voces de la calle, voces de la historia: el pregón callejero de la ciudad de bogotá

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1 Voces de la calle, voces de la historia: El pregón callejero de la ciudad de Bogotá Por: Pablo Andrés Castro Henao “¿TE SUENA BOGOTÁ?” Premio de ensayos críticos sobre los sonidos de la Capital 2010 Te suenan sus personas A-PDF Scan Optimizer Demo. Purchase from www.A-PDF.com to remove the watermark

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primer ganador de la convocatoria Te suenan sus personas. Ensayo elaborado por Pablo Andrés Castro Henao, alumno del programa de Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia, quien en el 2010 logró el tercer lugar del concurso de ensayos ‘Sexualidades en América Latina y el Caribe’, realizado por la International Resource Network, organización adscrita a la Research Foundation of The City, de la Universidad de Nueva York, con su texto “Obsoletas interpelaciones: El redoble que no ha sido”. El texto hace un esbozo de los sonidos de las calles bogotanas, en especial, de aquellos pregones ligados al estruendoso comercio callejero capitalino.

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Voces de la calle, voces de la historia:

El pregón callejero de la ciudad de Bogotá

Por:

Pablo Andrés Castro Henao

“¿TE SUENA BOGOTÁ?” Premio de ensayos críticos sobre

los sonidos de la Capital 2010

Te suenan sus personas

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Quizá no haya otra cosa tan extraña como las jugarretas del sonido. Creemos asirle y

no obstante se nos escapa con la misma sutileza del agua al intentar tomarle entre las

manos. Le percibimos a cada instante y se nos va sin llegar a notar su fuerte presencia

o su marcada ausencia. Se encuentra casi en cada cosa, con su huidiza naturaleza,

con su elemental atracción. ¿Qué pensar de las voces de las personas, de los sonidos

por ellas trazados en el aire, los cuales se desvanecen o transmutan en recuerdos? El

diario vivir en las comunidades humanas está lleno de las armonías y ruidos. En base a

ellas se establecen muchas relaciones, se entretejen unos itinerarios sonoros que en la

mayor parte de los casos se hacen un tesoro más legado al olvido. Para recuperar y

preservar las huellas del sonido habría que recurrir a múltiples lugares y recursos, pero

quizá baste con prestar atención a las ignoradas voces callejeras.

Dejar que el oído sea capturado por el estremecimiento de un timbre que reclama y

se apropia de un espacio, aparece como una labor pertinente para resolver diversas

problemáticas de las comunidades humanas en la actualidad. Ante tantos hechos que

denigran y niegan la integridad de cada individuo, bogar por la comprensión, o al menos

una escucha respetuosa, se presenta como una alternativa que podría por cambiar las

dinámicas actuales. En las palabras y en la presencia de las voces de cada sujeto

reside el cúmulo de una serie de componentes y de circunstancias que permiten

evidenciar problemáticas sociales y culturales. El efecto que la cotidianidad tiene sobre

diversos elementos parece ser el de una sombra que vela su importancia. En este

orden de ideas, pretender recuperar o evidenciar los rasgos que en ella residen y que

puedan dar cuenta del presente, para modificarlo o para dejar una huella en el devenir

de la historia, es un objetivo de suma pertinencia.

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Los pregoneros, los vendedores ambulantes, los comerciantes de las calles han

acompañado a la humanidad en diferentes momentos de su historia. Para el caso

latinoamericano, sus presencias se encuentran ligadas a una sonoridad poética

extraviada en las publicidades comerciales radiales y televisivas de la actualidad. No

obstante, basta con salir a las calles bogotanas, tal vez a las de ciertos sectores de la

ciudad en particular, y no tardarán en escucharse las voces que venden ‘embueltos

calientes’, mazamorra paisa o chontaduro, las que van en busca de chatarra, o de

botella y papel, las que invitan a tomar buses con destinos determinados, o las de

quienes tratan de llamar la atención para que comensales y usuarios en general

accedan a sus servicios.

El origen de sus labores podría rastrearse en cualquier espacio del tiempo ya

transcurrido, e incluso se pensaría que carecen de importancia si se considera que

otros países tienen manifestaciones similares. Pero las voces de estos comerciantes de

las calles, en el caso de Bogotá, ponen en evidencia las condiciones económicas,

sociales y culturales de la ciudad, pues su importancia se inscribe en la historia

capitalina de dos formas: una sincrónica, ligada al presente, capaz de dar cuenta de

unas circunstancias que, por su cercanía, parecen no ser relevantes; otra, diacrónica,

enlazada con los diversos estadios históricos por los cuales la sociedad bogotana ha

atravesado. En el momento de abordar un importante tema como lo es el de la

delimitación de un patrimonio cultural para una comunidad, es importante tener en

cuenta no sólo las cosas desvanecidas, sino lo que, en riesgo, reviste gran importancia

para comprenderse en su devenir y su desarrollo.

Acercarse a estas voces callejeras encierra una labor que permite comprender la

forma como las comunidades mantienen sus relaciones sociales, o las prácticas y

formaciones culturales que sobreviven y entran en conflicto con elementos asociados

de manera directa con las dinámicas económicas actuales. Así, las voces de los

comerciantes callejeros en Bogotá, aparecen como persistencia de un pasado que se

niega a desaparecer, aún y cuando las circunstancias sociales se fuerzan a la

transformación. Sus voces, vestigios de historia y de cultura, se hallan en un peligro que

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se traza con el cambio y con el olvido, todo sumergido en una densa capa de

cotidianidad que les resta su importancia. El patrimonio inmaterial enmarcado estas

prácticas comerciales viene dado no sólo por su carácter único y hasta contingente,

sino porque permiten explicar ciertas dinámicas sociales de la ciudad de Bogotá que

configuran su historia pasada y presente. Por ello, destacar la importancia de los

pregones callejeros, abordar sus complejidades, dejarse seducir por sus sonoridades y

significados, es el esfuerzo con el cual estas páginas se encuentran imbuidas.

El pregón: voces y palabras del comercio bogotano

De los diversos medios de comunicación humana, el que aparece como más

relevante es el de la voz. La conversación, la charla, el debate, el chisme: sin la voz no

tendrían forma de ser, y tal vez nuestras comunidades no habrían alcanzado el mismo

dinamismo con el cual cuentan en la actualidad. Sería necesario recurrir a otros modos

de comprensión, como los empleados por el pueblo del que nos da noticia Jonathan

Swift en Los Viajes de Gulliver: sus habitantes, para hacerse entender, llevaban todos

los elementos de sus conversaciones en una bolsa, bastándoles con enseñarlos para

transmitir un mensaje. Las diferentes tonalidades de la voz nos transmiten emociones,

ideas, situaciones. Con sus encantos y poderes se han narrado diversos mundos

imaginarios; incluso los giros de lo real, con sus fuerzas de conspiración, han cambiado.

