haciendas, industrias y lacustres en disputa
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Tercer Congreso Red de Investigadores Sociales Sobre Agua
9 al 11 abril, 2014
Haciendas, industrias y lacustres en disputa. Conflicto y aprovechamiento del Río
Grande, laguna de Cajititlán y arroyo Los Sabinos, Jalisco, a finales del siglo XIX 1
Laura Y. Pacheco Urista,Universidad de Guadalajara
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Introducción
El presente trabajo expone la disputa y aprovechamiento de los recursos acuíferos
compartidos por tres sectores productivos distintos: el agro-ganadero, el de generación
energética y el lacustre. La región de estudio está delimitada por la geografía hidrológica de
un sector de los municipios de Ixtlahuacán de los Membrillos, Juanacatlán y Cajititlán,
Jalisco, que enmarca un espacio triangulado por tres fuentes hídricas: el Río Grande o
Santiago, la laguna de Cajititlán y el arroyo Los Sabinos. El análisis de estos fenómenos
parte del contexto en que el Estado porfirista, por medio de concesiones, regularizó y
posibilitó el uso intensivo del agua en actividades productivas de particulares. La
perspectiva de desarrollo del conflicto sigue los mecanismos con que la hacienda de
Atequiza logró implantar su dotación de agua ante la del resto de usufructuarios de la zona.
Bajo el influjo de la segunda revolución industrial y una creciente demanda sobre
los productos del campo, tomó forma el consumo capitalista del agua, de la mano de
aquellos actores que fincaban sus planes en la producción a gran escala y bajo el impulso
del Estado porfirista. En el ámbito rural la irrigación se convirtió en el tema principal de la
1 Este trabajo es una versión preliminar de un artículo en proceso para su publicación. Favor de no citar.
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agenda de fomento, junto con la mecanización de actividades y procesamientos agrícolas.
Para lograr expandir el regadío nacional tuvieron que subsanarse dos vacíos estructurales
que hasta entonces presentaban las aguas mexicanas: la falta de legislación sobre la
propiedad del líquido y el financiamiento para la construcción de obras hidráulicas. La
solución se encontró en una paulatina nacionalización de aguas y en el otorgamiento de
concesiones.
La obligatoriedad que estableció la legislación porfirista sobre regularizar los
derechos de uso de agua, provocó en los consumidores una tendencia a ampliar cada vez
más la cantidad del líquido en merced, así como la multiplicación de su aprovechamiento
en diversas y más grandes industrias. Esta proliferación trajo una constante pugna y
negociación por el líquido, tanto entre personajes en aparente igualdad de condiciones –
hacendados vs hacendados, industriales vs industriales-, como entre éstos contra aquellos
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productores tradicionales que en la pesca, parcelas o huertas tenían fincada su subsistencia.
En estas frecuentes disputas chocaban los intereses de “nuevos empresarios dispuestos a
invertir en distintos ramos que demandaban la existencia de agua: fábricas, empresas
agrícolas, servicios urbanos, etc.”.2
En la región examinada, los actores involucrados en la querella por el agua fueron
las haciendas: “Negociación de Atequiza”,3 “El Castillo”, “Miraflores”, “Santa Rosa”,
“Cedros”, “Potrerillos” y “Zapotlanejo”, cuyas necesidades de riego y abrevadero eran
satisfechas por el líquido en disputa; los pueblos de Atotonilquillo, Cajititlán, San Juan
2 Alejandro Tortolero, De la coa a la máquina de vapor. Actividad agrícola e innovación tecnológica en las
haciendas mexicanas: 1880 -1914, 2ª ed., México, Siglo XXI, 1998, p. 85.3 Esta negociación agrícola estuvo integrada por la conjunción productiva de las haciendas de Atequiza, La
Calera y La Huerta, así como por sus respectivos ranchos internos. Laura Pacheco, “Entre máquinas, tierras y
agua. Modernización agrícola e industrial en la hacienda de Atequiza y su impacto productivo, 1873-1908”,
Tesis de Licenciatura, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2013.
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Evangelista y Cuescomatitán, donde el líquido era necesario para el consumo doméstico y
actividades como la pesca y el pequeño regadío; el sector industrial que conjugaba a varios
molinos de trigo, plantas hidroeléctricas y diversas fábricas establecidas en Atequiza, donde
el agua cumplía como generador energético e insumo. Cabe resaltar que todas las
propiedades y comunidades mencionadas colindaban con Atequiza, o intervenían en algún
punto de sus proyectos hidráulicos.
Las reglas de batalla: legislación y tendencias del uso agua
Es necesario establecer brevemente algunas condiciones legislativas en materia de aguas,
importantes dentro del marco temporal presentado aquí. Para organizar la repartición del
líquido entre los nuevos consumidores, fue indispensable actualizar el sistema de derechos
sobre el uso del agua, pues hasta entonces dominaban los aprovechamientos basados en
mercedes reales o en los permisos otorgados por gobiernos locales. Así, comenzó una
legislación moderna que permitía tanto inventariar los recursos acuíferos del país como
aclarar y ampliar los derechos sobre ella, todo con la finalidad de optimizar su
aprovechamiento.
