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Ena Mercedes Matienzo León

“Las crónicas indígenas y mestizas son el ‘espejo’–a veces cóncavo– de un arduoproceso de recreación y transformación literariasocurrido en Hispanoamérica”.Entrevista a la Dra. RaquelChang-Rodríguez

Raquel Chang-Rodríguez (Ph.D.,New York University) es DistinguishedProfessor de Literatura y Cultura Hispáni-cas en The Graduate Center y en The CityCollege de The City University of NewYork (CUNY). Ha sido catedrática invitadaen Colgate University, y Columbia Univer-sity (EE UU), en la Universidad de LaLaguna (Santa Cruz de Tenerife), en losCursos de Verano de El Escorial –organiza-dos por la Universidad Complutense deMadrid–, en la Universidad de Málaga(España) y en Philipps Universität Marg-burg (Alemania). Con más de tres décadasentregada a una exhaustiva investigación,la Dra. Chang-Rodríguez ha realizado unexcepcional aporte a los estudios colonialeshispanoamericanos. Sus dos últimas publi-caciones Franqueando fronteras: Garcila-so de la Vega y La Florida del Inca (2006),editado en inglés y en español simultánea-mente y Aquí, ninfas del sur, venid ligeras.Voces poéticas virreinales (2008) exhibenun profundo conocimiento bibliográfico,acompañado de un acucioso trabajo críticosobre los más importantes textos de losalbores de la literatura hispanoamericana.

Ena Matienzo (EM): La endiabladade Juan Mogrovejo de la Cerda constituyeel primer relato de carácter ficcional escri-to en el Perú en el siglo XVII. ¿Piensa usted

que este relato funda una línea de sucesiónficcional hacia la actual narrativa hispano-americana?

Dra. Chang-Rodríguez (ChR): Di aconocer La endiablada (c. 1624) en 1974,en uno de los congresos anuales de laModern Language Association. Cuatroaños después publiqué la edición anotadadel curioso relato en la colección “Prosahispanoamericana virreinal”. El paso de losaños me permite reflexionar sobre su pre-gunta. Fue el investigador Antonio Rodrí-guez Moñino quien, en un número de larevista Caravelle. Cahiers du monde hispa-nique et luso-brésilien, de la Universidadde Toulouse, dio noticias en 1966 de Laendiablada y otros manuscritos hallados enla biblioteca del oidor Juan de SolórzanoPereira; el erudito bibliófilo español califi-có la breve obra de “ficción novelesca” y leotorgó primacía cronológica, dentro de esamodalidad, en el virreinato del Perú. Gra-cias a la generosidad de doña María Brey,viuda de don Antonio, tuve la fortuna deacceder a este y otros manuscritos pertene-cientes al autor de Política indiana, conser-vados en la biblioteca de la familia Rodrí-guez Moñino. Como resultado de estainvestigación preparé la edición de Laendiablada y también de un conjunto depoemas ligados al Perú, firmados o atribui-dos a diversas plumas, incluyendo la delvirrey Francisco de Borja y Aragón, prínci-pe de Esquilache; este florilegio lo publi-qué en Lima en 1983 con el título de Can-cionero peruano del siglo XVII. SolórzanoPereira lo había conservado entre sus pape-les lo cual muestra su interés en la culturaliteraria de la época. Volviendo a La endia-blada, la conexión con la picaresca es evi-dente –en particular con el Lazarillo y conlos Sueños de Quevedo– tanto por la des-cripción del medio social como por loshablantes y la intención crítica en el diálo-go entre ellos; justamente por esa naturale-za dialógica y el carácter lúdico de la pieza, Ib

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también podríamos asociarla con La Celes-tina. O sea, estamos en presencia de un tex-to híbrido cuyo autor, Juan de Mogrovejode la Cerda, fue hombre de letras interesa-do tanto en lo ficcional –se le atribuye unacomedia– como en lo histórico –su crónica,Memorias de la gran ciudad del Cuzcocabeza de los reynos del Perú, la editóMaría del Carmen Martín Rubio en 1983–.Al traer a colación al menos dos vertientesliterarias que inciden en La endiablada asícomo los intereses de su autor, y observartodo ello desde un prisma actual, la situa-ción se torna más compleja. Se dificultatrazar una línea de sucesión tan prístina, tanrecta. En la época la historia y la literaturano estaban separadas; al contrario, estabanimbricadas. Ciertamente la presencia deese binomio y su continuo roce permitíauna singular elaboración de los hechos. Porello obras donde confluyen varias modali-dades literarias e igualmente se nutren de lahistoria, como La endiablada, o el ampliocorpus de crónicas de Indias, ofrecen unreto continuo a los investigadores quienesdeben permanecer en alerta para dar cuentade múltiples vínculos y matices.

EM: En su extenso trabajo de crítica,recopilación e investigación bibliográficasobre las voces poéticas virreinales tituladoAquí, ninfas del sur, venid ligeras, accede-mos a un amplio repertorio poético escritopor mujeres, entre ellas figuran Clarinda,Amarilis, Leonor de Ovando, María deEstrada Medinilla, Sor Juana Inés de laCruz, Gertrudis Gómez de Avellaneda.¿Existe una voz femenina poética comúnentre ellas? ¿Es perceptible un acento parti-cular o motivaciones similares?

ChR: La presencia de la mujer poetaen el desarrollo de la lírica en la Américahispánica es constante. En Santo Domin-go, por ejemplo, encontramos a la prime-ra: la religiosa Leonor de Ovando, cuyointercambio con el oidor Eugenio de Sala-zar es notable; éste se ocupó de recopilar

sus versos en “Silva de poesía”, manuscri-to inédito que reposa en la Academia de laHistoria en Madrid. Si bien los sonetos deOvando son de temática religiosa, encon-tramos en ellos una admiración por la poe-sía cuyo origen divino resalta; la monjanota, además, cómo ésta puede alertarnosde otras facetas tanto del mundo terrenalcomo espiritual. Por otro lado, que Ovan-do intercambiara versos con un oidormuestra una cierta confianza en su habili-dad como poeta, y, a la vez, el lugar desta-cado que ocupaba en la emergente culturaletrada de Santo Domingo, de La Españo-la. En el caso de Clarinda y Amarilis, lasanónimas del virreinato del Perú, en suscomposiciones –para la primera el “Dis-curso en loor de la poesía”, prólogo delParnaso antártico de obras amatorias(1608) del sevillano Diego Mexía de Fer-nangil, y para la segunda la “Epístola aBelardo” (c. 1619) o carta poética dirigidaa Lope de Vega– identificamos voces líri-cas que se expresan desde una perspectivafemenina; en el caso de Clarinda incluye,por ejemplo, una lista de ilustres féminasdedicadas a la poesía, y en el de Amarilisacude a la biografía para presentarse comomujer y criolla. Igualmente, ahora trasla-dándome a la Nueva España, María deEstrada Medinilla ofrece una descripciónde los festejos con que la Ciudad de Méxi-co recibe al nuevo virrey, el marqués deVillena, en 1640. La perspectiva es la deuna voz femenina que describe lo vistodetalladamente. En contraste con estaspoetas, Sor Juana tiene una obra muchomás amplia y compleja. Su voz lírica sepresenta, alternadamente, como femeninay masculina; con frecuencia es ambigua.Sin embargo, si acudimos a la “Respuestaa Sor Filotea de la Cruz” (1691), su defen-sa del derecho de la mujer al estudio esuno de los fundamentos de ese rico ymoderno documento. Si bien los acentosen los versos pergeñados por estas poetas

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son variados, creo que a todas las liga unanhelo de pertenecer a una comunidadletrada donde el ejercicio poético debíaborrar fronteras de género, de origen, deestamento. Espero que investigacionesfuturas puedan ampliar el repertorio demujeres poetas de la época virreinal, segu-ramente idóneas precursoras y compañe-ras de la gran Sor Juana Inés de la Cruz.

