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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Moderadora: ANDRE_G

Cami.Pineda

Chelsea Sharkovich

Yre24

sary_meles

andre27xl

Roo Andresen

TwistedGirl

Emii_Gregori

LizC

Vannia

PaolaS

Susanauribe

Little Rose

Anne_Belikov

sooi.luuli

flochi

loveliilara

Responsable del tema: Marina012

★MoNt$3★

†DaRk BASS†

vapino

Xhessii

Vannia

Mir

Marina012

Abril.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Í

Sinopsis……………………….…7

PARTE UNO

Capítulo 1…………………….…9

2 DE MAYO, 2008 6:32 AM...20

Capítulo 2……………………...28

2 DE MAYO, 2008 7:10 AM...39

Capítulo 3……………………...47

2 DE MAYO, 2008 7:37 AM...53

Capítulo 4……………………...59

2 DE MAYO, 2008 7:41 AM...64

Capítulo 5……………………...73

PARTE DOS

2 DE MAYO, 2008 6:36 AM

Capítulo 6……………………..81

MAYO 2008

Capítulo 7……………………..88

Capítulo 8…………………….104

Capítulo 9…………………….107

Capítulo 10…………………...114

Capítulo 11…………………...120

Capítulo 12…………………...124

Capítulo 13…………………...128

Capítulo 14…………………...130

Capítulo 15…………………...134

PARTE TRES

Capítulo 16……………………141

Capítulo 17……………………147

Capítulo 18……………………150

Capítulo 19……………………157

Capítulo 20……………………162

Capítulo 21……………………169

Capítulo 22……………………173

Capítulo 23……………………178

Capítulo 24……………………182

Capítulo 25……………………186

Capítulo 26……………………189

Capítulo 27……………………194

Capítulo 28……………………197

Capítulo 29……………………201

Capítulo 30……………………206

Capítulo 31……………………208

Capítulo 32……………………215

Capítulo 33……………………222

Capítulo 34……………………224

Capítulo 35……………………227

Capítulo 36……………………232

Capítulo 37……………………238

Capítulo 38……………………242

Capítulo 39……………………246

Capítulo 40……………………252

Capítulo 41……………………253

Capítulo 42……………………257

Capítulo 43……………………262

Capítulo 44……………………264

PARTE CUATRO

“¡Oh! ¿Y cómo disculparemos una

acción tan sangrienta?”….266

Sobre la autora………………..275

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Para Scott.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Le mostraríamos al mundo que estaban equivocados.

Y les enseñaríamos a cantar a coro.

—NICKELBACK

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por ANDRE_G

Nunca quise que alguien muriera.

Hace cinco meses, el novio de Valerie Leftman, Nick, abrió fuego en la cafetería

escolar. Al lanzarse para tratar de detenerlo, Valerie inadvertidamente salvó la

vida de una compañera de clase, pero se vio implicada en el tiroteo por la lista que

ella ayudó a crear. Una lista de las personas y cosas que ella y Nick odiaban. La lista

que él usó para elegir a sus objetivos.

Ahora, después de un verano de aislamiento, Val se ve obligada a enfrentarse a su

culpabilidad cuando regresa a la escuela para completar su último año. Perseguida

por el recuerdo del novio que aún ama y navegando a través de la rocosa relación

con su familia, sus antiguos amigos y la chica a quien salvó la vida, Val debe lidiar

con la tragedia que tuvo lugar y con su papel en ella, con el fin de reparar el daño y

seguir adelante con su vida.

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PARTE UNO

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por ANDRE_G

Corregido por Marina012

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE1,

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

La escena en la cafetería de la Preparatoria Garvin, conocida como el Cafetín, ha sido

descrita como “nefasta” por los investigadores que se encuentran trabajando en la

identificación de las víctimas de un tiroteo que estalló en la mañana del viernes.

“Tenemos equipos revisando cada detalle”, dijo el Sargento Pam Marone. “Estamos

formándonos una imagen bastante clara de lo que sucedió en la mañana del día de

ayer. No ha sido fácil. Incluso algunos de nuestros oficiales más veteranos se han

conmocionado cuando entraron al lugar. Es una tremenda tragedia”.

El tiroteo, que comenzó justo cuando los estudiantes se estaban preparando para su

primera clase, dejó por lo menos seis muertos e incontables heridos.

Valerie Leftman, de 16 años, fue la última víctima de los disparos antes de que Nick

Levil, el presunto homicida, según los informes, se disparase a sí mismo.

Con un disparo en el muslo a corta distancia, Leftman requirió una extensa cirugía

para reparar sus heridas. Los representantes del Hospital General del condado de

Garvin la han puesto en la lista de “condición crítica.”

“Había mucha sangre”, dijo un paramédico a los reporteros de la escena. “Debió

haberle disparado justo en la arteria”.

“Es muy afortunada”, confirmó la enfermera de turno de la sala de emergencias.

“Tiene una gran posibilidad de sobrevivir, estamos siendo muy cuidadosos con ella.

Especialmente por el gran número de personas que quieren hablar con ella”.

Los reportes de los testigos de la escena del tiroteo varían, algunos afirman que

Leftman fue una víctima, otros dicen que fue una heroína. Sin embargo, otros alegan

que estaba involucrada con Levil en un plan para disparar y asesinar a los

estudiantes que no eran de su agrado.

De acuerdo con Jane Keller, una estudiante que fue testigo del tiroteo, el disparo a

Leftman pareció ser accidental.

1 Original en inglés: From The Garvin County Sun-Tribune.

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“Parecía como si ella se hubiera tropezado y cayera encima de él o algo por el estilo,

pero no podría asegurarlo”, dijo Keller a los reporteros de la escena. “Lo único que sé

es que todo había terminado rápidamente después de que eso sucediera. Y que

cuando ella cayó encima de él, se dio la oportunidad para que algunas personas

escaparan”.

Pero la policía se está preguntando si el disparo que derribó a Leftman fue accidental

o fue un doble suicidio que salió mal.

Los primeros reportes indican que Leftman y Levil habían discutido sobre el suicidio

de una manera detallada, y algunas fuentes cercanas a la pareja insinúan que ellos

también platicaban sobre el homicidio, dejando a la policía preguntándose si hay

más en el tiroteo de la Preparatoria Garvin de lo que ellos inicialmente pensaron.

“Hablaban bastante sobre la muerte”, dijo Mason Markum, un amigo cercano de

Leftman y Levil. “Nick hablaba más de eso que Valerie, pero sí, Valerie también

hablaba sobre ello. Todos pensamos que era algún tipo de juego, pero supongo que

era de verdad. No puedo creer que hablaran en serio. Quiero decir, justo estaba

hablando con Nick hace como tres horas, y jamás dijo nada. Nada sobre esto”.

Así sean las heridas de Leftman intencionadas o accidentales, hay poca duda por

parte de la policía sobre el intento de suicidio de Nick Levil después de masacrar casi

media docena de los estudiantes de la Preparatoria Garvin.

“Los testigos en la escena dijeron que después de haberle disparado a Leftman él

apuntó el arma a su cabeza y jaló el gatillo”, dice Marone. Levil fue declarado muerto

en la escena.

“Fue un alivio”, dice Keller. “Algunos de los chicos incluso aclamaron, lo que supongo

estuvo mal hecho. Pero creo que puedo entender porqué lo hicieron. Fue realmente

escalofriante”.

La participación de Leftman en el tiroteo está bajo la investigación de la policía del

condado de Garvin. No se pudo dar con la familia de Leftman para que comentaran al

respecto, y la policía sólo divulga que en este momento están “muy interesados” en

hablar con ella.

Tras haber ignorado por tercera vez la alarma, mi mamá empezó a golpear la

puerta, tratando de levantarme de la cama. Justo como cualquier otra mañana. Sólo

que está mañana no era como cualquier otra. Ésta era la mañana en la que se

suponía que yo me repusiera y continuara con mi vida. Pero supongo que con las

mamás, los viejos hábitos nunca mueren… si la alarma no lo consigue, empiezan a

golpear la puerta y a gritar, sea la mañana que sea.

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Aunque, en lugar de sólo gritarme, su voz comienza adquirir ese sonido

tembloroso atemorizante que últimamente tiene tan seguido. Ése que dice que no

está del todo segura si es sólo que se me está dificultando salir de la cama o si

debería prepararse para llamar al 911.

—¡Valerie! —Sigue suplicando—. ¡Tienes que levantarte, ahora! La escuela ha sido

muy indulgente al recibirte de vuelta. ¡No lo arruines el primer día!

Como si fuera a estar feliz de regresar a la escuela. De regresar a esos embrujados

corredores. Al Cafetín, donde el mundo tal como lo conocía se había terminado el

pasado mayo. Como si no hubiera estado teniendo pesadillas sobre ese lugar cada

noche, levantándome sudada, llorando, totalmente aliviada de estar en mi cuarto

donde todo estaba seguro.

La escuela no lograba decidirse entre verme como un héroe o como un villano, y

supongo que no podía culparlos por ello. Estaba pasando un mal rato decidiéndolo

por mí misma. ¿Era el tipo malo que había puesto en acción el plan de acribillar a la

mitad de la escuela, o la heroína que se sacrificaba a sí misma para terminar la

matanza? Algunos días me sentía de ambas formas. Algunos días me sentía como

ninguna. Era tan complicado.

El comité escolar trató de tener alguna ceremonia para mí en el verano. Lo cual era

loco. No tenía la intención de ser una heroína. Ni siquiera estaba pensando cuando

salté en medio de Nick y Jessica. Es algo certero que no pensé, Aquí está mi

oportunidad de salvar a la chica que solía burlarse de mí y me llamaba Hermana

Muerta, y conseguir que me disparen en el proceso. Según todos los reportes había

sido un acto heroico, pero para mi caso… bueno, nadie estaba completamente

seguro.

Me rehusé a ir a la ceremonia. Le dije a mi mamá que mi pierna me estaba doliendo

demasiado y que necesitaba dormir un poco y que de todas formas, era una idea

estúpida. “Es típico de la escuela”, le dije, “hacer algo tan tonto como eso. No iría a

una cosa tan estúpida como esa ni aunque me pagaran”.

Pero la verdad es que tenía miedo de ir a la ceremonia. Tenía miedo de

enfrentarme a todas esas personas. Tenía miedo de que creyeran todo lo que

habían leído de mí en el periódico y lo que había visto en la TV, que había sido una

asesina. De verlo en sus ojos —Deberías haberte suicidado justo como lo hizo él—

incluso si no lo decían en voz alta. O aun peor, que me imaginaran como una

persona valiente y desinteresada, lo cual sólo me haría sentir peor de lo que ya me

sentía, dado que fue mi novio el que mató a todos esos chicos y aparentemente le

había dado a entender que yo también los quería muertos. Sin mencionar que era

la idiota que no tenía la menor idea de que el tipo al que amaba iba a acribillar a la

escuela, a pesar de que él básicamente me lo había dicho, como, cada día. Pero cada

vez que había abierto la boca para decirle a mamá todas esas cosas, todo lo que

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salía era: Es algo tan tonto. No iría a una cosa tan estúpida como esa ni aunque me

pagaran. Supongo que los viejos hábitos nunca mueren para nadie.

En vez de eso, el Sr. Angerson, director de la escuela, terminó viniendo a casa esa

noche. Se sentó en la mesa de mi cocina y habló con mamá sobre… no lo sé… Dios,

el destino, los traumas, lo que sea. Estoy segura que estaba esperando a que yo

saliera de mi cuarto y sonriera y le dijera lo orgullosa que estaba de mi escuela y

que estaba más que contenta de servir como sacrificio humano para la Señorita

Perfecta Jessica Campbell. Tal vez también estaba esperando que me disculpara. Lo

cual haría si supiera cómo hacerlo. Pero hasta ahora, no había dado con palabras lo

suficientemente grandes para algo tan difícil como esto.

Mientras el Sr. Angerson estaba en la cocina esperándome, yo subí el volumen de la

música y me enterré aun más profundamente entre mis sábanas y le dejé quedarse

allí sentado. Nunca salí, ni siquiera cuando mi mamá empezó a llamar a la puerta,

suplicando en “voz de visita” que fuera educada y bajara.

—¡Valerie, por favor! —siseó, abriendo un poco la puerta y metiendo su cabeza en

mi habitación.

No contesté. En vez de eso halé las sabanas sobre mi cabeza. No es que no quisiera

hacerlo; es sólo que no podía hacerlo. Pero mamá jamás lo entendería. De la forma

en que ella lo veía, entre más personas me “perdonaran”, menos culpable tendría

que sentirme al respecto. De la forma en que yo lo veía… era justo lo contrario.

Después de un rato, vi unas farolas reflejándose en la ventana de mi cuarto. Me

senté y miré a la entrada. El Sr. Angerson estaba retrocediendo. Unos minutos más

tarde, mamá volvió a llamar a la puerta.

—¿Qué? —dije.

Abrió la puerta y entró, luciendo indecisa como un bebé de venado o algo por el

estilo. Su rostro estaba todo rojo y manchado y su nariz estaba seriamente tapada.

Sostenía una medalla en su mano, junto con la carta de “agradecimiento” de la

escuela.

—Ellos no te culpan —dijo—. Quieren que lo sepas. Quieren que regreses. Están

muy agradecidos por lo que hiciste. —Puso la medalla y la carta en mis manos. Le

eché un vistazo a la carta y vi que sólo como diez profesores habían firmado. Noté

que desde luego, el Sr. Kline no era uno de ellos. Por como millonésima vez desde

el tiroteo sentí una enorme punzada de culpa: el Sr. Kline era exactamente el tipo

de profesor que hubiera firmado esa carta, pero no podía hacerlo, porque estaba

muerto.

Nos miramos una a la otra durante un minuto. Sabía que mi mamá estaba

esperando algún tipo de gratitud de mi parte. Alguna sensación de que si la escuela

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estaba siguiendo adelante, tal vez yo también podía hacerlo. Tal vez todos

podríamos hacerlo.

—Um, si, mamá —dije. Devolviéndole la medalla y la carta a ella—. Eso es, um…

genial. —Traté de esbozar una sonrisa para tranquilizarla, pero me di cuenta que

no podía hacerlo. ¿Qué si todavía no quería seguir adelante? ¿Qué si la medalla me

recordaba que el chico en el que más confiaba en el mundo le disparó a personas,

me disparó a mí, se disparó a sí mismo? ¿Por qué no podía ver que aceptar “los

agradecimientos” de la escuela, desde esa perspectiva, era doloroso para mí? Como

si la gratitud fuera la única emoción posible que pudiera sentir en este momento.

Gratitud de estar viva. Gratitud por haber sido perdonada. Gratitud porque ellos

reconocieran que había salvado la vida de otros estudiantes de Garvin.

La verdad era que la mayoría de los días no me podía sentir agradecida sin

importar con cuanta fuerza lo intentara. La mayoría de los días no podía precisar

cómo me sentía. Alguna veces triste, otras aliviada, otras veces confundida, algunas

incomprendida. Y muchas veces enojada. Y, lo que es peor, no sabía con quién

estaba más enojada: conmigo misma, con Nick, mis padres, la escuela, el mundo

entero. Y entonces estaba la rabia que se sentía peor: la rabia con los estudiantes

que murieron.

—Val —dijo, sus ojos rogando.

—No, de verdad —dije—. Está bien. Sólo estoy realmente cansada, eso es todo

mamá. De verdad. Mi pierna…

Metí mi cabeza profundamente en mi almohada y me volví a enrollar entre las

sabanas.

Mamá encorvó la cabeza y salió de la habitación, se detuvo. Sabía que ella trataría

que el Dr. Hieler trabajara en “mi reacción” en nuestra próxima visita. Podía

imaginarlo sentado en su silla: “Entonces, Val, probablemente deberíamos hablar

sobre esa medalla…”

Sabía que mamá más tarde pondría la medalla y la carta en una caja de recuerdos

con toda la otra basura de niños que había recolectado durante los años. Obras de

arte del preescolar, reportes de calificaciones de séptimo grado, una carta de la

escuela agradeciéndome por detener un tiroteo en la escuela. Para mamá, de

alguna forma, todas esas cosas encajaban.

Esa era la forma en que mamá demostraba su persistente esperanza. Su esperanza

de que algún día las cosas volvieran a estar “bien”, aunque probablemente, no

podía recordar la última vez en que yo había estado “bien”. Pensando en eso, yo

tampoco podía. ¿Había sido antes del tiroteo? ¿Antes de que Jeremy entrara a la

vida de Nick? ¿Antes de que papá y mamá se empezaran a odiar uno al otro y yo

comenzara a buscar a alguien, a alguien que me alejara de la desdicha? ¿Antes

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cuando tenía frenillos y usaba suéteres de color pastel y escuchaba los Cuarenta

Principales y pensaba que la vida sería fácil?

La alarma volvió a sonar y le di un zarpazo, tirando accidentalmente el reloj al piso.

—¡Vamos, Valerie! —gritó. Imaginé que ya tenía el teléfono inalámbrico en la mano,

su dedo listo sobre el 9—. La escuela comienza en una hora. ¡Levántate!

Me giré sobre la almohada y me quedé mirando a los caballos de mi papel tapiz.

Desde que era pequeña, cada vez que me metía en problemas, me tiraba en la cama

y miraba esos caballos y me imaginaba montándome encima de uno de ellos para

irme lejos. Tan sólo cabalgando, cabalgando, cabalgando, mi cabello moviéndose

detrás de mí, mi caballo jamás se cansaría ni tendría hambre, nunca encontraría

otra alma en la tierra. Sólo la posibilidad de dirigirme hasta la eternidad.

Ahora los caballos se veían tan sólo como un papel tapiz de mierda para niños. No

me llevaban a ninguna parte. No podían hacerlo. Ahora sabía que nunca podrían

hacerlo, lo cual pensé que era tan triste. Como si toda mi vida, hubiera sido un

tonto sueño.

Sentí un chasquido contra la perilla de la puerta y gemí. Por supuesto… la llave. En

cierto punto, el Dr. Hieler, que usualmente estaba de mi parte, autorizó a mi mamá

de usar una llave y entrar a mi cuarto cuando quisiera. Ya sabes, sólo por si acaso.

Ya sabes, como precaución. Ya sabes, todo el asunto suicida. Así que ahora, cada vez

que no respondida cuando llamaba a la puerta, ella tan sólo entraría, con el

teléfono en la mano en caso de que entrara y yo estuviera acostada en una piscina

de sangre y cuchillas de afeitar encima de mi alfombra con formas de margaritas.

Observé la perilla girar. No había nada que pudiera hacer al respecto excepto mirar.

Ella entró. Yo tenía razón. Tenía el teléfono en la mano.

—Qué bueno que estés despierta —dijo. Sonrió y fue hasta la ventana. Se estiró y

abrió la persiana. Yo bizqueé ante la luz del sol.

—Tienes puesto un traje —dije, tapándome de la luz con el antebrazo.

Estiró su mano libre y alisó la falda color beige en sus caderas. Fue un movimiento

indeciso, como si fuera la primera vez que se hubiera puesto un traje. Por un

segundo lucía tan insegura como yo lo estaba, lo que me hizo sentir triste por ella.

—Sí —dijo, usando la misma mano para acariciar la parte de atrás de su cabello—.

Me imaginé que ya que tú estabas volviendo a la escuela, debería, ya sabes, tratar

de volver tiempo completo a la oficina.

Me levanté quedando en una posición sentada. Mi cabeza se sentía de alguna forma

plana en la parte de atrás por estar tanto tiempo acostada y mi pierna punzó un

poco. Ausentemente acaricié la abolladura en muslo por debajo de las sábanas.

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—¿En mi primer día de vuelta?

Caminó a tropezones hacia mí, caminado a través de la pila de ropa sucia en sus

tacones beige.

—Pues… sí. Han sido un par de meses. El Dr. Hieler piensa que es bueno que

regrese. Y estaré allí para recogerte después de la escuela. —Se sentó a mi lado en

la cama y acarició mi cabello—. Vas a estar bien.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —pregunté—. ¿Cómo sabes que todo va a estar

bien? No puedes saberlo. Yo no estaba bien en mayo y eso no lo sabías. —Salí de la

cama. Mi pecho se sintió apretado y no estaba segura de que no fuera a llorar.

Se quedó sentada, agarrando el teléfono inalámbrico enfrente de ella.

—Sólo lo sé, Valerie. Cariño, ese día no va a volver a pasar. Nick… se ha ido. Ahora

trata de no alterarte…

Demasiado tarde. Ya estaba alterada. Entre más tiempo pasaba en mi cama

acariciándome el cabello de la forma en que solía hacerlo cuando era pequeña y

olfateaba el perfume que yo pensaba que era su “perfume de trabajo,” más real se

volvía. Iba a regresar a la escuela.

—Todos acordamos que esto era lo mejor, ¿lo recuerdas Valerie? —dijo—.

Sentados en la oficina del Dr. Hieler decidimos que salir corriendo no era una

buena opción para nuestra familia. Tú estuviste de acuerdo. Dijiste que no quería

que Frankie sufriera por lo que había sucedido. Y tu papá tiene su firma… dejar

todo eso y volver a empezar sería tan difícil para nosotros financieramente… —Se

encogió de hombros, sacudiendo la cabeza.

—Mamá —dije, pero no podía pensar en un buen argumento. Ella tenía razón. Yo

había sido la que había dicho que Frankie no tenía porqué dejar sus amigos. Que

sólo por ser mi hermano pequeño, no significaba que tuviera que cambiar de

ciudad, cambiar de escuela. Que papá, cuya mandíbula se tensaba con enfado cada

vez que alguien mencionaba la posibilidad de que nuestra familia se tuviera que

mudar a otra ciudad, no tenía porqué crear una nueva firma de abogados después

del trabajo tan duro que le había costado construir la suya. Que yo no debería tener

que estar atascada en casa con un tutor o aun peor, tener que cambiarme de

escuela en mi último año. Que estaría maldita si me escabullía como un criminal

cuando no había hecho nada malo.

—De todas formas, no es como si todo el mundo en el planeta no supiera quien soy

—dije, corriendo mis dedos por el brazo del sofá del Dr. Hieler—. No es como si

pudiera encontrar una escuela donde nadie hubiera escuchado sobre mí. ¿Se

imaginan que tan marginada sería en una nueva escuela? Al menos en Garvin sé

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que esperar. Además, si huyo de Garvin, todo el mundo estará aún más seguro de

que era culpable.

—Va a ser duro. —El Dr. Hieler había advertido—. Tendrás que enfrentar muchos

dragones.

Me había encogido de hombros.

—¿Algo que no sepa? Puedo manejarlos.

—¿Estás segura? —El Dr. Hieler había preguntado, sus ojos entrecerrándose con

escepticismo.

Asentí.

—No es justo que tenga que irme. Puedo hacerlo. Si es horrible, puedo

transferirme al final del semestre. Pero voy a hacerlo. No tengo miedo.

Pero eso fue hace tiempo, cuando el verano se extendía enfrente de nosotros,

imposiblemente largo. Hace tiempo cuando “regresar” era sólo una idea, no una

realidad. Como una idea, seguía creyendo en ella. No era culpable de nada excepto

de amar a Nick y odiar a la gente que nos atormentaba, y no había forma de que yo

me escabullera y me escondiera de la gente que creía que era culpable de algo más.

Pero ahora que tenía que poner mi idea en práctica, no sólo estaba asustada;

estaba aterrorizada.

—Tuviste todo el verano para cambiar de opinión —dijo mamá, seguía sentada en

mi cama.

Cerré mi boca y me dirigí hacia mi armario. Agarré ropa interior limpia y un sostén,

luego hurgué en el piso por unos jeans y una camiseta.

—Bien. Voy a alistarme —dije.

No puedo decir que ella sonrió en ese momento. Hizo algo que se parecía a una

sonrisa, sólo que parecía un poco dolorosa. Hizo unos cuantos intentos de dirigirse

a la puerta y luego aparentemente decidió que era una buena decisión y se fue

hacia ella del todo, agarrando el teléfono con las dos manos. Me pregunté si se

llevaría accidentalmente el teléfono al trabajo con ella, con el pulgar todavía

posicionado sobre el 9.

—Bien. Te voy a esperar abajo.

Me vestí, colocándome los arrugados jeans y la camiseta al azar, sin siquiera

importarme el modo en que me veía. No es como si vestirme bien fuera a hacerme

sentir mejor o menos sobresaliente. Cojeé hasta el baño y corrí un cepillo por mi

cabello, que no había lavado hace unos cuatro días. Tampoco me molesté en

ponerme maquillaje. Realmente ni siquiera sabía dónde estaba. No es como si

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

hubiera ido a un montón de bailes durante el verano. La mayor parte del tiempo ni

siquiera había podido caminar.

Me deslicé en un par de zapatos de lona y agarré mi mochila… una nueva que

mamá había comprado hace días y que había estado vacía en cada lugar que ella la

había dejado hasta que finalmente la llenó con suministros ella misma. La vieja

mochila, la ensangrentada… bueno, esa probablemente había terminado en la

basura, junto con la Camiseta de Nick de los Flogging Molly2, la cual había

encontrado en mi closet y la había tirado mientras yo estaba atascada en el

hospital. Yo había llorado y la había llamado perra cuando había vuelto a casa y vi

que la camiseta no estaba. Ella realmente no lo entendía… esa camiseta no

pertenecía a Nick el Asesino. Pertenecía a Nick, el chico que me había sorprendido

con boletas para los Flogging Molly cuando habían venido a Closet. Nick, el chico

que me había dejado subirme a sus hombros mientras cantaban Factory Girls. Nick,

el chico que tuvo la idea de hacer un fondo común para comprar una camiseta y

compartirla. Nick, el chico que se había puesto la camiseta hasta llegar a casa y se

la había quitado, dándomela y nunca la había pedido de vuelta.

Ella alegó que tirar la camiseta había sido idea del Dr. Hieler, pero no le creí.

Algunas veces tenía la sensación de que ella culpaba de todas sus ideas al Dr. Hieler

para que yo le siguiera la corriente. El Dr. Hieler entendería que Nick el Asesino no

había usado esa camiseta. Yo ni siquiera sabía quién era Nick el Asesino. El Dr.

Hieler entendía eso.

Completamente vestida, fui golpeada con la sensación de estar demasiado nerviosa

para pasar por ello. Mis piernas se sentían casi demasiado débiles para pasar por la

puerta y una ligera capa de sudor cubrió la parte trasera de mi cuello. No podía ir.

No podía enfrentar a esas personas, esos lugares. Tan sólo no era lo

suficientemente fuerte.

Con manos temblorosas, saqué el celular de uno de mis bolsillos y marqué el

número telefónico del celular de Dr. Hieler. Contestó al primer timbre.

—Lamento molestarlo —dije, hundiéndome en mi cama.

—No, yo te dije que llamaras. ¿Recuerdas? Estaba esperando que lo hicieras.

—No creo que pueda hacer esto —dije—. No estoy lista. No creo que alguna vez

llegue a estar lista. Creo que fue una mala idea…

—Detente, Val —interrumpió—. Puedes hacerlo. Estás lista. Ya hemos hablado de

ello. Va a ser duro, pero puedes manejarlo. Has manejado peores cosas en los

últimos meses, ¿verdad? Eres muy fuerte.

2 Flogging Molly: Banda irlandesa estadounidense de punk celta formada en Los Ángeles, California, en el año 1997.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Las lágrimas saltaron a mis ojos y las limpié con mi dedo pulgar.

—Sólo concéntrate en el momento —dijo—. No interpretes las cosas. Mira lo que

está realmente allí, ¿de acuerdo? Llámame cuando llegues esta tarde a tu casa. Haré

que Stephanie te pase así esté en sesión, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Y si necesitas hablar durante el día…

—Lo sé, puedo llamar.

—¿Y recuerdas lo que dijimos? Incluso si logras hacerlo sólo por medio día, ya es

una victoria, ¿verdad?

—Mamá va a volver al trabajo. Jornada completa.

—Eso es porque cree en ti. Pero vendrá a casa si tú la necesitas. Aunque, mi

predicción es que no lo harás. Y sabes que siempre tengo la razón. —Había una

sonrisa en su voz.

Me reí, y sorbí las lágrimas. Volví a limpiar mis ojos.

—Cierto. Como sea. Tengo que irme.

—Vas a estar bien.

—Eso espero.

—Yo lo sé. Y recuerda lo que dijimos: siempre puedes transferirte al final del

semestre si no funciona. ¿Eso es qué? ¿Setenta y cinco días o algo por el estilo?

—Ochenta y tres —dije.

—¿Lo ves? Es pan comido. Podrás con ello. Llámame más tarde.

—Lo haré.

Colgué y recogí la mochila. Empecé a salir del cuarto, pero me detuve. Me faltaba

algo. Busqué bajo el estante de la gaveta del tocador y hurgué hasta encontrarla,

metida entre el marco de la gaveta, fuera del alcance investigativo de mamá. La

saqué y la miré por millonésima vez.

Era una foto mía y de Nick en el Lago Azul el último día de la escuela, en el segundo

año de bachillerato. Él sostenía una cerveza y yo me estaba riendo tan fuerte que

juro que se podían ver mis amígdalas en la fotografía, y estábamos sentados en una

roca gigante al lado del lago. Creo que fue Mason el que tomó la foto. No podría

recordar que era tan gracioso aunque mi vida dependiera de ello, sin importar

cuantas noches me pasara en vela tratando de acordarme.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Nos veíamos tan felices. Y lo éramos. Sin importar lo que los e-mails, las notas

suicidas o la Lista de Odio dijera. Éramos felices.

Toqué la risa congelada en el rostro de Nick con mi dedo. Todavía podía escuchar

su voz fuerte y clara. Todavía podía escucharlo invitándome a salir en ese serio

modo de Nick, al mismo tiempo atrevido, enojado, romántico y tímido.

—Val. —Él había dicho, levantándose de la roca e inclinándose para recoger su

botella de cerveza. Levantó una roca plana con su mano libre y dio varios pasos al

frente y la tiró dando saltos en el lago. Saltó una, dos, tres veces antes de

zambullirse dentro del agua y quedarse quieta. Stacey se rió desde alguna parte

cerca en el bosque. Duce se rió justo después de ella. Estaba empezando a caer la

noche y una rana empezó a croar desde algún lugar a mi izquierda—. ¿Alguna vez

piensas en tan sólo dejarlo todo atrás?

Levanté mis tacones contra la roca y agarré mis rodillas. Pensé en la pelea de

mamá y papá la noche anterior. En la voz de mamá subiendo por las escaleras

desde la sala, las palabras poco claras, pero el tono venenoso. Acerca de papá

yéndose de casa a eso de la media noche, cerrando la puerta suavemente detrás de

él.

—¿Quieres decir algo como huir? Definitivamente.

Nick estuvo callado por un largo tiempo. Levantó otra roca y la tiró al lago. Salto

dos veces y cayó.

—Seguro —dijo—. O, ya sabes, manejar hacia un barranco y nunca mirar atrás.

Miré al sol poniéndose y pensé sobre ello.

—Sí —dije—. Todo el mundo lo hace. Muy Thelma y Louise3.

Se giró y medio rió, tomó el ultimo tragó de su cerveza y dejó la botella en el piso.

—Nunca la vi —dijo—. ¿Recuerdas cuando leímos Romeo y Julieta el año pasado en

inglés?

—Sí.

Se inclinó hacia mí.

—¿Crees que podamos ser como ellos?

Arrugué la nariz.

—No lo sé. Supongo que sí. Seguro.

3 Thelma y Louise: es una película de 1991. Hoy es considerada un clásico, pero estuvo a punto de no ver luz, por su carácter “feminista” y la violencia que exponía.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Se giró y fijó su mirada en el lago.

—Sí, podríamos serlo. Realmente podríamos serlo.

Me levanté y sacudí la parte de atrás de mis muslos, que se sentían con huecos por

la textura de la roca en la que habíamos estado sentados.

—¿Me estás invitando a salir?

Se giró, se tambaleo hacia mí, y me agarró alrededor de la cintura. Me levantó hasta

que mis pies pendían sobre la tierra y no pude evitarlo… dejé salir un chillido que

se convirtió en una risita. Me besó y mi cuerpo se sintió tan eléctrico contra el suyo

que hasta mis dedos de los pies cosquillaron. Parecía que hubiera esperado por

siempre a que él lo hiciera.

—¿Dirías que no si lo hiciera? —preguntó.

—Claro que no, Romeo —dije. Le devolví el beso.

—Entonces supongo que lo estoy haciendo, Julieta —dijo, y juro que cuando tocaba

su rostro en la foto podía volver a escucharlo. Podía sentirlo en el cuarto conmigo.

A pesar de haberse convertido en un monstruo en mayo a los ojos del mundo, a mis

ojos seguía siendo ese chico que me alzaba sobre el suelo, besándome y

llamándome Julieta.

Metí la foto en mi bolsillo trasero.

—Ochenta y tres, y contando —dije en voz alta, tomando un profundo aliento

dirigiéndome hacia las escaleras.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

“¿Nos vemos en el Cafetín?”

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por ANDRE_G

Corregido por Marina012

Mi celular sonó y lo agarré antes de que mamá, Frankie o, Dios no lo quiera, papá lo

escuchara. Todavía era temprano y estaba oscuro afuera. Una de esas mañanas en

las que es difícil levantarse. Las vacaciones de verano estaban justo a la vuelta de la

esquina, lo que significaba tres meses para dormir y no tener que aguantar la

Preparatoria Garvin. No es que yo odiara la escuela ni nada por el estilo, pero

Christy Bruter estaba molestándome como siempre en el autobús y obtuve una D

en Ciencias porque se me olvidó estudiar para un examen y los finales iban a ser

asesinos este año.

Nick había estado un poco silencioso últimamente. De hecho, no había ido a la

escuela durante dos días y me había enviado mensajes de texto durante todo el día

preguntando por “la mierda de la clase” o “las gordas perras de Educación Física” o

por “ese canalla de McNeal”.

Durante el último mes, él había estado pasando el rato con este chico Jeremy y cada

día parecía estar alejándose más y más de mí. Tenía miedo de que terminara

conmigo, así que sólo le seguí la corriente como si no fuera la gran cosa que ya casi

no nos viéramos. No quería presionarlo… él últimamente había estado muy volátil

y yo no quería empezar una pelea. No le pregunté qué había estado haciendo

durante esos días que no asistió a la escuela y, en su lugar, tan sólo le respondí sus

mensajes “la mierda en Bio necesita star sumergida n formldhído” y que “odio a

esas perras” y que “McNeal es afortunado de que no tenga un arma”. Esta última

parte volvería más tarde a remorderme la conciencia. En realidad, todo lo haría.

Pero eso último... esto último durante un largo tiempo me haría vomitar cada vez

que pensara en ello. E inspiraría una conversación de tres horas con el detective

Panzella. Y haría que mi padre me mirara siempre de otra manera, como si en el

fondo fuera una especie de monstruo y él lo pudiera ver.

Jeremy era este tipo mayor —como de veintiuno o algo así— que se había

graduado de Garvin hacia unos cuantos años. No fue a la universidad. No tenía

trabajo. Lo que pude ver es que todo lo que hacía Jeremy era golpear a su novia y

sentarse por ahí a fumar marihuana y ver dibujos animados durante todo el día.

Hasta que conoció a Nick y entonces dejó de ver los dibujos animados y comenzó a

fumar marihuana con Nick y sólo golpeaba a su novia en las noches cuando no

estaba en el garaje de Nick, tocando la batería, demasiado ido como para recordar

que ella existía. En las raras ocasiones en que había estado allí cuando Jeremy

estaba, Nick era un chico totalmente diferente. Alguien que yo realmente, ni

siquiera reconocía.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Durante un largo tiempo pensé que tal vez no conocía en absoluto a Nick. Tal vez

cuando Nick y yo estábamos viendo la televisión en su sótano o riéndonos y

mojándonos el uno al otro en la piscina, yo no estaba viendo al verdadero Nick.

Como si el verdadero Nick fuera el que se mostraba cuando Jeremy venía… ese

Nick que era egoísta y de mirada dura.

Había oído hablar de las mujeres que eran completamente ciegas e ignoraban

todas las señales de que su hombre era un monstruo o una especie de pervertido,

pero de ninguna manera podría convencerme de que era una de ellas. Cuando

Jeremy no estaba... cuando éramos sólo Nick y yo, y miraba a Nick a los ojos... sabía

lo que veía y era algo bueno. Él era bueno. Algunas veces tenía un retorcido sentido

del humor —todos lo teníamos—, pero no estábamos hablando en serio. Así que

para mí, a veces tiene sentido que haya sido Jeremy él que puso esas ideas en la

cabeza de Nick sobre hacer un tiroteo en la escuela. No yo. Jeremy. Él es el malo. Lo

era. Tomé el celular que estaba debajo de las cobijas donde me había estado

despertando lentamente, haciéndome la idea de que tenía que pasar por otro día

de escuela.

—¿Hola?

—Nena. —La voz de Nick era débil, casi extraña, aunque en ese momento me

imaginé que era porque era muy temprano y Nick ya casi nunca se levantaba

temprano.

—Oye —le susurré—. ¿Irás hoy a la escuela para variar?

Se rió entre dientes. Sonaba realmente feliz.

—Sí. Jeremy me va a llevar.

—Sí. —Oí el chasquido de su encendedor y el crepitar de un filtro de cigarrillo.

Exhaló—. Teníamos que hacer algunas cosas por ahí.

—¿Cómo...?

Él no respondió. Sólo se escuchaba el sonido del filtro quemándose y su constante

exhalación.

La decepción se apoderó de mí. No me iba contar. Odiaba el modo en que se estaba

comportando. Nunca antes me había ocultado cosas. Siempre habíamos hablado de

todo, incluso de las cosas difíciles, como los matrimonios de nuestros padres y los

apodos que nos habían puesto los chicos en la escuela y de cómo a veces nos

sentíamos como nada. Como menos que nada.

Estuve a punto de presionarlo, de decirle que quería saber, que merecía saber,

pero en vez de eso decidí cambiar de tema… si al fin iba a poder velo, no quería

perder el tiempo peleando con él.

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—Oye, tengo algunos nombres para la lista —le dije.

—¿Quiénes?

Me froté las esquinas de los ojos con las yemas de los dedos.

—La gente que dice “lo siento” después de todo. Los comerciales de comida rápida.

Y Jessica Campbell. —Jeremy, estuve a punto de añadir, pero recapacité.

—¿Esa rubia flacucha que sale con Jake Diehl?

—Ajá, pero Jake está bien. Me refiero a que es deportista y todo, pero de ninguna

manera es tan molesto como ella. Ayer, en clase de Salud yo estaba mirando al

espacio y supongo que estaba viendo en su dirección. Así que de repente me mira y

dice: “¿Qué estás mirando, Hermana Muerte?” Tenía el ceño fruncido, rodó los ojos

y dijo: “Infiernos, ocúpate de tus propios asuntos” y yo dije como: “Créeme, en

cualquier caso me importa un carajo lo que estabas diciendo” y ella dijo: “¿No

tienes un funeral al que asistir?” y sus estúpidos amigos se echaron a reír como si

fuera una especie de comediante o algo así. Es una perra.

—Sí, tienes razón. —Tosió. Escuché un ruido como si estuviera pasando de hoja y

podía imaginar a Nick sentado en su colchón escribiendo en el cuaderno de espiral

rojo que hemos compartido—. Todas esas rubias tan sólo deberían desaparecer.

En ese momento me había reído. Era gracioso. Estuve de acuerdo con él. Por lo

menos dije que estaba de acuerdo con él. Y, bueno, realmente pensé que lo estaba.

No me sentía como una mala persona, pero me reí porque para mí, ellas eran las

malas personas. Se lo merecían.

—Sí, deberían ser atropelladas por los Beemers4 de sus padres —le dije.

—También puse a esa chica Chelle en la lista.

—Bien hecho. Ella no deja de hablar de pasar al equipo universitario. No sé lo cuál

es su problema.

—Sí. Bueno.

Nos sentamos en silencio por un minuto. No sé lo que Nick estaba pensando. En ese

momento, tomé su silencio como una especie de acuerdo tácito conmigo, como si

estuviéramos hablando al mismo tiempo en una longitud de onda que no tenía

aliento. Pero ahora sé que es sólo una de esas “deducciones” de las que siempre me

hablaba el Dr. Hieler. La gente lo hace todo el tiempo… asumen que ellos “saben” lo

que está pasando por la cabeza de otra persona. Eso es imposible. Y creer que es

posible es un error. Un error bien grande. Uno que te arruinaría la vía, si no tienes

cuidado.

4 Beemer: Nombre que con el que se conoce a una motocicleta fabricada por la BMW.

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Escuché algunos murmullos en el fondo.

—Me tengo que ir —dijo Nick—. Tenemos que llevar al hijo de Jeremy a la

guardería. Su novia está siendo un dolor en el culo por eso. ¿Nos vemos en el

Cafetín?

—Claro. Haré que Stacey nos guarde un asiento.

—Genial.

—Te amo.

—Yo a ti, nena.

Colgué el teléfono, sonriendo. Tal vez se había resuelto lo que fuera que lo estaba

molestando. Tal vez estaba harto de Jeremy, del hijo de Jeremy, de los dibujos

animados de Jeremy y de la mariguana de Jeremy. Tal vez podría hablarle para

saltarnos el almuerzo y para que camináramos juntos por la carretera hasta

Casey’s para comer un sándwich. Solamente nosotros dos. Como en los viejos

tiempos. Sentados en el separador de concreto, sacando la cebolla de nuestros

sándwiches y haciéndonos preguntas sobre música, hombro a hombro, con los pies

balanceándose.

Me metí de un salto a la ducha, sin molestarse en encender la luz y me quede allí

parada envuelta por el vapor en la oscuridad, con la esperanza de que de pronto

Nick me llevara hoy algo especial. Él era bastante bueno en eso… presentándose en

la escuela con una rosa que había comprado en la gasolinera o metiendo una barra

de chocolate en mi locker en el cambio de clase, deslizando una nota dentro de mi

cuaderno cuando yo no estaba mirando. Cuando Nick quería, tenía un tremendo

lado romántico.

Salí de la ducha y me sequé. Me tomé un tiempo extra con el pelo y con el

delineador de ojos y me puse una minifalda de mezclilla negra con mi par favorito

de medias a rayas blancas y negras, con el agujero en la rodilla. Metí los pies en los

calcetines y un par de zapatos de lona y agarré la mochila.

Mi hermano pequeño, Frankie, estaba comiendo cereal en la mesa de la cocina.

Tenía el cabello de punta y parecía uno de esos niños de los comerciales de Pop

Tart: el típico skater. Frankie tenía catorce años y estaba completamente lleno de sí

mismo. Se creía una especie de gurú de la moda y siempre se vestía con tanto estilo

que se veía como si acabara de salir de un catálogo. Éramos cercanos, a pesar del

hecho de que tendíamos a estar con grupos totalmente diferentes y que teníamos

definiciones completamente distintas de lo que nos gustaba. Él podría ser molesto

a veces, pero la mayoría del tiempo era un buen hermano menor.

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Tenía su libro de texto de Historia de los Estados Unidos abierto sobre la mesa y

estaba garabateando frenéticamente en un pedazo de una hoja de papel de

cuaderno, deteniéndose sólo para meter un bocado de cereal en la boca a cada rato.

—¿Vas a filmar hoy un comercial de gel para el cabello? —pregunté, chocando la

cadera contra su silla mientras pasaba.

—¿Qué? —dijo, corriendo la palma de su mano sobre las puntas de su cabello—. A

las chicas les encanta.

Rodé los ojos, sonriendo.

—Estoy segura. ¿Ya se fue papá?

Tomó otro bocado de cereal y volvió a la escritura.

—Sí —dijo con la comida en la boca—. Se fue hace unos minutos.

Cogí un waffle de la nevera y lo metí en la tostadora.

—Veo que estabas demasiado ocupado con las chicas como para hacer tu tarea por

la noche. —Me burlé, inclinándome sobre él para leer lo que estaba escribiendo—.

¿Exactamente qué pensaban las mujeres en la época de la Guerra Civil... sobre el

exceso de gel para el cabello?

—Dame un respiro —dijo, golpeándome con el codo—. Estuve hablando con Tina

hasta la medianoche. Tengo que terminar esto. Mamá va a enloquecer si vuelvo a

sacar otra C en Historia. Me volvería a quitar el celular.

—Bueno, está bien —dije—. Voy a dejarte en paz. No tengo la más mínima

intención de interponerme en tu fascinante romance telefónico con Tina. —El

waffle salió de la tostadora y lo agarré. Tomé un bocado, sin nada—. Hablando de

mamá, ¿hoy va a volver a llevarte a la escuela?

Él asintió con la cabeza. Mamá llevaba a Frankie todos los días a la escuela,

dejándolo de paso hacia su trabajo. Eso le daba a él unos minutos extra por la

mañana, que supongo que sería algo bueno. Sin embargo, ya que eso requeriría que

me sentara a noventa centímetros de mi madre y, por lo tanto, pasara cada mañana

escuchando como mi “cabello se ve atroz” y mi “falda es demasiado corta” y “¿Por

qué una chica tan hermosa como tú quiere arruinar su aspecto con todo ese

maquillaje y esos tintes para el cabello?” prefería pararme en la acera y esperar a

que el autobús lleno de deportistas pasara a buscarme. Y eso es mucho decir.

Miré el reloj en la estufa. El autobús pasaría en cualquier momento. Me cargué la

mochila al hombro y di otro mordisco a mi waffle.

—Me largo de aquí —le dije, dirigiéndome hacia la puerta—. Buena suerte con tu

tarea.

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—Nos vemos —gritó a mi espalda mientras yo salía al porche, cerrando la puerta

detrás de mí.

El aire se sentía más frío que de costumbre… se sentía como si el invierno estuviera

a punto de precipitarse sobre nosotros en lugar de la primavera. Como si ese

momento del día fuera lo más cálido que se iba a poner.

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Traducido por Cami.Pineda y Chelsea Sharkovich

Corregido por †DaRk BASS†

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE,

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

Christy Bruter, 16. Capitana del equipo de softbol de la Preparatoria Garvin, fue la

primera víctima y pareció ser un objetivo directo. “Él la golpeo en el hombro”, dijo

Amy Bruter, la madre de la víctima. “Y otras de las chicas que estuvieron ahí nos

dijeron que cuando Christy volteó él dijo: “Tú has estado en la lista por un largo

tiempo,” y ella dijo: “¿Qué lista?” y luego él le disparó. Bruter, a quien le dispararon en

el estómago es descrita por los doctores como “Malditamente suertuda de estar con

vida”. En efecto, la investigación confirmó eso. El nombre de Bruter era el primero de

la ahora muy conocida “Lista del Odio”. Un cuaderno rojo en espiral confiscado de la

casa de Nick Levil sólo unas horas después del tiroteo.

—¿Estás nerviosa?

Agarré la goma que se estaba pelando de la suela de mis zapatos y me encogí de

hombros. Había tantas emociones pasando por mí, que pensé que bajaría gritando

por la calle. Pero por alguna razón no pude más que encogerme de hombros. Lo

que ahora que lo pienso, fue algo bueno. Mi madre me estaba mirando de cerca

está mañana. Algún movimiento en falso y ella correría donde el Dr. Hieler y lo

sacaría todo de proporción, como era usual, y luego volveríamos a tener La

Conversación.

El Dr. Hieler y yo teníamos La Conversación al menos una vez por semana desde

mayo. Venía siendo algo como esto:

Él preguntaría.

—¿Estás a salvo?

—No me voy a suicidar si es eso lo que preguntas —le respondería.

—Lo estoy haciendo —diría.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Bueno, no voy a hacerlo. Ella sólo está loca —le respondería.

—Ella sólo está preocupada por ti —diría y entonces, amablemente, seguiríamos

con otro tema. Pero luego en mi casa me metería a la cama y empezaría a pensar es

eso. Sobre lo del suicidio. ¿Estaba a salvo? ¿Realmente hubo un tiempo en el que

pude haber sido suicida y ni siquiera lo había sabido? Y luego gastaría como una

hora, con la habitación oscureciéndose alrededor de mí, preguntándome qué

diablos pasaba para que me sintiera tan insegura incluso acerca de quién era.

Porque quién eres, se supone que es la pregunta más fácil del mundo de responder,

¿verdad? Sólo que para mí no había sido fácil desde hace un buen tiempo. Tal vez

nunca lo fue.

A veces, en mi mundo donde los padres se odiaban uno al otro y la escuela era un

campo de batalla, apestaba ser yo. Nick había sido mi escape. La única persona que

entendía. Era genial ser parte de un “nosotros,” con los mismos pensamientos,

mismos sentimientos, misma miseria. Pero ahora la otra parte del “nosotros” no

estaba, y estando allí en mi sombría habitación, estaba siendo golpeada con esta

realidad en la que no tenía ni idea de cómo volver a ser sólo yo.

Me voltearía y miraría a los oscuros caballos que salpicaban el papel tapiz de la

pared y desearía que cobraran vida y me tomaran de la manera en que me

imaginaba que ellos lo hacían cuando era una niña, así nunca tendría que volver a

pensar en eso. Porque no tener ni idea de quién eres duele demasiado. Y algo que

estaba segura de saber era que estaba cansada de sufrir.

Mamá se estiró a través del asiento delantero y me palmeó la rodilla.

—Bueno, si llegas a la mitad del día y me necesitas, estoy a una llamada de

distancia, ¿está bien?

No respondí. El bulto en mi garganta era muy grande. Parecía irreal que estuviera a

punto de caminar por los mimos pasillo con aquellos chicos que conocía tan bien,

pero que parecían completos extraños. Niños como Allen Moon, a quien había visto

mirar directamente a la cámara y decir: “Espero que encierren a Valerie de por

vida por lo que hizo”. Y Carmen Chiarro, a quien habían citado diciendo. “No sé

porque mi nombre estaba en esa lista. Ni siquiera sabía quiénes eran Nick y Valerie

antes de ese día”.

Podía verla ignorando quién era Nick. Cuando se mudó a Garvin como estudiante

de primer año, sólo era un chico callado y delgado, con ropa fea y cabello sucio.

Pero Carmen y yo habíamos cursamos juntas la primaria. Ella estaba mintiendo

cuando dijo que no me conocía. Y dado que ella fue buena amiga de Chris Summers.

El Señor Mariscal de Campo durante todo el segundo año, y dado que Chris

Summers odiaba a Nick y tomaría cada oportunidad que tenía para hacerlo sentir

miserable, dejando fuera que todos los amigos de Chris pensaran que era gracioso

que él atormentara a Nick, encontré muy sospechoso que no lo conociera, tampoco.

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¿Allen y Carmen estarían allí hoy? ¿Me estarían buscando? ¿Estarían deseando que

no apareciera?

—Y sabes el número del Dr. Hieler —me dijo mi madre, volviéndome a sobar la

rodilla.

Asentí.

—Lo sé.

Bajamos por Oak Street. Podría haber conducido por aquí aun estando dormida.

Derecho en Oak Street. A la izquierda en Foudling Avenue. A la izquierda en

Starling. Y de ahí a la derecha justo en el aparcadero. La Preparatoria Garvin estaba

justo enfrente. No me podría perder.

Sólo que está mañana todo se veía diferente para mí. La preparatoria Garvin nunca

podría volver a tener ese aspecto excitante e intimidante que tenía cuando yo era

nueva. Nunca más lo podría equiparar con un alucinante romance, con la euforia, la

risa, un trabajo bien hecho. La mayoría de las personas no piensan en ninguna de

estas cosas cuando se imaginan sus preparatorias. Era otra cosa que me había

robado Nick, a todos nosotros, ese día. No sólo se robó nuestra inocencia y nuestro

sentido de bienestar. De alguna forma también logró robarnos nuestros recuerdos.

—Estarás bien —me dijo mamá. Volteé mi cabeza y miré fuera de la ventana. Vi a

Delaney Peters caminando por el campo de fútbol agarrada del brazo de Sam Hall.

No tenía ni idea que estuvieran juntos, y de repente me sentí como si me hubiera

perdido toda una vida en vez de sólo un verano. Si las cosas hubieran sido

normales, hubiera pasado mi tiempo en el lago, en el bowling, en una estación de

gasolina o en los lugares de comida rápida, recogiendo chismes, enterándome

sobre los nuevos romances. En vez de eso, estuve encerrada en mi habitación,

asustada y enferma del estómago ante el mero pensamiento de ir al supermercado

con mi madre.

—El Dr. Hieler se siente seguro de que podrás manejar todo con gran éxito.

—Lo sé —le digo. Me inclino hacía adelante y mi estómago se aprieta. Stacey y

Duce estaban sentados en las graderías como siempre, junto con Mason, David, Liz

y Rebecca. Normalmente estaría allí sentada con ellos. Y con Nick. Comparando

horarios, quejándome de las aulas que nos dieron, hablando sobre ir a una fiesta

loca juntos. Mis manos empezaron a sudar. Stacey se estaba riendo sobre algo que

Duce había dicho, y me sentí más intrusa que nunca.

Giramos en la calle e inmediatamente noté a dos patrullas de policías estacionadas

al lado del colegio. Debí haber hecho un ruido o haber tenido una mala expresión,

porque mi mamá dijo:

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Ahora es algo normal. Seguridad. Porque… bueno, tú sabes. Ellos no quieren

ningún crimen de imitación. Te hace estar más segura, Valerie.

Mamá se detuvo en la zona de descenso. Sus manos cayeron del volante y me miró.

Traté de no notar que la comisuras de sus labios temblaban y estaba picoteándose

distraídamente la uña de su pulgar. Me planté una sonrisa temblorosa por ella.

—Te veo aquí a las dos y cincuenta —me dijo—. Estaré esperando por ti.

—Voy a estar bien —le digo, mi voz suena pequeña. Jalé la manija de la puerta. Mis

manos no parecen tener la fuerza suficiente para abrirla, pero eventualmente lo

hacen. Lo que me decepcionó porque eso significaba que iba a tener que salir.

—Tal vez mañana puedas usar un poco de labial o algo parecido —dice mamá

mientras me empujo fuera del auto. Qué cosa tan rara para decir, pensé, pero cerré

los labios uno contra el otro, perdiendo la costumbre. Cierro la puerta y le doy a mi

madre un medio saludo. Se despide, buscándome con los ojos hasta que el carro de

atrás toca la corneta y ella se aleja.

Por un minuto me quedo pegada en mi puesto en la acera, insegura de si caminar o

no hacia el edificio. Me duele el muslo y la cabeza me empieza a zumbar. Pero todo

a mi alrededor parece completamente normal. Un par de estudiantes de segundo

año pasan a mi lado, hablando emocionados sobre el baile de bienvenida. Una chica

se ríe mientras su novio empuja con su dedo a uno de sus costados. Los profesores

se paran en la acera, apurando a los niños para que lleguen a clase. Todas estas

cosas me recuerdan a la última vez que estuve aquí. Extraño.

Empiezo a caminar pero una voz detrás de mí me hace parar en seco.

—No puedo creerlo. —Parece como si alguien hubiera oprimido el botón “silencio”

justo después de esa palabra. Me volteó para mirar. Stacey y Duce estaban parados

allá, tomados de la mano.

La boca de Stacey está abierta, la de Duce se ha vuelto un pequeño nudo.

—¿Val? —pregunta Stacey, no como si no creyera que fuera yo, sino como si no

creyera que yo estuviera allí.

—Hey —le digo.

David rodea a Stacey y me abraza. Su abrazo fue rígido y me soltó de inmediato,

dando un paso atrás en línea con el resto del grupo, poniendo sus ojos en el pasto

enfrente de él.

—No sabía ibas a venir hoy —dijo Stacey. Sus ojos se movían brevemente de lado a

lado, evaluando la cara de Duce, y yo pude ver en ese mismo instante como ella se

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estaba moldeando para ser una copia de él. Su sonrisa adquirió un sesgo superior

que era muy incómodo en su rostro.

Me encogí de hombros. Stacey y yo habíamos sido amigas casi desde siempre.

Éramos del mismo tamaño, nos gustaban las mismas películas, nos vestíamos del

mismo modo, decíamos las mismas mentiras. Había veranos en los que fuimos

prácticamente inseparables.

Pero había una gran diferencia entre Stacey y yo. Stacey no tenía enemigos,

probablemente porque era muy ansiosa por complacer a todo el mundo. Ella era

completamente moldeable: tan sólo le decías quién era ella y ella se convertía en

ello, así de fácil. Ella definitivamente no era una chica popular, pero tampoco era

una perdedora como yo. Ella siempre estuvo en la delgada línea de en medio,

totalmente abajo del radar.

Luego del “incidente” como a mi padre le gusta llamarlo, Stacey vino a visitarme

dos veces. La primera, en el hospital, antes que yo le hablara a alguien. Y una en mi

casa cuando había sido liberada, y le dije a Frankie que le dijera que estaba

dormida. Realmente nunca volvió a tratar de ponerse en contacto conmigo, ni yo

tampoco lo hice. Tal vez había una parte de mí que se sentía como si ya no merecía

ninguna amistad. Como si se mereciera una mejor amiga que yo.

De alguna manera me sentía apenada por ella. Casi podía verlo en su cara —su

deseo de volver a lo que éramos antes del tiroteo, la culpa que sentía por haber

mantenido la distancia— pero también podía ver que ella era consciente de cómo

ser mi amiga la haría ver. Si yo era culpable porque amaba a Nick, ¿sería ella

culpable por quererme a mí? Ser mi amiga sería un gran riesgo a tomar… un

suicidio social para cualquiera en Garvin. Y Stacey podría no ser lo suficientemente

fuerte para tomar ese riesgo.

—¿Te duele la pierna? —me preguntó.

—A veces —le digo mirándola—. Al menos no tengo que tomar Educación Física,

pero lo más probable es que nunca llegue a tiempo a clase con esta cosa.

—¿Has estado en la tumba de Nick? —me preguntó Duce. Lo miré con dureza. Me

estaba mirando con un duro desdén en sus ojos—. ¿Has ido a la tumba de alguien?

Stacey le dio un codazo.

—Déjala en paz. Es su primer día de vuelta —dijo ella, pero sin mucha convicción.

—Sí, vamos —murmuró David—. Me alegra que estés bien, Val. ¿En qué salón

tienes matemáticas?

Duce interrumpió.

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—¿Qué? Ella puede caminar. ¿Cómo es que nunca fue a la tumba de nadie? Quiero

decir, si yo fuera quien hubiera escrito todos esos nombres de gente que quería

muerta al menos iría a sus tumbas.

—Yo no quería que nadie muriera —casi susurré. Duce me dio una de esas miradas

de ceja levantada—. Sabes, él también era tu mejor amigo.

Había silencio entre nosotros, y comencé a notar que alrededor de nosotros habían

espectadores curiosos. Sólo que ellos no tenían curiosidad por la confrontación.

Tenían curiosidad por mí, como si repentinamente se hubiesen dado cuenta de

quién era yo. Caminaban lentamente por mi lado, susurrándose unos a otros,

mirándome fijamente.

Stacey también se había comenzado a dar cuenta. Se movió un poco y luego miró

más allá de mí.

—Debo irme a clase —dijo—. Me alegro de que estés de regreso, Val. —Ella ya

estaba alejándose de mí, con David, Mason y los otros siguiéndola.

Duce fue el último en moverse, golpeando mi hombro al pasar, murmurando.

—Claro, es realmente genial.

Permanecí en la acera, sintiéndome abandonada en esta extraña marea de chicos

moviéndose a mi alrededor, empujándome hacia atrás y hacia adelante con su

caminar, pero nunca liberándome al océano como tal. Me pregunté si podría

quedarme en este punto en específico hasta que mamá viniera por mí a las 2:50.

Una mano se posó en mi hombro.

—¿Por qué no vienes conmigo? —dijo una voz en mi oreja. Volteé y me encontré

observando el rostro de la Sra. Tate, la consejera. Ella envolvió su brazo alrededor

de mis hombros y me hizo avanzar, ambas dirigiéndonos valientemente a través de

las olas de chicos alrededor de nosotras, dejando los susurros atrás.

—Es bueno verte hoy aquí —dijo la Sra. Tate—. Estoy segura de que estás algo

temerosa al respecto, ¿cierto?

—Un poco —dije, pero no pude decir nada más porque ella me estaba moviendo

tan rápido que lo único que podía hacer era concentrarme en caminar. Irrumpimos

en el vestíbulo antes de que el pánico en mi pecho pudiera aparecer, y de alguna

manera me sentí engañada. Como si al menos debería tener el derecho de tener

miedo al entrar a mi escuela de nuevo, si eso es lo que quería.

El vestíbulo era un completo bullicio. Un policía estaba en la puerta de entrada,

agitando un detector de metal sobre las mochilas y chaquetas de los estudiantes.

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La Sra. Tate sacudió su mano hacia uno de ellos y me condujo a través de ellos sin

detenernos.

Parecía como si el vestíbulo estuviera escaso de estudiantes, con muchos chicos

faltantes. Sin embargo, era como si nada hubiese cambiado. Frente a mis ojos, los

chicos estaban hablando, chillando, los zapatos rozaban los brillantes azulejos, las

paredes hacían el eco de los ¡Wham! ¡wham! de los golpes de las puertas de los

casilleros cerrándose más allá del alcance de mis ojos.

La Sra. Tate y yo caminamos a través del vestíbulo con un propósito, y luego

giramos en la esquina hacia el Cafetín. Esta vez el pánico aumento tan

violentamente que llegó hasta mi garganta antes de que la consejera pudiera

empujarme hacia la amplia habitación. Ella debió haber sentido mi miedo, porque

apretó mis hombros con más fuerza y me apresuró más.

El Cafetín, el único lugar para estar en las mañanas, generalmente lleno en su

totalidad, hoy estaba vacío, excepto por un grupo de mesas y sillas. En el extremo

más lejano, donde Christy Bruter había caído, alguien había instalado un tablón de

anuncios. En la parte superior había cartas hechas de cartulina de construcción

que decían NOSOTROS LOS RECORDAREMOS, y la cartelera estaba cubierta con

notas, cartas, lazos, fotos, pancartas y flores. Un par de chicas, no podía distinguir

quiénes eran debido a la distancia, estaban pegando una nota y una fotografía al

tablón de anuncios.

—Hubiésemos prohibido las reuniones en El Cafetín en las mañanas de ser

necesario —dijo la Sra. Tate, como si pudiera leer lo que yo estaba pensando—.

Sólo como medida de seguridad. Pero de todas maneras, parece que nadie quiere

estar aquí. Ahora sólo lo utilizamos durante el almuerzo.

Caminamos a través del Cafetín. Traté de hacer caso omiso a mi imaginación, que

figuraba mis pies deslizándose en la pegajosa sangre sobre el suelo. Intenté

enfocarme en el sonido de los zapatos de la Sra. Tate, golpeando los azulejos,

tratando de recordarme a mí misma lo de “respirar y concentrarme” que el Dr.

Hieler había pasado tanto tiempo enseñándome. En ese momento, no podía

recordar ni una sola cosa.

Pasamos a través de la puerta en el otro extremo del Cafetín, donde estaban las

oficinas administrativas. Técnicamente, éste era el frente del edificio. Más policías

estaban revisando mochilas y pasando detectores de metales sobre la ropa de los

chicos.

—Me temo que tanta seguridad causará que nuestras mañanas comiencen con

retrasos. —La Sra. Tate suspiró—. Pero, por supuesto, de esta manera todos nos

sentimos más seguros.

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Ella me hizo pasar a través de los policías y hacia las oficinas. Las secretarias nos

miraron con educadas sonrisas, pero no dijeron una palabra. Mantuve mi cabeza

inclinada hacia el suelo mientras seguía a la Sra. Tate hasta su oficina. Esperaba

que me dejara permanecer allí durante un largo tiempo.

La oficina de la Sra. Tate era lo opuesto a la del Dr. Hieler. Donde él tenía filas y

filas de libros ordenados y limpios, la Sra. Tate tenía una descuidada aglomeración

de papeles y herramientas educativas, como si su oficina fuera en parte para

aconsejar, y en parte para almacenar objetos. Había libros apilados en casi todas

las superficies planas, y había fotos de ella con sus hijos y perros por todos lados.

La mayoría de los niños venía a la oficina de la Sra. Tate para quejarse de sus

profesores o para ver catálogos de Universidades, y eso era todo. Si la Sra. Tate

había ido a la Universidad esperando aconsejar montones de problemáticos

adolescentes, probablemente estaba muy decepcionada. Si es que se puede llamar

decepción a no tener suficientes personas problemáticas en tu vida.

Me indicó con un gesto que me sentara en una silla con un cojín de vinilo

desgarrado, mientras ella rodeaba un pequeño gabinete y se sentaba en la silla

detrás de su escritorio, viéndose empequeñecida por las pilas de papeles y de

notitas delante de ella. Se inclinó hacia adelante a través del desastre y enrolló sus

manos justo en el medio de un envoltorio viejo de comida rápida.

—Te estaba observando esta mañana —dijo—. Estoy contenta de que hayas

regresado a la escuela. Demuestra valentía.

—Estoy intentándolo —murmuré, frotando mi muslo inconscientemente—. No

puedo prometer que me quedaré. —Ochenta y tres y contando, repetí en mi cabeza.

—Bueno, espero que lo hagas. Eres una buena estudiante —dijo—. ¡Ah! —exclamó,

subiendo un dedo. Se inclinó hacia adelante y abrió una gaveta del archivador que

estaba junto a su escritorio. Una foto enmarcada de un gato blanco y negro

aruñando algo se tambaleó cuando el cajón se abría, y me la imaginé, varias veces

al día, teniendo que enderezar la foto después que se caía. Sacó una carpeta

marrón y la abrió sobre el escritorio, frente a ella, dejando la gaveta del archivador

entreabierta—. Eso me recuerda: universidades. Así es. Tú estabas considerando…

—Pasó algunas páginas—, la Universidad de Kansas, si no me equivoco. —

Continuó pasando las páginas, y luego movió su dedo sobre una página—. Sí. Aquí

está. La Universidad de Kansas y la Universidad del Noreste del Estado de Missouri.

—Ella cerró la carpeta y sonrió—. Recibí los requisitos de ambas justo la semana

pasada. Es un poco tarde para estar apenas comenzando este proceso, pero no

debería ser un problema. Bueno, tal vez tengas que explicar algunas cosas para tu

registro permanente, pero como en realidad tú… nunca fuiste acusada de… bueno,

sabes a lo que me refiero.

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Asentí. Sabía a lo que se refería. No es que fuera necesario que estuviera en mi

registro, porque de verdad me costaba pensar en alguien en el país que no hubiese

escuchado de mí hasta ahora. Era como la mejor amiga del mundo. O tal vez la peor

enemiga.

—Cambié de opinión —dije.

—Oh. ¿Una Universidad diferente? No debería ser un problema. Con tus

calificaciones…

—No, me refiero que no iré. A la Universidad.

La Sra. Tate se inclinó hacia adelante, apoyando su mano en el envoltorio de nuevo.

Me estaba frunciendo el ceño.

—¿No irás?

—Así es. Ya no quiero ir.

Ella habló suavemente.

—Escúchame, Valerie. Sé que te culpas por lo que ocurrió. Sé que crees que eres

como él. Pero no es así.

Me enderecé en la silla y traté de sonreír con confianza. Ésta no era una

conversación que quisiera especialmente hoy, de entre todos los días.

—De verdad Sra. Tate, no es necesario que diga eso —le dije. Toqué mi bolsillo

trasero, donde tenía la fotografía de Nick y yo en el Lago Azul, para ganar

confianza—. Digo, estoy bien y todo.

La Sra. Tate levantó su mano y me miró directamente a los ojos.

—La mayoría de los días, pasaba más tiempo con Nick que con mi propio hijo —

dijo—. Era tan indagador. Siempre tan furioso. Era uno de esos chicos que

simplemente iban a batallar en la vida. Estaba tan consumido por el odio. Se regía

por él, de hecho.

No, quería gritarle. No lo era. Nick era bueno. Yo lo vi.

Estaba atrapada en el recuerdo de la noche en que Nick fue a mi casa

inesperadamente, mientras mamá y papá comenzaban a prepararse para su usual

festival de quejas después de la cena.

Podía sentir que se acercaba: mamá tirando platos en el fregadero, murmurando, y

papá caminando entre la sala y la cocina, observando a mamá y sacudiendo su

cabeza. La tensión estaba creciendo y comencé a hartarme del sentimiento que

tenía tan a menudo, deseando poder irme a la cama y despertar en una casa

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diferente, con una vida diferente. Frankie ya había desaparecido en su habitación, y

me pregunté si él también se había cansado de ese sentimiento.

Estaba subiendo las escaleras para ir a mi habitación cuando el timbre sonó. Podía

ver a Nick a través de la ventana al lado de la puerta, apoyándose en un pie y luego

en el otro.

—¡Yo abro! —les grité a mis padres mientras bajaba corriendo las escaleras, pero

ya la discusión había comenzado y ni siquiera se dieron cuenta.

—Hola —dije, saliendo al porche delantero—. ¿Qué hay de nuevo?

—Hola —me respondió. Me entregó un CD—. Te traje esto —dijo—. Lo quemé

para ti esta tarde. Son todas las canciones que me hacen pensar en ti.

—Eso es tan dulce —dije, leyendo la parte de atrás de la caja, donde él había

escrito cuidadosamente los nombres de las canciones y sus autores—. Me encanta.

En el otro lado de la puerta, se podía escuchar la voz de mi papá acercándose.

—Sabes, tal vez algún día no regrese a casa, Jenny, ésa es una excelente idea. —Él

estaba gruñendo.

Nick observó la puerta, y podría jurar que vi vergüenza atravesar su rostro. Y algo

más. ¿Lástima, tal vez? ¿O quizás ese mismo hastío que sentía yo?

—¿Quieres salir de aquí? —me preguntó, metiendo sus manos en los bolsillos—.

No se escucha muy bien allá dentro. Podemos estar juntos por un rato.

Asentí, abriendo un poco la puerta y dejando el CD en la mesa del vestíbulo. Nick se

estiró y sujetó mi mano, guiándome al campo detrás de mi casa. Encontramos un

claro y nos tendimos en la hierba, mirando las estrellas, hablando de nada y a la

vez de todo.

—¿Sabes por qué nos llevamos tan bien, Val? —preguntó después de un rato—.

