second chance summer - morgan matson

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Staff Moderadora:

Andreani

Traductoras: Monikgv

Panchys

Amy

vane-1095

Marie.Ang Christensen

Majo_Smile ♥

♥...Luisa...♥

Danny_McFly

Mlle. Janusa

Madeleyn

kass

Annabelle

LizC

Juli_Arg

Max Escritora Solitaria

Jo

Deeydra Ann'

macasolci

Mery St. Clair

Vero

Andreani

Liz Holland

Mar Mar

DaniO

Correctoras: Melii

Tamis11

Chio

ladypandora

Max Escritora Solitaria

Gely Meteor

Deeydra Ann'

Nats

Paoo

βelle ❤

Marie.Ang Christensen

Vericity

Juli_Arg

Violet~

Itxi

Zafiro

Panchys

Elle87

Recopilación & Lectura Final: Juli

Diseño: Hanna Marl

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Índice Sinopsis

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Sobre el Autor…

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Sinopsis a familia de Taylor podría no ser del tipo más cercano —todo el

mundo está un poco demasiado ocupado y sobresaturado— pero

en su mayor parte, se las arreglan bien. Entonces, reciben noticias

que lo cambian todo: Su padre tiene cáncer de páncreas, y es etapa cuatro: lo

que significa que básicamente no hay nada que hacer. Sus padres deciden que la

familia pasará juntos sus últimos meses en la vieja casa de verano en las

montañas de Pocono.

Apretujados en un lugar mucho más pequeño y más rústico del que están

acostumbrados, comienzan a lograr conocerse de nuevo. Y Taylor descubre que

las personas que pensó que dejo atrás realmente no han ido a ningún lugar. Su

antiguo mejor amigo de verano repentinamente aparece, como es su primer

novio... y es mucho más lindo a los diecisiete años de lo que lo fue a los doce.

A medida que avanza el verano, los Edwards se convierten más en una

familia y más cercanos de lo que nunca lo han sido antes. Pero todos son muy

conscientes de que están luchando contra el tic-tac del reloj. A veces, sin

embargo, hay suficiente tiempo para tener una segunda oportunidad: con la

familia, con los amigos y con el amor.

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Capítulo 1 Traducido por Andreani

Corregido por tamis11

brí la puerta de mi dormitorio para comprobar que el pasillo estaba vacío. Cuando me aseguré de que así era, colgué mi bolsa en mi

hombro y cerré la puerta detrás de mí silenciosamente, luego bajé las escaleras hasta la cocina, dos escalones a la vez. Eran las nueve a.m., nos iríamos a la casa del lago en tres horas y yo me estaba escapando.

El mostrador de la cocina estaba cubierto con las grandes listas de tareas de mi madre, bolsas repletas de compras y suministros, y una caja llena de botellas naranjas

de las medicinas de mi padre. Traté de ignorar estas mientras atravesaba la cocina, con el objetivo de llegar a la puerta de atrás. Aunque no me había escapado en años, tenía

la sensación de que sería como andar en bicicleta—lo que, me puse a pensar, tampoco lo había hecho en años. Pero había despertado esa mañana empapada de sudor frío, con mi corazón palpitando con mucha fuerza, y cada impulso que tuve me decía que

me fuera, que las cosas estarían mejor si estuviera en algún lugar—en cualquier otro lugar.

—¿Taylor? —Me congelé y volteé a ver a Gelsey, mi hermana de doce años, de pie en el otro extremo de la cocina. A pesar de que todavía llevaba su pijama, un viejo

conjunto decorado con brillantes zapatos de ballet, su pelo estaba sujeto en un perfecto moño.

—¿Qué? —pregunté, dando un paso lejos de la puerta, tratando de verme tan

impasible como fuera posible.

Ella frunció el ceño, sus ojos descansaron sobre mi bolsa antes de viajar hacia

mi cara. —¿Qué estás haciendo?

—Nada. —Me incliné contra la pared en lo que yo esperaba pareciera una

forma casual, aunque no creo que jamás me hubiera recargado contra una pared en mi vida—. ¿Qué quieres?

—No puedo encontrar mi iPod. ¿Lo tomaste tú?

—No. —Fue todo lo que dije, resistiendo las ganas de decirle que no habría tocado su iPod, ya que estaba lleno exclusivamente con música de ballet y con la

terrible banda con la que estaba obsesionado, The Bentley Boys, tres hermanos con

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flecos perfectamente azotadas por el viento y dudosos dones musicales—. Pregúntale a

mamá.

—Está bien —dijo lentamente, todavía mirándome sospechosamente. Entonces

giró sobre los dedos de sus pies y salió dando fuertes pisadas fuera de la cocina y gritando—: ¡Mamá!

Crucé el resto de la cocina y apenas alcancé a llegar a la puerta de atrás cuando esta se abrió, haciéndome saltar hacia atrás. Mi hermano mayor, Warren, luchaba por entrar a través de ella, cargado con una caja de pan y una bandeja de cafés para llevar.

—Buenos días —dijo.

— Hola —murmuré, buscando ansiosamente pasarlo para salir, deseando haber

intentado hacer mi escape cinco minutos antes, o mejor aún, sólo haber utilizado la puerta delantera.

—Mamá me envió por café y bagels —dijo, mientras los dejaba sobre la mesa—. ¿Te gusta el sésamo, cierto?

De hecho, odiaba el sésamo, Warren era el único de nosotros que le gustaba,

pero no iba a señalar eso ahora. —Seguro —dije rápidamente—. Genial.

Warren eligió uno de los cafés y tomó un sorbo. Incluso con diecinueve años él

era sólo dos años mayor que yo, estaba vestido como de costumbre, en kakis y una camisa de polo, como si pudiera ser llamado en cualquier momento para presidir una

reunión o jugar golf. —¿Dónde está todo el mundo? —preguntó después de un momento.

—Ni idea —dije, con la esperanza de que fuera a investigar por sí mismo. Él

asintió y tomó otro sorbo, como si tuviera todo el tiempo en el mundo—. Creo que he oído a mamá arriba —dije después de que quedó claro que la intención de mi hermano

era pasar la mañana bebiendo café y mirando al espacio.

—Le diré que estoy de vuelta —dijo, bajando su café, tal como esperé que lo

hiciera. Warren se dirigió hacia la puerta, luego se detuvo y se volvió hacia mí—. ¿Él ya se levantó?

Me encogí de hombros. —No estoy segura —dije tratando de mantener mi voz

tranquila, como si esta fuera sólo una cuestión de rutina. Pero sólo hace unas semanas, la idea de que mi padre todavía estuviera dormido a esta hora, o de hecho, aún en casa

hubiera sido impensable.

Warren asintió nuevamente y salió de la cocina. Tan pronto como él se fue, salí

por la puerta.

Me apresuré hacia nuestra acera y, cuando llegué a la calle, dejé salir un largo suspiro. Empecé a caminar por el camino Greenleaf tan velozmente como me fue

posible. Probablemente debería haber tomado el coche, pero algunas cosas eran sólo hábito, y la última vez que había tomado el coche sin permiso, quedé a años luz de

obtener mi licencia.

Pude sentir que comenzaba a calmarme mientras más lejos caminaba. La parte

racional de mi cerebro me decía que iba a tener que regresar en algún momento, pero

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no quería escuchar a la parte racional de mi cerebro ahora mismo. Sólo quería fingir

que este día —este verano— no iba a suceder, algo que era más fácil de conseguir mientras más distancia ponía entre la casa y yo. Estuve caminando por un rato y

comencé a buscar mis gafas de sol en mi bolsa, cuando escuché un sonido de metal y levanté la vista.

Mi corazón se hundió un poco cuando vi a Connie de la casa blanca en la acera de enfrente, paseando a su perro y saludándome. Ella tenía la edad de mis padres, y yo había sabido su apellido en algún momento, pero no podía recordarlo ahora. Dejé caer

mi estuche para lentes en mi bolso junto a lo que veía ahora, era el iPod de Gelsey (ups), el que debí haber tomado pensando que era el mío. No había manera de evitar a

Connie sin ignorarla descaradamente o dar vuelta y correr hacia el bosque. Y tuve la sensación de cualquiera de estas opciones sería un comportamiento que podría llegar a

mi madre inmediatamente. Suspiré y me obligue a sonreírle mientras se acercaba.

—¡Taylor, Hola! —me llamó, con una amplia sonrisa. Su perro, un gran golden retriever, tensó su correa al intentar llegar a mí, jadeando y meneando su cola. Lo miré

y retrocedí un pequeño paso. Nunca habíamos tenido un perro, así que aunque, en teoría, me gustaban, no había tenido mucha experiencia con ellos. Y aunque he visto el

reality show Top Dog muchas más veces de las que alguien que no tenía un perro propio debería, esto no ayudaba cuando te enfrentas con uno en el mundo real.

—Hola, Connie —dije ya comenzado a alejarme, esperando que recibiría la indirecta—. ¡Que gusto verte!

—Igualmente —respondió automáticamente, pero vi que su sonrisa cayó un

poco cuando sus ojos recorrieron mi rostro y mi vestimenta—. Luces un poco diferente hoy —dijo—. Muy... relajada.

Ya que Connie normalmente me veía en mi uniforme de Stanwich Academy (Una blusa blanca y falda a cuadros que producía picazón) no tenía duda de que lucía

diferente ahora, ya que prácticamente sólo había rodado fuera de la cama, sin siquiera molestarme por mi cabello y llevaba chanclas, un pequeño short y una playera blanca percudida que decía EQUIPO DE NATACION LAKE PHOENIX. La camiseta

técnicamente no era mía, pero yo me había apropiado de ella hacía tantos años que ahora sólo la consideraba de mi propiedad.

—Supongo que sí —le dije a Connie, asegurándome de mantener una sonrisa en mi cara—. Bueno...

—¿Algún plan para el verano? —preguntó alegremente, al parecer

completamente inconsciente de que trataba de poner fin a esta conversación. El perro, tal vez dándose cuenta de que esto iba a tomar algún tiempo, dobló sus patas y se

recostó, descansando su cabeza sobre sus patas delanteras.

—No realmente —dije, con la esperanza de que pudiera ser el final. Pero ella

continuó mirándome, levantando sus cejas, así que sofoqué un suspiro y continúe—: De hecho vamos a pasar el verano en nuestra casa del lago.

—¡Oh, maravilloso! —exclamó—. Eso suena hermoso. ¿Dónde queda?

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—Está en Pocono. —Ella frunció el ceño, como si tratara de ubicar el nombre,

y agregué—: Las montañas de Pocono. En Pensilvania

—Oh, cierto. —Asintió con la cabeza, aunque pude notar por su expresión que

todavía no tenía idea lo que hablaba, lo cual no era realmente tan inesperado. Algunas de las familias de mis amigos tenían casas de verano, pero tienden a estar en lugares

como Nantucket o Cape Cod. Nadie sabía que tenía una casa de verano en las montañas del noreste de Pennsylvania.

—Bien —dijo Connie, todavía sonriendo alegremente—. ¡Una casa del lago!

Debería ser agradable.

Asentí, realmente no confiando en mí misma para responder, ya que no quería

volver a Lake Phoenix. Así que no quería regresar, y aunque había escapado de la casa con prácticamente ningún plan y nada de suministros excepto el iPod de mi hermana,

era preferible que enfrentarme a regresar allí.

—Así que —dijo Connie, tirando de la correa del perro, causando que se levantara—. ¡No olvides saludar a tu madre y a tu padre de mi parte! Espero que

ambos estén bien, y… —Se detuvo de repente, sus ojos se ampliaron y sus mejillas enrojecieron levemente. Reconocí los signos inmediatamente, a pesar de que sólo los

había vistos durante tres semanas. Ella lo había recordado.

Era algo que no tenía idea de cómo manejar, si no como algo inesperado, era

algo que parecía estar trabajando a mi favor. De alguna manera, durante la noche, todos en la escuela parecieron enterarse, y habían informados a mis maestros, aunque por qué y por quién, nunca estuve segura. Pero fue la única explicación del hecho de

que había pasado todos mis finales, incluso en clases como trigonometría, que había estado peligrosamente cerca de obtener un seis. Y por si esto no fuera prueba

suficiente, cuando mi profesora de inglés pasó nuestros exámenes, colocó el mío en mi escritorio y descansó su mano en él durante un minuto, causando que yo levantara mi

mirada.

—Sé que estudiar debe ser difícil para ti ahora mismo —murmuró, como si toda la clase no estuviera escuchando, con todos los oídos esforzándose por obtener cada

sílaba—. Así que has tu mejor esfuerzo, ¿De acuerdo, Taylor?

Y mordí mi labio y asentí valientemente, consciente que todo el tiempo estaba

fingiendo, actuando de la manera que yo sabía que ella esperaba que yo actuara. Y por supuesto, obtuve un diez en la prueba, a pesar de que sólo había leído superficialmente

el final de The Great Gatsby.

Todo había cambiado. O, más exactamente, todo iba a cambiar. Pero nada había cambiado realmente todavía. Y esto hacía las condolencias extrañas—como si

las personas estuvieran diciendo cuanto sentían que mi casa se hubiera quemado cuando todavía permanecía intacta pero con una brasa humeando cerca, esperando.

—Lo haré —dije rápidamente, evitando que Connie tuviera que tartamudear a través de uno de los discursos bien intencionados de los que ya estaba harta de

escuchar—o peor aún, diciéndome acerca de algún amigo de un amigo que había sido milagrosamente curado por medio de acupuntura/meditación/tofu, y si nosotros habíamos considerado eso—. Gracias.

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—Cuídate —dijo, poniendo más significado de esas palabras de lo que

normalmente lo había hecho, mientras se acercaba y me daba unas palmaditas en el hombro. Pude ver la pena en sus ojos, pero también el miedo, ese leve distanciamiento,

porque si algo como esto le pasaba a mi familia, podía ocurrirle a la suya.

—Igualmente —dije tratando de mantener una sonrisa en mi cara hasta que se

despidió nuevamente y comenzó a caminar por la calle, con el perro liderando el camino. Continué en la dirección opuesta, pero mi escape ya no sentía como que fuera a ser lo mejor. ¿Cuál era el punto de intentar huir si las personas iban a insistir en

recordarte de lo que escapabas? Aunque no había sentido la necesidad de hacerlo desde hace un tiempo, escapar había sido algo que había hecho con mucha frecuencia

cuando era más pequeña. Todo había comenzado cuando yo tenía cinco años, y me había molestado que mi madre le prestara atención sólo al bebé Gelsey, y Warren,

como de costumbre, no me dejaba jugar con él. Había salido de la casa dando pisotones y luego había visto el camino hacia la acera y el resto del mundo, llamándome. Había comenzado caminar por la calle, principalmente preguntándome

cuánto tiempo tomaría para que alguien pudiera darse cuenta que había desaparecido. Me encontraron pronto y me llevaron a casa, por supuesto, pero eso había comenzado

el patrón, y huir se convirtió en mi método preferido para tratar con cualquier cosa que me molestaba. Llegó a ser tal una rutina que cuando solía anunciar desde la puerta,

llorando, que me iba de la casa para siempre, mi madre simplemente asentiría con la cabeza, apenas mirándome, diciendo simplemente que me asegurara de poder regresar a tiempo para la cena.

Apenas había sacado el iPod de Gelsey —disponiéndome a sufrir incluso con los Bentley Boy si significaba una distracción de mis pensamientos— cuando escuché

el sonido de un coche deportivo detrás de mí.

Se me ocurrió que yo debía llevar desaparecida más de lo que me había dado

cuenta cuando me giré, sabiendo lo que vería. Mi padre al volante de su coche plateado, sonriéndome. —Hola, niña —dijo a través de la ventanilla abierta del lado del pasajero—. ¿Quieres dar una vuelta?

Sabiendo que ya no tenía sentido seguir fingiendo, tiré de la puerta del pasajero y entré. Mi papá me observó detenidamente y levantó sus cejas. —¿Alguna novedad?

—preguntó, su saludo tradicional.

Me encogí de hombros y bajé la mirada hacía la alfombra gris, aún sin mancha

alguna, a pesar de que él había tenido el coche durante un año. —Simplemente, ya sabes, tenía ganas de dar un paseo.

Mi papá asintió. —Por supuesto —comentó con una voz muy seria, como si me

creyera por completo. Pero ambos sabíamos lo que realmente había estado haciendo, generalmente había sido mi padre quien venía y me encontraba. Siempre parecía saber

dónde estaría, y en lugar de traerme directo a casa, si no era demasiado tarde, salíamos por un helado, después de hacerme prometer que no le diría nada a mi madre.

Había abrochado mi cinturón, y para mi sorpresa, mi papá no dio vuelta para regresar, en cambio siguió conduciendo, girando hacia el camino que nos llevaría centro. —¿A dónde vamos? —le pregunté.

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—Pensé que podríamos ir a desayunar. —Me dio una rápida mirada mientras

se detenía en una luz roja—. Por alguna razón, todos los bagels en la casa parecen ser de sésamo.

Sonreí por eso y cuando llegamos, seguí a mi papá a Stanwich Deli. Ya que eran paquetes, me hice hacia atrás y dejé que él ordenara. Mientras mis ojos recorrían

en la tienda, noté a Amy Curry de pie en la parte delantera de la línea, tomada de la mano de un chico alto y guapo, vistiendo una camiseta de la Universidad de Colorado. No la conocía bien —se mudó con su madre y su hermano por nuestra calle el verano

pasado— pero ella sonrió y me saludó y yo la saludé de vuelta.

Cuando mi papá llegó al frente de la línea, lo observé pedir nuestra orden,

diciendo algo que hizo al tipo de contador reír. Al ver a mi padre, serías incapaz de decir que algo estaba verdaderamente mal. Estaba un poco delgado, su tono de piel era

ligeramente amarillento. Pero intentaba no ver esto mientras lo veía dejar caer monedas en el tarro de las propinas. Yo trataba de no ver que tan cansado lucía, tratando de tragar el nudo en mi garganta. Pero sobre todo, intentaba no pensar en el

hecho de que habíamos sido informados, por expertos que sabían de estas cosas, que tenía aproximadamente tres meses para vivir.

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Capítulo 2 Traducido por Andreani

Corregido por paoo

Tenemos que escuchar esto? —lloriqueó Gelsey desde el asiento delantero

por lo que pareció ser tercera vez en diez minutos.

—Puedes aprender algo —dijo Warren desde el lado del conductor—.

¿Cierto, Taylor?

Desde donde estaba tendida en el asiento trasero, bajé mis gafas de sol y subí el volumen de mi iPod en lugar de responder. Lake Phoenix estaba a sólo tres horas en

coche desde nuestra casa en Stanwich, Connecticut, pero sentía como si fuera el paseo en coche más largo de mi vida. Y ya que mi hermano manejaba como un jubilado (de

hecho una vez había conseguido una multa por conducir muy despacio y ser un peligro de tráfico) nos tomó más de cuatro horas llegar hasta allí, así que estaba muy cerca de

ser en realidad el paseo en coche más largo de mi vida.

Sólo estábamos nosotros tres en el viejo Land Cruiser con paneles de madera que Warren y yo compartíamos (mis padres iban adelante, el auto de mamá estaba

lleno con todos los suministros que necesitaríamos para un verano entero fuera. Había pasado la mayor parte del viaje tratando de ignorar a mis hermanos mientras peleaban,

principalmente sobre qué escuchar, Gelsey sólo quería The Bentley Boys; Warren insistió que escucháramos su Gran CD de Cursos. Warren había ganado la ronda final

y la voz que canturreaba en acento inglés me decía más de lo que nunca quise saber acerca de mecánica cuántica.

Aunque no había regresado en cinco años, aun era capaz de anticipar cada

vuelta que hacía el auto. Mis padres habían comprado la casa antes de que yo naciera,

y durante años pasamos cada verano allí, partiendo a principios de junio y volviendo a

finales de agosto, mi padre permanecía en Connecticut sólo durante la semana laboral y volvía los fines de semana. Los veranos solían ser el punto culminante de mi año y

toda la escuela me la pasaba haciendo una cuenta regresiva hasta junio y todo lo que prometía un verano de Lake Phoenix. Pero el verano que tenía doce años había terminado tan desastrosamente que había estado increíblemente aliviada de no tener

que regresar el año siguiente. Ese fue el verano que Warren decidió que necesitaba comenzar a enfocarse en su transcripción e hizo un programa intensivo de

preuniversitarios en Yale. Gelsey acababa de cambiar de maestro de ballet y no quería

¿

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dejar las clases durante el verano. Y, sin querer regresar a Lake Phoenix y enfrentar el

desorden que había hecho allí, había encontrado un campamento de Oceanografía (hubo un breve período que tenía ganas de ser una bióloga marina, el cual ya había

pasado) y le rogué a mis padres que me dejaran ir. Y cada año desde entonces, parecía que siempre había algo que nos impedía pasar el verano ahí. Gelsey comenzó a ir a

campamentos de ballet y Warren y yo comenzamos a hacer la cosa servicio-académico-programa-de-verano (él construyó un parque infantil en Grecia, yo pasé un verano intentando —y fallando— aprender mandarín en una inmersión lingüística en

Vermont). Mi madre comenzó a rentar nuestra casa cuando quedó claro que todos estábamos demasiado ocupados para ir todo el verano y pasarlo juntos en

Pennsylvania.

Y este año se suponía que no sería la excepción, Gelsey planeaba regresar al

campamento de ballet en donde era la estrella en ascenso, Warren tenía prácticas de capacitación en el despacho de mi padre y yo tenía la intención de pasar mucho tiempo tomando el sol. En verdad, estaba realmente ansiosa de que llegara el final del

año escolar. Mi ex novio, Evan, había roto conmigo un mes antes de que terminara la escuela, y todos mis amigos, no queriendo separar el grupo, estuvieron de su lado. Mi

ausencia repentina de amigos y cualquier apariencia de vida social habrían hecho que la perspectiva de salir de la ciudad durante el verano fuera realmente atractiva en

circunstancias normales. Pero no quería volver a Lake Phoenix. No había siguiera puesto un pie en el estado de Pensilvania en cinco años. Pasar el verano juntos era algo que nadie hubiera considerado hasta hace tres semanas. Y sin embargo, eso era

exactamente lo que estaba sucediendo.

—¡Llegamos! —anunció Warren alegremente mientras sentí que el coche

comenzaba a reducir su velocidad.

Abrí los ojos, me senté y miré alrededor. Lo primero que vi fue verde. Los

árboles a ambos lados de la carretera eran de color verde brillante, al igual que la hierba debajo. Y estaban densamente juntos, dando sólo atisbos de las calzadas y las casas que estaban detrás. Miré hacia la pantalla de temperatura y vi que estábamos a

diez grados más bajo que en Connecticut. Me gustara o no, estaba de regreso en las montañas.

—Finalmente —murmuró Gelsey desde el asiento delantero.

Estiré el cuello de la incomoda posición en la que había estado durmiendo, por

una vez estuve totalmente de acuerdo con mi hermana. Warren disminuyó la velocidad aún más, puso la direccional y giró hacia nuestro camino de grava. Todos los caminos en Lake Phoenix eran de grava, y el nuestro siempre había sido la manera

en que medía el verano. En junio, apenas podía llegar descalza del porche al coche, haciendo un gesto de dolor a cada paso ya que las rocas se encajaban en mis pies

tiernos, pálidos y resguardados por un año de llevar zapatos. Pero por agosto, estaban más curtidos y de un marrón profundo, el blanco de las líneas de bronceado de mis

sandalias destacándose y sería capaz de correr todo el camino descalza sin dudarlo ni un segundo.

Desabroché mi cinturón y me incliné entre los asientos delanteros para obtener

una mejor vista. Y allí, justo delante, estaba nuestra casa de verano. Lo primero que

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noté fue que lucía exactamente igual, la misma madera oscura, techo de dos aguas,

ventanas del piso al techo, porche envolvente.

La segunda cosa que noté fue el perro.

Se encontraba sentado en el porche, junto a la puerta. Mientras el coche se acercaba, no se levantó o se alejó, si no que permaneció en su lugar, meneando su cola,

como si hubiera estado esperando por nosotros todo el tiempo.

—¿Qué es eso? —preguntó Gelsey cuando Warren apagó el motor.

—¿Qué es qué? —preguntó Warren.

Gelsey señaló, y él entornó los ojos a través del parabrisas.

—Oh —dijo un momento más tarde, y noté que no hizo ningún movimiento

para salir del coche. Mi hermano lo negaba, pero les tenía miedo a los perros y así había sido desde que una niñera idiota lo dejó ver Cujo cuando tenía 7 años.

Abrí la puerta y salí hacia el camino de grava para ver más de cerca. Este no era el perro más atractivo del mundo. Era pequeño, pero no el tipo pequeño que uno podría llevar en su bolso o podría pisar accidentalmente. Era dorado con pelaje que

parecía estar parado hacia afuera, dándole un aire de sorpresa. Parecía un perro mestizo, con orejas de pastor alemán y biggish, nariz corta y cola larga, como collie.

Pude ver que tenía un collar con un colgante, así que claramente no era de la calle.

Gelsey salió del coche también, pero Warren permaneció en el asiento

delantero y bajó un poco la ventana cuando me acerqué.

—Yo sólo, um, me quedaré aquí encargándome de las bolsas —murmuró mientras me pasaba las llaves.

—¿En serio? —pregunté, levantando las cejas. Warren enrojeció antes de subir rápidamente la ventana, como si este pequeño perro de alguna manera pudiera

lanzarse por la ventana hasta el asiento delantero del Land Cruiser.

Caminé hasta los tres escalones en el porche de la casa. Esperaba que el perro se

moviera tan pronto como comencé a acercarme, pero en cambio sólo movió su cola con mayor fuerza, haciendo un sonido de golpeteo en el piso de madera.

—Vamos —dije mientras cruzaba la puerta—. Shoo. —Pero en lugar de irse, se

acercó a mí, como si tuviera toda la intención de seguirnos dentro—. No —dije firmemente, tratando de imitar a George Randolph, el presentador británico de Top

Dog—. Vete. —Di un paso hacia él, y el perro pareció finalmente entender el mensaje,

alejándose rápidamente y luego caminando hacia los escalones del porche y a través de

la entrada, con lo que parecía una gran renuencia para un perro.

Una vez que había pasado el peligro del canino, Warren abrió su puerta y

cuidadosamente salió del auto, para mirar alrededor de la entrada, que estaba vacía de otros coches.

—Mamá y papá realmente ya deberían de estar aquí.

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Saqué mi celular del bolsillo del pantalón y vi que tenía razón. Ellos habían

salido un par de horas antes que nosotros y probablemente no habían conducido a 60 km/h todo el camino.

—Gelsey, puedes llamar a… —Me volví a mi hermana, sólo para ver que estaba doblada casi por la mitad, con la nariz tocando sus rodillas—. ¿Estás bien? —

pregunté, tratando de verla al revés.

—Bien —dijo, con voz amortiguada—. Sólo me estiro un poco. —Se enderezó lentamente, su cara de color rojo brillante. Mientras la miraba, su tez cambió de nuevo

a su tono pálido normal, con pecas que sólo aumentarían exponencialmente mientras pasaba el verano. Levantó los brazos para reunirlos en un perfecto círculo por encima

de la cabeza, luego los dejó caer y comenzó a hacer círculos con los hombros. En caso de que su moño o su forma de caminar no fueran suficientes para decirle al mundo que

era una bailarina de ballet, Gelsey tenía el hábito de estirarse y a menudo en público.

—Bueno, cuando termines con eso —dije al mismo tiempo que ella comenzaba a doblarse hacia atrás en un ángulo alarmante—, ¿puedes llamar mamá? —Sin esperar

respuesta, sobre todo porque tenía la sensación de que iba a ser algo así como, ¿Por qué

no lo haces tú? Elegí una llave del llavero, la metí a la cerradura y entré en la casa por

primera vez en cinco años.

Cuando miré a mí alrededor, dejé salir un suspiro. Había estado preocupada,

después de veranos de inquilinos, de que la casa hubiera cambiado drásticamente. Que los muebles hubieran sido cambiados de lugar, que hubiera más cosas, o sólo de que

tuviera la sensación —difícil de definir pero palpable— que alguien había estado en casa. Los Tres Osos la conocían bien, y también la tuve yo el año que volví del campamento de Oceanografía y pude decir inmediatamente que mi madre había

puesto a algunos invitados en mi habitación mientras había estado fuera. Pero mientras revisaba todo, no tenía esa sensación. Era la casa de verano, tal y como la

recordaba, como si hubiera estado esperando por mí, todo este tiempo, para que finalmente regresara.

La planta baja no tenía divisiones, por lo que podías ver todas las habitaciones que no eran dormitorios y baños. El techo era alto, extendiéndose en pico hasta la parte superior, dejando que entraran rayos de sol sobre las alfombras cubriendo los

pisos de madera. Estaba la rayada mesa de madera en la que nunca comimos, que siempre se convertía en el lugar para arrojar las toallas y el correo. La cocina —

pequeña en comparación con nuestra gran y moderna cocina en Connecticut— estaba a mi derecha. La puerta en la parte posterior de la misma llevaba a nuestro porche.

Tenía vista hacia el lago y era donde comíamos siempre, excepto en los casos raros de lluvias torrenciales. Y fuera del porche estaba el camino que llevaba hasta nuestro muelle y al propio Lake Phoenix. A través de las ventanas de la cocina, pude ver el

destello de luz solar del final de la tarde golpeando el agua.

Pasado la cocina estaba un área de estar con dos sofás frente a la chimenea de

piedra, el lugar donde mis padres terminaban siempre después de la cena, leyendo y trabajando. Más allá estaba la habitación familiar, con un sofá gastado de pana, donde

Warren, Gelsey y yo casi siempre nos encontrábamos en la noche. Una sección de las estanterías estaba llena de juegos de mesa y rompecabezas, y generalmente tomábamos

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un juego o armábamos un rompecabezas durante todo el verano, aunque el juego de

Risk había sido puesto en el estante más alto, fuera de alcance, después del verano cuando todos nos habíamos obsesionado con él, formando alianzas secretas y

básicamente rehusándonos a salir mientras estamos jugando.

Nuestras habitaciones estaban al fondo del pasillo —mis padres dormían en la

suite principal arriba— lo que significaba que Warren, Gelsey y yo tendríamos que compartir el baño en la planta baja, algo que no esperaba con muchas ansias experimentar nuevamente, ya me había acostumbrado a tener mi propio cuarto de

baño en Connecticut. Me dirigí por el pasillo hasta mi dormitorio, dando un vistazo al baño antes. Era más pequeño de lo que recordaba. Muchísimo más pequeño, de

hecho, para que los tres lo compartiéramos sin matarnos.

Llegué a mi habitación, con el antiguo letrero de LUGAR DE TAYLOR que

había olvidado totalmente y abrí la puerta, animándome a mí misma para hacer frente a la habitación que había visto por última vez hace cinco años y todos los recuerdos que la acompañaban.

Pero cuando entré, no me enfrenté a nada excepto una habitación agradable, algo genérica. Mi cama aún era la misma, con su antigua cabecera de bronce y colcha

tejida con estampado rojo y blanco, la cama desplegable escondida debajo. El tocador con su espejo enmarcado de madera era el mismo, junto con el viejo baúl a los pies de

la cama que siempre tenía mantas extras para las frías noches de las montañas, incluso en el verano. Pero no había nada de la habitación que fue mía por tanto tiempo. Los carteles vergonzosos del actor adolescente con el que había estado obsesionada

entonces (ya había tenido varias temporadas muy publicitadas en rehabilitación) habían sido quitados de encima de mi cama. Mis cintas del equipo de natación (en su

mayoría de tercer lugar) habían desaparecido, junto con la colección de brillo labial que había ido juntando durante varios años. Lo cual probablemente era algo bueno,

traté de decirme a mí misma, ya que todos seguramente se habrían echado a perder a estas alturas. Pero aun así. Lancé mi bolsa a la cama y me senté sobre ella, mirando desde el armario vacío hasta la cómoda desnuda, buscando alguna evidencia del hecho

de que yo había vivido aquí durante doce veranos, pero no vi ninguna.

—Gelsey, ¿qué estás haciendo?

El sonido de la voz de mi hermano fue suficiente para sacarme de mis pensamientos y hacerme ir a investigar qué sucedía. Caminando por el pasillo,

descubrí a mí hermana lanzado animales de peluche fuera de su habitación, estos aterrizando en la sala. Esquivé un elefante y me situé junto a Warren, quien observaba alarmado la pequeña pila acumulándose delante de su puerta.

—¿Qué está sucediendo? —pregunté.

—Convirtieron mi habitación en el cuarto de un bebé —dijo Gelsey, su voz

cargada de desprecio mientras lanzaba otro animal, esta vez un caballo morado que reconocí vagamente, por la puerta. Por supuesto, su habitación había sido redecorada.

Ahora había una cuna en la esquina, y una mesa para cambiar pañales y en su cama habían sido apilados los infractores animales de felpa.

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—Probablemente los inquilinos tenían un bebé —dije, inclinándome hacia un

lado para evitar ser golpeada por un pato amarillo—, ¿por qué no simplemente esperas hasta que mamá llegue?

Gelsey rodó los ojos, un lenguaje que se había vuelto muy frecuente este año. Ella podía expresar una amplia variedad de emociones sólo con rodar los ojos, tal vez

porque lo practicaba constantemente. Y ahora, indicaba que tan “atrasada” estaba yo.

—Mamá no va a estar aquí hasta dentro de una hora —dijo. Bajó su mirada hacia el animal en sus manos, un pequeño canguro y le dio vueltas un par de veces—.

Acabo de hablar con ella. Ella y papá tenían que ir a Stroudsburg para reunirse con su nuevo oncólogo. —Pronuncia la última palabra cuidadosamente, la manera en que

todos lo hacemos. Era una palabra de la que no había sido consciente hasta hace unas semanas. Fue cuando pensé que mi padre sólo tenía dolores leves, de fácil arreglo en la

espalda. En ese momento, no estaba aún totalmente segura de lo que era el páncreas, y definitivamente no sabía que el cáncer pancreático era casi siempre mortal, o que "etapa cuatro" eran las peores palabras que algún día escucharía.

Los médicos de mi padre en Connecticut le habían dado permiso para pasar el verano en Lake Phoenix bajo la condición de que fuera con un oncólogo dos veces al

mes para verificar su progreso, y cuando llegara el momento, que trajera a una enfermera para que se encargara si no quería que lo internaran en un hospital. El

cáncer había sido encontrado muy tarde y aparentemente no había nada que pudiera hacerse. No lo había tomado en serio al principio. En todos los dramas médicos que había visto, siempre había alguna solución, alguna cosa de último momento, un

remedio milagrosamente descubierto. Nadie nunca se daba por vencido con un paciente. Pero parecía que en la vida real, lo hacían.

Me encontré con los ojos de Gelsey por un momento antes de bajar la mirada al piso y a la pila de peluches que había arrojado allí. Ninguno de nosotros dijo nada

sobre el hospital y lo que significaba, pero no esperaba que lo hiciéramos. No habíamos hablado de lo que sucedía con papá. Tendíamos a evitar discutir lo emocional en nuestra familia y a veces al salir con mis amigos y ver la manera en que

interactuaban con sus familias —abrazándose, hablando de sus sentimientos— no sentía tanta envidia como incomodidad.

Y ninguno de los tres habíamos sido cercanos. Probablemente no ayudó que fuéramos tan diferentes. Warren había sido inteligente desde preescolar, y no fue

ninguna sorpresa para nadie que hubiera sido el alumno con el mejor promedio de la clase y el encargado de dar el discurso de graduación. Mi espacio de cinco años de edad con Gelsey —sin mencionar el hecho de que era capaz de ser la niña más

mimada del mundo— significaba que no teníamos una de esas súper cercanas relaciones de hermanas. Gelsey también pasaba tanto tiempo como fuera posible

bailando, en el cual yo no tenía ningún interés. Y tampoco era como si Warren y Gelsey fueran cercanos entre sí. Nunca habíamos sido una unidad. Puede que alguna

vez deseara que las cosas fueran diferentes, especialmente cuando era más chica y acababa de leer la serie de Narnia o The Boxcar Children, donde los hermanos y

hermanas son los mejores amigos y se cuidan mutuamente. Pero yo había aceptado

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desde hace mucho tiempo que eso no iba a suceder. No es necesariamente malo, así es

como eran las cosas y era algo que no iba a cambiar.

Al igual que no iba a cambiar que yo era la única que no era excepcional en la

familia. Había sido así desde que podía recordar, Warren era inteligente y Gelsey era talentosa, y yo era sólo Taylor, no particularmente hábil en nada.

Gelsey volvió a arrojar los animales de peluche en el pasillo, y estaba a punto de entrar en mi habitación, sentía que había pasado demasiado tiempo con mis hermanos ese día, cuando un destello naranja llamó mi atención.

—Oye —dije, agachándome para recoger un animal de peluche que creí reconocer—, creo que es mío. —De hecho, era un animal de peluche que conocía muy

bien, un pequeño pingüino de peluche, llevando una bufanda naranja con rayas blancas. No era el mejor animal de peluche alguna vez hecho, podría decir ahora que

el fieltro era bastante barato, y el relleno amenazaba con salirse en varios lugares. Pero la noche de Carnaval cuando tenía doce, la noche que me habían dado mi primer beso, la noche que Henry Crosby lo había ganado para mí, había pensado que era la cosa

más maravillosa del mundo.

—Lo recuerdo —dijo Warren, con una mirada en sus ojos que no me gustó ni

un poco—. ¿No fue el que conseguiste en el Carnaval? —Mi hermano tenía una memoria fotográfica, pero suele memorizar hechos oscuros y no para atormentarme.

—Sí —murmuré, comenzando a alejarme.

—¿No es el que ganó Henry para ti? —Warren puso un énfasis especial en su

nombre. Tenía la sensación de que estaba siendo castigada por reírme del miedo de

Warren hacia los pequeños e inofensivos perros. Le lancé una mirada asesina a mi hermano. Gelsey sólo nos observaba, interesada.

—¿Cuál Henry? —preguntó.

—Ya sabes —dijo Warren, una pequeña sonrisa comenzó a formarse en su

rostro—. Henry Crosby. Tenía un hermano menor, Derek o algo. Henry era el novio de

Taylor.

Davy, corregí silenciosamente. Pude sentir como mis mejillas se ponían

calientes, lo cual era ridículo, y me encontré buscando un escape. Si hubiera una manera en la que pudiera irme de la conversación sin que fuera totalmente obvio que

estaba incómoda, lo habría hecho.

—Oh, sí —dijo Gelsey lentamente—. Creo que lo recuerdo. Era agradable

conmigo. Y conocía los nombres de todos los árboles.

—Y… —comenzó Warren, pero lo interrumpí antes de que continuara,

completamente segura de que no podía aguantar más.

—Como sea, debes limpiar todo esto antes de que mamá llegue —dije en voz alta, incluso sabiendo mientras lo decía que era altamente improbable que mi madre le

gritara a Gelsey. Pero traté de fingir que era cierto a la vez que me retiraba con toda la dignidad que pude reunir sujetando un pingüino de peluche y me dirigí a la cocina sin

ningún motivo.

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Henry Crosby. El nombre resonó en mi cabeza mientras puse el pingüino en la

mesa de la cocina y abría y cerraba una de las puertas del armario. Era alguien en el que conscientemente había intentado no pensar en muchos años. Había quedado

reducido, acortado a una anécdota en alguna pijamada cuando la inevitable pregunta: ¿Quien fue tu primer novio? Se planteaba. Tenía la historia de Henry controlada a la

perfección ahora, por lo que apenas tenía que pensar en ello:

Oh, fue Henry. Éramos amigos, en mi casa de verano. Y el verano que teníamos doce,

empezamos a salir. Me dio mi primer beso en el Carnaval de verano... Aquí era cuando todo el

mundo suspiraba, y si alguien me pregunta qué sucedió, simplemente sonreía, me encogía de hombros y decía algo parecido a: “Bueno, teníamos doce años, así que

quedó bastante claro que no había perspectivas a largo plazo exactamente.” Y todos se reían y yo asentía y sonreía, pero realmente no recordaba lo que acaba de decir. No era

como si alguno de esos hechos hubiera sido técnicamente incorrecto. Pero ninguno de ellos —especialmente el por qué no funcionó— había sido verdad. Y empujaría los pensamientos de ese verano fuera de mi cabeza para unirme a la conversación,

arrepintiéndome de lo que había sucedido —con Henry y Lucy, y lo que había hecho— posterior a la anécdota que fingía era toda la historia.

Warren entró en la cocina un momento después y colocó una caja de cartón grande sobre la mesa.

—Perdón —dijo después de un momento, abriéndola por la parte superior—. Sólo bromeaba.

Me encogí de hombros, como si no pudiera haberme importado menos.

—No pasa nada —dije—, es historia antigua. —Lo cual era cierto. Pero tan pronto habíamos cruzado la línea que separaba a Lake Phoenix del resto del mundo,

Henry había estado circulando en mis pensamientos, incluso cuando había intentado subir el volumen del iPod para ahogarlos. Inclusive me había sorprendido a mí misma

mirando hacia su casa. Y había visto, para mi sorpresa, que la casa que había sido de un blanco suave ahora estaba pintada de un color azul brillante, y al frente el letrero que siempre había dicho CAMPAMENTO CROSBY, ahora decía LAS HORAS

FELICES DE MARYANNE, decorado con la silueta de un vaso de Martini. Todas esas eran pruebas de que tenía nuevos propietarios. Henry ya no existía. Seguí

observando la casa, dándome cuenta de que realmente podría ser que nunca lo volviera a ver, que la presencia de Maryanne, quien quiera que fuera, parecía enterrarlo. Esta

revelación causó una extraña mezcla de sentimientos, nostalgia junto con decepción. Pero sobre todo había tenido la sensación fría, corazón-palpitante de alivio que viene

cuando sabes que te has salido con la tuya.

Warren comenzó a desempacar su caja, alineando fila tras fila de botellas apachurrables de ketchup en el mostrador, en hileras perfectamente alineadas, como si

pudiera haber algún tipo de guerra épica de condimentos avecinándose.

Las miré.

—¿Pennsylvania está a punto de tener algún tipo de escasez de ketchup de la cual no estaba informada?

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Warren sacudió la cabeza sin dejar de ver su desempacado.

—Sólo estoy tomando precauciones —dijo—. Recuerda lo que sucedió la última vez.

De hecho, lo hacía. Mi hermano no era en absoluto exigente con los alimentos, (a diferencia de Gelsey, quien parecía vivir de pasta y pizza y se negaba a comer

cualquier cosa moderadamente picante) pero su única excepción era el ketchup. Warren se lo ponía a casi todo, comía sólo Heinz y preferiblemente fría que a temperatura ambiente. Él afirmaba que podría decir la diferencia entre las marcas, algo

que había demostrado una vez en una muestra de comidas en el centro comercial cuando estábamos pequeños y muy aburridos. Así que se había traumatizado hace

cinco años, cuando al principio llegamos a Lake Phoenix y a la tienda se le habían agotado el ketchup Heinz y sólo tenía una marca genérica. Warren se había negado

incluso a probarla y había utilizado la tarjeta corporativa de mi padre para que le enviaran una caja de Heinz durante la noche, algo que mi padre —sin mencionar el contador de la empresa— no había estado muy feliz de averiguar.

Ahora, fortificado contra tal tragedia, Warren colocó dos botellas en la nevera casi vacía y comenzó a transferir el resto en el gabinete.

—¿Quieres que te diga cómo se inventó el ketchup? —preguntó, con una expresión de que, lamentablemente, sabía todo. Warren estaba muy metido en hechos

y así había sido desde que era pequeño y un —probablemente bien intencionado, pero ahora despreciado por muchos— familiar le dio ¡Descubierto Por Accidente! un libro

sobre famosos inventos que habían sido descubiertos por accidente. Después de eso, no

se podía tener una conversación con Warren sin que no dejara caer algún hecho u otro en esta. Esta búsqueda de conocimiento inútil (gracias a su igualmente divertido

aplastante vocabulario, sabía que a esto también se le llama "arcana") sólo había crecido con el tiempo. Finalmente, nos habíamos quejado tanto que Warren ya no nos

contaba más los hechos, ahora sólo nos decía que podría decirnos algún hecho relevante, lo cual no era, en mi opinión, mucho mejor.

—Tal vez más tarde —dije, aunque tenía que reconocer que estaba un poco

curiosa sobre el origen accidental del ketchup, y esperaba que no fuera algo terriblemente asqueroso o inquietante, como la Coca-Cola, que resultó, haber sido el

resultado de un intento fallido de tomar aspirina. Miré alrededor en busca de un escape y vi el lago a través de la ventana de la cocina. Y, de repente, supe que era el único

lugar en el que quería estar.

Atravesé el porche, luego salí por la puerta lateral, rumbo al muelle. Cuando

salí, giré la cara al sol. Cinco escalones de madera llevaban hasta una pequeña colina cubierta de hierba. A pesar de que estaba directamente detrás de nuestra casa, lo habíamos compartido siempre con las casas de al lado. El muelle no era

particularmente largo o impresionante, pero siempre me había parecido de la longitud perfecta para tirarte de bala de cañón en el lago, y el agua era lo suficientemente

profunda para que no tuvieras que preocuparte por tocar el fondo.

Había algunos kayaks y una canoa apilados sobre el césped al lado muelle, pero

casi no los noté cuando me acercaba. No se permitía ninguna embarcación

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motorizada, por lo tanto no había ningún rugido de motores que perturbara la

tranquila tarde, sólo un kayakista solitario remando en la distancia. Lake Phoenix era grande, con tres pequeñas islas esparcidas a través de él y rodeado de pinos por todos

lados. A pesar del tamaño del lago, nuestro muelle ocupaba uno de los lados en un estrecho pasaje, al otro lado podías ver que los muelles estaban muy cerca del agua y

había personas sobre ellos.

Miré a través del lago, hacia el dique frente a nosotros, que siempre había sido de la familia Marino. Lucy Marino había sido mi mejor amiga en Lake Phoenix por

doce veranos, y hubo un tiempo en el que conocía su casa tan bien como la mía. Habíamos dormido en la casa de la otra casi cada noche, alternando, nuestras familias

estaban tan acostumbradas que mi madre comenzó a tener el cereal favorito de Lucy. Generalmente intentaba no pensar en Lucy, pero no había pasado por alto, en especial

recientemente, que había sido mi última mejor amiga a la que le podía contar todo. Nadie en la escuela parecía saber cómo reaccionar ante la noticia sobre mi padre, y durante la noche, era como si no supiera cómo hablar con alguien. Y ya que había sido

echada de mi antiguo grupo de amigos por un bien mayor, me encontré, terminando el año escolar y preparándome para nuestro verano aquí, bastante sola, sin nadie con

quien hablar. Pero hubo un tiempo en que le decía todo a Lucy, hasta que, como todo lo demás, se había venido abajo en el último verano.

Por costumbre, me encontré mirando las largas bases de su muelle. Con los años, Lucy y yo habíamos desarrollado un sistema muy intrincado de comunicación con nuestros respectivos muelles en el que participan linternas, nuestra propia versión

de código Morse si estaba oscuro y un sistema de banderas de semáforo muy impreciso si había luz. Y si una de nosotras necesitaba hablar con la otra desesperadamente,

atábamos un par de de pañuelos rosas a la base de nuestros muelles. Es cierto que no había sido el método más eficaz de comunicación, y generalmente acabaríamos

hablando por teléfono antes de pudiéramos ver las luces, o banderas o pañuelos. Pero, por supuesto, las bases de su muelle ahora estaban libres de paliacates.

Me quité las sandalias y caminé descalza por los tablones calentados por el sol.

El muelle había sido pisado tanto durante los años que nunca tenías que preocuparte por astillas, como a veces lo hacíamos en el porche. Empecé a caminar más rápido,

casi trotando, queriendo llegar al final, respirar el olor del agua y árboles de pino, y encoger mis dedos al borde.

Pero cuando estaba casi al final, me detuve. Hubo un movimiento en la base del muelle. El kayak que había visto antes ahora estaba atado arriba y flotando en el agua, y pude ver a la persona que se encontraba en él —un chico— subiendo la escalera con

una sola mano, sosteniendo el kayak con la otra. El resplandor del sol que se reflejaba en el agua me impedía ver su rostro cuando subió al muelle, pero pensé que era

probablemente sólo un vecino. Siguió avanzando, saliendo del resplandor, luego se detuvo, mirándome fijamente. Parpadeé varias veces por la sorpresa y de pronto me

encontraba sosteniéndole la mirada.

De pie frente a mí, cinco años mayor y mucho más guapo de lo que recordaba, estaba Henry Crosby.

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Capítulo 3 Traducido por Monikgv

Corregido por Marie.Ang Christensen

entí mi mandíbula caer, no me había dado cuenta hasta ese momento que

lo que ocurría realmente pasaba en la vida real. La cerré rápidamente, luego parpadeé de nuevo, tratando de reagrupar mientras mi cerebro

luchaba por comprender lo que Henry todo-un-adulto, hacía de pie frente a mí.

Dejó caer la pala en el muelle, luego dio un pequeño paso hacia mí y cruzó sus brazos sobre el pecho. —Taylor Edwards —dijo. No lo dijo como una pregunta.

—¿Henry? —pregunté, un poco débil, aunque por supuesto que era él. Por un lado, me reconoció, lo cual cualquier kayakista al azar probablemente no habría

hecho. Y por otro lado, lucía igual—excepto que mucho, mucho mejor.

Él era alto, de espalda ancha, con el mismo pelo castaño, tan oscuro que casi

parecía negro, y corto. No podía ver más las pecas que tenía cuando éramos niños, pero sus ojos eran del mismo color avellana, aunque ahora se ven más verdes que marrones. Su mandíbula también parecía de alguna manera más definida y sus brazos

eran musculosos. No pude relacionar esto con la última vez que lo vi, cuando era más bajo que yo, y flaco, con sus codos y rodillas raspados. Con todo, Henry se veía muy

lindo. Y no muy feliz de verme.

—Hola —dije, sólo por decir algo y tratar de ocultar el hecho de que había

estado mirándolo fijamente.

—Hola —dijo, su voz fría. Su voz también era más profunda, y ya no se quebraba cada dos palabras, como lo había hecho la última vez que lo había oído. Sus

ojos se encontraron con los míos, y de pronto me pregunté qué cambios él podía ver en mí, y qué pensaba de la forma en la que me veía ahora. Desafortunadamente, lucía

muy parecida a cuando era niña, con ojos azules y cabello lacio y fino que estaba entre rubio y castaño. Era de estatura mediana, con estructura delgada pero fuerte, y desde

luego no había ganado muchas de las curvas que había estado esperando desesperadamente cuando tenía doce años. Ahora deseaba haber tenido el tiempo de haber hecho algo con mi apariencia esa mañana, lo opuesto a sólo rodar fuera de la

cama. Los ojos de Henry viajaron hacia mi ropa, y cuando me di cuenta de lo que estaba usando, me maldije interiormente. No sólo estaba frente a alguien que me

odiaba, si no que usaba una camiseta que le había robado.

S

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—Entonces —dijo, y luego volvió el silencio. Mi corazón latía fuerte, y de

pronto no quería nada más que darme la vuelta e irme, tomar el auto y no parar de manejar hasta estar de nuevo en Connecticut—. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó

finalmente, un rudo filo en su voz.

—Podría hacerte la misma pregunta —dije, pensando en unos pocos minutos

antes, cuando le dije a Warren con tanta confianza que Henry era una historia antigua, segura de que nunca lo volvería a ver—. Pensé que te habías ido.

—¿Creías que me había ido? —preguntó, con una risa breve y sin sentido del

humor—. De verdad.

—Sí —dije, un poco irritada—. Pasamos por tu casa hoy, y estaba diferente. Y

aparentemente propiedad de alguna rica llamada Maryanne.

—Bueno, mucho ha cambiado en cinco años, Taylor —dijo, y noté que era la

segunda vez que usaba mi nombre completo. Antes, Henry sólo me llamaba Edwards o Tay—. Nos mudamos —señaló hacia la casa que estaba junto a la mía, la única tan cercana que podía ver una línea de macetas en el umbral de la ventana—. Justo ahí.

Sólo miré hacia donde señalaba por un momento. Esa era la casa de los Morrison, y sólo había asumido que aún vivían ahí, la Sra. y el Sr. Morrison y su

malvado poddle. —¿Vives junto a mi casa?

—Vivimos desde hace unos pocos años —dijo—. Pero desde siempre ha habido

inquilinos en tu casa, no creí que vendrías de nuevo.

—Yo tampoco —admití—, si quieres saber la verdad.

—¿Entonces qué pasó? —preguntó, mirándome fijamente y asombrándome con

el verde de sus ojos—. ¿Por qué volvieron, de repente?

Sentí mi respiración detenerse mientras la razón —nunca lejos de mis

pensamientos— se estrellaba con la parte frontal de mi mente, pareciendo atenuar un poco la luz de la tarde.

—Bueno —dije lentamente, apartando mi mirada de él y hacia el agua, tratando de pensar en cómo explicarlo. Ni siquiera era como si fuera tan complicado. Todo lo que tenía que decir era algo como que Mi papá está enfermo. Así que estamos pasando el

verano juntos aquí. Esa no era la parte difícil. La parte difícil eran las preguntas que

venían después. ¿Qué tan enfermo? ¿De qué? ¿Es serio? Y la reacción inevitable cuando la

gente se daba cuenta de lo serio que en realidad era. Y lo que yo quería decir, pero no lo decía, era que estábamos pasando nuestro último verano juntos.

No tenía una explicación practicada porque había evitado diligentemente tener esta conversación. Se había corrido la voz por toda la escuela muy rápido, evitándome

tener que explicar la situación. Y si estaba con mi madre, y nos encontrábamos con un conocido en la tienda que preguntaba por mi padre, le dejaba la tarea de dar las

noticias a ella. Yo miraría intencionalmente hacia otra dirección, o recorrería unos pocos pasos lejos, yendo hacia el inexorable pasillo de los cereales, pretendiendo que la difícil conversación que ella estaba teniendo no tenía nada que ver conmigo. No estaba

del todo segura de que podría decir las palabras en voz alta —o manejar las preguntas

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que vendrían— sin caer. No había llorado realmente aún, y no quería arriesgarme a

que esto ocurriera delante de Henry Crosby.

—Es una larga historia —dije finalmente, manteniendo mis ojos en la tranquila

superficie del lago.

—Sí —dijo Henry sarcásticamente—, estoy seguro.

Parpadeé ante su tono. Henry nunca me había hablado así antes. Cuando habíamos peleado, había sido una pelea en versión infantil —golpes en los brazos, insultos, bromas— cualquier cosa para terminar de pelear y poder seguir siendo

amigos. Escuchándolo ahora —y la manera en la que nos atacábamos el uno al otro— se sentía como hablar en un idioma extranjero con alguien que solamente había

hablado inglés.

—Entonces, ¿por qué se mudaron? —pregunté, un poco más agresiva de lo que

quería, mientras me volvía hacia él, cruzando los brazos sobre mi pecho. Mudanzas dentro del Phoenix Lake eran muy raras, en el camino había visto señales que reconocía en fachadas de casa tras casa, los mismos dueños seguían allí.

Esperando una respuesta inmediata, me sorprendí de ver a Henry ruborizarse ligeramente y meter las manos en los bolsillos de sus pantalones cortos, lo que había

sido siempre la señal de que él no sabía que decir. —Es una larga historia —repitió, mirando hacia abajo. Por un momento, el único sonido era el débil thunk thunk del

kayak de plástico chocando contra el pie del muelle—. De todos modos —dijo después de una pausa—, vivimos ahí ahora.

—Claro —dije, sintiendo que ya habíamos establecido eso—. Ya lo entendí.

—Quiero decir, vivimos ahí cerca de un año —aclaró. Me miró de nuevo y yo traté de cubrir mi expresión de sorpresa. A pesar de que podías vivir en el Phoenix

Lake a tiempo completo, muy poca gente lo hacía, era principalmente una comunidad de verano. Y hace cinco años, Henry había vivido en Maryland. Su padre había hecho

algo de finanzas en Washington DC, viniendo al Phoenix Lake con el resto de los padres en los fines de semana, y quedándose en la ciudad para trabajar el resto del tiempo.

—Oh —dije, asintiendo como si entendiera. No tenía idea de lo que eso significaba en términos del resto de su vida, pero él no parecía que estaba a punto de

darme una explicación detallada, y yo no me sentía como que tenía el derecho de pedir más información. De pronto, me di cuenta de que había una distancia mucho mayor

entre Henry y yo que sólo los pocos metros que nos separaban.

—Sí —dijo Henry, y me pregunté si sentía lo mismo que yo, como si estuviera

de pie en el muelle con un extraño—, debería irme —dijo breve, mientras se daba la vuelta para irse.

Se sentía mal terminar esto en tipo de nota sin resolver, así que, principalmente

por querer ser educada, cuando pasó le dije—: Me alegró verte de nuevo.

Se detuvo, a unos pocos pasos de mí, más cerca que nunca, tan cerca que podía

ver que aún había algunas pecas dispersas en sus mejillas, pero tan tenues que casi podía ver cada una, y conectarlas, como constelaciones. Podía sentir mi pulso latir con

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más fuerza en la base de mi garganta, y de repente tuve un flashback a una de nuestras

primeras, tentativas sesiones de besos cinco años antes—una que, de hecho, había tenido lugar en este muelle. El beso pasó por mi mente antes de que pudiera detenerlo.

Miré a Henry, aún tan cerca, preguntándome si tal vez recordaba lo mismo. Pero me miraba con una expresión plana, escéptico, y cuando comenzó a caminar de

nuevo, me di cuenta de que, deliberadamente no me había devuelto mi “me alegro de verte”.

Tal vez, en un día distinto, lo habría dejado así. Pero estaba de mal humor y

cansada y había pasado cuatro horas escuchando bandas de chicos y hechos sobre la energía de la luz, y podía sentir mi temperamento comenzar a estallar. —Mira, no es

como que yo quería volver —dije, escuchando mi voz hacerse más fuerte y un poco más estridente.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —preguntó Henry, alzando también la voz.

—No tuve otra opción en el asunto —espeté, sabiendo que estaba a punto de ir más lejos, pero también sabiendo que no iba a ser capaz de detenerme—. Nunca quise

volver aquí nunca más.

Por un segundo, me pareció ver un destello de dolor pasar por su rostro, pero

luego ya se había ido, y la misma expresión dura había regresado —Bueno —dijo—. Tal vez no eres la única que quería eso.

Traté de no flaquear, aunque sabía que me lo merecía. Nos miramos el uno al otro, en un momentáneo callejón sin salida, y me di cuenta de que uno de los principales problemas de tener una discusión en un muelle es que no hay realmente

ningún sitio al que ir si la otra persona está de pie entre tú y la tierra seca.

—Entonces —dije finalmente, rompiendo nuestro contacto visual y cruzando

los brazos sobre mi pecho, tratando de indicar con mi tono de voz cuan poco me importaba—. Nos vemos.

Henry se echó la pala del kayak sobre un hombro como una hacha. —Creo que eso es inevitable Taylor —dijo con tristeza. Me miró por un momento más antes de girar y alejarse y, no queriendo verlo irse, me acerqué al final del muelle.

Miré hacia el agua, y al sol que empezaba a ponerse, y dejé salir un largo suspiro. Así que, Henry vivía en la casa de al lado. Estaría bien. Podía lidiar con esto.

Pasaría el verano entero dentro de la casa. De pronto, cansada por la idea de todo esto, me senté y dejé que mis pies rozaran la superficie del agua. En ese momento, vi algo

en la esquina del muelle.

HENRY +

TAYLOR PARA SIEMPRE

Lo habíamos grabado juntos, en el centro de un corazón torcido, hace cinco años. No podía creer que todavía estaba ahí después de todo este tiempo. Pasé mis

dedos sobre el signo de más, preguntándome por qué, a los doce años, creía que tenía alguna idea del concepto de para siempre.

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Desde algún lugar detrás de mí, podía escuchar el sonido de los neumáticos

crujiendo sobre la grava, luego las puertas del auto golpeando, y supe que mis padres finalmente habían llegado. Me empujé a mí misma y caminé a través del muelle,

preguntándome cómo había llegado aquí.

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Capítulo 4 Tres semanas atrás

Traducido por Monikgv

Corregido por LadyPandora

ficialmente, era el peor cumpleaños de todos.

Estaba sentada en el sofá junto a Warren, mientras que Gelsey yacía recostada sobre su estómago en el suelo delante de a nosotros, con

las piernas levantadas como una rana y descansando sobre un rombo de la alfombra de detrás de ella, algo que nunca evitaba que me diera un respingo.

Estábamos todos viendo una comedia que no nos había hecho reír ni una sola vez y tuve la sensación de que mis hermanos sólo estaban ahí porque creían que debían hacerlo. Podía ver a Warren lanzando miraditas a su portátil y podía adivinar que a

Gelsey le gustaría estar arriba, en su habitación, la que se había convertido, para el caso, en un estudio de danza, trabajando en sus fouettes, o lo que fuera.

Mis hermanos habían tratado que pareciera una celebración tanto como pudieron, dadas las circunstancias, habían pedido una pizza de piña con pepperoni, mi

favorita, le pusieron una vela en el centro y aplaudieron cuando la soplé. Había cerrado mis ojos con fuerza atenta a las expectativas, incluso aunque no podía recordar la última vez que había pedido un deseo de cumpleaños y realmente pensaba que nada

saldría de esto. Pero este era un ferviente deseo, con los ojos más que cerrados, apretados, para que le fuera bien a papá, para que todo lo que pasaba fuera sólo un

error, una falsa alarma, y yo estaba empapando este deseo de tantas esperanzas en los resultados que los deseos que había pedido cuando era pequeña, cuando todo lo que

deseaba en el universo era un pony.

Las risas enlatadas de la serie explotaron a través de la habitación y miré hacia

el reloj del reproductor de DVD.

—¿A qué hora se supone que estarían en casa? —pregunté.

O

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—Mamá no estaba segura de si llegarían esta noche —dijo Warren. Nos

cruzamos las miradas durante un momento y luego miró de nuevo a la televisión—. Dijo que llamaría.

Asentí y me centré en las payasadas que aparecían en la pantalla, aunque apenas podía seguirlas. Mis padres estaban en Sloan-Kettering, un hospital oncológico

de Manhattan, donde le hacían las pruebas a mi padre. Han estado ahí durante los últimos tres días porque resultó que el dolor de espalda que le había estado molestando en los últimos meses, en realidad, no era un dolor de espalda. Nosotros tres habíamos

sido abandonados a nuestra suerte y habíamos estado haciendo nuestras tareas sin quejarnos y llevándonos mucho mejor de lo normal, sin que ninguno de nosotros

hablara sobre lo asustados que estábamos, como si el mencionarlo lo hiciera real.

Mamá había llamado esta mañana, disculpándose por perderse mi cumpleaños

y mientras yo le aseguraba que no pasaba nada, sentí un fuerte nudo que comenzaba a formarse en mi estómago. Porque parecía como si, en cierto nivel, eso fuera lo que me merecía. Siempre he estado muy unida a papá, yo era la única que lo acompañaba a

hacer recados, la que lo ayudaba a escoger los regalos de cumpleaños y de Navidad para mamá, la única que compartía su buen humor. Así que debía de haber sido yo

quien se diera cuenta de que algo realmente iba mal. Pude ver las señales, después de todo, papá haciendo muecas de dolor cuando se acomodaba en el bajo asiento del

conductor de su auto deportivo, esforzándose más de lo habitual para levantar cosas, moviéndose más cuidadosamente. Pero no quería que fuera real, había querido que fuera algo que se marchara en silencio, así que no dije nada. Mi padre odiaba a los

médicos e incluso mamá, que presuntamente pudo haber visto lo mismo que yo, no insistió en que fuera a uno. Y había estado concentrada en mi propio drama escolar,

convencida de que mi ruptura y sus consecuencias eran lo peor que me había pasado.

Estaba pensando en lo estúpida que había sido cuando las luces recortaron la

oscuridad de fuera de la ventana, coronando la colina de nuestra entrada y un segundo después, oí el ruido de la puerta del garaje. Gelsey se sentó y Warren bajó el volumen. Durante un momento, nos miramos unos a otros en el repentino silencio.

—Han vuelto, así que es buena señal, ¿no? —preguntó Gelsey. Por alguna razón me miró esperando una respuesta, y sólo miré a la televisión, donde las

payasadas terminaban y todo era felizmente resuelto.

Escuché la puerta abrirse y cerrarse y entonces mi madre apareció en la puerta

del salón de televisión, luciendo agotada.

—¿Podemos hablar con ustedes en el comedor? —preguntó. No esperó nuestra respuesta y abandonó de nuevo la sala.

Mientras me levantaba del sofá, pude sentir cómo crecía el nudo de mi estómago. Esto no parecía ser la buena señal de la que Gelsey hablaba, ni la que yo

había deseado. Porque si fueran buenas noticias, imaginaba que mi madre tan sólo nos lo diría. No habría tenido que decírnoslo en el comedor, que de por sí ya parecía

siniestro. Además de las pocas veces que lo usábamos cada año para tener elegantes cenas en platos más finos de lo normal, el comedor era el lugar donde las cosas se discutían.

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Seguí a Warren y a Gelsey por la cocina hacia el comedor, donde vi que papá se

encontraba sentado en su lugar habitual, en la cabecera de la mesa, pareciendo de alguna manera más pequeño de lo que lo recordaba hace sólo unos días. Mamá estaba

de pie, en la isleta de la cocina, con una caja blanca y me atrapó en un rápido e incómodo abrazo con solo un brazo. En realidad, en mi familia no solemos mostrar

físicamente lo que sentimos, lo que convirtió eso en una señal tan preocupante como la necesidad de escuchar las noticias en el comedor.

—Siento mucho lo de tu cumpleaños, Taylor —dijo. Hizo un gesto hacia la caja

blanca y vi que la etiqueta que mantenía la caja cerrada decía BILLY‟S, mi panadería favorita—. Te traje esto, pero tal vez… —Echó un vistazo hacia el comedor y se

mordió el labio—. Tal vez podamos guardarlo para después.

Quise preguntarle, ¿para después de qué? Pero también sentí, con cada minuto que

pasaba, que ya sabía cuál era la respuesta. Mientras mi madre respiraba profundamente antes de ir y unirse a todos, miré hacia la puerta principal. Pude sentir ese impulso familiar golpeándome, ese que me decía que las cosas serían más fáciles si

tan sólo me iba, sin tener que lidiar con todo esto, tan sólo agarrar los pastelitos y marcharme.

Pero por supuesto, no lo hice. Caminé detrás de mamá hacia el comedor, donde estrechaba la mano de mi padre, nos miraba a todos nosotros, tomaba aire y a

continuación confirmaba lo que todos habíamos temido.

Mientras hablaba, era como si la estuviera escuchando bajo lo más profundo del agua. Había un zumbido en mis oídos y miré alrededor de la mesa, a Gelsey que ya

lloraba, a papá, que lucía más pálido de lo que jamás lo había visto, a Warren frunciendo el ceño, de la manera que siempre lo hacía cuando no quería expresar

ninguna emoción. Pellizqué el interior de mi brazo, fuerte, sólo por si acaso pudiera despertarme de esta pesadilla en la que había aterrizado y de la que parecía que no

podía escapar. Pero el pellizco no ayudó, yo seguía en la mesa mientras mi madre decía más palabras terribles. Cáncer. Pancreático. Etapa cuatro. Cuatro meses, tal vez más.

Tal vez menos.

Cuando hubo terminado y Gelsey estaba con hipo y Warren miraba fijamente hacia el techo, parpadeando más de lo habitual, papá habló por primera vez.

—Creo que deberíamos hablar del verano —dijo con la voz ronca. Lo miré y encontró mi mirada. De repente, me sentí avergonzada por no haber estallado en

lágrimas como mi hermana menor, de que todo lo que sintiese fuera un terrible hueco

entumecido. Como si con eso le estuviera fallando de alguna manera—. Me gustaría pasar el verano con ustedes en la casa del lago —dijo. Echó un vistazo a toda de la

mesa—. ¿Qué les parece?

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Capítulo 5 Traducido por Panchys

Corregido por LadyPandora

ienes que estar bromeando. —Mi madre cerró una de las puertas del armario de la cocina un poco más fuerte de lo necesario y se giró hacia

mí, moviendo la cabeza—. Se llevaron todas mis especias. ¿Puedes creerlo?

—Mmm —murmuré. Había sido reclutada para ayudar a mi madre a desempaquetar la cocina, pero sobre todo había estado organizando y reorganizando el cajón de los cubiertos, que parecía preferible que tratar con una de las cajas grandes

que aún había que clasificar. Hasta el momento, mi madre no se había dado cuenta, ya que ella había estado haciendo inventario de lo que quedaba en la cocina. Parecía que

los inquilinos del verano pasado se habían llevado casi todo lo que no había estado clavado, incluyendo productos de limpieza y todos los condimentos de la nevera.

Aunque al contrario, también habían dejado atrás muchas de sus cosas, como la cuna que tenía tan ofendida a Gelsey.

—No sé cómo esperan que cocine sin especias —murmuró mientras abría uno de los armarios superiores, levantándose de puntillas para comprobar el contenido, con los pies hacia fuera en una primera posición perfecta. Mi madre era una ex bailarina de

ballet profesional, y aunque una lesión en el tendón la había dejado a un lado a sus veinte años, todavía parecía que era capaz de volver a entrar en el estudio en cualquier

momento—. Taylor —dijo un poco más bruscamente, haciendo que la mirara.

—¿Qué? —pregunté, oyendo cuanto a la defensiva sonaba, mientras enderezaba

una cucharilla.

Mi madre suspiró.

—¿Puedes parar de poner mala cara, por favor?

Si había una frase diseñada para hacer que pusiera aún más mala cara, no sabía cuál era. A pesar de que no quería, podía notar que tenía el ceño fruncido.

—No estoy poniendo mala cara.

Mi madre echó un vistazo a través de la tela metálica del portón hacia el agua, y

a continuación me miró.

T

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—Este verano va a ser bastante difícil para todos nosotros sin este...

comportamiento.

Cerré el cajón de los cubiertos más fuerte de lo que probablemente hacía falta,

ahora sintiéndome tan culpable como molesta. Nunca había sido la favorita de mi madre, esa era Gelsey, pero siempre nos habíamos llevado bastante bien.

—Sé que no querías venir aquí —dijo, con el tono suavizado—. Pero tenemos que intentarlo y esforzarnos. ¿De acuerdo?

Abrí el cajón, y luego lo empujé para cerrarlo. Había estado en esta casa

durante unas horas, pero ya sentía claustrofobia. Y la presencia en la casa de al lado de un ex novio que me odiaba, con razón, no ayudaba.

—Es sólo —dije, un poco vacilante—, que no sé que se supone que voy a hacer aquí todo el verano. Y…

—¡Mamá! —Gelsey pisoteó a la cocina—. La cuna está todavía en mi habitación. Y las luces no funcionan.

—Probablemente, los Murphy también se llevaron las bombillas —murmuró,

sacudiendo la cabeza—. Iré a mirar. —Caminó detrás de Gelsey, con la mano apoyada en el hombro de mi hermana, pero se detuvo en el umbral de la cocina y se giró hacia

mí—. Taylor, podemos hablar de esto más tarde. Mientras tanto, ¿por qué no vas tú o Warren a recoger una pizza? Parece que esta noche no voy a cocinar nada aquí.

Se fue y me quedé en la cocina durante unos minutos más, mis ojos percibieron las botellas de plástico de color naranja con píldoras recetadas que se alineaban en el mostrador. Las miré durante un momento más largo y luego me dirigí en busca de mi

padre, ya que sabía que dónde fuera que estuviera, Warren también estaría ahí.

Los encontré a ambos, no es que tuviera que buscar mucho en una casa así de

pequeña; estaban sentados alrededor de la mesa del comedor, mi padre con las gafas puestas, una pila de papeles y su computadora portátil en frente de él, Warren con un

enorme libro al que le fruncía el ceño, tomando notas en un cuaderno mientras leía. Warren ya había tomado la primera decisión de Penn, y ya tenía pensadas algunas leyes previas, pero viéndolo, se podría pensar que ya era un socio de capital, y que la

escuela de derecho, sin mencionar la universidad, era sólo una formalidad.

—Oye —le dije, pinchando la espalda de mi hermano con un dedo mientras

tomaba asiento al lado de mi papá—, mamá dice que traigas una pizza.

Warren frunció el ceño.

—¿Yo? —Mi padre le lanzó una mirada y él se puso en pie—. Es decir, por supuesto. ¿Cómo se llama el sitio ese del centro?

Me giré hacia mi padre y Warren hizo lo mismo. Mi hermano podría haber

tenido una memoria fotográfica, pero era mi padre quien siempre recordaba las cosas importantes, eventos, citas, nombres de pizzerías.

—The Humble Pie —dijo papá—. Si todavía está ahí, es ese.

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—Lo encontraré —dijo Warren, enderezándose su camisa polo y caminando

hacia la puerta. Se detuvo a los pocos pasos y se giró hacia nosotros—. Saben que la pizza se ha desarrollado como una manera de utilizar las sobras, comenzando en

Italia, en el siglo…

—Hijo —dijo mi padre, interrumpiéndolo—, ¿Tal vez durante la cena?

—Vale —dijo Warren, sonrojándose ligeramente mientras salía. Un momento más tarde, oí cerrarse de golpe la puerta y el sonido del motor de un coche marchándose.

Mi padre me miró por encima de su pantalla de ordenador y levantó una ceja.

—Así que, pequeña. ¿De verdad ha pedido tu madre que fuera tu hermano a

por la pizza?

Traté de ocultar una sonrisa mientras tiraba de un hilo suelto al final de mi

camiseta y me encogí de hombros.

—Pudo haber sugerido que fura cualquiera de nosotros. Yo delegué.

Sacudió la cabeza, sonriendo ligeramente mientras miraba hacia sus papeles.

No había dejado de trabajar cuando fue diagnosticado, alegando que estaba a punto de terminar algunos cabos sueltos, pero yo sabía que no hubiera sido feliz si no estuviera

trabajando. Había sido socio en su bufete de abogados, especializado en apelaciones. Había ido a la oficina todos los sábados, y también la mayoría de los domingos. Era

normal que sólo viniera a cenar una o dos noches a la semana, y trabajara el resto del tiempo. Me había acostumbrado al sonido del teléfono a altas horas de la noche o temprano por la mañana. Me había acostumbrado a oír el débil murmullo de la

apertura y cierre de la puerta del garaje a las cuatro de la madrugada mientras se iba temprano a la oficina, la última esperanza de alguien en una segunda oportunidad.

—¿En qué estás trabajando? —pregunté, después de que él había estado escribiendo en silencio durante unos minutos.

—Un breve informe —dijo, mirándome—. He estado trabajando en él desde hace algunas semanas. Lo hubiera hecho antes, pero... —Dejó la frase colgando y supe lo que quiso decir. Hace unas semanas, tres para ser exactas, nos enteramos de lo que

le pasaba, que todo se había desbaratado durante un tiempo.

—Eso no suena muy breve —dije, tratando de aligerar el ambiente y fui

recompensada cuando papá sonrió.

—Bien —dijo con aprobación. Mi padre amaba los juegos de palabras, contra

más malos fueran los significados, mejor y yo era la única que los toleraba, y, de hecho, trataba de responder del mismo modo—. Yo... —Miró la pantalla, moviendo la cabeza—. Sólo quiero hacer esto bien. Podría ser mi legado.

Asentí con la cabeza, mirando los arañazos de la mesa de madera, totalmente insegura de cómo responder a eso. Todos sabíamos lo que le sucedía a papá, pero no

habíamos hablado realmente sobre eso desde mi cumpleaños y no tenía ni idea de qué decir.

—Bien —dijo papá con la voz más baja, después de una pausa—. Sigamos.

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Comenzó a escribir de nuevo y a pesar de que había tenido la intención de

dejarlo y empezar a desempaquetar, de repente me sentí mal por dejar que papá trabajara solo en su último caso. Así que me senté junto a él, el silencio sólo

interrumpido por el golpeteo del teclado, hasta que oímos el crujido de los neumáticos en la grava y la voz de mi madre pidiendo que fuéramos a cenar.

El baño no era lo bastante grande.

Esto se hizo evidente cuando, masivamente, todos terminamos tratando de ir a la cama, lo que Warren llamó sus “abluciones nocturnas”, al mismo tiempo.

—No me dejas ningún espacio —dije. Le di un codazo a Gelsey al pasar, estaba lavándose los dientes con una lentitud insoportable, para buscar en el botiquín. Había

estado lleno de la parafernalia de las lentillas de Warren, la caja de la ortodoncia de Gelsey, bálsamos labiales y demasiados tubos de pasta de dientes para tener ningún

sentido lógico.

—Deberías haber llegado aquí antes —dijo Warren desde la puerta, haciendo que el espacio ya pequeño, pareciera más pequeño aún—. ¿Puedes darte prisa? —

preguntó a Gelsey, quién sólo le dio una sonrisa llena de pasta de dientes y comenzó a cepillarse aún más lentamente, lo que no hubiera creído que fuera posible sin verlo.

—No sabía que tenía que pedir espacio en el armario —espeté, mientras empujaba algunas de sus cajas de lentillas a un lado, tratando de hacer espacio para mi

limpiador facial y mi desmaquillante.

Gelsey finalmente terminó de cepillarse los dientes y enjuagó el cepillo, colocándolo cuidadosamente en el soporte.

—Puedes guardar tus cosas en la ducha si quieres —dijo encogiéndose de hombros mientras tiraba de la cortina de la ducha a rayas y de color verde bosque que

siempre había estado allí—. Estoy segura de que hay algo de espacio… —Gelsey dejó de hablar bruscamente y empezó a gritar.

Vi por qué un segundo más tarde, había una enorme araña agazapada en un rincón de la bañera. Se parecía a una “papá piernas largas”, las cuales, había aprendido hace mucho tiempo en algún paseo por la naturaleza, que realmente no eran

peligrosas. Pero eso no significaba necesariamente que quisiera ver una araña del tamaño de mi cabeza simplemente pasando el rato en la bañera. Di un paso atrás y

tropecé con Warren, que también luchaba para salir.

—¡Papá! —gritó Gelsey, atornillada a la puerta.

Cuando mi padre apareció un momento más tarde, con mi madre detrás de él, los tres nos encontrábamos apiñados alrededor de la puerta y estaba manteniendo mis ojos en la araña en caso de que se lanzara a por ella.

—Araña —dijo Warren, apuntando hacia la bañera—. Pholcidae1. —Mi padre

asintió con la cabeza y dio un paso hacia el baño.

1 Pholcidae: La araña del sótano (Pholcidae) también llamada “papaíto de piernas largas” o “araña de

patas largas”, tiene, como indican estos nombres comunes, las patas largas y delgadas. Construye

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—¿Vas a matarla? —preguntó Gelsey desde donde estaba, prácticamente

escondida detrás de mi madre, lo cual parecía un poco melodramático para mí.

—No —dijo mi padre—. Sólo necesito un pedazo de papel y un vaso.

—Voy a traerlo —dijo Warren, apresurándose hacia fuera y regresando con una de mis revistas y un vaso de agua. Se los entregó a papá en el umbral y luego el resto

de todos nosotros se quedó atrás. No era sólo aracnofobia, mi padre ocupaba casi la totalidad del pequeño cuarto de baño. Había ido a la universidad con una beca de fútbol, jugador de apoyo, y aún era grande, a pesar de que recientemente había perdido

algo de peso, alto, de hombros anchos y una voz atronadora, entrenada durante años para llegar a través de salas de audiencia a los oídos de los miembros del jurado.

Un momento más tarde, mi padre salió de detrás de la cortina de la ducha, con el vaso pegado a la revista. La araña se revolvió frenéticamente de un extremo del vaso

hasta el otro, sobre las estrellas que adornaban la cubierta. Mi padre hizo una mueca mientras se enderezaba y mi madre de inmediato tomó la revista y la empujó hacia mí.

—Taylor, tira esto fuera, ¿podrías? —Dio un paso hacia mi padre y le preguntó,

con voz más tranquila—: ¿Estás bien, Robin?

Mientras que Robin era el nombre completo de mi padre, él respondía por Rob,

y las únicas veces que oí que lo llamaran Robin fueron cuando mamá estaba enojada o preocupada, o mi abuelo estaba de visita.

Mi padre aún estaba estremeciéndose y no pensé en quedarme ahí de pie, viendo algo que casi nunca había visto antes, a mi padre con dolor. Con la revista y la araña atrapada en la mano, me di la vuelta, contenta de tener una excusa para irme.

Me dirigí a la puerta principal y bajé los escalones a la entrada de gravilla, donde levanté el vaso. Esperando que la araña saliera de inmediato, me sorprendió

cuando se quedó dónde estaba, congelada sobre Los 10 Mejores Consejos de Belleza para este Verano.

—Muévete —le dije mientras movía la revista y al final entendió el mensaje y se deslizó lejos. Sacudí la revista y estuve a punto de volver a entrar, pero la idea de la expresión en el rostro de mi padre me llevó a dejar la revista y el vaso en el porche y

caminar por el sendero hacia la carretera.

Estaba descalza, y cada paso me hizo estremecer, me recordaba cuánto tiempo

había pasado desde que había sido capaz de hacer esto sin zapatos, cuanto tiempo, de hecho, desde que había estado aquí. Cuando estaba a mitad de camino, llegué a

nuestro bearbox, un artilugio de madera, diseñado para mantener a los osos lejos de que entren en la basura y tuve que parar y dar a mis pies un poco de descanso, al ver las luces de las luciérnagas, comenzando a parpadear dentro y fuera de la hierba.

Entonces prácticamente fui saltando en mi camino hasta el final del camino de entrada, y salí a la carretera pavimentada.

telarañas irregulares en lugares oscuros. Muchas veces se suspende con las patas arriba, debajo de la

telaraña.

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Aunque no quería, me encontré gravitando la casa de al lado. Las luces seguían

encendidas en lo que ahora sabía era la casa de Henry, derramándose fuera de las ventanas en cuadrados sobre el camino de grava. Miré las ventanas iluminadas,

preguntándome si estaba en casa, y si era así, cuál sería su habitación, cuando me vi a mí misma y me di cuenta de que estaba siendo ridícula. Aparté la vista y noté, por

primera vez, que había una tienda de campaña alzada junto a la casa, un campamento. Mientras miraba, la tienda se iluminó, lanzando la silueta de quien estuviera dentro. Di media vuelta y rápidamente caminé unos pasos hasta la calle, despreocupadamente,

como si estuviera afuera sólo para mirar las estrellas por la noche.

Lo cual, decidí que en realidad parecía una buena idea, mientras tenía a la luna

por encima de mí, enorme en el cielo, enviando hojas de luz hacia abajo en la carretera. Tiré mi cabeza hacia atrás en busca de estrellas.

Me encantaban desde que era pequeña y mi abuelo, un oficial de la marina, me había enviado un libro sobre constelaciones. Nunca había sido buena identificándolas, pero las historias se me quedaron grabadas. Amantes desterrados a los confines del

universo, diosas castigadas por vanidad y colgadas boca abajo. Cada vez que la noche era lo bastante clara, me gustaba mirar hacia arriba, tratando de distinguir patrones en

el cielo, tratando de ver lo que había causado que personas de hace mucho tiempo contaran historias sobre lo que vieron. Las estrellas eran siempre más fáciles de ver en

el Phoenix Lake, y esta noche parecían hacerse cargo de todo el cielo. Las miré, hasta que sentí que podía respirar, tal vez por primera vez ese día. Tal vez por primera vez en las últimas tres semanas.

Realmente no sabía cómo iba a pasar el verano. Sólo habían pasado unas horas, pero ya parecía más de lo que podía manejar. Era como si estuviéramos todos

fingiendo que no pasaba nada. Ni siquiera hablábamos de la razón por la que se había esfumado todo. En vez de eso, pasamos la cena escuchando que Warren siguiera

contando cómo se inventó la pizza.

Di la vuelta para regresar a casa cuando me detuve en seco. El perro de esa tarde estaba sentado en el borde de nuestro camino, donde la grava se unía con el

pavimento. Miré la calle, para ver si había un propietario viniendo, correa y bolsa de plástico en mano. Las calles del lago de Phoenix eran lo bastante seguras y por lo

general bastante abandonadas, por lo que la gente paseaba a sus perros sin correa. La única vez que había oído hablar de esto como un problema fue cuando los Morrison

paseaban a su poodle una noche y se encontraron con un oso, sin duda en una bearbox. El señor y la señora Morrison hicieron una rápida retirada, pero su poodle, por otro lado, quien, si añadimos al hecho de ser ruin el que aparentemente no fuera

demasiado brillante, parecía pensar que el oso era un perro grande y trotó a decirle hola. En algún momento, el perro averiguó que había sido una terrible idea y salió

corriendo, ileso. Después de eso, nunca he visto a los Morrison caminando sin correa, y una muy corta, por cierto.

Pero esa noche la calle se hallaba tranquila, sin caminantes nocturnos en busca de un perro un poco irregular. Di otro paso, y el perro no se levantó ni movió, ni siquiera se puso rígido. En cambio, su cola golpeó más duro, como si yo fuera la

persona que había estado esperando ver. Vi que el collar era de un azul desteñido, lo

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que significaba que lo más probable es que fuera de un niño y eso estaba escrito en su

etiqueta. Así que tenía una casa, sólo elegía evitarla. En ese momento, pude relacionarlo.