EM: Las prácticas discursivas en elmundo colonial y las voces yuxtapuestasprovenientes “del claustro conventual, laremota villa o la populosa ciudad letrada”,citándola a usted, configuran la nacienteliteratura hispanoamericana. Desde estecontexto, ¿cuál es la más importante con-tribución de los cronistas indígenas eneste escenario naciente?

ChR: En La apropiación del signo.Tres cronistas indígenas del Perú, mi librode 1988, me ocupé de Titu Cusi Yupanqui,Joan de Santacruz Pachacuti y Felipe Gua-man Poma de Ayala. Según apuntó la críti-ca, éste fue el primer estudio que abarcó alos tres cronistas andinos y señaló compar-tidas instancias discursivas en su obra: porejemplo, la recreación de persona y pasa-do, la reinterpretación de la conquista, lareiteración del origen andino como vía deafirmar la autoridad narrativa. Más recien-temente, en 2005, le dediqué un libro aGuaman Poma de Ayala, La palabra y lapluma en Primer nueva corónica y buengobierno, donde retomo y profundizo algu-nas de estas ideas. Si bien las historiasnarradas por Titu Cusi, Santacruz Pachacu-ti y Guaman Poma son muy diferentes des-de la perspectiva de su génesis y composi-ción –respectivamente una “relación” dic-tada en quechua a un fraile y despuéscorregida y traducida al castellano; unahistoria donde predomina lo ritual y unacrónica de más de mil páginas manuscritas,ilustrada con 398 dibujos a tinta del propioautor–, más allá de las divergencias pode-mos ligarlas tendiendo hilos que abarcan

desde el propósito de cada una hasta superspectiva enunciativa. En efecto, se for-jan en esa peculiar coyuntura donde surgennuevos sujetos capaces de manejar el cas-tellano, el alfabeto latino, aspectos del dog-ma católico, ciertas modalidades retóricasde la historiografía peninsular. Sus autores–en particular Santacruz Pachacuti y Gua-man Poma– aprovechan todo ello y a lavez acuden a su propio acervo cultural paraofrecer otra versión de los hechos y situar-se en la nueva sociedad colonial. El proce-so propone, de facto y de iure, una rearti-culación de la conquista y primeras déca-das del coloniaje; tal revisión accede almito y la historia, a lo oral y lo escrito, a loautóctono y lo impostado, como vehículospara reconstruir el pasado, condenar el pre-sente y proponer una diversa perspectiva.Sin embargo, no se trata únicamente deenfocar la protesta y el reclamo, temasmuy evidentes en las obras mencionadas.Este discurso integra saberes de la tradi-ción europea y andina en continua colisión.Paradójicamente, en estos roces y choquesel nuevo código lingüístico e icónico seerige como otra posible forma de represen-tación de un conglomerado cultural diver-so; desde este espacio les es posible a susautores rearticular lo antiguo y anterior conlo moderno y actual. De este modo las cró-nicas indígenas, e igualmente las mestizas,inician ese proceso de inclusión, de apertu-ra, de contradicción, tan central para gene-rar nuevas modalidades discursivas y darlugar a un proceso de formación identita-ria. Como en otras partes, en las Indiasespañolas a esa larga andadura la han mar-cado la disyunción y la fusión; eventual-mente ambas generarán singulares mode-los ya de escritura ya de cultura. Las cróni-cas indígenas y mestizas son el “espejo” –aveces cóncavo– de un arduo proceso derecreación y transformación donde secomienza a fraguar la futura personalidadliteraria de Hispanoamérica.

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EM: En la Relación de la descenden-cia de Garci Pérez de Vargas, tema de suponencia en el Congreso sobre el IncaGarcilaso de la Vega realizado en la ciudadalemana de Würzburg en septiembre de2008, usted propone que el Inca Garcilasorealiza la aleación de linajes por las partesinca y española, pero que también encon-tramos silencios en Garcilaso. ¿Cómoobserva usted los silencios de Garcilaso enla descripción de su descendencia?

ChR: En efecto, gracias a la invita-ción del profesor doctor Gerhard Penzko-fer y del doctor José Morales Saravia, elpasado septiembre se reunió en la Univer-sidad de Würzburg un grupo internacionalde investigadores; el tema central del sim-posio fue el Inca Garcilaso de la Vega y suobra, particularmente los Comentariosreales, crónica cuyos 400 años de publica-ción conmemoramos en el 2009. Lascomunicaciones abarcaron una temáticamuy variada y las sesiones dedicadas alcomentario de cada ponencia fueron inten-sas y siempre cordiales. En particular, fuemuy sugerente interactuar con los colegasalemanes y familiarizarnos con su meto-dología para acercarse a temas muy com-plejos desde múltiples perspectivas –lalingüística, la histórica, la antropológica–.Por mi parte, opté por ocuparme del apa-rentemente simple tratado genealógicoRelación de la descendencia del famosoGarci Pérez de Vargas, que el Inca Garci-laso terminó para 1596. En efecto, allíconstaté que si bien la obra dedicada a sutío es breve, nada tiene de sencilla. Paradar cuenta de su prosapia, Garcilaso seremonta a la época de la Reconquistaespañola; igualmente alude a su linajeincaico cuando destaca su parentesco conlos soberanos del Tahuantinsuyu por partede su madre, la princesa Chimpu Ocllo,después bautizada Isabel. La referencia ala prosapia materna le permite traer loandino al centro del discurso, y a la vez

ligar sus raíces ibéricas e incaicas. Encuanto a los silencios, es un recurso alcual acude el autor frecuentemente. JoséDurand, uno de los más acuciosos investi-gadores de la vida y obra de Garcilaso,notó tempranamente esta preferencia eintentó explicarla; recuerdo con especialinterés un artículo suyo sobre el tema de1966. En el caso del tratado genealógico,los silencios giran en torno a no revelar elnombre de un cobarde para preservar asíla honra ajena, y omitir a ciertos parientescuando su conducta marcha en desacuerdocon las propuestas del autor. El tema remi-te al concepto de honra, a qué constituyeel comportamiento virtuoso esperado delcaballero. Estas preocupaciones marcanlas crónicas del luminar cuzqueño; sinduda el Inca aprovecha la meditaciónsobre estos temas como ruta para otorgar-les igual dignidad a españoles e indígenas.

Ena Mercedes Matienzo León es doctorandade Literatura en la Universidad de Potsdam(Alemania). Correo electrónico: [email protected].

Inés Rojkind

Orden, participación y conflictos. La política en Buenos Aires a fines delsiglo XIX y comienzos del XX.Miradas clásicas y nuevas aproximaciones

Es posible afirmar que asistimos desdehace algunos años a un movimiento derenovación historiográfica que tiende arevisar, complementar y en determinadoscasos también cuestionar la interpretación

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prevaleciente sobre el proceso político talcomo se desenvolvió en la Argentina duran-te la época del llamado “régimen oligárqui-co” o “conservador”, entre 1880 y 1916.En esta breve intervención busco repasarciertos aspectos de esa nueva orientaciónque sigue la historia política del períodopara explicar luego cómo se inserta en ellami propia investigación acerca de la rela-ción entre prensa, oposición política ymovilización callejera en Buenos Aires acomienzos del novecientos.

