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LA FUNDAMENTACIÓN DE LA LIBERTAD

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LA FUNDAMENTACIÓN DE LA LIBERTAD

A mis padres y hermanos.

A G R A D E C I M I E N T O

Mi más sincera gratitud al Maestro CARLOS M. MENDIOLA MEJÍA, por su incondicional e inmenso apoyo para la elaboración de ésta investigación. Así como aquellas otras personas que de alguna u otra manera contribuyerón a la elaboración de éste.

I N D I C E

I DE LA RACIONALIDAD HACIA LA LIBERTAD

L a necesidad de los imperativos morales

La determinación de la voluntad

La reconciliación del sujeto

El reconocimiento del otro

I1 LA LIBERTAD COMO RESPONSABILIDAD DE LOS ACTOS MORALES

La elección del acto moral

Valoración de los actos morales

". . .el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí."

Immanuel Kant.

El presente trabajo, tiene como finalidad el analizar distintos aspectos de la filosofia práctica kantiana, en específico el concerniente a la moralidad.

Para ello precisaré mencionando que la obra del filósofo de Konigsberg no puede entenderse, si no se tiene presente que la libertad, tal como éticamente é1 la entiende, es elevada a principio fundamental último, es decir, la libertad en la filosofia kantiana no es ni una cualidad ni una capacidad de elección, sino meramente pura racionalidad, frente a la cual la razón teórica puede ser considerada como razón teleológica, razón de fines, pero nunca fin final de toda actividad objetiva.

A lo largo de la exposición de este escrito, abordaré a la moralidad como una foma peculiar de conducta humana, cuyos agentes son los individuos concretos, pero individuos que sólo actúan moralmente en sociedad, ya que la moral existe necesariamente para cumplir una función social. Sin olvidar desde luego que el verdadero comportamiento moral pone siempre en acción a los individuos en cuanto tales, ya que el acto moral exige su decisión libre y consciente, asumida por una convicción intima y no de un modo exterior o interpersonal.

Aunque es cierto que la ética no es concretamente la moral porque no puede reducirse a un conjunto de nomas y prescripciones, su misión es explicar precisamente a la moral, y, en este sentido, puede influir en la moral misma. De tal manera, ética y moral se relacionan entre sí, ya que como una ciencia específica y su objeto, una y otra mantienen una relación. A lo largo de la exposición notaremos también cómo la ética no puede dejar de partir de cierta concepción filosófica del hombre, veremos que la conducta moral es propia del individuo como ser histórico, social y práctico, es decir,

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como un ser que transforma conscientemente el mundo que lo rodea, que hace de la naturaleza exterior un mundo a su medida humana, y que de este modo, transforma su propia naturaleza. El propósito que se tiene es analizar el comportamiento moral, cabe señalar que éste no es la manifestación de una naturaleza humana eterna e inmutable, dada de una vez y para siempre, sino de una naturaleza que está siempre sujeta al proceso de transformación que constituye justamente la historia de la humanidad. La moral, y sus cambios fundamentales, no son sino una parte de esa historia humana, es decir, el proceso de autoproducción o autotransformación del hombre que se manifiesta en diversas formas, estrechamente vinculadas entre sí, desde sus formas materiales de existencia a sus formas espirituales, a las que pertenece la vida moral. Veremos también que si la moral es inseparable de la actividad practica del hombre (material y espiritual), la ética no puede dejar de tener nunca como fondo la concepción filosófica del hombre que nos da una visión total de éste como ser social, histórico y creador. Así, manejaremos toda una serie de conceptos que la ética maneja de un modo específico, tales como los de la libertad, necesidad, valor, etc. También se emplearan las cuestiones éticas fundamentales como por ejemplo, las de las relaciones entre responsabilidad, libertad y necesidad, descubriremos como ellas tienen que ser abordadas a partir de supuestos filosóficos cardinales como el de la dialéctica de la necesidad y la libertad. En suma a lo que se intenta llegar es a la reflexión de la filosofia kantiana en un aspecto moralista, en la que se descubre la inconmensurable dignidad de la persona humana.

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I. DE LA RACIONALIDAD HACIA LA LIBERTAD

Antes de entrar de lleno a un análisis de cada uno de los cuatro apartados que conforman el primer capítulo de este breve trabajo, es preciso mencionar que Immanuel Kant, siempre demostró un gran interés por la conducta moral del hombre, y, siendo la ética la rama de la filosofia que estudia los fundamentos y normas de la conducta humana, Kant dedica a ella gran parte de su filosofia. Ahora bien, es posible como bien dice Paul Arthur Schilpp en: La ética precrítica de Kant, ‘5.. que la preocupación del filósofo de Konigsberg por la ética haya tenido un aire histórico, pues sucesos como: La Guerra de los Siete Años y El reinado de Federico el Grande, pudieron ser de algún modo la influencia que llevará a Kant fuera de teorías éticas constituidas sobre contenidos puramente emocionales, a buscar la creación de una fundamentación universalmente válida de la moral” (1) pues recordemos, que así como en la razón teórica, Kant se vio en la necesidad de fundamentar las reglas, o mejor dicho, las condiciones de posibilidad que hicieran posible el conocimiento, en la razón práctica, muy particularmente en la moral, Kant detecta la necesidad de fundamentar las condiciones que hagan posible un ideal moral.

Es evidente que desde Kant el objetivo principal de la ética ha sido el pretender descubrir las condiciones que todo ideal, que todo código de reglas prácticas debe llenar.

En el primer apartado de este capítulo veremos cómo la ética en Kant parte ya del fundamento absoluto de la acción moral, es decir, la ley que se manifiesta en el sujeto mediante el “imperativo categórico”, ley que por ser la expresión misma de la racionalidad práctica, garantiza la autonomía absoluta del sujeto. Otro punto que abordaremos será la distinción que Kant hace entre lo teórico y lo práctico, y en ello notaremos que Kant divide al hombre en dos,

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pues para dicho filósofo el sujeto tiene a la vez un cuerpo y una razón, es decir, el hombre será un sujeto como un ser con sentidos y además será también un ser con razón. Veremos también cómo el filósofo de Konigsberg intenta identificar y dar una exposición sistemática de los elementos a priori o formales de la moralidad y cómo se propone así fundar la obligación y universalidad de la ley moral no en el sentimiento, sino en la razón práctica.

En el segundo apartado se hablará acerca de la libertad, retornando a la tercera antinomia de las cuatro que conforman la lista de Kant, en este apartado la determinación de la voluntad será el tema a seguir. Ello con la finalidad de señalar que el sujeto moral siempre ha de actuar a partir de la realidad del mundo, pero, no con el fin de aceptar el mundo tal y como el mundo es, sino para transformarlo en lo que “debe ser”, cabe señalar que esta misión será para Kant una tensión que se impone por sí misma, pues la naturaleza, la historia y las ideologías que orientan y hacen posible la acción, deben servir a la libertad de la persona y de ningún modo subordinar ésta a aquéllas.

En el tercer apartado la exposición se concretará exclusivamente a señalar al hombre como un sujeto que conoce, pero además que actúa, llevándonos esto a la propia reconciliación del sujeto como un ser que pertenece a dos mundos.

En el cuarto y último apartado de este capítulo se expondrá al sujeto pero no sólo como responsable consigo mismo, también con-el-otro, además cabe señalar que el sujeto mismo se reconoce en el otro, pues es el otro quien lo ve como é1 nunca se verá y viceversa, pero ello no quiere decir que el sujeto no se conozca así mismo, por el contrario, ello quiere decir que el sujeto se reconoce en el otro.

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l . 1 La necesidad de los imperativos morales.

A continuación analizaremos la necesidad del imperativo categórico exponiendo primeramente la formulación de éste, y posteriormente su obligatoriedad.

