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Traducción libre y sin revisar del capítulo “Keep tour mind in Hell and Despair not” de libro The enlargement or the heart : Be ye also enlarged (2 Co 6, 13) in the theology of Saint Silouan the Athonite. El libro recoge las conferencias que el P. Zacarías Zacharu, del monasterio de S. Juan Bautista en Maldom, Essex, pronunció en el Clergy Brotherhood Retreat de la Iglesia Ortodoxa de Antioquía, en Wichita, Kansas, bajo la dirección del Reverendo Obispo Basil en Febrero de 2001. (También hay una versión publicada de la misma conferencia en el último capítulo del libro del Archimandrita Zacarías, Christ, Our Way and Our Life) NOTA: En más de una ocasión, el P. Zacarías se refiere a que estas palabras son pronunciadas ante un auditorio formado por clero, y da a entender que en otro auditorio tal vez no las pronunciaría o no de la misma forma. Creo entender que se refiere a que han sido pensadas consciente de quien le escucha, y que las mismas verdades pueden ser transmitidas –y quizás debieran serlo- de otra manera según quien quiere escuchar... He tenido dudas en particular con dos palabras que abundan en el texto inglés: “mind” y “shame”. Al final del mismo, en las preguntas y respuestas del coloquio posterior a la conferencia, precisa el sentido de ambas. “Mantén el espíritu en el infierno y no desesperes” Cristo es el “signo” de Dios para el hombre en todas las épocas, y su camino es el único que conduce al reino eterno del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Cuando los judíos pidieron erróneamente a Cristo un “signo del cielo” (Lc 11, 16), Él les habló repetidas veces de “el signo del profeta Jonás” (Lc 11, 29-30) que fue dado al pueblo de los ninivitas, como el signo por excelencia, el único signo, de Dios al mundo. El signo de Jonás prefiguraba el descenso de Cristo a las regiones más inferiores de la tierra seguido de su ascenso a los cielos. En la Persona de Cristo, en su vida y su ejemplo, se nos da la respuesta a todas las preguntas del hombre. Él fue el signo eterno de Dios para todos los tiempos y todas las generaciones. Toda Gracia que fluye del Espíritu Santo resulta de ese descenso y ese ascenso (cf Ef 4, 8-9).

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  • Traducción libre y sin revisar del capítulo “Keep tour mind in Hell and Despair not” de libro The enlargement or the heart : Be ye also enlarged (2 Co 6, 13) in the theology of Saint Silouan the Athonite. El libro recoge las conferencias que el P. Zacarías Zacharu, del monasterio de S. Juan Bautista en Maldom, Essex, pronunció en el Clergy Brotherhood Retreat de la Iglesia Ortodoxa de Antioquía, en Wichita, Kansas, bajo la dirección del Reverendo Obispo Basil en Febrero de 2001. (También hay una versión publicada de la misma conferencia en el último capítulo del libro del Archimandrita Zacarías, Christ, Our Way and Our Life)

    NOTA: En más de una ocasión, el P. Zacarías se refiere a que estas palabras son pronunciadas ante un auditorio formado por clero, y da a entender que en otro auditorio tal vez no las pronunciaría o no de la misma forma. Creo entender que se refiere a que han sido pensadas consciente de quien le escucha, y que las mismas verdades pueden ser transmitidas –y quizás debieran serlo- de otra manera según quien quiere escuchar... He tenido dudas en particular con dos palabras que abundan en el texto inglés: “mind” y “shame”. Al final del mismo, en las preguntas y respuestas del coloquio posterior a la conferencia, precisa el sentido de ambas.

    “Mantén el espíritu en el infierno y no desesperes”

    Cristo es el “signo” de Dios para el hombre en todas las épocas, y su camino es el único que conduce al reino eterno del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

    Cuando los judíos pidieron erróneamente a Cristo un “signo del cielo” (Lc 11, 16), Él les habló repetidas veces de “el signo del profeta Jonás” (Lc 11, 29-30) que fue dado al pueblo de los ninivitas, como el signo por excelencia, el único signo, de Dios al mundo. El signo de Jonás prefiguraba el descenso de Cristo a las regiones más inferiores de la tierra seguido de su ascenso a los cielos. En la Persona de Cristo, en su vida y su ejemplo, se nos da la respuesta a todas las preguntas del hombre. Él fue el signo eterno de Dios para todos los tiempos y todas las generaciones. Toda Gracia que fluye del Espíritu Santo resulta de ese descenso y ese ascenso (cf Ef 4, 8-9).

  • Un “amigo de Dios” es quien recibe este signo con fe, tomándolo como modelo y patrón de su vida, como dijo el Señor: “Os llamo amigos; porque todo lo que he oído del Padre os lo he hecho conocer” (Jn 15, 15). Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, así también los “amigos” de Cristo son en cada en cada época un signo para su generación, conforme a su promesa cierta que “estaré siempre con vosotros, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Son un signo para su generación porque Dios habla a través de ellos, y por sus palabras dan una respuesta a todos los problemas de su época. Son signo de Dios porque, a través de la gracia del Espíritu Santo, en ellos se revela el Camino de Cristo: descenso, incluso hasta el infierno, y ascensión, conforme al ejemplo de Cristo y del camino que Él trazó. No se puede ser santo, amigo o discípulo del Maestro Cristo, si no se ha recorrido el camino que Él recorrió hasta el final y se han “conocido les misterios del reino de Dios” (Lc 8, 10). Sólo con esa condición se puede llegar a ser una “luz para el mundo” que proclame “la palabra de verdad” (Fil 2, 15-16) para la propia generación. Conforme a la palabra del Apóstol Pablo “los santos juzgarán al mundo” (1 Co 6, 2); y es justo, porque ellos primero fueron la voz de Dios el Verbo, y por su palabra iluminaron al mundo. Cristo habla a través de ellos, y tal como Él afirma: “la palabra que he pronunciado, la misma les juzgará el último día” (Jn 12, 48).

    De acuerdo con el anterior principio espiritual, si la Iglesia –guiada por el Espíritu Santo “en toda verdad” (Jn 16, 13)- ha glorificado al anciano Silvano como santo, como uno de sus maestros apostólicos y proféticos, tal como reza el acta de su canonización, ¿qué debemos buscar en su persona, en su vida y en su palabra como la característica de aquel que es un signo de Dios para su generación? ¿Cuál es la “palabra de vida” que Dios ha revelado para nuestra época a través de él?

    Aquel que tenga “oídos para oír” y “entendimiento para entender” las palabras del “iletrado” Silvano, a pesar de su simplicidad, reconocerá su origen divino; recordará la respuesta que san Silvano dio a la pregunta del P. Andronikos, “¿Cómo hablan los perfectos?” - “los perfectos nunca dicen cosas de sí mismos, sólo dicen lo que el Espíritu les inspira.” Uno ve que sus palabras fueron dadas por el Espíritu Santo, no son producto del razonamiento humano, sino que nacen de un corazón puro, de un corazón “ensanchando” (cf 2 Cor 6, 11) por el don de Cristo. En este breve estudio, no es posible examinar todas sus palabras, aunque todas se nos ofrecen como palabras de Dios para nuestra generación. Nos bastará tomar sólo

  • una y adentrarnos en toda su profundidad. Esta frase particular dada por Dios a san Silvano, puede llegar a ser una lente a través de la cual podemos mirar fijamente los horizontes infinitos del gran “misterio de la piedad” que se nos ha revelado. Así, hoy tomaremos en consideración es la palabra de Cristo a san Silvano: Mantén tu espíritu en el infierno y no desesperes, que le llegó como respuesta de Dios a su plegaria, “Señor, enséñame qué debo hacer para que mi alma se haga humilde”. Vamos a hablar de esta frase, Mantén tu espíritu en el infierno y no desesperes, porque es esencial para la enseñanza de san Silvano y también para la comprensión del Camino de Cristo, ese camino que primer desciende y después asciende, y del cual nacen todos los dones del Espíritu Santo.

    Cronológicamente, nuestra generación está más cerca de la Segunda Venida de Cristo que ninguna otra. Es lógico. Además, la palabra de Cristo “pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18, 8) implica que nuestra generación se encuentra ante la mayor miseria y tribulación, y más necesitada de liberación que ninguna otra. ¿Cuáles son las tribulaciones que de manera enfática y universalmente constituyen la marca distintiva de nuestra generación? Podemos mencionar unas cuantas, que en nuestra humilde opinión, son las principales de donde surgen las demás: el orgullo, el oscurecimiento del espíritu (nus) y su cautiverio en manos del espíritu del mal, la desesperación y la multitud de aflicciones involuntarias que le acompañan y, finalmente, el desaliento, la parálisis espiritual la manifiesta falta de preocupación por la salvación que Dios ofrece cada día al mundo. La palabra reveladora, Mantén el espíritu en el infierno y no desesperes, transmitida a través de san Silvano a sus contemporáneos por el mismo Hijo de Dios, trae remedio para esos y otros muchos síntomas.

