@novela policial-van lustbader, eric (ludlum, robert)-la traición de bourne

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Eric Van Lustabeder La traición de Bourne Título original: The Bourne Betrayal Traducción: Victoria E. Horrillo Ledezma Umbriel Barcelona – España Primera edición Mayo 2011 ISBN: 978—84—89367—84—4

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  • Eric Van Lustabeder La traicin de Bourne Ttulo original: The Bourne Betrayal Traduccin: Victoria E. Horrillo Ledezma Umbriel Barcelona Espaa Primera edicin Mayo 2011 ISBN: 9788489367844

  • A la memoria de Adam Hall (Elleston Trevor),

    Mentor literario: las rosas tambin son para l.

    Gracias a Ken Dorph, mi arabista particular, A Jeff Arbital, y especialmente a Victoria, por el ttulo.

    Prlogo El Chinook bata un cielo rojo sangre. Se estremeca entre peligrosas

    turbulencias, inclinndose al virar en el aire difano. Una telaraa de nubes, iluminada de fondo por un sol desfallecido, pasaba flotando como el humo de un avin en llamas.

    Martin Lindros miraba atentamente desde el helicptero militar que le llevaba hacia las cotas ms altas de los montes Simien. Aunque no participaba en misiones sobre el terreno desde que cuatro aos atrs el Viejo le nombrara subdirector de la Agencia Central de Inteligencia, haba procurado no perder su lado animal. Entrenaba tres das por semana en el campo de obstculos que la CIA tena a las afueras de Quantico, y todos los jueves por la noche, a eso de las diez, se sacuda el tedio que le produca revisar informes de inteligencia electrnicos y firmar rdenes de actuacin pasando una hora y media en la sala de tiro para retomar el contacto con toda clase de armas de fuego, pasadas, presentes y futuras. Fantasear con la accin le serva para aliviar su frustracin por sentirse tan poco til. Todo eso cambi, sin embargo, cuando el Viejo aprob su propuesta de operaciones para Tifn.

    Un fino cuchillo de aire cruz el interior del Chinook adaptado por la CIA. Anders, el jefe de Escorpin Uno, el comando de cinco ases de las fuerzas especiales, le toc con el codo y Lindros se volvi. Al mirar por la ventanilla las nubes deshilachadas, vio la ladera norte del Ras Dashn sacudida por el viento. Haba algo siniestro en aquel monte de 4.500 metros de altitud, el ms alto del macizo de Simien. Quiz fuera porque Lindros recordaba la tradicin local: leyendas de ancestrales espritus malignos que, segn se deca, habitaban en sus cumbres.

    El sonido del viento creci hasta convertirse en un alarido, como si el monte intentara arrancarse de sus races.

    Haba llegado la hora. Lindros asinti y se acerc al piloto, bien sujeto en su asiento por el

    cinturn de seguridad. El subdirector rozaba la cuarentena, era alto y de cabello rojizo. Se haba graduado en Brown y la CIA lo reclut cuando cursaba en Georgetown el doctorado en relaciones internacionales. Era listo como un lince y tan entregado a su trabajo como poda desear el director de la agencia. Inclinndose para hacerse or, Lindros dio al piloto las ltimas coordenadas, que, por motivos de seguridad, deba reservarse hasta el ltimo momento.

  • Llevaba poco ms de tres semanas en operaciones sobre el terreno. En ese tiempo, haba perdido a dos hombres. Un terrible precio que pagar. Bajas aceptables, dira el Viejo, y l tendra que volver a mentalizarse para creerlo si no quera fracasar. Pero qu precio poner a la vida humana? Jason Bourne y l haban debatido a menudo la cuestin sin llegar a una respuesta aceptable. En el fondo, Lindros pensaba que para ciertas cuestiones no la haba.

    Sin embargo, cuando los agentes estaban asignados a una operacin, las cosas eran muy distintas. Haba que asumir las bajas aceptables. No quedaba otro remedio. Por lo tanto, la muerte de aquellos dos hombres era aceptable, porque en el curso de su misin Lindros se haba asegurado de la veracidad del informe segn el cual una organizacin terrorista se haba apoderado de una caja de TSG en algn lugar del Cuerno de frica. Los TSG eran pequeos conmutadores de alto voltaje usados para activar y desactivar altsimos niveles de potencia voltaica: vlvulas de alta tecnologa para proteger componentes electrnicos tales como tubos de microondas y aparatos de diagnstico mdico. Se usaban tambin como detonadores de armas nucleares.

    Desde Ciudad del Cabo, Lindros haba seguido un rastro serpenteante que conduca de Botsuana a Zambia, y de all, pasando por Uganda, a Ambikua, una minscula aldea de agricultores (apenas un puado de edificaciones, entre ellas una iglesia y un bar) en los pastos montaosos de la falda del Ras Dashn. All haba conseguido uno de los TSG, que acto seguido haba enviado al Viejo a travs de un correo seguro.

    Pero entonces haba ocurrido algo, algo inaudito y espeluznante: en aquel destartalado bar de suelo de estircol y sangre seca Lindros haba odo decir que no eran slo detonadores lo que el grupo terrorista estaba sacando de Etiopa. Si aquel rumor era cierto, poda tener consecuencias terribles no slo para Estados Unidos, sino para el mundo entero, porque significaba que los terroristas tenan en su poder un instrumento capaz de sumir en el caos todo el planeta.

    Siete minutos despus, el Chinook se pos en el ojo de una tormenta de

    arena. La plataforma rocosa estaba completamente desierta. Justo delante haba un muro de piedra antiguo: una entrada, decan las leyendas locales, a la temible morada de los demonios que habitaban en aquellos montes. Lindros saba que, al otro lado de una abertura en el muro ruinoso, se hallaba el sendero casi vertical que conduca a los gigantescos espolones rocosos que custodiaban la cima del Ras Dashn.

    Lindros y los hombres de Escorpin Uno saltaron a tierra agazapados. El piloto sigui en su puesto, con el motor al ralent y las aspas en movimiento. Los hombres llevaban gafas para protegerse del torbellino de polvo y guijarros que levantaba el aparato, y pequeos micrfonos y auriculares inalmbricos enroscados en las orejas para poder comunicarse a pesar del rugido de los

  • rotores. Iban armados con fusiles de asalto XM8 ultraligeros, capaces de disparar 750 balas por minuto.

    Lindros dirigi la marcha. Frente al muro de piedra se alzaba un imponente precipicio en el que se abra la negra boca de una cueva. Todo lo dems era de color pardo, ocre, rojo apagado: el paisaje desolado de otro planeta, el camino hacia el infierno.

    Anders despleg a sus hombres en formacin convencional: los mand primero a inspeccionar los escondrijos ms obvios y a continuacin les orden formar un permetro de seguridad. Dos de ellos se acercaron al muro de piedra para echar un vistazo a su extremo. Los otros dos recibieron orden de acercarse a la cueva; uno deba quedarse a la entrada mientras el otro se cercioraba de que el interior estaba despejado.

    El aire se agit por encima del enorme risco que se alzaba sobre ellos y azot el suelo desnudo, traspasando sus uniformes. All donde no caa en picado, la pared de roca se cerna sobre ellos fornida y amenazadora, su crneo pelado realzado por el aire trasparente.

    A su lado, Anders, como un buen comandante, escuchaba los informes de sus hombres desde el permetro de la zona. Nadie acechaba tras el muro de piedra. Anders escuch atentamente el informe del segundo equipo.

    Hay un cuerpo en la cueva inform el comandante. Tiene un balazo en la cabeza. Est muerto y bien muerto. Aparte de eso, todo despejado.

    Lindros escuchaba la voz de Anders por los auriculares. Empezamos por ah dijo, sealando con el dedo. El nico rastro de

    vida en este sitio dejado de la mano de Dios. Se agacharon. Anders removi el carbn con sus dedos enguantados. Aqu hay un hoyo poco profundo. El comandante cogi un puado de

    ceniza. Ve? El fondo est endurecido por el fuego. O sea que alguien ha hecho fuego aqu no una, sino muchas veces estos ltimos meses, puede incluso que un ao entero.

    Lindros manifest su asentimiento y levant el pulgar. Parece que hemos acertado con el sitio. Los nervios se haban

    apoderado de l. Cada vez pareca ms probable que el rumor que haba odo fuera cierto. Haba esperado contra toda esperanza que no fuera ms que eso, un rumor; que al subir all no encontraran nada. Porque cualquier otro resultado era inconcebible.

    Desenganch dos aparatos de su cinturn, los encendi y los pas por encima del foso del fuego. Uno era un detector de radiaciones alfa; el otro, un contador Geiger. Lo que estaba buscando, lo que confiaba en no encontrar, era una combinacin de rayos alfa y gamma.

    Los aparatos no detectaron nada en el hoyo. Lindros sigui adelante. Usando el hoyo del fuego como punto de

    referencia, fue movindose en crculos concntricos con los ojos pegados a los

  • medidores. Haba dado tres vueltas y se hallaba a unos cien metros del foso cuando se activ el detector alfa.

    Mierda dijo en voz baja. Ha encontrado algo? pregunt Anders. Lindros se apart de donde estaba y el detector se desactiv. El Geiger segua inactivo. Menos mal. A aquella altura, la lectura del

    detector alfa poda proceder de cualquier cosa, incluso de la montaa misma. Regres al lugar donde el medidor haba detectado rayos alfa. Al

    levantar la vista se dio cuenta de que estaba frente a la cueva. Ech a andar lentamente hacia ella. La lectura del detector de radiacin no vari. Luego, a unos veinte metros de la entrada de la cueva, aument de pronto. Lindros se detuvo un momento para limpiarse el sudor del labio superior. Santo cielo, iba a verse obligado a constatar que alguien haba clavado otro clavo en el atad del mundo. Pero an no haba seales de rayos gamma, se dijo. Algo es algo. Se aferr a esa esperanza doce metros ms. Entonces se activ el Geiger.

    Dios, rayos gamma combinados con rayos alfa. Justo la rbrica que esperaba no encontrar. Not que un hilillo de sudor le corra por la espalda. Sudor fro. No haba sentido nada parecido desde que tuvo que matar por primera vez en el transcurso de una misin. En su cara y en la cara del hombre que intentaba matarle, la desesperacin y el empeo iban de la mano. El instinto de conservacin.

    Luces. Lindros tuvo que esforzarse por articular; un terror mortal llenaba su boca. Necesito ver ese cadver.

    Anders asinti con un gesto y dio rdenes a Brick, el hombre que haba inspeccionado la cueva. ste encendi una linterna de gas xenn. Penetraron los tres en la penumbra.

    No haba hojas muertas ni otros materiales orgnicos que actuaran como fermento del intenso hedor mineral. Notaban sobre ellos el peso muerto del macizo rocoso. Lindros record la sensacin de asfixia que experiment al entrar por vez primera en las tumbas de los faraones, en las entraas de las pirmides de El Cairo.

    El potente rayo de la linterna barri las paredes de roca. En aquel ttrico escenario, el muerto no pareca fuera de lugar. Las sombras que lo cubran se escabulleron cuando Brick movi la linterna. El haz de luz absorbi el poco color que le quedaba, y pareci infrahumano: un zombi sacado de una pelcula de terror. Su postura era de reposo, de quietud total, desmentida nicamente por el orificio de bala abierto en el centro de su frente. Tena la cara vuelta hacia un lado, como si deseara permanecer en la oscuridad.

    No fue un suicidio, eso seguro dijo Anders; eso era lo que haba empezado a pensar Lindros. Los suicidas prefieren lo fcil. La boca, por ejemplo. A este hombre le mat un profesional.

