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Manejos espaciales, construcción de paisajes y legitimación territorial: En torno al concepto de monumento Spatial management, landscape construction and territorial legitimacy: About the concept of monument Francisco M. GIL GARCÍA Universidad Complutense de Madrid. Becario de la Fundación Ramón Areces. [email protected] Recibido: 17.09.2002 Aceptado: 20.05.2003 PALABRAS CLAVE Monumentos, Tendencias teóricas, Manejo del espacio, Arqueología del paisaje, Percepción, Territorio, Legitimidad KEY WORDS Monuments, Theorical trends, Spatial management, Landscape archaeology, Perception, Territory, Legitimacy RESUMEN ABSTRACT This paper glides over the necessity of understand the monuments into a spatial defined social arena context. Thus, through its contextualization as links between past and present, as memory guaran- tors, they will share in different space managements, landscape construction and territorial legitima- cy strategies. In this sense, we will centralize our attention on mortuary monuments in order to show a run across the differents theorical positions that interpret the nature and sense of architecture in archaeology. So, we will consider an association among human groups and territory, and we will checking different points of view about the mode in which the monuments acquire their special lea- ding role in the construction and representation of identity, legitimacy and time-spatial borders into their constructor human group and culture. El presente trabajo planea sobre la necesidad de entender los monumentos dentro del contexto de una arena social espacialmente definida, considerando la distinción entre el espacio físico y el espa- cio social. Así, entenderemos que a través de su conceptualización como nexo entre el pasado y el presente, como garantes de la memoria, participan activamente en diferentes manejos del espacio, construcciones del paisaje y estrategias de legitimización de territorios. En este sentido, centrando nuestra atención en los monumentos funerarios, plantearemos aquí un recorrido por diferentes posi- ciones teóricas que vienen interpretando la naturaleza y el sentido de la arquitectura en arqueología. Consideraremos así una asociación entre los grupos humanos y el territorio, e iremos entonces revi- sando diferentes puntos de vista acerca del modo en que los monumentos adquieren su especial pro- tagonismo para la construcción y la representación de la identidad, la legitimidad y los bordes espa- cio-temporales dentro del grupo humano y la cultura que los ha construido. SUMARIO 1. Introducción. 2. Arquitectura y arqueología. 3. Repensando el concepto de monu- mento I. 4. Repensando el concepto de monumento II. 5. Monumentos, pasado y memoria. 6. El papel de los ancestros. 7. Consideraciones finales. Complutum, 2003, Vol. 14 19-38 ISSN: 1131-6993 19

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Manejos espaciales, construcción depaisajes y legitimación territorial:

En torno al concepto de monumento

Spatial management, landscapeconstruction and territorial legitimacy:

About the concept of monumentFrancisco M. GIL GARCÍA

Universidad Complutense de Madrid. Becario de la Fundación Ramón [email protected]

Recibido: 17.09.2002Aceptado: 20.05.2003

PALABRASCLAVE

Monumentos,Tendencias

teóricas,Manejo del

espacio,Arqueologíadel paisaje,Percepción,

Territorio,Legitimidad

KEYWORDS

Monuments,Theorical

trends,Spatial

management,Landscape

archaeology,Perception,

Territory,Legitimacy

RES

UMEN

ABS

TRACT This paper glides over the necessity of understand the monuments into a spatial defined social arena

context. Thus, through its contextualization as links between past and present, as memory guaran-

tors, they will share in different space managements, landscape construction and territorial legitima-

cy strategies. In this sense, we will centralize our attention on mortuary monuments in order to show

a run across the differents theorical positions that interpret the nature and sense of architecture in

archaeology. So, we will consider an association among human groups and territory, and we will

checking different points of view about the mode in which the monuments acquire their special lea-

ding role in the construction and representation of identity, legitimacy and time-spatial borders into

their constructor human group and culture.

El presente trabajo planea sobre la necesidad de entender los monumentos dentro del contexto de

una arena social espacialmente definida, considerando la distinción entre el espacio físico y el espa-

cio social. Así, entenderemos que a través de su conceptualización como nexo entre el pasado y el

presente, como garantes de la memoria, participan activamente en diferentes manejos del espacio,

construcciones del paisaje y estrategias de legitimización de territorios. En este sentido, centrando

nuestra atención en los monumentos funerarios, plantearemos aquí un recorrido por diferentes posi-

ciones teóricas que vienen interpretando la naturaleza y el sentido de la arquitectura en arqueología.

Consideraremos así una asociación entre los grupos humanos y el territorio, e iremos entonces revi-

sando diferentes puntos de vista acerca del modo en que los monumentos adquieren su especial pro-

tagonismo para la construcción y la representación de la identidad, la legitimidad y los bordes espa-

cio-temporales dentro del grupo humano y la cultura que los ha construido.

SUMARIO 1. Introducción. 2. Arquitectura y arqueología. 3. Repensando el concepto de monu-

mento I. 4. Repensando el concepto de monumento II. 5. Monumentos, pasado y memoria. 6. El

papel de los ancestros. 7. Consideraciones finales.

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Situemos como trampolín de estas páginas ladefinición de monumento dada por Aloïs Riegl aprincipios del siglo XX: “una obra realizada porla mano humana y creada con el fin específicode mantener hazañas o destinos individuales (oun conjunto de éstos) siempre vivos y presentesen la conciencia de las generaciones venideras”(1987: 23). De este modo, resolveremos, al me-nos inicialmente, que un monumento constituyeun producto intencional que enraíza en el pre-sente la memoria (histórica) de un grupo. Pero almismo tiempo, habrá de tenerse en cuenta que elmonumento queda emplazado en un espacioconcreto, elegido concienzudamente para la oca-sión, con el propósito de que la ostentación vi-sual contribuya a ese continuo feedback del pa-sado en el presente. Deduciremos entonces que,más allá de análisis iconográficos y su relacióncon el sistema de valores representado (artística-mente), todo monumento resulta susceptible deuna interpretación espacial. Paralelamente, con-sideremos la distinción entre un espacio físico yun espacio social. En este sentido, desde la teo-ría giddensiana, diremos que un monumentoestá definiendo una ‘sede’ y, al mismo tiempo,desde el punto de vista de la sociología de Bour-dieu, acotando un ‘campo social’. No nos deje-mos impresionar por la terminología y vayamospor partes para una mejor presentación de losargumentos que guiarán este trabajo.

Por otra parte, pensemos que lo real no llegaa ser tal sino por la lectura psico-socio-culturalque el sujeto hace de los acontecimientos, sien-do así más correcto hablar de una realidad cons-truida (Berger y Luckmann 1997). Es en fun-ción de este planteamiento como Anthony Gi-ddens (1998: 150-151) considera que, partiendode la distinción entre espacio físico y social, un‘lugar’ X deja de actuar como mero ‘punto-en-el-espacio’ y se convierte en una ‘sede’: pasa aconstituir el escenario de una interacción socialdelimitada en y por su contexto. Al mismo tiem-po, aunque llegando a ello desde un razona-miento diferente, si es la interacción social loque en primera y última instancia define el con-cepto de ‘espacio social’, Pierre Bourdieu con-creta esta idea como un campo de fuerzas, en elque los agentes se definen por sus posicionesrelativas en y desde ese espacio concreto. Así, elespacio social queda entonces constituido por

diferentes especies de poder y/o capital (econó-mico, cultural, simbólico, etc.), que acaban portransformarlo en un ‘campo social’, esto es: unespacio pluridimensional de posiciones, en elque toda posición puede ser definida en funciónde un sistema de coordenadas cuyos valores co-rresponden a los de las diferentes variables per-tinentes. En consecuencia, los agentes se distri-buyen por el campo social, en primera instancia,según el volumen global del capital que poseeny, en otra segunda, según la composición de sucapital, es decir, según el peso relativo de las di-ferentes especies en el conjunto de sus posesio-nes (Bourdieu 1990: 282-283).

Intitulando este texto desde los conceptos demonumento, paisaje y territorio, el presente tra-bajo pretende penetrar en esas dinámicas de mo-numentalización del paisaje y de legitimaciónterritorial que operan en la concepción espacialde los monumentos, apoyándonos para ello enuna revisión de las diferentes corrientes del pen-samiento arqueológico y antropológico que hanabordado estos aspectos. Al mismo tiempo, alpresentar los conceptos de ‘sede’ y ‘campo so-cial’, pretendemos incidir en la definición del pai-saje como “la objetivación de prácticas socialesde carácter material e imaginario” (Criado 1993a: 42). Desde esta caracterización del paisaje co-mo escenario social, consideramos que estos dosconceptos nos van a permitir matizar la existen-cia de “bordes espacio-temporales”, aquellosen los que se denotan las interconexiones y dife-rencias entre los agentes sociales y sus relaciones.De acuerdo con Giddens (1998: 195-196), te-niendo en cuenta sus límites, y esencialmentesus procesos de constitución, abordaremos estos“bordes” en función de 1) la asociación del gru-po social con una sede/territorio, 2) los elemen-tos normativos que incluyen el reclamo de legi-timidad en la ocupación de dicha sede y 3) laprevalencia entre los miembros del grupo de unossentimientos de poseer alguna clase de identidadcomún, sin importar cómo se exprese o se revele.

