halperin donghi_historia contemporánea de américa latina i.pdf

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    _,citn: Humanidades

    Tulio Halperin Donghi:Historia Contempornea de Amrica Latina

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    El Libro de BolsilloAlianza Editorial

    Madrid

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    AR ohrn fue publicada por pr!m~ra yez e~ italiano, en traduc-.'it"11 de Cesare Colombo, por Giulio Einaudi Editore, s. p. a., de

    'I'orino en la coleccin Piccola Biblioteca Einaudi, con el ttulo:Storia dell' America Latina.

    La presente edicin ha sido corregida y ampliada por el autor.

    IC) 'fuljo Halperin Donghi . Giulio Einaudi Editore, s. p. a., Tormo.(C) Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1969

    Calle Miln, 38; -""2000045Depsito legal: M. 7.385 - 1969(:uhicrta: Daniel Gilhuprcso cu Espaa por Edicione? Castilla, S. A.(:,.11, M'lestro Alonso, 21, Madrid1'li l l!

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    Prlogo

    el suelo mexicano. La geografa antes que la historia"IH)l1e entonces a la meseta mexicana, de sombra vege-l:w()ll, el desierto y la costa tropical; la que en otrasu.uiones est en el punto de partida de diferenciacionesIHl menos profundas: as como ocurra con las AmricasI.alinas, el plural parece imponerse tambin, contra toda1',r:lIntica, para reflejar los desconcertantes contrastes aunde pases relativamente pequeos, como el Ecuador o( ;I/atemala ...

    Problema es tambin la posibilidad de una considera-,j,)n propiamente histrica del tema: aun sin seguir el"JCmplo de quienes buscando, por caminos acaso dema-.i.ulo f:ci1cs, subrayar la originalidad niegan que Latino-

    .uurica tenga en rigor historia, es preciso admitir que,"11cuanto a ciertos planos de la realidad social, la historia",' mueve acaso ms despacio aqu que en otras partes,Ile nlI el avance de los exmenes ahistricos de la re a-li,l:ldhispanoamericana pasada o presente; ese avance,;1 ralos excesivo y prepotente, si por una parte comple-IIlcllla las perspectivas de una histoire vnementie!le'/I/C en Amrica Latina no suele ser menos intelectual-uuntc perezosa que en otras comarcas, no est tampoco, "'Illo de aspectos negativos; el gegrafo, el antroplo-:',') social, al ignorar la dimensin histrica de los pro-I','llIas que les interesan, corren riesgo de entenderlosIIIIIV mal. .. No reduzcamos, sin embargo, el problema a1111 :1 querella de especialistas sensibles a las limitaciones11"11:1:; m.is que a las propias: la gravitacin de esas cien-

    o 1;1:; del hombre que se diferencian de la historia en'11;11110 ponen el acento en el estudio y descripcin de"lIllpl"jas estructuras -examinadas al margen del pro ce-" 1"llIpora1 al que deben su existencia- no se debe tan,,1,I : t I contexto cultural en el cual se dan hoy l o s es-

    I"di,,:; 1 : 1 1inoamericanos; es en parte requerida por el,,1'Ho mismo. Si hoy Fernand Braudel puede reivindicar'''111'' I:i

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    Prlogo

    partidarios y sus adversarios; menos renovadoras, sobrelodo, de lo que las transformaciones del orden mundialexigen de los pases marginales que no quieren sufrir lasconsecuencias de un deterioro cada vez ms rpido. Y fi-nalmente, el desequilibrio y las tensiones de la horaactual, que confluyen en los conflictos planteados a escala

    planetaria.

    Dentro de esta perspectiva se ha intentado aqu orde-nar una realidad cuya riqueza no quisiera traicionarse.A pesar de todo, las limitaciones son necesarias, y estelibro no pretende ser una historia total de la AmricaLatina: se buscarn en vano en l los cuadros -fre-cuentemente demasiado rpidos -que suelen ofrecer,

    paralelamente a la historia sin adjetivos, la historia lite-raria e ideolgica a travs de un puado de nombres yfechas, y de caracterizaciones escasamente evocadoras

    para quienes no conocen por experiencias ms directasla realidad en ellas aludida. No es esa la nica carenciaque el autor se ha resignado a aceptar para su obra;muchas otras que no advierte las descubrir sin duda ellector, cruelmente evidentes. Aun as este libro, que nose propone ser un comentario de actualidad, pero tam-

    poco rehuye acompaar hasta hoy el avance a menudoatormentado de Amrica Latina, no ha de carecer dealguna utilidad si logra ayudar -con la perspectiva que

    precisamente slo la historia podra ofrecer- a la com-prensin de esta hora latinoamericana, en que los crue-les dilemas que tan largamente han venido siendo elu-didos se presentan con urgencia bastante como paraganar para este subcontinente, demasiado tiempo con-templado por el resto del mundo con mirada distrada,una atencin por primera vez alerta, y a ratos alarmada. 1 1

    , .'1 '1

    1. El legado colonial

    Todava a principios del siglo XIX seguan siendo visi-bles en Iberoamrica las huellas del proceso de conquista.Las de las vicisitudes de los conquistadores mismos, queiban a fascinar a los historiadores de esa centuria: Lima,Buenos Aires, Asuncin, eran el fruto perdurable de ladecisin de ciertos hombres... Tras de esa versin heroi-ca de la histoire vnementielle no es imposible descu-

    brir ciertos acondicionamientos objetivos de esas trayec-torias fulgurantes, aparentemente regidas por una capri-chosa libertad; es la vigencia perdurable de esos acon-dicionamientos la que asegura la continuidad entre laconquista y la ms lenta colonizacin.

    Como saban bien quienes en el siglo XVIII se habaninclinado sobre el enigma de ese gigantesco imperio do-minado por una de las ms arcaicas naciones de Europa,lo que haba movido a los conquistadores era la bsque-da de metal precioso. Siguiendo sus huellas, su pocoafectuosa heredera la corona de Castilla iba a buscarexactamente lo mismo y organizar sus Indias con esteobjeto principal. Si hasta 1520 el ncleo de la coloniza-

    11

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    Captulo 1

    eron espaola estuvo en las Antillas las dos dcadas si-l~lIicntesfueron de conquista de las' zonas continentales(le meseta, donde iba a estar por dos siglos y medio elcorazn del imperio espaol, desde Mxico hasta el AltoPer; ya antes de mediados de siglo el agotamiento dela poblacin. antillana ha puesto fin a la explotacin deloro superficial del archipilago; hacia esa fecha la plataexcede ya en volumen al oro en los envos de metal

    precioso a la metrpoli, y a fines de esa centuria 10 superatambin en valor.

    Para ese momento las Indias espaolas han adquiridouna figura geogrfica que va a permanecer sustancial-mente incambiada hasta la emancipacin. Sin duda lasAntillas, y hasta mediados del siglo XVIII el entero fren-

    te atlntico, son el flanco dbil de ese imperio organi-zado en .torno a la minera andina: desde Jamaica hastala Colonia del Sacramento en el Ro de la Plata el do-I~ini~ espaolha retrocedido en ms de un punto (pro-visona o definItIvamente) ante la presin de sus rivales.Aun as, el imperio llega casi intacto hasta 1810 v es

    precisamente la longevidad de esa caduca estruct~;a laque intriga (y a veces indigna) a los observadores delsiglo XVIII.

    Ese sistema colonial tan capaz de sobrevivir a sus de-bilidades tena -se ha sealado ya- el fin principal deobtener la mayor cantidad posible de metlico con el me-nor. desembolso de recursos metropolitanos. De aqudenva. ms de una de las peculiaridades que el Pacto

    Colomal. tuvo en Amrica espaola, no slo cuanto alas relaciones entre metrpoli y colonias, sino tambin~n las que corran entre la economa colonial en su con-Junto y l?s sectores mineros dentro de ella. De qu ma-ll,eraPOdI~.lograrse,. en efecto, que las tierras que produ-Clan metlico suhciente para revolucionar la economacuropea. estuviesen crnicamente desprovistas de mone-da? Dejando de lado la porcin -nada desdeable-(xl.l'aiJ~~ por la ~orona por va de impuesto, era nece-S:lI"Ioorrcntar hacia la metrpoli, mediante el intercambioc"lIl

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    Captulo 1

    como dueos de tierras recibidas por mercedes reales.Sobre la tierra y el trabajo indio se apoya un modo devida seorial que conserva hasta el siglo XIX rasgos con-tradictorios de opulencia y miseria. Sin duda, la situa-cin de los nuevos seores de la tierra no ha sido gana-da sin lucha, primero abierta (el precio del retorno a laobediencia en el Per, luego de las luchas entre conquis-tadores, a mediados del siglo XVI, fue una mejora en elstatus jurdico de los encomenderos) y luego ms discre-ta contra las exigencias de la corona y de los sectoresmineros y mercantiles que contaban en principio con suapoyo: a medida que el derrumbe de la poblacin ind-gena se aceleraba, la defensa de la mano de obra (en

    particular contra esa insaciable devoradora de hombres

    que era la mina) se haca ms urgente, y antes de llenar-con entera justicia- uno de los pasajes ms negrosde la llamada leyenda negra, la mita -el servicio obli-gatorio en las minas y obrajes textiles- haba ganadouna slida antipata entre seores territoriales y admi-nistradores laicos y eclesisticos de las zonas en que losmitayos deban ser reclutados.

    Los seores de la tierra tenan as un inequvoco pre-dominio sobre amplias zonas de la sociedad colonial; nohaban conquistado situacin igualmente predominanteen la economa hispanoamericana globalmente conside-rada. Esta es una de las objeciones sin duda ms gravesa la imagen que muestra al orden social de la coloniadominado por rasgos feudales, por otra parte indiscuti-

    blemente presentes en las relaciones socio econmicas demuy amplios sectores primarios. Pero es que el pesoeconmico de estos sectores es menor de lo que podrahacer esperar su lugar en el conjunto de la poblacinhispanoamericana (y aun ste era desde el siglo XVII me-nos abrumadoramente dominante de lo que gusta a vecessuponerse). Ello es as porque es la organizacin de laentera economa hispanoamericana la que margina a esossectores, a la vez que acenta en ellos los rasgos feuda-les. Por otra parte, stos estn lejos de aparecer conigual intensidad en el entero sector agrcola. Desde muy

    1 ' : 1 legado colonial 1'5

    pronto surgen al lado de las tierras de agricultura ind-gena islotes de agricultura espaola; pese a la exigidad(le stos, su sola supervivencia est mostrando una delas fallas de la agricultura apoyada en el trabajo indio:.lebiendo sostener dos estructuras seoriales a la vez (latodava muy fuerte de origen prehispnico y la espaola,laica y eclesistica a la vez) le resulta cada vez ms di-fcil, mientras el derrumbe demogrfico y la concurren-cia de otras actividades arrebatan buena parte de su mano.le obra, producir a precios bajos excedentes para elmercado.

