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148 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO PROUST CONTRA LA DECADENCIA Józef Czapski Este ensayo sobre Proust fue dictado el invierno de 1940-1941 en un frío refec- torio de un convento desafectado que nos servía de comedor de nuestro campo de prisioneros en Griazowietz, en la URSS. La falta de precisión, el subjetivismo de estas páginas, se explica en parte por el hecho de que yo no poseía ninguna biblioteca, ningún libro referido a mi tema, y de que desde septiembre de 1939 no había visto ningún libro francés. Lo que me esforzaba por evocar con una exactitud relativa era únicamente recuerdos sobre la obra de Proust. Esto no es un ensayo literario en el verdadero sentido del término, sino más bien recuerdos sobre una obra a la que debía mucho y que no estaba seguro de volver a ver en mi vida. Éramos cuatro mil oficiales polacos apiñados en diez o quince hectáreas en Starobielsk, cerca de Jarkov, desde octubre de 1939 hasta la primavera de 1940. Habíamos tratado de reanudar cierto trabajo intelectual que debía ayudarnos a superar nuestro abatimiento, nuestra angustia, y a defender nuestros cerebros de la herrumbre de la inactividad. Algunos de nosotros nos pusimos a preparar conferencias militares, históricas y literarias. Nuestros amos de entonces consi- deraron aquello contrarrevolucionario, y algunos conferenciantes fueron depor- tados inmediatamente con dirección desconocida. De todos modos, estas confe- rencias no se interrumpieron sino que fueron maquinadas con mucho cuidado. En abril de 1940, todo el campo de Starobielsk fue deportado en pequeños grupos hacia el norte. En ese mismo momento se evacuaron otros dos grandes campos, el de Kozielsk y el de Ostachkov, en total quince mil personas. De estos prisioneros, los únicos que después se encontraron fueron apenas cuatrocientos

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148 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

PROUST CONTRA LA DECADENCIAJózef Czapski

Este ensayo sobre Proust fue dictado el invierno de 1940-1941 en un frío refec-

torio de un convento desafectado que nos servía de comedor de nuestro campo

de prisioneros en Griazowietz, en la URSS.

La falta de precisión, el subjetivismo de estas páginas, se explica en parte por el

hecho de que yo no poseía ninguna biblioteca, ningún libro referido a mi tema,

y de que desde septiembre de 1939 no había visto ningún libro francés. Lo que

me esforzaba por evocar con una exactitud relativa era únicamente recuerdos

sobre la obra de Proust. Esto no es un ensayo literario en el verdadero sentido

del término, sino más bien recuerdos sobre una obra a la que debía mucho y que

no estaba seguro de volver a ver en mi vida.

Éramos cuatro mil oficiales polacos apiñados en diez o quince hectáreas en

Starobielsk, cerca de Jarkov, desde octubre de 1939 hasta la primavera de 1940.

Habíamos tratado de reanudar cierto trabajo intelectual que debía ayudarnos a

superar nuestro abatimiento, nuestra angustia, y a defender nuestros cerebros

de la herrumbre de la inactividad. Algunos de nosotros nos pusimos a preparar

conferencias militares, históricas y literarias. Nuestros amos de entonces consi-

deraron aquello contrarrevolucionario, y algunos conferenciantes fueron depor-

tados inmediatamente con dirección desconocida. De todos modos, estas confe-

rencias no se interrumpieron sino que fueron maquinadas con mucho cuidado.

En abril de 1940, todo el campo de Starobielsk fue deportado en pequeños

grupos hacia el norte. En ese mismo momento se evacuaron otros dos grandes

campos, el de Kozielsk y el de Ostachkov, en total quince mil personas. De estos

prisioneros, los únicos que después se encontraron fueron apenas cuatrocientos

149FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

oficiales y soldados agrupados en Griazowietz, cerca de Wologda, el año 1940-

1941. Éramos setenta y nueve de Starobielsk, de cuatro mil. Todos nuestros

otros compañeros de Starobielsk desaparecieron sin dejar rastro.