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El primer paso para ello fue la promulgación de la ley del 4 de junio de 1888, la cual
declaraba como vías generales de comunicación todos los mares, esteros, lagunas, canales
construidos por la federación y los lagos que fueran navegables.4 Además determinaba la
obligatoriedad para los interesados de confirmar o solicitar sus derechos ante instancias
federales. Sin embargo, ésta sólo establecía la jurisdicción federal sobre el agua y no su
propiedad, por lo cual fue secundada por la ley del 6 junio de 1894, que facultaba al
4 Tortolero, op. cit., p. 86.
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ejecutivo para “hacer concesiones a particulares y compañías para el mejor
aprovechamiento de las aguas de jurisdicción federal, en riegos y como potencia a diversas
industrias.”5 Un par de años después se promulgó otra ley, encaminada a regular las
concesiones que habían otorgado los gobiernos estatales por el poder federal.
En 1902 se logró centralizar el acceso al recurso, cuando las aguas fueron
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declaradas como federales y como bienes de dominio público y uso común. Entonces los
usuarios podían obtener concesiones para su aprovechamiento, más nunca su propiedad, y
eran incentivados con distintas medidas para que realizaran las obras hidráulicas necesarias
para la expansión del riego y la industrialización. En este sentido, es observable una lógica
de cooperación para el incremento productivo, donde el Estado garantizaba el
aprovisionamiento del recurso natural y los particulares ponían el capital necesario para su
aprovechamiento.
Cuando el gobierno federal terminó de moldear estos lineamentos para el
aprovechamiento del agua, la Secretaría de Fomento quedó encargada del otorgamiento de
las concesiones a particulares. La quinta sección de ésta fue la receptora de los trámites
correspondientes, ya fueran de ratificación o de nuevas peticiones. Un solicitante de
cualquiera de estas dos formas, debía identificar la ubicación de la propiedad a beneficiar,
aclarar la fuente y cantidad del agua en cuestión, especificar las obras hidráulicas a realizar
y para qué sería aprovechada. Después de la recepción del proyecto, la Secretaría
designaría un ingeniero para su estudio y eran tomados en consideración los intereses que
otros particulares pudieran tener sobre el mismo líquido. Además, este Ministerio podía
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solicitar obras adicionales a las propuestas. Una vez satisfechas todas las condicionantes, se
5 Diana Birrichaga, Agua e industria en México: documentos sobre el impacto ambiental y contaminación,
1900-1935, M éxico, CIESAS-El Colegio Mexiquense, 2008, p . 23.
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procedía al otorgamiento oficial de la concesión mediante su publicación en los diarios
oficiales.6
Lo largo y especialmente costoso de este proceso resultaba un filtro natural,
accesible sólo para aquellos interesados que tuvieran la oportunidad de pagar ingenieros,
notarios y abogados, dentro del proceso de solicitud. Las posibilidades económicas debían
ser aun mayores para la realización de obras; todo esto cuanto se trataba de la realización de
grandes proyectos hidráulicos. Resultaban más ágiles y accesibles los trámites de
confirmación de derechos, mientras que el sostenimiento de una oposición variaba según la
prolongación del alegato. Lo cierto es que los grandes planes de fomento para el campo y la
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agroindustria mexicana sí iban especialmente dirigidos hacia un tipo de beneficiario. Los
pequeños propietarios o las comunidades indígenas quedaban prácticamente excluidos de
las posibilidades de crecimiento brindadas por Fomento, generalmente por la relativa
pequeñez y sencillez de sus proyectos.
Las concesiones, además de permitir el aprovechamiento del líquido, autorizaban la
construcción de las obras hidráulicas y de comunicación que fueran necesarias el mejor uso
del recurso. Se brindaba al concesionario una serie de facilidades para la rápida ejecución
de éstas, como exenciones de pago por introducción de maquinaria y demás instrumentos
útiles para su proyección y construcción. Durante cinco años el concesionario quedaba
liberado de toda contribución fiscal, excepto el Timbre. Además de otorgarle a estas obras
el derecho de vía y el de expropiación por causa de utilidad pública, entre otra serie de
beneficios.
6 Tortolero, op. cit ., p. 85.
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Debido a que el proceso de federalización del agua fue paulatino, existieron algunos
depósitos y corrientes que, quizá por su menor tamaño o registro, quedaron bajo la
jurisdicción estatal. Según se ha observado en los archivos relativos, fue alrededor de 1900
cuando se fue determinando la custodia de estos poderes en cada una de las diversas
fuentes, aunque también podían cambiar de un dominio a otro posteriormente.
La política de fomento porfiriana tendía a la industrialización y a la aplicación de
las mejoras científico-técnicas que optimizaran la producción, encaminadas a la
diversificación y complejidad de los materiales, procesos, fuentes de energía y medios de
transporte que intervenían en la cadena productiva. Una de estas renovaciones resultó la
generación de energía eléctrica, con usos industriales, a finales del siglo XIX. Este tipo de
energía fue “rápidamente aplicada a medios de tracción, máquinas, herramientas, bombas y
otros dispositivos de uso general.”7 En Jalisco la electricidad con estos fines fue introducida
durante los últimos años decimonónicos y producida mediante plantas hidroeléctricas
privadas, aunque su propagación fue relativamente pronta, esta energía no desplazó de
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inmediato a la tradicional fuerza hidráulica y ambas convivieron por varias décadas. De
esta manera el agua siguió siendo el elemento clave en la generación de fuerza motriz y en
ello pude vislumbrarse la importancia que el líquido tomaba dentro de las industrias rurales.
