ratón de biblioteca nº 2

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Poesía, narración e ilustración

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Ratón de Biblioteca Nº 2

SALVADOR D. VIDOSA PEPE DE LA TORRE DAMIÁN ROSA JOSÉ LUIS ORTIZ JOSÉ MARÍA MONCADA DOLORES GARCÍA EMILIA GARCÍA AMALIA GARCÍA BUSTOS JOSÉ LUIS HEREDIA MARCOS REINA

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Ratón de Biblioteca nº 2 by Narrative and Ilustration is

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ÍNDICE  

RELATOS Y POEMAS  

MIEDOS ........................................................ 8 VOY A SER SINCERO .............................. 14 SALTO AL VACÍO ..................................... 18 DESEMBARCO ........................................... 28 EL MONSTRUO .......................................... 30 LA CUEVA .................................................... 36 MAREA BAJA .............................................. 40 UNA MAÑANA DE INVIERNO ........... 42 LA CIUDAD ................................................. 43 MANOS BÍBLICAS ..................................... 46 ROMA ............................................................. 49 OTOÑO ......................................................... 52 SEMANARIO ............................................... 55 LA QUEJA ..................................................... 60 ILUSTRACIONES JOSÉ LUIS HEREDIA ............... 36, 52 DAMIÁN ROSA .......................... 6, 10, 13, 22, 24, 29, 38,

41, 43 MARCOS REINA ..... PORTADA, CONTRAPORTADA,

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Vuelta  a  Casa  

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SALVADOR D. VIDOSA

MIEDOS

Aunque todos éramos verdaderos héroes, no en vano habíamos sido perseguidos por las gitanas sacamantecas, habíamos olido las fétidas fauces de los dragones de los túneles, o más aún en nuestra imaginación de niños, habíamos participado con romanos, cartagineses o el mismo Capitán Trueno y el Jabato en multitud de batallas y, que a base tanto contárnosla ya hasta nos la creíamos. Pero siendo como éramos valientes, arrojados y sin dar fisura alguna a la cobardía, teníamos nuestros miedos, ¡sí teníamos miedos! El mío era a la entrada de la casa de los abuelos por la noche.

La casa de los abuelos estaba rodeada de un jardín con una verja, desde ésta se abría un camino hasta el zaguán flanqueado por dos setos, que terminaban a un metro o metro y medio de la casa y que daban paso a los dos jardines, el de la fuente y el de las palmeras. Había sobre la puerta un aplique de cristal rosa, que a veces estaba encendido y a veces apagado; si estaba encendido, yo pensaba que el monstruo me vería mejor y si estaba apagado también, porque estaba esperándome en la oscuridad dispuesto a saltar sobre mí , o sea todo a favor del monstruo.

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El zaguán estaba decorado con unos azulejas de pájaros negros, con la cabeza vuelta hacia atrás, sobre fondo amarillo; durante el día eran preciosos, pero cuando llegaba la noche eran auténticos sacatripas, que yo los había visto en una película del oeste, que se las sacaban a una vaca muerta.

Siempre procuraba llegar a casa antes de que anocheciera, pero casi siempre la oscuridad me cogía en lo más interesante de mis juegos y , cuando me daba cuenta de que el sol ya se había ido por detrás del Mayorazgo o ribera abajo camino de Valdelacanal, mi angustia era infinita . Salía corriendo para la casa de los abuelos y lo primero que hacía era estudiar la situación desde la casa de enfrente. Refugiado en la puerta de Marichelo, esperaba a que mi padre, mi madre o quien fuera entrase en la casa de mis abuelos; alguien que me ayudase a traspasar aquel camino de horrores y lleno de peligros. Si no aparecía nadie, me acercaba un poco al centro de la calle y, después de observar que no había persona alguna por los alrededores, daba dos o tres voces para que me abriesen la puerta y salía corriendo hasta dentro. Pero si esto también fallaba, ya solo me quedaba armarme de valor y emprender yo solo la larga travesía de los dos setos del jardín y enfrentarme a los peligros que podían esconder.