La voz se agita entre los espacios de la cotidianidad y la definición de la historia. Si se

han hecho historias de la mirada en las sociedades, quizá sea necesario hacer una

historia de la voz, y por ende, de la escucha.

Walter Ong, en su texto Oralidad y escritura: Tecnologías de la palabra, afirma que:

Toda sensación tiene lugar en el tiempo, pero el sonido guarda una relación

especial con el tiempo, distinta de los demás campos que se registran en la

percepción humana. El sonido sólo existe cuando abandona la existencia […]. Toda

sensación tiene lugar en el tiempo, pero ningún otro campo sensorial se resiste

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totalmente a una acción inmovilizadora, una estabilización, en esta forma precisa.

(Ong, 1996: 38)

La palabra oral se escapa en el tiempo. Los lugares se llenan de voces que se

escaparán con prontitud y que se perderán. La expresión de sus sonoridades, de sus

significados, corre el peligro de no ser escuchada, de ser olvidada. La atracción que la

sonoridad de lo oral transmite hace surgir un ímpetu de preservación. Luchar contra la

perdida irrefrenable del sonido tras su emisión física, no requiere de un amplio arsenal

de grabadoras y de promulgaciones gubernamentales. Preservar un sonido inicia con

una elemental acción que se pierde de vista en medio de las dinámicas actuales: la

escucha. El estado de circunstancias que la cotidianidad ofrece puede resumirse en la

omisión. Cuando una serie de elementos se involucran en la cotidianidad, se les resta la

atención, se les olvida. Entre estos elementos omitidos, el sonido es uno fundamental.

El ruido que se proyecta en el tráfico opaca cualquier otro sonido que trata de alzarse

en el ambiente. Para preservar los sonidos es necesario comenzar por aceptar que la

escucha atenta es fundamental para reconocer la importancia de los mismos. A diario,

las voces de las personas son omitidas y silenciadas: su importancia se evalúa a la

sombra de una escala de valores en la cual sólo algunos poseen voz y acción decisiva

sobre los elementos de la realidad. Una escucha democrática que reconozca cada

sonido por el simple hecho de su existencia, garantizará que el sonido sea preservado,

y así también serán preservados los significados y mensajes en éste cifrados.

Cada contexto parece darle su matiz particular a las voces de las personas. En el

ámbito actual de lo urbano, es posible encontrar la voz que habla con estruendo,

tratando de imponerse al ruido generado por otros ingredientes del espectro citadino, la

voz que repite una y otra vez las mismas palabras, la voz que se silencia porque no hay

forma de hacerse escuchar. La cotidianidad de las relaciones sociales le otorga

diferentes carices que van desde la monotonía hasta la excepcionalidad. Se ha hecho

usual, en la ciudad de Bogotá, encontrar en la plaza Santander o en la carrera Séptima

los viernes de septimazo, a quienes quieren tanto entretener como ganar dinero y

aplausos por medio de las melodías que alcanzan sus gargantas. Y esto haría parte de

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las voces que se pueden señalar como excepcionales, particulares, concretas. Sin

embargo, no son sólo ellos quienes dinamizan esta sociedad con un uso particular de

sus voces. Desde la época de la Colonia las calles de Santafé se llenaron de

pregoneros, de personas de baja extracción social que recorrían las calles anunciando

sus productos con palabras que iban desde el ofrecimiento más simple hasta el deleite

por medio de sutiles recursos retóricos y musicales.

Los cambios a los cuales la ciudad se ha enfrentado con el dinamismo de su

historia no han podido hacer que estos pregoneros desaparezcan. En la actualidad sus

voces aún se escuchan por las calles, aún ofrecen sus productos de las formas más

variadas y variables, mientras que las constantes transformaciones les han hecho pasar

de un importante lugar en las dinámicas comerciales de la ciudad a las sombras que

amenazan con el final de una extensa historia, y con el olvido, que todo lo consume.

Por los senderos capitalinos es posible encontrarse con individuos que realizan sus

prácticas comerciales basándose en usos especiales de su voz. El pregón que vendía

el agua o las velas hace un par de siglos, ahora se usa para la compraventa de

alimentos y cachivaches, o para ofertar un destino en un servicio de transporte urbano.

Históricamente, se tienen algunas referencias de los pregoneros que dan cuenta de

la forma como impactaban los paisajes sonoros de la ciudad de Santafé. Por ejemplo,

Julián Vargas, en el Volumen I de la Historia de Bogotá, correspondiente a la época de

la Conquista y de la Colonia, señala que en “[e]l día de mercado en Santafé [… l]os

vendedores ambulantes llenaban las calles con sus voces anunciando pan, esteras,

velas o carbón” (Vargas, 2007: 178). En la ciudad colonial, agitada por el ruido de los

campanarios y de las personas que recorrían sus calles, se escuchaban a diario las

voces de las aguateras y de los vendedores de los enseres señalados por Vargas; ellos

acarreaban los productos de primera necesidad que la sociedad de la época requería.

Su extracción social se puede intuir como baja, pero la riqueza cultural y la importancia

de su actividad económica son elementos que nutrían su identidad y la de la urbe.

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Hacia el siglo XIX, con las mutaciones en las formas de relacionarse de la sociedad

bogotana, con respecto a sus prácticas sociales, culturales y políticas, aparece un

nuevo pregón: el de los diarios. Ernst Röthlisberger, en su libro de viajes El Dorado.

Estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana, retrata a estos personajes:

“Los voceadores de los diarios llenan las calles al salir una edición con fuerte griterío:

‘¡La Reforma! ¡Acaba de salir este periódico noticioso! ¡No vale sino cinco centavos el

ejemplar! ¡Contiene…!’ Y sigue la enumeración de los artículos y noticias principales”

(Röthlisberger, 1993: 135). Las calles de estas épocas son los escenarios en los cuales

se deben llevar a cabo las relaciones sociales del momento. A ellas recurren las

personas cuando van en busca de entretención o de información. Las chicherías, tan

condenadas desde el siglo XVIII son lugares en los cuales diferentes discusiones

políticas se llevan a cabo. Las vías de la capital se encuentran pobladas por sonidos de

coches impulsados a caballo, de quienes conversan, pero sobre todo de quienes

ofrecen sus mercancías.

Otras voces que llenaron con sus pregones el paisaje santafereño del XIX, son

recordadas por José María Cordovez Moure en sus famosas Reminiscencias de

Santafé y Bogotá. Al hablar de las fiestas de conmemoración de la independencia

nacional, específicamente las del 20 de julio, Cordovez nos muestra un panorama de

fiesta, que incluso llega a molestarlo: “Los ganteros o talladores invitaban a voz en

cuello a los concurrentes a que jugaran en sus respectivas mesas para lo cual

ponderaban las ventajas evidentes que se obtenían en la clase de juego que

regentaban” (Cordovez, 1966: 133). La calle, sin duda, era el espacio donde se

divulgaba todo, en donde se daban las entretenciones. Durante la época colonial, los

pregoneros que difundían los mandatos reales recorrieron los senderos de Santafé para

que todos estuviesen enterados de las disposiciones oficiales; en el XIX, el comercio se

vivifica con los diferentes progresos impulsados por parte de los gobiernos liberales y

conservadores, así como por el amplio número de periódicos literarios, de opinión y de

variedades publicados.