    La catstrofe demogrfica del siglo XVII provocartransformaciones aun ms importantes en el sector agra-rio: reemplazo de la agricultura por la ganadera del

    ovino, respuesta elaborada desde Mxico hasta el Tucu-nuin a la disminucin de la poblacin trabajadora; reem-

    plazo parcial de la comunidad agraria indgena, de la

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    16 Captulo 1 El legado colonial 17

    ricana alcanz, desde muy pronto, una situacin relativa-mente privilegiada en sus relaciones econmicas con lametrpoli. Pero aun en Mxico el avance de la haciendano dar lugar al surgimiento de un salariado rural autn-tico: los salarios, aunque expresados por lo menos parcial-mente en trminos monetarios, de hecho son predominan-temente en especie, y por otra parte el endeudamientode los peones hace ilusoria su libertad de romper la rela-cin con el patrn. No ha de olvidarse por aadiduraque, entre la explotacin directa de toda la tierra y la

    percepcin pura y simple de una renta seorial, existennumerosos estadios intermedios (comparables a los bienconocidos en la metrpoli y la entera Europa) en que,si el campesino cultiva para s un lote, debe trabajar

    con intensidad localmente variable la tierra seorial. ..Esta ltima solucin, si facilita la produccin de exce-dentes para mercados externos, no siempre va acompa-ada de ella; en este punto el panorama hispanoame-ricano es extremadamente complejo, y estamos por ciertolejos de conocerlo bien.

    De todos modos, dentro del orden econmico colonialla explotacin agrcola forma una suerte de segunda zona,dependiente de la mercantil y minera (en la medida enque a travs de ellas recibe los ltimos ecos de una eco-noma monetaria de ritmo lento y baja intensidad), peroa la vez capaz de desarrollos propios bajo el signo deuna economa de autoconsumo que elabora sus propiosy desconcertantes signos de riqueza. Este repliegue sobres misma ofrece solucin slo provisional y siempre fr-gil al desequilibrio entre ambas zonas: hay en el sectordominante quienes se interesan en mantener entreabier-ta la comunicacin con la que tiende a aislarse; buena

    parte de los lucros que las Indias ofrecen pueden cose-charse en esa frontera entre sus dos economas. Esosesfuerzos cuentan en general con el apoyo del poder po-ltico: la funcin del sector agrcola es, dentro del ordencolonial, proporcionar alimentos, tejidos y bestias de car-ga a bajo precio para ciudades y minas; si una incorpo-racin menos limitada del sector rural a los circuitos

    econmicos encarecera acaso sus productos, su aislamien-to total tendra la consecuencia aun ms grave de ha-cerlos desaparecer de los mercados mineros y urbanos ...

    Esa combinacin de intereses privados y presiones ofi- ciales tiene acaso su expresin ms tpica (aunque sinduda no su manifestacin ms importante) en la insti-tucin del repartimiento. Para evitar que, por ausenciade una espontnea corriente de intercambios, faltase aenteras zonas rurales lo ms necesario, se decide induciresta corriente por acto de imperio: los corregidores, fu.n-cionarios ubicados por la corona al frente de enteros dis-tritos ofrecern esos productos al trueque de las pobla-cienes indgenas sometidas a su mando. Se adivina qu

    provechos dej el sistema a funcionarios y comerciantes

    por ellos favorecidos: las quejas sobre las muchas cosasintiles que se obliga a los indios a comprar -fondosde almacn que no han encontrado adquirentes en laciudad- se hacen cada vez ms ruidosas a lo largo delsiglo XVIII ... Pero si estos episodios dicen mucho sobrela situacin real de los campesinos indgenas, tambinechan luz sobre las limitaciones del poder y la riquezade los seores territoriales: la debilidad de stos frentea la doble presin de la corona y de los emisarios de laeconoma mercantil se hace sentir no slo cuando exa-minamos globalmente la economa colonial hispanoame-ricana sino aun si se limita el campo de observacin alos rincones semiaislados que se supondra destinadosa sufrir el inmitigado predominio seorial.

    Menos ntida es la situacin en lo que toca a las re-laciones entre sectores mercantiles y mineros. Como enla explotacin de la tierra, y todava ms que en sta,se impone la diferenciacin entre Mxico y el resto delimperio. Mientras en Mxico los mineros constituyen ungrupo dotado de capital bastante para encarar a menudoautnomamente la expansin de sus explotaciones (yaun cuando deben buscarlo fuera, la comparativa abun-dancia hace que no deban sacrificar a cambio de l suautonoma econmica real), en el Per los mineros delPotos dependen cada vez ms de los adelantos de los

    Halperin, 2

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    Captulo 1 El legado colonial 19

    c?merciant~s, y el ritmo despiadado que a lo largo delsiglo XVIII Imponen a la explotacin de la mano de obraa medida que se empobrecen los filones, es en parte unatentativa de revertir sobre sta las consecuencias de ladependencia creciente de la economa minera respectode la mercantil.

    Esta diferencia entre Mxico y el resto del imperio(que hace que, nada sorprendentemente en Mxico unefectivo rgimen de salariado -con niveles que obser-vadores europeos encuentran inesperadamente altos-domine !a. ac:ividad minera y aparezca en algunos sec-tores privilegiados de la agrcola) se vincula (como seha .~bservado ya) con la situacin privilegiada de estaregion, menos duramente golpeada por las consecuencias

    del pacto colonial.Este pacto colonial, laboriosamente madurado en los

    siglos XVI y XVII, comienza a transformarse en el si-glo XVIII. Influye en ello ms que la estagnacin minera-que .est lejos de ser el rasgo dominante en el sigloque asiste al boom de la plata mexicana- la decisin

    por parte de la metrpoli de asumir un nuevo papelfrente a la economa colonial, cuya expresin legal sonlas reformas del sistema comercial introducidas en 1778-1782, que establecen el comercio libre entre la Pennsulay las Indias.

    9~ f implicaban estas reformas? Por una parte laad~lSlon de que el tesoro metlico no era el solo aporte

    posl?le de las colonias a la metrpoli; por otra -enmedio de un avance de la economa europea en queEspa.a. tena participacin limitada pero real-, el des-cubrimiento de las posibilidades de las colonias comomercado consumidor. Una y otra innovacin debanafectar el delicado equilibrio interresional de las Indiasespaolas; los nuevos contactos directos entre la me-trpoli y las colonias hacen aparecer a sta como rival-y rival exitosa- de las que entre stas haban surgidocomo ncleos secundarios del anterior sistema mercan-til. Es lo que descubren los estudiosos del comerciocolonial en el siglo XVIII, desde el Caribe al Plata, desde

    las grandes Antillas antes ganaderas y orientadas haciael mercado mexicano, ahora transformadas por la agricul-tura del tabaco y del azcar y vueltas hacia la Pennsula,hasta el litoral venezolano, que reorienta sus exporta-ciones de cacao de Mxico a Espaa, y hasta las pampasroplatenses en que se expande una ganadera cuyos cue-ros tambin encuentran salida en la metrpoli.

    En los casos arriba mencionados el contacto directocon la Pennsula comienza la fragmentacin del rea eco-nmica hispanoamericana en zonas de monocultivo queterminarn por estar mejor comunicadas con su metr-

    poli ultramarina que con cualquier rea vecina. Esa frag-mentacin es a la larga polticamente peligrosa; si pa-rece fortificar los vnculos entre Hispanoamrica y su

    metrpoli, rompe los que en el pasado han unido entres a las distintas comarcas de las Indias espaolas.

    La reforma comercial no slo consolida y promueveesos cambios en la economa indiana; se vincula adems- tal como se ha sealado- con otros que se dan enla metrpoli. Esa nueva oleada de conquista mercantilque desde Veracruz a Buenos Aires va dando, a lo largodel siglo XVIII, el dominio de los mercados locales a co-merciantes venidos de la Pennsula (que desplazan a loscriollos antes dominantes) es denunciada en todas partescomo afirmacin del monopolio de Cdiz. Pero a su vez,quienes dominan el nudo mercantil andaluz provienenahora de la Espaa del Norte; Cdiz es esencialmenteel emisario de Barcelona. Junto con la hegemona mer-cantil de la renaciente Espaa septentrional se afirmatambin -ms ambiguamente- su avance industrial,que las medidas proteccionistas incluidas en el nuevosistema comercial intentan fortalecer asegurndole faci-lidades en el mercado colonial. En este sentido la re-forma alcanza un xito muy limitado: el despertar econ-mico de la Espaa del setecientos no tiene vigor bastante

    para que la metrpoli pueda asumir plenamente el papelde proveedora de productos industriales para su imperio.

    Estando as las cosas, los privilegios que el nuevosistema comercial otorga a la metrpoli benefician me-

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    L O Captulo 1 El legado colonial 21

    nos a su industria que a su comercio: el nuevo pactocolonial fracasa sustancialmente porque mediante l Es-paa slo logra transformarse en onerosa intermediariaentre sus Indias y las nuevas metrpolis econmicas dela Europa industrial.

    De la Hispanoamrica marcada por las huellas con-tradictorias de tres siglos de colonizacin, Mxico erala regin ms poblada, la ms rica, la ms significativa

    para la economa europea. Su capital era la ciudad msgrande del Nuevo Mundo; no slo su poblacin, tam-

    bin la magnificencia de casas privadas y palacios pbli-cos hacen de ella una gran ciudad a escala mundial,transformada por la prosperidad trada por la expansin

    minera del setecientos. En efecto, en la explotacin dela plata del Mxico septentrional la que sostiene el cre-cimiento capitalino: en toda la ceja septentrional de lameseta de Anahuac -en Quertaro, Guanajuato, SanLuis Potos-, minas nuevas, mucho ms vastas, se ali-nean junto a las antiguas. Los reales de minas y sunueva fortuna vuelven a poner en primer plano al Mxi-co del norte; tras de ellos se expande la ganadera delas provincias interiores, que encuentra en la zona mi-nera su centro de consumo; todava ms all, muy dbil-mente pobladas, estn las tierras del extremo Norte, quedeben sobre todo a decisiones polticas sus modestosavances demogrficos: los avances rusos e ingleses enel Pacfico estn anunciando nuevas amenazas para lafrontera septentrional de las tierras espaolas, y la co-rona no quiere que sta quede desguarnecida.

