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8/19/2019 Velasco - Vientos Machos http://slidepdf.com/reader/full/velasco-vientos-machos 1/46 MAGALI VELASCO VARGAS VIENTOS M HOS R V O 98 3 E395 '/CURSO NACIONAL DE CUENTO JUAN JOSÉ ARREOLA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

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MAGALI VELASCO VARGAS

VIENTOS M HOS

R V O 9 8 3 E 3 9 5

'/CURSO NACIONAL DE CUENTO JUAN JOSÉ ARREOLA

UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

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Vientos machos

Magali Velasco Vargas

UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

2004

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Vientos machos se escribiógrac ias a la beca jóvenes creadores ,o to rg ad a p or e l F o nd o N ac ío na l p ara la C ultu ray l as Ar tes, emis ión2001 2002

Primera edición, 2004

© Magali Velasco Vargas

D.R. © 2004 Universidad de GuadalajaraCoordinación General de ExtensiónCoordinación de Promocióny Difusión CulturalAvenida Vallarta l 668, colonia Americana44140 Guadalajara, Jalisco, México

ISBN 970-27-0601-7

Impreso y hecho en MéxicoP ri nt ed a n d m a d e i n M e xi co

Para Lupitay Pepe,Briniy Xavier

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ndi e

PARÍS DEBE SER ASÍ 13USTEDESTÁAQUÍ 17

NATION 23MADAME DOUBLET29

METRO PICALLE 35LA BAILARINA Y EL DIABLO 41

DERECHO DE CASA 49VIENTOS MACHOS 59

LA ALBERCA 73LA AULLADORA 79

NENÚFARES AL AMANECER 85JULIA 89

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PA RÍS DEB E SER A SÍ

P ar a M aya y C ha rlie

No veo a nadie en la calle a pesar de que siempre se escuchan voces. Voces de personas que discuten, conversan; voces que habitan televisores, departamentos. Retiro la cortinade algodón azul. La vía fulgura, es la lluvia la culpable dedejarlo todo en un silencio húmedo. Soy una de tantas demi especie que habita con seres humanos. Observo. Ahí viene la señora con su perro. El mismo abrigo de peluche negro; una falda de lana (rombos rojos, azules y amarillos), lamedia del pie izquierdo se le sale de la zapatilla. La suelaarrastra grumos de lodo, los tacones están torcidos porqueesa mujer no aprendió a caminar con zapatos altos. Un perro gris con blanco husmea su camino, retrocede buscando asu dueña y al pasar frente a mi casa, como es su costumbre,se encorva bajando la cola, apura su paso, esto no le impidevoltear. Lo saludo porque me inspira piedad. No he logradocomunicarle que es inútil su preocupación: ella no lo va aabandonar ni yo puedo hacerle mal, porque hace un año quesu ama partió. No me extraña que el animal no quiera convencerse de la naturaleza de la mujer que lo alimenta, que lobusca a las afueras del cementerio Pere Lachaise todos los

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días a las cinco de la tarde para llevarlo a pasear, sin correa-lo que está prohibido en París- y sin sombrilla -siendo que siempre llueve.

Una ventana seha abierto frente a lamía.Veo a un hombre desnudo de la cintura hacia abajo, se mira en un espejode cuerpo completo y llora. De pronto sus pupilas tropiezan con las mías. Me alejo de laventana, la cortina se cierraen automático. Él no vio lo que yo siempre veo:es laMuertela tercera figura en reflejarse. La conozco tan bien.

Regreso al ventanal. Contemplo resignada. Volví a ver alhombre de frente, de nuevo llora pero esta vez delante deltelevisor. Aún no se da cuenta de que ella siempre lo acompaña; sobre todo cuando duerme. La Muerte se sienta en sucama, le peina las cejas, le acaricia las mejillas y luego lo dejasoñar despidiéndose con un beso en la frente.

Tuve una visión: mañana se sabrá que la mujer que viveal lado ha perdido la cordura. Lo sabrán porque comenzaráa tirar desde el tercer piso todos los muebles de su departamento; después, ellamisma sedespeñará pero no vaa morir,se fracturará un brazo y un pie. En el hospital pasará unosdías hasta que el marido que la abandonó hace un mes, laregrese a su casa y le compre nuevos muebles. Pero él no seva a quedar.

Ya sucedió: la mujer del tercer piso aventó todo lo que lepermitieron sus fuerzas: un microondas, un televisor, unamaleta llena de fotografías, un florero azul, ropa, unos esquísy un gato. Todo se rompió, también se rompieron los para-

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brisas de los automóviles abajo estacionados y la tranquilidad, todo menos el gato, que cayó en cuatro patas, se sacudió elpolvo, rengueaba pero en seguida se recuperó. Cuandoestaba bajo mi.ventana me miró. No pude decirle nada nipreguntarle cómo se sentía. Lo vialejarse, al fin libre. Parecíaque flotaba, se deslizaba sagazmente esquivando a las personas, desaparecía bajo un auto, resurgía cuando nadie lopodía interceptar. í Qué talento de gato

Son cuatro las paredes y grande la soledad. París es colosalporque hay gente que en absoluto vuelvo a ver caminandopor mis calles. Debe ser magna y nostálgica. Arcaica,mítica yfantasmal. Del cementerio bajan miles de personas de todaslas épocas, para encontrarse con otras que se desprenden delos edificios. Nunca se saludan entre ellos, tan sólo deambulan, espantan a los niños, impregnan de flatulencias lascalles, roban el buen ánimo. Y es que la suma de historias detodos los muertos da como resultado una espesa idea. Parísdebe ser así: una espesa idea.

Hoy hubo una fiesta, un matrimonio húngaro. A lasnueve de la mañana, los invitados y los novios (ella de blanco, esperando su primer hijo, vaca rosa de Chagalle; él despeinado y obtuso, figura de Kandinsky) hicieron un círculoa lamitad de lacalle. El escaso tráfico les permitió bailar dosrondas. El tío de la novia tocaba el acordeón, una abuelaaplaudía y todos cantaban. Giraban moviendo los vientos,brincaban para sacudir lo eterno. Bebieron y comieron unosbocadillos. Media hora después, los devotos del ritual salie-

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ron en varios vehículos rumbo al templo. La escena se fragmentó con su partida. Augurios y bendiciones brotaron delabios y de algunas almas. Risotadas. Qué día extraordinario. Me regocijo de presenciar un ritual humano.

El señor de enfrente, el gemebundo, simplemente desapareció. Me imagino en dónde está. No es conveniente dejar elportón abierto ni confiar en aquellos que suenan nuestrotimbre. En seguida entra la Muerte. El perro blanco y grissabía de esto el día que toqué a su puerta y la señora, con sufalda a rombos, me invitó a pasar. Bebimos té y después salimos a dar un paseo por Gambeta. Rodeamos el panteón dePere Lachaise y ahí la dejé con su perro y su abrigo de peluche. Lo que aconteció después de mi partida, no me compromete. Decidí quedarme en la casa de la muerta -la delabrigo de peluche- porque fue la única que me permitióentrar, y además tiene dos ventanas: una que da a larueBoyery otra hacia larueL. Savart.

El paseo del perro inicia en el cementerio y finaliza en elportón de su morada. Me observa desde abajo, una desazónle roe laespina dorsal, la cola de alambre se retuerce buscando el piso, sus ojos se humedecen, voltea a verme y yo losaludo y sonrío. Cuando se repone, busca a su dueña. Ya noestá. Y así cada día, de la cinco de la tarde a las cinco ycuarto, el perro vuelve a los jardines que rodean el PereLachaise para echarse debajo de una banca y esperar la jornada siguiente: su dueña lo llamará, le dará un pedazo depan, le frotará el lomo y le recordará cuánto lo extraña.

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USTED ESTÁ AQUÍ

El cementerio Pere Lachaise es más antiguo y más grandeque el Montparnasse. Vous ñes ici :una flecha indica que estánen la puerta de larueMénilmontant. Carlos anota los nombres de los personajes y las coordenadas para su localización. Rossana da vueltas al mapa que tiene en las manos sinlograr ubicarse. Tú observas. Es un día nublado, el quintoen París; no son los únicos visitantes, dentro hay gente perdida entre las tumbas buscando al Rey Lagarto. Estás agotada, caminar por la ciudad provocó que tus pies se llenarande ampollas. A pesar de que el viaje te ha maravillado, tesientes ajena a este país. No entiendes el francés pero Carlos lo habla bien. Se han perdido varias veces en el metro, esaotra ciudad subterránea, laberinto de metales y túneles. Mientras ellos terminan de hacer la lista, te sientas en un quiciopara leer el ensayo de Cortázar Bajo nivel :C om o e n e l t ea troy e n e l c in e, e n e l m e tr o e s d e n oc he .Es cierto, pero el metro asfixiay dentro de él se es espectador y a la vez protagonista ...elm etro n os vu elve p or u n m om en to d isp on ib le s, p oro so s, re cip ie ntesto do lo q ue la lib erta d d e la su pe rficie n os p riv a, p uesto q ue se r lib rea llá a rrib a sig nific a p elig ro , o pc ió n n ec esa ria , lu z ro ja , c ru ~r en la s

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e sq u in as m i ra nd o d el b ue n l ad o.No percibes este sentimiento delibertad ni arriba ni en elsubsuelo, menos dentro del cementerio. Guardas ellibro para comenzar eltrayecto necrológicoy onírico.

Encuentran a Balzac, Carlos insiste en tomar una foto.No estás convencida pero aceptas. El nicho está cercado,tiene un libro de piedra. Te parece una sepultura sobria yonerosa. No así la de Osear Wilde, quien decía que era posible resistir a todo salvo a la tentación. Su sepulcro esblanco, modernista, tapizado de besos rojos, rosa, naranja. Hapasado una hora y únicamente han localizado a estos dospersonajes. Tres, por azar se toparon con un monumentosuntuoso que alberga a la familia Chaplin.

Suben y bajan calles, llegan a una glorieta en donde ungrupo de extraviados italianos señalan todos a la vez unpunto en un mapa: n oi s ia m o q u i.Rossana insiste en ir directamente a visitar a Morrison, Carlos quiere entrevistarse conChopin. Tú en realidad habrías preferido conversar conCortázar, mas él está en Montparnasse y por mayoría devotos tuviste que ceder. Era elúltimo día en Europa. Teiríassin preguntarle al cronopio mayor por qué decidió morir t¡nParís.

Antes de dar con [im, fotografías una escultura: setratade una mujer con un velo que sugiere su desnudez, toda debronce y de espaldas a la puerta de una tumba. Los brazosabiertos obstaculizan la entrada, la cabeza agachada escondeel rostro en la capucha. Adelante te topas con otra figurafemenina, de piedra negra. Porta un vestido largo ceñido al

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cuerpo y seaferra a una de las ventanas del sepulcro como sialguien la tirara por la cintura tratando de apartarla.

Carlos y Rossana te han abandonado. Te entretuvistefotografiando y ahora buscas en tu memoria el camino deregreso. Estás en medio de una calle y no recuerdas haciadónde se localizaba la venturosa tumba del Door. Una anciana llega detrás tuyo, arrastra un carrito de mercado y tepregunta si estás perdida. Cómo sabe que no hablas francés,cómo sabetu lengua, no lo adivinas; sin embargo, estás consciente de que tu tipo latino es inconfundible. Sonríes y lecontestas que debes tener una cara de espanto porque sí, enefecto, has perdido a tus amigos. La anciana se acerca a ti,toma el mapa entre sus manos, lo gira y después señala consu dedo trémulo y rugoso: Usted está aquí .

Agradeces, la señora se marcha pero antes de hacerloroza tu mano cuando te devuelveel mapa. Hay algo de familiar en su tacto, te recuerda a alguien pero no te animas aconversar. La mujer se aleja y crees percibir un maullido degato. Rossana y Carlos salen a tu encuentro, te llevan alnicho de James Douglas ( 1943-1971); han robado el busto y encalado las paredes de las tumbas de alrededor. Antes,dice Carlos, estaba llena de velas, flores, cartas, graffitis, pañuelos y plumas negras, espigas de guitarra, guijarros y fotografías. K ata to n A im on d Ea yto y.Fuman un cigarro delantede Morrison, descansan en su aposento y después de rememorar la gloria desu música, lo dejanpara no importunarlo.

