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TRISTAZUL Camilo Sarce

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Un joven poeta, pulcro, lingüísticamente cauteloso. Tristazul es una obra que conmina a la reformulación de tópicos poéticos: invita al silencio

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TRISTAZUL

Camilo Sarce

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Tristazul, 2011 ® Camilo Sarce Foto de portada- Escogida por el autor Edición general- El Gato Juanito Esta obra está protegida por licencia Creative Commons. Su distribución y difusión está permitida citando la fuente, así mismo, su comercialización sólo es posible bajo autorización autorial o editorial.

Pelagatos no.ediciones/[email protected]

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AGONÍAS DEL ELEMENTO Mi alma se descamina, y yo aquí permanezco, en mudez de distancia. Aquí la danza de los tantos cuerpos en algarada, cuando el sol acaba, en última centella de universo y vida, clamores de bestia en la infinidad. En desesperanza, ya no en rubores, ¿qué ha sido de la sonrisa lejana, que mi corazón alborozó en aullidos de la llanada, en susurros de bosque, en gorjeos de bandadas? Me han dicho la felicidad extraviada, que en confusiones del anhelo, desfallecida se halla, ante quienes no han visto el milagro, de Dios siendo en la palabra y su ansia, su gracia en creación contemplada, jamás perdición, jamás común el acto de la vida, ni la voz desvanecida, ni el rezongo de la dolencia devastada. Yo aquí siendo el niño, tú aquí conmigo la vastedad, aún en mi flagelo, del exhausto caminante en estepas y llantos perdido, en alaridos abrumados, en cobijos de sombra y de luz su silencio.

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LA SAGRADA FORNICACIÓN Vuelvo al regocijo extraño de las voces mías, de los cielos extraviados y el ansia marchita en las veredas de las contemplaciones cuando los cisnes sumergen las banderolas celestes en el mar imaginario de los dolores deseados en las yagas cristalinas del rostro humano ¡DEL ROSTRO HUMANO EXTRAVIADO, EN LA POSIBILIDAD DE DIOS RECREADO EN MIS MANOS, LA POTENCIA FECUNDA DE TODOS LOS GRITOS DE LA TIERRA SIENDO MI CEGUERA! El idioma original de las llamas acariciando la soledad por un momento. Estoy sentado frente a tu alma y deseo llorar, y si puedo tocar tus manos porque yo soy el deseo extraviado en la eufonía oculta de la celestial tormenta. Trinos espasmazos. Dos cuerpos engendrando otro abismo, desesperados, engendrando galaxias nuevas sin saberlo. Yo sigo viendo tu rostro delante de los auricos, oceánicos requeríos, sobre una meseta en la casa frente al mar imaginario que se hace carne y silencio y no sé. Fuego no. Tripoidal forma. Dos..dos.. sonidos extraviados, la otra caverna del alma desangrándose. Escuchas mis pasos sobre las montañas. El profeta de la tierra viene a tu puente y te hace danzar en las nuevas alegrías, que están por sobre el argumento boreal del sol y el universo. Las murallas derrotadas, Y ESTALLAN LAS ALMAS Y VUELVO A ESCUCHAR LOS CANTOS OLVIDADOS. Dios es adolescente sobre la hierba. Dios se enamoró de sí mismo en los juegos. Dios toca su cuerpo y grita y desaparece en su niebla…Dios sonríe tras la niebla y le habla a tu despertar y tú después de diez mil años escuchas….Tus manos amadas, tus manos tocadas caen, todo tu cuerpo cae…Duerme, duerme niño, niñito, duerme, ven a mis brazos y no hullas, duerme, las diez soledades gimiendo en la única emoción, en mi sonido…cobijos y estrellas y eternidades, todas las humanidades acariciaron tu alma y olvidaste. Juegos y más juegos olvidados. Llanto de las luces sobre el firmamento. Ignorado e insultado entre montañas sombrías. Dios fue adolescente, Dios fue la pronunciación de sí mismo sobre el ropaje opalescente de las luces que deseó, de los llantos que él amó en el dolor de las danzas.