    Pero por qu? pregunt Lindros. El comandante se encogi de

  • hombros. Con esa gente podran ser mil... Aprtese, joder! Lindros grit tan fuerte que Brick, que se haba acercado al cuerpo,

    retrocedi de un salto. Perdone, seor dijo Brick. Slo quera ensearles una cosa rara. Use la linterna le orden Lindros. Pero ya saba lo que iba a

    suceder. Nada ms entrar en la cueva, el detector de radiacin y el contador Geiger haban comenzado a desgranar un aterrador ratat ante sus ojos.

    Dios mo, pens. Dios mo. El muerto era extremadamente delgado y era muy joven; un

    adolescente, casi con toda seguridad. Tena los rasgos semticos de un rabe? A Lindros le pareci que no, pero era casi imposible saberlo porque...

    Dios mo! Anders tambin lo vio. El cadver no tena nariz. El centro de su cara

    estaba carcomido. En aquel feo agujero negro, la sangre coagulada espumeaba lentamente, como si el cuerpo an estuviera vivo. Como si algo lo estuviera devorando de dentro afuera.

    Que es justo lo que est pasando, se dijo Lindros con una oleada de nuseas.

    Qu coo puede causar eso? pregunt Anders con voz pastosa. Una toxina? Un virus?

    Lindros se volvi hacia Brick. Lo ha tocado? Dgame, ha tocado el cuerpo? No, yo... Brick estaba perplejo. Me he contaminado? Perdone, seor sub director, pero dnde coo nos ha metido? Estoy

    acostumbrado a participar a ciegas en misiones encubiertas, pero esta vez se han pasado de la raya.

    Con una rodilla apoyada en el suelo, Lindros destap un botecito de metal y con un dedo enguantado recogi un poco del polvo que haba cerca del cadver. Cerr bien el bote y se levant.

    Tenemos que salir de aqu. Mir directamente a Anders a la cara. Subdirector ... No se preocupe, Brick. No le pasar nada dijo en tono autoritario.

    Se acab la charla. Nos vamos. Cuando llegaron a la entrada de la cueva y vieron resplandecer el

    maldito paisaje rojo sangre, Lindros dijo dirigindose al micrfono: Anders, a partir de este momento tienen prohibido entrar en esa

    cueva. Ni siquiera para ir a mear. Entendido? El comandante vacil un momento; se le notaban en la cara la rabia y la

    preocupacin por sus hombres. Luego pareci resignarse. S, seor.

  • Lindros pas diez minutos recorriendo la plataforma con su detector de radiacin y su contador Geiger. Quera saber cmo haba llegado hasta all la contaminacin. Qu ruta haban seguido los hombres que la llevaban consigo? No tena sentido buscar por dnde se haban marchado. El hecho del que el hombre sin nariz hubiera sido asesinado de un disparo dejaba claro que los miembros del grupo haban descubierto de la forma ms espantosa que tenan una fuga radiactiva. Sin duda la habran sellado antes de seguir su camino. Pero Lindros no tuvo suerte. Lejos de la cueva, la radiacin se disipaba por completo. No quedaba ni rastro del que deducir su itinerario.

    Por fin se apart del permetro. Ordene la evacuacin, comandante. Ya lo habis odo! grit Anders mientras corra hacia el

    helicptero. Largumonos de aqu, chicos! Wa'i dijo Fadi. Lo sabe. Seguro que no. Abbub ibn Aziz cambi de postura al lado de Fadi.

    Agachados detrs del risco, trescientos metros por encima de la plataforma, servan de avanzadilla a la veintena de hombres armados que esperaban tumbados sobre el suelo rocoso.

    Con esto lo veo todo. Haba una fuga. Por qu no nos informaron? No hubo respuesta. No haca falta. No les haban informado por puro

    miedo. De haberlo sabido, Fadi los habra matado a todos: hasta al ltimo porteador etiope. La intimidacin absoluta tena esos riesgos.

    Fadi dirigi hacia la derecha sus potentes prismticos militares rusos de 12 x 50 para no perder de vista a Martin Lindros. Los prismticos cubran un campo de visin asombrosamente pequeo, pero su precisin compensaba de sobra esa limitacin. Haba visto que el jefe del grupo (el subdirector de la CIA) estaba usando un detector de radiacin y un contador Geiger. Aquel norteamericano saba lo que haca.

    Fadi, un hombre alto y de anchas espaldas, posea un porte decididamente carismtico. Cuando hablaba, todo el que se hallaba presente guardaba silencio. Tena un rostro hermoso y enrgico, atezado por el sol y el viento de las montaas. Su barba y su pelo eran largos y rizados, del color negro de una noche sin estrellas, y sus labios anchos y carnosos. Cuando sonrea, el sol pareca haber bajado del cielo para brillar directamente sobre sus discpulos. Porque la misin que profesaba Fadi era de naturaleza mesinica: llevar esperanza donde no la haba, asesinar a los miles de miembros de la familia real saud, borrar esa abominacin de la faz de la tierra, liberar a su pueblo, repartir la obscena riqueza de los dspotas, restablecer el orden en su amada Arabia. Saba que, para empezar, deba cercenar la relacin simbitica entre la familia real saud y el Gobierno de los Estados Unidos de Amrica. Y para

  • conseguirlo tena que atacar Amrica: dejar claras sus intenciones de forma tan contundente como duradera.

    No deba, en cambio, subestimar la capacidad de los norteamericanos para soportar el dolor. Era se un error comn entre sus correligionarios fanatizados: lo que los meta en los con su propio pueblo, el origen, ms que cualquier otra cosa, de una vida vivida sin esperanza.

    Fadi no era tonto. Haba estudiado la historia del mundo. Es ms, haba aprendido de ella. Cuando Nikita Kruschev les dijo a los norteamericanos Os enterraremos!, lo deca de corazn, con toda el alma. Pero quin haba acabado enterrada? La URSS.

    Cuando sus camaradas extremistas le decan Tenemos muchas vidas para enterrar a Estados Unidos, se referan a la inagotable cantera de jvenes que alcanzaban la mayora de edad cada ao y entre los cuales podan escoger a los mrtires que moriran en la batalla. Pero no pensaban ni por un momento en la muerte de esos jvenes. Para qu? El paraso esperaba a los mrtires con los brazos abiertos. Y, sin embargo, qu se haba conseguido? Viva Estados Unidos sin esperanza? No. Lo empujaban aquellos actos hacia una vida sin esperanza? Otra vez la respuesta era no. As pues, cul era la solucin?

    Fadi crea con todo su corazn y su alma (y ms concretamente con su formidable intelecto) que haba dado con ella.

    Mientras no perda de vista al subdirector a travs de los prismticos, not que pareca reacio a marcharse. Se senta como un ave de presa cuando miraba el blanco desde aquella altura. Los arrogantes soldados norteamericanos haban subido al helicptero, pero el comandante (los informes de los espas de Fadi no incluan su nombre) no permitira que su jefe se quedara en la plataforma sin escolta. Era un hombre astuto. Tal vez su nariz ola algo que sus ojos no vean; o quiz slo se estaba ciendo a una disciplina bien aprendida. En todo caso, mientras los dos hombres hablaban codo con codo, Fadi comprendi que no tendra mejor oportunidad que aqulla.

    Empieza le dijo suavemente a Abbud ibn Aziz sin apartar los ojos de las lentes.

    A su lado, Abbud ibn Aziz levant el lanzagranadas RPG7 de fabricacin sovitica. Era un hombre recio, con la cara redonda y un defecto de nacimiento en el ojo izquierdo. Introdujo el proyectil puntiagudo y con aletas en el can del lanzagranadas. Las aletas dotaban de estabilidad a la granada rotatoria para que diera en el blanco con un alto grado de precisin. Cuando apretara el gatillo, el mecanismo principal lanzara la granada a una velocidad de 117 metros por segundo. Aquel feroz estallido de energa activara, a su vez, el sistema de propulsin del proyectil en el interior del can, aumentando la velocidad de la granada hasta los 292 metros por segundo.

    Abbud ibn Aziz acerc el ojo derecho a la mira telescpica montada justo detrs del gatillo. Al enfocar el Chinook, pens fugazmente que era una

  • lstima perder aquella magnfica mquina de guerra. Pero aquel objeto de deseo no era para l. En cualquier caso, el hermano de Fadi lo haba planeado todo con suma meticulosidad, incluido el rastro de pistas que haba sacado al subdirector de la CIA de su despacho para embarcarlo en una misin sobre el terreno y que le haba conducido, siguiendo una ruta tortuosa, hasta el noroeste de Etiopa y desde all a las cumbres del Ras Dashn.

    Abbud ibn Aziz coloc el RPG7 apuntando al rotor delantero del helicptero. Se haba fundido con el arma, haba asimilado por completo el objetivo de su misin. Senta fluir a travs de su cuerpo la absoluta determinacin de sus compaeros, como una marea, o como una ola a punto de romper en la playa enemiga.

    Recuerda dijo Fadi. Pero Abbud ibn Aziz, un tirador consumado, entrenado por el brillante

    hermano de Fadi en la moderna maquinaria de guerra, no necesitaba recordatorio alguno. El nico defecto de los RPG7 era que, al disparar, despedan un hilillo de humo que los delataba. Se volveran inmediatamente visibles para el enemigo. Pero eso tambin se haba tenido en cuenta.

    Sinti que Fadi tocaba su hombro con el dedo ndice, lo que significaba que el blanco estaba en posicin. Su dedo se enrosc en torno al gatillo. Respir hondo, exhal lentamente.

    Se produjo el culatazo, un huracn de aire ardiente. Luego, el destello y el estampido de la explosin, el hilo de humo, las aspas retorcidas de los roto res alzndose al unsono en el campo enemigo. Un eco estruendoso resonaba an, como el dolor sordo del hombro de Abbud ibn Aziz, cuando los hombres de Fadi se levantaron y corrieron hacia el risco, cien metros al este de donde Abbud ibn Aziz y l se hallaban encaramados y de donde ahora se alejaban a gatas mientras ascenda el humo delator. Tal y como les haban enseado, el escuadrn dispar una andanada masiva, expresin de la ira de los fieles.

    Al Hamdu ill Allah! Alabado fuera Al! El ataque haba comenzado. Lindros le estaba diciendo a Anders por qu quera quedarse dos

    minutos ms en aquel lugar; un segundo despus, sinti como si le aplastaran el crneo con un mazo. Tard un momento en darse cuenta de que estaba tumbado en el suelo, con la boca llena de tierra. Levant la cabeza. Cascotes en llamas se movan sin orden ni concierto por el aire cargado de humo, pero no se oa nada, ni un solo sonido, salvo la extraa presin de sus tmpanos, un silbido interior, como si dentro de su cabeza se hubiera levantado un viento perezoso. La sangre le corra por la cara, caliente como lgrimas. Un olor intenso y asfixiante a goma y plstico quemados saturaba sus fosas nasales, pero haba algo ms: un olor denso pero soterrado a carne abrasada.

    Al intentar darse la vuelta, descubri que Anders estaba tumbado a medias sobre l. En su afn por protegerle, el comandante se haba llevado la

  • peor parte de la explosin. Su cara y sus hombros, achicharrados y desnudos por haberse consumido enteramente el uniforme, echaban humo. Tena quemado todo el pelo de la cabeza, de la que quedaba poco ms que el crneo. Lindros sinti nuseas y apart el cadver con un estremecimiento convulsivo. Las nuseas volvieron a apoderarse de l cuando se puso de rodillas.