Las horas en el cementerio se encolan y las tripas protestan, se percatan de que llevantres horas entre muertos. Bus-

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cando la salida, se topan con el Crérnatorium. De la lista depersonajes, Isadora Duncan y Maria Callas descansan ahí.Movimiento y voz reducidos a cenizas. En la placa de la Duncan, escrito en tinta roja, lees: Soñé que bailaba con Isadora .

En busca de la Callas, un nicho llama tu atención. En elsuelo hay un ramo de flores frescas que casi aplastas. RobertSansay , no tiene fechas de nacimiento ni defunción, unaspalabras ornamentan la placa: ... and the bridge between isÍove . Debajo de la frase está pegado un timbre postal enforma de corazón: Je t'aime. La poste. r.oo ,

Letomas una fotografía, y ante los reclamos de los compañeros, sales iracunda del Crérnatorium. Rossana y Carlosno dejan de fantasear con comida; tú imaginas un enormevaso de cerveza. Detienes tu paso para guardar la cámara,aquéllos avanzan como perseguidos. Alponerte de pie y colocarte la mochila en la espalada, te encuentras de nuevosola. Te han dejado. Enfureces, apuras el paso, piensas quedeben de haber doblado a la derecha (o a la izquierda). Losllamas, nadie responde. Hijos de puta. Quieres correr perono te dan las fuerzas, acortas el paso, es demasiado tu cansancio. El cuello se petrifica y la espalda se encorva, es lamochila que ahora pesa como si cargaras las tumbas qu~fotografiaste. Los tenis constriñen tus ampollas, las rodillas están hinchadas. Olvidas tu enojo, olvidas a tus amigospara concentrarte en el dolor corporal. No comprendes cómoes posible que te ardan las plantas de los pies y que lacintura te torture. Paulatinamente recuerdas que es porque estedía has caminado fuera de lo normal, llegaste a pie en lugar

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de tomar el metro. Tus tenis prensan los dedos porque estecómodo y deportivo artefacto ha desaparecido, en su lugarcalzas unas estrechas zapatillas de tacón bajo. Los anillosde plata mexicana no engalanan tus finos dedos, ahora lucesjoyas que parecen reproducciones de las alhajas que admiraste en el Louvre. La mochila no es tu carga, es la giba que

se formó al paso de los años. Has olvidado que mañanapartes rumbo a tu país, tu mente la ocupas en pensamientosvarios: las flores estaban carísimas, aún confundes las monedas de euros, olvidaste comprar el pan siendo que tu nieta cena hoy contigo. Llevas un carrito de mercado y,dentrode él, tu gato y algunas flores restantes del ramo que le llevaste a tu difunto esposo, has querido guardar unas pocaspara la casa. Del cielo nublado, un rayo escapa y te deslumbra. Dos jóvenes caminan en dirección opuesta, pasan juntoa ti, los escuchas hablar español, tu lengua natal; se les vecansados y apurados, como si hubieran perdido a alguien,buscan a la chica con la que te topaste antes, aun con elmapa lapobre no sabía en dónde es~aba.

Falta poco para que cierren el cementerio, te diriges a lapuerta de Ménilmontant para tomar el metro Pere Lachaise.Por fortuna vives a una estación del cementerio, nunca te hagustado hacer viajes subterráneos, te sientes expuesta a lospeligros porque, en la oscuridad del metro, todo es intemporal.; y no ha y n ad a q ue ve r n i o ír n i o ler p orq ue to do e s r ec urren tey p er ió dic o y fo rz ys o y c as i i d én ti co ,recuerdas literalmente las palabras del escritor que admiraste y que sigues visitando enMontparnasse en espera de su respuesta.

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A la entrada del metro, silbas la melodía de la vieja canción. Desde su muerte, recuerdas una sola oración, el restode la letra se la llevó Robert. Pero la frase que lograste rescatar permanece indeleble y tú la has vuelto eterna: ... and the

bridge between is love .

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NATION

Un hombre en París sube al metro en la estación de Auber,línea A con dirección a Mame la Vallée. Son las seis y diezminutos, ha terminado la jornada de trabajo y lo único quetiene en mente es regresar a casa, con sus hijos y sus dosmujeres. Llevatres meses trabajando en la construcción y eldolor en los pulmones se ha extendido hasta el estómago.Después de veinte años de albañil, es la primera vez quesufre con semejante intensidad los estragos del trabajo. Enel Senegal, donde nació, la temperatura le ayudaba a controlar el asma, pero aquí...

Laboa metálica se detiene en Chátelet, una estación caótica e impersonal de la Ciudad de los Laberintos. Las compuertas se abren, entra una marejada humana que invade elreducido espacio con aromas de todo tipo. El africano seaprieta a un costado del vagón, deja pasar a una mujer decabellos rubios, peinados por el viento, separados en gajospor el cebo. La mujer lleva en las manos unos girasoles. Surostro parece de cera, la expresión de asco acompaña losconstantes resoplidos. Bufa.Cuatro jóvenes entran a la fuerzacomprimiendo a la gente. De sus walkmanescapan ritmos

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parcos, torturan tes; visten jeans,camisetas largas y amplias,tenis Adidas, Puma y Nike: uno de ellos lleva en la bolsa delpantalón una piedra de hash. El hombre del Senegal, Carnille,piensa en sus dos hijos mayores, los imagina en unos tresaños hechos unos adolescentes parisinos. Se entristece.

Junto a Carnille, un joven de traje pierde su mirada en

un periódico. Inútil leer con tanta gente. Falta el aire. Huelea ajo, perfumes agrios, azafrán, queso, flatulencias. El trense detiene, una voz fantasmal solicita paciencia, unos minutos y se continúa el trayecto. Carnille piensa que al terminarel contrato en la construcción, tramitará uno nuevo cornobarrendero. Lograría así el seguro médico, podría renovar elpermiso laboral, podrían quedarse definitivamente; los hijos tendrían la escuela asegurada, las cosas mejorarían. Faltael aire, y el gusano no termina de recorrer el túnel. Carnillese siente sofocado, tose y la mujer de cera voltea al ladocontrario el rostro y en voz bajamaldice. El ataque de tos secalma,pero Carnille siente que esta vez la enfermedad le estácalando.

Gare de Lyon. Baja gente, entran otros, algunos conmaletas. La mujer de los girasoles cambia de lugar. Reacornodo de seres humanos. Carnille encuentra un asienro.-elde frente lo ocupa una mujer de unos veinte años; junto aella, un hombre de barbas y arrugas deliberadamente roza supierna con la de la joven. Lamujer ladra, escapa con tal violencia que golpea con su bolso a Carnille. El barbudo sonríesatisfecho y busca complicidad con el africano, pero éstedesvía su mirada para colocarla a la mitad del vagón, en don-

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de una pareja de pie ríe y habla en español. A pesar de quelleva viviendo en París varios años, aún no se acostumbra alsilencio y la seriedad de la gente. La mayoría de los africanos nacidos o emigrados en Francia utilizan un tono de vozmás alto, sin embargo no son los mismos. Los hijos quenacen aquí pierden esencia, pierden el sentido y la brújula.

Carnille se siente atraído por la pareja que habla en español,reconoce el idioma pero no logra entender qué se dicen.Recuerda su breve estancia en las costas catalanas, ha pasado tanto de eso.

La mujer de la pareja latina tiene en las manos un paraguas que intenta abrir pero que su compañero le evita hacer.La sombrilla está rota y parece que les causa una felicidadabsurda. Envidiable. Lagente alrededor finge ignorarlos, excepto una anciana, quien claramente se disgusta y en francésle dice a otra algo que Carnille interpreta corno una queja,una crítica contra la pareja seguramente de sudamericanos,porque son morenos y los ojos les brillan de otra manera.

La tos regresa, esta vez con saña. No puede controlarla,

se levanta y se dirige hacia la puerta del vagón; la gente leabre paso indiferente. Camille trata en vano de aminorar elestruendo tapándose la boca con un pañuelo. Lapareja latina deja de reír para mirar al enfermo. El tren subterráneodetiene su marcha. La temperatura aumenta a pesar de queafuera el frío congela las fuentes. Carnille retira el pañuelocreyendo que el ataque ha pasado, al doblarlo se percata deque tiene sangre. Vuelve a toser, se siente mareado, con ganas de vomitar. La gente a su alrededor forma un círculo.

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Las luces del vagón se apagan, el hombre está doblado deldolor. Busca en su mochila el celular, de nada sirve pues nohay conexión. Piensa en sus hijos, trata de respirar profundamente pero un tapón de sangre y flemas le estrangula losbronquios. La claustrofobia domina, todos blasfeman y seaferran a sus bolsos mientras Camille, desfallecido, ahoga la

tos en borbotones rojos.Nadie quiere percatarse de que el hombre que subió enAuber yace en el piso con el celular en una mano, en la otrael pañuelo y en la mente toda su vida. Las pupilas se dilatan,la gente se empuja a diestra y siniestra.

No pasan ni cinco minutos cuando la voz explica quedebido a un accidente la energía se cortó.

La boa comienza a reptar. A este punto las personas estánal borde de un colapso, repiten sin cesar que no es posiblesemejante servicio, que no se puede vivir así. En medio de losreclamos, un grito de mujer enciende el pánico, a ésta se leunen otras voces, la confusión crece a medida que el tren seacerca a la estación y, aún a oscuras, se sabe que el origen delgrito es la cantidad de sangre que ha empantanado el vagón.

Las puertas se abren en Nation, una enorme y plástica yantiquísima estación de color rojo, la última de la línea A dela zona de París. La gente en el andén se hace a un lado paradejar salir a un tropel de insectos que buscan las escaleraseléctricas. Los nuevos pasajeros -atónitos- descubren alfondo del vagón el cadáver de un hombre cubierto de girasoles. La sangre parece escurrirse hasta las vías. Una tipa seabre paso en el tumulto, se coloca al frente de la puerta del

carro y comienza a aplaudir. La gente se hace a un lado,algunos desaparecen, otros permanecen a distancia. Sirenasy alarmas se confunden con las carcajadas de la mujer. Fuerael laberinto urbano se recubre de luces y movimiento, degente y gente y mundo y continentes y París.

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MADAME DOUBLET

El despertador electrónico suena a las 6:00 a.m. y, comotodas las mañanas, madame Doublet lo deja sonar hasta las6:30, 6:40.

El ruido del aparato seintroduce en el cerebro mezclándose con los sueños recurrentes de esta mujer que vivesola,que silba y tararea, que ronca y habla dormida sin que nadiea su lado le ayude a salir de su asfixia onírica.

Madame selevanta tropezando y con un aliento ácido. Vadirectamente a lacocina, sehace un café,lo bebepausadamente, disfruta el vapor que desprende, le regocija ahogar en elaguaturbia un pedazo de baguettedel día anterior. Café negro,sin leche y con un morceaude azúcar. Debajo desus ojos lanatade lágrimas se comprime como capullos de orugas.

Es casi la una de la mañana, madame Doublet regresa de laoficina. Desde hace dos meses se dice a sí misma y a suscolegas, que la carga extra de trabajo será únicamente poruna semana. Han pasado ocho.

Abre el refrigerador, un tumor gélido la recibe recordándole que esurgente deshielar. El quiste ha cubierto por com-

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pleto el congelador. Carne de pollo, de res, bolsas de verduras rebanadas, pan viejo y demás víctimas han quedado atrapadas en los confines de un glaciar que raudo se expandiráhacia la parte trasera del frigorífico, obstruyendo la luz y elmedidor de temperatura. La Doublet calienta un plato desopa de verduras. Cada sábado prepara este potaje: hiervepapas, zanahorias, espinacas, chícharos y una cebolla, tritura todo con las potentes navajas de su guillotina; calienta lasustancia, le agrega agua, sal y pimienta, luego la enfrasca yrefrigera para comerla en el transcurso de la semana.

