cuentos de angeles y sombras

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    Cuentos de

    Ángeles

    y

    Sombras

    Aurelia Astor 

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    Copyright© Aurelia Astor 2015

    Fotografía y Diseño de portadaAurelia Astor

    Inscripción Departamento de Derechos Intelectualesde Chile

     Registro Propiedad Intelectual, Inscripción Nº 188257  Inscripción Registro Nº 1505254165882

    Todos los Derechos Reservados

     No se permite la reproducción total o parcial de este libro, nisu incorporación a un sistema informático, ni su transmisión encualquier forma o medio, sin permiso previo y por escrito del

    titular del copyright. La infracción de las condiciones descritas puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.La presente es una obra de ficción. Los nombres, personajes,

    lugares y sucesos en ella descritos son producto de la imagina-ción de la autora. Cualquier semejanza con la realidad es puracoincidencia.

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     Dedicado con amor a todos aquellos maravillosos seres y personas no humanas, que compartieron

     su espacio de tiempo y vida, a lo largo de la mía.¡Gracias!

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    CONTENIDO

    Hermanos menores 

    El Coigüe 

    Final alternativo. 

    El Ruiseñor  

    En la Oscuridad de la Noche 

    Zona Urbana 

    El camino del Terror  

    La Gata de la Aurora 

    El Pasajero triste del tren 

    Sombras Susurrantes 

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    Hermanos menores

    Ccon fraternal cariño, a todos aquellos que dedican sus vidas a cuidar y proteger a nuestros “hermanitos me-nores”. 

    Introducción

    Siempre llevo registro grabado de las sesiones con mis pa-cientes, y en esta ocasión me encontré con sucesos que llama-ron tan profundamente mi atención, que quisiera compartirlosen orden cronológico, desde el día en que ella llegó por primeravez a mi consulta.

    Lunes 12 de noviembre.

    La paciente llegó justo a la hora. La hice pasar; era una jo-

    ven hermosa, alta, de contextura algo delgada, cabello negrohasta los hombros y ojos color café. Su mirada era franca ydirecta, y a primera vista me pareció alguien sin mayores pro- blemas. Hasta me pregunté cuál sería la razón de su visita, por-que por lo general descubro la causa que trae a mis pacientes,en cuanto cruzan por la puerta. Es un don especial que poseo;miro a la gente y logro esbozar de inmediato cuál o cuáles sonlos problemas psicológicos que los afectan, mismos que más

    tarde diagnostico con mayor exactitud. Creo que por esa mismarazón me convertí en psicoanalista, experto en hipnosis clínica,y hasta ahora he logrado ayudar a todos mis pacientes a resol-ver sus trabas, y llevar una mejor calidad de vida.

    Sin embargo, como decía, al ver a esta joven me pasó algoextraño; no vi en ella nada que me hiciera sospechar siquieracuál era su problema. Así que comencé la sesión sintiéndome

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    algo incómodo, como si estuviese fallando en mi profesión,tratando de avanzar a tientas, como un ciego.

    Empecé con una conversación liviana, preguntándole las co-

    sas comunes de su vida: Su nombre era Pamela. Omitiré losapellidos por una cuestión de ética profesional. Tenía veintitrésaños y trabajaba como dependiente en una tienda de ropa fe-menina, en uno de esos grandes “Mall” de la zona oriente deSantiago.

    Mientras Pamela me hablaba de sí misma, yo seguía esfor-zándome sin lograr acertar a algún diagnóstico. Hasta que al fintuve que recurrir a la vieja pregunta que nunca antes necesitéformular:

    - Y, ¿qué la trae por mi consulta, señorita Pamela?- Dígame Pamela, doctor... Y ¿puedo llamarlo por su nom-

     bre? Es que no me siento en confianza llamando a la gente de“usted”. 

    - Claro, como prefieras, Pamela. Mi nombre es Ignacio  – lecontesté, adaptándome a su estilo informal, para hacerla entrar

    en confianza. En realidad, lo único que le podía diagnosticarera un poco de introversión y cierta dificultad en exteriorizarsus sentimientos y emociones.

    - Bueno, Ignacio – continuó ella-, estoy aquí porque tengo un problema y creo que se me podría quitar con la ayuda de lahipnosis.

    Eso no me explicó mucho, pero esperé en silencio. Al pare-cer, le costaba describir su problema.

    - Lo que pasa – siguió Pamela-, es que me siento mal en losespacios abiertos, ¡me siento fatal! Me falta el aire, me angus-tio, no logro comer en el patio de comidas de donde trabajo. Nosé…, cuando miro hacia arriba, esa altura, ese espacio hasta eltecho transparente...

    Se interrumpió, estremecida por un escalofrío. Y yo al finlogré obtener un diagnóstico: Pamela padecía la clásica “acro-

     fobia”, o temor a las alturas, y la también bastante recurrente

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    “agorafobia”, o temor a los espacios abiertos. Quise decirleque podía estar tranquila, que su problema era bastante fre-cuente y tratable, sin embargo, ella no se detuvo allí.

    - También me molesta mirar los edificios altos, o cualquierimagen hasta de la televisión de algo en altura, o demasiadoespacioso...

    - ¿Me podrías dar un ejemplo de “espacioso”? – le pregunté,haciendo algunas anotaciones en mi libreta.

    - Una explanada, un acantilado, el espacio mismo con las es-trellas y todo ese “infinito” – se estremeció otra vez-. De sólo pensarlo me falta el aire, y si miro directamente al cielo noc-turno, ¡me da la impresión de que voy a salir volando haciaarriba, succionada por alguna fuerza invisible!

    - Ya veo, ya veo... – dije, terminando de anotar.Anoté una fobia más, la “nictofobia”, o temor a la noche.

    Aunque esta era una variación poco común, porque Pamela enrealidad no le temía a la noche por “su oscuridad”, sino queespecíficamente por sus estrellas. Anoté eso, y seguí con algu-

    nas preguntas clásicas:- Y ¿desde cuándo sientes todas estas molestias, Pamela?- Desde niña, desde que tengo memoria.Su respuesta fue categórica. La miré un segundo y anoté

    también eso, que llamó mi atención porque por lo general, almenos la agorafobia, se presenta al final de la adolescencia oen la primera juventud, pero nunca desde la más remota niñez.Entonces, le pregunté si tenía alguna idea de qué podía haber

     provocado estas fobias en ella. A veces los mismos pacientesrecuerdan algún episodio gatillante, y tal vez este era el caso.

    - No. No tengo ni la menor idea – echó abajo mis esperanzas,Pamela-. Por eso estoy aquí. La verdad es que ya vi a varios psicoanalistas y me propusieron todas las terapias comunes; lasclásicas que llamaban de “conducta”, y también las más extr e-mas, las “implosivas”, ¡y ninguna me sirvió! También me rece-

    taron ansiolíticos, pero no me sirvieron de nada, así que dejé

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    las pastillas y aquí estoy. Quiero buscar directamente dentro demi subconsciente, a través de la hipnosis.

    Me sorprendió su determinación. Casi siempre es al revés;

    yo tengo que convencer a mis pacientes para que accedan asometerse al tratamiento con hipnosis clínica. Pero en este ca-so, Pamela ya venía con la idea de intentar esta terapia, y me pareció que si su mente era tan clara y directa como ella, sinduda encontraría muy rápida y fácilmente el motivo u origen desus fobias.

    Así que estuve de acuerdo, y la cité para dentro de unos díasmás.

    Lunes 19 de noviembre.

    Pamela llegó a la hora y se veía tranquila. Venía sola, a pe-sar de que antes yo la llamé por teléfono y le dije que podíavenir acompañada por alguien de confianza, si quería, para queestuviese más relajada en la sesión.

    - Confío en ti, Ignacio – me dijo, al recostarse en el diván.

    Sus grandes ojos café me miraron directo y me sentí un tan-to incómodo, quizás un poco tonto. Yo soy un profesional decasi treinta años, y jamás me he involucrado emocionalmentecon mis pacientes. Aunque debo admitir que esta joven teníaun “algo” muy singular, que me hacía experimentar una afini-dad especial hacia ella.

    Pero no podía desconcentrarme, así que respiré hondo, meenfoqué en mi trabajo y comencé la sesión.

    Es irrelevante describir mis métodos inductores de hipnosis,así que voy a continuar desde el momento en que Pamela yaestaba en estado de trance hipnótico. Casi siempre pido a mis pacientes que retrocedan de diez en diez años, buscando encada etapa los motivos de sus fobias. Sin embargo, en este casoya sabía que las suyas estaban presentes desde su niñez, así quele pedí retroceder de inmediato hasta los cinco años. Pamela lo

    hizo y descubrí que a esa edad ya las sufría, así que fui retroce-

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    diendo año a año, uno por uno, hasta llegar apenas a unos díasde nacida, y allí también existían. Entonces, supuse que tal vezse trataba de un trauma adquirido durante su período de gesta-

    ción. Muchos traumas se establecen en esa crucial etapa, sinembargo, otra vez me sorprendió descubrir que en mi pacienteya existían. Parecían algo tan arraigado, tan antiguo, que empe-cé a pensar que podían provenir desde el momento exacto de suconcepción. Hasta ahí suelo retroceder con mis pacientes, y porlo general encuentro las causas de sus problemas bastante antesde eso. Pero en esta ocasión, llegué a ese instante sin encontrarla causa. Así que no me quedó más opción que pedirle que si-guiera retrocediendo.

    Debo aclarar que no soy muy asiduo a las teorías de reen-carnación y vidas anteriores. No es un asunto de religión, sinode pruebas científicas reales y concretas. Me refiero a que hastaahora no existe prueba irrefutable alguna, de la veracidad detales teorías. Así como nada las avala, nada las desacreditaterminantemente tampoco, por tanto, yo prefiero no utilizar la

    regresión hipnótica en mis pacientes. Sin embargo, como yadije, en este caso era distinto y decidí continuar. Ya había teni-do algunos pacientes que afirmaron haber sido egipcios anti-guos, princesas gitanas y gentes de todas razas y épocas, peroeso nunca me convenció fehacientemente para apoyar la vera-cidad absoluta de la existencia de vidas anteriores.

    En este caso, le pedí a Pamela seguir retrocediendo hastaque viese nuevas imágenes, y sucedió algo muy singular... Ella

     permaneció callada durante largos minutos sin decir nada... Nomanifestó verse como otra persona, en otra vida, ni decía pala- bra alguna.

    Ya iba a insistir en preguntarle, cuando de pronto su rostrose contrajo y empezó a removerse nerviosamente en el diván.

    - Pamela, ¿qué pasa?  – le pregunté aprisa pero con calma, para darle seguridad-. Dime lo que estás viendo, háblame, Pa-

    mela.

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    - Está temblando..., tiembla muy fuerte  – dijo ella, cada vezmás agitada-. Es un terremoto..., la gente corre y grita aterra-da..., ¡todo se derrumba! Las casas se caen a pedazos..., ¡la tie-

    rra se parte en grandes grietas! ¡El suelo se eleva como monta-ñas! Cataclismo..., ¡la gente grita cataclismo!  – gritó tambiénella.

