad estructura] delos corpúsculos celulares se revela de un extremoá otro de la serie. Todos los seres vivos se compo-nen químicamente de carbono, hidrógeno, oxígenoy ázoe, y á esto llamamos el protoplasma. Todosviven á condición de perder con el uso sus fuerzas,y de reparar continuamente sus pérdidas. El oradorque habla consume tanto más ácido carbónico, aguay úrea, como elocuencia desplega. ¿Tenemos dere-cho para añadir á las cantidades mecánicas y quími-cas del ser vivo una cantidad más, que se llame lavitalidad? ¿Quién, de entre nosotros, piensa en pos-tular una fuerza aparte con el nombre de acuosidadpara explicar ese compuesto de hidrógeno y de oxí-geno que forma el agua á 0o, y que, en determi-nadas condiciones, por ejemplo, sobre nuestroscristales en invierno, imita la estructura del follaje?Los fenómenos del agua, su fluidez y su solidez,según las temperaturas, son propiedades del agua,lo mismo que los fenómenos de la vida son pro-piedades del protoplasma. Los pensamientos queemito y los que vuestras reflexiones os sugierensobre este asunto, son expresión de cambios mo-leculares en esta materia viva, que es la fuente detodos los fenómenos vitales. Mi lenguaje es materia-lista, pero mi pensamiento no lo es. Yo no soy par-tidario de la filosofía materialista; las palabras ma-

teria y espíritu son simplemente nombres de causashipotéticas y desconocidas, substrato imaginarios degrupos determinados de fenómenos; pero cuando ha-blo de hechos físicos y químicos comprobados porla observación y la experiencia, tengo que emplearel lenguaje calificado de materialista.»

Volveremos á hablar de esta desaprobación delmaterialismo hecha por un naturalista, que sin em-bargo acepta, al parecer, las tesis principales; ade-más encontraremos una teoría muy análoga en lasdoctrinas do M. Tyndall. Limitémonos en este mo-mento, á señalar el punto de vista filosófico en quese coloca Huxley para abrazar de una mirada la to-talidad del ser que cae bajo nuestros sentidos. Suprincipio favorito, es la continuidad de las cosas, ycree que la realización de los fenómenos más com-plicados ó más elevados, se debe á combinacionesde sustancias preexistentes, sin que nunca haya de-recho para suponer que se explican por una acciónsobrenatural los nuevos desarrollos de la serie.Todo lo que es, todo lo que vive, es producto defuerzas que originariamente posee la sustancia uni-versal. Un orden armonioso dirige y gobierna unprogreso eterno, y la materia y la fuerza forman latrama de un velo que se extiende, sin que se rompaun solo hilo, entre nosotros y el infinito. «La reli-gión, dice en otro discurso, ha surgido, como todoslos demás géneros de conocimientos, de la acción yde la reacción recíprocas del espíritu humano y delo que no es 61. Ha revestido las formas intelectua-les del l'etiquismo ó del politeísmo, del teísmo ó delateísmo, de la superstición ó del racionalismo. Nadatengo que ver con estas diversas formas, ni con losméritos ó desmerecimientos relativos que presen-tan; pero es indispensable al asunlo de que tratodecir, que si la religión de hoy difiere de la del pasa-do, es porque la teología ha llegado á ser más cien-tificíí* y no solamente ha renunciado á los ídolos demadera y de piedra, sino que ha empezado á sentirla necesidad de romper también los ídolos fabrica-dos con los libros, las tradiciones y las telas dearaña sutilmente tejidas por las iglesias; la teologíaexperimenta también la necesidad de alimentar lasmás nobles y humanas de nuestras emociones, yen-do á adorar, frecuentemente en su silencio, ante elaltar de lo desconocido y de lo imposible de co-nocer.»

Tales declaraciones bastan para que comprenda-mos el mal humor de los partidos religiosos tradi-cionales ante las teorías popularizadas por los LaySermons. Huxley no ataca nunca directamente losdogmas teológicos, pero cualquiera comprende losdestrozos que su punto de vista, una vez admiti-do, produciría fatalmente en el campo de las creen-cias tradicionales. El milagro; ese paréntesis de lacontinuidad, esa interpolación del texto natural,

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lo destierra Huxley del mundo y de la historia,en nombre de la ciencia, y la piedad vulgar viveprincipalmente de milagros; milagro de la creación,milagro de la caida, milagro de la encarnación y dela redención, milagros infinitos que preparan ó rea-lizan otros milagros. Los mismos pueblos protestan-tes, que oponen un escepticismo invencible á los mi-lagros contemporáneos, no queriendo dar fe sino álos que la Biblia garantiza con su autenticidad, estánimbuidos en la idea de la acción divina, que se re-conoce sobre todo, en que interrumpe el curso na-tural continuo de las cosas. Las grandes calamida-des públicas son todavía á sus ojos «demostracionesextraordinarias» de la ira divina. Preciso es entoncescalmarla, humillarse, pedir gracia, y trasciende áimpiedad la pretensión de los sabios de querer ex-plicar plagas, tales como la peste, el hambre ó lainundación por el juego indiferente de determinadasfuerzas impersonales. Además, ¿cómo es posibleque quepan dentro de ninguna ortodoxia las teorías,según las cuales el hombre es una rama despren-dida del gran tronco de la animalidad, y debe acos-l timbrarse á que se le considere como primo del go-rilla?Hay personas á quienes, sin saber porqué, exas-pera esta idea extraordinariamente, y estas gentesson numerosas en Inglaterra, como en las demáspartes, siendo raro que se resignen tranquilamenteal 'non tíquet que, para nosotros y algunos otros, esla frase de la sabiduría en esta espinosa cuestión.Finalmente, la noción vulgar del dualismo absolutodel cuerpo y del alma, noción que sirve do base álos razonamientos clásicos sobre la esperanza deuna vida futura, es combatida directamente por lanueva fisiología, que fija en principio la unidad de lavida en todas sus manifestaciones, y que ve en elcerebro el equivalente mecánico, si no es el gene-

'rador, propiamente dicho, del pensamiento. No nossorprenden, pues, los clamores que suscita Huxley,y hasta conocemos un pueblo donde se le hubiesenegado el permiso para dar conferencias públicas,horrado su nombre de la lista de los jurados, yprobablemente privado de su cátedra: pero toda Eu-ropa no goza de las instituciones que nos envidia,y el castigo de Huxley en Inglaterra se limita á po-nerle en esa especie de index; que no le impide ha-blar mucho y ser muy escuchado. Pasemos ahora alémulo y amigo de Huxley, á su compañero de buenay mala fortuna, en la empresa de la misión científi-ca, á Jhon Tyndall.

ALBERTO REVILLE.

(Concluirá.)

(Revue des deux Mondes.)

EL PROCEDIMIENTO TILGHMAMPARA ESCULPIR Y GRABAR CON CHORRO DE ARENA.

Aunque la industria de esculpir y grabar por esteprocedimiento sea conocida, creemos convenientedemostrar los detalles de sus últimos adelantos,y sobre todo del procedimiento de Mr. B. C. Tilgh-mann, de Filadelfia.

Para esculpir ó grabar se emplea un chorro dearena, impulsado, sea por aire ó por vapor, congran velocidad, y se le hace servir como herramien-ta para cortar la piedra y trazar los adornos degrabado sobre piedra ó sobre otras materias. Convelocidad poco considerable se emplea como roedorsobre cristal para obtener su ornamentación. Cortar,roer, grabar, hacer adornos en cristal, piedra, ma-dera ú otras sustancias duras, son operaciones queexigen mucho tiempo, mucho trabajo, y en algunoscasos grande habilidad. Empleando un chorro dearena se realiza un medio de economizar el tiempoy de reducir la cantidad de trabajo hábil necesariopara ejecutar los objetos destinados á embellecerlas habitaciones, y se ayuda á los arquitectos cuan-do quieren decorar la piedra ú otras sustanciasduras.

Este procedimiento, nuevo en las artes, nace delhecho de que, cuando los granos de una arena dearistas vivas son arrojados con gran velocidad sobreuna superficie dura, tal como la piedra, la pizarra,el mármol, la madera ó el hierro, la superficie re-sulta tallada ó mordida con más ó menos rapidez.

Cuanto mayor es la presión del vapor ó del aireque engendra el chorro, más grande es la velocidadimpresa á los granos de arena, y más rápido y pode-roso es el efecto que verifica el rayado sobre lassuperficies sometidas á su acción. Cuando la inten-sidad de los granos de arena se eleve bajo la in-fluencia de una gran velocidad, éstos pueden cortaró rayar superficies de una naturaleza más dura quela suya propia. El corindo, por ejemplo, puede sercortado con arena de cuarzo, y á su vez lo puedeser el cuarzo de roca por el choque con granitos deplomo pequeñísimos. El acero más duro, el hierrofundido y templado, y otros metales pueden sercortados también por una corriente de aíena decuarzo. La acción de la arena, arrastrada con granvelocidad sobre una supercie dura de cristal, demadera, de piedra ó de pizarra, es rapidísima: si sesomete una placa de cristal pulimentado á un chorrode arena, inmediatamente queda esmerilada ó ahue-cada, y si, al mismo tiempo, se cubre una partede la superficie con alguna sustancia blanda ó elás-tica, tal como el cauchú, papel ú otra materia con-veniente recortada en cualquier forma, toda la parte

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cubierta permanecerá intacta, y al contrario, la por-ción expuesta al chorro será ahuecada, grabada porel choque de la arena. Empleando las hojas de papelpintado, pueden grabarse letras ó dibujos sobrepiedra, pizarra y otras sustancias duras; de igualmanera, variando la forma, el número y la direcciónde los chorros de arena se les hace atravesar elcuerpo sobre el cual chocan, obteniendo seccionesó vacíos de cualquier forma ó dimensión.

Para obtener adornos en piedra, mármol, pizarra,granito ó madera, se emplean patrones de hierro dela figura que se desea. Estos patrones protegensuficientemente las sustancias contra la acción dela arena en las partes que se quiere dejar intac-tas. Los patrones de hierro se hacen con suma faci-lidad dibujando en una tablilla con lápiz ó tinta, yrecortando el dibujo por los trazos, con ayuda deuna sierra. Los patrones en madera así formados, seemplean para moldear el hierro de un grueso 5/16

de pulgada, puede servir cien veces para obtener elmismo dibujo en piedra de mediana dureza, y si elmodelo es de hierro forjado cuatro veces más.

La explicación precedente demuestra que casitodos los dibujos de los arquitectos, hasta los máscomplicados, pueden hacerse en relieve sobre pie-dra, mármol, pizarra ó madera.

Lo que principalmente caracteriza el procedi-miento del chorro de arena, y lo que le distingue deotros métodos empleados hasta ahora, con objetode tallar ó grabar, es que cada grano de arenaobra por consecuencia de su velocidad y de sufuerza viva; su acción es como la de la bala ó elproyectil, pulverizando ó mordiendo la superficieque se le pone delante al chocar con ella. A cau-sa de esta propiedad, algunas sustancias, con-sideradas como sustancias blandas, no pudiendopor causa de su flexibilidad ó de su elasticidad serpulverizadas por un choque, son, por el contrario,cortadas y agujereadas inmediatamente por unchorro de arena, sobre todo si es de mediana velo-cidad: este procedimiento resuelve aún mejor lasdificultades en estas sustancias que en los cuerposduros. En el cobre, plomo, papel, madera y eauchú,el procedimiento da un éxito más brillante que enlas materias quebradizas, como la piedra, el cristaló la porcelana. Una de las principales ventajas delchorro de arena, consiste en que obra de igualmodo sobre superficies irregulares, y por tanto,permite llegar á cavidades casi inaccesibles paralos demás procedimientos.

Casi en todos los casos, el vapor es el que hadado los mejores resultados para formar el chorro,especialmente en las grandes velocidades: respectoá la piedra y al mármol, por ejemplo, conviene másque el aire, pero hay algunos casos en que es éstepreferible. Se ha empleado el vapor en todas las

presiones hasta 400 libras por pulgada cuadrada (ósea á 29 atmósferas), y se ha encontrado, que su efi-cacia aumenta con la presión.

La arena se va colocando en un embudo unidopor un tubo flexible á un tubo de acero ó hierro dela longitud conveniente, y de l/e de pulgada de diá-metro aproximadamente. Este tubo para la arena,está fijado al centro de una caja de latón que cons-tituye la cámara del vapor. El espacio anular entre eltubo y la caja, está dispuesto de modo que estanqueel vapor en su extremidad posterior, y en la anterior,ó en el orificio, la caja toma la forma de un cuellotubular, y llega á la misma longitud que el tubo dearena. El cuello de la caja está taladrado de modoque tenga un diámetro de 1/i ó i/i de pulgada á dis-tancia próxima de lUAe pulgada de esta extremidad.A media pulgada de la extremidad, el tubo de arenaestá reducido á 0,23 de pulgada en su diámetro ex-terior, de modo que deje un espacio anular uniformede una abertura de 0,0-15 de pulgada de anchura, quese prolonga hacia atrás en una extensión próximade 1/i de pulgada, y después se ensancha gradual-mente hasta tener el mismo diámetro que el del ladode la caja. Este paso anular, forma la abertura quesirve de salida á la corriente de vapor. La caja estáunida á la caldera por un tubo flexible que puedemoverse y permitir variar la dirección. Al cuello dela caja está fijado, por medio de un tordillo, un tubode hierro forjado ó acero ó de fundición templada,llamado cañón de fusil, y cuyo diámetro interior, esde Vs de pulgada próximamente, y el largo, de seispulgadas. La extremidad del tubo de arena, estáajustada exactamente y fijada al centro de la salidadel vapor, de manera, que la abertura anular seadel mismo ancho todo alrededor.