Dos de la mañana, termina la sopa, deja los platosremojándose. Antes de quitarse los lentes de contacto, vuelve a notar que necesita tinte, que le toca champú, que debehacerse un corte y que tiene que comprar lacrema para bolsas y o¡eras.

6:50 a.m. Jueves 7 ºC. Madame Doublet se levanta bostezando, se dirige al baño, orina, maldice porque aún está estreñida. Va a la cocina por su café negro con un morteaudeazúcar y tres galletas. Se ducha, el agua escurre por una pielcasi transparente, parece ~e reptil o de pez o de inseqo.Una vez en el metro, madame le pide a quien esté a su ladoque si sequeda dormida, haga el favor de despertarla. Jornada de trabajo: reunión con el rector, junta con la sección debecas, revisión del estatuto de estudiantes extranjeros, discusión con los suplentes, redacción de oficios, bostezos,dolor de intestinos, colitis, baño (sale agua, nada sólido),hambre, tomar café, fumar una cajetilla entera, baño (sólo

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agua), cerrar oficina, tomar elmetro, esperar cuarenta minutos de camino.

Llega a su estación, sonámbula se dirige al coche, maneja con las luces apagadas (no es la primera vez que le sucede). Finalmente en casa pero de nuevo en la madrugada. Lasopa recalentada, el tumor que la recibe, las canas con cebo,una novedad: el hijo ha dejado un mensaje en el contestador. El hijo. Eterno viajero.

Es sábado pero tiene que ir a trabajar, también el domingo yel fin de semana próximo, y los que sean necesarios hastaterminar el periodo de inscripciones en la universidad. Estemes, en todas las estaciones del metro por las que madameDoublet pasa, han pegado enormes carteles publicitarios.Mexique 700. La imagen: una playa caribeña, una mujercon sombrero leyendo un libro. ¿füa ella? Lo fue, ya no.Inevitable no recordar. Antes de sumirse en nimiedades, sepone a leer el periódico.

El miedo es una especie de tara mental que anestesia ladecisión. Las pasiones tienen que esconderse en algún rincón mientras que la salvación pasa de largo sin voltear atrás.Madame Doublet no logra concentrarse en las noticias. Laselecciones en Francia, la guerra, los atentados, las manifestaciones. De nuevo el anuncio con la mierda de playa y laestúpida tipa. Regresa la punzada en el estómago, recuerdael mensaje en el contestador: escucha la voz lejana que lallama mamá , la voz insiste en que no se preocupe, que enun maille explicará las razones del viaje, que tardó en comu-

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nicarse porque estaba recorriendo México (país tan suyocomo Francia), pero que había llegado a Hermosillo ... le dejaun beso. En definitiva se queda a vivir con su padre al otrolado del océano, lejos de ella, quién sabe hasta cuándo, quiénsabe por qué. Madame Doublet no tiene ganas de ir al trabajo, desea caminar por las calles de la ciudad en que nació yen la que ha decidido morir. Pero no baja del metro, no encuentra la fuerza para hacerlo. Hay demasiado trabajo, sejustifica. Almacena las lágrimas, se resigna pensando que deseguro elmaildel hijo estará aguardándola. Nada, enciendela computadora y no encuentra en el espacio cibernético lapresencia de su hijo. Ha pasado el tiempo que tenía quepasar: veintiocho años que la separan del recuerdo de esepaís acalorado y estridente. Ella no se habituó a México; élnunca aprendió a hablar bien francés. Un invierno europeo,el nacimiento y la ruptura, sin culpa ni remordimientos ellase quedaba en París, él visitaría al hijo cada que se pudiera.Se volvieron a ver en el verano del 95, hace siete años.

Domingo, seis de la mañana, el despertador inicia la tortura.El tumor gélido conquistó todo el refrigerador y amenaza 11microondas. El camembert ha dado a luz un hongo azul.Todo sigue igual: ropa por doquier, el cuarto del hijo peregrino invadido de cachivaches que descansarán ahí una eternidad, correspondencia sin abrir sobre una mesa llena depublicidad, recibos y oficios. Sonidos: el bebé del departamento de junto comienza a llorar y no parará hasta el anochecer. El indio que vive arriba también inicia su jornada

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gritando, como es su costumbre. Los estertores de latuberíacongestionada de podredumbre se confunden con la fugade agua de la bañera. Humedad, ¿por qué no se cumplen laspromesas?

6:45 a.m., nadie ha descuartizado de un manotazo el inso

portable reloj. Se enciende también la televisión. La sinfoníaelectrónica continúa en plena esquizofrenia. Ocho de lamañana, nueve de la mañana, diez, es lunes, once, la oficina,doce, Mexique, madame Doublet duerme, duerme profundamente, tranquila como una que ha trabajado y ahora debereposar.

Será hasta el miércoles que abrirán la puerta de su departamento: en la televisión, una mujer-marioneta anuncialas primeras nevadas en el norte del país, el despertadorfeneció y madame Doublet pasea en camisón del baño a lacocina, del cuarto de su hijo al baño otra vez, y no se dacuenta de que su cama está rodeada de personas que entre elespasmo y la náusea buscan el teléfono. No lo van a encon

trar, está en el bote de la basura. Madame no se acuerda porqué lo cortó y lo tiró. Pero eso no interesa.

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METRO PIGALLE

Román paga su entrada, la mujer entra gratis. Una cortinade hilos de cuentas coloradas les corta el rostro. La fachadaespectacular y las fotos de lo que ahí se ofrecía fueron unefímero anzuelo. El antro es más pequeño y soso de lo queSimona imaginó.

Sólo hay un cliente: un corpulento negro cuyo rostrosedifumina en lapenumbra. Román duda permanecer en esesórdido y vacío lugar, decorado con plantas colgantes deplástico, fragmentos de espejos adheridos geométricamentea las paredes y una diminuta pista coronada de luces. Ladueña -una tipa de cabellos teñidos y sin gota de maqui

llaje- se apresura a acomodarlos en una mesa; les informaque en unos minutos comienza elprimer showy les preguntaqué desean tomar; ella les sugiere una copa de champagne yla opción de dejar la cuenta abierta. Lapareja prefiere tomarcerveza. Al sentarse en el sillón de media luna, Simona lamenta traer minifalda, el plástico del mueble se le adhiere ala piel como calcomanía; extraña sus pantalones porque detesta la forma de sus piernas, cree que son grotescamenterollizas. Román comenta que apesta a humedad, a desodo-

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rante de baño; a choquilla dice su novia, ¿a qué?, y ella leexplica que la palabra significa pútrido.

Una bailarina aparece con un shortde mezclilla que dejaescapar pliegues de nalga, la abundancia que allá abajo sedesparrama no corresponde con los senos. Jalando hasta elmínimo pellejo, la mujer consigue disfrazar entre lentejue

las y copas rellenas el raquítico busto. Trae consigo una silla, la voz de Cristina Aguilera retumba en la ausencia decuerpos que eleven la temperatura con sudores y enturbienel aire con humo de cigarro. Ahora sí, dice Simona. Leentusiasmó la idea de estar en ese lugar, pero en cuanto la bailarina comenzó lo suyo, se instaló la desilusión. No tienegracia, pensó, no se mueve bien y en tres minutos nos mostró todo.

La bailarina se queda en tanga y tenis. La pareja la veaproximarse como si fuera una figura que se desprende deuna pantalla de cine. La tienen ahí invitando a ser acariciada.Se coloca frente a Román, lo dominante en esos senos únicamente son los pezones, pero él no se atreve a tocarlos. La

bailarina amolda en su culo las manos de Román, éste buscaaprobación en Simona, ella hace una mueca. Es un sí. Labailarina se desprende, vapor el negro, el único cliente aparte de la pareja, pero no le dedica más que unos cuantoscontoneos. Simona y Román parecen dos buenos amigos,como si la complicidad los hubiera llevado después de laescuela a rentar juntos un video porno y ahora lo estuvieranviendo. Como si fueran dos amigas y una le enseñara a laotra a besar.

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La música baja de volumen, Shakira habla de senos confundidos por montañas mientras la bailarina se viste y sesienta con ellos. Pide una copa y desenvuelta les hace charla.¿Les gustó, muchachos? Y la Simona, tan fresca, despepitarespuestas: iclaro Sí, somos novios. Casi un año. No, en lavida habíamos estado en un lugar así. Terminamos la universidad. Bueno, otra cerveza y nosotros te invitamos la copa.Es nuestro primer viaje juntos. iMucho Ok esperamos elotro show.Porque caminábamos por aquí y a mí se me ocurrió que sería divertidísimo, ¿verdad Román?

Emerge otra mujer. Qué poco original, de nuevo la silla.Esta bailarina es de mejor cuerpo, porque a Casandra, ahoraconocen su nombre, le sobra abdomen. Simona quiere saber:«lesde cuándo bailas? ¿qué se siente la primera vez? No megusta cuando tienes que hacerlo delante de gente que conoces, cuando te tienes que embarrar en tipos que te ven adiario, le dice Casandra.

La segunda bailarina vadirecto al negro ermitaño. Éstela recibe a manos abiertas pero sin mayor ceremonia o euforia. A Simona le intriga ese hombre, ¿qué hace un tipo a lasseis de la tarde? Ella misma se responde: lo mismo queRomán y yo. La espalda de la mujer se zarandea, el negroamasa las nalgas bronceadas de la bailarina. La mujer se zafade los dedos que la magullan y repta hasta la pareja. Ahí latiene Simona haciéndole ademanes para que le toque lossenos. Toca. No, pagué por ver.Tócame. Pero es la bailarinala que se abalanza sobre el busto de Simona y ésta, por inercia, devuelveel gesto nada convencida, nada más para quitár-

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sela. Román la acoge, se percata de que es una mujer maduray con maquillaje, una cadena de falsos brillantes adorna sucintura. Con todo y el bronceado de lámparay lo aceitadode la piel, Simona le distingue las estrías en la cadera y lacelulitis en las nalgas. Román hunde su rostro en los dadivosos senos de lastrípper.Ahogado sale a la superficie, tomaaire y vuelve a buscar complicidad en su novia. Simona tieneuna sonrisa apelmazada, la voluntad desde hace media horase le escapó. No está excitada, no está molesta, no sientecelos. Probablemente si las dos mujeres se besaran o en unprivado Román les abriera las piernas y ella oyera, como aquella noche cuando escuchó a su mejor amiga haciendo el amor.Lo que ahora sucedía, un mediocre faje, no la provocabaporque nada se puede comparar con la excitación de percibir los murmullos, el sonido de la cama, los quejidos y larespiración, y el momento final cuando su amiga dijo imevengo En la habitación de junto, a Simona lellovía entre laspiernas, una almohada silenció dos orgasmos seguidos.

Román comenzaba a tener una erección mecánica, nadacachonda. Labailarina sintió que elgozo de su víctima crecía;despegó su culo de las manos sudadas. Simona fue al baño,la primera bocanada de ese aire espeso la hizo toser y·casivomitar. i Qué asco de baño Se esmeró en evitar que algunaparte de su cuerpo tocara un centímetro de ese retrete amarillento; caminó de puntas intentando salvar sus sandaliasdelpiso mojado de quién sabe qué. Cuando regresó a lamesa,encontró a su novio nervioso. Casandra acababa de acercarsea él para oprimirle el sexo y preguntarle ¿no te gusto?

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Simona empina el resto de cerveza, la pareja anuncia lapartida. Se levantan de prisa, algo se sabe, es la urgencia de laincomodidad. Casandra los guía a donde deben pagar. Llegan al mostrador, la dueña, la misma que fungió comoanfitriona, les entrega la cuenta.