Porque pensamos exactamente igual. Es como si tuviésemos el mismo cerebro. Es

genial.

Me estiré, enrollando mi pierna alrededor de la suya.

—Totalmente —dije—. Al demonio nuestros padres, y sus estúpidas peleas. Al

demonio todo el mundo. ¿A quién le importa una mierda ellos?

—No a mí —dijo. Se rascó su hombro—. Por un largo tiempo pensé que nadie me

entendería jamás, pero tú de verdad lo haces.

—Claro que sí. —Volteé mi cabeza y besé su hombro—. Y también tú me entiendes.

Es un poco espeluznante el hecho de que seamos tan parecidos.

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—Espeluznante en el buen sentido.

—Exacto, en el buen sentido.

Se volteó para verme, apoyándose en un codo.

—Es bueno que nos tengamos el uno al otro —dijo—. Es como si, tú sabes, aunque

el mundo te odiara, tienes a alguien en el que puedes confiar. Sólo nosotros dos en

contra de todo el mundo. Sólo tú y yo.

En ese momento, como mis pensamientos hubiesen estado sumidos en las

incesantes discusiones de mamá y papá, asumí que estábamos hablando de ellos.

Nick sabía perfectamente por lo que yo estaba pasando; él llamaba a su padrastro

Charles su “Paso de día”5 y hablaba de la cambiante vida amorosa de su madre

como si fuera un gran chiste. No había tenido idea de que él se refería a nosotros

contra… todos.

—Claro. Sólo nosotros —le respondí—. Sólo tú y yo.

Miré la carpeta en la oficina de la Sra. Tate, una vez más embargada por la

sensación de que nunca conocí a Nick en absoluto. Todo eso de “almas gemelas” de

lo habíamos hablado había sido pura mierda. Porque cuando se trata de leer a las

personas, soy una estudiante aplazada.

Sentí un nudo en mi garganta. ¿Qué tan indulgente fue eso? La paria de la escuela

llora por los recuerdos de su novio, el asesino. Incluso yo me odiaría. Tragué y

forcé a que el nudo bajara por mi garganta.

La Sra. Tate se había sentado en su silla, pero aún seguía hablando.

—Valerie, tú tenías un futuro. Estabas escogiendo universidades. Tenías buenas

calificaciones. Nick nunca tuvo un futuro. Su futuro era… esto.

Una lágrima se me escapó. Tragué y tragué pero no mejoró. ¿Cómo podía saber ella

sobre el futuro de Nick? No se puede predecir el futuro. Dios, si hubiese podido

predecir lo que ocurrió, lo hubiese detenido. Lo hubiese hecho irse. Pero no lo hice.

No pude. Y debí haberlo hecho. Eso es lo que me afecta. Debí haberlo hecho. Y

ahora mi futuro no tiene una universidad en él. Mi futuro se basa en ser conocida

alrededor del mundo como “La Chica que Odia a Todos”. Así fue como la prensa me

llamó: La Chica que Odia a Todos.

Quería decirle a Tate todas estas cosas. Pero era tan complicado, y pensar en ello

hacía que mi pierna temblara y que mi corazón doliera. Me levanté y me coloqué la

mochila. Sequé mis mejillas con el dorso de mi mano.

5Original: Step du Jour: Step= Paso. Du Jour= de día.

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—Será mejor que me vaya a clase —dije—, no quiero llegar tarde en el primer día

de clases. Lo pensaré. Lo de la universidad. Pero como ya le dije, no puedo hacer

ninguna promesa, ¿de acuerdo?

La Sra. Tate suspiró y se levantó. Cerró la gaveta del archivador, pero no se movió

alrededor de éste.

—Valerie —dijo, luego se detuvo y pareció reconsiderarlo—. Intenta tener un buen

día, ¿está bien? Me alegro de que estés de regreso. Y conservaré esos requisitos

para ti.

Comencé a caminar hacia la puerta. Pero justo cuando sujeté la manilla, me volteé.

—¿Sra. Tate? ¿Las cosas han cambiado mucho? —le pregunté—. Digo, ¿son

diferentes las personas?

No sabía cuál esperaba que fuera su respuesta. Sí, todos han aprendido su lección y

ahora somos una gran y feliz familia, justo como lo dicen los periódicos. O no, no

había abusadores, todo estaba en tu cabeza justo como dicen los demás. Nick

estaba loco y tú te lo creíste todo, y eso es todo. Estabas molesta sin razón alguna.

Tan furiosa, pero todo estaba en tu imaginación.

La Sra. Tate mordió su labio inferior y pareció pensar muy bien la pregunta.

—Las personas son personas —dijo finalmente, volteando sus manos en un triste y

desesperado encogimiento de hombros.

Creo que ésa era la última respuesta que quería escuchar.

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“Ella podría lanzarte un hechizo, Christy…”

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Traducido por Yre24

Corregido por †DaRk BASS†

La mayoría de los días encontraba totalmente irónico que mamá llevara a Frankie a

la escuela porque él odiaba el viaje en autobús, mientras yo viajaba en autobús

porque odiaba el atormentante paseo en carro con mamá. Pero algunos días yo

deseaba haber seguido adelante y enfrentarme a las críticas matutinas de mamá

porque el autobús era una mierda.

Por lo general yo podía avanzar lentamente hacia un asiento en algún sitio del

medio, y hundirme en forma de C, con mis rodillas apoyadas en el asiento en frente

de mí, escuchando mi MP3 y desapareciendo por completo.

Pero últimamente Christy Bruter había sido una verdadera molestia. No es que

esto fuera una novedad, ya que no podía soportar a Christy de todos modos. Nunca

podría.

Christy era una de esas chicas que son populares porque todo el mundo tiene

miedo de no ser su amigo. Ella era grande y voluminosa y su barriga destacaba

beligerantemente en la parte delantera de ella y unos muslos que eran enormes y

podrían partir un cráneo. Lo cual era extraño porque ella era la capitana del equipo

de softbol. Yo nunca pude entender eso. Simplemente no podía imaginarme a

Christy Bruter corriendo más que cualquier otro para llegar a primera base. Pero

supongo que ella debe haberlo hecho al menos una o dos veces. O quizás el

entrenador tenía demasiado miedo como para dejarla fuera. ¿Quién sabe?

He conocido a Christy al menos desde el preescolar y nunca, ni una sola vez, pensé

que ella podría agradarme. Y viceversa. Cada reunión nocturna de regreso a clases,

mamá tenía que llamar al profesor aparte e informarle que Christy y yo nunca

deberíamos sentarnos juntas en la misma mesa de grupo. “Todos tenemos a esa

persona”. Mamá le decía al profesor con una sonrisa apenada. Christy Bruter era

mi persona.

En la escuela primaria Christy me llamó el Castor Bucky. En sexto grado ella

comenzó el rumor de que yo tenía puesta una tanga que, en la escuela secundaria,

era un gran asunto. Y en la preparatoria decidió que no le gustaba mi maquillaje ni

mi ropa y entonces comenzó a apodarme Hermana Muerte, lo que todo el mundo

pensaba que era chistoso.

Ella se montaba dos estaciones después que yo, lo cual podía trabajar a mi favor la

mayoría de los días porque tenía tiempo de hacerme invisible antes de que ella

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entrara al autobús. No es que yo le tuviera miedo a ella ni nada de eso. Sólo que me

ponía enferma tener que lidiar con ella.

Me hundí en mi asiento, deslizándome hacia abajo donde mi cabeza apenas echaba

una ojeada por encima del respaldo y tapé con mis audífonos mis oídos, subiendo

el volumen de mi reproductor MP3 con mi pulgar. Miré detenidamente hacia fuera

por la ventana, pensando que se sentiría bien sostener la mano de Nick hoy.

Apenas podía esperar a llegar a la escuela para verlo. No podía esperar para oler la

goma de canela en su aliento y hundir mi cabeza en la curva de su brazo durante el

almuerzo, sentada protegida por él, quedando todo el resto del mundo excluido.

Christy Bruter, Jeremy, mamá y papá y sus “discusiones” que siempre, siempre,

siempre se convertían en una competencia de gritos y terminaba con papá

arrastrándose fuera de la casa perdiéndose en la oscuridad y mamá sollozando

patéticamente en su habitación.

El autobús se deslizó haciendo una y otra parada. Mantuve mis ojos pegados a la

ventana, mirando a un terrier6 enterrando su nariz en una bolsa de basura en

frente de una casa. La cola del terrier golpeaba el viento y toda su cabeza estaba

completamente cubierta por la bolsa de basura. Me pregunté cómo podía respirar

y empecé a pensar en las cosas que él podría encontrar allí que lo podían

emocionar tanto.

El autobús avanzó de nuevo y yo subí el volumen de mi reproductor MP3 ya que el

ruido incrementaba exponencialmente con el número de niños que entraba. Apoyé

mi cabeza atrás contra el asiento y cerré mis ojos.

Sentí un golpe contra mi brazo, me imaginé que fue una persona que había pasado

caminando y lo ignoré. Luego sentí uno más fuerte y alguien usó el cable para

arrebatar el audífono de mi oído derecho. Éste pendió por la colisión en el aire,

música metálica saliendo de él.

—¿Qué demonios? —dije, sacando el audífono de mi oído izquierdo y enrollando el

cable alrededor del reproductor MP3. Miré a mi derecha y allí estaba la cara de

Christy Bruter sonriendo abiertamente del otro lado del pasillo—. Lárgate, Christy.

Su fea amiga Ellen —igualmente Amazona, cabello rojo, con cara de hombre,

receptora del equipo de softbol de la Preparatoria Garvin— rió, pero Christy sólo

me miraba con falsa inocencia parpadeando sus ojos.

—No sé de que hablas Hermana Muerte. Quizás estás teniendo una alucinación.

Quizás tienes algún mal o algo así. Quizás el diablo te lo hizo.

Rodé mis ojos.

6 Terrier: Grupo de razas de perros entre las que se encuentra el Yorkshire Terrier.

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—Como sea. —Coloqué mis audífonos de nuevo en mis oídos y me recosté de

nuevo en mi forma de C, cerrando mis ojos. No iba a darle la satisfacción de pelear

con ella.

Justo en lo que el autobús entró en el estacionamiento Garvin. Sentí otro empujón

contra mi hombro, sólo que esta vez hubo un tirón poderoso sobre el cable de mis

audífonos y fueron rasgados de mis oídos con tanta fuerza que el reproductor MP3

entero voló de mi mano y pasó rozando a través del piso del autobús, colocándose

bajo el asiento delante del mío. Lo recogí. La luz verde sobre uno de los lados había

parpadeado y la pantalla estaba en blanco. Deslicé el interruptor para apagarlo y

luego otra vez, pero… nada. Estaba muerto.

—¡Dios! ¿Cuál es tu problema? —pregunté, mi voz logrando elevarse.

De nuevo, Ellen se reía disimuladamente con su cara de hombre, y también lo

hacían un par de compañeros sentados detrás de ellas. Y de nuevo, Christy me daba

esa falsa mirada con los ojos muy abiertos.

El autobús abrió sus puertas y todos nosotros nos levantamos. Esto es alguna clase

de instinto de los chicos, pensé. Tú podías estar en el medio de algo pero si el

autobús abría sus puertas, tú te levantabas. Ésta era una de las constantes de la

vida. Tú naces, tú mueres, tú te levantas cuando el autobús abre sus puertas.

Christy y yo nos levantamos, a sólo centímetros una de la otra. Podía oler el sirope

de panqueques en ella. Ella se burló de mí, dándome una mirada lenta de arriba-

hacia abajo.

—¿Apurada para ir a un funeral? ¿Quizás vas a plantar a Nick por un agradable frío

cadáver? Oh, espera. Nick es un cadáver.

Sostuve el contacto visual con ella, rehusando a echarme para atrás. Después de

todos estos años ella aún no se cansaba de las mismas viejas estúpidas bromas.

Todavía no las superaba. Mamá me dijo una vez que si yo continuaba ignorando a

Christy, eventualmente podría llegar a volverse aburrido para ella. Pero en días

como hoy, ignorarla a ella era más fácil decirlo que hacerlo. Yo dejaba pasar estas

cosas de rivalidad, pero de ninguna manera, iba a dejar que ella se fuera como si

nada después de haber roto mi aparato.

La empujé hacia adelante dentro del pasillo que ya había comenzado a moverse.

—Cualquiera que sea tu problema… —dije. Levanté mi reproductor MP3—. Tú vas

a pagar por esto.

—Oooh, me están temblando las piernas —dijo ella.

Alguien más agregó:

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—Ella podría lanzarte un hechizo, Christy. —Y todos se rieron.

Descendí por el pasillo y bajé del autobús sobre la acera, y troté a las gradas donde

Stacey, Duce y David estaban pasando el rato como siempre.

Subí para reunirme con ellos, sin aliento y furiosa.

—Hey —dijo Stacey—. ¿Qué pasa? Luces molesta.

—Sí —dije—. Mira lo que la perra de Christy Bruter le hizo a mi reproductor MP3.

—Oh, hombre —dijo David, tomándolo de mi mano. Él presionó unos pocos

botones, tratando de prenderlo y apagarlo unas pocas veces—. Podrías conseguir

arreglarlo o algo.

—Yo no quiero arreglarlo —dije—. Quiero matarla, Dios, yo podría desgarrar su

estúpida cabeza. Ella se arrepentirá de esto. Con seguridad voy a devolvérsela por

esto.

—Sólo olvídate de ella —dijo Stacey—. Ella es tal cual una vaca. Realmente a nadie

le agrada.

Un Camaro negro rugió en el estacionamiento y le dio la vuelta al campo de fútbol.

Yo reconocí el carro como el de Jeremy y mi corazón se aceleró. Por un segundo me

olvidé de mi reproductor MP3.

La puerta lateral del pasajero se abrió y Nick dio un paso afuera. Él tenía la pesada

chaqueta negra que él había estado vistiendo últimamente y tenía cerrada su

cremallera hasta la barbilla contra el agradable viento.

Salté hasta la cima de la grada y le grité.

—¡Nick! —lo llamé, agitando los brazos.

Él captó mi movimiento, inclinó su barbilla hacia arriba ligeramente, y cambió su

curso en mi dirección. Él se movió despacio, metódicamente hacia mí. Salté hacia

abajo la grada y fui través del césped hacia él.

—¡Hola, bebé! —dije, alcanzándolo y envolviéndome a mí misma alrededor de él.

Él medio me esquivó, pero se inclinó hacia abajo y me besó, luego me giró y lanzó

su brazo rodeándome los hombros tal como siempre lo hacía. Se sintió tan bien

volver a estar bajo su brazo.

—Hey —dijo—. ¿Qué están haciendo ustedes, perdedores? —Él usó su mano libre

para hacer algún tipo de apretón de manos con Duce y luego le pegó a David en el

hombro.

—¿Dónde has estado? —preguntó David.

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Nick sonrió con satisfacción y me extrañó lo peculiar que se veía. Vibrante, casi

zumbando o algo.

—He estado ocupado. —Fue la única respuesta de Nick. Sus ojos recorrieron el

frente de la escuela—. He estado ocupado —repitió él, pero él lo dijo tan

silenciosamente que estoy bastante segura que yo fui la única que lo escuchó. No

fue como si realmente estuviese hablando con alguno de nosotros. Yo podría haber

jurado que él le estaba hablando a toda la escuela en sí misma. El edificio, la

actividad de hormigas en su interior.

El Sr. Angerson arrastró sus pies detrás de nosotros y entonces usó su “voz de

director” la que a nosotros nos gustaba imitar en las fiestas. No, estudiantes de

Garvin, la cerveza es mala para sus cerebros en crecimiento. Estudiantes de Garvin,

ustedes deben comer un desayuno saludable antes de venir a la escuela. Y recuerden,

estudiantes de Garvin, díganle no a las drogas.

—Muy bien, estudiantes de Garvin —dijo él. Stacey y yo nos dimos un codazo la

una a la otra y nos reímos disimuladamente—. No nos demoremos esta mañana.

Tiempo de ir a clases.

Duce le dio un ligero roce a Angerson a modo de saludo y comenzó a marchar hacia

la escuela. Stacey y David lo siguieron, riendo. Comencé, también, pero paré bajo el

brazo de Nick, que todavía me sostenía en el mismo lugar de la acera. Alcé la vista

hacia él. Él todavía miraba fijamente la escuela, una sonrisa jugueteaba en las

esquinas de su boca.

—Mejor vamos antes que Angerson rompa algo —dije tirando del brazo de Nick—.

¡Hey! Estaba pensando. ¿Quieres que nos saltemos el almuerzo y consigamos algo

de Casey's hoy?

Él no contestó, pero continuó silenciosamente con la mirada fija en la escuela.

—¿Nick? Mejor vamos —dije otra vez. Ninguna respuesta. Finalmente de alguna

manera lo empujé a él con mi cadera—. ¿Nick?

Él parpadeó y bajó la mirada hacia mí, nunca cambiando la sonrisa amplia, la

mirada brillante en sus ojos nunca vaciló. Quizás incluso la acrecentó haciéndola

más intensa. Me preguntaba qué diablos habían tomado esta mañana él y Jeremy.

Estaba actuando realmente extraño.

—Sí —dijo él—. Sí. Hoy tengo mucho por hacer.

Empezamos a caminar. Nuestras caderas chocando una con la otra en cada paso.

—Te iba a prestar mi reproductor MP3 para el primer período, pero Christy Bruter

lo rompió en el autobús —dije sosteniéndolo para que él lo viera. Él lo miró

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detenidamente por un momento. Su sonrisa se ensanchó. Me agarró más fuerte y

caminó hacia la puerta más rápidamente.

—He estado queriendo hacer algo en relación a ella por mucho tiempo —dijo él.

—Lo sé. Realmente la odio. —Me quejé, oprimiendo toda la atención que podría

darle al incidente—. No sé cuál es su problema.

—Yo me encargaré de eso.

Yo sonreí, emocionada. La manga de la chaqueta de Nick rasguñaba atrás mi cuello.

Se sentía agradable. Real, de algún modo. Mientras esa manga estuviera rasgando

la parte de atrás de mi cuello, todo sería normal, incluso si él estaba en algo. Por

ahora de igual modo, Nick estaba aquí conmigo, sosteniéndome, yendo a

defenderme. No a Jeremy, a mí.

Golpeamos las puertas y Nick finalmente dejó mis hombros. Una brisa sopló justo

en ese momento y recorrió todo el cuello de mi camisa, ondeando el frente de ella.

Me estremecí. Mi columna de repente sintió mucho frío.

Nick abrió una puerta y esperó que entrara por delante de él.

—Vamos a conseguir que esto termine —dijo él. Asentí, dirigiéndome hacia el

Cafetín. Mis ojos atentos a Christy Bruter, mis dientes castañeando.

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Traducido por sary_meles

Corregido por vapino

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE,

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

Jeff Hicks, 15. Como estudiante de primer año, Hicks por lo general no debería haber

estado caminando a través del Cafetín, de acuerdo a algunos estudiantes. “Nosotros

no vamos por ahí, si podemos evitarlo”, una estudiante de primer año, Marcie

Stindler, dijo a los periodistas. “Los estudiantes de último año nos fastidian si vamos

por allí. Es como una especie de regla no escrita para los de primer año, mantenerse

alejado del Cafetín, excepto durante el almuerzo. Cada estudiante de primer año lo

sabe”.

Sin embargo, Hicks estaba atrasado en la mañana del 2 de mayo y cortó camino a

través del Cafetín en su prisa por llegar a clase, ocurrió lo que algunos llaman un

clásico caso de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Él sufrió un

disparo en la parte posterior de la cabeza y murió instantáneamente en la escena. Un

monumento se ha creado en su nombre en el Banco del condado de Garvin. La policía

dice que no está claro si Levil conocía a Hicks o si Hicks fue golpeado

accidentalmente por una bala destinada a otra persona.

Debido a que la Sra. Tate me había mantenido en su oficina durante tanto tiempo,

me perdí el primer período y entré justo en la mitad del discurso del Primer Día de

Escuela de la Sra. Tennille. Sé que Tate lo había hecho para que yo no tuviera que

enfrentarme a los pasillos previos al primer período, pero casi que hubiera

preferido eso en lugar de tener todos los ojos clavados en mí cuando entré a clase.

Por lo menos en los pasillos hubiera podido ser una especie de sombra que pasaba.

Abrí la puerta y juro que todos en la clase dejaron lo que estaban haciendo y me

miraron. Billy Jenkins soltó su lápiz y tan sólo dejó que cayera rodando de su

escritorio. La boca de Mandy Horn se abrió tanto que pensé haber llegado a

escuchar que su mandíbula se rajaba. Incluso la Sra. Tennille dejó de hablar y se

quedó inmóvil durante unos segundos.

Yo me quedé parada en la puerta, preguntándome si realmente sería tan evidente

si me diera la vuelta y me marchara. Fuera del aula de clase. Fuera de la escuela. De

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vuelta a mi cama en casa. Decirles a mamá y al Dr. Hieler que me había equivocado,

que después de todo quería terminar la escuela secundaria con un tutor. Que yo no

era tan fuerte como pensaba en un principio.

La Sra. Tennille se aclaró la garganta y dejó el marcador que estaba usando en la

pizarra. Tomé una respiración profunda y me arrastré hasta su escritorio,

sosteniendo el permiso que me había dado la secretaria de la Sra. Tate cuando salía

de su oficina.

—Sólo hemos estado hablando sobre el programa de estudios de este año —dijo la

Sra. Tennille, tomando el permiso. Su rostro permaneció de piedra—. Adelante,

tome asiento. Si usted tiene alguna pregunta sobre algo que ya hemos visto, me

puede preguntar cuando toque la campana.

La miré por un instante. La Sra. Tennille difícilmente había sido una de mis fans,

para empezar. Siempre había tenido problemas con el hecho de que yo no

participara en los laboratorios y con el hecho de que Nick en una especie de

"accidente" prendió una vez fuego a un tubo de ensayo en el tercer periodo. Ni

siquiera puedo contar las veces que ella había mandado el trasero de Nick a

detención, y siempre me había mirado cuando deambulaba por la acera en frente

de la escuela esperando a que él saliera.

No me podía imaginar lo que ahora debía estar sintiendo por mí. ¿Piedad, tal vez?,

¿por no haber visto lo que ella siempre vio en Nick? ¿Querría sacudirme y

gritarme: ¿"¡Te lo dije, niña estúpida!"? O tal vez sentía repugnancia por lo que

pasó con el Sr. Kline.

Tal vez, como yo, repetía esa escena una y otra vez en su cabeza un millón de veces

al día: el Sr. Kline, profesor de química, usando literalmente su cuerpo como

escudo ante una docena de estudiantes. Él estaba llorando. Con los mocos

saliéndole por la nariz, el cuerpo le temblaba. Tenía sus brazos extendidos a cada

lado, como Cristo, y sacudía la cabeza hacia Nick, desafiante y asustado.

Me gustaba Kline. A todos les gustaba Kline. Kline era el tipo de persona que

hubiera venido a tu fiesta de graduación. El tipo de persona que hablaría contigo

en el centro comercial… y nada como la mierda de “Hola, jovencito” que diría el Sr.

Angerson, el Director de la escuela. Kline decía: “Oye, ¿qué tal?” o “¿Manteniéndote

al margen de la ley?"

Kline haría la vista gorda si te veía sacando una cerveza a escondidas en un

restaurante y veía que te salías con la tuya. Kline daría su vida por ti. Siempre

habíamos sabido qué tipo de persona era Kline. Ahora todo el mundo lo sabía.

Gracias a la impresionante cobertura televisiva del tiroteo, y a esa fastidiosa Angela

Dash escritora del Sun-Tribune, casi todo el mundo sabía que el Sr. Kline había

muerto porque él no le dijo a Nick donde estaba la Sra. Tennille. Así que supongo

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que eso no era una novedad para la Sra. Tennille. También supongo que por eso

ella me miraba como si yo fuera una plaga puesta en libertad en su salón de clases.

Me volví y me dirigí a una silla vacía. Traté de mantener mis ojos exclusivamente

en la silla, pero me resultó imposible. Tragué. Sentía la garganta muy seca. Mis

manos estaban tan sudorosas que mi cuaderno se estaba resbalando. Mi pierna

latía y me sentí cojeando y me maldije en silencio por hacerlo.

Me acurruqué en mi escritorio y miré a la Sra. Tennille. Me miró fijamente hasta

que me instalé y se volvió hacia la pizarra, aclarándose la garganta una vez y

terminando de escribir su dirección de correo electrónico en el tablero.

Poco a poco las cabezas de mis compañeros de clase se volvieron hacia la parte

frontal de la habitación y sentí que volvía a empezar a respirar. Ochenta y tres,

coreé en mi cabeza. Ochenta y dos, si no se tiene en cuenta el día de hoy.

Mientras Tennille hablaba acerca de la mejor manera de comunicarse con ella, me

concentré en mis manos, tratando de disminuir mi respiración, en la forma que el

Dr. Hieler me había enseñado a hacerlo. Me quedé mirando mis uñas, que estaban

astilladas y feas. Yo nunca había encontrado la energía para limarlas y ahora estaba

extrañamente consciente de ellas. Todas las otras chicas se habían preparado para

el primer día de clases haciendo cosas como pintarse las uñas y escogiendo sus

mejores ropas. Yo apenas las había lavado.

Era sólo otra forma en la que yo era diferente a todos ellos y, curiosamente, de

alguna manera, era tan sólo otra manera en la que yo era diferente a la manera en

que solía ser.

Me metí las uñas en las palmas de las manos. No quería que las vieran, temiendo

que alguien se diera cuenta de lo feas que estaban, pero me encontré extrañamente

calmada al sentirlas enterrándose en mis palmas. Bajé mis manos a mi regazo y

apreté los puños con fuerza, apretando hasta que la uñas estuvieron clavadas en

mis manos y pudiera respirar sin una oleada de náuseas rodando sobre mí.

—Mándenme un e-mail cada vez que tengan una pregunta —decía la señora

Tennille, apuntando a lo que había escrito en la pizarra, y luego se detuvo en seco.

Había una conmoción a mi izquierda. Los chicos estaban susurrando alrededor,

una niña ponía rápidamente sus libros y papeles en su mochila. Las lágrimas le

caían por su rostro y estaba tratando de contener su hipo.

Otras chicas se acercaron a ella, hablándole y frotándole su espalda.

—¿Hay algún problema? —preguntó la señora Tennille—. ¿Kelsey? ¿Meghan? ¿Hay

alguna razón por la cual ustedes no están en sus sillas?

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—Es Ginny —dijo Meghan, señalando a la niña llorando, que ahora me daba cuenta

que era Ginny Baker. Yo había oído en las noticias sobre todas las cirugías plásticas

que había tenido, pero en realidad no me había dado cuenta de lo mucho que había

cambiado su cara hasta ese momento.

La Sra. Tennille colocó el borrador en la bandeja en la parte inferior del tablero,

luego, rápida y silenciosamente cruzó las manos delante de ella.

—¿Ginny? —dijo en una voz tan suave que no estaba segura de que hubiera salido

de Tennille—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? ¿Tal vez necesitas ir a

tomar algo de beber?

Ginny cerró la cremallera de su mochila y se levantó. Todo su cuerpo estaba

temblando.

—Es ella —dijo, sin moverse. Sin embargo todo el mundo sabía de qué estaba

hablando y se volvieron a mirarme. Incluso Tennille miró en mi dirección. Bajé mi

rostro en dirección de mis manos y apreté las uñas incluso con más fuerza en las

palmas de mis manos. Metí mis labios en mi boca y los mordí con fuerza desde el

interior, sujetándolos con la boca cerrada—. No puedo sentarme aquí con ella sin

pensar en... sobre... —Ella respiró hondo y dejó escapar el aire con un torrente de

angustia que hizo que se me erizaran los pelos de la nuca—. ¿Por qué la dejaron

volver?

Agarró su mochila con ambas manos delante de ella, la abrazó contra su vientre, y

corrió por el pasillo, empujando tanto a Meghan como a Kelsey hacia atrás en sus

escritorios.

La Sra. Tennille dio un par de pasos hacia ella y se detuvo. Asintió ligeramente con

la cabeza y Ginny salió corriendo de la habitación, su cara contorsionada y

formando una mueca.

Todo estuvo completamente quieto durante un minuto y apreté los ojos cerrados y

en silencio conté hacia atrás desde cincuenta, otro de los métodos que había

aprendido. De mamá o del Dr. Hieler, no me acordaba. Escuchaba campanas en mi

mente y me sentí nerviosa. ¿Debía salir, también? ¿Ir detrás de Ginny, decirle que

lo sentía? ¿Ir a casa y no volver nunca más? ¿Debo decir algo a la clase? ¿Qué debía

hacer?

Finalmente, la Sra. Tennille se aclaró la garganta de nuevo, se volvió hacia la

pizarra, y recogió su marcador. Su cara se veía inquieta, pero se mantuvo fuerte. La

vieja buena y sensata Sra. Tennille. No podía ni disimular su malestar.

—Como iba diciendo —continuó, y luego se lanzó de nuevo en su discurso.

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Parpadeé para distanciar las lucecitas blancas que bailaban delante de mis ojos y

traté de concentrarme en lo que estaba diciendo, lo cual era difícil, porque casi

nadie dejó de mirarme.

—La siguiente unidad se centrará en...

Hubo más inquietud, y una vez más se volvió y se detuvo. Miré a mi izquierda y vi a

un par de chicos hablando acaloradamente entre sí.

—Clase —dijo la Sra. Tennille, su voz seguía siendo severa pero perdiendo el

control de la autoridad—. ¿Puedo tener su atención, por favor?

Los chicos dejaron de hablar, pero se mantuvieron inquietos.

—Me gustaría seguir con esto para que no nos atrasemos antes de que el año

comience. —Sean McDannon levantó la mano.

—Sí, Sean —dijo, un poco de exasperación arrastrándose en su voz.

Sean tosió en el puño como lo hacen algunos hombres cuando quieren cambiar sus

voces de regular a súper-poderoso y viril. Me miró, luego apartó la vista

rápidamente. Intenté esbozar una sonrisa, pero fue en vano porque ya se había

vuelto.

Sean era un chico bueno. Nunca tuvo un problema con nadie. En realidad, a nadie le

gustaba o lo odiaba. Era del tipo que volaba debajo del radar la mayor parte del

tiempo, lo que a veces puede hacer la diferencia en la escuela secundaria haciendo

que te dejen en paz o que te acosen. Que yo supiera, él nunca había sido acosado.

Sacaba buenas notas, se unió a clubes académicos, se mantuvo al margen de la ley,

tenía una novia sin pretensiones. Y vivía a unas seis casas de la mía, lo que

significaba que habíamos jugado juntos cuando éramos niños. Realmente no

habíamos hablado mucho desde que estábamos en quinto grado, pero no había

hostilidad entre nosotros. Nos saludábamos uno al otro si nos cruzábamos en el

pasillo o en la parada de autobús. No era gran cosa.

—Um, Sra. Tennille, la Sra. Tate nos dijo que deberíamos hablar de... um, de estas

cosas, y…

—Y no es justo que Ginny tenga que ser la que se vaya —dijo Meghan. Mientras

que Sean deliberadamente había decidido no mirarme desde esa primera mirada,

Meghan hizo un esfuerzo para hacer girar alrededor la cabeza y posó su mirada en

mí—. No es como si Ginny hubiera hecho algo malo.

La Sra. Tennille giró el marcador en seco entre sus manos.

—Nadie le pidió a Ginny que saliera, Meghan. Y estoy segura que la Sra. Tate quería

decir que podías ir a su oficina para hablar de estas…

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—No —dijo una voz en la mesa detrás de mí. Sonaba como Alex Gold, pero mi

cuerpo se sentía helado y no podía girar la cabeza para estar segura. Mis uñas se

clavaron profundamente en mis manos, dejando dolorosas media lunas púrpuras a

través de ellas—. No, cuando vino a la escuela ese tipo que trataba los traumas, nos

dijo que debíamos sentirnos libres de hablar de estas cosas cada vez que lo

necesitáramos. No es que lo necesite, ni nada. Estoy muy por encima de eso.

Meghan puso los ojos en blanco y desvió la mirada de odio de mí a un punto por

encima del hombro.

—Pues, muy bueno para ti. Pero a ti no te volaron la cara.

—Bueno, tal vez sea porque nunca molesté a Nick Levil.

—Bueno, eso es realmente suficiente —dijo la Sra. Tennille, pero para entonces la

conversación se había salido de control—. Tal vez deberíamos volver a nuestra

discusión...

—Tú tampoco lo hiciste, Meghan —dijo Susan Crayson, sentada justo a la derecha

de Meghan—. A ti tampoco te volaron la cara. Ni siquiera eras realmente amiga de

Ginny antes del tiroteo. Sólo te gusta el drama.

Y eso fue lo que básicamente desató el infierno. Así que muchos chicos estaban

hablando por encima del otro, era casi imposible saber quién decía qué.

—...¿un montón de drama? Mi amigo murió...

—De todos modos, no es como si Valerie le hubiera disparado a alguien. Sólo hizo

que Nick lo hiciera por ella. Y Nick está muerto, así que ¿a quién le importa?

—La Sra. Tate dijo que discutiendo no resolveríamos nada…

—...bastante malo es tener pesadillas todas las noches al respecto, para llegar a

clase y...

—...¿estás diciendo que me gustó que a Ginny le dispararan porque era un buen

drama? ¿Estás diciéndolo en serio?

—...si nos hubiéramos portado bien con Nick, tal vez esto no habría sucedido. ¿No

es todo el punto de...

—...me preguntas a mí, merecía morir. Me alegro de que se haya ido...

—...de todos modos, ¿qué sabes tú de amigos? Perdedor...

Fue un poco extraño porque al final, todos estaban tan ocupados odiándose unos a

los otros, que se olvidaron de odiarme a mí. Nadie me miraba. La Sra. Tennille

incluso se había hundido en la silla detrás de su escritorio y estaba mirando en

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silencio por la ventana, sus dedos jugando alrededor de su cuello, la barbilla le

temblaba un poco.

Había escuchado a los periodistas en la televisión diciendo que estos chicos

estaban sentados alrededor de la cafetería tomados de la mano y cantando Give

Peace a Chance todos los días. Pero no era así en absoluto. Se tiraban hacia las

gargantas de los otros. Todas las viejas rivalidades, los viejos chistes, los viejos

sentimientos agrios estaban ahí, pudriéndose en la cirugía plástica y en simpáticos

asentimientos y en paquetes de Kleenex.

Finalmente mi cuello parecía aflojar y me sentía capaz de mirar a mi alrededor —

mirar de verdad— a los chicos, que estaban gritando y agitando los brazos. Un par

llorando. Un par riendo.

Me sentí como si tuviera que decir algo, pero yo no sabía qué decir. Recordarles

que yo no había halado el gatillo me haría sonar a la defensiva. Tratar de consolar a

alguien sería más que raro. Hacer cualquier cosa sería como sobrecargar la

situación. Aún no estaba preparada para esto y no podía creer que alguna vez

hubiera pensado que lo estaba. No tenía respuestas a mis propias preguntas,

¿cómo podría responder alguna de las suyas? Mi mano involuntariamente se

derivó hacia el teléfono celular en mi bolsillo. Tal vez debería llamar a mamá.

Rogarle que me dejara ir a casa. Rogarle no volver nunca más. Tal vez debería

llamar al Dr. Hieler, decirle que, por primera vez, estaba equivocado. Si no podía

quedarme por ochenta y tres minutos, mucho menos por ochenta y tres días.

Después de un rato, la Sra. Tennille fue capaz retomar el control de la clase, y nos

sentamos allí, la tensión estaba por encima de nuestras cabezas, mientras

terminaba de repasar el plan de estudio.

Poco a poco, la gente empezó a olvidarse de que yo estaba allí. Empecé a sentir que

tal vez esto no era totalmente imposible, sentada en esa mesa, en esa clase. En esa

escuela.

Tienes que encontrar una manera de ver lo que realmente está allí, Valerie, Dr. Hieler

me había dicho. Tienes que empezar a confiar en que lo que ves es lo que está

realmente allí.

Abrí mi cuaderno y agarré un lápiz. Sólo que, en lugar de tomar notas sobre lo que

estaba diciendo Tennille, empecé a dibujar lo que veía. Los chicos estaban en los

cuerpos de chicos, vestidos de chicos, sus zapatos de chicos estaban desatados y

sus jeans rotos de chicos. Pero sus rostros eran diferentes. Donde yo normalmente

vería caras enojadas, ceños fruncidos, burla, en vez de eso vi confusión. Estaban

todos tan confundidos como yo.

Dibujé sus caras como un signo de interrogación gigante, que brotaban de sus

chaquetas Hollister y camisetas Old Navy. En los signos de interrogación había

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grandes bocas que gritaban. Algunos derramaban lágrimas. Algunos estaban

ensimismados, viéndose como caracoles.

No sé si es eso lo que el Dr. Hieler había querido decir cuando me dijo que

empezara a ver lo que realmente está allí. Pero yo sé que el dibujo de los signos de

interrogación me decía mucho más que contar hacia atrás desde cincuenta.

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“¡Oh Dios Mío! ¡Alguien! ¡Ayuda!”

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Traducido por andre27xl

Corregido por vapino

Nick y yo entramos a través de las puertas de la escuela, con el viento

apoderándose de la mía y cerrándola abruptamente tras de mí. Como siempre, el

pasillo estaba lleno de chicos apresurándose a sus casilleros, quejándose acerca de

sus padres o maestros o de los otros chicos. Muchas risas, muchos gruñidos

sarcásticos, muchas puertas de casilleros lanzadas con fuerza, sonidos de la

madrugada que son una parte natural de la banda sonora de la vida de la escuela

secundaria.

Dimos la vuelta a la esquina hacia el Cafetín, donde el movimiento ordenado de las

salas se vierte en un estancamiento de mezcla de chicos entrando en sus chismes

previos a las clases. Algunos estaban en la mesa del Consejo de Estudiante

comprando donas, otros estaban sentados en el suelo con la espalda apoyada

contra la pared, comiendo donas que ya habían comprado. Algunas porristas

estaban paradas sobre unas sillas colgando afiches de la asamblea. Otros estaban

escondidos besándose por detrás del área del escenario. Los perdedores de la

escuela, nuestros amigos, estaban esperando por nosotros, sentados en las sillas

que estaban volteadas hacia una mesa redonda cerca de las puertas cerradas de la

cocina. Unos pocos profesores —los valientes como Kline y la Sra. Flores, la

profesora de arte— estaban caminando a través del tumulto, tratando de mantener

algo parecido al orden entre ellos. Pero todos sabían que era una batalla perdida. El

Orden y el Cafetín rara vez se mezclaban.

Nick y yo nos detuvimos justo después de haber entrado en la habitación. Me paré

sobre la punta de mis pies y estiré mi cuello. Nick estaba observando toda la sala,

una sonrisa fría cruzó por su cara.

—¡Por allí! —dije, señalando—. ¡Allá está ella!

Nick vio hacia dónde estaba señalando y la encontró.

—Me voy a conseguir un nuevo MP3 gracias a ella —dije.

Nick se abrió su chaqueta lentamente, pero no se la quitó.

—Terminemos con esto —dijo, y sonreí porque estaba muy feliz de que él pusiera

la cara por mí. Y también estaba feliz porque finalmente Christy Bruter obtendría

lo que se merecía. Éste era el viejo Nick… el Nick del cual me había enamorado. El

Nick que se enfrentaba a Christy Bruter y a cualquiera que me estuviera haciendo

la vida miserable, el que nunca retrocedía cuando un jugador de fútbol venía tras

él, tratando de hacerlo parecer pequeño. El Nick que entendía lo que se sentía ser

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yo… con una familia horrible, una vida escolar horrible, con gente como Christy

Bruter que siempre me recordaba que no era como ellos, que de alguna manera era

menos que ellos.

Sus ojos adquirieron una mirada lejana y extraña, después, comenzó a caminar

rápidamente a través de la multitud delante de mí. No estaba prestando atención

hacia adónde se dirigía. Sólo estaba caminando a través de la gente, sus hombros

chocaban contra los de ellos empujándolos hacia atrás. Me dejó frente a un montón

de caras molestas y gritos indignados, pero los ignoré y lo seguí lo más cerca que

pude.

Alcanzó a Christy un par de pasos antes de que yo lo hiciera. Tuve que estirar mi

cuello para verla por encima de su hombro. Pero todavía podía escucharlo. Estaba

esforzándome por escucharlo porque no quería perderme ni un segundo del

momento en que él estuviera aterrorizando a Christy. Así que estaba segura de lo

que escuché. Todavía lo escucho todos los días.

Debió haber golpeado a Christy en el hombro o algo parecido, justo como ella me lo

había hecho a mí en el autobús. Realmente no podía ver bien porque en ese

momento estaba dándome la espalda. Pero la vi cayéndose un poco hacia al frente,

casi chocando contra su amiga Willa. Ella se volteó con una mirada sorprendida y

dijo:

—¿Cuál es tu problema?

Para ese entonces, ya había alcanzado a Nick y estaba parada justo detrás de él. En

el video de seguridad se veía como si estuviera parada a su lado, con todos

nosotros tan cerca que era imposible decir de quién era cada cuerpo. Pero yo

estaba sólo a un paso detrás de él, y todo lo que realmente podía ver sobre el

hombro de Nick era la parte superior de Christy.

—Has estado en la lista por un largo tiempo —dijo, e inmediatamente me puse fría

porque no podía creer que le hubiera contado acerca de la lista. Honestamente,

estaba molesta. La lista era nuestro secreto. Sólo nuestro. Y él lo había arruinado. Y

sabía que con Christy Bruter habría un infierno que pagar. Probablemente les diría

a sus amigos y tendrían algo más para burlarse de nosotros. Probablemente les

diría a sus padres acerca de ello y ellos llamarían a los míos y sería castigada.

Quizás nos suspenderían y entonces estaría jodida para los finales.

—¿Cuál lista? —preguntó ella y bajó un poco la mirada y sus ojos se agrandaron.

Empezó a reír, y también Willa, y empecé a levantarme sobre la punta de mis pies

para ver de qué se estaban riendo.

Y entonces se escuchó el ruido.

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No era un gran ruido para mis oídos pero sí lo era para mi cerebro. Sonaba como si

todo el mundo me estuviera gritando. Grité. Sé que lo hice porque sentí mi boca

abrirse y mis cuerdas vocales vibrar, pero no escuché nada. Cerré mis ojos y dejé

salir un grito y mis brazos volaron instintivamente sobre mi cabeza y el único

pensamiento que tuve fue esto es algo malo, esto es algo malo, esto es algo malo, lo

cual estoy bastante segura era mi cuerpo en modo de piloto automático. Piloto

automático de supervivencia. Era más como un mensaje de mi cerebro a mi

cuerpo… peligro: ¡corre!

Abrí mis ojos y me lancé a agarrar a Nick, pero se había movido a un lado y en su

lugar me encontré mirando a Christy, quien tenía un aspecto de completa sorpresa

en su rostro. Su boca estaba abierta como si estuviera a punto de decir algo, y sus

dos manos estaban agarrando su estómago. Estaban cubiertas en sangre.

Se balanceó y empezó a caer hacia delante. Me quité de en medio y cayó al suelo en

el espacio entre Nick y yo. La miré, sintiendo que iba en cámara lenta y vi que

también había sangre regándose a través de la parte de atrás de su camisa y que

había un hoyo en la tela justo en medio de la sangre.

—Le di —dijo Nick, mirándola, también. Estaba sosteniendo un arma y estaba

temblando—. Le di —repitió. Se rió un poco, esta risa aguda que todavía pienso era

de sorpresa más que de cualquier otra cosa. Tengo que creer que era una risa por

la sorpresa. Tengo que creer que estaba tan sorprendido como yo por lo que había

hecho. Que en algún lugar bajo las drogas y la obsesión con Jeremy estaba un Nick

que, como yo, pensó que todo era una broma, todo un “qué tal si…”.

Y luego todo golpeó en tiempo real. Los chicos estaban gritando y corriendo,

obstruyendo las puertas y cayendo unos sobre los otros. Otros estaban parados

pareciendo entretenidos como si alguien hubiera hecho una broma muy buena y

estuvieran molestos por habérsela perdido. El Sr. Kline estaba empujando a los

chicos apartándolos de su camino y la Sra. Flores les estaba gritando instrucciones.

Nick también comenzó a apresurarse a través de la multitud, dejándome con

Christy y toda esa sangre. Volteé mi cabeza y los ojos de Willa y los míos se

encontraron.

—¡Oh Dios mío! —gritó alguien—. ¡Alguien! ¡Ayuda!

Creo que fui yo, pero hasta ahora no puedo estar segura de ello.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Roo Andresen

Corregido por ★MoNt$3★

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE,

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA, ANGELA DASH]

Ginny Baker, 16. Baker, con un rol de estudiante de honor, fue reportada diciendo

adiós a sus amigos antes de entrar al primer período de clases cuando sonó el primer

disparo. Según unos testigos, Baker parecía ser un blanco deliberado, Levil se había

agachado para dispararle cuando ella se metió debajo de la mesa.

“Ella gritaba ‘¡Ayúdame, Meg!’, cuando él se agachó y le apuntó con el arma”, dijo

Meghan Norris de penúltimo año. “Pero realmente no supe qué hacer. No sabía qué

estaba sucediendo. Ni siquiera escuché el primer disparo. Y todo pasó tan rápido.

Todo lo que sabía era que la Sra. Flores nos estaba gritando que nos metiéramos

debajo de las mesas y nos cubriéramos la cabeza, y eso hicimos. Y justamente me

oculté debajo de la mesa donde estaba Ginny. Y él la atrapó. No le dijo nada en

absoluto. Sólo se inclinó, apuntó el arma a su rostro, le disparó, y se marchó. Estaba

realmente quieta después de que le disparó. Ya no me pedía que la ayudara, y pensé

que estaba muerta. Parecía muerta”.

No se pudo dar con la madre de Baker para que comentara al respecto. Su padre,

quien vive en Florida, describe el incidente como “la peor clase de tragedia que un

padre podría imaginar”. Agregó que regresará a la región central de EEUU para

ayudar a Baker a pasar por la extensiva cirugía plástica que los doctores dicen que se

requerirá para reconstruir su rostro.

—¿Así que tu mamá volvió a trabajar hoy? —preguntó Stacey. Estábamos en la

fila para el almuerzo, llenando nuestras bandejas. Habíamos salido juntas de inglés.

La clase había sido tensa pero soportable. Un par de chicas se pasaban notas de

una a la otra y la silla de Ginny estuvo vacía, pero además de eso las cosas estaban

calmadas.

La Sra. Long, mi profesora de inglés, era una de las pocas que habían firmado la

carta de agradecimiento de parte de la junta del colegio. Sus ojos se pusieron

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

medio llorosos cuando entré al salón, pero no dijo nada. Sólo me sonrió y asintió.

Luego dejó que me sentara y comenzó la clase. Gracias a Dios.

—Sí.

—Mi mamá dijo que tu mamá la llamó el otro día sólo para hablar.

Me detuve, las pinzas llenas de ensalada ensuciaron mi bandeja.

—¿En serio? ¿Cómo resultó eso?

Stacey no me miró, en cambio siguió moviéndose, sus ojos enfocados en su bandeja

de almuerzo. Nadie podría haber sabido con sólo mirarnos si estábamos juntas o si

sólo era la desafortunada que tenía que pararse a mi lado en la fila del almuerzo.

Probablemente ella lo quería de esa manera. Era mucho más seguro para ella ser la

desafortunada.

Tomó un bol de gelatina de arcoíris y lo puso en su bandeja. Hice lo mismo.

—Sabes como es mi mamá —dijo—. Le dijo que ya no quería que nuestra familia

fuera asociada con la tuya. Piensa que tu mamá es una mala madre.

—Wow —dije. Sentí algo extraño en mi estómago. Casi como si me sintiera mal

por mi mamá, lo cual no me había permitido hacer mucho. La culpa me desgarró.

Era mucho más fácil pensar que ella creía que era la peor hija del mundo la cual

había arruinado su vida—. Auch.

Stacey se encogió de hombros.

—Tu mamá le dijo a la mía que le dieran por el trasero.

Eso definitivamente sonaba como mamá. Aun así, apostaba que después se había

encerrado en su cuarto y había llorado. Ella y la Sra. Brinks habían sido amigas por

quince años. Ambas estábamos calladas. No sé qué le pasaba a Stacey, pero para mí

volvía a ser ese estúpido nudo en mi garganta el que no me dejaba hablar.

Tomamos nuestras bandejas y pagamos por la comida, luego fuimos al Cafetín para

buscar asiento y comer nuestros almuerzos.

Normalmente esto sería algo que haría sin pensar. Antes del año pasado, Stacey y

yo tomaríamos nuestras bandejas e iríamos a la parte más lejana, a la tercera mesa

del fondo. Besaría a Nick y me sentaría entre él y Mason y comeríamos todos

juntos, riendo, quejándonos, destruyendo servilletas, lo que fuera.

Stacey caminó enfrente de mí, deteniéndose para tomar ketchup del kiosco de

aderezos. También tomé una tacita de ketchup aunque no tenía nada a qué ponerle

ketchup. Sólo estaba tratando de no mirar alrededor y ver cuántos rostros se

dirigían a mí. Tenía la idea que eran más que unos pocos. Ella tomó su bandeja,

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

como si no supiera que estaba detrás, y la seguí. Quizás era por hábito, pero

probablemente era más porque no sabía qué otra cosa hacer.

Efectivamente, la pandilla estaba sentada en la mesa del fondo. David estaba allí.

También Mason. Duce. Bridget. Y el hermanastro de Bridget, Joey. David nos miró,

saludó a Stacey con la mano, y luego como que se fue marchitando mientras sus

ojos se posaban en mí. Me dio un saludo poco afectivo que murió a mitad de

camino. Lucía muy incómodo.

Stacey apoyó su bandeja en el último lugar libre de la mesa, entre Duce y David.

Inmediatamente Duce comenzó a conversar con ella —algo acerca de YouTube— y comenzó a reírse con él, chillando.

—¡Oh, sí! ¡Lo vi! —Me quedé allí parada a unos pocos pasos de distancia de la

mesa, sin saber qué hacer.

—Oh, sí —dijo Stacey, mirándome. Tenía una mirada casi de sorpresa, como si no

se hubiera dado cuenta de que la había estado siguiendo. Como si no hubiéramos

caminado juntas en la fila para el almuerzo. Como si no me hubiera hablado. Miró a

Duce y luego a mí—. Sí, Em… —Apretó sus labios—. Val… supongo que nos

quedamos sin sillas. —Duce la rodeó con su brazo y nuevamente esa sonrisita de

superioridad se posó sobre sus labios.

David comenzó a pararse como si se estuviera levantando para buscarme una silla

o para darme la suya. Él no estaba comiendo. Casi nunca lo hacía.

Duce pateó la silla de David, exaltándolo. No miró a David cuando lo hizo, pero

David se detuvo y se volvió a sentar. Levantó los hombros como con timidez y

volvió a mirar la mesa, tan lejos de mí como podía. Duce comenzó a hablarle a

Stacey nuevamente, muy cerca de su oído. Ella soltó una risita. Incluso David se

veía absorto por algo que decía Bridget. Era como que, sin Nick, la “familia” me

hubiera desterrado. O quizás yo misma me había desterrado; no lo sé.

—No hay problema —dije, aunque ninguno pareció escucharme—. Me puedo

sentar en otro lado. No es gran problema.

Lo que en realidad quise decir era que me escabulliría y me iría a sentar sola afuera

en algún lugar donde nadie me molestara y, más importante, donde yo no

molestara a nadie. Era lo mejor, de verdad. ¿De qué les habría hablado de todas

maneras? Ellos habían pasado el verano viviendo sus vidas. Yo había pasado el mío

luchando desesperadamente para construir una nueva.

Me di la vuelta y miré la cafetería. Era raro, todo parecía como antes. Los mismos

chicos se sentaban juntos. Las mismas chicas delgadas comían las mismas

ensaladas. Los deportistas subían su ingesta de proteínas. Los mismos nerds

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

invisibles en una esquina. El ruido era ensordecedor. El Sr. Cavitt deambulaba por

las mesas gritando: “Las manos sobre la mesa, niños. ¡Manos sobre la mesa!”

La única cosa que había cambiado era yo.

Tome un respiro profundo y seguí caminando, tratando de ignorar las risas de

Stacey y los chillidos a mi espalda. Esto es lo que querías, me dije a mí misma. Tú

querías alejar a Stacey. Tú querías volver a Garvin. Tú querías probar que no

tendrías por qué ocultarte. Tú querías esto, ahora lo tienes. Es sólo el almuerzo. Sólo

sopórtalo y sigue. Mantuve los ojos en mi bandeja y en el suelo frente a mí mientras

caminaba hacia el pasillo.

Presioné mi espalda en la pared justo fuera del Cafetín, eché mi cabeza hacia atrás,

y cerré los ojos. Dejé salir un suspiro profundo. Estaba sudando y mis manos

comenzaban a sentirse frías alrededor de la bandeja. No tenía hambre en absoluto

y deseaba que este día se terminara. Lentamente me hundí en el piso y puse la

bandeja en el suelo frente a mí. Resté mis codos en las rodillas y dejé caer la cabeza

en mis manos.

En mi cabeza regresé al único lugar seguro que conocía: Nick. Recordaba estar

sentada en el piso de su habitación, con un joystick en la mano, gritándole.

—Más te vale no dejarme ganar. Maldición, Nick, me estás dejando ganar. ¡Basta!

Y él haciendo esa cosa que hacía con su boca cuando se ponía insoportable;

sacando su lengua ligeramente para un costado, con una sonrisa en la boca,

soltando una risita cada unos segundos.

—Nick, dije que te detengas. De verdad, no me dejes ganar. Odio cuando haces eso.

Es insultante.

Más risa cada pocos segundos y luego una furiosa abatida, perdiendo a propósito el

juego que estábamos jugando.

—¡Maldición, Nick! —grité, golpeándolo con mi joystick en el brazo, mientras mi

personaje aparecía en la pantalla con una pose victoriosa—. Te dije que no me

dejaras ganar. ¡Dios! —Crucé mis brazos por el pecho y desvié mi mirada de él.

Ahora se reía fuerte, empujando su hombro con el mío.

—¿Qué? —dijo—. ¿Qué? Ganaste justa y honestamente. Además, eres sólo una

chica. Necesitabas ayuda.

—Oh, no te atreviste a decir eso. Te enseñaré lo que es ayuda —gruñí, tirando mi

joystick a un lado y prácticamente tacleándolo, haciéndolo reír aun más fuerte.

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Lo golpeé juguetonamente en el hombro y el pecho con mis puños, su malicia

arruinando mi mala cara. No lo veías muy seguido en Nick, pero cuando estaba de

ánimo para hacer tonterías, era contagioso como mil demonios.

—¡Oh no! No lo hagas, gran bestia —continuaba diciendo en esta voz alta y burlona

entre risas—. Auch, me estás lastimando.

Me lancé aún más fuerte, gruñendo y empujándolo. Rodamos y de repente me

encontré atrapada debajo de él. Sostenía mis manos contra el piso, ambos

respirando pesadamente. Se inclinó, cerca de mi rostro.

—Está bien que alguien te deje ganar a veces, ¿sabes? —dijo, poniéndose serio—.

No siempre tenemos que ser los perdedores, Valerie. Ellos quizás quieran hacernos

sentir de esa manera, pero no lo somos. A veces logramos ganar también.

—Lo sé —dije, pero me preguntaba si él se daba cuenta de lo mucho que yo ya

sentía que había ganado, sólo por estar en sus brazos.

—Puedes venir a sentarte conmigo —dijo una voz, sacándome de mi ensueño.

Abrí mis ojos, preparándome para el resto de la broma. Puedes venir a sentarte

conmigo… cuando el infierno se congele. O Puedes venir a sentarte conmigo… ¡no!

Pero en cambio lo que vi me dejó sin aliento.

Jessica Campbell estaba parada frente a mí, su rostro no mostraba emoción alguna.

Estaba vestida con su uniforme de voleibol y su cabello en una coleta.

Jessica prácticamente reinaba la Secundaria Garvin. Fácilmente la más popular,

también podía ser la más cruel, porque todos querían ser ella y harían cualquier

cosa para complacerla. Christy Bruter podría haber comenzado con el sobre

nombre de Hermana Muerte, pero Jessica me llamaba así en una voz tan fría y

desdeñosa que me hacía sentir pequeña y estúpida. Había sido quien había incitado

a Jacob Kinney para hacer tropezar a Nick en los pasillos y quien había dicho al Sr.

Angerson que fumábamos hierba en mi auto en el estacionamiento por las

mañanas, lo cual era una completa mentira, pero igualmente nos había conseguido

una detención. Era quien ni siquiera se molestaba en burlarse de nosotros a

nuestra espalda. Lo hacía en nuestras caras. Ella estaba en la Lista de Odio más de

una vez. Su nombre subrayado. Con signos de exclamación.

Era quien debería tener la cicatriz en su muslo. Quien probablemente debería

haber estado muerta. Ella era a quien le había salvado la vida. Antes de mayo había

odiado a Jessica. Ahora no tenía idea de cómo debía sentirme acerca de ella.

La última vez que había visto a Jessica Campbell, estaba asustada frente a Nick, sus

manos cubriendo su rostro. Gritando. Con todas sus fuerzas. Casi delirando por el

miedo. Sin embargo, todos los que estaban en el Cafetín sentían lo mismo.

Recordaba que tenía una mancha de sangre sobre su jeans y algo de comida en su

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cabello. Desde entonces había pensado cuán irónico era que fuera la persona más

indigna que había visto en mi vida, pero no me iba a jactar de eso por lo que había

sucedido. Realmente debería haber disfrutado verla así, pero no podía porque era

horrible.

—¿Qué? —dije.

Señaló el Cafetín.

—Puedes comer el almuerzo en mi mesa si quieres —dijo. Aún sin una sonrisa, sin

fruncir el ceño, ninguna emoción en su rostro. Me sentí como en una trampa. De

ninguna manera Jessica Campbell me estaba preguntando seriamente si quería

sentarme con ella. Me estaba tendiendo una trampa, lo sabía.

Sacudí la cabeza levemente.

—Está bien. Gracias de todas formas.

Me miró unos minutos, ladeando su cabeza levemente y mordiendo su mejilla

desde adentro. Extraño, no recordaba haberla visto masticar su mejilla así antes.

Parecía… vulnerable, de alguna manera. Seria. Quizás incluso un poco asustada. Era

una mirada a la cual no estaba acostumbrada a ver en ella.

—¿Segura? Porque sólo estamos Sarah y yo allí, y Sarah está trabajando en alguna

clase de investigación para Física de todas formas. Ni siquiera sabrá que estás allí.

Miré más allá de ella hacia la mesa donde normalmente se sentaba. Seguro, Sarah

estaba sentada allí, su cabeza inclinada a un cuaderno, pero también había otros

diez chicos. Todos del grupo de Jessica. Dudaba seriamente que ellos no fueran a

notar que estaba allí. No era tonta. Y tampoco estaba desesperada.

—No. En serio. Es muy amable y todo, pero no lo creo.

Levantó los hombros.

—Como gustes. Pero puedes venir cuando quieras.

Asentí.

—Lo recordaré.

Empezó a marcharse, pero se detuvo.

—Um, ¿te puedo preguntar algo? —preguntó.

—Supongo.

—Mucha gente se pregunta por qué volviste a Garvin.

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Ah, así que ahí estaba. Aquí es donde ella me insulta, me dice que no soy querida,

se burla de mí. Sentí que comenzaba a construirse una muralla familiar en mi

interior.

—Porque ésta es mi escuela —dije, probablemente muy a la defensiva—. No

debería marcharme más que cualquier otro que esté aquí. La escuela dijo que

podía volver.

Masticó el interior de su mejilla una vez más, luego dijo:

—Tienes razón. Tú no le disparaste a nadie.

Desapareció en el Cafetín y fui golpeada por un pensamiento que me exaltó: ella no

se estaba burlando de mí. De verdad sentía lo que me decía. Y no estaba

imaginando cosas, Jessica Campbell no lucía como normalmente lo hacía. Lucía

cambiada de alguna manera.

Levanté mi bandeja y tiré la comida en el cesto de basura. Ya no tenía hambre.

Volví a sentarme en el piso y me doble para poder ver hacia el Cafetín.

Mira lo que realmente hay allí, Valerie, dijo la voz del Dr. Hieler en mi cabeza.

Tomé mi mochila y saqué mi cuaderno y un lápiz. Miré a los chicos adentro. Los

observé hacer lo que normalmente hacían y los dibujé haciéndolo, una manada de

lobos inclinados sobre sus bandejas, sus largos hocicos gruñendo, burlándose y

riendo. Excepto Jessica. Su cara de lobo me miraba delicadamente. Estaba casi

sorprendida de mirar lo que había dibujado y ver que su cara de lobo se parecía

más a la de un cachorro.

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“¿No recuerdas nuestro plan?”

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por TwistedGirl

Corregido por ★MoNt$3★

Cuando Christy Bruter cayó al suelo delante de mí y la sala estalló en gritos

caóticos de emergencia, tuve un extraño momento donde estaba segura de que

estaba imaginándomelo todo. Como si aún estuviera en mi casa, en cama, soñando.

En cualquier momento mi celular iba a sonar de verdad y Nick me llamaría para

decirme que Jeremy y él iban a ir al Lago Azul todo el día y que no vendría a la

escuela.

Pero entonces Nick se fue corriendo y Willa cayó de rodillas junto a Christy y le dio

la vuelta, y ahí estaba toda esa sangre. Estaba por todas partes. Christy aún estaba

respirando, pero sonaba realmente mal, como si estuviera tratando de respirar a

través de un cuenco lleno de pudín o algo así. Willa estaba tomando las manos de

Christy y le decía una y otra vez que ella iba a estar bien.

Me arrodillé junto a Willa y también comencé a presionar.

—¿Tienes un celular? —grité a Willa. Sacudió la cabeza, no. El mío estaba en mi

mochila, pero con todo el caos mi mochila parecía haber desaparecido por

completo. Al ver los videos de seguridad, mucho más tarde, me di cuenta de que en

realidad estaba tendida en el piso detrás de mí, empapada en sangre. Cuando vi los

videos pensé que era raro que hubiera mirado directamente a mi mochila, pero con

el miedo y la confusión, no la reconociera. Como si “sangre” y “mochila” no

pudieran ir en la misma frase.

—Yo tengo mi celular —dijo Rachel Tarvin. Estaba de pie justo detrás de Willa y

estaba increíblemente tranquila, como si lidiara con disparos todos los días.

Rachel sacó el celular del bolsillo de sus jeans y lo abrió. Comenzó a presionar los

números cuando hubo otro fuerte disparo seguido por más gritos. Seguido por

otros dos fuertes disparos. Y entonces tres más.

Una multitud de chicos surgió en nuestra dirección y salté, temiendo ser aplastada

por ellos.

—No nos dejen —gritó Willa—. Ella va a morir. No se pueden ir. Necesito ayuda.

¡Ayuda!

Pero la multitud estaba abalanzándose y antes de darme cuenta, estaba cayendo

por el suelo en la sangre de Christy, en un nudo de chicos que estaban tratando de

salir del Cafetín. Alguien me dio un codazo en el labio. Probé la sangre. Alguien me

piso el pie, con fuerza. Pero estaba estirando demasiado el cuello para llegar a

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darme cuenta. Ahora Christy, parecía estar a una distancia imposible. Además

ahora podía ver algo peor.

Por la mesa del Consejo Estudiantil había sangre. Y vi dos cuerpos bajo la mesa,

ellos no se movían. Más allá, vi a Nick volcando mesas y sillas. De vez en cuando se

agachaba y miraba bajo una mesa, entonces sacaba a alguna persona y hablaba con

ella, agitando el arma ante su rostro. Entonces habría otro de esos disparos y más

gritos.

Empecé a juntarlo todo. Nick. El arma. Los disparos. Los gritos. Mi cerebro se

seguía moviendo en cámara lenta, pero estaba empezando a ganar velocidad. No

tenía sentido para mí. Pero entonces, tal vez sí lo tenía. De cierta forma, nosotros

habíamos hablado de esto.

—¿Escuchaste algo sobre el tiroteo en la escuela de Wyoming o lo que sea? —Nick

me había dicho la otra noche por teléfono, sólo unas pocas semanas atrás. Estaba

sentada en mi cama limándome las uñas con Nick en el altavoz en la mesa de noche

que estaba a mi lado. Una de las millones de conversaciones que tuvimos, ni más ni

menos importante que cualquiera de las otras que habíamos tenido antes.

—Sí —dije, limpiando los restos del pulidor de uñas del dedo de mi pie—. ¿Alocado,

no?

—¿Oíste la mierda que los medios estaban diciendo sobre los tipos que lo hicieron

y como no hubo señales de advertencia?

—Sí. Más o menos. No he visto mucho de ello.

—Siguen diciendo que los tipos eran realmente populares y que todos los amaban,

y que no eran solitarios y todo ese tipo de cosas. Qué tontería.

Permanecimos en silencio por un minuto y usé el tiempo para conectar mi

reproductor mp3 a la computadora.

—Sí. Ya sabes. Los medios apestan.

—Sí.

Más silencio. Revisé una revista.

—Entonces, ¿qué piensas? ¿Crees que podrías hacerlo?

—¿Hacer qué?

—Disparar a todas esas personas. Como a Christy, a Jessica y a Tenille y así.

Me mordí el dedo y leí la leyenda de una foto de Cameron Díaz en la revista. Algo

sobre el bolso que llevaba.

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—Supongo —murmuré, volviendo a pasar las hojas—. Quiero decir, no soy popular

ni nada de eso, por lo que en realidad no sería lo mismo.

Él suspiro. El ruido salió del altavoz como un trueno.

—Sí. Tienes razón. Pero yo podría hacerlo. Realmente podría volarme a esa gente.

No sería una sorpresa para nadie.

Los dos nos reímos.

Él estaba equivocado. Todo el mundo estaba completamente sorprendido.

Especialmente yo. Tan sorprendida que estaba segura de que era un error. Un

error que tenía que detener.

Me abrí camino empujando a un par de chicas que se abrazaban una a la otra.

Empujé a través de un grupo de niños junto a la puerta, que caminaban en sentido

contrario al lugar que me dirigía, hacia donde todos trataban de ir. Mientras

caminaba me iba haciendo más fuerte, más enérgica, apartando a los chicos de mi

camino. Chocando contra ellos y enviando algunos al suelo, deslizándose sobre

sangre, aterrizando dándose golpetazos contra la baldosa. Empecé a correr

mientras me iba moviendo. Empujando. Corriendo.

Mi garganta estaba haciendo sonidos roncos.

—No. —Estaba diciendo mientras chocaba contra los chicos en el camino—. No.

Espera...

Finalmente encontré un pequeño claro y me precipité hacia él. Vi un chico que no

conocía en el suelo, aproximadamente a sesenta centímetros de mí. Estaba boca

bajo y en la parte de atrás de su cabeza sólo se veía sangre.

Se oyeron otros tres o cuatro disparos, arrancando mi atención del chico muerto.

—¡Nick! —grité.

Ahora que estaba en el centro de la habitación, no podía verlo. Demasiados niños

se estaban dirigiendo en diferentes direcciones. Me detuve y miré alrededor,

moviendo frenéticamente mi cabeza de un lado a otro.

Entonces capturé una imagen borrosa familiar a mi izquierda. Nick se acercaba al

Sr. Kline, el profesor de química. El Sr. Kline estaba de pie, sus brazos extendidos

frente a un pequeño grupo de chicos. Tenía la cara roja y sudorosa o tal vez sólo

estaba cubierta de lágrimas. Corrí para alcanzarlos.

—¿Dónde está? —gritó Nick. Varios de los estudiantes detrás del Sr. Kline dieron

chillidos llorosos y se apretaron más entre ellos.

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—Viejo, baja la pistola —dijo el Sr. Kline. Su voz era temblorosa, aunque daba la

impresión que estaba haciendo su mejor esfuerzo para mantenerla estable—. Sólo

bájala y hablaremos.

Nick maldijo y pateó una silla. Esta voló a las piernas del Sr. Kline, pero él no se

movió. Ni siquiera se inmutó.

—¿Dónde está?

El Sr. Kline movió lentamente la cabeza.

—No sé de quién estás hablando. Sólo baja el arma y discutiremos esto...

—¡Cállate! ¡Cierra la maldita boca! ¡Dime dónde está la perra de Tenille, maldita

sea, o volaré tu maldita cabeza!

Traté de correr más rápido, pero mis piernas se sentían como goma.

—Hombre, no sé dónde está. ¿No escuchas las sirenas? La policía ya está aquí. Se

acabó. Sólo baja la pistola y te ahorrarás…

Otro disparo llenó el aire. Mis ojos se cerraron instintivamente. Y cuando los volví a

abrir, vi al Sr. Kline cayendo al piso, sus brazos seguían extendidos. Cayó en esa

posición, y luego se arrugó sobre uno de sus costados. No estaba segura del lugar

exacto donde había sido impactado, pero sus ojos tenían una mala expresión en

ellos, como si él ya no estuviera viendo la cafetería.

Me quedé inmóvil, mis oídos estaban tapados por el ruido de la pistola, mis ojos

ardían, mi garganta estaba irritada. No dije nada. No hice nada. Tan sólo me quedé

mirando al Sr. Kline tendido sobre su costado, temblando.

Los chicos que se habían estado escondiendo detrás del Sr. Kline, en ese momento

quedaron atrapados entre Nick y la pared detrás de ellos. Eran unos seis o siete,

seguían acurrucados entre ellos y hacían ruidos de cachorros. En la parte posterior

del grupo estaba Jessica Campbell. Estaba doblada por la cintura, más o menos en

cuclillas, su trasero presionando contra la pared. Su cabello estaba recogido en una

coleta, pero se había salido de la banda elástica y estaba cayendo sobre su rostro.

Estaba temblando tanto que sus dientes castañeaban.