Antes de avanzar sobre ello, no obs-tante, es preciso efectuar algunas conside-raciones acerca de un texto que se ha con-vertido ya en un “clásico” y que constitu-ye, por eso mismo, una referenciaineludible y a la vez un motivo de debatepara las nuevas aproximaciones. Se tratadel libro de Natalio Botana El orden con-servador, publicado por primera vez en1977. Botana estudia allí los fundamentosy el funcionamiento del “régimen dehegemonía gubernamental”, así lo llama,montado por los hombres del PartidoAutonomista Nacional (PAN) desde sullegada al poder en 1880. Según muestrael autor, el funcionamiento de ese régi-men, que también denomina “conserva-dor”, descansaba sobre una serie de con-troles formales e informales (el fraudeelectoral, la intervención federal, lasnegociaciones entre grupos dirigentes, elreparto de cargos y funciones, etcétera)por intermedio de los cuales y, durantecasi cuatro décadas, el PAN pudo conser-var su preeminencia, frustrando las posi-bilidades que tenían otras fuerzas de acce-der por la vía legal al poder político. Den-tro del marco constitucional, aunquetensándolo al máximo, esos mecanismosoperaban una “inversión del sistema repre-sentativo” como resultado de la cual losgobernantes se transformaban en electoresy producían votaciones en las que seimponían los candidatos oficialistas. La

sucesión presidencial, especialmente, eraun momento clave pues se ponían en mar-cha entonces los dispositivos de controlque garantizaban la reproducción de aque-lla forma de hegemonía gubernamental.El pueblo, por su parte, veía repetidamen-te vulnerado el derecho de designar a susautoridades en comicios libres y transpa-rentes.

Evidentemente, como el propio Bota-na se ocupa de consignar, no faltaron a lolargo de los treinta y seis años que abarcóel dominio ininterrumpido del PAN “opo-siciones, conflictos y efectos inesperados”que acompañaron y condicionaron la evo-lución del “régimen conservador” (N.Botana, El orden conservador, BuenosAires: Sudamericana, 1994, p. II). Nosolamente surgieron, alentadas por grupospolíticos contrarios al régimen, impugna-ciones y resistencias que tomaron inclusoel carácter de alzamientos revolucionariosfinalmente fallidos, sino que también elpartido gobernante se hallaba atravesadopor múltiples tensiones que amenazabancon dividirlo y que tornaban por demáscomplejo el mantenimiento de su supre-macía. En cuanto a los “efectos inespera-dos”, el más decisivo fue sin duda el triun-fo en 1916 de la principal fuerza oposito-ra, la Unión Cívica Radical, en eleccionessaneadas por una reforma que cuatro añosantes había sido impulsada desde las mis-mas entrañas del sistema con el propósitode depurarlo de sus rasgos más excluyen-tes y para devolverle la legitimidad quepaulatinamente había ido perdiendo.

Lo cierto, empero, es que si bien Bota-na no deja de apuntar la significación deesas y otras contradicciones que enmarca-ron lo que él denomina la “configuraciónconcreta” del régimen, el eje de su análisisno está puesto allí sino en la comprensiónde los mecanismos de control que le per-mitieron a dicho régimen perpetuarse, apesar de los cuestionamientos y las reac-

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ciones, hasta bien entrado el siglo XX. Nohubo “derrumbe” del orden conservadorni cambios abruptos, recalca el autor. Seregistró, en lugar de ello, una gradual tran-sición que bajo la guía de una facciónreformista nacida de la misma “clasegobernante” condujo, para sorpresa de loscontemporáneos y en primer lugar de susartífices, a una impensada derrota.

La relevancia de la interpretaciónconstruida por Botana es innegable. Almismo tiempo, indefectiblemente se plan-tean problemas que dentro de ese diseñoresulta complicado examinar y que requie-ren por consiguiente de otro tipo de abor-dajes. Quisiera detenerme a señalar dos deesos problemas que escapan a la imagen“clásica” que del proceso político nosbrinda el texto de Botana. Por un lado, lapregunta por las formas, los actores y losámbitos de una vida política que, segúnpermiten entrever algunos nuevos estu-dios, especialmente en la ciudad de Bue-nos Aires era mucho más activa y variadaque lo que la visión instalada llevaba asuponer. En ese sentido, como bien indicaPaula Alonso, el auténtico desafío radicaahora en explicar cómo pudo desarrollarseuna incipiente “cultura de la participa-ción” en el marco de los controles quefijaban los gobiernos del PAN (entre ellos,el fraude y la manipulación electoral) ydada además la preocupación obsesivaque por la conservación del orden públicoprofesaban (P. Alonso, “La reciente histo-ria política de la Argentina del Ochenta alCentenario”, en Anuario IEHS 13, Tandil,1998).

En efecto, desde el punto de vista delas ideas políticas, los forjadores del “régi-men conservador” le otorgaban una grantrascendencia a la preservación del orden,considerado uno de los pilares sobre loscuales edificar una sociedad próspera ymoderna, un sistema político estable y unEstado eficiente. Según esa concepción, la

actividad política, fuente de antagonismosirreconciliables y de pasiones descontrola-das, era intrínsecamente disruptiva ycorrespondía, en consecuencia, reducir suejercicio a la búsqueda pragmática de con-sensos y a la pacífica aceptación delgobierno de las instituciones. En teoría, nohabía espacio en ese esquema para la agi-tación pública ni para la movilizaciónelectoral o callejera, prácticas en relacióncon las cuales, tal como han mostrado lostrabajos de Hilda Sabato, la población por-teña en particular poseía una arraigada tra-dición (por ejemplo, H. Sabato, La políti-ca en las calles. Entre el voto y la movili-zación. Buenos Aires, 1862-1880, BuenosAires: Sudamericana, 1988). Y, sin embar-go, crecientemente surgen datos que ayu-dan a problematizar esa imagen. Diversosestudios evidencian que incluso a pesardel fraude y otros procedimientos espu-rios, la instancia electoral implicaba noobstante un grado de movilización políticaconsiderable que variaba según las cir-cunstancia y que podía incrementarse sig-nificativamente en determinadas coyuntu-ras. Del mismo modo, la prensa y lasmanifestaciones colectivas operaban enciertas circunstancias como canales a tra-vés de los cuales la discusión políticapodía trascender el círculos estrecho queconformaban sus protagonistas habituales–la “clase gobernante”, en términos deBotana— y traspasar también, junto conello, los límites de una concepción políticaexcluyente que negaba la capacidad de losciudadanos para intervenir en la elección yel ejercicio del gobierno. (Para un balancemás detallado de los trabajos que desdehace algunos años apuntan en esa direc-ción, puede consultarse el artículo de P.Alonso antes citado.)

En segundo lugar, me interesa señalarun riesgo que a mi juicio entraña la expli-cación elaborada por Botana en El ordenconservador. Se trata de una explicación

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que, como indicamos, privilegia el análi-sis de los orígenes, el afianzamiento y latransformación del régimen político ins-taurado en 1880, atendiendo en especial–como el mismo autor subraya— a lamanera en que los actores implantaron esesistema de dominación, “lo conservaron,lo defendieron y hasta lo reformaron” (N.Botana 1994: 13). El cuadro resultantetiende a revelarnos un régimen resistenteque mantenía a la oposición marginada eimpotente y que se reproducía a sí mismogestionando con éxito las tensiones inter-nas que eventualmente lo atravesaban.Evidentemente, dentro de ese marco nohay sino un margen muy limitado parainterrogarse acerca de los desafíos y lasobjeciones que desde afuera del régimenque se levantaron contra el dominio delPAN y contra lo que ese dominio supues-tamente implicaba: el avasallamiento de lasoberanía popular, la degradación de lastradiciones políticas, el desquiciamientode las instituciones, etcétera. Es verdadque, con la excepción de una rebelióncívico-militar que estalló en julio de 1890y que obligó al entonces presidente MiguelJuárez Celman a renunciar, no se verifica-ron luego retos de una magnitud similarque amenazaran realmente la continuidaddel “régimen conservador”. Con todo, locierto es que sólo retrospectivamente esposible saber que, en efecto, el sistemaque aseguraba el monopolio del poder enmanos del PAN sobrevivió durante varioslustros más, hasta la derrota sufrida en laselecciones presidenciales de 1916. Si sesuspende, en cambio, tal mirada retros-pectiva se advierten con facilidad las per-turbaciones que, aun cuando no provoca-ron el descalabro del orden impuesto, fue-ron sin embargo resquebrajando sulegitimidad y preparando el terreno parasu ulterior fracaso.