La arena empleada se tamiza previamente paraque los granos sean de la misma dimensión: debeser purl, dura, de aristas vivas y seca para quecorra uniformemente al través de un pequeño ori-ficio sin detenerse; se necesita que el vapor estéperfectamente seco, y si obra á alguna distancia dela caldera, es preciso interponer un depósito queabsorba el agua condensada.

Cuando se pone el aparato en acción, el vaporsale con gran velocidad por la abertura anular y de-termina por aspiración una corriente de aire en eltubo do arena. Ábrese entonces una válvula en elfondo de la caja de arena, cayendo por ella, en elembudo inmediatamente inferior, un litro ó mediolitro de arena por minuto; y pasando desde allí altubo de arena, lo arrastra por fin la corriente deaire, y es aspirado por el chorro de vapor cuya fuer-za le impulsa con gran velocidad en el canon de fusilpara que choque contra la piedra que se quiere cor-tar; con este objeto se mantiene el cañón á una dis-tancia de la piedra de seis pulgadas próximamente.

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Los fragmentos de arena, como los do piedra, casilodos en estado de polvo muy fino, salen con elvapor por los costados, ó retroceden á causa delchoque.

Cuando se corta el granito con un chorro de va-por á una presión de unas 300 libras por pulgadacuadrada (ó sea á 20 atmósferas) y una inclinaciónde V9 próximamente sobre la perpendicular, produ-ce aristas cortadas paralelamente, pero el mismochorro, obrando perpendicularmente sobre ladrilloblando ó piedra porosa, sólo produce aristas casiparalelas. Siempre es necesario dejar espacio bas-tante para que el vapor y la arena puedan escapar.Dirigiendo el tubo que produce el chorro sucesiva-mente sobre todas las partes de la superficie, la pie-di'ii resultará cortada, sea con costados paralelos,sea con costados entrantes, de tal modo que el vacíoformado tenga un diámetro más ancho en el fondoque en la superficie. Ahora se comprenderá bien, quecuando se eolooa sobre la superficie superior de lapiedra un patrón de metal con cualquier dibujo, el(•horro de arena cortará ó ahuecará la piedra enI odas las partes que no estén resguardadas.

Para producir dibujos sobre cristal, el papel re-cortado debe ser de una fuerza y de una durezaproporcionadas al grueso que se quiere quitar. Lascualidades que al parecer son necesarias para re-sistir la acción de la arena son flexibilidad, elas-ticidad y carencia de fragilidad. El cauchú, sobrelodo vulcanizado, posee en alto grado estas propie-dades; el pergamino y el papel-pergamino, tienentambién gran resistencia. Un patrón hecho con pa-pel batido, ó un tejido de hilo, adquiere más dura-ción cuando se le cubre de un barniz blando yelástico. Pueden trazarse dibujos sobre cristal ex-tendiendo sobre él, por medio de una brocha, unacomposición cualquiera, ó cubriéndole de gelatinaó de liga, y cortando la preparación, cuando estáseca, conforme al dibujo, para que sólo quede al des-cubierto la parte de cristal que ha de someterse ála acción del chorro de arena. Una capa de cera re-siste un chorro de arena de una presión de cinco óseis pulgadas de agua. Una capa de gelatina bicro-matizada, como la que se emplea en los procedi-mientos fotográficos, puede resistir la acción de unchorro de arena bastante tiempo para que las par-tes del cristal al descubierto queden grabadas: poreste procedimiento se han grabado fotografías.Cuanto más fina es la arena, más débil la presión,más fino el grano de la superficie que ha de gra-barse, más delicada y débil debe ser la composi-ción de las sustancias que se empleen como protec-toras para obtener un dibujo. Puede emplearse parael grabado por medio del chorro de arena, todos losprocedimientos por los cuales puede obtenerse undibujo con un cuerpo frágil. Para conseguir este

objeto hay muchos cuerpos en la naturaleza, plan-tas, hojas etc., que presentan bastante resistenciapara vencer la de la arena cuando se la aplica sobreuna superficie.

Cuando se somete la madera á un chorro de mo-derada velocidad, las primeras partes atacadas sonlas menos duras; de modo que los nudos y las lineasduras quedan en relieve. Cuando el chorro operacon moderada velocidad sobre superficies metálicas,la cantidad de metal arrancada es muy pequeña; domodo que los granos de arena producen muchísimasmordeduras en la superficie y hacen que ésta tomeun aspecto damasquinado; con un papel recortadopueden obtenerse toda clase de dibujos.

En vista de lo dicho, es evidente que con esteprocedimiento pueden hacerse todos los dibujosque se harían á la mano, y los que no podrían obte-nerse sino con grandes gastos; por ejemplo, se eje-cutan fácilmente sobre granito inscripciones de letrasfinísimamente trazadas; para hacerlas á mano exi-girían gran gasto, y por medio de la arena se hacencon suma prontitud y utilidad. Para ejecutar estegénero de trabajo se pulimenta primero la superficiede la piedra, después se figura en ella las letras dela inscripción con un barniz y se somete la superfi-cie al chorro; la inscripción queda en relieve, y lasletras son perfectamente finas. Esta operación seejecuta por medio de un chorro dirigido de delanteá atrás, con una velocidad de unos 20 piós por mi-nuto próximamente, y la piedra es perforada conlentitud á medida que el chorro pasa. Un trazadosobre una superficie de 10 pulgadas cuadradas,ahuecado en 3/n de pulgada se ejecuta en ocho mi-nutos, con una presión de vapor de 60 libras (4 at-mósferas) y por medio de un chorro de vapor en untubo de un diámetro interior de 5/s d

e pulgada.Tenemos una losa de mármol con adornos hechos

mediante dos operaciones; puesto un patrón del-gado de hierro sobre la superficie del mármol, sehizo un grabado de la mitad del grueso de la losa;hecha la misma operación por la parte opuesta deésta, con objeto de formar el calado, resultó un di-bujo con aristas vivas, á consecuencia de las formasagudas que el chorro determina. Este modelo tieneuna superficie de medio pié cuadrado y un gruesode 5/i de pulgada. Se practicó en treinta minutos,con un chorro de vapor de una presión de 80 libras(poco más de 3 atmósferas); sobre piedra blanda seejecutó un trabajo parecido en diez minutos. Tene-mos otra muestra obtenida en cristal duro de Va pul-gada de grueso.

Cuando la materia sobre que se opera no es deuna dureza uniforme, como sucede con el granito,que es un aglomerado de sustancias de diversa du-reza, el fondo de la entalladura no está á nivel, ylas partes más duras, como el cristal de roca, re-

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sultán talladas á menos profundidad, y es precisoacabar á mano el grabado; pero en las materias uni-formes, como el mármol y la pizarra, el chorro dearena produce un trabajo concluido. Este procedi-miento produce tablas de madera bien talladas; perose necesitan dos ó tres veces más tiempo paratallar la encina que el mármol, porque la maderatiene cierto grado de elasticidad que debilita la ac-ción de los granos de arena. Además, la encina tienedesigualdades en la fibra de la madera que impidenun nivel completo en la talla; pero si ésta se ejecutasobre boj, el trabajo es perfecto.

Cuando se opera sobre una presión de vapor máselevada, se pueden cortar las sustancias más duras.Así sucede con el corindo, sustancia doblementedura que el granito, y con el acero; tenemos unamuestra de 5/e de pulgada de grueso, y con una ra-nura de 5 pulgadas de longitud y */s de pulgada deancho, que ha sido hecha en treinta minutos próxi-mamente.

Cuando se deja gran espacio para el escape de laarena y del vapor después del choque, la cantidadde piedra cortada por el chorro de arena es muchomayor que si este espacio es pequeño y redu-cido. Cuando se cambia lateralmente con rapidez laposición del chorro sobre la piedra., de modo que laarena obre siempre sobre una superficie nueva, secorta mucho mejor que atacando el mismo sitio. Elmotivo consiste en que la arena, al rebotar sobro lapiedra, obra por interferencia sobre la arena nueva-mente proyectada. Esta interferencia es, sobre todo,sensible, cuando se quiere perforar un agujero pocomás ancho que el diámetro del chorro de arena. Yahe dicho que cuando el chorro de arena se mantieneó cuatro ó cinco pulgadas de distancia de la piedra,se corta mejor que cuando se le mantiene sólo áuna pulgada. Cuando el chorro de arena se proyectaformando un ángulo de 30 á 40 grados con la per-pendicular , se corta también mucho mejor quecuando obra perpendicularmente sobre la piedra;diferencia que se explica, advirtiendo que la arenase esparce sobre mayor superficie de la piedra yque se evita la interferencia de los granos de laarena. La cantidad de arena empleada con un chorrode vapor dado, puede variar según el objeto que sepropone el operador. Cuando se ataca una piedrablanda en una extensión considerable de superficie(lo que permite un escape fácil), puede emplearsedos ó tres veces más arena que en los demás casos;pero cuando se quiere hacer una ranura en una pie-dra dura, vale más emplear menos arena.

Hé aquí las principales precauciones que es pre-ciso tomar para obtener los mejores resultados bajoel punto de vista de la economía de la potencia ydel tiempo empleado en el trabajo: primero, tenerun chorro de impulso de gran velocidad; segundo,

TOMO IV,

mantener la arena regularmente, de modo que puedacomunicársele, cuanto sea posible, la velocidad delchorro que le arrastra; tercero, dirigir el chorro so-bre la superficie que se desee, sin que pierda sufuerza en el cañón de fusil; y cuarto, asegurar alvapor y á la arena un escape que no dé ocasión áinterferencias por el rebote.

Cuando so quiere arrancar poca materia de la su-perficie de una sustancia dura y cuantas veces elchorro de arena sólo necesita una velocidad mode-rada, lo más conveniente es una corriente de aireproducida por un ventilador de rotación. Empléaseeste procedimiento para ahuecar ó deslustrar elcristal, la porcelana y los objetos de alfarería, seaen toda la superficie, sea en las partes que se deseefigurar.

Para grabar dibujos es más\;onveniente el aireque el vapor, porque con el aire la arena rebota enestado seco y deja el patrón intacto, mientras quecon el vapor la arena se humedece y se adhiere álos ángulos que forman las paredes del patrón conla piedra, perjudicando la exactitud del grabado. Laarena cae por una columna de suficiente altura; esimpulsada por el aire en un tubo y dirigida sobre elcristal. El chorro de arena corta la superficie delcristal ó la adorna estrellándola.

La corriente tiene una presión de cuatro pulgadasde agua: se la dirige al tubo cuya sección es de dospies cuadrados próximamente; después baja á unconducto más estrecho de una pulgada de ancho, ysale por la parte inferior con una velocidad pro-porcionada á la presión. En la parte superior delconducto del aire la arena se introduce uniforme-mente por medio de un conducto de una pulgada deancho cuya extremidad inferior está cerrada poruna plancha de hierro llena de agujeros de unc u a r t o ^ pulgada de diámetro, y distantes entre símedia pulgada, de modo que dejen paso á 15 ó 20pulgadas cúbicas de arena por minuto por cada pul-gada cuadrada de la sección del conducto. Al atra-vesar el conducto, la arena adquiere una velocidadproporcionada á la del chorro de aire, y choca con-tra la superficie del cristal que se coloca delante dela embocadura. Las placas de cristal están unidaspor correas de cauchú que marchan con una velo-cidad de unas ocho pulgadas por minuto, de modoque cada parte del cristal permanece expuesta ala ac-ción de la corriente de arena durante seis ú ocho se-gundos. Después de haber chocado contra el cristalel aire y la arena, pasan de lado á una gran cámarasituada debajo, en la que pierden su velocidad; laarena va al fondo y el aire sale por una aberturavolviendo al ventilador. Para disminuir la cantidadde polvo y de arena que pueden escaparse en laatmósfera exterior, se colocan hojas de cauchú queoprimen ligeramente el cristal en movimiento. La

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presión del chorro apoya los cristales en las cor-reas que los conducen. La arena se saca del depó-sito donde va á parar, y se la coloca de nuevo enlit caja: operación que se repite hasta que la arenallega á ser muy menuda.

M. NJBWTON.

(Les Mondes.)

LA CATÁSTROFE DEL «CÉNIT».

MUERTE DE LOS AERONAUTAS ¡1IVEL Y GBOCÜPINELLI.lii jueves 15 de Abril de 1875, á las 11 y 35 de la

mañana so elevaba el globo Cénit desde la fábricade gas de la Villette. íbamos en la barquilla Crocé-Spinelli, Sivel y yo. Atados á ella llevábamos tresglóbulos llenos de una mezcla de aire á 70 por 100de oxígeno. En la parte inferior de cada uno deellos, un tubo de cauchú atravesaba un frasco laba-dor lleno de una sustancia aromática. Este aparatodebía proporcionar á los viajeros, en las altas regio-nes de la atmósfera, el gas comburente necesariopara mantener la vida. Suspendido por fuera de labarquilla había un aspirador de vuelta, lleno deesencia de petróleo, que la baja temperatura nopuedo solidificar; iba á ser estivado verticalmente á3.0(10 metros de altura, para hacer pasar el aire enlos tubos de potasa destinados á las mediciones delácido carbónico. Sivel había atado al alcance de sumano algunos sacos de lastre, que se vaciaban porsí mismos al cortar un cordelillo que les sujetaba, yhabía colocado debajo de la barquilla un grueso col-chón de paja para amortiguar el choque de la caida.Oocé-Spinelli llevaba consigo su bello espectrós-copo, que con tanta frecuencia empleamos en elprecedente viaje del globo Cénit (1). Se habían sus-pendido á las cuerdas de la barquilla dos baróme-tros aneroides, comprobados aquella mañana en lamáquina neumática, y dando el primero presionescorrespondientes á las alturas de 0 á 4.000 metros,y el segundo las de 4.000 á 9.000 metros. Al lado deestos instrumentos pendían: un termómetro de al-cohol enrojecido, dando la medida de las bajas tem-peraturas hasta —30°; un termómetro á mínima y ámáxima, que un cordolillo sin fin, fijado á la válvulaen el eje vertical del globo, podía hacer subir y ba-jar en medio de la masa del gas. Por encima, y enuna caja sellada, estaban encerrados ocho tubosbarométricos testigos, bien embalados en serrín demadera, y destinados á presentar, cuando bajáse-mos, indicaciones exactas sobre el máximun de al-

(1) La descripción de este viaje se ha publicado en el numero 61 deIUVISTA El'uoriA, t. IV, p'ag. 304.

tura á que llegasen los viajeros. El instrumentoinventado por M. A. Penaud para determinar la ve-locidad de la marcha del globo, mapas, brújulas,cuestionarios impresos para ser arrojados desde labarquilla, gemelos, etc., completaban el material dela expedición.