El total es de...Simona abre boca ojos manos. Román se carcajea. Dos

minutos después, los dos balbucean mientras la dueñadesglosa costos. En ese instante, el negro que actuaba en elpapel de un cliente, emerge y se planta junto a Román, otromandril sale de no se sabe dónde para bloquear la puertaylas dos bailarinas, sin disfraz, se colocan tras el mostrador,con los rostros plagados de granitos, arrugas, pecas y porosabiertos. Es obvio que la pareja no puede pagar semejantecifra en efectivo, fueron cuatro cervezasy una copa que leinvitaron a lacabrona que ahora los mira burlonamente. Estáde sobra repetir que jamás se hubieran imaginado algoasí.La dueña le propone a Román una solución: ella puede bailar aquí, en una noche me pagan. El negro le mira las piernasa Simona, ella siente que la falda se encoge y que los senosle crecen en un segundo. La dueña la toma por los hombrose insiste sonriente: iay mujer Por Dios, no vas a hacer nadaque no le hayas hecho a éste en privado. Después les invitouna copa y les presto uno de mis cuartitos acá arriba. Ahoraque si tu novio se prende antes, por nosotros no hay problema si elshowlo hacen entre los dos.

iVieja puta El negro sujeta fuertemente a Román.Simona está gritando, rápido busca su cartera y con las ma-

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nos heladas y temblorosas saca una tarjeta de crédito. Latarjeta pasa y ella firma. El antro los escupe a la calle.

Simona se hace agua entre los brazos de Román. Lapareja sequeda de pie afuera de un metro, ambos con el rostrodesencajado y la misma necesidad de aferrarse al cuerpo delotro. La ciudad preñada de hurones se distorsiona en tonos

amarillos y naranja mientras un loco los mira. No saben quelos locos desandan los caminos de otros y se burlan de loscuriosos. Simona cae en la cuenta de que el loco se estáriendo de ellos. Un nuevo temblor la recorre, ordena a suspiernas moverse. La pareja se entierra en el metro y escapade las risotadas del viejo, que los ve bajar las escaleras yentre risas les grita: illorones

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LA BAILARINA Y EL DIABLO

No encontró ningún argumento coherente para justificarsu espectacular caída en medio del escenario. Se quedó pasmada boca arriba, no supo resolver el fallo. La punta de lazapatilla de ballet de una de sus compañeras se atoró con elvestuario del inerte cuerpo de Sylvie, entorpeciendo la coreografía.

La odiaron.¿Por qué no te levantaste, Sylvie? lC6mo explicarles?

Jamás le creerían, la tildarían de mitómana.

Era el final del segundo acto de Giselle.Sylvie se desenvolvíapor el escenario con tal precisión que resultaba imposiblenegarle el suspiro. Especialmente esa noche, la prima baller ina,·Sylvie G., cautivó a su público como nunca.

Glissadeassembli,pas decha te tpasgrand jeté, g li ssade en d iagonale,chasséet cinq piruettes . ..Pero sólo hizo cuatro giros, al quinto, de

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súbito, se desplomó. El silencio en el teatro fue contundente.Sylvieno perdió el equilibrio por falta de concentración o defuerza; desde pequeña los maestros admiraron su sentido degiro. Lo que provocó su derrumbe fue un líquido viscoso quele obstruyó la visión. Si tan sólo hubiera sido agua. Aquellasustancia quemaba y daba comezón almismo tiempo, era comoun ácido. Sylvie no podía moverse del piso porque en cuantorecuperó lavista, lo primero que advirtió fue al Diablo quien,desde el pasagato del foro laobservaba. Su lengua seretorcíay zigzagueaba como si quisiera lamer a la bailarina. Sylvie seincorporó para esquivar otro hilo de baba que estaba a puntode desprenderse del repugnante ser .

Con apuros llegó al camerino para lavarse los ojos, frente al espejo notó con sorpresa que el maquillaje estaba intacto, no había ningún rastro de la secreción.

No acostumbraba salir por las noches. Aceptó porque era elcumpleaños de un bailarín, le convenía reivindicarse con laCompañía. ,

La mancha dandstica se dejó sentir en el bar. En lugarde participar en la discusión de si era o no justo que lehubieran descontado el sueldo a una bailarina que decidiócortarse el cabello, Sylvie optó por observar a la gente.

Al principio sólo hada eso: ver, pero mientras más lohada, más crecía su repudio. Con asco hada evidente encada individuo lo cicatero de su existencia. Aquél del fondo

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le parecía una especie de alcachofa mal hervida, y la mujerque lo acompañaba -sudorosa y bofa- era un pedazo degorgonzola con patas. Bailaban. Apenas se movían, sus torpes cuerpos no les concedían ni una pizca de gracia. Lamultitud de aquel lugar le recordó la sopa minestrone que comíacada día.

El resto de los bailarines creyeron que estaba briaga.Sylvie no quiso desmentirlos. Vomitó hasta sangrar. Unavez en casa, abrió el pequeño cofre de madera y hundió sunariz en los pétalos secos que ahí guardaba.

El cofre fue un regalo anónimo de algún admirador. Lorecibió en su camerino al iniciar la temporada, junto con unfrondoso ramo de rosas, mismas que ahora descansaban enel interior del arca. La tarjeta sólo decía:

Eres la esencia de todas las mujeres.CAVEAMANTEM.Sylvie nunca supo quién fue el emisor, como tampoco

supo el significado de la frase en latín. El cofre de maderaera una delicia de objeto, antiguo pero en perfectas condiciones. Los tonos azulados y grises definían con finura unpaisaje gélido, lleno de riscos y prominentes abismos. En latapa, escrito en filigrana de oro, se leía lo siguiente:

La cinque essenzy,de l l' amore .

Morgan volvió a su vida después de meses de ruptura. Elencuentro estuvo saturado de todo tipo de manjares. Perouna vez pasado el desvarío, las dificultades retoñaron.

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Ella, frenética, gritaba moviéndose violentamente de unlado a otro. Él irascible, observaba sin pestañear siquiera cómosu bailarina azotaba puertas, tiraba cosas, hacía y deshacíamaletas, se golpeaba la cabeza y lo golpeaba a él en el pecho. Elle est complétementfolle ,pensaba.

Morgan aprovechó un instante de silencio para acercarse y sujetarla de los hombros. Comenzó a desnudarla frenteal espejo. Sylvie vibraba. La lengua de Morgan descendía porlos senos hasta que un abdomen terso lo recibió. Ella seguíaen el espejo el glutinoso serpenteo, su respiración se agitabade deleite y furia a la vez, pero cuando Morgan encalló en susexo, Sylvie se estremeció al recordar la lengua del Diablo;se excitó aún más.

Abrió lo ojos, él se había marchado; en lugar de su cuerpo, Sylvie encontró unos narcisos en la sábana azul. Losrecogió y los guardó en el cofre de madera.

V

A este tipo de fiestas sí te gusta asistir. Es de disfraces, lostrajes son de lujo como la cena, las bebidas y la gen~e queasiste.

Engalanas una de las creaciones de Morgan: antifaz ytraje rojo quemado ensalzan tu vanidad. El diseño está inspirado en La máscara de lamuerte roja . En la fiesta distingues a un individuo que lleva un disfraz de diablo, es tanexquisito que no puedes quitarle los ojos de encima; el Diablo se percata y te saca la lengua. No vuelves a verlo en toda

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la noche. Una Medusa pasa junto a ti: serpientes doradasemanan de su cabeza, los maquillados ojos resaltan sus pupilas de oliva. Esa extraña belleza merece tu atención, te gusta, te acercas, la besas y en tu cama le haces el amor.

Al despertar, revives los sabores y delicias de tu Medusa.Prevalece su aroma pero en lugar del suculento cuerpo sólo

hay pétalos. Con desazón, guardas los fragmentos de serpientes en el cofre de madera y te preparas para ir a tomar tuclase de ballet.

VI

Estaba a punto de terminar el segundo acto deCisellecuando comenzó el temblor. De inmediato sacaron público, bailarines y músicos. Sylvie salió huyendo como todos, pero altratar de descender por la salida de emergencia, se le desamarró una zapatilla y cayó escaleras abajo. Un brazo la levantó con fuerza. El hombre la cargó y sagazmente esquivóa la demás gente, que gritaba empujaba. Las calles se abrían,

los edificios se despeñaban, dominaba el caos.Sylvic seguíadesmayada cuando llegaron a su casa. Enrre las ruinas, larecámara permanecía. A pesar de laconfusión Sylvie se diocuenta de quién era él. Todos los hombresy todas las mujeres que ella había probado, todos al mismo tiempoy en unmismo cuerpo le hacían el amor al amanecer de la nueva era.

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Se encontró solo en la cama. Pausadamente juntó los pétalos rojos, los guardó en el cofre de madera y salió con élentre las manos. Se arregló un poco el cabello, conmovidoabrazó su tesoro. El Diablo caminaba radiante en medio de

los restos de una ciudad que, según los cronistas, fue algúndía la más luminosa sobre la Tierra.

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DERECHO DE CASA

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Para Césa r S ilva

Finalmente había encontrado un departamento. Después detransitar de un albergue a otro, conocí a Antonella y meofreció compartir con ella la renta. La única condición eraque mi presencia en el edificio pasara inadvertida, de estaforma evitaríamos que la dueña se obstinara en realizar uncontrato doble. Siendo extranjero, las cosas se complicanporque es difícil conseguir hospedaje en estas tierras. A lagente no le agrada tenernos cerca porque dicen que somosruidosos, metemos a vivir a otros y gastamos mucha agua.

Antonella aceptó el trato porque necesitaba el dinero, lesobraba una recámara y viajaba con frecuencia, de hecho casinunca estaba en Cremona. El espacio era amplio, lo que memotivó fue que mi cuarto tenía una pequeña terraza. Desdeel tercer piso lograba ver al fondo la Torre del Duomo, enfrente había una pequeña iglesia del sigloXVI y junto a éstacontrastaba una grúa, no sé qué estaban construyendo. Lacalle, empedrada y estrecha, no permitía un tráfico fluido,por lo que el silencio era una ventaja, así lo pensaba. Mesentía satisfecho: finalmente tenía casa. A partir de ese díaocuparía mi tiempo en el trabajo, iría a la escuela de laudería,

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salía corriendo a cualquier lugar. Soy laudero; no es quedeteste el sonido, pero esa mujer hacía llorar al violín. Porfortuna esto ocurrió rara vez, la mayor parte del tiempo estuve siempre solo.

Aprender a separar la basura al inicio fue algo complicado. En un pequeño bote tapado y forrado su interior conuna bolsa biodegradable, iban los desperdicios de comida,lo húmedo. En otra bolsa, la basura normal, lo seco. Apartese separaba el vidrio, todo lo plástico, las latas y el papel.No se podían sacar los desperdicios cualquier día a cualquier hora. Cada tipo de basura contaba con su día a la semana. Aprendí a dividir la basura como también aprendí amodular mi voz, a guardar silencio, a caminar como si flotara. Cada vez que separaba los deshechos sentía que estabaformulando taxonomías de personas.

Una noche que debía botar lo húmedo, lo seco y el plástico, la anciana que vivía en el primer piso -hermana de ladueña- me sorprendió en la escalera. Antonella me habíaadvertido de estar atento a esta mujer. Abrió lapuerta únicamente para husmear y se encontró con mi rostro y en lasmanos, la basura. Me dio las buenas noches y yo le respondíen mi precario italiano:salve.

A partir de ahí, cada que subía o bajaba las escaleras, invariablemente me la encontraba: en elquicio de su departamento,detrás demí, en las escaleras o en lacalle. Laseñora aparentabaunos ochenta y tantos años. Minúscula, vestía faldas negrasy blusas de manga larga siempre oscuras y lisas. El cabello lopeinaba recogido, blanco nítido, el rostro hundido, como de

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media luna, la bolsa de mano mimetizada a las costillas derechas, zapatos tipo mocasín, calzas gruesas color carne comosi fueran una segunda piel. Encorvada y depaso breve e imperceptible, me condenó a su escrupulosa observación.