En suma, del abastecimiento del agua dependía la irrigación del campo, el
procesamiento de materiales y la creación de la energía necesaria para ello. En la
estadística geográfica de Jalisco de 1888, el ingeniero Mariano Bárcena decía que la
mayoría del conjunto de aguas corrientes en el estado, eran “utilizadas en muchas partes
para irrigaciones y en otras como fuerza motriz [hidráulica], especialmente en los molinos
7 Bern Dibner, “Comienzos de la electricidad”, en M elvin Kranberg y Caroll W. Pursell, Historia de la
tecnología en occidente. De la prehistoria a 1900, Vol. III, Barcelona, Gustavo Gili, 1981, p. 502.
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de caña y trigo”.8 Mientras que en la década de 1890 el líquido fue progresivamente muy
solicitado para la alimentación de los generadores que proveían de electricidad a minas,
fábricas, haciendas y al alumbrado público.9
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El agua en disputa
En el aspecto natural, valdrá la pena profundizar en la composición de las fuentes acuíferas
en disputa. El Río Grande o Santiago es considerado como el más importante de Jalisco, su
recorrido comprende la parte occidental de la cuenca Lerma-Santiago. Entra a Jalisco
proveniente de Michoacán, atraviesa todo el estado en dirección sureste-noroeste y
desemboca en el Océano Pacífico, luego de cruzar por Nayarit. Su cause fue descrito en
1871 por el ingeniero Juan B. Matute en los siguientes términos:
el Río Grande tiene su origen en el pequeño lago de Lerma, situado en el Estado de
México, […] pasa por los estados de Querétaro, Guanajuato y Michoacán,
desembocando luego en Chapala, después de haber tocado poblaciones florecientescomo Celaya, La Piedad, Yurecuaro y La Barca. Sale de la laguna de Chapala, sus
aguas tranquilas cruzan por entre el pueblo de Ocotlán y el valle de Cuitzeo
corriendo sobre lecho de cieno; y cortando las llanuras de Poncitlán llegan a formar
un salto cuyo nombre le da este pueblo y en donde la corriente se precipita a 1.95
ms. por entre las rocas de basalto. De Poncitlán sigue su curso sereno hasta las
haciendas de Miraflores y Atequiza; allí es estrechado por una garganta de dos
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montañas, que lo hacen tener un descenso rápido e inaccesible a la navegación, en
8 Mariano Bárcena, Ensayo estadístico del Estado de Jali sco. Referente a los datos necesarios para procurar
el adelanto de la agricultura y la aclimatación de nuevas plantas industriales, 2ª ed., Guadalajara, UNED-
Gobierno del Estado de Jalisco, 1983, p. 238.9 Según se ap recia en las solicitudes giradas al gobierno estatal y federal, contenidas en el Ramo de Fomento
del Archivo Histórico de Jalisco. Vid . Sergio Valerio Ulloa, “Empresas , tranvías y alumbrado público. La
Compañía Hidroeléctrica e Irrigadora del Chapala”, en htt p://www.economia.unam.mx, p. 5, consultado:
10/07/2012.
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una extensión de 1,980 metros, […] continúa deslizándose tranquilamente hasta la
catarata de Juanacatlán [siguiendo así hasta el cantón de Tepic] para llevar después
sus aguas al Océano Pacífico con el nombre de Río Santiago.10
Hacia 1888, según la estadística de Bárcena, el Santiago recorría 56 leguas (234.6
km) jaliscienses: 9 desde el límite con Michoacán hasta Chapala, 3 durante su paso por lago
y 44 desde que salía de éste hasta la frontera nayarita.11 La parte en que este río corría junto
a la hacienda de Atequiza, durante un año abundante como el de 1886, podía alcanzar un
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aforo aproximado a los 15 metros cúbicos por segundo.12
La laguna de Cajititlán está rodeada por cerros y es alimentada por las aguas que de
estos escurren. Desde épocas prehispánicas y coloniales, fue centro del establecimiento de
diversos asentamientos a lo largo de su cuenca, con distintas tradiciones productivas y fines
cívico-ceremoniales.13 Dentro del periodo que nos ocupa, la ribera de esta laguna estuvo
habitada por las poblaciones de Cajititlán, Cuyutlán, San Juan Evangelista, Cuescomatitán
y San Lucas. Todas, a excepción de Cuyutlán, presentaban una larga tradición lacustre, al
explotar los recursos que el vaso acuífero les brindaba.14
En su referido estudio, Bárcena consideró a la laguna de Cajititlán como una de las
más importantes del estado, pues además de encontrarse “a 30 km sur de Guadalajara y
10 Juan B. Matute, Proyecto de canalización de una parte del Río Grande de Santiago, Guadalajara, Imprenta
de Dionisio Rodríguez, 1871, p. 4.11 Bárcena, op. cit., p. 235.
12 Aforos tomados el 25 de marzo de 1886, Manuel García de Quevedo, Plano de la hacienda de Atequiza,
Guadalajara, 1887, Mapoteca Manuel Rodríguez Lapuente, núm. 1587.13 Erick González Rizo, “Acaxititlán: el agua encajonada. Notas para el estudio de un antiguo centro rector en
la Cuenca de Cajititlán, Jalisco”, en Luis Carlín (coord.), Memorias de la 1ª Semana de la arqueología de
León, Guanajuato, México y el mundo, León, Proyecto Cultural León Prehispánico, A. C./ Editorial Montea,
2013, pp. 63-108.