En primera instancia, cabe destacar que para Immanuel Kant la razón humana no es únicamente teórica, también lo es práctica, capaz de determinar la voluntad y la acción moral. Menciono esto porque en la filosofia práctica, Kant no parte ni de la experiencia ni de leyes que sean ajenas al “principio” que la razón se da a sí misma, por el contrario, dicho filósofo parte del principio, pero no entendiendo a éste como un inicio de una serie de causas, sino, como expresión de lo absolutamente independiente que constituye la razón. Este principio del que hablamos es el imperativo categórico, el cual es ante todo un mandato de la razón, un deber, una regla que expresa la necesidad objetiva de la acción, tal imperativo tiene la peculiar característica de presentarse ante la conciencia del sujeto como exigible en sí y para sí, ya que es “el Único que se expresa en ley práctica”, tiene el carácter de ordenar incondicionalmente, esto es, absolutamente, pues contiene la necesidad de una máxima, su fórmula es: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal” (2).

Anteriormente se ha mencionado que el imperativo categórico es considerado un mandato, pero, ¿Por qué un mandato? Pues bien, es considerado un mandato por su imperatividad, esto es, porque no está limitado por condición alguna, por ello se dice que es absoluto, y, es necesario por su práctica, por ese “deber ser” que lleva inmerso en la ley y que debe cumplirse. Entonces, no es la representación de la ley la que funda su imperatividad, sino simple y sencillamente la obediencia a ella. Con respecto a la distinción entre lo teórico y lo práctico diremos que la naturaleza con la ley de la causalidad corresponden a lo

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teórico, es decir, a la naturaleza misma, ya que en las leyes naturales no se remite jamás a voluntad alguna, por el contrario, ellas vienen dadas de modo necesario, mientras que la moralidad con la ley de autonomía corresponden a la moral o mejor aún a la libertad, pues las proposiciones prácticas son las que consideran la libertad bajo el imperio de la ley. Cabe señalar que la moralidad es ante todo y fimdamentalmente “acción”, y la acción es totalmente irreductible a su concepto.

En lo que respecta a la universalidad del imperativo categórico señalaré que, toda máxima debe poder ser universalizada, pues de otra manera, una máxima que no sea capaz de mantener una absoluta universalidad, esto es, que se contradiga a sí misma cuando pretenda valer universalmente, podría decirse que carece de una genuina legalidad moral.

La legalidad moral consiste en ejecutar un acto de manera voluntaria. La acción ejecutada por el sujeto debe ser conforme a la ley y debe ajustarse a ella. Sin embargo, no basta que una acción sea legal para que sea moral, pues para que una acción sea moral es menester que algo acontezca no en la acción misma y su concordancia con la ley, sino en el mismo instante que antecede a la acción, esto es, en el ánimo de voluntad del que lo ejecuta. No olvidando que la acción moral debe fundarse en el principio del imperativo categórico. Ahora bien, es preciso mencionar que en toda ejecución u omisión de un acto hay una materia, que es lo que se hace o lo que se omite, es decir, la acción misma, y hay una forma, que es el por qué se hace y el por qué se omite esa acción, ello es, el motivo por el cual se realiza la acción. Entonces deducimos que una acción denota una voluntad pura y moral cuando se ejecuta no por consideración al contenido empírico de ella, sino simplemente por respeto al deber, por respeto a la ley moral. Así la universalidad del imperativo categórico, es una universalidad que no pretende sacrificar (inclinaciones o emociones del sujeto), sino orientar al sujeto para no caer precisamente en la heteronomía, entendiendo por

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esta última a la conducta que busca el móvil de la acción fuera de la voluntad positiva.

La voluntad positiva presupone la capacidad de decidir. Kant la denomina “libertad”, esta libertad no es algo que la humanidad tuviera que descubrir en una determinada época. La moral y consiguientemente la voluntad positiva es un principio y no una ley. Cabe señalar que la distinción entre leyes y principios consiste en que las leyes deben ser hndamentadas, en tanto que los principios se fundamentan a sí mismos.

Podríamos preguntamos entonces ¿Qué sucede con nuestras inclinaciones, impulsos o deseos? Kant nos diría que todas nuestras inclinaciones, impulsos o emociones son particulares y subjetivas, pues sólo valen en circunstancias “especiales” para sujetos “particulares”, por lo tanto, sobre ellos no cabe constituir ninguna legislación que valga universalmente para todo sujeto racional. Por consiguiente, lo que caracteriza a la norma moral, no es la fuerza de los impulsos que nos mueven a la satisfacción que pueda generar su logro, sino, a la pura universalidad de su práctica.

Así entonces, al formular Kant el imperativo categórico le entrega al sujeto moral el principio de conducta aplicable a cualquier individuo en virtud de su naturaleza como un ser libre y racional.

En lo que se refiere a la obligatoriedad hay que señalar que todos los imperativos son fórmulas “que determinan la acción”, pero, el imperativo categórico, es el Único que representa una acción por sí misma sin referencia a ningún otro fin, como “objetivamente necesario”. Por ello, el imperativo categórico también llamado imperativo moral, es un imperativo que ordena la ejecución de la acción inmediatamente sin influencia alguna de sentimientos o emociones, y es aquí donde creo que surge el mandato por deber, que debe ser cumplido conforme al deber mismo, pues la racionalidad última del deber, es la racionalidad del hombre, con lo

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anterior no he querido decir otra cosa, sino solamente que el sujeto tiene plena conciencia del deber a actuar.

El concepto de obligación incluye un deber, cc ... es el ‘concepto primario’ ... uno debe hacer esto o aquello, o dejar de hacer lo otro; ésta es la fórmula que expresa toda obligación” (3) todo “deber” en Kant expresa una necesidad de acción, todo imperativo categórico exige obediencia incondicional porque expresa la realización objetivamente necesaria de las acciones, de esta manera cuando Kant da origen al imperativo categórico y se lo da de forma a priori porque no está fundamentado bajo ningún fin deseado, ‘5.. fundamenta no sólo su carácter objetivo y necesario, sino, también su obligatoriedad ...”( 4)

Es preciso señalar también que la obligatoriedad se basa en la razón pura, pues si Kant hubiese fundamentado el imperativo categórico bajo una base empírica a partir de nuestras inclinaciones o sentimientos se nos hubiera podido dar una máxima, pero no una ley, se nos podría dar un “principio subjetivo” sobre el cual tuviéramos alguna tendencia a actuar, pero no un “principio objetivo” que nos obligase a actuar. De ahí la importancia de la orden a actuar tan tajante que contiene el imperativo de la moralidad.

“Todo el mundo ha de confesar que una ley, para valer moralmente, esto es, como fundamento de una obligación, tiene que llevar consigo una necesidad absoluta; que el mandato siguiente: no debes mentir, no tiene su validez limitada a los hombres, como si otros seres racionales pudieran desentenderse de él, y así mismo las demás leyes propiamente morales; que, por lo tanto, el fundamento de la obligación no debe buscarse en la naturaleza del hombre o en las circunstancias del universo en que el hombre está puesto, sino a priori exclusivamente en conceptos de la razón pura, y que cualquier otro precepto que, siendo universal en cierto respecto, se asiente en fundamentos empíricos, aunque no fuese más que una mínima parte, acaso

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tan sólo por un motivo de determinación, podrá llamarse una regla práctica, pero nunca una ley moral.” (5)

En el deber viene dada la obligación, sin embargo, cabría hacernos una cuestión. ¿Cómo puede saber el sujeto de que manera actuar?.A a este respecto Kant dice: “Obra lo mejor que puedas”, desde luego que ésta es una máxima que como dice Kant “ha de valer para todos los seres racionales para los cuales un imperativo categórico puede referirse”, pero se requiere además de una buena voluntad, de una voluntad moral, de “ una voluntad de fines, de fines absolutos”. Pero, para que haya una buena voluntad se necesita de un “querer” y ese querer coincide con la ley; “ ... por eso son los imperativos solamente fórmulas para expresar la relación entre leyes objetivas del querer y la imperfección subjetiva de la voluntad de tal o cual ser racional ...” (6), con ello podría decirse que la buena voluntad es una libertad racional práctica, la cual es insobornable a los propios deseos e inclinaciones. Así entonces la buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su educación para alcanzar algún fin que el sujeto se haya propuesto. La buena voluntad es buena solo por el querer, es buena en sí misma,

De tal manera podemos deducir que la moralidad está en la voluntad del sujeto propiamente, y no en la acción, pues la disposición del sujeto para realizar un acto es la que es moral o no, dicho de otro modo, si el sujeto realiza un acto porque lo considera absolutamente debido, como un fin absoluto del hombre, entonces ese sujeto, si es sujeto moral en toda la extensión de la palabra, pero, si tal sujeto realiza una acción para alcanzar un fin deseado entonces la voluntad de aquel sujeto no será moral, designando en este caso a la voluntad no moral en relación con la conducta que no concuerde con el conjunto de costumbres acordadas en una sociedad. Con esto queda claro que ninguna persona verdaderamente moral puede dejarse regir en la determinación de su interés dominante, sea por impulsos instintivos, emocionales o fines deseados, ya que permitir tal

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dominio significaría no sólo anular el control racional de sus acciones y su conducta, sino la imposibilidad de todo verdadero progreso moral.