La tipa sabía de mi existencia y de seguro pronto la dueña del edificio me echaría a loscarabinieri.Mis días en el viejocontinente estaban contados, a pesar de que había pasadoun mes desde mi arribo. Antonella estaba desaparecida, asíque no había más remedio que esperar a que lapolicía tocaraa la puerta.

Mi encierro fue sepulcral. Una vez cada cuatro días salíaa comprar víveres. El pan lo congelaba para mantenerlo comestible. Antes de abandonar laguarida, me aseguraba de quela vieja no estuviera espiándome. Siempre fallaba porque ellaera rápida, no sési contaba con una especie de radar como losmurciélagos, pero cuando pensaba que la había librado mesalía al paso, o me gritaba que cerrara bien el portón, o simplemente estaba afuera esperando. Le retiré el saludo y después ni siquiera lavolteaba a ver.Dudaba de su existencia real.Ninguna vez la vi platicar con otra personay cuando caminaba por la calle, me daba la sensación de ser yo el único ennotar su presencia; me sentía inseguro nervioso a cadainstante. Si estaba dentro de la casa, deseaba salir corriendoo aventarme por la terraza; una vez fuera, no veía la hora derefugiarme. Evité comentar mi situación con los compañerosdel curso de verano porque temí que alguno, aprovechandomi situación irregular (por líos burocráticos me habían negado lavisa de estudiante), acudiera a laprefectura para den un-

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comentario, ninguna persona, ningún vehículo. A la viejadel primer piso no la volví a ver.

Salía a caminar en busca de la gente. Todo estaba cerrado, la iglesia de enfrente continuaba tocando las campanas alas seis de la mañana y a las seis de la tarde, pero nadie meabría la puerta ni escuchaba mis plegarias. Había sobrevivido

a base de pan congelado, café, pasta con aceite de oliva y unpedazo de queso grana. Cada hora escuchaba lejano el pasode los trenes. La taquilla de la estación estaba cerrada, aunque el acceso al andén era libre.

Buscando a la gente por las calles, me encontré con unperro san Bernardo. Lo vi al fondo de lapiazzadel Duomo.Caminaba con dificultad, me paralicé, un perro era lo únicovivo en ese pueblo. El san Bernardo pasó junto a mí y nisiquiera me volteó a ver. Estaba lleno de llagas, trasquilado ysu mirada era desoladora, irreal. Dejaba rastros de sangre,esperé a que se perdiera entre las calles.

Apenas desapareció, di un grito sin eco. Como un desquiciado golpeé las puertas de los bares, de las casas, del

Duomo. Me repetía que era imposible lo que estaba sucediendo. En las esquinas de lapiazza en alto, como controlde seguridad, estaban colocadas unas videocámaras. A ellasdirigía mi desesperación, confiaba que llegaran los carabineros a mi rescate o a mi detención. Recorrí Cremona como laprimera vez y,como ese día, me sentí extraviado. La diferencia oscilaba en que cuando llegué, la gente parecía muertosdeambulando, ahora yo era un ánima. No había nadie o todos eran invisibles a mis ojos.

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Me fui de Cremona con la maleta ligera. Esperé un díaentero en la estación a que un tren se detuviera. Pasaba unocada hora, ninguno hizo parada. Salí a la carretera en unabicicleta, después de mediodía conseguí un aventón a Milán.

En unas horas regreso a mi país. Una semana me separade lo que viví. De lo único que me lamento es que no fui a

conocer el Stradivarius. He preguntado si saben de algunanovedad en Cremona. A la gente le sorprende mi insistencia.Ni el periódico ni el noticiero han insinuado palabra. Loúnico que me hace reforzar mi espanto es la noticia del sanBernardo. Lo encontraron en una autopista. Era el mismoperro que vi en Cremona, con una pelambre que dejaba verlas heridas y los ojos escurridos de dolencia. No quise investigar su paradero. Según el reportaje, los dueños lo habían abandonado a su suerte a pesar de que era un perro deraza. En Europa es común que las familias, justo en verano,abandonen a sus bestias, evitándose así pagar altas pensiones. Como no pueden llevarlos consigo, las mascotas sepierden en el olvido. Este acontecimiento no es nada relevante

si tomamos en consideración que los abuelos sufren un destino similar: se les dice que van a hacer un paseo; rumbo almaravilloso viaje, el auto familiar se detiene a cargar gasolina, el abuelo va al baño y cuando sale, su hijo o hija hadesaparecido en la inmensa supercarretera.

El infortunado animal, el san Bernardo de Cremona, notenía manera de reclamar su derecho de casa. Ahora él esperaba en laperrera, como yo espero en el aeropuerto de MilánMalpensa a ser rescatado.

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VIENTOS MACHOS

demarzy, 994Me gusta sentir su respiración a mi lado. Cuando tengo frío,trenzo mis piernas con las suyas, de inmediato él respondey frota mi espalda. Sus manos son grandes. Me abraza, siento que estoy dentro de un castillo medieval con murallas.Luciano, entonces no entiendo por qué esta escasez.

Desde la primera vez que hicimos el amor supe que nome pertenecías, pero también nació en ese instante una especie de río subterráneo que me condujo a tus entrañas. Yoquiero a este hombre en mi vida, pensé ...

Hay días en que escucho tus sueños. Nos volvemos tan

idénticos que confundimos a quién le pertenece el suspiro.Hay veces en las que me has amado y he llorado; otras en lasque mi mirada te ha dado miedo porque mis ojos no ven turostro sino el de otro hombre, el deseado.

Tú no lo sabes, pero he tenido madrugadas en las queme gustaría que desaparecieras. Tu presencia me ha alteradoa tal punto que he llegado a condenarte. Son varias las noches en vela mirándote dormir. Podría desdeñar mi realidad,desconocer lo que me rodea. La casa es ajena y no encuentro

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mi reflejo, pierdo la orientación. Es entonces cuando llegael apremio de la fuga:

Como Ulises, en estas noches he desconocido a mi dueño, tu olor no es el mismo, tu respiración me irrita y tussueños me parecen absurdos e inútiles. Como Ulises, hegruñido desde un rincón deseando tu partida. Amanece y el

ambiente se limpia. Las tentaciones al alba no pueden hacerdaño y yo, amor mío, soy temporal.

Comienza abril, mes amarillo, el cruel. No es posible que enplena primavera este perverso viento continúe calando loshuesos. Viene de Austria, desciende por los Alpes, todavíahuele a nieve pero no a lluvia. ¿Hasta cuándo vendrán losvientos de África?

z8 d e m a y o 994Llevo varios días levantándome tarde. Luciano cree que estoy enferma, yo siento una gran fatiga. No puedo trabajar yeso me molesta, la semana que viene tengo una entrega deveinte piezas y llevo la mitad. Esta mañana -de nuevo casia las doce- me despertó la mirada de Macchia. En cuantoabrí los ojos y la saludé, saltó a la cama y puso su enormecabeza encima de mi abdomen; comenzó a olfatearlo, alzó lacamiseta con el hocico y luego me lamió la panza. Yola dejéhacer este extraño ritual pero la risa me ganó. Nos pusimosa jugar como cuando ella era una cachorrita. De prontoUlises apareció y tuve que bajar a Macchia antes de que quisiera unirse. No sé qué pasa con Ulises ... desde que Lucianolo trajo no logro ganarme su confianza. A pesar de que tienesiete meses, es enorme y agresivo, iindomable No deja defastidiarme con sus gruñidos. Pienso que sigue molesto porla curación de las orejas. Luciano insistió en que se las cortaran porque esa raza lo ameritaba.

En la tarde bajé al pueblo y me encontré con Bárbara; lasemana que viene se va a Madrid, lqué envidia No veo lahora de escuchar español por todas partes.

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4=35a.m. luna l lenaEstaba a la orilla de una playacon un mar verde. Un hombrejunto a mí sonreía; no era Luciano. De pronto el mar comienza a irse, la superficie que pisaba se disuelve; yo mealejo de la arena movediza y con pavor me doy cuenta deque se avecina un maremoto. La ola opaca el sol, no puedohacer otra cosa que esperar la catástrofe, pero ésta nuncallega: Luciano me abraza y sus manos comienzan a constreñir mi cadera; aún medio dormida y sin entender bien lo quepasa, lo dejo navegar.

Todavía estoy temblando y él duerme tranquilo.No es laprimera vez que sucede a media noche, pero en

esta ocasión fue como si hubiera emanado alguna esenciajusto cuando él soñaba con otra mujer. Aun cuando me loniegue, esta madrugada tuvimos la visita de alguien.

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Cuando llegué a casa, Ulises estaba afuera. No sé cómopasa esto siendo que lo dejo encerrado. Espero que ahoraLuciano me haga caso y mande hacer la reja que lehe pedido,sieseperro muerde aalguien, ellío enel que nos vamos ameter.

3 demayo, 994iPor fin cumplí con laúltima entrega Bárbara quedó fascinadacon la número cinco, El florero bizarro , como le puso. Megustó a mi también, sobre todo por el tono del verde; quizáslefaltó calor. Debí esperar, dejarla más tiempo en elhorno. Laspiezas de barro retienen su esencia cuando están en el fuego,pero, como el pan, un descuido de calor puede ser fatal.

Macchia, tu instinto es infinito, ¿cómo supiste? No séqué vaya a decir Luciano, en lo que a mi me corresponde,siento ... ¿Cuánto tiempo durará la fatiga?

26demayo. . .Entre que se ahogaba y reía y gritaba, Luciano no logró decir nada. Sus ojos se clavaron en mi abdomen como si alguien se asomara desde ahí. Después tomó mi cara entre susenormes manos y buscó de nuevo al bebé, pero ahora en mispupilas. Su mirada se endulzó y no pude hacer otra cosaque besarlo. Su felicidad me hizo reaccionar, lloraba mientras él reía. Luciano me bombardeó con todo tipo de preguntas, que yo respondí casi en automático; cuando me hablaasí de rápido en italiano no le entiendou n c az zgY si mehabla en dialecto menos. Me dijo que esta noticia ha sido elmejor regalo de cumpleaños: el número treinta y cinco.

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Luciano no se imagina el pánico que siento. Me da miedo no sobrevivir a estos meses. ¿Por qué si lo deseaba, mesiento absurda? Hazme el amor, Luciano, haz lo necesariopara olvidar que pronto seré madre. Después cuéntame envoz baja cómo fue que nos conocimos, cómo era yo, ¿y tú?

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3o demayo, 99 4Al asomarme por la ventana me sentí dentro de una novelade Saramago. La ceguera blanca la producía una espesa cortina de niebla. Me imaginé el peligro que correríamos si unejército quisiera atacarnos, mi casa no tiene murallas. Estevapor lácteo no es normal, no en esta época.

Los días son silenciosos, las horas no pasan y la luz nosufre gran variación de las diez de la mañana a las tres de latarde. Parece invierno y eso me angustia. En la montaña elsilencio a veces desespera, es vital salir a caminar. Estaba apunto de hacerlo cuando llamó Luciano, pero no fue la llamada lo que me impidió salir. Al contestar el celular tiréunos libros y del interior de uno de ellos se deslizó unavieja fotografía de una fiesta, cuando cumplí diecisiete. Ahíestaba mi padre, sonriente, abrazándome.

El frío de estos últimos días mató las pocas flores quehabía sembrado. El viento huele a muerte.

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3 dejunioBuscaba unos hongos y sentí que me miraba. Intenté calmarmis paranoias y respirar profundo, pero fue inútil. Sudaba ylas manos me temblaban, sentí rabia. Era absurdo que un

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estúpido animal me pusiera así. Lo enfrenté con la miradapero Ulises no bajó la cabeza, al contrario, se acercó. Legrité que se fuera, que no me viera así. Me gruñó, agarré unapiedra y se la lancé; no era mi intención pegarle, quería asustarlo. Finalmente se fue y pude entrar a la casa.