14 Ídem.
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cerca de la ribera norte del [lago] de Chapala”15, alcanzaba una longitud cercana a los 12.5
km, una anchura de 6 km y una profundidad estimada en los 8 m. Calificó a sus aguas
como “desabridas”, aunque salubres y consumibles por algunos ribereños. Así mismo,
mencionaba la existencia de pescado blanco, bagre, charal y popocha. Las actividades de
los ribereños, especialmente los vecinos de Cajititlán, San Juan Evangelista y
Cuescomatitán, giraban en torno a la pesca, el aprovechamiento del tule y al cultivo de
huertas frutales y hortalizas.16
Del arroyo Los Sabinos es menor la información con que se cuenta. Esta corriente
nacía dentro de la hacienda de Potrerillos, al suroeste de la laguna de Cajititlán, dentro del
municipio de Jocotepec; corría después hacia las haciendas de La Cañada y Cedros, ya en
Ixtlahuacán de los Membrillos; finalmente seguía su curso atravesando el centro de la
Negociación de Atequiza, en dirección sur a norte, hasta desembocar en el río Santiago.
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paso encontró. Como se dijo, la Negociación de Atequiza tenía la particularidad de estar
bordeada por las tres fuentes acuíferas que aquí se tratan. Por más de dos siglos y medio, la
principal actividad productiva de esta hacienda fue el cultivo de trigo (cereal ávido de
riego) y su transformación en harina. No obstante, en los albores del siglo de XX, Atequiza
manifestó una diversificación productiva que incluyó múltiples actividades industriales en
su interior (generación de energía hidráulica y eléctrica, elaboración de ladrillos y la
fabricación de alcohol de maíz y de caña). Paralelamente, esta empresa también apuntó
hacía la optimización de su especialidad cerealera, para lo cual buscó expandir la irrigación
de tierras.18
En este sentido fue que Atequiza comenzó a fraguar un sistema hidráulico
conveniente a sus fines productivos, lo cual quedó culminado en 1900, con un proyecto que
buscaba:
1. Ampliar y reforzar la presa y canal de derivación de la hacienda de Atequiza.
2. Ampliar y expandir el canal de la hacienda La Calera.
3. Canalizar el agua de Los Sabinos hasta la laguna de Cajititlán (en temporada de
lluvias).
4. Extraer 6,000 litros de agua por segundo de dicha laguna (en temporada de secas).
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opusieron los dueños de las haciendas de Miraflores y El Castillo, la primera propiedad de
20 Archivo Histórico del Agua (AHA), Aprovechamientos Superficiales (As), caja 1326, exp. 18045, ff. 10-
11.
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Francisco Castañeda y la segunda de Dolores Martínez Negrete, representada en el pleito
por su esposo, José Ma. Bermejillo.
Miraflores era vecina inmediata de Atequiza por el norte, río de por medio. Su
motivo de oposición fue el temor de que la concesión a Cuesta pudiera perjudicar la propia
solicitud que Miraflores tenía elevada, por las mismas aguas y ante la misma Secretaría.
Igualmente temía que su presa no fuera llenada a causa del aprovechamiento de Atequiza. 21
El interés que Miraflores tenía sobre el líquido estaba ligado al riego y al abrevadero, en
menor medida. La presa instalada en esta finca, además de los propios, permitía la
irrigación de los potreros de la hacienda de Zapotlanejo, también propiedad de Castañeda y
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ubicada al noroeste de Atequiza.
La hacienda El Castillo, sin colindar con Atequiza y ubicada río abajo, alegaba
perjuicio directo ante la solicitud de Cuesta. Según exponía su defensor, la ampliación de la
presa de Atequiza provocaría un descenso en la corriente del Santiago que corría hasta su
propiedad.22 Por lo tanto, sería afectado el derecho que sobre esta corriente tenía su esposa
y de la cual dependían las industrias que ahí tenía instaladas, particularmente la de
generación eléctrica. El Castillo tenía a su pie al Salto de Juanacatlán ( El Niágara
mexicano).23
Las oposiciones siguieron su curso legal de exposición de motivos ante la Secretaría
de Fomento. Sin embargo, la defensa de Bermejillo desató una serie de declaraciones
encontradas entre éste y la parte de Atequiza, representada por el ingeniero Miguel Ángel
21 AHA, As, caja 1516, exp.20865.
22 Ídem.
23 Salto de agua en el río Santiago que entonces reportaba una altura de 16 metros y una cortina de 146 metros
de largo. Bárcena, op. cit ., p. 236.
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de Quevedo. Ambos adversarios denunciaron construcciones provisionales e irregulares
hechas por cada una de las partes, así como de la hacienda Miraflores.24 Para evitar que
continuaran los alegatos, Manuel Ma. Cuesta, José Ma. Bermejillo y Francisco Castañeda
llegaron a un acuerdo extrajurídico, aceptado por el Despacho de Fomento y validado
notarialmente.