    - Está bien, Pamela, no te angusties. Tú estás a salvo de todoeso; tú sólo estás observando desde lejos, nada de eso te afec-ta... – le hablé lento y profundo, y comenzó a calmarse-. Ahoradime, ¿te ves en medio de ese cataclismo? ¿Puedes verte?

    Sus ojos cerrados se movieron bajo sus párpados; buscaronde un lado al otro y luego respondió:

    - No, yo no estoy allí.Su respuesta fue categórica y debo admitir que me sorpren-

    dió, porque por lo general mis pacientes describen escenas desituaciones en las que ellos mismos son partícipes, en aquellassupuestas otras vidas anteriores. No tendría caso ni sentidoalguno que describieran situaciones que nada tuviesen que ver

    con ellos, o en las que no hubiesen participado personalmente.Así que le insistí:- Mira bien, Pamela. Quizás tengas otra forma..., quizás de

    hombre, de niño, de anciana... Trata de localizarte – la insté.Ella negó categóricamente con la cabeza.- Yo no estoy ahí  – repitió con firmeza-. Hay mucha gente,

     pero yo no estoy allí.- ¿Estás segura, Pamela? Concéntrate, con calma. Háblame

    del lugar – le pedí para ver si así lograba al fin identificarse conalgún personaje de la escena que estaba viendo en su mente-.¿Puedes reconocer el lugar?

    - Hay casas de piedra...- ¿Es una ciudad, con edificios y calles, y vehículos de algún

    tipo?- No veo edificios altos, ni vehículos... Sólo casas de piedra,

    y algunas edificaciones más grandes, pero planas y bajas, tam-

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     bién de piedra... ¡Ahora todo está destruido por el cataclismo!Ya terminó, pero hay muchos muertos y heridos, ¡hay muchodolor y sufrimiento por todas partes! – exclamó.

    Estaba demasiado angustiada, así que decidí terminar la se-sión en ese momento.

    La desperté, y cuando ya estuvo tranquila y completamenteconsciente, empezó a hacerme preguntas que por primera vezno pude responder satisfactoriamente a uno de mis pacientes.Me preguntó si ya había descubierto algo respecto al origen desus fobias, y lamenté mucho tener que darle una respuesta ne-gativa.

    Busqué una forma profesional de decírselo, pero ella es inte-ligente y captó al instante la idea.

    - Entonces, la hipnosis no sirvió para nada  – dijo, con unsuspiro que dejaba muy en claro su decepción-. Tenía toda laesperanza de que esto me ayudaría. Ya no soporto vivir contantas limitaciones, ¡no puedo mirar aquí, no puedo subirallá...! Soy prisionera de mis propias fobias, ¡y yo que creí que

    si descubría su origen podría al fin superarlas de una vez portodas!- Por favor, Pamela, no te desalientes. A veces los resultados

    con la hipnosis no son tan inmediatos. De hecho, por lo generalnunca son inmediatos. Se necesitan varias sesiones para lograr buenos resultados.

    - Eso quiere decir que si seguimos con las sesiones, ¿po-dríamos descubrir el origen de mis problemas?

    Le respondí afirmativamente y di por terminada la sesión.Aunque me guardé muy bien mis dudas respecto al resulta-

    do de esta primera sesión; dudas que sinteticé en dos puntos: El primero, que no logré conseguir identificar el origen de susfobias, (a este respecto lamento decir que le mentí, puesto queen realidad siempre consigo ese objetivo en la primera hipnosisa mis pacientes, y las siguientes son sólo para tratar el trauma

    hasta lograr resolverlo de la mejor forma posible). Y el segun-

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    do punto que me dejó preocupado, fue que mi paciente no con-siguiera identificarse con ningún sujeto de las imágenes vistasdurante su trance hipnótico.

    Viernes 23 de noviembre.

    Eran las siete de la tarde, Pamela se recostó en el diván, ycomenzamos la segunda sesión. Busqué una mayor profundi-dad al inducirle el trance hipnótico, y en cuanto la alcancé co-mencé a guiarla a través de esta experiencia.

    Pamela retrocedió en el tiempo al igual que la vez anterior,hasta antes de su nacimiento, aunque no fue capaz de indicar-me el año ni el lugar en donde se encontraba. Otro punto más,discordante con mis pacientes anteriores, que siempre eran pre-cisos, tanto al identificarse a ellos mismos, como en ubicarse perfectamente en el lugar y tiempo en donde se veían durantelos trances. Con ella nada de esto fue posible, y comencé a ha-cerle preguntas para intentar salir de tantas dudas.

    - Descríbeme el paisaje que estás mirando, Pamela.

    - Hay casas de piedra destruidas..., es un pueblo pequeño, aun costado de un valle de tierra seca, casi sin vegetación... Alláal fondo se ven montañas altas, rojas... – frunció el ceño, comosi mirase mejor a lo lejos y aclaró-: No..., no son montañas...,son volcanes, y están arrojando lava... No veo muy bien, estáoscuro...

    - ¿Es de día o de noche, Pamela?- No lo sé... El cielo está muy nublado... Está completamen-

    te cubierto por densas nubes grises... No se ve el sol...  – se re-movió inquieta y agregó-: Nunca se ve el sol..., las nubes nuncase van... Ellos no conocen lo que hay detrás de las nubes... ¡Elruido...! ¡Algo estalla!  – gritó de pronto-. ¡Son los volcanes,están estallando...! ¡Tiembla...! ¡Es otro cataclismo...! ¡¡Auxi-lio..., ayúdennos...!!

    - Tranquila, Pamela, ya todo está bien, ahora vas a despertar

     – me apuré en decirle, pues su respiración se aceleró demasiado,

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    y no quise continuar dejándola en aquel extraño paraje, quetodavía me era incógnito y por lo tanto, demasiado inseguro aldesconocer los peligros que pudiesen aparecer en sus imágenes

    mentales, de ahí en adelante.Distinto, muy distinto es cuando un paciente me dice estar

    en medio de la primera guerra mundial, o al borde de un tran-quilo lago en una región montañosa de pastores. En ambos ca-sos, yo tengo alguna idea de lo que puede o no puede suceder,y sé qué recomendarles para evitarles angustias durante sustrances.

    En cuanto estuvo despierta y tranquila, le hablé de lo que medescribió. Tenía la esperanza de que recordara haber visto al-guna imagen así, quizás en algún libro que leyó de pequeña,quizás en alguna historia contada por sus abuelos... Sin embar-go, ella se extrañó tanto como yo. Jamás había oído de un lugarcomo ese, en el que las nubes cubrieran constantemente el cie-lo, sin dejar ver jamás lo que había tras ellas.

    - Quizás era por las explosiones de los volcanes – se aventu-

    ró a decir Pamela, sin saber qué más pensar.Y yo le encontré razón a su desconcierto. Porque ¿qué teníaque ver todo esto, con sus fobias? Hasta ahora ni siquiera sehabía visto a sí misma en aquel extraño pueblo, cuya ubicacióny época tampoco era capaz de precisar.

    Se hizo un silencio que se volvió incómodo para mí, y tuveque decir algo. Le hablé, entonces, de mis teorías acerca de lamemoria genética.

    - Es distinto a las teorías de otras vidas a través de reencar-nación – le expliqué-. Lo que yo planteo es que todos poseemosuna memoria genética, que recopila información y recuerdos detodos nuestros antepasados genéticos, a través de nuestro ADN.En algunos, la mayoría, esos recuerdos están demasiado blo-queados al fondo de sus subconscientes, y por eso jamás aflo-ran. Sin embargo, en otras personas más sensitivas, esos re-

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    cuerdos salen a flote en forma de traumas o fobias, como en tucaso.

    - ¡Vaya! Al menos podrían ser recuerdos de cosas hermosas

    o agradables –  protestó Pamela.- Es que las experiencias negativas por lo general son mucho

    más fuertes, más intensas que las agradables, y por eso quedangrabadas más profundamente en el subconsciente. Eso debiósucederle a alguno de tus antepasados; sin duda sufrió algunaexperiencia traumática que se transmitió a ti a través de tu me-moria genética, y por eso tú no logras identificarte con nadie deesa época ni de ese pueblo que describes en tu estado de trance; porque en realidad tú no lo viviste, sino que lo vivió alguienmás, en un pasado tal vez bastante remoto. Quizás si lo trata-mos desde ese punto de vista, logremos más avances en la pró-xima sesión – le propuse.

    Pamela aceptó y quedamos de vernos de nuevo a la semanasiguiente.

    Viernes 30 de noviembre.Le pedí permiso para grabar la sesión. Pamela aceptó y co-

    menzamos. Esta vez conduje las preguntas a través de la pers- pectiva de la memoria genética, y resultó mucho más fácil yfructífero guiar su experiencia de esta forma.

    Pamela me describió nuevos cataclismos, y de pronto su te-rror pareció provocado por algo diferente... Súbitamente señalóhacia el techo y dijo que algo venía descendiendo de entre esas

    densas nubes, que ocultaban siempre el cielo... Me interesómucho esta nueva información y le pedí que tratara de descri- birme lo que estaba viendo. Esto fue lo que me dijo, y que porfortuna quedó registrado en la grabación para que ella pudieseescucharlo más tarde. Digo “por fortuna”, porque nunca antesme había encontrado con información de este tipo, durante lostrances de mis pacientes.

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    - Son como edificios brillantes, plateados, ¡gigantescos!  – exclamó ella, con voz vibrante de admiración y temor al mismotiempo-. Tienen fuego en la base, ¡y despiden luces como re-

    lámpagos por todas partes! Parecen hechas de metal y cristal, ydescienden cada vez más rápido..., van a posarse en el valle, aun lado del pueblo... ¡La tierra empieza a temblar!, pero esas“cosas” no emiten ningún sonido... Sólo bajan en silencio,¡hasta que empiezan a levantar un fuerte viento y todo se llenade tierra! La gente grita, corren, ¡escapan aterrorizados! ¡No...!¡No...! – gritó ella también atemorizada.

    - Conserva la calma, Pamela – le pedí-. Recuerda que tú y yosólo estamos siendo testigos presenciales de esto. Nada de loque suceda allí puede dañarte, así que respira hondo y recobrala tranquilidad... – ella lo hizo-. ¿Ya te sientes más relajada?

    - Sí...- ¿Quieres seguir mirando?- Sí...- ¿Puedes decirme qué ves ahora? ¿Qué está pasando?  – le

     pregunté con serenidad, a pesar de que estaba sentado en el borde de mi sillón, lleno de expectación. No es común encon-trarse con experiencias extraterrestres, grabadas en la memoriagenética de un paciente. Por lo menos, a mí nunca me habíasucedido y me sentí realmente emocionado por esta experien-cia. Tenía miles de preguntas que hacerle, sin embargo, sabíaque ella únicamente podía hablarme de lo que estaba “miran-do” en aquella ventana a la que estaba asomada a través de la

    información grabada en su ADN-. Dime, Pamela, ¿qué puedesver ahora?

