alexander sociología cultural 1

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SEIDMAN, Steven (1998), «Transfiguring Sexual Identity», Social Tex¡ 9/20: 187-206. SEWELL, William (1992), «A Theory of Structure: Duality, Agency and Transformation» ' American Joumal ofSociology, 98,1: 1-30. SHERWOOD Steven, Philip SMITHy Jeffrey C. ALEXANDER (1993), «The British are Coming», Contemporary Sociology, 22, 2: 370-375. SMITH,Philip (ed.) (1998), The New American Cultural Sociology, Cam- bridge, Cambridge University Press. -, «Fascism, Communism and Democracy as Variations on a Common Therne», en J. Alexander (ed.), Real Civil Socities, Londres, Sage. - y J.c. ALEXANDER (1996), «Durkheim's Religious Revival», American JournalofSociology, 102,2: 585-592. SOMERS, !"1argar~t (1995), «Narrating and Naturalizing Civil Society and Citizenshíp Theory», Sociological Theory, 13,3: 229-274. SWIDLER, Anne (1986), «Cultura in Action: Symbols and Strategies», American Sociological Review, 51: 273-286. THOMPSON, E.P. (1978), The Poverty ofTheory, Londres, Merlín. WAGNER-PACIFICI, Robin (1995), Discourse and Destruction, Chicago, University of Chicago Press. WAGNER-PACIFICI, R. y Barry SCJ-IWARTZ (1991), «The Vietnam Veterans Memorial», American Journal of Sociology, 97, 2: 376-420. WILLIS, Paul (1977), Leaming to Labour, Famborough, Saxon House. WUTHNOW, Robert (1988), «Religious Discourse as Public Rhetoric», CommunicationResearch, 15,3: 318-338. 54 MODERNO, ANTI, POST Y NEO: CÓMO SE HA INTENTADO COMPRENDER EN LAS TEORÍAS SOCIALES EL «NUEVO MUNDO» DE «NUESTRO TIEMPO»1 La historia no es un texto, una narración, un modelo u otra cosa. [Aún],como causa ausente, es inaccesible para nosotros en forma textual [y] nuestra aproximación a ella y a lo real en sí mis- mo necesariamente pasa por su previa textuali- zación. FREDERIC JAMESON A mediados de los años setenta, en el encuentro anual de la Asociación Americana de Sociología, surgió un gran debate so- bre la teoria de la modernización que remitía a una década de cambio social e intelectual. Dos conferenciantes fueron las atracciones, Alex Inkeles e Immanuel Wallerstein. Inkeles afir- mó que sus estudios sobre «el hombre moderno» (Inkeles y Smith 1974) ponían de manifiesto que los tránsitos que la per- sonalidad realiza hacia la autonomía y la realización eran resul- tados cruciales y predecibles de la modernización social, que giraba, en lo básico, en tomo a la industrialización de la socie- dad. No se hicieron esperar reacciones elogiosas a la interven- ción de Inkeles por parte de los miembros más veteranos del público, escépticos ante el más joven. Wallerstein respondió a l. Los borradores de este ensayo fueron presentados en el coloquio organizado por el Centro para el Análisis Social Comparativo (UCLA); el Comité de Investigación de TeOría de la Asociación Sociológica Internacional y el Colegio Sueco para el Estudio en Ciencias Sociales; el Centro para la Teoría e Historia Social (UCLA); y los Departa- mentos de Sociología de las Universidades de Montreal y McGill. Los colegas en cada uno de estos encuentros aportaron críticas muy jugosas. Entre ellos, los comentados de Piotr Sztompka y Bjorn Wittrock fueron especialmente enriquecedores, Las lectu- ras críticas proporcionadas por Donald N. Levíne, Robin Wagner-Pacifici, Hans Joas, Bernard Barber y Franco Crespi, también fueron muy valiosas. Reconozco con par- tIcular gratitud a Ron Eyerman, cuyas ideas sobre los intelectuales estimularon el pre- sente trabajo, y a John Lim, cuyo estudio sobre los intelectuales neoyorquinos aportó una ayuda considerable. Este ensayo está dedicado a Ivan Szelenyi. 55

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Page 1: ALEXANDER Sociología cultural 1

SEIDMAN,Steven (1998), «Transfiguring Sexual Identity», Social Tex¡9/20: 187-206.

SEWELL,William (1992), «A Theory of Structure: Duality, Agency andTransformation» ' American Joumal ofSociology, 98,1: 1-30.

SHERWOODSteven, Philip SMITHy Jeffrey C. ALEXANDER(1993), «TheBritish are Coming», Contemporary Sociology, 22, 2: 370-375.

SMITH,Philip (ed.) (1998), The New American Cultural Sociology, Cam-bridge, Cambridge University Press.

-, «Fascism, Communism and Democracy as Variations on a CommonTherne», en J. Alexander (ed.), Real Civil Socities, Londres, Sage.

- y J.c. ALEXANDER(1996), «Durkheim's Religious Revival», AmericanJournalofSociology, 102,2: 585-592.

SOMERS,!"1argar~t (1995), «Narrating and Naturalizing Civil Societyand Citizenshíp Theory», Sociological Theory, 13,3: 229-274.

SWIDLER,Anne (1986), «Cultura in Action: Symbols and Strategies»,American Sociological Review, 51: 273-286.

THOMPSON,E.P. (1978), The Poverty ofTheory, Londres, Merlín.WAGNER-PACIFICI,Robin (1995), Discourse and Destruction, Chicago,

University of Chicago Press.WAGNER-PACIFICI,R. y Barry SCJ-IWARTZ(1991), «The Vietnam Veterans

Memorial», American Journal of Sociology, 97, 2: 376-420.WILLIS,Paul (1977), Leaming to Labour, Famborough, Saxon House.WUTHNOW,Robert (1988), «Religious Discourse as Public Rhetoric»,

CommunicationResearch, 15,3: 318-338.

54

MODERNO, ANTI, POST Y NEO:CÓMO SE HA INTENTADO COMPRENDEREN LAS TEORÍAS SOCIALES EL «NUEVO

MUNDO» DE «NUESTRO TIEMPO»1

La historia no es un texto, una narración, unmodelo u otra cosa. [Aún],como causa ausente,es inaccesiblepara nosotros en forma textual [y]nuestra aproximación a ella y a lo real en sí mis-mo necesariamente pasa por su previa textuali-zación.

FREDERICJAMESON

A mediados de los años setenta, en el encuentro anual de laAsociación Americana de Sociología, surgió un gran debate so-bre la teoria de la modernización que remitía a una década decambio social e intelectual. Dos conferenciantes fueron lasatracciones, Alex Inkeles e Immanuel Wallerstein. Inkeles afir-mó que sus estudios sobre «el hombre moderno» (Inkeles ySmith 1974) ponían de manifiesto que los tránsitos que la per-sonalidad realiza hacia la autonomía y la realización eran resul-tados cruciales y predecibles de la modernización social, quegiraba, en lo básico, en tomo a la industrialización de la socie-dad. No se hicieron esperar reacciones elogiosas a la interven-ción de Inkeles por parte de los miembros más veteranos delpúblico, escépticos ante el más joven. Wallerstein respondió a

l. Los borradores de este ensayo fueron presentados en el coloquio organizado porel Centro para el Análisis Social Comparativo (UCLA); el Comité de Investigación deTeOría de la Asociación Sociológica Internacional y el Colegio Sueco para el Estudioen Ciencias Sociales; el Centro para la Teoría e Historia Social (UCLA); y los Departa-mentos de Sociología de las Universidades de Montreal y McGill. Los colegas en cadauno de estos encuentros aportaron críticas muy jugosas. Entre ellos, los comentadosde Piotr Sztompka y Bjorn Wittrock fueron especialmente enriquecedores, Las lectu-ras críticas proporcionadas por Donald N. Levíne, Robin Wagner-Pacifici, Hans Joas,Bernard Barber y Franco Crespi, también fueron muy valiosas. Reconozco con par-tIcular gratitud a Ron Eyerman, cuyas ideas sobre los intelectuales estimularon el pre-sente trabajo, y a John Lim, cuyo estudio sobre los intelectuales neoyorquinos aportóuna ayuda considerable. Este ensayo está dedicado a Ivan Szelenyi.

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Inkeles haciendo una loa de la generación más joven. «Nosotrosno vivimos en un mundo modernizado sino en un mundo capi-talista», declaró (1979: l33), añadiendo que «lo que convierte aeste mundo en algo con rasgos propios no es la necesidad derealización, sino la necesidad de beneficio». Cuando Wallersteincontinuó exponiendo «una agenda del trabajo intelectual paraaquellos que pretenden comprender la transición sistémica delmundo del capitalismo al socialismo en la que estamos viviendo»(1979: l35, original en cursivas), se ganó el aplauso de losmiembros más jóvenes del público. 2

Quince años más tarde, el artículo de cabecera de la Ameri-can Sociological Review llevaba por título: «A Theory of MarketTransitíon: From Redistribution to Markets in State Socialism».La transición advertida en este artículo fue bastante diferente delo que el propio Wallerstein tenía en mente. Escrito por VictorNee, inicialmente inclinado al maoísmo y ahora teórico de laelección racional especializado en la naciente economía de mer-cado china, el artículo defiende que la única esperanza para elsocialismo organizado era el capitalismo. De hecho, Nee descri-bía el socialismo exactamente como Marx había concebido elcapitalismo, y despertó esperanzas extraordinariamente serne-

, jantes. El socialismo estatal, escribía, era un modo de produc-ción arcaico, anticuado, una de cuyas contradicciones internaspenetró en el capitalismo. Empleando el análisis del conflicto declases de Marx para el sistema productivo con el cual el propioMarx pensó poner fin a tales conflictos, Nee mantenía que elsocialismo estatal, no el capitalismo, «se apropia el excedentedirectamente de los productores inmediatos y genera y estructu-

2. Todavía tengo vivo en mi memoria el recuerdo del acontecimiento, en el cual elpúblico en su conjunto se acaloró, Uno de los miembros más destacados de la comen-te izquierdista de la sociología del desarrollo intervino con la sarcástica afirmación deque la teoría de la modernización ha producido, actualmente, la pobreza en todo elmundo, e hizo la aguda observación de que Inkeles pretende vender esta línea demodernización gastada en otros lugares. En ese momento, protestaron desde diferen-tes sectores del público y este distinguido científico social tuvo que limitarse a subra-yar su puntualización teórica de una forma decididamente no-intelectual. El attículoque cito, escrito por Wallerstein y publicado en una colección editada por él en 1979,fue diseñado a partir de la charla de la A,S.A. (American Sociology Association) referi-da arriba, aunque mis referencias a esta charla son tomadas de memoria. Tiryakian(1991) sitúa el artículo de Wallerstein en una perspectiva histórica similar y aporta unanálisis del destino de la teoría de la modernización que guarda una gran similitudcon lo que aquí se propone.

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ra la desigualdad social a través de los procesos de reubicación»(1989: 665). Esta expropiación del excedente -explotación-puede superarse sólo si los trabajadores tienen la oportunidad dedisponer y vender su propia fuerza de trabajo. Sólo con el mer-cado, insistía Nee, los trabajadores podrían desarrollar su dispo-sición a «retener su producto» y proteger su «fuerza de trabajo»(666). Este desplazamiento de un modo de producción a otrotrasladaría el poder a la clase anteriormente oprimida. «La tran-sición de la redistribución a los mercados -concluía- implicaun traspaso del poder a los productores directos» (ibíd.).

1. Una nueva «transición»

En la confluencia entre estas formulaciones de modernidad,socialismo y capitalismo se desarrolla el argumento que viene acontinuación. Estas describen, no sólo posiciones teóricas riva-les, sino los cambios profundos producidos en la sensibilidadhistórica. Debemos examinar si la historia contemporánea o lateoría contemporánea se han entendido en su integridad.

Los científicos y los historiadores sociales hace tiempo quese han referido a la «transición». Una fase histórica, una luchasocial, una transformación moral, para mejor o para peor, sonlos términos al uso, de hecho, que describen el movimiento delfeudalismo al capitalismo. Para los marxistas, la transición diolugar al sistema descompensado y contradictorio que produjosu antítesis, el socialismo y la igualdad. Para los liberales, latransición representaba una transformación igualmente tras-cendental de la sociedad tradicional pero trajo consigo un rami-llete de alternativas históricas -democracia, capitalismo, con-tratos y sociedad civil- que no tenían a su alcance una dimen-sión contrafáctica de tipo moral o social como el socialismo.

En los últimos cinco años, por primera vez en la historia dela ciencia social, la «transición» venía a significar algo que nin-guno de esos primeros tratamientos podría haber previsto. Latransición del comunismo al capitalismo es una expresión queparece oximorónica, incluso, para nuestros oídos escarmenta-dos. El sentido de la transformación histórica del mundo per-dura, pero la línea recta de la historia parece estar corriendo ala inversa.

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En esteperíodo reciente hemos sido testigos del conjunto,quizá, másdramático de las transformaciones sociales espacialy tempornlmente contiguas en la historia del mundo. El signifi_cado contemporáneo de la transición no pudo eclipsar porcompleto al inicial, aunque no hay duda de que ya ha mengua_do su significación y alcanzará un mayor interés intelectual du-rante el tiempo venidero.

Esta segunda gran transformación, reeditando la famosa ex-presión dePolanyi (1944), ha producido una inesperada y, paramuchos, irreversible convergencia en la historia y en el pensa-miento social. Es imposible, incluso para los intelectuales com-prometidos, ignorar el hecho de que estamos ante la muerte deuna gran alternativa, no sólo en el pensamiento social, sino enla propia sociedad.' En el futuro previsible es poco probableque ciertos ciudadanos o élites intenten estructurar sus elemen-tales sistemas localizados a partir de vías no-mercantiles.t

Por suparte, los científicos sociales estarán probablementemuy lejosde pensar las «sociedades socialistas» antimercantilescomo alternativas contrafácticas. Tenderán menos a explicar laestratificación económica a partir de una comparación implíci-ta establecida entre ella y una distribución igualitaria producidapor la propiedad pública más que por la privada, un «mundoplausible- (Hawthom 1991) que, inevitablemente, parece suge-rir que ladesigualdad económica se produce a causa de la exis-tencia dela propiedad privada. Los científicos sociales tienden,probablemente, menos a explicar el estatus de estratificación

3. Estaimposiblidad queda manifiestamente expresada en el grito del corazón erni-tido por Slxjlshitsuka, un destacado discípulo de Lukacs y de los «teóricos CrítICOS'deJapón: «La histoda completa de la Ilustración social, que fue tan importante para larealización cEla idea de la igualdad, como trágica para la imposición de la dictadura, haperíclitado 1_], La crisis de las ciencias humanas (que ha tenido lugar) puede descríbir-se como um crisis de reconocimiento. El punto de vista orientado, históricamente.hacia el progresoha desaparecido totalmente porque el movimiento histórico ~e dirigehacia el capealismo desde el socialismo. La crisis también encuentra su expresión en eldeclive totalclela teoría histórica orientada por fases» (Ishitsuka, 1994).

4. «Debeíamos concluir en lo sucesivo que el futuro del socialismo, si existiera,únicamente puede establecerse dentro del capitalismo», escribe Steven L~kes (1990:574) en un intento de comprender las nuevas transiciones. Para un debate mtehgent~,a menudo ~do, y revelador dentro de la izquierda sobre las implicaciones ídeológt-cas y las implicaciones empíricas de estos acontecimientos, ver el debate del que eltrabajo de Lnkesforma parte: Goldfarb (1990), Katznelson (1990), Heilbroner (1990) YCampeanu (1990).

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tulando la tendencia contrafáctica hacia la c~nsi.d~raci~nposunal en unmundo que es incorruptible por el individualis-com 'al' D' al d ráde tipo burgués más que SOCIísta. e igu mo o, sem~ difícil haliar sobre el vacío de la democracia formal, omas .' la exílícar sus limitaciones aludiendo, exclusivamente, a a exis-exp li .tenciade una case dominante, para cuyas exp I~aclOnes.n~cesI-

también, U1Jadimensión contrafáctíca de tipo tradicional-:~nte «socialista».En resumen, será menos fácil explicar losproblemassocislescontemporáneos apuntando a la naturalezacapitalistadelasociedades de la; que ellos son parte.

En este artíeulono me propongo retomar a las teorías de la«convergencia»o de la moderrúzación de la sociedad como ta-les como algunosdefensores y revitalizadores de la tradición

, 1 '5inicial(Inkeles1991, Lipset 1990) aparentemente p anteanan.Propondría,sinembargo, que la teoría social contem?oráneadebeser muchomás sensible a la aparente convergencia de losregímenesdel mundo y que, como resultado, debemos intentarincorporarun sentido amplio de los elementos universales ycompartidosd desarrollo dentro de una teoría del cambio so-cialcrítica,no-dogmática y reflexiva. Por ello, en la conclusióndeestetrabajopondré de manifiesto que un grupo creciente deteóricossocialescontemporáneos muy heterogéneos, desde teó-ricosliterariosradicales y de la elección racional a los postco-munistas,hablande la convergencia aunque sin pensar que seaalgoprosaico, -afrontaré la desafiante cuestión, recientementesuscitadamonazmente por Muller (1992), de si este debateemergentepuedeevitar la forma relativamente simplista y tota-lizadoraque b<ITÓ de un plumazo las complejidades de las pri-merassocíedadsy los particularismos de la nuestra.

Apesar deesta forma nueva y más sofisticada, lo que mástardellamaréteoríaneo-moderna perdurará como mito y comociencia(BarbolJl'1974), como narrativa y como explicación (En-

-5. Para alguIlaShrmulaciones controvertidas y reveladoras de estos asuntos, ver el

debateentre NikalaiGneov,Piotr Sztornpca, Franco Crespi, Hans Joas, yo mismo yotmsteó,;cos en losnúmeros de 1991 y 1992 de Theory, el boletín informativo de laResearchCommÍleeonSociological Themy of the International Sociological Assocía-tlOn. Esos cam~s,'1ue reprodujeron mechas de las viejas líneas del debate de lamodernizaciónves antimodernización, pusieron de relieve lo difícil que es salir delJJensamientobiu.ioal pensar el asunto dela convergencia por razones que el siguien-teanálisisdel c6<lgoexplicitará.

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trikin 1991). Incluso aunque se tiende a pensar, como es micaso, que una teoría del desarrollo social más amplia y sofistica-da es ahora históricamente convincente, el hecho es que todateoría general del cambio social arraiga, no sólo en el conoci-miento, sino en la existencia, que dispone de un excedente designificado, en expresión extraordinariamente sugestiva de Ri-coeur (1977). La modernidad, después de todo, ha sido siempreun término enormemente relativo (Pocock 1987, Habermas1981, Bourricaud 1987). Apareció en el siglo XV cuando las nove-dosas novelas cristianizadas deseaban distinguir su religiosidadde dos formas de barbarismo, los paganos de la antigüedad y losjudíos impíos. En la época medieval se reinventó la modernidadcomo un término que implicaba acopio de cultura y aprendizaje,que permitía a los intelectuales contemporáneos identificarse,con la vista puesta en el pasado, con el aprendizaje clásico de lospaganos griegos y romanos. Con la ilustración la modernidadllega a identificarse con racionalidad, ciencia y, en última instan-cia, progreso, un vínculo arbitrario desde el punto de vista se-mántíco, que parece haberse mantenido constante hasta nues-tros días. Quién puede dudar de que, antes o después, un peno-do histórico novedoso reemplazará esta segunda «época de equi-librio» (Burn 1974) en la que hemos ingresado inadvertida y for-tuitamente. Nuevas contradicciones tendrán lugar y apareceránmarcos contrapuestos de posibilidades histórico-universales, y espoco probable que puedan observarse desde la óptica de laemergencia de un marco de neo-modernización.