Así, a finales de agosto del mismo 1895, los interesados acordaron retirar las
solicitudes y oposiciones encontradas, así como dejarse libre el camino para que hacer las
peticiones que a cada uno correspondía, según los siguientes acuerdos:
1) Los tres retirarán sus respectivas solicitudes de confirmación de derechos ante la
Secretaría de Fomento.
2) Bermejillo solicitaría permiso para ejecutar las obras necesarias para aumentar el
caudal del Santiago, en tiempos de secas, sin que se afectara el nivel del lago de
Chapala.
3) Cuesta y Bermejillo pondrían la cantidad de $5,000 cada uno, en cinco
anualidades, con la finalidad de dar mantenimiento a las obras recién
mencionadas.
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4) Cuesta y Castañeda, al desistir de la oposición contra Bermejillo, quedarían
libres para pedir nuevas confirmaciones o concesiones sobre el agua que han
gozado sus haciendas , sin incrementar la anchura de sus obras y elevando
únicamente en 27 cm la cortina de la presa de Atequiza.
5) La hacienda de Atequiza sólo utilizaría el agua del río Santiago como fuerza
motriz, luego de lo cual la retornaría al mismo cauce en la mayor cantidad
posible.
6) Castañeda y sus sucesores en propiedad, se obligaban a no reparar ni volver a
utilizar la presa de Miraflores.
24 AHA, As, caja 1516, exp. 20865.
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Si bien estos acuerdos fueron aparentemente cumplidos, es necesario intentar dar
una explicación más amplia de la importancia del agua disputada en esta microrregión.
Como se dijo, el agua fue el motor generador de la fuerza hidráulica que animó durante
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muchos años a diversas industrias, incluidas las establecidas dentro de haciendas, como los
molinos o trapiches. Fue durante la última década del siglo XIX cuando la electricidad
comenzó a relavar a la energía hidráulica, aunque ambas requerían del líquido para su
generación. La primer hidroeléctrica de gran proporción fue la de “El Salto”, proveedora
del alumbrado público de Guadalajara y fundada en 1892 por José Ma. Bermejillo, a través
de la “Compañía de Luz y Fuerza Motriz Eléctrica de Guadalajara, S.A.”. Su
funcionamiento dependía de la caída de El Salto de Juanacatlán, concedida a Dolores
Martínez Negrete, esposa de Bermejillo.25
Por su parte, la hacienda de Atequiza contaba con una pequeña planta hidroeléctrica
de uso particular, al menos desde 1888. Gracias a la energía que se producía en ésta pudo
instalarse el alumbrado en la casa, oficinas y molino de dicha hacienda. Además era
aprovechada para animar diversas máquinas agrícolas, por ejemplo trilladoras. Eran 1,200
las revoluciones alcanzadas por el dinamo que constituía esta central, accionado por poco
más de 3 caballos fuerza hidráulica y cuya corriente generada era de 80 volts y 40 amperes.
26
En este sentido puede entenderse en una mejor dimensión la presión por el agua
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existente entre estas generadoras eléctricas, además de las propias aplicaciones agrícolas,
ganaderas y domésticas que conllevaba una finca rural. Por otro lado, queda claro el nivel
de negociación entre estos tres actores, cuyas condiciones de alegato gozaban de cierta
25 Valerio, op. cit .26 Pacheco, op. cit., p. 108.
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igualdad. Por último, debe señalarse especialmente la flexibilidad alcanzada por los
litigantes para llegar a una conciliación, donde todas las partes lograron a una especie de
alianza que permitía el aprovechamiento conjunto del río Santiago.
El siguiente conflicto que Atequiza enfrentó durante la realización de su plan
hidráulico fue contra los pueblos de Cajititlán, San Juan Evangelista y Cuescomatitán,
todos ribereños a la laguna homónima al primero de éstos. De este vaso lacustre, de
jurisdicción federal, Manuel Cuesta Gallardo -propietario representante de Atequiza- alzó
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Su petición fue desechada bajo el argumento de que en el contrato de concesión se
establecería la no alteración del nivel ordinario de dicha laguna.30
Al mismo tiempo en que era llevado este trámite ante la instancia federal
correspondiente, Manuel Cuesta Gallardo comenzó una nueva solicitud sobre otra fuente
acuática, esta vez de jurisdicción local. Se trataba de una solicitud sobre el “agua sobrante”
que en tiempos de lluvias llevaba el arroyo Los Sabinos, realizada en 1900. No obstante, la
petición no se limitaba al goce de agua, sino que también buscaba el permiso necesario para
que ésta fuera canalizada hasta la laguna de Cajititlán, donde el líquido sería almacenado
para su posterior aprovechamiento.
Respecto a la concesión de agua, la disputa fue con otras haciendas de la zona, que a
diferencia de las del primer caso, tenían exigencias hidráulicas mayormente ligadas al
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riego, el abrevadero y al uso doméstico. A la referida petición se opusieron Gabriel García
y Lorenzo Villaseñor, el primero como dueño de la hacienda de Santa Rosa y el rancho La
Cañada, el segundo como propietario de las haciendas Cedros y Potrerillos. Los tres
terratenientes denunciaron de manera independiente las aguas de Los Sabinos y se
opusieron a ello entre sí, todos alegaban un derecho ancestral sobre el líquido.