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LAS RIZAS DE DOLOR He concatenado las cosas más graciosas del universo, he enmudecido los eternos clamores y los he hecho extraños fuegos de agonía. Hoy renace en mí otra forma humana, otra alma extraviada en la infinidad. Y siento el confín de todas las formas, es el grito más sublime de las agitaciones. Y no quiere volver a existir otra tragedia en los vacíos, se torna aroma el baile de las contemplaciones. Quiero decirte a ti todos los cantos, pero los riego en las mantas frías de las nieblas estivales. Tu rostro está frente a mi rostro, tus piernas rozas mis piernas y no digo nada, y en ellas parece ocultarse mi alma que quiere decir los más bellos gemidos, los más bellos gritos inacabables. Tú eres la cárcel de todas las dolorosas sensualidades. Por eso tu rostro es un efímero secreto, que acaba, que sonríe; la deliciosa muerte de mi cuerpo en tu cuerpo sobre la hierva.

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I

Aun soy la bestia sublime, que quiere ser la forma de la danza del viento y la infinidad. Dulce cárcel de los estremecimientos. La llama muere y renace tranquila, y en sus cantos se esconden pugnas miserables de pérdida y alaridos. Aun soy la bestia sublime, el niño que se aleja en la pradera y desvanece, en estelas irregulares de vacíos donde fenecen las humanas conjeturas, los dolorosos abismos de luz. La palabra se extingue, se hace suave sonido, suaves nostalgias musicales.

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LA DANZA DEL VACÍO

I

Yo quise llorar en la absurda muerte, pero de ella no pude emerger de nuevo. Dulce mecimiento. Yo creí ser la esfera perdida, en ese agitamiento extraño de los brazos desapareciendo en el aullido infinito del cielo y su canto que nunca existió. ¡Temerosas bullas humanas! ¡Temerosos rostros de injuria! Las manos olvidaron su dolor primitivo, el frío inicial de la tormenta. Nace y se estremece la flor nueva, parece murmurar su muerte. ¡Y es un grito desesperado, la estampida cegando la emoción, en el relieve escabroso de un cuerpo imaginado! ¡Y miro la inocencia de tu piel humana y me estremezco! ¡Quieren ellos ser las tiernas bestias y los aborrezco y los amo! Sus magulladuras pronuncian el auxilio. Y me dicen a mí el miserable. Yo soy el mago de la libertad acunado en una flor que respira la tragedia, la tragedia de las luces murmuradas. ¡Pero las luces eran falsas y yo huía, no quise contemplar el llanto y en él me arrullaba! ¡Pero yo vivía, sí, pero yo vivía! Yo seguía desapareciendo en los bramidos, y mi alma estaba perdida en todos los esplendores, y el alma estaba dormida tratando de danzar con la palabra que se hallaba allá escondida en el boscaje de sonidos, donde yo una vez me extravié musitado por la intima yaga de un fuego amable, cavilando en su forma extraña de secretos.

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Necios esplendores, necios aromas, necio perfume de mujer el manto quieto que escondía alegría, cuando acababa la sonrisa en un gesto de océanos mudos. ¡Porque el horrendo aroma también moría, y seguía callado y seguía huyendo de la danza! ¡Pero la danza ya era bramido! La danza ya era aullido de un yo vivo siendo la bestia. Desde la intimidad de una estela, nace la forma de un niño que corre y se ríe, que corre y la infinidad contempla. ¡No quiero entender la forma agónica de un número y la palabra! Sólo van infectando mi alma que hoy llora y no quiere cantar. ¡Y no retornó a un río alocado el pensamiento esencial de todas las verdades, la eterna lumbre, la que no fenece ente mis ojos por temor! ¡No quiero entender la absurda forma de la agonía! y mi grito te insulta y te silencia y te alza a más gritos, porque ésta es la desesperación de un llanto que no tengo, porque ésta es la desesperación de un llanto que no puedo callar. ¡Observo el universo, observo ese infinito alarido de la estrella que casi nadie entiende, y digo que soy la montaña más miserable de todas, la más pequeña en el contexto de la sombra! ¡Estrella, estrella, yo quiero ser el yermo secreto de la estrella y dormir! ¡Pero la estrella no es la lumbre inicial del estallido, la estrella no es más que la bola cristalina imaginada! ¡Miserable número de vagidos, me hacen ser el ángel aturdido que ya no quiere danzar! ¡Miserable juego de secretos, yo la mentira ante mi pugna, y ya no quiere existir el juego de la pérdida! ¡Y me hablan del planeta sombrío, y me hablan de la suspiración de la muerte! ¡Ellos son lo mayores esclavos, no entienden que siguen siendo el alma enmudecida de la montaña no vista por nadie!

