resumen - jacques revel (2002)

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Jacques Revel (2002) LAS CONSTRUCCIONES FRANCESAS DEL PASADO. LA ESCUELA FRANCESA Y LA HISTORIOGRAFÍA DEL PASADO  Prefacio a la edición en español El libro no fue pensado, originalmente, como una obra autónoma. Retoma la introducción redactada para un volumen que publicó en Estados Unidos en 1996 con Lynn Hunt. La tarea era necesaria por cuanto, desde los años setenta, los Estados Unidos parecían haber descubierto la historiografía francesa y, singularmente, los  Annales. Al mismo tiempo que las idea, se engranaba una circulación de los hombres, en ocasiones de los hombres con sus ideas. Los historiadores franceses no siempre prestaron debida atención en poner en guardia a sus nuevos interlocutores contra las simplificaciones abusivas y los errores de apreciación. Como es el caso más frecuente, el mensaje de partida era estilizado, en ocasiones al punto de volverse irreconocible y hasta incomprensible. La moda que se apoderó de los  Annales en los años setenta y ochenta, y que, a partir de los Estados Unidos, se difundió ampliamente a través del mundo, dio al movimiento historiográfico francés una notable visibilidad. Trajo aparejados verdaderos intercambios y debates fructíferos. Pero también fue un fenómeno de superficie, entorpecido por las certezas aproximativas y los malentendidos, sin profundización real de los  programas y sus considerandos. El texto del libro fue pensado para responder a ese déficit de comunicación. Durante mucho tiempo, la reflexión historiográfica francesa fue un pariente pobre en la producción histórica francesa, contrariamente a lo que ocurría en Alemania o Italia. Los historiadores franceses, muy marcados por el positivismo, manifestaron duraderamente una reticencia fuerte tanto respecto de la filosofía de la historia como para con la epistemología de su disciplina y la historia de la historia. La historia  positivista ilustra claramente tales prevenciones. Pero los Annales, que la criticaron de forma severa, en gran medida las compartieron. Ocurre que los intereses centrales de sus autores estaban en otra parte: del lado de la reflexión y de la proposición metodológica en  particular o, incluso, en la fijación de programas de investigación razonados. Fue necesario que en Francia comenzara a resquebrajarse el punto de apoyo de las certidumbres positivas que había sustentado el desarrollo espectacular de la historia y las ciencias sociales  para que, a partir de los setenta, surgieran interrogaciones que hasta entonces habían podido permanecer desdeñadas o ignoradas. El libro de Paul Veyne, Cómo se escribe la historia (1971) fue un primer ensayo en ese sentido. Más tarde,  La escritura de la historia (1975), de Michel de Certeau fue mejor recibido. Los tres volúmenes de Tiempo y narración, de Paul Ricoeur (1983-1985) marcaron un momento crucial: no sólo por su importancia propia, sino también porque supieron encontrar lectores historiadores que ya reconocían en la reflexión del filósofo tesis y cuestiones que concernían a su propia práctica. Todo ocurrió como si las disciplinas que componen las ciencias sociales, en adelante no tan seguras de sí mismas, de sus basamentos y su proyecto se hubieran vuelto entonces hacia su historia para ubicarse y comprenderse mejor. Fue lo que ocurrió con la antropología, la sociología, la filología, la geografía, que, de manera más o menos convincente, intentaron retornos críticos sobre su génesis y su desarrollo. Fue también lo que ocurrió con la historia. El problema que se plantea el autor es doble. Por un lado, comprender mejor cómo una trayectoria intelectual y erudita se inscribe en una serie de contextos que cuestionan toda una gama de recursos y coerciones de índole muy diferente. Por el otro, reflexionar sobre lo que puede ser la identidad de un movimiento intelectual que se prolonga a lo largo de varias décadas en condiciones que se transformaron profundamente y que cambiaron varias veces, ya se trate de personas, generaciones, dispositivos institucionales, relaciones entre las disciplinas y grandes inflexiones o cristalizaciones ideológicas. No cree en la existencia de una escuela de los  Annales; sino cree en la existencia de un movimiento del que hay que comprender mejor en que consiste su coherencia y qué es lo que también limita, en ocasiones, dicha coherencia.  Las construcciones francesas del pasado. La escuela francesa y la historiografía del pasado 1. El libro propone un bosquejo de lo que fueron las evoluciones de la historiografía francesa desde fines de la Segunda Guerra Mundial, de sus tendencias mayores, pero también de los debates que la animaron y en ocasiones dividieron. Más que escribir un historia de las ideas sobre la historia o programas históricos, o más que no prestar atención sino a esta única historia, se esforzó por relacionarla con otras dimensiones sobre las cuales la historia intelectual a menudo es demasiado discreta, a mi parecer, la de las instituciones del saber, la de las formas organizativas del trabajo intelectual. Desde hace veinte o veinticinco años los debates de los historiadores se han vuelto internacionales. La circulación de las ideas, los libros y los hombres modificaron profundamente las condiciones y reglas del intercambio. La presencia de los franceses no fue marginal, ni mucho menos. Pero no debe ser pensada tanto como un modelo generador de influencias, sino como uno de los protagonistas de un conjunto de discusiones que en adelante están abiertas en la mayoría de las grandes historiografías. El caso es que existe una identidad historiográfica francesa que permanece muy reconocible a pesar de la diversidad de las  proposiciones y elecciones. La sobrerrepresentación de que es objeto el movimiento de  Annales encuentra su más importante  justificación en el hecho de que fue el principal motor de innovaciones de la historiografía francesa del siglo XX. 2. El fin de la Segunda Guerra Mundial coincide con un cambio de generación; nacen nuevas instituciones y, sobre todo, formas inéditas de organización de la investigación y la enseñanza. Esa renovación no afecta únicamente a la disciplina histórica, ni mucho menos. Tampoco es propia de Francia. Pero allí fue particularmente marcada y fuertemente percibida. Sin embargo, nada comienza en 1945. El movimiento historiográfico que marcó de manera más profunda el debate francés es muy anterior a la guerra. La fecha de 1929, tan celebrada a menud o como una fundación, tampoco const ituye un punto de partida absoluto. Cualqu iera que haya sido el 1

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