Es precisamente este sentido de inestabilidad, de permanen-te transitoriedad del mundo, quien introduce el mito en la teo-ría social. A pesar de que no tenemos una verdadera idea delalcance de nuestras posibilidades históricas, toda teoría delcambio social debe teorizar, no sólo sobre el pasado, sino tam-bién sobre el presente y el futuro. Podemos hacer tal cosa sólobajo una forma no-racional, en relación, no sólo a lo que sabe-mos, sino también a lo que creemos, esperamos y tememos.Todo proceso histórico necesita una narrativa que defina su pa-sado en términos de presente y remita a un futuro que es funda-mentalmente diferente y «aún mejor» que la época contempo-ránea. Por esta razón siempre hay una escatología, no sólo en loepistemológico, sino, sobre todo, en lo que respecta a la teoriza-ción sobre el cambio social.

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A continuación voy a examinar la teoría inicial de la moder-nización, su reconstrucción contemporánea y las poderosas al-ternativas intelectuales que emergieron en el período interme-dio." Insistiré en la relación existente entre esos desarrollos teó-ricos y la historia social y cultural, ya que sólo de esta formapodemos entender la teoría social, no sólo como ciencia, sinotambién como una ideología en el sentido propuesto por Geertz(1973). Si no reconocemos la interpenetración de la ciencia conla ideología en la teoría social, ningún elemento puede ser eva-luado o clarificado de modo racional. Con esta estructura en mipensamiento, establezco cuatro períodos distintos teóricos eideológicos en el pensamiento social de postguerra: la teoría dela modernización y el liberalismo romántico; la teoría de la an-timodernización y el radicalismo heroico; la teoría de la post-modernidad y el distanciamiento irónico; y la fase emergente dela teoría de la neo-modernización o reconvergencia, que parececombinar las formas narrativas de cada una de sus predeceso-ras en el escenario de postguerra.

Aunque me propongo realizar un análisis genealógico, loca-lizando los orígenes de cada fase de la teoría de postguerra me-diante un planteamiento arqueológico, es de capital importan-cia insistir en que cada uno de los residuos teóricos que exami-no preserva, en nuestros días, una vitalidad incuestionable. Miarqueología no es, únicamente, una investigación del pasado,sino también del presente. Ya que el presente es historia, estagenealogía nos ayudará a entender la sedimentación teóricadentro de la que vivimos intelectualmente hoy.

6. Paul Colomy y yo (1992) hemos introducido el término «reconstruccíón» paracaracterizar una trayectoria de acumulación científica que es más radical frente a latradición emergente que aquellos intentos de especificación, elaboración o revisiónque caracterizan los esfuerzos de los científicos sociales que desean conservar viva sulradición intelectual en respuesta al desafío intelectual y a la pérdida de prestigiocientífico. La reconstrucción sugiere que esos elementos fundamentales del trabajo«clásico. de los fundadores han cambiado, a menudo por la incorporación de elernen-tos procedentes de sus adversarios, inclusive, cuando se defiende la tradición como tal,por ejemplo, el esfuerzo de Habermas tendente a la «reconstrucción del materialismohístóríco; a mediados de los setenta. La reconstrucción debería distinguirse de una<teoría de la creación», en la que se crea una tradición teórica fundamentalmentediferente, por ejemplo, el intento tardío de Habermas por crear una temía de la acciónComunicativa.

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2. Modernización: código, narrativa y explicación

Teniendo en cuenta que una tradición de varios siglos deevolucionismo e ilustración ha inspirado las teorías del cambiosocial, la teoría de la «modernización» como tal nació con lapublicación del libro de Marian Levy sobre la estructura fami-liar china (1949) y desapareció a mitad de los años sesentadurante uno de esos ritos estivales extraordinariamente emotí.vos que caracterizaron las rebeliones estudiantiles, los movi-mientos antimilitaristas y los novedosos regímenes socialistashumanistas, y que precedieron a los largos y cálidos veranos delos disturbios raciales y al movimiento de la Conciencia Negrade Estados Unidos.

La teoría de la modernización puede y, ciertamente, debeevaluarse como una teoría científica en un sentido científico pos-tcapitalista.? Como esfuerzo explicativo, el modelo de la moder-nización se caracterizó por los siguientes rasgos típico-ídeales.f

1) Las sociedades se conciben como sistemas coherente-mente organizados cuyos subsistemas son fuertemente inde-pendientes entre sí.

2) El desarrollo histórico se analiza dentro de dos tipos desistemas sociales, el tradicional y el moderno, categorías quellevaron a determinar el carácter de sus subsistemas societalesbajo formas determinadas.

3) La modernidad se definía con referencia a la organiza-ción social y a la cultura de las sociedades específicamente occi-

7. Cuando hablo de lo científico, no aludo a los principios del ernpirismo. Preten-do referirme, sin embargo, a la ambición explicativa y a las proposiciones de unatemía, que deben evaluarse en sus propios términos. Estos pueden ser interpretativosy culturales, renunciando a la causalidad narrativa o estadística y, por ello, a la formacientífica natural. Cuando hablo de lo extracientffico, pretendo referirme a la funciónmítica e ideológica de la temía.

8. Parto aquí de un conjunto de escritos que, entre 1950 y primeros de los sesenta,produjeron figuras como Daniel Lerner, Marión Levy, Alex Inkeles, Talcott Parsons,David Apter, Robert Bellah, S.N. Eisenstadt, Walt Rostow y Clark KeIT. Ninguno deestos autores aceptaron el conjunto de esas proposiciones, y alguno de ellos, comoveremos, las «sofisticaron» de forma altamente significativa. Sin embargo, estas pro-posiciones pueden aceptarse como constitución de un denominador común sobre elque se basó la mayor parte de la estructura explicativa de la tradición. Para una exce-lente síntesis de esta tradición que, además de rica en detalles, coincide en los aspectosfundamentales con los enfoques aquí propuestos, ver Sztompka 1993: 129-136.

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d tales que fueron tipificadas como individualistas, democrá-~ 'did tr. capitalistas, seculares y estables y como escm as en e

tlcas, ífi d 'el trabajo y el hogar a partir de esquemas especI. co~, e .gen~ro.4) En cuanto proceso histórico, la modernización Implica-

ba cambios no-revolucionarios, sino incremefoitales. .5) La evolución histórica hacia la moderrudad -la moderni-. , se observaba como un proceso probablemente exitoso,zaCIOn- . . ,ello garantizaba que las sociedades tradicionales estanan

por ( ) al di' . ,vistas de los recursos a los que Parsons 1966 u o sítuan-pro d ., d . . 1doles en un proceso general de «gra aCIOn»~ ~pta~va, me u-endo el despegue económico hacia la índustríalízacíón. demo-

~ratización vía ley y secularización y ciencia vía educación.

Hay aspectos verdaderamente importantes en ~sto~m~de,l~sque articularon pensadores de considerable p~rsplCaCIa~ston-.ea y sociológica. Uno de esos aspectos, por ~Jemplo, a~rma .laexistencia de exigencias funcionales, no estnctamente ldeal~s-tas, que empujan a los sistemas sociales hacia la democracl~,los mercados y la universalización de la cultura, yesos. moví-mientos orientados hacia la «modernidad» en todo SubSlstemacrean una presión considerable en otros para responder de unaforma complementaria.9 Esta consideración posibilitó, para losmodelos más sofisticados de entre ellos, la realización de pre-dicciones precientíficas sobre la inestabilidad definitiva de lassociedades socialistas estatales, anulando las dificultades del es-quema de que lo racional-es-real promovido por teóricos de unaposición más de izquierda. Por lo mismo Parsons (1971: 127)insistió, tiempo atrás, en la Perestroika, «esos procesos de revo-lución democrática que no han alcanzado un equilibrio en laUnión Soviética y que los desarrollos ulteriores pudieran produ-cir ampliamente en la dirección de los tipos de gobiernos demo-cráticos, con responsabilidad asumida por un partido electoral

9. Probablemente la formulación más sofisticada de este aspecto es la elab?raciónde Smelser (e.g., 1968), durante las postrimerías de la temía de la modernlzac.lón,respecto a cómo la modernización produjo avance y retardamiento entre los Su?slste-mas, un proceso que, tomado de Trotsky, llamó desarrollo .desigual y combmado.Como cualquier otro joven teórico del período, Smelser renunció, finalmente, al mode-lo de modernización en su caso en favor de un modelo «procesual» (Smelser 1991)que no describía características epocales singulares y que daba pie a subsistemas queinteractuaban de forma enormemente abierta,

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más que por autonombramiento». Tal vez debería destacarsque, con todos sus errores, los teóricos de la modernización eexhibían un espíritu provinciano. A pesar de sus presupuestoideológicos, el más importante de ellos rara vez confund" 01 s. d denci . 10 amte: e~~n encia funcIOnal con la inevitabilidad histórica. LateonzaclO~ de ~ars~ns, ~or ejemplo (1962: 466, 474), subrayóque las eX1genclas slsténucas daban pie, actualmente a la p .bilid d d ' OSI-I a e oportunidad histórica.

Con los c~nflictos ideológicos (entre capitalismo y comunismo)que han.SIdotan notables, ha surgido un elemento importantede amplio consenso en el nivel de los valores, centrado en elcomplejo que nosotros hemos propuesto como «modernización»[...]. Desde luego, la victoria definitivapor cualquier parte no1 ' . esa ~mca 0J:>0rt~nidadposible. Tenemos otra alternativa, a saber,la mt.egraclónfinal de ambas partes -y también de las unidadesno almeadas- en un amplio sistema de orden.10

A pesar de estas observaciones de todo punto relevantes sinembargo, el juicio histórico del pensamiento social posterior noha cometido error alguno en lo que toca a su evaluación de lateona. de la ~odernización como un esquema explicativo erra-do. NI las SOCIedadesno-occidentales ni las precontemporáneaspueden conceptualizarse como internamente homogéneas (cf.,Mann 1986). Sus subsistemas se encuentran acoplados de for-ma laxa, (~.g., Meyers y Rowan 1977, Alexander y Colomy 1990)~ sus COdlgOSculturales son más independientes. No existe eltipo de desarrollo histórico dicotomizado que puede justificaruna concepción simple de lo tradicional o lo moderno, tal ycomo se deduce de las amplias investigaciones de Eisenstadt(e.g., 1964; cf., Alexander 1992) sobre las civilizaciones de la«época axial», Aunque el concepto «sociedad occidental» enfati-zó la contiguidad espacial e histórica, yerra de forma considera-b!~ a la ~ora de reconocer la especificidad histórica y la varia-cron nacIOnal. Los sistemas sociales, en mayor o menor grado,

10. Agradezco a Muller (1992: 118) por traer a colación este pasaje. MulJer subrayaque el «agudo sentido de realidad» (ibúl., 111) solivianta a las «asombrosas hipótesis.de la teoría de la modernización respecto al desplome definitivo del socialismo estatal.Insiste, bas.tante acertadamente a mi entender, en que «no fue la crítica (neo-marxista)del capitalismr, en los años setenta la que interpretó correctamente las tendenciasseculares de finales del s. XX -ésta era la teoría de Parsons- (ibúl.)

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o son internamente homogéneos, como se ha mantenido, ninon los fundamentos necesarios sobre los que promover el opti-:Wsmo relativo al triunfo de la modernización. En primer lugar,el cambio universalizador ni es inminente ni evolutivo en unsentido idealista; a menudo es abrupto, afectando posicionescontingentes de poder y puede resultar cruel. 11 En segundo lu-gar, incluso si se hubiera aceptado un esquema lineal concep-tual, debería haberse reconocido la observación de Nietzsche deque la regresión histórica es sólo posible como progreso, esmás, quizá incluso más probable. Finalmente, la moderniza-ción, aún si triunfa, no supone un incremento de la prosperidadsocial. Puede ser que, conforme más desarrollo alcance una so-ciedad, más cuente ésta con estrepitosas y frecuentes expresio-nes utópicas de alienación y censura (Durkheim 1937).

Cuando echamos la vista atrás sobre una teoría «invalidadacientíficamente» que dominó el pensamiento de una capa inte-lectual durante dos décadas, aquéllos de nosotros que aún esta-mos comprometidos con el proyecto de una ciencia social ra-cional y generalizadora nos inclinaremos a preguntar, ¿por quése ha creído en ella? Aunque siguiéramos ignorando, no sincierto riesgo para nosotros, las verdades parciales de la teoríade la modernización, no estariamos equivocados si afirmára-mos la existencia de razones extracientíficas. La teoría social(Alexander y Colomy 1992) debe considerarse, no sólo como unprograma de investigación, sino también como un discurso ge-neralizado, del cual una parte muy importante es ideología.Como estructura de significado, como forma de verdad existen-cial, la teoría científica social funciona, efectivamente, de formaextra-científica. 12

11. «Visto históricamente, la "modernización" ha sido siempre un proceso impul-sado por un cambio in ter-cultural, conflictos militares y competitividad económicaentre estados y bloques de poder -de igual modo que, probablemente, la moderniza-ción occidental de postguerra tuvo lugar dentro de un orden del mundo novedosarnen-te creado» (Muller 1992: 138). Ver también las crítica de la teoría clásica de la diferen-ciación en AJexander (1988) y AJexandery Colomy (1990).

12. Esta dimensión existencial rnítica de la teoría de la ciencia social se ignora,generalmente, en las interpretaciones del pensamiento de la ciencia social, excepto enaquellas ocasiones en las que se glosa como ideología política (e.g., Gouldner 1970).Simmel reconoció un género del trabajo especulativo en la ciencia social que llamó«sociología fílosofíca». pero la diferenció, cuidadosamente, de las disciplinas empíricaso de partes de éstas mismas. Por ejemplo, escribió en su «Filosoffa del dinero. que unaSOCiologíafilosófica era necesaria ya que hay cuestiones «que hemos dejado sin res-

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Para entender la teoría de la modernización y su destino,por tanto, debemos examinada, no sólo como una teoría cientí-fica, sino también como una ideología -no en el sentido pro-puesto por el marxismo mecanicista o en un sentido con mayortalante ilustrado (e.g., Boudon 1986) de «falsa conciencia» sinoen un sentido geertziano (1973). La teoría de la modernizaciónera un sistema simbólico que funcionaba, no sólo para explicarel mundo de forma racional, sino también para interpretar elmundo de un modo que confería «significado y motivación»(Bellah 1970b). Funcionaba como un metalenguaje que instruíaa la gente respecto a cómo vivir.

Los intelectuales deben interpretar el mundo, no sólo cam-biado o, incluso, explicado. Hacer esto de una forma significa-tiva, alentadora o inspiradora supone que los intelectuales de-ben hacer distinciones. Deben realizar esto con la vista puestaen las fases de la historia. Si los intelectuales tienden a definir el«significado» de su «tiempo», deben identificar un tiempo queprecedió al presente, ofrecer una respuesta moral convincenterespecto a por qué aquel tiempo fue superado e informar a supúblico sobre si tal transformación se repetirá o no en relaciónal mundo en el que ellos viven. De hecho esto supone afirmarque los intelectuales producen narrativas históricas sobre supropio tiempo. 13

Por otra parte, la dimensión ideológica de la teoría de la

ponder o discutir. (citado en Levine 1991: 99, se han añadido las cursivas). Considero,sin embargo, que las cuestiones que son esencialmente incontestables se encuentranen el corazón de todas las teorías científicas sociales del cambio. Esto supone que unono puede separar con determinación lo empírico de lo no empírico, En los términosque empleo más adelante, también los teóricos de las ciencias sociales son intelectua-les, incluso aunque muchos intelectuales no sean teóricos de la ciencia social.

13.• Podemos comprender la llamada del discurso histórico en el reconocimientodel horizonte en el que lo real se hace deseable, en el que se convierte a lo real en unobjeto del deseo, y hace posible esto por su imposición sobre acontecimientos que serepresentan como reales, por la coherencia formal que poseen los relatos [...]. La reali-dad que se representaba en la narrativa histórica, en "el hablar por sí mismo", noshabla a nosotros [...) y nos manifiesta una coherencia formal de la que nosotros care-cemos. La narrativa histórica, frente a la crónica, nos revela un mundo que supuesta-mente ha "concluido", ha periclitado y se muestra ajeno al desmembramiento y alderrumbamiento. En este mundo, la realidad lleva la máscara del significado, la com-pletitud y la totalidad que nosotros sólo podemos imaginar, nunca experimentar. En lamedida en que las tramas históricas pueden completarse, pueden darse cierres narrati-vos, pueden mostrarse exhibiendo un proyecto a realizar, trasmiten a la realidad elaroma del ideal» (White 1980: 20, se han añadido las cursivas).

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modernización se hace patente enfocando esta función narrati-va de un modo estructuralista o semiótica (Barthes 1977).Como la unidad existencial de referencia es la propia épocade cada uno, la unidad empírica de referencia debe totalizar-se como la sociedad de cada uno. Debe caracterizarse, por tan-to, como una totalidad con independencia de sus divisiones einconsistencias. No sólo la época de cada uno, sino la sociedadde cada uno debe caracterizarse con un término lingüísticosimple, y el mundo que precedió al presente debe caracterizar-se con otro término simple. A la luz de estas consideraciones,la importante función ideológica o realizadora del significadoque ofreció la teoría de la modernización parece clarificarse.Para los intelectuales occidentales, pero especialmente para losnorteamericanos y los educados en Norteamérica, la teoría dela modernización suministró un fin a la sociedad de postgue-rra convirtiéndola en «histórica». Hizo esto aportando a la so-ciedad de postguerra una identidad temporal y espacial, unaidentidad que podría formarse sólo en una relación de diferen-cia con otra, inmediatamente precedente en cuanto a tiempo yespacio. Como recientemente ha subrayado Pocock, la «mo-dernidad» debe entenderse como la «conciencia más que comola condición del ser "moderno"». Tomando un modelo lingüís-tico de conciencia, defiende que tal conciencia debe definirsetanto por la diferencia como por la identificación. El modernoes un «significante» que funciona como un «excluyente» almismo tiempo.

Nosotros llamamos a algo moderno (quizá a nosotros mismos)para caracterizarlo respecto a lo que decimos sobre el anteriorestado de hechos. Es poco probable que el antecedente sea unefecto neutral en la definición de eso que se denomina «moder-no. o de la «modernidad" que se le atribuía [Pocock 1987: 48].

Si pudiera dar a esta consideración un giro tardodurkhei-miano (Alexander 1989), me gustaría advertir que nosotros pen-samos en la modernidad como algo construido sobre la base deun código binario. Este código hace las veces de función mito-lógica que divide el mundo conocido entre lo sagrado y lo pro-fano, suministrando, así, un referente nítido y convincente decómo los contemporáneos deben actuar para maniobrar en el

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lapso epocal transitorio. 14En este sentido, el discurso de la mo-dernidad muestra un notable parecido con los discursos metafi-sicos y religiosos de la salvación de diferentes tipos (Weber1964, Walzer 1965). También se asemeja a los discursos dicotó.micos más secularizados que emplean los ciudadanos paraidentificarse consigo mismos y distanciarse de diferentes indivi-duos, estilos, grupos y estructuras en las sociedades contempo-ráneas (Wagner-Pacifici 1986, Bourdieu 1984).

Se ha comentado (Alexander 1992, Alexander y Smith 1993)que un «discurso de la sociedad civil» confiere un ámbito se-mióticamente estructurado para los conflictos de las sociedadescontemporáneas proponiendo cualidades idealizadas como ra-cionalidad, individualidad, confianza y verdad para su inclusiónen la esfera moderna, civil, mientras que se identifican cualida-des tales como irracionalidad, conformidad, sospecha y menti-ra como hechos tradicionales que requieren exclusión y san-ción. Existe una coincidencia llamativa entre estas construccio-nes ideológicas y las categorías explicativas de la teoría de lamodernización, por ejemplo, los patrones variables de Parsons.En este sentido, la teoría de la modernización puede concebirsecomo un esfuerzo generalizado y abstracto que tiende a latransformación de un esquema categorial específicamente his-tórico en una teoría científica del desarrollo aplicable a una cul-tura que abarca al mundo en su totalidad.

