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CAPÍTULO 2 UNA HISTORIA INTELECTUAL PROPIA Pocas personas estudian la política mundial por motivos pura- mente intelectuales. Otras disciplinas, inclusive en las ciencias sociales, ofrecen mejores perspectivas de rigor intelectual y de progreso acumulativo para resolver problemas bien definidos. Al estudiar la política mundial, examinamos las interacciones estratégicas de pequeño número de organizaciones, por lo gene- ral, Estados. Cuando las estrategias de los agentes son potencial- mente Hexplotables" -es decir, cuando el conocimiento de las estrategias de un agente puede permitirle a sus oponentes obtener ganancias a sus expensas- cada parte tiene un incentivo para engañar y superar las expectativas del otro 1. Los estudiosos de política mundial, en consecuencia, enfrentan limitaciones pro pias a la predicción científica y a la explicación plenamente satisfactoria, limitaciones que es difícil que alguna vez supere- mos. Los economistas que examinan el comportamiento estra- tégico de los agentes oligopólicos enfrentan el mismo problema 2. Lo mismo les ocurre a los teóricos del juego, que encuentran que los jugadores interesantes rara vez tienen estrategias únicas, a menos que los demás las tengan 3. La búsqueda de resultados únicos y deterministas de las interacciones estratégicas es una quimera. 1 Robert Axelrod, The Evolution of Cooperation (Nueva York, Basic Books, 1984), Cap. 2. 2 Herbert A. Simon, UFrom Substantive to Proceduran Rationality", en Spiro J. Latsis, comp., Method and Appraisal in Economics (Cambridge University Press, 1976), pp. 129-148. Reproducido en Herbert A. Simon, Models of Bounded Rationality (Cambridge Mass., MIT Press, 1982), po. 424-443. 3 David M. Kreps, "Corporate Culture and Economic Theory" (Stan- ford, Calif., informe inédito, Facultad de Posgrado de Empresas, Stanford University, agosto 1984), pp. 12-19.

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CAPÍTULO 2

UNA HISTORIA INTELECTUAL PROPIA

Pocas personas estudian la política mundial por motivos pura­mente intelectuales. Otras disciplinas, inclusive en las ciencias sociales, ofrecen mejores perspectivas de rigor intelectual y de progreso acumulativo para resolver problemas bien definidos. Al estudiar la política mundial, examinamos las interacciones estratégicas de pequeño número de organizaciones, por lo gene­ral, Estados. Cuando las estrategias de los agentes son potencial­mente Hexplotables" -es decir, cuando el conocimiento de las estrategias de un agente puede permitirle a sus oponentes obtener ganancias a sus expensas- cada parte tiene un incentivo para engañar y superar las expectativas del otro 1. Los estudiosos de política mundial, en consecuencia, enfrentan limitaciones pro pias a la predicción científica y a la explicación plenamente satisfactoria, limitaciones que es difícil que alguna vez supere­mos. Los economistas que examinan el comportamiento estra­tégico de los agentes oligopólicos enfrentan el mismo problema 2.

Lo mismo les ocurre a los teóricos del juego, que encuentran que los jugadores interesantes rara vez tienen estrategias únicas, a menos que los demás las tengan 3. La búsqueda de resultados únicos y deterministas de las interacciones estratégicas es una quimera.

1 Robert Axelrod, The Evolution of Cooperation (Nueva York, Basic Books, 1984), Cap. 2.

2 Herbert A. Simon, UFrom Substantive to Proceduran Rationality", en Spiro J. Latsis, comp., Method and Appraisal in Economics (Cambridge University Press, 1976), pp. 129-148. Reproducido en Herbert A. Simon, Models of Bounded Rationality (Cambridge Mass., MIT Press, 1982), po. 424-443.

3 David M. Kreps, "Corporate Culture and Economic Theory" (Stan­ford, Calif., informe inédito, Facultad de Posgrado de Empresas, Stanford University, agosto 1984), pp. 12-19.

40 ~ Robert O. Keohane

Darse cuenta de que estas limitaciones son propias de nues­tro tema de estudio nos debería volver humildes. No tenemos teorías que puedan explicar plenamente el pasado y por cierto no podemos predecir el futuro. Prospectivamente, parece que supiéramos demasiado poco para dar cuenta de los aconteci­mientos; retrospectivamente, sabemos demasiado, dado que "todo parece importante" y es difícil clasificar la causalidad. El pasado y sus acontecimientos parecen IIsobredeterminados"; el futuro es 11 sub determinado " 4.

La justificación para pasar la propia vida profesional estu­diando la política mundial no puede, en consecuencia, ser pura­mente científica. Por el contrario, es profundamente normativa. Estudiamos la política mundial no porque se someta fácilmente a la investigación científica, sino en razón de que el bienestar humano, la suerte de nuestra especie y el futuro de la frágil ecología global misma dependen de la capacidad de los seres humanos de enfrentar con éxito la interdependencia económica, las armas nucleares y el entorno mundial. Podemos ser incapaces de entender plenamente la política mundial, pero sabemos que nuestra vida y la de nuestros descendientes dependen de ella. Mi propio interés en la cooperación y la discordia internacionales -en especial, las condiciones bajo las cuales los gobiernos desa­rrollan modelos de colaboración- refleja mi aversión personal por el conflicto y la violencia y mi creencia en la capacidad de los seres humanos, a través de una combinación de razón y empatía con los otros, para mejorar el mundo. Soy un hijo del Iluminismo, un hijo enmendado, por cierto, pero sin embargo un creyente en la posibilidad del progreso, si bien en ningún sentido en su inevitabilidad.