    - Esas cosas abrieron sus puertas y de ahí bajaron seres muy parecidos a nosotros... Sólo visten distinto..., son más altos,más esbeltos, su tez es muy clara, su cabello dorado... Sus ro- pas son brillantes, como metal..., y todos podemos oír sus vo-ces, aunque no parece que estuvieran hablando... ¡Hablan den-

    tro de nuestras cabezas! – exclamó estupefacta.

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    - ¿Y qué dicen? ¿Puedes oír lo que les dicen? – casi no pudeocultar mi ansiedad.

    Ella tardó un poco en responderme. Parecía escuchar aten-

    tamente algún largo mensaje. Esperé en ascuas, hasta que al findeclaró:

    - Dicen que no tengamos miedo, que han venido a ayudar-nos. Dicen que nuestro planeta sufrirá un colapso por un cam- bio de órbita que provocará terribles cataclismos y cambiosclimáticos, que extinguirán toda posibilidad de seguir viviendoaquí... Señalan esas “cosas” y las llaman “naves”... Dicen quenos llevarán en sus naves a vivir a otro nuevo planeta...

    - ¿Otro planeta? ¿A qué planeta los llevarán? ¿En qué plane-ta se encuentran en ese momento? ¿Lo sabes, Pamela...? ¿Pue-des decírmelo?  – le pregunté todo de corrido. Fue un error demi parte presionarla tanto, pero en ese momento la excitacióncientífica me sobrepasó y no pude evitarlo.

    Pamela frunció el ceño y empezó a removerse demasiadoinquieta. Así que admití mi falta y decidí dar por terminada la

    sesión.En cuanto estuvo consciente le pregunté si quería oír la gra- bación. Ella asintió y la oyó con suma atención, y con máscalma de lo que yo esperaba. Por un instante temí que se in-quietara o se asustara al oír lo que ella misma había presencia-do durante su trance. Sin embargo, lo tomó de forma muy sere-na. Lo que me pareció muy maduro para alguien de su edad.

    Al terminar la grabación, Pamela me miró fijo y me pregun-

    tó:- ¿Puede ser producto de mi imaginación? Siempre he teni-

    do una imaginación muy fértil... Quizás mi subconsciente in-ventó toda esa historia del otro planeta a punto de destruirse, ylas naves extraterrestres venidas al rescate...

    - No lo creo posible  – le respondí-. En mi experiencia, laimaginación no tiene incidencia alguna en ese nivel tan pro-

    fundo de trance.

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    Pamela guardó silencio. Al parecer no estaba muy de acuer-do con mis teorías y se sentía algo decepcionada de los resulta-dos de la hipnosis. Lo dejó ver claramente en su siguiente pre-

    gunta:- Entonces, ¿según tú, mis antepasados genéticos vivían en

    ese planeta que iba a destruirse, y fueron visitados por seres de“otro” planeta más?

    Planteado así, sonaba frío y hasta casi absurdo.- En síntesis, podría decirse que todo indica que algo así su-

    cedió, aunque al parecer en un pasado bastante remoto, y detiempo difícil de precisar – le contesté.

    - ¿Realmente crees que puede ser verdad? – sus grandes ojosse abrieron aún más, mirándome llenos de asombro-. ¿Eso sig-nificaría que yo también soy extraterrestre...? ¿Que en realidadno pertenezco al planeta Tierra?

     No supe qué responderle. Yo no tenía esa respuesta e hice loúnico que podía hacer; darle una nueva cita, para tratar deahondar un poco más en todo este asunto.

    - Quizás en la próxima sesión saquemos algo más en claro  – le dije, al despedirme de ella en la puerta de mi consulta.- Espero que así sea  – respondió Pamela-. Porque si no es

    así, aparte del problema de mis fobias, ahora tengo otro máscomplicado todavía, ¡resulta que soy una extraterrestre venidade quién sabe qué otro planeta!

    Lo dijo entre broma y en serio, y lo único que me quedó fuesonreír como un idiota al despedirme de ella.

    Viernes 14 de diciembre.

    Pamela canceló la cita del viernes pasado, y por un momen-to temí haber perdido a mi paciente. Quizás ella terminó deconvencerse de que todo aquello no era más que producto de suimaginación, y decidió cambiar de psicoanalista, especulé con pesimismo. Aunque eso no sería tan terrible, como que hubiese

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    decidido terminar de raíz con las terapias, aburrida de no en-contrar solución al enigma del origen de sus fobias.

    Afortunadamente, nada de eso sucedió, y ella me llamó más

    tarde para confirmar que asistiría el viernes siguiente a mi con-sulta.

    Llegó un poco reticente, y me preguntó si insistiría con esode los “alienígenas y sus naves”. Le expliqué que aquello noera idea mía, sino que yo simplemente la ayudaba y guiaba através de las imágenes que aparecían en su mente durante eltrance.

    - En realidad, es tu mente la que insiste en regresar a ese punto – le dije, e intenté animarla-. Y estoy seguro de que si esasí, es precisamente porque allí está el origen del problema que buscamos solucionar. En esas imágenes encontraremos la res- puesta, y estoy casi seguro de que hoy lo lograremos. Pamelaasintió con una sonrisa no muy convencida. Activé la graba-ción aprisa, antes de que cambiara de opinión y se marchara, ycomenzamos la sesión.

    Tal como le dije, Pamela regresó más o menos al mismo punto en que habíamos quedado... Esta vez describió largasfilas de personas subiendo a las grandes naves espaciales... Al parecer, el proceso duró horas, quizás días... Le pedí avanzarun poco en el tiempo, y tras un breve silencio ella se sobresaltó.

    - ¿Qué pasa, Pamela?- ¡Estamos volando..., volando por el aire!  – exclamó ella,

    muy agitada, aferrándose a dos manos del diván.

    - Calma, Pamela, mantén la calma... Respira, relájate y re-cuerda que sólo estás observando... Nada de eso te afecta... ¿Tesientes bien? ¿Quieres continuar hablándome de lo que ves?

    - Sí... – respondió ella, mucho más tranquila-. Veo el puebloallá abajo..., lejos, ¡va quedando muy lejos allá abajo! Veo losvolcanes..., ¡están estallando! Todo se sacude..., ¡el pueblo des-apareció en una gigantesca grieta!

    - ¿Estás viendo eso desde el interior de una de esas naves?

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    - Sí..., hay grandes ventanales..., todos miran desde ahí...¡Ahora el planeta es sólo un punto lejano! ¡¿Qué es esto...?!¡¡Miles de puntos brillan en este fondo oscuro en el que vamos

    volando!! Todos están aterrados... Ellos no conocen las estre-llas, es primera vez que las ven, y no entienden..., ¡sienten mu-cho temor!

    ¡Al fin!, me dije al oírla decir esto. Al fin tenía algo paraadelantar en su tratamiento, ¡aquí estaba al fin el origen de to-das las fobias de Pamela! Aquel viaje estelar experimentado por sus remotos antepasados genéticos.

    - Ellos sienten temor  – me apuré en decirle-, pero tú no tie-nes nada que temer. Tú conoces el cielo, el universo, las estre-llas, ¿no es así?

    - Sí...- Entonces, tú no debes tener ningún temor. La altura del

    vuelo no te afecta..., porque tú sabes lo que es una nave, y có-mo vuelan por el espacio... Tampoco te molesta contemplar eseespacio abierto..., porque tú naciste en un mundo en donde po-

    días verlo cada noche, y es muy hermoso, ¿no te parece? ¿Nose ve hermoso desde esos ventanales?- Es cierto..., es muy hermoso...- No hay nada que temer... Esos seres que los llevan parecen

     buenos, y no les han hecho ningún daño, ¿verdad?- Son buenos..., invitan a todos a otra gran sala...- ¿Qué hay en esa sala?- Literas..., muchas literas que se elevan por altas paredes

    escalonadas... Todos se recuestan ahí, y se duermen tranqui-los...

    - ¿Y qué sucede después?  – le pregunté. Pero Pamela ya norespondió. Parecía haberse dormido también muy profunda-mente, y supuse que aquellos seres habían inducido algún esta-do de sueño profundo en sus pasajeros, para hacerles más fácily llevadero el viaje.

    Así que terminé la sesión y la desperté.

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    Me costó bastante hacerlo. Estaba un tanto adormilada, y le propuse salir al balcón para que respirara un poco de aire fres-co. Mi consulta está en el segundo piso de un edificio no muy

    alto en la comuna de Providencia, al oriente de Santiago, perotiene un balcón desde el cual se aprecia una hermosa vista delcielo nocturno, con el Cerro San Cristóbal de fondo. Mi ideaera hacer una pequeña prueba, y la acompañé del brazo, porquetodavía estaba un poco embotada.

    Al salir, el aire la despejó un poco. Yo señalé las estrellasque ya brillaban en una despejada noche de verano, y le dijesonriendo.

    - Que hermosas se ven las estrellas esta noche, ¿no te pare-ce, Pamela?

    Ella miró arriba y se estremeció. Lo percibí en su brazo quetodavía estaba sosteniéndose del mío. Sin embargo, al parecerfue sólo un estremecimiento reflejo, pues de inmediato unaviva extrañeza se pintó en su semblante, y me miró confundida.

    - Es extraño...  – me confesó-, pero..., ya no siento tan fuerte

    esa sensación angustiante que me daba antes, al mirar al cielode noche... – me miró fijo, sorprendida-. ¿Qué pasó en esta se-sión?

    La invité a entrar, y se lo dije mientras escuchaba también lagrabación.

    Pamela estaba feliz por su innegable progreso. Al fin co-menzó a superar sus fobias, y ya no le importó mucho si aque-llo de las naves y los extraterrestres era producto de su imagi-

    nación, o si realmente había sucedido en el remoto pasado desus antepasados genéticos.

     Nos entusiasmamos tanto conversando de todo esto, que senos hizo bastante tarde.

    - ¿Te sientes un poco más despejada?  – le pregunté-. ¿Cómovas a volver a casa?

    - En un taxi.

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    - Eres mi última paciente del día, si quieres puedo llevarte atu casa – le ofrecí.

    - Gracias, Ignacio – aceptó ella.

    Y veinte minutos más tarde, la dejé en su casa. Me invitó a pasar un rato e insistió en que la acompañara a tomar un café, para terminar de despejarse la cabeza.

    Me contó que vivía sola desde hacía tiempo. No tenía fami-lia, ni tampoco amigos. Sólo algunos conocidos de su lugar detrabajo. La culpa era de sus fobias, que no la dejaban salir mu-cho. En su tiempo libre, prefería quedarse en casa leyendo,oyendo música, viendo películas, siempre en compañía de suúnica familia “Cony”. Me la presentó muy orgullosa, tomándo-la en brazos; era una hermosa gata angora, de largo y lustroso pelaje gris con blanco.