Debido a que toda ideología descansa sobre un cuadro deintelectuales (Konrad y Szelenyi 1974, Eisenstadt 1986), es im-portante preguntarse el motivo por el que el cuadro de intelec-tuales en un tiempo y un espacio concreto articuló y promovióuna teoría particular. Con la vista puesta en la teoría de la mo-dernización, y sin desdeñar la notoriedad de un pequeño núme-ro de influyentes pensadores europeos como Raymond Aron(e.g. Aron 1962), hablamos, en primer lugar, sobre los intelec-tuales norteamericanos y los educados en Norteamérica.l'' Si-

14. De hecho, como ha subrayado Caillois (1959), y como el trabajo original deDurkheim oscureció, actualmente existen tres términos que clasifican el mundo de esaforma, por lo cual también hay algo «mundano •. El mito desdeña la existencia de lomundano, fluctúa entre polos intensamente cargados de repulsión negativa y de atracoción positiva.

1S. El apunte retrospectivo efectuado por Lemer, uno de los arquitectos de lateoría de la modemización, indica la naturaleza central de la referencia americana:

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iendo un trabajo relativamente reciente de Eyerman sobre lagu 1 - .f rmación de los intelectuales americanos en os anos cmcuen-t~ del presente siglo, empezaría subrayando las característic~sociales específicas del período de postguerra en Estados Uni-

~os, en particular, lo repentino de la transición hacia. el mundoostbélico. Esta transición quedó marcada por una mcorpora-

~ión masiva a las condiciones de vida de las clases económica-mente relevantes y el declive de las comunidades urbanas cultu-ralmente deslindadas, una dramática reducción en la etnicidadde la vida americana, una disminución del conflicto capital-tra-bajo, y por una prosperidad sin precedentes durante un prolon-gado espacio de tiempo. . .

Estas nuevas circunstancias SOCIales,producidas como fue-ron al final de dos décadas de cuantiosas sacudidas nacionalese internacionales, indujeron a los intelectuales norteamericanosde postguerra a experimentar una sensación de «ruptura» his~óri-ea fundamental. 16En la izquierda, intelectuales como C. WnghtMills y David Riesman manifestaron sus quejas contra lo quemás temían, que era la masificación de la sociedad. Dentro de

«(Tras) La Segunda Guerra Mundial, que fue testigo del agarrotamiento del imperioeuropeo y de la difusión de la presencia americana, [...] se hablaba, a menudo conresentimiento, de la americanización de Europa. Pero cuando se hablaba del resto delmundo, el término era el de "occidentalización". Los años de postguerra pronto aclara-ron, sin embargo, que este término extenso incluso era algo restringido [...]. Un ref~-rente global (era necesario). En respuesta a esta necesidad se concibió el nuevo térmi-no modemilJlció/l. (Lemer 1968: 386).

Un tema interesante para investigar debería ser el contraste entre los teóricos euro-peos de la modemización y los americanos. El más distinguido entre los europeos y, asu vez, el más original, Raymond Aran, tiene una visión decididamente menos opti-mista de la convergencia que sus colegas americanos, como ha demostrado, por ejem-plo, en su Progress and Disillusion. (J 968), que constituye la antitesis, de todo puntointeresante, a su argumento de la convergencia propuesto en Eigthe~1I Lectures 0;1Industrial Society, Aunque parece no haber lugar a dudas de que la versión de la teonade la convergencia de Aran representaba una respuesta al cataclismo de la SegundaGuerra Mundial. se trataba, en realidad, de una reacción más fatalista y concluyenteque optimista y pragmática. Ver el problema en sus Memoires (Aran 1990).

16.• Los años cuarenta fueron una década en la que a uno le atravesaban losacontecimientos a una velocidad tan vertiginosa como la de la historia de los enfrenta-mientas bélicos, y para el conjunto de la sociedad norteamericana el resultado fue unenérgico despertar de un magma de emociones. Las sorpresas, los fracasos y los peli-gros de esta vida deben haber alterado ciertos estimulas de la conciencia en el poder yen la masa, yal predominar la desazón ..., la retirada hacia una existencia más conser-vadora suponía algo escandaloso, el temor del comunismo se extendia como un irra-cional grito de repulsa. Quién estaría en disposición de ver la histeria excesiva de lasagitaciones rojas, no como preparación para hacer frente al enemigo, sino más biencomo un temor al selfnacional» (Mailer 1987 [1960): 14).

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la línea liberal. teóricos como Parsons sostuvieron que la mis-ma transición había producido una sociedad más igualitaria,más incluyente Y más significativamente diferenciada.!? En laórbita de la d~recha, se produjeron gritos de alarma en relacióna la desaparición del individuo en el marco de un estado delbienestar autoritario y burocrático (Buckley 1951, Ayn Rand1957). En definitiva, a lo largo y ancho del espectro político losintelectuales smericanos se sentían motivados por un sentidode cambio soCialdramático y bifurcador. Este era la base socialpara la construcción del código binario tradicional/moderno,una experiencia de bifurcación que demandaba una interpreta-ción de las angustias del presente y las posibilidades futuras enrelación al pasado imaginado.

Para comFrender certeramente la interrelación entre histo-ria y teoría que produjeron los nuevos intelectuales debemosatender a la estructura narrativa en consonancia con la estruc-tura simbólica- A tal efecto, expondremos los términos drama-túrgicos de la teoría del género, que se extiende desde la poéticade Aristótele a la línea de criticismo literario promovida porNorthrop Frye (1957), que inspiró la más reciente «hermenéuti-ca negativa» de críticos literarios de orientación histórica comoWhile (1987),Jameson (1980), Brocke (1984) y Fussell (1975).18

17. En los térrJinos de la ruptura inducida por los intelectuales americanos duran-te el periodo de p1Stguerra, es significativo comparar esta postrera teoría del cambiode Parsons con 11 inicial. En los escritos sobre cambio social que compuso en ladécada después el: 1937, Parsons tomó, sin miramientos, a Alemania como modelo,destacando las de;estabilizadoras, polarizadoras y antidemocráticas implicaciones dela diferencia y nl'10nalización social. Cuando se remite a la modernización en esteperiodo, algo queffira vez hacía, utilizaba el término para aludir al proceso patológicohiperracionalízadc el cual producía la reacción sintomática del «tradicionalismo •.Después de 1947,~arsons hizo de Estados Unidos un caso típico para sus estudios decambio social, reJ¡gando a la Alemania nazi al estatus de un caso desviado. Modemi-zación y tradicioralismo se observaban ahora como procesos estructurales más quecomo ideologías, lÍntomas o acciones sociales.

18. Es una j¡-o:Jíaque una de las más recientes explicaciones de, y justificacionespara, la versión ckFrye sobre la historia genérica puede encontrarse en el criticismomarxista de Jam~n, que pretende refutar su forma burguesa aunque hace uso excesi-vo de su contenicksustantivo. Jameson (1980: 130) denomina al método de Frye como«hermenéutica pGiitiva»porque «su identificación de los parámetros míticos en lostextos modemos apunta al reforzamiento de nuestro sentido de la afinidad entre elpresente cultural ~ capitalísmo y el lejano pasado mítico de la sociedades tribales, y aldespertar de un SlPtidode continuidad entre nuestra vida psíquica y la de los puebloprimitivos». Él oótCesu -hermenéutica negativa» como una alternativa, declarando queemplea «el materi:l puramente narrativo compartido por el mito y las literaturas "histó-

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En tales términos dramatúrgicos podemos caracterizar elperíodo histórico que precedió a la época de la teoría de la mo-dernización como aquél en el que los intelectuales «sobrevalo-raron» la importancia de los actores y los acontecimientos si-tuándoles en una narrativa heroica. Los años treinta y la guerraque siguió definieron un período de intenso conflicto social quegeneró esperanzas -histórico-universal es- milenarias de utó-pica transformación social, tanto a través de las revolucionescomunistas y fascistas, como por la construcción de un tipo sinprecedentes de «estado de bienestar». Los intelectuales ameri-canos de postguerra, por el contrario, experimentaron el mun-do social en términos más «desvalorizados». Con el fracaso delos movimientos proletarios revolucionarios en Europa y la sa-gaz incitación a la normalización y desmovilización en EstadosUnidos, las «rnetanarrativas» heroicas de la emancipación co-lectiva parecieron menos convincentes.'? Nunca más se perci-bió el presente como una estación de transición hacia un ordensocial alternativo sino, más bien, como el único sistema posibleque, más o menos, pudiera tener lugar.

Una semejante aceptación desvalorizada de «este mundo»no era necesariamente disutópica, fatalista o conservadora. EnEuropa y América, por ejemplo, surgió un anticomunismo de

ricas" para destacar nuestro sentido de la diferencia histórica, y para estimular, progre-sivamente, una aprehensión viva de lo que ocurre cuando el argumento cae en la hísto-na [...) y entra en las vigorosas esferas de las sociedades modernas» (ibíd.). A pesar de que Jameson se encuentra próximo a una reflexión sobre la teoría de laIdeología, produce, de hecho, un excelente principio racional para el uso del análisis delgénero en la comprensión de conflictos históricos. Sostiene que un texto social influyen-te debe entende~e como «un acto socialmente simbólico, como la:respuesta ideológica-pero formal e mmanente- a un dilema histórico» (ibíd., 13). A causa de las tonalida-des en el en tomo social que, en adelante, denomina textos, «parecería concluir que, enpundad, la teoría del género debe, de una forma u otra, proyectar un modelo de coexis-tencia o tensión entre los distintos modos o tendencias genéricas». Con este «axiomamet~dológico», Jameson afirma que «los abusos tipológicos del criticismo de la teoríalI-adlclonal del género definitivamente quedan a un lado» (ibíd 141)19 . ., .

. . Con el empleo del término postmoderno «rnetanarrativa» (Lyotard 1985) es-toy mcuniendo en un anacronismo, pero lo hago para poner de manifiesto la carencia~e perspectiva histórica supuesta en el eslogan postmodemo, «el final de las metana-Tatlvas». Las rnetanarrativas, de hecho, están sujetas a periódicas desvalorizaciones yIevalonzaciones históricas, y siempre existen otras construcciones genéricas menos~ron~mciadas «esperando. a ocupar su lugar. Subrayaré más adelante, por ello, que seran Importantes analogías entre el periodo de postguerra de la desvalorización narra-

uva y el de los años ochenta, que produjo un giro enormemente similar que caracteri-zó al postmodemismo como un efecto social sin precedente histórico de ningún tipo.

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principios muy firmes que tejió, en su conjunto, los hilos gasta-dos de una narrativa colectiva y acercó a sus sociedades a lademocracia social. Sin embargo, a pesar de estos grupos refor,mistas, el declive de las narrativas sociales previas a la guerratuvieron grandes efectos que eran extensamente compartidos.Los intelectuales como grupo pasaron a ser más «tercos» y«realistas». El realismo difiere radicalmente de la narrativa he-roica, despierta un sentido de limitación y restricción más quede idealismo y sacrificio. El pensamiento blanco y negro, tanimportante para la movilización social, fue sustituido por la«ambigüedad» y la «complejidad», términos favorecidos por losNuevos Críticos como Empson (1927) y, particularmente, Tri-lling (1950), y por el «escepticismo», una posición representadapor los escritos de Niebuhr (e.g., Niebuhr 1952). A la convicciónde que uno ha vuelto a «nacer de nuevo» =-esta vez en lo sagra-do social- que inspira un entusiasmo utópico, le sucede elalma castigada con el «tercer nacimiento» descrito por Bell(1962c) y un acusado sentimiento de que el Dios social ha fra-casado (Crossman 1950). Por ello, este nuevo realismo conven-ció a muchos de que la narrativa misma -la historia- se habíaeclipsado, lo cual producía las representaciones de esta nuevasociedad «moderna» como el «final de la ideología» (Bell1962a) y el retrato del mundo de postguerra como «industrial»(Aron 1962, Lipset y Bendix 1960) más que capitalista.

Sin embargo, mientras el realismo era una variante signifi-cativa en el período de postguerra, no era el marco narrativodominante a través del cual los intelectuales de la ciencia socialde postguerra analizaban su época. Este marco era el romanti-cismo.P Relativamente rebajado en comparación con el heroís-mo, el romanticismo llama relato a lo que es más positivo en suevaluación del mundo tal y como hoy existe. En el período depostguerra hizo posible que los intelectuales y sus audienciascreyeran que el progreso se realizaría en mayor o menor grado,que el perfeccionamiento era verosímil. Este estado de gracia serefería, sin embargo, más a los individuos que a los grupos, y

20. Aquí se utiliza el romanticismo en el sentido técnico, genérico sugerido porFrye (1957), más que en el sentido abiertamente histórico que se referida a la música,al arte y a la literatura postclásicas que, en los términos aquí empleados, fue más«heroico» en sus implicaciones narrativas.

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, al cambio progresivo que al revolucionario. En el nuevornas h bí hndo que brotaba de las ruinas de las guerras, se a la e-rnU 1 .cho posible cultivar el jardín de uno mismo. Este cu nvo con-.stía en un trabajo ilustrado, modernísta. regulado por los

SI rámetros culturales de ejecución y neutralidad (Parsons Y~~ils 1951), culminados en la sociedad «activa» (Etzioni 1968)y «realizada» (McClelland 1953). . ., .

El romanticismo, por todo ello, permitíó a los intelectualesde la ciencia social de la Norteamérica de postgu~rra, incl.usiveen un período de relativa desvalorización narrativa, .conun.uarcon la utilización del lenguaje del progreso y de la universaliza-ción. En Estados Unidos lo que diferencia las narrativas román-ticas de las heroicas es el énfasis en el self y en la vida privada.En las narrativas sociales de Norteamérica los héroes son epo-cales; dirigen a pueblos enteros hacia la salvación en .c,alidad d.erepresentaciones colectivas como indican la Revolución amen-cana y el movimiento de los Derechos Civiles. La evolución ro-mántica, por el contrario, no es colectiva; es ace~ca de T~mSawyer y Huck Finn (Fiedler 1955), acerca del agncultor pros-pero (Smith 1950) y Horatio Alger. Los intelectuales norteame-ricanos, por tanto, articularon la modernización como u~ pro-ceso que liberaba el self y hacía responsable de sus necesidadesa los subsistemas sociales. En este sentido la teoría de la moder-nización era conductista y pragmatista; centró su atención enlos individuos más que en un sujeto colectivo histórico como lanación, el grupo étnico o la clase. .

El existencialismo fue la base de la ideología románticaamericana del «modernismo». Los intelectuales norteamerica-nos, por ello, desplegaron una lectura idiosincrática Yoptimis-ta de Sartre. En un entorno saturado de existencialismo, la«autenticidad» se convirtió en un criterio nuclear para la eva-luación del comportamiemto individual, una insistencia quefue básica para el criticismo literario modemista de, Lion~llTrilling (1955), sin embargo también impregnó la teona SOCIalque aparentemente no abogaba por la modernización, porejemplo, la microsociología de Erving Goffman (1956), con suconcepto de libertad en consonancia con la distancia del rol ysu concepción de' estadio atrasado-versus-adelantado,21 y el

21. Cuando en 1969 llegué a la Universidad de California, Berkeley, para realizar

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elogio que hacía David Riesman del hombre orientado-hacia-elinterior.

Estas narrativas románticas individualistas acentuaban eldesafío del ser moderno, y eran completamentadas por un énfa-sis en la ironía: la narrativa de Frye las define como desvalori-zadas respecto a la novela pero no claramente negativas en susefectos. En los años cincuenta y primeros de los sesenta, la esté-tica modernista en Inglaterra y Norteamérica acentuó la ironía,la introspección y la ambigüedad. La teoría literaria dominante,la denominada Nuevo Criticismo, mientras remitía sus orígenesa The Seven Types of Ambiguity (1927) de Empson, adquiriócarta de ciudadanía sólo tras el criticismo heroico y, en mayús-culas, historicista de los años treinta. La figura clave contempo-ránea en las letras americanas fue Lionel Trilling, quien definióel objetivo psicológico y estético de la modernidad como la ex-pansión de la complejidad y la tolerancia con la ambigüedad. Elpsicoanálisis fue una gran aproximación crítica, interpretadacomo un ejercicio de introspección y control moral (Rieff 1959).En el arte gráfico, lo «moderno» fue equiparado con la abstrac-ción, la rebelión contra el ornato, y con el minimalismo, todo locual se interpretó como la atención sobre aquellos procesos quetrascienden la superficie externa y ofrecen vías de tránsito haciael sí-mismo interior.

Es manifiestamente difícil para los intelectuales contemporá-neos modernos y postmodernos retomar los aspectos enriquece-dores y, por ende, más nobles de este modernismo intelectual yestético, casi tan difícil como lo fue para los contemporáneos labelleza y la pasión del arte modernista que Pevsner (1949) repre-sentó, de manera impresionante, en su Pioneers of Modem De-sign definidor de una época. Las consideraciones del modernis-mo intelectual y estético ofrecidas por los postmodernos con-temporáneos =-desde Bauman (1989), Seidman (1991, 1992) YLasch (1985) a Harvey (1989) y Jameson (1988)- constituyenuna interpretación errónea. Su acercamiento al modernismo

estudios de postgrado de sociología, algunos de los sociólogos de la Escuela de Chica-go pertenecientes al departamento, influidos por Goffman y por Sartre, anunciaron larealización de un seminario informal sobre la «autenticidad» para estudiantes de launiversidad. Esto representó una respuesta de inspiración existencialista al énfasis ~nla alienación de los sesenta. Como tal, estaba históricamente fuera de lugar. NadIeasistió al seminario.

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c?mo . abs~racc;ión deshumanizada, mecanicismo, fragmenta-ción, l~ealidad y dominación, como comentaré posteriormente,se ren:ute mucho más a las exigencias ideológicas que ellos yotros rntelectu~es co~temporáneos están experimentando hoyque al modermsmo mismo. En cultura, teoría y arte, el moder-~smo representó un espíritu de austeridad que devaluó el artifi-CIO,no sólo como adorno, sino como presunción e infravaloró lo~tó~i.co c~mo una ilusión que se asemejaba a la neurosis de tipoindividualista (Fromm 1955, 1956). Fueron precisamente talescualidades admirables las que Bell designó como «modernidadclásica» o temprana en su ataque de los años sesenta en Lascontradicciones culturales del capitalismo.

Este retrat? no era, desde luego, enteramente homogéneo.E~ el pe~~am~ento de la ~erecha el compromiso con la guerrafria surmmstro a muchos rntelectuales un nuevo ámbito para elheroísmo colectivo, a pesar del hecho de que los pensadores mo-dernistas más influyentes de Norteamérica no constituían unmodelo de Cold Warriors de la línea más conservadora. Por laizquierda, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, existíanimportantes isl~tes de criticismo social que planteaban dívergen-~IaS auto-conscientas respecto al romanticismo de tipo democrá-tico-social e irónico-individualista.22 Los intelectuales influidospor la Escuela de Frankfurr, como Mills y Riesman, y otros críti-cos como Arendt, rechazaban legitimar el humanismo de esteten?r individualista, criticando lo que ellos llamaban la nueva~ocIedad masificada en cuanto formada por individuos impelí.?s a. actuar de modo amoral y egoísta. Trastocaron el código

b.man? de la teoría de la modernización, considerando a la ra-CIOnalIdadamericana poseedora de naturaleza instrumental másque moral y expresiva, a la gran ciencia más como tecnocrática-

22. El presde las f ente apunte no asume completamente el consenso intelectual a lo largo

ases descntas Se d· d .Existe también 1 .... reron contraten encias, y ~s algo que debería subrayarse.público t . . a poslblhdad leal (véase nota 28, abajo) de que los intelectuales y sutiempo h~v~elan acceso a más de una natTativalcódigo en un momento puntual deldo disc isr neo, un acceso que Wagner-Pacifici (comunicación personal) llama híbri-

UISIVO.MI apu t ... bseñalada d h n e sugiei e, sin em argo, que cada una de estas fases estabalectual so'b e l echo, estaba, en parte, construida por la hegemonía de un marco inte-re os otros La .Polaridad di: . s narrativas se construyen a partir de códigos binaríos y es lahistÓrico e e as OPOSICIonesbinarias la que permite a los intelectuales de cada lapsoteórico eso~contrar el sentido de su época. El «binarismo» es menos un constructo

neo que un hecho existencial de la vida.