El camino entre la entrada del jardín y la puerta de cristales del zaguán era larguísimo, o por lo menos a mí me lo

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parecía. Me imaginaba que lobos , monstruos y todas las bestias que se movían en nuestra imaginación de niños iban a salir entre el final del seto y la casa. Todos los atletas de las olimpiadas se quedaban atrás ante la carrera que yo daba en aquellos quince o veinte metros y el salto entre el final del seto y el zaguán era espectacular. Cuando llegaba a la puerta de cristales me agarraba como una salamanquesa a la cadena de la campana y no dejaba de tirar de ella hasta que me abrían la puerta. ¡Cuánto tardaban!; y yo allí solo, rodeado de pájaros cometripas, sin nadie que me ayudase, enfrentado al peligro y con la puerta de la calle abierta para que pudiese entrar cualquier alimaña. Desde luego mi familia no tenía consideración alguna conmigo, sabiendo como sabían que me estaba enfrentando yo solo a mis miedos. ¡Claro, como ellos estaban juntos, dentro de la casa y con las puertas cerradas, no tenían miedos, pero yo estaba solo! Miraba para atrás en el convencimiento que de un momento a otro iba a salir una fiera que me sacaría la manteca de la palma de las manos o que los pájaros se escaparían de los azulejos y a picotazos me arrancarían las tripas y, y... y eso nunca sucedió. Pero mis miedos duraron, duraron muchos años, mis primos y amigos también tenían sus miedos pero ninguno los confesaron jamás, porque éramos valientes y habíamos luchado con los romanos, los cartagineses y el mismo Capitán Trueno y el Jabato.

(Capítulo XXI del libro “Historias de una infancia feliz”)

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Niebla  

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PEPE DE LA TORRE

VOY A SER SINCERO Lo he pensado detenidamente y por fin me decido a confesarlo: desde siempre he querido ser escritor, un buen escritor. Un escritor de culto, polémico, ajeno al gran público pero admirado por las academias y las cátedras. Sueño con una biblioteca especializada en mi obra. Y no es que posea mucha creatividad. No creo que sea imprescindible. Para mí escribir es prácticamente una tarea delictiva, un robo de ideas diseminadas y expresiones desmadejadas, que casi por casualidad terminan por encontrar sentido. Ese “casi” es lo único que tú tienes que poner. Con el oficio vas perfeccionando la comisión del delito. Por ejemplo, me he apropiado de diálogos enteros por la calle. Por eso en invierno escribo menos, porque parece que la gente habla en menor medida y cuando lo hace suele tener una bufanda en la boca. No hay forma de entenderlos. Por otra parte, desde que perdí audición es más difícil la captación nítida, por que lo casi la mitad me lo

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tengo que inventar. Y la invención no tiene mucho peso específico en la metodología de una cabeza deshabitada como la mía. He probado alguna vez con la poesía. Intenté describir mi vida en un soneto, pero choqué con varias dificultades. En primer lugar tienes que reducirte a ciento cincuenta y cuatro sílabas, y con eso, aun comprimiendo, no llegas ni a la edad de parvulitos. Luego pensé que si utilizaba el soneto en alejandrinos ganabas casi un treinta por ciento. Pero también te topas con la rima. En una estrofa me hubiera venido muy bien haber sido astronauta. Si lo hubiera sabido antes... Me apunté a un taller de escritura. Pensé que iba a ser el principio de mi reconocimiento en los ambientes apropiados. Pero el coordinador se plantó muy pronto en que él quería publicar primero y focalizaba toda la atención. Nos invitó a la presentación de su libro. Yo me puse en primera fila con el único objetivo de transmitirle incomodidad y nerviosismo y chafarle el evento. Pero él con mucha habilidad se volvió a ganar a todos los asistentes desde las primeras palabras. Si lo llego a tener más cerca se me habrá escapado una buena patada en la canilla. Al final, desde mi sórdida posición, tuve que ponerle buena cara y felicitarle por el inicio de una exitosa carrera.

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Ídolos  

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PEPE DE LA TORRE

SALTO AL VACÍO “Fingir locura en el momento adecuado es el colmo de la sabiduría”, decía Catón (Disticha catonis). Desde que Eugenia está ausente mi mundo ha perdido uno de sus colores. A menudo la echo de menos.

