picasso: una retrospec tiva...tragedias grises. un revue lo de pinceladas verdes, plo mizas y...

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PICASSO: UNA RETROSPEC- VA Pablo Picasso, a retrospective, Wi- lli Rubin, cronología por Jane Fluegel. «The Museum of Modern Art of New York», 1980. Distribuido por «Thames and Hudson», Londres. L os americanos de los Esta- . dos Unidos quisieron hacer el año pasado una exposi- ción de la obra de Picasso acorde con los tamaños a los que están ellos acostumbrados en todo tipo de cosas. Fue un record más a batir entre los innumerables que se inventan en su país. Se pro- yectó, y resultó serlo, una eosi- ción monstruo. No cabe duda. El cincuenta aniversario de la fun- dación del Museo de Arte Moderno neoyorkino hizo saltar la chispa: ha- bía una exposición pendiente sobre Picasso en la mente de todos los amantes del arte del mundo entero. Y había también un pximo aniver- sario que era necesario celebrar con bombo y platillo. La circunstancia no podía ser más favorable. Pero, por si esto fuera poco, exis- tía también la urgencia motivada por un peligro inminente: el «Guernica», quizás la mayor estrena posible en una exposición de este tipo, estaba a punto de salir del Museo para nunca más volver a él. Estaba claro que urgía aprovechar los últimos mo- mentos de su reclusión en aquella casa. William Rubin, Director de Pintura y Escultura del «Mo» («Museum of Modern Art», Nueva York), es inequívocamente sincero al respecto: «Once in Spain, the mu- ral would never move again from its home in the Prado, and its absence would constitute an unfillable !acuna in any future Picas so retrospective ». Resulta interesante observar que «Guernica». Los Cuadernos de la Actualidad Mr. William Rubín, lógicamente con fuentes bien informadas, al hablar de la venida del «Guernica» a Es- paña, habla de «su casa en el Prado» como el emplazamiento más lógico y probable para albergarlo. Precisamente ahora, que por fin acaba de venir, y que ha sido insta- lado en el Casón del Buen Retiro (anexo al Museo del Prado), levan- tándose con ello todo tipo de especu- laciones sobre si será o no el empla- zamiento definitivo donde final- mente descansará el cuadro. Si la exposición resultó monstruo, el libro, que es su catálogo íntegro, viene a ser otro pequeño monstruo de la bibliograa picassiana. He aquí sus características: 1. Sus 464 páginas recogen, en papel de buena cidad, las fotogra- as de 758 obras del artista (pintura, dibujo, grabado, collages, escultura y cerámica), 208 de ellas en color. A esto se añaden otras 181 fotos que ilustran la biograa y la época de Picasso. 2. Las obras, clasificadas por breves períodos de tiempo, vienen introducidas en cada uno de ellos por unas páginas de cronología, a modo de minucioso curriculum, en las que se recogen, paso a paso, multitud de grandes y pequeños he- chos que fueron jalonando e iu- yendo su vida y su obra. Se trata del más completo inventario cronológico sobre su producción artística im- preso hasta el momento, e ilustrado con las ciento ochenta y una fotogra- as sobre su vida y su época: fami- liares y amigos íntimos, escenas de estudio, carteles de exposiciones, casas en que habitó y otros muchos motivos que dan una visión docu- mentada sobre su evolución como hombre y como artista. 3. Unas trescientas obras que Picasso guardó siempre para sí mismo, y que hace poco han sido finalmente adjdicadas a sus herede- ros (casi cien de ellas) y elegidas por el Gobierno fncés en concepto de 102 Picasso. derechos de suces10n (más de dos- cientas), se han exhibido por pri- mera vez al público en esta Retros- pectiva neoyor k ina. De esta forma el libro pone al alcance del público lec· tor, por primera vez también, la re- producción de muchas obras impor- tantísimas para la comprensión de su arte, de sus intereses artísticos per- sonales y de sus experimentos. 4. La preparación del catálogo se ha nevado a cabo de modo tan meti- culoso y con tal rigor científico, que se ha ofrecido el detalle de ofrecer todas las variantes de fechas con que hasta ahora las obras de Picasso han sido fechadas por los principales es- tudiosos de su arte. William Rubin, de todos modos, ofrece la más fia- ble, y a continuación, en nota arte, las variantes que han are- cido entre la bibliograa picassiana. El rigor de estas observaciones des- ciende hasta las divergencias habi- das incluso a nivel de meses, lo cual" resulta muy interesante para todos los trabajos en profundidad que en el futuro se orden sobre Picasso. 5. Otra información digna de aprecio por curiosos e investigado- res consiste en la lista completa de las personas e instituciones que po- seen los derechos de reproducción de todas las obras recogidas en el libro. 6. El texto, naturalmente, está en inglés. Pero de todos modos el valor documental y didáctico de este libro sigue al alcance de todo el mundo, dado que, como advierte mister Rubin en su presentación, se ha puesto énfasis en el «aspecto pu- rameqte visual», aspirando a lograr «una especie de historia del arte sin palras». 7. Finalmente, ha de hacerse mción de la estrecha colaboración internacional que hizo posible la ex- posición y el libro, especimente

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PICASSO: UNA

RETROSPEC­

TIVA

Pablo Picasso, a retrospective, Wi­lliam Rubin, cronología por Jane Fluegel. «The Museum of Modern Art of New York», 1980. Distribuido por «Thames and Hudson», Londres.

Los americanos de los Esta-

. dos U nidos quisieron hacer el año pasado una exposi­ción de la obra de Picasso acorde con los tamaños a

los que están ellos acostumbrados en todo tipo de cosas. Fue un recordmás a batir entre los innumerables que se inventan en su país. Se pro­yectó, y resultó serlo, una exposi­ción monstruo. No cabe duda.

El cincuenta aniversario de la fun­dación del Museo de Arte Moderno neoyorkino hizo saltar la chispa: ha­bía una exposición pendiente sobre Picasso en la mente de todos los amantes del arte del mundo entero. Y había también un próximo aniver-sario que era necesario celebrar con bombo y platillo. La circunstancia no podía ser más favorable.

Pero, por si esto fuera poco, exis­tía también la urgencia motivada por un peligro inminente: el «Guernica»,quizás la mayor estrena posible en una exposición de este tipo, estaba a punto de salir del Museo para nunca más volver a él. Estaba claro que urgía aprovechar los últimos mo­mentos de su reclusión en aquella casa. William Rubin, Director de Pintura y Escultura del «MoMA»(«Museum of Modern Art», Nueva York), es inequívocamente sincero al respecto: «Once in Spain, the mu­ral would never move again from its home in the Prado, and its absence would constitute an unfillable !acuna in any future Picas so retrospective ».

Resulta interesante observar que

«Guernica».

Los Cuadernos de la Actualidad

Mr. William Rubín, lógicamente con fuentes bien informadas, al hablar de la venida del «Guernica» a Es­paña, habla de «su casa en elPrado» como el emplazamiento más lógico y probable para albergarlo. Precisamente ahora, que por fin acaba de venir, y que ha sido insta­lado en el Casón del Buen Retiro (anexo al Museo del Prado), levan­tándose con ello todo tipo de especu­laciones sobre si será o no el empla­zamiento definitivo donde final­mente descansará el cuadro.

Si la exposición resultó monstruo, el libro, que es su catálogo íntegro, viene a ser otro pequeño monstruo de la bibliografía picassiana. He aquí sus características:

1. Sus 464 páginas recogen, enpapel de buena calidad, las fotogra­fías de 758 obras del artista (pintura, dibujo, grabado, collages, escultura y cerámica), 208 de ellas en color. A esto se añaden otras 181 fotos que ilustran la biografía y la época de Picasso.

2. Las obras, clasificadas porbreves períodos de tiempo, vienen introducidas en cada uno de ellos por unas páginas de cronología, a modo de minucioso curriculum, en las que se recogen, paso a paso, multitud de grandes y pequeños he­chos que fueron jalonando e influ­yendo su vida y su obra. Se trata del más completo inventario cronológico sobre su producción artística im­preso hasta el momento, e ilustrado con las ciento ochenta y una fotogra­fías sobre su vida y su época: fami­liares y amigos íntimos, escenas de estudio, carteles de exposiciones, casas en que habitó y otros muchos motivos que dan una visión docu­mentada sobre su evolución como hombre y como artista.

3. Unas trescientas obras quePicasso guardó siempre para sí mismo, y que hace poco han sido finalmente adjlldicadas a sus herede­ros (casi cien de ellas) y elegidas por el Gobierno francés en concepto de

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Picasso.

derechos de suces10n (más de dos­cientas), se han exhibido por pri­mera vez al público en esta Retros­pectiva neoyorkina. De esta forma el libro pone al alcance del público lec· tor, por primera vez también, la re­producción de muchas obras impor­tantísimas para la comprensión de su arte, de sus intereses artísticos per­sonales y de sus experimentos.

4. La preparación del catálogo seha nevado a cabo de modo tan meti­culoso y con tal rigor científico, que se ha ofrecido el detalle de ofrecer todas las variantes de fechas con que hasta ahora las obras de Picasso han sido fechadas por los principales es­tudiosos de su arte. William Rubin, de todos modos, ofrece la más fia­ble, y a continuación, en nota aparte, las variantes que han apare­cido entre la bibliografía picassiana. El rigor de estas observaciones des­ciende hasta las divergencias habi­das incluso a nivel de meses, lo cual" resulta muy interesante para todos los trabajos en profundidad que en el futuro se aborden sobre Picasso.

5. Otra información digna deaprecio por curiosos e investigado­res consiste en la lista completa de las personas e instituciones que po­seen los derechos de reproducción de todas las obras recogidas en el libro.

6. El texto, naturalmente, estáen inglés. Pero de todos modos el valor documental y didáctico de este libro sigue al alcance de todo el mundo, dado que, como advierte mister Rubin en su presentación, se ha puesto énfasis en el «aspecto pu­rameqte visual», aspirando a lograr «una especie de historia del arte sin palabras».

7. Finalmente, ha de hacersemi'nción de la estrecha colaboración internacional que hizo posible la ex­posición y el libro, especialmente

entre el MoMA y la «Réunion des Musées Nationaux» de Francia, cu­yos respectivos directores han es­crito las dos introducciones con que se abre esta obra. Por otro lado, una buena prueba de la colaboración y del esfuerzo por hacer de esta Re­trospectiva una muestra exhaustiva y completa, la supone el hecho de que han sido ciento cincuenta y ocho el número de instituciones y. particu­lares de todo el mundo que han ce­dido sus colecciones para lograr la muestra. Entre ellos hay tres institu­ciones españolas: los museos Pi­casso y de Cerámica de Barcelona y el Museo Nacional de Arte Moderno de Madrid.

Por último, un hecho lamentable: el libro ha salido a la venta en Esta­dos Unidos, Inglaterra y Francia por un precio de unas 1.800 pesetas. Y en Espáña, con la intervención de una editorial española, acaba de em­pezar a venderse en nuestras libre­rías por unas 4.500.

Luis Fernando Martín Galán

KIKER, UN REFLEJO DE LUZ A sturias. Un Guemica de

tragedias grises. Un revue­lo de pinceladas verdes, plo­mizas y negras. Una capa de roja sangre que enturbia

las pupilas del Fantasma de la noche que canta en las venas de la Mina.

Aller. Un concejo, vértice del an­tro minero. Carbón su paisaje. Car­bón su silencio. Sus hombres car­bón. Dolor en los ojos azabache de sus minas.

Moreda. Un desmoronarse hacia el universo de esqueléticos escom­bros carboníferos que siembran la mirada de faneles apagados. Una corta cordillera astillada por un río que cuando se enfurece revienta las entrañas de los mont€S.

Los Corraones. Lar de nacimiento y semillero de recuerdos. Hogar perdido y añorado en su simpleza. Llama de origen que hoy se caldea en la mirada lejana y mortecina, cla­vada de ladera a ladera, en los atar­deceres luminosos de Escobio de Vega.

Si alguien necesita su biografía, creo que no debe ser más extensa ni menos explícita.

Otra cosa es su futuro que va es­trangulando las luces de la vida.

Los Cuadernos de la Actualidad

La mano roma, rechoncha, hecha un cuerpo, cuyos dedos asemejan pinceles, cortos pinceles de artificio, cual río minero leve y rebullente, va abriendo los paisajes del incons­ciente, va descubriendo los persona­jes del mañana, va creando los espa­cios donde nos moveremos en el fu­turo, de forma profética entre lo si­niestro y lo mágico, en un extraño oráculo que no alcanzaremos nunca a descifrar.

Kiker-pintor, translada su fecun­didad a la narrativa seria García Márquez-plumífero. Las obras de Kiker forman una amalgama conti­nuada, modificada en lo accesorio para no romper lo fundamental, de obras y obras, de sentimientos y sentimientos, de argumentos y ar­gumentos que forman mil Macondos salpicados de Buendías, de brumas, de selvas, de dudas y de certezas, de opresiones, de continuidad, de co­lor.

El reflejo de esa sociedad que oprime al pintor, al hombre, al espí­ritu, se pasea por sus óleos enseño­reándose de ellos, martirizándolos, haciendo que en momentos pugnen por saltar y huir de sus bastidores.

Kiker es un hombre lleno de sole­dad, de soledad forzada, de esa so­ledad que a él más que a nadie urge destruir, desbaratar, arrancar de raíz y romper de simiente.

