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    LADIVINA_RDY

    Versione stampabile della discussioneCominciata da Ruth Divina

    Rebelde Way en España > Fan-fics

    Parte 1 di 1

    4/3/2008, 20:53

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    Nombre: Pablo RojasEdad: 28 años

    Estatura: 1.85 mTez: Blanca

    Color de Pelo: RubioEstado Civil: Soltero

    ***********************************************El: un agente secreto.

    Su Misión: Proteger a la hija de su mejor amigo de la mafia rusa.*****

    Nombre: Mariza Pía AndradeEdad: 25 años

    Estatura: 1.60 mTez: Blanca

    Color de Pelo: RojizoEstado Civil: Soltera.

    ************************************************Ella: Una abogada sabihonda, con un carácter muy difícil.

    *****************************************Juntos se verán envueltos en un conjunto de enredos, mientras el la protege de sus

    enemigos. Aunque para eso tenga que simular ser su adorado esposo.+++++++ + ++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++++

    ---------------------------------------------

    Capítulo Uno. La Pastillita.

    Bajé mi mirada hacia el rostro de la mina que se había quedado dormida sobre mi hom¬bro.La había dejado completamente agotada. Bufff que ironía.No lo había hecho del modo en que solía gus¬tarme, pero aquella minita no sentía ningúnapreció por mi y tan sólo el agota¬miento la había impulsado a utilizar mi cuerpo como

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    colchón y su hombro como almohada.Si Mariza Andrade estuviera despierta, cosa que sucedería en pocos minutos, me estaríaatosigando con su lengua viperina. Diablos sin duda era la mujer como más mala leche quehabía conocido en mi vida.Hice una seña al piloto para que redujera la ve¬locidad del avión de manera que el saltoresultara seguro. Luego, me aparté de Mariza para hacer los preparati¬vos de última hora.Sonreí al ver que Mariza se acurrucaba en su asiento y suspiraba cansinamente en su sueño.Se le veía tan tranquila e inofensiva. Si todo fuera así siempre. Pero lo bueno dura poco teniaque despertarla. Aunque pensándolo mejor, no tenia que ser ya mismo, le daría un par deminutos más de descanso... y unos mo¬mentos de paz a mí mismo antes de despertarla.Así que aprovechando mi adorado momento de calma, me puse el paracaídas y abrí laescotilla del avión. Bajo mis pies no había más que cientos de metros de intensa oscuri¬dad,pero a lo lejos logré distinguir la zona del suelo que había pedido a mis primos queiluminaran. Tomé dos bolsas de gruesa tela y las sujete a dos paracaídas pequeños con lucesde emergencia incluidas y las lan¬cé por la trampilla.Luego me volví y respiré hondo. Mi dicha se había esfumado.Era la hora de despertar al dragón durmiente.

    —Eh —le grite mientras tiraba de ella para po¬nerla en posición erguida. Permaneciósemiinconsciente mientras le sujetaba el arnés—. Despierta. Aquí es donde saltamos.—¿Adonde vamos esta vez? —murmuró ella mientras yo la llevaba hacia la escotilla.—A reunimos con mi familia, así que trata de ser agradable al menos en esta ocasión.Sonreí diabólicamente mientras apartaba un mechón de pelo de su rostro para ponerle uncasco. Si que estaba despistada la minita. No tenía ni idea de la aventura que estábamos apunto de hacer.En cualquier momento, su cerebro adormecido registraría el hecho de que no había escaleraspara bajar del avión y se pondría totalmente alerta. Error histérica. Esa loca se pasaba todomomento en ese estado de ánimo.

    Y como era de es¬perar, ella abrió los ojos de par en par en ese ins¬tante, al parecer yahabía registrado el meollo del asunto. ¡Ja! Tenia una cara de fabula. Y como una fiera que era,se lanzó sobre mí como un gato dis¬puesto a clavar sus garras en un árbol.—¡Oh, Dios mío! —Gritó al darse cuenta de la altu¬ra a la que estábamos y de que yo llevabaun paracaídas colgado de la espalda—. ¡Habías dicho que el piloto nos iba a acercar, no quetuviéramos que saltar! ¡Me has engañado, cretino!Ahí empezábamos de nuevo. Insultemos al pobre Pablito. Trate de ignorar el agravio al queera sometido una vez mas mi persona y señalé hacia el suroeste.— ¿Ves esas luces de ahí abajo?Ella asintió, nerviosa.—Salta tú. Yo me quedo para asegurarme de que el piloto aterrice bien.

    —Lo siento, Andrade, pero vamos a saltar juntos.— ¡Ni hablar! ¡No pienso saltar de este avión!—Será divertido —le dije con entusiasmo. Aunque debía admitir que resultaba másentretenido disfrutar su cara de pasmada. Resignándome respire profundo,Pase un brazo por su cintura al ver que daba un paso atrás. Decidí tomar otra táctica decontrata taque. Saqué una pastilla de mi bol¬sillo.—Métete esto bajo la lengua y no sentirás nin¬gún miedo.Ella me miro no muy convencida con expresión frenética por la es¬cotilla abierta.—Me da lo mismo si esa pastilla puede hacerme volar. ¡No pienso saltar!Aprovechando que la cotorrita tenía abierta su angelical boquita, introduje rápidamente lapastilla en su boca y retiré mis dedos antes de que me los mordiera. No dudaría que con loshumos que se traía pudiera tener rabia.

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    Luego, la atraje hacia mí con fuerza para sujetar mi arnés al de ella.—La pastilla te colocará lo suficiente, que es lo mejor que podemos esperar.Sin darle tiempo a protestar más, salté del avión. El aire nos golpeó mientras nos hundíamosen el abismo de oscuridad que había bajo nuestros pies como un ancla cayendo directamenteal océano.—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! —gritaba mariza, horrorizada.Pasé un brazo en torno a ella y adopté la postura de caída libre.—Relájate. Te tengo bien sujeta —le dije mientras le hacía colocar la cabeza contra el lado demi cuello.—Si sobrevivo a esto, ¡juro que te mataré! —Gritó ella mientras me rodeaba con piernas ybrazos como si se afe¬rrara a la vida—. Yo... ¡oooooh!Su voz se apagó cuando tiré de la anilla y el paracaídas se abrió en el aire, tirandobruscamente de nosotros hacia arriba. En ese preciso instante la pastilla empezó a hacer suefecto, pues de pronto noté todo el peso de Mariza. Eso estaba bien, porque si no oponíaresistencia la maniobra de aterrizaje resultaría más cómoda.Afortunadamente llevaba un tipo de paracaídas di¬señado para que resultara más fácilcontrolar la direc¬ción y la velocidad, cosa que me venía especialmente bien en aquellas

    circunstancias.Estaba haciendo un buen trabajo guiando la trayec¬toria que llevábamos... hasta que Marizase movió provoca¬tivamente contra mi y me besó en el cuello. ¡Mariza Andrade besándome amí! Aquello me hizo perder la concentración. Tenía planeado tirar cui¬dadosamente de lascuerdas mientras nos acercábamos a las luces para aterrizar de pie, cosa que ya había hechosin problemas en numerosas ocasiones... aunque nun¬ca había saltado de un avión con unamujer completa¬mente pegada a mi y que había empezado a frotarse contra las partes másmasculinas de mi anatomía. Joder mi concentración estaba echa añicos.A lo largo de los años había visto el efecto que aquella pastilla ejercía sobre una variedad deindivi¬duos, pero la reacción de Mariza me había pillado total¬mente desprevenido. Además,

    estaba desconcertado por mi propia reacción ante una minita que había considerado del tipo«hermana pequeña» durante casi una década. De pronto tenía una nueva y alarmanteperspectiva de ella. Y eso no estaba bien. Mi misión, mi única misión, consistía en proteger ymantener a Mariza alejada de todo peligro... y no podía haber beneficios colaterales.—¡Oh, diablos! —exclamé al darme cuenta de que nos dirigíamos directamente hacia elestanque del ganado que se hallaba a unos cincuenta metros de la marca. Pero ya erademasiado tarde para hacer los ajustes necesarios en la trayectoria. Nuestro aterrizajeper¬fecto iba a convertirse en un amerizaje. Solté las cuer¬das y cubrí el rostro de Marizacon una mano para que no tragara mucha agua.Aunque logré aterrizar en aguas poco profundas, el paracaídas tiró de mí y me hizo dar untraspié y tamba¬learme. Mis pies se llenaron del pegajoso barro del es¬tanque. Puaj queasco.Escuché los gritos de mis primos a lo lejos. Desequili¬brado por el peso de Mariza, tiré haciaatrás con la inten¬ción de mantener su rostro por encima del agua...pero garrafal error acabécayendo de espaldas sobre el barro.—¡Qué divertido ha sido! ¿Podemos volver a ha¬cerlo? —preguntó Mariza con voz arrastrada—. No hay duda de que sabes cómo conseguir que una chica lo pase bien.Si divertido la ostia. Grgrrr estaba hecho una mugre.Sentí un enorme alivio cuando mis primos Felipe y Coco me tomaron por los co¬dos ytiraron de mí hasta la orilla. Entre el peso de Mariza y el barro me estaba costando mantenerel equilibrio.—La próxima vez que les pida que marquen una zona para aterrizar, no elijan una tan cercanaal estan¬que —murmure entre dientes en un tono, no muy amistoso, en cuanto mis piestocaron tierra firme.

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    —Pero te hemos mantenido alejado de los árboles, ¿no, primito? —Dijo Felipe Rojas—. Teestás volviendo muy quisquilloso con los años. Y de nada, por cierto.—Muchas gracias —le dije sin dar muestras de ningún agradecimiento. Solté el arnés deMariza del mió y miré a mi alrededor.—¿Dónde está el primo Benjamín?—Ha ido a recoger las bolsas que has tirado antes —dijo Felipe, que a continuación volvió suatención hacia Mariza—. ¿Quién es?Me limité a depositar a Mariza en los brazos de Coco para poder liberarme del paracaídas.—¡Es una mujer! —exclamó Coco mientras suje¬taba el tambaleante cuerpo de Mariza contrasu cadera—. Creía que habías dicho que ibas a traer un «paquete» que debías proteger.—Y así ha sido. Ella es el paquete. Es mi última misión.Felipe Rojas rió divertido mientras veía los esfuer¬zos de su primo Jorge Rojas o mejorconocido como: Coco, por mantener a Mariza en posición erguida.—No hay duda de que es una misión dura, Pablito. ¿Cuánto tiempo vas a tener queprotegerla?—Hasta que deje de estar amenazada.—¿Amenazada? —repitió Coco.

    —Corre peligro de ser secuestrada. O algo peor — replique—. Cuidado, está... —mi voz seapagó cuando las piernas de Mariza cedieron y cayó sin ninguna ceremonia a los pies de Coco—. No se queden ahí mirándola par de imbeciles, como si fuera una especie de bicho noidentificado. Muestren algo de respeto.—Sí, claro, como el que tú has mostrado tirándola de un avión y haciéndola aterrizar en elchiquero — dijo Coco en tono burlón.Dejé caer el paracaídas y me agaché junto a Mariza, ya que mis queridos primitos no parecíantener inten¬ción de ayudarla a levantarse.—Eh, Pipi, ¿sigues con nosotros?No hubo respuesta.