No lo soporto, eseperro me tiene harta, me cuesta trabajoaceptarlo, le tengo terror. Sé que es un miedo irracional.

fuera. Luciano le tiene un apego enfermo y utiliza a Macchiacomo chantaje para que le permita quedarse con él. No entiende que Macchia no tiene nada que ver con Ulises. Noentiende que me aterra, no me cree lo de la otra noche. Meparece absurdo y estúpido que discutamos hasta este puntopor un animal. Estoy descubriendo en Luciano algo que meparaliza la voluntad.

Es el encierro, Dios mío, ¿es el encierro? Pronto seremos tres en casa. Y la vida será concreta porque habrá queocuparse del pequeño, que no parará de llorar y de comer.

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1o d e ju lio d e 99 4Mientras que para Luciano el embarazo se ha convertido enun evento cotidiano, a mí me transforma. Anoche soñé conel parto, la imagen me aterró porque no era un bebé normal,estaba demasiado flaco y con la carita pálida y envejecida.Me miraba, me daba los brazos para que lo cargara. No sépor qué en el sueño no lo levanté, algo me detuvo a pesar deque quería acudir a su llamado. Luciano me despertó, yo nodejaba de llorar; como no me calmé, fue por un té. Los minutos que me quedé sola, Ulises los aprovechó para entrar ala recámara. Silencioso, posó su cabeza en la orilla del colchón a la altura de mi cadera. Contuve el grito porque sabíalo que podría acarrear: un ataque inmediato. Me quedé petrificada viendo cómo clavaba sus ojos en mi abdomen. Elbebé lloró. Luciano no me cree pero el bebé lloró. Yo loescuché, y el perro fue quien lo provocó.

jul io . .. aúnHace calor y el perro sigue aquí.

5 dejulioLlevamos varios días discutiendo eltema de Ulises. No estoydispuesta a que el perro continúe dentro de la casa, lo quiero

19 de sept iembre, aniversario núm.6Fuimos a España. El tiempo en la playa nos relajó, sobretodo a mí. El bebé crece. He subido seis kilos (uno pormes), el doctor dice que debo cuidar el peso.

Desde que regresamos, hace unos quince días, no he

mos hecho el amor. El embarazo vaexcelentemente bien, nohe tenido mayores molestias, al contrario, me siento conenergía. Los días en la playa fueron únicos, sobre todo enlas noches cuando nos sentamos frente al Mediterráneo.Luciano peinó mi cabello y acarició mi cuerpo como si fuéramos los de hace años y en repetidas ocasiones me observóhasta que yo le dije ¿qué?, entonces me abrazó.

Hoy le digo ¿qué? y dice:niente.

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28 de septiembreNo sé qué hacer con este antojo. El problema es que losufro. Desvía su mirada si seencuentra con la mía, es como...no lo sé. Esta mañana lo deseaba. Luciano se levantó sindecirme adiós. Creyó que aún dormía, me tapó hasta el cuello siendo que yo sudaba.

El o toño benditoSe llama destierro y se come todos los días. A pesar de queUlises dejó de ser tema de discusión -desde hace casi dosmeses vive afuera con Macchia-, Luciano se ha vuelto indiferente a lo que ocurre en la casa. Falta poco para que nazcami niño y eso es lo que mantiene mi aliento. En cuanto merecupere del parto me voy a España por algún tiempo. Hacíatiempo que no me sentía así de extranjera como ahora. Cuando llegué, en los primeros años me dominaba el sentimientode exilio. Exagero, será porque es otoño y me acuerdo de mipadre y del tiempo que ha pasado y cómo hubiera adorado aeste nieto.

Veo las hojas desmembrarse en la tierra. Luciano sigueen Trieste y regresará la semana próxima. No tenerlo cercame alivia hasta cierto punto.

U n d ía d e n ov ie mb reEstos vientos son agresivos como Ulises, huelen a miedo,la qué huele el miedo?

Está a punto de nevar, Luciano me ha ayudado a percibir la nieve. No tiene un aroma definido, se siente el aire

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fresco y dulzón como de tierra mojada, pero la nevada esdiferente porque, además del frío, el ambiente muta: la luzde los faroles disminuye, la temperatura seestaciona enO ºCy la humedad roe los huesos. Entonces llega la nieve; lospasos se atenúan y lo blanco desvanece fronteras. La opciónes el encierro.

Aún no regresa, estoy en la recámara con nuestro hijo, élme escucha pero todavía no puedo abrazarlo. Tengo escalofríos, este maldito aire se cuela por todas partes y no essuficiente la calefacción ni la chimenea.

Debería ponerme a trabajar y festejar de esta forma micumpleaños. Pero no tengo ganas, no quiero hacer nada;según Bárbara me siento así por el embarazo, me insistióque no deje mis actividades. Extraño la cerámica pero unafatiga obscena me obstaculiza. No logro levantarme, soy unaestatua en espera del tiempo. Nadie me visita, nadie llegahasta acá. Es insufrible tener la casa tapiada por meses y mibebé también encerrado mientras Ulises custodia nuestrareclusión.

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Ú ltim o m es d el a ñoTodavía no me recupero de lo acontecido. Macchia tuvo ochocachorros, eran divinos, finísimos, seis hembras y dos machos. Ni Luciano ni yo pensamos que nacerían tan pronto.No entiendo esta naturaleza. Macchia estaba dentro de lacasa en una cama que le acondicioné, ahí podían estar ella ylos cachorros a salvo del frío y del padre. No sé cómo mierda logró entrar, Ulises mató a todos las crías y Macchia,

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tratando de defenderlos, terminó malherida. No sé si seva asalvar. Siento un odio contra Luciano. Quisiera serenarme,sé que debo hacerlo, obviamente por mi hijo, pero en el fondo me carcome este sentimiento, ise lo dije ¡¿Por qué nome escuchó?

z d e e ne ro d e 99 5Primeras letras. Macchia sobrevivió. Un fin de año siniestro,para mí, claro. Luciano me reprochó la manera en que mecomporté este tiempo, me dijo que debía ser madura, que noera posible que me preocupara por un c an e d i m e rd ay no porel hijo que esperamos. Yoestoy en un punto en el que sénohay retorno, así que he optado por el silencio.

Estamos viviendo temporalmente en casade mis suegros.Aquí, en Trieste, el doctor que me está atendiendo dijo quetodo está en orden, me hizo el ultrasonido y parece mentiralo rápido que creció el bebé. Todos pelean el nombre. Yoquiero que se llame Xavier,pero la familia insiste en que sellame Luciano. No logran siquiera pronunciar el nombre de

mi padre. Siento cómo mepatea, también él está desesperado.Paciencia.Yono latengo. No logro dormir, lo que memolestaesla asfixia que siento. No sé si esla calefacción de esta casao sus habitantes. Desde Trieste los Alpes se ven lejanos.

4 de enero del 3No recordaba haber guardado este cuaderno. Hasta hoy decidí abrir estas cajasporque pienso quemar todo lo que evoque el tiempo en Italia, el tiempo con Luciano y sin mi hijo.

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Este día cumplirías ocho años.Iré a buscarte. Ésas de allá son las montañas de los Al

pes, y los vientos que bajan de ellas son todos machos porque soplan y no dejan que nada crezca a su paso. Es i l ventoBora,el más frío, el que llega de Austria y se pierde en elAdriático. Tú te llamas Xavier, como tu abuelo.

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Para Rossana

LA ALBERCA

El hotel era un alucine por su arquitectura cincuentona, unaalberca llena de agua sucia y el tiempo descansando en lasenredaderas. Lasuite tenía tres camas matrimoniales y unbalcón que daba hacia la alberca. A pesar de sucia, conservaba un azul, ¿marino, rey? No era una alberca rectangular nicircular, tenía forma de lombriz u otro bicho retorcido.

Entre mis planes estaba el de ligarme a Marcelo y comprobar que el arete en la lengua lograba estremecimientosinigualables.

Nos instalamos. El administrador mandó a un chamacoa comprar de inmediato litros y litros de cerveza, unas cua

tro botellas de vino tinto y diez cajetillas de cigarros. Elimbécil de Christopher olvidó llevar música, aun así la armamos con una grabadora del viejito y dosCD de punchisdeJulieta.

Abril y el Rush llegarían como a las10:00 p.m., su arribo junto con el de las nenas era lo esperado.

-Hacía un rato que no estaba toda la banda.-Tú ni digas, Gustavo, si alguien tiene la culpa de no

reunirnos eres tú. Siempre andas en giras, ensayos o de puto.

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-Eso último de ley.Además, [ulieta, «le qué chingadoshablas? Eres una cortada, con eso de que te dio por el arte.

-Incursiono en la actuación, que es diferente.-Deberías clavarte en el modelaje -dijo Chelo-, ahí

sí que te ves bien, m uy b ie n,hasta se la cree uno, pero encuanto abres la bocata ...

-Pero si sólo ha hecho un comercial -recordé.-Ahora -continuó Julieta, quien sehabía metido unas

rayas, lo cual auguraba su permanencia en el micrófonoestoy super clavada escribiendo mi operaprima,una pieza teatral que se llama La audición . Trata de un grupo de danzacontemporánea que como dice el título van a una audiciónpero nunca la hacen porque los bailarines discuten entreellos la cochinada brota recuerdos secretos y reclamacionescuatro personajes encerrados en un espacio simbólico bailarines medio vampiros tú Gustavo eres el protagonista y yola perversa Julieta el personaje que quiero que hagas Gus yque al final mato se llama Marcelo porque me encanta tunombre Chelo el motivo de la obra es transmitir la soledad

de los personajes porque creo que deberíamos...Julieta siguió hablando en tropel pese a nuestras quejas.

Media noche y no aparecían el Rush ni Abril.-Imposible que se hayan quedado los muy

ppppppendejos ...-iNuestra lana-iLas tachas La lana valemadres.-Ya ves cómo es el pinche Rush, desde que lo registro

el güey llega tarde.

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_¿Qué tal que se comióalgo antes de venir?-iCómo crees-iCómo no Parece que lo conociste ayer.-Igual y Abril no pudo desafanarse, ven que su jefe es

un clavado y luego se amanecen.-iPero cogiendo

-Ni al caso, me dijo que ayer terminó la página deinternet.

-Igual y andan cachondeando.-O se mataron.Sonó el teléfono. Los tarados acababan de llegar; se des

compuso el jetta y,como no encontraban el hotel, Marcelosalió a buscarlos.

Rec uerdo el az ul de la a lbe rca , a zulito y el a gua a zu lita y el cuaazul ito. Recuerdo el mosaicofrío y suave. Recuerdo a[ulin« hablando,hablando, hablando,y al Rush rusheando hasta elcansancio. Me recdo recordando que no le haMa dejado suf ic iente comida a Cebol lagata.Bum Slippy, deUnderworld, For what you dream of deBedrock Featuring KYO, i toda la noche ¿ fu i yo quien s t obmion6e n e sc uc ha rla s un a y o tra v e( ] É ra mo s u na a ma lg am a, to do s e n ciacariciándonos, ocultando rasgosdeformesy mandíbulas apretadassos en meji llas , hombros, besossin sal iva ni lenguas; en un ins tantevenimos sin penetrarnos, ielpaís de wipilandia iC6mo gritábamoséramosamigosy que siempre ser ía así

El administrador envió el desayuno, pero nadie comió.Seguíamos discutiendo necedades: cuáles eran los nombres

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de la pandilla de Don Gato. Nos faltaba uno; el Rush insistía en que Panza llevaba suéter blanco de cuello de tortuga, yyo decía que ése era Cucho, el que hablaba como yucateco.De los gatos pasamos a la Pantera Rosa. Creamos toda unaelegía en torno al felino favorito de nuestra infancia, elchingón de todos. Con su andar daba la impresión de que

se metía algo, porque siempre estabacool.Deambulaba sintrabajo fijo (como nosotros) con su carilla tierna (igual a lanuestra) y su esbelta figura (idéntica a la de mis amigos).Qué me dicen de la música, ipoca madre ; ¿cuántas veceshabló la Pantera?