No parece Kiker un hombre ex­presivo en lo oral, es más bien en la tertulia un personaje hosco aunque interesado, ajeno al alboroto de la conversación aunque no sé por qué extraña razón, interesante a los ojos de los contertulios. Mas es cierta­mente equívoca esta apariencia.

El foráneo, el ajeno a su mundo, el extranjero de su mente no puede percibir claramente su fulgor, aun­que lo presienta, porque no cuenta con las condiciones mínimas para poder apreciar su fresca charla, su

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inmensa conversac1on, su dominio insondable de la expresión. Cuando el no iniciado en Kiker prescinde de su obra, desnuda a Yepes, al cap­tarlo, de su guitarra, renuncia a asu­mir a Liszt unido a un piano o no recuerda a Celso Emilio Ferreiro encacfenado a una pluma. Kiker es sólo enteramente Kiker unido a su pintura, a sus volúmenes figurativos, a sus piedras maternales, a su espe­cial forma de aportación creativa a la tertulia.

Recuerdo ahora un hecho mínimo, acaecido diez o doce años atrás, en una galería de Gijón, durante una de sus primeras exposiciones. Se pa­seaban los curiosos, entrelazándose con los aficionados y los pintores, se mezclaban las miradas, admirativas unas, caricaturizadas otras, escépti­cas y despectivas muchas, interro­gantes las más, se paseaban, digo, mezclándose con los fuertes deste­llos de los focos en el ámbito susu­rrante de la sala ... De pronto, de súbito, de repente, una voz clara rompió la quietud, resquebrajó la calma ... ¡Esto es insoportable ... Hay que avisar a la policía! ... Las cabe­zas giraron atónitas, los cuchicheos cobraron vida más acelerada, Kiker sonrió ... Entonces yo pensé que se­ría inútil que viniese la policía. Tanta expresión, tan vasta creativi­dad era una puerta inaccesible a la represión de la policía. Muchos años después, este pensamiento, esta cer­teza ha ido enraizando hasta el magma de las entrañas más profun­das del globo. Kiker es el derecho tiránico a la más libre comunicación.

En el Macondo de Kiker los Buendía llevan casco y van armados de lámpara minera, tienen los ojos y la voz hechos del negro mineral, respiran el entorno de la Cuenca y representan el . homenaje artístico más grande que se ha dado nunca a los topos del silencio.

DELA OPERETA SADICA ITALIANA

Juan Acebal

M is amigas prefieren recor­dar en el aperitivo aquella inefable secuencia de Saló en que un voyeur culto con­templa cómo en su jardín le

son rebanadas las lenguas a unos jó-

EL HOSPITAL DE LOS

DORMIDOS (Una historia de Plinio)

F. García Pavón.

El iniciador de la novela policíaca española

nos sorprende con una nueva historia del entrañable Plinio.

Una obra maestra del género negro, repleta

de lenguaje y situaciones coloristas. Un relato que se lee con amor y nos hace sonreír

una y otra vez con su sentido del humor.

Títulos publicados CARONTE AGUARDA

Femando Savarer

CON FLORES A MARIA Alfonso Grosso

¡ VIVA EL PUEBLO! Germán Sánchez Espeso

LA NOCHE ESPAÑOLA Leopodo Azancor

A SALTO DE MATA José Antonio Gabriel y Galán

TANTAS VECES PEDRO Alfredo Bryce F.chenique

A LA SOMBRA DE LAS MUCHACHAS ROJAS

Francisco Umbral

LA COSTUMBRE DE MORIR Raúl Guerra Garrido

De próxima aparición: LA RFJNA ROJA

Gonzalo Suárez

Los Cuadernos de la Actualidad

venes. Ponderan luego sin pestañear la decapitación del crío por el avieso fascista en la segunda parte de No­vecento y su justo calvario popular. Llegan al primer plato describiendo el proceso hepático de algún amigo común y en los segundos, animadas por el caldo, reviven la asfixia del muchacho de Amarcord entre los pechos de la estanquera. Terminan a los postres saboreando la mermelada sangrienta d� Portero de noche con la misma naturalidad con que co­mentan las incidencias de sus mens­truos. La indigestión, no hay que decirlo, será de Ferreri.

Desde que tengo uso de razón ci­nematográfica me ha inquietado la familiaridad de los italianos (y la de las mujeres) con lo que llaman fun­ciones naturales y con la violencia físi.;ª', la vulgaridad y el exceso de sus hechos de sangre, la crudeza y el desenfado para contarlos. Autores cultos y cine de masas tienen en co­mún un tremendismo inconsciente y barroco. La opereta sádica es el gé­nero nacional. U na concepción ra­cial del edicto de Melies: «Habéis venido al cine a sufrir».

Nunca ha faltado la violencia en el cine. Unas veces la sevicia ha sido el recursq de los criminales, la prueba flagrante de su maldad. Otras, la brutalidad era el arma que dosifica­ban )os fuertes y la rudeza; la ma­nera de su virilidad. La violencia y la inmoralidad ejercían una función curativa, moral. La violencia es el asunto de algunos géneros clásicos: el thriller, el western, el terror. Con la crisis de la identificación del pú­blico y la influencia del intelectua­lismo europeo aparece una violencia

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abstracta, estilizada y ritual, su con­cepto'. Y al mismo tiempo los géne­ros agotados se actualizan mediante el. recurso al plagio y al naturalismo estomagante, rebajado con guiños a un espectador que ya no se cree nada.

Es el momento Je los italianos, que tienen una teoría cómica del dis­tanciamiento. Su versión popular se llamó spaghetti y Argento, Leone o Corbucci son los hombres olvidables emboscados en Cinecittá. Su mate­rial, héroes premorales que libran duelos grotescos por un puñado de dólares y excedentes de catsup para regar matanzas bufas.

De la opereta Culta a la bufonada sincera, el mismo desenfado, la misma violencia distraída. He visto en los :últimos meses dos pastiches en los confines del subgénero, dos subproductos a los límites del asom­bro: D_e Sergio Corbucci, precisa­mente, es Días de amor y venganza(Giallci· napolitano), una comedia desconcertante de rocambolesca trama policial. Y Los amantes de Lulú de Valerian Borowczyk, que ex­plota en Italia el filón del más cha­bacano café teatro luego de una etapa francesa de pornógrafo estimu­lante y cuidadoso. La crudeza pasa aquí de clímax a soporte, de asunto a estilo, de significado a sintaxis. La comicidad se refugia en la violencia como un recurso primitivo, infantil. Es la última versión y la más verda­dera del género: la payasada sinies­tra. Y así, no son raros una pelea callejera entre músicos de concierto, violencias contra un Mastroianni im­pedido, la burla coral en un sanato­rio de locos o ese final insólito en que un amante ocasional de aspecto achulado deja a Lulú de una cuchi­llada las tripas al aire, momento que aprovecha una condesa lesbiana pará poseerla sin escrúpulos.

José Ramón Rodríguez Bermúdez

BO DEREK, LA CHAVALA DEL MONO

Esta muchachita de 1,60 centímetros, bellos pómu­los sobresalientes, nariz a leteante, terso cutis, altivos pechos frutales,

altas caderas y muslos masajeados, coprotagonista de esa espléndida pe­lícula de Blake Edwards que es JO, y

estrella de este bodrio insulso de su esposo que es Tarzán , el hombre mono, ejemplifica muy bien la dis­tancia con frecuencia insalvable que hay entre lo bello y lo atractivo, en­tre la perfección corporal y la cálida y secreta capacidad para resultar irresistible.

A Bo Derek, por lo tanto, le falta una gota de esa subyugante y sabia malicia que anima siempre las mira­das de las más atractivas heroínas del cine. Compararla, por ejemplo, con la recuperada Ava Gardner de Mogambo, hermosa y malévola, tierno y peligroso «osito de miel», resultaría simplemente ridículo. Tampoco la Derek parece divertida: probablemente, esas turgencias que exhibe sólo las consiga a costa de penosas dietas vegetarianas, abun­dantes zumos naturales, horarios muy regulares y mucho forzado gesto facial. No le gusta, además, conversar, salvo quizá en aquellos momentos que precisamente no son los más indicados para preguntar, narrar y pedir o dar explicaciones. Y tiene gustos vulgares en música y también para vestirse y cruzar las piernas. No puede ser, por ello, una actriz ni tan siquiera discreta: esa fría boca sempiternamente semia­bierta, esa gélida mirada inocua, esos hombros siempre tensos impi­den cualquier hondura o flexibilidad interpretativa.

Tiene tal vez por todo eso un du­doso gusto con los hombres. Hay una sospechosa inclinación hacia los frecuentadores del «Sanson lnstitut»

Los Cuadernos de la Actualidad

entre sus galanes de ficción (su ma­rido en JO, el atleta satinado en su infame Tarzán). Y deja salir sin re­sistencia a Dudley Moore de su habi­tación, y permite que la censura americana corte la única secuencia atrevida (los arrullos amorosos del mono) de su caprichosa excursión a la selva.

Sin ser Raquel Welch, en defini­tiva, y bien lejos del esplendor de la mejor Ursula Andress, no tiene ese mínimo de picardía, estilo, madurez y hedonismo que convierte la belleza escultural de una chica en la afirma­tiva y placentera atracción de una mujer. A tono sólo con la hoy todo­poderosa influencia de los ejecutivos agresivos, Bo Derek más que el os­curo sugiere un chimpancesco objeto de deseo.

José Luis García Delgado

LA MARQUESITA DE LORIA ABRE EN MADRID EL SIGLO XX

La misteriosa desaparición de la mar­quesita de Loria. Seix Barral, 2.ª ed., 1981.

EI siglo XIX, naturalmen­te, no concluyó al dar los relojes las campana­das de medianoche que iniciaban el 1 de enero

de 190 l. Perece, por supuesto, en las trincheras de la I Guerra Mundial, pero también desaparece con la lle­gada de todo un conjunto de fenó­menos muy importantes: la civiliza­ción del petróleo y del automóvil, popularizado éste con el pomposa­mente llamado modelo T de Ford, que en España se conoció con el nombre de fotingo; la irrupción del deporte en nuestras vidas, tanto del individual -atletismo, tenis, nata­ción-, como del deporte-espectácu­lo, que en el caso de España con­vierte a los toros en un fenómeno minoritario, incapaz de compararse con el que se registra en los grandes estadios; la divulgación de una serie de conocimientos higiénicos, con su consagración en el cuarto de baño; la llegada de la calefacción central; el cambio radical de la moda feme-

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nina, acoplada a una presencia cre­ciente de la mujer en todos los as­pectos de la vida social; la convi­vencia con la electricidad que se re­laciona también con las comunica­ciones -telégrafo, radio, al fin televi­sión-, que acortan progresivamente la dicotomía entre campo y ciudad y, como atisbó de manera excelente Juan Cueto Alas, eliminan diferen­cias entre pequeñas urbes provincia­nas y grandes ciudades: la señorita de Trévelez, por ejemplo, poco a poco se ha ido disolviendo en una calle mayor cada vez más similar en toda España.

A mí me apasionó, desde hace mucho tiempo, la observación del momento en que España abandona el siglo XIX y se lanza al XX. En el Ejército es el instante en que surgen en Africa nuevas unidades vestidas de prendas funcionales, alejadas de morriones, de trajes azules o encar­nados, como es el caso de la Avia­ción o del Tercio. Es el tiempo en que en nuestra nación se vibra por lo que sucede en la Olimpiada de Am­beres. Es la época en que llegan los más audaces ismos a todo el arte, y en la que se consagra una excelente generación de dibujantes españoles de Rivas a Penagos, de Zamorita a Bartolozzi, en los cuales descubri­mos la crónica de aquella España cada vez más alegre y faldicorta.

Largas horas he pasado leyendo y contemplando todo esto a través de las páginas de Cosmópolis o de la 3aceta Literaria; mucho he conver­sado sobre ello con Félix Suárez In­clán, el hijo del político liberal, uno de los más incisivos observadores que tuvo la alta sociedad madrileña, cien veces más agudo que Mascari­lla y compañía, y con Piera Labra, uno de los introductores del jazz en

Madrid, incluido el Palacio de Oriente; estudié bastante a fondo al­gún proceso de aquella época, como la Dictadura, o los primeros largos vuelos culminados con el del «Plus Ultra», o la contrafigura de nuestra «generación perdida» que tiene un nombre bastante conocido, Valentín Andrés Alvarez, que baila un fox­trot en J'Hay o toma un cock-tail en Negresco. Incluso yo tuve una tertu­lia en Cock, en la calle de la Reina, para captar bien este ambiente. De vez en cuando me encuentro con al­gunos excelentes cronistas de aque­llos tiempos. La entrevista de Ma­nuel Vicent titulada Luis Escobar oel último baile de la monarquía -en El Pa(s, 19 de septiembre 1981, año VI, n.0 1.672, pág. 11- muestra al Marqués de las Marismas del Gua­dalquivir como uno de sus grandes expositores.

Por eso me ha entusiasmado leer una deliciosa novela de José Do­noso, La misteriosa desaparición dela marquesita de Loria. Lo que yo había escuchado, leído, anotado o coleccionado ya en sus decadencias, y que culmina con el nacionalismo español subyacente al alhambrismo,a la Exposición de Sevilla, a los co­lores de Anglada Camarasa, a las ce­rámicas segovianas preparadas por Daniel Zuloaga, mientras Tórtola Valencia bailaba en la Vera Cruz, cabe el Eresma, a los cuentos de Elena Fortún en el dominical GenteMenuda, o a la llegada a nuestros mobiliarios del estilo Renacimientoespañol antes de su muerte a manos de Bauhaus-Rolaco, estalla vivísimo en este divertido relato que se centra en Madrid.