    También le hablé de mí. Nos parecíamos bastante; yo no te-nía fobias que restringieran mis salidas, pero a cambio teníauna manía, ¡demasiado trabajo! En todo caso, tampoco teníamás familia ni amigos, que mi gran  perro, “Titán”, un noble

    Labrador negro de ojos vivaces, e inteligente mirada.Hablamos un rato más de nuestras mascotas, a las que sinduda queríamos y considerábamos como amigos, más que co-mo a simples animales de compañía. Esa noche me marché decasa de Pamela sabiendo toda la vida de Cony; su fecha decumpleaños, sus travesuras de chiquitita, y su actuar mimoso einteligente de ahora, que ya tenía siete años y conocía y queríatanto a “su Pamela”, como Pamela la quería y conocía a ella.

    Y por su parte, Pamela se quedó con mis historias favoritasde Titán. Y eran bastantes las que yo tenía acumuladas, durantelos doce años de vida de mi perro. A decir verdad, no me habíadado cuenta hasta ahora. Creo que debió ser porque nunca tuvea nadie a quién contárselas. Al menos, nadie a quien le intere-saran realmente, como era obvio que a Pamela le interesaron,¡realmente ella ama a los animales! Cada vez me parece que

    tenemos más cosas en común...

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    Viernes 21 de diciembre.

     No sé por qué se me hizo tan larga esta semana, a la espera

    de este día. Pero al fin llegó, y me alegré mucho de volver averla. Ella venía feliz, lo primero que hizo fue preguntarmecómo estaba Titán, igual que si preguntara por mi familia. Notardé en responderle de la misma forma, preguntándole por su“niña”, como ella llamaba cariñosamente a su gata. 

    La sesión comenzó y al igual que la vez anterior, la grabé.En esta ocasión, Pamela me describió un nuevo paisaje;

    montañas nevadas a lo lejos, un valle cruzado por un río y ro-deado de bosques y de verdes colinas... Allí estaban tambiénlas naves, y sus tripulantes ayudaban a las personas a instalarseen su nuevo hogar... Pronto anochece... Al parecer es la prime-ra noche que pasan en este lugar, y todos se maravillan al con-templar el cielo nocturno sobre ellos... En este punto, Pameladijo algo que me sorprendió:

    - Hay dos lunas..., así las llaman los seres de las naves...

    Ellos dicen que son los satélites naturales de este planeta...- ¿Dos lunas?  – repetí-. ¿Puedes preguntar a uno de esos se-res cuál es el nombre de ese planeta? Trata de aproximarte auno de ellos, y de preguntarle... – le pedí, sin darme cuenta de laimprudencia que cometía.

    Ahora digo que es una imprudencia, pero en ese momentono lo pensé. Se suponía que Pamela era solamente una obser-vadora, así había sido hasta ahora en nuestras sesiones anterio-

    res... Y de pronto, a mí se me ocurría pedirle que entrase encontacto con uno de esos seres de su visión en trance...

    Pamela frunció el ceño por un instante, luego declaró conseguridad:

    - Tercer planeta, así lo llaman... Trasladaron a los habitantesdel segundo planeta, al tercero de ese mismo sistema solar...Eso me respondió aquel ser... – afirmó ella-. Pero ahora..., él me

    está preguntando quién soy yo..., de dónde vengo...

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    Me sobresalté, y con justa razón, ya que no es habitual, ninormal, que algún sujeto visto en trance, logre ver y hasta co-municarse con alguien que, como Pamela en este caso muy

     particular, se suponía que “no estaba” físicamente en aquellaescena. Recién en ese momento me di cuenta de mi error al pedirle que se comunicara con uno de esos seres. Lo lógicohubiese sido que ella no lograra comunicarse, sin embargo lohizo, y ahora aquel ser le estaba haciendo preguntas; preguntasque comenzaron a turbar profundamente a mi paciente.

    Así que decidí sacarla del trance lo antes posible. Le pedíregresar, apuré lo más que pude el proceso, sin alterarla más dela cuenta, hasta que al fin logré traerla por completo de regresoa su estado consciente.

    Ella se mostró un poco confundida, pero no recordaba nada,como siempre, como debía ser.

    - Pamela, ¿estás bien? – le pregunté, preocupado.Y ella debió descubrirlo en mi rostro.- ¿Qué pasó? – se apuró en preguntarme-. ¿Sucedió algo ma-

    lo?- No, no, nada malo – le respondí aprisa.Y antes de escuchar la grabación, le expliqué aquello que

    me avergonzaba admitir como un tonto error de mi parte, perotratándose de algo tan delicado como su mente, no podía que-darme callado.

    Sin embargo, Pamela lo tomó muy bien. La paciente calmóy tranquilizó al psicoanalista con muy buenos razonamientos,

    ¡fue increíble escucharla! Me di cuenta de que esa joven eraalguien especial; sin duda poseía un alma muy sensitiva, ade-más de una inteligencia y claridad mental sorprendentes. Qui-zás por esa misma sensibilidad e inteligencia, sus fobias laatormentaban más de lo que molestan comúnmente a las perso-nas más inclinadas hacia su parte “física”, más materialistas.

    Escuchamos la grabación y Pamela se sorprendió tanto co-

    mo yo con eso de las “dos lunas”.

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    - Entonces, ¿no los trajeron aquí a la Tierra? – me preguntó.- No estoy seguro, pero creo haber leído por ahí algunas teo-

    rías que hablan de que antes, en un pasado remoto, la Tierra

    tenía dos lunas, o quizás hasta tres.- Un pasado remoto... – repitió Pamela, pensativa-. ¿Qué tan

    remoto?- Me parece que alrededor de unos... veinticinco a treinta

    mil años.- ¡Tanto!  – exclamó Pamela-. Pero, pero..., ¡¿había gente en

    la Tierra en ese tiempo?!- Según esas mismas teorías que leí, y otras varias más que

    conozco, tal parece que sí.Se nos hizo de noche otra vez, conversando acerca de todo

    esto. Y seguimos hablando de camino a su casa. Me invitó otrocafé, y esta vez Cony me reconoció y enroscó su peluda colaalrededor de mis piernas, a modo de saludo.

    Cuando regresé a casa, Titán me recibió con reclamos pormi inusual demora. Tuve que darle un tiempo extra de atención

    y juegos con su pelota en el patio trasero, aunque ahora se can-sa muchísimo más rápido que cuando era un cachorro lleno defuerza y energía.

    Se olvidó pronto de la pelota y se recostó rezongando en sucasa, entonces le di las buenas noches y también me fui a dor-mir.

    Fue entonces cuando sucedió lo más extraordinario que ja-más me ha tocado vivir. Ya llevaba unas horas durmiendo,

    cuando súbitamente desperté sobresaltado. No tenía pesadillasni nada por el estilo, simplemente me desperté, como si alguienme estuviese llamando... sin embargo, todo estaba en silencio.Miré la hora en mi teléfono que siempre dejo sobre el velador;eran las cuatro de la madrugada... Cuando la pantalla se apagó,repentinamente una intensa luz iluminó por completo mi dor-mitorio...

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    ¡Qué pasa!, exclamé echando atrás el cobertor para levan-tarme, pero antes de que lograra mover un músculo, una figurasurgió de pronto a los pies de mi cama, ¡en el centro mismo de

    esa luminosidad sobrenatural! Era una figura humana sin lugara dudas, un ser un poco más alto de lo normal, y vestía unaespecie de traje de buzo color plateado... Sus rasgos no pudeverlos muy bien, debido a la intensa luz que parecía manar deél, o desde atrás de él...

    Con el corazón latiéndome a mil por hora, oí allá afuera losladridos de Titán... Casi al mismo tiempo, resonó dentro de micabeza una voz serena y profunda:

    - No temas...  – me habló aquel ser, sin mover los labios. Sucomunicación era telepática-. Sí, estás en lo correcto...  – continuó él. Al parecer oía los pensamientos que cruzaban co-mo rayos por mi mente-, esta es una comunicación telepática,solamente...

    - ¡¿De dónde vienes?! ¡¿Quién eres?! – lo interrumpí hablan-do atropelladamente.

    - Como te decía  – continuó él, sin molestarse por mi irrup-ción-, esta es sólo una comunicación mental... En realidad yome encuentro a miles de kilómetros de distancia de ti..., perte-nezco a una civilización que habita también en este sistema planetario, y para nosotros, el tiempo y la distancia no limitannuestro pensamiento, el que puede viajar a cualquier punto quedeseemos... Así es como estoy visitándote en este momento...Y en cuanto a quién soy, yo venía precisamente a preguntarte

    eso mismo. Verás, soy un emisario de mi raza; nuestros sabios percibieron un singular enlace entre la mente de una joven, tumente, y la de algunos de nosotros, que estaban en una misiónespecial, en el segundo planeta de este sistema...

    - ¿Percibieron un enlace?  – repetí con suma incredulidad-.Pero, ¡se supone que esa misión de ustedes fue hace miles deaños de mi mundo!, ¿no es así?

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    - Los años, la forma en que ustedes codifican el tiempo, esalgo muchísimo más relativo de lo que podrían imaginar. Parati, puede haber sucedido hace miles de años, pero para nosotros

    sucedió hace un instante... Todo queda grabado en la memoriadel universo. Nada se borra, nada se pierde ni olvida; todo si-gue existiendo en su propia dimensión temporal, en donde el pasado, el presente y el futuro son sólo conceptos muy básicos,que en realidad coexisten en exacta y precisa armonía. Esta esla razón de que Pamela haya podido ser testigo de sucesos vi-vidos por sus antepasados genéticos, hace tantos miles de “susaños”. El tiempo y el espacio no limitan nuestras mentes, ya telo dije, ¿recuerdas?

    - Sí..., me lo dijiste... –  balbuceé-, pero creo que tendrías queseguir repitiéndolo todo un año, antes de que logre asimilar laidea... – se me escapó.

    El ser me miró con una mezcla de asombro y compasión.Hasta que, al parecer, comprendió que no era más que unaforma de decir mía, y que en realidad yo no pretendía que si-

    guiera repitiendo más veces aquella frase.- Bueno... – continué yo-, todavía no me dices por qué estásaquí... Si hice mal en saber de esa misión de ustedes, a travésde las imágenes mentales de mi paciente... Es que yo soy doc-tor, ¡psicoanalista!, e induje a mi paciente a un estado de trance profundo, a través de “hipnosis”, ¿comprendes?, para tratar deayudarla a superar unas fobias, que no la dejaban vivir plena-mente...  – le expliqué aprisa, aunque me pareció que él ya se

    había enterado, antes de que las palabras salieran de mi boca.Creo que captó la idea en cuanto ésta se gestó en mi mente,

     pero aparentemente estaba en su naturaleza el ser amable, yaguardó con paciencia a que yo terminara de expresarme ver- balmente.