    Ese Mxico septentrional es menos indio que el cen-tral y meridional; ha sido ms tocado que ste por laevolucin que va desde la comunidad agraria indgenaa la hacienda, en parte porque en amplias zonas de lla hacienda ganadera se implant all donde nunca sehaba conocido agricultura (y tampoco instalaciones in-dgenas sedentarias). Pero aun en tierras cultivadas desdetiempos prehispnicos la presencia de los reales de minashaba dado estmulo a la evolucin hacia la hacienda

    (productora para ese exigente mercado). En ese norteen expansin son los mineros ms que los hacendadosquienes dominan la sociedad local; unos y otros son, porotra parte, predominantemente ~lancos, y ocupan .las

    primeras filas de esa alta clase criolla que en la cap~talrivaliza con la peninsular, ostentando frente a ella ~ltU-los de nobleza que en el siglo XVIII no ocultan su ong~nvenal y son como la traduccin, en l~s trminos. de Je-rarquas sociales ms antiguas, del tr1U?fo obt~mdo enla lucha por la riqueza; aun. en Madr~d ha.bra un pe-queo grupo de criollos mexicanos ennque~Idos ~or la

    plata, ennoblecidos por su riqueza, cu~a vida ociosa ysuntuosa ser contemplada entre admirada y burlona-

    mente por la nobleza metropolita~a... . .La inclinacin de esa nueva aristocracia a la conspt-CUOltS consumption ha sido reprochada por ese. implaca-

    ble -y no siempre lcido- crtico retrospectivo de, lalite criolla del Mxico colonial que fue Lucas Alaman.El reproche es a la vez fundado e injusto: el derrocheera el desemboque de una riqueza que una vez acumula-da no encontraba muchos modos de invertirse tilmente.La agricultura del Norte era sobre todo de consumolocal, la ganadera no exiga inversiones importantes, laartesana (textil, cobre, cermica) era el fruto del tra-

    bajo de obreros domsticos, crnicamente e~deudadoscon los comerciantes, que encontraban demasiadas ven-tajas en el sistema vigente para re,:oluci~narlo inyectan-

    do en l una parte de sus ganancias bajo la forma deinversiones de capital.Sin duda la vigencia de este sistema haca del Mxico

    del Norte minero y ganadero, un tributario del Mxi-co Central, y slo la excepcional prosperidad de la mi-nera mexicana impidi que esa dependencia tuviese lasconsecuencias que alcanz -por ejemplo- en el AltoPer. Ahora bien, la riqueza minera no hallaba fcil vol-carse en el Mxico Central, dominado rpidamente porlos grupos comerciales consolidados gracias a la hegemo-na de Veracruz, que fue uno de los resultados locales dela reforma comercial de 1778. Efectivamente, los comer

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    Captulo 1 El legado colonial

    ciantes peninsulares que, gracias a ella, conquistaron des-de Veracruz el sistema mercantil mexicano, estaban tam-bin detrs del avance de una agricultura de mercado,que roa sobre las mejores tierras de maz de la meseta,y sobre todo de sus bordes. Si la expansin del trigofue un episodio efmero, clausurado por causa de lacompetencia norteamericana, que conquist el Caribe(aun el espaol) luego de 1795, el avance del azcarestaba destinado a durar. Estas transformaciones agrco-las de la meseta dejan intactas a las tierras bajas, a pri-mera vista ms adecuadas para una agricultura tropicalde plantacin, que permanecen sin embargo despobla-das, salvo en sus centros urbanos, y consagradas slo enmnima medida a una agricultura de subsistencia.

    Hay adems en el Mxico central una industria arte-sanal de importancia mayor que en el norte: es la delcentro textil de Puebla, donde la organizacin en manu-facturas es antigua. Su produccin se destina sobre todoal mercado interno, al que domina por entero en lossectores populares. Los comercializadores controlan laeconoma del textil, pero estn a su vez subordinados

    por una red de adelantos, deudas y habilitaciones a losgrandes importadores y exportadores de Veracruz, due-os, en ltimo trmino, de la economa del Mxico cen-tral y meridional.

    Es el predominio de stos el que hace que para unobservador rpido Mxico aparezca sobre todo como un

    pas predominantemente minero: Humboldt ya obser-vaba que, sin embargo, ao ms, ao menos, la agri-cultura y la ganadera producan treinta millones de

    pesos contra los veintids o veinticuatro de las minas.No slo porque la mayor parte de esa produccin erade consumo local su importancia permaneca semiescon-dida: todava era la minera la actividad primaria cuyosdominadores alcanzaban a liberarse mejor de la hegemo-na de los comercializadores y a ingresar en nmero msimportante en las clases altas del virreinato. De estemodo el crecimiento mexicano -muy rpido en la se-gunda mitad del siglo XVIlI- parece hacer crecer las

    causas de conflicto. En primer lugar, en una clase altuinevitablemente escindida entre seores de la plata -pre-dominantemente criollos- y grandes comerciantes (amenudo transformados en terratenientes) del Mxico cen-tral, que son predominantemente peninsulares. Los pri-meros tienen su expresin corporativa en el Cuerpo deMinera, los segundos en el Consulado de Comercio; enel plano poltico el Cabildo de Mxico es la fortaleza dela aristocracia criolla, frente a las magistraturas de desig-nacin metropolitana.

    Toda esa clase alta es escandalosamente rica, y su pros-peridad va acompaada de una muy honda miseria po-pular. Por el momento, este contraste -evidente paraobservadores extraos- no parece haber hecho temernuevas tensiones. Lo grave era que en Mxico el pro-creso tenda a acentuar las oposiciones mismas que es-taban ya en su punto de partida. Se daba, en primerlugar, en medio de una rpida expansin demogrfica;de menos de tres millones de habitantes a mediados delsiglo XVIII, Mxico pasa a algo ms del doble mediosiglo despus. Pese a que la expansin de la capital (msde 130.000 habitantes en 1800) y la de las zonas mine-ras acrecen los sectores de economa de mercado, la ma-yor parte de esa expansin se hace en el sector de au-toconsumo, cuya participacin en el dominio de la tierraes disminuida por el avance de los cultivos de exporta-cin. He aqu un problema que va a gravitar con dureza

    creciente en la vida mexicana: ya es posible adivinarlodetrs de la violencia de los alzamientos de Hidalgo (queafecta al contorno agrcola de la zona minera del norte)y de Morelos (zona de agricultura subtropical del sur).Otro problema que afecta a sectores menos numerosos,pero ms capaces de hacerse or permanentemente, es eldel desemboque para la poblacin urbana que, en partea causa de la inmigracin forzada de campesinos, en

    parte por el puro crecimiento vegetativo, aumenta msrpidamente que las posibilidades de trabajo en la ciu-dad. No se trata ahora tan slo de una plebe sin ocu-pacin fija (1os temibles lperos de la capital, disponi-

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    .'f Captulo 1 IJ legado colonial 2';

    ~les para todos los tumultos), sino de una clase mediaIllcapaz de encontrar lugar suficiente en las filas no bas-t~nte amplias de la nueva burocracia y del clero, y par-ticularmente sensible, por eso mismo, a las preferenciasque en ellas encuentran los peninsulares.

    El progreso mexicano preparaba as las tormentas quelo iban a interrumpir. No por eso dejaba de ser el as-Decto ms brillante de la evolucin hispanoamericana en~qetapa ilustrada. Para la corona, cuyo progresismo estIllspirado, en parte, en criterios fiscalstas, Mxico, capazele proporcionar los dos tercios de las rentas extradasele las Indias, es la colonia ms importante. Para laeconoma metropolitana tambin: la plata mexicana pa-tece encontrar como espontneamente el camino de la

    ~etrpoli. Sin duda, Mxico hace en el imperio espaolfIgura de privilegiado, y la riqueza monetaria por ha-

    bitante es superior a la de la metrpoli; pero no sloesa riqueza est increblemente concentrada en nocasI11anos;es por aadidura el fruto de la acumulaci6n detIna parte mnima de producto de la minera mexicana'ao tras ao, el 95 por 100 de la produccin de platatoma el camino de Europa; el 50 por 100, sin contra-Drestacin alguna, y el resto como consecuencia -por loI11enosparcial- de un sistema comercial sistemtica-l)}ente orientado en favor de los productos metropoli-tanos.

    '''1110 segundo rubro de la economa cubana al lado del",anado. Pero la fortuna del tabaco es variable y el mo-11( 1polio regio de compra pone -a partir del ltimo ter-.io del siglo XVIII- un lmite a su expansin. La del.izcar es, por el contrario, acelerada por la coyunturarnrcrnacional: la guerra de independencia de EstadosIJnidos abre la economa cubana al contacto de estos.iliados de Espaa; luego el ciclo de la revolucin fran-'sa y las guerras imperiales le asegura -tras de unI.reve parntesis de estancamiento-e- una nueva y msr.ipida expansin. Esta se produce en buena parte almargen del sistema comercial espaol, y aun en la me-dida en que se da dentro de ste supone un mercadoconsumidor ms amplio que el metropolitano. La expan-

    ',i6n azucarera -que lleva de un promedio de exporta-ciones de 480.000 arrobas en 1764-69 a uno de 1.100.000en 1786-90, y de alrededor de dos millones y mediopara 1805- se produce en medio de una crnica esca-:;cZ de capitales, en explotaciones pequeas, que traba-jan con esclavos relativamente poco numerosos (slo enlas cercanas de La Habana hay ingenios de ms de 100ncgros), cuyos propietarios arrastran pesadas deudastrente a los comerciantes habaneros que les han ade-lantado lo necesario para instalarse. El azcar tardarcu crear en Cuba una clase de plantadores ricos: enri-quecer, en cambio, rpidamente a los comerciantes quelos habilitan. Consecuencias indirectas de la situacinson cierto arcasmo tcnico, impuesto por la escasez decapital y pequeez de las unidades de explotacin, y lalimitacin de los cambios en el equilibrio racial (entre1774 Y 1817 la poblacin negra pas del 43,8 al 55 por100, mientras que el nmero de habitantes de la islasuba de alrededor de 170.000 a alrededor de 570.000;La Habana pasaba, por su parte, entre 1791 y 1825, delos 50.000 a los 130.000 habitantes).

    Si Mxico es, a fines del siglo XVIII, la ms importan-I e econmicamente de las posesiones indianas, no es ya

    q que crece ms rpidamente. Las Antillas espaolasestn recorriendo ms tardamente el camino que desdeel siglo XVII fue el de las francesas, inglesas y holan-desas: originariamente ganaderas, desde comienzos delSiglo XVIII se orientan hacia la agricultura tropical. Ess\)bre todo Cuba la beneficiaria de esta expansin, ace-lerada luego por la ruina de Hait (que hace del orientecub.at;lotierra de refugio para plantadores franceses) yantIcIpada desde el siglo }"'VII por la aparicin del tabaco

    Frente al crecimrento de Mxico V Cuba, AmricaCentral, organizada en la Capitana General de Guate-

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    26 Captulo 1 1 , : 1 legado colonial 27

    Las tierras sudamericanas del Caribe son de nuevozonas en expansin. Nueva Granada tiene su principal

    producto de exportacin en el oro, explotado desde elsiglo XVI, pero cuya produccin creci rpidamente enel XVIII, y lleg a fines del siglo a superar la del Brasil