INFLUENCIA FAMILIAR Y EDUCACION FORMAL

Mi acercamiento a la política mundial está arraigada en mis valores, y éstos los aprendí principalmente de mi familia. Mi padre, Robert E. Keohane, enseñó en la Universidad de Chicago y luego en el Shimer College de Mount Carroll, Illinois, a 260 kilómetros al oeste de Chicago. Era un especialista en ciencia social que combinaba un profundo amor por la historia con un compromiso por la educación universitaria básica. Leía mucho y en profundidad historia y literatura; era un brillante profesor que ganó un importante premio de enseñanza en la Universidad de Chicago, y también un ejemplo de curiosidad intelectual e integridad. Si bien nunca se convirtió en un importante inves-

4 James Kurth planteó este punto en un informe inédito alrededor de quince años atrás.

Una historia intelectual propia ~ 41

tigador, su mente era mucho más interesante y su conversación más iluminadora que la de muchos investigadores famosos que ulteriormente conocí. Su ejemplo me ha servido cOIp.O adverten­cia contra ciertos pozos de profesionalismo en nuestro campo, tales como un enfoque exclusivo de una gama estrecha de pro­blemas, a costa de lecturas extensas fuera de la propia espe­cialidad; contra el desprecio por la enseñanza y por quienes enseñan y contra las tentaciones de aparentar que uno entiende más de lo que realmente entiende y publicar cuando uno no tiene nada que decir. Me quedo corto respecto de su ejemplo en algunas de estas dimensiones, pero la conciencia de los defec­tos puede ser un valor en sí mismo.

Mi madre influyó en mis valores aun con más fuerza de lo que mi padre afectó mi desarrollo intelectual. Mary Pieters Keohane nació en el Japón, hija de un misionero holandés re­formado y descendiente de una larga lista de ministros calvi­nistas. Tras haber rechazado el calvinismo ortodoxo tempra­namente durante su vida adulta, dirigió su energía moral a mejorar el mundo humano y natural. En la década de 1930 era socialista demócrata, hasta que Franklin D. Roosevelt la con­virtió al Partido Demócrata; a lo largo de toda su vida trabajó y habló en defensa de la justicia social, los derechos civiles y la paz, y durante la última década de su vida fue especialmente activa como ambientalista. En una carrera consagrada a mejorar la educación que se impartía en la escuela secundaria en lo relativo al gobierno y la instrucción cívica, fue la principal autora (con mi padre y un colaborador) de dos textos de escuela se­cundaria; enseñó en la escuela pública de Los Angeles, Chicago y Morrison, Illinois, por un total de alrededor de quince años, y durante aproximadamente cinco años se comprometió en la for­mación de profesores.

Entré en el Shimer College, donde mi padre enseñaba, a los dieciséis años, después de dos años en la escuela secundaria rural local. El Shimer College en 1957 era un diminuto retoño de la Universidad de Chicago, esta misma establecida bajo el rectorado de Robert Maynard Hutchins como entidad separada de los de­partamentos de graduados; tenía su propio cuerpo de profesores y su propio curriculum, centrado en los "Grandes libros" de la cultura occidental. Dado que Hutchins tenía una mala opinión de la educación secundaria norteamericana, los estudiantes ' bri­llantes -"ingresantes adelantados"- sólo eran admitidos des­pués de sólo dos años de escuela secundaria, a los dieciséis años o menos. En términos de mero C.L estos ingresantes adelanta­dos (que constituían alrededor de un tercio de los estudiantes) tenían un nivel más alto que muchas promociones de graduados en universidades de primer nivel de hoy. El cuerpo de profesores incluía un amplio conjunto de brillantes desconocidos, experi-

42 ~ Robel't O. Keohane

mentados y consagrados transmisores de los Grandes Libros que, por una variedad de motivos personales, nunca se habían conver­tido en profesionales exitosos. Desde el punto de vista intelectual, yo estaba principalmente atraído por la historia y especialmente por las humanidades: por Tucídides, la descripción de Trotsky de la Revolución Rusa, la estética de Aristóteles y James J oyce. Pero una vida consagrada a la crítica literaria o al estudio his­tórico no era congruente ni con mi compromiso con el mejo­ramiento social ni con mi costado activista. Para combinar mis preocupaciones políticas y sociales con mis intereses en el estudio y la reflexión, parecía natural -quizás demasiado natural, dados mis antecedentes- que asistiera a la escuela de especialización en ciencia política.

En realidad, no elegí Harvard entre otros departamentos de ciencia política; fui a Cambridge por mi ignorancia de las alternativas y por mi irreflexiva aceptación de la mística de Harvard. No me presenté a Yale, que probablemente tenía en ese momento el departamento de ciencia política más distinguido del mundo. Berkeley, donde mi madre y mi padre se habían graduado como licenciados, me ofreció una beca de tres años, muy superior a la que me habrían ofrecido en cualquier otro lado. Pero cuando recibí la beca Woodrow Wilson de un año, y cuando Harvard me aceptó, la suerte quedó echada. Para mi familia, Chicago era ula Universidad" y a Berkeley la amaban y la res­petaban, pero Harvard era el pináculo todavía inalcanzado. La mitología no está ausente ni siquiera en las vidas más racionales.

