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CONSEJO GENERAL DEL INSTITUTO ELECTORAL DEL DISTRITO FEDERAL

CONSEJERA PRESIDENTA: BEATRIZ CLAUDIA ZAVALA PÉREZCONSEJEROS ELECTORALES: GUSTAVO ANZALDO HERNÁNDEZ

FERNANDO JOSÉ DÍAZ NARANJO

ÁNGEL RAFAEL DÍAZ ORTIZ

CARLA A. HUMPHREY JORDANYOLANDA C. LEÓN MANRÍQUEZ

NÉSTOR VARGAS SOLANO

SECRETARIO EJECUTIVO: SERGIO J. GONZÁLEZ MUÑOZ

REPRESENTANTES DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Partido Acción Nacional Propietario: JUAN DUEÑAS MORALES

Suplente: ELSY LILIAN ROMERO CONTRERAS

Partido Revolucionario Institucional Propietario: MARCO ANTONIO MICHEL DÍAZ

Suplente: GUSTAVO GONZÁLEZ ORTEGA

Partido de la Revolución Democrática Propietario: MIGUEL ÁNGEL VÁSQUEZ REYES

Suplente: JOSÉ ANTONIO ALEMÁN GARCÍA

Partido del Trabajo Propietario: ERNESTO VILLARREAL CANTÚ

Suplente: ÓSCAR FRANCISCO CORONADO PASTRANAPartido Verde Ecologista de México Propietaria: ZULY FERIA VALENCIA

Suplente: HUGO BALDERAS ALFONSECA

Convergencia Propietario: ÓSCAR OCTAVIO MOGUEL BALLADOSuplente: HUGO MAURICIO CALDERÓN ARRIAGA

Nueva Alianza Propietario: ADOLFO ROMÁN MONTERO

Suplente: SARA PÉREZ ROJAS

Partido Socialdemócrata Propietario: FRANCISCO NAVA MANRÍQUEZ

Suplente: ANA KARINA SOLANO GÓMEZ

INTEGRANTES DE LOS GRUPOS PARLAMENTARIOS CON REPRESENTACIÓN EN LA ASAMBLEA

LEGISLATIVA DEL DISTRITO FEDERAL

Partido Acción Nacional Propietaria: KENIA LÓPEZ RABADÁNSuplente: JORGE TRIANA TENA

Partido Revolucionario Institucional Propietario: JORGE FEDERICO SCHIAFFINO ISUNZASuplente: MARTÍN CARLOS OLAVARRIETA

MALDONADO

Partido de la Revolución Democrática Propietario: JUAN CARLOS BELTRÁN CORDERO

Suplente: BALFRE VARGAS CORTÉS

Nueva Alianza Propietario: XIUH GUILLERMO TENORIO ANTIGA

Suplente: GLORIA ISABEL CAÑIZO CUEVAS

Coalición Parlamentaria Socialdemócrata Propietario: RAÚLALEJANDROCUAUHTÉMOCRAMÍREZRODRÍGUEZ

Suplente: LEONARDO ÁLVAREZ ROMO

Coalición Parlamentaria de Izquierdas Propietario: JUAN RICARDO GARCÍA HERNÁNDEZ

Suplente: ENRIQUE PÉREZ CORREA

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COMISIÓN DE CAPACITACIÓN ELECTORAL Y EDUCACIÓN CÍVICA

PRESIDENTA

Consejera electoral YOLANDA C. LEÓN MANRÍQUEZ

INTEGRANTES

Consejero electoral ÁNGEL RAFAEL DÍAZ ORTIZ

Consejero electoral NÉSTOR VARGAS SOLANO

Dirección Ejecutiva de Capacitación Electoral y Educación CívicaLAURA REBECA MARTÍNEZ MOYA, directora ejecutiva

Corrección de estilo: Nilda Ibarguren, analista correctora de estilo

Formación: Susana Cabrera, jefa del Departamento de Diseño y Producción

Ilustración: Kythzia Cañas, analista diseñadora

Autores: José Luis Trueba Lara, Esther Charabati, René Avilés Fabila,

Eugenio Aguirre

D.R. © Instituto Electoral del Distrito FederalDirección Ejecutiva de Capacitación Electoral y Educación CívicaHuizaches 25, colonia Rancho Los Colorines, delegación Tlalpan14386 México, D.F.www.iedf.org.mx

1ra. edición, septiembre de 2009ISBN: 968-5505-49-7 (colección)ISBN: 978-607-7582-17-5Impreso y hecho en México

Lo expresado en esta obra es responsabilidad exclusiva de los autores.Ejemplar de distribución gratuita, prohibida su venta.

ISBN para versión electrónica: 978-607-7582-47-2

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PRESENTACIÓN

Democracia es el concepto que más se escuchaactualmente en el mundo. Se habla de “decisionesdemocráticas”, de “relaciones democráticas”, depersonas que tienen o no tienen “una actituddemocrática”: es el concepto central del siglo XXI.Así, la democracia es hoy en todos los países más,mucho más que una forma de gobierno; es –comobien lo señala, desde 1917, el Artículo Tercero denuestra Constitución– “una forma de vida”.

Por ello, me parece tan digno de aplauso queel Instituto Electoral del Distrito Federal se com-prometa, además de cumplir con las arduas tareasque tiene como autoridad electoral, con la for-

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mación del espíritu democrático que, finalmen-te, es lo que hace posible el altísimo propósito cons-titucional de hacer de la democracia una formade vida.

La presente antología de Abriendo Brecha sesuma a esta meta, pues una de las maneras, quizála mejor de ellas, para que los jóvenes hagan suyoslos valores de la democracia es mostrándolos enun contexto literario.

Cada uno de los cuatro cuentos de esta antolo-gía aborda a su manera situaciones de la vida realen las que la solidaridad, el respeto a la diferencia,la tolerancia, la justicia, la libertad, la honestidad,etc., juegan un papel decisivo. Los protagonistasde estos cuentos son niños y jóvenes cuyos proble-mas y preocupaciones son los mismos de muchosniños y jóvenes mexicanos de hoy. Los autores,todos ellos escritores maduros, han recreado esce-nas vivas en las que los lectores podrán recono-cerse.

José Luis Trueba Lara, en su cuento Los super-héroes de la democracia, nos lleva al mundo infan-til donde, por un lado, se fantasea con los super-héroes de las tiras cómicas y las caricaturas y, porel otro, se tiene que aprender a sobrevivir en las

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duras condiciones reales de la infancia. Al leereste cuento se comprende, por las acciones querealizan sus protagonistas, que los verdaderos su -perhéroes son los niños.

Esther Charabati, por su parte, con Todo poruna hoja, nos permite comprender, a través de múl-tiples voces adolescentes, uno de los más preocu-pantes problemas de esa edad: ser aceptados orechazados por el grupo y, sobre todo, lo que impli-ca una y otra posibilidad.

René Avilés Fabila, en su cuento Votar o quéonda, nos muestra la evolución de un heterogéneogrupo de adolescentes frente al asunto de votar ono votar, y con este dilema no sólo se debate laimportancia del sufragio, sino de una buena partede los ingredientes de la vida.

Finalmente, Eugenio Aguirre, en su cuentoLos pollos pelones y la democracia, nos ofrece unrecuerdo de su adolescencia que permitirá al lec-tor comparar el presente con el pasado a partir de laultrajante práctica de la novatada en las escuelas.

Para mí ha sido muy gustoso reunir para estevolumen de Abriendo Brecha a un conjunto deescritores amigos; pues platicamos y planeamoslos cuentos con la intención de ofrecer a los jóve-

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nes lectores un espejo donde pudieran verse; ver-se y reconocerse; reconocerse y comprenderse; dis-cernir el contorno de las situaciones que viven.Estos cuentos constituyen una invitación a pensary, simultáneamente, una posibilidad de que losjóvenes revisiten su vida, pues, en efecto, la demo-cracia es, además de una forma de gobierno, unaforma de vida.

Óscar de la Borbolla

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Los superhéroesde la democracia

José Luis Trueba Lara

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NACIÓ EN LA Ciudad de México en 1960. Es escritor, editor,investigador y profesor universitario. Realizó estudios de pro-fesor de educación básica, sociología, filosofía de la ciencia,historia y ciencia política. En 1986 recibió el Premio Nacio-nal de Fomento a la Lectura.

Ha colaborado como articulista y editorialista en distin-tos periódicos (El Nacional, La Jornada, Unomásuno) y cola-borado en varios suplementos culturales (Sábado, Lectura),así como en revistas especializadas (Información científica ytecnológica, Ciencia y desarrollo). Ha publicado numerososlibros dedicados a la historia, la filosofía, el análisis político,la divulgación de la ciencia y la filosofía, así como antologíasy adaptaciones. Entre sus obras más recientes destacan Latiranía de la estupidez, Masones en México e Historia de la sexua-lidad en México.

Actualmente se dedica a la edición, la docencia y laescritura. Labora en la Universidad Tecnológica de México,de la cual es profesor emérito. De manera paralela a sus acti-vidades docentes ha ocupado puestos gerenciales, directivosy de asesoría en distintas empresas públicas y privadas, entrelas que destacan el Fondo de Cultura Económica y el Conse-jo Nacional para la Cultura y las Artes.

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Roberto no tenía mucho de dónde escoger. Elcambio de casa y la nueva escuela resultaron a-bo-mi-na-bles. Las pruebas incontrovertibles de tanlamentables acontecimientos estaban a la vista decualquier persona en su sano juicio; para compro-barlas más allá de cualquier duda razonable, lo úni-co que se necesitaba era mirar con cierto deteni-miento a los compañeros de clase: La Chiquis delos Monteros era fea pero viril. Sus mayores méri-tos quedaron demostrados cuando Roberto entró alsalón y, durante unos instantes, se quedó paradocomo lelo: ella se le quedó viendo, se levantó de sumesabanco, caminó hacia él casi arrastrando los bra-zos y, sin más ni más, lo retó a unas vencidas. Rober-to, luego de pujar durante unos segundos, perdióirremediablemente. Los compañeros sólo los obser-vaban por obligación: ninguno había derrotado a

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La Chiquis de los Monteros en las vencidas. Enrealidad tuvo suerte, pues el galán de La Chiquisera, ni más ni menos, El Tractor Ramírez: un tipofuerte, violento y absolutamente incapaz de enten-der algo que estuviera más allá de los combates dela Triple A. Si Roberto hubiera cometido el errorde vencer a La Chiquis –posibilidad casi imposi-ble, por supuesto–, El Tractor habría tomadorepresalias sin tentarse el corazón. Así las cosas, lasituación estaba resuelta de antemano: era mejorser un lúser que verse obligado a liarse a golpescon un gorila rasurado.

La Barbie Sánchez –aunque estaba bastantebien a pesar de los rayos güeriverdes que le brota-ron en la cabeza gracias al peróxido– tampoco erauna buena opción para hacer migas: ella estabaconvencida de que ninguno de los alumnos (salvoCarlos Ramiro José Eduardo) tenía derecho a diri-girle la palabra, y, por supuesto, tampoco podíanmirarla. Claro que esta norma, a primera vista in-flexible, cambiaba cuando La Barbie requería delapoyo de un sinnombre. Así, después de una son-risa irresistible y falsamente prometedora, nuncafaltaba quien le hiciera la tarea, le cargara los bul-tos, le fotocopiara un acordeón para regalárselo

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como prenda de amor, la dejara copiar en un exa-men o emprendiera cualquiera de las labores queLa Barbie Sánchez no tenía ganas de llevar a cabo.Para ella era claro que todos sus compañeros erannacos, pobres, feos y terminarían sus días en algúnlugar horripilante. La primera vez que Roberto laoyó hablar no le quedó ninguna duda de sus sesu-dísimas hipótesis: “¡Hazte a un lado hijo de gata!”,le dijo a un sinnombre que estaba sacando un librode su mochila y que, debido a esta terrible acción,osó estorbar durante unos instantes su luminosísi-mo paso entre las filas de bancas. Por su parte, Car-los Ramiro José Eduardo era la versión femeninade La Barbie Sánchez; al parecer, lo único que loshacía diferentes era el modelo de su celular: el deCarlitos era rosa-pink-de-niña y el de ella negro,como su humor.

El Frijol y su Gorgoja tampoco eran una opcióndigna de ser considerada para una amistad a corto,mediano o largo plazo: ambos tenían las terribles cos-tumbres de exigir que los profesores revisaran o reco-gieran la tarea al iniciar la clase, que hicieran exáme-nes cada tercer día y que, de ser posible, dejaranalgunos trabajos adicionales. Su actuar era más omenos obvio: los lentes más poderosos que un telesco-

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pio y capaces de ver el futuro, las mochilas que pesa-ban tonelada y media, y los libros que enseñaban có-mo ser líder en una docena de pasos o revelaban lossecretos del éxito en tres decenas de recetas, provo-caron daños irreversibles en sus influenciables perso-nalidades. La duda era imposible: cuando ellos cre-cieran trabajarían como capataces en alguna fábricade nombre impronunciable o en una suerte de cam-po de concentración. Sin embargo, gracias a susesfuerzos y sus ideas filosóficas del tipo de “el quepersevera alcanza” o “el éxito es noventa y nueve porciento sudor y uno por ciento inspiración”, amboslograron conquistar el corazón de algunos profesores,aunque a veces –cuando los maestros tenían unanotorísima flojera– les caían bastante mal sus exi-gencias de trabajos forzados.

Roberto tenía razón: el cambio de casa y lanueva escuela eran a-bo-mi-na-bles.

***

Luego de su derrota a manos de La Chiquis de losMonteros, Roberto caminó hacia la parte traseradel salón. A cada paso que daba, El Tractor grita-ba lúser-lúser, y con su sola mirada obligó a los

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demás a sumarse al coro: unirse a los aullidos eramejor que aguantar un golpe. Roberto dio oncepasos, llegó a la última banca y, antes de dejarsecaer, escuchó el último lúser. Se frotó la cara ydescubrió que, a partir de ese momento, su posi-ción en la cadena alimenticia había quedado defi-nida: no formaba parte de los seis predadores, tam-poco pertenecía a los sinnombre, quienes –luegode innumerables desgracias– habían aprendido aasumir su condición o, por lo menos, intentabanescapar de los maltratos mediante algunas tretasmás o menos elementales. Uno de ellos, fanáticode Jurassic Park, estaba firmemente convencido deque, si se quedaba inmóvil, El Tractor nunca lovería y podría escapar sin lesiones; lamentable-mente, estaba equivocado: el predador tenía mejorvista que un T-Rex. Roberto estaba más abajo, enel último eslabón, en la última silla, que estaba ais-lada por tres mesabancos que se desocuparon en elpreciso instante en que se sentó.