Destaco de él también el lenguaje. En una época tan nacionalista, se emplea un alud de términos anglosa­jones y franceses en el habla espa­ñola, que desaparecen en buena parte con el otro nacionalismo, el posterior a 1939: cake-walk, sport­man, comida-jazz, potelée, satin, petitgris, crepe marocain, canotier, chic, rimmel, performance, cloche, fraise ecrasée, a la garqonne, unbelhomme, chevaliere, fiappers, coupé, chiffon, aigrette, culo t. El vocabulario que recoge aquí Donoso me ha entretenido siempre en mis lecturas de Blanco y Negro. El ha­berse disuelto casi definitivamente, demuestra que, contra lo que 'puede parecer, el macizo del idioma es más fuerte de todo lo que se pueda ima­ginar.

De pronto cruza la escena, cómo un personaje de Guido de Verona y su d'annunziano pre-fascismo, un Isotta-Fraschini. También aparecen

Los Cuadernos de la Actualidad

ciertos caros productos y servicios que reinaban en el Madrid de enton­ces. Los relojes Patek Philippe o Vacheron, los bailes del Palace, los abonos del Real, los cacharros de Lalique, los fonógrafos RCA Víctor, los vestidos de Decroll o de Gallot, las raquetas Dunlop, las pistolitas Baby Browning.

Sólo encuentro alguna incon­gruencia. El puesto de notario no es, evidentemente, hereditario en Es­paña, y por eso lo que podríamos llamar ballet de los Mamertos no podría tener lugar en Madrid; in­cluso el puesto como abogado-nota­rio de Don Mamerto Santos Sosa es discutible. ¿Por qué no se quedó todo en un buen bufete? Para ir de Alonso Martínez a Plaza de Cham­berí 8, entonces no se doblaba «por García Morato a la derecha» (pág. 117). Finalmente Blanca en aquellos años no decía vale por de acuerdo(pág. 154).

La anécdota iniciada con el fiascode Paquito Loria, para llamarlo de manera castiza en vez de Paquito Quiñones, culmina en un idilio entre una jugadora de tenis y' un pintor émulo de Federico Beltrán Manes. Convive esta situación con diversio­nes con un marqués, que en las págs. 152-153 entona un desvergon­zado y graciosísimo fandango de Huelva, de acuerdo con unas nor­mas sociales plenamente correctas. También hay jugueteos con Tere Castillo, que me recordaron los his­tóricos de cierta conocida marquesa, mientras su marido, en suntuoso jar-

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dín que daba a la Castellana, cortaba con ahinco las ramas chuponas de los árboles. Lo de menos, me pa­rece, es la historia del perro Luna, que es un pretexto para dar un final a la historia de la delicada y bellí­sima centroamericana que, conver­tida en Marquesita de Loria, trajo a Madrid desde Managua un aroma mezcla de almizcle y L'Heure Bleude Guerlain. Con ella de la mano, como economista y como estudioso de nuestra historia contemporánea, he de decir que contemplo un pano­rama real, fidelísimo, que resplan­dece en el Madrid de entonces cuando ya se apaga la Restauración y brilla con luz fuerte la Dictadura. Cuando se liquide ésta y se acerque la II República, esta misma sociedad adoptará el talante desgarrado que acertó a recoger Pío Baroja en Losvisionarios. Podría ser un libro con­tinuador al de Donoso. Pero esa ya es otra cuestión.

Juan Velarde Fuertes

SUR POR

RECETA

Robert Louis Stevenson, En los ma­res del Sur, Ediciones del Cota!, Barce­lona, 1981.

Bientot nous plongerons daos l es [froides ténebres;

Adieu , vive c l arté de no s étés [ trop courts !

J'entends déja tomber avec des [ chocs funebres

Le bois retentiss ant sur l e pavé [des cours.

Baudelaire

Tengo para mí que en esta era del jet y del turismo organizado viajar es leer buenos libros de viajes; a todo más, arrellenarse

en un sillón con un atlas del siglo pasado en las manos y levar anclas. A fines de junio de 1888, para Ste­venson viajar era fletar una goleta de setenta y cuatro toneladas -el «Casco»-, hacerse a la vela en San Francisco, demorarse unos meses en el mar y en las Islas Marquesas y en las Pomotú, y llegar a W aikiki con todas sus posesiones, que describió su hijastro Lloyd Osbourne: unos centenares de conchas nacaradas, un tambor de las Marquesas, un mon­tón de adornos para el cabello, un ídolo de gran tamaño, un juego de

azuelas de piedra, dos cajas de ceri­llas llenas de perlas y numerosas armas. Llegar también con la muerte trabajándole el cuerpo: «Hacía cerca de diez años que mi salud declinaba cada día más ... Me aconsejaron que probara los mares del Sur, y no me desagradó la idea de atrevesar como un fantasma, y llevado como un fardo, parajes que me habían atraído cuando gozaba de juventud y salud.»

Años antes fue recorrer en botes -«La Cigarrette» y «L' Aréthuse»­los ríos del norte de Francia; o visi­tar Les Cévennes en compañía deModesta, una burra apacible y lenta;o reencontrarse con Mrs. Osbourne

en New York y atravesar las llanu­ras americanas hasta tocar San Francisco. Pero, sobre todo, viajar fue para Stevenson repetir la expe­riencia por escrito: An inland vo­yage, Viajes con una burra (Edhasa), A través de las praderas (Austral). Así que cuando se instale en Waikiki en enero de 1889 buscará pronto pro­longar el itinerario: fletará el «Equa­tor» para visitar las islas Gilbert, tras haber logrado eludir el tener que hacer el viaje en el «Morning Star», un barco de misioneros americanos de recio puritanismo, en el que es­taba prohibido fumar, beber alcohol, jurar, y era obligado acudir a los ofi­cios religiosos y a los rezos de la tarde e intimar con «gentes de lo más antipático». Todo para llegar -tras hacerse construir una casa enVailima, isla de Apia, cavar unatumba en el Monte Vaea, y redactaren verso su epitafio- al vapor mer­cante «J anet Nicholl» y escribir du­rante la travesía este postrero librode viajes, En los mares del Sur: «Sihe de vivir aún días suficientes, es­pero pasarlos allí donde, más que enotras partes, la vida transcurrió ri­sueña y el ser humano tuvo interéspara mí. Ya las hachas de mis cria­dos negros están abriendo los ci­mientos de mi futura residencia; y espreciso que aprenda a hacerme

Los Cuadernos de la Actualidad

comprender de mis lectores desde a bordo de los mares más lejanos.»

Hay, sin duda, dos clases de lec­tor -que acaso no sean sino el mismo tipo- que amarán este libro: quienes gustan aún, como escribió aquí mismo Vida! Peña, encontrar en el relato literario «la ilusión perdida de la realidad», y quienes juzgan que estos tiempos del llamado desen­canto son fruto de una nostalgia delfuturo, o de un futuro. Ya lo dejó escrito Stevenson: «Por curiosa iro­nia del destino, los lugares a los que somos enviados cuando la salud nos abandona son con frecuencia singu­larmente bellos.»

Bernardo Fernández Pérez

EL FASCISMO EN ASTURIAS (1931-1937)

Manuel Suárez Cortina / Silverio Ca­ñada, editor. Junio, 1981, 310 págs.

La colección «Biblioteca Ju­lio Somoza» sobre temas de investigación asturiana, editada por Silverio Caña­da, ha llegado a su cuarto

número con la aparición de una inte­resante obra de investigación sobre el-fascismo en Asturias. · Lá idea de ·intentar hacer un estu­dio sobre los orígenes del fascismoen Asturias surgió a finales de 1978en una reunión celebrada en el De­partamento de Historia Contempo­ránea de la Facultad de Filosofía yLetras, a la que acababa de llegarnuevamente el profesor David Ruiz,después de un largo período de «exi­lio» académico. En aquella sesión,Manuel Suárez aceptó la propuestade D. Ruiz de intentar sondear y ras­trear las fuentes históricas necesa­rias que posibilitasen un primeracercamiento al tema. Durante va­rios meses la escasa documentaciónencontrada estuvo a punt9 de dar altraste con el trabajo; sin embargo, elinterés que la temática suscitaba y lapaciencia que el autor demostró a lolargo de año y medio de búsquedaincesante de material , ha posib ili­tado, por fin, poder contar con unimportante libro que viene a dar luzaür

f

período muy poco conocido dela más reciente historia de Asturias.

El libro se abre ·con un extenso capítulo sobre «el fascismo como fe-

107

nómeno histórico», estudio que in­tenta señalar los elementos distinti­vos de todo regimen fascista para distinguirlo de otro tipo de regíme­nes de corte dictatorial o autoritario. Se -completa esta introducción con una síntesis de las interpretaciones que el fascismo ha suscitado desde su aparición como fenómeno histó­rico, y con un análisis de las diferen­tes respuestas que el fascismo pro­movió en las diferentes clases o gru­pos sociales. Un segundo apartado se refiere al fascismo español, inten­tando el autor, sobre todo, ver las características o peculiaridades que rodearon al nacimiento y posterior desarrollo de Falange Española. Para un lector no habituado a los tra,bajos. 9e investigación histórica, este preámbulo hasta llegar al tema concreto que da título al libro, puede resultar un poco largo. Sin embargo, creo sinceramente que, para ese lec­tor no avezado a la lectura de temas de historia, esta introducción le es imprescindible para comprender y situar globalmente en su contexto el fenómeno del fascismo en Asturias, pues no se puede entender el fas­cismo si antes no sabemos qué es o ha sido el fascismo, por qué aparece el fascismo y qué clase o e.Jases sociales fueron la base de sus­tentación de tal ideología.

Evidentemente el tema más atrac­tivo del trabajo es el estudio de la derecha fascistizante y de la Falange en Asturias. Atrayente por dos ra­zones: primero, porque estamos ante un estudio riguroso que toca un tema novedoso hasta ahora no estudiado; en segundo lugar, porque los hechos que se analizan son muy recientes y los nombres que se citan en el texto nos son muy conocidos, y muchos de ellos -sus familias, claro está- si­guen ocupando un lugar muy desta­cado dentro del mundo económico de la región. La propaganda fran­quista repitió hasta la saciedad que el levantamiento militar contra la República había nacido al calor de

los últimos . atentados que España vivió en julio de 1936. Semejante te­sis, aún no abandonada por los abanderados de un no muy lejano tiempo de sueños imperiales, hace tiempo que ha dejado de sostenerse por los que aprecian ser llamados historiadores: La derecha «catastro­fista» conspiró desde el primer día del nacimiento del nuevo régimen, mientras la «accidentalista» acep­' taba el juego democrático, cons­ciente de su debilidad en aquellos momentos. Unos y otros, no obs­tante; soñaban con una vuelta a la Monarquía y a la situación anterior a la jnstauración de la República, única forma de defender sus intere­ses de clase. Manuel Suárez trata de ofrecernos en este capítulo los inten­tos de organización y reagrupa­miento de la derecha regional des­pués del descalabro sufrido tras las elecciones de abril de 1931. Desde la creación de Acción Nacional Astu­riana hasta la posterior aparición de la CEDA, los sectores conservado­res asturianos hicieron enormes es­fuerzos por juntar a todos sus miem­bros en busca de la defensa de las nociones de propiedad y orden, dando una enorme atención al as­pecto religioso. «El sentimiento ca­tólico fue el elemento unificador de toda la derecha asturiana», dice el autor. Esta derecha «accidentalista» defendía el capital, la propiedad pri­vada, los ínter.eses patronales, los in­tereses ágrarios 'de los terratenien­tes ... , es decir, sus intenciones eran oponerse a cualquier tipo de cambio que afectase a las relaciones de pro­ducción existentes. El resto, la con­fesionalidad, las buenas costumbres -dice Tuñón de Lara-, era la cober­tura ideológica.

Este capítulo dedicado a la dere­cha fascistizante se hubiera comple­tado con una mayor referencia a la realidad socioeconómica de Asturias durante el período 1931-1933. Nos explicaría muchas de las actuaciones concretas de esta derecha. Hay dos preguntas a las que convendría bus­car respuesta: ¿Cómo vio la derecha el resurgir del movimiento sindical, que colocó a la región asturiana du­rante estos años a la cabeza nacional en el número de huelgas y conflictos sociales? Sin duda, la rapidez lle­vada en los intentos de agrupar las fuer;z,as conservadoras fue una res­. puesta a éste·avance de los sectores de izquierda. En segundo lugar, la crisis económica -la crisis hullera, muy aguda en 1932-33; la crisis side­rometalúrgica; la crisis del sector de la construcción-, ¿de qué manera in-

Los Cuadernos de la Actualidad

.,

tervino en las discusiones y toma de postura ante el gobierno republi­cano? A primera vista no parece di­fícil adivinarlo. Las reivindicaciones salariales y otras de tipo social que en todos los sectores industriales se obtuvieron, a veces a través de huelgas muy largas, no dejaron de alarmar a los patronos que veían descapitalizadas sus empresas, con­tribuyendo así a aumentar sus iras contra el régimén:recién instaurado.