    Le quité el casco y dejé que su ardiente melena cayera sobre sus hombros.Felipe nos iluminó con la linterna mientras yo le bajaba la cremallera del empapado mono desalto para quitárselo.—Guau, primo. No sé si se llama Pipi, pero no hay duda de que es una diosa. Lo sé porqueestoy ca¬sado con una, y no hay duda de que ésta es otra. ¿Quién diablos es?—Mariza Andrade—conteste mientras me qui¬taba mi mono de salto y lo dejaba a un lado—.Es la hija de un amigo, que no quiere que se convierta en un medio de negociación para undesagradable grupo de individuos que lo están presionando.Tomé el inerte cuerpo de Mariza en brazos y giré hacia una de las camionetas cuyas luceshabían sido utilizadas para iluminar la zona de aterrizaje.—Pero esa información no debe salir de aquí. En lo referente a los habitantes de Santiago delEstero, Mariza Andrade es mi esposa. Hemos venido para que co¬nozca a mi familia.—¿Tu esposa? —Los labios de Coco se curvaron en una burlona mueca—. Interesantetapadera. ¿No podía ser una prima lejana, una socia, o una asistenta temporal... o unaamante?Diablos las cosas no serian nada fácil. Aunque había pedido ayuda a mi familia para aquellamisión concreta, debería haber supuesto que la ayuda iría acompañada de las continuasburlas y bromas típicas de los primos Rojas. Estaba muy unido a ellos y siempre nosapoyábamos cuando las cosas iban mal, pero no habíamos dejado de meternos los unos conlos otros desde que éramos niños y ya parecía imposible perder aquella costumbre. Alparecer, me había llegado el tumo de convertirme en el centro de sus bromas, pero po¬dríasoportarlo mientras lograra mantener a Mariza a salvo.Aquella mujer podía ser una auténtica pesadilla con su lengua viperina y su temperamento,pero des¬pués de haber pasado dos semanas con ella me había acostumbrado más o menos

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    a su compañía. Las co¬sas habían ido tan bien como podía esperarse... hasta que habíamossaltado del avión. La sensación de su cuerpo frotándose contra el mío me había hechore¬cordar que llevaba una larga temporada sin una mu¬jer. Pero lo peor era que el incidenteme había hecho recordar que Mariza se había convertido en una mujer deseable, aunqueesperaba ser capaz de volver a verla como a una hermanita. No había duda de que me habíadistraído durante el salto. De lo contrario no habrían acabado aterrizando en el estanque.Los focos de una camioneta que se acercaba me dis¬trajeron de mis pensamientos. Medetuve con el cuerpo inerte de Mariza en mis brazos y observé mientras el pri¬mo Benjamíndetenía el vehículo.—Hola, Pablito, me alegro de volver a verte —Benjamín señaló con el pulgar la parte traserade la camioneta—. Ya he recogido tu equipo. ¿Dónde está el miste¬rioso paquete... y quiénes esa chica?—Ella es el paquete —dijo Felipe, que sonrió iró¬nicamente mientras abría la puerta para mi—. Es su falsa esposa, Pipi.—¿Pipi? —repitió Benjamín mientras contemplaba el rostro perfecto de Mariza—. Pensaba quePipi se parecía a los duendecillos con pecas en la nariz y el pelo con dos trencitas rojas.Recordé la primera vez que fui presentado a la delgaducha adolescente de pelo rojo, trencitas

    disparadas y expresivos ojos color marrones.—Era una auténtica Pipi cuando la conocí hace años —explique—. Ahora ha cambiado, perosigue conservando el apodo.Benjamín contempló el curvilíneo físico de Mariza, enfatizado por la ceñida camisa y losvaqueros.—No hay duda de que ya es toda una mujer. No estará muerta, ¿no? Eso significaría que nohas hecho muy bien tu trabajo.—La he sedado antes de saltar. No la atraía lo más mínimo la idea de venir conmigo.Coco rió mientras rodeaba su camioneta para en¬trar en ella.—No entiendo por qué. Ni siquiera le has dado un paracaídas.

    —No quería pasarme la noche buscándola. Vete tú a saber dónde habría caído si hubierasaltado sola — me deslicé en el asiento del copiloto y senté a Mariza en mi regazo.«Hermanita», me dije en si¬lencio cuando mi indisciplinado cuerpo reaccionó al sentirlapresionada contra él.—Vamos a llevarte a la hacienda y te ayudaremos a instalarte antes de venir a por elparacaídas y a reco¬ger los otros vehículos —dijo Felipe mientras Coco y él se sentaban en laparte trasera de la camioneta de Coco.—Hemos revisado todo lo que nos pediste en tu casa —dijo Benjamín—. La nevera está llena ytodos los electrodomésticos funcionan. ¿Y qué es todo eso de una esposa? —preguntó sinreparos.—Yo... —interrumpí mi respuesta cuando Mariza gimió y se movió en mi regazo. Para mibochorno, me rodeó con un brazo por el cuello y dejó un rastro de cálidos besos por lacolumna de mi cuello.—Mmm, Franco, he esperado mucho para esto — murmuró, adormecida—. Sabes tan biencomo imagi¬naba.Fruncí el ceño algo picado cuando mis primos rieron.—¿Por qué te llama Franco? —preguntó Felipe.—Franco Fritzenwalden es un alias. Es quien yo soy para ella.—Me da la sensación de que eres mucho más que un alias para ella —se burló Benjamín —.Tengo la sensa¬ción de que está colada por ti.Aquel comentario provocó otras cuantas risas.—Lo cierto es que no le gusto en absoluto —sujeté la mano de Mariza para que dejara dedeslizarla por mi pecho—. Se está comportando así a causa de la pastilla que le he dadoantes de saltar. Ya conocerán a la auténtica Mariza Andrade cuando se le pase el efecto. Es

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    una niña rica y mimada capaz de destrozar¬te con su lengua cuando está de humor para ello.—Más vale que nos pongas al tanto, primo —dijo Coco mientras rodeaba unas resesagrupadas junto a la verja de un pasto—. Normalmente eres muy discre¬to respecto a tusmisiones, pero si quieres que te apo¬yemos en ésta necesitamos saber qué esperar.Ufff joder. Tuve que tomarme un respiro para controlar mis hormonas mientras Marizatrataba de desabrocharme la camisa. La pastilla había tardado muy poco en con¬vertirla enun ser completamente amoroso.—Su padre mantiene relaciones muy estrechas con el consulado de Estados Unidos en Rusia—explique fi¬nalmente—. Martín Andrade fue elegido por el gobierno para representar losintereses comerciales de Estados Unidos en San Petersburgo. Durante una investigaciónobtuvimos información que indicaba lazos con la ma¬fia rusa. La red de blanqueo de dineroestá relacionada con importaciones fraudulentas a Estados Unidos.Benjamín soltó un largo silbido.—¿Estás diciendo que Martín Andrade y tú han dado con unos criminales mafiosos que ahoravan tras vosotros?—Algo así —contesté, no podía entrar en detalles sin divulgar información secreta—.Sabe¬mos demasiado, pero no podemos poner el caso al descubierto hasta que la

    información llegue por los canales adecuados a las correspondientes agenciasgubernamentales. Hace unos días averiguamos que había un plan para secuestrar a Marizacon inten¬ción de evitar que su padre hable. Tuve que llevárme¬la de inmediato. Ella estabaa punto de presentarse a los exámenes finales para licenciarse, como abogada y se enfadómucho cuando me la llevé sin explicarle adonde íbamos.—¿Es casi abogada? —preguntó Felipe—. Talento y belleza. Eso es algo que me gusta en unamujer.—Esta mujer en particular tiene mucho talento, desde luego. Debido a que su padre ha sidoembajador y cónsul en varios países, siempre ha tenido los mejo¬res profesores particularesa su disposición. Entró en la universidad a los dieciséis años y habla cinco idio¬mas —Yo lo

    sabía porque había recibido insultos en todos ellos.—¿Es la versión femenina de Einstein, o algo así? —preguntó Benjamín, incrédulo, antes debajar a abrir la puerta del pasto.—Casi —conteste—. Ya ha recibido una do¬cena de ofertas de trabajo de los bufetes máspresti¬giosos del país. Naturalmente, no ha dejado de protes¬tar desde que empezamos arecorrer el país en avión, tren, autobús y coche para despistar a los que la si¬guen.Benjamín volvió a entrar en la camioneta.—¿Qué me he perdido?—Pablo nos estaba contando que unos hombres si¬guen a su brillante y bonita falsa esposa—dijo -Coco mientras dirigía el vehículo hacia mi casa.—Y por eso has decidido venir a esconderte en el interior de Santiago del Estero, donde todoel mundo conoce a todo el mundo —conjeturó Felipe—. Los desconoci¬dos atraen deinmediato la atención, de manera que nos enteraremos rápidamente si aparece alguno por lazona.—Exacto —confirme mientras miraba an¬siosamente hacia mi casa. Tenía que apartar aMariza cuanto antes de mi regazo. La temperatura de mi cuerpo no estaba muy agradable quedigamos—. Ya que las señas de Franco Fritzenwalden consisten exclusivamente en unnúmero de apartado de correos en Buenos Aires, les costará mu¬cho localizarlo.—Tal como lo veo, sólo tienes un problema que resolver —dijo Felipe pensativamente.—¿Sólo uno? —pregunte con ironía. El mayor problema que tenía en aquellos momentos seencontraba sobre mi regazo. Mariza estaba tan ida que no dejaba de tocarme por todaspartes, y lo último que yo podía permitirme sentir por aquella mujer en particular era deseo.—El problema es Guido Laceen—aclaró Felipe. Yo gemí en alto. Había pasado desapercibidoun detalle relevante.

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    —Casi había olvidado a Guido...—En ese caso, deja que te refresque la memoria — dijo Felipe—. Fuiste lo suficientementegeneroso como para permitir que Guido viviera gratis en esa vieja cabaña que hay en elextremo norte de tu hacienda con la excusa de que podría vigilar la zona mientras túes¬tabas fuera.—Bonito gesto por tu parte, por cierto —dijo Benjamín—. Pero el problema es que Guido estáun poco para¬noico.

    —¿Un poco? Eso es todo un eufemismo —murmu¬ró Coco.—Guido estuvo demasiado tiempo luchando en Irak y nunca volvió a adaptarsecompletamente a la vida civil. Está convencido de que puede haber un ataque sorpresa encualquier momento y se mantiene cons¬tantemente en alerta.—Siempre lleva un par de prismáticos colgados del cuello para vigilar, y una cámara paraobtener evi¬dencia visual —añadió Benjamín.—El mes pasado estuvo a punto de volverse loco cuando algunos miembros de la DEA sededicaron a re¬correr las orillas del río en busca de unas plantaciones de hierba —Coco riómientras entraban en el sendero de .grava que llevaba a mi casa—. Guido pensó queestábamos siendo invadidos y bajó como loco en su ca¬mioneta para venir a avisamos.

