mirar al sol - irvin d. yalom

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Uno de los best sellers en psicología clínica.

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Título original: Staring at the Sun. Overcoming theTerror of DeathIrvin D. Yalom, 2008Traducción: Agustín Pico EstradaDiseño de cubierta: Departamento de Arte deEditorial Planeta

Editor digital: German25ePub base r1.1

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Lesoleilnilamortnesepeuventregarderenface.

(Nielsolnilamuertesepuedenmirar

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defrente).

FRANÇOISDELAROCHEFOUCALDMáxima26

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No demos por sentado que enfrentar la idea de lamuerte es demasiado doloroso, que pensar en ellanos destruirá, que debemos negar la transitoriedadpara que esa verdad no vuelva insoportablenuestras vidas.

Tal negación no es gratuita: empobrece nuestraVida interior, nubla nuestra visión, embota nuestraracionalidad (…). Mirar a la muerte a la cara,acompañados por alguien que nos oriente, no sóloaplaca el terror sino que vuelve a la existenciamás rica, intensa y vital. Trabajar con la muertenos enseña sobre la vida.IRVIN D. YALOM.

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Dedicado a mis mentores, cuyas ondasconcéntricas se

propagan hasta mis lectores a través demí:

John Whitehom, Jerome Frank, DavidHamburg y Rollo May.

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Prefacio y agradecimiento

Este libro no es, ni puede ser, un compendio depensamientos acerca de la muerte, pues, a lo largode los milenios, todo escritor serio se ha ocupadode la mortalidad humana.

Se trata, en cambio, de un libro hondamentepersonal que surge de mi enfrentamiento con lamuerte. Comparto con todos los seres humanos eltemor a la muerte; es nuestra sombra oscura, de lacual nunca nos separamos. Estas páginas contienenlo que aprendí acerca de sobreponerse al terror ala muerte a través de mi propia experiencia, milabor con mis pacientes y los pensamientos deaquellos escritores que han influido en mi trabajo.

Les agradezco a muchos que me han ayudado alo largo del camino. Mi agente, Sandy Dijkstra, ymi editor, Alan Rinzler, tuvieron una influenciadecisiva a la hora de darle forma y foco al

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presente libro. Una multitud de amigos y colegasleyeron partes del manuscrito y ofrecieronsugerencias: David Spiegel, Herbert Kotz, JeanRose, Ruthellen Josselson, Randy Weingarten, NeilBrast, Rick Van Rheenen, Alice Van Harten, RogerWalsh. Philippe Martial me hizo conocer lamáxima de La Rochefoucauld que le da título allibro. Mi agradecimiento a Van Harvey, WalterSokel, Dagfin Follesdal, amigos queridos y tutoresde larga data en mi historia intelectual. PhoebeHoss y Michele Jones hicieron una excelente tareade edición. Mis cuatro hijos, Eve, Reid, Victor yBen, fueron consultores invalorables y, como decostumbre, mi mujer, Marilyn, me obligó a escribirmejor.

Mi mayor deuda es con mis principalesmaestros: mis pacientes, que deben permaneceranónimos (ellos saben quiénes son). Me hanhonrado confiándome sus miedos más hondos, medieron permiso para usar sus historias, me

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aconsejaron sobre cómo disfrazar sus identidadesen forma efectiva, leyeron todo el manuscrito oparte de él, ofrecieron consejos y se complacieronante la idea de hacerles llegar a los lectores suexperiencia y sabiduría por mi intermedio.

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1

La herida mortal

El pesarentra en micorazón. Le temoa la muerte.

GILGAMESH

La autoconciencia es un don supremo, un tesoro tanprecioso como la vida. Es lo que nos hacehumanos. Pero conlleva un elevado precio: laherida de la mortalidad. Nuestra existencia estáensombrecida en forma permanente por laconciencia de que creceremos, floreceremos e,inevitablemente, nos marchitaremos y moriremos.

La mortalidad nos acosa desde el comienzo de

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la historia. Hace cuatro mil años, el héroebabilonio Gilgamesh reflexionaba sobre la muertede su amigo Enkidu con las palabras del epígrafeque encabeza este capítulo: «Te has vueltooscuridad y no puedes oírme. Cuando yo muera,¿no seré, acaso, como Enkidu? El pesar entra enmi corazón. Le temo a la muerte».

Gilgamesh habla por todos nosotros. Todos,cada hombre, mujer o niño, teme, como él, a lamuerte. En algunos de nosotros, el miedo a lamuerte sólo se manifiesta en forma indirecta, yasea como inquietud generalizada o bajo la máscarade algún otro síntoma psicológico. Otrosindividuos experimentan una corriente de ansiedadexplícita y consciente ante la muerte. Y, paraalgunos, el temor a la muerte estalla en un terrorque impide toda felicidad y satisfacción.

Durante milenios, los filósofos han procuradovendar la herida de la mortalidad para ayudamos avivir en paz y armonía. Como psicoterapeuta que

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trata a muchos individuos que lidian con laansiedad ante la muerte, he encontrado que laantigua sabiduría, en particular la de los antiguosfilósofos griegos, es totalmente relevante en laactualidad.

De hecho, considero que, en mi laborterapéutica, mis antecesores intelectuales no sontanto los grandes psiquiatras y psicólogos de finesdel siglo XIX y comienzos del XX —Pinel, Freud,Jung, Pavlov, Rorschach y Skinner— como losfilósofos de la Grecia clásica, en particularEpicuro. Cuanto más aprendo sobre esteextraordinario pensador ateniense, más claramentelo reconozco como el prototipo del terapeutaexistencialista. Recurriré a sus ideas a lo largo detodo el presente trabajo.