**** Era el corazón de la Provenza francesa, en Fontaine de Vaucluse, una villa “à la rive gauche de la Sogue”. Es la Comarca de Luberon, donde Petrarca paseó su afán extraviado. Tenía aquella tarde nueve años, y separada del juego de sus compañeras por aburrimiento, al borde del río jugaba a lanzar piedras racheadas y superar su récord de seis saltos. Recreaba la escena cada vez que ella misma me la contaba en repetidas ocasiones. -De pronto levanté la vista y un avión surcaba el cielo. Imaginé el ataque enemigo… Me apoyé sobre un tronco seco. Sujeté la muñeca derecha con la mano izquierda. Puse mis dedos en forma de arma, con el índice apunté, y con el

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corazón apreté el gatillo. ¡Piumm!, disparé. De pronto creí escuchar un sonido estridente, vi que salía humo del avión, que iniciaba un vuelo irregular y que perdía altura, y que, finalmente, tras las montañas se estrelló. Y asustada se refugió en la trastienda del comercio arrendado por su padre, una pastelería y heladería de producción artesanal. Allí, acurrucada entre las piernas de Tomasa la dependiente, también española emigrada, permanecía atenta a que algún cliente diera la noticia del accidente, o lo que es peor, que alguien hubiera sido testigo de su disparo imaginario. Porque desde entonces en su fuero interno mantuvo la creencia de tener poderes peculiares, de ser alguien excepcional. Y yo siempre le respondía: “Tú misma lo has dicho, eso fue lo que “en tu imaginación” creíste ver, que el avión terminó estrellándose y que tú tienes poderes de bruja además de parecerlo” –no entendía cómo a su edad seguía tan convencida de aquella historia, pero así era ella, driblando entre los charcos de la luz de las farolas de la razón y la penumbra de su lógica particular.

****

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La familia retornó y se estableció en su pueblo natal con los ahorros conseguidos. Se corrió la voz por los pasillos: “Ha venido una francesa al colegio.” Subimos las escaleras de dos en dos hacia el patio superior a toda prisa. Tenía un corro alrededor, y su semblante sereno no daba muestras de importunarse por la expectación despertada. Parecía interesarse más por el grupo de niños fascinados por semejante novedad, manteniéndonos una miraba fija y amigable, que por el de las niñas, a quienes parecía ignorar. En aquel pueblo creció, en las faldas de una gran Peña que en el elegante trono de la campiña asentaba su gran poder cuajado con mansedumbre. Y como una más de sus súbditos cada cierto tiempo escalaba sus barbas piramidales. Pero nunca quiso ser realmente una más, y moldeaba su subjetividad a conciencia. La “guiri” adolescente creció con el privilegio de su singularidad, muy a diferencia de su hermano, a quien se le conocía más por sus excesos juveniles que por su origen extranjero

**** Coincidimos en la Universidad, aunque cada uno vivíamos situaciones vitales muy distintas. Yo estaba estudiando Teología y vivía en el seminario, y ella Filosofía y Letras,

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alojada en un piso de estudiantes con inquilinos muy poco estables en sentido físico y figurado. Compartíamos algunas asignaturas filosóficas., Nunca habíamos intimado anteriormente por “incompatibilidad ontológica”. Yo era más de subirme al presente y llevar las riendas. Pero en aquella época fui su amigo imposible, su confidente y encubridor. No comulgaba con la dispersión e inestabilidad de sus intereses, pero me seducía su personalidad arriesgada. Vivíamos cerca, y quedábamos a menudo para intercambiar apuntes y conversaciones. Hablábamos de cualquier cosa que se nos pasara por nuestra mente calenturienta, cocinada en las asignaturas más filosóficas de la facultad. -Según Kierkegard, tú perteneces al tipo de hombre ético, responsable y comprometido y serás un buen cónyuge. No sé qué haces en el seminario. -Y tú entonces eres el paradigma de mujer estética o diletante. Y bien que te gusta perseguir el goce inmediato. -Pero supongo que permitirás vivir a los de mi tribu por ser la alegría de los mortales. -No te pongas trascendente a estas horas, que me duele la cabeza.

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-No, en serio, no nos resignamos a que se nos escape la vida de las manos sin conseguir algo que nos llene. -Más te vale poner los pies en la tierra cuando te toca tomar decisiones... En vísperas de un examen yo no estaba dispuesto a perder el tiempo en elucubraciones parecidas. Abandonó los estudios en varias ocasiones, y pasaba temporadas estériles, hasta que se le presentaba el momento de vivir alguna experiencia preñada de vida. Se fue a Alemania un tiempo con un pálido y enfermizo estudiante de Erasmus, con pronóstico de pocos años de vida, cuya familia adinerada le intentaba compensar las tiránicas perspectivas de su diagnóstico médico. Merecía haber sido inmortalizada la imagen de aquella pareja: él con un bastón de puño de plata y contera de hojalata, imagen de dandi centroeuropeo redomado; ella con aspecto deshilachado, despeinada y con las mangas mordidas. Pero nunca le pregunté por la experiencia cuando volvió de aquel viaje con aspecto distante y fronterizo. Estos cambios de apariencia, que experimentó en diversas ocasiones, sin embargo no le afectaban a su forma de relacionarse conmigo, como si reiniciáramos continuamente una conversación inacabada.

