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NOTAS Y COMENTARIOS Advertencias a "Tiempo y Vida de San Juan de la Cruz" * JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ (Avila) INTRODUCCIÓN Hace ya más de treinta y cinco años que, en mi juventud, me atreví a reseñar la Vida de San Juan de la Cruz escrita por el Padre Crisógono, presentando bastantes reparos críticos a la misma [Revista de Espiritua- lidad 15 (1956), pp. 72-89]. Ahora, con más conocimiento de causa que entonces, voy a hacer también la reseña de Tiempo y Vida de San Juan de la Cruz, de Efrén y Steggink, ofreciendo asimismo mis observaciones críticas con la intención de que sirvan para mejorar la obra en ediciones sucesivas. Los autores "se hacen responsables 'in solidum' de toda la obra" (p. XXVII); por lo mismo mis reparos, sugerencias, observaciones, ala- banzas van también "in solidum" para ambos. El volumen, materialmente considerado, consta de: Indice general (pp. VII-IX); Prólogo (pp. XI-XXVII); Bibliografía (pp. XXIX-XLIX); Introducción (pp. 3-36), y los 51 capítulos de que consta la obra (pp. 37- 891); a esto se añade Indice de nombres y lugares (pp. 893-916). Así está estructurado este poderoso volumen de BAC Maior, 40. En la cubierta-contraportada: una fotografía de los autores juntos en su mesa de trabajo y un breve currículum de cada uno: de Efrén, nacido en 1915 y de Otger Steggink, nacido en Holanda en 1925. 1. Averiguaciones. En el prólogo, después de algunas consideracio- nes generales sobre el genio, sobre los hombres geniales (entre los que se coloca a San Juan de la Cruz), se asegura que "la iniciativa de recoger los hechos y dichos de aquel difunto insigne (Juan de la Cruz) fue casual", * EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS Y OTGER STEGGINK, Tiempo y Vida de San Juan de la Cruz, Biblioteca de Autores Cristianos, Maior 40, Madrid, 1992, XLIX- 916 pp. 14 X 23 cm. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 51 (1992) 503-521

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  • NOTAS Y COMENTARIOS

    Advertencias a "Tiempo y Vida de San Juan de la Cruz" * JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ

    (Avila)

    INTRODUCCIÓN

    Hace ya más de treinta y cinco años que, en mi juventud, me atreví a reseñar la Vida de San Juan de la Cruz escrita por el Padre Crisógono, presentando bastantes reparos críticos a la misma [Revista de Espiritua-lidad 15 (1956), pp. 72-89].

    Ahora, con más conocimiento de causa que entonces, voy a hacer también la reseña de Tiempo y Vida de San Juan de la Cruz, de Efrén y Steggink, ofreciendo asimismo mis observaciones críticas con la intención de que sirvan para mejorar la obra en ediciones sucesivas.

    Los autores "se hacen responsables 'in solidum' de toda la obra" (p. XXVII); por lo mismo mis reparos, sugerencias, observaciones, ala-banzas van también "in solidum" para ambos.

    El volumen, materialmente considerado, consta de: Indice general (pp. VII-IX); Prólogo (pp. XI-XXVII); Bibliografía (pp. XXIX-XLIX); Introducción (pp. 3-36), y los 51 capítulos de que consta la obra (pp. 37-891); a esto se añade Indice de nombres y lugares (pp. 893-916).

    Así está estructurado este poderoso volumen de BAC Maior, 40. En la cubierta-contraportada: una fotografía de los autores juntos en su mesa de trabajo y un breve currículum de cada uno: de Efrén, nacido en 1915 y de Otger Steggink, nacido en Holanda en 1925.

    1. Averiguaciones. En el prólogo, después de algunas consideracio-nes generales sobre el genio, sobre los hombres geniales (entre los que se coloca a San Juan de la Cruz), se asegura que "la iniciativa de recoger los hechos y dichos de aquel difunto insigne (Juan de la Cruz) fue casual",

    * EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS Y OTGER STEGGINK, Tiempo y Vida de San Juan de la Cruz, Biblioteca de Autores Cristianos, Maior 40, Madrid, 1992, XLIX-916 pp. 14 X 23 cm.

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    y se comienza a tejer la historia de la recogida de declaraciones, poniendo como primera fecha los años 1602-1604 (p. XII).

    Creo de importancia señalar, por mi parte, que ya en 1598, a sólo siete años de la muerte de fray Juan, ya se hicieron algunas informaciones acerca de él, de su vida, acciones y milagros. Las mandó hacer Bernardo de la Concepción, que fue dos trienios Provincial de Andalucía. Lo cuenta él mismo (BN-Madrid, p. 1051). Estas declaraciones fueron a parar a manos del historiador general, José de Jesús María (Quiroga), y se conservan todavía en la biblioteca nacional madrileña: ms. 12738.

    Declaran el 7 de abril de 1598 en Ubeda: Hernando Díaz de Molina (pp. 651-652); María de Molina, mujer del anterior (pp. 652-653); Inés de San Bernardo, hija de los anteriores (pp. 653-654); Alonso de la Madre de Dios, prior de Ubeda, quien dice que la recomendación del alma a fray Juan se la hizo él (pp. 654-657). Muy interesante esta declaración de este Alonso, natural de Burguillos. El 6 de abril habían declarado Barto-lomé Ortega Cabrío (pp. 659-660), Clara de Benavides (pp. 661-662) yel médico Ambrosio de Villarreal (pp. 662-663).

    El 26 de abril de ese mismo año de 1598 declaran, en el convento de los Mártires de Granada, dos de los que más y mejor habían conocido al santo: Juan Evangelista, su confidente y compañero (pp. 664-667) y Agus-tín de San José (pp. 667-669). Además ya desde Zaragoza hace una hermosa declaración el día de Todos los Santos de 1597 Tomás de la Cruz, que había sido novicio del santo en Granada (pp. 883-884). No fueron, pues, tan tardías las investigaciones.

    2. Recuento de biografías. Todavía en el Prólogo hacen los autores un recuento de las biografías sanjuanistas: Quiroga, Jerónimo, Francis-co de Santa María, Alonso, Velasco, Vicente Ferrer, Dositeo, Silverio, Crisógono, Bruno y van dejando caer algunos juicios de valor acerca de cada uno de los autores (pp. XVI-XXV). Hablando del renacimiento de la hagiografía sanjuanista en el siglo XX califican al padre Silverio como "el fautor pionero de la nueva corriente" (p. XXIII) y añaden: "segui-do por el P. Crisógono en Castilla y por el Padre Bruno en Francia" (p. XXIII). Advierto que, sin querer quitar ningún mérito al P. Silverio, la obra Saint lean de la Croix de Bruno es de 1929, y la Vida del santo de Silverio (RCD, t. 5) de 1936, aunque tiene otra pequeña biografía en BMC 10, de 1929.

    Aunque en la bibliografía se elenque el libro de J. Baruzi, Saint lean de la Croix et le probleme de l'expérience mystique (p. XL) y se le cite al final de la obra (p. 891), creo que era deber de justicia señalarle aquí en el prólogo como gran estimulador de la nueva biografía, ya que en los tres largos capítulos que en el libro segundo dedica a la Vida tiene logros y atisbos notabilísimos. Y él, sí que es un fautor y pionero en este campo. No es extraño que no se le dé cabida si recordamos (eran otros tiempos) la dureza con que se le trata en San luan de la Cruz y el misterio de la

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    Santísima Trinidad en la vida espiritual (Zaragoza, 1947, pp. 90-102) de Efrén de la Madre de Dios. También pienso que se debería haber citado entre los trabajos biográficos esta misma obra de Efrén por las páginas dedicadas a hitos de su vida (pp. 143-242).