Sin embargo, dondequiera que viviera el perro, era obvio que vivía en algún lugar, y ese lugar, a pesar de lo que parecía pensar, no era nuestro patio. Caminé

alrededor de él, y me dirigí a casa, pensando que el perro sería capaz de cuidar de sí mismo. Había avanzado unos pasos cuando oí un débil sonido tintineante detrás de mí. Me di la vuelta y vi que el perro me seguía. Se quedó inmóvil en su camino y se

sentó a toda prisa, como si no se diera cuenta de que se había movido. Sintiéndome como si estuviera en un juego extraño de luz roja, luz verde, señalé de nuevo a la

carretera.

—No —dije lo más firme posible, tratando de recordar todas las lecciones de

Top Dog—. Vete.

Bajó una oreja, inclinando la cabeza y mirándome con lo que casi parecía una expresión esperanzada mientras su cola golpeaba en el suelo. Pero no se fue.

Al mirar más de cerca, me di cuenta de que parecía un poco sarnoso, parte de su pelaje estaba enmarañado. Pero pensé que tenía sentido, si sus propietarios

realmente hubieran estado en el parque, probablemente no dejarían que su perro paseara por la noche por su cuenta.

—Vete —dije de nuevo, incluso con más fuerza esta vez—. Ahora.

Seguí haciendo contacto visual, tal y como el programa siempre aconsejaba. El perro me miró durante un segundo, entonces bajó la otra oreja y pareció suspirar. Pero

se puso de pie, lo que en realidad no le hacía cambiar mucho en altura, ya que sus piernas eran un poco cortas para su cuerpo. Me echó una mirada más larga, pero traté

de no mostrar ningún signo de vacilación. Y después de un momento más, dio media vuelta y comenzó lentamente a bajar por el camino de entrada.

El perro se acercó al final de la grava, hizo una pausa, y luego giró a la izquierda y se dirigió por la calle. Y a pesar de que tenía la intención de entrar de inmediato, vi al perro hacerse cada vez más pequeño, oyendo el tintineo de su collar

cada vez más débil, hasta que finalmente rodeó la curva en el camino y desapareció de mi vista.

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Capítulo 6 Traducido por Amy

Corregido por Max Escritora Solitaria

a mañana siguiente, me desperté sobresaltada. Parpadeé cuando miré alrededor de la habitación, por un segundo no recordé donde estaba.

Luego mis ojos cayeron en el pingüino en mi tocador, y todo volvió a mí. Gemí y me di vuelta de nuevo, pero no iba a ser capaz de cerrar mis ojos, podría decir que no iba a ser capaz de volver a dormir.

Me senté y miré la luz del sol que se filtraba a través de mí ventana. Pareciera que iba a ser un día hermoso, por todo lo bueno que iba a hacer. Salí de la cama, y

luego miré al pingüino por un momento, lo metí en el estante superior del armario y cerré la puerta, así no sería la primera cosa que vería al despertarme cada mañana.

Me dirigí por el pasillo, tirando mi cabello en una desordenada cola de caballo cuando me fui, notando que la casa estaba increíblemente tranquila. Miré al reloj del microondas cuando llegué a la cocina y me di cuenta por qué: eran las ocho de la

mañana. En un pasado no-tan-lejano, mi padre hubiese estado despierto hace horas. Él habría preparado una taza de café y estaría a medio camino de contestar sus e-mails de

la mañana, ya sentándose para hacer el trabajo. La vista de la cafetera vacía era suficiente para recordar que las cosas habían cambiado.

La normalidad que de alguna manera había esperado que volviera no iba a volver de nuevo. Podía hacerme una taza por mí misma, pero no tenía idea de cómo hacer café, esa siempre había sido la responsabilidad de mi papá, junto con recordar la

información importante.

No esperaba realmente estar sola en una casa vacía, salí. Usualmente habría ido

al muelle, pero después de encontrarme ayer con Henry, no estaba segura sobre ir al muelle otra vez. Así que en cambio, entré en mis sandalias y caminé por la entrada de

autos, pensando que quizás esta vez en el momento que vuelva de mi paseo, otros miembros de mi familia podrían estar despiertos, y entonces podríamos…

Me detuve al medio del camino, dándome cuenta que no sabía cómo completar

esa oración. No tenía idea que iba a hacer este verano, excepto ser testigo del fin del mundo que siempre conocí. El pensamiento era suficiente para impulsarme hacia

delante, como si dejara a alguien detrás de mí, junto con la casa y la silenciosa cafetera.

L

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Deliberadamente me volví y comencé a caminar en la dirección opuesta de la

casa de Henry y recordé la primera vez que tuvimos vecinos. De todos modos, había

un Prius en la entrada con un letrero que no reconozco que decía: CORTAR A:

VERANO.2

Dockside Terrace, nuestra calle, estaba vacía temprano en la mañana, excepto por un hombre de aspecto somnoliento caminando con un energético Golden retriever.

Cuando caminaba, me encontré notando todos los letreros en el frente de las casas, y me di cuenta de cuántos de ellos recordaba. Casi todas las casas en el Phoenix Lake

tenían nombres, no números. Pero nuestra casa nunca tuvo un nombre, ya que nunca llegábamos a un consenso sobre el nombre. Nosotros votábamos cada verano, pero nada parecía ajustar.

Había estado caminando quizás por unos veinte cuando me decidí a volver.

Estaba comenzando a hacer calor, y había más corredores y paseadores de perros,

todos saludándome alegremente, más consciente de que había literalmente sólo rodado de mi cama y no llevaba sujetador. Me daba la vuelta cuando noté una abertura en el

bosque junto a la carretera. Mi memoria estaba un poco nublada en los detalles, pero estaba bastante segura que era un camino que daba casi directamente a mi casa.

Me detuve en el umbral del bosque antes de entrar por la abertura. Tan pronto como lo hice, sentí como que entraba a un mundo diferente. Era más tranquilo y más oscuro, con la luz del sol filtrándose en la tierra en ejes y pintando las hojas de los

árboles. No había estado en los bosques por años, y cuando comencé a seguir el rastro, me di cuento de lo familiar que todo era, las gotas de rocío sobre los musgos, el aroma

de los pinos, el chasquido de las ramas y las hojas debajo de mis sandalias. Era el mismo sentimiento cuando había vuelto a la casa, la comprensión de que sólo porque

tú dejaste algo atrás no significa que te has ido alguna parte. Y cuando caminaba, me encontré, para mi sorpresa, que lo había extrañado.

Media hora más tarde, ya no estaba la sensación cálida y difusa en el bosque.

Ya había perdido cualquier rastro que pensé que había estado. Mis piernas estaban raspadas por las ramas, mi cuello estaba infectado de mosquitos, y yo no quería ni

pensar como lucía mi cabello. Pero sobre todo, me molesté conmigo misma, y un poco incrédula de haberme perdido tan cerca de casa.

No tenía mi teléfono, que, con su brújula, para no mencionar GPS, me habría venido muy bien en ese momento. No podía ver ninguna casa a mí alrededor, nada para orientarme, pero aún no entraba en pánico. Por ahora, seguía esperando que

pudiera encontrar el camino de nuevo, encontrar el rastro de nuevo. No me preocupaba por el atajo, sólo quería ir a casa.

Algún lugar a lo lejos, oí el graznido de unas aves y luego, un segundo después, oí el sonido llamando de vuelta, pero lo oí mal, y no por otro pájaro. Un segundo

después, el pájaro volvió a llamar, un poco mejor esta vez, y me dirigí a la dirección donde venía el sonido, caminando rápido. Si había observadores de aves en los bosques, significaba que quizás ellos pudieran decirme el camino de vuelta a la

carretera, quizás no estaba perdida completamente.

2 Es un término cinematográfico, que es pasar de una escena a otra.

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Los encontré muy pronto —ayudó que las llamadas de imitación de aves

siguieran llegando— dos chicos, uno alto, uno alrededor de la estatura Gelsey, ambos estaban de espaldas, ambos mirando fijamente a un árbol.

—Hola —llamé. Estaba más preocupada por avergonzarme a mí misma. Sólo quería ir a casa y conseguir un poco de desayuno y aplicar loción de calamina en mis

picaduras—. Lo siento por molestarlos pero…

—¡Shh! —dijo el más alto, sin dejar de mirar el árbol, en un chillón susurro—. Estamos intentando ver… —Se dio vuelta y se detuvo abruptamente. Era Henry, y se

veía tan sorprendido de verme al igual que yo.

Sentí mi mandíbula caer otra vez, y rápidamente la cerré. No había ninguna

duda en mi mente de que me sonrojé, y no estaba lo suficientemente bronceada aún para ocultarlo. —Hola —murmuré, cruzando los brazos con fuerza sobre mi pecho,

preguntando por qué cada vez que lo veía, de alguna manera me vería peor que la anterior.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó en el mismo susurro chillón.

—¿Qué, no se me permite estar en los bosques ahora? —pregunté, no tan tranquila, haciendo que el chico al lado de él se diera vuelta.

—¡Shh! —dijo el chico, tenía un par de binoculares en sus ojos. Los bajó, y noté con sorpresa que era el hermano menor de Henry, Davy—identificable, pero apenas,

tenía siete años la última vez que lo vi. Ahora se parecía mucho cuando Henry tenía esa edad, excepto que Davy lucía muy bronceado para estar recién empezando el verano y estaba, por alguna razón, usando un par de mocasines—. Estamos tratando

de localizar al azulejo.

—Davy —dijo Henry, empujándolo por la espalda—. No seas grosero. —Me

miró otra vez, y dijo—: Recuerdas a Taylor Edwards ¿cierto?

—¿Taylor? —preguntó Davy, sus ojos muy abiertos, mirando a Henry en

alarma—. ¿En serio?

—Hola —dije agitando mi mano, y luego crucé mis brazos otra vez.

—¿Por qué ella está aquí? —Davy medio susurró a Henry.

—Te lo diré después —respondió Henry, frunciendo el ceño a Davy.

—Pero, ¿por qué estás hablando con ella? —continuó Davy, no realmente

susurrando.

—De todos modos —dije en voz alta—. Si sólo pudieras…

Hubo un batir de alas en el árbol donde los Crosbys miraban, y dos pájaros —uno marrón, uno azul— volaron por los aires. Davy peleó por sus binoculares, pero

hasta yo sabía que era muy tarde, los pájaros ya se habían ido. Sus hombros caídos, y dejó caer los binoculares en el cordón alrededor de su cuello.

—Volveremos mañana, ¿está bien? —dijo Henry tranquilamente a Davy,

descansando su mano en el hombro de su hermano. Davy se encogió de hombros,

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mirando hacia el suelo—. Debemos irnos —dijo Henry, mirándome. Me dio un

pequeño movimiento de cabeza antes de que él y Davy comenzaran a irse.

—Um —comencé, sabiendo que probablemente sería mejor sólo salir, en lugar

de acosarlos a los dos por el bosque con la esperanza de poder llegar a casa, ¿y si ni siquiera iban a su casa, y termino siguiéndolos mientras persiguen otro pájaro

aleatorio?—. ¿Vas a casa? Porque estoy un poco perdida, entonces si tú… —Mi voz se fue apagando, más que nada después de ver la expresión de Henry, que era un poco incrédula y otro poco molesta.

Él dejó escapar un suspiro y se inclinó ligeramente hacia abajo para hablar con Davy. —Te veré en casa ¿está bien? —preguntó. Davy me frunció el ceño, y luego

salió del bosque corriendo.

—¿Cómo sabe dónde va? —pregunté, cuando lo vi desaparecer de vista. Él

realmente parecía saber dónde iba, pero eso es lo que yo había pensado cuando entré como corriendo al bosque.

Henry parecía encontrarlo gracioso por alguna razón. —Davy conoce el bosque

como la palma de su mano —dijo, la esquina de su boca levantándose en una media sonrisa—. Sólo toma un atajo, que sólo Dios sabe cómo lo encontró. Nunca lo he

visto, pero lo lleva a casa en mitad del tiempo. —Entonces Henry pareció darse cuenta que hablaba. La sonrisa desapareció, y la expresión molesta volvió—. Vamos —dijo

cortante, y se dirigió en una dirección totalmente diferente de donde estaba caminando.

Pisoteamos a través del bosque en silencio por algunos minutos, Henry no me

miraba, con la cabeza recta hacia delante. Contaba los minutos para estar en casa y para que esto terminara.

—Gracias —dije finalmente después de que no podía soportar un silencio más grande.

—No hay problema —dijo Henry cortante, sin mirarme aún.

—Yo sólo —comencé, sin seguridad de dónde iba esto, pero sentía que necesitaba explicar algo—, no quise que esto pasara, sólo trataba de encontrar el

camino a casa.

—Está bien —dijo Henry, un poco menos brusco que antes—. Vamos al mismo

lugar. Después de todo. Y además —dijo, mirándome directamente por un momento, el fantasma de una sonrisa volvió—, te dije que sería inevitable.

Empecé a responder cuando noté que nuestro camino se encontraba bloqueado, había dos enormes árboles botados, ya con musgos creciendo en todo el tronco. Mezclado en torno a los árboles caídos había maderas cortadas, de diferentes tamaños.

—¿Qué es eso? —pregunté. Toda la cosa, los árboles caídos y las piezas desordenas de maderas creó un gran obstáculo, donde la pila era más grande, llegaba casi hasta mi

cintura.

—El mes pasado hubo una tormenta —dijo Henry, ya caminando alrededor de

ella—. Hubo una casa del árbol allí, se vino abajo cuando los árboles se cayeron.

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Entonces eso explica la madera, y los ocasionales clavos que se sobresalen a

través de las vigas. Comencé a seguirlo cuando mi memoria volvió, golpeándome con fuerza que dejé de caminar. —¿Todavía tienes la tuya? —pregunté. Al segundo

después de que dije eso, me acordé que ya no vivía en su antigua casa—. Me refiero, ¿sigue aquí? ¿La casa del árbol? —Henry y su padre la construyeron juntos, y había

declarado una zona libre de hermanos menores, y pasaba horas allí arriba, especialmente cuando el tiempo era malo, y pasar todo el día en el lago no era una opción.

—Todavía está aquí —dijo—. Puedes verla si sigues abajo el camino.

—Estoy feliz —dije, sin siquiera darme cuenta de que esto era lo que sentía

hasta que lo dije.

—Si —dijo—. Yo también.

Me quedé mirando los árboles caídos mientras caminaba alrededor de ellos, seguía un poco sorprendida por verlos en el suelo, lo opuesto de donde deberían estar. Parecían una locura tan grande, tan aparentemente terminante, que podían ser tirados

con un poco de viento y de lluvia.

Henry ya empezaba a dar zancadas, y así, me apresuré para estar a su altura,

comencé a trepar por los árboles caídos. Para entonces, ya había llegado a la cima del árbol, donde el tronco se había reducido, y parecía que iba a ser lo suficientemente

simple. —Ow —murmuré en voz baja cuando otra ramita raspó mi pierna.

Henry volvió hacia atrás y entrecerró los ojos. —¿Qué estás haciendo? —llamó, comenzando a caminar hacia mí.

—Nada —dije, oyendo la molestia en mi voz, yo sabía que no era exactamente justo ya que él me ayudaba a salir del bosque, pero todo lo que hacía en este momento

era tratando de evitar que esperara por mí.

—No —dijo, y pude oír que sonaba igual de molesto—. Esa madera está

podrida, lo más probable es que…

Con un chasquido, el tronco que había quedado en pie colapsó, y me lancé hacia

delante, preparándome para la inevitable caída, cuando justo, en un instante, Henry estaba allí, atrapándome.

—Lo siento —jadeé, sintiendo lo fuerte que mi corazón latía, la adrenalina

bombeaba por mi cuerpo.

—Ten cuidado —dijo, cuando comenzaba a salir del tronco—. Davy se torció

su tobillo haciendo lo que hiciste el mes pasado.

—Gracias. —Me incliné hacia él por un poco de ayuda cuando levanté el pie

hacia fuera, tratando de no pensar en qué tipo de horripilantes bichos vivían en el tronco del árbol podrido. No fue sino hasta que tenía los dos pies en el suelo del bosque, que me di cuenta que sus brazos aún seguían a mí alrededor. Podía sentir el

calor de sus manos en mi espalda a través de mi delgada camiseta. Levanté la vista hacia él, todavía era extraño mirar a Henry, y miré cuan cerca estábamos, nuestros

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rostros a poco centímetros de distancia. Debió notar eso porque al mismo tiempo, dejó

caer sus brazos de inmediato, y dio algunos pasos atrás.

—¿Estás bien? —preguntó, el brusco, tono serio de su voz regresó.

—Bien —dije. Me sacudí algunas de las hojas mojadas que se pegaron a mis tobillos, sobre todo porque no lo vería estando así de nerviosa.

—Bien —dijo. Comenzó a caminar nuevamente, y lo seguí detrás, con cuidado de ver dónde ponía mis pies, no quería otro accidente. En lo que se vio como sólo unos segundos después, seguí a Henry fuera de los bosques, parpadeando a la brillante luz

del sol, y me di cuenta que estaba sólo a dos calles de mi casa—. ¿Sabes el camino desde aquí? —dijo.

—Claro que lo hago —dije, ligeramente insultada.

Henry sólo sacudió su cabeza y sonrió, la primera sonrisa verdadera que vi. —

No es como si tuvieras el mayor sentido de dirección —dijo. Abrí mi boca para protestar y continuó—: Yo sólo tenía que ayudarte a encontrar el camino fuera del bosque. —Me miró por un momento y luego añadió—: Y no fue la primera vez. —

Luego se dio vuelta, dejándome para tratar de averiguar lo que quería decir.

Un momento después, cuando estuvo fuera de vista, me di cuenta. La primera

vez que nos conocimos fue en los mismos bosques. Mientras caminaba a casa, protegiéndome los ojos del sol, tan brillante después de la oscuridad del bosque. Me di

cuenta de que había estado tan concentrada en pensar cómo las cosas con él habían terminado, que casi olvidé cómo había empezado.

—Taylor, ¿dónde has estado? —preguntó mi madre cuando regresé, sus ojos se

abrieron cuando miró los arañazos en mis piernas. Había estado tratando de escabullirme a mi habitación en silencio, esperando que todos siguieran durmiendo,

pero no tuve suerte. Mi mamá había estado desempacando en la cocina unas bolsas de PocoMart lo más parecido a una tienda en el Phoenix Lake. Había grandes

supermercados, pero tomaba una media hora de distancia.

—Sólo caminaba —dije vagamente cuando miré alrededor de la cocina, sin mirar a sus ojos. Miré que la cafetera seguía vacía, mi madre tomaba sólo el té, lo que

significaba, dos horas después de que me fui, mi padre seguía durmiendo.

—Me encontré con Paul Crosby en el mercado —dijo, refiriéndose al padre de

Henry. Sentí que mi cara se comenzaba a poner caliente, y estaba agradecida de que ella se hubiera encontrado con él antes de que sus hijos tuvieran la oportunidad de

decirle que me perdí en el bosque—. En el pasillo de los lácteos. Dijo que están viviendo al lado de nosotros.

—Oh —dije—. ¿Qué hay sobre eso? —Pude sentir mis mejillas más calientes, y abrí el refrigerador y metí mi cabeza, intentado fingir que buscaba algo esencial.

—Tienes que ir a saludar a Henry —continuó mi madre, mientras me concentré

en asegurarme que las fechas de caducidad de la leche estaban todas bien.

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Sólo hay un pequeño tiempo en que se puede tener la cabeza en el refrigerador,

y ya superé ese tiempo. Además, mis oídos comenzaban a enfriarse. —Mmm —dije, cerrando la puerta y apoyando mi espalda en ella.

—Y supongo que tengo que ir a saludar a Ellen —continuó mi madre. Ella sonaba claramente menos emocionada con eso, y no podía culparla. La madre de

Henry no parecía gustarle mucho los niños a menos que nos quedáramos quietos y fuera del camino. A pesar de que corríamos entre fuera y dentro de mi casa, algunas veces jugábamos a la guerra con pistolas de agua, cuando llegábamos a la puerta de

Henry, nosotros inmediatamente nos calmábamos y nos quedábamos quietos, sin ni siquiera hablar de ello. Esa no era una casa donde podías hacer fuertes de frazadas. Y

sin mi madre diciendo algo rotundo, yo siempre había sentido que a mi madre no le agradaba mucho la señora Crosby.

Saqué una manzana de una de las bolsas del mostrador, y mi madre me la quitó, la lavó rápidamente y la sacó, luego me la devolvió. —Tú y Henry solían ser tan cercanos —dijo.

Miré a través de la ventana de la cocina la casa de los Crosby, sobre todo para que mi madre no viera mi expresión. —Eso creo —dije—. Pero eso fue hace mucho

tiempo, mamá.

Empezó a doblar las bolsas, y podría haberla ayudado pero en cambio me

apoyé en el mostrador y comencé a comer mi manzana. —¿Ya has llamado a Lucy? —preguntó.

Mordí con fuerza mi manzana, preguntándome por qué mi madre siempre

asumió que sabe lo que es mejor para mí. ¿Por qué no me pregunta si yo quiero llamar a

Lucy, por ejemplo? Lo que absolutamente no quiero, por cierto. —No —dije, tratando

de detenerme a mí misma de rodar los ojos—. Y no creo que lo haga.

Me dio una mirada que me dijo claramente que pensaba que era un error

mientras ponía las bolsas de papel donde siempre las habíamos guardado, bajo el fregadero. —Tus amigos de la infancia son a los que tienes que aferrarte. Te conocen de una manera que nadie más lo hace.

Después del encuentro con Henry, no estaba convencida de que fuera algo bueno. Miré a mi madre cuando se acercó al refrigerador con un calendario de verano.

La asociación del Phoenix Lake se hacía cada año, y un calendario había estado en el refrigerador cada año que pude recordar. Eran diseñados para colgarlos verticalmente,

por lo que se podían ver los tres meses de verano, cada mes tenía al lado fotografías de

niños sonrientes en barcos de vela, parejas relajadas en el lago, y personas mayores

viendo el amanecer. Mi madre colocó en el refrigerador los imanes desiguales que siempre habíamos tenido y de repente estaba feliz de que los Murphy no los hubieran tenido y me acerqué más a mirarlo, todas los cuadrados vacíos que representaban los

días de verano que quedaban.

Este calendario ha sido siempre un camino, especialmente comenzando la

estación, para deleitarse con la cantidad de tiempo que quedaba de verano. En los años pasados, el verano parecía extenderse hasta el infinito, por lo que cuando agosto

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llegaba yo ya tenía mi ración de s‟mores3, helados y mordidas de mosquitos, y deseaba

el otoño, un clima más fresco y la ropa de Halloween y Navidad.

Pero mientras miraba ahora, comencé a hacer cuentas, sentí un sentimiento de

pánico en mi pecho, uno de los que te hacía difícil respirar. En mi cumpleaños, tres semanas atrás, los doctores le dijeron a mi padre que tenía cuatro meses. Tal vez

más… pero tal vez menos. Y tres semanas de esos meses ya habían pasado. Lo que significaba… me quedé mirando el calendario tan fuerte, que la vista se puso borrosa. Estábamos en mitad de mayo, por lo que quedaba el resto del mes y todo junio. Y

además todo julio. Pero ¿luego qué? Miré a agosto, la foto de la pareja de ancianos tomados de las manos mirando el amanecer en el Phoenix Lake, y me di cuenta que

no tenía idea que pasaría, si mi mundo se vería así. Si mi padre aún estaría vivo.

—¿Taylor? —preguntó mi mamá, su voz sonaba preocupada—. ¿Estás bien?

No estaba bien, y estar normalmente sería irme por algún camino—metida en mi auto y conducir a alguna parte, irme por un largo paseo, cualquier cosa para evitar el problema. Pero como aprendí esta mañana, salir no parece ayudar a las cosas—de

hecho, las hizo peor.

—Estoy bien —le espeté, a pesar de que había una parte de mí que sabía que

ella no lo merecía. Pero quería que supiera que estaba mal sin tener que preguntar. Y lo que de verdad quería era que ella hiciera lo que no había hecho, ahora lo que era

más importante era arreglarlo. Pero ella nunca lo arreglaba, y no sería capaz de hacerlo. Tiré mi manzana a medio comer y salí de la cocina.

Encontré el baño milagrosamente vacío, tome una larga, caliente ducha, para

lavar la suciedad de los arañazos en mis piernas y permanecer allí hasta que el agua caliente de nuestro pequeño calentador de agua se acabara.

Cuando regresé a la cocina, estaba lleno de olor a café. La cafetera burbujeaba y silbaba y había una taza ya un poco preparada. Pude ver a mi padre sentado en el

porche, con el computador delante de él, una taza humeante en la mano, riéndose de algo que mi mamá dijo. Y a pesar de que sabía lo que el calendario de la nevera decía, no podía tener sentido, no con mi papá sentado a la luz del sol, mirándose totalmente

sano, a menos que supieras lo contrario. Caminé hacia la puerta del porche, me apoyé en el marco de la puerta y mi papá miró hacia mí.

—Hola, niña —dijo—. ¿Qué hay de bueno? —Y antes de que pudiera formar palabras en torno a la masa que se formó en mi garganta, para empezar a contestar, él

miró hacía el lago y sonrió—. ¿No es un hermoso día?

3 Es un postre hecho en una fogata, es un malvavisco tostado con capas de chocolate.

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Capítulo 7 Traducido por Vane-1095

Corregido por Max Escritora Solitaria

alabra de doce letras para “cambio”. Bajé la mirada al crucigrama y

golpeé mi lápiz en las casillas vacías. Tratando de concentrarme, miré a través del porche de entrada hacia el lago. No tenía exactamente el

hábito de hacer crucigramas, pero estaba un poco desesperada por entretenimiento. Después de cinco días en el Phoenix Lake, estaba oficialmente

aburrida de mi mente. Y lo peor de todo era que en esta situación, a diferencia de en unas vacaciones de familia o algún recital de baile de Gelsey, no podía quejarme a

alguien de que estaba aburrida y saber que se sentía de la misma manera que yo. Porque no se suponía que pasaría este verano siendo entretenida. No se supone que yo fuera divertida. Pero no cambiaba el hecho de que estaba, de hecho, increíblemente

aburrida. Y mayormente sufriendo de claustrofobia.

Oí el ya familiar sonido de los neumáticos del camión de FedEx crujiendo en

nuestro camino y di un salto para interceptar el paquete del día, sólo para tener algo que hacer. Pero cuando salí, vi que mi padre ya estaba con la caja blanca en sus

manos, asintiendo con la cabeza al conductor, quien, después de las entregas diarias, estaba siendo muy familiar.

—Estás manteniéndome ocupado en este cuello de bosques —dijo el conductor,

moviendo de un tirón hacia abajo sus gafas de sol—. Eres la única entrega que tengo por aquí.

—Lo creo —dijo mi papá, abriendo la caja.

—Y si tus chicos pudieran mantener su perro atado, se los agradecería

enormemente —dijo el conductor mientras se acomodaba en el asiento delantero—.

Casi lo atropello esta mañana. —Puso en marcha el camión y puso reversa, pitó una vez y se volvió por el camino.

Mi padre se volvió hacia mí con las cejas enarcadas. —¿Perro?

—Oh, Dios mío —dije. Me incliné sobre la barandilla del porche delantero y,

efectivamente, vi el mismo perro merodeando por el borde de nuestro camino—. ¡Fuera! —le grite—. ¡Fuera de aquí! —Me miró, luego pasó nuestro camino trotando y fuera de vista, pero yo tenía la sensación que estaría de vuelta en poco tiempo—. Es

P

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sólo un perro —dije, mientras el sonido de sus pasos se hacía más y más débil—. El

cree que vive aquí.

—Ah —dijo mi papá, sin dejar de mirar un poco perplejo, y me di cuenta de

que realmente no había aclarado nada. Cruzó la calzada y subió las escaleras, inclinándose un poco sobre la barandilla—. Bueno, no dejes que tu hermano lo vea.

—Bien —dije, y seguí a mi padre al cubierto porche, donde sacudió el contenido de la caja, un grueso fajo de papeles, muchos marcados con banderas de colores brillantes. Había obtenido una entrega similar de su bufete de abogados todos

los días hasta hoy, todos aparentemente relacionados con el caso en el que había estado trabajando. Cuando pregunté por que su empresa no podía simplemente enviar

por e-mail los documentos, en lugar de enviar un camión de FedEx a través de las montañas de Pennsylvania todos los días, dijo que era debido a problemas de

seguridad.

Me dejé caer en la silla frente a él y suspiré, al mismo tiempo consciente de que no estaba incluso llegando a hacer lo que mi padre nos había pedido, es decir, dejar de

estar en la casa.

En nuestro primer día completo, rápidamente se hizo evidente que Warren, y

Gelsey, y yo no teníamos idea de qué hacer con nosotros mismos. Y así, nosotros tres nos pasamos los primeros días simplemente siguiendo a mi papá de cuarto en cuarto,

en caso de que quisiera un esclavo o algo. Después del segundo día consecutivo de eso, nos habíamos sentado alrededor del porche cubierto con la mosquitera mientras mi padre trabajaba. Gelsey tenía su copia maltratada de Holding on de Air, autografiada por

la bailarina Suzanne Farrell, yo mi revista, ahora con la cubierta manchada de araña removida, y Warren tenía un libro de texto frente a él. Todos estábamos en

la lectura, una especie de excepción cada vez que papá levantaba la vista de su trabajo, miraríamos también, y Warren sonreiría extrañamente, todos nosotros, esperando

alguna señal, alguien que nos dijera como actuar. Pero se volvía muy claro para mí que lo llamado tiempo de calidad por alguna razón—por definición, no significaba pasar

cada minuto del día juntos.

Y los veranos pasados, nunca había pasado mucho tiempo adentro a menos que lloviera. Como su nombre lo implica, Phoenix Lake era la comunidad de verano en un

lago, y el lago —y su playa— eran por mucho la atracción principal. También había una piscina, con un tobogán de agua en el que había pasado un montón de tiempo

cuando era joven, además de pistas de tenis y un campo de golf. Era como una extraña combinación de un club de campo y un campamento, excepto que no era nada lujoso.

No había casas de millones de dólares o fincas, pero tenías que comprar una membresía para poder ir a la playa y a la piscina. Y porque estaba tan lejos de todo, y una comunidad tan pequeña, Phoenix Lake era increíblemente segura, y yo

básicamente había estado libre en el lugar cuando tenía unos siete años. Había un autobús para los niños, el transbordador, que iban desde Centro

Recreacional alrededor de la piscina y la playa. Pero yo lo había tomado en muy pocas ocasiones. La mayoría del tiempo, montaba en bicicleta a todas partes.

Cuando habíamos estado aquí antes, mi madre se pasaba su tiempo ya sea en la playa o jugando tenis, mi padre iba a trabajar al aire libre o a jugar

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golf, y mis hermanos y yo estábamos bien con las lecciones de tenis y golf que nuestros

padres no habían forzado a tomar, o la playa o la piscina. Volveríamos para la cena y comeríamos juntos en el porche, cada uno un poco más moreno que como nos habían

dejado en la mañana. Pero nunca acabábamos quedándonos en casa, todo el día, cuando estaba precioso y soleado afuera.

—Ya es suficiente —dijo mi padre, después de que alzara la mirada para encontrarnos a todos mirándolo, y a Warren aún sonriendo—. Ustedes tres me están volviendo loco.

Miré a mi hermano quien me lanzó una mirada inquisitiva. Realmente no estaba segura de lo que mi papá decía, sobre todo desde que había sido tan cuidadosa

de no hacer nada que lo volviera loco. —Um —dije finalmente después de un

momento, cuando se hizo claro que mis hermanos no iban a saltar a la brecha—. ¿Qué

estamos haciendo?

—No están haciendo nada —dijo, sonando agravado—. Y ese es el problema. No necesito que me estén vigilando todo el día. Me hace sentir como si estuviera en

una especie de experimento científico. O aun peor, una especie de reality show.

Vi a Warren abrir la boca para responder, luego cerrarla de nuevo, además de

que ninguno de nosotros actuábamos como normalmente lo hacíamos. Nunca había visto a Warren no tener nada que argumentar.

—Miren —dijo mi papá, suavizando su tono un poco—. Aprecio lo que están tratando de hacer. Pero mientras podamos, me gustaría tener un verano tan normal como sea posible. ¿De acuerdo?

Asentí con la cabeza, aunque no estaba segura de lo que un verano “normal”

era. En un verano normal, o al menos de acuerdo a los últimos años, no hubiéramos

estado juntos.

—Entonces —dijo Gelsey, y me di cuenta de que se encontraba sentada un

poco más erguida, con un brillo en sus ojos castaños—. ¿Qué debemos hacer con nuestro tiempo?

—Lo que quieran —dijo, extendiendo las manos abiertas—. Con tal de que no

se trate simplemente de estar por la casa. Es verano. Diviértanse.

Eso parecía ser todo el ímpetu que mi hermana necesitaba. Saltó de la mesa y

corrió hacia la casa, gritando a mamá, preguntando si podían hacer una barra. Mi padre la vio alejarse, sonriendo, y luego se volvió hacia mí y Warren, que aún

seguíamos sin movernos.

—Lo digo en serio —dijo, ondeando sus manos hacia nosotros—. Además de este caso, tengo que empezar a trabajar en un proyecto muy importante pronto, y me

gustaría un poco de paz para hacerlo.

—¿Proyecto? —preguntó Warren—. ¿De qué tipo?

—Sólo un proyecto —dijo mi papá vagamente, bajando la mirada a los papeles en sus manos.

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—Entonces. —Y me di cuenta de que trataba un poco demasiado duro en sonar

casual, como siempre hacía cuando sus sentimientos estaban heridos y no quería mostrarlo—. ¿No quieres que pasemos tiempo contigo?

—No es eso —dijo papá, viéndose afligido por un momento—. Por supuesto que quiero pasar tiempo con ustedes. Pero esto es sólo raro. Vayan a disfrutar su

verano. —Warren tomó aliento, probablemente para preguntarle a papá qué, exactamente, significaba eso. Tal vez sintiendo eso, mi padre continuó—: Pueden

hacer lo que quieran. Sólo quiero que hagan algo. Consigan un trabajo. Lean las obras

completas de Dickens. Aprendan a hacer malabares. No me importa. Sólo dejen de acechar, ¿sí?

Asentí con la cabeza, aunque ninguna de ellas parecían posibilidades reales de maneras para pasar el tiempo. Nunca había tenido un trabajo, no tenía ningún interés

en hacer malabares, y prácticamente había descartado Dickens después del primer año en Ingles. Me había perdido desde la primera página de A Tale of Two Cities, cuando

había sido incapaz de comprender como algo podría simultáneamente ser el mejor de

los casos y el peor de los casos.

Warren y Gelsey, en cambio, no tenían problema averiguando que hacer.

Gelsey iba a ser una barra con mi madre todos los días, trabajando en su técnica para que ella no se atrasara demasiado en ballet. Mi madre también había ido al Centro

Recreacional de Phoenix Lake convenciendo de alguna manera a las personas de dejar a Gelsey usar una de sus habitaciones —cuando estaba vacío y los mayores no lo usaban para yoga— para que practicara unas veces a la semana. Y como compromiso

con mi madre, Gelsey había accedido a tomar lecciones de tenis. Warren se había lanzado felizmente a la lectura de lo que parecía ser su curso entero de primer año, y

podría usualmente ser encontrado en el porche o el muelle, destacando alegremente a la distancia. Toda la situación era otro recordatorio de mis excepcionales hermanos,

como siempre, tenían algo que hacer, lo que siempre había hecho, lo que parecían saber desde el momento de nacer. Lo que me deja, como es usual, sola y lejos mientras ellos perseguían su camino hacia la grandeza.

Así que por los pasados cinco días, había estado mayormente dando vueltas y tanteando el camino. Nunca había sido tan consiente de lo pequeña de la casa, y los

pocos lugares que había para esconderse. Y desde los dos embarazosos encuentros con

Henry, evitaba a la vez el muelle y los bosques, y prácticamente había dejado de salir a

la calle, a excepción de mi excursión nocturna para sacar la basura a la bearbox (que se había convertido de alguna manera en mi trabajo) y alejar al perro que parecía no tener

intención de irse. Mi mamá también había informado que cuando se había detenido a llevarle una maceta de geranios a la madre de Henry, ella no había estado, pero una chica rubia, de mi edad, le había abierto la puerta.

Había tratado duramente de no pensar en eso demasiado, y ciertamente no dejaba que me molestara. Después de todo ¿Qué me importaba que Henry tuviera una

novia? Pero de algún modo, retroactivamente, hace esos dos encuentros con él mas

humillantes, y había sido cuidadosa de evitar mirar a la casa de al lado, sin dejarme a

mí misma preguntarme si estaba en casa.

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Ahora, mientras me encontraba sentada en la mesa y veía a mi papá hojear sus

papeles, empecé a tener la sensación de claustrofobia que se aparecía más y más últimamente como que tenía que salir, pero no tenía absolutamente ningún sitio donde

ir.

—¿Cómo te va con eso? —preguntó mi padre, y me di cuenta de que trataba de

leer mi crucigrama al revés.

—Estoy atascada en esta —dije, golpeando mi dedo en las casillas vacías—. Una palabra de doce letras para “cambio”.

—Hmm —dijo. Se echó hacia atrás en su silla, frunció el ceño y sacudió la cabeza—. No tengo nada —dijo—. Pero tal vez venga a mí. Te mantendré informada.

—Se apartó de la mesa y se puso de pie—. Voy a hacer algunos recados en la ciudad,

niña. ¿Quieres venir?

—Seguro —dije, automáticamente. Definitivamente sonaba más divertido que inútilmente navegar por internet, que era lo que había sido más o menos mi agenda ahora que ir a la zaga de mi padre ya no era una opción aceptada. Me dirigí a dentro a

buscar mis zapatos.

Cuando los encontré en la calzada, mi papá estaba de pie por el lado del

conductor y lazando las llaves de Land Cruiser en la mano. Caminé por la grava, sintiendo las rocas a través de la fina goma de mis sandalias, y me detuve frente al

capo.

—¿Todo listo? —preguntó mi padre.

—Seguro —dije lentamente, ajustando la bolsa de lona en mi hombro. No

podía dejar de pensar en los envases que había alineados en el mostrador de la cocina. No tenía idea para que era, o de los efectos secundarios que tenían. Mi padre no había

conducido, hasta donde yo sabía, desde la mañana en la que partimos, cuando salió a buscarme y me llevo por bagels—. ¿Quieres que conduzca yo? —pregunté. Dándome

cuenta de que no sabía cómo hacer la pregunta que quería hacer. Mi padre hizo un gesto a la distancia y empezó a abrir la puerta—. Quiero decir… —comencé. Sentí que mi corazón latía con fuerza. Criticar a mi padre, o cuestionar su juicio, era algo en lo

que no tenía absolutamente ninguna experiencia haciendo—. ¿Está bien contigo conduciendo? —dije rápidamente, sólo tratando de sacar las palabras.

La frase colgó entre nosotros por un momento y cuando mi padre miró sobre el capó hacia mí, su expresión me dijo que me había sobrepasado. —Estoy bien —dijo un

poco secamente. Abrió la puerta del lado del conductor, y caminé alrededor del capó

hacia el lado del pasajero, sintiendo mi cara caliente.

Conducimos en silencio por nuestra calle durante varios minutos antes de que me rompiera. —Entonces, ¿que son esos recados? —pregunté. Podía oír mi voz extrañamente alegre, en realidad no sonaba como yo, y me di cuenta de que

probablemente era el equivalente vocal de la sonrisa forzada de Warren.

—Bueno —dijo mi padre, y me di cuenta por la forma en que me miró con una

rápida sonrisa antes de rodar hasta detenerse en una señal de alto, que había superado mi comentario y quería salir adelante—, tu madre ha requerido un poco de maíz fresco

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para cenar esta noche. Tengo que recoger el correo. Y… —Hizo una pausa por un

momento y luego volvió a mirar la carretera—. Creo que es posible que desees detenerte por la Casa Club. Quizá aplicar para un trabajo.

—Oh —dije—. Un trabajo. —Miré por la ventana, sintiendo vergüenza

arrastrándose sobre mí. Así que se había dado cuenta que a diferencia de Warren o Gelsey, no tenía ningún talento para ocupar mi tiempo. Desafortunadamente, tampoco

tenía experiencia laboral, me pasaba los veranos haciendo cosas como proyectos de servicio, inmersiones lingüísticas, y yendo a campamentos en los cuales tenía que

analizar cosas.

—Ciertamente no tienes que hacerlo —dijo, mientras nos acercábamos a la

calle principal de Phoenix Lake, llamada, creativamente, Calle Principal—. Era sólo

una idea.

Asentí, y mientras mi padre hacía un giro a la derecha en Principal y entraba al

aparcamiento, le di vueltas a sus palabras en mi cabeza. Sabía que no podía seguir pasando el rato en casa sin nada que hacer. Y francamente, no veía muchas otras

opciones. —Está bien —dije, poniéndome al hombro mi bolso mientras salíamos del auto. Cerré la puerta e incline la cabeza hacia el edificio de la Casa Club, donde se encontraban las oficinas administrativas de Phoenix Lake—. Voy a darle una

oportunidad.

Mi padre me sonrió. —Esa es mi chica —dijo. Le devolví la sonrisa, pero

mientras lo hacía, podía sentir una inmediata, casi reacción de pánico. Quería congelar este momento, que no siguiera hacia delante, sumergirlo en ámbar de

alguna manera. Pero justo cuando pensaba eso, mi papá ya miraba a otro lado, empezando a caminar por la calle—. ¿Nos encontramos en treinta? preguntó.

Eche un vistazo a mi reloj. De vuelta a casa, casi nunca usé uno, porque

siempre cargaba mi teléfono conmigo. Pero aparte de unos pocos intercambios de incómodos textos con conocidos, había recurrido a la soledad extrema, mi celular

había estado tranquilo. Y como no había sentido la necesidad constante de alguien llamándome, lo había dejado en mi habitación, lo que significaba que necesitaba otra

manera de ver la hora. —Treinta —repetí—. Claro. —Papá me guiñó antes de caminar por la calle a Productos de Henson, sin duda en una misión para conseguir el maíz de mi madre.

Di media vuelta y me dirigí al edificio de la Casa Club, deseando haberme arreglado un poco más por la mañana. Llevaba puesto lo que se había, después de

unos pocos días, convertido en mi uniforme de verano—shorts de jeans y camisetas sin mangas. Estaba preocupada de que esta ropa, junto al hecho de que nunca había

tenido un trabajo antes, pudiera perjudicar seriamente mis posibilidades de ser contratada. Pero cuando me detuve frente al edificio con paneles de madera, con el

diseño pintado de Phoenix Lake (un ave fénix que renace de un lago, el agua goteando de sus alas mientras el sol sale detrás) en la ventana, me di cuenta de que no había nada que hacer más que intentarlo. Así que enderecé los hombros y abrí la puerta.

***

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Quince minutos más tarde, tenía un trabajo. Di un paso hacia fuera a la luz del sol, parpadeando antes de deslizarme mis gafas de sol, sintiéndome un poco mareada.

Ahora tenía tres blancas camisas de empleados de Phoenix Lake (cuyo costo saldría de mi primer cheque de pago), un manual de empleado, y las instrucciones para

presentarme a trabajar en la playa en tres días. Jillian, la mujer que se hallaba a cargo de la contratación, me había dicho repetidas ocasiones, incluso mientras miraba por encima de mi solicitud y se desplazaba a través de las opciones de su computadora,

que yo estaba demasiado tarde para el proceso de aplicación para esperar algo bueno, o para el caso, nada en absoluto.

Las oficinas administrativas del Phoenix Lake eran más grandes de lo que había esperado—Nunca había pasado mucho tiempo en la Casa Club, excepto cuando de

vez en cuando había ido para almuerzo de los domingos, Warren y yo no quedábamos por lo que parecían horas antes de obtener permiso para salir y correr por la playa. Finalmente encontré la oficina de empleo, lo que coloca a los adolescentes de la

comunidad de verano en empleos alrededor de Phoenix Lake, de salvavidas, trabajando en la playa o en el bar junto a la piscina, enseñando yoga a los mayores. La

mayoría de los chicos que conocía habían obtenido su primer empleo —por lo general bajo el mando de los mayores, lo que parecía significar limpieza de baños— a los

catorce años, y puestos de trabajo mejores mientras más viejos eran. En cambio, la “experiencia laboral” de mi solicitud había estado vergonzosamente vacía.

Pero Jillian había finalmente sugerido un trabajo—había una abertura en la

playa. La descripción del trabajo había sido muy general, lo que fue un poco preocupante para mí, pero Jillian dijo que ya que no tenía entrenamiento como

salvavidas o mucha experiencia en navegación, lo más probable sería el bar. Y como ella no había mencionado que los baños de limpieza fueran en modo alguno un

requisito de trabajo, había aceptado. Completé mi nómina y formularios de impuestos, y había pasado de no tener planes para el verano a descubrir que el empleo viene con camisetas.

Ahora, de pie en el calor de la temprana tarde de la Calle Principal, me di cuenta que tenía que matar el tiempo antes de tener que encontrarme con mi papá. Me

detuve en la pequeña biblioteca de Phoenix Lake, renové mi tarjeta, y me fui con tres misterios de bolsillo. Estuve tentada a pasar el rato allí un poco, disfrutando del aire

acondicionado, pero también quería la oportunidad de pasear por la Calle Principal.

El distrito comercial de Phoenix Lake era bastante pequeño, sólo la longitud de

la calle. No había ni siquiera una sala de cine. Para ver películas, había que conducir veinte minutos a la siguiente ciudad, vistas a la montaña, y al Outpost, una combinación de un cine/golf de miniatura/galería que habíamos ido cuando llovía.

Pero el Phoenix Lake tenía un solo semáforo, una gasolinera, y un puñado de tiendas. Allí estaba Humble Pie, y junto a ella, Productos de Henson. Ahí estaba Sweet Baby

Jane‟s, la heladería donde Gelsey nunca había pedido nada, excepto un batido de fresa y una ferretería. Allí estaba la cafetería Pocono, la cual todo el mundo siempre llamaba

“la cena” y una tienda, Dame Un Signo, que se especializaba en signos personales para

casas.

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A medida que caminaba por la calle, me encontré a mí misma automáticamente

notando los nuevos locales, cada vez que uno no encajaba con lo que yo esperaba ver ahí—pero entonces yo tampoco podía recordar lo que había estado ahí antes. Una

tienda/salón de aseo de mascotas, Doggone It!, era definitivamente nueva, pero parecía bastante vacío, a excepción de una chica pelirroja detrás del mostrador

pasando las paginas a una revista. Había llegado casi hasta el final de la Calle Principal cuando me encontré delante de otra nueva tienda, Barrowed Thyme. Parecía una panadería—había hogazas de pan apiladas en una pantalla en una de las ventanas de

vidrio, y un hermoso pastel de capa en la otra. Mi estómago rugió de sólo mirarlos, y yo miraba más allá de la torta en la tienda cuando me di cuenta de alguien aclarando

su garganta detrás de mí. Me volví y vi un hombre mayor de aspecto furioso, que llevaba una demasiado grande gorra de béisbol de los Phillies y un ceño fruncido.

—¿Vas a entrar? —ladró, moviendo la cabeza en dirección a la puerta que

ahora me di cuenta yo bloqueaba.

—Oh —dije—, correcto. —Tiré la puerta abierta, sujetándola para el hombre,

que gruñó en respuesta mientras se abría camino en el interior. Estaba a punto de cerrar la puerta y regresar para encontrar a mi papá cuando la curiosidad pudo más

que yo. Además, podía sentir el aire acondicionado en la puerta y el olor a maravilloso pan recién horneado y mantequilla congelándose. Entré, dejando a la puerta cerrarse de golpe detrás de mí.

Estaba más frío y oscuro en el interior, y necesité un momento para que mis ojos se acostumbraran después del brillo de la calle. Pude ver, cuando la situación

entró en foco, dos mesitas de madera con sillas a juego por las ventanas, y un mostrador con tapa de cristal que corría casi el ancho de la tienda. Pasteles y galletas se

mostraban debajo, y detrás del mostrador estaba un estante de panadero apilado con el pan que yo había sido capaz de oler desde la calle. Mi estómago gruñó de nuevo, y me puse a pensar que tal vez podría conseguir algo pequeño, sólo para aguantar hasta el

almuerzo.

No había nadie detrás del mostrador, y el hombre de la gorra de los Phillies no

parecía muy contento al respecto, mientras seguía golpeando la campanilla de plata sobre el mostrador, en medio de murmuraciones sobre la mala calidad del servicio. Di

un paso más cerca para ver lo que parecía un pastel de café y frambuesa, cuando me di cuenta, tendido en el mostrador de cristal, un lápiz sobre él, el Pocono Record de esa

mañana, la sección de crucigrama doblada. Di un paso más, tratando de ver si esta persona había tenido más suerte que yo. Mientras me inclinaba, el hombre golpeó la campana una vez más, fuertemente, y vino una voz desde atrás.

—¡Un momento! —llamó la voz—. En un momento estaré con usted.

—No voy a aguantar la respiración —murmuró el hombre, volviéndose hacia

mí por un asentimiento de mi parte. Pero yo me había congelado en mi lugar. Era una voz que reconocí. Eché un vistazo a la puerta, preguntándome si tenía suficiente tiempo para irme sin ser vista. Estaba pensando que podría, cuando la puerta de metal

detrás del mostrador se abrió y Henry salió.

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Capítulo 8

Traducido por Marie.Ang Christensen

Corregido por Max Escritora Solitaria

enry se quedó mirándome, y miré de nuevo sus ojos verdes, sintiendo la repentina urgencia de romper en una risa histérica, porque comenzaba a parecer como si no pudiera dar una vuelta en el Phoenix

Lake sin tropezar con él. El hombre miró entre nosotros, frunció el ceño de nuevo, y golpeó la campana una vez más.

Esto pareció ajustar a Henry en acción. —Lo siento por eso —dijo rápidamente, mientras el hombre carraspeaba—. ¿Qué puedo ofrecerle?

—He estado esperando aquí afuera —se quejó el hombre. Ahora que tenía a alguien para esperarlo, en lugar de ordenando, parecía querer utilizar su tiempo para quejarse sobre la falta de servicio.

—Lo siento —repitió Henry, con exactamente la misma inflexión, y pude sentir como empezaba a sonreír. Para ocultar esto, me agaché para mirar en la caja, donde

había hileras de pequeñas galletas de helado, cannoli y brownies. Pero solamente la mitad de mi atención estaba en los (reconocidamente de delicioso aspecto) postres.

Eché un vistazo a Henry mientras él asentía, pareciendo escuchar mientras el hombre ventilaba a él. Estaba usando una camiseta verde ligero con sus vaqueros. Este tenía el logo de Borrowed Thyme en negro en la parte delantera y una capa de harina en su

hombro. Me di cuenta de que estaba sorprendida viéndolo trabajar allí, lo cual era

bastante ridículo, ya que claramente no sabía nada acerca de él ahora. Pero cuando lo

había conocido antes —y verlo en el bosque había confirmado esto— Henry siempre había parecido más cómodo afuera. Y en las raras ocasiones en los pocos últimos años

cuando dejé mis pensamientos a la deriva de nuevo en el Phoenix Lake y en la gente que había dejado allí, siempre había imaginado a Henry haciendo algo al aire libre.

El ding de la registradora me trajo de vuelta al presente, mientras Henry

extendía al hombre su mano con el cambio y deslizaba una caja verde de pastelería al otro lado de la barra. —Gracias —dijo, su tono aún suavemente profesional—. Que

tenga un buen día.

H

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—Sí —se quejó el hombre, tomando la caja y saliendo de la tienda. No fue

hasta que di la vuelta al mostrador que me di cuenta de que éramos sólo yo y Henry, solos en la pastelería.

Lo miré, luego hacia abajo a mi traje, deseando por segunda vez ese día que me hubiera esforzado un poco más. Pero luego deseché ese pensamiento. Él ya me había

visto directamente salir de la cama, arañada en el bosque. Y de todos modos, parecía que Henry tenía una novia rubia. No es que me preocupara por eso.

—Entonces —dijo Henry, sacudiendo la cabeza—, creo que deberíamos dejar

de vernos así.

—¿Trabajas aquí? —pregunté, entonces inmediatamente me maldije por mi

estupidez. Por supuesto que trabajaba aquí. De lo contrario, no estaría de pie detrás del

mostrador, esperando irascibles fanáticos de los Phillies—. Quiero decir —corregí

inmediatamente, tratando de hacer que sonara tan poco como una pregunta como fuera posible—, trabajas aquí.

—Sí —dijo Henry, y pude ver una sonrisa jugando en la comisura de su boca.

Era evidente que mis intentos de corregir mi síndrome de metedura de pata no habían tenido éxito—. Es la pastelería de mi papá.

—Oh —dije, no del todo capaz de ocultar mi sorpresa a tiempo. El padre de Henry, de lo que recordaba, había sido como el mío, uno de los muchos padres en traje

consiguiendo uno de los autobuses en los viernes por la noche, maletín en mano. Eché un vistazo alrededor de la pastelería, tratando de conciliar esas dos cosas, y fallando—. Pero —empecé después de un momento—, ¿pensé que solía hacer algo con el banco?

—Lo hizo —dijo Henry, su tono cortante y final, e inmediatamente me arrepentí de hacer mi pregunta. Su padre probablemente había perdido su trabajo, y

Henry no me necesitaba para señalárselo—. Él dice que es el mismo principio —agregó Henry después de un momento, suavizando un poco su tono de voz—. Aún

tratando de que la masa suba. —Gemí ante eso, era la clase de broma que mi padre haría, y Henry me dio una pequeña sonrisa a cambio.

El silencio cayó entre nosotros, y entonces Henry metió las manos en sus

bolsillos y se aclaró la garganta. —Entonces, ¿qué puedo ofrecerte? —preguntó, volviendo a sonar distante y profesional.

—Bien —dije rápidamente, dándome cuenta de que yo era un cliente en una tienda, y el hecho de que tenía que saber qué quería no debería haber sido una sorpresa

para mí—, um… —Vi la bandeja de pasteles con glaseado multicolor, e

inmediatamente aparté la vista de ellos. Los pasteles me recordaban todo demasiado a

mi cumpleaños, la celebración descuidada, las noticias sobre mi papá. En busca de algo, cualquier cosa, toqué la vitrina frente a la siguiente cosa que vi—. Una docena de estas. —Miré más cerca y vi que lo que justamente había apuntado eran,

desafortunadamente, galletas de avena con pasas. Odiaba la avena en todas sus formas, pero especialmente cuando la gente trataba de vestirla como un postre; Gelsey

se negó a comer pasas, y nadie del resto de la familia había sido un gran fan. Había ordenado justo un postre que nadie en nuestra casa probablemente comería.

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—En serio —Henry no hizo exactamente la frase como una pregunta, y me alzó

las cejas—. ¿Avena?

Lo miré fijo por un momento. No había forma de que Henry recordara que,

hace cinco años atrás, odiaba las galletas de avena. Simplemente no era posible. —Sí —dije lentamente—. Avena. ¿Por qué?

—Ninguna razón —dijo mientras tomaba otra caja verde de pastelería del estante de atrás de él y comenzó a transferir las galletas de dos a la vez—. Sólo pensaba que no te gustaban.

—No puedo creer que recuerdes eso —dije, mientras observaba la caja de pastelería lentamente llenarse con las Peores Galletas del Mundo.

—Mi papá me llama el elefante. —Sólo lo miré, no del todo segura de qué decir a esto, cuando explicó—: Se supone que ellos tienen una memoria muy buena. —

Llegó a la parte delantera de la bandeja para obtener las dos galletas restantes—. Realmente no olvido mucho —añadió rápidamente.

Estaba a punto de asentir cuando el doble significado de esto me golpeó. Henry

no había olvidado el tipo de galletas que odiaba hace cinco años atrás, pero eso también quería decir que no había olvidado las otras cosas que había hecho.

Había puesto todas las galletas de avena en la caja, y se enderezó y me miró. —Sólo hay once —dijo—. ¿Puedo darte una con chispas de chocolate en su lugar?

—¡Sí! —dije, probablemente un poco demasiado entusiasta. Pensé que lo vi sonreír cuando se agachó de nuevo y colocaba la única galleta con chispas de chocolate en la caja, escondida en la tapa, y la empujaba hacia mí a través del

mostrador. Me llamó, y me di cuenta cuando me devolvió el cambio, que él mantenía los billetes en el extremo y dejaba caer las monedas en mi mano, como si estuviera

tratando de asegurarse de que no tuviéramos ningún contacto accidental—. Bien —dije, cuando me di cuenta de que no había nada que hacer excepto tomar la caja de

pastelería e irme—, gracias.

—Claro —dijo. Sus ojos se centraron en mi hombro, y frunció el ceño ligeramente—. ¿Qué pasa con la camisa? —preguntó, y vi que miraba mi bolsa de

lona, la que tenía una de mis nuevas camisetas de empleado asomándose por la parte superior.

—Oh —dije, empujándola hacia abajo un poco más lejos—, acabo de conseguir un trabajo. El bar de la playa.

—¿En serio? —preguntó, sonando sorprendido. Definitivamente era una pregunta en esta ocasión.

—Sí —dije, un poco a la defensiva, hasta que me di cuenta de que él no iba a

tener ni idea de que nunca había tenido un trabajo antes y por lo tanto sería de alguna manera incondicional—. ¿Por qué?

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Henry tomó aire, a punto de contestar, cuando la puerta de la tienda se abrió y

dos mujeres que lucían alrededor de la edad de mi madre entraron, ambas usando Caftan4 y sandalias. —Nada —dijo, sacudiendo su cabeza—. No importa.

Las mujeres estaban ahora de pie detrás de mí, mirando en las vitrinas de la pastelería, y sabía que era hora de irme. —Nos vemos —dije, tomando la caja verde.

—Mantente fuera de los bosques —respondió, sonriendo débilmente.

Miré sus ojos por un momento, y me pregunté si esta era una oportunidad, si debería sólo morder la bala y disculparme por lo que había hecho. No es que alguna

vez volviéramos a ser amigos, pero éramos vecinos. Y podría hacer las cosas un poco menos tensas—o al menos permitirme sentir que podía aventurarme a salir al muelle

de nuevo.

—¿Hay algo más? —preguntó Henry, pero no sin amabilidad. Podía sentir los

ojos de las mujeres en mí, esperando por mi respuesta. Pero había sido una cobarde entonces, era lo que había causado el lío entero, y parecía que era una cobarde aún.

—No —dije, mientras me hacía a un lado para dejar que las mujeres ordenaran

la torta de café de la que habían estado debatiendo—. Nada más. —Me aparté del mostrador y me fui, caminando de regreso al calor de la tarde.

Mi padre estaba apoyado en el Land Cruiser cuando llegué, una bolsa de papel de Productos Henson entre sus pies y una bolsa de plástico de trocitos de regaliz5 en su

mano. Estaban a la venta por el registro, y siempre que mi padre estaba a cargo de recoger algunos productos —o capaz de interceptar uno de nosotros antes de irnos— ponía en su bolsa de pedido, el regaliz negro solamente. Su particular punto de vista

sobre esto sólo había llegado a ser más profundamente estrecho cuando Warren le había contado el hecho de que el regaliz rojo no es técnicamente regaliz del todo, ya

que no está hecho de la planta de regaliz.

—Hola, niña —dijo mientras me acercaba, sonriéndome—. ¿Qué hay de

nuevo? —Sus ojos aterrizaron en la caja de pastelería, y sonrió más amplio—. ¿Y qué conseguiste?

Suspiré y abrí la caja. —Galletas de avena —dije un poco sombría.

—Oh. —Bajó la mirada a la caja, frunciendo el ceño—. ¿Por qué?

—Es una larga historia —dije, no queriendo admitir que era porque mi ex novio

me había aturdido—. Pero la noticia es que conseguí un trabajo. Comienzo mañana en el bar de la playa.

La sonrisa de mi padre volvió, real y genuina y feliz. —Eso es genial, niña —dijo—. ¡Tu primer trabajo! Es un hito. Puedo recordar. —Se detuvo en seco, apretando los ojos cerrados mientras un espasmo de dolor cruzaba su rostro.

4 Caftan: en el texto como caftanlike cover-ups. Los Caftan son originarios de Egipto, y eran una

vestimenta típica de sultanes. Es similar a un vestido, con mangas largas y un cincho a la cintura. 5 Regaliz: una especie de caramelo con textura similar a la goma que se saboriza con los extractos de la

planta del mismo nombre, así como también con aceite de anís.

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—¿Papá? —pregunté, poniéndome más cerca, escuchando el miedo en mi

voz—. ¿Papá?

El rostro de mi padre se retorció de nuevo, y agarró su espalda con una mano,

la bolsa de pedacitos de regaliz cayendo y derramándose por el suelo. —Estoy bien —dijo con los dientes apretados. No le creí, sus ojos estaban aún bien cerrados y pude ver

el sudor en el borde de su frente—. Sólo… necesito un segundo.

—Está bien —dije. Agarré la caja de pastelería con fuerza, mirando alrededor de la calle por alguien que pudiera ayudarnos de alguna manera o decirme lo que

debería hacer. Pude sentir mi corazón latiendo con fuerza, y deseé que mi madre estuviera aquí, que no estuviera sola con esto.

—¿Estás bien? —La pelirroja que había visto a través de la ventana estaba de pie en la puerta de Doggone It! viendo a mi padre, con expresión preocupada. Llevaba

un teléfono inalámbrico en su mano—. ¿Necesitas que llame a alguien?

—No —dijo mi padre, con la voz un poco tensa. Abrió sus ojos y tomó un pañuelo blanco que estaba doblado en su bolsillo trasero, pasándolo rápidamente por

su frente. Mi padre nunca estaba sin uno; eran lavados con el resto de su ropa, y cuando estaba realmente confundida para ideas de regalo, o realmente quebrada, ellos

eran lo que le daba para el Día del Padre. Devolvió el pañuelo a su bolsillo y le dio una sonrisa a la chica que no alcanzó sus ojos—. Estoy bien.

—Bueno —dijo la chica, asintiendo. Pero no se movió de donde estaba parada, aun manteniendo sus ojos en mi padre.

Mi padre se volvió a mí, y me di cuenta de que se veía mucho más pálido que

hace unos pocos momentos atrás, y su respiración era esforzada. —No quise asustarte, niña —dijo.

Asentí con la cabeza, y tragué saliva con fuerza, no segura de lo que exactamente había sucedido, o cómo hacerle frente. —Estás —comencé, luego escuché

mi voz vacilar—, quiero decir…

—Estoy bien —dijo mi padre de nuevo. Se agachó para tomar la bolsa de Henson, y me di cuenta de que sus manos estaban temblorosas. Sacó el llavero y se

dirigió al lado del conductor, las llaves tintineando contra su mano temblorosa sin darme cuenta de lo que hacía, di un paso más cerca y tomé las llaves. Me miró, y una

terrible y resignada tristeza se apoderó de su rostro antes de desviar la mirada.

Me dejó tomar las llaves de su mano, luego caminó hacia el lado del pasajero

del auto sin una palabra. Mientras desbloqueaba el auto, bajé la mirada y vi pedacitos de regaliz dispersos en mis pies, la bolsa de plástico atrapada bajo el neumático de una minivan dos estacionamientos más allá. Subí al auto y me acerqué a abrir la puerta del

pasajero. Alcancé a ver a la chica, aún de pie en la puerta de la tienda de mascotas. Levantó una mano en un saludo, y yo asentí de vuelta, tratando de no notar que ella

aún miraba preocupada.

Mi padre se acomodó en el asiento un poco más cauteloso de lo que lo había

hecho hace una hora atrás. Dejé caer la caja de pastelería y mi bolso en el asiento de atrás y moví mi asiento hacia arriba—a pesar de que sabía que mi padre era alto, esto

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nunca me pareció tan claro como cuando trataba de conducir un auto en el que él

había estado antes que yo, y mis pies incluso no podían alcanzar los pedales. Arranqué el auto, y manejamos en silencio la mayor parte del camino a casa, su cabeza vuelta

hacia la ventana. No sabía si estaba aún con dolor. Pero por alguna razón, parecía que no podía formar las palabras para preguntarle. Después de que tuvimos la

conversación en el comedor en mi cumpleaños, habíamos hablado muy poco sobre las realidades de su enfermedad. Y no lo había intentado realmente. Era evidente que quería fingir que las cosas eran simplemente normales —él hubiera dicho lo mismo—

pero en momentos como este, todo lo que no habíamos dicho parecía impedirme decir nada en absoluto.

—¿Viste el nombre de la tienda de mascotas? —pregunté después de conducir en silencio durante todo el tiempo que pude soportar. Miré y vi la esquina de la boca

de mi padre temblar en una pequeña sonrisa.

—Lo hice —dijo, volviéndose a mí—. Pensé que era poco gorguera6 —gemí, lo

que sabía que él esperaba, pero también estaba sintiendo una ola de alivio. Parecía que

el aire en el auto se había puesto menos pesado, y era un poco más fácil de respirar.

—Vaya —dije mientras giraba en Dockside—, viniste con eso sin tener unas

patas. —Mi padre soltó una breve carcajada ante eso, y me dio una sonrisa.

—Lindo —dijo, lo que era el cumplido más grande que dio, juego de palabras-

aconsejable.

Aparqué el auto al lado del de mi madre y apagué el motor, pero ninguno de

nosotros hizo ademán de salir del coche.

—Realmente es una buena noticia lo de tu trabajo —dijo mi padre, su voz sonando cansada—. Lo siento si eso se perdió en… —se detuvo, luego aclaró su

garganta—, todo.

Asentí, y pasé mi dedo por un punto en el volante donde el cuero estaba roto y

probablemente podría ser inducido a salir, si trabajaba lo suficiente en ello. —Así que —comencé, vacilante—, ¿Deberíamos… ya sabes… hablar de ello?

Mi padre asintió, así como hizo una mueca ligeramente. —Por supuesto —dijo—. Si tú quieres.

Sentí una llamarada de ira entonces, tan repentina e inesperada como si alguien

hubiera encendido un petardo. —No es que yo quiera —dije, oyendo la agudeza de mi tono, lamentándolo incluso cuando las palabras estaban saliendo de mí—. Es que

estamos todos aquí, y no estamos hablando, o… —Parecía quedarme sin palabras y rabia al mismo tiempo, y sólo con la sensación de hundimiento en mi estómago, ya

que sabía que la última cosa que debería hacer era gritarle a mi padre. Empecé a respirar, para disculparme, cuando mi padre asintió.

—Hablaremos —dijo. Apartó la vista de mí, proyectándola directamente en el

pórtico, como si pudiera ver el tiempo en el futuro cuando esto estaría sucediendo—. Diremos… todas las cosas que necesitamos decir. —De repente me encontré tragando

6 Gorguera: especie de pañuelo fino ya en desuso que solía usarse para cubrir el cuello o escote.

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pesado, luchando contra la sensación que estaba al borde de las lágrimas—. Pero por

ahora, mientras aún podamos, sólo quiero tener un poco de un verano normal con todos ustedes. ¿Suena bien? —Asentí—. Bien. La defensa descansa.

Sonreí ante eso —él usaba la expresión legal cada vez que quería declarar un tema por cerrado— pero no podía apartar la pregunta que había tenido desde que lo

habían diagnosticado, la pregunta que de alguna manera nunca sentía que podía preguntar. —Sólo…

Mi padre levantó las cejas, y pude ver que ya tenía mejor aspecto que hace unos

pocos minutos antes. Y si no lo hubiera sabido, si no lo hubiera visto, habría sido capaz de fingir que no había pasado nada, que todavía estaba bien. —¿Qué pasa, niña?

Me sentí sonreír ante eso, aunque todavía sentía como si pudiera comenzar a llorar. Este era el nombre de mi papá para mí, y solamente para mí. Gelsey siempre fue

“princesa”, Warren era “hijo”. Y yo siempre había sido su niña.

Mientras lo miraba de vuelta, no estaba segura de poder preguntarle, la cosa que había estado preguntando más desde que nos había contado, sentado en la cabecera de

la mesa del comedor. Porque era una pregunta que iba en contra de todo lo que siempre había creído sobre mi padre. Él era el único que registraba por ladrones

cuando mi madre estaba segura de que había escuchado un ruido afuera, al único que le gritábamos para cuando enfrentábamos una araña. El único que solía cargarme y

llevarme cuando estaba muy cansada de caminar. El único en el que yo había creído que podía vencer a los dragones y monstruos que habitan en el armario. Pero tenía que saber, y no estaba segura de tener otra oportunidad para preguntar. —¿Estás asustado?

—pregunté, mi voz apenas en un susurro. Pero podía decir por la forma en que su rostro pareció arrugarse un poco que me había escuchado.

No dijo nada, sólo asintió, arriba y abajo una vez.

Asentí también. —Yo también —dije. Me dio otra sonrisa triste, y nos sentamos

en silencio.

El autobús retumbó en la calle y pasó por nuestra calzada, deteniéndose en frente de la casa de al lado de la nuestra, el CORTAR: CASA DE VERANO. Una

chica de pelo oscuro en un traje de tenis totalmente blanco salió, luciendo, incluso desde esta distancia, bastante contrariada cuando puso un pie fuera del autobús y hasta

su calzada, pronto oscurecida por los árboles que separaban nuestras casas.

—¿Qué fue eso? —preguntó, después de que la chica había desaparecido de la

vista y el autobús se había ido.

—Eso es todo —dije. Entonces él extendió la mano y revolvió mi cabello,

apoyando su mano en el tope de mi cabeza. Y aunque ciertamente no éramos una familia sentimental, sin siquiera pensar en ello, me incliné más cerca de mi padre, y envolvió sus brazos alrededor de mis hombros, tirándome en un abrazo. Y nos

quedamos así durante un momento antes de que ambos nos separáramos, casi al mismo tiempo, como si lo hubiésemos acordado de antemano. Me deslicé fuera del

lado del conductor, abriendo la puerta de atrás para recuperar mi bolso, la caja de pastelería llena desafortunadamente de galletas, y la bolsa de Productos Henson, la que

mi padre me dejó tomar.

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Estábamos subiendo las escaleras de la casa, mi padre apoyado en la barandilla

cuando se detuvo y se giró hacia mí, con una sonrisa comenzando a formarse que le hacía lucir menos cansado. —Metamorfosis —dijo. Fruncí el ceño, tratando de hacerle

a esto sentido—. Una palabra de doce letras para cambio —continuó. Me levantó sus cejas, satisfecho de sí mismo.

—Tal vez —dije. Vi el crucigrama abandonado sobre la mesa, y quise correr hacia él, ver si era la respuesta que había estado buscando—. Vamos a ver.

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Capítulo 9 Traducido por Majo_Smile ♥

Corregido por paoo

Gelsey! —grité en dirección a la casa—. ¡Vamos!

Yo estaba parada en la entrada, llaves en mano, donde había estado durante

los últimos diez minutos. Miré el reloj y vi que realmente debería haberla dejado. Aunque no tenía ninguna experiencia real de trabajo, tuve la

sensación de que llegar tarde en tu primer día estaba probablemente mal visto. El plan

había sido que Gelsey anduviera en bicicleta a su primera clase de tenis esta mañana. Pero su bicicleta (técnicamente, mi vieja bicicleta que era demasiado pequeña ahora)

resultó tener un pinchazo, y luego Gelsey tuvo algún tipo de crisis, por lo que se redujo a mí para llevarla.

La puerta principal se cerró de golpe y ella salió al porche, mi madre detrás. Me di cuenta de que se quedó delante de la puerta, casi como si la estuviera bloqueando, no sea que Gelsey intentara hacer una pausa y correr hacia el interior. —Finalmente —

le dije—. Voy a llegar tarde.

—Vas a estar bien —dijo mi madre.

Gelsey sólo me miró fijamente, como si yo de alguna manera fuera responsable de todo esto. Mi madre alisó el pelo de Gelsey y enderezó las mangas de su vestido de

tenis blanco, que había sido mío cuando tenía su edad.

—¿Estás lista? —preguntó Gelsey, como si hubiera sido yo quien la hubiera hecho esperar. Se separó de mi madre y pisoteó hasta el camino de entrada.

Mi padre, protegiéndose los ojos, se adelantó unos pasos del garaje donde había estado arreglando nuestras bicicletas, ya que la mayoría de ellas no habían estado en

condición para montar. —Que tengan un buen primer día, ustedes dos —gritó—. Y cuando vuelvan, voy a tener las bicicletas todas listas. Por lo que ambas deben ser

capaces de montar mañana.

—Genial —dije, tratando de parecer entusiasmada con esto al mismo tiempo que trataba de recordar cuántos años habían pasado desde que monté una bicicleta.

—Que se diviertan —grito—. Hagan cosas grandes.

Me di la vuelta para saludar, pero él ya se dirigía a su mesa de trabajo,

buscando una bomba de aire, canturreando desafinadamente para sí mismo.

¡

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—¿Podemos salir ya? —preguntó Gelsey, su voz cargada de desprecio.

Estaba a punto de lanzarle unas palabras de desprecio, tal vez combinadas con una charla sobre cómo era su culpa que no estuviéramos saliendo hasta ahora, cuando

me di cuenta de que probablemente no tenía tiempo.

—Buena suerte —llamó mi madre desde la puerta, sonriendo. No estaba segura

de si hablaba de mi primer día de trabajo, o sobre Gelsey llegando en una sola pieza, pero le sonreí poco entusiasta de nuevo, y luego abrí la puerta del conductor y me subí al coche.

Encendí el motor, tratando de no entrar en pánico cuando vi que tenía sólo siete minutos para dejar a mi hermana fuera del Centro Rec y dirigirme hacia la playa, por

no hablar de que había recibido sólo una vaga instrucción de Jillian en cuanto a con quien debía hablar cuando llegara allí. Así que tan pronto como llegué al final del

camino y perdí de vista a mis padres, pisé duro en el gas, ahora conduciendo mucho más rápido de lo que los “¡AMAMOS A NUESTROS HIJOS... POR FAVOR MANEJE LENTO!” signos que salpicaban el camino recomendaban.

Gelsey volteó de donde había estado mirando por la ventana y echó un vistazo al velocímetro. —¿Demasiado rápido? —preguntó, enarcando las cejas.

—Yo no tendría que hacerlo si hubieras estado lista a tiempo —le dije, abrazando una de las curvas como un cañón, hacia abajo por Dockside Terrace—.

Estaba a punto de salir sin ti.

—Me gustaría que lo hubieras hecho —dijo Gelsey mientras se desplomaba en su asiento. Llegué a una parada brusca que nos sacudió hacia adelante y luego aceleré

de nuevo mientras me dirigía hacia lo que siempre había llamado Devil's Dip. Era una colina enorme que descendía drásticamente, luego volvía a subir igual de brusco al otro

lado, creando una forma de U gigante. La pendiente había sido mi Waterloo cuando había estado aprendiendo a montar en bicicleta, y no se había hecho menos empinada

con el tiempo—. Realmente pensé que mamá se estaba echando un farol. No puedo creer que ella me esté haciendo hacer esto.

—El tenis no es tan malo —dije mientras nos deslizábamos colina abajo y luego

subíamos del otro lado, mientras trataba de recordar mis propias lecciones de hace mucho tiempo. Nunca lo había amado como mi padre y Warren, y no había estado

colgada alrededor del centro de tenis, trabajando en mi revés en la pared de práctica de la manera que otros niños lo hacían.

—Realmente —dijo Gelsey rotundamente.

—Realmente —le dije, recordando cómo Lucy y yo habíamos pasado muy poco tiempo jugando al tenis, y hablando la mayor parte del tiempo—. Es más que

nada salir con tus amigos, con un poco de tenis mezclado.

—Amigos —repitió en voz baja, mirando por la ventana—. Así es.

Miré a mi hermana antes de mirar a la carretera, lamentando mi elección de palabras. Gelsey nunca había hecho amigos con facilidad, y nunca había tenido una

mejor amiga que yo supiera. Probablemente no ayudó que gastara todas sus horas de

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vigilia, hasta ahora, en el estudio de baile. Pero Gelsey tampoco se hace ningún favor,

sobre todo porque cada vez que se pone nerviosa, lo oculta con arrogancia o desdén.

—Mira —comencé, un poco vacilante, mirándola—. Sé que puede ser difícil al

principio, pero…

—¡Taylor! —La voz de Gelsey de repente aguda. Miré de nuevo a la carretera y

luego pisé el freno, duro, haciendo un ruido chirriante en voz alta.

Había una chica en una bicicleta directamente en el medio de la carretera. Manejaba rápido, dirigiendo con una mano y con la otra sosteniendo un teléfono en la

oreja.

—Jesús —murmuré, mi pulso latía con fuerza, mientras comprobaba el otro

carril, luego le di un gran rodeo. A medida que pasé a su lado, Gelsey se inclinó e hizo sonar el claxon—. ¡Hola! —dije, apartando su mano.

La muchacha se desvió, su bicicleta tambaleándose peligrosamente por un segundo antes de que se enderezara y miró al coche. En un movimiento impresionante, trasladó el teléfono a su oído y agarró el manillar con la mano opuesta,

de modo que la mano más cercana al coche estaba libre para sacarnos el dedo. Su rostro estaba oculto por una cortina de cabello oscuro, pero no había duda en cuanto a

cómo se sentía acerca de nosotras en ese momento. A medida que pasábamos, la vi en el espejo retrovisor, reducida cada vez más a un punto púrpura por su camiseta.

—No hagas eso —le dije, mientras giraba en el lote de aparcamiento recreativo.

—Ella estaba ocupando todo el camino —dijo Gelsey. Pero su voz no sonaba tan segura mientras me detuve frente a la entrada principal. El edificio era exactamente

el mismo, una estructura alta de madera con PHOENIX LAKE CENTRO RECREATIVO tallado en el toldo. Más allá de la entrada, tendrías que mostrar tu

tarjeta de identificación al empleado para acceder a la piscina y cancha de tenis.

Miré a mi hermana y vi que sus manos agarraban las correas de su bolso con

tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Me miró y me di cuenta de que estaba asustada. Sabía que era probable que dependiera de mí decir algo, algo grande, alentador y fraternal, pero no tenía ni idea de que decir.

—Debería irme —dijo Gelsey después de un momento, respirando hondo y empujando la puerta—. Voy a llamar a mamá para ir a casa, o caminar, o algo así.

—Está bien —le dije—. Diviértete.

Gelsey puso los ojos enormemente a eso, salió del coche y se acercó a la entrada

con rigidez, como si estuviera frente a un pelotón de fusilamiento y no a una clase de tenis. Miré el reloj, maldije, y puse el coche en marcha. Peleé fuera de la zona de aparcamiento, ahora oficialmente cinco minutos tarde a mi primer día de trabajo.

***

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Yo no había ido a la playa desde que volví, pero cuando bajé del coche, pude

ver que no había cambiado mucho. Había mesas de picnic y bancos en la zona de césped cercana a la playa de estacionamiento. Una pequeña pendiente (había una serie

de escaleras si no querías rodar por la colina, yo había sido aficionada a hacerlo cuando tenía alrededor de ocho) bajaba a la arena. La playa no estaba muy llena, había

sólo un puñado de toallas y mantas extendidas, con algunas familias y bañistas apostando sus demandas. Unos niños eran un poco ambiciosos ya a mediados de sus castillos de arena en construcción, pero el agua estaba libre de nadadores. Cuando vi la

alta silla de salvavidas blanca encaramada en el borde del agua estaba vacía, ya que no había nadie nadando, el socorrista no estaba de servicio todavía. El extremo derecho

de la playa era la zona del puerto, con barcos de vela y kayaks y canoas apiladas en la estructura de madera. El lago era la característica principal, que se extendía casi hasta

donde alcanzaba la vista. Una balsa de madera grande, completa con escalera, estaba

anclada más allá de la sección de natación acordonada para que los niños no fueran más allá, y las boyas amarillas flotando de ella marcaba donde los adultos tenían que

parar. El lago estaba rodeado por todos lados de árboles de pino, y las tres islas esparcidas a través de él también estaban cubiertas de ellos. El cielo sobre el lago era

claro y de un azul brillante, con nubes tenues. Mirando hacia atrás, a veces parecía que había pasado todos los veranos de mi infancia en esta playa. La piscina nunca había

tenido tanto encanto para mí, con su hormigón en bruto y el olor a cloro. La playa se había sentido siempre como en casa.

—¿Eres Taylor? —Me di la vuelta y vi a un hombre bajito con la cara muy roja,

de unos cuarenta años más o menos, que llevaba una camisa de polo de Lake Phoenix y entrecerraba los ojos hacia mí.

—Hola —le dije, corriendo hacia él, tratando de suavizar al mismo tiempo mi cabello y llegar a una excusa de por qué llegué tarde a mi primer día de trabajo—.

Quiero decir, sí. —Le tendí la mano para estrechársela, anoche, Warren me había dado un tutorial sobre cómo presentar una buena primera impresión, y parecía clasificar un fuerte apretón de manos muy alto, pero el hombre se estaba volviendo ya

y caminaba por las escaleras hacia la cafetería, haciendo un gesto para que lo siguiera.

—Fred Lefevre —dijo por encima del hombro—. Por aquí. —La cafetera se

encontraba en el edificio que se encontraba junto a la Casa Club, donde estaban los baños, salas de máquinas y oficinas administrativas, y Fred se dirigió a través de la

puerta abierta del edificio y a una oficina marcada DIRECTOR PLAYA. Él abrió la puerta y me hizo señas, pero tan pronto como crucé el umbral, me detuve en seco.

Había peces en todas partes. Ninguno vivo, pero peces disecados estaban

puestos en la mayor parte del espacio de pared disponible, y un calendario de pesca colgaba detrás del escritorio, cuya superficie estaba cubierta con fotografías

enmarcadas de Fred levantando enormes peces de trofeo. Había cajas de aparejos de pesca y postes repartidos por todas partes, y mientras Fred se sentaba frente a mí,

detrás de su escritorio, me di cuenta de que tenía la apariencia permanentemente quemada por el sol de una persona que pasa la mayor parte de su tiempo al aire libre. Fred se reclinó en la silla de cuero reluciente, de esas con ruedas, y miró hacia mí. De

inmediato me enderecé en la silla plegable de metal que estaba fría contra la parte posterior de mis piernas. —Entonces —dijo—. Usted es nuestra contratación retrasada.

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No estaba segura de si quería decir que había sido contratada tarde, o si hablaba

del hecho de que yo había llegado tarde al trabajo hoy, así que asentí. Fred tomó el marco más cercano a él y lo miró por un momento antes de volver a mirarme a la cara.

En la imagen, Fred sostenía un pez que parecía casi tan alto como él.

—¿Sabes lo que es esto? —preguntó. Mi conocimiento de pescado era

prácticamente limitado a lo que conseguí en los menús de mariscos, así que me limite a sacudir la cabeza—. Es un espinoso pino triple —dijo con nostalgia—. ¿No es una belleza?

—Mmm —le dije con tanto entusiasmo como era posible.

—Eso fue hace dos años —dijo, poniendo la imagen hacia abajo, sin dejar de

mirarla—. No he cogido uno tan grande desde entonces. Y es por eso que estamos aquí.

Parpadeé por un momento, luego miré a la gran variedad de peces, como si de alguna manera me ayudaran aquí. —Um, ¿qué? —le pregunté.

—Me gusta el pescado —dijo Fred, arrancando sus ojos lejos del espinoso y

mirándome—. Y junio y julio son mis meses de apogeo de pesca. Y no puedo pasar mi tiempo en los lagos si tengo que ser el encargado de este lugar.

—Está bien —le dije, a la espera de una explicación de cómo encajo yo en todo esto.

—Así que me puse una solicitud con Jillian para un empleado más —dijo—. Alguien de aquí que pueda hacer lo que hay que hacer. Sobre todo la cafetería, pero también necesito a alguien para ayudar a poner la película en-las-noches-de-playa. El

año pasado, fue... —Hizo una pausa por un momento—. No un éxito —concluyó finalmente—. Básicamente, tengo que ser capaz de estar lejos de este lugar y saber que

todo va a estar cubierto. Así que voy a ofrecértelo. ¿Suena bien?

—Bueno —dije, girando más de mí trabajo en mi cabeza. No era que sonaba

mal, era sólo que yo no estaba segura de que estaba calificada para hacer nada de eso—. Es justo…

—¡Bien! —dijo Fred, de pie, al parecer, esta reunión había terminado en lo que

a él concernía—. Digamos que cuatro días a la semana. Voy a dejar de trabajar fuera del horario con los demás, saber dónde están los agujeros.

Me puse de pie, por instinto, ya que se cernía sobre mí y claramente quería que me fuera de su oficina adornada con peces. —Pero…

—El trabajo es muy sencillo, Taylor —dijo, rodeando su escritorio para acompañarme, y luego abriendo la puerta para mí, en caso de que todavía no estuviera recibiendo la señal de que tenía que salir—. Haz que mi vida sea simple. Quiero

pescar. Y quiero pescar sin ser molestado. Así que si me puedes ayudar a hacer que eso suceda, estarás haciendo un gran trabajo. ¿De acuerdo?

—Está bien —le dije, dando un paso fuera de su oficina, y luego otro, mientras comenzaba a cerrar la puerta—. Pero, ¿dónde debo…?