    Oy entonces una especie de chirrido extraamente amortiguado, como si lo oyera desde muy lejos. Al darse la vuelta, vio que los miembros del Escorpin Uno salan como podan del Chinook destrozado disparando sus semiautomticas.

    Uno de ellos cay fulminado por el fuego de las ametralladoras. Lindros actu por instinto. Tumbado boca abajo, se arrastr hasta el muerto, cogi su XM8 y empez a disparar.

    Los hombres del Escorpin Uno, curtidos por la batalla, eran valientes y estaban bien entrenados. Saban cundo disparar y cundo buscar refugio. Aun as, estaban tan concentrados en el enemigo que tenan delante que, cuando empez el fuego cruzado, les pill desprevenidos. Los disparos fueron alcanzndoles uno a uno, repetidas veces en la mayora de los casos.

    Lindros sigui defendindose incluso cuando ya slo quedaba l en pie. Curiosamente, nadie le disparaba; no le roz ni una sola bala. Haba empezado a preguntarse por qu cuando su XM8 se qued sin municin. Se qued de pie, con el fusil de asalto humeante en la mano, viendo cmo bajaba del risco el enemigo.

    Avanzaban en silencio, flacos como el despojo de la cueva, con los ojos cavernosos de quienes han visto mucha sangre derramada. Dos de ellos se apartaron del grupo y se introdujeron en la carcasa abrasada del Chinook.

    Lindros se sobresalt al or disparos. Uno de los hombres salt por la puerta abierta del helicptero ennegrecido, pero un momento despus el otro sac a rastras al piloto cubierto de sangre, agarrndole por el cuello.

    Estaba muerto o slo inconsciente? Lindros ansiaba saberlo, pero los otros haban formado un crculo a su alrededor. Vea en sus rostros el lustre peculiar del fantico, un amarillo morboso, una llama que slo se extingua con la propia muerte.

    Tir al suelo su arma inutilizada y se apoderaron de ella; luego le sujetaron con fuerza las manos a la espalda. Algunos hombres recogieron los cadveres del suelo y los arrojaron al interior del Chinook. Otros dos avanzaron con lanzallamas. Con inquietante precisin procedieron a incinerar el helicptero y a los muertos y heridos que haba dentro.

    Aturdido y sangrando por algunos cortes superficiales, Lindros observaba la minuciosa coordinacin de sus movimientos. Estaba sorprendido e impresionado. Y tambin asustado. El que haba planeado aquella ingeniosa emboscada y entrenado a aquella clula no era un terrorista corriente. Sin que sus captores le vieran, Lindros se quit el anillo que llevaba en el dedo, lo dej caer entre las piedras del suelo y dio un paso para taparlo con el zapato. Quien

  • fuera en su busca necesitara saber que haba estado all, que no haba muerto con el resto.

    En ese momento, el grupo de hombres que le rodeaba se abri y Lindros vio avanzar hacia l a un rabe alto y de porte majestuoso, con el rostro insolente esculpido por el desierto y ojos grandes y penetrantes. A diferencia de otros terroristas a los que Lindros haba interrogado, aqul llevaba en s el marchamo de la civilizacin. El Primer Mundo le haba tocado, y l haba bebido de su cliz tecnolgico.

    Lindros mir los ojos oscuros del rabe cuando se encontraron de frente.

    Buenas tardes, seor Lindros dijo en rabe el lder terrorista. Lindros sigui mirndole sin pestaear. Dnde est ahora tu jactancia, norteamericano taciturno?

    Sonriendo, aadi: Es absurdo fingir. S que habla rabe. Le despoj del detector de radiacin y el contador Geiger. He de suponer que encontr usted lo que andaba buscando. Le palp los bolsillos y sac el bote metlico. Ah, s. Lo abri y verti su contenido entre las botas de Lindros. Es una lstima que las verdaderas pruebas hayan desaparecido hace tiempo. Le gustara saber adnde han ido a parar. Dijo esto ltimo en tono de burlona afirmacin, no de pregunta.

    Tiene usted un excelente servicio de inteligencia dijo Lindros en impecable rabe, lo que caus cierto revuelo entre el grupo, a excepcin de dos de sus miembros: el lder y un hombre corpulento al que supuso el segundo en el mando.

    La sonrisa del lder volvi a aparecer. Lo mismo digo. Silencio. Sin previo aviso, el rabe asest a Lindros una bofetada tan fuerte que

    le castaetearon los dientes. Mi nombre es Fadi, el redentor, Martin. Te importa que te llame

    Martin? Ms vale as, porque durante las prximas semanas vamos a conocernos ntimamente.

    No pienso decirte nada contest Lindros, pasando bruscamente al ingls.

    Lo que pienses y lo que vayas a hacer son dos cosas distintas dijo Fadi con un ingls igual de preciso. Inclin la cabeza. Lindros dio un respingo al sentir que le retorcan los brazos tan brutalmente que sus hombros parecieron a punto de dislocarse. En esta mano de la partida, has decidido pasar. La decepcin de Fadi pareca sincera. Qu arrogancia por tu parte, qu insensatez. Claro que, a fin de cuentas, eres norteamericano. Y los norteamericanos son ante todo arrogantes, eh, Martin? E insensatos.

    Lindros pens de nuevo que aqul no era un terrorista corriente: Fadi

  • conoca su nombre. A pesar del dolor cada vez ms intenso que le suba por los brazos, se esforz por mantener una expresin impasible. Por qu no llevaba una cpsula de cianuro escondida en la boca, en forma de diente, como los agentes en las novelas de espas? Sospechaba que tarde o temprano la echara de menos. Pero aun as mantendra aquella fachada todo el tiempo que le fuera posible.

    S, escndete detrs de tus estereotipos dijo. Nos acusis de no comprenderos, pero vosotros nos comprendis an menos. T no sabes nada de m.

    Ah, en eso, como en casi todo, te equivocas, Martin. De hecho, os conozco muy bien. Durante un tiempo, como un buen estudiante norteamericano, os he convertido en la asignatura principal de mi carrera. Estudios antropolgicos o Realpolitik? Se encogi de hombros como si fueran dos compaeros tomando algo. Simple cuestin de semntica.

    Su sonrisa se hizo ms amplia cuando bes a Lindros en las mejillas. As pues, ahora empieza la segunda mano. Al apartarse, tena

    sangre en los labios. Me has buscado durante tres semanas y, al final, he sido yo quien te ha encontrado.

    No se limpi la sangre de Lindros. Se la lami. LIBRO PRIMERO 1 Cundo empezaron a asaltarle esos recuerdos, seor Bourne?

    pregunt el doctor Sunderland. Incapaz de estarse quieto, Jason Bourne se paseaba por la cmoda y

    acogedora habitacin, ms parecida al despacho de una casa que a la consulta de un mdico. Paredes pintadas de color crema, revestimiento de caoba, un rancio escritorio de madera oscura con las patas rematadas por garras, dos sillas y un pequeo sof. Detrs del escritorio del doctor Sunderland, cubran la pared sus muchos diplomas y una impresionante hilera de premios internacionales por la creacin de protocolos teraputicos tanto en el campo de la psicologa como en el de la psicofarmacologa, relacionados todos ellos con su especialidad: la memoria. Bourne los observ atentamente, y luego vio la foto en un marco de madera, sobre la mesa del doctor.

    Cmo se llama? dijo Bourne. Su esposa. Katya dijo el doctor Sunderland tras un leve titubeo. Los psiquiatras siempre se resistan a dar cualquier informacin

    personal sobre s mismos o sus familias. Pero en este caso..., pens Bourne. Katya estaba enfundada en un traje de esqu. Llevaba en la cabeza un

    gorro de lana de rayas, con un pompn en la coronilla. Era rubia y muy guapa. Haba algo en ella que daba la impresin de que se senta a gusto delante de la cmara. Sonrea al objetivo, con el sol en los ojos. Las arrugas de las comisuras

  • de sus ojos la hacan parecer singularmente vulnerable. Bourne sinti aflorar las lgrimas. En otro tiempo habra pensado que

    eran las lgrimas de David Webb. Pero aquellas dos personalidades en conflicto (David Webb y Jason Bourne, el da y la noche de su espritu) se haban fundido por fin. Si bien David Webb, antao profesor de lingstica de la Universidad de Georgetown, se suma cada vez ms en las sombras, tambin era cierto que haba logrado suavizar las tendencias ms paranoicas y antisociales de Bourne, quien no poda vivir en la normalidad del mundo de Webb, del mismo modo que Webb no poda sobrevivir en el feroz y opaco mundo de Bourne.

    La voz del doctor Sunderland se introdujo en sus pensamientos. Sintese, por favor, seor Bourne. El interpelado as lo hizo. Era en cierto modo un alivio olvidarse de la

    foto. El rostro del doctor adopt una expresin de compasin sincera. Esos recuerdos, seor Bourne, empezaron, imagino, tras la muerte de

    su esposa. Un trauma de ese calibre habr... No, no fue entonces se apresur a decir Bourne. Pero era mentira.

    Las esquirlas de aquellos recuerdos haban aflorado la noche en que vio a Marie. Le despertaron bruscamente: pesadillas palpables, incluso al resplandor de las luces que encendi entonces.

    Sangre. Sangre en las manos, sangre cubrindole el pecho. Sangre en la cara de la mujer que lleva en brazos. Marie! No, no es Marie. Es otra, la suave lnea de su cuello blanco entre los regueros de sangre. Su vida se derrama sobre l, gotea sobre el empedrado de la calle mientras corre. Atraviesa jadeando la noche helada. Dnde est? Por qu corre? Santo cielo, quin es ella?

    Se levant y, aunque era de madrugada, se visti y sali a correr con todas sus fuerzas por la campia canadiense, hasta que empez a dolerle el costado. La luna blanca como un hueso le segua, lo mismo que las astillas ensangrentadas de aquellos recuerdos. No pudo dejarlas atrs.

    Ahora estaba mintiendo a aquel mdico. Y por qu no? No se fiaba de l, a pesar de que se lo haba recomendado su amigo Martin Lindros, el subdirector de la CIA. Lindros haba sacado el nombre de Sunderland de una lista que le haba proporcionado la oficina del director. No hizo falta que Bourne se lo preguntara: para verificar su hiptesis, le bast con ver el nombre de Anne Held en el margen inferior de cada pgina. Anne Held era la ayudante del director, su frrea mano derecha.

    Seor Bourne? insisti el doctor Sunderland. No sirvi de nada. Vea la cara de Marie, plida y sin vida, senta la

    presencia de Lindros a su lado mientras escuchaba el ingls con acento francfono del forense canadiense:

    La neumona vrica se haba extendido demasiado, no pudimos salvarla. Consulese pensando que no sufri. Se qued dormida y no se despert.

  • El forense apart la mirada de la muerta para fijarla en su desolado marido y en el amigo de ste. Si hubiera vuelto antes de esquiar...

    Bourne se mordi el labio. Estaba cuidando de nuestros hijos. Jamie se haba torcido un tobillo

    en el ltimo descenso. Alison estaba muy asustada. No busc un mdico? Suponga que el tobillo hubiera estado

    dislocado... o roto. Usted no lo entiende. Mi mujer... toda su familia es de campo, son

    rancheros, gente recia. Marie estaba acostumbrada a valerse sola en el monte desde muy pequea. No le daba ningn miedo.