    —Hizo falta media botella de Johnnie Walter para tranquilizarlo —dijo Felipe—. Estabaconvencido de que íbamos a sufrir un ataque nuclear.—Hay bastantes probabilidades de que haya visto tu paracaídas con sus prismáticos devisión nocturna —añadió Benjamín.—Puede que nos venga bien contar con Guido — dije optimistamente—. Si aparece alguiensos¬pechoso por la hacienda, vendrá a avisamos.—Ahora, lo único que tienes que hacer es buscar una explicación razonable para tu salto enparacaídas —dijo Felipe—. Gracias a tu trabajo, te has convertido en un experto bailando entorno a la verdad.Aquello era cierto. Al principio solía costarme mentir, porque iba en contra de mis

    princi¬pios, pero a través de la experiencia había aprendido que la sinceridad y el espionajeno se llevaban bien. La verdad podía resultar peligrosa, y yo me había vuelto un experto enocultar tanto ésta como mis emociones.Había llegado a ser conocido por mi frialdad, pero no era precisamente frío lo que estabasintiendo con Mariza sobre mi regazo. A pesar de que no dejaba de re¬petirme que debíatratar a la hija de mi amigo como a una hermana, mi cuerpo no llegaba a creérselo. El muycretino estaba la mar de contento. Grgrrr traidor.Suspiré aliviado cuando Coco detuvo el vehículo. Por fin a salvo. Debía de alejar a la gatitamimosa de mi, por el bien de mi salud mental y física.—Lleva a Mariza a la casa mientras yo me ocupo del equipaje. Benja, por favor. Ya que Coco yFeli están casados, no quiero comprometerlos mientras Mariza se encuentra en ese estado.No quiero que ten¬gan problemas con sus esposas.Y entonces mire a mis primos con curiosidad al ver que rompían a reír. Acaso había dicho unchiste. ¿Dónde estaba la broma?—Lo cierto es que yo también estoy casado —dijo Benjamín.—¿Desde cuándo? —no oculté mi asom¬bro. Mi primo era catalogado el soltero de oro. Yrecibir una noticia así era como ver llover de abajo para arriba. — . ¿Y por qué no me haninformado antes par de boludos?—Porque el bromista oficial de la familia nos jugó una mala pasada —explicó Coco—. Él y lanueva agente de policía de Santiago del Estero volaron al Caribe para pasar un largo fin desemana y decidieron casarse aprovechando que estaban allí.—¿La nueva agente de policía? —Repetí, in¬crédulo—. ¿Benja y una policía? ¿En serio?—Totalmente —aseguró Felipe—. Tuvieron el cor¬tejo más breve e intenso de la historia.—Tuvimos un compromiso de dos días —dijo Benjamín con una sonrisa tan bobalicona que

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    yo me quedé boquiabierto—. Estoy cumpliendo una condena de por vida y estoy disfrutandocada minuto de ella. Hoy en día, la única mujer a la que quiero tocar es a Camila, así que másvale que tú te ocupes de tu precio¬so «paquete» mientras yo recojo el equipaje.—¿Soy el único primo Rojas libre y sin una sonri¬sa de tonto enamorado en los labios? Almenos hay uno de nosotros al que le queda un poco de sentido común —Tomando mipaquetito en brazos, empujé la puerta con el hombro y recoloque a Mariza mascómodamente. No pude hacer nada para evitar que ella me rodeara con sus brazos suyos por

    el cuello y me besara debajo de la mandíbula.—Te deseo, semental mío.Coco rompió a reír mientras rodeaba la camioneta para ayudarme.—¿Estás seguro de que esa mujer te odia, «semen¬tal mío»?Coco me guiñó un ojo picándome.—No me gustaría nada que se aprovechara de ti y arruinara tu reputación.—Si necesitas ayuda, llama a mi esposa —bromeó Benjamín—. Ella se ocupará de arrestar aMariza. Se le da muy bien arrestar a la gente. En una ocasión, incluso me arrestó a mí.Fruncí el ceño mientras Mariza seguía dándome besos. Y yo que me quejaba de que secomportara como una desquiciada. Lo que diera en ese momento por que las cosas fueran

    así. Mi amiguito estaba padeciendo de una crisis nerviosa de alto grado.—Gracias por la ayuda —dije, malhumorado—. Yo puedo ocuparme de todo a partir de ahora.Ya pue¬den ir a retirar las señales de la zona de aterrizaje de mis pastos.—Aparte de todas las bromas, nos alegramos de volver a tenerte en casa. Te daremos tiempopara asen¬tarte con tu «misión secreta» antes de pedirte que nos correspondas porhabernos ocupado de tu hacienda du¬rante todos estos años. Además, no puedes dejar deasistir a la recepción que se va a organizar para los re¬cién casados —dijo Felipe dedicándoleuna sonrisa picara Benjamín—. Aún hay que presentar al marido a su suegro y a sus cuñados.Son todos policías y no están precisamente encantados con esta repentina boda.Benjamín hizo una mueca de impotencia.

    —Lo cierto es que no me vendría nada mal un poco de apoyo. Me han dicho por teléfono queme asegure de hacer feliz a Camila, o de lo contrario...Cerré la puerta de mi casa con el pie ante las narices de mis primos y casi corrí hasta lahabitación de invitados, donde puse a Mariza en pie y la suje¬té mientras apartaba lassábanas.—Recuérdame que no vuelva a darte una de esas malditas pastillitas —murmuré entre dientesmientras la hacía tumbarse.Me limité a quitarle las botas antes de cubrirla con la ropa de cama. Ayy No.Fascinado, observé cómo se estiraba a placer antes de dedicarme una sonrisa tan seductoraque estuvo a punto de hacer que se me doblaran las rodillas. Trate de apartar la mirada, perofue imposible. Mariza se había transformado en una mujer extraordina¬riamente bella, yexcitante. Demasiado excitante para mi gusto.Cuando se aferró del cuello de mi camisa y prácti¬camente me hizo tumbarme sobre ella nopude mantener mi resistencia, como debería haber hecho. Como un idiota, me limité a mirarsu boca sensual y carnosa y a preguntarme qué sen¬tiría si rozara aquellos aterciopeladoslabios con los míos.Y si…—Ven a la cama conmigo, Franco —me invitó ella—. Te deseo...¿Joder que hecho yo para merecer este castigo? Diosito yo soy humano. No me la pongas tandifícil.—Voy a simular no haber escuchado lo que acabas de decir. Y ahora, dame un respi¬ro yduérmete.En lugar de obedecer, Mariza tiró de nuevo del cuello de mi camisa... y me besó de lleno enlos labios. Era posible que oliera un poco al agua del estanque, pero su sabor era delicioso y

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    yo no pude evitar responder al instante.Al diablo con todo aquel rollo de tratarla como a una hermanita, me dije mientras le devolvíael beso con temerario abandono. Aquélla sería la primera y última vez que besaría a MarizaAndrade. Estaba tan afectada por la medicación que se estaba comportando como sirealmente le gustara, como si realmente se sintiera atraída por mí. No es que me consideraraun adefesio, ni nada por estilo. Yo arrastraba mi fama. Y tenía unos dotes al cien por uno deconquistador. Pero para Mariza en sus cabales yo era como un grano en el culo. Y yo creo que

    nadie le guardaría mucho cariño a un amiguito así.Y un hombre como yo podía permitirse una fantasía ocasio¬nal. Además, la seductora sirenaque se había apoderado del delicioso cuerpo de Mariza me intri¬gaba y me hechizaba.Y como fantasía, no había duda de que aquélla era una adorable tentación. Mariza me estababesando como si le fuera la vida en ello mientras no dejaba de acari¬ciarme todo el cuerpocon las manos.—Desnúdate conmigo, Franco —susurró cuando fi¬nalmente se apartó un poco para tomaraire.—Ya me has tentado lo suficiente —murmuré a la vez que retiraba los brazos de Mariza de micuello—. Duérmete, por favor.

    La respuesta de Mariza consistió en otro beso demo¬ledor.¿Por qué a mí?Mientras luchaba por controlarme y me de¬cía que ya era hora de interrumpir aquel beso, lacabe¬za de Mariza cayó hacia atrás y sus manos se deslizaron inertes a sus lados. Por fin sehabía dormido. Gracias a Dios.Con la respiración agitada, me levanté y con¬templé a Mariza un largo y confuso momento.La había conocido con dieciséis años y siempre había mostrado un claro rechazo hacia mi,aunque yo no sabía qué había hecho o dicho para merecerlo. Y, de pronto, Mariza se habíalanzado sobre mí... y yo había dis¬frutado demasiado del contacto.Sonreí divertido al pensar en la compañía femenina con la que iba a compartir

    temporalmente mi vida. La siguiente ocasión en que Mariza decidiera atacarme con sumordaz lengua, recoda¬ría aquel beso y me sentiría mejor.Me incliné impulsivamente y roce los labios de Mariza con los míos... por última vez.—Supongo que por la mañana volveremos a ver a la auténtica Mariza Andrade, ¿verdad, niña?A continuación, como un auténtico buen hermano, la cubrí con la sábana hasta el cuello ypalmeé cariño¬samente su cabeza antes de apagar la luz. Después del tormento sexual porel que lo había hecho pasar, iba a necesitar una ducha de agua bien fría.

    Capítulo Dos. El Plan.Tome a mi mente por las patas mientras la muy vagabunda se daba una escapada por lasnubes. Si dirán las mentes no tienen patas, pero la mía era tan especial que a falta deninguna tenia cuatro. Ayy las nubes. Se sentía riquísimo por allí. No me apetecíadespertarme. Pero no tenia de otra. Adiós nubecita. ¡Hola maldita realidad!Finalmente abrí un ojo y mire al techo. No tenía ni idea de dónde diablos estaba. Durante lasdos semanas anterio¬res no había dejado de ir de un lado a otro. Franco Fritzenwalden, aliasmi torturador personal, me había arrastrado de acá para allá como si fuéramos fugitivoshuyendo de la ley.Con una obsesión rayando en la paranoia, no habíamos parado de ir de un hotel de malamuerte a otro, inscri¬biéndonos siempre con nombres falsos y pidiendo habi¬tacionescomunicadas para que Franco pudiera acceder a mí en caso de que surgieran problemas. Perono ha¬bía surgido ninguno, por supuesto, y aquello se había convertido en una simpletortura destinada a apaciguar la evidente neurosis de mi padre. Martín Andrade queríatenerme enterrada en la oscuridad hasta que aquella su¬puesta amenaza desapareciera.