    La emprenden contra el "extraño prologuista (de la edic. de Alonso, Madrid, 1989) Teófanes Egida", de quien se dice que "califica el libro del P. Alonso, con cierta pedantería, de biografía barroca" (p. XX). No sé si estará conforme "el prologuista" con la requisitoria que se le dedica a continuación (ibid.). Del libro de José de Velasco se dice que "ha de ser tenido muy en cuenta, por ser fuente el hermano de nuestro Santo, Fran-cisco de Yepes" (p. XX).

    3. Criterios seguidos. Terminando de hablar de los tres biógrafos modernos más famosos, y citadas unas palabras de Crisógono, se expre-san intenciones y criterios seguidos por Efrén-Steggink, para mejorar la biografía del Santo. Se sustancian en lo siguiente: "Insistir en el marco ambiental del protagonista, en la historia de España de su época, en el clima familiar, social, económico, cultural y religioso, creando un ámbito donde el protagonista aparezca como la cosa más natural, como una planta del jardín que cultivamos con la misma tierra y el mismo abono.

    Son infinitos e insospechados los elementos ambientales susceptibles de personalidad sanjuanista. El propósito del historiador es poner un fondo adecuado a las múltiples facetas del protagonista, un castellano", etc., etc. "No es posible conocer a San Juan de la Cruz sin investigar el clima, el humus donde se cría y crece, como tampoco se puede descono-cer su contexto familiar, cultural y religioso que respira a todas horas" (pp. XXV-XXVI).

    Prometen ser ajenos a toda clase de prejuicios y poner "especial ahínco en encontrar la espiritualidad de fray Juan de la Cruz con los libros de la Orden, que él leyó y asimiló asiduamente, para levantar sobre ellos su "reforma espiritual", que luego transmitiría a sus religiosos" (p. XXVI). "Sobre estas directrices, dicen, de historiografía moderna hemos trazado la infraestructura de este estudio meticuloso sobre Tiempo y Vida de San Juan de la Cruz"(p. XXVI).

    4. Bibliografía. Acerca de material bibliográfico tan abundante he de advertir: en las Fuentes manuscritas hay omisiones notables: a) Se-gavia, Archivo Histórico Provincial: Protocolo número 162, fols. 666-672: compra de dos casas fronteras del convento de los Descalzos para que viva allí doña Ana de Peñalosa. La firma del Santo y demás miem-bros de la Consulta, fol. 671r. (Véase, Dios habla en la noche, p. 326); b) Segovia, Archivo Histórico Provincial, Protocolo 371, fo1s. 295-296: escritura original de la compra de las Peñas Grajeras y huerta supe-rior, firmada por el santo, etc. (Véase, Dios habla en la noche, p. 322); c) Más documentación en el mismo Archivo segoviano: Protocolo: 162, fols. 193-197; 286-287v; 288-290; d) Valladolid, Madres Carmelitas Des-

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    calzas: Información del Baptismo de nuestro benerable padre fr. Juan de la Cruz, hecha en Ontiveros (22-23 de julio de 1627). Archivo: B-2 el original y B-3 una copia a máquina con no pocas malas transcripciones. Es cierto que los autores citan este documento, pero a través de Silverio (p. 52, nota 33, y p. 59, nota 4). Como Silverio no dice dónde se encuen-tra la información, tampoco ellos lo hacen.

    Podríamos poner más ejemplos, pero basten los aducidos. En la misma bibliografía, en el apartado IV notamos también algunas

    omisiones significativas. Se cita un par de veces (p. XXIX Y XLVII) la Introducción a la lectura de San Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Valladolid, 1991. Lo mismo que de ese libro se cita a S. Ros y a F. Ruiz, se podría citar a Teófanes Egida: Claves históricas para la com-prensión de San Juan de la Cruz, pp. 59-124, máxime tratándose de un trabajo de índole histórica. También otros estudios de esa Introducción podrían figurar perfectamente en la bibliografía, y mucho mejor que buen número de los que se incluyen.

    Echamos también de menos el libro de Carlos María López Fe, Ca-minos andaluces de San Juan de la Cruz, Ed. Miriam, Sevilla, 1991, citándose, como se citan, otros de esa misma fecha que han salido des-pués. En la bibliografía no figura tampoco ninguno de los finos trabajos de Gabriel Beltrán Larroya, aunque se cita uno de ellos en la p. 468, nota 11 con asterisco.

    5. Amores de Gonzalo)' Catalina. El romance o idilio que se enta-bla, conforme al guión de Efrén y Otger, ya en Torrijas entre Gonzalo de Yepes y Catalina Alvarez, no carece de ingenio. Sustanciando mucho la cosa, tendríamos: en Torrijas (Toledo) viven Gonzalo de Yepes Il y Elvira González, su mujer (que serían los abuelos paternos de Juan de la Cruz) y con ellos viven sus tres hijos: Gonzalo, Diego y Juan. Además en la misma casa hay otras dos mujeres: Aldonza Alvarez y Elvira Gutiérrez "acogidas bajo el mismo techo con el título de hermanas, hermanastras o parientes cercanas" (pp. 41, 43). Ninguna de las dos hubiera osado casarse con ninguno de los tres hermanos Yepes. Esto "podía hacer el efecto de un escandaloso incesto a la vista del pueblo" (p. 43). Pero, ¿qué pinta Catalina Alvarez en todo esto? Efrén-Steggink, al ver que Catalina lleva el apellido Alvarez igual al de Aldonza, creen que se ha acogido también ella, al quedarse huérfana, a la familia de los Yepes, "aunque no fuese hermana carnal, sino adoptada" (p. 41). Una vez metida Catalina en casa de Gonzalo de Yepes Il "los ojos de Gonzalo (el IlI) se posaron sobre ella" (p. 43) y se enamoraron, apuntando más o menos a boda.

    En el Derecho de la Iglesia era lícita aquella relación, "mas ante los ojos del vulgo, que las veía (a Aldonza, Leonor y Catalina) como herma-nas (de los Yepes), podía parecer un escandaloso incesto" (p. 43). Así las cosas, Gonzalo y Catalina "los dos enamorados fueron echados de la casa de Torrijas" (p. 43). La cosa se tiñe de tonos trágicos. Diego de

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    Yepes "se exasperó horriblemente ante la noble osadía de su hermano Gonzalo, por haberse enamorado de una joven preciosa que estaba al amparo de la familia" (p. 43). "La expulsión de Gonzalo de Yepes III del hogar de Torrijas hubo de ser fulminante y no le dio. tiempo para situarse y actuar por su cuenta" (p. 43). Gonzalo se acogió "al amparo de los tíos canónigos de Toledo, y Catalina se fue a la ventura en busca de una colocación honesta" (p. 43). "La historia de la errante Catalina comenza-ba en una posada de Toledo" (p. 44). El romance continúa: "Catalina es llevada a Fontiveros por una señora viuda; entre tanto ella y Gonzalo no se perdían de vista y se ponían al corriente de cada suceso" (p. 44). Y añade el guión: "Así podemos estar seguros de que las visitas de Gonzalo a Fontiveros no eran casuales ni por estar en camino de las ferias de Medina ... Pensamos que eran visitas muy intencionadas" (p. 44). Al fin se casan en 1529 en Fontiveros (p. 44).