Sobre algunas de esas perturbaciones,precisamente, discurre mi investigación y

procura asimismo adoptar una perspectivaque observe la manera en que el procesode construcción “desde arriba” de unahegemonía gubernamental se imbricó en lapráctica con el desenvolvimiento “desdeabajo” de una vida política que, insisto,hoy es posible vislumbrar más vigorosa yheterogénea que lo que usualmente seintuía. Con esas premisas, el propósito queha guiado mi trabajo consiste en recons-truir y analizar la operatoria de una pecu-liar dinámica opositora que a comienzosde la década de 1900 se desplegó en la ciu-dad de Buenos Aires contra el gobierno delgeneral Julio A. Roca, quien en 1880 habíasido el fundador del “régimen conserva-dor” y desde 1898 ocupaba por segundavez la presidencia de la República. Esadinámica se nutría de los reiterados ata-ques que los diarios más importantes de laciudad publicaban objetando las decisio-nes y los actos gubernamentales, pero sefundaba igualmente en los llamamientosmuchas veces explícitos que esos mismosórganos efectuaban con la finalidad de que“constara en las calles públicas” –así loexpresaban— la indignación general queel proceder de las autoridades supuesta-mente provocaba. Las denuncias periodís-ticas eran múltiples y variadas, involucra-ban tanto la conducta pública como la hon-ra privada de los gobernantes y contenían,además, alarmantes presunciones acercade los daños que las decisiones tomadas enlas esferas del poder presuntamente acarre-aban para el interés general de la pobla-ción. Pero la intervención de la prensa noterminaba allí. Los diarios, que decíanreflejar las “palpitaciones” de la opiniónpública, participaban también, a través delas exhortaciones que lanzaban, en la crea-ción y la movilización de esa misma opi-nión que afirmaban representar. Sosteníaal respecto que en el contexto de un siste-ma electoral fraudulento como el queimperaba entonces, la alternativa de recla-

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mar, censurar y protestar contra unospoderes dudosamente legítimos y arbitra-rios constituía un derecho al que el pueblosoberano no podía renunciar.

Las campañas promovidas por losperiódicos cristalizaron en más de unaoportunidad bajo la forma de mítines ymovilizaciones callejeras que llamaban laatención de los contemporáneos, ya fuerapor su carácter multitudinario o por la agre-sividad verbal y muchas veces también físi-ca que desplegaban los manifestantes. Losestudiantes universitarios, en particular, semostraban por demás proclives a arrogarsela misión de traducir al lenguaje político delas demostraciones colectivas las acusacio-nes que los diarios publicaban en sus pági-nas. El hecho es, por lo tanto, que la prensaposeía una notable capacidad de intervenirpolíticamente con su prédica y de persuadiral público con sus apelaciones instándolo ala acción. No era ésa, en rigor, una facultadnueva. Se trataba, por el contrario, de unrasgo que había sido característico delperiodismo político-faccioso desde media-dos del siglo XIX. Pero la novedad a princi-pios del novecientos residía en el hecho deque esa facultad coexistía con una velozmodernización en la que la mayoría de laspublicaciones se hallaban embarcadas y quedemandaba, al menos en teoría, cierta auto-nomía de la contienda política. La clave, enese sentido, radicaba en la manera en quelos propios actores entendían esa autono-mía. La independencia que los diarios recla-maban para sí no significaba prescindenciarespecto de los acontecimientos políticos,sino la ausencia de lazos que los ataran alpoder y los inhibieran de realizar la críticasistemática, virulenta, de las resolucionesgubernamentales. De ese modo, aquellosperiódicos que lideraban la transición hacialas formas más modernas del periodismo,podían ser también opositores acérrimos delgobierno y convertirse en actores funda-mentales de la escena política.

Lo que me interesa destacar, teniendoen cuenta las observaciones apuntadas conanterioridad, es que aun en el contexto deun gobierno fuerte y tenaz defensor de ladoctrina del orden público como era el deJulio A. Roca, pudo gestarse y desarrollar-se, no obstante, una dinámica contestata-ria basada en las incitaciones de la prensay en la práctica del uso de la calle para laprotesta. Más aún, en el marco de un esce-nario dominado por el PAN y por su pre-tensión de acaparar el poder, en ausenciade otros partidos organizados y capaces deasumir un papel protagónico, fueron losdiarios los que se abocaron a la tarea deestablecer los temas, los ritmos y muchasveces las formas de la actividad políticaopositora. Ciertamente, esa actividad noalcanzó a conmover en ningún momentola estabilidad del régimen político, peroen el contexto de una especial combina-ción de circunstancias (entre ellas, la cre-ciente visibilidad que por esos mismosaños adquiría en la conflictividad social yobrera) no es desacertado concluir queayudó a que progresivamente se instalarala convicción de que el fraude, los comi-cios manipulados y otros controles, lejosde garantizar el orden, estimulaban en rea-lidad las actitudes tumultuosas de los disi-dentes. De esa convicción, junto con otroselementos, habría de emerger finalmenteel estímulo para que decantara dentro delgrupo gobernante una corriente favorablea la reforma del régimen. Sostengo que ladinámica beligerantemente opositora que,en torno a los diarios y en el espacio polí-tico de las calles la ciudad, se plasmóhacia principios del novecientos en Bue-nos Aires alimentó la percepción de unorden que, como el propio Natalio Botanareconoce, era “ambivalente, duradero sinpor ello dejar de ser inseguro para quienesejercían el control” (N. Botana 1994:XXIII). Ésa es, propongo, una orientaciónque deberíamos seguir explorando.

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Se trata, en definitiva, de descomponerla visión según la cual durante esos años elproceso político estuvo dominado por ladinámica interna del régimen, mientras quela población supuestamente permanecíaatrapada en la disyuntiva entre la pasivasubordinación al orden impuesto y la resis-tencia violencia que esporádicamente esta-llaba bajo la forma de la impugnaciónrevolucionaria y la insurrección armada. Laintención no es, por cierto, construir unaimagen opuesta a la de la hegemonía guber-namental que ignore o niegue los límitesque la misma imponía a la participaciónpolítica popular. Lo que defiendo en lugarde ello es la relevancia de una perspectivaque muestre la variedad de formas, espa-cios y protagonistas de la vida política talcomo ésta funcionaba en el marco de loscontroles y las reglas del juego vigentes.

Inés Rojkind es docente en la carrera de His-toria de la Facultad de Filosofía y Letras de laUniversidad de Buenos Aires (UBA) y becariapostdoctoral del Consejo Nacional de Investi-gaciones Científicas y Tecnológicas (CONI-CET), en Argentina. Recibida en la UBA,recientemente obtuvo el Doctorado en el Cen-tro de Estudios Históricos de El Colegio deMéxico. Correo electrónico: [email protected].

