la jornada semanal

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Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 10 de junio de 2012 Núm. 901 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver y su lengua de aves y de rosas Los persas ATTAR, F ERDOSÍ , HAFEZ , J AYYAM, MOLAVÍ -RUMI y S AADÍ Crónica de una restauración enmascarada 10 de junio: exilio en la calle principal

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La Jornada Semanal

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AttAr, Ferdosí, HAFez, JAyyAm, molAví-rumi y sAAdí

Crónica de una restauración enmascarada • 10 de junio: exilio en la calle principal

Page 2: La Jornada Semanal

Hugo Gutiérrez Vega

Directora General: C a r m e n L i r a S a a d e , Director : H u g o g u t i é r r e z V e g a , Je fe de Redacción: L u i S t o Va r , Edic ión : FranCiSCo torreS CórdoVa, Corrección: aLeyda aguirre, Coordinador de arte y diseño: FranCiSCo garCía noriega, Diseño Original: marga Peña, Diseño: Juan gabrieL Puga, Iconografía: arturo Fuerte, Relaciones públicas: VeróniCa SiLVa; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: aLeJandro PaVón, Publicidad: eVa VargaS y rubén HinoJoSa, 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: [email protected], Página web: www.jornada.unam.mx

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui­tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jor nada Semanal núm. 04­2003­081318015900­107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores.

La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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Comentarios y opiniones:

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Portada: Altos castillos de poesíaFoto de Ebrahim Khadem Bayat

bazar de asombros 10 de junio de 2012 • Número 901 • Jornada Semanal

NotaS Sobre La NoVeLa De La reVoLuCióN (iii de vi)

Margo Glantz tiene razón cuando dice que las escenas y descripciones de Azuela no tienen cabida en ningún sis­tema moral o filosófico, pues no juzga los hechos de sus personajes, no señala, jamás dice lo que piensa ni lo que debemos pensar nosotros de los sucesos que nos pre­senta. Esa es la gran virtud de Azuela, que no es didác­tico, no está levantando el “dedito” para dar leccio­nes; nos deja sacar nuestras propias conclusiones, incluso que discutamos con él. Es sumamente respetuo­so con sus lectores.

Azuela es uno de esos hombres incorruptibles. En ellos descansa el futuro de la nación. Fue uno de los miembros fundadores del Seminario de Cultura Mexi­cana. En 1942, la Sociedad Arte y Letras de México le otorgó el Premio de Literatura. El 8 de abril de 1943 ingresó como miembro fundador a El Colegio Nacional. En 1949 recibió el Premio Nacional de Lingüística y Literatura. Falleció en Ciudad de México el 1 de marzo de 1952 y fue sepultado en la Rotonda de las Personas Ilustres. Después de su muerte aparecen La maldición (1955) y Esa sangre (1956).

Es fundamental reconocer que Los de abajo dio a conocer en el mundo nuestra revolución, que es una re­volución eminentemente agraria. La novelística de Azuela es un trabajo de amor enriquecido por una visión amplísima de la compasión.

Martín Luis GuzMán y La sombra deL caudiLLo

Pasemos ahora a Martín Luis Guzmán, quien nació en Chihuahua, en 1887, y murió en México, en 1976. Era abogado –yo tenía un amigo que decía: “Martín Luis era abogado, pero lo disimulaba muy bien.” Es el gran prosista de la novela de la Revolución. Esta es una opi­nión personal que otras personas comparten conmigo, entre ellas Emmanuel Carballo. La figura de Villa es la más admirada por Martín Luis Guzmán. Su primer tra­bajo lo publicó en El Imparcial, donde escribía pequeños artículos sobre costumbres en 1908. Consiguió un tra­bajito de escribiente en el consulado en Phoenix, Arizo­na; a su regreso se inscribe, en 1911, en el Ateneo de la Juventud, institución fundamental para el desarrollo intelectual de México a principios del siglo xx, a la que

pertenecieron, entre otros, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y Antonio Caso.

Su carrera política se inicia como delegado a la con­vención del Partido Constitucional Progresista, un par­tido que apoyaba el movimiento carrancista. Está pre­sente en la Decena Trágica, lo mismo que en el cuartelazo huertista. Nos describe en una de sus novelas al perso­naje de Victoriano Huerta (para los jaliscienses una ver­güenza, porque era paisano..., pero nosotros no tenemos la culpa de eso). Lo describe con sus anteojos color vio­leta que usaba de día y de noche para tapar los ojos rojos por la borrachera de coñac. En su última carta, que diri­ge al presidente Wilson de Estados Unidos bajo los efec­tos del alcohol, le reprocha: “Usted me apoyó, pensó que con mi gobierno le iba a regresar la normalidad porfi­rista a México, el orden y el progreso que quería el po­sitivismo; usted y su embajador me apoyaron, incluso recibí armas para mi ejército y ahora me abandona.” La carta, que se encuentra en la Biblioteca del Congreso, de repente se corta y en una línea ondulante –se ve que ya el coñac había hecho su efecto– dice: “Y ultimada­mente, señor presidente Wilson, váyase usted a chingar a su madre.”

A la muerte de Madero y Pino Suárez, en 1913, Mar­tín Luis renuncia a su empleo y funda el periódico El Honor Nacional, de oposición a Huerta. La figura de Villa es la más admirada por él, incluso fue su secreta­rio en un momento, lo que sin duda influyó en la técni­ca de su prosa. Escribe Las memorias de Pancho Villa como escribía Villa, con vocabulario reducido pero muy expresivo.

En 1914 es representante de Villa ante Carranza y éste lo encarcela. La figura de Carranza no es bien tratada por Martín Luis Guzmán, pero dígase lo que se diga reco noce que ya se estaba gestando el constitucionalismo, que con­solidaría la revolución. En la Convención de Aguasca­lientes proyectaron documentales y se dice que cuando algunos soldados veían aparecer a sus enemigos en la pantalla sacaban la pistola y les disparaban. ¡Nunca el cine había sido tan exitoso! Martín Luis Guzmán descri­be este y muchos otros pasajes de la época muy vivamente.

(Continuará.)

Attar, Ferdosí, Hafez, Jayyam,

Molaví-Rumi y Saadí son

los nombres de algunos de los

poetas más importantes que ha

dado la milenaria lengua persa, y

desde tiempos inmemoriales los

escritores de todo el mundo han

abrevado en esa inagotable

fuente. Alejandra Gómez Colora-

do nos propone un recorrido vivo

y vibrante a través de la historia y

las letras de estos autores inmor-

tales, una de las principales

herencias culturales de lo que

hoy es Irán. Tres textos comple-

tan este número: una entrevista

con la documentalista Tatiana

Huezo, directora de la extraordi-

naria cinta El lugar más pequeño;

un ensayo que busca desenmas-

carar la pretendida restauración

del horror vivido en las siete

décadas del priato, así como un

relato conmemorativo de la

matanza estudiantil del jueves

de Corpus, que hoy cumple

cuarenta y un años de haber sido

perpetrada, precisamente bajo la

barbarie de un régimen que, con

el disfraz de “nuevo”, busca

volver por sus fueros.

Page 3: La Jornada Semanal

3 Jornada Semanal • Número 901 • 10 de junio de 2012 creaciónricardoVenegas

[email protected]

bitácora bifronte

Francisco torres Córdova

Monólogos coMpartidos

[email protected]

Sin recurrir a poderes míst icos , hace f lorecer en un momento los árboles marchitos .

Kakuan Zenji

La fascinante biografía de Leonardo da Vinci ha­

bla del genio cuyos talentos fueron diversos y

al unísono ejercidos en la argamasa de las

artes. Un futurista al que debemos varios

descubrimientos aerodinámicos, maríti­

mos y hasta anatómicos. Era ingeniero,

pintor, escultor y muchas cosas más, y

debo confesar lo más sorprendente pa­

ra mí: descubrir algunos sonetos de Da

Vinci de muy buena factura y acabado:

“Quien quiera lo imposible, otro preten­

da;/ que es lo imposible pretender lo­

cura./ Sabio es el hombre, pues, cuan­

do sin cura/ de lo que no ha de ser se

desentienda.” Uno se pregunta:

¿de dónde nace dicha fertil idad

para ofertar al mundo tantos pro­

yectos? Al escribir estas líneas no

puedo sino entablar un puente en­

tre el que fuera Leonardo y el escul­

tor mexicano Carlos Campos Cam­

pos. Quizá sea la diversidad

de su búsqueda lo que her­

DeL tiemPo y La oraCióN

Hay una hora que los relojes en la historia no registran,

fuera del alcance de sus cuarzos, números o esbeltas

manecillas; invisible a las clepsidras de agua o de

arena, los temblores de la luz o los sutiles engranajes

de la sombra; una hora que se salta las tenaces cerra­

zones del tiempo cotidiano, imbricada en sus múlti­

ples cerrojos, sin intención definida, sin utilidad inme­

diata, anhelo de futuro o un aquí y ahora perentorio,

y ajena a las arcas donde el tiempo se acuña a sí mismo

en metales que se sueñan eternamente incontesta­

bles, se imprime en papeles de filigrana secreta o se

cifra en impulsos electrónicos que conducen el poder

o la miseria. Una hora húmeda, tibia y fecunda en el

limpio vacío que fermenta el pensamiento, destilada

y acendrada en la cadencia de la vida, pero no entram­

pada en su rutina, sino desde ahí expuesta al infinito

azar y sus hallazgos siempre precisos, ésos que engar­

mana a aquellos que anhelan acercarse

a lo inefable. Campos es un buscador de

verdades universales, lo mismo en la escul­

tura que en el dibujo, igual que Leonardo,

también es inge niero y ha creado su propio

método para realizarse en la pintura. Pero

también ha sido cauto en el camino que ha

emprendido. El artista medita cuando crea

una obra y va por la senda más corta que

rememora un proverbio zen: “Si tú entiendes,

las cosas son como son; si tú no entien des, las

cosas son tal como son.” En Los diez cua-

dros del boyero, del maestro chino Kakuan

Zenji, quien vivió en el siglo xii , se repre­

senta el camino del zen como un desper­

tar de la conciencia y comienza con un

“apetito de misterio”, en palabras de León

Bloy; en cada poema de Zenji y en cada vi­

ñeta se advier ten los avatares del buscador, hay

que “atar corto al buey” y domarlo constantemente

para llegar a la iluminación; el buey es la naturaleza

humana, el camino de la perfección se logra edu­

cando a esta naturaleza. Así, el hombre se convierte

finalmente en un bien preciado para los

demás. Este rumbo no es tan dist into al

abordado por da Vinci: quizá, tal vez, des­

pués de mucho navegar, se puede hablar

consigo mismo y legar un testamento de

bienes universales. El discurrir en la obra

de Campos va de la fertilidad de la tierra al

Eros que nos convoca, es el creador en bus­

ca de la libertad interior (al que no le ha

bastado el cielo de los otros), del cosmos

que indaga la flor de loto nacida en el fango,

en el cieno más pobre que aspira al sueño

celestial. Es el “hombre sin corazón” que late

con su espíritu, ora semilla que arroja

su esplendor al suelo, ora montaña

erigida por la fe del oficio, como él

mismo lo ha dicho: “Hice reciente­

mente un cuadro de pintura zen de 1.80X3 m;

tardé cinco segundos plasmando la emoción y el

sentimiento es ese trazo, eso puede tener el mismo

valor estético de una escultura de mármol, en la cual

he tardado un año; el tiempo es relativo, el arte es

relativo.” •

zan la memoria en la molécula, que arraigan un suspi­

ro a la materia, como la altura de un árbol y el arco de

su aliento en cada hoja, o el exacto relieve de la hue­

lla dactilar de una criatura en el vientre de su madre

todavía. Una hora con el espacio todo sin orillas, a

veces suspendida en el instante puntual que nos des­

pierta al recuerdo innato de la muerte, porque es toda

vida ahí, en el borde de los labios del primer beso, en

el espasmo primitivo que nos pierde y nos celebra el

gozo de otro cuerpo, la distancia amorosa de sus ma­

nos. Una hora diríase sin tiempo, cierta de su lugar en

la conciencia y a la vez más allá de ella, en el otro, no

en el que vemos, sino en el que nos devuelve la mirada

para decirnos la soledad que nos vincula, el tacto fino,

cálido y severo de su enigma. Una hora que no disper­

sa el tiempo recto, indiferente y blanco que ciñe los

huesos y la carne –la “religiosa, frenética y descalza”

que dice el poeta–, sino al contrario lo concentra, le da

peso y resonancia y nos tañe como el pulmón de la

ballena el horizonte de su canto. Tal vez esa es la hora

en que la voz a trechos rota o deshilada pone en el

aire el íntimo vigor de las palabras, la inocencia de su

impulso trabajada en un grito, un lamento, una in­

vocación, un hechizo, un oráculo, todos alumbrados de

silencio, y entonces alcanzan la oración o la plegaria,

la piedra inicial donde el poema frota sus lenguas con la

rugosa claridad de lo sagrado, con sus fibras de hier­

bas olorosas que así nos incorporan un instante a su

misterio. Esa hora, ese recoveco del tiempo que es­

capa al tiempo en el puente delicado de unos versos:

“Padre nuestro que estás en los cielos/ yo que amé/ yo

que hice de mi novia un juramento/ que llegué a to­

mar al sol por las alas como a una mariposa/ Padre

nuestro// Con nada he vivido.” (Odysseas Elytis.) •

eL arte eS eL No PeNSamieNto

Esculturas de Carlos Campos Campos

Page 4: La Jornada Semanal

A Hugo Gutiérrez Vega

cos de mi onda” fue un homenaje al ritmo en­demoniado que te sacaba de la depresión. Lo último que mencionaste en tu diario fue que habían asesinado a unos muchachos el jueves

de Corpus . Meses después hablabas de una espe­cie de “cacería de brujas y de brujos” que percibiste en algunos territorios bohemios de la ciudad. Esa fue la última nota que escribiste. Tal vez esta crónica te ayude a salir del fade sin fondo para que comiences a darle forma al rompecabezas.