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Para el siglo XX las condiciones habrían de cambiar. Julio Barriga Alarcón recuerda

así el panorama de las calles del centro bogotano:

De la Plaza de Bolívar al atrio de la iglesia de San Francisco, y desde allí hasta

la seráfica recoleta de San Diego, discurría placentera la vida cotidiana del Bogotá

de antes del 9 de abril de 1948.

Los carros del tranvía eléctrico […] se entrecruzaban en medio de la algazara

de sus inconfundibles campanadas, y los vocingleros, al par que picarescos

pregones callejeros, que con gracejo anunciaban al tenor de los siguientes: “¡Vendo

cordones podridos! ¡Papel de Armenia pasado! ¡Periódicos, con el retrato de la

víctima!” (Barriga, 1987: 12).

Luego del conocido bogotazo, Felipe González Toledo, importante cronista colombiano,

representa este mismo espacio de la siguiente manera:

‘Suicidio, Mujer arrabalera, El torito, La piña madura, Oiga compadre, Dame tu

mujer José, Una plegaria, Cansado de esperar, A medianoche empieza la vida,

La cocaleca…’ Es ésta, a penas, la iniciación del pregón del vendedor de

cancioneros que se estaciona cerca del almacén Tía, en la carrera 7ª. entre las

calles 17 y 18. El pregonero, casi haciendo tijera con las piernas, se trenza con

los transeúntes, les mete el cancionero bajo la barbilla y, si no los convence, con

entonación de agresividad canta un tango, o larga al aire, sin pensar en los

‘derechos de autor’, un melindroso bolero (González, 2008: 238).

Y ésta parece ser la última época de oro del pregón. González Toledo indica cómo las

entretenciones de la vida nocturna en la ciudad parecen ser cada vez más pocas, por lo

cual rescata las entretenciones diurnas, que en su concepto vienen dadas por los

pregoneros situados en la calle. González cuenta cómo los transeúntes, aún cuando

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saben que los productos no les van a servir, se quedan atendiendo a las explicaciones

hechas por los comerciantes para convencerlos de comprar. Esa mitad de siglo en

Bogotá es fundamental. Ya la radio se había configurado como un espacio de

entretenimiento y de información, pero el divertimento encerrado en el espectáculo

callejero del pregón aún no había encontrado un rival tan fuerte como el que

encontraría en la televisión. Ésta, basada en la imagen, la risa, la información y el

espectáculo, no tardaría en desplazar estas entretenciones callejeras hacia el ámbito de

lo privado, convirtiendo a los pregoneros en simples vendedores ambulantes, que en el

sentido de un ordenamiento urbano, vendrían a representar una forma de economía

representante de las pocas oportunidades laborales de la ciudad y el país.

Para finales de siglo, el panorama de los pregoneros habrá cambiado. En el texto

Reflejos, fantasmas, desarraigos: Bogotá recorrida, se nos muestra el siguiente paisaje:

“El ritmo del centro es más rápido que el del resto de la ciudad […]. Ruidos, pitos,

bocinas –Sigan señores, sugiere un payaso con voz impostada, más gritos: –juéguela,

juéguela, dice la mujer que vende lotería […] en la carrera Séptima” (Pérgolis, Ortiz,

Moreno, 1999: 60). De igual manera, en el texto Discursos expresados como arte de la

cotidianidad: Vendedores ambulantes, las autoras señalan que:

Existen vendedores que deambulan por la ciudad, ofreciendo productos o servicios

sin un lugar fijo donde establecerse y otros que venden sus productos desde un

puesto en la vía pública; estas personas llamadas ‘informales’ significan este

ejercicio de la venta ambulante como una nueva puerta de salida, un medio

lucrativo de trabajo que se ha constituido en una respuesta popular espontánea a

unas necesidades propias de una cultura, donde se involucran ritmos de vida que

hacen parte de la forma como accedemos y actuamos en el mundo […]. Los

vendedores ambulantes, se han constituido en parte de nuestra cotidianidad.

(Carantón, Motta, Santoyo, 199: 4)

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En la actualidad, los pregoneros aún no han perecido, sin embargo, con la variedad de

ruidos de la ciudad, con la amplia oferta de entretenciones en el seno de los hogares,

con las difíciles condiciones económicas, la expresión cultural por ellos representada ha

sufrido diversas transformaciones que ponen en riesgo la continuidad de sus prácticas.

Estos comerciantes se ubican en sitios especiales y hacen uso de diversos recursos

que pueden distinguirlos. En cuanto a la espacialidad, es necesario señalar que las

relaciones establecidas por éstos con las calles se marcan por la movilidad. Algunos

son vendedores estacionarios, otros ambulantes, e incluso existen quienes se hallan a

medio camino entre estas categorías.

Entre los primeros, es necesario recurrir a diferentes escenarios de la ciudad. Sobre

las calles que, por tradición y diferentes dinámicas de urbanización, se han constituido

como las principales de la capital –la carrera Séptima y la décima, la calle 19, las del

sector de Chapinero, del Restrepo, del Tunal, de Santa Librada en Usme, del Rincón en

Suba, entre otras–, se encuentran vendedores que extienden sus productos sobre

mantas en el suelo. Cualquier peatón puede ver sus mercancías, pero sus voces se

hacen escuchar no sólo para recordar los bienes ofrecidos, sino que también para

referir sus precios, sus características, o cualquier otra palabra que sirva para atraer la

atención, para hacer efectiva una venta. Dan cuenta de las promociones, hacen

comentarios sobre las ventajas de lo que ofrecen, se dirigen directamente al individuo

ubicado más cerca de sus puestos, irrumpen en su vida, y le dicen algunas palabras

que tratan de romper su inicial resistencia y aprehensión para acercarse: “Siga

caballero”, “¿Puedo ver sus aretes, señorita?”.

Ellos se sitúan en los lugares de concurrencia, se resisten a las fuerzas de la ley

que tratan de desplazarlos de sus sitios, se encuentran en el corazón de las actividades

cotidianas. Puede vérseles llegar a mitad de la mañana y marcharse justo cuando los

crepúsculos traen de regreso la oscuridad. A mediodía hacen pausas para comer con

prontitud, y se encuentran siempre en medio de animosas conversaciones con sus

colegas y rivales. Las calles son los lugares en los cuales habitan y pasan sus días; sin

importar el sol, huyendo a las intermitentes lluvias, venciendo la vergüenza,

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moviéndose entre la impaciencia, la desesperanza, la espera y la confianza. Se

encuentran en las calles de mayor afluencia de la urbe, creando improvisados y

provisorios mercados que habrán de modificarse cuando alguno se marche, cuando un

nuevo compañero llegue, cuando las fuerzas de la ley imperen con todo su rigor.

