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Privada de los pinos No.2 San Buenaventura
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Dr. Alejandro Di Grazia RaoDirector del Colegio Humanista de
Madre e hija
Podemos tener 30, 40 ó 60 años, ser madres nosotras mismas, y seguir quejándonos de la nuestra. Incluso si ha fallecido.
Y aunque hayamos comprendido que la clave radica en aceptar tal como es a la mujer que nos trajo al mundo no enojarse ni sufrir porque no responde al ideal, a veces no alcanza la vida entera para aplicar la teoría a la práctica.
¿Por qué será?
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Podríamos suponer que, hechas de la misma tela, madres e hijas tienen todo para formar la más armoniosa de las relaciones. Sin embargo, la realidad desmiente esta bella creencia. Cómplices o en guerra, madre e hija forman una pareja muy particular cuyos sentimientos van del amor al odio. Pero casi nunca pasan por la indiferencia. De hecho, la relación tiene todas las posibilidades de ser prob-lemática. Para los psicólogos, el camino para conquistar la identidad femenina es mucho más arduo que el que requiere la identidad masculina. “La madre es una omnipotente fuente de vida, es el primer objeto de amor absoluto, fusional.
El varón sabe que es diferente de su madre y puede escapar de esa relación. La niña, en cambio, percibe la similitud sexual y se siente como una reproducción: una miniatura de su mamá. Durante largo tiempo, va a luchar para no serlo”, afirma el psiquiatra Aldo Naouri, en su libro “Les files et leurs méres”. “Hay hijas que odian a sus madres y otras que las adoran. Pero cada relación es un mundo dentro de un mundo y siempre resulta fascinante, pues nos conduce al fondo de nosotras mismas”, aporta María Melgarejo, terapeuta experta en familia.
Casos extremos
Una pareja de psicólogos norteamericanos, Susan S. Cohen y Edward M. Cohen, escribieron un libro llamado “Mothers who drive their daugters crazy”, en el que establecieron perfiles de una serie de madres que vuelven “locas” a sus hijas. Aquí, algunos de ellos:
La controladora: desearía eternizar el momento en que arrulló a su niña y que la estrecha unión entre ellas durara toda la vida.
• Agobia a su hija con reglas estrictas (“Las cosas se hacen así en esta familia…” o “qué dirán los vecinos…”) que sólo tienen sentido para ella.• Asegura que lo único que le preocupa es el bienestar de su hija, pero consigue trasladarle todos sus miedos.• Da una imagen de mujer segura, pero en el fondo vive en un continuo temor.• Es una mujer triste e infeliz con la que resulta imposible razonar.
Su hija: siente que no puede existir sin su madre. Tiene miedos irracionales. Cuando está sola, se cuestiona constantemente. Suele tener crisis depresivas. Habla por boca de su madre. Es insegura.
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La fusional: toma los éxitos y fracasos de su hija muy personalmente, demasiado personalmente. Con ella, ninguna información es privada, nada está a salvo ya que todo es exhibido para ser evaluado por los demás. Nunca valora a su hija por lo que hace, sino para satisfacer su necesidad de atención.
• No permite que su hija desarrolle una sana autoestima.• Se preocupa demasiado por lo que piensan los demás.• Quiere que su hija sea la mejor, la más inteligente, la más bella…• En la crianza, recurre a frases como: “Ya verás cuando tu padre se entere”.
Su hija: desea que la quiera todo el mundo y actúa para agradar constante-mente a los demás. Es una mujer muy ocupada, para esconder su carácter inde-ciso. Necesita impresionar a los demás. En su búsqueda de sustitutos maternos, es una adulta sumisa y tolerante frente a cualquier tipo de explotación.
La narcisista: no quiere una hija, sino una linda muñequita que sólo piense en ella. La ve como alguien que puede colmar sus carencias, porque ahora tiene un poder que nunca tuvo.
• No tiene conciencia de que su hija sea una persona con sentimientos propios.• Actúa en forma desinteresada y exige ser querida por su conducta generosa.• Cree tener siempre la razón.• Desea ser la reina y su hija es su dama de compañía.
Su hija: como su madre “hace las cosas tan bien”, a ella le falta confianza. Se ve imperfecta y es muy dependiente de su progenitora. Sólo expresa aquello que sabe le valdrá el cariño de su madre. Su vida es un permanente dar examen, para estar a la altura de las expectativas maternas.