Entré en Harvard en el otoño de 1951, sabiendo algo de la cultura occidental, bastante de la política norteamericana con~ temporánea y muy poco de ciencias sociales modernas y de cómo manejarme con los taxistas de Boston. Sin embargo, como uno de mis maestros, ahora amigo mío, me dij o hace poco, parecía que yo, a los veinte años, estaba tremendamente apurado. Estaba tremendamente apurado, impulsado no tanto por el deseo de empezar mi carrera sino por el miedo de no terminar mi doc­torado. Mi padre, a pesar de su brillantez y su amplia investiga­ción sobre la Segunda Internacional, nunca terminó su tesis y el espectro de repetir su experiencia ejerció una indebida influen­cia en mi vida de Harvard.

Así que, a pesar de mi trasfondo relativamente débil en ciencias sociales, terminé el trabajo para mi doctorado en poco más de cuatro años, escribiendo una tesis sobre Política en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Avanzar tan rápido parecía una buena idea en el momento, pero retrospectivamente lo considero un gran error. En Harvard me familiaricé con los rudimentos de la bibliografía sobre relaciones internacionales y con la historia del pensamiento político clásico. Asesorado por

Una historia intelectual propia ~ 43

Stanley Hoffmann, quien fue un supervisor de tesis muy coope­rador, pasé un año en Nueva York entrevistando a delegados de las Naciones Unidas sobre las fuentes de la influen~ia política en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Mi tesis fue bien considerada por el departamento en ese momento y formulé al­gunas preguntas interesantes, exhibiendo una captación del toma y daca de la negociación política. Pero no era ni teórica ni me­todológicamente ambiciosa. Dado que no exigía trabajo de campo en el exterior o familiaridad con lenguas extranjeras, fracasé en desarrollar un conocimiento profundo de otra sociedad, lo cual me habría hecho un observador más astuto de las relaciones internacionales. Y la velocidad con la cual pasé por los estudios de posgrado me impidió desarrollar las amistades íntimas per­sonales e intelectuales que a menudo se forman allí; tampoco llegué al punto de hablar con mis profesores como pares, apenas como un estudiante con un miembro del claustro docente. El estudiante de doctorado promedio puede tomarse demasiádo tiempo para obtener su diploma; yo no me tomé suficiente. Como Henry Adams, dejé Harvard sin haber obtenido todavía educación alguna.

MI TRAYECTORIA PERSONAL, 1965-1988

Hasta este punto, mis elecciones de college y de Universidad para hacer mis estudios de posgrado difícilmente habían sido elecciones: fui a Shimer porque aceptaba ingresantes adelantados y porque mi padre enseñaba allí; asistí a Harvard por su aura en mi hogar. Que me beneficiara de ambas insti tuciones fue mera suerte. Pero en 1965, de hecho, tomé una decisión correcta por las razones correctas.

La mitad de los años sesenta fue una época de apogeo de las universidades y de los doctores recién recibidos o a punto de recibirse. Consecuentemente, tuve ofertas de cargos de iniciación en instituciones de primer niv.el: Harvard, la Universidad de Wis­consin y Swarthmore. Si bien me gustaba Stanley Hoffmann, no había disfrutado especialmente mis años de doctorado en lo que entonces era el entorno bastante formal y anómico de la Univer­sidad de Harvard: respecto tanto de la excitación intelectual de las conversaciones entre estudiantes como de la interacción entre alumnos y profesores, Harvard perdía en la comparación con la Universidad desconocida en medio de los maizales de la cual venía. Más específicamente, tenía la suficiente sensatez como para darme cuenta de que sería un error empezar mi carrera donde había sido estudiante de doctorado. Los miembros del claustro de profesores me seguirían viendo como un estudiante avanzado, más que como un colega, e inevitablemente siempre

44 Q- Robert O. Keohane

estaría mirando por arriba del hombro para ver si Hoffmann y los demás aprobaban mi trabajo. Quizás reconocía mi propia juventud (tenía veinticuatro años) e inmadurez.

Wisconsin estaba demasiado cerca de mi hogar y era dema­siado frío en el invierno. También me sentía intimidado frente a la perspectiva de dar conferencias ante grandes audiencias y de enseñarle a alumnos de pos grado los aspectos de la enseñanza que ahora disfruto más. Swarthmore tenía un pequeño depar­tamento de primer nivel dirigido por J. Roland Pennock, y entre sus miembros incluía a Kenneth N. Waltz, cuyo Man, the State, and War (El hombre, el Estado y la guerra) ya era famoso con justicia 5. Parecía un buen lugar para procurarme mi propia educación.

Se ha convertido en un cliché que uno nunca conoce un tema hasta que lo ha enseñado. En Swarthmore aprendí sobre el campo de la política internacional enseñándola, a menudo en seminarios excepcionales que contaban con un grupo de entre cuatro y ocho estudiantes brillantes, seminarios que habitual­mente empezaban a las 13.30 y duraban hasta las 17.30 o las 18. Nadie que haya pasado por esa experiencia olvida jamás la intensidad de la discusión de los informes de los estudiantes, la emoción de descubrir nuevas reflexiones o la camaradería que puede desarrollarse no sólo entre estudiantes sino entre estu­diantes y miembros del claustro docente. Siempre he pensado que mi formación de posgrado tuvo lugar principalmente en el Swarthmore College.