Con todo ello, el propósito final de las pági-nas que siguen es el de llegar a presentar aque-llos esquemas operantes en esa dinámica por lacual la monumentalización del paisaje, la muer-te monumentalizada y un particular manejo delespacio permiten sugerir una percepción com-pleja de la realidad, en la que se dan cita lasnociones de Espacio y Tiempo. Ala vez, no olvi-daremos que “los diseños arquitectónicos cons-

1. Introducción

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tituyen un proceso por el cual los grupos socia-les realizan sus elecciones respecto de numero-sas actividades, focalizadas en la producción,uso y mantenimiento del entorno construido”(McGuire y Schiffer 1983: 278, trad. propia).Consecuentemente, desde este objetivo intenta-remos llegar a resolver los mecanismos simbóli-cos que, desde la intencionalidad y la voluntadde visibilidad de la arquitectura monumental,hacen posible que la monumentalización delpaisaje termine constituyendo un referente en lalegitimación del territorio.

Simplificando quizás en exceso, así como losantropólogos basan sus conclusiones en el estu-dio de la experiencia de la vida real dentro de lascomunidades actuales, puede decirse que losarqueólogos lo hacen a partir de los restos mate-riales dejados por los habitantes del pasado. A lolargo de la historia de la disciplina han sido di-versos los tratamientos dados a este registro ar-queológico, dependiendo de los enfoques teóri-cos al uso y de aquellos problemas que preten-dieran resolverse a partir de ellos.

En tanto expresión cultural de soporte mate-rial (y a veces único testimonio de las socieda-des pretéritas), las formas arquitectónicas seconstituirían en objeto de análisis arqueológicode primera instancia. Desde sus orígenes, lasaproximaciones que los arqueólogos realizasende las ruinas arquitectónicas del pasado quedarí-an marcadas en buena medida por la Historia delArte y por criterios de funcionalidad adaptativa(Moore 1996: 4 y ss). Habría así que esperarmucho hasta que la arquitectura del pasado deja-se de ser contemplada únicamente en planta y seasumiese un análisis que, atendiendo a plantas yalzados, recurriese a principios de espacialidadcon relación a modelos de organización socio-política y observación astronómica. Sin embar-go, aún un poco más habría que aguardar, yabien avanzada la Arqueología Procesual, y ple-namente a raíz de los post-procesuales, para quelas aproximaciones arqueológicas a la arquitec-tura recogieran perspectivas y preocupacionesantropológicas, entendiendo que las estructurasarquitectónicas denotan aspectos no-adaptativoscargados de significado cultural.

Uno de los aspectos que más han llamado laatención en este devenir de la ciencia arqueoló-gica, especialmente a partir del desarrollo de laNew Archaeology, ha sido sin duda la emergen-cia de la desigualdad y la evolución del podersocial. Desde este interés, puede decirse que seha venido poniendo el acento en la determina-ción de las condiciones históricas y medioam-bientales bajo las cuales se ha desarrollado la de-sigualdad, así como de las diferentes formas depoder (político) que han intervenido en el proce-so. Sin embargo, coincidimos con Axel E. Niel-sen (1995: 50) en que ha sido escasa la atenciónprestada a cómo la cultura material participa deesta dinámica. Hasta alcanzar el viraje impuestopor Ian Hodder (1982a, 1982b) desde la Arqueo-logía post-Procesual, se considerarían los obje-tos de cultura material en tanto reflejo directo delas estructuras sociales. Así, por más que la metade la New Archaeology consistiese precisamen-te en explicitar el método para sujetar la proyec-ción de subjetividades, la mayoría de las expli-caciones buscadas no lograrían escapar de unaproyección -muchas veces acrítica- de la propiarealidad subjetiva del investigador. Dicho de otromodo, el sesgo fundamental de estos arqueólo-gos resulta no haberse parado a considerar quelas categorías de pensamiento no resultan uni-versal ni atemporalmente predefinidas, sino quevarían, dependiendo de los contextos particula-res de cada sociedad en su tiempo y lugar.

Desde una perspectiva espacial, y en tantoelemento de cultura material que es, la arquitec-tura “crea límites fuera de lo que de otra manerasería un espacio ilimitado mientras el uso delespacio puede ser visto como un medio en el queorganizar ese espacio ilimitado”; tales límitesinfluyen en el comportamiento social, aunquesin determinarlo, como tampoco determinannecesariamente el uso del espacio dentro de lospatrones de asentamiento (Kent 1990a: 2; cfr.también Kent 1990b). En este sentido, y siguien-do el planteamiento de Denise Lawrence y Se-tha Low (1990: 455), se habrían de establecerentonces como puntos de interés para el análisisde la arquitectura:

1. de qué manera las construcciones se aco-modan al comportamiento humano y seadaptan a sus necesidades,2. cuál es el significado de las formas arqui-tectónicas y cómo éstas expresan valores cul-turales,

2. Arquitectura y arqueología.Del reconocimiento conceptual del monumento a losmodelos interpretativos recientes

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3. cómo la arquitectura contribuye a reprodu-cir la sociedad mediante relaciones de poderen el espacio, y4. cómo actúan estas formas en el procesomental de autoconcepción espacial de los in-dividuos.Volviendo sobre la historia de la Arqueolo-

gía, tal vez podamos vincular estas premisas adiferentes corrientes teórico-metodológicas. Di-remos entonces que durante mucho tiempo losarqueólogos estarían esencialmente más volca-dos hacia el primero de los puntos señalados(Arqueologías Tradicionales), adentrándosepaulatinamente -y de manera selectiva sobre lasgrandes construcciones públicas de los definidoscomo “centros ceremoniales”- en los puntos 2) y3) (New Archaeology), pero tan sólo aventurán-dose a penetrar muy recientemente en el punto4) (Arqueologías post-Procesuales). Obviamen-te, no habrán de entenderse estas asociacionesen términos excluyentes, ni tampoco en el senti-do de una progresión unidireccional del pensa-miento arqueológico, sino más bien en el senti-do de relacionar formas preferenciales de apro-ximación a un tipo de registro arqueológico den-tro de la historia de la disciplina. En cualquiercaso, hasta alcanzar propuestas teóricas aúnmuy frescas, las relaciones entre ideología yarquitectura han sido generalmente entendidasconsiderando la segunda como reflejo del estilopropio de cada sociedad o del “espíritu de unaépoca”, y no tanto afrontadas como un problemaa ser contrastado desde la teoría (Agrest 1991:31, cit. in Moore 1996: 170).

En este sentido, consideramos que relacionarformas arquitectónicas con formaciones socialesy manejos del espacio ha de pasar por la des-composición de aquellos mecanismos simbóli-cos que permiten convertir una determinadaconstrucción en monumento. Al mismo tiempo,estimamos que son estos mecanismos simbóli-cos los que hacen doblemente posible que a par-tir del monumento pueda construirse un paisaje,y perpetuarse un discurso de poder encaminadoa la definición de territorios.

Desde esta perspectiva de análisis, diremosentonces que las interpretaciones que se han ve-nido dando con intención de explicar el surgi-miento de determinados monumentos en perío-dos concretos de la pre y protohistoria han sidotan múltiples como variadas. Centrándose bási-camente en criterios de tamaño, diseño, localiza-

ción y función, algunos autores plantearon lapresencia de monumentos (y más concretamen-te de monumentos funerarios) como exponentesde la estratificación social y económica (Fried-man 1975; Hyslop 1977a, 1977b; Renfrew 1979;Shennan 1982), resolviendo así otros una aso-ciación entre monumentos y surgimiento de laselites (Hyslop 1997a; Rowe 1963; Schaedel1951, 1972; Willey 1962; Wright y Johnson1975). Al mismo tiempo, interpretaciones para-lelas asociarían la presencia de estructuras mo-numentales con sistemas simbólicos superacti-vos legitimadores de las estrategias socialesinternas (Hodder 1982c, 1984; Shanks y Tilley1982; Shennan 1982), o también como indica-dores de legitimación de las estrategias jerárqui-cas entre diferentes grupos sociales (Kaplan1963; Moseley 1985; Renfrew 1973). Desdeeste último planteamiento algunos interpretaronlos monumentos como marcadores territoriales(Renfrew 1976) y/o justificadores del acceso arecursos primarios en tiempos de tensión socio-política y/o económica (Chapman 1981). Para eldesarrollo de estos modelos el estudio del mega-litismo europeo se constituiría en un terrenoabonado.

Desde todas estas propuestas es posible orga-nizar un esquema que arranque del grupo socialy/o cultural constructor de los monumentos, yalcance a establecer un patrón concreto de loca-lización de dichos monumentos, contemplandoentre medias las causas socio-económicas, elcomportamiento sociocultural y la evidencia fí-sica (cfr. Criado 1986). Sin embargo, puede de-cirse que todas las interpretaciones anteriores sebasan en un análisis materialista que, centradoen la desigualdad social, las formas de explota-ción y las relaciones de producción y reproduc-ción, descuida la perspectiva ideacional. No esentonces hasta fechas recientes cuando se plan-tean modelos interpretativos que han tenido encuenta los conceptos de intencionalidad y de vo-luntad de visibilizar expresados en la construc-ción monumental.

Consideremos la distinción entre las esferasde lo material y lo ideal. En consecuencia, pen-samos que resulta un error tratar de separar estassupuestas expresiones de desigualdad social, po-lítica y/o económica (tanto o más que el tratar dedefinir unidades de manejo espacial y ordena-miento territorial a partir de ellas) de la ideolo-gía que las sustenta. Dicho en otros términos, no

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creemos que resulte posible separar la materiali-dad de la arquitectura monumental de aquellosmecanismos ideacionales que, desde una racio-nalidad cultural concreta hacen posible la con-cepción, manejo y legitimación de tales desi-gualdades.