Antes de 1917, Griazowietz era un lugar de peregrinación, un convento. La

iglesia del convento estaba en ruinas, demolida con dinamita. Las salas estaban

llenas de armazones, de literas apestadas de chinches, habitadas antes de noso-

tros por prisioneros finlandeses.

Sólo ahí recibimos, tras numerosas instancias, el permiso oficial para nuestros

cursos, a condición de presentar siempre su texto a censura previa. En una pe-

queña sala, abarrotada de compañeros, cada uno de nosotros hablaba de lo que

mejor se acordaba.

La historia del libro era contada con un raro sentido de evocación por un biblió-

filo apasionado de Lwów, el doctor Ehrlich; la historia de Inglaterra y la historia

de las migraciones de los pueblos fueron objeto de las conferencias del abate

Kamil Kantak de Pinsk, ex redactor de un periódico de Gdansk y gran admirador

de Mallarmé; de la historia de la arquitectura nos hablaba el profesor Siennicki,

profesor de la Escuela Politécnica de Varsovia, y fue el teniente Ostrowski,

autor de un excelente libro sobre el alpinismo, y que había hecho numerosas

ascensiones a los Tatras, al Cáucaso y a las Cordilleras, quien nos hablaba sobre

América del Sur.

Por lo que a mí se refiere, di una serie de conferencias sobre la pintura francesa

y polaca, así como sobre la literatura francesa. Tenía la suerte de estar convale-

ciente tras una grave enfermedad, eximido por ello de todos los trabajos duros;

salvo los de lavar la gran escalera del convento y pelar patatas, era libre y podía

preparar tranquilamente esas charlas de la tarde.

Aún sigo viendo a mis compañeros amontonados bajo los retratos de Marx,

Engels y Lenin, agotados después de trabajar con un frío que alcanzaba los 45°

bajo cero, que escuchaban nuestras conferencias sobre temas tan alejados de

nuestra realidad de aquel momento.

Yo pensaba entonces emocionado en Proust, en su cuarto sobrecalentado de

paredes de corcho, que se habría sorprendido mucho y quizá emocionado al

saber que, veinticinco años después de su muerte unos prisioneros polacos, tras

toda una jornada pasada en la nieve y el frío, que a menudo llegaba a los 40° bajo

cero, escuchaban con intenso interés la historia de la duquesa de Guermantes, la

muerte de Bergotte y todo aquello de lo que yo podía acordarme de ese mundo

de preciosos descubrimientos psicológicos y de belleza literaria.

Quiero dar aquí las gracias a mis dos amigos, el teniente W. Tichy, en la actua-

lidad redactor de la versión polaca de Parade en El Cairo, y el teniente Imek

Kohn, médico de nuestro ejército en el frente italiano. Fue a ellos a quienes dicté

este ensayo en nuestro gélido y apestoso comedor del campo de Griazowietz.

La alegría de poder participar en un esfuerzo intelectual que nos demostraba

que aún éramos capaces de pensar y de reaccionar a cosas del espíritu sin nada

en común con nuestra realidad de entonces, nos coloreaba de rosa aquellas ho-

ras pasadas en el gran comedor del antiguo convento, extraña escuela montaraz

150 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

donde revivíamos un mundo que entonces nos parecía perdido para nosotros

para siempre.

Sigue resultándonos incomprensible por qué precisamente nosotros, cuatro-

cientos oficiales y soldados, nos salvamos de quince mil camaradas que desa-

parecieron sin dejar rastro, en alguna parte por debajo del círculo polar y en

los confines de Siberia. Sobre este fondo lúgubre, aquellas horas pasadas con

recuerdos sobre Proust y Delacroix me parecen las horas más felices.

Este ensayo no es más que un humilde tributo de reconocimiento hacia el arte

francés, que nos ayudó a vivir durante esos pocos años en la URSS.

Proust contra la decadencia. Conferencias en el campo de Griazowietz, traducción de Mauro Armiño,

Siruela, Madrid, 2012.

JERZY BIELECKI, ENAMORARSE EN AUSCHWITZ. Jacinto Antón.