Swarthmore esperaba logros de investigación de sus profe­sores, pero no hacía las enormes y a menudo irracionales deman­das propias de las universidades respecto del volumen de los resultados de especialización. En consecuencia, me vi librado del síndrome extremo "publicar o perecer" que pone insólita presión en la gente joven (especialmente la que tiene obligaciones familiares) y puede arruinar más que desarrollar la creatividad. Irónicamente, había ido a Swarthmore en parte debido a que me veía más como un profesor, como mi padre, que como un investigador. Justo antes de mi llegada a Swarthmore, varias divisiones de tropas norteamericanas habían sido enviadas a Vietnam y pronto me vi profundamente envuelto en política, pasando casi toda la primavera de 1968 y gran parte de 1969-1970 dirigiendo campañas políticas en nuestro distrito parlamentario local, primero para Eugene McCarthy, luego para un candidato antibelicista al Senado. Si los candidatos que yo apoyaba hubie­ran tenido más éxito, mi carrera seguramente hubiera adoptado una dirección totalmente diferente en este punto.

5 Kenneth Waltz, Man, the State, and War (Nueva York, Columbia University Press, 1959).

Una historia intelectual propia ~ 4S

Mis primeros tres o cuatro años en Swarthmore estuvieron a sí consagrados principalmente a enseñar, aprender y hacer polí­tica. No teniendo que publicar o dejar de lado las esperanzas de una cátedra estable, adopté una postura crítica respecto de mi tesis en dos artículos que se basaban en ella.

Desde mis años como estudiante de posgrado, había sido crítico respecto de la escuela del realismo político, en ese mo­mento predominante, tal como la representaban de forma elocuen­te (si bien confusa) los trabajos de Hans J. Morgenthau. Mi motivo originario para estudiar la Asamblea General de las Na­ciones Unidas era asegurarme de si su contexto institucional afectaba de forma significativa los resultados de las relaciones interestatales que tenían lugar en las Naciones Unidas. ¿Eran las potencias y los intereses todo el asunto o también importaban las instituciones? Si bien no planteaba este tema en términos explícitos ni usaba la teoría de las ciencias sociales para explo­rarlo, este enigma estaba en mi mente en 1964, y desde entonces ha seguido siendo un tema de mis trabajos.

Enseñar política exterior norteamericana en Swarthmore me alertó respecto de lo que parecía ser otra anomalía del realismo en la década de 1960: aquello a lo que llamaba Hla gran in­fluencia de los pequeños aliados" en 1971 6. ¿Por qué España, China Nacionalista e Israel -e implícitamente Vietnam- pare­cían ejercer tanta influencia en Estados Unidos? Mi primer año de licencia llegó pronto, en 1968-1969, bajo la esclarecida polí­tica de Swarthmore de dar un año de licencia con medio sueldo cada cuatro años y debido también a la inauguración del pro­grama de Becas de Asuntos Internacionales del Consejo de Re­laciones Exteriores. Pasé el año en Washington investigando sobre la influencia de los pequeños aliados de Estados Unidos en la política norteamericana · y trabajando durante seis semanas en la oficina del subsecretario del Departamento de Estado, mi única experiencia entonces y siempre en el gobierno.

Entre tanto, como lo ha dicho Joseph S. Nye, entró a jugar la fatalidad cuando a él y a mí, junto con otros especialistas más jóvenes, se nos pidió que nos uniéramos al Consejo de Redacción de lnternational Organization. Los miembros ante­riores de dicho consejo, bien pueden haberse quedado desolados por las consecuencias de su decisión, en la medida en que sus nuevos colegas procedieron, en cinco o seis años, a reconstruir totalmente el consejo. Si bien los viejos miembros del consejo pagaron un alto precio, volverme miembro del consejo de 10 fue un momento capital de mi carrera profesional. Marcó el punto de transición entre orientarme principalmente hacia una

6 Keohane, "The Big Influence of Small Allies", Foreign Policy, N'" 2 (primavera 1971).

46 ~ Robert O. Keohane

comunidad intelectual y política particular, por un lado, y princi­palmente hacia el 11 colega invisible", especialista en investigación y estudio de las relaciones internacionales, por el otro. Joe Nye fue la persona más importante en esta reorientación.

Quiero decir unas palabras acerca de nuestra relación perso­nal y su efecto en mí, no sólo porque es esencial en esta narración sino también porque dice algo acerca de la colaboración en ciencias sociales. J oe Nye es casi cinco años mayor que yo y en 1969, cuando empezamos a colaborar activamente, era más que cinco años más maduro. Yo tenía algunas ideas interesantes, pero . no estaban insertas en un marco general; él también tenía ideas igualmente interesantes, pero también tenía más idea de cómo se articulaban y cómo se relacionaban tanto con la ortodo­xia realista como con las preocupaciones políticas. Arregló que yo fuera al Centro de Asuntos Internacionales de Harvard durante 1972, de manera que pudiéramos trabajar en estrecho contacto. Más aún, él sabía, cosa que yo no, cómo construir una agenda para trabajos de investigación, es decir, cómo delinear tareas de forma progresiva, las cuales llevaran de ideas a artículos y a libros. Eramos socios plenamente iguales y ambos nos benefi­ciamos de nuestra colaboración en lo personal tanto como en 10 intelectual; pero en un sentido profesional, estoy seguro de que obtuve más de Joe que lo que él obtuvo de mÍ.

Una colaboración a tal punto estrecha es en muchos sen­tidos como un matrimonio. Para tener éxito, descansa en un profundo respeto mutuo y confianza. Como lo dijimos en el pre­facio a Power and Interdependence (Poder e interdependencia): l/Los amigos a menudo nos han preguntado cómo nos las arre­glábamos para colaborar tan intensamente a lo largo de un período tan largo de tiempo. La respuesta breve es: tragáridonos el orgullo mientras rompíamos nuestros mutuos capítulos" 7.