Había estado muy cerca del último disparo y mis oídos estaban ensordecidos. No

podía escuchar lo que Nick estaba diciendo, pero parte de ello sonaba como

“apártate” o “desaparece” y estaba agitando su arma. Los chicos se resistieron en

un principio, pero él disparó golpeando a Lin Yong en el brazo y todos se

dispersaron, arrastrando a Lin con ellos, dejando a Jessica sola acurrucada contra

la pared.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Y lo supe. En ese momento supe lo que él iba a hacer. Mi audición seguía estando

nublada, pero no tanto como para que no pudiera oírlo gritarle, y ella gritando y

llorando a nadie en particular. Su boca estaba ampliamente abierta y tenía los ojos

cerrados.

Oh, Dios Mío. Pensé. La Lista. Él está encargándose de la gente que está en la Lista de

Odio. Empecé a avanzar de nuevo, sólo que esta vez era como si estuviera

corriendo a través de la arena. Mis pies se sentían pesados y cansados, mi pecho se

sentía como si alguien hubiera amarrado algo a su alrededor, sacándome el aliento

y arrastrándome hacia atrás, todo al mismo tiempo.

Nick volvió a empezar a levantar el arma. Jessica se cubrió el rostro con las manos

y se agachó contra la pared. No iba a llegar a tiempo.

—¡Nick! —grité.

Se volvió hacia mí, seguía sosteniendo el arma enfrente de él. Estaba sonriendo. Sin

importar los otros recuerdos que tenga de Nick Levil en mi vida, probablemente

una de las cosas que más recordaré es la sonrisa que tenía en el rostro cuando se

dio la vuelta. Era una especie de sonrisa inhumana. Pero en alguna parte —en

algún lugar de sus ojos—, juro que vi verdadero afecto. Como si el Nick que conocía,

estuviera en algún lugar de su interior, rogando que lo dejaran salir.

—¡No lo hagas! —grité, acercándome a él—. ¡Detente! ¡Basta!

Tuvo una mirada curiosa en su rostro. La sonrisa se quedó, pero parecía como si no

entendiera por qué estaba corriendo hacia él. Como si fuera yo la que tuviera un

problema o algo parecido. Me miró con esa sonrisa de sorpresa, y no pude

escucharlo bien; pero estoy bastante segura de que dijo algo como:

—¿No recuerdas nuestro plan?

Lo que me retrasó un poco, porque no podía recordar nada acerca de algún plan.

Además, cuando lo dijo, tenía esa mirada lejana en los ojos que era realmente

espeluznante, como si estuviera totalmente ausente de lo que estaba pasando en el

Cafetín. No se parecía en nada a sí mismo.

Negó con la cabeza un poco, como si fuera tan tonta por haber olvidado el supuesto

“plan” y su sonrisa se ensanchó. Se giró hacia Jessica y al mismo tiempo volvió a

levantar la pistola.

Esta vez me abalancé sobre él, mi único pensamiento era: No puedo ver que Jessica

Campbell muera justo enfrente de mí.

Creo que tropecé con el Sr. Kline. En realidad, sé que lo hice porque la cámara de

seguridad muestra que lo hice. Así que me tropecé con el Sr. Kline y me abalancé

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sobre Nick. Los dos tropezamos varios pasos juntos, y hubo otro de esos disparos y

sentí que el piso del Cafetín se desvanecía bajo mis pies.

Todo lo que supe en ese momento era que estaba acostada bajo una mesa a

aproximadamente un metro del Sr. Kline y que Nick estaba viendo el arma en su

mano con una mirada seria, mucho más sorprendido y estaba tan lejos de mí que

no estaba segura de cómo había llegado tan lejos en tan poco tiempo. Y que ahora

Jessica Campbell no seguía estando parada enfrente de la pared y pensé que podía

alcanzar a verla salir corriendo hacia la multitud de chicos que estaban en las

puertas del Cafetín.

Y entonces pienso que sentí más que ver, pero que definitivamente también vi, un

flujo de sangre brotando de mi muslo, muy rojo y espeso. Y traté de decir algo a

Nick —no recuerdo qué— y creo que levanté la cabeza como si fuera a ponerme de

pie. Nick miró la pistola y luego a mí, y sus ojos estaban vidriosos. Y entonces toda

esa niebla gris apareció detrás de mis ojos y me sentí más y más ligera o tal vez

más y más pesada y luego todo se volvió negro.

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Traducido por Emii_Gregori

Corregido por Xhessii

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE,

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

Morris Kline, 47. Como profesor de química y entrenador de atletismo de la

Preparatoria Garvin, Kline fue elegido como Maestro del Año tanto en el 2004 como

en el 2005. “El Sr. Kline haría cualquier cosa por ti”, dijo Dakota Ellis, estudiante de

primer año, a los reporteros. “Una vez se detuvo en la Autopista K porque vio que mi

mamá y yo teníamos un neumático desinflado. Nos ayudó a cambiar el neumático

aún cuando estaba muy bien vestido como si estuviera yendo a algún lugar

realmente genial después. No sé a dónde iba, pero a él no parecía importarle

ensuciarse. Así era él”.

Aunque los estudiantes están disgustados por la pérdida de Kline, pocos han

expresado sorpresa por la forma en que murió… como un héroe. Le dispararon en el

pecho mientras protegía a varios estudiantes y trataba de hablar con Levil para que

bajara el arma, Kline estaba “apenas resistiendo”, de acuerdo con los paramédicos

que llegaron a la escena. Luego fue declarado muerto en el Hospital General del

condado de Garvin. Kline no parecía ser un objetivo directo de Levil, sino que fue

disparado más bien en el calor del momento.

Él deja a su esposa, Renee, y a sus tres hijos. La Sra. Kline le dijo a los reporteros:

“Nick Levil le robó a mis hijos un futuro con su padre y personalmente me alegro de

que se suicidara. Él no se merece un futuro después de lo que ha hecho con todas

estas familias”.

El coche de mamá era el primero en la línea y yo no podría haber estado más

agradecida de ver aquel Buick color canela. Prácticamente corrí hacia él cuando

sonó la campana, olvidando todo sobre detenerme en mi casillero por la tarea.

Me deslicé al interior del coche y tomé mi primer verdadero aliento del día. Mamá

me miró, las líneas de expresión se extendieron por su frente. Lucían bastante

profundas, como si hubiera estado trabajando en ellas durante mucho tiempo.

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—¿Cómo te fue? —me preguntó. Podría decir que ella estaba tratando de sonar

brillante y alegre, pero también estaba al borde de la preocupación. Creo que

también había estado trabajando en ello durante mucho tiempo.

—Bien —le dije—. La verdad es que apesta. Pero está bien.

Puso el coche en marcha y lo sacó de la propiedad.

—¿Has visto a Stacey?

—Sí.

—Bien. Debe haber sido genial ver a tu vieja amiga.

—Mamá —dije—. Déjalo ir.

Mamá apartó la mirada del tráfico y me miró, profundizando las líneas de

expresión. Sus labios estaban apretados con fuerza y casi me hubiera gustado

haberle mentido y haberle dicho que todo había ido bien, porque sabía lo

importante que era para ella saber que volví con todos mis viejos amigos e incluso

hice algunos nuevos y que todo el mundo sabía que no tenía nada que ver con el

tiroteo y que era parte de la gran multitud vieja y feliz de la que seguíamos oyendo

hablar en la televisión. Pero la mirada en realidad sólo fue por un segundo y luego

miró de nuevo al tráfico.

—Mamá, de verdad, no es la gran cosa.

—Le dije a su madre. Le dije que no eras responsable de esto. Podrías pensar que

ella me escucharía. Por amor a Dios, ella fue tu líder de la tropa Brownie.

—Mamá, vamos. Ya sabes lo que dijo el Dr. Hieler sobre cómo iba a reaccionar la

gente ante mí.

—Sí, pero los Brinkses deberían ser diferente. Ellos deberían saberlo. No

deberíamos tener que convencerlos. Ustedes crecieron juntas. Criamos a nuestras

chicas juntos.

Ambas estuvimos en silencio por el resto del camino a casa. Mamá acomodó el

coche en el garaje y lo apagó. Luego apoyó la frente contra el volante y cerró sus

ojos.

No estaba segura de qué hacer. No pensé que fuera apropiado sólo salir del coche y

abandonarla. Pero tampoco creí que necesitara hablar. Parecía como si hubiera

tenido un infierno de día.

Finalmente rompí el silencio.

—Stacey me dijo que hablaste con su mamá —Ella no respondió—. Dijo que le

habías dicho a su madre que le dieran en el trasero. —Mamá rió en silencio.

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—Bueno, sabes cómo puede ser Lorraine. Muy engreída. He querido decirle que le

dieran en el trasero durante mucho tiempo. —Ella volvió a reír en silencio, y luego

rió tontamente, con sus ojos todavía cerrados y su cabeza todavía en el volante—.

Ésta fue sólo mi primera oportunidad. Se sintió bastante bien.

Me echó un vistazo con un ojo y luego comenzó a reírse más fuerte. No podía

evitarlo; al poco tiempo, también me estuve riendo. Antes de darme cuenta ambas

aullábamos en el asiento delantero del coche en el garaje cerrado.

—Lo que realmente dije fue: “que te den en tu gordo y altanero culo, Lorraine” —

Ambas nos reímos más fuerte. Entre las respiraciones, ella dijo—: Y le dije que

Howard flirteó conmigo en la fiesta de la piscina del año pasado.

Jadeé.

—¡Cállate! ¿El padre de Stacey flirteo contigo? ¡Qué asqueroso! Él es todo peludo,

repugnante y viejo.

Ella sacudió su cabeza, casi sin poder respirar lo suficiente como para hablar.

—Yo sólo lo… inventé. Dios, desearía... poder haber estado allí cuando... ella lo

acusó de ello.

Entonces, nos hundimos hacia atrás en el asiento y aullamos por lo que pareció una

eternidad. No podía recordar haber reído de esa manera. La risa se sentía extraña

en mi boca. Casi tenía sabor.

—Eres mala —dije por fin, una vez que comenzamos a tomar el aliento de nuevo—.

Me encanta, pero eres mala.

Ella volvió a sacudir su cabeza, secándose los ojos con sus dedos meñiques.

—No. La gente mala es la que no te da otra oportunidad.

Miré mi mochila y me encogí.

—Creo que no puedes culparlos. Parecía culpable. No tienes que dar la cara por mí,

mamá. Estaré bien.

Mamá estaba secándose las lágrimas con las mangas de su chaqueta.

—Pero ellos tienen que entender que Nick fue el que hizo esto, cariño. Él es el

malo. Te lo he estado diciendo durante años. Eres tan bonita… realmente tu lugar

es al lado de un buen chico. No un chico como Nick. Nunca debiste haber estado

junto a un chico como Nick.

Rodé mis ojos. Oh Dios, aquí vamos otra vez. Mamá diciéndome que Nick era malo

para mí. Diciéndome que no debo andar con chicos como él. También me decía que

había algo mal en Nick, que podía verlo en sus ojos. Aparentemente olvidaba que

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Nick estaba muerto y que ella no tenía que darme lecciones sobre cuán malo era

porque de todos modos ya no importa.

Alcancé la manija.

—No de nuevo. En serio, mamá. Está muerto. ¿Podemos seguir adelante? —Abrí la

puerta y salí, tirando mi mochila detrás de mí. Hice una mueca cuando puse el peso

sobre mi pierna.

Mamá luchó por salir de su cinturón de seguridad y salió del coche por el otro lado.

—No estoy peleando contigo, Valerie —dijo—. Es sólo que quiero verte feliz.

Nunca eres feliz. El Dr. Hieler sugirió...

Mi instinto era darle una mirada de odio. De decirle lo que sabía acerca de la

felicidad, lo cual era que nunca sabes cuándo puede llegar a convertirse en terror.

Que nunca permanece a tu alrededor. Que no había conocido la felicidad por un

largo tiempo, antes de que Nick entrara a mi vida, que ella y papá deberían saber

porqué. Que, por cierto, tampoco ella nunca fue feliz, en caso de que no lo haya

notado. Pero al ver su mirada en mí por encima del coche en su traje arrugado, con

lágrimas en sus ojos y su rostro aún enrojecido por la risa, decirle todas esas cosas

solamente me harían sentir cruel. Aunque sé que son ciertas.

—Mamá. Estoy bien. De verdad —dije—. Ya ni siquiera pienso en Nick. —Me di

vuelta y entré en la casa.

Frankie estaba apoyado en el mostrador de la cocina, comiéndose un sándwich. Su

cabello estaba un poco lacio y su teléfono celular estaba en su mano, su pulgar

estaba trabajando en el teclado, chateando con alguien.

—¿Qué pasa? —preguntó cuando entré en la habitación.

—Mamá —contesté—. No preguntes.

Abrí la nevera y saqué una Coca-Cola. Me apoyé en el mostrador junto a él y la abrí.

—¿Por qué no puede simplemente pasar por su cabeza que Nick está muerto y que

ya puede dejar de molestarme por él? ¿Por qué tiene que darme lecciones todo el

tiempo?

Frankie se volvió en su silla y me miró, masticando.

—Es probable que tema que resultes como ella y que te cases con alguien que no

puedes soportar —dijo.

Comencé a decir algo más, pero oí la puerta del garaje repiquetear y supe que

mamá estaba entrando. Me moví furtivamente escaleras arriba hacia mi habitación.

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Frankie probablemente tenía razón. Mamá y papá eran cualquier cosa excepto

felices. Antes del último mayo ellos habían estado a punto de conseguir un

divorcio, lo que habría sido una completa bendición. Frankie y yo estábamos casi

vertiginosos por el pensamiento de que toda la lucha llegara a su fin.

Pero el tiroteo, mientras que pudo haber desgarrado a un sin número de familias,

irónicamente volvió a juntar a la mía. Ellos dijeron que estaban “asustados de

romper aún más a la familia en un momento de tensión extrema como éste”, pero

sabía la verdad:

1) Mi padre era un abogado bastante exitoso, y lo último que necesitaba era un

montón de cobertura de noticias insinuándole al mundo que sus problemas de

matrimonio eran a raíz de la masacre en la Preparatoria Garvin.

2) Mi madre tenía un trabajo, pero nada que ver con el trabajo de papá. Mamá

hacía dinero, pero no tanto dinero. Y todos sabíamos que algunas cuentas

psiquiátricas importantes estaban debajo del montón.

Frankie y yo estábamos yendo con su relación, que era usualmente una cortés

inferencia, pero a veces burbujeaba dentro de la hostilidad que nos hacía a ambos

querer tirar sus cosas en bolsas de basura y comprarles boletos de avión a

cualquier sitio excepto aquí.

Entré en mi habitación, que parecía mucho más mohosa y desordenada de lo que

había estado cuando la había dejado esta mañana. Me detuve en la puerta y miré a

mi alrededor, en cierto modo sorprendida de que hubiera vivido más o menos en

esta habitación desde mayo y nunca me hubiera dado cuenta de lo desagradable

que estaba. Deprimente, de verdad. No es alguna vez fuera una antiséptica con mi

habitación. Pero a excepción de la Gran Liberación de Nick que mamá había hecho

después del tiroteo, nada había sido recogido ni limpiado en meses.

Recogí un vaso que había estado en mi mesita de noche, como, por siempre y lo

apilé en la parte superior de un plato. Estiré la mano y arrugué una servilleta que

había dejado cerca y la metí en el vaso.

Tuve este sentimiento breve de que tal vez debería limpiarlo todo. Partir de cero.

Hacer una propia Gran Liberación de Valerie. Pero exploré la ropa arrugada en el

suelo, los libros arrojados a un lado de la cama, el televisor con la pantalla

manchada y sucia, y me detuve en el lugar. Parecía demasiado trabajo, limpiar mi

pena.

Podía escuchar a mamá y a Frankie hablando en la cocina. La voz de ella sonaba

agitada, del modo que lo hacía cuando ella y papá se quedaban juntos en la cocina

por mucho tiempo. Sentí una breve punzada de culpa por dejar a Frankie allí solo

para soportar el peso de sus frustraciones ya que yo técnicamente era quien la

había frustrado. Pero a Frankie nunca le iba tan mal como a mí. De hecho, desde el

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tiroteo, Frankie realmente no existía mucho. Sin toque de queda, nada de tareas, ni

límites. Mamá y papá siempre estaban demasiado ocupados combatiendo entre sí y

preocupándose por mí para recordar que había otro chico por el cual preocuparse.

No sabía si debía sentirme muy celosa de Frankie por esto, o realmente

lamentarme por él. Tal vez ambas cosas.

Aquel sentimiento de cansancio volvió y dejé caer el vaso y el plato en mi bote de

basura y me arrojé de espaldas sobre la cama. Metí la mano en mi mochila. Saqué

mi cuaderno y lo abrí. Me mordí el labio, mirando fijamente las imágenes que había

dibujado a lo largo del día.

Me di la vuelta y apreté el botón para encender mi estéreo y lo maniobré. Mi madre

se levantaría en unos minutos gritándome a través de la puerta que le bajara el

volumen, pero ella ya había confiscado toda mi música “preocupante” —ya sabes,

la música que ella y papá y probablemente el Dr. Hieler y todos los otros viejos en

el mundo piensan que me incitará a cortarme las venas en la bañera— lo que

todavía me molesta, ya que había comprado la mayor parte de esa música con mi

propio dinero. Subí el volumen lo suficientemente alto para no oírla. Ella estaría

cansada de llamar a la puerta mucho antes de que yo me cansara de que ella

llamara. Así que la dejaría golpear.

Volví a meter la mano en mi mochila y saqué un lápiz. Mordí la goma de borrar por

un momento, mirando la imagen que había comenzado de la Sra. Tennille. Ella se

veía tan triste. ¿Acaso no era gracioso que no hace mucho tiempo hubiera dicho

que quería que Tennille se sintiera triste? La odiaba. Pero hoy, al ver lo triste que

estaba, me sentí horrible. Me sentí responsable. Quería que ella sonriera, y me

pregunté si sonrió cuando llegó a casa y sostuvo a sus hijos o si ella llegó a casa y se

recostó en su sillón reclinable con un vodka y bebió hasta que no pudo escuchar

más los disparos.

Incliné mi cabeza y empecé a trazar; dibujándola, haciendo ambas cosas al mismo

tiempo, encrespándose en torno a un niño como un maní dentro de una cáscara y

su mano encrespándose alrededor de una botella de vodka mientras la cáscara se

aferraba al vino.

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PARTE DOS

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“¿Qué fue lo que hiciste?”

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Traducido por ANDRE_G

Corregido por Xhessii

Cuando volví a abrir los ojos, estaba realmente sorprendida al ver que no estaba

durmiendo en mi cama, despertándome para comenzar un nuevo día en la escuela.

Esa es la forma en que se supone que funciona, ¿verdad? Se supone que Nick iba a

llamarme y yo iba a irme a la escuela, odiando cada minuto de ella,

preocupándome porque él y Jeremy estuviesen en el Lago Azul haciendo Dios sabe

qué, y agonizando porque Nick iba a romper conmigo, consiguiendo que Christy

Bruter me molestara en el autobús. Se suponía que debía despertarme, y los restos

que pudiera recordar acerca de Nick disparando en el Cafetín debían ser un sueño,

yéndose a la deriva antes de que pudiera reunir por completo las imágenes en mi

mente.

Me desperté en el hospital. Había policías en mi habitación y el televisor estaba

encendido en una escena de crimen. Me estaban dando la espalda, sus rostros

inclinados hacia la pantalla del televisor. Entrecerré mis ojos hacia la televisión

donde pasaban las imágenes de un estacionamiento, un edificio de ladrillo, una

cancha de fútbol, todo eso me resultaba vagamente familiar. Volví a cerrar los ojos.

Me sentía mareada. Mis ojos estaban muy secos y me palpitaba la pierna, empecé a

recordar lo que había sucedió, sin exactitud, pero sí con la certeza de que algo muy

malo había pasado.

—Se está despertando —escuché. Reconocí la voz de Frankie, pero no lo había

visto antes, cuando había abierto los ojos y me pareció más fácil imaginármelo de

pie junto a la cama diciendo eso, en vez de tratar de verle. Así que me dejé ir a la

deriva en este mundo imaginario donde Frankie estaba cerca de mí, diciendo se

está despertando y eso era cierto, pero no estaba en el hospital y mi pierna no me

dolía.

—Voy a ir a buscar a una enfermera —dijo otra voz. La de mi padre. Ésa era fácil.

La voz era tensa, forzada y seca. Al igual que papá. Él también apareció en mi

escena imaginaria, en el fondo, flotando fuera de la vista. Estaba tecleando algo en

su IPAD y tenía un teléfono celular entre su hombro y su oreja. Salió de la escena

con la misma rapidez que entró, y ahora sólo quedaba Frankie, que me volvía a

mirar.

—Val —dijo Frankie—. Oye, Val. ¿Estás despierta?

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La visión se transformó a una mañana en mi habitación. Frankie tratando de

despertarme para hacer algo divertido, como en los viejos tiempos, cuando mamá y

papá se llevaban bien y nosotros éramos tan sólo dos niños pequeños. Tal vez para

ir a buscar nuestras cestas de Pascua o un regalo de Navidad o panqueques. Me

gustaba ese lugar. Realmente me gustaba. Así que no tengo la menor idea de la

razón por la cual mis ojos se volvieron abrir. Lo hicieron sin mi consentimiento.

Se abrieron ante Frankie, de pie al final de mi cama, al lado de los dedos de mis

pies. Sólo que no era mi cama, era una extraña, con ásperas sábanas blancas y una

manta de color marrón que parecía harina de avena. Él tenía el cabello

completamente lacio y tuve que tomarme un minuto para tratar de aclarar mi

mente, porque sinceramente no podía recordar la última vez que había visto a

Frankie con el pelo lacio. Me costó bastante trabajo empatar el rostro de catorce

años de Frankie con en el cabello de once años de Frankie. Tuve que parpadear

varias veces antes de que pudiera darle sentido.

—Frankie —le dije, pero antes de que pudiera decir algo más, mi atención se

distrajo con una especie de lloriqueo a mi derecha. Giré lentamente la cabeza. Mi

madre estaba allí, sentada en una silla tapizada de color rosa. Sus piernas estaban

cruzadas por las rodillas y tenía un codo apoyado sobre ellas. En esa mano tenía un

pañuelo arrugado que seguía usando para secarse la nariz.

Entorné los ojos en su dirección. De alguna manera, no me sorprendía que ella

estuviera llorando, porque sabía que en lo malo que hubiera pasado, yo estaba

involucrada… a pesar de que todavía no comprendía por qué me estaba

despertando en lo que estaba empezando a ver como una cama de hospital, en

lugar de mi propia cama esperando a que Nick me llamara.

Me acerqué y puse mi mano en la muñeca de mamá —la que sostenía el pañuelo

arrugado—.

—Mamá —le susurré. Me dolía la garganta—. Mamá —le volví a decir.

Pero ella se inclinó alejándose de mí. No se apartó —fue un movimiento demasiado

sutil para ser considerado como eso—. Sin embargo, se inclinó más lejos, fuera de

mi alcance. Se inclinó lejos, como si estuviera separándose físicamente de mí.

Se inclinó alejándose, no como si me temiera, sino como si ya no quisiera ser

identificada conmigo.

—Estás despierta —dijo—. ¿Cómo te sientes?

Me miré a mí misma y me pregunté por qué pensaría ella que podría no sentirme

bien. Me revisé y todo parecía estar allí, incluyendo varios cables que normalmente

no hacían parte de mi cuerpo. Todavía no estaba segura de por qué razón me

encontraba allí, pero sabía que tenía que ser algo a lo que iba a poder sobrevivir.

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De alguna manera me había lastimado la pierna —eso era lo que podía deducir de

la sorda punzada que venía de debajo de la sábana—. Sin embargo, la pierna

todavía parecía estar allí, así que sabía que no había mucho por qué preocuparse.

—Mamá —le dije una vez más, deseando poder pensar en otra cosa que decir. Algo

más importante. Mi garganta estaba adolorida y se sentía hinchada. Traté de

aclararla, pero descubrí que también estaba seca, y lo único que podía hacer era un

poco de ruido chirriante que no ayudo en nada para mejorarme—. ¿Qué pasó?

Una enfermera con una bata rosa revoloteaba detrás de mamá, se movió hacia una

pequeña mesa y cogió un vaso de plástico con un pitillo colgando por uno de sus

bordes. Ella se lo entregó a mamá. Mamá lo sostuvo, lo miró como si nunca antes

hubiera visto un artefacto como ése, y luego miró por encima del hombro a uno de

los agentes de la policía, que se había alejado de la televisión y estaba mirándome,

con los dedos enganchados en su cinturón.

—Le han disparado —dijo claramente el oficial por encima del hombro de mamá y

vi a mamá hacer algún tipo de mueca de dolor cuando él lo dijo, aunque ella

todavía estaba dándole la cara a él, no a mí, y yo no podía ver su rostro con

exactitud—. Nick Levil le disparó.

Fruncí el ceño. Nick Levil me disparó.

—Pero ése es el nombre de mi novio —le dije. Más tarde me daría cuenta de lo

estúpido que eso había sonado, e incluso podría estar un poco avergonzada por

ello. Pero en ese momento, simplemente no tenía sentido, más que nada porque

aún no había encajado las piezas del rompecabezas y también porque estaba

saliendo de la anestesia, y probablemente siquiera un poco, porque mi cerebro no

quería que yo recordara todo de inmediato.

Una vez vi un documental sobre las diferentes cosas que haría el cerebro para

protegerse a sí mismo. Como cuando un niño es víctima de abuso y termina con

personalidades múltiples y cosas así por el estilo. Creo que mi cerebro estaba

haciendo eso —protegiéndome— pero no lo hizo por mucho tiempo. No por el

tiempo suficiente, de todos modos.

El funcionario asintió con la cabeza, como si ya supiera eso sobre Nick y yo no le

estuviera dando ninguna información nueva, mi mamá se volvió a girar y como que

miró las sábanas. Recorrí sus rostros, todos ellos: el de mamá, los de los oficiales,

el de la enfermera, el de Frankie, incluso el de papá —no lo había visto volver a

entrar a la habitación, pero ahí estaba, de pie junto a la ventana, con los brazos

cruzados sobre el pecho—, pero ninguno de ellos estaba mirando directamente

hacia a mí. Ésa no era una buena señal.

—¿Qué está pasando? —pregunté—. ¿Frankie?

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Frankie no dijo nada, sólo apretó la mandíbula en una pose enfadada, y meneó la

cabeza. Su rostro estaba muy rojo.

—Valerie, ¿recuerdas algo de lo que ocurrió hoy en la escuela? —preguntó mamá

en voz baja. No voy a decir que me lo preguntó con suavidad o ternura o cualquiera

de esas cosas maternales. Porque no lo hizo. Ella se lo preguntó a las sábanas, con

una voz baja y plana que apenas reconocía.

—¿La escuela?

Y luego las cosas empezaron a inundarme. Es curioso, porque en un principio

cuando empecé a despertarme, lo que sucedió en la escuela se sentía como un

sueño y pensé, seguro que no están hablando de eso, porque eso era sólo un sueño

horrible y estúpido. Pero a los pocos segundos me abatió la conciencia de que no

era un sueño y casi me sentía físicamente aplastada bajo las imágenes.

—Valerie, hoy sucedió algo terrible en la escuela. ¿Lo recuerdas? —preguntó

mamá.

No podía contestarle. No podía contestarle a nadie. No podía decir nada. Todo lo

que podía hacer era mirar a la pantalla del televisor, a la vista aérea de la

Preparatoria Garvin y a todas las ambulancias y a los coches de policía que la

rodeaban. La miré fijamente hasta que juro que podía ver los cuadros individuales

de color en la pantalla. La voz de mamá era lejana, y podía escucharla, pero no era

exactamente como si estuviera hablándome a mí. No en mi mundo. No en esta

horrible avalancha. Estaba aquí sola.

—Valerie, te estoy hablando. Enfermera, ¿ella está bien? ¿Valerie? ¿Puedes oírme?

Jesús, ¡Ted, haz algo!

Y luego la voz de mi padre:

—¿Qué quieres que haga, Jenny? ¿Qué debo hacer?

—¡Más que estar allí parado! Ésta es tú familia, Ted, por amor de Dios, ¡es tu hija!

¡Valerie, respóndeme! ¡Val!

Pero no podía apartar los ojos de la pantalla del televisor, la que veía y al mismo

tiempo no veía.

Nick. Le disparó a la gente. Le disparó a Christy Bruter. El señor Kline. Oh, Dios, él

les disparó. Realmente lo hizo. Yo lo vi y él les disparó. Me disparó...

Me agaché y sentí el vendaje envuelto alrededor de mi muslo. Y entonces me puse a

llorar. No un llanto fuerte o algo parecido, pero si el llanto de espasmos en los

hombros y pucheros… el tipo de llanto que una vez había escuchado a Oprah

llamar el Feo Llanto.

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Mamá se levantó de su silla, inclinándose hacia mí, pero ella no me hablaba.

—Enfermera, creo que está sufriendo. Creo que tiene que darle algo para el dolor.

Ted, has que le hagan algo para el dolor. —Y me di vagamente cuenta, a través de

un asombro transparente, de que ella también estaba llorando. Llorando, por lo

que sus órdenes tomaron este tipo de brusquedad frenética, de modo que sus

palabras salían con dificultad y eran desesperadas.

Por el rabillo del ojo, vi que mi padre venía tras de ella y la agarraba por los

hombros y la alejaba de la cama. Ella se fue a regañadientes, pero se fue, y enterró

la cara en el pecho de mi papá, y ambos salieron de la habitación. Podía escuchar

sus ásperos ladridos desvaneciéndose por el pasillo.

La enfermera estaba apretando botones en un monitor detrás de mí y el policía se

había vuelto y estaba volviendo a ver la televisión. Frankie estaba de pie mirando

mis mantas, inmóvil.

Lloré hasta que me dolía el estómago y estaba bastante segura de que iba a

vomitar. Mis ojos se sentían como si tuvieran arena y mi nariz estaba

completamente tapada. Incluso, lloré un poco después de eso. No puedo decir lo

que estaba pasando por mi mente con todo ese llanto; sólo que era turbio y oscuro

y odioso y lamentable y miserable, todo a la misma vez. Sólo que quería a Nick y

que quería no volver a verlo nunca jamás. Sólo que quería a mi mamá y tampoco

quería volver a verla nunca jamás. Sólo que sabía que, en algún lugar más allá en

los recovecos de mi mente, que mi cerebro se mantenía a salvo de sí mismo, que de

alguna manera también era responsable de lo que había ocurrido hoy. Que había

tenido un papel en ello y que esa nunca había sido mi intención. Y que no podía

decir con seguridad que no sería parte de ello si tuviera que hacerlo todo de nuevo.

Y no podía decir con seguridad que lo haría.

Con el tiempo el llanto disminuyó lo suficiente como para que yo pudiera volver a

respirar, algo que no era del todo bueno.

—Voy a vomitar —dije.

La enfermera sacó una chata de la nada y lo metió debajo de mi barbilla. Vomité en

ella.

—Si ustedes pudieran salir por unos cuantos minutos. —Ella les dijo a los oficiales.

Ellos asintieron en silencio y salieron de la habitación. Cuando abrieron la puerta

hacia el pasillo, pude oír hablar en voz baja unas voces que pertenecían a mis

padres. Frankie se quedó dónde estaba.

Vomité una vez más, haciendo ruidos desagradables y dejando que desde mi nariz

corrieran hilos de mocos hasta la chata. Contuve el aliento y la enfermera utilizó un

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paño húmedo para limpiarme la cara. Se sentía bien: frío y tranquilizante. Cerré los

ojos y apoyé la cabeza sobre la almohada.

—La náusea es normal después de la anestesia —me dijo la enfermera con una voz

que podría describir como institucional—. Va a disminuir con el tiempo. Mientras

tanto, mantenga esto a la mano. —Me pasó una chata limpia, dobló el paño y lo

puso en mi frente y luego salió de la habitación con sus zapatos silenciosos.

Traté de poner mi mente en blanco. Traté de poner las imágenes de mi mente en

negro. Pero no podía hacerlo. Se empujaron hacia mí, cada una más horrible que la

anterior.

—¿Él está en la cárcel? —le pregunté a Frankie. Pregunta estúpida. Por supuesto

que Nick estaría en la cárcel después de algo como esto.

Frankie me miró, un poco sorprendido, como si hubiera olvidado que yo estaba en

la habitación con él.

—Valerie —dijo, parpadeando, sacudiendo la cabeza, su voz ronca—. ¿Qué… qué

fue lo que hiciste?

—¿Nick está en la cárcel? —repetí.

Él negó con la cabeza.

—¿Se escapó? —le pregunté.

Volvió a negar con la cabeza.

Sabía que sólo quedaba otra opción.

—Le dispararon. —Lo dije más como una afirmación que como una pregunta y me

sorprendí cuando Frankie volvió a negar con la cabeza.

—Se pegó un tiro —dijo—. Está muerto.

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"Yo no lo hice"

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por LizC y Cami.Pineda

Corregido por Mir

Es curioso que el nombre que se convertiría en el más reconocible de mi clase —

Nick Levil— fuera un nombre del que nadie había oído hablar nunca antes de

nuestro primer año. Nick era nuevo en Garvin ese año, y no encajaba allí. Garvin

era una de esas pequeñas ciudades suburbanas con un montón de grandes casas y

niños ricos. Nick vivía en una de las pocas calles de bajos recursos dispersas en las

afueras de la ciudad como líneas límites. Sus ropas eran andrajosas, a veces

demasiado grandes, y nunca con estilo. Era delgado, se veía como una gallina

clueca y tenía un aire de “Me Importa Una Mierda” a su alrededor que la gente

tendía a tomar como algo personal.

De inmediato me sentí atraída por él. Tenía estos ojos oscuros realmente brillantes

y una sonrisa torcida adorable de disculpa, y nunca mostraba los dientes. Como yo,

él no era parte de los populares y, como yo, no quería serlo.

No es que yo nunca hubiera pertenecido a los populares. Cuando estás en la

escuela primaria, casi todo el mundo es parte de los populares y, por supuesto, yo

también lo era. Me gustaban las cosas que estaban de moda… la ropa, los juguetes,

los chicos, las canciones que llevaban a que todo el mundo se volviera salvaje en las

noches de diversión familiares de la escuela.

Pero en algún momento alrededor del 6º grado, todo esto pareció cambiar. Empecé

a mirar a mi alrededor y pensé que tal vez no tenía casi nada en común con los

otros niños. Sus familias no parecían miserables como la mía. No podía imaginar

que sintieran la misma sensación gélida en su casa como yo lo hacía, como si

caminaran dentro una tormenta de nieve cuando abrían la puerta principal. En las

reuniones de la escuela, sus papás los llamaban “Panquecito” o “Mi Pequeñita”,

mientras que los míos ni siquiera aparecían. A medida que empecé a dudar en

dónde encajaba, Christy Bruter, mi “esa persona”, ganó impulso en popularidad y

de repente ya no cabía lugar a duda, sólo la verdad: yo no era como ellos.

Así que me gustó la actitud de Nick. Adopté una perspectiva similar de “Me

Importa Una Mierda” y comencé a cortar agujeros en mi “linda” ropa para que se

viera andrajosa, y así perder a la inmaculada Valerie que mis padres querían que

fuera y que últimamente, también habían estado tratando con mucho empeño de

convencerme que era. También había ayudado el hecho de que mamá y papá

morirían si me veían salir con Nick. Ellos tenían esta idea de que yo era la Señorita

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Popular en la escuela, lo que simplemente mostraba cuán fuera de contacto

estaban. El sexto grado pasó hace mucho tiempo.

Nick y yo teníamos Algebra juntos. Así es como nos conocimos. A él le gustaban mis

zapatos, los cuales tenían cinta adhesiva alrededor de los dedos, no para

mantenerlos unidos, sino porque quería que se vieran como si se estuvieran

cayendo a pedazos. Así es como empezamos, con él diciendo: “Me gustan tus

zapatos” y yo contestando: “Gracias. Odio el Algebra” y él diciendo: “Yo también”.

—Oye —susurró él más tarde, mientras la Sra. Parr estaba repartiendo hojas

iguales—, ¿no pasas el rato con Stacey?

Asentí con la cabeza, pasando un montón de papeles al chico geek7 detrás de mí.

—¿La conoces?

—Creo que ella toma mi autobús —dijo—. Supongo que parece agradable.

—Sí, lo es. Hemos sido amigas desde la guardería.

—Eso es genial.

La Sra. Parr nos mandó a callar y nos pusimos hacer nuestros trabajos, pero todos

los días hablábamos antes y después de la clase. Se lo presenté a Stacey y a Duce y

a la pandilla y él encajó con nosotros de inmediato, especialmente con Duce. Pero

era obvio desde el principio que él y yo encajábamos mejor que los demás.

Muy pronto estábamos caminando a clase juntos, nos encontrábamos en su

casillero, y salíamos de clase juntos. Y a veces nos encontrábamos en las gradas por

las mañanas con Stacey, Duce y Mason.

Y entonces, un día estaba teniendo un día realmente horrible y lo único que quería

hacer era vengarme de todos los que estaban haciéndome sentir de esa manera.

Así que tuve esta idea de que escribiría sus nombres en un cuaderno, como si el

cuaderno fuera una especie de muñeco vudú de papel o algo por el estilo. Creo que

tenía esta sensación de que simplemente al escribir sus nombres en el cuaderno

demostraría que eran idiotas y que yo era la víctima.

Así que abrí mi cuaderno rojo de confianza y enumeré todas las líneas de la

columna de la página y comencé a escribir los nombres de las personas, de las

celebridades, de conceptos, de todo lo que odiaba. Al final del tercer periodo tenía

media página completa, con cosas como Christy Bruter y Álgebra… ¡¡¡no puedes

poner letras y números juntos!!! y Hairspray. Y todavía no me sentía realizada, así

7 Chico geek: Antes era considerado ‘perdedor o un loser antisocial; sin éxito y con poca personalidad’. Actualmente, el término se utiliza para referirse a la persona fascinada por la tecnología y la informática. Sin embargo, los “no geeks” mantienen la primera.

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que llevé el cuaderno conmigo a la clase de Álgebra y estaba poniendo todo mi

empeño para trabajar en él cuando Nick entró.

—Hey —dijo, después de dejarse caer en su silla—. No te vi por los casilleros.

—No fui allí —le dije, sin levantar la mirada. Estaba ocupada escribiendo Los

problemas maritales de mamá y papá en el cuaderno. Ésa era una de las

importantes. La escribí cuatro veces más.

—Oh —dijo, y luego se quedó en silencio durante un minuto, pero podía sentirlo

mirando por encima de mi hombro—. ¿Qué es eso? —preguntó finalmente, como

riendo.

—Es mi Lista de Odio —contesté, sin siquiera pensar.

Después de clase, mientras salíamos, Nick se acercó por detrás y me dijo

tranquilamente:

—Creo que deberías añadir la tarea de hoy a esa lista. Es una mierda. —Miré hacia

atrás y él me estaba sonriendo.

Sonreí. Él lo había entendido, y de alguna manera eso realmente me hizo sentir

mejor, saber que no estaba sola.

—Tienes razón —le dije—. Voy a añadirlo en el próximo período.

Y así es como comenzó: la infame Lista de Odio. Empezó como una broma. Una

forma de desahogar la frustración. Pero creció convirtiéndose en otra cosa que

nunca me habría podido imaginar.

Cada día en la clase de Álgebra la sacábamos y escribíamos los nombres de todas

las personas de la escuela que odiábamos en secreto, los dos sentados en la última

fila, uno al lado del otro, quejándonos de Christy Bruter y de la Sra. Harfelz. Las

personas que nos irritaban. Las personas que nos sacaban de las casillas. Y

especialmente a las personas que nos intimidaban, que intimidaban a otras

personas.

Creo una vez que pudimos haber tenido esta idea de que la lista se publicaría… que

podríamos hacerle ver al mundo lo horrible que algunas personas podrían ser. Que

reiríamos de últimos contra esas personas, las porristas que me llamaban Hermana

Muerte, y los deportistas que golpeaban a Nick en el pecho en los pasillos cuando

nadie estaba mirando, esos “chicos perfectos” que nadie creería que eran tan malos

como los “chicos malos”. Habíamos hablado de cómo el mundo sería un lugar

mejor con listas como la nuestra alrededor, las personas rendirían cuentas por sus

acciones.

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La lista fue idea mía. Mi invención. La empecé, la continué. Eso comenzó nuestra

amistad y nos mantuvo unidos. Con esta lista, ninguno de los dos estuvo solo nunca

más.

La primera vez que fui a la casa de Nick fue el día en que oficialmente me enamoré

de él. Entramos en su cocina, la cual estaba sucia y descuidada. Oí un televisor en la

distancia y una tos de fumador haciendo eco por encima de su sonido. Nick abrió

una puerta al lado de la cocina y me indicó que lo siguiera por un tramo de

escalones de madera hacia el sótano.

El piso era de cemento, pero había una pequeña alfombra naranja arrojada sobre él,

justo al lado de un colchón, el cual estaba echado en el suelo, sin tenderse. Nick

arrojó su mochila sobre el colchón, y se dejó caer de espaldas en él. Suspiró

profundamente, pasando sus manos sobre sus ojos.

—Un largo día —dijo—. No puedo esperar por el verano.

Me giré lentamente en círculo. Vi a una lavadora y una secadora contra una pared,

unas camisas caían de sus esquinas. Una trampa para ratones en la otra esquina.

Algunas cajas de mudanza apiladas contra una pared. Un closet esquinero al lado

de ellas, la ropa se derramaba saliéndose de los cajones abiertos y un surtido de

basura acumulado en la parte superior de la misma.

—¿Éste es tu cuarto? —pregunté.

—Sip. ¿Quieres ver la televisión? O tengo Playstation.

Se había volcado sobre su estómago y manejaba torpemente un pequeño televisor

que estaba encima de una caja al otro lado de la cama.

—Está bien —le dije—. Playstation.

Mientras me acomodaba en la cama junto a él, noté una caja de plástico entre su

cama y la pared, llena de libros. Caminé de rodillas a través del colchón y tomé uno.

—Otelo —dije, leyendo la cubierta—. ¿Shakespeare?

Me miró, su rostro tomó un aspecto reservado. No dijo nada.

Agarré otro.

—Macbeth. —Y dos más—. Los Sonetos de Shakespeare. La Búsqueda de

Shakespeare. ¿Qué es esto? —pregunté.

—No es nada —dijo—. Ten. —Empujó un control de Playstation hacia mí.

Yo lo ignoré, seguí excavando en la caja.

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—Sueño de Una Noche de Verano. Romeo y Julieta. Hamlet. Todos estos son de

Shakespeare.

—Ése es mi favorito —dijo en voz baja, señalando a un libro en mi mano—. Hamlet.

Estudié la cubierta, y luego abrí el libro en una página al azar y leí en voz alta:

—“¡Funesto accidente!

Lo mismo hubiera hecho conmigo si hubiera estado allí.

Ese desenfreno insolente amenaza a todos:

A mí, a ti mismo, a todos en fin”.

—¡Oh! ¿Y cómo disculparemos una acción tan sangrienta? —dijo Nick, citando la

siguiente línea antes de que tuviera la oportunidad de leerla.

Me eché hacia atrás y lo miré por encima del libro.

—¿Lees estas cosas?

Se encogió de hombros.

—No es nada.

—¿En serio? Es genial. Tienes esto completamente memorizado. Yo ni siquiera

entiendo lo que está diciendo.

—Bueno, tienes que saber lo que está pasando en la historia para poder entenderlo

—dijo.

—Pues, cuéntamelo —le dije.

Me miró con incertidumbre, respiró hondo y empezó a hablar algo inseguro. Su voz

se hizo más y más animada, cuando me habló acerca de Hamlet y Claudio y Ofelia y

el asesinato y la traición. Respecto a la vacilación de Hamlet, que había sido su

error fatal. Acerca de cómo traicionó por completo a la mujer que amaba. Y

mientras me contaba la historia, citando pasajes acerca de la divinidad como si los

hubiera escrito él mismo, lo supe. Supe que me estaba enamorando de él, de este

muchacho con ropa desgastada y mala actitud que sonreía tímidamente, y citaba a

Shakespeare.

—¿Cómo te metiste en esto? —pregunté—. Quiero decir, tienes un montón de

libros aquí.

Nick bajó la cabeza. Me habló de cómo descubrió la lectura cuando su mamá se

estaba divorciando de papá número dos, de cómo había pasado largas noches en su

casa solo, un niño sin nada que hacer mientras su mamá rastreaba hombres en

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bares, a veces sin molestarse en pagar las facturas de electricidad, obligándolo a

leer por entretenimiento. Cómo su abuela le llevaba libros y él los devorará el

mismo día. Había leído de todo… Star Wars, El Señor de los Anillos, Artemis Fowl, El

juego de Ender.

—Hasta que un día Louis… que es el papá número tres —dijo—, trajo a casa este

libro que había encontrado en alguna venta de garaje. Fue su gran broma. —Nick

sacó Hamlet de mis manos y lo agitó en el aire—. “Me gustaría verte leyendo esto,

Chico Listo” —imitó con voz ronca—. Se echó a reír cuando lo dijo. Pensó que

estaba siendo muy divertido. También lo pensó mi mamá.

—Así que lo leíste para demostrarles que estaban equivocados —dije, hojeando las

páginas de Otelo.

—Al principio —dijo—. Pero entonces. —Se arrastró por la cama hasta mi lado,

recostándose contra la pared justo como yo estaba, mirando por encima de mi

hombro las páginas que yo pasaba. Me gustó el calor de su hombro contra el mío—.

Me empezó a gustar, ¿sabes? Era como armar un rompecabezas o algo así. Además

pensé que era muy divertido porque Louis era demasiado estúpido como para

saber que me había dado un libro donde el padrastro era el tipo malo. —Sacudió la

cabeza—. Idiota.

—¿Así que tu abuela te compró todos estos?

Se encogió de hombros.

—Algunos. Compré otros yo mismo. La mayoría de ellos vienen de una

bibliotecaria que me ayudó mucho en ese entonces. Ella sabía que me gustaba

Shakespeare. Creo que sintió pena por mí o algo así.

Volví a dejar a Otelo en la caja y rebusqué y saqué Macbeth.

—Así que, háblame sobre éste —dije, y él lo hizo, el control del Playstation quedó

olvidado en el suelo junto a la cama.

Pasé mis primeros días en el hospital recordando ese día. Devanando mis sesos

hasta que recordé cada pequeño detalle. Las sábanas de su cama eran rojas. Su

almohada no tenía una funda puesta. Había una foto enmarcada de una mujer

rubia —su madre— posando en el borde de su tocador. El inodoro del piso de

arriba se vaciaba mientras hablábamos del Rey Lear. Los pasos crujían sobre

nuestras cabezas, cuando su madre iba de la habitación al cuarto de baño a la

cocina. Todos los detalles. Cuanto más recordaba esos detalles, más increíble

encontraba lo que estaban diciendo sobre Nick en las noticias, las cuales encendí

clandestinamente, casi sintiéndome culpable, cuando todos se habían ido a casa

por la noche y estaba sola.

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Cuando no estaba recordando aquel día en la habitación de Nick, estaba juntando

lo que había ocurrido en la cafetería, lo que no era fácil por un montón de razones.

En primer lugar, porque pasé mucho tiempo durante esos dos días en una especie

de universo alternativo medicado. Es curioso cómo piensas que la peor parte del

dolor cuando recibes un disparo sería justo cuando sucede, pero eso no es cierto.

De hecho, realmente no recuerdo haber sentido nada en el momento en que

sucedió. Miedo, tal vez. Una extraña sensación de pesadez, supongo. Pero no dolor.

El verdadero dolor no comenzó hasta el día siguiente, después de la cirugía,

después de que mi piel, nervios y músculos tuvieron un día para acostumbrarse a

la idea de que algo había cambiado para siempre.

Lloré mucho durante esos dos primeros días, y la mayor parte de mi llanto fue por

querer algo que hiciera que el dolor desapareciera. Esto no era una picadura de

abeja. Dolía como el infierno.

Así que la enfermera, que todavía no me gusta, podría decir, venía de vez en

cuando y me daba una inyección de este medicamento o un trago de aquel otro y lo

siguiente que sabía era que todo el mundo sonaba raro y la habitación se veía toda

borrosa y esas cosas. No sé cuánto de ese tiempo estuve dormida, pero sé que

después de esos primeros dos días cuando dejé de recibir los calmantes

alucinógenos y empecé a recibir los normales, deseé estar dormida con más

frecuencia.

Pero la razón más grande por la cual era difícil poner las piezas juntas era que

simplemente no parecían encajar. Como si mi cerebro no pudiera darle sentido a

todo eso. Sentí como si se me hubiese partido en dos. En realidad, le pregunté a la

enfermera en un momento dado, si era posible que el ruido de la pistola hubiera

hecho algo en mi cerebro, como si lo hubiera revuelto de modo que no pudiera

pensar con claridad. Todo lo que realmente podía pensar era en lo mucho que

quería dormir. Lo mucho que quería estar en un mundo diferente al que estaba.

Ella dijo:

—El cuerpo tiene muchos mecanismos para protegerse de un traumatismo. —Y

quise que el mío tuviera más.

Cada noche, cuando encendía el televisor montado en la pared enfrente de mi cama,

veía imágenes de mi escuela secundaria —imágenes aéreas que la hacían ver tan

lejana como me sentía, e institucional y aprehensiva, no el lugar donde pasé tres

años de mi vida— y tenía esa extraña sensación de que estaba segura de estar

viendo algún tipo de película de ficción. Pero la sensación de náuseas en mi

estómago me recordaba que no era un escenario de ficción. Esto era real y yo

estaba justo en medio de ello.

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Mamá se sentaba junto a mi cama constantemente por los dos primeros días, todo

el tiempo vertiendo una emoción u otra sobre mí. En un momento estaba llorando

suavemente con un pañuelo en su palma, sacudiendo la cabeza con tristeza y

llamándome su bebé, y al siguiente era una mujer de rostro enojado, con la boca

fruncida culpándome y diciendo que no podía creer que ella diera a luz a tal

monstruo.

Realmente no tenía mucho que decir a eso. A ella. A cualquiera. Después de que

Frankie me dijera que Nick estaba muerto, que se había pegado un tiro, de alguna

manera sólo me acurruqué como una babosa salada. Me volví sobre un costado y

me acurruqué con mis sábanas y mantas, empujé mis rodillas contra mi pecho lo

mejor que pude con el vendaje y el dolor punzante en mi muslo, y los tubos y

cables que me mantenían atada a la cama. Sólo acurrucada en un ovillo y después

de que mi cuerpo dejó de enrollarse mi alma continuó. Enrollándose, enrollándose,

enrollándose hasta convertirse en algo oprimido, herido, pequeño.

No fue una gran decisión dejar de hablar o algo así. Era sólo que no sabía qué decir.

Sobre todo porque cada vez que abría la boca quería gritar de horror. Todo lo que

podía ver en mi cabeza era Nick, yaciendo muerto en algún lugar. Quería ir a su

funeral. Quería ir a su tumba, por lo menos. Más que todo quería darle un beso,

decirle que lo perdonaba por dispararme.

Pero también quería gritar de horror por el Sr. Kline. Por Abby Dempsey y los otros

a quienes había disparado. Incluso por Christy Bruter. Por mi mamá. Por Frankie. Y,

sí, por mí, también. Pero ninguno de esos sentimientos parecía coincidir, como

cuando estás armando un rompecabezas y dos piezas casi —exasperadamente,

sólo casi— encajan. Puedes empujar las piezas y forzarlas para que se ajusten, pero

incluso después de que se pegan con éxito todavía no se ajustan exactamente, no se

ven del todo bien. Así es como mi cerebro se sentía. Como si estuviera empujando,

uniendo las raras piezas del rompecabezas.

Y luego en el tercer día mi puerta se abrió precipitadamente. Estaba mirando al

techo, pensando en ese momento en que Nick y yo jugamos laser tag8 en Nitez. Yo

había ganado el juego y eso realmente había molestado a Nick al principio, pero

después nos fuimos a una fiesta en casa de Mason y él le dijo a todo el mundo que

era una gran tiradora. Parecía muy, muy orgulloso de mí y me sentía tan bien

conmigo misma. Pasamos el resto de la noche de la mano y haciendo ojitos el uno

al otro y fue, como, la mejor noche de mi vida.

Cuando escuché que la puerta se abría, cerré los ojos rápidamente, porque quería

que quienquiera que fuese pensara que estaba dormida y se retirara para que yo

pudiera seguir pensando en esa noche. Juro que mi mano estaba caliente, como si

Nick estuviera justo allí en ese momento.

8 Laser tag: Juego deportivo que simula un combate entre dos equipos.

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Oí pasos acercándose a la cama y detenerse. Sin embargo, los cables no se

movieron. No escuché que se abriera ningún cajón o armario, como normalmente

lo haría si una enfermera estuviera en la habitación. Y no oí la reveladora nariz

tapada de mamá resoplando. No olía a la colonia de Frankie. Sólo una presencia de

pie a mi lado. Abrí un ojo.

Había un hombre con un traje marrón de pie junto a la cama. Supuse que

probablemente tenía unos cuarenta años, y estaba completamente calvo. No del

tipo de calvicie como si todo su cabello se hubiera caído, sino del tipo de calvicie

cuando se ha perdido bastante de ello como para simplemente afeitarse el resto.

Estaba mascando chicle. No sonreía.

Abrí los ojos, pero no me levanté. Tampoco dije nada. Sólo me limité a mirarlo, con

mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho.

—¿Cómo está tu pierna, Valerie? —me dijo—. Puedo llamarte Valerie, ¿verdad?

Entrecerré mis ojos hacía él, pero no respondí. Mi mano involuntariamente se

movió a la venda de mi pierna. Me pregunté si debía estar preparada para gritar.

¿Era este algún tipo de loco de película de terror que planeaba violarme y matarme

en una cama de hospital? Medio pensé que eso probablemente me serviría, que

mucha gente allá afuera estaría feliz de escuchar que algo horrible me hubiera

sucedido, pero el pensamiento no pudo formarse del todo porque él empezó a

moverse y hablar.

—Mejor, espero. —Dio un paso atrás y jaló una silla hacía él. Se sentó allí—. Eres

joven. Aunque sea tienes eso de tu lado. Fui herido en el pie hace dos años, por un

adicto al crack, en el centro. Me tomó demasiado recuperarme. Pero soy un

hombre viejo. —Se rió de su propio chiste. Yo parpadeé. Seguía sin moverme, y mi

mano seguía en mi venda.

Su risa se secó, y mascó su goma de mascar solemnemente, mirándome a la cara

con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado. Me miró durante tanto tiempo

hasta que por fin hablé.

—Mi madre no tarda en regresar —le dije. No sé por qué lo dije porque era una

completa mentira. No tenía ni idea de cuándo iba a volver mamá. Sólo que me

pareció lo correcto para decir… que un adulto vendría pronto, por lo que

probablemente tenía que dejar sus planes de violación.

—Ella está en el lobby. Ya he hablado con ella —dijo—. Llegará luego. Tal vez

después del almuerzo o algo así. Está hablando con mi colega en este momento.

Puede que se tarde un poco. Tu papá también está allí abajo. En este momento, no

parece estar muy contento contigo.

Parpadeé.

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—Bien —dije. Pensé que eso más o menos lo resumía todo. Bien. Bien, ¿y él cuando

lo ha estado? Bien, ¿y a quién le importa? Bien, ciertamente a mí no. Bien.

—Soy el Detective Panzella —dijo el hombre en el traje café.

—Muy bien —dije.

—Puedes ver mi placa si quieres.

Negué con mi cabeza, más que todo porque no podía entender por qué se

encontraba allí.

Él se acomodó en la silla y se inclinó hacia adelante, su cara demasiado cerca de la

mía.

—Necesitamos hablar, Valerie.

Supongo que debí haber sabido que esto se avecinaba. Tenía sentido, ¿verdad?

Excepto que en ese momento, nada tenía sentido. El tiroteo no tenía sentido, así

que ¿cómo podía tener sentido que un detective con traje café estuviera sentado en

frente de mi cama?

Estaba aterrada de muerte. No, incluso estaba más asustada que eso. Estaba tan

asustada que sentía frío por todas partes, y no estaba segura de ser capaz de

hablarle de algo.

—¿Recuerdas que pasó en tu escuela? —me preguntó.

Negué con mi cabeza.

—La verdad es que no. Algunas cosas.

—Mucha gente murió, Valerie. Tu novio Nick los asesinó. ¿Tienes alguna idea por

qué razón?

Pensé sobre eso. En todo lo que reconstruí de lo que pasó en la escuela, nunca se

me ocurrió pensar el porqué. La respuesta parecía ser muy obvia… Nick odiaba a

esos chicos. Y ellos lo odiaban a él. Ése era el porqué. Odio. Golpes en el pecho.

Apodos. Risas. Comentarios sarcásticos. Ser tirado contra los casilleros cuando

algún idiota pasaba por allí. Ellos lo odiaban y él los odiaba y de alguna manera

terminó así, con todo el mundo muerto.

Recordé una noche cercana a la Navidad. La mamá de Nick le había dejado su carro,

diciéndole que me llevara a pasear. Era raro que tuviéramos ruedas, y ambos

estábamos emocionados de ir a algún lugar al que no se pudiera ir caminando. Nos

decidimos por una película.

Nick me recogió en el coche destartalado y oxidado, el piso estaba lleno de lápiz

labial; habían tazas de café y paquetes de cigarrillos vacíos metidos en las grietas

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de los asientos. Pero no nos importó. Estábamos muy felices por salir. Me deslicé

hacia el centro del asiento delantero para poder sentarme cerca de él mientras

conducía, algo inseguro, como si fuera su primera vez detrás del volante.

—Así que... —dijo Nick—. ¿Una comedia o una de miedo?

Lo pensé.

—Romántica —respondí, con una sonrisa pícara en mi cara.

Hizo un gesto, mirándome.

—¿Estás hablando en serio? De ninguna manera. No me voy a sentar a ver una

película para chicas.

—Lo harías si te lo pidiera —bromeé.

Asintió, sonriendo.

—Sí —dijo—. Lo haría.

—Pero yo no te lo pediría —le dije—. Una comedia. Estoy de ánimo para reír.

—Yo también —dijo. Su mano dejó el volante y fue a mi rodilla. La apretó

suavemente, y luego dejó su mano allí.

Me recosté contra él, cerrando mis ojos y tomando un aliento profundo.

—He estado esperando por esto todo el día. Mis padres fueron tan molestos

anoche, juro que pensé que me iba a volver loca.

—Sí, esto es genial —respondió, dándole otro suave apretón a mi rodilla.

Entramos al estacionamiento del cine. El lugar estaba totalmente lleno, la gente se

extendía sobre la acera y sobre el césped de enfrente. La mayoría adolescentes, la

mayoría gente de nuestra escuela. La mano de Nick dejó mi rodilla y se puso en el

volante mientras manejaba lentamente, buscando un lugar para estacionar.

Chris Summers estaba caminando al lado de nuestro coche, con una bebida gigante

en su mano. Estaba con sus amigos, y estaban tonteando, como siempre. Cruzaron

el estacionamiento justo enfrente de nosotros haciendo que Nick pisara el freno

fuertemente.

Chris miró el parabrisas y luego se echó a reír.

—¡Lindo carro, fenómeno! —dijo y luego ladeó su brazo y lanzó la bebida gigante

en el parabrisas. La tapa se abrió y la soda y el hielo salpicaron por todas partes,

dejando marcas de espuma mientras se deslizaban hacia abajo, sobre el capó del

coche.

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Salté, y se me escapó un pequeño grito.

—¡Idiota! —grité, aún cuando Chris y sus amigos se habían ido y estaban pasando

por la entrada del cine. Varios chicos en el césped habían mirado y también se

estaban riendo—. ¡Eres tan idiota! —volví a gritar—. ¡Te crees muy cool, pero sólo

eres un estúpido! —Dejé que unos insultos más volaran, concentrando mi mirada

en la gente que estaba riendo, incluyendo a Jessica Campbell, quien estaba parada

con su grupo de amigas, sus manos sobre sus bocas abiertas, riendo—. ¡Dios! —

dije finalmente, recostándome otra vez en mi silla—. Me pregunto si perdió su

cerebro, ¿sabes?

Pero Nick no me respondió. Estaba sentado sin moverse, sus manos a las diez y dos

en el volante, la soda haciendo espuma en el capó. Me incliné hacía él. Su cara, que

hace unos minutos estaba sonriendo, había decaído por completo. Casi marchita.

En sus mejillas había brillantes manchas rojas y su mandíbula estaba temblando.

Casi podía sentir la vergüenza y la decepción que irradiaba de él, casi podía verlo

arrugándose en la derrota ante mis ojos. Me asustó. Normalmente, Nick se ponía

bravo y se defendía. Pero esta vez se veía como si quisiera llorar.

—Hey —le dije, tocando suavemente su codo—. Olvídalo. Summers es sólo un

idiota.

Pero Nick seguía sin decir nada, no hizo ningún movimiento, aún cuando los carros

de atrás estaban tocando la bocina.

Lo observé por otro minuto, oyendo su voz en mi cabeza: A veces también tenemos

que ganar, Valerie, había dicho. No esta noche, pensé. Está noche seguimos siendo los

perdedores.

—Sabes —le dije—, no estoy de humor para una película. Sólo consigamos algo de

comer. Volvamos a tu casa. Podemos ver la TV.

Me miró con sus labios en una apretada línea y sus ojos aguados. Asintió

lentamente, luego prendió el limpiaparabrisas, que hizo que el vaso volara y la

soda desapareciera, como si no nos hubiera arruinado la noche.

—Lo siento —me dijo con una voz entrecortada que apenas se podía oír. Luego

puso el motor en marcha y lentamente salimos del estacionamiento como un perro

apaleado.

Pero sentada en la cama del hospital, no parecía que eso fuera realmente lo que el

detective quería escuchar. Él no quería saber sobre Nick. Él solo quería saber sobre

el autor del crimen.

—No lo sé —le dije.

—¿Quieres adivinar?

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Me encogí de hombros.

—No sabría qué decir. Nick lo sabría. Pero no le puede preguntar porque está

muerto. Tal vez, puede que Jeremy lo sepa.

—¿Ese sería Jeremy Watson? De, uh… —Miró algunas notas de una libreta que

había sacado de la nada—. ¿Lowcrest? —dijo.

—Supongo —le dije. Me di cuenta que no tenía ni idea del apellido de Jeremy o de

dónde vivía. Lo único que sabía era que era amigo de Nick y que fue el último en

hablar con Nick antes de que todo sucediera—. Realmente no conozco bien a

Jeremy.

Las cejas del detective se subieron un poco, como si de alguna manera esperara

que yo fuera una de las mejores amigas de Jeremy o algo así.

—Realmente nunca llegue a conocerlo —le dije—. Sólo sabía que Nick salía con él.

El detective sacó un poco sus labios, un ceño fruncido se formaba en su frente.

—Hm. Eso es gracioso, porque los padres de Jeremy sí sabían mucho de ti. Sabían

tu nombre y apellido. Sabían dónde vivías. Me dijeron que te buscara si quería

respuestas.

—¿Cómo es que sabían algo sobre mí? —Me levanté sobre los codos—. Ni siquiera

los conozco.

El detective se encogió de hombros.

—Tal vez Nick hablaba mucho de ti. ¿Esto fue planeado, Valerie? ¿Nick y tú habían

planeado juntos el tiroteo?

—Yo no… no, yo no iba a… ¡de ninguna manera!

—Tenemos una docena de testigos que dijeron que las palabras de Nick antes de

dispararte fueron: “¿No recuerdas nuestro plan?” ¿No tienes ni idea de que plan

hablaba?

—No.

—No creo que esa sea la verdad.

—Es la verdad —dije miserablemente—. Yo no planeé nada de esto. Ni siquiera

sabía que él lo estaba planeando.

Se paró y alisó su traje. Sacó un fajo de papeles de una carpeta y me las entregó.

Miré hacia abajo y juro que dejé de respirar.

Para: [email protected]

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

De: [email protected]

Asunto: Otra manera de hacerlo.

Creo que preferiría gas a cualquier otra cosa. Sabes, como entrar en el garaje,

encender el coche y sólo reposar en el asiento totalmente drogado y morir. Eso

sería totalmente intenso, hombre, si mis padres entraran en la mañana, listos para

ir a trabajar y me encontraran muerto con un porro en las manos.

Oh, ¿y sabes a quien quiero añadir a la lista? A Ginny Baker.

N.

Para: [email protected]

De: [email protected]

Asunto: RE: Otra manera de hacerlo.

No sé, me sigue gustando toda la idea de la sobredosis. Como una sobredosis de

algo sexy, como x o algo. LOL9 sobre lo de tus padres encontrándote en el coche.

Eso sería muy gracioso. Apuesto a que terminarían fumándose la hierba antes de

llamar a la ambulancia. ¿No lo harías tú?

¿Y por qué G.B? Sigo teniendo la lista desde cuando estaba revisándola en estudios

sociales. Puedo ponerla por ti.

Val.

Para: [email protected]

De: [email protected]

Asunto: RE:RE: Otra manera de hacerlo.

¿Por qué no? De todas formas, ella sólo es otra DBMP. Anótala. ¿Qué número es

ella? Creo que es algo así como la 407. Qué mal. Merece estar más arriba en la lista.

N.

Para: [email protected]

De: [email protected]

Tema: RE:RE:RE: Otra manera de hacerlo.

9 LOL: Lots Of Laugh. Risas.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Todas esas DBMP lo merecen. Ya la escribí. 411, por cierto. ¿No sería estupendo si,

de repente, el centro comercial estallara y el Club de DBMP fuera volado en

pedazos? Nada más que uñas falsas y cabellos rubios por todo el lugar. LOL.

Val.

El detective me miró de cerca mientras yo revisaba los papeles… todos los archivos

de mi computadora que luego supe que la policía había confiscado unas horas

después del tiroteo.

—¿Qué es DBMP? —me preguntó.

—¿Eh? —murmuré.

—DBMP. Ustedes mencionaron DBMP. Dijeron que Ginny Baker era una de ellos.

—Oh —dije—. Necesito tomar agua. —Se estiró y empujó la bandera del hospital

más cerca de mí. Agarré el agua y tomé—. DBMP —repetí, y negué con la cabeza.

—¿No lo recuerdas? —El detective se agachó quedando al nivel de los ojos. Me

miró a los ojos y empecé a sudar. Habló en una voz baja, gruñendo y yo podía ver

que él podría convertirse en una verdadera fuerza a tener en cuenta cuando

quería—. Valerie —me dijo—. La gente quiere justicia. Quiere respuestas. Puedes

apostar que llegaremos al fondo de esto. Daremos con la verdad. De una manera u

otra. Puede que no recuerdes exactamente qué fue lo que pasó en la cafetería hace

tres días, pero sé que recuerdas que es DBMP.

Volví a poner el agua en la bandeja. Mi boca se sentía congelada.

—Revisé en la escuela. No es una organización del colegio. Así que sé que es algo

que tú y Nick se inventaron. —Se paró de nuevo y cerró la carpeta—. De acuerdo

—dijo, de nuevo en su voz normal—. Lo averiguaré. Mientras tanto, sólo voy a

asumir que DBMP era el sobrenombre que ustedes tenían para ciertos chicos, al

menos para uno de los que murieron.

—Delgadas… —empecé y luego cerré los ojos, apretando mi mandíbula. Sentí frío

por todo mi cuerpo y pensé que debería timbrarle a la enfermera o algo así. Pero

tenía el presentimiento de que la enfermera no haría nada para ayudarme. Tomé

aliento—. Delgadas Barbies Perras Millonarias. Eso es el Club DBMP, ¿de acuerdo?

—Y ustedes querían que ellas estallaran.

—No. Nunca quise que nadie estallara.

—Eso fue lo que dijiste. Tú eres “NicksVal”, ¿verdad?

—Estábamos bromeando. Era una broma estúpida.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—George y Helen Baker no están riendo. El rostro de Ginny es un caos. Si sobrevive,

nunca se va a ver igual.

—Oh Dios mío —susurré, con la boca secándoseme—. No lo sabía.

El detective rodeó la silla y caminó hacia la puerta. Señaló los papeles que yo

seguía sosteniendo.

—Te dejaré estos por esta noche. Puedes mirarlos y mañana volveremos a hablar

al respecto.

Sentí pánico. No quería hablar con él en la mañana ni a ninguna otra hora del día.

—Mi padre es un abogado. No me dejará hablar sin un abogado. Esto no tiene nada

que ver conmigo.

Vi el resplandor de algo que atravesó la cara del detective… rabia, tal vez, o tal vez

sólo impaciencia.

—Esto no es un juego, Valerie —dijo—. Quiero trabajar contigo, realmente lo

quiero. Pero tienes que trabajar conmigo. Ya he hablado con tu padre. Sabe que

estoy hablando contigo. Tus padres están cooperando, Valerie. También tú amiga

Stacey. Hemos pasado los dos últimos días buscando en las cosas de Nick, y en las

tuyas. Tenemos el cuaderno. En este momento estamos adquiriendo los e-mails.

Vamos a averiguar lo que sea que haya sucedido. Ésta es tu oportunidad de aclarar

las cosas. De limpiar el nombre de Nick, si crees que puedes hacerlo. Pero tienes

que hablar. Tienes que cooperar. Por tu propio bien.

Se quedó parado en la puerta por unos minutos tan sólo mirándome.

—Hablaremos mañana —me dijo.

Dejé la mirada fija en mi regazo, tratando de asimilar todo lo que había dicho. ¿El

cuaderno? ¿Los e-mails? No estaba completamente segura de lo que él había

querido decir, pero podía suponer que no era algo bueno para mí. Estaba

escaneando mentalmente todas las cosas horribles que había dicho en ese

cuaderno o en los mensajes de texto nocturnos que había intercambiado con Nick.

Nada de eso era bueno. Ahora estaba tan fría que casi no podía sentir nada por

debajo de mi cuello.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Chelsea Sharkovich

Corregido por Mir

—Así que, háblame de este apodo tuyo, “Hermana Muerte” —dijo el Detective

Panzella a la mañana siguiente, tan pronto como pasó por la puerta. Ningún

“¿Cómo está tu pierna? Espero que hoy esté mucho mejor”, sólo un “Háblame de

este apodo tuyo”.