Por suerte, entró uno de los profesores y, sindarse cuenta de que él era un recién llegado,empezó a dar clase después de estrellar el metro ensu escritorio: antes de comenzar había que recor-darles a los predadores quién mandaba a partir de

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ese momento. Roberto no supo de qué trató laclase: los siguientes cincuenta minutos los pasóviendo a través de la ventana y observando a suscompañeros. Claro, no ocurrió nada digno de serrecordado más allá de un instante, aunque unaseñora cargando las bolsas del mandado, un carte-ro sin perro, El Tractor picándose la nariz y LaBarbie observándose en un espejito eran muchísi-mo más interesantes que los densísimos discursosdel maestro y los atinadísimos comentarios de ElFrijol y su Gorgoja. El profesor dictó la tarea y sefue sin más ni más. Luego siguieron otros tres ypasó exactamente lo mismo, sólo logró un nuevodescubrimiento: La Chiquis de los Monteros tam-bién se metía el dedo en la nariz, se sacaba losmocos, los observaba con lujuria y se los comíadespués de quitarle el vellito que tenían enredado.En el descanso, Roberto optó por refugiarse en unpasillo casi solitario y se comió su torta. Le supoamarga. Tenía ganas de irse, pero todavía seguíantres clases y él estaba seguro de que nada, absolu-tamente nada, mejoraría en alguna de ellas. Y nose equivocó.

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—¡Qué me ves chinche lúser!, ¿no te gustó?, ¿quie-res acompañarlo?

Roberto optó por quedarse callado y bajar lamirada. Después de casi una semana en la nuevaescuela se había convertido en un fantasma: des-de el jueves se sentía transparente o, por lo me-nos, parcialmente invisible. A estas alturas, notenía el ánimo ni la fuerza necesarios para enfren-tarse al Tractor, y por supuesto que tampoco teníaganas de acompañar al sinnombre que terminómetido de cabeza en un tambo de basura. Sinembargo, cuando el gorila rasurado se alejó lo sufi-ciente, Roberto tomó una decisión que podría serarriesgada: ayudar al sinnombre a salir del atollade-ro. Las labores de rescate estuvieron a punto de serun éxito, pero el tambo se cayó, el sinnombre reci-bió un golpe adicional en la cabeza y, cuando logrósalir, tenía el suéter del uniforme manchado deaguacate prieto.

—Gracias –dijo el sinnombre, mientras tratabade limpiarse con muy poca fortuna, pues la man-cha sólo se volvió mucho más grande.

—Sale –respondió Roberto, pensando que ledaría pie para iniciar una conversación, pero eldiálogo no llegó muy lejos.

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—Gracias, pero me voy, tengo que resolver losproblemas de mate y pasárselos a La Barbie Sán-chez. Ya ves cómo es esto: yo tengo que tener dosequivocados y ella ninguno.

—Oye, pero…—Bayk.

***

Unos cuantos días después logró platicar con el sin-nombre que sacó del tambo de basura. Era la prime-ra vez que podía cruzar palabra con alguien en lanueva escuela. El sinnombre lo puso al corriente decómo funcionaban las cosas y de los peligros queacechaban en los pasillos y las casas del rumbo:Bernardo estaba convencido de que la maestra deespañol era extraterrestre y se desayunaba a losalumnos, juró que los fabricantes de videojuegoshabían inventado mosquitos robots que picaban alos niños que tenían pesadillas para crear sus argu-mentos, y que en la escuela no existía absolutamen-te ninguna posibilidad de sobrevivir: El Tractor yLa Chiquis de los Monteros obligaban a todos ahacer lo que ellos querían a fuerza de golpes, LaBarbie Sánchez era una mantis religiosa que se ali-

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mentaba de los hombres (él lo sabía en carne pro-pia después de hacerle la tarea de mate durante treslargos meses) y El Frijol y su Gorgoja se aprovecha-ban de todos para sacar mejores calificaciones.

—Estamos perdidos –le dijo, después de termi-nar la enumeración de las desgracias.

—Sipi –respondió Roberto, con la seguridad deque por fin había encontrado a alguien cuerdo enesa escuela.

—Deberíamos hacer algo.—Sipi.—¿No sabes decir otra cosa?—Nopo.Bernardo, plenamente convencido de que su

interlocutor había quedado dañado por sus asom-brosísimas revelaciones, no tuvo más remedio quepararse, jalarlo un poco y llevárselo a la cooperati-va: un refresco gurmet lo sacaría del marasmo.

—Dos esprait por favor.

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La revuelta contra los predadores empezó comoun chispazo. Cuando Bernardo y Roberto analiza-ban cuidadosamente la psicología de las únicas

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personas que podían salvarlos de sus desgracias,cayeron en la cuenta de que los periódicos eranfundamentales: J. Jonah Jameson, el director delDaily Bugle, había logrado que muchos neoyorki-nos estuvieran en contra de Spider-Man, aunqueera obvio que el héroe sólo quería hacer el bien; y elbuenazo de Clark Kent –junto con Lois Lane yJimmy Olsen– trabajaba en el Daily Planet bajo laatinadísima dirección de Perry White. Ellos erantan buenos reporteros que, en más de una ocasión,lograron salvar a los habitantes de Metrópolis de losmalvados que los acechaban. Stan Lee y SteveDitko –al igual que Joe Shuster y Jerry Siegel– nopodían estar equivocados. Su sabiduría estaba másallá de cualquier duda: la única manera de termi-nar con la tiranía de los predadores era tener unperiódico y, por qué no, crear un superhéroe conlos superpoderes suficientes para solucionar lossuperproblemas que tenían.

—¿Cómo ves?, ¿le entramos? –dijo Bernardocon la certeza de que Roberto estaba en la mismasintonía.

—Sipi.

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Esa misma tarde se juntaron en casa de Bernar-do gracias a una pantalla casi perfecta: ambos jura-ron que se tenían que reunir para hacer un trabajoen equipo y que, por lo tanto, necesitaban dineropara el material. La rebelión tenía que ser patroci-nada con una parte del gasto de sus familias. A lascinco en punto de la tarde –como dijera García Lor-ca– Roberto tocó el timbre, unos segundos despuésle abrió Bernardo y, luego de un rapidísimo saludo alos mayores, entraron en la guarida secreta.

El cuarto era perfecto: en las paredes estabanlos posters de los grandes héroes de la historia (esdecir: Spider-Man, Superman, Batman, Spawn yHulk) y, en los blancos que alguna vez existieronentre las brillantes imágenes, Bernardo había colo-cado algunos de sus dibujos más apreciados: ahíestaban, detenidos con chinches, Pipo el payasoasesino, un diagrama anatómico que revelaba latransformación de la maestra de español en aliení-gena, un retrato de La Barbie Sánchez convertidaen mantis religiosa y un plano de los lugares máspeligrosos de la escuela.

Bernardo le dio una palmada en el hombro aRoberto, salió de la habitación y, luego de unosinstantes, regresó con dos latas de esprait:

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—Toma, para la inspiración.Cuando Roberto estaba abriendo la lata, Ber-

nardo lo detuvo y le dio un objeto casi milagroso:un sobre de chamoy.

—Échaselo al chesco, le da superpoderes.—Salud, ¡hasta la victoria siempre! —dijo Ber-

nardo con gran orgullo por haber usado, por vezprimera, las palabras que su tío Romualdo pronun-ciaba cada vez que se tomaba una cerveza. Claro,Romualdo no tenía la más pájara idea de quién erael Che Guevara, pues en realidad sólo se refería ala marca de la cheve.

La tarde se fue en un santiamén. Luego de dos ho-ras y media de grandes esfuerzos, seis esprait con cha-moy y tres discos de Rob Zombie, el primer númerode su periódico estaba listo. Antes de dar por termi-nado su trabajo, se fueron a la papelería, donde Ro-berto recobró la voz gracias a su nombre de guerra:

—Nos da veinte copias de estas hojas –dijo ElBisnieto del Huracán Ramírez, seguro de que suspalabras explicaban a la perfección las espléndidasilustraciones de Bernardo, quien también habíaocultado su verdadera identidad gracias a las siglasde un nuevo superhéroe: Bef. Ambos estaban segu-ros de que nadie descubriría que, detrás de las tres

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letras, se ocultaba Bernardo Fernández y que trasEl Bisnieto del Huracán Ramírez se agazapaba elmismísimo Roberto Ramírez. Ambos eran unossinnombre para los predadores.

Aunque la producción del periódico no resultótan buena como lo habían pensado, pues el dinerosólo les alcanzó para hacer copias en blanco ynegro, los planes funcionaban a pedir de boca.

***

Nunca antes habían llegado tan temprano a laescuela. Era preciso que nadie los viera entrar. Sóloasí podrían colocar con cierta seguridad los ejem-plares del Daily Planet de la 36. Gracias a los vein-te periódicos, la mitad de los alumnos del segundobe tendrían la posibilidad de descubrir la verdad,porque, en este caso, la verdad sí estaba dentro,pero de las páginas. Incluso, para lograr una co-bertura perfecta y no despertar sospechas, tuvie-ron que desperdiciar uno de ellos dejándolo en ellugar de Bernardo. Después, se refugiaron en unpasillo alejado y esperaron hasta que la escuela sellenara. Bajaron y el ritual matutino empezó consu habitual monotonía.

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—Tomar distancia, uno (y si nos agarran), dos(no, se me hace que no se van a dar cuenta). Mediavuelta, uno (estoy seguro que El Tractor se va a eno-jar), dos (pero es remenso), tres (y si hoy le funcionanlas dos neuronas, ¿qué vamos a hacer?), cuatro (puesrezar). A ver, fulanito, ¿no sabes dar media vuelta?(creo que mejor decimos que tenemos chorrillo).Vamos a empezar otra vez: media vuelta, uno (noseas tarado, se van a dar cuenta que fuimos nosotros),dos (pero yo sí ando malo de la panza por tanto cha-moy con esprait), tres (¡aguántate!), cuatro (¿y si LaChiquis me golpea?). Firmes (¿qué no eres El Bisnie-to del Huracán Ramírez?). Avancen a sus salones(pero me da miedo porque todavía no tengo máscara,¿no te acuerdas que nos gastamos todo el dinero en lascopias?). Segundo be, avance (¡zoquete!, estabaseguro de que tenías una).

****

Al principio no pasó nada. La zombificación matu-tina impedía que los compañeros se fijaran en elperiódico: las noches en vela a causa del ResidentEvil siempre cobran su precio. Uno de ellos, lo tiróal piso sin leerlo; pero otro comenzó a revisarlo

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con cuidado: el dibujo de portada con El Tractory La Chiquis de los Monteros comiéndose unmoco había surtido el efecto deseado. No envano, J. Jonah Jameson colocaba las mejores fotosde Peter Parker en la primera página del DailyBugle. La verdad –dijeran Fox Mulder y DanaScully– había sido revelada y la carcajada del sin-nombre obligó a los muertos vivientes a cobrarconciencia del Daily Planet de la 36.

El periódico empezó a ser leído. Al principio, ElTractor no se dio cuenta de que en la portada esta-ba su retrato y se rió de buenísima gana, pero cuan-do La Chiquis de los Monteros le explicó que eranellos, se puso color gris oxford, se le llenaron losojos de venas y le dio cuatro bofetones al primeroque se había reído mientras le gritaba “lúser-lúser”,“cállate lúser”. La represión fue breve pero inten-sa: el sinnombre salvó la vida gracias a la llegadadel profe, y los periódicos desaparecieron en lasmochilas.

El resto de la mañana fue estupenda: El Tractory La Chiquis de los Monteros se replegaron a unaesquina del patio, La Barbie Sánchez se fue con susamigas de tercero ce a quejarse de sus desgracias, ElFrijol y su Gorgoja se metieron a la biblioteca a

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fraguar su venganza, mientras que los sinnombrecomentaron los atinadísimos artículos e imágenesdel Daily Planet de la 36. Aunque Roberto (alias ElBisnieto del Huracán Ramírez) no había estadomuy convencido de divulgar que la maestra deespañol era alienígena, ese artículo tuvo muy bue-na acogida y permitió que afloraran nuevas hipóte-sis: se supo que el maestro de química era vampiroy que su presencia matutina sólo podía explicarsegracias al hallazgo de un bloqueador solar perfecto.Es más, esa mañana ocurrió algo inusitado: los sin-nombre del segundo be empezaron a hablar entresí sin miedo a sus predadores.

***

La siguiente entrega del Daily Planet de la 36 tuvoproblemas de circulación: El Tractor y La Chiquisde los Monteros decomisaron casi todos los ejem-plares que continuaban con la política informati-va de denunciar los abusos de los seis predadores.Sólo se salvaron dos periódicos que circularon demanera clandestina y fueron fotocopiados sinpagar derechos de autor a Bef y al Bisnieto delHuracán Ramírez. La censura, además de la pira-

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tería, tuvo otras consecuencias: a la hora del des-canso, en el baño de niñas, apareció un letrero enel espejo. Estaba pintado con crayola colorada y,con grandes letras, decía: “¡la barvi sanches no esguera! se pone agua otsijenada en las greñas”. Elmensaje lo firmaba La Araña de la Macorra, unasuperheroína que salió de la nada.

—¿Cómo ves?, ya tenemos competencia –ledijo Bef al Bisnieto del Huracán Ramírez.

—Sipi, ni modo que nopo.Cuando regresaron al salón, encontraron un

mensaje en el pizarrón que, para fortuna de los sin-nombre, fue leído por los profes por pura casuali-dad: “el frigol y su gorgoja son bien trampozoz:vajan la tarea de interne”. La Araña de la Macorratambién atacó en ese lugar.

***

Las denuncias, tanto del Daily Planet de la 36 comode La Araña de la Macorra, continuaron durantecasi tres semanas. Ninguno de los predadoressabía dónde o cuándo se harían públicas sus injus-ticias. Ellos comenzaron a presionar a los sinnom-bre para que delataran a los creadores del periódico

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y a La Araña de la Macorra, mientras que los sin-nombre –a pesar de la represión– descubrieron quepodían hablar, respetar a los que pensaban dife-rente (las discusiones acerca de quiénes eran lossuperhéroes no eran poca cosa) y, sobre todo,que tenían derecho a vivir de mejor manera:ellos podían decidir el rumbo que tomarían susdías en la escuela.