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Durante el último curso se casó con un antiguo amigo común, y a los pocos meses tuvo una hija. Nuestras vidas volvieron a distanciarse, y ya nunca fueron iguales.

**** -Por favor Pepe -con voz entrecortada-, por favor, habla con Eugenia, que está haciendo cosas que ni te imaginas. Era su marido, y su súplica a través del teléfono me dejó helado. -Dile que se ponga. -No quiere, acaba de salir por la puerta, dice que ya te llamará Y rompió a llorar desconsolado. Fue su desesperación la que le hizo recurrir a mi como último salvavidas, Alguien le había comunicado que Eugenia llevaba tiempo relacionándose con un compañero de trabajo. Lo intenté varias veces pero no conseguía hablar con ella. Unos meses más tarde sí recibí su llamada. Me dijo que aquel había sido el peor día de su vida, y que el clima parecía estar desencadenado por su estado de ánimo. Que

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acababa de salir del notario derrotada, con la firma del acuerdo de divorcio. Que solo le quedaban unas horas para despedirse de su hija, de la que había perdido la custodia. Que su situación personal le había provocado la pérdida del trabajo. Y que para colmo había subido a un taxi sin pensar siquiera en protegerse de la lluvia y al entrar el taxista le había mirado con mala cara porque le iba a dejar el asiento chorreando, y que acabaron con una discusión y amenaza de denuncia. Que volvía a la casa de sus padres, divorciada, sin trabajo y sin la custodia de la niña. Y que me llamaba para que lo supiera pero que hiciera el favor de no intentar acercarme a ella porque tenía mucho que reflexionar.

**** Su madre me paró por la calle en una de mis visitas a la familia: “A ver si puedes verla y le dices algo. Está imposible. A veces se pone que parece que me va a pegar” – y yo barrunté que ya lo había hecho. El maltrato a la madre, su último soporte, era su provocación definitiva al destino. Fui a verla. La vi desde lejos, ausente y con andares erráticos como carro sin eje, con un semblante entristecido y la mirada concentrada en el suelo. Su postura encorvada hacía que sus grandes pechos se mecieran descolgados con cualquier movimiento, y reflejaba una presencia cansina, aburrida y yo diría que

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mecánica. Cuando me vio me quiso obsequiar con un amago de sonrisa gris compungida. Toda su conversación fue la de una vieja fingida, hasta el punto de balbucear. Estaba ya jugando a la gallinita ciega con su existencia, pero seguía con su sonrisa irónica que yo interpretaba como reflejo de sus dudas. Fui muy duro con ella: “Vete de tu casa, deja a tus padres descansar y empieza de nuevo”. Y ella no dejaba de repetir: “Soy la imagen del fracaso” ¿La conocía? Nuestra diferencia nos distanciaba en lo cotidiano. Pero teníamos un lazo invisible. Ella jugó a ser extranjera. Yo tampoco sabía traducirla, pero conocía muchas palabras de su idioma. Tenía su particular gramática, que al menos yo “vislumbraba”. Después me enteré de que durante sus últimos días paseaba sola entre los olivares. Que en algunas ocasiones la vieron acompañada por el famoso Bonilla, un gitano peculiar que vestía con chaqueta gris y pantalón de raya señalada, con corbata estampada y el pelo engominado, que vendía ropa interior femenina por los mercaíllos de barrio. La experiencia no duró mucho y volvió a su refugio. Dormía larga y profundamente hasta que un día su madre no pudo despertarla.

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Nubes  

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DAMIÁN ROSA

DESEMBARCO

Randolph Crausse desembarcó del lujoso crucero que lo había llevado a la luminosa isla griega. Se perdió entre los turistas que, como hormigas, invadían las calles de la pequeña población. Pronto se quedó solo, paseando entre las encaladas paredes de las casas, a las que iba dejando poco a poco atrás.

Ascendió entre puertas abiertas que dejaban ver su interior entre penumbras como si de cuevas habitadas se trataran. En algunas llegó a vislumbrar perros adormilados; en otras, señoras de avanzada edad con los ojos vidriosos, sentadas con la mirada infinita.