    (por su parte ya en decadencia). Pero Nueva Granadaera regin extremadamente compleja: integrada por unacosta en que Cartagena de Indias, la ciudad-fortaleza,era el centro del poder militar espaol en la orilla sud-americana del Caribe, y dos valles paralelos, separados

    por montaas difcilmente transitables, cuyos ejes sonros slo navegables por trechos -el Caucay el Magdale-na-, la comarca deba adquirir slo muy tardamentealguna cohesin: la capital, Bogot, ciudad" surgida enmedio de la meseta ganadera al este del Mafdalena, en-contraba una significativa dificultad para imponerse so-

    bre sus rivales: Cartagena en la costa, Popayn en el

    .dlo Cauca, Medelln en el Cauca medio. Esa falta deohesin se traduce en otras formas de heterogeneidad:;1 la costa de poblacin blanca y mulata se contrapone1111 interior predominantemente mestizo, pero con pobla-cin blanca importante (ms del 30 por 100 para todaNueva Granada); por su parte, las zonas de minera, enel alto Cauca y el Atrato, tenan tambin una concen-Iracin de poblacin negra esclava. La meseta de gana-dera y agricultura templada (que iba a ser uno de losncleos de la futura Colombia) estaba en parte en ma-llOS de grandes terratenientes (es el caso de la llanurade Bogot); en otras zonas la propiedad se halla msdividida; as en las tierras de Antioqua, intermediarias

    entre la zona aurfera y la costa.Nueva Granada avanza entonces sobre lneas muy tra-dicionales, y su contribucin a la economa ultramarinaes sobre todo la de sus minas de metales preciosos: en1788 se exportan 1.650.000 pesos en metlico y slo250.000 pesos en frutos (un conjunto de rubros muyvariados); el desbarajuste de los aos de guerra impidetener cifras igualmente representativas para los aos quesiguen. Al lado del comercio legal est el de contra-hando: Jamaica, que lo domina desde el siglo XVII, escada vez ms importante para Nueva Granada. Graciasa los intrlopes del virreinato no queda desprovisto deimportaciones europeas en los aos de aislamiento. Peroel comercio irregular deprime toda exportacin que no

    sea la de metlico, y presiona sobre otras produccioneslocales: aun el trigo de la meseta halla dificultad para so-hrevivir al lado del importado ... Esos avances desigualesse reflejan tambin en la curva demogrfica: alrededor deun milln de habitantes hacia 1790, pero ninguna ciu-dad de ms de treinta mil; al lado de ello zonas ruralesde poblacin relativamente densa, como la agrcola y ar-tesanal del Socorro, al norte de Bogot, abrigadas auncontra las asechanzas de la economa mundial por unvolumen de intercambio ms reducido aun que en otrasreas hispanoamericanas.

    mala, se mostraba ms esttica. De su milln y mediode habitantes, ms de la mitad eran indios, menos del20 por 100 blancos, el resto castas mezcladas y negros.El mayor predominio indgena se encuentra en el norte,en lo que ser Guatemala, tierra de grandes haciendas ycomunidades indgenas fuertemente seorializadas, orien-tadas por otra parte hacia el autoconsumo. El Salvador,en tierras ms bajas y clidas, tiene una poblacin msdensa de indios y mestizos y una propiedad ms divi-dida. Son los comerciantes los que dominan la zona ycontrolan la produccin y exportacin del principal pro-ducto con el que Centroamrica participa en la econo-ma internacional: el ndigo. Ms al sur, Honduras y

    Nicaragua son tierras de ganadera extensiva, escasamen-te prspera poblada sobre todo de mestizos y mulatos;en Costa Rica, el rincn ms meridional y despobladode la capitana, se han instalado en la segunda mitaddel siglo XVIII colonos gallegos, que desarrollan una agri-cultura dominada por el autoconsumo en el valle central,en torno a Cartago.

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    28 Captulo 1 1':1legado colonial 2')

    A esta Nueva Granada encerrada en s misma se con-trapone una Venezuela volcada, por el contrario, al co-mercio ultramarino; su estructura interna, si es an mscompleja que la neogranadina, est tambin mejor inte-grada. Est en primer trmino la costa del cacao, con-tinuada en los valles internos a los Andes venezolanos;en las zonas montaosas hay explotacin pastoril deganado menor. Entre la cordillera costea y el Orinocose encuentran los Llanos, poblados marginales de laszonas de ms antigua colonizacin y consagrados a unaganadera de vacas y mulas. Sobre el Orinoco, graciassobre todo al esfuerzo colonizador de la Espaa borb-nica, estn surgiendo algunos centros que encuentran di-ficultad en arraigar. Con una poblacin que es la mitadde la neogranadina, Venezuela exporta por valor dosveces mayor que Nueva Granada. El ms importante desus rubros es el cacao (un tercio del total de las expor-taciones, que excede los cuatro millones y medio de

    pesos); siguen el ndigo, con algo ms de un milln, elcaf y el algodn. La agricultura costera y de los vallesandinos se encuentra en manos de grandes propietariosque usan mano de obra predominantemente esclava; estaaristocracia criolla ha obtenido en 1778-85 su victoriasobre la Compaa Guipuzcoana, que haba tenido elmonopolio de compra y exportacin del cacao venezo-lano, y lo haba impuesto en el mercado metropolitano,haciendo posible un gran aumento de la produccin local

    pero reservndose lo mejor de los lucros del negocio.Los seores del cacao, los mantuanos de Caracas, domi-nan la economa venezolana, y son lo bastante ricos paraque ms de uno de ellos pueda permitirse hacer vidaociosa y ostentosa en la corte madrilea (donde los mar-queses del chocolate venezolano son recibidos con lamisma admiracin burlona que los ennoblecidos millona-rios de la plata mexicana). Los Llanos vinculan su eco-noma a circuitos ms limitados: mulas y ganado paralas Antillas, cueros que alcanzan el mercado europeo(pero slo por valores anuales de algo ms de cien mil

    pesos) y sobre todo animales para consumo en la costa:

    vcnezuela no pertenece a la Hispanoamrica consumido-ra de ce~eales y legumbres (maz y frjoles en Mxico,;IITOZ, frjoles y bananas en las tierras bajas del Caribe,las Antillas y Centroamrica, maz y trigo en Nueva( ;ranada) sino a la que devora carne, en cantidades in-crcibles para observadores extraos: como observa Hum-Iioldt, cada habitante de Caracas consume anualmentesiete veces y media lo que cada habitante de Pars. Aun;Is, la ganadera no ofrece las mismas posibilidades deenriquecimiento que la agricultura tropical.

    En el Pacfico sudamericano la presidencia de Quitopresenta, an ms acentuada que el virreinato del Per,la oposicin entre la costa y la sierra. La costa es aqusobre todo el ancho valle del Guayas, consagrado a la

    ;Igricultura tropical exportadora para ultramar (Guaya-quil produce un cacao que -si es de calidad ms bajaque el venezolano y sobre todo que el mexicano- es encambio ms barato); lo mismo que en Venezuela, se desa-rrolla aqu una agricultura de plantacin, con mano deobra esclava. Pero la mayor parte de la poblacin se en-ruentra en la sierra: en 1781 son casi 400.000 en eltrmino de Quito, y 30.000 en el de Guayaquil; en1822, segn clculos aproximativos, 550.000 y 90.000.Si la costa es predominantemente negra (en 1781 hayen jurisdiccin de Guayaquil 17.000 negros, 9.000 in-dios y slo menos de 5.000 blancos), la sierra es depredominio indio (hay all un 68 por 100 de indgenas y1111 26 por 100 de blancos); su capital -Quito, con

    )0.000 habitantes- es todava una ciudad inesperada-mente blanca. La sierra est mal integrada a una econo-ma de intercambio ultramarino: en algunos rincones abri-gados produce algodn, utilizado en artesanas domsticas,que encuentran su camino hasta el Ro de la Plata; el trigode las tierras fras se consume en parte en la costa. Peroesas exportaciones -cuyos provechos hacen posible ellujo de Quito, donde se concentran los seores de latierra serrana y su abundante servidumbre- no impidenque la economa de la sierra sea en buena parte de au-loconsumo. Ese relativo aislamiento tiene su huella en

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    J O Captulo 1 1,:1legado colonial 31

    Al sur de Quito, el virreinato del Per vive una co-

    yuntura nada fcil. La reorganizacin imperial de la se-gunda mitad del siglo XVIII ha hecho en l su primeravctima: la separacin del virreinato neogranadino, y so-bre todo la del rioplatense, no han afectado tan slo laimportancia administrativa de Lima; completadas por de-cisiones de poltica comercial acaso ms graves, arrebatana Lima el dominio mercantil de la meseta altoperuana,y -a travs de l- el de los circuitos comerciales delinterior rioplatense; la ofensiva mercantil de BuenosAires triunfa tambin -aunque .de modo menos inte-gral- en Chile. Sobre todo la prdida del comercio alto-

    peruano es importante; la decadencia del gran centrode la plata no le impide ser an el ms importante dela Amrica del Sur espaola. Esas prdidas encuentransin duda compensaciones: hay un aumento muy consi-derable de la produccin de plata en el sur de las tierras

    bajoperuanas que han quedado para el virreinato deLima, que en conjunto producen alrededor de dos mi-llones y medio de pesos anuales hacia fines de siglo;(que de todos modos slo equivalen a la dcima partede la produccin mexicana). La minera (yen ella, juntocon la plata, el oro de la zona de Puno: por valor decerca de cuatro millones de pesos anuales) segua estan-do en la base de la economa y del comercio ultrama-rino del Per. La sierra del norte (un conjunto de valles

    paralelos a la costa, de ros encajonados y agriculturade irrigacin) es predominantemente mestiza y est me-jor incorporada a circuitos comerciales relativamente.unplios: mulas y textiles domsticos, aceitunas y frutas~;l~envan a Quito o al Per meridional. La costa es unafranja de desiertos interrumpidos por breves oasis deirrigacin: all predomina una agricultura orientada ha-in el mercado hispanoamericano (todava no hacia elultramarino): aguardiente de Pisco, consumido desde

    Nueva Granada hasta Chile, vino de la misma comarca,que llega hasta Amrica Central y Mxico, algodn, que~;l~teje en Quito; azcar y arroz, que se distribuyen pore - l Pacfico sudamericano. Al lado de esa agricultura se(la una artesana muy vinculada a ella (predominante-

    mente textil y cermica). La sierra meridional, ms an-cha y maciza que la del norte, es el gran centro de po-l.Iacin indgena peruana, con su capital -el Cuzco-s-que lo fue de los Incas. All centros agrcolas destinados:1 atender las zonas mineras, nudos urbanos de un co-mcrcio que vive el ritmo mismo de la minera tienenexistencia rica en altibajos, mientras al margen de ellostilla agricultura de subsistencia -basada en el maz y la

    patata- y una ganadera de la que se obtiene lanas va-riadas (de oveja, cabra, llama... ), que se vuelcan sobrelodo en la artesana domstica son la base de la exis-icncia de las comunidades indgenas. Estas predominan,('11 efecto, en la sierra, mientras la costa tiene una agri-cultura de haciendas y esclavos. La agricultura serrana

    vive oprimida por la doble carga de una clase seorialespaola y otra indgena, agravada por la del aparatopoltico-eclesistico, que vive tambin de la tierra. Lasclases altas locales estn supeditadas a las de la capital( r .ima, que con sus poco ms de cincuenta mil habitantesha quedado ya detrs de Mxico y de La Habana, y estsiendo alcanzada rpidamente por Buenos Aires y Cara-cas). La seda virreinal es tambin la de una aristocraciaque une al dominio de la agricultura costea el del co-mcrcio del conjunto del virreinato. Este, con su poco111

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    por 100 son indios, un 24 por 100 mestizos y un 4 por100 negros esclavos) hace, por otra parte, figura mo-desta en el cuadro de la poblacin hispanoamericana.