Esencia del imperativo categórico

La esencia del imperativo categórico consiste en que tenga validez en virtud de su forma de ley, ello gracias a su racionalidad. La ley moral en la medida en que prescribe que el sujeto la respete en cuanto a ley “debes porque debes” posee una validez universal, sin excepciones.

El filósofo al cual en el presente trabajo nos estamos refiriendo, afirma que la ley moral sólo puede ser formal y no material. Esto quiere decir que nuestra moralidad no depende de las cosas que queremos, sino del principio por el cual las queremos. Entonces podemos decir que el objeto de la voluntad es moralmente bueno en la medida en que lo que quiero, lo quiero para un principio bueno. De este modo para Kant el principio de la moralidad no es el contenido, sino la forma. De tal manera la esencia del imperativo categórico se asienta en ordenarle al sujeto cómo debe querer aquello que quiere, la moral no consiste entonces en lo que se hace sino cómo se hace lo que se realice. Notemos que la citada fórmula del imperativo categórico pone en evidencia la pura forma de la ley moral, que es la universalidad.

De acuerdo a lo ya mencionado quisiera hablar ahora acerca de la voluntad autolegisladora del sujeto, pues siendo el hombre un ser racional tiende a darse a sí mismo la ley, la ley que debe obedecer, la ley que quiere obedecer, la fórmula ahora sería: “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro siempre como un fin, nunca como un medio” (7) como podremos notar en esta fórmula se lleva inmersa la

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autonomía del sujeto, pues é1 se da a sí.mismo la forma de conducta que voluntariamente quiere seguir, es él y sólo éI quien con su propia voluntad y racionalidad se da la ley a sí mismo.

Cabe mencionar que el sujeto al autolegislarse decide qué acción corresponde a la moral y qué otra no, pero ello lo hace con la plena convicción de una buena voluntad, esto es, de determinarse é1 a sí mismo como fin en sí, como “fin absoluto” y no como medio para alcanzar un fin determinado, de tal modo que, como ya mencioné antes, la moralidad radica en el sujeto, en la motivación, y no en el objeto, no en el acto prescrito. Notemos que la moralidad no está en la acción misma sino en la máxima de acción, entendiéndose por máxima de acción, al fundamento o motivo que mueve a la voluntad a querer y a hacer la acción.

El hombre, como persona, es concebido por Kant ante todo como un ser activo, creador de realidad mediante representaciones, sin embargo, para dicho filósofo esta facultad de obrar, de crear, no sólo se extiende al campo de la ciencia y del arte, también al campo de “las costumbres y de la moralidad”. Cabe indicar que para la facultad de obrar, la capacidad de representar es tan fundamental como la del querer, pues no se da éste sin aquella. Sin embargo, sucede que la representación puede solicitar la acción del sujeto por el deseo de algo, que no sea la pureza misma de la acción, esto es lo que Kant llamaría “condiciones subjetivas”, ello porque tal deseo, y el objeto que se pretende, sería propio de un individuo y en modo alguno exige que lo sea de todos los seres racionales. La razón práctica justifica su acción en sí misma, ello sin depender de objetos ni deseos extraños a ella misma, sin embargo, es el caso de la voluntad humana que, solicitada por esos objetos y deseos, puede obrar conforme a la representación de los mismos, pero podría decirse que esa voluntad no intuye ni mucho menos conoce la ley moral.

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La ley moral se le manifiesta como principio, en virtud del imperativo categórico que tiene su origen en la misma ley, esta manifestación lleva consigo la excelencia de esa ley que decide el ser mismo de una voluntad pura como razón práctica, es decir, presupone la idea de una voluntad que es racionalidad pura práctica. Así pues, siendo la voluntad del sujeto no plenamente conforme a la razón, ya que, las acciones de éste conocidas como objetivamente necesarias, son subjetivamente contingentes, esto es, que el sujeto puede o no obrar conforme a las leyes por “mor” de ellas. De todo ello podría decirse entonces que las representaciones que el sujeto se hace de la ley moral debilita al imperativo de esa misma ley, pudiendo el sujeto obrar en contra de esa misma ley, así entonces, notese que no es la representación de la ley moral, la que funda su imperatividad, sino solamente la obediencia a ella. De tal manera, el carácter ético radica en la acción moral, como acción originaria en sí misma fundamentada. Y es por todo ello también que el ser moral, el ser racional, es un fin en sí mismo.

La “determinación de la voluntad” es un punto que trabajaré en el siguiente apartado, por tanto, con lo que respecta a éste finalmente mencionaré que el imperativo categórico no es una norma que pertenece a una moral concreta, pues si fuera así, dicho imperativo pertenecería a un determinado contexto y sin embargo esto no es así pues, ‘‘ La formulación del imperativo categórico: obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal, constituye un modelo lingüístico que expresa las condiciones sintácticas y semánticas comunes a todo código moral empíricamente existente y que es, por tanto, susceptible de ser aplicado a cualquier proposición con contenido empírico convirtiéndola inmediatamente en un imperativo moral” (S), de este modo podría decirse que los ideales morales varían según las sociedades y su época, pero, no deja de haber un ideal como principio, esto es un imperativo categórico, é1 no termina con una sociedad o época determinada, pues por debajo de las tablas de la ley, como sostén ideológico habrá siempre una

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voluntad pura quien obedezca a este mandato, aspirando así a tener una vida mejor, con algo más de justicia y con algo más de pureza.

Como podemos ver la conducta moral no se presenta en el vació, pues se vive en sociedad y en las relaciones sociales. En otras palabras, la ética no sólo concierne a las llamadas “rectas intenciones” o a la buena conducta por parte del sujeto, sino al bienestar general de la comunidad, de la que el sujeto es una parte integrante.

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1.2 La determinación de la voluntad

Para continuar ahora con el análisis de la “determinación de la voluntad”, es preciso no dejar de recurrir al imperativo categórico y es necesario recurrir ahora a la tercera antinomia de las cuatro que conforman la lista de Kant; la tesis de ésta señala: “Existe libertad en el sentido trascendental como posibilidad de un comienzo absoluto e incausado de una serie de efectos”, la antítesis dice: “Todo acontece en el mundo según leyes naturales”, la resolución comenta: “Se demuestra que no puede haber una causalidad rigurosa y absoluta, porque ello equivaldría a la regresión al infinito de las causas; más tampoco puede, haber un comienzo incausado por cuanto no podría pensarse como objeto de la experiencia” (9).

De acuerdo con lo que Kant nos señala en la tesis de la tercera antinomia, nos dice que la causalidad natural no es la única por la que pueden ser derivadas todos los fenómenos del mundo, así entonces, es necesario admitir una causalidad por la cual algo suceda sin que la causa sea determinada por una causa anterior siguiendo leyes necesarias. Esa causalidad debe ser entonces una ‘espontaneidad absoluta’ de las causas, capaz de comenzar por sí misma una serie de fenómenos, es decir, una “libertad trascendental”. la libertad trascendental es una idea pura, cuyo objeto no puede ser dado en ninguna experiencia porque esta libertad es universalmente determinada a partir de la causalidad libre. Kant dice que desde el momento en que se concibe una ley universal, es posible concebir al mismo tiempo una causalidad natural.