    - Comprendo – me transmitió su voz calma, como un reman-so de aguas profundas-, habíamos especulado que podía tratar-

    se de algo así. ¿Tu paciente está mejor?

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    - Sí..., pero tal vez estaría mucho mejor si lograra conocer elsignificado real de aquellas imágenes que presenció – me aven-turé a pedirle, deseoso de no desaprovechar tamaña oportuni-

    dad de comunicación con un ser de otra civilización-. Verás...,lo que quiero decir, es que al principio...

    - Ella creyó que era su imaginación, y ahora teme ser de al-gún otro planeta distinto, por aquello de las “dos lunas” que vio – resumió el visitante. Asentí en silencio, él prosiguió-. Tusteorías están en lo correcto; hace aproximadamente treinta milaños, este, tu planeta madre, poseía dos satélites naturales. Esofue lo que Pamela vio... La llegada de sus antepasados a estemismo planeta, que ahora es el suyo, porque su raza lleva si-glos y siglos ya, viviendo aquí, en esta que ustedes llaman la“Tierra”. 

    - ¡Es increíble!  – exclamé maravillado. ¡Y deseé haber teni-do encendida la grabadora de mi teléfono, para que despuésPamela oyera también todo esto!

    - Tus grabadoras todavía no captan ondas telepáticas...  – me

    sorprendió mi interlocutor.- Lo siento, yo no quise... – intenté disculparme.- No te preocupes, ella te creerá. Su mente es especial; está

    más desarrollada en cuanto a facultades extrasensoriales, que elcomún de tu raza... Se podría decir que ella está adelantadaunos cuantos cientos de años en su desarrollo, pero lamenta- blemente no lo sabe, ni es capaz de manejarlo. De ahí derivansus problemas, esos que llamas sus “fobias”, y hasta esa inca-

     pacidad para adaptarse a la convivencia con otras personas desu raza... He visto en tu mente, que ella lleva una vida bastantesolitaria...

    Asentí en impactado silencio, preguntándome cuánto máshabría visto aquel ser, dentro de mi mente.

    - Es una lástima...  –  pronunció de pronto esa voz dentro demi cabeza, y todo mi ser se llenó de pesar, como si junto con

    sus palabras, me hubiese transmitido exactamente lo que él

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    estaba sintiendo, y súbitamente y sin saber por qué, ¡sentí ga-nas de ponerme a llorar!

    - ¿Qué..., qué pasa...?  – musité apenas, atemorizado por este

    sentimiento de tristeza que me asaltó repentinamente, y que parecía destrozarme el corazón, el alma, ¡todo por dentro!

    - Pronto lo sabrás. No me está permitido adelantarte mucho,aunque sin duda Pamela y tú serán de los que escogerán empe-zar de nuevo, de nuestra mano.

    - ¡No te entiendo!  – exclamé angustiado-. ¿Por qué empezarde nuevo...? ¿Tú sabes algo que va a pasar aquí en nuestro pla-neta? ¿Acaso ustedes..., o alguien más va a atacarnos?

    - El pensamiento humano – casi suspiró con pesar aquel ser-,siempre dirigido hacia la guerra, la violencia, el ataque...

    - Si no es eso, entonces ¿qué va a pasar?- Aún no es mi tiempo de decir, ni tu tiempo de saber. Lo

    único que puedo decirte, es que toda tu raza lo sabrá muy pron-to. Se enterarán todos al mismo tiempo, en la fecha que en susistema de calendario ustedes codifican como: “23 de diciem-

     bre del año 2012”. - ¡¿El 23 de diciembre de este año?! ¡Pero si faltan apenasunos días para eso!

    - Ya debo irme. Te pido que por favor no reiteres los enlacesmentales entre Pamela y nosotros. Ya sabe más de lo que debe-ría saber, y con eso ya es suficiente para el propósito con que lohacían  – dijo, y esa luz sobrenatural se intensificó hasta hacer-me cerrar los ojos.

    Cuando los abrí, el dormitorio estaba de nuevo sumido en laoscuridad normal de la noche, y aquel ser había desaparecido.Afuera, Titán ya no ladraba.

    Tardé todavía unos segundos en reaccionar, luego salté de lacama y corrí afuera a ver a mi perro. Estaba bien, me salió aencontrar moviéndome la cola, y en sus grandes ojos había unainteligente expresión de pregunta...

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    - No lo sé – le dije, acariciándole la cabeza-, ¡yo tampoco en-tiendo todavía qué fue lo que pasó! Recibimos una visita muysingular, ¡es lo único que sé!

    Titán pareció conforme con mi respuesta y regresó a dormirdentro de su gran casa de plástico reforzado, con techo quesimulaba tejas de ladrillo.

    Yo regresé adentro pero no tuve tanta suerte como él, por-que me quedé despierto y desvelado todo el resto de la noche...¡Imposible dormir con todo aquello dando vueltas dentro de micabeza! Necesitaba decírselo a Pamela, y no pude esperar parasalir corriendo en mi jeep, en cuanto amaneció. Fui a su casa, pero no la encontré, y entonces me acordé que ella trabajabatambién los sábados en esa tienda del centro comercial. Así que partí para allá.

    Estaba muy ocupada con su trabajo, imposible conversar asícon ella, así que la invité a almorzar, y se me hicieron eternaslas horas, esperándola.

    Al fin Pamela pudo salir y fuimos arriba, al patio de comi-

    das. Le ofrecí invitarla a otro lugar, pero afirmó que cuandoestaba acompañada no la atacaban sus fobias, en aquel amplio patio de comidas.

    Entonces, le conté rápidamente todo lo sucedido. Al princi- pio me miró impactada, tal vez incrédula..., pero poco a pocosu mente se fue abriendo, y creo que dejó de pensar que se tra-taba tan sólo de un loco sueño, fabricado por mi fértil imagina-ción mientras dormía.

    Terminé mi relato y ella permaneció pensativa un momento.Al fin me dijo:

    - No sé qué parte de toda esa historia me parece más extra-ordinaria; si eso de que yo “soy una inadaptada social porque poseo facultades extrasensoriales más desarrolladas de lo co-mún”, o esa otra parte de que “quizás nosotros dos seamos delos que empezaremos de nuevo de la mano de esos seres...”

    ¡Todo esto me suena tan extraño, tan anormal! ¡Tan de “pelícu-

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    la de ciencia ficción”! – me miró fijo, me traspasó con susgrandes ojos y me interrogó muy seria-. ¿De verdad no es una broma tuya, todo esto, Ignacio?

    - ¡Ojalá lo fuera!  – sonreí nerviosamente-. Así no estaríaahora contando las horas para que llegue el día 23, y saber deuna vez de qué se trata ese “anuncio” que toda la Tierra debeconocer al mismo tiempo.

    - Quizás ellos, “esos seres”, van a darse a conocer y a co-municarse por fin, después de tanto tiempo en que parece queandan jugando a las escondidas con nosotros... ¡Oh, eso seríamaravilloso! – se entusiasmó Pamela con la idea, pero al instan-te su rostro se cubrió de preocupación-. ¡Siempre y cuandovengan en paz! ¿Te dijeron algo de eso?

    - No, pero por algunos de sus comentarios, me dio la impre-sión de que no son muy partidarios de la guerra y la violencia... – recordé, y la tranquilicé-. ¡Seguro que vienen en paz! Tú y yo,más que nadie, podemos estar tranquilos al respecto...

    - ¿Lo dices por esas imágenes que vi, estando hipnotizada?

    Hum... – lo pensó ella-. ¿En realidad crees que mis antepasadosgenéticos provengan del planeta Venus, como te dijo ese extra-terrestre que se apareció de madrugada en tu dormitorio?

    Sonreí algo incómodo.- Dicho así sueña bastante irreal  – le contesté-. Sin embargo,

    si lo pensamos seriamente... ¿Has oído algunas teorías de quelos habitantes de la desaparecida Atlántida, podrían haber lle-gado desde otro planeta, porque su mundo estaba en riesgo de

    extinción?  – ella asintió, y continué aprisa con mi idea-. Pues,también se dice que esa civilización se extendió hasta las costasde la península Ibérica...

    - España... – comprendió Pamela al instante.- Así es. Y desde España llegaron los colonizadores de nues-

    tro país, Chile.

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    - Nuestros antepasados más cercanos...  – meditó ella en vozalta-. Entonces, sí sería posible que existiera una conexión ge-nética entre los seres de ese mundo de mi visión, y yo...

    - Exactamente. Quizás estos seres que se comunicaron con-migo fueron los que trajeron a la Tierra a los antiguos “Atlan-tes”, para salvarlos de su mundo en destrucción. 

    - Sí..., tal parece que ellos se dedican desde hace muchos si-glos a salvar a los habitantes de este sistema solar, cuyos plane-tas están en riesgo de extinción y... – se interrumpió bruscamen-te.

    Yo me di cuenta exactamente en el mismo segundo que ella.- ¡Eso es! – exclamé estupefacto-. ¡De eso se trata...!- ¡La Tierra va a sufrir un colapso de algún tipo, igual que

    en esas imágenes que vi durante el trance hipnótico!- ¡Igual que Venus hace miles de años! Y ya sabemos cómo

    está su superficie en estos tiempos...- ¡Inhabitable y llena de volcanes gigantescos! ¡Oh, Dios

    mío...! – exclamó Pamela, muy angustiada.

    - Ten calma, por favor, Pamela...  – le pedí-. Tal vez no setrate de eso, sino de alguna otra cosa... ¡Podría ser hasta alguna buena noticia y nosotros preocupándonos!  – exclamé con opti-mismo.

    Sin embargo, todavía no terminaba de decirlo, cuando de pronto oímos un extraño ruido sordo; un ronco retumbar... Pa-recía el ruido creciente de gigantescas piedras rodantes... Hastaque el suelo dio brinco bajo nosotros y todo empezó a sacudir-

    se violentamente...- ¡Terremoto! – fue el grito que se oyó por todas partes.Y la gente empezó a correr en desbandada hacia las escale-

    ras mecánicas.Pamela se puso de pie mirando hacia arriba, el techo, los fo-

    cos de neón.

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    - ¡Mantén la calma, no corramos!  – le aconsejé, temiendoque entrara en pánico al igual que el resto de la gente. Pero fueella quien me tranquilizó a mí.

    - No te preocupes por mí, ¡nunca le he tenido miedo a lostemblores ni terremotos! – alzó la voz, por encima del ruido queahora era ensordecedor-. ¡Bajemos por la escalera de emergen-cia! – me dijo, dándome la mano.

    Caminamos hacia allá lo más rápido que pudimos, el intensomovimiento del suelo nos impedía correr, y además tuvimosque esquivar los estallidos de vitrinas y el fuego que salía dealgunas cocinas de los restoranes. La escala de concreto se sa-cudía a todo dar, pero resistía en medio de escalofriantes cruji-dos y de una fina lluvia de tierra que caía desde arriba.

    - ¡Cony...! – exclamó Pamela, desesperada-. ¡Dios, por favor,que mi casa resista, que Cony esté bien!