    A veces dijo el forense, es bueno tener un poco de miedo. Usted no tiene derecho a juzgarla! grit Bourne, dolorido y

    rabioso. Pasa usted demasiado tiempo con los muertos le dijo Lindros al

    forense en tono de reproche. Tiene que mejorar sus habilidades sociales. Les pido disculpas. Bourne contuvo el aliento y, volvindose hacia Lindros, dijo: Me llam por telfono, pensaba que slo era un resfriado. Una conclusin muy natural dijo su amigo. En todo caso, es

    evidente que estaba pensando en sus hijos. Entonces, seor Bourne, cundo empezaron esos fogonazos de

    recuerdos? Haba una clara nota de acento romano en el ingls del doctor

    Sunderland. Con su frente ancha y despejada, su robusta mandbula y su nariz prominente, Sunderland era un hombre en el que uno poda confiar fcilmente, un hombre al que confesarse. Llevaba gafas de montura metlica y el pelo engominado y peinado hacia atrs con un estilo extraamente anticuado. No tena PDA, ni enviaba mensajes de texto. Sobre todo, no haca varias cosas a la vez. Vesta un terno de grueso tweed escocs y pajarita de lunares blanca y roja.

    Vamos, vamos. El doctor Sunderland inclin su gran cabeza, que le daba el aspecto de un bho. Perdone, pero tengo la impresin de que est... Cmo lo dira...?, ocultando la verdad.

    Bourne se puso alerta de inmediato. Ocultando...? El doctor Sunderland sac una bonita cartera de piel de cocodrilo y

    extrajo de ella un billete de cien dlares. Mostrndoselo, dijo: Le apuesto algo a que esos recuerdos comenzaron justo despus de

    que enterrara a su esposa. Claro que la apuesta quedar invalidada si decide usted no decir la verdad.

    Qu es usted, un detector de mentiras humano? El doctor Sunderland guard silencio prudentemente.

  • Gurdese su dinero dijo Bourne por fin. Suspir. Tiene razn, claro. Los recuerdos comenzaron el da en que vi a Marie por ltima vez.

    Qu forma tomaron? Bourne titube. La estaba mirando... en el tanatorio. Su hermana y su padre ya la

    haban identificado y haban ordenado que la trasladaran desde el depsito. La mir y... no la vi...

    Qu vio, seor Bourne? La voz del doctor Sunderland sonaba suave, distante.

    Sangre. Vi sangre. Y? Pues que no haba sangre. No haba nada de sangre. Eran recuerdos

    que afloraban... sin avisar..., sin... As es como sucede siempre, verdad? Bourne asinti. La sangre... era fresca, brillaba, pareca azulada por la luz de las

    farolas. Cubra aquella cara... Qu cara? No s... La de una mujer..., pero no era Marie. Era... otra. Puede describirla? pregunt el doctor Sunderland. Eso es lo curioso. Que no puedo. No s quin... Y, sin embargo, la

    conozco. S que la conozco. Se hizo un breve silencio, en el que el doctor Sunderland intercal otra

    pregunta aparentemente incoherente. Dgame, seor Bourne, qu da es hoy? Mis problemas de memoria no son de ese tipo. El doctor Sunderland inclin la cabeza. Conteste, hgame ese favor. Martes, tres de febrero. Han pasado cuatro meses desde el funeral, desde que comenzaron

    sus problemas de memoria. Por qu ha esperado tanto tiempo para buscar ayuda?

    Se hizo otra vez el silencio durante un rato. La semana pasada ocurri una cosa dijo Bourne por fin. Vi... vi a un

    viejo amigo mo. Alex Conklin, paseando por el casco viejo de Alexandria, donde haba llevado a Jamie y Alisan de excursin, la ltima que hara con ellos en mucho tiempo. Acababan de salir de una heladera, los nios cargados de helados de cucurucho, y all estaba Conklin en persona. Alex Conklin: su mentor, el cerebro que se ocultaba tras la identidad de Jason Bourne. Sin Conklin, era imposible imaginar dnde estara hoy.

    El doctor Sunderland lade la cabeza. No entiendo.

  • Ese amigo muri hace tres aos. Pero usted le vio. Bourne asinti con un gesto. Le llam por su nombre y, cuando se volvi, llevaba algo en los brazos.

    O, mejor dicho, a alguien. A una mujer. A una mujer cubierta de sangre. A la suya. S. En ese momento pens que estaba perdiendo la cabeza. Fue entonces cuando decidi mandar fuera a los nios. Alisan y Jamie

    estaban con la hermana y el padre de Marie en Canad, donde la familia tena su enorme rancho. Era lo mejor para ellos, aunque Bourne los echara terriblemente de menos. No les hara ningn bien verle as.

    Cuntas veces, desde entonces, haba soado con los instantes que ms tema: ver la cara plida de Marie, recoger sus efectos personales en el hospital, hallarse en la sala en penumbra del tanatorio con el director a su lado, mirando el cuerpo de Marie, su cara inmvil, como de cera, maquillada como ella jams se habra maquillado. Se haba inclinado sobre ella, haba alargado la mano y el director le haba ofrecido un pauelo que Bourne haba usado para quitarle el carmn y el colorete de la cara. Luego la haba besado, y el fro de sus labios le haba atravesado como una corriente elctrica. Est muerta, est muerta. Ya est, mi vida con ella ha acabado. Dejando escapar un suave gemido, haba bajado la tapa del atad. Despus se haba vuelto hacia el director de la funeraria y le haba dicho:

    He cambiado de idea. No quiero que el atad est abierto. No quiero que nadie la vea as, y menos los nios.

    Aun as, sigui a su amigo insisti el doctor Sunderland. Es realmente fascinante. Teniendo en cuenta su historial, su amnesia, el trauma de la muerte de su esposa tuvo que desencadenar un recuerdo concreto. Se le ocurre qu relacin puede haber entre su difunto amigo y la mujer cubierta de sangre?

    No. Pero era mentira, claro. Bourne sospechaba que estaba reviviendo una antigua misin: una a la que le mand Alex Conklin aos atrs.

    El facultativo junt las puntas de los dedos de ambas manos. Esos recuerdos fragmentarios puede desencadenarlos cualquier cosa,

    siempre y cuando sea lo bastante vvida: algo que vea, que huela o toque, como si aflorara un sueo. Slo que para usted esos sueos son reales. Son sus recuerdos; ocurrieron de verdad. Cogi una pluma estilogrfica de oro. No hay duda de que un trauma como el que ha sufrido ocupara el primer lugar de esa lista. Y luego creer que ha visto a alguien a quien sabe muerto... No es de extraar que esos recuerdos repentinos se hayan vuelto ms numerosos.

    Cierto, pero el aumento de esos episodios haca mucho ms insoportable su estado mental. Esa tarde, en Georgetown, haba dejado solos a sus hijos. Fue solamente un momento, pero... Haba quedado horrorizado.

  • Todava lo estaba. Marie haba muerto en un momento absurdo y terrible. Y ahora no era

    slo su recuerdo el que le atormentaba, sino tambin el de esas calles antiguas y silenciosas que le miraban con malicia, calles conocedoras de cosas que l ignoraba, que saban algo de l, algo que l ni siquiera poda adivinar. Sus pesadillas eran as: los recuerdos llegaban como fogonazos y l acababa baado en sudor fro. Se quedaba tumbado en la oscuridad, convencido de que no volvera a dormirse. Inevitablemente, se dorma: caa en un sueo pesado, casi narctico. Y cuando sala de aquel abismo se daba la vuelta, todava entre las garras del sueo, y buscaba, como siempre, el cuerpo clido y delicioso de Marie. Entonces todo volva a golpearle como un mazazo, como si un tren de carga le diera de lleno en el pecho.

    Marie est muerta. Muerta, se ha ido para siempre ... El ruido seco y rtmico que haca el doctor Sunderland al escribir en su

    cuaderno sac a Bourne de su oscuro trance. Esos recuerdos fragmentarios me estn volviendo literalmente loco. No me sorprende. Su deseo de descubrir su pasado se ha vuelto

    agobiante. Algunos lo tildaran incluso de obsesivo. Yo lo hara, ciertamente. A menudo, las obsesiones privan a quienes las sufren de la capacidad de llevar lo que podramos llamar una vida normal, aunque detesto esa expresin y la uso muy raramente. En todo caso, creo que puedo ayudarle.

    El doctor Sunderland extendi sus manos, que eran largas y callosas. Permtame empezar por explicarle de qu ndole es ese trastorno

    suyo. Los recuerdos se crean cuando los impulsos elctricos hacen que las sinapsis del cerebro liberen neurotransmisores, de modo que es, digamos, como si las sinapsis dispararan. Esto crea una memoria temporal. Para que se haga permanente, debe darse un proceso llamado consolidacin. No le aburrir explicndoselo con detalle. Baste decir que la consolidacin requiere la sntesis de nuevas protenas, de ah que tarde varias horas en producirse. El proceso puede quedar bloqueado por el camino, o verse alterado por diversos motivos: un trauma grave, por ejemplo, o la prdida de la conciencia. Eso fue lo que le pas a usted. Mientras estaba inconsciente, su actividad cerebral anormal convirti sus recuerdos permanentes en recuerdos temporales. Las protenas que crean los recuerdos temporales se degradan muy rpidamente. Pasadas unas horas, o incluso unos minutos, esos recuerdos temporales desaparecen.

    Pero mis recuerdos afloran de vez en cuando. Eso es porque un trauma fsico o emocional, o una mezcla de ambos,

    puede inundar muy rpidamente ciertas sinapsis con neurotransmisores, resucitando as, digamos, recuerdos previamente perdidos.

    El doctor Sunderland sonri. Todo esto es para ponerle sobre aviso. La idea del borrado total de

    los recuerdos sigue siendo cosa de ciencia ficcin, aunque se est ms cerca que

  • nunca de lograrlo. Sin embargo, tengo a mi disposicin los procedimientos ms novedosos y le aseguro que puedo conseguir que sus recuerdos vuelvan a aflorar por completo. Pero debe concederme dos semanas.

    Le estoy concediendo el da de hoy, doctor. Le recomiendo encarecidamente que ... Hoy dijo Bourne con ms firmeza. El doctor Sunderland estuvo observndole un rato pensativamente

    mientras se daba golpecitos con la pluma de oro en el labio inferior. Dadas las circunstancias..., creo que puedo suprimir ese recuerdo.

    Que no es lo mismo que borrarlo. Entiendo. Muy bien. El doctor Sunderland se dio unas palmadas en los

    muslos. Pase a la sala de reconocimiento y har lo que pueda por ayudarle. Levant un largo dedo con aire de advertencia. Supongo que no es necesario que le recuerde que la memoria es un animalillo terriblemente escurridizo.

    No, no es necesario en absoluto dijo Bourne al tiempo que otro plpito apenas vislumbrado se abra paso serpeando dentro de l.

    Entonces, comprende usted que no hay garantas. Existen grandes probabilidades de que mi mtodo funcione, pero por cunto tiempo... Se encogi de hombros.

    Bourne asinti al levantarse y sigui al doctor Sunderland a la habitacin contigua. Era algo ms grande que la sala de consulta. El suelo era de linleo moteado, como sola serlo en las consultas mdicas, y junto a las paredes se alineaban, adems de una encimera, diversos armarios e instrumentos de acero inoxidable. En un rincn haba un pequeo lavabo bajo el cual se vea un recipiente de plstico rojo con la etiqueta Residuos txicos pegada en un lugar bien visible. El centro de la habitacin estaba ocupado por lo que pareca ser un silln de dentista singularmente mullido y futurista. Varios brazos articulados colgaban del techo, formando un estrecho crculo a su alrededor. Haba tambin dos aparatos mdicos de origen desconocido colocados sobre sendos carritos con ruedas de plstico. En conjunto, la sala tena la apariencia eficiente y asptica de un quirfano.