A eso de las 3:00 p.m. el administrador llevó cerveza ycigarros; Julieta y Marcelo hablaban de Donoso, en especialde N a tu ra le za m u er ta c on c ac hi mb a.Marcelo, de origen chileno,se clavó en la textura de lanouvelle.

- ...el cuidador del museo donde exhibían los cuadrosde Larca le cuenta al narrador -un jodido mediocre- queel pintor no era ese tipo de artista fachoso que come yvive todo mal por la estúpida filosofía de que entre más

miserable, más intenso será el arte. Debíamos hacer de nuestra vida una verdadera obra porque el arte es una mierda ....iUna mierda azulina

Era de noche cu;ndo Gus propuso jugar a la botella,icosa estúpida Durante tres horas soltamos manías y patologías.

-He pensado matar. He soñado el asesinato y sientoun gran placer; deseo golpear hasta la sangre. Planeé duran-

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te noches enteras la tortura, estocada final, desaparición delcuerpo y evidencias.

_¿A quién has planeado matar, Julieta?Ella sonrió y nos mentó la madre porque era una hueva

de juego igual que nosotros. Se tumbó en una cama. Marcelofue conmigo y después de comentar lo pirada que estabaJulieta, nos besamos. Aquello estaba lejos de mis expectativas. En ese instante lo sentí demasiado frío y baboso yalenguado.

-Marcelo, ¿qué es la mierda azulina?-Me da fiaca, por qué no te platico después.-Quiero que me cuentes, estoy trabada.-La mierda azulina es como si llegara alguien con un

pincel gigante y borrara rostros y formas con pintura azul.Lo que queda es la mierda azulina. Y si uno de nosotrosdirigiera el gigantesco pincel, estaríamos ante un suicidio,como hizo Larca con sus propios óleos.

No comprendí más que mi ansiedad. Tomé unos tragosde cerveza; mi corazón se aceleraba dándome avisos. Penséque la escena estaría poca madre: hija de conocido diplomático muere en hotel hipotecado víctima de excesos de alcoholy sicoactivos , Marcelo intentó tranquilizarmey obtuvo locontrario. Christopher y Abril se cogían, Gustavoy Rushplaticaban cerquita uno del otro. Avisé que saldría a tomaraire, que todos debíamos hacerlo porque estaba del nabo.

-No vas a ningún lado. Ni sola ni con éste -Julietase refería a Marcelo-, qué si elkillerestá acechando un parde culitos.

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A todos les pareció gracioso el imbécil argumento, insistieron en que no me malviajara, que me recostara, y así lohice.

Desperté en un domingo caluroso. La peste del cuartoera insufrible, el piso era un cerdero de colillas, alcohol regado, envases vacíos y popotes con restos de coca. Junto a

mí dormía Marcelo. El Rush abrazaba a Gus, Abril a Chris, ytodos, excepto yo, estaban desnudos. Busqué la cámara. Noestaba Julieta.

Debí tomarle una foto. No en vano era modelo; un cuerpo sin una cicatriz, sin infancia. Boca y piernas entreabiertas; el sexo recibiendo el sol. [ulieta, te gustaría contemplartedesde aquí: flotabas en el manto azulino, en un viscoso bicho. Continuaría observándote la vida entera de no habersido por el grito del administrador que despertó a todos.

LA AULLADORA

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P ar a A lfre do Varg as

Juro que fue sin querer. LeíaCumbres borrascosascuando empecé a escuchar. Al principio sentí miedo porque estaba en laparte en la que el narrador se encuentra con el fantasma deCathy y ella le dice: Déjame entrar, déjame entrar . Claroque esa noche, cuando oí gemidos, llantos y demás alaridosme quedé paralizada del terror. Aventé el libro a un lado de lacama, agudicé todos los sentidos para definir de dónde veníasemejante escándalo. A los diez o quince minutos, los sonidos cesaron, hubo un largo silencioy no ocurrió nada. Retoméla lectura. Las manitas heladasy siniestras de Catherine seaferraban a las del hombre cuando los alaridos comenzaronde nuevo. IQué es eso Sin duda se trataba de una mujer. Melevanté de la cama y abrí la ventana que da a la casa vecina.Debo aclarar que si me asomé no fue por chismosa sinoporque verdaderamente estaba intrigada,¿ ysi la estaban golpeando? Peor aún: iasesinando

Aquella mujer se quejaba horrible; por un instante pensé que estaba pariendo. Durante casi una hora gemidosysilencios se intercalaron, empecé a sudar y a sentir doloresabdominales. Intenté despejar mi mente, regresé a la camay

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a la lectura, pero fue imposible concentrarme, la mujer comenzó a decir lmás, más, más , entonces supe de qué setrataba, icuál parto ni qué nada Fue como toparse con dosperros cruzándose, la vergüenza se apodera de ti y con vanoafán escondes entre risas o con suma seriedad lo repulsivoque resulta la escena. Esa noche tenía a los mismísimos perros cruzándose en mi recámara: pasé del susto a la furia.Me dieron ganas de gritar que me dejaran dormir. Verdaderamente se oía, se oye horrible.

Toda la noche soñé con perros copulando por doquier,incluso en mi cama; desperté asqueada.

Al día siguiente, reflexionando con claridad, me percatéde lo extraño del suceso: los gemidos venían de la casa dejunto, una vieja construcción cuyo techo está a punto dederrumbarse y lleva años sin habitarse. Nadie en el callejón-cuyo declive lo hace difícil de transitar en Xalapa- sabesi está hipotecada o intestada.

Mi casera, doña Elenita, nació en el callejón y me cuentaque esa casa la compraron los Cornejo, una familia de malafama porque el padre fue un desgraciado cabrón , palabrastextuales de Elenita. Una de las cuatro hijas de don Jacintose enamoró del chofer de la casa. Al saberse el vergonzosoidilio, don Jacinto se posesionó del mismísimo chamuco ydesde el patio, pistola en mano, comenzó a maldecir al pobre chofer, que se escondía detrás de la muchacha como siésta fuera chaleco antibalas. Como don Jacinto era gordo yalgo torpe para andar, el chofer logró escapar. Lo último quese escuchó fue aquello que la hija le gritó a su amante: i]e-

So

sús te ampare . Ella, Rosa, meses después parió una niñaque pasó como la quinta Cornejo, tratando así de esconderla deshonra familiar.

-iDe qué les sirvió -me dice Elenita, agarrándose lapanza de risa-, todos en el callejón sabíamos de los amoríos de Rosita y elchofer. Era un escándalo, aquí atrás no' más,en el patio que se junta al mío, se citaban entrada la noche,era una cosa ... en esos tiempos era yo chamaca, pero nopendeja,

Hace un año que decidí dejar el Distrito Federal parahacer una vida tranquila en provincia, y me topé con que detranquila, decente y sana no tiene nada. Me intrigó la ideade que la antigua casa de los Cornejos estuviera de nuevohabitada por presencias nocturnas. Evité comentar mis sospechas a doña Elenita, no fuera a pensar que me hada historias de fantasmas.

Preferí pensar que aquello había sido mi imaginación;pero no, la Aulladora regresó. A lamañana siguiente debíade entregar treinta y seis ensayos de mis alumnos de la secundaria, llevaba calificados una tercera parte, hada un calordel demonio y no tenía humor para soportar los alaridos deesa impúdica mujer. Estaba a punto de gritar por la ventana,cuando escuché la voz del hombre. No logré entender qué ledecía, pero fue un largo discurso que finalizó en eufóricasexpresiones de... ¿placer?

La Aulladora se posesionó de mis noches. Al principioocurría cada tres o cuatro días -siempre entre semana-,después me di cuenta de que fijaron día y hora: martes,rniér-

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coles y jueves de las once a las dos.o tres de la madrugada.Durante ese tiempo, los espasmos, que gracias a la revistaCosmopolitaahora sé que se llaman multiorgasmos, se repetían con una frecuencia alucinante.

La Aulladora era la heroína anónima de todas las desdichadas mujeres que sufren en la búsqueda del orgasmo ...perdido ... iNo , ni siquiera saben si lo han tenido.

Necesitaba saber la verdad, verla a la cara, quizá con suapariencia lograría obtener alguna pista o algún detalle queme orientara. Si pudiera ver su expresión, si es amarga, sisonríe, si lleva el seña fruncido o disimula no ver a los quepasan junto a ella, si se muerde el labio. Tenía que verla,porque no me parecía justo que hubiera violado mi apacibley recatada vida en provincia.

Decidí que la noche del jueves, que es cuando ella vieneinspirada, saldría a la calle. Fue larga la semana, pero al finllegó el día esperado.

La Aulladora comenzó. Al principio pensé que en el primer gemido yo también iba a morir, sentía la adrenalina, mirespiración se agitó, las manos me sudaban y lo peor era quedeseaba, como nunca, estar en la casa de junto. Salí a la callejusto cuando escuché el último orgasmo de la noche. Hacíaalgo de frío por laneblina. Calculé que no tardarían en abandonar la casa. No vi ningún coche desconocido, seguro quese iban caminando. No salían y yo quería ir al baño, pensabaque, en cuanto viera sus rostros, iría con la jefa de manzanaa decirle que un par de extraños utilizan esa casa para realizar en ella actos inmorales, que no han sido una o dos veces

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sino casi todo un semestre. ¿Que cómo sé lo que hacen? Loimportante es que lo sé y lo denuncio.

Esperé hasta las seis y nadie salió. Entumida me dirigí alumbral de aquel antro. Estaba a punto de tocar cuando lapuerta se abrió:

-Buenos días.No pude decir nada. Los buenos días me los dio un

hombre alto y fornido, como de cuarenta años, casi pelónpero de barba cerrada, parecía como si llevara varios días sinrasurarse; vestía un pantalón de mezclil la y un suéter gris.Su aliento fétido me obligó a desviar la cabeza, me pusonerviosa y no evité morderme un labio. Me hizo sentir estúpida. Corrí a refugiarme en mi departamento y me preparépara ir a mi clase de civismo.

La Aulladora sigue desvelándome. Siempre es ella, peroellos . .. he perdido la cuenta. Lo extraño es que nadie en lacuadra ve salir o entrar gente a la casa abandonada, perocomienzan los rumores de que en el callejón de Jesús teAmpare vive una maestra de secundaria que es tremendamente fogosa.

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P ar a L uis A rtu ro R am os

NENÚFARES AL AMANECER

La llegada del sol se acompaña de millones de mosquitosque no tardando la devorarán. A lo lejos se ve la torre de laiglesia. El pueblo, la plaza, las doñas, el aroma de las gordasrecién hechas, el bamboleo de los abanicos, la historia.

Recordar su rostro seconvirtió, alpaso de los años, en unanebulosa imagen: un par de espesas cejas y una carnosa boca.La fijación por estos elementos faciales eran la resolución de27 años de ausencia. Alejandra había intentado eliminar losrasgos o cualquier otro recuerdo; sin embargo, su sonrisaseguía en lamemoria junto con las cejas. lCómo pudo hacerlo?

Pensó que sería una fortuna si veía un manatí; dicen

que a las seis de la mañana es fácil encontrarlos. Si apareciera uno, le ofrecería todo ese banquete de nenúfares e intentaría tocarlo. Los manatíes tienen una tierna cara, como decachorro; por un tiempo se creyó que se habían extinto enel río Papaloapan, pero varias veces les tocó ver uno queotro; él siempre la traía a este lugar para esperar juntos lallegada de algún mamífero.

Ahora estaba frente al amanecer de un caluroso día, reconstruyendo el paisaje después de una veintena de años; ni

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una sola vez regresó a su casa, ni en cumpleaños, ni en lasnavidades, ni cuando murió su madre. Hasta este momento.

Había sido una larga noche. Llegó al pueblo a las cincode la tarde después de viajar desde Ensenada. Aún le retumbaban los oídos y no sabía si era por los rezos de las señoras, el zumbido de los moscos o el cambio de altura. Cuando

pidió que le abrieran el ataúd, su estómago se contrajo, perono brotó ni una sola lágrima. Ojalá lo hubiera encontradocon vida... pensó.