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que como inventiva. Detectaron conformidad más que indepen-dencia; élites de poder más que democracia; y decepción y desi-lusión más que autenticidad, responsabilidad y relato.

En los años cincuenta y sesenta estos críticos sociales pasa-ron progresivamente a adquirir un elevado nivel de influencia.Para lograrlo tuvieron que plantear una alternativa convincen-te, una narrativa heroica que describiera el modo en el que .lasociedad enferma podría transformarse y una saludable pudie-ra ocupar su lugar.P Esto era imposible hacerla en períodos dedesvalorización. El arte de amar (1956) de Fromm continuó sudenuncia ya iniciada en The Sane Society (1956); en los añoscincuenta las soluciones sociales a menudo quedaban circuns-critas a los actos individuales del amor privado. Ningún progra-ma social surgió de La personalidad autoritaria de Adorno. Nosólo C. Wright Mills fracasó al identificar ciertas alternativassociales viables en su corriente de estudios críticos, pero prosi-guió su línea de pensamiento denunciando a los líderes de losmovimientos sociales de los años treinta y cuarenta como los<muevas hombres del poder» (Milis 1948). Después de unosaños veinte de violencia producida por las esperanzas utópicas,los héroes colectivos perdieron su brillo. El populismo de ten-dencia derechista de McCarthy reforzó el abandono de la vidapública. Finalmente, sin embargo, los norteamericanos y los eu-ropeos occidentales recobraron el aliento, con resultados quedeben vincularse, una vez más, con la historia y la teoría socialparigual.

23. Esto apunta a una objección que planteo a Jameson y a Seeds o( the Sixties(1944), el brillante apunte de Eyerman sobre estos intelectuales cótico~ en los a~oscincuenta. Jameson y Eyerman sostienen que erraron al ejercer influencia no, básica-mente, a causa del conservadurismo de la sociedad dominante. Parece importanteañadir, sin embargo, que su propia ideología fue parcialmente responsable, por lo cualera históricamente insuficientemente en el sentido narrativo orientado hacia el futuro.Un desacuerdo más importante sería que Jameson y Eyerman parecen aceptar la «so-ciedad de masas» como una descripción empírica actual de la modernización estruc-tural en los años cincuenta. De ser así, podrían estar haciendo de un error el acerca-miento intelectual a la realidad social. Esos vestigos de una epistemología realista---enlo que es, de otra forma, una aproximación acusadamente cultural y constructivista-hacen imposible apreciar el humanismo convincente que impregnó buena parte deltrabajo de los intelectuales de los años cincuenta a quienes esos críticos a menudoatacaron.

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3. Teoría de la antimodernización: el reviva! heroico

A finales de los años sesenta entre el asesinato del presidenteKennedy y el verano del «amor» de San Francisco del año 1967,la teoría de la modernización se extinguió. Y ello fue así aunqueel ascenso de una joven generación de intelectuales no podríacreer que fuera cierto.

Incluso si observamos la teoría social como sistema semióti-ca más que como generalización pragmáticamente inducida, setrata de un sistema de signos cuyos significados son una reali-dad empírica en un sentido rigurosamente disciplinado. De estasuerte, es importante reconocer que durante este segundo pe-ríodo de postguerra los graves «problemas de la realidad" co-menzaron a introducirse en la teoría de la modernización deuna forma muy seria. A pesar de la existencia de mercados ca-pitalistas, la pobreza persistía en el propio hogar (Harrington1962) y, quizá, se incrementó en el tercer mundo. Las revolu-ciones y las guerras estallaban continuamente fuera de Europay Norteamérica (Johnson 1983), y, en ocasiones, incluso pare-cían desatarse por la propia modernización. La dictadura, noasí la democracia, se propagó por el resto del mundo (Moore1966); las naciones postcoloniales parecían requerir un estadoautoritario (Huntington 1968) y una economía enderezada ha-cia la modernidad, no sólo en la economía y en el estado sinotambién en otras esferas. Los nuevos movimientos religiosos(Bellah y Glock, 1976) brotaron en las naciones occidentales yen el mundo desarrollado, con la sacralización y la ideologíaganando terreno a la secularización, ciencia y tecnocracia. Es-

. tos desarrollos colisionaron con los presupuestos centrales de lateoría de la modernización, aunque no la refutaron."

24. Una publicación que, retrospectivamente, da la apariencia de un momentorepresentativo, representacional y de cambio entre estas fases históricas, y entre lateoría de la modernización y la que le sucedió, es el libro editado por David Apter,Ideology and Discontent (1964). Entre los colaboradores se encontraban importantescientíficos sociales de la modernización, los cuales trataron de vencer las crecientes ymanifiestas anomalías de esta teoría, en particular, el papel ininterrumpido de la ideo-logía utópica y revolucionada en el tercer mundo que inspiró revoluciones que supu-SIeron el fracaso del desarrollo «progresivo» modernizador. La geertziana «Ideologíacomo sistema cultural>, tan importante para los desarrollos en las teorías de la post-modemización, apareció, en primer lugar, en este volumen. El mismo Apter, eviden-CIÓ,inadveltidamente, una evolución teórica personal paralela a los enormes cambios

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Los problemas fácticos, sin embargo, no bastan para crearrevoluciones científicas. Las grandes teorías pueden defendersepor sí mismas, definiendo y protegiendo una serie de proposicio-nes básicas, prescindiendo de segmentos completos de su pers-pectiva en cuanto sólo periféricamente importantes. Por ello, siuno observa atentamente la teoría de la modernización durantela mitad y finales de los años sesenta e, incluso, durante los ini-cios de los años setenta, puede constatar una creciente sofistica-ción como la que la capacitó para hacer frente a sus críticas yencarar los problemas reales del momento. Las simplificacionesdualistas sobre tradición y modernidad fueron elaboradas -noreemplazadas- por nociones que describían un continuum dedesarrollo, como en las postreras teorías neo-evolutivas de Par-sons (1964, 1966, 1971), Bellah (1964) y Eisenstadt (1964). Laconvergencia se reconceptualizó para ofrecer trayectos paralelospero independientes hacia la modernidad (e.g., Shils 1972, sobrela India, Eisenstadt 1963, sobre los imperios, Bendix 1965, so-bre la ciudadanía). Se propusieron expresiones como la de difu-sión y sustitutos funcionales para comunicar con la moderniza-ción de las civilizaciones no-occidentales de un modo menos et-nocéntrico (Bellah 1957; Cole 1979). El postulado de vínculossubsistémicos cerrados se reemplazó por la noción de aventaja-dos y retardados (Smelser 1968), la insistencia en los intercam-bios se transformó por las expresiones de paradojas (Schluchter1979), contradicciones (Eisenstadt 1963) y tensiones (Smelser1963). Contra el metalenguaje de evolución, se sugirieron no-ciones como desarrollismo (Schluchter y Roth 1979) y globalis-mo (Nettle y Robertson 1968). La secularización condujo a ideas

aquí documentados, pasando de una entusiasta aceptación y explicación de la moder-nización del Tercer Mundo, que se basó en categorías universales de cultura y deestructura social (ver, e.g., Apter 1963), a un escepticismo postmodemo sobre el «cam-bio» liberador y un énfasis sobre la particularidad cultural. Esta última posición seadvierte por los autoconscientes temas antimodernistas y antirrevolucionarios en lallamativa deconstruccíón del maoísmo que Apter (1987) publicó a finales de 1980. Lascarreras intelectuales de Robert Bellah y Michael Walzer (cf. mi discusión sobre losposicionamientos modificados de Smelser en nota 9, aniba) revela contornos simila-res aunque no idénticos.

Estos ejemplos y otros (véase nota 21, aniba) suscitan la intrigante cuestión queMilis describió como la relación entre historia y biografía. ¿De qué modo los intelec-tuales individuales contactaron con la sucesión histórica de los marcos código/narrati-vas, que les empujaron hacia posiciones intersticiales frente al «nuevo mundo de nues-tro tiempo»? Algunos mantuvieron compromisos con sus marcos

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como religión civil (Bellah 1970b) y a referencias sobre «la tradi-ción de la modernidad» (Gusfield 1976).

Frente a estas revisiones internas, se propusieron las teoríasantagonistas de la antimodernización toda vez que eran expli-caciones más válidas respecto a problemas que la realidad traíaconsigo. Moore (1966) reemplazó modernización y evoluciónpor revolución y contrarrevolución. Thompson (1963) sustituyólas abstracciones sobre parámetros desplegados en las relacio-nes industriales por la historia y la conciencia de clase desde losniveles más bajos a los más altos. El discurso sobre la explota-ción y la desigualdad (e.g., Goldthorpe 1969, Mann 1973) seenfrentaba con, y finalmente desplazó a, las discusiones sobrela estratificación y movilidad. Las teorías de conflictos (Coser1956, Dahrendorf 1959, Rex 1961) sustituyeron a las funciona-listas; las teorías políticas centradas en el estado (Bendix et al.1968, Collins 1976, Skocpol 1979, Evans et al. 1985) sustituye-ron a las centradas en valores y a los acercamientos multidi-mensionales; y las concepciones referidas a la ligazón de estruc-turas sociales fueron desafiadas por microsociologías que des-tacaban el carácter proteico, informe y negociado de la vidaordinaria.

Lo que empujó a la teoría de la modernización hacia el abis-mo, sin embargo, no fueron esas alternativas científicas en ypor sí mismas. Por ello, como he indicado, los encargados derevisar la teoría inicial comenzaron por ofrecer teorías coheren-tes, al tiempo que explicativas, de buena parte de los mismosproblemas. El hecho decisivo en la derrota de la teoría de lamodernización, sin embargo, fue la destrucción de su núcleoideológico, discursivo y mitológico. El desafio que, en últimainstancia, no pudo solventarse era de naturaleza existencial.Surgió de los nuevos movimientos sociales que, progresiva-mente, se consideraban en términos de emancipación colectiva+-revoluciones campesinas a una escala mundial, movimientosnacionales negros y chicanos, rebeliones de comunidades indí-genas, movimientos juveniles, hippies, música rock, liberaciónde la mujer. La influencia de estos movimientos (e.g., Weiner1984) alteró profundamente el espíritu de la época -el tempovivido de la época-, les permitió arrebatar la imaginación ideo-lógica atada al creciente cuadro de los intelectuales.

Con el propósito de representar este movedizo entorno em-

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pírico y existencial, los intelectuales desplegaron una teoría ex-plicativa. Trastocaron el código binario de la modernización y«narración de lo social» (Sherwood 1994) bajo una nueva for-ma. En términos de código, la «modernidad» y la «moderniza-ción» se desplazaron del polo sagrado del tiempo histórico alpolo profano, con la modernidad se asumieron muchas de lascaracterísticas nucleares que, primeramente, estaban asociadasal tradicionalismo y lo retrogrado. Más que por la democracia yla individualización, el período moderno contemporáneo se re-presentaba como burocrático y represivo. Más que un mercadolibre o sociedad contractual, la América moderna devino «capi-talista», en ningún caso racional, interdependiente, moderna yliberadora, más bien atrasada, codiciosa, anárquica e indigente.

Esta inversión de los signos y de los símbolos ligados a -lamodernidad contaminó los movimientos asociados con sunombre. Se anunció la muerte del liberalismo (Lowi 1969) y susorígenes reformistas mostrados en los inicios del siglo XX setomaron en una artimaña orientada al ineludible control corpo-rativo (Weinstein 1968, Kolko 1967). La tolerancia quedó aso-ciada a hedonismo, inmoralidad y represión (Wolfe el al. 1965).El ascetismo de la religión occidental fue criticado por su mo-dernidad represiva y la religiosidad oriental y mística se sacrali-zaron en su lugar (Brown 1966, cf., Brown 1959). La moderni-dad se equiparó con el mecanismo de la máquina (Roszak1969). Para el tercer mundo la democracia se definió como unlujo, los estados fuertes como una necesidad. Los mercados noeran benévolos sino malévolos, por capitalismo llegó a repre-sentarse un subdesarrollo y atraso garantizados. Esta inversiónde los ideales económicos también tuvo lugar en el primermundo. El socialismo humanista sustituyó al capitalismo delestado de bienestar como el último símbolo de la prosperidad.Las economías capitalistas se veían impulsadas a producir sólogran pobreza y gran riqueza (Kolko 1962), y las sociedades ca-pitalistas aparecían como fuentes de conflicto étnico (Bonacich1972), fragmentación y alienación (Ollman 1971). El socialis-mo, en ningún caso la sociedad de mercado, suministraría ri-queza, igualdad y una comunidad reconstruida.

Estas recodificaciones venían acompañadas de mutacionesfundamentales en las narrativas sociales. Los mitos intelectua-les se exageraban sobremanera, transformándose en relatos so-

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bre el triunfo colectivo y la transformación heroica. El presentese redefinió, no como el desenlace de una prolongada lucha,sino como trayectoria hacia el mundo diferente y mejor.F' Eneste mito heroico los actores y los grupos se concebían en lapresente sociedad como en situación «de lucha» de cara a cons-truir el futuro. La narrativa individualizada, introspectiva delmodernismo romántico, desapareció junto a la ambigüedad y laironía como valores sociales preferentes (Gitlin 1987: 377-406).De hecho, las líneas éticas se marcaban nítidamente y los impe-rativos políticos se grababan en blanco y negro. En la teoríaliteraria, el nuevo criticismo dio paso al nuevo historicismo(e.g., Veeser 1989). En psicología, el moralismo de Freud secontemplaba ahora como represivo, erótico e, incluso, perversobajo múltiples formas (Brown 1966). El nuevo Marx era, pormomentos, un leninista y, en otras ocasiones, un comunitaristaradical; pocas veces se le representaba como un demócrata so-cial o humanista en el sentido inicial, modernista."

El documento histórico con el que he abierto este trabajoilustra este cambio en la sensibilidad. En su confrontación conInkeles, Wallerstein anunció con toda agudeza que «el tiempoque nos toca vivir aparta los asuntos triviales y afronta la reali-dad sin tapujos» (1979: 133). No adoptó aquí un marco realista,más bien, lo envolvió con un disfraz heroico. Por ello la emanci-pación y la revolución fueron quienes caracterizaron la retóricanarrativa del momento, no, como Weber podría haber dicho, elarduo e insignificante cometido de hacer frente a las demandasrutinarias. Ser realista, defendía Wallerstein, suponía asumirque «estamos viviendo en la transición» hacia un «modo socia-lista de producción, a la sazón, nuestro futuro gobierno delmundo» (1979: 136). La cuestión existencial que proponía a laaudiencia era, «¿Cómo nos relacionamos con él?». Destacaba

25. Ver, por ejemplo, el tono milenarista de los artículos contemporáneos recogi-dos en ,Smiling through the Apocalypse: Esquire's History of the Sixties» (1987).I 26. Un ilustrativo estudio de caso relativo a una dimensión de esta evolución seriaa bntánlca New Left RevielV. Creada inicialmente como fórum del marxismo huma-rusta diseminado -orientado hacia el existencialismo y la conciencia- frente a laperspectiva mecanicista de la vieja izquierda, se convirtió a finales de los años sesenta~~ un importante órgano de difusión para las publicaciones de Sartre, Grarnsci, Le-Ie :-"'~,Gorz y el joven Lukacs. Hacia 1970 se transformó en un medio de difusión delenInlsmo y althusserianismo. La cubierta de su edición de otoño de 1969 se adornócan el eslogan «rnilitancia».

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que dos alternativas eran las posibles. La relación con la revohj,ción inminente pudiera ser «en calidad de militantes racionalesque a ella contribuyen o como inteligentes obstaculizadores dela misma (ya sea de forma maliciosa o cínica)». La construc-ción retórica de estas alternativas pone de manifiesto cómo es-taban vinculadas la inversión del código binario (la nítida líneaseparadora de lo bueno y lo malo, con la modernidad siendocontaminada) y la creación de una novedosa narrativa heroica(la milenarista orientación militante hacia la salvación futura).27Wallerstein hizo estas observaciones, algo que será recordado,en una exposición científica, que más tarde publicó como «Mo-dernización: descanse en paz». Fue de los teóricos de la cienciasocial más influyentes y originales de la fase de la teoría de laantimodernización.

Las teorías sociales que produjo esta nueva generación deintelectuales pueden y deben considerarse en términos científi-cos (véase, e.g., Van der Berg 1980 y Alexander 1987). Sus lo-gros cognitivos, por ello, dominaron en los años setenta y hanmantenido su hegemonía en la ciencia social contemporáneamucho después de que los totalitarismos ideológicos, en los queinicialmente se encarnaron, comenzaron a desmoronarse.P To-

27. Con el objeto de impedir una comprensión defectuosa del tipo de argumentoque voy a proponer aquí, debería destacar que ésta y otras correlaciones que he pro-puesto entre código, narrativa y teoría constituyen lo que Weber, sonsacado de Goe-the, denominó «afinídades electivas» más que relaciones causales históricas. sociológi-cas o semióticas. El compromiso con estas teorías podría, en principio, inducirse porotro tipo de formulaciones ideológicas, y han existido en tiempos remotos y en otroscontextos nacionales. Estas versiones particulares de código y narrativa no siemprenecesitan combinarse. Sin embargo, en los períodos históricos, que aquí planteo, lasposiciones encajan de forma complementaría.

28. Este breve apunte sobre el «retraso» en la producción generacional es impor-tante destacarlo. Primeramente el acceso de estas nuevas generaciones a la conscien-cia política y cultural produce nuevas ideologías intelectuales y teorías y, como Mann-heim subrayó en primer lugar, las identidades generacionales en esta era históIicatienden a mantenerse constantes a pesar de los cambios. El resultado es que, en unpunto dado, el «medio intelectual», considerado como una totalidad, dispondrá de unanúmero de formulaciones ideológicas rivales producido por formaciones arqueológi-cas históricamente generadas. En la medida en que se mantienen las figuras intelec,tuales autorizadas dentro de cada generación, además, las ideologías intelectuales ini-ciales continuarán socializando a los miembros de las generaciones sucesivas. La so-cialización autoritaria, en otras palabras, subraya el efecto a largo plazo, que creceadicional mente por el hecho de que el acceso a las infraestructuras organizacionalesde socialización --e.g., control de programas de educación superior en prestigiosaSuniversidades, dirección de periódicos importantes- puede conseguirse por los miem-

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davía estudiar el declive de un modo de conocimiento, insistiríauna vez más, requiere, de igual modo, amplias consideracionesextra-científicas. Las teorías las crean los intelectuales en subúsqueda de significado. En respuesta al cambio social conti-nuo, a los virajes generacionales, los esfuerzos científicos eideológicos de las primeras generaciones de intelectuales pue-den parecer, no sólo empíricamente implausibles, sino pocoprofundos psicológicamente, irrelevantes políticamente y obso-letos moralmente.

Al final de los años setenta la energía de los movimientossociales radicales del período precedente ha desaparecido. Al-gunas de sus demandas se institucionalizan; otras se abortanpor los movimientos reaccionarios mayoritarios que generaronpúblicos conservadores y gobiernos de derecha. El cambio cul-tural y político fue tan rápido como el que representa, una vezmás, una ruptura histórica y epistemológica.i? El materialismosustituyó al idealismo entre las zonas de influencia política y losanálisis daban cuenta de los puntos de vista crecientementeconservadores entre la juventud y los estudiantes universitarios.Los ideólogos marxistas -uno piensa en Bernard-Henry Levy(1977) en París y David Horowitz (1989) en Estados Unidos-

bros autoritarios de generaciones cuya ideología/teoría pudiera estar ya «refutada. porlos desarrollos que están teniendo lugar entre las jóvenes generaciones. Estas conside-raciones producen efectos latentes que hacen difícil reconocer la sucesión intelectualhasta mucho después de que llegue a cristalizar.