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—Empieza en la cafetería —dijo—. Ve lo que hay que hacer. ¡Bienvenida a

bordo! —Con eso, cerró la puerta con firmeza en mi cara.

Miré a mí alrededor y no viendo otra opción, me dirigí a la cafetería. Sólo había

venido unas pocas veces, después de mendigar cuartos y monedas de un centavo, o encontrar un billete de dólar arrugado, arenoso en mi bolsa de playa, por lo general

para obtener un Cherry Coke o compartir el helado cremoso con Lucy. Pero al final del pasillo de la oficina de Fred había una puerta marcando claramente: SOLAMENTE EMPLEADOS DE LA CAFETERÍA, así que tomé un respiro y la

abrí, esperando que alguien de allí pudiera decirme exactamente lo que se suponía que debía hacer, preferiblemente sin anécdotas de peces.

Desde el otro lado del mostrador, la barra también era bastante pequeña y estrecha. La fuente de soda alineada en una pared, junto con un refrigerador grande

plateado y dos congeladores. Detrás de eso estaba una parrilla y una freidora. Había estantes que mostraban las opciones de chips y carteles con las barras de helado disponibles, y allí estaban caramelos envueltos individualmente, a la venta por un

cuarto, en el mostrador.

—No lo hagas. No te muevas —dijo una voz detrás de mí. Me di la vuelta y vi a

un chico sentado en la mesa, inmóvil, un periódico enrollado elevado por encima de su cabeza.

Yo había pensado que me encontraba sola en el bar, y el corazón me latía con fuerza de la impresión. —Hola —tartamudeé cuando conseguí un poco de compostura—. Yo soy…

—Shh —susurró, su voz baja y estable, todavía sin mirarme—. No la asustes.

Me quedé inmóvil, y traté de ver a lo que levantaba el periódico, pero sólo

podía ver el contador vacío. De repente tuve un miedo horrible que hizo que no sólo quisiera moverme y rápido, sino también saltar sobre el mostrador con él. —¿Es un

ratón? —susurré, sintiendo mi piel comenzar a sudar. Si lo fuera, no me importa lo que dijera iba a salir de allí lo antes posible.

—No —murmuró el chico, concentrado aún en el mostrador—. Es una mosca.

Ha estado burlándose de mí toda la mañana. Pero voy a tener mi victoria.

—Oh —dije en voz baja. Me cambié de un pie al otro, preguntándome cuánto

tiempo iba a pasar, y también lo que se supone que haga si algún cliente llega. En el silencio que pronto surgió entre nosotros, toda su concentración enfocada sobre la

mosca, tuve la oportunidad de ver al tipo. Había algo en él que me sonaba de hace

mucho tiempo, campanas de reconocimiento. Era difícil de decir, porque él estaba sentado, pero parecía un poco bajo y fornido. Llevaba gafas de “nerd-cool” y se había

rapado el pelo marrón.

—Ya casi la tengo —susurró el chico de repente, inclinándose hacia delante, el

periódico a punto—. No te muevas, y…

—¡Oh, Dios mío! —La puerta de la entrada de empleados se abrió con una

explosión, causando que tanto yo como el chico saltáramos, y la mosca presumiblemente escapara. Vi que una chica colgaba su bolso en un gancho en la

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esquina, hablando alto y rápido. Alcancé a ver el pelo largo y oscuro y una camiseta

púrpura y una sensación de temor se deslizó en mi estómago—. No vas a creer lo que me pasó esta mañana. Venía al trabajo, pensando en mis cosas, cuando esta absoluta

idiota… —La chica se dio la vuelta hacia nosotros, y se congeló cuando me vio.

Yo hice lo mismo. De pie frente a mí se encontraba la chica de la camisa

púrpura, aquella a quien casi había arroyado en la carretera esta mañana, la que me había sacado el dedo. Que también pasó a ser Lucy Marino, mi ex mejor amiga.

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Capítulo 10 Traducido por Majo_Smile ♥

Corregido por paoo

o sólo miraba a Lucy. Como con Henry, le tomó a mi mente un segundo para conciliar sus doce años de edad con la apariencia de la

versión actual. Lucy y yo habíamos tenido la misma altura cuando éramos niñas, pero parecía como si no hubiera crecido tanto como yo, porque ahora era unos cuatro centímetros más baja, y con curvas, como alguna vez esperamos de

ser. Su cabello aún estaba oscuro y brillante, pero lo que había sido una masa de rizos indisciplinados ahora era liso y recto. Su piel aceitunada ya lucía bronceada, y llevaba

maquillaje expertamente aplicado, claramente en algún momento de los últimos cinco años, dejó atrás nuestros torpes primeros intentos con el delineador de ojos.

Lucy me miró parpadeando, luego entrecerró los ojos y cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó, sonando a partes iguales desconcertada y enojada.

El chico en el mostrador me miró y arqueó las cejas.

—Yo... um —comencé. Hice un gesto detrás de mí en la dirección a la oficina

de Fred—. Fred me dijo que viniera. Estoy trabajando aquí.

—En serio. —Lucy no lo expresó en forma de pregunta.

—¿En serio? —dijo el chico en el mostrador. Saltó y renunció a su arma, dejando caer el periódico sobre el mostrador.

—Sí —le dije, sin tanta convicción como habría preferido, ya que empezaba a

preguntarme si esto era realmente una buena idea. Y me di cuenta, un momento después de que la presencia de Lucy explicaba la vacilación de Henry cuando le dije

que trabajaría aquí.

—Excelente —dijo el chico—. Refuerzos. —Me tendió la mano y la estrechó un

poco demasiado fuerte, tal vez había leído el mismo libro que Warren—. Soy Elliot.

Algo hizo clic en su lugar entonces. De repente podía verlo, a los diez, rechoncho y más bajo, con gafas que no estaban tan de moda, pasando el rato en la

barra junto a la piscina, uno de esos chicos que siempre tenía una baraja de cartas y constantemente trataba de conseguir un poco de juego. Había sido principalmente

Y

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amigo de Henry, pero a veces los tres pasábamos el rato, sobre todo cuando llovía y no

había nada más que hacer.

—Taylor —le dije—. ¿Te...? —Hice una pausa, de repente dándome cuenta de

lo patético que era tener que preguntarle a alguien si te recordaba.

—Oh —dijo Elliot, elevando las cejas—. Taylor. —Miró a Lucy, a

continuación, a mí. Lucy miraba hacia delante, al agua, como si incluso verme fuera demasiado para ella—. Lo siento, no te había reconocido. Ha pasado un tiempo, ¿eh?

Asentí con la cabeza. —Realmente —le dije.

El silencio se extendió entre nosotros, y entonces Elliot se aclaró la garganta.

—Bienvenida —dijo—. ¿Vas a estar trabajando en la cafetería?

—Más o menos —le dije. Miré a Lucy, capturando sus ojos por un segundo antes de que ella mirara de forma significativa de nuevo—. También haciendo algo con

las películas... —Mi voz se apagó, y me di cuenta de lo poco que sabía de este trabajo.

—Creo que Fred finalmente consiguió su empleado de pesca —dijo Elliot. Lucy se encogió de hombros, y Elliot se volvió hacia mí—. Él ha estado tratando durante

años. Pero el rumor es que comenzó a salir con Jillian de la oficina, lo que supongo que le dio algún tipo de beneficios.

—¿No tienes una lección? —preguntó Lucy, mirando el reloj de pared redondo colgando torcido sobre el microondas.

Elliot miró su reloj, que ahora veía era grande y de plástico y casi abarcaba su muñeca entera. Se veía como un reloj de buceo, y capaz de soportar profundidades mucho mayores que el Phoenix Lake. —En diez —dijo Elliot con un suspiro—. Por

desgracia.

—¿Lección? —le pregunté. En mi visión periférica, vi a Lucy rodar sus ojos.

Pero desde que mi introducción a este lugar había sido tan vaga, estaba desesperada por conseguir la información que pudiera de la única persona en la cafetería que

parecía dispuesto a hablar conmigo.

—Enseño algunas clases de vela, y además trabajo en la cafetería —me dijo Elliot—. Realizamos todo tipo de solapamiento aquí. Y hoy es día de los principiantes

avanzados, que parecen ser alérgicos a retener cualquier tipo de conocimiento. —Comenzó a salir por la puerta, luego se detuvo y se volvió hacia nosotras—. Si ves la

mosca —añadió con gravedad—, véngame. ¿De acuerdo?

Lucy asintió con la cabeza de un modo distraído que me hizo pensar que decía

cosas como esa a menudo. Cuando Elliot dio un paso atrás y la puerta se cerró detrás de él, Lucy se volvió hacia mí, con los brazos todavía cruzados, el rostro inescrutable. —Entonces —dijo después de un largo rato. Se apoyó en el mostrador y me estudió en

silencio—. Has vuelto.

—Sí —dije, mi voz sonando un poco inestable. Me sentía fuera de balance, y

me di cuenta que no importa lo que pareciera, algunas cosas seguían siendo las mismas. Todavía odiaba la confrontación. Y Lucy prosperaba en ella—. Sólo...

recientemente.

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—Lo he oído —dijo. Parpadeé, y estaba a punto de preguntar de quién, pero

algo en su expresión me detuvo. Me di cuenta de que podría haber sido de una variedad de fuentes, Jillian incluido. Phoenix Lake era lo suficientemente pequeño

para que las noticias viajaran rápido—. Simplemente no pensé que volvería a verte —continuó, arqueando una ceja hacia mí, algo que siempre había sido capaz de hacer y

que nunca pude conseguir. Me daba mucha envidia, ya que cada vez que trataba de hacerlo sólo me miraba como si tuviera mucho dolor—. Y ciertamente no pensaba que volvería a verte aquí.

Metí las manos en los bolsillos de mis pantalones cortos y miré al piso de madera rayado. Podía sentir la inquietud en las piernas que era la manera de mi cuerpo

de decirme que saliera. Eché un vistazo a la puerta por un segundo, considerándolo. —Si esto va a ser un problema —le dije después de un momento—, puedo irme. A ver si

me puedo colocar en otro lugar.

Miré a Lucy y vi un destello de dolor atravesar su rostro antes de que la expresión indiferente volviera. Se encogió de hombros y se miró las uñas, que me di

cuenta ahora estaban pintadas de un color púrpura oscuro, y me pregunté si las había combinado con su camisa. La Lucy que había conocido ciertamente lo habría hecho.

—¡No lo hagas por mí! —dijo ella, con voz aburrida—. Realmente no me importa.

—Está bien —dije en voz baja. Tomé aire y comencé a decir lo que

probablemente debería haber dicho de inmediato, lo que debería haberle dicho a Henry en cuanto lo vi—. Lucy —comencé—, estoy realmente…

—¿Puedo ayudarle? —Lucy saltó al mostrador, me di vuelta y vi a un cliente en

la ventana, una madre de aspecto agobiado con un bebé en la cadera. La parte superior de la cabeza del niño alcanzaba el mostrador de madera, tenía los ojos fijos en el plato

de Starbursts y Sunkist Fruit Gems7 sueltos.

—Sí —dijo ella—. Necesito dos aguas, una orden de papas fritas, y una Sprite

sin hielo.

Lucy marcó el total en la registradora y se volvió para mirarme. Me moví con incertidumbre hacia los vasos, mi mano flotando cerca de ellos, pero totalmente

insegura de qué hacer. —Ve por Elliot —dijo Lucy, sacudiendo la cabeza—. No sabes lo que estás haciendo. —Se volvió hacia la mujer y hábilmente movió el recipiente de

caramelos justo cuando el chico intentó alcanzarlo—. Nueve veintinueve —dijo.

Abrí la puerta y la cerré rápidamente detrás de mí, caminando por el pasillo. La

interacción entera me había alterado. Por alguna razón, me sentí como si estuviera a

punto de llorar, así que estaba feliz de tener un minuto para alejarme. Sabía que Elliot tenía diez minutos antes de la lección, así que no tenía mucho tiempo para

encontrarlo. Empecé a buscarlo en las pocas habitaciones del edificio, pero sólo encontré un cobertizo, repleto de salvavidas y boyas, y un armario de suministros con

platos y vasos y bolsas de jarabe para la máquina de refrescos. La puerta de Fred tenía

7 Dulces, los primeros como los sugus y los segundos gomitas.

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un signo de Dos Chiflados en Remojo8 con “No ayudar” escrito. Comenzaba a entrar en

pánico, sabiendo que entre más tiempo me tomara, Lucy se enfadaría más, cuando vi a Elliot sentado en el césped cerca de los bastidores de bicicletas, al lado de un chico de

cabello rizado tocando la guitarra. Había alrededor de diez salvavidas dispuestos en un círculo, pero no había niños allí todavía. Increíblemente aliviada, me acerqué y empecé

a hablar antes incluso de alcanzarlo. —Lucy necesita tu ayuda en la cocina —le dije, mientras Elliot me miraba y el tipo de la guitarra se detuvo a medio acorde—. Yo realmente no sé lo que estoy haciendo todavía.

Elliot levantó las cejas. —Pero ella pudo mostrarte, ¿no? —preguntó—. Luce es grande en la formación. Me enseñó todo lo que sé.

—Oh —dije, mirando de nuevo a la base, pensando en cómo me había empujado hacia fuera, claramente dispuesta a deshacerse de mí—. Bueno —le dije—,

no creo que ella realmente... um... quiera.

—Correcto —dijo Elliot, asintiendo con la cabeza. Me dio una sonrisa simpática y se impulsó a sus pies—. Bueno, supongo que no puedo culparla, ¿no? —

Empezó a dirigirse hacia la cafetería antes de que pudiera formular una respuesta—. Oh —dijo mientras se volvía hacia mí por un segundo, señalando al tipo de pelo

rizado—, Taylor, ese es Leland. Leland, Taylor. Es nueva. —Con eso, se apresuró hacia el edificio, y un momento después, oí el golpe de la puerta cerrándose.

Leland se veía alto, de piel pálida y pecosa y cabello descolorido por el sol que parecía que no había sido peinado muy recientemente. Él rasgueó otro acorde y luego alzó la vista, y me dio una sonrisa soñolienta. —Hola —dijo—. ¿Eres un salvavidas

también?

—No —le contesté—. Cafetería.

—Genial —dijo mientras rasgaba algunos acordes más, demorándose en las últimas dos cuerdas. Al verlo tocar, parecía un poco incongruente que este chico, todo

relajado, distraído, fuera un salvavidas. No era lo que yo esperaba.

—Hablando de eso —dijo Leland, desplegando sus largas piernas y poniéndose de pie—, mejor me voy a trabajar. Estoy seguro de que te veré por ahí. —Se arrastró

hacia abajo, hacia la playa, no parecía como si tuviera alguna prisa.

Miré de nuevo hacia el puesto de comida, y luego a mi coche mal aparcado.

Había una parte de mí, una grande, que sólo quería subir y conducir, sin detenerme hasta que estuviera a kilómetros de distancia y varios estados de aquí. Pero había algo

en dejarlo a los veinte minutos en tu primer día que me pareció patético. Y sabía que si

me iba ahora, confirmaría todo lo que Lucy ya pensaba de mí. Así que me obligué a

caminar hacia el puesto de comida, de repente con mucha más compasión por mi hermana y a lo que había tenido que hacer frente esta mañana. Tomé una respiración profunda antes de abrir la puerta de empleados, sintiendo como que me iba a enfrentar

un pelotón de fusilamiento.

8 Película, Joe (Joe Pesci) y Gus (Danny Glover) son dos amigos que se han pasado la vida pescando

desde que eran pequeños. Su mayor sueño es atrapar una gran pieza, pero de momento no ha habido

suerte. Sin embargo, es posible que las cosas cambien durante sus vacaciones en Florida.

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***

El resto de la jornada de trabajo no fue tan bien. Lucy apenas me habló. O me habló a través de Elliot, cuando estaba alrededor de entre las lecciones o simplemente

me ignoró, yéndose varias veces para hacer llamadas en su celular. Después de la hora de almuerzo, me mandó a organizar el equipo y salas de suministro. Fue un trabajo soporífero contar y enderezar las pilas de chalecos salvavidas, a continuación, hacer

inventario del armario, pero al menos estaba sola, sin incómodos silencios u ondas de irritación siendo enviados hacia mí. Había pasado mi hora de almuerzo sentada en la

playa sola, a un lado, a la sombra de un pino. Había grupos de niños jugando en el agua, que tenían el tipo de balsa que luchas por volcar que recordaba muy bien. Pude

ver a Elliot, en el lago en kayak, dirigiendo una clase de vela alrededor de un campo de boyas, y recuperando un bote cuando parecía en peligro de flotar hacia Delaware. Cuando regresé a la sala de suministros después de mi descanso y empecé a contar los

vasos de nuevo, el tiempo parecía extenderse, las horas pasando con una lentitud insoportable. Cuando por fin llegaron las cinco y cerré el armario de suministros,

estaba agotada. Olía a grasa de freidora y a la mayonesa que accidentalmente me había derramado, los pies me mataban, y lo único que quería era meterme en la cama y no

tener que volver a este trabajo nunca más. Me encontré afuera con Lucy y Elliot, mientras ella bajaba un portón de metal sobre la parte frontal del puesto de comida y lo cerraba con llave. Vi a Leland caminando desde la playa, guitarra al hombro, y me

sorprendí al ver que aún había algunos nadadores en el agua, unas pocas personas solitarias todavía flotando en sus balsas.

—Entonces —dije, mientras Elliot se me acercó y Lucy tiró de la cerradura dos veces, probándola—, ¿qué pasa si no hay salvavidas?

—Ponemos una señal —dijo Elliot. Asintió con la cabeza hacia Leland, quien trotaba hacia nosotros—. El salvavidas sólo está de nueve a cinco. Hay un letrero en la silla el resto del tiempo de que nadan bajo su propio riesgo.

Asentí mientras Lucy se acercó, con el teléfono en la mano. Ella sonrió a Leland, luego dejó caer la expresión amigable en cuanto me vio. —Así que debemos

averiguar los horarios —dijo ella, con voz fría y cortante—. Voy a hablar con Fred y luego te llamo. ¿Cuál es tu celular?

Le dije, y ella lo golpeó en su teléfono, presionando cada botón un poco más

fuerte de lo necesario. —Está bien —dijo, cuando lo había guardado. Me dio una larga mirada, y cuando noté a los tres de pie más cerca, me di cuenta de que probablemente

iban a hacer planes para pasar el rato. Planes de los que, sin duda, yo no era parte.

—Oh —dije, sintiendo la cara caliente—. Así es. Bien. Así que... me llaman por

el horario, y voy a estar aquí... entonces. —Oí que sonaba como una idiota pero las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. Le di a cada uno un movimiento de

cabeza, y caminé hacia mi coche tan rápido como era posible.

Cuando abrí la puerta, antes de entrar, miré hacia atrás y vi a Lucy mirándome. No apartó la vista de inmediato, como lo hizo durante el día, y su expresión parecía

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más triste que enojada. Pero luego se dio la vuelta, y recordé lo que dijo Elliot. Tenía

razón, no podía culparla. Debido a que era exactamente lo que me merecía.

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Capítulo 11 Cinco veranos atrás

Traducido por ♥...Luisa...♥

Corrregido por βelle ❤

iré con tristeza a través del muelle a Lucy.

—Esto apesta.

Separé los Skittles púrpuras de la pila frente de mí, y los empujé

hacia mi mejor amiga. Lucy frunció el ceño hacia su propia pila, a continuación, seleccionó todos los verdes y los empujó hacia mí. Hemos dividido todos nuestros

dulces de esta manera, nuestras preferencias de colores estaban tan arraigadas que nunca teníamos que preguntar. Cuando se trataba de cosas como Snickers o Milky Ways, las preferíamos como en el bar de la playa, congeladas. Obtendríamos uno,

junto con un largo cuchillo de plástico, y Lucy dividiría la barra de caramelo con la precisión de un cirujano. Compartimos todo, cincuenta y cincuenta.

—Lo sé —coincidió Lucy—. Es una mierda.

Asentí con la cabeza, secretamente impresionada y un poco celosa. Mi madre

gritaría si me escuchara decir esa palabra, y la madre de Lucy también, hasta hace poco. Pero, como Lucy siempre señalaba, el divorcio significaba que podías conseguir un montón de cosas que solían estar fuera de los límites.

Por desgracia, el divorcio también significaba que Lucy no iba a estar aquí

durante casi todo el verano, un hecho por el que yo seguía teniendo problemas para

mantener mi cabeza alrededor. Los veranos en el Phoenix Lake significaban Lucy, y no tenía ni idea de lo que haría sin ella. Habíamos recurrido incluso antes a mis

padres, sentándolos una noche en el porche para exponerles nuestro proyectó: Lucy podía vivir con nosotros este verano mientras sus padres se encontraban en Nueva Jersey, lidiando con abogados, reuniones y "mediación", lo que sea que eso fuera. De

esta manera, Lucy podía aprovechar el aire fresco de Lake Phoenix, y no estar en el camino de sus padres. Ella podía compartir mi habitación: desarrollaríamos un sistema

M

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en el que alternaríamos quien se quedaría con la cama de verdad, y quien se quedaría

con la cama rodante.

Pero mis padres no estuvieron de acuerdo, y ahora, después de sólo dos

semanas aquí, Lucy se iba. Se suponía que debía estar diciendo adiós, y aunque le dije adiós a Lucy al final de cada verano, esta vez era diferente.

—Mira —dijo Lucy, alisándose con cuidado el flequillo hacia abajo. Me encantaba el flequillo de Lucy y estaba increíblemente celosa de él. Pero cuando había conseguido mi propio corte la primavera pasada, no se había colgado, recto y grueso,

como el de Lucy. Había sido tenue y suelto, siempre partiendo de un remolino en el centro y haciendo que mi madre tuviera que comprar un montón de bandas para el

pelo.

Mi cabello había crecido para el momento en que el verano llegó, y nunca tuve

que decirle a Lucy que la había copiado.

—Mamá dijo que si se quedaba con la casa y las cosas funcionaban, sería capaz de regresar aquí pronto. Tal vez incluso en un mes. —Trató de darle un giro positivo a

la última palabra, pero pude oír lo hueca que sonaba. ¿Qué se supone que debía hacer durante un mes sin Lucy?

—Bien —dije, tratando de estar muy alegre, a pesar de que no lo decía en serio —. Va a ser genial. —Le di una gran sonrisa falsa, pero Lucy me miró por un

momento, y las dos empezamos a venirnos abajo.

—T —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. Eres la peor mentirosa que ha existido.

—Lo sé —dije, aunque no podía recordar un tiempo en el que nunca hubiese

necesitado o querido mentirle a Lucy.

—Pero por lo menos no estarás sola en Nueva Jersey, como yo —dijo Lucy con

un suspiro dramático—. Voy a estar tan aburrida.

—También voy a aburrirme —le aseguré—. ¿Con quién voy a pasar el rato?

Lucy se encogió de hombros, y por alguna razón no me miró a los ojos cuando dijo—: Tú amigo Henry, ¿tal vez?

A pesar de que sabía que no era justo para Henry, gemí en respuesta.

—No es lo mismo —le dije—. Todo lo que quiere hacer es entrar en el bosque y observar rocas. Es un gran idiota. —Esto no era del todo cierto, y me sentí mal después

de decirlo, pero trataba de hacer que Lucy se sintiera mejor.

—Lucy —gritó la señora Marino desde la casa, y cuando volví a mirar, la vi de

pie en la entrada, donde el coche se hallaba lleno y listo para partir.

Lucy dejó escapar un largo suspiro, pero las dos nos dimos cuenta de que era hora de irse. Recogimos los Skittles y nos dirigimos hacia la casa. En el camino de

entrada, hicimos el saludo mano-bofetada en el que pasamos la mayor parte del verano pasado trabajando (se trataba de un giro doble) y luego nos despedimos y nos

abrazamos rápidamente cuando la mamá de Lucy comenzó a quejarse de cómo si no empezaban pronto, no vencerían el tráfico.

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Me quedé con mi bicicleta a un lado del camino de entrada de la casa de Lucy y

vi el coche alejarse, Lucy asomada a la ventana, agitando la mano hasta que no pude verla más. Entonces subí a mi bicicleta y empecé a pedalear lentamente hacia mi casa.

No necesariamente quería estar allí —faltaban horas hasta la cena— pero no sabía qué otra cosa hacer. Parecía increíblemente patético ir a la playa o a la piscina sola.

—¡Oye, Edwards! —Miré otra vez, pero sabía que era Henry, derrapando hasta detenerse junto a mí. Él estaba pasando por una fase reciente en la que llamaba a cada uno por sus apellidos. Y a pesar de que sabía que quería que lo hiciera, me negaba a

llamarlo "Crosby".

—Hola, Henry. —Puse un pie en el suelo y pateé mi pedal, poniéndolo a girar.

Henry, por su parte, siguió montando, girando alrededor de mi bici.

—¿Dónde está Marino? —preguntó, mientras me rodeaba. Seguía teniendo que

girar la cabeza para mirarlo, y me empezaba a marear.

—Lucy se ha ido para el verano —le dije, sintiendo el impacto de las palabras—. La mayor parte de él, de todos modos.

Henry dejó de darme vueltas y dejó que un pie descalzo cayera al suelo.

—Eso apesta —dijo—. Lamento escucharlo.

Asentí con la cabeza, aunque no estaba segura de que Henry lo dijera en serio. Él y Lucy nunca se habían llevado muy bien. Sabía que él pensaba que era demasiado

femenina, y ella pensaba que era un sabelotodo. Las pocas veces que los tres habíamos tratado de pasar el rato juntos, sentí como si fuera un árbitro, constantemente tratando de asegurarme de que todos se llevaran bien, y había sido agotador. Por lo tanto, solía

pasar el rato con ellos por separado, lo cual fue lo mejor para todos.

—Entonces —dijo Henry, volviendo a estar sobre los pedales de la bicicleta—.

Iba a la playa. ¿Quieres venir?

Lo miré y pensé en ello. Salir con Henry sin duda sería mejor que volver a casa,

incluso si me llamaba Edwards y siempre trataba de hacerme competir con él para ver quién podía comer más perritos calientes.

—Está bien —le dije, girando mi pedal hacia atrás y poniendo el pie sobre él—.

Suena divertido.

—Genial. —Henry me sonrió, y me di cuenta que sus dientes ya no estaban

torcidos en el frente, como la primera vez que lo conocí. Y su sonrisa era realmente agradable. ¿Por qué no me había dado cuenta de eso antes?

—¿Una carrera hasta la playa? —preguntó, ya listo para montar, con las manos agarrando el manillar.

—No lo sé —le dije, mientras fingía quejarme de mis ruedas, a la vez que me

ponía en posición—. No estoy segura de si… ¡Ahora! —Le grité la última palabra y comencé a pedalear tan rápido como pude, dejando a Henry para que me alcanzara.

Me reí a carcajadas cuando empecé a volar por la calle, el viento levantando mi cola de caballo—. ¡El perdedor compra Coca-Colas!

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Capítulo 12 Traducido por ♥...Luisa...♥ & Andreani

Corregido por Vericity

a sala de espera en el departamento Oncológico del Hospital de

Stroudsburg parecía haber renunciado a cualquier intento de ser alegre. Las paredes estaban pintadas de un color melocotón aburrido, y no había

ningún cartel alentador sobre manejar tu gripe o el correcto lavado de manos, como las que me había acostumbrado a ver en la oficina de mi doctor. En su lugar, sólo había un único paisaje mal pintado de una colina salpicado bien sea de ovejas o nubes, no

estaba segura de qué. Las sillas estaban completamente acolchadas, lo que me hizo sentir como si estuviera hundiéndome lentamente en ellas, y todas las fechas de las

revistas eran de meses atrás. Dos de los matrimonios de famosos anunciadas en las portadas brillantes se encontraban ya en divorcios desordenados. Pasé a la revista más

cercana de todos modos, dándome cuenta de lo diferente que éstas historias de vivieron felices para siempre resultaban después de ser consciente del resultado que iban a tener. Después de unos minutos, la tiré a un lado. Eché un vistazo a mi reloj, y

luego a la puerta por la que mi padre había pasado para reunirse con su médico. Así no era exactamente como había imaginado pasar mi día libre.

Había planeado dejar el bar después del desastroso primer día, no tenía razón para pasar el verano con gente a la que no le gustaba y no hacía ningún secreto de ello.

Pero en la cena esa noche, mientras nos dábamos un festín con mazorca, papas fritas y hamburguesas cocidas a la parrilla, lo que se sentía como nuestra primera comida del verano, mi plan se tropezó con un obstáculo.

Gelsey, al parecer, odiaba el tenis. Mientras que se quejaba de lo estúpido que era el deporte, y cómo toda la gente de su clase de tenis era también estúpida y Warren

al mismo tiempo trataba de decirnos que el tenis había sido inventado en Francia en el siglo XII y fue popularizado en la corte de Enrique VIII, sólo me senté allí, disfrutando

de mi maíz, esperando el momento en que pudiera entrar y explicar mientras estaba segura de que tenia méritos para trabajar en el bar, sentí que mi tiempo podría ser mejor utilizado este verano haciendo otra cosa. Algo más. Estaba trabajando en mi

explicación en mi cabeza, por lo que no prestaba atención a la conversación alrededor de la mesa. Fue entonces cuando oí mi nombre reclamando de nuevo mi atención.

—¿Qué? —pregunté, mirando a mi padre—. ¿Qué fue eso, papá?

L

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—Sólo decía —me dijo papá, sobre todo a mi hermana, que fruncía el ceño

hacia su plato—, que también tuviste una experiencia nueva, un reto hoy. Pero a diferencia de tu hermana, te lo estás tomando con calma.

Demonios. —Um —dije, mirando a Warren, tratando de ver si podía comunicarme en silencio con él, y hacer que distrajese a todos, o que nos dijese cómo

fue inventada otra cosa. Pero Warren sólo bostezó y se sirvió más papas fritas—. Así es. Sobre eso...

—Taylor no está dándose por vencida —dijo mi padre. Me aclaré la garganta,

con la esperanza de poder hacer que dejara de lucir de alguna manera como si fuera la persona más falsa sobre la tierra—. Y estoy seguro de que su día no fue fácil. ¿Lo fue?

Se volvió de nuevo hacia mí y todo el mundo en mi familia me miró, la papita frita que Warren levantó se quedo a medio camino de su boca. —No —dije con

sinceridad.

—Hay tienes —dijo mi papá, dándome un pequeño guiño, por lo que me sentí muy mal con lo que estaba a punto de hacer. Pero luego pensé en la cara de Lucy

cuando se dio cuenta de que trabajaba allí, y cuan solitario había sido, comiendo sola.

—Mira —le dije, dándome cuenta de que esto podría ser mi mejor oportunidad

para salir de una situación que, estaba segura, se pondría exponencialmente peor que el verano pasado—. No es que no quiera trabajar. Es que el bar no fue... um...

exactamente lo que esperaba. —Mi madre me miró con una expresión que indicaba que sabía exactamente lo que iba a decir. Aparté la mirada de ella mientras continuaba—. Y, dada mi carga académica del próximo año, creo que debería usar

este verano para…

—¡No me importa! —se lamentó Gelsey, sonando al borde de las lágrimas—.

No quiero jugar al tenis y no debería hacerlo. ¡No es... justo!

Warren puso los ojos en blanco sobre la mesa, y yo negué con la cabeza. Esto

era lo que venía de ser el bebé de la familia. Tienes que lanzar años de rabietas después de ser oficialmente demasiado viejo para hacerlo. Gelsey comenzó a sollozar en su servilleta y me di cuenta de que el momento de anunciar que renuncié a mi trabajo

había probablemente pasado.

Así que sufrí por otros dos cambios más en el bar, más que nada para poder

renunciar y poderle dar un poco la cara a mi papá. Fueron más o menos como mi primer día, Lucy apenas me habló, y me pasé toda la jornada laboral contando los

minutos hasta poder volver a casa, más convencida con cada hora que pasaba que no

valía la pena el salario mínimo. Había planeado tomar mi día libre para ir a la casa club, decirle a Jillian, dejar un mensaje a Fred (que sin duda estaría de pesca), y luego

decirle a mi familia una vez que fuese un hecho. Pero esa tarde, mientras papá dejaba de lado su trabajo y se preparaba para ir a Stroudsburg para la cita con su doctor, mi

mamá me llamó al porche.

Se encontraba sentada en el escalón más alto, peinando el pelo de mi hermana.

Gelsey estaba un escalón por debajo de ella, con una toalla sobre los hombros, la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás mientras mi madre sacaba un peine de dientes anchos a través de sus húmedos rizos castaños. Este era un ritual que las dos tenían.

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No lo hacían todo el tiempo, sólo cuando mi hermana tenía un mal día o estaba

molesta por algo. Mientras la veía recibir su peinado, me pregunté si esto era debido al trauma que había sufrido en sus clases de tenis (de las que no se le había permitido

salir) o algo más. Hace años, quería que mamá hiciera esto por mí, cuando era mucho más joven. Hasta que me di cuenta, sin embargo, de que probablemente no había

razón para ello. Mi madre y Gelsey tenían el mismo pelo largo color rojizo-marrón, espeso y rizado. Y yo tenía pelo normal, recto que nunca llegaba a curvarse y que apenas necesitaba peine. Pero aún así.

—¿Qué? —le pregunté. Gelsey me hizo una mueca, pero antes de que pudiera responder de la misma manera, mi madre volvió la cabeza hacia atrás, así que sólo

podía ver su perfil.

—¿Podrías ir a Stroudsburg con tu padre hoy? —preguntó mamá.

—Oh —dije. Esto no era lo que había estado esperando—. ¿Está bien?

—Sólo tiene una cita con el doctor, y esperaba que pudieras ir con él —dijo mi madre, su tono uniforme, mientras pasaba el peine desde la corona hasta el final abajo

de los extremos que ya empezaban a enrollarse en rizos. Miré a mi madre de cerca, tratando de ver lo que quería decir con esto, si había algo realmente malo, pero mi

madre podría ser inescrutable cuando quería serlo, y no podía decir nada.

—Está todo listo —dijo, alisando el pelo de Gelsey con la mano, luego batió la

toalla de sus hombros.

Gelsey se puso de pie y se dirigió adentro, cruzando la puerta en una serie de giros rápidos. Me hice a un lado para dejarla pasar, totalmente acostumbrada a esto,

desde hace varios años, cuando estaba de humor, Gelsey rara vez caminaba cuando podía bailar.

—¿Y? —me preguntó mi madre, y me di la vuelta para verla arrancando los cabellos sueltos en la peineta—. ¿Quieres ir con tu papá?

—Claro —le dije, pero todavía se sentía como si hubiera más de esto de lo que me decía. Tomé aire para preguntar cuando me di cuenta de que mi madre tiraba los pelos perdidos en el aire, donde eran levantados por la suave brisa que había agitado

los árboles toda la tarde—. ¿Qué estás haciendo?

—Es por eso que siempre debes peinar el cabello fuera —dijo—. De esta

manera, las madres aves pueden tejer los cabellos en sus nidos. —Miró al peine, y luego comenzó a moverse hacia el interior, doblando la toalla mientras lo hacía.

—Mamá —le dije, antes de que llegara a la puerta. Me miró, enarcando las cejas, esperando, y de repente no quería nada más que ser capaz de hablar con ella de la misma manera en que lo hacía Gelsey, y decirle lo que realmente temía—. ¿Papá

está bien?

Mamá me dio una sonrisa triste. —Sólo quiero que tenga un poco de compañía.

¿De acuerdo?

Y claro que había aceptado, y mi padre y yo fuimos a la cita en Stroudsburg

juntos, mi padre al volante, se sentía como si ya hubiera aprendido la lección en

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cuanto a preguntarle sobre eso. Mi padre parecía estar tratando este breve paseo como

un viaje por carretera real. Se detuvo en PocoMart por maní tostados en miel y refrescos para nosotros, y me puso a cargo de las funciones radio comunicativas a

medida que nos dirigíamos hacia la ciudad. Esta fue quizás la parte más inesperada de la tarde, ya que cada vez que habíamos estado juntos en el auto antes, siempre estaba o

bien en el Bluetooth hablando a su oficina, o escuchando el informe financiero.

Cuando habíamos llegado al hospital, mi padre abrió la marcha hasta el ala de oncología, y mientras se dirigía a su cita, me prometió que no tardaría mucho. Pero

habían pasado veinte minutos ahora, y empezaba a inquietarme.

Pasé por el ascensor y subí las escaleras hasta el vestíbulo, sintiendo la

necesidad de moverme. El vestíbulo no ofrecía ninguna distracción en lo absoluto, pinturas al óleo de los fundadores y placas conmemorativas de grandes donaciones.

También había un número sorprendentemente grande de gente fumando fuera de la entrada del edificio, teniendo en cuenta que se trataba de un hospital. Terminé en la tienda de regalos, caminando por los pasillos, pasando por los ramos de flores para

comprar, ositos alegres, de colores brillantes de peluche adornados con un ¡Recupérate

pronto! a través de sus estómagos. Caminé por el pasillo de tarjetas, mirando a través de

los estantes de Pensando en ti y Recupérate pronto. Me moví de la sección de simpatía, ni

siquiera quería saber lo que había dentro de las tarjetas de aspecto sombrío que en su

mayoría parecían contar con una sola flor, un pájaro volando, o una puesta de sol.

Desde que no tenían nada que quisiera, acabé comprando un paquete de

chicles, que arrojé sobre el mostrador mientras sacaba mi bolsa para el cambio. Cuando lo hice, me di cuenta de un gran arreglo floral en la mesa, compuesto por flores de verano, todas brillantemente moradas y naranjas. Parecía vibrante y

saludable, y parecía oler como el sol incluso en la estéril, fluorescente tienda de regalos. Mirándolo, entendí por primera vez, por qué la gente traía flores a los

enfermos, atrapados en el interior del hospital y sin forma de salir. Era como llevarles un poco del mundo que estaba ocurriendo sin ellos.

—¿Eso es todo? —preguntó la mujer detrás del mostrador.

Empecé a contestar, pero me llamó la atención la tarjeta pre impresa en el arreglo, exhibida en una larga boquilla de plástico que sobresalía de las flores. SÓLO

PARA DECIRTE QUE TE QUIERO, leí.

—¿Quieres algo más? —preguntó.

Aparté la vista de la tarjeta, avergonzada, y le entregué un dólar. —Eso es todo

—dije, mientras guardaba la goma y luego arrojaba mis pocos centavos de cambio en

mi monedero.

—Que tengas un buen día —dijo, y luego se aclaró la garganta—. Espero que todo... salga bien.

La miré entonces, y vi que ella era mayor, más cerca de la edad de mi abuela, y llevaba una etiqueta con su nombre y una expresión simpática. Era diferente de las

expresiones de compasión y simpatía prematura que odiaba tanto en Connecticut, y me di cuenta de que no me importaba. Se me ocurrió que tenía que ver, todo el día, a

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gente viniendo a través de la tienda quienes tampoco querían estar en el hospital, ir en

busca de algo que pudieran comprar, otro económico oso de peluche o un arreglo de flores, que al parecer hacían las cosas mejor.

—Gracias —le dije. Dejé que mis ojos se deleitaran en la tarjeta un momento más antes de que me dirigiera hacia el vestíbulo. Salté las escaleras y tomé el ascensor

hasta el ala de oncología.

La tarjeta me había hecho sentir incómodamente consciente de algo, no podía recordar la última vez que le dije a mi padre que lo amaba. Busqué en mi memoria

mientras el ascensor subía silenciosamente a través de los pisos. Sabía que lo había dicho mucho cuando era más joven, como nuestra colección de películas lo

atestiguaba. Y me gustaba firmar sus tarjetas de cumpleaños y del día de padre todos los años con: con amor, Taylor garabateados. ¿Pero se lo había dicho? ¿En voz alta, y

últimamente?

No podía recordar, lo que me hizo estar bastante segura de que la respuesta era no. Este hecho fue un gran peso en mis pensamientos, hasta el punto de que una vez

que regresé a la sala de espera, no me molesté en agarrar una de las revistas antiguas. Y cuando mi padre finalmente apareció, y me preguntó si estaba lista para ir a casa,

acepté sin dudarlo un segundo.

***

En contraste con el viaje allí, nuestro viaje a casa fue bastante silencioso. Mi

padre parecía tan agotado después de su cita, que ni siquiera había intentado conducir, sino que me había dado las llaves una vez que llegamos a la playa de estacionamiento.

Habíamos mantenido una conversación durante los primeros kilómetros, pero luego me di cuenta de que las pausas en las respuestas de mi papá cada vez eran más largas.

Miré por encima y vi que su cabeza estaba apoyada en el asiento, con los párpados cerrados aleteando antes de abrirlos una vez más. En el momento en que llegamos a la carretera que nos llevaría de regreso a Phoenix Lake, miré para cambiar de carril y me

di cuenta de que mi padre estaba completamente dormido, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, la boca ligeramente abierta. Esto era inusual hasta el punto

de ser chocante, porque mi padre no era un hombre de siestas. Aunque sabía que había estado durmiendo más de lo normal últimamente, no podía recordar un momento en

el que lo hubiese visto tomar una siesta, especialmente no de esta forma, no en la

tarde. Me hizo sentir pánico, de alguna manera, aunque no sabría decir por qué, y

quería más que nada poner un poco de música, ahogar ese sentimiento un poco. Sin embargo, no quería despertar a papá, no había encendido la radio, y sólo había conducido en un silencio interrumpido sólo por el bajo, uniforme respirar de mi padre.

Mientras cruzábamos Phoenix Lake, el teléfono de mi padre sonó, sorprendiéndonos a los dos, el sonido de su tono de repente muy fuerte en el tranquilo

coche. Mi padre se despertó, con la cabeza chasqueando hacia adelante.

—¿Qué? —preguntó, y odié escuchar la confusión en su voz, la vulnerabilidad

en ella—. ¿Qué es eso?

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Me agaché por el teléfono en el portavasos, pero él llegó primero, respondiendo

a la llamada y alisando su cabello siempre limpio con la mano, como si quisiera asegurarse de que no lo había dejado demasiado descuidado mientras había estado

durmiendo. Me di cuenta en un segundo que era mi madre, y después de su breve conversación, mi padre parecía más tranquilo y mucho más él mismo, su voz ya no era

espesa por el sueño cuando colgó y se volvió hacia mí.

—Tu madre pidió que recogiéramos algunas cosas para la cena de esta noche —dijo—, y me di cuenta de que no hemos estado ido a visitar Jane este año. Por mi

parte, siento como que he estado escatimando en el postre este verano. —Todavía quedaban once galletas de avena en la nevera, pero no mencioné eso. La única con

gotas de chocolate había sido dividida en cinco partes iguales entre nosotros, y el resto se había quedado sin tocar.

Miré el reloj y vi que eran casi las cuatro, sin duda rayando en lo que mi madre consideraría la hora echada a perder de la cena. Pero mi padre y yo teníamos la tradición de conseguir helado y mantenerlo secreto, como cuando era pequeña y me

iba a recoger de donde quiera que hubiese tratado de escapar. —¿En serio? —le pregunté, y asintió con la cabeza.

—No se lo digas a tu mamá —dijo—. De lo contrario, me estaré enfrentando a un camino empedrado.

No pude evitar reírme de eso. —No lo sé —respondí, mientras salía a un lugar a lo largo de la calle principal—. Podría estar de buen humor al respecto.

Mi padre sonrió en agradecimiento. —Genial —dijo.

Nos separamos cuando nos dirigimos hacía PocoMart y Henson‟s Produce, y caminé hacia Sweet Baby Jane. Era una pequeña tienda con un toldo azul cielo y su

nombre impreso sobre él en una tipografía ondulada. Había dos bancos a ambos lados de la entrada, una necesidad porque el espacio sólo era suficiente para el contador y

una sola mesa. Tal vez por la hora, Jane no se veía muy ocupada. Sólo había dos chicos que parecían tener más o menos la edad de Gelsey comiendo unos helados en uno de los bancos, sus bicicletas estaban tiradas a la izquierda de ellos. Era raro ver a

Jane tan sola—por la noche, después de la cena, los bancos estaban abarrotados, la multitud se extendía a lo largo de la calle principal.

Cuando abrí la puerta y entré, una ráfaga de aire acondicionado y la nostalgia me golpeó. La tienda no había cambiado mucho desde como la recordaba; la misma

mesa única, el mismo letrero pintado con la lista de los sabores e ingredientes. Pero al

parecer, el tiempo no había pasado totalmente sin afectar a Jane, había ahora una lista de yogures congelados y muchas opciones más libres de azúcar de las que yo

recordaba.

No necesitaba preguntarle a mi padre que era lo que quería. Nunca había

cambiado su orden de helado, una taza con una cucharada de almendras garapiñadas y crema y una cucharada de ron de pasas. Pedí una cucharada de coco y una de

frambuesa en un cono de waffle, que había sido mi helado preferido la última vez que había estado ahí. Pagué y me encontré con mis manos llenas con la taza y el cono, empujando la puerta con mi espalda. Estaba a punto de tomar mi primer bocado

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cuando escuché a alguien decir—: Espera, te ayudo. —Alguien sostuvo la puerta para

que yo pasara, y al darme la vuelta de repente me encontré mirando directamente hacia los verdes ojos de Henry Crosby.

A este punto, debía haberlo esperado. Probablemente, habría sido más sorprendente si no me hubiera encontrado con él. Sonreí y, antes de que pudiera

detenerme, cité algo que había oído a mi padre decir, una línea de su película favorita.

—De todos los bares de ginebras en todos los pueblos del mundo —dije—, y entras en el mío9. —Henry frunció el ceño, y me di cuenta en ese momento que por

supuesto no sabía de qué hablaba. Yo apenas sabía de lo que estaba hablando.

—Perdón —expliqué apresuradamente—, es una cita. De una película. Y

supongo que debería haber dicho heladerías... —Escuché como mi voz se desvanecía. No estaba totalmente segura de lo que era un bar de ginebra. ¿Por qué había sentido la

necesidad de siquiera decir algo?

—Está bien —dijo Henry—. Entendí lo que querías decir. —Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, y llevaba una camiseta azul descolorida que parecía tan

suave que tuve un repentino impulso de tocarla y frotar el algodón entre mis dedos. Por supuesto, no lo hice y di un pequeño paso hacia atrás, sólo para impedir caer en la

tentación.

—Así que —dije, buscando algo de qué hablar, pero no encontré gran cosa—,

helado, ¿eh? —Sentí como mis mejillas se calentaban tan pronto como lo dije, y miré hacia el coche, preguntándome si mi papá había terminado lo que tenía que hacer en Henson y podía utilizar esto como una excusa para irme.

—No me digas —dijo Henry, asintiendo con la cabeza hacia mi cono que rápidamente se derretía—. ¿Frambuesa y coco? ¿Aún?

Le miré fijamente. —No puedo creer que recuerdes eso.

—Elefante —dijo—. Te lo dije.

—Ah —dije. Sentí el primer goteo frío golpeando mis dedos que sujetaban el cono. Mi helado se estaba derritiendo rápidamente, y ya que sostenía el helado de mi papá con mi otra mano, no podía hacer nada para detenerlo. Pero de alguna manera,

sentí que sería raro lamer mi cono frente a Henry, especialmente porque él no tenía ningún helado—. Así que —dije, tratando de ignorar el segundo, luego el tercero

goteo—, ¿cómo fue que incluso empezó? ¿Quién fue el primero que pensó que los elefantes eran buenos recordando cosas?

—No sé —dijo Henry con un encogimiento de hombros y una pequeña sonrisa—. ¿Quien decidió que los búhos eran sabios?

—Probablemente mi hermano podría decirte eso —dije—. Pregúntale.

—Genial —dijo Henry con una risa pequeña—. Suena como un plan. —Metió las manos en sus bolsillos y sentí mis ojos pasar por su brazo, y efectivamente, pude

verla, la débil cicatriz blanca en su muñeca. La conocía bien, se había raspado contra

9 Es una frase de la película Casablanca.

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la orza cuando nadaba bajo mi bote, en las guerra de chicos contra chicas que había

ocurrido el verano que teníamos once años. La había tocado la primera vez que tomó mi mano, en la oscuridad de la sala de cine.

Con este recuerdo inundándome, lo miré y tomé aire para decir lo que debía haber dicho inmediatamente. Que lo sentía, que nunca había sido mi intención herirlo,

que no debí haberme ido sin dar ninguna explicación.

—Así que —dije, mientras mi corazón comenzaba a latir un poco más fuerte y mi mano pegajosa apretaba el cono—, Henry. Yo…

—¡Lo siento! Me tomó un millón de años poder estacionarme. —Una chica rubia muy guapa, que parecía de mi edad, se acercó a Henry. Su cabello estaba sujeto

en uno de esos peinados perfectamente desordenados, y ya lucía muy bronceada. De repente me di cuenta de que esta debía haber sido la chica rubia de la que hablaba mi

madre. La novia de Henry. Sabía que no había absolutamente ninguna lógica en mí sensación de propietaria hacia alguien con el que había salido cuando tenía doce años. Pero aún así, sentí una puñalada caliente de celos en mi pecho mientras miraba como

le daba las llaves del coche a él, sus dedos rozándose brevemente.

—¡Quiero un helado! —Davy Crosby venía corriendo, usando los mismos

mocasines que le había visto en el bosque. Me vio y su expresión exuberante se volvió huraña. Claramente, aún me guardaba rencor.

La chica le sonrió a Davy y descansó su mano sobre su hombro antes de que él se escurriera fuera de ella. Vi esta interacción, tratando de mantener mi expresión neutral. Así que ella se llevaba bien con el hermano de Henry, también. No es que me

preocupara. ¿Por qué debería?

—¿Sabías que tu helado se está derritiendo? —me preguntó Davy. Bajé mi

mirada hacia mi cono y vi que, de hecho, las cosas estaban volviendo un poco derretidas y la frambuesa, por supuesto no podía ser el coco, cubría mi mano.

—Correcto —dije, levantando el cono, que realmente sólo hizo que el helado escurriera por mi muñeca—. Ya lo había notado, de hecho.

—Lo siento, Taylor… ¿Decías algo? —preguntó Henry.

Lo miré y pensé acerca de hacerlo ahora, decir que lo sentía y acabar con esto. Desde que regresamos, me sentía culpable por ese verano de una manera que nunca

había tenido que enfrentar cuando estuvimos en Connecticut. Incluso había tenido que voltear al pingüino de peluche en mi armario, ya que siempre parecía estar mirándome

acusadoramente. l

—Sólo iba a decir... que realmente... —comencé, consciente de que había dos

miembros adicionales en mi audiencia. Traté de seguir, pero me encontré con que había perdido mi nervio—. Nada —dije finalmente—. No importa. —Sentía los ojos de la chica sobre mí, y vi como su mirada viajaba por mi brazo, donde el escurrimiento

de helado había empeorado aún mas, la mirada formando un pequeño charco junto a mis pies donde aterrizaba en el suelo.

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—Debo irme —dije, no esperando (o sí) ser presentada a esta chica que estaba

claramente con Henry, y que probablemente se preguntaba porqué fui a entrometerme en su tiempo.

Henry tomó aire, como si estuviera a punto de decir algo, pero luego sólo miró a la chica y permaneció en silencio.

—Nos vemos —dije rápidamente y a nadie en particular. Alejándome velozmente de Jane, sin encontrarme con los ojos de Henry y comencé a caminar por la calle hacia el coche. No había ido muy lejos cuando mi papá salió de Henson y

comenzó a andar por la calle hacia mí, con un papel bajo un brazo.

—Oye —dijo cuando me alcanzó—. Pensé que te vería ahí.

—No —dije rápidamente, ya que la última cosa que quería hacer era comer helado en los bancos de Jane junto a Henry y su novia y su hermano, especialmente

después de lo mucho que me había avergonzado a mí misma—. ¿Por qué no lo comemos en el coche? Jane está bastante lleno ahora.

Mi papá volteo a ver a Jane —que no podría haber estado más obviamente

vacía— y luego a mí, donde estaba el lío de helado derretido en que me había convertido.

—Tengo una mejor idea —dijo.

Terminamos en la playa, que estaba a sólo unos minutos de Main Street, sentados en una de las mesas de picnic y mirando el agua. Me había limpiado con las toallas de papel en el asiento trasero del coche y un poco de desinfectante que encontré

en la guantera, y ahora ya no parecía que iba a representar un riesgo de helados a todo con lo que entraba en contacto. A pesar del hecho que se hacía tarde, la playa se

hallaba llena de gente, una línea se formaba en el bar de bocadillos.

Cuando miré, me encontré preguntándome si sólo trabajaba Lucy, o si Elliot

estaba con ella. Como si detectara esto, mi papá movió su taza, buscando la mejor manera de tomarla, mientras me preguntaba—: ¿Te gusta trabajar aquí?

Me di cuenta de que este era mi momento de sincerarme, el momento para

decirle que aunque realmente era la primera vez que lo intentaba y era sólo por pasar el tiempo, simplemente no iba a ser un gran ajuste. Y quizás después de que se lo

mencionase, podría pasar a las oficinas administrativas, salir y tener todo esto resuelto antes de la cena.

—Así que aquí está la cosa —dije. Mi papá levantó sus cejas y tomó un bocado de su helado (casi terminado)—. Estoy segura de que trabajar en la playa es una gran experiencia. Pero no creo que necesariamente sea lo adecuado para mí ahora. Y quizá,

como Warren, debería centrarme en mis estudios... —dije torpemente mientras se me acababan las excusas y me daba cuenta de que no tenía hermanos ni distracciones para

interrumpirme mientras mi papá me observaba con mirada calculadora, como si estuviera viendo justo a través de mí.

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—Dime, niña —dijo después de finalizar su último bocado y dejando de lado su

taza—, ¿alguna vez he dicho cuánto odiaba la escuela de derecho cuando empecé?

—No —dije, sin siquiera tener que pensarlo. Mi papá rara vez hablaba de sí

mismo, por lo que la mayoría de las historias personales que había oído bien procedían de mi mamá o mi abuelo, cuando nos visitaba.

—La odiaba —dijo. Se estiró para tomar lo que quedaba de mi helado con su cuchara e incliné mi cono hacia él—. No soy como tu hermano. Las cosas no se me daban tan fácilmente en la escuela. Tuve que trabajar muy duro sólo para entrar a la

facultad de derecho. Y una vez que estuve allí, pensé que había cometido el mayor error de mi vida. Quería salir de allí tan pronto fuera posible.

—Pero te quedaste —dije, sintiendo que sabía hacia donde iba la historia.

—Me quedé —confirmó—. Y resultó que realmente amaba la ley, una vez que

dejé de estar asustado por cometer un error. Y si no me hubiera quedado, nunca habría conocido a tu mamá.

Esa era una historia que conocía, cómo mis padres se conocieron en una cena

en el Upper West Side de Manhattan, mi papá, un estudiante de tercer año de la facultad de leyes en Columbia, mi mamá acababa de terminar una actuación en

Cascanueces.

—Cierto —dije, sintiendo como mi ventana para salir del trabajo se cerraba

rápidamente—. Pero en este caso...

—¿Hay algo malo en el trabajo? ¿Tienes un verdadero problema con él? —Mi papá se acercó hacia mi cono con su cuchara nuevamente, y simplemente se lo di para

que lo terminara, después de haber perdido mi apetito por el helado. No era como si realmente pudiera decirle a mi papá que era porque mi ex mejor amiga estaba siendo

mala conmigo.

—No —dije finalmente.

Mi papá me sonrió, sus ojos azules (los que heredé de él, los que nadie más en nuestra familia tenía) se arrugaron en las esquinas. —En ese caso —dijo, como si lo hubiera decidido—, te quedarás. Y tal vez algo bueno saldrá de eso.

Lo dudaba totalmente, pero también sabía cuando había sido derrotada. Miré hacia la cafetería por un momento, temiendo el hecho de que ahora tenía que regresar

mañana.

—Tal vez así sea —dije tratando de sonar tan entusiasmada como podía, lo cual

ni siquiera era entusiasmo.

Mi papá rió y peinó mi cabello con su mano, de la manera en que siempre solía

hacerlo cuando era pequeña. —Vamos —dijo. Se levantó, haciendo una pequeña mueca de dolor y lanzó lejos la copa de helado—. Vámonos a casa.

Después de la cena, fuera de casa, empezó a llover. Me había tomado desprevenida, y ver el mundo que sólo había sido soleado y cálido transformado por

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una tormenta repentina fue una sacudida, un recordatorio de cuán rápido podían

cambiar las cosas.

Me metí bajo el pórtico agradecida, limpiando las gotas de mi cara y lanzando

mis sandalias en la pila de sandalias que inevitablemente se acumulaban por la puerta. Saqué la basura del contenedor, pensando que con un paraguas me mojaría tanto, sólo

que la lluvia se estaba intensificando y el viento tomó velocidad en el segundo que di un paso fuera.

—¿Estás bien? —preguntó Warren desde su asiento en la mesa, mirándome por

encima de su libro.

—Sólo medio ahogada —dije, ocupando mi asiento frente a él. Sólo estábamos

nosotros dos en el porche. Mis padres estaban dentro leyendo y Gelsey, que siempre negaba enfáticamente que les tuviera miedo a las tormentas, sin embargo, se había ido

a su dormitorio al primer trueno que se escuchó y al parecer ya no iba a salir, con auriculares de mi papá que impedían la entrada de ruido, los cuales eran demasiado grandes para ella.

Warren volvió a su libro y yo subí mis rodillas, abrazándolas mientras miraba la lluvia bajando en las hojas. Nunca me habían preocupado las tormentas y siempre me

había gustado verlas desde el pórtico, donde estabas dentro pero también fuera, y ver cada destello del relámpago y escuchar cada trueno, pero estaba también seca y

cubierta. Mientras escuchaba la lluvia en el techo, me preocupé de repente por el perro, que no había visto en algunos días. Esperaba que estuviera de vuelta a donde pertenecía, y si no, que hubiera tenido cuidado para refugiarse de la lluvia. De alguna

manera tenía mis dudas. Me había acostumbrado al pequeño perro, y no quería pensar en él atrapado en una tormenta.

—Mamá dijo que los Crosbys viven al lado —dijo Warren, marcando cuidadosamente un pasaje y mirándome—. Henry y Derek.

—Davy —lo corregí automáticamente.

—No mencionaste eso —dijo Warren, con su melodioso tono, diseñado, sabía,

para que mordiera el anzuelo. De repente le tuve mucha envidia a Gelsey y sus

auriculares que no permitían que pasara el ruido.

—¿Y? —dije, cruzándome de brazos y luego descruzando mis piernas,

preguntándome por qué siquiera hablábamos de esto.

—¿Ya le has visto? —Warren seguía subrayando, y si no lo conocías, pensarías

que no tenía idea que estaba torturándome y disfrutando de ello, que era lo que hacía.

—Un par de veces —dije, rastrillando mis dedos por mi cabello mojado—. No

lo sé. Ha sido raro —dije, pensando en todos nuestros encuentros, ni siquiera uno de ellos adecuado para una conversación real o una disculpa.

—¿Raro? —repitió Warren—. ¿Porque ustedes dos salieron cuando tenían...

doce? —sonrió, sacudiendo la cabeza.

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—Porque... —comencé. Un gran trueno sonó, que nos hizo saltar. Warren

había hacho caer su marcador, y como rodó a través de la mesa, llegó y agarró, girando entre mis dedos.

—¿Por qué? —preguntó Warren, echándome un vistazo. Hizo señas para que le diera el marcador de vuelta, pero pretendí no ver.

—No sé —dije, un poco irritada. No quería hablar de esto. Y ciertamente no quería hablar de ello con mi hermano—. ¿Por qué siquiera te importa? —Finalmente le

pregunté—: ¿Y desde cuándo hablamos de cosas como esta?

—No lo hacemos—, dijo Warren. Se encogió de hombros, y en una voz condescendiente, continuó, —es sólo que obviamente es un problema para ti, por lo

que te estaba dando una oportunidad para que lo hablaras. Eso es todo.

Yo sabía que probablemente esto no tenía sentido. Simplemente me debía poner

de pie y olvidarlo. Pero había algo en la expresión de mi hermano que parecía indicar que él sabía mucho más de lo que yo sabía. Y sobre algunas — si no la mayoría — cosas, esto era cierto. Pero no todo. Warren nunca había tenido gran parte de vida

social, prefiriendo pasar los fines de semana estudiando y trabajando en sus proyectos. Nunca había tenido una novia, que yo supiera. Había ido a su baile de graduación,

pero con su compañera de estudio, que era prácticamente la versión femenina de Warren. Habían dicho que querían examinar el ritual como un experimento cultural.

Después de la graduación, hicieron un ensayo escrito para su clase de Psicología, le cual había ganado un premio nacional.

—No sabes lo que estás hablando —dije. La cabeza de mi hermano giró hacia

mí, probablemente porque se trataba de una frase que estaba poco acostumbrado a escuchar. Sabía que debía dejarlo, pero ya reconocí esto, así que seguí adelante, mi voz

con un borde sarcástico que odiaba—. Para hacerlo, deberías haber tenido una relación que terminó por acabarse.

Incluso en la tenue iluminación del pórtico, pude ver la cara de mi hermano sonrojarse un poco, y como sabía que lo haría, lamenté decirlo.

—Te haré saber —dijo Warren seriamente, dando vueltas a las páginas de su

libro mucho más rápido de lo que podía leerlas—, que he puesto la mayor parte de mi enfoque en mis estudios académicos.

—Lo sé —dije rápidamente, intentando suavizar esto, deseando no haber dicho nada.

—No hay ninguna necesidad de involucrarse con personas que no van a valer la pena —continuó en el mismo tono de voz.

Había estado a punto de estar de acuerdo y asentir con la cabeza, pero algo que acababa de decir Warren me había molestando. —Pero ¿cómo sabes? —le pregunté.

Me miró y frunció el ceño. —¿Qué?

—Dijiste que no querías perder tu tiempo en personas que no van a valer la pena —dije, y asintió—. Pero ¿cómo sabes que no van a valer la pena? ¿A menos que

les des una oportunidad?

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Warren abrió su boca para contestar, pero nada le siguió. Prácticamente pude

ver su cerebro trabajando furiosamente, su lógica de futuro abogado agitándose entre las respuestas. Tomó aire para decir algo pero luego lo dejó ir.

—No sé —dijo finalmente.

Tenía planeado continuar, pero cambié de idea cuando miré a mi hermano,

sentado en la penumbra, leyendo libros que no necesitaría incluso durante meses o años. Deslicé el marcador nuevamente en la mesa hacia él y me dio una breve sonrisa antes de tomarlo. Me acomodé nuevamente en mi asiento mientras él comenzaba a ir

lentamente de nuevo a través del libro, destacando los pasajes, asegurándose de que no le faltara nada importante, mientras alrededor de nosotros, la lluvia seguía cayendo.

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Capítulo 13 Cinco veranos atrás

Traducido por Andreani

Corregido por Vericity

o era una cita. Eso fue lo que me estuve diciendo desde que Henry me lo

había pedido, el día en que nos habíamos ido a casa caminando al lado

de nuestras bicicletas desde la piscina, con las toallas húmedas colgadas alrededor de nuestros hombros. Sólo íbamos a ver una

película juntos. No era gran cosa.

Lo cual no explicaba por qué estaba tan nerviosa ahora, sentada junto a él en la oscuridad del cine Outpost. Apenas si prestaba atención a la película, porque estaba

plenamente consciente de su presencia junto a mí, cada vez que se movía en el asiento de terciopelo rojo, cada vez que suspiraba. Era más consciente de lo que nunca había

estado en mi vida de los descansabrazos del cine entre nosotros—preguntándome si debía recargar mi brazo sobre él, preguntándome si él lo haría, deseando que pudiera alcanzar mi mano y tomarla.

El verano sin Lucy estaba volviéndose menos doloroso de lo que esperaba, en su mayoría por Henry. Habíamos pasado las primeras semanas saliendo, largas tardes

juntos en la playa o la piscina, o en el bosque, cuando Henry necesitaba mostrarme alguna roca o insecto que prometía serían "alucinantes." Cuando llovía y nadie estaba

dispuesto a llevarnos a la Alameda de Stroud, o a los bolos de Pocono, podríamos

pasar el rato en su casa sobre el árbol. A veces venía Elliott, y jugábamos el juego de póquer de tres personas que había inventado. No me iba tan bien en este juego como

con otros de cartas, porque Henry, por alguna razón, siempre parecía saber cuándo intentaba engañarlos y ni siquiera me decía que era lo que me delataba. A diferencia de

Lucy, ser amiga de Henry significaba que no había ningún intercambio de maquillaje, ver películas de porristas, o compartir dulces. (Henry, había descubierto, era

implacable y afirmó no poder degustar la diferencia entre cualquiera de los colores de bolo). Tampoco tenía a nadie a con quien absorber interminablemente las ediciones de

N

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la biblioteca de la revista Seventeen, estudiando detenidamente cada página. A pesar de

ello, Henry y yo nos habíamos divertido.

Pero algo había comenzado a cambiar la semana pasada, en el flotador de

madera que estaba en el lago. Era lo suficientemente grande como para que casi diez personas pudieran estar en ello a la vez (aunque los socorristas soplaban sus silbatos

cuando más de cinco personas se encontraban sobre ella, y siempre que intentabas empujar a alguna persona). Habíamos estado desafiándonos mutuamente en carreras que volvíamos cada vez más complicadas mientras la tarde pasaba. La última de ellas

—nadar desde la balsa hasta la costa, correr a través de la playa, alrededor de la base de la concesión, nuevamente a través de la playa y nadar hacia la balsa— nos había

dejado agotados a ambos. Nos acostamos en la balsa, recuperando nuestro aliento, pero ahora estaba muy segura de que Henry se había dormido.

Para comprobarlo, había estado exprimiendo el agua del final de mi trenza sobre él, tratando de despertarlo. Y realmente estaba dormido o era realmente bueno para fingir, porque no se movía. Ya que mi trenza quedó bastante exprimida, sumergí

mi mano en el agua y comencé a dejar que las gotas cayeran desde mis dedos sobre él, pero Henry ni siquiera hacía muecas. Imaginado que realmente debía estar dormido y

sintiéndome un poco mal por atormentarlo, empecé a secar algunas de las gotas sobre su rostro. Pasaba mi mano por su frente, cuando abrió los ojos y me miró. Sólo nos

quedamos congelados así por un momento, mirándonos mutuamente, y noté por primera vez qué bonitos ojos tenía. Y de repente, de nada, quería que me besara.

El pensamiento fue tan inesperado que inmediatamente me alejé de él sobre la

balsa, y empezamos a hablar —ambos un poco demasiado fuerte— acerca de otras cosas. Pero algo había cambiado, y creo que ambos lo sentimos, porque pocos días

después, mientras caminábamos a casa al lado de nuestras bicicletas, me preguntó si quería ver una película, sólo él y yo.

Ahora, sentada en la oscuridad del cine, me concentré en mirar hacia adelante, tratando de tomar respiraciones profundas y calmar mi acelerado corazón. A pesar de que no había estado siguiendo la historia en lo más mínimo, podía decir que las cosas

comenzaban a calmarse. Justo cuando pude sentir mi decepción empezando a formarse, la tristeza hundiendo mi estómago que me había mantenido tan emocionada

por nada, Henry pasó su mano sobre el apoyabrazos y tomó la mía, entrelazando sus dedos con los míos.

En ese momento, sabía que las cosas habían cambiado. Henry y yo estábamos, de hecho, en mi primera cita. Y ya no éramos simplemente amigos.

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Capítulo 14 Traducido por Danny_McFly y Andreani

Corregido por βelle ❤

oy a pedir…

La mujer de la capucha rosa brillante de terciopelo se detuvo entrecerrando los ojos hacia arriba en el menú del bar de aperitivos.

Tamborileó con los dedos sobre el mostrador deliberadamente. A pesar de que estaba nublado y había estado así toda la mañana, tenía una línea blanca de protector solar

cubriendo su nariz.

—Una Pepsi de dieta, patatas fritas pequeñas y una taza de hielo—finalmente

dijo.

Me volví hacia donde Elliot se encontraba junto a la parilla, la espátula colgando floja a su lado, toda su atención estaba centrada en un grueso libro que tenía

en sus manos.

—¡Patatas fritas! —grité y él asintió con la cabeza dejando su libro a un lado.

Mientras ponía la orden de la mujer en la registradora, le expliqué—: Sólo tenemos Coca de dieta. Y son cincuenta centavos de cargo por la taza de hielo.

Ella se encogió de hombros. —Bien.

Eché un vistazo a la registradora por un segundo, para asegurarme de recordar agregar el impuesto, lo que no había hecho durante los primeros tres días de trabajo.

Cuando Fred se enteró, se volvió incluso más rojo de lo normal y tuvo que pasar un día entero lejos de los peces, pasando a través de los recibos en la oficina y

murmurando.

—Cinco con noventa y cinco.

La mujer me entregó seis, y lo coloqué en la registradora. Deslizó una moneda sobre el mostrador, que cayó en nuestro frasco para propinas casi vació.

—Gracias —dije—. Debería estar listo en cinco minutos.

Me volví hacia los chorros de soda detrás de mí y empecé a llenar su vaso, esperando hasta que la espuma se apagara antes de golpear el botón de nuevo. Sólo

había estado en el trabajo como una semana, pero me parecía haber conseguido los conocimientos básicos.

V

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Había decidido que prefería sufrir la ira de Lucy que decepcionar a mi padre, y

estaba tratando de hacer lo mejor que podía en el trabajo.

Tenía miedo de que se cayera la cafetera industrial, que era esencial para los

caminantes energéticos de las ciudades que se detenían en la playa a las nueve treinta para su descafeinado después del "trabajo".

A través de los ensayos y errores, me di cuenta de la freidora y, como resultado, ahora tenía una serie de pequeñas quemaduras en el brazo donde la grasa salpicaba, hasta que aprendí a evitarlo. Aprendí lo básico de la parrilla, pero no había tenido

mucha oportunidad de probarla todavía.

—Es la playa —me dijo Elliot en mi tercer día, cuando hubo una pausa en los

clientes y me mostraba cómo funcionaba la parrilla—. Lo malo de la comida en la playa es que la arena se pone en todas partes. ¿Y quién quiere arena en su

hamburguesa de queso?

Pensé en ello, e hice una mueca.

—Yo no.

—Nadie quiere —dijo—. Confía en mí.

Después de trabajar con Elliot por un par de días me di cuenta, para mi

sorpresa, que me gustaba.

Me había preocupado de que estuviera del lado de Lucy, rechazando mi lealtad

a ella. Pero no estaba de ningún lado, por lo que me sentía agradecida. Era paciente conmigo cuando me enseñaba las cuerdas, y era fácil hablar con él, aunque podía ser un poco intenso, especialmente en lo que él llamó "dura ciencia ficción." Ya había

oído mucho más de lo que quería saber acerca de algún show que parecía que ofrecía a un Muppet malo como el villano.

—¿Ves eso? —preguntó, volteando una hamburguesa con una espátula de metal grande, luego la giró de una manera que me hizo pensar que podría haber estado

viendo Cocktail10 recientemente.

Traté de darle lo que esperaba que fuera una sonrisa impresionada.

—La gente quiere patatas fritas, porque están protegidas en su pequeño

recipiente para freír. Pero servimos las hamburguesas en platos. Y si vas a poner tu plato debajo de la toalla, tendrás arena en tu hamburguesa. Es un hecho.

Así que aprendí a hacer hamburguesas, a pesar de que probablemente no

tendría que hacerlo muy a menudo. Aprendí cuanto hielo poner en la fuente de sodas,

y cómo trabajar en la registradora, y la forma de abrir el bar de aperitivos por la mañana, y cerrarlo por la noche. Pero la mayor cosa que aprendí fue que Lucy aún

podía guardar rencor.

10

Es una película rodada por Touchstone Pictures en 1988. Está protagonizada por Tom Cruise, quien

interpreta a un camarero talentoso y ambicioso que aspira a trabajar en los negocios, encontrando el

amor mientras trabajaba en un bar de Jamaica.

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Sabía esto a sus espaldas cuando éramos amigas, por supuesto. Ella había sido

famosa por salir con Michele Hoffman durante años antes de que alguien les preguntara sin rodeos por lo que peleaban y ninguna había sido capaz de recordar.

Lucy siempre había tenido un sentido muy distinto del bien y del mal, pero por primera vez, yo estaba en el lado "equivocado" de las cosas. Prácticamente me

ignoraba, dándome instrucciones, cuando tenía que hacerlo, a través de Elliot. También se hizo evidente después de algunos turnos que se había vuelto un poco loca con los chicos. Coqueteaba descaradamente con cada cliente masculino posiblemente

lindo, y había recolectado más chicos de los que yo creía posible, si no hubiera sido una testigo silenciosa de lo mismo. Antes, cuando habíamos sido amigas, Lucy y yo

habíamos sido tímidas y torpes alrededor de los chicos. Y a pesar de las pocas relaciones que había tenido, todavía me sentía de esa manera a veces. Pero Lucy había

dejado claramente cualquier atisbo de timidez en algún momento en los últimos cinco

años. Su camaradería con Elliot y su amabilidad hacia los clientes (especialmente hombres) hizo nuestro enfrentamiento silencioso aún más evidente.

Cuando éramos sólo las dos trabajando, todo estaba en total silencio, ya que no me dirigía la palabra a menos que fuera absolutamente necesario.

Se ocupaba con su teléfono o leyendo revistas, inclinada lejos de mí, así no podía leer por encima de su hombro o ver lo que ponía en sus respuestas en los

cuestionarios de Cosmo.

Acabé de limpiar y miré el reloj, tratando de calcular cuánto tiempo quedaba antes de que pudiera volver a casa. Pero había algo triste en el silencio que había entre

nosotras, siempre habíamos trabajado juntas, sobre todo teniendo en cuenta que cuando éramos más jóvenes, cuando había sido mi amiga, nunca nos habíamos

quedado sin cosas que decirle a la otra. Si mi madre hacía comentarios sobre cuanto hablábamos, Lucy siempre decía lo mismo: que no nos habíamos visto durante la

mayor parte del año, y que teníamos nueve meses de cosas para ponernos al día.

Y ahora, en cambio, se hizo el silencio. Silencio tan palpable, que era como si se pudiera sentir en el aire. Cuando trabajaba con Lucy, me encontraba tan

desesperada por la conversación que bajaba de la silla del salvavidas en mis descansos para tratar de hablar con Leland. Y Leland no era exactamente el mejor conversador

del mundo, ya que la mayoría de sus respuestas —no importa lo que dijeras— usualmente consistían en variaciones de "totalmente", "de ninguna manera" y "he oído

eso".

Había otras dos salvavidas, Rachel e Ivy, que rotaban turnos con él. Pero ambas estaban en la Universidad, y tendían a pasar la mayoría del rato entre sí, venían a la

cafetería sólo cuando querían una botella de agua o una Coca Cola Light. A pesar de que no eran demasiado amigables, su presencia era tranquilizadora, porque todavía no

estaba convencida de que alguien tan espacioso como Leland debería haber sido puesto a cargo de velar por la vida de las personas.

Puse el refresco de dieta de la mujer, aún burbujeante, sobre el mostrador delante de mí, y puse la tapa de plástico. Acomodé la taza de hielo a un lado y los deslicé en el mostrador frente a ella, justo cuando Elliot sonó la campana que me

dejaba saber que las patatas fritas estaban listas. Tomé el recipiente, caliente, con ese

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olor que hacía retumbar a mi estómago, incluso aunque fueran las once de la mañana,

las salé con generosidad, y las coloqué junto a la bebida de la mujer. Ella hablaba por su celular mientras los recogía, y asintió con la cabeza mientras murmuraba un Gracias

mientras se dirigía de regreso a su toalla.

Me asomé a la playa casi vacía y pasé de un pie a otro, tratando de conseguir un

poco de calor de nuevo en mis extremidades. Era un día nublado, y habíamos tenido sólo tres clientes como mucho. Lucy trabajaba también, pero se había ido a hacer una llamada telefónica una media hora antes y no había vuelto. Pasé las manos de arriba a

abajo por mis brazos, deseando haber llevado una sudadera por encima de mi camiseta del uniforme en la mañana, como Elliot, Lucy, e incluso Leland había sido lo

suficientemente inteligente como para hacerlo.

Si hubiera ido en bicicleta a trabajar, al igual que Elliot y Lucy hicieron, sin

duda me habría puesto una sudadera. Pero yo seguía yendo a trabajar en coche, a pesar de que mi madre me había dicho que era incómodo tener un coche varado en el estacionamiento de la playa todo el día.

Y a pesar de que mi padre había conseguido la vieja bicicleta de mamá y dejarla lista para que montara en ella, la había dejado hasta ahora permanecer en el garaje. No

estaba segura de si era posible olvidar por completo andar en bicicleta, pero yo no tenía ninguna prisa para averiguarlo.

—¿Tienes frío? —Miré por encima y vi a Elliot empujándose hacia arriba para sentarse en la mesa a mi lado.

—Sólo un poco —le dije.

Tomé un sorbo del chocolate caliente que había hecho yo misma esa mañana, pero me pareció que ya no era lo suficientemente caliente para ayudar realmente.

—Probablemente hay algo ahí —dijo Elliot mientras señalaba bajo el mostrador.

—No lo sé —dije dubitativamente mientras sacaba la caja de objetos perdidos y encontrados.

Estaba bastante familiarizada con la caja, de la semana que había estado

trabajando ahí. A pesar de que todavía era temprano en el verano, la caja de cartón ya se hallaba hasta el tope. Miré a través de ella, un poco sorprendida por las cosas que las

personas dejaron. Quiero decir, ¿cómo podrías salir de la playa y no darte cuenta de que ya

no llevabas la parte superior del traje de baño? O a la izquierda, ¿unas sandalias para hombre

del once? Lo único caliente que encontré en la caja era una horrible sudadera blanca que

decía: ¡Los profesores lo hacen con clase! en la parte delantera escrita con verde.

Elliot asintió con la cabeza. —Lindo —dijo.

Era lo contrario de lindo, pero en ese momento el viento arreció, y dos de los

rezagados en la playa restantes se pusieron de pie y comenzaron a doblar su manta. Me estremecí de nuevo y luego me saqué la camiseta por la cabeza.

—Así que... he escuchado que viste a Henry —dijo Elliot.

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Me congelé, preguntándome si sería posible sólo permanecer así, hasta que se

me ocurriera algo que decir. No pensé que pudiera ocultarme dentro una sudadera sin que pareciera algo totalmente loco. Saqué mi cabeza a través del orificio del cuello y

alisé mi cabello, esperando no ruborizarme pero sintiéndolo de todos modos. No sé por qué no se me había ocurrido que Elliot y Henry seguirían siendo amigos. Me

preguntaba cuál de los encuentros vergonzosos le había platicado a Elliot—o si le había dado el recorrido completo.

—Um, sí —dije, ocupándome de poner la caja de objetos perdidos y

encontrados de regreso bajo del mostrador—. Un par de veces.

Miré a Elliot, deseando que me dijera lo que Henry había contado sobre estos

encuentros sin tener que preguntarle.

—Así que... —comencé, y luego me detuve cuando me di cuenta de que no

tenía ni idea de cómo hacer esto sin sonar necesitada o patética (y con el conocimiento adicional de que esta conversación podría llegar a oídos de Henry)—. No importa — murmuré, recargándome contra el contador y dando un gran sorbo a mi ahora frío

chocolate.

—Creo que lo dejaste marcado —dijo Elliot, sacudiendo la cabeza—. Es un

chico que no sabe cómo manejar ese tipo de cosas.

Asentí como si esto fuera perfectamente comprensible, todo el tiempo

preguntándome qué, exactamente, significa esto, y deseando que él pudiera preguntárselo a Elliot más directamente. Sin embargo, antes de poder decir algo, dos cosas casi ocurrieron al mismo tiempo, Lucy entró por la puerta de empleados, y la

cara roja de Fred apareció en la ventana.

—Dios mío —dijo Lucy—. ¡Me estoy congelando! —Me miró, y luego miró mi

sudadera y arqueó sus cejas al mismo tiempo que Fred dejó caer su caja de trastos en el contador, lo suficientemente fuertes como para hacernos a todos saltar.

—Hola, Fred —dijo Elliot, bajándose del contador (donde no se suponía que debíamos sentarnos) y, tal vez en un intento de lucir ocupado, comenzó a enderezar la pantalla de fichas.

—Hola —dijo Lucy, deslizando su teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón y apoyándose casualmente en el contador, como si hubiese estado allí todo el tiempo—

. ¿Cómo estuvo la pesca?

—No tan buena —dijo Fred con un suspiro—. Creo que la tienen contra mí. —

Me apunto a mí—. ¿Estás lista para el viernes?

Me quedé mirándolo, esperando poder darle sentido a esas palabras.

—¿El viernes? —Finalmente le pregunté.

—Cine bajo las estrellas —dijo Fred, y pude oír las letras mayúsculas en su tono de voz cuando las dijo—. Te dije en tu primer día. Es probable que te encargues de

ello. El primero es este viernes. Dejé una pila de carteles sobre el mostrador.

Cine bajo las estrellas eran películas proyectadas en la playa una vez al mes, con

una gran pantalla puesta en la orilla del agua sobre la arena. Personas trayendo mantas

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y sillas y, como el nombre sugiere, ver películas bajo las estrellas. He ido un par de

veces cuando era más joven, pero generalmente eran viejas películas de las cuales había tenido muy poco interés.

Bajé mi mirada hacia el cartel por mucho más tiempo del que me tomaría leer el título de la película: ¿What About Bob? Y la fecha y la hora. Fred había mencionado que

participaría en esto, pero yo esperaba que fuera a tener más que sólo tres días.

—Está bien —dije lentamente—. Entonces, ¿qué debo hacer exactamente?

—Bueno, estamos en un poco fuera de prácticas tras el verano pasado —dijo

Fred, y tanto él como Lucy miraron a Elliot, quien se volvió rojo brillante.

—Me dejaste elegir las películas —dijo, a la defensiva—. Si querías películas

específicas, debiste haberme avisado.

—La asistencia fue muy, muy baja al final —dijo Fred—. Muy baja. Por lo que

estamos buscando películas que reúnan a una multitud. Cine familiar —dijo, lanzándole una mirada asesina a Elliot—. La primera ya está decidida, pero tú escogerás las siguientes dos. Y ayudaras a poner carteles por la ciudad. Todos pueden

ayudar con eso —añadió, mientras empujaba la pila en el contador.

—Oh —dije. Esto no sonaba tan mal—. Seguro.

—Bueno —dijo Fred, recogiendo su caja de trastos. Miró hacia la playa casi vacía y sacudió su cabeza—. Ciertamente no necesitamos tres personas trabajando

cuando no hay ningún cliente. Dos de ustedes pueden irse a casa, si lo desean. Dejaré que ustedes decidan. —Asintió hacia nosotros, y luego se dio la vuelta y se dirigió hacia el estacionamiento.

Tan pronto como se había ido, Lucy se volvió hacia mí y Elliot. —Zafo —dijo ella, rápidamente.

Antes de que incluso pudiera respirar, Elliot hizo eco. —Zafo.

Yo me encogí de hombros. —Supongo que eso significa que me quedo. —

Realmente no me importa, ya que trabajar por mi cuenta sería básicamente la misma cosa que trabajar con Lucy, sólo que más silencioso, pero menos estresante.

—No te preocupes por la cosa de las películas —dijo Elliot cuando Lucy pasó

junto a él, rumbo a la hilera de ganchos donde todos guardamos nuestras cosas—. Te prometo que no es gran cosa.

—No lo haré —dije—. Parece factible. Pero, um, ¿qué sucedió el año pasado?

Elliot se ruborizó nuevamente, y Lucy volvió, mirando su teléfono mientras

dijo—: Fred puso a Elliot a cargo de elegir las películas. —Esto era lo más directo que me había dicho desde nuestro enfrentamiento inicial, así que sólo asentí, no queriendo

alterar cualquier delicado equilibrio que había traído esto.

—Él dijo “películas de verano” —dijo Elliot, su voz era defensiva nuevamente—. Dijo “la playa será el tema”. Así que...

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—Eligió Tiburón —dijo Lucy, todavía mirando su teléfono y no a mí,

sacudiendo su cabeza—. Para mostrarla en la playa, justo cerca del agua. Un niño tuvo que ser sacado de ella, lloraba muy fuerte.

Elliot aclaró su garganta. —De cualquier forma —dijo en voz alta—, el punto es que…

—Y entonces —continuó Lucy, mirándome brevemente antes de mirar su teléfono una vez más—, él eligió algunas películas horribles de ciencia ficción de las que nadie había oído hablar de...

—Duna es un clásico —dijo Elliot acaloradamente, aunque noté que lucía más sonrojado que nunca—. Y en esa no había tiburones, que era todo lo que Fred había

solicitado.

—Monstruos de arena —dijo rotundamente Lucy—. Otra vez... estábamos en

una playa. Una vez más, los niños comenzaron a llorar.

—Pero la lección que podemos extraer de esto —comenzó Elliot—. Es que…

—¿Y la película número tres? —dijo Lucy, sacudiendo su cabeza—. ¿Para

mostrar a un público de niños y sus padres?

—Escucha —dijo Elliot, poniéndose frente a mí, como si suplicara a su favor—,

ya que mis última dos opciones eran aparentemente inaceptables, busqué en línea la película de verano más popular. Y aún así, al parecer, no funcionó.