Recurro a la tercera antinomia para hablar de la determinación de la voluntad porque cabe la necesidad de introducir ahora un nuevo elemento y éste es el de la “libertad”, aunque la libertad no es un objeto de posible conocimiento teórico, pues es meramente una “idea trascendente” en la cual no se puede hallar ningún uso

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científico. Ella es uno de los elementos primordiales de la moralidad, ya que sin la idea de libertad dice Kant, “no puede haber sujeto moral”. La ley moral, es en realidad, una ley de la causalidad por la libertad. Y sin moral el sujeto no conocería la libertad, pero sin la libertad la moral misma no existiría,

Mas sin embargo, es preciso señalar que una idea no puede existir en la experiencia, pero no por ello tampoco ha de decirse que no es, que no existe en absoluto. Tomemos en cuenta que de las ideas se ha dado la realidad, esto es, la idea tiene una realidad distinta de la realidad fisica. La idea hnciona como modelo fijo en la mente del sujeto para posteriormente realizarse en la mayor concordancia posible con ella. Expuesto de este modo, diríamos que de 10 ideal surge el “deber”. Ahora bien, con respecto a la libertad diremos que no es una realidad palpable, sino una mera idea cuya finalidad consiste en el “deber” pues éste lleva consigo el poder realizar lo que la razón ordena.

De lo ya expuesto intuímos que el ideal al que la razón apunta es que el sujeto deba actuar a partir de la realidad del mundo, pero, no para aceptar al mundo tal y como el mundo “es”, sino para transformarlo en lo que “debe ser”. De ahí que la necesidad ética de un mundo que sea como “debe ser”, obliga al sujeto a relacionar de algún modo a la teleologia fisica con la teleología moral. Para tratar de comprender la relación que Kant establece entre las dos teleologías en contraposición con el principio de moralidad, tenemos que tener presente que la teleología queda situada en el campo teórico- práctico, mientras que el principio de la moralidad recordemos que es práctico-puro. Así la teleología fisica sólo proporciona al sujeto un hndamento para pensar la existencia de un ser inteligente creador del mundo. Y la teleología moral al igual que la teleologia fisica necesita el concepto de un ser inteligente, pero, éste dotado de libertad para concebir la acción como determinada por la ley de su misma libertad. De tal manera no queda más que decir sólo que es la libertad, o mejor dicho, es el ser racional como “fin final”, el Único

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que garantiza no sólo el contenido de la acción del hombre sobre la tierra, también la “consistencia objetiva ético-práctica” y nunca meramente teórica. Como podremos ver la racionalidad práctico- pura sólo puede justificarse desde una perspectiva especulativa, y es la misma racionalidad práctico-pura la que no sólo da contenido ético a las acciones del sujeto, también justifica de manera objetiva la imposibilidad de contradicción entre leyes de la naturaleza y las de la libertad. “La moralidad, en efecto, supone el encuentro de la libertad y la necesidad; y ello sólo ocurre en el hombre. El hombre debe ser por un lado, libertad ética, un ser en sí; por otro, necesidad natural, fenómeno. ..”(lo)

Observemos cuidadosamente que en Kant existe un dualismo filosófico, pues é1 nos dice: que la naturaleza se determina, se conoce, mientras que la libertad no puede aplicarse al hombre como ser biológico, ya que la libertad no puede concebirse ni entenderse por las “categorías”, sino tan solo y únicamente en la medida en que el hombre actúa por reverencia a la ley moral. Ante lo ya mencionado quisiera destacar ahora que Kant pretende mostrar de algún modo que la libertad no es inconsistente con la naturaleza, pues, “La libertad moral es una idea. Sin embargo, libertad y necesidad natural no se hallan en oposición entre sí. Al contrario, son susceptibles de compaginarse. De hecho suelen compaginarse, cuando se requiere algo bueno que pueda ser realizado en la experiencia” (11). Para Kant no es suficiente la causalidad natural se requiere además de una causalidad por libertad, pero ello no indica que haya ruptura entre ellas, pues hace falta que el mundo sea constituido tanto por la necesidad como por la libertad. Tomemos en cuenta que el sujeto moral no sólo pertenece a la “causalidad de la naturaleza”, sino además “al mundo de los ideales”, es decir, el hombre no sólo se determina por un mandato establecido (naturaleza), sino que busca un mundo en el cual pueda cumplir sus ideales para adquirir una vida mejor. “El hombre es ciudadano de dos mundos: el mundo de la naturaleza (de los

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hechos causales) y el mundo de los noúmenos, sólo inteligible (de las ideas orientadoras) . . .” (12)

De acuerdo a lo ya mencionado podremos decir ahora que cuando un sujeto efectúa un acto espontáneamente, dicho “acto” no puede ser entendido como acontecimiento, pues su causalidad está Iüera de toda ley natural. Es pues el sujeto quien se determina a sí mismo, es el sujeto quien realiza sus acciones, las produce, las causa, sus acciones le pertenecen. La acción libre no es causada, por la determinación natural, es el sujeto quien decide que conducta seguir. Si sus acciones se dirigen con base en sus inclinaciones o deseos dicho sujeto no actúa con libertad, mas si sus acciones tienden a ser independientes de sus apetitos, independientes del mundo sensible entonces ese sujeto ejecutará sus acciones con plena libertad. De tal manera cabría señalar que lo que es natural causado, no puede ser objeto de voluntad moral porque no hay en ello posibilidad de libre determinación y de autonomía. Así entonces un sujeto tiene libertad en la medida en que es é1 y sólo é1 quien elige como actuar. Es únicamente el ‘yo’ quien es libre, por tanto, para Kant el hombre se determina así mismo desde la praxis. Ahora bien, lo que caracteriza a la moral es siempre la incondicionalidad, esto es, un fin que siempre sea deber, a saber un fin objetivo. De este modo lo moral es libertad, y lo teórico es naturaleza.

Se puede deducir de 10 ya manifestado que para Kant el hombre es libre, pero no de manera cosmológica, psicológica ni metafisicamente, sólo y únicamente en su definición moral. Y además que el sujeto es un ser que pertenece a dos mundos: 1) El hombre por su libertad pertenece a un mundo inteligible, 2) El hombre por su naturaleza pertenece a un mundo sensible. Finalmente señalaré que la relación que existe entre la libertad y la naturaleza es del tipo de que algo es por que debe ser, es decir, el sujeto moral es algo por hacer, pues mediante su capacidad cognoscitiva el sujeto moral tiende a actuar en medio de un conjunto de aspiraciones. Y gracias a ese deber a actuar, el sujeto realiza algo

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en el mundo. Así entonces, la libertad se hace consciente en la medida en que se realiza el deber, ya que la libertad del hombre es esencialmente un deber-ser en el mundo, cabe señalar que sin el deber no habría libertad moral. El deber como tal no expresa una realidad acabada, es, algo que hay que realizar. Por tanto, el hombre sin el deber no tendría una libertad real ya que a lo más que podría llegar sería a una libertad ideal, a una libertad teórica. Ante lo ya indicado cabría señalar que es totalmente cierto que el imperativo categórico es una necesidad que se impone a la conciencia como un hecho de la razón el cual sólo se puede explicar si se admite la libertad, de tal forma el sujeto adquiere conciencia de la libertad precisamente porque antes que nada tiene conciencia del deber. Y en tal circunstancia el sujeto se encuentra ante un hecho absolutamente Único ya que el imperativo le ordena al sujeto a querer de acuerdo con la pura forma de la ley, en substancia le ordena la libertad, pues al darse el deber se le comunica el sujeto que es libre, o de otro modo el deber no tendría sentido alguno.

Quisiera señalar por último que si la libertad estuviera determinada según leyes, como causalidad natural no se le podría llamar libertad. Así la capacidad que el hombre tiene de determinarse, bien sea por un concepto de naturaleza, bien por un concepto de libertad, abre el paso a una concepción dinámica en la que la libertad, primero como espontaneidad creadora y después, como hndamentalmente moral adquiere su verdadera dimensión trascendental .

Una vez hecha la distinción entre libertad moral y deterrninismo, esto es, entre el ideal de libertad y causalidad, quisiera destacar que el eslabón de conexión entre la naturaleza y la libertad no puede ser otro que la voluntad. Con respecto a la determinación de la voluntad existen dos elementos, los cuales creo también son convenientes para la determinación de la voluntad en el sujeto, estos son: “el respeto” y “la ley”.