Será entonces, más o menos vinculados a es-ta postura, desde donde arranque ese otro tipo demodelos interpretativos que relacionan las cons-trucciones monumentales con los sistemas sim-bólicos de representación de la realidad social enfunción de conceptualizaciones particulares delas referencias Espacio y Tiempo (Agrest 1991;Bradley 1993, 1998, 2000; Criado 1989, 1991,1993a, 1993b; Criado y Villoch 1998; Dillehay1990; Gil 2001a, 2002; Higuchi 1983; Hodder1990; Isbell 1997; Leone 1984; Moore 1996;Pintos 1999; Santos et alii 1997; Tilley 1984,1994).

Teniendo en cuenta esta perspectiva, si el pai-saje queda resuelto como un espacio cultural ysocialmente constituido y simbólicamente se-mantizado, podemos entonces sin lugar a dudashablar de una concepción espacial paralela a laedificación de construcciones artificiales (mo-numentales), ya sean de naturaleza funeraria,defensiva o palaciega. En cualquier caso, todasellas resultan concebidas para ser vistas en el es-pacio y perdurar en el tiempo, configurando asíun paisaje que nos hable de las sociedades quelo generaron. La arquitectura monumental ad-quiere entonces una multidimensionalidad, tantoutilitaria como simbólica, y se convierte en re-curso a la vez espacial y temporal. Por un lado,regula culturalmente los hechos sociales y deter-mina la experiencia del observador de forma in-tencional e ideologizada; al mismo tiempo dejaconstancia (permanente) de estos hechos socia-les (Criado 1993b: 33, 35). Así, resolveremoscon Jerry D. Moore (1996: 2, 98) que los monu-mentos son, ante todo, testimonios físicos deluso simbólico de un poder cuyo particular podervisual y legitimador depende de su percepción yvisibilidad.

De manera análoga, insistiendo en esa con-ceptualización del paisaje como objetivaciónespacial de las prácticas sociales de carácter ma-terial e ideal, surgiría de manera reciente la Ar-queología de la Percepción. Desde sus presu-puestos teóricos, el análisis arqueológico, ade-más de atender a la dimensión material del pai-saje social (en lo que ha venido centrándose

básicamente la Arqueología Espacial), deberíaempezar a prestar especial atención a sus dimen-siones ideales o imaginarias, reconociendo quetodo objeto cultural está (re)produciendo unaparticular racionalidad espacial. En consecuen-cia, no habría que perder de vista la voluntad dehacer que los procesos sociales y/o sus resulta-dos sean más o menos visibles o invisibles en laarena social. Del mismo modo, las condicionesde visibilidad de los resultados de las accionessociales serán, de hecho, la objetivación de laconcepción espacial vigente dentro del contextocultural en que se desarrolla dicha acción (Cria-do 1993a, 1993b). Es entonces como quedamosen disposición de plantear un esquema según elcual los agentes sociales desarrollan sus accio-nes inmersos en una racionalidad particular defi-nida culturalmente, imprimiendo un carácter in-tencional a las mismas. En este sentido es comose logra que dicha práctica social -eso que Bour-dieu denomina habitus- adquiera como conse-cuencias unos productos -en este caso, los mo-numentos-, unos resultados visibles y un efectoconstructor de espacios concretos -paisajes, te-rritorios- (Fig. 1). Como resultado, la apariciónde monumentos no hará sino perpetuar todo eldiscurso ideológico que lo sustenta. Expuestoasí, tal vez pudiera pensarse que esta lógica enla-za con aquellas propuestas procesuales que co-mentábamos al principio, si bien en este caso seva de la racionalidad cultural al monumento yno de éste a la ideología; he aquí la diferenciaañadida por este planteamiento.

Planteado así, pasaremos a contemplar segui-damente aquellos modelos interpretativos másrecientes que añaden a todo esto las perspectivaslocacional e ideacional del monumento, algoque lleva a repensar el propio valor de éste.

Generalmente, cuando tratamos de visualizarun monumento pensamos rápidamente en laestatua ecuestre de un general, el busto de unmonarca, la figura de un personaje de la cienciao la cultura, un monolito conmemorativo, unafuente o incluso en una estructura sobre la que sedisponen juegos de agua y luces, y solemos aso-ciarlos todos ellos a una plaza o una calle signi-ficativa dentro del entramado urbano. También

3. Repensando el concepto de monumento I:el binomio “monumento como lugar,

monumento como ideas”

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solemos pensar, desde esa perspectiva arquitec-tónica que nos vino imponiendo durante tantotiempo la idea de “monumentos histórico-artísti-cos”, en un palacio, una catedral o un panteónfunerario, e igualmente lo asociaríamos con unaposición destacada dentro de su entorno.

En cierto sentido, éstos serían los monumen-tos a los que hiciera referencia la definición deAloïs Riegl (1987: 23) con que abríamos estaspáginas. Sin embargo, sea cual fuere el referen-te histórico, personal y/o artístico que lo inspi-ren, resulta indudable que un monumento, entanto que sirve para recordar, está en disposiciónde transformarse en fuente importante de infor-mación. Diremos entonces que es en el binomiomonumento-memoria donde se expresan, y a lavez se enraízan, las prácticas sociales y cultura-les de la gente; a partir de él se establecen rela-ciones con otros elementos de su vida cotidiana(Bradley 1993: 3-4). Por lo tanto, mirar un mo-numento supone traspasar el Tiempo y el Espa-cio y, en consecuencia, hablar así de formas deorganización social, de sistemas creenciales, deideologías, de política, de guerra, de relacionesintergrupales, de intercambio, casi de cualquiercosa. De acuerdo con el tipo de análisis revisio-nista que venimos planteando, trataremos enton-ces de aplicar aquí este abanico de posibilidadesa la arquitectura monumental. Así, dejémonos

guiar por Donald Sanders y su idea de que “unedificio es una unidad cultural de significado an-tes de ser un objeto de función práctica. Así, la‘función’ de una estructura tiene dos conceptosbásicos y diferentes -primario (denotado pura-mente por la función) y secundario (connotado,función conceptual). No hay un orden de impor-tancia implicado en estas designaciones, sonsólo mecanismos para la discusión” (1990: 45,trad. propia).

Considerando que el concepto de ‘edificio’implica para Sanders algo más que la noción de‘casa/vivienda’, una construcción que va másallá de su función práctica de servir de abrigo ycobijo, releeremos su idea en términos de ‘arqui-tectura monumental’ a fin de evitar confusiones.Desde esta perspectiva, la arquitectura monu-mental estaría englobando todas aquellas cons-trucciones cuyo propósito y cuyas formas y vo-lúmenes sobrepasan esta función práctica (que,sin duda, están a la vez incluyendo). Desde unaaproximación materialista, “la arquitectura mo-numental expresa de un modo público y durade-ro la habilidad de una autoridad para controlarlos materiales, la especialización y el trabajo re-queridos para crear y mantener tales estructuras”(Trigger 1990: 127, trad. propia). Así, puede en-tenderse la presencia de un monumento en tantoque expresión básica del poder, a partir de la

Figura 1.- Funcionamiento y consecuencias de la acción social desde la visibilidad de su práctica social (a par-tir de Criado 1989: figs. 1, 2 y 7).

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apropiación de los espacios y el trabajo de aque-llos sometidos a dominación social, política,económica y/o ideológica.

Sin embargo, aplicando modelos cognitivos(v.gr. Broadment et alii 1980; Lawrence 1990),podemos llegar a pensar la construcción monu-mental como un conjunto de símbolos que se-mantizan un espacio de manera especialmentesignificativa, por encima de las funciones utilita-rias para las que fue concebido. En este sentido(aunque no específicamente hablando de cons-trucciones monumentales), Donald Sanders(1990: 47) determina, desde una perspectiva deanálisis semiótica, cuatro axiomas encadenadosa la hora de acometer la interpretación de la ar-quitectura. Así,

1. toda construcción tiene y comunica signi-ficados, independientemente de (pero tam-bién influidos por) la intención de sus cons-tructores, aspecto de gran importancia para elarqueólogo, dado que no sabe nada del arqui-tecto y/o el constructor de la misma (algo quetampoco necesita para atender a las conven-ciones culturales);2. los significados son transportados por sis-temas de signos usando redundancias, estoes, significados adicionales desde otros siste-mas de signos;3. la codificación de los significados resultaestablecida por la aceptación de las conven-ciones culturales; y4. los códigos establecen entradas para lasrespuestas de conducta esperadas.En este sentido, no se está sino resolviendo la

caracterización de la arquitectura monumentaldesde la confluencia de funciones utilitarias, defunciones y requerimientos simbólicos, y de lasrelaciones establecidas entre los costes de pro-ducción y mantenimiento. En consecuencia, di-remos que el resultado visible arquitectónico deesta fusión participa de una dinámica social, po-lítica y cultural; la misma que, a la vez, contribu-ye a generar. Por lo tanto, estamos convencidosde que tratar de interpretar los monumentos des-de la mera partición de valores utilitarios o sim-bólicos (como muchos han venido haciendo),constituye una sobresimplificación de resulta-dos, sesgados del lado de lo cuantitativo o locualitativo. Sin embargo, ¿puede lo aparente-mente cuantitativo convertirse en un valor cuali-tativo? Fijémonos por ejemplo en aquellos as-pectos que pueden parecer puramente tecnológi-

cos dentro del análisis de la construcción mo-numental (tamaño, forma, materiales, técnicasconstructivas, decoración), y por tanto más pro-pios de una aproximación cuantitativa. ¿Acasono pueden todos ellos ser contemplados desdeuna perspectiva cualitativa atendiendo sencilla-mente a por qué esos y no otros cualquiera, con-siderando los valores que connotan a dichos ma-teriales, la distancia de sus fuentes de aprovisio-namiento, la complejidad técnica de tamaños yformas, etc.?