Cercanos a éstos, habría de señalarse la existencia de quienes se ubican en

lugares concretos de la ciudad porque cuentan con negocios oficiales, con locales

comerciales de los cuales sólo los podría sacar un problema como la falta de

ganancias. Se les ve sentados en taburetes a la entrada de sus negocios, o de pie; a

veces llegan hasta la mitad de la acera frente a ellos. Dan palmadas, dan voces que

tratan de llamar la atención, informan sobre las promociones y los precios, de las

cualidades de sus mercancías. “Siga a la orden, siga”, “El corrieeentaazoo”, “Almuercito

bien rico”, son los gritos de su cotidianidad. Se les ve en los sectores de comercio más

populares, como el San Andresito de San José, en San Victorino, el barrio Restrepo, el

sector del Rincón en Suba, y en general, cualquier calle de la ciudad que no sobrepase

las imaginarias pero contundentes barreras de las clases altas. Sus voces se confunden

con el tráfico, con música siempre festiva en sus equipos de sonido, con los pasos y

voces de los transeúntes que se internan por sus dominios cuando tienen compras por

hacer.

Existe también un tercer grupo que, por sus características, se encuentra más cerca

de la tradición de los pregoneros en la vieja Santafé: los vendedores ambulantes. A

ellos se les ve recorriendo prácticamente cualquier calle, sea concurrida o no, con cajas

llenas de dulces atadas a sus cuellos por anchas correas de viejas maletas, con coches

destartalados de bebés, con carretas impulsadas por sus pasos y llantas de carros, e

incluso por caballos. Algunos simplemente anuncian sus ventas en voz baja: “Chicles,

cigarrillos, dulces”. Otros, particularmente los que llevan las carretas, los ofertan con

voces fuertes y reiterativas. Se les ve diciendo una y otra vez “embueltos calientes”,

“tamales a mil”, “pesca’o, pesca’o, pesca’o”, y otras palabras, dependiendo de sus

productos. En esta misma categoría habría que señalar a quienes propiamente no

venden sino que compran. Los zorreros recorren las calles llamando la atención,

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preguntando por donde pasan si alguien quiere deshacerse de su chatarra, o algunas

personas que a pie o en los mismos ‘vehículos de tracción animal’ compran botellas de

vidrio y papel. “Chatarras, bateriasss, calenta’ores”, se les oye pregonar, o incluso:

“Boteeella, papeeel”.

Es fácil verles en cualquier sitio de la ciudad. Ofrecen de dos formas sus productos:

de manera general a cualquiera que pueda escucharlos, o particular, dirigiéndose a

cada una de las personas que se topan en sus caminos. Su sectorización resulta más

difícil. Ellos saben que pueden tener rutas preestablecidas, en donde hallan clientes

habituales, o que deben variarlas de forma ilimitada si sus recorridos no son rentables,

o cuando otro orden de circunstancias –como la seguridad– lo hace necesario. Pero, en

general, podría decirse que, en contraposición a los vendedores semi-estacionarios o a

quienes tienen locales comerciales, los ambulantes van por los lugares en que el

comercio es más reducido. Se les ve por senderos vacíos, en sectores residenciales,

usurpando momentánea o convenidamente los espacios de quienes venden sin

movilizarse. Ellos van hacia donde se encuentran las personas, no esperan a su

llegada, van en busca de los que puedan aprovechar sus mercancías y dinamizar sus

prácticas comerciales: “El caucho para la olla express”, “Escobas, traperos”, “Las flores,

las flores”, avanzan con sus pregones. En este grupo también se encuentran los que a

viva voz gritan los destinos de las rutas de buses: “La Calera, la Calera”, “Soacha,

Soacha, Soacha”, ”La Capilla, la Capilla”.

Estas tres agrupaciones de comerciantes ejercen sus actividades a través de un

importante recurso sonoro: el pregón. Es una forma que se ha constituido en los

procesos de comercio de esta urbe y que, como se ha dicho, cuentan con una

importante trayectoria histórica. Es la oferta –y en algunos casos la demanda– de un

producto por medio de una o varias frases de carácter breve que dan cuenta de su

naturaleza, de su precio, de su calidad, y que tratan de llamar la atención de los

transeúntes, de los demás habitantes de la ciudad. Frases que denotan cordialidad y

que nutren el ambiente sonoro bogotano, mientras cumplen la contingente y cotidiana

labor de llevar a cabo algunas dinámicas económicas de la ciudad. El pregón, en la

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actualidad, es empleado por vendedores de frutas que van por la ciudad con sus

carretas, por quienes van con sus dulces y cigarrillos por las calles, por aquellos que

frente a sus locales de ropa o de comida están siempre llamando la atención para que

los transeúntes se acerquen a comprar, por los individuos que a viva voz dan cuenta de

los destinos de un bus, quienes, en la parte de atrás de un carro, ofrecen tamales,

promociones de bocadillo veleño, milhojas, y una serie infinita de productos.

Es fácil encontrarles. Se hallan en casi cualquier punto de la ciudad, pero es de

notar que su afluencia es más marcada en aquellos sitios tradicionalmente concurridos

y habitados. Es por ello que se les ve caminando o anunciando en los grandes sectores

de comercio o en los sectores residenciales de la ciudad que han crecido lejos de las

fronteras de lo exclusivo: en casi las veinte localidades de la ciudad se les ve

caminando con sus voces en alto, a la espera de que los paseantes, las amas de casa

y cualquier ciudadano en general atienda a sus llamados y decida comprar algo. Usan

el pregón: frases cortas en las que, con diferentes niveles de sus voces –según se

hallen en medio de una multitud o en una calle vacía, por ejemplo–, ofertan un producto

o un servicio. Son frases que hablan de la superior calidad de un producto, de lo barato

de sus precios, de las ventajas para el comprador. Palabras que se elevan hacia el aire

para seducir e invitar a la compra, que adquieren formas peculiares y se hacen

reconocibles, memorables y agradables.

La variedad de las voces ofertando un mismo producto hacen parte de la diversidad

que esta práctica encierra, pues no son unas únicas personas quienes llevan a cabo

esta labor. Si se infiere que, en la actualidad, quienes llevan a cabo la labor de

pregoneros son personas que, por su condición económica, no cuentan con altos

niveles de ingreso, se obtiene una regularidad que da cuenta de una serie de elementos

característicos. Sus voces son fuertes y cuentan con acentos peculiares. Estos

individuos no son únicamente hombres: las mujeres se han granjeado un espacio de

expresión que, si bien puede partir de las condiciones económicas, da cuenta de una

autonomía zanjeada en otros ámbitos. De igual forma, no son únicamente gentes que

han nacido y pasado toda su vida en la capital: es necesario y posible reconocer entre

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éstos los timbres de voz de sujetos provenientes de otros sitios del país. Ya sea por un

conflicto económico o estrechamente relacionado con la violencia y la seguridad, han

llegado a la ciudad y nutrido con sus palabras, acentos y maneras, la práctica del

pregón bogotano.