Me volví hacia Lucy, que sacudía su cabeza otra vez.

—Dirty Dancing —dijo—. No fue muy bien con las madres de los niños de seis

años.

—Así que —dijo Elliot, con el aire de alguien que quería desesperadamente cambiar el tema—, cuando vayas a elegir, revísalo con Fred primero. Y que tu intro

sea breve, estarás bien.

—¿Intro? —pregunté. Podía sentir las palmas de mis manos empezar a sudar—.

¿Qué quieres decir?

—Nos vemos —dijo Lucy, agitando su mano hacia la cafetería en general, arrojó su bolso sobre su hombro y salió por la puerta. Elliot la vio salir y luego

continuó mirando la puerta un momento después de que ella se había ido.

—¿Elliot? —pregunté, y se volvió a mí rápidamente, ajustando sus gafas, había

notado que hacía esto cuando estaba aturdido o avergonzado de algo—. ¿Qué intro?

—Cierto —dijo—. Prometo que no es gran cosa. Sólo levantarse antes de que

empiece, decir algunas cosas sobre la película, decirle a la gente cuánto tiempo estará abierta la cafetería. Fácil.

Asentí con la cabeza y traté de sonreírle cuando se fue, pero mi corazón latía muy fuerte, y me preguntaba si esto finalmente me daría la escapatoria que necesitaba para renunciar. Odiaba hablar en público desde que podía recordar. Estaba bien

hablando con una o dos personas, pero tan pronto como los números se duplicaban, estaba perdida, tartamudez, sudoración, temblores. Como resultado, tendía a evitarlo

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siempre que fuera posible. Realmente no sabían cómo iba a levantarme y hablar frente

a un grupo de personas a tan sólo tres días a partir de ahora.

El resto de la tarde pasó, con sólo dos clientes más, quienes querían bebidas

calientes. Cuando la manecilla del reloj encima del microondas comenzó a girar cerca de las cinco, comencé la rutina de cerrar el negocio por el día, limpiando los

mostradores, contabilizando el registro y recogiendo los recibos, limpié y apagué la cafetera. Estaba a punto de bajar la cortina y cerrar cuando escuché.

—¡Espera! ¿Todavía está abierto?

Un momento después, un hombre de cara roja (aunque no de la liga de Fred) de mediana edad vino corriendo al mostrador, cargando en su espalada a un pequeño

niño.

—Siento eso. —Soltó un bufido al mismo tiempo que colocó a su hijo en el

suelo y se inclinó sobre el mostrador por un momento, tomando un respiro—. Tratábamos de llegar antes de las cinco. —El niño, con su cabeza sólo asomándose por la parte superior del mostrador, asintió solemnemente—. Curtis perdió su pala, y creo

que ustedes guardan los artículos perdidos y encontrado aquí ¿Cierto?

—Oh —dije, un poco sorprendida, pero no obstante aliviada de que no

quisieran que volviera a encender todos los equipos y hacer un batido de leche o unas papas fritas—. Seguro. —Saqué la caja y la coloqué sobre el mostrador.

Padre e hijo se sumergieron a través de los artículos, y, mientras miraba, en la cara del niño apareció una enorme sonrisa mientras levantó triunfalmente una pala de plástica roja de la caja.

—Gracias —me dijo el papá que fácilmente se había arrojado a su hijo sobre la espalda nuevamente—. No sé lo que iba a hacer sin él.

Sólo asentí y sonreí mientras se iban, bajando mi mirada a la caja una vez más mientras la guardaba. Me llamó la atención que cada uno de estos objetos, desechados

y olvidados, habían sido especiales, importantes para las personas a las que pertenecían. Y aunque no podía verlo, todo lo que se necesitaba era que alguien pudiera encontrarlos nuevamente para que fueran devueltos. Me quité la sudadera ¡Los

profesores lo hacen con clase! Y la doblé cuidadosamente antes de colocarla en la caja y

cerrar durante la noche.

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Capítulo 15 Traducido por Mlle. Janusa

Corregido por Gely Meteor

o puedo hacer esto.

Yo estaba fuera del bar, junto a Elliot, mirando a la multitud de personas

que se había reunido en la playa, frente a la pantalla del borde del agua, extendidos en mantas y toalla en la luz mortecina.

Arriba, las estrellas comenzaban a emerger y la luna estaba casi llena, colgando

sobre el lago y duplicándose en la reflexión. Hubiera sido una noche perfecta para ver una película al aire libre. Pero, en su lugar, parecía que iba a tener un aneurisma.

—Estarás bien —dijo Elliot, en lo que estoy segura él pensaba era un voz tranquilizadora, pero en realidad era sólo su voz, únicamente más profunda. Se volvió

a Lucy, quien fruncía el ceño a la máquina de palomitas de maíz que usaban para la noche.

—¿No es cierto?

—De acuerdo, no tengo idea de cómo funciona esto —dijo Lucy, hurgando en la parte superior del aparato de metal. Miró a Elliot—. ¿Y tú?

—En serio —formulé, y podía escuchar que mi voz estaba un poco estrangulada. Me apoyé en el mostrador por soporte, y a pesar de que podía sentir a

Lucy rodándome los ojos, ya no me importaba. Estaba bastante segura de que estaba a punto de desmayarme. Lo que no me parecía una mala idea, considerando las circunstancias. Si me desmayaba, no tendría que presentar la película.

—¿Estás bien? —preguntó Elliot, mirándome—. Luces un poco verde.

—¡Taylor! —Miré a través de la arena para ver a mi madre haciéndome señas.

Había establecido el campamento justamente en el centro de la playa, en nuestra enorme, blanca frazada de playa. Gelsey hablaba con mi papá, quien estaba tirado

sobre la frazada, él creía que las sillas de playa eran para los débiles y los ancianos. Warren se encontraba al lado de él leyendo un libro, apuntando con una linterna al texto. Todos ellos habían insistido en venir, a pesar de que había tratado de

disuadirlos. En realidad, fue un poco embarazoso escuchar a mamá pasando sobre ello, y esto sólo sirvió de cumbre como algunas pocas oportunidades que habían tenido

mis padres para alardear de mí. Todos habíamos estado yendo a los recitales de danza

N

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de Gelsey desde siempre, y parecía que asistían a alguna competencia de simulacro de

juicio o ceremonia donde Warren ganaba otro premio por la excelencia. Pero además de la materia obligatoria como graduación de secundaria, yo nunca había tenido un

evento propio.

La saludé de vuelta, preguntándome cuánto le costaría sobornar a Warren de

hacer esto por mí. Él no tenía problemas hablando en frente de las personas, y había dado su discurso de despedida sin siquiera romper a sudar.

—¿Vino con instrucciones? —cuestionó Elliot, inclinándose para examinar el

Popper11 que Lucy continuaba mirando dubitativamente.

—¿Puedes hacer esto por mí? —le pregunté a él, ahora desesperada—. Porque

creo que estoy a punto de colapsar.

—No —dijo Lucy, rápidamente, sacudiendo la cabeza.

—Fred no lo quiere a él aquí. En caso de que, tú sabes, las personas lo recuerden del verano pasado y se vayan.

Desde que Fred estaba en un viaje de pesca, no creí que él supiera sobre esto,

pero no lo iba a mencionar. Yo no iba a preguntar sobre eso a Lucy —sabía que ella diría que no— así que simplemente asentí con la cabeza y traté de tragar cuando miré

hacia abajo, en las tarjetas de notas en mis manos. Me enteré de todo lo que podía sobre la película en línea, pero la pulcramente escrita, lista de hechos ya no parecía

muy servicial.

Leland, nuestro proyectista para la tarde, deambuló de nuevo.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —preguntó—, ¿estamos listos para hacer esto?

Miré el reloj de la cafetería en estado de pánico. Pensé que tenía más tiempo para pensar lo que iba a decir, y además recordar cómo respirar.

Pero eran casi las ocho y media. Me llamó la atención Lucy, y ella arqueó una ceja hacia a mí, su expresión un desafío.

—Está bien —dije, y una parte de mí se preguntaba por qué dije eso, dado que en serio me sentía como que en cualquier momento podría vomitar.

—Dulzura —dijo Leland mientras salía a zancadas de la cabina de proyección

improvisada al otro lado de la playa.

—Buena suerte —dijo Elliot. Vino conmigo cuando comencé mi lento andar a

través de la playa—. No olvides decirle a la gente cuándo es la próxima. Y que los puestos de ventas sólo estarán abiertos por otra media hora. Oh, y que deberán apagar

todos sus dispositivos celulares.

—Cierto —murmuré, mi cabeza nadando, y mi corazón bombeando tan duro que estaba segura que las personas en primera fila serían capaz de escucharlo.

—Ve por ello —prometió Elliot, dándome un pequeño empujón, un momento más tarde, aun no me movía.

11

Popper: un utensilio, como una cubierta panorámica, utilizado para hacer estallar el maíz.

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—Cierto —repetí. Tomé una respiración grande y obligué a un pie ir delante de

otro hasta que estaba de pie en el centro de pantalla de proyección.

—Hola —comencé. Pero no muchas personas me miraban. Hubiera pensado

que eso sería tranquilizador, pero no lo fue, porque sabía que me tendría que mantener hablando, y en voz más alta—. Hola —repetí, más alto esta vez, y vi cabezas girarse

hacia a mí, expectantes.

Desde el centro de la multitud, vi a mi hermano apagar la linterna.

—Um, soy Taylor. Edwards. Y trabajo en la cafetería. —Miré abajo, a las notas

en mis manos, que temblaban ligeramente, y podía sentir el pánico comenzar a aumentar, como he oído en el silencioso tramo—. Bienvenidos al cine. Bajo las

estrellas —finalmente logré decir.

Miré hacia arriba y vi a un mar de ojos mirando hacia mí, y mi pánico creció.

Podía sentir las gotas de sudor comenzando a formarse en mi mente.

—Esta noche es, What About Bob12. —dije, viendo algunos de mis puntos bala y

agarrándome de ellos—. 1991. La vieja escuela. Comedia. Un clásico.

No quería nada más que huir, pero por alguna horrible razón, también estaba sintiéndome como pegada en ese sitio. Desde la dirección de la cafetería, podía oír un

leve pop-pop-pop y se dio cuenta, alguna parte de mi cerebro que todavía funcionaba, que Lucy debía haber resuelto la máquina de palomitas de maíz.

—Así que… —Miré a la multitud una vez más, muchos de los cuales ahora me miraban con escepticismo, mi familia con alarma. Y vi, cerca de la cabina de proyección, con tanta claridad como si tuvieran una luz brillando sobre ellos, a Henry

y a Davy.

Henry me miraba con una expresión de lástima, que era de alguna manera peor

que la mirada de horror de Warren. Miré abajo, a mis notas de nuevo, mi visión desenfocándose. No era capaz de hacer ninguna palabra, y podía sentir el silencio que

se extendía más y más, y mi pánico creciente, hasta que estuve bastante segura de que estaba a punto de llorar.

—¡Así que muchas gracias por haber venido!

Milagrosamente, Elliot se encontraba a mi lado, sonriendo a la multitud, como si nada estuviera mal.

—La cafetería sólo estará abierta por otros treinta minutos, así que no olviden

detenerse por sus palomitas de maíz. Y por favor, apaguen sus celulares. ¡Disfruten el

espectáculo!

Había un puñado de débiles aplausos, y un momento más tarde, la advertencia

del FBI estaba destellando en azul en la pantalla. Elliot me alejó, hacia la cafetería, y mis piernas temblaban con mucha fuerza, me sentí como si estuviera a punto de caer.

12

What About Bob?: (¿Qué pasa con Bob?) es una película de Frank Oz de 1991. En ella aparecen Bill

Murray, Richard Dreyfuss, Julie Hagerty y Charlie Korsmo.

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—Supongo que debería haberte escuchado cuando dijiste que no eras buena

hablando en público —murmuró Elliot, disparándome una simpática mirada para que me sintiera mejor, pero de alguna manera me sentí peor. Sabía que tenía que ser capaz

de seguir adelante, reír un poco, al menos hacerle saber lo agradecida que estaba por el rescate. Pero en su lugar, podía sentir la vergüenza arrastrándose sobre mí, y el

reconocimiento de él de cuán terrible yo había estado sin ayuda.

—Gracias —murmuré, evitando su mirada. Sabía que tenía que salir de allí, y tan rápido como sea posible—. Sólo tengo que… ¡ya vuelvo!

—¿Taylor? —Escuché a Elliot llamarme tras de mí, sonando confundido, pero no me importaba. Pasé con velocidad por delante de las personas que ahora se reían de

las payasadas de Bill Murray y me dirigí hacia el estacionamiento. Me llevaría a casa, y

por la mañana, llamaría a Jillian y dejaría.

—¿Vas a alguna parte? —Me di vuelta y vi a Lucy de pie junto a los contenedores de basura, una bolsa de basura en su mano. Tiró la bolsa a la basura y luego se giró hacia mí, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—No —tartamudeé, preguntándome por qué me sentía tan atrapada, ya que yo iba a salir por la mañana—. Yo sólo…

—Porque sería una cosa de mierda si nos dejaras a mí y a Elliot. Además, ¿no está tu familia aquí? —Lucy me miraba. Como esperando a que me atreviera a negar

algo de esto. No podía dejar de notar que cada vez que decidía hablarme, por lo general era para señalarme la horrible persona que estaba siendo—. Pero estoy segura de que probablemente estabas consiguiendo algo de tu auto —continuó, dejando caer

la tapa del contenedor de basura de un golpe—. De lo contrario, sería terrible si te quitaras y te fueras, sin ninguna explicación, cuando las personas te están esperando.

Incluso en la penumbra del estacionamiento —era casi totalmente oscuro ahora— podía ver el dolor en la expresión de Lucy, y sabía lo que quería decir, y que

ella ya no hablaba de lo que sucedía ahora.

—Yo —comencé, y era como si cada palabra fuera un desafío, como si hablarles fuera ir a través de una carrera de obstáculos—. Hice realmente un mal

trabajo —finalmente conseguí decir—, no sé cómo volver allí.

Lucy dejó escapar un largo suspiro y negó con la cabeza.

—Taylor, está bien —dijo, y su voz era más gentil de lo que había escuchado este verano—. A nadie le importa. Nadie lo recordará.

Me dio una pequeña sonrisa, luego se giró y dirigió de nuevo al puesto de ventas. Miré mi auto por un momento, pero abandonar ya no parecía que me haría

sentir mejor. De hecho, tuve la clara impresión de que me haría sentir peor.

Así que me giré y caminé de vuelta al puesto de ventas, agachándome a través de la entrada de empleados. Elliot timbraba a alguien para dos refrescos y unas

palomitas de maíz, y sonrió cuando me vio. Me puse a enderezar las copas, pero no parecía como que los clientes incluso me notaran—nunca me recordaron como la

chica que arruinó la introducción de la película.

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Lucy encontró mi mirada a través del puesto de ventas, donde ella estaba a

cargo de la máquina de palomitas de maíz, y me dio un pequeño movimiento de cabeza, casi imperceptible, a menos que estuvieras viéndola.

Media hora más tarde, cerrábamos la cafetería, y todas las personas en la playa parecían tener un buen tiempo. La imagen sólo se había deslizado fuera de foco dos

veces hasta ahora; cuando Elliot me dijo que era mucho mejor que el historial de Leland el verano anterior.

Lucy había desaparecido en el baño algunos minutos antes, y ahora emergió de

él vistiendo una minifalda de jean e incluso más delineador del usual.

—Guau —expresó Elliot, mientras tiraba del candado para asegurarse de que

había hecho clic en su lugar—. Quiero decir, sabes. ¿Dónde estás, um… yendo?

—Cita caliente —dijo Lucy, ya que su teléfono sonó. Lo sacó y sonrió tan

ampliamente por lo que vio, destelló un hoyuelo en su mejilla—. Nos vemos, chicos —dijo, encontrando mi mirada por un momento antes de girarse y dirigirse hacia el estacionamiento, y registré que había sido incluida por primera vez en esta despedida.

Elliot seguía mirando a Lucy, su expresión melancólica, y tiró de la cerradura una vez más, a pesar de que estaba claramente asegurada.

—¿Vas a quedarte a ver el resto de la película? —pregunté y se volvió a mí, ajustando sus gafas apresuradamente.

—No —dijo—. Me gusta ver una película desde el inicio. Y creo que me he perdido demasiado.

Levanté mis tarjetas.

—Tengo aquí mis tarjetas por si deseas ser rellenado. Directamente de Wikipedia.

Elliot me dio una leve sonrisa a eso.

—Gracias, de cualquier manera. Te veré mañana, Taylor.

Asentí y miré cómo se iba, se dio cuenta de que yo lo haría. Eso me alojaba, que tal vez por primera vez, no me había ido huyendo cuando las cosas se pusieron difíciles.

Sostuve mis chancletas por mi mano cuando me abrí camino por la playa, agachándome para tratar de evitar bloquear la vista de las personas. Llegué a la manta

de mi familia y me instalé en el lugar junto a papá. Mi mamá se encontraba sentada en el frente de la manta, de espalda a mí, junto a Gelsey, que estaba estirándose mientras

miraba.

El libro de Warren olvidado a su lado y lucía totalmente absorto, su boca ligeramente abierta, sus ojos pegados a la pantalla. Dejé mis zapatos en la arena, y

luego me senté, rozando mi mano sobre la manta para asegurarme de que no había arena en ella.

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Cuando terminé las técnicas dilatorias, miré a mi padre, con el rostro iluminado

por la luz de la luna y la parpadeante pantalla. Pero no estaba crítico o decepcionado, o cualquiera de las cosas que había tenido miedo de ver.

—Ve por ellos la próxima vez, niña —dijo, cuando se acercó y me revolvió el pelo. Asintió con la cabeza a la pantalla y sonrió—. ¿Has visto esta antes? Es muy

divertida. —Se volvió hacia la película, riendo al ver a Bill Murray atado al mástil de un

barco.

Me apoyé en mis manos y estiré mis piernas frente a mí y dirigí mi atención a la

película. Y para cuando las cosas estaban terminando, me reía a carcajadas, junto con todos los demás.

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Capítulo 16 Traducido por Mlle. Janusa

Corregido por Gely Meteor

aylor, levántate y brilla. Arriba y Adam —gemí, no sólo a la mala broma

de mi padre, cuando era más pequeña había malinterpretado la frase “arriba y en ‟em”13 y le había preguntado quién era este personaje

“Adam”, para su duradero disfrute, sino porque era un domingo en la mañana, este era mi día de descanso, y quería gastarlo durmiendo.

—No —murmuré en mi almohada.

—Vamos —dijo mi padre, y escuché el chirrido del metal contra el metal cuando abrió mis cortinas, los anillos decorativos deslizándose en la barra de acero, y

de repente había mucho brillo en mi habitación—, hora de levantarse.

—¿Qué? —pregunté, apretando mis ojos bien cerrados, sin entender lo que

pasaba—. No, ¿por qué?

—Sorpresa —dijo, y luego hizo cosquillas a las plantas de mis pies, que se asomaban por debajo de la sábana. Me sentí riendo incontrolablemente, ese siempre

había sido mi punto más delicado. Tiré de mis pies bajo las sábanas cuando escuché a mi padre salir de la habitación—. Te encuentro afuera —me llamó—. Cinco minutos.

Traté de mantener mis ojos cerrados, y regresar al sueño que hoy parecía muy, muy lejano, pero yo sabía que era inútil. Entre la transmisión de luz en la habitación y

el cosquilleo, ahora estaba completamente despierta. Abrí mis ojos y comprobé mi reloj. Eran las nueve a.m. Mucho para un día de descanso.

Había vuelto a trabajar ayer tras el desastre de la película y había estado bien,

Lucy continuó siendo ligeramente más cordial conmigo, y nadie trajo lo terrible que

había sido. Pero todavía estaba feliz de tener un día lejos del sitio de mi más reciente

humillación, y había planeado gastarlo durmiendo hasta el mediodía, y luego tal vez tomar el sol en el muelle mientras leía una revista. Pero esto claramente no iba a

suceder.

13

Up and at ‘em: (arriba y „em) se interpreta como ponerse en marcha o ponerse a trabajar. En este caso

“„em” se refiere a “at them” (a ellos) lo que ocasiona la confusión con el nombre de “Adam” al

pronunciarse de manera similar.

T

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Diez minutos después, caminaba a través de la cocina, mirando brevemente en

el calendario mientras me iba, mirando a los días que habían sido tachados, un poco incapaces de creer que ya era junio. Mi papá se encontraba en el porche, dando

vueltas, y parecía completamente despierto, demasiado temprano, para saber cómo era, sobre todo teniendo en cuenta que había estado durmiendo últimamente.

—¿Cuál es la sorpresa? —pregunté, cuando me reuní con él en el porche y miré alrededor. Vi nada, excepto a mi padre y los autos en la calzada. Tuve lentamente la sensación de que me habían engañado.

—Bueno —dijo papá, frotándose las manos y sonriendo. Noté que su ropa era ligeramente relajada, en lugar de una camisa de botones, usaba una camisa polo con

sus pantalones color caqui, y sus antiguos zapatos de barco—. No se trata tanto de una sorpresa, per se14. Se trata más de una salida. —Lo miré.

—Una salida.

—Lo tienes —dijo—, vamos a tomar el desayuno. —Me miró, claramente esperando por una reacción, pero todo lo que yo pensaba es que era muy temprano, y

que estaba despierta cuando no quería estarlo, y había prometido ser una sorpresa—. Necesitas un buen desayuno —dijo con su mejor voz persuasiva-de-jurado—, podría

ser un gran día.

Cuando aún no me movía, me sonrió.

—Yo invito —agregó. Veinte minutos después, me encontré sentada frente a mi padre en el Café Pocono, también conocido como el comensal, en una mesa junto a la ventana. El comensal no había cambiado mucho en el tiempo que estuve fuera.

Estaban los paneles de madera con las cabinas rojas cubiertas de piel agrietada.

La crema en las mesas estaba en botellas exprimibles de jarabe, algo que había

proporcionado un entretenimiento para mí y Warren cuando éramos más jóvenes. Hay fotos enmarcadas del Lago de Phoenix a pesar de las edades cubriendo las paredes, y el

del lado nos mostró un concurso de belleza de algún tipo, chicas con cabello de los cuarenta y fajas a través de sus trajes de baño, sonriendo a la cámara mientras se alinearon a lo largo de la playa, todas apiladas en zapatos de tacón alto.

—¿Luce bien? —dijo mi padre cuando abrió su gran cubierta de plástico del menú. Abrí la mía también y vi que nada en el menú parecía diferente desde la última

vez que lo había visto, aunque yo estaba bastante segura de que en los últimos cinco años, ha habido importantes descubrimientos sobre el colesterol y las grasas saturadas.

Pero tal vez la administración imaginó que la adición de opciones más saludables

dañaría su reputación, después de toda la señal en la puerta decía: CAMINA DENTRO. RUEDA FUERA.

—Todo se ve bien —dije con sinceridad, mis ojos explorando por todas las combinaciones posibles de huevo y carne. Había estado corriendo tan tarde al trabajo

cada día esta semana que por lo general había estado comiendo una barra de granola mientras conducía.

14

Per se: expresión latina que significa “por sí mismo” o “en sí mismo”.

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—¿Han elegido? —Una camarera de mediana edad, con unas gafas con cadena

alrededor de su cuello se acercó a nuestra mesa, ya su lápiz suspendido sobre su bloc de orden. Llevaba una tarjeta de identificación en su camiseta de uniforme roja que

decía ÁNGELA.

Mi padre ordenó una pequeña pila de panqueques de arándanos y un poco de

tocino, y yo tengo lo que siempre he ordenado; la tortilla de Pocono, que se distingue porque en su mayoría contiene huevos y diferentes tipos de carnes y quesos, sin vegetales de ningún tipo.

Ángela asintió y escribió nuestra orden mientras se alejaba. Miré a través de la mesa a mi padre y se sintió de pronto en el acto. No era que mi padre y yo nunca

hubiéramos comido juntos, sólo nosotros dos. Habíamos conseguido ciertamente helado juntos más veces de las que podía contar. Pero era raro que fuéramos sólo

nosotros dos en una comida y, francamente, tener toda su atención en absoluto, sin hermanos, sin BlackBerry constantemente zumbando. Me pregunté si este era el momento de hacer lo que había esto pensando desde que había ido con él al hospital,

el momento en que debería decirle que lo amaba. Pero justo cuando pensé esto, Ángela reapareció con la cafetera y sirvió tazas para los dos y sentí que la oportunidad se había

pasado.

Mi padre tomó un sorbo de su café e hizo una mueca después de ingerirlo,

amplió sus ojos y alzó las cejas.

—Guau —dijo, inexpresivo—. Así que, no creo que vaya a dormir durante la próxima semana o algo así.

—¿Fuerte? —le pregunté, apreté un poco de crema en él y agité un poco de azúcar cuando mi padre asintió. Me gusta el café, siempre que pueda conseguir que

sepa tan poco a café como sea posible. Tomé un sorbo tentativo e incluso con mis adiciones, podía probar lo fuerte que el café era.

—Bueno, ahora estoy despierta —le dije, añadiendo un poco más de crema, en parte para que fuera menos fuerte y en parte porque la botella exprimible sólo lo hacía divertido.

Se hizo el silencio entre nosotros por un momento, y me encontré devanándome los sesos por temas de conversación. Eché un vistazo a mi mantel de

papel y vi que estaba impreso con anuncios de empresas locales y en el centro había algo anunciado como Dine De-Lite!, tenía una sopa de letras, un rompecabezas de

Sudoku y un cuestionario de cinco preguntas. Miré al cuestionario más de cerca y me

di cuenta de que no hacía preguntas de trivia, en su lugar este era llamado The Dish! Y había una lista de preguntas personales. ¿Qué quieres ser cuando seas grande? ¿Cuál es

tu comida favorita? ¿Cuál es tu mejor recuerdo? ¿Dónde es tu lugar favorito para viajar? Parecía un juego de consigue-conocer-a-tu-compañero-de-mesa. O tal vez se

suponía que debías adivinar las respuestas de otra persona y comparar; no había ninguna instrucción.

***

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Levanté la mirada y vi que papá también leía su mantel individual.

—¿Qué te parece? —preguntó, moviendo la cabeza hacia el mantel—. ¿Hay que darle un giro?

Cuando la comida llegó solucionamos la sopa de letras y el rompecabezas Sudoku. Mi padre se clavó en sus panqueques, mientras yo tomaba un bocado de mi

tortilla, traté de concentrarme en mi espectáculo de queso y carne que experimentaba, pero mi mirada volvió al cuestionario de cinco preguntas. Al leer las preguntas de nuevo, me di cuenta de que no sabía nada de las respuestas de mi padre. Y a pesar de

que estaba sentado frente a mí, añadiendo más jarabe a sus gofres de arándano y golpeando su taza de café para una recarga, supe —a pesar de que odiaba saberlo—

que en algún momento, algún momento pronto, él no estaría cerca para preguntar.

Así que necesitaba saber sus respuestas a sus preguntas, que nos parecía de

alguna manera a ambos completamente trivial e importante.

—Entonces —dije, empujando el plato un poco fuera a un lado y mirando hacia abajo, a una pregunta—, ¿cuál es tu película favorita? —Me di cuenta de que sabía la

respuesta a esa tan pronto como se la había preguntado, y juntos dijimos—. Casablanca.

—Lo tienes —dijo mi papá, sacudiendo su cabeza—. No puedo creer que ninguno de mis hijos la haya visto. Es decir, desde el primero al último fotograma, una

película perfecta.

—La veré —prometí. Le dije esto a él muchas veces en el pasado, cuando había empezado a darme un mal rato por no haberla visto. Pero lo decía en serio ahora.

—Aunque —dijo pensativo—, es probable que sea mejor verla en la pantalla grande. Eso es lo que siempre he escuchado. Sin embargo, nunca he tenido la

oportunidad de verla de esa manera, yo mismo. —Levantó sus cejas hacia mí—. Sabes la trama, ¿no?

—Claro —dije rápidamente, pero aparentemente no lo suficientemente rápido.

—Así que, es el amanecer de la Segunda Guerra Mundial —dijo, recostándose en su silla—, y estamos en un desocupado Morocco francés.

***

Al tiempo que bajábamos por el muelle, estaba completamente llena y había

oído la mayor parte de la trama de Casablanca. Él ahora estaba encerando nostalgia de la música cuando algo a los pies de nuestro camino me llamó la atención.

—¡Papá! —grité, mi voz aguda y él pisó el freno, de golpe me adelanté contra el

cinturón de seguridad y luego de vuelta contra el asiento.

—¿Qué? —me preguntó, mirando alrededor—. ¿Qué es eso?

Bajé la vista desde mi ventana y vi al perro, que hacía básicamente el equivalente al canino de acecho, sentado en medio de nuestro camino.

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—Es ese perro —le dije. Me bajé del coche y cerré la puerta.

Parecía particularmente en la luz brillante del sol, y me pregunté, por primera vez, a pesar del hogar, si en realidad tenía un hogar a donde ir. Meneó la cola cuando

me acerqué, lo cual me sorprendió, ya que las únicas interacciones que había tenido con él no habían sido amistosas. Tal vez este perro tenía una asombrosa capacidad

para el perdón, o, más probablemente, una memoria muy corta.

Llevé mis dedos bajo su collar y lo empujé a un lado, fuera del camino del coche y mi padre nos pasó de largo.

—¿Es el mismo perro de antes? —preguntó mi padre y asentí mientras caminaba hacia la casa. Como lo había estado esperando, el perro me siguió, mirando,

muy emocionado de encontrarse a sí mismo en la tierra prometida en el camino de entrada, que estaba prácticamente pasando por alto.

—Sí —le dije. El perro se detuvo cuando me detuve, sentado a mis pies y me agaché para mirar a su etiqueta. Tenía la esperanza de que el disco rayado dorado pudiera darme una dirección o número telefónico donde finalmente lo pudiera

depositar. Sin embargo, en la etiqueta sólo se leía MURPHY. Esto hizo sonar una campana en mi cabeza por alguna razón, pero no podía recordar el por qué.

—Uno mismo.

—¿No hay alguna etiqueta? —preguntó mi padre, inclinándose lentamente y

haciendo una mueca un poco mientras lo hacía, hasta que estaba en cuclillas delante del perro.

—No hay ninguna dirección o el titular —dije—, sólo su nombre. Murphy. —

Al oír esto, el perro dejó de rascarse y se enderezó con atención, golpeando la cola en el suelo de nuevo.

—Hola —dijo mi padre en voz baja. Apoyó la mano en la cabeza del perro y le rascó entre las orejas—. Entre tú y yo —dijo, casi con carácter confidencial al perro—,

no hueles muy bien.

—Entonces, ¿qué debemos hacer? —pregunté. Yo sabía, vagamente, la mayoría de programas de televisión, sobre refugios y oficinas de los veterinarios pero nunca

había tenido ninguna experiencia con ellos yo misma.

—Bueno —dijo mi papá, empujando a sí mismo a sus pies un poco vacilante—,

creo que lo primero es hablar con los vecinos, asegurarse que no es sólo la mascota de alguien que se alejó, y entonces, si nadie lo reclama, creo que hay un refugio de

animales en Mountainview.

—¿Qué está pasando? —preguntó Gelsey cuando salió al porche, no vestía sus tenis o su ropa de baile, en cambio, llevaba un vestido rosa con sandalias, con el pelo

suelto y colgando sobre sus hombros. Sus ojos se agrandaron cuando vio al perro—. ¿Tenemos un perro? —preguntó, con voz emocionada aumentando en la última

palabra, haciendo que sonara realmente de doce por una vez y no doce-va-a-veintinueve.

—No —mi padre y yo dijimos juntos.

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—Oh —dijo Gelsey, su rostro cayendo.

—Debo ir a trabajar —dijo mi padre, volteando la cabeza adentro. Todavía seguía trabajando en su caso, el camión de FedEx seguía llegando con los archivos de

su oficina. Las entregas ya no suceden todos los días pero había bajado dos a tres veces por semana. Mi padre también había optado por cerrar la pantalla de su portátil por si

alguno de nosotros se inclinaba a echar un vistazo, alimentando las especulaciones de Warren, que también pasaba mucho tiempo en este proyecto misterioso suyo.

—¿Puedes manejar esto, Taylor? —preguntó, señalando al perro. El perro se

rascaba la oreja con la pata de nuevo, aparentemente ajeno al hecho de que su destino estaba en discusión.

—Claro —le dije, aunque me gustaría tener a alguien mucho más preferible para manejarlo, ya que mi experiencia con los perros se había limitado más o menos a

ver Top Dog. Comencé a salir, para iniciar el proceso de hablar con los vecinos, cuando alcancé a ver a mi hermana aún de pie en el porche. Cuando yo tenía su edad, rara vez me colgaba alrededor de la casa. Siempre había algo que hacer con Henry o

Lucy. Pero, para ser justos, Gelsey no había estado aquí desde que era pequeña, y no era la mejor haciendo amigos. Eché un vistazo a la casa de al lado y recordé a la chica

que había visto.

—Gelsey, ven conmigo.

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Capítulo 17 Traducido por Madeleyn

Corregido por Gely Meteor

scuchamos toda la discusión antes de llegar a los escalones. Era

imposible no hacerlo, sólo había una puerta de tela metálica, y las palabras corrieron todo el camino desde la grava al estacionamiento,

donde Gelsey, el perro, y todos se detuvieron.

—Tú sabías que esto pasaría —rujió una voz de mujer, temblando de ira.

—Te lo dije cuando estábamos en clandestinidad. Has matado a Sasha con esto

¡Bastardo sin corazón!

Miré a la puerta otra vez, y luego di un pequeño paso en frente de mi hermana.

¿Clandestinidad? ¿Quién había ido a parar al lado de nosotros? —No estoy segura —

dije en voz baja, comenzando a dar un paso lejos—. Tal vez.

—No puedes culparme de esto a mí —gritó una voz de hombre, sonando igual de enojado—. Si hubieras hecho lo que se suponía que tenías que hacer en Minsk ¡no

estaríamos aquí!

La mujer se quedó sin aliento. —¿Cómo te atreves a mencionar a Minsk? —gritó ella—. Es sólo… —Silencio total, y luego, sonando perfectamente tranquila,

dijo—: No lo sé. Es sólo demasiado, creo.

Gelsey frunció el ceño hacía mí, y negué con la cabeza, totalmente perdida,

pero pensando que podría haber un mejor momento para preguntarle a estas personas si habían perdido un perro. Y ni siquiera teníamos las galletas de avena y pasas con

nosotras. Cuando íbamos a traerlas, mi madre nos dijo que las había tirado una semana después cuando se hizo evidente que nunca iban a ser comidas. —Vamos a

volver más tarde —dije, dando un paso más lejos. Gelsey tiró del collar del perro, con

la correa, una improvisada cinta de raso color rosa, del tipo que usaba para sus zapatillas de punta.

—¡Oigan ustedes! —Levanté la mirada y vi a una mujer de pie en la puerta del porche delantero. Parecía que estaba en sus treinta y tantos años, y vestía de manera

informal, con vaqueros y una camiseta que decía In N Out. Tenía el cabello largo y de

un pálido rubio, se protegía los ojos del sol—. ¿Qué pasa?

E

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—¿Qué está pasando? —Un tipo se paró a su lado, sonriendo al vernos, levantó

su mano en un hola. Era afroamericano y parecía rondar la misma edad que la mujer. Vestían casi idéntico, salvo que su camiseta decía Zankou Chicken.

—Nosotros, um —dije dando un paso hacia adelante, mirando de cerca, aún tratando de darle sentido a la discusión que había oído. No lucían como espías. Pero

los buenos espías probablemente no lucían como espías—. Teníamos una pregunta. Pero si este no es un buen momento... —Sólo se quedaron mirándome en blanco—. Sonaba como si ustedes estuvieran en medio de algo —traté de aclarar—. No quería

molestar. —Seguían mirándome, por lo que dije—: ¿Minsk?

—¡Oh! —La mujer se echo a reír—. Espero que no creas que eso era real.

Nosotros sólo estábamos trabajando.

—¿Trabajando? —preguntó Gelsey, encontrando su voz y dando un pequeño

paso hacia adelante—. ¿Eres actriz?

—Peor aún —dijo el hombre, moviendo la cabeza—. Guionistas. Soy Jeff Gardner, por cierto.

—Kim —se presentó la mujer, ondulando, un anillo en su mano izquierda que lanzó un destello con el sol.

—Hola —dije increíblemente aliviada de que no hubiera ninguna organización espía en la puerta de al lado.

—Soy Taylor, y esta es mi hermana Gelsey. Vivimos allí —dije, señalando a través de su árbol nuestra casa.

—¡Vecinos! —dijo Jeff con una gran sonrisa—. Encantado de conocerte Taylor

y… —Hizo una pausa, mirando a mi hermana—. ¿Dijiste Kelsey?

Esto sucedía mucho con su nombre, y cuando ocurre, son las únicas veces que

me siento agradecida de tener un nombre que todos conocían, no tenía problema con la ortografía. Mi madre no había pensado que sería un problema, cuando había

llamado a mi hermana por una bailarina famosa, obviamente pensó que mucha gente estaría familiarizada con él. —Gelsey —repetí, más fuerte—. Con G.

—Es fantástico conocerlos —dijo Kim. Sus ojos se detuvieron en mi hermana

por un momento y sonrió antes de volver la cabeza hacia la casa y gritar—: ¡Nora!

Un segundo después, la puerta se abrió de golpe y la chica que había visto unos

días antes salió al porche. Tenía el pelo negro y rizado y la piel del color de mi café

después de que había añadido suficiente leche para hacerlo potable. Ella también

estaba ceñuda, estaba en oposición directa a sus padres, ambos parecían encantados de habernos conocido. —Esta es nuestra hija, Nora —dijo Kim, empujándola hasta que

Nora estuvo de pie a su lado—. Ellos son nuestros nuevos vecinos —dijo—: Taylor y Gelsey.

Sucesivamente, ella frunció el ceño, primero a mí, Gelsey y a Murphy. —¿Qué

ocurre con tu perro? —preguntó Nora.

Gelsey frunció el ceño hacia ella, tirando de la cinta, y el perro, un poco más

cerca de ella. —Nada —dijo—. ¿Qué quieres decir?

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Nora señaló con la cabeza hacia él, arrugando la nariz como si fuera obvio.

—Está todo enmarañado —dijo.

—Eso es realmente por lo que estamos aquí —dije rápidamente, tratando de

evitar que Gelsey, que acababa de tomar un respiro, empezara una discusión sobre los méritos de aseo de un perro—. Notamos este perro deambulando recientemente. No

hay dirección en la etiqueta, así que no sabíamos si podría ser de ustedes.

Jeff negó con la cabeza. —No es de nosotros —dijo

—¿Conoces la casa del otro lado? También conocida como la casa de Henry.

—Todavía no —dije alegremente—. Creo que allí es a donde vamos ahora. —Todos nos quedamos alrededor por un momento, nadie realmente estaba seguro de

qué decir. Vi a Kim mirar hacia el interior de su casa y me di cuenta que probablemente quería regresar a trabajar—. Entonces —dije, mientras el silencio

comenzaba a hacerse incomodo—, escriben guiones ¿eh? Eso es genial. —Yo no sabía mucho acerca de los guionistas a excepción de lo que había visto en, irónicamente, las películas, donde los escritores parecían tener grandes almuerzos o lanzar bolas de

papel contra la pared.

—Bueno, no sé nada de eso —dijo Jeff, riendo—. Pero paga las facturas.

Estaremos en Los Ángeles la mayor parte del año. Es nuestro primer verano aquí. —Asentí con la cabeza, pero en realidad estaba buscando a Gelsey, que miraba a

Murphy, que se rascaba la oreja. Yo no sabía nada acerca de cómo hacer amigos a los doce años, y francamente nunca había visto a Gelsey hacer un amigo, pero imaginaba que podía tratar de ayudarla, había hecho mi mejor esfuerzo—. Está bien —dije,

alzándole las cejas a mi hermana—, probablemente deberíamos conseguir…

—Microchip —dijo Kim, chasqueando los dedos, mientras miraba al perro—.

Quizás él tiene un microchip. ¿Los has chequeado?

—No —dije. Ni siquiera había pensado en ello—. ¿Sabes dónde se puede

encontrar eso?

—Los refugios de animales, consultorios veterinarios —dijo Jeff—. Y lo hacen en la tienda de mascotas en la ciudad. Doggone algo.

Kim se volvió hacia él con las cejas enmarcadas. —¿Cómo sabes eso?

—Fui el otro día mientras recogía la pizza para la cena —dijo—. Estaba

hablando con la chica que trabaja allí.

Ahora Nora se volvió para mirar a su padre. —¿Por qué? —preguntó.

—Pensé —dijo Jeff, incluso con más energía en su voz—, que ese podría ser un gran personaje. Quizás un guía para la TV, piensa en todas las diferentes personas con las que ha tenido contacto.

Kim asentía con entusiasmo, coincidiendo con sus palabras. —Me gusta —dijo ella.

—¿Y si es también un detective? Resolviendo crímenes, solucionando misterios.

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Jeff se volvió hacia ella, y ahora parecían estar hablando sólo para sí. —Y los

animales juegan un papel —dijo—, ayudan a resolver los crímenes. —Se miraron y sonrieron, luego se volvieron hacia nosotros.

—Fue un gusto conocerte —dijo Kim.

—Buena suerte con la búsqueda —saludó Jeff y luego ambos prácticamente

corrieron hacia el interior. Un momento más tarde, oí el chasquido de dos llaves.

—Vamos, Gelsey —dije, mientras me giraba para irme—. Mucho gusto —le grité a la muy desagradable Nora, que todavía tenía los brazos cruzados, y quien no

había cambiado su furiosa mirada. Era un comportamiento que reconocía, pero no recordaba actuar de esa forma desde que tenía catorce años. Tal vez las cosas sólo se

mueven más rápido cuando te crías en Los Ángeles.

—Entonces —dijo Nora, a regañadientes, cuando sólo habíamos dado unos

pasos. Gelsey se dio la vuelta, cruzando los brazos de una manera idéntica—. ¿Te gusta la playa?

—Supongo que sí —dijo Gelsey, con un encogimiento de hombros—. Mi

hermana trabaja allí —dijo, con una inconfundible nota de orgullo en su voz que me sorprendió.

Nora me miró, impresionada, luego miró de nuevo a Gelsey. —¿Quieres ir allá? —preguntó—. Estoy totalmente aburrida.

—Yo también —dijo Gelsey, la temprana aventura de encontrar un hogar para el perro perdido, aparentemente ahora olvidada—. No hay nada qué hacer aquí. Mi madre incluso me hace practicar tenis.

Los ojos de Nora se abrieron como platos —¡A mí también! —dijo—. Es tan estúpido.

—Lo sé, ¿no? —respondió Gelsey.

—Totalmente —dijo Nora.

Tuve la sensación de que el resto de la conversación iba a ser así, por lo que simplemente tomé la cinta de la mano de Gelsey, quien se rindió fácilmente. —Te veré más tarde —le dije.

Gelsey me dio un saludo y continuó su conversación, sin ni siquiera mirar atrás.

Tiré de Murphy, que estaba demasiado interesado olfateando cada piedra en el

camino de entrada de Gardner, de nuevo a la carretera. No pude dejar de sentir una pequeña satisfacción por el hecho de que Gelsey parecía estar haciendo una amiga, eso

significaba que mi plan había sido algo exitoso. Caminé con el perro en la orilla de la calzada Crosby, pero la casa tenía un aspecto de que todos los ocupantes se hallaban en otra parte, no había coches o bicicletas en la calzada, nadie en la tienda, las cortinas

corridas.

Me fui de vuelta a nuestra casa, preguntándome lo que habría hecho si hubiera

parecido que había gente en la casa. Quería pensar que yo habría subido y tocado el timbre, pero no estaba segura. Sabía que desde la heladería, había estado pensando en

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Henry más de lo que probablemente debería, ya que él todavía estaba enojado

conmigo —y con razón— y tenía una novia. Pero yo no podía evitarlo.

Cuando llegamos a la entrada, ya no era necesario arrastrar a Murphy. En

cambio, empezó a correr, tensando la correa improvisada. Lo até en los escalones del porche y entré por la mosquitera en donde mi padre se encontraba sentado en su lugar

normal para cenar, con el ceño fruncido hacia su laptop, y Warren leía un libro de texto, las piernas extendidas frente a él en otra silla.

—Oye —llamó Warren, levantando la vista de su libro después de marcar

cuidadosamente su lugar. El medio se levantó y se asomó a la entrada—. ¿Qué es eso? —preguntó, y yo podía escuchar una nota de pánico en su voz—. ¿Por qué hay un

perro ahí?

—No es nada de qué preocuparse —le aseguré a mi hermano, cuando mi padre

me lanzó una pequeña sonrisa, luego volvió a mirar su laptop antes que Warren pudiera verlo

—Es más o menos el perro más aterrador del mundo. En serio.

—Correcto —dijo Warren, asintiendo con la cabeza como si esta no fuera la gran cosa, pero me di cuenta de que mantenía un ojo en el porche. Se movió en su silla

unos metros más lejos de la puerta, en un movimiento que estoy segura, pensó era indiferente—. Por supuesto.

—¿Ningún dueño? —preguntó mi padre.

—No es de al lado, al menos —le dije—. Pero conocimos a los vecinos. Hay una chica allí de la edad de Gelsey.

—Maravilloso —dijo mi padre con una sonrisa—. Pero ¿qué pasa con el perro?

—Iba a llevarlo a la tienda de mascotas —le dije—. Para saber si él tiene un

microchip.

—Buena idea —dijo con un gesto de aprobación, y me pregunté si debería

decirle que realmente fue idea de nuestra vecina guionista, pero decidí dejarlo pasar—. Hijo —dijo, dirigiéndose a Warren—, ¿no dijiste que querías ir a la biblioteca?

Warren se aclaró la garganta, echó otro vistazo al porche. —¿Mencioné eso? —

dijo—. Pero después de un nuevo examen, creo que puedo…

—Oh, vamos —le dije—. Voy a mantener al perro lejos de ti. Te lo prometo.

—No tiene nada que ver con eso —murmuró Warren, sin embargo, se sonrojó de un rojo brillante casi igual a la camiseta que usaba—. Voy a buscar mi cartera. —Mi

papá me sonrió por encima de su portátil.

—¿Lo ves? —preguntó—. Una excursión. Te dije que iba a ser una gran día. — Presionó algunas teclas, y luego se echó hacia atrás en su silla—. Ya sabes, si vas a la

ciudad, pasaras por Henson. Y si no te importa recogerme un poco de regaliz…

Diez minutos más tarde, Warren, Murphy, y yo llegamos en Doggone It!,

Warren se quedó unos buenos tres pasos detrás de nosotros. A pesar del hecho de que yo podía levantar a Murphy con una mano, no es que yo quería, mi padre tenía razón

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acerca de su olor, tuvimos que conducir con las ventanillas abajo, Warren todavía no

parecía convencido de que él no se convertiría en una bestia asesina en cualquier momento.

La tienda era bastante pequeña, con pájaros en jaulas, un gran acuario lleno de peces, gatitos en un corral a lo largo de una pared, y el resto dedicado a los accesorios

para mascotas. Parecía que había una estación de preparación en la parte posterior, detrás de la caja registradora. No había nadie detrás del mostrador, y no había campanas útiles que sonaran, como si estuviera en Borrowed Thyme. Miré a mí

alrededor por un momento, pero el único sonido en la tienda era uno de los pájaros cantando en voz alta, en lo que yo estaba bastante segura era una imitación de la

alarma de un coche.

—¿Hola? —llamó Warren, haciendo que el ave cantara con más fuerza.

—Voy, voy ¡lo siento! —gritó una voz desde atrás. La puerta se abrió, y la chica que había visto antes, la que se había ofrecido a hacer la llamada telefónica para mi padre, salió, secándose las manos con un rojo delantal de DOGGONE IT! que le

cubría la camiseta blanca y los pantalones. Al verla de cerca, me di cuenta de que era de mi edad, de ojos azules, aspecto dulce, la cara en forma de corazón, y el cabello

largo de color rojo en trenzas que le llegaban hasta los hombros. Echó una mirada de Warren a mí, sonriendo—. ¿Qué puedo hacer por usted? —Me di cuenta de que había

un bordado en el delantal que decía Wendy.

—Bueno —comencé, cuando escuché a mi hermano hacer un extraño ruido como de carraspeo. Warren miraba a Wendy, con la boca ligeramente abierta, y

trataba aparentemente de formar palabras, sin mucha suerte—. Encontramos este perro —le dije mientras levantaba a Murphy hacia al mostrador, donde se sentó de

inmediato, mirando a su alrededor, parecía disfrutar de la vista. Para mi sorpresa, mi hermano no respondió de inmediato alejándose, se quedó donde estaba, muy cerca del

perro—. Y no sabemos de dónde viene —le dije—. Escuché que aquí se puede comprobar si él posee un ¿microchip?

—Correcto —dijo Warren, saltando un momento demasiado tarde,

recuperando el poder de la palabra—. Microchip.

—¿Te has perdido, amigo? —preguntó Wendy. Se inclinó hacia delante y rascó

detrás de las orejas del perro, no parecía que se preocupara por la forma en que olía. Murphy cerró los ojos y su cola golpeaba el mostrador, en una pila de folletos sobre

collares anti-pulgas—. Bueno, podemos comprobar, no hay problema. —Ella lo bajó

del mostrador y sacó un aparato que parecía un poco como un mando a distancia, con

una pantalla ocupando la mitad del control. Acariciaba lentamente su espalda mientras le rascaba las orejas con la mano opuesta. Cuando pasó un punto justo debajo de su hombro, el dispositivo sonó—. ¡Allí vamos! —dijo, sonriéndonos. Me di cuenta de que

Warren le devolvió la sonrisa, pero no a tiempo, porque ella ya estaba sentada y empujando su silla hacia la computadora.

—Entonces ¿Sabemos a quién pertenece? —le pregunté, inclinándome hacia el mostrador para tratar de ver lo que ella miraba.

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—Todavía no —dijo—. Eso sólo nos dio el número del microchip. Ahora tengo

que comprobar en la base de datos y debería decirnos dónde vive este pequeño.

—Oh, pequeña —dije, ya que todavía no estábamos seguros de qué era, lo

único que tenía era el hecho de que su collar era azul. Wendy dejó buscar en la pantalla y se puso de pie otra vez, levantó una de las patas del perro.

—No —dijo—. Definitivamente pequeño. —Se sentó de nuevo, y comenzó a escribir.

—¿Sabías que el nombre Wendy entró en uso en el año 1904? —le preguntó

Warren de repente—. A través de J.M. Barrie, en su obra Peter y Wendy, que más tarde

se convirtió en Peter Pan.

Wendy miró con curiosidad a Warren, y yo me sentía de la misma forma.

Estaba a punto de intervenir, a decir que mi hermano había tomado demasiado sol hoy

o algo así, cuando ella le mostró una brillante sonrisa. —No sabía eso —dijo—. Gracias.

Warren asintió con la cabeza, y luego dijo, en una voz como tratando muy duro de sonar casual, pero fallando miserablemente—: ¿Tienes mucho tiempo trabajando aquí?

—Alrededor de un mes —respondió ella, dándole un rápido vistazo antes de volver a la computadora—. Sólo tomo un poco de dinero extra antes de comenzar la

escuela en otoño.

—¿Ah? —Warren prácticamente estaba cara a cara con el perro, estaba apoyado

sobre el mostrador para continuar la conversación. El perro aprovechó esa oportunidad y le lamió la oreja y Warren, a su favor, sólo se estremeció ligeramente—. ¿A dónde vas?

—Stroudsburg —dijo ella, sin dejar de mirar el ordenador—. Tienen un programa veterinario excelente.

—Genial —dijo Warren, tratando de desvincularse del perro, que ahora le lamía la cara con entusiasmo—. Eso es genial

Me volví y miré a mi hermano, tratando de contener mi asombro. Warren había sido siempre un snob, pero acababa de empeorar desde que había entrado en una Ivy. Yo lo había escuchado referirse a Stanford como su "seguridad." El hecho de que él

hablaba positivamente de una escuela que estaba bastante segura nunca había oído hablar desde apenas hace cinco minutos estaba tan fuera de lugar que era impactante.

Pero, de nuevo, yo nunca había visto a Warren de esta manera alrededor de una chica antes, nunca.

—Está bien —dijo Wendy mientras se acercaba más a la pantalla—. ¡Parece que lo tenemos!

—Excelente —dije, preguntándome cuál era el siguiente paso, si se pondría en

contacto con los propietarios, o si nosotros tenemos que hacerlo. De cualquier manera, tan cariñoso como era este perro, yo estaba dispuesta a enviarlo a donde pertenecía.

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—Y —dijo, tecleando varias veces más—, parece que el microchip en realidad

es de aquí, así que es local. Lo cual es una cosa buena. Su dirección es... —Hizo una pausa y luego dijo—: Carretera 84 Dockside en Lake Phoenix. —Nos miró y sonrió, y

sólo le devolví la mirada, segura de que había escuchado mal—. No es demasiado lejos de aquí —añadió después de un momento—. Puedo imprimir la dirección.

—Sé dónde es —le dije, mirando al perro. Ahora entendía por qué estaba tan ansioso de llegar hasta nuestra entrada—. Esa es nuestra casa.

Dos horas más tarde, Warren, Murphy, yo volvíamos a casa. El perro había

recibido una limpieza a fondo, y ahora olía un poco a los productos químicos. El acondicionador no debía importarle a Murphy puesto que era un chico, porque había

cinta rosa de lunares atada en su pelo, justo entre sus orejas. Teníamos una bolsa llena de suministros, incluyendo un plato de perro, tazón para tomar agua, cama, correa, y

sus alimentos. Yo no tenía idea de que debíamos conseguir, pero una vez que Wendy había empezado a escoger “Las cosas básicas que necesitaría”, Warren la había seguido alrededor de la tienda, asintiendo a todo lo que ella seleccionaba, sin detenerse

a consultarme acerca de la situación. No fue hasta que estábamos en el coche manejando hasta nuestra casa, sólo nosotros tres, Murphy jadeando alegremente por la

ventana, su respiración mejorando, que me volví a Warren y le dije—: No puedo creer esto.

—Lo sé —dijo Warren, sacudiendo la cabeza. Él debe haber estado tratando de parecer serio, pero en su rostro se deslizaba una mirada soñadora—. Deben haber sido los inquilinos del verano pasado, ¿no? —preguntó—. Wendy dice que fue entonces

cuando la información del microchip fue introducida.

—Y ese es su nombre —le dije—. Una evidencia bastante concluyente. —Me

detuve en un semáforo, tomando nota del hecho de que mi hermano había pronunciado el nombre de Wendy en el tono de voz que suele reservarse para las

cabinas de peaje y bombillas—. Entonces, ¿qué pasó? —le pregunté, acelerando de nuevo, aunque yo sabía que mi hermano, tenía todas las respuestas, sabía que él no tendría esta—. ¿Lo dejaron cuando terminó el verano? —le pregunté. Podía sentir mi

ira ir en aumento, estaba furiosa con esos desalmados, tratando al perro de esa manera—. ¿Simplemente lo abandonaron en la casa?

Warren se encogió de hombros. —O tal vez se escapó —dijo, en su tono normal, por fin, uno que reconocía, con cuidado, sopesando todos los hechos—. No

sabemos la situación. Le diremos a mamá, y puede comunicarse con ellos. Tal vez todo esto es un malentendido.

—Tal vez —le dije, pero en realidad no lo creía. Crucé en Dockside, y tan

pronto como nos acercamos, Murphy sacó la cabeza por la ventana, trepando para tratar de sentarse en la consola entre nosotros, luchando hacia adelante, mirando la

casa, moviendo la cola frenéticamente. Y en cuanto entré en el camino de entrada, se emocionó más y más, sabía que esta era la prueba, incluso más que la confirmación de

la computadora. Murphy sabía dónde estaba, y estaba desesperado por volver. Cuando apagué el motor y abrí la puerta de atrás, saltó del coche y corrió directamente hacia la casa, claramente encantado de haber regresado a casa.

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Capítulo 18 Traducido por Kass

Corregido por Juli_Arg

o seguía despierta a las 2 a.m. cuando mi teléfono sonó. No tenía ni

idea de por qué no había podido dormir y fue suficiente para hacer que me preguntara si mi padre había tenido razón con su charla sobre el

café de la cafetería. Había estado despierta durante las últimas horas, porque el no tener vida social significaba que te ibas a la cama temprano, incluso en las noches en que había más emoción de la habitual.

Mi madre había estado igualmente molesta con Warren, por llevar el perro a casa con todos los accesorios sin consultar con ella primero, y con los inquilinos, por

haberlo abandonado en primer lugar. No había sido capaz de conseguir el número que tenían, pero había llamado al padre de Henry y se enteró de que habían tenido un

perro durante todo el verano pasado, un cachorro que había llegado justo cuando se mudaron. El padre de Henry lo recordaba porque se había metido en la basura un par de veces, y a los Murphy no pareció impórtale mucho.

Gelsey se alegró por el hecho de que Murphy había vuelto a casa con nosotros, a pesar de que, como mi madre destacó, esto era sólo una situación temporal. Mi

padre no había bajado de una manera u otra, pero me di cuenta de él deslizando las sobras de la cena al perro durante toda la comida, y cuando Murphy trepó a su regazo

después de que los platos se limpiaran, mi padre no lo empujó, en lugar de eso, frotó sus orejas hasta que el perro emitió un sonido que estoy bastante segura de que era el equivalente canino de ronronear.

Por suerte, Murphy parecía estar domesticado, y mejor aún, domesticado para nuestra casa. Conocía nuestra casa con una familiaridad que era un poco

desconcertante, mientras lo observamos ponerse en las ventanas de la fachada que daban a la calle, presionando su nariz contra el cristal y con la cabeza apoyada sobre

sus patas. Aunque Gelsey había rogado para que él durmiera en su habitación, mi madre se había negado y había establecido la cama del perro a las afueras de la cocina. Cuando todos nos habíamos ido a dormir, había estado escuchando por cualquier

sonido de gimoteo o lloriqueo, pero el perro era tranquilo, y probablemente dormía mejor de lo que yo había podido.

Y

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Rodé por sobre mí misma y miré por la ventana, hacia el cielo salpicado de

estrellas. Me debatía entre tratar de dormir o encender la luz y leer, cuando mi teléfono sonó.

Esto fue bastante sorprendente y no me moví de inmediato, me quedé mirándolo en mi tocador, iluminaba la esquina de la habitación con un brillo

inesperado, comenzando a sonar la canción de mi tono. En el segundo tono, sin embargo me había arrastrado y rodado fuera de la cama y lo cogí antes de que despertara a toda la casa o en su totalidad por lo menos a mi madre, que tenía el sueño

ligero. No reconocí el número o el código de área, pero respondí rápidamente de todos modos, preguntándome si se trataba de un número equivocado. No se me ocurría otro

motivo para que me llamaran a las 2 a.m.

—Hola —dije en voz baja en el teléfono, llevándolo de vuelta conmigo a la

cama y moviéndome a la esquina más alejada, como si eso fuera a reducir que el ruido viajara a través de la casa. Hubo una larga pausa en el otro extremo.

—¿Quién habla? —preguntó una voz femenina, arrastrándola ligeramente.

—Taylor —le dije lentamente—. ¿Quién eres?

—Oh mierda —murmuró la chica en el otro extremo, y así como así, yo sabía

quién era.

—¿Lucy? —le pregunté, y la oí suspirar profundamente.

—¿Si? —preguntó—. ¿Qué?

—No lo sé —le dije, confundida en cuanto a por qué teníamos esta conversación—. Me has llamado.

Suspiró de nuevo, y hubo un sonido susurrante por un momento antes de que estuviera de vuelta en la línea. —Se me cayó el teléfono —dijo—. Así que necesito que

vengas a la playa.

Me senté más erguida. —¿Por qué? —le pregunté, de repente el pánico que no

había superado de si estaba bien o algo así. Aunque no tenía idea de por qué Lucy me estaría llamando, aparentemente borracha, para que me hablara de ello—. ¿Está todo bien?

—¿Te estaría llamado si todo estuviera bien? —preguntó—. Ven aquí, y… —Escuché el crujido de nuevo, y entonces la línea se cortó.

Sostuve el teléfono por un momento, pensando. Iba a ir, la opción de no ir sólo pasó por mi mente por un segundo. Porque sabía que si no lo hacía, realmente no

podría conciliar el sueño, mientras permanecería despierta, preguntándome que pasaba en la playa. Pero sobre todo, trataba de encontrar la manera de llegar allí. Sabía que si tomaba uno de los coches, mi madre, por no hablar de mi padre o mis hermanos, se

despertarían. Y aunque no había discutido la hora del toque de queda para este verano, tuve la sensación de que salir a las dos de la mañana no estaría exactamente bien. Dejé

que mis ojos miraran a la deriva fuera, donde yo podía ver, al final del camino de entrada, el garaje. Esto me dio una idea, y me levanté de la cama rápidamente,

poniéndome unos pantalones vaqueros cortos y cambiando mi muy usada camiseta

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gigante de dormir por una camiseta sin mangas. Fui de puntillas por el pasillo,

escuchando por posibles sonidos de movimiento. Pero la casa se encontraba tranquila, no había luz bajo las puertas de mis hermanos, y ningún sonido arriba en la habitación

de mis padres. Incluso el perro estaba fuera, tumbado de espaldas en su cama de perro, su pierna trasera daba espasmos de vez en cuando, como si en su sueño, estuviese

persiguiendo algo o huyendo de algo.

Crucé la planta baja a oscuras, sin necesidad de encender ninguna luz, la luz de la luna entraba por las ventanas que daban a la fachada, dejando rectángulos gigantes

de luz en el suelo. Pasé por uno mientras caminaba hacia la puerta principal, casi esperando que me calentara, como si estuviera caminado por luz solar. Entré sin hacer

ruido por la puerta principal y la cerré detrás de mí, agarrando mis sandalias de la maraña de zapatos. Luego, bajé los escalones de la entrada del garaje, donde mi bici,

recientemente restaurada por mi padre, esperaba por mí.

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Capítulo 19 Cinco veranos atrás

Traducido por Andreani

Corregido por Juli_Arg

sí que tengo noticias —me dijo Lucy por teléfono. Era su forma favorita

de comenzar un tema, aunque resultaba que sus noticias eran algo triviales, como el nuevo sabor de helado de la semana en Jane, o el

hecho de que había mezclado dos colores de uñas para crear una mezcla personalizada.

—Yo también —dije, incapaz de evitar que una sonrisa se formara en mi rostro. Acomodé el teléfono inalámbrico debajo de mi oreja mientras salía al pórtico. Sabía exactamente hasta dónde podía ir y aún tener recepción. Acabábamos de cenar y mi

madre preparaba todo para jugar Risk, pero yo sabía que podría hablar con Lucy durante unos minutos sin ser perturbada, particularmente si Warren insistía en

supervisar a mamá mientras lo hacía.

No le había contado a Lucy sobre la cita en el cine con Henry la semana

anterior, porque hasta el momento en que él había tomado mi mano, no había nada que contar. Pero sujetó mi mano por el resto de la película y nos quedamos sentados así, palma con palma, los dedos entrelazados, hasta que rodaron los créditos y las luces

se encendieron y los empleados llegaron con sus escobas para barrer las palomitas tiradas. Y por supuesto, había intentado llamar a Lucy inmediatamente después, pero

parecía no estar en la casa, fuera del alcance de sus padres cada vez que trataba de hablar, y su celular había sido suspendido mientras sus padres discutían sobre quién

iba a pagar por ello. Así que estos días parecía encontrarme a la espera de que Lucy me llamara para que pudiera hablar con ella.

—Yo primero —dijo, y me reí, sintiendo en ese momento cuánto la extrañaba.

—¡Taylor! —Warren abrió la puerta y frunció el ceño, empujando hacia arriba sus gafas, que constantemente resbalaban por su nariz—. Estamos listos para jugar.

A

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Cubriendo el auricular dije—: Estoy hablando por teléfono —chillé—. Larga

distancia. —En el otro extremo, pude oír Lucy se reírse.

—Nueva Jersey no es larga distancia —se burló Warren—. De hecho, es local.

Sólo un estado de diferencia.

—Déjame en paz —dije, tratando de empujarlo fuera de la puerta.

Mi hermano sólo sacudió su cabeza y me miró con su expresión de “soy tan maduro”. —Empezaremos dentro de cinco minutos, así que si no estás allí, perderás tus ejércitos. —Pero finalmente, salió de la puerta y alcé el teléfono nuevamente.

—Lo siento mucho —dije—. Warren siendo Warren.

—Está bien —dijo Lucy—. ¿Van a jugar Risk? ¿Todos ustedes?

—Sí —dije, tratando de no notar la nota de nostalgia en la voz de Lucy—. De todas formas. Tengo noticias, tienes noticias...

—¡Cierto! —dijo Lucy inmediatamente, emocionada otra vez—. Me gusta un chico.

—¡A mí también! —dije, emocionada de que hubiéramos alcanzado esto al

mismo tiempo. Eso era lo único que me detenía cuando consideraba sobre contarle a Lucy sobre Henry. No quería pasar a algo tan grande sin ella. Pero si le gustaba un

chico al mismo tiempo a mí, todo funcionaría. Cuando hablamos sobre el futuro, era uno de las suposiciones que siempre hacíamos: que experimentaríamos las cosas al

mismo tiempo. Esto incluía novios, bailes de graduación y finalmente, una boda doble.

—No puede ser —dijo, riendo de nuevo—. Está bien, yo primero. Me gusta Henry Crosby.

Abrí mi boca para decir algo, y no encontrando palabras, le cerré nuevamente. Pero Lucy no pareció darse cuenta y siguió adelante.

—Desde la primera vez que lo vi este verano, se volvió muy lindo el año pasado, me enamoré de él. No iba a decir nada, pero desde que llegué a casa no puedo

dejar de pensar en él. Y porque ustedes dos son amigos, pensé que quizás podrías ver si yo le gustaba. Pero, ya sabes, de una manera sutil.

Abrí mi boca de nuevo, aunque sin saber que decirle. Pero tenía que decirle,

acerca de la cita, y las manos tomadas. —Escucha, Luce...

—¿Taylor? —Me di la vuelta, y mi papá se encontraba de pie en la puerta, con

Gelsey sobre su hombro en lo que siempre llamó "el saco de patatas," su cabeza colgaba hacia abajo por su costado, mi papá sostenía sus pies. Pude oír a Gelsey reírse

histéricamente, boca abajo—. Estamos listos para comenzar, niña. Prepárate para la rápida y sangrienta devastación.

—Ya voy —dije. Un minuto antes me hubiera quejado, implorado, hecho cualquier cosa para permanecer al teléfono con Lucy. Ahora, me sentía feliz de tener una excusa para terminar la conversación.

—Y algo más —dijo mi papá, mirando a su alrededor exageradamente. Se dio media vuelta rápidamente de un lado a lado, Gelsey se balanceó alrededor cuando lo

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hizo—. ¿Has visto a tu hermana? ¡Aparentemente no puedo encontrarla en ninguna

parte! —Esto causó que Gelsey estallara en chillidos de risa, y él la volteó y la levantó en el aire antes de ponerla de regreso en el suelo, ahora riendo con ella mientras se

dirigió hacia el interior de la casa.

—Debo irme —le dije a Lucy, agradecida por una razón para colgar el teléfono.

—Así que ¿Vas a hablar con él? —insistió Lucy—. ¿Veras si le gusto? —Tragué e intenté ver si era lo suficientemente valiente para decirle ahora que me gustaba Henry. Pero tenía miedo de me acusara de algo que me había estado diciendo desde

que éramos pequeñas: que yo le copiaba. Que sólo me gustaba lo que sea y quien sea que le gustaba y hacía todo lo que ella hacía. Y pensé en mi flequillo, y me di cuenta

que ella no se equivocaba totalmente.

—Correcto —dije, lamentando la palabra aun cuando la decía, pero de alguna

manera no podía retractarme—. Te llamaré pronto.

—Definitivamente. ¡Te extraño!

Lucy colgó, y caminé lentamente hacia el interior de la casa para reunirme con

mi familia alrededor de la mesa de café. Warren citaba algo llamado el arte de la guerra, y mi papá le decía algo sobre estrategia a Gelsey (estaban en un equipo)

mientras que yo sólo me quedé viendo al espacio. Mi mente giraba a través de justificaciones para lo que había hecho —o, más exactamente— lo que no había hecho.

Me había pillado desprevenida. Ni siquiera sabía lo que podría suceder conmigo y Henry. Lucy podría no regresar hasta que terminara el verano. No tenía sentido causar problemas o hacer sentir mal a nadie.

—¡Ha! —dijo Warren triunfalmente, y bajé mi mirada hacia el tablero para ver que, justo debajo de mi nariz, él acababa de arrasar con la mayor parte de los ejércitos

que pensé que se encontraban seguros.

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Capítulo 20 Traducida por Andreani & Annabelle

Corregido por Melii

e tambaleaba por nuestra calle en la vieja bicicleta de mi mamá,

tratando de hacer todo lo posible por no volcarme, me di cuenta de que andar en bicicleta era, de hecho, algo que si se podía olvidar

cómo hacer. En mi defensa, era una bicicleta a la que no estaba acostumbrada y no hay nada como mi vieja bicicleta de montaña que ahora era de Gelsey. Era una bicicleta playera y pesada, con una barra inclinada y sin frenos en el manubrio.

Aunque me había metido una linterna en la cesta blanca de metal de la bicicleta como especie de luz de la bici, una vez que llegué a la calle, se hizo evidente que no iba a ser

necesaria. Era una noche muy clara, y la luna que había estado brillando a través de nuestras ventanas en la planta baja iluminaba la carretera.

Disminuí la velocidad, pedaleando vacilante por la calle, la bici amenazaba con caerse cada pocos segundos hasta que conseguí que los pedales se movieran más rápido y me enderezara un poco. Pero para el momento que alcancé el muelle, me

sentía mejor sobre mi progreso. Las calles estaban vacías, y las tuve para mi sola mientras zigzagueaba a través de los dos carriles y hacía figuras de ochos. El viento fue

levantando mi pelo, y yo podía sentir la corriente detrás de mí mientras pasaba por las pequeñas colinas. Yendo más rápido, aumentando la velocidad, hasta que me di

cuenta de donde estaba, en la parte superior de Devil‟s Dip.

Comencé a frenar, a pesar de que sabía por una experiencia que tuve hace mucho tiempo que este era el momento para pedalear más rápido, ganar el impulso

que necesitaba para lograr llegar hasta el otro lado. Pero arriba, en la parte superior de la misma, mirando hacia abajo en la inmersión sin el beneficio de estar en un coche,

pude entender por qué esto parecía tan insuperable cuando yo tenía ocho años. ¿Realmente alguna vez había sido algo que hacía comúnmente? ¿Y aún más que esto,

realmente esta era la colina que había corrido con Henry hacia arriba, ambos con la cara roja y resoplando por el agotamiento mientras intentábamos vencernos mutuamente hasta llegar al lado opuesto? Frené un poco más fuerte, pero ya había

comenzado la inclinación que me jaló colina abajo. Pude simplemente permitirme disfrutar el viaje hacia abajo, pero en lugar de eso, mientras la bicicleta se deslizaba

fuera de mi control, sentí como frenaba muy fuerte. Mi rueda delantera golpeó un bache de grava, y antes que supiera lo que sucedía, sólo parecí tener una fracción de

M

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segundo, la rueda estaba girando, y yo perdía el control. Sentí la bicicleta entera

flaquear, fuera de su eje y luego mi pie se atoró en la rueda, y entonces estaba en el suelo, la bicicleta descansaba sobre de mí, con la rueda delantera aún girando

inútilmente.

Cuando me quité la bici de encima y logré ponerme de pie, estuve

especialmente agradecida de que ya era muy tarde, o temprano, y no había nadie alrededor para verme caer así. Estaba más humillada que herida, pero había conseguido raspados en mis rodillas y las palmas de mis manos. Me sacudí la tierra y

grava y me subí en la bicicleta. Andando el resto de la bajada, luego, nuevamente hacia arriba hasta subir al otro lado. Estaba avergonzada, pero sobre todo molesta

conmigo, que me había acobardado para no hacer algo que había logrado cuando todavía estaba en la escuela primaria. Cuando llegué hasta el otro lado, me volví a

subir a la bicicleta, mirando el camino delante de mí, pedaleando más rápidamente hacia la playa, como si esto pudiera compensar lo que había pasado. No fue hasta que estuve casi en la playa que me di cuenta de que pude haberlo vuelto intentar por

segunda vez, en lugar de caminar junto a mi bicicleta. Pude haberme levantado e intentarlo de nuevo. Pero no lo había hecho. Sólo me fui. Traté de empujar a este

pensamiento lejos mientras me dirigía en mi bicicleta hacia la playa. Pero a diferencia de tantas otras veces, no fue tan fácil.

Ya que Lucy sólo me había dicho que viniera a "la playa", no tenía ni idea qué esperar, o si tendría problemas para encontrarla. Pero esto no llegaría a ser un problema, porque cuando me acerqué a la playa, la vi de pie a un lado de la carretera

gritándole a un teléfono celular.

—Se acabó —dijo—, deberías saber, Stephen, que acabas de perder a lo mejor

nunca vas a… —se detuvo, y su expresión cambió de furia a incredulidad mientras ella escuchaba—. ¿Oh? ¿Es así? ¿Entonces por qué no tienes las agallas para venir aquí y

explicarlo?

Disminuí la velocidad, sintiendo mucho haberme entrometido, a pesar de que este enfrentamiento se llevaba a cabo en medio de la calle. Me di cuenta de que la

entrada de una casa cercana estaba llena de coches, y pude oír, débilmente, los golpes bajos de una música y sonidos al azar, parte gritos y risa.

—Y tendrías que saber… —Lucy finalmente me vio, y frunció el ceño a la vez que bajó el teléfono y miró la bicicleta—. ¿Qué es eso?

—¿Qué pasó? —le pregunté.

—¿Dónde está tu coche? —preguntó. Miró a su alrededor, balanceándose ligeramente, como si pudiera estar escondido detrás de mí.

—No lo traje —dije.

Lucy se me quedó viendo. —Entonces ¿cómo me vas a llevar? —Stephen debía

seguir al teléfono, ya que pude oír su voz, fuerte y aún un poco suplicante a través de su teléfono—. He terminado aquí, imbécil —terminó Lucy, aunque me di cuenta de

que no colgó, pero parecía estar escuchando.

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Me sentí increíblemente estúpida mientras me encontraba en medio del camino,

con mi bici, a las 2:30 de la mañana. Y pude sentir como me comenzaba a enojar con Lucy por primera vez en mucho tiempo. Desde que nos habíamos vuelto a ver, había

estado constantemente consciente de lo que había hecho, y por qué estaba enojada conmigo. ¿Pero me había arrastrado fuera de la cama para darle un aventón a su casa

cuando ella apenas quería hablar conmigo en el trabajo? ¿Y ni siquiera había podido ser capaz de especificar que debía llevar un coche?

A pesar de que Lucy estaba al teléfono, sentí la necesidad de defenderme. —

Para que quede claro —dije, levantando mi voz para ser escuchada sobre llamada de Lucy—, no me dijiste necesitarías un aventón… o me pediste darte uno, por cierto —

dije—. Todo lo que me dijiste fue “ven a la playa”. Así que pedaleé hasta aquí.

—Bueno, yo hubiera sido más específica —dijo Lucy—, pero estoy en el medio

de romper con este completo idiota… —Gritó estas últimas dos palabras al teléfono, y hartando finalmente a Stephen, porque un momento más tarde, bajó el teléfono—. Me colgó —dijo, incrédula—. ¿Puedes creerlo?

En realidad, lo creía, pero pensé que este podría no ser el momento para decirle esto. —¿Estaba él allí? —pregunté, apuntando a la casa de la fiesta.

—Sí —dijo Lucy, bufando, mientras recogía su bolso del suelo, dejando caer su teléfono en él y buscando algo. Sacó una bolsa de Skittles y rasgó la parte superior,

echando un puñado dentro de su boca, como si fueran píldoras y no dulces. Sostuvo la bolsa en la mano a la vez que cerraba su bolsa y lo arrojó un poco demasiado enérgicamente sobre su hombro—. Salí enfurecida de la casa y ni siquiera tiene la

decencia de seguirme. Sólo se quedó donde estaba y me llamó. Qué perdedor. —Pero cuando dijo esta última palabra, su bravata parecía desmoronarse un poco, y miró

hacia abajo de la calzada, mordiendo su labio—. Dios —murmuró, su voz se volvió temblorosa—, realmente me gusta. Pensé que al menos estaríamos juntos hasta junio.

—Me miró y luego a mi bici y suspiró—. Supongo caminaré hasta mi casa. Aunque gracias por venir, Taylor. —Me dio lo que estoy segura iba a ser una sonrisa, luego se dio la vuelta y comenzó a caminar, tambaleándose un poco.

Empujé la bicicleta y la alcancé. Sabiendo lo seguro que era Phoenix Lake, no iba a permitir que una Lucy borracha vagara por su cuenta sola. Sin mencionar el

hecho de que ella parecía estar lista para rendirse a la mitad de camino y tomar una siesta junto a un árbol. —Te acompaño hasta tu casa —le dije, ya me había bajado de

la bicicleta y caminaba junto a ella.

—No tienes que hacer eso —dijo, al mismo tiempo que tropezó con una roca en el lado de la carretera, que desvió su atención a mi bicicleta. No protestó después de

eso, y caímos en un ritmo, caminando lado a lado, con la bici entre nosotras. Continuamos en silencio, los únicos sonidos procedentes eran las cigarras alrededor de

nosotras y la grava siendo triturada bajo mis neumáticos.

—Entonces —dije luego de un segundo, mirándola—. ¿Quieres hablar de ello?

Lucy se detuvo de pronto y se giró para mirarme, me detuve junto con ella. —Hablar —repitió—, contigo.

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Podía sentir como mi rostro se calentaba, sacudí la cabeza y comencé a mover

de nuevo mi bici para intentar cubrirlo. —No importa —dije—. Olvídalo.

Lucy volvió a mi lado, y seguimos caminando juntas mientras el silencio se

hacía cada vez más incómodo. Me encontré deseando que, en verdad, hubiese traído mi auto. Había muchísimas más cosas que podrían distraerte en un auto. No me

estaría sintiendo tan incómoda si pudiera subirle el volumen a la radio y pretender que nada sucedía.

—Gracias por ofrecerte —dijo Lucy finalmente, sonando genuina por una

parte, y sarcástica por la otra—. Pero no es como que sigamos siendo amigas, Taylor.

—Lo sé —dije. Bajé la mirada hasta la bici, concentrándome en rodarla en una

línea perfectamente derecha, intentando ignorar el nudo que comenzaba a formarse en mi garganta.

—¡Y de quien es la culpa? —preguntó Lucy. Ya que sabía la respuesta a eso, y sospechaba que ella también, no dije nada, solamente apreté mi agarre sobre los manubrios por un segundo antes de soltarlos de nuevo—. No debiste haberte ido como

lo hiciste —continuó Lucy—, sin ninguna explicación o algo parecido. Fue algo muy mierda de tu parte.

—¿Crees que no lo sé? —le pregunté bruscamente, sorprendiéndome a mí misma. La miré y vi que parecía sorprendida también—. ¿Crees que no me siento mal

al respecto?

—Bueno, no lo sé —dijo Lucy, sonando irritada—. No es como si te hayas, no lo sé, disculpado o algo así.

Tenía razón. Lo había intentado, pero a medias. Justo como lo había hecho con Henry, y luego culpaba mi falta de valentía en circunstancias que había permitido que

se pasara la oportunidad. Tomé un respiro y dejé de mover mi bici. Me habían brindado, y había ignorado, demasiadas oportunidades como para cambiar. Así que

decidí tomar una, allí a mitad del camino, con la luna brillando sobre nosotras y emitiendo nuestras sombras.

—Lucy —dije, mirándola directo a los ojos—, lo siento mucho, de verdad.

Me miró por un rato, y luego asintió. —De acuerdo —dijo, comenzando a caminar de nuevo, tambaleándose por el camino mientras se concentraba en colocar

otro poco de dulces en su palma.

—¿De acuerdo? —pregunté, corriendo un poco al lado de la bici para

alcanzarla—. ¿Eso es todo?

—¿Que quieres que diga? —preguntó, bostezando y cubriéndose la boca con su mano—. Acepto tus disculpas.

—Gracias —dije, un poco sorprendida de que haya sido tan fácil. Pero mientras caminábamos, me di cuenta de que no íbamos a volver a ser amigas de nuevo. Puede

que haya aceptado mi muy retrasada disculpa, pero no era que me haya perdonado.

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—También lo lamento —añadió luego de un rato. Me giré hacia ella,

confundida, y se encogió de hombros—. He sido una completa perra contigo en el trabajo.

—No completamente —dije, pero podía escuchar que no sonaba completamente convencida. Lucy me miró, y ambas soltamos la risa, y por sólo un

momento, fue como si tuviésemos doce otra vez. Asentí a la bolsa de Skittles—. ¿Ya no los comes por color?

Parpadeó, y luego de un segundo sonrió al recordarlo. —Nop —dijo—. Hace

años que no lo hago. —Me miró por entre la oscuridad—. ¿Por qué? ¿Tú si lo haces?

—No —mentí, intentado sonar despreocupada—. Sólo... preguntaba. —Lucy

arqueó una ceja pero no dije nada más. Alejé la mirada, como si estuviese concentrándome en la carretera, y me di cuenta que habíamos llegado al tope del Hoyo

del Diablo. Siempre o vivías de un lado del lago o del otro, y el Hoyo era básicamente la línea divisora. Éste había sido el punto donde siempre nos separábamos cuando habíamos estado manejando bici juntas, normalmente tomadas de la mano, algo que

resultaba sumamente complicado. Pero Lucy continuó el camino, bajando la colina, lejos de su casa—. ¿A donde vas? —llamé.

Lucy se detuvo y me miró. —A tu casa —dijo, como si hubiésemos decidido esto con anterioridad—. No puedo ir a casa así. Mi mamá me mataría.

No estaba muy segura que la reacción de mi mamá fuera muy diferente si me descubría entrando a escondidas a las tres de la madrugada con una Lucy intoxicada, pero al menos yo estaría claramente sobria. Comencé a rodar mi bici por la colina

detrás de ella, luego me detuve, sintiendo como mi corazón comenzaba a latir un poco más rápido, mi adrenalina bombeaba en anticipación a lo que estaba a puto de hacer.

—Te veo del otro lado —grité al pasar una pierna por encima del asiento.

—¿Qué? —preguntó Lucy, girándose para mirarme. Avancé, pedaleando a toda

velocidad por la colina. La pasé rápidamente, y comencé a pedalear aunque podía sentir como la gravedad me movía cada vez más rápido, forzándome a mí misma a ignorar el instinto que me decía que esto era peligroso, que iba demasiado rápido, que

podría lastimarme. Simplemente seguí pedaleando, y antes de saberlo, había alcanzado el final de la colina, y mi fuerza comenzaba a arrastrarme hacia el otro lado. Pero sabía

que no duraría, y comencé a mover mis piernas más fuerte que nunca. Por supuesto, la subida comenzó a sentirse muy fuerte demasiado rápido, y podía sentir como mi

cuerpo dolía por el esfuerzo de subirme a mí misma —y a la bici ridículamente pesada

de mamá— por la colina. Pero esta vez no pensé en rendirme. No sólo tenía a Lucy mirándome, sino que ya me había rendido una vez durante esta noche. Podía sentir

como mi respiración salía entrecortada, pero me obligué a continuar hasta el otro lado, jadeando. Una vez llegué, bajé los pies de los pedales y me recosté sobre el manubrio,

respirando con fuerza.

Bajé la mirada y vi como Lucy subía la colina. Pero aunque me encontraba muy

por encima de ella, podía ver que aplaudía.

—Shh —le recordé mientras me quitaba las sandalias en el porche y cruzaba la puerta, sacando mi llave del bolsillo.

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—Lo sé —dijo, evitando otro bostezo—. No te preocupes.

Giré la perilla lentamente, y abrí la puerta centímetro a centímetro, esperando que no sonara. Miré el reloj del microondas al entrar y vi que eran las 3:05 de la

madrugada—no hora en la que quería despertar a ninguno de mis padres.

—Guau —dijo Lucy mirando alrededor, no tan bajo como me hubiese

gustado—, todo se ve exactamente igual.

Cerré con cuidado la puerta detrás de nosotras. —Lo sé —susurré al pasar a su lado, le señalé mi habitación—. Vamos.

—No, me refiero a que se ve exactamente igual —repitió, incluso un poco más fuerte. En su cesta junto a la ventana, una de las orejas de Murphy se movió, y me di

cuenta que lo último que necesitaba era que el perro se despertara y comenzara a ladrar—. Es extraño. —Sus ojos cayeron sobre el piso, y el perro dormido—. ¿Cuando

se consiguieron un perro? —preguntó, ahora ni siquiera susurrando, sino hablando en su tono de voz normal.

—Hoy —murmuré—. Es una larga historia.