En el peor lugar del mundo, en las circunstancias más imposibles, es capaz de florecer

el amor. Parecería que Auschwitz —como estableció Adorno— está reñido con la poe-

sía, así que ni te digo con el enamoramiento. Y sin embargo en aquel infierno de deshu-

manización, miseria, ultraje y crimen, incluso allí, nacieron relaciones románticas. Bajo

el humo atroz de los crematorios, entre el légamo del dolor, el hambre y el miedo, hubo

quienes se enamoraron. Historias algunas morbosas, sin duda, de pasiones retorcidas

como sacacorchos, tipo Portero de noche. Es el caso de la tan parecida a la de la película

de Liliana Cavani, entre una mujer judía, Helena Citrónova, y un guardia de la SS,

Franz Wunsch. Uno de los episodios más extraordinarios de Auschwitz: un día la presa

fue llevada a cantar para el SS en su fiesta de cumpleaños y el nazi se enamoró. A ella

le horrorizó inicialmente inspirar tal sentimiento a un verdugo, pero cuando Wunsch

salvó a su hermana, arrebatándola literalmente al gas, y se jugó el cuello por Helena,

no pudo dejar de sentir algo por él. Fue el amor imposible de Auschwitz entre una

Montesco de la familia de las víctimas y los humillados y un Capuleto de las calaveras.

Hubo otros amores en el campo. Simon Wiesenthal los esencializó en su novela, basa-

da en hechos reales, Max y Helen (Gedisa, 2009), en la que un preso escapa sin poder

llevarse a su amada porque esta no quiere abandonar a su hermana y cuando la reen-

cuentra años después ha tenido un hijo del comandante del campo.

Jerzy Bielecki (Slaboszow, Polonia, 1921), el hombre al que enterramos hoy en este

obituario, fallecido el jueves a los 90 años mientras dormía en su casa en Nowy Targ,

fue más afortunado, pues logró sacar de Auschwitz a su chica. En su historia confluyen

Love story y La gran evasión, aunque la fuga no fue de un stalag de la Luftwaffe sino de

un campo de exterminio, y el castigo por la fuga no era la nevera sino el horno.

Bielecki era un joven polaco católico de 19 años cuando fue arrestado en junio de

1940 bajo la sospecha de ser miembro de la Resistencia y enviado a Auschwitz. Tres

años más tarde, mientras trabajaba en un almacén de grano del campo, pasó ante sus

ojos una guapa jovencita morena y se enamoró perdidamente. Ella era Cyla Cybulska,

una judía polaca de 22 años, tatuada con el 29558, que había arribado a Auschwitz-

Birkenau del gueto de Lomza; sus padres y una hermana fueron a parar directamente

151PROUST CONTRA LA DECADENCIA

EL SS QUE OBSERVABA AVES EN AUSCHWITZ. Jacinto Antón.

En Auschwitz no había espacio para la poesía pero, sorprendentemente, sí lo hubo

para la ornitología. Una de las historias más asombrosas de aquel lugar espantoso es

la de la insólita empresa de documentar la población de pájaros del campo que llevó

a cabo un naturalista miembro de las SS. Mientras los trenes llegaban, las cámaras de

gas mataban y los hornos ardían, el naturalista y Obersturmführer (teniente) Günther

Niethammer identificaba las aves del lugar y los alrededores con un celo científico que

resultaría admirable en cualquier otra situación.

Niethammer (1908-1974) era ya entonces un ornitólogo prestigioso que había realizado

expediciones y logrado en 1932 el retorno a Alemania de la célebre colección Brehm.

Se afilió en 1937 a las SS y entre 1940 y 1942 fue guardia en Auschwitz-Birkenau,

donde convenció al comandante del campo, el infame Rudolf Höss, para que le dejara

realizar su investigación, de la que derivó la que posiblemente sea la más alucinante

monografía escrita por un ornitólogo: Beobachtungen über die Vogelwelt in Auschwitz

(Observaciones sobre la vida de las aves en Auschwitz). En las 40 páginas del opúsculo,

Niethammer recoge pormenorizadamente las 126 especies identificadas y estudiadas,

entre ellas algunas que cuesta especialmente imaginar en el infierno, como el petirrojo,

el ruiseñor y la alondra.