Partimos envueltos en un sol esplendente, emble-ma de alegría y de esperanza.

¡Tres horas después de la partida, Sivel y Crocé-Spinelli estaban inanimados en la barquilla! ¡A másde 8.000 metros de altura, la asfixia hirió de muerteá estos discípulos de la ciencia y de la verdad!

A su compañero de viaje, salvado milagrosamentede la catástrofe, corresponde olvidar por un mo-mento el dolor de su corazón, desechar tristes re-cuerdos y sombrías visiones, para referir los hechosobservados durante la exploración, y decir lo quesabe de la muerte de sus infortunados y gloriososamigos.

Desde los primeros momentos de la ascensión queal principio se ejecutaba con una velocidad de dosmetros por segundo próximamente, siendo pocomenor á 3.500 metros de altura, y aumentándose á5.000 metros por la caida constante del lastre ypor la acción de un sol abrasador, tomó Sivel laprudente precaución de descender la cuerda delancla, y de prepararlo todo para la bajada. Ape-nas estuvimos á 300 metros de la tierra, exclamócon alegría. «Henos ya en camino, amigos mios. Es-toy muy contento.» Poco después, mirando al globoredondeado sobre nuestras cabezas, añadió: «Ved elCénit. ¡Qué hinchado está! ¡Qué bello es!»

Crocé-Spinelli me decía: «Vamos, Tissandier; va-lor. Al aspirador, al ácido carbónico.» Y yo dispo-nía mi experimento para hacer pasar 70 litros deaire en los tubos de potasa á 4.000 y á 6.000 me-tros. Pero estos tubos, que en el último momentono tuve fuerza para encerrar en su caja almohadi-llada, debían romperse en mil fragmentos á la ba-jada. Estos experimentos se reprodujeron poste-riormente.

A la altura de 3.300 metros el gas salía con fuerzapor el apéndice abierto sobre nuestras cabezas. Elolor era fuerte, y aunque ni á Sivel ni á mí nos in-comodase, debo dar cuenta de las siguientes líneasque he encontrado escritas en la cartera de Crocé-Spinelli:

«11 h. 57'. H. 500.—Temperatura -t-1".—Ligerodolor en los oídos. Alguna opresión. Es el gas.»

Añadiré que el Cénit no estaba completamentelleno para dejar ancho espacio á la dilatación.

A 4.000 metros el sol era ardiente, el cielo res-plandecía, extendiéndose por el horizonte numero-sos cirrus, dominando una niebla opalina que for-maba inmenso círculo alrededor de la barquilla.

A 4.300 metros comenzamos á respirar oxígeno,

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no porque sintiéramos la necesidad de recurrir á lamezcla gaseosa, sino porque queríamos convencer-nos de si nuestros aparatos, perfectamente dispues-tos por M. Limousin, según las proporciones indica-das por M. P. Bert, funcionaban bien.

Debo decir en este momento, que mi querido é in-olvidable Crocó-Espinelli había insistido con energíaen que yo formase parte de la ascensión á grande altura, que al principio debían sólo realizar él y Sivel.

M. Hervé-Mangon, presidente de la Sociedad denavegación aérea y M. Hureau de Villeneuve, secre-tario general, no aprobaban este proyecto, sólo portemor de privar á Sivel de la cantidad de lastre su-ficiente, pues el peso de mi cuerpo había de dismi-nuir éste. Dichos señores cedieron, sin embargo, álas apremiantes instancias de Crocé-Spinelli. ¿Quiénhubiera resistido al encanto de su palabra convin-cente y de su mirada? «Amigo Tissandier, me decíaCrocé algunos dias después de la primera ascensióndel Cénit, estad tranquilo; vendréis con nosotros.Yo no os abandono. Se necesitan tres, en una as-censión de altura para confirmar mejor los resulta-dos. Y ¿quién sabe? Puede ocurrir un accidente. Seisbrazos valen más que cuatro. Además, es preciso querespiréis el oxígeno en las altas regiones para afir-mar como nosotros que esto es eficaz, que esto esnecesario.»

Crocó-Spinelli tenía ardiente amor á la verdad, yno podía admitir él, tan franco, tan leal, que se pu-sieran en duda sus afirmaciones. A la altura de7.000 metros, á 1 h, 20', respiré la mezcla de aire yoxigeno, y sentí, en efecto, todo mi ser ya opri-mido, reanimarse á la acción de este cordial. A7.000 metros escribí en mi cartera de á bordo, lassiguiente líneas: Respiro oxigeno. Excelente efecto.

A esta altura, Sivel, que tenía extraordinariafuerza física y temperamento sanguíneo, comenzó ácerrar los ojos por momentos y á ponerse soño-liento y algo pálido. Pero esta alma valerosa no seabandonaba mucho tiempo á los impulsos de la de-bilidad; se erguía con expresión de firmeza; mehacía vaciar el líquido eontenido en mi aspiradordespués de mi experimento, y arrojaba lastre parallegar á regiones más elevadas. En el pasado añohabía estado Sivel con Crocé-Spinelli á 7.300 me-tros de altura; quería este año subir á 8.000 me-tros, y cuando Sivel quería una cosa, necesitábansegrandes obstáculos para impedir la realización desu deseo. Crocé-Spinelli tenía desde hacía algúntiempo la mirada fija en el espectróscopo. Estaba,al parecer, radiante de alegría, y había exclamadoya: «Hay ausencia completa de rayas de vapor deagua.» Pronunciadas estas palabras, continuó susobservaciones con tal ardor, que me rogó escri-biese en mi cartera el resultado de la-s lecturas enel termómetro y el barómetro.

Durante el curso de esta rápida ascensión, y enmedio de las múltiples ocupaciones que nos asedia-ban, nos fue muy difícil conceder á las observacio-nes fisiológicas la necesaria atención. Reservába-mos nuestras fuerzas sobre este punto para elmomento en que estuviésemos en el aire de las re-giones superiores, sin sospechar el funesto desenlaceque iba á paralizar nuestros esfuerzos; nos fue posi-ble, sin embargo, obtener los siguientes resultados,que copiamos de las carteras de á bordo:

Hora. Altura.

4,602 m. Tissandier, J1O pulsaciones por minuto.8,210 m. Crocé, temperatura bucul, 57° 50.5,300 m. Crocé, 120 pulsaciones por minuto.5,500 m. Tissandier, numero de inspiraciones determina-

das por Crocé, 26.ídem. Sivel, 15o pulsaciones por minuto.ídem. ídem, temperatura bucal, 57° 90.

Hé aquí el término medio de las observacionesque durante muchos dias consecutivos hicimos pre-cedentemente en tierra:

12 h121,l hl h

idId

. 48

. 55

. 03

. 05

em.era.

Pulsacionespor minuto.

Inspiracionespor minuto.

Temperaturabucal.

Crocé-Spinelli.. 74,85Sivel 76 á 86Tissandier 70 á 80

24Desconocidas.

19á23

37° 337° 537" 4

Mientras duró la ascensión hasta 7.000 metros,las observaciones termomótricas se ejecutaron contoda regularidad, indicando una disminución pro-gresiva de temperatura hasta 3.200 metros; un au-mento de 3.200 á 3.700, y, finalmente, una disminu-ción gradual de 4.000 hasta 7.000, y en adelante.

Hó aquí el resultado completo de las lecturas:

Horas

11 h.

11 h.

12 h.

12 h.,

1 h.

1 h.

30

40

15.

51

05

20

Alturr.s.

En tierra.364 metros.792

1.267 ,.2.000 "3.2003.5003.6984.1004.3874.6024.7005.2105.2105.3005.6005.8006.7007.0007.4008.000

Temperaturas.

-M4°11°8o

8o

V1°1°, 5r0°0"0°0o

— 3"— 5°— 5°— 5"— 5o

— 8"— 10°— 11°

Indeterminada

Por primera vez hemos determinado de un modoexacto la temperatura interior del globo, y creemosque tienen grande interés los resultados obtenidos.Sivel había arreglado perfectamente el eordelillo

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388 REVISTA EUROPEA. 9 DE MAYO DE 1 8 7 5 . N.° 6 3

destinado á la ascensión de un termometrógrafo enel globo, y Crocó-Spinelli hizo dos veces el experi-mento con ayuda del aparato que me había procu-rado. El termómetro de tubo corvo, conteniendo al-cohol y mercurio, que se elevaba en uno de losbrazos del tubo mostrando un indicio de hierro, seatraía previamente el indicio á la superficie del lí-quido por medio de un imán. El termometrógrafonos indicó que la temperatura del gas del globo erade 19° en el centro, y de 22° cerca de la válvula.Nos encontrábamos entonces á una altura de 4.600á S.OOO metros, siendo la temperatura del aire am-biente de 0°. Á 5.300 metros la temperatura interiordel globo llegó, en el centro, á 23°, mientras que elaire exterior se encontraba á —5". El termometró-grafo continuó dentro del globo durante nuestrodesvanecimiento, y le he encontrado intacto des-pués de la bajada; se había elevado á la temperatu-ra de 23°. Estos hechos nuevos explican por laconsiderable diferencia entre la temperatura del gasdel globo y la del aire que le rodea, la ascensiónrápida del buque aéreo en las altas regiones y suprecipitada caida á los niveles inferiores.

Llegó la hora fatal en que debíamos vernos aco-metidos por la terrible influencia de la depresiónatmosférica. A 7.000 metros los tres estábamos depié en la barquilla. Sivel, entorpecido un momento,se había reanimado; Crocé-Spinelli se hallaba in-móvil frente á mí. «Ved, me dijo, qué bellos son es-tos cirrus.» Era, en efecto, sublime el espectáculoque se presentaba á nuestra vista. Cirrus de diver-sas formas, alargados unos, ligeramente redondea-dos otros, formaban á nuestro alrededor un círculoblanco de plata. Al asomarse por los bordes de labarquilla veíase, como en el fondo de un pozo, cuyasparedes formaban los cirrus y el vapor inferior, lasuperficie terrestre que aparecía en los abismos dela atmósfera. Lejos de aparecer el cielo negro, te-nía un color azul claro y límpido. El sol ardiente nosquemaba el rostro, pero el frió empezaba á hacersentir su influencia, y ya hacía rato que nos había-mos envuelto en las mantas. Me vi acometido deentorpecimiento; mis manos estaban frias, heladas.Uuería ponerme mis guantes de piel; pero sin tenerconciencia de ello, la acción de sacarlos del bolsillo,necesitaba de mi parte un esfuerzo que no podíahacer.

A esta altura de 7.000 metros escribí, sin embar-go, casi maquinalmente en mi cartera: copio tex-tualmente algunas líneas que he escrito, sin que enla actualidad tenga recuerdo exacto de haberlo he-cho. La escritura es poco legible, porque el friódebía hacer temblar mucho la mano.

«•Tengo las manos heladas. Sigo bien; seguimosbien. Bruma en el horizonte con pequeños cirrus re-dondeados. Ascendemos. Crocé respira con fuerza.

Aspiramos oxígeno. Sivel cierra los ojos. Crocétambién cierra los ojos. Yo vacío el aspirador. Tem-peratura—10°, 1 h. 20. H. 320. Sivel está adorme-cido... 1 h. 28, temp. —11°, # .=300. Sivel arrojalastre. Sivel arroja lastre.» (Estas últimas palabrasapenas son legibles.)

Sivel había quedado, en efecto, algunos instantescomo pensativo é inmóvil; cerrando á veces losojos; recordaba, sin duda, que quería traspasar ellímite donde se encontraba entonces el Cénit. Seirguió, iluminándose súbitamente su enérgica fiso-nomía con inusitado resplandor; volvióse hacia míy me dijo: ¿Cuál es la presión?—30 (7.4S0 metrosde altura próximamente).—Tenemos mucho lastre.¿Lo arrojamos?—Haced lo que queráis, le respondí.Volvióse entonces hacia Crocé y le hizo la mismapregunta. Crocé bajó la cabeza, haciendo una señalmuy enérgica de afirmación.

Había entonces en la barquilla cinco sacos de las-tre, por lo menos, y otros tantos colgados por fueray pendientes de cordelillos; pero estos últimos noestaban completamente llenos ; Sivel había apre-ciado seguramente su peso; pero no podemos fijarnada sobre este punto.

Cogió Sivel un cuchillo y cortó sucesivamentetres cuerdas; los tres sacos se vaciaron, y ascendi-mos con rapidez. El último recuerdo claro quetengo de esta ascensión se refiere á un momentopoco anterior á ella. Crocó-Spinelli estaba sentado'tenía en la mano el frasco labador del gas oxígeno,la cabeza ligeramente inclinada, y parecía angus-tiado. Yo conservaba aún fuerza bastante para gol-pear con el dedo e! barómetro aneroide, á fin de fa-cilitar el movimiento de su aguja; Sivel acababa deelevar la mano hacia el cielo, como para mostrarcon el dedo las regiones superiores de la atmósfera.