Tomé otro paso hasta mi habitación, esperando que me siguiera. Pero Lucy aún se encontraba mirando alrededor, con la boca ligeramente abierta. Al mirarla, me di

cuenta que debía estar sintiendo lo mismo que yo sentí cuando regresé—como si hubiese entrado en una especie de máquina del tiempo, donde nada había cambiado en

los últimos cinco años. Si hubiésemos estado viniendo todo este tiempo, sin dudarlo la casa hubiera cambiado con nosotros. Pero en vez de eso, se encontraba perfectamente preservada desde la última vez que ella la había visto—cuando éramos muy jóvenes, y

mejores amigas.

—Lucy —dije de nuevo, con más fuerza, y esto pareció despertarla de cualquier

ensimismamiento en el que se encontraba.

Asintió y me siguió por el pasillo, pero se detuvo por completo a mitad del

camino hasta mi cuarto. —Estás bromeando —murmuró. Señaló hasta una de las fotografías enmarcadas que colgaban del salón, donde Lucy y yo, a los diez, sonreíamos a la cámara, con nuestras bocas pintadas de rojo y púrpura,

respectivamente, gracias a las paletas que sin duda acabábamos de tomar.

—Lo sé —dije en voz baja, colocándome a su lado—. Fue hace mucho tiempo.

—Lo fue —contestó—. Dios. Guau.

Nos miré a ambas en la foto, tan cerca una de la otra, con nuestros brazos

casualmente puestos en los hombros de la otra. Y por el vidrio del retrato, podía vernos reflejadas como éramos ahora, siete años más grandes, separadas. Luego de mirarla fijamente por otro minuto, Lucy comenzó a caminar de nuevo. Y no fue hasta

que abrió mi puerta, que me di cuenta que por supuesto, no había necesitado que le indicara el camino—en algún momento, ella había conocido mi casa tanto como yo

conocía la suya.

Lucy se cambió a la camisa y shorts que le había prestado, y le acomodé la

cama gaveta con sábanas extras de nuestro closet. Cuando regresó del baño, ya me

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había cambiado para irme a la cama también y me encontraba experimentando un

muy fuerte déja vu. Habían pasado años en la misma posición, con Lucy en la cama gaveta mirándome, mientras conversábamos por horas, mucho después de la hora en

que se suponía debíamos irnos a dormir. Y ahora aquí estaba de nuevo, exactamente igual, excepto por el hecho de que todo había cambiado. —Esto es extraño —murmuré

mientras ella subía a la cama, colocando las sabanas a su alrededor.

Rodó sobre su lado para mirarme, abrazando su almohada de la misma manera en como lo había hecho cuando tenía doce. —Lo sé —dijo.

Miré fijamente hacia el techo, sintiéndome extrañamente incomoda en mi propia habitación, demasiado consiente de cada movimiento que hacía.

—Gracias por lo de esta noche, Taylor —dijo Lucy por encima de un enorme bostezo. Miré por el borde de la cama para ver que sus ojos ya se cerraban, con su

oscuro cabello esparcido por la funda de la almohada—. Salvaste mi trasero.

—Seguro —dije. Esperé un segundo, a ver si quería hablar, sobre el decepcionante Stephen o las circunstancias de la noche. Pero luego escuché como su

respiración se volvió lenta y pareja, y recordé que normalmente Lucy solía dormirse primero que yo. Siempre envidié la forma en que podía dormirse en un chasquido,

mientras que a veces a mí me tomaba lo que se sentían horas para poder adormitarme. Me recosté de nuevo en mi almohada y cerré los ojos, aunque tenía la ligera sospecha

de que no me dormiría muy pronto.

Pero lo próximo que supe fue que la luz entraba por mi ventana, y cuando me senté, vi la ropa que le había prestado a Lucy, doblada cuidadosamente en la cama

gaveta. Encima de la ropa, estaba la bolsa de Skittles, con el borde doblado. Y cuando lo abrí, vi que sólo contenía los únicos colores que siempre habían sido míos.

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Capítulo 21 Cinco veranos atrás

Traducido por Andreani

Corregido por Chio

e levanté con mis brazos alrededor del pingüino de peluche, que todavía olía ligeramente a los Funnel Cakes y algodón de azúcar. Le acomodé la bufanda, pasando mis dedos suavemente por ella,

sintiendo como sonreía al abrir mis ojos, reproduciendo las escenas de anoche en mi cabeza. Había sido una noche perfecta y no quería olvidar un solo momento de ella.

Había ido al carnaval de Phoenix Lake desde que podía recordar. Duraba todo el fin de semana, y Henry y yo habíamos ido la primera noche del mismo. Esa fue la

noche que más me había gustado siempre. Antes de que el césped se convirtiera en barro y quedara pisoteado, antes de que te entraran ganas de vomitar cada vez que veías los stands de bebidas Slurpee, antes de ver cómo algunas personas realmente

ganaban en los juegos del carnaval. Cuando todo estaba todavía brillante y mágico, de la manera que había sido anoche.

Desde nuestra cita en el cine, Henry y yo habíamos continuado pasando nuestros días juntos, pero las cosas definitivamente habían cambiado desde la sencilla

amistad, te-reto-a-llegar-antes-al-puesto-de-bocadillos que teníamos antes. Las cosas eran

ahora más complicadas, pero también infinitamente más emocionantes, y podría regresar cada noche, apenas prestando atención a mi cena, en lugar de eso volcaba en

mi mente mil pequeños momentos con Henry —el hoyuelo en su mejilla cuando sonrió, la manera en que había rozado mi mano cuando me entregó mi sándwich de

helado. No había intentado besarme todavía, pero la posibilidad parecía ilusionar cada día, y me encontré preguntándome cuando sería—¿Cuando tomó mi mano me jaló hasta

la balsa y lo atraje al agua en su lugar, y salimos a la superficie al mismo tiempo, tan cerca que podía ver las gotas de agua sobre sus pestañas? ¿Cuando me acompañó a casa en bicicleta y luego se detuvo, despejando su garganta y mirando al suelo, como si estuviera tratando de reunir el

coraje? Ninguno de esos había sido el momento, pero eso no los detuvieron de volverse

mucho más emocionantes y hacerme sentir como que después de pasar toda mi vida

M

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leyendo cosas que les suceden a las personas en Seventeen, finalmente me estaba

pasando a mí.

Lo único que atenúa la perfección de esto era Lucy, que insistía en saber si le

había preguntado a Henry sobre ella. Le respondía vagamente cuando me preguntaba acerca de eso y me encontré tratando de alejarme del teléfono tan pronto como fuera

posible, una vez que lo traía a conversación.

Pero traté de sacar a Lucy de mis pensamientos mientras me senté en la cama y

puse el pingüino sobre mis rodillas. Henry y yo habíamos pasado el carnaval juntos, sólo nosotros dos. Esto no había sido fácil de arreglar, especialmente con Gelsey tratando de seguirme a dondequiera que iba, pero fui capaz de sobornar a Warren para

cuidar de ella durante la noche con cinco dólares del dinero que mi papá me había dado para pasear, así como prometerle que le compraría helado la próxima vez que

fuéramos a Jane.

Después de terminar las prolongadas negociaciones con Warren, me había

dirigido al Carnaval en busca de Henry, sintiendo mi corazón palpitando fuertemente por la emoción. Era temprano todavía, el sol no se había puesto totalmente y las luces de neón en los juegos y a lo largo de los lados de las casetas comenzaban a brillar. El

clank de la maquinaria se mezclaba con los gritos de la gente en los juegos mecánicos y

los gritos de los trabajadores en las cabinas, pidiendo a la gente que pasaba por ahí que

se animara a probar su suerte.

El stand de funnel cake estaba casi en el extremo opuesto de la entrada y en

cuanto te cercabas, podías oler el aroma de masa frita y polvo de azúcar, una combinación que siempre me hacía agua la boca. El letrero que anunciaba FUNNEL

CAKES/BEBIDAS SIN ALCOHOL/LIMONADAS estaba de colores rosa y amarillo

neón y debajo de él se encontraba de pie, brillando a causa del reflejo de la luz sobre su cabello oscuro, Henry.

—Te vez muy bien —dijo cuando finalmente llegué junto a él.

—Gracias —dije, dándole una enorme sonrisa. Incluso sin la ayuda de Lucy en

el departamento de arreglarme, sentí que había sido capaz de hacer un buen trabajo con mi pelo y llevaba mi camiseta nueva—. Tú también. —Me di cuenta de que su

cabello normalmente desordenado de alguna manera había conseguido lucir mucho más aseado y pude ver las pistas de un peine haber pasado a través de él.

El aire que nos rodeaba olía dulce y Henry estiró su mano y tomó la mía,

pasando sus dedos entre los míos y me sonrió. —¿Dónde quieres empezar? —

preguntó.

Comenzamos en el Scrambler, y luego fuimos al Round-Up, luego la noria (giramos el coche tanto como pudimos antes de que el operador nos gritara para que

fuéramos con más calma). Entonces, después de que habíamos conseguido que la mayor parte nuestro estómago se compusiera, dividimos los funnel cakes y palomitas de maíz y luego compartimos un algodón de azúcar de color azul brillante que nos

había manchado los dientes y dejado los dedos pegajosos.

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Conseguí el pingüino cuando pasábamos frente a uno de los puestos de juegos y

el operador del juego de las pistolas de agua grito, —¡Oye, chico! ¡Gana un premio para tu novia!

Había dicho esta última palabra con una sonrisa burlona y probablemente tenía la intención de avergonzarnos, pero Henry sólo caminó a la cabina, sacó por un dólar

y ganó (no el premio del primer lugar, pero uno justo debajo de él) en su primer intento.

Al final de la noche, las luces de neón brillaban en la oscuridad. Mis hermanos

y yo habíamos acordado que nos reuniríamos con mi mamá en la entrada a las 9:30—mi papá, que generalmente nunca se había perdido la oportunidad de poder venir al

carnaval con nosotros, había estado trabajando todo el fin de semana en algunos casos. Henry iba a reunirse con su mamá al mismo tiempo y así caminamos junto a la

entrada. Sin embargo, justo antes de que nos fuéramos, tomó mi mano y me sacó unos pasos, apartándonos de la multitud, en la sombra de la taquilla. Y al mismo tiempo que me di cuenta de lo pasaba, Henry inclinó su cabeza y cerró sus ojos y cerré los

míos justo a tiempo, entonces me besó.

Después de todos los artículos que había leído que detallan cómo besar, me

había preocupado por si no sabría qué hacer. Pero en el segundo que sus labios tocaron los míos, me di cuenta que no necesitaba esos artículos. Había sido fácil.

Abracé el pingüino con fuerza, recordando. Había sido besada. Ahora era una persona que había sido besada. Salí de la cama y prácticamente bailé hacia la cocina,

aunque me detuve cuando vi a mi papá en la mesa de comedor, al teléfono, frunciendo

el ceño frente a su ordenador portátil, con un montón de papeles delante de él.

Sintiéndome como si estuviera llena de alegría más de la que podría contener la

casa, me deslicé hacia afuera, a través del pórtico y bajé corriendo al muelle. Sólo quería tumbarme al sol y revivir todo en mi mente, cada momento de la noche

anterior. Cuando llegué al final del muelle, sin embargo, me detuve en seco.

A través del agua, pude ver un pañuelo rosa atado a la pata del muelle frente al nuestro. Lucy había regresado.

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Capítulo 22 Traducido por Liz Holland & MarMar

Corregido por Violet~

Y sabías que creen que los primeros documentos de veterinaria que encontraron son del 9000 a.c.? ¿Y que la primera escuela de veterinarios fue

fundada en Francia en 1761? —Miré a mi hermano y deseé haber traído mi iPod al muelle—. ¿Lo sabías? —insistió Warren.

Negué con la cabeza. Me había rendido en pedirle que no me contase hechos de

veterinaria hacia veinte minutos.

—¡Lo sé! —Se entusiasmó, mirando al libro que tenía en su regazo—. ¡Es

fascinante!

Era mi día libre de nuevo, y finalmente me las había arreglado para bajar al

muelle, donde había planeado pasar toda la tarde tomando el sol. No había planeado la compañía de mi hermano, quien había aparecido no mucho más tarde después de que llegara con mi toalla y abriese una revista. Ahora se encontraba sentado en el

borde del muelle con sus pies colgando sobre el agua, mientras yo me tumbaba con mi bikini en la toalla, esperando poder relajarme y simplemente dormirme. Desde que

habíamos ido a Doggone It! —hacía cuatro días— mi hermano no había podido parar de hablar sobre los veterinarios, y qué fascinante era el campo de medicina veterinaria.

Se hizo evidente después de uno o dos días —a pesar de los intentos de mi madre el año pasado, de localizar a los inquilinos irresponsables que abandonaban perros— que ahora teníamos un perro. Murphy se había instalado, para deleite de mi

hermana. Sin embargo, sorprendentemente, era con mi padre con quien parecía que el perro había conectado. Cuando me iba a trabajar —ahora siempre en bikini, excepto

cuando parecía que iba a llover— normalmente estaba en el regazo de mi padre, mirando la pantalla del ordenador como si entendiese lo que pasaba, y normalmente

reclamaba su sitio después de cenar también. Incluso había pillado a mi madre palmeando la cabeza de Murphy el otro día cuando creía que nadie la veía. Y para un observador externo, Warren podía parece el mayor fan del perro—casi todos los días le

compraba a Murphy más dulces, otro juguete chillón, huesos de cuero crudo adicionales. Pero yo sabía que esto, su repentino amor por las ciencias veterinarias, no

tenía nada que ver con su afecto por el perro, y mucho que ver con Wendy, la chica que trabajaba en Doggone It!

¿

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—Y... —empezó Warren, mientras me apoyaba en mis codos y negué con la

cabeza hacia él.

—No —dije firmemente, poniéndome las gafas de sol encima de mi cabeza—.

No más datos de veterinarios. He alcanzado mi límite. Ve a atormentar a Gelsey.

Warren parecía ofendido por un momento, pero entonces sólo suspiró y negó

con la cabeza.

—No puedo —dijo, dándole una patada a la superficie del agua—. Está fuera con su otra mitad.

Sonreí mientras me tumbaba de nuevo en la toalla. Gelsey y Nora se habían unido rápidamente, lo que al parecer hacía a sus padres muy felices. Habían explicado,

una noche que vinieron a casa a saludar y recogerla, que habían estado trabajando en un guión con fecha límite y no habían sido capaces de pasar mucho tiempo

entreteniéndola. Pero esto ya no era un problema. Gelsey y Nora se habían vuelto inseparables después del primer día. Se las habían arreglado para estar en el mismo grupo de tenis, y cuando no atormentaban a sus instructores de tenis, estaban

montando sus bicicletas en tándem, o yendo por la mañana a la piscina o la playa. Todas las noches, Gelsey balbuceaba sobre las cosas que Nora había dicho, sobre datos

de la vida de Nora en Los Ángeles, informes sobre sus aventuras. Según lo que escuché en la cena, me di cuenta de que Gelsey había hecho su primera mejor amiga.

—Entonces ve a decírselo a mamá o papá —le dije a Warren mientras volteaba la cabeza y cerraba los ojos—. Porque yo he tenido suficiente.

El beep-beep-beep de un camión dando marcha atrás sonó, y me senté y miré

hacia la entrada de coches, aunque no se podía ver mucho de ello a través del porche con mosquitera.

—¿FedEx? —pregunté, mientras Warren se volvía y entrecerraba los ojos.

—UPS —dijo, sacudiendo la cabeza—. FedEx estuvo aquí esta mañana.

Además del paquete de trabajo, mi padre había empezado a encargar cosas como loco, y le llegaban muchas entregas. Parecía como si todos los días llegaran varios paquetes—libros, DVDs, chocolate de Bélgica, filetes de Omaha empaquetados

en hielo seco. Seguía levantándose temprano, y habíamos desayunado dos veces más en el comedor, con nuestro interrogatorio (había aprendido que él de pequeño había

soñado con ser astronauta, que la comida que más odiaba eran las habas, y que había ido al ballet todas las noches durante un mes después de conocer a mamá, para

alcanzarla). Todas las noches después de cenar, nos reuníamos en la sala familiar y veíamos una película, y el normalmente todavía estaba despierto cuando yo me iba a la

cama, leyendo un libro, rodeado por un montón siempre creciente de ellos.

Unas noches antes, yo no había podido dormir y había ido a la cocina a beber agua, más porque estaba aburrida que porque estuviese sedienta, y había encontrado a

mi padre tumbado en uno de los sofás, las brasas del fuego todavía crepitando un poco en el fogón. El perro dormía a sus pies, y él tenía las gafas de leer puestas y un grueso

libro apoyado en su pecho.

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—Hola —susurré, y mi padre giró la cabeza y sonrió cuando me vio,

quitándose las gafas.

—Hola, niña —dijo en voz baja—. ¿No puedes dormir?

Negué con la cabeza y crucé el salón para sentarme en el sofá frente al suyo.

—¿Qué estás leyendo? —pregunté.

—T.S. Eliot —dijo, levantándolo para que lo viera. La portada mostraba una foto en blanco y negro de un hombre de aspecto lúgubre—. ¿Lo has leído alguna vez? —Negué con la cabeza. Puso el libro sobre su pecho de nuevo—. “La Canción de Amor

de J. Alfred Prufrock” —dijo—. Recuerdo que era mi favorito en la universidad. —Se

puso las gafas sobre el puente de la nariz otra vez y echó un vistazo al texto—. No

puedo recordar, exactamente, por qué era mi favorito en la universidad.

Sonreí y me acurruqué en el sofá, descansando la cabeza en el cojín decorativo

que raspaba mi mejilla. El ambiente era tan tranquilo aquí —el crepitar intermitente del fuego moribundo, la respiración del perro, interrumpida ocasionalmente por un

bufido, la presencia de mi padre— que no tenía absolutamente ningunas ganas de volver a mi habitación.

—¿Quieres que te lea algo? —preguntó mi padre mientras me miraba por

encima del libro. Asentí, intentando recordar cuantos años habían pasado desde la última vez que alguien me había leído. Cuando era pequeña siempre había querido que

mi padre lo hiciera, aunque la mayoría de las noches no estaba en casa hasta pasada mi hora de acostarme. Pero cuando estaba ahí, era el único del que quería escuchar

historias —él añadía detalles que mi madre no añadía, como el hecho de que Hansel y Gretel eran culpables de allanamiento y destrucción intencional de la propiedad, y que los Tres Cerditos podrían haber llevado a cabo un cargo por acoso contra el Lobo

Feroz.

—Bien, allá vamos. —Se aclaró la garganta y empezó a leer con una voz que

parecía de alguna manera más débil que la voz fuerte y resonante de barítono que yo siempre había asociado con él. Me dije a mí misma que era sólo porque intentaba ser

silencioso para no despertar a toda la casa. Y cerré los ojos y dejé que las palabras pasasen sobre mí —sobre mujeres hablando de Michelangelo, y niebla amarilla, pero sobre todo, un refrán acerca de cómo habrá tiempo, tiempo para ti y tiempo para mí. Y

estas últimas palabras resonaban en mi cabeza mientras mis ojos se volvían más pesados, y lo último que recuerdo antes de dormirme, fue a mi padre colocando una

manta sobre mí y apagar la luz.

—No estoy seguro de qué ha pedido esta vez —dijo Warren mientras miraba hacia la entrada y al camión de UPS—. Personalmente, no importaría que fueran más filetes.

—Espero que sea algo tan bueno como esos bombones —dije, escuchando cómo mi voz se elevaba un poco más de lo normal, dentro del rango de alegría

forzada—. Eran maravillosos.

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—Sí que lo eran —dijo Warren, y me di cuenta de que él tenía el mismo tono de

voz.

Se encontró con mi mirada brevemente antes de volver a mirar al agua. No

hablábamos sobre la razón por la que nuestro padre se había vuelto un poco maníaco —o sobre el hecho de que él no comía muchos de las maravillas gourmets que le

mandaban los Poconos desde todo el mundo, y que había empezado a estar notablemente más delgado.

Volví un par de páginas más de la revista, pero ya no parecía interesante, y la

arrojé a un lado después de unos minutos, pero con cuidado, ya que era una que había tomado prestada de Lucy. Las cosas entre nosotras habían ido mejor desde nuestra

fiesta de pijamas improvisada. No éramos de nuevo buenas amigas, pero el ambiente en el trabajo se había vuelto más cordial. Elliot, al enterarse de la ruptura de Lucy, se

le había empezado a caer mucho más las cosas cuando trabajábamos todos juntos, lo que confirmaba lo que había comenzado a sospechar, que él estaba enamorado de ella. Pero por lo que yo sabía, no había hecho nada al respecto, salvo aumentar

exponencialmente la cantidad de colonia que usaba para trabajar. Me preocupaba que si seguía así, los clientes podrían empezar a quejarse.

—Así que, ¿qué está pasando con los Crosby? —preguntó Warren, haciéndome saltar.

—¿Qué quieres decir? —le dije, preguntándome por qué ésta simple pregunta me ponía tan nerviosa. No había visto a Henry desde que me puse en ridículo a mí misma tan profundamente en el Cine Bajo las Estrellas, pero yo había estado pensando

en él —en el Henry de ahora, y el Henry que había conocido— mucho más de lo que jamás habría admitido.

—Me refiero a esa tienda que tienen en casa —dijo Warren, mirando a través de la brecha en los árboles, donde se podía ver un destello de vinilo naranja—. Parece

que están albergando vagabundos.

Sacudí la cabeza y me tumbé.

—No creo que lo estén haciendo.

—Bueno, ya sé que es lo que piensas. Pero estadísticamente… —Dejé a Warren hablar acerca de la definición legal de allanamiento, lo que de alguna manera le llevó a

decirme que “devu” en realidad significaba “de vuelta a casa”15 y yo empezaba a considerar la posibilidad de desconectarle cuando escuché una voz que sonaba familiar

justo sobre mí.

—Hola. —Abrí los ojos y vi a Henry parado en el muelle, vistiendo una descolorida camiseta de Borrowed Thyme y un bañador de estilo surfeador, sujetando

una toalla.

—Hola —balbuceé, sentándome y tratando de ahuecar mi pelo, el cual tenía la

sensación de que se me había alisado con el calor.

15 Juego de palabras en inglés.

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Warren se puso de pie e inclinó la cabeza hacia un lado, entonces preguntó—:

¿Henry?

Henry asintió.

—Hola, Warren —dijo—. Ha pasado un tiempo.

—Sí —dijo Warren—. Es bueno verte otra vez.

Se acercó al final del muelle y le tendió la mano. Después de una pequeña pausa, Henry se cambió la toalla al otro brazo y se dieron la mano.

—He oído que ustedes estaban en la puerta de al lado. ¿Cómo has estado?

—Bastante bien —dijo Henry. Me echó un vistazo y se encontró con mis ojos sólo por un segundo, pero era suficiente para hacer que mi pulso se disparara—. ¿Y tú?

—Oh, bien —dijo Warren—. Muy bien, realmente. Iré a Penn en otoño, y paso el verano leyendo. —Henry asintió educadamente, parecía que no se dio cuenta que

Warren acababa de empezar—. Cómo, ahora mismo, he estado leyendo la historia de las ciencias veterinarias. Y es un material realmente fascinante. Por ejemplo, sabías que…

—Warren —interrumpí. Me miró y le sonreí, todo mientras intentaba transmitirle mi pensamiento de que debería dejar de hablar o, mejor aún, irse.

—¿Sí? —preguntó, aparentemente sin entender ninguno de estos mensajes mentales.

—¿No tenías que, um, ayudar a papá? ¿Dentro? —Warren me frunció el ceño por un momento, causando que me preguntara, no por primera vez ese verano, si mi hermano era realmente tan brillante como todo el mundo parecía pensar.

—Oh —dijo después de una pausa demasiado larga—. Cierto. Claro.

Movió las cejas hacia mí en lo que era una manera muy no-Warren, pero

increíblemente molesta antes de volverse para irse. Sólo había dado dos pasos cuando se dio la vuelta para enfrentar a Henry.

—En realidad, sobre esa tienda que tienes en el césped… —empezó.

—Warren —dije a través de los dientes apretados.

—Cierto —dijo rápidamente. Le dio a Henry un breve saludo y se dirigió por la

pendiente cubierta de hierba hacia la casa.

—Lo siento por molestarte —dijo Henry mientras venía hacia donde yo estaba

sentada en el muelle, dejando su toalla junto a la mía—. No sabía que ibas a estar aquí.

—Oh, no —dije, y pude oír lo fuerte que sonó mi voz. Fue como si de repente

me hubiese convertido en un Muppet. Repentinamente me di cuenta de que, en bikini, no llevaba realmente mucha ropa—. Está bien. Totalmente, totalmente… bien.

Henry extendió su toalla y se sentó, estirando sus largas piernas. Yo era consciente de que no había mucho espacio entre nosotros, y no pude evitar recordar aquel momento en el bosque, con sus manos en mi espalda, la única cosa que separaba

su piel de la mía era la fina tela de mi camiseta.

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—¿A tu hermano no le gusta la tienda? —preguntó, trayéndome de vuelta al

presente.

—No es eso —dije—. El sólo… se preguntaba qué pasaba con ella. Le

preocupaba que estuvieses metiendo vagabundos o algo.

Henry sonrió con eso, una sonrisa que arrugaba los extremos de sus ojos verdes

y que me hacía sonreír de vuelta, casi como un reflejo.

—Vagabundos no —dijo—. Pero casi. Davy está viviendo ahí.

—Oh —dije, e hice una pausa, esperando una explicación. Cuando Henry sólo

se apoyó en sus codos, y miró al agua, pregunté—: ¿Y por qué está Davy viviendo ahí?

—Ha estado en este estado todo salvaje por unos pocos años. Habría dormido

en el bosque si mi padre le hubiese dejado. Este era su acuerdo. Y sólo le está permitido dormir en la tienda en verano.

Pensando en los ocasionales fines de semana que solíamos pasar antes aquí en invierno, y como de fríos podían ser, asentí.

—¿Eso lo obtuvo de ti?

—¿Obtuvo qué por mí? —Henry se volvió para mirarme con las cejas alzadas.

—Toda la cosa del bosque —dije. Henry continuó mirándome, y la franqueza

de su mirada era suficiente para hacerme apartar la mirada y concentrarme en alisar las arrugas de mi toalla—. Siempre intentabas llevarme contigo a mirar los diferentes

bichos. Solías amar esas cosas.

Él sonrió a eso.

—Supongo que todavía lo hago. Sólo me gusta que haya un sistema en el

bosque, un orden para las cosas, si sabes cómo verlo. Siempre me dirijo al bosque cuando necesito pensar en algo.

Cayó el silencio entre nosotros, y me di cuenta de que esta era la primera vez, desde nuestro primer encuentro en este muelle, que nos encontrábamos los dos solos

—sin hermanos pequeños o clientes o novias rubias. Pero no era un silencio incómodo— era sociable, como los silencios que solíamos tener cuando pasábamos los días de lluvia en la casa del árbol, o las horas que pasábamos tumbados en la balsa. Le

miré y vi que ya me miraba, lo que me sorprendió, pero no me permití apartar la mirada. Tomé aliento para decir algo—no tenía idea de que; en mi cabeza no había

llegado más lejos de su nombre, cuando se levantó abruptamente.

—Creo que voy a nadar —dijo.

—Oh —dije—. Está bien, ten… —Pero perdí lo que sea que iba a decir, porque fue entonces cuando Henry se quitó la camiseta. Dios santo. Tragué saliva y miré a otro lado, pero entonces, recordando las gafas de sol que tenía en la cabeza, las bajé

tan casualmente como era posible para así poder mirarle y no ser totalmente obvia. Y no sé si Henry había estado levantando sacos de azúcar o harina en la panadería, pero

sus hombros eran anchos, y sus brazos eran musculosos, los músculos de su vientre estaban definidos…

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De repente parecía que hacía más calor en el muelle del que hacía sólo un

momento antes, y cuando Henry me asintió con la cabeza antes de lanzarse al agua, traté de saludar con la mano casualmente. Le vi nadando —el estilo, reconocí, era el

que nos habían enseñado hace mucho los instructores de nuestro equipo de natación— hasta que ya no lo podía ver, me puse mis pantalones cortos y la camiseta, recogí mi

toalla, y me dirigí al interior.

Mientras me acercaba a la casa, me volví muy consciente de dos cosas, ópera y palomitas. Una soprano se lamentaba, llegando a su nota alta mientras cruzaba desde

la entrada con mosquitera hasta la cocina, donde descubrí el origen del olor a palomitas.

Había lo que parecía una cantidad de palomitas digna de un cine en la mesa del comedor—palomitas en botes, palomitas en bolsas, bolas de palomitas envueltas en

celofán. Warren estaba de pie cerca de la cocina lanzando una bola de palomitas al aire, mientras mi padre estaba sentado al lado de la mesa, con el perro dormido en el hueco de su brazo, leyendo junto a las notas.

—Hola —dije mientras dejaba las gafas de sol y la revista en la encimera de la cocina. Miré todo a mí alrededor, y ya que la casa no era una fábrica de palomitas

cuando me había ido al muelle, me imaginé que esto debía ser lo que llegó en el camión de UPS.

—Taylor, escucha —dijo mi padre levantando un dedo. Warren agarró la bola de palomitas, y todos escuchamos a la mujer cantar algo en italiano. Me sonrió cuando ella finalizó su aria, y me di cuenta por primera vez cómo de blancos se veían sus

dientes en contraste con su piel, la cual se volvía más amarillenta—. ¿No es eso encantador?

—Muy bonito —dije, mientras me dirigía a la mesa para tomar un puñado de lo que parecían palomitas de maíz dulces de una bolsa abierta.

—Es “El Barbero de Sevilla” —dijo mi padre—. Tu madre y yo vimos una

representación de esto cuando nos casamos. Y siempre me digo a mí mismo que iré a verla de nuevo, algún día.

Miró las notas, pasando las páginas lentamente, y comí unas palomitas, lo que dejó a todas la demás palomitas de maíz dulces que había comido en vergüenza.

—Esto es increíble —dije, y mi padre me pidió con gestos que le diese unas pocas. Aunque agarró un puñado, me di cuenta de que comió sólo unas pocas y se

estremeció ligeramente cuando las tragó. Pero, sin embargo, me sonrió.

—Se supone que son las mejores palomitas del país —dijo—. Pensé que

deberíamos probarlas, especialmente si vamos a ver “The Thin Man” esta noche.

Intercambié una mirada con Warren, quien lanzó la bola de palomitas al aire otra vez. Aunque ninguno de nosotros la había visto nunca, mi padre había estado

hablando de “The Thin Man” durante años. Él reivindicaba que era el perfecto antídoto

para un mal día, y siempre se ofrecía —o amenazaba, dependiendo de como lo

mirases— para reproducirla para nosotros cuando estábamos de mal humor.

—Les va a encantar —continuó—. Y creo que Murphy va a expulsar a Asta.

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Empujó al perro, quien abrió los ojos y bostezó, apoyando su cabeza en el brazo

de papá.

Al menos, ese había sido el plan. Pero entonces Gelsey llegó a casa, encantada

con la noticia de que le habían dado permiso Nora para quedarse a dormir. Y parecía que mi mamá nos había ofrecido a Warren y a mí como niñeras, porque ella había

hecho reservaciones para ir a cenar con mi padre para el que había sido su restaurante favorito en Mountainview. Dado que la ópera estaba a todo volumen de nuevo abajo, Gelsey rebotando contra las paredes de la emoción por la fiesta de pijamas, y Warren

otra vez hablaba del tema de Lo Interesantes Que Son Los Vets, me refugié en el porche

delantero con mi revista y una Coca-Cola light. Las sombras de los árboles empezaban

a extenderse a través de la grava cuando mi mamá salió al porche.

—¿Taylor?

—¿Sí? —Me volví, y noté que mi madre estaba vestida de una manera que no había visto en un tiempo, vestido veraniego blanco, el pelo recogido en un moño, con los ojos maquillados. Podía oler su suave perfume floral, de esos que sólo alguna vez

llevaba al salir, el que conjuró todas las noches que yo había pasado cuando era más joven, sentada en el mostrador del baño, mirándola prepararse para salir con papá,

convencida de que ella era la mujer más bella del mundo—. Te ves muy bien —dije, y hablaba en serio.

Mi madre sonrió y se alisó el cabello.

—Bueno, no sé —dijo—, pero gracias. ¿Estás de acuerdo con cuidar a las chicas esta noche?

Asentí.

—Por supuesto. Está bien. —A pesar de que Warren estaría en casa, tenía la

sensación de que desaparecería con su libro a la primera oportunidad que se le presentara. Se detuvo en el porche por un momento, retorciéndose las manos. En el

silencio que siguió, me di cuenta de lo mucho que deseaba que las cosas fueran diferentes. Quería ser capaz de hablar con ella y decirle lo asustada que me sentía de lo que iba a suceder, y que me dijera que todo iba a estar bien. Pero la forma en que

siempre se había comportado, me detuvo y lo único que podía ver eran las barreras y los muros que yo había puesto entre nosotras, por casualidad, sin pensar, sin darme

cuenta de que en algún momento yo podría querer derribarlos.

—¿Lista para salir? —Mi padre se unió a mi madre en el porche, más parecido a

la versión de sí mismo que yo recordaba mientras crecía. Vestía una chaqueta y

corbata, e intenté no ver lo grande que sus ropas lucían en él, cómo parecía

desaparecer bajo ellas. A medida que se despedía de mí, mi madre me gritaba instrucciones de última hora mientras asentía, noté mientras caminaban hacia el coche en la oscuridad cayendo lentamente, que podrían haber sido sólo una pareja en

dirección a una cena. Podrían haber sido sólo mis padres, ambos sanos y enteros, de la forma que siempre los había conocido, la forma que había asumido estúpidamente que

siempre serían.

Dos horas más tarde, metí la cabeza en la habitación de Gelsey.

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—¿Están bien? —pregunté. Esperaba ver una fiesta de pijamas, y el típico

despliegue: bocadillos (Dios sabía que teníamos suficientes palomitas de maíz), revistas, maquillaje, tal vez una novela robada de pacotilla. Pero en cambio, Nora

estaba sentada en la alfombra, jugando en su teléfono mientras Gelsey, en su cama, hojeaba la biografía de una bailarina.

—Estamos bien —dijo Gelsey. Nora me hizo un gesto sin levantar la vista de su teléfono.

—Está bien —contesté. Miré la escena por un momento más antes de regresar

al pasillo—. Así que... sólo llámenme si necesitan algo.

—Claro —respondió Gelsey. Cerré la puerta y me quedé fuera por un

momento, preguntándome si estaban tranquilas solamente porque yo había estado allí, esperando a que las risas y gritos de una fiesta de pijamas normal. Pero no había nada

más que silencio.

Sin siquiera pensar en lo que hacía, saqué mi celular de mi dormitorio y me deslicé a través de mis contactos hasta que encontré el número de Lucy, y lo presioné

antes de que pudiera cambiar de opinión. Contestó al segundo timbrazo.

—Hola, Taylor —contestó, su voz un poco preocupada—. ¿Qué pasa?

—Perdona que te moleste —dije mientras caminaba por el pasillo hacia la cocina. Abrí la puerta de la nevera y vi que teníamos, además de un número

verdaderamente absurdo de botellas de ketchup, masa para galletas y Sprite. Perfecto—. Es que mi hermana y una amiga están teniendo una fiesta de pijamas.

—Está bien —dijo Lucy, estirando la palabra—. ¿Y?

Pensé en lo que había visto en la habitación de Gelsey, lo tranquilo y lo absolutamente libre de transformaciones que había sido.

—Y lo están haciendo mal.

Hubo una pausa.

—¿Qué tan mal?

—No están hablando. Mi hermana lee y su amiga está jugando un juego de video.

Hubo otra pausa.

—Eso no es bueno.

—Lo sé —contesté—. Está claro que no saben lo que están haciendo. Y recordaba nuestras fiestas de pijamas… —No tenía que terminar la frase, tenía la

sensación de que Lucy lo entendería. Nuestras fiestas de pijamas habían sido épicas, y cada vez que había tenido una con mis amigos de Connecticut, siempre las había encontrado insuficientes en comparación. Cambié el teléfono a mi otra oreja y esperé.

Cuando Lucy regresó de nuevo a la línea, su voz fue enérgica y formal, como si hubiéramos tenido un acuerdo previo desde el principio.

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—¿Qué necesitas que lleve? No estoy segura de qué tipo de bocadillos tenemos

aquí.

Me sentí sonreír mientras abría los armarios de la cocina.

—Tenemos más palomitas de maíz y chocolate de lo que nadie pueda imaginar —dije—. ¿Pero tal vez si tienes algunos dulces o papas fritas?

—Trato hecho —dijo—. ¿Masa para galletas?

—Lo tengo cubierto —le aseguré.

—Bien —dijo—. Está bien. Te veré en diez.

Después de colgar, excavé en mi estuche de maquillaje, el cual había estado acumulando polvo en mi cómoda, ya que no había sentido tanta necesidad de usarlo

en lo que iba del verano. Había estado esperando que Lucy condujera o tomara su bicicleta, por lo que fue una sorpresa cuando, ni siquiera diez minutos más tarde, recibí

un texto de ella que decía: Estoy aquí en el muelle, necesito ayuda con las cosas.

Me apresuré a través del porche delantero, y bajé las escaleras de la colina que conducían al muelle. A pesar de que eran más de las ocho, todavía había algo de luz a

la izquierda, era uno de esos largos crepúsculos de verano que parecen no terminar nunca, la luz de alguna manera teñida de azul. Podía ver a Lucy subir el muelle,

remolcando un kayak de una persona con ella.

—Hola —dije cuando entré descalza en el muelle—. Creí que tomarías tu

bicicleta.

—Esta es la manera más rápida. —Dejó dos bolsas de lona mullida en el muelle y arrastró al kayak a la hierba, el remo apoyado en su interior—. Además, no hay

tráfico de esta manera.

—¿Fuiste capaz de ver algo? —le pregunté, mientras levantaba una de las bolsas

encima de mi hombro. Lucy tomó una linterna del kayak, encendió y apagó la luz una vez—. Entendido —contesté.

Se unió a mí en el muelle y tomó la otra bolsa, y caminamos juntas hacia la casa.

—¿Te metiste en problemas la otra noche? —preguntó, bajando la voz, aunque

claramente sólo estábamos nosotras dos en el patio trasero—. Creo que no desperté a nadie cuando me fui, pero nunca se sabe.

—Estuviste bien —le aseguré. Había pasado una mañana un tanto ansiosa, preocupada de que alguien nos hubiera escuchado, y hubiésemos tenido que explicar,

pero parecía que nos habíamos salido con la nuestra.

—Bien —dijo, con una sonrisa de alivio. Llegamos a la puerta principal, y Lucy

me siguió dentro. Warren estaba en la cocina, tratando de hacer malabares con tres bolas de palomitas de maíz. Cuando vio a Lucy, su mandíbula se abrió, y las tres bolas cayeron al suelo, una después de la otra.

—De ninguna manera —dijo, sacudiendo la cabeza—. ¿Lucinda?

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Lucy negó con la cabeza. Warren siempre había insistido en que su nombre no

podía ser "Lucy", que tenía que ser la forma corta para algo, y como resultado, la había llamado de todas las formas distintas como esa podía encontrar.

—Hola, conejo Warren —dijo ella, y Warren se puso rojo antes de agacharse y recoger las palomitas de maíz. Había encontrado la expresión cuando había leído La

Colina Watership16 en sexto grado, y le dije a Lucy sobre él, para que pudiera tener un

poco de su propia munición contra él, cuando la llamaba Lucifer—. Mucho tiempo sin

verte.

—Igualmente —contestó—. Taylor mencionó que trabajaban juntas, pero no sabía que ibas a venir esta noche. —Warren me lanzó una mirada inquisitiva, en su

mayoría, sospeché, porque él no quería tener responsabilidad exclusiva de los preadolescentes.

—Lucy está aquí para la fiesta de pijamas —le dije mientras me dirigía por el pasillo, Lucy siguiéndome por detrás—. ¡Será mejor que no te comas toda la masa de

las galletas!

Dos horas más tarde, la fiesta de pijamas se había salvado. El cabello de Gelsey había sido objeto de burlas hasta que fue dos veces de su tamaño normal, llevando

clips brillantes, mientras Nora lucía dos elaboradas trenzas francesas. Mi cabello había sido trabajado por las dos chicas al mismo tiempo, así que tuve una fila de tres colas de

caballo en el lado de Nora, y la cabeza llena de mini-trenzas en el de Gelsey. Y todas estábamos llevando nuevo maquillaje dramático, gracias a Lucy. Cuando ella llegó,

sacó una caja de aparejos de nivel profesional que Fred hubiera, probablemente, envidiado. Pero en lugar de señuelos y líneas de pesca, contenía el mayor surtido de maquillaje que había visto nunca. Gelsey ahora llevaba tanto maquillaje que ya

planeaba la explicación a mi madre si llegaba a casa antes de que pudiera limpiárselo de su rostro. Los ojos de Nora habían sido hechos en estilo de ojos de gato. Ella había

encogido sus hombros diciendo “bien” con inseguridad, pero no pude dejar de notar que espiaba su rostro en el espejo de la mano de Lucy cada vez que podía, mirando su

reflejo con una pequeña sonrisa en su rostro.

Habíamos convertido el dormitorio de Gelsey en una habitación apropiada para una fiesta de pijamas: mantas en el suelo, cojines dispuestos en un círculo, la comida,

las revistas y maquillaje en el centro. Habíamos comido una lata entera de palomitas de maíz, había hecho refrescos de Sprite con helado de vainilla que había descubierto

en el congelador, y había devorado toda la bolsa de tortilla chips que Lucy había traído. Habíamos leído la sección de consejos de Seventeen (había tenido que esconder

la Cosmo de Lucy cuando vi a Nora echarle un vistazo con demasiado interés) y había

tomado todas las pruebas. Habíamos tenido una ronda fallida de “Ligero como una

pluma, tieso como una tabla”, hasta que Lucy aceptó que realmente se necesitaban seis personas para hacerlo bien, y ahora, jugábamos Verdad o Reto.

—Está bien —dijo Nora, cruzando las piernas, inclinándose hacia adelante y

mirando entre nosotras tres—. Lucy —dijo, tras una pausa dramática—. ¿Verdad o reto?

16 Las Colinas de Watership: es una obra infantil del escritor inglés Richard Adams, publicada en 1972.

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La mayoría de los retos hasta ahora habían sido bastante dóciles, y la mayoría

habían constado en atormentar a Warren. Y así, tal vez pensando que había seguridad en los números, Warren había llevado al perro con él a la habitación de la familia,

donde, la última vez que revisé, había estado sentado en el sofá, espalda hacia la pared, libro en su regazo, protegido contra los ataques furtivos adicionales.

—Verdad —dijo Lucy. Le lancé una mirada ligeramente amonestadora, y me respondió con una que decía: No te preocupes por eso. Es sorprendente que después de

todo el tiempo que pasamos separadas, todavía podía leerla. Casi tan sorprendente

como descubrir que ella todavía podía leerme. Comprendió mi nerviosismo ante cuan veraz tenía intenciones de mantenerse. A Gelsey siempre le había gustado Lucy, hija

única, dispuesta a pasar horas jugando con mi hermana, y lo que es más, parecía disfrutarlo. Pero después de ver su colección de maquillaje, y de descubrir que era la

capitana de su equipo de gimnasia cuando estaba en Nueva Jersey, algo que había sido una novedad para mí, pude ver a las chicas en modo de idolatría completo, y no quería que supiera la verdad sobre las hazañas de Lucy. Después de verla coquetear con

prácticamente todos los chicos que llegaron a la cafetería, tenía la sensación de que había tenido una serie de ellas.

—Está bien —dijo Nora. Gelsey le hizo señas otra vez, y tuvieron una conferencia en voz baja antes de que Nora volviera a su asiento y fijara la mirada firme

en Lucy—. ¿Cuándo tuviste tu primer beso? ¿Y con quién?

Mi mente inmediatamente cambió a mi propia respuesta, los que había dado en tantas otras fiestas de pijamas. Cuando tenía doce años. Con Henry Crosby.

—Cuando tenía trece años —dijo Lucy ahora—, con Henry Crosby.

La miré fijamente, preguntándome si se trataba de algún tipo de broma,

mientras Lucy tomaba un poco de las palomitas de maíz con sabor a jalapeño.

—¿Qué quieres decir? —le pregunté, sintiendo una quemadura celosa en mi

pecho.

—Lo siento, Taylor, pero es el turno de Gelsey —dijo Nora, que al parecer se

había puesto a ella misma al mando de la administración del juego.

Lucy me miró y levantó una ceja.

—¿Qué? —preguntó—. ¿Esperabas que no salga con alguien más, nunca más?

—No —farfullé, deseando no sonar tan a la defensiva—. Yo sólo... no lo sabía. —Lucy tiró de nuevo otro puñado de palomitas de maíz—. ¿Salieron juntos o algo?

Nora y Gelsey nos miraron, clavadas en sus lugares, y tuve la sensación de que este drama podría llegar a ser el punto culminante de la fiesta.

Lucy se encogió de hombros.

—Por aproximadamente un mes. Y teníamos trece. No fue algo serio.

Reconocí el tono: era el mismo que yo había utilizado cuando me reí de mi

relación con Henry. No fue sino hasta escucharlo de alguien más, que me di cuenta de lo falso que sonaba. Porque incluso si trataba el tema con ligereza, Henry no había

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sido sólo un tipo que no importaba, nada más que una historia que contar acerca de un

niño al azar con el que salí cuando era más joven. Él había importado, y todavía importaba, lo que explica por qué todas nuestras interacciones estaban tan cargadas.

Fue por eso que de repente me sentí posesiva, e increíblemente celosa de Lucy, quien había superado ya esta historia y seguía adelante con el juego.

Estaba atrapada en estos pensamientos hasta que oí decir algo sobre Gelsey llegar a la primera base, y mi atención volvió enseguida.

—¿Qué? —pregunté, mirando a mi hermana. Me devolvió la mirada, sus pecas

todavía visibles a pesar del corrector y base que Lucy le había colocado. No era como si hubiéramos sido cercanas, o que ella me había contado sus secretos, pero aún así

había pensado que habría sabido si algo como esto había sucedido—. ¿Cuándo fue eso?

—En el baile del año pasado —dijo Gelsey con un encogimiento de hombros—. Con un par de tipos diferentes.

—¿Qué? —Podía oír como mi voz se elevaba al nivel de agudos, y Lucy me

lanzó una mirada alarmada. De repente estaba arrepentida de alguna vez dejar que Gelsey usara maquillaje, y ya planeaba en mi cabeza la conversación que iba a tener

con mi madre cuando llegara a casa.

—Sólo para aclarar —dijo Lucy con voz grave—, recuérdame ¿cuál es la

primera base?

—Tomarse de la mano —dijeron Nora y Gelsey al unísono, y sentí que me relajaba, enormemente aliviada de que mi hermana no se había convertido en una

especie de desvergonzada de sexto grado. Lucy se mordió el labio, y pude ver que intentaba no reírse.

Nora podía haber entendido el gesto de Lucy, porque le lanzó una mirada fulminante.

—Sabes, tomarse de la mano es una oferta muy grande —dijo, y Gelsey asintió

con la cabeza—. Significa algo. Y no sostengo la mano de cualquiera. Sólo lo hago con

alguien que realmente me importa.

Nora y Gelsey continuaron hablando de la importancia de sostenerse de la mano, pero me desconecté cuando me pareció oír el sonido de los neumáticos

crujiendo sobre la grava. Efectivamente, un instante después, oí el sonido de la apertura y cierre de puertas y mi padre diciendo en voz alta—: ¿Chicas? ¡Estamos en

casa!

Mi madre hizo su rápido doble golpe patentado antes de abrir la puerta, aunque

en realidad no te da tiempo suficiente para decir "Adelante" o "No te metas", lo cual parece ser su intención.

—Hola —dijo. Su mirada recorrió la habitación, sus ojos se agrandaron cuando

vio la cantidad de maquillaje que mi hermana llevaba, y luego se detuvo en Lucy—. Oh, Dios mío —dijo—. Lucy, ¿eres tú?

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—Hola, Señora Edwards —saludó Lucy, luchando por ponerse de pie. Mientras

ella y mi madre hablaron un poco, poniéndose al día de los últimos cinco años, Gelsey le arrojó las revistas Seventeen a Nora, e inclinaron sus cabezas juntas sobre ésta. Gelsey

estalló en carcajadas por algo que Nora señaló. Mientras observaba, me sentí sonreír, y me di cuenta que nuestro trabajo estaba hecho.

Después de dejar a las niñas con el resto de los bocadillos, y las instrucciones para hacer las galletas a media noche, Lucy empacó sus cosas y se dirigió por el pasillo, ella y mi madre todavía hablando.

—Es bueno verte de nuevo —dijo mi mamá cuando llegamos a la puerta—. Y asegúrate de saludar a tu mamá de mi parte.

—Lo haré —le aseguró Lucy, cuando mi padre volvió de la habitación de la

familia, con el perro, como de costumbre, bajo el brazo.

—¿Puede ser ésta la Señorita Marino? —preguntó mi papá con una sonrisa amplia, fingiendo estar sorprendido—. ¿Toda una adulta?

—Hola, Señor Edwards —saludó Lucy, pero pude ver su sonrisa vacilar un

poco mientras lo miraba. A pesar de que estaba riendo, y frotándole las orejas al perro, pude ver cómo lucía a través de los ojos de Lucy, demasiado delgado para su cuerpo,

el tipo de delgado que siempre parecía transmitir enfermo, no sólo haciendo dieta. El tono amarillo de su piel. ¿Cuánto más viejo se veía de lo que debería?

Salimos al porche en silencio, cada uno de nosotros llevando una de las bolsas de Lucy. Los conduje por los tres escalones, y sentí la hierba fresca en mis pies descalzos. La noche era clara, la enorme luna sobre el lago, y las estrellas eran tan

numerosas como yo nunca había visto. Pero apenas me di cuenta de esto, ya que comenzamos a caminar hacia el muelle. Tenía la sensación de que Lucy iba a decir

algo, así que se me volví hacia ella primero, e hice la pregunta que se había negado a salir de mi mente.

—¿Qué sucedió entre tú y Henry?

Lucy se detuvo y se ajustó el saco sobre el hombro.

—¿Qué quieres que diga? —preguntó—. Salimos, y no funcionó, así que nos

separamos, y ahora somos amigos. Más o menos.

—¿De quién fue la idea de salir? —pregunté—. ¿Tuya o de él?

—Mía —respondió Lucy uniformemente, mirándome directamente—. Me

gustaba, creí que eras consciente de eso.

Sentí que mi cara comenzaba a arder, pero al mismo tiempo, se sentía liberador hablar directamente acerca de las cosas por las que habíamos estado enojadas, pero sin

mencionar, todo el verano.

—Lo sé —dije—. Pero sólo para que conste, Henry y yo habíamos empezado a salir antes de que tú me dijeras que te gustaba. Es que no te lo dije porque no quería…

—¿Qué? —preguntó Lucy.

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Me encogí de hombros. Parecía tan estúpido ahora, y hace tanto tiempo, y sin

embargo, las consecuencias de todo esto seguían allí, incluso ahora.

—No quería que se interponga en el camino de nuestra amistad —murmuré

finalmente.

—Ah —dijo Lucy, asintiendo con la cabeza. Inexpresiva, agregó—: Bueno, eso

seguro funcionó. —Me encontré con su mirada y ambas nos echamos a reír—. ¿Se lo has contado a Henry? —preguntó.

—No —contesté, mirando por encima de ella. Lucy se encogió de hombros.

—Podría ayudar —dijo a la ligera. Me dio una mirada que me hizo saber que sabía lo que pensaba, incluso después de cinco años, incluso en la penumbra—. Para

que lo sepas, la mayoría de las personas no obtienen este malestar cuando se enteran de que su novio de la infancia ha salido con alguien más —dijo. Arqueó una ceja—.

Sólo digo…

En realidad, no queriendo responder a eso, comencé a caminar hacia el muelle de nuevo, Lucy me alcanzó.

—Entonces —dijo después de un momento. La forma en que dudó, tuve la sensación de que ella elegía cuidadosamente sus palabras—. ¿Tu papá está bien?

A pesar de que había tenido la sensación de que esto venía, la pregunta todavía hizo que mi pecho se contrajera, como si alguien estuviera apretando mi corazón, lo

que dificultaba respirar.

—Está enfermo —le dije, odiando cómo ésta simple admisión, hacía vacilar mi voz, y me hizo saber que había lágrimas acechando en alguna parte en el fondo de mis

ojos. Y que tal vez habían estado allí, a la espera de una oportunidad, desde que lo habíamos descubierto.

Lucy se giró hacia mí, y me encontré increíblemente agradecida de que no preguntara, “¿De qué?", de alguna manera ella sabía que no debía hacerlo.

—Tiene cáncer —dije en voz alta por primera vez. Tragué saliva y me obligué a seguir diciendo la palabra que yo ni siquiera conocía hace unos meses, pero ahora odiaba por encima de todo lo demás—. Al páncreas.

—Lo siento mucho —dijo, y pude escuchar en su voz que lo decía en serio—. ¿Es...? —comenzó, y luego apartó la vista de mí, y yo podía sentir su incertidumbre—.

Quiero decir, ¿va a...? —Me miró y respiró profundo—. ¿Va a mejorar?

Sentí que se arrugaba mi cara, y mi barbilla empezaba a temblar. Negué con la

cabeza, sintiendo las lágrimas inundar mis ojos.

—No —dije en voz baja, con la voz ronca, y junto a mí, pude escuchar a Lucy

soltar un suspiro. Seguí caminando hacia el muelle, centrándome en el agua, en la luz de la luna, e incliné la cabeza ligeramente hacia atrás, tratando de no parpadear. Sabía que si lo hacía, todo habría terminado. Estaría llorando, y tenía la sensación de que no

podría parar por un largo, largo tiempo.

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—Oh, Dios mío —murmuró—. Oh, Dios mío, Taylor, lo siento mucho. Eso

es... —Su voz se fue apagando, como si las palabras no fueran capaz de describirlo.

Caminamos, luchando por contener las lágrimas, y entonces la mano de Lucy

acarició la mía, y luego la sostuvo entre las suyas.

Cuando lo hizo, pude sentir la primera lágrima correr por mi mejilla, y luego mi

barbilla temblaba, fuera de control otra vez. Al mirar hacia el agua, me di cuenta que no había a dónde ir, ningún lugar adonde correr. Sólo tenía que quedarme aquí, frente a esta terrible verdad. Sentí, mientras más lágrimas caían, lo cansada que estaba, un

cansancio que no tenía nada que ver con la hora. Estaba cansada de huir de esto, cansada de no decirle a la gente, cansada de no hablar de ello, cansada de fingir que las

cosas estaban bien cuando nunca habían estado tan mal. Traté de apartar mi mano, pero Lucy sólo la sostuvo, apretándola duro, todo el camino hasta el final del muelle.

Y había algo en ello, tal vez el hecho de que me hacía saber, físicamente, que estaba allí, que no iba a ninguna parte, que me hizo sentir como si finalmente pudiera simplemente permitirme llorar.

Cuando había logrado calmarme un poco, Lucy se dirigió a su kayak, y lo arrastró a través del muelle. Sacó el remo y una linterna, y colocó el kayak en el borde

del muelle.

—¿Puedo hacer algo? —preguntó.

Negué con la cabeza.

—No —dije, pasándome la mano por la cara—. Gracias, sin embargo.

Lucy no tomó la salida fácil, sin embargo, siguió mirándome fijamente.

—¿Me harás saber si hay algo que pueda hacer? —preguntó. Cuando asentí, presionó—: ¿Lo prometes?

—Lo prometo —contesté. Dejó caer el kayak en el agua y subió, y le entregué el remo y la linterna.

—Oye —dijo, mirándome, bajo la luz de la luna, mientras se balanceaba debajo del muelle—, ¿te acuerdas de alguno de esos códigos que solíamos tener?

Me sentí sonreír mientras me acordaba de todos esos mensajes que habíamos

descubierto cómo enviar la una a la otra, al otro lado del muelle.

—Creo que si —le dije.

—Bien —dijo Lucy, usando el remo para empujarse fuera de la base, impulsándose hacia delante con movimientos rápidos y practicados, el haz de la

linterna flotando en el agua—. Quédate aquí por un minuto, ¿de acuerdo?

—Está bien —le dije de nuevo. Agitó el remo en mi dirección, y me senté en el banquillo y la vi alejarse, mis ojos apartándose ocasionalmente del tallado al final del

mismo, la inscripción que se unía a mi nombre con el de Henry.

Cuando volví a mirar el lago, ya no pude ver a Lucy, y pensé que debía haber

llegado a casa. Justo cuando pensaba esto, un rayo de luz brilló sobre el agua hacia mí. Un destello, luego tres. A continuación, otros dos, luego tres.

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Lo adiviné después de un momento, y me sentí sonreír mientras traducía el

mensaje que me enviaba.

Buenas noches, Taylor. Te veré mañana.

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Capítulo 23 Cinco veranos atrás

Traducido por Deeydra Ann’ & DaniO

Corregido por Nats

Taylor? —Alcé la vista desde el sillón y bajé las gafas de sol. Lucy estaba de

pie frente a mí, vistiendo un traje de baño que nunca había visto antes, y una expresión que caía en algún lugar entre felicidad y molestia.

—Hola, Luce —dije mientras me ponía de pie y nos abrazábamos, mi emoción al verla templada por todas las semi-verdades que le había contado sobre Henry, sin

mencionar los secretos que la oculté. A pesar de que vi el pañuelo hace una semana y media, estuve evitándola tanto como fuera posible. Pasaba la mayor parte de mi tiempo con Henry. Tallamos nuestras iniciales en el muelle el día anterior. Una parte

de mí pensaba que era la cosa más romántica que jamás me había pasado, pero otra seguía observando el lago, preocupada de que Lucy nos viera. Ella estuvo llamando

todos los días, y tuve que prometerle a Warren el postre de un mes para que inventara excusas sin hacer preguntas. Porque sabía que no sería capaz de hablar con ella sin

decirle todo lo que había pasado con Henry—lo que significa explicarle que en realidad nunca hablé con él sobre ella, incluso si había pasado casi un mes desde que me lo pidió.

Mi madre, diciendo que mi padre necesitaba paz y tranquilidad para trabajar, me ahuyentó de casa. Sin querer ir al lago, había ido a la piscina con un antiguo par de

gafas de sol de mi madre y una de las detestables tumbonas, con la esperanza de pasar desapercibida.

—¡Te he estado buscando por todos lados! —dijo Lucy, dándome otro abrazo, y mientras lo hacía, me di cuenta con dolor de lo mucho que la había echado de menos, y de cómo era a la única persona que le quería contar todo sobre Henry,

incluso mi primer beso no parecía completo porque no fui capaz de discutirlo con ella—. Tenemos mucho de que hablar —dijo, tomándome de la mano y arrastrándome

al puesto de comida.

¿

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—¿A dónde vamos? —pregunté, dejándome guiar.

—A por snacks —dijo Lucy, sonriéndome. Sacó un billete de diez dólares de su bolsillo y lo agitó frente a mí—. Creo que es dinero de culpabilidad. Mis padres me lo

están dando. Yo invito.

Lucy charlaba a mil por hora mientras esperábamos en la fila y conseguíamos

refrescos de cereza y una barra de chocolate helada, para dividir. Sólo pareció darse cuenta de que no había hablado mucho una vez pagamos y nos dirigimos a una de las mesas de madera. —¿Qué ha estado pasando contigo? —preguntó, finalmente

respirando.

Puse mi lata en la mesa y rocé mis dedos por las líneas de condensación que ya

empezaban a formarse en ella. —De hecho —dije, un poco vacilante—, hay algo que tengo que decirte. —Lucy sonrió y se inclinó, pero luego miró más allá de mí, y su

sonrisa se congeló, convirtiéndose en una mucho menos relajada.

—Oh, Dios mío —susurró, sentándose un poco más erguida, un ligero rubor viniendo a sus mejillas—, está aquí. ¿Me veo bien?

Me giré para mirar hacia atrás, y sentí a mi estómago desplomarse cuando vi a Henry dirigirse hacia aquí, sonriendo. Antes de que pudiera decir o hacer algo —

aunque no tenía ni idea de lo que hubiera dicho mientras me sentía totalmente congelada— estaba junto a nosotras.

—Hola —dijo Lucy, sonriendo nerviosamente, con un tono de voz que no estaba segura de haberla escuchado antes. Se alisó el flequillo y colocó su cabello detrás de las orejas, sonriéndole ampliamente—. ¿Cómo va todo, Henry?

—Bien —dijo, mirándome y sonriendo—. ¿Cuándo regresaste? —Lo vi empezar a alcanzar mi mano, pero inmediatamente me puse rígida y moví mis manos

para que ambas estuvieran alrededor del refresco.

—Oh, hará como una semana —dijo Lucy, su voz todavía aguda y risueña—.

¿Me extrañaste?

—¿Qué? —preguntó Henry, luciendo desconcertado. Se acercó un poco más—. Um, supongo.

—Taylor —dijo Lucy, girándose, sin dejar de sonreír alegremente pero un poco inmutablemente. Sacudió su cabeza en dirección al puesto de comida—. ¿Por qué no

vas a conseguirnos algunas servilletas o algo así?

Intentaba deshacerse de mí. Intentaba deshacerse de mí para que pudiese hablar

con Henry—mi Henry, quien sólo un segundo antes había tratado de sostener mi mano. Cerré los ojos por un momento, deseando que todo esto simplemente parase, todo el rato sabiendo que era mi culpa que esto estuviera sucediendo.

—¿Taylor? —preguntó Lucy de nuevo, su voz un poco más aguda esta vez.

—Iré contigo —dijo Henry, acercándose más y, antes de que pudiera detenerlo,

sosteniendo mi mano—. Lucy está siendo extraña —susurró en mi oído.

Lucy nos observaba, y se veía un poco más pálida que hace un momento.

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—¿Taylor, qué está pasando? —preguntó, su voz no risueña ya.

Henry posó su mirada entre las dos, sin comprender. —¿Taylor no te dijo? —preguntó con una amplia y alegre sonrisa. Apretó mi mano y la balanceó un poco.

Permanecí ahí, sintiéndome como si estuviera clavada en el suelo, incapaz de hablar o alejar mi mirada de la expresión del rostro de Lucy.

—No me contó nada —dijo Lucy, su voz teñida de ira ahora.

—Oh —dijo Henry, su sonrisa oscureciéndose un poco. Me observó, frunciendo el ceño levemente—. ¿Tay?

Aclaré mi garganta, e incluso cuando hablé, era como si las palabras estuvieran estancadas allí.

—Escucha —dije vacilantemente—. Lucy, yo no…

Lucy entrecerró sus ojos hacia mí, luego se giró hacia Henry. —La única cosa

que me dijo Taylor sobre ti era que no le gustabas. Que sólo quieres pasar tu tiempo en el bosque. Que eres un gran imbécil. —Me miró de vuelta, su expresión endurecida—. ¿No es eso cierto, Taylor?

El rostro de Henry cayó, y también se giró hacia mí, viéndose más herido y confuso de lo que nunca lo había visto. —¿Taylor? —preguntó. Dejó caer mi mano—.

¿De qué habla?

Paseé mi mirada entre ellos dos, y me di cuenta de cuánto los había herido—a

ambos. No veía forma de que pudiese mejorar las cosas, o incluso empezar a reparar algo. Y estaba alejándome de la mesa incluso antes de que me diera cuenta de que había tomado esa decisión. Pero para entonces, ya era muy tarde—simplemente seguí

con ello. Giré y corrí hacia la entrada, dejándolos —las dos personas que más significaban para mí, a quienes me las había apañado para herir simultáneamente—

atrás.

Dejé todas mis cosas en la piscina, pero no me importó. Nada de eso parecía

importar nunca más. Pedaleé de vuelta a casa en piloto automático, las lágrimas nublando mi visión. No tenía ni idea de lo que haría, pero sabía que necesitaba estar en casa. Podía pensar sobre las cosas una vez estuviera allá.

Tiré mi bicicleta en la grava de entrada y corrí hacia la casa. Acababa de abrir la puerta cuando casi choqué con mi padre, quien salía, su maleta de fin de semana en

mano.

—¿Taylor? —preguntó, observándome—. ¿Estás bien?

—¿Te vas? —pregunté, mirando la maleta. Por lo general, mi padre se ausentaba sólo los fines de semana, pero había planeado tomarse esta semana entera

de descanso ahora que era agosto, y las cosas estaban en calma por su oficina—. ¿Ahora? —Podía escuchar la decepción en mi voz.

—Lo sé —dijo papá con una mueca—. El trabajo de repente se ha vuelto loco, y

tengo que estar allí. Lo siento, nena.

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Asentí, pero de repente mi mente corría con todos los tipos de posibilidades que

sabía que ni siquiera debía considerar. Pero una vez la idea se plantó, era todo en lo que podía pensar. Tomé un profundo respiro antes de preguntar.

—¿Qué tal si voy de vuelta contigo?

—¿Qué quieres decir? —preguntó. Puso su maleta en el suelo y me frunció el

ceño—. ¿Te refieres a regresar a Connecticut?

—Sí —dije, tratando de sonar casual. El rostro de Lucy se disparó en mi mente, pero traté de alejarla, no queriendo pensar en ella. Ciertamente no queriendo pensar en

Henry, y en lo que debía de estar sintiendo justo ahora. En su lugar, me forcé a mí misma a sonreírle a mi padre, mientras decía en una voz tan confiada que casi me la

creí—: Sí. Estoy un poco cansada de todo esto, igualmente. ¿Cuándo deberíamos irnos?

Diez minutos después había arrojado mi ropa en una maleta y nos dirigíamos hacia el camino de entrada para autos. Estuve mirando al pingüino relleno por un largo rato, queriendo desesperadamente llevármelo para tratar de aferrarme al

sentimiento que tuve cuando me desperté la mañana después del carnaval. Pero en su lugar, lo dejé en mi cama, sabiendo que no sería capaz de verlo todos los días que

estuviera en Connecticut.

Habíamos alcanzado el final del camino cuando mi padre detuvo el auto. —

¿No es ese tu amigo Henry? —preguntó.

Alcé la vista, alarmada, y vi a Henry pedaleando por la calle, su cabello ladeado, viéndose sin aliento, dirigiéndose hacia nuestra casa. —No —dije, alejando la

mirada y posándola en mi padre—. Simplemente deberíamos irnos.

—¿Estás segura? —preguntó—. Podemos esperar un momento si quieres hablar

con él.

—No quiero —dije tan firmemente como pude—. En serio, deberíamos irnos.

—De acuerdo —dijo papá en un si-tú-lo-dices tono de voz. Dio la vuelta por la

calle, y pasamos junto a Henry mientras avanzábamos. Encontré sus ojos sólo por un momento y vi cuán confuso e infeliz se veía, antes de alejar la mirada, fijándola al

frente, y pretender no haber visto nada en absoluto.

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Capítulo 24 Traducido por LizC

Corregido por Juli_Arg

onto. —Lancé mis cartas sobre el mostrador.

—Tonto. —Lucy hizo lo mismo inmediatamente, causando que Elliot

nos mirara por encima de sus cartas restantes y suspirara.

—¿En serio? —preguntó, cuando Lucy asintió, abanicando sus cartas hacia él.

—Míralas y llora —dijo ella en señal de triunfo.

—Creo que es el nombre —se quejó Elliot mientras recogía las cartas y

empezaba a barajarlas—. No me acostumbro a él.

Técnicamente jugábamos Escoria17, pero después de que Elliot lo había gritado

un poco demasiado alto en señal de triunfo, justo cuando una mamá se acercaba con sus niños, nos imaginamos que podría ser el momento de establecer algunas medidas de precaución. Lucy se encontraba sentada con las piernas cruzadas sobre el

mostrador, yo me había sentado en un taburete alto, y Elliot se quedó de pie, de modo que pudiera pasearse mientras consideraba su estrategia.

—¿Otra ronda? —preguntó, claramente esperando que nos hubiéramos olvidado

de las apuestas del juego.

—De ninguna manera —dijo Lucy con una sonrisa—. Los siguientes tres

clientes son tuyos. —Saltó del mostrador y se acercó a la puerta lateral, manteniéndola

abierta para mí.

—Pero ¿qué pasa si es un cliente que necesita algo complicado? ¿O a la parrilla?

—preguntó Elliot—. ¿Qué, entonces?

—Entonces nos llamas —le dije, uniéndome a Lucy en la puerta—. Vamos a

estar fuera.

Elliot negó con la cabeza, gruñendo, mientras continuaba barajando. Lucy salió

a tomar el sol y la seguí, dejando que la puerta se cerrara detrás de mí. A pesar de que

17

Escoria: También conocido como Imbécil, Presidente, Reyes, y muchos otros nombres, es una versión

americanizada de Dai Hin Min, un juego de cartas para tres o más en el que los jugadores compiten

para deshacerse de todas las cartas en la mano para llegar a ser Presidente en la siguiente ronda.

T

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nunca había dicho nada, me dio la sensación de que a Elliot no le emocionaba mucho

que Lucy y yo fuéramos amigas de nuevo. No es que estuviera más feliz cuando todo había estado lleno de drama y tensión, él de hecho nos dijo que estaba contento, ya

que antes de eso, trabajar con las dos había sido como estar atrapado en algún terrible programa de realidad en la que los personajes principales, los cuales se odiaban entre

sí, son sin embargo obligados a interactuar. Pero en los días que siguieron, se hizo evidente que Lucy y yo encontramos el camino de regreso a la amistad significando que ninguna de las dos pasaba mucho tiempo saliendo con él.

No era como si hubiese sido una transición muy fácil. Por un lado, lidiábamos con una brecha de cinco años, y para las dos, mucho había sucedido en esos cinco

años. Así que, mientras nos divertíamos poniéndonos al día, había momentos que ilustraban cuán vasto eran los agujeros en mi conocimiento: como cuando Lucy

hablaba de alguien llamada Susannah, y no me había dado cuenta de que ese era el nombre de su madrastra. Y de vez en cuando decía algo, o hacía una referencia a algo que Elliot captaba inmediatamente, mientras que yo estaría completamente en la

oscuridad. Fue una combinación extraña de hacer un nuevo amigo y al mismo tiempo conocer a uno viejo.

Pero algo había cambiado esa noche después de que ella había ido a la fiesta de pijamas. Habíamos sido capaz de dejar atrás el pasado, las razones por las que

habíamos dejado de ser amigas, y había recordado lo buena amiga que era Lucy. Por no hablar de cuán divertido era cuando estábamos juntas. Me había olvidado de que cuando te encontrabas alrededor de Lucy, siempre parecía haber la posibilidad de que

algo sucediera. De alguna manera, podría hacer que ir a la PocoMart a conseguir

aperitivos se sintiera como una aventura. Pero también podíamos simplemente

chismear y hablar durante horas, y la conversación rara vez flaquear.

Habíamos descubierto que a las dos nos gustaba la zona cubierta de hierba con

las mesas de picnic. Tenía un balance entre sol y sombra, y tenía vista hacia el agua, pero, lo más importante, era que proporciona una excelente vista de la plaza de estacionamiento, lo que significaba que íbamos a ser capaces de ver los camiones de

Fred si llegaban a pasar por aquí. Hacía eso de vez en cuando, y siempre indicaba que el pescado se había negado a morder por él ese día, significando que ya estaría en un

estado de ánimo malhumorado y probablemente no sería muy feliz de ver a dos de sus empleados acostadas en el sol durante el horario de trabajo.

Nos dirigimos directamente a lo que se había convertido rápidamente en nuestro lugar favorito. Elliot manejando a los próximos tres clientes podría significar,

en la calma del atardecer en la que nos hallábamos, que tendríamos media hora antes de tener que volver a la cafetería. Lucy se quitó sus cholas que no debíamos técnicamente estar usando en la cocina y se sentó con las piernas cruzadas sobre la

hierba. La seguí, recostándome sobre los codos y volviendo la cara hacia el sol.

—Entonces —dijo Lucy, volviéndose a mirarme—. ¿Cómo va todo? —Dado que

habíamos trabajado todo el día, sabía que esto no era más que una pregunta ociosa.

Era su forma codificada de preguntar por mi padre, lo que hacía cada pocos días, siempre con cuidado de no presionar si yo no quería hablar. No me había dado cuenta

de lo mucho que agradecía que alguien más supiera de él. Era tan agradable

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simplemente poder hacer caso omiso de la pregunta, y saber que iba a escuchar si yo

quería hablar, lo cual no quería, en realidad, todavía. Sin embargo, la oportunidad seguía allí. Sobre todo, era un alivio no tener que fingir, como todavía hacía con casi

todos los demás, que las cosas estaban todavía muy bien.

—Más o menos igual —le dije, entornando los ojos hacia el agua. Esto era más

o menos la verdad. Mi padre parecía estar haciendo básicamente lo mismo. Él

trabajaba en su caso y en su proyecto, el cual se mantuvo en secreto a pesar de los muchos intentos de Warren para descifrar el misterio. Mi padre parecía haberse calmado un poco en términos de pedidos por correo, ya no estábamos inundados de

paquetes gourmet de todo el mundo, pero todavía trataba de leer tanto y ver tantas películas como sea posible.

Posiblemente como resultado de esto, había empezado a tomar una siesta todas

las tardes. También se veía más delgado que nunca, a pesar de todos los chocolates

belgas. Habíamos ido al restaurante para el desayuno dos veces más, pero con cada visita, parecía comer un poco menos de lo que sea que pedía. Mi madre comenzó a

tratar de contrarrestar esta situación en la cena al simplemente servirle el doble de la porción que el resto de nosotros comíamos, y luego mirándolo como un halcón durante toda la comida, por lo que casi no comía nada para sí misma. En la cena de

hace dos noches, mi padre sólo había picado su comida, empezando a estremecerse cada vez que le daba un mordisco, y finalmente había alzado la vista hacia mi madre y

suspirado.

—Lo siento, Katie —dijo, mientras movía su plato a un lado—. No tengo

ningún apetito.

Mi madre me había enviado por un batido de vainilla de los de Jane para él, pero para cuando regresé, ya se había ido a la cama. Acabé sentada en los escalones de atrás, bebiéndomelo mientras miraba a la luz de la luna golpeando la superficie del

lago.

Me quité mis propias cholas y estiré las piernas frente a mí en la hierba, con la

esperanza de que Lucy entendiera que quería cambiar de tema. —Y bien, ¿qué pasa

con Kevin?

—Kyle —corrigió Lucy—. Kevin fue la semana pasada. —Movió sus cejas hacia

mí, y negué con la cabeza, sonriendo. Desde su ruptura con Stephen, Lucy había

estado saliendo con todos los chicos elegibles, y no tan elegibles, de Lake Phoenix. Parecía estar todavía completamente inconsciente de que Elliot suspiraba abiertamente

por ella y echaba a perder la mayoría de los pedidos de los clientes como consecuencia de ello. Y la única vez que había intentado hacerle alusión a que puede haber estado saliendo en prospectivas citas con alguien a quien ya conocía, alguien de quien ya era

amiga, pensó que yo trataba de engancharla con Warren, y las cosas se habían puesto brevemente incómodas.

—¡Pero podrías tener a Kevin! —dijo Lucy, su rostro iluminándose—. Y

entonces podríamos ser una doble pareja. La perfección.

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—Luce —dije, negando con la cabeza, y Lucy suspiró. Desde que había entrado

en el mundo de las citas con una venganza, siempre trataba de hacerme salir con ella.

Pero me había resistido a todas las invitaciones, sabiendo muy bien por qué.

—¿Es esto debido a Henry? —preguntó, observándome con su mirada directa.

—No —dije, demasiado rápido para que sea la verdad. Debido a que lo era

absolutamente. No había hablado con él desde que habíamos estado juntos en el

muelle, pero cada vez que había ido a Bororwed Thyme para recoger algo, me había decepcionado cuando no era él estando detrás del mostrador. Lo había visto un par de

veces a distancia, en su kayak en el lago, su silueta contra el sol.

—Tienes que hacer algo al respecto —dijo Lucy mientras se tumbaba en el suelo

y cerraba los ojos—. O te conviertes en amiga de él de nuevo, o dile cómo te sientes y

acaba de una vez. —Antes de que pudiera responder, el teléfono de Lucy sonó con un

mensaje de texto, y ella sonrió mientras se sentaba—. Apuesto a que es Kyle —dijo,

alargando las sílabas de su nombre. Pero su rostro se ensombreció al leer el texto—. Es

sólo Elliot —dijo, dejando caer su teléfono de nuevo en el césped—. Dice que necesita

que vuelvas. —Desde que había empezado a tener vida social, había empezado a llevar

mi teléfono de nuevo, pero Elliot siempre llamaría al teléfono de Lucy, incluso cuando el mensaje era para mí.

—Bien —suspiré, pero ya me encontraba de pie y deslizando mis pies en mis

cholas. De hecho, me sentí agradecida de tener un poco de tiempo para pensar acerca de lo que Lucy había dicho. No iba a pedirle a Henry salir, tenía una novia con un molesto cabello perfecto, pero tal vez podríamos ser amigos de nuevo. ¿De verdad

tenía algo que perder?

—No dejes que te engañe para que te quedes —dijo Lucy mientras me dirigía

hacia la cafetería—. Todavía tenemos que hablar de la situación de Kyle.

Asentí mientras me dirigía a la entrada de empleados. Tuve la sensación de que

Elliot en realidad podría necesitar mi ayuda, porque si sólo quería que una de nosotras

le hiciera compañía, se lo habría pedido a Lucy. —¿Qué pasa? —pregunté, cuando

entré por la puerta lateral, quedándome temporalmente ciega mientras mis ojos se

acostumbraban a la oscuridad tras el brillo del día afuera.

Elliot inclinó la cabeza hacia la ventana del frente. —Fuiste pedida

específicamente —dijo. Gelsey y Nora se hallaban de pie frente a la ventana, mi

hermana sonriendo, Nora pareciendo impaciente.

—Hola, ustedes dos —dije, dando un paso hasta el centro del mostrador—.

¿Qué pasa?

—¿Dónde estabas? —preguntó Nora, cruzando los brazos sobre su pecho.

Aunque había conseguido ser un poco menos gruñona recientemente, ciertamente no

se había convertido en una persona alegre, bajo ningún tramo de imaginación.

—Tomando un descanso —dije, preguntándome por qué me justificaba ante

una niña de doce años—. ¿Quieren algo?

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—Sprite —dijeron al unísono—. Y patatas fritas de barbacoa —continuó

Gelsey—, y un congelado de M&M.

Nora miró en la oscuridad de la cafetería. —¿Está Lucy aquí?

—Está fuera en el césped —le dije, señalando. La adoración de las chicas hacia

Lucy se había consolidado cuando, al día siguiente de la fiesta de pijamas, habían ido a la playa y Lucy les había enseñado cómo hacer volteretas.

Elliot llenó las sodas y agarró los bocadillos mientras yo las llamaba. Le di de vuelta a Gelsey el cambio, y después de un momento de reflexión, ella magnánimamente puso un solo cuarto de dólar en el frasco para propinas.

—Gracias —le dije. Nora tomó un sorbo de su refresco y Gelsey abrió la bolsa

de papas fritas, pero ninguna de las dos hizo ningún esfuerzo por irse—. ¿Hay algo

más? —pregunté. No nos encontrábamos exactamente atestados por los clientes, pero

al parecer a Fred no le gustaba que la gente pasara el rato en frente de la cafetería, ya que desalienta a las personas que no quieren esperar en línea.

—Uh-huh —dijo Gelsey, pegando un mordisco en una papa crujiente, luego

inclinando la bolsa hacia Nora, quien frunció los labios y cuidadosamente seleccionó

una—. Tienes que recoger el perro de la peluquería cuando hayas terminado con el

trabajo.

—Estás bromeando —suspiré—. ¿Otra vez?

Tanto Gelsey y Nora asintieron. —Una vez más —confirmó Nora—. Tu

hermano tiene un problema.

La semana pasada, mi madre, sorprendida por cuántos juguetes ruidosos

Murphy había logrado acumular en un tiempo muy corto, nos había prohibido a todos nosotros (pero específicamente a Warren, ya que él era el único que los compraba)

conseguirle al perro más accesorios. Y así, Warren había estado ideando excusas cada vez más desesperadas y obvias para ir a ¡Doggone It!, ver a la veterinaria en formación

Wendy, y posiblemente obtener el valor suficiente para decir más que “hola”. La primera vez que había derramado algo sobre el perro, habíamos pensado que fue un accidente. Warren dijo que sólo bebía un poco de zumo de tomate cuando el perro

había entrado corriendo en la cocina. Llevó al perro para cuidar de su apariencia, y nadie pensó nada de esto hasta que, dos días más tarde, Warren logró derramar jugo

de uva en él. Llevé de vuelta a Murphy a la peluquería, y cuando atrapé a Warren acechando al perro con una botella de ketchup (porque el perro no es tonto, había

comenzado a huir cada vez que veía a mi hermano acercándose), finalmente lo había enfrentado al respecto.

—Tienes que dejar de atormentar al perro —le dije a Warren mientras removía a

la fuerza la salsa de tomate de sus manos y la metía en la nevera—. Vas a darle algún

tipo de erupción en la piel o algo así. No creo que los perros se supone deben lavarse con frecuencia.

—¿Quieres que te cuente sobre el perro que cruzó más de tres mil kilómetros

para llegar de nuevo a su familia? —preguntó Warren, claramente optando por

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cambiar de tema, en lugar de afrontar el hecho de que había estado tratando de

zambullir el perro con salsa de tomate.

—No —dije, automáticamente—. Pero quiero que me cuentes sobre el tipo que

traumatizó a su perro porque no podía pedirle a una chica salir en una cita. —Normalmente, nunca habría dicho algo así a mi hermano. Tal vez fue porque era

mucho más consciente de lo que sucedía en su vida social ahora, de una manera que no había estado nunca en Stanwich.

Warren se sonrojó. —No sé lo que quieres decir —dijo, cruzando los brazos y

luego descruzándolos de nuevo.

—Sólo invítala a salir —le dije, mientras me arrodillaba para mirar debajo de la

mesa. Murphy se encontraba acurrucado allí, temblando un poco, pero cuando vio que

yo no era Warren, o blandiendo un líquido para arrojar sobre él, pareció relajarse un poco. Le hice un gesto para que viniera, pero el perro se quedó allí, no estando seguro

si yo estaba del lado de Warren o no. Me incorporé para encontrar a mi hermano mirando extrañamente confundido.

—Y, um —dijo, aclarándose la garganta y luego abriendo y cerrando la nevera

sin razón alguna—, ¿exactamente cómo debo hacerlo?

—¿Cómo debes invitarla a salir? —repetí—. Ya lo sabes. Sólo… —Me detuve en

seco cuando vi la cara de mi hermano y me di cuenta de que podría, de hecho, no

saber cómo hacer esto—. Sólo entabla una conversación —le dije—. Y luego dirígela

hacia lo que sea que quieras de una cita.

—Uh-huh —dijo mi hermano, y miró alrededor de la cocina, con los dedos

apoyados en el bloc de notas que siempre mantenemos al lado del teléfono. Tenía la

sensación de que estaba a punto de tomar notas—. ¿Y puedes darme un ejemplo de

eso?

—Bueno —dije. Nunca le había pedido a nadie directamente, pero había

alentado sin duda a los chicos en la dirección correcta—. Como, si quieres llevarla a

cenar, menciona que conoces un restaurante de pizza genial, o lo que sea. Y entonces con suerte, ella va a decir que le encanta la pizza, y luego le preguntarás si quiere

comer una alguna vez contigo.

—De acuerdo —dijo Warren, asintiendo. Hizo una pausa por un momento y

luego preguntó—: Pero ¿y si no le gusta la pizza?

Dejé escapar un largo suspiro. Si no hubiera sabido que mi hermano tenía un

nivel de coeficiente intelectual cercano a la genialidad, seguramente nunca lo hubiera

creído después de esta conversación. —Eso fue sólo un hipotético —le dije—. Escoge lo

que quieras. Una película, o jugar al golf en miniatura, o lo que sea.

—Correcto —dijo Warren, parecía perdido en sus pensamientos—. Lo tengo. —Salió de la cocina, y luego dio un paso atrás y me dio una sonrisa ligeramente

avergonzada—. Gracias, Taylor.

—Claro —le había dicho, y luego traté de ver si podía convencer al perro a salir

de debajo de la mesa.

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Después de eso, el perro había estado sin asaltos por unos días, así que supuse

que Warren había seguido mi consejo, o al menos abandonó esta estrategia en particular. Pero parecía que Murphy tuvo que sufrir una vez más la ineptitud de las

técnicas de coqueteo de mi hermano.

Miré por encima del mostrador a Gelsey y Nora, quienes ahora se pasaban la

bolsa de M&M congelados entre ellos. —¿Qué fue esta vez? —pregunté.

—Jarabe —dijo Gelsey—. Mamá realmente se enojó.

—Apuesto que sí —le dije, pensando en el desastre pegajoso que debe haber

creado.

—Así que no dejó que Warren fuera a recogerlo. Quiere que tú lo hagas. Y

luego que busques un poco de maíz para la cena.

—Lo tengo —le dije, mirando hacia atrás en el reloj. Estiré mis brazos sobre mi

cabeza, contenta de que sólo quedaran media hora para finalizar mi turno.