Melina Piglia

Estado y sociedad civil en la Argentina de entreguerras:un debate abierto

Desde los años ochenta del siglo XX latemática de la sociedad civil y de la rela-ción entre los intereses particulares y elEstado ha recibido renovada atención, enparte a causa de las preguntas abiertas por

las transiciones democráticas en Latinoa-mérica y Europa Oriental. Como ha soste-nido Hilda Sabato, la reintroducción de lanoción de sociedad civil, aunque plagadade ambigüedades teóricas y pretensionesnormativas, ha vuelto visibles problemas,instituciones y prácticas que habían pasa-do desapercibidos para historiadores ycientistas sociales, alentando nuevas lec-turas sobre el pasado. Así, en la Argentina,en los últimos años ha habido un crecienteinterés por analizar las formas organizati-vas de la sociedad civil, sus articulacionescon el Estado y su papel político en unsentido amplio. Una señal temprana deese interés son los trabajos de Sabatosobre la constitución de una esfera públicaen Buenos Aires antes de 1880, que hanreflexionado en torno al rol de la prensa,las asociaciones y las movilizacionescomo instrumentos de una acción colecti-va destinada a interpelar al Estado (porejemplo, H. Sabato, La política en lascalles. Buenos Aires, entre el voto y lamovilización, 1862-1880. Buenos Aires:Sudamericana, 1998).

La emergencia de una sociabilidadasociativa en Argentina puede rastrearsehasta los tiempos de la colonia, y en lasúltimas décadas del siglo XIX entró en unaetapa de franca expansión y moderniza-ción. En primer término, surgieron losclubes de élite, formas de sociabilidadque luego se difundieron entre otros sec-tores sociales (se multiplicaron así losclubes étnicos, las asociaciones mutualesy las de socorro mutuo, por ejemplo).Surgidos a imitación de los clubes deEuropa, donde habían tenido gran desarro-llo tras la Revolución Francesa, los clubesde élite argentinos formaban parte de lalógica de distinción de clases medias yjóvenes burguesías americanas que inten-taron justificarse como tales no sólo a par-tir de la ostentación de su riqueza, sino desus costumbres.

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A esos clubes les siguieron otros, quehacían eje en el deporte como forma deelemento civilizatorio y de distinciónsocial. Junto a la figura del clubman emer-gería así, hacia finales del siglo XIX, otrafigura refinada, la del sportman. Comoplantea Georges Vigarello, los clubesdeportivos de élite que habían surgido enEuropa en la segunda mitad del siglo XIX,como el Jockey Club, planteaban un ocioproductivo: transformar los pasatiempos,dándoles una misión económica (la mejo-ra de las razas equinas para las tareas rura-les, por ejemplo). El término sportmandesignaba así a un hombre que ya nonecesitaba trabajar, pero que transformabasu actividad recreativa en productiva, paraser útil a sus conciudadanos y honorable yhonrado por ellos (G. Vigarello, “Letemps du sport”, en Alain Corbin, L’Ave-nement Des Loisir, 1850-1960. Paris:Aubier, 1995). En el caso Argentino algu-nos de estos clubes sociales y deportivos,han sido objeto de análisis. En su análisisdel Jockey Club Argentino, el Círculo deArmas y el Club del Progreso, LeandroLosada observó que la introducción ydifusión de los deportes, motorizada porla colectividad británica, formó parte delproceso de “europeización” de la éliteporteña y constituyó un canal simbólicode expresión de la diferencia social (L.Losada, La alta sociedad de Buenos Airesde la Belle Époque. Buenos Aires: SigloXXI, 2008.). Del mismo modo, la tesisdoctoral de Thomas Edsall sobre el Joc-key Club plantea que club fue exitoso enintegrar (aunque no unificar) a grupos dela clase alta antes separados y divididosofreciéndoles una identidad cultural, loque resultó clave para la estabilidad políti-ca y social, y a la vez proveyó un espaciofísico donde interactuar, encontrarse, tra-bar relaciones y alianzas (Th .Edsall, “Eli-tes, Oligarchs, and Aristocrats: the JockeyClub of Buenos Aires and the Argentine

Upper Class, 1920-1940”. Phd. Disserta-tion, 2000, mimeo). Como ha señaladoJosé Luis Romero, los clubes eran vitalesen las carreras políticas y en los negocios:en ellos comenzaban conversacionesinformales que no hubieran estado bien endespachos oficiales o en oficinas financie-ras (J. L. Romero, Latinoamérica. Lasciudades y las ideas. Buenos Aires: SigloXXI, 2001).

Acentuando este fenómeno, durantelos años veinte se multiplicaron las aso-ciaciones voluntarias de inspiración diver-sa (sociedades de fomento, clubes, etc.),se desarrollaron las asociaciones econó-micas y profesionales, y se fortaleció latendencia a que éstas se vincularan demanera directa con el Estado. Los intere-ses corporativos y los relacionados con lasasociaciones voluntarias, procesan y cana-lizan sus intereses y conflictos e interpe-lan al Estado a través de dos tipos princi-pales mecanismos: los partidos políticos yel Parlamento, de un lado, y las organiza-ciones de intereses que actúan comomediadoras entre ellos y el Estado, delotro. Es este último tipo de mecanismo elque pareció primar en la Argentina poste-rior a la primera guerra. Waldo Ansaldi haleído en este proceso la señal del fortaleci-miento de la sociedad argentina de losaños veinte en una dirección corporativa,y por consiguiente, de la debilidad de lademocracia. Para Ansaldi la causa prima-ria del predominio de la mediación corpo-rativa entre los intereses (a los que defineen función de las oposiciones de clase) yel Estado se encuentra en la debilidad delos partidos políticos que no estaban orga-nizados sobre una base clasista, más queen la fortaleza de las corporaciones (W.Ansaldi, “La trunca transición del régi-men oligárquico al régimen democrático”,en R. Falcón (dir.), Nueva Historia Argen-tina. Buenos Aires: Sudamericana, 2000,tomo 6). Para Tulio Halperín, en cambio,

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esto obedecía más bien a la inadecuaciónde la élite política frente al desafío de unpaisaje social complejizado por la movili-dad social y los cambios políticos y eco-nómicos. Los intereses eran múltiples (yno seguían líneas de fractura clasistas) ymúltiples organizaciones los expresaron,presionando de manera variada sobre elEstado (T. Halperín, Vida y muerte de larepública verdadera (1910-1930). BuenosAires: Ariel, 2001).

Sin descuidar este aspecto, Luis Alber-to Romero ha destacado, junto a esta debi-lidad de las instituciones representativasdurante la primera experiencia democráti-ca, la importancia que otro tipo de asocia-ciones voluntarias (que no eran corpora-ciones en sentido estricto) tuvieron comoescuelas de participación y ciudadanía,fortaleciendo a la sociedad civil en un sen-tido democrático (L. A. Romero, “El Esta-do y las corporaciones. Madurez de lasociedad civil. 1920-1943”, en AA. VV.,De las cofradías a las organizaciones de lasociedad civil. Historia de la iniciativaasociativa en la Argentina, 1776-1990.Buenos Aires: Grupo de Ana?lisis y Desa-rrollo Institucional y Social GADIS,2002). Esta interpretación atiende a laconsolidación de lo que Jürgen Habermasha llamado la “esfera pública” formadapor ciudadanos privados que conformanun público, uniéndose entre sí a través deredes de sociabilidad y asociación paraparticipar activamente en los asuntospúblicos, interpelar al poder y defendersus intereses frente al Estado y a las cor-poraciones (J. Habermas, Historia y críti-ca de la opinión pública. Barcelona: Gus-tavo Gili, 1981).

El impulso al asociacionismo en losaños veinte estuvo también en función dela pérdida, por parte de algunos sectoresde las élites, de la ingerencia directa sobrelas decisiones en materia de política esta-tal, lo que los hizo recurrir a las asociacio-

nes civiles como forma de continuar influ-yendo sobre la formación de las políticas.Las asociaciones resultaban un recursoposible, además, por las falencias o insufi-ciencias del sistema de representaciónpartidario en el nuevo contexto de lademocratización. Esto llevó a la potencia-ción y modificación de las asociacionesexistentes o a la creación de organizacio-nes de nuevo tipo –la Liga Patriótica porejemplo–.