    Tras esta breve introducción al tema y antes de proceder a su análisis, querría brevemente referirme a algunos momentos de la vida del santo que precedieron a esas palabras reveladoras. San Silvano nació en un pueblo de Rusia el año 1887. Durante su juventud, una serie de intensos y alternados estados de gracia de Dios y un agudo sentimiento del infierno hicieron nacer en él el deseo del monacato. Partió al Monte Athos a los veintiséis años, y después de seis meses del más intenso combate, fue considerado digno de contemplar a “Cristo viviente” delante del icono del Salvador. Aunque este acontecimiento duró un instante, tuvo tal efecto que a partir de ese momento su oración abrazaba todos los pueblos de la tierra. Súbitamente adquirió una conciencia universal.

  • Pero, ¿cómo pudo suceder eso a un simple pueblerino, apenas educado, que tal vez ni siquiera había visto un mapa en toda su vida? Esto sucedió porque en el momento de la visión, Cristo mismo se dio a san Silvano, y sabemos que Cristo, en tanto que “segundo Adán” y verdadero “Gran sacerdote” del Nuevo Testamento (cf Hb 4, 14; 7, 26, 8, 1), es portador en sí mismo de la totalidad de la humanidad de todos los tiempos. La gracia que san Silvano recibió durante su visión fue grande, y no solo llenó su alma sino también su cuerpo, de manera que como él mismo decía: “deseaba sufrir por Cristo”.

    Esa gracia, sin embargo, disminuyó gradualmente, y Silvano fue atacado por pensamientos provenientes del enemigo. Perdió aquella paz indescriptible que había sentido con la gracia de la visión, pero no le era posible aceptar ese cambio con pasividad. De la vida de los santos, sabemos que, cuando el hombre ha conocido esa medida de gracia, queda sin consuelo tras su pérdida o disminución. En ese momento, Silvano estaba a punto para soportar cualquier sacrificio a fin de buscar de nuevo la adquisición de ese tesoro. Tal como el Apóstol dice: “Quiero decir que ya lo haya conseguido todo ni que ya sea perfecto; pero sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo, puesto que Cristo Jesús me alcanzó primero” (Fil 3, 12).

    Con eso, Silvano, después de la visión, no pudo reanudar una manera normal de vivir. Fue a buscar ayuda a un padre espiritual experimentado del monasterio, el P. Anatol, a quien explicó todo lo que le había ocurrido. El padre espiritual le ayudó con su consejo, pero no ocultó su admiración por el joven novicio y le dijo: “Si ahora ya eres así, ¡cómo serás el día que seas un anciano!” Estas palabras libraron a Silvano a una sutil y difícil lucha con la vanagloria, lucha complicada y difícil para un joven novicio. Los Padres del Desierto dicen que alabar a nuestro hermano sin discernimiento, puede entregarle en manos del enemigo, es decir, puede convertirle en una víctima del amor propio vanidoso. De esta manera, con el permiso de Dios, Silvano emprendió una guerra titánica contra la vanagloria y el orgullo. Su biógrafo describe este episodio con viveza y comprensión, tal como sigue: “En todos estos sucesos, el joven e inexperto monje Simeón, emprendió la más difícil, compleja y sutil batalla contra la gracia que había conocido. La gracia se va, el corazón se enfría, la plegaria se debilita. El espíritu se distrae, y los malos pensamientos entran en acción. El alma que contempla otra vida, el corazón que ha saboreado la gracia del Espíritu Santo, el espíritu que ha conocido la pureza no

  • están dispuestos a aceptar los bajos pensamientos que les atacan. Pero ¿cómo se puede llevar todo esto? Esa es ahora nuestra cuestión.

    Este difícil período de estados alternos y vacilaciones duraron quince años, durante los cuales el P. Silvano trató todas las formas de ascetismo y modos de vida que era capaz de pensar, con los cuales restaurar en él la gracia que había conocido. Durante la noche, sólo dormía entre una hora y media dos horas sentado en un taburete, y eso sólo en lapsos de quince o veinte minutos. Por lo que se refiere a su plegaria de arrepentimiento, podemos tener una muestra de ella en las palabras del Lamento de Adán, en donde habla de sí mismo. Es ese capítulo, realmente hace un autorretrato:

    “Adán, el padre de la humanidad, conoció la dicha del amor de Dios en el Paraíso, y por eso cuando el pecado le expulsó del Edén y le hizo perder el amor de Dios sufría y se lamentaba amargamente. Y todo el desierto se llenaba de su lamento. Su alma se angustiaba con este pensamiento: “He ofendido a mi Señor amado”. Se afligía menos por la pérdida del paraíso y sus bellezas; se afligía porque había sido despojado del amor de Dios, que insaciablemente, en cada instante, el alma le dibujaba.

    Toda alma que, después de haber conocido a Dios a través del Espíritu Santo, ha perdido la gracia, vuelve a sentir el sufrimiento de Adán. Hay un dolor y un profundo pesar en el alma que ha afligido al Señor amado. Paréntesis: ¡Éste es el verdadero infierno! Fin del paréntesis.

    “Adán languidecía en la tierra, lloraba amargamente y la tierra no le complacía. Tenía el corazón roto por Dios, y este era su clamor: «Mi alma se agota por el Señor y le busco con lágrimas. ¿Cómo no buscar al Señor? Cuando estaba con Él, mi alma estaba feliz en Él y en paz, y el enemigo no estaba dentro de mí”.

    En una hermosa descripción de san Juan Clímaco de aquellos que vivían en el arrepentimiento en la “prisión”, fuera del monasterio, en Alejandría, se ve con claridad que todo aquél que ha conocido la luz de la gracia de Cristo y después la ha perdido, está dispuesto a entregarse a la muerte en cualquier momento a fin de ganar de nuevo con conocimiento la primera gracia con la que fueron llamados y no ser excluidos de la “cámara nupcial” de Cristo. Como dice S. Juan Clímaco, su arrepentimiento toma la forma de los que

  • se lamentan por su muerte. En El lamento de Adán, S. Silvano dice lo siguiente:

    “Adán llora: “El desierto no puede agradarme, ni las altas montañas, ni los prados, ni los bosques, ni el canto de los pájaros. No puedo complacerme en nada. Mi alma está de duelo con gran tristeza: ¡he ofendido a Dios! Si Dios me vuelve a llamar al Paraíso, lloraré en la aflicción. –Oh, ¿por qué he entristecido a mi Dios amado?”.

    Viviendo de esta manera y pasando las noches con estos pensamientos atormentados, “Oh, por qué he entristecido a mi Dios amado”, y no alejándose del amor que sentía por Dios en el momento de su visión, querría volver al momento de pedir: “¿Dónde estás, oh mi Luz? ¿Dónde estás, mi alegría? ¿Por qué me has abandonado?” El biógrafo de san Silvano da la siguiente explicación con las propias palabras del santo:

    “Si al principio el Señor no me hubiera dado a conocer cuánto amaba al hombre, no habría sobrevivido una sola de esas noches, porque eran legión.”

    Cito ahora la descripción del P. Sofronio de la última noche de sus quince años de martirio, la más dramática, cuando Dios intervino y le dio la solución:

    “Habían transcurrido 15 años desde el día de la aparición de Cristo, y Silvano se encontraba en uno de esos combates nocturnos con los demonios que tanto le atormentaban. A pesar de todos sus esfuerzos, no podía rezar con un corazón puro. Al fin se levantó de su banco, para hacer una postración y adorar, cuando vio delante de él a un enorme demonio, parado delante de los iconos, esperando recibir la adoración. Mientras, la celda estaba llena de demonios. El padre Silvano se sentó de nuevo y inclinando la cabeza y con el corazón dolorido rezó así: “Señor, Tu ves, que yo trato de rezar con la mente pura, pero los demonios me lo impiden. Enséñame, ¿qué debo hacer para que ellos no me molesten?” Y recibió la respuesta en su alma: “los orgullosos siempre sufren así a los demonios.” — “Señor, — dice Silvano, — “enséñame, ¿qué debo hacer para que mi alma sea humilde?” Y otra vez la respuesta de Dios en el corazón: “Mantén tu mente en el infierno y no desesperes.”