    Yo también pensé en Titán y bajamos más rápido todavía.Logramos salir del centro comercial, ¡pero todo estaba peorallá afuera! Los cables de luz restallaban por el suelo, entre los

     postes derribados por aquel interminable sismo, que no teníaintenciones de detenerse, ¡al contrario! El suelo se mecía bajonuestros pies, como si una serpiente gigantesca estuviera rep-tando en todas direcciones bajo el concreto...

    - ¡Vamos al estacionamiento, es más despejado allá! – le gri-té, por encima de los alaridos de pánico de la gente.

    Corrimos tambaleándonos hasta allá, y subimos a mivehículo. Era un jeep de doble tracción, así que no dudé en

    echarlo a andar, dispuesto a cruzar la ciudad en escombros,hasta llegar a casa de Pamela.

    Ella se abrochó el cinturón y se sostuvo a dos manos de laconsola delantera, ¡adentro nos sacudíamos ferozmente! Peroseguimos adelante, esquivando los autos que saltaban estacio-nados, chocándose unos con otros, y a las personas que corríany caían por todas partes...

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    - ¡Van más de tres minutos!  – exclamó Pamela, mirando sureloj-. ¡Si no se detiene se va a caer todo Santiago!

    Asentí en silencio, rogando porque Titán se quedara cerca

    de la casa, si es que las panderetas del patio llegaban a partirsey caerse...

    Logramos salir del estacionamiento y entré a la avenidaApoquindo, ¡era un caos total! Sin embargo, de pronto algosucedió...

    - ¡Se detuvo! – grité feliz, aunque todavía seguía sintiendo elmovimiento en todo mi cuerpo, cargado de adrenalina.

    - ¡Al fin!  – exclamó Pamela-. ¡Vámonos, rápido, antes deque empiecen las réplicas!

    Le hice caso, y como mi casa estaba muy cerca y antes quela suya, pasamos a buscar a Titán. Al entrar a mi calle sentíescalofríos..., ¡la mayoría de las casas ya no existían! Estabantotalmente derrumbadas, y algunas, además, ardían en llamas...Aceleré, esquivando los árboles derribados, y hasta pasé porencima de varios postes quebrados, hasta que llegué frente a las

    ruinas de mi casa, ¡también estaba totalmente destruida!- ¡Titán, Titán...!  – lo llamé bajándome de un salto para ir a buscarlo.

    Pamela me siguió. Yo ya estaba dispuesto a cometer la locu-ra de internarme en aquella trampa mortal, a punto de terminarde derrumbarse, cuando de pronto oí su ladrido y lo vi venircorriendo desde un costado de las ruinas.

    - ¡Titán, estás bien! – lo abracé, porque él se paró en dos pa-

    tas para saludarme, y así era de mí mismo porte.- ¡Está a salvo, que bien! – suspiró aliviada Pamela.Titán la miró y la quiso de inmediato, aceptando sus caricias

    en la cabeza con grandes movimientos de cola.- ¡Oh, que Cony también esté a salvo! –  pidió ella con toda el

    alma.Regresamos a la carrera al jeep, y partimos a toda velocidad

    hacia su casa.

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    Tardamos el doble en el camino, plagado de obstáculos. Almenos los cables cortados por el suelo ya no eran un peligro, porque ahora no había electricidad. En cuanto entramos a su

    calle me di cuenta de que la situación era completamente dis-tinta a la de mi calle. Estas casas, más antiguas, habían resisti-do en pie el terrible terremoto. Algunas grietas atravesaban lafachada de la casa de un piso de Pamela, pero aparte de eso, seveía en buenas condiciones.

    Esta vez fue ella quien bajó corriendo aún antes de que meestacionara por completo. Entró gritando a la casa y abrazóllorando de alegría a su gata regalona, que le saltó a los brazosen cuanto la vio llegar.

    Todo era un desastre dentro de la casa; los muebles, la tele-visión, los enceres de cocina, ¡todo estaba destruido y despa-rramado por el suelo! Sin embargo, las paredes y el techo esta- ban intactos, y nos ocupamos en despejar una zona de la salade estar.

    Mientras yo levantaba sofás y barría restos de cosas, Pamela

    trajo algo de comer para Titán; abrió una lata de alimento de sugata, le sacó aparte a ella su porción, y le dio todo lo demás asu invitado. Luego nos sentamos en el sofá a tratar de escucharlas noticias en la radio de mi teléfono celular.

    La comunicación telefónica no funcionaba, de seguro se ha- bían caído las antenas, sin embargo, la radio sí funcionaba.Aunque nos costó bastante sintonizar alguna frecuencia. Activéel altavoz del equipo y descubrimos que la mayoría de las esta-

    ciones de radio estaban ausentes, hasta que al fin logramos oíralgo, aunque con mucha interferencia: El terremoto afectó gran parte del país, desde el norte grande hasta la región de la Arau-canía, en el sur... En Santiago, el movimiento telúrico provocóla abertura de la falla de “San Ramón”, que prácticamente divi-dió en dos la ciudad con una ancha y profunda grieta. Todavíano se sabía del epicentro, ni de las víctimas fatales..., pero la

    cantidad de los daños materiales era inmensa.

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    que podía estar sucediendo... El inicio del colapso que sufriríala Tierra, ¡ese colapso vaticinado por la extraña visita de aquelser, justo la madrugada de ese mismo fatal y terrible día!

    Al anochecer, Pamela y yo ya casi no hablábamos del asun-to... Sólo nos mirábamos en triste silencio escuchando las esca-lofriantes noticias. A esas alturas, ya no nos quedaba duda al-guna de lo que se trataría el anuncio del día siguiente, por partede esos seres de otro mundo.

    Con el alma cansada, armamos un par de improvisadas ca-mas en la sala, y tras asegurarnos de apartar todo lo que nos pudiese caer encima, apagamos las noticias, apagamos las lin-ternas y nos dormimos sumidos en la más absoluta tristeza.

    Domingo 23 de diciembre, año 2012.

    Despertamos temprano con un nuevo temblor, pero este eradistinto a las réplicas anteriores. Un rumor sordo y suave sacu-día el suelo, pero no nos impidió ponernos de pie y salir de lacasa.

    Lo que en realidad nos hizo salir, fueron los ladridos insis-tentes de Titán, parecidos a los que daba cuando se aparecióese visitante en mi dormitorio. Salimos a la calle, y nos senti-mos aplastados por un cielo escalofriante; eran las siete de lamañana de un día en pleno verano, ¡sin embargo, todo el cieloestaba tapizado de negras y espesas nubes que pasaban a todavelocidad por encima de nuestras cabezas! Aterradoras nubesque parecían tan bajas, que amenazaban con caérsenos encina

    en cualquier momento de su loca y arremolinada carrera...- ¡¿Qué es esto?!  – aferró Pamela a su gata contra su pecho,

    y a su vez yo la abracé a ella-. ¡¿Qué está pasando?!  – exclamóhorrorizada, contemplando aquel cielo que parecía salido deuna pesadilla.

    - Debe ser alguna especie de trastorno atmosférico o climá-tico... – le dije.

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    Pero aún no terminaba de hablar, cuando el temblor aumen-tó bajo nuestros pies, y un fuerte viento tibio comenzó a soplardesde las nubes, que al mismo tiempo empezar a emitir deste-

    llos azulados, anaranjados y rojos, a todo lo ancho y largo queabarcaba nuestra vista.

    Muchas otras personas habían salido también de sus casas yestaban por toda la calle, con la boca abierta contemplando elcielo... Algunos gritaban aterrados, creyendo que se trataba delas señales del fin del mundo... Al oírlos gritar aquello, Pamelay yo nos miramos sin hablar; nosotros sabíamos que se tratabade algo muy parecido a eso... Al menos, del fin de nuestromundo, de nuestro planeta Tierra, tal y como lo habíamos co-nocido hasta ahora.

    Las naves no tardaron en aparecer por entre las nubes.- Son las mismas... – musitó Pamela al verlas.Y yo no necesité más explicación, para entender que eran

    las mismas que ella ya había contemplado, en aquellas visionesdurante su trance hipnótico.

    Para qué describir el horror y el pánico que se apoderaron denuestros vecinos, aunque algunos se quedaron y escucharon las palabras tranquilizadoras de Pamela y las mías, que hicimos lo posible por lograr que nos oyeran, por encima del griterío ge-neralizado.

    Las naves eran realmente gigantescas, ¡impresionantes! Mu-cho más enormes de lo que yo me había imaginado. Parecíanfortalezas flotantes, hechas de un bruñido metal plateado, inte-

    rrumpido por amplias zonas de espejos que podrían ser venta-nales desde el interior. Estos espejos emitían miles de reflejosenceguecedores, provenientes de las luces de distintos tonos,que salían de las otras partes de las naves.

    Calculé que descendieron hasta una altura de unos quinien-tos metros del nivel del suelo, y luego empezaron a desplazarse por encima de nosotros. Pamela oyó los rugidos roncos y ate-

    morizados de su gata y entró corriendo a dejarla dentro de la

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    casa. Titán, por su parte, se volvía loco ladrándoles, pero no seapartaba de mi lado... Cuando Pamela regresó, se sujetó el peloque se le arremolinaba con el intenso viento tibio que venía del

    cielo, y también el suelo se estremecía con más fuerza al pasode las impresionantes naves... Aun así, nos sorprendió ver pa-sar esas moles sobre nosotros en el más completo silencio, sinun ruido de motores ni nada parecido a lo que nosotros cono-cemos como motores y turbinas, que hacen funcionar a losaviones y a los helicópteros.

    Contamos al menos unas cien de esas naves, pero podríanhaber sido muchas más, ya que se perdían en la distancia como pequeñísimos puntos. Todas coincidían en moverse como unacallada bandada de plateadas aves, en dirección al oeste, haciael centro de Santiago. Tras unos diez minutos de contemplareste histórico portento, sólo una docena de naves quedaron a lavista de nuestros ojos. Permanecieron suspendidas en el cielo ala espera de algo. Corrí adentro de la casa y traje el teléfono para escuchar las noticias: No nos sorprendimos al oír que es-

    taba sucediendo lo mismo en el mundo entero. Miles de navesdescendían del cielo y se posaban sobre campos y ciudades, entodo lugar en donde hubiese poblaciones humanas.

    Entramos a la casa y seguimos escuchando las noticias, has-ta que dijeron que ya no venían más, y que todas estaban está-ticas en el cielo, a la espera de algo, ¡nadie sabía de qué! La población mundial entró en pánico al recordar antiguas pelícu-las de ataques extraterrestres, que mostraban imágenes un tanto

    semejantes a lo que ahora estaba sucediendo. En casi todos los países, las autoridades dieron la alerta máxima y ordenaron asus fuerzas armadas prepararse en caso de ataque, mientras quea los civiles les pedían abandonar las ciudades, alejarse lo más posible de las naves, o al menos, mantenerse dentro de sus ca-sas, sin acercarse a mirarlas.