Cansado, llegó a lo más alto, donde majestuosa y blanca se levantaba la iglesia ortodoxa de la isla. Randolph se paró ante su pequeña escalera cuando apareció una extraña figura ante él que le provocó un susto que casi lo tira al suelo.

Con un vestido integral, de color negro y semitransparente, en el que sólo estaban expuestos a la intemperie unos pies descalzos, lo demás se traslucía entre el tejido. Un escultural y perfecto cuerpo femenino que nubló la razón del turista.

-¿Vienes?

-¡Ciegamente!

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Hombre  con  Sombrero  

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DAMIÁN ROSA

EL MONSTRUO

-­‐Preparados   para   la   autopsia   –dijo   Charles   a   su   equipo  de   especialistas   dispuestos   alrededor   de   las   mesas   de  disección.  

Una   vez   que   habían   accedido   y   comprendido   los  sistemas  de  la  nave,  descubrieron  más  cosas.  Sabían  que  la   cabina   estaba   herméticamente   cerrada   por   la  activación  de  un  programa  de  crionización.    

Los  científicos  sabían  cómo  descongelar  los  dos  cuerpos  que  se  encontraban  en  ella  y  que  contemplaban  a  través  de  la  transparente  gelatina  que  los  envolvía  dentro  de  la  cabina.   Eran   dos   figuras   humanoides.   Una,   con  apariencia   totalmente   humana,   tez   caucásica   y   pelo  rubio;   la   otra,   totalmente   monstruosa,   tenía   cuatro  brazos,   con   la   textura   parecida   a   las   langostas   y   color  oscuro.  Su  cabeza  era  semejante  a   la  del  pulpo.  De  ella  salían,   por   debajo   de   la   viscosa   barbilla,   unos   flexibles  tentáculos.  Esta  figura  provocó  terror  entre  los  soldados  y  técnicos  allí  presentes.    

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-­‐Nunca  había  visto  a  un  ser  tan  espantoso  -­‐murmuraban  entre  ellos.  

La   actitud   que   tenían   las   figuras   era   de   reyerta   entre  ambas.  Debió  de  pillarles   en  plena  batalla   la   activación  del   proceso   de   crionización,   dejando   congelada   esta  escena  de  lucha.  

Al  mando  estaba  el  Mayor  Harris.  Se  encontraba  subido  en  una  gran  plataforma  mecánica,  con  un  escuadrón  de  marines  fuertemente  armados  y  cubiertos  con  trajes  de  protección   biológica.   Se   disponía   a   acceder   la   cabina   y  sacar   a   sus   ocupantes   hasta   una   zona   de   contención  situada   al   lado   de   la   nave,   donde   se   encontraba   el  doctor  Charles.  

La   gelatina   comenzó  a   ser   absorbida  por   los   conductos  de   desagüe   de   la   nave   mientras   iba   pasando   de   un  estado   sólido   a   otro  más   fluido.   El   vaciado   produjo   un  extraño   baile   de   los   cuerpos,   que   se   depositaron  lentamente  en  el  suelo  de  la  cabina.    

 

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Cuando  no  quedaron  restos  de  la  sustancia,  entraron  los  marines,  sacaron  los  cuerpos  y  los  llevaron  hasta  la  zona  habilitada   para   las   autopsias.   No   mostraban   signos   de  vida.   Fueron   colocados   en   mesas   de   disección.   Los  médicos  iban  a  comenzar  a  entubarlos  e  implantarles  los  electrodos  para  monitorizarlos  siguiendo  las  órdenes  de  Charles,   cuando  comprobaron  que  el   líquido  gelatinoso  todavía  obstruía  la  boca  y    la  tráquea  de  los  cuerpos.  No  tardaron  en  comprobar  las  extrañas  propiedades  de  esta  gelatina   interna:   ¡estaba   electrificada!   Parecía   una  especie  de  batería  que  se  había  activado  al  desactivarse  la  crionización,  haciendo  las  veces  de  desfibrilador.    

Todos   comenzaron   una   frenética   carrera   para   dejar  todas   las   correas   de   seguridad   colocadas   en   el  monstruo.   El   proceso   de   autorreanimación   se   estaba  acelerando   y   convulsionaba   a   los   dos   seres   con   una  fuerza  increíble.  Al  humano  tuvieron  que  sujetarlo  entre  ocho  personas.  De  no  haberlos  sujetado,  habrían  salido  despedidos  por  el  aire  un  par  de  metros.  