—¿Qué hay con eso? Era un apodo estúpido —dije, pulsando el botón para levantar

la cabecera de mi cama hasta quedar sentada. Había estado mirando las

impresiones de computadora que él había dejado el día anterior, otra vez, y estaba

de mal humor. Todas esas cosas de las que hablamos, ¿por qué no me di cuenta?

¿Por qué no noté que Nick hablaba en serio?

El detective pasó algunas páginas en su pequeña libreta y asintió.

—¿De dónde viene?

—¿Qué? ¿Se refiere a por qué me llamaban así? Por mi delineador de ojos. Porque

usaba pantalones negros y teñía mi cabello de negro. Por qué, no sé. ¿Por qué no

les pregunta a ellos? No es como si yo hubiese pedido que me pusieran apodos.

No, no lo había pedido. De eso estaba segura, aunque algunas personas de la

televisión habían hecho que pareciera así. Christy Bruter había sido justo “esa

persona”, como mi mamá lo había dicho años atrás. Aquella que cuando veía a

alguien débil y vulnerable, se abalanzaba sobre ella. Aquella que tenía a suficientes

personas en su bolsillo trasero como para que cualquier apodo que ella creara se

difundiera. Esa persona que podría hacer mi vida miserable si quisiera. A Christy le

gustaba ponerme apodos. Así como a Jessica Campbell y a Meghan Norris. Chris

Summers disfrutaba molestando a Nick cada vez que podía. ¿Por qué? ¿Cómo

podría saberlo?

—Así que, ¿no fue porque planearas asesinar personas con tu novio?

—¡No! Ya le dije. Nunca planeé nada con Nick. Ni siquiera sabía que Nick estaba

planeando algo. Era un apodo estúpido. No es como si yo lo hubiese creado. Lo

odiaba.

Él pasó otra página.

—Un estúpido apodo creado por Christy Bruter.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Asentí.

—La chica a la que Nick, presuntamente, disparó primero. La única a la que

realmente no podemos ver bien en el video de seguridad. Todo lo que podemos ver

es a ti y a Nick confrontándola, luego a Christy cayendo al suelo, y todo el mundo

huyendo de allí.

—No le disparé, si eso es lo que está pensando —dije—. No lo hice.

Se hundió en la silla y se inclinó hacia mí.

—Dinos qué pensar, Valerie. Cuéntanos cómo ocurrió realmente. Sólo sabemos lo

que vemos. Y lo que vemos es a ti señalándole a Chritsty Bruter a tu novio. Al

menos otros tres chicos lo confirman.

Asentí y froté mi frente con mis dedos. Me estaba dando sueño, y estaba bastante

segura de que el vendaje de mi pierna necesitaba ser cambiado.

—¿Quieres decirme por qué hiciste eso?

—Quería que Nick la confrontara —casi susurré—. Ella rompió mi reproductor

Mp3.

El detective se levantó, se acercó a la ventana y bajó las persianas para que el sol

no entrara más a la habitación. Parpadeé. Ahora la habitación se veía taciturna.

Como si mamá nunca fuera a regresar. Como si fuera a estar en esta cama para

siempre, escuchando las preguntas de este policía, incluso así me estuviese

retorciendo del dolor, con la herida de mi pierna tornándose gangrenosa y

carcomiéndose a sí misma.

Él acercó otra silla hasta el extremo opuesto de la cama de donde había estado

sentado. Se sentó y se rascó la barbilla.

—Así que —dijo—, entraste a esa cafetería y le señalaste a Christy a tu novio.

Momentos después, ella tiene un gran agujero en su estómago. ¿Qué nos estamos

perdiendo, Valerie?

Sentí una lágrima derramarse.

—No lo sé. No sé qué fue lo que ocurrió, lo juro. En un minuto estábamos entrando

al Cafetín, como cualquier otro día y, al siguiente, las personas estaban corriendo y

gritando.

El detective frunció sus labios, cerró su libreta y se reclinó en la silla, moviendo sus

ojos hacia el techo, como si estuviera leyendo algo en él.

—Los relatos de los testigos oculares afirman que tú te arrodillaste al lado de

Christy justo después de que le dispararan, luego te levantaste y saliste corriendo.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Dicen que fue como si te estuvieses asegurando de que le habían disparado, y luego

continuaste. La dejaste muriendo. ¿Es eso correcto?

Cerré mis ojos con fuerza, tratando de no ver la imagen del estómago sangrante de

Christy Bruter, y mis manos presionadas sobre ella. Tratando de no sentir el pánico

que sentí ese día, brotando en mi garganta. Tratando de no oler la pólvora en el

aire, y no escuchar los gritos. Más lágrimas rodaron por mis mejillas.

—No, no es correcto.

—¿No saliste corriendo? Porque te vimos en los videos haciéndolo.

—No. Digo, sí, la dejé allí, pero no huí. No la dejé para que se muriera. Lo juro. Me

fui porque tenía que encontrar a Nick. Tenía que decirle que se detuviera.

Él asintió, y pasó las páginas otra vez.

—Y vuélveme a decir, ¿qué fue lo que le dijiste a tu amiga Stacey Brinks ese día

cuando te bajaste del autobús?

Mi piernas latían, y mi cabeza también. Mi garganta estaba seca por hablar tanto

tiempo. Y me estaba asustando. Mucho. No podía recordar lo que le había dicho a

Stacey. Estaba llegando al punto en el que no podía recordar casi nada, y esas cosas

que sí recordaba, ya no estaba tan segura de que fueran verdad.

—¿Hmm? —dijo—. ¿Le dijiste algo a Stacey Brinks después de que te bajaste del

autobús?

Sacudí mi cabeza.

—Según Stacey, tus palabras fueron algo parecido a: “Quiero matarla. Ella va a

lamentar esto”. ¿Fue eso lo que dijiste?

Justo en ese momento una enfermera entró a la habitación.

—Lo lamento Detective, pero debo cambiar sus vendajes antes de que mi turno

termine —dijo.

—Por supuesto —respondió el Detective Panzella. Se levantó y observó las

diferentes máquinas y cables—. Hablaremos más tarde —me dijo.

Esperaba que por más tarde se refiera a nunca. Que de alguna manera, un milagro

ocurriría entre ahora y más tarde, y él decidiera que yo ya no tenía más respuestas

que darle.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Vannia

Corregido por Marina012

Estaba sentada en una silla de ruedas junto a la cama, usando un par de pantalones

de mezclilla y una playera por primera vez desde el tiroteo. Mamá me los había

traído de casa. Eran viejos, quizá de noveno grado o algo así, y estaban pasados de

moda. Pero se sintió bien volver a usar ropa de verdad, incluso si eso significaba

que no podía moverme mucho sin rozar la mezclilla contra la herida en mi muslo,

lo que me hacía gruñir y rechinar los dientes. También se sentía bien sentarse

erguida. Más o menos. No es como si pudiera hacer mucho más que sentarme a ver

la televisión.

Durante el día, cuando mamá, el detective Panzella y las enfermeras estaban cerca,

mantenía la televisión sintonizada en el Canal de Cocina o algún otro canal que no

mostrara la cobertura del tiroteo. Pero por la noche, mi intensa curiosidad ganaba

y veía las noticias, mi corazón algunas veces palpitaba fuertemente en mi pecho

mientras intentaba juntar las piezas de quién había sobrevivido, quién había

muerto, y cómo resolvía la escuela sus asuntos.

Durante los comerciales mi mente iba a la deriva. Me preguntaba por mis amigos,

si ellos habían logrado salir con vida o no. Acerca de lo que estaban haciendo.

¿Estaban llorando? ¿Estaban celebrando? ¿La vida simplemente había continuado

para ellos? Y luego mi mente vagaba hacía las víctimas y tenía que clavar el puño

en mi muslo y cambiar de canal para tratar de pensar en alguna otra cosa.

Pasaba la mañana contestando preguntas para el Detective Panzella, lo cual

definitivamente no era divertido. Trataba de no pensar nunca en lo que él estaba

haciendo, porque estaba muy segura de que, sin importar lo que fuera, no lucía

bien para mí.

Él estaba seguro de que había disparado ese día. O que por lo menos, de alguna

forma estaba detrás de todo eso. Sin importar lo que yo le dijera él estaba seguro

de ello. No importaba lo mucho que llorara, él no cambiaría de opinión. Y tomando

en cuenta la evidencia que me había mostrado el último par de días, supongo que

no podía culparlo por ello. Parecía tan culpable como el infierno, incluso para mí, y

yo sabía que no lo había hecho.

Él me había dejado recortes y partes de la evidencia. Había pasado por mi casa. Mi

cuarto. Mi computadora. Había escudriñado los registros de mi teléfono celular.

Recuperó mis correos electrónicos. Había leído el cuaderno… el cuaderno.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Como sonaban las cosas, prácticamente todo el mundo había visto el cuaderno.

Incluso la prensa sabía todo acerca del cuaderno. Había visto fragmentos del

mismo resaltados en uno de los noticieros nocturnos en la televisión. Había oído

que lo citaban en uno de esos programas matutinos, y traté de no pensar cuán

irónico era que las emperifolladas personas de las noticias, que eran quienes

encontraban el cuaderno tan fascinante, fueran justamente el tipo de personas que

habrían terminado en el mismo. De hecho, creo que un par de ellos realmente

estaban en él. Me preguntaba si ellos sabían eso. Lo cual me enviaba dentro de una

espiral de preguntas y “qué tal si” y ése no era un buen lugar para estar,

especialmente con el Detective Panzella husmeando alrededor de mi habitación

todo el tiempo.

Había perdido la cuenta de los días, pero imaginaba que había estado allí alrededor

de una semana por el número de visitas que había tenido del detective.

Él ya estaba dentro, justo después de que me hubiera vestido y sentado en la silla

de ruedas. Como siempre, él olía a cuero y fruncía mucho sus labios cuando

hablaba. Su traje era en marrón y sencillo, como una bolsa de comestibles. Y tenía

esa mordaz inclinación de cabeza que me hacía sentir como si estuviera mintiendo,

incluso cuando sabía que no era así. Él había mantenido una breve conversación,

dejándome sola con mi silla de ruedas y los programas de cocina, y estaba contenta

por ello.

Después de que el detective saliera, mamá regresó con la ropa, un par de revistas, y

una barra de dulce. Ella también parecía estar un poco más feliz. Raro, pensé,

puesto que ella sabía que el detective había estado interrogándome en mi

habitación. Tampoco parecía como si hubiese estado llorando. Su nariz roja y sus

ojos hinchados casi se habían convertido en rasgos permanentes de su rostro, y

estaba sorprendida al ver el rastro de una cara maquillada y, si bien no había una

sonrisa, sí un aspecto de complacencia en su rostro.

Me entregó la ropa y me ayudó a vestirme. Luego dejó que me apoyara contra ella

mientras subía mi pierna sana sobre la silla de ruedas y me dispuso en ella.

Desenrolló el control remoto de donde yo lo había envuelto alrededor del barandal

y me lo entregó. Luego se sentó sobre el borde de la cama y me miró fijamente.

—Tu pierna está mejorando —dijo ella.

Asentí con la cabeza.

—Hablaste con el detective.

Volví a asentir, mirando mis pies descalzos y deseando haberle pedido que trajera

calcetines.

—¿Hay algo que quieras contarme al respecto?

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Él piensa que soy culpable. Igual que tú.

—Espera, Valerie. Yo nunca dije eso.

—Tú nunca estás aquí cuando él viene a interrogarme, mamá. No hay nadie aquí.

Siempre estoy sola.

—Él es un oficial muy agradable, Valerie. Él no está en tu contra. Simplemente está

tratando de averiguar qué fue lo que pasó.

Volví a asentir con la cabeza, decidiendo que repentinamente estaba muy cansada

como para pelear con ella. Decidí de pronto que realmente no importaba lo que ella

pensara. Esto era tan grande que ella no podría salvarme incluso si creyera que era

inocente.

Nos sentamos allí por unos cuantos minutos. Recorrí los canales de la televisión y

terminé viendo a Rachael Ray, que estaba cocinando algún tipo de pollo o algo

parecido. Las dos estábamos silenciosas, salvo por el sonido de los zapatos de mi

mamá cuando cambiaba de posición o el chirrido del vinilo de la silla de ruedas

cuando yo lo hacía. Probablemente mamá tampoco podía pensar en algo más que

decir, no si yo no le daba algo grande, como una dramática confesión de telenovela

o algo por el estilo.

—¿Dónde está papá? —pregunté finalmente.

—Fue a casa.

La siguiente pregunta colgaba pesadamente entre nosotras y yo ni siquiera

consideraba preguntarla, pero decidí que ella estaba esperándola y no quería

decepcionarla.

—¿Él también cree que soy culpable?

Mamá se acercó y desenrolló un nudo en el cable del control remoto, manteniendo

ocupados sus dedos.

—Él no sabe qué creer, Valerie. Fue a casa para pensar. Al menos eso fue lo que

dijo.

Ahora esa era una respuesta que colgaba igual de pesada que la pregunta, en lo que

a mí respectaba. Al menos eso fue lo que dijo. ¿Qué se suponía que eso significaba?

—Él me odia —dije.

Mamá levantó la vista bruscamente.

—Eres su hija. Él te ama.

Puse los ojos en blanco.

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—Se supone que digas eso. Pero sé la verdad, mamá. Él me odia. ¿Tú también me

odias? ¿Ahora todo el mundo me odia?

—Estás siendo ridícula, Valerie —dijo ella. Se levantó y tomó su bolso—. Voy a ir

abajo a tomar un sándwich. ¿Quieres que te traiga algo?

Negué con la cabeza, y mientras mamá salía un pensamiento atravesó mi mente

como una luz estereoscópica: Ella no había dicho que no.

Mamá no había estado mucho tiempo afuera cuando sonó un suave golpe en la

puerta. No respondí. Parecía como si fuera demasiado el esfuerzo de abrir la boca.

En todo caso, no es como si pudiera evitar a alguien en estos días.

Además, probablemente era el Detective Panzella, y sin importar qué, estaba

determinada a que esta vez no lograría conseguir sacarme ni una sola palabra.

Incluso si él lo exigía. Incluso si me amenazaba con cadena perpetua. Estaba harta

de revivir ese día y sólo quería que me dejaran un minuto en paz.

La puerta volvió a sonar y luego se abrió suavemente. Una cabeza se asomó. Stacey.

No puedo decir el alivio que sentí al ver su rostro. Todo su rostro. No estaba sólo

viva, sino que tampoco estaba marcada. Sin agujeros de bala. Sin quemaduras.

Nada. Casi lloré viéndola allí parada.

Por supuesto que no puedes ver las cicatrices emocionales en el rostro de una

persona, ¿cierto?

—Hola —dijo. Ella no estaba sonriendo—. ¿Puedo entrar?

Pese a que estaba muy feliz de ver que ella estuviera viva, una vez que ella abrió la

boca y la voz que salió era la voz con la que había reído, digamos, un millón de

veces durante años, me di cuenta que no tenía idea de qué decirle.

Esto podría sonar estúpido, pero creo que estaba avergonzada. Ya sabes, como

cuando eres un niño pequeño y tu mamá y tu papá te gritan en frente de tus amigos,

y te sientes realmente humillado, como si tus amigos acabaran de ver algo

realmente privado sobre ti, que se aleja por completo del tipo de persona que “lo

tiene todo bajo control” que intentas proyectar al mundo. Era como eso, sólo que

un billón de veces más o algo parecido.

Juro que quería decirle un montón de cosas. Quería preguntarle por Mason y Duce.

Quería preguntarle sobre la escuela. También, si Christy Bruter y Ginny Baker

habían sobrevivieron o no. Quería preguntarle si sabía que Nick estaba planeando

esto. Quería que ella dijera que también la había tomado por sorpresa. Quería que

me dijera que yo no era la única culpable por no haberlo detenido. Por ser tan

increíblemente ciega y estúpida.

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Pero simplemente era demasiado extraño. Una vez que ella entró, dijo:

—No respondiste cuando toqué así que pensé que estabas dormida o algo parecido.

—Todo se sentía tan surrealista. No sólo el tiroteo. No sólo la transmisión de las

imágenes de los estudiantes en la televisión, medio sangrando, afuera de las

puertas de la cafetería de mi secundaria al igual que una vena pinchada. No sólo

que Nick se hubiera ido y que el Detective Panzella estuviera citando frases de La

ley y el orden a mi lado. Todo eso. Cada pedazo, desde el primer grado cuando

Stacey me mostró un diente delantero flojo que sobresalía como un pedazo de

chicle cuando ella lo empujaba con su lengua y me hizo vaciar el estómago sobre el

pasamanos del patio de recreo. Como si todo eso fuera un sueño. Y esto —este

infierno— fuera mi realidad.

—Hola —dije en voz baja.

Se quedó de pie al final de mi cama, torpemente, del modo en que Frankie estaba

de pie el día en que desperté.

—¿Te duele? —preguntó ella.

Me encogí de hombros. Ella me había preguntado lo mismo un millón de veces,

después de un millón de raspones, en ese otro mundo de sueños. En el que éramos

unas chiquillas normales que no se preocupaban por mostrar sus estómagos en el

patio de recreo y los dientes que sobresalían como chicles.

—Un poco —mentí—. No está mal.

—Escuché que tienes, como, un agujero ahí —dijo ella—. Aunque fue Frankie quien

me lo dijo, así que quien sabe si se puede creer en eso.

—No está mal —repetí—. La mayor parte del tiempo está muy entumecido. Por los

analgésicos.

Ella comenzó a raspar una etiqueta del barandal de la cama con la uña de su dedo

pulgar. Conocía a Stacey lo suficientemente bien como para saber que eso

significaba que estaba inquieta, tal vez enojada o frustrada. O ambas cosas. Ella

suspiró.

—Dijeron que podríamos ir la próxima semana a la escuela —dijo—. Bueno,

algunos de nosotros. Muchos niños están asustados, creo yo. Muchos todavía están

recuperándose… —Se paró en seco después de la palabra “recuperándose”, y su

rostro enrojeció, como si estuviera avergonzada de tener que mencionármelo. Me

impacté con otra imagen del sueño, una de nosotras sudando bajo una sábana

envuelta sobre una mesa de picnic en su patio trasero, metiendo alimentos

imaginarios en la boca de una muñeca. Wow, eso había parecido demasiado real,

alimentar a esas bebés de plástico. Todo había parecido tan real—. Como sea, voy a

regresar. También Duce. Y creo que David y Mason también lo harán. Mi mamá

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realmente no quiere que yo lo haga, pero yo quiero, ¿sabes? Creo que lo necesito.

No lo sé.

Ella levantó su rostro y vio la televisión. Podía ver que su mente apenas estaba

atenta a los bollos de crema que estaban siendo sacados del horno por cualquiera

que fuera el presentador que estaba cocinando en ese momento.

Finalmente ella me miró, con los ojos un poco llorosos.

—¿Vas a hablar conmigo, Valerie? —preguntó—. ¿Vas a decir algo?

Abrí la boca. Se sentía llena de nada, tal vez llena de nubes o algo por el estilo, lo

cual creo que era apropiado cuando sales de un mundo de sueños como ese y

entras a una fea, horrible realidad, tan horrible que tiene un sabor, y una forma.

—¿Christy Bruter murió? —solté finalmente.

Stacey me miró por un segundo, su mirada dando vueltas, todo delicadamente, en

su cabeza.

—No. Ella no murió. Está justo al final del pasillo. Acabo de verla. —Cuando no dije

nada, ella apartó su cabello hacia atrás y me miró con los ojos entrecerrados—.

¿Decepcionada?

Y eso fue todo. Esa única palabra. Me dijo que Stacey, incluso mi vieja amiga Stacey,

la única que estuvo conmigo cuando comencé el primer periodo, la única que usaba

mi traje de baño y mis sombras para los ojos, también creía que yo era culpable.

Así ella no lo hubiera dicho en voz alta, incluso si ella no creía que yo hubiera

jalado el gatillo, en el fondo ella me culpaba.

—Por supuesto que no. Ya no sé qué pensar acerca de nada —respondí. Era lo más

sincera que había sido en días.

—Sólo para que lo sepas —dijo ella—. No podía creer lo que pasó. No al principio.

Cuando escuché a todos diciendo quién había disparado, no les creí. Tú y Nick… ya

sabes, eras mi mejor amiga. Y Nick siempre parecía tan genial. Un poco Edward

Manos de Tijeras o algo parecido, pero de una forma genial. Nunca hubiera

pensado… simplemente no lo podía creer. Nick. Wow.

Ella comenzó a caminar hacia la puerta, sacudiendo su cabeza. Me senté en la silla

de ruedas, sintiéndome toda entumecida, pensando en todo lo que ella había dicho.

¿Ella no lo podía creer? Bueno, yo tampoco podía. Principalmente no podía creer

que mi más vieja y “mejor” amiga acababa de asumir que todo lo que ella había

escuchado sobre mí era verdad. Que ella ni siquiera se hubiera molestado en

preguntarme si todo lo que ellos estaban diciendo era lo que realmente había

pasado. Que la moldeable Stacey estaba siendo moldeada en alguien que ya no

confiaba más en mí.

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—Tampoco yo podía. Sigo sin hacerlo a veces —dije—. Pero te juro, Stacey, que no

le disparé a nadie.

—Solamente le dijiste a Nick que lo hiciera por ti —dijo ella—. Tengo que irme. Lo

único que quería decirte es que me alegro de que estés bien. —Puso su mano sobre

la perilla de la puerta y la abrió—. Dudo que te dejen acercarte a ella, pero si ves a

Christy Bruter en el pasillo, tal vez deberías disculparte con ella. —Dio un paso

hacia afuera, pero justo antes de cerrar la puerta tras ella, escuché que dijo—: Yo lo

hice. —Y no pude evitar preguntarme durante, como, unas ocho horas después de

eso, por qué razón en el mundo Stacey tendría que haberse disculpado.

Y cuando caí en la cuenta de que ella probablemente se disculpó por ser mi amiga,

ese mundo de sueños simplemente se apagó, se esfumó. Nunca existió.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Yre24

Corregido por Marina012

Pensé que iría a casa. Mamá entró en silencio mientras yo dormía y dejó tendido

otro conjunto para que me pusiera, antes de volver a desaparecer como humo. Me

senté, la luz de la mañana emanaba atravesando la ventana y por la parte inferior

de mi cama, me quité el cabello que tenía en los ojos con los dedos. El día se sentía

diferente de alguna manera, como si tuviera alguna posibilidad.

Salí de la cama, agarré las muletas que la enfermera nocturna había dejado

apoyadas contra la pared al lado de mi cama, y las usé para cojear hasta el baño…

de alguna forma había conseguido hacerlo por mí misma durante todo el día. La

medicación para el dolor aún me tenía indispuesta, pero ya no tenía la IV10, y el

vendaje alrededor de mi pierna seguía estando hinchado, pero no demasiado. Mi

pierna sólo palpitaba un poco, algo así como lo haría una astilla alojada en la cuña

entre tus dedos.

Me tomó un rato moverme alrededor y disponer de mis asuntos en el cuarto de

baño, y cuando volví a salir, mamá estaba sentada en el borde de mi cama. Había

una pequeña maleta en el suelo a sus pies.

—¿Qué es eso? —pregunté. Devolviéndome a la cama en muletas. Agarré mi

camisa y comencé a quitarme el pijama.

—Algunas cosas que pensé que podrías necesitar.

Suspiré, tirando la camisa sobre mi cabeza, y comencé a trabajar con mis

pantalones.

—¿Te refieres a que voy a estar atrapada aquí por otro día? Pero me siento bien,

puedo moverme bien, puedo ir a casa, quiero ir a casa mamá.

—Ven aquí, déjame ayudarte con eso —dijo mamá, inclinándose hacia el frente

para ayudarme a meterme en mis jeans. Ella los desabrochó y cerró la cremallera

por mí, lo cual se sentía raro y confortante al mismo tiempo.

Anduve con dificultad hasta la silla de ruedas y me dejé caer en ella. Saqué mi

cabello de la parte de atrás de mi camisa y me acomodé. Me giré hacia la mesita de

10 IV: Iniciales de Vía Intravenosa.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

noche, donde la enfermera había dejado una bandeja de comida para mí. Olí la

tocineta y mi estómago rugió.

—Entonces, ¿ya han dicho cuando me dejarán ir a casa? ¿Mañana? Realmente

pienso que puedo ir a casa mañana, mamá. Tal vez tú puedas hablar con ellos al

respecto. —Abrí la tapa de mi bandeja de desayuno. Mi estómago volvió a rugir. No

podía meter lo suficientemente rápido la tocineta en mi boca.

Justo en el momento en que mamá estaba abriendo su boca para hablar, la puerta

se abrió de golpe y entró un hombre con un par de pantalones caquis, una camisa a

cuadros y una bata de laboratorio puesta sobre ella.

—Sra. Leftman —dijo él jovialmente—. Yo soy el Dr. Dentley. Nosotros hablamos

por teléfono.

Levanté la mirada, mi boca llena de tocineta.

—Y tú debes ser Valerie —dijo, su voz pausada y calmada. Él alargó su mano como

queriendo que yo se la estrechara. Tragué la tocineta y estreché su mano con

vacilación—. Dr. Dentley —dijo él—. Soy parte del personal de Psiquiatría del

Hospital Garvin. ¿Cómo se siente tu pierna?

Miré a mamá, pero ella estaba mirando a sus pies, como si estuviera pretendiendo

que no estábamos en la habitación con ella.

—Está bien —respondí. Buscando otro trozo de tocineta.

—Bien. De acuerdo —dijo él, la sonrisa nunca dejó su cara. Era una sonrisa

nerviosa, casi como si estuviera medio asustado, pero no de mí. Era como si tuviera

miedo a la vida. Como si ella fuera a saltar y a morderlo en cualquier momento—.

Dime cuál es tu nivel de dolor en este momento.

Se estiró hacia atrás y sacó mi planilla, que desde luego, tenía la hoja de

seguimiento de mi dolor, pegada a la parte de atrás del portapapeles. Había estado

contestando esa pregunta unas cien veces al día desde que había estado aquí. ¿Su

dolor es un diez? ¿Un siete? ¿Tal vez sea un 4.375 el día de hoy?

—Dos —respondí—. ¿Por qué? ¿Voy a salir de aquí?

Él rió en silencio y usó su dedo índice para empujar sus gafas sobre el puente de su

nariz.

—Valerie, queremos que te alivies —dijo él en su paciente voz de profesor-de-

preescolar—. Y también queremos que te cures por dentro. Es por eso que estoy

aquí. Hoy voy a hacerte algunas evaluaciones, entonces podremos determinar el

mejor camino para poder ayudarte en lo que corresponde a la salud mental. ¿Has

tenido ganas de hacerte daño a ti misma el día de hoy?

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—¿Qué? —Miré sobre su hombro de nuevo—. ¿Mamá? —Pero ella seguía con la

mirada fija en sus zapatos.

—Pregunté si te parece que podrías suponer un peligro para ti misma o a otros el

día de hoy.

—¿Se refiere a si a voy a suicidarme?

Él asintió, esa sonrisa estúpida colgada como una lapa.

—O a cortarte a ti misma. O si estás teniendo pensamientos peligrosos.

—¿Qué? No. ¿Por qué podría querer suicidarme?

Él se movió ligeramente hacia un lado y colocó una pierna sobre la otra.

—Valerie, he hablado extensamente con tus padres, la policía, y tus doctores.

Hablamos de la gran cantidad de pensamientos suicidas que al parecer te han

estado molestado durante un largo tiempo. Y tememos que, considerando los

últimos acontecimientos, aquellos pensamientos podrían aumentar.

Nick siempre había estado obsesionado con la muerte. Eso no era gran cosa.

¿Sabes? Algunas personas están obsesionadas con videojuegos. Algunas personas

no piensan en nada más que deportes. Algunos chicos están totalmente metidos en

las cosas militares. A Nick le gustaba la muerte. Desde el primer día, cuando estaba

recostado en su cama hablando sobre la forma en que Hamlet debió haber matado

a Claudio cuando tuvo la oportunidad. Nick había estado hablando acerca de la

muerte.

Pero esas eran historias, sólo eso. Él contaba historias sobre la muerte. Contaba

películas, libros, todos con trágicas y significativas escenas de muerte. Hablaba de

noticias y reportajes de crímenes. Eso era lo suyo. Y yo adopté su lenguaje; yo

también contaba historias. Eso no era gran cosa. De verdad, ni siquiera me di

cuenta del momento en que comencé a hacerlo. Se sentía como ficción, todo eso.

Shakespeare contó historias sobre la muerte. Poe contó historias sobre la muerte.

Stephen Maldito King, contó historias sobre la muerte, y nada de eso significaba

nada.

Así que ni siquiera me dí cuenta cuando los cuentos incrementaron. No me había

dado cuenta del momento en que se volvió personal. No me había dado cuenta de

que las historias de Nick se habían convertido en cuentos suicidas. Homicidas. Y los

míos también. Sólo que, por lo que yo sabía, nosotros todavía hablábamos de

ficción.

Cuando hojeé los e-mails que el Detective Panzella me había entregado en la

primera visita a mi habitación, me había quedado sin palabras. ¿Cómo pude no

haberlo visto? ¿Cómo pude no haber visto que los e-mails contaban una historia

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alarmante que habría hecho que cualquiera se sentara y lo notara? ¿Cómo pude no

haber visto que los cuentos de Nick habían pasado de la ficción a la realidad?

¿Cómo pude no haber visto que mis respuestas —que seguían siendo ficción en mi

cabeza— podían hacerme parecer para todo el mundo como que si yo también

estuviera obsesionada con la muerte?

No lo sé, pero no lo había visto. Por mucho que deseara haberlo hecho. No lo había

visto.

—¿Se refiere a esos e-mails? No estaba hablando en serio. Era puro Romeo y Julieta.

Eso fue todo Nick. No yo.

Él continuó hablando como si no hubiese dicho ni una sola palabra.

—Y todos nosotros creemos que el mejor curso de acción para ti en este momento

es mantenerte a salvo y meterte en un programa residencial del hospital adonde

puedas recibir algo de ayuda para combatir aquellos impulsos suicidas. Terapia de

grupo, terapia individual, algo de medicación.

Agarré mis muletas y me hinqué en ellas para pararme.

—No. Mamá, sabes que no necesito eso. Dile que no necesito esto.

—Val, es por tu propio bien —dijo mamá finalmente dejando de mirar sus zapatos.

Noté que ella tenía sus dedos rodeando el asa de la maleta—. Sólo será por poco

tiempo. Un par de semanas.

—Valerie —dijo el Dr. Dentley—. Nosotros podemos ayudarte dándote lo que

necesitas.

—Deje de decir mi nombre —dije, mi voz elevándose un poco—. Lo que necesito es

irme a casa. Puedo combatir cualquier impulso en casa.

El Dr. Dentley se inclinó para presionar el botón de llamada del control remoto.

Una enfermera se apresuró y recogió la maleta, luego tan sólo se quedó parada

esperando en la puerta. Mamá también se levantó dirigiéndose hacia la puerta del

baño, quitándose del camino.

—Valerie, solamente vamos a movernos al cuarto piso, donde se encuentra el ala

de Psiquiatría —dijo el Dr. Dentley con aquella voz moderada—. Por favor siéntate.

Te llevaremos en tu silla de ruedas. Así estarás cómoda.

—¡No! —dije, e imagino por la forma en que mamá pestañeó que cuando lo dije

debí haber estado gritando, sin embargo, no lo sentí así. Lo único que podía pensar

era en clases de Artes Comunicativas en décimo grado donde vimos One Flew Over

the Cuckoo’s Nest. Lo único que podía pensar era en Jack Nickolson gritándole a la

enfermera porque quería mantener la TV encendida, y el espeluznante indio cara

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

pálida y el pequeño chico nervioso con lentes. E incluso —aquí está la cosa más

tonta de todas— tuve la idea de que cuando se corriera la voz de que había estado

encerrada en una sala psiquiátrica, todo el mundo se burlaría de mí. Christy Bruter

tendría un día de campaña con eso. Y lo único que podía pensar era: Van a tener

que llevarme muerta, porque no hay manera que yo vaya allí por mi propia cuenta.

El Dr. Dentley debió haber tenido el mismo pensamiento porque una vez que

empecé a gritar: “¡No! ¡No quiero ir! ¡Aléjense de mí!”. El agradable aspecto de su

rostro cambió sólo un poco y le dio un asentimiento a la enfermera quien se

apresuró a salir de la habitación.

Unos pocos minutos más tarde, dos grandes enfermeros entraron y el Dr. Dentley

dijo:

—Tengan cuidado con el muslo izquierdo. —Con su voz clínica y luego los

enfermeros fueron hasta donde yo estaba, sosteniéndome mientras la enfermera

se me acercaba con una aguja. Instintivamente, me dejé caer en mi silla de ruedas,

mis muletas chocaron contra el piso.

Mamá se inclinó y las recogió.

Golpeé lo mejor que pude a lo que se sentía como cuatrocientos cincuenta

kilogramos encima de mí, y grité tan alto como mi voz lo permitía. Tan alto, que

partes de mis palabras eran silenciosas, aventándose con tan fuerza al aire, que

imaginé a la gente extranjera en distintos países recogiéndolas como artefactos en

el polvo. Uno de los enfermeros se movió para tener un mejor agarre de mi brazo,

dándome suficiente espacio para patear. Pateé con todo lo que tenía, consiguiendo

un buen golpe en su espinilla. Él soltó un quejido entre sus dientes apretados,

trayendo su cara tan cerca de la mía como para besarme, pero eso no hizo nada

para ayudarme. Estaba inmovilizada. La enfermera se movió sigilosamente detrás

de mí y moví la única cosa que aún estaba en mi poder —mi tórax— cuando ella

pegó la aguja a la parte expuesta de mi cadera en un espacio que dejaba abierto mi

silla de ruedas.

En unos segundos, la única parte que cooperaba en la lucha contra mi destino eran

las lágrimas, que mojaron mi cara y se reunieron en mi cuello. Mamá también lloró,

y eso me dio algo de satisfacción, aunque no era suficiente.

—Mamá —gemí y me hicieron rodar en frente de ella—. Por favor, no hagas esto.

Tú puedes detenerlo… —Ella no respondió. Al menos no con palabras.

Ellos me trasladaron en la silla de ruedas por el pasillo hasta el elevador. Todo el

camino lloré, rogué y repetí “Yo no lo hice. Yo no lo hice…” pero el Dr. Dentley

había desaparecido y todo lo que había dejado era a los dos enfermeros y a la

enfermera que cargaba la maleta. De los cuales ninguno llegó si quiera a reconocer

que me habían escuchado.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Llegamos a una intersección en el pasillo con un letrero de ELEVADOR y una flecha

señalando el camino. Justo antes de que giráramos, pasamos por una habitación y

vi un rostro que reconocí.

Dicen que las experiencias cercanas a la muerte cambian a las personas. Que de

repente descubren lo es la tolerancia y el amor. Que ya no recurren a la

mezquindad ni al odio.

Pero cuando los enfermeros me trasladaron en la silla de ruedas hasta el sitio de

los elevadores y pasamos por la habitación de Christy Bruter, la vi ligeramente

apoyada en su cama, con la mirada fija en mí. Vi a sus padres parados cerca de su

cama y a otra mujer más joven que estaba sosteniendo a un niño pequeño en sus

brazos.

—Yo no lo hice…yo no lo hice. —Estaba diciendo, llorando.

Sus padres tenían la mirada fija en mí, con ojos fatigados. Y Christy miró con la más

ligera sonrisa torcida. La misma sonrisa que había visto tantas veces en el autobús.

Completamente inalterada.

Los enfermeros doblaron en la esquina y no pude ver más la habitación de Christy.

—Lo siento —susurré. Pero no creo que ella me haya escuchado.

Sin embargo, me pregunté si de alguna manera Stacey si lo había hecho.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por sary_meles

Corregido por Vannia

Habrá muchas oportunidades en mi vida en las que me preguntaré cómo hice para

sobrevivir a esos diez días en el ala psiquiátrica del hospital. Cómo conseguí ir de la

cama al baño. Cómo fui del baño a las sesiones de grupo. Cómo viví escuchando

aquellas voces agudas gritando cosas ridículas durante la noche. Cómo sentí que mi

vida se rebajó a un nivel desagradable cuando un técnico entró una mañana a mi

habitación y me susurró que si necesitaba "un golpe", nosotros "probablemente

podríamos resolver la forma de hacerlo", y mientras lo dijo, tiró de la parte

delantera de su bata.

Ni siquiera podía sucumbir a mi posición silenciosa, a mi confortable silencio. El Dr.

Dentley seguramente consideraría el silencio como una regresión y les sugeriría a

mis padres que necesitaba quedarme por más tiempo.

El Dr. Dentley me revolvía el estómago. Con sus dientes cubiertos de sarro, sus

gafas con partículas de caspa y su manera de hablar como un libro de psicología. Al

mismo tiempo, su mirada estaba distraída con algo más importante mientras yo le

contestaba sus preguntas de súper-psiquiatra.

No sentía como si ése fuese el lugar al que perteneciera. La mayoría de las veces

me sentía como si todo el mundo estuviera loco —incluso el Dr. Dentley— y sólo

yo fuera la única cuerda.

Estaba Emmitt, un chico de la montaña, que continuamente circulaba por los

pasillos pidiendo a todos unos cuantos centavos. Morris, quien hablaba a las

paredes como si hubiera alguien allí que le respondiera. Adelle, que era tan mal

hablada que ni siquiera le permitían estar en el grupo con nosotros ni la mitad del

tiempo. Francie, una niña a la que le gustaba quemarse a sí misma constantemente

y que se jactaba de tener una aventura con su padrastro de cuarenta y cinco años

de edad.

Y Brandee, la única que sabía por qué estaba yo ahí y quien me miraba con sus

tristes y oscuros ojos, y me hacía preguntas cada vez que podía.

—¿Cómo se sintió? —me preguntó en la sala de TV—. Ya sabes, matar gente.

—Yo no maté a nadie.

—Mi mamá dice que lo hiciste.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—¿Qué sabe ella al respecto? Tú mamá está equivocada.

En los pasillos y en el grupo, siempre estaba Brandee con sus preguntas.

—¿Qué sentiste al recibir un disparo? ¿Él te disparó a propósito? ¿Pensó que te

habías vuelto en su contra? ¿A alguno de tus amigos le dispararon o fue sólo a la

gente que odiabas? ¿Deseas no haberlo hecho? ¿Qué piensan tus padres? Mis

padres están totalmente asustados. ¿Tus padres se asustaron? ¿Ahora te odian?

Eso era suficiente para volverme loca, pero trabajaba muy duro para no dejar que

me afectara. La mayoría de las veces simplemente la ignoraba. Me encogía de

hombros sin contestarle, o fingía que no la escuchaba. Pero algunas veces

respondía, creyendo que si lo hacía ella se iba a callar. Estaba equivocada.

Responderle sólo traía una nueva ola de preguntas y lamentaba el haberle

contestado.

Lo único bueno que sucedió durante esos días en el ala de psiquiatría fue que el

Detective Panzella dejó de venir a interrogarme intensamente. Eso podía significar

que el Dr. Dentley lo mantenía alejado de mí o que él había decidido que estaba

diciendo la verdad o que estaba elaborando un caso en mi contra, no lo sabía. Todo

lo que sabía era que estaba bien que él no estuviera a mi alrededor.

Pasé de un lugar a otro como se suponía que debía de hacerlo. Cambié mi pijama

por una bata de hospital como una buena chica. Me senté en el sofá de la sala

común, viendo los programas aprobados, viendo por la ventana hacia la carretera,

fingiendo no ver los mocos secos untados en las paredes junto a mí. Fingiendo que

mi corazón no estaba roto. Fingiendo que no estaba enojada, confundida, asustada.

Quería dormir todo el tiempo. Quería tomar analgésicos, acurrucarme en la cama y

no levantarme de nuevo hasta que estuviera en casa. Pero sabía que lo verían como

un signo de depresión y sólo serviría para mantenerme allí por más tiempo. Tuve

que fingir. Fingir que estaba mejorando. Fingir que mis “pensamientos suicidas”

habían cambiado.

—Ahora veo que Nick era completamente malo para mí —dije animadamente—.

Quiero volver a empezar. Pienso que ir a la universidad va a ser algo bueno. Sí, la

universidad.

Escondí la ira que brotaba en mi interior. La ira hacia mis padres por no haber

estado allí para mí. La ira hacia Nick por estar muerto. La ira hacia la gente de la

escuela que había atormentado a Nick. La ira hacia mí misma por no haber visto lo

que se avecinaba. Aprendí a controlar la ira, mandándola al fondo de mi mente, con

la esperanza de que acabara esfumándose, que desapareciera. Aprendí a fingir que

ya se había ido.

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Dije las cosas que me sacarían de allí. De mí boca salían las palabras que ellos

necesitaban escuchar y de alguna manera me metí a las sesiones de grupo y no dije

nada cuando alguno de los otros pacientes me insultaba. Comí mis comidas, realicé

las pruebas y cooperé en todo lo que pude. Simplemente quería irme.

Finalmente, un viernes, el Dr. Dentley entró en mi habitación y se sentó en el borde

de la cama. No me estremecí, pero enrosqué los dedos de mis pies dentro de mis

calcetines, tratando de alejarme de él.

—Vamos a darte de alta —dijo, de una manera tan casual que casi lo pasé por alto.

—¿En serio?

—Sí. Estamos muy contentos con tu progreso. Pero estás muy lejos de curarte,

Valerie. Vamos a mandarte a consulta externa intensiva.

—¿Aquí? —pregunté, tratando de no sonar alarmada. Por alguna razón, a pesar de

que sería un paciente externo, la idea de regresar cada día al hospital me asustaba;

como si al decir o hacer algo mal, Chester y Jock volverían a meterme una aguja en

el culo.

—No. Estarás viendo... —Se silenció, hojeando las páginas en el portapapeles que

llevaba. Asintió en aprobación—. Sí. Verás a Rex Hieler. —Alzó la vista para

verme—. Te va a gustar el Dr. Hieler, es perfecto para este caso.

Salí del hospital, seguía siendo un “caso”, pero uno que habían dado de alta.

Una enfermera me llevó hasta la puerta principal del hospital en una silla de

ruedas. Era consciente de que todos los ojos en el edificio estaban viéndome

fijamente cuando pasaba. Es probable que en realidad no estuvieran fijos en mí,

pero así lo sentí. Como si todo el mundo supiera quién era yo y porqué estaba ahí.

Como si todo el mundo me mirara fijamente, preguntándose si lo que habían

escuchado era cierto. Preguntándose si existía un Dios, y si era un Dios cruel al

dejarme vivir.

Mamá había dejado el coche estacionado afuera y venía hacia mí, con un par de

muletas en su mano. Las tomé y me dirigí cojeando al coche, me metí en el interior,

sin decirle nada a mamá o a la enfermera, quien estaba dándole instrucciones a

mamá justo en la puerta del hospital.

Nos dirigimos a casa en silencio. Mamá encendió la radio en una estación de

música ligera. Abrí un poco la ventana, luego cerré los ojos y olfateé el aire. De

alguna manera olía diferente, como si algo le faltara. Me pregunté qué haría cuando

llegara a casa.

Cuando abrí la puerta, lo primero que vi fue a Frankie tumbado en el piso viendo la

televisión.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Hey, Val —dijo, desde donde estaba—. Estás en casa.

—Hola. Me gusta tu cabello. Hoy tienes esos picos a la máxima altura.

Él sonrió, pasando su mano sobre su cabeza.

—Eso es lo que dijo Tina —dijo. Como si nada hubiera pasado. Como si yo no

siguiera oliendo a hospital. Como si no fuera un fenómeno suicida que vuelve a

casa para hacerle la vida miserable.

En ese momento, Frankie era el mejor hermano que alguien pudiera tener.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Roo Andresen

Corregido por Vannia

La oficina del Dr. Hieler era acogedora y académica; un oasis de libros y suave

música rock en un mar de institucionalismo. Su secretaria, una chica relajada de

piel morena y uñas largas, era cortante y profesional, haciéndonos pasar a mi

mamá y a mí de la sala de espera al consultorio como si estuviéramos allí para

comprar diamantes exóticos. Abrió una mini heladera, trayéndome una Coca-Cola

y una botella de agua para mamá, y luego nos señaló una puerta abierta. Entramos.

El doctor Hieler se irguió detrás del escritorio, quitándose los anteojos y formando

una sonrisa con los labios apretados, lo que hizo que sus ojos parecieran tristes. O

tal vez su mirada siempre estaba triste. Supongo que si yo tuviera que escuchar

historias de dolor y miseria todo el día, mis ojos también se verían tristes.

—Hola —dijo él, extendiendo su mano hacia mamá—. Soy Rex.

Mamá estiró su brazo, viéndose demasiado formal y rígida para estar en la oficina.

—Hola, Dr. Hieler —dijo ella—. Jenny Leftman. Ésta es mi hija, Valerie. —Estiró su

mano hacia mí y la puso en mi hombro, dándome un ligero empujón hacia

adelante—. Fue remitida a usted por Bill Dentley del Hospital General de Garvin.

El Dr. Hieler asintió; él ya lo sabía, como también sabía lo que a continuación

saldría de la boca de mamá.

—Valerie va a la Secundaria Garvin. Iba —se corrigió. Hablando en pasado.

El Dr. Hieler se acomodó en una silla de gruesa tapicería y nos indicó con su mano

que nos sentáramos en el sillón directamente frente a él. Me desplomé sobre el

sillón, mirando cómo mamá se acercaba con rigidez y se sentaba en la orilla, como

si se fuera a ensuciar. De repente todo lo que mamá dijera o hiciera era vergonzoso,

fastidioso, frustrante. Quería sacarla de la habitación, y más aún, sacarme a mí

misma de allí.

—Como estaba diciendo —dijo mamá—. Valerie estuvo en la escuela el día del

tiroteo.

Los ojos del Dr. Hieler se movieron hacia mí, pero no dijo nada.

—Ella, eh, conocía al joven involucrado —finalizó mamá. Fue más de lo que pude

soportar, con esta falsa actuación suya.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Conocía —dije furiosamente—. Era mi novio, mamá. ¡Por Dios!

Hubo un pequeño silencio mientras mamá trataba visiblemente de contenerse,

quizás demasiado visible, pensé, y también me di cuenta que era principalmente en

pos del Dr. Hieler; para que él viera la horrible hija con la que estaba maldecida.

—Lo lamento —dijo el Dr. Hieler muy tranquilamente, y primero pensé que le

estaba hablando a mamá. Pero cuando levanté la vista me estaba viendo

directamente a mí.

Hubo un largo silencio, durante el cual mamá lloriqueaba en un pañuelo y yo

miraba mis zapatos, sintiendo la mirada del Dr. Hieler sobre mi cabeza.

Finalmente mi mamá rompió el silencio, con su voz sonando como un chillido en el

espacio cerrado.

—Bueno, obviamente su padre y yo estamos preocupados por ella. Tiene mucho

que superar, y sólo queremos que siga adelante con su vida.

Sacudí mi cabeza. Mamá aún pensaba que tenía una vida con la cual seguir adelante.

El Dr. Hieler tomó una profunda respiración y se inclinó al frente en su asiento.

Finalmente desvió su mirada de mí y la enfocó en mamá nuevamente.

—Bueno —dijo, con voz tan suave que pareció un arrullo—, que siga con su vida es

importante. Pero ahora mismo puede que sea más importante que exponga sus

sentimientos, que lidie con ellos, y encuentre una manera de estar bien con todo lo

que pasó.

—Ella no habla sobre eso —argumentó mamá—. Desde que salió del hospital…

Pero el Dr. Hieler la silenció extendiendo su mano, con sus ojos nuevamente sobre

mí.

—Mira, no voy a decirte que sé lo que estás sintiendo. No voy a restarle valor a

todo lo que viviste diciéndote que tengo una idea de lo que se siente —me dijo. Yo

no dije nada. Él volvió a moverse en su silla—. Tal vez si empezamos de otra

manera. ¿Qué tal si sacamos a tu mamá y hablamos tú y yo por un rato? ¿Estás

cómoda con eso?

No respondí.

Pero mamá parecía aliviada. Se levantó. El Dr. Hieler también se levantó, y se

encaminó hacia la puerta con ella.

—Trabajo con muchos chicos de la edad de Valerie —dijo en voz baja—. Tiendo a

ser muy abierto y directo. No cruel, sólo directo. Si hay algo que debemos poner

sobre la mesa, lo ponemos sobre la mesa para poder trabajar en ello y así poder

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

ver si podemos encontrar una manera de solucionarlo y mejorar la situación.

Inicialmente tiendo a escuchar y ofrecer apoyo. —Se dio la vuelta y me miró,

hablándonos a las dos; a mí en el sillón y a mamá con su mano sobre la perilla—.

En el camino, quizás podamos llegar a pensar que hay algo que necesitas cambiar.

Si lo encontramos, hablaremos de ello. En esa instancia, hablaremos más de tus

pensamientos y comportamientos. ¿Alguna pregunta?

No dije nada.

Mamá quitó su mano de la perilla.

—¿Alguna vez ha lidiado con algo como esto?

El Dr. Hieler desvió la mirada.

—He lidiado con violencia. Pero nunca con algo como esto. Creo que puedo ayudar,

pero no quiero mentirle y actuar como si supiera todo sobre esto. —Me miró

directamente y podía jurar que esta vez realmente vi el dolor en sus tristes ojos—.

Lo que pasaste realmente apesta.

Seguí sin decir nada. Era más fácil estar callada con el Dr. Hieler. El Dr. Dentley me

habría encerrado por ello; el Dr. Hieler parecía esperárselo.

Me concentré en mis zapatos mientras mamá salía de la habitación.

—Estaré justo afuera. —Escuché que decía. Escuché al Dr. Hieler cerrar la puerta y

de pronto todo se puso tan silencioso que podía escuchar su reloj haciendo tic-tac.

Escuché a los almohadones de su silla soltar el aire mientras él se volvía a asentar.

—Éste es uno de esos momentos en los cuales lo más probable es que no haya nada

correcto para decir —dijo, muy suavemente—. Tendría que imaginar que esto es

horrible y sólo sigue poniéndose más horrible.

Levanté mis hombros. Todavía no podía levantar la vista.

Aclaró su garganta, y dijo un poco más fuerte:

—Primero tuviste que atravesar esto, te dispararon, perdiste a alguien que amabas.

Todo está jodido, la escuela, la familia, las amistades, y ahora estás estancada en

una oficina con un psiquiatra gordo que sólo quiere entrar en tu cabeza.

Levanté la vista, manteniendo mi cabeza inclinada hacia abajo para que no pudiera

verme sonreír. Pero debió haberlo visto porque él también me sonrió. Ya me caía

bien.

—Mira —dijo—. No sólo pienso que todo esto es terrible para ti, sino que también

estoy al tanto que probablemente no tuviste control sobre nada de esto. Me

gustaría hacer las cosas de otra manera aquí. Me gustaría darte mucho control. Nos

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

moveremos tan rápido como quieras. Si traigo a colación un asunto del que no

quieres hablar, o te presiono demasiado respecto a algo, tan sólo dímelo y

cambiaré el tema a algo sencillo y seguro.

Levanté un poco mi mentón.

—La próxima vez que nos reunamos, ¿por qué no empezamos hablando un poco

sobre ti? Qué era en lo que estabas interesada, cómo era la vida antes de que esto

sucediera, conocernos un poco el uno al otro, y seguir desde allí. ¿Suena bien?

—Está bien —dije. Mi voz era débil, pero estaba sorprendida de escuchar que

había una voz allí.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por TwistedGirl

Corregido por ★MoNt$3★

Cuando me levanté a la mañana siguiente, el Detective Panzella estaba sentado en

mi cocina, en la mesa, enfrente de mamá, con una taza de café frente a él. Mamá

estaba sonriendo, su rostro más sereno de lo que lo había visto en mucho tiempo.

El detective tenía aspecto sombrío, como siempre, pero había una holgura en sus

hombros que sugería que podría haber estado sonriendo, como si él no fuera quien

es y yo no fuera quien soy.

Llegué cojeando a la cocina, los topes de goma de la suela de mis muletas se

desplazaban ligeramente por debajo de mi peso en el piso de linóleo. Luché contra

la sensación de que el piso se me movía, como lo había sentido tantas veces desde

mi cirugía. Todavía estaba tomando una buena cantidad de medicamentos, tanto

anestésicos como psicotrópicos, y todavía estaba un poco descabellada por mi

libertad.

—Valerie —dijo mi madre—. El detective tiene buenas noticias.

Consideré sentarme en la mesa, pero me lo pensé mejor y en su lugar me apoyé al

otro extremo de la isla, poniendo distancia entre el Detective Panzella y yo, que

había anhelado desde el hospital y hasta este momento no había podido hacer algo

al respecto.

Lo estudié. Como siempre, tenía puesto un traje marrón, y parecía recién aseado,

como si acabara de salir de la ducha antes de venir a casa. De hecho, pensé que

podía oler el jabón en él y que olía como el mismo tipo de jabón que usábamos en

casa. También podía oler su loción para después del afeitado, y eso

inmediatamente envió una sensación de nauseas a mi estómago. Sentí que las

lágrimas brotaban involuntariamente de mis ojos y, si hubiera tenido la posibilidad

de usar mis dos piernas, podría haber salido corriendo de la casa, gritando sólo

para alejarme de él.

—Hola —dijo. Se volvió en su asiento para darme la cara, arrastrando la taza de

café formando un pequeño arco sobre la mesa.

—Hola —respondí.

—Valerie —volvió a decir mamá—. El Detective Panzella ha venido a decirnos que

ya no eres sospechosa del tiroteo.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

No dije nada. De repente, no estaba totalmente segura de que estuviera despierta.

Tal vez aún estaba en el hospital, durmiendo en la sala de psiquiatría. Me

despertaría en pocos minutos y pasearía con el grupo y les diría a todos del

extraño sueño que acababa de tener y Nan, el esquizofrénico, comenzaría a gritar

algo sobre terroristas; y Daisy lloraría y agarraría las vendas alrededor de sus

muñecas y Andy probablemente me diría que me fuera al infierno. El idiota del

terapeuta simplemente se sentaría allí, inclinando la cabeza, dejando que todos

actuaran de esa manera, y luego nos enviaría a desayunar y a tomar los

medicamentos.

—¿No es una gran noticia? —dijo mi mamá.

—Está bien —dije. ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Gracias a Dios? ¿Te lo dije? ¿Por

qué? Nada de eso parecía precisamente adecuado en ese momento. Así que me

quedé con “está bien” y agregué—: Oh, gracias.

Lo que me parecía una cosa estúpida para decir.

—Se han presentado algunos de los testigos —explicó el detective. Tomó un sorbo

de su café—. Uno en particular pidió reunirse con el fiscal del distrito y conmigo.

Era muy detallada y persuasiva. No serás acusada.

Me sentía confundida. Quería despertar, porque me estaba empezando a sentir

aliviada y mareada, y no quería sentirme así de bien. Eso haría que al despertarme

más tarde y descubrir que aún estaba enfrentándome a la cárcel, se sintiera

todavía peor.

—¿Stacey? —gruñí, sorprendida de que ella aún estuviera dispuesta a defenderme,

aunque era obvio que no confiaba en mí y que ya no éramos amigas.

El detective negó con la cabeza.

—Rubia. Alta. De penúltimo año. Repetía: “Valerie no le disparó a nadie”.

Ésa no era la descripción de ninguno de mis amigos.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Emii_Gregori

Corregido por ★MoNt$3★

—Entonces, dime algo sobre Valerie —dijo el Dr. Hieler en nuestra siguiente visita.

Se recostó en su silla, lanzando una pierna sobre el brazo de la misma.

Me encogí. Por mucho que odiara tener a mamá a mi alrededor todo el tiempo,

echándome miradas preocupadas, deseé que se hubiera quedado en la oficina para

nuestra sesión.

—Quieres decir como… ¿por qué hablaba sobre suicidios y sobre la gente que

odiaba todo el tiempo y cosas por el estilo?

Negó con la cabeza.

—No, quiero que me hables sobre ti. ¿Qué te gusta? ¿Qué puedes hacer? ¿Qué es

importante para ti?

Me senté como una piedra. Había pasado tanto tiempo desde que me importaban

otras cosas aparte del tiroteo. Ni siquiera estaba segura de que en este momento

hubiera otra cosa sobre mí que realmente importara.

—Bueno, veo que podemos comenzar —dijo sonriendo—. Odio las palomitas de

microondas. Casi fui un abogado. Y puedo hacer un mortal hacia atrás con mis

manos11. ¿Qué hay de ti? Háblame de ti misma, Valerie. ¿Qué tipo de música te

gusta? ¿Cuál es tu sabor favorito de helado?

—Vainilla —dije. Mordí mi labio—. Um. Me gusta ese globo de aire caliente. —

Señalé hacia el techo donde colgaba un antiguo globo de aire caliente de madera—.

Es muy colorido.

Sus ojos siguieron los míos.

—Sí, a mí también me gusta. En parte porque es genial, pero también en parte

debido a la ironía. Pesa una tonelada. En esta oficina, cualquier cosa puede volar.

No importa el peso que cargue. Incluso los globos de madera. Genial, ¿no?

—Wow —dije, estudiando el globo—. Nunca llegaría a pensar en eso.

Sonrió.

11 “Hacer un Mortal hacia atrás”: Es un tipo de salto gimnástico en el que una persona rota alrededor de su plano medio, moviendo sus pies por sobre su cabeza.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Yo tampoco. Mi esposa fue la que pensó en eso. Sólo me gusta tomar el crédito

por ello.

Sonreí. Había algo en el Dr. Hieler que se sentía tan seguro. Quería decirle cosas.

—Mis padres se odian uno al otro —solté—. ¿Eso cuenta?

—Sólo si tú piensas que lo hace —dijo—. ¿Qué más?

—Tengo un hermano pequeño que es realmente genial. Es muy agradable conmigo

la mayor parte del tiempo. No peleamos como algunos hermanos y hermanas.

Estoy algo preocupada por él.

—¿Por qué estás preocupada por él?

—Porque me tiene como hermana. Porque tiene que ir a la escuela Garvin el

próximo año. Porque a él le gustaba Nick. Um. Cambio de tema.

—Helado de vainilla, padres infelices, un fantástico hermano. Chequeado. ¿Qué

más?

—Me gusta dibujar. Quiero decir, ya sabes, me gusta el arte.

—¡Ah! —exclamó, apoyándose hacia atrás en su silla—. Ahora estamos llegando a

alguna parte. ¿Qué te gusta dibujar?

—No lo sé —le dije—. Realmente no he dibujado nada en mucho tiempo. Desde

que era una niña. Fue una estupidez. No sé siquiera por qué lo dije.

—Eso está bien. Entonces tenemos helado de vainilla, padres infelices, un

fantástico hermano, puede o no gustarte dibujar. ¿Qué más?

Estrujé mi cerebro. Esto era mucho más difícil de lo que pensé que sería.

—No puedo hacer un salto mortal hacia atrás —dije.

Él sonrió.

—Eso está bien. Te mentí. Yo tampoco puedo hacer un. Pero creo que estaría bien

aprender, ¿no crees?

Reí.

—Sí, supongo. Pero la mayor parte de los días no puedo realmente caminar muy

bien.

Hice un gesto hacia mi pierna. Él asintió.

—No te preocupes. En un abrir y cerrar de ojos volverás a correr. Tal vez incluso

hagas volteretas hacia atrás. Uno nunca sabe.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Quedé impune —dije—. Del tiroteo, quiero decir.

—Lo sé —respondió—. Felicitaciones.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —le pregunté.

—Desde luego.

—¿Cuando tú hablas con mamá... durante sus sesiones... ella me culpa de todo a mí?

—No —dijo.

—Quiero decir, ¿te dijo lo mucho que odiaba a Nick y cuántas veces intentó hacer

que rompiera con él? ¿Te dijo que obtuve lo que me merecía con mi pierna?

El Dr. Hieler negó con la cabeza.

—Ella nunca ha dicho ninguna de esas cosas. Expresó su preocupación. Está muy

triste. Se culpa a sí misma. Piensa que debería haberte prestado más atención.

—Probablemente quiere que te sientas mal por ella y que me odies, como todo el

mundo.

—Ella no te odia, Valerie.

—Supongo. Sin embargo, Stacey sí me odia —le dije.

—¿Stacey? ¿Una amiga? —preguntó, con aire despreocupado, aunque tuve la

sensación de que con el Dr. Hieler, casi ninguna pregunta era imperturbable.

—Sí. Hemos sido amigas desde que éramos niñas. Ella vino ayer por la noche.

—¡Genial! —El Dr. Hieler me examinó de cerca y corrió su dedo índice sobre su

labio inferior, pensativamente—. No pareces feliz por eso.

Me encogí.

—Bueno, sí. Fue genial que ella pasara por allí. Es sólo que... no lo sé.

Dejé que la frase colgara en el aire.

Me encogí de nuevo.

—Le dije a mi hermano que le dijera que estaba dormida de modo que se marchara.

Él asintió.

—¿Por qué?

—No lo sé. Es sólo que... —Me moví nerviosamente—. Es sólo que ella nunca se

molestó en preguntarme si yo estuve involucrada en el tiroteo. Se suponía que ella

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

estuviese de mi lado, ¿sabes? Pero no lo está. No realmente. Y piensa que debería

disculparme. No ante ella. Ante todo el mundo. Como, públicamente o algo así.

Como que debería ir ante cada familia y pedirles perdón por lo sucedido.

—¿Y qué piensas tú acerca de eso?

Esta vez me tocó estar en silencio. No sabía qué pensar de eso, además de que la

idea de hacer frente a todas aquellas personas —los afligidos que gritaban

pidiendo justicia cada vez que encendía la televisión o abría un periódico o veía la

portada de una revista— todavía me hacía sentir mal del estómago.

—Hice que Frankie la alejara, ¿no? —dije en voz baja.

—Sí, pero no querías que se fuera —dijo. Nuestros ojos se encontraron, y luego de

pronto se levantó y arqueó su espalda, elevando las manos por encima de su

cabeza—. Me han dicho que está todo en las piernas —dijo, más o menos en

cuclillas como si fuera a saltar en el aire.

—¿Qué está todo en las piernas?

—Un buen mortal hacia atrás.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Vannia

Corregido por Marina012

Frankie y yo estábamos sentados en la mesa de la cocina, como siempre, él

comiendo su cereal, yo comiendo un cambur, cuando noté el periódico doblado

sobre la mesa debajo de su codo. Únicamente cuando lo vi se me ocurrió que era la

primera vez que veía un periódico desde que había llegado a casa.

—Déjame ver eso —dije, señalándolo.

Frankie le echó un vistazo, palideció, y sacudió la cabeza.

—Mamá dice que no debes leer el periódico.

—¿Qué?

Él tragó su cereal.

—Mamá dice que se supone que nosotros debemos impedirte ver los periódicos y,

ya sabes, la televisión y esas cosas. Y se supone que debemos colgar si un reportero

llama al teléfono. Pero ya no llaman tanto como lo hacían cuando estabas en el

hospital.

—¿Mamá no quiere que vea el periódico?

—Ella piensa que te volverás a poner triste si ves esas cosas.

—Eso es ridículo.

—Debió de haberse olvidado y dejó éste afuera. Lo arrojaré a la basura.

Agarró el periódico y empezó a levantarse. Me tambaleé para ponerme de pie y lo

agarré.

—No, tú no lo harás —dije—. Dame el periódico, Frankie. Lo digo en serio. Mamá

no sabe de lo que está hablando. Vi la televisión en el hospital cuando mamá no

estaba cerca. Lo vi todo. Sin mencionar, que yo estaba en el tiroteo, ¿recuerdas?

Él volvió a empezar a dirigirse al bote de basura, pero titubeó. Le sostuve la mirada.

—Estoy bien, Frankie, de verdad —dije suavemente—. No me pondré triste, lo

prometo.

Poco a poco me lo extendió.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Bueno, pero si mamá pregunta…

—Sí, sí, le diré que fuiste todo un Boy Scout. Como sea.

Él recogió su plato de cereal y lo llevó al lavabo. Me hundí en la mesa y leí el

artículo de la primera página:

AUTORIDADES ESCOLARES VEN SOLIDARIDAD

COMO CONSECUENCIA DE UN TRÁGICO TIROTEO

ANGELA DASH

Los estudiantes de la Preparatoria Garvin, quienes regresaron a clases la semana

pasada, mostraron un cambio significativo en la manera en que ven la vida y la

forma de relacionarse entre sí, de acuerdo con el director Jack Angerson.

“Si hay algo que pueda considerarse remotamente bueno de esta tragedia”, dijo él, “es

que los estudiantes parecen haber llegado a un acuerdo unos con otros y con el viejo

dicho de ‘vive y deja vivir’”.

Según Angerson, no es extraño ver a los ex enemigos sentarse juntos en el almuerzo,

ver viejas disputas terminadas mientras que los estudiantes se reúnen en un nivel

más consciente.

“Las cosas están mucho más pacíficas”, dijo. “Ya casi nunca tenemos el número de

quejas provenientes de la oficina del consejero sobre las pequeñas cosas que solíamos

tener”.

Los problemas de mal comportamiento en el aula de clase también son cosas del

pasado, de acuerdo con Angerson, quien predice que la escuela espera ver una

disminución en el número de problemas de mal comportamiento en los próximos

años.

“Creo que los estudiantes están comenzando a comprender que aquí todos somos

amigos. Que las críticas, opiniones crueles, y la pronta aversión que es tan común en

los chicos de esta edad, simplemente no valen la pena. Desafortunadamente han

tenido que descubrirlo por las malas. Pero ellos aprendieron y han cambiado. Por lo

tanto, creo que esta generación hará del mundo un mejor lugar”.

A los estudiantes se les permitió regresar al edificio para completar el año escolar,

aunque Angerson admite que el plan de estudios ha pasado a segundo plano, frente a

lo que él llama “control de daños”. El distrito contrató un equipo de asesores

capacitados para trabajar con los estudiantes en asimilar lo que pasó el 2 de mayo.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Angerson también reporta que los estudiantes no están obligados a regresar. Los

exámenes finales no serán aplicados, y los profesores están trabajando de cerca con

los estudiantes de forma individual, para asegurarse de que tengan la calificación

que ellos necesitan.

“Tenemos a algunos profesores que están dirigiendo grupos de estudio en sus casas

por la noche. Algunos en la biblioteca. Otros lo están haciendo por internet. Pero

muchos de los chicos regresaron”, dijo Angerson. “Algunos de ellos realmente tienen

un espíritu escolar y querían demostrar su apoyo a la Preparatoria Garvin. Querían

demostrar que no estaban asustados. Honestamente, la razón principal por la que

reanudamos las clases fue en respuesta a la protesta de los estudiantes”.

Angerson reporta que él está orgulloso de los estudiantes de la Preparatoria Garvin

por mantener su lealtad con su escuela y siente que, en los próximos años, los

estudiantes de la Preparatoria Garvin serán fuertes líderes de la sociedad. “Estoy muy

orgulloso de ellos por comenzar la primera ola en la que creo que algún día serán los

agentes del cambio en este mundo”, añadió Angerson. “Si alguna vez hay paz mundial,

vendrá a través de estos chicos”.

Yo contrabandeé el artículo hasta el interior de la oficina del Dr. Hieler más tarde

ese día. Él apenas había cerrado la puerta cuando yo dejé caer el periódico sobre la

mesa de café entre nosotros.

—¿Eso lo hace un héroe, Dr. Hieler? —pregunté.

El Dr. Hieler escaneó el periódico con sus ojos mientras se acomodaba en su silla.

—¿A quién?

—A Nick. Si las personas que sobrevivieron son más fuertes y todo lo relacionado

con la paz es cierto, como lo dice la noticia, ¿eso lo convierte a él en un héroe? ¿Él

es como la versión del siglo veintiuno de John Lennon? ¿Un repartidor de paz con

una pistola?

—Comprendo que sería más fácil para ti pensar en él como un héroe. Pero, Valerie,

él mató a un montón de chicos. Lo más probable es que mucha gente no vaya a

pensar en él como un héroe.

—Pero parece muy injusto que la escuela simplemente siga adelante y que

finalmente ellos estén aceptando a todos y que nadie esté diciendo nada más

cuando Nick se ha ido. Quiero decir, sé que es por su propia culpa que él se fueran,

pero sin embargo, ¿por qué ellos simplemente no pudieron haberlo visto antes?

¿Por qué tuvo que haber pasado esto? Simplemente no es justo.

—La vida no es justa. Un lugar justo es donde comes perros calientes y montas la

rueda de la fortuna.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Odio cuando dices eso.

—Al igual que mis hijos.

Me disgusté, con la mirada fija en el artículo hasta que las palabras parecieron

borrosas.

—Probablemente estás pensando que yo soy una idiota por estar un poco

orgullosa de él.

—No, pero no creo que tú realmente estés orgullosa. Creo que estás enojada.

Pienso que desearías que este cambio de actitud en Garvin hubiese pasado antes y

entonces tal vez nada de esto hubiera sucedido. Y también pienso que tú realmente

no crees que eso sea cierto.

Y por primera vez —aunque ciertamente no por última vez— le conté todo al Dr.

Hieler. Todo. Desde haber hablado acerca de Hamlet sentados en la cama

distendida de Nick hasta el deseo de que Christy Bruter pagara en grande por lo

que le hizo a mi reproductor de Mp3, y la culpa que estaba sintiendo. Todo lo que

no puede decirle al policía en mi cama del hospital. Que no pude decirle a Stacey. Ni

a mamá.

Tal vez era la forma en que el Dr. Hieler me miraba, como si él fuera la única

persona en el mundo que podía entender como era que todo se había salido de

control. Tal vez era simplemente que ya estaba preparada. Quizá fue el artículo del

periódico. Tal vez era la forma en que mi cuerpo estallaba, dejando escapar la

presión antes de que me autodestruyera.

Era un volcán de problemas, remordimiento y rabia, y el Dr. Hieler se mantuvo con

fuerza bajo la caída de todo eso. Él me observaba fijamente, hablando en voz baja,

llanamente. Asintió sombríamente.