La influencia pública de las asociacio-nes de la sociedad civil se consolidó en ladécada del treinta, cuando en consonanciay en simultáneo con un proceso de expan-sión de la intervención estatal en la econo-mía y la sociedad, se crearon organismosestatales mixtos, que dieron voz y voto alos intereses particulares en la formaciónde las políticas públicas. En algunos casos,como en las juntas de producción o laDirección Nacional de Vialidad, la repre-sentación de los intereses particulares fueexplícita. En otros casos, los funcionarioselegidos eran miembros destacados dealguna de las organizaciones civiles (laSociedad Rural Argentina, el AutomóvilClub Argentino), pero no había una repre-sentación formal de ellas: esto fue así en laDirección de Parques Nacionales y enYacimientos Petrolíferos Fiscales.

Frente a una interpretación más tradi-cional que considera los canales corporati-vos y los partidarios como formas contra-puestas y estancas de representación delos intereses particulares ante el Estado, lainvestigación empírica sobre las asocia-ciones civiles (corporativas o no corpora-tivas) y sobre los organismos mixtos degobierno, muestra un panorama diferentey conduce a un replanteo de las categoríasde interpretación. Esta línea, desarrolladaen la última década, incluye trabajos sobreel Jockey Club, el Club el Progreso, losclubes de automovilistas, la Dirección deVialidad, etc.

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En primer término, este tipo de inves-tigaciones ha permitido poner énfasis enlas articulaciones entre partidos y asocia-ciones (A. V. Persello, “Representaciónpolítica y burocracia: las juntas regulado-ras de la producción, 1930-1943”, enBoletín del Instituto Ravignani, en pren-sa). Muchos dirigentes de asociacioneseran simultáneamente dirigentes partida-rios: su actividad pública canalizada a tra-vés de las asociaciones les otorgaba legiti-midad y redes de contactos complementa-rias de los derivados de las otras facetasde su vida pública. A la vez, estos políti-cos llevaban las inquietudes de las asocia-ciones a los partidos y a otras esferas esta-tales y promovían los intereses institucio-nales (obteniendo subsidios, etc.). Lasredes en las que se insertaban los dirigen-tes de las asociaciones, incluían además aotras organizaciones de la sociedad civil,algunas de ellas estrictamente corporati-vas. La imagen de la telaraña permitevisualizar más adecuadamente los múlti-ples vasos comunicantes entre diferentesniveles estatales, diferentes asociaciones ypartidos políticos.

En segundo término, las últimas inves-tigaciones llevan a replantear la cuestiónde la tensión entre interés general e interésparticular en la constitución de los nuevosorganismos. Si tradicionalmente se inter-pretaba a los organismos mixtos de losaños treinta como una señal del avance delos intereses corporativos sobre la potes-tad estatal, las nuevas miradas proveen laimpresión contraria, al menos en lo queatañe al gobierno de Agustín P. Justo. Enprimer lugar, los intereses particularesrepresentados incluían a asociaciones nocorporativas en sentido estricto (por ejem-plo representantes de los consumidores).En segundo lugar, los representantes delas asociaciones estaban en minoría en lamayor parte de los nuevos organismos,por lo que más que una “colonización” del

Estado por parte de los intereses particula-res, se establecía una acción estatal denuevo tipo en la que el Estado consultabaa los afectados como paso previo a elabo-rar, siguiendo criterios “técnicos”, unapolítica que buscaba responder al biengeneral. Finalmente, la visión contempo-ránea consideraba que el bien comúnpodía ser servido conjuntamente con elbeneficio de los intereses privados “com-patibles”: así, el hecho de que en muchoscasos los legisladores que proponían lalegislación sobre las juntas de producciónparticiparan de las actividades productivasque estaban procurando regular, soloexcepcionalmente generó cuestionamien-tos. Por otro lado, la presencia de los inte-reses gremiales en las nuevas agenciasestatales se legitimaba por su saber técni-co, originado en la experiencia en la acti-vidad respectiva, y era percibido como unremedio frente a la posible ineficiencia yelectoralismo de la intervención estatal.La cuestión clave en debate, ya desde losaños veinte, no residía en la legitimidadde la representación de los intereses gre-miales en los nuevos organismos degobierno, sino en torno a la definición deltipo de intereses que debía estar represen-tado, y al peso relativo que debían teneren los directorios de los nuevos organis-mos estatales.

En tercer lugar, los estudios empíricossobre las articulaciones entre el Estado yla sociedad civil, han puesto en relevanciala necesidad de combinar escalas de análi-sis diferentes para lograr una comprensiónmás ajustada. Así, algunos trabajos handado cuenta de las articulaciones entresociedad civil y partidos a nivel capilar,haciendo foco en la sociabilidad no sólopolítica de las unidades básicas o loscomités, y mostrando la imposibilidad deseparaciones taxativas entre asociacionesciviles y política partidaria, una vincula-ción que la denuncia de la vinculación

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entre “barras bravas” de los clubes depor-tivos y “patotas” de los partidos políticos,pone hoy sobre el tapete (De Privitellio,Luciano, “Sociedad urbana y actores polí-ticos en Buenos Aires: el partido ‘inde-pendiente’ en 1931”, en Boletín del Insti-tuto de Historia Argentina y Americana“Dr. Emilio Ravignani”, tercera serie,núm. 9, FFyL, UBA, Buenos Aires, 1er

semestre de 1994; Levitski, Steven, “Una‘Des-Organización Organizada’: organi-zación informal y persistencia de estructu-ras partidarias locales en el peronismoargentino”, en Revista de Ciencias Socia-les 121, UNQ Ediciones, Quilmes, octu-bre de 2001).

Finalmente, las innovaciones historio-gráficas en este campo de estudio se vincu-lan con los progresos de las investigacio-nes sobre los casos provinciales, que en lasúltimas décadas han avanzado por sobreuna versión de la historia centrada en Bue-nos Aires y en la trayectoria nacional. Lasarticulaciones entre intereses particulares yestado a nivel provincial y de las localida-des, todavía poco exploradas, evidencianla peculiaridad del funcionamiento políticoprovincial y ponen de manifiesto el fre-cuente error de considerar que la política ylas políticas provinciales reproducen enmenor escala las orientaciones nacionales.El caso de la provincia de Buenos Aires enlos años treinta, por ejemplo, da cuenta dela influencia de los intereses particulares através de las redes de poder de caudillos,diputados e intendentes, más que de losorganismos mixtos controlados por los téc-nicos estatales (M. D. Béjar, El régimenfraudulento. La política en la provincia deBuenos Aires. 1930-1943. Buenos Aires:Siglo XXI, 2005).

Estas últimas líneas resultan, a mientender, las más prometedoras para avan-zar en la comprensión de la formación ypuesta en práctica de las políticas públicasen la Argentina, y de la curiosa combina-

ción de fraude electoral y fuerte participa-ción de la sociedad civil en el Estadodurante los años treinta.

Melina Piglia es becaria del Consejo Nacio-nal de Investigaciones Científicas y Técnicas(CONICET) de Argentina y profesora de histo-ria en la Universidad Nacional de Mar delPlata. Correo electrónico: [email protected].

Paula Seiguer

Los inicios de un debate: el lugar del protestantismohistórico en la Argentina

En los últimos años, la investigaciónhistórica sobre los fenómenos religiososha empezado a ocupar un lugar relevantedentro del campo de la historiografíaargentina. La mayor parte de la produc-ción de nuevos trabajos se ha concentradoen la historia de la Iglesia católica, por seresta mayoritaria dentro del país. Sinembargo, también se han iniciado algunasinvestigaciones sobre el rol de las religio-nes minoritarias, que comienzan ahora aaportar conocimiento sobre un panoramareligioso mucho más diverso y plural de loque se había creído. Una muestra de suexistencia ha sido la aparición del libro deSusana Bianchi Historia de las Religionesen la Argentina. Las minorías religiosas(Buenos Aires: Sudamericana, 2004), queretoma una serie de trabajos monográficospara construir una síntesis del panoramareligioso no católico y presenta, por pri-mera vez, un esquema general del desa-rrollo de las religiones minoritarias en laArgentina.