Sin respeto mutuo -y por cierto carlño- una dura crítica mutua puede volverse imposible. Este fracaso en comprometerse a críticas mutuas lleva a Huna colaboración del menor deno­minador común" I tan dolorosa para el lector como para los autores. Nuestra colaboración era tan estrecha que no tiene sen­tido preguntar "quién escribió" cada capítulo, porque cada uno de ellos pasó por cuatro u ocho borradores y muchas largas sesiones de discusión y revisión, generalmente en la casa de Nye en Lexington Green. Otros pueden juzgar el éxito o el fra­caso intelectual; nosotros podemos juzgar nuestro éxito personal.

En 1973 yo estaba listo para dejar Swarthmore. Por exci­tante que fuera enseñarle a estudiantes brillantes, estaba listo para nuevos desafíos y para el entorno más diversificado de

7 Keohane y Joseph S. Nye, Power and Interdependenee: World Po­lities in Transition (Boston, Little, Brown, 1977), p. ix.

Una historia intelectual propia ~ 47

una gran universidad. De manera que cuando Stanford me pidió que dirigiera un nuevo programa de grado de relaciones interna­cionales y le ofreció un cargo para enseñar teoría política a mi esposa, Nan Keohane, nos mudamos a California. Durante mis primeros dos años y medio en Stanford se fundó una especiali­zación de grado en relaciones internacionales (que todavía sigue atrayendo una gran cantidad de estudiantes), empecé a enseñarle a graduados con la ayuda y la colaboración de Alexander George y Robert North, y Joe Nye y yo terminamos Power and Interde­pendence (Poder e interdependencia). En 1974 empecé el primero de mis seis años como editor de International Organization, un cargo desde el cual pude observar el rápido crecimiento de tra­bajos sobre economía política internacional y ejercer alguna in­fluencia sobre ella yo mismo.

Mi interés en economía política concretamente se remite a mis años en Swarthmore, donde en 1970 había dictado un curso sobre empresas multinacionales con Van Doorn Ooros, un economista internacional que luego se embarcó en una dis­tinguida carrera en el gobierno. Van Ooms hizo todo lo que pudo para enseñarme algo de economía, área en la cual casi no tenía preparación formal; sin duda me intrigó con la lógica económica y las estrategias de los negocios internacionales y escribimos dos artículos juntos. Mi investigación para Power and Interdependence más adelante me llevó a leer ampliamente sobre la historia de la economía política internacional durante el siglo xx. De manera que en 1976 volví a este tema, reflexio­nando sobre las consecuencias políticas de los consejos econó­micos y en 1977-1978 pasé un año en el Centro de Estudios Avanzados de Ciencias del Comportamiento, en Stanford, tra­bajando en la orientación en la política económica norteameri­cana, el tema de la coordinación de políticas internacionales y la política internacional de la inflación 8.

Retrospectivamente, algunos de mis trabajos de este período parecen carecer de un tema incisivo u original. Por cierto, cual­quier conjunto de relaciones económicas tiene una dimensión política, una dimensión no sólo clara para Albert Hirschman, Karl Polanyi y J acob Viner en los años cuarenta, sino brillante­mente analizada por todos ellos 9. Más aún, en Power and Inter­dependence Nye y yo ya habíamos buscado tlintegrar el realismo

8 Keohane, IlEconomics Inflation and the Role of the State: Political Implications of the McCraken Report", World Politics, 31 (1978), pp. 108-128.

9 Albert O. Hirschman, National Power and the Structure of Foreign Trade (Berkeley, University of California Press, 1945, 1980); Karl Polanyi, The Great Transformation (Boston, Beacon Press, 1944, 1957); J acob Viner, uPower vs. Plenty as Objectives of Foreign Policy in the Seventeenth and Eighteenth Centuries", World Polities, vol. 1 (octubre 1948), pp. 1-29.

48 ~ Robert O. Keohane

y el liberalismo usando una concepClon de la interdependencia que se centrara en la negociación" 10. Un trabajo ulterior sobre la economía política internacional corría el riesgo de ser sólo un conjunto de extensas notas de pie de página a Power and Inter­dependence.

Cuando empecé a centrarme más explícitamente en la coor­dinación política, sin embargo, surgió un nuevo enigma analítico. Nuevamente empecé expresando mi insatisfacción con la ortodo­xia Realista. Si el énfasis Realista en los conflictos de interés y poder era correcto, ¿cómo podía persistir tanta cooperación en la política mundial durante la década de 1980? Después de todo, los recursos relativos de poder económico de Estados Unidos habían declinado desde la década de 1950 respecto de Europa, y todavía seguían declinando respecto del Japón. No presumía que el poder norteamericano estuviera viniéndose abajo, o siquiera que esta declinación fuera uniforme: el Capítulo 9 de Alter H egemony (Después de la hegemonía) se titulaba liLa declinación incompleta de los regímenes hegemónicos" (he agregado la bas­tardilla) 11. Sin embargo, en un mundo realista uno debería haber esperado una discordia agudamente incrementada e inclusive la formación de bloques económicos, como lo habían predicho pro­minentes especialistas durante las perturbaciones de principios. y mediados de la década de 1970. El hecho de que la cooperación persistiera -inclusive aumentada, como en la energía; a veces bajo grandes tensiones, como en el comercio- parecía descon­certante.