—¿Qué le pasa a tu perro? —preguntó Elliot, al parecer decidiendo unirse a la

conversación.

Nora le frunció el ceño. —¿Quién eres tú?

—Elliot —dijo, señalando a su etiqueta con su nombre—. El jefe de Taylor.

Puse los ojos en blanco ante esto. —No, no lo eres.

—Tu superior, en todo caso —se corrigió, imperturbable.

—¿Algo más? —dije, volviendo a las chicas.

—No —dijo Gelsey. Ella tendió la bolsa de M&M congelados hacia mí, y

sacudí tres en mi palma. A diferencia de los Skittles, no me importaban de qué color

eran mis M&M—. ¡Hasta luego!

—Adiós —le dije mientras ella y Nora se alejaban, sus cabezas inclinadas una

hacia la otra, ya enfrascadas en una conversación.

—¿Tu hermana? —preguntó Elliot, empujándose a sí mismo para sentarse en el

mostrador.

Asentí. —Y la vecina de al lado. Son una especie de acuerdo global en estos

días. —Escuché mi teléfono pitar con un texto, y lo saqué de mi bolsillo trasero. Era de

Lucy, pero en lugar del mensaje que había esperado, pidiéndome que regrese a nuestro

lugar para que pudiéramos seguir hablando, sólo había una palabra: ¡¡¡FRED!!!

—Fred está aquí —le susurré a Elliot, como si de alguna manera Fred podría

oírme. Elliot saltó del mostrador y eché un vistazo alrededor por algo que pudiera pretender limpiar, cuando la puerta lateral se abrió y Fred, pareciendo quemado por el

sol y de mal humor, entró, con su caja de pesca y una gran caja de cartón que se le cayó al suelo con un golpe.

—Hola, Fred —dijo Elliot, con una voz mucho-más-alegre de lo habitual—.

¿Cómo estuvieron los peces?

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Fred sacudió la cabeza. —Nada bien. No he conseguido que piquen en días. Te

lo juro, es como si todos hubieran recibido un memo o algo así —dijo, quitándose el

sombrero. Parpadeé, y luego me hice mirar hacia otro lado. La parte superior de su cabeza, la cual se hallaba cubierta por su sombrero de pesca, era de un color totalmente diferente al color rojo debajo de ella, con casi una línea recta dividiendo a

los dos. Me pregunté si debía ser la que le diga a Fred sobre la invención mágica del

bloqueador solar. Miró a su alrededor y frunció el ceño—. ¿Dónde está Lucy?

—¡Aquí! —dijo mientras empujaba la puerta—. Estaba haciendo un inventario

—dijo, sin mirarme a los ojos mientras cruzaba la cafetería, luciendo su mejor

expresión de “empleada responsable”.

—Uh-huh —dijo Fred, claramente no creyéndolo. Hizo un gesto hacia abajo en

la caja a sus pies—. Acabo de recoger los carteles para la noche de cine. Voy a esperar

que los tres hagan su parte y le pidan a los negocios locales que los cuelguen. ¿De acuerdo?

—Claro —le dije, y Elliot le dio a Fred un pulgar hacia arriba.

—¿Tenemos todo listo para el viernes? —preguntó, hablando directamente hacia

mí esta vez.

—¡Por supuesto! —dije, tratando de sonar mucho más confiada acerca de la

noche de película de lo que realmente me sentía. Esta vez, yo tenía más que organizar. Tenía que escoger la película, alquilar la pantalla y el proyector, y ordenar los carteles. Estaba bastante segura de que todo estaba en orden, excepto mi introducción. Traté de

no pensar mucho en ello, y con la esperanza de que si me sentía tan nerviosa como estuve la última vez, Elliot o Lucy intervendrían y lo harían por mí.

Fred se fue después de eso, y me dispuse a rasgar la caja de cartón, levantando uno de los carteles y admirándolo. Cuando vi la playa en la colección de películas, y vi

el título impreso en el lateral de la caja, había sabido que había una sola opción.

—¿Cuál es la película? —preguntó Lucy, mirando por encima de mi hombro.

—Casablanca —le dije, examinando el cartel rápidamente por errores de

ortografía, sintiendo que probablemente debería haber hecho esto antes de haberle

enviado el texto a Jillian en la oficina.

—Nunca la he visto —dijo Lucy con un encogimiento de hombros mientras

Elliot hacía ruidos de burla.

—Yo tampoco —le dije. Me sentí sonreír al recordar lo que había dicho mi

padre—. Pero tengo la sensación de que va a ser genial en la pantalla grande.

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Capítulo 25 Traducido por LizC

Corregido por Itxi

alí de trabajar un poco más temprano así pude recoger al perro, quien estaba pensando que probablemente estaba mejor que cuando había

estado vagando libre por el vecindario. La vida había sido probablemente más tranquila, en todo caso. También llevaba algunos carteles conmigo, pensando en pedirle a Wendy si podía poner uno en Doggone It, y tal vez en Henson‟s Produce

también. Había pedaleado justo arriba de la calle principal, asegurado mi bicicleta, y estaba lista para dirigirme a la tienda de mascotas cuando miré al otro lado de la

panadería. Sin pensar en ello realmente, estaba caminando al otro lado de la calle, carteles en mano, mi corazón latiendo con fuerza.

Empujé la puerta y entré, contenta de ser el único cliente. Henry se encontraba inclinado sobre el mostrador, leyendo un libro y levantó la mirada.

—Hola —dijo, pareciendo sorprendido pero no molesto o enojado, lo que tomé

como la evidencia que necesitaba para seguir adelante.

—Creo que debemos ser amigos —solté, sin pensar en ello primero.

—Oh —dijo Henry, levantando las cejas—. Um… —estaba claro que no sabía

qué decir después de eso, ya que nada siguió.

—Sólo —comencé, a medida que daba otro paso en la tienda—, creo que sería

bueno. Enterrar el hacha de guerra y todo eso.

—No sabía que había un hacha de guerra —dijo, sonriendo débilmente.

—Sabes lo que quiero decir —le dije. A pesar de que todos los instintos que

tenía me decían que girara y me fuera, sólo salir de la tienda y seguir caminando, me hice atravesar el suelo hasta que estuve de pie delante de él en el mostrador. Lo cual podría no haber sido la mejor idea, porque ahora estaba cerca de él, lo suficientemente

cerca para ver las pecas en su nariz, la mancha de harina en su mejilla y la confusión en sus ojos verdes. Aparté la mirada, luego tomé aliento y continué—: Lo que hice fue

horrible —dije—. Sólo irme así, sin ninguna explicación.

—Taylor —dijo Henry lentamente, con el ceño fruncido—. ¿De dónde viene

esto?

S

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No quería contarle mi conversación con Lucy o de lo que me había dado cuenta

la noche de la fiesta de pijamas. Pero no podía dejar de pensar en él. Y si fuera totalmente honesta conmigo misma, no sabía si alguna vez se detuvo. En muchos

sentidos, él había sido el único chico que me había importado en mi vida amorosa hasta ahora. Mi primer amor, incluso si no hubiera sido capaz de admitirlo, antes de

que realmente habría sabido lo que esas palabras significaban.

—Simplemente... te extraño —le dije, haciendo una mueca ante las palabras a

medida que las dije, oyendo cuán poco convincente sonaban—. Y realmente me

gustaría ser amigos. Sólo amigos —rectifiqué, recordando la chica de la heladería, pues

no quería que pensara que flirteaba con él.

—Bueno —dijo Henry, un poco conmocionado—. ¿Algo más?

—Y me preguntaba si podrías poner esto en tu ventana —dije, mientras

colocaba un montón de carteles sobre el mostrador y deslizaba uno hacia él. Mantuve mis ojos en su rostro, tratando de ver lo que pensaba de lo que acababa de decir,

incoherente como había sido.

—Eso lo puedo hacer —dijo, tomando el cartel y mirándolo—. Casablanca —

dijo pensativo—. Bonita película.

—La escogí —intervine rápidamente.

Levantó la vista del cartel y me dio una sonrisa de sorpresa. —¿Te gusta? —

preguntó.

Podía sentir mi cara empezar a calentarse, aunque ahora por fin estaba lo suficiente bronceada como para ocultarlo. Me encontré deseando no haber dicho nada,

sintiendo como que ésta se unía a la larga lista de cosas que podían ir mal durante la conversación.

—No —le dije—. Nunca la he visto. Sólo… escuché cosas buenas.

Henry miró el cartel, como si podría tener la respuesta que estaba buscando. —

No lo sé, Taylor —dijo finalmente—. Mucho ha sucedido en los últimos cinco años.

—Lo sé —dije, sintiendo a la vez cuán avergonzada estaba, como si hubiera

habido un retraso de tiempo hasta ese momento—. Lo siento —dije—. No debería

haber... quiero decir... —Las frases enteras no parecían formarse y tuve una sensación

casi palpable de alivio ya que finalmente sería capaz de ceder a lo que mis instintos habían estado gritándome hacer desde la primera vez que entré en la tienda, es decir, irme de inmediato—. Lo siento —murmuré de nuevo, dándome la vuelta y

dirigiéndome rápidamente hacia la puerta. Acababa de llegar al picaporte cuando Henry habló.

—¡Taylor! —gritó. Me volví, sintiendo un pequeño aleteo de esperanza en mi

pecho. Pero sólo sostenía mi montón de carteles—. Se te olvidó esto.

No sabía que sería posible estar más avergonzada de lo que había estado, pero

al parecer nuevas intensidades nunca antes vistas estaban siendo descubiertas.

—Ah —murmuré—. Cierto. —Crucé hacia él rápidamente y tomé el montón

tratando de evitar el contacto visual tanto como sea posible. Pero para mi sorpresa,

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Henry no soltó los carteles de inmediato, haciendo que levantara la mirada hacia él, a

esos ojos que todavía me sorprendían en todo momento con su verdor. Tomó aliento, como si fuera a decir algo, mirando de vuelta a mis ojos. Pero después de un

momento, rompió el contacto visual y miró hacia otro lado, liberando su agarre sobre los carteles.

—Te veré por ahí —dijo, y en algún lugar de mi mente, registré que esto era lo

que le había dicho la primera vez que nos encontramos de nuevo, en el muelle.

—Creo que es inevitable —le dije, repitiendo sus palabras hacia él. Me obligué a

sonreír mientras lo decía, para ocultar algo del escozor. Di media vuelta y caminé rápido a la puerta y esta vez no dijo nada que me hiciera volver atrás.

Mi pulso estaba acelerado mientras cruzaba la calle y me dirigía a la tienda de

mascotas. Abrí la puerta con fuerza, probablemente más de lo que necesitaba. Tuve la sensación de que probablemente sería mejor para todos si tan sólo pudiera estar sola

hasta que me quitara de encima esta sensación nerviosa, imprudente. Pero debido a la torpeza social de mi hermano, tenía que recoger al perro, y no había manera de

evitarlo.

—¡Hola! —dijo Wendy, sonriéndome, aunque no la había visto desde que había

traído a Murphy para su microchip de identificación. Pero ella veía a mi perro lo

suficiente como para que probablemente se sintiera como si me conociera muy bien también—. Tengo a tu pequeñito aquí para ti. —Metió la mano bajo el mostrador y oí

el leve chasquido de metal. Un momento después, salió con Murphy, cuya cola comenzó a menear cuando me vio.

—Genial —dije, dejando caer los carteles en el mostrador y tomando al perro.

Lo puse en el suelo, enlazando su correa por encima de mi muñeca, lo que resultó ser una buena cosa, ya que inmediatamente se lanzó en dirección a los gatitos. Eché un

vistazo a los carteles en el mostrador, y de repente sentí una oleada de simpatía por mi hermano, acabando de experimentar lo humillante que era caminar hacia alguien y ser derribado—. Así que, Wendy —dije, y levantó la vista del ordenador, donde había

estado sin duda añadiendo este nuevo servicio a nuestra cuenta—, ¿estás saliendo con

alguien?

Me miró parpadeando. —No —dijo, pareciendo tal vez un poco preocupada—.

Um, ¿por qué?

—Sólo me preguntaba —le dije. Empujé uno de los carteles en el mostrador

hacia ella—. ¿Quieres ir a una cita con mi hermano?

Toda la interacción había ido mucho más suave de lo que había estado esperando que lo hiciera. Wendy había aceptado casi de inmediato, y ella sabía

exactamente quién era Warren. No había necesitado ni una foto como recordatorio, lo que era una buena cosa, ya que la única foto de él que yo tenía en mi teléfono era una

terrible que había tomado mientras me contaba cómo se inventaron las patatas fritas. Había tomado la fotografía para tratar de conseguir que dejara de hablar y el resultado fue Warren viéndose un poco molesto y desenfocado.

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Mientras llevaba a Murphy en mi bicicleta después de recoger el maíz y algo de

regaliz para mi padre, me sentí un poco mejor. Incluso si no hubiera sido capaz de hacer las cosas bien con Henry, le había conseguido a mi hermano una cita y, con

suerte, salvado al perro de cualquier otra sustancia más excesivamente pegajosa.

No fue hasta que me enfrenté a la realidad de llegar a casa, con el perro, que me

di cuenta de que me había encontrado con un obstáculo. Es de suponer que Warren lo habría metido en el coche. Resultó que a Murphy no le gustaba la idea de mi canasta de la bicicleta y siguió tratando de salir de ella, sus uñas raspando el manillar. Cuando

una de sus patas se quedó atascada entre los barrotes de metal, empezó a gemir de una manera que me dolió el corazón, así que dejé el pie de apoyo y levanté al perro

inmediatamente.

—Está bien —le dije, tirando de él cerca de mí por un minuto. Podía sentir que

temblaba—. No tenemos que ir en la canasta. Está bien. —Pasé mi mano por su

cabeza áspera por un momento y lo sentí asentarse un poco.

Sin embargo, a pesar de que había hecho esta promesa alegre, no estaba segura

exactamente de cómo íbamos a llegar a casa. Traté de montar la bicicleta, sosteniendo la correa del perro al lado, pero seguía enredándose en la rueda y el propio Murphy demostró no ser el más rápido del mundo aprendiendo a evitar esto. Y lo mismo

ocurrió cuando traté de llevar la bicicleta y el perro al mismo tiempo. Así que, finalmente, decidí que sólo íbamos a tener que ir a pie. Aparqué mi bicicleta cerca de la

cafetería, puse los carteles debajo de mi brazo y comencé a caminar con Murphy a casa, probablemente deshaciendo todo el trabajo de preparación que acababa de hacer.

Estaba sacando mi teléfono para llamar a casa y dejar que mi madre supiera que el maíz, por no me mencionar al perro o a mí, iba a llegar un poco más tarde, cuando un coche desaceleró hasta detenerse junto a mí.

Era una camioneta un poco maltratada, con Henry en el asiento del conductor. Bajó la ventanilla del lado del pasajero y se inclinó sobre el asiento. —Hola —dijo.

—Hola —le contesté. Tal vez sólo quería continuar nuestra conversación de

antes, pero este parecía un lugar extraño para hacerlo.

—¿Necesitas que te lleve? —preguntó. La camioneta detrás de él pisó los frenos,

y luego tocó la bocina con fuerza. Henry le hizo un gesto alrededor, y me di cuenta de que no era momento para considerar realmente la pregunta, o preguntar por qué lo

pedía después de que me hubiera derribado con tanta eficacia una hora antes.

—Claro —respondí, recogiendo al perro y abriendo la puerta del pasajero. Me

metí en el coche y cerré la puerta, mirando por encima de él mientras ponía al coche

en marcha—. Gracias. El perro no ha dominado el concepto de montar en la canasta

de la bicicleta.

—No hay problema —dijo, regresando a la carretera—. Vamos al mismo lugar,

después de todo. Parecía descortés no ofrecerme.

Asentí y acaricié la parte superior de la cabeza del perro y miré hacia los árboles

de la orilla de la carretera. Así que no era nada más que cortesía. Realmente no debería haberme sorprendido. Me concentré en asegurar que el lazo de Murphy, uno de

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lunares color rosa, de nuevo estuviera recto y me concentré en no hablar. Había hecho

el tonto antes de modo que no le vi el sentido de hacerlo peor. Pero el silencio entre nosotros se sentía opresivo, como si fuera una fuerza física acercándose a mí desde

todos los lados.

Henry podría haber estado sintiendo esto también, porque encendió la radio, y

luego la apagó cuando una voz gangosa y del estilo pueblerina empezó a cantar sobre el amor perdido. Condujimos en silencio durante unos momentos y luego miró hacia mí.

—No sabía que tenías un perro —dijo.

—Sí —dije, rascando el espacio entre las orejas del perro que siempre le hacía

mover su pierna de atrás—. Es más o menos nuevo. —Henry asintió y se hizo el

silencio entre nosotros otra vez. Estaba a punto de dejar las cosas así, pero luego, pensando que se trataba de un tema seguro y no humillante, tomé aire y continué—:

Perteneció a los inquilinos que rentaron nuestra casa el verano pasado.

Henry miró hacia el perro, la comprensión dibujándose en su rostro.

—Sí —dijo—, de ahí es donde lo conozco. Me ha estado molestando desde la

primera vez que lo vi. —Se detuvo en una señal de pare, mirando del perro hacia mí—.

Entonces, ¿por qué lo tienes?

—Lo dejaron atrás —dije—. No hemos sido capaces de localizarlos por lo que,

en cierto modo, sólo nos lo quedamos.

—Lo dejaron —repitió Henry, su voz extrañamente plana.

Asentí. —Al final del verano —dije. Miré a Henry, esperando algún tipo de

reacción. Todos los demás respondieron, incluso mi abuelo, por teléfono, había estado enojado, angustiado, preocupado. Pero las manos de Henry sólo se apretaron en el

volante, algo cerrándose en su rostro.

Condujimos el resto del camino a casa sin hablar y Henry pasó mi camino de entrada y se detuvo en la suya, confundiendo al perro, que se había sentado con la

espalda recta cuando nos acercábamos a la casa, sus uñas arañando contra el cristal de la ventana, ansioso por llegar a casa. Estaba claro que no había unido que este era

también el lugar donde la gente derramaba jarabe sobre él.

—Gracias por el viaje —dije, cuando Henry había apagado el motor, aunque no

hice ningún movimiento para bajar de su coche.

—Claro —dijo, su voz sonaba lejana—. Por supuesto. —Miré hacia él,

preguntándome qué había dicho, o si esto era sólo parte de la tensión residual de antes.

Parecía que en mis esfuerzos por poner el pasado detrás de nosotros, sin saberlo, había hecho que las cosas se pusieran aún más incómodas. Empecé a decir algo, cualquier

cosa, para tratar de volver a un lugar más amigable, cuando el perro empezó a lloriquear por completo, de pie sobre mis piernas, tratando de volver a casa de nuevo, lo que debe haber parecido especialmente frustrante ahora que estaba tan cerca.

Abrí la puerta y salí del coche, dejando caer el perro al suelo, donde inmediatamente comenzó a tirar contra la correa. Estaba a punto de decir algo más a

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Henry, pero él seguía sentado en el asiento del conductor, pareciendo perdido en sus

pensamientos. Así que simplemente cerré la puerta suavemente y luego me dirigí a su camino de entrada, siendo arrastrada con mucha más fuerza de la que hubiera pensado

que un perro pequeño era capaz, preguntándome qué había sucedido.

Una hora más tarde, estaba sentada en el porche delantero con un vaso de

Coca-Cola Ligera, hielo extra, pelando el maíz para la cena. Mis hermanos se encontraban conmigo y estaban, técnicamente, supuestamente, ayudándome. Pero en cambio, Gelsey hacía sus ejercicios de ballet con la barandilla del porche como una

barra y Warren caminaba de un lado a otro, apenas evitando conseguir ser golpeado en la cara por los grands battements18 de Gelsey, acribillándome con preguntas acerca de su

próxima cita.

—¿Y ella dijo que sí? —preguntó Warren, mientras desprendía la corteza verde

de una mazorca de maíz exponiendo los granos de color amarillo y blanco por debajo. Sentí mi estómago gruñir con sólo mirarlo. El maíz dulce era una de las mejores cosas del verano, y el maíz de los Henson era siempre espectacular. Dejé caer la cáscara en la

bolsa de papel descansando a mis pies, luego levanté la vista y le di a mi hermano una mirada.

—Sí —dije, por lo que tenía que ser la octava vez—. Le pregunté si quería ir al

cine el viernes, dijo que sí, tomé al perro y me fui.

—¿Y estás segura de que sabía que era conmigo? —preguntó Warren. Me

encontré con los ojos de Gelsey justo antes de que ella se dejara caer en un gran plié.

Me dio una pequeña sonrisa antes de apartar la mirada, estirando su brazo sobre su

cabeza.

—Estoy segura —dije con firmeza—. Tienes una cita. De nada. —Sacudí mi

cabeza, preguntándome si había hecho lo correcto. Después de todo, Warren y Wendy

sonaban como una especie de dúo folklórico terrible. Por no mencionar el hecho de que ahora iba a estar sujeta a la fuente inagotable de trivialidades de mi hermano.

—Correcto —dijo Warren, como si sólo ahora se daba cuenta que tenía algo

que ver con esto—. Muchas gracias, Taylor. Si hay algo que pueda hacer para

pagarte…

—No —dije, entregándole el maíz medio pelado y tomando mi vaso de Coca-

Cola Ligera, estaba lista para una dosis adicional—. Termina con éstos. —Me dirigí al

interior, a través del porche de la cocina. Mi madre cortaba los tomates y reconocí las

mezclas para las hamburguesas en la parrilla.

—¿Está listo el maíz? —preguntó ella mientras abría la nevera para sacar mi

Coca-Cola Ligera.

—Más o menos —le dije, mirando hacia el porche, donde parecía que Warren

hablaba con Gelsey, con una expresión soñadora, pero en realidad no terminando

nada.

18 Movimientos de gimnasia en el que se da una patada alta al frente, al lado o atrás.

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—Más o menos, ¿qué? —preguntó mi padre entrando en la cocina. Sostenía al

perro escondido en el hueco de su brazo y se veía un poco arrugado, la forma en que siempre lo hacía cuando se despertaba de su siesta. También había dejado de vestirse

como si esperara ser llamado a la oficina en cualquier momento y hoy llevaba una camiseta de la American Bar Association con sus pantalones caqui. Sin querer, miré hacia atrás en el calendario en la nevera y vi que habíamos terminado de alguna

manera en el medio de junio. Como cada año, el verano se movía demasiado rápido, pero ahora tenía más de una razón para querer ir más despacio que simplemente no

querer ir a la escuela.

—El maíz —dijo mi madre, trayéndome de vuelta al momento presente

mientras bajaba el calor del fogón.

—Oh, caramba —dijo mi padre, su juego de palabras extendiéndose sobre su

delgada cara. Sonreí, y parecía que mi madre trataba de no hacerlo—. Oh, lo siento —

dijo con fingida contrición—, ¿fue demasiado cursi? Personalmente, pensé que fue

maíz-ravilloso19.

—Basta —dijo mi madre, sacudiendo la cabeza, a pesar de que se reía—.

Tenemos que poner estas hamburguesas a la parrilla. —Ella dejó la cocina, rozando el

brazo de mi padre suavemente con sus dedos al pasar y salió al porche, donde pude escucharla diciéndole a Warren que se apresurara.

—¿Y cómo te fue hoy? —preguntó mi padre, volviéndose hacia mí—. ¿Has

hecho grandes cosas?

Sonreí ante eso, segura de que servirles bebidas gaseosas y papas fritas a las personas no contaba.

—No sé nada de eso —le dije—. Pero si hice estos. —Me acerqué a la mesa y le

entregué uno de los carteles de la noche de películas—. ¿Qué te parece? —le pregunté,

extrañamente nerviosa mientras lo veía leyéndolos.

—¿Escogiste la película? —preguntó papá, su voz sonaba un poco ronca.

—Lo hice —dije, mi padre asintió, sus ojos no encontrando a los míos, sino aún

en el cartel.

—Dijiste que era tu favorita —dije después de un momento, cuando aún no

había hablado—. Y que nunca la habías visto en la pantalla grande...

Mi padre se aclaró la garganta y me miró. —Gracias, pequeña —dijo. Volvió a

mirar el cartel—. Esto es genial. No puedo creer que hayas hecho esto por mí.

Asentí, y luego me quedé mirando las baldosas del piso de la cocina. Lo que de alguna manera no me atreví a decir era todo en lo que podía pensar: que lo había

hecho porque lo amaba y quería hacerlo feliz, y quería que él viera su película favorita de nuevo. Pero implícito en eso era lo que me miraba a la cara cada vez que veía el

calendario: que esta sería probablemente la última vez que lo vería. Esa sería, muy

19 En el original dice “shucks (caramba)” “corny (cursi)” y “a-maize-ing (maiz-ravilloso)”, palabras que

pierden por completo el sentido al traducirse, pero todas haciendo referencia a la palabra maíz.

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probablemente, una de las últimas películas que él vería alguna vez. Tragué saliva

antes de sentir como si pudiera volver a hablar.

—Y —dije, tratando de mantener la voz optimista—, Warren tiene una cita

para la película.

—¿Lo sabe? —preguntó mi padre. Acomodó al perro en su brazo—. ¿Eso

significa que va a dejar de atormentar a esta pobre criatura?

—Vamos a preguntarle —dije, saliendo de la cocina. Mi padre siguió detrás de

mí hasta el porche donde Gelsey se estiraba ahora, su pie sobre la barandilla del porche y con la cabeza inclinada hacia su rodilla en un ángulo que, sin importar cuántas veces

lo había visto, siempre me hacía respingar.

—Los hombros hacia atrás —dijo mi madre, y vi a Gelsey hacer la corrección.

Mi papá cruzó para sentarse al lado de Warren, quien parecía todavía estar sosteniendo el mismo maíz que le había dejado.

No pude dejar de notar que mi papá se veía un poco cansado por el viaje desde la cocina hasta el porche, que ya necesitaba descansar de ello. Bajó el perro, quien parecía más que feliz simplemente con moverse alrededor que en el hueco de su brazo

y le sonrió a mi hermano.

—Así que entiendo que tienes una cita —dijo, sobresaltando a Warren, quien se

puso rojo y finalmente comenzó a pelar el maíz.

—¿En serio? —preguntó mi madre, sonriendo a Warren, cuando se unió a mi

padre, sentándose en el brazo de su silla—. ¿Desde cuándo?

—Desde que Taylor le preguntó por él —dijo Gelsey elevando la voz mientras

se enderezaba de su estiramiento.

—¿Qué? —preguntó mi madre frunciendo el ceño, por lo que me reí y me

acerqué a ayudar a mi hermano con el maíz cuando él comenzó a contar la historia. Y mientras estaba sentada allí y escuchaba, interviniendo en caso necesario, se me ocurrió que nunca habíamos hecho esto de alguna manera en casa; sólo pasar el rato

fuera, hablando sobre los detalles de nuestra vida.

Si hubiéramos estado en casa, mi padre habría estado en el trabajo, y nosotros

tres no cabe ninguna duda que habríamos estado haciendo varias actividades. Y a pesar de las circunstancias que nos había traído hasta aquí, no pude evitar sentirme

feliz por un momento de que compartíamos esto juntos, como una familia, finalmente.

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Capítulo 26 Traducido por Juli_Arg

Corregido por Max Escritora Solitaria

o podía dormir. Esto parecía ser el tema del verano, como me

encontraba despierta durante horas cada noche, incluso cuando había trabajado todo el día y estaba agotada y debería, por todos los derechos,

caer profundamente dormida tan pronto como mi cabeza golpeaba la almohada. Pero cada vez que me acostaba, me encontraba dando vueltas durante horas, mis

pensamientos manteniéndome despierta. Esto parecía pasar desde que había llegado a Lake Phoenix, estaba siendo constantemente confrontada con todas las cosas que había hecho mal y en las que había estado tratando de no pensar en los últimos cinco

años. Y siempre era de noche, cuando no podía escapar de ellos, instalándose en mi cabeza, negándose a desaparecer.

Lo que me mantenía despierta esta noche, era curiosamente, el perro. Había algo en la reacción de Henry de oír que él había dejado atrás haber quedado conmigo.

Porque tanto como yo hubiese querido satanizar a los inquilinos para dejar a su perro detrás, era básicamente lo que había estado haciendo durante años ahora—huyendo o dejando siempre que las cosas se pusieran difíciles. Sólo que nunca tuve que lidiar con

la realidad de que esta vino con un costo. De hecho, la mayoría de las veces, había hecho mi mejor esfuerzo para evitar tener que enfrentarme a las consecuencias de mis

acciones. Pero Murphy era la prueba viviente de que dejar algo o alguien no era fácil y gratis.

Cuando ya no pude aguantar más, me levanté de la cama y me puse un suéter, pensando que un poco de aire fresco podía ayudar, o al menos aclarar mi mente un poco. Fui de puntillas por el pasillo y salí fuera a través del porche de entrada. No me

molesté con los zapatos, y sólo caminé descalza por la hierba.

Era una noche preciosa, había una enorme luna en el cielo, y era tan enorme

que se reflejaba en la superficie del lago. Había un poco de frío en el aire, una ligera brisa que agitaba las hojas, y puse mi suéter un poco más apretado a mí alrededor

mientras me dirigía al muelle. No fue hasta que bajé los escalones que me di cuenta que el muelle no estaba vacío. Esto no era inusual—noté a Kim y Jeff allí una noche, cada uno sosteniendo pedazos de papel, dando vueltas por el muelle, al parecer

tentando a la inspiración repentina. Bajé mientras entrecerré los ojos, tratando de

N

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descubrir quien estaba sentado en el borde del muelle. Entonces la figura se volvió

ligeramente a la izquierda y vi que era Henry.

Me quedé inmóvil, preguntándome si podría caminar lejos ahora sin que me

notara. No había vuelto la cabeza lo suficiente para verme, pero estaba preocupada de que un movimiento repentino atraería su atención. Aunque un segundo más tarde,

recordé todos aquellos momentos que simplemente me habían estado manteniendo despierta, recordándome que me había escapado cuando yo debería haberme quedado. Pero con Lucy, y ahora tal vez con Henry, parecía como si estuviera recibiendo la

oportunidad de al menos intentar y hacer las cosas bien. Así que tomé un profundo respiro y seguí el camino, poniendo un pie delante del otro hasta que había llegado al

muelle. Henry se volvió hacia mí, y fue sólo entonces que consideré que él podría no preocuparse por mi necesidad de enfrentar mis fallas —que él probablemente había

salido al muelle por sí solo, y más probablemente ya había tenido demasiado de mí ese día. También, que yo llevara con lo que había dormido en—pantalones cortos, muy cortos de paño de toalla y una camiseta sin sujetador. Estaba de repente muy

agradecida por el suéter, y lo abracé aún más cerca alrededor de mí. Asentí con la cabeza en lugar de levantar uno de mis brazos para saludarlo. —Hola —dije.

—Hola —dijo, sonando sorprendido. Me obligué a seguir caminando hacia él, sintiendo que si me permitía vacilar, la parte de mí que suelo escuchar se haría cargo y

me daría la vuelta y me iría hacia el interior en lugar de arriesgarme a mí misma a humillarme delante de él por enésima vez en el día.

Me senté a su lado en el extremo del muelle, con cuidado de dejar por lo menos

una persona-espacio entre nosotros. Extendí mis piernas hasta llegar al agua. El lago estaba frío, pero se sentía bien contra mis pies mientras se movían en círculos pequeños

bajo la superficie. —No podía dormir —le ofrecí después de que había estado sentada en silencio durante un momento.

—Yo tampoco —dijo. Me miró y sonrió débilmente—. ¿Tienes frío?

—Un poco —le dije, mientras me abrazaba el suéter a mí alrededor. Parecía cómodo en el frío aire de la noche, vestido con una camiseta gris que parecía muy

lavada y suave, y un par de pantalones cortos con cordón. De repente me pregunté si esto era en lo que había estado durmiendo también, y el pensamiento era bastante para

hacerme apartar mis ojos, rápidamente, regresando al lago y la luz de la luna.

—Siento lo de antes —dijo, mirando hacia el lago también—. En el coche. No

tenía la intención de cerrarme esa manera.

—Oh —murmuré. No sabía que era lo que había sucedido—. Fue... —comencé, pero me detuve cuando me di cuenta que no estaba segura de cómo decir

esto—. ¿He dicho algo malo? —Finalmente me aventuré.

Henry negó con la cabeza y miró hacia mí.

—No realmente —dijo—. Es sólo que... —Suspiró y continuó—. Mi mamá se fue —dijo. Mantuvo sus ojos en los míos mientras decía esto, y tratando de no

traicionar mi sorpresa, me obligué a seguir mirando a sus ojos, no dejándome apartar la mirada—. Hace cinco años —dijo—. Al final del verano. —Rompió nuestro

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contacto con los ojos y miró de nuevo hacia el lago. Bajé la mirada y vi que sus dedos

se curvaron alrededor del borde del muelle, y tenía los nudillos blancos.

—¿Qué pasó? —pregunté en voz baja, tratando de no dejar que la conmoción

que sentía se filtrara a través de mi voz. Pero por dentro, me daba vueltas. ¿La Sra. Crosby sólo se había ido?

Henry se encogió de hombros, y pateó con un pie en el agua, enviando una serie de ondas que creció y creció, hasta que finalmente el agua se quedó quieta de nuevo. —Sabía que ella estaba teniendo algunos problemas este verano —dijo, y traté

de recordar de nuevo. Sinceramente, en un verano que sobre todo había sido definido por primeras citas, besos de carnaval, y drama con Lucy, yo no había estado prestando

mucha atención a la madre de Henry. Siempre se veía un poco distante y no particularmente amistosa—. Había pensado que no era nada. Sin embargo, la semana

antes de que volvamos a Maryland, entró en Stroudsburg para hacer algunas compras. Y no volvió.

—Oh, Dios mío —murmuré, tratando y fallando completamente de imaginar a

mi madre haciendo algo como eso. Por todas las veces que nosotras habíamos discutido o no habíamos estado de acuerdo, por como a veces trataba tan duro de

apartarla, nunca había entrado en mi mente que ella se iría.

—Sí —dijo Henry con una risa breve y sin sentido del humor—. Llamó más

tarde esa noche, supongo que para que mi padre no llamara a la policía. Pero nosotros no escuchamos nada de ella hasta que nos contactó hace dos años, cuando quería el divorcio.

Esto de alguna manera seguía empeorando.

—¿No has visto a tu madre en cinco años? —pregunté, un poco débilmente.

—Nop —dijo, un borde duro viniendo de su voz—. Y no sé si alguna vez lo volveré a hacer. —Me miró—. ¿Sabes qué es lo peor? Mi padre y yo estábamos en un

partido de béisbol. Ella sólo dejó a Davy solo en la casa.

Hice los cálculos y me di cuenta de que Davy habría tenido siete en ese entonces. —Él estaba... —Tragué saliva—. Quiero decir, ¿nada...?

Henry negó con la cabeza, por suerte impidiéndome tener que terminar la frase. —Estaba bien —dijo—. Pero creo que esa es la razón por la que logró sobrevivir al

desierto después de eso. A pesar de que nos dice que es debido a un espectáculo que vio en Discovery.

Poco a poco, las cosas empezaban a unirse. —¿Es por eso que se mudó aquí a tiempo completo? —pregunté. Y era también, por supuesto, la razón por la que

ninguno de nosotros habíamos visto a la señora Crosby en todo el tiempo que había estado aquí.

—Sí —dijo—. Mi papá tenía que hacer algo más, encontrar un trabajo donde

pudiera estar alrededor. Siempre le había gustado aquí. Tuvimos que cambiarnos de casa, porque en el viejo lugar Davy y yo compartíamos una habitación. Sin mencionar

que él necesitaba una habitación para sí mismo —agregó, sus labios curvándose en una sonrisa mientras miraba hacia el patio, donde la carpa de Davy se encontraba. Henry

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se encogió de hombros y dio una patada al agua de nuevo—. Mi padre fue una especie

de lío por un tiempo después de que ella se fue —dijo, su voz más tranquila. Esperé a que dijera más, darme más detalles al respecto, pero continuó—: Así que nos

mudamos aquí... simplemente parecía lo correcto.

Asentí con la cabeza, pero todavía trataba de envolver mi cabeza alrededor de

todo. Esto de repente golpeó con una fuerza que envió un escalofrío a través de mí, que sólo una semana o dos después de que yo de repente me había marchado sin ninguna explicación, su madre había hecho lo mismo. —Henry —dije en voz baja, y

miró hacia mí—. Realmente, realmente lo siento. —Esperaba que supiera que lo decía en serio, y que no sólo afinara estas palabras como yo lo había estado haciendo con

todos los que habían tratado de ofrecérmelas a mí.

—Gracias —dijo en voz baja, pero no encontró mis ojos, y no sabía si me creía

o no—. Sólo quería hacerte saber por qué flipé de esa manera.

—No te veías como si estuvieras flipando —le dije.

—Tiendo a flipar muy silenciosamente —dijo Henry, inexpresivo, y sonreí—.

Perdona que te diga todo esto —dijo con un encogimiento de hombros.

—Estoy feliz de que lo hayas hecho —le dije. Se encontró con mi mirada y me

dedicó una pequeña sonrisa.

Me di cuenta de que había algo que tenía que decirle a cambio. Tomé aire, pero

de alguna manera, diciéndole aquí en la oscuridad no parecía tan imposible. —Mi padre está enfermo —dije. Inmediatamente después de decirlo, podía sentir mis ojos picando por las lágrimas, y mi labio inferior comenzó a temblar—. Él no va a mejorar

—le dije, continuando, y ahorrándole a Henry tener que preguntar—. Esa es la verdadera razón... —Mi voz se quebró en mi garganta y me miré los pies en el agua,

obligándome a salir adelante—. La verdadera razón por la que estamos aquí. Para tener un último verano. —Cuando terminé de hablar, sentí una lágrima derramarse, y

la limpié, rápido, esperando que Henry no la hubiera visto, obligándome a no perder la cabeza un poco más.

—Lo siento mucho, Taylor —dijo Henry después de un momento. Miré por

encima de él, y vi en su cara algo que no había visto en ninguna de las personas que conocía, un reconocimiento, tal vez, de lo que pasaba. O alguien que, al menos,

entendía algo que la mayoría de la gente no había podido entender realmente.

—Probablemente debería habértelo dicho el primer día —dije. Pasé la mano

sobre los tablones lisos del muelle y pensé que era apropiado, tal vez, que estemos

aquí, en el lugar donde nos habíamos encontrado por primera vez, que habíamos llegado al punto de partida de esta manera—. Pero creo que quería fingir que no estaba

pasando.

—Puedo entender eso —dijo. Nos sentamos en silencio por un momento, y la

brisa se levantaba de nuevo, soplando el pelo de Henry sobre su frente—. Lo que dijiste antes —dijo—. Acerca de ser amigos. Creo que deberíamos hacerlo.

—¿En serio? —pregunté. Henry, con el rostro serio, asintió—. Pero ¿qué pasa con lo que has dicho, sobre todo lo que ha pasado en los últimos cinco años?

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Henry se encogió de hombros y me dio una sonrisa. —Así que vamos a

ponernos al día —dijo. Sacó los pies fuera del agua y se volvió para mirarme—. ¿Deberíamos empezar ahora?

Sólo lo miré fijamente en la luz de la luna por un segundo, no del todo capaz de creer que esto estaba siendo ofrecido a mí tan fácilmente. Esto me hizo avergonzarme

por pensar tan poco de Henry—sintiendo que él no estaría dispuesto a perdonarme, porque así es como yo habría actuado. Pero en ese momento, fue como si de repente me hubieran dado una segunda oportunidad. Una que sabía que no merecía, pero que

recibía de todos modos. Saqué mis pies fuera del agua, y me volví hacia él.

—Sí —le dije, sintiéndome que empezaba a sonreír, sólo un poco—. Ahora

suena perfecto.

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Capítulo 27 Traducido por Juli_Arg

Corregido por Marie.Ang Christensen

l día después de que Henry y yo hiciéramos las paces en el muelle, su hermano apareció en el porche con una propuesta.

Henry y yo nos quedamos hablando hasta casi las cinco de la mañana. Nos sentamos en el muelle, de vez en cuando metíamos nuestros pies en el lago, e

intercambiábamos historias, pero no de una manera apresurada, tratando de meter todo adentro. En cambio, las intercambiábamos hacia adelante y hacia atrás fácilmente, de la manera en que una vez habíamos negociado los cómics (yo había sido

parcial a Betty & Verónica, él había tenido lo que incluso, ahora admite era una obsesión enfermiza con Batman). Henry en realidad no dijo nada más acerca de su

madre, y yo no quería hablar de lo que pasaba con mi papá. Y ninguno de los dos discutimos cualquier otra historia romántica que podríamos haber tenido en los años

intermedios. Pero cualquier otro tema, al parecer, estaba abierto.

Henry me había dicho sobre cómo casi se hizo un tatuaje—y me enseñó la marca de uno desde esta experiencia, un punto en su tríceps que parecía un peca, y que

iba a ser un diseño tribal hasta que había sentido la primera aguja y se dio cuenta de que cometía un error. —Y aún así me cobraron por un tatuaje entero, ¿puedes creerlo?

—me preguntó mientras yo miraba al pequeño casi-tatuaje en la luz de la luna.

Le hablé de mi deseo breve de ser una bióloga marina, hasta que me di cuenta

de que los peces realmente me daban asco y que tendía a marearme en el mar abierto, algo que habría sido útil saber antes de comenzar un largo campamento de verano de

oceanografía.

Me habló de cómo había fallado la prueba de conducir dos veces antes de pasar apenas la tercera vez, y le hablé de las multas por exceso de velocidad que había sido

capaz de disuadir por mí misma. Me habló de las primeras vacaciones que él y Davy y su padre se habían tomado luego que la señora Crosby se fue, y la forma en que quería

que fuera perfecto. Y terminaron acampando en una tormenta de nieve, todos helados e infelices, hasta que todo se dio por terminado y se pasó el resto de las vacaciones

viendo la tele y comiendo comida para llevar en una habitación de motel. Le hablé de la Navidad pasada, cuando había ido a St. Maarten y había llovido todos los días, y Warren había estado tan desesperado por averiguar sobre sus cartas de admisión que

trató de llamar a nuestro cartero, y mi madre finalmente confiscó su teléfono.

E

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Hablamos de música (se ofendió cuando etiqueté su inclinación por descalzos

cantautores "crunchy"20, se burló de mí por saber los nombres de los tres Bentley Boys, a pesar de mis protestas de que sólo sabía de ellos a través de Gelsey) y el bocado

excluye el chisme—parecía que había estado sobre Lucy en las semanas de Elliot, y había renunciado a tratar de conseguir que hiciera algo al respecto cuando Elliot le

aseguró que era él en realidad que estaba haciendo algo al respecto, que tenía un plan,

completo con organigrama.

Y mientras hablábamos, me acordé de por qué habíamos sido tan buenos

amigos cuando éramos niños. Fue la forma en que escuchaba cuando hablaba, la forma en que él no estaba a la espera de saltar con su propia historia. Era la manera en

que siempre sopesó sus palabras, lo que significa que siempre sabía cuando respondía, que había sido cuidadosamente considerado. Era en la forma que cada vez que se reía

—lo cual no era a menudo— parecía ganado, y me dieron ganas de hacer todo lo posible para conseguir hacerlo reír más. Fue su entusiasmo por las cosas, y cómo cuando discutía sobre lo que le apasionaba —cuanto le gustaba estar en el bosque,

como sentía que las cosas tenían sentido allí— me encontré a mí misma siendo arrastrada junto con él.

A medida que transcurrían las horas, nuestras pausas entre las historias se hicieron más largas, hasta que estábamos sentados en un cómodo silencio, juntos y

mirando hacia el agua, y la primera cinta de luz apareció en el horizonte.

Fue entonces cuando nos despedimos y nos dirigimos a nuestras casas, separados. Cuando me deslicé en la cocina, me sorprendí al ver que eran las cinco de

la mañana, y estaba segura de que, mientras me dirigía a mi habitación, no tendría ningún problema para dormir ahora. Pero una vez que me había instalado, me di

cuenta de que faltaba algo. Entonces, fui a mi armario y volví con el pingüino de peluche, estableciéndolo a mi lado en la almohada.

Incluso no me importó mucho (tal vez porque no había tenido la oportunidad de caer dormida realmente) cuando mi padre me hizo cosquillas en los pies a las ocho de la mañana, despertándome para el desayuno Aunque me pareció que comía mucho

menos de lo habitual —incluso Ángela, la camarera, lo comento— nos abrimos paso a través de la nueva prueba del mantel. (Resultó que tenía miedo de las montañas rusas y

era alérgico al jengibre). Después del desayuno, habíamos recogido mi bici de donde la había dejado fuera de la cena la noche anterior, y nos había llevado a casa. Nadie en

mi familia había dicho nada, pero en los últimos días, mi padre había dejado de conducir. Había caminado hacia el lado del pasajero del Land Cruiser sin hacer ningún

comentario, dejándome hurgar por las llaves y dirigirme hacia el asiento del conductor, tratando de fingir que se trataba de algo totalmente normal.

Cuando entré en la calzada, vi, como esperaba a Murphy detrás de la puerta del

porche, saltando emocionado al ver regresar a mi padre. Pero yo estaba sorprendida de ver a Davy Crosby sentado en nuestra escalera de la entrada. Llevaba una variación de

lo que había estado usando cada vez que lo había visto—una camiseta, pantalones cortos y mocasines.

20 El estilo Crunchy se refiera a personas que han modificado su estilo de vida por razones ambientalistas,

como los vegetarianos, ecologistas, entre otros.

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—Hola —dijo mi padre, cuando salió del coche un poco vacilante. Me di

cuenta de que alcanzó la barandilla del porche de inmediato, y se apoyó en ella pesadamente mientras sonreía a Davy.

—Hola —dijo Davy, poniéndose de pie y ofreciendo la mano a mi padre, que mi padre sacudió—. Soy Davy Crosby. Vivo al lado de usted. Me preguntaba si

podríamos hablar.

—Por supuesto —dijo mi padre. Bajó la mirada, a los pies de Davy y sonrió—. Lindos mocasines, hijo. —Miró hacia la casa—. ¿Nadie te dejó entrar? —Davy

sacudió la cabeza y mi padre me miró, una pregunta en su cara.

—Probablemente en el Centro de Grabación —le dije, dándome cuenta de que

este era el día de ballet de Gelsey, y ella y mi madre probablemente estaban ocupabas. Y desde que me fui por la mañana, había notado que Warren expuso cada artículo de

ropa que él poseía, y murmurando sobre ellos, tenía una sensación de que él podría haber ido por intentar y convencerlos de llevarlo a última hora, antes de la fecha de salida de compras.

—Ah —dijo mi padre—. Bueno, ¿vamos a hablar de esto dentro?

—Suena bien —dijo Davy, y mi padre abrió la puerta mosquitera, enviando al

perro en paroxismos de alegría. Agarró al perro y se encontró con mi mirada por un segundo, y pude ver que trataba de ocultar una sonrisa, lo que había hecho con éxito

cuando se sentó en su normal asiento y Davy se instaló en frente a él.

—Entonces —dijo mi padre, con voz grave mientras rascaba las orejas del perro—, ¿tu propuesta?

—Sí —dijo Davy, sentado con la espalda recta—. No pude dejar de notar que usted tiene un perro. —Mi padre asintió con gravedad, y me mordí el labio para

contener la risa—. Me gustaría proponerle sacarlo a pasear por usted. —Davy miró entre mi padre y yo—. No espero que me paguen —aclaró—. Es que me gustan los perros. Y papá dice que no podemos tener uno —añadió, sonando como un niño por

primera vez en esa conversación.

—Bueno —dijo mi padre después de una pausa, en la que me di cuenta de que

las comisuras de su boca temblaban violentamente—, creo que suena bien. Ven en cualquier momento, y estoy seguro de que el perro va a estar feliz de poder caminar.

El rostro Davy se iluminó con una sonrisa. —¿En serio? —preguntó—. ¡Muchas gracias!

Mi padre le devolvió la sonrisa. —¿Quieres empezar ahora? —preguntó, ya que

eso era lo que Davy claramente quería. Comenzó a empujarse hacia arriba de la silla, pero hizo una mueca de inmediato, y me levanté de la mía, en dirección a la cocina,

fingiendo que no había notado esto.

—¡Voy a buscar la correa! —le dije. La agarré del gancho junto a la puerta, y

cuando volví a salir al porche, mi padre había puesto a Murphy en el suelo, y Davy acariciaba la cabeza del perro tentativamente—. Aquí —le dije, entregándole la correa a Davy. La sujetó con cuidado, y Murphy comenzó a esforzarse por alcanzar la puerta,

claramente ansioso por alcanzarla.

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—Que se diviertan —dijo mi padre, recostándose en su silla con una sonrisa

mientras Davy y el perro se dirigían hacia la puerta.

—Gracias —dijo Davy. Se detuvo en la puerta y se volvió hacia mi padre—.

Escuché que estaba enfermo —dijo—. Lo siento por eso. —Miré a mi padre y vi, con un nudo en mi estómago, un poco de la felicidad irse directamente de su cara, como si

alguien hubiera golpeado un interruptor de intensidad.

—Gracias —salté, cuando parecía que mi papá no iba a ser capaz de responder a esto. Davy asintió con la cabeza y se dirigió por la calzada, el perro corriendo delante

de él como la correa le permitía. Después de un momento, miré a mi papá. Sabía que era mi culpa, la única razón por la que Davy sabía era porque yo le había dicho a su

hermano, pero no estaba segura de si esto era algo por lo que debía disculparme, o algo que sólo íbamos a fingir que no había sucedido.

—¿Es el hermano de Henry? —preguntó mi papá, mirando hacia la calzada, donde Davy y Murphy pasaban fuera de la vista, y luego de nuevo a mí.

—Sí —le dije—. Es de la edad de Gelsey.

Mi padre asintió y me miró con una sonrisa que sabía por experiencia que quería decir problema. —Henry es un buen chico, ¿verdad?

—No lo sé —dije, sintiendo que mis mejillas se calentaban, a pesar de que no había ninguna razón para que lo hicieran—. Quiero decir, supongo que sí.

—Lo he visto en la pastelería —continuó mi padre, abriendo su Pocono Record

lentamente, como si en realidad no tuviera ni idea de que me torturaba—. Y siempre ha sido muy amable.

—Sí —dije, cruzando y descruzando las piernas, preguntándome por qué sentía como si mi cara estuviera en llamas. Henry y yo apenas éramos amigos de nuevo, sólo

eso… algo más que mi padre, en su oh-tan-conocedora voz, podría haber estado implicando—. Papá, ¿quieres que te traiga tu laptop?

—Claro —dijo, volviéndose hacia el crucigrama, y dejé escapar un suspiro de alivio silencioso, ya que iba a cambiar de tema. Me puse de pie para dirigirme hacia la casa, así mi padre podría trabajar sobre su proyecto de misterio. —Sabes —dijo,

cuando tenía mi mano en el picaporte. Me volví hacia él y vi que mi padre seguía sonriendo—. La ventana en el pasillo de arriba se enfrenta hacia el muelle.

Agarré el asa más fuerte. —¿Lo hace? —pregunté. Trataba de mantener mi voz ligera, a pesar de que, técnicamente, no había hecho nada malo. No pensé que fuera

tan malo, después de todo, que me hubiera escapado de la casa a las tres de la mañana si el único lugar al que había ido era el patio trasero.

—Mmm —dijo mi padre, al parecer, todavía absorto en el papel. Después de un momento, sin embargo, levantó la vista y me sonrió—. Como dije —dijo—, parece un buen chico.

Sentí llamas de nuevo en las mejillas. —Laptop —dije, en mi enérgica voz, mientras me dirigía hacia adentro el sonido de mi papá riendo. Pero aún después de

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que había recuperado su laptop de donde había estado cargándose en el sofá, me di

cuenta de que no podía dejar de sonreír.

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Capítulo 28 Traducido por Max Escritora Solitaria

Corregido por Zafiro

as a estar bien —dijo Lucy tranquilizadoramente. Se volvió a Elliot, quien mezclaba su siempre presente baraja de cartas y, cuando él no

estuvo de acuerdo, lo golpeó duro en el brazo—. ¿No es cierto?

—¡Ay! —aulló Elliot—. Quiero decir…um, sí. Totalmente. Lo harás estupendo. Mejor que la última vez. La cual no… se supone que mencionara —dijo, notando que

Lucy le daba una mirada de muerte. Me dio una gran sonrisa y un pulgar arriba, y sentí mi estómago anudarse. Cine bajo las estrellas había llegado una vez más, y

ninguno de mis compañeros de trabajo estaba dejándome escapar de hacer la introducción. Lucy acababa de leer el libro de auto-ayuda de una estrella de televisión,

y esta mujer era aparentemente buena en “confrontar sus demonios.” Había visto algunos de los programas de esa mujer, y era aparentemente buena en confrontar todo, pero este argumento no avanzó con Lucy. Y una vez que Lucy tomaba una posición

con algo, yo sabía que Elliot nunca podría estar en desacuerdo con ella. Sin embargo, había conseguido que él me prometiera rescatarme si tropezaba y me quemaba de

nuevo. Los días previos a la película habían pasado en un borrón de lo que se había convertido en la rutina normal, desayunos y preguntas con mi padre, el trabajo con

Lucy y Elliot, noches cenando con mi familia en el porche de entrada. Pero ahora lanzado en la mezcla se hallaba Henry. Resultó que nos reportábamos a nuestros respectivos puestos de trabajo, a la misma hora, y el día después de nuestra

conversación en el muelle, él me había alcanzado mientras que yo intentaba de forma simultánea andar en bicicleta y tomar café de mi taza para llevar. A pesar de que no

habíamos hablado mucho en el viaje (yo estaba todavía poniéndome al día en la bicicleta, y descubrí que necesitaba mi aliento para otras cosas, como llegar a la cima

de la Pendiente del Diablo) había sido agradablemente afable. A la mañana siguiente, yo lo había alcanzado, y habíamos ido juntos en bicicleta al trabajo desde entonces. No habíamos tenido más largas conversaciones en el muelle, aunque me encontré

comprobándolo varias veces antes de ir a la cama todas las noches, sólo para asegurarme de que nadie estaba allí afuera. Y a pesar de que sabía que ella estaría

interesada, no le había dicho a Lucy al respecto. Por una cosa, él tenía una novia. Y no la quería volviendo al tema de que yo estaba interesada en él de nuevo. Lo cual ni

siquiera estaba segura de hacer, así que no tenía sentido continuar con eso.

V

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También estaba el hecho de que cada vez que me encontraba a mí misma

mirando al vacío en el trabajo, y empezaba a pensar en Henry, algo dentro de mi cabeza me traería a la realidad y me recordaría lo que realmente importa. Lo qué

pasaba con mi papá era lo realmente importante, y no debería permitirme olvidarlo, aunque él había desarrollado el molesto hábito de hacerme demasiadas preguntas

acerca de Henry, siempre con una sonrisa de complicidad. Pero nada de eso parecía tan apremiante en este momento como el hecho de que yo estaba posiblemente a punto de humillarme delante de cincuenta personas por segunda vez.

—Sabes —dijo Elliot con falsa indiferencia—, si hubiéramos ido con una de mis películas, no tendría problemas en hablar de ella. Nosotros debemos pensar en eso para

la próxima vez.

—No —dijimos Lucy y yo al unísono. Ella se giró hacia mí mientras Elliot

comenzó a barajar de nuevo, murmurando sobre personas que no tienen gusto cinematográfico.

—Vas a estar bien —dijo ella, dándome una sonrisa alentadora—. Y si no es

así, voy a empezar a hacer volteretas delante de ti, ¿de acuerdo?

No pude evitar reírme de eso. —Luce, estás usando una falda.

Ella sonrió ampliamente. —Todo más eficaz, entonces, ¿no?

Las cartas volaron por todas partes cuando Elliot perdió el control de la baraja.

Con la cara roja, se inclinó para recogerlas mientras Lucy puso los ojos en blanco. Aproveché la oportunidad para chequear la multitud y, posiblemente, vomitar o desmayarme, si era necesario. El sol estaba enorme y bajo en el cielo, después de haber

iniciado el proceso de puesta, reflejando sus naranjas y rojos sobre el lago. Miré el reloj y vi que eran cerca de las ocho y media, la hora de inicio que Fred había programado

para el programa de esta noche.

—¡Taylor! —Me volví al oír esa angustiada voz para ver a mi hermano, con su

uniforme habitual de pantalones caqui y camiseta polo, sosteniendo un ramo de flores con un apretón de muerte, y luciendo como si estuviese a punto de desmayarse.

—Hola —le dije. Escaneé las toallas y mantas. No había visto llegar a mi

familia—. ¿Dónde están mamá y papá?

—Ahí —señaló Warren, y por supuesto, vi nuestra manta extendida sobre la

arena. Mi padre tenía su brazo alrededor de los hombros de mi madre, y ella se reía. Por alguna razón, ahí estaba una silla de playa justo al lado de nuestra manta, pero

estaba vacía. Vi que la familia Gardner había instalado su manta junto a la nuestra, con Nora y Gelsey inclinándose sobre el espacio entre ellas, hablando—. Pero escucha —dijo, y me volví hacia mi hermano, que parecía aún más ansioso de lo que había

estado antes de tomar el examen SAT por tercera vez, en la búsqueda de la elusiva puntuación perfecta (la obtuvo)—. ¿Me veo bien? ¿O me veo estúpido? Gelsey dijo que

me veía bien. ¿Qué se supone que significa eso?

De alguna manera, en mi propio pánico sobre hablar en público, mi hermano y

sus tribulaciones románticas habían entrado en mi mente. Lo cual no era bueno, porque era más o menos mi obra, y si las cosas iban muy mal, tenía la sensación de

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que me culparía a perpetuidad. —Te ves muy bien —le aseguré—. Sólo... um...

respira. Y si puedes evitarlo, tal vez no le digas cómo se inventó cualquier cosa. Sólo en la primera cita.

—Correcto —dijo Warren, asintiendo con la cabeza por mucho más tiempo de lo que la gente por lo general asiente—. Está bien. —Miré hacia la entrada, donde vi a

Wendy, su cabello sin sus habituales trenzas, colgando suelto sobre el vestido blanco que llevaba.

—Tu cita está aquí —le dije, señalando. Wendy me vio y saludó con la mano, y

le devolví el saludo. Warren, por otro lado, se quedó mirando, su boca abriéndose y cerrándose varias veces.

—Ve —le dije, empujándolo por la espalda—. Respira.

—Correcto —dijo Warren en una voz que indicaba que él no hacía mucho de

eso, pero comenzó a caminar hacia la entrada. Queriendo darle un poco de privacidad, escaneé la playa de nuevo.

No era como si estuviera buscando a Henry específicamente. Sin embargo, él

había venido a la anterior, y le había dado el afiche, así que él sabía acerca de esto, por lo que no habría sido inesperado verle allí ni nada. Pero mis ojos se movieron de

manta en manta sin señal de él.

Miré de nuevo al bar para ver a Elliot tocando su reloj y Lucy dándome unos

pulgares arriba. Sabía que el momento había llegado. Hice una seña a Leland, quien asintió con la cabeza, y luego caminé frente a la pantalla y tomé una respiración profunda. —Buenas noches —empecé, y debe haber sido lo suficientemente fuerte,

porque la mayoría de las personas me miraban. Podía sentir lo húmedas que estaban mis manos, y las retorcí juntas detrás de mi espalda, esperando que nadie más lo

notara—. Bienvenidos al Cine Bajo las Estrellas, y a la proyección de esta noche Casablanca. —Por alguna razón, esto causo que algunas personas estallaran en

aplausos, lo cual me dio un segundo para serenarme. ¿Qué es lo que normalmente hago con mis manos? No tenía ni idea, y las iba a mantener detrás de mi espalda hasta que lo recordará.

—El, eh, bar estará abierto durante los primeros veinte minutos. Así que... ese es el tiempo. —Podía sentir que balbuceaba, pero por lo menos era mejor que los

silencios interminables de la última vez. Levanté la mirada, y mis ojos fueron directo a la manta de mi familia. Mi madre estaba con una sonrisa más bien fija, y Gelsey

fruncía el ceño como si no estuviera segura de lo que yo hacía. Pero cuando me

encontré con los ojos de mi padre, y vi su expresión firme y alentadora, sentí que dejé

escapar un largo suspiro. De repente, yo sabía exactamente que decir—. Casablanca ha

sido llamada, por algunos estudiosos del cine, una película perfecta, desde el primer al último fotograma —dije, viendo una expresión de feliz sorpresa llegar a la cara de mi

padre cuando dije esto—. Espero que estén de acuerdo. ¡Disfruten el espectáculo! —Hubo otro puñado de aplausos mientras me escabullía desde el proyector hacia la

seguridad de la entrada del bar justo cuando la película empezaba, el pasado de moda logotipo de Warner Brothers en blanco y negro, asumió el control de la pantalla.

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Veinte minutos después, cerramos el bar lo más silenciosamente posible. Yo

había estado viendo lo que pude de la película mientras servía refrescos, helados y palomitas de maíz, y creí haber entendido lo esencial de ella.

—¿Te quedas? —me preguntó Lucy después de que cerramos el bar.

Asentí, mirando hacia atrás a la manta de mi familia. —Lo hago. ¿Y tú?

Sacudió la cabeza y bostezó. —No lo creo —dijo—. Lo dejare pasar esta vez.

—Yo también —interrumpió Elliot, caminando entre nosotras—. ¿Así que te vas a casa, Luce? ¿Quieres que te lleve?

—No, gracias —dijo Lucy—. Vine en bicicleta.

—Genial. —Elliot se entusiasmó—. ¿Quieres un poco compañía para ir en

bicicleta a casa?

—¿Pero no estás conduciendo? —le pregunté, sintiendo que el flechazo de Elliot

causaba estragos en su lógica.

La cara de Elliot cayó cuando pareció notar esto también. —Técnicamente, sí —murmuró—. Pero... um...

—Eres un loco —dijo Lucy, empujando el brazo con buen humor—. ¡Nos vemos mañana! —gritó mientras se dirigía al estacionamiento. Vi a Elliot literalmente

desplomarse cuando ella pasó fuera de la vista.

—Creo que vas a tener que decirle lo que sientes —le dije—, no creo que ella

esté recibiendo tus señales.

Elliot se ruborizó. —No sé de lo que está hablando —dijo. Luego se volvió para irse, lo cual parecía una buena idea. Por lo que había sido capaz de comprender sobre

la película hasta el momento, parecía ser de un tipo suspirando por una chica, por lo que quizás no era lo mejor para él verla en su estado actual.

Agarré la Coca-Cola light que había servido para mí antes de apagar la máquina de refrescos y caminé de puntillas por la arena, agachándome hasta que alcance

nuestra manta.

—Bien hecho —me susurró mi padre. Miré al otro lado de la manta y vi que me daba pequeños y silenciosos aplausos.

—Gracias —susurré—. Estaba citando a los expertos. —Miré a mi hermano y vi que, unas filas más atrás, había instalado su propia manta y se encontraba sentado al

lado de Wendy. Me di cuenta de que cada pocos segundos apartaba la mirada de la pantalla y la miraba a ella, yo no podía ayudar pero estaba contenta de haber elegido

para ellos una primera cita que haría imposible que Warren la inundara con datos si se ponía muy nervioso.

Me acomodé y trate de poner atención a lo que sucedía. Me quedé muy

sorprendida por la cantidad de líneas que reconocí a pesar de que nunca había visto la película antes. Eran algunas que había oído citar a mi padre, o líneas que parecían ser

parte del espíritu de la época, referencias que había conocido sin siquiera darme cuenta. Estaba atrapada en la película, la historia de amor frustrado, cuando fui

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consciente de algo a mi derecha. Me aparté de Rick e Ilsa y vi a Henry sentado a mi

lado.

—Hola —susurró.

—Hola —susurré sorprendida, y sintiéndome empezar a sonreír—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Arqueó una ceja hacia mí, con una sonrisa alrededor de las comisuras de su boca, lo que me hizo apartar la mirada. —Ver una película —dijo, como si esto debería haber sido obvio.

Yo podía sentir mis mejillas calentarse, y estaba contenta por la protección de la relativa oscuridad. —Lo tengo —susurré de nuevo a él—. Simplemente pensé, que no

te había visto antes...

—Oh, ¿así que estabas buscándome? —preguntó Henry, sentándose junto a mí

e inclinándose hacia atrás apoyado en sus manos. Negué con la cabeza, mirando de nuevo a la pantalla por un segundo, donde Humphrey Bogart encendía lo que tenía que ser, hasta el momento, su cuadragésimo cigarrillo de la película—. Tuve que

ayudar a mi papá con parte de la preparación para mañana —explicó después de un minuto.

Volví la cabeza un poco para mirarlo, las sombras de la pantalla parpadeaban a través de su cara. Me di cuenta, ahora que lo dijo, que olía dulce, una mezcla de harina

de torta y algo como canela. Cuando me di cuenta de que lo miraba fijamente, aparté la mirada con rapidez, de vuelta a la pantalla y al mundo del Café de Rick en el que estaba, hasta hace tan sólo unos momentos, completamente absorta. Podía sentir mi

corazón latir rápido y pensaba que sólo tomaría unos cuantos centímetros para mí extender mi mano y tocar la suya. Razón por la cual me obligué a seguir mirando la

pantalla mientras le pregunté, tratando de mantener la voz ligera—: Entonces, ¿dónde está tu novia?

—¿Novia? —Henry sonaba tan genuinamente confuso que me volví para mirarlo de nuevo.

—Sí —le dije—. ¿La chica que estaba contigo en Jane? Y la he visto en tu

casa... —Mi voz se fue apagando, mientras Henry negaba con la cabeza.

—Esa es la niñera de Davy —dijo—. Realmente no necesita una, pero mi papá

se preocupa.

—¿Así que no estás saliendo con ella...? —le pregunté, pensando en la forma en

que ella lo había mirado en la heladería, en cómo sus dedos lo habían rozado.

—No —dijo Henry en voz baja—. Hubo un momento en el que tal vez iba a suceder, pero... —Se interrumpió, pasando la mano por la arena por un segundo, como

alisándola hacia fuera, y contuve la respiración, esperando por lo que sea que vendría después—. Pero he cambiado de opinión —dijo finalmente, mirándome.

—Oh —murmuré. Oh. Yo no estaba segura de lo que eso significaba, pero

estaba bastante segura de lo que quería que signifique. De repente me di cuenta de que

Henry, sólo Henry, estaba sentado junto a mí en la oscuridad, mientras mirábamos la

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película. Y justo en ese momento, las mariposas que por primera vez había sentido a

los doce años hicieron una reaparición.

—Así que ¿Qué me he perdido? —susurró Henry después de unos pocos

momentos. Lo miré por encima del hombro, totalmente consciente de lo cerca que estábamos juntos, lo cerca que se había sentado a mi lado, a pesar de que había

suficiente espacio en la manta.

—Pensé que ya la habías visto —dije en voz baja, de nuevo mirando fijamente a la pantalla.

—La he visto —dijo, y podía oír en su voz que sonreía—. Sólo quería una actualización.

—Bueno —le dije, volviendo la cabeza para mirarlo un poco—, Rick está realmente enojado porque Ilsa lo acaba de dejar, sin una explicación real. —Tan

pronto como había dicho esto, me di cuenta de que la declaración podría aplicarse a más que sólo la película. Creo que Henry se dio cuenta de esto también, y cuando volvió a hablar su voz era un poco más seria.

—Ella probablemente tenía una buena razón para ello, sin embargo, ¿no? —Él ya no miraba a la pantalla, sino justo a mí.

—No lo sé —le dije, mirando hacia abajo en la manta y nuestras dos piernas extendidas, sólo una mano de anchura entre ellas—. Creo que estaba muy asustada, y

se escapó cuando las cosas se pusieron difíciles. —Esto ya no se trataba de la película en absoluto, porque acababa de aprender que Ilsa tenía una razón real para dejar atrás a Rick en la lluvia, mientras que yo sólo tenía para culpar a mi propia cobardía.

—¿Y después qué pasa? —preguntó. Lo miré y vi que todavía me miraba.

—No lo sé —le dije, sintiendo que mi corazón comenzó a palpitar otra vez,

convencido de que habíamos dejado de hablar acerca de la película por completo ahora—. Tú me dirás.

Sonrió y luego volvió a mirar a la pantalla. —Supongo que tendremos que esperar y ver —dijo.

Volví a mirar a la pantalla también. —Creo que lo haremos —dije. Vi la

película, tratando de prestar mi mejor atención a lo que sucedía. Nazis, la resistencia francesa, todo el mundo tratando de encontrar algunas cartas de tránsito, pero después

de unos minutos, renuncié incluso a tratar de seguir la trama. La película se desarrollaba ante mí, pero todo de lo que estaba realmente consciente era de la

presencia de Henry junto a mí, cómo de cerca a mí se encontraba sentado, cómo me di cuenta de cada vez que se movía o volvía la cabeza ligeramente. Yo estaba tan consciente de su presencia, que para el momento en que la famosa última línea se

pronunció, el comienzo de una hermosa amistad, nuestro aliento subía y bajaba en el mismo ritmo.

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Capítulo 29 Traducido por sweet_writer & Dunadae

Corregido por Panchys

Y luego qué? —exigió Lucy, con los ojos muy abiertos.

Tomé un sorbo de mi refresco, y sacudí la cabeza, sonriendo. —Y luego

nada —le dije—. En serio. —Lucy gimió y miré a la playa casi desierta, preguntándome si en algún momento podríamos admitir que nadie iba a

venir a la cafetería y volver a casa temprano.

Le estaba diciendo la verdad, no había pasado nada en la película. Es decir, no había pasado nada entre Henry y yo. Simplemente habíamos observado el resto de la

película en silencio, y cuando terminó, me había apresurado a la parte delantera de la pantalla en blanco, agradeciendo a todos por venir, y diciéndoles que la siguiente

noche de película sería en un mes, y me las arreglé para hacerlo sin balbucear o hacer pausas demasiado largas, lo que me pareció algún tipo de progreso. Cuando había regresado a la manta, Gelsey y Nora se encontraban ocupadas en algún tipo de juego

de manos complicado, y mi madre doblaba nuestra manta y hablaba con los Gardners, quienes comentaban sobre como la película tenía uno de los guiones más

perfectamente estructurados. En medio de esto, mi padre luchaba por salir de la silla de playa. Se había movido para sentarse en ella durante la segunda mitad de la película, a

la vista de que me había hecho perder completamente el hilo de la trama por un momento, ya que no dejaba de mirar hacia atrás a mi padre, buscando de alguna manera disminuir en la silla de playa que siempre había jurado que no usaría nunca.

Henry ya caminaba hacia el estacionamiento, pero se encontró con mi mirada y levantó la mano en un saludo. Se lo devolví y me vi a mí misma mirando, por el rabillo

de mi ojo, hasta que se perdió de vista. Debido a que estaba en frente del

estacionamiento de la playa, vi a Warren y Wendy yéndose, no tomados de la mano,

pero caminando muy juntos. Capté la mirada de Warren por un momento, y me dio una sonrisa amplia, feliz, de esas que nunca había visto en mi hermano, quien antes de esto había parecido estar especializado en la sonrisita sardónica.

Cerré el proyector y la pantalla, y le agradecí a Leland, quien bostezaba tanto que estaba agradecida de que no se hubiese dormido durante la película. Gelsey

terminó yendo a casa con los Gardner, ya que la espalda de mi padre estaba herida de nuevo, y necesitaba estirarse sobre el asiento de atrás. Me había abrochado en el

asiento del pasajero y me volví para mirarlo. En la desvanecida luz —las luces del

¿

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coche de mi madre detonaban cuando se abría una puerta, pero luego se atenuaban,

como si te llevase a la oscuridad— vi cuán delgado lucía mi padre, cómo si su piel estuviese estirada sobre sus pómulos.

—¿Te gustó la película, niña? —preguntó, sorprendiéndome. Sus ojos estaban cerrados, y supuse que se había quedado dormido.

—Lo hizo —dije mientras me giraba para mirarlo completamente. Abrió los ojos y me sonrió.

—Estoy contento de haber llegado a verla en la pantalla grande —dijo—. Así es

como Ingrid Bergman estaba destinada a ser vista. —Me reí cuando mi madre abrió la puerta y mi padre me guiñó—. No se lo digas a tu madre —agregó.

—¿No me digas qué? —preguntó mi mamá, sonriendo, mientras arrancaba el coche y nos sacaba del ahora casi desierto estacionamiento.

—Sólo algo sobre Ingrid Bergman —dijo mi papá, con voz somnolienta, los ojos cerrados a la deriva otra vez. Vi a mi madre mirando hacia él por el espejo retrovisor, su sonrisa desvaneciendo.

—Vamos a casa —dijo con una voz que sonaba como si estuviera esforzándose por ser optimista—. Creo que todos estamos cansados. —Se había retirado a la

carretera, y para el momento en que llegamos a casa, cinco minutos más tarde, mi padre estaba totalmente dormido.

Mis padres se habían ido a la cama tan pronto como habíamos llegado y mi madre había recogido a Gelsey de al lado. Me había dado cuenta de que, mientras se abrían camino hasta su habitación, mi madre caminaba despacio detrás de mi padre,

mirándolo con atención, como si estuviera preocupada de que pudiera caerse hacia atrás. Y como me di cuenta por primera vez cuan despacio daba cada paso mi padre,

como se apoyaba fuertemente en la barandilla, parecía que esto podría haber sido realmente necesario.

Ya estaba lista para ir a la cama, pero me sentía demasiado nerviosa incluso para tratar de ir a dormir. Cuando oí un coche moverse en nuestro camino, fui hasta el porche, donde vi a Warren sentado en el Land Cruiser, el motor apagado, mirando al

frente. Cuando me vio, se bajó del coche y caminó a mi encuentro en los escalones del porche. Técnicamente, anduvo. Pero había algo en él que lo hacía parecer más como

flotando.

—Taylor —dijo Warren, sonriéndome amablemente, como si yo fuera alguien

que había conocido, vagamente, muchos años antes—, ¿cómo estás?

—Estoy bien —le dije, cruzando los brazos sobre el pecho y tratando de no sonreír—. ¿Cómo estás?

—Estoy bien —dijo Warren. Sonrió de nuevo, esa sonrisa grande y genuina a la que me sigue tomando tiempo acostumbrarme—. Muchas gracias por arreglarlo.

—Claro —le dije, mirándolo de cerca. Tenía muchas ganas de detalles, pero esto estaba tan fuera del ámbito de lo que mi hermano y yo normalmente hablamos,

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que aún no tenía ni idea de cómo abordar el tema—. ¿Me necesitas para organizar

otro?

La expresión de mi hermano se volvió ligeramente desdeñosa, y por lo tanto

mucho más familiar. —No lo creo —dijo—. Vamos a salir mañana por la noche. A jugar al mini golf.

—Suena divertido —le dije, sonriendo, de repente muy impresionada con Wendy y su capacidad de que mi hermano hiciese algo que sabía que, sólo unos días antes, se habría burlado de hacer.

Warren comenzó a dirigirse hacia la puerta, luego se detuvo y me miró. —¿Alguna vez tuviste una noche que sólo... parecía cambiar todo? —preguntó en tono

alegre pero un poco desconcertado—. ¿Y todo es diferente después? —No lo hice, y Warren debía haberlo visto en mi expresión, porque negó con la cabeza mientras abría

la puerta—. No importa —dijo—. Olvídalo. Buenas noches, Taylor.

—Buenas noches —le dije. E incluso después de que hubiese entrado en la casa, me quedé en el porche durante unos minutos, mirando a las estrellas por encima de mí

y dando vueltas a las palabras de Warren en mi mente.

Pero por el momento, yo estaba en el trabajo. Era un nuboso, nublado, húmedo

día, del tipo que amenazaba lluvia, pero que nunca llegaba. Para rematar hacía fresco, lo que significaba que había tenido aproximadamente tres clientes esa mañana, todos

los cuales habían querido, ya sea café o chocolate caliente, y todos habían querido quejarse del hecho de que este no era un tiempo de verano.

Lucy me miró de cerca, claramente no preparada para dejarme fuera del gancho

tan fácilmente. —Sólo porque algo no sucedió con Henry —dijo—, no significa que no lo quieras.

Sentí como enrojecía, mientras miraba alrededor buscando algo que hacer y empecé a enderezar una pila de tazas. —No lo sé —le dije. Y no lo hacía, a pesar de

que el pensamiento de Henry me había mantenido despierta toda la noche. No tenía ni idea de lo que quería, y me acostumbraba a la idea de que podríamos ser amigos. La posibilidad de algo más me hacía un nudo en el estómago, en el buen sentido, pero

también de un modo real y aterrador.

—¿No sabes por qué? —preguntó Lucy, dejándose caer para sentarse en la

mesa, mirándome, esperando mi respuesta.

Las tazas estaban tan rectas como nunca podrían estar, y empujé la pila fuera.

—Hay mucho que hacer en este momento —le dije. La miré a los ojos y vi que ella sabía de qué hablaba—. Así que simplemente no estoy segura de si es el momento adecuado...

Lucy negó con la cabeza. —No hay tal cosa como un momento perfecto —dijo con gran autoridad—. Míranos a mí y a Brett.

Brett era un chico nuevo con el que acababa de empezar a salir, a pesar del hecho de solo llevaba en Poconos una semana. Me dejé caer para sentarme en la mesa

y crucé las piernas frente a ella, aumentando el número de violaciones al código de salud que actualmente estábamos violando, contenta de que el tema se había alejado

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de mí. —Tal vez —le dije, en lo que esperaba fuera una forma improvisada—, hay

alguien aquí al que ya le gustes y vaya a estar por todo el verano. ¿Posiblemente alguien a quien le gustan los trucos de cartas?

La miré de cerca esperando su reacción, pero Lucy se limitó a sacudir la cabeza. —Tengo bastante de eso con Elliot —dijo—. No, gracias.

—No lo sé —le dije con tanta naturalidad como pude—. No creo que Elliot esté tan mal.

Lucy negó con la cabeza. —Él es genial —dijo, sin darle importancia—. Pero

no es exactamente alguien con quien quiero salir.

—¿Por qué no? —le pregunté, y Lucy frunció el ceño por un segundo, como si

estuviera considerándolo. Pero antes de que pudiera responder, su teléfono sonó y lo sacó de su bolsillo.

—Me tengo que ir —dijo, sonriendo a la pantalla—. ¿Estás bien aquí? Brett quiere pasar el rato.

Asentí con la cabeza mientras me deslizaba fuera de la barra, y Lucy hizo lo

mismo. Se colgó el bolso al hombro y estaba llegando a la puerta, cuando se detuvo y me miró. —Te llamo más tarde —dijo. Miró alrededor de la cafetería abandonada y

añadió—: ¿Crees que puedes manejar a la multitud sin mí?

Sonreí ante eso. —Creo que voy a estar bien —le dije—. Que se diviertan. —

Saludó y se fue, y traté de llenar el resto de la jornada de trabajo limpiando la máquina de hielo y tratando de ordenar qué era exactamente lo que sentía por Henry. No pensé que había estado imaginando que algo pasaba anoche, pero en la fría luz del día, no

podía estar segura.

Tan pronto como llegaron las cinco, cerré el bar de aperitivos y subí la

cremallera de la sudadera sobre mis pantalones (aprendí mi lección tan pronto como las sudaderas y los días nublados llegaron), sintiéndome temblar. El viento se había

comenzado a levantar, agitando violentamente las ramas de los árboles. Fue un día realmente triste, y sólo esperaba que hubiese un fuego encendido cuando llegase a casa.

Fui en bicicleta a Henson‟s a recoger un poco de maíz y tomates para la cena, por petición de mi madre. En el registro, me encontré dudando sobre las bolsas de

regaliz. Las había estado recibiendo para mi papá siempre que había entrado, a pesar de que había dejado de preguntar por ellas. Y cuando me había ido en busca de unas

papas la noche anterior, había visto tres de las bolsas de regaliz en el gabinete, metidas detrás de una caja de galletas saladas. Pero de alguna manera no traer una bolsa para mi padre parecía como una admisión de derrota.

—¿Eso también? —preguntó a Dave Henson alegremente, señalando la bolsa de regaliz que había recogido, y ayudándome a tomar mi decisión.

—Claro —le dije, pagando por mis artículos y empujándolos en mi bolso—. Gracias.

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—Llega a casa a salvo, ahora —dijo Dave, mirando hacia afuera—. Creo que

estamos a punto de conseguir un poco de tiempo.

Me despedí de Dave y me marché cuando un trueno resonó en la distancia.

Gemí y levanté la capucha de mi sudadera justo cuando las primeras gotas de lluvia salpicaron en la carretera. Main Street no estaba llena, parecía que el tiempo había

encerrado a la gente, pero los que estaban en la calle se encontraban agachados bajo toldos o empujándose hacia dentro de sus coches. Sabía los signos, y me apresuré a mi bicicleta y solté la bolsa en el cesto. Trataba de decidir si tenía más sentido llamar a

casa para que me vinieran a buscar y agacharme debajo de un toldo, o simplemente ver hasta dónde podía llegar antes de que la tormenta realmente golpease. Tenía la

sensación de que si llamaba a casa para que me viniesen a buscar porque llovía, nunca podría oír el final de la misma. Pero por otro lado...

El trueno sonó de nuevo, más cerca esta vez, y tomó la decisión por mí. Así que me mojaría un poco. Ciertamente sobreviviría. Y eso sería mejor que Warren, por no mencionar a mi padre, burlándose de mí el resto del verano. Subí a mi bici y atravesé

Main Street, percatándome de que los charcos ya se formaban sobre la acera. Mientras pedaleaba sobre ellos, el agua salpicaba mis pies y piernas desnudas, y me di cuenta de

que este realmente no había sido el día adecuado para llevar shorts.

Pedaleé, empapándome mientras. Los truenos estaban acercándose, con tanto

estruendo que me encontré a mí misma saltando ligeramente cada vez que sonaba, mis manos apretando fuerte el manillar. Me detuve un momento para secarme la cara y colocar la mochila en la cesta y vi un flash de luz en la distancia.

—Mierda —murmuré, tirando de la capucha más arriba y mirando mi bici por un segundo, cayendo en la cuenta de que estaba hecha de metal. Estaba bastante

segura de que la goma de los neumáticos evitaría que me electrocutase, pero no era algo que quisiera comprobar. Estaba empapada y podía ver las gotas deslizándose por

mis piernas desnudas. La lluvia caía tan fuerte que apenas podía ver la carretera frente a mí. Pero de alguna forma parecía que me mojaba más estando parada que mientras estaba en movimiento.

Secando mis manos en mi incluso más mojada sudadera, subí mi pierna de nuevo a la bici cuando alguien se deslizó a mi lado.

—¿Taylor? —Me giré y vi a Henry en su bici, luciendo casi tan mojado como yo, aunque no tanto, llevaba una gorra de béisbol que parecía mantener la lluvia

alejada de su cara.

—Hola —dije, momentáneamente agradecida por tener puesta la capucha porque sólo podía imaginar cómo de mal lucía mi pelo. Pero un segundo más tarde, la

realidad me golpeó. Tenía puesta la capucha. Probablemente parecía un elfo medio ahogado.

—Es intenso —dijo. Prácticamente gritaba para ser oído por encima del sonido de la lluvia y el viento.

—Lo se —grité en respuesta. Me sentí sonreír, dándome cuenta de que probablemente nos veíamos ridículos, dos personas, de pie en una tormenta, teniendo una conversación a un lado de la carretera.

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—¿Lista? —preguntó, y asentí, colocándome sobre los pedales y pedaleando

contra el viento. La lluvia comenzaba a caer de lado, y el viento soplaba tan fuerte que tenía problemas para mantener mi bici en posición vertical. Seguía tambaleándose y

tenía que apoyar el pie en el suelo para no perder el equilibrio. Debido a esto, Henry me había adelantado, aunque él siempre se pararía y esperaría a que lo alcanzara.

Pensé que esto era lo que pasaba cuando lo alcancé y estaba parado con un pie descansando sobre el suelo. Lo adelanté creyendo que él estaría justo a mi lado, pero después de unos segundos me giré y vi que todavía estaba parado.

—¿Estás bien? —le grité por encima de la lluvia, pensando que este no era realmente el día para tener problemas mecánicos.

—Sí —respondió—. Pero esto es de locos. Creo que deberíamos esperar a que pare la tormenta. No va a seguir así.

—No, pero… —Me estremecí. Ni siquiera necesitaba un fuego; todo lo que quería era un ducha tan caliente que llenaría de vaho el espejo en segundos, y planeaba quedarme allí hasta que nuestra escasa agua caliente se terminara. Miré en dirección a

Main Street, el único lugar donde realmente podía encontrar un refugio. Pero la idea de pedalear todo el camino de vuelta hacia allí y después tener que ir a casa no era

exactamente apetecible.

—Vamos —llamó Henry. Miró a ambos lados y luego pedaleó a través de la

calle. Confusa, observé cómo se bajaba de la bici y empezaba a empujarla a través de un camino de entrada.

—¡Henry! —grité desde el otro lado de la calle—. ¿Qué estás haciendo? —No sé

si me escuchó, pero de todos modos, simplemente continuó empujando su bici. No entendía que sucedía pero parecía que al menos él tenía algún tipo de plan, así que

miré si venían coches y crucé también.