El sector catas"trofista de la dere­cha tuvo escasa cristalización en As­turias dada la política unitaria de la Agrupación Asturiana de Acción Popular, ,Sin embargo, este Frente Uniéo de la derecha vería más tarde la salida del sector monárquico más intrasigente. La revolución de octu­bre había agudizado, sin duda, las divergencias entre posibilistas y ca­tastrofistas. Tampoco la Falange as­turiana adquirió alguna importancia hasta julio de 1936, mostrándose en años anteriores como un reducido grupúsculo con escasas disponibili­dades económicas, situación que se invertiría durante la guerra civil. No obstante, corrio dice el autor, «la so­ciedad asturiana se mostró inaccesi­ble para el fascismo».

El libro se cierra con un intento de aproximación a la implantación eco­nómica de la derecha asturiana, ha­ciéndose un breve recorrido por to­dos los sectores productivos. En este terreno económico, el estre­chamiento de los vínculos familiares en la burguesía asturiana muestra claramente la tendencia de esta clase social a replegarse sobre sí misma para así defender y potenciar sus in­tereses de clase.

En definitiva, estamos ante una obra de indudable interés para cono­cer uno de los períodos más cautiva­dores de la historia de España. El trabajo de investigación es suma­mente importante.

Samuel Rodríguez

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FABULA DEL

FABULISTA

YSU

DISCIPULO (A propósito de Trece fábulas y media

de Juan Benet. Ed. Alfaguera, Madrid-81).

El discípulo meditó en voz alta: -Bien sabéis, maestro, queson ya más de quince losaños que llevó aplicado al

conocimiento de vuestras doctrinas. Durante todo este tiempo no me he preocupado en modo alguno de mí mismo, sirviéndoos con pleno afán, procurando que encontráseis siem­pre lecho y comida, alojándome a veces en alquerías o caballerizas mientras vos retozabais con alguna lugareña. Para seguiros he olvidado los consejos de mis padres y he arruinado un prometedor futuro en el mundo del comercio. No conozco aún mujer por atenderos y, os lo confieso, comienzo a hartarme de este asunto.

El fabulista caminaba unos- pasos más adelante. Con creciente enojo, el discípulo observó cuán poca mella hacían sus palabras en aquel sabio.

-Vedme ahora: camino cargado deexcesiva impedimenta, mientras vos, libre, apoyáis vuestro' vacilante ca­minar en bastón de .ebúrnea empu­ñadura. Este sol inclemente achicha­rra mis sesos, cuando vos os cubris con hermosa boina. Y, además, vuestra afición a la geología está a punto de agostar mi ya exigua salud, pues no cesamos de hacer excursio­nes sin dedicar momento alguno al sosiego.

Detuvo su andar el fabulista. Con un pañuelo de seda secó algunas go-

tas de sudor que perlaban su frente. Observó la cercana cumbre mas no dijo una palabra. Luego, siguió ca­minando. El discípulo daba muestras de harta desesperanza:

-Y, decidme: ¿qué beneficio hesacado con vuestra protección? Cuando llegué a vos, la literatura costumbrista llenaba todos los afa­nes de mi corazón. Me hicísteis abandonarla y hasta llegásteis a quemar un hermoso volumen en piel de Mesonero Romanos. Apreciaba yo a Galdós y me golpeasteis con sus obras completas en la cabeza. ·

1

No os merecía mayor aprecio la lite­ratura realista. Así, hube de leer a Faulkner, a Conrad: ¡Hube de leer a Bossuet! Cuando entre mis perte­nencias descubristeis un ejemplar de Solzhenitsin me hicisteis ayunar tres días con sus noches: «¡Ese es el Sa­maniego soviético!», dijisteis mien­tras de la oreja me llevábais hasta un anaquel repleto de pestíferas novelas de un irlandés de apellido Beckett. ¿ Y el verano que me pasé leyendo a Manzoni?

Por más que creciese la excitación en el discípulo, en ningún momento conseguía llamar la atención del fa­bulista quien, a grandes pasos, coro­naba ya la cima. Sin fuerzas apenas, el discípulo arrojó al suelo todo el equipaje. El sol daba de lleno en las anchas espaldas del maestro que, tras sentarse en la más cómoda pie­dra de la cresta, se abanicaba con su boina. Preguntó el discípulo:

-¿ Y qué he sacado en limpio detodo este trabajo? Mis escritos os siguen pareciendo despreciables, os aburren mis costumbres, mi conver­sación os resulta necia. Tened bien en cuenta que cualquier día voy a armar una que parezcan dos.

Así le respondió el maestro: -¡Discípulo majadero! ¿He de

aguantar tu insufrible perorata monte arriba sin cruzarte la cara? ¿Acaso no ves, simple, que me están matando estas alpargatas mientras a mis espaldas murmuras necedades? Trae de una vez mi petaca de whisky y acércame mi tabaco. ¡Ah! Y déjame en paz ....

El discípulo· cumplió al punto las órdenes de su maestro, admirado por la frialdad de tan preclaro hom­bre que había subido cuesta tan desmesurada sin quejarse siquiera por las llagas de sus pies. A partir de ese día, juró seguirle por siempre sin rechistar.·

A su mochila incorporó un volu­men en papel biblia de Tácito.

Paco García

Los Cuadernos de la Actualidad

DELA

MATERIALI­

DAD Leibniz, La monadología, Ediciones

Pentalfa. Oviedo, 1981.

Ante tanto bigardeo intelec­tual barato y ramplón en nuestro país, la primera edición trilingüe (francés, latín, español) que se pu­

blica en España o fuera de ella de la Monadología, marca todo un hito tanto por la esmerada edición y tra­ducción como por la interpretación que Gustavo Bueno lleva a cabo de la Monadología.

El análisis de esta edición se puede llevar a cabo en tres frentes: por una parte, las notas que Velarde introduce, para situar histórica y contextualmente ciertos términos fi­losóficos centrales del sistema leib­niciano; la traducción propiamente dicha y la interpretación.

En cuanto al primer punto, las no-. tas, lo primero que cabe decir es su extenso número, ·7i, y su nada des­preciable extensión, amén de su fina erudición justificativa, en cuanto ésta nos sitúa históricamente el plan­teamiento de las cuestiones y nos sirve para comprender el tratamiento cjue el propio Leibniz y otros, en obras que no son la Monadología, han hecho de tales cuestiones.

Sólo hace falta mirar las notas 2 y 35, por poner dos ejemplos que re­miten a períodos filosóficos alejados en el tiempo, para percatamos de la enorme ayuda de las notas cuando se hacen con el rigor, paciencia y maestría con que éstas de Velarde están.hechas.

El segundo punto de esta edición

109

es la traducción que el mismo Ve­larde lleva a cabo. Plantearse cual­quier tipo de traducción es ya de por sí una tarea que puede hacer temblar al más templado. Las posturas que uno puede adoptar ante un texto a traducir son múltiples, y discurren por las venas más ocultas y las pro­fundidades más recónditas de los idiomas que se tratan de enfrentar. Velarde ha tomado partido por la postura del rigor y nos ofrece una traducción «al pie de la letra». Pero hay que remarcar que esta sobriedad transpositiva lleva implícita toda una labor previa de «criba» de significa­dos; y sólo a partir de esta condición se puede llevar a cabo dicha sobrie­dad. En el caso que nos ocupa se nota, perfectamente. que Velarde ha esculcado todos lo� nesgos y posibi­lidades de la opción adoptada. Los casos a ver podrían ser numerosos, y sólo nos fijaremos en uno a guisa de ejemplo ilustrativo. En las pági­nas 92 y 93, hay una frase que, en principio, puede resultar bastante enojosa de traducir ya que repercute directamente en la misma estructu­ración conceptual de la Monadolo­gía. Es la siguiente, en la versión francesa: « ... que le present y est gros de !'avenir»; en la latina: «ita ut praefens fit gravidus futuro»; y en la que nos ofrece Velarde: «así tam­bién el presente está grávido del fu-turo»..

El haber optado por el monema «grávido» frente a lleno/cargado ... , etc., nos remite a esa «criba» se­mántica tan necesaria en toda tra­ducción. Con la palabra grávido, se recoge toda una resonancia semánti­ca-histórica que hace vibrar la con­textualización sincrónica de la «sus­tancia simple» (y, por tanto, del mismo significado filosófico-históri­co de la mónada), mostrándonosla en sli más viva preñez significativa.

El tercer punto de esta edición es la «Introducción» que nos ofrece Gustavo Bueno. No es la primera vez que Bueno se ocupa de Leibniz; en su libro «Ensayo sobre las cate­gorías de la economía política» nos ofrecía ya una primera lectura «eco­nómica» de la Monadología, que, aún careciendo de los suficientes da­tos justificativos para tal interpreta­ción, se vería plenamente justificada y acertada con la publicación más tarde del libro de Elster y de otros.

Y si hacemos esta observación es para situar un poco esta introduc­ción que constituye, en cada uno de sus puntos, todo un programa de trabajo a desarrollar y justificar más ampliamente. Señalaremos algunos de estos puntos:

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En la página 16, aparece el con­cepto de «transyección», como algo «característico de la metodología leibniciana», pero que creemos puede resultar un instrumento poten­tísimo de análisis filosófico y meto­dológico que será necesario explorar y aplicar con mayor detenimiento.

En la página 32, aparece la Idea de «función», como una de las Ideas constitutivas de la época moderna (aplicada «a la racionalización de la conexión de cada mónada con las demás») que engarzaría con todo un cúmulo de procesos histórico-cultu­rales-sociales que sería necesario ir desbrozando y uniendo en trabajos

. más concretos y detallados; la idea de «evacuación de los contenidos», ligada a la Idea de función, podría tener también un rendimiento heurís­tico de incalculables consecuencias.

En cuanto a la aplicación de los principios de la Monadología a los diversos géneros de materialidad, habría que desarrollar todo un pro­grama .de investigaciones, para ir viendo, paso a paso, la efectiva in­fluencia de los esquemas monadoló­gicos en las distintas áreas categoría­les en las que se explicitan. Así, en el campo biológico, lugar en donde se desarrolla la ontología monadoló­gica de una forma privilegiada, ca­bría, sin duda, un mayor acopio de materiales provenientes de la histo­ria de la Biología, y que en esta In­troducción era l)ecesario dejar en unas simples pinceladas que abren el camino a posteriores investigaciones más detalladas.

Y otro tanto se podría decir res­pecto a las «Monadologías dadas en el reino de las Almas», en donde podemos destacar la enorme poten­cialidad que encierra el paralelismo establecido entre las formulaciones monadológicas, a nivel de ideales políticos, y las ideas religiosas cris­tianas relativas a la doctrina del Cuerpo Místico. Paralelismo que Bueno sólo esboza de pasada y que sin duda es una veta inagotable para cualquier historiador de la Cultura.

El último punto a tratar de esta Introducción sería el «ámbito de las materialidades terciogenéricas». Es, quizás, la parte más deslumbrante y por ello la que más dudas puede aca­rrear a uno. El siguiente texto nos puede situar perfectamente la cues­tión: <:.,:como si los fenómenos geométricos hubieran sido amplia­mente concebidos por Leibniz a la luz de los fenómenos biológicos, fí­sicos, dinámicos, tal como los orga­niza la Monadología, aunque tam­bién hay que reconocer que la es­tructuración monadológica de los fe-

110

nómenos geométricos podría haber servido de canon a las monadologías biológicas, económicas, etc.» (pá­gina 44).

Si el punto, como pivote funda­mental de esa estructuración geomé­trica sobre el que recaería, a su vez, la estructuración de la mónada, ha sido o no concebido a la luz de los fenómenos biológicos, físicos ... , etc., es una cuestión central de toda la Interpretación, ya que de esta concepción se puede derivar una cierta primacía geométrica como campo privilegiado de cualquier otro posible análisis de cuño filosófico. En este caso, Bueno privilegia, un tanto excesivamente, aunque con ciertas puntualizaciones cautelosas, el mundo de las materialidades da­das en M3, bajo el prisma exclusivo de la pura geometricidad del «punto», con lo cual se puede, a par­tir de éste, cerrar interpretativa­mente la ontología monadológica. Pero quizá esta excesiva geometri­zación· sea necesaria para poder ab­solutizar y agotar el contenido de toda gran obra, para posteriormente hacerla añicos y ver que «no todo está relacionado con todo» y cabe la posibilidad de soldar y recomponer, de forma nueva, y la mayoría de las veces inesperada; las múltiples face­tas materiales en las que se nos pre­senta todo lo real.

Carlos Iglesias

DE PALABRAS

Y BALAS No habrá final feliz, de Paco Ignacio

Taibo II. Editor ial Lasser Pres Mexi­cana. 1981. México.

En la amplia saga de los as­turianos perdidos y halla­dos en México destaca la tribu de los Taibo, que cuen­ta con novelistas, histo­

riadores, periodistas y poetas. El mayor de los miembros de la se­gul)da: generación es noticia por su tercera novela, lo que en el mercado mexicano no deja de ser una hazaña.

Paco Ignacio Taibo II saca a la calle No habrá final feliz con la que pone punto final a la trilogía de su personaje, el detective Héctor Be­lascoarán. Sus anteriores obras Días de combate y Casa fácil, tuvieron un gran éxito de público, que se vio traducido en la realización de dos películas basadas en sus argumen­tos. Películas que se proyectaron en el pasado festival de San Sebastián como exponentes del Nuevo Cine Mexicano.