    La palabra de Dios es extraña e incomprensible para Silvano. Extraña e incomprensible es la reacción a las palabras que escuchó en su corazón: “Comencé a hacer lo que el Señor me enseñaba, mi

  • alma se regocijaba en el descanso del Señor.” Esta gracia realizó su paso “de la muerte a la vida”, y lleno de gozo, Silvano entonó el cántico de victoria, eco de los justos de todos los tiempos:

    “¡O compasión de Dios! Yo soy una abominación para Dios y para los hombres, sin embargo el Señor me ama de tal manera que me da el entendimiento y me sana, y Él mismo enseña a mi alma la humildad y el amor, la paciencia y la obediencia, y ha derramado sobre mi la plenitud de su misericordia… ¡O maravilla…!”

    Tan pronto como el Señor puso sus manos sobre su alma, ésta comenzó una nueva existencia: “¿Quién escribirá la alegría de conocer al Señor y llegar a Él día y noche, insaciablemente? ¡Qué benditos y felices somos los cristianos!” el Señor pronunció sus palabras en el corazón de Silvano, ofreciéndole la visión del infierno y, sorprendentemente, él resurge poseedor de un gran conocimiento, y su vida es restaurada con la riqueza de la gracia y el amor de Dios.

    Pero, ¿cuál es el misterio de Dios que encierran estas palabras: Mantén tu espíritu en el infierno y no desesperes? Es evidente que el conocimiento de este misterio llevó a Silvano a la victoria sobre el poder del enemigo, y a una perfecta semejanza con el Señor Jesús Cristo. Esto es lo que Silvano testimonia en otro de sus escritos:

    “Quien se humilla a sí mismo, ha conquistado al enemigo. Ningún enemigo puede acercarse al hombre que en su corazón se juzga a si mismo merecedor del fuego eterno. Ningún pensamiento terrenal encuentran lugar en su alma – corazón y espíritu, él vive entero en Dios. Y el hombre que ha conocido al Espíritu Santo, y ha aprendido de Él la humildad, se hace como su Maestro, Jesús Cristo, Hijo de Dios, y se asemeja a Él.”

    ¿Por qué esta palabra del Señor libera a Silvano del combate con el enemigo, y añade a su estatura tal fuerza del espíritu y estabilidad de vida? Porque la palabra de Dios puso a Silvano en el verdadero Camino del Señor. Siguiendo el Camino del Señor, el corazón se “ensancha”, y el hombre se hace inaccesible a sus enemigos.

    Tal como decíamos al inicio de esta charla, la señal de Jonás representaba el camino que recorrió el Señor, y el Apóstol dice que la victoria vino al mundo por el descenso de Cristo al infierno y por su posterior ascensión (cf Ef 4, 10). Por tanto, cuando el Señor propone el infierno a Silvano y, a través de él, a nuestra desesperanzada generación, está ofreciéndole la posibilidad del

  • descenso, de bajar; y le revela el significado y el camino de la humildad, ya que haciéndose como el Señor puede obtener la victoria espiritual. Es este un viaje espiritual, y el biógrafo del santo, el Archimandrita Sofronio, dice que “los guiados por el Espíritu no dejan nunca de condenarse a sí mismos” en su viaje descendente, hacia Cristo, vértice de la “pirámide invertida”, y quien sostiene todo el peso de la pirámide sobre sus hombros, y lleva el pecado del mundo. Paréntesis: P Sofronio, en su libro sobre san Silvano, presenta esta teoría de la “pirámide invertida”: Dice que el ser cósmico empírico es como una pirámide: en el vértice se sitúa el poder de la tierra, que ejerce el poder sobre las naciones (cf Mt 20, 25), y en la base están las masas. Pero el espíritu del hombre, por naturaleza, pide la equidad, la justicia y la libertad del espíritu, y por lo tanto no está satisfecho con esa “pirámide del ser”. Así pues, ¿qué hace el Señor? Toma esa pirámide y la invierte, y se sitúa Él mismo en el vértice, haciéndose su cabeza. Toma sobre sí mismo el peso del pecado, el peso de la debilidad del mundo entero, y de ese modo desde ese momento, ¿quién puede entrar en juicio con Él? Su justicia está por encima del espíritu humano. Así nos reveló su Camino, y al hacerlo nos enseñó que nadie puede ser justificado si no es por ese camino y, así, todos los que le pertenecen deben unirse a Él en ese descenso, ya que es la cabeza, el vértice de la pirámide invertida, porque es ahí donde se encuentra el “aroma” del Espíritu Santo; ahí se halla el poder de la vida divina. Cristo solo sostiene la pirámide, pero los que van con Él, sus Apóstoles, sus santos, vienen y comparten ese peso con Él. Aunque incluso si no hubiera nadie más, podría sostener la pirámide porque su fuerza es infinita, Él quiere compartir todo con los que le acompañan. Consciente de ello, por tanto, es esencial para el hombre encontrar el camino del descenso, el camino de la humildad, que es el Camino del Señor, y hacerse compañero del Cristo, el autor de ese camino. Fin del paréntesis.

    Tal era la importancia para el Señor de ese “descenso” que, cuando los hijos del Zebedeo le preguntaron por los tronos, Él respondió que eso era una insensatez (cf Mc 10, 35, 45). Lo que significa que preguntar por el “ascenso” es una insensatez. Ese es el camino de Lucifer, que buscaba situar su trono por encima del trono de Dios. El verdadero camino para quien ha de dirigir o enseñar es hacerse un servidor, descender, hacerse el último. Todo el que se cree capaz por sí mismo de ascender sin beber la copa del descenso, Cristo le dice de una vez por todas: “No sabes lo que pides” (Mc 10, 38). Como a Cafarnaúm, a quien de manera arrogante “busca una

  • señal” (cf Mt 12, 39), el Señor le dice, “y tú, Cafarnaúm, que fuiste exaltada hasta el cielo, serás arrojada al infierno” (Lc 10, 15). Sin embargo, el señor levantó y justificó al publicano que, “que no osaba levantar los ojos al cielo” (Lc 18, 13), pero cumplía la ley de Cristo, el cual dijo: “Quien se exalte a sí mismo será humillado, y quien se humille será exaltado” (Mt 23, 12; cf Lc 18, 13). El publicano inclinaba la cabeza y el espíritu e iba más abajo y, en su descenso, encontró su corazón, y en su corazón, encontró a Dios (cf Lc 18, 10-14) Paréntesis: Cuando el Señor era admirado por los hombres a causa de sus milagros, no temía el orgullo, sino que siempre buscaba darnos un ejemplo de su camino. Cada vez que era glorificado, nos daba un modelo del camino de la humildad diciendo, por ejemplo, “El Hijo del hombre ha de ser entregado en manos de los pecadores, y será crucificado y al tercer día resucitará” (Lc, 24, 7). Nos quería dar ejemplo de no esforzarnos en asuntos elevados. Fin del paréntesis.

    En consecuencia, el Camino del Señor, se ensancha entre la muerte en la Cruz y las regiones infernales. Es así en el descenso al interior de las aguas del bautismo. El bautismo es una imitación del Camino del Señor. Encontramos a Cristo y nos revestimos de Él (Gal 3, 27) y al ascender renacemos “a una nueva vida” (Rom 6, 4), ya que Él descendió primero al seno de las aguas y las bendijo. Al descender primero al seno de las aguas, obedeciendo su mandamiento, resurgimos renovados. “Descender” significa su muerte, y es una muerte verdadera, porque morimos al pecado, y “resurgir” significa nuestro renacimiento “a una nueva vida”. En el bautismo tenemos una imagen del Camino del Señor, y así es también cuando se nos ordena descender al infierno: no que perezcamos, sino de manera que exploremos incluso allí el gran misterio del amor humilde y divino que se extiende hasta alcanzar esas horribles regiones. Es así ya que, ante la grandeza de ese amor, podemos humillarnos hasta el final y, por nuestra parte, responder con gratitud a Cristo con tanta perfección y fuerza que nadie, ningún lugar, ni siquiera el infierno, nos pueda separar de Dios el Salvador (cf Rom 8, 35-39). El hombre no puede tener jamás el conocimiento del misterio de Cristo si él mismo no ha estado también en el infierno.

    Esta humilde Camino de descenso es el que la iglesia pone ante nosotros. Si examinamos con cuidado su enseñanza tal como está expresada en sus oraciones veremos de nuevo este doble movimiento de descenso y de ascenso. Por ejemplo, antes del servicio del bautismo o de la divina Liturgia vemos al celebrante

  • humillarse y descender en espíritu de manera que así puede revestirse con fuerza para llevar a cabo el servicio divino, y en consecuencia ser elevado junto a los fieles, los que el Espíritu del Señor le ha encargado. Paréntesis: Estoy pensando ahora en la oración de antes del himno de los Querubines. Fin del aparte. Casi todas las oraciones importantes de la Iglesia están divididas en dos partes: la primera es el descenso del espíritu y la segunda la ascensión con el grito de la fe, confiando en la bondadosa compasión de nuestro Señor que es todo bondad. Para confirmarlo, basta leer las oraciones de antes de la Comunión.