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¡Y creen y quieren seguir bailando en el canto de la danza viva, y siguen carcomidos por la lepra del vacío en la felicidad! Yo muero en la tragedia última de la herida. Yo quiero ser la sombra de la luz porque la luz fue la mano sibilante que inició el llanto, el llanto negado que ya no fecunda la tierra. ¡Y me hablan de superarse, torpes niños de la caverna, dormidos en el atrio tras la hoguera, de aquellos que ven al condenado silenciando en la silueta de la llama! ¡Porque su grito no fue silencio, porque su grito fue estallido de mil estrellas! ¡Y no fue ira, y no fue ira! ¡Y sólo fue el llanto infinito del alma que se alzaba al consuelo de su infinito! Pero no existía el infinito, no era más que la muda piedra escondiendo un secreto. Me miraban con desesperanza. Me daban aliento de ceguera y de locura. ¡OH amena locura! ¡OH deseosa locura que hoy quiere ser mi danza! y te aborrezco y te amo, y me muestras un señuelo extraño en ese tránsito de luces por el camino, en ese otro rugido del sol abrazando las hojas que hoy quieren cantar conmigo. Yo silenciaba, ¡Yo gritaba pero silenciaba y deseaba morir! Los vestigios de mi alma querían volver a danzar en la última estela de la herida. Pero no hallaba la herida y seguía y seguía encontrándome con el rostro del llanto que odiaba! La forma del hombre no es más que la pronunciación del vació y allí una voz. ¡Ya no quiero ser abrazo del silencio, del delirio con alas de bestia! Absurda lucha, absurdo dolor. El único fuego de la vida fue hallar el brillo extraviado que fue más sombra de confusiones.

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¡Me quieren enterrar en la tumba quieta de esos terribles silencios! Se alzaba la llama hasta las nubes y nacía una belleza, que tenia mil rostros de tristeza y alegría y palabras necias, palabras necias como la lluvia que quería ser la lágrima callada de mi sollozo. Dulce y tierno sollozo de niño, se parece a la caricia de la ceniza con aroma de prados e infinidades.

II

La tragedia ya no es dulce, ya no es inocente gemido, ya no es lecho, ya no es canción que acaba, y desaparece de mi pensamiento y vuelve a ser cegado, y vuelve a ser apartado de aquellos brazos de madre que fenece soñando, y yo trato de tocarlos y no puedo. ¡No quieren ser mi consuelo, no quiero insultar los brazos aquellos, que desaparecen en la congoja sombría, en la ira tranquila del secreto! Su rostro misterioso entonces fue un descanso, cuando soñaba una travesía, una travesía que mi alma no hallaba en sus manos. Energúmena caricia del tiempo; mi voz parece silenciar bajo la tierra cuando cubren la tierra para acostar un cuerpo, sobre el nido de piedras. ¡Me castigan, me castigan! porque no quieren que sigua escuchando todas las voces del universo y todos los insoportables misterios, que ante mí muestran sus diminutos ojos de cansancio, porque en la voz del universo subestimado nace el césped entre mis dedos, y en su vestidura de extraños colores, esconden la llama inalcanzable de mi alma en su alma siendo el grito. ¡Pero me dijeron!... ¡Pero me dijeron que esa llama no existía, que esa llama era viento perdiéndose en tu cuerpo, extinguido el murmullo del árbol que calla.

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¡Y parece un mar fatigado esa danza, el alma está escondida como un niño tras la sombra, arrimado a la nada, alegrado y llorando, llorando y pronunciando la herida en la carne! Fue cuando mis cantos acabaron. Fue cuando el canto ya no tenía sentido. Fue cuando el canto nunca fue canto sino vacío, donde todas las siluetas del mundo se hacían luz y penumbra. Mi canto ya no fue la llama oceánica antes del alba, la llama de la alegría antes del amanecer. El niño corría por la costa, el niño trataba de alcanzar al ave que huía de su nido, que desaparecía tras la nube oscura. Y su respiración fue la respiración del cielo y la nada, fue el quejido del infinito cuando dijo su oculto nombre. Pero el nombre silencioso fue una fantasía, ¡Yo lo sabía, yo lo sabía, y yo siendo niño e inocente no sabía donde arrimarme! Una vez me dijeron silenciar el grito. El grito no existía y era el vuelo no encumbrado, el vuelo guarecido bajo la manta celeste, bajo el silencio etéreo, bajo no se qué. Ya no alzo la voz sobre las montañas, porque las montañas hoy rechazan mi inocencia, rechazan la frágil promesa de los tantos lamentos, de los aullidos! Y pienso que sus mentes lamen la tierra, como si fuesen la lóbrega luz después de la lluvia. Pero si sus mentes fuesen el águila perenne de los cielos clamando, siquiera sabrían volar y serían torpes poyuelos arrebujados entre piedrezuelas. Poesía, vuelve a ser mi sombra y mi luz, vuelve a regocijarme en el nicho exasperante de los quejidos, de las confusiones en la danza inquieta del ruido y los deseos.