El que alguien pudiera dedicarse al birdwatching en medio del exterminio y extasiarse

con, por ejemplo, el carricerín cejudo resulta asombroso y surrealista. Aunque desde

luego para los deportados era mucho peor que a un SS (como Mengele) le interesara

la medicina...

Al escritor alemán Arno Surminski (1934) la historia de Niethammer le sirvió de ins-

piración para una novela Los pájaros de Auschwitz, que acaba de publicar en España

Salamandra. Surminski cambia el nombre del ornitólogo nazi por uno ficticio, Hans

Grote, y convierte en protagonista a su ayudante, un prisionero polaco, Marek, que

dibuja las aves para el SS. En las manos del novelista, los hechos se transforman en

un relato premeditadamente contenido que elude todo el juego fácil que podría haber

dado la asociación de pájaros y presos, alada libertad y confinamiento sin esperanza,

vida en los cielos y muerte tras las alambradas.

a las cámaras de gas; ella fue destinada a reparar sacos de grano. Los siguientes ocho

meses los dos jóvenes, incapaces de cruzar más que algunas furtivas palabras cada día,

vivieron todas las incertidumbres del amor y solo alguno de sus deleites. Entonces,

Jerzy preparó un audaz plan de huida. Distrayendo trozos del almacén de uniformes

se confeccionó uno de SS y obtuvo un pase robado para transportar prisioneros. El 21

de julio de 1944 recogió a Cyla y haciéndose pasar por un guardia —el rottenführer

Steiner— y su prisionera cruzaron la puerta del campo. Escondiéndose de día y ca-

minando de noche, consiguieron llegar a casa de unos parientes de él. Entonces, en

pura tradición Casablanca, la guerra los separó. Jerzy decidió que tenía que unirse a

la Resistencia y encontró un escondite seguro para su amada con una familia católica.

Pasaron la última noche en un jardín bajo un peral jurándose amor y haciendo planes.

No se volverían a ver en 39 años.

Por una serie de malentendidos, ambos creyeron que el otro había muerto. Los dos se

casaron y formaron sus respectivas familias. Por casualidad, ella, que había emigrado

a Estados Unidos con su marido, otro hebreo superviviente del Holocausto, y abierto

un negocio de joyería en Brooklyn, se enteró de que él seguía vivo. Su empleada de la

limpieza, a la que le había explicado su historia, le dijo que había visto a Jerzy en televi-

sión, contando lo mismo. Cyla lo localizó y en 1983 se reunieron en Cracovia. Al bajar

del avión, él la esperaba con 39 rosas rojas, tantas como años habían pasado separados.

Dan ganas de llorar, más aún al recordar que tan hermosa historia hundía sus raíces en

las amargas cenizas de Auschwitz. Las cosas no continuaron, sin embargo, como todos

querríamos: los viejos amantes volvieron a verse muchas veces, es cierto, y fueron

buenos amigos. Pero no rehicieron su vida juntos. «El destino decidió por nosotros»,

decía Jerzy Bielecki, al que sobreviven su mujer, dos hijas, cuatro nietos y un biznieto.

Cyla murió en 2005. Jerzy fue reconocido como Recto Entre las Naciones por el memo-

rial Yad Vashem de Jerusalén. Por salvar una vida, la de Cyla, su amor.

El País, 31 de octubre de 2011.

152 III. ARQUEOLOGÍAS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

Visito a Surminski en su casa de Hamburgo (vive con gran justicia poética en

Schwalbenstrasse, la «calle de la golondrina») tras haber compartido el día anterior con

él un acto en memoria de las víctimas del Holocausto en la iglesia de San Michaelis.

La ciudad está envuelta en un sudario de nieve pero paseando valerosamente junto al

lago Alster he podido ver un agateador (Gartenbaumläufer) subiendo en espiral por el

tronco de un árbol. Se lo digo con entusiasmo a Surminiski, un hombre amable con un

aire de Walt Disney cuya mujer nos ofrece chocolates. «En realidad no sé mucho de pá-

jaros, ni tengo un interés especial, conozco tres o cuatro. Di con el texto de Niethammer

casualmente, al publicar otro libro, Verano del 44, en el que hablaba del observatorio de

aves de Rositten, en el istmo de Curlandia; me lo envió un ornitólogo, Martin Bilio, me

pareció algo muy impresionante, y eso me llevó a escribir la novela, que se distancia

de la historia real. Tenía que cambiar el nombre del naturalista para tener la completa

libertad de inventarle sentimientos y palabras».