    Bourne se sent y esper mientras el doctor Sunderland ajustaba a su gusto la altura y la inclinacin del asiento. Luego adhiri las terminales de ocho sondas de uno de los carritos con ruedas en distintas zonas de la cabeza de Bourne.

    Voy a hacer dos lecturas de sus ondas cerebrales, una estando usted consciente y otra estando inconsciente. Es de suma importancia que pueda evaluar su actividad neuronal en ambos estados.

    Y luego qu? Eso depende de lo que encuentre contest el doctor Sunderland.

    Pero el tratamiento incluir la estimulacin de ciertas sinapsis cerebrales con

  • protenas complejas especficas. Baj la mirada hacia Bourne. Ver, la clave es la miniaturizacin. sa es una de mis especialidades. No se puede trabajar con protenas, a ese nivel tan minsculo, si no se es un experto en miniaturizacin. Ha odo hablar de la nanotecnologa?

    Bourne le dio a entender con un gesto que s. Instrumentos electrnicos fabricados a tamao microscpico.

    Ordenadores diminutos, en realidad. Exacto. Al doctor Sunderland le brillaron los ojos. Pareca muy

    satisfecho con la amplitud de conocimientos de su paciente. Esas protenas complejas, esos neurotransmisores, actan igual que nanocircuitos, uniendo sinapsis y fortalecindolas en las zonas del cerebro a las que yo las dirija, con el fin de bloquear recuerdos o de crearlos.

    De pronto, Bourne se arranc los cables, se levant y sali del despacho sin decir palabra. Cuando cruz el vestbulo a medio correr, sus zapatos repicaron suavemente sobre el suelo de mrmol, como si le persiguiera un animal de mltiples patas. Qu estaba haciendo, cmo se le ocurra permitir que alguien jugara con su cerebro?

    Las puertas de los dos aseos estaban contiguas. Abri de golpe la puerta en la que deca CABALLEROS, entr apresuradamente y apoy los brazos rgidos a ambos lados del lavabo de gres blanco. All, en el espejo, estaba su cara plida y fantasmal. Vio reflejados tras l los azulejos, tan parecidos a los del tanatorio. Vio a Marie tendida, inmvil, con las manos cruzadas sobre su plano vientre de atleta. Pareca flotar en una balsa, en un ro cuyas aguas la alejaban velozmente de l.

    Peg la frente al espejo. Se abrieron las compuertas, los ojos se le inundaron y las lgrimas corrieron libremente por sus mejillas. Se acordaba de Marie tal y como era, con el pelo flotando al viento y la piel de la nuca como satn; hundiendo los brazos fuertes y morenos en el agua turbulenta cuando descendieron en canoa por el ro Snake, mientras el ancho cielo del oeste se reflejaba en sus ojos; con su vestido de tirantes negros bajo un abrigo de velln canadiense, el da en que le pidi que se casara con l, mientras cruzaban cogidos de la mano los impvidos patios de granito de la Universidad de Georgetown, camino de una fiesta navidea; el da de su boda, el sol deslizndose tras los picos aserrados y cubiertos de nieve de las Rocosas canadienses, las manos entrelazadas con sus flamantes anillos, los labios unidos, el corazn de ambos latiendo al unsono. Se acord de cuando dio a luz a Alisan. Estaba sentada ante la mquina de coser, dos das antes de Halloween, haciendo un disfraz de pirata para Jamie, cuando rompi aguas. El parto fue largo y difcil. Al final, empez a sangrar. Estuvo a punto de perderla entonces, y se aferr a ella con todas sus fuerzas, angustiado porque fuera a dejarle. Ahora la haba perdido para siempre.

    Se descubri sollozando, incapaz de parar.

  • Y entonces, como una aparicin llegada para atormentarle, la cara ensangrentada de aquella desconocida volvi a surgir del abismo de su memoria para tapar el recuerdo de su amada Marie. La sangre goteaba. Sus ojos le miraban sin ver. Qu era lo que quera? Por qu le persegua? Se apret las sienes con desesperacin y gimi. Deseaba con toda su alma salir de aquel piso, de aquel edificio, pero saba que no poda hacerla. As no, no mientras su propio cerebro siguiera atacndole.

    El doctor Sunderland le estaba esperando en su despacho con los labios

    fruncidos, paciente como una roca. Ya? Bourne respir hondo y asinti inclinando la cabeza. Aquella cara

    ensangrentada obstrua an sus sentidos. Adelante. Se sent en el silln y el doctor volvi a pegarle los cables. Puls un interruptor del carrito mvil y empez a manipular diales,

    algunos rpidamente, otros despacio, casi con cautela. No se ponga nervioso le dijo suavemente. No va a notar nada. Bourne no not nada, en efecto. Cuando se dio por satisfecho, el doctor Sunderland puls otro

    interruptor y una hoja de papel continuo, muy parecida a la de un electroencefalograma, comenz a salir por la ranura. El doctor observ el grfico de las ondas cerebrales de Bourne.

    No tom notas, pero asinti para s mismo, el ceo fruncido como un nubarrn que auguraba tormenta. Bourne no saba si aquello era buena o mala seal.

    Muy bien dijo el doctor Sunderland al fin. Apag la mquina, apart el carrito y lo sustituy por el otro.

    Cogi una jeringuilla de una bandeja colocada sobre su reluciente superficie metlica. Bourne vio que ya estaba cargada con un lquido transparente.

    El doctor Sunderland se volvi hacia l. El pinchazo no va a dejarle por completo inconsciente, slo le sumir

    en un sueo profundo. Ondas delta, las ms lentas del cerebro. Respondiendo a un diestro movimiento de su pulgar, del extremo de la aguja sali un poco de lquido. Tengo que ver si hay alguna interrupcin anormal en el patrn de sus ondas delta.

    Bourne asinti, y se despert como si no hubiera pasado el tiempo. Cmo se siente? pregunt el doctor Sunderland. Mejor, creo dijo Bourne. Bien. El doctor le mostr una hoja impresa. Como sospechaba, el

    grfico de sus ondas delta muestra una anomala. Seal con el dedo. Aqu,

  • lo ve? Y tambin aqu. Le pas otra hoja. Aqu tiene el grfico de sus ondas delta despus del tratamiento. La anomala ha disminuido notablemente. Basndonos en el resultado de las pruebas, es razonable pensar que esos recuerdos repentinos habrn desaparecido por completo dentro de unos diez das, ms o menos. Aunque he de advertirle que cabe la posibilidad de que empeoren durante las prximas cuarenta y ocho horas, el tiempo que tardarn sus sinapsis en acostumbrarse al tratamiento.

    El corto atardecer invernal se precipitaba hacia la noche cuando

    Bourne sali de la consulta del doctor en un enorme edificio de piedra caliza y estilo neogriego de la calle K. El viento helado del Potomac, con olor a fsforo y podredumbre, azotaba los faldones del abrigo alrededor de sus piernas.

    Al volverse para esquivar un spero torbellino de polvo y tierra, se vio reflejado en el escaparate de una floristera, detrs de cuyo cristal se exhiba un colorido ramo de flores, muy parecidas a las del funeral de Marie.

    Luego, justo a su derecha, la puerta de la floristera se abri y sali una mujer que llevaba en brazos un ramo envuelto en papel de regalo. Bourne not un olor a ... Qu era aquel perfume que desprenda el ramo? Gardenias, eso eran. Un ramo de gardenias cuidadosamente envuelto contra el fro invernal.

    De pronto, en su imaginacin, llevaba en brazos a aquella mujer de su pasado ignoto y senta su sangre clida y palpitante en los brazos. Era ms joven de lo que haba credo, tena poco ms de veinte aos. Sus labios se movieron, y un escalofro recorri la espalda de Bourne. Todava estaba viva! Sus ojos buscaron los suyos. La sangre escapaba de su boca entreabierta. Y las palabras, anegadas, se distorsionaban. Bourne se esforzaba por orla. Qu estaba diciendo? Intentaba decirle algo? Quin era?

    Con otra rfaga de viento arenoso regres al fro atardecer de Washington. Aquella horrible imagen se haba desvanecido. Era el olor de las gardenias lo que la haba hecho aflorar de su interior? Haba alguna relacin?

    Dio media vuelta, dispuesto a regresar a la consulta, a pesar de que el doctor Sunderland le haba advertido que quizs aquellas visiones siguieran atormentndole a corto plazo. Son su telfono mvil. Pens un momento en ignorar la llamada. Luego abri el telfono y se lo acerc al odo.

    Le sorprendi descubrir que era Anne Held, la ayudante del director de la CIA. Se form una imagen mental de una morena alta y delgada, de unos veinticinco aos, facciones clsicas, labios de pitimin y glidos ojos grises.

    Hola, seor Bourne. El director desea verle. Tena acento centroatlntico: a medio camino entre Gran Bretaa, donde haba nacido, y Estados Unidos, su pas de adopcin.

    No me apetece verle respondi Bourne con frialdad. Anne Held suspir, armndose claramente de valor.

    Seor Bourne, aparte del propio Martin Lindros, nadie conoce mejor

  • que yo su hostilidad hacia el Viejo y hacia la CIA en general. Y bien sabe Dios que tiene motivos de sobra: le han utilizado incontables veces como tapadera, y luego se aseguraron de que cortara todo vnculo con ellos. Pero esta vez tiene que venir.

    Es usted muy elocuente. Pero ni toda la elocuencia del mundo conseguira hacerme cambiar de opinin. Si el director de la CIA tiene algo que decirme, que lo haga a travs de Martin.

    Es de Martin Lindros de quien necesita hablarle el director. Bourne se dio cuenta de que apretaba el telfono con todas sus

    fuerzas. Su voz son fra como el hielo cuando pregunt: Qu pasa con Martin? sa es la cuestin. No lo s. Nadie lo sabe, excepto el Viejo. Lleva

    encerrado en Comunicaciones desde antes de comer. Ni siquiera yo le he visto. Me llam hace tres minutos para ordenarme que le hiciera venir.

    Eso dijo? Sus palabras exactas fueron: S lo unidos que estn Bourne y

    Lindros. Por eso le necesito. Seor Bourne, se lo ruego, venga. Tenemos un Cdigo Mesa.

    Cdigo Mesa era como llamaban en la CIA a una emergencia de Nivel Uno.

    Mientras esperaba el taxi que haba pedido, Bourne tuvo tiempo de

    pensar en Martin Lindros. Cuntas veces, a lo largo de los tres aos anteriores, haba hablado

    con Martin del doloroso asunto de su amnesia? Con Lindros, el subdirector de la CIA, el confidente ms improbable. Quin habra imaginado que acabaran siendo amigos? Bourne no, desde luego: haca casi tres aos, cuando Lindros se present en el despacho que Webb tena en la facultad, sus sospechas y su paranoia volvieron a primer plano. Se convenci de que Lindros estaba all para intentar reclutarle de nuevo como agente de la CIA. No era una idea tan descabellada. A fin de cuentas, Lindros estaba utilizando su poder recin adquirido para remodelar la CIA y convertida en una organizacin ms ligera y transparente, con la experiencia necesaria para afrontar el peligro planetario que supona el fundamentalismo islmico radical.