Aquellos fueron tiempos difíciles: El Tractor yLa Chiquis de los Monteros golpearon a varios paraque delataran a sus opositores. Roberto –al igualque otros sinnombre– sufrió en carne propia la vio-lencia y, aunque los predadores le echaron chamoyen los ojos, él no reveló su identidad secreta. LaBarbie Sánchez y Carlos Ramiro José Eduardo tam-poco se quedaron con los brazos cruzados: ambostrataron de seducir a todos los sinnombre para quealguno soltara la sopa: Bef logró resistir la sonrisade La Barbie y, gracias a eso, no sólo conservó suidentidad secreta, sino que también descubrió queella usaba pestañas postizas y que, por cierto, no selas sabía pegar. “Tiene los párpados como cuero deguajolote”, le dijo al Bisnieto del Huracán Ramírezcuando le contaba cómo pudo escapar de las faucesde la mantis. El Frijol y su Gorgoja también hicie-

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ron lo suyo: aumentaron sus exigencias de trabajosforzados luego de advertir a los sinnombre que se -gui rían adelante hasta que se descubriera quiéneseran los creadores del periódico y los mensajes.

Todos aguantaron y las palabras de los sinnom-bre continuaron fluyendo.

***

El secreto se descubrió en la clase de español.Ese día, un viernes trece de abril para ser preci-

sos, la profesora quería dejar de tarea que todosescribieran acerca de un mismo tema y que, porsupuesto, no estaría nada mal que el asunto a tra-tar lo decidiera el grupo. El Tractor, temiendo lopeor, levantó la mano, y con su acostumbrada fine-za hizo una declaración terminante:

—¡La Tiple A y háganle como quieran!—¿Están de acuerdo? –preguntó la maestra.Durante unos instantes nadie dijo nada. El mie-

do a los zapes era más fuerte que el deseo de propo-ner un tema distinto del que quería El Tractor.Todos, como siempre, estaban petrificados. Cuan-do la profesora iba a decir “está bien, que sea la Tri-ple A”, en el fondo del salón se escuchó una voz:

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—¿Y si votamos?—Ya dije que la Triple A y ¡háganle como

quieran! ¿Tú quién te crees?—El Bisnieto del Huracán Ramírez.El Tractor se quedó mudo al descubrir la perso-

nalidad real de uno de sus archirrivales. Y, cuandoestaba a punto de gritar “lúser”, los sinnombreempezaron a aplaudir. Es más, dicen algunos quehasta una porra le echaron al Bisnieto del HuracánRamírez.

—Perfecto, vamos a votar. ¿Qué temas propo-nen?

La lista se confeccionó en unos instantes y elresultado de la votación fue contundente: la TripleA, dos votos; los secretos de la belleza, un voto yuna abstención; cómo ser un adolescente exitoso,dos votos; el Daily Planet de la 36 y La Araña de laMacorra, treinta y cuatro votos. Las protestas delos predadores sirvieron de poco: por primera vezen la historia los votos de los alumnos del segundobe tuvieron exactamente el mismo valor. La tira-nía había terminado.

***

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Antes de irse, la maestra de español preguntóquiénes eran Bef y La Araña de la Macorrra. Deinmediato se supo que el primero era BernardoFernández y la segunda era Josefina de la Macorra,una punketa bastante divertida. Les dijo que laacompañaran junto con El Bisnieto del HuracánRamírez. Los tres salieron perfectamente asustadosy, cuando llegaron al pasillo más lejano, no suce-dió lo que todos pensaban: la maestra no intentódevorarlos y simplemente les dijo:

—En la Galaxia de los Piojos todos tenemosbuena ortografía.

Los tres la miraron casi tranquilos y, cuandoestaban a punto de regresar a su salón para cubrir-se de gloria, ella les volvió a hablar:

—Hoy fue un buen día para todos.

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Todo por una hoja

Esther Charabati

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NACIÓ EN LA Ciudad de México en 1957. Estudió la licencia-tura en Filosofía en la Facultad de Estudios Superiores Aca-tlán, de la Universidad Nacional Autónoma de México(UNAM), donde obtuvo la Medalla Gabino Barreda y la Me-dalla a los Mejores Estudiantes de México. Estudió la maes-tría en Pedagogía en la División de Estudios Superiores de laFacultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde actualmen-te cursa el doctorado en Pedagogía, becada por el Conacyt.Coordina el Café Filosófico de la Cafebrería El Péndulo des-de 2000.

Entre sus publicaciones destacan Rasgando el tiempo: Losjudíos, extraños en la casa, México, Tribuna Israelita, 2006(ensayo); El oficio de la duda, México, Universidad Autóno-ma de la Ciudad de México (colección Conversaciones),2007 (ensayo); La ley de la selva, México, Colegio HebreoMaguén David, 2006 (didáctico); No soporto el paraíso, Méxi-co, Felou, 2008 (novela); Ni patitos ni feos, México, ColegioHebreo Maguén David, 2006 (didáctico).

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I

Ese año nos cambiamos de casa y tuve que dejara mis amigos de la secundaria antes de lo previsto.La despedida fue triste y húmeda pues Ana, Veroy yo no paramos de llorar. Me dolía separarme deellas, pero lo que realmente me atemorizaba era laidea de llegar a una escuela donde no conocía anadie.

Mis miedos estaban justificados: el primer díade tercero de secundaria supe lo que sienten lasarañas al ser observadas en un microscopio. Micara, mi cuerpo, mi ropa, mis útiles, mis palabras,mis movimientos, hasta mis gestos, eran objeto deuna inspección minuciosa por parte de los compa-ñeros, que no se tomaban la molestia de disimularsu disgusto. Sabía cómo son recibidos los alumnos

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nuevos, porque yo misma me había encargado dehacerle la vida difícil a un niño que llegó de To-rreón y aterrizó en mi grupo de sexto; por ello, memetí en la cabeza que debía ser muy prudente,tener paciencia y, sobre todo, mucho tacto: a losquince años todos somos bichos de cuidado.

Mi estrategia consistió en pasar inadvertida alprincipio, mantener distancia con los maestros, noentregar todas las tareas, participar un poco en cla-se, no molestar a nadie, reírme de todos los chistes–juro que eran malísimos–, vestirme con jeans yplayeras que no se me embarraran… en pocaspalabras, tratar de evitar las etiquetas: ni matadita,ni tonta, ni mala onda, ni resbalosa, ni sangro-na… ¡ufff! Fue una tarea agotadora, pero en lasvacaciones de diciembre ya era amiga de algunosy aceptada por la mayoría. Me lo merecía y loestaba disfrutando, pero unos meses después me dicuenta de que todos mis esfuerzos podían verseanulados por una hoja.

Fue en junio, la lluvia estaba ahogando nues-tras neuronas y Fernando, el profe de mate, estabade malas. De pronto, suena su celular y, contra sucostumbre, contesta. Debe de ser un asunto impor-tante pues a pesar del aguacero, sale al pasillo para

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hablar. Mientras, Saúl se levanta de su banca en laprimera fila y, con gestos de mimo, va a asomarseal portafolio del profe, que está abierto. Los demásplaticamos o le copiamos a alguien la tarea, hastaque lo oímos exclamar:

—¡Descubrí un tesoro!Todos volteamos a verlo, y lo apuramos con

nuestras miradas: el profe Fernando podría volverantes de que nos enteráramos del hallazgo.

—¡El examen de matemáticas! Nos miramos incrédulos, es una especie de mi-

lagro, no sólo eso: la salvación. La mayoría de laclase sabe que va a reprobar mate y Fernando esuno de esos maestros que se toma muy en serio supapel y no hace ninguna concesión.

—A ver, fíjate qué viene, ya no tarda en entrar–urge alguno de los compañeros.

—Se va a tardar –interviene otro–, ¿no vieron?Lo llamaron de su casa o de la Dirección; a lomejor lo están regañando por explicar tan mal…

Sin perder tiempo, Saúl saca la hoja que vio yda un nuevo grito:

—¡Chido! ¡Aquí trae todas las copias!—Vuélate uno –le dice Armando emociona-

do–, ni se va a dar cuenta.

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No quito los ojos de la puerta, como si con lamirada pudiera mantenerla cerrada, pero la ideame aterra, nos van a descubrir… La ingenuidaddel grupo me molesta tanto que pregunto con mitono más hostil:

—¿Cómo que no se va a dar cuenta? Mejordéjalo, nos van a quemar vivos.

Ivonne me mira sarcástica: —¿Estás loca? Eslo único que me salva del extraordinario.

—¿Y si nos expulsan...? —Claro –declara Armando, solidarizándose

con Ivonne–, tú ya sabes que vas a aprobar, peronosotros no.

Desde la puerta, Alan nos insta a dejar de per-der el tiempo en conversaciones inútiles y a tomaruna decisión antes de que sea demasiado tarde.Saúl voltea y nos enfrenta: —¿Quieren el exa-men o no? Ya está en mis manos.

Todos están conscientes de que el sí nosconvertirá en cómplices, por lo que dudan uninstante mientras alguna compañera se muer-de los labios, otro levanta los hombros, otrosse truenan los dedos… el temor es evidente, pe-ro lo decisivo será el grito de Alan, el grito deahora-o-nunca.

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—¡Ahí está Fernando!Como si le hubiéramos dado enter a la compu-

tadora, Saúl arruga la hoja y se la mete al panta-lón. El profe entra pensativo y pide que alguienpase a resolver un problema en el pizarrón. Duran-te el resto de la clase estamos inquietos, nuestrasmiradas se cruzan una y otra vez. Por fin, suena eltimbre y nos quedamos solos. Yolanda se levantay cierra la puerta; mientras formamos un círculoalrededor de Saúl, se abre la negociación:

—¿Y ahora qué hacemos?—Resolver el examen, ¿qué quieres hacer?—¿Y si nos cachan?—De todas maneras ya no se puede hacer

nada. No podemos devolverlo.—No, imagínate que nos viera, sería peor.—Ya no sean miedosos, ni se va a dar cuenta.—Podemos hablar con él y explicarle lo que

pasó.—Sí, cómo no. —Miren, si nadie ve el examen y nos sacamos

la calificación que esperaba Fernando, a lo mejorno le importa...

Esta última es mi opinión, y aunque algunoshacen gestos de aprobación, no se atreven a opo-

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nerse. En cambio, los que me consideran infame sílevantan la voz.

—Pero a lo mejor sí, y de todos modos nos vamal. Yo prefiero jugármela, porque si no saco diezestoy reprobada. A lo mejor en tu escuela todoseran obedientes, pero a nosotros nos gusta laaventura.

—¡Ya dejen de discutir a lo tonto! —Bueno, el que quiera el examen que me lo

pida, voy a decirle a mi hermano que me ayude aresolverlo. –Con esta invitación de Saúl concluyeel debate.

—Sale, nos vamos juntos para sacarle copias ala salida para ir resolviéndolo. ¿Quién quiere unacopia?

No todos dicen “yo” pero, al final, la mayoríaacabamos con una copia en las manos. También yo,porque no estoy tan segura de aprobar y porque meda miedo quedar excluida del grupo si no la acepto.En la secundaria no se pueden correr esos riesgos.

II

Llega el esperado y temido lunes del examen. Apesar de la invaluable ayuda del hermano de Saúl,

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muchos se ven nerviosos; otros están tan sonrien-tes que Fernando debe de percibirlo mientras sepasea por las bancas. Todos fingimos que nos esta-mos rompiendo la cabeza, pero antes de que ter-mine el tiempo ya están los treinta y cinco exáme-nes encima del escritorio. Somos malos actores, nohay esperanza.

Al salir, es tanta la alegría que nos abrazamos,brincamos y bailamos. Enrique bromea con Ivonne:

—¿Cómo te fue en el examen?—Igual que a ti.—No, porque yo contesté mal una pregunta.—¿Cuál?—La última.—¡Yo también!Las risas nos contagian y celebramos nuestra

osadía; somos geniales, no cabe duda.

III

Lo sabía, era imposible que no nos descubrieran.El miércoles a última hora Fernando, con los exá-menes en la mano y cara de pocos amigos, se parafrente a nosotros mientras nos hacemos chiquitosy contamos los segundos que nos quedan de vida.

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—No califiqué los exámenes porque no tienecaso ponerles una calificación que no merecen.

—¿Y por qué crees que no la merecemos? –pre-gunta Alan, provocando la admiración del grupopor su audacia.

—Porque todos copiaron el examen. Aunque la acusación no nos sorprende, senti-

mos que somos víctimas de una injusticia, tal vezporque es la única manera de resistir el pánico quenos invade. Tenemos que defendernos, no es horade flaquear.

—No es cierto, ¿por qué dices que copiamos?—Estuviste vigilándonos cada segundo, ¿cómo

íbamos a copiar?—Además, ¿a quién le íbamos a copiar, si nadie

puede resolver los problemas que nos pones?—Por eso me extraña tanto que en esta oca-

sión, en forma absolutamente inesperada, hubieracasi puras respuestas correctas; las suficientes paraque no puedan engañarme.

—Entonces, ¿qué caso tiene estudiar si, detodas formas, nos va mal…?

—Jóvenes, no voy a discutir con ustedes. Loúnico que quiero es saber quién tomó el examende mi portafolio.

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Silencio total, nadie se da por aludido. Sólofalta que después de que todos copiamos, le eche-mos la culpa a Saúl. Estamos metidos en un líoque pinta bastante mal. Volteo a ver el dibujo queestá haciendo mi compañero de al lado: un muñe-co ahorcado.

—¿No me van a responder?—¿Cómo vamos a responder si nadie lo tomó?

Ni siquiera sabemos dónde los guardas.—Profe, si ya nos conoces. ¿Cuándo te hemos

robado algo? Deberías confiar en nosotros…—Repito la pregunta. ¿Quién tomó el examen de

mi portafolio? –Ante el silencio, Fernando deci-de utilizar argumentos más convincentes:

—Miren, ustedes son un buen grupo y no megustaría que tuvieran problemas por esto. Tomarun examen es una falta grave por dos razones: es unrobo y, además, están copiando, con lo cual pre-tenden engañar a la sociedad que, a través de laescuela, está midiendo los conocimientos queposeen. Añadir a estas faltas la mentira me pare-ce peligroso… Sé que es difícil confesar cuandouno se sabe culpable, así que les daré tiempo paraque lo mediten. Quiero una respuesta el lunes, sino la obtengo todo el grupo se va a extraordina-

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rio… y aquellos que deben otras materias piénsen-lo bien, ya saben que no pueden presentar más dedos extraordinarios. Lamentaría mucho que algu-nos de ustedes no pudieran entrar a la preparatoriapor encubrir a un compañero. Y no se hagan ilusio-nes: sé que ustedes se robaron el examen, y ahoraya saben las consecuencias de sus actos. Eso estodo, nos vemos el lunes.

—¡Es injusto lo que nos estás haciendo!—¿Y robar es tu manera de luchar por la justicia?