    Este es el romance, tal como nos lo cuentan nuestros autores. Bien es verdad que, después de haber metido a Catalina en la casa de los Yepes en Torrijas, dicen: "Nos vemos obligados, en virtud de los datos aporta-dos anteriormente, a construir ... una hipótesis capaz de poder explicar el efecto detonante e inmisericorde que produjo en la familia Yepes aquella unión del primogénito Gonzalo con la pobre Catalina Alvarez" (pp. 42-43). "La tremolina que aquel matrimonio por amor ocasionó en la familia de los Yepes de Toledo alcanzó los límites de lo inverosímil" (p. 44).

    Inverosímil me parece toda esta ocurrencia tan ingeniosa y novelesca. Con ella se explica bastante peor, a mi entender, el repudio de Gonzalo por parte de sus familiares. Para Efrén y Otger "la deshonra familiar que pretextaban los Yepes" (p. 42) no era ni por desigualdad de linaje y hacienda, ni por motivos religiosos, sino por haberse embarcado los con-trayentes en una boda de signo incestuoso, "intolerable en un ambiente converso y clerical como el de los Yepes" (p. 43).

    En mi opinión, lo primero que hay que demostrar es que Catalina viviese en Torrijas, y además acogida en el seno de la familia de los Yepes. ¿Vivía también en Torrijas Gonzalo? Estos son los datos a proce-sar debidamente, lo mismo que el hecho básico de saber si ese Gonzalo de Yepes II del que se habla y su mujer Elvira eran en realidad los padres de Gonzalo III y, consiguientemente, los abuelos paternos de Juan de Yepes. En el capítulo 1: Nacido caballero, se identifican estos abuelos de fray Juan como "reconciliados por judaizantes en la villa de Torrijas" (p. 40). Admitiendo esto, ¿cómo es que no ponen de relieve que Juan de Yepes tenía que ser de estirpe judía? Por un lado, hablan de su padre como de un noble (p. 37), por otro, como perteneciente a una familia "conversa" (p. 47). Total: ¿estamos una vez más ante una mala compren-sión del problema converso? Criticando lo escrito por J. M. Javierre sobre esta cuestión, le dice Teófanes Egida: "Comoquiera que al padre se le hace converso judío, mal se atan esos cabos de la nobleza, pero queda

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    todo muy ecuménico: un padre judeoconverso, una madre morisca con-versa, un hijo muy cristiano (las tres razas, las tres religiones, en gloriosa síntesis)". [Revista de Espiritualidad 50 (1991), p. 681]. Digamos, con todo, que para nuestros Efrén-Otger "no es ni imaginable tal origen (morisco) de Catalina Alvarez" (p. 42, nota 22). Les estropearía el ro-mance.

    Advierto de nuevo que no está demostrado apodícticamente que tales reconciliados (Gonzalo y Elvira) fuesen los abuelos de Juan de Yepes.

    Tienen Efrén-Otger la curiosidad legítima de saber cómo se llamaría la viuda de Fontiveros, dueña del telar y que acoge a Catalina, y dicen que su "nombre, por desgracia, no ha llegado hasta nosotros, para agra-decerle su generosa obra" (p. 44). Sospecho que se podía llamar doña Sancha Vela de Villalva. Pero de esto en otra ocasión.

    6. Nacimiento de Juan de Yepes en 1540. Después del romance de los padres nos ofrecen los autores la novedad aireada (aunque novedad no es tanta: Velasco, Garrido, Javierre) del nacimiento de Juan de Yepes, no en 1542 sino en 1540. Se acepta como buena la fecha de 1540 por el simple hecho de que así lo diga José de Velasco (p. 53). Digo novedad aireada porque parece que había prisa en ponerlo ya en las primeras líneas de la Introducción (p. 3), repetirlo al final de la misma Introduc-ción, después de hablar de otro niño, el príncipe don Carlos que mordía a sus amas (p. 36), y, naturalmente, ventilarlo más adelante cuando ya se llega a hablar en firme de la fecha en cuestión (pp. 51-54). Rebaten los autores las razones en que se apoya Alonso para decir que Juan de Yepes nació en 1542 (p. 51). Personalmente creo que es muy significativo que Alonso, que conocía el libro de Velasco (y que lo cita en Vida. p. 576, en Procesos: BMC 14, pp. 361-362, yen su obra ms. Dies sacri: BN-Madrid, ms. 8569, fol. 103r) no aceptase esa fecha de 1540 y siguiese, como él dice, "haciendo inquisición en Hontiveros ... , hablando con tres personas viejas" (BMC 14, p. 362), para inclinarse, finalmente, por el año 1542 (Vida, p. 46, Procesos: BMC 14, p. 362 y en su obra inédita: Fragmenta rerum ... : BN-Madrid, ms. 8501, fol. 442v).

    Efrén-Otger escriben ingenuamente: "Con todo el respeto a este ve-nerable historiador (= Alonso), querríamos saber por qué acudió al tes-timonio de "tres personas viejas" del vecindario y no recurrió al archivo viviente de la familia, que era su hermano Francisco. En esto tuvo más acierto el P. Velasco, que se fio de éste y nos dio una cronología perfecta" (p. 52). La respuesta es muy fácil. No se puede interrogar a un muerto y Francisco había muerto ya el 30 de noviembre de 1607. Y en ese año Alonso no había pensado en averiguaciones de ese género. La inquisición que hizo en Fontiveros fue unos años antes de 1627 (BMC 14, pp. 361-362).

    Los autores de Tiempo y Vida juran por la "cronología perfecta" del P. Velasco (p. 52), aunque no siempre la sigan, porque si la siguiesen

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    tendrían que desmontar no pocas páginas de este mismo Tiempo y Vida, como veremos con algún ejemplo más adelante. En este caso se han empeñado en seguirle. Pienso que no hay motivo ninguno decisivo para dar por buena la fecha de 1540, descartando la de 1542. Yo tendría más argumentos documentales para afirmar que Juan de Yepes no nació ni en 1540, ni en 1542, sino en 1544. Para esto me podría basar en la Informa-ción del Baptismo que, como he dicho antes, se encuentra en Valladolid: Arch. Carm. Descalzas: B-2 y B-3.

    El primer testigo, Diego de la Cuba Maldonado declara: "otrosí dijo que es muy público que el dicho Padre fray Juan de la Cruz nació el año de mili y quinientos y quarenta y quatro que fue dos años después el quemarse la iglesia" (fol. 2r). Antes ha dicho que la iglesia de la villa se quemó "el año de mill y quinientos y quarenta y seis años ... a dos de julio" (ibid). Este testigo era regidor perpetuo de Fontiveros. El segundo testigo, Juan López de Aldeanueva, certifica "averse quemado la iglesia parroquial de ella (de la villa) dos años poco más o menos después de aver nacido el dicho Padre fray Juan de la Cruz" (fol. 2v).

    Pero no quiero, naturalmente, echar a volar esta fecha de 1544, ni siquiera como mera y nueva hipótesis.

    Finalmente, para concluir con este punto podemos recurrir legítima-mente al mismo Padre Velasco para anular su propia afirmación de que Juan naciera en 1540. ¿Por qué caminos? Muy fácil. Al presentarse Ve-lasco en Medina a declarar en el Proceso Apostólico elIde julio de 1627 se le admite para contestar a la primera pregunta y a otras cuantas. La primera sonaba así: "Cuanto a lo primero el Procurador. .. pone, y en caso que sea necesario, intenta y quiere probar que fue y es verdad que el lugar de Ontiveros en Castilla la Vieja dio al mundo este niño y a la Iglesia este resplandor, Juan de Yepes, año de mil y quinientos y cuarenta y dos" (BMC 14, p. 307).