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    ¿En qué había estado pensando mi padre cuando me había enviado al último hombre de latierra que yo habría elegido como protector personal? Tratar con un desconocido habría sidomás fácil, pero no con aquel hombre, pensé mientras otra vez mi nubecita regresaba por mí.Varias horas después salí finalmente de la cama y parpadeé sorprendida al ver unos vaquerosgastados y una camisa de franela sobre el respaldo de una silla. ¿Qué tocaba en aquellaocasión?, me pregunté mien¬tras se encaminaba por el pasillo hacia el baño. Franco mehabía hecho cambiar de disfraz a diario durante aquellas dos semanas. Pelucas rubias,pelucas negras, ropa unisex, gafas... Al parecer, la última novedad iba a consistir en que mevistiera de hija de granjero. Si seguía así mucho tiempo iba a acabar olvidando quién era.Una vez en el baño me desvestí y entré en la du¬cha. Dado el obsesivo comportamiento quehabía teni¬do durante aquellos días, me sorprendió que Franco no estuviera ya en el umbralde la puerta, vigilándome.Diez minutos después volví al dormitorio a ves¬tirme. Estaba abrochándome la camisacuando un flash de un repen¬tino recuerdo pasó por mi mente. Me vi a mí misma ante laescotilla abierta del avión, totalmente desorien¬tada mientras Franco anunciaba que íbamosa saltar. Yo me había quedado petrificada mientras él permanecía tan fresco como unalechuga, como si saltar de avio¬nes en plena noche fuera una actividad habitual en su vida. Y

    debía de serio, porque ni siquiera pestañeó cuando me sujetó y saltó conmigo del avión.Después, los recuerdos se volvían muy borrosos.Cuando me senté en el borde de la cama para po¬nerme las botas, una extraña imagensurgió en mi men¬te. Me moví incómoda en la cama. Casi podría haber jurado que recordabahaber estado sentada en el regazo de Franco, viviendo una fantasía secreta que habíareprimido durante años.—Ya era hora de que te levantaras, Pipi.Me sobresalté al oír la profunda voz de Franco. Cuando miré por encima del hombro lo virelajadamente apoyado contra el marco de la puer¬ta. Vestía vaqueros y camisa de franela ysus musculosos brazos estaban cruzados sobre su pecho. Su sonri¬sa hizo que sintiera una

    punzada de anhelo... la clase de anhelo no satisfecho con que llevaba años lu¬chando. Aquelmonumento de hombre despertaba en mi interior tantas emociones que nunca sabía muybien qué hacer con ellas. El resentimiento encabezaba la lista de los sentimientos quedespertaba en mi, pero iba seguido muy de cerca por el exasperante y poco realistaencaprichamiento que me había perseguido desde mi adolescencia.Ignoré las emociones que me agitaron en mi interior e hice un gesto con la mano como si lasestuviera espantando como moscas.—¿Se puede saber dónde estamos y qué farsa toca interpretar hoy?—Estamos en mi Hacienda de Santiago del Estero —contestó él, dejándome sorprendida.Franco un hacendado. No me cuajaba. No lo visualizaba como un hombre de campo.—¿Tu hacienda? No sabía que tuvieras una —Me levante de la cama y salí dela habitación rumbo al pasillo mas cercano—. ¿Hace cuánto la tie¬nes?—Me crié aquí —me dijo Franco mientras me seguía por el pasillo—. Hace varias generacionesque pertenece a la familia.Me detuve ante la puerta del espacioso dormitorio principal. Me fijé en el decorado y losmue¬bles, típicamente masculinos, y en el ordenador portá¬til que se hallaba sobre unamesa conectado a todo tipo de artilugios. Cuando vi las fotografías que se hallaban sobre eltocador, me acerque y tomó una en la que Franco aparecía con otros tres hombres claramenteparecidos entre sí. Los tres eran muy atractivos, muy no, demasiado diría yo, uno con el pelonegro y otros dos con pelo rubio, se notaba que estaban en muy buena for¬ma. No se veíaun solo gramo de grasa fuera de su sitio. Estaba viendo antes mis ojos cuatro ejemplosfidedignos de la perfección masculina. Y para rematar el cuadro de excelencia. Ninguno medíamenos de un metro ochenta.Definitivamente aquellos cuatros tenían que ser familia o algo.

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    —¿Tus hermanos? —pregunté sin evitar mostrar mi curiosidad.—No tengo hermanos ni hermanas. Ésos son mis primos por parte de la familia de mi padre.Los conocerás junto con sus esposas mañana por la noche. Y por cierto, éste es nuestrodestino fi¬nal.—¿Durante cuánto tiempo? —pregunté mien¬tras miraba otra foto en la que Franco sehallaba junto a un hombre y una mujer que debían de ser sus padres.—Hasta que la amenaza desaparezca —Franco arro¬jó ropa sucia en la cesta del baño deldormitorio y luego me tomó por el codo—. Vamos, niña. Te he estado esperando para comery estoy muerto de ham¬bre.Me dejé llevar sin protestar, pero sólo porque sentía verdadera curiosidad por ver la casa enque había crecido Franco Fritzenwalden.—Alguien de por aquí tiene un gusto excelente — comenté mientras contemplaba el ampliocuarto de es¬tar, amueblado con dos grandes sofás, dos cómodos sillones y una granpantalla de televisión—. Supongo que fueron tus padres.—Gracias, Pipi. No me hagas nunca un cumpli¬do si puedes evitarlo —dijo Franco, riendo—.Mis pri¬mos han sido lo suficientemente amables como para llenar la nevera antes denuestra llegada, así que no protestes si no te gusta la guarnición que han compra¬do para

    los sándwiches.Me detuve en seco al entrar en la cocina comedor. El sol entraba a raudales a través de unosventanales que llegaban del suelo al techo. Fascinada, me acerqué a éstos para contemplarlas colinas que se alzaban a lo lejos, moteadas por el ganado y los caba¬llos dispersos porsus laderas. Una espesa hilera de ár¬boles indicaba el trayecto de un riachuelo que seper¬día en la distancia.—Vaya —murmuré apreciativamente —. Qué vista tan increíble.—¿Te gusta?Volví mi mirada hacia Franco al notar que éste parecía genuinamente interesado en miopi¬nión. Aquello era toda una novedad, pensé. Normal¬mente, aquel hombre se mostraba

    siempre fríamente profesional y casi nunca dejaba ver sus emociones. Ni siquiera parpadeabacuando lo recriminaba con aspere¬za por estar arrastrándome de un lado a otro como sifue¬ra un paquete. Y, de pronto, parecía que mi opinión impor¬taba. Por lo visto, por finhabía dado con algo que despertaba su pasión. No hacía falta ser un genio para darme cuentade que su casa significaba mucho para él. Si le sucediera lo mismo conmigo...Baaa… Descarté aquella ilusa posibilidad de inmediato. Franco Fritzenwalden me considerabauna simple misión... pagada por mi padre. Más aún, aquel hombre me trataba como si fuerasu hermanita. Siempre lo había hecho. Y no podía imaginar cómo había herido siempreaquello mi orgullo femenino.—¿Y bien? —insistió Franco.—Me encanta. Creo que voy a comprarlo —repli¬que con el distante aire esnob que Francohabía llega¬do a esperar de mi—. ¿Cuánto pides por la hacienda?—¿Lo quieres completo, con ganado y todo?Cuando me sonrió con sus ojos celestes, volví a perder mi tonto corazón. ¿Por qué tenía queejercer aquel hombre un efecto tan catastrófico sobre mí?Tuve que limitarme a asentir, porque no me fiaba de mi voz. En aquel entorno, Franco parecíadistinto, más re¬lajado y cómodo, menos profesional y más accesible. Aquél debía de ser sulugar favorito, su refugio.—Completo —repliqué finalmente, incapaz de con¬tener la sonrisa que dislocó mis labios.Franco se inclinó hacia mí hasta quedar tan cerca que casi pude contar sus largas y castañaspesta¬ñas. Contuve el aliento cuando vi que detenía la mi¬rada en mis labios. Me preguntési estaría a punto de besarme. ¿Franco? Ni hablar. Sin embargo, tuve la ex¬traña sensaciónde saber lo que se sentía teniendo aquella sensual boca sobre la mía, de saber lo que eraperderse en uno de sus besos. Evidentemente, debía de estar enloqueciendo.

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    —Ni siquiera tú y el dinero de tu padre pueden per¬mitirse este lugar —murmuró Francomientras contem¬plaba mi rostro—. No hay suficiente dinero en la Reserva Federal paraconvencerme de que me des¬prenda de esta hacienda, Pipi.A continuación dio un paso atrás y su rostro vol¬vió a adquirir su indiferente expresiónhabitual. Por un instante, yo habría jurado que me había mirado como a una mujer, no comoa una misión, no como a la niña que había sido para él desde que nos habíamos conocido.—Siéntate. Voy a preparar algo de comer.

    00000000

    Cuerpecito lindo contrólate. No te portes como un traidor otra vez conmigo, tu queridoPablito. Tu papaíto lindo. Ufff contigo no se puede. Operación retirada. Rápido…Me volví velozmente hacia la nevera para sacar lo necesario. Eres un boludo Pablo, como esposible que quieras besarla. Te has vuelto loco. Bueno quizás de tanto andar pegada a la locaya hasta me había contagiado. Podía ser ¿No? No podía dejar de mirarla sin pensar en ellacomo la mujer sensual y tentadoraen que se había convertido la noche anterior. Me sentía como si alguien me hubiera dado ungolpe en la cabeza y estu¬viera viendo doble. La imagen del impertinente diablillo que

    disfrutaba sacándome de quicio se superponía a la de la mujer seductora y provocativa que eldía anterior no había dejado de manosearme. Uyyy como me gustaría que ese diablito hicierade las de él un vez mas. De solo pensarlo mi amiguito lo afirmaba. Maldición.Ya no podía reaccio¬nar normalmente ante ella, eso te¬nía que terminar de inmediato. Mepagaban muy bien para protegerla, no para que tuviera una aventura con ella. Aunque lo deuna aventura resultaba tan tentador que quizás… No. Basta eres un profesional Pablo ceroplacer y trabajo… Ayy Dios ni yo mismo me lo creo. Resistencia pablo resistencia.00000000

    —¿Cuál es el plan? —le pregunte a la vez que asentía a modo de agradecimiento por la

    comida y la bebida que Franco dejó ante mi—. ¿Vamos a quedar¬nos aquí hasta que papá teavise de que el terreno estádespejado?Franco dejó su plato en la mesa y ocupó una silla frente a mí.00000000

    —Sí —le respondí, decidido a retomar el buen camino—. Yo voy a tener que ayudar a misprimos con las tareas de la hacienda, pues estos últimos años apenas he pasado por aquí.Hay que reparar cercas, construir corrales, vacunar al ganado, llevarlo a pastos lejanos...—De manera que tú vas a jugar a lo vaqueros, ¿pero qué se supone que voy a hacer yo?¿Quedarme aquí sentada en lugar de seguir con mi prometedora carrera de abogada?—Ésa es la idea general, sí.Ella hizo una mueca de desagrado.—Típica respuesta masculina.—Lógico. Yo soy un hombre típico. ¿Qué clase de respuesta esperabas?—Tú planeas retomar tu antigua vida mientras yo permanezco en el limbo a la espera de queme permi¬tas irme, ¿no? No estoy interesada. Ahora infórmamesobre el plan B.—No hay plan B. Estarás a cargo de la casa — Yo sabía que aquello irritaría a Mariza, pero mesentía mejor discutiendo con ella que alimentando las sensaciones prohibidas que measaltaban si la miraba dema¬siado.—¿Voy a ser la asistenta? —preguntó Mariza, con un dejo que demostraba a lucesfosforescentes su irritación.