    La vida del fiel es una vida de arrepentimiento. A través del arrepentimiento, obtenemos el humilde descenso “bajo la poderosa mano de Dios, capaz de exaltarnos al tiempo debido” (1P 5, 6). El maravilloso maestro de La Escala, san Juan, dice al final del capítulo “sobre el arrepentimiento”, que aceptando de manera voluntaria la retribución y el castigo escapamos al castigo eterno. Paréntesis: “Dios no juzga dos veces”. Si nos juzgamos a nosotros mismos de manera voluntaria, estamos libres del segundo juicio (cf 1 Co 11, 31). El juicio en el tiempo presente es siempre examinarnos a nosotros mismos a la luz de sus mandamientos. Fin del Paréntesis. Así, por el descenso al infierno no hacemos nada más que seguir al Señor. Ese es el camino del Señor. Sin embargo, el Camino del Señor conduce a la vida, y por esa razón no hemos de desesperar. Los tres jóvenes hebreos, a los que el rey Nabucodonosor arrojó al horno ardiente, nos muestran una imagen anticipada del descenso y del ascenso del Señor. Los jóvenes piadosos tomaron sobre sí mismos los pecados y las injusticias de su pueblo y en su espíritu se condenaron a sí mismos como merecedores del horno por aquellas injusticias. Humildemente rezaban al Dios de sus Padres: “Somos pecadores, hemos transgredido apartándonos de Ti, y hemos pecado grandemente, y no hemos escuchado tus mandamientos…Y todos lo que has traído sobre nosotros y todo lo que nos has hecho, lo has hecho según tu juicio verdadero” (S de los tres jóvenes 5-7). Por ello de manera profética estaban en el humilde camino de descenso del Señor Jesús y por esa razón eran merecedores de tener al Hijo de Dios, que estaba aún sin encarnarse, como su compañero de viaje. Paréntesis: Se pusieron a sí mismos en el camino del Señor y así tuvieron a Cristo como compañero. Fin del Paréntesis. Él descendió al horno y caminó con ellos “en medio de las llamas” preservándolos del fuego (Dan 3, 25). Por supuesto el poder de ese misterio estaba allí de manera profética. Sin embargo, después de

  • la encarnación del Señor, de su descenso al infierno y posterior ascensión, el poder de ese mismo misterio es incomparablemente mayor porque no existe un lugar en el mundo creado que no haya sido colmado con la energía de su Presencia.

    Después de haber hablado de la base del contenido teológico de la palabra del Señor a san Silvano, “mantén el espíritu en el infierno y no desesperes”, nos queda explicar cono llevarlo a la práctica.

    Antes de continuar, debemos aclarar que toda la fuerza del misterio contenido en esas palabras se debe al hecho que el descenso del Señor al infierno fue voluntario y sin pecado. Se debe únicamente a su obediencia y amor a su Padre y al deseo de salvación para los hombres caídos. Por ello, a fin que nuestro descenso sea bendecido y obtenga sus frutos, debe ser voluntario y por los mandamientos del Señor. La experiencia del infierno de san Silvano fue carismática, llena de gracia, y ello porque la palabra reveladora del señor correspondía perfectamente a su estado. Paréntesis: El caso de san Silvano es excepcional, esa sensación del infierno le envolvió incluso el cuerpo, no sólo en el espíritu. Tuvo la experiencia del infierno penetrando incluso su cuerpo. Fin del Paréntesis. Para nosotros es difícil concebir esa profundidad sin haber tenido una experiencia similar. Sin embargo, ya que expresa la tradición de la Iglesia respecto a la vida ascética, intentaremos, refiriéndonos a los Santos Padres, ir hasta su raíz y comprender su poder, aunque sólo fuera en parte.

    Esa palabra, “Mantén tu espíritu en el infierno no desesperes”, es un mandamiento del Señor con el propósito de que podamos imitarle en su descenso, mientras al mismo tiempo, confiamos en su compasión y en la salvación eterna que Él obtiene para nosotros a través de su ascensión. Nuestra mera disposición a recibir estas palabras y cumplirlas en nuestra vida atrae la gracia de Dios. Paréntesis: la disposición a recibir la palabra del Señor siempre atrae la gracia. Fin del Paréntesis. Siendo Luz divina, esta gracia desvela y confirma su verdad: el infierno está allí donde el hombre se encuentra a sí mismo separado del Dios de amor. Desvela también el pecado, la injusticia y la miseria espiritual. Este conocimiento trae la contrición al alma. La contrición es un precioso don de Dios al hombre; es el principio de la humildad y prepara para Dios un “lugar para habitar” en nosotros. Como propiedad de la gracia, esta contrición da nacimiento al valor espiritual. Paréntesis: Mirad, podemos acudir al psicólogo para hacer psicoanálisis y analizarnos, y hacer visibles todas nuestras debilidades y defectos.

  • ¿Y qué más? ¡Después caer en la desesperación! Pero cuando la gracia de Dios muestra al hombre desnudo y le revela su enfermedad, su miseria, esa misma gracia le da el valor de superarla. ¡Esa es la diferencia! Podemos ir al psicólogo a aprender de nosotros mismos, y puede ser bueno, pero tiene un valor limitado. Pero si Dios os revela nuestro verdadero estado, Él nos da también la fuerza para superarlo, y eso es realmente muy valioso. Por eso el Profeta dijo: “Señor, hazme saber cómo puedo conocerte” (Jer 11, 18 LXX). El autoconocimiento viene con el conocimiento de Dios. Fin del Paréntesis.

    Como propiedad de la gracia, esta contrición da nacimiento al valor espiritual. San Simeón el Nuevo Teólogo decía lo siguiente: ¿Qué hay más valeroso que un corazón contrito? (S 51, 19) Fácilmente hace añicos a los ingentes ejércitos de los demonios y les persigue hasta el final. Esta contrición es valor espiritual porque es el único estado en que el hombre, inspirado por la gracia de Dios, tiene el coraje para mirar de frente su miseria espiritual sin desesperar mientras espera que Quien le revela las profundidades de su desesperación sea también poderoso para cargarlo a sus espaldas, herido, hasta la otra orilla, donde está Dios. Lo consigue a través de la propia condena y de la siguiente actitud profética: atribuye toda justicia a Dios mientras cubre su propio rostro con vergüenza (cf Dan 9, 7 LXX). Por esta razón san Juan Clímaco dice que el coraje espiritual es la victoria. Es victoria porque sin el valor, el coraje, nacido de la contrición nos es imposible contemplar nuestra miseria espiritual. Entonces la miseria espiritual se convierte en un don que sienta los fundamentos de nuestra ascensión espiritual: “Bienaventurado el pobre de espíritu, porque de él es el reino de los cielos” (Mt 5, 3). San Simeón el Nuevo Teólogo se pregunta “¿Qué hay más glorioso que la pobreza espiritual que es el medio para obtener el reino de los cielos?” San Silvano conoció el poder de este fenómeno espiritual –la contrición- a través de la palabra del Señor dirigida a él: “Mantén el espíritu en el infierno y no desesperes”. Lo encontraría refugiándose, como él dice, en su “amado canto”.

    Pronto moriré, y mi desgraciada alma descenderá a la oscuridad del infierno. Languideceré solo en las sombrías llamas, llorando por mi Señor ¿Dónde estás, o Luz de mi alma? ¿Por qué me has abandonado? No puedo vivir sin ti.”

    En la primera mitad de su querido “salmo” desea poner su alma en el fuego del infierno, que extingue todo pensamiento apasionado,

  • mientras que en la segunda desea volver su espíritu al amor y la compasión de Cristo, que conoce y penetra en su corazón. En la primera parte, desea humildemente hacer su camino hacia abajo, su descenso, que el enemigo orgulloso será incapaz de seguir. Paréntesis: El enemigo quiere siempre ir hacia arriba; cuando elegimos ir hacia abajo, nos deja solos –no puede bajar. Esto sucede porque cuando estamos atormentados por pensamientos, más efectivo que la oración es permanecer en pie, traer nuestra mente o nuestro corazón y decir: “Señor, Tú sabes que soy el peor de los hombres”. Este pensamiento roe el corazón y el enemigo marcha. Es más eficaz que la plegaria: es plegaria, pero de una especie diferente. Fin del Paréntesis.