Al poco tiempo conservaba una inmovilidad abso-luta, sin sospechar acaso que había perdido el usode mis movimientos. A 7.S00 metros de altura elentorpecimiento que le acomete á uno es extraor-dinario. El cuerpo y el espíritu se debilitan poco ápoco, gradual, insensiblemente, sin que se tengaconciencia de ello. No se sufre nada; todo lo con-trario. Se siente una alegría interior, y como unefecto de la radiante luz que nos inunda. Se llega áestar indiferente; no se piensa ni en la situaciónpeligrosa, ni en el riesgo que se corre; se asciende,y se siente uno feliz al ascender.

El vértigo que producen las altas regiones no espalabra vana; pero juzgando por impresiones perso-nales, este vértigo aparece en último momento,precediéndole inmediatamente el aniquilamiento sú-bito, inesperado, irresistible.

Cuando Sivel cortó los tres sacos de lastre, la al-tura era de 7.4S0 metros próximamente, es decir,bajo la presión de 300 (esta es la última cifra que

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N.° 63 G. TISSAND1ER. LA CATÁSTROFE DEL « C É N I T » . 389

escribí entonces en mi cartera). Creo recordar quese sentó en elTondo de la barquilla tomando casi lamisma posición que tenía Crocé-Spinelli. Yo estabaapoyado en el ángulo de la barquilla y me sosteníagracias á este apoyo. Al poco tiempo me sentí tandébil, que ni siquiera podía volver la cabeza paraver á mis compañeros. Quise coger el tubo de oxí-geno, pero no me fue posible levantar el brazo. Te-nía, sin embargo, el espíritu muy lúcido. Conti-,miaba mirando el barómetro con la vista fija en laaguja, que llegó pronto á la cifra de presión de 290,después á 280 y aun traspasó ésta.

Quise exclamar: «estamos á 8.000 metros,» perotenía la lengua como paralizada. De pronto cerré losojos y caí inerte, perdiendo por completo la me-moria. Era la una y treinta minutos.

A las dos y ocho minutos recobré un momento elsentido. El globo descendía rápidamente; pude cor-tar un saco de lastre para detener la velocidad y es-cribir en mi registro de abordo, las siguienteslíneas:

«Descendemos; temperatura—8o; arrojo lastre,-ff=31S. Descendemos. Sivel y Crocé están aún des-mayados en el fondo de la barquilla. Descendemoscon gran rapidez.»

Apenas había escrito estas líneas, sobrecogiómeuna especie de temblor y caí de nuevo desvanecido.El viento era violento de abajo á arriba, y demos-traba un descenso rapidísimo. Algunos momentosdespués sentí que me movían por el brazo, y reco-nocí á Crocé, que se había reanimado. «Arrojad las-tre, me dijo, descendemos;» pero apenas pude abrirlos ojos y no vi si Sivel se había reanimado.

Recuerdo que Crocé desató el aspirador y loarrojó, haciendo lo mismo con el lastre, las man-tas, etc. (1). Todo esto es un recuerdo extraordina-riamente confuso que dura poco, porque volví ácaer en una inercia más completa aún que la ante-rior, y parecióme que dormía el sueño eterno.

¿Qué fue lo que paso? Seguramente el globo, des-lastrado, impermeable como era y muy caliente, su-bió de nuevo á las altas regiones.

A las 3 y 30' próximamente, volví á abrir los ojosy me sentí aturdido, debilitado, pero mi espíritu sereanimó. El globo bajaba con una rapidez horrible;la barquilla se balanceaba mucho y describía gran-

(1) Según los informes adquiridos por la Sociedad de navegaciónaérea, por medio del alcalde de Courmenin (Loira y Cher) el aspirador,cayó cerca de una mujer sentada sobre la hierba con sus dos hijos. Suchoque contra la tierra produjo UQ ruido formidable. Recogióse en lasinmediaciones una manta y una caja almohadillada, hecha para garanti-zar los tubos de potasa. Recordaremos que el aspirador estaba vacio, queno pesaba más de 17 kilogramos, y que el infortunado Crocé-Spinolli, alarrojarle, no hizo nada contrario á las reglas de la aeronáutica, puestoque ia bajada era muy rápida. Cuando el globo volvió á subir, hubierasido preciso tirar de la cuerda de la válvula, pero sobrecogido de nuevopor la debilidad, no tuvo, sin duda, Crocefuerza para hacerlo.

des oscilaciones. Arrástreme de rodillas y moví áSivel y á Croco por los brazos.

¡Sivel! ¡Crocé! exclamé, despertaos.Mis dos compañeros estaban acurrucados en la

barquilla, con la cabeza oculta bajo sus mantas.Hice un esfuerzo y procuró incorporarles. Sivel te-nía la cara negra, los ojos empañados y la bocaabierta y llena de sangre. Crocé tenía los ojos mediocerrajos y la boca ensangrentada. Me es imposiblecontar detalladamente lo que pasó entonces. Sen-tía un viento horrible do abajo á arriba. Nos encon-trábamos á 6.000 metros de altura. Quedaban en labarquilla dos sacos de lastre y los arrojé; pronto vique se acercaba la tierra,\y quise coger mi cuchillopara cortar el cordel del ancla, pero me fue impo-sible encontrarlo. Estaba como loco, exclamandosin cesar: ¡Sivel! ¡Sivel!

Por fortuna, pude echar mano á un cuchillo ydejar caer el ancla en el momento preciso. El cho-que contra la tierra fue extraordinariamente violen-to. Parecía que el globo se aplastaba y creí que ibaá quedar en el sitio donde cayó; pero el viento erarápido y lo arrastró. El ancla no agarraba, y la bar-quilla iba arrastrando por los campos. Los cuerposde mis infortunados amigos eran removidos entodos sentidos, y á cada momento creía que iban ácaer de la barquilla al suelo; pude, sin embargo,coger el cordel de la válvula, y no tardó el globoen vaciarse, rompiéndose después contra un árbol.Eran las cuatro.

Al saltar á tierra sentí una sobrexcitación febril,y caí al suelo completamente lívido, creyendo queiba á unirme con mis amigos en el otro mundo.

Me reanimé poco á poco; acudí junto á mis des-graciados compañeros, que estaban ya frios y cris-pados, é hice llevar sus cuerpos á una granja próxi-m a ^ o s sollozos me ahogaban (1).

La bajada del Cénit se verificó en las llanuraspróximas á Ciron (Indre), á 250 kilómetros de París,

(1) El relato de esta última parte del viaje ha sido escrito al díasiguiente de la catástrofe, en una carta dirigida á M. Hervé-Mangon,presidente de la Sociedad francesa de navegación vérea. Adviértese enél la impresión que entonces sentia, y no he añadido ni cambiado nada,porque no sabría narrar hoy de un modo más completo este horribleacontecimiento, y aun dudo que tuviera fuerza para describirlo, it no lohubiera hecho antes, en un momento de fiebre: juzgaráse del estado dasobrexcitación en que me encontraba al llegar á tierra por el siguientehecho: Cuando corté la cuerda, que sujetaba ei ancla, con el cuchilloque tenía en la mano derecha, me hice al mismo tiempo, sin sentirlo,una cortadura en el Índice de la mano izquierda, conteniéndome sóloal ver la sangre. Las maniobras del descenso, como el arrojar el anclaen el momento conveniente, abrir la válvula durante el arrastre, etc . ,han sido hechas, en cierto modof instintivamente, gracias á la costum-bre adquirida en mis anteriores viajes. Publico estos detalles , porquecreo que tienen interés fisiológico. ¿El estado de sobrexcitación febrí! se-guido de abatimiento, fue resultado de ta influencia de la depresión ódel susto que me produjo la vista de mis infortunados amigos, muertestan repentinamente y de un modo tan terrible? Quiza provenía de ambsscausas reunidas.

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390 REVISTA EUROPEA.—9 DE MAYO DE 4 8 7 5 . N.°63'A vista de pájáto. Según los cuestionarios,arrojadosdesde la barquilla y enviados á la Sociedad de nave-gación aérea, por quienes los recogieron en tierra,estoy seguro de que el Cénit no se desvió en sucamino; que el viento soplaba en línea recta, y qaesu dirección fue constante hasta la altura de 8.000metros. Su velocidad era seguramente más consi-derable en las altas regiones de la atmósfera que enla superficie del suelo. Los cuestionarios tardaronunos 30 minutos en descender desde la altura de7.000 metros hasta la tierra. Un papel lanzado ma-quinalmente por mí á las tres y 30 minutos en el se-gundo momento efl que recobré el sentido y man-chado de sangre á causa de una ligera cortaduraque me había hecho en la mano antes de mi pri-mer desmayo, fue recogido revoloteando todavía enla atmósfera 35 minutos después de haber llegado átierra el globo.

Hecha la historia de la ascensión del Cénit, llegoá dos puntos importantes que han preocupado gran-demente la atención del mundo sabio y del público.

¿Cuál es la altura máxima á que ha llegado elCénit?

¿Cuál es la causa de la muerte de Grocé-Spinelli yde Sivel?

La primera cuestión está hoy resuelta por la aper-tura de los tubos barométricos testigos, imaginadospor M. Janssen, y empleados ya por Sivel y Crocé-Spinelli, cuando su ascensión á 7.300 metros (22 deMarzo de 1874).

Estos tubos son gruesos, alargados, encorvadosen su extremidad inferior, cuya abertura es capilar.Su largo es de 0m,50; su diámetro interior de uno ádos milímetros. El tubo está lleno de mercurio: cuan-do llega á las regiones superiores, donde la presiónes inferior á 50, el mercurio desciende y se esca-pa por la abertura capilar inferior. Si se llega ála presión 26, por ejemplo, el mercurio bajará hastala mitad del tubo. La cantidad de mercurio restanteen el tubo da á la vuelta la presión mínima. No haypara qué decir, que la capilaridad inferior es tal, queel choque no puede dejar escapar el mercurio, y lostubos llevados por los aeronautas están embaladoscuidadosamente, y encerrados en una caja selladapara reconocer su autenticidad á la bajada.

La operación, en lo que á la ascensión del Cénitconcierne, ha sido hecha en el laboratorio de físicade la Sorbona con el concurso de los señores Ber-thelot, Jamin y Hervé-Mangon. Los tubos que yollevé fueron colocados bajo la máquina pneumáticacon un barómetro. Se hizo progresivamente el va-cío hasta reducir la columna de mercurio á la ex-tremidad encorvada del tubo, en las condiciones enque debía encontrarse cuando llegásemos á la mayoraltura. Un tubo se rompió, algunos otros experi-mentaron accidentes ó funcionaron mal, pero en dos

de ellos la marcha fue regular y nos proporciona-ron resultados concordantes. Tendían á establecerque la más débil presión era de 264 á 262 milíme-tros, lo que da la altura máxima de 8.540 y 8.601metros (corrección hecha de la presión en la super-ficie de la tierra).

Como en el instante de mi desfallecimiento á8.000 metros de altura la aguja del barómetro pasa-ba rápidamente sobre la cifra de la presión 28 (8.002metros) é indicaba así una ascensión de gran velo-cidad, estoy persuadido de que hemos llegado áesta altura de 8.600 metros desde la primera ascen-sión. Después áñ primer descenso, Crocé-Spinelli yseguramente Sivel, vivian aún, y perecieron cuandoel globo llegó por segunda vez á los niveles eleva-dos que acababa de abandonar, y que no debió tras-pasar por <no permitirle subir más alto su peso y suvolumen.

No es para mí dudoso que la muerte de los dosinfortunados ha sido consecuencia de la depresiónatmosférica. Puede soportarse durante corto tiem-po la acción de esta depresión, pero es difícil sufrirsu efecto durante dos horas casi consecutivas.Nuestra permanencia en las altas regiones ha sidomucho más larga que la de todas las precedentesascensiones á grande altura. Añadiré que el aireparticularmente seco, acaso haya ejercido funestainfluencia.

Preguntaráse cuál es la causa de mi salvación. Yodebo la vida á mi especial temperamento, esencial-mente linfático, y acaso á mi desmayo, que fue unaespecie de detención de las funciones respirato-rias. Estaba en ayunas al partir, y al principio creíque sólo yo de los tres me encontraba en tal caso;pero después adquirí la prueba de que si Sivel habíacomido, Crocé no tenía, como yo, ningún alimentoen el estómago.

La depresión es considerable á la altura de 8.600metros, puesto que la columna mercurial del baró-metro es de 0m ,26 próximamente. Las pocas as-censiones á grande altura precedentes distan muchode llegar á este nivel. Gay-Lussac, en 1804, llegóá 7.004 metros; Robertson y Lhoest, en 1803, á7.400; Barral y Bixio, en 1852, á 7.016; Welsh, enel mismo aflo, á 6.990. Se ve, pues, que todos estosviajes tienen por límite, alturas de 7.000 á 7.400metros. Creemos que estas alturas pueden conside-rarse como los límites de la atmósfera respirable.

Nuestro maestro y amigo M. Glaisher subió en1862 á la altura de 8.838 metros, y allí se desmayósúbitamente, estando á punto de perder la vida. Élmismo nos ha dicho que se sentía morir. En cuantoá la altura mayor á que supone haber llegado(11.000 metros), nos parece muy dudosa, puesto queno la determina sino por una proporción algebrai-ca, deducida de la velocidad del globo á la subida y

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N.°63 E. SÁNCHEZ NAVARRO. LA CIENCIA Y LA FE. 391á la bajada. El respetable sabio admite que estasvelocidades fueron constantes mientras duró su des-vanecimiento, y por el contrario, debieron variar,habiendo podido llegar á ser nula la velocidad de laascensión. Añadiremos que M. Glaisher había hechoantes muchas expediciones análogas, acostumbrán-dose poco á poco y habituando su organismo á laacción de la depresión del aire, lo cual hacía quetuviese facultades especialísimas para estos viajespeligrosos.