I

Desde la ventana de un edificio en ruinas escuchas “Ecos de mi onda”. Dos chicos huyen brincando las bardas porfirianas de unas azoteas. Cerca de ahí un perro policía –de los setentas– intenta alcanzar a los muchachos que saltan divertidos. A través de una mirilla, un civil hace foco en la sien de uno de los jóve­nes. Antes de que escuches la detonación los chava­les desaparecen tras una sábana. En su departamen­to, Lupita no se ha dado cuenta de lo que pasa en la azotea. De pronto su mano cae sobre la perilla de una Stromberg Carlson. Al subir el volumen de la conso­la ella se va junto con los Rolling al cielo.

I I

Desde que a Lupita le silbabas el tema de Pérez Prado con el que Fellini musicalizó La dolce vita, yo jugaba a ser Marcello Mastroianni, él era el novelista frus­trado de la Vía Veneto y yo el narrador arruinado de nuestra Roma mexicana. Desde entonces he intenta­do atar los cabos de tu historia, pero como sólo tengo secuencias inconexas y un milagro falso, no he podi­do construir un argumento convincente. Sin embargo, ahora que empieza una nova primavera mexicana , tal vez logre descubrir al monstruo intemporal de La dolce vita, que después de cuatro décadas sobrevive en nuestra Roma. Esa es la razón por la que te invité a dar otra vuelta a la manzana para que, aquí entre nos, intentemos explicar lo que pasó el día de la fuga. Ok, dices escuchar la algarabía que hacen unos chicos con su motoneta. Atrás de ellos vienen las sirenas y los perros aullando más que Jagger. Los vecinos gritan indignados al escuchar la revoltura en crescendo. Tú sonríes al mirar las figuritas tratando de esconderse en una sábana. Entonces, allá, en la azotea de enfren­te, azulean unas llamas diminutas. En medio del des­orden escuchas el riff inmejorable de los Rolling y miras el cuerpo de uno de los chicos sangrando en la saliente. Por un instante, las cuerdas de Keith Ri­chards y el saxo hacen que voltees hacia el departa­mento de Lupita cuando un civil dice: “Déjalo que sangre.” Pasan unos segundos interminables –o tal vez sean unos años– mientras suena “Exile on Main Street”. El niño héroe se está muriendo. Su cabeza da vueltas en el sinfín de un disco negro. Algunos sobre­vivientes del combate comienzan a moverse en esa zona oscura. Las calles de la ciudad son peligrosas. Desde entonces tú te mueves lento y callado como un ajolote en el agua sucia que los civiles dejaron para que sobrevivas.

¿Qué le pasa a Lupita? No sé. ¿Qué quiere la niña? ¿Bailar?

I I I

Correosos, ondulantes, inextinguibles; los rebeldes ingleses dicen que se irán muriendo poco a poco pe­

ro que seguirán parados en el escenario hasta que ya no quede vivo ninguno.

Arranca el flashback que fusiona alucinaciones vi­suales y auditivas. Eso que te hace brincar como zulú en la oscuridad se llama África ardiendo en las ribe­ras del Mississippi, del Támesis y hacia el norte del río de La Piedad.

“No me escuchas llamar bajo la sucia calle/ Tengo una lucha interior/ estoy merodeando en tu ciudad.” “Can´t you hear me knocking.”

I v

Diez años después leíste Las batallas en el desierto. Di­ces que ese libro tiene encantada a Lupita. Bajo la luz del dulce relato de José Emilio te detienes en una en­trañable vecindad para percibir dentro de ti un deseo adverso. Saludas a la Virgen Morena y te arrancas en la bici hasta que llegas a la plaza Ajusco. Te hundes en la pelota cósmica seguro de que al otro lado del arco iris ella siempre te esperará.

“Viene en colores por todos lados/ Peina su pelo/ Es como un arco iris.”” She’s a Rainbow.”

Te has quedado a vivir en el pasado. Como un ra­dioescucha misterioso, tu mente sintoniza con tres canciones de los Rolling. Te fijas en los anuncios del Instituto Patrulla y –para las amas de casa que te qui­tan el sosiego–, del jabón Zote. Te estableces en una zona que comienza a degradarse. Antes solías mirar una avioneta que escribía versos en el cielo. Era tan­ta la felicidad que te causaba la vieja Roma que estu­viste a un tris de quedarte atrapado para siempre en esa red. Sin embargo, como los civiles no dejan de pisarte los talones, te mueves de aquella trama ra­diante de liras y palabras.

“Nunca conservé un dolor pasando el atardecer/ Nunca terminé la escuela/ nunca quise ser como pa­pá.” “Happy.”

v

Ya no recuerdas quién te dijo que sus satánicas majestades eran los mismos demonios que tocaban rhythm and blues. Aunque todavía te intimidan un poco los pobres diablos de la infancia, saltas entre docenas de muchachos con la energía tribal de “Sim­patía por el diablo”. Como no sabes nada del mons­truo de La dolce vita, ni de Lupita y el Fausto, ni siquie­ra de Una temporada en el infierno, te llevas un buen susto cuando en el cine Morelia una niña casi muerta vomita crema de espinacas. Por fortuna, antes de que se derrumbe tu pantalla interna, para liberarte de El exorcista siempre puedes encenderte con el disco Beggars Banquet, con la voz imaginaria de Lupita o con una motoneta entre las piernas.

“Lo que te confunde es la naturaleza de mi juego.” “Sympathy for the Devil.”

vI

Sintonizo con el azogue de tu mente. Cuarenta años después, Jagger continúa siendo endemoniadamen­te ágil. Sería bueno que le preguntaras cómo pasa el tiempo, si es que pasa por ese rebelde que tiene setenta y tantos años y se arquea como acróbata. El cantante se mueve como el argento vivo que corre por las venas de algunos héroes de las batallas. Así funciona el tiempo y las construcciones virtuales que improvisas. Por ejemplo, en los helados de La bella

antonio Valle

10 de junio: Exilio

“E

en lacalle principal

4

Page 5: La Jornada Semanal

Italia, hoy volviste a ver a un exrebelde poniendo en la rockola “Volare”, Azul/ pintado de azul. Sin em­bargo, por más que el hombre se pinte de azul tú sa­bes que es un civil traidor y peligroso. La primavera está llegando a la tele y los nuevos chicos se dispo­nen a ensamblar el tiempo y la historia del país con su destino.

Tu radio íntima transmite las consignas de los jó­venes que terminan a sangre y fuego el jueves de Cor-pus . Obsequias un minuto de silencio que se prolon­ga hasta el día de la fuga. Los radioescuchas saben que el chico de la Roma ya está muerto, aunque él y tú piensen lo contrario. Pones el audio donde inju­rian y reclaman los brothers del ‘58, las blue sisters del ‘68, los warriors del ‘71, los romanos del ‘85, que cada septiembre vuelven buscando sus zapatos; el escán­dalo de la reunión que se desdobla en el sinfín de las indignas batallas de Tlatelolco y de San Cos­me. Las multitudes le pisan los talones al prójimo que está corriendo por su vida.

vII

Para no hacer ruido, de vez en cuando caminas des­calzo por Álvaro Obregón. Antes de llegar al Hotel Colonia Roma observas detenidamente una escul­tura sadomasoquista. Intentas convencerte de que las imágenes de Shine a Light no tienen nada que ver con el ángel, el sátiro y el síntoma que haces eviden­te. Nunca imaginaste que, cuarenta años más tarde, seguirías encendiendo la luz de una solitaria habi­tación para saber qué es lo que los muertos quieren, qué vas a hacer con el chico que saltaba en la azotea y sobre todo qué le pasa a Lupita.

Mientras tanto, Jagger salta como nunca en el do­cumental de Martin Scorsese. Es un homenaje a todos los que han sobrevivido por amor.

“Te vi acostada plácidamente en la habitación 1009/ Bueno, estás borracha en el callejón, nena, con tus ropas desgarradas/ Tus amigos de la noche te abandonaron en el frío amanecer gris.” Shine a Light.

Entre la ficción y las historias de los Rolling tu vida se ha convertido en una riada francamente os­cura. Eso comenzó desde el día que la bruja se chupó a Jack y a los chavales.

“Nací en un huracán de fuego cruzado/ y le aullé a mi mamá bajo la lluvia torrencial/ pero ahora todo va bien, de hecho, ¡es increíble!” “Jumpin’ Jack Flash.”

vIII

Vamos a dar una vuelta a la manzana de regreso. Es­cucha, la Stromberg Carlson ha comenzado a vomi­tar detalles de la vieja historia. Cuando años después Lupita vuelva en sí, ya habrá perdido el brillo que los ángeles le dejaron la primera madrugada que regre­só del Bar Azul, de ese subterráneo donde bailan las mujeres más tristes y excitantes que jamás has visto. Esos detalles se ensamblan con la muchacha fantasmal que de vez en cuando te acompaña.

“Voy ahogarme en tu amor/ voy a hundirme en ti.” “Soul Survivor.”

No fue fácil sobrevivir a la mezcla de música de­liciosa con letras letales. Será por eso que buscas mu­jeres cada vez más siniestras. ¿O era la misma vieja señora que, como la hermana incestuosa del Rey Ar­turo, te embrujó? ¿Acaso esa muchacha fantasmal es un avatar de “Angie” o de Anita Pallenberg, amante de lujo de dos piedras rodantes?

“¿Quién es esa mujer que va de tu brazo vestida para aniquilarte?/ Arrástrame a los dormitorios

del blues/ deja que todo se caiga esta noche.” “Let it Loose.”

IX

Las rolas de los Stones trazan una pista que hiere tu memoria. “Oh, una tormenta está amenazando mi vida.” ¿Recuerdas la primera vez que escuchaste canciones de Gimme Shelter en una rockola de San José del Pacífico en Oaxaca y en el Mezcalito en Puer­to Escondido? “Te digo/ el amor, hermana/ está a un solo beso de distancia.”

En un expendio entre indio y hippie que frecuentan algunos romanos iniciados te enteras de que Robert Jhonson, el mítico precursor de los Stones, murió envenenado por un marido celoso que le disparó un vaso de whisky. Claro, tú no eres el Rey del delta blues , y menos una variante de Funes el memorio-so, sólo eres un tipo que recuerda el slide de Keith Richards deslizándose sobre el pezón de una mucha­cha. La rosa se resbala por la memorable lengua escarlata y las percusiones de Charlie Watts suben como hormigas en sus piernas. Oh, sí, esos soni­dos te ayudarán a soportar la suspensión glaciar de tu memoria como el prodigio ominoso que encalló en La dolce vita.

X

Todos los días Lupita llega al crucero de Mérida y Gua­najuato. En el Bar Azul unos espectros sensuales se mueven con la música de Exile on Main Street. Ella pi­de un trago y espera que te des una vuelta por el ne­gocio para que termines con esa construcción inexis­tente. Después de años Lupita levanta los ojos de Las batallas en el desierto y tararea: “La guerra, niños/ está a un solo tiro de distancia.” “Gimme Shelter.”

Cuando estás a punto de visualizar el corazón en el que se alojó el primer disparo, Jagger interrumpe tus pensamientos porque pregunta por Angelina Jo­lie: Anybody seen my baby? Como algunos sobrevi­vientes de San Cosme y de la Roma, tú también te has hecho esa pregunta cientos de veces. Pronto logra­rás saber qué es lo que Lupita quiere de verdad; mientras tanto, ella seguirá bebiendo en la cueva underground que arde y se apaga dentro de tu plexo.

Como el cronista de la Via Veneto he vuelto a fra­casar, ¿verdad? Bueno, tomemos un poco de aire fresco; dicen que esta vez los muchachos están ha­ciendo verdaderos milagros en la calle.

Posdata

“En la tranquila ciudad de Londres no hay lugar pa­ra un luchador callejero”, dice un fragmento de “Street Fighting Man”, del disco Beggars Banquet (El banquete de los mendigos), cuyos temas se inspiran en las revueltas juveniles del ‘68.

“Can´t you hear mi knocking”: las radiodifuso­ras mexicanas presentaban esta canción como “Ecos de mi onda.” Pertenece al álbum Sticky Fingers (De-dos pe gajosos), primer álbum editado por el sello de los Ro lling Stones en 1971. El disco fue construido mediante colisiones y aleaciones de rock and roll, country & blues.