    Velasco contesta diciendo "que conoce y tiene por cierto es verdad y cierto lo contenido en este primer artículo, porque siendo necesario sacar a luz, como se sacó y anda impresa, la Vida e virtudes del hermano, Francisco de Yepes ... , se informó y satisfizo de su origen y crianza y halló ser cierto y sin duda lo que este artículo refiere" (La declaración en P. M. Garrido, Santa Teresa, San Juan de la Cruz y los carmelitas españoles, Madrid, 1982, p. 349).

    Si Velasco estaba tan seguro podía haber precisado o replicado que Juan de Yepes había nacido en 1540. Tiene razón Teófanes Egida, al criticar este mismo punto en la Vida escrita por J. M. Javierre y decir con desenfado: "Pero es que Velasco, en 1627, jura y perjura, cuando declara para la beatificación, que Juan nació en 1542" [Revista de Espiritualidad 50 (1991), p. 681].

    Efrén-Otger están tan encandilados con el año de 1540 que ponen 51 capítulos a la obra, tantos como años habría vivido San Juan de la Cruz,

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    según sus cálculos. Menos mal que no han puesto cincuenta y uno y medio, que es lo que aseguran que vivió (p. 52). Esta magia del núme-ro 51 hace que el reparto de algunos capítulos resulte muy arbitrario, artificial y forzado.

    7. Día del nacimiento. Acerca del 24 de junio, como día del naci-miento de Juan de Yepes, reconocen honradamente: "nos movemos en suposiciones de mayor o menor aceptación" (p. 54); "estamos ciertamen-te, sorteando probabilidades" (p. 52), aunque, después de estas concesio-nes, escriben: "Por donde, atando cabos, podríamos señalar como el día del nacimiento de Juan de Yepes el día 24 de junio de 1540" (p. 54: el subrayado o cursiva es de los autores).

    8. Acerca del nombre. Insinúan que "el nombre de Juan pudo tener origen en el 24 de junio" (p. 54). El nombre sí respondía al del Bautista, no al del Evangelista. Por decirlo quien lo dice, brindamos a los autores y lectores el claro testimonio de Julián de Avila, cuando habla de Duruelo y dice: "Bien podemos decir que imitaban grandemente a los santos de su nombre, fray Antonio a San Antón y fray Juan a san Juan Bautista, porque entrambos provocaban a la gente a hacer penitencia con sus ser-mones y vida" (Vida de Santa Teresa de Jesús, Madrid, 1881, pp. 265-266). Con esto no estoy favoreciendo la fecha del 24 de junio sino que estoy afirmando a qué san Juan respondía el nombre de Juan de Yepes, sin que esto quiera decir que haya nacido necesariamente el día 24 de junio, ni en fecha cercana a ese día.

    9. Viaje y estancia en Gálvez. Nuestros autores, siguiendo a Velasco, dan por histórico el viaje de la familia a Torrijas y a Gálvez, en el reino de Toledo. Y reconstruyen así los hechos: la viudedad de Catalina data del otoño de 1542 (p. 55). Emprende el viaje cuando el niño pequeño, Juan, tiene tres años (p. 56). Se detiene casi un año en Gálvez, y retorna a Fontiveros con Luis y Juanito a mediados de agosto de 1544 (p. 58). Francisco se queda en Gálvez en casa de su tío médico: en 1546 vuelve Catalina a Gálvez y se lleva a Francisco a Fontiveros. Las cosas no han ido nunca bien en Gálvez, pero se ponen imposibles desde que "Inés, la mujer del médico, sintió que estaba encinta" (p. 61). En toda esta recons-trucción, ¿qué se hizo de la cronología de Velasco tan loada por los autores? Se hizo añicos; se la deja a un lado. Velasco asegura que Fran-cisco estuvo en casa de su tío en Gálvez "un año" (Vida, virtudes y muerte del venerable varón Francisco de Yepes, ed. de Ana Díaz Medina, Junta de Castilla y León, Valladolid, 1992, p. 76) y que tendría "diez o once años ... cuando entró en casa del tío" (ibid, p. 76). Total, que la estancia habría comenzado en 1540 ó 1541, ya que Francisco había nacido en 1530 (ibid, p. 73).

    lO. Vocación, profesión y ordenación. Cuando se habla de las in-quietudes vocacionales de Juan de Yepes se dice: "Haciendo esquina con el Hospital de la Concepción tenían los PP. Agustinos su convento de

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    Ntra. Sra. de Gracia. Suficiente motivo para no contar con ellos" (p. 107). Descartar esa posibilidad tan alegremente sólo por el motivo aducido no es ni evidente ni serio.

    Acerca de la profesión religiosa de Juan de Santo Matía, es cierto que Alonso no transcribe por entero la fórmula ni en la Vida (ed. Fortunato Antolín, p. 54), ni en los Procesos (BMC 14, p. 365). Brindo a los lectores la fórmula entera tal como el mismo Alonso la da en otra de sus muchas obras:

    "Ego [rater Ioannes de Sancto Mathia, filius Gundisalvi de Yepes, et Catherinae Alvarez, incolarum opidi de Medina del Campo, promito obedientiam, Paupertatem et castitatem Deo et Beatae Mariae de Mon-te Carmelo, et Reverendo Patri fratri Ioanni Baptistae Rubeo, de Ravena, Priori generali, ordinis Carmelitarum usque ad mortem, tes-tibus Alfonso Alvarez de Toledo, provinciali fratre Angelo de Salazar, et [ratre Ilde[onso Ruiz Rectore.

    frater loannes a Sancto Mathia, frater Ildefonsus Ruiz Rector".

    (Fragmenta rerum Ordinis Deiparae Virginis Mariae de Monte Ca/'-mela desumpta ex diversis scriptoribus, in ordine Annalium in tres tomos distributa: BN-Madrid, mss. 8500, 8501, 8502; el texto transcrito en el tomo segundo, ms. 8501, fol. 470v). Advierte Alonso que el texto estaba "manu propria" del profeso, y después añade: "in hac professione deside-rantur annus, mensis et dies illive attamen ex tempore electionis genera-lissimi et ex adiunctis in libro professionum coligitur fuisse hoc anno circa mensem augusti" (ibid).

    Acerca del día de la profesión no se demuestra ni mucho menos la fecha del 25 de febrero de 1564, como Efrén-Steggink nos quieren hacer creer siguiendo en esto, como en otras cosas, la opinión de P. María Garrido (pp. 134-135). Seguiremos sin saber el día preciso, pero debió de ser en el verano de 1564.

    Más visos de verdad tiene lo que escriben acerca de la ordenación sacerdotal de fray Juan en las témporas de septiembre de 1567 en Sala-manca (p. 203).

    11. ¿ Un viajecito más de fray Juan? N o hay documentos para afir-mar, como lo hacen, que el santo fuese desde Medina en 1568 enviado por la Santa a Avila para acompañar a las monjas que desde allí vendrían para hacer la fundación de Valladolid (pp. 231-232).