    Después de hacer ese descenso, el santo, libre de la preocupación del enemigo e inspirado por el recuerdo de la misericordia del Señor, desea regresar con todo el corazón a Dios, que por su gracia le regala la ascensión. Con el mismo propósito, san Silvano advierte que a fin de que el hombre retenga el salvífico poder de la contrición debe recordar siempre sus pecados, humillarse a sí mismo y hacer duelo de sí mismo aunque el Señor los haya olvidado. ¡Así el enemigo es vencido! Con su palabra el Señor reveló a san Silvano el camino para adquirir la contrición y la humildad y de ese modo derrotar al enemigo. La contrición es valor espiritual y luz para el alma, a través de la cual el hombre discierne cada pensamiento que se le acerca. Paréntesis: Barsanufo el Grande dice que si tenemos contrición podemos discernir los pensamientos. En el momento de la contrición podemos ver inmediatamente los pensamientos ajenos que se acercan; pero sin contrición no podemos verlos. Fin del Paréntesis. La contrición conduce a la humildad, que es victoria sobre el enemigo y prepara el alma para hacerse “lugar de reposo” de Dios. Es un precioso don de la gracia y se mantiene con la autocondena, la forma extrema de la cual es la autocondena en el infierno. San Juan Clímaco lo confirma cuando describe los “prisioneros” (monjes reclusos) que se arrepienten en el pequeño monasterio al exterior del gran monasterio de Alejandría, orando de esta manera: “Sabemos, sabemos en toda justicia, que merecemos todo castigo y tormento”. Esta oración fue capaz de mover a la contrición hasta la dureza de las piedras, dice san Juan Clímaco. En otro lugar dice que condenándose a uno mismo al infierno preserva el espíritu calmo de las sugestiones demoníacas. Vemos, por ello, que llevando a la práctica las palabras del Señor, “Mantén tu espíritu en el infierno y no desesperes”, obtenemos el fruto de la

  • humildad y la pureza del espíritu, que son condiciones vitales para liberarse de las pasiones y unirse al Dios Santo.

    San Silvano enseñó esta ciencia por la palabra del Señor, tal como él mismo escribe: “Empecé a hacer lo que el Señor me enseñaba y mi alma se regocijaba por el reposo en Dios”. Como dije anteriormente, él también decía: “quien se humilla a sí mismo ha vencido al enemigo. Ningún enemigo puede acercarse al hombre que en su corazón se considera a sí mismo merecedor del fuego eterno. En su alma no tienen lugar pensamientos terrenales – corazón y espíritu viven eternamente en Dios. Y, en otro lugar, añade: “Pero cuando mi espíritu emerge del fuego, las sugestiones de la pasión toman de nuevo fuerza.”

    Vemos con tristeza que hoy en día los hombres sufren terriblemente porque su espíritu está fragmentado. La imaginación, que es sólo una de las actividades del espíritu, está sobrevalorada y domina la vida de los hombres, conduciendo algunos a la dureza de corazón propia del orgullo, y a otros a enfermedades mentales. De acuerdo con la enseñanza del Evangelio y de las Escrituras, el espíritu trabaja correctamente sólo cuando está unido al corazón. Espíritu y corazón están naturalmente unidos cuando el fuego de la contrición se halla en el corazón. Paréntesis: en la tradición hesicasta, es muy importante encontrar el lugar del corazón. Y este es un camino para encontrar el lugar del corazón. Poseemos un movimiento “circular”, como dice san Gregorio Palamás : “en un primer momento, el espíritu, por su caída en el pecado y las pasiones, se mueve hacia la creación, en ella se dispersa y divide y, por así decir, queda clavada en el mundo. Debemos devolver el espíritu al corazón y cuando el espíritu se establece en el corazón y domina la totalidad de nuestra naturaleza, retorna nuestro ser hacia Dios. Por ello es este un movimiento triple; primero un movimiento externo (del exterior), el de la caída; segundo, el regreso al corazón; y tercero, el movimiento desde el corazón hacia Dios.” Cuando habla de la oración de Jesús, el P. Sofronio y todos los hesicastas, ponen énfasis en esta clase de arrepentimiento, ya que es una manera infalible de encontrar el corazón, de llevar el espíritu de nuevo a su base natural. Fin del Paréntesis.

    Por esto san Silvano recomienda esta terapia para el alma. Él nos da un principio, un método de terapia para el espíritu y el corazón fragmentados, y dice: “Mantén tu espíritu en tu corazón y en el infierno”. Más te humilles a ti mismo, mayor será el don que recibirás de Dios. De las palabras de san Silvano queda claro que la

  • autocondena al infierno no sólo no causa daño, sino que se convierte en fuente de grandes dones. ¿Cuáles son los grandes dones que vienen de Dios, adquiridos gracias a mantener el espíritu en el infierno? Como él decía, hace nacer en el alma el arrepentimiento para la remisión de los pecados y aporta al corazón la alegría de la salvación. Además el testimonio santo que el Señor da el Espíritu Santo a aquellos que se esfuerzan en condenarse a sí mismos. Esto no nos debería sorprender dado que la autocondena al infierno sólo puede tener lugar en un espíritu de humildad. El santo escribe:

    Pensaba para mis adentros, soy una abominación y merecedor de todos los castigos; pero en vez de castigo el Señor me da el Espíritu Santo. ¡Qué dulce es el Espíritu Santo, por encima de todas las cosas terrenales!

    Estas palabras de san Silvano están de acuerdo con el espíritu del Nuevo Testamento. El Señor da el siguiente mandamiento a sus discípulos, para el momento en que serán perseguidos y llevados ante el juez: Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. (Lc 21, 14-15). El Señor concede la sabiduría del Espíritu Santo a todos los que por propia voluntad se ponen ante el tribunal de Dios y anticipan Su juicio por su condena voluntaria al infierno Paréntesis: Sabes que ahora no serás llevado ante el tribunal por nuestra fe –aunque llegará el día en que eso sucederá- pero la palabra del Señor, que acabo de citar (Lc 21, 14-15), es verdad en todos los tiempos y en todas las circunstancias. Por tanto, aunque no somos perseguidos ni llevados ante el tribunal, nos ponemos voluntariamente ante el tribunal de Dios, y entonces, “se nos da la voz y la sabiduría”, es decir, una oración de arrepentimiento que nos justifica y confunde a nuestro enemigo. Fin del Paréntesis.

    Dios no juzga dos veces, como dice el Apóstol Pablo, “Si nos juzgamos a nosotros mismos, no seremos juzgados” (1 Co 11, 31); y en otro lugar, dice que “todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Ro 14, 10), pero no todos seremos condenados. Ello es posible, por la autocondena voluntaria incluso hasta el infierno, para anticipar el juicio de Dios, y así ser justificados ya en esta vida, y

  • hacernos partícipes de la palabra y la sabiduría de Dios; y esta es la gracia de, y el compromiso con, el Espíritu Santo. El Archimandrita Sofronio escribe: “Dios no juzga dos veces”, y san Juan Clímaco dice que al aceptar de forma voluntaria la retribución y el castigo escapamos del castigo eterno y, en otro lugar, dice que por el remordimiento presente nos libramos del remordimiento futuro.

    Paréntesis: he dicho en otro lugar que cuánto mayor vergüenza sentimos en la confesión, mayor es la gracia y el consuelo que recibimos del Espíritu Santo después de nuestra confesión. ¿Por qué? Porque la vía de la vergüenza es la vía del Señor, y porque cuando nos ponemos a nosotros mismos en la vía del Señor, inmediatamente le hacemos nacer como nuestro compañero. Fue a través de la Cruz de la vergüenza cómo Él nos salvó; cuando llevamos una leve vergüenza por su causa, con el propósito de confesar, Él lo considera como una acción de gracias, y a cambio nos da el consuelo del Paráclito. Esta es una razón por el cual el sacramento de la confesión tiene ese poder de regeneración. Vemos una demostración de ello en el caso de Zaqueo, el noble de Jericó, un personaje notable que fue el hazmerreír por subir a un sicomoro para cumplir su deseo de ver a Cristo. No tuvo en cuenta las burlas de la gente; y como sufrió vergüenza por ver a Cristo, el Señor inmediatamente reparó en él y le atendió. El Señor hacía el camino de Jericó a Jerusalén para sufrir la Cruz de la vergüenza y algo similar vio en Zaqueo que, por sufrir vergüenza por verle, se puso en el camino del Señor, y atrajo la visita del Señor por esta afinidad del espíritu. ¿Y qué sucedió cuando el Señor visitó a Zaqueo? Zaqueo fue restituido el cuádruple, o sea que los misterios de la Cruz ya próxima y de la Resurrección de Cristo actuaron ya en la vida de Zaqueo. Se puso a sí mismo en el camino de la vergüenza, y por la poca vergüenza que soportó, recibió la gracia de la Cruz cuatro veces mayor, como dice san Pablo (cf Ef 3, 18). Zaqueo se humilló por la vergüenza; fue elevado por la visita del Señor; fue “ensanchado” por Su gracia para restaurar toda injusticia, y por ese crecimiento abrazó a toda la humanidad en su corazón (cf Lc 19, 2-8). El misterio de la Cruz fue efectivo en la vida de Zaqueo en ese momento. Fin del Paréntesis.