Con la aparición del texto de Bianchi,junto con la publicación de la tesis de

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María M. Bjerg Entre Sofie y Tovelille.Una historia de los inmigrantes danesesen la Argentina (1848-1930) (BuenosAires: Biblos, 2001), que se ocupa exten-samente de la organización de la Iglesialuterana danesa y su papel en relación a lacolectividad, la historiografía académicaha iniciado el acercamiento a un objetohasta ahora dejado exclusivamente enmanos de los investigadores directamentevinculados con las propias iglesias. Estoproporciona la oportunidad de replantear-se algunos de los supuestos que hasta aho-ra han subyacido a las afirmaciones que sehan hecho particularmente sobre la pre-sencia protestante histórica en la Argenti-na. Aquí intentaré esbozar un panoramabreve de algunos de los textos que hanresultado más influyentes en la elabora-ción de estos supuestos, y luego señalaréla manera en que éstos han comenzado aser reconsiderados ejemplificando a partirde mi propia tesis doctoral sobre la Iglesiaanglicana en la Argentina y su relacióncon la colectividad inglesa entre 1869 y1930, un período clave en relación coneste tema, dado que incluye la época de lainmigración masiva desde los países euro-peos a la Argentina.

En la década de 1950 el jesuita Pru-dencio Damboriena escribió una serie deartículos en los que denunciaba el peligroprotestante y adelantaba la que sería suobra magna sobre el tema: El protestantis-mo en América Latina (Friburgo: OficinaInternacional de Investigaciones Socialesde Feres, 1962). Damboriena escribíamotivado por la preocupación que le pro-ducía lo que veía como la infiltración delas sectas protestantes en América Latinadespués de la Segunda Guerra Mundial,apoyadas en el poderío norteamericano yusando métodos que no dudaba en compa-rar (un poco paradójicamente) con los delcomunismo, lo que lo llevaba a temer porla tradición católica y española de los paí-

ses latinoamericanos. Más allá de sus vati-cinios funestos, Damboriena estableceríaen estas obras algunos puntos que se con-virtieron en lugares comunes para el tema:la alianza de liberales, francmasones yprotestantes que dio pie a la entrada deestos últimos en Latinoamérica; la impor-tancia de los Estados Unidos como origende las misiones protestantes; lo ajeno delas tradiciones protestantes en relacióncon los países en los que se implantaba.

Por supuesto, los propios protestantesproducían literatura sobre sus actividades,pero la misma iba dirigida a un públicomuy reducido y era abiertamente propa-gandística, apuntando más bien a volvervisible a los ojos de otras comunidadesprotestantes (sobre todo a las de EstadosUnidos y en menor medida a las de Euro-pa) los éxitos y dificultades del trabajo enAmérica Latina, con el fin de obtener apo-yo y fondos para las misiones.

Hacia fines de la década de 1960, sinembargo, comenzaron a aparecer algunasobras sobre el tema que iban más allá de laintencionalidad proselitista, en la medidaen que la sociología se replanteaba susideas respecto a la secularización en elcontexto de la expansión pentecostal enAmérica Latina. En este sentido resulta-ron claves los aportes de Christian LaliveD’Epinay. Su tesis El Refugio de lasMasas (Santiago de Chile: Editorial delPacífico, 1968), a la que luego siguieronlos clásicos Las Iglesias del trasplante.Protestantismo de inmigración en laArgentina (que co-escribió junto con Wal-do Luis Villalpando y Dwain C. Epps yfue editado en Buenos Aires por el Centrode Estudios Cristianos en 1970) y Reli-gión, dynamique sociale et depéndance(Le protestantisme en Argentine et au Chi-li) (Paris/La Haye: Éditions Mouton,1975). En relación con el estudio del pro-testantismo histórico, en el ya menciona-do Las Iglesias del trasplante se proponía

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una clasificación que habría de volverseclásica entre dos tipos sociológicos: lasiglesias inmigratorias o “étnicas” (“tras-plantes” de Europa) que habrían manteni-do el idioma de origen y que lentamentehabrían ido evolucionando hacia su “natu-ralización” (o, como lo decía Villalpando,habrían pasado “de la iglesia residente a laiglesia residual”) y las iglesias misioneraso “metaétnicas” de origen norteamericanoque se habrían instalado en la Argentinacon el propósito explícito de hacer con-versos (las iglesias “de injerto” o conver-sionistas). Curiosamente, este volumenretomaba desde una perspectiva pro-pro-testante los mismos supuestos que Dam-boriena esbozara en plan de denuncia: laalianza con los liberales (aquí vistos comovisionarios del progreso), la posibilidadde las iglesias europeas de permanecerdurante un largo período totalmente aje-nas a la realidad nacional, en el caso delos “trasplantes”, y la necesidad deimplantar dificultosamente ideas que erantambién ajenas a ésta en el caso de losinjertos.

Más adelante, las ideas de Jean-PierreBastian, extraídas de su trabajo sobre elcaso mexicano, Los disidentes: socieda-des protestantes y revolución en México,1872-1911 (México, D. F.: Fondo de Cul-tura Económica, 1989) y ampliadas en suHistoria del protestantismo en AméricaLatina (México, D. F.: CUPSA, 1990), sehan convertido en citas cuasi obligadaspara los historiadores del protestantismolatinoamericano. En lo referente al protes-tantismo histórico del siglo XIX y las pri-meras décadas del XX, del cual tiene unavisión muy optimista comparativamenteen relación al pentecostalismo, Bastian hatendido ha confirmar varias de las afirma-ciones que ya hicieran Damboriena o Lali-ve D’Epinay y Villalpando. La alianza conel liberalismo le parece tan significativaque piensa más provechoso definir a las

comunidades protestantes como “socieda-des de ideas” liberales, puesto que le pare-ce que es el nivel político el que predomi-na sobre el religioso. Insiste también en elorigen norteamericano de las misiones aLatinoamérica, basándose en el papel fun-damental de la Conferencia Misionera deEdimburgo de 1910, que excluyó de susdeliberaciones a las misiones protestantesen los países latinoamericanos por consi-derarlos ya cristianizados, y que habríatenido un impacto profundo en las iglesiaseuropeas.

Los trabajos de Bastian han sido enor-memente influyentes. Sin embargo, susconclusiones, obtenidas en primera ins-tancia a partir de su estudio del papel delos misioneros protestantes de origen nor-teamericano en la Revolución Mexicana,me parecen difícilmente aplicables a laArgentina. De hecho, los escasos trabajosacadémicos que recientemente han apare-cido en torno a este tema, incluida mi pro-pia investigación doctoral, llevan lenta-mente a un replanteo de estos supuestosbásicos en los que ha abundado la histo-riografía.