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    —Exacto. Yo traeré a casa la panceta y tú la coci¬narás.—Creía que criabas vacas, no cerdos —replicó ella burlonamente—. Menudo hacendado estáshecho, Franco Fritzenwalden. No sabes distinguir un toro de un cerdo —Ahí estaba de nuevomirándome con suspicacia, y echándome a bajo—. O puede que la verdad resida en que esteagujero al que me has traído no sea tu hacienda.Respirando hondo y apoyando mis codos en la mesa, la miré, y deci¬dí que había llegado elmomento de hablar claro. Había que colocarle los puntos a las íes.—Mi verdadero nombre es Pablo Rojas y ésta es mi hacienda. Utilizo varios alias,dependiendo de la mi¬sión. Todo el mundo en Santiago del Estero me conoce como Pablo.Será mejor que te acostumbres a llamar¬me así para no despertar sospechas.Ella se quedó mirándome, boquiabierta, y abrió tanto los ojos que en un momento penséque tendría que recogerlos del piso.—¿No eres el guardaespaldas y consejero de mi padre? —preguntó cuando por fin al parecerrecuperó la capaci¬dad de hablar.—No exactamente.—Entonces, si no trabajas para el gobierno, ¿para quién trabajas?—Trabajo para una organización que ofrece ser¬vicios especializados tanto a clientes

    privados como a sectores gubernamentales —expliqué mientras Mariza seguía mirándomecon expresión de asombro—. El gobierno nos contrata para determinadas cosas porque noestamos sometidos al mismo escrutinio que sus organizaciones.—En otras palabras, el gobierno los utiliza porque pueden jugar según vuestras propiasreglas...—Podría decirse eso. Tu padre es mi contacto, Suele bromear diciendo que somos la versiónmasculi¬na de Los Ángeles de Charlie. Pero ninguno de mis je¬fes se llama Charlie y, debidoa su experiencia en contraespionaje, tienen acumulada mucha información que el Pentágonoenvidia. Ha llevado dos años recopi¬lar la información sobre la trama rusa y los sindicatosinfiltrados en Estados Unidos.

    —Y las cosas iban bien hasta que la mafia rusa descubrió que se habían infiltrado en su red—resu¬mió Mariza.—Más o menos. A pesar de su inmunidad diplo¬mática, tu padre se vio obligado a ocultarse.Conside¬ró necesario retirarte de la circulación para que no pudieran utilizarte como prendade cambio, haciéndo¬le elegir entre tu vida y su compromiso con la patria. La mafia nopuede atacar directamente a tu padre sin que ello genere consecuencias internacionales, peropodrían obligarlo a permanecer en silencio si te echa¬ran el guante.Mariza se apoyó contra el respaldo del asiento al parecer intentaba digerir la sorprendenteinformación.—Ni siquiera papá sabe con exactitud dónde estoy, ¿verdad?—No, y es una medida que sirve tanto para su pro¬tección como para la tuya. Ni si¬quiera mipropia familia sabe con exactitud para quién trabajo. Han aceptado el hecho de que no soylibre para revelar demasiada información. De hecho, ni si¬quiera estoy muy seguro de porqué te estoy contando todo esto. Bueno, puede que sí lo sepa —dije admitiéndolo.—Porque esperas que deje de darte la lata mientras estamos metidos aquí de formaindefinida —dijo Mariza de inmediato—. Has decidido contarle a la niña lo sufi¬ciente comopara que te deje en paz, ¿no, agente 007?Yo no pude evitar responder a su descarada son¬risa.—Uhmmm, hay algo más —dije, y me aclaré la garganta antes de tomar un bocado de misándwich—. Tengo que explicar tu presencia a la comunidad. Mis primos saben que estoy enuna misión, pero sus esposas no.—¿Se supone que voy a ser tu asistenta temporal, o algo así? —preguntó Mariza con el ceñofruncido.—No. Vas a hacerte pasar por mi esposa. Estamos locamente enamorados, por cierto.

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    —¿Tu esposa? —repitió Mariza, anonadada. Un ins¬tante después echó hacia atrás la cabezay rompió a reír. Aquélla no era precisamente la reacción que yo es¬peraba—. ¡Qué bien!Podemos tener sexo, sexo y más sexo, y podré sobarte en privado y en público sin quenadie... —su voz se apagó momentáneamente. Luego me miró boquiabierta antes de dar ungri¬to—. ¡Oh, Dios mío!Oh oh… Alguien había recordado sus fechorías de la noche anterior.Su cara de pasmada lo decía todo. Sin duda, los efectos de la pasti¬llita mágica ya eran

    historia. Desafortunadamente. Para mí.Y ahí vamos de nuevo. Cerré los ojos al instante con resignación, esperando a la leona rugirde nuevo. El dragón dormido estaba de regreso.—¡Esa pastilla que me diste! — chilló—. ¡Mal¬dita sea, Franco... digo, Pablo!¡Eres un desgraciado! ¡Cretino! ¡Boludo de mierda….Y ahí estaba ladrando, gruñendo y escupiendo. Esa loca si que tenía un carácterpodrido. Es que acaso no podía tomarse las cosas con más tranquilidad.No, claro que no, ella tenía que darle pata suelta a su gentil lengua viperina.Estaba cien por ciento convencido que al finalizar mi operación infortunio, o alias Marizatendría que hacer una visita al medico. Mis oídos serian victima

    de un daño irreversible. Lo único bueno del asunto es que mi léxico había sido altamenteenriquecido. Ya me conocía de P a Pa, todos los insultos habidos y por haber en cincoidiomas. Y eso significaba un gran aporte a mi cultura. Hasta los podía practicar con misprimos e intercambiar información con Benja que poseía una alta maestría en ello. Y masahora que según Coco y Feli, su flamante esposa Camila había contribuido enormemente a lacausa, por su alta experiencia en la rama.0000000Me cubrí el rostro con las manos mientras destellos de lo sucedido pasaban por mi mente.Recordé haber estado sentada sobre el re¬gazo de Pablo haciendo realidad mi fantasía debesarlo y acariciarlo. También recordé vagamente el sonido de una conversación a mí

    alrededor mientras lo hacía. Y después... Gemí en alto al recordar que lo había besado en loslabios antes de quedarme dormida. Aquello no ha¬bía sido un sueño erótico. Había sidoalgo real. Me sentía tan mortificada que no pude permanecer allí ni un momento más.Me levanté velozmente de mi silla y corrí a la úni¬ca habitación de la casa que estaba segurade que tenía cerradura. El baño.— ¡Vuelve aquí, Mariza!Escuché que la silla de Pablo caía al suelo cuando se levantó para ir tras mí, pero aquello nome hizo de¬tenerme. Me encerré en el baño y miré mi reflejo en el espejo. Parecía una brujadelirante con mi pelo rojizo revuelto entorno a mi rostro ruborizado.—¡Abre la puerta, Mariza! —ordenó Pablo.—No. Pienso quedarme a vivir aquí indefinida¬mente. Puedes darme la comida por laventana. No quiero volver a verte. ¡Menuda manera de hacer el ri¬dículo! —. Después de losuce¬dido, Pablo ya sabía que me sentía atraída por él. Me iba a ser imposible interpretar elpapel de su enamorada esposa en público. La situación se acercaría demasia¬do a la verdady Pablo podría llegar a descubrirme.—Vamos, niña, no te lo tomes así. Sé que la de ayer no eras tú, y ya está todo olvidado.—No me llames niña. Hace tiempo que dejé de serlo.—Después de lo sucedido anoche, te aseguro que soy muy consciente de ello.Yo, que estaba apoyada de espaldas contra la puerta, me deslice hasta quedar sentada en elsuelo al mismo nivel de mi mal trecha dignidad. Nunca me había sentido tan humillada en mivida.—Tus primos fueron testigos de mi comportamien¬to, ¿verdad? Vieron que me comportabacomo una ninfómana.—No te preocupes. Les dije que en realidad me odiabas, pero que te hallabas bajo los efectos

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    de una medicina. Y ahora, sal de ahí y ven a terminar tu sándwich. Tenemos que instalarunos cuantos artilugios electrónicos que nos avisarán si algún desconocido se acerca poraquí.—¿ Pablo?—¿Sí?—Siento mucho haberte avergonzado delante de tu familia.—Olvídalo. Todo el mundo debería pasar al menos por un momento vergonzoso en su vida. Y

    tampoco es que te desnudaras delante de mí, ni nada parecido.Me puse en pie y me volví hacia la puerta.—¿Y si lo hubiera hecho? —pregunté para tentar el terreno.—Mari... —dijo Pablo en tono de advertencia.—En serio. ¿Y si lo hubiera hecho? —insistí—. Contesta.—No hasta que abras la puerta.—Todavía no me atrevo a mirarte a la cara. ¡Con¬testa!—En realidad no lo quieres saber.—No me digas lo que quiero o no quiero saber. Quiero saber cómo habrías reacciona¬do.¿Habrías tenido relaciones sexuales conmigo si me hubiera arrojado desnuda entre tus

    brazos?Esperé la respuesta con el aliento contenido... pero no me sirvió para nada. En lugar decontestar, Pablo se alejó por el pasillo. Pero cuando yo Mariza Andrade quería averiguar algono había nada que me detuviera. Salí del baño y prácticamente corrí tras él. En realidad noestaba segura de qué respuesta quería escuchar, pero en aquellos momentos me daba lomismo.Cuando entré en la cocina vi que Pablo se había sentado a seguir comiendo su sándwich. Nisiquiera se molestó en mirarme, pero yo decidí en aquel instan¬te que ya estaba harta. Pablome había ignorado durante años, y no estaba dispuesta a permitir que siguiera ha¬ciéndolo.Ya era una mujer, no una niña, y había llega¬do el momento de que me tratara como tal.

    —¿Sí o no? —pregunté de nuevo.—Eso ya da igual —murmuró Pablo sin mirarme—. No pasó nada. Y no va a pasar nada. Nosmostraremos afectuosos en público porque eso es lo que se espera de nosotros, pero enprivado tu conservarás tu espacio y yo el mío, niña.—¡Si vuelves a llamarme niña una vez más te es¬trangulo!Pablo ignoró mi comentario con su habitual frial¬dad.—Hace mucho que conozco a tu padre. El me pi¬dió específicamente que te protegiera, y esoes preci¬samente lo que pienso hacer. No va a haber cuerpos desnudos y sexo. Eres como mihermana pequeña y tu padre es una figura paternal para mí.Debido a mi estado de ánimo, aquel comentario disparó mi resentimiento acumulado pordurante años.—Claro. Tú eres el hijo que mi padre nunca tuvo.No ha dejado de echármelo en cara durante años. Eres el señor perfecto que nunca puedehacer nada mal —apoyé mis manos en las caderas y alce la barbilla a la vez que miraba aPablo con expresión iracunda. Preparada para la pelea—. ¿Cómo te crees que me sentía alverme comparada con Mister Perfecto? Me empeñé en sacar las mejores notas sólo paralograr las migajas de las alabanzas que te dirigía mi padre. Pero mis logros nunca eransufi¬cientes. Yo era la hermana pequeña oculta tras tu sombra. Quería eclipsarte, pero,¿quién puede competir con 007? Tú tuviste tu propio padre. ¿Por qué no pu¬diste dejar enpaz al mío?Sentí una sacudida interior cuando Pablo me dedicó una penetrante mirada con sus intensosojos celestes.—No sabía que te sentías así, Mari.:-Menudo espía estás hecho. James Bond. Se te pasó por alto lo evidente. Perdí a mi madre