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Para ello principiaré con una cita que hace alusión al primer punto; “Lo que yo reconozco inmediatamente en mí como una ley, lo reconozco con respeto y este respeto significa solamente la conciencia de la subordinación de mi voluntad a una ley” (13). La ley que exige y aspira a ese acatamiento no puede ser otra que la ley moral. De este modo el sujeto moral tiende a obedecer con reverencia la ley por medio de la razón, pues hera de esperar algo por medio de cualquier inclinación, es la razón la que le produce verdadero “interés moral”, ya que el sujeto moral prefiere aguardar todo de la suprema autoridad de la ley y del acatamiento a la misma que seguir a sus inclinaciones o sentimientos. De tal manera el acatamiento a la ley es considerado efecto de la ley sobre el sujeto. “Pues sólo la ley lleva consigo el concepto de una necesidad incondicionada y objetiva, y, por tanto, universalmente válida y los mandatos son leyes a los cuales hay que obedecer, esto es, dar cumplimiento aún en contra de la inclinación” (14). Dice Kant, que el ser racional es aquél que obra de tal modo que el motivo de su acción es sólo y exclusivamente el respeto a la ley que la razón se da a si misma, así el hombre es “fin” en sí mismo pues el que obra de dicho modo siempre obtiene el efecto de su acción, y tal es el hombre no como naturaleza, sino como persona. De tal forma el ideal ético no es el buen ciudadano que cumple las leyes, sino la persona buena que las cumple por respeto a las mismas. Evidentemente, el respeto se refiere siempre y de manera exclusiva a personas y nunca a cosas. Las cosas inanimadas y los animales pueden suscitar amor, temor, terror, etc., pero nunca respeto. Lo mismo se aplica al hombre entendido como cosa, esto es, en su aspecto fenoménico: podemos amar, odiar e incluso admirar a una gran inteligencia o a un poderoso, pero el respeto es otra cosa, y nace únicamente frente al hombre que encarna la ley moral. En resumen el respeto es un tributo que no podemos rehusar al mérito moral, lo queramos o no, ya que podremos reprimir sus manifestaciones externas, pero no podemos evitar el sentirlo en su integridad, en este sentido el respeto puede ayudar como móvil a obedecer la ley moral.

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Recurriendo al imperativo categórico y recordando que lo que contiene éste es la “necesidad de la máxima”, con respecto al segundo punto diremos que es la razón pura, independientemente de la sensibilidad, la única que da la ley y que sólo por ésta es el sujeto realmente é1 mismo, de lo contrario sólo le quedaría ser fenómeno de sí mismo. Así entonces, al intentar la razón hallar en el mundo inteligible un objeto de la voluntad saldrá de sus límites y encontrará la ley. La ley moral, y el imperativo categórico tienen un fin en sí, tienen un valor absoluto, de ahí que el hombre como ser racional tenga un valor absoluto pues el hombre es un ser que tiene su fin en sí mismo, es un ser que tiene valor absoluto. También cabe destacar aquí que para Kant lo “bueno” en sí es sólo y únicamente aquello que determina la voluntad, es decir, lo bueno se distingue de la sensibilidad de desear inclinaciones y de ejercer no lo que “es”, sino lo que “debe ser”. “. . . Una acción realizada por deber tiene, empero, que excluir por completo el influjo de la inclinación y con ésta todo objeto de la voluntad, sino es, objetivamente, la ley y, subjetivamente el respeto puro a esa ley, aún con perjuicio de todas mis inclinaciones” (15) así, siendo la libertad una mera idea, suele ser ella el motor que controla los pasos de la autodeterminación, pues recordemos que sin el concepto de libertad es imposible que se dé la ley y que ésta a su vez se encuentre en el sujeto.

Por último y para dar por terminado este apartado es importante mencionar que el motor de la intención moral debe estar libre de la condición sensible. 1.3 La reconciliación del sujeto

He señalado con anterioridad que el sujeto moral pertenece a dos mundos: el teórico (naturaleza), y el práctico (libertad), también se ha mencionado que entre la naturaleza y la libertad no existe conflicto alguno, antes bien tienden a compaginarse, aunque las dos

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pueden suceder independientemente la una de la otra sin confundirse, ellas se complementan mutuamente. Menciono esto porque la reconciliación del sujeto tiene que ver con ambas, pues el sujeto se reconoce así mismo en la medida en que se considera sujeto que conoce, y sujeto actuante. Esto es, el sujeto no puede existir en un plano de mero conocimiento y mostrarse pasivo ante el mundo que conoce, sino que se requiere además que sea un sujeto activo, un sujeto que actúe, que mediante opciones elija la conducta que desee seguir. Sólo de este modo, y de ningún otro, el sujeto puede reconocerse a sí mismo. Cuando ‘x’ sujeto actúa toma un punto de vista subjetivo con respecto a su acción, si nadie le ha obligado a elegir se considera que aquel sujeto ha actuado de manera autónoma, por lo tanto, tal sujeto se reconoce ante sí mismo como perteneciente a dos mundos, pues expresa de algún modo su total realidad humana.

“Sólo el concepto de la libertad permite que nosotros no tengamos que salir fuera de nosotros para encontrar lo incondicionado e inteligible para lo condicionado y sensible. Pues es nuestra propia razón la que se conoce por medio de la suprema e incondicionada ley práctica, es el ser, que es consciente de esta ley (nuestra propia persona) el que se conoce como perteneciente al mundo puro de entendimiento y, por cierto hasta con determinación del modo con que él, como tal, puede ser activo” (16).

De este modo dos categorías de la existencia del sujeto (ser y hacer) aparecen relacionados, pues notemos que cuando el sujeto actúa, no sólo algo sucede, sino que además alguien actúa, es decir, el sujeto participa de la naturaleza por su receptividad y además trasciende a la naturaleza misma por su autonomía, así entonces, no puede haber actividad sin agente y al reconocer la existencia de una actividad se reconoce la existencia del que actúa. De ahí que el sentido práctico de la libertad necesariamente presuponga el sentido teórico. Lo propio del sujeto es imponerse a lo sensible esto es, no ser mero

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espectador y organo pasivo frente a é1 mismo, sino desde el punto de vista de su carácter inteligible, el hombre es un ser activo, su razón es espontaneidad pura, el fundamento de su yo es actividad pura también.

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1.4 El reconocimiento del otro

El hombre como persona es concebido por Kant como un ser activo, creador de realidad mediante representaciones, la capacidad que el sujeto posee para actuar es propia de é1 mismo como ser racional. Sin embargo, cuando un sujeto actúa debe tener bien presente que no puede querer dañar los derechos del otro, así como tampoco responsabilizarse por los malos actos de aquél. Cuando un sujeto actúa siempre surge el otro, como develamiento de existencia inmediata, es decir, en el actuar del otro me considero como un sujeto que crea, sueña, piensa, actúa, etc., por tanto, soy al igual que el otro un ser que elige en medio de un conjunto de límites. Kant no pretende que el hombre sea un individuo privado, ajeno a los demás, por el contrario, para Kant el hombre es un ser social que necesita relacionarse con los demás y consiguientemente estar sometido a unas leyes “jurídico prácticas” las cuales son las únicas que pueden garantizar el orden social de la convivencia. Así el deseo de Kant es que el hombre conviva en sociedad construyendo el bien común.