IV

Contra lo que podría esperarse, salimos rápida-mente de la escuela y nos alejamos, cada uno porsu lado. Probablemente, al igual que yo, cada unoteme que se le note la duda: sabemos que delatar aSaúl es de cobardes y traidores pero, en algunaesquina de nuestro ser, deseamos que alguien lohaga. No sólo somos cobardes, sino también egoís-tas: nuestra mayor preocupación es presentar mateen examen extraordinario. Por otro lado, tenemosclaro que los amigos no actúan así y que en elmundo lo más valioso son los amigos. ¿Quién con-fiaría en un soplón? Hay un tercer argumento que

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ronda mi cabeza y quizá también la de mis compa-ñeros: Saúl no actuó solo, todos somos cómplices.Es cierto que la idea fue suya y la decisión finaltambién, nadie más se hubiera atrevido a sacarnada del portafolio, pero, ¿habría tomado el exa-men si nosotros no lo hubiéramos animado?

Mientras comemos, mi mamá me preguntacómo me fue en el examen de matemáticas, no sele va una. Por más que intento disimular, se dacuenta de que algo no anda bien y, aunque yo res-pondo “nada” a cada una de sus preguntas, poco apoco voy cediendo.

—¿Reprobaste alguna materia?—Ojalá fuera eso.—Gina, ¿puedo ayudarte en algo? —No... El lunes Saúl vio el examen de mate-

máticas en el portafolio del maestro, que habíasalido de la clase. Mientras decidíamos si nos loquedábamos o no, el profe regresó y Saúl se metióel examen a la bolsa. Después estuvimos pensan-do qué hacer, pero no había forma de devolverlosin quedar mal, y para muchos era la oportunidadde no reprobar...

—Así que copiaron el examen y el maestro losdescubrió.

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—Sí.—¿Y qué va a pasar ahora?—Si no decimos quién fue, nos vamos todos a

extraordinario.—¿Y qué van a hacer?—No sé. Los maestros no entienden que en

todas las escuelas se copia, que es lo natural...—Espero que tengas mejores argumentos para

defender tu causa. —Mamá, no es cosa de argumentos, entiende:

si delatamos a Saúl, probablemente lo expulsen,ya sucedió una vez.

—Pero él no es el único responsable.—Exactamente, no podemos hacerle eso. —¿Cuál es el dilema entonces? —Que hay como diez chavos que ya deben

materias y si se suma ésta, no podrían entrar a laprepa.

—Pues sí es un dilema, pero yo creo que siconfiesan, el maestro lo va a entender.

—Pues yo creo que no, y nadie se va a arries-gar porque las consecuencias serían terribles.

—Lo único que te puedo decir es que yo siem-pre trato de decir la verdad y me funciona bien.

—Yo también puedo tratar, pero eso no basta.

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El problema con los adultos es que siempre estáneducando y uno no sabe qué piensan en realidad.Además, no se dan cuenta de lo importante queson los amigos… y ni se imaginan lo que es llegartodos los días a la escuela y que los demás se alejeno se burlen de ti, estar sola cada recreo y que nadiete acepte en su equipo. Parece muy fácil, pero sitomo una mala decisión y en la prepa me vuelvo aencontrar con algunos de mis actuales compañeros,soy mujer muerta.

V

A la mañana siguiente, me encontré a Bereniceen la micro. Tuve que contarle las pesadillas de lanoche anterior porque me estaban atormentando:

—Estábamos en la clase con Fernando, quetenía la cara deforme, monstruosa, sus muecas ymovimientos eran grotescos. Nos preguntabaquién había tomado el examen y, ante el silencio,nos hablaba del deber y refrendaba su amenaza.“¿Están seguros de que eso es lo que quieren?”, pre-guntaba. Yo levantaba la mano y Saúl me mirabacon odio. Desperté sudando, prendí la luz, metomé un vaso de agua y me volví a dormir… pero

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regresé al mismo escenario. Fernando hablaba yagitaba las manos, nos miraba fijamente y se burla-ba: “Es increíble que en toda mi clase no haya unsolo alumno honesto, que se atreva a decir la ver-dad. Son una bola de gallinas, qué lastima. Ustedescreyeron que callando salvarían al culpable, pero seequivocan. Perdieron su única oportunidad, por-que yo sé quién tomó el examen y de todos modosserá expulsado”. Luego, señalaba a Saúl, que salíadespavorido del salón. Después de eso, ya no meanimé a dormir, pasé la noche en blanco.

—¿Por qué te tomas las cosas tan a pecho?—¿Qué quieres decir? ¿No te importa presen-

tar extraordinarios?—No tengo ninguna intención de hacerlo. No

voy a pagar por las burradas de otros. Yo no copiéel examen, así que, si es necesario, voy a decirquién lo robó.

—Pero estabas ahí, eres cómplice. De todasmaneras te van a castigar.

—Cómplices los que lo animaron, fotocopia-ron el examen y sacaron diez. Yo, si acaso, soy tes-tigo. Y mi única obligación sería decir la verdad.

—Te van a odiar. ¿No te da miedo que tehagan la vida imposible? –No podía creer lo que

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estaba escuchando: Berenice no sólo era una trai-dora, sino que ni siquiera se avergonzaba.

—En primer lugar, no tienen por qué enterar-se. Y si lo hacen, tampoco me importa. Es el últi-mo año de la secundaria, en prepa voy a tenernuevos amigos. Además, conmigo Saúl y sus cua-tes nunca se han portado bien. Cuando tengosuerte me ignoran, pero otras veces se burlan,inventan chismes, un día tomaron una foto de mispiernas con su celular y se la mandaron a losdemás… No merecen que lo piense dos veces. ¿Ytú? ¿No puedes vivir sin ellos?

—Sí puedo, pero no me atrevería a delatarlo.—Pues yo sí. Si veo que las cosas se ponen feas,

Saúl va a saber que hacerse el chistoso y el valien-te tiene sus consecuencias. Que aprenda.

A lo largo del día, me doy cuenta de que nadiepiensa como Berenice o, al menos, nadie se atre-ve a confesarlo. Las respuestas son unánimes: novan a saber quién tomó el examen porque ningu-no de nosotros va a hablar. Para mí ya es más fácilsumarme a esa postura porque sé que Berenice nossalvará del purgatorio.

De cualquier manera estoy inquieta, pregun-tándome si ella tiene derecho a revelar lo sucedi-

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do. La lógica está de su parte, pero tengo la intui-ción de que eso no se hace. Por otro lado, me intri-ga la actitud de Saúl, ¿por qué asume que todoscerrarán filas para salvarlo? Una pregunta me siguetaladrando el cerebro: ¿hubiera actuado igual si nohubiera recibido nuestro apoyo? Quienes lo ani-maron, ¿son tan culpables como él? Quienes no loimpedimos, ¿también somos responsables? ¿Dón-de encuentro las respuestas?

Me dan ganas de discutirlo con algún maestro,pero desconfío de ellos, podrían hacer mal uso dela información. Tampoco quiero comentarlo conmis compañeros, porque cualquier palabra puedelevantar sospechas. Ahora estoy segura de que seva a saber la verdad y es importante que no hayaninguna duda sobre mí. Además, me da miedoacabar delatando a Berenice, pues aunque a ellaesto de la lealtad no la convence mucho, a mí sí,y tengo que mantener sus planes en secreto.

VI

A la hora de la salida, Enrique nos convoca parael domingo en la tarde en la cancha de futbol.Llegamos como la mitad del grupo. No va a ser

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fácil tomar decisiones. Nadie se anima a empezar,hasta que uno pregunta:

—¿Qué hacemos aquí? —Tenemos que ponernos de acuerdo en lo que

le vamos a decir mañana a Fernando.—¿Y para qué necesitamos un pacto? Esto no

es la ONU, que cada quien haga lo que quiera. —No seas menso, la única manera de salvar-

nos es actuar unidos.—Yo propongo –inicia Abigaíl– que nos

declaremos todos responsables y que nos apliquenel mismo castigo. No van a expulsar al grupo com-pleto.

—Pero nos van a mandar a extraordinario, yyo ya debo español y química, no me dejan pre-sentar tres exámenes.

—Es una situación muy difícil, pongan a fun-cionar sus neuronas al máximo o vamos a salirtodos perjudicados.

—Lo mejor –afirma Alan, pensativo– es quenadie diga nada. Sin información, no se atreverána ponernos un castigo tan radical.

—¿Y si alguien filtra la información? —Nadie la va a filtrar –declara Alejandro,

amenazante–, aquí no hay soplones.

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Berenice los escucha atenta; sólo yo conozcosu decisión de delatar a Saúl en caso necesario.Sin embargo, la amenaza de Alejandro la hacereaccionar.

—¿Qué te hace pensar que todos nos vamos aquedar callados, exponiéndonos a un castigo queno merecemos?

—Eso es lo que hacen los amigos, ser solidarios.—¿Así que ahora somos todos amigos?—Claro, siempre lo hemos sido –responde Ale-

jandro, incómodo–. Saúl, sorprendido, se levantadel pasto y se recarga contra la pared.

—Pues yo pienso –continúa Berenice– quepara ser amigos, Saúl es muy egoísta. ¿Por qué pre-tende que nos arriesguemos para salvarlo? ¿Porqué no nos salva él?

—Yo no tengo manera de resolver esto –afirmaSaúl desde su rincón, molesto.

—Claro que la tienes; ve y confiesa que túrobaste el examen.

—¡Pero si todos se beneficiaron! ¡Ustedes meanimaron a sacarlo del portafolio! No van a dejarque me expulsen…

—Nadie te obligó ni te presionó. A lo mejoralgunos se sienten obligados a apoyarte, pero yo

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no. Nunca me has tratado como amiga y no pue-des pedir que yo actúe como tal.

Las palabras de Berenice nos dejan estupefac-tos. ¿Cómo se atreve a insinuar públicamente queva a ir con el chisme? Las miradas son una mezclade desprecio y admiración. Después de escuchar-la, estoy aún más confundida: no había pensadoque Saúl era egoísta por pedir que lo defendiéra-mos, ni se me había ocurrido que él también po-dría mostrar su amistad asumiendo la culpa. Sinembargo, estoy de acuerdo con él cuando insisteen que no actuó solo… y aunque a algunos lescaiga mal, ¿no deberíamos mostrar un frentecomún ante las autoridades? ¿Ser compañeros nosupone ser leales? Los adultos siempre se apoyanpara poner sanciones: padres, maestros, directo-res y hasta prefectos se confabulan contra noso-tros al más mínimo error, ¿por qué no haríamos lomismo?

—Eres una traidora, sólo piensas en ti. No teimporta que me expulsen.

—Tan malo es que te expulsen como que yome vaya a extraordinario por algo que no hice ypor ayudar a alguien que me ha maltratado; nocuentes conmigo.

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Las palabras de Berenice llenan la cancha desilencio, un silencio que duele porque pone de ma -nifiesto nuestro egoísmo, nuestros miedos, nuestrainseguridad. ¿Cuántos de los que apoyan a Saúl lohacen por amistad y cuántos por temor a ser recha-zados? ¿Cuántos de los que apoyan a Berenice estánconvencidos de que tiene razón y cuántos la apro-vechan para desquitarse de Saúl o para salir ilesos?La voz de Juan rompe el silencio:

—Fernando es tan responsable como nosotros.—¿Por qué dices eso? –pregunto, feliz de poder

participar sin evidenciar mis dudas.—Dejó los exámenes a la mano, nosotros caí-

mos en la tentación.—A él lo llamaron por teléfono, no lo hizo a

propósito.—Si él no hubiera dejado su portafolio abierto

con los exámenes, no estaríamos aquí. —Es cierto –añade Yolanda–, cuando yo olvi-

dé mi celular en el patio y se lo robaron, todosdijeron que era mi culpa.

Este argumento ilumina las caras, diluye latensión y provoca una reacción en cadena: todosopinamos, condenamos, nos inspiramos… ni porun momento se nos había ocurrido involucrar a

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Fernando en el delito. ¿Delito, escribí? Pues sí,violamos las leyes de la escuela… pero tenemos unatenuante. Entusiasmados, nos ponemos a redac-tar una carta para prevenir la sentencia condena-toria, pero a medida que intentamos poner losargumentos en el papel se muestran flojos, sinfundamento. Cuando el desánimo está a punto desometernos, mi cerebro da muestras de actividadneuronal:

—Oigan, hemos perdido de vista lo más impor-tante –todos me voltean a ver mientras exclamo,triunfante–, ¡no pueden expulsar a Saúl porque yano hay clases, se acabó la secundaria!

Los rostros se van transformando, mientras cadauno va cayendo en la cuenta de que el dilema hadejado de serlo: no van a expulsar a un alumno alfinal del periodo de exámenes, sería absurdo. Laescuela no va a buscar problemas en el cierre delaño; como tantas otras veces, dejarán pasar el inci-dente sin hacer ruido.

Nadie será traidor, egoísta ni víctima, por lomenos en esta ocasión… la secundaria se termi-nó… la alegría empieza a teñirse de nostalgia, deinquietud, de espanto. Durante las últimas semanasel fantasma de la despedida había sido conjurado

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por la angustia de los exámenes, los preparativos dela fiesta de graduación y las amenazas de Fernando,pero en unos instantes todo se borra para dar pasoal futuro inminente: una nueva etapa, escuelas dis-tintas, caminos que construir… De alguna manera,el robo del examen y la crisis en el grupo nos ayu-dó a huir momentáneamente de esa realidadincierta ante la que tenemos que comparecer.

Por aquellos días la prepa, la carrera, el trabajo,el mundo, parecían inaccesibles, y nosotros nossentíamos tan diminutos e incapaces que estába-mos seguros de no dar la talla. Pero la dimos. Lo séporque cuando encuentro a uno de mis compañe-ros de esa época en la calle, en el café o en el cine,siempre evocamos esos años como aquellos quemás nos dolieron y nos volvieron fuertes. Sin duda,la vida fue más fácil después de la secundaria.

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Votar o qué onda

René Avilés Fabila

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NACIÓ EN LA Ciudad de México en 1940. Obtuvo la licen-ciatura en Relaciones Internacionales e hizo estudios de pos-grado en la Universidad de París. Su obra es muy amplia yreúne cuentos, novelas, libros de memorias, ensayos y artícu-los. Destacan las novelas Tantadel, La canción de Odette, El gransolitario de Palacio y Réquiem por un suicida; los volúmenes decuentos Hacia el fin del mundo, La lluvia no mata a las flores,Fantasías en carrusel, Todo el amor y Cuentos de hadas amoro-sas, y los libros autobiográficos Recordanzas, Nuevas recor-danzas y Memorias de un comunista. Está traducido a diversosidiomas y actualmente la editorial Nueva Imagen publica susObras completas.

Es editorialista de primera plana de Excélsior, periódico alque ingresó formalmente en 1984 y en el que dirigió su sec-ción cultural (1984-1986) y fundó el suplemento cultural ElBúho (1985-1999). En 1999 fundó la revista cultural mensualUniverso de El Búho, de la cual es director desde entonces.