En las dos primeras novelas de Taibo predominaba la exposición, el intento de captar la realidad de la capital mexicana a través de perso­najes, ambientes y sobre todo, el lenguaje popular. Es un poco irónico que un asturiano recopile el argot «chilango » hasta convertirlo en un estilizado expresionismo. Taibo es un maestro en la utilización del al­bur, ese ejercicio de lenguaje típica­mente mexicano en el que la conci­sión de las palabras se amplía hasta abarcar tres o cuatro intencionalida­des distintas de la frase inicial, ju­gando a fondo con la ironía y la burla. Días de combate y Cosa fácil fueron novelas marcadas por el chandlerismo. Había unas situacio­nes en las que predominaba el inte­lectualismo del protagonista, que, al teñir con su romanticismo la reali­dad, dejaba muy al fondo la descrip­ción política. Existía denuncia de la realidad mexicana, pero la primera lectura de Belascoarán obligaba a quedarse con el personaje y su cir­cunstancia personal más que con su duro contorno.

,No habrá final feliz es una obra hammettiana y, por tanto, una no� vela política en la que lo policiaco no es más que un disfraz que permite la inserción de la Historia, para desa­rrollar después todas ías motivacio­nes sociales que la hacen posible. En

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el origen del final del detective Be­lascoarán está 1968, la esperanza común convertida en recuerdo, en el que las ilusiones estuvieron a punto de convertirse en Revolución y crear una nueva realidad. Y como el pa­sado no termina nunca de evapo­rarse, el detective, creado por el as­turiano Taibo 11, tendrá que enfren­tarse a todo un sistema, en una lucha que no puede terminar felizmente. Un hombre solo ya no logra reñir batallas victoriosas contra organiza­ciones y sistemas, pero al menos consigue acabar a la brava con un arma en la mano y llevándose por delante a un montón de esbirros.

No habrá final feliz es una obra dura, amarga y apasionada. Es como el canto del cisne por el individua­lismo romántico de los duros que llegaron a creer que todo era solu­cionable. Pero es también una lla­mada a la acción, a la rebelión y parece como si las palabras de Marx resonasen en su epílogo: «Detectives de todo el mundo uníos para que por fin pueda haber un final feliz.»

Juan Antonio de Bias

EL RAPTO DEL

SERRALLO Alain Grosrichard, La estructura del

harén, Barcelona, Petrel, 1981.

sería de desear que una edi­torial que, como Petrel, co­mienza y cuyo fondo tiene ya a estas alturas una bue­na proporción de títulos

interesantes, eligiera mejor sus tra­ductores, o al menos echara mano ,de un buen corrector de estilo. Ya ·en su reseña del libro de Furet sobrela Revolución Francesa señalaba Pa­ramio una serie de errores de tra­ducción, a los que habría que añadir la ignorancia de la traducción habi­tual de nombres históricos (apare­cían allí cosas tales como el rey «Clovis» , o «Felipe el Bello »).

Otro tanto ocurre con el libro que aquí se reseña, ya desde el título, donde se ha sustituido el original «serrallo» por un gratuito «harén»

que no viene siquiera a aproximar el objeto al lector culto, generalmente conocedor, al menos de oídas de Mozart, y a quien suena mucho más lo primero que lo segundo (esto ya sin contar la impropiedad misma de la sustitución, señalada en el interior mismo del libro -p. 168- donde el haram aparece claramente como la

lll

parte más recóndita del serrallo- lo «sagrado» , dirá Goytisolo, por opo­_sición a halil, lo «profano» ), sin con­tar ya con continuas confusiones en­tre el viajero La Porte y la Sublime Puerta de Topkapi, de donde tomaba nombre todo el Imperio Turco, o la aparición del archiconocido y vene­rado Juan Damasceno, como Jean Damascene, entre otras lindezas, ciertamente impropias de una colec­ción dirigida por un historiador pro­fesional, organizador de congresos lacanianos, y hombre de J.-Alain Miller en España, como es Claudia Ingerflom.

Todo esto dicho, en modo alguno ocioso para una .• editorial que pre­tende introducir en España un nuevo enfoque de las ciencias humanas (ahí está, sin falta de más declaraciones el «Dossier Lacan» preparado por lngerflom para el Viejo Topo, n.0 57), habría que preguntarse si lo que dice Grosrichard en su libro -puesto que los nuevos temas siempre llegan '.de la mano de alguien, y más si ese alguien está ya connotado de ante­mano- es algo distinto de la utiliza­ción que de él hace Goytisolo en su

amplio artículo «El VIaJe de Tur­quía» (Quimera, n.0 6, abril, 81).

Afirma Goytisolo en su artículo «El turco del s. XVI será el Otro del europeo... La trasposición en el Otro (nótese, dicho sea a modo de inciso, la poca fortuna con que la terminología de Lacan ha pasado a nuestro ámbito, confundiendo Goy­tisolo, como ya es habitual por estas tierras, el Otro simbólico con el otro imaginario, que es el que aquí está en juego) de cuanto execramos y se­cretamente nos cautiva obedece, claro está, a la necesidad de fabri­carnos una morada cultural habita­ble» (cit., p. 22).

Hénos aquí metidos de lleno en el clásico problema del etnocentrismo, que constituye el «obstáculo episte­mológico» específico de la etnología.

Grosrichard, que es quien ha pro­porcionado tan jugosas ideas a Goy­tisolo se apresta precisamente a de­sentrañar un punto clave: el com­plejo ideológico inventado por los fi­lósofos y viajeros pre-ilustrados (de la «Epoca Clásica» dice Grosri­chard, como buen francés, exten­diendo la época abusivamente a toda Europa) con el nombre de «Despo­tismo Oriental». Y lo hace «dejando deliberadamente de lado a China y a Japón» (pág. 70, nota), es decir, cen­trándose exclusivamente en el Islam, lo que deja de lado la parte comple­mentaria del complejo: la «polémica de los ritos», la defensa del despo­tismo ilustrado chino por Leibnitz y los jesuitas, y su crítica por Fenelón (complejo que Etiemble ha criticado por su parte).

Queda, pues, ante nuestros ojos �esplegado lo que podríamos llamar ºel «despotismo vicioso», y son los nudos de la trama lo que Grosri­chard va a encargarse de sacar a la luz con una metodología ya bien co­nocida, la de la historiografía crítica francesa (Elías, Foucault, Douzelot, etc.) ayudada por Lacan.

La trama, una vez desarmada, queda con los pespuntes al aire, y es por ahí por donde Goytisolo mete su propia aguja: ¡Prejuicios, sólo pre­juicios de Occidente! Y aquí es donde habría que plantear la pre­gunta: ¿Es el prejuicio necesaria­mente mentira? Porque, una cosa es revelar la urdimbre de los prejuicios y otra que éstos carezcan en abso­luto de realidad. Lo arrojado hacia el otro es ciertamente lo que de noso­tros rechazamos, pero ese otro debe darnos algún punto de enganche donde poder colgar los prejuicios. La crítica ingenua del etnocentrismo juega siempre con tal equívoco: con­funde la realidad de la ideología con la imposibilidad de su verificación en la realidad.

Alberto Cardín

Los Cuadernos de la Actualidad

SOBREMESA

TRAS EL

RODABALLO Günter Grass: «El rodaballo», Alfa­

guara, 1980. «Encuentro en Telgte», Al-faguªra, 198 l.

En las páginas de Günter Grass, un rodaballo recorre la historia de Occidente con un espíritu similar al de aquella «Isla de los

pingüinos» de Anatole France, donde los pingüinos repetían los he­chos y los ciclos de nuestra cultura occidental. Los pingüinos eran acto­res, mientras que el rodaballo es un testigo: testigo lúcido, socarrón e in­combustible. Grass, en «El rodaba­llo», escribe una summa europea par­tiendo de un cuento infantil: algo pa­recido al procedimiento de Thomas Mann cuando compuso «El elegido» inspirándose en una leyenda medie­val. «El elegido» recuerda vaga­mente a «La isla de los pingüinos», pero es Grass quien realmente se pa­rece a France. Grass confluye en France a través de Voltaire, pero Grass es muy anterior. Su compa­ñero de aventuras con el que se siente más a gusto es Frans;ois Rabe­lais. Pues aunque se diga socialde­mócrata, la actitud vital que con más fuerza se percibe en Grass es la del goliardo. Por ello, «El rodaballo» es el libro más rabelesiano de los últi­mos tiempos.

La historia de Occidente es la his­toria de su cocina, de esa enorme elaboración cultural y artística que es la cocina cristiana de Occidente. Por ello, el rodaballo visita incansa­blemente fogones y cocinas, de ca­sas, de posadas o conventos, unas veces como observador, otras como protagonista único y magnífico, ins­pirador de salsas, de guarniciones, de variadas e imaginativas recetas; y se hará amigo de grandes cocineras, como Dorotea Suárez, que llega a besarle, mujer descuidada, flage­lante, indolente, lírica, extravagante, «pero práctica e innovadora como cocinera en su egocéntrica· cocina cuaresmal». Esta cocina arrebata al rodaballo gritos de júbilo:

«Su cocina era realmente buena. ¡Su sémola de esteba con acederi­llas! ¡ Sus arenques de Escania! ¡ Sus guisantes grises, llamados arvejos ! ¡Sus huevas de bacalao sobre tortas de alfmfón! ¡ Su cuajada de hierbas!» (Pág. 174 ).

En un libro como éste es normal que haya muchas recetas, que se in-

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tegran perfectamente en el relato, y no como en las novelas de Pepe Carvallo, donde las innecesarias y constantes referencias gastronómi­cas más que un recuerdo de Rex Stout manifiestan cierto snobismo menestral. Al rodaballo, exquisito goutmand, le encantaban las recetas de Greta la Gorda, como esta que ofrece en la página 238:

«Se cogen entre doce y diecisiete crestas de gallo, se sumergen en le­che caliente hasta que se separe fá­cilmente la piel, se lavan con agua fría, con lo que su color rojo pali­dece y se vuelve sorprendentemente blanco, se les echan gotas de limón como hacía Margret con jugo de pe-

pino, se rebozan las crestas con huevo batido, se fríen brevemente por los dos lados y se sirven sobre rodajas de apio rehogadas en man­teca».

Tras estos manjares, dignos de la gratificante novela del matrimonio Lyons, era inevitable una buena, sa­brosa, dilatada sobremesa. Es raro que a un escritor le vengan dos bue­nas ideas seguidas con las que pue­de construir dos libros excelentes, pero el caso Grass parece ser excep­cional, porque a «El rodaballo» (1977) sucede «Encuentro en Telgte» (1979). Después del vasto fresco que es «El rodaballo», Grass decide detenerse brevemente en Telgte, con poetas, prosistas, predi­cadores, soldados y posaderas. En 1947, H. W. Richter convoca a escri­tores de las dos Alemanias en un congreso para reflexionar sobre su oficio. Tal convocatoria debió ha­cerle mucha gracia a Grass, y no la olvidaría, ya que treinta años más tarde imaginará otra reunión de es­critores celebrada trescientos años antes, en Telgte, en el año 1647, a punto de finalizar la Guerra de los Treinta Años. De todos los confines llegan escritores:

«Lauremberg y Greflinger vm1e­ron a pie desde arriba, de Jutlandia, y desde Regensburgo; los otros a caballo o en carreta. Mientras unos navegaban río abajo, el viejo Weck­herlin tomaba la vía marítima desde Londes a Bremen. Viajaron desde_ lejos y desde cerca, desde todas las comarcas».

Y discutieron, y riñeron, y se le­yeron sus obras. Y también, cómo no, comieron cuando les fue posible:

«Los cinco gansos giraban en uno de los asadores, los tres cochínillos en otro, mientras el carnero relleno de salchichas daba vueltas en el ter­cero. La mesa larga del comedor es­taba puesta junto a los arbustos que bordeaban el brazo exterior del Ems, para que no le llegara el humo de los fuegos, que se iban consu­miendo en el centro del patio. La posadera Libuschka y sus criadas iban y venían entre la casa y el patio para servir la mesa. Un escrutinio más atento descubría que los mante­les habían adornado en su día un altar. Los platos, bandejas, jarros y fuentes podrían proceder de un pala­cio de Westfalia. Aparte de unos te­nedores de dos púas para servir, no había otro cubierto». (Pág. 111).

Desde un punto de vista culinario puede establecerse que en «El roda­ballo» predominan las verduras y los pescados mientras que en «Encuen­tro en Telgte» se tiende, acaso por imposición de los tiempos que co­rrían, en que «las ciudades y campos estaban aún o de nuevo asolados, cubiertos de ortigas y cardos, des­poblados por la peste», a la cocina de carnes. O sea, que los congresis­tas de Telgte no comieron rodaballo.

José Ignacio Gracia Noriega

LOS

ZAPATEROS

HETERODOXOS

Oviedo, la «Vetusta» de «Clarín», la «Pilares» de Pérez de Ayala, tuvo y tie­ne, entre sus personajes de la novela universal, dos

zapateros «filósofos» y heterodoxos: «Belarmino y Apolonio». Ideólogos dentro de su atribuida elementali­dad, que participaron de ciertas ca­racterísticas comúnes a los auténti­cos zapateros del Fontán y de la ca­lle de la Rúa. Tipos urbanos y hu­manos, de mentalidad y costumbres

Los Cuadernos de la Actualidad

singulares, seguían incluidos en los gremios artesanales del siglo XIX.

Los ovetenses zapateros de por­tal eran, por principio, liberales y republicanos; románticos por tempe­ramento y russonianos, aunque no hubiesen leído jamás una obra del ideólogo romántico J. J. Rousseau. También se consideraban darwinis­tas, sin conocer «El origen de las especies». Estaban, eso sí, conta­giados de una cierta y sistemática heterodoxia, que con frecuencia de­generaba en una fanática y parro­quial clerofobia.