    Casi dos horas después de que vimos descender las naves, la

    radio dejó de emitir su señal y enmudeció por completo. Al

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    mismo tiempo, un silencio extraño se apoderó del aire, casi podíamos palparlo, como si estuviésemos rodeados de algunaextraña clase de energía invisible, pero no imperceptible para

    Titán y Cony, que se pusieron a dar nerviosas vueltas por todala casa, sin dejar de mirar hacia el techo. Estábamos tratando decalmarlos, cuando súbitamente oímos esa voz dentro de nues-tras mentes:

    - Hermanos de este planeta... – dijo esa voz muy similar a lade mi visitante nocturno, aunque no era exactamente la misma.

    - ¿Estás oyendo esto? – me preguntó Pamela.- Sí – le respondí aprisa, y seguimos escuchando.Titán y Cony se calmaron en cuanto oímos la voz, y se sen-

    taron junto a nosotros, quizás también a escuchar.- ...fuimos enviados con la misión de ayudarlos en este mo-

    mento crítico, en que su planeta madre, que ustedes llaman“Tierra”, sufrirá un drástico cambio en la inclinación de su eje.El proceso ya se inició y eso es lo que está provocando losdesastres naturales que han sufrido en estas últimas horas.

    Aunque esto es sólo el comienzo, dentro de tres días llegará elmomento del colapso final, y nada que tenga vida podrá sobre-vivir a la serie de cataclismos que cambiarán radicalmente lafaz de este planeta, tanto en los océanos como en los continen-tes. Estamos transmitiendo este mensaje simultáneamente atodos los habitantes de la Tierra, y nuestras naves están prepa-radas para llevarlos a todos a un lugar seguro, a un nuevo hogaren otro planeta de este mismo sistema solar. No teman ningún

    mal ni engaño; nosotros vivimos para la paz y el amor. Sola-mente queremos ayudar a que su raza sobreviva a esta terriblecatástrofe; esperamos hasta hoy precisamente para que creye-ran en nuestra palabra, al ver iniciarse la serie de desastres quecomenzaron a producirse desde ayer, y que terminarán dentrode tres días más, con el colapso final. Por eso, desde este mis-mo instante nuestras naves se posarán en toda zona despejada

    dentro de sus ciudades, y la mayor parte en las afueras de ellas,

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    a lo largo de los caminos principales de acceso. Nuestras com- puertas estarán abiertas para recibir a todos quienes quieranvenir. No necesitan traer alimentos, ni enseres de ningún tipo,

    ya que nosotros les proporcionaremos todo lo necesario paraque inicien su nueva vida, en su nuevo hogar. Por cuestión de peso y espacio, tampoco es posible que lleven consigo efectos personales, ni ninguna especie de flora o fauna nativa. Esoafectaría el sistema eco biológico del nuevo planeta que van ahabitar, y que ya está preparado para recibirlos a ustedes de lamejor forma posible. Su atmósfera y condiciones climáticasson muy similares a las de la Tierra, así que estamos seguros deque se adaptarán prontamente y sin problemas. Por favor, lesrepetimos, ¡no teman ningún mal! Se trata de una evacuaciónurgente, así que les pedimos que comiencen a movilizarse deinmediato hacia las naves más cercanas al lugar en donde ahorase encuentren. Los estaremos recibiendo hoy y mañana; y eldía 25 de diciembre deberán partir las últimas naves con losrezagados. No podemos esperar más allá de ese plazo, o el co-

    lapso del eje pondría en riesgo la integridad de nuestras naves ysus pasajeros. Este es el fin de nuestro mensaje a través de estacomunicación mental. Los esperamos.

    La voz se apagó dentro de nuestras cabezas, y Pamela memiró con los ojos bañados en lágrimas.

    - ¿A qué se refería con eso de que “no podemos llevar nin-guna especie de fauna nativa”? – me preguntó, con el temor brillando entre sus lágrimas.

    Bajé la mirada, acaricié la cabeza de Titán y lamenté tenerque responderle:

    - Creo que se refería a ellos..., a Titán y a Cony.Pamela ya lo sabía. Sólo esperaba que yo le diera alguna es-

     peranza, que por desgracia no podía darle. Aunque lo hubiesehecho, ambos nos estrellaríamos contra la dura realidad dentrode los próximos tres días, que al parecer, eran los últimos días

    que vería nuestro planeta.

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    Ella miró a su gata; ésta le saltó a las piernas y se acurrucó adormir, emitiendo un profundo ronroneo. Pamela alzó hacia mísus ojos enrojecidos por el llanto.

    - No voy a dejarla – declaró con una firmeza que me hizo es-tremecer.

    Me sacudió hasta el alma porque era exactamente lo mismoque yo pensé acerca de Titán. Sin embargo, una cosa era deci-dir quedarme yo solo con mi perro, y luchar hasta el últimosegundo de vida, ¡y otra muy distinta sería verla a ella sufrien-do semejante trance apocalíptico, sin posibilidad alguna desobrevivencia!

    - Quizás podamos convencerlos de que nos dejen llevarloscon nosotros – traté de animarla-. Les diré que Titán ya es vieji-to..., que tal vez no viva mucho tiempo más en ese nuevo pla-neta...

    - ¡Sí! Y yo les diré que Cony está esterilizada... ¿Cómo po-dría afectar el ecosistema de ese otro lugar, si se queda siemprea mi lado, en casa, sin posibilidad de procrear?

     Nos animamos mutuamente con estas efímeras esperanzas, ynos preparamos para partir.Pamela llenó dos grandes bolsos de viaje; uno lo repletó con

    alimento seco y en lata para Cony y Titán, y el otro con galle-tas, cereales, agua embotellada y otros alimentos para nosotros.Cargamos también varias mantas y cojines en mi jeep, y nos pusimos en marcha. Algunos vecinos estaban haciendo lomismo junto con sus familias, con sus niños que lloraban asus-

    tados, sin entender lo que estaba pasando.Cony y Titán, nuestra única familia, nuestros “niños”, en

    cambio iban en confiado silencio en la parte de atrás. Mi perrosentado sobre el asiento, mirando por la ventanilla, y la gatitade Pamela dentro de su acolchada y cómoda caja de transporte.

    Estábamos cerca de la salida oeste de Santiago, el caminohacia la costa, así que me dirigí hacía allá, esperando encontrar

    esas naves que, como dijeron los extraterrestres, estarían espe-

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    rándonos estacionadas en ese acceso a la ciudad, por la ruta 68hacia la ciudad de Viña del Mar.

    Tardamos muchísimo en llegar. Las calles eran un caos de

    escombros y devastación, y el atochamiento de vehículos erainfernal, todos desesperados por llegar a algún lugar de encuen-tro con las naves.

    Ya era media tarde cuando al fin llegamos a la ruta 68, y loque vimos nos dejó perplejos: Toda la carretera estaba atestadade vehículos estacionados hasta donde se perdía la vista en elhorizonte, con la Cordillera de la Costa allá en el fondo. Y aambos lados del camino, vimos las gigantescas naves estacio-nadas en las zonas despejadas... ¡Parecían inmensos edificiosflorecidos de pronto en aquel paisaje, antes únicamente sem- brado de espinos! Estaban ubicadas en dos largas filas, una acada lado de la carretera, y con bastante espacio entre una yotra. Descansaban sobre una amplia base ovalada, semejante entamaño y forma a un gran estadio de fútbol, y desde allí seabrían por su frente tres espaciosas compuertas, a derecha, iz-

    quierda y al centro. De todas ellas partía una rampa metálicaque descendía unos veinte metros, hasta el suelo. Y frente acada compuerta, de cada una de esas cientos de naves, habíainnumerables personas haciendo fila para subir.

    - Creo que tendremos que esperar un buen rato  – dijo Pame-la.

    Y nos dispusimos a acampar junto al jeep, que estacioné aun costado de la ruta, en una pequeña loma junto a unos espi-

    nos, y a unos cien metros de la primera nave de esa larga filaque se extendía frente a nuestros ojos, por este costado de lacarretera.

    Pusimos mantas en el suelo para sentarnos. Habríamos esta-do más cómodos sentados dentro del jeep, sin embargo, hacíaun calor sobrenatural, ¡muy superior a lo común de un día deverano! Yo diría que superaba los cuarenta y cinco grados, ha-

    ciendo hasta pesado de respirar el aire, a pesar de esas densas

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    y raras nubes oscuras que no dejaban de arremolinarse a todavelocidad sobre nosotros, cubriendo por completo el cielo, sindejar ver ni la silueta del sol.

    Pamela bajó a Cony con caja y todo para que tomara aire; nose arriesgó a sacarla porque podía escaparse de sus brazos,atemorizada por tanta gente, tanto ruido y ajetreo incesante entorno nuestro. Por eso mismo, yo también mantuve a Titán consu correa sujeta de la puerta delantera.

    Vimos subir a miles de personas a las naves, mientras noso-tros esperábamos y pasábamos las lentas horas escuchando lasnoticias del mundo, provenientes del altavoz de la radio de miteléfono.

    Cuando recién sintonizamos la única estación que estabatransmitiendo, Pamela me preguntó cómo habría tomado elmundo esta noticia, y la respuesta no tardó en llegarnos a travésde esa voz, interrumpida a ratos por una fuerte estática: En al-gunos países del Medio Oriente, las naves fueron atacadas porlos belicosos ejércitos locales, sin embargo, los pacíficos visi-

    tantes no respondieron el fuego, sino que simplemente cerraronsus compuertas, sin que sus estructuras sufrieran el menor dañocon los disparos, y se elevaron en el cielo, marchándose haciaotro punto menos hostil del planeta. En Asia, algunos gobier-nos prohibieron a la población acercarse a las naves, y sedesataron guerras civiles entre los que querían marcharse, y lasfuerzas armadas que se los impedían por orden de las autorida-des. En Europa, en tanto, no hubo ataques a las naves, ni nadie

    intentó detener a los que subían a ellas, sin embargo, el caos yel desorden eran totales en las aglomeradas ciudades, y se ar-maban verdaderas batallas campales en las rutas de acceso a lasafueras, en donde esperaban las naves para recibirlos. En Amé-rica del Sur, también había caos en la evacuación de las ciuda-des, sin embargo, las autoridades no intentaron absurdos ata-ques contra los visitantes, ni tampoco detener a los que quisie-

    ran marcharse; al contrario, se organizaron rápidamente para

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    ayudar a la más pronta evacuación de su gente. En Norteaméri-ca, el gobierno hacía esfuerzos sobrehumanos para impedir elcaos y organizar de la mejor forma posible la evacuación de

    sus grandes ciudades. Al mismo tiempo, las autoridades tam- bién intentaban convencer por todos los medios a los responsa- bles de este “rescate estelar”, de que les permitieran embarcartambién sus aviones, barcos y demás equipamientos milita-res..., esfuerzos que las noticias de más tarde informaron comoinútiles. Los extraterrestres sólo permitían subir a las personascon uno o dos bolsos pequeños de mano, cargados con algunos pocos efectos personales..., ¡quizás cargados con recuerdoshermosos, imposibles de dejar abandonados! En ese aspecto semostraron un tanto comprensivos respecto a su declaraciónanterior, acerca de que no sería posible llevar objetos persona-les.