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    hace años y lo único que tengo es a mi padre. Pero en realidad no lo tengo por tu culpa. Séque me quiere...—Por supuesto que te quiere. De lo contrario no estarías aquí.— ¡Pero yo no soy tú!Y el tarado tuvo la audacia de sonreír.—Ahora que te has quitado ese peso de encima, ¿qué te parece si sientas tu trasero en esasilla y termi¬nas de comer lo que te he preparado? Luego, puedes seguir con tu berrinche silo consideras necesario, pero esta tarde tenemos cosas que hacer. Los artilugios quedebemos instalar llegarán en menos de una hora.—Me sentaré y me callaré después de que contes¬tes a mi pregunta.Pablo me dedicó una mirada que estuvo a punto de hacer que se me doblaran las rodillas. Entodos aque¬llos años nunca me había mirado con un interés tan descaradamente masculino.—¿De verdad quieres complicar aún más la situa¬ción en que nos encontramos, Pipi? —preguntó en un tono cargado de sensualidad.Confundida, o derrotada, no sabía muy bien cuál de las dos cosas, me senté y comí.En aquel momento tomé la decisión de dar a Pablo lo que esperaba de mi. En privado sería laniña mimada, descarada y belicosa con la que, evidente¬mente, él prefería tratar. Sin

    embargo, en público pen¬saba hacer realidad mi fantasía secreta. Y ya que sería una fantasíaimposible, aprovecharía la oportunidad para explorar mis sentimientos adultos por Pablo.De¬jaría que la inútil fascinación que sentía por él siguiera su curso. Con un poco de suertese me pasaría y podría volver a centrarme en mi prometedora carrera cuando el peligropasara.Finalmente superaría mi encaprichamiento por Pablo Rojas, superaría los resentimientos demi infan¬cia y abrazaría mi nueva vida.—Esa sonrisa me está poniendo nervioso —dijo Pablo, cuyo comentario me hizo salir de miensi¬mismamiento—. ¿En qué estás pensando?¿Estaba preocupado? Tenía derecho a estarlo. Esta¬ba dispuesta a tenderle constantes

    emboscadas para resarcirse de todos aquellos años de frustración. En¬tonces veríamoscómo se las apañaba el señor «perfec¬to». Iba a ser divertido jugar alternativamente alángel y al demonio y ver cómo respondía Pablo a aquella doble personalidad.—Contesta —insistió él, impaciente. Yo le dediqué una traviesa sonrisa.—En realidad no quieres saberlo, 007, así que no preguntes.Pablo me miró un largo momento, con un aire de sospecha.—Estás planeando hacerme la vida imposible, ¿verdad?—¿Quién, yo? —Sonreí inocentemente y agi¬té mis pestañas—. ¿Cómo iba a conseguir hacerla vida imposible a un hombre tan capaz como tú?En aquel momento sonó el timbre de la puerta y Pablo se levantó de mala gana.—Probablemente será el paquete que estoy esperando. Colocaremos los artilugios en cuantotermines de comer.Terminé mi sándwich y luego recogí la mesa. No sabía exactamente qué iba a pasar, pero porprimera vez en dos semanas volví a sentirme yo mis¬ma. Tenía un plan, un objetivo: volveral imperturba¬ble Pablo Rojas tan loco como él me había vuelto a mi duraste aquellosúltimos años.

    Capítulo Tres. Y la Guerra comienza

    -¿Qué son esos artilugios? ¿Aparatos de espionaje del nuevo milenio? pregunto Mariza concu¬riosidad mientras montaba en su caballo.—Exacto —confirme mientras guardaba va¬rios sensores del tamaño de una caja de cerillasen las alforjas—. Ahorran mano de obra y pueden conectar¬se directamente a mi ordenador.

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    — ¿Vamos a enterrarlos, o a colgarlos de algún ár¬bol?—Vamos a enterrarlos —Yo no pude evitar fi¬jarme en lo bien que le sentaban a Mariza losvaqueros que llevaba puestos. Ayy Dios. Ese si que era un culito digno de admirar. Y esapiernas… Mmm. Me preguntó cómo quedarían aquellas magníficas piernas ceñidas entorno ami cin¬tura...Cuando aquella imagen me asaltó me erguí tan rápi¬do como un resorte, que mi caballo semovió inquieto bajo mis piernas. Maldición. Después del erótico encuentro de la nocheanterior y de la conversación que habíamos mantenido aquella mañana, me estaba costandoverda¬deros esfuerzos concentrarme en mi trabajo. Pablito estas mal. Muy mal. Eso noestaba bien. De hecho, era terrible. Yo no que¬ría ver a Mariza como la encantadora ydeseable mujer en que se había convertido. Quería seguir viéndola como la larguiruchaadolescente que había conocido hacía unos años, con unos pechos; que no merecían la penaser mencionados.—Tranquilo, muchacho — no sabia si me esta¬ba dirigiendo a mí mismo o a mi caballo, queempezaba a moverse inquieto, ansioso por lanzarse a galopar por el prado. Ufff si el supieraque el no era el único ansioso en ese momento.Joder Pablo deja estar fan¬taseando sobre cosas que no van a pasar. Tú eres un profesional

    y Mariza tu misión. Punto. Yo había sacado adelante con éxito varias misiones difíciles en mitra¬bajo. Y no iba a permitir que aquélla me derrotara o pu¬siera en entredicho miintegridad. Si Pablito ponte duro. Tú puedes. Bufff si fuera tan fácil.—¿Echamos una carrera hasta el estanque? —Mariza puso su montura al galope antes de queyo tuviera opción de contestar.Impulsé a mi caballo con una presión de las ro¬dillas y la seguí. La dejaría ganar, porsupuesto. Era lo menos que podía hacer después de que Mariza me hu¬biera confesado quehabía tenido que competir conmigo por el afecto de Martín y cuánto lamentaba que mehu¬biera interpuesto en su relación con su padre.Para disimular, hice avanzar a mi caballo hasta quedar a la altura de la yegua de Mariza.

    Ambas montu¬ras saltaron juntas el obstáculo de un pequeño ria¬chuelo sin romper elritmo de su marcha y seguimos galopando hacia el estanque.De pronto, un repentino recuerdo de mi juventud pasó por mi mente. Me vi a mí mismocorrien¬do a caballo con mis primos por campo abierto, sin otra preocupación que ganar miderecho a fanfarronear. Había echado de menos estar en casa y la agradable familiaridad deestar con mis primos.Dejé de pensar en aquello cuando vi que Mariza se inclinaba sobre su montura para tomar ladelantera. Me asusté cuando vi que detenía su yegua en seco y ésta se encabritaba. PeroMariza dejó en evidencia que era una buena jinete, pues se limitó a echar la cabeza ha¬ciaatrás y a reír por haber ganado la carrera.—Bueno, hermanito mayor.Bromeó mientras me acercaba a ella— ¿Reconoces tu derrota, o quieres la revancha?—Mi caballo lleva más peso.Mariza rió traviesamente.—Excusas, excusas. Admítelo. He ganado.—Tienes razón. Has ganado limpiamente. ¿Qué quieres? ¿Un trofeo para probarlo?—Sí, uno como los que he visto que tienes en tu cuarto. Supongo que tú y tus primos solíandedicarse al rodeo, y seguro que se les daba bien.Me encogí de hombros mientras guiaba mi montura hacia un bosquecillo de cedros.—Pasé un par de años en el circuito. Es una vida dura y peligrosa. Deberían dar trofeos sólopor participar.—Eso explica tu actividad en el peligroso mundo del espionaje y la intriga. Debes haberheredado un gen de la inquietud del que carecen tus primos.

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    —Después de pasar una temporada en el rodeo, mis primos estaban deseando volver aquí aocuparse de sus haciendas. Pero yo no estaba listo para asentar¬me. Entré en contacto coneste trabajo por casualidad cuando ayudé a evitar que llenaran de plomo a un agente. Laorganización me hizo una oferta interesante y me hizo pasar por el entrenamiento másriguroso y duro que puedas imaginar. Pero supongo que siempre me han gustado los retos.Yo no sabía muy bien por qué le estaba contan¬do todo aquello a Mariza, pero supuse que,ya que iba a interpretar el papel de mi esposa, necesitaba estar al tanto de algunos detalles.Cuando Mariza hizo girar su montura para alejarse trotando, yo alcé la mano como si fueraun guardia de tráfico.—Un momento, pipi. Antes tengo que enterrar aquí uno de los sensores.Mariza desmontó para soltar sus alforjas y sacó de una de ellas una pala plegable.—No había visto una de éstas desde que estuve de acampada en los Alpes mientras mi padretrabaja¬ba de agregado en Suiza —se echó la pala al hombro y sonrió—. ¿Dónde hay quecavar, señor?—Yo me ocuparé de cavar — Alargué una mano hacia la pala, pero Mariza se apartó.—Yo puedo hacerlo —insistió—. ¿Dónde quieres que cave el hoyo? ¿Y cómo funcionan esossenso¬res?

    Señalé un lugar cercano a los árboles y de pronto mi amiguito brinco de alegría cuandoMariza se inclinó para empezar la tarea. Ayy no otra vez. Ahí estaba, el panorama perfectoante mis ojos. Su vaquero estaba tensado entorno a su curvi¬líneo trasero y mi miradaatraída como un imán se centró en él como un rayo láser. Pero si es perfecto. Como sihubiera sido tallado a mano. Y se ve tan firme. Si es firme muy firme, recuerda Pablitocuando la tuviste entre tus piernas. No es camuflaje. Es real. Diablos que tortura.Tragando saliva nerviosamente, espante mis fatídicos pensamientos, y me volví para sacaruno de los sensores y lo activé.—Hay una cámara minúscula que envía la infor¬mación a un satélite. Éste lo envía al cuartelgeneral y desde allí llega a mi ordenador. Nos aportará una buena visión de la zona, a menos

    que el ganado decida plantarse encima.—¿Y todos estos aparatos servirán para que los ti¬pos malos no caigan sobre nosotros porsorpresa? — pregunto Mariza a la vez que se apartaba para que yo colocara el artilugio en elagujero.—Exacto.—¿Y te importaría decirme cuánto le está costando a mi padre todo este equipo y miprotección personal?—Eso pertenece al apartado NEAT.++++++++++

    —«No es asunto tuyo» —traduje. Aprove¬chando que tenía a Pablo de espaldas e inclinado,y luego de refrescarme mis ojos, apo¬yé un pie en su trasero y le di un empujón. Cuando vique se volvía hacia mí con el ceño fruncido me reí en su cara—. ¡Ja! Mi guardaespaldas tieneun punto débil. Tendré que recordarlo.++++++++++++

    Mientras veía cómo se alejaba, me enderecé pen¬sando que prefería tratar con Mariza la juguetona que con Mariza la seductora.—Hablando de guardar las espaldas —dije a la vez que me lanzaba por detrás hacia ella y lerodeaba el cuello con un brazo—, creo que te convienen algunas clases de... ¡oooh!Di un grito de incredulidad cuando Mariza tomó mi brazo con ambas manos, ladeó la caderacon¬tra mi y me lanzó volando por encima de su hombro. Aterricé de espaldas a sus pies,hecho un guiñapo. El sonriente rostro de Mariza, rodeado por una oscura nube de pelorizado, apareció sobre mí.