Es evidente que todo sujeto tiene conciencia del otro, pues no se está solo ante el mundo. La existencia del otro es tan cierta como la mía misma. El otro es un “otro-sí”, es decir, otro ser con las mismas características que yo, otro sí mismo, como yo soy un otro a mí mismo, “Pues mi carne sólo aparece como un cuerpo entre los cuerpos en la medida en que soy yo mismo un otro entre todos los demás ...” (17). Cabe hacer mención que con respecto a la definición de “como a mí mismo” significa: “Tú también eres capaz de comenzar algo en el mundo, de actuar por razones, de jerarquizar tus preferencias, de estimar los fines de tu acción y, de este modo estimarte a tí mismo como yo me estimo a sí mismo” (M), y se necesita del otro porque sin é1 no podría haber reciprocidad del compartir, del vivir juntos. Sólo un sí puede tener otro distinto de sí, y además sólo un sí puede percibirse a sí mismo como un otro entre los otros. De tal manera podemos afirmar que

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todo sujeto tiene necesidad del otro para poder captar plenamente todas las estructuras de su propio ser, y , afirmar entonces que el para-sí remite al para-otro. Retomando lo anterior podremos decir también que si hay un projimo en general, es preciso ante todo que yo sea aquel que no es el otro y es en esta negación misma, efectuada por mi respeto de mí, en la que me hago ser y el prójimo surge como prójimo. De este modo, el otro no se me presenta como un ser que sería primero constituido para encontrarme en seguida, sino como un ser que surge en una relación original de ser conmigo y cuya indubitabilidad y necesidad de hecho son las mismas que las de mi propia conciencia.

Una vez dada la definición “como a mí mismo”, podemos percibir, como el hombre al estimarse é1 a sí mismo, estima de igual modo al otro, pues da al otro lo que al mismo tiempo demanda de él. Observemos aquí que la estima del otro “como a sí mismo’’ no es más que la equivalencia a decir la estima de sí mismo como otro. Por otra parte, cabe señalar que entre los hombres, esto es, entre un sí y otro sí suele darse la amistad, ello muchas veces con la finalidad de proveerse de lo que uno es incapaz de procurase. “..., la amistad colabora en las condiciones de efectuación de la vida, ...” (19). Ahora bien, notaremos que la conciencia que el sujeto tiene del amigo sólo se da en el “vivir-juntos”, pues tomemos en cuenta que el ser humano no sólo se relaciona con la naturaleza exterior incluyendo la suya propia, sino también con el resto de los hombres, y de tal manera los sujetos constituyen sociedades cuyas leyes no se derivan del orden teórico, sino del orden práctico. De tal forma, la ética de reciprocidad radica en el vivir-juntos, o la amistad, pues cada uno de los amigos da al otro tanto como recibe. Cabe mencionar que cada sujeto es ”irremplazable” para el otro en la medida de intercambio, es decir, cada cual ha hallado en el otro lo que necesitaba. Por tal motivo, ese otro es “irremplazable” para él, así la reversibilidad de funciones es insuplantabilidad de las personas, pues el intercambio permite decir que no puedo estimarme a mí mismo sin estimar al otro como a mí mismo.

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El compromiso que todo sujeto tiene en cuanto a una ética que consiste en ser la teoría o ciencia del comportamiento moral de los hombres en sociedad es el dar respuesta al otro. Todo sujeto debiera querer ser fiel al otro, debiera no querer dañar al otro, debiera actuar sin perjudicar al otro, debiera en pocas palabra, en cuestión al imperativo categórico kantiano, respetar a todas las personas en cuanto a seres racionales, pues a diferencia del animal, el hombre es como dice Kant un ser social y racional, que se encuentra en una diversidad de relaciones con el mundo exterior (lo transforma materialmente, lo conoce, lo contempla estéticamente, etc.). Su comportamiento diverso y variado responde, a su vez, a la variedad y diversidad de sus necesidades específicamente humanas. Puede decirse que el animal agota sus relaciones con el mundo exterior en un repertorio Único e inmutable; el hombre, en cambio, aunque en las fases mas inferiores de su desarrollo social parte de una relación pobre e indiferenciada, en la que se confimden trabajo, arte, conocimiento, religión, etc., va enriqueciendo su conducta con diferentes modos de comportamiento que, con el tiempo adquieren rasgos propios y específicos. Además, el hombre también adquiere un comportamiento estético cuando éste se expresa exteriorizando sus emociones, sus obras de arte también las ejecuta con base en el otro, a lo otro, ello es al otro como sí mismo, o a la naturaleza misma. Así el carácter social de la moral en un reconocimiento del otro, entraña una peculiar relación entre un individuo y la comunidad, entre un sí y un otro, entre lo individual y lo colectivo.

De ahí que el individuo sólo pueda actuar moralmente en sociedad, pues el hombre desde su infancia se encuentra sujeto a una influencia social que le llega por diversos conductos (padres, escuela, amigos, costumbres, cuales no puede escapar. Y forjando sus ideas morales y embargo, recordemos siempre en donde debe reinar el “deber

medios de comunicación, etc.) a los bajo esta variada influencia se va sus modelos de conducta moral, sin que estamos instaurados en una ética ser” para transformar “el es”, pues la

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voluntad puede estar determinada por motivos empíricos; en donde el comportamiento del hombre como ya mencionamos antes se explica desde los principios que gobiernan la naturaleza, o puede estar determinada a priori, es decir, determinada por reverencia a la ley moral y entonces de ésta manera el hombre estaría actuando libremente.

Es bien cierto que en cada cultura existen distintas formas de conducta, se lucha por distintas demandas sociales, y, en ello se busca el reconocimiento de diversos grupos sociales. Así los procesos morales por los que cada sociedad atraviesa son procesos de aprendizaje colectivos, los cuales consisten en la extensión de las relaciones del mutuo reconocimiento. Es esencial percibir que el reconocimiento no sólo se da de un individuo a otro, sino también en grupos colectivos, es decir, en una comunidad se debe reconocer que cada individuo tiene los mismos derechos, obligaciones y responsabilidades, se debe reconocer que todos los hombres son libres e iguales ante los demás. Y se debe aceptar que todo sujeto tiene un deber para con el otro, ya que todo sujeto ha de actuar no a partir de sus inclinaciones como ya se ha reiterado anteriormente, sino siempre tomando en cuenta la existencia del otro, de tal manera que el hacer bien a otro sea una obligación fundamentada en principios del entendimiento.

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11. LA LIBERTAD COMO RESPONSABILIDAD DE L o s ACTOS MORALES

En los dos apartados que conforman este segundo capítulo se abordará el tema del acto moral, pero, antes de entrar a la exposición de cada uno de ellos, es menester declarar que aunque la libertad aparece en la tercera antinomia como una idea trascendental, ella al igual que la naturaleza no puede dejar de ser igualmente necesaria, pues bajo el punto de vista práctico, el sendero de la libertad es el Único en que es posible hacer uso de la razón, ello claro en materia de acción, pues es mediante la voluntad que al hombre se le concibe libre. Menciono esto porque la responsabilidad del acto moral se halla estrechamente ligado, a su vez, a la naturaleza y libertad humana, pues sólo si se admite que el sujeto tiene cierta libertad de opción y decisión cabe hacerle responsable de sus actos. “Sin libertad no hay responsabilidad, y sin responsabilidad es imposible hablar de acciones moralesss (20).

El progreso moral del hombre radica en la elevación de la responsabilidad, pues los actos propiamente morales sólo pueden ser aquellos en los que se le atribuye al sujeto una responsabilidad no sólo por lo que se propone realizar, sino también por los resultados o consecuencias de su acción. Por lo antes expuesto diremos que la otra cara de la libertad radica en la responsabilidad, ya que el sujeto siempre será responsable de sus actos, siempre será responsable de su cotidiano elegir, a menos que se le exima de responsabilidad, pero, notemos que sólo se le puede eximir de toda responsabilidad a aquel sujeto que no tenga conciencia de lo que hace, o que esté coaccionado exterior e interiormente, es decir, se exime de responsabilidad al sujeto que ignore las circunstancias o consecuencias de su acción, pero, cabe señalar que el sujeto en cuestión no debe ser responsable de su propia ignorancia sólo así se permitirá eximir al individuo de toda responsabilidad. Con respecto a la coacción exterior mencionaré que la responsabilidad moral requiere de la ausencia de coacción exterior,

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pues una condición hndamental para que un individuo se le pueda hacer responsable de un acto es que la causa de éste se halle en é1 mismo, y no provenga del exterior, es decir, de alguien que le obligue. Dicho de otro modo, se requiere que el individuo en cuestión no se halle sometido a coacción exterior, pues cuando el sujeto se encuentra bajo el imperio de una coacción exterior dicho sujeto pierde el control sobre sus actos y de ese modo se le cierra el camino de la elección y decisión propias, realizando así un acto no escogido ni decidido por él. De tal manera la coacción exterior sería la segunda posibilidad que exime de responsabilidad al sujeto moral. Ahora bien, con respecto a la coacción interna solamente diré que ella tiene la característica de ser tan fuerte en un sujeto que él mismo no podría obrar de otro modo que como obró, pues debido a la fuerza de la coacción interna el sujeto no realiza lo que libre y consciente hubiera querido realizar. Cabe señalar que la coacción interna en la mayoría de veces se encuentra en personas enfermas o en personas que si bien se comportan de un modo normal en su conducta muestran maneras de conducta anormales.