  • Así pues, por la vergüenza presente somos liberados de la vergüenza futura, porque la vergüenza1 es el Camino del Señor. Por ello debemos siempre examinarnos: “¿Es este el Camino del Señor?” Entonces con seguridad, si es el Camino del Señor, le tendremos como compañero: Él nos visitará; nos elevará; ensanchará nuestros corazones. Veremos desplegarse incesantemente el hilo dorado de la Tradición, el mismo de la enseñanza de los padres ascetas. Está claro que la autocondena al infierno es el medio más poderoso para liberarse a uno mismo liberado del infierno. Paréntesis: Siento hablar de este ascetismo “infernal”. No podemos hablar de estas cosas “a los de fuera”, a la gente del mundo. Esto no es para el público en general. Pero vosotros sois maestros del Nuevo Israel, y por ello es bueno para nosotros conocer estas cosas, y para cada uno aplicarlas en su propia medida. Fin del Paréntesis.

    La autocondena está inspirada por la gracia del Espíritu Santo; aporta la contrición, limpia el espíritu, conduce a la humildad, derrota a los enemigos, libera de los pecados, y hace al hombre partícipe del Espíritu Santo. Pasaré por alto las palabras de los Padres del Desierto, porque son bien conocidas por muchos, solo citaré un breve extracto de san Gregorio Palamás, en el que expresa la misma ciencia que hemos visto en san Silvano. San Gregorio Palamás dice en su homilía del Domingo del Publicano:

    Si alguien realmente se considera a sí mismo culpable del castigo eterno, soportará con valor no solo el deshonor sino también el dolor, la enfermedad y toda clase de desgracias y malos tratos. Quien muestra tal paciencia, como si fuera deudo y culpable, es librado, por una ligera condena, temporal y efímera, de un castigo realmente penoso, insoportable e interminable. Incluso puede ser librado de peligros que le amenazan, ya que la bondad de Dios llega hasta ese punto, a causa de su paciencia. Alguien, castigado por Dios, dijo: “Llevaré el castigo del Señor, porque he pecado contra Él” (cf Miq 7, 9 LXX).

    1 La palabra shame… la he intentado traducir de diferentes maneras –pena, vergüenza, remordimiento...- y no encontraba el término más adecuado; pero al final de la conferencia, por una pregunta de una persona del auditorio, el P. Zacarias explica su significado. Es por esto que he decidido dejar en todos los casos vergüenza que es la más próxima al término inglés.

  • Paréntesis: aquí vemos la misma ciencia que en san Silvano, pero desde el punto de vista psicológico, y es importante que veamos este fenómeno desde todos los ángulos. Lo que quiere decir san Gregorio Palamás con esto es que cuando el hombre se condena a sí mismo al infierno, que es la mayor auto-condena posible, no notará ni insultos ni ninguna otra adversidad en la vida, porque “ha descendido ya hasta lo más hondo”.

    Esta actitud es de gran ayuda especialmente en la vida común. Una persona me confesó una vez que a otra persona no le agradaba, y por ello estaba molesta. Yo le dije: “Nuestros padres solían venderse como esclavos a fin de liberar a sus compañeros; y tú, por la sospecha que tal vez esa persona no te quiere, te has vuelto fría. ¿Cómo puede ser?” Y ella fue sanada, simplemente por recordarle que algunos de los santos se vendían a ellos mismos con el fin de salvar a otros. Creo que un ejemplo de eso fue san Serapión, que quiso hacerlo repetidas veces. Fin del Paréntesis.

    Así pues vemos, en una tradición continuada, la misma experiencia formulada de diversas maneras. La excelencia del principio que nos da san Silvano consiste en el hecho de que procede de una revelación del Señor, y en su brevedad. Se formula en dos partes: la primera, Mantén tu espíritu en el infierno, sugiere el descenso del Señor: La segunda parte, y no desesperes, equilibra la primera por medio de la esperanza, porque el Camino del Señor es pleno de Verdad y de Vida (cf Jn 14, 6). Paréntesis: Según nuestro estado y nuestra fuerza, podemos poner el énfasis bien en la primera parte, bien en la segunda. Hay monjes que sienten su corazón duro, y permanecen más tiempo en la primera parte, diciendo: “No seré salvado y no merezco la salvación de Dios”, y haciendo esto intentan aplastar la arrogancia de su corazón y ablandarlo. Otros, que ya están ablandados por tribulaciones y aflicciones, ponen el énfasis en la segunda parte. Pero la señal de la sanación es siempre la siguiente: si la plegaria va bien, significa que es inspirada por Dios. Si la plegaria no va bien, debemos parar y reconsiderar las cosas. El signo de agradar a Dios en esta práctica debe ser el hecho que la oración va con consuelo y facilidad. Fin del Paréntesis.

  • La palabra del Señor a san Silvano está formulada en forma de mandamiento. Esto revela la necesidad de su cumplimiento en nuestro tiempo. Hoy en día, la seducción de los placeres carnales se ha extendido y aumentado en alto grado, ofreciendo disfrute sutil y intenso a fin de “seducir, si es posible, incluso a los elegidos” (Mc 13, 22). A través de este mandamiento, al hombre se le da la posibilidad de seguir al Señor en el humilde descenso, y hacer suyos los dones espirituales que emanan de la ascensión del Señor. En otras palabras, le es dada la habilidad para ponderar la tentación de nuestro tiempo de manera decisiva y victoriosa, hasta alcanzar la plenitud del consuelo verdadero e incorruptible del Espíritu Santo que corona el descenso y ascenso del Señor.

    Paréntesis: Encontramos un énfasis en el tema del sacrificio del Señor en la predicación apostólica, y creo que es el tema central del Evangelio, porque Nuestro Señor vino a nosotros como “El Cordero inmolado desde la fundación del mundo” (Ap 13, 8), y también porque en aquellos tiempos la gente apreciaba la noción de sacrificio, sacrificio por su país, por su familia, amigos etc. Hoy en día, todos estos valores han sido devaluados. No queda nada en nuestro tiempo. Hoy la gente busca el placer, por eso también puede ser una manera de evangelizar, decirles, “¿Queréis placer? ¡De acuerdo! No hay mayor deleite que los dones del Espíritu Santo” por supuesto así se corre cierto peligro, es necesario añadir un correctivo al decirlo. Hoy en día hay un énfasis en los movimientos carismáticos y cosas por el estilo. La gente quiere placer. La gente quiere deleitarse. La gente quiere comodidad. Y les decimos: ¡Sí, venid! ¡Aquí está el Consuelo del Paráclito! ¡Este es el don del Pentecostés!” Pero debemos advertir siempre y añadir el correctivo de que sólo es posible obtener eso en el Camino del señor. Fin del Paréntesis.

    Nuestros tiempos están marcados por un fuerte “concupiscencia de la carne” y “soberbia de la vida” (1J 2, 16 y cf Tim 3,2), así como un generalizado sentimiento de temor y de desesperanza. La primera mitad de las palabras del Señor a san Silvano conducen a la humildad y previenen la primera tentación del miedo. La segunda,

  • toca a la redención final fortaleciendo la esperanza y la superación de la segunda tentación, la de la desesperanza.

    El Archimandrita Sofronio creía que las palabras dadas a Silvano eran un don de la divina providencia de Dios. El Señor se dignó conceder a la humanidad un contrapeso espiritual al peligro de total aniquilación, contenido en el descubrimiento científico de Einstein. Paréntesis: Es decir, la providencia divina dio a Einstein la fórmula por la cual toda materia puede ser transformada en energía (E = mc2). Pero en ella se encuentra implícito el peligro de la completa destrucción del universo. Al mismo tiempo, Dios dio a Silvano esta palabra que equilibra ese peligro y ese temor. Es decir, un hombre que está dispuesto a ponerse en el Camino del Señor, que conduce hacia abajo, no puede verse afectado ni siquiera por eso. Fin del Paréntesis.