Un año después de la balacera del jueves de Corpus, se publica Exile on Main Street (Exilio en la calle prin-cipal), el mítico álbum que produjeron los Stones en el sur de Francia. Sus géneros son rockabilly, boo­gie­woogie, jazz y gospel •

10 de junio: Exilio

en lacalle principal

10 de junio de 2012 • Número 901 • Jornada Semanal 5

Page 6: La Jornada Semanal

6

a longeva época del Pri como partido de Estado había dado origen a toda una estela de nociones y metáforas para interpretar los secretos de su continuidad autoritaria. Una de estas claves era

sin duda la de la máscara. Los rituales de contempla­ción crítica de ese dinosaurio empedernido, los in­térpretes más osados de ese misterio político deno­minado “nacionalismo revolucionario”, hechizados por el aliento de lo indescifrable y por la lógica pala­ciega de los secretos de la cuasi monarquía priísta, concentraban sus fuerzas ensayísticas en penetrar los secretos de ese equilibrio de poder despótico me­diante el desmontaje de sus caretas. Las máscaras del poder político del Pri causaban reacciones ambiguas y conductas uniformes: odios casi admirativos, apo­logías innecesarias de un “partidazo” que respalda­ba su legitimidad autoritaria con su omnipresencia, largos sexenios de una opacidad casi medieval, con­trol absoluto de los límites del lenguaje público en televisión y radio.

La máscara encubría también una paternidad es­quizofrénica con sus intérpretes y gobernados: las prácticas domésticas de la vida pública nacían de la simbiosis con la corrupción de Estado y la cultura política del abuso. Todas las desventuras de la nación estaban ya prefiguradas en el padre autoritario, cu­yos vicios y virtudes se repetían como una dulce pe­sadilla en cada uno de sus herederos.

¿Cuáles eran estas máscaras que terminaron sien­do el rostro mismo de toda una época? La máscara del Estado benefactor que había creado el mito de la corrupción generosa, aquella que robaba pero que “al menos” repartía algo del botín entre los goberna­dos; la máscara temible del represor, encarnada en la risa grotesca de Díaz Ordaz y en la matanza de Tla­telolco en 1968; la máscara de la “apertura demo­crática” como una manera de simular una transfor­mación política, guiada por Luis Echeverría y finalmente sepultada con la matanza del 10 de junio de 1971; la máscara neoliberal salinista que le pedía a esa otra máscara, la zapatista, un diálogo insólito entre enigmas, en 1994; la máscara de los mitos de la gobernabilidad autoritaria disfrazados de estabili­dad nacional, con toda la fuerza enunciativa de su encubrimiento literal: el tapado, el dedazo, el arri­

Gustavo ogarrio

Crónicade unarestauraciónbismo, la cargada, el hueso; en fin, la secrecía como política de Estado y como criterio de las lealtades verticales, morales y criminales, con sus eufemis­mos como la Unidad Nacional o el presidencialismo. La era de esplendor del Pri significaba la certeza ab­soluta de que estas “esencias” resguardaban el ver­dadero rostro de la nación.

Con una sociedad que celebraba la alternancia en la Presidencia en 2000, pero que al mismo tiempo se mantenía abrumada por el desgaste de la eternidad del poder político del Pri, el veloz fracaso de la tran­sición a la democracia tuvo como palanca una ex­tensión de ese juego de enigmas: la máscara de la agonía del dinosaurio como la clave para descifrar el futuro del país, hipotecado en las formas en que moriría el viejo Pri.

Después de perder la Presidencia y al refugiarse en el poder que todavía conservaba, el Pri administró su decadencia de manera atropellada pero siempre efectiva, conforme a sus propias leyes. Es evidente que el peso de su pasado lo mantuvo con vida, y no la fuerza de sus transformaciones democráticas. Las fuerzas de oposición al Pri heredaron de manera vi­rulenta los vicios del antiguo régimen, unificaron sus prácticas para inaugurar un pragmatismo polí­tico cargado de corrupción y de esterilidad demo­crática. Todo el poder de transformación que gana­ron como partidos gobernantes emergentes, de alguna manera lo fueron perdiendo al ensayar un lance suicida: vivir de la respiración del antiguo ré­gimen, al asimilar sus rasgos más autoritarios. Esto dio origen a una nueva época, con sus propias con­tradicciones y ambigüedades, que también posibi­litó el “regreso” del Pri: la era del gran espectáculo mediático de la crisis del sistema de partidos y de sus instituciones, el naufragio de la transición a la democracia.

¿Cuál fue la metamorfosis o el proceso de conservación y actualización que experimen­taron estas máscaras? ¿Es este sentido del ocultamiento lo que se encuentra detrás del deseo creciente de la sociedad mexica­na de descubrir, en la campaña presidencial, quién es el “verdadero” Pri, el “verdadero” Enrique Peña Nieto?

traNSPareNCia: eNtre SimuLaCro y eSPeCtáCuLo

Quizás la interpretación del poder político ya no se asume más como enigma, como un jero­glífico en movimiento que se le impone a la sociedad para que ésta descubra la verdadera naturaleza del sistema político y deje al descu­bierto sus entrañas, su funcionamiento y los rastros de sus abusos y crímenes. Quizás he­mos abandonado esa época de resignaciones en la que se preguntaba, con morbo autodidacta, “¿qué hay detrás del poder?”

La transparencia del poder es ahora una nue­va máscara. Los escándalos que genera la co­

rrupción ya no son rumores indecibles que se saben pero no se comentan o que simplemente generan movimientos en los gabinetes o la muerte prematura de alguna carrera política. Si antes el enigma de esas máscaras era la clave para interpretar al Estado y al sistema político en su conjunto, ahora la “transpa­rencia”, la visibilidad, es su signo. Una visibilidad que quizás está generando también nuevos modos de aceptación, por parte de la sociedad, de la domi­nación y del atropello de Estado.

No sólo la guerra de Calderón contra el crimen organizado es abierta, sin matices, maniquea; tam­bién es abierta la corrupción, los escándalos políti­cos que se suceden uno a uno sin respiro, que duran lo que tarda en montarse mediáticamente una nueva denuncia de corrupción. La política dominante es ahora este vértigo de bataholas que hace funcional su propia crisis. Un simulacro de transparencia. O, si se quiere, una “transparencia” cuyos acusadores mediáticos no problematizan su relación de interpre­tación con la trama profunda de los hechos, su situa­ción enunciativa; que solicita a micrófono abierto, por ejemplo, que ya no se transmitan las escenas te­rroríficas que deja la deshumanizadora guerra con­tra el crimen organizado y que, al mismo tiempo, impide la humanización de las víctimas mediante su escenificación melodramática.

¿Cómo se combinan este montaje de la transpa­rencia y los vestigios del enmascaramiento del Pri?

Digamos que esta nueva máscara de la transpa­rencia se define, ante todo, como espectáculo. Y es aquí donde el Pri –y por añadidura Enrique Peña Nieto– ha recargado su viejo pacto con la ideología del entretenimiento; con

LHernández, El nuevo PRI

El Fisgón, El anhelo

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10 de junio de 2012 • Número 901 • Jornada Semanal 7

Crónicade unarestauracióneNmaSCaraDaTelevisa, en particular, pero también con una parte importante de los grandes corporativos de la comu­nicación, los cuales se encargan de hacer “transpa­rente” el regreso del Pri a la Presidencia y del acora­zamiento melodramático de la campaña del mismo Peña Nieto. Un pacto que ya no es el juramento de lealtad del “soldado” priísta, al estilo de Emilio Az­cárraga Milmo, sino el pacto corporativo que me­lodramatiza abiertamente una campaña política. Amores felices para una época de desencuentros entre la ciudadanía y los herederos de la vieja clase priísta. Melodrama y transparencia son ahora las coordenadas para comprender que la puesta en es­cena de la crisis de los partidos funciona de manera parcial dentro de su enunciación directa. Esa denun­cia o crítica siempre lleva como límite de su transpa­rencia el encubrimiento de la corrupción tricolor y el olvido sistemático de su historia de crímenes de Es­tado. Hay en esta voluntad mediática de transpa­rencia una denuncia preferencial de ciertos actos de corrupción: la televisión edita al adversario y repite su pedazo de corrupción hasta el cansancio.

Dentro de esta paulatina “restauración” –desde 2009– del antiguo régimen, uno de los rasgos más importantes es el de una fuerte simbolización de las máscaras del viejo Pri, una reiteración de que es posible el regreso de un paraíso previo a la guerra contra el crimen organizado, en el que estas máscaras eran los signos de una época dorada de bienestar. Pero el enmascaramiento de la restauración tiene doble filo: también amenaza con volver la máscara de la jerarquía y de la represión, la carcajada del ré­gimen ante la estigmatización y la borradura olím­pica de los estudiantes muertos. Aparece con mayor fuerza para Peña Nieto el “fantasma” de Atenco, esa represión que no por casualidad fue directamente transmitida en vivo y en directo por las dos grandes televisoras privadas, uno de los primeros montajes de esa “transparencia” preferencial. Como sucedió a posteriori con las grandes represiones contemporá­neas de Estado, cuyo comienzo fue sin duda el ‘68, Atenco ahora está plenamente documentado en lo que se refiere a los abusos y violaciones por parte del gobierno del estado de México en su incursión arma­da, del cual era titular en ese entonces Peña Nieto.

¿Cómo pueden entenderse la fatídica mañana que Peña Nieto visitó la Universidad Iberoamericana, el rechazo y las consignas de estudiantes en su contra, así como el montaje de “apertura democrática” que después divulgaron tanto la campaña de Peña Nieto como muchos de los grandes corporativos de la co­municación? Si el control de medios fue una de las más feroces políticas de Estado del antiguo régi­men, ahora el control mediático de daños, su melo­dramatización como montaje de apertura democrá­tica, es acaso una de estas mutaciones que el Pri ha experimentado, tan parecida a una de sus antiguas máscaras pero que al mismo tiempo nos advierte so­bre cierta actualización de sus rasgos.

eL NueVo traJe DeL emPeraDor GatoParDo

Como un último juego de máscaras, ¿podríamos afir­mar que la misma idea de una restauración del an­tiguo régimen es la última de las máscaras del Pri y de Peña Nieto?

Toda máscara se mueve entre la simulación y la realidad; su capacidad para representar y transmitir una exageración de lo real, ya sea paródica o trágica, termina por confundir ambos planos. Y no es que las máscaras sustituyan al rostro “verdadero”, encubier­to; más bien la ficción de las máscaras se transforma en un atributo más del rostro oculto. A lo anterior se podría añadir lo que afirma Joseph Campbell en su magnífico estudio sobre las máscaras de Dios: “Por­que en la historia de nuestra especie, todavía joven, un profundo respeto por las formas heredadas ha tendido a suprimir la innovación.”

Si la sociedad se ríe de ella, la máscara retrocede y finge no haber escuchado esa carcajada, recibe los halagos con vehemencia distraída, con beneplácito solemne; si es objeto de críticas agudas o motivo de interpretaciones adversas, el rostro gira y cambia de máscara, en un juego demencial: se es y no se es al mismo tiempo, o se representan varios papeles y se escenifica la contradicción misma. Lo que queda de las máscaras es la transparencia de su confusión.

¿En el proceso de restauración del Pri han sido desterrados la obediencia partidista, la demagogia casi metafísica, el fraseo indescifrable que oculta las adversidades o el abierto gesto de represión o de censura? ¿Están ausentes el acorazamiento mediá­tico, las viejas alianzas corporativas que actualizan lealtades con poderes casi absolutos? En fin, a la vista está el paraíso que idealmente se está pensan­do desde la perspectiva de la restauración enmas­carada: que sea unánime otra vez el poder recupe­rado; que se instale de nuevo la eternidad y que el pasado de oprobio sea enterrado una y mil veces en editoriales generosos, en comentarios televisivos que desde el “mundo del espectáculo”, en hora­rios estelares, fiscalizan el color de la corbata de Peña Nieto para evitar que se mire de frente a las múltiples máscaras del Pri. La minuciosa operación política y mediática que significa hacer creíble y legítima esta nueva máscara. También crece la ex­pectativa de que la máscara se desvanezca y nos per­mita ver por fin el verdadero rostro del nuevo Pri y de Peña Nieto. Sin embargo, no debemos olvidar que una de las leyes básicas de la permanencia tri­color radica en una paradoja, en una vieja consigna política que está en el corazón de la época del “na­cionalismo revolucionario” y que ha sido, en los últimos años, su más acabado método de actualiza­ción: cambiar para seguir siendo el mismo •

Esta nueva máscara de la transparencia se define, ante todo, como espectáculo. Y es aquí donde el Pri –y por aña-didura Enrique Peña Nieto– ha recargado su viejo pacto con la ideo-logía del entretenimien-to; con Televisa.

Rocha, Descarada cargada

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alejandra Gómez Colorado

Los poetas

FerDoSí

Nació en 940, cerca de la ciudad de Tus, en el noroes­te de Irán. Abol­Ghasem Hassan ibn Ali Tusi obtu­vo su nombre de escritor durante su visita a la corte del sultán Mahmud Gaznavi, quien, complacido por su poesía, lo llamo Ferdosí, “hombre del paraíso”. Es el gran poeta nacional, creador de una de las gran­des epopeyas universales, el Shahnamé o Libro de los reyes, poesía épica en donde se relata la historia antigua de Irán.