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Los jóvenes llegaron a la casilla electoral, mos-traron sus respectivas credenciales del IFE y cadauno se introdujo en el sitio destinado a votar. Allíseleccionaron a todos aquellos que les garantiza-ban una actuación decente y honrada, que teníanun buen historial y un programa de trabajo ade-cuado. Claudio y Daniel vivían en el mismo rum-bo, en Coyoacán, sus demás compañeros de es-cuela en otros, pero todos habían quedado deencontrarse en un café luego de acudir a las urnas,para platicar, comentar cómo habían visto lascosas y, cuando hubiera resultados, ver qué pasosería el siguiente, dentro de un acabado proyectociudadano que ellos, luego de muchas discusiones,habían imaginado e iniciado en pláticas y al depo-sitar su voto en la urna.

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Claudio

Todos los que conocen a Claudio coinciden enque su niñez fue en verdad complicada y desma-drosa. El único varón de una familia clase mediabaja, sin problemas aparentes, con tres hermanas,fue el tercer hijo y el consentido de su mamá.

Desde recién nacido, ignoramos por qué, supadre nunca lo aceptó del modo más adecuado, apesar de ser el hombre de la familia y quien lo sus-tituiría cuando él muriera, según las viejas fórmu-las. No hubo acercamiento entre ellos y se refugióen la figura materna, así como en la abuela (madrede su madre) y en su hermana mayor. Fue sobre-protegido por ellas tres y por ende flojo, pocoempeñoso en la escuela. Por fortuna, no lo seríasiempre, ni tampoco su padre un hombre distantede él el resto del tiempo. Las cosas suelen cambiar.

En la primaria fue uno de los peores prome-dios, reprobó varios años. Era muy peleonero,seguido lo expulsaban de las escuelas y su madretenía que buscarle acomodo en otras institucio-nes, aunque fueran de paga. De hecho, fue el úni-co de los vástagos que asistió a una escuela priva-da. Las hermanas cursaron su educación primaria

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en planteles oficiales y lo hicieron bien, sin pro-blemas, incluso con altas calificaciones.

En la siguiente etapa, la secundaria, Claudio nomejoró, empeoró; las aulas le parecían celdas y alcomprobar sus habilidades para los puñetazos yque, en consecuencia, tendía a ser líder de sus ami-gos y compañeros, optó por no asistir a clases conla frecuencia debida. Él los invitaba a no entrar ala escuela y a buscar diversiones en otros rumbosde la ciudad.

Un día, la directora de la secundaria, Esperan-za Villasana, citó a su papá en la escuela paracomentarle el comportamiento de su hijo. ¡Cuálfue la sorpresa del padre cuando la maestra Villa-sana le comentó que su hijo hacía más de unasemana que no asistía a clases!

—Señor Sámano, quiero preguntarle si Clau-dio tiene algún problema o está enfermo.

—No, por supuesto que no –respondió Edmun-do Sámano, quien tampoco tuvo una educaciónformal completa, acaso la preparatoria, el restodel tiempo lo había ocupado trabajando paraponer un negocio propio–. Todos los días sale dela casa, desayunado, y dice que va a la escuela.Regresa, como siempre, a eso de las 2:30 a comer.

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Y se pone a hacer la tarea. A veces dice que va aestudiar con sus compañeros de clase y regresacomo a las nueve o diez de la noche. No hemosnotado nada extraño en su comportamiento. Aho-ra, me pregunto, ¿a dónde va?, ¿qué hace durantetodo ese tiempo? No lo sé, créame.

—Además, señor Sámano, su hijo tiene uncomportamiento bastante antisocial y antinacio-nalista. Con todo mundo se pelea, no hace hono-res a la bandera, no canta el himno nacional, norespeta a los héroes de la patria, se burla de nues-tra historia y así por el estilo. Es un niño bastantesui generis. Especial, podría decir. ¿No platica conusted?

—Mire, maestra Villasana, realmente no com-prendo esta conducta. En casa estamos muy or-gullosos de nuestro país, de ser mexicanos. Mibisabuelo sirvió a la patria, es más, murió defen-diéndola en la guerra de Intervención, fue conde-corado por haber defendido la ciudad de Puebla.Mi abuelo estuvo en la Revolución, fue villista,tenemos fotos que lo prueban. Yo hice mi serviciomilitar en la Marina. Nosotros, mi familia, somosbastante nacionalistas y siempre buscamos ayudaral país. Esos son los valores que les hemos enseña-

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do a nuestros hijos. No soy un hombre de muchaslecturas y no hice una carrera universitaria, pero acambio he trabajado intensamente y he sido unapersona honrada. ¿Qué puedo decirle de mi espo-sa? Es una mujer creyente, quiere mucho al país ya Claudio lo adora. No veo mayores problemasfamiliares, no considero de ninguna manera queseamos una familia disfuncional.

—Pues en verdad no lo entiendo –comenta lamaestra Villasana–, su hijo para nada aparentaesas enseñanzas y está a punto de concluir la secun-daria. He estado pensando en expulsarlo, pero nosé si ésa sea la solución. Por ello he preferidohablar con usted. Tal vez sean sus amistades, siem-pre está con Daniel Oceguera, otro adolescenteconflictivo.

—Lo sé, maestra, conozco a Daniel, es inquie-to también, pero no es mal muchacho. Le rue-go que me dé, nos dé, una oportunidad, no queremosque Claudio deje la escuela y menos por expul-sión.

Claudio recordaba las palabras de su padre, eltipo de reconvenciones que le echaba desde quehabía hablado con la directora de la secundariaera un fastidio completo, pero prefería escucharlo

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a que le quitara el dinero que mensualmente ledaba. Eran ya los momentos en que las muchachasle despertaban inquietudes y gastos, desde luego.Se refugiaba más en Daniel, en las afinidades mu -tuas, que eran asombrosas: poco estaban en de-sa cuerdo y hasta el dinero compartían.

Pero todavía más ridículo le pareció el rolloque su padre recordó años después, en una reu-nión, ante sus más cercanos amigos, tal vez paraavergonzarlo, y que más adelante también repitiódelante de su madre: nunca había escuchado de supadre este tipo de argumentos, incluso le parecióun hombre de doble personalidad. O alguien capazde mentir o al menos de moralizar. Su vida eranormal, pero no andaba envuelto en la bandera.Le era difícil dejar de lado los discursos que supadre solía improvisar luego del penoso encuentrocon la maestra Esperanza Villasana. En una fiesta,dijo pomposo:

—Los muchachos de hoy han perdido el respe-to por los valores patrios, creo que en tal sentidotambién la escuela debe cumplir un papel muyimportante. ¿Dónde están las clases de civismo,cómo fortalecen ese amor a México, a las institu-ciones nacionales? ¿Qué hacen los maestros para

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que los niños aprendan a amar a México, respetarsus principios y trabajar para su desarrollo social,económico y espiritual?

—Mi padre –le contó Claudio a Daniel– ha-blaba como si tuviera un doctorado en nacionalis-mo o fuera el rector de alguna universidad picuda.Qué hueva.

Su amigo Daniel no pareció sorprendido. —Pues el mío no canta mal las rancheras.

Hace muy poco soltó su rollo a dos de sus primos:“Ustedes saben que tengo hijos y que no van muybien. Incluso, me quejé cuando en la educaciónsecundaria fueron canceladas las clases de civis-mo, que constituían un importante elemento paratransmitir esos valores, esos principios fundamen-tales”. ¿Qué te parece, mi papá disfrazado de jil-guero político? Es casi lo mismo: hablaba como sifuera una asamblea de maestros o de funcionariosde la SEP.

—Sí, en efecto, nuestros padres son del JurasicPark. A veces pienso que los pobres lo hacen conbuenas intenciones, sin duda, pero ya no son losmétodos, viven en el pasado muy remoto –Claudiodio por terminada aquella incómoda plática.

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El padre de Claudio juega a ser Sherlock Holmes

El otro día, seguí a Claudio para ver qué hacíadurante la mañana. Aprovechando este suceso,creo que algo semejante deberíamos hacer todospara saber qué hacen estos muchachos aparte dever televisión y mandarse correos electrónicos ojuguetear y perder el tiempo con el celular. Espe-cialmente pensando que pronto saldrán de la pre-paratoria.

Edmundo Sámano se confesó a sí mismo que enrealidad no sabía qué hacer, qué pensar, a dónde ir.Estaba muy confundido, pero, sobre todo, avergon-zado, furioso contra Claudio. ¿Cómo era posibleque a él, sí, a él, le llamaran la atención por el com-portamiento antinacionalista de su vástago? Esoera imperdonable. Pensó que si esto se diera a cono-cer, sería una afrenta para la familia y enlodaría elnombre de la familia Sámano, tan respetada en losmodestos círculos en donde se movía. No lo podíacreer. Las quejas escolares se acumularían y los veci-nos verían a Claudio como a un vago sin futuro.

Edmundo siguió reconstruyendo la historia.Más tarde, regresé a mi casa y nada comenté, ni ami esposa. Esa noche no pude dormir pensando en

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lo que haría. En cómo reprendería a mi hijo. Quécastigo le impondría. Cómo iba a quitarme deencima la pena de que me hubieran citado en laescuela para reprenderme por las faltas de Clau-dio. Por fin, concilié el sueño como a las dos de lamañana.

Cuatro horas después me levanté, me bañé,desayuné y comenté que tenía que ir a Puebla, aver unos clientes. Hice notar la ropa que llevabay el color, con la intención de que lo recordaran,pues pretendía cambiarme para seguir a Claudio yque no distinguiera el gris claro del traje que lle-vaba. Más tarde me pondría una chamarra negra,así como una gorra y gafas para despistar a mi hijo.

Yo estaba molesto, irritado, sin saber qué iba aencontrar, con una idea fija: los hijos deben sermejores que los padres. Salí del hogar, poco antesque Claudio, y contraté un taxi para ver a dóndeiba. Cuando el muchacho se dirigió hacia elMetro, tuve que abandonar el coche para seguir-lo. Claudio se bajó en el Auditorio y continuóhasta el Castillo de Chapultepec. Allí se encontrócon un amigo al que ya había visto, Daniel. Losjó venes platicaron un rato, y se dirigieron almo numento a los Niños Héroes, de allí al sitio

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donde murió Juan Escutia. Por último recorrie-ron el Museo de Historia.

Daniel y Claudio salieron del Castillo de Cha-pultepec y luego de despedirse cada quien tomócaminos distintos, supuse que para su respectivacasa.

La verdad es que me desconcerté, los imaginépreparando un asalto o que iban a fumar marihua-na. En casa, comí y repasé la escena vista.

En la noche le pregunté a Claudio qué estabahaciendo. Y qué chasco me llevé cuando me con-testó: —Un trabajo para la clase de historia, sobrela guerra contra la invasión norteamericana. Noles creo mucho a mis maestros. Hacen una apolo-gía de esa época y quise ir a comprobarlo. Haycosas que me cuesta trabajo creerlas, como aquellode que Juan Escutia se envolvió en la banderanacional y se aventó para que no quedara enmanos de las tropas gringas. Pero ya fui a ver elsitio y me convencí de que es cierto. Ahí está unobelisco que indica el lugar donde cayó el cadeteenvuelto en la bandera. En fin, creo que ya voy aterminar el trabajo y se lo llevaré el lunes a mimaestra. ¿Sabías que los niños héroes eran meno-res que yo, papá?

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Sólo pude balbucear que no, que no lo sabía.Lo felicité por su búsqueda y descansé profunda-mente.

Y todos estos malos entendidos me permitie-ron estar más en contacto con mi hijo, com-prenderlo mejor. No cabe duda que no hay malque por bien no venga. Sin embargo, no dejabade preguntarme qué le había sucedido a mi hijo,no parecía el mismo, había cambiado de un díapara otro.

No obstante, esto me permitió reflexionar: quéalivio, imaginé que se iba de pinta, a jugar conalgunos chamacos o a vagar por la ciudad. Y no,estaba comprobando parte de la historia de estepaís, con uno de sus mejores amigos, Daniel, elque tampoco me inspiraba confianza.

En fin, para terminar el asunto, fui a ver a ladirectora de la escuela secundaria y le comenté losucedido. Con cautela, le pedí que lo vigilaran yle exigieran más trabajos.

Ahora comprendía las actitudes de Claudio, elporqué se burlaba de los símbolos patrios y noponía atención en honrar a la bandera nacional.Eran simples dudas. Titubeos por fortuna supera-dos. Ahora estoy orgulloso de mi hijo. No podía

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fallarme. Ignoro hasta qué punto nosotros, suspadres y maestros, contribuimos a la transforma-ción, pero lo importante es que ha corregido elrumbo.

La directora lo miró con cierta simpatía y ledijo:

—Creo que los muchachos han actuado coninteligencia, pero yo quiero suponer que en elfondo de ese cambio, estábamos nosotros, la fami-lia y la escuela.

Daniel

La suya no era una educación muy rigurosa. Cum-plió dieciocho años en el bachillerato. A esta eta-pa escolar había llegado de panzazo, y eso porquesu simpatía personal impedía que muchos de susmaestros lo reprobaran. Le ponían el seis, parano perjudicarlo, decían sus profesores. TampocoDaniel mostraba mucho entusiasmo por los estu-dios. Prefería estar con sus amigos, recorriendocalles, buscando muchachas, platicando. Comomala broma, decía que se preparaba para ser el cri-minal perfecto y matar el tiempo sin recibir casti-go alguno. Todo esto lo hacía de preferencia con su

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amigo Claudio. Aunque no tenían mucho tiempode conocerse, realmente se entendían muy bien.Compartieron una historia de pésimos estudios ymucha vagancia, pero en la prepa cambiaron, sinduda por los maestros. O porque sus compañerosmostraban más interés en los problemas sociales.El proceso no fue inmediato, pero luego del primeraño, Daniel y Claudio habían evolucionado.