    Sin duda, el marco del virreynato peruano ahoga alcomercio limeo, acostumbrado a moverse en uno msancho, y obligado -ahora como antes y acaso ms queantes- a dividir muy desigualmente sus lucros con elcomercio metropolitano del que es emisario (en el Per,como en toda Hispanoamrica, casi todo el metlico en-cuentra demasiado fcilmente el camino de la metrpoli).Lima conserva an, sin embargo, algn dominio del mer-cado chileno, que antes ha controlado por completo. Sien la segunda mitad del siglo XVIII Chile aprende a ha-cer sus importaciones ultramarinas (por otra parte muymodestas), sea directamente, sea sobre todo por va deBuenos Aires, su comercio exportador se orienta anhacia el norte (sobre todo en cuanto al trigo, consu-mido en la costa peruana), y sigue gobernado por losmercaderes limeos, dueos de la flota mercantil delCallao (el puerto de la capital peruana) y poco dispues-tos a renunciar a las ventajas del monopolio de com-

    pras que han organizado en torno al trigo de Chile.

    El reino de Chile, arrinconado en el extremo sur delPacfico hispanoamericano, es la ms aislada y remotade las tierras espaolas. En el siglo XVIII tambin lcrece: la produccin (y por tanto la exportacin) demetales preciosos est en ascenso y llega hacia fines desiglo a cerca de dos millones de pesos anuales. Pero laeconoma chilena no dispone de otros rubros fcilmenteexportables: si el trigo encuentra su mercado tradicio-nal en Lima, la falta de adquirentes frena una posibleexpansin ganadera: los cueros de la vertiente atlnticaencuentran acceso ms fcil a Europa que los de Chile;el sebo tiene en el Per un mercado seguro pero limi-tado. La poblacin crece ms rpidamente de lo que esaeconoma en lento avance hara esperar (al parecer seacerca al milln de habitantes hacia 1810) y sigue sien-

    1 , 1 legado colonial 33

    tlo abrumadoramente rural (Santiago, la capital, no llega.1 los diez mil habitantes) y formada de blancos y mes-Iizos, Este avance demogrfico, vinculado con la expan-,.Itn del rea ocupada (por conquista sobre la muy re-';islente frontera indgena, acelerada en el siglo XVIII".lacias al nuevo inters de la metrpoli por la empresa),"e da sin transformaciones notables de la estructura so-ti:d: el campo es dominado por la gran propiedad, yIrabajado en su mayor parte por labradores que explotanreducidos lotes individuales a la vez que cultivan laIicrra seorial. En todo caso, la clase terrateniente serenueva en el siglo XVIII, abrindose a no escasos inmi-I'yantes peninsulares llegados a Chile, como a otras par-Il's, como burcratas o comerciantes. En este ltimo

    .uupo se da tambin la afirmacin de un no muy nu-nicroso grupo de mercaderes peninsulares que utilizan,"ca la ruta directa a la metrpoli, sea sobre todo la deIluenos Aires.

    En Chile la oposicin entre peninsulares y americanos('S la dominante: la larga resistencia de los araucanosIla impedido su integracin como grupo en la sociedadolonial: si el aporte indgena a la poblacin chilena essin duda -en la perspectiva de casi tres siglos de domi-nio espaol- el ms importante, se ha traducido en laformacin de un sector mestizo en que los aportes cul-rurales son abrumadoramente espaoles, y que se dis-Iingue mal del blanco: es por tanto imposible medirla exactitud de los clculos de comienzos del siglo XIX,

    que dan un 60 por 100 de mestizos (mientras padronesde 1778 atribuan a ese sector slo un 10 por 100 deltotal}; es la nocin misma de mestizo la que -insufi-cienternente definida- explica esas oscilaciones. La po-hlacin negra es escasa (cosa nada sorprendente en unaregin de riqueza monetaria tambin comparativamente

    pequea); al llegar la revolucin los negros y mulatosno pasan en mucho de los diez mil.

    Mientras Chile permanece escasamente tocado por lastransformaciones de la estructura imperial de la segundamitad del siglo XVIII, el Ro de la Plata es acaso, junto

    Halperin,3

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    34 Captulo 1 1,,1legado colonial Yi

    con Venezuela y las Antillas, la comarca hispanoameri-cana ms profundamente afectada por ellas. Por razonesante todo polticas (necesidad de establecer una barreraal avance portugus), la corona aporta su apoyo decididoa un proceso que ya ha comenzado a insinuarse: la orien-tacin hacia el Atlntico de la economa del Tucumn,de Cuyo, del Alto Per, de Chile. E s se un aportedecisivo al crecimiento de Buenos Aires, centro de im-

    portacin de esclavos para todo el sur del imperio es-paol desde 1714, y desde 1776 cabeza de virreinato(y, por tanto, capital administrativa del Alto Per),a la que un conjunto de medidas que gobiernan su co-mercio aseguran algo ms que las ventajas derivadas desu ubicacin geogrfica y la dotan de un hinterland eco-nmico que va hasta el Pacfico y el Titicaca. El ascensode la ciudad es rpido; no slo crece su poblacin, tam-

    bin su aspecto se transforma desde aldea de casas debarro hasta rplica ultramarina de una ciudad de pro-vincia andaluza.

    Este crecimiento refleja el de una administracin he-cha ms frondosa por las reformas borbnicas, perosobre todo el de una clase mercantil sbitamente am-

    pliada -como en otras partes~ gracias a la inmigracinde la pennsula, y enriquecida con igual rapidez. Esesector mercantil prospera, sobre todo, gracias a su domi-nio sobre los circuitos que rematan en el Alto Per: ensus aos mejores la capital del nuevo virreinato exporta

    por valor de algo ms de cinco millones de pesos, delos cuales el 80 por 100 es plata altoperuana. Igual-mente vinculada con el norte est la economa del inte-rior rioplatense: la de los distritos comerciales, gana-deros, artesanales de la ruta altoperuana, que envanmulas y lanas, pieles curtidas y carretas hacia el norteminero, pero tambin la de los distritos agrcolas sub-andinos, donde gracias al riego se cultiva el trigo, lavid y la alfalfa. Unos y otros encuentran un mercadoalternativo en el litoral y en su rica capital, pero los

    productos agrcolas han sufrido un golpe muy rudo con

    LI aproximacin eCOnOmIGl de la metrpoli, 11Iego de1778: el trigo, el vino del Levante espaol expulsande Buenos Aires a los de Cuyo.

    Aunque menos rpidamente que su capital, el con-iunto del litoral rioplatense crece en la segunda mitad.lcl siglo XVIII a ritmo afiebrado. Ms bien que las tierras.lorninadas desde antiguo (las de Buenos Aires y SantaI'e, que desde el siglo XVI son defendidas contra losindios para asegurar una salida al Atlntico al sur delas Indias espaolas, y en las que hasta mediados delsiglo XVIII ha dominado una ganadera destructiva, quecaza y no cra al vacuno) son las ms nuevas al este delParan y del Ro de la Plata las que se desarrollan. Susventajas son mltiples: aqu dos siglos de historia no

    han creado una propiedad ya demasiado dividida paralas primeras etapas de ganadera extensiva; aqu est mscerca ese reservorio de mano de obra en que se hantransformado las misiones guaranes, luego de la expul-sin de los jesuitas; aqu (al revs que en las tierrasde Buenos Aires y Santa Fe) los indios no constituyenuna amenaza constante; si no han abandonado su papelde saqueadores, se han constituido a la vez en interme-diarios entre las tierras espaolas y las portugueses (y elcontrabando de ganado al Brasil es uno de los motoresde la expansin ganadera). Una sociedad muy primitivay muy dinmica se constituye en esas tierras nuevas,laxamente gobernadas desde las jurisdicciones rivales deBuenos Aires y Montevideo. Esta ltima ciudad, que

    deba ser la capital del nuevo litoral, est mal integradaa su campaa: surgida demasiado tarde, crecida sobretodo como base de la marina de guerra, le resulta difcilluchar contra el influjo de la ms antigua Buenos Aires,

    para la cual la nueva riqueza mercantil constituye ade-ms una decisiva carta de triunfo.

    Al norte del litoral ganadero las tierras de las Misio-nes y del Paraguay tienen destinos divergentes. Desdela expulsin de los jesuitas las Misiones han entrado en

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    Captulo 1 1 ': I legado colonial 37

    contacto clandestino, pero cada vez ms frecuente, conlas tierras de colonos espaoles; la estructura comuni-taria indgena ha sufrido con ello; la poblacin del te-rritorio misionero decrece vertiginosamente (menos porla extincin o reversin al estado salvaje que gustan desuponer historiadores adictos a la memoria de la com-

    paa que por emigracin al litoral ganadero). Las Mi-siones siguen produciendo algodn (exportado bajo for-ma de telas rsticas) y sobre todo yerba mate, que se

    bebe en una infusin que los jesuitas han sabido difun-dir hasta Quito, por toda la zona andina. Pero la pro-duccin misionera disminuye, y la zona rival del Para-guay, dominada por colonos de remoto origen peninsular,triunfa: no slo captura los mercados de yerba mate antesdominados por la compaa, tambin se beneficia con la

    poltica de fomento de la produccin de tabaco, diri-gida por la corona contra las importaciones brasileas;

    por aadidura la expansin de la ganadera vacuna al-canza tambin al Paraguay.

    El litoral vive dominado por los comerciantes de Bue-nos Aires; el pequeo comercio local es slo nominal-mente independiente, pues est atado por deudas ori-ginadas en adelantos imposibles de saldar; gracias a este

    predominio mercantil no surge en el litoral, hasta des-pus de la revolucin, una clase de hacendados de ri-queza comparable a la de los grandes comerciantes dela capital, pese a que desde el comienzo predomina la

    gran explotacin ganadera, que utiliza peones asalaria-dos. Los salarios son en el litoral rioplatense excepcio-nalmente altos, pero las necesidades de mano de obrason tan limitadas que ello no frena la expansin gana-dera (perjudica en cambio, cada vez ms, a la agricul-tura cerealista, concentrada en algunos distritos ruralesde Buenos Aires). La ganadera litoral tiene por prin-cipal rubro exportador a los cueros (que llegarn a en-viarse a ultramar por valor de un milln de pesos anua-les): la industria de carnes saladas, con destino a Brasily La Habana, que se desarrolla en la Banda Oriental del

    tlruguay en los quince aos anteriores a la revolucin,,;(lo logra exportar, en los aos mejores, por un valordiez veces menor.