Los efectos inerciales de las formaciones generacionales apuntan a que las nuevasideologías/teorías podrían haber ofrecido respuesta, no sólo a la formación inmediata-mente precedente --que es su punto primario de referencia-, sino, en una segundaforma, a todas las formaciones que se mantienen en el medio social en el momento desu formación. Por ejemplo, mientras el postmodernismo aquí será representado, enprimer lugar, como una respuesta a las teorías de la antimodernízación de pretensiónrevolucionaria, también es caracterizado por la necesidad de plantear la inadecuaciónentre el modernismo de postguerra y el marxismo anterior a la guerra, Como indicoabajo, sin embargo, las respuestas del postmodernismo a los últimos movimientosestán mediadas por su primera respuesta a la ideología/teoría que le precedía inmedia-tamente. Por ello, únicamente se entienden los primeros movimientos tal y como elloshan sido defendidos por la generación de los sesenta.

29. Este sentido de transformación inminente y apocalíptico quedó ejemplificadoen los años ochenta por la revista británica postmarxista y post moderna, MarxisniToday, que proclamaba, en lenguaje milenario, la llegada de «nuevos tiempos». «Amenos que la izquierda pueda adaptarse a esos "nuevos tiempos", debe vivir en laszonas marginales [...]. Nuestro mundo se está reconstruyendo [...]. En el proceso denuestras identidades, nuestro sentido del sel], nuestras propias subjetividades se estántransfom1ando. Nos encontramos en transición hacia una nueva era» (Marxism Today,OCtubre1988; citado en Thompson 1992: 238).

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se convirtieron en nouvelles philosophes anticomunistas y, algu-no de ellos, neoconservadores. Los hippies pasaron a ser yup-pies. Para muchos intelectuales que maduraron durante el radi-calismo de los años sesenta y setenta, estos nuevos desarrollosprodujeron una enorme decepción. Los paralelos con los añoscincuenta eran evidentes. La narrativa colectiva y heroica delsocialismo había muerto una vez más y el final de la ideologíaparecía producirse de nuevo.

4. Teoría de la postmodernización: derrota, resignacióny distanciamiento cómico

El «postmodernismo» puede verse como una teoría social ex-plicativa que ha producido una nueva serie intermedia de mode-los de cultura (Lyotard 1984, Foucault 1976, Huyssen 1984),ciencia y epistemología (Rorty 1979), clase (Bourdieu 1984), ac-ción social (Crespi 1992), género y relaciones familiares (Hal-pem 1990, Seidman 1991), y vida económica (Harvey 1989,Lasch 1985). En cada una de estas áreas, y en otras, las teoríaspostmodemas han realizado contribuciones ciertamente origi-nales a la comprensión de la realidad. 3D Sin embargo, el postma-dernismo no se ha mostrado como una teoría de nivel medio.Estas discusiones han adquirido significado sólo porque se hanplanteado para ejemplificar nuevas y significativas tendencias dela historia, la estructura social y la vida moral. Por ello, debido ala conexión establecida entre los niveles de la estructura y losprocesos, micro y macro, con relevantes afirmaciones sobre elpasado, presente y futuro de la vida contemporánea, el postmo-dernismo ha confeccionado una importante y aglutinante teoríageneral de la sociedad, que, como otras que hemos consideradoaquí, debe concebirse en términos extracientíficos, no s6lo comoun recurso explicativo.

Si consideramos el postmodernismo como mito -no sola-mente como un conjunto de descripciones cognitivas sino con su

30. Un compendio de innovaciones del postmodemismo de nivel medio en el cono-cimiento científico ha sido compilado por Crook, Pakulski y Waters 1992. Para unacritica convincente de las proposiciones socioeconómicas de tales teorías de rango me-dio de la época postmodema en lo que respecta a sus avances y supuestos, ver I-lerpUl1993. Para otras criticas ver Archer 1987, Giddens 1991y Alexander 1991, 1992.

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código y narración dentro de un marco «significativos-e- debe-mos tomarlo como sucesor de la ideología de la teoría socialradical; estimulado por el fracaso de la realidad se desenvuelvede un modo que sería congruente con las expectativas generadaspor el credo de la antimodernización. Desde esta perspectiva po-demos constatar que, mientras el postmodernismo parece lu-char a brazo partido con el presente y el futuro, su horizonte seha fijado en el pasado. Entendido inicialmente como (al menos)una ideología del desencanto intelectual, los intelectuales mar-xistas y postmarxistas articularon el postmodernismo como re-acción al hecho de que el período del radicalismo heroico y co-lectivo parecía estar díluyéndose.J' Redefinían este presentecolectivo convulso, del que se había podido presagiar un futuroinminente aún más heroico, como un período que ahora estabaen vías de defunción. Afirmaban que había sido sustituido, nopor razones de frustración política, sino debido a la estructurade la historia misma.P El fracaso de la utopía había amenazadocon una posibilidad míticamente incoherente, en concreto, la re-gresión histórica. Amenazaban con socavar las estructuras se-mánticas de la vida intelectual. Con la teoría postmoderna, este

31. En Diciembre de 1986, The Guardian, un prestigioso periódico británico inde-p~ndlente de marcado carácter izquierdista, publicó durante tres días la serie, «Moder-rusm and Postmodernism ». En su artículo introductorio, Richard Gott anunció con suexp!l.caclónque -los impulsos revolucionarios que galvanizaron en cierta ocasión lapolítica y la cult~ra se han esclerotizado claramente. (citado en Thompson 1992: 222).El propio análisis de Thompson de este hecho es particularmente sensible al papelcentral jugado en él por el declive histórico del mito heroico-revolucionario .• Estepenódlco pensó claramente el sujeto de un supuesto cambio cultural del modemismoal postmodernismo suficientemente importante, por lo cual es importante dedicar mu-chas págí bli al'. . aamas y pu icaciones sujeto, La razón que se consideraba importante quedómdlcada en el subtítulo: "Por qué el movimiento revolucionario que brilló en las pri-meras décadas del siglo se apaga". A lo largo de la sede, la critica de The Guardiaiianaliza el malestar de finales del siglo XX. [...] Los artículos posteriores clarificabanque :1 "malestar" cultural representado por el cambio del modernismo se veía comoun Smtoma de un malestar social y político más profundo» (ibíd.).. La trasposición del fervor revolucionario y el término «modernismo» al estadio

VIrtualde derni .d prepostmo ermsmo del s. XX -en ocasiones, por ello, a la era postilustra-a_ es una t dencí . 1s fun-: en encia comun a a teoría postmodemista. Una reflexión natural sobreus nciones bi .ción dImanas y narrativas reclama la asunción de un papel vital en la situa-

3 e a época del =postmodemísmo» entre el futuro y el pasado.qUiel~ «La revolución que anticipaban las vanguardias y los partidos de extrema iz-luga' P y que denunciaron los pensadores y las organizaciones de derecha no tuvo

r, ero la . d d dradical T I s socie a es avanza as no se han incorporado a una transformacióna la PO~t a es la constatación común que hacen los sociólogos [..,] que han convertido

modemldad en el tema de sus análisis. (Herpin 1993:295)

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fracaso inminente pudo transformarse en algo inmanente, enuna necesidad del propio desarrollo histórico. Las «grandes na-rrativas» heroicas de la izquierda sencillamente habían sido irre-levantes para la historia; actualmente no fracasarían. Los mitosaún podrían funcionar. El significado se había conservado.

Las primeras atribuciones más influyentes del postmodernis-mo se completaron con sinceras revelaciones de perplejidad teó-rica, testimonios de cambios dramáticos en la realidad y expre-siones de desesperación existencial. Frederick Jameson (1988:25), por ejemplo, identificó un <muevoy virtualmente inimagina-ble incremento de la alineación tecnológica». A pesar de suscompromisos metodológicos, Jameson se opone a la tendencia areganar las certezas neomarxistas de la época inicial. Al afirmarque los cambios en la base productiva de la sociedad han engen-drado las confusiones superestructurales de una época de transi-ción, lamentaba (ibíd., 15) «la incapacidad de nuestras mentes,al menos en el presente, para organizar la enorme red globalmultinacional y descentrada de comunicación en la que nos en-contramos sumidos como sujetos individuales». Refiriéndose alpapel tradicional del arte como vehículo para adquirir claridadcultural, Jameson se quejaba de que este reflejo portador-de-sig-nificado ha quedado bloqueado: somos «incapaces de concen-trar la atención en nuestro propio presente, como si nos hubiése-mos convertido en incapaces de realizar representaciones estéti-cas de nuestra propia experiencia actual» (ibíd., 20).33

A pesar de todo, el triunfo intelectual cargado de significadodel postmodernismo maduro es ya visible en la descripción deJameson relativa a este nuevo orden en cuanto privatizado,fragmentado y comercial. Con estos términos, las perplejidadesy bloqueos de la racionalidad que Jameson consiguió articular,pueden explicarse, no como fracaso personal, sino como necesi-dades históricas sustentadas en la propia razón. Lo que parece

33. Esta constatación de pesimismo debetia compararse con el tono más optimis-ta del «Prefacio» de Jameson a The Political Unconscious, su colección de ensayOSescritos durante los años setenta, en la que pretende «anticipar [...] esas nuevas formasde pensamiento colectivo y cultura colectiva que se extienden más allá de los límitesde nuestro propio mundo», describiéndolos como «producción aún por realizar, colec-tiva, y culturalmente descentrada del futuro, más allá del realismo y modernismo'(1980: 11). Apenas una década más tarde, lo que Jameson encontró más allá del mo-dernismo se transformó en algo bastante diferente de la cultura colectiva y liberadoraque él había buscado.

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amenazar con una pérdida de sentido deviene ahora la mejorbase para el sentido; lo que se ha construido es un nuevo pre-sente y un nuevo pasado. No sorprende que Jameson describie-ra tibid., 15) el postmodernismo, primera y principalmente,como un concepto «periodizador», apuntando a que el términose constituyó para que los intelectuales y sus audiencias pudie-ran encontrar el sentido de estos nuevos tiempos: «El nuevopostmodernismo expresa la verdad interna del novedoso ordensocial emergente del capitalismo tardío» (ibíd.).

La teoría postmoderna, por tanto, puede verse, en términosbastante precisos, como un intento de enmendar el problemadel sentido ocasionado por el fracaso acaecido en los «sesenta».Sólo de esta forma podemos entender por qué se proclamaba ladicotomía entre modernidad y postmodernídad, y por qué loscontenidos de estas nuevas categorías históricas se describenbajo las formas que ellas poseen. Desde la perspectiva aquí des-plegada las respuestas parecen bastante claras. La continuidadcon el período inicial del radicalismo antimoderno es un hechoporque el postmodernismo también entiende «lo moderno»como su enemigo explícito. En el código binario de esta ideolo-gía intelectual, la modernidad se instala en el plano contamina-do, representando «lo otro» en los relatos narrativo s del post-modernismo.

A pesar de todo, en esta tercera fase de la teoría social depostguerra los contenidos de la modernidad han cambiado porcompleto. Los intelectuales radicales habían subrayado el aisla-miento y el particularismo del capitalismo moderno, su provin-cianismo y el fatalismo y la resignación por él producidos. Laalternativa de postmodernización que ellos planteaban no erapostmoderna, sino pública, heroica, colectiva y universal. Son,precisamente, estas últimas cualidades lo que la teoría de lapostmodernización ha censurado como encarnación de la pro-pia modernidad. Por el contrario, ellos han codificado la priva-cidad, las expectativas menos ambiciosas, el subjetivismo, la in-dividualidad, la particularidad y el localismo como plasmacióndel bien. En cuanto a la narrativa, las proporciones de mayorrelevancia histórica del postmodernismo -la desvalorizacióndel metarrelato y el retorno de lo local (Lyotard 1984), el aseen-So del símbolo vaciado de sentido o simulacro (Baudrillard1983), el final del socialismo (Gorz 1982), el énfasis en la plura-

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lidad y la diferencia (Seidman 1991, 1992)- son representacio-nes transparentes de un marco narrativo en franco retroceso.Son respuestas al desplome de las ideologías «de progreso» y desus creencias utópicas.

Las similitudes con el antimodernismo radical, por tanto,son superficiales y equivocadas. De hecho, existe una conexiónmucho más significativa entre postmodernismo Y el periodoque precedió al radicalismo, es decir, la propia teoria de la mo-dernización. Esta teoria, recordamos, era, por sí misma, unaideología desvalorizada que sucedía a un primer periodo heroi-co de cuestiona miento radical. Por otra parte, también incluíaaspectos como lo privado, lo personal y lo local.

Mientras estas similitudes revelan los numerosos equívocosque pueden provocar las autorrepresentaciones intelectuales delas ideologías intelectuales es una verdad obvia que las dosaproximaciones difieren en aspectos fundamentales. Estas dife-rencias emergen de sus posiciones en un tiempo histórico con-creto. El liberalismo de postguerra que inspiró la teoria de lamodernización sucedió a un movimiento radical que entendióla trascendencia dentro de un marco progresista, que, al tiempoque apuntaba a una radicalización del modernismo, también lorechazaba frontalmente. Por ello, mientras las dimensiones ro-mánticas e irónicas del liberalismo de postguerra restaron in-fluencia al modernismo heroico, su movimiento superador delradicalismo hizo, incluso, más accesibles aspectos nucleares delmodernismo.

El postmodernismo, por el contrario, sucedió a una genera-ción intelectual radical que había condenado, no sólo el mode~-nismo liberal, sino los principios claves de la noción de moderm-zación como tal. La Nueva Izquierda rechazaba, en parte, a laVieja Izquierda ya que ésta se encontraba vinculada al proyectode modernización; prefirió la Escuela de Frankfurt (e.g. ~ay1970), cuyas raíces localizadas en el romanticismo alemán C~lll-

cidían más nítidamente con su propio tono antimodermsta.Mientras el postmodernismo es, de hecho, una narrativa desva-lorizada frente al radicalismo heroico, la especificidad de su 'po-sición histórica supone que debe ubicar las versiones herOlc~S(radicales) y románticas (liberales) de la modernidad en el nu~-

. 1 al . d inver1Jrmo plano negativo. Los sucesores inte ectu es tíen en a 1el código binario de la teoria hegemónica precedente. Para e

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postmodernismo, el nuevo código, modernismo: postmodernis-rno, implicaba una mayor ruptura con los valores occidentales«universalistas» que con el código tradicionalismo: modernismodel periodo de postguerra o que con la dicotomía modernis-mo capitalista: antimodernización socialista que le sucedío.>'

En términos narrativos también se producen grandes cam-bios desvalorizadores. Aunque se mantiene, sin duda, un tenorromántico en ciertas tendencias del pensamiento postmodernis-ta e, incluso, argumentos colectivistas de liberación heroica, es-tas versiones «constructivistas» (Thompson 1992; Rosenau1992) centran la atención en lo personal y lo íntimo y tienden aser herederas del movimiento social de los años sesenta, e.g., las«revueltas» gay y lesbianas, el «movimiento» de la mujer y losactivistas ecológicos como los verdes. Al igual que se comprome-ten con las políticas públicas, tales movimientos articulan susdemandas más en el lenguaje de la diferencia y particularismo(e.g., Seidman 1991 y 1992) que en los términos universalistasdel bien colectivo. El impulso principal y el más específico de lanarrativa postmoderna, sin embargo, es bastante diferente. Alrechazar no sólo el heroísmo, sino también el romanticismo,tiende a ser más fatalista, critico y resignado, más cercano a uncierto agnotiscismo cómico que esos movimientos políticos deconstrucción y promotores de reforma. Más que defender la au-tenticidad del individuo, el postmodernismo anunció, a través deFoucault y Derrida, la muerte del sujeto. En palabras de Jame-son (1988: 15) «la concepción de un único self y la identidadprivada (son) cosa(s) del pasado». Otra desviación de la versióninicial romántica del modernismo es la singular ausencia de laironía. La filosofía política de Rorty es una caso muy claro. Aldesposar ironía y complejidad (e.g. Rorty 1985, 1989) secundaun liberalismo político y no epistemológico, y, en razón de estoscompromisos, debe distanciarse del marco postmodernista.

-d 34. Los teóricos postmodernos son muy aficionados a rastrear sus rafces antimo-t etnas en el romanticismo, en figuras antiilustradas como Nietzsche, Simmel y en~mas articulados por la Escuela de Frankfurt inicial. Con todo, la rebelión del rnarxis-geO t~mprano, más tradicional, contra la teoría de la modernización trazaba su líneaan~e ~g¡ca bajo formas muy similares. Como Seidman (1983) puso de manifiestoversesl'e su vIraje postrnodemo, en el romanticismo mismo habitaban posturas uni-acu~za~ras significativas contrapuestas, y entre Nietzsche y Simmel existía un des-

o ndamental en relación a la evalución de la modernidad misma.

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En lugar del relato y la ironía, lo que ha brotado con con-tundencia en el postmodernismo es el marco cómico. Frye lla-ma comedia a la última equivalencia. Como el bien y el mal nopueden analizarse, los actores -protagonistas y antagonistas-se encuentran en el mismo nivel moral, y la audiencia, más queestar normativa o emocional mente implicada, puede sentarsecómodamente y divertirse. Baudrillard (1983) es el maestro dela sátira y el ridículo, al igual que el mundo occidental en suconjunto se convierte en Disneylandia. En la comedia postmo-derna, por ello, se evita la idea de actor. Con cierto atisbo deburla pero con lID nuevo sistema teórico en su mente, Foucaultanunció la muerte del sujeto, un tema que Jameson canonizócon su anuncio de que «la concepción de un único seli y laidentidad privada (son) cosa(s) del pasado». El postmodernis-mo es el juego dentro del juego, un drama histórico destinado aconvencer a sus audiencias de que el drama ha muerto y de quela historia ya no existe. Lo que persevera es la nostalgia por unpasado saturado de simbolismo.

Quizá podríamos finalizar esta discusión con una instantá-nea de Daniel Bell, un intelectual cuya trayectoria encarna níti-damente cada una de las fases científica y mítica que anterior-mente ya he descrito. Bell accede a la autoconciencia intelec-tual como trotskista en los años treinta. Durante cierto espaciode tiempo, tras la Segunda Guerra Mundial, se posicionó den-tro del abanico de figuras anticapitalistas como C. Wright Mills,a quien acogió en calidad de colega en la Universidad de Co-lumbia. Su famoso trabajo sobre la línea de montaje y el trabajono-especializado (1992b [1956, 1947]) puso de relieve la conti-nuidad con el trabajo izquierdista del período anterior a la gue-rra. Al insistir en el concepto de alienación, Bell se comprome-tió más con el «capitalismo» que con el «industrialismo», desuerte que apoyó la transformación epocal y se opuso a la líneade la modernización de postguerra. Pronto, sin embargo, Bellefectuó una transición hacia el realismo, abogando por un mo-dernismo más individualista romántico que socialista radical.Aunque El advenimiento de la sociedad postindustrial aparecióen 1973, Bell introdujo el concepto como una extensión d~ latesis de Aron sobre la industrialización planteada casi dos deca-das antes. Lo postindustrial era una periodización que apoyabael progreso, la modernización y la razón además de minar las

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posibilidades de la trascendencia heroica y el conflicto de clase.Al aparecer, en medio de la rebelión antimodernista, El adveni-miento de la sociedad postindustrial se acogió con perplejidad yreservas por parte de muchos intelectuales pertenecientes a laizquierda antimodemista, aunque su relación indirecta con lasteorías de la sociedad de la post-escasez también se remarcó enocasiones.

Lo que destaca respecto a esta fase de la trayectoria de Belles la rapidez con que la noción modernista de sociedad post-in-dustrial condujo al postmodemismo, más en cuanto al conteni-do que en cuanto a la forma explícita. Para Bell, por supuesto,no fue el decepcionante radicalismo lo que produjo este cambiosino sus desencantos con lo que el dio en llamar el modernismotardío. Cuando Bell se apartó de este modernismo degeneradoen Las contradicciones culturales del capitalismo, su relato cam-bió. La sociedad industrial, en LID tiempo concreto quinta esenciadel modernismo, ahora no engendraba racionalidad y progreso,sino emocionalismo e irracionalismo, categorías, por lo demás,que encarnaban, de modo alarmante, a la cultura juvenil de losaños sesenta. La solución de Bell a esta autodestrucción inmi-nente de la sociedad occidental fue la de recomendar el retornode lo sagrado (1977), una solución que mostraba la nostalgia por~l pasado que Jameson diagnosticaria más tarde como un signomconfundible de la incipiente época postmoderna.