En primer lugar, se ha criticado a lanoción de trasplante. Ya la tesis de Bjerghablaba de las vicisitudes de la recreaciónde la identidad danesa a través de la Igle-sia luterana. En mi tesis he sostenido queel concepto de trasplante no da cuenta delas diferencias evidentes entre la organiza-ción de una Iglesia protestante en Europa(donde a menudo eran parte de la organi-zación del Estado) y en la situación mino-ritaria de la Argentina. Las iglesias debie-ron por fuerza adaptarse a las circunstan-cias locales, y el estudio de este procesonos revela su carácter de re-creacionesnovedosas realizadas por parte de agrupa-ciones de personas en su intento de forjar-se a sí mismas una identidad colectivabasada en un criterio étnico. Se imponeentonces la necesidad de desnaturalizar la

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identidad protestante de estos grupos y depreguntarse por los roles que estas iglesiascumplieron, los valores que fueron depo-sitados en ellas, y su importancia en elproceso de integración de estos individuosen la sociedad receptora. Al convertirse enrefugios de etnicidad, en preservadorasconcientes de la identidad nacional origi-naria de los inmigrantes, estas iglesiascreaban para sí mismas una función nue-va, que no poseían en Europa, y colabora-ban en la formación de una identidadcolectiva que también era nueva, aunquepretendiera consistir en la preservación derasgos antiguos. La idea del “trasplante”emerge así como un proyecto, un idealincumplible que las fuentes eclesiásticasesgrimían como un discurso apropiadopara generar una unidad.

Resulta por demás interesante com-probar la coincidencia de estas ideas conaquellas que empleaban muchos represen-tantes de la Iglesia católica de la época,ocupados en la construcción de un idealpropio, el de la nación católica, que fundíaal nacionalismo argentino con una formaúnica del cristianismo. Esta coincidenciapermitió a muchos anglicanos y católicos,por ejemplo, esbozar una convivenciapacífica basada en la ecuación argentino =católico, inglés = anglicano, que ha per-meado la bibliografía a través de las histo-rias construidas desde ambas iglesias. Deesta manera, se ha terminado por aceptarque las iglesias protestantes (y por exten-sión quizás también otras religiones mino-ritarias) son “trasplantes” ajenos a “loargentino”, “iglesias inmigratorias”, sinplantearse el origen evidentemente inmi-gratorio de la Iglesia católica misma, queademás se reafirmaba a fines del siglo XIX

cuando tanto el clero regular como lascongregaciones religiosas se reconstituíanen base al aporte inmigrante creando unaIglesia católica nueva (véase para estetema la obra de Roberto Di Stefano y

Loris Zanatta, Historia de la IglesiaArgentina. Desde la Conquista hasta finesdel siglo XX. Buenos Aires: Grijalbo/Mon-dadori, 2000).

Pero además, un vistazo panorámicodel ámbito protestante revela inmediata-mente ámbitos de cooperación interdeno-minacionales en los que iglesias de injertoy de trasplante (o sectores de ellas) parti-ciparon de manera conjunta, y se hace evi-dente que no existía en todas las iglesiasinmigratorias un consenso interno queasegurase su dedicación exclusiva a unpúblico limitado a una colectividad nacio-nal. En mi tesis he buscado reflejar el tra-bajo misionero anglicano entre los indíge-nas de Tierra del Fuego, en el extremo surde la Argentina, y en el Chaco, en el norte;así como entre los sectores popularesurbanos de las mayores ciudades del país,Buenos Aires y Rosario. He sostenidoque, en la confrontación con la realidad deun país nuevo en donde el anglicanismo,lejos de ser la religión de Estado, era prac-ticado por una minoría ínfima, la inmigra-ción masiva aportó grandes cantidades depersonas cuyas necesidades no podían sercubiertas por el Estado argentino. Al exis-tir, además, indígenas que vivían en terri-torios alejados del avance del “progreso”,la “civilización” y el cristianismo, se pro-dujo entre algunos anglicanos un aumentode la militancia conversionista y aparecie-ron congregaciones que funcionaban encastellano, con conversos que a menudoeran inmigrantes recientes procedentes depaíses sin tradición protestante.

Por otra parte, la colaboración conotras iglesias como la metodista nos mues-tra la existencia de otras maneras de pen-sar al anglicanismo, como parte de un“nosotros” protestante o evangélico antesque como el representante de una colecti-vidad nacional, y como el garante de unprogreso material y moral de la Argentinaantes que como el guardián de la continui-

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dad de los valores ingleses. Las instanciasde cooperación con otras iglesias no sonexcepciones dentro del panorama protes-tante argentino, sino que forman parte deun modus vivendi que se instaló entre lasdiferentes denominaciones que se mostra-ron dispuestas a compartir iglesias yescuelas dominicales y a dispensar susservicios religiosos a fieles de otras igle-sias en caso de que no contaran con unaadecuada atención pastoral. El hecho deencontrarse en minoría y la crónica faltade pastores hicieron que las fronterasentre las denominaciones, que en Europaparecían infranqueables, se saltaran en laArgentina sin dudarlo.

La existencia de las misiones anglica-nas, además, pone en evidencia la necesi-dad de tomar distancia de otra de las hipó-tesis sostenidas por la bibliografía previa,la de la oposición entre las iglesias euro-peas y las norteamericanas. Algunas igle-sias europeas sostenían misioneros en laArgentina, y continuaron haciéndolo des-pués de la Conferencia de Edimburgo.Mientras tanto, la Iglesia metodista epis-copal, de origen norteamericano (una típi-ca iglesia “de injerto” en la clasificaciónde D’Epinay-Villalpando), siguió soste-niendo congregaciones de habla inglesapara los inmigrantes norteamericanos eingleses a lo largo de las primeras décadasdel siglo XX. Ante la ausencia de trabajosacadémicos, la bibliografía ha tendido areproducir el discurso generado por deter-minadas élites en el interior de las igle-sias, que buscaban crear un discurso unifi-cado respecto del rol de las mismas, apun-tando tanto a generar homogeneidad entresus fieles como a posicionar a la institu-ción eclesiástica de manera ventajosafrente a las presiones del contexto argenti-no. La disposición a disputar el campo a laIglesia católica o la voluntad de alcanzarun pacto tácito de no agresión con ella,fueron opciones que no siguieron necesa-

riamente el corte institucional por iglesia,aun si el discurso “oficial” de cada una deellas así lo sostenía.

Por otra parte, la tan mentada relaciónde protestantes y “liberales” tambiéncomienza a ser replanteada a la luz de unabibliografía académica que enfatiza el rolde un Estado en conformación, que apoyóa las escuelas confesionales protestantes ycatólicas, junto con muchísimas otras ini-ciativas que fueron consideradas de inte-rés público. En mi tesis destaco que losvínculos que unieron a protestantes desta-cados con personajes públicos de primeralínea, que evidentemente existieron,corrieron en paralelo con relaciones quese entablaron entre estas mismas persona-lidades y figuras de la Iglesia católica, quelos reformados denostaban en sus publica-ciones. Esta idea algo esquemática de un“partido liberal” (que ciertamente no exis-tió como tal en la Argentina) unido congrupos protestantes a los que apoyaba endetrimento del catolicismo, parece habersido tomado en primera instancia de lasfuentes católicas de fines del siglo XIX yprincipios del siglo XX, que acusaban de“liberales” asociados con “religiones forá-neas disolventes de la nacionalidad” aaquellos políticos cuyas iniciativas nocompartían, en un momento de muchastensiones entre el Estado argentino y elVaticano.

Finalmente, el debate recién comien-za, y nos invita a pensar a estas iglesiascomo entidades complejas y llenas deconflictos internos, tanto cuando busca-ban reinventar una nacionalidad comocuando intentaban insertarse en la realidadargentina. Si en el transcurso de la renova-ción historiográfica que indudablementese ha puesto en marcha logramos dilucidaren algún grado la parte que estas institu-ciones religiosas tuvieron en la historia dela asimilación de los inmigrantes y en latransformación que el proceso masivo de

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inmigración europea produjo en la socie-dad argentina, y ampliar nuestra percep-ción de la complejidad y pluralidad delcampo religioso y cultural de este período,sin duda habrá valido la pena.

Paula Seiguer es becaria posdoctoral delConsejo Nacional de Investigaciones Científi-cas y Técnicas (CONICET) de Argentina yprofesora de historia en la Universidad deBuenos Aires. Correo electrónico: [email protected].

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