Pararon   los   espasmos   y   un   silencio   sepulcral   inundó  varios   kilómetros   alrededor  de   la  base.   Todos   los   seres  vivos  en  ese  radio  estaban  paralizados.  Las  aves  habían  caído  al  suelo.  Las  personas  que  estaban  en  una  posición  

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de  equilibrio  comprometido  habían  caído  en  posiciones  grotescas.  Tenían   los  músculos  totalmente  agarrotados.  Sólo   unos   pocos   quedaron  de  pie,   pero   imposibilitados  para  moverse.  Aunque  los  rostros  de  los  presentes  no  lo  expresaban,   en   su   interior   crecía   el   pánico.   El   mayor  Harris,   erguido   enfrente   de   las   mesas,   vio   cómo   el  humano  se  levantaba  y  se  dirigía  hacía  el  doctor  Charles.  Le  tomó  la  carpeta  con  anotaciones  y  miró  al  engendro  que  se  debatía  por  quitarse  las  correas.  

De   repente,   una   voz   grave   resonó   en   el   interior   de   las  cabezas  de  los  presentes:  

-­‐¡IDIOTAS,  EL  MONSTRUO  ES  ÉL!        

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Mona  

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DAMIÁN ROSA

LA CUEVA -¡Oye! ¿Quién es esa vieja? -¡Silencio, no me vayas a dejar en ridículo! Me ha costado mucho convencerla para que nos dejara acercarnos. El bulto de la anciana, al final de la larga galería, sentada frente a una hoguera que proyectaba su tétrica sombra sobre la arrugada pared, danzaba al compás del crepitar de las llamas que formaban una melodía cacofónica cuyo eco interminable se expandía por toda la cueva. Paso a paso iban acercándose. -¡Alto! -gritó la anciana- ¿Qué buscáis aquí? -Queremos avanzar más. Sólo un poquito, por favor. -¿Quiénes son esos que os siguen? -un tropel de pisadas llegaban desde la insondable lejanía. -Si se lo decimos podemos ponerla en peligro, y esa no es nuestra intención. ¡Rápido! ¡Apaga la hoguera!

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En la oscuridad, el sonido de sus respiraciones se transformaron en coloristas ríos que atravesaron sus almas. -¿Qué es eso? ¡Maldición, traen antorchas! Ahora que hemos apagado el fuego ¿cómo vamos a orientarnos por las galerías? -la luz se iba aproximando. -¡Juanito, David! Venid a tomar la merienda -la madre los esperaba en la cocina, la mesa repleta de alimentos. Sin mediar palabra, se sentaron y comenzaron a comer. -Venid por aquí -les dijo la anciana-, agarradme la ropa, yo os sacaré de aquí. Caminaron más de media hora hasta ver como les llegaba un tenue rayo de luz desde el fondo de un largo túnel. -Id hacia la luz -les volvió a espetar. -Por fin vamos a salir de este laberinto. -Y ahora ¿a qué jugaremos? -A matar banqueros ladrones. Nosotros seremos los banqueros buenos y nos dedicaremos a destruir las fortunas de los banqueros malos que solo quieren quitarles los ahorros a la gente.

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-¡Vale! Mira, ahí va un camión blindado, ¡y es de los malos! -Corre, dispárale a las ruedas. No se nos puede escapar. PIM, PAM, PUM! Ya son nuestros. -Mira, viene la policía corrupta, corramos hacia aquel callejón. -No es la policía corrupta, son Starsky y Hucht, nuestros policías amigos. Los dos agentes, con sus ropas de siempre, se bajaron lentamente del coche -¿Qué habéis montado aquí? Será mejor que corráis, la policía corrupta viene de camino y nosotros por ahora no podemos protegeros. -Vamos hacia ese callejón. -¡Por ahí no! -gritó Starsky demasiado tarde, ya no le oyeron. La policía llegó a la entrada del callejón. -Ya son nuestros -dijo convencido el jefe de los corruptos.

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-Esto está muy oscuro, no veo el cielo por encima de los edificios -anduvieron más de cuatro horas, en línea recta, hasta que la oscuridad se hizo a su alrededor. Al fondo distinguieron un leve destello-, allí hay luz. Caminaron hasta llegar a la zona iluminada. -¡Oye! ¿Quién es esa vieja? -Silencio, no me vayas a dejar en ridículo. Me ha costado mucho convencerla para que nos dejara un poco más.