    12. ¿Cuándo pintó Juan de la Cruz su famoso Cristo? Es vieja ya la idea de Efrén de que "la imagen del Crucificado, dibujada a pluma por San Juan de la Cruz, y que se dice fue hecha en la Encarnación cuando en 1573 estuvo de confesor" se encontraba ya en Duruelo y de ello habla la santa al decir en Fundaciones 14,6: "Nunca se me olvida una cruz pequeña de palo para el agua bendita, que tenía en ella pegada una ima-

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    gen de papel con un Cristo, que parecía ponía más devoción que si fuera de cosa muy bien labrada". Y se preguntaba Efrén si el Cristo que se conserva actualmente en A vila "¿no sería ésta la estampa del aguabendi-tera que aquí indica Santa Teresa?" (Tiempo y Vida de Santa Teresa, Madrid, 1968, p. 346, nota 186. Lo mismo se repite en la ed. de Salaman-ca II -1, 1984, p. 215, nota 209). Esta misma afirmación aparece más razonada en Tiempo y Vida de San Juan de la Cruz (pp. 93-94), descar-tando de plano las noticias que da Jerónimo de San José acerca del origen de la pintura conservada (p. 94). Menos mal que se dice: "pensa-mos se trata quizá"; esta suposición no autoriza a silenciar otras fuentes, tal como la declaración de Juan de San José (puede verse en P. M. Ga-rrido, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, o.cit., pp. 371-372).

    13. A Pastrana. Cuando hablan de la primera ida de fray Juan desde Mancera a Pastrana, y se da la lista de los novicios que se confiaban a sus cuidados, se dice de Angel de San Gabriel "fervoroso y arrebatado, nombrado a la sazón Macstro de novicios" (p. 286) y más adelante se vuelve a decir de él "lanzado maestrillo" (p. 287). Entonces no era toda-vía Maestro de novicios sino simple novicio, y él mismo escribe: fue "mi maestro de novicios fray Juan de la Cruz" (BN-Madrid, ms. 4213, fol. 9Ir). Profesó en Pastrana el 13 de mayo de 1571 (Libro de Profesio-nes, fol. 5v).

    14. Vuelta a Mancera. Según nuestros autores, Juan de la Cruz regresaría a Mancera desde Pastrana los primeros días de enero de 1571 (pp. 287, 289). Con esta cronología, ¿cómo salvan el encuentro de Ana de Jesús con los descalzos de Mancera del que habla la propia Ana? (BMC t. 18, p. 464). No acaban de precisar cuándo pasó Ana de Jesús con sus compañeras por Mancera camino de Salamanca, pero en la obra conjunta Tiempo y Vida de Santa Teresa aseguran que esta visita fue "hacia fines de noviembre" de 1570 (ed. cit. de Salamanca, p. 303 Y nota 88). No creo que hayan cambiado de opinión.

    15. Llegada de Juan de la Cruz a Avila en 1572. Optan por retrasar la venida de fray Juan hasta poco antes de septiembre de 1572 (p. 313). Afirman que estuvo Juan con su compañero Francisco de los Apóstoles "un año y ocho meses en el convento de los calzados" (pp. 319, 324), antes de pasar a la casa de la Torrecilla, contigua al monasterio de la Encarnación. Afirman también que vivió en la Torrecilla "desde el año 1573 al 1577" (p. 325). Si le hacen venir a Avila en agosto de 1572 y ya le domicilian en la Torrecilla desde 1573, ¿dónde quedan los veinte meses intermedios para vivir en el convento? Yo sigo pensando que ya en mayo de 1572 llegó Juan de la Cruz a A vila [Revista de Espiritualidad 15 (1956), p. 79].

    16. Desafío espiritual. Acerca del Desafío Espiritual que figura en las Obras de Santa Teresa piensan que las monjas de la Encarnación recibieron el reto de los descalzos de Alcalá y a ellos enviaron su respec-

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    ¡ivo desafío. Los argumentos que se dan son de un oportunismo ingenuo (pp. 322-324). Para mí se acerca a la evidencia que de donde vino y a donde volvió el desafío contestado fue Pastrana, el único sitio donde en aquel momento había convento de monjas y frailes de la descalcez car-melitana. Como ya he escrito en otras ocasiones, apuntan a Pastrana la alusión a las famosas cuevas de San Pedro de Pastrana (n. 3) y la mayor parte de los números en los que se engloban, explícita o implícitamente, monjas y frailes descalzos; véanse especialmente los nn. 5, 1O-l3, 16-17, 26 [Ephemerides Carmeliticae (= Teresianum) 14 (1963), p. 244, donde está todo bien explicado]. Acerca del tiempo en que respondió Avila a Pastrana pienso que pudo ser "en los pocos días de marzo de 1574 que pasó la Santa en Avila antes de salir para la fundación de Segovia" (Obras de Santa Teresa, EDE, Madrid, 1984, p. 1208).

    17. Peripecias en Avila: 1572-1577. Desdoblan en dos el único caso de la llamada "Roberto el diablo" que. al fin. se animó a confesarse con fray Juan. Y pienso que de ninguna manera la tal "Roberto" estaba dentro del convento de la Encarnación. Era, sin duda, una muchacha de la calle. Léase atentamente la declaración de Ana María de Jesús y se verá claro el caso (BMC 14, pp. 301-302). Para reconstruir la tentación de la muchacha que se le metió en casa a fray Juan y comenzó a provo-carle descocadamente, mucho mejor que a Alonso o a Quiroga era haber recurrido a su confesor Juan Evangelista que lo refiere con realismo y subrayando los apuros que se pasó el bendito fray Juan, tal como él mismo se lo había contado (BMC 13, pp. 389,391).

    18. La monja posesa de Santa María de Gracia en Avila. Al recons-truir el caso famoso de la monja posesa tan largamente exorcizada por fray Juan, Efrén-Otger confunden (si no entiendo mal) bastante las cosas, como si el caso de la liberada la vigilia de la Santísima Trinidad durante la celebración litúrgica de las vísperas fuera María de Olivares del mo-nasterio de Gracia. De hecho (y repito: si no entiendo mal), después de contar lo del día de la Trinidad se añade sin más distinciones: "la prota-gonista fue doña María de Olivares" (pp. 343-344), y se cuenta amplia-mente su caso (pp. 344-352). A la que se refiere la santa al decir que fray Juan "acaba de sacar aquí en Avila, de una persona, tres legiones de demonios" (pp. 342-343) es, sin duda, a María de Olivares, y no a otra. Por lo mismo, comoquiera que esa liberación sucedió en 1574, la carta de la santa en que dice: "acaba de sacar" hay que datarla en el otoño de 1574, no en la primera quincena de mayo de 1573 (p. 343). Andar sonsa-cando, como dicen y hacen, la fecha de la carta de la frase "ahí les envío al P. Fr. Juan de la Cruz", como quien tiene poder para mandarlo enton-ces porque era Priora de la Encarnación, cosa que después no podría hacer una vez acabado su priorato y restituida a su convento de San J osé, es de una ingenuidad increíble (p. 343). Contentos con ese arreglo no podrían admitir en las palabras de la santa una alusión a María de

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    Olivares, ya que aceptan nuestras investigaciones sobre el particular (p. 352).

    19. Después de la cárcel, en Toledo. No hay ningún documen~ to conocido en que se diga lo que afirman: "Fue visitado por el P. Gra-cián y el P. Antonio de Jesús en su refugio en el Hospital de Santa Cruz en Toledo" (p. 431). No hay documentos y los autores no citan nada ni a nadie para hacer esa afirmación. Que récibiera cartas y la convocato-ria para el Capítulo de Almodóvar ya es otra cosa (p. 432). Precioso el testimonio que publican de Mateo V ázquez enternecido y lloroso, al enterarse de las penalidades pasadas por "el carmelita de Toledo", que parece no se puede identificar con otro sino con Juan de la Cruz (pp. 429-430).