    Pero el ncleo demogrfico y econmico del virreina-I(). rioplatense sigue estando en el Alto Per y en susminas (las decadentes de Potos, las ms nuevas de( hura). En torno a las minas se expande la agricultura.rlroperuana, en las zonas ms abrigadas del altiplano (lams importante de las cuales es Cochabamba) y unaactividad textil artesanal, ya sea domstica, ya organi-zada en obrajes colectivos que utilizan el trabajo obli-gatorio de la poblacin indgena. Al lado de las ciudades

    mineras, surgen las comerciales: la ms importante esl.a Paz, centro a la vez de una zona densamente pobladade indgenas, y abundante en latifundios y obrajes, queestablece el vnculo entre el Potos y el Bajo Per (ysufre en este aspecto con las transformaciones comercia-les de fines del siglo XVIII). El Alto Per ha sido lo bas-rante rico como para crear una ciudad de puro consumo:Chuquisaca, donde hallan estancia ms grata los msricos mineros de Potos y Oruro, es adems sede deuna Audiencia y de una Universidad. Esa estructurarelativamente compleja depende del todo de la minera,v sufre con su decadencia, agravada desde 1802 por laimposibilidad de obtener mercurio suficiente de la me-rrpoli. La minera consume buena parte de la mano

    de obra indgena, proporcionada por las tierras de co-munidad y defendida por la corona y los mineros contralas asechanzas de los propietarios blancos. Pero la con-dicin de los indgenas agrupados en comunidad es acasoms dura que las de los que cultivan tierras de espa-oles: deben, adems de ofrecer su cuota a la mita mi-nera (que slo desaparecer en 1808), mantener a caci-ques, curas y corregidores. -

    La economa y la sociedad del virreinato rioplatensel11ues~ran una cou:plejidad que deriva, en parte, de quesus tierras han SIdo reunidas por decisin poltica en

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    38 Captulo 1 1',1legado colonial 39

    He aqu un cuadro complejo hasta el abigarramiento:ello no tiene nada de sorprendente si se tiene en cuentaque en l se refleja el destino divergente de las comarcas

    I,ispa~oa~ericana~ a travs de la primera y la segundanl~0111~ac1nesp~nola; a fin~s del siglo XVIII un equili-1'1'10 neo e? de~Ig:ualdades tiende a ser remplazado porlitro que, SIn eliminarlas, introduce otras nuevas. Es po-',~ble, y oportuno, sealar, junto con tantas diferencias,.rcrtos rasgos comunes a toda la Amrica espaola. Uno' ,le ellos es el peso econmico de la Iglesia y de las.irdenes, que se da, aunque con intensidad variable tanto, 'n Mxico como en Nueva Granada o en el Ro' de laPlata, y que influye de mil maneras diversas en la vidailonial (como la mayor parte de las consecuencias noon propiamente ec~nmicas -en este aspecto la dife-rcncia entre la propiedad civil y eclesistica no era tanrrot~ble. como hubiera podido esperarse-, se las exami-

    u.ira, SIn embargo, ms adelante). Otro es la existencia,le, lneas de casta cada vez ms sensibles, que no se.iirman tan slo all donde coinciden con diferencias'HJ11micas bien marcadas (por ejemplo en sociedadeslinO la serrana de los Andes o la mexicana donde losindios son -como lo~ definir luego un pensador pe-I J1:1110---:-una raza SOCIal), sino tambin donde, por eloutrano, .deben dar nueva fuerza a diferenciaciones que,(JITen peligro de ,horrarse, sobre todo entre blancos, mes-IIZ~Sy mulatos libres, Las tensiones entre estos grupos",'IllCOSenvenenan ~a vida urbana en toda Hispanoam-uca, desde Montevideo, una fundacin de aire tan mo-.I~'rno en ese Ro de la Plata relativamente abierto a losvientos d.el mundo, en que un funcionario no logra, ni

    ;1I1ll mediante una declaracin judicial que atestigua la"meza de su sangre espaola, esquivar una insistente(:ln~paa que 10 presenta como mestizo, y por lo tantoindigno de ocupar cargos de confianza, hasta Venezuela"11 que la nobleza criolla, a travs de alzunos de susmiembros ms ilustrados, se hace portavoz de resistenciasIIl;S~mplias al protestar contra la largueza con que las,11Jto:ldades. reglas distribuyen ejecutorias de hidalgua:1

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    tente y violento, tanto ms irritante porque muchos delos que son legalmente blancos slo pueden pasar portales porque en los dos siglos anteriores las curiosidadessobre linajes eran menos vivas. La diferenciacin de cas-tas es, sin duda, un elemento de estabilizacin, desti-nado a impedir el ascenso de los sectores urbanos ms

    bajos a travs de la administracin, el ejrcito y la Igle-sia, a la vez que a despojar de consecuencias socialesel difcil ascenso econmico obtenido por otras vas, perosu acuidad creciente revela acaso el problema capital dela sociedad hispanoamericana en las ltimas etapas colo-niales: si todas las fronteras entre las castas se hacendolorosas es porque la sociedad colonial no tiene lugar

    para todos sus integrantes; no slo las tendencias al as-

    censo, tambin las mucho ms difundidas que empujana asegurar para los descendientes el nivel social ya con-quistado se hacen difciles de satisfacer en una Hispano-amrica donde el espacio entre una clase rica en la quees difcil ingresar y el ocano de la plebe y las castassigue ocupado por grupos muy reducidos. Con estas ten-siones se vincula la violencia creciente del sentimientoantipeninsular: son los espaoles europeos los que, alintroducirse arrolladoramente (gracias a las reformasmercantiles y administrativas borbnicas) en un espacioya tan limitado, hacen desesperada una lucha por la su-pervivencia social que era ya muy difcil. Por aadidura,el triunfo de los peninsulares no se basa en ninguna delas causas de superioridad reconocidas como legtimas

    dentro de la escala jerrquica a la vez social y racialvigente en Hispanoamrica: por eso mismo resulta me-nos fcil de tolerar que, por ejemplo, la marginacinde los mestizos por los criollos blancos, que no hacesino deducir consecuencias cada vez ms duras de unadiferenciacin jerrquica ya tradicional. La sociedad co-lonial crea as, en sus muy reducidos sectores medios,una masa de descontento creciente: es la de los queno logran ocupacin, o la logran slo por debajo delque juzgan su lugar. En Mxico, que comienza a serarrollado por el crecimiento demogrfico, o en las ciu-

    .Indes de la sierra sudamericana con su rgida diferen-iacin entre castas y espaoles, o en Lima, afectadapor la decadencia econmica, o aun en el litoral riopla-tcnse, en que el crecimiento econmico es ms rpido'1IIC el de la poblacin, esos hijos de familia ociososcomienzan a ser, para los observadores ms agudos, un

    problema poltico: de ellos no se puede esperar lealtad,dguna al sistema. Problema agravado porque en lo mshajo de la escala veremos reproducirse una situacin.uuiloga: frente a los lperos de la capital mexicana,lima, Santiago, y aun Buenos Aires, pueden exhibir tam-l . i n una vasta plebe sin oficio, que sobrevive preca-riamente gracias -como se dice- a la generosidad delclima y del suelo, gracias, sobre todo, a la modestia de

    sus exigencias inmediatas. Su tendencia al ocio puedeser reprochada, pero no hay duda de que el sistemamismo las alienta, en la medida en que crea a los sec-t ores artesanales libres la competencia de los esclavos.l)c nuevo es impresionante volver a descubrir esta cons-tante de la sociedad colonial hispanoamericana en Bue-nos Aires, que con sus cuarenta mil habitantes cumplefunciones econmicas y administrativas muy vastas en elsur del imperio espaol, pero no logra dar ocupacin

    plena a su poblacin relativamente reducida.Esta caracterstica de la sociedad urbana colonial crea

    una corriente de malevolencia apenas subterrnea, cuyosecos pueden rastrearse en la vida administrativa y ecle-sistica y de modo ms indirecto, pero no menos seguro

    en la literatura. Tiende, por otra parte, a agudizar elconflicto que opone a los peninsulares y el conjunto dela poblacin hispanoamericana (en particular la blanca yla mestiza). Si no en su origen, por lo menos en susmodalidades este conflicto estuvo condicionado por lascaractersticas de la inmigracin desde la metrpoli. Des-de el comienzo de la colonizacin sta haba sido rela-tivamente poco numerosa; iba a seguir sindolo a lolargo de la expansin del siglo XVIII: en el momentode la emancipacin no llegan, sin duda, a doscientosmil los espaoles europeos residentes en las Indias; esto

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    cuando la presencia de la metrpoli y sus hijos se hacesentir de modo cada vez ms vivo. En la vida adminis-trativa como en la mercantil, los espaoles europeosconstituyen un sector dirigente bien pronto peligrosa-mente aislado frente a rivales que tienen (a veces tanslo creen tener) apoyos ms vastos en la poblacin his-

    panoamericana.Pero si dejamos de lado tensiones ricas sobre todo

    en consecuencias futuras, el agolpamiento de la pobla-cin urbana (que sigue siendo relativamente escasa) entorno a posibilidades de ocupacin y ascenso demasiadolimitadas para ella, se revela como un aspecto de otrorasgo ms general: la desigualdad extrema de la im-

    plantacin de la sociedad hispanoamericana en el vast-

    simo territorio bajo dominio espaol. Se ha visto yacmo casi la mitad de los trece millones de habitantesde las Indias espaolas se concentraba en Mxico: aunaqu la poblacin se agolpaba en el Anahuac, que podaofrecer en sus zonas nucleares paisajes rurales de tipoeuropeo, pero estaba orlado de desiertos, algunos natu-rales -es el caso del Norte-, otros creados por la purafalta de pobladores. Fuera de Mxico, y salvo las zonasde fuerte poblacin indgena, mal soldadas a la economav la sociedad colonial, el desierto es la regla: antes deos intrpretes romnticos de la realidad argentina, unobispo de Crdoba pudo preguntarse, hacia 1780, si la

    poblacin demasiado tenue de su dicesis no haca ra-dicalmente imposible la disciplina social, sin la cual ni

    la lealtad poltica al soberano ni la religiosa a la Iglesiapodran sobrevivir. Y lo mismo podra repetirse en mu-chas partes.

    Sin duda, contra ciertas crticas demasiado sistemti-cas del orden espaol, es preciso recordar que esta dis-tribucin desigual era en parte imposicin de la geo-grafa: la violencia de los contrastes de poblacin enHispanoamrica se debe en parte al abrupto relieve, alas caractersticas de los sistemas hidrogrficos, a lasoposiciones de clima que suelen darse aun en espacios

    pequeos. Pero las modalidades de la conquista vinie-

    Ion ya a acentuarlos: al preferir las zonas de mesetaI.londe la adaptacin de los europeos al clima era msI:cil, pero sobre todo donde la presencia de poblacionesprchispnicas de agricultores sedentarios baca posibleh organizacin de una sociedad agraria seorial) conden.1 quedar desiertas aun a tierras potencialmente capaces(le sostener poblacin densa. Aunque la expansin del~:jglo XVIII corrigi en algunos aspectos la concentracin.uiterior en las zonas altas mexicanas y andinas (a ella se.Icbe la nueva expansin antillana, la venezolana, la rio-platense) reprodujo en las zonas que valorizaba los mis-

    1110S contrastes de las de ms antigua colonizacin: a una.iudad de Buenos Aires con poblacin sobrante se con-Irapona una campaa en que la falta de mano de obra

    era el obstculo principal a la expansin econmica; yla situacin no tenda a corregirse, sino a agravarse con, - 1 tiempo (un proceso anlogo puede rastrear se en Ve-nezuela). Esos desequilibrios son consecuencia del ordensocial de la colonia: no slo en las tierras en que lasociedad rural se divide en seores blancos y labradoresindios, tambin en la de colonizacin ms nueva y es-Iructura ms fluida las posibilidades de prosperidad queofrece la campaa no compensan la extrema rudeza dela vida campesina: no es extrao entonces que aun losindizentes de la ciudad de Buenos Aires slo participen('1) l~s actividades agrcolas cuando son obligados a ellopor la fuerza. Aun dentro de la ciudad se reiteran acti-tudes anlogas; la repugnancia por los oficios manuales,

    que es achacada a veces a perversas caractersticas de lapsicologa colectiva espaola, o bien a la supervivencia.le un sistema de valoraciones propio de una sociedadseorial, se apoya en todo caso en una valoracin bas-tante justa de las posibilidades que ellos abren a quienestienen que luchar con la concurrencia de un artesanadoesclavo, protegido por los influyentes amos en cuyo pro-vecho trabaja. Que esta consideracin es la decisiva lomuestra el hecho de que, ignorando tradiciones quetambin le son hostiles, la actividad mercantil es ex-tremadamente prestigiosa (porque, sin duda, a dife-

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    rencia de la artesanal, es lucrativa). El agolpamiento degrupos humanos cada vez ms vastos en torno de laslimitadas posibilidades que ofrecen los oficios de re-

    pblica, o las de un sistema mercantil al que contri-buyen a hacer cada vez ms costoso, se apoya entonces,a la vez que en consideraciones de prestigio, en unanocin sustancialmente justa de las posibilidades de pros-perar que dejaba abiertas el orden colonial.