—¿Crees que yo lo hubiera hecho? —exclamé en un momento—. ¿Si hubiera tenido

una pistola, le habría disparado a Christy? Porque cuando Nick dijo “vamos a

terminar con esto”, y pensaba que él iba a, no sé, avergonzarla o tal vez darle una

paliza o algo por el estilo, me sentí muy bien. Algo así como aliviada. Quería que él

se encargara de ella.

—Eso es algo natural, ¿no lo crees? Simplemente porque estabas feliz de que Nick

fuera a defenderte no quiere decir que tú hubieras tomado una pistola y le habrías

disparado a ella.

—Estaba enojada. Dios, realmente muy enojada. Ella rompió mi reproductor de

Mp3 y yo estaba muy enojada.

—De nuevo, es algo natural. Yo también habría estado enojado. El enojo no es igual

a la culpabilidad.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Se sentía bien tenerlo a él de mi lado, ¿sabes?

Él asintió con la cabeza.

—Pensaba que él iba romper conmigo, así que tenerlo defendiéndome era algo

realmente bueno. Eso me tranquilizó. Pensé que íbamos a estar bien. Ni siquiera

pensé en la Lista de Odio.

Una vez más, él asintió, sus ojos entrecerrados mientras yo me sentía más nerviosa.

Sus palabras flotaron lentamente en el aire, envolviéndose a mi alrededor.

—Valerie, tú no le disparaste. Nick le disparó. No tú.

Me recosté en los cojines del diván y tomé un sorbo de mi Coca-Cola. Hubo un

golpeteó superficial en la puerta y la secretaria del Dr. Hieler asomó su cabeza.

—Su paciente de las tres en punto está aquí —dijo ella.

Los ojos del Dr. Hieler nunca se desviaron de mí.

—Dile que me atrasaré un poco hoy —dijo él. Su secretaria asintió y desapareció.

Después de que ella se marchara, fui muy consciente del silencio que se extendió

entre nosotros por la habitación. Podía escuchar la puerta cerrarse en el vestíbulo,

a alguien hablando en el pasillo. Me sentí avergonzada, expuesta, un poco incrédula

de que hubiera soltado todo eso. Quería escabullirme de allí, no volver a ver al Dr.

Hieler, esconderme en mi habitación y ser llevada por los caballos del papel tapiz

de mi pared a un lugar donde no fuera tan vulnerable.

Pero, me di cuenta con un cierto grado de horror, incluso serena, que aún no había

terminado. Había más. Más oscuridad, cosas peores que tenía que saber. Cosas que

me perseguirían por la noche y no me dejarían ir, como un hormigueo detrás de mí

oreja, un lugar con comezón que no pudiera ser identificado y no se pudiera rascar.

—¿Qué hay si no lo tomé en serio en ese entonces pero tal vez ahora sí? —

pregunté.

—¿Tomar en serio qué?

—La Lista de Odio. Tal vez no era mi intención que aquellas personas murieran,

pero en algún momento, subconscientemente, realmente lo quise. Y quizá Nick lo

notó. Tal vez él sabía algo sobre mí que ni siquiera yo sabía. Tal vez todos lo veían y

esa es la razón por la que me odian tanto, porque soy una farsante. Puse todo en

movimiento con esa estúpida lista y luego dejé que Nick hiciera el trabajo sucio. Así

que, no sé, tal vez ahora debería tomármelo en serio. Tal vez eso haría que todos se

sintieran mejor.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Dudo que más asesinatos pudieran hacer que alguien se sintiese mejor, mucho

menos a ti.

—Ellos esperan eso de mí.

—¿Y qué? ¿A quién le importa lo que ellos esperen? ¿Tú qué esperas de ti? Eso es lo

que realmente importa.

—Ésa es la cuestión, ¡no sé qué esperar de mí! Porque todo lo que esperaba sobre

cualquier cosa se ha ido a la mierda. Y creo que las personas están decepcionadas

de que yo no haya muerto. Los papás de Christy Bruter definitivamente piensan

que debí haberme matado después de lo que paso, al igual que Nick. Ellos

desearían que Nick hubiera tenido una mejor puntería cuando me disparó.

—Son padres y también están sufriendo. Aun así, dudo que ellos quisiesen que tú

estuvieras muerta.

—Pero tal vez yo si quisiera que ella estuviera muerta. Tal vez una parte de mí

siempre quiso que ella muriera.

—Val… —dijo el Dr. Hieler, y su titubeo lo dijo todo: Si no dejas de hablar de esta

manera, no tendré otra opción que volverte a encerrar en la sala de psiquiatría con el

Dr. Dentley. Me mordí mi labio. Una lágrima se deslizó por mi mejilla y no por

primera vez, me afligí por el deseo de que Nick me abrazara.

—Es simplemente que me siento como una mala persona porque incluso ahora hay

algunas veces en las que me encuentro a mí misma deseando que él tan sólo

estuviera en la cárcel, y así yo podría volverlo a ver —dije. De repente volví a

sorprenderme con ese recuerdo, Nick sosteniéndome por las muñecas sobre el

piso de su dormitorio, diciéndome que nosotros podríamos ser ganadores. Él

inclinándose hacía mí para besarme. Me senté en el diván, sintiéndome más sola de

lo que me había sentido alguna vez. Sintiendo más frío de lo que jamás hubiera

imaginado que era posible. Sintiendo que, de todo el horror de lo que había pasado,

esto era lo peor. Esto era lo peor porque, incluso después de todo lo que había

hecho, seguía extrañando a Nick. A veces logramos ganar también, me había dicho

él y, al volver a escuchar esas palabras en mi mente, comencé a llorar,

miserablemente, dolorosamente, el Dr. Hieler se movió junto a mí en el diván, con

su mano sobre mi espalda—. Estoy tan triste sin él —sollocé, tomando un pañuelo

de la mano del Dr. Hieler—. Simplemente estoy tan triste.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

PARTE TRES

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por PaolaS

Corregido por Marina012

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE,

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

Max Hills, 16. “Yo pensaba que eran amigos”, dijo una estudiante sobre la decisión de

Levil de disparar a Hills, quien fue declarado muerto en la escena. “Definitivamente

tenía la intención de dispararle”, agregó. “Él, como que, se agachó para mirar debajo

de la mesa y asegurarse de que sabía a quién le estaba disparando antes de hacerlo”.

Hills fue descrito por sus amigos como un estudiante tranquilo, bueno para las

matemáticas y la ciencia, pero no demasiado involucrado en muchas actividades

extracurriculares, se le había visto en muchas ocasiones hablando con Levil, tanto en

la escuela como fuera de ella. Muchos pensaban que los dos eran amigos, lo que dejó

a una gran cantidad de estudiantes preguntándose por qué Levil tenía como objetivo

a Hill, si es que de hecho, lo hizo.

“Tal vez él pensó que era otra persona”, dijo Erica Fromman, una estudiante de

último año. "O tal vez no le importaba si eran amigos o no", una hipótesis que deja a

algunos preguntándose si las víctimas fueron más aleatorias de lo que inicialmente se

sospechaba.

Sin embargo, Alaina, la Madre de Hills, dice que ella cree que Max fue un objetivo

deliberado. “No le quiso prestar su camioneta a Nick el verano pasado”, dijo a los

periodistas. “Y al día siguiente alguien rompió los faros de Max en el estacionamiento

mientras se encontraba en el trabajo. Max nunca pudo probar que fue Nick quien lo

hizo, pero ambos sabíamos que había sido él. No fueron amigos desde entonces. No

volvieron a hablar de nuevo. Max estaba bastante enojado por los faros. Él mismo

compró esa camioneta”.

Cuando llegué a casa de la escuela, después de mi segundo día de estar de vuelta,

yo realmente dudé de mi capacidad para seguir yendo a esa escuela. Olvídate de la

transferencia al final del semestre. Yo no podría soportarlo por tanto tiempo.

Ginny Baker nunca regresó a clases… al menos no a las clases que tenía conmigo. Y

Tennille nunca me miró a los ojos. Y Stacey y yo nunca nos sentábamos juntas en el

almuerzo. Pero casi todo el resto del mundo ignoraba mi existencia, lo cual me

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

pareció bastante bueno. Pero era difícil. Ser una paria, sin ni siquiera tener amigos

marginados, era difícil.

Yo estaba muy contenta de volver a casa en el segundo día, a pesar de que mamá se

mantuvo tratando de jugar a la mamá conmigo, como si tuviera siete o algo así,

haciéndome preguntas sobre la tarea, mis maestros y —mi favorita— sobre mis

amigos. Aún creía que yo tenía algunos de ellos. Ella realmente creía en los

informes de prensa.

Los que decían que estábamos todos tomados de las manos y hablando de la paz y

del amor y la aceptación todos los días. Los que decían que los chicos eran

“increíblemente resistentes, sobre todo cuando se trataba del concepto de perdón”.

A menudo me preguntaba si esa periodista, Angela Dash, era real. Todo lo que

escribía la mujer era un chiste total.

Como de costumbre, cuando llegué a casa, tomé un bocadillo y me dirigí a mi

habitación. Me quité los zapatos, encendí el estéreo, y me senté con las piernas

cruzadas sobre la cama.

Abrí mi mochila, con la intención de hacer mi tarea de biología, pero me encontré

sacando el cuaderno negro en su lugar. Extendiéndolo, lo abrí. Durante el día había

trazado una línea de estudiantes de educación física con enormes agujeros por

boca en sus rostros, saliendo a la pista. Un maestro, el maestro de español, el Sr.

Ruiz… mirando a lo largo de una escalera llena de estudiantes animados, su rostro

estaba en blanco, plano, como un óvalo vacío. Y, mi favorito, el Sr. Angerson en la

parte superior de una versión minúscula de la Preparatoria Garvin, su rostro tenía

un notable parecido con Chicken Little. Mi versión de la “vida nueva y mejorada en

la Preparatoria Garvin”. Estaba viendo lo que era real, como el Dr. Hieler había

sugerido.

Perdí la noción del tiempo, mejorando un boceto que había hecho de Stacey y Duce

en la mesa del almuerzo, sus espaldas eran paredes de ladrillos, y me sorprendí al

ver que el sol estaba mucho más bajo en el cielo cuando un golpe en la puerta me

interrumpió.

—Más tarde, Frankie —grité. Necesitaba tiempo para pensar, tiempo para

relajarme. Quería terminar el boceto para poder hacer mi tarea de bio.

El golpe vino de nuevo.

—¡Ocupada! —grité.

Unos segundos más tarde, la manija de la puerta giró y una grieta se abrió. En

silencio, me maldije por haber olvidado pasar el cerrojo.

—Dije que estoy… —empecé a decir, pero me detuve cuando Jessica Campbell se

asomó a través de la pequeña grieta en la puerta.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Lo siento —dijo—. Puedo volver más tarde. Es sólo que estuve tratando de

llamar un par de veces y tu mamá dijo que no pasarías al teléfono. —Ah, mamá al

parecer todavía estaba seleccionando mis llamadas.

—Así que, ¿te dijo que vinieras? —pregunté, incrédula. Mi madre conocía a Jessica

Campbell. Todo el mundo conocía a Jessica Campbell. Sólo el hecho de que ella

estuviera suelta en mi casa parecía... arriesgado, en el mejor de los casos.

—No, esa fue mi idea. —Jessica entró y cerró la puerta detrás de ella. Se acercó a la

cama y se quedó de pie al final de la misma—. En realidad, cuando llegué aquí, me

dijo que no me verías. Pero le dije que tenía que intentarlo de todos modos, así que

me dejó entrar, no creo que le agrade mucho.

Me reí.

—Confía en mí, si pudiera tenerte de hija ella probablemente mojaría sus

pantalones. No eres tú quien no le gusta, soy yo. Pero eso no es algo nuevo. —Me di

cuenta tan pronto como lo dije, que era una cosa embarazosa para decir a alguien

que realmente no conoces—. ¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté, cambiando

de tema—. No es como si te agradara.

El rostro de Jessica se puso muy rojo y por un segundo pensé que ella iba a llorar.

Una vez más me sorprendió lo no-Jessica que estaba siendo. La confianza se había

ido, la superioridad estaba perdida, todo sustituido por esta vulnerabilidad extraña

que no lucía acorde a ella. Ella sacudió la cabeza hacia un lado, lanzando

hábilmente su pelo sobre un hombro, y se sentó en la cama.

—Me siento con Stacey en el cuarto periodo —dijo.

Me encogí de hombros.

—¿Y?

—Y a veces hablamos de ti.

Sentí el calor subiendo a mi cara. Mi pierna comenzó a palpitar, como siempre lo

hacía cuando me ponía ansiosa. El Dr. Hieler me dijo que la sensación punzante de

mi pierna probablemente estaba en mi cabeza, sólo que no usó esas palabras. Él

dijo algo mucho más agradable, estoy segura, pero yo sólo lo recuerdo de esa

manera… que todo estaba en mi cabeza. Apoyé la mano sobre la abolladura en mi

muslo, presionándola por encima de mis vaqueros.

Así que así seria, ahora que yo volvía a ser parte de la corriente, ellos iban a salirse

de su camino para asegurarse de que yo supiera que no era oficialmente parte del

todo. Ya no tendrían que esperar a que llegara la hora de almorzar o a pasar por mi

casillero para hacerme sentir como la chica que todo el mundo odiaba. Ellos iban a

venir a mi casa a decírmelo. ¿Era eso? ¿Era este mi castigo?

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—Así que ¿Viniste a mi casa para decirme que charlas con mi ex-mejor amiga

acerca de mí?

—No —dijo Jessica. Ella arrugó la frente, como si estuviera loca sólo por sugerir tal

cosa. La frente arrugada era una expresión que reconocía en ella, ésta solía

preceder un comentario malcriado. Me preparé para ello, pero en vez de eso ella

suspiró y se miró las manos—. No. Stacey y yo hablamos de cómo pensamos que

fuiste ensuciada por Nick.

—¿Ensuciada?

Ella utilizó su dedo medio para deslizar su flequillo hacia un lado y meterlo en su

oreja.

—Sí. Ya lo sabes. No eras culpable. Sin embargo, fuiste arrastrada con él. Y

entonces cuando decidieron que no eras culpable, ellos nunca dijeron mucho al

respecto.

—¿Ellos?

—Ya sabes. Las noticias. Los medios de comunicación. Ellos sólo hablaban de cómo

eras culpable y que la policía no estaba llegando al fondo del asunto, pero en

realidad nunca dijeron mucho cuando la policía decidió que no lo hiciste. De

verdad es que no es justo.

Mi mano se relajó un poco en mi pierna y mis dedos se cerraron alrededor de mi

lápiz. Algo no estaba cuadrando aquí. Jessica Campbell estaba sentada en mi cama,

defendiéndome. Yo casi tenía miedo de creerlo.

Ella miró hacia abajo, al bloc de notas en mi regazo.

—La gente sigue diciendo que estás comenzando otra Lista de Odio. ¿Es ése?

Yo también miré al cuaderno.

—¡No! —Involuntariamente, cerré el libro y lo metí debajo de mi pierna—. Es algo

en lo que estoy trabajando. Un proyecto de arte.

—Oh —dijo—. ¿Angerson te ha dicho algo al respecto?

—¿Por qué lo haría? —Pero ambas sabíamos la respuesta a por qué debería y

ninguna de las dos lo dijo en voz alta.

Jessica inspeccionó mi habitación en silencio. Vi su mirada en los montones de

ropa en el suelo, los platos sucios en el armario, la foto de Nick que se había salido

del bolsillo de mis vaqueros anoche, cuando me los quité y que no me había

molestado en recoger y volver a ocultar. ¿Era mi imaginación o sus ojos se

detuvieron un poco en la foto?

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—Me gusta tu habitación —dijo. Pero era algo muy patético que decir, así que ni

siquiera me molesté en responder y creo que ella podría haber estado agradecida

por ello.

—Tengo deberes —le dije—. Así que...

Se puso de pie.

—Por supuesto. De acuerdo. —Su pelo rubio se balanceaba como si fuera un

péndulo. Creo que su pelo estuvo en la Lista de Odio en un momento dado. Traté de

no pensar en eso—. Escucha, la razón por la que vine... el consejo estudiantil está

haciendo este proyecto. Un memorial. Para la graduación, ya sabes. ¿Crees que

podrías trabajar en él con nosotros?

Me mordí el labio inferior. ¿Trabajar con el Consejo Estudiantil en un proyecto?

Algo estaba definitivamente mal. Me encogí de hombros.

—Voy a pensar en ello.

—Cool. Tenemos una reunión el jueves en el salón de la Sra. Stone. Ya sabes, una

lluvia de ideas.

—¿Estás segura de que me quieren allí? Quiero decir, ¿no tiene que haber una

votación del Consejo Estudiantil?

Le tocó el turno de encogerse de hombros. Miró hacia la ventana cuando lo hizo, lo

que me hizo pensar que definitivamente creía que no.

—Yo te quiero allí —dijo, como si eso fuese lo único que importaba.

Asentí con la cabeza, no dije nada. Ella pareció flotar en el medio de la habitación

durante unos segundos, pensando. Como si no podía decidir si debía quedarse o

irse. Como si ella no pudiera entender cómo había llegado allí en primer lugar.

—Así que, todo el mundo está diciendo que tú estabas involucrada en ello. Me

refiero al tiroteo —dijo en voz muy baja—. ¿Sabías lo que él estaba planeando?

Tragué saliva y miré por la ventana.

—No lo creo —le dije—. Yo no sabía que él realmente quería decir todo eso. Eso

probablemente suena muy patético, pero es lo mejor que puedo hacer ahora

mismo. Él no era un mal tipo.

Ella consideró mi respuesta, siguió mi mirada por la ventana y asintió ligeramente

con la cabeza.

—¿Me salvaste a propósito? —preguntó.

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—No lo creo —le dije otra vez, entonces cambié de opinión—. No, estoy bastante

segura de que no lo hice.

Ella asintió de nuevo. Creo que ésa fue la respuesta que ella esperaba. Se fue tan

silenciosamente como había venido.

Más tarde, mientras estaba sentada en la oficina del Dr. Hieler, haciendo equilibro

con una lata de Coca-Cola sobre mi rodilla, le relaté el extraño escenario a él.

—Estar allí sentada, con Jessica Campbell en mi cama, era totalmente extraño.

Quiero decir, me sentía desnuda... o algo así con ella en la habitación. Como todo lo

que ella mirara parecía privado. Me ponía nerviosa.

Él se rascó la oreja y sonrió.

—Eso es bueno.

—¿Fue bueno que yo estuviera nerviosa?

—Fue bueno que lo manejaras.

En otras palabras, que no le dijera que se fuera.

En cambio, ella tan sólo se fue. Y después de haberse ido, volví a encender mi

estéreo y me estiré en la cama. Me volví sobre uno de mis costados y me quedé

mirando los caballos en mi pared. Uno de ellos parecía brillar un poco, cuanto más

lo miraba, más parecía querer despegar.

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Traducido por Cami.Pineda

Corregido por Vapino

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE,

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

Karie Renfro, 15. La estudiante de segundo año Katie Renfro no estaba en el Cafetín

cuando se convirtió en víctima de los disparos. “Katie sólo estaba pasando luego de

dejar la oficina de orientación”, Adriana Tate, la consejera de la escuela, le dijo a los

reporteros. “Ella ni siquiera conocía a Nick Levil, no lo creo”, agregó.

Renfro, cuyas heridas no eran mortales, fue golpeada en los bíceps por una bala

perdida que parecía haber rebotado cerca de un armario del Cafetín.

“No dolió tanto”, dijo Renfro. “Se sintió más como una picadura. Ni siquiera sabía que

me habían disparado hasta que cuando salí uno de los bomberos me dijo que tenía

sangre rodando por la parte de atrás de mi brazo. Luego empecé a enloquecer. Pero

creo que enloquecí porque todos los demás estaban así, ¿sabes?”

Los padres de Renfro reportaron que habían tomado la decisión de sacar a Katie de

la escuela pública permanentemente.

“No lo pensamos”, dijo Vic Renfro. “Siempre estuvimos algo preocupados de que Katie

fuera a una escuela pública. Esto sólo cerró el trato”.

“Uno nunca sabe”, agregó la madre de Katie, Kimber Renfro, sombríamente, “con

quien va a estar tu hijo en una escuela pública. Dejan entrar a todo el mundo en esos

lugares. Aun a los chicos con problemas. Y no queremos que nuestra hija ande con

niños problema”.

—Ella está exagerando todo eso —dije. Estaba dando vueltas… algo que no hacia

comúnmente en la oficina del Dr. Hieler. Aunque claro, normalmente no estaba

debajo del microscopio de mi madre, que se ponía más intensa con cada día que

pasaba. Era como si en vez de confiar más en mí, mientras pasaba el tiempo,

confiara menos. Como si tuviera miedo de que si paraba de mirarme, sólo por un

segundo, iba a terminar envuelta en otro tiroteo.

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—Bueno, ¿me estás culpando? —dijo mi madre. Ella suspiró y se limpió la nariz

con un pañuelo de papel que había sacado del bolsillo de su chaqueta—. Sólo me

cuesta creer que ella ahora quiera salir con esa gente y que ellos quieran salir con

ella. ¿Y ahora un proyecto memorable? Seguramente no es sano seguirse centrando

en el incidente. Seguramente no está avanzando, ¿verdad?

—Por última vez, mamá. No quiero andar con ella. Estoy trabajando en un

proyecto. Eso es todo. Un proyecto del colegio. Creo que querías que volviera con

mis proyectos del colegio. Ésta es mi manera de “avanzar” con mi vida.

Mamá niega con la cabeza.

—Hace dos días ella no quería ni siquiera ir al colegio. Y ahora ella quiere trabajar

en un proyecto escolar con todos los chicos de esa lista —le dijo al Dr. Hieler—. Es

sospechoso, ¿no cree? Suena como falso para mí.

Está vez me volteé al Dr. Hieler.

—Ella no le habló a Jessica, yo sí. Jessica estaba siendo seria cuando me lo pidió. No

era falso.

El Dr. Hieler asintió, todavía frotándose los labios, pero no dijo nada.

Mi mamá negó con su cabeza, como si fuera una tonta por creerle a Jessica

Campbell. Como si fuera una tonta por todo en lo que he creído, sólo porque una

vez creí en Nick.

Había un silencio en la oficina y mi mamá me miraba.

—¿Qué? —le dije finalmente. Mi voz estaba subiendo demasiado de volumen—.

¿Por qué me miras así? No va a herirme. No me tendió una trampa, ¿ok? ¿Por qué

es tan duro de entender? ¿Acaso no has estado viendo TV? ¿No has visto como los

tiroteos cambian todo en un colegio? Las personas no son iguales. No me van a

herir.

—No estoy preocupada porque ellos te hieran —dijo mi madre con la voz ronca.

Me miró a los ojos. Se sonó la nariz de nuevo con el pañuelo.

Miré de ella al Dr. Hieler. Seguía sentado con su dedo índice descansando en sus

labios. No dijo nada. No se movió.

—¿Entonces de qué estás preocupada? —le pregunté.

—¿Vas a herirlos? —me dijo mi madre—. ¿Te vas a unir a ellos para así terminar el

trabajo que Nick empezó?

Me dejé caer en una silla.

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En todo su llanto, suplica, prohibición, escondiendo periódicos y trayéndome al Dr.

Hieler… nunca fue para protegerme de los demás. Era para protegerlos de mí. Era

sobre yo haciéndoles daño. Sobre yo siendo la chica mala.

No importaba lo que dijera, no podría cambiar eso en los ojos de mi madre.

—Es sólo que antes no ponía cuidado —dijo medio a mí, y medio al Dr. Hieler—. Y

mira lo que pasó. La gente cree que soy una persona horrible y, no sé, tal vez

tengan razón. Una madre debería saber estas cosas. Una madre no debería estar así

de sorprendida como lo estuve. Entre más la deje ir… más creo que va a haber

muertes en mi conciencia.

Se limpió la nariz mientras el Dr. Hieler le hablaba en voz suave, con voz

comprensible. Pero estaba muy entumecida como para escuchar lo que él decía.

Había cambiado a mi madre. Había cambiado su rol como madre. Ya su propósito

no era tan claro y fácil como lo había sido desde que nací. No era más su trabajo

protegerme del resto del mundo. Ahora su trabajo era proteger al resto del mundo

de mí.

Y eso era muy injusto.

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Traducido por Cami.Pineda

Corregido por Vapino

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE,

MAYO 3, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

Chris Summer, 16. Summers murió como héroe, dijeron los testigos.

“Él estaba tratando de sacar a todos del camino”, dijo Anna Ellerton de 16 años.

“Estaba ayudando a las personas a salir de la puerta hacia el pasillo. Ese era el tipo

de cosas que Chris solía hacer, ¿sabes? Tratar de organizar las cosas”.

De acuerdo con Ellerton, Summers fue empujado hacia atrás por estudiantes

desesperados que intentaban huir de la cafetería, y terminó en el camino de Levil.

“Nick se rió y le preguntó, quién era el chico grande ahora, y luego le disparó”, dijo

Ellerton. “Me imaginé que estaba muerto, así que sólo seguí corriendo. No sé si murió

de una o no. Todo lo que sé es que estaba tratando de ayudar. Todo lo que hacía era

tratar de ayudar”.

Casi me regreso. Miré a través de la larga ventana en la puerta del salón y vi a un

grupo de chicos sentados en un círculo de sillas, Jessica Campbell en el medio de

ellos, hablando con seriedad. La Sra. Stone, la profesora asesora del Consejo

Estudiantil, estaba sentado en un escritorio ligeramente a un lado.

Ella tenía sus piernas cruzadas y un zapato colgando de su pie. Me recordó una foto

del periódico que vi luego del tiroteo… un sólo zapato de tacón abandonado

enfrente de la acera de la escuela, su portador estaba demasiado asustado,

demasiado herido o demasiado muerto como para recogerlo.

¿Había pasado menos de un año desde que estuvimos sentados en el auditorio de

la escuela escuchando el discurso de los candidatos al Consejo Estudiantil? La

verdad, no fue hace tanto. Nick y yo nos presentamos con nuestro salón de clase, e

inmediatamente después empezamos a buscarnos a través de la habitación,

rodando nuestros ojos a los candidatos para el consejo, uno a uno, mientras

tomaban el escenario, diciéndonos en lenguaje corporal lo que no nos podíamos

decir en voz alta.

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—¿Por quién votaste en la asamblea? —le pregunté luego esa noche cuando nos

reunimos.

Estaba con el pecho desnudo, recostado a mi lado en una tienda de camping en el

prado detrás de su casa. Hablamos estado yendo cada tarde desde que el clima

había cambiado, usándolo sólo como un lugar para escapar, estar solos, leer cosas y

hablar de cosas importantes para nosotros.

Había encendido su linterna e iluminó la parte superior de la tienda. Una sombra

de araña bailó en la luz, tratando de subir en la tienda. Me preguntaba qué

planeaba hacer una vez llegara allí. O era así como se pasaban la vida las arañas…

por siempre escalando para llegar al pico de algún lugar. ¿Escalar era su única

meta?

—Por ninguno —dijo Nick de repente—. De todas maneras no me podría importar

menos.

—Yo escribí el nombre de Homero Simpson —dije y ambos nos reímos—. Espero

que Jessica Campbell no llegue a ser presidenta.

—Sabes que lo será —me dijo. Apagó la luz y de repente todo estaba negro en la

tienda. No podía ver nada… sólo podía saber que no estaba sola por el calor que

vibraba de Nick a mi lado.

Me moví en mi saco de dormir y me rasqué la pantorrilla con la punta de mi otro

pie. Ahora que no podía ver la sombra de la araña estaba segura que la tenía en mi

cuerpo… su nueva conquista.

—¿Crees que nuestro último año va a ser diferente? —le pregunté.

—¿Quieres decir que si votamos por Jessica Campbell va a parar de llamarte

Hermana Muerte y Chris Summers dejará de ser un imbécil? —preguntó.

—No.

Ambos nos quedamos en silencio luego, escuchando a las ranas fuera de la tienda,

sosteniendo un coro alrededor del estanque a nuestra izquierda.

—No a no ser que nosotros hagamos la diferencia —agregó, muy despacio.

En el pasillo fuera de la oficina del Consejo Estudiantil, me empecé a sentir un poco

mareada y apoyé la frente contra el frío ladrillo de la pared. Sólo iba a tomar una

profunda respiración e irme. No podía pasar a través de eso. De ninguna manera.

Había gente muerta y si alguna vez hubo una definición de “muy tarde para

corregirlo” creo que ésta era.

Alguien debió haberme visto. La puerta se abrió.

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—Hey —dijo una voz—, gracias por venir.

Miré hacia arriba, Jessica estaba sosteniendo la puerta. Gesticuló para que entrara.

Y mi cuerpo se fue a piloto automático y entré tras ella.

Todo el mundo me miraba. Decir que no todos los rostros eran amables sería algo

inexacto. Era más como que ninguno era así. Ni siquiera el de Jessica. Su rostro

tenía una expresión más distante, de negocios, como si estuviera acompañando a

un preso hasta la cámara de ejecución.

Meghan Norris me miró a través de los párpados bajos, sus labios fruncidos, sus

rodillas subiendo y bajando debajo del escritorio de una manera impaciente.

Me encontré con su mirada, y ella rodó los ojos, luego miró hacia arriba y luego

fuera de la ventana.

—Okey —dijo Jessica, sentándose. Me senté al lado de ella, aún sosteniendo mis

libros enfrente de mí. Todavía no estaba segura si iba a perder el conocimiento.

Tomé una respiración profunda, la sostuve por diez segundos, y la solté

lentamente, tan silenciosa como pude—. Okey —repitió ella. —Organizó algunos

papeles, todos de negocios—. He hablado con el Sr. Angerson y definitivamente

vamos a tener un espacio en la esquina noreste del Patio, justo al lado de las

puertas del Cafetín. Podemos poner lo que queramos allí, siempre y cuando pase la

aprobación de APP12, lo que no debe ser difícil.

—¿Permanente? —pregunto Micky Randolf.

Jessica asintió.

—Sí, vamos a tener una ceremonia dedicatoria en la graduación, pero podemos

dejar un elemento permanente.

—Como una estatua o algo —dijo Josh.

—Sí, o un árbol —dijo Meghan, sonando emocionada; olvidando, por lo menos por

un momento, que yo estaba llenando su espacio personal.

—Las estatuas pueden ser costosa —apuntó la Sra. Stone—. ¿Tenemos dinero para

algo así?

Jessica rebuscó en sus papeles de nuevo.

—El APP prometió algo de dinero para hacerlo. Y nosotros tenemos nuestra

cuenta. Y donas. Y ventas… —Había un incómodo silencio. Las donas no se vendían

desde el incidente. Desde que Abby Demsey, la mejor amiga de Jessica, había sido

asesinada vendiéndolas en mayo dos. Jessica aclaró su garganta—. Abby hubiera

12 Original en inglés PTA: Parent-Teacher Association. Asociación Padres-Profesores.

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querido que reuniéramos dinero para esto —dijo ella. Sentí ojos en mí, pero no

miré de quienes eran. Me revolví en la silla, tomé otra gran respiración, la sostuve,

y la dejé ir.

—Podemos tener otro evento para recaudar fondos —dijo Rachel Manne—.

Podemos vender chupetas y entregarlas como dulces por gramos.

—Buena idea —dijo Jessica. Escribió algo en un pedazo de papel—. Y podríamos

tener una fiesta de helado13.

—Una fiesta de helado es una idea genial. Puedo hablar con el Sr. Hudpeth para

que el departamento de drama haga una variedad de actos para eso —agregó la

Sra. Stone.

—¡Oh, sí! Y tal vez el coro pueda cantar o algo —dijo alguien. Ahora las ideas iban y

venían rápidamente mientras la charla brotaba sobre el evento. Afortunadamente

fui dejada a un lado, afortunadamente olvidada por todos.

—Eso lo resuelve —dijo Jessica, cerrando su cuaderno y poniendo su lápiz abajo—.

Bueno tenemos una noche variada y una fiesta de helado. Ahora debemos decidir

cómo va a ser el monumento. ¿Alguna idea? —Se cruzó de brazos.

—Una cápsula del tiempo —dije. Jessica me miró.

—¿Qué quieres decir?

—Podríamos hacer una cápsula del tiempo. Poner una placa o algo marcando el

lugar y establecer que se abrirá en, no sé, cincuenta años o algo. Así la gente podría

ver que había más gente en la clase que… bueno… que habían más.

El silencio llenó el salón mientras todos consideraban eso.

—Podríamos poder una banca —agregué—. Y poner los nombres de… de… —De

repente no podía seguir.

—Las víctimas —dijo Josh. Su voz sonando inquieta—. Eso era lo que ibas a decir,

¿verdad? El nombre de las víctimas grabadas en la banca. O en la plaqueta.

—¿Todos? ¿O sólo los que murieron? —preguntó Meghan. El aire se sentía muy

pesado a mi alrededor. No quería saber a quién miraban. Tenía una muy buena

idea de a quién era.

—Todos —dijo Josh—. Quiero decir, como, el nombre de Ginny Baker debería ir

ahí, ¿no lo creen?

13 Original en inglés: ice cream socia: Es un evento, cuyo objetivo principal es servir el helado a los invitados.

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—Entonces no es estrictamente memorial —dijo la Sra. Stone una vez que todos

empezaron a hablar de nuevo.

—Pero la cara de Ginny.

—…no tiene que ser memorial, que les parece un monumento...

—…debería tener el nombre de todos en la clase...

—…eso sería genial...

—…porque todos quedaron afectados de una manera u otra...

—…el monumento podría ser sobre las vidas perdidas, pero también podría ser de

otras cosas, también, como…

—…aunque no sólo los de la clase. Freshman murió también…

—…no podemos poner el nombre de todos los de la escuela allí...

—Sólo pongamos los de quienes murieron —dijo Jessica.

—No de todos —dijo Josh en voz más alta de lo normal para parar la charla—. No

de todos —repitió—. No el de Nick Levil. De ninguna manera.

—Técnicamente, él fue una víctima, también. —La Sra. Stone apenas susurró—.

Técnicamente, si se va a tener el nombre de las víctimas, el nombre de él debería

estar ahí.

Josh negó con su cabeza. Su cara poniéndose roja.

—No creo que eso esté bien.

—Yo tampoco lo creo —dije antes de saber que mi boca se había abierto—. No

sería justo para los demás. —Me quedé sin aliento cuando me di cuenta lo que

acababa de hacer. Nick había sido todo para mí. Ni siquiera creía que fuera un

monstruo, ni siquiera luego de lo que le había hecho a la escuela. Y tampoco me

sentía inocente con mi parte. Pero aquí me acababa de lanzar debajo del bus. ¿Y

para qué? ¿Complacer al Consejo Estudiantil? ¿Para caerle bien a esta gente que,

sólo unos meses antes, se habían reído cuando Chris Summers se había burlado de

Nick, reído cuando Christy Bruter me había llamado Hermana Muerte? ¿Para hacer

un show de Jessica Campbell, cuando aún no podía decir si me odiaba o si de

alguna forma había cambiado? ¿O de verdad lo había creído?

Era una parte de mí que no había identificado todavía y que de repente había

estallado, vociferando mi miedo en voz alta: que Nick y yo no fuimos las víctimas...

¿fuimos al final los bravucones?

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Sentí un cambio en mí tan abrupto que era casi físico. Casi podía verme partiendo

en dos: la Valerie antes del tiroteo y la Valerie de ahora. Y sólo no encajaban.

De repente era imposible quedarme sentada, tomando el lado de estos chicos en

vez del de Nick.

—Tengo que irme —dije—. Um, mi madre está esperándome. —Agarré mis libros

y abrí la puerta, agradeciendo que hubiera llamado a mi madre antes y haberle

dicho que fuera en la hora normal, sólo en caso que me acobardara en la reunión.

Gracias a Dios que, por una vez, la desconfianza de mi madre en mí valdría la pena,

que estaría allí, mordiéndose las uñas y mirando por la ventana a la escuela por si

había alguna señal de peligro.

Ni siquiera me atreví a pensar hasta que estuve a salvo en el carro de mi mamá

enfrente de la escuela. No me atreví a parar hasta que estaba hundida en el asiento

de adelante con la puerta cerrada entre la reunión y yo.

—Vámonos —dije—. Sólo vámonos a casa.

—¿Qué pasa? —preguntó mamá—. ¿Qué está pasando? ¿Qué pasó allá, Valerie?

—La reunión se acabó —le dije, cerrando mis ojos—. Sólo vámonos.

—¿Pero por qué esa chica está corriendo fuera? Oh, Dios, Valerie, ¿por qué está

corriendo?

Abrí mis ojos y bajé la ventana del pasajero. Jessica estaba caminando hacia el auto.

—¡Vamos! —grité—. ¡Mamá, por favor!

Mi madre pisó el acelerador, tal vez un poco fuerte porque en realidad los

neumáticos chirriaron, y salimos fuera del estacionamiento. Por el espejo observé

a Jessica volverse más pequeña y más pequeña. Se paró en la curva donde mi

ventana estaba sólo unos momentos antes, también viendo como nos hacíamos

más pequeñas.

—Dios mío, Valerie, ¿qué paso? ¿Algo pasó? Oh, Dios, por favor dime que nada

pasó. Valerie, no puedo soportar que algo más haya pasado.

La ignoré. No fue hasta que sentí cosquillas en mi barbilla y cuando la limpié que

me di cuenta que era una lágrima rodando hacia abajo. Y que después de todo no la

estaba ignorando. Sólo estaba llorando muy fuerte para responder.

Unos minutos después, paramos en frente de la casa.

Cuando mi madre paró para que la puerta del garaje pudiera abrir, abrí la puerta.

Me agaché debajo de la puerta del garaje y entré en la casa. Estaba sólo a mitad de

camino subiendo las escaleras cuando escuché su llanto en la cocina:

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Dr. Hieler, por favor. Sí, es urgente, ¡maldición!

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Cami.Pineda y Susanauribe

Corregido por Xhessii

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE,

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

Lin Yong. 16. “Cuando veo lo que le ha hecho, me rompe el corazón”. Sheling Yong

dijo cuando le pedimos que describiera las heridas de su hija. “Estoy agradecida que

Lin siga viva, pero la bala le hizo un daño permanente en su brazo. Ella era violinista

estatal. Ahora todo eso se ha ido. Sus dedos ya no funcionan bien. No puede tocar”.

A Yong le dispararon en antebrazo, el impacto de la bala le dio en la muñeca y causó

extensos daños en los nervios del brazo. Luego de cuatro cirugías, Yong sigue

teniendo uso limitado de sus dedos pulgar e índice.

“Es también en mi brazo derecho”, dijo Yong. “Así que estoy teniendo un momento

difícil escribiendo. Estoy tratando de aprender a escribir con la mano izquierda. Pero

mi amiga Abby esta muerta, así que no me quejo mucho sobre lo de mi brazo. El

definitivamente también pudo haberme asesinado”.

Luego de la reunión del Consejo Estudiantil, mi madre molestó a la secretaria del

Dr. Hieler para que nos metieran en el horario.

—Tu madre dijo que dejaste la reunión del consejo muy molesta, Val —dijo el Dr.

Hieler incluso antes que me sentara en el sofá. Creo que detecté un poco de

molestia en su voz.

Me pregunté si llegaría tarde a su casa esta noche para poder acomodarme.

Me pregunté si en su casa su esposa estaba guardando su plato caliente en el horno,

y sus hijos estaban haciendo tareas en frente de la chimenea, esperando que su

papá llegara a casa a jugar vaqueros e indios con ellos.

Así es como siempre me imaginé que era la vida hogareña del Dr. Hieler —muy de

los cincuenta— televisión perfecta, con una paciente y amorosa familia y sin

ningún problema personal.

Asentí.

—Sí, pero no es una crisis o algo.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—¿Segura? Tu madre dijo que alguien iba corriendo detrás de ti. ¿Pasó algo?

Consideré esa pregunta. ¿Debía decirle que sí, que pasó algo? ¿Debería decirle que

públicamente abandoné a Nick, que al fin todos metieron en mi cabeza que Nick

era malo?

¿Debería decirle que me sentía malditamente culpable por eso? ¿Que caí ante la

presión de los populares y que estaba muy avergonzada por eso?

—Oh. —Traté de sonar despreocupada—. Dejé mi calculadora y no me di cuenta.

Ella estaba tratando de devolvérmela. Mañana la consigo en el primer periodo. No

es la gran cosa. Mi mamá sólo es paranoica.

Podía decir por el modo en que inclinó su cabeza, que no se tragaba ni una sola

palabra de lo que yo estaba diciendo.

—¿Tu calculadora?

Asentí.

—¿Y estabas llorando por eso? ¿Por tu calculadora? —Asentí de nuevo, mirando al

piso y me mordí el labio inferior para evitar que temblara.

—Debió ser la calculadora —musitó—. Una muy buena calculadora.

Como me quedé sin decir nada, él continuó lento, suave y con palabras mensuradas.

—Apuesto que te sentiste muy mal por dejar una calculadora como ésa. Como si

sintieras que debiste ser más cuidadosa con esa calculadora.

Lo miré. Su cara como roca.

—Algo así —dije.

Él asintió. Se revolvió en la silla.

—Eso no te hace una mala persona, Valerie, por olvidar una calculadora ahora o

luego. Y si luego no la puedes encontrar y necesitas una nueva calculadora… bueno,

hay un montón de buenas calculadoras por ahí.

Mordí mi labio más fuerte y asentí.

Un par de días después, la Sra. Tate estaba caminando fuera de la oficina de la

máquina fotocopiadora cuando llegué a recoger mi pase de tardanza. Intenté

deslizarme fuera sin ser notada, pero la secretaria siempre habla fuerte y cuando

prácticamente gritó:

—¿Tienes una nota del doctor, Valerie? —La Sra. Tate se volteó y me vio.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Me dijo que la siguiera y caminamos hasta su oficina, yo con un pase de tardanza

rosado. Cerró la puerta detrás de nosotras.

Su oficina parecía como si la hubieran limpiado recientemente. Las pilas de libros

todavía estaban en el suelo, pero habían sido empujados en un área central. Ella

había movido todas las fotos a la cima del gabinete, dándole su escritorio un

aspecto desnudo y despejado, aún cuando tenía volúmenes de papeles, uno encima

de otro. Me senté en la silla opuesta a su escritorio.

Ella utilizó una uña cuidadosamente para meter una pieza perdida de cabello de

nuevo en el moño y me sonrió.

—¿Cómo vas, Valerie? —me preguntó en su voz suave, como si fuera muy frágil,

como si el volumen incorrecto me pudiera hacer colapsar.

Deseé que la secretaria de afuera hubiera usado esa voz y que la Sra. Tate sólo me

estuviera hablando normalmente.

—Estoy bien, creo —le dije.

Ondeé el papelito rosado en el aire.

—Cita en el médico. Mi pierna.

Ella miró hacia abajo.

—¿Cómo está tu pierna?

—Está bien… supongo.

—Bien —me dijo—. ¿Has visto al Dr. Hieler recientemente?

—Tan sólo hace unos días. Luego de la reunión con el Consejo Estudiantil.

—Bien, bien —dijo la Sra. Tate asintiendo enfáticamente—. El Dr. Hieler por lo que

he escuchado es muy buen doctor, Valerie. Muy bueno en lo que hace.

Asentí con la cabeza.

Mientras tanto pensé en todas las veces que me sentía más segura, el Dr. Hieler por

lo general estaba involucrado de una u otra forma.

La Sra. Tate se puso de pie y caminó alrededor de su escritorio. Ella se dejó caer en

la silla, la que crujió un poco con su peso.

—Escucha, quería hablarte sobre el almuerzo —dijo ella.

Suspiré. El almuerzo seguía sin ser mi hora preferida del día. El Cafetín siempre me

perseguía, y Stacey y yo todavía nos cruzábamos en la mesa de condimentos, de

donde ella se iría hacia mis viejos amigos, pretendiendo que nunca me conoció, y

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yo debía ir afuera al pasillo, pretendiendo que lo que más quería en el mundo era

comer sola en el piso del pasillo fuera del baño de hombres.

—Te he visto afuera en el pasillo todos los días —dijo la Sra. Tate, como si ella

leyera mi mente—. ¿Por qué no vas a comer al Cafetín? —Ella se balanceó hacia

adelante, apuntando sus codos en su escritorio. Ella mantuvo sus manos cerradas

juntas al frente, como si estuviera rezando—. Jessica Campbell estuvo aquí ayer.

Dijo que te había invitado a almorzar a su mesa, pero no lo hiciste. ¿Es eso cierto?

—Sí. Ella me preguntó hace mucho tiempo. No fue nada personal o algo. Solamente

estaba ocupada. Trabajando en un proyecto de arte. —Mi mano involuntariamente

acarició la cubierta de mi cuaderno de espiral negro.

—Tú no tomas arte.

—Éste es un proyecto personal. Tomo una clase de arte privada en el centro

comunitario —mentí, la Sra. Tate sabría que era una completa mentira pero no me

importaba—. Mire, no es nada contra Jessica. Sólo quiero estar sola. Además, dudo

seriamente que los amigos de Jessica me quieran allí. Ginny Baker se sienta en esa

mesa. Ella ni siquiera puede mirarme.

—Ginny Baker está en una pequeña ausencia de la escuela.

No tenía idea. Mi cara ardió. Abrí mi boca luego la volví a cerrar.

—No es tu culpa, Valerie, si es lo que estás pensando. Ginny tiene muchos traumas

con los que debe trabajar y ella luchó por regresar al colegio desde que ocurrió el

incidente. Ella lo resolvió con sus profesores y estará bien estudiando en casa por

un rato. Jessica en verdad parece estar tratando de llegar a ti. No deberías huir de

eso.

—No estoy huyendo —dije—. Fui a la reunión del Consejo Estudiantil. Es

solamente… —La Sra. Tate me miró por encima de su nariz, sus brazos cruzados en

su pecho. Suspiré—. Lo pensaré —dije, lo que significaba, “demonios, no me

sentaré con esos chicos”. Me puse de pie, agarrando los libros fuertemente en mis

brazos.

La Sra. Tate me miró por un latido y se puso de pie, también.

—Escucha, Valerie —dijo ella, tirando del borde de su chaqueta del traje, que lucía

apretada e incómoda—. No quería hacer esto, pero comer afuera del Cafetín ya no

está permitido sin autorización de un profesor. El Sr. Angerson ha puesto una

prohibición a la actividad de los estudiantes solitarios.

—¿Qué significa eso?

—Significa que si eres vista afuera sola sin autorización obtendrás detención.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Por un segundo no sabía que decir. ¿Es esto una prisión ahora? quería gritar. ¿Ahora

ustedes son vigilantes? Pero ella probablemente respondería, siempre hemos sido

eso, entonces lo dejé pasar.

—Lo que sea —respondí y empecé a ir a la puerta.

—Valerie —dijo ella y tiró de mi hombro suavemente—. Sólo dale una oportunidad.

Jessica en verdad quiere que esto funcione.

—¿Hacer que funcione?—pregunté—. ¿Ahora soy el proyecto de la clase? ¿Soy una

clase de gran broma? ¿Por qué usted simplemente no me puede dejar sola? Ellos

están bien dejándome sola.

La Sra. Tate se encogió de hombros, y sonrió.

—Creo que ella solamente quiere que sean amigas.

¿Pero por qué? Quería gritar. ¿Por qué Jessica Campbell de repente ser mi amiga?

¿Por qué repentinamente ella es amable conmigo?

—No necesito amigos —dije, la Sra. Tate pestañeó, una arruga entre sus cejas, sus

labios presionados. Suspiré—. Sólo quiero tener mi tarea lista y graduarme —

dije—. El Dr. Hieler piensa que eso es en lo que debo concentrarme ahora. Sólo en

tener las cosas en línea.

Eso último no era exactamente verdad. El Dr. Hieler nunca me había dado ninguna

clase de directiva de “buscar profundamente y hacerlo” o alguna clase de esas

estupideces. Principalmente Dr. Hieler estaba evitando que me matara a mí misma.

Cuando la Sra. Tate no dijo nada más, tomé eso como mi indicación para irme. Salí

de ahí, mi pierna punzando por haber sido empujada, mi lento resbalón en la mano,

no pensando en nada más que en cómo iba a escaparme de ir a almorzar hoy.

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Traducido por andre27xl

Corregido por Xhessii

[DESDE CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE,

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

Amanda Kinney, 67. Kinney, la jefa de custodia de la Preparatoria Garvin durante 23

años, fue golpeada en la rodilla por una bala perdida mientras le informaba a los

chicos acerca de la seguridad en un armario cercano de suministros. “El armario ya

estaba abierto debido a que estaba colocando bolsas limpias en las papeleras de

basura”. Le contó a los reporteros desde su casa, su rodilla está fuertemente vendada

y levantada sobre algunas almohadas. “Sólo metí a los chicos allí hasta que ya no

cupieron y luego cerré la puerta. Creo que ni siquiera él sabía que nosotros

estábamos allí. No me di cuenta de que me habían disparado hasta que uno de los

chicos me dijo que estaba sangrando. Miré hacia abajo y mis pantalones estaban

todos llenos de sangre y estaban rotos en la rodilla.

Kinney, quien se conoce ha sido amiga de muchos estudiantes de la Preparatoria

Garvin, conocía a Levil bastante bien. “En realidad vivía a sólo unas cuadras más

abajo que yo, así que lo conocía desde que se mudó a Garvin. Aunque era un chico

realmente bueno. Parecía un poco molesto sin razón algunas veces, pero era un buen

chico. Su mamá es una persona bastante simpática también. Esto debe estar

matándola”.

—Disculpe, estoy atrasada —dije, entrando rápido y lanzándome sobre el sofá. Me

estiré y agarré la Coca-Cola que el Dr. Hieler había colocado en la mesita de café

para mí, como siempre lo hacía—. Tenía detención sabatina y nos pasamos porque

el profesor se emocionó en alguna lectura y perdió la noción del tiempo.

—No hay problema —dijo el Dr. Hieler—. Tenía algún papeleo que arreglar de

todos modos. —Pero lo atrapé dando un pequeño vistazo al reloj. Me preguntaba si

se estaba perdiendo algún juego de las Ligas Menores hoy. Quizás una reunión del

grupo de gimnasia de su hija. Quizás una cita de almuerzo con su esposa—. ¿Por

qué el castigo?

Rodé mis ojos.

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—Por el almuerzo. No comí en el Cafetín como ellos quieren que lo haga. Así que

tengo castigos todos los días y entonces el viernes Angerson me dio castigo para el

sábado. Piensa que me va a romper, supongo, si tengo suficientes detenciones.

Pero no va a funcionar. No quiero comer allí.

—¿Por qué no?

—¿Con quién voy a comer? No es como si pudiera encontrarme con una persona al

azar y decirle: “Hey, ¿puedo sentarme aquí?” Y todos dirían: “¡Claro!” Ni siquiera

mis viejos amigos me dejan sentarme con ellos.

—¿Y qué hay con la otra chica? La que está en el Consejo de Estudiantes.

—Las amigas de Jessica no son mis amigas —dije—. Nunca lo fueron. Es por esa

razón que Nick y yo las teníamos en la Lista… —Me detuve abruptamente,

sorprendida de mí misma por casi mencionar la Lista de Odio tan casualmente.

Intenté no prestarle atención, cambiar de tema—. Angerson sólo tiene algo con lo

de la solidaridad escolar, así no se ve mal en televisión. Ése es su problema, no el

mío.

—Suena como si no fuera solamente su problema. Los castigos sabatinos no son

una forma ideal de pasar los fines de semana, ¿no crees? —Podía jurar que le lanzó

otra mirada al reloj.

—Lo que sea. No me importa.

—Creo que te importa más de lo que quieras admitir. ¿Qué pasaría si lo intentaras

sólo un día?

No tenía respuesta para eso.

Mi mamá ya se había ido cuando salí de la sesión. Había dejado un papelito pegado

fuera de la puerta del Dr. Hieler, diciendo que estaba haciendo un recado y que ya

regresaba, así que teníamos que esperarla en el estacionamiento. Agarré la nota

antes de que el Dr. Hieler lo notara, la arranqué, y la metí en mi bolsillo. Si la veía,

se iba a sentir obligado a quedarse por más tiempo y ya me sentía lo

suficientemente mal.

Además, ya no quería hablar más.

Salí del edificio de oficinas y me quedé parada afuera por un momento, sin estar

segura de qué hacer conmigo misma. Iba a tener que pasar desapercibida, para que

el Dr. Hieler no me viera cuando saliera. Consideré agacharme tras la fila de setos

que estaban al lado del edificio, pero no estaba segura de si mi pierna iba a

permitirme hacerlo.

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Además había alguna clase de animal debajo de eso; podía escuchar algunas cosas

crujir alrededor y vi como las ramas se retorcían dos veces.

Metí mis manos dentro de mis bolsillos y deambulé a través del estacionamiento,

pateando piedras con mis pies mientras caminaba. Pronto alcancé la acera. Me

detuve y miré alrededor. Eran los setos o el distrito comercial que estaba cruzando

la carretera. O ser encontrada por el Dr. Hieler y entrar por una sesión extra, no

gracias. Saqué mis manos de los bolsillos y esperé en el borde de la acera a que los

autos pasaran. Quizás podría encontrar el carro de mi mamá en la tienda Shop ’N’

Shop en el centro comercial que estaba al otro lado de la calle. No había carros

pasando así que troté y salté a través de ella.

El carro de mi mamá no estaba en el estacionamiento de Shop ’N’ Shop; lo había

buscado dos veces en todas partes. Tampoco se había estacionado de vuelta en el

estacionamiento del Dr. Hieler. Eso lo podía ver desde el estacionamiento de

Shop ’N’ Shop. Y estaba empezando a tener sed.

Entré en Shop ’N’ Shop y caminé alrededor hasta que encontré un bebedero. Me

detuve en los stands de algunas tiendas y paseé entre algunas de ellas. Caminé por

el pasillo de los dulces, deseando tener dinero para comprarme una malteada de

chocolate. Pero no tomó mucho tiempo antes de que me aburriera. De vuelta en el

exterior me paré sobre los dedos de mis pies y estiré mi cuello para ver hacia el

estacionamiento del Dr. Hieler. Suspiré y me senté en la acera, mi espalda se apoyó

contra la ventana de Shop ’N’ Shop hasta que el gerente salió y me dijo que tenía

que moverme; y que a los clientes no les gustaba ver a la gente sin hogar vagando

frente a la tienda.

—Esto no es la Unión de Misioneros de la Ciudad, niña —dijo.

Así que caminé un par de puertas más abajo, buscando un buen lugar para

sentarme.

La tienda de teléfonos estaba allí y también el lugar donde mi mamá solía llevarme

cuando era pequeña para que me cortaran el cabello. Miré por las ventanas, viendo

a una niña pequeña llorar mientras su mamá la sostenía para que la estilista le

pudiera dar un peinado de bebé. Miré hacia la tienda de teléfonos también, donde

todos se veían molestos, incluso los empleados.

Pronto estuve al final de la calle y estaba a punto de darme la vuelta y dirigirme de

regreso a la tienda Shop ’N’ Shop cuando vi una puerta abierta a un lado del edificio.

Una mujer con senos tamaño gigante usaba un delantal de mezclilla con pintura

para telas y joyas de vestuario, salió y sacudió un paño en al aire. Brillaba cada vez

que lo sacudía, se veía como el hada madrina de Cenicienta tras toda esa nube de

brillo.

Me vio observándola y me sonrió.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Algunas veces tenemos un derrame —dijo alegremente, y desapareció de vuelta

al interior, llevándose el paño brillante con ella.

Tengo que admitirlo, la curiosidad me llamó. Quería saber qué clase de derrame

podría verse tan glorioso, tan brillante. Los derrames generalmente eran sucios y

desordenados, no hermosos.

Tan pronto como la puerta se cerró tras de mí pude sentir cómo todo el mundo se

cerraba. Dentro, el lugar se veía repleto, oscuro, y olía como una Iglesia en

Domingo de Pascua. Había filas y filas de estantes que llegaban hasta el techo casi

cayéndose por el peso de los bustos de yeso, cuencos de cerámica, baúles de

madera. Canastas, ollas, cajas de cartón con formas interesantes. Vagué por uno de

los pasillos, sintiéndome pequeña.

Al final del pasillo había un claro y jadeé. Había caballetes en todas partes, por lo

menos una docena de ellos, y una larga mesa cubierta con periódicos junto a una

ventana que daba hacia el este, mirando hacia atrás. A su alrededor había canastas

y cajas de suministros, pinturas, telas, cintas, trozos de arcilla, plumas.

La dama con el delantal de mezclilla que había visto afuera estaba sentada sobre

un taburete frente a un caballete, pintando grandes rayas moradas a través de un

lienzo.

—Pienso que el sol de la mañana es de lo más inspirador, ¿tú no? —dijo sin darse

la vuelta.

No respondí.

—Claro, en este momento del día toda la gente en ese supermercado están

obteniendo esa luz brillante. Pero yo… —Levantó su pincel y pintó el aire con

ella—. Yo obtengo la luz más inspiradora del día. Ellos pueden tener su atardecer.

Es el amanecer lo que la llama la atención de la gente. El renacimiento siempre lo

hace.

No sabía qué decir. Ni siquiera estaba completamente segura de que me estuviera

hablando a mí. Todavía tenía su espalda contra mí y estaba trabajando tan

intensamente que me pregunté si quizás estaba hablando con ella misma.

Igual me quedé allí, sin estar segura de adónde mirar primero. Quería tocar las

cosas, correr mis dedos a través de las vasijas de yeso y oler el interior de las cajas

y enterrar mis manos en un trozo de arcilla, y tenía miedo de que si me movía,

incluso mis labios, me dejara llevar por mi antojo y me perdería en este laberinto

de creaciones por siempre.

Ella añadió otras pinceladas de morado en las esquinas de su lienzo, luego se bajó

de su taburete y se paró atrás, admirando su trabajo.

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—¡Allí! —dijo ella—. Perfecto. —Colocó su paleta en el taburete y balanceó el

pincel a través de él y, luego, finalmente, se dio la vuelta para verme—. ¿Qué

piensas? —preguntó—. ¿Demasiado morado? —Se dio la vuelta y lo estudió un

poco más—. Nunca es demasiado morado —murmuró—. El mundo necesita más

morado. Más y más, ¿sabes?

—Me gusta el morado —dije.

Aplaudió dos veces.

—Bueno ¡entonces! —dijo ella—. ¡Eso lo arregla todo! ¿Té? —Se apresuró tras la

caja registradora y pude escuchar su vajilla tintinear—. ¿Cómo lo tomas? —

preguntó, su voz baja.

—Um —dije, arrastrando los pies hacia delante—. No… no puedo. Tengo que

volver afuera. Mi mamá.

Su cabeza se levantó bruscamente, un mechón de su cabello castaño claro le cayó

en la frente.

—¡Oh! Esperaba tener algo de compañía hoy. Este lugar siempre se ve muy

abandonado cuando mis estudiantes se van. Demasiado silencioso. Genial para los

ratones, malo para Bea, esa soy yo. —Tomó un sorbo de una taza de té con conejos

pintados en el frente de ella, una típica taza de un juego de té para niños. Mantuvo

su dedo meñique estirado mientras bebía.

—¿Das clases aquí? —pregunté.

—Oh, sí —dijo ella. Dio la vuelta a la caja registradora dando una reverencia—.

Doy clases. Muchas y muchas clases. Cerámica, pintura, macramé, nómbralo y lo

enseño.

Me moví hacia la izquierda ligeramente y empujé un dedo dentro de un ramo de

cuentas de madera.

—¿Puede tomar una clase todo el mundo?

Ella se encogió de hombros.

—No —respondió ella, mirando mi mano entre las cuentas. La saqué con un

movimiento brusco y dos cuentas se cayeron, y bailaron a través del suelo. Ella

sonrió cuando me sonrojé, como si mi vergüenza fuera simpática para ella—. Oh,

no, no sólo le enseño a cualquiera. Algunos me enseñan a mí.

Estaba a punto de irme cuando me alcanzó y tomó mi mano. Le dio la vuelta y la

estudió, sus cejas pintadas se levantaron entre su nido de cabello.

—¡Oh! —exclamó ella—. ¡Oh!

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Intenté tirar mi mano de vuelta, pero no pude hacer nada. Aunque estaba

extrañada porque me estaba tocando, quería saber qué significaban sus “¡oh!”.

—Tengo que irme —dije, pero me ignoró.

—Bueno, puedo divisar a otra artista donde sea. Y tú eres una, ¿cierto? Claro que lo

eres. ¡Te gusta el morado! —Se dio la vuelta y golpeó mi mano con más fuerza,

empujándome tras ella. Me llevó al lienzo en donde había estado trabajando. Con

su mano libre levantó la paleta y el pincel en el taburete y lo señaló—. Siéntate —

dijo ella.

—En serio pienso que…

—Oh, ¡siéntate! Al taburete no le gusta cuando sus invitaciones son ignoradas.

Me senté.

Me tendió la brocha.

—Pinta —dijo—. Vamos.

La miré.

—¿En esto? ¿En tu fotografía?

—Las fotografías son tomadas por los fotógrafos. Esto es una pintura. Así que pinta.

—La miré un poco más. Empujó mi mano hacia el lienzo—. Vamos.

Lentamente metí la brocha en la pintura negra e hice una raya a través del lienzo,

perpendicularmente al morado.

—Hmmm —dijo ella, y entonces—. Oh…

La mejor manera en que puedo describir la sensación es que era milagroso. O

quizás venía del alma. O quizás ambas cosas. No lo sé. Todo lo que sé es que no

pude detenerme en esa línea o en la mancha siguiente o en los puntos en forma de

árbol que hice a lo largo de uno de los bordes. Y todo lo que sé es que me sentí muy

lejos mientras lo hacía y que apenas podía escuchar las pequeñas exclamaciones de

Bea tras de mí, sus murmullos, su conversación en tono de bebé en

correspondencia a los colores a los que me sumergía. Oh, sí, es tu turno, ¡ocre! ¿El

viejo azul quiere una oportunidad?

Antes de que me diera cuenta fui arrancada de mi ensoñación por un zumbido en el

bolsillo delantero de mi pantalón, mi teléfono celular me sacaba del lienzo, que de

repente se veía sólo como un lienzo nuevo.

—Oh, maldita tecnología —murmuró Bea mientras contestaba—. ¿Por qué ya no

nos podemos comunicar por medio de palomas mensajeras? Hermosas plumas con

una adorable nota adherida. Me podrían servir un par de plumas de palomas por

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aquí. O de pavo real. Oh, sí ¡pavos reales! Aunque nunca nadie se comunicó con

ayuda de pavos reales, no creo que…

—¿Dónde estás? —La voz de mi mamá rugió al otro lado de la línea del teléfono—.

He estado muerta de preocupación, no están ni el Dr. Hieler ni tú. Por Dios Santo,

Valerie, ¿por qué no puedes esperarme como te lo pedí? ¿Sabes qué había llegado a

pensar?

—Ya voy para allá —murmuré por el teléfono. Me levanté del taburete mientras

metía mi celular de vuelta en mi bolsillo—. Lo siento —le dije a Bea—. Mi mamá…

Ella dio un manotazo al aire con una mano, mientras agarraba una escoba con la

otra, haciendo una línea recta con un montón de aserrín que estaba debajo de una

mesa para trabajar madera que estaba contra la pared más lejana.

—Nunca sientas pena de una madre —respondió—. Sentir pena por una madre, sí,

pero de ella, ciertamente no. La mayoría de las madres aman el morado. Yo debería

saberlo, tuve una madre a la que le encantaba el morado.

Corrí por el pasillo por donde había llegado —con la sensación de que estaba

huyendo de un místico y oscuro bosque— acababa de llegar a la puerta cuando la

voz de Bea flotó a través de la tienda.

—Sí, espero verte de vuelta el próximo fin de semana, Valerie.

Sonreí y salí. No fue hasta que entré al auto de mi mama, sin aliento y sudorosa por

el apuro y el regocijo que recordé que nunca le había dicho mi nombre a Bea.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Roo Andresen

Corregido por Mir

El almuerzo era una especie de pizza mexicana petrificada, lo cual era adecuado

para un lunes, si me preguntan. Me sentía como pizza petrificada la mayoría de los

lunes, siendo forzada a salir de mi pequeño capullo de felicidad en mi habitación

hacia el centro de atención de la Preparatoria Garvin.

Aparte del sábado por la mañana, mi fin de semana había pasado dichosamente sin

incidentes. Mamá y papá no se hablaban por cualquiera que fuera la razón, y

Frankie estaba en algún retiro religioso con un amigo. No es que nuestra familia

fuera a la iglesia, cosa que señalaron los medios una y otra vez después del tiroteo,

pero aparentemente había un par de chicas que iban a la iglesia de su amigo y

Frankie estaba determinado a pasar algún tiempo a solas con una de ellas. A decir

verdad, si Frankie lograba poner las manos sobre alguna chica en algún momento

durante el fin de semana, lo haría sin pensarlo dos veces —sea un retiro religioso o

no— lo cual pensaba que estaba muy mal, pero al menos tratar de llegar a tercera

base en un retiro religioso lo alejaba de tener que soportar la guerra fría entre

mamá y papá en casa.

Yo podía soportarlo sin problemas quedándome en mi habitación. No es que mis

padres esperaran algo diferente de mí. Ya ni siquiera me llamaban para bajar a

cenar. Supongo que probablemente ellos tampoco cenaban. Sólo salía cuando me

daba cuenta que todos estaban en otro lugar haciendo sus cosas y buscaba algo en

la nevera para subirlo a mi cuarto, como un mapache con un botín de latas de la

basura.

Una vez, sábado a la noche, bajé a la cocina después de escuchar cerrarse la puerta

delantera, sólo para encontrar a papá sentado en la mesa, cerniéndose sobre un

tazón con cereal.

—Oh —dije—. Pensé que ambos se habían ido.

—Tu madre fue a algún grupo de apoyo —dijo, mirando fijamente su tazón—. No

hay nada para comer en esta maldita casa —dijo—. A menos que te guste el cereal.

Me fijé en la nevera. Tenía razón. Además de un cartón de leche, ketchup, un

pequeño tazón con sobras de frijoles verdes, y media docena de huevos, no había

nada más para comer.

—Cereal está bien —dije, tomando una caja que estaba sobre la heladera.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Está malditamente rancio —dijo.

Lo miré. Sus ojos estaban enrojecidos, su rostro sin afeitar. Sus manos lucían

ásperas y temblorosas, y me di cuenta que había pasado mucho tiempo desde que

lo había mirado bien, ni siquiera me había dado cuenta cuánto había envejecido

últimamente. Parecía viejo. Agotado.

—Cereal está bien —repetí, más suave esta vez, sacando un tazón de la alacena.

Puse cereal en el tazón y le agregué un poco de leche. Papá comía silencioso. Y

mientras me retiraba hacia mi habitación, dijo:

—Todo en esta casa está malditamente rancio.

Me detuve, con un pie en el primer escalón.

—¿Tú y mamá pelearon otra vez o algo así?

—¿Qué punto tendría? —respondió.

—¿Quieres… quieres que ordene pizza o algo así? Para la cena, quiero decir.

—¿Qué punto tendría? —repitió. Parecía que tenía razón, así que subí las escaleras

hacia mi habitación y escuché la radio mientras comía el cereal. Tenía razón, estaba

rancio.

Había puesto la pizza petrificada en mi bandeja y estaba agregando ensalada de

fruta enlatada en el compartimiento de al lado cuando escuché la voz del Sr.

Angerson justo sobre mi hombro.

—No estarás planeando comer eso en el pasillo, ¿verdad? —preguntó.

—Sí, creo que sí —dije, siguiendo con mis asuntos—. Me gusta el pasillo.

—Eso no era lo que esperaba oír. ¿Debería ir y solicitar a un profesor una

detención para el sábado?

Me di la vuelta y nivelé mi mirada a la suya, usando cada fibra de determinación

que me quedaba. Angerson ni siquiera se molestaba en entender.

—Supongo.

Stacey, que estaba delante de mí en la fila, tomó su bandeja y se marchó, corriendo

hacia su mesa. Podía verla en mi visión periférica diciéndole algo a Duce, a Mason y

a la pandilla. Sus rostros se volvieron hacia mí. Duce se rió.

—No voy a dejar que orqueste otra tragedia en esta escuela, señorita —me dijo el

Sr. Angerson, con su piel enrojeciendo desde su corbata hasta el mentón. Allá va la

medalla, la carta y toda esa basura del heroísmo y el perdón, pensé—. Hay una

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

nueva regla: el aislamiento personal no está permitido en esta escuela. Cualquiera

que sea atrapado regularmente apartándose del cuerpo estudiantil será escrutado.

Odio decirlo pero casos extremos podrían llevar a la expulsión. ¿Está claro?

La fila se estaba moviendo, se estaban marchando y me di cuenta que los chicos

nos miraban mientras se iban. Algunos de ellos tenían sonrisas curiosas en sus

rostros y les susurraban a sus amigos sobre mí.

—Nunca orquesté nada —respondí—. Y tampoco estoy haciendo nada malo ahora.

Él frunció los labios y me miró fijo, el enrojecimiento iba de su mentón hacia sus

mejillas.

—Me gustaría que reconsideres tus opciones —dijo—. Como un favor personal

hacia los sobrevivientes de esta escuela.

Dejó que la palabra “sobrevivientes” cayera sobre mí como una bomba y funcionó.

Me sentí agitada por ello. Sentía como si hubiera dicho la palabra muy fuerte y

todos la hubieran escuchado.

Se dio la vuelta y se marchó y un minuto después volví a la ensalada de fruta. Puse

más en mi bandeja con las manos temblorosas, incluso cuando mi estómago

repentinamente se sentía muy lleno.

Pagué mi comida y llevé mi bandeja hacia la parte principal del Cafetín. Sentí como

si todos me estuvieran mirando, como conejos atrapados en la mitad de la noche

por las luces traseras de una casa. Pero miré hacia adelante, sólo hacia adelante, y

salí hacia el pasillo.

Podía escuchar a Angerson dentro de la cafetería hablando con algunos chicos

sobre adónde pertenecían las papas francesas y adónde no, y me armé de valor

para otro enfrentamiento cuando escuché pasos doblando la esquina.