No tuve claves para este enigma hasta el final de mi licencia de un año. En el verano de 1978 estuve presente en una reunión en Minnesota con Charles Kindleberger, el famoso economista internacional, quien empezó a hablar de las consecuencias para las relaciones internacionales de las teorías de los costos de las transacciones, la incertidumbre y el riesgo. A mi vuelta a Stanford empecé a pensar más explícitamente acerca de lo que llamaba, en un informe de trabajo de julio de 1978, "externalidades y riesgos de la coordinación política internacional". En 1979, Timo­thy McKeown era un estudiante de posgrado en Stanford, que trabajaba con James Marcha tanto como conmigo. McKeown aceleró mi proceso de aprendizaje introduciéndome en parte de la bibliografía contemporánea sobre microeconomía. Así es como los estudiantes a veces les enseñan a sus profesores más de lo que sus profesores les enseñan a ellos. De manera que empecé a leer libros de autores tales como George Akerlof, Ronald Coase y

10 Keohane y Joseph S. Nye, tlPower and Interdependence Revisited", International Organization, vol. 41 (otoño 1987), p. 733.

11 Keohane, After H egemony: Cooperation and Discord in the World Political Economy (Princeton, N. J., Princeton University Press, 1984).

Una historia intelectual propia ~ 49,

Oliver Williamson y a pensar acerca de sus consecuencias para las relaciones internacionales 12 . James Rosse, un colega del campo económico y decano asociado (ahora administrador) de Stanford, me prestó un conjunto invalorable de informes reproducidos para su curso sobre organización industrial. Para fines de 1979 había tomado ciertas notas para un informe posible sobre /lriesgo, información y regímenes internacionales", que se convirtió en /lThe Demand for International Regimes" (La demanda de regí­menes internacionales), el cual a su vez formó la base para el centro analítico de After Hegemony (capítulos 5 y 6) 13.

Para mí fue un excitante descubrimiento que los regímenes internacionales pudieran ser explicados de modos paralelos a la moderna teoría de la empresa, que los fracasos del mercado polí­tico surgiesen de los costos de las transacciones y de la incerti­dumbre y que estos fracasos pudieran corregirse, con beneficio­para todos los participantes, a través de instituciones interna-­cionales. Todavía puedo sentir el sentimiento de alivio en mi oficina del cuarto piso en Stanford en diciembre de 1979, cuando­entreví la importancia de las teorías de las organizaciones indus­triales para la comprensión de los regímenes internacionales. Una_ súbita comprensión tal sólo me ha oC,urrido una vez en mi carrera, pero diciembre de 1979 fue un momento crítico para mí: antes de entonces, no estaba seguro de cuáles eran los temas clave; después, tuve una imagen evidentemente vaga pero­sin embargo apremiante que me guiaba. Y si bien otros pueden opinar de forma diferente, considero el haber hecho esta conexión_ una de mis contribuciones más importantes al estudio de la política mundial.

No declaré en el momento de mi revelación que tila eficacia lo es todo", ni que el principio racionalista era perfectamente­iluminador; se me había instruido demasiado en Harvard acerca de la significación de la política del poder y de las vaguedades de­la historia humana para caer en ello. Por cierto, algunos amigos han pensado que durante la década de 1980 retrocedí y me incliné­para expresar mi respeto por el realismo y el neorrealismo. Algunos inclusive me han identificado como IIneorrealista", a

12 George Akerlof, ilThe Market for Lemonts", Quarterly Journal of Economics, vol. 24 (abril 1970), pp. 175-181; Ronald H. Coase, "The Nature of the Firm", Economica, vol. 4 (1937) , pp. 386-405; Coase, ilThe Problem of Social Cost", Journal of Law and Economics, vol. 31 (1960), pp. 1-44; Oliver Williamson, ilA Dynamic Theory of Interfirm Behavior", Quarterly ­Journal of Economics, vol. 79 (1965), pp. 579-607; Williamson, Markets and­Hierarchies: Analysis and Anti-Trust Implications (Nueva York, Free Press, 1975).

13 Keohane, ilThe Demand for International Regimes", Internationat Organization, vol. 36 (1982), pp. 325-356 (también Capítulo 5 de este­volumen).

,50 P. Robert O. Keohal1e

pesar de mi auto identificación explícita como crítico de tal 'punto de vista 14.

Para principio de 1980 me había formado la idea de un libro sobre cooperación internacional que trataría el enigma de la cooperación bajo condiciones de hegemonía en declinación y -que utilizaría las teorías del fracaso de mercado para procurar resolver dicho enigma. Me llevó casi cuatro años elaborar el planteo, completado con capítulos de la economía política inter­nacional de posguerra, para lo cual había empezado mi investi­gación durante 1977-1978.

Entre tanto, a Nan se la designó inesperadamente rectora ,del Wellesley College. Un viaje diario de 6.000 kilómetros no nos atraía a ninguno de los dos, especialmente porque en ese momento teníamos tres hijos viviendo con nosotros. Tuve la suerte de que me ofrecieran un cargo en la Universidad Brandeis, también al 'oeste de Boston, y así pudimos mudarnos juntos al este en 1981. En Brandeis los estudiantes eran interesantes, y mis colegas, en 'especial Robert Art y Susan Okin, eran estimulantes y coopera­"ban. Piadosamente relevado de mi presidencia del departamento 'enStanford después de sólo un año, pude concentrarme en mi 'manuscrito. Brandeis ofrecía 'un entorno acogedor para probar -mis ideas, tanto como suficiente tiempo para avanzar con mi redacción. Si bien me había mudado a Brandeis por motivos personales más que profesionales, resultó ser un productivo cam­'bio de lugar.

En 1985 -veinte años después de alejarme hacia Swarth­'more- acepté un cargo en un profundamente cambiado Depar­tamento de Gobierno de Harvard, ahora a la vez más congruente "en lo personal y más vibrante intelectualmente de lo que la había encontrado como estudiante de posgrado. A pesar de mi 'cariño por Brandeis, la oportunidad de volver a Harvard -donde tanto la calidad de los estudiantes como la riqueza del entorno "intelectual no tienen parangón- fue irresistible.