    En las condiciones del mundo de hoy, la experiencia del infierno es una realidad para mucha gente. A menudo se encuentran cara a cara con impulsos titánicos y confusión del intelecto. La mente humana vacila y permanece en este lamentable estado. Queda cautiva del dolor de la realidad que le rodea y fácilmente busca romper con ella para encontrar consuelo en substitutos, como en las pasiones de un mundo ajeno al ofrecimiento de Dios. Esta tendencia, frecuente en nuestros días, conduce a constante y creciente alienación y dispersión. Paréntesis: es decir, el hombre no desea enfrentarse al infierno en que se encuentra, y busca escapar de él a través de substitutos, únicamente para encontrarse más enredado en él que antes. Fin del Paréntesis.

    El acento en el verbo “mantente”, que tu espíritu permanezca en el infierno, de la primera parte del mandamiento, muestra que si alguien voluntariamente y con insistencia guarda en su espíritu una visión del infierno de su vida presente, está en el camino de la salvación y de la salud. Esta visión debería inspirar arrepentimiento y oración por la salvación por todos los que se encuentran en una situación de sufrimiento similar. La energía negativa que viene con esta experiencia del infierno es transformada por su actitud profética de autocondena en energía para conversar con Dios, la cual vence las pasiones, llevando nuestra vida al nivel ontológico. Paréntesis:

  • Por eso, deberíamos recibirla como una fórmula que se nos da en el camino de nuestro Señor, una fórmula que convierte toda energía que nos llega en energía espiritual, que se nos da para reforzar nuestra conversación con nuestro Dios amado. Fin del Paréntesis.

    La palabra de san Silvano expresa verdaderamente una gran ciencia espiritual, la única que es capaz de oponerse a la corrupción y la devastación omnidestructora, perpetrada apocalípticamente en estos últimos tiempos por el espíritu de maldad. Por el gran sufrimiento de la autocondena voluntaria al infierno, y por la virtud del mandamiento del Señor, el creyente puede triunfar sobre cualquier sufrimiento y tentación, y comprobar como el amor de Cristo es más fuerte que la muerte, como Él “conquistó la muerte por la muerte”. Todo lo que se hace voluntariamente y en cumplimiento del mandamiento de Dios está inspirado por la sabiduría divina y conduce a la victoria eterna. Esta victoria pone al hombre por encima del mundo, como Cristo quien, por su humildad extrema, venció al mundo. (cf Jn 16, 33).

    Querría, para acabar, recordar las palabras de san Basilio el Grande, que exhorta, “Convertid voluntario lo que es involuntario. No conservéis la vida de la que necesariamente seremos privados”. Es decir, debemos elegir entre vivir según el morir o morir según el vivir. (cf Mt 10, 39). Perdonad-me.

    PREGUNTAS Y RESPUESTAS

    Primera pregunta (Obispo Basil): ¿Qué debemos entender por la palabra “espíritu” (mind)? Ya sé que el Señor no hablaba en inglés, o tal vez sí. Mi pregunta es ¿Debemos entender “espíritu” (mind) como nus?

    Respuesta: En griego espíritu es nus, en ruso um (como en la palabra del Señor a Silvano) Dyerzi “um” tvoy vo adye, i nye otchaivaysya”, es decir, “Mantén el “espíritu” en el infierno y no desesperes”. Es la facultad mediante la cual el hombre contempla a Dios, Es la facultad que Dios concede al hombre desde el principio, la cual, inefablemente, nos capacita para gozar de la presencia de

  • Dios. Es el nus del hombre lo que es nombrado Israel en Jacob. “Israel” es el nus que contempla a Dios. Se le dio el nombre de Israel, es decir, el nus que contempla a Dios, porque Jacob luchó toda la noche, y por la mañana vio a Dios (cf Gen 32, 24-30). Por eso, es esta la facultad interna que Dios da al hombre en el momento de la creación, por la cual puede gozar de manera inefable de la visión de Dios, la presencia de Dios – una presencia que se perdió con la caída en el pecado.

    Segunda pregunta: ¿Cómo definiría “vergüenza” (shame)? Y ¿podría entenderse la condena voluntaria como perjudicial para nosotros, incluso capaz de llevar a la desesperación?

    Respuesta: Sí, la autocondena puede ser mórbida si no va acompañada de la fe, por la confianza en Dios. Pero si sabemos ante quien nos presentamos, tendremos el valor de poner sobre nosotros mismos cierta vergüenza (shame). Recuerdo que cuando me convertí en padre espiritual del monasterio, el P. Sofronio me decía, “anima a los jóvenes que vengan a confesar únicamente las cosas que les avergüenzan, porque esa vergüenza se convertirá en energía espiritual capaz de vencer las pasiones y el pecado.” En la confesión, la energía de la vergüenza se convierte en energía contra las pasiones. Como definición de vergüenza (shame), yo diría que es la falta de valor para vernos como Dios nos ve.

    Recuerdo una señora notable que vino a confesar. Ella acostumbraba a acoger gente para ayudarles cuando sufrían dificultades. Un día vino y me dijo, “No estoy en paz, y no sé donde he fallado. Me examino y no veo nada equivocado”. Temeroso, e ignorante como soy, no sabía que decirle. De un modo u otro me las arreglé para llevar mi espíritu a mi corazón y pedir una simple palabra, y le dije: “Pero no basta vernos como nos podemos ver a nosotros mismos, nos hemos de ver como Dios nos ve. Por eso, pide en oración: Señor, líbrame de mi pecado secreto”. Fue una mujer muy piadosa. Empezó a rezar de esta manera, y después de dos días volvió y me dijo: “Ahora ya sé donde he fallado”, y me lo

  • dijo. Estuvo bien, porque lo descubrió ella misma, y tuvo el valor de confesarlo y, por la fuerza del Señor, ya lo había superado.

    Prefiero no hacer preguntas en la confesión. Escucho lo que la persona quiere decirme, leo la oración, y si tengo una palabra, la doy. Debemos tratar de decir una palabra para inspirar a la gente, y esta inspiración les revelará su estado. Tarda más, pero es más seguro.

    Tercera pregunta: Padre, ¿puede decirnos alguna cosa sobre el P. Sofronio en sus últimos días?

    Respuesta: No sé qué decir. ¡Teníamos tan fácil acceso a él! Yo mismo tenía la llave de su casa; podía entrar en cualquier momento, día y noche. Si necesitaba preguntarle alguna cosa y él dormía, sólo tenía que mover su sillón y él abriría los ojos para decirme “shto? ¿qué?” Y en un abrir y cerrar de ojos tenía la palabra que instruía nuestro corazón. Teníamos muy fácil acceso a él, pero nunca perdimos de vista el hecho de que él era diferente, de que era “un hombre de Dios”, todo su ser estaba arrobado en Dios.

    Bueno y noble como era, cuando hablaba conmigo, en ruso o en griego, no se dirigía a mí nunca en singular, sino en plural. Usualmente lo hacemos a las personas que son mayores que nosotros. (En inglés, sin embargo, no hay esta distinción entre el habla familiar y el habla formal). Era estricto con nosotros cuando percibía orgullo en nosotros, porque sabía que si no nos hacía ese “servicio” nos estrellaríamos. Por el contrario, era muy amable y cariñoso. Acostumbrábamos a ir a visitarle y “cansarle”, especialmente yo era muy charlatán y tenía muchas preguntas. La hermana X y yo éramos los que le cansábamos más. El P. Sofronio la llamaba “tonel de preguntas”, y otra hermana me dijo: “¡Por eso ahora ella se ha convertido en un tonel de respuestas!” Cuando se cansaba, para decirnos que ya era suficiente, nos decía una bonita rima en ruso, como un pareado: “Permitidme expresar mi agradecimiento y, con sincera satisfacción, retirarme”.

  • Fui a verle dos semanas antes de su traspaso. En ese momento estábamos construyendo la cripta, donde habíamos de ser enterrados y, desde luego, el P. Sofronio iba a ser el primero. Las paredes y el techo estaban listos, pero el suelo era todavía barro, no estaba hecho. Al acompañarme a la puerta, miró hacia la cripta y preguntó, “¿Cuánto tiempo falta para que se acabe?” Yo respondí, “Padre, dos semanas más, supongo”. Él replicó: “Mm... me resulta difícil esperar tan solo una hora; he dicho todo al Señor; ahora debo irme”. Debe ser maravilloso sentir en el corazón que has hablado al Señor hasta el final, y eso permanece en la eternidad, y estás listo para partir. Yo mismo, tengo el sentimiento de que nunca he hablado al Señor.