    Pamela y yo observamos esto personalmente también, en laslargas filas de personas que veíamos subir incesantemente a lasnaves. Sin embargo, también vimos con desolación que las que

    llevaban a sus mascotas, debían devolverse por la rampa a de- jarlas abajo, para luego subir de nuevo y poder pasar por lacompuerta... Estábamos estacionados en una especie de mira-dor un poco más elevado del terreno de los espinos, y desde allívimos a varios pasar por allá abajo, a dejar sus perros y gatosde regreso a sus vehículos, estacionados más allá, en medio dela repleta carretera... Los dejaban y volvían llorando a hacer denuevo la fila para subir... Pamela también lloraba al ver a esos

    nobles animales, tratando de seguir a los que antes los conside-raban parte de sus familias... Para evitar eso, observamos quevarias personas ataban a sus perros o encerraban a sus gatosdentro de sus vehículos, que también estaban dejando abando-nados a su suerte...

    Se hizo de noche, y a pesar de que las potentes luces de lasnaves iluminaban perfectamente todo su entorno, en nuestras

    almas se iba oscureciendo cada vez más la posibilidad de poder

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    convencer a esos seres, de que nos permitieran llevar a Cony ya Titán con nosotros. Cuando el aire nocturno se hizo un pocomás respirable, levantamos las mantas y nos sentamos dentro

    del jeep, con las puertas abiertas.Las incesantes filas seguían afluyendo hacia las naves, como

    multicolores ríos humanos. Comimos algo, no mucho, no te-níamos apetito. Pamela lo resumió muy bien al decirme quetenía un nudo en el estómago. Estábamos agotados de tantoesperar; pero no de esperar nuestro turno de subir, ¡sino de es- perar alguna esperanza!, algún milagro que nos evitara tenerque decidir entre salvar nuestras vidas, o abandonar a nuestrosúnicos seres queridos.

    Sin duda la mayoría de la gente no vacilaba en esta decisión.Sin embargo, durante la tarde, Pamela expresó lo mismo queyo estaba pensando y sintiendo:

    - A las familias no les piden separarse, no les piden abando-nar a sus hijos... – dijo ella, llorando-. ¡Ya sé que para ellos sonsólo “animales”, solamente “fauna local”! Sin embargo, para

    mí, Cony es mucho más que eso..., es como mi propia hija..., escomo la más tierna y cariñosa de esas niñitas pequeñas que vansubiendo a las naves... ¡¿Cómo pueden pedirme que abandonea una criatura que quedaría tan desesperada como uno de esosniñitos pequeños, mirándome partir sin llevarla conmigo?!

    Sentí que mi corazón hacía desolado eco de cada una de sus palabras, mirando a mi leal amigo, Titán, sentado allí en elasiento de atrás, como lo hacía desde tantos años atrás, cuando

    era apenas un cachorrito que yo no alcanzaba a ver por el espe- jo retrovisor, cuando cometía sus inocentes “maldades”, mor-disqueando alegremente las cubiertas protectoras de los asien-tos...

    Ya cerca de la medianoche nos dispusimos a dormir. Agota-dos como estábamos por la preocupación y la angustia, caímosrendidos de inmediato.

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    Lunes 24 de diciembre, año 2012.

    Jamás viví una víspera de Navidad tan triste, tan desolado-ramente triste y terrible.

    Despertamos sacudidos por un fuerte terremoto que duró un par de minutos. La gente ya casi no gritaba de terror como an-tes, como al principio. Es increíble la forma en que el ser hu-mano se acostumbra rápidamente a las peores situaciones.

    Cuando la tierra se calmó, vimos que el panorama antenuestros ojos seguía igual que ayer; el incesante desfile de gen-te continuaba, y no parecía llenar jamás las inmensas fortalezasespaciales.

    Desayunamos algo aprisa, y mientras alimentábamos a Conyy a Titán, los ladridos y aullidos lastimeros de otros perros, nosdieron una idea. Salimos a buscar a las mascotas abandonadas, para repartirles un poco de alimento.

    Descendimos por la suave pendiente de la loma en donde es-tacioné el jeep, hasta que llegamos al borde la carretera, y con-tinuamos por ahí, mirando hacia el quieto río de vehículos es-

    tacionados, siguiendo el sonido de los ladridos y gimoteos.- ¡Aquí hay uno! – exclamó de pronto Pamela, acercándose ala ventanilla de una camioneta cerrada-. ¡Hey, perrito, perri-to...!  – lo llamó, le silbó y lo llamó de nuevo. Sin embargo, elhermoso y lanudo perro no se movió de donde estaba acostado.

    - Parece que está dormido, Pamela – le dije, temiendo que enrealidad tal vez estuviese muerto. Quizás a causa del calor, porque estaban todas las ventanillas cerradas.

    Pero ella siguió insistiendo y al fijarme mejor, vi que el gran perro lanudo estaba respirando.

    Pamela pensó lo mismo que yo acerca del calor, y más eje-cutiva, no dudó en agarrar una piedra y destrozar una ventanadelantera. Luego abrió la puerta y entró. Sacudió al perro, le puso comida frente a la nariz, pero no hubo caso despertarlo.

    Por allá, seguían oyéndose los tristes ladridos, y decidimos

    seguir buscando. Sin embargo, antes de llegar a los que estaban

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    llamando a sus ausentes dueños, nos encontramos con varios perros y gatos más, que al igual que al Pastor Inglés, no lo-gramos despertar de aquel profundo y extraño sueño.

    Al fin, tras caminar un par de cuadras hacia el oeste, descu- brimos a un Pastor Alemán atado a la parte trasera de una ca-mioneta abierta, sin cubierta. Él sí estaba despierto y se alegrómucho de vernos, aunque no por la comida, porque tenía unsaco entero abierto a su lado. Aun así, recibió feliz la comidaen lata ofrecida por Pamela, a modo de consuelo. Lo dejamos yseguimos otros ladridos cercanos. Al parecer el aroma de lacomida había llegado hasta su fino olfato, y ladró más insisten-temente hasta que lo encontramos. Era un labrador blanco; es-taba dentro de un furgón con todas las ventanillas abiertas hastala mitad, justo para que le entrara aire, pero sin que pudieseescapar. Quizás sus dueños lo hicieron así para evitar que lossiguiera hasta la nave. También le dejaron un paquete de comi-da, pero más pequeño y ya estaba vacío.

    - ¡Es una perrita!  – descubrió Pamela, mientras le acariciaba

    la cabeza y le arrojaba adentro una buena cantidad de comida.Unos cien metros más allá encontramos tres más. Se tratabade una pareja de Malteses, un macho blanco y una hembra ru- bia que no se apartaba de un pequeño cachorrito de no más deun mes de vida. Estaban dentro de un vehículo muy lujoso,también con las ventanas semi abiertas. Tenían mucha comidadesparramada dentro, por todos lados, así que sólo les arroja-mos un poco más y eso sí, les vaciamos unas botellas de agua

    en sus tiestos que ya tenían secos.Después de eso ya no oímos más ladridos; ni cercanos, ni le-

     janos. Pero sí escuchamos algo que hizo correr a Pamela direc-to hacia un automóvil estacionado del otro lado de la carretera.Esquivó los quietos vehículos como la mejor atleta de las olim- piadas. Cuando logré alcanzarla, la encontré alimentando a unagata de color blanco y negro, que estaba tendida en un canasti-

    llo de mimbre, alimentando a cuatro diminutos gatitos recién

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    nacidos. Estaban en el pick up cerrado de una camioneta degruesas y elevadas ruedas. Pamela estuvo allí largo rato aso-mada en la ventanilla a medio abrir, hasta se las ingenió para

    dejarle dentro una botella de agua, volteada de forma que no sederramase y la gata pudiese ir bebiéndola a medida que caía.

    - Quizás deberíamos sacarla, igual que a los otros que en-contramos, y llevarlos a todos con nosotros...  – meditó en vozalta Pamela.

    Al instante pensé que si ya era difícil que nos aceptaran conCony y Titán, sería más que imposible si llevábamos tambiéncon nosotros a todas esas mascotas abandonadas. Sin embargo,no me arriesgué a decírselo, por temor a que me considerada uninhumano, un insensible..., y sin duda, con toda justa razón. Yoestaba siendo egoísta y lo sabía, pero es que mi mayor preocu- pación era la vida de Pamela. Sé que es muy pronto, y que qui-zás mis colegas podrían decir que se debe a la situación extre-ma que estamos compartiendo..., sin embargo, a pesar de todoeso, no puedo negar que me enamoré profundamente de ella.

    - Sí, podríamos llevarlos... – le contesté tras estas rápidas re-flexiones-. Pero, ¿qué pasa si sus dueños están ahora en la fila,y por una u otra razón ellos logran conseguir permiso de llevar-los? Regresarían aquí a buscarlos y no los encontrarían...  – inventé a toda prisa.

     No sé si Pamela me creyó, o si sólo fingió hacerlo, porqueadivinó mis verdaderas razones.

    - Tienes razón. Será mejor que los dejemos aquí, por el

    momento... – dijo ella.Y debo señalar que aquel “por el momento”, me inquietó

     bastante.Luego seguimos buscando, porque Pamela oía unos maulli-

    dos agudos e insistentes, pero tan lejanos que debo confesarque yo no alcanzaba a escucharlos. Así que seguí a mi guía pormás de cuatrocientos metros, hasta llegar a un gran camión

     blanco de amplia cabina.

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    Con rápida agilidad, Pamela se trepó por los escalones y seagarró del espejo retrovisor y del vidrio semi abierto, para mi-rar dentro:

    - ¡Ahí están!  – me avisó-. Son de esos ralladitos negro congris, atigrados, con una “M” en la frente. 

    - Entonces, son de la raza “Mau”, egipcia – le dije, porque lohabía visto por ahí, en alguna parte.

    - Están dentro de una jaula hecha entera de barrotes metáli-cos... No se les ve comida por ninguna parte... ¡Voy a arrojarlesunas cuantas latas! – determinó, y se puso a lanzarles hacia den-tro el contenido de las latas que yo iba pasándole hacia arriba,ya abiertas.

    Con eso terminamos nuestro recorrido humanitario. Ya nooímos más ladridos ni maullidos, así que regresamos al jeep, porque nuestros Titán y Cony ya debían estar echándonos demenos, y ahora iban a ser ellos los que empezaran a llorar, sin-tiéndose abandonados.

    Durante el resto del día, la radio nos transmitió más y más

    catástrofes naturales y desastres climáticos que continuabandevastando a todo el planeta, incrementando el pánico y lasincontables