De esta manera, puede señalarse la amplia significación que tiene esta expresión

sonora de la ciudad. En medio de los muchos sonidos que los objetos de la ciudad

contemporánea produce –el tráfico, las construcciones, el silencio causado por la

ausencia de naturaleza–, se alzan las voces de sus habitantes, individuos con historias

de vida que han marcado sus formas de pensar, actuar y expresarse. Las voces se

confunden con el ruido, o se imponen ante éste en diferentes espacios. Su musicalidad

nutre el espectro sonoro citadino y permite la resistencia de una forma de integración

comercial y social de otras épocas, pero se encuentra en peligro por el

desconocimiento, por el avance de la imagen y de la imposición del silencio entre los

habitantes de la urbe.

En cuanto a los recursos que estos grupos de vendedores emplean para

promocionar sus productos, la práctica del pregón presenta diversos matices y

problemáticas. Los comerciantes callejeros hacen uso de instrumentos que facilitan su

movilidad y la de sus mercancías. Se ha señalado cómo algunos recorren la ciudad con

sus coches de bebé o con sus carretas; sin embargo, también hay quienes usan otros

medios para transmitir sus voces y sus mensajes. Para transmitir la voz, se

aprovisionan de micrófonos y parlantes para que el sonido de sus voces resalte o llegue

a más personas, para ser escuchado en medio del bullicio. Los comerciantes semi-

estacionarios los usan con el fin de que sus palabras se escuchen y no se pierdan en

medio del ruido de los automóviles, pues muchos de ellos laboran en concurridas

avenidas –como es el caso de la calle 19–. Quienes poseen locales comerciales, usan

este medio para resaltar en medio de sus competidores, o con el mismo fin de los

vendedores mencionados inmediatamente antes. Acompañados de la música de fiesta

sus voces golpean contra los micrófonos tratando de llamar la atención, para que las

personas observen y se sientan interesadas por comprar. Así mismo, algunos

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comerciantes ambulantes usan este mecanismo para atraer a sus compradores. Se les

ve con un sencillo equipo compuesto por un micrófono y un parlante, alternando sus

voces con música o con silencio. Otros van con megáfonos que amplifican sus voces,

hasta el punto de hacerlas completa o intermitentemente incomprensibles. Los payasos

de los restaurantes, se hicieron famosos por acompañar los ritmos del mediodía

citadinos amplificando sus voces con megáfonos: “Rico el almuerzo… Siga, el

ejecutivo… El corrientazo”.

Para transmitir sus mensajes, existe un recurso particular que algunos comerciantes

han empleado desde hace varios años: las grabaciones. Mientras caminan por la

ciudad con sus carretillas, para ofrecer sus mercancías, se valen de grabaciones

realizadas por una voz ya de muchos conocida. Es la voz de un pintoresco personaje

que le habla directamente a la “Señora ama de casa”, quien en aras de preservar la

“economía familiar” está en busca de promociones. Por eso, esta voz da cuenta de los

productos como una “excelente promoción”, con tonalidades de voz que evocan

emoción y sorpresa, y que refieren la importancia de los productos a través de

estrategias retóricas que van desde la validación de la identidad nacional hasta el

placer del buen comer. Las carretas con estas grabaciones son, sino en su totalidad sí

en su gran mayoría, las que venden alimentos. La grabación les ayuda a comerciar sus

aguacates del Huila –mejores que los venezolanos o los ecuatorianos, según señala la

voz–, sus mandarinas, sus naranjas, sus fresas, y en general diferentes frutas con

promociones por libras o unidades, señalando los beneficios para la salud que tienen,

así como las ventajas para que los niños las coman con mayor asiduidad. Es una

grabación heredera del pregón, pero que, al presentar profundas transformaciones en

su naturaleza, da cuenta de las modificaciones que amenazan con la desaparición de

éste.

El empleo de los recursos tecnológicos no ha llegado a un punto en el cual los

comerciantes callejeros hagan uso de medios tridimensionales para mejorar la oferta de

sus productos, lo cual, evidentemente, no es necesario. Su uso señala la forma como el

avance tecnológico humano y de la ciudad en particular, impacta las dinámicas de

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oferta y negociación de los comerciantes callejeros. Ejemplo de esto es el de una clase

de vendedores que prescinden de sus voces para hacerse notar, para ofertar su

producto: los vendedores de helados. Van por las calles de barrios residenciales con

sus carritos impulsados por llantas y pedales, denotando su presencia con un parlante

por el cual reproducen versiones algo caricaturescas de música clásica, particularmente

de la bagatela “Für Elise” de Beethoven. En este caso, y en el de las grabaciones

anteriormente descritas, la voz de estos comerciantes se desvanece y da lugar a la de

unos sonidos que se hacen generalizados y reconocibles en el amplio espectro sonoro

de la ciudad.

Estas dinámicas de transformación en las formas como se dan los pregones,

manifiestan los cambios a los cuales la ciudad se ha visto enfrentada. Las condiciones

económicas han variado hasta el punto de que ya el pregón se vuelve uniforme, sin

sorpresa. La facilidad que representa para los vendedores el hecho de que otro sea

quien oferte de manera constante sus productos –una grabación–, radica en que el

peatón tampoco espera esta sorpresa. El círculo vicioso de la falta de entretención en el

pregón y la ausencia de expectativa ante el mismo, es una dinámica que pudo haber

sido generada desde la segunda mitad del siglo XX, cuando la calle comenzó a ser,

poco a poco, deshabitada: lo público que había en ella se resignificó, a la par que los

conceptos y formas de lo privado fueron transformándose con las nuevas posibilidades

de vida que la ciudad contemporánea podía ofrecer.

Con el uso de las nuevas tecnologías que termina con la sorpresa, se evidencian

los peligros que se ciernen sobre esta tradicional práctica social y oral. No obstante, la

tradición engendrada en los tiempos coloniales, no se ha extraviado del todo. Basta con

señalar que muchos comerciantes siguen ofertando los productos en voz alta, sin

esperar a que las personas simplemente los vean y se sientan naturalmente atraídas

por éstos. Las prácticas del pregón aún perviven y se puede ver en elementos muy

concretos. Por una parte, están las características que nos señala Cordovez Moure,

sobre la voz alta que trata de convencer de las ventajas de un juego sobre los demás;

ésta estrategia retórica de superioridad en la calidad o productividad de una mercancía,

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es completamente evidente en la actualidad. Incluso, las famosas grabaciones lo

hacen: ponen de relieve la calidad de los productos con respecto a otras promociones

engañosas. Las ventas de tamales ambulantes, por ejemplo, señalan cómo éstos son

“ricos” y “frescos”.