El 22 de septiembre de 1900, los propietarios de Atequiza y Cedros acordaron los
siguientes términos respecto al aprovechamiento de Los Sabinos:
1. Villaseñor estaba de acuerdo con el otorgamiento del agua que en temporal delluvias llevaba este arroyo, para que fueran conducida y depositada en la laguna
de Cajititlán para su posterior aprovechamiento.
30 AHJ, Gob-912, s/n
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2. Cedros y su molino continuarían con los aprovechamientos acostumbrados sobre
esta corriente.
3. Villaseñor otorgó permiso para que en su propiedad se realizaran las obras
hidráulicas necesarias para la conducción del agua referida. Aceptando a cambio
una indemnización que podía ser de $5,000 a $10,000, según la explotación
individual o grupal que Cuesta lograra del agua.31
De manera paralela, los vecinos de Cajititlán presentaron una oposición legal ante la
solicitud de que el agua en cuestión fuera depositada en su laguna. Esta representación
alegaba el peligro que este procedimiento significaba para su población, pues con él serían
alterados los niveles del vaso lacustre, provocando inundaciones que causarían daños
incuantificables a su territorio.32 Sin embargo, la oposición de estos ribereños también fue
desechada, para ello se argumentó la invalidez de su reclamo, al excusar nuevamente que
en el contrato de concesión quedaría prohibido alterar los niveles normales de dicha
laguna.33
Finalmente el “agua sobrante” que en temporada de lluvias llevaba el arroyo Los
Sabinos fue concesionada a Manuel Cuesta Gallardo, para ser canalizada, almacenada y
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empleada en el riego de las haciendas mancomunadas en la Negociación de Atequiza. Esto
fue complementado con la concesión de orden federal que permitía la extracción de 4,000
litros por segundo de la laguna de Cajititlán, a lo que habrían de sumarse los 2,000 litros
concedidos de 1898.34
31 AHJ, F-6-900, caja 260, exp. 6596.
32 Ídem.
33 AHJ, F-6-900, caja 260, exp. 6596.
34 AHA, As, caja 841, exp. 12201.
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Con ello se cristalizó el gran proyecto hidráulico de Atequiza, donde se creó un
sistema o circuito que aseguraba agua constante para las actividades agrícolas e industriales
de esta empresa rural. Sólo restaba ejecutar las obras que permitirían circular el agua,
aquellas que llevarían el arroyo de Los Sabinos hasta la laguna de Cajititlán, y éstas,
mediante el canal de La Calera, hasta las propias derivadas del río Santiago, por medio del
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canal de Atequiza. Las obras fueron reportadas como terminadas en 1905. 35
Ahora bien, en estos últimos casos puede observase en Atequiza un mecanismo de
defensa distinto al de alianza, empelado durante el conflicto del río Santiago. Parece que
para enfrentarse ante opositores menos fuertes (hacendados e indígenas), bastó el simple
amparo legal -quizá un poco fortuito o desbalanceado-. Gracias a esto pudieron
desestimarse fácilmente las oposiciones de la hacienda de Santa Rosa y la de los ribereños
de Cajititlán, cuyos recursos legales ni siquiera procedieron.
La única oposición que retardó la solicitud de Cuesta Gallardo sobre Los Sabinos,
fue la promovida por Lorenzo Villaseñor, cuyas haciendas, aunque trigueras, no alcanzaban
la capacidad productiva de Atequiza, ni contaba con alguna industria especialmente
sobresaliente.36 Es decir, que aunque podría entenderse a este par de opositores como
sujetos con ciertas similitudes, en realidad una parece haber tenido más poderío que la otra,
pues la solución fue la supeditación del plan hidráulico de Villaseñor ante el propio de
Cuesta, por medio de la compensación económica.
El siguiente conflicto que puede referirse fue el desarrollado por el agua del
Santiago, en esta ocasión, río arriba de la hacienda de Atequiza. Fue un conflicto que podría
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35 Pacheco, op. cit., pp . 96-101.
36 Aunque tenía instalado un molino de capacidad promedio, no podría hablarse de una industria innovadora
como las eléctricas.
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interpretarse como directo entre molino y molino, entre el propio de la hacienda recién
mencionada y el molino Corona, ubicado en el vecino pueblo de Atotonilquillo. Este pleito
fue mucho más prolongado que los anteriores, aunque las repercusiones por el agua
disputada parecen haber sido menos radicales.
En esta ocasión fue el polifacético ingeniero Ambrosio Ulloa, gerente de la
Sociedad Mutualista de Panaderos -propietaria del molino Corona-, quien en 1899 lanzó
una oposición contra una solicitud presentada por Manuel Cuesta Gallardo sobre el río
Santiago, al tiempo que exigió la aclaración de los derechos conseguidos por cada uno. 37
Ulloa argumentaba la existencia de malentendidos respecto a las concesiones que sobre la
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misma corriente tenían ambos interesados, mismas que fueron otorgadas respectivamente
hacia 1897. Aunque no se ha encontrado la resolución a este caso, lo cierto es que ambos
molinos siguieron con sus respectivas actividades, así como que la tensión entre estos
opositores continuó, al menos hasta 1905, cuando encararon un nuevo pleito que
involucraba al líquido en cuestión.