Tan pronto como llegué al camino de entrada, la cubierta de árboles redujo un

poco el paso de la lluvia. Busqué a Henry y vi que hacía rodar su bici hacia una casa que me era familiar. Forcé la vista a través de la lluvia para ver el cartel, y por supuesto, nos encontrábamos en Maryanne‟s Happy Hours, también conocida como la

antigua casa de Henry. El camino de entrada estaba vacío y la casa a oscuras, así que al menos parecía que Maryanne no iba a echarnos de su propiedad.

Hice rodar mi bici cerca de la casa, siguiendo a Henry a la parte de atrás. Para cuando llegué, Henry se había parado donde el bosque comenzaba y apoyó su bici

contra un árbol. Hice lo mismo, percatándome de que al entrar al bosque, la densidad

de los árboles realmente nos refugiaba de la lluvia. Simplemente no estaba muy segura de si había merecido la pena detenerse. Estaba a punto de decírselo a Henry cuando vi

que caminaba bosque adentro. Y entonces es cuando vi hacia donde se dirigía, la casa del árbol.

—¿Estás bien? —preguntó, mientras yo me concentraba en conseguir apoyo sobre los tablones de madera, clavados al tronco, que servían de escalera.

—Bien —dije, alcanzando el siguiente peldaño. Henry ya estaba en la casa del árbol, mirándome, él había escalado sin ningún tipo de problema.

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No era el tipo de casa del árbol que ves en los catálogos, esas que vienen con un

kit e instrucciones y fueron hechas para parecer cabañas de madera, o barcos piratas, con todos los ángulos rectos y suave madera. Esta había sido construida por el padre

de Henry, sin ningún fantástico plano sólo para encajarla en el espacio entre tres árboles de soporte, que le daban forma triangular. Había un tejado, dos paredes y un

suelo, pero nada tan elegante como una puerta. En lugar de eso, el frente estaba simplemente abierto, ligeramente sobresaliente del tronco que servía de escalera. Parecía lógico que estuviéramos allí ahora ya que las únicas veces que podía realmente

recordar estar en la casa del árbol estaba lloviendo. De hecho, no estaba segura de haber visto su interior cuando había sol.

—¿Necesitas una mano? —preguntó Henry, y asentí. Extendí la mía hacia arriba, y él la tomó, sus manos frías contra la mía, y me dio un tirón, permitiéndome

subir mi pierna a los tablones que servían de suelo. Solté la mano de Henry y me impulsé sobre mis pies, empezando a levantarme—. Cuidado —dijo. Apuntó hacia arriba—. Es un poco bajo.

Vi que había estado a punto de golpear mi cabeza contra el techo.

—Guau —murmuré mientras me agachaba. La última vez que había estado

allí, había sido capaz de ponerme totalmente de pie sin ningún problema.

La casa del árbol no parecía haber cambiado mucho. No había nada dentro

excepto un cubo de plástico en una esquina, posicionado bajo una gotera; cada pocos segundos se podía escuchar el silencioso “ping” de las gotas cayendo en él.

Henry estaba sentado en el frente de la casa, sus piernas balaceándose en el aire.

Se quitó la gorra y se pasó las manos por el pelo, quitándose el mechón que a veces le cubría la frente. Caminé agachada y me senté a su lado, abrazando mis rodillas contra

mi pecho y frotándome las piernas tratando de calentarlas un poco. Si mi sudadera hubiera sido más grande, las hubiera metido dentro sin pensar ni un momento cómo

de ridículo se vería.

Ahora que estábamos refugiados, podía ver lo maravilloso que el bosque lucía en la tormenta. Todo parecía más verde de lo normal, y el sonido de la lluvia estaba

silenciado, haciendo que se viera mucho más pacífico que el diluvio al que habíamos estado expuestos en la carretera. Todavía había mucho viento, y observé los árboles a

nuestro alrededor inclinarse y balancearse. Las habilidades del señor Crosby en carpintería parecían estar mejorado, y la casa del árbol no se movía y ni siquiera

parecía inestable.

—¿Mejor? —preguntó Henry.

—Mucho —dije. Me incliné hacia delante y eché un vistazo a la casa de

Maryanne. Podía verla a través de los árboles, a pesar de que todavía estaba oscuro, estaba preocupantemente cerca—. ¿No le importará a Maryanne?

Henry negó con la cabeza.

—Nah —dijo—. Vengo a veces a pensar, y no le importa.

—Entiendo —dije. Nos sentamos en silencio por un momento. El único sonido era el de la lluvia cayendo a nuestro alrededor y el viento azotando los árboles. Miré

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detrás de mí a la casa del árbol otra vez, todavía maravillándome por el hecho de que

parecía estar bien, sólo un poco encogida. —No puedo recordar la última vez que estuve aquí arriba —dije—. Pero no ha cambiado mucho.

—Sería aquel último verano, ¿no? —preguntó Henry, girándose hacia mí—. Cuando teníamos doce.

Asentí, mirando directamente hacia las ramas que se mecían y se mojaban.

—Probablemente. —Y quizás fue el desorientador efecto de ser pillados en la tormenta, o la conversación que acababa de tener con Lucy, pero antes de que pudiera

pensar en lo que estaba diciendo, pregunté—: ¿Alguna vez piensas en aquel verano? Quiero decir, cuando estábamos… —Paré, dudando sobre la palabra adecuada.

—Cuando estábamos saliendo —terminó Henry por mí. Lo miré y vi que todavía me miraba—. Por supuesto.

—Yo también —dije. No era lo suficientemente valiente para decirle de lo que me había dado cuenta en la fiesta de pijamas de Gelsey, cuánto me había impactado nuestro primer intento de algo parecido al amor. Era la única vez, supuse, que podías

entrar en algo totalmente nuevo, sin cargas, sin idea que podías salir herido y herir a otros a cambio.

—Quiero decir —dijo Henry—, después de todo, fuiste mi primera novia.

Me sentí sonreír ante eso.

—¿Y ha habido muchas otras, entiendo, por el medio?

—Montones —respondió Henry con el semblante serio haciéndome reír—. Docenas y docenas.

—Lo mismo aquí —dije, impasible, esperando que supiera que bromeaba. Porque además de mi ex engañador Evan, y dos relaciones de corta vida en segundo

año, no había nadie de relevancia para contarle.

—Ya sabes —añadió Henry tras un momento—, realmente me gustabas en ese

entonces.

Tomé una respiración profunda.

—No debería haberte hecho eso —dije—. No debería haberme ido así. Y lo

siento, realmente lo siento.

Asintió.

—No sabía lo que pasaba. No sabía si había hecho algo…

Negué con la cabeza.

—No —dije—. Fue cosa mía. Yo sólo… tiendo a huir cuando las cosas llegan a ser demasiado. —Me encogí de hombros—. Estoy trabando en ello.

—No podía creerlo cuando apareciste en el muelle —dijo con una risa—. Por

un momento pensé que estaba alucinando.

—Yo también —confesé—. Pensé que nunca me hablarías de nuevo.

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—Lo intenté —me recordó, y sonreí ante eso—. Pero seriamente —dijo,

mirándome directamente, su tono un poco más contenido—, eres un hábito difícil de perder.

Lo miré a los ojos y podía sentir mi corazón empezando a latir un poco más rápido. El aire a nuestro alrededor parecía repentinamente cargado, y se sentía como si

estuviera delante de una encrucijada, que las cosas podían ir en cualquier dirección desde aquí, pero había una decisión que tenía que ser tomada.

Despacio, centímetro a centímetro, Henry se acercó a mí. Extendió la mano y

tocó la mía, haciéndome temblar incluso aunque ya no tenía frío. Tomó mi mano y me miró a los ojos, como asegurándose de que esto estaba bien. Estaba mucho mejor que

bien, y esperaba que pudiera verlo en mi expresión. Se inclinó un poco más cerca y me quitó la capucha, ni siquiera me importaba el estado de mi pelo. Puso una mano en mi

mejilla, acariciándola con su pulgar mientras yo me estremecía de nuevo. Y luego se inclinó hacía mí y pude sentir mi corazón latiendo con fuerza, estábamos tan cerca, a una respiración de distancia. Cerré los ojos y, mientras la lluvia y el viento azotaban

todo a nuestro alrededor, me besó.

Al principio fue suave, sus labios tocando los míos ligeramente. Después se

apartó, cubrió mi mejilla con su mano y me besó de nuevo.

Esta vez no fue tan vacilante, y le devolví el beso, y fue un beso que era a la vez

familiar y nuevo, haciéndome recordar un beso de cinco años antes, y haciéndome sentir como si no hubiera sido besada antes en mi vida. Y me di cuenta de que quizás Lucy estaba equivocada, quizás a veces había un momento perfecto. Sus brazos

estaban alrededor de mi espalda, acercándome, y enrosqué los míos alrededor de su cuello, pasando mis manos sobre su mandíbula, incapaz de parar de tocarlo de repente.

Y mientras nos besábamos, allí arriba entre los árboles, la lluvia cayó hasta que, por fin, salió el sol.

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Capítulo 30 Traducido por Max Escritora Solitaria & BlancaDepp

Corregido por Melii

Taylor! —Abrí mis ojos y observé a Lucy, acostada en mi muelle en su bikini agitando su mano hacia mí—. ¿Hola?

—Lo siento —dije, sentándome y tratando de recordar sobre lo que Lucy había estado hablando. No había estado prestando atención en lo más mínimo—. ¿Qué fue eso?

—Déjame adivinar —dijo Lucy, sacudiendo su cabeza—. No escuchaste lo que dije.

Sonreí involuntariamente, causando que Lucy gimiera. —Oh, mi dios —dijo—. Es muy difícil tener una conversación contigo cuando sigues durmiendo dentro de

distinguidos recuerdos.

Pensé en negarlo, pero tenía la sensación de que sería bastante inútil. Saqué mis gafas de sol hacia abajo para cubrir mis ojos y tumbarme en mi toalla a rayas que se

extendía bajo el sol del atardecer.

Era casi julio, un poco más de una semana después de que Henry y yo nos

habíamos besado en la casa del árbol. Y Lucy no estaba del todo mal para quejarse. En realidad, había tenido razón sobre el dinero—mientras ella había estado hablando, mi

mente había estado derivando en la noche anterior, cuando Henry y yo, una vez que habíamos estado seguros de que nuestras respectivas familias dormían, nos habíamos besado en este mismo muelle, tumbados en una manta debajo de las estrellas. En un

punto, hicimos una pausa para recuperar el aliento, y levanté la vista hacia el cielo mientras apoyé mi cabeza en su pecho, sintiendo su respiración subir y caer. —

¿Conoces alguna constelación? —pregunté, y sentí su risa retumbando en su pecho antes de que lo oyera.

—No —dijo, e incluso sin mirarlo, pude oír la sonrisa en su voz—. ¿Quieres enseñarme alguna?

—No —dije, mis ojos todavía en las estrellas por encima de nosotros—. Yo sólo

preguntaba. —Alisó su mano por encima de mi cabello, y cerré mis ojos sólo por un momento, todavía un poco asombrada de que esto había ocurrido, de que habíamos de

alguna manera terminado aquí.

¡

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En el poco tiempo que habíamos estado juntos, yo sabía que esto era como

ninguna de mis otras relaciones. Y tampoco fue como lo había sido antes, cuando éramos tan jóvenes e inexpertos. Era como si todos los obstáculos que habían hecho

mis otras relaciones tan complicadas —chismes, drama en la escuela— fueron sólo eliminados.

Él vivía al lado, a mis padres les gustaba, y no teníamos horarios o responsabilidades más allá de nuestros no —muy agotadores— trabajos. Y a diferencia de la relación en ciernes con Wendy y Warren, estar con Henry no me causaba mucho

estrés.

No era que Warren no fuera feliz —de hecho, él había desarrollado un hábito

molesto de zumbar, y hacía eso constantemente incluso en la ducha— pero seguía gastando demasiado tiempo antes de cada cita escogiendo una camisa para ponerse, y

después se arrepentía, queriendo pasar todo lo que ella había dicho, como si buscara pistas ocultas o significados. Warren y yo a menudo terminábamos regresando a casa a la misma hora, y así nos sentábamos afuera, por lo general en los escalones del porche,

y escuchaba mientras él diseccionaba y analizaba su tarde para mí. Pero a diferencia de la relación con Warren, fui descubriendo que estar con Henry otra vez era

sorprendentemente relajante. Era como si sólo pudiera ser yo misma cuando estaba con él. Después de todo, él ya sabía mis defectos, especialmente el más grande de

todos. Y esto significaba que en momentos de tranquilidad, acostada con mi cabeza en su pecho, podía cerrar mis ojos y sólo respirar, disfrutando de la paz.

Pero no todo era tranquilo y pacífico. Había una chispa entre nosotros que

nunca había sentido con ninguno de los otros (cuatro) chicos que había besado. Cuando nos besábamos fuera, era casi imposible para mí mantener mis manos fuera de

él, y besarlo podía detener el tiempo y hacerme olvidar donde estaba. Sólo pensar en besarlo hacía a mi estómago revolverse, y había quemado varios lotes de patatas fritas

en el trabajo mientras miraba al vacío, repasando en mi cabeza los eventos de la noche anterior—sus dedos, trazando una línea bajo mi cuello, el lugar que había encontrado justo debajo de mi oreja, que no había considerado antes pero que ahora podía hacer

mis rodillas débiles. La forma en que podía correr mis manos por su cabello, siempre empujando atrás un mechón errante mientras nos besábamos. La suavidad de su

mejilla contra la mía, el calor de la parte trasera de su cuello donde siempre estaba ligeramente quemada por el sol.

Pero ahora, intenté ponerme a mí misma lejos de todos esos pensamientos y enfocarme en Lucy. —Lo siento —dije tímidamente—. En serio. ¿Qué pasa?

Frunció el ceño a mí por un momento antes de sacar su teléfono.

—Está bien —dijo—, por segunda vez. —Arqueó una ceja a mí y traté de parecer debidamente arrepentida—. Es Brett. Sigue enviándome mensajes de texto,

diciendo que quiere mantenerse en contacto, tal vez hacer las cosas a larga distancia, es una locura, porque nosotros fuimos en, digamos, tres citas.

—Bien —dije lentamente—. Tal vez deberías sólo mantener tus opciones abiertas por ahora. No es como que Brett aún esté aquí. Y tal vez hay alguien cerca de aquí que no has incluso pensado.

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—Sí hay alguien por aquí, me he dado cuenta —se quejó Lucy. Y abrí mi boca

para decir algo, tal vez alegar por el caso de Elliot una vez más cuando ella miró de nuevo a la casa y sonrió, sacudiendo su cabeza—. Mira quien está aquí.

Me volví y vi a Henry caminando desde su casa, vistiendo su prestada camisa, levantando la mano en señal de saludo. Me sentí a mí misma sonreír, ampliamente,

justo al verlo.

—Oh, dios mío —dijo Lucy, rodando sus ojos por mi expresión—. Voy a tomar eso como mi señal para irme.

—No, quédate —dije, pero incluso yo podía oír como esto sonaba a medias, y ella se rió.

—Buen intento —dijo—. Tú eres una terrible mentirosa.

—¿Nos vemos mañana? —pregunté.

—Definitivamente —dijo. Se puso de pie y sacó un par pantalones cortos y una camiseta sin mangas por encima de su bikini, metiendo la toalla y las revistas que había estado ojeando en su bolsa de lona mientras que Henry llegó al muelle—. Hola

—dijo, caminando junto a él, y dándole un buen, agradable empujón. Yo había estado preocupada, probablemente más de lo que podía haber admitido, sobre mirarlo a ellos

juntos después de enterarme que habían salido. Pero observándolos interactuar por unos minutos, habían bastado para hacerme ver que no había nada entre ellos. Más

que nada parecían comportarse como hermano y hermana ahora.

—¿Oh, te vas? —preguntó Henry, y aunque intentaba claramente sonar decepcionado, me di cuenta de lo que significaba lo que Lucy dijo: Henry era también

un terrible mentiroso. Lucy sacudió su cabeza y dijo adiós.

—Hola —le dije, protegiendo mis ojos con mi mano contra el sol.

—Hola, tú misma —dijo, llegando a mí y sentándose en el banquillo junto a mí. Vi sus ojos ensanchándose a la vista de mi bikini y me reí mientras me incliné y lo

besé. Él sabía dulce, como glaseado de mantequilla, y yo tenía la sensación de que había estado de guardia ese día en la formación del hielo.

Cuando nos separamos, agarró su mochila y la abrió. Sacó una cuadrada caja

verde de panadería, el más pequeño tomillo que utilizo, y me lo ofreció. Tenía la sensación de que debía protestar sólo por cortesía o respeto a las ganancias de su

padre, pero sabía que no sería capaz de hacerlo convincente. Cuando tomé la cajita, me encontré sonriendo. Había beneficios muy definidos de salir con alguien que

trabajaba en una panadería, lo había descubierto.

—¿Qué es hoy? —pregunté mientras abría la tapa y miró dentro. Una magdalena descansaba dentro, pastel amarillo con glaseado blanco. Una T había sido

colocada en la parte superior del glaseado con pequeñas chispas de chocolate—. Esto se ve muy bien —dije sintiendo mi estómago con sólo mirarlo.

—Magdalena de limón —dijo—. Y la nueva de mi padre, crema de limón y vainilla. Él quiere tu aporte.

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—Felizmente —dije, cerrando la caja cuidadosamente. Había aprendido por las

malas que si no esperaba hasta después de la cena, y luego compartir con mis hermanos, fue Henry quien llevó la peor parte la siguiente vez que él llegó a la casa—.

Gracias.

—Y, um —dijo Henry mientras sacaba una pequeña bolsa plástica llena de

galletas—, estas son para tu papá. Doble chispas de chocolate recién horneadas.

—Gracias —dije mientras colocaba la bolsa junto a mi caja con la magdalena. Sintiendo un ahora, familiar bulto comenzando a subir en mi garganta. Cuando le

conté a Henry sobre el hecho de que mi papá no comía mucho, él había tomado para contrarrestar esto (junto con su padre, me enteré más tarde) de tratar de encontrar el

postre o pan que podría traer a mi padre apetito de nuevo. A pesar de sus mejores esfuerzos, esto no parecía estar funcionando. Mi papá siempre hacía un gran

espectáculo sobre el trato, sorprendiéndose y tardando, pero sólo comía un bocado o dos antes de alegar que eran muy buenos para mantenerlo todo en sí mismo.

Mi padre hacía casi lo mismo—es decir, hacer un poco peor cada día, incluso

pensé que no era posible verlo hasta que miró hacia atrás y me di cuenta que, esta vez la semana pasada él no había dormido desde la tarde hasta la hora de la cena y había

sido capaz de subir las escaleras sin la ayuda de Warren, mi madre caminó detrás, lista para atraparlo si caía hacia atrás. Él había dejado de leer hasta altas horas de la noche,

y su voz, la que yo solía ser capaz de oír al otro lado de la casa había seguido disminuyendo, y ahora a veces apenas podía escucharla a través de la mesa del comedor.

Todavía hacíamos nuestra cena muy rápido dos veces a la semana, incluso a pesar de que había sólo aceptado ordenar tostadas e incluso después sólo comía unos

cuantos bocados de ella, sin importar como Ángela le regañó. Pero aunque él no comía mucho, continuábamos haciendo nuestras preguntas. No podía recordar cómo había

sucedido, pero nos habíamos movido más allá de las respuestas del ejercicio mantel individual. Y habíamos sólo comenzado a hablar, siempre había querido a mi padre, por supuesto—a pesar de que aún no había encontrado el momento adecuado para

decirle esto. Pero no fue hasta que comenzamos a tener nuestros desayunos juntos que yo realmente llegué a conocerlo.

Me enteré de que mi padre había casi conseguido despedirse de su primer empleo de derecho, y sobre el viaje alrededor de Europa que tomó después de la

universidad, y como la primera vez que había visto a mi madre, se había enamorado. La única cosa por la que yo había estado sorprendida, aunque, él me lo había dicho dos días antes. Nosotros habíamos estado hablando sobre nuestro pasado compartido,

todos aquellos momentos de la infancia que yo, en algún punto, había estado harta de oír hablar. No fue sino hasta ahora, cuando cada día que tuve con mi padre estaban de

repente contados, me di cuenta de lo preciosos que habían sido. Mil momentos que acababa de tomar por sentados—sobre todo porque yo había asumido que habría mil

más. Mi padre acababa de terminar de contar la historia (aunque yo la había oído por lo menos veinte veces) acerca de cómo iba a ir a su oficina para llevar a su hija al trabajo cuanto tenía seis años y había elaborado todo un pedazo muy importante de las

pruebas cuando dejó de reír y me miró por encima de su taza de café.

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—Aquí hay una que seguro no sabes —dijo y me dio una sonrisa. Estaba más

delgado que nunca, su piel se oscurecía seguida de amarillo a un color marrón más oscuro, como si hubiera tenido una experiencia muy desafortunada en una cama de

bronceado. Hizo que sus dientes se vean sorprendentemente blancos en contraste. Todavía no podía acostumbrarme a los cambios físicos que le sucedían a mi padre tan

rápidamente, la prueba de que había algo muy, muy malo dentro de él. Algo que no se detendría hasta que lo matara.

Pero estos cambios no dieron en el blanco hasta que vi la prueba, como en un

cuadro, o como la gente lo miraba. Mi padre llamaba la atención ahora, de una manera que me hizo sentir al mismo tiempo avergonzada, enojada, y protectora. Otras

personas en el restaurante lo miraban un tiempo demasiado largo, mirando de nuevo a sus huevos rápidamente cuando los encontrábamos mirando.

—¿Qué es? —le pregunté, moviendo la copa hasta el borde de la mesa para que Ángela me diera una dosis adicional la próxima vez que pasara por allí. Yo realmente no quería más café, pero mientras mi copa estuviera llena, más tiempo nos

quedaríamos aquí. Estas mañanas eran la única vez que podía tener a mi padre a solas, y había empezado a tratar de abarcar el mayor tiempo posible. Mi padre sonrió y se

echó hacia atrás en su asiento, haciendo una mueca ligeramente mientras lo hacía.

—Cuando tú naciste —dijo—, yo solía ir a tu habitación y te veía dormir.

Estaba aterrorizado de que no estuvieras respirando.

—¿En serio? —le pregunté. Nunca había escuchado esto, y como el hijo del medio, tenía muy pocas historias que eran solo mías, así que estaba bastante segura de

que había oído todas.

—Oh sí —dijo mi papá—, con tu hermano, nunca tuvimos que preocuparnos.

Estaba llorando cada pocos segundos. No creo que tu pobre madre durmiera más de cinco horas todo ese primer año. Pero tú dormiste toda la noche seguida. Y eso solía

asustarme.

Ángela llegó con su jarra, llenando mi café y pan tostado dando un codazo a mi padre cuando pasó cerca de él, como si la razón por la que no había comido era que él

no se había percatado de su presencia en la mesa.

—Entonces —continuó, tomando un sorbo de su café—, solía estar de pie justo

en tu puerta, escuchando tu respiración. Asegurándome de que todavía estabas con nosotros. Contaba tus respiraciones hasta que me convencía de que te quedaras con

nosotros por más tiempo.

Y luego Ángela había desaparecido con la verificación y nos pasamos a otras cosas, cómo había impulsado en todo el país después de la secundaria y se perdió en

Missouri, y cómo me había dado cuenta de la verdad sobre Santa Claus cuando me di cuenta de que tenía la misma técnica de envoltorio —descuidado con cinta adhesiva—

como mi padre. Pero la imagen de él parado en mi puerta, vigilando mis respiraciones en las primeras semanas de mi vida, se había quedado conmigo.

Ahora, sin embargo, estaba en el muelle con Henry tomando el sol, y parecía muy lejano. —Vamos a ver si estos hacen el truco —le dije, poniendo a un lado las galletas. Cuando estuvieron fuera del camino, me incliné para besarlo de nuevo. Una

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de las mejores cosas acerca de besar a Henry era que podría hacer que el resto del

mundo, como mi padre y lo que le sucedía a él, desapareciera por un rato. Nunca desaparecía totalmente, pero al igual que un televisor que se podía oír en la habitación

de al lado, era capaz de pensar menos en ello cuando los labios de Henry estaban sobre los míos y sus brazos estaban alrededor de mí.

—Entonces —dijo Henry. Fue un poco más tarde, y tomábamos un descanso. Nos extendimos juntos, y yo estaba en lo que había llegado a considerar como mi lugar, no era más que un lugar donde me parecía encajar perfectamente. Tenía el brazo

alrededor de mis hombros y mi cabeza apoyada en su pecho, una de mis piernas lanzadas sobre la suya, nuestros pies se enredaron juntos—. ¿Tienes algún plan para el

cuatro?

Yo no esperaba esta pregunta, y me apoyé para mirarlo. —Creo que podríamos

ver los fuegos artificiales —le dije—. Aquí, probablemente. —Siempre ha habido un despliegue de fuegos artificiales sobre el lago, y por lo general nos habíamos reunido en el muelle, como una familia, para verlo.

—Genial —dijo—. Bueno, no hagas planes para más tarde, ¿de acuerdo? Tengo una sorpresa.

Me apoyé aún más lejos, mirándole a los ojos. —¿Una sorpresa? —le pregunté, no muy capaz de mantener la emoción en mi voz—. ¿Qué es?

—Debes preguntarle a Warren sobre la definición de la palabra sorpresa —dijo, mientras me sentía sonreír—. Se trata de no revelar lo que es algo.

Nos quedamos allí juntos durante un poco más de tiempo, viendo el sol sobre el

lago, ya que finalmente comenzó a bajar, y el crepúsculo comenzó a caer a nuestro alrededor. Las luciérnagas comenzaron a parpadear en la hierba. Cuando sentí la

primera picadura de los mosquitos, le di un manotazo y se sentó, comprobando el tiempo, y dándose cuenta de que probablemente debería dirigirse a cenar.

—¿Hora de irnos? —me preguntó Henry, y asentí, levantándome y extendiendo una mano para ayudarlo a levantarse. Él la tomó, pero realmente no tiró mucho de mí mientras se levantaba y me subió la cremallera de la sudadera por encima de mi bikini.

Recogí mi toalla, gafas de sol y los postres, y caminamos a través del muelle juntos, tomados de la mano.

Cuando llegamos a la parte de atrás de mi casa, me apretó la mano. —Nos vemos mañana.

—Hasta pronto —le dije, sintiendo la gran sonrisa que tenía, pero sabiendo que no sería capaz de detenerme. Se inclinó y me besó, y me puse de puntillas para besarlo de nuevo.

—Ugh. —Nos apartamos y me volví para ver a Davy de pie a unos metros delante de nosotros con Murphy a sus pies. Davy hizo una mueca—. Eso es asqueroso.

—No siempre pensaras eso —le aseguró Henry—. ¿Paseabas al perro otra vez?

Davy asintió y me tendió la correa a regañadientes. Desde que mi padre le

había dado el deber de pasear al perro, Davy había tomado muy en serio su

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responsabilidad, sacando al perro varias veces al día. Había llegado para que Murphy

se agotara por la tarde para quedarse dormido en el regazo de mi padre inmediatamente después de la cena.

—Gracias —le dije, tomando la correa de él. Davy asintió con la cabeza y sonreí a Henry—. Nos vemos —dije.

—Adiós —dijo, sonriendo de nuevo, causando que Davy gimiera. Henry se dirigió a su casa, con Davy corriendo con él para ponerse al día, ya hablando de algo.

—¿Y cómo te fue hoy? —le pregunté recogiéndolo, ya que parecía cansado.

Sostuve a Murphy, que parecía encantado de tener un poco de descanso bajo el brazo y le rasqué las orejas mientras me dirigía hacia la casa—. ¿Has hecho grandes cosas?

Lo primero que noté cuando me dirigía a las escaleras del porche era que había música. Y no uno de los ballets de mi madre o de su música clásica de la vieja escuela

de rock. Solté al perro en el porche, desabroché la correa y abrí la puerta de tela metálica. Murphy corrió dentro, haciendo una línea recta hacia su plato de agua, un segundo después oí el sonido de él bebiendo.

Entré en la casa y la música se hizo aún más fuerte. Sonaba vagamente familiar, tal vez lo había oído en una estación de oldies o en una banda sonora de película. Dejé

caer las galletas y las magdalenas en el mostrador de la cocina y continué caminando hacia el interior, dándome cuenta de que la casa parecía estar bastante vacía. Encontré

la fuente de la música y mi padre al mismo tiempo. Estaba sentado en el suelo en la sala de televisión, un tocadiscos antiguo en frente de él y las pilas de registros alrededor de él.

—Hola —dije, encendiendo la luz, y haciendo una mueca de dolor los dos ya que la habitación se iluminó. Llevaba pantalones de sudadera y una camiseta, pero me

di cuenta de que su pelo se separó tan marcadamente como siempre.

—Hola, pequeña —dijo, comenzando a toser. Después de que había pasado, se

aclaró la garganta y continuó—: ¿Qué hay de nuevo?

—No hay noticias —le dije, sonriéndole. Miré a mí alrededor a los registros y en el plato giratorio. Que tenía que decir, me gustaba más esto que la ópera. Me

arrodillé y cogí una de los álbumes, que era para alguien llamado Charlie Rich. El arte del álbum y su barba, parecía muy años setenta—. ¿Qué es todo esto?

Me sonrió y bajó el volumen de una canción sobre California. —Estaba reacomodando el taller —dijo—, y me encontré con mi viejo tocadiscos y discos.

Estaba a punto de tirarlos, pero luego empecé a escucharlos... —Su voz se fue apagando mientras tomaba uno de los discos y le dio la vuelta.

—Entonces, ¿quién es este? —le pregunté, cuando la canción terminó y

comenzó la siguiente, más lento y más suave esta vez.

—Esto —dijo mi padre, llegando detrás de él y haciendo una mueca,

recogiendo la portada del álbum y me la entregó a mí—, es Jackson Browne.

—¿Lo has escuchado? —le pregunté mientras miraba hacia abajo a la portada

del álbum, un coche sólo bajo un farol.

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—Todo el tiempo —dijo mi papá, sonriendo débilmente, como si recordara—.

Se llevó a mi padre loco.

—Así que, súbele —le dije, sentada a su lado y la espalda apoyada en la pierna

del sofá.

Mi padre se aclaró la garganta y luego sacó un pañuelo de su bolsillo y tosió en

él. Lo dobló cuidadosamente y lo reemplazó. —No tienes que escuchar esto —dijo, y me dio una sonrisa—. Sé que no es exactamente tu estilo.

—Me gusta —protesté. Y lo decía en serio, las letras parecían casi como la

poesía verdadera, con capas de significado de una forma que las canciones de los Bentley Boys ciertamente no lo eran—. Háblame de esta canción.

Mi padre se apoyó en la pierna sofá, y escuchó un momento. —Esta es una

canción que siempre me ha gustado, pero me empezó a gustar mucho más después de

conocer a tu madre —dijo, y pude oír la sonrisa en su voz—. Se llama “For A Dancer”.

Me sonrió, y nos sentamos allí, mientras oscurecía cada vez más afuera, mi

padre y yo, escuchando la música que él había amado cuando tenía mi edad. Yo sabía que pronto el momento habría terminado, sabía que mi madre y Warren y Gelsey volverían a casa, trayendo con ellos el ruido, el alboroto y las noticias. Pero por ahora,

allí estábamos mi padre y yo, un momento que no traté de guardar, sino simplemente dejar pasar, sentada a su lado, escuchando la canción, con el registro de un trompo y la

música tocando.

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Capítulo 31 Traducido por Jo

Corregido por Juli_Arg

El cuatro de julio estaba soleado y claro, y cayó día sábado, lo que significaba

que la playa se encontraba repleta. Lucy, Elliot, y yo habíamos corrido alrededor todo el día y nos habíamos cansado a medio día de los helados petardos tricolores. Hasta

Fred estaba allí, rondando alrededor, principalmente metiéndose en el camino ya que claramente sólo quería volver a su pesca. Pero cuando la máquina de hielo se echó a perder en el medio de un apuro, me sentí muy agradecida de que estuviera allí, ya que

él era el único que sabía cómo arreglarla.

Mi madre había decidido en el último momento invitar a los vecinos a un asado

antes de que todos nos dirigiéramos al muelle a ver los fuegos artificiales, y me había reclutado para llevar a casa provisiones. Las cinco p.m. no podían llegar lo

suficientemente pronto, a pesar de que eran más como las cinco veinte para el momento en que terminamos con la fila de personas que querían papas fritas y bebidas y agua y —sorprendentemente para la playa— hamburguesas. Mientras cerrábamos, le

recordé a Lucy sobre el asado, y cuando Elliot escuchó que Lucy podría estar yendo, de paso se invitó a sí mismo. Para ese punto, había pensado que mientras más era

definitivamente mejor, así que invité a Fred, quien sólo me agradeció sin comprometerse, y Leland, quien me dijo con pesar que tendría que perderse mi fiesta

explosiva, ya que era una de las personas en el agua con la compañía que lanzaba los fuegos artificiales desde al medio del lago.

—Necesitaban un guardavidas —explicó mientras sacaba mi bicicleta de la

entrada a la playa—. Tú sabes, en caso de que alguien sea alcanzado por un fuego artificial o se ahogue instalando uno o algo.

Encontraba eso exactamente tranquilizante, pero le dije que sea cuidadoso, luego pedaleé a Henson y tomé todo el resto del maíz de su mazorca, esperando que

fuera suficiente para cuantas seas las personas que terminaran viniendo. Paseé mi bicicleta pasando por la panadería, mirando dentro, queriendo ver a Henry, tan sólo unos minutos. Pero Borrowed Thyme se hallaba repleto, y a pesar de que me vio a

través de la ventana y saludó, podía decir que lucía estresado, y tenía el sentimiento de que no sería el mejor momento para molestarlo.

Así que pedaleé a casa sola, sintiendo el viento a través de mi cabello y oliendo el aroma de las parrillas de jardín mientras pasaba. El Dip no me perturbaba más—no

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fue hasta que lo había bajado y llegado al otro lado que miré hacia atrás y me di cuenta

cuán lejos había ido.

Incliné mi bicicleta contra la entrada y me dirigí a las escaleras, sintiéndome

desesperadamente en necesidad de una ducha, para no oler como grasa de freidora y al lote de limonada que había derramado sobre mí. No tenía idea de lo que podría ser la

sorpresa que Henry me había prometido, pero sólo pensar en eso era suficiente para hacerme sonreír.

Pero dejé de hacerlo bruscamente tan pronto entré a la cocina. Mi madre

acechaba entre los mostradores, su cabello encrespado y saliendo de su moño normalmente prolijo. Golpeaba cacerolas mucho más fuerte de lo necesario, y me sentí

instintivamente encogiéndome, recordando por qué nunca me había gustado cuando nos entreteníamos aquí arriba—el tamaño pequeño de la cocina siempre parecía

aumentar exponencialmente el estrés de mi madre. Aparentemente Murphy había detectado esto también, mientras se escabullía a mi lado, sus orejas presionadas contra su cabeza, y se acurrucaba detrás de mis tobillos. Me agaché para acariciarlo, y

mientras lo hacía, fue cuando mi madre se giró y me vio.

—¡Finalmente! —chasqueó, peinándose hacia atrás un mechón de cabello.

Podía ver que su rostro se veía sonrojado y sus ojos lucían enrojecidos—. ¿Conseguiste el maíz?

—Todo lo que les quedaba —dije, sosteniendo la bolsa de Henson pero asegurándome de no ir más lejos hacia la cocina—. Así que sólo lo pelaré afuera, ¿bien?

—Necesito que pongas los condimentos y platos —dijo mi madre, ya fuera no escuchando o eligiendo hablar sobre mí—. Y luego si pudieras sacar la basura de la

mesa, lo apreciaría. Ni siquiera sé cuantas hamburguesas hacer; supongo que la novia de Warren vendrá, pero no está seguro…

—Oh —dije en voz baja, de pronto arrepintiéndome de las invitaciones que había repartido en el trabajo. Pero esto se suponía que era un asado; no estaba segura por qué mi madre se ponía tan estresada sobre eso—. Bueno, de hecho yo invité a

algunas personas del trabajo. Así que bien podríamos tener unas tres extras.

Mi madre dejó caer la olla que había estado sosteniendo y se giró para

enfrentarme. De pronto deseé que Warren o Gelsey estuvieran aquí, así tal vez podríamos repartir algo de la rabia de mi madre un poco. No se enojaba muy seguido,

así que cuando lo hacía, era como si toda su frustración acumulada se desatara en una.

Y ahora, parecía, que iba a ser desatada en mí. —Dios, Taylor —chasqueó—. ¿Me preguntaste? ¿Te diste cuenta que esto podría ser un gran inconveniente? ¿Consideraste

preguntarme a mí primero?

—Lo siento —dije, avanzando un pequeño paso fuera de la cocina. Podía sentir

lo que siempre pasaba cuando alguien me enfrentaba, mi instinto de huida, golpeando, convenciéndome a estar en cualquier lugar menos aquí—. No pensé…

—No —me interrumpió, moviendo otra olla del quemador y soltándola—. No pensaste. Porque eso habría involucrado pensar en alguien más, ¿no? ¿Alguien más que tú misma?

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Sentí lágrimas picando mis ojos, y de pronto no quería más que volver cinco

minutos atrás, cuando había estado andando en mi bici y todo había estado bien todavía. —Perdón —murmuré, sintiendo cuan caliente y contraída se hallaba mi

garganta, y sin querer llorar al frente de mi madre—. Iré a desgranar. —Y tomé la bolsa de maíz y caminé a la terraza del frente tan rápido como pude. Una vez allí, miré

por un largo momento mi bicicleta, pero sabía que si me iba, sólo estaría empeorando las cosas. Y además, ¿a dónde iría?

Me senté en la silla más cercana y recogí la primera espiga de grano con manos

que temblaban. Mientras la descascaraba, sentí una lágrima golpear mi mejilla. Mi corazón todavía latía fuerte y me sentía, por cualquier razón, más disgustada ahora de

lo que lo había estado cuando mi madre me gritaba. Pasé mi mano por mis ojos, tomé un tembloroso aliento, y comencé a abrir la espiga.

—Hola. —Miré y vi un par de pies parados en primera posición, luego subí para ver a mi madre, mordiéndose el labio. Se sentó en la pequeña mesa entre las dos sillas de la terraza y se inclinó hacia adelante—. Lo siento, cariño. No merecías eso.

—Yo sólo… —comencé, teniendo que respirar antes de que pudiera continuar, sintiéndome como si estuviera al borde de comenzar a llorar de nuevo. Lancé con

fuerza la espiga y la tiré a la bolsa a mis pies—. Siento haber invitado gente. No creí que fuera gran cosa. Puedo llamarlos y decirles que no vengan.

Mi mamá sacudió su cabeza. —Está bien. Lo prometo. La cosa es… —Suspiró y miró el camino por un momento. Dos personas paseando un golden retriever pasaron, saludándonos. Mi madre saludo de vuelta, luego me miró—. Sólo sigo

pensando, todo el día, sobre cómo este es el último Cuatro de tu padre —dijo en voz baja. Esto no hizo mucho para mantener mis lágrimas a raya y presioné mis labios con

fuerza—. Sólo quería que todo fuera perfecto —dijo. La miré, y para mi alarma vi que había lágrimas en sus ojos, amenazando con caer.

Esto, francamente, era más aterrador que los gritos. Ver a mi madre triste, vulnerable, asustada—era demasiado para mí, y tomé otra espiga, con cuidado de no

mirarla de nuevo.

—No hay nada peor que unas vacaciones arruinadas —continuó, pero sonaba menos como si estuviera a punto de llorar, y podía sentirme relajarme sólo un poco.

—Lo sé —dije, sin siquiera pensarlo. Cuando mi madre no dijo nada, levanté la mirada hacia ella—. ¿Mi cumpleaños? —solté, luego inmediatamente deseé no haber

dicho nada, mientras su rostro se arrugaba un poco y lucía como su fuera a llorar de

nuevo—. Lo siento —dije rápidamente—. No quería decir eso, mamá. No…

Mi madre sacudió su cabeza y miró lejos de mí. Murphy salió tentativamente a la terraza, tal vez dándose cuenta de que mientras ya no estemos gritando, era seguro emerger. Para mi sorpresa, mi madre levantó al perro, apoyando su mejilla contra su

pelaje sólo por un momento.

—Creí que no te gustaba —dije.

Mi mamá sonrió, y bajó al perro en su regazo. —Creo que ha crecido en mí —dijo, corriendo su mano sobre su cabeza. Nos sentamos en silencio, y mientras dejaba

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caer una espiga de grano en la bolsa y extraía una nueva, mi mamá sacudió su

cabeza—. Deja el resto —dijo—. Warren y Gelsey pueden hacerlas cuando lleguen a casa. —Devolví la espiga, sorprendida, y mi mamá se inclinó hacia adelante—. Y

siento lo de tu cumpleaños, cariñito. Te prometo que te lo compensaré.

—No tienes que hacerlo —dije. Lo quería decir también. Había estado

disgustada sobre la cosa del cumpleaños, al principio, pero tantas otras cosas habían pasado desde eso que había perdido importancia—. Y prometo que estaré bien esta noche. La haremos una gran noche para papá. —Me miró, y le di una péquela y

temblorosa sonrisa, dándome cuenta cuan raro era tener que ser la que la consolaba a ella, intentando subirle el ánimo, cuando había conocido toda una vida de eso siendo

al revés.

—Eso espero —dijo en voz baja. Y luego, se inclinó un poco más cerca a mí y

alisó mi cabello hacia abajo, luego frotó mi espalda en pequeños círculos de la manera en que lo había hecho cuando era joven. Las cosas de las que habíamos estado peleando no parecían importar más. Y por un momento, me sorprendí inclinándome

en ella y apoyando mi cabeza en su hombro, en una manera que no había hecho desde que era muy pequeña, y su hombro había parecido mucho más grande, lo

suficientemente grande para sostenerme no sólo a mí, sino que al mundo entero. Y por sólo un segundo, mientras cerraba mis ojos y ella pasaba su mano por mi cabello, se

sentía como si todavía pudiera ser verdad.

A pesar de todo el estrés, la parrillada resultó bien. Gelsey y yo habíamos

puesto velas de limoncillo por alrededor del jardín (ella insistió en hacer grands jetés

entre ellos) y mi padre se había encargado de los deberes de la parrilla, amontonando

las fuentes llenas de hamburguesas de queso y completos, usando kakis planchados y una camiseta polo que ahora lucía demasiado grande en él.

Henry y su papá tuvieron que hacer algo de trabajo de preparación para la panadería esa noche, así que mi madre había invitado a Davy y el Sr. Crosby le había dado a su niñera la noche libre. En conjunto, era algo de un grupo mezclado, pero

todos parecían estar llevándose bien. Fred apareció, trayendo a Jillian como su cita y dos róbalos que mi padre asó, y que todos habían alabado efusivamente, haciendo que

Fred se pusiera más rojo de lo normal. Tan pronto como había llegado, Lucy había sido abordada por Nora y Gelsey, ahora daba una improvisada lección de backbend al

lado del césped. Elliott había enloquecido cuando supo que Jeff era un guionista profesional. Habían descubierto un amor mutuo por las películas de ciencia ficción, y

habían pasado la mayor parte del asado hablando sólo entre ellos. Mi mamá había arrastrado algunas sillas afuera al oscuro césped, y anduvo cerca de mi papá mientras él se sentaba junto a Fred, los dos riendo sobre algo. Davy intentaba enseñarle al perro

—sin éxito— a traer, pero sin embargo parecía comprometido con su tarea.

Vi a Warren y a Wendy sosteniendo sus manos y hablando con Kim, y me

acerqué para unirme a ellos.

—¡Es un área tan fascinante! —decía Kim mientras me unía a su círculo. Noté

que Wendy lucía particularmente patriota, vestía una camiseta de líneas rojas y blancas

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con zapatos azules, y había echado su cabello hacia atrás con un cintillo rojo—.

Definitivamente estamos pensando en agregar a un técnico animal, o tal vez un veterinario, dentro del piloto que estamos desarrollando —dijo Kim.

—Wendy va a ser una veterinaria —dijo Warren, y sólo lo miré por un momento, sonriéndole a la chica a su lado. Era como si a penas lo reconociera ahora.

—Bueno, veremos —dijo Wendy con una risa, sus mejillas poniéndose rosadas—. Recién comenzaré la universidad en el otoño.

—Pero deberías verla en la tienda —soltó Warren, como si Kim estuviera

realmente entrevistando a Wendy por un trabajo y necesitara oír todo sobre cuán fabulosa era—. Tiene un trato increíble con los animales.

—¿Puedes ayudar allá? —pregunté a Wendy, apuntando en dirección a Davy.

Murphy ahora daba círculos alrededor de él mientras tiraba el palo. El perro

miraba el palo volar sobre el terreno, y luego volvía a saltar hacia Davy, perdiendo el punto del ejercicio por completo.

Wendy sacudió su cabeza. —No estoy segura de cuán efectiva pueda ser —dijo,

dándome una sonrisa. Noté que raramente dejaba de sonreír, y Warren no parecía haberse detenido en toda la noche. Antes de que ella hubiera aparecido, realmente no

era consciente de que mi hermano tuviera tantos dientes.

—Aún es muy sorprendente —dijo Kim, tomando un sorbo de su vino—. Si

conseguimos que el programa vaya, tendremos que contratarte como especialista.

Wendy se sonrojó, volviéndose del mismo color que su cintillo. —Oh, no sé de cuanta ayuda podría ser —murmuró.

—Sólo está siendo modesta —dijo Warren. Puso su brazo alrededor de sus hombros un poco cuidadosamente, como si todavía estuviera acostumbrándose a hacer

esto—. Ella sabe todo lo que hay que saber sobre animales. Diles lo que me dijiste ayer. ¿La cosa sobre los elefantes?

—Oh —dijo Wendy—. Bueno, Warren y yo hablábamos sobre… —Se detuvo y entrelazó su mano a través de la de mi hermano sobre su hombro, y vi que ella le daba a su mano un rápido apretón antes de continuar—. La muerte —dijo, mirándolo una

vez antes de mirar de vuelta a Kim—. Y le dije sobre como los animales de hecho tienen rituales de luto, procedimientos de funerales… No está sólo limitado a los

humanos.

—¿En serio? —preguntó Kim, levantando sus cejas—. Ves, ese es el tipo de cosa

que sería genial tener en nuestro programa. ¿Qué tipo de rituales?

—Así que —dijo Wendy. Comenzó a hablar sobre las llamas muriendo de corazones rotos, o elefantes intentando levantar a sus bebés muertos, de los gorilas

durmiendo en los nidos de sus padres muertos y negándose a comer.

Y mientras una parte de mí escuchaba, realmente intentaba procesar unas

cosas. Una era que mi hermano había de alguna manera encontrado a alguien a quien le gustaban los hechos —y compartirlos— tanto como él lo hacía. Y la otra era que le

hablaba a Wendy sobre la muerte—lo que significaba que le hablaba sobre su papá, y

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lo que sentía. Pensé en todas las veces en las que Lucy me había preguntado si quería

hablar, todas las veces que Henry me había hecho preguntas que llevaban a cómo iban las cosas en casa, y como los había callado a ambos—con Lucy, cambiando el tema,

usualmente uno involucrando su vida amorosa, y con Henry, besándolo. Sólo había asumido que Warren había hecho lo mismo, y el hecho de que no lo hizo,

extrañamente, me hacía sentir un poco traicionada—como si él hubiera roto un acuerdo no hablado que teníamos.

Kim le preguntaba ahora a Wendy si los veterinarios alguna vez vivían sobre

sus oficinas —esta era aparentemente una de las premisas del programa, junto con una descabellada recepcionista— cuando el primer silbido de un fuego artificial sonó, y miré

hacia el lago.

Como era de esperar, estaba el primer fuego artificial dibujando a través del

cielo oscurecido como un cometa, explotando con un fuerte estrépito y transformándose

en una roja, blanca, y azul luz. Todos en el terreno aplaudieron, y luego comenzaron a

moverse como grupo hacia el muelle, el mejor para ver el espectáculo.

Catorce personas —y un perro— eran probablemente un poco demasiado para nuestro muelle, pero todos nos reunimos y nos habíamos más o menos acomodado

para el momento en que el siguiente fuego artificial fue disparado hacia el cielo, casi directamente sobre nosotros.

Terminé cerca de la parte de atrás del muelle, sentada junto a la silla que mi madre había traído para mi papá. Miré detrás de mí, para ver si Henry venía desde su

casa, pero por ahora, no había señales de él. No tenía idea cuanto tiempo tomaría el trabajo en la panadería, y todo lo que me había dicho sobre mi sorpresa era que iba a pasar después de los fuegos artificiales. Pero luego de chequear por él unas veces, me

dejé sólo relajarme y disfrutar el espectáculo.

Y tal vez era que nunca había visto una demostración de fuegos artificiales un

Cuatro en algunos años —había estado fuera del país o intentando aprender a hablar otro idioma— pero parecía bastante impresionante.

Claramente más de lo que recordaba la última vez que estuvimos aquí para verlos.

Incliné mi cabeza hacia atrás y sólo miré la explosión de colores y luz que se

apoderaba del cielo, reflejándose en el agua abajo. Luego de una serie de algunos espectaculares, el grupo en el muelle aplaudió, y el perro corrió hacia mí a toda

velocidad.

—Lo siento. —Davy, quien había estado sujetándolo, dijo mientras se giraba

hacia mí. Sostuve el perro antes de que se cayera al agua, no estábamos seguros de las habilidades nadadoras de Murphy, y lo recogí. Mientras lo hacía, noté que temblaba violentamente—. No creo que le guste el ruido.

—Lo llevaré adentro —dije, empujándome para pararme.

—Gracias, niña —dijo mi papá, dándole a la pata colgante del perro un apretón

mientras pasábamos—. Probablemente no entienda qué está pasando. La pobre cosa debe creer que ha tropezado con una zona de guerra.

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—De hecho —escuché a Wendy decir desde más arriba en el muelle—, la

audición de los perros es sorprendentemente sensible. Así que lo que estamos escuchando está siendo amplificado diez o veinte veces para él.

Caminé hacia la casa, sintiendo al perro encogerse en mis brazos cada vez que un fuego artificial explotaba. Y me di cuenta de que mi padre probablemente tenía

razón—si no tuvieras a nadie diciéndote que sólo celebrábamos, fácilmente podrías pensar que el mundo llegaba a su fin. Lo dejé dentro de la casa, donde inmediatamente voló bajando por el pasillo hacia mi habitación.

Tal vez era porque yo tenía un faldón de cama, pero había notado que el perro solía esconderse allí cuando sea que hubiera una tormenta de truenos. Era,

aparentemente, su lugar seguro.

Mientras comenzaba a bajar por el valle de nuevo, me di cuenta de que el

sonido de fuegos artificiales se había detenido—me había perdido el final. Y como era de esperar, vi al grupo en el muelle comenzar a pararse y hacer su camino para subir el valle. Continué bajando, pensando en que probablemente sería necesitada para ayudar

y no queriendo arriesgar la ira de mi madre una segunda vez.

Quince minutos después, había ayudado a mi mamá a ordenar, dicho mis

adioses para todos, agradecido a la gente por venir, y prometido llamar a Lucy después y decirle de lo que se había tratado la sorpresa de Henry. Mi padre, exhausto, se había

ido directo a la cama, con Warren ayudándolo en las escaleras.

—Supongo que eso es —dijo mi mamá, mientras recogía el último plato abandonado del terreno y miró alrededor, como asegurándose de que todo estuviera en

orden. Gelsey todavía se encontraba en el terreno, saltando de una vela de limoncillo a la otra, soplándolas—. Gels —le gritó a mi hermana—, ¡hora de dormir!

En la luz dejada por la última vela, vi como mi hermana caía en un bajo arabesco, su pierna casi paralela sobre ella. —¡Cinco minutos! —gritó de vuelta, su voz

levemente apagada.

Mi madre asintió y se giró hacia mí. —Y no muy tarde para ti —dijo. Asentí también, sintiéndome sonreír. Había recibido un mensaje a la mitad de la limpieza de

Henry, pidiéndome encontrarlo en el muelle en veinte minutos para mi sorpresa. Aún cuando no tenía idea de lo que haríamos o cuánto tiempo estaríamos afuera, mi toque

de queda, tanto como lo era, se había vuelto muy relajado en el verano. Todo lo que mi madre había pedido era que entrara a una hora razonable, y silenciosamente.

Salí hacia el muelle un poco temprano, cuando noté que Henry también

caminaba hacia el muelle, el blanco de su camiseta brillante contra la oscuridad de la noche. —Hola —llamé, y Henry se detuvo y se giró, sonriendo cuando me vio.

—Hola allí —dijo. Aprovechándose de la oscuridad, y del hecho de que su hermano no andaba alrededor para hacer sonidos de arcadas hacia nosotros, deslicé

mis brazos alrededor de su cuello y lo besé. Él me besó de vuelta, abrazándome fuerte y levantándome de mis pies por un segundo, lo que parecía hacer ocasionalmente,

como si sólo para recordarme que era más alto de lo que yo era ahora.

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—Te perdiste el espectáculo —dije, cuando nos separamos luego de un

momento.

—¿Lo hice? —preguntó, su tono extrañamente neutro—. Qué mal.

—¿Y? —pregunté, mirando alrededor—. ¿Mi sorpresa?

Henry sonrió y tomó mi mano. —En el muelle —dijo, caminábamos juntos

cuando escuché un sonido detrás de mí y me giré para ver que mi hermana todavía seguía en el terreno. Estaba a punto de decir algo, recordarle de entrar, cuando la vi sacudiendo una estrellita fuera de la caja. Mientras observaba, de pronto estalló en

llamas, y Gelsey lo levantó mientras bailaba su camino hacia la casa, grandes saltos y una serie de pequeños giros, la estrellita dejando líneas de brillo detrás de ella hasta

que rodeó la esquina de la casa, su luz todavía brillando intensamente detrás de ella.

Resultó que había una buena razón por la que Henry me había dicho que mi sorpresa se hallaba abajo en el muelle. Era un bote.

—Más que un bote —dijo. Había montado todo abajo en el muelle, y había

encendido la lámpara Coleman que ahora estaba arriba para darnos algo de luz. Amarrado al muelle, bamboleándose en el agua, había un bote de remos. Se

encontraba forrado con bolsas de dormir y se veía sorpresivamente acogedor, algo que nunca pensé que un bote podría ser.

—¿Dónde conseguiste esto? —pregunté, mientras bajaba por la escalera del muelle y me subía cuidadosamente en el bote, el cual inmediatamente se inclinó de lado a lado, y por un momento me detuvo el corazón, pareció como si se fuera a

voltear. Sabía que los Crosbys tenían algunos kayaks, pero estaba bastante segura de que habría notado un bote a remos en nuestro muelle.

—Pedí uno prestado de uno de los mejores clientes de papá —dijo—. Le daré un café mañana para agradecerle. Pero tenemos que irnos.

—Bien —dije, completamente confundida sobre cuál era el apuro, pero acomodándome en el banquillo delantero. Henry tomó el trasero, y comenzó a remar a través del lago con sorprendente habilidad. Me giré para enfrentarlo, y llevé mis

rodillas a mi pecho mientras sólo disfrutaba el paseo, la forma en la que pasábamos rápido por encima del lago hasta que estábamos lo suficientemente lejos del muelle que

parecía pequeño.

Henry dejó de remar y enganchó los remos a los lados. Luego sacó su teléfono

para ver la hora, la luz de su pantalla era inesperadamente brillante. —Bien —dijo—. Casi la hora.

Miré alrededor. Nos encontrábamos en el medio del lago; no podía ver para lo

que casi era la hora. —¿Henry? —pregunté.

Sonrió, y apagó la lámpara. Se bajó al suelo del bote a remos, en las bolsas de

dormir, e hizo gestos para que hiciera lo mismo. Lo hice, arrastrándome para encontrarlo. Cuando estuve a su lado, se recostó y lo seguí, metiéndome bajo su brazo

y acomodando mi lugar. Nos mecimos en el bote por un momento, el único sonido del

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agua chocando contra los lados y las cigarras zumbando alrededor de nosotros. Se

inclinó y me besó rápidamente, luego trazó su dedo por mi mejilla y me sonrió.

—¿Lista para tu sorpresa? —preguntó.

—Lo estoy —dije, mirando alrededor, preguntándome si me perdía algo—. Pero… —Justo cuando comenzaba a decir esto, escuché el silbido de otro fuego

artificial siendo lanzado. Y luego, un fuego artificial explotó, enorme y dorado, pareciendo ocupar todo el cielo—. ¿Qué es esto? —pregunté, levantando la mirada hacia él, pero sólo brevemente, mientras más fuegos artificiales aparecían, uno después

del otro.

—Voy a la escuela con uno de los chicos que trabajan para esta compañía —

dijo—. Y acordó retrasar un par, para que pudiéramos tener un realmente buen lugar

para verlo.

—Esto es asombroso —murmuré, mirando directo hacia arriba de mí el cielo nocturno, viéndolo ser rebasado por explosiones de color y luz. Nunca había visto fuegos artificiales recostada en un bote y viéndolos hacia arriba, pero sabía que

mientras los miraba arriba mío, que ahora sería la única forma en que los querría ver—. Gracias —dije, todavía sin poder creer que Henry hubiera arreglado esto, un

espectáculo privado de fuegos artificiales, sólo para nosotros. Me estiré y lo besé, y detrás de mis párpados cerrados, todavía podía ver los rayos de luz mientras la

demostración continuaba en el cielo sobre nosotros.

Luego de algunos fuegos artificiales más, el espectáculo terminó, y Henry y yo aplaudimos desde el bote, aún cuando sabíamos que nadie podría escucharnos. Y a

pesar de que ver los fuegos artificiales había sido toda la razón para sacar el bote, era tan agradable, estar sólo a la deriva allí, que ninguno de nosotros parecía tener ninguna

necesidad de volver justo allí. Abrimos una de las bolsas de dormir y nos metimos en ella, cuando se empezaba a poner un poco fresco, sin mencionar húmedo, afuera en el

lago.

Nos besamos hasta que mis labios se encontraban entumecidos y mi corazón acelerado, y ambos estábamos sin aliento, y luego nuestros besos cambiaron a unos

que era más lentos y suaves, y luego, cuando nos tomábamos un pequeño descanso para recuperar nuestros alientos, sólo comenzamos a hablar, mientras estábamos a la

deriva en el lago, con el cielo enorme y lleno de estrellas sobre nosotros.

Tal vez era porque se hallaba oscuro, o porque no nos mirábamos directamente

entre nosotros, o porque era sólo lo que pasaba cuando yacías en un bote de remos con

alguien. Pero comenzamos a hablar sobre cosas mucho más serias de las que habíamos

hablado hasta entonces. Le dije lo que había pasado con mi madre, y como verla a punto de llorar me había asustado mucho. Me dijo sobre cómo se preocupaba sobre Davy, especialmente ya que se iría para la universidad en un año y no estaría allí para

cuidarlo. Y le dije lo que no había dicho en voz alta todavía, pero había estado pensando las últimas semanas—que sabía que mi padre se ponía peor, y que me

aterraba lo que estaba a punto de llegar.

Los espacios en nuestra conversación se volvieron más y más largos, y

finalmente cerré mis ojos y descansé mi cabeza contra el pecho de Henry, sintiéndome

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cálida y segura en sus brazos, rodeada por la suave franela de la bolsa de dormir, con el

bote meciéndose suavemente adelante y atrás. Me sentí bostezar, y un momento después, escuché a Henry hacerme eco, y aún cuando tuve problemas para dormir

todo el verano, me podía sentir cayendo en el sueño, justo allí en los brazos de Henry, bajo las estrellas.

Comenzaba a iluminarse para la hora en la que despertamos y remamos de vuelta al muelle. Me había despertado para encontrar que tenía una serie de mordidas de mosquito en mi cuello—básicamente el único pedazo de mí que había estado afuera

de la bolsa de dormir—mientras que Henry tenía como cinco en su mano. Al principio, había estado increíblemente avergonzada de haberme quedado dormida, secando mi

boca rápidamente, sólo esperando que no lo hubiera babeado por accidente, esperando que mi aliento no fuera terrible. Nunca había dormido junto a nadie (a menos que

Lucy en mi coche contara, y tenía la sensación de que no lo hacía) y me preocupaba que accidentalmente lo hubiera pateado, o murmurado en sueños, o algo.

Pero si lo había hecho, Henry no lo mencionó y no parecía molesto. Tiré la

bolsa de dormir alrededor de mis hombros mientras me sentaba junto a él en la viga trasera mientras nos remaba a casa. Henry tenía una leve marca de arruga a lo largo

del lado de su rostro, en donde había dormido en la costura de la bolsa de dormir, y su cabello se veía parado en pequeños mechones por todas partes. Y por alguna razón,

esto lo hacía verse aún más lindo de lo que normalmente lo hacía.

Amarramos el bote y sacamos el equipo fuera de este, moviéndonos rápido. El Sr. Crosby normalmente salía a la panadería un poco antes de las seis, y Henry quería

ir adentro para que pudiera pretender que había estado durmiendo allí todo el tiempo.

—Gracias por mi sorpresa —dije, intentando con todo mi ser resistir la urgencia

de rascar las mordidas de mosquito en mi cuello.

—Por supuesto —dijo, inclinándose para besarme rápidamente—. ¿Te llamaré

luego?

Me sentí sonreír, mientras me estiraba para besarlo de nuevo, descubrí que ya no me importaba si mi aliento era terrible.

Caminé por el jardín y alrededor del lado de la casa, tarareando el ritmo que Warren había pegado en mi cabeza. Estaba a punto de dirigirme adentro cuando me

detuve justo—mi papá se encontraba sentado en la mesa en la terraza cerrada con mosquitero, con una taza de café enfrente de él.

Tragué fuerte y subí las escaleras de la terraza sintiendo mi rostro calentarse. —

Hola —murmuré, intentando alisar mi cabello, sabiendo exactamente cómo se veía esto.

Mi padre vestía su típico pijama de rayas azul, con una bata a cuadros sobre éste. Sacudió su cabeza hacia mí mientras tomaba un sorbo de su café, pero había algo

en su expresión que me dejaba saber sólo cuánto disfrutaba esto. —¿Trasnochada? —preguntó.

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—Algo así —dije, sintiéndome sonrojarme más fuerte que nunca—. Um, Henry

me sacó en un bote a remos para ver algunos fuegos artificiales, y luego como que nos quedamos dormidos. —Sólo con oírlo, me di cuenta de cuán ridículo sonaba.

Mi papá sacudió su cabeza. —Si me dieran un centavo cada vez que he escuchado esa excusa —dijo con gravedad, haciéndome reír. Levantó una ceja hacia

mí, y reconocí la expresión de ganas de juegos de palabras, aún en el rostro mucho más delgado de mi padre—. Me temo que esa excusa no va a salir a flote —dijo, mientras yo

gemía, y tomaba asiento a su lado—. Es como una situación de remo. Y si no se

mantiene en el agua…

—Suficiente —dije, riendo. Lo miré mientras levantaba la taza con ambas

manos y tomaba otro sorbo—. ¿Por qué estás levantado tan temprano?

Enfrentó la parte trasera de la terraza cerrada, el lado que enfrentaba el agua. —

Quería ver el amanecer —dijo. Miré en esa dirección también, y nos sentamos en silencio por un momento—. Probablemente debería estar sermoneándote —dijo,

llevando la mirada hacia mí—. Pero… —Perdió el hilo y me sonrió, encogiéndose de hombros. Apuntó hacia afuera donde todo el cielo se ponía del más pálido color rosa, el color de las zapatillas de ballet de Gelsey—. ¿No es hermoso? —preguntó, su voz no

más que un susurro.

Tuve que aclararme la garganta antes de que pudiera hablar de nuevo. —Lo es

—murmuré.

—No sé cuanto de esto me he perdido o tomado por contado —dijo, sus ojos en

el lago—. Y me dije que iba a levantarme por una vez cada mañana. Pero tengo que decirte, mi niña —dijo, mirándome—, estoy tan cansado.

Y cuando lo dijo, me di cuenta de que sí lucía exhausto, y de una manera que

nunca había visto antes. Las profundas líneas en su rostro que no reconocía, y bolsas bajo sus ojos. Lucía como el tipo de cansancio que una buena noche de dormir no se

acercaría a compensar, el tipo de cansancio que llegaba hasta tus huesos.

No había nada que pudiera hacer para arreglar esto, o hacerlo mejor. Así que

sólo asentí y acerqué un poco más mi silla a la de mi papá. Y juntos, observamos el cielo alumbrarse y transformarse, mientras otro día comenzaba.

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Capítulo 32 Traducido por macasolci

Corregido por Melii & Juli_Arg

Finalmente entendí a lo que se refería Dickens. Era el mejor y el peor de los tiempos, todo mezclado en uno. Porque las cosas estaban geniales con Henry, con

Lucy, en el trabajo, incluso con mis hermanos.

Pero cada día, mi padre se ponía peor. El camión de FedEx que traía los documentos del trabajo de papá dejó de venir, y yo había pensado que sólo era una

anomalía hasta que pasaron tres días. Mamá me dijo que papá estaba tomando una siesta una tarde, que su firma lo había sacado del caso. Esto envió a mi padre a una

depresión como jamás lo había visto. No se cambiaba, apenas se peinaba, y nos evadía cuando intentábamos hablar con él—haciéndome dar cuenta de lo mucho en que yo

había confiado en él siendo quien era, el padre alegre y retruécano que yo había dado por sentado.

Pero esto me dio una idea. Leland y Fred accedieron los dos, y se arregló

mientras mi papá tomaba su siesta de la tarde. Cuando se despertó, Warren lo ayudó a salir, donde Películas Bajo las Estrellas —la edición de la familia Edwards— había

sido montado. Leland había accedido a encender el proyector, y nos habíamos extendido en las mantas en el suelo, al lado del agua, para ver lo que mi padre siempre

había prometido que sería un antídoto para los malos días.

Era una multitud mucho más pequeña de la que normalmente se reunía en la playa—sólo nosotros, Wendy, Leland, los Gardners, y los Crosbys. Le pasé los

derechos de introducción a mi papá, y todos nos quedamos muy callados mientras él intentaba lo mejor que podía levantar la voz para poder decirnos, en términos

inciertos, lo mucho que íbamos a disfrutar La cena de los acusados. Y mientras la

mirábamos, fui capaz de escuchar la risa de mi padre por sobre todas las demás.

La película lo ayudó a salir de su depresión, pero sólo con verlo como se encontraba los días anteriores había sido suficiente para asustarme. Los siguientes

pares de semanas seguimos el mismo patrón casi como un péndulo, con lo bueno y lo malo en el flujo constante, y jamás pude disfrutar completamente de la recuperación porque sabía que habría otra mala racha dentro de muy poco.

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Todos comenzamos a quedarnos a la noche y a pasar el rato luego de la cena

sentados en la mesa, sin apurarnos para encontrarnos con nuestras citas (Warren y yo) o atrapar mariposas con Nora (Gelsey).

Después de muchas protestas de mi madre, sacamos el viejo tablero del juego de mesa Risk y lo pusimos en la sala de estar, donde se convirtió en un santuario

dedicado a la estrategia. Y más tarde, cuando se ponía demasiado oscuro o frío para quedarnos en el porche, todos nos metíamos adentro para jugar al juego, hasta que mi papá comenzaba a bostezar, con la cabeza gacha, y mi mamá declaraba la noche

detenida y ella y Warren ayudaban a papá a subir las escaleras.

—Porque —dije tan enojada como pude, a mi madre—. No he confiado en ti

desde que me dejaste por muerta en Paraguay. Por eso.

—Dile, Charlie —dijo mi hermano en monótono tono de voz, mientras mi

mamá pasaba las páginas, con el ceño fruncido.

—Lo siento —dijo ella, después de un minuto, mientras Kim y Jeff gemían—. Yo no...

—Página sesenta y uno —susurró Nora—, al final.

—Oh, claro —dijo mi mamá. Se aclaró la garganta—. Te arruinaré, Hernández

—me dijo—. Te destruiré a ti y a toda tu familia hasta que supliques por misericordia. Pero la misericordia no llegará. —Miró a Kim y a Jeff y sonrió—. Eso está muy bien

—dijo, causando que Nora levantara las manos y mi papá aplaudiera su actuación.

Como no estábamos saliendo, la gente comenzó a venir a nosotros. Los Gardners ocasionalmente se pasaban, más que nada para usarnos como actores

improvisados para escuchar en voz alta el borrador actual de su guión. Nora tomaba notas para sus padres, y seguían haciéndole castings a mi madre, a pesar del hecho de

que se la pasaba constantemente haciendo pausas en la mitad de la escena para ofrecer opiniones.

Cuando no estábamos descuartizando el guión de los Gardners con nuestras terribles lecturas de líneas o jugando a Risk, mirábamos películas en el viejo sofá de pana, todas las favoritas de papá. Y mientras él había comenzado a contarnos más

hechos de los que nos gustaría saber sobre La americanización de Emily o Caballero sin

espada, generalmente se quedaba dormido a mitad de camino.

A veces Wendy o Henry venían para ver la película o tomar lugares en la batalla por la dominación global —fue sólo con la ayuda de Henry que finalmente

logré conquistar Rusia—, pero usualmente era sólo la familia, nosotros cinco. Y descubrí que me gustaba. Seguía pensando en todas aquellas noches en Connecticut,

cuando estaba fuera de la puerta tan pronto como la cena acababa, gritando mis planes hacia atrás mientras me dirigía al auto, lista para que mi verdadera noche comenzara—mi tiempo con mi familia era sólo algo por lo que pasar tan pronto como

fuera posible. Y ahora que sabía que el tiempo que teníamos juntos era limitado, me aferraba a ello, tratando de estirarlo, todo mientras deseaba haber apreciado lo que

había tenido antes.

Pero no era como si estuviera pasando la noche entera dentro.

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Generalmente me escapaba después, una vez que todos se habían ido a la cama.

A veces remaba en kayak hasta el muelle de Lucy y nos sentábamos con horas con los pies colgando sobre el agua, hablando. Ella permanecía ajena al flechazo de Elliot pero

también se había rendido con Brett luego de que él le enviara por error un mensaje de texto para tener sexo—destinado a alguien llamada Lisa. Una noche de sábado, todos

nos reunimos en la playa a la medianoche—yo, Henry, Elliot, Leland, y Lucy. Rachel y Ivy, las otras salvavidas, nos habían comprado unos chocolates a cambio de que Leland se hiciera cargo de algunos de sus turnos, y habíamos montado una fiesta en la

oscura y vacía playa. Habíamos ido a nadar y jugamos a Yo Nunca Nunca —resultó que Lucy casi siempre Había Hecho— y yo me había montado en el manubrio de

Henry cuando había comenzado a amanecer, mi cabello húmedo torcido, cerrando los ojos y sintiendo el viento contra mi cara mientras él me llevaba a casa una vez más.

Pero las fiestas en la playa o las noches con Lucy eran la excepción. Si me escapaba, generalmente era al lado. Sabía ahora cuál era la habitación de Henry, y él conocía la mía. Por suerte, ambos estábamos en el piso de abajo, y me volví experta en

arrastrarme hasta su casa, y tamborilear los dedos suavemente sobre el vidrio de su ventana. Henry se encontraba conmigo y, o bien íbamos al muelle, o a su vieja casa del

árbol, si sabía que Maryanne estaba fuera de la ciudad. Si había sido un día particularmente malo con mi papá, siempre me encontraba yendo a lo de Henry.

Había algo tan terrible en lo que pasaba con mi padre, que lo hacía todo más horrible porque yo era incapaz de detenerlo. Y mientras él se deterioraba, cada nueva versión de él reemplazaba a la otra, y yo tenía problemas recordando cuando él no usaba sólo

pijamas y una bata todo el día, cuando no tenía problemas para comerse toda la cena, sus manos temblando mientras intentaban llevar la comida a su boca, tosiendo cuando

trataba de tragar. Cuando no necesitaba ayuda para pararse o sentarse o ir arriba, cuando era el que levantaba nuestras cajas pesadas, y se ponía a Gelsey encima del

hombro como un saco de patatas, y cuando yo era muy pequeña, me llevaba del auto a la casa después de largos paseos cuando fingía estar dormida. Se ponía más complicado el recordar quién había sido él la semana pasada, por no hablar de quién

había sido hacía cuatro meses, cuando todo había parecido estar bien.

Él había comenzado a dormir hasta tarde durante las mañanas, a pesar de que

todavía me encontraba despierta hasta las ocho, esperando que él estuviera allí, haciéndome cosquillas en los pies, diciéndome que me apurara, que teníamos

panqueques que comer. Seguí yendo a las cenas durante mis días libres, tomando comida para llevar y llevándosela a casa. Pero luego de tres viajes con sus tostadas en su recipiente de poliestireno todavía en la barra, sin comer, dejé de hacerlo.

Luego de las noches particularmente malas —como cuando él le había gritado a mamá, luego había lucido inmediatamente arrepentido, como si estuviera al borde de

las lágrimas— tenía que ir a la casa de Henry tan pronto como la casa estuviera en silencio y todos durmiendo. A pesar de nuestra charla en el bote de remos, usualmente

no quería meterlo en lo que estaba pasando, a pesar de que él siempre me daba la oportunidad de hacerlo. Más que nada, sólo quería sentir sus brazos alrededor mío, sólidos y ciertos, mientras intentaba excluir los sentimientos que herían mi corazón

con miles de pinchazos diminutos, lo cual era de alguna manera peor que ser roto de una vez.

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Cuando se ponía realmente malo en casa, sabía que había felicidad esperando

por mi sólo a la vuelta de la esquina, justo en la casa de al lado. Pero cuando me encontraba en un momento de felicidad —riendo con Lucy, besando a Henry,

conquistando Asia con un ejército reducido— de repente quería sacudirlo todo, ya que sabía que algo mucho peor vendría pronto, y realmente, no tenía derecho a disfrutar

cuando mi padre pasaba por esto. Y siempre estaba el conocimiento inquietante de que, pronto, habría un punto de ruptura.

—Y aquí —dijo Henry, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura—, es

donde ocurre la magia.

—¿Lo es? —pregunté, estirándome para besarlo. Estábamos detrás del

mostrador de Tomillo Prestado, a través de las puertas de acero inoxidable, atrás donde estaban los hornos y los puestos de preparación. Yo había tenido el día libre, así

que había venido a la ciudad para recoger algunas cosas para mamá y para visitar a Henry.

Encontrando la tienda en un momento de calma de clientes, me había llevado

detrás del mostrador para mostrarme cómo funcionaban las cosas.

—Estaba a punto de glasear algunas magdalenas —me dijo, apuntando a un

tazón mezclador lleno de de glaseado mantecoso blanco que, incluso desde aquí, olía delicioso—. ¿Quieres ayudarme?

—Tal vez —dije, deslizando mis manos alrededor de su cintura y besándolo otra vez. Estaba de buen humor, mi papá había tenido una buena mañana, había estado despierto y alerta y había hecho juegos de palabras terribles durante el

desayuno, no tenía que trabajar, estaba con Henry, y había un montón de glaseado allí para probar. Lucy estaba inmersa en su último chico, yo tenía el presentimiento de que

él no iba a durar mucho, así que lo había comenzado a llamar Pittsburgh, así que sabía que no me daría una reprimenda por no salir con ella, lo que significaba que tenía toda

la tarde para besar a Henry. Rompiendo el momento, mi teléfono resonó en mi bolso a través del mostrador. Lo escuché por un segundo, era el sonido del timbre del teléfono de casa. Comencé a acercarme para responderlo cuando me di cuenta de que

probablemente fuera Gelsey.

—¿Necesitas atender eso? —preguntó Henry.

—Nop —dije. Tomé mi teléfono y apagué el sonido para que no volviera a interrumpirnos cuando ella inevitablemente llamara de vuelta—. Es sólo mi hermana

queriendo que la ayude a prepararse. —Cuando Henry todavía lucía perplejo,

agregué—: Es la primera noche de feria. —Gelsey se había estado volviendo loca sobre esto toda la semana, y finalmente me había dicho que tenía un flechazo con un chico

en su grupo de tenis, lo cual de hecho explicaba por qué había dejado de quejarse sobre sus clases últimamente. Ella, chico del tenis, Nora, y el chico con el que estaba

flechada Nora, iban a encontrarse para lo que Gelsey seguía insistiendo que no era una cita doble. Sin embargo, cuando había descubierto que yo no tenía trabajo hoy, asumió

que me iba a pasar toda la tarde ayudándola a prepararse, lo que para ella significaba que le haría un cambio de imagen, usando mi maquillaje. Y aunque estaba dispuesta a ayudar a Gelsey a arreglarse, no iba a pasar cuatro horas haciéndolo.

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—Ah, la feria —dijo Henry con una sonrisa. Me sacó un poco de pelo de la

frente y me sonrió—. Recuerdo la feria. —Le devolví la sonrisa, bastante segura de que ambos recordábamos lo mismo. Me besó otra vez antes de dirigirnos al glaseado—.

Magdalenas.

Henry me mostró la técnica adecuada para poner el glaseado, y a pesar de que

insistí en probar el glaseado cada varios minutos, sólo para asegurarme de que no iba mal, pronto estábamos haciendo progresos.

—No es tan difícil, ¿verdad? —preguntó.

Asentí, admirando mi obra maestra. La campana del frente sonó justo cuando terminábamos con el loto, y me di cuenta de que probablemente debería estar yendo a

casa—ya había dejado a Gelsey colgada por suficiente tiempo. Tomé una magdalena para el camino y besé a Henry para despedirme. Fui en bicicleta a casa, tarareando una

canción de Warren por debajo de mi aliento, saludando a la gente que conocía cuando pasaba. A mitad de camino a casa, sin embargo, saqué el teléfono para volver a ponerle el sonido y me di cuenta de que algo andaba mal. Tenía siete llamadas

perdidas y dos mensajes de voz.

Comencé a pedalear más rápido, esperando que sólo fuera Gelsey queriendo

que la ayude y siendo una molestia. Pero tan pronto como me detuve en el porche, pude sentirlo en el aire, un tipo de tensión cortante que hacía que el cabello en mi nuca

se pusiera de punta. Mi madre estaba al teléfono en la cocina, pero colgó cuando me vio.

—¿Dónde has estado? —exigió. Su cara se veía roja, y su expresión era de

temor y enojo en partes iguales.

Tragué con fuerza, pensando en todas las llamadas que había ignorado, sólo

asumiendo que eran de Gelsey. Un terrible miedo comenzó a arrastrarse por mí.

—Um —dije, sintiendo cómo me latía el corazón con fuerza. ¿Qué pasaba?—.

Estaba en el centro. El sonido estaba apagado. ¿Qué está pasando?

—Tu papá... —comenzó mamá, pero su voz se quebró y se giró de mí ligeramente, pasándose la mano por la cara—. No está bien. Voy a llevarlo al hospital

en Stroudsburg y ver qué dicen.

—¿Qué va mal? —me obligué a preguntar, a pesar de que mi voz no era más

que un suspiro.

—¡No lo sé! —espetó mi madre, volviéndose a mi—. Lo siento —dijo luego de

un momento, un poco más tranquila—. Sólo estoy... —Su voz se perdió e hizo un gesto impotente alrededor.

—¿Dónde está Gelsey? —pregunté, mirando alrededor de la casa, mientras

pensaba que iba a encontrar a mis hermanos, tal vez sólo estaban sentados en uno de los sofás mientras todo esto estaba pasando—. ¿Y Warren?

—Tu hermana está en lo de Nora —dijo mamá—. Y Warren fue a algún lugar con Wendy; no he podido comunicarme con él.

—Bien —dije, obligándome a respirar hondo—. ¿Qué puedo hacer?

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—Ayuda a tu hermana —dijo mamá, y me sentí inmediatamente avergonzada

de mi misma mientras pasaba la tarde intentando evitar justamente eso—. Y no le digas que fuimos al hospital. Está esperando con ansias esta noche. Le diré cuando

regrese.

Sentí mi aliento quedarse trabado en mi garganta, dándome cuenta del

pronombre en singular.

—Pero papá volverá también, ¿verdad? —pregunté lentamente.

Mi mamá se encogió de hombros, con la barbilla temblando, y sentí un vuelco

en el estómago. Presionó una mano contra sus ojos por un momento y respiró hondo. Cuando volvió a hablar, estaba más compuesta, de vuelta al modo eficiente.

—Voy a necesitar tu ayuda para meter a papá en el auto —dijo—. Y luego por favor mantente aquí o cerca de tu teléfono durante la noche, en caso de que tenga

noticias. —Asentí, sintiendo una segunda ola de vergüenza subiendo dentro de mí por haber estado ignorando activamente mi teléfono durante toda la tarde—. Y… —dijo mamá, mordiéndose el labio. Parecía estar midiendo algo en su mente—. Voy a

necesitar que llames a tu abuelo.

—Oh. —Esto no era lo que había estado esperando escuchar—. Seguro. ¿Pero

por qué voy a hacer eso? —El papá de mi papá era un ex oficial naval que ahora enseñaba en West Point y siempre me había recordado al Capitán Von Trapp de La

Novicia Rebelde—sólo que sin la personalidad tolerante o la inclinación por las

canciones de flores. Siempre me había aterrorizado, y unas pocas veces al año lo veía,

jamás parecíamos tener mucho de que hablar.

—Quería saber... cuando llegáramos a este punto —dijo mamá—. Quería venir y despedirse.

Asentí, pero sentí cómo me quedaba sin aliento.

—¿Qué punto? —pregunté, a pesar de que realmente no quería escuchar la

respuesta, porque tenía miedo de ya saberla.

—Quería venir —dijo mamá, lentamente, como si tuviera que pensar cada

palabra antes de decirla—, cuando tu padre estuviera todavía entendiendo lo que pasara. Cuando todavía pudiera... estar aquí.

Asentí otra vez, más que nada para tener algo que hacer. No podía creer que

sólo veinte minutos atrás, comía glaseado y me besaba con Henry.

—Lo llamaré —dije, tratando de sonar competente y calmada, y no como me

sentía, exactamente lo contrario a eso.

—Bien —dijo mi madre. Puso su mano sobre mi hombro por sólo un momento,

y luego se había ido, dirigiéndose arriba, llamando a papá.

Quince minutos después, cada una tomándolo por uno de los brazos, mi madre y yo bajamos a papá por las escaleras y lo metimos en el asiento trasero del auto. El

cambio en mi papá desde sólo esa mañana era sorprendente—su piel había tomado un tono grisáceo, y había gotas de sudor en su frente, y sus ojos estaban, en su mayor

parte, cerrados fuertemente por el dolor que sentía obviamente. En el pasado, no podía

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recordar a mi padre alguna vez quejándose por su propia incomodidad, y jamás lo

había visto llorar. Pero ahora su frente estaba arrugada, y emitía bajos gemidos desde el fondo de su garganta que me asustaban de una manera que nada más podía hacerlo.

Cuando Murphy nos vio cargando a mi papá en el auto, se apresuró para correr de lleno por el camino, y se subió al asiento trasero. Lo busqué, pero siguió de largo y

se sentó detrás del asiento de conductor.

—Taylor, ¿podrías agarrar al perro? —preguntó mi mamá, mientras ponía una bolsa grande en el asiento de pasajero. Estaba a punto de preguntar lo que era, cuando

me di cuenta de que probablemente fuera ropa en caso de que ella —o papá— tuvieran que pasar la noche.

Agarré a Murphy, quien trató de escaparse, claramente sólo queriendo estar donde mi padre estaba.

—Ya basta —dije, más bruscamente de lo que necesitaba, mientas lo agarraba y cerraba la puerta.

—Llamaré para darte noticias —dijo mamá, subiéndose detrás de la rueda.

—Bien —dije, sosteniendo al perro con fuerza, quien parecía estar listo para correr otra vez—. Estaré aquí. —Me obligué a sonreír y saludé hacia el auto mientras

iba marcha atrás por el camino, a pesar de que mamá estaba concentrada en la reversa y los ojos de mi papá se habían cerrado.

Cuando desapareció de mi vista, el perro pareció inclinarse un poco en mis brazos. Le acaricié la cabeza enjuta, y me sentí a mí misma dejar escapar un suspiro tembloroso. Sabía exactamente cómo se sentía.

Afortunadamente, Gelsey estaba demasiado emocionada por la feria para hacer muchas preguntas. Cuando llegó a casa de lo de Nora, le dije que papá tenía una cita

con el doctor, lo que me di cuenta que sonó mucho menos aterrador que ir al hospital, y simplemente lo aceptó sin reproche.

Le planché el pelo a Gelsey mientras ella recibía llamados de Nora por el celular, recibiendo una noticia cada vez que había un cambio de vestuario. Mientras me paraba detrás de mi hermana y veía su expresión de emoción en el espejo, mientras

se reía con su mejor amiga, me sentí tanto envidiosa de que ella pudiera todavía estar tan alegre, y preocupada sabiendo de que pronto, no se estaría riendo así. Que ninguno

de nosotros lo haría.

Una vez que su cabello estuvo liso —y con el cabello tan enrulado como el de

Gelsey, tomó tiempo— hice que se sentara en el mostrador del baño mientras le hacía el maquillaje, menos de lo que ella quería, pero probablemente más de lo que mi madre habría aprobado. Cuando terminé, enrosqué la tapa de la máscara y di un paso

atrás para que pudiera ver su reflejo.