En estos términos, llevando lo simbólico a laarena social, los productos arquitectónicos (denaturaleza monumental) quedan en disposiciónde ser considerados como una expresión culturalespecialmente apta para la creación de un capi-tal simbólico: denotan el capital económico ycultural de sus constructores, al tiempo que tam-bién aquel capital simbólico propio y derivadodel tipo de construcción resultante (Nielsen1995: 53-55). Intentaremos clarificar estas ideaspartiendo de la caracterización que de los distin-tos tipos de capital establece Pierre Bourdieu.

Cualquier construcción arquitectónica cuentaantes que nada con un capital utilitario, el fun-damentado sobre criterios de funcionalidad. Sinembargo, también aglutina un capital económi-co, expresado a partir de movilización de recur-sos (humanos, económicos, materiales) puestaen la construcción, y que empezará a generaruna expresión y manipulación simbólica deriva-da de los materiales y la forma escogidos. Estoúltimo dotará a sus constructores de unas capa-cidades específicas para la acción social. Delmismo modo, la arquitectura resulta el productode un conocimiento acumulado de técnicasconstructivas y modelos estéticos. Igualmente,éstos se engendran y funcionan “en tanto que es-trategias simbólicas en las luchas por la domina-ción simbólica, es decir por el poder sobre unuso particular de una categoría particular de sig-nos y, por allí, sobre la visión del mundo naturaly social” (Bourdieu 1996: 146-147). En conse-cuencia, la construcción arquitectónica concen-trará igualmente un capital cultural. Al mismotiempo, mediante la expresión de estos dos capi-tales económico y cultural se desarrolla unalucha simbólica en términos de 1) manipulaciónde las representaciones propias y, especialmen-te, de la posición de los constructores en el espa-cio social, y 2) de actuación por reordenar las ca-tegorías y estructuras de percepción de ese espa-

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cio social (Bourdieu 1996: 137, 1999: 169 y ss).Consecuentemente, el capital simbólico no seráotra cosa que la legitimación del resto de capita-les desde su reconocimiento desde las catego-rías de percepción imperantes (Bourdieu 1996:131, 138, 1999: 108).

De este modo, nuevamente volvemos a reca-lar en el elemento perceptivo como factor deter-minante en la dinámica de semantización de losmonumentos. Es entonces, reproduciendo losconceptos de Richard Bradley (1993), como ha-blamos en este sentido de monumentos como lu-gares y de monumentos como ideas. Con estosprincipios, no viene sino a condensarse la rela-ción de cómo los monumentos 1) afectan a lapercepción, en tanto que están imbuidos de lasmás básicas creencias de la sociedad, y 2) tien-den a modular la experiencia de aquellos que losemplean en su manejo del espacio (Bradley1993: 45). Al mismo tiempo, se ejemplifica asíque los monumentos no constituyen simplemen-te lugares en los que la experiencia humana semodula espacialmente, sino que están ademásimbuidos de las ideas acerca del mundo (Brad-ley 1993: 69).

Como muestra un botón; trataremos de ilus-trar esto que venimos apuntando a partir de la ar-quitectura monumental de los Moche de la costanorte de Perú (para un bosquejo representativode la cultura mochica [ha. 1-650/700 d.C.] y sussepulturas reales cfr. Alva 1990; Donnan 1990,2001). Fijémonos, por ejemplo, en el sitio queda nombre a esta cultura. Dominando el entra-mado urbano, las Huacas del Sol y de la Luna,extremos de una avenida procesional flanquea-da por estructuras menores de carácter templarioque sirven de cierre a una serie de plazas; degran impacto visual, estos montículos de adobelevantados por superposición de plataformas alo largo del tiempo, constituyen auténticos ce-rros artificiales donde enterrar a la elite político-sacerdotal. En torno a la Huaca del Sol, conjun-tos de tipo palaciego; en la última plataforma dela Huaca de la Luna, la posibilidad de que hubie-ra funcionado un observatorio astronómico. Noencontrados en éstas pero sí en estructuras aná-logas de otros sitios arqueológicos, suntuosos ycomplejos enterramientos de las elites, como eltan conocido del Señor de Sipán o los reciente-mente descubiertos del sitio de Dos Cabezas.Millones de adobes fueron necesarios para laconstrucción de estos edificios (lo que plusvali-

da su capital económico) que, al ser contempla-dos en su conjunto, testimonian un gigantescoesfuerzo constructivo y un poder centralizadocapaz de ordenarlo y dirigirlo. Detrás de estaarquitectura, contribuyendo a la construcción deun lugar y reforzando el capital simbólico, larecreación del paisaje mítico en el espacio urba-no a partir de la asociación de estos edificios conlos cerros, omnipresentes en las cosmogonías ylas religiones andinas. En este sentido, el poderpolítico-religioso, sancionado por la monumen-talidad de estas construcciones, se reforzaría apartir del ritual ligado a este complejo arquitec-tónico-procesional. Se desconoce el tipo deceremonias que tendrían lugar allí, pero es muyseguro que tuvieran que ver con la expresión ylegitimación de dicho poder a través de la músi-ca y la danza, incluyendo sacrificios humanoscomo los representados en la cerámica e inclusoen los murales conservados al interior de la Hua-ca de la Luna.

Considerando los planteamientos teóricosanteriores, abordaremos a continuación cómo lapresencia de monumentos implica una nuevaforma por la cual los seres humanos se relacio-nan con el medio natural a partir de la percep-ción del monumento-en-el-paisaje.

De manera sencilla, y por introducir este epí-grafe, caracterizaremos el paisaje como un cons-tructo social, fundamentado en la representaciónmetafórica de la realidad a partir de la concep-tualización del Espacio y el Tiempo como meca-nismo de ubicación a través del cual los indivi-duos adquieren su lugar-en-el-mundo. Así, igual-mente se puede concretar el valor del monumen-to como un producto material perceptivo de unadinámica de manejo espacial que, en última ins-tancia, relaciona la experiencia humana con esarepresentación a través de las ideas. En conse-cuencia, plantear la idea de la monumentaliza-ción del paisaje no va a suponer otra cosa quepreguntarse por la transformación del espacio enpaisaje a partir de la construcción de estructurasmonumentales (‘paisajización del espacio’), asícomo por la valoración del paisaje en su acep-ción de territorio (‘territorialización del paisa-je’) (Gil 2001a: 63 nota 2, 85-86). Por lo tanto,hablaremos de la Arqueología del Paisaje como

4. Repensando el concepto de monumento II:la percepción del monumento-en-el-paisaje

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“una práctica deconstructiva que pretende re-construir el objeto de estudio de acuerdo con suspropias normas y sin introducir un sentido ajenoa él”, esto es, a partir de un análisis que permitaaislar los elementos y las relaciones formalesque constituyen dicho paisaje (Santos, Parcero yCriado 1997: 62).

Desde esta perspectiva, y coincidiendo conSebastián Pintos, cualquier modelo que se qui-siera plantear en el análisis del manejo del me-dio por parte de un grupo humano debería con-templar los siguientes puntos básicos de análisis:

“I) la serie de actividades y técnicas involu-cradas en la obtención de energía necesaria pa-ra la subsistencia del grupo;

II) el orden de racionalidad presente en laserie de relaciones sociales que se establecenentre los individuos a la hora de la extracción(acceso), reparto y consumo de los recursos; y

III) la actitud o representación (ideacional,simbólica) del grupo respecto del medio bajo elcual son realizadas estas actividades” (Pintos1999: 127).

En consecuencia, con este planteamiento nohacemos sino regresar sobre los conceptos es-quematizados en la Fig. 1 y sobre la que resultasu ecuación básica de acción social Ò intencio-nalidad Ò práctica social Ò monumentos Òresultados. En suma, lo que añadimos en esteepígrafe atañe a un nuevo horizonte en el análi-sis de la arquitectura monumental: los criteriosde intencionalidad y voluntad de visibilizar, li-gados indisolublemente a la percepción del es-pacio y la construcción del paisaje.

En este sentido, diremos que el monumentose hace a sí mismo en su emplazamiento, cuan-do una o más estructuras monumentales se erigenen un entorno natural con la intención de cons-truir y semantizar ese paisaje, a partir de la sin-gularización (incluso sacralización) de dicho es-pacio físico (Bradley 1993: cap. 3, 2000: caps. 6y 7; cfr. también Gil 2002, Tilley 1994). En con-secuencia, el valor fundamental del monumentono es otro que el de imprimir carácter al empla-zamiento en el cual se ubica a partir del simbo-lismo que concentra; un simbolismo inmerso depleno en una práctica fluida y dinámica protago-nizada por actores sociales diferencialmente si-tuados. Dicho de otro modo, hablar de monu-mentos-en-el-paisaje supone un ejercicio racio-nal (racionalizador) en el que confluyen un me-canismo de creación artificial y permanente den-

tro del manejo espacial y la referencia temporal.Por consiguiente, la arquitectura monumentalconstituirá, ante todo, un recurso para determi-nar la experiencia del observador y regular cul-turalmente, de manera racional e ideologizada,unos hechos sociales que el Tiempo constata yperpetua (Bradley 1993: 5; Criado 1993b: 35;cfr. también Hernando 1997, 1999a, 1999b; In-gold 2000 para un panorama teórico más amplioacerca de diferentes manejos perceptivos del es-pacio).