La comparación del argumento postindustrial de Bell con elpostfordismo de Harvey (1989) queda patente en esta conside-ra~ión. Harvey plantea desarrollos similares en los plantea-~Ientos productivos del capitalismo-de-información pero dise-n.auna conclusión diferente respecto a sus efectos sobre la con-CIenciade la época. El antimarxismo de Bell (1978) -su énfasisen la asincronicidad de los sistemas- le permite afirmar la re-belión en la forma de la cultura juvenil y plantear la solucióncultural en el ideal del «retorno de lo sagrado» (cf Eliade1954) El' .,. . compromIso permanente de Harvey con el razona-mIento o t d b .tra-: r o oxo ase-superestructura, le permite, por el con-

t abnlo, Postular la fragmentación y la privatización como inevi-a es .dí e Imparables resultados del modo productivo del postfor-til

smo. El ataque conservador de Bell hacia el modernismo con-ene nostal . . 1 .pl gia; e ataque radical de Harvey al postmodernismoantea la derrota.

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Desde luego que a la teoría postmoderna aún le queda mu-cho por hacer. Como ya he apuntado, sus formulaciones de gra-do medio contienen verdades de gran calado. Evaluar la impor-tancia de su teorización general, por el contrario, depende de sise ubica el postestructuralismo bajo su égida.P Ciertamente, losteóricos del giro lingüístico -pensadores como Foucault, Bour-dieu, Geertz y Rorty- comenzaron por perfilar sus compren-siones mucho antes de que el postmodernismo apareciera enescena. Sin embargo, sus énfasis en el relativismo y el construc-tivismo, su antagonismo respecto a una identificación con elsujeto, y su escepticismo a la vista de la posibilidad de un cam-bio total hace que sus contribuciones sean más compatibles conel postmodernismo que con el modernismo o la antimoderniza-ción radical. Por ello, estos teóricos diseñaron una respuesta asu decepción con el modernismo (Geertz y Rorty frente a Par-sons y Ouine), por una parte, y con el antimodernismo heroico(Foucault y Bourdieu frente a Althusser y Sartre), por la otra.En cualquier caso, Geertz y Bourdieu difícilmente pueden sertildados de teóricos postmodernos y las teorías culturalistasfuertes no pueden identificarse con los inconfundibles senti-mientos ideológicos que el término postmodernismo implica.

Mantendría aquí, como ya he propuesto al principio de estetrabajo, que las consideraciones científicas son insuficientes decara a dar respuesta de los cambios en favor o en detrimento deuna posición intelectual. Si, como yo creo que es el caso, eldistanciamiento respecto al postmodernismo ya ha comenzado,debemos observar muy de cerca, una vez más, las consideracio-

35. Ello depende, también, de otras decisíones contingentes, P?r eje~plo, la ~~ignorar la propuesta del propio post modernismo referente a que no tiene nI aboga puna temía general (ver, e.g., mi debate con Seidman [Alexander 1991 y Seldma~1991]). Además, queda por considerar el problema mucho más general de si el pos-

. 1 • . t d . ta He defendl-modernismo puede contemplarse, inc uso, como un UnICOpun o e VIS .do aquí la idea de que eso debe ser objeto de discusión, al mismo tiempo que recono;-ea la diversidad de puntos de vista dentro de él. No hay duda, por tanto, de que ea auna de las cuatro temías que examino aquí sólo existen, como tales, a través de ólo

. . dolozt tí' id al no es s oacto de reconstrucción hermenéutica. Semejante meto o ogia pICO-I e, , 1justificable filosóficamente (e.g. Gadamer 1975) sino ineludible intelectualmente, en ~sentido de que las hermenéuticas del sentido común se refieren continuament~t' .«postmodernísmo» como tal. En todo caso, estas consideraciones no debeJianocu.ó~ .el hecho de que lo que se está llevando a cabo es una tipificación y una ideallZ3cI ,;

d lod hí óri cada teOnDesde un punto de vista más empírico y concreto, ea a pen o 1St neo y ,social por revisar contenían diferentes modelos y partes.

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es extracientíficas, los recientes acontecimientos y los cambios~ociales que parecen demandar un nuevo «marco histórico-uni-versal».

5. Neomodenrismo: valorización dramática y categoríasuniversales

En la teoría postmoderna los intelectuales durante largotiempo se han representado a sí mismos y a la sociedad tenien-do como referente el fracaso de las utopías heroicas de los mo-vimientos sociales radicales, una respuesta que, al tiempo quereconocía el fracaso, no hacía ningún tipo de concesión a lasreferencias cognitivas de un mundo utópico. Cualquier idea delpensamiento postmoderno es una reflexión sobre las categoríasy las falsas aspiraciones de la narrativa colectivista tradicional,y para numerosos postmodernos la antiutopía del mundo con-temporáneo es el resultado semántico. Incluso, mientras las ex-pectativas de los intelectuales de izquierda se veían defraudadasa finales de los setenta, se reactivaba la imaginación intelectualde otros. Cuando la izquierda perdía, la derecha ganaba sin re-misión. En los años sesenta y setenta la derecha era un movi-miento reaccionario y el azote de la población negra. En 1980empezó a triunfar y comenzó a efectuar movimientos de largoalcance en las sociedades occidentales. Un hecho que ha sidoconvenientemente examinado por cada una de las tres genera-ciones de intelectuales que nosotros hemos considerado hastaahora -y más severamente por el movimiento postmodernistaque históricamente fue coextensivo con él- es que la victoriade la derecha neoliberal tuvo, y continúa teniendo, enormes re-percusiones políticas, económicas e ideológicas a lo largo y an-cho del globo.

El «acontecimiento» más decisivo para la derecha fue, dehecho, el declive del comunismo, que no se trataba sólo de unaVictoria política, militar y económica, sino, como he apuntadoen la introducción de este ensayo, un triunfo en el nivel de laprOpia imaginación histórica. Ciertamente existieron elementoseConómicos objetivos en la quiebra de la Unión Soviética, inclu-rendo crecientes deficiencias tecnológicas, el hundimiento deas exportaciones y la imposibilidad de encontrar los fondos

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económicos necesarios para poner en marcha una estrategia decrecimiento interno (Muller 1992: 139). Si bien el desplomeeconómico final tuvo una causa política, junto a ello la expan-sión militar de Norteamérica y sus aliados de la OTAN basadaen tecnología computerizada, combinada con el boicot tecnoló-gico inspirado por la derecha, condujo a la dictadura del parti-do comunista a la quiebra económica y política. Aunque la im-posibilidad de acceder a los documentos convierte a cualquierjuicio definitivo en mera precipitación, parece no hab~r ~u.dade que esas políticas se apoyaban, de hecho, en los principiosobjetivos estratégicos de los gobiernos de Reagan y Thatcher, yde que se ejecutaran con el efecto señalado.l"

Este extraordinario y casi inesperado triunfo sobre lo queparecía, no sólo un mundo alternativo plausible en lo social,sino también en lo intelectual ha tenido el mismo tipo de efec-tos desestabilizadores, deontológicos sobre muchos intelectua-les, que los de otras «rupturas» cruciales históricas que he dis-cutido antes. Eso ha creado, también, el mismo sentido de in-minencia y la convicción de que el «nuevo mundo» en construc-ción demanda un nuevo y muy diferente tipo de teoría social Y

36. El vínculo entre la Glasnost y la Perestroika y el edificio militar del presidenteRonald Reagan -en particular, su proyecto de Guerra de las galaxias=- ha sido conti-nuamente destacado por los antiguos oficiales soviéticos que participaron en la transi-ción que comenzó en 1985. Por ejemplo: «Los antiguos altos oficiales soviéticos confe-saron a Friday que las implicaciones de la apuesta de la Guerra de las gal~as delentonces Presidente Reagan y el accidente de Chemobyl confluyeron posibilitando elcambio en la política armamentfstica soviética y el final de la Guerra Fria. En unaintervención en la Universidad de Princeton durante una conferencia cuyo tema era elfinal de la Guerra Fría, los oficiales afirmaron [...] que el Presidente de la Repúblicasoviética Mijail Gorvachov fue convencido de que cualquier intento de ponerse a Igualnivel que la Iniciativa Estratégica de Defensa de 1983 de Reagan [...] podría acarr~arun empobrecimiento irreparable de la economía soviética» (Reuters News Service.febrero, 27, 1993). .

37. Este sentido de ruptura fundamental destructora de límites se pone de mam-fiesto con toda claridad en el reciente libro de Kenneth Jowitt, que busca en el ímagi-nario bíblico la manera de comunicar la manera de cómo la difusión y la amenaza seconvierte en la desorientación intelectual genuinamente contemporánea: .Durantecasi la mitad de siglo, los límites de la política internacional y las identidades de susparticipantes nacionales se han configurado directamente por la presencia de un mun-do de cuño leninista centrado en la Unión Soviética. La extinción leninista de ¡989plantea un reto fundamental en esos límites e identidades Los límites son un compo-nente esencial de una identidad reconocible y coherente [ ]. El agotamiento y la dISO-lución de los límites es, muy a menudo, un suceso traumático -mucho más. cuandf.los límites se han organizado y comprendido en términos sumamente categóncos ['":_La Guerra Fría fue un período "Joshua", un periodo de límites e identidades dogmátI

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Este triunfo negativo sobre el socialismo estatal se ha vistoreforzado, además, por la dramática serie de «sucesos positi-vos» que, durante los años ochenta, secundaron las agresivaseconomías capitalistas de mercado. Esto se ha destacado confrecuencia (muy recientemente por Kennedy 1993) en relacióncon el NIC (Newly Industrialized Countries), las economíasasiáticas de reciente industrialización y extraordinariamente di-námicas, las cuales han irrumpido en lo que se hace llamar elTercer Mundo. Es importante no infravalorar los efectos ideoló-gicos de este hecho de trascendencia internacional: el nivel su-perior y las transformaciones sostenidas de las economías atra-sadas fueron realizadas, no por las economías de gobiernos so-cialistas, sino por los celosos estados capitalistas.

Lo que frecuentemente se pasa por alto es que durante estemismo espacio de tiempo se infundió un nuevo vigor al merca-do capitalista, tanto simbólica como objetivamente, en el Occi-dente capitalista. Esto se evidenció, nos sólo en la Inglaterra deM. Thatcher y en los Estados Unidos de Norteamérica de Rea-gan, sino, de modo más dramático, en los regímenes más «pro-gresistas» e intervencionistas como Francia y, posteriormente,en países como Italia, España y, más recientemente, en el áreaescandinava. En estos casos, por tanto, no sólo tuvo lugar la es-perada y portentosa quiebra de buena parte de las economíascomunistas del mundo, sino también la acusada privatizaciónde las economías capitalistas nacionalizadas en estados autori-tarios-corporativistas y democrático-socialistas. La recesión dealcance mundial que prosiguió al largo período de crecimientosostenido en la historia capitalista no parece haber enfriado elrenacimiento de los compromisos con el mercado, como ponede relieve sin paliativos el reciente triunfo del neoliberalismo deClinton en Estados Unidos. A finales de los años sesenta y se-tenta los sucesores intelectuales de la teoría de la moderniza--~~~~entecentralizadas. En contraste con la secuencia bíblica, la extinción leninista del' desplazó el mundo de un entorno Joshua a otro del Génesis: de un modo centra-Izadamente . d "d do e hi .l' . organiza o, ngi amente estructura o e ristéricarnente sobrecargado deItmItesimpenetrables a otro en el que los límites territoriales e ideológicos se han

a enuado b . d fu did bivacro" ,ona o y con .n I o. Ha itamos un mundo que, aunque no es "amorfo yd l· .' en él sus grandes imperativos son los mismos que en el Génesis "nombrar ye ttuitar". '

¡98~OWittCompara el impacto reconfigurador del mundo resultante de los sucesos decon los de la Batalla de Hastings en 1066.

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ción, neomarxistas como Baran y Sweezy (1964) Y Mandel(1968) anunciaron el inminente estancamiento de las econo-mías capitalistas y una tasa de beneficio inevitablemente decre-cíente." La historia se ha encargado de desmentir tales asertos,lo que ha conllevado resultados ideológicos de gran alcance(Chirot 1992)

Los desarrollos «directos» en el plano específicamente polí-tico han sido de tan largo tan alcance como en el económico.Como he mencionado anteriormente, a finales de los años se-senta y durante los setenta se convirtió en ideológicamente ele-gante y empíricamente justificable aceptar el autoritarismo po-lítico como precio del desarrollo económico. En la última déca-da, sin embargo, los acontecimientos relevantes que han acaeci-do parecen haber desafiado esta visión, y parece estar produ-ciéndose un reverso radical de la sabiduría convencional. Nosólo han desaparecido las tiranías comunistas desde la mitad delos ochenta, sino también varias de las dictaduras de AméricaLatina, que parecieron tan «objetivamente necesarias» a la an-terior generación intelectual. Incluso las dictaduras africanashan comenzado, recientemente, a mostrar signos de vulnerabi-lidad frente a este tránsito en el discurso político del autoritaris-mo a la democracia.

Estos desarrollos han creado las condiciones sociales -y unsentimiento público mayoritario--- que parecerían desmentir lacodificación que los intelectuales postmodernos hacen de la so-ciedad contemporánea (y futura) como fatalista, privada, parti-

38. Uno de los pocos temas de debate relevantes de la ideología intelectual de losúltimos 30 años ha sido el «cenrro comercial». el _gran centro de compras». Su apari-ción después de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos vino a representarpara muchos liberales conservadores la vitalidad continuista -<::ontraIia a las calami-tosas predicciones del pensamiento marxista en los años treinta- del «pequeño co-mercio. y la «pequeña burguesía». Más tarde, neomarxistas como Mandel dedicaronuna gran parte de tiempo a los centros de comercio, sugiriendo que esta nueva formade organización ha mantenido a distancia el último estancamiento económico delcapitalismo, describiéndole como el equivalente organizacional de la advertencia de la«creación artificial» de «necesidades falsas». En los años ochenta, la extensión delcapitalismo de masas, ahora transformado en grandes centros de compras para lospoderosos y para los no tanto, devino el objeto del ataque de los postmodemistas,quienes lo veían, no como el ingenioso mecanismo que evita el estancamiento, sinocomo la perfecta representación de la fragmentación, cornercializacíón, pIivaticidad Yretraimiento que marcó el final de la esperanza utópica (y posiblemente de la propiahistoria), El ejemplo más famoso de estos últimos es Jameson (e.g., 1988) sobre elhotel Bonaventure de Los Ángeles.

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cularista, fragmentada y local. También aparecerían cuestio-nando el desvalorizado marco narrativo del postrnodernismo,que ha insistido en el relato de la diferencia o, más fundamen-talmente, en la idea de que la vida contemporánea puede inter-pretarse de modo cómico. Y, por ello, si miramos atentamenteel reciente discurso intelectual, podemos observar, de hecho, unretorno a muchos de los temas modernistas iniciales.

Debido a los recientes revivals del mercado y de la democra-cia que han acaecido a escala mundial, y teniendo en cuentaque son ideas generalizadas y abstractas desde el punto de vistacategórico, el univ.ersalismo ha devenido, una vez más, un re-curso viable para la teoría social. Las nociones de comunalidady convergencia institucional han vuelto a emerger y, con ellas,las posibilidades para los intelectuales de conferir significado deun modo utópico.'? Parece, de hecho, que estamos asistiendo alnacimiento de una cuarta versión de postguerra del pensamien-to social mitopoiético. El «neo-modernismo» (cf. Tiryakian1991) servirá como una caracterización tosca pero eficaz deesta fase de la teoría de la modernización hasta que aparezcaun término que represente el nuevo espíritu de la época de unaforma más imaginativa.

En respuesta a los desarrollos económicos, diferentes gru-pos de intelectuales contemporáneos han reflotado la narrativaemancipatoria del mercado, en la que sitúan un nuevo pasado(sociedad antimercado) y un nuevo presente/futuro (transición

. 39. Por ejemplo, en su reciente contestación a los compañeros miembros de laizquierda académica -no algunos sino muchos de los cuales son ahora postmodemosen su promoción de la diferencia y el particularismo- Todd Gitlin sostiene, no sóloqu~ una renovación del proyecto de universalismo es necesario para preservar unapohl1ca intelectual viable desde el punto de vista critico, sÍTIo que un movimientosemejante ya ha comenzado: «Si hay que ser de izquierda en un sentido más amplioque el puramente sentimental, esta posición debería concretarse en la siguiente idea:este deseo de la unidad del hombre es indispensable. Las formas, los medios, los~oportes y I?s ~osto.sestán sujetos a una conversación disciplinada [...] Ahora, junto at premIsa md~scUl1blede que el conocimiento de muchos tipos es relativo al tiempo,ugaJ y comunIdad interpretativa, los atentos criticas recuerdan la premisa igualmente;mp0l1ante de que hay elementos compartidos en la condición humana y que por elloa eXlstencia de comprensiones comunes es la base de toda comunícacíon (= accíónConjunta) más allá de los límites del lenguaje y experiencia. Hoy, unos de los másestimulantes objetos de estudio implica esfuerzos para íncorjporar el nuevo y el viejoConOCImientoal unisono en narrativas unificadas. Por otra parte, no hay forma deescapar d Ir'dI' e so ipsismo, cuya expresión política no puede ser a base del liberalismo ye radlcahsmo. (Gitlin 1993: 36-37).

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al mercado, eclosión capitalista) que convierte a la liberación enalgo que depende de la privatización, los contratos, la desigusj,dad monetaria y la competitividad. Por una parte, ha irrumpidouna muy amplia y activista casta de intelectuales conservado-res. Aunque su política y sus compromisos políticos no hanafectado, hasta ahora, al discurso de la teoría social general,hay excepciones que revelan el potencial de que disponen. Elvoluminoso trabajo de James Coleman Foundations of SocialTheory, por ejemplo, tiene una forma auto-conscientemente he-roica; apunta a la realización neo-mercantil, a la elección racio-nal, no sólo para el trabajo teórico futuro, sino para la recrea-ción de una vida social más responsable que se atiene a la ley ymenos degradada.r?

Mucho más significativo es el hecho de que en el seno de lavida intelectual liberal, entre la vieja generación de los utópicosdesilusionados y los grupos de jóvenes intelectuales, ha apareci-do una teoría social del mercado nueva y positiva. Para muchosintelectuales políticamente comprometidos también ésta ha ad-quirido la forma teórica del marco individualista y quasiromán-tico de la elección racional. Empleada inicialmente para hacerfrente a los desilusionantes errores de la conciencia de la clasetrabajadora (e.g., Wright 1985 y Pzeworski 1985; cf. Elster1989), ha servido, de manera progresiva, para explicar como elcomunismo estatal y el corporativismo capitalista pueden trans-formarse en un sistema orientado mercantilmente que es libe-rador o, al menos, sustancial mente racional (Pzeworski 1991,Moene y Wallerstein 1992, Nee 1989). Aunque otros intelectua-les políticamente comprometidos se han apropiado las ideas demercado bajo formas menos restrictivas y más colectivistas(e.g., Szelenyi, Friendland y Roberston 1990), sus escritos tam-bién traicionan el entusiasmo favorable a los procesos de mer-cado que es marcadamente diferente del de los intelectuales deinclinación izquierdista de las primeras épocas. Entre los distin-tos intelectuales del «socialismo de mercado» se ha producido

40. La enérgica respuesta negativa entre los teóricos sociales contemporáneos alvoluminoso trabajo de Coleman -el conjunto de artículos publicados en Theory andSociety (e.g.,Alexander 1991) no es un ejemplo atípico- es menos una indicación deque la teoría de la elección racional se está rechazando enérgicamente que una expre-sión del hecho de que el neo-modernismo, en este momento, no es atractivo para lalínea política conservadora. Esto podría no ser verdad en el futuro.