���I CUANDO EL DIABLO hO TIESE QUE HACER

En la segunda mitad del siglo, pa­saron los zapateros de un importado anarquismo kropotkiniano, al socia­lismo, no de Marx, sino de Pablo Iglesias, recién nacido como partido político, en una taberna de la madri­leña calle de Tetuán.

Conviene anotar que, en Oviedo, años antes de la creación noveles­co-zapateril de Pérez de Ayala, un auténtico zapatero de portal -Fran­cisco Cadavieco- socialista intuitivo, se había puesto en relación con la Agrupación Socialista Madrileña de Pablo Iglesias y fundaba en la ciudad de Fruela, no «un círculo en un cua­drado», como el zapatero filósofo «Belarmino», sino una incipiente Agrupación Socialista Asturiana, que supuso algo así como la prehís­toria del PSOE del Principado.

Es curioso que, ni el docto Me­néndez Pelayo t>n su seria «Historia de los Heter0joxos Españoles», ni el avispad� y culto Juan Cueto Alas (ovetense de buen apellido), que es­cribió en buena prosa, con una punta

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de humor y como remejido por el «orbayu» astur, su «curioso y diver­tido» libro (en opinión autorizada de Torrente Ballester), «Los heterodo­xos asturianos», se hayan acordado de los zapateros heterodoxos o cle­rófobos, que en Oviedo y en casi todas las capitales españolas consti­tuían una no formalizada comunidad de ácratas pacíficos, lectores y re­ceptores de extrañas doctrinas, mal digeridas y peor asimiladas; que, al tiempo que, enfundados en sus de­lantales de cuero costroso, macha­caban suela, moldeaban el calzado en la bigornia y cosían con hilo im­pregnado de pez, daban vueltas en sus caletres a las exóticas doctrinas que recibían en sus cuchitriles, a través de unos· cuantos semanarios, entre rebeldes y pintorescos, como «El Cencerro», «El Motín» o «Las Dominicales del libre pensamiento». Doctrinas que se resumían en Jo ideológico en una furibunda clerofo­bia y en lo político en la supresión de los consumos y la «secularización de cementerios».

El siglo XIX político, visto desde este último cuarto del siglo XX, nos parece un siglo encuadernado con tapas de moaré rosa. Pero también tuvo sus hojas de escándalo: aque­llos semanarios clerófobos, redacta­-dos por ingenuos librepensadores, con que empapelababan sus cuchitri­les los zapateros de portal, que hoy se buscan y se consultan como cu­riosidades periodísticas en las heme­rotecas. En su tiempo fueron piedra de escándalo de las personas, con­servadoras de las tradiciones y ali­mento espiritual de ásperos libre­pensadores.

El anticlericalismo o heterodoxia zapateril entró en España como una epidemia que se propagaba al prin­cipio entre una minoría de «ilustra­dos». La traían los libros de Voltaire y «El Contrato Social» de Rousseau, que se vendían clandestinamente. Después, ya avanzado el siglo, toda idea política que en España quisiera tenerse por avanzada o revoluciona­ria, había de ser ante todo clerófoba. Hasta el krausismo que, en decir de «Clarín», estaba «entre la doctrina filosófica y la jerigonza metafísica», tuvo sus puntas y ribetes de clerofo­bia para intelectuales.

Pero lo que marca una etapa signi­ficativa en la historia de la clerofobia española es la aparición, en 1871, del primer número de «El Cencerro». El número de ejemplares que se con­servan en la Hemeroteca Municipal de Madrid es considerable, ya que se publicó hasta bien entrada la Restau­ración de Alfonso XII. Diez años

después, en el año capicúa 1881, sale a la palestra, como se decía entonces «El Motín», que dirigía José Na­kens. Se editaba en Madrid, pero donde tenían más saneada e inalte­rable clientela era en provincias. Sus principales lectores y gratuitos pro­pagadores eran los zapateros de por­tal. En todas las ciudades y pueblos de España encontraba «El Motín» estos artesanos de la suela curtida y la negra pez, confeccionadores de calzado tosco, decididos a propagar el nuevo semanario. Es entonces cuando se forman los zapateros filó­sofos y librepensadores, antepasa­dos directos de los dos ovetenses que, un buen día, llevados de la mano y la pluma de Pérez de Ayala, dejaron sus cuchitriles de la calle la Rúa, para dar al mundo de las letras españolas los dos prototipos repre­sentativos· del gremio: los inmortales «Belarmino y Apolonio».

También solían suscribirse a «El Motín» los boticarios liberales. Era en las recoletas reboticas, con tertu­lia y partida de mus, donde se for­maban los centros de difusión del semanario clerófobo y revoluciona­rio. Tres años después de «El Mo­tín», aparecían en Madrid «Las Do­minicales del libre Pensamiento». Aquello ya era más serio. Traía el nuevo semanario ciertas ínfulas de intelectualismo y para dejarlo pa­tente desde las primeras líneas de su texto, habían impreso a ambos lados de la cabecera pensamientos de Vol­taire, Lutero, Krause, Rousseau, Mahoma, Zaratustra y Jesucristo. El nuevo semanario no se confor­maba con tener su clientela entre los hombres del mortero y la pez. La Redacción de «Las Dominicales» pi­caba más alto. La clerofobia entraría en otros ambientes sociales y políti­cos.

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A tal punto llegó la euforia cleró­foba de los semanarios, que el año 1883, ambos fueron suprimidos por el Ministerio de la Gobernación de Cánovas. Durante cierto tiempo amarilleaban sus páginas gráficas, pegadas en las paredes de los «obra­dores» de los zapateros de portal. Y lo que tardó más tiempo en desapa­recer de ciertas capas de la sociedad española, fueron las simples doctri­nas, ingenuamente ácratas, por ellos sembradas. La peculiaridad de los semanarios clerófobos que acaba­mos de descubrir en nuestra Heme­roteca, puede considerarse como un curioso capítulo, más o menos fol­klórico, entre revolucionario y pin­toresco, si no hubiese creado en mu­chos cerebros elementales el clima propicio a tantos excesos, que carac­terizarían la tragedia vivida por Es­paña, cincuenta años después.

Juan Antonio Cabezas

SEMPRUN A LABUSQUEDA DESEMPRUN

Jorge Semprún, Aquel domingo, Pla­neta, Barcelona.

Q uel beau dimanche!, título mucho más significativo que el inexpresivo de la tra­ducción castellana, son otras veinticuatro horas,

en el campo de concentración de Buchenwald, que no pueden redu­cirse al fácil paralelismo de aquella otra jomada de Iván Denisovich. En este domingo hay muchas festivida­des cronificadas; festividades todas enlutadas porque nos recuerdan el duelo por muchas causas pérdidas y por otras tantas ignominias cometi­das en este siglo veinte que, en su aurora, prometía ser el de las gran­des esperanzas. No es posible, por tanto, buscar un cómodo argumento unitario en este relato que, como en los mejores de Semprún, tiene tanto del arte de la narración cinematográ-

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fica como del de la descripción lite­raria. Aunque sí hay un escenario ejemplar: Buchenwald, campo de concentración nazi, en las proximi­dades de Weimar, el lugar por donde pasearon Goethe y Eckermann, pri­sión también de Leon Blum y de to­dos aquellos que, en su lucha por la libertad, fueron la esperanza de una humanidad, feliz en la lucha porque ignoraba los totalitarismos que le aguardaban después de la victoria.

Se cruzan, en este domingo, se­cuencias temporales pasadas y futu­ras, las batallas por la libertad y los combates contra el estalinismo, ani­mados por personajes de ficción junto a otros de carne y hueso; entre éstos, una figura de calidades nota­bles: el comunista francés Barizon que, si en un principio, es el Ecker­mann de Semprún, con el paso de los años aparecerá como su concien­cia crítica. De la guerra civil espa, ñola a los procesos de Praga, se pasa revista a la historia más dramática de la Europa contemporánea; y, por fortuna, el narrador-protagonista no ahorra detalles.

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En un texto de tantas caras, cada lector encontrará fácilmente la que sea más de su gusto, aquella con la que mejor se acomode. Comen­zando, si se prefiere, con una refle­xión sorprendente sobre los meca­nismos de supervivencia en el uni­verso concentracionario, más pode­roso que las ideologías o al servicio de éstas, tras los pasos de Eugen­Kogon; hasta desembocar en los episodios, casi costumbristas, de la clandestinidad comunista en los lar­gos años del franquismo, aquellos en los que sólo había blanco o negro. O, quizá, la aproximación a la reali­dad que encontraron en sus países los que vinieron a España, cuando España era un símbolo, los «briga­distas». Sencillamente, cada lector podrá montar en su imaginación la peripecia cinematográfica que le sea más querida.

Pero, por encima de las múltiples y sugerentes posibilidades que brinda la novela, domina la propia aventura personal del autor, que ya está a punto de convertirse en un héroe pirandelliano. Los libros de Semprún, uno tras otro, vienen a ser

un permanente ajuste de cuentas consigo mismo y también una ansie­dad perpetua por determinar, defini­tivamente, su identidad; quizá no la verdadera, sino la actual. Gérard­Federico Sánchez-Jorge Semprún, y sus otros muchos nombres de com­bate, constituyen una trinidad hipos­tática. Ya quedaron muy atrás los ºtiempos de la aventura prometeica de aquel largo viaje, pero Semprún vuelve obstinadamente a sus años más juveniles de resistente, para desvanecerse después en sus tiem­pos de dirigente del partido comu­nista. La verdad es que este do­mingo tan hermoso que ahora re­vive, hace olvidar ciertas torpezas literarias de la autobiografía planeta­ria; también, obligado es decirlo, re­sulta mucho más acertado en el plano del análisis y de la crítica polí­tica. La denuncia ha ganado en in­tensidad y en verismo. Incluso, en este domingo, Semprún se aproxima al aspecto estalinista que también hubo en su vida de dirigente. Posi­blemente, Semprún esté condenado a escribir siempre la misma novela; por lo menos, hasta que se cons­truya una identidad nueva, basada en su propia vida y no en existencias ajenas; cuando la pesadilla ya no sea un dato personal, sino un trágico he­cho histórico. De todos modos, no sería el primer caso en la historia de la literatura; y, en fin de cuentas, es el recurso legítimo de multitud de novelistas. De cualquier manera, si las recurrencias de Semprún tienen la altura, intelectual, política y esté­tica, de este hermoso domingo con­centracionario, sean venida en buena hora.

Roberto Mesa

EL ENSAYO ES

ANSI Alberto Cardín: Como si nada. Ed.

Pre-Textos. Valencia, 1981.

Le confesaba Lowry a su editor Jonathan Cape que «una novela profundamen­te seria», como Bajo el vol­cán, podía ser cualquier

cosa antes que una novela. Esta frase que, con aires de boutade, quizá sea una de las mejores apro­ximaciones que se hayan dado sobre la novela moderna, se quedaría corta a la hora de aplicarla al ensayo, por­que pocos géneros como éste tienen

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límites tan imprecisos y, con todo, el lector no deja de reconocerlo como tal. A medio camino entre la catego­rización filosófica y la erudición, en­tre el análisis cultural y el desliza­miento a lo literario, conjuga la inde­finición de cada uno de estos cam­pos para añadirla a la propia, resul­tando de todo ello una especie de cul-de-sac en el que la valoración sólo puede provenir de la efectiva capacidad polémica, en definitiva de su función de elemento crítico de la cultura, por más que, como se verá, ello no deje de ser una redundancia.

Toda la obra de Cardín, que en su mayor parte se ciñe al artículo o a la columna, es un buen ejemplo de ello. Y sin embargo, esta capacidad de violencia (tan hiriente, al decir de Víctor Márquez Reviriego, que sólo es comparable a la de Quevedo o Juan Ramón Jiménez) ha tenido como respuesta, hasta el momento, el silencio que se pretende desdén o la simple exclusión de lo admitido por la cultura de la Transición. De todo ello hace crónica el larguísimo prólogo antepuesto a Como si nada, dos textos claramente diferenciados pues, que Aranguren, con su cono­cida aptitud para transformar en ba­nalidad todo lo que toca, delimita en pretexto contra El País y minitexto contra Savater. Pero, por una vez, su afán simplista quizá acierte ple­namente, ya que, por un lado, pocas entidades como aquellas representan más adecuadamente lo que ha sido nuestra cultura en estos cinco o seis años últimos, y, por otro, la preposi­ción antepuesta a ambas determina con acierto la pretensión de Cardín: escribir a la contra, modo retórico que se sabe inútil en cuanto a efica­cia, como ejemplarmente expresa el título, y que tal vez sólo como estilo, como pura forma de propuesta crí­tica (cultural), gratuita por tanto, halla alguna justificación. En una ex­celente columna ( «La estructura del silencio». Disidencias, n.0 32, 25-Vl-1981), el mismo Cardín se acercó a ello, concluyendo que toda tesis sobre el silencio cultural -la suya

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también, desde luego- o bien es mentirosa por falsear sus propios supuestos o bien es gratuita porque su intención resulta inútil. ¿A qué viene, pues, se dirá, esta agresividad que Cardín constantemente muestra, y que sin embargo. no deja de apun­tar a un cierto estoicismo? El punto de partida se encuentra en la crítica a ese amor intellectualis spinoziano que Ortega intentó retomar en sus Meditaciones del Quijote. Se podría afirmar en principio que Cardín pa­rece acercarse al concepto platónico de la admiración y la Violencia como origen del pensamiento, lo que en palabras de María Zambrano com­porta el ascetismo como instrumento del saber, pues «la vida y las cosas que la pueblan, seres también, serían exprimidas de una implacable ma­nera, casi cruel. El pasmo inicial será convertido en persistente inte­rrogación; la inquisición del intelecto ha comenzado por su propio marti­rio» (Filosofía y poesta, en Obras reunidas . Aguilar, Madrid, 1971, pág. 120). Admiración y violencia pues, que, como en Quevedo, tiende al ataque despiadado y se refugia fi­nalmente en el estoicismo de su pro­pia inutilidad, interiorizando la muerte y «conjugando el goce ma­soquista de verse sin salida, atado, en la pasión escópica» (Como si nada, pág. LXXXVIII).