En alguna de las pláticas entre ambos aparecióel tema de votar o no. Era más una respuesta a laintensa publicidad que provenía de los medios decomunicación y no porque él o sus amigos estuvie-sen interesados en algún partido. Desde la secun-daria, el maestro de historia había dejado en claroque era inútil votar. Una y otra vez, aquel hom-bre de unos sesenta años de edad, que despertabainquietudes en los alumnos, que sabía interesar-los en la historia de México porque contaba demodo muy ameno los hechos y hasta fingía lasvoces de los grandes personajes, hablaba de su pro-pia experiencia. Era una suerte de monólogo queno le disgustaba a Daniel:

—Miren, muchachos, cuando yo era joven nohabía más partido que el PRI. Hubo momentos enque obtenía casi el cien por ciento de votos. ¡Ima-

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gínense! Hasta los muertos votaban. No habíaoposición, entonces, ¿para qué ir a votar si cono-cíamos el resultado anticipadamente? Y ahora,bueno, pues las cosas están peor. Los partidos sonuna porquería, no hay uno que valga la pena…Todos son unos ladrones, corruptos e incapaces.Viven en medio de pugnas, de escándalos…

Y los alumnos parecían coincidir con su profesor.Al menos ninguno lo refutaba o le exigía ir más afondo, preguntarle qué sería el país sin partidos y sinelecciones. Pero si en la escuela Daniel no encon-traba la explicación adecuada para votar, en su casasus padres tampoco tenían grandes preocupacionesal respecto. El papá vivía absorto con el futbol y sólosus problemas económicos lo inquietaban y lo hací-an quejarse ante su esposa. Le echaba la culpa detodos sus males al gobierno y de ninguna manera asus propios errores o falta de empuje.

Daniel veía los problemas familiares a distan-cia, realmente le importaban poco porque no teníauna noción del futuro que buscaba. Las escuelaspara él eran un fastidio, en ninguna se sintiócómodo. Sólo la amistad de algunos compañerosle atraía o al menos le divertía. Con dos o tres deellos solía irse de pinta, recorrer el Bosque de Cha-

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pultepec, algunos museos céntricos o de plano iral cine o al billar cuando había dinero. En todosbuscaban muchachas que ligar y no era difícil: laciudad estaba llena de estudiantes que queríanalgo parecido a lo que deseaban Daniel y sus ami-gos: entretenerse. Allí estaban las afinidades conClaudio, a quien conoció en el tercer año desecundaria.

Del otro lado, del de sus padres, la verdad esque estaban hartos de la indisciplina de su únicohijo. Lo habían corrido de multitud de escuelaspor insubordinación, pleitos y más de una pillería.De pronto buscaba la forma de sustraer un celularo algo de dinero de las mochilas de sus com-pañeros.

Como si fuera poco, del servicio militar lohabían expulsado una y otra vez. La última fuememorable y solía contarla:

—El caso es que el buey del sargento, un pin-che idiota de medio metro, me dio órdenes que noobedecí y me gritó y que le rompo la cara. Todo eldía encerrado en una celda apestosa, me pusierona limpiar fusiles y a cada rato llegaba otro oficial aecharme una cantaleta sobre la patria y los héroesque se sacrificaron por ella.

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Finalmente, el padre de Daniel optó por com-prarle la cartilla al muchacho, más bien por pagarpor la liberación del documento. No faltó el regaño:

—Claro, hijo, es un documento indispensablepara conseguir trabajo. Estoy de acuerdo contigo,nunca entraremos en guerra con otro país, tene-mos una larga tradición pacifista, pero es cuestiónde disciplina, de respetar las leyes.

Sólo que Daniel pensaba más en jugar billar ydominó que en concluir una carrera y obtener unbuen empleo. Las calles ejercían sobre él unainfluencia muy fuerte. Le gustaba recorrer largasextensiones en compañía de sus cuates. De pron-to tomaban el Metro y se paraban en cualquierlugar para caminar por rumbos deprimentes o ele-gantes. Los contrastes le llamaban la atención.Comían donde podían, según sus posibilidades deese día, y solían entrar en los centros comercialesa mirar aparadores, perder el tiempo y ver si lapredicción de uno de ellos, Jorge, podía ser cierta:conocer mujeres bonitas con dinero y coche. Otropasatiempo era entrar a Mixup a escuchar discos,estaban allí horas y al final nada compraban. Cha-pultepec era otro objetivo, allí permanecían muchotiempo. Platicando simplezas.

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Entrar al cine era lo mejor que podía suceder-les, aunque ya una vez los habían sacado por pla-ticar escandalosamente, poner los pies sobre losrespaldos de las butacas de enfrente y molestar ados muchachas que optaron por quejarse. Eso eraentretenido.

Ya en la preparatoria, el mejor amigo de Danielera Claudio. Consolidaron la amistad iniciada enla secundaria y quizá por ello sentían una ciertahermandad, al menos coincidían en más de unaspecto. Desde que llegaron a la prepa siete de laUNAM, en Calzada de la Viga, se sintieron vincu-lados y sin darse cuenta ampliaron el círculo deamistades.

El grupo era amplio, pero ellos dos sentíanmutuo respeto, cariño. Una vez, El Tractor, un tiporudo, violento, de mayor peso, que jugaba futbolamericano, retó a golpes a Claudio. La diferenciade tamaño era evidente, pero Claudio era buenopara pelear, realmente era un peleador callejero,había aprendido a no acobardarse y lo enfrentó.Al principio las cosas iban más o menos parejas,pero pronto el peso y el entrenamiento del Trac-tor comenzaron a imponerse. En algún momento,Claudio fue a dar al suelo con la boca sangrada.

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Daniel no lo pensó, sintió una oleada de violen-cia perfecta y se lanzó a patadas y puñetazos con-tra el enemigo común. En efecto, El Tractor eraun pinche mamón, llegaba al patio principal ves-tido (disfrazado, decía Daniel) con toda la ropa, elcasco incluido, del equipo de la prepa. En cuantoClaudio pudo reponerse, colaboró en la madriza.El Tractor quedó como si todos los jugadores de laUNAM hubieran pasado sobre él. Lo curioso es quenadie trató de impedir que entre ambos dejaranen calidad de herido grave al muchacho. Lo aban-donaron en el suelo, sin ayuda, mientras Claudioy Daniel iban a buscar unas cervezas para festejarel triunfo.

Claudio

Puta madre, qué ganas de beber unas chelas bienheladas, pensó Claudio mientras trataba de recor-dar la fiesta que comenzó a eso de las seis de la tar-de en casa de Daniel, aprovechando que estabasolo. Sus recuerdos eran vagos, sólo le quedaba cla-ro que alguno de los cuates había comenzado unalarga discusión política. Eso era, entre ellos, algoextraño. Carajo, estaremos madurando, qué hue-

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va, ojalá sólo hayan sido los efectos del ron. Lesdije que no lo mezcláramos con esas bebidas grin-gas tan raras.

El celular sonó. Era Daniel:—Qué onda, buey, te perdiste luego de la bron-

ca política. A mí nada me quedó claro. ¿A quiénse le ocurrió el temita, hijo? Creo que hasta ahu-yentamos a las chavas... Ah, se quedaron unrato… Bueno, luego te fuiste con Hilda o qué…No me digas eso, a poco ya estamos rucos, no medigas que sólo los ancianos tratan asuntos de gri-lla. No, también a los chavos nos interesa la pola-ca, ¿o a poco vamos a pasar toda la vida bajo con-trol de partidos inaceptables? Claro que no mibuen, por lo menos hay que saber quién y a dón-de nos llevan…

Claudio quedó en verse más adelante con el gru-po. Era la hora del sermón de la montaña, del re-gaño de los padres por haber llegado tan tarde otan temprano y oliendo a puro alcohol. Pero no,el papá le dijo algo que no había pensado jamás:

—¿Ya sacaste la credencial de elector, el plazoestá por vencerse?

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Daniel y Claudio

Daniel y Claudio fueron cambiando de actitud, gra-dualmente dejaron sus acciones habituales. Otroera el ambiente que prevalecía en la preparato ria.Lo era al menos con los jóvenes más destacados, losque tenían inquietudes intelectuales, discutíanlos temas políticos y buscaban a los mejores pro-fesores. Allí, en suma, se vincularon con mucha-chos muy aguerridos, que no creían en nada ni ennadie, que estaban en contra de todo lo estable-cido y casi eran anarquistas. No obstante, era ungrupo muy estudioso, con buenas calificaciones,que hacía círculos de estudios literarios, filosófi-cos, políticos, asistían a clases de idiomas, iban aconferencias. Era un grupo preparado, aunqueincrédulo de nuestros gobernantes y nuestrospolíticos. Ningún partido político les convencía.Ellos quisieran formar uno, a su medida, con lomejor de todos, pero era muy utópico. No teníanclara o bien definida su ideología y menos a quiénrecurrir.

Por otra parte, la situación del país tampoco lesayudaba mucho. Veían cómo los políticos cam -biaban de partido como de camiseta. Y en realidad,

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lo que les interesaba era el poder, y con él, el dine-ro. Los fabulosos sueldos, negocios y prebendas quelos puestos políticos, legislativos o burocráticostraen consigo o permiten.

—Ya no hay distinción entre las ideologías. Sepiensa que el de derecha se hace de izquierda sólopor conseguir chamba en un partido y viceversa.Ya no se toman en cuenta los principios ni la ideo-logía. Sólo se pretende ganar a toda costa: corrup-ción, compra de votos, quema de urnas, etcétera–solía explicar un maestro decepcionado de lospartidos políticos.

Cuando Claudio y Daniel ya tenían dieciochoaños y casi la mayoría del grupo estaba en esaedad, discutieron la conveniencia o utilidad deobtener la credencial de elector. En su casa, susrespectivos papás los estaban presionando parasacar la credencial para votar. Por otra parte, másde un profesor mostraba su repugnancia hacia unsistema político envilecido (era el término queutilizaban). No cabía la menor duda: ellos mismostendrían que tomar una decisión, considerandotodas las posiciones.

Claudio:—El voto es un derecho con el cual nacemos

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todos los hombres y mujeres de este país. Desdeque cumplimos la mayoría de edad, podemos ejer-cer este derecho, el cual nos da la oportunidad dehacernos escuchar y expresar nuestras opiniones,sugerencias e inconformidades. Es la única mane-ra de cambiar las cosas que no te gustan. La demo-cracia es el único sistema que te permite teneralgún control sobre sí mismo y sobre la colectivi-dad. El voto es lo único que tenemos los ciudada-nos para castigar o premiar a los gobernantes.

—Sí, lo sé –repuso Hilda–, pero también eshacerles el juego a los políticos. Es decirles quecreemos en ellos, que volveremos a votar porellos. Si siempre son los mismos: ahora son gober-nadores, después diputados, luego senadores yhasta llegan a ser asambleístas, todo por seguir enel hueso.

Claudio, apoyado por Daniel, trató de razonarlo mejor posible:

—De acuerdo, amiga, pero eso hay que expre-sarlo a través del voto o asistiendo a los mítines omesas redondas para exponer nuestras ideas y con-ceptos sobre tal o cual candidato. De todas mane-ras, en estos momentos no hay elecciones. Por lopronto saca tu credencial, ya que te sirve como una

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identificación válida y, cuando llegue el momentode votar, lo discutiremos más a fondo.

Tampoco en casa de Daniel sus padres dejabande preocuparse por el estado de las cosas en el país.Ahora las quejas tenían una orientación: los parti-dos y el gobierno deben cambiar, deben seguir elrumbo que la sociedad les imponga. Esto es, seguíanmolestos con los partidos políticos, los veían comouna horrenda plaga, pero pensaban que si no contri-buían como sociedad, el país quedaría en manos deuna atroz partidocracia. A Daniel, este tipo de pro-blemas comenzó a modificarle su conducta rebelde,o mejor dicho, a darle un cauce diferente.

Podríamos decir que la evolución de ambosmuchachos era muy semejante y discutían el temacada vez con mayor apasionamiento con sus demásamigos.

—Está bien, creo que sí es conveniente obte-ner tal credencial –concluyó Daniel luego de unaplática familiar.

En el grupo de Claudio y Daniel, después devarios días de discusiones en las que ambos expusie-ron sus pláticas con sus respectivos papás, llegaron auna conclusión: “sí hay que obtener la credencial deelector y seguiremos analizando la conveniencia o

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no de votar en las próximas elecciones. Total, lacharola de algo nos servirá, al menos como identifi-cación”.

Así lo hicieron, y continuaron discutiendosobre las ventajas de emitir el voto. Al círculo deestudio asistió una nueva compañera, invitada porJuan, que era su prima llamada Arcelia. Ella pro-venía de una familia de profesores universitarios,sus padres estaban muy bien preparados, amboscon doctorado, uno en historia y el otro en filoso-fía. Ella iba a estudiar filosofía en la UNAM, dondesus padres eran catedráticos.

Las discusiones sobre las próximas eleccionescada día se ponían más interesantes. Para ese en-tonces el grupo ya llegaba a las doce personas, cin-co mujeres y siete hombres de distintos estratos ydisciplinas. Pero muy cordiales entre sí. En verdadcongeniaban, se veían con respeto y simpatía. Dis-cutían con argumentos, no con insultos y descali-ficaciones. Todos tenían el mismo peso y los argu-mentos eran respetados aunque cuestionados.

Un día, Arcelia puso en la mesa la pertinenciade no votar. Inmediatamente Claudio respingó:

—No, Arcelia, ésa no es la solución. Cuandono votas, no se toma en cuenta para nada ese

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sufragio. Ni siquiera se registra. La abstención noafecta al reparto de escaños, o el porcentaje devotos que tiene cada partido. Por tanto, es comosi hubieses votado por cada partido de forma pro-porcional a la representación que obtienen.

En ese momento intervino Pablo:—Bueno, votemos en blanco.—Es lo mismo –dio su punto de vista Hilda,

que poco hablaba.—Efectivamente, la abstención no “debilita el

sistema”. Lo hace de una forma teórica y contrapro-ducente, pues son menos los que deciden el destinode todos. Tampoco es cierto que con una absten-ción muy exagerada se destruiría la democracia, estoes falso: nada de eso viene considerado en la leyelectoral, el sistema no contempla la posibilidad deque si no hay equis porcentaje de votos se anula lavotación. Ojalá eso existiera y creo que hay que exi-gir que eso se haga –agregó Daniel con énfasis.

Habló Agustín, otro miembro del grupo, quedeseaba ser escritor:

—Ahora, si no queremos votar por un partido,también podemos hacerlo por varios. Y en estecaso votarías por la diversidad política. Que esotra opción.

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Daniel:—También habría que considerar que no pue-

des saltarte o no hacerle caso al sistema, ya queeres parte del sistema. No puedes sustraerte de“los políticos” porque todo lo que haces, lo quecompras, lo que estudias, dónde vives y cómovives es cosa de “políticos” y tu responsabilidad esencargarte de ello. Esto es una democracia. Elmandato del pueblo. Tú, el pueblo, decides, paraque sea posible de forma inteligente la conviven-cia y el desarrollo. Y ya no sólo te lo debes a ti,pues, en efecto, debes tomar las riendas de tuentorno y de tu futuro, se lo debes al pueblo. A lagente que tienes alrededor y por la que debes bus-car el “bien común”; recordemos a Rousseau quetanto lo cita el profesor Vargas, a la gente que nopuede votar, a los que no tienen elementos parahacerlo, a los que tienen menos recursos, a tusvecinos, tus compañeros e incluso a tus hijos. Selo debes y te lo debes, porque tú eres quien deci-de. Es tu responsabilidad. Nuestra.