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un cambio similar. Kornai, por ejemplo, ha expresado menosreservas sobre los mercados libres en sus escritos más recientesque en los trabajos rupturistas de los años setenta y ochentaque le llevaron a la fama.

Este revival neo-moderno de la teoría de mercado se mani-fiesta también en el renacimiento y la redifinición de la sociolo-gía económica. En términos de programa de investigación, lacelebración inicial de Granovetter (1974) respecto a la idonei-dad de los «débiles vínculos» del mercado se ha convertido enun paradigma dominante para el estudio de redes económicas(e.g., Powell 1991), qu~ rechaza, implícitamente, las defensaspostmodernas y antimodernas de los vínculos fuertes y las co-munidades locales. Su último argumento del «encaje» (1985) dela acción económica ha transformado (e.g., Granovetter ySwedberg 1992) la imagen del mercado en una relación social einternacional que tiene una pequeña semejanza con la del ex-plotador capitalista del pasado. Transformaciones similarespueden verse en discursos más generalizados. Adam Smith hasido objeto de una rehabilitación intelectual (Hall 1986; Heil-broner 1986; Boltanski y Thevenot 1991: 60-84; Boltanski 1993:38-98). El «realismo de mercado» de Schumpeter se ha revitali-zado; el individualismo de las economías marginales de Weberse ha celebrado (Holton y Tumer 1989); así, la aceptación delmercado impregna el trabajo teórico de Parsons (Tumer y Hol-ton 1986 y Holton 1992).

En el ámbito político el neo-modernismo ha emergido deuna forma, incluso, más poderosa, como resultado, a buen se-guro, de que las revoluciones políticas de las últimas décadashan sido las que han reintroducido las narrativas de una formaverdaderamente heroica y han desafiado la desvalorización post-moderna de una forma más directa. Los movimientos enfren-tados con la dictadura, estimulados en la práctica por la enor-me variedad de los problemas, se han articulado míticamentecomo un vasto y extenso «drama de la democracia» (Sherwood1994), literalmente como una apertura del espíritu de la huma-nidad. El melodrama del triunfo del bien social, o casi triunfo,sobre el mal social -que Peter Brooke (1984) tan brillantemen-te descubrió como la raíz de la forma narrativa del s. XIX- haPoblado la estructura simbólica del Occidente del s. xx con hé-roes y conquistas de verdadero alcance histórico-universal. Este

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drama comenzó con la lucha epocal de Lech Walesa, que pare-cía ser prácticamente la nación polaca en ~u c~n~unto (Tirya-kian 1988) contra el coercitivo régimen unipartídista de Polo-nia. La dramaturgia del día a día que conquistó la imagi~aciónpública desembocó, inicialmente, en el inexplicable .dech~e d~Solidaridad. Finalmente, y de forma inesperada, el bien tnunfosobre el mal, y la simetria dramática de la narrativa heroica secompletó. Mijail Gorbachov dio inicio a su prolongada ma~ch~por la imaginación dramática de Occidente en 1984. Su publi-co, crecientemente leal a lo largo del mundo, siguió sus luchasepocales que, finalmente, se convirtieron en el más lar~o dramapúblico en el período de postguerra. Esta gran n~tiva -qu,epodría titularse «Realización, quiebra y resurrección de un he-roe americano: Gorbachov y el discurso del bien» (Alexander ySherwood, ms.)- produjo reacciones catárticas en su público,que la prensa denominó «Gorvymanía», Y Durkh~i~ hubieradesignado como la efervescencia colectiva que, umcamente,inspiran los símbolos de lo sagrado. Este drama fue recordado,por el público en general, los media y las élit:s de los. paísesoccidentales como el equivalente de las hazanas heroicas deNelson Mandela y Vaclav Havel y las últimas de Boris Yeltsin,el héroe que detuvo los tanques, que sucedió a Gorbachov en l~fase post-comunista de Rusia (Alexander y Sherwood 199~). S.I-milares experiencias de exaltación y fe renovadora en la efica~¡amoral de la revolución democrática tuvieron lugar con motivodel drama social que se produjo en 1989 en la Plaza de Tia~~-men, con sus fuertes matices ritualistas (Chan 1994) y su clási-co desenlace trágico. , .

Sería sorprendente el que esta reflotación del drama poht~code masas no se hubiera manifestado, por sí mismo, en cambiOSigualmente destacados en las teorizaciones intelectuales respec-to a la política. De hecho, un proceso paralelo al ascenso d~l«mercado», tuvo lugar con la recu~eració~ poderosa de la te~~;zación sobre la democracia. Las Ideas liberales sobre la VI

política, que emergieron en los siglos XVIII Y XIX Y que fue~~ndesplazadas por la «cuestión social» de la gran transfo~ac!Onindustrial, aparecen, de nuevo, como las ideas contemporaneas:Rechazadas como anacronismos históricos en las décadas anti

f . te ac-y postmodernas, han alcanzado, súbitamente, una ervientualidad (d. Alexander 1991).

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Esta reemergencia ha tomado el concepto de «sociedad ci-vil», el ámbito informal, no-estatal y no-económico de la vidapública y personal que Tocqueville, por ejemplo, definió comovital para la perseverancia del estado democrático. Surgido ini-cialmente desde el corazón de los debates intelectuales que con-tribuyeron al estallido de las luchas sociales contra el autoritaris-mo en Europa del Este (d. Arato y Cohen 1992) y América Lati-na (Stepan 1985), el término fue secularizado y se le confirió unsignificado más abstracto y más universal por parte de los inte-lectuales norteamericanos y europeos allí donde conectaron conesos movimientos, como Cohen y Arato y Keane (1989ab). Pos-teriormente, emplearon el concepto con pretensiones de teoriza-ción de forma que, con mucha precisión, deslindaron su propia«teorización» izquierdista de los escritos sobre la anti-modemi-zación y democracia antí-formal de los inicios.

Estimulados por estos teóricos y también por la traduccióninglesa (1989) del primer libro de Haberrnas sobre la esfera pú-blica burguesa, los debates entre pluralismo, fragmentación, di-ferenciación y participación se han convertido en el nuevo or-den del día. Los teóricos frankfurtianos, los historiadores socia-les de cuño marxista e, incluso, algunos post-modernos han de-venido teóricos democráticos bajo el signo de la «esfera públi-ca» (ver, e.g., los ensayos de Postpone, Ryan y Eley recogidos enCalhoun 1992 y los escritos más recientes de Held, e.g., 1987).41Los filósofos políticos comunitaristas e internalistas, como Wal-zer (1991, 1992), han utilizado el concepto para clarificar lasdimensiones universalistas, si bien no abstractas, en su teoriza-ción sobre el bien. Para los teóricos sociales conservadores (e.g.,Banfield en preparación, Wilson en preparación y Shils 1991 yen preparación), la sociedad civil es un concepto que implicacivilidad y armonía. Para los neofuncionalistas (e.g., Sciulli

-41. Existe una clara de evidencia de que esta transformación es de alcance mun-

~ial. En Quebec, por ejemplo, Amaud Sales, que trabajó primeramente en el marco dela tradICIón ínequívocamente marxista, insiste ahora en una conexión universal entre~ grupos en conflicto e incorpora el lenguaje de lo «público» y la «sociedad civil•.". unque en su multiplicidad, asociaciones, uniones, corporaciones y movimientos~rempre han defendido y representado pareceres muy dispares, es muy probable que,s pesar del poder de los sistemas económicos y estatales, la proliferación de gruposhustentados en la tradición, en una forma de vida, una opinión o una protesta nunca~srd(o, probablemente, tan amplia y tan diversificada como ocurre a finales del siglo

» Sales: 308).

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1992, Mayhew 1992 y Alexander 1992), es una idea que denotala posibilidad de pensar los conflictos relativos a la igualdad einclusión de un modo menos anticapitalista. Para los viejos fun-cionalistas (e.g., Inkeles 1991), es una idea que sugiere que lademocracia formal ha sido un requisito para la modernizacióndesde el principio al fin.

Pero sea cual fuera la perspectiva particular que ha formula-do esta nueva idea política, su estatus neo-moderno está aúnpor confirmar. La teorización en esta línea sugiere que las so-ciedades contemporáneas poseen, o deben aspirar, no sólo a unmercado económico, sino también a una zona política inequí-voca, un ámbito institucional de dominio universal aunque dis-putado (Touraine 1994). Suministra un punto de referencia em-pírico sumamente compartido que implica un código familiarde ciudadano y enemigo y permite que la historia sea narrada,una vez más, de una forma teleológica que aporta al drama dela democracia una fuerza intensa.

6. El neo-modernismo y el mal social: el nacionalismocomo representación corrompida

Este problema de la demarcación de la sociedad civil comooposición a la sociedad no-civil apunta al problema del rebasa-miento de los marcos narrativos y explicativos de la teoría neo-moderna que he descrito anteriormente. Las narrativas román-ticas y heroicas que describen el triunfo, o el posible triunfo, demercados y democracias tienen una forma familiar tranquiliza-dora. Cuando retornamos al código binario de este período his-tórico emergente, sin embargo, se anuncian ciertos problemas.Dado el resurgimiento del universalismo, por tanto, uno puedesostener que lo que asoma es una especificación del código do-minante, descrito, inicialmente, como el discurso de la sociedadcivil. Sin embargo, aunque esta simbolización arquetípica delos requisitos y antónimos de la democracia establece catego-rías generales, las «representaciones sociales» específicamentehistóricas (Moscovici 1984) deben desarrollarse, para articularlas categorías concretas de bien y mal, en un tiempo y en unlugar concretos. Con la vista puesta en esas elaboraciones se-cundarias, lo que uno descubre es lo difícil que ha sido desarro-

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llar un código de categorías binarias que es semántica y social-mente convincente, un contraste negro frente a blanco que pue-de funcionar como un código que sucede al postmoderno: mo-derno, o al socialista: capitalista, o al moderno: tradicional, esdecir, los emplazamientos simbólicos que fueron establecidospor las primeras generaciones de intelectuales, y que hoy, deninguna forma, han perdido su eficacia por completo.f

Con toda seguridad, la simbolización del bien no presentaun problema real. La democracia y el universalismo son térmi-nos claves y sus plasmaciones más substantivas son el mercadolibre, el individualismo y los derechos humanos. El problemaasoma en la articulación del polo profano. Las cualidades abs-tractas que la contaminación debe encarnar son bastante evi-dentes. Como son producidas por el principio de diferencia, re-producen exactamente las cualidades que identificaban la con-taminación de la vida «tradicional». Pero a pesar de las analo-gías lógicas, las formulaciones ideológicas iniciales no puedenretomarse de nuevo. Aunque se gestan a sí mismas sólo pormedio de diferencias en representaciones de segundo orden, lasdiferencias entre la sociedad en nuestros días y el período inme-diatamente postbélico son enormes. Frente a la briosa arremeti-da de los «mercados» y la «democracia» y al estrepitoso colapsode sus adversarios, se ha constatado la dificultad para formularrepresentaciones igualmente universales y de largo alcance delo profano. La cuestión es la siguiente: ¿existe un movimientoopositor o fuerza geo-política que es un peligro convincente yfundamental, que es una amenaza «histórico-universal» para el«bien»? Los otros enemigos peligrosos del universalismo pare-cerían ser reliquias históricas, alejados de la visión y de la men-te, abatidos por un drama histórico que parece poco probableque se invierta súbitamente. Fue esta razón semántica por laque, en el período inmediatamente después de «I 989», muchosintelectuales y amplios sectores del público occidental, experi-mentarán una extraña combinación de optimismo y autosatis-facción, compromiso enérgico y desmoronamiento moral.

En comparación con la teoría de la modernización de losaños de postguerra, la teoría neo-moderna implica cambios-id 42. Ver mi comentario inicial (nota 28, arriba) sobre los efectos inerciales de las1 eologías intelectuales y sobre las condiciones sociales que los exacerba.

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fundamentales, tanto en el tiempo simbólico como en el espa-cio simbólico. En la teoría neo-moderna lo profano no puederepresentarse por un período evolutivo precedente transido detradicionalismo ni identificado con el mundo situado en la peri-feria de Norteamérica y Europa. En contraste con la ola de mo-dernización de postguerra, lo normal es lo global y lo inter-na-cional más que lo regional y lo imperial, una diferencia articula-da en la ciencia social por el contraste entre las primeras teoríasde la dependencia (Frank 1966) y las teorías más contemporá-neas de la globalización (Robertson 1992). Las razones socialesy económicas de este cambio obedecen al ascenso de Japón,que en este momento ha adquirido poder, no como una de lassociedades militares de Spencer -una categoría que se podríadesignar tiempo atrás en un sentido evolucionista-, sino comouna sociedad civilizada comercial.

Por ello, por primera vez en 500 años (ver Kennedy 1987),ha sido imposible para Occidente dominar a Asia, tanto en loeconómico como en lo cultural. Cuando este factor objetivo secombina con la intensa descristianización de los intelectualesoccidentales, podemos entender el hecho destacable de que el«orientalismo» -la contaminación simbólica de la civilizaciónoriental que Said (1978) articuló de forma no muy notable hacealgo más que una década- ya no parezca ser una poderosarepresentación espacial o temporal en la ideología occidental oteoría social, aunque no haya desaparecido por completo.v' Unatransposición de la ciencia social de este hecho ideológico, queapunta a la forma del código postpostmoderno, o neo-moderno,es la llamada de Eisenstadt (1987: vii) en favor de «una refor-mulación de largo alcance de la visión de la modernización y delas civilizaciones modernas». Mientras persevere el código mo-derno de un modo inequívocamente positivo, esta conceptuali-

43. Esto parecería confirmar, a primera vista, la insistencia cuasirnarxista de Saidde que fue el ascenso del poder actual de Occidente en el mundo -el impelialismo--lo que permitió el fortalecimiento de la ideología del olientalismo. Lo que Said noreconoce, sin embargo, es que existe un código más general de las categorías de losagrado y lo profano del que las «representaciones sociales» del orientalismo no sonsino una plasmación específicamente histórica. El discurso de la sociedad civil es unaforma ideológica que provenía del imperialismo y que ínformó la contaminacióndediversas categorías de otros estigmas históricamente localizados -judíos, mUjeles,esclavos, proletarios, homosexuales y enemigos en general- en términos bastante SI'

milares,

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zación lo explica, no como el final de la secuencia evolutivasino como un movimiento globalizador altamente satisfactorio.'

En lugar de percibir la modernizacióncomo la estación final enel cumplimientodel potencial evolutivoextensiblea todas las so-ciedades-del que la representacióneuropea era el paradigma yla manifestaciónmás importante y sucinta- la modernización(o modernidad) debería contemplarse como una civilizaciónofenómenoespecífico.Originadoen Europa, se ha extendidoconsus especificidadeseconómicas,plásticas e ideológicaspor todoel mundo. La cristalizaciónde este nuevo tipo de civilizaciónnoha sido diferentea la extensiónde las grandes religioneso a lasexpansionesde los grandes imperios, pero, a causa de que lamodernizacióncasi siempre combinó aspectosy fuerzas econó-micase ideológicas,su impacto fue,con mucho, el de más enver-gadura.

La teoría original de la modernización transformó abierta-mente la teoría weberiana de las religiones del mundo centradaen Occidente en un problema universal del cambio global queculminó en la estructura social y cultural del mundo occidentalde postguerra. Eisenstadt propone efectuar la modernizacióndel equivalente histórico de una religión del mundo, que, por unl~do: ,la relativiza y, por otro, alude a la posibilidad de la apro-piacron autóctona selectiva (Hannerz 1987)

El otro polo del declive del orientalismo es, entre los teóricosoccidentales, lo que parece ser la virtual desaparición del «ter-cer mundismo» --que podría llamarse occidentalismo-- del vo-cabulario de los intelectuales que hablan desde dentro o ennombre de los países desarrollados. Una indicación reseñablede este cambio discursivo puede encontrarse en un artículo deoP~nión que Edward Said publicó en el New York Times con elo~Jeto de dar muestras de su rechazo a la ofensiva aérea de losahados contra Irak a primeros de 1991. Al tiempo que reiterabaiacaracterización común de la política americana respecto a.:a~ ~omo resultado de una «ideología imperialista», Said noJ ,Sti[1CÓeste rechazo apuntando al valor distintivo de la ideolo-gla nacíon 1 l' . . 1 . .a o po ítica, SInOa a universalidad protegida: «Unnuevo ord dial . b, en mun 1 tiene que asarse en principios generalesautentic 1 d .P íOS, no en e po er selectivarnente empleado por una s» De form iznifícatí Said d. a muy sigru catíva, al enunció al presidente

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. , S dd H s ein y al «mundo árabe», representándo¡•••lraqul a am u " ~I . d I s que se contaminó co"-con categorías partiC~ anz~ oras. a a .•'o

los enemigos del proPlO universalismo.

El di ...-,dicional del nacionalismo árabe, al margendelISCursOU". l es inexa to, inesponsablanquilosamiento del sistema estata,. e,

, • [] T ~< media árabe actualessoanómalo e incIu o, conuco .... LV"' nd '. ES difícil hablar del verdadero plan en elmundo

una esgraCJa. áli . racionales. ..1, b [ ] Diff '¡mente uno encuentra an ISIS +ues.ara e.... I CI.. -etas del ¡nundo árabehocripciones estadísticas fiables y concr . . y

[] bi nte mediocridad en la ciencia Y en muchosdecon su ." ago la , el simbolisJllOconfusoy laslos ámbitos culturales. La alegona, ,insinuaciones sustituyen al sentido comun.

e d Said Juye que parece xistir una «despiadadauan o al conC .., , b 1 .riolencia y al extreJUIsmo», parece consu.propensIOn ara e a a V> •

marse el final del occidentalismo. ,D bid 1 odificación conteJUporáne de la antite-e loa que a re- (I áfí

. del uní ali no puede representarse geobr camenteSIS e uruvers smo al d. id 1ni como temporalmente loco iza a enun

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d dóiicarm t representarse carno «moderruzaclOn».pue e, para opcarnen , . al t mporánEn el discurso ideológi o de los intelectu- es con . .. eos,

1 t té 'no como identificar elParecen casi tan dificil eJ11Pear es e rrru. .

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J. 1 tr 'ClonallSnlO, cornu-turales es que el «naciona Ismo -no e a ., fí It I pnnclpal desa o anismo o el «este»- llega a represen ar e

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uevo discurso universalizado del bien. El nacionalismo es elnombre que, en nuestros días, intelectuales y público están~ando, progresivamente, a las antinomias negativas de la so-ciedad civil. Las categorías de lo «irracional», «conspiratorio»y «represivo» se toman como sinónimas de enérgicas expresio-nes de nacionalidad y se equiparan con la primordialidad y lasformas sociales incivilizadas. El que las sociedades civilessiempre hayan tomado, por sí mismas, una forma nacionalestá plácidamente olvidado, junto con el nacionalismo reitera-tivo de muchos movimientos democráticos" Es verdad, desdeluego, que en el mundo geopolítico que, súbitamente, ha sidoreformado, los movimientos sociales y las rebeliones armadasorientales para la autodeterminación nacional son los que ha-cen estallar los conflictos militares que pueden dar lugar a gue-rras a gran escala.

¿Se trata de un milagro, entonces, que el nacionalismo aho-ra se describa normalmente como el sucesor del comunismo,no sólo en un sentido semántica, sino también organizacional?Esta ecuación la han establecido intelectuales de prestigio, nosólo la prensa popular. «Ante la apariencia de que el naciona-lismo pudiera extinguirse -escribía Liah Greenfeld (1992) re-cientemente en The New Republic-, el comunismo ha perpe-tuado y reforzado los viejos valores nacionalistas. Y la intelli-gentsia comprometida con estos valores se está transformandoahora en el régimen democrático que, de manera inadvertida,ayudó a crear.»