    Fui a verle otra vez, aproximadamente una semana antes de morir. Estaba ya en cama, mientras que antes estaba siempre sentado en el sillón. Me dijo: “¿Has escrito ya el libro que te dije que escribieras?” Me había pedido que escribiera un libro, he conseguido publicarlo el último verano. Le dije que había escrito dos capítulos, y le expliqué el contenido. Me dijo: “Debes poner esto al principio”, y luego añadió, “Voy a explicarte los cuatro puntos centrales de mi teoría sobre la personeidad”. Brevemente, me dio toda su teoría sobre el “principio hipostático”, como él decía. Era más o menos una página, pero muy fundamental – cuatro puntos. Y me dijo cómo debía proceder al escribir el libro.

    Cuatro días después murió, cerró los ojos, y no nos habló más. Su rostro era luminoso y no patético, pero lleno de tensión; tenía la misma expresión que cuando celebraba la divina liturgia. No todos entramos a verle, sólo P. Kiril, yo mismo, P. Nicolás y P. Serafín. Dos o tres semanas antes de morir, invitó a todos los hermanos, uno a uno, a ir con él y sentarse una hora en su cocina, para la última conversación con él. Pero nosotros cuatro teníamos la llave de su puerta e íbamos a verle a menudo. Entrábamos y decíamos, “Blagoslovitye, Otche”, “Padre, la bendición”. No abría los ojos ni decía una sola palabra, pero levantaba su mano y nos bendecía. Nos bendijo sin palabras, y entendí que estaba yéndose. Por eso, yo ya no intentaba retenerle. Antes, yo solía orar para que Dios alargase su vejez, como decimos en la Liturgia de San Basilio el

  • Grande: “to geras perikrateson” “socorre los ancianos”. Pero durante esos días, veía que estaba partiendo, y empecé a decir, “Señor, concede a tu siervo una fértil entada en tu reino”. Rezaba con las palabras de san Pedro, que leemos en la segunda epístola (cf 2 P 1, 11). Así, constantemente decía: “Oh Dios, concede una fértil entrada a tu siervo, y pon su alma junto a sus Padres”. Y yo llamaba así sus compañeros ascetas que yo sabía que tenía en la Santa Montaña, empezando por san Silvano, y todos los demás.

    El último día fui a verle a las seis de la mañana. Era domingo, yo iba a celebrar la Liturgia de la mañana, mientras que P. Kiril junto a los otros sacerdotes celebraría la segunda. (Por razones prácticas, el domingo tenemos dos liturgias en el monasterio.) Me di cuenta que iba a dejarnos ese día. Fui y empecé la Prótesis; las horas empezaban a las siete en punto, seguidamente la Liturgia. Durante la liturgia sólo dije las oraciones de la anáfora, porque en nuestro monasterio tenemos la costumbre de leerlas en voz alta; por las demás, mi plegaria fue continuamente “Señor, concede una fértil entrada en tu reino a tu servidor”. Esa liturgia fue realmente distinta a las otras. En el momento que decía: “Los dones santos a los santos”, el P. Kiril entró al altar. Nos miramos el uno al otro, él empezó a sollozar y fui consciente que el P. Sofronio se había ido. Cuando pregunté a qué hora había tenido el traspaso, supe que había sido mientras leía el Evangelio. Me aparté a un lado del santuario, porque le P. Kiril quería hablar conmigo, y me dijo: “Da la comunión a los fieles, y luego anuncia el traspaso del P. Sofronio y oficia el primer Trisagion; yo haré el segundo en la segunda Liturgia”. Así pues, partí el Cordero, comulgué, repartí a los fieles y acabé la Liturgia. (No sé cómo lo pude hacer). Luego salí fuera y dije al pueblo, “Queridos hermanos, Cristo, nuestro Señor es el signo de Dios para todas las generaciones de esta edad, porque en su palabra encontramos la salvación y la solución a todo problema humano. Pero los santos de Dios son también un signo para su generación. Un Padre así nos ha dado Dios en la persona del P. Sofronio. En su palabra encontramos la solución a nuestros problemas. Y ahora debemos hacer lo que la Liturgia nos enseña, esto es “dar gracias” y “rogar”, “suplicar”. Por eso, demos gracias a

  • Dios que nos ha dado un Padre tal, y oremos por su alma. Bendito sea nuestro Dios…” y empecé el Trisagion.

    Le pusimos en la Iglesia durante cuatro días, porque la cripta no estaba aún acabada y no había sido aún construida la tumba. Le dejamos descubierto en la Iglesia los cuatro días, y se leía sin parar el Santo Evangelio, de principio a fin, una y otra vez, como se acostumbra para un sacerdote. Leímos el Santo Evangelio, y leímos los Trisagia y otras oraciones; oficiamos los servicios, la Liturgia, y él estaba allí en medio de la Iglesia, durante los cuatro días. (Fue realmente Pascua, ¡tan bella y bendita era la atmósfera!) Nadie mostró ningún tipo de histeria. Todos rezaron de manera inspirada. Tenía un amigo, un archimandrita, que acostumbraba a venir al monasterio cada año a pasar algunas semanas durante el verano: el Padre Hierotheos Vlakhos, el que escribió Una noche en el desierto de la santa Montaña. Ahora es Metropolitano. Vino inmediatamente cuando supo que el P. Sofronio había muerto. Él sintió esa atmósfera, y me dijo, “¡Si el P. Sofronio no es un santo, entonces no hay santos!” Había monjes de la Santa Montaña que vinieron a ver al P. Sofronio, pero no le encontraron ya con vida. El P. Tikon de Simonos Petras fue uno de ellos.

    Cada vez que algún griego venía al médico Inglaterra, acostumbraba a venir al monasterio a leer una oración por el P. Sofronio, porque muchos se curaban. Ellos lo explicaban. Dos de ellos, en agradecimiento, incluso construyeron una iglesia en Grecia, dedicada a san Silvano. El segundo o tercer día después de morir el P. Sofronio, vino una familia con un hijo de trece años. Tenía un tumor cerebral, y tenía que operarse al día siguiente. El P. Tikon, de Simonos Petra, vino y me dijo: “Estas personas tienen una gran pena, han venido y no han encontrado al P. Sofronio. ¿Por qué no lees algunas oraciones por el chico?” Yo le dije “acompáñame, ven conmigo y hazme de lector. Leeremos algunas oraciones en la otra capilla”. Fuimos y leímos las oraciones por el muchacho, y al final el P. Tikon dijo: “Sabes, ¿por qué no dices al chico que vaya al ataúd del P. Sofronio? Se curará. Estamos perdiendo el tiempo leyendo las oraciones”. Le dije que no podía hacer eso, porque la gente diría que acaba de morir y ya estamos promoviendo su

  • canonización. “Pero, ¡hazlo!” Yo respondí: “Eres un monje atonita; nadie te dirá nada” Tomó al chico de la mano, y le hizo pasar bajo el ataúd. Al día siguiente, operaron le operaron y no encontraron nada. Volvieron a cerrar el cráneo y dijeron: Diagnóstico erróneo. Probablemente era una inflamación”. Desde Grecia el chico había sido acompañado por un médico que tenía la placa de rayos X donde se mostraba el tumor; me dijo: “Sabemos muy bien qué significa ese “diagnóstico equivocado”. A la semana siguiente, toda la familia del muchacho, que eran de Tesalónica, fue al monasterio a dar gracias a la tumba del P. Sofronio. El chico ha crecido, tiene ahora veintiún años y se encuentra muy bien. Cuando vinieron a dar gracias a la semana siguiente, encontraron en medio de la Iglesia el ataúd de la Madre Elisabet, la más anciana monja del monasterio, de ciento un años. Ella había muerto exactamente trece días después del P. Sofronio. La familia dijo, “Cada vez que venimos encontramos algún difunto en medio de la Iglesia.”

    Esto ha sido algo sobre los últimos días del P. Sofronio. Nunca en mi vida me ha abierto tanto como lo he hecho durante estos días. Perdonadme por ello. Aunque vuestro querido obispo me había advertido que su clero era tan bueno que me harían abrirme, no tomé las precauciones necesarias.

    Palabras finales del obispo Basil: Un signo del amor monástico por los hermanos es ponerse a uno mismo “en peligro”. Agradecemos al P. Zacarías por ponerse en peligro por compartir con vosotros, porque sois sus hermanos presbíteros, aquellas cosas que no compartiría con otros. Y de verdad, tratar esas cosas como lo que realmente son –perlas- y rezad para que Dios le guarde tal como es, y no permita que ningún castigo caiga sobre él por su amor hacia nosotros.