Como hemos venido viendo la responsabilidad moral requiere de la ausencia de coacción exterior e interior. La responsabilidad moral presupone la posibilidad de decidir y actuar venciendo dichas coacciones. La responsabilidad moral requiere en sí de dos cosas: por un lado la posibilidad de decidir y actuar libremente, y, por otro, el tomar parte de un mundo causalmente determinado. En resumen la responsabilidad moral depende entonces del problema de las relaciones entre la determinación causal de la conducta humana y la libertad de la voluntad.

Es evidente que sin abordar el problema de las relaciones entre necesidad y libertad, y, en particular, de la libertad de la voluntad, no se pueden resolver los problemas éticos fundamentales, y, muy especialmente, el de la responsabilidad moral. Nadie puede ser responsable moralmente, si no tiene la posibilidad de elegir un modo de conducta y de actuar efectivamente en la dirección elegida.

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Nuevamente volvemos a reiterar que libertad y causalidad no pueden excluirse una a otra, pues la responsabilidad moral presupone necesariamente cierto grado de libertad, pero ésta, a su vez, implica también forzosamente la necesidad causal. Así responsabilidad moral, libertad y necesidad de hallan vinculadas indisolublemente en el acto moral. “.. . el hombre esta condenado a ser libre, lleva sobre sus hombros el peso integro del mundo; es responsable del mundo y de sí mismo en tanto que manera de ser. El hombre tiene el mundo que merece y es lo que quiere ser, responsable de todo, salvo de su propia responsabilidad que fundamenta su propio ser’’ (21).

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2.1 La elección del acto moral

Antes de entrar a la exposición acerca de la estructura del acto moral, precisaré que la moral se da en un doble plano, por un lado encontramos normas y principios los cuales tienden a regular la conducta, y, por otro, un conjunto de actos humanos que se ajustan a ellos cumpliendo así su exigencia de realización. Menciono esto porque la esencia de la moral tiene que buscarse tanto en un plano como en el otro, de ahí la necesidad de analizar el comportamiento moral de los individuos a través de los actos concretos en que se manifiesta.

La primer característica que cualquier acto debe cumplir es el motivo. Por motivo, puede entenderse a aquello que impulsa al sujeto a actuar o a realizar un acto. Un motivo puede o no ser moral, eso lo juzgará el sujeto actuante. “El motivo se da cuando algo plantea una exigencia práctica, que el yo “escucha” sin ser violentado por ella, sino que permanece ante ella completamente libre” (22). Los motivos constituyen, por consiguiente un aspecto importante del acto moral. Pues ellos son las fuentes ideales del propósito voluntario. Ahora bien, otro aspecto importante y fundamental del acto moral es la conciencia del fin que se persigue. Esto es, toda acción específicamente humana exige, demanda cierta conciencia de un fin, o por lo menos una anticipación del resultado que se pretenda alcanzar, 5.. el fin de la voluntad es siempre una relación, uno de cuyos miembros es el yo que quiere. No se quiere nunca una manzana o un panecillo, sino lo que se quiere es poseer la manzana o comer el panecillo.. .” (23) Notemos que en un acto moral siempre existe en el sujeto la decisión de poder alcanzar el pretendido fin. Así la conciencia del fin, y la decisión de alcanzarla, dan al acto moral el carácter de un acto voluntario. Podemos determinar ante lo ya mencionado que no es la voluntad la que es libre, sino el ‘yo’.

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El acto moral no se cumple sólo con la decisión del sujeto, sino que es preciso llegar al resultado, pues si por ejemplo en la decisión de un determinado acto he decidido plasmar cierto fin y no doy los pasos necesarios para ello, el fin no se cumplirá y, por tanto, el acto moral no se producirá. Así el paso siguiente también fundamental, es el de la conciencia de los medios para alcanzar el fin escogido y el empleo de ellos para alcanzar finalmente el resultado querido. Sin embargo, es preciso destacar que si un fin por muy elevado que éste sea no justifica el uso de los medios, si el uso de éstos no son los adecuados, tal acto no será aceptado moralmente, pues recordemos que jamás se puede tratar al hombre como cosa o instrumento para alcanzar un determinado fin, pues el empleo de medios como por ejemplo la calumnia, el soborno, etc. son medios que humillan ante todo al ser humano. Así entonces el sujeto o agente moral ha de responder no sólo de lo que proyecta o se propone realizar, sino también de los medios empleados y de los resultados obtenidos. En suma, podemos decir que el acto moral es una totalidad o unidad indisoluble de diversos aspectos o elementos (motivo, fin, medios, resultados y consecuencias objetivas).

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2.2 Valoración de los actos morales

En este apartado la exposición se concentrará particularmente en el valor de los actos morales, y para ello, iniciaré mencionando que los valores morales únicamente se dan en los actos humanos. Esto es, sólo lo que tiene una significación humana puede ser valorado moralmente, pero, a su vez, sólo los actos que los sujetos pueden reconocer como suyos, es decir, los realizados consciente y libremente, y con respecto a los cuales se les puede atribuir una responsabilidad moral. En este sentido podemos calificar moralmente la conducta de los individuos o de grupos sociales, las intenciones de sus actos, sus resultados y consecuencias. “Hay algo, por otra parte, que es específico del obrar humano y que lo distingue respecto a la efectividad de los procesos naturales. Aquello que es exclusivo de la acción humana es que en ella se origina algo de una manera absoluta; el sujeto no está determinado previamente por nada en su obrar.” (24)

Se puede atribuir valor moral a un acto si y sólo si tiene consecuencias que afectan a otros individuos, a un grupo social o a una sociedad entera. Al tener que tomar en cuenta esta relación entre el acto de un individuo y los demás, el objeto de la valoración se inscribe necesariamente en un contexto histórico-social, de acuerdo con el cual dicha relación adquiere o no un sentido moral. Para que se pueda valorar el acto moral necesariamente requerimos del otro, pues los actos humanos no pueden ser valorados aisladamente, sino dentro de un contexto histórico-social, en el seno del cual cobraría sentido el atribuirles determinado valor. De este modo, la valoración es siempre atribución de valor por un sujeto. Cualquier primer sujeto se sitúa ante el acto de un segundo sujeto, y, aprueba o reprueba la acción de aquél otro, entonces juzga así cómo le afecta no ya a é1 personalmente, sino Pero, el sujeto que actos, lo hace como individual que de

a otros individuos, o a una comunidad entera. expresa de este modo su actitud ante ciertos un ser social y no como un sujeto meramente libre cauce a sus vivencias y emociones

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personales, ya que éI forma parte de una sociedad, o de un sector social determinado, además de que es una persona de su tiempo, y, por tanto, se encuentra inserto en un grupo social en donde descubre personalmente su valoración, por ende, no es el acto exclusivo de una conciencia empírica, individual. Pero tampoco lo es de un yo abstracto, o de una conciencia valorativa en general, sino de la conciencia de un individuo que por pertenecer a un ser histórico y social, se halla arraigada en su tiempo y en su comunidad. Así, pues, por el valor atribuido, por el objeto valorado y por el sujeto que valora, la valoración o estimación tiene siempre un carácter completo, esto es, es la atribución de un valor concreto en una situación dada.