Ferdosí creció en medio de las victorias de árabes y turcos sobre Irán; su país estaba en un proceso de arabización e islamización. El Shahnamé represen­tó un hito de resistencia nacional por la recupera­ción de la historia antigua de Irán, por la conser­vación de los valores morales y espir i tuales existentes antes del islam, y por la eliminación del vocabulario de origen árabe.

En el texto se advierte la gran confianza que tuvo en su obra; se propuso conservar y renovar su iden­tidad nacional, preservar el persa como lengua y fijar los modelos de la cultura e ideales iraníes. Ferdosí comenzó el Shahnamé en el año 980 y lo terminó en 1010. Murió diez años después en Tus, en donde se erige hoy su mausoleo.

He sufrido bastante en estos treinta años.He hecho revivir al iraní, con la lengua persa.Después de esto no moriré, pues estoy vivopor haber esparcido la semilla de la palabra.

En 60 mil versos, el Shahnamé narra la historia del antiguo Irán, desde el principio de la civilización hasta la derrota del imperio persa por los árabes. Gra­cias a este libro, el alma ancestral de Irán ha perma­necido vigente en la cultura popular durante más de mil años. Ha sido recitado en plazas públicas, algu­nos de sus pasajes se han representado en las pare­des de los cafés y en los palacios. Al conservarse lin­güísticamente vivo, sigue ejerciendo una enorme influencia como ejemplo poético y épico, pero tam­bién como documento de identidad del pueblo iraní.

Las construcciones prósperas se destruyencon la lluvia y los rayos del sol;yo he fundado un alto castillo de poesíaal que no dañarán ni el viento ni la lluvia.

Al cruzarnos con un hombre mayor que estaba sen­tado frente a las puertas de la ciudadela de Shiraz le preguntamos:

–¿Usted sabe quién escribió el Shahnamé?–¿No es usted iraní?–Sí soy iraní.

–Entonces, ¿cómo es que no sabes quién ha escrito el Shahnamé?...

–¿Usted suele leer el Shahnamé?–Sí, lo leo con mucha frecuencia.–¡Estupendo!–Si no leo el Shahnamé, me enfermo.–¡Vaya! ¿Se sabe algunos versos del Shahnamé de

memoria?–Sí... Ferdosí me gusta muchísimo. Él no era sólo

un poeta, era un sabio. Dice en un poema: “El andar de la bóveda celeste/ La rotación del sol y la luna// No son sólo un juego/ Tal universo no es pueril// En este universo no existe ni una partícula inútil/ Aun­que no veamos a quien mueve los hilos// Ni se puede salir de su dominio/ Ni se puede llegar a su origen…”

–¿A qué se dedica usted?–Soy un simple obrero. Alguna vez fui agricultor,

luego vine aquí para trabajar de obrero. Ahora estoy jubilado.

Un profesor de literatura que visitaba la tumba de Attar junto con algunos colegas nos dijo: “Dicen que un sabio egipcio contaba que la civilización egipcia desapareció porque no tuvo un Shahnamé ni un Fer­dosí que haya salvado su idioma y que es por esta razón que ahora el idioma oficial de Egipto es el ára­be, mientras que antes no lo era. En realidad, Ferdo­sí es el salvador de nuestro idioma.”

Los

Tal vez lo que más sorprende al viajero que se adentra en Irán sea descubrir cómo la poesía antigua está

vigente y vive en la voz de los ciudadanos: obreros, taxistas, profesionistas, políticos y artistas saben y recitan poemas que fueron acuñados a partir del año mil. Es práctica común de los iraníes visitar los mausoleos de los poetas para leer sus versos y rendirles homenaje; los poetas son considerados, además de sabios maestros, verdaderos héroes culturales y orgullo de la nación.

Se dice que el persa es la lengua de los mil poetas; sin duda lo es. Podríamos incluso decir que la poesía ha forjado la cultura persa. Es un factor de identidad que cruza grupos étnicos y clases sociales; refranes, dichos y anécdotas se desprenden de los textos de los poetas antiguos. De igual forma la música, la miniatura y la caligrafía siguen encon­trando en la poesía su fuente de inspiración.

Las fotografías y testimonios que integran este texto son resultado del proyecto de investigación La poesía como experiencia cotidiana en Irán, apoyado por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y el Museo Nacional de las Culturas. La primera etapa de este proyecto incluyó trabajo de campo en Irán entre noviembre de 2010 y enero de 2011. Alejandra Gómez Colorado, antropóloga; Irais Barreto Canales, internacionalista, y el fotógrafo iraní Ebrahim Khadem Bayat, recorrieron algunas ciudades de Irán en busca de testimonios que expresaran la contundencia de la cultura poética de ese país. En Teherán e Isfahán, se reunieron con académicos, artistas, estudiantes y religio­sos, mientras que en Tus, Shiraz y Nishapur visitaron los mausoleos de algunos de los principales poetas persas, realizando entrevistas entre los visitantes. Cabe decir que estos mausoleos son verdaderos complejos culturales y de esparcimiento, sus jardines están sonorizados con los versos del poeta que en ellos yace. Cuentan con cafetería, librería y algunos con bibliotecas especializadas.

Además de evidenciar la vigencia e importancia que la poesía persa tiene hasta el día de hoy, este proyecto busca también revertir los estereotipos que se han generado en torno a la cultura islámica y a los países de Oriente Medio a partir de la llamada “lucha contra el terrorismo”; busca­mos hacer evidente el refinamiento y sensibilidad de una cultura que ancla su identidad en el arte y la sabiduría milenarias. Se trata de un homenaje al genio y a la sensibili­dad y del alma de Irán.

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En esta página: dos vistas del mausoleo de Ferdosí

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omar Jayyam

Fue un gran matemático y astrónomo además de un consagrado poeta. Nació en 1048, en la ciudad de Nishapur, capital de las ciencias y las letras del siglo xii. Por su apellido se deduce que su padre pudo ser fabricante de jaimas (tiendas de campaña), sin em­bargo el joven Jayyam tuvo una educación sólida viajando por Bujara, Samarcanda e Isfahán.

Desarrolló la mayor parte de su trabajo bajo el pa­trocinio del sultán Maleksha Yalal al­Din, quien lo invitó en 1074 a crear un observatorio astronómico y a hacer reformas en el calendario solar. Sus observa­ciones dieron como resultado el calendario Yalalí, más preciso que el Gregoriano que se elaboraría cin­co siglos después. El factor desconocido de una ecua­ción (x) fue una aportación de Jayyam a las mate­máticas para resolver los problemas de álgebra.

Su producción literaria se compone de cuartetos, rubaiyat, en los que expresa su ignorancia ante los hechos de la naturaleza, su preocupación ante la fu­gacidad de la vida, la eternidad de la muerte y la in­significancia del ser humano ante el universo.

Esa caravana de la vida, ¡cómo pasa!Recibe el momento que pasa con alegría.Saguí: ¿por qué sufrir por el dolor que tendrán mañana los demás?Acércame la copa, que la noche está pasando.

Jayyam logró adaptar su pensamiento a las exigen­cias de la métrica con la precisión de un matemático y expresar un razonamiento profundo de forma bre­ve y con palabras sencillas. Murió en 1131 en Nisha­pur, donde se alza hoy su mausoleo.

Supón que se hayan cumplido todos tus deseos:¿Y después?Figúrate que has acabado tus días: ¿Y después?

Presume de que has sido feliz durante cien años:¿Y después?Imagina que te esperan otros cien años: ¿Y después?

En vida, Jayyam no publicó sus cuartetos, los leía a sus amigos más íntimos. Los Rubayyat son un trabajo que ha sido compilado por diversos autores, dando como resultado un gran número de colecciones que difieren entre sí. La más conocida y difundida es la traducción de Edward Fitzgerald, que contiene 158 cuartetos y fue publicada por primera vez en 1859 a partir de un manuscrito encontrado en la Biblioteca Bodleian en Oxford.

attar

No hay muchos datos sobre la vida de al-Din Muḥam-mad ibn Ibrahim Aṭṭar. Se sabe que nació hacia el año 1142 y que fue farmacéutico. Durante su juventud viajó a Egipto, Siria, Arabia, India y Asia Central pa­ra establecerse luego en Nishapur, al noroeste de Irán, en donde comenzó a recopilar versos y dichos de sufíes, místicos musulmanes.

Desde su infancia, Attar, alentado por su padre, estaba interesado en los sufíes y reconocía a sus san­tos como guías espirituales. Sus poesías exponen temas místicos, éticos y preceptos morales prácticos. Sus versos conllevan una experiencia espiritual en el lenguaje simbólico familiar del misticismo islámico clásico.

Su obra maestra es La conversación de los pája-ros, un poema alegórico que describe la búsqueda que emprenden los pájaros (los sufíes) de la mítica ave Simorg, a quien desean hacer su rey (Dios): “Si tu espíritu no es apto para ver al Simorg,/ no será tu corazón un espejo brillante, apto para reflejarlo.”

Cuando los mongoles invadieron Irán, muchos intelectuales emigraron hacia Anatolia. Se cuenta que en ese camino, el gran poeta Molaví, conocido en Occidente como Rumi, se encontró con Attar, quien le regaló un texto sobre la iluminación del alma en el mundo material. Este libro tendría una gran influencia en el joven Rumi y en su obra posterior. Attar permaneció en Nishapur, murió de forma violenta en la masacre que los mongoles infligieron sobre la ciudad en 1221: “Deja que se vea la cicatriz del corazón, porque por sus heridas se conoce a los hombres que están en el camino del amor.”

La única obra de Attar escrita en prosa es El memo-rial de los santos (Tadhkerat al-auliya). En el prefacio enlista las razones que lo llevaron a escribir esta obra: su preocupación ante el olvido de los dichos de los místicos y de sus comentarios del Corán y la Tradi­ción (sunna), así como de la forma de vida que lleva­ban. Cada capítulo está dedicado a algún maestro y

y su lengua de aves y de rosaspersas

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Fsigue

Fotos de Ebrahim Khadem Bayat. Arriba; mausoleo de Jayyam

Muchacho comprando el busto de Jayyam en su mausoleo

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cuenta con un análisis de biografías y comentarios que hacen de este material una fuente fundamental para el estudio de la tradición mística islámica: “Si un simple suspiro de amor llega a ese lugar llevará consigo el perfume del corazón. Ese sitio está consa­grado a la esencia del alma.”

De aquel grupo de maestros que visitaba la tum­ba de Attar, una mujer nos dijo: “A mí me encanta la poesía, tanto que en lugar de cantarle a mi niño can­ciones de cuna le leo poesías.”

Otro profesor recitó un poema de Saadí en el que hace referencia a Attar: “Mostraré a todo el mundo el arco de tu ceja/ quien vea la luna nueva la mostra­rá a todo el mundo./ El cielo tendrá que seguir to­lerando/ hasta que en el mundo una madre dé a luz a un hijo como tú, Attar.”

moLaVí-rumi

Es un poeta persa que, si bien no está enterrado en Irán, es imposible omitir, ya que la mayoría de nues­tros entrevistados hicieron referencia a sus versos y lo mencionaron como uno de sus favoritos.

Molaví nació en Balj, en 1207. Hijo de un eminen­te teólogo, siendo niño tuvo que escapar con su fa­milia de la invasión mongol; tras estancias en Bag­dad, Damasco y La Meca, se estableció en Konya, en la región de Anatolia, que en aquel entonces se de­signaba con el nombre de Rum, de ahí que a Molaví se le conozca como Yalal al­Din Rumi. También se le atribuyó el título de mawlana, “nuestro maestro”, ya que fundó en Konya la cofradía sufí de los mevlevíes (derviches giróvagos).

Se le considera el poeta místico más importante en lengua persa y uno de los principales del islam. Compuso los 45 mil versos del Mathnawi, La búsque-da mística, una verdadera enciclopedia en verso. El Mathnawi fue escrito en un género poético que lleva el mismo nombre. Tuvo su origen en el árabe, pero los persas lo desarrollaron con maestría a partir del siglo x, para luego influenciar fuertemente a la poesía turca. Los versos del Mathnawi riman de dos en dos y se considera que, con esta obra cumbre, Molaví lle­vó al género a su máxima expresión:

De nuevo me enloquecí de ilusiónDe tal manera que rompería cualquier ataduraSoy como el cielo, como la luna, como una vela encendida por tu fuegoSoy toda razón, todo corazón, toda alma, toda vida

Si estoy sin ti en los cielos, triste estoy como una nube oscuraSi estoy contigo encarcelado, es como si en un jardín estuviera.

Estaba muerto, reviví, era una lágrima, sonrisa me volvíLa fortuna del amor llegó y en fortuna eterna me convertíSoy luna por tu luz que sol eres, mírame a mí, mírate a tiPor tu risa, un jardín de flores risueñas me volví

No dejaré ir fácilmente la pena de tu amorNo dejaré al amigo hasta que me mueraDel amigo me ha quedado el dolor del recuerdoNo cambiaré ese dolor ni por mil remedios.

En su obra, Molaví describió el sufismo desde su pro­pia experiencia y expresó un amor universal. Musul­mán convencido, afirmó la validez de todas las re­ligiones. Murió en Konya, hoy Turquía, en 1273.