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DAMIÁN ROSA  

MAREA BAJA    Todos los días acudo a contemplar la bajada de la marea. Desde mi pequeña choza, construida con cuatro palos, cuyo techo hice de hojas de palmera subidas poco a poco a lo alto del acantilado. Desde allí, camuflado entre las rocas, contemplaba la pequeña playa encajonada entre el saliente rocoso. Todos los días a la misma hora se retiraba el agua. El murmullo de las olas se iba alejando mientras salían los pobladores de las profundidades marinas, reptando por la arena con sus piernas unidas por una gelatina plateada que reflejaba la luz de la Luna. Cuando llegaban a tierra seca se erguían, y con movimientos estrambóticos separaban sus piernas. Todos los días formaban corros y comenzaban a danzar en círculos, entonando un cántico con un estribillo repetido miles de veces en las reuniones de los Ancestrales: “Argghk nKuilt Kuilt niutLang gonTingrr Urlllrurkgrk niutLang gonTingrr Argghk nKuilt Kuilt”. Así permanecían hasta que caían rendidos de cansancio.

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Todos los días, cuando el Sol se insinúa por el horizonte, empiezan a despertar, sus piernas juntas otra vez con aquella plateada gelatina que los volvía a convertir en criaturas marinas. En un apoteosis final, reptaban con torpeza hacia el mar. Todos los días, desde mi atalaya bañada por el sol, duermo soñando que me cubre una plateada gelatina.                

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JOSÉ LUIS ORTIZ

UNA MAÑANA DE INVIERNO Nos congregábamos en un pasillo estrecho de altos ventanales, y la nieve caía sobre el patio con su alma de ceniza. Rostros extraños, prisioneros de un tiempo antiguo nos observan; nosotros, mientras tanto, planeamos nuestro asalto al futuro, nuestra revolución pacífica de invierno.    

Amor  a  la  Ciudad  

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JOSÉ LUIS ORTIZ

LA CIUDAD Cae una lluvia joven entre los árboles desnudos. La ciudad, como un sueño que renace tras la feroz devastación, es el otoño, la humedad de sus calles antiguas, la negrura sagrada de sus piedras que el musgo verdea, la elegancia flotante de sus torres, la tibieza lustral de sus campanas que anuncian al amante la hora ingrávida de la cita. El aliento de la ciudad perdura, como un viejo vapor al alejarse.      

     

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Flor  de  Raíz  

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JOSÉ MARÍA MONCADA

MANOS BÍBLICAS

Qué teatrales son las hojas cuando anuncian desmayadas su despedida. Apuntalar solo algunos recuerdos... ...aquel verano que olía intenso, aquel calor en mi sangre nueva, aquella sombra que encajonaba los aromas húmedos en tu taller de vasijas preñadas. Ser hijo de un alfarero tiene su magia. Era afortunado por tener tus manos creadoras revoloteando en mi peinado. Manos bíblicas que moldearon sangre de arcilla, que le dieron forma con gesto firme. Siempre tuve miedo de haber nacido así: de arcilla y agua entre tus dedos. Qué extrañas las sordas conversaciones de miradas, la sorpresa de astilladas palabras imperiosas, el recuerdo sepia de tu piel. Ahora seguiré traduciéndote

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de la forma más convincente para dejarte caer en el recuerdo. Todas las palabras que quedaron como semillas, deseando sentir la tibieza del aire, llaman a indulgencia. Qué teatrales son tus ojos ahora que se cierran al mundo... ...como anunciando desmayados su despedida.

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  41  Futuro  Futurista  

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JOSÉ MARÍA MONCADA

ROMA

Un cuerpo tibio respira junto a mí y sobre sus claras nalgas derrotadas se resbala la luna para reclamar mi mano y mi mirada.

Entonces recuerdo que cada ciudad tiene sus lunas y sus miradas, su olor de almas sedimentadas.

Beso ese cuerpo y me levanto para comprobar cómo duerme la ciudad.

Hay luna llena desafiante. Ilumina las calles y crea sombras del alma.

Cuando regreso a la cama, ella duerme boca arriba. La luz de la luna le saja entre las piernas y abre su sexo.

Mientras lamo su amargo y salado pubis siento que toda la historia de la ciudad está allí, bajo mi lengua.