    20. Cosillas de viajes. La narración del encuentro de Juan de la Cruz que viaja a Avila en 1581 para llevar a la santa a Granada aparece un tanto desangelada (pp. 575-576). Y al transcribir el texto de la carta de Teresa a don Pedro Castro y Nero se hace quitándole el verdadero sentido, que es el de la alegría recibida con la entrevista con fray Juan "aunque me haya quitado enviar mensajero a la marquesa" (p. 576). Acaso ¿piensan los autores que la santa alude a que la ha cansado fray Juan? Conociendo su modo de escribir y atendiendo a la conjunción adversativa "aunque" es claro que quería decir: "Yola estoy alegre esta tarde con un Padre de la Orden".

    Hay una confusión evidente cuando se dice que fray Juan, hallándose en Caravaca para ir al Capítulo de 1585 en Pastrana, volvió a Baeza requerido por un religioso alarmista (p. 676), y cuando más adelante se dice que iba al Capítulo de Valladolid de 1587, cuando tuvo que volver a Baeza (p. 706). No se trata de dos casos, evidentemente, sino de una confusión. Además en la última fecha señalada se dice que estaba en Bujalance (p. 707), cuando chocantemente se acaba de decir que se en-contraba en Caravaca (p. 706).

    En el penúltimo viaje de fray Juan: de Castilla a la Peñuela, creen los autores que se pasó por Baeza antes de retirarse a la Peñuela, para pre-sentarse al Provincial Antonio de Jesús. No parece que esto sucediera y las palabras de la carta del 19 de agosto más bien prueban lo contrario. Lo mismo indican las cartas que, según Alonso de San Alberto: BN-Madrid, ms. 12738, p. 850, escribió fray Juan al P. Antonio, del que recibió la respuesta de que escogiese la casa "que más gusto le diese y que se fuese allá". Nuevo carteo entre los dos y ya se queda en la Peñuela, adonde había llegado directamente esperando destino definitivo (véase en mi ed. de Obras Completas, 4." ed. Madrid,1992, cartas perdidas 20-21, p. 1095).

    21. Pequeñeces suel/as. Antes de pasar al siguiente tema, más capi-tal, pongo aquí algunas pequeñeces, pero que tienen también su impor-tancia:

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    a) El verdadero apellido de Ana, la mujer de Francisco de Yepes, es Izquierda, no Izquierdo. El apellido concertaba en género con el nombre. Puede verse, por no citar fuentes manuscritas, en Velasco, ed. cit., de A. D. Medina, pp. 66-67,80, 105, etc.

    b) Cuando el santo consuela y alivia a sus enfermos en Baeza se dice que "mezclaba cantos graciosos" (p. 104). O una errata impertinente o una mala transcripción desvirtúa el texto y le quita toda la gracia; ha de leerse cuentos, no cantos, como puede verse en Jerónimo, a quien citan los autores, y como también dice el ms. de Juan de Santa Ana del que depende Jerónimo (BN-Madrid, ms. 8568, fol. 401).

    () Se cita de vez en cuando como ms. de la BN-Madrid el ms. 2862, cuando de hecho lo que se está citando es el ms. de ese mismo número del Arch. Vaticano, Riti. Ejemplos de esta equivocación: pp. 244, 532, 537, 601, 685, 711. Lo mismo pasa con los mss. 2838 (p. 268) Y 2863 (p. 537) Y acaso con algún otro.

    d) N o sé si es por pudibundez o por qué se cambia la frase de una declaración transcrita literalmente en todo lo demás. Dice el texto origi-nal de Martín de la Asunción: "". aunque fuera unjarrillo de aceitunas" (BMC 14, p. 87). Los autores transcriben: "un tarrito", y dejan a un lado el jarrillo.

    e) A propósito de la primera Misa en la fundación de las Descalzas de Segovia en 1574 dicen en una parte que la dijo Juan de la Cruz (p. 332) Y en otra que fue Julián de Avila (p. 334). En realidad fue Julián de Avila quien dijo la primera, y fray Juan una segunda. La fecha del viaje de las monjas de Avila a Segovia con fray Juan no fue el 17 (p. 332) sino el 18, jueves.

    f) También ha sido mala suerte (los duendes de la imprenta) que al transcribir las firmas del Provincial y Definidores que confirman las Actas-Constituciones del Capítulo de Pastrana de 1585, se omita preci-samente el nombre del Santo (p. 677). Firmó así: Frater loannes a Cruze, DijJlnitor, después de Doria y Gracián.

    g) Otra erratilla impertinente la que se desliza al hablar de Gregorio Nacianceno, a quien se llama "este feroz Provincial"; se transcribe un texto de Alonso diciendo: "A él (G. Nacianceno) como de condición era entero y poco frío, le parecía deslumbramiento de algunos que decían aquello" (p. 879). Alonso no dice poco frío sino poco pío, es decir, que no creía en aquellas apariciones, aunque luego cambió por completo.

    22. "El recurso de las descalzas (1590)". Este es el título del capítu-lo 46. Leído y releído todo lo que en él se dice, cuesta creer que los autores-narradores no se hayan dejado llevar por prejuicios o motivacio-nes secretas o trastocamientos de nuestros días. En el Prólogo afirman que "la información auténtica debe ser ajena a toda suerte de prejuicios, ni devocionales ni laicos, y en máximo equilibrio" (p. XXVI). ¿Qué se

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    busca haciendo prácticamente responsable, y uno de los responsables morales más cualificados de la trama previa y, en una palabra, de la petición del Breve pontificio Salvaloris el Domini a San Juan de la Cruz? Más o menos se le va haciendo responsable al ir narrando gradualmente los hechos con esa perspectiva o intencionalidad. Por ello recuerdan cómo el 15 de agosto de 1588 la Consulta aprobó "que se dé licencia al convento y monjas de Madrid para imprimir sus Constituciones. Pasó" (p. 771). Pasó la petición y fue aprobada. Para Efrén-Otger es claro que en el seno de la Consulta tenían las monjas un gran valedor y patrocina-dor: Juan de la Cruz, que era el oráculo de la Madre Ana de Jesús, Priora de Madrid (p. 772).

    Y comienzan a tejerse comentarios como éste: "Es evidente que esta intervención de fray Juan de la Cruz no podía ser descarada ni dejar constancia en papeles oficiales, por ser él miembro de aquella Consulta y cuya firma estaba bajo aquella concesión que decía "Pasó". El P. Juan de la Cruz era muy sagaz para obrar con tiento y evitar el zarpazo del "león del Carmelo" (p. 772). Ana de Jesús no daba un paso "de aque-lla índole sin contar con el beneplácito de su consejero indiscutible" (p. 772).

    En los pasos más graves que irá dando, muchos menos va a hacerlo sin la aprobación de fray Juan "incondicional de la causa teresiana", quien "estaba metido en el cogollo de la Consulta, sin provocar suspica-cias y sin ocultar su modo de pensar" (p. 773). La Madre Ana se lanzó a pedir el Breve después de haber consultado "el avatar con los grandes asesores y teólogos de la Corte, entre los cuales se incluía el P. Juan de la Cruz, de todos el primero" (p. 773). Según se nos cuentan las cosas no parece sino que el santo viviese en Madrid, cuando sabemos que estaba en Segovia. María de la Encarnación (de Salazar) dice bien claro en los Procesos de Ana de Jesús que ésta "comunicólo con los religiosos más graves y letrados que había en Madrid. Todos u los más le aconsejaron que lo podía hacer con buena conciencia" (HCD, t. 6, p. 207). ¿Cómo no nombra a Juan de la Cruz?

    Llegado el Breve, hubo diversas y tremendas reacciones en unos y otros, en unas y otras (pp. 775-781).