Alejandro, con firmeza dio su punto de vista:—Votar es sin duda la decisión más importan-

te que puede tener cualquier mexicano, y no debetomarse a la ligera, porque votar requiere respon-

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sabilidad y conocimiento. Tenemos que analizartodas las propuestas y seleccionar la mejor. Puedeser cierto que sea más cómodo ser dirigido quedirigirse, pero es también más peligroso. Y es muybrillante, animado, vigorizador y muy ennoblece-dor el ejercicio del voto. De estar seguros de quelos que nos van a representar es porque ganaroncon el voto ciudadano.

Hilda, que en el transcurso de la discusiónhabía mejorado sus puntos de vista:

—Si queremos que nuestro país, estado, muni-cipio o delegación mejore debemos votar y hacer-nos escuchar, debemos escoger a la persona másindicada para administrar y resolver los problemasde nuestro entorno o país. Al votar tomaremosmejores decisiones a nivel personal y tambiéncomo grupo de individuos. El votar debe hacerresponsables de las decisiones que toman a loslíderes locales y nacionales que salieron electos.De lo contrario, nosotros podemos exigirles quecumplan sus compromisos. Eso es lo que nos faltaa los ciudadanos. Exigirles el compromiso adquiri-do con su elección.

Yolanda:—Tu voto envía un mensaje sobre los asuntos

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que para ti son importantes. El voto confirmanuestro derecho como ciudadanos libres de elegira nuestro gobierno y de participar en la democra-cia. Sin votación, no hay democracia.

Claudio añade con intenciones de cerrar unadiscusión que se alargaba:

—Bueno, es como dijo el maestro Alberto Híjar:la democracia es al final del día lo que forja a lasgrandes naciones y lo que contribuye en la crea-ción de gobiernos que modifican y engrandecen alos países.

—Después de varias discusiones más, decidie-ron, en grupo, que en verdad era importantevotar, y concluyeron que la próxima vez que fue-ran convocados a ejercer su derecho al voto encualquier periodo electoral, reflexionarían sobresu futuro, así como sobre la forma en la que con-tribuirán con el país. Al votar, se sentirán bienpor el solo hecho de participar y hacer que su vozse escuche.

Votar es ejercer un derecho como cualquierotro.

Pero las cosas no eran así de sencillas. Queda-ba algo grave, que iba contra sus ideas críticas:¿por quién votar?

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Fue Daniel el que recordó una plática que ensu momento le pareció idiota, pero que ahora,bien vistas las cosas, era razonable. No votar porpartidos, buscar en cada caso las mejores propues-tas, los candidatos de mejor historial, los más lim-pios, los honestos.

Todavía Claudio alcanzó a decirle:—¿Y de dónde vamos a sacar a esos señores y

señoras perfectos? No hay partido que valga.Hilda matizó su hostilidad hacia los partidos:—Uno, díganme uno solo que se salve. Unos

por viejos, otros por ladrones, otros por conserva-dores, otros más por corruptos, ninguno se salva…Pero, ¿qué hacemos, dejarlos que se repartan elpastel y ni siquiera asuman compromisos?

—De acuerdo –dijo Daniel–, estoy de acuerdo,la única forma de buscar un rumbo adecuado al países votando. Si coincidimos en esto, si no dejamoslas cosas en manos de los partidos, podemos hacerconciencia ciudadana. Lo que es imposible es no ira las urnas. De todos modos alguien ganará…

Claudio entendió bien la idea de su amigo yañadió:

—Podemos buscar al más adecuado para dipu-tado federal, al más digno para asambleísta, al que

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tenga un mejor proyecto para delegado. No vote-mos por partidos, no seamos dogmáticos, votemospor personas, por las mejores personas.

Con un intercambio de miradas triunfales elgrupo selló su pacto. Y decidieron hacer propa-ganda entre sus amigos, familiares y vecinos, paraque hubiera la mayor asistencia a las urnas, sobretodo de los jóvenes, que son quienes tienen en susmanos el futuro del país.

De esta forma, ejerciendo su derecho a votar,pueden cambiar el destino del país, que no losconvence del todo. Que es posible perfeccionar,contribuir al esfuerzo que el país en su conjuntolleva a cabo. La verdad es que se sentían bien.Todos ellos.

Claudio sentenció, sintiéndose un joven ma-duro:

—No creo que votar sea un problema simple-mente de democracia o patriotismo. Es pura inte-ligencia: una forma de vivir bien, con decencia ydignidad.

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Los pollos pelones y la democracia

Eugenio Aguirre

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NACIÓ EN LA Ciudad de México en 1944. Narrador, ensayistay guionista de cine. Estudió derecho y obtuvo la maestría enLiteratura en la Universidad Nacional Autónoma de México(UNAM). Recibió la Gran Medalla de Plata 1981 otorgada porla Academia Internacional de Lutece, París, por su novelaGonzalo Guerrero, y el Premio José Fuentes Mares 1988 porsu novela Pasos de sangre.

Entre su numerosísima obra destacan Victoria, JoaquínMortiz-Planeta, 2005; Gonzalo Guerrero, Alfaguara, 2003; Elhombre baldío, Aldus, 1998; El rumor que llegó del mar, El Pirul,2001; La lotería del deseo, Alfaguara, 2003; La fotografía del hom-bre colgado, La casa ciega, 2005; La cruz maya, Planeta, 2006,e Isabel Moctezuma, Planeta, 2008.

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Han pasado muchos años; sin embargo, recuer-do los sucesos con una nitidez sorprendente, tal ycomo si estuviesen sucediendo frente a mis narices.Ese día, lunes siete de febrero de 1961, a las ochoen punto de la mañana, asistí a mi primera clase enla Facultad de Derecho de la Universidad Nacio-nal Autónoma de México. Por fin, a los dieciséisabriles, se me había cumplido un sueño largamenteacariciado y estaba sujeto a una emoción tremendaque se manifestaba en mi piel convertida en carnede gallina y en innumerables gestos de origen ner-vioso que me hacían parpadear, fruncir los labios ymover las fosas nasales de un lado a otro como sifuese un conejo encandilado. Sentía que la corba-ta, cuyo nudo había improvisado a manera de chi-laquil ranchero, se me incrustaba en la garganta yamenazaba con ahogarme, y que el trajecito

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Macazaga, comprado por mi padre para la oca-sión, no sólo me quedaba ajustado sino que estabatan planchado que parecía un cajón de muerto depino de segunda.

El salón de clases era un verdadero desmadre.Todos nos mirábamos con asombro y con ese aireretador de “a mí me la persinas, cuate”, que se usa-ba entonces, y cada cual hacía lo que le venía engana. Esperábamos, expectantes, la aparición delmaestro de Derecho Romano, Francisco ArmasFarías, apodado Paco el Elegante, sin tener la menoridea de qué trataba la materia, pues lo único quesabíamos acerca de los romanos era que habíansido una bola de cabrones que se dedicaban amatar cristianos en el Circo, pues acababan depasar en el cine Palacio Chino la película llamadaGladiador, cuyo muchacho chicho era nada menosque el galanazo Víctor Mature, quien hacía derra-par de pompas a las señoras y a las jovencitas cadavez que, enarcando una ceja, se enfrentaba con unleón y le retorcía el pescuezo o ensartaba a algunode sus rivales con el tridente que empuñaba en lamano derecha.

Paco el Elegante, un hombre delgado, de apos-tura aindiada y vestido como un maniquí, inició

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su clase con un latinajo de Diocleciano que nosdejó turulatos, a fin de explicarnos cómo éstehabía dividido el Poder sin dividir el Imperio y for-talecido al Senado. Quedamos confundidos yguardamos silencio. Luego, ya dueño de la situa-ción, el maestro continuó su cátedra con el tonode un patricio que está por encima de las vulgari-dades de la plebe y cuya sabiduría y prestigio estánexentos de cualesquier mácula humana.

Nuestras manos corrían apresuradas sobre loscuadernos o las hojas de papel donde hacíamos apun-tes de lo poco que lográbamos pescar de los labiosdel maestro, hasta que de pronto, sin agua va, lapuerta del salón se abrió violentamente, un pela-fustán metió medio cuerpo y gritó a pulmónbatiente: “Jiménez, tu mamá se está haciendo pipídesde el trampolín de diez metros de la albercauniversitaria”. Luego, echó una carcajada, nos re-corrió con una mirada embozada detrás de unosenormes lentes ahumados y nos dijo: “¿Cómo lesquedó el ojo, pinches perros muertos de hambre?”;y se largó tan campante como Pedro por su casa.

Nuestra primera reacción fue de azoro. Des-pués, entre cuchicheos, risitas e ignorando la pre-sencia del maestro, nos dedicamos a identificar al

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mentado Jiménez, con el resultado de que habíados en la clase, quienes sin guardar las formas quedebían a un claustro universitario comenzaron adiscutir sobre cuál de sus respectivas madres era lapresunta culpable de aquella inaudita felonía, has-ta que se liaron a madrazos.

Paco el Elegante, empero, no perdió la com-postura. Con los labios apretados expresó: Acta estfabula, que quiere decir “la comedia ha termina-do”, y abandonó el salón con pasos mesurados, nosin antes comentar más para sí que para la runflade botarates pendientes de la pelea entre los dosJiménez: “En este pueblo ya no hay respeto. Sehan perdido los valores que nos permitían vivircomo gente civilizada”.

Yo, que alcancé a escuchar su reclamo graciasa que pasó por mi lado, sentí que un puñal de obsi-diana me atravesaba el pecho, y, por unos segun-dos nada más, pues no se trata de echarle crema amis tacos, quedé conmovido. Cuánta razón teníanuestro maestro. Le habíamos faltado al respetocomo si fuésemos verduleras disputando por elprecio de una longaniza. En efecto, ¿dónde esta-ban los valores necesarios para sustentar una con-vivencia armónica y civilizada?, ¿dónde?

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La clase de las nueve no llegó a celebrarse.Nuestro salón fue invadido por una horda de estu-diantes de segundo grado, quienes deseosos devengar en nuestras personas la afrenta que, amanera de novatada, habían sufrido el año ante-rior, se apersonaron con el objeto de rapar nues-tras cabezas y pintarrajearnos las caras y el cuerpocon los colores estridentes y fosforescentes queacaba de lanzar al mercado la fábrica SherwinWilliams.

Cada uno de aquellos barbajanes, al grito de“¡Ora sí, pollos pelones, ya les venimos a dar sumaiz!”, seleccionó a su víctima y se le arrojó enci-ma con un encono digno de mejores causas. Notuve tiempo de defenderme, y menos, como diceel corrido de Juan Charrasqueado, de montar en micaballo para hacer una graciosa huida. Cuandoquise reaccionar, ya me tenía agarrado por lospelos un individuo güerejo y esmirriado a quienidentifiqué de inmediato como Luis de Pablo,pues amén de ser vecino de varios de mis amigosde la colonia donde vivía, era el hermano mayor deCarlos, uno de nuestros contlapaches.

Yo me le quedé mirando con enfado y le espe-té: —¿Qué te traes, Luis? ¿Qué no somos amigos?

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—¡No, mi cuate; en este momento soy tu ver-dugo y, cumpliendo con las tradiciones de estafacultad, te voy a dejar más pelón que una sandía!

—¡No la jodas, Luisito! –respondí con un tonozalamero para ganarme su buena voluntad–. ¡Quéno ves que hoy comienzo a trabajar en un bufetede abogados y tengo que estar presentable!

—¡Pues ni modete, mi viejo! ¡De que te rapo terapo! Además, para que veas que soy buena onda,una vez que acabe, te voy a echar brillantina Glosto-ra y vas a quedar con el coco reluciente! ¡Vas a cau-sar envidia, viejito! ¡El licenciado pelón por aquí, ellicenciado pelón por allá! ¡Uy, todo un personaje!

Sus manos trabajaron con rapidez. Las tijerassemejaban enjambre de avispas. Yo nada más oíalos tijeretazos y veía caer los mechones sobre elsuelo, a esas alturas completamente embadurnadocon guirnaldas solferinas.

—¡Ya estás, mi cuate! –dijo de pronto–. ¡Mira,hasta me quedaste guapo! ¡Te pareces al pelón YulBrainer en la película El rey y yo! Ahora, vamos aponerte maquillaje –agregó mostrándome una bro-cha empapada con pintura color verde.

—No, por favor no, Luisito, Luisón! ¡No seasmula, mira que tengo que trabajar! ¡Acuérdate

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que “los valientes no asesinan”! –recurrí a la fra-se de Guillermo Prieto que había salvado la vidaa don Benito Juárez, para motivar su compasióny, aunque parezca increíble, mi verdugo se con-tuvo.

—La verdad es que no se trata de humillarte,mi cuate –dijo con una sonrisa en los labios–.Nada más cumplir con la perrada que debe pagar tugeneración. El año entrante ustedes serán los mal-ditos. Pero, mira, para que no te vayas triste, pue-do asegurarte que el cabello te va a salir de nuevo,grueso, rizado y sedoso... Y ahora lárgate con tuschivas a otra parte, pues no quiero que me pintena mí por tu culpa. Hasta la vista, perrito.

Salí de la facultad regurgitando, al igual que lasvacas, sensaciones harto contradictorias, porquenunca había vivido en forma tan patente el abusoy autoritarismo de unos cuantos sobre un grupoindefenso de estudiantes. Por un lado me sentíaavergonzado con mi aspecto, mortificado por nohaberme defendido como los meros machos, y, porel otro, fraguando venganzas que mucho tenían desacrificios humanos. “La próxima vez que lo encuen-tre lo voy a moler a patadas. No, mejor, le voy apartir la madre y luego me voy a orinar encima de

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sus cachetes”, refunfuñaba mientras me subía alcamión de la línea Insurgentes-La Villa, que metransportaría a mi destino.

Ocupé un asiento junto a un viejecito pulcra-mente ataviado que tenía la pinta de notario o decontable de un banco, quien masticaba abstraídosu dentadura postiza, al tiempo que carraspeaba yelaboraba unos gargajos descomunales que, si loshubiese escupido a la calle, habrían matado a variostranseúntes.

La ausencia de cabello en la cholla me hacíasentir desnudo. Además, los pelos se me habíanmetido a través del cuello de la camisa y la espal-da me picaba como si tuviese liendres. Mi enca-bronamiento era severo, pero aún no había alcan-zado la dimensión del paroxismo. No, porquetodavía no sabía lo que me esperaba.