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¡Miserables inteligencias, yo fui el canto dormido que no quería decir su secreto, pero ustedes son el canto vivo que busca la muerte con aromas dulces de gula y sonrisa, de gula y sonrisas que no quieren desvanecer en el pétalo marchito que lentamente pronuncia la melodía postrer de su inocencia. Dios se esconde en el lecho del alma que se ha ido, Yo he olvidado el olor hogareño del alma desaparecida, y sin embargo cuando pienso que la tuve cerca, siempre estuvo alejada, y nunca tubo nombre de alma, sino que de yagas y estruendos, que fueron luego la tierra y esta vida mil veces, sin que yo siquiera lo pudiera recordar, sin que yo siquiera lo hubiese visto. Alma que no te llamas alma. Alma furioso consuelo de la despedida. Alma siendo amparo de la sangre que cae de mis labios golpeados. Alma como muda cuando siempre estuvo viva. Hoy mi carne oye tu sollozo, hoy no sé cual es tu guarida.

III

Y vestí al canto con siluetas miserables. ¿Acaso no ves el cuerpo desnudo que se pierde en la pradera tratando de hallar el sol escondido? Y el cuerpo era el brillo del sol que quería ser cantinela. La forma del alma era el murmullo de la riza, la iracunda y suave caricia de la brisa al correr.

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Quizás hube tocado por momentos el alma del sol. Yo conozco la riza infinita, ¿cómo pronunciarte riza infinita, como besarte riza infinita?, te arrimas a mi pecho y quieres silenciar. Como encontrarte riza infinita, quisiste permanecer en su pecho acongojado, en su piel suave, en su carita de niña. Absurdo juego del mundo a los pies. Yo quiero que la álgida marea esté a mis pies y sea la ola que cobije mi cuerpo, y la cohibición tibia del alma que ha visto sus yagas callando. Las flagelaciones hoy caen al rubor cristalino de las olas, y en el silbido no percibido de la arena resbalando de la duna y desapareciendo entre los dedos. Pero las olas ya no tienen sentido si ya no son enlutadas por el sol.

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PRISIONES El poeta tiene temor de tocar el río con sus manos. Tiene temor de mirar la bruma, las ciudades, las muchedumbres aplaudiendo su vacío cuando él duerme en el lecho de las contemplaciones; y ya no quiere seguir mirando los paisajes imaginarios, que son su alma gritando el dolor insoportable, el cuerpo recostado entre murallas sombrías, que los oleajes de las incitaciones ya no quieren bañar, ya no quieren acunar en su irradiación de llantos y prisiones, de ocio y miserabilidad, juego de astros recreados, para colmar la ira de los pasos, de la voz y su fornicación tras la silueta del universo, allí en tu pecho dormido el secreto del acto, sobre la roca, sobre la hoja escondido el clamor, del cual huías lentamente, porque a él querías regresar, y tocar antes de acallar, sus labios, antes de dormir, su boca, y en ella adentrarse y oír los gemidos, como gotas de lluvia cayendo, entre las manos, sin saberlo, sólo sin saberlo el canto nace y escupe en tu alma el dolor de la sonrisa que no quieres ver en la danza fastidiosa de la noche.

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I

Clamores, oíste todos los clamores. La vida el instante extraviado entre la niebla, la vida el vacío que ya reverbera en cantos, tu voz en la brisa de la calle, yo la perseguía sin saberlo, yo tocaba tus manos y no las sentía, yo era la danza acallada, baldío el sueño en los ojos y las rizas, dulce melancolía el apartado trino deseado; y acabó nuestra graciosa bulla, y acabó el amargor de la fatiga y los besos. Clamores, oíste todos los clamores. Dormida, tú, dormida, en la inquietud de las manos tocando la nieve.