"ENIGMAS Y POSIBILIDADES FUTURAS

'Ningún viaje intelectual es suave, dado que la confusión es una '-condición necesaria para el descubrimiento. Pasé gran parte de mi vida intelectual tan confundido que no podía siquiera des-

14 Keohane, UTheory of World Politics: Structural Realism and Be­'yond", en Ada Finifter, comp., Political Science: The State of the Disci­pline (Washington, D.C., American Political Science Association, 1983, 1986), 'pp. 503-540, reproducido en Keohane, N eorealism and 1 ts Critics (Nueva -York, Columbia University Press, 1986), pp. 158-203 (también Capítulo 3 --de este volumen).

Una historia intelectual propia ~ 51

cribir las preguntas que quería responder .. Según se ha dicho, Gertrude Stein preguntó en su lecho de muerte: "¿Cuál es la respuesta?" Cuando sus amigos no pudieron darle ,una, dijo: l/Bien, entonces, ¿cuál es la pregunta?" Entender la pregunta adecuada en la cual centrarse a menudo es la parte más difícil de un proyecto de investigación de política internacional. Pro­bablemente llegó el año 1973 antes de que Joe Nye y yo nos diéramos cuenta de que nuestro tema clave podía plantearse' en términos de la relación entre el poder político y la interde­pendencia económica; llegué a principios de 1980 antes de poder­plantear mi pregunta de investigación en términos claros: ¿por­qué la cooperación internacional institucionalizada persiste cuan­do declina la hegemonía? En cada caso, tres o cuatro años de investigación y -pensamiento confuso le precedieron al planteO' de la pregunta y una similar longitud de tiempo fue necesaria para completar el estudio una vez que la pregunta se había vuelto -clara. La esencia del' descubrimiento se ve profundamente­perturbada por preguntas sobre las cuales uno es supuesta­mente experto.

Desde la finalización de After Hegemony, he estado bus-­cando una forma de superar esta teoría bastante rudimentaria de cooperación internacional. Decir que los regímenes interna­cionales facilitan la cooperación reduciendo la incertidumbre y que los gobiernos se conforman a los mandatos de los regímenes-o en gran medida preocupados por ' la reputación, todavía tiene' sentido para mí. Pero esta formulación no es demasiado precisa,. y no nos lleva demasiado lejos. Un enfoque posible para una· precisión mayor sería usar rigurosamente la teoría de los juegos y no ya metafóricamente, pero la teoría de los juegos no ofrece' predicciones únicas, inclusive en las situaciones simples más interesantes, y es sólo de valor heurístico para quienes intentan entender situaciones multilaterales complejas. Como resultado· de mi compromiso con un intento colectivo por entender lila cooperación en anarquía" a través del uso de simples preceptos derivados de la teoría de los juegos, llegué a la conclusión de' que era poco probable que una mayor formalización de la teoría de los juegos pudiera dar una estructura clara para una investi­gación precisa y reflexiva sobre la política mundial y, en cualquier­caso, que no estaba equipado intelectualmente y por tempera­mento era poco adecuado para hacer una contribución a esa' empresa 15. El empleo de la teoría de los juegos sólo destacaba la importancia del contexto dentro del cual los juegos tienen

15 Kenneth A. Oye, comp., Cooperation Under Anarchy (Princeton, N. J ., Princeton University Press, 1986). Se trata del ejemplar especial deF. otoño de 1985 de World Polities. .

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lugar y las percepciones que afectan la toma de decisiones en ',si tuaciones ambiguas 16.

Con la ayuda de una beca de la Fundación Ford, en 1985-1986 y 1986-1987 codirigí una serie de seminarios en Harvard-MIT sobre instituciones internacionales y cooperación, y organicé una

·conferencia sobre dicho tema con especialistas de todo el país. Estos encuentros y las necesidades de mis estudiantes de pos­grado de Harvard reforzaron mi incipiente enfoque de que el siguiente paso importante para entender la cooperación inter-

· nacional tendría que incorporar plenamente la política interna en ·el análisis, no sobre una base meramente ad hoc sino sistemá­ticamente. También me llevaron de forma más fundamental a una nueva conciencia de las limitaciones de una teoría estática como la que empleaba en After H egemony. La política mundial de­pende de un camino, como lo señaló Paul David en la conferen-cia: el lugar donde estamos depende no sólo del estado de factores demográficos, institucionales, económicos y militares, sino tam­bién de cómo llegamos allí y cómo llegamos allí puede en sí mismo haber sido fuertemente afectado por el azar o por aconte-

·cimientos coyunturales 17.

En estos seminarios, H(!yward Alker repetidamente planteó "una afirmación más: que los estudiantes de relaciones interna­cionales deben tomar en cuenta la historicidad. Tal como yo lo '. entiendo , la historicidad se refiere al proceso social de reflexión sobre la experiencia histórica que sufre la sociedad humana. Este proceso social altera la comprensión que tienen las socie-

·dades de sí mismas y, por ello, las acciones en las cuales se involucran. "El sentido importa". Como resultado, las descrip­ciones económicas ahistóricas de la acción humana, que le atribuyen a sus miembros funciones de utilidad que no cam-

-bian, fracasan en captar la naturaleza ' esencialmente histórica y refleja de la vida humana colectiva.