-Venga, mi niña, vamos al río, no nos tardamos.Alejandra jamás comió nenúfares delante de él, siempre

temió que la regañara. Y es que el sabor acerbo, la humedadde las hojitas, la flor blanca y suave, la fascinaban; comíahasta el asco, eso decía cuando su madre preguntaba porqué regresaba vomitando del río.

De nuevo en la orilla, jugaba con los nenúfares, los desordenaba, los hundía pero rápido resurgían; intentó comeruno; el recuerdo la detuvo. La primera vez que su padre le leyóel cuento de Almendrita fue precisamente ahí. Alejandra

soñaba con ser la pequeña niña que había nacido de una flor,deseaba navegar en un nenúfar remolcado por una mariposa,que los listones de sus cabellos sirvieran de amarras y que suvestido fuera sustituido por sedosos pétalos de colores. Alos diez años aún no pensaba en casarse, así que la parte delespeluznante topo la estremecía. Se sentaban en este tronco,sólo que ahora Almendrita tenía 42 años y él no vivía.- ...ciego, el topo odiaba el sol y se burlaba de todos losseres que habitaban la superficie. El ratón estaba impresio-

nadísimo con la riqueza del topo. Le pidió a Almendritaque cantara y refiriera sus aventuras. Al escuchar su hermosavoz, el topo se enamoró de Almendrita .. . porque era unaniña tan linda como tú pero ella no tenía cabello tan bonito,te voy a deshacer las trenzas; Alrnendrita tampoco tenía estaboquita ni las piernitas, míralas...

La sentó en su regazo, separaba las rodillas mientras lesubía el vestido, la niña abrió los ojos y no dejaba de verlo,una mano comenzaba a hacer a un lado sus calzones y laotra le tapaba la boca.- ...un día el topo la invitó a conocer sus habitaciones subterráneas, a lapálida luz de una antorcha la condujo por unalarga y sinuosa galería. De pronto encontraron el cadáver deuna golondrina. Almendrita sintió piedad por ella. El topola pateó con sus cortas extremidades que parecían muñones:-iQué cosa tan horrible es ser pájaro -dijo el topo-.Como lo único que saben hacer es volar, merecen morir dehambre en invierno. El topo volvió a golpear a la golondrinapero esta vez con su bastón y con saña...

Y gritó, la niña gritó pero él se encargó de ahogar elllanto con su boca enorme de manatí. Regresaron en silencio, tomados de lamano; ella se fue a vomitar por ahí y él semetió a bañar. Así fue durante cuatro años: el mismo cuento, el calor de la tarde, su enorme boca.

Alejandra sentía cómo los mosquitos comenzaban a picarla, escuchaba la voraz succión de la sangre y creía que elgusto no les duraría porque su sangre estaba podrida. Habíaevitado pensar en aquella noche, pero era demasiado tarde.

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_¡¿Por qué dijiste eso?IPuta, eres una puta malagradecida

-iTe juro que no fui yo i No dije nada, papá-iCállate iCállate, hija de la chingadaINo te quiero

ver, lárgate-iNo me pegues Siempre te he obedecido, siempre he

hecho lo que me has pedido.Desde que Lucila, su hermanamenor.cumplió diez años,él dejó de llevar a Alejandra al río. El chisme no tardó enextenderse, la madre la golpeó y el pueblo la escupió; decíanque habló porque le entraron los celos y no por salvar a suhermana. Alejandra lloraba mientras su madre la subía a uncamión -no precisamente remolcado por una mariposay le exigía que no regresara.

Por qué habrá preferido a Lucila, ella siempre regresaballorando, en cambio Alejandra lo hizo la primera vez, porque entendió bien que él era su padre, el único que la podíaproteger y al que ella siempre tendría que adorar.

El calor arreciaba, tenía ronchas hasta en la cabeza. Se

llenó de horror, la memoria estaba más lúcida que nunca, elremordimiento comenzó a surgir con una cascada de lágrimas, gritó lo que juró callar:

-No quería hacerte daño. iMe moría de rabia Dijisteque no me abandonarías, por eso preferí que te llevaran, así noestarías ni con Lucila ni con mamá ni conmigo. Por eso vinea este río de mierda para que los malditos moscos chupen hastaelmínimo rezago de tu ser,y tal vez después que hayan bebidomi sangre que fue la tuya, pueda perdonarme y olvidarte.

JULIA

Al levantar la almohada para sacudirla, volvió a encontrardecenas de cabellos enrollados y electrizados. Comenzó ajuntarlos. El espanto aumentaba: cuantas más hebras aparecían, más se empeñaba en buscar; perdía parte de su cuerpoy no sabía por qué. Jamás le había acontecido de forma tandramática; pensó que podía suceder por exceso de nervios,por falta de higiene --quizás el mismo cebo lo provocaba.

Le dolía el cuero cabelludo. Eso no duele, dirán, pero alver su palma colmada de pelos, algo se le encogió, un escalofrío le atravesó el espinazo haciendo que la cabeza se lecrispara, carne de gallina, desazón de hipocondriaca. Obse

sivamente se dio a la tarea de rastrear por todas las sábanas,bajo la funda de la almohada, bajo del rodapiés, tras la cabecera, entre las ropas del día anterior, todos los cabellos quede la noche a la mañana había dejado por el mundo.IComopinche gato de angora , exclamó en la desesperación.

El asco. Le dio repulsión tener que hacerlos nudo, recordó lo repugnante que resultaba liberar laalcantarilla de laregadera de ese corcho peludo que por efecto del agua y deljabón se torna viscoso. Vellos y pelos se alargan, unos jalan

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a otros como si fueran un remordimiento. Quedan atrapados en la rejilla y dan la impresión de ser pocos, pero cuando se decide expulsarlos, una liana se manifiesta inacabable,espeluznante. Al tirar de la cuerda se escucha la quiebra decabellos, un sonido idéntico al que produce un cepillo redondo y metálico atascado en pelos largos y finos. A Julia le

fastidiaban los nudos, pero el bálsamo después del champúremediaba esto. Cayó en la cuenta: era probable que el enjuague baboso fuera el culpable, abre el poro y deja los pelos, en vez de manejables, vulnerables.

Soy joven, pensó. No sufro enfermedad alguna, afirmó.Entonces, lpor qué mierda me estoy quedando calva?

Durante el día controlaba la caída libre. De igual formaque la víctima de caspa se sacude cada instante los hombros-claro, aquellos a quienes sí les incomoda evidenciar suscostras-, Julia buscaba cabellos en su espalda. Esto le acarreó severas torceduras, además de llamar la atención de suscompañeros de trabajo, con quienes se excusaba diciendoque eran ejercicios para evitar la mala posición dorsal. Nun

ca llevaría libre sus cabellos. Trenzas, changos, coletas ypañoletas luciría como un cambio de imagen. Ante el espejovigilaba posibles islas. La calvicie rotunda aún no se manifestaba, pero entre tanta merma era seguro su arribo.

Cada limpieza de cama le producía escozor craneal. Aeste paso en un mes se me verán partes pelonas, pensó conhorror ... con horror.

El doctor no encontró nada anormal en los análisis: Lasmujeres somatizan sus ansiedades. Una forma es la caída

paulatina del cabello, algo que, irremediablemente, en la vejez ocurrirá. Pero usted aún es joven para algo así. Reflexione sobre su estado anímico, haga ejercicio y no deje de beberlíquidos. lQué es lo que la tensa?

iEsto , que se me caiga, que me los encuentre donde notienen que estar, que sean tantos. Uno, seis, pasa, pero cua

renta; idoctor, los he contado : de cuarenta a sesenta pordía. Señora, usted tiene una abundante cabe... Tenía, imireY el doctor veía una abundante cabellera. Qué extraño ,

pensó.Julia acudió a una estética seria en su ramo. Diagnosti

caron cambio de estación. Es normal, cuando entra la primavera el cuerpo deja de producir la grasita natural necesariadurante el frío, así que tu cuero cabelludo se está adecuandoal calorcito. lComes bien? Corazón, lestás bajo máximoestrés? Tu champú, lcuál usas? No, nena, estás mal, puescómo no se te va a caer el pelo, antes di que no te dejó calva;sorry,tranquila, para eso estamos aquí . Y le vendieron elúltimo tratamiento parisino con iones y cojones, única fór

mula de auténtica agua desmineralizada ... Nada. La palmaseguía poblándose de pelos.

Compota de aguacate, semillas de jitomate, champú dechile, jabón de cacahuananche 100% natural, su propia pipí,laprimera de la mañana. Sin resultados. Entre sábanas rescataba solitarios y obscenos cabellos cuya presencia descollaba en la inmaculada sábana.Julia semetía a bañar encolerizaday salía deprimida porque en la ducha reaparecía la tortura.¿Será esto envejecer?

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Decidió no preocuparse, era probable que ella misma selo estuviera provocando. Quizá, en efecto, algo en su persona se había desequilibrado. Restarle importancia, sentenció.De hoy en adelante los recogeré sin hacer comentarios, nome detendré en contarlos, no les revisaré las puntas ni intentaré distinguir los nocturnos de los diurnos; los haré

nudo y se irán por el excusado, jalar la cadena, ahogar a losbastardos por traidores; al fin y al cabo aligeran mi cargacotidiana, me liberan la cabeza.

No se pudo, pero se intentó. Lo único que logró modificar de sus nuevos y quisquillosos hábitos fue la contabilidad, en verdad le restaba tiempo cada mañana. Cambió suarreglo engalanándose con sombreritos y pañoletas. Nopublicó su problema doméstico, no había una pareja testigo.Ella continuó cuanto tratamiento pescaba y ellos, los pelos,siguieron emigrando hacia otros parajes.

LaUniversidad de Guadalajara creó, en el año 200I, el Con-

curso Nacional de Cuento Juan Jos~ rreola organizado como un espacio de fomento cultural significativo quepretende estimular el trabajo creativo de cuentistas del país.Durante las tres convocatorias hasta la fecha publicadas, seha observado un incremento en la participación de escritores, lo que ha permitido visualizar una nueva meta para esteconcurso: enriquecer la producción literaria de nuestro país.

Integrantes del jurado 2004:Myriam MosconaFernando Carlos VeviaRomeroEraclio Zepeda

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. . .

T rentos machosexpresa la preferencia de su autora por ahondar en

V los dominios del simbolismo para crear una realidad dinámica,cargada de emociones y misterios que conforman la verdadera vida. El

anhelo por conservar vivo el espíritu y disponer de la vida, del tiempoy

del propio cuerpo, está patente en cada uno de los relatos, poniendo de

manifiesto el dilema en el que se debate el ser humano: no querer ser

siempre el mismo, resistirse a cambiar y aprender a convivir con los pro

pios miedosy limitaciones.Dentro del panorama literario de los jóvenes cuentistas mexicanos,

la narrativa de Magali Velasco se compromete con la rigurosa actitud

crítica del narrador ante los datos de la realidad con los que trabaja y que

condicionan la interpretación de ésta, provocando la aparición de una

conciencia lúcida acerca del sentido y la condición última de la narrativa.

Magali Velasco (Xalapa, 1975). Maestra en literatura hispanoame

ricana y candidata a doctora en la misma rama por la Universidad

de la Sorbona. Ha publicado ensayosy cuentos. Recibió la Beca de

Jóvenes CreadoresFONCA estatal (1993-1994) y nacional (2001-

2002). Obtuvo el Premio Jóvenes Americanistas por su ensayoEl

cuento la casade lofantásticootorgado por la Comisión del Con

greso de Americanistas, en Santiago de Chile.Vientosmachoses la

obra ganadora del Tercer Concurso Nacional de Cuento Juan José

Arreola (2004), convocado por la Universidad de Guadalajara.

CENTRO UNIVERSITARIO DEL SURCoordinación General de Extensión - Dirección General de Difusión Cultural

Portada:In memoriam MarcosHuerta (1939-2003),Cita en el acuario [2000] (detalle),acrílicosobretela, 120x 100cm