Volvamos al mundo andino para poner otroejemplo, esta vez proveniente de ese altiplanosur sembrado de torres funerarias (chullpas) per-tenecientes al período de Desarrollos Regionalespost-Tiwanaku (ca. 1000/1100 - último tercio si-glo XV d.C.). Por encima de la discusión acercade si constituyen sepulcros de elite o si corres-ponden a un tipo de enterramiento generalizado(cfr. Gil 2001b), consideraremos la construcciónde paisajes chullparios a partir de escenarios mí-ticos (Gil 2002: especialmente 225 y ss.). Paraello nos fijaremos en los chullpares decoradosdel río Lauca (Dpto. Oruro, Bolivia), emplaza-dos al piedemonte de la Cordillera Occidental delos Andes, entre las lagunas Macaya y Sacabaya,en un entorno regional dominado por una redacuática de lagos y salares y volcanes apagados,algunos de los cuales, los nevados de Sajama ySabaya, cobran especial relevancia por protago-nizar diferentes episodios míticos.

Tres serían las regularidades que conformaneste paisaje chullpario: la disposición de los con-juntos formando alineamientos de torres chullpa(I), a cuyas espaldas se sitúan las altas cumbresde la Cordillera (II), y frente a los cuales se em-plazan las dos lagunas y el abanico de volcanesnevados (III). Además, y con posibilidad de ha-ber influido en la elección de esta ubicación decara a la construcción de un paisaje sacralizado,estas lagunas y nevados estarían formando parteesencial de ciclos míticos en los que confluyenelementos prehispánicos con aquellos otros pro-pios del período evangelizador colonial, y quedan lugar a un paisaje antropomorfizado en elque las divinidades (incluidas las grandes cum-bres) luchan entre sí al igual que hacen las gen-tes que habitan la región (prueba de lo cualresultan los siete pucaras -fortalezas- existentesen el área). Ubicados en este entorno mítico,aprovechando un paisaje de por sí sacralizado,los chullpares participan de la fuerza emanada

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de los elementos naturales, que potencian sucapital simbólico a partir de su visibilidad en es-te escenario. En este sentido, la ideología fune-raria expresada en las torres chullpa construyeun paisaje en el que Tiempo y Espacio son ma-nejados para lograr una constitución del presen-te henchida del pasado y grávida del futuro. Así,diremos que estos chullpares afectan a la percep-ción no sólo en tanto que están imbuidos de lascreencias, sino por su propio emplazamiento enun paisaje cultural que resulta así monumentali-zado.

Resumiendo: a partir de una reordenación demateriales naturales que generan un espacio cul-tural visible y permanente en el paisaje, el reno-vado análisis monumental abre un abanico deposibilidades desde las cuales interpretar la va-loración del Tiempo y del Espacio de aquellosque participaron de la construcción y uso detales monumentos, en suma, de sus formas depensarse a sí mismos (v.gr. Criado 1989). Almismo tiempo, esos mismos monumentos cons-tituyen una vía de expresión de la mismidad detales individuos de cara a los otros. En este sen-tido, en el de la construcción de la identidad apartir del monumento, no habría que olvidarsede la cantidad de trabajo y energía que implicala construcción monumental, y que influye po-derosamente en la conducta humana y contribu-ye a crear y fortalecer la identidad del grupo(Hodder 1989: 264-265); tampoco del referenteatemporal a los antepasados (Isbell 1997) y/ohéroes, próceres y divinidades tutelares impresoen gran cantidad de monumentos (cfr. Augé1998).

Así, las formas y ubicaciones de los monu-mentos hacen que su lectura resulte lo que Ri-chard Bradley (1993: 50) define como una suer-te de “plataforma directiva de la experiencia”(“stage-meaning of experience”). De esta mane-ra, su construcción implica un doble impacto decarácter locacional: del monumento en el paisa-je por él construido (el ‘lugar’ monumental) ydel monumento en el paisaje circundante (elentorno de dicho ‘lugar’). En consecuencia, esalectura monumental supondrá un triple procesode 1) reconocimiento de las formas o constitu-yentes elementales del paisaje considerado (na-turales y artificiales), 2) su caracterización a par-tir de las condiciones de visibilidad en el entor-no (topográficas y arquitectónicas) y 3) la re-construcción jerárquica de cada una de esas for-

mas en función de su accesibilidad y/o permea-bilidad diferencial en el conjunto del paisaje mo-numentalizado (v.gr. Criado 1993a, 1995; Cria-do y Villoch 1998; Higuchi 1983; Moore 1996;Santos, Parcero y Criado 1997).

Volviendo sobre aspectos puntuales de cues-tiones ya señaladas (vid Fig. 1), diremos que laintencionalidad de la acción social queda asocia-da a su voluntad de visibilizar en función de lamateria prima y las dimensiones elegidas para laconstrucción monumental. En función de estepunto, el arquitecto y/o promotor del monumen-to dispondrá, en una proyección sobre el espa-cio,de toda una serie de representaciones socia-les y de discursos ideológicos acerca de las rela-ciones de los seres humanos con la Naturaleza yde éstos entre sí. Del mismo modo, al devenir laacción social en una práctica social concreta, suproducto monumental y su efecto constructor depaisaje se unen entonces a los resultados de lasestrategias de visibilización, dando con ello lu-gar al giro semántico del paisaje en territorio.

En consecuencia, el discurso constructor yconstructivo del monumento quedará conjugadocon la percepción visual del mismo en el ejerci-cio de construcción de un espacio social carga-do de significados simbólicos. Si esta relación esposible en tanto que los monumentos constitu-yen los ejes y elementos de equilibrio de los gru-pos humanos, no cabe sino encuadrar las cons-trucciones monumentales dentro de eso que M.Larsson (1985: 107-110, cit. in Criado 1989: 76-77) denomina “expresiones de un sistema deideología-poder”. En resumidas cuentas, losmonumentos quedarán entonces erigidos en loque Ian Hodder (1982a, 1994: 18 y ss) definecomo “símbolos socialmente activos”, y quecomo tales han de contextualizarse dentro de susbordes espacio-temporales concretos.

Desde esta perspectiva, las formas de auto-percepción derivan en marcas sociales para ungrupo dado, al mismo tiempo que su particularconfiguración del Espacio y el Tiempo está endisposición de derivar en manejos espaciales yordenamientos territoriales particularizados.Así, en términos de aquel mencionado procesode territorialización del paisaje, incluiremos losmonumentos como una estrategia de memoriza-ción de un paisaje que queda cargado de conte-nido social, político y simbólico. A su vez, másallá de los diferentes manejos interpretativosaquí comentados, tanto el uso de esta memoria

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como su consecuente manejo del pasado opera-rán, en y desde el monumento, a partir de un po-der de persuasión que se constituye como basede la autoridad y/o la regulación de las relacio-nes con los extraños. Quedamos así en disposi-ción de apostar por una subjetividad ideacionalobjetivada materialmente en el monumento en ypara el reconocimiento de marcas espacio-tem-porales (re)hechas visibles. Consecuentemente,desde y a través de estas marcas, las estructurasmonumentales contribuyen a delinear una His-toria construida por la apreciación del paso deltiempo y ordenada en contextos espaciales. Así,insertos en toda esta dinámica culturalmenteracionalizada, los monumentos resultarán a unmismo tiempo nexos idóneos entre aconteci-mientos diacrónicos y piezas claves de la estra-tegia cartográfica cognitiva (Walsh 1995: 133;cfr. también Gould y White 1974).

Volvamos sobre la etimología latina del con-cepto de monumento, sobre su expresión tangi-ble de permanencia o, cuando menos, de dura-ción. Retomamos entonces la idea de que lasconstrucciones monumentales sirven para quelos individuos (o algunos de ellos, según mode-los concretos que antes comentábamos) no sevean avasallados por las contingencias tempora-les y puedan entonces pensar en la continuidadde las generaciones. Según Marc Augé, “sin ilu-sión monumental, a los ojos de los vivos la his-toria no sería sino una abstracción”. Sin laexpresión material de su existencia, cada sujetopuede tener la sensación justificada de que en sumayor parte le han antecedido y le sobrevivirán,siendo entonces que las rupturas y discontinui-dades que en el espacio produce la presencia deun monumento son precisamente las que repre-sentan la continuidad temporal (Augé 1993: 65-66).

De este modo, la idea de ‘lugar’queda enton-ces definida por la identidad y/o la Historia,mientras que el monumento pone en relaciónese espacio concreto con la ‘memoria’, que pa-tentiza el pasado en el presente, lo desborda y loreivindica. Dicho de otro modo, el monumentoahonda la distancia entre el presente construidoen el paisaje y el pasado al que alude. Así pues,si antes hablábamos con Richard Bradley (1993)de los ‘monumentos como lugares’, quizás aho-

ra debiéramos adoptar el concepto de ‘no-lugar’de Marc Augé (1993) en tanto ‘lugares de lamemoria’, alcanzando entonces un concepto de‘monumentos como lugares de memoria’. Si ve-nimos planteando la presencia de un monumen-to-en-el-espacio como un ejercicio de memoria(histórica), que se capta de manera inmediata através de los sentidos, añadiremos en este puntoa los monumentos un valor práctico en el pre-sente a partir de su valor rememorativo del pasa-do (Riegl 1987: 25-28).

