la increible historia de lavinia

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Bonita historia en donde se debe dejar volar la imaginación....

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    L a historia de Lavinia y del anillo mgico naci una Nochebuena, en el curso de una cena a la que asistamos mi amiga Valentina y yo, junto a otras personas cuyos nombres no es necesario recordar aqu, dado que no estn directamente relacionadas con el fenmeno de la caca.

    Haca ya aos que Valentina tena la costumbre de pedirme que le contara historias de caca y de pis, y yo as lo haca. En total, habr inventando para ella ms de cincuenta.

    Esa noche, cuando termin la historia de Lavinia, Valentina me dijo, satisfecha:

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    B i a n c a P i t z o r n o

    Muy requetebin! Esta vez te ha salido precio-sa. Mucho ms bonita que todas las otras.

    De esta manera, dado que, en la primavera suce-siva, Valentina iba a terminar el primer curso de Pri-maria y saba leer ya perfectamente, decid trasladar la historia del anillo mgico de la tradicin oral a la escrita y hacer de este relato un libro para ella y para otros jvenes expertos en la materia.

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    Quiero dar las gracias por haberme servido de inspiracin: a Andersen por la pequea cerillera, a Tolkien por el anillo, a King por la mirada, a Voltaire porque s y a la Madre Naturaleza por la caca.

    Se desaconseja la lectura de este libro a las perso-nas demasiado tiquismiquis.

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    1. La pequea cerillera

    Era el da de Nochebuena en Miln.Durante toda la tarde, Piazza del Duomo, que es la plaza de la catedral, y las dems calles del centro ha-ban visto abarrotadas todas sus tiendas por una canti-dad increble de gente que se esforzaba a empujones por comprar los ltimos regalos. Los milaneses pasa-ban cargados de paquetes y paquetitos. Tenan prisa por llegar a casa, porque ya desde primera hora de la tarde haba empezado a hacer un fro terrible.

    Hacia las cinco empez a nevar. Poco tard la es-tatua del rey Vctor Manuel, en el centro de la plaza, en verse cubierta de nieve.

    Por suerte ya es de noche y las palomas se han ido a dormir. De no ser as, se les hubieran congelado las patitas observ Lavinia. Quin sabe, por cierto, a dnde irn a dormir las palomas! Quiz en-tre las agujas de lo alto de la catedral. Pero no ten-drn miedo, en medio de todas esas estatuas de monstruos y de santos de ah arriba?

    Tambin las agujas se haban vuelto ya completa-mente blancas, como si estuvieran hechas de algo-dn de azcar.

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    B i a n c a P i t z o r n o

    La gente pasaba a toda prisa y no se percataba de la presencia de la pequea vendedora que, lvida de fro, sentada en un escaln con la ropa completa-mente arrugada, ofreca a los transentes sus cajitas de cerillas.

    De vez en cuando, alguien tropezaba con sus piececitos desnudos. Tambalendose, in-

    tentaba mantener el equilibrio y soltaba algunas palabrotas como Mecachis!, Maldita sea! u otras peores, y al final se daba cuenta de que all haba una nia.

    Pero en vez de comprarle las cerillas, aquellas personas la cubran de insul-tos, al estilo de Vete a tu casa, so desgraciada!. Te parece este un sitio adecuado para sentarte con tus harapos?, Qutate de en

    medio! Si yo fuera tu padre, menuda paliza te daba!.

    Y cuando la nia, con una vocecita ron-

    ca interrumpida por fuertes ataques de tos que le sacudan

    el pecho, deca tmida-mente: Mire qu cerillas ms

    estupendas, seor! No quiere comprarme unas ceri-llas?, los transentes, molestos, le contestaban:

    No me des la tabarra y qudate con tus ceri-llas! O es que crees que somos unos muertos de hambre que no tenemos ni para un simple mechero?

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    L a i n c r e b L e h i s t o r i a d e L av i n i a

    Otros, en cambio, se indignaban:Yo no fumo, sucia mocosa! Acabo de dejarlo

    y ahora va esta harapienta y quiere que vuelva a em-pezar! Debera darte vergenza!

    Y se marchaban de lo ms enfadados, pensando: Mira t qu rabia que justo el da de Nochebuena tengamos que tropezarnos con esta aguafiestas! Con la mala suerte que trae tropezarse con una pequea cerillera hambrienta y helada de fro en Nochebue-na Ahora tendremos remordimientos todo el ao.

    Lavinia, porque efectivamente era ella la peque-a cerillera, no tena la menor intencin de provocar remordimientos a la gente, y gratis por si fuera poco. Lo nico que quera era vender sus cerillas para ga-nar algo de dinero y poder tomarse un chocolate ca-liente con nata y galletas, porque llevaba tres das sin comer. Y tal vez comprarse tambin un par de botas forradas, porque le dolan mucho los pies, llenos de costras y de sabaones.

    Y, en cambio, nadie, pero lo que se dice nadie, le compr una sola caja de cerillas.

    Hacia las ocho se le acerc un guardia urbano, con un ceido abrigo azul, y de mal humor por estar de servicio aquella tarde en vez de haberse quedado en casa montando el beln con sus hijos. Tocndola de lejos con el pie, no sin algo de remilgos porque Lavinia estaba realmente sucia, le dijo:

    Aqu no se pueden vender cerillas sin licencia. No se puede vender nada. Lo cierto es que tendra que detenerte. Pero, dado que estamos en Navidad,

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    B i a n c a P i t z o r n o

    por esta vez har la vista gorda. Pero t ahora te lar-gas! Te queda claro? Fuera de aqu! Qutate de mi vista. Vuelve a tu casa!

    Como si fuera fcil! Lavinia no tena casa. Era una pequea cerillera y las pequeas cerilleras no tienen casa.

    As que fue el guardia el que se march, reso-plndose los dedos para calentrselos, mientras la nia se quedaba en los escalones de la farmacia, completamente aterida, hambrienta, con los bolsillos vacos, mientras los ltimos compradores abandona-ban la plaza encaminndose hacia las paradas de los tranvas.

    El rbol de Navidad que el alcalde haba donado a la ciudadana brillaba con sus miles de luces en el centro de la plaza. Pero Lavinia saba que, por mucho que se acercara a l, esas luces no la calentaran porque no era llamitas de velas, sino bombillas de baja tensin.

    Y adems, para acercarse al rbol, tendra que abandonar su refugio de los soportales y exponerse a los copos de nieve que seguan cayendo, de modo tan sugestivo como en una tarjeta de felicitacin na-videa.

    Lavinia solo tena siete aos, pero era de lo ms experta en cosas como esa, porque, desde que tena memoria, siempre haba sido una pequea cerillera vagabunda y se haba visto obligada a aprender a buscarse por s misma los refugios ms convenientes.

    Cay la noche. La plaza estaba ya completamen-te desierta. Solo el movimiento de las luces de los

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    L a i n c r e b L e h i s t o r i a d e L av i n i a

    anuncios creaba cierta ilusin de vida y de calor, cuando, por el contrario, cada vez haca ms fro.

    Tapndose lo mejor que pudo con sus harapos, Lavinia se acurruc de cualquier manera en el rincn del escaparate, apoy la cabeza contra la pared y se qued dormida.