Cuando visitamos la tumba de Attar, el jardine­ro de aquel lugar, Seyed Mahdi Ghazi, se encon­traba regando y cuidando las flores mientras canta­ba una melodía preciosa. Cuando le preguntamos qué era aquello, nos respondió que era un verso de Molaví: “Si creces trigo de mis cenizas/ a partir de ese momento, el pan de trigo que cocines te embriaga­rá./ La masa y el panadero se volverán locos/ su horno recitará versos amorosos embriagantes./ No vengas a verme a mi sepulcro sin el daf (pandero)/ que no se debe estar triste en la fiesta de Dios./ Para olvidar tu dolor ponte la mortaja.”

SaaDí

Abu­Mohammad Mosleh al­Dinbin Abdallah Shira­zi, mejor conocido como Saadí, nació en Shiraz hacia 1210, durante una época marcada por la violencia. Por el oeste, el mundo musulmán fue invadido por los cruzados europeos y, por el este, por el ejército mongol de Gengis Khan. Los sucesores de este úl­timo invadieron Irán, destruyendo ciudades y ma­sacraron pueblos.

Saadí estudió teología en la Universidad de Bag­dad, una de las más prestigiosas de su tiempo. Tras sus estudios emprendió diversos viajes por el norte de África, la península arábiga y el este asiático; sus pasos lo llevaron también hasta India y Asia central.

Sus viajes duraron más de veinticinco años. Este bagaje de experiencias sirvió al poeta para redac­tar sus dos obras magnas: El Bustán o El jardín de las frutas, un poema épico y filosófico que expresa las vir­tudes musulmanas, publicado en 1257, y el Golestán o El jardín de rosas, una colección de prosas y poemas que documentan sus viajes, publicado en 1258: “Mientras estés atado a tu hogar y a tu comercio/ no podrás, oh tú que eres inmaduro,/ convertirte en un humano verdadero.”

Su conocimiento de diversas regiones y culturas lo llevó a generar un pensamiento humanista, como se advierte en este verso que se encuentra en la en­trada del edificio de las Naciones Unidas en Nueva York: “Todo hombre es como un hueso, siempre li­gado a otro./ Juntos, los miembros forman un solo cuerpo y tienen un mismo origen./ Si la vida causa dolor a un miembro,/ ninguno de los otros permane­cerá indiferente./ Si a ti no te provoca nada el dolor de los demás,/ no podremos llamarte ser humano.”

Saadi murió en 1293. Su tumba, junto con la de Hafez, son lugares emblemáticos y de visita obligada en la ciudad de Shiraz. “Cuando me miras, todo mi cuerpo se vuelve corazón,/ cuando te miro, todo mi co­razón se vuelve mirada.”

Hasta el día de hoy, el Golestán es un modelo para los hablantes del persa, quienes consideran a Saadí como el “maestro de la dicción” y el “mejor de los ora­dores”. En este texto Saadí hace uso magistral de sus conocimientos del Corán, al intercalar pequeños frag­mentos. Su faceta de consejero alterna con poemas reivindicativos de justicia para mostrarse devoto y re­ligioso a la vez que enemigo de la moralina y la falsa religiosidad. En el Golestán de Saadí, se muestran mu­chas facetas del poeta viajero y del mundo que lo ro­deaba. Hasta el día de hoy, los iraníes extraen morale­jas y dichos de esta obra para dar consejos sobre el buen comportamiento. Fue traducido al inglés por primera vez en 1609. Saadí dijo sobre su propio Go-lestán: “Una rosa sólo vive durante cinco o seis días,/ la alegría de mi jardín de rosas existe por siempre.”

El director del complejo cultural de Saadí dice que los días de primavera, los de mayor afluencia, el mausoleo recibe 15 mil visitantes diarios. El emplea­do de la librería comenta que durante esa temporada vende sesenta libros de Saadí y cuarenta de Hafez diariamente, número importante tomando en cuen­ta que la gente suele comprar los poemarios en la puerta de los mausoleos y no en la librería. Tres per­sonas en un grupo de amigos que se encontraban en la cafetería del mausoleo de Saadí nos comentaron:

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Mausoleo de Attar

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–Me llamo Shahrzad… He venido a Shiraz desde Teherán por motivos de trabajo. Y siempre que ven­go, visitar este mausoleo es obligatorio. Para mí, Shi­raz sin Hafez y sin Saadí carece de sentido. La poesía es una parte importante de mi vida.

–¿Suele leer poesía regularmente o depende de su estado de ánimo? Es decir ¿lee poemas profesional­mente o como un pasatiempo?

–No me lo tomo como algo profesional pero es parte de mi existencia…

–Yo soy Yasamán. También soy médico. Creo que la poesía está presente en todos los momentos de la vida de nosotros los iraníes. Sólo que de maneras y estilos diferentes. Puede que al ser mayores, la poe­sía que nos gusta sea también más madura. Es decir el estilo de poesía que nos gusta cambia según nues­tro estado del alma.

–¿Creen que la poesía podría ser una buena carac­terística para describir el alma iraní?

–Creo que la poesía, igual que la música, es una parte importante del alma iraní. Puede que esto se deba a que nuestros antepasados difundían el amor, la delicadeza, la pureza y la amistad, y a que el rastro de todo eso se ha quedado en nosotros, aunque nos parezca que cada vez es más borroso, nunca se bo­rra. Puede que algunas veces se empalidezca, como la llama de una vela que puede debilitarse, pero nun­ca se apaga.

–Me llamo Mohammad, vivo en Teherán y soy in­geniero. Suelo leer mucha poesía, pero nunca inten­to memorizar los versos. Creo que la poesía es muy espontánea, es decir, dependiendo del ambiente en el que uno se encuentre, inconscientemente, le vie­

nen poemas a la mente… Por ejemplo, hoy mismo, al entrar en el mausoleo de Saadí, sin pensarlo, de re­pente me acordé de algunos de sus poemas… creo que lo mismo le pasa a todos los iraníes… no es algo que de­bamos memorizar forzosamente para que se convier­ta en nuestra cultura: ya lo es.

HaFez

Shams al­Din Muhammad Shirazi, nace en Shiraz, al sur de Irán en 1315 y muere en la misma ciudad en 1389. Su padre murió cuando él era pequeño, pero a pesar de las dificultades económicas su madre logró darle una buena educación. Aprendió de memoria el Corán, razón por la cual recibe el nombre de Hafez, que significa “el que preserva el libro sagrado”. Tra­bajó como copista y más tarde fue profesor de estu­dios coránicos en la Universidad de Shiraz.

Vivió una época turbulenta durante las invasio­nes de Gengis Kan y Tamerlán. Los constantes cam­bios políticos lo llevaron a autoexiliarse en Isfahán. En esta etapa de su vida Hafez permeó su poesía de espiritualidad y melancolía: “De un horizonte a otro existen ejércitos de tiranía,/ pero desde la eternidad hasta la perpetuidad existe la oportunidad para el derviche.”

Hafez es sin duda el poeta persa más popular. No hay hogar en el que no se encuentre su Diván, compi­lación de poemas, mismo que ha adquirido un lugar muy especial entre los iraníes, pues recurren a él pa­ra hacer consultas sobre el futuro o encontrar solu­ciones a los dilemas del presente. Hasta la fecha es uno de los libros mas vendidos en Irán, se le encuen­tra en ediciones de lujo y de bolsillo para llevarlo en los viajes. La temática de estos versos se divide en tres: aquellos que celebran el amor, el vino y el goce de los placeres mundanos; aquellos de contenido místico y los que fueron dedicados a los benefactores y mecenas de Hafez. “Todo aquel en cuya mente pe­sa la pena de un amor/ es como granos de incienso puesto al fuego en un dulce quehacer.”

El poeta alemán Goethe se refirió a él de esta for­ma: “¡Oh Hafez! Tus palabras son grandes como la eternidad, pues no tienen ni principio ni fin.”

En el mausoleo de Hafez conversamos con algunas chicas:

–¿Podrían contarnos por qué están aquí?–Es viernes por la tarde y aquí es Shiraz. ¿Qué

lugar mejor que Hafezieh (Mausoleo de Hafez) para pasar un viernes por la noche?

–¿Suele venir mucho por aquí?–No mucho, algunas veces. –¿Y usted?–Sí, vengo con mucha frecuencia. –¿También consulta a Hafez para pedirle pre­

sagios?–Así es. –¿Y cree en eso?–Sí. Depende de lo que siento. Siempre que se lo

pregunto con fe, me da buenas respuestas al instante. –¿Y usted?–Claro que creo en ello, aunque no le consulto

mucho.–¿Leen otros versos además de los de Hafez?

–Sí.–¿Cuáles?–Los Ghazalyat-e-Shams de Molaví y mucha poesía

contemporánea. –¿Cuándo fue la última vez que consultó a Hafez

para pedir un presagio?–Hace unos minutos.–¿Fue bueno el presagio?–Sí.–¿Y usted?–También hace unos minutos.–¿Y la respuesta qué tal?–Muy buena. Nunca te deja sin respuestas… –¿Quiénes son sus poetas favoritos?–Me gustan mucho Hafez, Ahmad Shamlú y

Mehdí Ajaván Sales.–Entonces lee tanto a los poetas clásicos como a

los contemporáneos.–Sí, así es. –¿Con qué frecuencia suele leer poesía?–A Shamlú y a Ajaván Sales les leo dependiendo

de mi estado de ánimo, pero a Hafez cada domingo por la noche.

–¿Y por qué?–Porque nos han enseñado nuestros antepasados

que los domingos por la noche son las noches de Ha­fez. Y que es muy oportuno pedir un deseo y consul­tar a Hafez al respecto.

En Teherán realizamos una entrevista a la arquitecta Afarín Neysarí, dueña de la galería de arte Aún. Da­do que el nombre de su galería retoma un concepto utilizado por Hafez para expresar sentido, fuerza y sustancia. Lo que nos comentó condensa el sentir de muchos iraníes:

–Es muy interesante: la tía de mi marido, una mu­jer de unos noventa y tres años, cada vez que vamos a visitarle, después de un rato, pide que alguien re­cite un poema. Bueno, ella es la mejor en eso y es la que empieza y sigue recitando poesía durante un largo rato, como unos treinta minutos. Recita a Ha­fez, Molaví, Ferdusí, etcétera, y es verdaderamente impresionante.

–Su marido nos comentaba que su tía es mazdeista*–Sí, así es. –Entonces, ¿eso significa que en la cultura iraní,

independientemente de los antecedentes religiosos y culturales, la poesía pertenece a todos?

–Exactamente. Es más bien una cuestión nacional, y no étnica o religiosa…

–¿Cree que la poesía es de alguna manera cosa de todos los iraníes?

–Sí, la poesía está presente en nuestra vida coti­diana. Por ejemplo, siempre que queremos explicar algo muy bien o darle un valor especial, citamos un poema. También los enamorados siempre se escri­ben poesía, así que la poesía es muy importante pa­ra nosotros •

* El mazdeísmo es una religión de origen iranio, la pre­dominante en Persia antes de la conquista islámica. En Irán existe una comunidad mazdeista muy importante.

traduCCión de VerSoS y teStimonioS de irma naVabi SHekuFe moHammadi taHereH arabSaeedi

Muchachas en el mausoleo de Saadí

Vista nocturna del mausoleo de Hafez

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AVerónica Murguía

10 de junio de 2012 • Número 901 • Jornada Semanalarte y pensamiento ........

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Vasko Popa

Dos versiones de Medea

Medea, sacerdotisa de la oscura diosa Hécate, era, según la mitolo-gía griega, la hija del rey Etes de Colquis y la ninfa Idía. Era una maga poderosísima, cruel. Séneca, en su tragedia, la muestra como una fiera despechada, sabia y malvada, llena de horrendos recursos pa-ra hacer todo lo que deseaba.

Apolonio la representó en Las argonáuticas venciendo al titán de bronce Talos, quien no permitía que los argonautas atracaran en Creta. Nos la muestra con el manto púrpura cubriéndole las mejillas, tomada de la mano de Jasón, los dos de pie sobre un barquito que se balanceaba violentamente sobre las olas. Imagino a la bruja pá-lida y decidida, murmurando las maldiciones que habrían de acabar con el titán. En cambio, a Jasón lo imagino tembloroso, con un hilo de sudor bajando de la sien al cuello y mirando de reojo a su mujer. La literatura me hace pensar que le tenía miedo y por eso dejó de amarla, aunque no le temía lo suficiente para reprimirse a la hora de abandonarla.

Como sabemos, Medea mató a sus propios hijos para vengarse de Jasón, pues el argonauta era inconstante. Se prometió con la bella y joven Glauce, mientras estaba todavía casado con la bruja.

Eurípides, en su tragedia, estrenada en ocasión de unas Olimpia-das en el año 431 ac ( no puedo resistir y debo abrir un paréntesis: ¿no es una maravilla que sepamos esto? ¿Que hayan llegado hasta nosotros estas antiguas noticias de concursos de teatro y compe-tencias deportivas del siglo v antes de Cristo?), confiere al persona-je una gran complejidad emocional. Para Eurípides, Medea es una mujer a la que el amor mal correspondido y la soberbia empujan al peor de los crímenes: a matar a sus hijos. Ese crimen, entre todos los que Medea cometió –la incitación a asesinar a su suegro, la muer-te de Talos, el envenenamiento de la pobre Glauce, a la que se le

cayó la carne de los huesos en la fiesta de su boda–, es el que nos horripila más. Porque es el crimen contra natura verda-dero, al que se oponen tanto la biología como las leyes.