No vamos aquí a bucear por aquellas líneasde pensamiento que han venido ocupándose deconsiderar el papel de los monumentos en rela-ción con los usos de la memoria en la valoracióndel pasado (v.gr. Augé 1998; Fabian 1983: cap.4; Riegl 1987: 32 y ss). Primero, porque no eséste el tema principal que nos ocupa y podría lle-varnos muchas páginas; segundo, porque la His-toria de los monumentos ha sido siempre consi-derada desde la estética y la sociología del ArteOccidental, algo que choca de plano con esasubjetividad perceptiva definida desde la parti-cularidad sociocultural que venimos defendien-do. A pesar de ello, sí comentaremos breve y re-flexivamente lo que para Aloïs Riegl (1987: 67y ss) constituyen los tres valores rememorativosfundamentales de un monumento (valor de anti-güedad, valor histórico y valor rememorativointencionado); seguidamente contemplaremosel rol de la memoria en la transmisión cultural.Con esto, y a fin de introducir una discusiónorientada a los monumentos funerarios, tratare-mos de sentar unas mínimas bases que nos per-mitan acometer la relación del factor temporalque define la monumentalización de la muerte.

Tan sólo de pasada, diremos que el valor deantigüedad contempla el monumento como sig-no del pasado en sí mismo, algo que puede sermanipulado en términos de otorgar legitimidadal presente desde aquellas connotaciones quequieran aplicarse al referente del monumento.En este sentido, el valor histórico, por su parte,tiende a entresacar del pasado un momento con-creto de la historia evolutiva, y a presentarlo antelos ojos de quienes lo contemplan con tanta cla-ridad como si perteneciera al presente (tanto elmonumento como, quizás de manera más signi-ficativa, sus alusiones). Diremos así que, a partirde estos dos valores, el monumento actuará co-mo expresión de una sanción positiva/negativadel presente por el pasado a través del ejercicio

5. Monumentos, pasado y memoria

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de la memoria. En este sentido, estamos deacuerdo con Riegl en que tan sólo el valor reme-morativo intencionado “tiene desde el principio,esto es, desde que se erige el monumento, elfirme propósito de, en cierto modo, no permitirque ese monumento se convierta nunca en pasa-do, de que se mantenga siempre presente y vivoen la conciencia de la posteridad. [...] Aspira demodo rotundo a la inmortalidad, al eterno pre-sente, al permanente estado de génesis” (Riegl1987: 67-68). Este aspecto creemos que sí puedeextrapolarse a prácticamente cualquier contextocultural.

Enlazamos entonces los monumentos conaquello que Frances Yates (1966) denominó “ar-te de la memoria”, y que viene a recordarnos có-mo las metáforas visuales y espaciales constru-yen la representación (metafórica) de la realidad,dando así lugar a lo que Johannes Fabian (1983:111) define como “espacialización de la con-ciencia”. Podemos por tanto señalar que los co-nocimientos organizados alrededor de los obje-tos o las imágenes de un monumento lo están apartir de la relación espacial de los mismos res-pecto de otros, quedando así establecida una ló-gica en tanto convenio de conocimientos visua-les (Fabian 1983: 114 y ss). En consecuencia, ladistinción clásica entre sociedades literarias yágrafas va a quedar rota a favor de una relaciónentre la forma dada al objeto y su transmisión,conservación y/o destrucción (Kuechler 1987,cit. in Rowlands 1993: 141; cfr. también Goody1982). Al mismo tiempo, en función de unatransmisión por repetición frecuente puede lle-garse a que la memoria inconsciente asocie de-terminados objetos a conceptos y/o situacionesparticulares (Whitehouse 1992, cit. in Rowlands1993: 141-142; cfr. también Appadurai 1986).Por simplificar este punto, podemos afirmar quea todas estas ideas subyace un principio mnemo-técnico por el que los objetos sirven mejor queel lenguaje hablado a los mecanismos de asocia-ción de ideas. Del mismo modo, la cultura mate-rial posee una capacidad de imponer credibili-dad y transmitir así elementos y patrones cultu-rales amplios (Hodder 1982a, 1982b).

Desde esta perspectiva, los monumentos, consu proyección espacio-temporal, ofrecen a losindividuos y grupos humanos un mecanismo dememoria que posibilita la construcción de unsentimiento de coherencia e integridad de su ac-tividad social: “el nexo entre pasado, presente y

futuro se traza a través de su materialidad” (Row-lands 1993: 144, trad. propia).

Volvemos entonces aquí sobre esa idea antesmencionada del ‘lugar’ conceptualizado másallá de un mero ‘punto-en-el-espacio’ (Giddens1998: 150-151; cfr. también Hernando 1999a) y,tratando de aclarar aquel otro concepto de ‘se-de’, al que cabe referirse como una arena socialespacialmente definida. En este sentido, el con-cepto del ‘no-lugar’acuñado por Marc Augé lla-ma notablemente nuestra atención. “Evidente-mente un no lugar existe igual que un lugar: noexiste nunca bajo una forma pura; allí los luga-res se recomponen, las relaciones se reconstitu-yen [...]. El lugar y el no lugar son más bien po-laridades falsas: el primero no queda completa-mente borrado y el segundo no se cumple nuncatotalmente: son palinseptos [sic] donde se reins-cribe sin cesar el juego intrincado de la identidady de la relación. Pero los no lugares son la medi-da de la época” (Augé 1993: 84).

Quiere esto decir que la espacialidad y latemporalidad de la construcción arqueitectónicaoperan una serie de transformaciones ideaciona-les que, desde la forma, conducen a la esenciadel monumento. Ésta se esconde tras la repre-sentación metafórica de la realidad, y tales trans-formaciones se concentran en dicha esencia entanto (re)construcción de un ‘(no-)lugar de lamemoria’ en los términos antes comentados. Deesta manera, jugando con la idea de Barley(1993), en el ‘monumento como no-lugar’van acoincidir dos realidades complementarias y almismo tiempo distintas: 1) la de los espaciosconstituidos con relación a ciertos fines (conme-morativos) y 2) la relación que los individuosmantienen con esos espacios (conmemorados)(Augé 1993: 98).

Traslademos a continuación estos parámetrosinterpretativos a un tipo concreto de construc-ción monumental: los monumentos funerarios.Desde este punto de vista, estableceremos en-tonces que en la caracterización del ‘monumen-to como (no-)lugar’ y del ‘monumento comoideas’ confluyen criterios de espacialidad y tem-poralidad que relacionan el pasado con el pre-sente y lo proyectan hacia el futuro. Así, al mo-numentalizar la muerte va a entrar en acción unmecanismo basado en el ‘no-tiempo’ que cons-truye una legitimación de esa espacialidad pre-sente a partir de la temporalidad pasada. Vaya-mos por partes.

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Suele darse que en determinados contextossociopolíticos y económicos, los individuos (eincluso grupos completos) se vean en la necesi-dad de demostrar que realmente se encuentranen posesión de aquellas tierras que ocupan.Cuando se carecen entonces de escrituras depropiedad, la solución mediadora del litigio sue-le pasar por el derecho consuetudinario, y éste asu vez por la apelación a la memoria histórica alrespecto. El argumento más extendido en estoscasos es el de recurrir a las generaciones pasa-das: ‘la tierra de los antepasados’. En este senti-do, cuando los ancestros se convierten en ele-mento definitorio del concepto de propiedad, elmonumento funerario como unidad de deposi-ción formal añade a su sentido de acumulador dela memoria el papel de legitimador del territorio,completando así un argumento circular recur-sos-tierra-monumento(s)-propiedad. En conclu-sión, los bordes espaciales de la comunidad secierran a partir de la no-temporalidad de lamuerte (Mizoguchi 1990), y en este sentido seponen en marcha las estrategias de legitimaciónterritorial a partir de los monumentos funerarios.

Desde esta perspectiva, los monumentos ac-tuan entonces como intermediarios, y al mismotiempo depositarios, de las relaciones de poderpor y en el espacio, reuniendo en sí mismos lostres aspectos que Anthony Giddens (1998: 195-196) señala como definitorios del principio delegitimidad:

1. la asociación de un sistema social con unasede o territorio,2. la existencia de unos elementos normati-vos que incluyan el reclamo de legitimidaden la ocupación de dicho territorio, y3. la necesidad de que prevalezca entre losmiembros de la sociedad una serie de senti-mientos de alguna clase de identidad común,no importa cómo se exprese o se revele.Visto así, la monumentalización de la muerte

como estrategia de legitimación territorial vuel-ca sobre el monumento un triple principio designificación (codificación de órdenes simbóli-cos), dominación (autorización y asignación derecursos) y legitimación (sanción normativa dedicha asignación). En consecuencia, por másque el mundo de los vivos pueda responder a unpatrón de asentamiento disperso y/o a una es-

tructura social segmentaria, el mundo de losmuertos corresponderá desde esta óptica a unárea de enterramiento comunitaria y a una ideo-logía de la unidad, de ahí la importancia de losancestros.