    Un cambio semejante habra sido impensable cinco aos antes, cuando el Viejo gobernaba la agencia con mano de hierro. Pero ahora el director era un viejo de verdad: de facto, no slo de nombre. Se deca que estaba perdiendo facultades; que haba llegado el momento de que se retirara honorablemente, antes de que le despidieran. Bourne deseaba que as fuera, pero era probable que aquel rumor lo hubiera puesto en circulacin el propio Viejo para hacer salir a los enemigos que saba escondidos entre la maleza del cinturn de carreteras que rodeaba Washington. Aquel viejo cabrn era muy astuto, y estaba mejor

  • relacionado con la red de amiguismos que formaba los cimientos de Washington que cualquier otra persona que Bourne hubiera conocido.

    El taxi rojo y blanco se detuvo junto a la acera; Bourne subi y dio la direccin al conductor. Cuando se hubo acomodado en el asiento trasero, volvi a sumirse en sus pensamientos.

    Para su sorpresa, el asunto del reclutamiento no se mencion. Durante la cena, Bourne empez a ver a Lindros de un modo totalmente distinto a como le haba conocido durante el tiempo que estuvieron juntos en activo. El mismo hecho de querer cambiar la CIA desde dentro le haba convertido en un solitario dentro de la organizacin. Contaba con la confianza absoluta e inamovible del Viejo, que vea en l una especie de versin rejuvenecida de s mismo, pero el jefe de los siete directorios tambin le tema porque Lindros tena el futuro de la organizacin en la palma de su mano.

    Lindros tena una novia llamada Moira. Aparte de eso, no se le conoca ninguna otra relacin. Y senta especial empata por la situacin de Bourne.

    T no recuerdas tu vida le dijo la primera de las muchas veces que hablaron. Yo no tengo vida que recordar.

    Quiz lo que los atraa inconscientemente fuera el dao profundo y permanente que haban sufrido ambos. De sus carencias compartidas surgieron la amistad y la confianza.

    Por fin, haca una semana, Bourne pidi la baja mdica en Georgetown. Llam a Lindros, pero su amigo no estaba disponible. Nadie quiso decide dnde estaba. Echaba de menos el anlisis lgico y cuidadoso que Lindros haca de su estado mental, cada vez menos racional. Y ahora su amigo se hallaba en el centro de un misterio que haba hecho que la CIA, en estado de emergencia, se cerrara a cal y canto.

    Nada ms recibir confirmacin de que, en efecto, Jason Bourne haba

    salido del edificio, Costin Veintrop (el hombre que se haca llamar doctor Sunderland) recogi rpidamente su equipo y lo guard con esmero en el bolsillo exterior acolchado de un maletn de cuero negro. Sac a continuacin un ordenador porttil de uno de los dos compartimentos principales del maletn y lo encendi. No era un ordenador corriente; lo haba adaptado el propio Veintrop, que, aparte de estudiar la memoria humana, era un experto en miniaturizacin. Enchuf una cmara digital de alta definicin al puerto Firewire y abri cuatro fotografas ampliadas de la sala del laboratorio tomadas desde distintos ngulos. Comparndolas con el escenario que tena delante, se asegur de que todo estuviera tal y como lo haba encontrado al entrar en el despacho quince minutos antes de que llegara Bourne. Hecho esto, apag las luces y entr en la sala de consulta.

    Recogi las fotografas que haba colocado all, detenindose un momento a mirar a la mujer a la que haba identificado como su esposa. Era, en

  • efecto, Katya, su Katya, su esposa bltica. Su candorosa sinceridad le haba ayudado a venderse ante Bourne. Veintrop era hombre que crea en la verosimilitud. Por eso haba usado la fotografa de su mujer y no la de una desconocida. Cuando haca suya una leyenda (cuando asuma una nueva identidad), le pareca de vital importancia mezclar en ella fragmentos de cosas en las que crea. Sobre todo tratndose de un hombre con la experiencia de Jason Bourne. En todo caso, la foto de Katya haba surtido el efecto deseado sobre Bourne. Pero, por desgracia, tambin haba servido para recordarle a Veintrop dnde estaba Katya y por qu no poda veda. Sus dedos se cerraron un momento, con tanta fuerza que se le transparentaron los nudillos.

    Se espabil bruscamente. Ya estaba bien de mrbida autocompasin; tena cosas que hacer. Coloc el ordenador en una esquina de la mesa del verdadero doctor Sunderland y abri las fotografas ampliadas que haba hecho de la habitacin. Al igual que un momento antes, las estudi con sumo cuidado para asegurarse de que todo estuviera tal y como lo haba encontrado. Era esencial que no quedara ni rastro de su paso por all.

    Son su telfono mvil GSM cuatribanda y se lo acerc al odo. Ya est dijo en rumano. Podra haber empleado el rabe, la lengua

    materna de su jefe, pero ambos haban decidido que sera menos molesto usar el rumano.

    Satisfecho? Era una voz distinta, algo ms grave y spera que la voz atractiva e imperiosa del hombre que le haba contratado, una voz perteneciente a alguien acostumbrado a exhortar a seguidores rabiosos.

    S, desde luego. He afinado y perfeccionado el procedimiento con los sujetos de estudio que me proporcionaron. Todo lo que contrataron est colocado en su sitio.

    Pronto lo comprobaremos. Un leve y soterrado tono de ansiedad agriaba la nota de impaciencia dominante.

    Tenga fe, amigo mo dijo Veintrop, y cort la comunicacin. Volviendo a su tarea, recogi el ordenador, la cmara digital y el

    conectar Firewire y acto seguido se puso el abrigo de tweed y el sombrero de fieltro. Con el maletn en una mano, mir a su alrededor por ltima vez con rigurosa minuciosidad. En el trabajo altamente especializado que haca no haba sitio para el error.

    Satisfecho, puls el interruptor de la luz y sali de la oficina en perfecta oscuridad. En el pasillo mir su reloj: eran las 16:46. Llevaba tres minutos de retraso, pero segua dentro del marco temporal que le haba concedido su jefe. Era martes, 3 de febrero, tal y como haba dicho Bourne. Los martes, el doctor Sunderland no tena consulta.

    2 El cuartel general de la CIA, situado en la calle 23 Noroeste, apareca

  • sealado en los planos de la ciudad como perteneciente al Departamento de Agricultura. Para reforzar esta ilusin, se hallaba rodeado por impecables praderas de csped salpicadas aqu y all por rboles ornamentales y divididas por sinuosos senderos de gravilla. El edificio era, en s mismo, tan anodino como poda serlo en una ciudad consagrada a la grandeza de la arquitectura monumental norteamericana. Lindaba por el norte con el enorme complejo que albergaba el Departamento de Estado y la Oficina de Medicina y Ciruga Navales, y por el este con la Academia Nacional de Ciencias. El despacho del director tena vistas al sombro monumento a los veteranos de Vietnam y a un pedazo del blanco y resplandeciente monumento a Lincoln.

    Anne Held no haba exagerado. Bourne tuvo que pasar por no menos de tres controles de seguridad antes de que le franquearan las puertas del vestbulo interior. Dichos controles tuvieron lugar en el vestbulo pblico, acorazado a prueba de bombas y balas, el cual era, de hecho, un bnker. Escondidas detrs de las columnas y las planchas de mrmol decorativo, haba paredes de hormign armado de medio metro de grosor, reforzadas por una malla de varillas de acero y cinchas trenzadas. No haba cristales que pudieran romperse, y el alumbrado y los circuitos elctricos se hallaban bien protegidos. En el primer control le pidieron que repitiera una contrasea que cambiaba tres veces al da; en el segundo, tuvo que someterse a un escner dactilar. En el tercero, acerc el ojo derecho a la lente de una mquina de color negro mate y aire siniestro que tom una fotografa de su retina y la compar digitalmente con la que tena en su archivo. Aquella nueva barrera de seguridad tecnolgica era crucial, porque ya era posible falsificar huellas dactilares con parches de silicona que se adheran a las yemas de los dedos. Bourne lo saba por experiencia: l mismo lo haba hecho varias veces.

    Haba otro control justo antes de llegar a los ascensores, y otro (aleatorio, conforme a las normas del Cdigo Mesa) a la entrada de las oficinas de direccin, en la quinta planta.

    Cuando por fin consigui cruzar la gruesa puerta blindada y revestida de madera de palisandro, Bourne vio enseguida a Anne Held. La acompaaba (cosa poco frecuente) un hombre de cara lechosa cuya musculatura se adivinaba bajo la chaqueta del traje.

    Anne esboz una sonrisilla tensa. He visto al director hace un momento. Parece diez aos ms viejo. No he venido por lcontest Bourne. Martin Lindros es la nica

    persona de la CIA que me preocupa y en la que confo. Dnde est? Lleva tres semanas en servicio activo, haciendo slo Dios sabe qu.

    Anne iba tan impecablemente vestida como siempre, con un traje de Armani gris oscuro, una blusa de seda rojo fuego y unos Manolo Blahnik con tacones de siete centmetros y medio. Pero me apostara cualquier cosa a que todo este jaleo se debe a los informes que ha recibido hoy el director.

  • El hombre de cara lechosa los acompa sin decir palabra pasillo tras pasillo (un laberinto deliberadamente confuso a travs del cual se guiaba a los visitantes por una ruta distinta cada vez), hasta que llegaron a la puerta del sanctasanctrum del director. All el escolta se hizo a un lado, pero no se march. Otro indicio del Cdigo Mesa, pens Bourne mientras sonrea levemente alojo minsculo de la cmara de seguridad.

    Un momento despus oy el chasquido de la cerradura electrnica al abrirse por control remoto. El director estaba al fondo de un despacho tan ancho como un campo de ftbol. Llevaba en una mano una carpetilla y en la otra un cigarrillo encendido con el que desafiaba la prohibicin de fumar que las leyes federales imponan sobre el edificio. Cundo haba vuelto a fumar?, se pregunt Bourne. A su lado haba otro hombre: alto, fornido, de cara larga y ceuda, cabello claro cortado a cepillo y aire de peligrosa quietud.

    Ah, por fin ha llegado. El Viejo avanz hacia Bourne y los tacones de sus zapatos hechos a mano repiquetearon suavemente sobre el suelo de madera bruida. Iba encorvado, con los hombros levantados al nivel de las orejas, como si intentara defenderse del mal tiempo. Los focos del exterior le iluminaron al acercarse; llevaba impresas en la cara, como blancos fogonazos, imgenes fugaces de sus pasadas hazaas.

    Pareca viejo y cansado, las mejillas agrietadas como la ladera de un monte, los ojos hundidos en las cuencas y, bajo ellos, la carne tumefacta y amarillenta: el cabo de una vela consumida en exceso. Se llev el cigarrillo a los labios hepticos para dejar claro que no pensaba estrecharle la mano.

    El otro le haba seguido sin apretar el paso, con evidente premeditacin.

    Bourne, ste es Matthew Lerner, mi nuevo subdirector. Lerner, Bourne.

    Se estrecharon las manos brevemente. Pensaba que el sub director de la CIA era Martin le dijo Bourne a

    Lerner, desconcertado. Es complicado. Hemos... Lerner le informar de todo en cuanto acabe esta reunin les

    interrumpi el Viejo. Puede que no sea necesario. Bourne frunci el ceo, inquieto de

    pronto. Qu pasa con Martn? El director titube. La antigua antipata segua all: nunca

    desaparecera. Bourne lo saba y lo aceptaba como algo irremediable. Estaba claro que la situacin era lo bastante grave como para empujar al Viejo a hacer algo que haba jurado no hacer jams: pedir ayuda a Jason Bourne. El director de la CIA era, por otro lado, un pragmtico de pura cepa. Haba que serlo para mantenerse tanto tiempo en el puesto de director. Se haba vuelto inmune a las situaciones espinosas y a menudo moralmente ambiguas. Aqul era,

  • sencillamente, el mundo en el que se mova. Ahora necesitaba a Bourne, y eso le enfureca.