Pero en el prólogo a Como si nada, Cardín todavía guarda la pre­tensión de delimitar cultura y polí­tica. No sé si ello obedece a puro resentimiento, como de manera más o menos velada dice Aranguren, o esfruto de las fuerzas que el estado deconsolación procura, conforme a lacita de Ignacio de Loyola, mas entodo caso poco importa, porque elintento es válido fundamentalmentecomo supervivencia: su misma exis­tencia, y con ella su libertad, es loúnico que no resulta gratuito en lacultura. Paradoja que, más allá deldesconcierto que pueda producir,debe llevar a su defensa tajante.Cardín así lo hace, tal vez no con lamisma intención, pero al cabo tantoda, porque, como señala, deslindarpolítica de cultura es deslindar op­ción ideológica de opción crítica, ycon ello el intelectual toma como ta­rea específica el disolver las pro­puestas ideológicas en las que lasconsignas, en tanto datos inmediatosde la conciencia, adquieren formateológica. Así, el intelectual pone enjuego su pensamiento a costa de símismo, es decir a costa de su super­vivencia en la cultura y en la liber­tad, mientras que en el político o enel ideólogo «fértil en astucias», tal

TAURUS NOVEDADES Jürgen Habermas RECONSTRUCCION DEL MATERIALISMO HISTORICO

Eugenio Garin MEDIOEVO Y RENACIMIENTO

David Matza EL PROCESO DE DESVIACION Diego Romero de Solís POIESIS Las relaciones entre filosofía y poesía desde el alma trágica Carlos García Gual MITOS, VIAJES, HEROES Miguel A. Quintanilla A FAVOR DE LA RAZON

Manuel Villegas López LA NUEVA CULTURA

Martin Lings QUE ES EL SUFISMO

Jean Eracle LA DOCTRINA BUDICA DE LA TIERRA PURA

Eugenio D'Ors DIALOGOS

Ediciones TAURUS Príncipe de Vergoro, 81 Modrid-6

Distribuye ITACA López de Hoyos, 41 Modrid-2

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Savater, la supervivencia que se persigue es la de su pretensión de guía, a costa esta vez de su capaci­dad efectiva como portador del de­bate cultural. Y finalmente, o tal vez en principio, deslindar política de cultura supondrá determinar con cla­ridad que la apetecida concordia en la primera se convierte en muerte de la otra ..

José María Martínez

L EON FELIPE:

UNA EDICION

YUNINEDITO

* León Felipe, Versos y Oraciones deCaminante, Madrid, «Visor», 1981.

La editorial «Visor Libros» se propone, según sus pro­pias palabras, publicar en doce volúmenes la totali­dad de la obra poética del

«español del éxodo y del llanto», dentro de una serie que ya se llama «Colección León Felipe» como la que el albacea Finisterre ha venido editando en Méjico y que -con mejor presentación y si no me equivoco­está reproduciéndose sin más.

Poco, desde sus propias y urgen­tes ediciones de guerra, se había pu­blicado en nuestro país del de Tá­bara: sólo -creo- una Antología Rota de Alhambra y una recientí­sima Antología a cargo del inevitable Alejandro Finisterre para Alianza Editorial. Los más conocimos al poeta a través de la Antología Rota de la impagable Losada, aunque más de uno buscase sólo en el libro los improperios al General.

Uno de los volúmenes ya publica­dos (el I) por Visor corresponde a los Versos y Oraciones de Cami­nante.

Al final de los años cincuenta re­cibimos en casa un paquete enviado por un caballero de capa negra del que prefiero omitir el nombre y so­lamente recordar que fue amigo del poeta: en el envío, inmediatamente anterior a la noticia de su suicidio, el caballero incluía, entre pelfumes que él mismo fabricaba, un manuscrito, fechado en Madrid y en 1920, de Versos y Oraciones de Caminante. Aquel regalo estaba especialmente destinado al que tenía que ser el poeta de la familia. La profecía san­grienta se está cumpliendo y el ma-

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nuscrito («Dios da pan ... ») lo con­servo como reliquia imputrescible. La letra, desvaída por el tiempo, re­cubre una minúscula libreta de pro­paganda de anís. Negligente, no acabé las pesquisas para saber si el texto era de puño y letra de León Felipe. Algunas tachaduras, sin em­bargo, me lo hacen suponer.

El texto del manuscrito difiere del ahora publicado en varias cosas: el orden de los poemas está algo alte­rado; lo que aparece impreso como Prologuillos se llamaba Prólogos; el discurso poético aparece en la li­breta fragmentado en más versos. Hay también ligeras variantes tex­tuales y -se entiende que en la edi­ción no- faltas de ortografía, leves.

Todo el llamado Libro segundo falta en el escrito, así como los Dos ma­drigales que ahora cierran el Libro primero. Las dedicatorias de la úl­tima edición no aparecen en la reli­quia donde sólo hay una, que, ca­sualmente, no aparece en ninguna edición: junto con un poema (Igual­dad, del que la estrofa final abre, como poema autónomo, todas las ediciones que he visto de los «Ver­sos ... ») es Jo único estrictamente inédito que guardo en mi cajón. Acompañando al poema La higuera maldita, la dedicatoria dice así:

Al Dr. X (su hermano), que es­c.udriña en las pobres cabezas en-

fermas y olvida, lamentablemente, el corazón. Al Dr. X y a todos los hombres secos como él que se al­zan en la tierra sin caridad y sin amor, como este árbol siniestro, como esta higuera maldita en el yermo.

(El paréntesis aparece en tinta de otro color).

Acudan los juicios sobre este texto inédito. A mí me resulta tan sustancioso que me exime de toda consideración sobre la obra del poeta que, al fin, se edita en su país natal. Máxime si recordamos que se

trataba de un escritor fiel a sus prin­cipios, acorde -como a él le gustaba repetir- con su poética: «Lejos de toda escuela y tan distante de los antiguos ortodoxos retóricos como de los modernos herejes» se declaró en el Ateneo de Madrid en 1919, al ofrecer estas sus oraciones en verso. León Felipe Camino, un romero, un canto rodado, un escritor del cora­zón.

Aníbal Núñez

UNA NUEVA

IMAGEN DE

LA POESIA -

ESPANOLA

ACTUAL

José Luis García Martín, Las voces y

los ecos. Ed. Júcar, Madrid, 1981.

En un prefacio escrito en 1976, Alexander Pope de­cía: «Estoy por pensar que tanto los autores de libros como sus lectores

son por lo general bien poco razona­bles en sus expectativas. Aquellos parecen imaginar que el mundo ha de aprobar cuanto ellos produzcan, estos creen que los escritores están obligados a darles gusto en todo. ( ... ) Me temo que este celo extre­mado por ambas partes es despro­porcionado, pues la poesía y la crí­tica no son en modo alguno de inte­rés universal para el mundo, sino sólo la ocupación de hombres ocio­sos que escriben en sus reservados, y de hombres ociosos que allí leen. ( ... ) La verdadera razón por la que estas composiciones no son más co­rrectas estriba en la consideración de cuán breve tiempo ellas y yo he­mos de vivir. Uno podría avergon­zarse de consumir la mitad de sus días tratando de conciliar el sentido y la rima. ¿ Y qué crítico podría ser tan poco razonable como para ne­garle a un hombre tiempo suficiente para tareas más serias, o diversiones más gratas?»

Estas hermosas palabras en boca del más «correcto» de todos los poe­tas ingleses difícilmente encajarían en el panorama de la joven poesía española, harto repleto de nombres obsesionados por lucir su excelen­cia, incapaces de reconocer la total

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falta de importancia de la poesía, pero imperdonablemente frívolos a la hora de plantear la interacción en­tre poesía y vida en una esfera que no sea la de su narcisismo social. Las fobias y los amiguismos impiden hoy como antaño (el mejor poeta es el poeta muerto) una comunicación poética sensata y directa, y la valo­ración, encomendada comúnmente a críticos-poetas o críticos-profesores, suele adolecer en ambos casos de las servidumbres interesadas de ambos gremios.

Todo esto viene a cuento de Las voces y los ecos, la más nueva anto­logía sobre poesía española última que ha realizado en esta ocasión el poeta y crítico José Luis García Martín. Pasando por alto el hecho de que el volumen pueda agradar a los incluidos y desagradar a quienes se excluyen, uno tiene la obligación inicial de celebrar su aparición. Sim­plemente por tratarse de una nueva aportación que por otra parte el tiempo, implacablemente, se encar­gará de poner en su sitio. Mientras tanto, regatear en torno a la nómina de poetas seleccionados me parece un ejercicio baldío, primero porque aún es pronto para dirimir qué nom­bres han de sobrar definitivamente y luego, como es natural, porque el gusto poético de García Martín tiene tanto derecho a manifestarse como cualquier otro.

Y aclarado ésto, paso a esbozar unas consideraciones mínimamente críticas. No hace falta inteligencia en la dilatada introducción, especial­mente cuando retoma el viejo tema generacional, y la larga nómina de poetas citados revela, cuando me­nos, un buen conocimiento de la poesía española reciente, ante cuya interpretación será difícil no encon­trar puntos aislados de desacuerdo. El cuestionario, bastante similar al

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empleado por José Batlló en su An­tología de la nueva poesía española, resulta sin duda interesante, pero no ilumina tanto las obras de los poetas en cuestión -al responder éstos con diferentes grados de autocomplacen­cia y extensión- como un mosaico de innegable atractivo psico-socio­lógico. La nómina de poetas, en fin, parece bastante heterogénea, por lo que no sé si valorarla como vario­pinta representación de una totali­dad, o como muestra de devociones personales abigarrada, siéndome en cualquier caso posible localizar poemas admirables junto a poemas prescindibles.

No ha de entenderse como defecto el que la antología revele acaso más sobre el antólogo que sobre los anto­logados (igual que la recensión puede verter más luz sobre su autor que sobre su objeto). Pero resulta palpable la vinculación de Las voces y los ecos a esa meritoria empresa que es la revista Jugar con fuego. Muchas referencias bibliográficas contenidas en la antología y, cómo no, los nombres de Manuel Neila y Víctor Botas (sin olvidar a Femando Ortiz), remiten a la labor creativa y crítica de José Luis García Martín, en cuyo ámbito de heterónimos y co­laboradores destacan también Al­fonso Sanz Echevarría y Bernardo Delgado, de quien encontramos esa frase en el n.0 X de Jugar colifuego: «A veces los ecos son tantos que ocultan a la propia voz.» (p. 102). Así las cosas, parece justo recono-

cerle al antólogo una notable capaci­dad de trabajo, unas indiscutibles dotes de inteligencia crítica desple­gadas a lo largo de diversos trabajos, y un don poético sobre cuyo alcance no hemos de pronunciarnos aquí.

Cierro esta somera reseña reto­mando el hilo inicial. Las voces y los

ecos representa una nueva visión personal de la poesía española de la última década. Sus méritos y demé­ritos, sobre los que es prematuro pronunciarse con certeza, deberían en cualquier caso servir para despo­larizar y relativizar nuestros juicios al respecto, induciéndonos a dejar de buscar el esplendor de la poesía en el lugar de la miseria.

Bernd Dietz

LA CIUDAD Y

LA CASA Francisco Bejarano, Recinto murado,

Sevilla, ·calle del Aire, 1981.

La ciudad despoblada y la casa vacía constituyen el ámbito en que transcurren la mayor parte de los poe­mas del último libro de

Francisco Bejarano. Uno y otro lu­gar adquieren un valor simbólico que cuenta con una larga tradición. «He­cho estoy a vivir entre las ruinas / de esta ciudad. No tengo escapatoria», leemos en el primer poema del libro. ¿Cómo no recordar «La ciudad», uno de los más hermosos y conoci­dos textos de Kavafis? La casa que se desmorona «sola y blanca» en el mismo poema nos remite, por otra parte, a la obra de Francisco Brines.

El recuerdo puebla la ciudad y la casa -el doble «recinto murado» que encierra al protagonista de estos versos- de fantasmales presencias, de adolescentes entrevistas. «Figu­ras recobradas» se titula así la sec­ción inicial del volumen. Poesía evo­cativa, elegíaca, de cuidada palabra a veces un tanto desvaída: el poeta contempla lo que fue como a través de un vidrio empañado. Hay una cierta indolencia, una desgana triste, en !_os versos de B�arano. Nada más lejos de esta poesía -a pesar de irre­levantes coincidencias temáticas­que la exasperada búsqueda del pla­cer, la glorificación del deseo que caracteriza a Luis Antonio de Vi­llena.

En la sección segunda del libro, «Entorno», se encuentra la escasa concesión de Bejarano al cultura­lismo reinante. En «Estilita» intenta una poesía vagamente gnómica. Hay en Bejarano una tendencia sapien­cial «Hablo porque he sabido y ano­chece», nos dice en uno de los poe­mas. Pero tal sabiduría procede siempre de la propia experiencia. No

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ocurre así en «Estilita» y quizás por eso suene un tanto falso.