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LA HABITACIÓN

Humillado en la confusión, fornicando con la desesperación en la confusión amada. Mi alma allí como golpeando los vacíos, arrastrándose entre los muros. El tiempo no engendraba las heridas. Reconocí tus gestos allá lejos y yo quería llorar pero dancé con ternura, con cuerpos invisibles que comprendían los fuegos, que amaban también los fuegos, y los hablaban, y lo hacían cantinela. Mis manos besadas. La belleza escupida a destajo en el balde de agua, queriendo tú que fueran ilusiones, bailes antiguos, bailes recreados en la tempestad. Tú amabas la vil sombra del edificio sobre la tierra. Querías conocer la lluvia tras el sueño que no existía. Te desnudaste en el lecho y sentiste con tu cuerpo todos los inmundos dolores. Reías. Querías sentir la alegría. Desfallecida en la estación del acto. Bajo la caricia del mismo cielo mudo. Palabras amadas. Acariciaban la pastura. No era tu alma la infinidad entre cada silencio. Ven a la danza inconsciente. Duerme y yo te amo, un pensamiento mío también deseaba acariciarte. El único gemido. El estúpido canto que sentía vomitando, que nunca purgaba, que se arrastraba encadenado, de muralla en muralla, de grito en grito hasta la pérdida, hasta la silenciosa herida tras el estallido. Sonidos. No son tu alma los sonidos. No son la bulla los sonidos. Las formas arropadas en tu voz no existían, y bailaste, y viviste y miraste el árbol. No hallaste tu nombre en la inquietud. La pugna de las horas en las bullas deseadas. Bailaste, sí, bailaste, en la última noche de la fiesta.

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EL JUEGO DE LAS ADOLESCENTES Y trenzaban su cabello y reían, yo era sus rizas, yo era sus fervores cristalinos, como gotas cayendo a un mudo río, como el canto de un niño extraviado en la arboleda. Yo era sus manos, las caricias y los juegos, la inocencia amada sin saberlo, pulcro misterio de alegrías lastimadas, tímida sombra abrazando cuerpos y algaradas; la tibieza de una brisa, en tu piel haciéndose quietud, haciéndose fuego deseado, fuego acariciado en el estallido, una herida que canta los silentes gritos, una herida en el vacío que olvida su nombre.

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ESTOY DESNUDO FRENTE A LA MONTAÑA Estoy desnudo frente a la montaña, y los acantilados sombríos parecen pronunciar mi alma; barullos alocados, que tocaron, por un momento, el secreto del fuego extinguido. Extraña vida orlando los misterios, los relieves del cielo y las grietas bravías. El viento quiere arroparme y me hiere, agita mi espíritu en temores, lo cohíbe en silenciosos cantos, en tiernas rizas que anhelo, en llantos que no quieren germinar. Y la montaña parece observarme, es la quietud infinita, la cuna de todas las posibilidades, el refugio donde las voces se anidan, donde la tormenta no quiere gritar. Estoy desnudo frente a la montaña, mi alma son los rostros, los quejidos, olvidados en un mar tras la niebla. Alaridos, ventoleras, El sol naciendo, una yaga dorada, el arcano vagido de todas las hogueras, de todas las danzas, la morada secreta bajo las aguas, su silencio que no es silencio, impronunciable el clamor no oído, inacabable su luz de misterios.

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Estoy desnudo frente a la montaña, y sigo siendo miserable. Mi cuerpo duerme, acariciado, mi cuerpo duerme y se sumerge, en el blanco manto, iluminado, en la brisa hablando, sosegado, de mis manos cayendo los dolores, de mi rostro brotando el juego de los bosques, en mi pecho arrullado el sonido, del primer trino naciendo a media tarde. Y muero, desnudo frente a la montaña muero, desnudo mi canto muero, desnudo mi llanto muero, y no es vida, y no es sombra el silencio, y no es danza la herida, muero, en la riza inicial de una estrella, en el primer hálito del sueño del alma dormida.