    Debido a esa desigual implantacin, la colonizacinsegua concentrada -como se ha sealado ya- en n-cleos separados por desiertos u obstculos naturales di-fcilmente franqueables; antes de alcanzar el vaco de-

    mogrfico y econmico la instalacin espaola se hace,en vastsimas zonas, increblemente rala. En Mxico, y

    pese a las tentativas de proteger esas tierras de las ase-chanzas de potencias rivales, la franja septentrional delas tierras espaolas sigue siendo un cuasi-vaco; a am-

    bos lados de la ruta del istmo, entre Panam y Portobelo(que haba sido hasta el siglo XVIII uno de los ejes delsistema mercantil espaol), tierras mal dominadas la se-

    paran de Guatemala y Nueva Granada. De nuevo entresta y Venezuela, entre Quito y Per, la barrera for-mada por los indios de guerra que siguen poblando lastierras bajas hacen preferibles las rutas montaesas. Noes extrao entonces que en la montona epopeya quelos textos escolares han hecho de la guerra de indepen-

    dencia, algunos de los momentos culminantes los pro-porcione la victoria del hroe sobre la montaa y eldesierto: es Bolvar irrumpiendo desde los Llanos en

    Nueva Granada; es San Martn cayendo a travs delos Andes sobre el valle central de Chile ...

    Cada uno de esos ncleos tan mal integrados con susvecinos suele carecer, adems, de continuidad interna:en Nueva Granada o en el Ro de la Plata los istmosterrestres (surgidos en torno a rutas esenciales que cru-zan tierras nunca enteramente conquistadas) van a durarhasta bien entrado el siglo XIX. Ese escaso dominio de

    1 , 1 I,'gado colonial 45

    LIS tierras, sumado a los obstculos naturales, explica lanuportancia que conservan los ros en el sistema de," municacin hispanoamericana: el transporte fluvialI"'("mite esquivar las dificultades que una naturaleza ape-II;IS transformada impone al terrestre; proporciona ade-111;s una relativa seguridad cuando se trata de bordear,.,lilas pobladas por indios de guerra: as ocurre con el(l("inoco en Venezuela, con el Paran-Paraguay entre:;anta Fe y Asuncin, en el Ro de la Plata. En estas,,,ndiciones, aun atravesar las rutas axiales de una co-marca puede exigir (como van a descubrir los viajerosuropeos a comienzos del siglo XIX) algn herosmo.

    Un herosmo que debe multiplicarse ante las dificul-Iacles de la geografa. Los ros pueden ser preferibles

    ,1 las rutas terrestres; aun as presentan a menudo res-I',OS muy serios: el Magdalena, que comunica las tierras, J i ras de Bogot con la costa neogranadina, es rico ensaltos traicioneros, y el viajero no puede ver sin inquie-IlId a los enormes saurios tendidos en paciente espera ...

    Por tierra es, desde luego, lo mismo y peor: donde1 ' 1 5 favoritas tierras altas se estrechan, la ruta se trans-[orma en un laberinto de breas salvajemente inhosp-r.ilarias: as en el nudo de Pasto, entre Nueva Granadav Quito. Y por otra parte la comunicacin entre tierrasaltas y bajas suele ser mala, y no hay siempre un roque facilite la transicin: la salida de la meseta de Ana-liuac (ncleo del Mxico espaol) hacia el Atlntico yhacia el Pacfico no se da sin dificultades; aun ms la-

    lioriosa es la comunicacin entre las tierras altas y lasbajas del Per ...

    Las consecuencias de estas dificultades en cuanto a lacohesin interior de Hispanoamrica eran, sin embargo,menos graves de lo que hubiera podido esperarse. Como

    pudo advertir Cl. Lvi-Strauss, en el Brasil aun arcaicoque l alcanz a conocer, la general dificultad de lascomunicaciones favoreca comparativamente a las zonasms abruptas; puesto que era preciso vencerlas a lasalida misma de las capitales (en las afueras de BuenosAires un ocano de barro constitua uno de los obstcu-

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    los ms graves al transporte carretero de la pampa; muypronto, al salir de Lima slo era posible seguir avan-zando con mulas); era posible utilizar esa victoria detodos modos indispensable para alcanzar los rinconesms remotos. Mantener en uso el sumario sistema decomunicaciones internas es en todo caso una victoriaextremadamente costosa, a la vez en esfuerzo humano yeconmico: el transporte de vino de San Juan a Potos-una ruta rioplatense relativamente frecuentada- im-plicaba para arrieros y mulas cuarenta das de marchasin encontrar agua. Dejemos de lado la resignacin heroi-ca (compartida por los ms encumbrados en la sociedadhispanoamericana; por la ruta fluvial del Magdalena,que provoca el m al hum or y a ratos el terror de los

    viajeros ultramarinos del siglo XIX, han l legado a susede bogotana prelados y virreyes, animados frente asus riesgos e incomodidades de sentimientos ms so-

    brios, o por 10 menos ms sobriamente expresados). Perolas consecuencias econmicas de esas modalidades delsistema de comunicaciones son muy graves: a principiosdel siglo XIX, en Mendoza, una prspera pequea ciudaden la ruta entre Buenos Aires y Santiago, en la que elcomercio era menos importante que la agricultura, un10 por 100 de la poblacin es flotante: est formado

    por los carreteros... En transportes se agota entoncesuna parte importante de la fuerza de trabajo, a menudoescasa. y por otra parte no es ste el nico aspectoen que el peso del sistema de transportes se hace sentir.

    Las mulas de la montaa tienen un rendimiento limitadoe n e l t iempo ; a un e n e l R o de la P la ta , e n q ue l allanura facilita excepcionalmente el transporte, las ca-rreteras slo resisten un corto nmero de travesas pam-

    peanas. De all la prosperidad de Tucumn, donde unaindustria artesanal produce carretas empleando cueros ymaderas duras locales; de all (por 10 menos en parte) laexpansin de la explotacin de mulas en Venezuela, enel norte del Per, en el Ro de la Plata. Pero este con-sumo desenfrenado de los medios de transporte no con-tribuye por cierto a abaratar las comunicaciones; intro-

    1 ' : 1 legado colonial 47

    .Iuce, por el contrario, uno de los rubros ms pesados'-11 el costo total del sistema.

    Gracias a l se da una Hispanoamrica a la vez unida11'11 ciertos aspectos ms unida que la actual) y extre-rnadamente fragmentada en reas pequeas; una Hispa-uoamrica, en suma, que recuerda a la Europa del qui-uicntos, atravesada de una red de rutas comerciales que:illo a precio muy alto vencen las distancias y que co-munican muy insuficientemente a unidades econmicas.liminutas. Ese sistema de transportes segua siendo ms.ulecuado a la Hispanoamrica de la primera coloniza-cin que a la que comenzaba a esbozarse, dividida enlonas de monoproduccin econmicamente soldadas a ul-Iramar: la supervivencia misma del esquema de comuni-

    laciones que le es previo muestra hasta qu punto estaIransformacin sigue siendo incompleta.

    Se ha visto ya cmo esta ltima -por limitados queaparezcan sus alcances- slo en parte puede atribuirsea la evolucin de las fuerzas internas a las Indias espa-olas; no hay duda de que la corona de Espaa, si se

    preocup de dominar su rumbo, quiso y logr acelerarsu ritmo. Las innovaciones dirigidas por la corona tie-nen dos aspectos: el comercial y el administrativo. Enlo primero lograron comenzar la transformacin del co-mercio interregional hispanoamericano, y favorecieronel surgimiento de ncleos de economa exportadora almargen de la minera. Pero si en el aspecto propiamentecomercial la transformacin fue muy amplia, el cambio

    en el equilibrio entre los distintos rubros de produccinno hace sino insinuarse: slo Venezuela, y ms tarda-mente Cuba, conocen una expansin totalmente desvincu-lada de la minera tradicional; en Mxico, en NuevaGranada, en el Ro de la Plata -las otras regiones enexpansin de Hispanoamrica-, el lugar de la minerasigue siendo dominante. La minera, si no es ya en nin-guna parte la que proporciona la mayor parte de la pro-duccin regional, sigue dominando las exportacioneshispanoamericanas; la divisin entre un sector mineroque produce para la exportacin y otras actividades pri-

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    marias, cuyos frutos slo excepcionalmente cruzan elocano, se mantiene vigente pese a las excepciones nue-vas que con el tabaco y el azcar de Cuba, el cacao deVenezuela y Quito, los cueros del Ro de la Plata.

    La reforma mercantil se muestra ms influyente encuanto a las importaciones. La libertad de comercio enel marco imperial acerca a las Indias a la economaeuropea, abarata localmente los productos importados yhace posible entonces aumentar su volumen. Esta trans-formacin, que corresponde al cambio de las funcionesasignadas a las Indias frente a su metrpoli, no sloest lejos de significar una incorporacin plena de los

    potenciales consumidores hispanoamericanos a un mer-cado hispnico unificado; aun examinada a la luz de

    objetivos ms modestos se revela muy incompleta: eluso de bienes de consumo importados (telas, algunoscomestibles, ferretera) que se limita a las capas socialesms altas, conoce adems limitaciones geogrficas, y sedifunde peor lejos de los puntos de ingreso de la mer-cadera ultramarina, que se han multiplicado en el si-glo XVIII, pero no en la medida que hace tericamente

    posible la reforma legal del comercio imperial, y quesiguen proveyendo a precio muy alto a los distritos msalejados. A esas limitaciones se suman las que provienende la escasez de productos exportables fuera de la mi-nera, que sigue haciendo difcil aun a los ms ricosincorporarse como consumidores a la economa mundial,o las que derivan de un sistema de comercializacin par-

    ticularmente gravoso para la produccin primaria nominera: as en Mxico el norte minero est mejor pro-visto que el ganadero, a pesar de que las dificultades decomunicacin desde Veracruz son comparables, y en Bue-nos Aires aun los ms ricos de la zona ganadera llevanvida muy sencilla; pese a las censuras de quienes vieronen esa simplicidad un signo de barbarie, no es imposiblevincularla con el encarecimiento que el sistema de co-mercializacin impona a los productos importados, auna distancia tan corta del puerto de ingreso.