    Martin Lindros desapareci hace casi siete das. De pronto pareca ms menudo, como si el traje estuviera a punto de carsele.

    Bourne se qued paralizado. Con razn no haba tenido noticias de Martin.

    Qu ha pasado? El Viejo encendi otro cigarrillo con la llama del anterior y aplast la

    colilla en un cenicero de cristal esmerilado. Le temblaba ligeramente la mano. Martin estaba cumpliendo una misin en Etiopa... Qu haca operando sobre el terreno? pregunt Bourne. Lo mismo pregunt yo dijo Lerner. Pero esta misin era la nia de

    sus ojos. Su gente haba captado un aumento repentino de conversaciones en

    ciertas frecuencias terroristas. El director introdujo humo en sus pulmones y lo expeli con un leve siseo. Sus analistas son expertos a la hora de diferenciar lo que es autntico de la desinformacin que vuelve locas a las divisiones contra terroristas de otras agencias, que se pasan la vida gritando que viene el lobo.

    Sus ojos se clavaron en los de Bourne. Nos proporcion pruebas crebles de que esas conversaciones eran

    autnticas; de que se est preparando un ataque inminente contra una de las tres principales ciudades de Estados Unidos: Washington, Nueva York o Los ngeles. Y lo que es peor an: ese ataque implica una bomba atmica.

    El director cogi un paquete de un aparador cercano y se lo pas a Bourne.

    Bourne lo abri. Dentro haba un objeto metlico, pequeo y de forma oblonga:

    Sabe qu es? pregunt Lerner como si le retara. Un TSG, un interruptor de alto voltaje. Se usa en la industria para

    encender motores de enorme potencia. Bourne levant la vista. Y tambin para detonar armas nucleares.

    Exacto. Sobre todo, ste. El director tena una expresin agria cuando le pas una carpeta con la etiqueta SPD (Slo para el director). Contena una hoja de especificaciones extremadamente detallada sobre aquel dispositivo en particular. Los interruptores de alto voltaje suelen usar gases, aire, argn, oxgeno, SF6, o una combinacin de ellos, para transmitir la corriente. ste utiliza un material slido.

    Est diseado para ser empleado una sola vez. Exacto. Lo cual descarta su uso industrial. Bourne desliz el TSG entre sus dedos. Entonces slo puede usarse en un artefacto nuclear.

  • Un artefacto nuclear en manos de terroristas dijo Lerner con una mirada sombra.

    El director recuper el TSG y lo toc con un dedo nudoso y retorcido. Martin estaba siguiendo la pista de un cargamento ilegal de estos

    TSG que le condujo a las montaas del noroeste de Etiopa, desde donde crea que una clula terrorista los estaba transfiriendo a otro lugar.

    Con destino? Desconocido contest el director. Bourne estaba profundamente alterado, pero prefiri guardarse

    aquella sensacin. Est bien. Oigamos los detalles. Hace seis das, a las diecisiete treinta y dos hora local, Martin y el

    equipo Escorpin Uno, formado por cinco hombres, aterrizaron en un helicptero cerca de la cumbre de la ladera norte del Ras Dashn. Lerner pas una hoja de papel cebolla. Aqu estn las coordenadas exactas.

    El Ras Dashn es el pico ms alto de la cordillera de Simien terci el director dirigindose a Bourne. Usted ha estado all. Y adems habla el idioma de las tribus locales.

    Lerner continu: A las dieciocho cero cuatro hora local, perdimos contacto por radio

    con Escorpin Uno. A las diez cero seis, hora estndar de la costa este, orden a Escorpin Dos dirigirse a esas coordenadas. Recogi la hoja de papel cebolla que haba dado a Bourne. A las diez cuarenta y seis de esta maana recibimos un mensaje de Ken Jeffries, el comandante de Escorpin Dos. La unidad encontr los restos calcinados del Chinook en una pequea plataforma, en las coordenadas correctas.

    se fue el ltimo informe que recibimos de Escorpin Dos dijo el director. Desde entonces, no hemos sabido nada de Lindros ni de los dems.

    Escorpin Tres se encuentra en Yibuti y est listo para actuar dijo Lerner, pasando limpiamente por alto la cara de fastidio del Viejo.

    Pero Bourne no le prestaba atencin: estaba barajando posibilidades mentalmente, lo cual le ayudaba a dejar de lado su preocupacin por la suerte que poda haber corrido su amigo.

    Pueden haber pasado dos cosas dijo con firmeza. O Martn est muerto, o le han capturado y est siendo sometido a interrogatorio intensivo. Est claro que no procede enviar un equipo.

    Las unidades Escorpin estn formadas por algunos de nuestros mejores y ms brillantes agentes de campo, hombres curtidos en Somalia, Irak y Afganistn puntualiz Lerner. Necesitar su potencia de fuego, crame.

    La potencia de fuego de dos unidades Escorpin no ha servido para solventar la situacin en el Ras Dashn. O voy solo, o no voy.

    Haba hablado con toda claridad, pero el nuevo subdirector no estaba

  • dispuesto a aceptar sus condiciones. Lo que para usted es flexibilidad, Bourne, para la organizacin es una

    irresponsabilidad y un riesgo inaceptable para quienes le rodean. Oiga, son ustedes los que me han llamado. Ustedes quienes me estn

    pidiendo un favor. Est bien, olvdese de Escorpin Tres dijo el Viejo. S que usted

    trabaja solo. Lerner cerr la carpeta. A cambio, tendr a su disposicin todos los informes de inteligencia,

    toda la logstica y el apoyo que necesite. El director dio un paso hacia Bourne. S que no dejar pasar la oportunidad de ir en busca de su amigo. En eso tiene razn. Bourne camin con calma hacia la puerta. Haga

    lo que se le antoje con sus subordinados. Yo ir a buscar a Martin sin su ayuda. Espere. La voz del Viejo reson en el enorme despacho. Haba en

    ella una nota parecida al silbato de un tren al pasar por un paisaje lgubre y desierto. Una mezcla venenosa de tristeza y cinismo. Espere, cabrn.

    Bourne tard en volverse. El director le miraba con agria hostilidad. No entiendo por qu le aguanta Martin Lindros. Se acerc con aire

    marcial a la ventana, las manos unidas a la espalda, y se qued mirando el csped inmaculado y, ms all, el monumento a los veteranos de Vietnam. Al volverse clav en Bourne una mirada implacable. Su arrogancia me pone enfermo.

    Bourne le sostuvo la mirada en silencio. Est bien, nada de ataduras dijo hoscamente el director. La rabia

    apenas contenida le haca temblar. Lerner se encargar de que tenga todo lo que necesite. Pero se lo advierto: ms le vale traer de vuelta a Martin Lindros.

    3 Lerner condujo a Bourne fuera de la suite del director, por el pasillo,

    hasta su despacho. Se sent detrs de su mesa. Al darse cuenta de que Bourne prefera quedarse de pie, se recost en el asiento.

    Lo que me dispongo a decirle no puede salir de esta habitacin bajo ningn concepto. El Viejo ha nombrado a Martin director de una agencia de operaciones secretas cuyo nombre en clave es Tifn, encargada exclusivamente de la lucha contra grupos terroristas del integrismo islmico.

    Bourne recordaba que Tifn era un nombre sacado de la mitologa griega: el de las cien cabezas, el temible padre de la mortfera Hidra.

    Ya tenemos un Centro Contraterrorista. En CCT no saben nada de Tifn dijo Lerner. De hecho, dentro de

    la propia CIA slo lo saben los absolutamente imprescindibles. Entonces Tifn es una operacin doblemente secreta.

  • Lerner asinti. S lo que est pensando: que no haba algo as desde la operacin

    Treadstone. Pero hay razones de peso. Ciertos aspectos de Tifn son, digamos, extremadamente polmicos en lo que respecta a poderosos elementos reaccionarios dentro de la administracin y el Congreso.

    Frunci los labios. Ir al grano. Lindros ha levantado Tifn desde los cimientos. No es

    una divisin, es una agencia en s misma. l se empe en prescindir de ataduras burocrticas. Es, adems, de mbito mundial por necesidad: Lindros ya tiene gente en Londres, Pars, Estambul, Dubi, Arabia Saud, y en tres lugares del Cuerno de frica. Y tiene intencin de infiltrar a sus agentes en clulas terroristas a fin de destruir sus redes desde el interior.

    Infiltracin dijo Bourne. As pues, a eso se refera Martin al decirle que, a excepcin del director, estaba completamente solo dentro de la CIA. Es el santo grial del contraterrorismo, pero de momento nadie ha sido capaz de acercarse a ese objetivo.

    Porque tienen muy pocos musulmanes y todava menos arabistas trabajando para ellos. Slo treinta y tres de los doce mil agentes del FBI tienen conocimientos limitados de rabe, y ninguno de ellos trabaja en los departamentos que investigan el terrorismo dentro de nuestras fronteras. Y por un buen motivo. Todava hay miembros importantes de la administracin reacios a utilizar a musulmanes y arabistas occidentales; sencillamente, no se fan de ellos.

    Lo cual demuestra su estupidez y su cortedad de miras dijo Bourne. Esa gente existe, sin embargo, y Lindros ha estado reclutndola en

    secreto. Lerner se levant. Pero basta de orientaciones generales. Su siguiente parada, creo, es la propia operacin Tifn.

    Por ser una agencia contraterrorista doblemente secreta, Tifn tena

    su sede en los abismos. El substano del edificio de la CIA haba sido remodelado por una empresa de construccin a cuyos trabajadores se haba investigado minuciosamente antes de hacerles firmar un acuerdo de confidencialidad que les aseguraba una condena de veinte aos en una prisin federal de mxima seguridad si cometan el error de romper su silencio, ya fuera por avaricia o por simple estupidez. Los suministros que antes ocupaban el subsotno haban sido trasladados a un edificio contiguo.

    Al salir de las oficinas de direccin, Bourne se pas un momento por el despacho de Anne Held. Pertrechado con los nombres de los dos agentes que haban escuchado la conversacin que haba impulsado a Martin Lindros a cruzar medio mundo siguiendo la pista de un cargamento de TSG, Bourne tom el ascensor privado que una directamente el piso de direccin con el substano.

    Cuando el ascensor se detuvo suspirando, una pantalla de cristal lquido

  • situada a la izquierda de la puerta se activ y un ojo electrnico escudri el pequeo octgono negro que Anne Held le haba prendido en la solapa de la chaqueta. Llevaba grabado un nmero visible nicamente para el escner. Slo entonces se abrieron las puertas de acero.

    Martin Lindros haba ideado el substano fundamentalmente como una sala de proporciones gigantescas llena de puestos de trabajo mviles, cada uno de ellos provisto de una gruesa trenza de cables electrnicos que ascenda en espiral hasta el techo. Las trenzas estaban insertas en rales para que pudieran desplazarse junto con las mesas cuando el personal fuera reubicado al pasar de una misin a otra. Bourne vio al fondo una serie de salas de reuniones separadas de la sala principal por paneles alternos de cristal esmerilado y acero.