Sobre los precios, se garantiza que son los más baratos. Como el voceador de

prensa del cual nos habla Röthlisberger, los pregoneros aún ofertan sus productos por

sus bajos costos. A veces la simple enunciación del valor basta –“Tamales a mil

pesos”–, en ocasiones es necesario hablar de promociones –“Una libra a mil. Lleve tres

libras por dos mil”–. El pregón, en este orden de ideas, se conserva no ya para

entretener, sino para mantener unas dinámicas comerciales urbanas en las cuales

priman dos elementos: una denotada servicialidad y la economía entendida como

calidad y ahorro. El reconocido “Siga a la orden, siga”, sea dicho por la voz de quien

invita a entrar a un almacén de calzado o ropa, o por la voz ‘impostada’ de un payaso,

evidencian una servicialidad completamente integrada a las prácticas del pregón actual.

Se pretende ofrecer una comodidad para que las personas se sientan en la confianza

suficiente de consumir.

Lo anterior denota un cambio fundamental en las dinámicas sociales de la ciudad.

Antes el pregón inundaba las calles; quien pasaba podía decidir si detenerse a ver la

oferta de un producto, o si continuar con su camino. En la actualidad, ahora que el

espacio de lo público ha adquirido nuevas significaciones, el pregonero debe pedir

permiso, establecer confianza para que el peatón decida comprar, usar o consumir sus

productos y servicios. En cuanto al aspecto del ahorro y la calidad, podría hablarse de

una continuidad en la expresión del pregón, pues, con los ejemplos citados

anteriormente, se ve cómo la expresión del bajo costo o la oferta por medio de la

descripción de la calidad de un producto son constantes en las prácticas orales de los

comerciantes callejeros. Por último, en lo referente a los elementos tradicionales del

pregón, es importante recordar que su brevedad es característica de su esencia. Los

elaborados discursos de las grabaciones, o los que incluyen narraciones de vida –como

es el caso de los comerciantes que suben a los buses del servicio urbano–, dan cuenta

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de las transformaciones que esta práctica sonora ha tenido que sufrir; señalan cómo el

convencimiento, el reestablecimiento de la confianza entre el consumidor y el

comerciante, debe volver a elaborarse. No obstante, esta sencillez y brevedad en el

anuncio oral, aún pueden ser percibidas en las calles bogotanas.

Sea por la variación de los espacios, de los recursos que emplean, o por la

naturaleza de sus actividades, los comerciantes callejeros contribuyen en la formación

de un paisaje sonoro concreto en la ciudad de Bogotá. Al salir a las calles se les ve

ofertando de diferentes formas sus productos, pero siempre con ciertas regularidades:

servicialidad, afán por la atención, fórmulas repetidas o similares, palabras deformadas

por la prontitud de su pronunciación y la variedad de los dialectos, entre otros

elementos. Y estas voces, la presencia que hacen en los espacios públicos de la

ciudad, no son sólo un elemento cotidiano y perecedero, propio a cada individuo que

por elección, necesidad u obligación, realiza estas actividades: son elementos que han

configurado y que siguen configurando la identidad de la capital colombiana. La forma

como problematizan las condiciones actuales de la misma, es uno de los elementos que

permite resaltar su importancia más allá de su mera existencia contingente, por ello

deben ser vistas con mayor detalle.

Entre dos épocas: dinámicas comerciales de resistencia

El siglo XXI les ha exigido a las comunidades humanas una serie de

transformaciones en sus relaciones que, en algunos casos, parecen venirles impuestas.

La globalización y los peligros de la transculturación ponen en evidencia diversas

fisuras en las sociedades, pues no siempre todo el conglomerado de individuos y de

relaciones que las componen se encuentran en el mismo nivel de desarrollo, lo cual

conlleva a que los cambios introducidos en alguna de sus dimensiones no se aplique de

forma generalizada. En la actualidad, la firma y entrada en vigencia de diferentes

acuerdos comerciales hacen que las condiciones de producción y de venta de los

productos en Colombia deban cambiar para ser revaluadas por medio de estándares

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internacionales. Un breve ejemplo vendría a ser el hecho de que los tradicionales

guacales de madera habrán de ser reemplazados en su totalidad por unos de plástico,

pues éstos últimos parecen ser más higiénicos.

Pero no ha sido con el cambio de milenio que se han dado estas transformaciones.

Hacia finales del siglo XX ya se habían experimentado una serie de cambios en las

dinámicas comerciales nacionales. Las tradicionales y populares plazas de mercado

son progresivamente reemplazadas por plazas en las que las condiciones de comercio

–es decir, la presentación de los productos, los precios y la forma de cobro, por

ejemplo–, tratan de estandarizarse y de parecerse a los modelos implantados por los

almacenes de cadena; incluso, las plazas de mercado tratan de convertirse en cadenas

de almacenes que tienen sedes en barrios vecinos. De igual manera, las prácticas

comerciales, constituidas a través de la imitación como en el caso anterior, o reguladas

por las reglamentaciones oficiales, sufren un proceso de estatización.

Esto no hace referencia a la carencia de dinamismo en el comercio, sino que, en

cuanto a una visión espacial de las formas de comerciar, éstas tienden a confinarse en

espacios determinados. La movilidad de los comerciantes ambulantes sufre un proceso

de extinción en tanto que se privilegia y se dictamina el comercio en lugares especiales.

En la ciudad de Bogotá, esta temática ha tenido diversas discusiones; la prohibición de

que un vendedor transite con sus mercancías en ciertos lugares o que se sitúe en el

denominado espacio público, ha generado enfrentamientos entre las sucesivas

gobernaciones y los ciudadanos. Los pregones, en este sentido, peligran de drásticas

modificaciones. Al parecer los únicos que podrán permanecer en el ambiente sonoro de

la ciudad son aquellos ubicados en las entradas de los locales establecidos. Incluso,

quienes pasean por las calles en busca de materiales reciclables son cada vez menos:

existen lugares ya establecidos para que estos productos sean llevados, o incluso las

empresas de aseo han iniciado campañas para que sean separados del resto de los

desechos.

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La actualidad ofrece cambios en las formas de comercio. Estos cambios se han

gestado y perfeccionado con el paso del tiempo. La aparición del periódico dio un giro a

la forma de publicitar los productos. Esto se dio a la par que las mercancías cambiaron

y se diversificaron. Ya no era únicamente necesario comprar las velas y el agua,

también se vendían ropas, muebles, y otros enseres de la vida cotidiana que no podían

ser transportados con facilidad de un lugar a otro. De igual manera, la expansión de la

ciudad, geográfica y demográficamente hablando, hizo que esta diversificación se diera

también en el sentido de que ya no habría una única persona ofreciendo los productos,

sino que se generara la noción de la competencia. Cuando las condiciones tecnológicas

y sociales lo permitieron, la publicidad se trasladó a los medios radiales, y de allí a la

televisión y al internet.