—¿Estás segura que quieres hacer esto? —preguntó mientras me hundía en el piso,

balanceando mi bandeja en mi regazo con cuidado.

Abrí la boca para responder, pero fui interrumpida cuando un bullicio de

movimiento salió al pasillo. Jessica Campbell, sosteniendo su bandeja, se movió

alrededor de Angerson y se sentó en el piso junto a mí. Su bandeja hizo ruido en el

linóleo mientras se sacaba la mochila.

—Hola, Sr. Angerson —dijo alegremente—. Siento retrasarme, Valerie.

—Jessica —dijo él, con una de esas afirmaciones que sonaban como una

pregunta—. ¿Qué estás haciendo?

Ella sacudió su cartón de leche y lo abrió.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Almorzando con Valerie —respondió—. Tenemos algunos asuntos del Consejo

Estudiantil de los cuales hablar. Pensé que esta era la mejor forma de hablar sin ser

interrumpidas. Hay tanto ruido allí dentro. Ni siquiera puedes escuchar tus

pensamientos.

El Sr. Angerson parecía como si quisiera golpear algo. Se quedó parado un minuto,

luego pretendió que había visto algo alarmante en el Cafetín y se marchó para

“detenerlo”.

Jessica rió despacio cuando se marchó.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté.

—Almorzando —dijo, mordiendo su pizza. Hizo una mueca—. Dios, está

petrificada.

Sonreí a pesar de mí misma. Tomé la pizza y la mordí. Comimos en silencio, lado a

lado.

—Gracias —dije con la boca llena—. Está buscando una razón para expulsarme.

Jessica agitó su mano.

—Angerson es un trasero14 —dijo, y luego se rió mientras abría mi cuaderno y

dibujaba un trasero con traje y corbata.

14 Juego de palabras: “ass” puede ser traducida como “trasero”, “idiota”, “asno”.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por TwistedGirl

Corregido por Mir

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

Abby Dempsey, 17. Como Vicepresidenta del Consejo Estudiantil, Dempsey estaba a

cargo de una mesa de recaudación de fondos vendiendo rosquillas. Obtuvo dos

disparos en la garganta. La policía cree que eran balas perdidas, destinadas al

estudiante en línea aproximadamente a noventa centímetros de donde Dempsey

estaba. Los padres de Dempsey no hicieron comentarios a los reporteros, y dicen, los

amigos de la familia, que están “profundamente afligidos por la pérdida de su única

hija”.

Mamá llamó y dejó un mensaje en mi celular diciéndome que tenía una reunión y

que no podía venir a recogerme.

Mi primera reacción fue de indignación porque ella esperaba que yo tomara el

autobús después de todo lo que había sucedido. Como si pudiera dejarme caer en

un asiento junto al grupo de Christy Bruter y todo saldría bien.

¿Cómo podía? Me dije a mí misma. ¿Cómo iba a echarme a los lobos de esa manera?

Supongo que no hace falta decir que no iba a viajar en autobús a casa, sin importar

si mamá me llevaba o no. A decir verdad, mi casa estaba sólo a ocho kilómetros de

distancia y yo había caminado esa ruta más de una vez. Pero eso era cuando mis

dos piernas eran normales. Dudé de mi capacidad de hacerlo ahora, segura de que

a mitad de camino, mi muslo comenzaría a palpitar y me obligaría a sentarme y

esperar a que el depredador más cercano me llevara lejos.

Pero probablemente podría hacer un kilómetro y medio más o menos, y la oficina

de papá no estaba más lejos que eso. La verdad era que, obtener un viaje por papá

no estaba en la parte superior de mi lista. Probablemente no más superior, de lo

que darme un aventón estuviera en la lista de él. Pero sería mejor tratar de evitar

el drama en el autobús escolar cualquier día.

Había una época en la que me avergonzaba de que la oficina de papá no fuera más

imponente. Ahí estaba, supuestamente un abogado importante, y estaba en una

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pequeña “oficina satélite”, la cual, si me preguntan, era sólo otra manera de decir

“un agujero en la pared de los suburbios”. Pero hoy me alegraba de que trabajara

en un agujero en la pared no tan lejos de la escuela, porque el sol de octubre no

hacía nada para calentar el aire y en sólo unas pocas calles que llevaba caminando,

comencé a lamentarme de no haber tomado el autobús después de todo.

Sólo había estado en la oficina de papá un par de veces antes; no tenía exactamente

una alfombra de bienvenida para que su familia se presentara en su trabajo. A él le

gustaba pretender que no quería exponernos a los, como él los llamaba,

“maleantes” que representaba. Pero la verdad era que su oficina era el escape de su

familia. Si empezábamos a aparecer por ahí, ¿cuál sería el punto de estar siempre

trabajando?

Mi pierna se sentía apretada y sabía que estaba tambaleándome como un

monstruo de una película de terror el momento en el que abrí las puertas dobles de

cristal situadas en los ladrillos de la oficina de papá. Me sentí contenta de haberlo

logrado.

El aire caliente se asentó a mi alrededor y me paré en la puerta de entrada a frotar

mi muslo por un minuto antes de entrar en la propia oficina. Podía oler palomitas

de microondas, flotando en la atmósfera y serpenteando a mi alrededor, y sentí el

hambre retorciéndose en mi interior. Seguí el aroma a través del vestíbulo y a

vuelta de la esquina hacia la sala de espera.

La secretaria de mi padre parpadeó hacia mí desde detrás de su escritorio. No

podía recordar su nombre. Sólo la había visto una vez antes, en algún día de picnic

familiar, que la oficina central había patrocinado hace un verano o dos, y pensé que

era Britni o Brenna o algo joven y moderno por el estilo. Recordaba, sin embargo,

que sólo tenía veinticuatro años y que tenía el más increíble y brillante cabello de

color cocoa, le caía por la espalda como una capa de superhéroe; y esos grandes

ojos de vaca que parpadeaban lentamente y albergaban confiadas y enormes

pupilas tocadas con el color que mejor podía describir como verde primavera.

La recordé siendo linda y tímida, y riendo más que nadie cada vez que mi papá

decía uno de sus tontos chistes malos.

—Oh —dijo, con un rubor aumentando en sus mejillas—. Valerie.

Era una afirmación. Ella no sonreía. Tragó saliva —realmente tragó como lo hacen

en las películas— y la imaginé buscando un botón de seguridad rojo debajo del

escritorio sólo en caso de que yo sacara una pistola o algo así.

—Hola —dije—. ¿Está mi papá aquí? Necesito que me lleve.

Ella se apartó de su escritorio en su silla rodante.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Está en una reunión… —comenzó, pero no pudo terminar porque la puerta de

papá se abrió justo en ese momento.

—Hey, cariño, ¿podrías sacar el archivo Santosh…? —Estaba diciendo, con la nariz

enterrada en una pila de papeles, leyendo. Caminó alrededor de la parte de atrás

de la silla de Britni/Brenna. Ella estaba inmóvil, excepto por el color que

aumentaba en su rostro. La mano de papá aterrizó familiarmente en su hombro

mientras caminaba, dándole un suave apretón, un gesto que no había visto darle a

mi madre... nunca.

Britni/Brenna agachó la cabeza y cerró los ojos.

—¿Qué está mal, cariño? Te ves tensa… —comenzó papá, finalmente mirando hacia

arriba, pero se detuvo cuando sus ojos se posaron en mí.

Su mano saltó del hombro de Britni/Brenna y regresó al papeleo que sostenía. El

gesto fue sutil, sencillo, tanto que me preguntaba si había visto lo que pensaba que

había visto después de todo. Podía haber pensando que había imaginado cosas, si

mis ojos accidentalmente no se hubieran posado totalmente de casualidad en la

cara de Britni/Brenna, que parecía casi húmeda con un furioso rubor. Sus ojos

estaban dirigidos sólo a la mesa frente a ella. Se veía mortificada.

—Valerie —dijo papá—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Quité mi mirada de Britni/Brenna.

—Necesito que me lleven —dije. Al menos, creo que lo dije. No estoy segura del

todo porque mis labios estaban demasiado entumecidos. Britni/Brenna murmuró

algo y salió corriendo de su silla hacia el baño. Podía haber adivinado que no

volvería hasta después de mi partida—. Mamá um... mamá tenía una reunión.

—Oh —dijo papá. ¿Estaba viendo cosas o su cara se veía enrojecida también?—. Oh,

sí. Seguro. Bueno. Dame un minuto.

Salió rápidamente de regreso a su oficina y pude oír cosas arrastrándose por ahí,

cajones siendo cerrados, llaves sonando. Me quedé en mi lugar, empezando a

preguntarme si me había imaginado todo el asunto.

—¿Lista? —preguntó papá—. Tengo que regresar, así que vamos.

Todo negocios. Todo papá. No esperaba nada menos.

Él abrió la puerta, pero no pude moverme.

—¿Es por eso que tú y mamá se odian? —pregunté.

Parecía como si estuviera considerando fingir que no sabía de qué estaba hablando.

Ladeó la cabeza hacia un lado y dejó que se cerrara la puerta.

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—No sabes lo que piensas que sabes —dijo—. Vamos a casa. En realidad no es tu

asunto.

—No es por mí —dije—. No es mi culpa que mamá y tú se odien. Es tuya.

Y a pesar de que sabía que mis padres no estaban exactamente enamorados antes

del tiroteo, esto me golpeó como una gran epifanía. Y por alguna razón me sentí

peor que antes. Supongo que siempre había pensando que era por mí, y que

cuando dejara la casa serían felices y estarían enamorados de nuevo. Ahora con la

hermosa cara enrojecida de Britni/Brenna en la escena, mamá y papá

probablemente nunca se enamorarían de nuevo. De repente, todas esas peleas que

habían tenido a lo largo de los años ya no parecían reparables. Comprendí porqué

me había aferrado a Nick como un salvavidas… él no sólo comprendía a las familias

de mierda, comprendía también a las familias de mierda que no volverían a ser

buenas otra vez. Debe haber habido una parte de mí que lo supo desde el principio.

—Valerie, sólo déjalo pasar.

—Todo este tiempo me he estado preguntando qué hice para que mamá y tú se

odiaran, y tú estabas teniendo una aventura con tu secretaria. Oh, Dios mío, soy

una completa idiota.

—No. —Suspiró, poniendo su mano en su sien—. Tú madre y yo no nos odiamos.

No sabes nada de mi relación con tu madre. Y esto no es asunto tuyo.

—¿Así que está bien? —pregunté, señalando hacia la puerta del baño—. ¿Esto está

bien?

Probablemente pensó que, dado el contexto de la conversación, yo quería decir lo

que estaba pasando entre Britni/Brenna y él. Pero lo que realmente quería decir

era sobre las mentiras. Él estaba mintiendo acerca de quién era, así como yo lo

había hecho. Y estaba bien. Pero no se sentía bien. Y me pregunté cómo, dado todo

lo que había sucedido, él no podía entender porqué mentir sobre quién era no

estaba bien.

—Por favor, Valerie. Vamos a casa. Tengo trabajo que hacer.

—¿Mamá lo sabe?

Él cerró los ojos.

—Tiene una idea. Pero no, no le he dicho, si es lo que quieres decir. Y te

agradecería si no fueras y le dijeras algo, cuando en realidad no sabes nada.

—Me tengo que ir —dije, empujándolo y pasando por la puerta. El aire frío se

sintió mucho mejor al salir.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Caminé por la acera tomando el camino por el que había llegado. Esperé a que se

asomara por la puerta y gritara: ¡Valerie, detente! ¡No, lo has comprendido mal,

Valerie! ¡Amo a tu madre, Valerie! Pero, ¿qué pasa con que te lleve, Valerie?

Pero nunca lo hizo.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Emii_Gregori

Corregido por Marina012

Caminé de regreso a la escuela. No sabía qué más hacer. Le dejé a mamá un

mensaje de voz mientras caminaba.

—Oye, mamá. Tuve que pedir ayuda para una tarea y perdí el bus —mentí—.

Esperaré para que me recojas después de tu reunión.

Cuando llegué a la escuela, entré y arrojé mis cosas por la gran vitrina que asaltaba

a los visitantes con brillantes trofeos de fútbol, trofeos de pista y gigantes fotos de

los entrenadores que se han ido de la escuela a lo largo de los años. Lejos de sus

días de gloria. O simplemente dejados atrás.

Me senté en el suelo bajo la vitrina y saqué mi cuaderno. Quería dibujar algo,

adueñarme de mi emoción con una imagen. Pero no estaba segura de qué dibujar.

Tan revuelta como estaba mi mente, era simplemente demasiado difícil de ver la

realidad. No podría lograr que mi lápiz dibujara las líneas del rostro de

Britni/Brenna. No pude hacer la curva del contorno de los culpables ojos de mi

padre… su gran secreto revelado. ¿Se casaría con ella? ¿Tendrían hijos? No podía

imaginarme a mi padre sosteniendo algún bebé de cara cremosa, arrullándole,

diciéndole que lo amaba. Llevándolo a juegos de béisbol. Con vivir un poco de vida

él probablemente volvería a considerar su “vida real”, la que se merecía en vez de

la que tenía.

Sostuve la punta de mi lápiz hacia papel y comencé a dibujar… inmediatamente la

curva del vientre sembrado de una mujer tomó forma de perfil. Bosquejé un feto en

su interior, enroscado, chupando un pequeño dedo, acunándose alrededor de un

cordón umbilical. Y luego tracé una línea curva idéntica en el otro lado. Una

lágrima deslizándose por una nariz estrecha. Los ojos de mi madre. Una línea de

furia entre ellos. Otra lágrima, aferrándose a una pestaña, con mi nombre escrito

en ella.

A lo lejos, oí el sonido de un casillero cerrándose y pasos acercándose. Cerré mi

cuaderno y pretendí estar distraída mirando por la puerta principal de la escuela.

Mis dedos se curvaron alrededor de mi cuaderno, que antes siempre había sido

como un par de anteojos divertidos que me permitían reflejar el mundo tal como

realmente era, pero ahora se sentía como un gran secreto vergonzoso.

—Oh, hola. —Jessica Campbell estaba caminando hacia mí.

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—Hola —respondí.

Jessica se detuvo frente a mí y dejó su mochila. Ella miró hacia la puerta principal.

Suspiró y se sentó con las piernas cruzadas junto a su mochila, a sólo un par de

centímetros de mí.

—Estoy esperando a Meghan —dijo, como si quisiera justificar porqué podría estar

sentada en el pasillo junto a mí si no me estaba salvando de Angerson—. Está

volviendo a tomar su examen de alemán. Le dije que la llevaría a su casa. —Se

aclaró la garganta torpemente—. ¿Quieres que te lleve? Puedo llevarte, también, si

puedes esperar por Meghan. No debería tomarle mucho más tiempo.

Negué con la cabeza.

—Mi mamá está en camino —dije—. Probablemente estará aquí muy pronto. —Y

entonces añadí—: Gracias.

—No hay problema —murmuró, y volvió a aclarar su garganta.

Otro casillero se cerró en algún lugar del pasillo de ciencias y nuestras cabezas

giraron hacia el sonido de un par de chicos hablando. Sus voces se apagaron y

escuchamos el sonido de una puerta de madera cerrándose, cortando nuestra

conversación por completo.

—¿Vienes a la reunión del Consejo mañana? —preguntó Jessica—. Vamos a

repasar los progresos del proyecto conmemorativo.

—Oh —dije—. Imaginé que la reunión era sólo una vez. Pensé... bueno, en cierto

modo los abandoné a ustedes la última vez. Además, ya sabes, pensé que tenían

que votar por ti para ser miembro del Consejo Estudiantil. Algo me dice que no me

votará mucha gente.

Ella tenía una mirada divertida en su rostro y luego soltó una risa chillona y un

poco nerviosa.

—Sí, probablemente no —dijo—. Pero sigo diciéndote que está bien. Todos

comprenden que serás parte del proyecto. Lo cual es genial.

Arqueé una ceja y le di una mirada de lo dudo. Ella rió de nuevo, esta vez un poco

más entrecortada y relajada.

—¿Qué? ¡Lo es! —dijo. No pude evitarlo. También me reí. Muy pronto ambas nos

estábamos desmoronando, apoyamos nuestras cabezas contra la pared de ladrillo

detrás de nosotras, la tensión deslizándose de nosotras.

—Escucha —dije, estudiando los grafitis en la parte inferior de la vitrina por

encima de mi cabeza—. Aprecio lo que estás haciendo, pero no quiero que la gente

comience a dejar el Consejo por mí.

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—No todo el mundo estaba en contra de ello, sabes. Algunas personas pensaron

que la idea era genial desde el principio.

—Sí, como Meghan, supongo —dije—. Ella quiere ser mi mejor amiga, sabes.

Mañana nos vamos a vestir igual. Seremos twinkies15.

Nos miramos mutuamente por un momento y nos echamos a reír otra vez.

—No exactamente —dijo Jessica—. Pero ella vino. Puedo ser muy persuasiva. —

Sonrió maliciosamente y movió sus cejas—. En serio. No te preocupes por Meghan.

Ella va ha estar bien con eso. Es necesario que tú participes. Necesito que te

involucres. Eres inteligente y eres, como que, realmente creativa. Necesitamos eso.

¿Por favor?

Una puerta se abrió al final del pasillo y Meghan salió. Jessica tomó su mochila y su

chaqueta. Se encogió de hombros.

—No le disparaste a nadie —dijo—. Ellos no tienen razones para odiarte. Eso es lo

que sigo diciéndoles. —Ella se levantó y colocó su mochila en su hombro—. ¿Nos

vemos mañana, entonces?

—Está bien —dije. Ella comenzó a caminar hacia Meghan.

Tuve un repentino destello de claridad. ¿Qué fue lo que el Detective Panzella había

dicho sobre la chica que ayudó a limpiarme? Ella era rubia. Alta. De penúltimo año.

Seguía repitiendo: “Ella no le disparó a nadie...”

—¿Jessica? —llamé. Se dio la vuelta—. Um, gracias.

—No hay problema —dijo—. Sólo tienes que estar allí, ¿de acuerdo?

Unos minutos más tarde mi mamá se detuvo frente a la escuela y tocó la bocina.

Anduve con dificultad hacia el coche y me deslicé dentro. Mamá parecía sombría

detrás del volante.

—No puedo creer que hayas perdido el bus —dijo. Reconocí la voz… su voz

molesta y frustrada. La que ella usaba a menudo cuando llegaba a casa del trabajo.

—Lo siento —le dije—. Tuve que pedir ayuda con una tarea.

—¿Por qué no sólo fuiste en el auto con tu padre?

La pregunta me golpeó como dedo hincándose en el pecho. Sentí que mi corazón

comenzaba a acelerarse. Podía sentir que mi estómago se revolvía, tratando

realmente de agrandarse. Pude oír el lado racional de mí gritando en mi oído: ¡ella

debe saber! ¡Merece saber!

15 Twinkie: Es un pastelito relleno de crema.

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—Papá estaba ocupado con un cliente —mentí—. Habría tenido que esperar

mucho tiempo por él.

Supongo que debería haberme sentido culpable por mentirle a mamá sobre lo que

sabía. Pero entonces nuevamente papá no le disparó a nadie, tampoco.

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Traducido por Vannia

Corregido por Marina012

El siguiente sábado le supliqué a mamá que me llevara al estudio de Bea después

de nuestra sesión con el Dr. Hieler.

—No sé, Valerie —dijo mamá, arrugando el entrecejo—. ¿Clases de arte? Nunca

antes había escuchado hablar sobre esta mujer. Ni siquiera sabía que había un

estudio allí. ¿Estás segura de que es seguro?

Puse los ojos en blanco. Mamá había estado de un humor fatal durante días. Casi

parecía como si mientras más tratara de seguir a delante con mi vida, ella confiaba

menos en mí.

—Sí, por supuesto que es seguro. Ella sólo es una artista, mamá. Vamos, ¿puedes

simplemente dejarme hacer esta única cosa? Puedes ir a hacer las compras a

Shop ’N’ Shop mientras yo estoy ahí.

—No lo sé.

—¿Por favor? Mamá, vamos, siempre estás diciendo que quieres que haga cosas

normales. Las clases de arte son algo normal.

Ella suspiró.

—Está bien, pero voy a entrar contigo. Quiero revisar ese lugar. La última vez que

te dejé ir simplemente a hacer lo que sea que querías, estuviste involucrada con

Nick Levil, y mira a dónde nos llevó.

—Y me lo recuerdas todos los días —murmuré, poniendo los ojos en blanco.

Presioné mi dedo pulgar en el hueco de mi muslo para evitar estallar contra ella.

Con el estado de ánimo con el que había estado, probablemente cambiaría de

opinión acerca de llevarme a donde Bea.

Entramos al estudio de Bea juntas y pude sentir a mamá titubear en la puerta, una

vez que el húmedo y pesado aire nos rodeó.

—¿Qué es este lugar? —dijo en voz baja.

—Shhh —susurré, aunque no estaba exactamente segura de porqué quería que ella

estuviera callada. Tal vez porque temía que Bea la escuchara y me dijera que no

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podía asistir a las clases después de todo. Que la energía negativa de mamá pudiera

arruinar la increíble luz púrpura de la mañana.

Caminé por del pasillo hacia el fondo, donde pude escuchar un tintineo de música

—campanas tocando en el exterior rítmicamente— y un suave murmullo de voces.

Podía ver la espalda de los artistas posados en los taburetes al frente de los lienzos.

Había una señora mayor trabajando con papel a un lado, doblando y arrugándolo

en complejas formas y animales, y un pequeño niño jugando con un par de carritos

de cajas de fósforos debajo de una de las mesitas. Bea estaba inclinada sobre un

espejo, alrededor del cual estaba colgando y pegando un elaborado diseño de

conchas marinas. Me detuve al final del pasillo, de pronto segura de que antes

había entendido mal a Bea y que no debería estar ahí. Ella estaba siendo amable.

Realmente no me quiere aquí, pensé. Debería irme.

Pero antes de que pudiera siquiera terminar ese último pensamiento, Bea se había

enderezado y estaba sonriéndome, con su divertido cabello amarrado en un

montículo brillante en lo alto de su cabeza, con listones y adornos pequeños

colgando de él.

—Valerie —dijo ella, abriendo los brazos ampliamente—. ¡Mi Valerie púrpura! —

Dio dos palmadas con sus manos—. Regresaste. Estaba esperándote.

Asentí.

—Esperaba que pudiera, eh… tomar algunas clases de arte contigo. Pintura.

Ella avanzó hacia nosotros entonces, pero me estaba ignorando completamente. Su

sonrisa se había convertido en una amplia sonrisa mostrando sus dientes cuando

envolvió a mi mamá. Pude ver el cuerpo de mamá tensarse bajo el abrazo de Bea, y

luego, mientras Bea susurró al oído de mamá durante un tiempo, su cuerpo se

relajó. Cuando Bea se alejó nuevamente, el ceño fruncido de mamá había

desaparecido, siendo reemplazado por una mirada de curiosidad. Bea era extraña,

sin lugar a dudas. Ella era el tipo de persona que mamá normalmente consideraría

una chiflada, pero la excentricidad de Bea le sentaba tan bien que, incluso con su

estado de ánimo, mamá pareció aplacarse.

—Es un placer conocerte —le dijo Bea a mamá. Mamá asintió, tragando saliva, pero

no contestó—. Por supuesto que pintarás con nosotros, Valerie. Tengo un caballete

justo por allá para ti.

—¿Cuánto costará? —preguntó mamá, abriendo su bolso y buscando en su interior.

Bea agitó sus manos en el aire.

—Paciencia y creatividad, principalmente. También tiempo y práctica. Y auto-

aceptación. Pero no encontrarás ninguna de esas cosas en tu bolso.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Mamá se congeló, viendo a Bea con curiosidad, luego cerró su bolso.

—Estaré en Shop ‘N’ Shop. Tienes una hora —me dijo a mí—. Sólo una.

—El uno es mi número favorito. —Bea se rió—. La palabra ganó16 es el pasado del

verbo ganar, y nosotros podemos decir al final de día que hemos ganado una vez

más, ¿podemos? Algunos días llegar al final del día es absolutamente la victoria.

Mamá no dijo nada en respuesta, simplemente tomó su camino de regreso por el

pasillo lenta y deliberadamente. Pude sentir el silbido de la ráfaga de aire del

estacionamiento en el estudio cuando mi mamá dejó el edificio.

Uno. Ganó. Una hora. Sólo una. Ganó. Lancé las palabras en mi cabeza.

Me giré hacia Bea.

—Me gustaría pintar —dije—. Necesito pintar.

—Entonces tú, por supuesto, pintarás. Has estado pintando desde esta mañana

cuando te levantaste. —Se dio unos golpecitos en la sien con su dedo—. Aquí. Has

estado pintando y pintando. Usando montones de púrpura justo aquí. Todo lo que

necesitas hacer es ponerlo en el lienzo.

Me condujo a un taburete y me senté, hipnotizada por las pinturas de los artistas

sentados, trabajando en silencio, en frente de mí. Una mujer estaba pintando un

paisaje nevado, otra estaba usando colores rojos óxido sobre un granero que había

dibujado minuciosamente a lápiz. Un hombre pintaba un avión militar, usando una

fotografía pegada en la esquina superior izquierda del caballete como referencia.

Bea se apresuró a un carrito cercano y regresó con una paleta y un pincel para mí.

—Ahora —dijo ella—, pintarás en gris primero, para sombrear. Probablemente no

conseguirás más que eso por hoy. Necesitarás darle tiempo para que seque antes

de que salpiques con tus gloriosos colores. —Abrió un frasco un vertió una cosa

gelatinosa color marrón en la paleta junto a los colores—. Y no olvides mezclar tus

pinturas con esto. Ayudará a que seque más rápido.

Asentí con la cabeza, tomando el pincel, y comenzando a pintar. Sin boceto, sin

fotos de referencia. Sólo la pintura en mi mente, al Dr. Hieler como realmente lo

veía. Habría pocas sombras en esta pintura. Sin oscuridad.

—Hmmm —dijo Bea sobre mi hombro—. Oh, sí. —Y luego se movió a otra parte

del estudio. Podía escuchar sus gentiles instrucciones en susurros hacia los otros

artistas, dando afectuoso apoyo. En cierto momento estalló a carcajadas cuando un

artista le dijo que había metido su celular en la licuadora esa mañana y se convirtió

en puré. Pero no podía mirarla. No podía levantar la vista en absoluto, no hasta que

16 Ganó: Analogía entre las palabras en inglés one (uno) y won (ganó), ya que al pronunciarse suenan casi igual.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

el aire cepilló mi nuca otra vez y escuché la voz de mamá, entonces el sonido que

no pertenecía al estudio en lo absoluto, flotó por el pasillo hacia mí:

—Se acabó el tiempo, Valerie.

Cuando alcé la vista, estaba sorprendida de ver que Bea estaba junto a mí y su

mano estaba sobre mi hombro.

—El tiempo no se acaba —susurró, sin mirarme a mí, sino al lienzo—. Así como

siempre hay tiempo para el dolor, siempre hay tiempo para la curación. Por

supuesto que lo hay.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Little Rose

Corregido por Vannia

Acababa de dar la vuelta en la esquina del pasillo de ciencias cuando Meghan gritó

mi nombre y apareció detrás de mí. Caminé más despacio, mirando

preocupadamente hacia la oficina de la Sra. Stone, donde la reunión del Consejo

Estudiantil comenzaría en unos minutos, y me detuve a regañadientes.

—Hey, Valerie, espera —gritó Meghan, con el cabello rebotándole mientras me

alcanzaba—. Quiero hablar contigo.

Normalmente habría seguido caminando sin dudar. Meghan me había dejado muy

claro que me culpaba por lo que había ocurrido, y me imaginaba que lo que fuera

que quisiera decirme, no podía ser bueno.

Pero no tenía hacia donde huir. Los pasillos estaban vacíos a esta hora del día en

este lado del edificio. Todos los atletas estaban en el gimnasio. Y el resto estaba

camino a casa.

—Hey. —Suspiré de nuevo cuando me alcanzó—. ¿Vas a la reunión del Consejo

Estudiantil?

—Sí —respondí insegura, cruzando los brazos sobre mi pecho en ademán

defensivo—. Jessica me lo pidió.

—Genial, iré contigo —dijo Meghan. La miré por un segundo más y luego

lentamente comencé a caminar al salón de la Sra. Stone. Después de unos pasos ella

dijo—: Me gusta tu idea de la cápsula. Va a estar bueno.

—Gracias —dije, y seguimos caminando. Mordí mi labio, y luego dije—: Sin

ofender pero, ¿por qué caminas conmigo?

Meghan ladeó la cabeza, considerando su respuesta.

—¿La verdad? Jessica me dijo que fuera amable contigo. Bueno, en realidad no me

lo dijo, pero, ya sabes… como que se enojó conmigo por gritarte y peleamos por

ello. Nos arreglamos y todo, pero decidí que tiene razón. Al menos puedo intentarlo.

—Se encogió de hombros—. No eres mala ni nada. Sólo callada.

—Normalmente no sé qué decir —dije—. Siempre he sido callada. Sólo que antes

nadie me notaba, supongo.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Ella me miró.

—Sí, quizás sea eso —dijo.

Podíamos ver el aula de la Sra. Stone adelante. Había luz adentro y podíamos oír las

voces saliendo de allí. La de la Sra. Stone sobresalía; unas risas alegraban el

ambiente. Nos detuvimos.

—Quiero preguntarte algo —dijo Meghan—. Uhm… alguien dijo que mi nombre

estaba en la Lista del Odio. Así que me preguntaba… ¿por qué? Quiero decir, mucha

gente habla de que las víctimas se lo merecían porque molestaban a Nick, pero yo

realmente no los conocía. Nunca hablé con él.

Apreté mis labios y quise más que nada estar en el salón de la Sra. Stone, con

Jessica como defensora. Meghan tenía razón sobre algo; no la conocíamos antes del

tiroteo. Nunca habíamos hablado con ella, ni habíamos sabido nada de su

personalidad. Pero sentíamos que sabíamos lo suficiente, dado con quién andaba.

Recuerdo el día que añadí el nombre de Meghan a la lista.

Nick y yo habíamos estado almorzando cuando Chris Summer y sus amigotes

pasaron por nuestra mesa, prácticamente adueñándose del Cafetín, como siempre.

—Hey, fenómeno —dijo Chris—. Sostén esto por mí. —Le tiró un chicle que sacó

de su boca al plato de Nick. Sus amigos rompieron a reír, llevando sus manos a sus

pechos, dando traspiés como si estuvieran ebrios.

—Oh, hombre, eso es asqueroso…

—Buena esa, amigo…

—Disfruta las papas, fenómeno…

Se fueron a su mesa, riéndose. Podía ver la furia en Nick, sus ojos oscureciéndose,

su mandíbula apretada. Estaba diferente de como había estado aquel día en el cine.

Entonces se vio triste, derrotado. Ahora parecía molesto. Comenzó a levantarse de

la mesa.

—No —dije, poniendo mi mano sobre su hombro. Nick había sido atrapado en dos

peleas ese mes, y Anderson estaba amenazando con una suspensión.

—No valen la pena. Ten, come las mías. —Empujé hacia él la bandeja de mi

almuerzo—. De todas formas no me gustan las papas.

Se congeló, con las aletas de la nariz dilatadas, las palmas presionadas en la mesa.

Inspiró hondo varias veces y volvió a su asiento.

—No —dijo suavemente, devolviéndome mi bandeja—. No tengo hambre.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Comimos el resto del almuerzo en silencio, yo lanzando miradas a la mesa de Chris

Summer detrás de nosotros. Memoricé a todos los que estaban sentados ahí —

entre ellos Meghan Norris— todos prácticamente adorando a Chris como si fuera

un Dios. Y cuando llegué a casa esa noche, abrí mi cuaderno y anoté cada uno de

sus nombres uno por uno.

Parecía justificado en ese momento. Los odiaba mucho por lo que le hacían a Nick,

y a mí. Pero ahora, de pie en el pasillo afuera del salón de clases de la Sra. Stone,

todo se sentía diferente. De pie en el pasillo, Meghan no era tan horrible. Sólo era

otra persona confundida buscando respuestas. Como yo.

—No era por ti —le dije honestamente a Meghan—. Era Chris. Estabas sentada con

él en el almuerzo una vez y… —Me detuve en seco, comprendiendo que sin

importar cuán enojados estábamos Nick y yo ese día, sin importar qué tan cruel fue

Chris con Nick en su momento, y por todo lo que había ocurrido, simplemente no

tendría sentido para ella. Apenas tenía sentido para mí—. Fue estúpido. No fue

correcto.

Afortunadamente, Jessica sacó la cabeza por el marco de la puerta y nos hizo un

gesto.

—Oh, hola —dijo—. Creí oír voces. Vamos, ya casi comenzamos.

Ella volvió a desaparecer en el salón. Meghan y yo nos quedamos de pie allí,

incómodas por algunos minutos.

—Bueno —dijo al fin—, supongo que ya no importa, ¿cierto? —Sonrió. Era una

sonrisa forzada, pero no falsa. Aprecié mucho eso, al menos.

—Supongo que no —dije.

—Vamos, si no entramos pronto, Jessica vendrá por nosotras.

Entramos en el salón de la Sra. Stone, y por primera vez no sentí deseos de salir

huyendo.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Cami.Pineda

Corregido por Vannia

[DESDE EL CONDADO DE GARVIN SUN-TRIBUNE,

3 DE MAYO, 2008. REPORTERA ANGELA DASH]

Nick Levil, 17. Aunque los testigos y la policía han identificado positivamente a Nick

Levil, de penúltimo año, como el tirador, aun no se tiene clara su motivación para

llevar a cabo el crimen. “Él era del tipo aislado, pero yo no lo llamaría un solitario o

algo así”, dijo la estudiante de penúltimo año, Stacey Brinks, a los reporteros.

“También tenía novia y muchos amigos. A veces hablaba de suicidarse, muchas veces,

de hecho, pero nunca dijo nada acerca de matar a otras personas. Al menos no a

nosotros. Tal vez Valerie sabía, pero nosotros no”.

La policía ha sido capaz, con ayuda de los videos de seguridad, de rastrear los

movimientos de Levil durante la mañana del 2 de mayo, y han reconstruido una idea

clara de lo que ocurrió en la cafetería ese día. Luego de abrir fuego en el comedor

lleno de estudiantes, principalmente estudiantes de último año, Levil le disparó a su

novia, Valerie Leftman, en la pierna y después se disparó a sí mismo. Partes de los

videos, que muestran el espeluznante final del alboroto, han sido puestos al aire en

algunos canales de noticias, provocando una gran conmoción en la familia Levil.

“Mi hijo pudo ser quien disparó, pero sigue siendo una víctima”, dijo la madre de Levil

a los reporteros. “Malditos sean esos tiburones de los medios de comunicación que

creen que algo como eso no está desgarrando a mi familia en pedazos. ¿Creen que ver

a nuestro hijo meterse una bala en el cerebro una y otra vez no va a partir nuestros

corazones?”.

El padrastro de Levil agregó entre lágrimas: “Nuestro hijo también está muerto. Por

favor no olviden eso”.

No sé cómo pasó, pero de alguna manera debí haberme acostumbrado a ser amiga

de Jessica Campbell. El final del semestre llegó y se fue y el Dr. Hieler había hecho

un gran alboroto por eso en una de nuestras sesiones, yo podría nunca haberlo

notado.

—Te dije que ibas a pasar el semestre —me había dicho—. ¡Demonios, soy bueno

en esto!

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—No te lleves todo el crédito —le había dicho bromeando—. Nadie ha dicho que

vaya a regresar luego de las vacaciones de invierno. ¿Cómo sabes que no me voy a

transferir?

Pero sí regresé luego de las vacaciones de invierno, y los nervios que me

acompañaron ese primer día de clase fueron mucho menos debilitantes cuando

crucé las puertas en enero.

La gente parecía, en general, estarse adaptando a la idea de que iba a seguir por ahí,

y parecía estar ayudando el hecho de que Jessica y yo nos sentáramos juntas todos

los días en el almuerzo.

Y seguía teniendo las reuniones del Consejo Estudiantil. Había empezado a

participar más, incluso ayudé a decorar el salón de la Sra. Stone en su cumpleaños.

Íbamos a tener una reunión especial; como cinco minutos de trabajo para el

proyecto conmemorativo y el resto del tiempo dedicado a comer tarta y a darle

nuestro pesar a la Sra. Stone por volverse más vieja. Iba a ser una sorpresa, y

estábamos trabajando rápido para terminar la decoración antes de que la Sra.

Stone regresara del servicio de autobús.

—Voy a ir al concierto de JT —dijo Jessica—. Se echó hacia adelante en su silla y se

inclinó en ella. Se tambaleó por un momento, se estabilizó, y luego se elevó más

alto sobre la punta de sus pies. Arrancó un pedazo de cinta adhesiva del rollo y

pegó la serpentina azul que tenía en su mano en el ladrillo del muro de la escuela—.

¿Vas a ir?

—No, mi mamá no me deja —dijo Meghan. Ella estaba sosteniendo el otro extremo

de la serpentina. Jessica le arrojó el rollo de cinta adhesiva. Meghan se estiró para

atraparlo y dejó caer el otro extremo de serpentina—. ¡Mierda!

—Ya lo tengo —dije. Cojeando, agarré la serpentina, la torcí como Meghan la tenía

antes, y se la entregué.

—Gracias —me dijo. Se paró de puntitas y la pegó a la pared. Mientas ella hacía eso,

Jessica estaba ocupada inflando un globo para pegarlo en medio de la serpentina.

Saqué un globo de la bolsa del escritorio detrás de mí y también comencé a inflarlo.

Detrás de mí, algunos otros estaban poniendo el mantel y el pastel. Josh tuvo que

correr a la cafetería para traer las bebidas que la mamá de Jessica había comprado

ese día más temprano.

—Desearía poder ir —dijo Meghan—. Amo a Justin Timberlake.

—Dios, es muy ardiente, ¿no crees? —agregó Jessica.

Meghan suspiró profundamente.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Mi mamá no me deja ir a ningún lado estos días. Está muy paranoica. Mi papá

dice que se le pasará. Pero ahora ella está hablando sobre hacerme ir a la

universidad comunitaria el próximo año porque no puede soportar la idea de que

me vaya a la Universidad. Como si al irme vaya a estar en otro tiroteo escolar o algo

parecido. Necesita terapia.

Apreté el nudo del globo que estaba soplando y saqué otro de la bolsa.

—Bueno, mi papá me consiguió los tickets con alguien del trabajo —dijo Jessica—.

Llegó a casa y fue como, “Hey Jess, ¿alguna vez has escuchado a este cantante,

Justin Timberlake? ¿Canta country o algo?” —Nos reímos—. Y yo estaba como,

“Diablos, sí, ¡he escuchado a Justin Timberlake!” y él dijo: “Bueno, tengo dos

entradas para ir y puedes quedártelas pero tienes que ir con Roddy”. Así que mi

hermano va a venir a casa desde la Universidad de Kansas ese fin de semana y me

va a llevar, supongo que está bien. Roddy por lo general es genial.

—De ninguna manera dejaría que mis padres me hicieran ir con Troy —dijo

Meghan—. Él anda con esos perdedores, como Duce Barnes. Probablemente me

pegaría un tiro si estuviera sola con él. —Su cara se volvió algo rosada y me miró.

Yo conocía a Troy. A veces Troy había estado con Duce cuando Nick no había

llegado. Troy se había graduado de Garvin hace como tres años y era algo así como

una leyenda por ser algo impulsivo. Una vez tuvo problemas por tumbar toda una

fila de lockers. Meghan miraba a su hermano y lo adoraba. Pero ella no era nada

como él.

Nadie dijo nada durante un minuto. Amarré el globo en el que había estado

trabajando y lo dejé caer al suelo. Me volteé, saqué otro de la bolsa y lo puse en mi

boca.

—¿Vas a ir al concierto, Valerie? —preguntó Meghan.

Aclaré mi garganta. No me sentía del todo cómoda con Meghan y creo que era un

sentimiento mutuo.

—Uhm —dije, probando mi voz, la cual sonaba demasiado casual para cómo me

sentía—. No lo creo. Estoy bastante enterrada de por vida.

—¿Por qué? —preguntó Jessica bajándose de la silla y empezando a ayudarme con

los globos.

—Bueno. Por el tiroteo —respondí. Sentí que mi cara estaba ardiendo.

Meghan me dirigió una mirada curiosa, y luego dijo:

—Pero no es como si fuera tu culpa. Te dispararon.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Sí, supongo que mis padres no lo ven así. Ellos ahora mismo están con eso de mi

“falta de juicio”.

Meghan hizo un sonido parecido a ¡uhn!

—Eso es muy injusto —dijo ella quedamente.

Jessica ató su globo.

—¿Les has preguntado si puedes ir a algún lado? —preguntó ella.

Negué con la cabeza.

—No tengo ningún lugar al que ir. —Me encogí de hombros. Los chicos en la parte

de atrás estaban discutiendo tranquilamente sobre la colocación de las velas.

—Jess, deberías invitarla a la fiesta de Alex —dijo Meghan. Se bajó de la silla y dio

un paso atrás para admirar la serpentina—. ¿Cómo se ve?

Jessica puso sus manos en las caderas y estudió la pared.

—Creo que está perfecta. ¿Tú qué crees, Val?

Me paré.

—Se ve bien para mí.

Inflamos más globos por algunos minutos más y luego Jessica dijo:

—Meghan estaba hablando sobre esta fiesta a la que todos vamos a ir el veinticinco.

Es una fiesta de granero. ¿Alguna vez has estado en una?

Negué con la cabeza y até mi globo.

—Es en la granja de Alex Gold. Sus padres van a estar en Irlanda por dos semanas.

Deberá ser muy salvaje.

—La última vez perdí mis zapatos —agregó Meghan—. Y Jamie Pembroke vomitó.

¿Te acuerdas de eso? —Ella y Jessica se rieron—. Deberías venir, Val —añadió

Meghan—. Es realmente una maravilla.

—Sí, ven con nosotras —dijo Jessica. Alargó la mano y me dio un codazo en el

brazo—. Todos van a dormir en mi casa.

Pretendí estar pensándomelo y estar emocionada por la invitación, pero campanas

de advertencia sonaron tan fuertemente en mi cabeza que apenas podía pensar.

Una cosa era ir al Consejo Estudiantil con Jessica. Sentarme en el pasillo con ella en

el almuerzo. Y otra cosa totalmente diferente era ir a una fiesta llena de sus amigos.

Sólo podía imaginarme lo que muchos de ellos dirían cuando ella me llevara. Podía

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

imaginar lo que Nick pensaría si fuera. No había manera de que pudiera manejar

eso.

Pero Jessica me miraba tan intensamente, tan abiertamente, que no podía

rechazarla sin siquiera pretender que iba a preguntar si podía ir.

—Está bien —dije—, trataré.

Jessica sonrió e incluso también Meghan sonrió un poco.

—¡Genial!

—¿Qué es esto? —preguntó la Sra. Stone desde la puerta.

Ella todavía estaba quitándose su abrigo con su nariz enrojecida por el fuerte

viento que había llegado de la nada esta mañana.

—¡Sorpresa! —gritamos todos al unísono, y luego el salón explotó en gritos y

aplausos.

La Sra. Stone puso su mano en el pecho y miró a su alrededor, pero parecía estar

pasando más tiempo mirándome a mí, a Jessica y a Meghan mientras nos reíamos,

paradas una al lado de la otra, golpeándonos los hombros y charlando.

—Que sorpresa tan increíble —dijo, secando la comisura de sus ojos.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Chelsea Sharkovich

Corregido por ★MoNt$3★

—Disculpen chicas, pero no pueden estar sentadas aquí por más tiempo —dijo el

Sr. Angerson—. Los constructores estarán viniendo y yendo por aquí.

Jessica y yo nos levantamos sosteniendo nuestras bandejas de almuerzo frente a

nosotras.

Los constructores habían estado entrando y saliendo del edificio durante toda la

mañana, martillando, golpeando y utilizando máquinas ruidosas, lo que hizo muy

difícil concentrarse en cualquier cosa. Estaban instalando nuevas puertas —unas

sin ventanas de vidrio— en los salones de clases, reemplazando el vidrio de ambos

lados por una especie de cosa a prueba de balas. Las puertas que estaban

instalando se atrancaban desde adentro cada vez que eran cerradas, lo que

significaba que si tenías que ir al baño durante clases, debías tocar la puerta para

que te dejaran entrar de nuevo. Por supuesto, también implicaba que estábamos

sentados en una pequeña fortaleza de seguridad, por si acaso alguien ingresaba al

edificio con un arma, una bomba o algo.

—De acuerdo —dijo Jessica. Nos miramos la una a la otra y después ambas

volteamos para observar la cafetería—. Vamos —dijo en su antigua voz de “Jessica

la Comandante” que recordaba tan bien—. Te puedes sentar conmigo. —Se echó su

cabello con confianza sobre un hombro y sacó su pecho, caminando con valentía a

través de la multitud.

Mis pies se sintieron fríos y pesados, pero de todos modos la seguí. Me condujo

hasta lo que yo siempre había conocido como el cuartel general de las DBMP, y sólo

pensar en eso me hizo entrar en pánico.

—¡Hola chicos! —dijo Jessica. Colocó su bandeja en la mesa y movió un par de

sillas frente a ésta. La charla en la mesa enseguida murió.

—Hola Jess —dijo Meghan. Pero su voz era muy baja y su rostro estaba serio. El

momento en la reunión del Consejo Estudiantil, explotando globos juntas, pudo

haber sido fácilmente una alucinación—. Hola Val.

Intenté forzar a mi boca a formar una sonrisa, pero hablar estaba fuera de

discusión.

—Pensé que ahora te sentabas en el pasillo —dijo Josh—, con ella.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Angerson detuvo eso, por supuesto —dijo Jessica. Se sentó y luego se volteó

hacia mí—. Vamos, Val. Siéntate. A nadie le molestará.

Alguien hizo un sonido de “aff” cuando ella dijo eso, pero no pude ver quién fue.

Me senté, enfocándome sólo en la comida en mi bandeja, pero sabía que no había

manera en que pudiera comer. De repente, la salsa marrón parecía gelatina, y la

carne se veía como plástico. Mi estómago se retorcía como loco.

—Hey Jess, ¿vas a ir a la fiesta en el granero? —preguntó alguien.

—Sí, ambas vamos.

—¿Ambas quiénes?

Jessica me señaló con su tenedor.

—Le pedí a Val que pasara la noche conmigo ese día.

—De ninguna manera —dijo Josh, con su gran voz de Josh.

—Claro que sí —dijo Jessica—. ¿Cuál es el problema con eso? —Detecté una nota

de enojo en su voz, un sonido que reconocía muy bien. ¿Cuántas veces no lo había

escuchado dirigido a mí?

¿Qué estás mirando, Hermana Muerte? Bonitas botas, Hermana Muerte. Como si yo

hubiese estado hablando con tus amigos perdedores, Hermana Muerte. ¿Tienes algún

problema? ¿Qué es lo que te pasa? ¿Te pasa algo, Hermana Muerte? Sólo que esta vez

no estaba dirigido a mí, sino a sus amigos a los cuales reinaba. Me sentí aliviada, y

enseguida me sentí culpable por sentir alivio. En ese momento no te podría haber

dicho quién había cambiado más: Jessica Campbell o yo.

—De hecho, aún no le he preguntado a mis padres —le murmuré a Jessica—. Les

iba a preguntar este fin de semana.

Le restó importancia a mi comentario, con su atención enfocada en el otro lado de

la mesa. Sus ojos eran rendijas, retando a sus amigos a decir algo en contra de que

yo estuviera allí. Sostuvo su tenedor firmemente frente a ella. El ambiente en la

mesa cambió, se volvió incómodo.

Todos estaban mirando fijamente sus propias bandejas y la charla había cesado.

Varios de ellos estaban murmurando lo suficientemente fuerte como para que yo

supiera que estaban hablando de mí, pero no como para saber qué estaban

diciendo.

Pero sí escuché a alguien decir:

—¿Acaso ella va a llevar su libreta?

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Otra persona se rió y respondió:

—¿Va a llevar un acompañante?

Fue demasiado. Estúpida yo por pensar que podía encajar aquí, aún después de

todo este tiempo. Incluso con Jessica de mi lado. Ve lo que es real, eso era lo que el

Dr. Hieler quería que hiciera. Ve lo que de verdad está allí. Bueno, podía ver lo que

de verdad estaba allí ahora, y nada de eso era bueno. Todo era exactamente igual

que antes. Sólo que antes yo hubiera escrito sus nombres en la Lista de Odio y

hubiera corrido hacia Nick para que me reconfortara. Ahora yo era una persona

diferente y no tenía idea de qué hacer, además de huir.

—Me olvidé —dije, levantándome y agarrando mi bandeja—. Debo entregar un

informe para inglés antes del sexto periodo o me colocarán un cero en la

asignación. —Intenté reírme despreocupadamente, pero mi boca se sentía seca y

estaba segura de que cuando hablaba, sonaban cosas en mi garganta.

Me levanté y llevé mi bandeja a la ventanilla del lavaplatos. Vertí todo el contenido

de mi almuerzo en el bote de basura y me escabullí de la cafetería, escuchando

vagamente en mi cabeza las palabras del Dr. Hieler: Si sigues perdiendo peso, Val, tu

mamá volverá a preguntar sobre la anorexia. Caminé rápidamente al baño de chicas

en el extremo de Artes de la Comunicación, y me encerré en el cubículo de

discapacitados. Me quedé allí hasta que la campana sonó, prometiéndome a mí

misma que de ninguna endemoniada manera iría a esa fiesta.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Cami.Pineda

Corregido por ★MoNt$3★

Estaba sentada en mi cama, admirando el reciente esmalte rosa fuerte con el que

me había pintado las uñas de los pies. No me había pintado los pies con ese rosado

desde hace tiempo por lo que dudé que el esmalte aún estuviera bueno.

Estaba todo crujiente en el cuello de la botella y se había separado en dos capas,

rosado en el fondo y mucho más claro en la parte de arriba. Incluso parecía

bastante congelado, así que le agregué unas gotas de removedor de uñas y pareció

hacer su trabajo.

Normalmente mi principal era el negro. O azul marino. A veces un verde cazador o

un amarillo enfermizo. Pero hace mucho tiempo, había sido rosada. Todo había

sido rosado, creo que me había estado quemando en rosado. Y luego me quemé en

negro, no estoy segura.

De todo lo que estoy segura es que finalmente me había rendido a mi curiosidad y

saqué la vieja caja de cosas para arreglarse las uñas que desde que la Linda Linda

Princesa Valerie en el Cielo se había ido, habían quedado guardadas debajo del

lavabo, y me puse a pintarme las uñas de los pies. No le iba a doler a nadie que mis

pies estuvieran rosados, ¿verdad?

Seguía esperando que se secaran —sacando un poco de aire de mi boca sin ponerle

mucho esfuerzo— cuando hubo un golpe, muy suave, en mi puerta.

Me incliné y le bajé a mi estéreo.

—¿Sí?

La puerta se abrió y la cabeza de mi padre se asomó.

Él hizo una mueca en dirección al estéreo, así que me incliné y lo apagué.

—¿Podemos hablar? —preguntó.

Asentí. Él y yo no habíamos hablado desde el incidente de Britni/Brenna en su

oficina hace unas semanas.

Entró en la habitación e hizo su camino a través del piso como si estuviera pasando

por un campo minado. Empujó una pila de camisetas fuera de su camino con el pie.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Noté que estaba usando zapatos. Zapatos de correr. Y jeans, y también una

camiseta. Su casual, pero para salir, atuendo.

Se sentó en el borde de la cama. Al principio no dijo nada, sólo miró mis uñas de los

pies. Los doblé hacia adentro e inmediatamente me preocupé de haber dañado mi

trabajo. Los desdoblé. Sólo uno se echó a perder. Usé mi dedo pulgar para sacar la

mayoría del esmalte de uñas y luego me quedé mirando mi pie. El cual de repente

se veía tan vulnerable e imperfecto con el esmalte rosado alrededor de la uña pero

desnudo en el interior. Como si hubiera empezado pero luego se me hubiera

olvidado ponerlo bonito.

—¿Nuevo color? —preguntó, lo que pensé que era una pregunta muy extraña

viniendo de un papá. ¿Acaso los papás debían notar el esmalte de uñas de sus

hijas? No estaba segura, pero no era algo que mi padre podría notar, y cada

pensamiento de eso me hizo sentir inquieta.

—No, viejo —respondí.

—Oh. —Se sentó un poco mejor—. Escucha Valerie, sobre Briley…

Briley, pensé. Claro. Su nombre es Briley.

—Papá —empecé, pero levantó una mano para pararme. Tragó saliva. Ninguna

frase que empezara Escucha Val, sobre Briley… no iba a ser el comienzo de una

placentera conversación. De eso estaba segura.

—Sólo escucha —me dijo—. Tu madre…

Se detuvo. Su boca se abrió y se cerró varias veces como si no supiera adónde ir

desde ahí. Dejó caer sus manos en su regazo. Sus hombros caídos.

—Papá, no voy a decirle a mi madre. No tienes que hacer esto —empecé diciéndole,

pero me interrumpió.

—Lo sé —dijo—. Lo sé.

Luego me quedé callada, mis pies poniéndose fríos. Los miré fuertemente,

esperando que el rosa fuerte se cambiara a morado o a azul hielo, como un anillo

de estado de ánimo. Tal vez el amarillo cadáver no fuera una cosa del pasado,

después de todo. Empecé a preguntarme quién era la impostora, la vieja Valerie o

la nueva, era algo que sentía una y otra vez luego del tiroteo, como si pudiera

cambiar de forma momento-a-momento.

—Le dije… —dijo finalmente—. Le dije todo. A tu madre.

No dije nada. No estaba segura de qué decir. ¿Qué podía decir?

—Por supuesto no lo tomó bien. Está muy enojada. Me pidió que me fuera.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Guau. —Respiré.

—No hace ninguna diferencia para ti, amo a Briley. La he amado desde hace tiempo.

Probablemente nos casemos.

Sí hacia diferencia. Pero probablemente no en la manera que él esperaba. Pensé

con una oscura satisfacción que finalmente tenía una “madrastra”. De alguna

manera, con el contexto de mi vida, encajaba. Sentí un tirón de pesar, tener una

madrastra sería algo más que Nick y yo tendríamos en común.

Nos sentamos allí en silencio por un rato. Me pregunté qué estaba pensando mi

padre, ¿por qué estaba aquí? ¿Estaba esperando una absolución? ¿Que yo dijera

que estaba bien que él hiciera eso? ¿Tenía que hacer algún tipo de declaración

sobre la aceptación magnánima de Briley en mi vida?

—¿Desde hace cuándo tú y… um… ella… han estado juntos? —le pregunté.

Levantó sus ojos para mirarme directamente. Tal vez esa era la única vez que había

visto a mi padre a los ojos y estaba sorprendida de lo profundos que se veían. Creo

que siempre he visto a mi padre en sólo una dimensión. Nunca tuve un

pensamiento que no lo incluyera en el trabajo. Nunca una emoción que no fuera

impaciencia o rabia.

—Esto paso mucho antes del tiroteo. —Me dio una media sonrisa—. De alguna

manera el tiroteo hizo que tu madre y yo nos acercáramos. Se me hizo más difícil

dejarla. He roto el corazón de Briley un millón de veces en los últimos meses.

Teníamos planeado que me fuera a vivir con ella en el verano. Esperábamos estar

casados para este momento. Pero el tiroteo…

Él como muchos más, dejó la frase colgando luego de esas palabras, como si ellas

explicaran todo por sí solas. Sin embargo, sabía a qué se refería, sin que él siguiera.

El tiroteo había cambiado todo. Para todos. Aun para Briley, que no tenía nada que

ver con la Preparatoria Garvin.

—No podía dejar a Jenny luego de eso. Ella ha pasado por mucho. Respeto a tu

madre y no quiero herirla. Es sólo que no la amo. No de la manera en que amo a

Briley.

—Así que vas a hacerlo —dije—. Irte, quiero decir.

Asintió lentamente.

—Sí —dijo—. Es sólo lo correcto. Tengo que hacerlo.

Quería que hubiera una parte de mí que estuviera en contra de eso. No lo hagas.

Quería gritarle. No, ¡no puedes! Pero no pude hacerlo. Porque la verdad era, y

ambos lo sabíamos, que él se había ido hace largo, largo tiempo. No lo haría

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

quedarse atrapado aquí mientras quisiera estar en otro lugar. En su propia y rara

manera él era sólo otra víctima del tiroteo. Uno de los que no pudo escapar.

—¿Estás molesta? —me preguntó, lo que me pareció que era una pregunta muy

extraña.

—Sí —dije. Y lo estaba. Es sólo que no estaba del todo segura de si estaba molesta

con él. Pero no creo que quisiera oír esa parte. Creo que para él era importante

escuchar que a mí me importaba tanto como para estar molesta.

—¿Alguna vez me perdonarás? —preguntó.

—¿Alguna vez me perdonarías? —Le lancé de vuelta, nivelando mi mirada

directamente a sus ojos.

Los miró por unos momentos y luego se paró en silencio y se fue a la puerta. No se

volteó cuando la alcanzó. Sólo alcanzó la manija y la movió.

—No —dijo sin encararme—. Tal vez eso me vuelve un mal padre, pero no creo

que pueda. No importa lo que la policía haya encontrado, estuviste involucrada en

ese tiroteo, Valerie. Tú escribiste esos nombres en la lista. Escribiste mi nombre en

la lista. Tenías una buena vida aquí. Pudiste no haber apretado el gatillo, pero

ayudaste a causar la tragedia.

Abrió la puerta.

—Lo siento. De verdad lo siento. —Dio un paso fuera, hacia el pasillo—. Dejaré mi

dirección y mi número con tu madre —dijo, antes de salir lentamente fuera de mi

vista.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Roo Andresen

Corregido por †DaRk BASS†

Como siempre, decidí que sería más seguro saltarme la cena e ir por algo de comer

después de que todos se fueran a la cama. Esperé hasta ver la rendija entre el final

de la puerta y el piso volverse oscura —por las luces apagadas— y salí.

Entré a la cocina y me hice un emparedado de mantequilla de maní y jalea con la

luz de la heladera. Luego la cerré y me senté en la mesa de la cocina, comiendo en

la oscuridad. Me sentía bien y aislada de esa manera. Como si tuviera un secreto.

Como si pudiera estar sola, lejos de todo el sinsentido a mi alrededor. Y eso era lo

que era, ¿no? Sinsentido. Después de que tus compañeros de clases volaran por los

aires todo lo demás en el mundo —incluso tu padre abandonando tu familia—

parece bastante trivial.

Terminé mi emparedado y estaba a punto de levantarme e irme cuando escuché

ruidos en la sala. Sonaba como un largo y lacrimoso sollozo y una pequeña tos. Me

congelé. Escuché el sonido otra vez, esta vez seguido del definido ruido de un

pañuelo siendo sacado de su caja. Me deslicé hasta la esquina y espié en la

oscuridad.

—¿Hola? —dije despacio.

—Vete a la cama, Valerie, sólo soy yo —dijo mamá desde la fortaleza oscura del

sillón. Su voz sonaba gangosa y su nariz tapada.

Me detuve. Ella volvió a sollozar. Nuevamente escuché como sacaba un pañuelo. Y

en lugar de encaminarme hacia las escaleras di unos pasos hacia la sala,

parándome detrás del respaldo. Descansé mis manos en él.

—¿Estás bien? —dije.

Ella no contestó. Di la vuelta y comencé a sentarme en el sillón, pero lo pensé mejor

y, en cambio, di unos pasos más para arrodillarme frente al sillón. Ahora podía ver

su sombra y el blanco de su bata abriéndose por sus rodillas, haciendo que su piel

luciera más bronceada contra la bata en la oscuridad.

—¿Estás bien? —repetí.

Hubo otro silencio largo y comencé a pensar que quizás debería irme a la cama

como ella había dicho. Pero después de un momento dijo:

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—¿Comiste algo, entonces? Le dije al Dr. Hieler que no te había visto comer nada

en semanas.

—Estoy bajando de noche. No soy anoréxica si eso estás pensando.

—Eso era lo que pensaba —dijo, y podía escuchar las lágrimas en su voz. Sollozó

un poco más y ese sonido silencioso entraba y salía en el aire a mi alrededor.

Finalmente dio un respiro profundo—. Estás más delgada y nunca te veo comer

nada. ¿Qué se suponía que pensara? El Dr. Hieler pensaba que estarías haciendo

eso, comer cuando no estoy cerca.

Otro punto para el Dr. Hieler. Algunas veces olvido cuántas veces me defiende sin

siquiera yo saberlo. A veces me pregunto cuántas veces la bajó del techo acerca de

ridiculeces.

—¿Así que papá se fue? —pregunté después de un tiempo.

Creo que asintió porque su sombra se movió levemente.

—Está viviendo con ella ahora. Es lo mejor.

—¿Lo vas a extrañar?

Tomó un respiro y lo soltó.

—Ya lo hago. Pero no al hombre con el cual estuve viviendo estos últimos años.

Extraño al hombre al cual le dije “Acepto”. Probablemente no lo entenderías.

Me mordí el labio, tratando de decidir si debería sentirme ofendida por la forma en

que me había contestado. Tratando de decidir si debería discutir.

—Bueno, algo entiendo —dije—. Yo también extraño a Nick. Extraño cuando

simplemente jugábamos boliche y cosas así y éramos felices. Sé que piensas que

era malo, pero no lo era. Nick era dulce e inteligente, extraño eso.

Ella sonó su nariz.

—Sí, supongo que lo haces —dijo, lo cual se sintió tan bien que no tenía palabras—.

Recuerdas… —dijo, pero luego se detuvo. Escuché otro pañuelo dejar su caja y otro

sollozo—. ¿Recuerdas ese verano que fuimos a Dakota del Sur? ¿Recuerdas que

fuimos en la vieja furgoneta del abuelo y la cargamos con un congelador gigante

con sándwiches y gaseosas y simplemente nos fuimos porque tu padre quería que

Frankie y tú vieran el Monte Rushmore?

—Sí —dije—. Recuerdo que llevaste un orinal en el auto por si a caso teníamos que

hacer en el camino. Y Frankie comió patas de cangrejo en un buffet en alguna parte

de Nebraska y vomitó sobre la mesa.

Mamá sonrió levemente.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Y tu padre no había a descansar hasta que visitáramos ese bendito palacio de

maíz.

—Y el museo rock. Recuerdas que lloré porque pensé que sería como un museo de

música rock, y cuando llegamos eran solamente rocas.

—Y tu abuela, que Dios guarde su alma, fumó esos asquerosos cigarrillos durante

todo el viaje.

Ambas reímos entre dientes, y nos quedamos en silencio una vez más. Fue un viaje

horrible. Un maravilloso y horrible viaje.

Luego mamá dijo:

—Nunca quise que tuvieran padres divorciados.

Pensé, y levanté los hombros aunque ella no pudiera verme.

—Sí, supongo que estoy bien con ello. Papá odiaba estar aquí. Quizás no sea el

mejor padre de todos, pero no creo que nadie debería ser así de miserable.

—Tú ya lo sabías —dijo ella.

—Sí. Vi a Briley hace un tiempo en su oficina. Lo supuse.

—Briley —dijo mamá, como si estuviera testeando el nombre. ¿Pensaría que

sonaba más sexy que su propio nombre? ¿Más lindo que Jenny?

—¿Le dijiste a Frankie? —pregunté.

—Tu papá lo hizo —dijo—. Justo después de hablar contigo. Le dije que no sería yo

quien les rompiera el corazón. Pensé que era justo que él mismo tuviera que

contarles que estaba saliendo con una chica de veinte. Ya no voy a hacerme cargo

de su trabajo sucio. Estoy cansada de ser la mala de la película.

—¿Frankie está bien? —pregunté.

—No. No ha salido de su habitación tampoco. Y ahora tengo miedo de tener otro

hijo en problemas y no sé si… no sé si… pueda soportarlo sola. —Su voz se ahogó

en un mar de lágrimas tan abrupta y conmovedoramente que me sacó lágrimas a

mí sin siquiera notarlo. Si hubieras pasado y escuchado un llanto como ese podrías

haber jurado que ella había perdido todo lo que tenía. Me preguntaba si se sentía

así.

—Frankie es un buen chico, mamá —dije—. Él se junta con buenos chicos. Él no…

—será como yo fue lo que estaba a punto de salir de mi boca, pero me dio

vergüenza y en cambio dije—:…estará en problemas.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Espero que no —dijo—. Apenas puedo manejar lo qué está pasando contigo.

Sólo soy una persona. No puedo cuidar a todos todo el tiempo.

—No tienes que cuidarme más —dije—. Estoy bien, mamá, en serio. El Dr. Hieler

dice que estoy progresando realmente bien. Y estoy haciendo esas clases de arte

con Bea. Y estoy trabajando en ese proyecto del Consejo Estudiantil. —Y

repentinamente sentí la urgente necesidad de reparar algo en el interior de mi

madre. Repentinamente estaba inundada de una compasión por ella que podría

haber jurado que nunca existiría de nuevo. Repentinamente quería ser quien le

diera esperanzas, regresarle ese tiempo en Dakota del Sur—. De hecho, estaba

preguntándome si me dejarías ir a una fiesta de pijamas en la casa de Jessica

Campbell la próxima semana. —Mi garganta se sentía tirante.

—¿Quieres decir esa chica rubia que sigue viniendo?

—Sí. Es la presidenta del Consejo Estudiantil y está en el equipo de voleibol. Es una

buena persona, lo prometo. Comemos el almuerzo juntas todos los días. Somos

amigas.

—Oh, Val —dijo, su voz gruesa y pesada—. ¿Está segura que quieres hacer esto?

Pensé que odiabas a esas chicas.

Mi voz subió un octavo.

—No, de verdad, mamá. Fue enfrente de ella que salté. Salvé su vida. La salvé. Y

ahora somos amigas.

Nuevamente hubo un largo silencio. Mamá sollozó un poco y el sonido era tan

nublado que casi sentía que no podía respirar.

—A veces olvido —dijo ella, su voz abriéndose hacia mí en la oscuridad—. A veces

olvido que también fuiste una heroína ese día. Todo lo que veo es a la chica que

escribió una lista de personas a las cuales quería muerta.

Resistí la urgencia de corregirla. No quería a esas personas muertas, quería decir. Y

nunca hubieras sabido de esa lista si Nick no hubiera enloquecido. Pero Nick

enloqueció, ¡no yo! ¡No yo!

—A veces estoy tan ocupada viéndote como el enemigo que desmanteló la vida de

mi familia, que olvido ver que fuiste tú quien detuvo el tiroteo. Tú fuiste quien

salvó la vida de esa chica. Nunca te agradecí por eso, ¿verdad?

Sacudí mi cabeza en un no, incluso aunque no podía verme hacerlo. Tenía la

sospecha de que ella, como yo, podía sentirlo en el aire.

—¿Es realmente tu amiga entonces?

—Sí. De hecho me agrada. —Eso, descubrí con shock, era la verdad.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Entonces deberías ir. Deberías estar con tu amiga. Deberías divertirte.

Mi estómago dio un vuelco. No estaba segura si sabía como divertirme con esa

gente. Su idea de diversión era muy diferente de cualquier cosa que había conocido.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por TwistedGirl

Corregido por †DaRk BASS†

—Así que supongo que ya sabes que mi padre se fue —dije, estudiando la

estantería del Dr. Hieler, de espaldas a él, mientras tenía su usual pose en su silla:

las piernas colgando por un lado, su dedo índice trazando su labio inferior en

contemplación.

—Tú mamá me dijo —dijo—. ¿Qué piensas de eso?

Me encogí de hombros, levantando mi mirada para estudiar las figuras en la parte

superior de la estantería. Un elefante de porcelana, un doctor y un niño de Precious

Moments, una pieza pulida en cuarzo. Regalos de los clientes.

—Ya lo sabía. No estaba muy sorprendida.

—A veces, incluso las cosas que esperamos que sucedan, pueden aún lastimarnos.

—Lo sé. Creo que superé lo de papá hace mucho tiempo. Creo que, me dolió en ese

entonces, pero ahora... no sé... ahora parece ser un alivio.

—Puedo entenderlo.

—Gracias por hablar de la cosa de la anorexia con mamá, por cierto —dije.

Abandoné la estantería y me dejé caer hacía atrás en el sofá. Él asintió con la

cabeza.

—Tienes que comer, sin embargo. ¿Lo sabes, cierto?

—Sí, lo sé. Estoy comiendo. Incluso he vuelto a ganar unos kilos. No es gran cosa.

No es como si estuviera tratando de perder peso.

—Creo eso. Ella sólo se preocupa, es todo. A veces tienes el humor de la gente

mayor. Deja que te vea comer algo de vez en cuando, ¿de acuerdo? —Asentí con la

cabeza.

—Está bien. Tienes razón.

Sonrió ampliamente, agitó su puño en el aire.

—¡Correcto de nuevo! ¡Debería hacer esto para vivir!

Me reí, poniendo mis ojos en blanco.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—¡Oh! Casi lo olvido. Hice algo para ti.

Levantó las cejas y se inclinó hacia adelante para tomar el cuadro que había sacado

de mi mochila.

—No tenías que hacer esto —dijo.

Le dio la vuelta al cuadro y lo estudió. Era el retrato que había pintado en el estudio

de Bea el sábado pasado.

—Es increíble —dijo. Luego lo repitió, con más entusiasmo—: ¡Es increíble! No

tenía idea de que pudieras hacer esto.

Me moví detrás de él y miré sobre su hombro mi Retrato de un Hieler. No el tipo

con pelo castaño oscuro y ojos simpáticos que había visto cada sábado en su oficina,

pero era real como lo había visto: un cúmulo de serenidad, una explosión de luz de

sol, una manera de salir del túnel oscuro y profundo en el que vivía.

Asentí con la cabeza.

—Sí, creo que realmente me gusta pintar. He estado pasando el rato con esta mujer

en un estudio en la calle y ella ha estado dejándome pintar gratuitamente. He

estado dibujando las cosas como realmente las veo. No como lo que todos quieren

que vea, pero es lo que realmente está ahí. Ha sido muy útil. Aunque algunas

personas piensan que es otro Libro de Odio. Pero, da igual. Sólo los dibujo, también.