Tengo la persuasión de que Crocé-Spinelli y Sivelvivirían aún, á pesar de su prolongada permanenciaen las altas regiones, si hubiesen podido respiraroxígeno. Debieron perder, como yo, súbitamente lafacultad de moverse, y los tubos abductores del airevital escaparían á sus paralizadas manos. Pero estasnobles víctimas han abierto á la investigación cien-tífica nuevos horizontes; estos soldados de la cien-cia, al morir, han mostrado con el dedo los peli-gros del camino, á fin de que se sepa, después deellos, preverlos y evitarlos.

GASTÓN TISSANIMER.

(La Nature.)

LA CIENCIA Y LA FE.

La enérgica protesta que contra el materialismomoderno hizo no há mucho tiempo el ilustre quí-mico M. üumas en la Academia de Ciencias de Pa-ris, ha sido secundada recientemente por el sabioM. Rousset, director de aquella corporación, en elbello discurso que ha pronunciado en respuesta alde recepción de M. Caro, de cuyo discurso extrac-taremos la parte relativa á tan importante asunto.

Es verdaderamente consolador, en esta época dedudas, de negaciones, y, lo que es aún peor, de in-diferentismo hacia las verdades salvadoras de lahumanidad, y cuando se quiere hacer creer que lamayoría de los sabios las niega ó las mira con des-dén; es verdaderamente consolador, repetimos, quelos hombres eminentes que han consagrado toda suvida al estudio de las ciencias, y que ocupan lospuestos más distinguidos en una de las primerascorporaciones científicas de Europa, prueben de unmodo irrefutable, para los que no niegan la eviden-cia, y afirmen con noble entereza que la ciencia y lafe no son en manera alguna incompatibles. Por ellomerecen ciertamente bien de la humanidad, tantocomo sus mayores bienhechores; que la ciencia de lanegación y de la duda marcha presurosa por una pen-diente que sólo conduce á la barbarie y á la disolu-ción social, si la verdadera ciencia no le cierra elpaso con decisión y firmeza.

Sí, sólo á la barbarie y a la disolución social pue-den conducir las conclusiones á que han llegado,después de las más profundas investigaciones, lossectarios de la falsa ciencia alemana, que abundanen Inglaterra y Francia, y no faltan por desgraciaen España. Éstos han declarado, que lo han apren-dido todo, y que decididamente Dios es un mito.Esta negación, que sería nueva y original si el poetaLucrecio, inspirado en las doctrinas de Epicuro, nole hubiese quitado ese mérito hace muchos siglos, yque ha sido reproducida bajo todas las formas de laciencia alemana, desde las más nebulosas de Kant,Hegel, etc., hasta las francas en demasía de Büch-ner, Virchow, etc., la vemos ahora proclamada enla Revue des Deux Mondes por M. Reville, en nom-bre de los físicos modernos. Según él, no ha habidocreación, ni diluvio, ni milagros, y los seres hannacido espontáneamente. «Ya no es á los teólogos»á quienes corresponde decidir en definitiva sobre«estas cuestiones, sino los físicos, los fisiólogos, los«geólogos y los naturalistas los que intiman á las«ortodoxias tradicionales á que renuncien aquellas«de sus pretensiones que implican opiniones sobre»la naturaleza que la ciencia moderna declara erró-aneas.» Prescindiendo del estilo de esta intimaeion,diremos que M. Reville se equivoca al hablar ennombre de los físicos modernos, pues los más emi-nentes, no sólo no participan de su opinión, sino quesostienen la contraria. A su intimación contestare-mos, que «nosotros estamos en posesión y que porconsiguiente nada tenemos que probar, siendo losque la niegan los obligados á presentar sus argu-mentos. Las tres cuartas partes de los propietariosserían despojados, si se les obligara á presentar sustítulos; pero la posesión es el principal, y los que laatacan son los que deben explicarse. Éstos dicen:Probad que el mundo ha sido creado. Nosotros res-pondamos: Probad que no lo ha sido. Entonces elsabio de la negación se ve obligado á entregarse álas hipótesis y á los sistemas, y nos refiere que elmundo ha comenzado por el agua, por el fuego, porel gas, etc. Sobre esto hay cien sistemas: algunasfuerzas que se han reunido y combinado durantemillones de siglos han producido lo que hoy ve-mos (!).« Pero si los sabios más eminentes sólo co-nocen algunas leyes de la naturaleza y escaso nú-mero de hechos, conviniendo todos en esto, ¿cómopretenden algunos hacernos creer lo que no han po-dido ni podrán demostrar jamás? Admitimos sus afir-maciones en el terreno peculiar de las ciencias na-turales, cuando en ese terreno nos demuestran elresultado de sus experimentos; pero cuando, ne-gando la distinción de las ciencias, entran en elterreno de la teología, de la filosofía, de la moral ó

(1) M. Coquille.

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do la política, es absurdo que pretendan juzgarlo todocon su física, y no les alcanza la inmunidad de losprocedimientos experimentales.» Entonces tenemosel derecho de examinar si conocen la historia, lafilosofía, etc., y de considerar locos en este terrenoá los que consideraríamos sabios en el terreno de lafísica. Porque si esta ciencia tiene sus leyes, no engran número por cierto, podemos afirmar con unsanio ilustre (1), que «hay mil veces más leyes encualquiera de las ciencias de razonamiento, como laontología, la metafísica, la moral, la filosofía de lahistoria, que en el inmenso cúmulo de las cienciaspositivas.» Los dogmas del cristianismo, la unidadde la especie humana, la existencia de Jesucristo,su divinidad, probada por los milagros, la misión delos apóstoles, la conversión del mundo y cuantoniega la ciencia alemana, son hechos tan perfecta-mente demostrados, á la manera de todos los he-chos de la historia, como los de la civilización de laantigua Grecia, del poder militar de Roma, la exis-tencia de César, etc., y están mucho más claros queno pocos de los experimentos físicos de que cier-tos sabios se enorgullecen tanto.

Pero, de deducción en deducción, aunque olvi-dando la lógica, M. Reville, por medio de lo que élllama «revelaciones científicas,» llega á «la terriblecuestión de la realidad del mundo exterior,» yabandonando el materialismo, que acaba de procla-mar, concluye por declarar que no sabe si el mundoes real, y si nosotros mismos no somos sino «elsueño de una sombra,» según Píndaro.

Esta última conclusión de M. Reville, que no esotra cosa que la máscara de la negación, se avienemal con la primera; no es más nueva y original, yha sido exhumada y puesta á la moda por la mismaciencia alemana. En efecto, en la celebración deltercer centenario de la Universidad de Leyde, á queasistieron los delegados de varias de Europa, y al-gunos profesores de la Sorbona, del Colegio deFrancia y de otras asociaciones científicas, el rectorHeynsius, en el discurso que pronunció, declaró quela duda es la base de todo conocimiento. Hé aquí laquinta esencia, la última palabra de la ciencia ale-mana de hoy. Después de tan profunda conclusiónestán demás los profesores y los establecimientosde enseñanza, porque lo que se duda se ignora, loque se ignora no se puede enseñar, y no habiendoqué enseñar, son inútiles las universidades y co-legios. Este descubrimiento de la ciencia alema-na es preciso que lo acepten y lo crean con fe susadeptos, con toda la fe que les exige para consi-derarlos sabios á la moda; y el rector Heynsius nodudará, siquiera por excepción, haber prestado ungran servicio á la humanidad publicándolo genero-

(1) M. Moigno, redactar de la Revista de Ciencias Let Monde!.

sámente. Mas, por fortuna, serán infinitos los incré-dulos: que, á pesar de lo mucho que para extraviarel buen sentido se trabaja, cada dia aumenta el nú-mero de los que saben á qué atenerse respecto á laciencia y las universidades tan celebradas de Ale-mania. Cuando menos, podrán preguntar á esos sa-bios, si no estando seguros de nada, lo están de laverdad de sus argumentos, y qué garantías dan desu buen sentido.

«Decididamente la llamada ciencia moderna estácogida en flagrante delito de locura (4),» y susaberraciones justifican la importancia y utilidad dela discusión que el eminente doctor Lefebvre, pro-fesor de la universidad de Lovaina, suscitó no hámucho tiempo en la de Bruselas para investigar lascausas de la locura, cuya enfermedad se desarrollaen proporciones espantosas. Este desarrollo, segúnla estadística, es más rápido que el de la población,de donde se sigue que no está lejana la época enque estando en mayoría la parte loca de la humani-dad, pondrá á buen recaudo á la parte razonable, ygobernará el mundo á su manera. Exagerados po-drán parecer á primera vista estos datos estadísti-cos; pero existen realmente, y prueban con la ló-gica inflexible de los números la eficacia y actividaddel veneno que la falsa ciencia no cesa de inocularen la sociedad.

En vista de esto ¿qué empresa más noble puedehaber para la ciencia verdadera, que la que vieneprosiguiendo, con la energía que presta la verdad,en defensa de su hermana inseparable, la fe, redo-blando sus esfuerzos á medida que aumentan losataques que contra ésta se dirigen? En tan noble lidse distinguen desde hace tiempo las eminencias delsaber en Francia, señalándose también, como siem-pre, ilustres publicistas españoles.

Hé aquí, pues, lo que M. Rousset ha dicho sobretan importante materia, en el elocuente discursoque hemos mencionado al principio, cuyo estilo fir-me, sobrio y preciso, revela la elevación de carác-ter de su sabio autor.

«La metafísica ha sufrido bastantes contratiempos;algunos entienden que está muerta desde hace mu-cho tiempo, habiéndole dado Voltaire el últimogolpe hace más de cien años. Sin embargo, ha so-brevivido: la burla de Voltaire no la ha matado,como creo que no la matará lo que hoy se llamaabusivamente el espíritu científico. Tan verdadera-mente vive como lo demuestra el libro de M. Carosobre la Idea de Dios, libro de la más pura metafí-sica, del que se han hecho tres ediciones el primeraño, y existen hoy cinco. Nada más saludable queel éxito duradero de esas obras serias, grandes yenérgicas: la inteligencia del lector y el talento del

(1) M. Coquillo.

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N.° 63 E . SÁNCHEZ NAVARRO. -LA CIENCIA Y LA F E . 393

escritor, se ilustran y se elevan con el asunto. ¿Yqué asunto puede haber más grande y más luminosoque éste? Dios, Causa primera, Razón soberana,Creador del mundo, que su Providencia sostiene ygobierna; el alma humana, inmaterial ó inmortal, li-bre y voluntaria, unida al cuerpo, pero distinta deél, superior á él, creada para sobrevivirle; en unapalabra, todo lo que una voz elocuente (1) recla-maba no há mucho como el glorioso patrimonio delgénero humano; hé aquí las verdades sublimes quese defienden en ese libro. No puede sorprendernosde ningún modo el hecho de que sean atacadas: elataque es tan antiguo como la dialéctica; pero losprocedimientos son los que so renuevan, y es pre-ciso para combatirlos renovar también los mediosde defensa.

Una coalición asedia hoy al esplritualismo. Trosó cuatro sistemas contrarios han combinado susataques; si resiste á éste, queda la esperanza de queno se escapará de aquél ó, al menos, de este otro.Desembarazados por completo del enemigo común,los coaligados, como de costumbre, se disputaránla gloria y los despojos. En efecto, tienen principiosque no se concilian. Hé aquí el panteísmo, en el queDios, siendo todo, no es nada; pues ni tiene exis-tencia distinta, ni voluntad propia. En el sistema in-mediato, Dios ha podido existir un momento en elorigen de las cosas; pero una vez la impulsión dada,la materia en movimiento, se ha hecho del todoinútil, y las causas secundarias, desde entonces su-ficientes, se han desembarazado cortesmente y pocoá poco de la Causa primera, dándole las gracias, éstaes la misma expresión de un jefe de escuela, dándolelas gracias por sus servicios provisionales ¡Error! di-cen los partidarios de la eterna trasformacion; Diosno ha existido jamás en el pasado; por más lejos quepudiesen llegar nuestras investigaciones, es necesa-rio mirar adelante y no atrás. Dios existirá tal vezalgún dia, nosotros nada afirmamos, pero según laley del progreso está muy probablemente en viasde aparecer. Vienen, en fin, los que decididamenteafirman que Dios no ha existido, no existe y no exis-tirá jamás; último término de la negación: éste es elmaterialismo absoluto, el ateísmo puro.

En esta rápida exposición he debido descuidarlos matices que representan, al parecer, un granpapel en las controversias metafísicas: no he indica-do todos los sistemas, y con mayor razón me guar-daré de citar nombres propios... Pero si las conve-niencias académicas me impiden nombrar á loscontemporáneos, puedo sin cuidado citar el ilustrenombre de Goethe. Este nombre reasume aproxi-madamente las teorías modernas y los procedi-mientos nuevos que se han puesto en uso para mirar

(1) M. Mignet, Noticc sur le due Víctor de Broglie.

al esplritualismo. Con el doble título de sabio y depoeta, ha dicho M. Caro, Goethe representa las aspi-raciones embrolladas y el eclecticismo confuso deun tiempo como el nuestro, en el que se pretendeconciliar una moral activa, la doctrina misma delprogreso, con un panteísmo que la hace imposiblede derecho, si no de hecho, y que lógicamente ladestruye... Estudiando á un hombre tenemos todoun siglo á la vista.