    Habían pedido las monjas como prelado y visitador al padre Juan de la Cruz. Esta petición a Roma que llaman Efrén-Otger "paso atrevido y estratégico" fue ocurrencia "específica" de Ana de Jesús (p. 774). Esto equivalía, a efectos prácticos, a "señalarle como traidor de la celante Consulta y poner en acecho todas las suspicacias de Doria" (p. 775). Creen nuestros autores que para pedirle como Comisario, la Madre Ana "tuvo que contar con el consentimiento del Santo" (p. 778), y añaden: "es notoria la astucia del P. Juan de la Cruz para estarse tanto tiempo agazapago en el foco de la Consulta, siendo consejero de la Madre Ana" (p. 778). Mucho me cuesta creer que Juan de la Cruz diera su consenti-

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    ADVERTENCIAS ... 517

    miento para ese cargo que le podía caer. Y Ana de Jesús era lo suficien-temente sagaz como para no proponérselo, aunque lo anduviese traman-do, como de hecho lo andaba. No quería una negativa de antemano. De todos modos deduzco claro el pensamiento de nuestros autores: se le propone previamente el cargo de futuro comisario para él. Esto supone, evidentemente, que se le ha explicado todo el tema del Breve y la cosa se ha hecho casi con su bendición. Pero esto es precisamente lo que hay que demostrar. No entramos ajuzgar si esto era bien o mal hecho; lo que hay que demostrar es la complicidad de Juan de la Cruz en el caso. Si no hay fundamento histórico claro para demostrarlo, no hay derecho a hacer ciertas interpretaciones interesadas.

    En todo este asunto en que Efrén-Steggink quieren involucrar al santo sin pruebas claras y definitivas de su complicidad, arrojaría bastan-te luz la declaración de la Priora de Segovia, María de la Encarnación que, angustiada y sin haber podido dormir en toda 18 noche cuando vinieron de Madrid a pedirle que aceptase el Breve, llamó a toda prisa al santo, le expuso su turbación "y cómo pensaba que con esto se había de revolver la Orden", y él "la quietó y dijo que no tuviese pena que todo sería nada" (BMC 14, p. 219). Alonso, muy cercano a la Priora, asegura que el santo le dijo: "que ella y su convento se conservasen en su estado, según el modo que la Santa Madre, su fundadora, y los Superiores que gobernaban entonces lo habían plantado" (Vida, p. 495). El hecho es que María de la Encarnación y su convento de Segovia no aceptaron el Breve y, como ella dice en carta del 10 de octubre de 1590: "yo no sé cómo han podido tanto tan pocas y con qué orden han negociado por todas, sin que nosotras tal negocio queramos" (MHCT, IV, p. 310, documento 498); y además se refiere a Isabel de Santo Domingo que desde Zaragoza le ha escrito diciendo "que no sabía cosa del Breve ni tiene parte en él" (ibid). La propia Isabel, escribiendo a fray Luis de León, le dice que con la firma que ella había echado a alguna petición "mi deseo iba encaminado a que esto fuera por mano del Prelado que tenemos" (MHCT, IV, p. 298, documento 493).

    Con estos planteamientos por delante, rechazan la interpretación que da Alonso de las palabras y actitud del santo en el Capítulo de 1590, exculpando a las responsables con gran benignidad, y escriben: "Fray Juan, que lo sabía todo y estaba de acuerdo con las dos hijas preclaras de la Sta. Madre (María de San José y Ana de Jesús), no podía acusarlas de delincuentes, ni postergarlas ante las timoratas que no osaban corro-borar con sus firmas la intrépida demanda de salvar la honra de la Santa" (p. 784).

    23. El Prior de Ubeda, Francisco Crisóstomo. Al configurar, como hacen, la actitud hostil de F. Crisóstomo hacia Juan de la Cruz, creo que serviría para explicar algunas cosas pasadas o atrasadas entre ellos y la enemiga de Crisóstomo contra el pobre enfermo, serviría, digo, haber

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    tenido en cuenta la voluntad del santo, elegido Vicario Provincial de Andalucía, de sacar a F. Crisóstomo de Granada y trasladarlo a otro distrito del suyo, es decir, fuera de Andalucía y llevarlo al convento de Almodóvar del Campo.

    Descubrimos la Patente de este traslado hace años y la publicamos en Revista de Espiritualidad 38 (1979), pp. 427-430 con un comentario opor-tuno. Puede verse también en mi ed. de Obras Completas de San Juan de la Cruz, 2." ed., Madrid, 1980, p. 1330. La elaboración de la Patente es una filigrana y uno no puede sustraerse a la impresión de que F. Crisós-tomo era capaz de poner nervioso y molesto al mismísimo Juan de la Cruz.

    24. ¿ Pasividad de Antonio de Jesús? Con esta pregunta nos referi-mos a lo que afirman los autores al narrar, y bien por cierto, la Visita de Diego Evangelista y la persecución contra el santo. A un punto dado escriben: "Teniendo en cuenta que Granada era la sede del Provincial (P. Antonio de Jesús), la pasividad de éste se hace vivamente sospechosa de tolerancia contra su compañero de Duruelo, por mucho que después clamase teatralmente su afecto por el moribundo fray Juan de la Cruz" (p. 843). Me parece que se pasan los autores y que se les olvida que Diego Evangelista era Definidor y Visitador con autoridad superior al Provin-cial. ¿Qué podía hacer Antonio? ¿Le preguntó, le visitó a él acerca de la conducta de fray Juan?

    CONCLUSIÓN

    Hemos ido apuntando, sólo a modo de ejemplo, algunos temas que no nos parecen correctamente expuestos, y algunas deficiencias que des-cubrimos en la obra de Efrén-Otger. Nuestros reparos pueden ser como las Advertencias (y por eso lo hemos titulado así) que se escribían, en otros tiempos, a la Historia de España del P. Juan de Mariana.

    Si se nos pide ahora un juicio global, aunque es tan delicado el darlo, tenemos que decir con toda honradez:

    a) Los autores creemos que no han investigado tanto como era de esperar a estas alturas y el santo se merecía.

    b) N o dudo en calificar de menos acertado el hecho de recurrir constantemente a Alonso, Jerónimo, Quiroga. No que esto no sea nece-sario a veces, pero teniendo a mano la mayor parte de la documentación de que ellos se sirvieron, y otra que no estuvo a su alcance, la verdadera historia de Juan de la Cruz requeriría una buena investigación más direc-ta de las fuentes, sin darnos los hechos ya pasados por el filtro de esos hagiógrafos. Con esto estoy recordando de algún modo el criterio adop-tado por Crisógono (aunque no siempre tan fielmente seguido tampoco) de recurrir a la documentación original y tratar de escribir una historia

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    "al estilo crítico reclamado por la ciencia actual" (Vida, ed. 12. a , Madrid, 1991, p. 3).

    c) La obra aporta muy poco para la mejor comprensión de lafigura de Juan de la Cruz. Efrén en su libro San Juan de la Cruz y el misterio de la Santísima Trinidad, Zaragoza, 1947, escribe: "Ultimamente sabemos que el P. Crisógono ha dejado una gran biografía muy documentada. Ojalá fuera esta la Obra definitiva que ansiamos" (p. 114). Y en nota 145bis añade: "En prensa ya nuestro libro llega a nuestras manos la tan ansiada biografía que, en adelante, ocupará el primer lugar por su ex-haustiva documentación". Ciertamente que la obra de Crisógono no es definitiva, ni él se lo creía así (Vida, ed. cit., p. 3), pero tampoco lo es este Tiempo y Vida de San Juan de la Cruz. Sigue siendo mucho mejor en su conjunto la Vida de Crisógono con las no pocas deficiencias que tiene.