Él dejó con mucho cuidado el lienzo apoyado contra la lámpara de la mesa junto a

él.

—¿Puedo ver el libro? ¿Lo traerías contigo la próxima vez? —Sonreí tímidamente.

—Está bien. Sí. Está bien.

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Traducido por Cami.Pineda

Corregido por Vapino

La casa de Jessica Campbell olía a vainilla. Estaba relucientemente limpia, justo

como la minivan en la que su madre nos había llevado a su casa, y tenía colores que

me recordaban a un comercial. Brillantes vincapervincas azules, enredaderas

verdes, flores de sol amarillas que casi me lastiman los ojos cuando las miré

fijamente durante mucho tiempo.

Nos sentamos en la mesa de la cocina —Jessica, Meghan, Cheri Mansley, McKenzie

Smith, y yo— comiendo suaves pretzles que su madre había hecho a mano para

nuestra llegada de la escuela. Los sirvió en un plato ovalado, junto con la oración

del Señor pintados a mano sobre ella, y con pequeños platos de Pyrex llenos de

mostaza, salsa de barbacoa, y queso fundido.

Jessica y Cheri estaban hablando de cuando a Doug Hobson le habían bajado los

pantalones en la casa de campo, luego de la práctica de rastreo, a principios de la

semana. Estaban riendo y metiendo pretzels en sus bocas descuidadamente, me

sentía como si estuviera en un cine mirándolas en la pantalla. Meghan y McKenzie

estaban estudiando un artículo de una revista sobre peinados para el cabello. Me

senté al final de la mesa en silencio mordisqueando el pretzel.

La mamá de Jessica estaba junto al fregadero y le sonrió a su hija, riendo con ellas

cada vez que salían con alguna historia graciosa, pero sin entrar en la

conversación. Intenté no darme cuenta de cómo su sonrisa vacilaba

eventualmente, cuando me lanzaba una mirada.

Terminamos de comer, luego subimos a la habitación de Jessica donde puso alguna

canción que no conocía. Las cuatro se pararon a bailar, hablando de música y

haciendo sonidos chillones que no pensaba que mi garganta fuera capaz de hacer.

Me senté en la cama observándolas, sonriendo sin tratarlo o siquiera darme

cuenta. Me imaginé que si tuviera mi cuaderno conmigo, sería capaz de dibujar a

todos exactamente como se veían en ese momento. Para variar, me sentí como si

estuviera en la realidad.

Luego de un rato la mamá de Jessica golpeó a la puerta y la abrió un poco con esa

sonrisa pegada en sus dientes perfectos. Anunció que la cena estaba lista y bajamos

para encontrar pizza hecha en casa en el mostrador. De tres tipos. Las cortezas

perfectamente crujientes y doradas. La carne perfectamente horneada. Los

vegetales perfectamente suaves. A la medida, e incluso una corteza cortada y con

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mantequilla de ajo y queso en el medio. Casi parecían demasiado perfectas como

para comérselas.

No pude evitar preguntarme que le hubiera pasado a la mamá de Jessica si no

hubiera saltado en medio de Nick y Jessica. Si hubiera perdido a su niña.

¿Seguiría haciendo pizzas perfectas y pondría recipientes con limones en la mesa

de la cocina para decorar, y quemaría velas de vainilla? No parecía alguien que

tolerara la presión. ¿Acaso ella sabía que Jessica solía llamarme Hermana Muerte?

¿Estaría decepcionada de Jessica por tratarme así? ¿Decepcionada de haber criado

a una hija que pudiera hacer algo así? ¿Y qué hubiera hecho ella si fuera mi madre?

Que la hubiera roto más, ¿qué su hija hubiera muerto o que su hija pudo ser quien

disparó?

Luego de la cena nos metimos en el carro de Jessica y nos fuimos, su madre

despidiéndose de nosotras enfrente de la puerta, como si estuviéramos en

preescolar, partiendo a nuestra primera expedición. El camino hasta la casa de

Alex fue largo y lleno de caminos de grava. Luego de un rato ya no reconocía donde

estábamos… habíamos estado conduciendo por caminos de campo que ni siquiera

sabía que existían en Garvin.

La casa de Alex era una casa de campo de ladrillo, casi oculta detrás de un

bosquecillo de árboles de manzano silvestre. No había luces en la casa, lo que la

hacía ver siniestra en la noche, aun cuando el camino estaba lleno de carros.

Justo después de la entrada, una gran puerta que daba a un pastizal había sido

abierta y Jessica condujo hasta el pasto. Un poco más arriba parecía un

estacionamiento, como si todos los de Garvin hubieran ido a la fiesta, y Jessica

estacionara su carro con los demás. Tan pronto como nos bajamos pudimos

escuchar la música golpeándonos a nuestra izquierda. Enfrente podíamos ver el

granero, la puerta abierta de par en par, un cuadrado de luz negra y medias lunas

de luz de colores girando se derramaban sobre la hierba cortada.

Sobre eso se podía oír las risas y gritos, y un poco por encima de eso podíamos oír

los sonidos que se pueden esperar escuchar en una granja… el ladrido de un perro

lejanamente, un mugido intermitente, unas ranas charlando cerca de una charca.

Jessica, Meghan, McKenzie y Cheri prácticamente corrieron hacia el granero,

hablando con entusiasmo y moviéndose con el sonido de la música. Las seguí

lentamente detrás, mordiendo mi labio superior, mi corazón latiendo rápido, mis

piernas sintiéndose como plomo.

Dentro, el granero estaba lleno, y no pude encontrar a Jessica o a las demás en el

mar de gente. Me empujé a través tanto como pude y, eventualmente, me encontré

parada en frente de una tina llena con hielo y bebidas. Más que todo había cerveza

dentro, pero luego de buscar por un rato encontré una soda y la saqué. No había

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tomado una gota de alcohol desde que Nick había muerto y no estaba segura si

podría manejarlo.

—¿No quieres una de estas? —Alguien me dijo desde atrás. Me volteé y vi a Josh

sosteniendo una cerveza—. Esto es una fiesta, hombre.

Dio un paso adelante, tomó la soda de mi mano y la devolvió al hielo, luego rebuscó

en la bañera y sacó una botella de cerveza. Giró la parte superior.

—Toma. —Me dio una sonrisa que mostraba todos sus dientes.

Tomé la cerveza con mis manos temblando. Pensé en Nick. En los momentos en

que salíamos de fiesta juntos. Las veces que nos burlamos imaginándonos cómo la

gente como Jessica y Josh salían de fiesta. Sobre cuán decepcionado estaría Nick de

mí si me viera tomando con Josh. Sobre cómo ya no importaba lo que Nick pensara,

porque él se había ido. Y como de alguna manera ese pensamiento parecía hacer la

diferencia. Di un largo trago.

—¿Vienes con Jess? —me preguntó Josh por encima de la música.

Asentí y tomé otro trago.

Ambos escuchamos la música por un rato y observamos a la multitud. Josh terminó

su cerveza y arrojó la botella en un montón de envases vacíos detrás de algunos

fardos de heno. Se acercó a la tina y sacó otra, vacilando un poco mientras lo hacía.

Di otro sorbo y estaba medio sorprendida de que más de la mitad de la botella se

había acabado. Mis piernas y brazos empezaron a sentirse cálidos. También, mi

cabeza se sintió más clara, y empecé a pensar que tal vez esta fiesta fue una idea

genial. Di otro trago y empecé a rebotar ligeramente la cabeza al ritmo de la

música.

—¿Quieres bailar? —preguntó Josh.

Miré atrás un momento, segura que no estaba hablando conmigo. Él apenas podía

soportar mirarme en esas reuniones del consejo. No había puesto exactamente una

silla en la mesa del almuerzo para que me sentara, tampoco. El cambio parecía

tan… repentino.

Se rió.

—Te estoy hablando a ti —me dijo.

Me reí también. Y no una pequeña risa, algo que medio me sorprendió. Me volví a

meter la botella en la boca y me di cuenta que ya estaba vacía. Arrojé la botella

vacía detrás de la paca de heno con un tintineo y saqué otra del hielo. Josh me la

quitó de la mano y abrió la parte de arriba, luego me la volvió a dar.

—En realidad ya no bailo más —le dije, tomando un gran sorbo—. Mi pierna…

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Pero cuando miré abajo, mi pierna lucía exactamente como la de los demás. Y,

ahora que lo pienso, tampoco palpitaba de momento, tampoco. Di otro largo trago.

—Vamos —me dijo poniendo un brazo alrededor de mis hombros y acercándose a

mí—. Nadie va a notarlo.

Bebí de nuevo y lamí mis labios. Él olía bien. Como a jabón. A algún tipo de jabón de

hombre, como el que usaba Nick. Amaba ese olor en Nick. Y de repente un anhelo

se abrió paso en mí, tan grande que dolía.

De repente estaba tan sola, me sentí como si estuviera en una caja. Cerré mis ojos e

incliné mi cabeza en el brazo de Josh. Cosas nadaban en frente de mis parpados

cerrados. Sonreí, luego abrí mis ojos y acabé el resto de mi cerveza. La arrojé en la

pila y agarré su mano.

—¿Entonces que esperamos? —le dije—. Bailemos.

Estaba impresionada de cuan fácil los movimientos llegaban a través de mí.

Regresaban a mí, debería decir. Podía recordar una época en que bailar era una de

mis cosas favoritas, y con el alcohol en mi sistema, era difícil estar en la realidad.

Me recordé miles de veces bailando en los brazos de Nick, su aliento en mi cuello,

diciendo Eres hermosa, ¿lo sabes? Estos bailes del colegio son una lástima, pero al

menos conseguí estar con la chica más linda del salón.

La canción cambió a una más lenta y dejé que Josh me abrazara alrededor en la

cintura. Me acerqué a él con los ojos cerrados. Las mangas de su chaqueta

estampada crujieron en mi mejilla y me absorbió el sonido, junto con su olor, y la

sensación áspera del estampado de fútbol presionando mi oído. Con mis ojos

cerrados, pude imaginarme que estaba oliendo la chaqueta de Nick, sintiendo el

cierre presionándose en mis oídos. Escuchándolo decirme que me amaba.

Diciéndome que siempre me amaría.

Por un minuto mi fantasía fue tan real que cuando miré arriba para mirar sus ojos

me sorprendí de ver a Josh.

—Creo que debería ir por aire o algo —dije—. Mi cabeza está dando vueltas. Creo

que bebí muy rápido.

—Claro —me dijo—. Está bien.

Nos abrimos camino a través de la multitud y nos dirigimos fuera del granero.

Unos cuantos chicos estaban dispersos por aquí y allá, besándose, fumando,

jugando a agarrarse el trasero en la luz tenue y con música suave que se oía a

través de la puerta.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Rodeamos la esquina al lado del granero donde no había nadie. Josh se sentó en el

pasto y yo me dejé caer a su lado, limpiándome con mis manos la frente, que había

empezado a sudar.

—Gracias —le dije—. No he tenido mucho ejercicio en los últimos meses. Estoy

algo así como fuera de práctica.

—No hay problema —dijo Josh—. De todas maneras estaba listo para un descanso.

—Y me sonrió. Una sonrisa genuina. Y esta fiesta estaba genial. Nada como Nick y

yo pensábamos que eran estas fiestas.

De pronto hubo un ruido en los arbustos cercanos y un trío de chicos aparecieron

de la maleza, dirigiéndose a nosotros. Reconocí a uno de ellos como el hermano de

Meghan, Troy. Los otros dos sabía que eran mayores y andaban con Troy, pero no

conocía sus nombres.

—Bueno, que tienes aquí, ¿Joshy? —dijo Troy, parándose frente a nosotros, sus

brazos cruzados en su pecho—. ¿Estás ocupado con la novia del asesino?

¡Arriesgado! Oye, he escuchado que volar a la gente la excita.

La sonrisa de Josh se apagó, remplazada por una dura que conocía muy bien.

—¿Con ella? De ninguna manera, hombre. Sólo la estoy observando. Por Alex.

Asegurándome que no cause ningún problema.

Casi estaba sorprendida de sentir como si me hubieran golpeado en el pecho

cuando lo escuché decir eso. Sentí como un golpe físico. Aquí estaba yo de nuevo,

pensando que Josh estaba de verdad sobre mí, muy estúpida para ver que la

realidad. La vieja ciega Val de nuevo en acción. Mi cabeza me estaba zumbando y

sentí lágrimas en mis ojos. Idiota, pensé, Val, eres una verdadera idiota.

—Gracias, pero no necesito niñera —le dije. Intenté con todas mis fuerzas sonar

dura, como si no me hubiera afectado, pero hubo un temblor al final de las palabras,

y me encontré presionando mis labios juntos—. Ya te puedes ir —le dije cuando fui

capaz de separarlos—. Ya me estaba yendo.

Troy se agachó y me apretó las rodillas con sus manos, mirándome directamente a

la cara, muy cerca como para ser cómodo.

—Si, Joshy. Yo cuido a la Hermana Muerte.

—Genial —dijo Josh. Se paró y se fue. Mientras rodeaba la esquina del granero,

miró sobre su hombro una última vez hacía mi. Casi podría jurar que vi una mirada

de arrepentimiento en su cara cuando hizo eso, pero ¿como iba a volver a confiar

en algo que viera? Yo era, como, la peor persona del mundo en leer lo que alguien

estaba pensando. Bien podría estamparme INGENUA, en la frente.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Si ella se sale de línea —dijo Troy, acercándose tanto que mi cabello se movió

cuando me habló—. Sólo le hablaré en su propio lenguaje. —Troy inclinó su dedo

índice y el pulgar en forma de pistola y lo apretó contra mi sien. Me encogí de

hombros alejándome llena de rabia. Gruñí, tratando de ponerme en pie.

—Aléjate de mi, Troy. —Pero su control sobre mi pierna se apretó, su dedo

meñique excavando en mi muslo peligrosamente cerca de mi cicatriz—. Auch, me

estás lastimado. Déjame ir.

—¿Cuál es tu problema? —dijo Troy—. ¿No eres tan fuerte sin tu novio? —Su boca

ahora estaba tan cerca que sentí una pequeña partícula de saliva pegar en mi

oído—. Alex me dijo que venías esta noche. Al parecer a tus nuevos amigos no son

muy felices teniéndote alrededor de sus fiestas.

—Alex no es mi amigo. Estoy aquí con Jessica —dije—. No importa. De todas

maneras me estoy yendo. Déjame ir.

Sus dedos se cerraron en mi pierna más fuertemente.

—Mi hermana estaba en esa cafetería —dijo—. Ella vio a sus amigos morir, gracias

a ti y a ese asqueroso novio tuyo. Ella sigue teniendo pesadillas sobre eso. Él

obtuvo lo que se merecía, pero tú tuviste un pase libre. Eso no está bien. Tú debiste

morir ese día, Hermana Muerte. Todos desean que lo hubieras hecho. Mira a tu

alrededor. ¿Donde está Jessica, si ella te quiere tanto? Ni siquiera los amigos con

los que viniste, quieren estar contigo.

—Aléjate de mí —le dije de nuevo, sacando sus dedos. Pero sólo me pincharon más

fuerte.

—Tu novio no es el único que puede poner las manos en un arma, ¿sabes? —dijo.

Poco a poco se puso de pie de nuevo. Metió la mano en sus jeans y sacó algo

pequeño y negro. Me apuntó, y cuando la luz de la luna lo iluminó, jadeé y me

presioné contra la pared del granero.

—¿Así era el tipo de arma que tu psicópata novio usó? —me preguntó, girando la

pistola en su mano para que la contemplara. La apuntó a mi pierna—. ¿La

reconoces? No es tan difícil conseguir una. Mi padre esconde ésta en las vigas

debajo de las escaleras. Si quisiera, podría hacer que la gente se fuera, justo como

lo hizo Nick.

Traté de mirar lejos, me forcé a ser fuerte, al menos pararme y correr. Pero no

podía hacer nada más que mirar el arma que colgaba de la mano de Troy y me sentí

sin huesos, mis músculos inservibles. Mis oídos empezaron a zumbar justo como el

día del tiroteo, y sentí que no podía respirar. Imágenes del comedor trataron de

entrar en mí.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Para. —Medio gruñí. Lágrimas brotaron de mis ojos y me las limpié con mis

temblorosas manos.

—Quédate lejos de mi hermana y sus amigas —me dijo.

—Esto es estúpido —dijo su amigo—. Vamos, Troy. Estoy perdiendo mi estímulo.

Ésa cosa ni siquiera está cargada.

Troy me miró, su cara formando una sonrisa. Movió el arma hacia mí y se rió como

si todo fuera una gran broma.

—Tienen razón —le dijo a su amigo—. Vámonos de aquí.

Guardó el arma en su forro y se dieron la vuelta al frente del granero.

Me senté en el pasto haciendo un profundo, roto sonido con mi garganta que no era

como un llanto y tampoco un grito, pero era algo en medio. Sentí como si mis ojos

se fueran a salir de sus orbitas, y en todo lo que podía pensar era en huir.

Me puse de pie y corrí con todas mis fuerzas a través del pasto hacia la carretera,

ignorando el dolor en mi pierna que latía cada vez que mi pie se golpeaba contra el

suelo.

Seguí corriendo hasta que mis pulmones se sintieron fundidos. Después entré,

primero por los caminos de grava y luego en el camino pavimentado, siguiendo las

vías del ferrocarril a la carretera. Una vez que paré y me senté en una pequeña

pared cerca de un estanque para tomar aliento y dejar descansar mi pierna.

Me arrastré hasta el borde del estanque, acostada sobre mi vientre, y salpiqué mi

cara con el agua fría. Y luego me senté allí, mis jeans empapándose con el suelo

húmedo debajo de mí, mirando hacia el cielo, que parecía tan claro y lleno de

promesas.

Finalmente llegué a la carretera y poco tiempo después a una estación de gasolina.

Saqué mi celular del bolsillo y marqué al celular de mi papá. El único que había

agregado a mi lista de contactos, pensando, nunca lo voy a llamar. Nunca lo voy a

llamar.

Esperé por dos timbres.

—¿Papá? —le dije—. ¿Podrías recogerme?

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Anne_Belikov

Corregido por Vapino

Papá vino a recogerme a la gasolinera en su pijama, su rostro anguloso e intenso,

sus manos agarrando fuertemente el volante. No miró directamente hacia mí

mientras me deslizaba en el asiento delantero a su lado, sólo se quedó sentado ahí

mirando directo al frente, su mandíbula apretada.

—¿Has estado bebiendo? —preguntó, mientras salía del estacionamiento de la

gasolinera rumbo a la calle.

Asentí.

—Maldita sea, Valerie —dijo—. ¿Ése es el por qué me llamaste? ¿Por qué estás

ebria?

—No —dije, inclinando mi cabeza contra el asiento—. No estoy ebria.

—Puedo olerlo en ti.

—Sólo fueron un par de cervezas. Por favor, no le digas a mamá. Por favor. La

matará.

Me dio una mirada que claramente decía: ¿Y qué hay de mí? Pero lo pensó mejor.

Tal vez se dio cuenta de que no sólo era yo la que estaba matando a mamá. Él

también tenía algo que ver con la muerte de sus sueños.

—No puedo creer que tu madre esté dejándote ir a fiestas —murmuró bajo su

aliento.

—Tal vez ella está intentando confiar en mí —dije.

—No debería —respondió, mirándome mientras entraba en la carretera.

Conducimos en silencio, papá sacudiendo su cabeza cada pocos segundos,

disgustado. Lo miré, preguntándome cómo habíamos llegado a este punto. Cómo el

mismo hombre que sostuvo a su pequeña hija y besó su pequeño rostro podría un

día estar tan determinado a sacarla de su vida, de su corazón. Cómo, incluso

cuando ella intentaba alcanzarlo angustiadamente —por favor, papá, ven a mí, ven

a salvarme—todo lo que él podía hacer era acusarla. Cómo esa misma hija podía

mirarlo y no sentir nada sino desprecio, culpa, ira y resentimiento, porque eso es

todo lo que había irradiado de él por tantos años y se había vuelto contagioso.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Tal vez era el alcohol o quizá era la brusquedad que sentí después de la amenaza

de Troy, o tal vez ambos, pero por alguna razón no podía dejar fuera la furia que

sentía correr a través de mí. Era mi papá. Se suponía que tenía que protegerme, al

menos estar preocupado cuando lo llamé de una gasolinera en medio de ninguna

parte a medianoche, pidiéndole que me recogiera.

—¿Por qué no? —exclamé antes de poder detenerme a mí misma.

Me miró de nuevo.

—¿Por qué no qué?

—¿Por qué no debería mamá confiar en mí, Papá? ¿Por qué estás tan determinado

a hacer que yo sea la mala todo el tiempo? —Miré un costado de su cara, dispuesta

a hacer contacto visual. Él no—. He estado haciéndolo realmente bien últimamente

y ni siquiera te preocupa.

—Aun así te las arreglaste para meterte en problemas esta noche —dijo.

—No tienes idea de lo que sucedió esta noche —dije, mi voz alzándose un poco—.

Todo lo que sabes es que, porque estuve involucrada, de alguna manera soy

culpable de algo. Al menos podrías pretender que te importa, ¿sabes? Al menos

podrías intentar entenderlo.

Papá dio una pequeña y sardónica risa.

—Te diré lo que entiendo —dijo, su voz adquiriendo causticidad—. Entiendo que

cuando te fuiste por tus propios medios, te metiste en problemas, eso es lo que

entiendo. Entiendo que estaba tratando de tener una feliz, relajada tarde con Briley

y otra vez lo arruinaste.

De nuevo me recargué contra el asiento y bufé burlonamente.

—Perdón por arruinar tu perfecta vida con la pequeña y perfecta Briley —dije—.

Siento que hayas sido molestado por tu familia real. Pero en caso de que tú…

Pero papá me cortó, su voz alzándose en el auto.

—Entiendo que tu madre te permita ir libremente. Si yo estuviera ahí, no te habría

dejado ir a ninguna maldita fiesta esta noche.

Mis ojos se abrieron.

—Pero no estabas ahí, papá. Ése es el punto. Nunca estás ahí. Incluso cuando estás

cerca, no estás aquí. Briley no es tu familia. Yo soy tu familia. Yo lo soy. Briley es

sólo una… estúpida aventura.

Papá giró el volante y el Lexus se desvió hacia un extremo de la carretera. El auto

detrás de nosotros paró en un alto y tocó la bocina. Luego, lentamente comenzó a

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conducir alrededor de nosotros, el conductor miraba a papá. Pero papá no se dio

cuenta. Él estacionó el auto en el parque y salió. Dio varios pasos largos hacia mi

lado del carro y tiró para abrir la puerta, alcanzando y agarrándome del hombro

con una fuerza increíble, y tiró de mí hacia afuera. Grité y tropecé en la grava.

Me acercó a su rostro, sus dedos todavía cavando en mi hombro.

—Escúchame, señorita —dijo, a través de sus dientes apretados—. Es hora de que

entiendas algo. Has tenido una vida malditamente buena, has sido una maldita

mocosa y estoy enfermo. —Él negó con la cabeza cuando dijo la palabra “enfermo”

y saliva salió volando de entre sus dientes y mejillas, y aterrizó en mi barbilla—.

Enfermo de que tú estés arruinando la vida de todos. Puedes deshacerte de toda tu

mierda y empezar a actuar bien o voy a lanzar tu trasero a la calle antes de que

puedas decir “mocosa desagradecida”, ¿me escuchas?

Mis ojos estaban muy abiertos y yo estaba respirando entrecortadamente. Mi

hombro dolía donde lo apretaba y podía sentir mis piernas temblando. Mi ira se

había desvanecido; estaba demasiado asustada para estar enfadada. Asentí,

aturdidamente.

Se relajó un poco, pero no lo dejó ir, y todavía habló en pequeños reportes de ira a

través de sus dientes.

—Bien. Ahora voy a llevarte a mi casa con Briley quien, te guste o no, también es

mi familia, y será mejor que no te desquites con ella mientras estés ahí. Y si sientes

que no puedes manejar actuar normal por una maldita noche, entonces te llevaré a

tu casa ahora, pero tendrás cinco minutos para recoger tu mierda y largarte. Lejos

de esta familia. Un tiempo. No me pruebes.

Un auto plateado llegó a nuestro lado y ralentizó su marcha, la ventana del

pasajero abierta. El rostro de una mujer apareció en el espacio abierto, curioso y

preocupado.

—¿Está todo bien aquí? —gritó ella. Ninguno de nosotros se movió al principio,

nuestros ojos cerrados, nuestros cuerpos todavía en la sombra del auto.

Finalmente, papá, respirando duro a través de sus fosas nasales, dejó ir mis

hombros y miró hacia arriba.

—Bien. Estamos bien —dijo él, caminando alrededor del frente del carro.

—¿Señorita? —gritó ella—. ¿Está bien? ¿Necesita que llamemos a alguien?

Lentamente, como si lo hiciera a través del agua, me giré y la miré. Ella tenía un

celular en la mano y me lo tendió, sus ojos parpadeando en papá, mientras él abría

la puerta del conductor y entraba al auto. Parte de mí quería correr hacia ella,

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lanzarse al asiento trasero de su auto y rogarle que me llevara lejos de aquí. A

cualquier otro lugar.

Pero en vez de eso negué con mi cabeza.

—Estoy bien —dije—. Gracias. —Alcancé a alisar mi camisa, la cual estaba

arrugada ahí donde los dedos de mi padre habían presionado.

—¿Está segura? —preguntó ella. Su carro comenzó a avanzar lentamente hacia

adelante.

Asentí.

—Sí —dije—. Estoy bien.

—De acuerdo —dijo ella inseguramente—. Ten una buena noche. —Mantuvo sus

ojos en mí mientras subía el vidrio de nuevo y el carro comenzaba a alejarse,

desapareciendo en la noche.

Me incliné contra el auto de papá, temblando. Mi corazón estaba golpeteando y

sentí náuseas. Di unas pocas respiraciones profundas e intenté calmarme antes de

entrar de nuevo y cerrar mi puerta. Conducimos el resto del camino a casa en

silencio.

Cuando llegamos al departamento de papá, Briley, envuelta en un grueso abrigo

rosa, estaba esperando en la puerta. Ella me miró mientras entrábamos a través de

la puerta y dio a papá una mirada de sorpresa.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó ella.

Papá lanzó sus llaves a la mesita de al lado y siguió caminando. Lo seguí

tímidamente y miré alrededor. El lugar lucía como papá, a pesar de que no

reconocí nada ahí como cosas de papá. Esas cosas estaban todas en mi casa. Aun

así estas cosas podían fácilmente haber sido sus cosas, también. Había una TV de

pantalla plana en la esquina de la sala, mucha mueblería de cuero —negro— y dos

gigantescas estanterías hacinadas de libros. En la mesa de café estaban dos vasos

de vino con unos seis milímetros de vino tinto vertido en el fondo de cada una. Los

imaginé a los dos, pasando el rato en sus pijamas y abrigos, observando Letterman,

sosteniendo sus manos, tomando una bebida antes de dormir, cuando el teléfono

sonó. ¿Había Briley rodado sus ojos cuando él se fue? ¿Había intentado ella

detenerlo?

Escuché la puerta del refrigerador abrirse y cerrarse cerca de la esquina. Me quedé

de pie en el pasillo, bajo la mirada de Briley.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Vamos —dijo ella. Tocó mi hombro ligeramente, no muy diferente del toque que

papá le había dado en la oficina el otro día. El toque que los había unido—. Te

conseguiré un pijama.

La seguí a un frío y cuadrado dormitorio. Ella me animó a sentarme en la cama y lo

hice mientras revolvía a través de un par de pijamas.

—Aquí —dijo ella, tendiéndomelo. Se quedó de pie y me estudió, sus manos

descasando en sus caderas—. Él es tu padre —dijo—. Merece saber qué está

sucediendo.

Parpadeé y miré hacia abajo, a mi regazo.

—¿Sería más fácil decirme, entonces? —preguntó ella. No lo dijo en una voz

demasiado agradable y no intentó ser toda gentileza o llegar hasta mí, lo que

aprecié. Podría haber metido un mechón de pelo detrás de mi oreja o frotar la

parte baja de mi espalda o algo. Ella sólo se sentó a mi lado en la cama y descansó

sus palmas en el colchón a su lado y dijo—: Dímelo y se lo diré a él. De cualquier

manera él tiene que saberlo. No puedes estar aquí si no vas a decirle. Llamaré a tu

madre yo misma.

Se lo conté todo. Ella nunca dijo una palabra mientras hablé y no intentó

abrazarme cuando terminé. Sólo se levantó y alisó su abrigo a los costados de sus

piernas con sus palmas y dijo:

—Puedes cambiarte en el baño aquí a tu derecha. —Y salió de la habitación.

La siguiente cosa que supe era que estaba sentada de piernas cruzadas en el sofá

de cuero, bebiendo un vaso de leche que ella me había dado, y escuchándolos

pelear en la cocina.

—Ella no puede dejarlo salirse con la suya —siseó la voz de Briley desde la

cocina—. Sabes eso.

—Ella tiene miedo. Seguramente puedes entenderlo. —La voz de papá ni siquiera

se molestó en sisear—. Además, ella no va a escuchar una maldita cosa que diga

esta noche. Eso está perfectamente claro.

Una parte de mí quería sentirse presuntuosa por causar su pelea. Sobre causar una

grieta entre la feliz pareja. Como si hubiera reído al último, a pesar de la amenaza

de papá. Pero no podía hacerlo. Todo lo que podía sentirme era cansada y

entumecida. Y estúpida. Increíblemente estúpida.

—Ella está pasando por un tiempo difícil en la escuela tal como están las cosas. Él

no le hizo daño. Ni siquiera va a esa escuela ya. Se graduó. —Papá estaba diciendo.

—Ése no es el punto, Ted. Él la amenazó. Sacó su miedo. Y tenía un arma.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Pero no estaba cargada. Ni siquiera sabemos si era una pistola real. Además…

esto no nos corresponde a nosotros. Deja a su madre lidiar con ello, si ella decide

contarle a su madre. Jenny la deja salir; ella puede manejar el problema.

—Necesita a sus padres ahora, Ted.

—¡Pero tú no eres su madre! —rugió papá.

Mi boca cayó abierta cuando dijo eso y me encontré sintiéndome mal por Briley.

Ella debió haber reaccionado porque de pronto la voz de él se volvió baja, en

controlada ira.

—Lo siento… lo siento. Sé que querías ser una familia, pero ahora todavía es

demasiado pronto. No eres madre todavía. Pero yo soy padre.

—Entonces actúa como uno. —Vino la ilegible respuesta, entonces pasos, el sonido

de zapatillas golpeando la madera del piso del vestíbulo, y una puerta se cerró

suavemente en el dormitorio.

Escuché a papá suspirar en la cocina. Más pasos. Papá viniendo a la sala.

—Te llevaré a casa en la mañana —dijo él en voz mesurada—. ¿Qué hay sobre la

chica con la que se suponía que pasarías esta noche? ¿Crees que ella vaya a llamar

a tu madre cuando se dé cuenta de que estás desaparecida?

—La llamé y le dije que estaba sintiéndome enferma y que tú me habías recogido.

No debería preocuparse por mí.

Él asintió.

—Escucha —dijo él, suspirando, frotando su frente—. Como abogado, te lo digo,

debes decirle a la policía que ese chico te amenazó. Ver qué dicen. De esa manera al

menos lo archivarán.

—Pensaré en ello —dije.

—Piénsalo mucho —dijo él, y luego hizo una pausa—. Y tienes que decirle a tu

madre.

—Lo sé —dije, pero en mi mente me prometí a mí misma que no lo haría. Esta

fiesta era en Dakota del Sur. Y además, él estaba en lo cierto. No es como si fuera

alguna gran experta en armas o algo. Podría haber sido falsa. ¿Cómo sabría yo la

diferencia?

Él se volvió como si fuera a dejar la habitación.

—Es mejor que te vayas pronto a la cama —dijo, haciendo un gesto a la almohada y

a la manta próximas a mí en el sofá—. Estaré llevándote a casa a primera hora de la

mañana. Tengo cosas que hacer.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Él apagó el foco y la sala se sumió en oscuridad. Me estiré hacia atrás en el sofá y

miré al techo hasta que mis ojos dolieron, temerosa de cerrarlos por miedo a que

las imágenes de la noche se repitieran en mi cabeza. Mi cerebro estaba tan

asustado de elegir ahora. Una cosa era segura: estaba enferma y cansada de

sentirme asustada. Pero donde estaba, cada camino que podía tomar desde aquí,

me asustaba como el infierno.

Y algo más estaba claro. Papá no estaría alrededor. No perdería mi tiempo

intentándolo. Él ya había tomado su decisión sobre mí.

En la mañana, papá me hizo subir al Lexus y condujo a casa. Ninguno de nosotros

habló hasta que se detuvo en la acera frente a la casa. Era todavía tan temprano

que el cielo estaba gris y la casa parecía dormida.

—Dile a Frankie que los recogeré a ustedes chicos el sábado en la mañana —dijo—.

Saldremos a comer o algo.

Asentí.

—Se lo diré, pero creo que me quedaré en casa.

Él consideró esto, buscando mi rostro con sus ojos. Después de un momento dio un

pequeño asentimiento.

—Creo que eso no me sorprende.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por PaolaS

Corregido por Xhessii

Después que mi padre me dejara, corrí hasta mi dormitorio y me quedé dormida

boca abajo en mi cama. Mamá llegó después de un rato para decirme que era

tiempo de ir a terapia y la despedí con un gesto, con la promesa de que llamaría al

Dr. Hieler esa noche en su lugar. Mentí, diciéndole que me había quedado hasta

muy tarde con Jessica y necesitaba dormir un poco.

Sin embargo, después de que mamá me había dejado, rodé sobre mi espalda y me

encontré mirando al techo una vez más, incapaz de volverme a dormir. Después de

un tiempo me levanté y le pedí que me llevara donde Bea.

—Oh —dijo Bea, viendo la expresión de mi cara cuando entré en el estudio de arte

una hora más tarde—. ¡Oh Dios mío! —Pero no dijo nada más. Sólo volvió a la

fabricación de sus joyas, sacudiendo la cabeza lastimosamente cada cierto tiempo y

chasqueando su lengua.

No le dije algo a Bea, tampoco. Sólo quería que me dejaran sola. Quería pintar, para

alejarme de todo.

Saqué un lienzo en blanco de la estantería y lo llevé a mi caballete. Lo miré durante

tanto tiempo que estaba segura que mamá volvería a buscarme y no tendría nada

que mostrarle de mi tiempo sentada aquí, más que un lienzo en blanco que

contenían miles de imágenes que sólo yo vería.

Finalmente tomé un pincel y lo unté en la paleta, sin saber qué color elegir.

—¿Sabías qué —murmuró Bea, arrancando una brillante perla verde de una caja

con las uñas y uniéndola a un brazalete—, que algunas personas piensan

erróneamente que todo lo que los pinceles hacen es pintar? Cuán cerrada pueden

tener las personas la mente.

Miré mi pincel. Mis manos de repente se pusieron a trabajar sin mí, como habían

hecho tantas veces antes, girando el pincel de modo que las cerdas se acurrucaran

en mi palma. Hice un puño apretado alrededor de ellas. Sentí las cerdas aplastarse

en mi puño.

Llevé la punta del mango de pincel al lienzo y la presioné en él. Un poco, y luego un

montón. Y luego sentí un chasquido, y escuché un pequeño desgarro cuando el

cepillo se asomó a través de la lona, abriendo un agujero en el centro. Saqué el

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

pincel y lo miré, luego lo hice de nuevo, a alrededor de dos centímetro y medio del

primer rasgón.

Decir que estaba creando algo en particular, sería una mentira. No había nada

pasando por mi mente mientras trabajaba. Sólo sabía que mis manos se movían y

que con cada golpe a través de la tela, sentía un alivio no identificable correr a

través de mí. No era un sentimiento, sólo estaba buscando algo que estaba siendo

dibujado por mi interior.

Pronto tuve diez rasgones en mi lienzo. Los pinté de rojo. Les rodeé de un montón

de negro, salpicando con unas gotas acuosas que parecían manchas de lágrimas.

Me eché hacia atrás y lo miré. Era feo, oscuro y sin control. Al igual que la cara de

un monstruo. O tal vez lo que vi fue mi propia cara. No podía decirlo. ¿El rostro era

la imagen de algo malo o la imagen de mí misma?

—Ambos —murmuró Bea, como si hubiera dicho mi pregunta en voz alta—. Por

supuesto que es ambas cosas. Pero no debería serlo. Por Cristo, no.

Sin embargo, sabía lo que tenía que hacer. En cierto modo, Troy estaba en lo cierto.

No pertenecía. No con Jessica, ni con Meghan y definitivamente tampoco con Josh.

No pertenecía a esas fiestas. No tenía cabida en el Consejo Estudiantil. No

pertenecía con Stacey y Duce. Con mis padres que habían sufrido tanto. Con

Frankie que hacía amigos con tanta facilidad.

Y, ¿a quién estaba engañando? Realmente nunca pertenecí a Nick. Porque lo había

traicionado totalmente, haciéndole pensar que creía en lo que él creía, haciéndole

pensar que estaría a su lado sin importar qué, incluso si él mataba gente.

Bea estaba equivocada. Yo era el monstruo y la niña triste. No podía separar a los

dos.

Así que solté el pincel, este cayó al suelo, rociando puntitos de pintura en las botas

de mi pantalón, y salí de ahí, fingiendo no escuchar los gritos de aliento de Bea

detrás de mí.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Cami.Pineda

Corregido por Xhessii

—No puedes dejarlo ahora —dijo Jessica. Una molesta línea se dibujó sola en su

frente—. Sólo tenemos unos pocos meses para hacer esto juntos. Necesitamos tu

ayuda. Tu compromiso.

—Bueno, ahora estoy des-comprometida —le respondí—. Estoy fuera.

Cerré mi casillero y caminé hacia la banca de las puertas de vidrio.

—¿Cuál es tu problema? —siseó Jessica, llegando detrás de mí. Por un momento

casi pude ver a la vieja Jessica brillar a través de ella… casi podía escuchar su voz

diciendo: ¿Qué miras, Hermana Muerte? De alguna manera me lo hacía todo más

fácil.

—¡Esta escuela es mi problema! —le dije con los dientes apretados—. Tus amigos

imbéciles son mi problema. Sólo quiero estar sola. Sólo quiero terminar e irme de

aquí. ¿Por qué no puedes entender eso? ¿Por qué siempre me estás presionando a

ser alguien que no soy? —No reduje la velocidad.

—Dios, ¿cuándo vas a dejar esa cosa de “no soy una de ustedes”, Valerie? ¿Cuántas

veces tengo que decirte que sí lo eres? Creí que éramos amigas.

Paré y me volteé para ponerme enfrente de ella. Eso era casi un error. Me sentí tan

culpable —podía ver el dolor en su rostro—, pero sabía que debía alejarme de ella.

Alejarme del Consejo Estudiantil. Alejarme de Meghan. Alejarme de Alex Gold

quien me odiaba tanto como para dejar a Josh como mi niñera, y que Troy me

amenazara en su fiesta. Alejarme de toda la confusión y el dolor. No podía decirle a

Jessica la verdad de lo que pasó con Troy en la fiesta. Ya se había armado

fuertemente contra Meghan para que me aceptara. Ella probablemente irrumpiría

en la puerta de Troy y lo pondría en arresto ciudadano. Podía imaginármela

haciéndome su causa, forzando a todos en Garvin a aceptarme de nuevo. Aún si no

quisieran. Estaba cansada de ser el proyecto de caridad de Garvin, siempre bajo el

escrutinio, siempre bajo las cámaras, sólo no podía hacerlo más.

—Bueno, te equivocas. Nosotras no somos amigas. Sólo estaba haciendo esto

porque me sentía culpable por lo del cuaderno. Ellos no me quieren allí, Jessica. Y

tampoco quiero estar allí. Nick no soportaba tu pequeña multitud y yo tampoco

puedo.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Su cara se enrojeció.

—En caso que no lo hayas notado, Valerie, Nick está muerto. Así que ya no importa

lo que él piense. Y para aclarar, no creo que lo haya hecho, excepto por unos

minutos en mayo. Pero pensé que eras diferente. Pensé que eras mejor. Me

salvaste la vida, ¿recuerdas?

La miré directamente a los ojos, pretendiendo que tenía confianza para

encontrarme con los de ella.

—¿No lo entiendes? No quería salvarte —le dije—. Sólo quería que él parara de

disparar. Tú pudiste ser cualquier otro.

Su cara no mostró emoción alguna. Sin embargo su respiración se hizo más

pausada. Podía ver su pecho levantarse y bajar.

—No te creo —dijo—. No te creo ni una palabra.

—Bueno, créelo. Porque es la verdad. Puedes terminar tu pequeño proyecto del

Consejo Estudiantil sin mí.

Me volteé y continué caminando. Justo cuando iba a alcanzar las puertas dobles, la

voz de Jessica se escuchó detrás de mi espalda.

—¿De verdad crees que esto ha sido fácil para mí? —me llamó.

Me paré, y me di la vuelta.

Ella estaba parada adonde la había dejado. Su cara se veía graciosa, casi como si se

estuviera retorciendo por las emociones.

—¿Lo crees?

Tiró su bolso al suelo y caminó hacia mí, firmemente, con una mano en su pecho.

—Bueno, no lo es. Todavía tengo pesadillas. Todavía escucho disparos. Todavía...

veo la cara de Nick cada vez que veo... que te veo a ti. —Ella había empezado a

llorar, arrugando la barbilla como una niña chiquita, pero su voz seguía estable y

fuerte.

—No me caías bien... antes. No puedo cambiar eso. He tenido que pelear con mis

amigos para incluirte. He tenido que pelear con mis padres. Pero al menos he

tratado.

—Nadie te pidió que trataras —le dije—. Nadie dijo que tenías que hacerme tu

amiga.

Ella movió su cabeza salvajemente.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Te equivocas —me dijo—. El dos de mayo me lo dijo. Viví, y eso hizo todo

diferente.

—Estás loca —le dije, pero mi voz era tambaleante e incierta.

—Y tú eres egoísta —me dijo—. Si te alejas de mí ahora, simplemente eres egoísta.

Ella consiguió estar a sólo unos pasos de mí y todo en lo que podía pensar era en

salir se allí, aún si eso me hacía egoísta o no. Me sumergí a través de las puertas

dentro del aire abierto. Me dejé caer en el carro de mi madre y hundí mi espalda en

el asiento.

Mi pecho se sentía pesado y frío. Mi barbilla tenía espasmos y mi garganta se sentía

llena.

—Vamos a casa —le dije a mi madre mientas manejaba.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por sooi.luuli

Corregido por Mir

—¿Aún sin hablar? —preguntó el Dr. Hieler, sentándose en su silla. Me entregó una

Coca-Cola. No dije nada. No había dicho nada desde que él había entrado en la sala

de espera a buscarme. No había dicho una palabra cuando me preguntó si quería

un refresco, tampoco le había agradecido cuando me dijo que iba a salir para

conseguirnos algo de tomar y que volvería enseguida. Sólo me senté, malhumorada

en su sofá, encorvada en los almohadones con mis brazos cruzados y un ceño

fruncido oscureciendo mi cara.

Nos sentamos en silencio por un rato.

—¿Me trajiste ese cuaderno? Aún quiero ver tus dibujos —dijo él.

Negué con la cabeza.

—¿Ajedrez?

Me moví de mi sitio en el sofá y me senté al otro lado del tablero de ajedrez.

—Sabes —dijo lentamente, haciendo su movimiento en el tablero de ajedrez—.

Estoy comenzando a pensar que algo está disgustándote. —Dirigió sus ojos hacia

mí y sonrió—. Leí un libro sobre el comportamiento humano una vez. Eso es lo que

me hace tan hábil en reconocer cuando alguien está disgustado.

No le devolví la sonrisa. Sólo bajé la mirada de regreso al tablero e hice mi

movimiento.

Jugamos por un rato en silencio, prometiéndome a mí misma todo el rato que no

diría nada. Que sólo volvería a ese amistoso lugar de tranquilidad y soledad que me

había acunado en el hospital. Sólo me enroscaría en mí misma hasta desaparecer.

Nunca le hablaría a nadie de nuevo. El problema era, que era demasiado difícil

estar en silencio con el Dr. Hieler. Él se preocupaba mucho. Era demasiado

confiable.

—¿Quieres hablar sobre ello? —preguntó, y antes de que pudiera hacer algo para

detenerlo, una lágrima bajó por mi mejilla.

—Jessica y yo no somos más amigas —dije. Rodé mis ojos y me golpeé la mejilla

con enojo—. Ni siquiera sé porqué estoy llorando por ello. No es como si en

realidad hubiésemos sido amigas de cualquier manera. Es tan estúpido.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—¿Cómo sucedió eso? —preguntó, abandonando el juego de ajedrez y sentándose

hacia atrás—. ¿Ella finalmente decidió que eras demasiado perdedora para ser su

amiga?

—No —dije—. Jessica nunca diría eso.

—¿Así que quién lo hizo? ¿Meghan?

—No —dije.

—¿Ginny?

—No he visto a Ginny desde el primer día de escuela.

—Hm —dijo, asintiendo con su cabeza. Él miró al tablero de ajedrez

pensativamente—. ¿Así que eres la única voz entonces, huh?

—Ella aún quiere que seamos amigas —agregué—. Pero no puedo.

—Porque algo ocurrió —dijo.

Le eché un vistazo bruscamente. Él había cruzado sus brazos y estaba recorriendo

su dedo índice sobre su labio inferior como lo hacia siempre que estaba sacando

información de mí.

Suspiré.

—No tiene nada que ver con el porqué boté a Jessica.

—Sólo una coincidencia —dijo.

No respondí. Sólo sacudí mi cabeza y dejé que las lágrimas rodaran.

—Sólo quiero que todo se vaya. Sólo quiero que todo el drama se detenga. Nadie

me creería de cualquier manera —susurré—. A nadie le importaría.

El Dr. Hieler se movió, se inclinó hacia delante en su silla, y elevó sus ojos para que

pudieran encontrarse con los míos.

—Yo lo haría. Ambas cosas.

Le creí. Si a alguien le importara lo que ocurrió en la fiesta, lo que ocurrió con Troy,

sería al Dr. Hieler. Y mantenerlo todo dentro, lo que se sentía cómodo sólo hasta

hace una semana, de repente se sintió pesado y casi físicamente doloroso. La

siguiente cosa que supe fue que, me encontraba, increíblemente, hablando. Como si

incluso el silencio ya no me era más amistoso.

Le conté al Dr. Hieler todo. Se sentó de nuevo en su silla y escuchó, sus ojos se

volvían más y más vívidos, su cuerpo se ponía más tenso mientras hablaba. Juntos

llamamos a la policía para reportar la amenaza de Troy. Ellos verificarían las cosas,

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

dijeron. No habría probablemente mucho que pudieran hacer. Especialmente si no

estás incluso segura de que fuera un arma real, dijeron. Pero no se rieron de mí por

decirlo. No dijeron que lo merecía. No me acusaron de mentir.

Cuando mi sesión terminó, el Dr. Hieler me acompañó hacia la sala de espera,

donde mamá estaba sentada sola leyendo una revista.

—Ahora necesitas decirle a tu mamá lo que ocurrió —dijo. Mamá levantó la vista,

sobresaltada. Su boca formó una pequeña o mientras miraba de él a mí—. Y vas a

tener que trabajar demasiado para mejorarte —advirtió—. No tienes que

abandonar ahora. No te dejaré. Tienes más trabajo duro al frente de ti.

Pero no me sentía como trabajando duro, y cuando llegué a casa todo lo que pude

pensar fue en desplomarme de vuelta en mi cama y dormir.

Le conté a mamá todo en el auto, incluida la amenaza de papá al costado de la

carretera cuando me recogió. Ella parecía indiferente, desinteresada mientras

hablaba, y no dijo nada cuando terminé. Pero tan pronto como llegamos a casa

llamó a papá. Subí las escaleras hacia mi habitación, escuchando el aumento de la

voz de mamá mientras hablaba, echándole la culpa por saber y no decírselo. Por

recogerme sin llamarla. Por no estar en casa donde él pertenecía en el primer lugar.

Después de un rato escuché la puerta principal abrirse, seguida por los murmullos

de mamá nuevamente. Abrí mi puerta y espié escaleras abajo. Papá estaba parado

en la entrada, con sus manos en las caderas, y su cara arrugada con irritación.

Noté que él estaba en sus ropas informales, las cuales encontré raras porque era un

día de trabajo y papá nunca dejaba el trabajo antes de que se hiciera de noche. Pero

entonces noté algunas manchas de pintura en su remera y me di cuenta de que él

debía haber estado en casa todo el día, pintando el departamento de Briley.

Haciéndolo para ambos. Silenciosamente cerré mi puerta y caminé hacia la ventana.

Briley estaba sentada en el auto al volante esperando por él.

Escuché la ansiosa voz de mamá murmurar de nuevo. Lo escuché vociferarle en

respuesta.

—¿Qué se suponía que debía hacer? —Una pausa y entonces su voz de nuevo—.

Envíala de vuelta al maldito centro psiquiátrico, eso es lo que pienso. ¡Me importa

una mierda de lo que ese psiquiatra dice sobre el progreso! —Y entonces escuché a

la puerta principal cerrarse de un golpe. Caminé hacia la ventana de nuevo y lo

miré entrar al auto con Briley e irse.

No mucho tiempo después de que papá se fue, sentí movimiento cerca de la puerta

y abrí un ojo. Frankie estaba de pie inclinándose tentativamente contra el marco de

la puerta. Él se veía de alguna manera más viejo, con su rizado pelo corto brillando

con gel y el botón inferior de su camisa desabotonado sobre una remera de

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Abercrombie y sus pantalones descoloridos-de-fábrica. Su cara lucía

sobrenaturalmente suave e inocente y tenía esas manchas permanentes rosas

sobre sus mejillas que lo hacían parecer constantemente avergonzado. Tal vez

estaba avergonzado. Viendo la vida con la que él tenía que lidiar.

Desde que papá se mudó, Frankie casi se había ido a vivir con su mejor amigo, Mike.

Había oído por casualidad a mamá diciéndole a la mamá de Mike que necesitaba

algo de tiempo para aclarar las cosas con su pasado y apreciaba que la familia de

Mike cuidara a Frankie. Me imaginé que fue este tiempo con Mike lo que explicaba

la transformación de Frankie. La mamá de Mike era una de esas mamás perfectas

que nunca tendrían un chico con pelo en punta, mucho menos uno que disparara

en una escuela. Frankie era un buen chico. Incluso yo podía reconocer eso.

—Hey —dijo—. ¿Estás bien?

Asentí, me incorporé.

—Sí, estoy bien. Sólo cansada supongo.

—¿Ellos en verdad te van a enviar de vuelta al hospital?

Puse mis ojos en blanco.

—Papá sólo está desahogándose.

—¿Necesitas volver? Quiero decir, ¿estás loca o algo así?

Casi me reí. De hecho, me reí entre dientes sólo un poco, lo cual hizo doler mi

cabeza. Sacudí mi cabeza en señal de no. No estaba loca. Al menos no pensaba que

lo estuviera.

—Ellos sólo están alterados ahora mismo —dije—. Lo superarán.

—Bueno, si te vas… —comenzó y luego se detuvo. Agarró mi cubrecama con las

uñas mordidas—. Si te vas, te escribiré —dijo.

Quería abrazarlo. Consolarlo. Decirle que no sería necesario porque no había

manera de que fuera a ir a algún estúpido centro psiquiátrico. Que me mantendría

alejada de papá y que él eventualmente se calmaría. Quería decirle que nuestra

familia se arreglaría… sería mejor, incluso.

Pero no dije ninguna de esas cosas. No dije nada en absoluto, porque de alguna

manera no decir nada parecía más humano que darle todas esas palabras de

consuelo. Después de todo, ¿cómo se suponía que yo sabría algo de todo eso?

Él se alegró de repente.

—¡Papá va a conseguirme un cuatriciclo! —dijo con emoción—. Me lo dijo por

teléfono anoche. Y va a llevarme y a mostrarme cómo manejarlo. ¿No es increíble?

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Eso es increíble —dije con tanta convicción como pude reunir. Era fantástico ver

a Frankie sonreír y emocionado de nuevo, incluso si no creía por un minuto que

papá iba a comprarle algo. Eso sería tan… de un padre que da gustos… y ambos

sabíamos que nuestro padre no era un padre de dar gustos.

—Puedes manejarlo, también —dijo—. Si, tú sabes, vienes a lo de papá alguna vez.

—Gracias. Eso sería divertido.

Él se sentó algo más cerca, viéndose incómodo de la manera en que los chicos lo

hacen cuando están sentados en algún lugar bajo extrema coacción. Si fuera una

buena hermana le habría dicho fuera a hacer algo más divertido. Pero no me

importaba sentarme con él. Él irradiaba algo que me hacía sentir bien en mi

interior. Esperanzada.

Pero demasiado pronto se levantó.

—Bueno. Tengo que irme a lo de Mike. Vamos a ir a la iglesia esta noche. —Bajó la

cabeza, como si la iglesia fuera avergonzante. Caminó hacia la puerta—. Bueno…

nos vemos —dijo con torpeza. Y se fue.

Me hundí de vuelta en mis almohadas y miré a los caballos en mi papel tapiz yendo

hacia ningún lado. Cerré mis ojos e intenté imaginarme a mí misma en uno de ellos

de nuevo, de la manera que solía hacerlo cuando era chica. Pero no pude verlo.

Todo lo que podía ver era a los caballos sacudiéndome hacia atrás una y otra vez,

dejándome caer sobre mi trasero contra el duro suelo. Ellos tenían caras,

también… la de papá, la del Sr. Angerson, la de Troy, la de Nick. La mía.

Después de un rato, rodé sobre mi espalda y miré fijamente el techo, dándome

cuenta de una vez que había algo que tenía que hacer. No podía cambiar el pasado.

Pero si alguna vez fuera a sentirme completa de nuevo tendría que decirle adiós a

ello. Mañana, me dije. Mañana es el día.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Flochi

Corregido por Mir

A pesar de nunca haber visto la tumba de Nick, sabía el lugar exacto donde estaba.

Por un lado estuvo en los noticieros cada diez segundos los primeros dos meses

después del tiroteo. Por el otro, había escuchado a bastantes personas hablando

sobre ella como para hacerme una muy buena idea.

No le había dicho a nadie que iba a venir. ¿A quién se lo contaría? ¿A mamá?

Lloraría, me lo prohibiría, probablemente me seguiría, me gritaría por la ventana

del lado del conductor. ¿A papá? Bueno, no estábamos exactamente en buenos

términos para hablar. ¿Al Dr. Hieler? Lo habría hecho, pero no sabía con certeza

que iba a hacer esto la última vez que lo vi. Probablemente debería haberlo hecho;

el Dr. Hieler probablemente me hubiera llevado, y ahora mismo mi pierna no

dolería tanto de caminar todo el trayecto. ¿A mis amigos? Bueno, como que los

había expulsado a todos de mi vida, de una forma u otra.

Caminé por unas cuantas filas de tumbas perfectamente mantenidas con lápidas

nuevas y pulidas, y ramos de flores a la intemperie, y la encontré entre su abuelo

Elmer y su tía Mazie, de los cuales había escuchado, pero nunca había conocido.

Me quedé de pie y miré fijamente por un minuto. El viento, que apenas había

comenzado a quitarse de encima el invierno, jugaba alrededor de mis tobillos y me

hacía estremecer. Todo se sentía bien… mi desesperación, mi pecho doliendo por el

esfuerzo, el frío, el viento, lo gris. Así era como se suponía que eran las tumbas,

¿verdad? Es así como siempre se veían en las películas de todos modos. Frías,

tenebrosas. ¿El sol nunca brillaba cuando uno visitaba el lugar de eterno descanso

de alguien que amaba? Lo dudaba.

La tumba de Nick brillaba al igual que aquellas que la rodeaban, la luz del cielo

nublado proyectaba grandes sombras grises sobre las palabras. Aun así podía

leerlas:

NICHOLAS ANTHONY LEVIL

1990–2008

Amado Hijo

Las palabras “Amado Hijo” me tomaron por sorpresa. Estaba pequeño, en cursiva,

casi oculto en el césped. Como si fuera una disculpa. Pensé en su mamá.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Obviamente la había visto en la televisión, pero nunca se había parecido a la

verdadera mujer. La conocía como “Ma” tal y como Nick la había llamado, y

siempre estaba tan tranquila y era agradable conmigo. Siempre en segundo plano,

con la intención de dejar a Nick y a mí hacer lo nuestro… nunca sofocando, nunca

emitiendo órdenes sobre comportamiento apropiado. Simplemente estupenda. Me

gustaba. Muchas veces pensé en ella como mi suegra y disfrutaba de la fantasía.

Por supuesto que Ma habría querido recordar a Nick como “Amado Hijo”.

Obviamente lo haría de la manera más relajada posible, susurrándoselo en

diminutas letras sobre su lápida. Un simple susurro. Fuiste amado, hijo. Fuiste mi

amado. A pesar de todo esto, todavía recuerdo amarte. No puedo olvidar.

Había un ramo de rosas azules de plástico sobresaliendo de un jarrón de metal

incorporado a la lápida. Me incliné y toqué uno de los frágiles pétalos,

preguntándome si Nick habría sido del tipo que quiere flores en su tumba, y

entonces me molestó que nunca me haya importado saber eso de él. Tres años

juntos y no me había molestado en preguntarle si le gustaban las flores, si sus

favoritas eran las rosas, si le parecía absurdo el antinatural color azul en las rosas

de plástico. Y repentinamente, eso se sentía como una gran tragedia en sí misma,

mi desconocimiento.

Me arrodillé, mi pierna gritaba debajo de mí. Extendí mi dedo índice y tracé el

nombre de Nick. Nicholas. Sonreí, recordando como me burlaba de su nombre.

—Nicholas. —Había cantado, escurriéndome por la esquina entre la cocina y el

comedor, sosteniendo entre mis manos la foto enmarcada que había sacado de la

repisa de la chimenea—. ¡Oh, Nicholas! ¡Ven aquí, Nicholas!

—Vas a lamentarlo —dijo desde alguna parte proveniente de la sala de estar. Había

una sonrisa en su voz y, a pesar de que estaba burlándome de él por un nombre

que verdaderamente odiaba que lo llamaran, supe que quería atraparme pero no

para castigarme sino para ser juguetón—. Cuando ponga mis manos sobre ti… —

Saltó por la esquina con un “¡Ajá!”. Grité y corrí, riendo por la cocina y subiendo las

escaleras hacia el baño.

—¡Nicholas, Nicholas, Nicholas! —gritaba entre risas. Podía escucharlo riendo y

gruñendo detrás de mí, a mis espaldas—. ¡Nicholas Anthony!

—¡Suficiente! —gritó, abalanzándose por mí y atrapándome por la cintura un poco

antes de llegar al baño—. ¡Vas a pagarlo! —Me empujó al suelo y se tiró sobre mí,

haciéndome cosquillas hasta que lloré.

Parecía hace tanto tiempo ahora.

Tracé el nombre de su lápida otra vez con mi dedo. Y después una vez más. De

alguna manera me hacía sentir como que el viejo Nick —el que me hacía cosquillas

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en el pasillo fuera del baño, en el segundo piso de su casa— estaba más vivo de lo

que nunca lo había estado.

—No te odio —susurré, y después lo repetí, más fuerte—. No lo hago. —Un

arrendajo17 azul me respondió desde el árbol a mi izquierda. Busqué entre las

hojas y ramas con mis ojos, pero nunca lo hallé.

—Era hora —dijo una voz detrás de mí.

Pegué un salto y me di la vuelta, cayendo de rodillas sobre mi trasero. Duce estaba

sentado en un banco de concreto detrás de mí, inclinándose hacia adelante, con las

manos colgando entre sus rodillas.

—¿Hace cuanto tiempo que estás sentado ahí? —pregunté, tratando de ralentizar

mi corazón apoyando una palma sobre mi pecho.

—Cada día desde que ha muerto. ¿Qué hay de ti?

—No me refería a eso.

—Lo sé.

Nos miramos el uno al otro por un minuto. La mirada de Duce se sentía como un

desafío. De la manera en que un perro miraría a otro perro cuando está preparado

para pelear.

—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí ahora? —preguntó.

Nos miramos fijamente, esta vez haciendo el desafío yo.

—No puedes echarme de aquí —dije—. Y no sé porqué me culpas tanto, de todos

modos. Eras su mejor amigo. Pudiste haber detenido el tiroteo, también.

—Tú fuiste la de la lista —contestó.

—Tú fuiste quien pasó la noche en su casa dos días antes del tiroteo —espeté, y

después agregué con suavidad—. Podemos hacer esto todo el día. Es estúpido. Y no

nos va a devolver a nadie.

Un coche llegó y un anciano se bajó con cuidado del asiento trasero, luego hizo su

camino a una tumba cercana, sosteniendo flores en su cadera. Lo miramos

arrodillarse lentamente, con la cabeza gacha, y su barbilla casi tocándole el pecho.

—Los policías, ellos me interrogaron también —dijo Duce, todavía mirando al

anciano—. Pensaron que quizás yo también estaba metido en eso porque pasaba

tanto tiempo con él.

17 Arrendajo: Pájaro cantor norteamericano.

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—¿En serio? Nunca escuché eso.

—Sí, lo sé —dijo, su rostro era amargado—. Estabas apiadándote de ti, pobre de ti,

pobre de Valerie. Te dispararon. Estabas de duelo. Eras una sospechosa. Nunca

consideraste siquiera al resto de nosotros. Nunca preguntaste siquiera, hombre,

como lo estábamos llevando el resto de nosotros. Simplemente nos abandonaste.

Lo miré, afligida. Tenía razón. No le había preguntado a Stacey durante nuestra

única visita como los demás lo estaban llevando. No llamé a nadie. O pregunté por

correo. Nada. Ni siquiera lo consideré.

—Oh, Dios mío —susurré, y de repente pude escuchar la voz de Jessica en mi oído:

Eres egoísta, Valerie—. Lo siento. No pensé…

—Ese Detective Panzella prácticamente vivió en mi casa, hombre. Tomó mi

computadora y todo —dijo Duce—. Pero la verdadera noticia es… que realmente

no tenía idea. Nick nunca me dijo nada sobre dispararle a nadie. Ni siquiera me

advirtió o algo.

—No me advirtió a mí tampoco —dije, pero mi voz fue casi un susurro—. Lo siento

tanto, Duce.

Duce asintió, rebuscó en su bolsillo un cigarrillo, y se tomó su tiempo

encendiéndolo.

—Me sentí realmente estúpido por un tiempo, por no saber. Pensé que quizás no

éramos tan buenos amigos como pensaba. Y culpable, también. Como si debería

haberlo sabido y después poder haber hecho algo. Ayudarlo. Pero ahora… no lo sé.

Quizás no nos dijo nada para no lastimarnos.

Solté un gruñido sarcástico.

—Bueno, si planeó no herirnos, no funcionó.

Duce sonrió suavemente.

—No me digas.

El anciano estaba intentando ponerse de pie otra vez, ajustándose la chaqueta

mientras se dirigía de regreso al auto. Lo miré.

—¿Recuerdas la vez que fuimos a Serendipity juntos? ¿El parque de agua? —

pregunté.

Duce sonrió.

—Sí, fuiste una pesada ese día. Estuviste toda quejosa sobre el frío, el hambre, y

gruñona, gruñona, gruñona. No lo dejaste tener nada de diversión ese día.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Sí —dije. Volví la vista a la tumba. Nicholas Anthony—. Y al final del día cuando

ustedes se fueron y Stacey y yo tuvimos que buscarlos por todas partes y

finalmente los encontramos comiendo Oreos con aquellas dos rubias de Mount

Pleasant…

La sonrisa de Duce se amplió.

—Esas chicas eran calientes.

Asentí.

—Sí, lo eran. ¿Y recuerdas lo que le dije a Nick cuando los encontré allí?

Alcé la vista hacia Duce. Él sacudió la cabeza diciendo que no. Sonriendo. Las

manos le colgaban.

—Le dije que lo odiaba. Lo dije, en esas palabras. “Te odio, Nick”. —Bajé mi mano y

levanté una hoja seca y empecé a destrozarla en pedazos con mis dedos—. ¿Crees

que él sepa que no lo quise decir en serio? No crees que murió pensando que lo

odiaba, ¿no? Quiero decir, fue hace mucho, sabes, y nos reconciliamos ese día. Pero

a veces me preocupa que él todavía pensara en mí diciendo eso y que quizás, el día

del… tiroteo… cuando traté de detenerlo me recordó diciéndole eso en el

Serendipity y que esa sea la razón por la que suicidó. Porque pensó que lo odiaba.

—Quizás sí lo odias.

Pensé en esto y después sacudí la cabeza.

—Lo amaba tanto. —Dejé salir una risa exasperada, sacudiendo la cabeza—. Mi

trágico defecto. —Así es como Nick lo habría llamado, había sido uno de los

sufridos personajes de una de sus amadas tragedias Shakesperianas.

Escuché el roce de ropa contra el concreto. Duce se había movido a un costado del

banco y estaba acariciando el concreto junto a él. Me levanté y me senté junto a él.

Bajó su mano y agarró la mía. Estaba usando guantes y la calidez de su mano

envolvió la mía, expandiéndose a todo mi cuerpo.

—¿Crees que lo hizo por mí? —pregunté en voz baja.

Duce lo pensó, escupió en el suelo a sus pies.

—Creo que ni siquiera él tenía idea de por qué lo hizo, hombre. —Era una

posibilidad que nunca había considerado antes. Quizás nunca había sabido lo que

Nick estaba a punto de hacer porque ni el mismo Nick lo sabía.

Soltó mi mano, que rápidamente se enfrió de nuevo sin la calidez de su guante

rodeándola, y deslizó su brazo alrededor de mí. Me hizo sentir rara, pero no de una

mala manera. De alguna manera, Duce era lo más cercano a Nick de lo que nunca

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estaría de nuevo. De alguna manera, se sintió como la mano de Nick detrás de mí, la

calidez de Nick a mi lado. Incliné mi cabeza en el hueco de su hombro.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo.

Asentí.

—Si lo amabas tanto, ¿por qué no has venido hasta ahora?

Mordí mi labio. Lo pensé.

—Porque realmente no sentía que él estuviera aquí. Todavía estaba en todas

partes donde miraba, no pensaba que siquiera fuera posible que alguna parte de él

estuviera aquí.

—Era mi mejor amigo —dijo Duce—. ¿Sabes?

—También era el mío.

—Lo sé —dijo. Había una arista en su voz pero fue muy suave—. Supongo. Como

sea.

Nos quedamos sentados en silencio por un tiempo, ambos mirando la tumba de

Nick. Se levantó viento, el cielo se oscureció y las hojas se arremolinaron alrededor

de mis tobillos en círculos más y más estrechos, haciéndolos picar. Cuando empecé

a temblar, Duce alejó su brazo y se puso de pie.

—Me tengo que ir.

Asentí.

—Nos vemos.

Me quedé sentada allí por uno cuantos minutos luego de que Duce se fuera. Miré

fijamente la tumba de Nick hasta que mis ojos se aguaron y los dedos de mis pies

se adormecieron por el frío. Al final me levanté y barrí una hoja de su lápida con mi

dedo del pie.

—Adiós, Romeo —dije suavemente.

Me alejé caminando, temblando, y no volví la vista atrás, a pesar de que supe que

nunca más volvería a visitar su tumba. Era el Amado Hijo de Ma. Las palabras

esculpidas en el granito no decían nada de mí en absoluto.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Chelsea Sharkovich

Corregido por Vannia

Una patrulla de policía estaba estacionada en la entrada cuando llegué a casa, el

carro de papá estaba detrás de ésta, y un Jeep rojo maltratado estaba de último.

Una sensación de pavor me recorrió. Caminé lentamente por la entrada y entré a la

casa.

—¡Oh, gracias a Dios! —gritó mamá, corriendo desde la sala hasta la puerta

principal. Envolvió sus brazos en mi cuello—. ¡Gracias a Dios!

—¿Mamá? —dije—. ¿Qué está…?

Un oficial uniformado la siguió hasta la entrada. Lucía muy poco feliz de estar allí.

Fue seguido por mi papá, que estaba aún más disgustado que el oficial. Recorrí con

la mirada la sala y vi al Dr. Hieler sentado en el sofá, las líneas en su rostro lo

hacían ver severo y cansado.

—¿Qué está ocurriendo? —pregunté, apartándome de mamá—. ¿Dr. Hieler…?

¿Ocurrió algo?

—Estábamos a punto de emitir una Alerta AMBAR —dijo papá, su voz llena de

furia—. Jesús, ¿qué vendrá después?

—¿Alerta AMBAR18? ¿Por qué?

Pero en ese momento el oficial se estaba acercando a mí.

—Probablemente no quieras ser etiquetada como una fugitiva —me dijo—. Sólo

para que lo sepas.

—¿Fugitiva? No lo soy. No estaba huyendo. Mamá…

Se dirigió hacia la puerta y mamá y papá lo siguieron, agradeciéndole y

disculpándose. La radio en su hombro estaba graznando y me perdí la mayor parte

de lo que dijeron.

El Dr. Hieler se levantó y se colocó su chaqueta. Se acercó a mí, su rostro luciendo

confundido, triste, molesto y aliviado, todo al mismo tiempo.

18 America's Missing Broadcasting Emergency Response: (Radiodifusión de respuesta a emergencias por desaparecidos en los Estados Unidos). Es un boletín que se emite en los medios de comunicación notificando sobre el secuestro o desaparición de un niño(a) o adolescente.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Una vez más pensé en su familia, en su hogar. ¿De qué serenidad doméstica lo

había privado yo esta noche? ¿Estaba su esposa en su casa, deseando secretamente

que hubiese huido de una vez por todas?

—¿La tumba? —me preguntó en voz baja. Ni mamá ni papá lo escucharon. Asentí;

asintió—. Te veré el sábado —dijo—. Hablaremos entonces.