Consideremos entonces un supuesto contex-to sociopolítico y económico de luchas territo-riales por el acceso a los recursos y el control delpoder regional. La Prehistoria y la Protohistoriaofrecen varios ejemplos al respecto, que cadacual tome el que mejor le convenga; nosotrosmiraremos de nuevo hacia la protohistoria andi-na, donde los señoríos étnicos tienen repartidossus territorios por diferentes pisos ecológicos(de acuerdo a un modelo económico que ha da-do en llamarse de ‘archipiélagos verticales’), dedonde resulta un entramado espacial de identi-dades interdigitadas. En tal caso podría con casitotal seguridad hablarse al mismo tiempo de mo-mentos de crisis en los que no sólo tiende a pro-moverse la continuidad de la cultura propia decada uno de los grupos implicados, sino tambiéna interrogarse sobre la sociedad misma. Inmer-sos en esta dinámica socio-cultural surgirían (ose cobrarían mayor protagonismo) los monu-mentos. De este modo, caracterizado este con-texto por la revitalización y autoafirmación delas entidades sociopolíticas, la ideología funera-ria cobrará especial importancia, una idea queMichael Parker Pearson concreta al señalar có-mo “la publicidad social en el ritual funerariopuede ser expresamente manifestada cuandocambian las relaciones de dominio que resultande un reordenamiento del status y de la consoli-dación de nuevas posiciones sociales” (1982:112, trad. propia).

Por consiguiente, en tanto que expresión ar-quitectónica cargada de simbolismo en y para laproducción y reproducción de unas relacionesde poder en y desde el espacio a partir de la ideo-logía religiosa, concluiremos que los monumen-tos funerarios resultan al mismo tiempo de unaacción social y una acción simbólica. Por unalado, la movilización de gentes y recursos eco-nómicos desde la interacción social y el corpo-rativismo (cfr. aquellos modelos referentes a losmonumentos como expresión de las desigualda-des); por otra parte, la posición que expresan susresultados dentro del paisaje social construido(cfr. aquellos otros más volcados en cuestionesde visibilidad y percepción del monumento enun entorno construido). Dicho de otro modo, la

6. El papel de los ancestros. Monumentalizaciónde la muerte y legitimidad territorial

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presencia de monumentos dispuestos en el pai-saje condensa la idea de un ‘poder para’ y, a lavez, como una llave que permite penetrar la arti-culación de las relaciones sociopolíticas, enfati-za cómo desde la arquitectura se manipula la co-municación de valores e identidades en relaciónal cambio social y político. En consecuencia, es-taremos de acuerdo con esa idea de que la ideo-logía (funeraria), en tanto “sistema cultural”, noviene sino a “suministrar una ‘salida simbólica’a las agitaciones emocionales generadas por undesequilibrio social” (Geertz 1997: 179).

Por lo tanto, como venimos viendo, revestir alos monumentos de un componente simbólicoen la construcción, percepción y representaciónde unos ejes Espacio-Tiempo descubre una víade análisis con múltiples aplicaciones: el uso delo simbólico y su desarrollo plástico sobre dife-rentes soportes constituye un nexo entre los pla-nos ideal y real, entre las ideologías y las prácti-cas socioculturales. Así, a partir del desarrolloteórico y metodológico de las Arqueologíaspost-Procesuales se habría abierto una nuevadimensión de análisis, el poder (simbólico) delos objetos, y un cambio de orientación que ha-ría que gran parte de lo que era simplementeconsiderado como “arte” pasase a condensar uninterés de naturaleza ideológica de tipo comple-jo. Desde esta perspectiva se pondrá en marchaun nuevo tratamiento de la noción de poder. Apartir de las posiciones de status de sus agentes,ésta pasa a ser considerada intrínseca a todaacción social, convertidas entonces las prácticassociales en un ejercicio de (re)negociación de lasrelaciones de poder existentes para/en cada si-tuación sociocultural. Al mismo tiempo, desdeeste giro interpretativo se abren nuevas vías deaproximación a las ideologías en arqueología.

Para aquellas sociedades en las que el paren-tesco constituye la estructura organizativa fun-damental, o al menos una de las que mayor im-portancia tienen dentro del marco de la organi-zación sociopolítica (sociedades clánicas y delinajes, ya sean tribus, jefaturas o estados), lamuerte constituirá un último rito de paso de caraa constituir “la continuidad temporal del ordenontológico o, por lo menos, la semejanza, que essu aspecto simbólico” (Thomas 1993: 255). Eneste sentido, convertida la comunidad de losmuertos en protectora de la comunidad de losvivos, sus restos mortuorios pasan a ser tratadoscomo símbolos sagrados, en pos de lo cual ad-

quieren “la función de sintetizar el ethos del pue-blo -el tono, el carácter y la calidad de su vida,su estilo moral y estético- y su cosmovisión, elcuadro que ese pueblo se forja de cómo son lascosas en realidad, sus ideas abarcativas acercadel orden” (Geertz 1997: 89). En consecuencia,diremos que el orden ideal de lo sagrado estáactuando sobre la práctica social y política delgrupo en términos tanto económicos como mo-rales, de manera que la prosperidad de la comu-nidad dependa del correcto cuidado de susmuertos. El culto a los antepasados constituyeasí una fuerza conservadora del orden social yterritorial que ata al individuo a una comunidady a una tierra protegidas por sus ancestros; ypara que quede claro, ahí estarían los monumen-tos. Quizás los aspectos morales de esta cuestiónsean complicados de detectar para la arqueolo-gía, pero a través del análisis de las construccio-nes monumentales sí podemos penetrar esa otradimensión económico-territorial, e incluso infe-rir el tipo de relaciones políticas establecidas en-tre asentamientos vecinos.

La idea de legitimidad territorial ancestraldescansará entonces sobre este principio de mo-numentalización de la muerte: desde su manipu-lación simbólica, los cuerpos de los antepasados(reales o míticos) y/o sus tumbas refieren solida-ridad, jerarquía e identidad grupal para losmiembros vivos de la comunidad. Así, las rela-ciones entre los vivos y los muertos (más allá delparentesco en vida) describirán relaciones socia-les y políticas fundamentadas sobre la idea deque cada grupo tiene su espacio, establecido porlos ancestros y reclamado por sus descendientesen términos de status y propiedad de la tierra.

En consecuencia (y resumiendo), uniendo lasgenealogías, las relaciones socio-económicas yla construcción del paisaje, la semantización delespacio funerario revierte en legitimación delterritorio. Por tanto, diremos que la (re)negocia-ción simbólica del orden social a través de lapráctica funeraria está significativamente estruc-turada en un Tiempo tanto como dentro de unEspacio (monumental o monumentalizado). Eneste sentido, el no-tiempo de la muerte se conce-birá espacialmente en la construcción de paisa-jes socioculturalmente semantizados, actuali-zando la eternidad de tal manera que el Tiempo,como abstracción de referencia dinámica, secoloca al servicio del Espacio en tanto relaciónde hechos observables con referencias estáticas.

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Se constituye con ello un principio de ordena-ción simbólica desde la metáfora y la metoni-mia. En consecuencia, ante el aparente uso delno-Tiempo que rige el culto a los antepasados, elEspacio se cargará de valor desde su vinculacióncon lo sagrado, constituyendo así un referenteesencial para la identidad del grupo (v.gr. Her-nando 1999a, 1999b).

Alcanzado este punto será como la cadenasemántica espacio-paisaje-territorio termine ma-tizando la construcción del territorio a partir delas fronteras (naturales y/o políticas), reforzandoéstas la idea de legitimidad espacial. Diremosentonces que cualquier uso (“exclusivo”) del es-pacio necesita de su previa apropiación, comocontinente y como contenido, de lo cual se deri-van una serie de transformaciones (ambientalesy culturales) que lo convierten en paisaje. A par-tir de aquí, el paso a la noción de territorioimplicará el resultado de todas aquellas accionessociales, políticas, económicas y simbólicas queacontezcan tanto dentro como fuera de sus fron-teras. Por la misma razón, se va a considerar quetoda apropiación debe implicar un reconoci-miento legal y/o cultural, asumido por el conjun-to social y, a ser posible, refutado por la Memo-ria/Historia. En este sentido, por más que sehable constantemente de un valor cuasi sagradode las fronteras (consecuencia directa, por otrolado, de la concepción moderna del Estado-Na-ción), asumimos que un territorio en sí mismono significa nada, dotado de significado única-mente en estrecha unión a los intereses de susagentes sociales. De aquí se derivaría entoncesla constante manipulación ideológica de la His-toria sobre el Territorio en búsqueda de su legi-timación (v.gr. Clastres 2001; González 1998:cap. 3; Sánchez 1992: cap. 3).

De este modo, a partir de instancias políticas,económicas e ideológico-culturales, la organiza-ción territorial va irremisiblemente a derivar enun control ideológico y/o militar que aspire acensurar positivamente el territorio construido, alegitimarlo (incluso por la fuerza). En relacióncon esta idea, Francisco Murillo señala que “lalegitimación implica, pues, enmascaramiento[...]. El enmascaramiento es el simple resultadode que el sistema valorativo del grupo, para legi-timar, simplifica, descarta factores, estereotipa eincluso mitifica. Al cabo, la realidad hace aquímás o menos lo que han venido haciendo los tra-tadistas convencionales del poder. Por supuesto,

cuando hablamos aquí de la legitimidad comoenmascaramiento despojamos al término de to-do sentido peyorativo; no pretendemos valorar,sino señalar una realidad” (Murillo 1963: 244,cit. in Luque 1996: 46).

Más allá de posibles definiciones de la políti-ca y lo político (v.gr. González 1998: 5-36; Lu-que 1996: cap. 1), y sin perder de vista esa seña-lada manipulación ideológica del pasado queEric J. Hobsbawn (1984) sintetizó en sus con-ceptos de “tradición inventada” e “invención dela tradición”, resolveremos que lo fundamental ala hora de legitimar cualquier acción social que-da constituido a través de la representación, sim-bolización y hasta dramatización de las relacio-nes sociales y de poder. En este punto, y comorespuesta a esta dinámica, consideraremos quela visibilización monumental constituye un ejefundamental del discurso legitimador.