Se inclinó más cerca del espejo, examinando su nuevo ser más de cerca.

—¿Qué crees? —preguntó—. ¿Me parezco a ti?

La miré. ¿Quería parecerse a mí? Parpadeé, luego alisé la parte trasera de su

cabello. En realidad eso explicaba por qué había querido alisárselo.

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—Te ves mejor —dije, sonriéndole a través del espejo. Gelsey me devolvió la

sonrisa por un momento antes de que su teléfono sonara, y se levantó del mostrador, ya hablando con Nora mientras se dirigía por el pasillo a su cuarto.

Kim y Jeff iban a llevar a las chicas a la feria, así que vinieron con Nora.

—¿Dónde están Katie y Rob? —me preguntó Kim mientras Gelsey y Nora

agarraban sus bolsos y se miraban al espejo una última vez—. ¿Está todo bien?

—Tuvieron que ir a Stroudsburg —dije, tratando de mantener el tono de voz. Miré hacia Kim y vi que todavía seguía esperando por más, preocupada—. Al hospital

—dije, y perdí control de mi voz en la última palabra. Respiré hondo, sabiendo de que tenía que calmarme por sólo unos minutos más, así no arruinaría la noche de mi

hermana.

Kim asintió, y a pesar de que podía ver que quería hacerlo, no hizo más

preguntas, por lo que me sentí agradecida, ya que no tenía la información para responderle.

—Bueno —dijo luego de un momento—, por favor déjanos saber si hay algo

que podamos hacer. Tu papá está en nuestros pensamientos.

—En realidad —dije—, ¿estaría bien si Gelsey se quedara a dormir allá? —No

estaba segura de cuándo—o si— mi mamá iba a volver esta noche, y eso sólo parecía como una manera de ganar tiempo.

—Por supuesto —dijo Kim. Sonrió—. Nora me preguntó lo mismo, así que iba a preguntarle a tu mamá. ¡Gelsey! —llamó, dirigiéndose hacia Jeff, que infructuosamente trataba de hacer que Murphy le trajera algo—. ¿Quieres quedarte a

dormir después de la feria?

La perspectiva de una fiesta de pijamas y la no-cita aumentó el nivel de

decibeles en la sala de estar de manera significativa, y Murphy finalmente se escapó y se dirigió a mi cuarto, sin duda buscando consuelo debajo de mi cama. Cuando Gelsey

y Nora estuvieron finalmente listas, todos se metieron en el Prius de los Gardners, saludándome desde la ventana de atrás mientras el auto se dirigía a la calle.

Los observé marcharse, luego cerré la puerta, entré, y me senté en el sofá más

cercano que encontré para pensar. No podía sacar las palabras de mi madre de mi cabeza cuando me preguntó dónde había estado. Y sabía por qué no le había dicho—

por lo tonta y frívola que me haría ver. No estaba cerca para ayudar a mi papá porque había estado riéndome como si tuviera la edad de Gelsey y besándome con Henry. No

había estado donde se me había necesitado. Lo que pasaba con mi papá era más importante que mi romance de verano, y no debería dejarme olvidarlo.

Pero era más que eso, me di cuenta mientras me paraba y me encaminaba a la cocina, tomando una Coca Light que no quería de la heladera. Era la manera en que había llegado a depender de Henry, cómo corría allí cada noche cuando necesitaba ser

consolada. ¿Qué pasaría si él no estuviera aquí? ¿Qué pasaría cuando el verano terminara y yo volviera a Stanwich y tuviera que aprender a estar sin él? Por lo que el

doctor de papá había dicho, todos habíamos estado esperando poder pasar del verano. Pero nadie tenía esperanzas más allá de eso. Y si yo iba a tener que lidiar con una

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terrible ruptura por encima de sólo perder a mi papá—ni siquiera podía permitirme

terminar de pensar en eso. Sintiendo la necesidad de permanecer en movimiento, como si pudiera escapar de esto de alguna manera, salí, cerrando la puerta de alambre

detrás de mí, dirigiéndome por el camino hacia el muelle.

Estaba también el hecho de que podía entrever, todavía medio escondido en

una sombra pero allí, el desastre que sería yo una vez que lo terrible e inevitable ocurriera. ¿Y realmente pensaba que estaba bien poner a Henry en esa situación? Especialmente sabiendo cómo había intentado cuidar de Davy—de todos, en realidad,

incluso de mi padre, intentando curarlo con galletas. Lo había sabido desde el momento en que nos habíamos conocido, siete años atrás, el primer día que había

venido a mi rescate. Supe que él se quedaría conmigo después de eso.

Porque sería Lo Correcto. Y no quería forzarlo a tomar esa responsabilidad.

Henry ya había pasado por suficientes cosas.

Caminé hasta el final del muelle y me senté, colgando las piernas por el borde. Caía la noche, el cielo lentamente se oscurecía y las primeras estrellas comenzaban a

aparecer, pero apenas lo noté. Los hechos eran difíciles de discutir. Necesitaba terminar con Henry antes de que él fuera arrastrado con lo que era inevitable.

Necesitaba terminarlo antes de que las cosas se pusieran más serias, antes de que se sintiera como si tuviera alguna obligación conmigo. De repente, todo el hecho de que

había comenzado algo con él parecía monstruosamente egoísta. Había tantas razones por las que no era una buena idea permanecer juntos. Era imposible de ignorar. Vi la luz que se encendía en la habitación de Henry, y saqué mi teléfono del bolsillo. Lo

haría rápido, antes de que pudiera reconsiderarlo, o dejarme recordar cómo nos habíamos reído juntos, o cómo sus besos me habían derretido. Sería como sacarse una

curita—doloroso al principio, pero al final, mejor para todos.

Respiré hondo y le mandé un mensaje, pidiéndole de encontrarnos en el muelle.

Henry sonreía mientras caminaba hacia mí, y a pesar de que quería mirar a otro lado, me obligué a mirarlo, memorizando cómo lucía cuando estaba feliz de verme. Tenía el presentimiento de que sería la última vez que lo vería así.

—Hola —dijo, llegando al borde y acercándose, su mano estrechándose en busca de la mía, claramente esperando que lo encontrara a mitad de camino. Pero

cerré las manos juntas detrás de mi espalda y di un pequeño paso hacia atrás, repasando en mi mente la lista de cosas por las cuales tenía que hacer esto. La sonrisa

de Henry se debilitó un poco, y una de sus cejas se levantó—. ¿Está todo bien?

—Creo que tenemos que detener esto —espeté. Me golpeó el hecho de que así era como yo le había propuesto ser amigos, también. Por alguna razón, había algo

acerca de él que me hacía imposible evitar un tema. Henry parecía confundido, y aclaré—: Tú y yo. Lo que hemos estado haciendo. Deberíamos detenernos.

Henry me miró por un largo momento, luego observó el océano antes de darme la espalda. Cuando lo hizo, no pude evitar ver el dolor en su expresión—dolor que no

había estado allí sólo unos segundos atrás.

—¿Por qué? —me preguntó. Era una pregunta gentil, no demandando una explicación, a pesar de que tenía derecho a recibir una—. ¿Qué está pasando, Tay?

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Sabía que si le mentía, se daría cuenta. Y además, se merecía algo mejor que

eso.

—Es sólo... —comencé, respirando hondo—. Necesito pasar tiempo con mi

familia ahora mismo. Y no es justo pedirte que sólo salgas conmigo mientras yo paso por esto.

—¿Así que se supone que simplemente me vaya? —preguntó Henry, sonando tanto desconcertado como herido—. ¿Ese es el plan?

—Sólo no quiero que tu... —comencé.

—Taylor —dijo Henry, dando un paso más cerca de mí. De repente se encontraba justo aquí, tan cerca, lo suficientemente cerca como para levantar la cabeza

y besarlo, buscarlo, hacer todas las cosas que quería hacer—. No pienses en mí. En serio.

Era difícil de hacer, casi imposible, pero me obligué a dar un paso atrás.

—Sólo no pudo estar contigo ahora mismo —dije—. Con nadie —aclaré rápidamente, no sea cosa que pensara que había desarrollado un bizarro flechazo por

Leland—. Sólo creo que es lo mejor.

—Bien —dijo Henry. Me miró fijamente—. Pero podemos seguir siendo

amigos, ¿verdad?

Tragué con fuerza y me obligué a sacudir la cabeza. Sabía que si él estaba en mi

vida, no sería capaz de detenerme de besarlo, necesitando encontrar consuelo en mi lugar. —No —susurré.

La cara de Henry cambió, y pareció enojado por primera vez en la

conversación.

—¿Vas a alejar a Lucy, también? —preguntó. Bajé la mirada a las planchas de

madera del muelle, dándole mi respuesta—. Sólo no veo —dijo, más tranquilo ahora—, por qué tengo que ser él único excluido.

No tenía idea de cómo responder, cómo decirle la verdad de lo que estaba detrás de esto—que podía sentirme enamorándome de él, y que estaba ya en la cúspide de perder a alguien a quien amaba. Y cuanto más nos acercábamos, más difícil sería

cuando lo perdiera a él, también.

—Lo siento —susurré—. Pero no entiendes cómo es esto, y...

—Lo hago —dijo, haciendo que lo mirara—. Mi mamá se ha ido, y...

—Pero no está muerta —dije, mi voz saliendo aguda—. Puedes hablar con ella

si quieres. Podrías encontrarla. No tiene que estar desaparecida. Esa es tu decisión. —Henry dio un paso atrás; era como si lo hubiera abofeteado—. Lo siento —dije después de un momento, sabiendo que había ido demasiado lejos.

Henry dejó escapar un suspiro y me volvió a mirar.

—Sólo quiero estar aquí para ti —dijo, su voz baja y dolorosa—. No entiendo

qué ha cambiado.

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De repente, todo lo que quería era contarle, sobre el hospital, sobre mi abuelo,

sobre todo. Quería sentir sus brazos alrededor de mí, la única cosa que tenía sentido mientras todo a mí alrededor se desmoronaba. Pero tenía el presentimiento de que si lo

hacía, lo heriría a él —y a mí— mucho más de lo que nos dolía ahora.

—No puedo explicarlo —dije, haciendo mi voz tan fría como pude, tratando de

alejarlo lo suficiente como para que se fuera y se mantuviera así—. Lo siento.

Henry levantó la mirada hacia mi, y por un segundo, vi todo el dolor —todo el dolor que le causaba— cruzar su rostro. Luego asintió, y así como así, estaba de vuelta

siendo quien había sido al principio del verano—un poco distante, un poco frío.

—Si eso es lo que quieres —dijo. Asentí, y presioné mis uñas fuerte en mis

palmas para evitar decirle lo contrario. Me miró por un momento más, luego se dio la vuelta y se alejó por el muelle, metiendo las manos en los bolsillos mientras lo hacía.

Mientras lo veía marcharse, sentí una lágrima rodar por mi mejillas, luego otra, pero ni siquiera me molesté en secarlas. Cuando estuve segura de que se había metido en la casa, caminé lentamente por el muelle, asegurándome de no mirar lo que

habíamos grabado hacía tanto tiempo—el signo de más, y el corazón, que era una mentira una vez más.

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Capítulo 33 Siete veranos atrás

Traducido por Deeydra Ann’

Corregido por Vericity

Estaba oficialmente perdida.

Giré completamente en círculo, pero lo único que veía alrededor eran árboles, y todos los árboles lucían exactamente igual. Cualquier señal del camino que había

tomado cuando había pisoteado en el bosque había desaparecido totalmente. Los árboles bloqueaban la luz sobre mí, y a esta profundidad del bosque era más oscuro de

lo que me había dado cuenta que sería. Podía sentir como mi corazón empezaba a latir más rápido, y me obligué a cerrar los ojos por un momento y tomar un respiro

profundo, como había visto a mi padre hacer antes de que tuviera un juicio, y una vez cuando vio lo que parecía su coche cuando mi mamá lo chocó contra un árbol que había salido de la nada.

Pero cuando abrí los ojos otra vez, nada había cambiado. Seguía perdida, y ahora estaba un poco más oscuro afuera. No tenía la intención de entrar en el bosque.

Pero había estado tan enojada con Warren por sacarme de su estúpido juego. Y cuando le dije a mi madre sobre eso, estaba ayudando a Gelsey con sus nuevas

zapatillas de ballet y me dijo que no tenía tiempo para ocuparse de mí en ese momento. Así me fui hacia la puerta, pensando sólo en tomar mi bicicleta e ir hacia el lago, tal vez ver si Lucy estaba alrededor y quería pasar el rato. Pero cuanto más

pensaba en ello, la injusticia de todo, más enojada me ponía, hasta que me convencí a

mí misma de que lo único que quería era estar sola. Y al principio, había estado tan

ocupada observando cosas —un enorme hormiguero del que habría hablado a Warren si estuviera hablando con él, el musgo mullido que creció en las raíces de los árboles,

los miles y miles de helechos— que cuando me detuve y miré alrededor, me di cuenta de que no tenía idea de donde estaba. Pensando que no podría haber llegado muy lejos, me dirigí hacia donde estaba segura que era el camino de regreso a mi casa, sólo

para encontrar bosque y más bosque. Así que había cambiado de dirección, pero no había ayudado, y sólo había servido para hacerme dar más vueltas. Y ahora se hacía de

noche, y empezaba a sentir pánico a pesar de todas las respiraciones profundas que tomaba. Tenía un montón de libertad en el Phoenix Lake, y bien podría hacer lo que

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quería con mi día, mientras estuviera de vuelta para la cena. Y a pesar de que mi

mamá siempre se quejaba cuando hacía esto, a veces iba a cenar a casa de Lucy y olvidaba llamar. Así que podrían pasar horas antes de que alguien se diera cuenta de

que me había ido y que algo andaba mal. Y estaría oscuro para entonces. Y había osos en el bosque. Podía sentir lagrimas calientes comenzar a acumularse detrás de mis

ojos, y parpadeé para apartarlas. Podría encontrar mi camino. Sólo tenía que pensar racionalmente y no entrar en pánico.

Una rama crujió detrás de mí y salté, mi corazón martillando más fuerte que

nunca. Me di la vuelta, esperando con todas mis fuerzas que sólo fuera una ardilla, o mejor aún, una mariposa, básicamente cualquier cosa menos un oso. Pero de pie

delante de mí estaba un chico quien se veía como de mi edad. Era delgado, con las rodillas raspadas y un enmarañado cabello marrón.

—Hola —dijo, levantando una mano en saludo.

—Hola —dije, mirándolo más de cerca. No lo reconocí, y conocía a todos los chicos cuyas familias tenían casas en Phoenix Lake; la mayoría de nosotros habían

estado viniendo aquí desde que éramos bebés.

—¿Estás perdida? —preguntó. Y aunque no lo dijo burlonamente, y era verdad,

todavía sentí mis mejillas calentándose.

—No —dije, cruzando mis brazos sobre mi pecho—. Sólo estoy tomando un

paseo.

—Te veías perdida —señaló, en la misma voz razonable—. Dabas vueltas alrededor.

—Bueno, no lo estoy —espeté. Sentí el impulso de sacudir mi cabello hacia él. La heroína del libro que estaba leyendo sacudía mucho su cabello, y había buscado

una oportunidad, incluso aunque no estaba muy segura exactamente de cómo hacerlo.

Se encogió de hombros. —Está bien —dijo.

Se giro y comenzó a caminar en la otra dirección, y después de que se había ido unos pasos, grité—: ¡Espera!

Me apresuré a alcanzarlo y él esperó por mí hasta que llegué allí.

—Tal vez estoy un poco perdida —confesé mientras me acercaba—. Sólo estoy tratando de volver a Dockside. O, en realidad, cualquier calle. Podré encontrar mi

camino de regreso.

Se encogió de hombros. —No sé donde está eso —dijo—. Pero puedo llevarte

de vuelta a la calle en donde está mi casa, si quieres. Creo que se llama Hollyhock.

Sabía exactamente dónde estaba, pero era un paseo en bicicleta de diez minutos lejos de mi casa, y me di cuenta de cómo realmente había conseguido dar vueltas

alrededor.

—¿Acabas de mudarte? —pregunté mientras caminaba a su lado. Era un poco

más bajo que yo y, mientras lo miraba desde mi altura, pude ver una explosión de pecas sobre su nariz y mejillas.

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—Esta tarde —dijo, asintiendo.

—Entonces, ¿cómo sabes a donde vas? —pregunté y pude escuchar mi voz subir un poco mientras empezaba a sentir pánico de nuevo. ¿Ahora había dos de nosotros

perdidos en el bosque? ¿Íbamos a proporcionarles a los osos múltiples opciones de plato principal?

—Conozco los bosques —dijo con la misma voz calmada—. Tenemos un poco detrás de nuestra casa en Maryland. Sólo tienes que buscar marcadores. Siempre puedes encontrar tu camino de nuevo, no importa cuán perdido crees que estás.

Eso parecía muy improbable para mí. —En serio.

Sonrió ante eso, y pude ver sus dientes delanteros ligeramente torcidos, como

Warren había estado antes de que tuviera su retenedor dental.

—En serio —dijo—. ¿Ves? —Señaló a través del hueco entre los árboles y lo vi,

para mi sorpresa, la carretera, con coches pasando.

—Oh, guau —dije mientras sentía el alivio inundándome—. Pensé que nunca iba a salir de aquí. Pensé que sería comida para oso. ¡Muchas gracias!

—Claro —dijo, encogiéndose de hombros—. No fue gran cosa.

Al decir esto, me di cuenta de que no alardeaba, o me decía que me lo había

dicho, o que era un idiota porque había mentido y luego necesité su ayuda de todos modos. Y mientras lo miraba, y sus ojos verdes castaños fijos, de repente estaba

contenta de no haber intentado sacudir mi cabello.

—Por cierto, soy Taylor.

—Mucho gusto —dijo, sonriéndome—. Soy Henry.

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Capítulo 34 Traducido por macasolci

Corregido por Elle87

Mi papá volvió del hospital al día siguiente, pero estaba claro que las cosas no volverían a ser tan normales como las habíamos establecido. Sus doctores no querían

que se fuera sin ser monitoreado, y al parecer, pronto iba a necesitar ayuda que nosotros no podíamos ofrecerle. Así que, como condición para poder volver a casa,

ahora íbamos a tener enfermeros en casa las veinticuatro horas. Además, tampoco podría subir las escaleras por un tiempo, así que instalaron una cama —de las que tienen un control remoto para subirlas y bajarlas, como en los hospitales— en nuestra

sala de estar, poniendo a un lado la mesa que nunca usábamos para hacer lugar.

Una silla de ruedas yacía en la esquina del porche, como un signo terrible de lo

que vendría, y sumándose al presentimiento de que el verano como lo conocíamos había terminado, estaba la presencia de mi abuelo. Después de que tuviera mi

conversación en el muelle con Henry, había entrado y llorado por una hora, lo que asustó seriamente a Warren, quien llegó a casa con Wendy y una pizza para la cena, y

no esperaba ni las noticias sobre papá ni encontrar a su hermana en una crisis emocional.

Cuando me recompuse, con Warren como soporte emocional, había llamado a

mi abuelo a Nueva York y le había comentado la situación. Apenas había dejado salir las palabras de mi boca, él ya estaba diciéndome qué autobús tomaría y cuándo

debería ir a buscarlo. Así que mientras mi madre lidiaba con la gente de los servicios médicos e instalaba la cama, y mientras Warren llevaba a Gelsey a tomar un helado

para decirle lo que pasaba (sin importar que fueran las diez de la mañana), yo conducía hasta Mountain View para encontrarme con el autobús de mi abuelo.

Llegué temprano y aparqué cerca de la estación de autobuses, pero no fue hasta

que salí del auto para esperar, que me di cuenta de que probablemente debería tranquilizarme un poco más. Ni siquiera tenía zapatos puestos, lo cual nunca era un

problema en Lake Phoenix. Mis pies para entonces ya eran tan resistentes que podría subir corriendo por la rampa descalza, y prefería conducir descalza, siempre con

algunos granos de arena aferrados a mis pies y a los pedales. Sin embargo, casi siempre recordaba traer un par de sandalias en el auto para no lucir como una total campesina cuando salía de él. Pero entre haber permanecido despierta la noche anterior,

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preguntándome si había hecho lo correcto con Henry, y esta mañana, con el nuevo

equipo y la gente deambulando por la casa, no estaba en mi mejor estado de ánimo.

El autobús llegó justo a tiempo, y caminé por la acera para ir hasta él mientras

las puertas se abrían y los pasajeros desembarcaban. Mi abuelo fue el tercer pasajero en bajar, y lo saludé con la mano mientras se acercaba, recibiendo un brusco movimiento

de cabeza por respuesta.

Aunque fuera una mañana de domingo, y la temperatura estuviera por encima de los treinta grados, él tenía una camisa y una chaqueta azul, pantalones plisados y

zapatos marineros. Su cabello blanco estaba bruscamente dividido al medio, llevaba un pequeño bolso de cuero y una gran maleta sin problema, como si no pesaran nada.

Cuando se acercó, me di cuenta con una repentina punzada, de que mi abuelo, que siempre había sido viejo, ahora estaba en mucha mejor forma que mi padre.

—Taylor —dijo mientras se acercaba, abrazándome rápidamente. No se parecía mucho a mi padre (papá lucía más como mi abuela, por lo menos en las fotos que había visto de ella) pero me di cuenta ahora, por primera vez, de que tenía los mismos

ojos azules que mi papá. Y que yo.

—Hola —dije, ya sintiéndome incómoda a su alrededor, y preguntándome por

cuánto tiempo acabaría quedándose—. El auto está por aquí.

Mientras lo guiaba, lo vi bajar la mirada a mis pies y arrugar el ceño, pero no

dijo nada, lo cual agradecía. No estaba segura de qué explicaciones le podría dar por haber olvidado ponerme zapatos aquella mañana.

—Entonces —dijo, después de que yo comenzara a conducir hacia Lake

Phoenix. Me di cuenta de que su espalda, como siempre, estaba recta como una escoba, y me encontré sentándome más recta en respuesta—, ¿cómo está Robin?

Me tomó un momento comprender que hablaba de papá. Sabía que su nombre era Robin, por supuesto, pero él se hacía llamar exclusivamente Rob y mi abuelo era

prácticamente el único al que había oído llamarlo así.

—Ya volvió del hospital —dije, sin confiar realmente en mí misma para decir más.

Mi papá había dormido casi toda la mañana, a pesar del sonido de la instalación de la cama de hospital, que había sido lo suficientemente fuerte como para

enviar a Murphy en busca de amparo. Mi abuelo asintió y observó por la ventana, y yo traté de recordar la última vez que él había visto a mi papá, probablemente meses

atrás, cuando todavía parecía saludable, fuerte y normal. No tenía idea de cómo preparar a mi abuelo para los cambios en él, apenas podía procesarlos yo misma.

—No le está yendo bien —dije, con la vista al frente, concentrándome en el

brillo de la luz roja frente a mí—. Puede que te sorprendas un poco por cómo luce.

Mi abuelo volvió a asentir, cuadrando los hombros un poco como si se

estuviera armando de valor para enfrentarse a esto. Luego de algunos minutos de manejar en silencio sacó algo de su bolso.

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—Hice esto para tu hermana —dijo—. Lo terminé en el autobús. —Me lo

extendió justo cuando llegábamos a otro semáforo y yo bajaba la velocidad con la luz amarilla—. ¿Crees que le gustará?

Observé el objeto en su palma extendida. Era un pequeño perro tallado en madera, muy detallado.

—¿Tú hiciste esto? —pregunté, sorprendida. El auto de atrás tocó la bocina y me di cuenta que la luz había cambiado. Continué manejando, y mi abuelo revolvió el perro entre sus manos.

—Está tallado —dijo—. Aprendí a hacerlo en el primer barco al que fui, cuando trabajaba en la cocina. Podía hacer que un papá luciera como cualquier persona. —Me

sentí sonreír, un poco impresionada, al parecer mi abuelo podía ser divertido—. Tu madre me dijo que tienen un perro, pero no me dijo de qué raza, así que es una especie

de mezcla.

—También lo es el perro —le aseguré, echándole otro vistazo a la pequeña figura—. Creo que Gelsey lo adorará. —Mientras me lo imaginaba esculpiéndolo para

ella, me avergoncé de que mi primer pensamiento al verlo hubiera sido cuánto tiempo se quedaría e imaginándomelo mientras lo tallaba en el autobús, me alegré de que no

se hubiera tomado un avión. De alguna manera, tenía el presentimiento de que la TSA21 no lo hubiera aprobado.

—Bien —dijo mi abuelo, volviéndolo a guardar en el equipaje—, sé que esto probablemente sea difícil para ella. Para todos ustedes. —Asentí, apretando mis dedos al volante, obligándome a mantener la calma un rato más, no quería llorar adelante de

mi abuelo, de entre todas las personas.

Cuando subí por el camino del auto, la camioneta de los servicios médicos se

había ido, pero todavía había un auto desconocido estacionado al lado del de mi madre, que supuse pertenecía a la enfermera que tomaba su turno.

—Aquí estamos —dije, aunque probablemente eso fuera un poco obvio por el hecho de haber detenido el auto y apagado el motor. Mi abuelo tomó sus cosas, negándose a que lo ayudara, y lo guié hasta la casa.

Mi padre estaba en el sofá, escuchando, con una débil sonrisa en su rostro, a Gelsey sentada cerca de él, aparentemente contándole todo acerca de la feria. Dejó de

hablar cuando nos vio parados en la puerta. La cabeza de mi papá se giró lentamente también, pero yo miraba la cara de mi abuelo cuando le echó su primer vistazo a mi

padre.

Nunca había visto a mi abuelo llorar. No era del tipo de persona que daba muestras de afecto, y él y mi padre parecían saludarse siempre con una sacudida de

manos y una palmada en la espalda. Nunca lo había visto emocionarse aunque fuera un poco. Pero cuando vio a mi padre, su rostro pareció arrugarse, y lucía como si

hubiera envejecido unos cinco años, justo en frente de mis ojos. Luego volvió a

21 Transportation Security Administration: Administración de Seguridad en el Transporte. Agencia del

departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos que gestiona los sistemas de seguridad en los

aeropuertos, autobuses y ferrocarriles.

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cuadrar los hombros y caminó al sofá, asintiendo con la cabeza hacia Gelsey mientras

se acercaba.

Pero mientras yo observaba sorprendida, mi abuelo fue directo a mi padre y lo

abrazó gentilmente, empezando a mecerlo, mientras mi padre se apoderaba de sus manos. Le hice señas a Gelsey y ella se levantó y se acercó a mí.

—¿El abuelo se siente bien? —me susurró mientras yo salía por la puerta de entrada y ella me seguía.

—Eso creo —dije. Volví la mirada por un segundo a la sala y me sorprendí de

lo pequeño que parecía mi padre en los brazos de mi abuelo. Probablemente como lo era mucho tiempo atrás, cuando tenía la edad de Gelsey, o más joven, tan sólo un

pequeño niño. Entrecerré la puerta detrás de mí, dejando a mi abuelo un momento con su hijo.

No pude dormir aquella noche, lo cual no era particularmente inusual. Lo inusual era que no era la única.

Normalmente, habría ido a la puerta de al lado, para encontrar a Henry, para

intentar olvidar un poco. De alguna manera el hecho de que no podía hacer aquello —y que eso había sido mi propia decisión— me mantenía allí acostada sin poder

soportarlo. Las cosas se habían hecho más complicadas con los nuevos arreglos para dormir, mi abuelo se había instalado en el cuarto de Gelsey, y ella ahora mismo

roncaba en la cama bajo la mía.

Habíamos acordado ir alternándonos esa cama, pero mientras la escuchaba respirar, me encontré deseando haber sido yo la que se hubiera acostado allí la primera

noche. Habría sido mucho más fácil dejar la habitación sin tener que saltar sobre ella. Pero cuando no pude soportarlo más, me deslicé fuera de la cama y contuve la

respiración mientras me paraba sobre ella. No se despertó, sólo suspiró un poco en su sueño y volvió a rodar. Dejé escapar el aliento y giré el pomo de la puerta, saliendo al

pasillo.

—Buenas noches.

Solté una especie de chillido ruidoso y literalmente pegué un salto, aunque

había sido un saludo muy tranquilo. Me había olvidado por completo de Paul, que tenía el turno de noche con mi papá.

—Hola —le respondí susurrando, intentando que mi acelerado corazón se tranquilizara un poco. Paul estaba sentado en una silla cerca de la cama de hospital,

donde mi papá dormía, su boca abierta, su respiración pesada. Había conocido a Paul aquella tarde cuando había reemplazado a Melody, la enfermera que había sonreído mucho pero que no había hablado con nadie en todo el día.

—Sólo estaba, uh, tomando algo de aire —dije. Paul asintió con la cabeza y volvió a leer lo que parecía un cómic. Me di cuenta de que Murphy había abandonado

su caseta y estaba acurrucado bajo la cama de mi padre. Le hice señas al perro mientras abría la puerta, pero él no se movió, simplemente continuó recostado y apoyó

su cabeza sobre las patas.

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Salí y me quedé quieta, sorprendiéndome por segunda vez en minutos: mi

abuelo estaba parado en el porche, en pijama, albornoz y pantuflas de cuero, mirando a través de un telescopio de aspecto impresionante.

—Hola —dije, demasiado sorprendida como para decir algo más.

—Buenas noches —dijo mi abuelo, enderezándose—. ¿No podías dormir?

Sacudí la cabeza.

—No, la verdad.

Mi abuelo suspiró.

—Yo tampoco.

No podía dejar de mirar el telescopio. Era enorme y hermoso, y yo estaba,

francamente, un poco impresionada de que mi abuelo lo hubiera traído con él.

—¿Qué estás mirando? —pregunté.

Me obsequió una sonrisa pequeña.

—¿Conoces las estrellas? —preguntó—. Creo que te di un libro sobre ellas, hace unos años, en realidad.

—Cierto —dije, sintiendo cómo mis mejillas se calentaban, sin estar segura de cómo podía decirle que no lo había leído más allá del superficial vistazo que le había

dado—. No lo hago, en realidad —confesé, dando un paso a él—, pero esperaba aprender.

Mi abuelo asintió.

—No puedes ser marinero sin conocer las estrellas —dijo—. Han tratado de hacerme renunciar a ello en la Academia. Los oficiales más nuevos dijeron que con el

GPS no era necesario, pero siempre y cuando conozcas las constelaciones, nunca estarás perdido.

Me acerqué un poco más, observando el cielo. Había muchas más estrellas aquí de las que parecía haber en casa; tal vez por eso me había fascinado repentinamente

con ellas este verano.

—¿De veras? —pregunté.

—Oh, sí —dijo mi abuelo, claramente preparando el tema—. Sin importar qué

pase, tus constelaciones no cambian, y si alguna vez estás perdido, y tu precioso GPS

se ha roto, ellas te dirán dónde estás y te llevarán a casa.

Volví a mirar las estrellas y luego de vuelta al telescopio por un momento.

—¿Puedes mostrármelo? —pregunté, de repente queriendo nombrar lo que

había estado observando durante los últimos meses.

—Por supuesto —dijo mi abuelo, sonando un poco sorprendido—. Ven aquí.

Bajé los ojos al ocular y de repente, justo allí, estaba lo que había estado

resplandeciendo para mí durante todo el verano.

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Era agosto. Los días se habían vuelto calurosos y húmedos, y mi padre había comenzado a empeorar mucho más rápido de lo que había esperado. Me encontré

agradecida por las cuatro enfermeras que venían, cambiando los turnos cada ocho horas, simplemente porque ahora estaba fuera de nuestro alcance ayudar a papá.

Necesitaba ayuda para salir de la cama, para caminar, para ir al baño. Comenzamos a usar la silla de ruedas para llevarlo por la casa, pero no servía de mucho, ya que pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo. Estaba tomando medicaciones y calmantes

administrados con jeringas, y ahora teníamos un contenedor rojo brillante de desechos medicinales en la cocina, que las enfermeras habían llevado para que no se mezclara

con el resto de la basura.

Yo dejé de ir al trabajo. Había hablado con Fred, y él me dijo que entendía, al

parecer había comprendido la situación cuando vino para el asado del Cuatro de Julio. Elliot me mandaba divertidos y tontos mensajes de texto, y Lucy venía todos los días después del trabajo, con una Coca Light para mí, lista para escuchar si quería hablar y

feliz de conversar y chismear si quería distraerme.

Nuestra cocina —y heladera— pronto se había llenado de guisos y productos

horneados. Fred seguía trayendo cestas de cualquier tipo de pescado que atrapaba en el día, y cuando Davy venía a pasear al perro, siempre traía algo con él dentro de una

caja de la pastelería “Borrowed Thyme”, magdalenas, galletas, tartas. Las enfermeras

habían comenzado a adorar cuando pasaba Davy. Incluso los Gardners, quienes ni siquiera cocinaban, traían una pizza cada varios días.

Yo todavía pensaba en Henry mucho más de lo que quería, y todavía no podía dormir. Pero mi abuelo tampoco dormía, y por las noches continuábamos nuestras

lecciones de estrellas. Él tallaba y me decía a dónde apuntar el telescopio, pidiéndome que describiera lo que veía y luego, más adelante, identificarlas por mí misma. Aprendí

a encontrar las constelaciones, así podía verlas sin el telescopio. Estaba fascinada al aprender que había cosas que podían ser vistas a simple vista, como otros planetas, y habían estado allí todo el tiempo, sólo que yo no sabía lo que estaba viendo.

Todos nos quedábamos muy cerca de casa, haciendo mandados o yendo a la ciudad sólo si era absolutamente necesario. Mi papá todavía tenía buenas horas

cuando no dormía, y ninguno de nosotros quería perdérselas. Por lo que me sorprendí cuando Lucy vino un día como siempre, sugiriendo que fuéramos a dar una vuelta y

mi madre accedió, prácticamente insistiendo en que fuera con ella.

—Está bien —dije, frunciendo el ceño hacia mi madre, quien de repente se

había unido a nosotras en el porche. Papá se había ido a dormir hacía cuatro horas, sabía que él estaría despierto pronto y quería estar allí.

—No, deberías venir —dijo Lucy—. Necesito hablar contigo sobre algo en

privado.

Estaba a punto de decirle a Lucy que podíamos hablar en el muelle, o en mi

habitación, pero ella parecía tan ansiosa que me encogí de hombros.

—De acuerdo —dije—. Sólo un paseo corto.

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—Bien —dijo mi madre rápidamente y sólo la miré por un momento,

preguntándome por qué estaba tan dispuesta a dejarme ir de la casa. Pero tal vez estaba preocupada por que estuviera allí mucho tiempo. Warren todavía veía a

Wendy, y a veces salían, y Gelsey todavía iba al lado a ver a Nora. Tal vez desde que Lucy venía, mamá estaba preocupada de que yo no saliera lo suficiente de la casa.

—Vamos —dije, parándome. Lucy se puso de pie también, luego se volvió a ver a mi madre por un segundo antes de apurarse fuera de allí, para que yo me apresurara detrás de ella.

Cuando llegamos a la calle, Lucy hizo una pausa, sacudiendo la cabeza por un momento.

—No puedo creer que aún no tengan una señal —dijo ella, mientras doblaba a la izquierda, y yo la seguía, encogiéndome de hombros.

—Nunca encontramos nada que encajara —dije—. Creo que si fuéramos a encontrar lo correcto, ya habría pasado. —Me volví para enfrentarla. Lucy todavía parecía decidida a caminar rápidamente por mi calle, a pesar de que nos alejábamos

del centro, justo hacia las otras casas—. ¿Sobre qué querías hablar conmigo? ¿Problemas con Pittsburgh?

—¿Qué? —preguntó Lucy, espantada—. Oh. Él. Um... no. Es...

Parecía tan incómoda por un momento, que de repente me di cuenta qué podría

ser.

—¿Es Elliot? —pregunté.

Si él finalmente había admitido su enamoramiento, y ahora sólo eran ellos dos

en el trabajo, podía ver cómo era eso de incómodo.

—¿Elliot? —repitió Lucy, sonando sorprendida—. No. ¿Qué pasa con él?

Sabía que no era asunto mío, pero decidí decírselo de todas formas.

—Está enamorado de ti —dije—. Lo ha estado todo el verano.

Lucy se detuvo y me miró.

—¿Él te dijo eso?

—No —dije—, pero es totalmente obvio. Estoy segura de que hasta Fred lo

sabe. —Lucy parecía pensativa por un momento, luego sacudió la cabeza y siguió caminando—. ¿Lucy? —pregunté, alcanzándola.

—No funcionaría —dijo definitivamente.

—¿Por qué no? —pregunté. No era mi tipo, pero Elliot era lindo, y se llevaban

bien; y él era mucho más que una posibilidad ahora que había aprendido a bajar el tono con la colonia.

—Porque —dijo Lucy—, es Elliot. Él es... —Hizo una pausa, aparentemente

teniendo problemas para elegir un adjetivo. Dio un vistazo a su teléfono—. ¡Volvamos! —dijo alegremente, volviendo en la dirección contraria.

Pero no me iba a dejar distraer tan fácilmente.

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—En serio —dije—. Es un buen chico. Ustedes se llevan bien. Te hace reír.

¿Por qué no?

—Porque no —repitió Lucy, pero no parecía tan indiferente como antes, y

podía darme cuenta que pensaba en ello.

—Sólo digo —dije, mientras doblábamos la esquina de mi casa—, los chicos

buenos son con los que vale la pena salir.

Volví a pensar en Henry y su pequeña bondad, y sentí un diminuto dolor en mi corazón.

—Sé que no te he gritado sobre esto como quería —dijo Lucy, mirándome fijamente—, pero todavía no entiendo por qué dejaste a Henry.

Hice una mueca a pesar de que era técnicamente verdad.

—Esto simplemente iba a ser demasiado complicado —dije finalmente—. Se

notaba y sabía que ambos íbamos a terminar lastimados. —Me di cuenta de que ahora estábamos frente a la casa de Crosby, y me obligué a mirar hacia otro lado mientras nos dirigíamos a mi entrada.

—¿Quieres saber algo acerca de la gimnasia? —preguntó Lucy, poniéndose a mi lado.

—Siempre —dije, inexpresiva, y ella me sonrió.

—Lo que pasa es que la gente sólo se lastima, realmente se lastima, cuando

están tratando de jugar seguro. Allí es cuando se lesionan, cuando retroceden al último segundo porque tienen miedo. Se hieren a sí mismos y a los demás.

Todo me era familiar hasta la última parte, y fruncí el ceño.

—¿Cómo lastiman a los demás?

—Ya sabes —dijo Lucy, claramente estancada—. Si caen en un pozo o algo. El

punto es...

—Sé cuál es el punto —le aseguré. Habíamos alcanzado la casa, y comencé a

caminar hacia el porche cuando Lucy me agarró de la mano y me llevó detrás—. Lucy, ¿qué estás...?

—¡SORPRESA!

Parpadeé a lo que estaba frente a mí: había una mesa puesta con una torta, y globos atados a las sillas. Gelsey estaba allí, mi mamá y Warren y Wendy. Kim, Jeff y

Nora estaban allí, además de Davy, Elliot y Fred. Incluso Leland estaba allí, y de repente me preocupé por quién trabajaba en la playa. Finalmente, vi a mi papá,

sentado en su silla de ruedas, mi abuelo detrás de él, ambos sonriéndome.

—Feliz cumpleaños, cariño —dijo mi mamá, dándome un abrazo—. Pensé que debíamos darte una segunda oportunidad en cuanto a la fiesta —me susurró, y me

sentí sonreír, aunque estaba segura de que estaba a punto de llorar.

—Gracias —susurré.

Mamá pasó su mano por mi cabello un segundo, luego se volvió a la mesa.

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—¡Torta! —gritó—. ¡Vengan y sírvanse!

Miré a la gente a mí alrededor, mis ojos buscando, aunque sabía que Henry no estaría allí. Pero no fue hasta que noté que estaba ausente cuando me di cuenta de que

quería que él estuviera allí. Di un paso hacia la mesa y vi que el “Feliz cumpleaños, Taylor” estaba escrito con su letra. Mi mamá comenzó a servir la torta, y me di cuenta

de que justo al lado de esta había dos pequeños recipientes de helado de “Jane's”. Podía decir, sin probarlos, que eran de frambuesa y coco.

—Mamá —dije, tratando de mantener mi voz neutral—, ¿de dónde salió el

helado?

—Venía con la torta —dijo ella—. Henry insistió. Dijo que realzaría el sabor.

¿No es lindo de su parte?

—Sí —dije, mientras tomaba el pedazo que me ofrecía, el que tenía la T de mi

nombre, y sentía el nudo en mi garganta—. Realmente lo es.

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Capítulo 35 Traducido por ♥...Luisa...♥

Corregido por Gely Meteor

El tiempo se agotaba. Esto se hizo evidente no solo en cómo cada día era sólo un poco más corto, pero también en lo que le pasaba a mi papá. Estaba un poco más

confundido cada día, y sus tramos de vigilia y conciencia se hacían cada vez más y más cortos. Se hizo difícil para él hablar, y de alguna manera esto fue lo más difícil de

ver para mí —mi padre, a quien había visto comandar cuartos con su voz profunda y resonante. Ahora, se esforzaba por hablar, y para encontrar las palabras que quería usar.

Habíamos comenzado a tomar turnos para pasar tiempo con él, mientras que él tenía sus períodos de lucidez. Mi hermana hablaba a mil por hora, como si estuviera

tratando de decirle todo lo que alguna vez iba a querer, al mismo tiempo. Mi hermano se sentaba junto a su cama y hablaban, por lo que pude oír por casualidad sobre casos

en el derecho famosos, cambiando sus hechos favoritos, mi hermano soliendo hablar más que papá. Mi abuelo se sentaba a su lado y leía el periódico en voz alta, por lo

general la sección de interés humano. Su voz, así como la de mi padre había sido, se oía en toda la casa, mientras él decía—: Ahora te va a gustar esto, Robin. Escucha lo que sucedió ayer en Harrisburg.

Mi madre no decía mucho cuando estaban juntos. A veces la escuchaba hablar de cosas financieras, haciendo arreglos, planes. Pero sobre todo, sostenía su mano y lo

miraba a la cara, estudiándolo, como si supiera que no iba a ser capaz de verlo pronto.

Cuando llegaba mi turno con papá, jugábamos nuestro juego de preguntas que

habíamos usado a través de tantos desayunos. Pero ahora él no parecía querer hablar de sí mismo. Ahora parecía querer saber todo acerca de mí, mientras todavía podía. —Dime —me decía, con voz tan rayada como uno de sus viejos discos—, mi Taylor.

¿Cuándo has sido más feliz? —Y me gustaba intentar mi mejor esfuerzo para responder, en un intento de desviar la pregunta, pero él siempre tendría otra ronda.

¿En qué carrera pensaba? ¿Dónde estaban los lugares que quería visitar? ¿Qué es lo que quería hacer con mi vida? ¿Cuál fue la mejor comida que he tenido?

A veces no era capaz de responder, rompía a llorar, y eso era cuando escuchábamos sus discos. Los conocía a todos ya: Jackson Browne, Charlie Rich, Led

Zeppelin, Eagles, un montón de chicos de pelo hirsuto que a mi abuelo todavía no le

gustaban, si su reacción cuando entraba en la habitación y escuchaba era una

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indicación. Y la música, y las preguntas, seguirían adelante, mientras trataba de decirle

a mi padre quién era yo y las esperanzas que tenía de ser, ahora que todavía había tiempo.

A lo largo de todo esto, el perro se negó a abandonar su puesto bajo la cama de mi padre. Finalmente tuvimos que mover la comida y la taza de agua ahí abajo, a

pesar de que Roberto, que era el más pro-normas-de-las-enfermeras, se preocupara por los gérmenes. Davy todavía venía dos veces al día, y el perro se dejaba sacar de debajo de la cama y daba un paseo muy rápido. Pero aparte de eso, él no se movió de su

lugar.

Me había dado por vencida y reclamado la cama rodante como mía, ya que

apenas dormía de todos modos. Las enfermeras nocturnas estaban ya acostumbradas a eso, y simplemente me hacían un movimiento de cabeza cuando me arrastraba hacia el

porche. A veces mi abuelo estaba despierto, y se sentaba a mi lado mientras miraba las estrellas, necesitando ver algo fijo y permanente, mientras que todo lo demás en mi vida parecía romperse. Cuando estaba en la cama, dejaba el telescopio hacia fuera y en

posición hacia mí. Hubo una lluvia de meteoros que se esperaba al final del mes, y según mi abuelo, suele haber cosas muy interesantes, antes de una lluvia de meteoritos,

así que mantenía un ojo en ello.

Las noches en que mi abuelo no estaba allí eran las noches que lloraba. Ya no

continuaba tratando de detenerme. Todos estábamos más o menos tratando de no perder la cabeza por mi padre y demás. Pero por la noche, sola, con todos los momentos del día finalmente golpeándome, me dejaba sólo sollozar, en el porche. Y

aunque sabía que era una reacción estúpida, sin sentido a lo que pasaba, también me di cuenta que era todo lo que podía hacer. Lloré, traté de pensar en juegos de palabras

que podrían hacer reír a mi padre una vez más, y miré a las estrellas.

Acababa de llegar de pasar una noche sin mi abuelo, una noche en que por fin

había encontrado a Sirius por mi cuenta, cuando vi a Paul de pie junto a mi padre. Se sentía como si mi corazón se detuviera por un momento antes de que comenzara a latir mucho más rápido, en estado de pánico. —¿Está bien? —susurré, mirando a papá, de

repente más asustada de lo que jamás había estado en toda mi vida.

—Está bien —dijo Paul en voz baja de nuevo hacia mí, y pude sentir mi pánico

comenzar a retroceder—. Acaba de tener una noche dura. Pobre chico.

Miré hacia abajo en la cama del hospital, que ahora parecía como si siempre

hubiese sido parte de nuestra sala de estar. Mi padre, delgado hasta el punto de estar

demacrado, piel amarillenta y curtida, dormía con la boca abierta, viéndose tan pequeño en esa gran cama blanca. Respirando laboriosa y ásperamente, y me encontré

escuchando cada una de sus respiraciones, y luego esperando a la siguiente.

Me parecía mal, de alguna manera, ir sólo a mi propia habitación y dormir con

sueño fácil. Así que me acurruqué en el sofá que estaba más cerca de la cama del hospital, y miré a mi padre dormido por el rayo de la luz de la luna que entraba por las

ventanas, cayendo sobre su rostro. Mientras escuchaba su respiración, mi corazón comenzaba a latir cada vez que había una pausa, una pausa en el ritmo, me di cuenta de que eso era lo que había hecho por mí, hace años, cuando era un bebé.

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Me habría gustado que hubiese algo que pudiera hacer para que fuera mejor.

Pero lo único que podía hacer era yacer ahí y escuchar a cada trabajosa, ronca respiración, contando con ellas. Era consciente de que a él no le quedan muchas, y de

alguna manera, si no prestaba atención a cada una de ellas parecía ser algo peor que cualquier clase de indiferencia. Y así me quedé allí, escuchando, sabiendo que cada

respiración era otro momento en que él todavía estaba aquí y, al mismo tiempo, significando que había dado otro pequeño movimiento para irse.

Oí la bisagra de la puerta chirriar, y miré hacia arriba para ver de pie a Gelsey

en el pasillo. Llevaba una antigua, muy lavada camisa de dormir que había sido mía. —No estabas en la cama —susurró—. ¿Está todo bien? —Asentí, y luego, sin saber que

iba a hacerlo, le indiqué que se acercara más.

Esperaba que fuera a otro de los sofás, pero llegó justo al mío, y se acurrucó

contra mí. Puse mis brazos alrededor de mi hermana, alisando hacia atrás su cabello suave y rizado, y nos acostamos juntas allí en la oscuridad, sin hablar, sólo escuchando a nuestro padre respirar.

Pensé en Henry, por supuesto. Durante una de nuestras conversaciones, mi padre incluso lo había traído a colación. Había eludido la pregunta, pero todavía me

encontraba regresando a nuestro tiempo juntos en mi cabeza. Por lo general, estaba bastante segura de que había tomado la decisión correcta. Pero a veces —como cuando

Wendy se detuvo cerca y estaba sentada con Warren en el porche, y la vi apoyar la cabeza contra su hombro, consolándolo, y a mi hermano dejándose consolar— en las que me preguntaba si realmente había hecho lo correcto terminando con Henry. Había

una parte de mí que tenía miedo de que hubiese enloquecido y calificado con un nuevo nombre, pero en el fondo siendo mi mismo defecto, asomando su fea cabeza de nuevo.

Todavía huía cuando las cosas se ponían demasiado reales. Acabo de aprender cómo hacerlo, por fin, al permanecer en el mismo lugar.

Aunque sabía que la lluvia de meteoros que se avecinaba esa mañana —Pacono

Record había hecho un artículo especial sobre el mejor momento para tratar de

atraparla— todavía me tomó por sorpresa. Puesto que se preveía que llegara una hora antes del amanecer —momento en que usualmente me iba a dormir por la noche— puse mi alarma. Cuando la alarma sonó a las cuatro y media, despertándome, pero no

a Gelsey, la apagué y contemplé sólo para volverme a dormir. Pero mi abuelo había prometido que sería algo extraordinario, y sentí como si hubiese gastado mucho

tiempo este verano mirando las estrellas, que más valía verlas cayendo.

Me puse mi sudadera y salí de puntillas de la habitación, a pesar de que había

aprendido que mi hermana era una de las más profundas dormilonas del mundo. Me dirigí al pasillo y asentí con la cabeza a Paul, que estaba de guardia, quien me dio un pequeño saludo de vuelta. Papá dormía, su respiración con ruidos en la garganta. Lo

miré durante un largo momento, y Paul se encontró con mis ojos dándome una sonrisa de simpatía antes de volver a su libro. Las cosas habían empeorado en los últimos dos

días. Habíamos dejado de hablar de la condición de mi padre, cómo lo estaba haciendo. Más que nada tratábamos de pasar a través de cada día. Y aunque mi padre

todavía estaba con nosotros, la última conversación coherente que había sido capaz de

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tener fue hace unos días, y había sido sólo un momento con mi madre antes de que él

se confundiera de nuevo.

Me dirigí fuera al porche, mirando hacia el cielo, y me quedé sin aliento.

Todo el cielo nocturno por encima de mí estaba lleno de rayas de luz. Nunca había visto una sola estrella caer antes, y zumbaban a través de la vasta extensión del

cielo; una, luego otra, luego dos a la vez. Las estrellas nunca habían parecido tan brillantes, y era como si estuvieran a mí alrededor, mucho más cerca de lo que jamás las había visto, y algunas de ellas estaban apenas en un viaje de placer a través del

cielo. Y cuando vi lo que sucedía, supe que no quería verlo sola.

Me apresuré a entrar, no sé cuánto tiempo duraban las lluvias de meteoros y no

quería que se perdiera nada de eso. —Paul —dije en voz baja, y él levantó la vista de su libro y alzó las cejas hacia mí.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Hay una lluvia de meteoros afuera —le dije—. Está sucediendo ahora mismo.

—Oh, sí —dijo Paul, bostezando y recogiendo su libro—. Creo que leí algo de

eso en el periódico.

—La cosa es que... —le dije, cambiando mí peso de un pie a otro. Casi podía

sentir construir mi ansiedad. Sentí como si el tiempo se estuviese acabando, justo en frente de mí, y necesitaba sacar a mi padre tan rápido como fuera posible—. Quiero

que papá lo vea. —Paul me miró otra vez, frunciendo el ceño—. ¿Sería eso posible?

—Taylor —dijo, sacudiendo la cabeza—. Simplemente no creo que tenga mucho sentido.

—Lo sé —le dije, sorprendiéndome a mí misma, y a Paul, por la expresión de su rostro—. Pero eso no significa que no debamos hacerlo. Sólo por un momento o

dos. Puedes llevarlo fuera, o puedo despertar a Warren arriba. Yo sólo... —Mi voz se apagó. No tenía ni idea de por qué pensé que esto era tan importante. No es que

creyera que las lluvias de meteoros tuvieran algunas propiedades curativas mágicas. Sólo quería que papá viera algo tan extraordinario. Odiaba que todo lo que veía, todos los días, fuera nuestra sala de estar. Quería que él respirara, forzadamente o no, algo

de ese aire de la noche con aroma a pino. Estaba buscando las palabras para expresar esto, cuando Paul se puso de pie.

—Durante cinco minutos —dijo—. Y no hay garantía de que incluso vaya a despertar.

—Lo sé —le dije—. Gracias. —Paul se levantó y desplegó la silla de ruedas, mientras que crucé a la cama de mi padre, de pie junto a su cabeza. Su respiración era dificultosa aún, con un temblor que se había presentado en los últimos dos días, y que

me aterrorizaba. Hacía parecer cada aliento que tomaba doloroso, y odiaba escucharlo—. Papá —susurré, tocándole en el hombro a través de la manta,

sorprendida por la forma tan huesuda en que se sentía, lo frágil que parecía—. Levántate y brilla. Es la hora de despertar.

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Hubo un tirón en su respiración, y por un momento me entró el pánico, pero

luego los ojos de mi padre se abrieron, esos ojos azules que me habían dado sólo a mí. Me miró, pero había estado mirándonos sin ver últimamente, así que no sabía si eso

significaba algo. Pero entonces sus ojos se centraron en mi cara y una de las esquinas de su boca se detuvo en una pequeña sonrisa. —Tayl —dijo, con voz ronca y confusa.

Abrió y cerró la boca un par de veces, y luego dijo, con los ojos cerrados en la deriva otra vez—. Hola, niña. ¿Qué hay de nuevo?

Sonreí incluso aunque podía sentir las lágrimas picando mis ojos. —¿Quieres

ver algunas estrellas? —le pregunté. Miré y vi que Paul estaba de pie junto a la silla de ruedas. Asentí con la cabeza hacia él y me aparté. Con habilidad practicada, Paul

levantó a mi padre desde la cama como si no pesara nada y lo acomodó en la silla. Tomé la manta de la cama y lo rodeé con ella, entonces Paul lo empujó hacia el porche

delantero. Lo seguí, y estaba encantada de ver que las estrellas fugaces seguían cayendo. Que este evento, que tenía lugar durante un breve lapso sólo unas pocas veces al año, no nos había pasado por alto.

Paul dejó la silla de mi padre en el centro de la entrada y puso el freno, y luego miró hacia arriba por sí mismo. —Guau —murmuró—. Veo lo que quieres decir.

Me senté al lado de la silla de mi padre y le toqué el hombro. —Mira —le dije, apuntando hacia arriba. Tenía la cabeza apoyada en el respaldo de la silla, pero sus

ojos se abrieron y miró hacia arriba.

Lo vi mirando las estrellas del cielo, mientras rayos de luz pasaban volando. Sus ojos se concentraron, en una, que redujo su camino a través del lienzo enorme y

oscuro del cielo. —Estrellas —dijo con una voz que era más clara de lo que había usado esa noche, una voz que estaba atada con asombro.

Asentí con la cabeza y me acerqué más a él. Su aliento era agitado otra vez, y pude sentir que Paul estaba cerca, esperando para llevar a papá al interior. Pero tomé

la mano de mi padre que se cernía sobre la rueda y la llevé a la mía. Era demasiado huesuda, pero aún así era enorme, llegando a cubrir la mía. La mano que me había enseñado a atarme los zapatos y sostener un lápiz correctamente y había ocupado la

mía cuidadosamente cuando cruzábamos la calle, asegurándose de mantenerme a salvo.

Tenía la cabeza colgando hacia atrás contra la silla y sus ojos se cerraban. Y no sé si sabría lo que estaba diciendo, o recordar, si iba a un lugar donde no había

recuerdo, pero me acerqué a él y le besé la demasiado delgada mejilla. —Papá —le

susurré, sintiendo mi propio aliento enganchándose en mi garganta—. Te amo.

Justo cuando estaba segura de que él estaba dormido, el único rincón de su boca

se elevó en una sonrisa. —Ya lo sabía —murmuró—. Siempre lo he sabido.

No me importaba si Paul me veía llorando. No me importaba en lo más

mínimo. Le había dicho a mi padre lo que necesitaba. Apreté su mano, suavemente, y sentí que la apretaba de regreso, tan débilmente, antes de que se quedara dormido de

nuevo, mientras que, por encima de nosotros, las estrellas continuaban cayendo.

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Capítulo 36 Traducido por Mery St. Clair

Corregido por Deeydra Ann’

Sabía que algo iba mal cuando me desperté a la mañana siguiente. Podía escuchar las voces desde afuera, el teléfono sonando, la voz de mi madre baja y

entrecortada. Podía oír el crujido de los neumáticos sobre la grava, y las voces proviniendo desde la sala, voces a un volumen normal cuando usualmente hablábamos

en voz baja, para dejar que mi padre durmiera.

Nadie lo dejaba dormir ahora. Lo cual significa que…

No.

Intenté detener ese pensamiento. No había abierto mis ojos todavía, y los cerré fuertemente. Si no los abría, podía imaginar estar en algún otro lugar. Podría estar en

mi cama, en casa, en Stanwich. Y quizás sea hace cinco meses, y todo lo que ocurrió sólo fue un terrible sueño. Y si bajo las escaleras, veré a papá comiendo su rosquilla mientras mi madre le regañaba por tener que perder peso. Y le contaré todo mi sueño,

antes de que los detalles vayan desvaneciéndose y se vuelvan más borrosos, todo sería un loco sueño, gracias a Dios…

—Taylor. —Era Warren, su voz sonó rota y ronca. Sentí mi rostro contraerse, mi barbilla temblar y, sin siquiera abrir los ojos, dos lágrimas se deslizaron a cada lado.

—No —dije, rodando lejos de él, hacia la ventana, abrazando mis rodillas a mi pecho. Si abría los ojos, esto se volvería real. Si abría mis ojos, no podría regresar al momento cuando esto no es real. Si abría mis ojos, mi padre ya no seguiría vivo.

—Tienes que levantarte —dijo Warren, su voz sonando cansada.

—Cuéntame sobre la Coca-Cola —dije—. ¿Qué intentaban hacer?

—La aspirina —dijo Warren después de un momento—. Fue un gran error.

Abrí los ojos. La luz del sol entraba por mi ventana y sentí una rabia súbita por

eso. No debería ser un día soleado. Debería ser oscuro, tormentoso y de noche. Miré a Warren, cuyo rostro estaba lleno de manchas rojizas y sus manos apretaban un pañuelo de papel. —Es papá —dije, no fue una pregunta.

Warren asintió, y pude verlo tragar saliva. —Paul dice que fue esta madrugada. Estaba durmiendo. Fue pacifico.

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Yo lloraba ahora; ni siquiera intenté detenerme. Tenía la sensación de que

nunca podría detener el llanto, nunca. Mientras esto siguiera siendo real, no podía imaginar poder detenerme.

—Deberías salir —dijo, descansando su mano en la perilla de mi puerta—. Así tendrás la oportunidad de despedirte.

Asentí y, después de un momento, seguí a mi hermano. La ropa que dejé caer al suelo la noche anterior aún seguía allí. Mi maquillaje aún estaba en el mostrador. ¿Cómo podían esas cosas, esas insignificantes cosas estúpidas, todavía estar aquí

cuando el mundo se ha terminado en algún momento cerca del amanecer? ¿Cómo podían seguir aquí cuando mi padre ya no?

Salí al pasillo y vi a mi familia. Mi abuelo se encontraba en la cocina. Mi madre cerca de la cama de hospital, con el brazo alrededor de mi hermana. Warren se apoyó

contra el respaldo del sofá. Y en la cama estaba mi padre, su boca abierta, sus ojos cerrados.

Él no estaba respirando.

Él no estaba allí.

Notarlo fue fácil, he visto cientos de series policíacas y películas. Pero yo sólo

miraba fijamente a mi padre, en la cama, inmóvil. No podía entenderlo. Nunca volvería a verlo vivo, respirando, riendo, contando sus terribles chistes, llenando la

habitación con su voz, enseñándonos cómo lanzar una pelota de fútbol. Él que repentinamente dejara de vivir, tan quieto allí, aunque eso de todas maneras no nos importara, era una verdad que no podía aceptar mi mente. Y mientras lo miraba con

sus ojos cerrados, noté que nunca volvería a ver sus ojos nuevamente. Que él nunca volvería a mirarme otra vez. Que él estaba muerto.

Lloré fuertemente ahora y, a pesar de que no vi a mi madre moverse, ella estuvo repentinamente a mi lado, tirando de mí para un abrazo. No me dijo que todo estaría

bien. Sabía que las cosas serían diferentes para siempre, que hoy sería un día que marcaría mi vida en un antes y un después.

Pero por un momento, me permití llorar sobre su hombro mientras ella me

abrazaba fuertemente, mientras me dejaba saber que, al menos, no estaba sola.

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Capítulo 37 Traducido por Vero

Corregido por Zafiro

El funeral tuvo lugar cuatro días después. Era un día soleado y brillante, lo que de nuevo parecía mal. Había estado esperando que lloviera, anoche había sido fría y

nublada, pero sin embargo me había sentado en los escalones del porche con el perro, hasta que mis pies se entumecieron.

No podía creer lo vacía que parecía la casa ahora, y cómo sin mi papá allí,

ninguno de nosotros sabía qué hacer con nosotros mismos. Warren, por primera vez desde que podía recordar, no había sido capaz de leer. En cambio, había estado

pasando los días en el centro de tenis, golpeando una pelota contra la pared tan fuerte como pudo, volviendo a casa cansado y con aspecto agotado. Mi abuelo había estado

tallando y sacando al perro a dar largos paseos. Cuando regresaba, su nariz estaba siempre roja, su voz ronca, y el perro exhausto. Gelsey no había querido estar sola desde esa mañana, por lo que habíamos estado pasando mucho tiempo juntas. No

hablábamos de lo que había sucedido todavía, pero de alguna manera ayudaba simplemente ser capaz de mirar a través de la habitación y ver a mi hermana ahí,

prueba de que no era la única que pasaba por esto. Mi madre había estado pasando sus días organizando todo, el servicio, el ataúd, las flores, y parecía que ella manejaba las

cosas mejor que cualquiera de nosotros. Pero temprano ese mismo día, había salido para verla sentada en el porche, con el pelo húmedo de la ducha, llorando. Todavía había una parte de mí que quería dar la vuelta y no tener que enfrentar esto, pero me

obligué a seguir adelante y sentarme a su lado en el escalón del porche. No hablamos, pero tomé el peine de su mano y peiné su cabello a la luz del sol. Cuando terminé, y

liberé los cabellos sueltos en el viento para los pájaros, mi madre había dejado de llorar. Y nos sentamos juntas por un momento en silencio, nuestros hombros

tocándose mientras nos apoyábamos la una contra la otra.

La pequeña capilla de Lake Phoenix estaba llena de gente. Íbamos a hacer un servicio conmemorativo más grande en Connecticut, así que no esperaba que éste

estuviera tan lleno. Pero de pie junto a la primera fila en un vestido negro que mi madre me había prestado, los vi entrando, a toda esa gente que se había presentado por

mi papá. Wendy estaba allí, Fred, Jillian, y Dave Henson, quien le había vendido tanto regaliz. Lucy estaba allí con su madre, Ángela de la cafetería estaba allí, y los

Gardner, todos los de la playa, y Leland incluso había peinado su cabello.

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El ministro no había estado demasiado feliz cuando le había dado el disco

compacto con la música que había elegido. Probablemente era poco ortodoxo, opera mezclada con Jackson Browne. Pero tenía la sensación de que es lo que mi papá hubiera

querido. Tampoco lucía contento con el perro, pero mi abuelo le había dicho que Murphy era su animal de servicio, y por eso, estaba sentado bajo la primera banca, a

los pies de mi abuelo, completamente inmóvil.

Era sólo la familia en la primera fila, Gelsey en un viejo vestido negro mío, Warren llevaba un traje que de alguna manera le hacía parecer más joven. Mi abuelo

llevaba puesto su uniforme de gala de la Marina, lo cual podría haber sido una de las razones por las que el ministro no había discutido con él. Mi madre estaba sentada a

mi lado, agarrando uno de los pañuelos de mi padre con fuerza. Me di cuenta de que habíamos dejado un lugar extra, libre en nuestra fila, como si él fuera a unírsenos, pero

estaba corriendo un poco tarde, aparcando el coche. De alguna manera no podía conseguir que mi mente aceptara que la figura aún en el ataúd en frente, rodeado de flores, fuera él.

El ministro hizo un gesto a mi madre, y comenzó el servicio. Dejé que las palabras pasen sobre mí, no escuchándolas en realidad, porque no quería oír hablar de

cenizas y polvo cuando se trataba de mi padre. Después de que terminó, mi abuelo habló acerca de lo que mi padre había sido cuando era joven, y lo orgulloso que

siempre había estado de él. Mi madre habló, y me di por vencida en tratar de no llorar. Warren habló brevemente, leyendo una parte del poema de T. S. Eliot22 que papá había

amado.

Y aunque yo no había planeado decir nada, o preparado ningún discurso, me encontré de pie mientras Warren regresaba a su asiento y caminé directamente hacia el

atril.

Miré la multitud y vi, de pie en la parte de atrás, a Henry. Estaba con Davy, con

un traje que nunca le había visto antes, y sus ojos se fijaron en los míos, apoyándome, alentándome, de alguna manera dándome la confianza que necesitaba para comenzar.

Y mientras miraba a la multitud, me di cuenta que no entraba en pánico. Mis manos no sudaban. Y no estaba preocupada por lo que iba a decir, era simple. Era sólo la verdad.

—Siempre he amado a mi papá —dije con una voz que era más fuerte de lo que esperaba que fuera—. Pero en realidad llegué a conocerlo este verano. Y me di cuenta

que había estado enseñándome tanto todo el tiempo. —Tomé una respiración

profunda, no porque estuviera nerviosa, sino porque podía sentir las lágrimas

acumulándose, y quería tratar de salir de esto primero—. Como la importancia de los juegos de palabras realmente malos. —La multitud se rió con eso, y me sentí relajarme un poco—. Y que siempre deberías tomar un helado cuando la oportunidad se

presenta, aunque sea cerca de la hora de cenar. —Tragué duro—. Pero sobre todo, este verano me enseñó sobre el valor. Él era tan valiente, considerando a lo que se

22 Thomas Stearns Eliot, conocido como T. S. Eliot fue un poeta, dramaturgo y crítico literario anglo-

estadounidense. Representó una de las cumbres de la poesía en lengua inglesa del siglo XX.

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enfrentaba. No huyó de ello. Y era lo suficientemente valiente como para admitir que

tenía miedo. —Me sequé la cara con la mano, y tomé otro tembloroso respiro, para tratar de terminar.

—Me alegro de haber conseguido el tiempo que tuve con él, incluso... —Mi aliento quedó atrapado en mi garganta, y la vista de la multitud se puso borrosa—.

Incluso si no fue suficiente tiempo —concluí—. Incluso si no fue ni de cerca lo suficiente.

Tropecé, medio ciega por las lágrimas, hasta mi asiento. El ministro habló de

nuevo, y ahora Jackson Browne cantaba. Y fue Warren, inesperadamente, él que me

tomó en un fuerte abrazo y me dejó llorar en su hombro.

Las cosas concluyeron después de eso, con el anuncio de la recepción de regreso

en nuestra casa, y luego la procesión más allá del ataúd. Me senté afuera, sujetando a

Murphy en mi regazo, sintiendo que ya le había dicho adiós a mi padre bajo las estrellas. Pero me di cuenta de que mientras mi abuelo avanzaba, su postura erguida en su uniforme, puso en el ataúd la figura que había estado tallando toda la semana, un

pequeño petirrojo tallado, tomando vuelo.

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Capítulo 38 Traducido por macasolci

Corregido por Melii

Bajé el auto por el camino de entrada, apagué el motor y dejé escapar un suspiro. Acababa de llevar a mi abuelo y su telescopio en la estación de autobuses, y

había sido mucho más difícil decir adiós de lo que había esperado. Y ya había habido mucho de eso últimamente.

En los días que siguieron al funeral, lentamente volvimos a caer en el patrón de

algunas semanas atrás. Pero en lugar de jugar a Risk, o ver películas, comenzamos a hablar sobre mi papá. Y con cada historia, algunos de los recuerdos de él enfermo se

desvanecían un poco, y yo comenzaba a recordarlo como había sido toda mi vida, y no sólo este verano.

Todavía me sentía débil, y las cosas más pequeñas podían hacer que me echara a llorar inesperadamente—como encontrar uno de sus pañuelos limpios entre la ropa sucia y de repente entrar en pánico acerca de lo que haría con él.

Pero hoy, volviendo de la estación de autobuses, me sentía ligeramente más cerca de estar bien mientras cruzaba el camino de entrada descalza para encontrar a mi

madre sentada en la mesa del porche, con un sobre de papel a su lado.

—Hola —dije, mientras me sentaba y miraba el sobre a su lado—. ¿Qué es eso?

—La visión de este de alguna manera me ponía nerviosa. Mi madre lo giró y vi que Taylor estaba escrito en la letra de mi padre. Se me atoró el aliento en la garganta,

sólo viéndolo, y levanté la mirada hacia mi madre, confundida.

Ella lo deslizó a través de la mesa hacia mí.

—Resulta que este era el proyecto misterioso de tu padre. Las encontré arriba

en el armario. Las escribió para todos nosotros.

Tomé el sobre, pasando mis dedos por donde él había escrito mi nombre. No

quería ser grosera con mi madre, pero de repente quería leer las últimas palabras de mi padre para mí en privado.

—Lo siento —dije, tirando mi silla hacia atrás de la mesa—. Pero...

—Ve —dijo mi mamá suavemente—. Y luego estaré aquí si quieres hablar sobre algo, ¿de acuerdo?

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Asentí con la cabeza mientras me levantaba.

—Gracias, mamá —dije. Aferré el sobre con cuidado mientras dejaba el porche. No habría sido valioso para nadie más, pero en el momento, no había nada más en el

mundo que yo valorara más. Antes de incluso saber que me dirigía allí, me encontré caminando al muelle, que estaba desierto, con la luz del sol del atardecer reflejándose

en el agua.

Me saqué las ojotas de una patada y caminé a través de los tablones de madera descalza, sintiéndolos cálidos debajo de mis pies, todo demasiado consciente de que

ahora era mediados de agosto y que el verano comenzaba a llegar a su fin, que el tiempo para estar descalza se terminaría demasiado pronto.

Caminé hasta el borde del muelle y me senté con las piernas cruzadas, dejando mi bolso a un lado. Luego respiré profundamente y abrí el sobre.

Había estado esperando unas cuantas hojas de papel. No había esperado encontrar dentro del sobre, como mamushkas23, un chaparrón de más sobres. Los saqué. Estaban todos sellados, todos etiquetados por la letra inclinada y ordenada de

mi padre: Graduación de la secundaria. Graduación de la universidad. Cuando consigas tu Licenciatura en Derecho/Doctorado/Máster en Danza Interpretativa. El día de tu boda. Hoy.

Las admiré todas, todavía un poco sorprendida de que esto estuviera pasando, y saqué el sobre de Hoy, poniendo las otras con cuidado de vuelta al sobre grande,

cerrándolo con un pequeño gancho de metal, y asegurándome de fijarlo en mi bolso,

incluso poniéndole encima mi billetera y celular.

Luego abrí el sobre, respiré hondo, y comencé a leer.

23 Muñecas que se envuelven una dentro de otra, estando la más pequeña envuelta por una más grande y

así sucesivamente.

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Capítulo 39 Traducido por macasolci

Corregido por Melii

¡Hola, niña! ¿Qué hay de nuevo? Así que, si estás leyendo esto, he hecho la cosa terrible de arrastrar los pies fuera de este cuerpo mortal unas cuantas décadas antes de tiempo. Lo siento de

verdad, Taylor, por haberte hecho esto. Espero que sepas que de haber sido por mí —si hubiera tenido alguna opción en esto— no habría dejado que nadie me alejara de todos ustedes. Habría luchado contra cualquiera que lo intentara, con dientes y uñas. Espero que hayas visto ahora que voy a hacer lo mejor para quedarme por los alrededores, ofreciéndote consejos, a través de los

siguientes pares de años. Espero que algo de esto sea de ayuda. Me arrepiento mucho de tener que dejarte tan temprano. Pero más que nada, es el que jamás tendré la oportunidad de ver en lo que te conviertes. Porque tengo el presentimiento de que tu, mi hija, vas a hacer grandes cosas. Puede que estés poniéndome los ojos en blanco ahora, pero lo sé. Eres la hija de mi corazón, y sé que

harás que me sienta orgulloso. Ya lo has hecho, cada día, sólo por ser tú misma. No estoy preocupado por ti haciendo amigos, divirtiéndote, aprendiendo, o dejando tu marca en el mundo. Lo único por lo cual estoy un poco preocupado es tu corazón. He notado en ti, mi querida hija, una tendencia a escapar de las cosas más aterradoras en el mundo—el amor y la confianza. Y

realmente odiaría si mi partida antes de quererlo causara, de alguna manera, que tu corazón se cerrara, o que te apagaras a ti misma las posibilidades de amar. (Y créeme, no quieres que sea infeliz. Puede que esté investigando toda la cosa del asechamiento ahora mismo). Pero tienes un corazón que es grande y hermoso y fuerte, y se merece ser compartido con alguien que lo valga. Uno recibe un poco de perspectiva en esto cuando sabe que no va a tener que dar la vuelta a un

mes en el calendario. Y me he dado cuenta de que los Beatles se equivocaron. El amor no es todo lo que necesitamos—el amor es todo lo que hay. Y dará miedo. Pero sé que puedes hacerlo. Sabes que siempre estaré contigo, si hay alguna manera en que pueda lograrlo. Y sabes que siempre te he amado—y siempre te amaré.

Papá.

Bajé la carta a mi regazo y miré hacia el lago. Había lágrimas en mis mejillas,

pero no molesté en secármelas todavía. Tenía el presentimiento de que comenzaría a llorar otra vez cuando la releyera, de todas formas. La puse cuidadosamente debajo de

mi billetera con las otras cartas, todavía un poco sorprendida de que mi padre hiciera esto por mí. Y el hecho de que se había tomado las molestias de seguir hablando conmigo —para mantener nuestra conversación, a través de las mayores etapas de mi

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vida— hacía que la idea de tener que ir por la vida sin él fuera un poco más fácil de

soportar.

Pasé las manos por los tablones mientras pensaba en la sección que había

quedado trabada en mi mente más que nada—donde mi papá me reprimía por mi comportamiento. No estaba segura de cuándo había escrito esta carta, pero era

exactamente lo que le había hecho a Henry. Lo había apartado de mí porque se había acercado demasiado, más que dejarlo ayudarme, como Warren había dejado que Wendy lo ayudara. No me hacía más fuerte, o una mejor persona, me daba cuenta

ahora. Sólo me hacía débil, y temerosa.

Realmente no quería saber si sería capaz de hacer lo que mi padre quería que

hiciera, y abrir mi corazón a alguien. Era una pregunta enorme y sin respuesta. Pero sabía que en algún punto, le debería a mi padre darle una oportunidad a ello.

Esa noche dormí mejor, más profundamente, de lo que había hecho en todo el verano. Me desperté con la luz del sol que entraba por la ventana y los pájaros ya se cantaban unos a otros. Era otro día hermoso. Pero yo sabía qué tan rápido podía pasar el

tiempo. Y me daba cuenta ahora que los días hermosos no siempre eran cosas ilimitadas. Y así como así, supe lo que tenía que hacer. No intenté lucir mejor,

mientras salía de la cama y me dirigía a la puerta. Henry ya me había visto en cada posible estado durante este verano. Pero incluso más importante, me había visto—

visto quién era yo, incluso cuando había intentado lo mejor que pude escondérselo.

Era extraño tener que buscar a Henry, luego de un verano de toparme con él cuando menos lo esperaba. Pero había también una parte de mí que sentía que esta era

la manera en que tenía que ser—que después de tantos años de alejarme de las cosas, finalmente iba a correr hacia ellas.

O al menos caminar. El bosque —el lugar que presentía que él estaría— no era exactamente genial para correr. Había estado caminando por unos veinte minutos,

haciendo mi mejor esfuerzo para evitar pisar los troncos árboles caídos, cuando doblé en una curva y allí estaba él.

Henry se encontraba sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra un

árbol, el sol salpicando a través de las hojas y cayendo sobre su rostro. Levantó la mirada y miró, a pesar de que yo no había hablado, y se puso de pie.

—Hola —dije. Me dejé mirarlo realmente, en una manera que no había hecho desde que nos habíamos separado. No era como la primera vez que lo había visto este

verano y me di cuenta sólo ahora de lo lindo que era. Esta vez, vi la bondad en sus

ojos. Vi lo solitaria que lucía su mano sin la mía sosteniéndola.

—Hola —respondió. Había una duda en su voz, y sabía que probablemente se

preguntaba qué estaba haciendo yo allí.

—Gracias por haber ido —le dije, y vi que entendió que me refería al funeral—.

Realmente lo aprecié.

—Por supuesto —dijo. Me dio una sonrisa triste—. Realmente, realmente me

gustaba tu papá. —Escuché el tiempo pasado y asentí, no muy confiada en mí misma para responder—. Y creí que diste un gran discurso. Estaba muy orgulloso de ti, Taylor.

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Lo miré, con ese mechón de cabello cayendo por su frente, y quise levantar la

mano y tirarlo hacia atrás. Quería besarlo. Quería decirle todas las cosas que había estado sintiendo, todo este tiempo, incluso si no me había permitido realmente

sentirlas hasta ahora.

—Entonces —dijo, metiendo las manos en sus bolsillos—, ¿qué estás haciendo

en el bosque? ¿Estás perdida?

—No —dije, y cuando lo hice, me di cuenta de qué tan verdad era eso—. No estoy perdida. —Respiré. Me di cuenta de que lo que estaba a punto de hacer iba en

contra de todo lo que había hecho alguna vez. Era enfrentar todo a lo que más le temía. Peor mi padre quería que superara esto. Y yo sabía, en algún lugar muy dentro

de mí que era el momento. Y que este era el lugar, y que Henry era la persona—. Me dio miedo —dije—. Y jamás debí haberte alejado de esa manera.

Henry asintió y bajó la mirada al suelo. Hubo un largo silencio, interrumpido únicamente por el murmullo de las hojas y el ocasional canto de los pájaros, y supe que tenía que seguir adelante.

—Me preguntaba —dije— cómo te sentías acerca de las segundas oportunidades. —Mientras esperaba, pude sentir mi corazón latir fuerte,

preguntándose qué pensaba él. Y por más doloroso que fuera, tenía el presentimiento de que era mejor encararlo todo junto, no huir y esconderme y esquivar. Mejor a la luz

del sol, abriendo mi corazón y viendo cómo era recibido.

Levantó la mirada hacia mí, luego comenzó a sonreír.

—Supongo que eso dependería del contexto —dijo lentamente—. Pero

generalmente, estoy a favor de ellas. —Le devolví la sonrisa, por lo que se sintió como la primera vez en días. Sabía que todavía teníamos cosas de las que hablar, y mucho

que averiguar. Pero tenía el presentimiento de que podríamos manejarlo juntos.

Mientras daba un paso hacia Henry, cerrando la distancia entre nosotros, pensé

en las palabras que habíamos grabado, hacía años, en el muelle—nuestros nombres. Y Para siempre. En el instante antes de estirarme para besarlo, tuve la esperanza de que

tal vez llegaran a hacerse realidad.

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Capítulo 40 Traducido por Andreani

Corregido por Melii

Acomodé mi suéter sobre mis hombros y nuevamente me senté en la hierba húmeda. Era casi septiembre y ya comenzaba a hacer frío. Las hojas, que habían sido

tan brillantemente verdes durante todo el verano, comenzaban a cambiar ligeramente a tonalidades naranjas y rojizas y dorados. A pesar de había venido aquí a menudo desde que pusieron la lapida, todavía lograba hacerme sonreír, sollozar y añorar a mi

padre, todo al mismo tiempo.

Encontramos las instrucciones para esto en su testamento. Aunque sería

enterrado en Stanwich, había querido una lapida con una inscripción aquí, en el lago de Phoenix, donde había pasado algunos de sus mejores días. Warren no había creído

que era en serio lo que él quería que estuviera escrito en el, pero le dije que no había nada que mi padre se tomara más en serio que los juegos de palabras. Así que aquí, en el pequeño cementerio de Phoenix Lake, estaba el único epitafio con sentido del

humor: ROBIN EDWARDS. QUERIDO ESPOSO Y PADRE... LOS RESTOS DE LA DEFENSA.

Lo observé y prácticamente todavía podía oír sus palabras, ver su sonrisa. ¡Oye,

niña! ¿Qué hay de nuevo? Por lo que había estado haciendo mi mejor esfuerzo para tratar

de decirle y mantenerlo informado acerca de nuestras vidas—cómo Warren y Wendy todavía iban en serio y había elaborado un programa detallado de visitas, en una hoja de cálculo, para cuando ambos comenzaran la universidad. Cómo mi madre iba a

empezar a enseñar danza otra vez. Cómo Gelsey ya planeaba pasar sus vacaciones de primavera en Los Ángeles con Nora, conociendo estrellas de cine. Que Murphy había,

contra las expectativas de todos, aprendido a buscar. Y que yo también estaba bien.

Miré hacia atrás y vi a Henry dejar el coche en pequeño estacionamiento justo

abajo de la colina del cementerio. Sabía que me daría todo el tiempo que necesitara —y a veces era mucho tiempo, ya que descubrí que este era un lugar donde era fácil llorar— sin mencionar que esto era totalmente esperado. No era que todo estaba bien,

por lo menos no todo. Todavía había momentos en que la perdida de mi papá me dolía tanto, físicamente, como si alguien me hubiera golpeado. Había momentos que me

sentía tan enojada, que podía desquitarme con la persona equivocada, sólo para liberar a alguna de la rabia por la injusticia de todo. Y hay días cuando me despertaba con los

ojos rojos e hinchados de llorar. Pero nosotros, los cuatro miembros restantes de la familia Edwards—habíamos, de alguna manera y contra todo pronóstico,

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acostumbrándonos a hablar de nuestros sentimientos. Y en los días cuando era

particularmente malo, yo sabía que había gente a la que podía acudir.

Me puse de pie y miré la lapida durante mucho tiempo. —Adiós, papá —

susurré—. Nos vemos pronto.

Me di la vuelta y comencé a bajar la colina, donde Henry recargaba contra el

coche. —Hola —dijo cuando me acerqué lo suficientemente como para oírlo.

—Hola —dije dándole una única sonrisa un poco temblorosa. No había sido sencillo, encontrar nuestro camino de regreso a estar juntos, sobre todo con mi pérdida

tan cruda. Pero una cosa que aprendía sobre proponerte algo—generalmente parece que otras personas estaban dispuestas lograrlo contigo también. A pesar de que nos

dirigíamos hacia Connecticut pronto, y él se quedaría aquí, la distancia no me preocupaba. Ya habíamos pasado por demasiadas cosas juntos como para que la

separación de unas cuantas horas nos dividiera ahora. Se inclinó hacia mí y me besó, y lo besé, haciendo que contará. Tenía la sensación de que mi papá lo entendería.

—¿Estás lista para irte? —preguntó cuando nos alejamos.

Asentí. Íbamos a cenar en nuestra casa, un evento de despedida antes de que todos empezáramos a irnos. Lucy y Elliot, que no habían dejado de tomarse de las

manos —y besarse— una vez que finalmente consiguió suficiente coraje para decirle como se sentía, traían las tazas y los platos (robados, estaba segura, de la cafetería).

Fred y Jillian traerían pescado. Warren y Wendy estuvieron a cargo del acomodo de los asientos, y no tenía duda de que mi hermano nos diría a todos cómo se inventaron. Kim y Jeff traían su guión finalizado para un entretenimiento de sobremesa, así como

un adelanto a su piloto, Psychic Vet Tech. Henry traería el postre, y yo había encontrado

el elemento final de esa tarde con Give Me A Sign.

Saqué mi cartera y se la tendí a Henry, que sonrió cuando la vio. SOARING ROBIN, decía, con un pájaro volando grabado debajo de él.

—Muy bonito —dijo. Miró hacia la colina por un momento, y luego se volvió a mí—. Pienso que a él le gustaría.

—Yo también lo pienso —Levanté la mirada y vi que oscurecía rápidamente; Pude ver las primeras estrellas comenzando a aparecer—. Vamos —dije. Sonriéndole mientras tomaba su mano—. Vamos a casa.

FIN

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Morgan Matson

Morgan Matson nació en 1981 y creció en Nueva York y Greenwich, Connecticut. Asistió a la universidad Occidental en Los Ángeles, pero a medio

camino a través de una licenciatura de teatro, comenzó a trabajar en el departamento de niños en la

Librería Vroman y se enamoró de la literatura YA.

Después de graduarse de la universidad se trasladó al

Este para asistir a la New School, donde recibió su M.F.A (Master of Fine Arts) en Escritura para Jovenes.

Mientras tanto, Morgan se mudó a California, regresó a la escuela otra vez y en 2011 recibió un

M.F.A de Guionista en la Universidad del Sur de California.

Morgan actualmente vive en Los Ángeles, a pesar de que le encanta viajar y lo hace siempre que puede. Actualmente está escribiendo otro libro, que se

publicará en 2014.

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