Gcethe es como Stendhal, filósofo de profesión;pero tiene una filosofía más seria y más elevada.Después de haber atravesado el mistísimo á la car-rera, vino á caer bajo.la potente presión de Spinosa.Admiraba el genio del maestro, pero este maestroera un déspota. La inflexibilidad de sus fórmulasimperativas, geométricas, no podía convenir á estelibre y veleidoso espíritu que decía con gusto de sfmismo: «Yo no puedo contentarme con una solamanera de pensar.» Por medio de vigoroso esfuerzose separó, rompió sus ataduras, huyó llevando con-sigo, como fragmento de la túnica de Neso, un giróndel panteísmo. Este fue el momento en que lasciencias modernas tomaron magnífico vuelo; lo des-conocido retrocedía delante de ellas como enemigovencido; la luz invadía inmensos espacios y revelabael movimiento de la vida en regiones que, por loprofundas, se creían condenadas fatalmente á lastinieblas y á la muerte: el mundo de los infinita-mente grandes y el mundo de los infinitamente pe-queños, puestos ambos de manifiesto por instru-mentos ópticos de gran potencia, se hacían accesi-bles á la visión humana: habíase traspasado lofantástico de las antiguas leyendas. Atraída por elespectáculo de estas maravillas, la viva inteligenciade Goethe se apasionó; desde entonces tuvo dosamadas: la poesía y la ciencia. Sobrecogido de febrilardor,v«»nloquecido, éste era su nuevo amor, osten-tándolo con preferencia por medio de demostracio-nes algunas veces hiperbólicas. Tomo por ejemploaquella escena extraña del 2 de Agosto de 1830. Lanoticia de la revolución de Julio acababa de recibirseen Weimar. ¡Y bien! exclama Gcethe, viendo áEckermann llegar, ¿qué piensa V. de este granacontecimiento? El volcan ha hecho explosión; todoestá ardiendo, este no es ya un debate á puertascerradas. Esta, responde Eckermann, es una ter-rible aventura; pero en circunstancias semejantes,con tal ministerio, ¿se podía esperar otro fin quela expulsión de la familia real? Amigo mió, continuóGoethe, no nos entendemos; yo no hablo de esagente; me refiero á otra cosa muy distinta; hablo dela discusión tan importante para la ciencia que hasurgido públicamente entre Cuvier y GeoffroySaint Hilaire.» Eckermann estaba confuso, yo mismolo.estoy. No sé por qué, pero cuando pienso en estaanécdota, me es imposible no recordar al momento

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esta parte del terrible apostrofe de Herder á Goethe:«Que no vengan á divertirnos con situaciones decomedia.» No quisiera decir que no fuese sincera lapreocupación de Goethe; pero la expresión era enverdad exagerada.

Por desgracia el esplritualismo tiene que reconve-nirle de desdenes y olvidos más graves que los quepuede imputarle la política. Deslumhrado por el es-pectáculo del mundo sensible, Gcethe no ha tratadode ver más allá; la creación le ha ocultado al Crea-dor; todo lo ha conocido, todo, excepto á Dios. Lonombra, no obstante, y lo introduce á veces en susversos á título de personaje poético; pero seamoscautos, éste no es de ningún modo Dios, es la natu-raleza divinizada, es la vida universal que circulaincesantemente á través de la sustancia única, in-creada, indestructible, eterna. El mundo, que no hacomenzado jamás, que no tendrá fin jamás, lleva ensí el principio de su existencia, la fuerza. Cuando seelimina á Dios es necesario reemplazarle de unara¡mera plausible. Los que acusan al esplritualismode no pagarse sino de palabras, ¿están bien segurosde no tenerlas en demasía? la naturaleza, las fuer-zas, las formas, los átomos, ¡qué sé yo! Goethe esuno de esos grandes inventores de vocablos y desímbolos. Su imaginación fecunda crea fantasmasque se revuelven contra él mismo y que instantánea-mente le causan una emoción muy próxima al miedo.Fausto, enamorado de la belleza antigua, quiere áI oda costa evocar á Elena y á Páris; es necesarioque penetre en las entrañas de la tierra, en mediode las tinieblas, del silencio y del vacío. De repenteaparecen ante él divinidades misteriosas, guardia-jias feroces en sus tipos y en sus formas: las Madres.Un dia, el honrado Eckermann se aventura á pre-guntar al maestro la interpretación de este mito:Goethe, con los ojos desmesuradamente abiertos,sobrecogido de horror sagrado, se aleja repitiendo:«¡Las Madres! ¡Las Madres!... Esto suena de un modoextraño.» ¡Ni una palabra de explicación! Véase si laduda de Eckermann quedó desvanecida.

A mi vez le pregunto á cualquiera de los metafísi-cos de la naturaleza, no lo que son las madres, sinocuál es su opinior sobre el principio del mundo, yhó aquí que me mira con ojos espantados, comoGoothe, repitiendo: «¡Las fuerzas! ¡Las fuerzas!...Esto suena de un modo extraño.» Las fuerzas, ó,según la teoría de la unidad, preferida por la cien-cia moderna, la fuerza, ¿qué quiere decir esto? ¿Quées la fuerza y de dónde viene? Entre tanto pasa unsabio ilustre que, viendo la turbación de mi interlo-cutor, se acerca y nos dice: «La atracción que sos-tiene los astros en el espacio, ¿quién la conoce? Laafinidad que une las moléculas de los cuerpos, ¿noes una palabra cuyo sentido no alcanzamos? Nuestroespíritu se representa la materia como formada de

átomos, ¿sabemos nosotros si existen átomos? El fl-siologista que describe los fenómenos de la vida, ¿noignora lo que es la vida? Si el hombre se siente áveces soberbio de haber aprendido tanto, ¿no debe,con más frecuencia aún, sentirse bien humilde y bienpequeño de ignorar tanto? (1).»

Hó aquí otra gloria de la ciencia: el ilustre decanode los químicos franceses. Si se le pregunta qué eslo que piensa sobre la naturaleza, en el sentido quela entienden Goethe y sus partidarios: «No concebi-mos, responde, la opinión bastarda de los que, que-riendo desterrar de la lengua las palabras Dios yProvidencia, han dicho Naturaleza... No podemoscomprender un ser dotado de atributos divinos queno sea Dios, y que parece que no ha sido imaginadosino para decir á los espiritualistas: «Pensamoscomo vosotros,» y á los materialistas: «No creemosen Dios, pero, como vosotros, creemos en la natu-raleza sensible á nuestros sentidos» (2).

En fin, hace algunos meses, el presidente de laAsociación francesa para el adelanto de las cien-cias, uno de los sabios más eminentes, un maestrocuya autoridad científica está sostenida por una pa-labra elocuente (3), terminaba así su discurso deinauguración: «Tal es el orden de la naturaleza; ámedida que la ciencia penetra en él, patentiza losmedios puestos en obra, al par que la diversidad in-finita de los resultados. Así, tras esa punta del veloque la naturaleza nos permite levantar, nos dejaentrever en conjunto la armonía y la profundidaddel plan del universo. En cuanto á las causas prime-ras, permanecen inacesibles; aquí comienza otrodominio que el espíritu humano se apresurará áabordar y recorrer. Asi ha sido hecho y nadie podrávariarlo. En vano la ciencia le ha revelado á ese es-píritu humano la estructura del mundo y el orden detodos los fenómenos: él quiere remontar más alto,y en la convicción instintiva de que las cosas notienen en sí mismas la explicación de su existencia,su apoyo y su origen, se ve impulsado á subordinar-las á una causa primera, única, universal: Dios.»

Después de estos grandes testimonios—y yo ha-bría podido citar otros muchos,—¿á qué queda redu-cido ese pretendido desacuerdo, ese antagonismoque se agita entre el espiritualismo y la ciencia?¿La ciencia? ¿dónde la aprenderemos si no es en estaasamblea soberana adonde vienen voluntariamentede todos los puntos del mundo para ser juzgados ysancionados todos los descubrimientos, todas lasteorías? ¡Pues bien! si alguna vez yo sintiera debi-

(1) M. Dumas, Elogio de Augusto (te ta Rive. «La Íntima naturalezade las cosas, dice Balines, nos es, por lo común, muy desconocida... sa-bemos poquísimo (le los secretos de ln naturaleza.» El Criterio, Ob. i . a ,párrafo fl, cap. XII; y párrafo XIV, cap. XXI.

(2) M. Chevreul, Hintoire des connaissaneca chimiques.

(3) M. Wurtz.

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litarse mi creencia, vendría á la Academia de Cien-cias á afirmarla. Es verdad, y nadie puede titubearen reconocerlo, que la equivocación de la filosofíaha consistido en aislarse demasiado tiempo, en nointeresarse en el gran movimiento científico, cuyomérito corresponde á nuestro siglo XIX.

Mejor aconsejados y más alerta, los adversariosdel esplritualismo han tratado de torcer la corrienteen provecho de su causa, y como tomaron la delan-tera, parece que triunfaron desde luego. El espí-ritu filosófico, sorprendido por un instante, vuelveen sí poco á poco de este revés. A la joven es-cuela y á sus amigos corresponde colocar á la filo-sofía en su verdadero camino. El materialismo yel panteísmo nos han venido de Alemania: ¡que sevuelvan allí! Que la joven escuela acabe su obra;que restablezca la filosofía, y merecerá bien del es-píritu humano. No sin lucha se volverá á comenzarla obra eterna de la filosofía; pero con más segurosmétodos, con conocimiento más exacto y más ex-tenso de las relaciones de conjunto. Se examinaránde nuevo los dogmas esenciales, tan queridos de lahumanidad, y viendo que se concilian sin dificultadcon los datos de la ciencia, causará admiración quese haya podido creer, siquiera por un instante, quelos unos y los otros fuesen incompatibles.

Al declarar M. Rousset que si alguna vez sintieradebilitarse su creencia iría á la Academia de Cien-cias á afirmarla, justifica el famoso dicho de Bacon,repetido en otra forma por el gran matemático Cu-chy: «la ciencia nos lleva forzosamente á lo que lafe nos enseña.»

Séanos permitido añadir con Balmes, que «el ca-tecismo nos hace llegar desde nuestra infancia alpunto más culminante que señalara á la ciencia lasabiduría humana (1)»; que desde que se erigió lacruz en el Calva-rio, la verdad iluminó al mundo, yla ciencia quedó unida á la fe con lazo indisolublede amor en Jesucristo.

Bruselas, 15 de Abril de 1875.

EMILIO SÁNCHEZ NAVARRO.

EL RAYO CAUTIVO.

Ante el hilo metálico que extiendePor el aire sus curvas, y conduceLa rauda chispa que el espacio hiendeY la palabra humana reproduce,

Alcé maravillado el pensamiento,Interrogando al fuego que volaba,Y una voz escuché que por el vientoBrotando del metal así cantaba.

Yo soy la chispa rápidaQue cruzo del vacio

(1) Balines. El Criitrio, pimío \¡\, cap. xxi.

Los infinitos ámbitosCon raudo poderío;Yo soy el rayo fúlgidoQue lanza la tormentaAl conmover violenta

La azul inmensidad.

En la materia cósmicaPalpitación infundo,Y por los tules diáfanosDel éter me difundo;Yo habito de los átomosEn la impalpable esencia,Yo presto á la existencia

Su interna actividad.

Por la infinita atmósferaMi claridad lucía,En el fugaz relámpagoMi fuerza se perdía;La ley de mis fenómenosVelada con un manto,Causaba sólo espanto

Y universal terror.

En vano mis espléndidasVisiones ostentaba,En vano por las viscerasDel hombre circulaba;Los pueblos, cual satánicoPoder terrible, oculto,Me dieron torpe culto,

Cual numen destructor.

Un genio sapientísimo,Quehizo inmortal su nombre,De mi poder titánicoRindió la fuerza al hombre;Y entre la red galvánicaDe armónicos metales,Brotaron mis raudales

Con viva rapidez.

Luego que ante su cálculoRindiera mi pujanza,Otro, por hilo mágico,

J)e mi prisión me lanza,Y con su llave abriéndomeLa cárcel que me encierra,Me manda de ia tierra

Cruzar la redondez.

Entonces vibré, atónita,Al choque soberanoDel animado espíritu,Del pensamiento humano.Sentí que al beso vividoMi fuego se animabaY que mi lengua hablaba

Con misteriosa voz.

Por el cordón metálicoSiguiendo mi camino,Llevaba en mis partículasAlgo esencial, divino;Algo que allí impulsábameComo invisible espuelaY me gritaba: «vuela

Con ala más veloz.»

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396 REVISTA EUROPEA. 0E MAYO DE 1875. N.°63Ya desde entonces, pródiga,No soy la fuerza ocultaQue en el riñon recónditoDel mundo se sepulta;Ya soy la luz benéficaQue abandonó la sombra,Ya soy la voz que asombra

Con grito universal.

Al dilatar sus válvulasLa pila en que fermento,Por el alambre sólidoSalgo á cruzar el viento,En pos de mí llevándomeDel hombre que me lanzaLa Idea, la esperanza,

Y el eco inmaterial.

Cruzo desiertos áridos,Bosques, llanuras, cumbres,Ciudades donde agítanseDiversas muchedumbres;Supera los obstáculosMi infatigable vuelo,Atravesando el suelo

Con tan veloz poder,

Que apenas desprendiéndomeDe un punto, soy lanzada,Me encuentro ya en el términoDe la mayor jornada,Tornando en mi brevísimaCarrera de un segundo,Una ciudad el mundo,

La humanidad un ser.

Yo dicto del políticoLas leyes y decretos;En cifras aritméticasConduzco los secretos;Yo de las nuevas plácidasSoy mensajero y nuncio,Yo la fortuna anuncio

Del uno á otro confín.

Lenguaje soy simbólicoCon que hablan las naciones,Soy lazo que, estrechísimo,Concuerda sus acciones;Publico por los círculosDe la redonda tierraLos triunfos de la guerra,

Y de la guerra el fin.