La inteIligentsia democrática, que se concibe en oposición al es-tado comunista, está, de hecho, mucho más motivada por el na-cionalismo que por preocupaciones democráticas [...] Para llevara cabo una transición del comunismo a la democracia, Rusianecesita renunciar a tradiciones que hicieron posible el cornunis-mo: los valores antidemocráticos de su nacionalismo [ibíd.].

-44. Excepciones a esta amnesia pueden encontrarse, sin embargo, en el debate

actual, en particular, entre aquellos teóricos sociales franceses que conservan una fuer-te influencia de la tradición republicana. Ver, por ejemplo, el lúcido argumento deMlchel Wieviorka para una comprensión controvertida y ambivalente del nacionalis-mo y la poderosa defensa de Dominique Schnapper (J 994) del carácter nacional delestado democrático. Por otra parte, una buena y reciente exposición de esta posiciónmás equilibrada, ver Hall 1993.

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No parece sorprendente que alguno de los teóricos so . l. , ~~norteamencanos mas prometedores de la generación rná .h s Joven

aya abandonado sus preocupaciones por la modernizació lt ' , . . d d n, a.eon~ crítica y ~IU a. anía en favor de cuestiones como las deIdentidad y nacionalísmo. A lo que defiende Greenfeld sedrí - di 1 ' po-na ana Ir e nuevo trabajo de Rogers Brubaker, cuyos estu,dios del nacionalismo de la Europa Central y de Rusia (B bak e.g.,ru er 1:94) ~stablecen vínculos entre el comunismo soviéti_co y. el nacionalismo c?ntemporáneo, aunque desde una pers,pectrva menos culturahsta, más neoinstitucionalista. Se podósubrayar también algunos de los más recientes escritos de Craí aCalhoun (e.g. 1992). g. Es un error confirmar que tal analogía semántica y organiza-

cional con el comunismo ha impedido al fundamentalismo reli-gioso asumir un papel contaminante categorialmente similar.Ha sido imposible hacer eso a pesar del empleo corriente del~ndamentalismo frente a la modernidad en el lenguaje ordina.no (e.g., Barber 1992) y los cuantiosos ejemplos de sus peligrosreales para la democracia, mercados y diferenciación social queson de dominio público.P Por un lado, como los intelectualescritican de continuo en las narraciones democráticas la renova-ción de las formas fundamentalistas de la religiosidad en suspaíses democráticos, es difícil para ellos equiparar lo secular conlo democrático o ubicar la religiosidad fundamentalista comple-tamente fuera de los límites de la vida democrática, Por otrolado, las naciones postcomunistas no son particulannente fun-damentalistas; ni el fundamentalismo ha establecido el mismotipo de base política real para la renovación del conflicto a granescala como afirmación militante de los derechos nacionales.

En el invierno de 1994, Theory and Society, una publicaciónseñera que sirvió para aglutinar las corrientes intelectuales en lateoría social occidental, dedicó un número especial al naciona-lismo. En su introducción al volumen, John Comaroff y PaulStern hicieron particulannente gráfico el vínculo entre nacio-nalismo-corno-contaminación y nacionalismo-como-objeto-de-ciencia-social.

45. Más recientemente, ver la discusión esclarecedora de Khosrokhavar (1993) res-pecto a cómo la utopía negativa de la religión shi'ita socava los esfuerzos más uníver-salistas en la revolución iraní.

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En ninguna parte los signos del discurrir de la historia contem-poránea, de nuestro error en la comprensión y la predicción delpresente, han sido más claramente expresados que en el [...] re-nacimiento enérgico del nacionalismo [...] Los acontecimientosdel mundo desencadenados en nuestro pasado reciente han arro-jado una luz muy intensa sobre la oscuridad, sobre los peligrososrostros del nacionalismo y sus exigenciasde identidad soberana.Y, de este modo, han puesto de relieve lo tenue que es nuestracomprensión del fenómeno. No sólo esos acontecimientos hanconfundido al inocente mundo de la erudición. También hanmostrado una larga herencia de teoría social y un pronósticototalmente erróneo [Comaroffy Stem 1994:35].

Mientras estos teóricos, por supuesto, no deconstruyen suargumento empírico relacionándolo, explícitamente, con el as-censo de una nueva fase del mito y de la ciencia, es digno dedestacar que insisten en la ligazón entre la nueva comprensióndel nacionalismo y el rechazo del marxismo, teoría de la moder-nización y el pensamiento postmoderno (ibíd., 35-37). En supropia contribución a este singular problema reavivado, Green-feld y Chirot insisten en la antítesis fundamental entre demo-cracia y nacionalismo en términos fuertes. Tras la discusión so-bre Rusia, Alemania, Rumania, Siria, lrak y los Jemeres Rojosde Camboya, escriben:

Los casos que discutimos aquí muestran que la asociación entreciertos tipos de nacionalismo y la conducta agresiva y brutal noes ni fortuita ni inexplicable. El nacionalismo mantiene la basemás poderosa, general y primordial del mundo de la identidadcultural y política. Su alcance todavía crece, no disminuye, a lolargo del mundo. Y en muchos lugares, no se plasma bajo unaforma individualistao CÍvica[Greenfeldy Chirot 1994:123].

La nueva representación social del nacionalismo y la conta-minación, basada en la analogía simbólica con el comunismo,también ha penneado la prensa popular. Las expansionistasaventuras militares de Serbia han aportado un ámbito crucialde representación colectiva. Ver, por ejemplo, la relación cate-gorial que se establece en el siguiente editorial del New YorkTimes.

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El comunismo puede, fácilmente, convertirse en nacionalismo.Los dos c:edos tienen mucho en común. Cada uno ofrece unaclave sencilla para enmarañar los problemas. Uno exalta las cla-ses, el otro la autenticidad étnica. Cada uno reprocha agraviosreales procedentes de enemigos imaginados. Como destacó unmform~nte ruso. a David Shipler en The New Yorker: «Ambas sonideologías que liberan al pueblo de la responsabilidad personal.Estan urudas por el mismo objetivo sagrado [...]». En diferentesgrados y con distintos resultados, los viejos bolcheviques han de-verudo nuevos nacionalistas en Serbia y en muchas de las anti-guas Repúblicas Soviéticas.

~l edi:o~~lista del Times codifica nuevamente a los actoresSOCIales sHVlendose de las analogías entre la reciente escisiónd.e Checoslovaquia y el nacionalismo que precedió a esta esci-sión y que, en el fondo, hunde sus raíces en la I.G.M.

y ~hora el mismo fenómeno ha brotado en Checoslovaquia [...]EXIsteun [...] peligro moral, descrito tiempo atrás por ThomasMasaryk, el Pres~dente fundador de Checoslovaquia, cuyo nacio-nalisrno estuvo lígado de manera inseparable a la creencia en lad~m.ocracia. «El chauvinismo en ningún lugar se justifica -es-~nbIa en 1927-, y menos en nuestro país [...] Para un naciona-lismo positivo, a quien busca edificar una nación fruto de untrabajo intenso, no puede ponerse pega alguna. El chauvinismola intolerancia racial o nacional, y no el amor de uno hacia supropio pueblo, es el enemigo de las naciones y de la hurnani-=:Las pala~ras de Masaryk son un buen criterio para enjui-ciar la tole~-anclapor ambos lados [16 de junio 1992; reimpresoen Intematzonal Herald Tribune].

~~ analogía entre nacionalismo y comunismo, y su contarni-nacion como amenaza para el nuevo internacionalismo la esta-blece el Gobierno de oficiales de los antiguos estados comunis-taso Po~ ejemplo, a finales de Septiembre de 1992, Andrei Kozy-rev: mrrustro ruso de asuntos exteriores, apeló a las NacionesUrudas para considerar el emplazamiento de un representanteencargado de vigilar los movimientos independentistas de lasantiguas. Repúbli~as soviéticas no-eslavas. Sólo una coperacióncon Naciones Unidas, afirmaba, podría hacer desaconsejable alos nuevos estados independientes la discriminación contra mi-norías nacionales. El enigma simbólico de este argumento es la

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analogía entre dos categorías de contaminación. «Anteriormen-te, la víctima de los regímenes e ideologías totalitarias necesita-ron protección», afirmó Koryzev a la Asamblea General de lasNaciones Unidas. «Hoy, incluso con más determinación, se ne-cesita contener el nacionalismo agresivo emergente como unanueva amenaza global.v"

7. ¿Revisitando la modernización? Hybris de linealidady los peligros de amnesia teórica

En 1982 (144), cuando Anthony Giddens afirmaba contun-dentemente que «la teoría de la modernidad está basada en pre-misas falsas», reiteraba el sentido común de la ciencia socialmás actual o, al menos, la versión que del mismo aporta sugeneración. Cuando añadía que la teoría había «servido [...]como defensa ideológica del dominio del capitalismo occidentalsobre el resto del mundo», reproducía la comprensión comúnde por qué esta teoría falsa se mantuvo en cierto modo. Hoyestas dos sentimientos parecen anacrónicos. La teoría de la mo-dernización (e.g., Parsons 1963) estipulaba que las grandes civi-lizaciones del mundo confluían hacia las configuraciones insti-tucionales o culturales de la sociedad occidental. Ciertamenteestamos siendo testigos hoy de algo parecido a este proceso, y elentusiasmo que ha generado se ha impuesto con dificultad porla dominación occidental.

La transformación profundamente ideológica y objetiva des-crita en la sección anterior ha comenzado a engendrar sus efec-tos teóricos, y el guante teórico que diferentes tendencias delneomodernismo han dirigido a los pies de la teoría postrnoder-na está a la vista de todos. Las condiciones de este cambio his-tórico han creado un sustrato fértil para tales teorizacionespostmodernas, y los intelectuales han respondido a esas condi-ciones revisando sus teorías iniciales bajo formas creativas y, a

46. En una observación sobre la paradójica relación del nacionalismo con losacontecimientos recientes, Wittrock (1991) subraya que cuando Alemania occidentalpresionaba para la reuníficacíón, afirmaba el universalismo abstracto de nocionescomo libertad, ley y mercado y, al mismo tiempo, la ideología del nacionalismo en susentido más particularista y lingüístico, la idea de que el «pueblo alemán» no podriadividirse.

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menudo, de largo alcance. Sería prematuro, ciertamente, lla-mar neomodernismo a la «teoría sucesora» del postmodernis_mo. Sólo recientemente ha crístalizado como una alternativaintelectual, mucho menos ha emergido como la vencedora eneste combate ideológico y teorético. No está claro, además, si elmovimiento se nutre de una nueva generación de intelectualeso de fragmentos de generaciones actuales antagonistas que hanencontrado en el neomodernismo un vehículo unificado paradisputar la hegemonía postmoderna sobre el ámbito contempo-ráneo. A pesar de estas afirmaciones debe reconocerse que hasalido a escena una nueva y diferente corriente de teorización.

Con este triunfo, sin embargo, asoma el grave peligro deamnesia teórica respecto a los problemas del pasado. Las verifi-caciones retrospectivas de la modernización han comenzadomuy en serio. Una de las más contundentes y agudas apologíasaparecieron, recientemente, en el European Journal of Socio-logy. «Con un sentido aparentemente más acusado de la reali-dad», escribe Muller (1992: 111), «la teoría sociológica de lamodernidad ha recordado los desarrollos de largo recorridodentro del área de Europa del Este, teniendo lugar, actualmen-te, de una forma más condensada, antes de que fueran empíri-camente verificables». Muller añade que «la gran teoría constan-temente acusada de carecer, aparentemente, de contacto con larealidad, parece disponer de capacidad predictiva -la teoría dela modernización sociológica clásica de Talcott Parsons» (ibíd.,original en cursivas). Distinguidos teóricos, que, tiempo atrás,fueron críticos neomarxistas de la sociedad capitalista, comoBryan Tumer, han devenido partidarios y defensores de la ciu-dadanía occidental (Turner 1986) contra el igualitarismo radi-cal y han elogiado a Parsons por su respaldo «antinostálgico»(Holton y Turner 1986) a las estructuras básicas de la vida mo-derna. Entre los antiguos comunistas del aparato, se ha im-puesto, paulatinamente, la evidencia creciente (i.e., Borko cita-do en Muller 1992: 112) de que «retrodicciones» similares sobrela convergencia de las sociedades capitalistas y comunistas seestán produciendo, tendencias que, por lo demás, han causadoun número creciente de «revísitas» a Schumpeter.

El peligro teórico aquí es que esta re-apreciación entusiastade algunos avances destacados de la ciencia social de postgue-rra podrían, actualmente, desembocar en el resugimiento de

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rías de la convergencia y de la modernización en suslas teo . . .l'm'cI'ales En sus meditaciones sobre las recientes tran-formas .

. íones en Europa del Este, Habermas (1990: 4) emplea tales~a 'fi 1fases evolutivas para «rebobinar el carrete» y «recti ~ar a re-volución». Un reciente trabajo de Inkeles (1991) refendo a las

encias políticas norteamericanas se encuentra colmado d.e~~es homilías de la convergencia incidiendo en. q,:e un «partí-do político no debería pretender lograr sus Objetlvo~ por me-dios extrapolíticos». Salpicado de apuntes sobre «la Importan-cia de localizar [...] los puntos distintivos en los ~ue los recur-os adicionales pueden suministrar grandes ventajas», el traba-;0 expone el tipo de sobreconfianza e~ el cambio social ~ont.r?-

lado que marcó la hybris del pensamIento de la modernizaciónde postguerra. Cuando Lipset (1990) pretende extraer la lec-ción derivada de la segunda gran transición como fracaso del«camino intermedio» entre capitalismo y socialismo, aciertaen un importante sentido, pero la formulación corre el peligrode fortalecer las tendencias dicotómicas o esto o aquello delpensamiento inicial, de forma que podrí~ j~stific~r~e, ~~ sólola pequeña autofelicitación, sino un optírmsmo mjustlfi~adosobre el inminente cambio social. Jeffrey Sachs y otros divul-gadores simplistas del enfoque del «big bang» hacia la tra~s~-ción parecen estar aludiendo a una reedición de l~ teoría mi-cial del «despegue» de Rostow. Al igual que las pnmeras. ver-siones de la idea de modernización, este nuevo modernismomonetarista vierte su interés sobre la solidaridad social y laciudadanía, aludiendo únicamente a un sentido de especifici-dad histórica (Leijonhofvud 1993).

Mientras las recientes formulaciones que la ciencia social haefectuado del mercado y de la democracia discutían respecto ala idoneidad de evitar las notorias distorsiones del tipo que yahe descrito, el universalismo de sus categorías, el heroísmo desu Zeitgeist (espíritu epocal) y las estructuras dicotómicas de suscódigos convierten a los problemas subyacentes en alg~ difícilde evitar. Las teorías de la transición hacia el mercado, mclusoen las cautelosas manos de un erudito tan juicioso como VictorNee anuncian a veces, una linealidad y racionalidad que laexp~riencia his~órica desmiente. La teoría de la sociedad civil, apesar de la extraordinaria autoconciencia de filósofos como Co-hen y Walzer, parece imposible teorizar, empíricamente, sobre

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las fuerzas demónicas y anticiviles de la vida cultural que noj-,malmente la condenan (cf., Alexander 1994 y Sztompka 1991).

Si tiene que darse un nuevo y más exitoso esfuerzo dirigido ala construcción de la teoría social en lo referido a las estructurasfundamentales por las sociedades contemporáneas (d. Sztomp-ka 1993: 136-141), tendrán que evitarse estas tendencias regresi_vas que reactivan las ideas de la modernización en sus formasmás simples. Estructuras institucionales COmola democracia, laley y el mercado son requisitos funcionales siempre y cuando seestén alcanzando ciertas competencias sociales y adquiriendociertos recursos; no son, sin embargo, niinevitabilidades históri-cas ni resultados lineales, tampoco panaceas sociales para losproblemas de los subsistemas o grupos económicos (véase, e.g.,Rueschemeyer 1992). La diferenciación social y cultural podríaser un parámetro típico-ideal que puedereconstmirse, analítica-mente, con el paso del tiempo; sin embsrgo, el que una diferen-ciación particular tenga lugar o no -mercado, estado, ley ociencia- depende de aspiraciones normativas (e.g., Sztompka1991), la posición estratégica, historia ypoderes de grupos socia-les particulares. Respecto al progreso saal, la diferenciación lodinamiza al tiempo que lo retarda, y pue:ledar lugar a sacudidassociales de gran envergadura. Los sist'JIlas sociales pudieranser, igualmente, plurales y causas de canbio multidimensional;en un momento dado y en un lugar COlCreto,sin embargo, unsubsistema particular y el grupo que le ige -económico, polí-tico, científico o religioso- podria do ar y sumergir exitósa-mente a los otros en su nombre. La gilbalización es, por ello,una dialéctica de indigenización y cosnrpolitísmo, pero las asi-metrías culturales y políticas subsisten entrelas regiones más ymenos desarrolladas, incluso si a ellas nJ son inherentes contra-dicciones de algún hecho imperialista. M,entrasel concepto ana-lítico de sociedad civil debe protegerse, r todos los medios, dela época heroica de las revoluciones denoCráticas, debería des-idealizarse de modo que la «sociedad ¡¡,,ti-civil»-los procesoscompensatorios de descivilización, p 'zación y violencia-pueda verse también como resultado ~picamente «moderno».Finalmente, estas nuevas teorías deben iJsistiren mantener unareflexividad descentrada y autoconsciene respecto a sus dimen-siones ideológicas, crear una nueva teoi;lcientífica explicativa.Sólo si ellas toman consciencia de sí m as como construccío-

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rales --como códigos y como narrativas- estarán en dis-nes mo .' d diición de evitar la arrogancia totalizadora e que o muestrasPO~eoríade la modernización inicial. En este sentido, el «neo»~ebe incorporar el giro lingüísti~o asociado co~ la t~~ría «pos;-moderna, incluso mientras desafie sus avances ideológicos y teo-ricos más generales. ., / .

En una de sus últimas y más profundas meditaciones teon-s Francois Bourricaud (1987: 19-21) apuntaba a que «una

cas, d defini 1f rma de definir la modernidad es el mo o en que e rumos as~lidaridad». La idea de modernidad puede defenderse, creíaBourricaud, si, más que identificar solidaridad con equivalen-cia, entendemos que el «espíritu general es tanto universalcomo particular». Dentro de un grupo, un espíritu generalizado«es universal, ya que regula las relaciones entre los miembrosdel grupo». Con todo, si uno sopesa las relaciones entre las na-ciones, este espíritu «es también particular, ya que ayuda a dis-tinguir un grupo de los otros». De este modo, podría decirseque «el espíritu general de una nación asegura la solidaridad delos individuos sin abolir necesariamente todas sus referencias e,incluso, establece la total legitimidad de alguna de ellas». ¿Yqué ocurre con el concepto de universalismo? Quizás, sugiereBourricaud, «las sociedades modernas se caracterizan menospor lo que tienen en común o por su estructura con la vistapuesta en las exigencias universales bien definidas, que por elhecho de su implicación en el asunto de la universalización»como tal (se han añadido las cursivas).

Tal vez sea prudente reconocer que es un sentido renovadode la implicación con el proyecto de universalismo, más que unsentido estático y entumecido de sus formas concretas, el quesubraya el carácter de la nueva época en que vivimos. Bajo estanueva capa de tierra al descubierto, sin embargo, se encuentranlas raíces enmarañadas y el subsuelo que se ha sedimentado apartir de las primeras generaciones de intelectuales, cuyas ideo-logías y teorías no han dejado de estar vivas. Las pugnas entreestos interlocutores pueden ser intimidatorias y desconcertan-tes no sólo a causa de la dificultad intrínseca de su mensaje,sino porque cada uno se presenta no como forma sino esencia,no como el único lenguaje en el que el mundo encuentra senti-do sino como el único sentido real del mundo. Cada uno deestos mundos encuentra sentido pero sólo de un modo históri-

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camente limitado. Recientemente se ha incorporado un nuevomundo social. Debemos encontrarle sentido. El cometido delos intelectuales no es sólo explicar el mundo, sino también de-ben interpretado.

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Jeffrey C. Alexander

Sociología culturalFormas de clasificacion en las sociedades complejas

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