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    —¿Dónde...? —fue todo lo que logré decir.—En Hong Kong. Tomé clases de artes marciales porque mi padre se empeñó. Pero eso fueantes de que te conociera. Así que, ahora que lo estoy pensando, en realidad no necesito unguardaespaldas porque sé cómo cuidar de mí misma.Cuando ella me ofreció una mano para ayudarme a levantar, tiré de ella y, veloz como unfelino, la tumbé de espaldas en el suelo y rodeé su cuello con una mano.—No te lo creas demasiado, niña —murmuré—. Cuando has tumbado a un hombre sólo has

    ganado la mitad de la pelea...Cuando Mariza me golpeó con la rodilla en la entre¬pierna, aullé de dolor. A continuación,ella apo¬yó una mano debajo de mi mandíbula y empujó mi ca¬beza hacia atrás con lasuficiente fuerza como para hacerme ver todas las constelaciones estelares que en mi vidapensé que existían. Mientras yo trataba de re¬cuperarme, Mariza se apartó de mi y se pusoen pie de un salto.—Sé muchas de estas cosas, R-007 —dijo a la vez que adoptaba una postura típica de losluchadores de artes marciales—. Si quieres arriesgarte a no poder te¬ner nunca un hijo y atener que dedicarte a cantar de soprano el resto de tu vida, adelante.Resoplando, me puse a cuatro patas. Nunca habría pensado que Mariza estuviera tan bien

    provista en el terreno de la autodefensa.—De acuerdo, niña —le dije mientras me ponía de pie, tambaleante, palpando mimasculinidad, asegurándome de que todo estuviera en su sitio. Uyyy pobre de mi amiguitotan contento que estaba hasta hacia unos momentos.—Te he dicho que no me llames así.Volví a ignorar su protesta.—Puede que se te dé bien defenderte de un solo hombre, pero, ¿y si son varios?Mariza se encogió de hombros mientras se encamina¬ba hacia los caballos.—Nunca lo he probado. Si sirve para que te que¬des más tranquilo, puedes probarme tú ytus primos.

    Me encaminé con cautela hacia mi caballo. Había perdido el segundo asalto con Mariza;primero la carrera y luego la prueba de autodefensa. A ella le vendría bien para suautoestima, dado el resentimiento que había experimentado hacia mi durante todosaque¬llos años. Merecía regodearse... aunque sólo fuera un poco. Pero Mariza no estabapreparada para enfrentarse a la clase de tipos que la mafia podía haber enviado tras ella. Losmatones jugaban sucio y solían carecer de conciencia. Esperaba que todo aquello seresolviera antes de que Mariza tuviera que demostrar su habilidad en varios combatestácticos.—¿Adonde vamos ahora? —preguntó Mariza. Con¬templando las enormes extensiones depasto que se perdían en el horizonte, matizado aquí y allá por innumerables cabezas deganado. Cuando inhaló profundamente, mi atención se centró al instante en sus pechos,resaltados por la ceñida blusa que había optado por po¬nerse, en lugar de la amplia camisade franela que yo le había dejado en el dormitorio. Pablo eres un pervertido quita la miradade allí—. Me encantan estos es¬pacios abiertos —murmuró.—Espero que también te gusten las tareas domésti¬cos —dije tras montar—. Mientras yo meocupo de ayudar a mis primos tú tendrás que ocuparte de la casa. No estaba bromeandorespecto a ese tema.—Ni en sueños, vaquero —replicó Mariza con una sonrisita burlona—. Ésta es tu misión,¿recuerdas? Debes asegurarte de que esté bien aumentada, vestida y protegida. ¿Quierescomer? Prepárate tú la comida. Yo me ocuparé de mi colada y tú de la tuya.Encaminé mi montura hacia el sur, donde pensaba instalar otro sensor.—¿Por qué no me sorprende que planees ser difícil y no cooperar?—Tú nunca me has facilitado la vida, y te estoy devolviendo el favor.Aunque yo era un hombre paciente, deseé con todas sus ganas que Martín y los demás

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    agentes reco¬pilaran cuanto antes la evidencia necesaria para entre¬gársela al raí y a la CÍA.Pero la burocracia guberna¬mental era lenta como una tortuga, y no se emitían así como asíórdenes de arresto internacionales. Y, desgraciadamente, hasta que eso sucediera iba averme atrapado allí con Mariza.++++++++++++Contemplé mi reflejo en el espejo del baño y añadí un toque de maquillaje a mis mejillas. Mehabía esmerado en el peinado y había elegido la blusa y la falda más ceñidas de mi escaso

    vestuario.Aquella noche iba a ser mi presentación oficial a los primos Rojas y sus esposas y quería daruna buena impresión. No sabía cuál era la clase de mujeres con que solía salir Pablo, perosuponía que tenían estilo y clase a borbotones. Yo podía representar aquel papel confacilidad porque había tenido que hacerlo en mu¬chas ocasiones durante las diversasmisiones diplomá¬ticas de mi padre. Aunque prefería las circunstancias más desenfadadas yrelajadas, también podía ser deli¬cada y sofisticada si las circunstancias lo requerían.Tras echar un último vistazo al espejo salí del baño. Iba a ser divertido interpretar el papelde la enamorada esposa de Pablo. Podría bajar la guardia y reaccionar con naturalidad paravariar. Si lo hacía sentirse incómodo a base de mirarlo como si quisiera comérmelo de

    postre, que así fuera. Pasara lo que pa¬sase no estaba dispuesta a que siguiera viéndomecomo si fuera su hermanita pequeña. Quisiera o no, Pablo iba a tener que enfrentarse a lamujer en que me había convertido. O si, la guerra había empezado.Cuando entré en el cuarto de estar, vi que Pablo ha¬bía cambiado su habitual traje por eltípico atuendo de botas, camisa de franela y vaqueros. Aquella vestimen¬ta enfatizaba supoderoso físico y su bonito trasero.Al oír que me acercaba, Pablo se volvió. Decidí añadir un balanceo seductor a mi caminar. Yenseguida noté que dio resultado. Pablo me recorrió conla mirada de arriba abajo y la expresión de sus ojos celestes reveló su satisfacción.—Tienes un aspecto sensacional, niña —murmuro mientras volvía a mirarme de arriba abajo.

    —Tú tampoco estás nada mal, cariñito. Pero te su¬giero que busques otra forma dellamarme. Algo sen¬cillo pero familiar. ¿Qué tal si me llamas Paloma, en lu¬gar de «niña»?Paloma Espirito. ¿Qué tal te suena, bombón?—De acuerdo. Que sea Paloma —dijo Pablo mien¬tras sacaba del bolsillo un sencillo anillo deoro.Tuve una extraña sensación en el estómago cuando me lo puso. Alcé la mirada para ver ladorada cabeza de Pablo inclinada sobre mi mano izquierda. Cuando él me miró, centré miatención en su boca. Sentía el impulso de besarlo para volver a comprobar cómo reaccionaba.Los recuerdos que tenía de haberlo besado antes no venían incluidos con detalles.—Cuando tengas que responder a preguntas sobre nuestra relación, sígueme la corriente —dijo él—. Nos ceñiremos a la verdad tanto como podamos.—No te preocupes, cariño. Ya sabes que he estu¬diado para ser abogada, de manera que sécomo mani¬pular la información. Deja que tus primos pregunten y ya se me ocurrirán unasrespuestas creíbles.—Me alegra oír eso, porque estoy seguro de que te van a bombardear a preguntas.Pablo me tomó del brazo y salimos de la casa. Una vez sentada en el todo terreno, no memolesté en bajarme el borde de la falda. Noté encan¬tada que la táctica funcionaba. Pablobajó de inmediato la mirada hacia mis piernas. Aunque aquella farsa no sirviera para nadamás, al menos serviría para seguir recordándole que había crecido. Pablito iba a recibir unbaño de realidad durante aquella misión.Cruce las piernas para que la falda subiera unos centímetros más y luego apoyé el codo en elreposa-brazos.—Dame detalles sobre tus primos y sus esposas, corazón.+++++++++++

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    Aparté con esfuerzo mi mirada de aquellas piernas de un millón de dólares y del atractivoescote que ceñía sus generosos pechos. La realidad era que Paloma estaba como paracomérsela y que ya nunca iba a volver a verla como antes.Desafortunadamente, era la adorada hija de Martín. Y yo como un autentico imbécil, habíacreído que podría inter¬pretar el papel de marido durante aquella misión. Grave error. Elanillo que le había encargado a Coco simbo¬lizaba privilegios a los que en realidad no tenía

    dere¬cho. Sobre todo con Pipi.—Yuju. ¿Hay alguien ahí? No es hora de estar pensando en las musarañas, 007 —se burlóMariza—. Necesito información.Yo asentí.—El primo Felipe tiene mi edad. Está casado con una profesora cuya familia es dueña de laempresa de software Lopilato.—¿En serio? He utilizado algunos de sus progra¬mas para escribir documentos legales.—Felipe se convirtió en el retraído de la familia después de que su primer matrimoniofracasara. Pero está loco por Luisana. Llevan casados ocho meses. Coco era el donjuán de lafamilia hasta que se lió con la dueña del restaurante en que vamos a reunimos. Le costó

    convencer a Micaela de que iba en serio. Yo organicé el encuentro la noche que Coco quisoque la lleváramos a su hacienda para proponerle matrimonio.—¿Te la llevaste a rastras, pataleando y gritando? —preguntó Mariza. Cuando yo asentí, ellarió, diverti¬da—. Supongo que no todas tus misiones están rela¬cionadas con la seguridadinternacional.—Ésa no, desde luego. En cuanto a Benjamín, el bromista de la familia, fue arrestado por unaagente de policía y perdió su corazón. Recientemente volaron a Las Vegas a casarse. Aún nohe conocido a la novia.—¿Tú eres el único soltero del clan?—Hasta hoy — alcé la mano en que llevaba el anillo a juego con el de Mariza—. Nos

    conocimos...—En París —interrumpió Mariza—. Yo estaba ha¬ciendo un curso de RelacionesInternacionales. He he¬cho tres de esos cursos pero he decidido centrarme en elasesoramiento de clientes en temas de fideicomiso, autentificación de testamentos y cosasparecidas. Pero también estoy cualificada para trabajar en casos de di¬famación, libelo,invasión de la intimidad, accidentes de tráfico y todo eso.Yo alce una ceja, pasmado si que tenia la coartada armada.—¿Algo más, abogada?Mariza sonrió como un duendecillo.—También puedo ejercer el derecho familiar. Di¬vorcios, anulaciones, adopciones... Esa clasede cosas. Siguiendo a mi padre de sitio en sitio me he pasado muchos años estudiando deuniversidad en universi¬dad —me miró con curiosidad—. ¿En cuántas mi¬siones has tenidoque hacerte pasar por casado, 007? Me gustaría saber cuántas mujeres te has llevado a lacama antes de que nos casáramos.Yo sonreí irónicamente.—Tú eres la primera, querida.—¿Tu primera esposa falsa? ¿Y a cuántas mujeres has seducido para obtener información, opara infil¬trarte en algún sitio?Yo decidí evadir la pregunta. No quería que se enterara de cuantas artimañas me había validopara obtener mis objetivos. Si ella supiera.—Se te dan muy bien los interrogatorios. Estoy se¬guro de que serás una abogada deprimera clase.—En otras palabras, has tenido tu dosis de mujeres durante tus viajes por el mundo. Seguroque eso hará que una chica se sienta especial cuándo se case contigo.