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La absorbente: es aquella que engulle a su hija, necesita conocer todos y cada uno de los detalles de su vida. Siempre está dispuesta a ayudar (no importa que la hija lo quiera o no)
• Sobreprotege.• No respeta las fronteras físicas ni emocionales de su hija.• Da su apoyo cuando su hija se muestra sumisa. Si no, se siente despechada y se lo hace saber.• Ante cualquier frustración, busca consuelo en su hija.
Su hija: tiende a ser dominada por las necesidades de los demás. No se ve como una persona adulta: sigue siendo la nena de mamá. Cree que su madre y ella son similares en sus emociones, conductas, sucesos.
La generadora de culpas: es la eterna insatisfecha y espera que su hija se dedique siempre a ella para que llene su vida. Asegura sentirse menospreciada y sola, pero lo cierto es que consigue que todo el mundo esté pendiente de sus continuas necesidades y diversos caprichos.
• Le encanta ser el centro de la atención.• Echa en cara a su hija los sacrificios que ha hecho por ella.• Se compadece de sí misma para buscar la lástima de los demás, y así lograr que todos estén pendientes de ella.• Se hace pasar por la víctima, y deja a su hija el papel de la mala de la película.• Vive a través de su hija.
Su hija: se siente culpable cuando es feliz y exitosa. Tiene la oscura necesidad de estar al lado de su madre, cuidándola. Siempre cree que debe hacer algo más para contentarla. Cuando vive su vida, suele pensar que es egoísta, mala hija, etc.
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La seductora: quiere llamar la atención. Para ello se pinta mucho, usa faldas muy cortas, luce escotes profundos. Busca continuamente aventuras y necesita seducir a todos los hombres, incluso al de su propia hija.
• Intenta atrapar la atención de los hombres para sentirse poderosa, pero es muy insegura.• Suele estallar en rabia y cólera.• Ve a las otras mujeres, incluso a su propia hija, como competidoras.
Su hija: se siente torpe y fea. Se refugia en el padre, con quien forma una alianza de protección. Es eficiente en todos los campos menos en el sexual-emocional.
La asfixiante: se preocupa en exceso por su hija, la sobreprotege. Da su veredicto sobre todo lo que hace ella, y está al acecho de sus gestos para ver si le oculta algo.
• Le repite constantemente lo mucho que la quiere.• Tiene una conducta invasora y habla sin franqueza, con rodeos.• Se vuelca en la maternidad y rechaza el crecimiento de su hija.• Le repite que deben estar unidas frente al mundo.
Su hija: nunca corre aventuras por no perder el cariño de su madre. No cues-tiona la autoridad y termina replegándose a su pareja.
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¿Cómo independizarse?
Todas las hijas avanzan en la vida bajo la mirada de esa madre que las ha amado demasiado, poco o nada. Christiane Oliver, psicoanalista, autora del libro “Enfants de Jocaste”, uno de los primeros libros que cuestionan la imagen idílica de la buena madre, propone algunas soluciones para que ellas puedan vivir su propio destino de mujer.
Esta autora sugiere que para aceptar que nuestra madre ha hecho lo mejor dentro de sus posibilidades, dada su propia historia, se debe hacer un profundo trabajo sobre nosotras mismas. El objetivo es llegar a comprender cuál fue la madre que nos tocó, el camino recorrido por ella y el lugar que le ha tocado ocupar en el nuestro…
Bucear en la relación con nuestras madres para sustituir la rabia y la ira nos conduce a una sensación de libertad. Sólo de esa manera podremos desprender-nos de una pesada carga y amar tal como es a la mujer que nos dio la vida.
Para mejorar la relación
• Centrarse en el presente, ya que el pasado no se puede cambiar.• No vivir pendiente de que la madre acepte o no las propias decisiones.• No dar explicaciones continuamente. Buscar la autonomía.• No ser el “consuelo” de la madre, ni el marido sustituto.• Evitar ver a la madre como una víctima, pues ésta sabe protegerse.• Enfrentarse al complejo de culpa y actuar a pesar de él.• No aferrarse a la venganza ni a la ira como único vínculo con la madre.• Si la relación con la madre es muy conflictiva, evitar verla a solas.• Dejar de sentir lástima por una misma. Trabajar sobre el perdón.• No pretender que la relación sea como una pretende.
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