«Un joven cita unos versos latinos junto al mar» lleva por lema dos he­xámetros de La Eneida y alude -ve­ladamente- al episodio de Niso y Euríalo. En la antología Qadish (muestra de la joven poesía gadi­tana) apareció una primera versión de este poema con un título bastante más explícito: «Angelo Bertini me cita unos versos de Virgilio en la playa de Cavi». El último de los ver­sos nombraba expresamente a Niso y Euríalo. La nueva versión nos pa­rece que acaso peca de gratuito

hermetismo. El poema remite, por otra parte, no sólo a Virgilio, sino también a Brines, quien en «Versos épicos» (incluido en Palábras a la oscuridad) recuerda la historia de los Jovenes amantes compañeros de Eneas para contraponerla a la sordi­dez y a la clandestinidad con que un mismo tipo de amor ha de ser vivido en nuestros días. Idéntica es la in­tención de Bejarano: «Los jóvenes crecidos bajo el yugo / han puesto mezquindades en sus labios / y no dicen los nombres verdaderos, /pero fueron creados para el gozo / y la fortuna, y su existencia es única». No nos parece que las alusiones cul­turalistas sean el fuerte de Bejarano.

«Pasolini», bien significativamente dedicado a Francisco Brines, se ti­tula otro de los poemas de esta sec­ción segunda. La anécdota que el poema nos narra es más brinesca que pasoliniana. La encontramos ya en uno de los poemas de Las brasas (el que comienza «El visitante me abrazó, de nuevo) y vuelve a apare­cer en «El huésped», publicado en Papeles de Son Armadans (mayo 1978) y todavía no recogido en libro.

na

Independientemente de la referencia a Brines se trata de uno de los más hermosos textos de Recinto murado.

En torno a la ciudad, la selva, el «mundo hostil» que da título a la sección tercera. Fuera de la ciudad existen la belleza y la tentación del peligro. En esa selva acecha el tigre

,borgiano «sanguinario y hermoso». El mito de la ciudad se complementa así con el de la dantesca «selva oscu­ra. Sin olvidar otra referencia más próxima: la concepción del amor del Aleixandre surrealista.

De «la hostilidad de la costumbre» se nos habla en la sección final. «La indolencia, la carcoma, la herrum­bre» son los nuevos enemigos. Inuti­lidad del recuerdo: «El frío de la casa transparente / años de decep­ción». Un verso del poema final ex­pone escuetamente el núcleo temá­tico del libro: «el deseo imposible de retorno». Recinto murado termina así de la más desesperanzada ma­nera: «No es posible vivir sin lamen­tarlo».

Francisco Bejarano, una de las más interesantes voces de la nueva poesía andaluza, publicó su primer libro, Transparencia indebida, en 1977. Su segunda obra confirma las

·expectativas despertadas por esaobra inicial, aunque en algunos tex­tos se bordee peligrosamente la va­guedad y el manierismo.

Bernardo Delgado

DE UNA

GALAXIA TAN

CERCANA

· Jaume Sisa, Noche de San Juan,Edigsa 01Lo233.

sobre un escenario del que lo menos que podía afir­marse era su no pertenen­cia a iconografía alguna occidental, aparecía ves­

tido de Fumanchú, frente a un clavi­cordio, cantando. Sólo dos leves ob­jeciones: las larguísimas uñas impe­dían cualquier digitación sobre el te­clado y, sobre eso, no tenía la más lejana noción de cómo acompañarse al clavicordio. Eran los tiempos de Música Dispersa. Con parsimonia recogía silbidos, tomates, insultos matrilineales, huevos duros, pelotas hechas con La Vanguardia y una piedra dentro, todo el malestar del

metílico. Y seguía cantando. Provo­cación por provocación, los melis­mas se hacían cada vez más irrepeti­bles, las letras más surreales. Y bo­leros. El sí que cantaba boleros.

Después, por una de esas fisuras que sólo lo muy cerrado contiene, llegó el primer disco, aquello de que el sol puede salir una noche cual­quiera. Y el segundo, la orgía, llena de guiños y obsesiones, un dietario imposible. Y más incondicionales. Después fue lo de que Je negaran el Palau, así que no tuvo más remedio que ir solícito a ver al director y ofrendarle su más reciente deposi­ción envuelta en celofán atado y co­ronado por un lazo rosa. Curiosa­mente, y por razones del conti­nuismo histórico, no tendría más oportunidades. Hay gente muy mal tomada.

A todo esto, había nacido en Po­ble Sec. Poble Sec es esa barriada barcelonesa que los no catalanes y viajeros perezosos conocemos tan bien gracias a los discos de otro an­tiguo vecino llamado Joan Manuel Serrat, casado, mayor de edad, de profesión cantautor, etc. Claro que el noi, Joan Manuel, era una mica mayor, y había tenido que escuchar al Brel, al Brassens y al Ferré de noche, ahuecando las sábanas, en radio de galena, con una pinza en el somier. Pero el nen, Jaume, que re­cibió la primera hostia tal día como hoy y aún no se ha recobrado, ya conoció el transistor, y por allí lle­gaba el jazz, el rock, la pop music. Allí tuvo el inopinado placer de dar con su papi, un tal Frank Zappa. Con todo y aunque hermanos de dis­tinto padre, entre Joan Manuel y J aume no hay conflicto generacio­nal: Sisa honra a Serrat con tantas citas y pastiches de tal calibre y de­senfreno [La señorita Primavera ydon Verano] que hacen cumplirse

Los Cuadernos de la Actualidad

aquella vieja aspiración de Lautréa­mont, que la copia sea más perfecta que el original.

Porque la verdad es que cualquier composición de este hombre es una caja de resonancias, un jardín ameno que circunda la víbora, una sala de estar en cuyo aparador reside una bomba de espoleta retardada. Las ci­tas, los guiños, los homenajes, los pastiches, las burlas de su música llegan a formar una red, un tejido tal, que cualquier semiótico aficio­nado a la intertextualidad se hallaría en Sisa como en el Paraíso. Puede ser una irrisión completa de Trenet, un estrépito momentáneo digno del peor Llach, un homenaje a Machín, un arreglo a lo Francesc Borrull, un saxo que gotea Charlie Parker, una réplica isomorfa de la Piquer, una armonía tipo Costa Oeste '68 ...

Y toda esta heterogeneidad musi­cal para hablarnos de lo mismo, de cosas que debieran ser rigurosa­mente actuales si nuestra sociedad fuese mínimamente responsable: profetas, alquimistas locos, Miss Uni­verso aconsejándonos que dejemos fuera la ilusión del tiempo, el gran Jordiet, monjes que recogen bruma, Rimbaud virgen en un.confesionario, un tenor italiano que llora junto al puerto de Barcelona il suo amore perduto in V enezia ieri, Peter Pan, la bruxa Curuxa, Mortadelo y Filemón: toda la basca de los tebeos de la infancia, una chica de Hawai, los su­rrealistas catalanes, Xava Macari, un contador de estrellas que conoce el nombre de los más terribles dioses nocturnos, los Rolling Stones ca­zando leones, estrellas huérfanas, la estanquera diciéndonos «no tengáis miedo de los muertos, temed a los vivos», cámaras románticas que queman el dinero, la última mujer nocturna que espera con un veneno dulcísimo, paralíticos bailando cla­qué, una mona de pascua que nos enseña el camino a la República d'A, donde -premonitoriamente- «el se­ñor Presidente interpreta a Mozart», etc., etc., etc.

Ya se sabe que Sisa querría ser dos cosas, sin que el que sean con­tradictorias entre ·sí supongan obstá­culo alguno a su· cumplimiento si­multáneo: ser vocalista galáctico y ser pregonero da Poble Sec. Lo pri­mero ya lo ha conseguido, eviden­temente. El día que consiga Jo se­gundo, entonces sí que algo habrá cambiado en este país.

José Doval

119

MONOLOGO

DEL CAIMAN

ESPECTADOR

Caimán, de .Antonio Bueno Vallejo. Obra estrenada en el Teatro Reina Victo­ria, de Madrid (10-9-81), con dirección de Manuel Collado.

e reías, querías creer, re­cordando momentos este­lares de Lindsay Kemp, destellos de Roy Hart, vue­los de Bread and Puppet,

ironías de Boadella, que la ficción tea­tral podía estremecerte y conducir sin trabas tus sentidos hacia el tuétano -piensas- en que la realidad se transfi­gura, te enseña los petfiles ocultos deun mundo donde lo real es sólo puntade iceberg, rastro que empuja, guíahacia el encantamiento; ese espacio contra el que Brecht y todos sus afa­nes de distancia lucharon, bajo excusade que no se podía permitir a los es­pectadores soñar en tanto fueran cier­tas sus cadenas ...

Creías que el teatro podría -¿por qué no?- ser de nuevo la magia y la catarsis, el frenesí, la vida. Y con el mismo deseo que en otras muchas ocasiones fue para tí coartada frente a lo que temías nueva desilusión -el teatro empeñado en pisarle los pies a los periódicos-, te acercas hasta el Reina Victoria de Madrid, donde Buero Vallejo, probablemente el más significado de los dramaturgos españoles de fas últimas décadas, es­trena obra de título lacónico: Cai­mán.

Sumido, con todas tus creencias, en la penumbra del patio de butacas y en los alrededores de un público cuyos trajes y joyas ya han cumplido de sobra los cuarenta, esperas ...

Y muy pronto, allí, en el escena-

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rio, surge esa misma dialéctica de sueño/realidad, ilusión/certidumbre, sombra/volumen, fluido/sólido, en­carnada -¿encarnada?- en una pa­reja de «hace muchos años, de 1980», tipógrafo él, maestra ella, que ha perdido a su hija en los profundos laberintos de un pozo abierto en unas obras cercanas. El cadáver de la niña -te informan en seguida, de corrido: y ya te sientes público, casi televidente- nunca fue rescatado, y este hecho se convierte en dramática manzana de discordia que enfrenta dos concepciones de la vida: la ma­dre quiere estar segura de que su hija vive y habla con ella de un jar­dín encantado; el padre, convencido ,, de que ha muerto, se preocupa por la actitud, que él considera escapista y socialmente peligrosa, de su mu­jer. Ambos sufren y entre ambos el sufrimiento crea un panorama de ve­cinos lisiados, mendicantes, mucha­chas violadas, paro, manifestacio­nes ... El mundo de cualquier barrio periféri�o de una cualquiera de nues­tras grandes capitales. La imagen que recorre la obra es la figura de un caimán de leyenda, símbolo devora­dor, asfixiante, poderoso, capita­lista, tecnocrático, frerite al que la actitud de la protagonista traza un camino muy distinto al que sigue su marido: la actividad ilusionada de la esperanza frente a la espera activa sin ilusiones. La fe frente a la razón. Dialéctica a la que a veces también se incorpora el gesto ambiguo de la solicaridad.

Por estas coordenadas te conduce el desarrollo argumental hacia un te­rreno que te resulta harto conocido: cada mañana lo lees en el perió_dico, lo vives ert el metro. Y sin embargo, te es imposible, físicamente imposi­ble, participar, sumergirte en la obra, quizá -te dices- porque se ven demasiado los trucos y costuras de la acción y la energía sólo fluye en el texto, tan sólo las palabras inten­tando llenar con sus significaciones la f

u

nción teátral; pero palabras que, si literalmente logran tu asentimien­to, dichas desde la escena, supuesta­mente vivas, traen hasta tu olfato el aroma inconfundible del púlpito se­cular: sermones.

¿Esto buscas? Lo que aquí se te ofrece es una historia detenida por el actor que nunca olvida su papel de actor, sobreactuando, intercalando en los orificios de sú personaje ras­tros de sí mismo que son como trai­ciones, evidentes, negadores, chi­rriantes ... Y no teatro vivo: perso­naje y actor fundidos sin remedio, acción teatral, sí, pero real, capaz de transgredir las leyes, de desbor-

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darse, de anular las distancias. (A lo mejor -ironizas- todo se reduce a un problema arquitectónico: que exista el patio de butacas.) Teatro escrito, sin embargo, éste que ves ahora, para la frialdad de la televisión, o para las posibilidades sugerentes de la lectura, no para el deseable calor de un cara a cara.

\ /

Piensas que Buera ha vuelto a re­petirse, que los actores han vuelto a repetirse, que el periódico ha pla­giado su edición de ayer, que tú no has dejado de ser él mismo. Buera lo dice al finalizar la representación: quiere durar. Ya ocupa un lugar inobjetable en las enciclopedias, en los libros de texto, en los estudios especializados, en ese futuro que, de tanto repetirse desde el presente, acabará por no existir.

Pero -te mosqueas- el Caimán es real, el dolor es real, la asfixia es real, la violencia es real ... Sí, no lo pones en tela de juicio. Es todo tan real, tan intercambiable aquí en el teatro, que igual te hubiera dado pa­sear por las plazas, o leer un frag­mento de Hegel con abundantes no­tas, o firmar por enésima vez uno de esos papeles contra laDTAN. Todo real, pero en las tablas no está ese teatro que buscas y que probable­mente se encuentra ya muy lejos de este recinto, donde -noche de es­treno- son reales y aplauden algunos de los más firmes candidatos (según fuentes del patio de butacas, el pre­sidente llegó al mando de su propio automóvil) a solucionar, en los pos­teriores cotilleos, la adivina adivi­nanza de ese caimán que, no lo du­des, también eres tú.

'Alfredo José Ramos