A lo largo de la historia, ese crimen se ha visto asociado a la magia negra y a la más horrible perversidad. Los romanos lo atribuyeron a los cristianos, pues al-gunos, como Frontón, el tutor de Marco Aurelio, entendieron literalmente el to-mar y comer del cuerpo de Cristo. Luego, los cristianos se lo imputaron a los ju-díos y a los herejes. Podrían ser valden-ses, bogomilos, cátaros, patarinos. Si eran malos, mataban niños. Una de las preguntas fundamentales en los ma-nuales inquisitorios de la Edad Media y el Renacimiento era, precisamente, esa: los brujos, ¿llevaban a niños al aquela-rre? ¿Eran suyos? ¿Qué les hacían?

Muchas veces los acusados eran ino-centes. Otras, los únicos inocentes eran los niños sacrificados. En estos días mexicanos, a los que justamente podría-mos calificar de convulsos, dos inciden-tes sangrientos han llamado la aten-ción, a pesar de que a diario leemos cosas horribles.

En cosa de unos meses, dos madres, una en Hermosillo, Sonora, y otra en Ciu-dad Nezahualcóyotl, en el estado de Mé-xico, mataron o mutilaron a sus hijos, inmersas, cada una, en una locura dis-tinta. Una, devota del culto brutal de la Santa Muerte, mató a su hijo de diez años, a otro niño de la misma edad y a una mujer de cuarenta y cuatro años, para pedir favores materiales, “influen-cias” y protección. La otra cegó a su niño de cinco, porque el pobre no ce-rró los ojos para orar durante un ritual religioso que tenía la finalidad de “sal-var al mundo”.

Una deseaba bienes materiales y congraciarse con una deidad esperpén-tica y cruel; la otra, en una versión retor-cida del sacrificio que Jehová exigió de Abraham y que el ángel detuvo, quería posponer el fin de los tiempos.

Ambas criminales influyeron en el ánimo de sus familias; las dos tuvieron como cómplices a los tíos de las vícti-mas. Los niños fueron destruidos o mu-tilados, obviamente, en balde. La ma-dre sonorense está presa, a pesar de sus tratos sobrenaturales. No obtuvo las “influencias” que pidió, como no las han obtenido ninguno de los magos negros que en este mundo han sido. La otra ce-gó al niño de gratis, pues aquí seguimos y no gracias a ella.

Al verlas, demenciales y confusas, dignas de una piedad que no puedo sentir, lo único que me queda claro es que la falta de educación y el fanatis-mo religioso crean monstruos. Pero a diferencia de Medea, no es el despe-cho lo que las impulsa: son la ignoran-cia, el miedo y la ambición •

Consejos para presentar un libro

Sucede que suena el teléfono y es para invitarte a participar en una presentación de libro. Sí, resulta que eres cuate del autor, o fuiste su maestro en alguna época, cuando le auguraste un brillante porvenir en las letras; o supuestamente eres entendido en la materia.

De una manera u otra, el autor está convencido de que te hace un favor, rechazar su invitación te asegura un enemigo jurado de por vida... ni modo. Y bien, con anticipación el autor te envía un ejemplar de su libro, lo lees y necesariamente tu juicio oscilará entre dos extremos: “¡magnífico!” y “¡horroroso!” pasando por un “no está mal”. En los dos últimos casos es aconsejable reservarse los propios juicios. Pues, bien visto, ¿a santo de qué entrar a juzgar si el libro es bueno o malo, si ha sido escrito con la cabeza o con las patas? Hay manera de salir del paso sin calificar, sin comprometer un juicio.

Mi consejo es limitarse a una recreación del texto. Me explico: si se trata de narrativa o poemas, puedes seguir al autor a los cielos de la fantasía, dando cuenta de las imágenes suscitadas por tan esti-mulante lectura. Si se trata de ensayos, puedes descender con el autor a los profundos interrogantes del ser. Una frase como “nunca había visto un libro así” no te compromete y el auditorio, más que la ironía encubierta, retendrá la excepcionalidad manifiesta. Y lue-go están tiempo y alteridad, lo uno en lo otro y lo otro en lo uno, muerte, nostalgia, el no ser de las cosas, soledad, hombre lúdico e interactivo, postmodernidad, imaginario, alienado, multimedia y multimercadeo, identidad, incomunicación; ah, no, ésta ya pasó de moda. En fin, no faltan referentes de los cuales echar mano.

Conviene a estas alturas asociar al autor con ilustres predeceso-res en las letras. ¿Quién podría negar que está bajo la influencia de Rulfo, de Vallejo o de Joyce? ¡Aguas! Se trata de dignas filiaciones y no que el autor se los haya fusilado. Altamente recomendable es

traer a colación a un escritor descubier-to no hace tanto. Por ejemplo, si se trata de poesía, Vasko Popa. Ignorado por años, circula entre nosotros gracias a Octavio Paz y ha sido objeto de estudios y ediciones críticas. Además ¡escribe en idioma serbocroata! Con las guerras desatadas entre las nacionalidades y etnias de la exYugoslavia, su mención todavía es oportuna.

Si se leen unos versos del autor pre-sentado junto a otros de Vasko Popa, el efecto es increíble. Desde los más dor-midos entre el público, hasta los más despiertos, se confunden, ya nadie sabe quién es quién: si el autor presentado o el tomado como referente. Han sido co-locados a la par; uno es famoso, el otro no tardará en serlo. Y tú, presenta-dor, no has tenido necesidad de arries-gar juicio alguno ni eres responsable de la mala comprensión del auditorio.

Otra variante vine a aprender hace poco. Se trata de introducir una con-ferencia en la presentación, así nada tenga que ver. Sí, una conferencia pro-pia, para tu lucimiento personal, que por cierto no estaba programada. ¿De qué tema? No importa, tú arrancas bien lejos en la Historia, por ejemplo, la Edad Media. Allí, explicas, prima-ba la conciencia colectiva bajo el manto de religiosidad. Después, con el Re-nacimiento, la Reforma, la Revolución industrial y la Revolución francesa, el individuo se hizo su lugar. Pero lo perdió con el advenimiento del co-munismo, otra vez entró a dominar la conciencia colectiva, esta vez bajo manto político. A su caída, el hombre recupera su individualidad, su rol pro-tagónico. Así, con ese diástole-sístole de la Historia, has demostrado tu sa-piencia. ¡Cubriste los siglos! ¿Qué tie-

ne que ver eso con el libro presentado? Nada y todo–y así concluyes tu confe-rencia: con el hombre libre de ataduras y responsable de su destino, culmina el decurso histórico y la obra de nuestro autor. No, me rectifico: ...culmina el de-curso histórico “donde se inscribe” la obra de nuestro autor. Claro, no convie-ne exagerar. Y te has echado tu propio rollo erudito a costa del presentado, sin que pueda reclamar nada pues tu con-ferencia remató a favor suyo.

¿No que ibas a salir del paso sin com-prometer un juicio? Bueno, uno solito, y ya sabes, “uno es ninguno”, unito de des-pedida nomás, como dejando un buen recuerdo para que te vuelvan a invitar •

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[email protected] Arreola Luis Tovar

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........ arte y pensamientoJornada Semanal • Número 901 • 10 de junio de 2012

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[email protected] Arreola Luis Tovar

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Don Fallo

Se reseñan discos gratis

La cantidad de discos que hoy nos llegan para su reseña va en com-prensible disminución. Cada vez son menos los objetos tangibles y más los sujetos digitales, los links, las ligas que nos ofrecen. Una de las diferencias entre ambos caminos, empero, es que quienes pro-ducen un cuerpo con sustancia suelen hacer más cosas para darle vida, pues de otra forma se queda ocupando espacio en un ropero, y su olvido pesa y se llena de telarañas. Mientras, la mayoría de los autores de lo invisible se conforman con anunciarlo en las redes a la pasiva espera del pez que lo “descargue”, pues no ocupa metros cuadrados de almacenaje. Dicho esto, los discos que comenta-mos hoy responden a autores de la primera especie: Ari Brickman, Fallo Figueroa, Guillermo Zapata, Marcos Miranda y Andrés de Ro-bina. Todos nos hicieron llegar discos con peso específico, buscan-do eco; algo que ya ni los sellos discográficos más grandes hacen.

Ari Brickman/ Escapar. Qué bien se desliza en los oídos. “Tus pier-nas me abrazan” y “En el centro de mi corazón”, temas iniciales, con-firman algo que Brickman viene mostrando hace muchos ayeres, cuando hacía de las suyas en Niños Héroes y Siconauta. Esto: siem-pre se pueden lograr ángulos de interés y experimento aunque el sentido general de un proyecto apueste por sonidos acústicos y un lenguaje pop. Grabado, mezclado y masterizado con la ayuda de Luis Ernesto Martínez, Rodrigo Jiménez, Eduardo del Águila y Cor-nelius Walraven, Escapar es un álbum que da continuidad a su pri-mer trabajo como solista, Todo este querer (el arte de ambos corre a cargo de Misha Seidel), pero aumenta su reto en términos de arre-glo y dotación pues a su fiel compañero, el fino contrabajista Juan Cristóbal Pérez Grobet, se suman las baterías de Juan Carlos Nove-lo y los violines de Noemí Brickman. Ari continúa responsabilizán-dose de las guitarras, teclados, trompetas y programaciones, ade-

más, claro está, de las composiciones, voces e inteligentes letras. En resumen, Brickman es un cantautor vitaminado cuyas ideas sobreviven desde su esta-do más elemental, y ello es prueba de calidad.

Don Fallo Figueroa/ Son jarocho, nuevo son. Llegado a la oficina de nues-tra redacción, éste es de los que emo-cionan por una simple razón: no es fácil hallar piezas nuevas en la tradición veracruzana, composiciones que sepan respetar al género y que al mismo tiem-po lo sofistiquen. Contrabajista y líder del conjunto Siquisirí, don Fallo se ha distinguido por introducir instrumen-tos atípicos al flujo jarocho, pero tam-bién por añadir puentes, arreglos, pro-g r e s i o n e s y a r m o n i z a c i o n e s q u e refresquen al pregón. Las voces mis-mas flotan de manera distinta junto a improvisaciones de requinto y jarana cercanas al blues, el flamenco y el jazz. Si bien es cierto que la grabación y la mez-cla pudieron ser mejores, el valor de su discurso gana y pinta sonrisas en la cara. También de su autoría se puede buscar Sin palabras.

Guillermo Zapata/ Bajo la ropa. De este disco se pueden aplaudir varias co-sas, empezando por su nota introducto-ria. Escrita por Hernán Bravo Varela, en ella encontramos acertadísimas ideas respecto a la obra de quien con éste lle-ga a seis discos; un hombre que sabe desarrollar a contracorriente los géne-ros más deshonrados por la industria, desde la inteligencia literaria (cuatro de los nueve temas fueron escritos junto al enorme poeta Francisco Hernández), la buena producción sonora y una solven-te técnica interpretativa. Salsa, bolero y son se intercambian la ropa en un traba-jo que esperó cinco años para ver la luz,

y que celebramos. Juzgue el lector estos versos, e imagínelos bailando: “El astille-ro se quema/ cuando la vida no zarpa./ Aquí te dejo un poema/ entreverado en el arpa./ Suene pues el son medido,/ en tarimas de castaño./ Si me mandas al olvido/ primero en tu sed me baño.”

M i r a n d a y D e R o b i n a / I m p r o v i -s a ción, experimentación y electroacús-tica . Es un álbum que cumple cabal-mente con la promesa de su título pues, aunque son muchos los timbres que se cruzan en su aire, han sido sumados en dotaciones que cumplen un raro y va-lioso diálogo. Flautas, saxofones, man-gueras, juguetes, botellas de plástico, arpas de boca, kalimbas y salterios, en-tre varios instrumentos más, bailan en dúos o tríos sabiamente equilibrados por un juego que pocas veces abusa de la claridad –u oscuridad– hallada. Mi-randa, en solitario o en la Sociedad Acús-tica de Capital Variable, ha sido una de las mentes más innovadoras del discur-so experimental mexicano. De Robina, por su lado, se ha involucrado en distin-tos conjuntos de vanguardia y fundó el sello Cero Records en donde editó Reflexión alternativa del son jarocho. Jun-tos, apoyados por el músico invitado Alejandro Cayetano, ofrecen un capri-cho a dos lados (a y b) con catorce dispa-ros que oscilan entre los 100 y los 600 segundos, y que sí, se disfruta más con audífonos, pues la labor de mezcla es un ingrediente fundamental •

De las palabras a los hechos

A los 49, a los 132 y a los más de 60 mil

El hecho de que haya nacido en 1977 y, por ende, contar a la fecha con treinta y cuatro, máximo treinta y cinco años de edad, impiden ubicar a Kyzza Terrazas en una franja generacional –grosso modo, los nacidos en los años sesenta– diríase obvia para que un miembro de la misma tenga ciertas preocupaciones y aborde ciertos temas pero, sobre todo, desde ciertas perspectivas específicas, y no ha de ser extraño que, a raíz de lo anterior, experimente la rara sensación de haber llegado involuntariamente tarde. Al mismo tiempo, al-guien como Terrazas quizá deplore, así sea sólo en su fuero interno, que no esté siendo la suya sino la siguiente generación –a la cual se suma la posterior a ésta–, la que con sus palabras, y más destacada-mente con sus actos, está asumiendo un rol no sólo protagónico sino, por lo que hasta el momento puede ser ponderado, fundamen-tal en la vida política y social de este país.