Llevo IOÜ altos númerosCon que el comercio aunaEn sus profundos cálculosLa universal fortuna :Y la justicia lánzameSi al criminal persigue,Y por doquier le sigue

Mi vuelo vengador.

En el veloz telegramaLlevo á través del mundoPalpitaciones férvidas,Ecos de amor profundo;La esencia de las lágrimas,La voz de la esperanzaY cuanto grito lanza

La dicha y el dolor.

Llevo la voz tiernísimaCon que el que triste espira,Ausente llama, exánime,Al ser por quien suspira.Por mí le anuncia el términoDe su jornada erranteEl pasajero amante

A su intranquilo hogar.

Doy leyes á los subditos,Poder á los que imperan,Á los que sufren ánimo,Placer á los que esperan.Yo soy de los espíritusCadena, que, invisible,Con lazo indisoluble

Los tiene que ligar.

Llevo á los pueblos bárbarosY á márgenes incultasEl eco de las márgenesDe las naciones cultas.Del Ecuador al trópico,Y de éste al polo yertoCruzo con vuelo cierto

Sin encontrar confín.

En mi incansable vértigoNi el mar que fiero rugeDetiene de mis ímpetusEl indomable empuje.¿Qué importan ya del piélagoLas roncas tempestades,Sus vastas soledades

Que nunca tienen fin?

Si por el cable hondísimoDonde á la luz me escondoCruzo el cimiento cóncavoDe su insondable fondoY burlo el vuelo altísimoDe las marinas aves,De peces y de naves

Que, rauda, dejo en pos?

Por bajo del AtlánticoDel viejo ContinenteÁ la remota AméricaLlevo la voz potente,Y al suprimir de OcéanoEl valladar profundoHago tan sólo un mundo

De lo que fueron dos.

La mar ya no es obstáculo,Y aunque sus senos abra,Por bajo de ellos lánzaseLa universal palabra;Y vencedora, intrépida,Con la potencia miaLas fuerzas desafía .

Que encuentra por doquier.

De mis alambres múltiplesLa red cubre la tierraY' entre sus hilos férreosAprisionó la tierra,Y ya los hombres habíanse,

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N.° 63 J. VILANOVA. CIENCIA PREHISTÓRICA. 397

Vivienda más cercanos,Con el amor de hermanos

Que sólo deben ser.

Y yo establezco el vínculoDe universal concordiaQue apaga el odio estúpidoDe la mortal discordia;Y más que los despóticosMandatos de los reyes,Más que las duras leyes

Con su rigor fatal;

Y más que las tiránicasEspadas del guerrero,Más que la voz fanáticaDe errante misionero,Tiendo de amor purisimoLa universal cadena,Y de la paz terrena

Soy verbo fraternal.JOSÉ ALCALÁ GALIANO.

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS

Ateneo científico y literario.CIENCIA PREHISTÓRICA.

LECCIÓN XVI.—27 ABKIL.

Terminado el estudio de la época paleolítica, es-tamos en el caso de pasar revista á la llamada me-solítica, del cuchillo y del Reno; mesolítica, por en-contrarse los materiales que la representan en loshorizontes medios del terreno cuaternario y forma-ción diluvial; del cuchillo, por ser éste el más ca-racterístico entre los instrumentos de piedra, y delReno, por la importancia que este ciervo adquiereen dicho período.

Carácter geológico. Dos son los principales yaci-mientos naturales de los objetos característicos delperíodo que estamos examinando, á saber: el hori-zonte diluvial superior, conocido en Paris bajo ladenominación de Dilivium rojo, en Bélgica con elnombre de arcilla risilera y las turberas en sus ho-rizontes inferiores; siquiera en Europa no corres-ponda siempre en los diferentes países al mismoperíodo de la historia humana.

En Bélgica, donde esta época se halla muy des-arrollada y perfectamente representada por un nú-mero considerable de restos del hombre y de su in-dustria, el terreno, ó mejor, la formación diluvial,consta de los elementos siguientes:

i." Loess ó lehm con ó sin rícelas.2.° Arcilla amarillenta con rícelas.3.° Depósito arenoso con cantos rodados, con-

creciones calizas y conchas terrestres.4." Arenas y grava con conchas fluviales.5.° Cantos rodados con Elephas primigenius.Y 6.° Arena con grava.Comparada esta composición con el depósito di-

luvial del interior de las cavernas, resulta una per-fecta concordancia, repitiéndose iguales depósitos dela manera siguiente:

i.° Loess ó lehm, con ó sin risilas ó cantos an-gulosos.

2.° Arcilla amarillenta risilera con la Fauna del¿ieno y silex labrados.

3." Depósito de cantos rodados con concrecio-nes calizas, restos de Oso de las cavernas y silextallados.

4.° Arenas en la caverna dicha Trou de Frontal.5.° Cantos rodados con un diente canino de Oso.Y 6." Arena y grava con materia turbosa.De estas seis divisiones, la segunda y tercera

corresponden al período del Reno; el Loess ó lehmpertenece ya á la piedra pulimentada, y las tres for-maciones inferiores á la época paleolítica que quedaya estudiada.

Comparada esta composición con la del terrenodiluvial de las cuencas del Sena y Soma, se nota talconformidad, que no puede menos de atribuirse suformación á las mismas causas y á igual período.Sólo se advierte que la naturaleza de los materialesvaría en consonancia con la diversa estructura ycomposición geognóstica; pues mientras en Rélgicapredominan !os materiales procedentes de los ter-renos carbonífero, silúrico y granítico de la cordi-llera de los Ardenes, en Paris y Amiens, por ejem-plo, las rocas revelan su procedencia de los terrenosterciario, cretáceo y juranio.

Hé aquí ahora la composición de estas formacio-nes en las cuencas del Sena y Soma:

1." Loess, lehm ó tierra de alfareros (en Parisfalta).

2.° Arcilla arenosa roja, con fragmentos angulo-sos de pedernal de la creta, cubriendo las mesetas ylos valles, ocupando las sinuosidades que ofrece eldepósito inferior. Diluvium rojo.

3.° Arcilla arenosa y algo margosa, con conchasterrestres y concreciones calizas.

4." Arena cuarzosa, con conchas fluviales en sumayor parte.

5." Pedernal y otras rocas rodadas, mezcladascon cantos angulosos, quizás erráticos, de largaprocedencia.

6." Huesos de Mamuth.Terreno terciario ó cretáceo.Prescindiendo del Loess del valle Soma, que cor-

responde, como en Bélgica, al período posterior,los horizontes segundo y tercero por donde terminaen Paris la formación diluvial llamada Diluvium rojo,corresponden ó son las equivalentes de la épocamesoliticajj del cuchillo.

Análoga disposición ofrece el yacimiento de di-chos objetos en las diferentes cavernas estudiadasen Francia, tales como las de la Magdalena, Cro-Magnon, etc., así como en España, donde este hori-ronte se halla muy desarrollado, y en todos los paí-ses donde hasta el presente se ha estudiado, sinnotar más variación que la naturaleza de tos mate-riales, lo cual confirma lo que tantas veces hemosdicho, de ser el depósito diluvial resultado de unagran serie de inundaciones parciales, simultáneas ósincrónicas, con bastante probabilidad, mejor queefecto de un cataclismo universal.

Queriendo el eminente y malogrado Lehon darsecuenta de las causas que han intervenido en la for-mación de estos depósitos, y calcular el espacio detiempo que nos separa del período en que esto ocur-ría, recurre á la teoría de la precesión de los equi-noccios, según la cual ambos hemisferios se hallanalternativamente sujetos á períodos de 10.500 añosde frió y de calor, al propio tiempo que á una ma-yor acumulación de las aguas marinas hacia los po-los respectivos. Ahora bien, según el cálculo que seha hecho de la marcha de esta precesión, el calormáximo de nuestro hemisferio correspondió hacia.

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el promedio del siglo XIII, época en la cual las re-giones australes experimentaban los efectos de tem-peraturas muy bajas; de modo que 10.500 años an-tes, ó sea próximamente 14.000 años, á contardesde el siglo XIX, el hemisferio boreal debía en-contrarse en el último período de frió y en la mayorinvasión de las tierras por el agua, ó sea, en otrostérminos, en el periodo del Reno y del Diluviun rojo.Desde entonces las condiciones tennómetricas denuestro Continente mejoraron, lo cual, entre otrosresultados, determinó la emigración del Reno, ycon él quizás la invasión de las tierras escandinavaspor el habitante del 0. y S. de Europa.

En la península, aunque son pocos los puntosdonde se ha estudiado con detenimiento la forma-ción diluvial, sin embargo, en Argecilla, en las cue-vas de Monduber, de San Nicolás, negra, en las dela sierra de Cameros, en la de la Mujer, junto áAlhama de Granada, y en otras localidades dondehan aparecido restos de esta época, se encuentranen condiciones de yacimiento análogas, si bien va-riando la composición mineral.

El segundo yacimiento de los objetos del períododel Reno es la turba, acerca de cuya formación con-viene que digamos lo más importante, tanto por locurioso del depósito, cuanto por la significación•rae en la historia de este período tiene.

Son los turbales ciertos depósitos de eombusti-bl« de origen vegetal, como los de lignito y ulla,siquiera no hayan experimentado en ellos las plan-tas que los representan, la profunda alteración ómetamorfosis.que en aquellos.

La turba exige determinadas condiciones paraformarse, á saber, topográficas, geológicas y tam-bién físicas ó metereológicas. Entre las topográ-ficas, generalmente hablando, encuéntranse losturbales en sitios bajos y pantanosos, en las costasplanas, y más frecuentemente, en los alfaques ódeltas de los rios, como se observa en toda Holanda,en la desembocadura del Rhin y del Elba, y en Es-paña en lo que propiamente se llaman Alfaques delEbro, en las marismas del Guadalquivir y en lacosta que ocupa gran parte de la provincia de Va-lencia y de la limítrofe Castellón hasta Oropesa yTorreblanca. Otras veces se encuentra en las altasmesetas, como sucede en varios puntos de la pro-vincia de Madrid, y al nivel mismo de las nievesperpetuas, pudiendo citar varios ejemplos que hevisto en los Alpes, y particularmente en el rellano,donde se halla situado el monasterio de San Gotar-do. Por último, se-observan también turbales enlos bosques, como se nota en Dinamarca, explora-dos magistralmente por el Sr. Steenstrup.

Las condiciones termométricas que exige la turbapara formarse, consisten en que la temperatura me-dia oscile entre 8 y 10 grados, circunstancia quedetermina un hecho muy curioso, y es que, lo mismoen las regiones tórridas que en las muy frias, no seencuentran turbales. Por último, es indispensablepara que estos lleguen á desarrollarse, que el suelo6 subsuelo, poco accidentado además para que lasaguas circulen tranquilamente y aun lleguen á en-charcarse, sea impermeable, bien determine estacondición la naturaleza aluminosa de aquel, ó la es-tructura más ó menos compacta de la roca que lorepresenta.

En aquellas localidades en que se reúnen estastres circunstancias, desarróllase una vegetación deplantas generalmente anuales, que al perecer, dejanel germen de otras generaciones, euyos restos, so-

metidos á la influencia del calor y del agua, sufrenuna descomposición que empieza por las partesno leñosas, dando por resultado diferentes ácidos yaceites empireumáticos, que por sus propiedadesantisépticas, contribuyen á que se retarde la altera-ción del tejido leñoso. Éste, que al aire se conservaintacto por muchos siglos, no resiste, sin embargo,á la acción de dichos agentes y se altera tambiénpor un procedimiento análogo al de la combustión,resultado de la combinación del carbono que princi-palmente le constituye, con el oxígeno del agua ódel aire interpuesto, resultando una cantidad consi-derable de ácido carbónico. Si por ventura la acciónde dicho agente disminuye ó se anula por completo,la operación se suspende, paralizándose, en conse-cuencia, el proceso de la turba. Sí, por el contrario,la acción del oxígeno es directa, las reacciones quí-micas se verifican con más rapidez, convirtiéndosepronto en ulmina las partes constitutivas del leñoso.De todo lo cual se desprende la lentitud suma conque procede la naturaleza en estas operaciones, enlas que interviene, por una parte, la vida de lasplantas, durante la cual es difícil que luchando conlas propiedades vitales operen en gran escala losagentes físicos, y por otra el oxígeno de la atmósferay del agua misma que, según lo anteriormente ex-puesto, sólo reacciona á intervalos sobre materia-les que han perdido ya las condiciones de seresvivos.

Resultado de estas operaciones físico-químico-vi-tales, es lo que se llama turba, sustancia combusti-ble parda ó negruzca, de aspecto homogéneo, com-puesta de un tejido más ó menos compacto, algoparecido al fieltro, que arde fácilmente con llama ósin ella, despidiendo en la combustión un humodenso y abundante, parecido al que resulta de que-mar hojas secas.

El análisis de esta materia suministra diferentessustancias, entre las cuales predominan el carbónterroso, la ulmina, una especie de betún, peróxidosde hierro, sílice y otras.

Sin entrar en más pormenores acerca del combus-tible en sí, y fijándonos por un momento en el as-pecto que ofrece en los diferentes horizontes queocupa, podemos decir que examinada en un corte dealgún espesor, se observa en la parte más baja comouna materia negra, homogénea y blanda, parecida áun lignito terroso ó betún: en otra zona algo mássuperior aparece parda oscura, compuesta de fila-mentos vegetales poco aparentes; por último, en lascapas más superficiales es donde ofrece el mismoaspecto que el fieltro, según más arriba indi-camos.

Además de estos cambios de estructura nos revelala inspección de un corte de turba las causas quecontribuyeron á su formación, y hasta los acon-tecimientos que en la comarca donde existe hanocurrido.