Y luego él habló con mamá en voz baja en la puerta, disculpas salieron de ambos

interlocutores, y estrechó la mano de papá cuando se fue. Vi al oficial irse

rápidamente en su patrulla y al Dr. Hieler montarse en su Jeep e irse sin ninguna

fanfarria.

—Debo regresar —le dijo mi papá a mamá—. Avísame si necesitas algo. Y mi

opinión sigue en pie. Ella necesita más ayuda de la que está recibiendo, Jenny.

Debes evitar que ella nos siga haciendo la vida miserable.

Me observó furioso y yo aparté la mirada.

—Te escuché, Ted —dijo mamá con un suspiro—. Te escuché.

Papá colocó una mano en el hombro de mamá y le dio una rápida palmada, luego

desapareció a través de la puerta principal.

Mamá y yo estábamos de pie en la entrada vacía, mirándonos la una a la otra.

—Esto fue un gran espectáculo —dijo ella amargamente—. Una vez más, tuvimos

reporteros en la entrada. Una vez más, el Dr. Hieler tuvo que ahuyentarlos. Te

estaba dando el beneficio de la duda, Valerie, y una vez más mira lo que ocurrió.

Tal vez tu padre tenga razón. No te podemos dar un centímetro porque agarrarás

un kilómetro.

—Lo siento —dije—. No sabía. Lo juro. No estaba huyendo. Sólo salí a caminar.

—Has estado fuera por horas, Valerie. No le dijiste a nadie adónde ibas. Pensé que

te habían secuestrado. O peor. Pensé que ese chico Troy te había hecho algo tal

como había amenazado.

—Lo siento —dije—. No me di cuenta.

—Mentira —dijo una voz desde el pasillo de arriba. Ambas miramos hacia arriba.

Frankie estaba de pie allí, con un par de bóxers y una camiseta, su pelo parado en

línea recta hacia un lado.

—Frankie —le advirtió mamá, pero él la interrumpió.

—Papá tiene razón, todo lo que ella hace es causar problemas.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Dije que lo lamento —repetí. Parecía lo único que podía hacer—. No estaba

tratando de causar nada. Fui al cementerio y comencé a hablar con Duce. Perdí la

noción del tiempo, supongo. Debí haber llamado.

Mamá me miró, sobresaltada.

—¿Duce Barnes?

Miré hacia abajo.

—Oh, Valerie, él es uno de ellos. —Exhaló—. Él es uno de esos del tipo de Nick. ¿No

aprendiste? Con todo lo que está ocurriendo, ¿lo que haces es andar con chicos y

meterte en problemas?

—No, no es así —dije.

—Tuve las pruebas de selección de fútbol hoy —gritó Frankie desde lo alto de las

escaleras—. Pero no pude ir porque mamá y papá estaban aquí, enloqueciendo

porque tú estabas desaparecida. Dios, Valerie, traté de estar de tu lado, pero todo

en lo que piensas es en ti misma. Crees que tú y Nick eran las víctimas de todos —

dijo—, pero incluso ahora que Nick ya no está, aún haces cosas para hacer infeliz a

la gente. Es imposible. Justo como dijo papá. Tú eres imposible. Estoy harto de que

mi vida siempre tenga que girar en torno a la tuya. —Corrió hacia su habitación y

cerró la puerta de un golpe.

—Muy bien —dijo mamá, señalando el espacio donde había estado parado

Frankie—. ¿Por qué no nos puedes dejar tener un buen día? Aquí estaba yo,

confiando en ti y tú…

—No, no hice nada malo —la interrumpí, prácticamente gritando—. Fui a caminar,

mamá. No arruiné tu día. Tú lo arruinaste por no confiar en mí. —La boca de mamá

estaba abierta, sus ojos muy abiertos—. ¿Cuándo lo van a comprender? ¡Yo no le

disparé a nadie! ¡Yo no lo hice! Dejen de tratarme como una criminal. Estoy harta y

cansada de llevar toda la culpa aquí.

Escuché la puerta de Frankie chirriar cuando la abrió un poco, pero no miré hacia

arriba. En vez de eso, cerré mis ojos un momento y respiré profundamente,

tratando de calmarme. Lo último que quería hacer era causarle más drama a

Frankie.

—Salí a caminar para decirle adiós —dije sencillamente, abriendo mis ojos y

mirando a mamá—. Deberías estar muy feliz. Nick está fuera de mi vida

oficialmente. Tal vez ahora si puedas confiar en mí.

Mamá cerró su boca y dejó caer sus manos a los costados.

—Bueno —dijo después de un largo rato—, al menos estás a salvo.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Se volteó y comenzó a subir, dejándome en la entrada, sola. Encima de mí, escuché

la puerta de Frankie cerrarse de nuevo. Sí, pensé. A salvo.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por loveliilara

Corregido por Vannia

Frankie se fue a vivir con papá durante la semana y sólo volvía a casa para el fin de

semana. Mamá juró que no era por mí, pero era difícil creerlo después de la escena

que había hecho, especialmente desde que se fue sin decir adiós. Me sentí muy

culpable acerca de eso. Nunca quise herir a Frankie. Nunca quise que su vida girara

en torno a la mía. Pero parecía haber una manera en la que, sin querer, le hacía

daño a la gente.

Para cuando la primavera llegó del todo, me di cuenta que él se cortó el pelo como

el resto del equipo de fútbol y llevaba un par de anteojos que completaban un bien

definido look que jamás habría imaginado en él.

No me hablaba mucho, excepto para darme reportes de cómo estaban papá y

Briley cuando mamá no andaba alrededor.

—Papá tiene un auto nuevo. —Solía decir, o—: Briley es muy agradable, Val,

deberías darle una oportunidad. Escucha punk, ¿lo puedes creer? ¿Puedes

imaginarte ver a mamá escuchando punk?

Yo pretendía que de alguna u otra manera no me importaba lo que pasaba con

papá y Briley, pero una vez que Frankie estaba en la ducha, buscaba en su mochila

su celular y me desplazaba por las fotos que tenía almacenadas hasta que

encontraba imágenes de ellos. Me sentaba en el suelo y las miraba hasta que me

escocían los ojos.

El divorcio casi había terminado. Me di cuenta, sin embargo, que Mel, el abogado de

mamá, seguía viniendo casi todas las noches y a veces traía sándwiches calientes

de Sal's y una botella de vino. También me di cuenta que mamá se maquillaba los

días que él venía y se sentaba absorta en la mesa de la cocina con él, se reían cada

pocos minutos y le tocaba en el antebrazo suavemente con la yema de sus dedos.

No podía soportar mucho la idea, pero a veces me preguntaba qué tipo de

padrastro sería Mel. Se lo mencioné a mamá una vez, y ella se sonrojó y

simplemente respondió:

—Aún sigo casada con tu padre, Valerie. —Pero se alejó como en un ensueño

jugueteando con su collar y sonriendo levemente, así como Cenicienta hizo la

mañana después del baile.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

A pesar de que el día que nos encontramos en la tumba de Nick, Duce y yo

habíamos hecho una tregua, las cosas en la escuela no cambiaron. No nos

hablábamos, no nos encontrábamos en las gradas por las mañanas. Y no comíamos

juntos en el almuerzo. En su lugar, convencí a la Sra. Tate de dejarme comer el

almuerzo con ella en su oficina, prometiéndole ver los catálogos de las

universidades mientras estaba allí.

Era el tiempo en que la escuela parecía interminable y aburrida. De alguna forma,

escuchar a los pájaros cantar afuera, por la ventana abierta del aula de clases hacía

parecer que las horas se multiplicaban y se acumulaban una encima de otra. La

tarea parecía estúpida, mucho, estando tan cerca de la graduación. Como si

estuviésemos rellenando el tiempo. ¿No habíamos aprendido todo lo que

necesitábamos ya? ¿No podíamos salir a jugar como cuando éramos niños? ¿Los

estudiantes de último curso no merecíamos recreo?

El 2 de mayo llego y pasó sin mucha fanfarria. Llevamos a cabo un minuto de

silencio por la mañana, seguido de una lectura de los nombres de las víctimas por

los intercomunicadores durante los anuncios de la mañana. Hubo una vigilia de

oración en algunas de las iglesias locales en la noche. Pero la mayoría de la gente

siguió hablando de su vida.

Ya. Después de sólo un año.

Todos estaban hablando de la graduación. Acerca de los planes de fiesta para

después. Acerca de las terribles fiestas familiares de antes. Acerca de qué vestirían,

cómo arrojarían al aire sus sombreros, o qué broma le jugarían al Sr. Angerson.

Era una tradición en nuestra escuela que cada uno de los estudiantes que se

graduaba le pasara al administrador algo pequeño y discreto cuando se

estrechaban la mano en el escenario durante la graduación. Un año fueron maníes.

Otro año peniques. Un año fueron pelotitas rebotadoras. Angerson se vería

obligado a guardar lo que sea que le dieran en su bolsillo y, para el final de la

ceremonia, su bolsillo estaría abultado por la tensión de las setecientas bolas

rebotadoras o peniques o maníes. El rumor que había era que este año serían

condones, pero las animadoras encabezaron una campaña contra eso. Propusieron

cascabeles, así él no podría moverse sin hacer ruido. Personalmente, me gustó la

idea de los cascabeles. O tal vez ninguna. Tal vez lo que el pobre de Angerson

necesitaba simplemente de nuestra clase era un cambio. Una gran sacudida de

mano o nada.

Y cuando la charla sobre la graduación decaía, se dirigía en torno a la universidad.

¿Quién iría a la U.M.19? ¿Quién iría al extranjero? ¿Quién no iría a ninguna en

absoluto? ¿Y escuchaste el rumor de que J.P. se uniría al Cuerpo de Paz? ¿Qué es el

Cuerpo de Paz? ¿Contraerá malaria y morirá? ¿Rebeldes locales lo secuestrarían y

19 U.M.: Universidad de Miami.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

decapitarían en una cabaña escondida por árboles de bananas? La charla nunca

moría.

Todos los días en el almuerzo, la Sra. Tate me interrogaba sobre mis planes

futuros.

—Valerie, no es tarde para tomar una beca en una de las universidad comunitarias

—decía ella, luciendo dolorida.

Yo sacudía mi cabeza.

—No.

—¿Qué es lo que vas a hacer? —me preguntó un día mientras comíamos juntas

nuestros almuerzos.

Había considerado eso, créeme. ¿Qué voy a hacer cuando la graduación haya

terminado? ¿Adónde iré? ¿Cómo viviré? ¿Me quedaré en casa y esperaré a que

mamá y Mel posiblemente se casen? ¿Me mudaré con mi padre, Briley y Frankie, y

trataré de arreglar la relación que estoy muy segura de que papá no quiere de

ninguna manera? ¿Me iré y conseguiré un trabajo? ¿Un compañero de cuarto? ¿Me

enamoraré?

—Recuperarme. —Había dicho yo. Y lo creía. Simplemente necesitaba algo de

tiempo para recuperarme. Consideraría mi futuro después, cuando la secundaria

Garvin me olvidase como a un grueso abrigo en un cuarto caluroso, y yo hubiera

comenzado a olvidar los rostros de mis compañeros de clase. De Troy. De Nick.

Cuando hubiese comenzado a olvidar el olor de la pólvora y la sangre.

Si alguna vez podía.

Todo parecía que iba bien hasta un viernes lluvioso, el olor de los vidrios mojados

penetraba los pasillos. Las nubes de tormenta eran densas afuera y hacían parecer

adentro de la escuela como si fuera de noche. El timbre de salida sonó y los pasillos

fueron una ráfaga de actividad. Como lo es usualmente no soy parte de eso, sólo

moviéndome alrededor en mi burbuja, esperando por marcar otra X en mi

calendario… otro día más cercano a la graduación.

Me encontraba en el casillero, cambiando mi libro de matemáticas por los textos de

ciencias.

—Entonces, ¿quién es la chica que intentó matarse? —Escuché a una chica

preguntar a unos pocos casilleros. Activé mis oídos y miré hacia ellas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó su amiga.

Los ojos de la chica se agrandaron.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—¿No escuchaste? Alguna de último curso trató de suicidarse hace unos días.

Tomó píldoras, creo. O tal vez se cortó las muñecas, no recuerdo. Su nombre era

Ginny algo.

Yo jadeé.

—¿Ginny Baker? —pregunté en voz alta.

Las chicas me miraron, sus rostros confundidos.

—¿Qué? —me preguntó una de ellas.

Di unos pasos hacia ellas.

—La chica que trató de suicidarse. Tú dijiste que su nombre era Ginny algo. ¿Era

Ginny Baker?

Ella chaqueó sus dedos.

—Sí, era ella. ¿La conoces?

—Sí —dije. Me precipité de regreso a mi casillero y puse mis libros dentro. Lo

cerré y me dirigí a las oficinas. Me apresuré pasando a las secretarias y entrando a

la oficina de la Sra. Tate, donde ella me miró por sobre un libro, asustada.

—Acabo de escuchar sobre Ginny —dije, tratando de recuperar mi aliento—.

¿Podría dejarme en el hospital?

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Little Rose

Corregido por ★MoNt$3★

Tuve que morderme el interior de la mejilla cuando salí del ascensor en el cuarto

piso en el vestíbulo de la sección de psiquiatra del Hospital General de Garvin.

Sentía un malestar en mi estómago, como una amenaza de que si arruinaba algo,

alguien vendría con una camisa de fuerza y me llevaría a mi viejo cuarto, me haría

quedarme ahí e ir a esas enfermizas sesiones grupales. Me haría escuchar al

estúpido Dr. Dentley diciendo: “Déjame repetir lo que dijiste, déjame validarlo”.

Salí a la estación de las enfermeras. Una con rulos me miró. Me sorprendió saber

que no la reconocía de ningún lado, lo que significaba que, o estaba demasiado

idiotizada y absorbida para prestar atención cuando venía, o era nueva. Tampoco

pareció reconocerme, así que apostaba a la segunda.

—¿Si? —preguntó con esa cara de sospecha que tienen todas las enfermeras de

locos, como si fuera a ayudar a alguien a huir para arruinarle el día.

—Vine a ver a Ginny Baker —dije.

—¿Eres un familiar? —preguntó. Revisó unos papeles en su escritorio como si yo

no existiera.

—Soy su media hermana —mentí, sorprendida por cuán natural me salió.

Me miró. No parecía creerme, pero ¿qué podía hacer? ¿Exigirme un ADN? Suspiró,

hizo un gesto hacia la derecha con la cabeza, y dijo:

—Cuatrocientos veintiuno, a la izquierda.

Volvió a su trabajo y suspiré pasando el escritorio hacia el pasillo, rezando por no

encontrarme con alguien que pudiera delatarme, especialmente el Dr. Dentley.

Inspiré hondo y me metí en el cuarto 421 antes de poder seguir pensando.

Ginny estaba sentada en la cama, con los brazos con intravenosas y monitores.

Estaba mirando fijamente la TV. Había pastillas y un vaso con agua en la mesita de

noche. Su madre estaba sentada junto a la cama, también mirando la tele, que

pasaba algún programa de chismes dramáticos matutino. Nadie hablaba. Ni

tampoco parecían haberse bañado en un tiempo.

La Sra. Baker fue la primera en mirarme cuando entré. Se tensó involuntariamente

cuando me reconoció, y abrió un centímetro la boca.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Perdón por irrumpir así —dije. O creo que lo hice. Mi voz se sintió muy débil.

Ginny me miró, y otra vez me golpeó la desfiguración que tenía su cara. Otra vez

me sentí mal. Sin importar cuántas veces mirara su rostro destruido, no dejaría de

sorprenderme.

—¿Qué haces aquí? —murmuró.

—Lamento interrumpir —repetí—. Quería hablar contigo.

La mamá de Ginny había saltado de la silla, pero se puso de pie detrás de ella, como

escondiéndose. Casi esperaba que me echara, o llamara a los guardias.

Los ojos de Ginny volaron a su mamá y a mí, pero ninguna de las dos habló. Entré

un poco más en el cuarto.

—Yo estuve en el cuarto cuatrocientos dieciséis —dije. No sabía por qué era

importante, pero por alguna razón parecía lo correcto—. Es mejor de este lado,

porque tienen a los que no pueden dormir en los cuartos 450 a 460.

Entonces oí una voz que reconocí y unos zapatos acercándose. Me preparé para ser

expulsada, lo que apestaba porque aunque no sabía qué quería decirle a Ginny,

sabía que todavía no lo había dicho.

—Bueno, ¿cómo le va a Ginny hoy? —dijo la voz detrás de mí, entrando al cuarto.

El Dr. Dentley.

Caminó hasta la cama de Ginny y le tomó la muñeca para chequear su pulso,

siempre hablando del gran grupo con el que acababa de estar y cómo se sentía ella

y si había dormido antes de notar que ambas Baker estaban mirándome. Se volvió,

sorprendido.

—Valerie —dijo—. ¿Qué haces aquí?

—Hola Dr. Dentley —dije—. Sólo vine de visita.

Se volvió de Ginny y puso su mano en mi espalda, entre mis omóplatos,

empujándome suavemente a la puerta.

—No creo que, dadas las circunstancias, debas estar aquí. La señorita Baker

necesita este tiempo para…

—Está bien —dijo Ginny. El Dr. Dentley dejó de empujarme. Ginny asintió cuando

lo miró—. No me importa que esté aquí.

Ambos, el Doctor y la madre de Ginny la miraron como si hubiera perdido la

cordura. Me pregunté si el Dr. Dentley estaba haciendo planes para enviarla al ala

de esquizofrénicos.

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—De verdad —dijo Ginny.

—Bueno —murmuró el doctor—. Aunque, sigo necesitando realizar unas

pruebas…

—Esperaré en el pasillo —dije.

Ginny asintió, con una mirada que parecía decir que lo último que quería era

tiempo a solas con el Dr. Dentley.

Salí del cuarto, sintiéndome más libre ahora que me había reconocido e invitado a

quedarme. Me senté en el piso, escuchando la voz del Dr. Dentley a través de la

puerta.

Pronto oí pisadas y la mamá de Ginny salió al pasillo. Se detuvo al verme ahí

sentada, pero sólo por un segundo. De no haber prestado atención me habría

perdido la minúscula duda. Se aclaró la garganta, miró al piso y comenzó a caminar

otra vez. Se veía tan cansada. Como si no hubiera dormido en años. Como si nunca

en su vida hubiera dormido bien. Como si la hubieran puesto en el cuarto 451,

junto a Ronald quien se sentaba por las noches a golpearse los codos contra la

pared mientras cantaba viejas canciones.

Casi me pasó por alto, pero lo pensó mejor. Su rostro era una línea recta cuando me

vio.

—No pude verlo venir —dijo.

La miré. No estaba segura si debía responder.

La Sra. Baker volvió a mirar al frente. Su voz no tenía emociones, como si la

hubieran agotado y ya le costara hasta hablar.

—Supongo que debería agradecerte por detener los disparos —dijo, y luego

caminó por el pasillo, lejos de mí. Miró al escritorio de la enfermera y pasó por las

puertas dobles con fuerza y desapareció. Ella suponía que debería… aunque no lo

hizo. No exactamente.

Aun así, era casi suficiente.

Pronto el Dr. Dentley también se fue. Me puse de pie.

—El Dr. Hieler dice que vas muy bien —dijo—. Espero que sigas con tus medicinas.

No respondí. No es que esperara una respuesta, de todas formas. Simplemente

caminó por el pasillo, lanzando un:

—Necesitará descansar toda la tarde, no tardes mucho. —Sobre su hombro.

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Inspiré hondo varias veces y volví al cuarto de Ginny. Se estaba secando los ojos

con un pañuelito.

Me senté en una silla, la más alejada de su cama.

—Es un idiota —dijo—. Quiero salir. No me dejará. Dice que soy una amenaza para

mí misma y es la ley que me impide irme. Estúpido.

—Sí —digo—. Hacen que los suicidas se queden por tres días o algo así. Pero la

mayoría terminan más tiempo porque sus padres están locos. ¿Tu madre

enloqueció?

Ginny rió un milisegundo y se sonó la nariz.

—Ya superó la locura —dijo—. No tienes idea.

Nos sentamos mirando la tele un momento, que ahora tenía una serie de comedia.

Luego algo de chismes de Hollywood, hablaban de una celebridad adolescente, que

en la foto no parecía ni una diva ni glamorosa, sólo otra chica, creo que se parecía

un poquito a mí.

—Cuando Nick recién se mudó, éramos amigos —dijo de la nada, rompiendo el

silencio—. Estábamos en dos clases juntos.

—¿Si? —Nick nunca mencionó haber sido amigo de Ginny Baker—. No lo sabía.

Ella asintió.

—Hablábamos casi todos los días. Me gustaba. Era muy listo. Y agradable. Eso es lo

que me mata. Era muy agradable.

—Lo sé. —De repente parecía que Ginny y yo teníamos un mundo en común ahora.

No era la única que lo vio. Hubo alguien más. Alguien más vislumbró lo bueno de

Nick. Incluso con su rostro destruido lo seguía viendo.

Apoyó la cabeza en la almohada y cerró los ojos. Las lágrimas seguían cayendo,

pero no intentó secárselas. Estuvimos calladas un ratito y finalmente me incliné y

saqué un pañuelito de una caja que había en la silla al lado mío. Lo pasé

suavemente por su rostro, entre sus ojos cerrados.

Se estremeció levemente, pero no abrió los ojos ni intentó detenerme. Lentamente,

mi caricia ocupó toda su mejilla y seguí el contorno de su rostro con mis dedos bajo

el pañuelo húmedo. Cuando su cara estuvo seca volví a inclinarme en mi silla.

Su voz estaba ronca cuando habló.

—Cuando comencé a salir con Chris Summers al final de ese año, Chris me vio

hablando con Nick y enloqueció. Totalmente celoso. Creo que ahí comenzó. Creo

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

que si nunca hubiera sido amiga de Nick, Chris lo habría ignorado. Era tan malo con

Nick.

—Ginny, yo… —comencé, pero sacudió la cabeza.

—Tuve que dejar de hablar con Nick. Tuve que hacerlo porque Chris nunca lo

olvidaría. ¿Qué, quieres ser amiga de un tipo raro como él? —imitó a Chris.

—Pero Chris era el que… —comencé, pero me cortó.

—Es que no puedo dejar de pensar… quizás si en ese entonces no hubiera sido

amiga de Nick... o quizás si hubiera seguido a su lado y mandado a volar a Chris…

quizás el tiroteo… —Se detuvo, con una mueca de dolor—. Y ahora ambos

murieron.

Las imágenes de la tele mostraron a un rapero que nunca había visto. Llevaba uno

de esos collares con el signo de dólar gigante en su cuello y le hacía un gesto

extraño a la cámara. Ginny abrió los ojos, se sorbió la nariz, y lo miró.

—No fue tu culpa Ginny —dije—. Tú no causaste esto. Y yo… eh, realmente

lamento lo de Chris. Sé que te gustaba mucho. —En otras palabras, Ginny también

veía lo bueno en Chris. Lo que de alguna manera la hacía mejor que yo, porque yo

nunca lo hice.

¿Eso hacía que Chris y Nick fueran más parecidos que diferentes, ambos con un

lado oculto de sí mismos que era el mejor?

Ginny sacó sus ojos hinchados de la tele. Me miró a mí.

—He querido morir desde que Nick me hizo esto —dijo. Se señaló el rostro—. No

tienes idea de cuántas cirugías he tenido y aun así mírame. Antes no quería morir,

cuando disparaba. Estaba rezando porque no me matara. Pero de alguna manera

desearía que hubiera seguido y me matara. Oigo a la gente hablando cada vez que

salgo en público y cuando creen que no puedo hacerlo comienzan: “Eso es una

pena. Era una chica bonita”. Era, como del pasado ¿sabes? Y no es como si la belleza

fuera la cosa más importante del mundo. Pero… —Se volvió a detener, pero no

necesitó terminar la frase. Sabía lo que estaba pensando: ser bonita no lo es todo,

pero ser fea sí.

No sabía qué decir. Había sido tan abierta respecto a todo, tan transparente. Miré

mis jeans. Tenían un pequeño agujero en el muslo. Metí mi dedo ahí.

—Sabes —dijo—. No recuerdo todo lo que ocurrió ese día. Pero sé que no tuviste

que ver con eso. Le dije eso a la policía. Acompañé a Jessica a la estación y todo. Mis

padres estaban muy enojados. Creo que querían tener a alguien con vida a quién

culpar. Seguían diciéndome que no conocía toda la historia aunque sí lo hacía. Que

podría olvidar cosas y todo eso. Pero sí sabía que no le disparaste a nadie. Te vi

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

corriendo tras de él intentando detenerlo. También te vi arrodillada intentando

ayudar a Christy Bruter.

Seguí agrandando el hoyo con mi dedo. Ginny se inclinó contra la almohada y

volvió a cerrar los ojos, como si estuviera agotada. Y, sospeché, era probable que

una parte de ella lo estuviera.

—Gracias —dije muy suavemente. Se lo dije más al hoyo en mi pantalón que a

ella—. Y lo lamento. Quiero decir, siento tanto, tanto, tanto lo que te ocurrió. Y, no

es que importe, pero sigo creyendo que eres bonita.

—Gracias —dijo. Torció la cabeza en la almohada y volvió a cerrar los ojos. Su

respiración se volvió más pausada como si se estuviera quedando dormida.

Mi mirada cayó en un periódico, que estaba en la silla donde estaba la mamá de

Ginny. Un titular me gritaba:

VÍCTIMA DE TIROTEO INTENTA SUICIDARSE:

EL DIRECTOR REAFIRMA QUE LOS ESFUERZOS

PARA QUE LA SECUNDARIA GARVIN SE CURE SIGUEN

TAN FUERTES COMO SIEMPRE.

El artículo estaba escrito por Angela Dash, por supuesto. De repente tuve una idea.

Me estiré y tomé el diario, lo doblé y guardé en mi mochila.

—Debería irme y dejarte dormir —dije—. Creo que tengo algo que hacer. Volveré

luego —añadí, casi por instinto.

—Sí, eso sería lindo —dijo Ginny, aún con los ojos cerrados mientras me iba.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Roo Andresen

Corregido por †DaRk BASS†

—Creo que deberías hacerlo —dijo el Dr. Hieler, vertiendo media taza de café en el

lavabo de la pequeña cocina en la oficina.

Cuando me marché del hospital, fui directo hacia a su oficina al final de la calle, no

muy segura de adonde más ir, y totalmente segura de que necesitaba hablar.

Estaba en un período entre pacientes, pero tenía unos minutos mientras se

preparaba. Lo seguía por la oficina, mirándolo juntar latas de gaseosas de otros

clientes y ordenar papeles a la vez.

—Escribe algo. No tiene que ser una disculpa ni nada. Sólo algo que represente a la

clase para ti.

—¿Qué, como un poema o algo?

—Un poema es una buena idea. Sólo algo. —Volvió a su oficina y lo seguí.

—¿Sugieres que lea el poema o lo que sea en la ceremonia de graduación?

—Sip. —Usó su mano para aplastar una bolsa vacía de papas fritas y luego tirarla al

cesto de basura.

—Yo.

—Tú.

—¿Pero no te estás olvidando de que soy la Hermana Muerte, La Chica que Odiaba

a Todos? ¿La cual todos aman odiar?

Se detuvo y se inclinó en el escritorio.

—Ésa es exactamente la razón por la cual deberías hacerlo. No eres esa chica, Val.

Nunca lo fuiste. —Miró su reloj—. Tengo a alguien esperando…

—Sí, está bien —dije—. Gracias por el consejo.

—No es un consejo —dijo, caminando hacia la puerta conmigo en sus talones—.

Tarea.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por TwistedGirl

Corregido por Vapino

—¿Puedes esperarme aquí? —le pregunté a mamá—. Será sólo un minuto.

—¿Aquí? ¿En la oficina del periódico? —preguntó—. ¿Qué necesitas hacer aquí?

Ella miró por la ventanilla el edificio de ladrillos, las palabras SUN-TRIBUNE

fundidas en la parte delantera del edificio.

—Es para un proyecto escolar —dije—. El proyecto del memorial. Tengo que

recoger una investigación de una señora que trabaja aquí.

Probablemente todas las campanas de advertencia de mamá estaban sonando en

su cabeza ahora mismo. Allí estaba, llegando a casa tarde del trabajo; y tenía que

recogerme de la oficina del Dr. Hieler, totalmente de imprevisto, y conducir

directamente a la oficina del Sun-Tribune, sin más explicación qué: Te lo contaré

más tarde, lo juro.

Parecía muy escéptica de que hiciera exactamente lo que dije que iba a hacer, pero

probablemente estaba tan aliviada de que no hubiera patrullas de policía

siguiéndonos a casa y de que no estuviera esposada que no presionó más.

—Mamá, todo está bien —dije, mi mano apoyada en la puerta—. Confía en mí en

esto.

Me dio una larga mirada, y luego extendió su mano y sacudió el cabello de mi

hombro.

—Lo hago —dijo—. Confío en ti.

Sonreí.

—No tardo mucho.

—Sólo haz lo que tengas que hacer —dijo, acomodándose detrás del volante—.

Estaré aquí.

Salí del coche y me abrí paso a través de las puertas dobles de la oficina del Sun-

Tribune. Un guardia de seguridad sentado señaló una hoja de registro sin decir una

palabra. Una vez que había firmado, le dio la vuelta y leyó mi nombre.

—Y tu asunto aquí es... —preguntó.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Tengo que hablar con Angela Dash.

—¿Te está esperando? —preguntó.

—No —admití—. Pero ha escrito mucho sobre mí, así que pensé que querría

hablar conmigo.

Pareció dudar, pero se acercó y tomó el teléfono, murmuro algo en él.

Unos minutos más tarde, una morena regordeta, en una falda de mezclilla

demasiado apretada y unas botas fuera de estilo, llegó caminando hacia mí. Ella

abrió la puerta para dejarme entrar en las oficinas interiores.

—Soy Valerie Leftman —dije.

—Sé quién eres —respondió. Su voz era un poco masculina. Caminó por el pasillo y

me encontré detrás de ella para mantener el ritmo. Desapareció en una sórdida

oficina con muy poca luz, a excepción de la iluminación gris de la pantalla de la

computadora. La seguí adentro.

Se sentó en su escritorio.

—Vaya, he tratado y tratado de hablar contigo —dijo, su atención en la pantalla de

la computadora, sus dedos haciendo clic locamente en el ratón—. Tienes unos

padres protectores.

—No sabía que estaban deteniendo mis llamadas hasta mucho más tarde —dije—.

Pero probablemente no habría hablado contigo de cualquier modo. En realidad no

quería hablar con nadie. Ni siquiera con mis protectores padres.

Miró brevemente, desinteresadamente, desde la pantalla de su computadora.

—¿Qué te trae aquí ahora? ¿Finalmente estás lista para hablar? Porque, si es así,

tengo que decirte que no creo que te vayamos a necesitar después de todo. Es una

historia muy exagerada ya. Excepto por el intento de suicidio y el minuto de

silencio, no hay nada nuevo aquí. Estamos listos para seguir. El tiroteo es una vieja

noticia.

Mientras que Angela Dash no se parecía a la persona que pensé que sería,

definitivamente actuaba como ella, lo que me animó.

Abrí la cremallera de mi bolso y saqué el artículo que había sacado de la habitación

de Ginny en el hospital. Lo puse sobre la mesa.

—Quiero que dejes de escribir estas cosas —dije—. Por favor.

Su dedo dejó de hacer clic. Se quitó las gafas y utilizó el dobladillo de su camiseta

para limpiarlos. Se los puso de nuevo y parpadeó.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—¿Disculpa?

Señalé el papel.

—Las cosas que escribes no son ciertas. No fue como lo dices en tus artículos. Tú

estás haciendo que todo el mundo piense que ya todo pasó y que hay un gran

festival de amor en la escuela, pero no es así.

Ella puso los ojos en blanco.

—Nunca dije festival de amor.

—Hiciste que Ginny Baker parecía un fenómeno suicida —dije—. Y es una mentira.

Tú no hablaste nunca con Ginny Baker. Nunca. La única persona con la que has

hablado es con el Sr. Angerson y estás contando las mentiras que él quiere que

cuentes. Él no quiere perder su trabajo, por lo que tiene que hacer que todo suene

normal de nuevo en la preparatoria.

Se inclinó hacia delante en sus codos y me dio una gran sonrisa poco engreída.

—Contando mentiras, ¿eh? ¿Y de dónde sacaste tu información? —preguntó.

—De vivirla —dije—. Estoy en la escuela todos los días. Estoy ahí para ver lo que la

gente sigue haciéndose el uno al otro. Estoy ahí para ver que Ginny Baker no es la

única chica que aún está sufriendo. Estoy ahí para decir que lo que el Sr. Angerson

ve y lo que el Sr. Angerson quiere que tú veas, son dos cosas totalmente diferentes.

Nunca has estado ahí. Ni un sólo día. Nunca has estado en mi casa. Nunca has

estado en un partido de fútbol o en una carrera de atletismo o en un baile. Nunca

has ido al hospital a ver a Ginny.

Se puso de pie.

—No sabes donde he estado —dijo.

—Deja de escribir —dije—. Deja de escribir sobre nosotros. De Garvin. Déjanos en

paz.

—Voy a tomar en consideración tu consejo —dijo con ese falso tono de voz

agradable—. Pero me perdonarás si escucho primero a mi editor, y después a ti.

Me di cuenta por primera vez de cuán insignificante se veía detrás de su

escritorio… esta persona que siempre había considerado un gigante con un

montón de poder.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Tengo una historia para volver —dijo—. Si quieres ver “la verdad” escrita, tal

vez deberías considerar escribir un libro. Puedo ser la escritora fantasma20 de una

parte, si estás interesada.

Y de repente supe que la historia que Angerson quería que el mundo supiera

acerca de la preparatoria Garvin era la historia que debía decirse. Que Angela Dash

era una perezosa y una mala periodista y que tenía que decir lo que él quería que

dijera. Que la verdad sobre Garvin nunca sería escuchada. Y que no había nada que

pudiera hacer al respecto.

Excepto que, tal vez lo había.

Me acerqué rápidamente al exterior, donde mamá aún estaba esperándome en la

acera.

—¿Tienes lo que necesitas? —preguntó, explorándome con sus ojos—. ¿Tienes la

investigación?

—En realidad, sí —dije—. Creo que tengo exactamente lo que necesito.

20 Escritor fantasma: Del inglés ghostwriter- o también llamados negro, es un escritor profesional al cual se contrata para escribir autobiografías, cuentos, artículos, novelas u otras obras sin recibir oficialmente los créditos por tales.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Emii_Gregori

Corregido por Xhessii

No estaba segura de si ya era demasiado tarde para regresar al proyecto del

Consejo Estudiantil o no, pero quise darle una oportunidad de todos modos. Sólo

quedaban un par de semanas de escuela y quería compartir mis planes para el

memorial con Jessica.

Me acerqué vacilantemente a la habitación, preparándome para afrontar a todo el

Consejo de Estudiantes, pero la única en la habitación era Jessica, inclinada sobre

una pila de papeles.

—Oye —dije desde la puerta. Ella alzó la vista—. ¿Dónde están todos? Pensé que

había una reunión.

—Oh, hola —dijo—. Se canceló. Stone tiene gripe. Estoy estudiando para mi final

de cálculo. —Frotó sus codos y me miró de reojo—. ¿Querías venir a una reunión?

Pensé que te habías renunciado.

—Tengo una idea para presentar en el memorial —le dije. Crucé la habitación y me

senté en la mesa a su lado. Saqué el pedazo de papel en el que había estado

trabajando toda la noche —un resumen de mi plan— y se lo entregué. Ella lo tomó

y comenzó a leerlo.

—Sí —dijo, con una sonrisa creciendo lentamente por su rostro—. Sí. Esto está

bien. Es genial, Val. —Ella me echó un vistazo de lado—. ¿Necesitas que te lleve?

Le sonreí.

—De acuerdo.

Nuestra primera parada fue la casa del Sr. Kline. Era una pequeña y acogedora casa

marrón con jardines de flores desatendidos en la parte delantera y un delgado gato

naranja sentado en las escaleras del porche.

Jessica se detuvo en el camino de entrada y apagó el motor.

—¿Estás lista para esto? —preguntó. Asentí. La verdad era, que nunca estaría

probablemente lista para esto, pero era algo que tenía que hacer.

Mira las cosas por lo que realmente son, me recordé a mí misma. Mira lo que está

realmente allí.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Salimos del coche y subimos las escaleras hasta la puerta principal. El gato nos

maulló lastimosamente y se escurrió bajo un arbusto. Toqué el timbre.

Pude oír un pequeño perro ladrando ferozmente junto a la puerta y algunos ruidos

callándolo que no estaban haciendo nada para reprimir el ruido. Finalmente la

puerta se abrió y una mujer tímida con el cabello revuelto y gafas gigantes se

asomó hacia nosotras. Estaba flanqueada por un niño con los ojos entrecerrados

chupando una paleta.

Ella empujó la tormentosa puerta con una grieta.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó.

—Hola —dije nerviosamente—. Um, ¿Sra. Kline? Soy Val…

—Sé quién eres —dijo rotundamente—. ¿Qué quieres?

Su voz era como fragmentos de hielo y sentí que mi valentía se derretía. Jessica me

miró y me debe haberme visto asustada… porque elevó la voz.

—Sentimos molestarle —dijo—. Pero nos preguntábamos si podíamos hablar con

usted por unos minutos. Es un proyecto que involucra a su esposo.

—Un memorial —añadí que sin pensar. Mi cara inmediatamente se quemó después.

Me sentí avergonzada por mencionar la muerte de su esposo delante de ella. Como

si mencionarlo de alguna manera haría que fuese más real que esta mujer robusta

criara a sus hijos sola.

Ella nos miró en silencio durante mucho tiempo. Parecía considerar las cosas con

mucho cuidado. Tal vez estaba preocupada de que llevara una pistola, le disparara

y convirtiera en huérfanos a sus hijos.

—Está bien —dijo, empujando la puerta un poco más. Al mismo tiempo se apoyó a

un lado, dándonos a Jessica y a mí el espacio suficiente para meternos en la sala de

estar desordenada detrás de ella—. Pero sólo tengo unos pocos minutos.

—Gracias —suspiró Jessica y entramos.

Cuarenta minutos después, estábamos en la casa de Abby Dempsey —un viaje

emocional para Jessica, que era amiga de Abby y que no había visto a sus padres

desde el funeral— y una hora después, estábamos hablando con la hermana mayor

de Max Hill, Hannah, en sillas de jardín en su garaje.

Mientras la tarde presionaba sobre nosotras, nos sentamos en la habitación del

hospital de Ginny Baker, viéndola llorar en una montaña de pañuelos arrugados

usados. Ginny estaba teniendo un mal día. Ella quería ir a casa. Pero la noche

anterior había roto un espejo compacto y utilizó un fragmento para intentar cortar

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

sus muñecas. Iba a estar allí por un tiempo, y ella no era feliz al respecto.

Conversamos con su mamá en la sala de espera del hospital.

A las ocho, nos moríamos de hambre y tuvimos que dejar una parada por hacer.

Jessica se detuvo en una gasolinera y nos atestamos de Slim Jims y bolsas de

patatas fritas. Llamé a mi mamá y le dije que estaría en casa un poco tarde y casi

grité de alegría cuando me dijo que no era problema, que sólo estuviera pendiente

y fuera cuidadosa. Algo que habría dicho antes del tiroteo. Nos sentamos en

aparcamiento de la gasolinera, estancadas.

—Tal vez esto no es una buena idea —le dije, sintiendo náuseas después de toda

esa grasa.

—¿Estás bromeando? —dijo Jessica, haciendo reventar un Doodle Cheez en su

boca—. ¡Es una gran idea! ¡Y casi hemos terminado! No dudes de ti misma ahora.

—Sólo estoy pensando que tal vez será más perjudicial que útil. Sólo pienso…

—Sólo piensas eso porque te asusta ir a la casa de Christy Bruter. No te culpo, Val,

pero vamos.

—Pero ella es la razón por la que todo ocurrió. Mi reproductor MP3...

—Ella no es la razón por la que todo ocurrió. Nick fue la razón por la que todo

ocurrió. O el destino. O lo que sea. No importa. Vamos.

—No estoy segura.

Ella arrugó su bolsa vacía de Cheez Doodle en una pelota y la tiró en el asiento

trasero. Giró la llave en la ignición y el coche se encendió a la vida.

—Yo estoy segura. Vamos —dijo. Salió del estacionamiento. No tuve otra opción.

Íbamos.

—Sólo duele a veces —dijo Christy, sentada entre su mamá y su papá en el sofá.

Ella sólo miraba a Jessica cuando hablaba. No la culpo. Tuve malos momentos al

mirarla, también—. Y en realidad ya ni siquiera diría “duele”. Sólo se siente raro.

Como que mi cuerpo es raro. La peor parte, honestamente, es no poder jugar más

softbol. Ya me habían ofrecido una beca. Además, mi papá solía entrenarme y

ahora…

Su padre interrumpió, sujetando su rodilla con su palma.

—Ahora, él se alegra de haber entrenado durante todos estos años —dijo—. Ahora,

él está contento de tener una hija que está viva para ir a la universidad.

La madre de Christy hizo un pequeño ruido que sonaba como “Amén” y golpeó

suavemente la esquina de su ojo con su dedo. La Sra. Bruter no había dicho mucho

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

desde que Jessica y yo llegamos allí. Ella se sentó al lado de Christy,

alternativamente acariciando su rodilla y asintiendo con la cabeza acordando con

las cosas que dijo Christy, con una sonrisa temblorosa y no muy convincente

sosteniendo su boca todo el tiempo. Ella asintió de nuevo cuando el padre de

Christy mencionó que había rezado sólo por una hija que fuera feliz y tuviera una

larga vida, no una que pudiera jugar softbol.

—¿Tú...? —solté, pero vacilé, insegura de lo que quería preguntarle. ¿Me culpas?

Quería preguntar. ¿Me odias aún más ahora? ¿Lamentas que Nick no me hubiera

matado? ¿Tienes pesadillas conmigo en ellas? Mi boca se abrió y se cerró. Tragué.

El Sr. Bruter debió sentir mi malestar porque se inclinó hacia delante con los codos

en sus rodillas y me miró directamente a los ojos. Sus manos colgaban entre sus

piernas.

—Hemos aprendido mucho sobre el perdón desde que esto pasó —dijo—. No

tenemos interés en que nadie más sufra por esta tragedia. Nadie.

Christy se miró las manos en su regazo. Jessica se giró hacia mí ligeramente.

—Hay héroes que murieron por su escuela —dijo el Sr. Bruter suavemente—. Y

hay héroes que casi murieron por su escuela. Y hay héroes que detuvieron el

tiroteo. Quién llamó al 911 cuando Christy se desmayó. Quien sostuvo su estómago

para detener el sangrado. Héroes que... que perdieron la gente que amaban.

Apreciamos a todos los héroes de la Preparatoria Garvin.

Jessica se acercó y tocó la parte de atrás de mi brazo. Me sentí rodeada. Yo —Dios,

¿cómo ocurrió esto?— me sentí orgullosa.

Cuando llegué a casa, totalmente agotada, mamá y Mel estaban sentados en el sofá

viendo la televisión.

—Se está haciendo tarde —dijo mamá, envuelta en su capullo de Mel. Sus pies se

tiraron a un lado. Parecía cómoda de una manera que nunca había visto antes, ni

siquiera cuando mi padre era su capullo—. Me estaba preocupado por ti.

—Lo siento —dije—. Este proyecto tiene que estar terminado antes de la

graduación.

—¿Conseguiste terminarlo? —preguntó Mel y encontré, para mi sorpresa, que no

me importaba que preguntara. En general, Mel era un tipo bastante bueno. Y él

hacía sonreír a mamá más, lo que, en mi opinión, le hacía un tipo muy genial.

—Bueno, conseguí terminar la investigación —dije—. Tengo todas las entrevistas

realizadas, de todos modos.

Él asintió en aprobación.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Guardé la cena —dijo mamá—. Está en el horno.

—No, gracias —dije—. Jess y yo ya comimos algo. —Me acerqué y me puse detrás

del sofá—. Creo que iré a la cama. —Le di a mamá un beso en la mejilla… un gesto

que no le había dado en años. Ella se mostró sorprendida—. Buenas noches, mamá

—dije, caminando hacia las escaleras—. Buenas noches, Mel.

—Buenas noches —contestó Mel con fuerza, ahogando la voz de mamá.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por ANDRE_G

Corregido por Mir

Entré a mi última sesión con el Dr. Hieler prácticamente zumbando.

—Creo que estoy empezando a descubrir quién soy —le dije, sonriendo

ampliamente mientras me dejaba caer en el sofá y abría mi Coca-Cola.

—¿Quién eres? —preguntó el Dr. Hieler, con una gran sonrisa. Él se dejó caer en su

asiento y puso una de sus piernas sobre el brazo de la silla, como siempre.

—Sí, quiero decir, sé que esto suena estúpido, pero creo que haber hablado con

toda esa gente me recordó quién soy realmente.

—¿Y quién eres? ¿Quién recordaste que eras?

—Bueno —dije. Me levanté y me paseé por la habitación—. Para empezar, me

gustaba la escuela. Realmente me gustaba. Me gustaba estar con mis amigos y

pasar el rato e ir a los juegos de baloncesto y otras cosas. Era inteligente y tenaz,

¿sabes? Quería ir a la universidad.

El Dr. Hieler asintió con la cabeza, presionando su dedo índice contra sus labios.

—Bien —dijo—. Estoy de acuerdo con todas esas cosas.

Dejé de pasearme y me volví a sentar en el sofá, con un nudo de energía exaltada.

—Y la Lista de Odio era de verdad. Realmente estaba enojada. No era para llamar la

atención de Nick. Quiero decir, no estaba tan enfadada como él lo estaba, sabes. Ni

siquiera me di cuenta de lo enojado que estaba. Pero yo también estaba enfadada.

La intimidación, las burlas, los insultos… mis padres, mi vida… todo parecía estar

tan jodido y sin sentido; y realmente estaba enfadada por ello. Es posible que en

ese entonces una parte de mí fuera suicida y sólo no lo sabía.

—Es posible —dijo—. Tenías buenas razones para estar enfadada.

Volví a ponerme de pie.

—¿No lo ve? No estaba fingiendo. No por completo. —Me volví y miré por la

ventana. La niebla se estaba asentando sobre los coches en el lote del

estacionamiento—. Por lo menos no era una farsante —le dije, mirando el agua en

el capó de los coches—. Por lo menos no era eso.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Sí —dijo—, ¿pero puedes hacer un salto mortal atrás?

—No, sigo sin poder hacer eso.

—¿En serio? Yo puedo hacerlo.

—No puedes hacerlo. Eres tan mentiroso.

—Pero soy bueno en eso —dijo él—. Y estoy orgulloso de ti, Val. No estoy

mintiendo sobre eso. —Nos movimos hacia el tablero de ajedrez, como siempre.

Me venció, como siempre.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por Little Rose

Corregido por Vannia

—Sé que no quieres que me emocione —dijo la Sra. Tate. Había un buñuelo a

medio comer en su escritorio. La taza de café humeaba. Olía bien la oficina de la

Sra. Tate a primera hora de la mañana. Olía como debía oler al levantarse por la

mañana; rico, alegre y reconfortante—. Pero no puedo evitarlo, tú sabes. Son unas

noticias geniales.

—No son noticias —dije adormilada desde la silla frente a su escritorio—. Sólo

estoy diciendo que quiero esos folletos. Para después.

Ella asintió entusiasmada.

—¡Por supuesto! ¡Por supuesto que para después! Totalmente. ¿Quién puede

culparte? Después es algo bueno. ¿Qué tanto después?

Me encogí de hombros.

—No lo sé. Lo que sea que tarde. Necesito tiempo para aclarar todo. Pero tiene

razón, la universidad siempre estuvo en mis planes y no debería dejar de ser quien

soy. —Ahora que sabía lo que no era, estaba decidida a recordar quién era. En

quién me convertiría.

La Sra. Tate abrió un archivador y sacó varios folletos gruesos.

—No puedo decirte, Valerie, lo orgullosa que me siento al oírte decir eso —dijo,

dando saltitos—. Aquí tienes. Muchos para elegir. Sabes que puedes llamarme si

tienes dudas o necesitas ayuda en algo.

Me dio los libros y me incliné para tomarlos. Se sentían pesados. Me gustaba eso.

Por una vez en la vida el futuro se veía más pesado que el pasado.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

PARTE CUATRO

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

“¡Oh! ¿Y cómo disculparemos una acción tan

sangrienta?”

—SHAKESPEARE

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Traducido por flochi

Corregido por Marina012

No puedo decir que las cámaras de la televisión no me pongan algo nerviosa. Había

tantas. Habíamos esperado algunas —estábamos contando con eso, en realidad—

¿pero tantas? Sentí mi garganta secarse y raspar cuando traté de hablar.

Estaba caliente para ser mayo y la bata se pegaba a mis piernas cuando el viento

soplaba. La graduación era, como siempre lo había sido, celebrada en el exterior,

en el vasto césped de la escuela en el lado este. Un día de estos, la administración

siempre había sido advertida al respecto, la graduación sería trasladada a un gran

auditorio para acomodar toda la expansión de la escuela y el impredecible clima

del medio Oeste. Pero no el día de hoy. Hoy estábamos siguiendo la tradición. Al

menos podíamos hacer eso, esta problemática clase de 2009. La tradición se sentía

bien para nosotros.

Pude ver a mi familia… Frankie sentada sentado entre mamá y papá, a un costado,

cerca del fondo. Briley sentada al otro lado de papá.

Mamá tenía un marcado aire adusto y se mantenía disparándole miradas hostiles a

los camarógrafos. De repente no pude hacer más que admirar con gratitud el hecho

de que de alguna manera haya logrado mantener a la mayoría de las cámaras

alejadas de mi en el transcurso de todo esto. El único reportero al que había

hablado fue Angela Dash, cuando yo había hecho el viaje a su oficina. Me hizo

darme cuenta, con algo parecido a un fuerte shock, que a pesar de todas las cosas

acusatorias dichas y la desconfianza de todo el año pasado, mamá no solamente

había trabajado para proteger al resto del mundo de mí; también me protegió del

mundo. Debajo de la lucha, allí siempre habría ese amor básico, ese lugar seguro

para volver a casa.

Papá parecía bastante miserable, atrapado entre mamá y Briley, pero cada vez que

nuestros ojos se encontraban, un destello de alivio cruzaba su rostro. Y ese alivio

era real, puedo asegurarlo. En sus ojos vi esperanza y supe, con cierto grado de

certeza, que a pesar de lo que podríamos habernos dicho, que con el tiempo nos

perdonaríamos mutuamente. Incluso si nunca pudiéramos olvidar. Y todo lo que

tomaría sería tiempo.

De vez en cuando, Briley se inclinaba, le susurraba algo en el oído y él sonreía. Y me

puso contenta de que él tuviera una razón para sonreír. Una parte de mi deseaba

que Mel hubiera venido con mamá. De esa manera ella también habría tenido una

razón para sonreír.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

Frankie parecía aburrido, pero sospechaba que esa era una mirada planificada. El

próximo año sería el turno de Frankie probar los corredores de la Preparatoria

Garvin. Su turno de huir bajo la mirada atenta del Sr. Angerson. Su turno de

sentarse en la oficina de la Sra. Tate, sorprendida y reconfortada por la indisciplina.

Tenía el presentimiento que Frankie lo haría bien. A pesar de todo, él estaría bien.

El Dr. Hieler estaba allí, también. Sentado en la fila detrás de mamá y papá. Tenía

su brazo enroscado alrededor de su esposa. No se parecía en nada a como esperaba

que ella fuera. No era hermosa ni glamorosa. Tampoco tenía un porte como el de

Madonna de interminable paciencia y gracia en su cara. Revisaba su reloj a menudo

y entrecerraba los ojos contra el sol, y una vez gritó algo en su teléfono celular. Me

gustaba más mi versión mejorada de ella. Realmente quería creer que las familias

como la que había imaginado para el Dr. Hieler existían. Especialmente para él.

Detrás del Dr. Hieler había un toque de púrpura. Bea, su cabello elevado la delataba

y adornado con tantas lentejuelas púrpuras que tintineaban a medida que se movía,

sentada allí. Vestía un vaporoso traje púrpura y se aferraba frente de ella a un

bolso púrpura del tamaño de una maleta pequeña. Me sonrió, su rostro sereno y

hermoso, como una pintura.

Angerson se puso de pie y pidió silencio para que la ceremonia iniciara. Dio un

breve discurso acerca de la perseverancia, pero parecía no saber con exactitud qué

decir respecto a esta clase. Todos los viejos discursos no funcionaban aquí. ¿Qué

podría decir acerca del futuro a aquellos padres que no podían dejar ir el pasado,

que no podían hacer nada más que ver como las esperanzas por los futuros de sus

hijos se desvanecían, sus hijos idos hace más de un año ya y que nunca volverían?

¿Qué podía decirnos al resto de nosotros, tan aturdidos por lo que había pasado

dentro de esos salones de educación que conocíamos y una vez amamos? No

habría más recuerdos dulces… aquellos estarían por siempre eclipsados. No habría

reuniones… esas serían traumáticas.

Prontamente, volvió las cosas en dirección a Jessica, quien se levantó con confianza

y subió las escaleras hacia el podio. Habló en una voz suave y calma acerca del

instituto y la escuela… cosas insulsas que no podrían provocar lágrimas. Y luego

dudó, su cabeza cabizbaja hacia el fajo de papeles en su mano.

Hizo una larga pausa en que las personas empezaron a toser y removerse

incómodas, una ola de incomodidad. Casi parecía como si estuviera orando y, no lo

sé, quizás efectivamente ella lo hacía. Angerson parecía nervioso y un par de veces

vaciló ligeramente hacia ella, como si él fuera a darle un codazo o conducirla fuera

del escenario. Cuando ella finalmente alzó la vista, su rostro había cambiado.

Suavizado, de alguna manera, de la resuelta presidenta del Consejo Estudiantil a la

chica que acariciaba mi brazo cuando el papá de Christy Bruter hablaba acerca del

perdón.

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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown

—Nuestra clase —comenzó Jessica—, siempre estará definida por una fecha en

nuestro calendario. Dos de mayo del 2008. Ningún miembro de esta clase pasará

esa fecha sin recordar a alguien que él o ella amó, y que ahora no está. Recordando

las imágenes y sonidos de esa mañana. Recordando el dolor, la pérdida, la

profunda pena y la confusión. Recordando el perdón. Simplemente recordando.

Nosotros, la clase del Consejo Estudiantil 2009, vamos a obsequiar a la

Preparatoria Garvin un conmemorativo para recordar… —Su voz se quebró en la

palabra y se detuvo, su cabeza gacha otra vez, para componerse a sí misma. Cuando

alzó la vista una vez más, su nariz estaba muy roja y su voz tembló—. Recordar a

las víctimas de ese día. Aquellos a los que nunca olvidaremos.

Meghan se levantó de su silla y caminó hacia un montículo en el césped cerca del

escenario. Estaba cubierto por una sábana. Agarró el borde de la sábana y tiró de

ella. Un banco de concreto, casi cegador en blanco grisáceo, dispuesto sobre un

agujero del terreno del tamaño de un televisor. Junto al agujero había un montón

de tierra fresca y una caja de metal, la cápsula del tiempo, su tapa abierta. Desde mi

silla pude ver que la caja estaba casi llena de varios artículos… pompones

trenzados, dados borrosos, fotografías.

Jessica asintió hacia mí y me puse de pie. Mis piernas se sentían como goma

cuando subí las escaleras al podio. Jessica se movió a un costado cuando la alcancé,

pero se abalanzó sobre mí y me envolvió en sus brazos cuando me acerqué un paso.

La dejé abrazarme, sintiendo su calidez siendo absorbida por mi vestido,

haciéndolo pegarse aún más. Pero no me importó.

La recordé caminando hacia mí en el salón el día que traté dejar el proyecto del

Consejo Estudiantil. Sus ojos habían estado mojados, desesperados, su corazón a

simple vista, su voz intensa y espesa. Yo viví y eso lo cambió todo, dijo ella. En su

momento, le había dicho que estaba loca, pero ahora, aferrada a ella en el escenario

de nuestra graduación, nuestro proyecto completado, supe lo que quiso decir, y

supe que ella estaba en lo correcto. El día que lo cambió todo. Nos habíamos hecho

amigas no porque habíamos querido, sino porque de alguna manera debíamos. Y

llámenme loca, pero casi se sintió como si nos hubiéramos hecho amigas debido a

que se suponía que lo fuéramos.

A lo lejos, pude sentir, en vez de ver, los flashes de las cámaras estallando. Pude

escuchar el murmullo de los reporteros en el fondo. Cuando Jessica y yo nos

separamos subí al podio y aclaré mi garganta.

Vi a todos mis viejos amigos: Stacey, Duce, David, y Mason. Vi a Josh y a Meghan e

incluso a Troy, sentado en la parte posterior con los padres de Meghan. Los vi a

todos, un mar cambiante de incomodidad y tristeza, cada persona portando su

propio dolor, cada uno contando su propia historia, ninguna historia más o menos

trágica o triunfante que otra. En cierto modo, Nick había tenido razón: todos

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tenemos que ganar a veces. Pero lo que él no entendió era que todos teníamos que

ser perdedores, también. Debido a que uno no podía tener uno sin el otro.

La Sra. Tate se comió una uña mientras me miraba. Mamá estaba sentada con los

ojos cerrados. Parecía como si no estuviera respirando. Se me ocurrió, sólo

brevemente, que tal vez debería seguir mi primer instinto después de todo y

utilizar este momento para disculparme. Formalmente. Quizás, más de lo que

estaba a punto de darles, una disculpa era lo que les debía.

Pero sentí la mano de Jessica deslizarse en la mía, su hombro frotarse contra el mío,

y al mismo tiempo vi a Angela Dash sumergir su cabeza en un cuaderno y empezar

a escribir. Miré mi discurso.

—En la Preparatoria Garvin recibimos una fuerte dosis de realidad este año. El

odio de las personas. Ésa es nuestra realidad. Las personas odian y son odiadas, y

llevan rencores y quieren castigos. —Miré al Sr. Angerson, quien parecía estar

sentado en el borde de su silla, listo para levantarse y detenerme si iba demasiado

lejos. Me sentí estremecer, tambaleándome un poco. La mano de Jessica apretó la

mía sólo un poco. Continué—: Las noticias nos dicen que el odio no es nuestra

realidad.

Angela Dash se removió de nuevo en su silla. Sus brazos estaban cruzados, su

cuaderno de notas y lapicera olvidados. Ella me miró fijamente con labios

fruncidos y feos. Parpadeé, tragué saliva, me forcé a seguir adelante.

—No sé si es posible quitarle el odio a las personas. Ni siquiera personas como

nosotros, que han visto de primera mano lo que el odio es capaz de hacer. Todos

estamos heridos. Todos nosotros vamos a estar heridos por mucho tiempo. Y

nosotros, probablemente más que nadie allá afuera, vamos a buscar una realidad

nueva todos los días. Una mejor. —Miré hacia atrás, mas allá de mis padres, hacia

el Dr. Hieler. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, su pulgar frotando su

labio inferior. Hizo un asentimiento de cabeza hacia mí tan ligeramente, que casi

no fue un asentimiento en absoluto.

Me arrastré medio paso al costado. Jessica se inclinó en el micrófono, todavía

agarrando mi mano.

—Sabemos que es posible cambiar la realidad —dijo ella—. Es difícil, y la mayoría

de las personas no se molestarán en intentarlo, pero es posible. Uno pude cambiar

la realidad de odio al abrirse a un amigo. Al salvar a un enemigo. —Jessica me miró

y sonrió. Le devolví la sonrisa, con tristeza. Me preguntaba si continuaríamos

siendo amigas después de esto. Si incluso nos veríamos nuevamente después del

día de hoy. Pero con la finalidad de cambiar la realidad, uno mismo tiene que estar

dispuesto a oír y aprender. Y escuchar. A realmente escuchar.

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—Como presidenta de la clase de último año del 2009, les estoy pidiendo a todos

ustedes que recuerden a las víctimas del tiroteo del dos de mayo y escuchen la

realidad de quienes eran aquellas personas.

Aclaré mi garganta.

—Muchas de las personas que murieron lo hicieron debido al tirador… —Mi voz se

fue apagando. Ni siquiera pude mirar al Dr. Hieler, quien supe que en este

momento estaría asintiendo con coraje hacia mí—. Mi novio, Nick Levil, y pensaba

que eran malas personas. Sólo vimos lo que quisimos ver y… —Y me pasé la mano

sobre un ojo. Jessica dejó ir mi mano y en su lugar empezó a frotarme la espalda—.

Um… nosotros no… Nick y yo no… no conocíamos… la realidad de quienes eran

aquellas personas.

Jessica se inclinó hacia adelante nuevamente.

—Abby Dempsey —dijo ella—, era una ávida jinete a caballo. Tenía su propio

caballo llamado Nietzsche, y montaba a Nietzsche cada sábado a la mañana. Fue

elegida para participar el próximo verano en el Knofton Junior Rodeo. Estaba tan

emocionada debido a eso. También era mi mejor amiga —agregó roncamente—.

Pusimos un mechón de la crin de Nietzsche en la cápsula del tiempo en nombre de

Abby.

Ella retrocedió y yo me adelanté otra vez. Mis dedos estaban temblando alrededor

de las tarjetas que estaba sosteniendo y aún no podía alzar la vista. Pero se fue

haciendo más fácil a medida que recordaba los rostros de todos los padres con los

que Jessica y yo habíamos hablado. Todos los padres con los que finalmente me

disculpé personalmente. Todos los padres que aceptaron mis disculpas… aquellos

que me perdonaron. Aquellos que no. Aquellos que dijeron que nunca les debí una.

Habíamos llorado juntos y habían estado encantados de compartir historias de sus

hijos con nosotras. La mayoría de ellos se encontraban entre la audiencia ahora

mismo, sospechaba yo.

—Christy Bruter —dije—, ha sido aceptada en la Universidad Notre Dame y planea

estudiar psicología. Quiere trabajar con víctimas de trauma y ya está co-

escribiendo un libro acerca de su experiencia cercana a la muerte. Christy ha

colocado una pelota de softbol en la cápsula del tiempo.

Jessica se inclinó hacia delante de nuevo.

—Jeff Hicks acababa de llegar del hospital de ver a su nuevo hermanito por

primera vez en la mañana del dos de mayo. Estaba llegando tarde a la escuela, pero

estaba emocionado cuando dejó el hospital, emocionado por tener otro chico en la

familia. Incluso sugirió un nombre para el bebé… Damon, en honor de un jugador

de fútbol favorito. En honor de Jeff, sus padres nombraron al bebé Damon Jeffrey.

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Colocamos la pulsera del hospital de Damon Jeffrey en la cápsula de tiempo en

nombre de Jeff.

—Ginny Baker —dije, respiré profundamente. Había tanto que quería decir sobre

Ginny. Ginny, quien sufrió tanto. Quien seguía sufriendo. Quien no pudo estar aquí

porque estaba ocupada tratando de encontrar maneras para terminar el trabajo

comenzado por Nick. Castigándose a sí misma por la intimidación que sentía que

ella misma había puesto en marcha—. Ginny fue ganadora del concurso de Lads

and Lassies21 cuando tenía dos años. Su mamá dice que ella siempre se estaba

presentando en shows de talento y aprendió cómo girar el bastón cuando sólo

tenía seis. Ginny ha decidido… —Me detuve, tratando de no llorar—, no poner nada

en la cápsula del tiempo. —Bajé mi cabeza.

Continuamos así… tomando turnos ofreciendo baratijas e historias acerca de Lin

Yong, Amanda Kinney, Max Hills y los otros. La viuda del Sr. Kline sollozaba en voz

alta cuando colocamos una moneda en la cápsula del tiempo en su nombre,

simbolizando su hábito de lanzar monedas a los estudiantes que respondían las

preguntas correctamente en su clase. Una de sus hijas mantuvo el rostro enterrado

en los pliegues del vestido de su madre, inmóvil.

Llegamos a la última y bajé las escaleras hacia mi asiento. Traté de no hacer

contacto visual con nadie… el sonido de narices sonándose era demasiado

ensordecedor.

Jessica permaneció de pie en el escenario sola, sus pies plantados firmemente, su

nariz roja pero sus ojos feroces. Su cabello rubio azotándose en el viento como

telarañas.

—Hay dos más —dijo ella en el micrófono. Fruncí el ceño, contando con mis dedos.

Pensé que los habíamos hecho a todos. Jessica respiró profundamente.

—Nick Levil —dijo ella—, amaba Shakespeare. —Contuve el aliento. ¿Cuándo

había hablado Jessica con la familia de Nick? ¿Por qué lo había hecho? ¿Lo hizo sin

mí a propósito? Entrecerré los ojos hacia el banco. Bastante segura, de que el

nombre de Nick estaba allí, último en la lista de víctimas. Hice un pequeño sonido

en la parte trasera de mi garganta y cubrí mi boca con la mano. Esta vez no podría

evitar que las lágrimas cayeran, en especial cuando dejó caer la vieja copia de Nick

de Hamlet, de la que me había leído pasajes tantas veces, dentro de la cápsula del

tiempo.

Apenas la escuché decir:

—Valerie Leftman es una heroína. Más valiente que nadie que haya conocido… una

bala es lo menor de las cosas escalofriantes que la vi enfrentar este año. Salvó mi

21 Lads and Lassies: Muchachos y muchachas.

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vida sin ayuda y detuvo el tiroteo de mayo de 2008, de ser peor de lo que ya era. Y

soy muy afortunada de ser capaz de llamarla amiga. Valerie ha colocado un libro de

dibujos en la cápsula de tiempo. —Sacó mi cuaderno negro de espiral y lo tiró

encima del Hamlet de Nick. Mi realidad y el escape de Nick… uno encima del otro.

Al principio nadie aplaudió cuando Jessica agradeció al público y tomó su asiento.

Pero después, fortaleciéndose como agua hirviendo, rompieron en aplausos a

palmadas constantes. Unas cuantas personas —aquellas que se mantenían bajo

control— se pusieron de pie frente a sus sillas.

Giré mi cabeza y observé: mamá y papá estaban aplaudiendo y limpiándose los

ojos. El Dr. Hieler estaba de pie delante de su silla, sin molestarse en limpiar los

suyos.

El Sr. Angerson subió hasta el podio y volvió al asunto de la graduación, de seguir

con nuestras vidas.

Pensé en la maleta que estaba abierta sobre mi cama. Mis cosas, casi llenas. La foto

de Nick y yo sentados en esa roca en el Lago azul ubicada bajo la ropa interior y lo

sujetadores adicionales. La copia de The Gift of Fear que el Dr. Hieler me compró,

con una advertencia de “mantente a salvo”. La pila de tarjetas telefónicas que papá

había presionado silenciosamente en mi mano el pasado sábado cuando vino a

recoger a Frankie. Los catálogos de universidades que había recibido de la Sra.

Tate.

Pensé en el tren que tomaría en la mañana —con destino desconocido— y cómo

mamá probablemente lloraría en la estación y me rogaría una vez más que no fuera,

al menos no sin un plan. Y cómo papá probablemente parecería aliviado cuando lo

viera achicarse a través de la ventana cuando el tren se alejara. Y cómo no lo

culparía por eso si lo hiciera.

Imaginé las cosas que podría perderme mientras estuviera lejos. ¿Mamá y Mel se

Casarían sin mí? ¿Me perdería ver a Frankie conseguir su primer trabajo, quizás

como salvavidas en la piscina del barrio? ¿Me perdería el anuncio de que Briley

estaba embarazada? ¿Me lo perdería todo y, escuchar de esas cosas, y sentiría que

ellos se merecían por lo menos eso, mi ausencia durante esas cosas felices?

—¿Estás segura acerca de esto? —El Dr. Hieler me había preguntado en nuestra

última sesión—. ¿Tienes suficiente dinero?

Asentí.

—Y su número. —Pero creo que ambos sabíamos que nunca lo llamaría, ni siquiera

cuando despertara en las sombras de un albergue oliendo a moho, mi pierna

doliendo y la voz de Nick haciendo eco en mis orejas. Ni siquiera si mi cerebro

finalmente me permitía recordar la imagen borrosa de Nick poniendo una bala en

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su cerebro en frente de mis ojos llorosos. Ni para decir Feliz Navidad o Feliz

Cumpleaños o Estoy bien o Ayúdeme.

Me abrazó y descansó su barbilla sobre la cima de mi cabeza.

—Estarás bien. —Había susurrado, aunque yo no estaba muy segura de si lo

susurraba para sí mismo o para mí.

Y me había ido a casa y empacado, dejando la maleta abierta en mi cama, junto a

los caballos en el papel tapiz de la pared, los que estaban —como siempre habían

estado, por supuesto— completamente inmóviles.

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Jennifer Brown

La columna de humor semanal de Jennifer dos veces ganadora del Premio Erma

Bombeck Mundial del Humor (2005 y 2006), apareció en The Kansas City Star por

más de cuatro años, hasta que ella renunció para ser una novelista para jóvenes-

adultos a tiempo completo.

La novela debut de Jennifer, HATE LIST (Little, Brown Books para Jóvenes

Lectores) recibió reseñas de tres estrellas y fue seleccionada como Mejor Libro

para Jóvenes Adultos por la ALA (American Library Association. Asociación

Americana de libros), un "Diez Perfecto" para VOYA (siglas de la revista Voice of

Youth Advocates) y el mejor libro del año para la Biblioteca de una Escuela. HATE

LIST también ganó el premio Thumbs Up! de la Asociación de Bibliotecas de

Michigan, y recibió un buen puesto en la lista de lectura de la preparatoria Taysha

de la Asociación de Bibliotecas de Texas, así como en la lista Asociación de

Bibliotecas de Missouri lectura de la escuela, así como la lista del premio Gateway

de la Asociación de Bibliotecas de Missouri, y ha sido nominado para el Premio de

Oklahoma Sequoyah.

La segunda novela de Jennifer, BITTER END, recibió una crítica con estrellas de

parte del Publishers Weekly, y está programado para ser lanzado en mayo del

2011.

Jennifer escribe y vive en la ciudad de Kansas, en el área de Missouri, con su

marido y sus tres hijos.

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