El pregón, la sonoridad de la voz, le ha dejado su lugar a la imagen. En los

periódicos la publicidad aún duró mucho tiempo como palabra, palabra que podía ser

transpuesta como sonido. En la radio pervivió este pregón, con musicalidad, con un

encanto particular. Pero, en la nueva era de la imagen, inaugurada con la televisión y

perfeccionada con los medios virtuales y electrónicos, el sonido de la voz se ha

desvanecido. Es más impactante una música instrumental y una mujer seductora para

anunciar un perfume; no se piensa en una voz que lo presente, que lo describa y trate

de convencer a los potenciales compradores de su superioridad ante otros productos

similares. Se da un predominio de las prácticas globales de publicidad sobre las

prácticas autóctonas del pregón. La resistencia de las voces producidas por los

comerciantes callejeros es ejemplar en este marco de circunstancias. Puede

entenderse que los cambios de orden económico se han dado a la par que las

transformaciones en el orden de lo urbano. Alberto Saldarriaga Roa, en su texto Bogotá

Siglo XX. Urbanismo, arquitectura y vida urbana, señala lo siguiente:

La reestructuración económica internacional ha llevado a los países

latinoamericanos a la adopción reciente de políticas de ajuste, diseñadas a partir del

modelo neoliberal. Los ‘centros comerciales’ son la imagen materializada de ese

consumo; con sus espacios acomodados para ofrecer halagos y atracciones [… l]os

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centros comerciales han causado efectos negativos sobre la vida urbana, por

cuanto sustraen al ciudadano de las calles y plazas y del ámbito público para

sumergirlo en los espacios cerrados donde la única condición aceptable es la de

‘comprador’. (Saldarriaga, 2006: 274)

El cambio de la configuración de lo público y lo privado se hace evidente en las

relaciones culturales de las cuales son testimonio vivo los pregoneros. Como se señaló

en el apartado anterior, su voz se ha hecho más reservada en el sentido de que debe

convencer y generar una confianza con los posibles compradores, confianza

prescindible en otras épocas. Estas modificaciones en la percepción de lo público, lo

privado y de lo urbano, se reflejan en la forma como los comerciantes callejeros son

vistos. Su oficio, tan usual en otras épocas, es visto en la actualidad con desconfianza e

incomodidad. Se les acusa de obstaculizar el tránsito por la vía pública y de generar

contaminación auditiva. La actividad económica que desempeñan es considerada como

‘informal’ y las políticas distritales y gubernamentales propenden por acabar con su

labor, entendida sólo como una variable del sistema económico. Ése ha sido el enfoque

dado a sus circunstancias en las últimas décadas, desconociendo la herencia cultural

residente en sus prácticas reside.

Finalmente, en cuanto a los cambios de la sociedad afrontados por los pregones, se

encuentra el tráfico. La situación de los pregones callejeros se ve rodeada de esta

realidad. Sus voces parecen hundirse en medio del sonido de los automóviles en las

calles, en el sonido estridente de los equipos de sonido con la música de moda y, sobre

todo, en el silencio del olvido. Las dinámicas sociales los dejan de lado, los abandonan

en un rincón del tiempo al cual no se le quiere volver la mirada y se les ve con una

nueva escala de valores: la productividad. Al establecer un modelo económico en el

cual se cuenta con el empleo, el desempleo y la informalidad, resulta coherente que las

prácticas comerciales de los vendedores ambulantes traten de ubicarse en estas

categorías. Además, en el marco de unas dinámicas distritales que procuran dar

solución a las problemáticas evidenciadas por esta población en lo relacionado con el

acceso a la salud, a la educación y otros servicios de primera necesidad, se buscan

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medidas que puedan garantizar una mejor calidad de vida. El riesgo engendrado en

estas condiciones, implica que el pregón callejero, la labor cultural de esta población,

sea inconscientemente excluido de estas medidas. Lo anterior representaría un peligro

de extinción para esta práctica sonora de Bogotá, que tal vez sólo podría ser salvada

por los vendedores con locales establecidos que hacen sus pregones frente a sus

negocios. De allí que estas medidas deban entenderse también en función de la

preservación de las prácticas culturales asociadas con esta actividad comercial; esto

generaría una estructura económica incluyente y de bienestar, que también preservaría

un legado cultural que ha acompañado los procesos históricos e identitarios de la urbe.

La UNESCO define el patrimonio cultural de la siguiente forma: “El patrimonio

cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que comprende

también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y

transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo,

usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la

naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional”

(UNESCO a). Además, esta organización señala que el patrimonio cultural integra y

representa a las comunidades al interior de las mismas o con otras, que es de carácter

“[t]radicional, contemporáneo y viviente a un mismo tiempo”, y que no sólo incluye

elementos del pasado sino también “usos rurales y urbanos contemporáneos

característicos de diversos grupos culturales” (UNESCO a). Para su protección, en el

año de 1989 realiza la “Recomendación sobre la salvaguarda de la cultura tradicional y

popular” de Paris, en la que invita a los Estados miembros de la ONU a adelantar

medidas que salvaguarden el patrimonio inmaterial; esto, a través de los siguientes

argumentos:

Considerando que la cultura tradicional y popular forma parte del patrimonio

universal de la humanidad y que es un poderoso medio de acercamiento entre los

pueblos y grupos sociales existentes y de afirmación de su identidad cultural,

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Tomando nota de su importancia social, económica, cultural y política, su papel en

la historia de los pueblos, así como del lugar que ocupa en la cultura

contemporánea,

Subrayando la naturaleza específica y la importancia de la cultura tradicional y

popular como parte integrante del patrimonio cultural y de la cultura viviente,

Reconociendo la extrema fragilidad de ciertas formas de la cultura tradicional y

popular y, particularmente, la de sus aspectos correspondientes a las tradiciones

orales, y el peligro de que estos aspectos se pierdan,

Subrayando la necesidad de reconocer la función de la cultura tradicional y popular

en todos los países y el peligro que corre frente a otros múltiples factores,

Considerando que los gobiernos deberían desempeñar un papel decisivo en la

salvaguarda de la cultura tradicional y popular y actuar cuanto antes […] (UNESCO

b).

Esta recomendación ha permitido adelantar diversos esfuerzos para preservar los

aspectos culturales de las sociedades humanas. En este orden de ideas, los pregones

de los comerciantes callejeros son una importante y cotidiana expresión cultural de la

ciudad de Bogotá que se encuentra en riesgo por las dinámicas comerciales actuales.

Como se ha señalado en el apartado anterior, sus características dan cuenta de unas

formas particulares de actuar de la sociedad capitalina, y por ello, preservarlas surge

como una labor necesaria en el orden de los cambios que se han venido presentando,

desplazando su existencia hacia una periferia de desconocimiento y de silencio.