El camión llegó a la altura del parque ÁlvaroObregón, conocido como La Bombilla, y se detuvocon un chirrido de frenos. Una sombra amenazan-te cubrió el vano de la puerta. Un gigante, provis-to con unos lentes oscuros y que calzaba unos zapa-tones con plataformas de piel añadidas a las suelaspara elevar su estatura hasta sobrepasar los dosmetros, subió y se detuvo junto al asiento del cho-

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fer, a quien propinó un pescozón que nos dolió atodos los pasajeros.

—¡Compañeros, sabios que sobrepasan la tallade Justiniano, Procopio y don Fernando CasasAlemán!, apiádense de este pobre ciego que, aligual que ustedes, brilló en las aulas universitarias,y cáiganse con un tostón, un peso o, de perdida,un veinte, compañeros! –chilló, mientras avanza-ba por el pasillo con la mano extendida.

—¡Guama, excelso procurator, príncipe de lastinieblas! –no tardó en saludarlo algún fósil queiba sentado en la parte trasera y comenzó a aplau-dirlo–. ¡Ven acá para que comparta contigo la tor-ta de chorizo que me dio la rectoría para que con-venza a los porros de Palillo que se mantengansosiegos!

Guama, nombre que había sacado de un céle-bre pasquín que circulaba en la ciudad y cuyacelebridad se debía a su descomunal apariencia ya haber sido adoptado como mascota de la UNAM,junto con el puma, en los partidos de futbol ame-ricano que ésta jugaba contra la escuadra rojiblan-ca del Poli, sólo sonrió y continuó su camino.

Yo, al advertir su cercanía, sentí que la piel seme enchinaba y que mi rostro empalidecía. Grave

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error porque Guama no era ciego, nada más losimulaba. No tardó en poner una de sus manazasencima de mi mollera, repasarme el cocoliso yexclamar: —¡Ay, pero si es una jícama calva! –Y, acontinuación, cantar:– ¡Pelón, pelonete cabeza decuete! –Y rematar:– ¡Pero si eres un perro, m’ijo!¡No, tú no me des nada! ¡Tú, de seguro, eres máspobre que yo y no sabes lo que es comer caliente...!–Y se pasó de largo el desgraciado.

El viejecito se revolvió sobre sus nalgas puntia-gudas, mientras pulsaba un bastón de madera quellevaba entre las piernas, y masculló para sí: “Estosléperos no respetan a nadie. Ya no existen losvalores de la gente decente. No entiendo cómodejan a estos pelagatos andar sueltos por las calles,son unos igualados y unos libertinos”.

Su alegato me cayó simpático, pues en mis cir-cunstancias quise asumirlo como algo propio. Esta-ba a punto de hacérselo saber, cuando, ¡oh desgra-cia!, la loca de San Ángel se trepó al camión y,ondulando su gordura y sus brazos flácidos y llenosde manchas, se me arrojó encima para de cirme: —¡Ricitos de oro, pero dónde te habías metido,muchacha! ¡Miren qué cuero de muchachita, oeres muchachito, mi rey! ¡Ay, déjame besar tu ca -

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becita monda y lironda..! –Ya no recuerdo cuántasprocacidades me dijo la maldita, porque el viejeci-to, presa de la intolerancia, se incorporó y comen-zó a golpearla con su bastón, a la vez que rugía con-vertido en un energúmeno: —¡Deja a este pobreestudiante, lépera, tránsfuga del metate, ramera,suripanta, celestina! –Y sin recobrar el aliento,intentaba exorcizarla con los dedos en cruz y escu-piendo:– ¡Vade retro Satanás! ¡Vuélvete al infiernode donde saliste!

Como pude, me escurrí por entre las lonjas dela loca, logré escapar de sus requiebros amorosos yabandonar el camión antes de que me violara o deque el bastón del viejecito terminara por desma-drarme la crisma. Quedé parado sobre la acera conla visión nublada y una temblorina del demonio.“La culpa de todo esto la tiene el gobierno, que nohace nada por defender los derechos de los ciuda-danos”, pensé recurriendo al lugar común mássocorrido entre los mexicanos de echarle la culpade todo lo que nos sucede al papá gobierno, así setrate de fenómenos naturales impredecibles o deacontecimientos que suceden en otras latitudes,como pueden ser el nacimiento de enanos trillizosen Siberia o los desplantes de la diputada italiana

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Chicholina, quien acostumbraba sacarse las tetasdurante los debates parlamentarios para enfatizarsu desacuerdo. Sin embargo, pronto recapacité yme vi precisado a aceptar que la responsabilidadde nuestros males era nuestra y de nadie más.“Tenemos que modificar nuestra forma de pensara fin de cambiar el sistema del régimen que nosgobierna y para que todos participemos en él connuestras ideas y opiniones, y las decisiones seantomadas por consenso y el respeto cabal de nues-tro sufragio”, me dije y, enseguida, interrogué:“¿cuál podrá ser la respuesta?”. Sin embargo, a losdieciséis años de edad y acostumbrado, como esta-ba, a vivir bajo un régimen autoritario, prepoten-te y que todo lo resolvía a base de atole con el de -do, estaba muy lejos de vislumbrarla.

Durante el resto de aquel día funesto, debido aque la casualidad me había dado una aparienciadiferente, tuve todavía que padecer innumerablesdescalabros en contra de mi dignidad y mi persona.Viví en carne propia la intolerancia, la margina-ción, y kilos, qué digo, toneladas de falta de respeto.

Regresé a casa más cabreado que un toro delidia ensartado con seis pares de banderillas. El ren-cor y los reproches se me salían por los ojos. Arro-

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jé mi portafolios encima de un sillón y me senté ala mesa del comedor para compartir la cena conmi familia. Mi padre, con la mesura y prudenciaviril que lo caracterizaban, no hizo alusión a lapérdida de mi cabello, guardó silencio y dejó queme desahogara. Cuando terminé de expresar miinconformidad y de hacer todas las reclamacio-nes que llevaba encima, me dijo: —Veo que hascomenzado a enfrentarte con la cruda realidadque priva en el mundo de los adultos. Lo que teha sucedido no es más que un pálido reflejo de loque acontece en un país donde, por mucho quenuestros predecesores hayan luchado y sacrifica-do sus intereses personales en beneficio de lapatria, no hemos encontrado aún la forma deconvivir dentro de los valores de convivenciacivilizada que sólo pueden obtenerse a través dela democracia.

—¿Democracia? –pregunté con extrañeza.¿Hablas del gobierno del pueblo ensayado por losgriegos y de los valores emanados de la filosofíaque le dio sustento?

—¡Precisamente, hijo! A esos valores se refe-rían tanto tu maestro de Derecho Romano comoel viejecito que te defendió en el camión. Esos

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principios, algunos de los cuales fueron consagra-dos en la Declaración de los Derechos del Hom-bre y del Ciudadano, durante la Revolución fran-cesa, ya que aunque están plasmados en nuestraConstitución política y a pesar de los intentosque se han hecho para darles una causalidad nor-mativa, la verdad es que no se han aplicado acabalidad por los regímenes que nos han gober-nado; y lo peor, y más grave todavía, es que nohan logrado penetrar en la conciencia de los ciu-dadanos que los han malinterpretado, o, de pla-no, olvidado.

—¡Tú quieres decirme..! –atiné a pronunciar,sin terminar la frase.

—Que si los estudiantes universitarios enten-diesen lo que es la igualdad política y social detodos los ciudadanos, no harían distingos entre losde primero y segundo grado, ni se hubieran atre-vido a vejarlos y humillarlos en la forma en que lohicieron. Menos, por supuesto, a llamarlos perroso pollos pelones, dadas las circunstancias. Tampocose hubieran dado los incidentes del camión. Se teinsultó porque, en ese momento, eras diferente...

—Pero, papá, Guama y la loca...—Son tolerados por la ciudadanía que utiliza

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los transportes públicos y les permite comportarsecon un libertinaje que excede con mucho el valordel derecho a la libertad consagrado en nuestracarta magna. El único que salió en tu defensa fueel anciano consciente de tus derechos. Los demásson cómplices, esto es, responsables de las conse-cuencias de los actos cometidos por ese par deirresponsables que deberían ser vigilados y atendi-dos por las instancias de salud pública del Estado.Es responsabilidad de todos el exigir un trato igualpara todos, “sin importar nuestro color de piel,idioma, sexo, religión, edad, condición social oeconómica, y, en el asunto que nos ocupa, elaspecto físico”. El hecho de que alguien sea o sevea diferente no autoriza a los demás a cebarse ensu persona.

—Pues a mí me chocan los pelones; por ahídicen que, al igual que los maricas, dan mala suer-te –intervino mi hermano mayor, mientras se lleva-ba la mano hasta el copete y le daba unos tirones.

—¡Porque eres intolerante, Miguel! –gruñópapá con un acento que obligó a mi hermano atragar el bocado de sopetón y ponerse colorado–.Cuántas veces les he dicho que debemos ser tole-rantes con aquellas personas que son distintas a

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nosotros, inclusive en sus preferencias sexuales–continuó sin que nos dejase interrumpirlo.

—Muchas, papá –confirmó mi hermana Ali-cia con entusiasmo–. Tú nos has dado ejemplodel pluralismo con que debemos conducirnos fren-te a las diferentes formas de ser, pensar y actuarde los otros, en las reuniones con la familia demamá, en los partidos de fútbol e, inclusive,cuando nos llevas a presenciar las corridas detoros. Nunca se me va a olvidar cómo pusiste ensu lugar a aquel extranjero que se puso a criticar lafiesta brava, diciendo que éramos una partida desalvajes. Cómo, después de darle tus argumentosen defensa de la lidia y escuchar los suyos en con-tra, le callaste la boca con aquello de “¡Mire,usted y yo nunca vamos a lograr ponernos deacuerdo y, obviamente, no coincido con sus apre-ciaciones; pero le puedo asegurar que las respeto y,más que nada, que estoy dispuesto a dar la vidapor el derecho que, en ejercicio de su libertad, tie-ne usted para expresarlas!”.

—¡Ole! –ovacionó mi hermano–. ¿Eso fue loque dijiste, papá? ¡Pues, ole y más ole! ¡Eres todoun demócrata! Y yo de baboso que no me habíadado cuenta.

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—Aquí no se contradice a nadie, Miguel –dijeen son de guasa–. Menos delante de papá. A mítambién me cayó bien gordo lo que dijiste de lospelones, pero me gustó tu participación porquecon ella has provocado un diálogo que cada vez sepone más sabroso...

—Un diálogo que es indispensable para el in -tercambio de ideas, necesidades, razones y, sobretodo, principios, cuya expresión nos permita unaconvivencia pacífica, armónica y civilizada –sin-tetizó papá para que lo entendiéramos–. En estacasa, y su mamá no me dejará mentir, hemos vivi-do con los valores que les he inculcado y que sonindispensables para una existencia democrática.Aquí, y ustedes lo saben muy bien, se respetan lasdecisiones de cada uno de los miembros de la fa-milia y las cosas se definen por el consenso de lamayoría...

—¡Sí, papá! –interrumpió Alicia–. Así hemossido educados por ti y por mamá. Se acuerdan–dijo, dirigiéndose a Miguel y a mí– cuando papános consultó si deberíamos tener un pequeño ne-gocio de pollos de engorda para ayudar al presu-puesto familiar y nos pidió que votáramos y ladecisión la tomamos por mayoría porque tú, Mi -

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guel, que siempre has sido un güevón de cuarta,votaste en contra con el pretexto de que tu noviate iba a rechazar porque tu piel se impregnaríacon el olor del alimento de gallina y te iba ahacer el fuchi.

—Me acuerdo –consintió Miguel con el rostroavergonzado–. Pero al final de cuentas, bien quecumplí con darles de comer todas las noches supurina y, luego, pesarlos y colocarlos en sus jaulaspara llevarlos con el pollero que se encargaba dela distribución.

—Trabajo fácil, hermano –intervine–. Porquea mí me tocó ponerles la vacuna contra el New-castle y, mientras estaban chiquitos, limpiarlescon un pedazo de algodón el culito para que no setaparan con el excremento y explotaran... Puf,qué asco me daba, pero mi voto me había compro-metido y no me quedaba más que la obligación decumplir con tan ingrata tarea.

—¡Ay, no te hagas la víctima, peloncito! –dijomamá, mientras nos servía unas raciones de puréde papa delicioso–. Yo bien que me hice cargo decurarles las heridas con aquella pomada roja apes-tosa para que no se picotearan entre sí y cundierael canibalismo a que son proclives los pollos. Cum-

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plí y nunca me quejé de nada. Era mi responsabi-lidad y, además, la forma de participar para elbeneficio de toda la familia. No en balde les hicea ti y a Miguel unas camisas padrísimas con la telade los costales de alimento que tenían unos rom-bos colorados en la espalda...

—¡Claro, mamá! –exclamó Alicia–. Gracias aque todos unimos esfuerzos en una causa común ya que la decisión la tomamos en forma democráti-ca, nos fue requetebién y papá pudo arreglar la casa,procurarnos una mejor educación y hacer muchascosas buenas para la vida familiar, como pasarleuna pensión a la abuelita y comprarle ropa a loshijitos huérfanos de mi tía Tere.

Han pasado muchos años, ya lo dije, mas ahoraveo con entusiasmo y alegría que los valores de lademocracia no se quedaron solamente en mifamilia, sino que la sociedad mexicana ha alcan-zado la madurez necesaria para que, por fin, losciudadanos comencemos a ejercer, con nuestrovoto, la democracia, y que, si nos compromete-mos y no aflojamos, tendremos gobernantes ho -nestos, sensatos, dignos, comprometidos con lasociedad que representan, y que, con un sentido

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patriótico, trabajarán en beneficio de todos y nosólo de unos cuantos. Además, mediante la apli-cación de los valores propios de una democracia,incorporados éstos a nuestro sistema legal, podre-mos exigir y, en su caso, reclamar, el progreso jus-to, equitativo, armónico y civilizado de nuestrasociedad, que tanto ha esperado por que se le cum-pla como bien merece.

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Los superhéroes de la democracia,

Todo por una hoja, Votar o qué

onda, Los pollos pelones y la

democracia terminó de imprimir-

se en los talleres de Imprenta

Juventud, S. A. de C.V., Antonio

Valeriano 305-A, colonia Libe-

ración, delegación Azcapotzalco,

México D.F., en septiembre

de 2009. El cuidado de la

edición estuvo a cargo de

Nilda Ibarguren, anal i s ta

correctora de estilo. El tiraje

fue de 6 000 ejemplares im-

presos en papel bond ahuesado

de 90 gramos y forros en

cartulina cuché mate de 210

gramos. Se utilizaron las

fuentes tipográficas Frutiger y

Goudy.

Esta obra se difunde en formato pdf en la Biblioteca Electrónicadel Instituto Electoral del Distrito Federal desde el 1º de julio de 2010.