    d) En la obra nos encontramos por doquier con juicios de valor, condenas de intenciones que afean, francamente, el relato histórico. Ya en el prólogo (p. XII) se insinúa que Gracián y Doria eran "adversarios ideológicos" de Juan de la Cruz. Estos juicios de valor a que me refería caen despiadadamente sobre el P. Nicolás Doria a quien se le llama "mercader harto de trampas" (p. 624), fariseo "que no tenía empacho en 'colar mosquitos' y estaba dispuesto a tragarse camellos" (p. 622), "romo oportunista" (p. 789), alguien para quien la calumnia no era pecado (p. 768); "paranoico" (p. 767), "tirano genovés" (p. 749), "enfermo men-tal" (p. 746) lleno de "felonía" (p. 766). Hay resonancias de lo escrito en La herencia teresiana (Madrid, 1975, p. 342ss) cuando Doria es compa-rado a "la gran araña", "la epeira" con su tela viscosa. Aquí también se alude a esas artes y viscosidades: "pero la telaraña viscosa de Doria lo había ya envuelto (¿a Luis de León o a Felipe I1?) en sus alusiones sexuales" (p. 790), y se añade: "el tono agresivo que adoptaba estaba impregnado de obsesión sexual" (p. 790). Ya en La herencia teresiana (ed. cit. p. 314) se captan "síntomas de un maníaco sexual" en Doria.

    Tampoco Gracián se libra de algún que otro improperio: "aquella agresividad casi paranoica de Gracián" (p. 664).

    Creo, francamente, que el oficio de historiador no es el de juez de horca y cuchillo, el de emitir ciertos juicios. La historia actual va por otros derroteros, de los que no están muy al tanto los autores, más cercanos al denostado "barroco" que a las tendencias historiográficas de hoy.

    e) La obra se titula Tiempo y Vida. Son muy necesarias las dos cosas, como bien explican en el Prólogo (pp. XXV-XXVI). El lector, no obstante, va a quedar con la impresión de que en no pocas páginas el Tiempo ahoga, no esclarece la Vida, y hay que andar buscando al prota-gonista para poder seguir el hilo. Ya la introducción está pecando am-pliamente de esa concesión, siendo excesivo lo escrito de Carlos V y de

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    Felipe JI. En el capítulo 23: Gracia sobre el demonio, creo excesiva la lección de teología que se nos da sobre el maligno (pp. 336-340).

    f) En el capítulo 26 al hablar de la intervencón de Dios y de la Virgen en su fuga de la cárcel toledana se presenta a "los autores moder-nos, temerosos quizá de que la historia de San Juan de la Cruz no sea historia, optan por silenciar cuanto se refiere a fenómenos interiores. Así, Crisógono o sus anotadores. Los hechos aceptados por nuestros clásicos biógrafos fueron ya silenciados por Silverio" (p. 421). Esto se dice a propósito de la cárcel. A continuación precisa qué tipo de visiones eran las tenidas por fray Juan en su reclusión. En este orden de cosas cuando tratan de explicar la salida "del horrible mostruo", "peje de extraordinaria grandeza", "como una ballena o más" que quiere tragarse a Juanito a la entrada de Medina (pp. 67-68), no se les ocurre otra cosa que decir que "podría ser una visión de Francisco, que las tenía, y lo hubo de contar como cosa de conciencia subjetiva" (p. 68). Pero, ¿entonces cómo se turban madre e hijos, o es que Catalina y Juanito tenían también ya visiones de ese tipo?

    g) Hay capítulos en que sí se han beneficiado los autores de las mejores investigaciones, tal es el capítulo 10: La Universidad de Sala-manca, al servirse de los escritos de Luis Enrique Rodríguez-Sampedro Bezares. Es de advertir que ya ha salido el trabajo más amplio del mismo profesor: Laformación universitaria de Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Valladolid, 1992. También me parecen especialmente buenos los capítulos 26 y 27 sobre la cárcel de Toledo. Es de alabar que no se hayan dejado llevar de ciertas modas en este tema tan vital en la biografía de Juan de la Cruz para su maduración personal, para la poesía, etc. Hubo cárcel, y dura.

    También en los datos relativos a Fontiveros: capítulo 2, se benefician de las investigaciones de Velasco Bayón, aunque se da la impresión de un calco, un si es no es plagio, por más que luego se diga: "concluye con razón el P. Balbino Velasco" (p. 51); nadie sabe si las fuentes citadas anteriormente en las notas 15-30 han sido investigadas por los autores o por B. Velasco, de quien se toman.

    h) También nos parecen capítulos buenos los últimos: e148: el retiro de La Peñuela (pp. 813-824), el 49: el enfermo de Ubeda (pp. 825-839), el 50: a la tarde te examinarán en el amor (pp. 840-854), el 51 (sólo en parte): los maitines en el cielo (pp. 855-877).

    En el capítulo 49, al señalar diagnóstico de aquella enfermedad, se recuerda cómo hace años pretendieron "que el doctor don Gregorio Marañón nos hiciese un estudio pato gráfico de la última enfermedad de San Juan de la Cruz para insertarlo en nuestra historia. Don Gregorio se nos fue sin cumplir este deseo, que él se proponía realizar aclarando minuciosamente los secretos de aquella infección misteriosa, que atribuía a un tétanos, que con la cordenada de su estado anímico se resolvió en

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    efectos sorprendentes de enorme purulencia y de olor prodigioso del pus emanado de las llagas descompuestas" (p. 833).

    A falta del estudio de Marañón se sirven los autores del trabajo "docto y concienzudo" de la misma enfermedad, hecho por Fermín Palma Rodríguez, Patografía de San Juan de la Cruz, Jaén, 1989. Positivo es haber integrado aquí (pp. 833-837) resultados de esa investigación que, sin duda, podrá perfeccionarse. Acaso los resultados del tratamiento de los restos del Santo en Segovia que están llevando grandes expertos en medicina puedan aportar más luz sobre la última enfermedad de fray Juan.

    i) Echamos de menos un capítulo final en que se nos diera la sem-blanza de Juan de la Cruz, algo parecido al último capítulo de Crisógono: Retrato de San Juan de la Cruz (Vida, ed. cit., pp. 407-418).

    Acaba de sacarse en Segovia la mascarilla de San Juan de la Cruz, que nos devuelve su rostro físico, delicado, amable, fino. Algo así, en un orden moral y superior, tendrían que haber hecho en ese capítulo desea-do, de modo que ante el lector surgiera la verdadera cara de fray Juan, amable, acogedor, manso, pacífico y firme a la vez, dulce y humano, como de hecho fue.

    j) Si se podan bastantes páginas de las dedicadas a acontecimientos históricos un tanto ajenos al personaje y a su entorno más cercano y real, y se investigan más y mejor las fuentes manuscritas e impresas, la obra ganará mucho.

    FINAL

    Con esto pongo fin a mis advertencias a Tiempo y Vida de San Juan de la Cruz, que, en mi opinión, está bastante lejos, en cuanto a calidad, de la otra obra conjunta de Efrén-Steggink, Tiempo y Vida de Santa Teresa, por más que hayan integrado en la nueva los avances conseguidos en la anterior (p. XXVI).

    Con mis advertencias y reparos (y habría otros que hacer) no quiero suscitar polémicas estériles, sino estimular una investigación más aquila-tada y mejor presentada y servida al lector.

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