Las sociedades se han organizado, fundamentalmente, en torno a la forma como

conciben y administran los recursos para su subsistencia: sean materiales o

espirituales. Diversas tradiciones del pensamiento han llegado al punto de separar

contundentemente las prácticas estrictamente económicas de otras prácticas sociales,

como pueden ser las formas de educación o las dinámicas religiosas. No obstante, es

necesario considerar que estos elementos configuran relaciones de interdependencia y

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de relación que vienen a integrar la cultura humana. Entre las definiciones del

patrimonio cultural inmaterial de la UNESCO, se incluyen las prácticas que dan

identidad a una comunidad. Es pertinente preguntarse si las prácticas comerciales no

dan identidad a un pueblo. El espectro de la cotidianidad genera demasiada

desconfianza, hasta el punto de que conduce a cometer históricos errores. Los incas

podrán haber visto la elaboración de los ‘quipus’ como algo completamente cotidiano,

pero en la actualidad se ven como elementos fundamentales de su cultura. Las

actividades comerciales del presente dan cuenta de la identidad de las sociedades, y

por eso deben ser consideradas dignas de ser preservadas.

Una actividad comercial como la del pregón callejero resulta sustancial en este

sentido, puesto que no sólo es una práctica comercial del presente –con todas las

problemáticas ya descritas que reviste su existencia y persistencia–, sino que también

da cuenta de unos elementos históricos de la sociedad bogotana. Se pueden registrar

diferentes expresiones del pregón en otras épocas de la ciudad, y al contraponerlas se

pueden notar las distinciones o semejanzas engendradas. En el apartado anterior se

vieron algunos de los elementos vigentes y, si esto sucede, debe considerarse que las

prácticas del pregón encierran un importante elemento de transmisión y de tradición en

la comunidad capitalina. Las formas de ofrecer el producto se han vuelto culturales,

populares y tradicionales. Incluso, las frases con las cuales se da este ofrecimiento son

transmitidas por vía oral de forma deliberada o inconsciente.

Los peligros que amenazan con la extinción de esta práctica aparecen como

indicadores de la importancia de ser considerados en el marco de la herencia cultural

de Bogotá, cuando no de toda la nación colombiana. El pregón callejero, práctica oral

inmaterial de la cultura capitalina, forma parte de los paisajes sonoros de la ciudad y da

cuenta de un importante acervo cultural transmitido de manera consciente e

inconsciente durante varios siglos, modificándose a la par que los conceptos de la

ciudad han cambiado, impactando de manera directa a sus habitantes y las relaciones

en ella se establecidas. Por ello, la persistencia de estas prácticas en medio de un

ambiente de fuertes transformaciones sociales, aparece como un acto de resistencia.

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Las sociedades siempre incorporan elementos nuevos a sus dinámicas sin poder

desterrar por completo los elementos precedentes. En el caso de los pregones

callejeros, es evidente que una práctica engendrada en la colonia, con el surgimiento de

la ciudad, no se ha perdido por completo. Entre las nuevas concepciones de lo urbano,

de sus espacios públicos y privados, la persistencia de estas formas sonoras y

culturales en Bogotá, se muestran como la forma de resistencia ante los cambios

gestados. Son prácticas en las cuales los valores de otro tiempo se resisten a

desparecer por completo, y tal vez sólo lo hagan cuando sea demasiado tarde para

querer preservar la importancia que radica en su existencia. De forma que, el

reconocimiento de su importancia y de sus características, es fundamental para los

debates sobre la identidad y la historia de la ciudad.

Voces de la calle, voces de la historia

La historia, por tradición, se ha escrito a través de los documentos. En la actualidad

se ha visto la dificultad para reconstruir los diferentes momentos vividos por las

sociedades humanas, resultado de la falta de pruebas contundentes que hablen de

sucesos de la cotidianidad, prácticas concretas y formas de vida no oficiales. El

presente se escribe después; por su contingencia tiene la apariencia de carecer de

importancia. Sin embargo, en el presente se encuentran cifradas las identidades de las

sociedades. ¿Es necesario esperar a que las condiciones del presente se desdibujen o

se pierdan para darles importancia que reclaman por la inherencia de existir? La

conservación de este momento histórico salvaguardará la identidad para que en el

futuro pueda seguir conociéndose. Ésa es la labor de la conservación del patrimonio.

Las prácticas orales del pregón en las calles de la ciudad de Bogotá configuran un

amplio espectro sonoro en riesgo. En tanto que no generan un documento como lo

pueden hacer otras prácticas culturales, y en vista de que la contingencia de su utilidad

se pierde con la facilidad de la satisfacción a una necesidad cotidiana, su importancia

es dejada de lado. El papel que han desempeñado a lo largo de la historia en la ciudad

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se ha extraviado por los cambios en las dinámicas sociales, culturales y económicas de

la sociedad bogotana. Por ello, en la actualidad, el sonido de los pregones callejeros se

encuentra en un proceso de transformación que amenaza con su extinción por la

estatización de los sectores de comercio, por el círculo de falta de sorpresa que

encierran sus prácticas, por la aparición y apropiación de diversas tecnologías.

A pesar de lo anterior, el sonido que las voces de los comerciantes callejeros

producen, aún ambienta el espectro sonoro de las calles bogotanas. Allí permanecen,

como testimonios vivos del pasado, y como expresiones contundentes y silenciadas –

por la omisión, el olvido y la primacía de otros intereses– de las prácticas culturales

actuales, en las que se cifra parte de la identidad cultural capitalina. El silencio al cual

se ven enfrentados –en vista de que otros ruidos son más fuertes o puesto que la

imagen de la edad contemporánea suprime la palabra oral–, trata de imponérseles,

pero sus voces siguen profiriendo los pregones. De modo que, propender por la

conservación de la memoria de estas prácticas es una labor que permite retribuirle el

valor que representan para la historia de la ciudad. Tal vez, cuando esto se haya hecho,

podrán seguir escuchándose sus palabras, e incluso, podrán seguir mostrándose sus

formas de interactuar, otras maneras de habitar lo público.

La escucha, tan olvidada en estos días de violencia, surge como una herramienta

de reconocimiento del otro, de aceptación de su existencia. El ruido que abunda en

nuestras calles es tanto físico como simbólico, pues a veces éste implica el olvido. Si el

oído atendiera, cuando menos a la expresión física de una voz, a reconocer su

existencia, los odios podrían cesar. Así que, cuando comience a reconocerse lo que se

dice, el significado del sonido de las voces, se habrá conseguido otra sociedad. El

pregón callejero da la visión de una otredad constituida históricamente y negada en la

actualidad con diversos matices. El reconocimiento de su presencia y de su valor

implicará transformaciones en la forma como se concibe la cultura y aún más, en las

prácticas culturales mismas. El sonido de esas voces, patrimonio sonoro de Bogotá, se

encuentra en las calles, viviendo sus transformaciones, resistiéndose al olvido, a la

aniquilación, luchando contra el impuesto silencio.

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