I

La palabra ya no alcanza ese sonido… El otro abismo cobijando los sentidos, Fornicando en los sentidos los trinos estelares, Tristazul…cielo y frecuencias eternales acariciando tu cuerpo, Mejillas sonrojadas, Cantos distendidos en los tactos, En las destilaciones…pronunciaciones, cada instante el universo gimiendo en tu alma el vacío, La hazaña de las luces recordadas, El arcano gemido de los fuegos sobre la materia, En el placer auténtico de la silenciosa fiesta. La palabra ya no alcanza ese sonido… Y accedo al sublime proceso de la permanencia, Yo soy el núcleo de los maravillosos desfiles, Donde los astros ya no recuerdan mi nombre y desesperan… En la danza miserable bajo mi lluvia, En la danza miserable de mi cuerpo sobre la tierra, Destruido, En la decadencia fatigando el instante de la hierba, el instante del sonido…

Page 22: Tristazul

Arrebujado…ya no deseo ser la forma, la conjetura devastada de todos los cantos, Y caigo, a la estúpida caricia sobre la piedra, Amado…orgasmo visceral en el boscaje sombrío… ¿Y qué has amado? Nada más que fragmentos de tu alma…por eso odiaste primero…tu verdadero nombre sobre la tierra imaginaria…olvidando…sus propios rostros extraviados en la sombra recreada…en la sombra que desearon en su cobarde incertidumbre… La palabra ya no alcanza ese sonido…silencio, silencio: vibración que espanta la sombra en tu quejido… La hipocresía de tu rostro negándose a ti mismo… La niebla estival de las danzas inocentes.

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Réquiem de los ojos lagrimados Y nació de una gruta peculiar; oblicua e infinita en su sentido, no eran brazos destrozados, eran brazos verdaderos. La experiencia y el roce procreándose, en un gran contrasentido de voces acariciadas, distendidas en un espacio de acicalamientos; no, la caricia no fue torpe ni perfecta, la caricia no fue nada. El llano y la intimidad más terrible, especulando esta unión tan verdadera, con tu rostro que comienza a sonrojarse; no, no, no es recuerdo, este tacto de intenciones inciertas. A todos los lugares con el temor increado, la herramienta del otro llanto después del día, la otra luz, las otras danzas, desfiguradas en la llanura, ¡Oh hermosas las grandes indiferencias, en esa libertad de sutiles diferencias!; la maternidad de tus manos amadas, acercándose, un momento, a la tormenta depravada de mi mismo sobre las desesperaciones…y las separaciones, tan hermosas, no se trata de un calor allá lejos, no se trata de un rubor incorrecto, sobre el lecho y no quisiste levantarte, el dolor fue muy largo y tranquilo, muy lento el sudor sobre la frente, pequeño el temblor de los dedos, sobre los pechos sin querer desnudarse, sobre el trabajo de labrar el transcurso negado, la maravillosa expulsión del canto sobre nadie. Y fue negando, lentamente, el origen; no, no…no se fue perdiendo en un mugido de abreviaciones, no se fue ocultando entre tu cuerpo; fue cerrar los ojos y sentirse distendido, e inventar el murmullo al oído, cuando nunca hubo agitaciones. Es la historia, del brillo de dos ojos sin nombre sobre la tierra, las infinitas bullas en un quejido, de labrador al fin del día. Y el crepúsculo quemando, la espantosa inocencia de tus manos sobre mi pecho, y la piedra resbalando y murmurando, la canción olvidada, tras la sombra de la cuna y su madera.

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PURGAR SU DESIERTO Fue mirando. Eran como tres cuerpos que se iban asustando. E iba chupando las potencias alineadas, En el íntimo levantamiento De las sucesivas creaciones; El vicio de seguir mirando Aquello que imaginariamente seguía moviéndose en la expansión del viento y las luces. Era claro el desierto. Diáfana arena que no se arrastraba entre los dedos. La gran indiferencia, después del cansancio y el vacío que causó heridas. La redención de las rutas incorrectas, Extraño en las dunas que se iban disolviendo, En la nueva sinceridad después del exceso. Sí, ese fue el inicio, El frescor de los ojos abiertos, El canto que así mismo se emanaba, Que a sí mismo se purgaba, En la intensidad de los cuerpos que decidieron desnudarse. No llamaba, no llamaba a su hijo Y no existía el mar que escuchaba, Y no existían los pasos que se recreaban, Los ecos entre las vestiduras, Las intensiones del regreso degenerando la danza, La orfandad de aquel que se iba recostando sin adormecerse. Las formas se fueron conteniendo, Y aún tenían libertad, Y hermosa era la bulla, no lo sé, La maniobra iba desapareciendo Cuando se hizo parte de las interacciones, De las desesperaciones que no se fueron con el tacto. Dos niños, dos niños muriendo, Ya no desearon el desierto y escucharon, De pronto, las voces extraviadas en el baile.