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Otoño  

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DOLORES GARCÍA

OTOÑO

Otoño querido con tus árboles desnudos, alfombra de hojas secas. Cuando miro hacia arriba veo árboles desnudos, espero que el viento pare, que me deje alguna hoja colgada de una débil rama. Pero el viento se alegra y divierte viéndolas volar primorosas, formando con oleadas inertes la alfombra maravillosa. Otoño querido, cuando miro hacia arriba, ¡qué pena ver los árboles desnudos! Me queda la esperanza, la primavera. Estarán llenos de flores, cubiertos de hojas

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Alba  en  la  proa  

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EMILIA GARCÍA

SEMANARIO

(con una sonrisa) De compras ¡Qué generosa la luz, en las aceras! ¡Qué riqueza de color! Las lunas de calle Larios alardean y compiten mostrando su colección: Faldas de lana, de paño. corpiños de terciopelo, abrigos de ante, de piel... fantasía, complementos. Y yo, desplazo los codos que hieren, punzan y clavan liberando aquella prenda camino del probador.

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Mas me falla la cartera. La alegría se esfumó, que, aunque día de rebajas, se dispara el presupuesto. La bala, juro es de plata, me ha llegado al corazón. De nuevo queda mi armario sin ese fondo preciso tantas veces codiciado. ¡Qué breve fue mi ilusión! Y va pasando este lunes. La tarde aprieta sus pasos de modelo enflaquecida seduciendo a los muchachos. Yo camino lentamente. Mientras las aceras lloran irisados resplandores y un despilfarro de sueños sacude los mostradores.

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La colada Es de noche y hace frío. Casi amanecido enero, con la luna de perfil, tomo la pinza del cubo y entre dientes la retengo. Alzo los ojos y una estrella que parece que viaja me sorprende y me deslumbra. ¿Será un satélite? – pienso- Un avión, sí que no. ¿Y si de verdad, fuera un guiño astral, tan sólo, que se asoma sin aviso al ángulo de mi visión para dejarme embobada y que caiga el camisón en las cuerdas del tercero? Entre el índice y el pulgar, sujeto el sujetador y la estrella sigue allí. Casi se pierde en la esquina

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del rectángulo del cielo. Se mueve -desde luego- junto con el camisón y el sujetador de seda y la pinza y el suspiro y el chasquido de los dedos. Y es que no se mezclan bien la lírica y el tendedero. Cocina Paso a paso la receta. Ingredientes de primera. Y como fondo, la música. Bebo y El Cigala juntos me incitan desde el salón. Un giro con la cebolla, que se blanquea y se dora. ¡Vaya goce de piano!

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Muevo, gusto y balanceo al ritmo la cacerola. ¡Para chuparse los dedos! Y mientras bato la salsa ya con los tomates fritos, canto y me tomo un respiro: un riojita entre las notas. Una cosa lleva a la otra. Un buen baile a fuego lento es lo que me pide el cuerpo para completar el guiso. Mas el baile se dilata y paro, sólo al sentir que lo que tenía que hervir parece se está tostando. Y llego justo en el momento de salvar el bacalao, que, si no a la vizcaína, por este “Corazón loco”, es bacalao “al bolero” templado con manzanilla.

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AMALÍA GARCÍA BUSTOS  

LA QUEJA Quieren, aquellos que desconocen mi trabajo, que me transforme en un palo y yo si he de ser palo, vocación tengo de mástil, remo o bastón. Me acusa usted don Antonio, de haber convertido /la biblioteca en mi palacio y he de darle la razón, o tiene usted algo de quijote o yo algo de alquimista ya que por obra de encantamiento y de un plumazo, más bien de un “quejazo”, he logrado convertir estas cuatro paredes en un palacio. Y por quejarse se queja, de que hablo y hablo de asuntos que no son de mi profesión, se queja de que hablo con la vecina /(bibliotecaria soy de barrio), que si por teléfono hablo, que hablo con todo el mundo, y a veces hasta sola hablo, eso se lo digo yo. No conozco otra manera, soy humana le recuerdo, /tengo voz, además de edad y convicción para saber

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que en el encuentro entre una persona y un libro /hay mitad trabajo y mitad emoción. Adoro este paisaje de hojas e historias, si me ponen zancadillas y al caer me levanto no es porque sea de palo, sino porque siempre he llevado un libro entre mis manos cerca, muy cerca del corazón.

Niño  y  Lechuza  

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Nº 2  

Málaga, febrero de 2012                        

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La  Velocidad