De acuerdo con Felipe Criado (1993a, 1993b), hemos venido caracterizando los monumen-tos como artefactos (producto cultural) destaca-dos visualmente y perdurables en el tiempo. Re-sulta entonces en lo inevitable de su percepciónen el Espacio y su perdurabilidad en el Espacio-Tiempo donde radica (desde un punto de vistamaterial, aunque no exclusivamente materialis-ta) su diferencia con otros productos culturales.En este sentido, resolveremos con este mismoautor que un monumento constituye “un racimode resultados intencionales, concretados en laforma de un producto artificial que es visible enel espacio y que mantiene esta visibilidad a tra-vés del tiempo” (Criado 1995: 199, trad. propia;similar en Criado 1993b: 47).

En síntesis, veíamos cómo la idea monumen-tal engloba la suma de un producto material,un(os) elemento(s) artificial(es) y diferentes fac-tores de visibilidad espacial y duración tempo-ral. En consecuencia, y a partir de todo ello, elmonumento expresa una forma particular deconcebir el Tiempo y el Espacio, que refleja unaracionalidad cultural específica relacionada conun discurso ideológico y unas representacionessociales. Pero al mismo tiempo, dado que elmonumento apela a la Memoria del pasado, suubicación espacial concreta da pie a unas estra-tegias de construcción de paisajes y legitimaciónterritorial.

7. Consideraciones finales

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En este sentido, dado que el monumento con-memora y perpetúa, el mero hecho de su empla-zamiento en el paisaje está creando un nuevoconcepto de ‘lugar’, en el que se detiene el tiem-po de la memoria, pero que al mismo tiemporecurda la inestabilidad de ésta y su necesidad derecuerdo constante. Desde esta perspectiva, apartir de la construcción monumental, el entor-no asume significado, se construye desde lasrepresentaciones metafóricas que de él se forjanlos grupos humanos que lo habitan. Así, al entor-no geográfico se va a añadir un nuevo valorlocacional fundamentado sobre la percepciónhumana; el espacio se convierte en paisaje. Almismo tiempo, será esta percepción particular, ysus mecanismos de construcción semántica deTiempo y Espacio, la que sancione positivamen-te un borde (a)temporal por el cual el monumen-to sirva de recordatorio permanentemente visi-ble de determinados personajes (enaltecidos, he-roicizados, mitificados o divinizados), aconteci-mientos y/o situaciones (reales o míticas).

Cuando hablamos de monumentos funera-rios, todos estos conceptos ven potencialmenteelevado su valor. El paisaje monumentalizadopasa a serlo en tanto que monumentalización dela muerte, cohabitando en él vivos y muertos,trazando entre sí unas relaciones sociales que so-brepasan al acto de morir y que siguen activasdesde los vivos para con sus muertos. La monu-mentalización de la muerte implica entonces laconsolidación de cierto orden social, político yeconómico, y configura un paisaje a partir de 1)el efecto ambiental de las prácticas de subsisten-cia y 2) la ocupación simbólica (aunque no ne-cesariamente efectiva) de ese ambiente.

En este sentido, comentábamos al principiode este trabajo cómo diferentes corrientes teó-ricas han venido aproximándose al fenómenomonumental desde su asociación con tumbas deelite, mojones territoriales y/o construcciones decarácter religioso y/o ‘simbólico’. Así, señalá-bamos que la interpretación de los monumentosse ha visto guiada en pos del análisis de su fun-ción social, su dimensión territorial o su caracte-rización ideológica. Para la perspectiva social,los monumentos harían visible y consolidaríanla organización y jerarquización del grupo.Desde su dimensión territorial vendrían a desta-car la coherencia del grupo al definir un territo-rio. En tanto parte constituyente de un sistemaideológico, constituirían la expresión del discur-

so de poder que sostiene al grupo social. Sinembargo, buscando una valoración holista, dire-mos que estos tres puntos de vista suponenmodelos complementarios y semejantes, cuyaindividualidad no hace sino velar esa interpreta-ción que nos conduzca de la apariencia monu-mental a la esencia del monumento. (Podríamoscitar aquí a Criado 1991 para una revisión críti-ca aplicada al mundo megalítico, o nuestra apli-cación de estos puntos al caso surandino en Gil2001b).

Toda creación humana tiene una funciónpráctica, una utilidad social y una lectura ideoló-gica que obligan a analizarla en su contexto.Asumiendo esta idea, y al vaivén de distintas co-rrientes teóricas, hemos tratado de enfatizar enestas páginas la dimensión espacial que todomonumento posee, orientando la discusiónhacia los monumentos funerarios. Resolvíamosentonces que su apariencia monumental implicauna proyección territorial reforzada por la apela-ción a los difuntos (independientemente de suvaloración como tales, aunque ello pudiera estarmarcando una serie de rangos, no sólo monu-mentales sino puede que también espaciales). Almismo tiempo, y en tanto que unidad de deposi-ción funeraria formal, destacábamos su caráctersimbólico, que además juega un importantepapel activo en la autodefinición del grupo cons-tructor. En consecuencia, concluíamos que todaexpresión monumental concentra una proyec-ción y una conceptualización espaciales, unadimensión temporal y una solidaridad grupal(identidad) derivada del trabajo de construcciónmaterial.

Desde esta argumentación, quizás alguienhaya echado de menos en este trabajo una ma-yor atención a cuestiones materiales (materialis-tas) como pueden ser la expropiación de trabajoque supone la construcción de un monumento, ola concentración de poder de convocatoria quepueda llegar a requerir un determinado agentesocial de cara a llevar a cabo dicha expropiación.No ha sido nuestra intención desmerecer aque-llos trabajos que se orientan por esta línea, ni asus autores; simplemente hemos querido plante-ar otra perspectiva que, a nuestro juicio, permiteacercarse de manera más completa a la variabi-lidad y complejidad de la naturaleza de todofenómeno monumental. Como hemos venidoapuntando, ésta constituye el orden de racionali-dad presente en las relaciones sociales estableci-

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das en torno al acceso, reparto y explotación delespacio geográfico; lo mismo para la represen-tación ideacional y simbólica de los grupos hu-manos respecto a los mecanismos de esa comen-tada territorialización del paisaje. En otras pala-bras, a través de estas páginas hemos tratado deaproximarnos a los mecanismos por los cualesesa racionalidad da coherencia a las estructurassociales: por un lado, en ese nivel externo defi-nido por la representación simbólica de las rela-ciones Cultura-Naturaleza; a su vez, desde aque-llos factores ideológicos que, a nivel interno,legitiman las modalidades de acceso, reparto yconsumo de aquellos recursos de que disponecada grupo humano.

Pasando revista a diferentes modelos de aná-lisis e interpretación, y partiendo de esa reorde-nación de materiales naturales que genera unespacio cultural visible y permanente en el pai-saje, hemos querido contrastar dos principalescorrientes de pensamiento a la hora de aproxi-marse al fenómeno monumental ligado al mun-do funerario (que no tienen por qué ser exclu-yentes entre sí). Por un lado, aquella que se cen-tra en cuestiones de organización sociopolítica,y para el cual los monumentos constituyen la ex-presión máxima de la desigualdad y el ejerciciodel poder. Al mismo tiempo, aquella otra queintenta acometer la monumentalidad en funciónde la percepción que del Tiempo y el Espacio

tuvieron aquellos que participaron de ella, decómo se pensaban a sí mismos y cómo entendí-an sus relaciones con los otros grupos vecinos.Al margen de las diferencias, alcanzábamos aresolver cómo en el monumento subyace la ideade conmemoración permanente, de materializa-ción del pasado en el presente. A su vez, señalá-bamos cómo los monumentos funerarios ejercen(o al menos participan de) una función sociallegitimizadora del territorio en tanto que hitosque regulan la adaptación al entorno por parte delas comunidades que lo habitan. Por el hecho deconstituir parte de un sistema ideológico concre-to fruto de una racionalidad cultural particular,vimos finalmente que, juntando estas dos acep-ciones, los monumentos tienen, ante todo, unvalor simbólico ligado a la construcción y ex-presión de las identidades. Por todo ello, quisié-ramos terminar estas páginas con una idea deRichard Bradley que viene a condensar el argu-mento que ha dirigido este trabajo: “los monu-mentos exhiben más que una secuencia estruc-tural; también comprenden un proceso creativopor el cual el significado del pasado fue cons-tantemente repensado y reintrerpretado. Losmonumentos fueron adaptados y alterados con-forme a circunstancias cambiantes. En este sen-tido proveen un índice sutil de más hondasrepercusiones en la sociedad” (Bradley 1993:93, trad. propia).

Agradecimientos

Al final de estas páginas, quisiera expresar mi agradecimiento a las Doctoras Almudena HernandoGonzalo y María Luisa Ruiz-Gálvez Priego, del Dpto. de Prehistoria de la Universidad Complutense deMadrid, y al Dr. Jesús Adánez Pavón, del Dpto. de Historia de América II (Antropología de América) dela misma universidad, por los comentarios y aportaciones hechos a este trabajo en sus distintas fases deelaboración. En cualquier caso, la responsabilidad final del mismo resulta enteramente mía.

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Francisco M. Gil García Manejos espaciales, construcción de paisajes y legitimación territorial