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I Se va fracturando esta búsqueda, En letargos y gemidos. La esfera de las interacciones, Acariciando la incertidumbre, La infinidad de no seguir mirando, El sonido tras la sonrisa y las necias expectaciones. Y en esta libertad de valles, de cantos, Se va generando esta fatiga, De seguir perteneciendo, Al suave roce con el inconciente baile, De la jarana y sus motivaciones Y su fundición inocente con el cielo opalescente y los alegres gritos. Y va aumentando esta infinita contracción Y la potencia desnuda, En este abandonar los ritmos con el cuerpo, Con el instante detenido y sus agitaciones. Fue el momento más feliz, Insultar la flor y ensayar el impulso, De tocar por un instante El lento fragor tras el sueño. Romper “aquello” que va pronunciando al pétalo y sus vinculaciones, Romperlo y descubrir La intención acariciando el círculo, Y sus diminutas intensidades, Transformando, Cada vez más los ecos de sus pronunciaciones, Para llegar a ser, Por un instante, La voz y no serlo, La voz y los mugidos.

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FRENTE A LA VENTANA El primer tacto… La primera inestabilidad en este atrio secreto, La primera herida en esta silenciosa permanencia… Es raro tratar de decir todo esto, Cuando es un chiste tratar de decir el pre-silencio, Un abstracto gemido Que tensa los desequilibrios de un orgasmo pereciendo, Una ridícula luz, incierta tras todas las voces, Tras todas las sombras, sagrada en las formas, que se gestan en un pensamiento, Un mugir de configuraciones: Yo dije amaneciendo. Yo dije escuchar la radio. Sí, los sueños solían devastarse en sí mismos, Como yo tratando de sostenerme en la muralla Justificándome en la absurda forma De tus pechos sobre el almohadón de colores, Pardo y amarillo, el canto que soñabas. Me tocaste la mano, el meñique exactamente. “¿Dónde has estado, yo te estaba buscando?” Pero yo sé que no dijiste esas palabras…y estuviste por horas sentada al lado mío, haciendo como que fumabas, haciendo como que veías un pájaro muerto en ese estúpido camino. Y a veces me preguntaba por qué fluía el agua en la vereda, por qué intentaba hallar allí el ritmo de las inútiles agitaciones. Nadie se deja vencer en este juego De niños desnudos que ríen en el sueño de sí mismos en la fornicación de la célula, Así te atreviste a profanar la tonta forma de mis labios, Yo no me enojaba, Porque pensaba que se veía bien esa luz haciéndose anciana, Cuando fatigaba las formas, Cuando fatigaba esta lepra, Este logro de subterráneos ritmos.

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Yo deseaba estar perdido y enfrentar el chillido De todos los transcursos, de todas las condenaciones. Ya no me pertenezco, Y sin embargo, No se halla la libertad en esta avenida. Abrí la ventana. La mentira en la muralla volvió a sonreírme, Y yo no hice las preguntas de nuevo.

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I El abrazo hería al alma arrebujada, pronunciaciones no escuchadas remecían tus quejidos. El alma era amada, sepultada y renaciendo en los cantos esenciales, lastimada en rizas y desesperaciones, extinguiéndose por un instante en el estallido, la murmuración serena a tu oído, las caricias dolorosas y no vistas, las llamas diferentes que apartaban tu frío, el cobijo doloroso que acallaba tus sentidos, las causas que pedías fueran tu alegría. El alma acunaba todas las contemplaciones, todas las necias agonías. Y como temeroso buscabas ese frío extraviado, hallando en tu camino, el beso primero que te dio la vida, el hálito eterno lleno de fragancias, lleno de cantos, la danza secreta olvidada. Y terminaron todos los dolores, todos los llantos, todas las sombras imaginadas, todas las formas en el vacío, y quedó el silencio de una luz que acunaba el universo, y escuchaste una voz en tus gemidos, y dormiste.

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Camilo Sarce nace el 11 de septiembre de 1992. Actualmente vive en Maipú. Su trabajo escritural comienza en la adolescencia, definiendo este proceso como “un acto de conocimiento y sentido, ensayar lo enigmático como una ecuación reductiva, una alquimia que se disuelve hacia una indecible VERDAD”.

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