Durante el año recién mencionado, el gerente de la Mutualista de Panderos presentó
un escrito con fuertes declaraciones contra Manuel Cuesta Gallardo. Ahí exponía el
supuesto abuso que aquel había cometido contra el molino Corona. Expresó que por culpa
de Cuesta, la Secretaría de Fomento canceló la realización de unas “sencillas obras de
mantenimiento” que se practicaban en dicho molino.38 Con todo, a pesar de la falta de
37 Ambrosio Ulloa fue personaje destacado en la sociedad intelectual y política tapatía de finales del siglo
XIX y principios del XX. Profesionista como ingeniero, arquitecto, abogado y notario. Fundador de la
Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara en 1901 y del Partido Democrático Independiente, en 1908. Sólo por mencionar algunas actividades de este interesante p ersonaje. Vid , Federico de la Torre y Rebeca García
Corzo, Ambrosio Ulloa. Monografías de arquitectos del siglo XX , Guadalajara, Secretaría de Cultura del
Gobierno de Jalisco/ ITESO/ Universidad de Guadalajara, 2008.38 AHJ-F-905, caja 266, exp. 6763.
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mayores detalles que describan esta disputa, puede observarse en su desarrollo más bien
una actitud de pasividad por parte de la defensa de Cuesta Gallardo. Así pues, lejos de
buscar una resolución legal pronta, el conflicto se desarrolló de manera itinerante durante
varios años, pero con la particularidad de cada molino pudo continuar sus actividades con
relativa normalidad.
Por último debe mencionarse, aunque superficialmente, el roce constante que existió
entre la repetida hacienda de Atequiza y el pueblo Atotonilquillo, su vecino inmediato en el
este. Como se mencionó líneas arriba, estos dos sujetos ya se habían disputado el río
Santiago en un juicio durante 1875. Después de este enfrentamiento no se ha encontrado
registro de algún otro conflicto, hasta 1905, cuando nuevamente hay desavenencias entre
ambas partes.
La relativa tranquilidad con que el canal de derivación de Atequiza pasaba por más
de 3.5 km a través el pueblo de Atotonilquillo, se debió a algún tipo de acuerdo entre la
propia hacienda y los vecinos de éste.39 Sin embargo, el acordado uso compartido quedó
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roto cuando la Negociación de Atequiza fue vendida por la familia Cuesta Gallardo, en el
año de 1901, pues las concesiones hidráulicas que poseía también fueron parte de la
transacción.40 El nuevo propietario resultó ser José Cuervo, quien decidió cortar con la
vieja alianza y prohibir que los vecinos de Atotonilquillo siguieran derivando agua del
Santiago por medio del canal de Atequiza.
El pueblo intentó reclamar el cumplimiento de un acuerdo verbal “de más 100 años
de antigüedad”, pero legalmente no tuvo los títulos probatorios que le permitieran revalidar
39 Mario Aldana, El campo jalisciense durante el porfiriato, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1986,
pp . 46-47.40 Pacheco, op. cit ., pp . 173-176.
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su goce sobre dicho canal.41 La situación para los vecinos de Atotonilquillo quedó agravada
hacia 1905, entonces la Secretaría de Fomento practicó los peritajes necesarios para intentar
mediar la situación y determinar el derecho al líquido que le correspondía a cada una de las
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partes. El ingeniero designado, Ignacio J. Curiel, encontró una importante pérdida de agua
durante su traslado por el canal derivador. Entre la boca toma de éste y la conexión con el
canal de riego de Atequiza, encontró una diferencia de más 3,100 litros de agua por
segundo, lo cual representaba un faltante de poco menos del 50% del agua derivada.42
Mientras la propiedad se mantuvo en la familia Cuesta Gallardo, misma que había
aplicado las diferentes estrategias presentadas antes, parece que la relación establecida con
Atotonilquillo fue conciliatoria y de alianza; mientras éste permitía el paso del canal de
Atequiza, la hacienda permitía que el pueblo subderivara agua para su riego. No obstante,
el problema entre estos dos sectores surgió tan pronto como hubo un cambio de propiedad.
El nuevo dueño de Atequiza se negó a continuar con esta obligación y emprendió acción
legal contra el pueblo.
Aunque no puede presumirse que los aquí presentados sean todos los conflictos
librados en la zona por el control del agua, puede aseverarse que fueron los acontecidos
durante la proyección del sistema hidráulico de la Negociación de Atequiza, ocurrida entre
1895 y 1900. Esta empresa agrícola se subió al tren de la modernización productiva que el
Estado porfiriano fomentaba, en pos de esto regularizó y amplió sus derechos sobre el agua
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para fines productivos. A través de una mayor disposición del líquido y de la construcción
de obras hidráulicas, logró implantar una serie de industrias novedosas (fabricación de
41 Aldana, op. cit ., pp. 46-47.42 Pacheco, op. cit ., p. 98.
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ladrillos, electricidad y alcohol de maíz), además de fortalecer su tradicional actividad
agrícola, gracias a la expansión del riego.
Sin embargo, la realización de este proyecto hidráulico se topó con diversos
opositores que también, y en diversos sentidos, tenían sus propios planes productivos,
donde por regla general el agua jugaba un papel central. Así el abrevadero del ganado, el
riego agrícola, la explotación de la flora y fauna lacustre o la generación de fuerza
hidráulica, practicados durante mucho tiempo, enfrentaron una época de cambios y
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tensiones cuando, además de intensificarse y diversificarse los usos del agua, se vivió un
proceso de regularización de los derechos sobre ésta.