    Con todas esas limitaciones las reformas mercantiles

    El legado colonial 4 ' )

    tj . \l!

    p.arecen introduci~ un nuevo equilibrio entre importa-Clones y exportaciones, menos brutalmente orientado enfavor de la ~etrpoli. Esa innovacin es balanceada porotras: en pnl?er. lugar, la que significa la conquista delos gra?des Cltcu~tos comerciales hispanoamericanos porcomerciantes peninsulares, cuya autonoma frente a lasIf,randes casas de Barcelona y Cdiz suele ser ilusoria.En efecto, la victoria de Veracruz sobre Mxico la deBuenos Aires sobre Lima significan -se ha visto ya-la ?e una nueva c~pa de comerciantes peninsulares sobreq~l1enes han dominado a una Hispanoamrica menosvinculada a la metrpoli. Pero no son slo los comer-ciantes peninsulares quienes hacen sentir ms duramentesu presen.cia: es tambin la corona, cuyas tentativas de

    ~'efo~ma tienen, sin duda, motivacin mltiple, pero estninspiradas por una vocacin fiscalista que no se esfuerzapor ocultarse. Entre mediados y fines del siglo XVIII lasrentas de la corona triplican (pasan -muy aproximati-vamente- de seis a dieciocho millones de pesos); sinduda ese aumento permite la creacin de una estruc-tura ~?ministrativ~ y militar ms slida en Indias, perotambin hace posibles mayores envos a la Pennsula.

    No es casual en este sentido que en los aos de ma-yores transformaciones administrativas se hayan dadosublevaciones .que -teniendo en otros aspectos carac-teres muy variados-e- presentaban como rasgo comn la

    protesta contra el peso acrecido del fisco.Sera, sin embargo, errneo ver detrs de la reforma

    ~dmin!str~tiva (testimonio de la presencia de una Espa-na mas VIgorosa) tan slo la intencin de extraer ma-yores rentas fiscales de las Indias. Puede encontrrseletambin una intencin de fortalecimiento poltico, vistosobre todo en la perspectiva militar que estaba tan pre-sente en el reformismo ilustrado -sobre todo en el delos pases marginales- y que haca, por ejemplo, queen los desvelos por mejorar la agricultura colonial la

    preocupacin por la extensin del cultivo del camoocupase un lugar desmesurado (porque el camo poda

    proveer de buenas cuerdas a la marina regia). A la vez

    Halperin,4

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    Captulo 1 1 ': l legado colonial 51

    que medio para obtener otros fines, la mejora adminis-trativa era para las autoridades espaolas un fin en smismo: haban llegado a esta tan convencidas como susms violentos crticos de que las insuficiencias adminis-trativas eran tan graves que en caso de seguir tolern-doselas terminaran por amenazar la existencia mismadel vnculo imperial.

    Sin duda los defectos del sistema administrativo he-redado -frente a las nuevas exigencias de racionalidadque se estaban abriendo paso, por otra parte bastantelentamente, en la metrpoli- eran muy evidentes. Lasatribuciones de las distintas magistraturas se superpo-nan: y las dificultades que ello provocaba se acentua-

    ban cuando los conflictos de jurisdiccin se daban muy

    lejos de quienes podan resolverlos y encontraban modode perdurar y agravarse. El esquema administrativo delas Indias nos enfrenta con autoridades de designacindirecta o indirectamente metropolitana (virreyes, audien-cias, gobernadores, regidores) y otras de origen local(cabildos de espaoles y de indios); unas y otras ejercenfunciones complejas -variables segn los casos- en elgobierno de la administracin, la hacienda, el ejrcitoy la justicia. Las audiencias unen a sus funciones judi-ciales otras de control administrativo, y aun ejecutivas;algunas de ellas son, por otra parte, las encargadas depromulgar nuevas normas originadas en la corona, ypara ello se encuentran en comunicacin directa consta (a travs del organismo creado para entender en losasuntos americanos, el Consejo de Indias). Por aadi-dura, en algunos casos la presidencia de la audienciaimplica el gobierno administrativo de la zona en questa tiene jurisdiccin (es el caso de Quito o Guatemala)

    bajo la supervisin a menudo bastante nominal de unvirrey de jurisdiccin ms vasta.

    Los virreyes tienen funciones de administracin, ha-cienda y defensa que ejercen sobre territorios demasiadoextensos (hasta principios del siglo XVIII hay slo dosvirreinatos en las Indias: el de Mxico y el del Per)

    para que puedan cumplirlas eficazmente; la delezacinde autoridad es ineludible, pero est limitada por elhecho de que no se la institucionaliza sino en muy pe-quea medida. .

    Por debajo del virrey, gobernadores y corregidoresson administradores de distritos ms reducidos de de-signacin regia en el primer caso, virreinal en el se-gundo. Si los gobernadores suelen ser funcionarios decarrera, que a lo largo de ella son trasladados de unextremo a otro de las Indias, los correzdores son porel contrario, figuras de arraigo local, que'"no tienen ~entapor el cargo que ocupan, obtenido a menudo mediantecompra, pero que, en cambio, pueden resarcirse median-te el sistema de repartimiento (ventas forzosas a sus

    gobernados).Los cabildos de espaoles son instituciones munici-pales organ.izadas sobre el modelo metropolitano; segnuna evolucin paralela a la europea, dejan bien prontode surgir de la eleccin de los vecinos para transfor-marse en cuerpos que se renuevan por cooptacin (esel caso de los cabildos ms pobres) o por venta, a vecescon garanta de transmisin hereditaria. Los cabildos de~sp~.oles tienen jurisdiccin administrativa y de baja

    justica sobre zonas muy amplias, a menudo escasamenteurbanizadas. Los de indios se crean slo all donde seda una poblacin indgena densa: su existencia es unade las manifestaciones de la tendencia de los coloniza-dores a delegar buena parte del control de los indge-

    nas en una li te de or igen prehispnico, a la quetransforman as en aliada y subordinada. Otra manifes-tacin de la misma tendencia la encontramos en la exis-tencia de los caciques (en el Per curacas) que gobier-.nan en lo inmediato a los indgenas reunidos en gruposms pequeos y gozan de privilegios personales (Ia exen-cin del tributo), a ms de las ventajas que logran extraerde sus gobernados.

    Los complejos entrelazamientos que el sistema compor-ta estn todava acrecidos por los medios de control extra-ordinario: las visitas (protagonizadas por funcionarios ex-

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    52 Captulo 1 1 \1 legado colonia! 53

    traordinarios enviados desde la metrpoli para examinary resolver situaciones especiales, surgidas de la conductade una magistratura local o -mucho ms frecuentemen-te- de los conflictos entre varias) y las residencias, queimponan el juicio de los funcionarios al terminar su ac-tuacin, por otros funcionarios designados en cada caso

    para ese un. El resultado era desde luego la existencia deconflictos siempre renovados, dentro de cada magistraturacolegiada o entre las distintas magistraturas; cada uno de'esos conflictos se traduca en un alud de encendidas ycontradictorias denuncias; ello llev a que las autorida-des metropolitanas, incapaces de entender qu pasaba deveras, adoptasen generalmente una extrema prudencia ensus intervenciones directas.

    Dentro del cuadro tradicional, el siglo XVIII asistir aun proceso de creacin de nuevas unidades administrati-vas (se forman dos nuevos virreinatos, el de Nueva Gra-nada, creado en 1717 -suprimido en 1724 volvera a es-tablecerse en 1739- y el del Ro de la Plata, creado en1776; se otorga mayor poder de decisin a autoridadesregionales dentro de los virreinatos -es el caso de Venezuela y Quito en el de Nueva Granada; Cuba, SantoDomingo y Guatemala en el de Mxico; Chile en el delPer-). Pero alIado de esas transformaciones, vinculadassobre todo a necesidades de defensa (Ia mayor parte delas nuevas unidades administrativas se crean en zonas ame-nazadas en el curso de las guerras del siglo XVIII) y des-

    tinadas a hacer ms eficaz la administracin, se da otramodificacin de intencin ms ambiciosa. En la metr-poli y en las Indias se trata de lograr un aparato admi-nistrativo ms slidamente controlado por la corona;esta tentativa, llevada adelante con un respeto formalnunca desmentido por las situaciones establecidas, seexpres en la creacin del ministerio de Indias, destina-do a quitar buena parte de su poder afectivo a ese re-fugio de administradores coloniales retirados que haballegado a ser el Consejo de Indias. En Amrica esa ten-tativa se centr en la ms ambiciosa de las reformas ad-

    ministrativas del siglo XVIII: la creacin de los intenden-tes de ejrcito y hacienda.. Sin duda sta no hace sino trasladar a las Indias unainnovacin previamente introducida en Espaa imitandoel modelo francs. Pero en Hispanoamrica la creacin(~e las intendencias (que unifica atribuciones administra-11,:,as,.financ}er~s y militares antes muy irregularmente dis-rribuidas) significa un paso adelante en la creacin de uncuerpo administrativo formado y dirigido desde la me-! rpoli y constituido en su mayora por peninsulares. Losintendentes tendrn a su cargo distritos en general ms

    pequeo~ .que los antiguos gobernadores; por otra parte,los reqursitos que acompaan su designacin son ms ri-gurosos, y los poderes que se les asignan sobre las cor-poraciones municipales, ms amplios. Subordinados a losin~endentes estn los subdelegados, cuya designacin ter-nuna por ser reservada para el virrey: estos funcionarios(y con ello el nuevo sistema comienza a mostrar fla-quezas que continan las del que viene a remplazar) noson r~ntados, pero tienen derecho a adjudicarse un por-cntaje de las tasas que cobran por el fisco: esta fuente.lc ingresos es juzgada preferible a la del repartimientoque tiende a ser abolido (aunque no completamente). '

    C?l es el resultado de esta compleja reforma? Para:IP.reclarlo ~s. posible examinar la historia posterior deI Iispanoamrica: se descubrir que muy pronto ha deIlars~ esa disgregacin poltica que la reforma intentaba

    squivar. Pueden tambin compararse los propsitos y losre~ul:ados: se descubrir que las reformas no logran dis-nunurr los conflictos institucionales (a veces parecen pro-I'orci?~arles tan slo nuevos campos); se descubrirI a~n~len ~~e los progresos contra la corrupcin de la ad-uunrstracion colonial son modestos. En uno y otro planol ' ! fracaso parece evidente. Si comparamos la eficacia del:,~stema ad.~inistrativo no slo con la del que lo precedi."1110 tamblen. con la del que lo sigui, el juicio se hacemenos negativo: en todas partes el progreso es induda-1,1e; en ms de una regin se necesitarn dcadas para

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    54 Captulo 1 J ':! legado colonial ')',

    recuperar luego de la Independencia la eficiencia adminis-trativa perdida con ella.