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    —Y seguro que tú tienes una buena lista de preten¬dientes —un sentimiento de posesióntotalmente ina¬decuado se apoderó de mí cuando dije aquello.Mariza echó hacia atrás la cabeza y el movimiento atrajo de nuevo mi mirada hacia suspechos. Gemí por dentro. No podía seguir distrayéndome de aquel modo.—Supongo que habrás dejado por ahí una larga hi¬lera de corazones rotos, ¿no? —pregunté—. Un mari¬do necesita saber hasta qué punto lo está comparando su esposa con otros.—Oh, podría hacer docenas de comparaciones —dijo Mariza con un despreocupado gesto de lamano—, Pero si alguien pregunta, diré que eres el amante más ardiente que he tenido, porsupuesto. Y ahora háblame de esa po¬licía —era asombroso cómo podía cambiar de tema sinpeder el hilo—. ¿Cómo se llama?—Camila o Cami, como suele llamarla Benja. Es pelirroja como tu, y tiene más o menos tuedad.—¿Una policía y un bromista? Interesante mezcla.—Eso mismo pienso yo. Estoy deseando verlos juntos. Tengo entendido que estas reunionesfamilia¬res son un ritual semanal. No te llevará mucho cono¬cer a todo el mundo.—Si esas reuniones me sirven para salir de la hacienda, bienvenidas sean —Mariza me mirósombriamente—. Estoy acostumbrada a moverme por ahí se¬gún me apetece. Me volveré

    loca aquí encerrada.—Ahí es donde entra en juego la posibilidad de perfeccionar tus habilidades domésticas —ledije mien¬tras aparcaba cerca del restaurante Micaela's Palace.—Ya hemos aclarado ese tema, querido —replicó Mariza en tono afilado—. Nunca he cocinadodemasia¬do, y prefiero presentarme voluntaria en algún bufete para pasar las horas echandouna mano.—Eres mi responsabilidad y necesito saber cons¬tantemente dónde estás y qué estáshaciendo hasta que la amenaza quede neutralizada.—Puedo ponerme uno de esos localizadores y así podrás tenerme controlada con tuordenador.

    —No. No te dejes llevar por un falso sentimiento de seguridad. Los enemigos de tu padreestán volviendo patas arriba el continente para encontrarte. He ocultado nuestro rastro lomejor que he podido, pero la mafia está muy bien organizada y cuenta con muchos medios.Así que no te sientas demasiado cómoda, ¿de acuerdo?Mariza me dedicó una mirada asesina antes de bajar del todo terreno.—Maldita sea, Palo —le grite cuando ella se alejó sin esperarme. La alcancé en cuatrozancadas y la tomé del brazo a la vez que miraba rápidamente a mí alrededor—. Controla tugenio —murmuré—. Se su¬pone que estás colada por mí. Sólo tienes que inter¬pretar tupapel un par de horas. Luego, puedes arran¬carme la cabeza si aún te apetece.Fruncí el ceño cuando la expresión malhu¬morada de Mariza dio paso a una sonrisainsolente. Ayy no. Peligro Pablito. Aquella expresión me preocupó aún más. Aunque ellasabía comportarse con estilo y sofisticación cuando las cir¬cunstancias lo exigían, Marizatenía una vena rebelde que siempre creaba problemas.Traté de no reaccionar cuando me rodeó por los hombros con los brazos y frotó aquel cuerpode primera contra el mío. El deseo me golpeó al instante como un puño cerrado y temí perderel autocontrol que había dado por sentado durante tantos años. Control. Bufff, si el muycretino hacia días que se había ido de juerga.—Puedes estar seguro de que después vas a pagar por esto —murmuró Mariza mientrasatraía mi cabeza hacia la suya—. Pero si lo que quieres es que me convierta en tu coladaesposa durante dos horas, eso es lo que obtendrás.Cuando me besó con toda su alma y ciñó su curvilí¬neo cuerpo al mió, sentí que se fundíanlos circuitos de mi cerebro. Por un momento olvide que estábamos en plena calle. Marizasabía tan dulce, tan agrada¬ble, que fui incapaz de no disfrutar del banquete que se meofrecía. Nunca se debe rechazar un plato apetitoso. Eso siempre me decía mi abuela. Aunque

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    LADIVINA_RDY

    en este caso el empaque fuera diferente. Pero delicioso al fin.—Vaya, vaya. Que me torturen si esos no son los re¬cién casados más recientes de Santiagodel Estero.Alcé la cabeza y vi que mi primo Felipe se acercaba a nosotros con Luisana tomada de lamano.—Tal vez será mejor que vuelvan a casa y se olvi¬dan de la cena —continuó mientras atraíaposesiva¬mente a su esposa contra su costado—. Luisana, ésta es la esposa de Pablo.

    Yo necesité unos segundos para recuperar el ha¬bla.—Os presento a Palo... a Paloma.—Me alegra volver a verte, Paloma —dijo Felipe con una maliciosa sonrisa—. La primera vezque nos vimos no te sentías demasiado bien. Espero que te sientas mejor ahora.Mariza sonrió alegremente y ofreció su mano a Luisana y luego a Felipe.—Me siento mucho mejor, gracias —me lanzó una rápida mirada y luego se volvió haciaLuisana—. Sufrí un caso grave de mareo. Las caídas desde las al¬turas parecen tener unefecto adverso en mi caso.—Bienvenida a la familia —Luisana sonrió cálida¬mente—. Felipe me ha dicho que ereslicenciada en Derecho. A nuestro profesor de Derecho Económico le encantaría que dieras una

    conferencia a los chicos. ¿Te interesaría?—Por supuesto —dijo Mariza, entusiasmada—. Dime la hora y el día.Grgrrr yo apreté los dientes conteniendo la rabia. Apenas hacía unos minu¬tos que le habíadicho a Mariza que no iba a poder andar de acá para allá sin un acompañante. Iba a quedarseen la hacienda, donde los sensores instalados me alertarían ante la primera señal de peligro.—No creo que...—No me importa, querido —me interrumpió Mariza—. Así tendré algo que hacer mientrasbusco trabajo.Apreté los puños tratando de no reventar allí mismo, cuando ella se encaminó ha¬cia elrestaurante. Tomé nota mental para estrangular a mi adorada«esposita» en cuanto

    estuviéramos a solas por haberme desafiado.

    4/3/2008, 22:20

    Capítulo Cuatro. Raptada en la Oscuridad.

    —Es que todavía no me lo creo como es posible que vos una chica que a leguas brillas por tu

    inteligencia, te hayas casado con esto. —Exclame mirando despectivamente a Benjamín. —Sisupieras que yo me pregunte lo mismo. —soltaron Coco y Felipe al unísono. Estallandoambos en una carcajada. —Hay si chicos. Son tonteras de la vida. Pero igual lo quiero. Que sele va hacer. Ya caí. Dijo Camila lastimosamente, mirando de reojo a Benjamín que ponía carade perro apaleado. — ¡Hey!… ¿Qué pasa con ustedes? Que yo tengo mis toques. ¿Oh noAmor? —dijo Benjamín mirando picaramente a Camila. —Si lo sabemos, tu eres elconquistador Rojas, el mas guapo, el mas gracioso, el mas fuerte, bla, bla, bla, bla…. —Exclamaron Coco y Felipe, otra vez al unísono. —Y que con ustedes. Par de bobos. ¿A hora sededican a hablar a coro? les reprocho Luisana muerta de la risa. —Déjalos que la tontes vienedoble Lu. —Afirmo Micaela poniendo los ojos en blanco, mientras abrazaba a Coco que haciamorritos ofendido. —Si chicas tienen razón. Ven, que yo soy el mas inteligente. Sino nohubiera podido acercarme a mi dura poli. —Ayy Benja, que yo sepa no fue precisamente, portu brillantez, que llegamos a conocernos. — ¿Y como así? Pregunté curioso. —Que aquí túprimito querido, lo pillaron por estupido. —Dijo Felipe. —¿Cómo? Volví preguntar. —Fácil

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    multado por ser estupido. —soltó Coco llorando de la risa. —¡Ahhh! Están de guasa verdad. —Pero no, al parecer estaban en lo cierto por que todos los allí presentes a excepción de Pipi yyo afirmaron con la cabeza. —A bueno. ¿Y como fue eso? Por que no me lo cuentan masclaramente, digo yo. Como que, no entiendo mucho que digamos. —Tus deseos son órdenesprimito. —Dijo Felipe. —Veras lo que…. — ¡Para! —grito Benjamín interrumpiendo a Felipe—Ya que yo soy aquí el aludido, me toca a mi contar como sucedieron las cosas. ¿No teimporta amor verdad? —le pregunto a Camila, pero esta solo sonrió y le dio el visto buenoafirmando con la cabeza, y dándole un leve pico. —En vista de que tengo el permiso de miquerida dama. Eso si amor no te enojes por algunas cosas que diga que yo narrare loshechos como pensaba en el momento. —Si, si, ya Benja. No importa, ya dale, igual si tepasas luego, me la cobro mas tarde. —Respondió Camila con una mirada maliciosa, quepredecía muy claramente que no tendría nada de contemplación con mi primito. Ufff queempalagosos eran los recién casados. —Pues lo que sucedió fue:****************

    Escuché sirenas tras de mi, pero no pude ver las luces destellantes porque mi vieja

    ca¬mioneta estaba cubierta de barro de arriba aba¬jo.No sería muy difícil librarme de aquello con una sim¬ple advertencia, pensé mientras deteníala camioneta a un lado de la carretera.De hecho. Yo sospechaba que el que lo había hecho pararse sería Francisco Bass, un antiguocompa¬ñero de colegio que probablemente tenía ganas de charlar.Apagué el motor y salí de la camioneta, pero me detuve en seco al oír una voz femenina.—¡Alto! ¡Quédese donde está!Sorprendido, giré sobre mis talones y vi a una oficial de policía que me apuntaba con unapistola, en posición de disparo. ¿Se había vuelto loca? Eviden¬temente, sí.—Apoye las manos en la camioneta, señor —dijo la agente en tono autoritario.

    Yo obedecí y entrecerré los ojos contra el sol para observar la silueta de la mujer vestida deazul que se acercaba a mi como si esperara que fuera a sa¬car una pistola para llenarla deplomo. Apuntaba el arma hacia mi cabeza, pero mi mirada estaba fija en sus pechos.¡Guau! No había duda de que la agente estaba bien dotada, y yo tuve dificultades para apartarmi especulativa mirada. Cuando lo hice me encontré frente a unas gafas de sol de espejo yuna boca totalmente besable, pero con un sesgo muy poco amistoso. La agente se quitó lasgafas, las guardó en el bolsillo de su camisa y me encontré ante unos preciosos ojosmarrones enmarcados por