Ahora estoy intentando enfrentarme con la política interna, 'la dependencia del camino y la historicidad en mis reflexiones sobre cómo los modelos de cooperación internacional cambian. ¿Por qué las relaciones entre ciertos países, o los acuerdos multi­

'laterales respecto de temas particulares, se caracterizan por una · congruencia general con los acuerdos internacionales, mientras que en otras relaciones la significación de los compromisos pa­sados está mucho menos asegurada? Si uno creyera en la visión Realista del mundo, la adecuación sería extraña, dado que los 'intereses cambiantes y las relaciones de poder también cambian-

, · 16 Robert Axelrod y Keohane, 11 Achieving Cooperation Under Anarchy: • Strategies and Institutions", en Kenneth A. Oye, comp., Cooperation Under Anarchy (Princeton, N. J., Princeton University Press, 1986).

17 Paul A. David, llThe Economics of QWERTY", American Economic .Review, vol. 75 (1985), pp. 332-337.

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tes deberían convertir en obsoletos a los acuerdos. "Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben", les decían los enviados atenienses a los habitantes de M~los, según Tucídides; y Bethmann-Hollweg en 1914 describía el tratado que garantizaba la neutralidad de Bélgica como "un pedazo de papel". En After H egemony confiaba en responder esta pregunta sobre la reciprocidad con sus implicaciones de represalia y sobre la preocupación de los gobiernos por su reputación. Pero la reci­procidad no se aplica bien entre los que son desiguales en el poder y no todas las reputaciones valiosas implican que se trate de socios confiables: puede ser útil a veces tener una repu­tación de egoísta o de tramposo. Sospecho que se puede en­contrar mejores respuestas a esta pregunta si observamos de manera más estrecha la forma en que se intersectan la política internacional y la interna o la relación entre ley interna e inter­nacional.

En cualquier caso, la pregunta central que ahora me intriga puede formularse de la siguiente manera: ¿por qué y bajo qué condiciones los gobiernos toman con seriedad los acuerdos inter­nacionales en un mundo de anarquía? Debemos llegar a entender no sólo por qué los gobiernos toman sus compromisos con seriedad sino también cuáles son las fuentes de variación en esta deferencia a los compromisos. ¿ Por qué algunas relaciones se desarrollan, a lo largo del tiempo, de forma tal que cada partido toma seriamente los acuerdos, aun cuando no siempre se adecuan perfectamen te a sus términos, y por qué otras relaciones no se desarrollan de esa forma? Aun el mismo país puede comportarse de forma diferente en contextos diferentes: consideramos el con­traste entre el comportamiento norteamericano en el siglo XIX respecto de sus acuerdos con Gran Bretaña, por un lado, y su comportamiento hacia sus tratados con los indios o sus acuerdos de inmigración con China, por el otro. Ahora estoy trabajando sobre la política exterior norteamericana con este enigma en mente. Pero si algún trabajo publicado surge de esto, la pregunta puede ser diferente; todavía no me resulta claro que ésta sea la pregunta correcta o la forma correcta de plantearla.

Si tengo la suerte suficiente como para tener una vida de duración normal, ahora estoy casi exactamente en el punto medio de mi carrera profesional. Veintitrés años atrás estaba ense­ñando mi primer semestre en Swarthmore; de aquí a veintitrés años, si mi destino personal lo permite, la guerra mundial se ha evitado y las instituciones políticas y educativas sobre las cuales descansa nuestra vida persisten, tendré setenta años y estaré cerca de la jubilación. De manera que esto no es una autobiografía sino, más bien, una mirada hacia atrás y hacia adelante desde el punto medio.

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Si parece presuntuoso revisar mi propio pasado, sería ab­surdo intentar prever mi futuro. Afortunadamente, el celo vital a menudo descansa en lo inesperado. Cuando uno contempla el futuro, la esperanza y los ejemplos pueden ser más útiles que la experiencia o la lógica. La esperanza es necesaria porque nos permite superar la desesperación a que el análisis racional, proba­bilístico, a menudo puede llevarnos. Los ejemplos son esenciales porque nos permiten imaginar nuestro futuro en términos per­sonales, dándonos algo específico por lo cual esforzarnos. Además de los ejemplos de Hoffmann y Nye, un especial modelo para mí lo representa Ernst Haas, de la Universidad de California en Ber­keley, cuyo alumno habría sido si la mística de Harvard no me hubiera dado vueltas en la cabeza. Haas ejemplifica el tipo de vida académica en la cual creo: compromiso con valores huma­nistas, cosmopolitas y ecológicos; persistencia en buscar temas de investigación coherentes (en su caso, la investigación sobre cómo la gente y las organizaciones aprenden a afrontar los problemas de la interdependencia internacional); el apoyo a sus alumnos actuales y pasados y la disposición a admitir la intriga y la confusión al intentar enfrentarse con problemas teóricos difíciles que no puede resolv.er satisfactoriamente.

Reflexionar sobre la carrera de Ernie Haas me lleva a mi planteo inicial sobre los valores. Si aprendemos más acerca de los procesos por los cuales los compromisos internacionales se toman con seriedad, podemos entender mejor las condiciones bajo las cuales la cooperación no sólo se realiza sino que se institucionaliza y se acumula. No toda la cooperación tiene fines válidos, los gobiernos a menudo cooperan para hacer la guerra, para explotar a otros y para ocultar los efectos de sus depre­daciones. Pero creo que la cooperación internacional, si bien no suficiente, es una condición necesaria para la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad en el siglo XXI. Sigue siendo, en consecuencia, un tema válido acerca del cual sentirse intrigado y confuso.