El hecho de que así sea no es óbice, como por ejemplo hace cons-tar El lenguaje de los machetes (2011), para que los nacidos en la dé-cada de los años setenta hagan saber que ellos también; ¿qué? Varias cosas: que también tienen algo, mucho por decir; que al igual que sus predecesores generacionales, conocen la historia de su país; que como sus sucesores, no querrán llegar únicamente a los meandros de la palabra y tendrán el valor de acceder a la planicie de los actos; que, similar a éstos y aquéllos, son conscientes de que su presente y su futuro están siendo víctimas de la inoperancia, la negligencia, la ineptitud, la venalidad, el cinismo, la caradura, la mendacidad, la hipocresía, la sordera, el oportunismo, el gatopar-dismo, la deshonestidad, la corrupción, la ostentación, el derroche, la criminalidad, la represión, la impunidad –y ponga usted aquí el

interminable etcétera que de seguro está pensando–, con la que un puñado de impresen-tables toma decisiones, ejer-ce presupuestos y ocupa car-gos, en todo lo cual fracasa estrepitosamente y con con-secuencias funestas para la so-ciedad a la que primero dijo querer “servir”.

El hecho central que se cuen-ta en la ópera prima de Terrazas puede resumirse así: érase una pareja de jóvenes, muy politizada y con-testataria que, como consecuencia de la indisoluble mezcla de lo personal y lo colectivo, un día decide llevar a cabo un acto de los denominados “terroristas”, mismo que, también a causa de esa inextricable unión entre lo colectivo y lo personal, a fin de cuentas no se rea-liza. Que un setentero, como Terrazas –guionista de su propio filme–, postule lo que se ve en su ópera prima como deto-nador de soluciones o respuestas al in-sostenible estado de las cosas, habla en primera instancia de hartazgo y exas-peración: que todo vuele, que todo es-talle en pedazos, quizá como necesario preámbulo para comenzar de nuevo. Sin embargo, el terrorismus interruptus con el que culmina la trama dice que, a estas alturas de nuestra historia, no son esos métodos, ni cualesquiera otros que se le parezcan, los que pueden con-ducirnos a un escenario colectivo lumi-noso o, ya de perdida, menos turbio que éste en el que nos encontramos.

La palabra, el lenguaje: el de los ma-chetes del que habla el título de la cinta, en alusión directa a los hechos que tu-vieron lugar en San Mateo Atenco (¿al-guien lo ignora o lo ha olvidado?: la re-presión sangrienta de manifestantes y

la violación a mujeres a manos de po-licías, entre otras muestras de barbarie; todo justificado, y en su propia voz, co-mo el “uso legítimo de la fuerza del Esta-do” por un tal Enrique Peña Nieto, enton-ces gobernador del estado de México). El lenguaje, la palabra en su eternamen-te doble posibilidad: la de acercar o se-parar, esclarecer u obscurecer, mentir o decir verdad. La palabra, El lenguaje de los machetes como último recurso frente a la cerrazón, la redonda indisposición para el diálogo de quien se niega a ser interlocutor de sus gobernados, bien sea porque supone que “acceder” a ello ami-nora su poder, bien sea porque acusa una total incapacidad para la generación del discurso y, con él, de las ideas.

Estrenada más de medio año des-pués de haber hecho la usual ruta festi-valera propia de una cinta de sus carac-terísticas, El lenguaje de los machetes cayó en cartelera en un momento inme-jorable, de cara a los ya muy cercanos comicios presidenciales. Lástima la pé-sima difusión, el seguro trato miserable que se le dará mediáticamente y, para rematar, la presencia en cartelera de bodriazos como esa estolidez llamada Hombres de negro en su tercera y muy aburrida entrega •

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Felipe Garrido

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10 de junio de 2012 • Número 901 • Jornada Semanal

Rodolfo AlonsoGALERÍA

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El Leches

Quince hermanos fuimos. Cinco de padre y madre: Antonieta,

Cruz, Pedro Julián, Rosa –que soy yo– y Nicanor. Los otros diez

fueron de las otras cuatro señoras que tenía. Siempre lo supimos.

Todos llegaron a su velorio. Eran idénticos a nosotros; no había

manera de negarlo. La más chica de sus mujeres tenía mi edad;

traía en brazos una niña que se llamaba Rosa, como yo. Mi padre

pensaba que podía tener todas las mujeres y todos los hijos que

pudiera mantener. Y nadie le dijo que no podía. Nunca descuidó

a nadie. Ni como padre ni como hombre. Locas las traía. Mi madre,

a veces, cuando la hacíamos renegar, nos echaba en cara que si

lo aguantaba era sólo por nosotros; pero cuando supo que el

Leches –así le decían, no sé por qué– había muerto se pasó tres

días gritando, llorando, arrancándose los cabellos. Pinche Le-

ches, le decía, pues qué, ¿no ves que me dejaste sola? Me dio

coraje verla moquear. Pues qué, ¿no lo había soportado sólo por

nosotros? •

Los objetos de esta casa

Pensaba en los objetos que se quedan cuando uno se va a un largo

viaje: el jarrón sobre la mesa del comedor, la cuchara olvidada en

el fregadero, una almohada, la lámpara del escritorio, incluso el

libro de Montaigne abierto por el medio. Uno se va y todos ellos

se quedan ahí, abandonados a su suerte y, a veces, sólo bajo el

amparo de una noche sin estrellas. Pensaba si, en algún momento,

también extrañarán no hacer la función que antes cumplían, tan

ritualmente, o si, acaso, se preguntarán por el destino de los habi-

tantes de la casa, o tal vez por otros objetos que solían rozar cuan-

do realizaban su labor (como lo hacen el tenedor y el cuchillo), el

aroma de la comida o la música antes del anochecer. Me resisto a

pensar que no pueden sentir nada, que están más muertos que

nuestros muertos. Y tanto o más olvidados que ellos. ¿De verdad

no seguirán su vida normal a nuestras espaldas?, ¿de verdad no se

agitará su respiración ante el peligro inminente? Me gustaría vi-

gilarlos desde un rincón de la dura sombra. Estoy seguro, no sé por

qué, que me llevaría una sorpresa •

Vida y pasión de Alfonsina Storni (1892-1938)

Los aniversarios solían prestarse a grandilocuencia y extro-versiones. Quizás eso hubiera ocurrido precisamente en sus tiempos. Pero hoy, recordar los 120 años del naci-miento de la famosa poeta argentina Alfonsina Storni (1892-1938), sin duda debería encarar otras aristas, otras perspectivas. “El gusto es el contexto”, dijo Susan Sontag, ya hace varias décadas, “y el contexto ha cambiado.”

La trayectoria vital de Alfonsina Storni, esa mujer tan valiente como sensible parece marcada, a la vez, por su propio destino y por el ambiente sociocultural en que le tocó desarrollarse. Una época en la cual por ejemplo la poesía (cosa que hoy no deja de asombrarnos) consti-tuía un ámbito de trascendente resonancia para el medio, y donde el papel de la mujer era en todos los dominios, pero también en ése, injustamente subordinado por la preponderancia masculina que, como todo poder om-nímodo, discrecional y que no se imagina cuestionable, se ejercía sobre los pies de barro de la hipocresía y el cinismo.

A lo cual no podía dejar de añadirse, para una perspec-tiva menos simplista, raigal e ineludible –entonces como ahora– la bien llamada cuestión social. Perteneciente por su origen a una clase media centroeuropea generalmen-te activa y próspera, al parecer una debilidad paterna (la contracara del mito machista) vino a descolocar econó-micamente a su familia. Y así tuvo Alfonsina que depen-der toda su vida del trabajo personal, cosa que hizo con notable entereza y dignidad. Las mismas virtudes que llevó a su propia existencia que, muchas veces con una animosa sonrisa y contra viento y marea, supo encarar sin destruirse, por convicciones propias y sin someterse a los prejuicios de su tiempo, asumiéndose noblemente desde muy joven como madre soltera: “Yo soy como la loba. / Que-bré con el rebaño / y me fui a la montaña / fatigada de llano.”

esta personalidad precisa y entrañable se nos impone in-eludiblemente. Hay aquí, como ya me ha tocado aludir en otras ocasiones, algo así como un aura que envuelve de au-téntico lirismo a formas que, acaso, de otro modo no hubie-ran sobrevivido al paso del tiempo.

A todo lo cual su trágico suicidio, la prueba suprema, quizás nunca como en esta ocasión tan justicieramente con-vertida en mito, pero que también po-dría hacernos pensar más a fondo sobre qué arrastró a tantas personalidades argentinas significativas a semejante decisión, viene a dar algo así como la de-finitiva garantía de honestidad. La mis-ma que supo ser reconocida, casi em-páticamente, como una evidencia, más allá de la mortal retórica y el vacío de la mal llamada vida literaria (aunque en su tiempo todavía menos innoble que la nuestra), sobre todo por sus lectoras femeninas, de entonces y de ahora. Aunque no le falten ya a esta altura, co-mo empezó a ocurrirle en vida con memorables amistades (nada menos que Horacio Quiroga o José Ingenieros, entre otros), comprensibles admirado-res masculinos.

Y es que merece ser tratada sin con-cesiones y sin demagogia, superando estereotipos y sentimentalismos, con la misma sobriedad y el mismo empuje con que la propia Storni (como la lla-maba, de colega a colega, el gran autor

de Cuentos de la selva) sin duda prefería ser tratada: “Yo soy como la loba, ando sola y me río/ del rebaño. El sustento me lo gano y es mío/ dondequiera que sea, que yo tengo una mano/ que sabe trabajar y un cerebro que es sano” •

A la vez, una temprana vocación que la acompañó toda su vida, la convirtió (a fuerza de trabajo y por derecho pro-pio) en una de las primeras mujeres que supo ocupar, más que dignamente, su lugar en otro ámbito entonces tam-bién dominado por los hombres. Pre-feminista entonces,

pero también de algún modo proto-socialista, y al mismo tiempo autora de una poesía íntimamente relacionada con los avatares y trajines de su acontecer y de su espíritu, no es siempre por su originalidad estrictamente literaria que

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Jorge [email protected]

Twitter: @JorgeMoch

....... arte y pensamientoJornada Semanal • Número 901 • 10 de junio de 2012

Miguel Ángel Quemain

[email protected] OTRA ESCENA

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Crónica absurda con viborita de por medio

Me levanto tarde, a las siete y media. Chan-cleo de mala gana hacia la computadora; todavía ando modorro, encandilado con los

dragoncitos de Daenerys Targaryen, cómo hicieron charamusca al brujo marrullero. Me gustan esos cachorros infernales a los

que ella ordena letal e ignífuga: “Drakary…”; me da coraje que los gringos de Game of

Thrones apenas nos dieron una probadita co-mo de diez capítulos, me quedé picado y tengo que velar otro año a que vuelva. Qué cabrones. Pura fantasía. Puro entretenimiento, pura eva-

sión, pero de buena factura y con producción y reparto irreprochables. Así es la tele, como toda

droga que se respete cuando primero te engancha y deja un huequito en la panza, incómodo para nosotros

los neuróticos porque irrumpe con su cotidiana majade-ría el mundo: calor de mil diablos, deudas, pagos que se encaprichan en no llegar, la espada de Damocles del desem-pleo y tan caras que están las refacciones y ahí vienen las colegiaturas y cuando abrí el ojo, las campañas seguían allí.