Es evidente que cuando un sujeto moral realiza un acto, cualquiera que sea éste, es valorado por é1 mismo antes de ejercerlo, esto es, es el sujeto quien en un momento dado puede determinar si su acto es bueno o malo, tanto para é1 como para cualquier otro individuo. Recordemos que el acto moral aspira a ser una realización de lo bueno, un acto moral llamémoslo positivo es un acto valioso moralmente, y lo es justamente en cuanto se le considere bueno. Con base en lo antes dicho podríamos notar que lo propio de la acción vendría a ser la intencionalidad del sujeto en ejecutar o no un acto, sea este bueno o malo, así entonces, parecería que es la intención o mejor dicho es el tiempo por el que se efectúa un acto el que lo califica como aceptable o reprobable, ello es, como bueno o malo, “LO propio de la acción humana es, entonces, la intencionalidad. Se trata de un comportamiento que sucede intencionalmente y, por ello, sólo puede fundamentarse en la intención del agente que se autodetermina por si mismo a obrar” (25) Notemos que seguimos la línea con respecto a la libertad del sujeto, de la autodeterminación de é1 mismo, ya que, es éI en su actuar cotidiano el que determina su forma de conducta, sin embargo, no perdamos de vista el nuevo concepto que introducimos, (la intencionalidad) pues éste es la característica peculiar de toda acción.

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Se ha dicho que el acto moral aspira a ser una realización de lo “bueno”, pero, qué es lo bueno, ciertamente se le puede atribuir a muchas cosas el concepto de lo bueno, por ejemplo (aquel es un buen reloj, la cosecha del año pasado fue muy buena), pero si hemos analizado con detenimiento lo bueno en estos dos casos se basa en un sentido no moral, y el que nos interesa es precisamente el ámbito moral. Así entonces retomemos nuevamente a Kant, en: La fundamentación de la metafisica de las costumbres, en donde nos señala que “Ni en el mundo , ni en general, tampoco fuera del mundo, es posible concebir nada que pueda considerarse bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad . . . la buena voluntad no es buena por lo que efectué o realice, no es buena por su aptitud para alcanzar un fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí misma’’ (26) Cabe destacar que la buena voluntad no debe ser confundida con un mero deseo que se quede sólo en eso, sin echar mano de todos los medios de los que se disponga, o en una simple intención que no va más allá de ella, es decir, sin intentar ponerla en practica. Por el contrario, se trata de un intento de hacer algo.

El hombre le da distintas aplicaciones al concepto valor, pero el sentido al que nos referiremos en esta ocasión será exclusivamente al campo ético. Para llegar a una exposición más a fondo acerca de la acción, es preciso remontamos nuevamente a la tercera antinomia de la filosofia kantiana, ello para poder exponer el por qué en una acción existe tanto la necesidad como la libertad. “La libertad del sujeto práctico se salva en la medida en que, a semejanza del teórico, é1 se autoconstituye como causa que origina nuevos acontecimientos en al ámbito fenoménico” (27) Igual que en la determinación de la voluntad, analizamos que necesidad y libertad se compaginan entre sí, para la constitución completa del individuo moral, ahora requerimos también de ambas partes para un estudio minucioso de la acción pues Kant dice: “La compatibilidad entre los dos aspectos -la acción como producción causal y la acción como intencionalidad - es lo que plantea la tercera antinomia”

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(28) Antes de que un sujeto actúe, hay en é1 algo de aspecto natural, esto es, sensible, de tal manera que aunque es el sujeto quien se autodetermina, sin embargo en é1 no deja de haber esta dualidad. Así que como dice Kant, no se trata de que en dos acciones diferentes se encuentre en una la necesidad, y en otra la libertad, sino mejor aún, ambas se encuentran en una misma acción. El sujeto tiende a actuar dando comienzo a algo, dicho de otro modo, cuando un sujeto actúa inicia por así decirlo un proceso de pasos para llegar a lo que quiere llegar valga la redundancia, entonces, ese comienzo absoluto, es el que caracteriza la acción humana y es en ese comienzo en donde se hallan por así decirlo la dualidad de la que he hablado antes (naturaleza y libertad). “Es decir, la solución a la tercera antinomia no se basa en la distinción entre procesos naturales, por una parte, y acciones humanas, por otra. Esta se fundamenta más bien, en la posibilidad de no referir la totalidad de las acciones naturales a causas igualmente físicas, sino en admitir como posible la existencia de causas inteligibles. Estas no actuarían movidas por causas externas, sino que la causa que determina la acción es interna a ella misma.” (29)

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CONCLUSIONES

Se ha mencionado dentro de la trayectoria de esta breve exposición que para Immanuel Kant, el hombre es ante todo creatividad, forjador de ciencias por así decirlo, siempre en progreso, que le permiten no sólo dominar el mundo fisico, siempre más y más, sino también el mundo histórico, social y cultural. Hemos visto que la actividad del hombre lo constituye como protagonista de una historia que apunta a ideales de convivencia, hemos descubierto también que el hombre anticipa sus proyectos en la idea, y que sólo así logra conocer el mundo, pero también hemos notado su libertad creadora de tales proyectos cognoscitivos. Así entonces, la filosofia práctica kantiana ha tenido la virtud de hacemos comprender que el hombre no se concibe como producto de la naturaleza, sin más, si bien es cierto que la naturaleza es un propósito en el hombre. El mundo de él, no es el mundo propio de los demás seres naturales es, en buena parte el mundo de la subjetividad trascendental o si se prefiere el mundo de la intersubjetividad.

Se le ha concebido al hombre en su acción como un ser capaz de proponerse fines, ideas o modelos y orientar su actividad para concebir sus propósitos, y ello como se ha señalado dentro de la investigación, lo ha hecho con la plena capacidad que el hombre posee de determinarse a sí mismo, y de esta manera es como se ha llegado a la verdadera dimensión trascendental. Sólo resta mencionar que, para Kant no había absolutamente nada ni nadie que o quien pudiera reemplazar a la razón práctica, ni tampoco quien lograra imponer códigos morales que coaccionaran la libertad interna del hombre, de tal forma que para dicho filósofo, el hombre es el Único quien determina su conducta, ya que la moralidad sólo puede tener como destinatario a aquella persona que se atenga a una acción que surja de su propia interioridad. En conclusión, solamente queda reiterar que la ética kantiana no apunta a la utopía que proyecta un mundo en el que el ideal de la

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justicia y de la libertad será un día una realidad, sino que es precisamente día con día en donde el hombre no puede aceptar el mundo como éste es, sino su tarea cotidiana es transformarla en lo que debe ser.

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REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

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(2) Kant Immanuel, Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, México D.F. Edit. Pomia, S.A.p.9

(3) op. cit cita (1) p. 41

(4) Sevilla S. Sergio, Análisis de los Imperativos Morales en Kant, Valencia, España, Edit. Universidad de Valencia 1979, p.90

( 5 ) op. cit cita (2) p. 16

(6) op. cit cita (4) p. 67

(7) op. cit cita (2) p. 9

(8) op. cit cita (4) p. 87

(9) Kant Immanuel, Crítica de la Razón Pura, Madrid, España, Colección ‘Tesoro Literario’ No. 23, Clásicos Bergua, Tomo 11, p. 140

(1 O) op cit cita (2) p. 82

(1 1) op cit cita (2) p. 12

(12) Ibidem p. 8

(13) Iribiame, Julia Valentina, La Libertad en Kant, Buenos Aires, Argentina, Ediciones Carlos Lohlé, p. 48

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(14) op cit cita (2) p. 36

(15) op. cit cita (2) p. 26

( 1 6) op. cit cita (2) p. 164

(17) Ricoeur Paul, Sí mismo como otro, México D.F., Edit. siglo XXI, p. 362.

(1 8) Ibidem p.202

(19) Ibidem p. 193

(20) op. cit cita (1) p. 203

(21) Guisan Esparza, Razón y pasión en la Etica, (Los dilemas de la ética contemporánea), Barcelona, Edit. , p. 79.

(22) Romano, Muñoz José, El secreto del bien y el mal, ‘Ética Valorativa’, México D.F., Edit. Pedro Robredo, p. 132

(23) Ibidem p. 133

(24) Innerarity Carmen, La teoría kantiana de la acción, México D.F., Edit. Eunsa, p.76

(25) Ibidem p. 76

(26) op. cit cita (2) p.

(27) Ibidem p. 78

(28) Ibidem p. 78

(29) Ibidem p. 80

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BIBLIOGRAFIA

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