A través del desarrollo de los enfrentamientos anteriores, puede proponerse que en
medio de este contexto de proliferación y tensión sobre el aprovechamiento hidráulico,
Atequiza jugó diversas estrategias para defender sus intereses acuáticos. Así, según el agua
disputada o el carácter de sus opositores, pudo resolver las oposiciones que se les
presentaron por medio de conciliaciones económicas (Cedros), de alianza (hidroeléctrica El
Salto, El Castillo, Zapotlanejo), o de intercambio (Atotonilquillo). Sin embargo, ante
contrincantes más humildes, como los pueblos ribereños de Cajititlán, la estrategia estuvo
inclinada a dejar actuar la opacidad de las autoridades, favorables los grandes proyectos
modernos de producción, así como caer en el beneficio de lagunas legislativas. En el
conflicto con el molino Corona, aunque con pocos elementos claros, pudiera sugerirse que
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se apostó a la prolongación del caso, quizá por ser menor el riesgo del líquido, quizá para
evitar mayores enfrentamientos políticos.43
Consideraciones finales
Con la anterior exposición de los conflictos librados entre tres sectores productivos
diferentes, por tres fuentes hídricas distintas, se ha intentado esbozar el panorama de una
región que presentaba cierta tradición sobre los usos del agua en sus actividades, pero cuyo
repartimiento de líquido entró en un periodo de tensión y reajuste, como consecuencia de la
intensificación y diversificación que el aprovechamiento de este recurso tomó a finales del
siglo XIX.
Durante este proceso se pudo observar el choque de intereses sobre un mismo bien,
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Por último, habría que corroborar que en este caso puede observarse claramente la
transformación del paisaje rural, provocado por la realización de obras y la puesta en
manchar de nuevos proyectos. Tortolero observó este proceso en los valles centrales de
México y encontró que el paisaje allá fue un medio en disputa y al mismo tiempo un campo
de experimentaciones sociales, donde se articularon nuevas relaciones de dependencia y se
difundieron distintas formas de explotación y apropiación de recursos. En este sentido
encontró a la hacienda como la institución que contó con mayores posibilidades para ello. 44
El mismo autor aplica este modelo de análisis para la situación del lago de Chapala, ahí
logró encontrar igual presencia de innovaciones en el aprovechamiento del líquido y la gran
cantidad en que ello se hacía; concluye que en esta zona, durante el porfiriato, se gestó un
modelo de aprovechamiento y del paisaje agrario que conllevó la alteración de la naturaleza
y a la explotación mercantil de los recursos. 45
En este sentido, baste recordar que a pesar de los múltiples actores involucrados en
las disputas presentadas, se cumplió el punto donde la gran empresa agrícola contó con
mayores oportunidades de obtención del recurso, así como que ésta provocó alteraciones
mayores al paisaje. Cuyo mejor ejemplo fue la reorganización hidráulica que en la zona
generó el sistema hidráulico de Atequiza. Así, puede referirse la capacidad legal y de
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negociación que Atequiza desplegó en los diferentes conflictos. Del mismo modo, debe
remarcase el casi automático otorgamiento de concesiones para ésta, por cualquiera de los
44Alejandro Tortolero, “Presentación: historia, espacio y medio ambiente en el México Central”, en AlejandroTortolero, Tierra, agua y bosques: historia y medio ambiente en el México central, México , Centre français d´
estudes mexicaines et centraméricaines/Instituto Mora/Potrerillos Editores/Universidad de Guadalajara, 1996,
pp . 9-48.45 Alejandro Tortolero, “Agua y modernización: los lagos de Chalco y Chapala entre el porfiriato y la
revolución. Un modelo de aprovechamiento del paisaje agrario”, en Brigitte Boehm et al (coords.), Los
estudios del agua en la Cuenca Lerma-Chapala-Santiago, Guadalajara, El Colegio de
Michoacán/Universidad de Guadalajara, 2002, pp. 447-461.
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poderes, lo que se puede explicar por el propio carácter modernizador de esta empresa y su
empatía con el tipo beneficiaros que la Secretaría de Fomento buscaba para sus planes.
Como conclusión general, puede proponerse que dentro de un periodo de tensión
por el control del agua, tanto las tendencias productivas como los mecanismos establecidos
por el régimen porfiriano, potenciaron la capacidad que las haciendas modernizadas tenían
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para la adquisición, manejo y aprovechamiento del agua. Todo lo cual consolidó a este
sector como el más beneficiado dentro de la obtención del líquido y lo confirmó como el
sujeto que hizo el mayor aprovechamiento y alteración del paisaje de la época. No obstante,
los planes innovadores que a este respecto presentaban, debieron abrirse paso ante otros
actores de condiciones similares o desventajosas, aunque siempre de la mano de la política
de fomento vigente. Las disputas entre actores en expansión tendieron a la conciliación de
intereses e intercambios, mientras que los sectores menos favorecidos por dicha política,
tuvieron que atrincherarse a defender sus intereses desde el discurso de la tradición. Esta
disparidad de posición fue quizá el factor clave para los llamados “despojos” o
“imposiciones” hacia los pueblos comunitarios, tan comunes para entonces.
Archivos consultados
Archivo Histórico del Agua (AHA)
Archivo Histórico de Jalisco (AHJ)
Bibliografía
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