A trabajar, que todo cuesta. Miro desde mi ventana buscando el azul menta de las nubes allá donde me gusta-ría estar, o sea lejos, porque allá no hay cuentachiles que le expriman a uno el sueldo ni piquetes de mosco ni los cilin-dros del motor se tuercen. Antes de volver al oficio recuerdo la frase de Pérez Reverte ante el perfil citadino todavía le-jano pero peligrosamente venidero cuando mira desde la silenciosa cubierta de su velero la costa andaluza: “el puti-ferio ladrillero”. El putiferio tabiquero, cretinismo urbano,

estupidez de cemento avaricioso y la claudicación de los bosques por los que tanto hay que llorar. Y una cosa lleva a otra, y la ciudad con sus humores y rumores me retrotrae al trabajo, a la necesidad de opinar, de contar cosas, de hablar de lo del día y lo del día son las campañas, la idiotez de cha-chalaca de Vicente Fox, de quien en su incoherencia bipolar –ya no sé si habla por la boca o por el culo– no puedo creer que se haya sentado en la misma silla que Juárez y Cárde-nas, y que su verborragia obsequia, decía, materia de cuar-tillas y cuadritos de historieta con su absurdo llamado a votar por el sátrapa Peña Nieto. Y cuando voy empezando el primer renglón algo me golpea hombro y brazo izquier-dos, cae en la papelera aquí junto a mí, la vuelca. Y yo miro entre el estupor y el misterio, veo los cables de las bocinas, los de la computadora, arrinconados allí, y un cable grueso. Verde olivo, que dicho sea de paso, no es mi color favorito. ¿Y ese cable?, acerco la zurda, pero no lo toco. Un atavis-mo milenario se activa y me retuerce la médula. El cable tiene escamas, palpita, respira, míralo, se des-plaza por sí mismo, da vuelta sobre sí, escapa. No es cable, es una pinche víbora en mi estudio, en un se-gundo piso de más de cuatro metros de altura. Y de la modorra estúpida a la alerta atávica con su muy sano condimento de miedo, pego un brinco digno de olímpicos londinenses. El animalito recula, busca la cómoda oscuridad del rincón que hacen las pilas de libros, y yo me enfrasco en una ba-tal la conmigo mismo y con el reino animal que dura como tres horas. Al final logro capturarlo. Me armo de arrestos y logro atrapar la cabe-za, tomarla con la mano, con güevos, ca-brón, y aquélla convertida en latiguillo,

haciendo por morder, y yo bajo las escaleras en piyama, diciendo “nomames, nomames, nomames”, que es una for-ma atea de rezar, y salgo al jardín y la suelto y la sierpe des-aparece y me deja exhausto, tembloroso y feliz. Y precisa-mente cuando voy a cantar victoria un estruendo, los perros ladrando como locos, ora qué, carajo, y miro hacia arriba y un helicóptero artillado de la Armada, con fieros francotiradores colgados de los estribos pasa en vuelo rasante, y yo digo: que no vengan por mí, pero no, si-guen peinando los pocos árboles que hemos dejado en pie en esta ciudad, buscando a alguien más peligroso que un gordo neurótico aporreateclas; chancleo raudo de vuelta a mi estudio, esperando que víbora, como madre, solo haya una, y precisamente cuando voy a retomar el asunto de las infamias se me atraviesa una nota periodística sobre una

instalación en el Louvre de una máquina que lite-ralmente hace caca, se llama Cloaca el esperpen-

to y Wim Delvoye su atormentado inventor, y me pregunto si la culebra dejó alguna

deposición de recuerdo, y después de remover libros polvosos en-

cuentro que fel izmente no h ay c a c a d e re p t i l a m i s

pies. Que la esfera sigue su curso. Que la vida si-gue igual y que mi se-riedad en el trabajo se fue al diablo •

Defender al cadac: el regreso de Azar

Un conjunto significativo de la comunidad artística se ha rebelado contra el mandato absurdo de desalojar la casona de avenida Centenario que alberga el Centro de Arte Dra-mático (cadac), la institución teatral que fundó Héctor Azar en 1975, con la convicción de que el teatro nos hace mejo-res y permite trabajar en conjunto, y que ahora defiende con valentía y dignidad su hijo Carlos, escritor y profesor universitario.

La incompetencia y arrogancia del Instituto de Adminis-tración y Avalúos de Bienes Nacionales (Indaabin) que ad-ministra el patrimonio inmobiliario federal, se había pro-puesto desalojar al cadac tras inhabilitar en 2000 el teatro que no tenía autorización a comercializar su taquilla.

Héctor Azar generó, hizo posible una biblioteca de tea-tro que recoge también un riquísimo material documental para reconstruir algunos capítulos de nuestra historia; sis-tematizó un conocimiento sobre la dramaturgia, la esceno-

grafía y el uso del espacio, que colocan al Centro en un lugar de capital importancia para la enseñanza y la transmisión y relectura del teatro clásico bajo una mirada nacional (no nacionalista) y contemporánea.

cadac es una escuela de teatro y composición que trata de hacer convivir lo escolar, es decir, transmitir la experien-cia de la creación sin el compromiso definitivo de lo profe-sional, pero también con el rigor de la enseñanza de la ac-tuación, la dirección y la composición dramática. Esa ha sido tarea de algunas organizaciones que intentan legar los bienes de sus agremiados, como es el ejemplo de Sogem con su Escuela de Escritores.

No deja de sorprender que una institución de probado rigor en sus casi cuatro décadas, autofinanciable, reciba el encono de un gobierno que se caracteriza por la obsesión de sacar dinero hasta de los símbolos patrios (la ridículas estrategias epistemológicas durante las celebraciones del Bicentenario) y ha convocado a que hasta los artistas e in-telectuales se changarricen para dejar de ser considerados esas rémoras que siempre nadan en las corrientes cálidas del presupuesto.

Héctor Azar siempre sostuvo que, en México, las “insti-tuciones son las personas” y así es. Aunque el camino es largo todavía, se notó la mano de Consuelo Sáizar, quien dijo en twitter que intervendría para frenar desde la ins-tancia más alta esa aplanadora burocrática desinteresa-da en saber si lo que atropella es un proyecto de alta dig-nidad o un “changarro” de los que les tocó apoyar en el sexenio anterior.

Si ya Conaculta y la sep dejaron ir la oportunidad de con-tar con tres compañías de danza contemporánea que re-presentaban el rostro de la tradición y de la diversidad, ¿por qué no defender un proyecto que ya es de la sociedad a

pesar de que tienen alguna actividad económica (de lucro, dice el Indaabin) que consiste en hacer unos cursos que tienen un costo de recuperación para mantener a los pro-fesores que los imparten?

Pero si la actividad académica, de talleres y cursos es importante, también lo es la conservación de un acervo bibliográfico y documental (fotos, programas de mano, entre otros), incluido el propio acervo personal de Héctor Azar (quien fuera titular de la Compañía Nacional de Teatro, el Foro Isabelino, la Compañía de Teatro Universitario y del Centro Universitario de Teatro), tan consultado por las pro-pias instancias gubernamentales dedicadas al teatro, des-de el Centro Universitario de Teatro hasta el Centro de In-vestigación Teatral Rodolfo Usigli.

En una ciudad donde prolifera la apertura de antros y restaurantes, la esquina de Centenario se ve con codicia y se espera con paciencia que venza el último minuto de un procedimiento que, si bien es legal, no guarda proporción con los motivos que la institución exhibe para no renovar el comodato. El director de Indaabin se ha ablandado con el repudio que se le ha manifestado a la insensibilidad institu-cional por la falta de voluntad de encontrar soluciones y ajustar los mecanismos de renovación del comodato.

Valdría la pena empezar a organizar la celebración de los cuarenta años de cadac, que atiende a quinientos alum-nos anualmente y del que han egresado 18 mil personas que son capaces de comunicar la experiencia primordial de lo teatral, y mostrar lo que se puede hacer con ese Espa-cio c, como lo llamó Azar inspirado en la idea de llevar al teatro nuevas ideas. Bien dice Juan Villoro en un artículo sobre este tema: “en un país con 60 mil muertos en seis años, la pérdida de una opción cultural acreditada es un triunfo de la violencia” •

Page 16: La Jornada Semanal

10 de junio de 2012 • Número 901 • Jornada Semanal 16

–¿ Por qué hablar de El Salvador y de un pue-blito tan pequeño?

‒Por curiosidad de sentir de cerca cómo había sido ese proceso que viví desde lejos. La primera vez que llegué a Cinquera una viejita se me abalanzó, me abrazó y me dijo: “¡Regresas-te, Rina! ¡Estás igualita!, ¿cómo estás, mʼhija?” Le dije: “Está usted confundida, lo lamento mucho, no soy Rina.” Fue muy fuerte. Luego caminé y vi metralla, algunas casas abandonadas con árbo-les creciendo adentro y cuando entré a la iglesia había una cola de helicóptero militar en una pared y un montón de retratos de chamacos y mucha-chas, guerrilleros muertos. El olor a velas, el mar de rostros, esa cola allí colgada... dije: ¿qué igle-sia es esta?, ¿qué pasó aquí?

–¿Por qué elegiste no mostrar nunca la cara de los entrevistados?

‒Es una decisión formal y estética. Era una oportunidad de experimentar nuevas formas narrativas y quería alejarme del documental clásico o televisivo, donde es muy común ver a los personajes a cuadro, hablándole a la cáma-ra. En el rodaje me propusieron poner la cámara lejos, pero no quería una cabeza parlante y dije: ni cerca ni lejos ni nada. Sabía que iba a ser una película de voz en off, súper íntima, donde la voz se te fuera metiendo adentro de a poquito.

–Parece también una forma de proteger a las víctimas.

‒Era muy importante no regodearme en el dolor y no ilustrar la violencia. Incidir en el punto doloroso era muy fácil en esta historia donde podías llorar todo el tiempo y tener a los personajes expuestos, pero es una manera que a mi punto de ver les resta una dignidad funda-

mental. Había mucho drama pero está dosifica-do. En la entrevista de una mamá, totalmente desgarrada de inicio a fin, descubrí que también me puse a llorar, pero a los diez minutos me había agotado; a los quince empecé a dejar de sentir; a los veinte sentía cierta indiferencia, me incomo-daba frente al dolor; y a la media hora ya no esta-ba identificada con el personaje. Me dije: qué fácil se desgasta el drama, qué fácil es acostumbrarse al dolor, y esto no puede suceder de ninguna manera. Sabía que el corazón y la fuerza de esta película estaban en el testimonio.

–El lugar más pequeño parece tener dos cora-zones porque la fotografía es muy seductora, con paisajes de un bosque exuberante, la calidez de los campesinos y detalles de vida cotidiana, como el parto de una vaca.

‒Hubo un trabajo fuertísimo de imagen de Ernesto Pardo (cinefotógrafo) sobre cómo contar la cotidianidad que iba a vestir la película. El reto era tener ojos, oídos y corazón muy abiertos, aten-tos a percibir detalles que se vuelven grandes y dicen cosas de cada personaje en acciones peque-ñas de cada día. Por otro lado, estaba el reto de construir el bosque, sagrado para ellos, porque ahí están sus muertos. Trabajamos mucho en ese bosque verde , húmedo, l l eno de v ida , bichos y sonidos. Es una película de atmósfera sonora y visual.

–Muestras a exguerrilleros de una forma no ro-mántica. ¿Cómo son?

‒Muy militantes, muy de izquierda y muy políticos. Son gente profundamente informada, pero no quería ubicarme en ideologías, bandos o discursos. Quería centrarme en cómo se vive después de haberlo perdido todo y me centré en

lo más elemental del ser humano: la sobreviven-cia. Hubo preguntas que les hice a todos: ¿se cura el dolor?, ¿se cura la guerra?, ¿se cura la pérdi-da?, ¿se cura la muerte?, ¿se cura perder los hijos?, ¿valió la pena?

–¿Y?‒Aprendí que nada de eso se cura. No se cura

el dolor, se aprende a vivir con él. –¿Qué es lo que permite seguir?‒Entendí que la vida de cada día. En esta

gente que decidió volver a su pueblo, el haber decidido regresar fue el motor que les ayudó a levantar sus propias vidas también. En la reconstrucción del pueblo llevan dentro la de sus propias vidas. Es gente que optó por vivir, por volver a sembrar la tierra, cosechar el maíz, tener a sus animales, volver a criar a los hijos y contarles lo que pasó. Es gente que se caga de la risa y que llora por los rincones, tienen grandes momentos de negrura y soledad. La gran mayo-ría intentó suicidarse.

–¿Qué mensaje quieres que deje tu película?‒No la hice pensando en dar un mensaje, la

hice para aprender y sentir qué paso. No fui pensando en encontrar una lección de vida, pero a través de la película hay una reflexión sobre lo que significa la huella de la violencia en los seres humanos, en la intimidad de familia y pueblos. Amo las películas que no te dicen cómo pensar, que no te dan todo masticado. En Guadalajara llegó una señora muy humilde después de la proyección y casi llorando me dijo: “Oiga, seño-rita, estoy muy conmovida y quiero denunciar-le que en mi pueblo está pasando lo mismo que pasa allí, quiero saber en qué pueblo de México es esto” •

El lugar más pequeño: exterminioy reconstrucciónen El SalvadorPaula Mónaco Felipe

con Tatiana Huezo

Recibir el cuerpo destrozado de una hija. Ver morir a vecinos y amigos. Matar a un semejante. Perderlo

todo. ¿Cómo se sobrevive a una guerra civil? Siete familias traspasaron ese abismo en El Salvador y

volvieron a su pueblo, Cinquera, que había desapa-recido de los mapas. Quitaron malezas, recogieron

los restos de sus muertos y lo refundaron. Constru-yeron casas, una plaza, escuela y hospital. Volvie-

ron a sembrar, a tener hijos y a cuidar a sus animales. Aún tienen pesadillas y pasan las noches

en vela, pero también ríen a carcajadas. Tatiana Huezo nació en El Salvador y se crió en México.

Quiso entender si es posible curar el dolor, el hueco de más de 80 mil muertos, y fue al pueblo de su

abuela. Su hallazgo se transformó en el extraordi-nario documental El lugar más pequeño, un relato sin imágenes violentas ni de archivo, un tesoro de historia oral. Tatiana es egresada del

Centro de Capacitación Cinematográfica y de la Pompeu Fabra. Este es su primer largo documental y batalló cuatro años para conseguir financiamien-

to. Ha ganado treinta y cinco premios internaciona-les (hasta ahora) y es uno de los pocos documentales

que llegan a cines comerciales en México, aunque sólo por un par de semanas y con seis copias.

próximo número

LA IGLESIA, EL ESTADO Y EL [email protected] Bátiz Entrevista con Carlos Monsiváis

Manual para hablar chichimeca-jonaz

entrevista

Tatiana Huezo, documentalista mexicana-salvadoreña