No obstante, el autor explica que el personaje del ayudante también tiene un origen au-

téntico, un preso polaco de Auschwitz, Jan Grebackis, que asistió forzado al ornitólogo

nazi y al que se pierde la pista al final de la guerra.

Le señalo que el obituario oficial de Niethamer, que lo describe como una eminencia

científica, autor del manual de referencia sobre las aves europeas y durante años pre-

sidente de la Sociedad Alemana de Ornitología, no menciona para nada su vinculación

al nazismo ni su ensayo sobre Auschwitz, dedicado por cierto a Höss, que ya es dedica-

toria. «Era de una familia distinguida. Fue un gran ornitólogo, admirado y respetado.

Lo de Auschwitz se supo mucho más tarde. El final de la novela coincide bastante con

la realidad. Se entregó y declaró que nunca hizo daño a nadie. La sentencia fue leve».

Sorprende en la novela el tono, muy sobrio, casi distante. «En una historia así no hacía

falta cargar las tintas, toda la crueldad está ahí, entre líneas», explica Surminski. «Era

preferible la sutileza. Había que controlar el relato y todas las poderosas metáforas que

se desprendían de él. La contención hace la historia más terrible, aunque hay quien

me la critica. Podría haber descrito a Grote como un sádico SS arquetípico pero es más

intranquilizador mostrarlo como un padre de familia bajito y fondón, arribista y mez-

quino». El aire de cuento o parábola y la brevedad acercan la novela a El niño del pijama

de rayas, de John Boyne. «Mucha gente me lo comenta, no la he leído».

En la novela tiene un papel importante un abejaruco. «Ese pájaro tan bonito y multi-

color llega a Auschwitz en un vagón de deportados y Grote se muestra preocupado y

compadecido por su suerte tras los seis días de viaje. Toda la monstruosidad del perso-

naje y de la situación está contenida ahí. No ve a la gente que camina hacia las cámaras

de gas sino solo al pájaro. Es una escena capital».

No es ni mucho menos la única impresionante. Están el mirlo que se posa en la horca,

las negras cornejas que escarban en las cenizas de los crematorios, los somormujos que

se desploman por las emanaciones de Ziklon B...

Surminski es un niño de la guerra que huyó de la Prusia oriental ante el avance de los

rusos y cuyos padres (miembros del partido nazi) fueron deportados a la URSS en 1945

y murieron en el Gulag, «No tengo hermanos. Me quedé solo. Guardo recuerdos muy

claros de aquel éxodo, los bombardeos, los muertos en el camino, la falta de comida y

la devastación. El Ejército Rojo nos seguía, luego nos adelantó. ¿Si tengo sensación de

culpa por mis padres? No, yo era un niño no tuve nada que ver con aquello».

El escritor ha visitado dos veces Auschwitz. ¿Vio pájaros? una leyenda del campo dice

que no se acercan allí. «No me fijé. Fui antes de tener la idea del libro. Hay quien dice

que las aves cambian de rumbo para no sobrevolarlo. No creo. Pájaros hay en todas

partes». En realidad, hay gente que ha descrito las especies que frecuentan el viejo

campo de exterminio. Lo que pasa es que a la mayoría de los visitantes, sobrecogidos,

nos cuesta levantar la mirada del suelo.

Al acabar la entrevista, mientras espero un taxi, Surminiski me enseña el pequeño

patio con jardín detrás de la casa. Hay un comedero para pájaros. Nos quedamos un

rato observando y soltando pequeñas nubecitas blancas. Entonces aparece un cuervo

grande, negro y lustroso y no puedo evitar un escalofrío.

El País, 25 de febrero de 2013.

Páginas manuscritas del cuaderno de Józef Czapski en el campo de Griazowietz.