Con efecto, es frecuente encontrar lechos ó venasdelgadas de materiales de acarreo, como arenas,gravas y pequeños cantos rodados, cuya intercala-ción, resultado de corrientes considerables, hubo dedeterminar la suspensión en el proceso de la turba,hasta tanto que nuevas generaciones de plantas sedesarrollaran en aquella especie de tierra vegetal.Y con tanto más motivo hubo de verificarse esto,cuanto que en algunos puntos las formaciones deacarreo intercaladas son muy considerables, segúnse desprende del siguiente corte que puso en clarola sonda en busca de agua en Rotterdam:

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N.° 63 1. VILANO VA. CIENCIA PREHISTÓRICA. 399

Turba mezclada con arcilla 6,m66Arcilla blanquecina 4, 66Turba mezclada con arcilla 6Arcilla compacta 4, 66Arcilla blanquecina i, 33

Ofrece, además de todas estas circunstancias, laturba otra del más vivo interés en el asunto de quese trata, á saber: la existencia en su seno en mu-chas localidades de bosques enteros de diferentesespecies de árboles, cuyos troncos se hallan aúnhoy en su posición natural, pudiendo citar entreotras la del puerto de Istad, que bajo el punto devista histórico puede considerarse como una espe-cie de cronómetro á favor del cual medimos eltiempo que ha empleado la Naturaleza para deter-minar el hundimiento que en aquellas costas, S. 0.de Suecia, ha experimentado el Báltico.

Excavando no ha mucho en las inmediacionesdel puerto de Istad, para ampliarlo y darle ventajasde que carecía, luciéronse descubrimientos queel Sr. Bruzelius ha utilizado en un curioso trabajo.Presentóse en primer término la faja de arenas,antes mencionada, conteniendo multitud de conchasmarinas, cardiwm edule, etc., troncos de árboles,restos de embarcaciones, útiles en cobre, latón yestaño, dos arcabuces, dos balas de canon., remon-tando todo á una antigüedad de cinco siglos álo sumo. Seguía inmediatamente la turba, donde seconservaban las raíces de los árboles, cuyos troncosatravesaban la capa superior, extrayéndose de estehorizonte conchas lacustres, como Helix, Planor-bis, Lymneas, Bithynias, etc. Descansaba la turbasobre una capa compuesta, según los sitios, dearena, grava, arcilla gris con chinarros de mayoresó menores dimensiones, anunciando el conjunto lapresencia de un canchal ó depósito glacial.

Los objetos encontrados en cada horizonte y queexaminamos Tubino y yo en la colección del Dr. Bru-zelius, son los siguientes:

Á poca profundidad, en el seno del canchal,cinco pedernales toscamente labrados, testificandoasí su remota antigüedad.

Entre la capa impermeable y la turba un puñal depiedra y una hacha pulimentada perteneciente á lasegunda edad.

En la turba una maza de bronce muy bella, y átres ó cuatro pulgadas de la superficie de la turberaun mango de cuchillo en hueso, perfecto y elegan-temente labrado, según el estilo del siglo VII ú VIH.

Por último, en el depósito de cantos y arena quecubre esta formación, se encuentran gran númerode conchas que actualmente viven en la costa Suddel Báltico, algunos cráneos de animales domésti-cos, tales como el Caballo, el Perro, el Cerdo, etc.,y la turba formada por las mencionadas algasmarinas.

Siendo la turba inferior de naturaleza terrestre, ájuzgar por los troncos de pino que todavía existenen la base del depósito, y ocupando respecto alnivel del mar una línea diez pies más baja que éste,parécenos fuera de controversia el que la costa dela Escania ha experimentado un notable descensodesde la formación de aquel combustible. Y comoquiera que el hallazgo de los objetos precisa laépoca en que la turba se formó en el continente ótierra firme, lícito es y hasta lógico deducir, quedesde este período, ó sea desde el siglo VII ú VIH,aquella parte de Suecia se ha ido hundiendo árazón próximamente de un pié por siglo, confir-

mando este descubrimiento lo que ya en su tiempopredijo el gran Linneo.

En otras localidades, particularmente en Dina-marca, según las pacientes y minuciosas observa-ciones de Steenstrup y otros eminentes naturalistas,no sólo se observan en la turba troncos y árbolesenteros, sino que, y esto es lo más importante, sesuceden de una manera regular determinando dife-rentes horizontes, equivalentes á otros tantos perío-dos climatológicos distintos. Con efecto, sucédenseallí de abajo á arriba, el pino de Escocia (Pinus syl-vestris) que se encuentra en la base, y con él elabedul (Betnla alba): la encina (Quercus robur),que con otro abedul (Betnla verrucosaj, el aliso, elavellano, etc., representan el segundo horizonte fo-restal, digámoslo así, de aquellas turberas, el cualdesaparece también para ser reemplazado en el su-perior por el haya (Fagus silvática) que crece hoyadmirablemente en toda Escandinavia.

Ahora bien, de estas tres especies de árboles, lasdos primeras desaparecieron, emigrando á otras la-titudes en las que encuentran condiciones másadaptables á su propia organización, lo cual signi-fica que las climatológicas durante este espacio detiempo han experimentado cambios considerables,según ya pudimos inferir de los datos que nos pro-porcionan las cavernas y el terreno cuaternariobelga.

Otro dato importante suministran los turbales dedicha región, y es la seguridad de que el hombrevivía allí desde los primeros momentos de su for-mación, como se desprende del hallazgo hecho porSteenstrup de una hacha de la segunda edad depiedra en el tronco de un pino, siendo contempo-ráneos de los que vivían en las costas y que dejaronen ellas los Kiokenmodingos.

Sin embargo, los naturalistas suecos no andan enesto punto muy acordes, pues mientras Steenstruprefiere el principio de los turbales á la segunda edadde piedra, el venerable Nilsson lo hace remontar ála época del Reno, el cual pretende encontrarse endichos depósitos, no sólo en Escania donde son muyabundantes, sino que también en Dinamarca, cosaque nada tendría de extraño, sabiendo cuan corta esla distancia que separa estas dos comarcas.

De todos modos, los turbales pueden considerarsecomo otsos tantos archivos de la historia primitivadel hombre, sobre todo á partir de la época delReno, de que estamos tratando, como pretendenalgunos; ó bien desde la inmediata posterior ó de lapiedra pulimentada, divergencia que no debe causarextrañeza, atendido á que el mismo período no haempezado en todos los países en el mismo momento,observándose esto hasta en el mismo yacimiento, elcual se desarrolla á tenor de las condiciones físicasen cada comarca reinantes.

Lo que sí puedo asegurarse es, que desde lascapas más profundas hasta las superficiales, suelecontener este combustible moderno restos de lasdiferentes civilizaciones que ha presenciado el país.

Asi es como, por ejemplo, en Escania, empezandopor la edad del Reno, se encuentran, á diferentesniveles, objetos de la piedra pulimentada que cor-responde al horizonte del pino; de bronce, contem-poráneos do la encina, y de hierro, sincrónicos delhaya y de las plantas actuales.

Los turbales no ofrecen en todas partes igual es-pesor, observándose que en las regiones Mas gananen superficie lo que pierden en profundidad, la cualllega comunmente al máximun en los paises tem-

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piados, que alcanza algunas veces hasta nueve, diezy más metros.

En cuanto al tiempo que ha empleado la Natura-leza para formar tan singulares depósitos, no seobserva por desgracia el mayor acuerdo entre los([ue se han ocupado en este asunto, cuya dificultadse comprende en razón á las diferentes circunstan-cias que concurren en cada país, para acelerar óretardar la operación.

El Si-. Steenstrup calcula en cuatro mil años eltiempo que representa la turba danesa, que segúnél, empezó á formarse en la época de la piedra puli-mentada.

Otros aumentan ó disminuyen este tiempo. Re-flexione un momento el lector acerca del procedi-miento más arriba indicado y se convencerá, si paraello se halla dispuesto, de que quizá la mencionadacifra está por debajo de la realidad.

JUAN VILANOVA.

SECOION DE LITERATURA Y BELLAS ARTES.

I . ' M A Y O 1875

E L I D E A L D E L A R T E .

El Sr. Revilla, después de hacer calurosos elogiosde los discursos y de la persona del Sr. MorenoNieto, dijo que iba á ocuparse, á grandes rasgos, delas principales cuestiones tratadas por éste, sin en-trar en detalles minuciosos, y á rectificar de pasoalgunos conceptos del Sr. Vidart.

Manifestó que, salvo en algunos detalles, acepta-ba la teoría del ideal expuesta por el Sr. MorenoNieto, pero que no podía hacer otro tanto con loque había dicho el Sr. Vidart, apoyándose en algu-nos pasajes de la Literatura general de que es autorel Sr. Revilla.

Sostuvo que si, en su opinión, el arte no creaideales, sino formas bellas, ejemplares individualesde la belleza ideal que les es dada; si no traspasa laesfera del ideal de la época en que vive, tampoco seinspira únicamente en el ideal que forma la ciencia,como cree el Sr. Vidart, sino en el total ideal social,que comprende ideas y sentimientos y tradiciones ycostumbres, y es formado á la vez por la ciencia,por el arte, por la religión, por todas las esferas dela actividad humana. Otra cosa sería reducir el arteá la didáctica, y erigir en ideal artístico y modelo detoda producción literaria los poemas didácticos deHesiodo, Lucrecio y Virgilio, siendo así que estosson bellos por excepción, y que la poesía didácticatiene, por lo general, menos belleza que la que nolo es, y no consigue enseñar de un modo científicola verdad.

Ocupóse después de la inmoralidad del arte rea-lista contemporáneo, duramente atacado por el se-ñor Moreno Nieto, manifestando que este orador no.había hallado el verdadero punto vulnerable de laliteratura francesa, que no era la rehabilitación delcriminal principalmente, sino sus teorías acerca delamor y el matrimonio. Estas teorías se fundan en laapoteosis y divinización de la pasión, que aun siendobuena en sus fines y móviles, es digna de censurasiempre por ser un irracional desequilibrio del es-píritu, y más todavía cuando llega al desconoci-miento del deber. Para esta literatura el amor esuna pasión violenta y desordenada, con aparienciasrománticas é idealistas, pero sensual en el fondo,ala cual hay que sacrificarlo todo, incluso el deber.

El matrimonio es para estos escritores la muertedel amor, en lo cual tienen razón si por amor ha deentenderse la pasión violenta, pues extinguirla, en-noblecer el apetito sensual por medio del deber, ysustituir al arrebato de los sentidos y la fantasía, elafecto puro, racional y tranquilo, fundado en la mu-tua simpatía y en el reconocimiento del deber mo-ral y social, consiste el fin ético del matrimonioque, no descansando únicamente en la ilusión delamor, no puede disolverse cuando éste cesa, comosostienen estos literatos. Lo pernicioso de esta lite-ratura es que su objeto es ridiculizar y hacer abor-recible al matrimonio, sacrificando los deberes queentraña á los arrebatos de un falso idealismo. La lu-cha entre la pasión y el deber, en tal caso se resuel-ve por el triunfo de la pasión, y si así no sucede, elsacrificio de ésta se reputa como una brutal conse-cuencia de una preocupación absurda. De aquí laperversión de la familia y del sentido moral, mercedá esa literatura corrompida.

Esto debió atacar al Sr. Moreno Nieto, y no la lla-mada rehabilitación del criminal. El despiadado en-cono que el Sr. Moreno Nieto muestra contra el cri-men, pugna con sus sentimientos generosos y cris-tianos. La rehabilitación del pecador arrepentido esuna de las más bellas cosas del cristianismo, que hacolocado entre sus santos á publícanos, ladrones ycortesanas, y ha legado al mundo las hermosas leyen-das de la Mujer adúltera y la Magdalena. Cuandopara rehabilitar al pecador se apela á recursos fal-sos ó inmorales, como en la Dama de las Came-lias, la censura del Sr. Moreno Nieto está en su lu-gar; pero cuando se rehabilita al que pecó por fata-lidades sociales, que si no disculpan por completo,al menos atenúan grandemente su falta, y se redimepor el arrepentimiento y la expiación, como JeanValjean, lo justo es aplaudir concepción tan bella,tan consoladora y tan piadosa.

Respecto á la influencia del ideal cristiano en elarte moderno, dijo el Sr. Revilla, que tal como ha-bía planteado últimamente la cuestión el Sr. MorenoNieto, era fácil llegar á un acuerdo. El ideal cris-tiano, en su parte dogmática y metafísica, no puedeinspirar hoy al arte, porque éste sólo se inspira enideales umversalmente aceptados y que gozan degran vitalidad; y siendo objeto hoy de duda y es-cepticismo los dogmas teológicos del cristianismo,no pueden inspirar al arte, que por esta razón y ha-llándose sin ideal, es escéptico y desesperado. Perolas altas concepciones morales y humanitarias delcristianismo, su sentido general espiritualista, su es-píritu esencial, distinto de los dogmas y de las ce-remonias, puede todavía inspirar al arte, como pue-den inspirarle, aun á título de meros elementospoéticos, sus hermosas tradiciones legendarias. Laaspiración á lo ideal y á lo infinito, el sentido moral,la idealidad religiosa, sin encerrarse en fórmulasteológicas determinadas, pueden y deben inspiraral arte, que podrá ser descreído y desesperanzado,pero nunca hostil á estas grandes cosas ni cruda-mente materialista. Prescindiendo, pues, de tododogmatismo histórico y mirando sólo á lo esencialdeí ideal cristiano, cabe aceptar la opinión del señorMoreno Nieto.

Después del discurso del Sr. Revilla, rectificaronde nuevo los señores Vidart y Moreno Nieto, y se le-vantó la sesión, habiendo pedido la palabra el señorCalavia.