    Como corresponda a un organismo bautizado en honor de un monstruo de doscientos ojos, la oficina de Tifn estaba repleta de monitores. Las paredes eran, de hecho, un mosaico de pantallas de plasma extraplanas sobre las que se desplegaba una mareante panoplia de imgenes digitales: grficos tomado por satlite, panormicas grabadas por circuitos cerrados de televisin en espacios pblicos y lugares de trnsito como aeropuertos, terminales de autobuses, estaciones de tren, esquinas entre dos calles, cruces de carreteras serpenteantes, lneas de ferrocarril suburbano y andenes subterrneos de todo el mundo (Bourne reconoci los metros de Nueva York, Londres, Pars y Mosc). Gentes de todo pelaje, etnia y religin caminaban de un lado a otro o vagaban sin rumbo fijo, se paraban indecisas, remoloneaban, fumaban, suban y bajaban de vagones, hablaban entre s, se ignoraban, enchufaban sus iPod, compraban, coman a la carrera, se besaban, se abrazaban, cambiaban improperios, se ensimismaban con los mviles pegados a la oreja o accedan a su correo electrnico o miraban porno, caminaban con los hombros cados, se encorvaban, borrachas o drogadas, se azoraban con su primera cita, se escondan, refunfuaban para sus adentros... Un caos de vdeos sin editar entre los que los analistas deban encontrar patrones concretos, indicios digitales, seales de advertencia electrnicas.

    Lerner deba de haber alertado a los agentes de su llegada, porque Bourne vio que una joven de fsico impresionante, cuya edad calcul en unos treinta y cinco aos, se apartaba de una pantalla y se diriga hacia l. Enseguida comprendi que aquella mujer era o haba sido una agente de campo. Sus pasos no eran ni muy largos ni muy cortos, ni demasiado rpidos ni demasiado lentos. Eran, por resumido en una palabra, annimos. Los andares de un individuo eran tan distintivos como sus huellas dactilares, de ah que fueran tambin uno de los mejores modos de distinguir a un adversario entre una multitud de viandantes, incluso aunque su disfraz fuera de primersima clase.

    Tena una cara al mismo tiempo fuerte y orgullosa, el mascarn de proa de un hermoso barco que surcaba mares en cuyas aguas habran zozobrado navos de inferior calidad. Sus ojos grandes, de un azul profundo, parecan

  • incrustados como gemas en su tez de color canela y facciones rabes. Usted debe de ser Soraya Moore dijo Bourne, la agente

    encargada del caso. Ella mostr un momento su sonrisa y la ocult rpidamente tras una

    nube de desconcierto y abrupta frialdad. As es, seor Bourne. Por aqu. Le condujo a travs del enorme hervidero de la estancia principal,

    hasta la segunda sala de reuniones empezando por la izquierda. Abri la puerta de cristal esmerilado y le mir pasar con aquella misma extraa curiosidad. Claro que teniendo en cuenta su relacin a menudo hostil con la CIA tal vez no fuera tan extraa, a fin de cuentas.

    Dentro haba un hombre ms joven que Soraya. Era de estatura media y complexin atltica, cabello rubicundo y piel clara. Estaba sentado ante una mesa ovalada de cristal, trabajando con un ordenador porttil en cuya pantalla se desplegaba lo que pareca ser un crucigrama de extraordinaria dificultad.

    Slo levant la vista cuando Soraya carraspe. Tim Hytner dijo sin levantarse. Al tomar asiento entre los dos agentes, Bourne descubri que el

    crucigrama que Hytner intentaba resolver era en realidad un cdigo cifrado, y muy sofisticado.

    Dispongo de algo ms de cinco horas antes de que salga mi vuelo a Londres anunci Bourne. Dganme lo que necesito saber sobre los TSG.

    Junto con los materiales fisibles, los TSG se encuentran entre los artculos ms restringidos del mundo comenz a explicar Hytner. Para ser precisos, hay dos mil seiscientos cuarenta y uno, segn el censo oficial del Gobierno.

    Entonces la informacin que impuls a Lindros a embarcarse en una misin sobre el terreno se refera a una transferencia de TSG.

    Hytner se haba puesto de nuevo a intentar descifrar el cdigo, y fue Soraya quien tom la palabra.

    Todo empez en Sudfrica. En Ciudad del Cabo, en concreto. Por qu all? pregunt Bourne. Durante la poca del aparthetid, el pas se convirti en un nido de

    contrabandistas, en buena medida por necesidad. Soraya hablaba rpidamente, con eficacia, pero con inconfundible objetividad. Ahora que Sudfrica figura en nuestra lista blanca, los fabricantes estadounidenses no tienen problemas para exportar all sus TSG.

    Que luego se pierden terci Hytner sin levantar la vista de las letras de la pantalla.

    Eso es. Soraya expres su acuerdo. Los contrabandistas son ms difciles de erradicar que las cucarachas. Como podr imaginar, sigue habiendo toda una red que opera desde Ciudad del Cabo, y ltimamente con medios muy

  • sofisticados. De dnde proceda la informacin? pregunt Bourne. Soraya hoje

    unos papeles impresos por ordenador, sin mirarle. Los contrabandistas se comunican por telfono mvil. Usan

    tostadoras, telfonos baratos con tarjeta de prepago que pueden comprarse en cualquier superficie comercial. Los utilizan desde un solo da a una semana, quiz, si consiguen hacerse con otra tarjeta SIM. Luego los tiran y usan otro.

    Es prcticamente imposible seguirles la pista, aunque cueste creerlo. Hytner estaba tenso. Estaba haciendo un mprobo esfuerzo por descifrar el cdigo. Pero hay una forma.

    Siempre la hay dijo Bourne. Sobre todo si tu to trabaja en la compaa telefnica. Hytner

    lanz una rpida sonrisa a Soraya. Ella mantuvo su actitud glacial. El to Kingsley emigr a Ciudad del Cabo hace treinta aos. Deca que

    Londres era demasiado sombro para su gusto. Necesitaba un sitio que todava ofreciera grandes oportunidades. Se encogi de hombros. El caso es que tuvimos suerte. Captamos una conversacin relativa a ese cargamento en particular. La trascripcin est en la segunda pgina. El jefe de los contrabandistas le dice a uno de sus hombres que el cargamento no puede seguir los canales habituales.

    Bourne not que Hytner le miraba con curiosidad. Y lo que tena de especial ese cargamento perdido dijo Bourne

    es que coincida con una amenaza concreta para Estados Unidos. Eso y el hecho de que tenamos al contrabandista en nuestro poder

    dijo Hytner. Bourne pas el dedo por la segunda hoja de la trascripcin. Convena detenerle? Cabe la posibilidad de que hayan puesto sobre

    aviso a su cliente. Soraya neg con la cabeza. No, eso es improbable. Esa gente usa un contacto una sola vez; luego

    pasa a otro. Entonces saben quin haba comprado los TSG. Digamos que tenemos fundadas sospechas. Por eso Lindros quiso ir

    personalmente. Ha odo hablar de Duyya? pregunt Hytner. Bourne recapacit. A Duyya se le atribuyen no menos de doce atentados en Jordania y

    Arabia Saud, el ms reciente el mes pasado, cuando una bomba mat a noventa y cinco personas en la gran mezquita de Khanaqin, ciento cuarenta y cuatro kilmetros al noreste de Bagdad. Si no recuerdo mal, tambin se le atribuye el asesinato de dos miembros de la familia real saud, del ministro de Asuntos Exteriores jordano y del jefe de Seguridad Nacional iraqu.

  • Soraya volvi a coger la trascripcin. Parece mentira, verdad?, que un solo grupo pueda atribuirse tantos

    ataques. Pero es cierto. Todos los atentados tienen un nexo en comn: los saudes. En esa mezquita se estaba celebrando una reunin de negocios secreta a la que asistieron emisarios saudes de alto nivel. El ministro de Asuntos Exteriores jordano era amigo personal de la familia real, y el jefe de Seguridad iraqu apoyaba pblicamente a Estados Unidos.

    Estoy al tanto de la informacin desclasificada dijo Bourne. Fueron todos atentados muy sofisticados y extremadamente bien organizados. La mayora no incluy terroristas suicidas y no se ha detenido a ninguno de los autores materiales. Quin es el lder de Duyya?

    Soraya volvi a guardar la trascripcin en su carpeta. Se hace llamar Fadi. Fadi. El redentor, en rabe dijo Bourne. Sin duda un seudnimo. Lo cierto es que no sabemos nada de l, ni siquiera su verdadero

    nombre dijo Hytner amargamente. Sabemos algunas cosas dijo Bourne. Para empezar, los ataques de

    Duyya estn tan bien coordinados y son tan sofisticados que podemos suponer sin temor a equivocarnos que Fadi se educ en el mundo occidental, o bien que tiene mucho contacto con l. En segundo lugar, el grupo dispone habitualmente de armamento moderno que no suele asociarse con grupos terroristas rabes o fundamentalistas islmicos.

    Soraya suscribi el comentario. En eso estamos todos de acuerdo. Duyya forma parte de esa nueva

    generacin de organizaciones terroristas que ha unido fuerzas con el crimen organizado y los narcotraficantes del sur de Asia y Latinoamrica.

    En mi opinin intervino Hytner, si el sub director Lindros consigui que el Viejo aprobara Tifn tan rpidamente, fue porque le dijo que nuestro primer cometido sera averiguar quin es Fadi, hacerle salir de su escondite y acabar con l de una vez por todas. Levant la vista. Duyya se vuelve cada ao ms fuerte y ms influyente entre los extremistas islmicos. Nuestros informes sealan que acuden a Fadi en nmero sin precedentes.

    Aun as, hoy por hoy ninguna agencia ha sido capaz de descubrir dnde tiene su base, ni siquiera nosotros dijo Soraya.

    Claro que nos hemos organizado hace muy poco tiempo aadi Hytner.

    Se han puesto en contacto con los servicios secretos saudes? pregunt Bourne.

    Soraya ri con amargura. Uno de nuestros informadores jura que los servicios secretos saudes

    estn siguiendo una pista sobre Duyya. stos lo niegan. Hytner levant la mirada.

  • Tambin niegan que se les estn agotando las reservas de petrleo. Soraya cerr sus carpetas y las amonton cuidadosamente. S que hay compaeros que le llaman el Camalen por su habilidad

    legendaria para disfrazarse dijo dirigindose a Bourne. Pero Fadi, sea quien sea, es un verdadero camalen. Aunque tenemos datos que corroboran que no slo planea los atentados, sino que tambin participa activamente en muchos de ellos, no tenemos ni una sola foto suya.

    Ni siquiera un retrato robot dijo Hytner con evidente fastidio. Bourne arrug el ceo. Qu les hace pensar que fue Duyya quien le compr los TSG a ese

    proveedor? Sabemos que nos est ocultando informacin vital. Hytner seal la

    pantalla de su ordenador. Encontramos este cdigo en uno de los botones de su camisa. Duyya es la nica organizacin terrorista que conocemos que utiliza cdigos con este nivel de sofisticacin.

    Quiero interrogarle. Soraya es la agente al mando dijo Hytner. Tendr que pedrselo a

    ella. Bourne se volvi hacia la agente. Ella vacil slo un momento. Luego se levant y seal hacia la puerta. Vamos? Bourne se levant. Tim, squeme una copia impresa del cdigo, dnos quince minutos y

    luego renase con nosotros. Hytner levant la cabeza y entorn los ojos como si Bourne le

    deslumbrara. Dentro de quince minutos no habr acabado ni de lejos. S, claro que s. Bourne abri la puerta. O eso aparentar, al

    menos. A las celdas de detencin se llegaba a travs de un corto y empinado

    tramo de escaleras de acero perforado. En contraste con la sala de mandos de la operacin Tifn, inundada de luz, el espacio all era escaso, oscuro y agobiante, como si los cimientos de Washington se resistieran a ceder ms terre