Epicuro nació en el año 341 a. C., pocodespués de la muerte de Platón, y murió en el 270 a. C. En la actualidad, la mayoría de las personasestán familiarizadas con su nombre por los

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términos «sibarita» o «epicúreo», que se aplican ala persona dedicada a los refinados goces de lossentidos, en especial la comida y la bebida. Peroel hecho histórico es que Epicuro no fue un adalidde los placeres sensuales; lo que realmente leinteresaba era la obtención de laimperturbabilidad (ataraxia).

Epicuro practicaba una «filosofía médica» einsistía en que, así como el médico trata el cuerpo,el filósofo debía tratar el alma. Desde su punto devista, sólo había una meta correcta para lafilosofía: aliviar el sufrimiento humano. ¿Y cuálera, para él, la causa primera del sufrimiento?Epicuro sostenía que era nuestro omnipresentetemor a la muerte. Decía que la aterradora visiónde la inevitabilidad de la muerte afecta nuestrodisfrute de la vida y perturba todos nuestrosplaceres. Para aliviar el temor a la muerte, estefilósofo desarrolló varios poderosos experimentosintelectuales que me han ayudado en lo personal a

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enfrentar la ansiedad producida por la muerte y meproveyeron de las herramientas que empleo paraayudar a mis pacientes. A lo largo de la presenteobra me referiré a menudo a estas valiosas ideas.

Mi experiencia personal y mi labor clínica mehan enseñado que la ansiedad referida al morircrece y decrece a lo largo de la vida. Los niñospequeños no pueden dejar de notar los atisbos demortalidad que los rodean: hojas, insectos ymascotas muertos, abuelos que desaparecen,padres de duelo, interminables superficiescubiertas de lápidas en los cementerios. Quizá losniños se limiten a observar, cavilar y, siguiendo elejemplo de sus padres, callar. Si expresanabiertamente su ansiedad, se hará patente laincomodidad de los padres, que, por supuesto, seapresurarán a ofrecer consuelo. A veces, losadultos tratan de encontrar palabrastranquilizadoras, o de transferir todo el asunto a unfuturo lejano, o de aplacar la ansiedad de los niños

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con historias que niegan la muerte al hablar deresurrección, vida eterna, cielo y reunión.

Lo habitual es que el temor a la muerte quedeoculto entre los seis años, aproximadamente, y lapubertad, coincidiendo con la etapa que Freudllamó de sexualidad latente. Luego, durante laadolescencia, la ansiedad ante la muerte estallacon toda su fuerza. Con frecuencia, losadolescentes se preocupan por la muerte; unospocos piensan en suicidarse. En la actualidad,muchos adolescentes responden a esa ansiedadconvirtiéndose en amos y dispensadores de lamuerte en la vida paralela de los juegos decomputadora violentos. Otros la desafían conhumor negro y canciones que toman la muerte a laligera, o mirando películas de terror con susamigos. Al comienzo de mi adolescencia, iba dosveces por semana a un pequeño cine cercano a latienda de mi padre. Allí mis amigos y yogritábamos durante las películas de terror y

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mirábamos con boquiabierta fascinación las querepresentaban los horrores de la Segunda GuerraMundial. Recuerdo que me estremecía en silencioante la idea de haber nacido en 1931 y no cuatroaños antes, como mi primo Harry, que muriódurante la matanza que fue la invasión aNormandía.

Algunos adolescentes desafían a la muerteponiéndose en peligro. Uno de mis pacientes, quesufría de fobias múltiples y de una constantesensación de que estaba por ocurrirle algunacatástrofe, me contó que, a los dieciséis años,comenzó a practicar paracaidismo y que realizabadocenas de saltos. Ahora, en retrospectiva, creeque ésa fue una manera de lidiar con el persistentetemor que le producía su propia mortalidad.

Con el correr de los años, estos temoresadolescentes a la muerte quedan desplazados porlas dos tareas vitales centrales de la primera partede la adultez: seguir una carrera y formar una

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familia. Al cabo de tres décadas, cuando los hijosse marchan del hogar y el fin de las carrerasprofesionales comienza a avecinarse, estalla lacrisis de la mediana edad, y la ansiedad ante lamuerte vuelve a surgir con toda su fuerza. Amedida que nos aproximamos a la cima de la viday contemplamos la senda que se extiende frente anosotros, nos damos cuenta de que ya no asciende,sino que desciende hacia la declinación y eldeterioro. A partir de ese momento, lapreocupación sobre la muerte nos ronda.

No es fácil vivir cada momento con totalconciencia de que moriremos. Es como tratar demirar al sol de frente: sólo se puede soportar unrato. Como no podemos vivir paralizados por elmiedo, generamos métodos para suavizar el terrorque nos produce la muerte. Nos proyectamos alfuturo a través de nuestros hijos, nos volvemosricos, famosos, crecemos cada vez más;desarrollamos compulsivos rituales protectores, o

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adoptamos una creencia inexpugnable en que al finseremos rescatados.

Algunas personas, con una suprema confianzaen su propia inmunidad, viven de manera heroica,a menudo sin cuidar de los demás ni de su propiaseguridad. Otros buscan trascender la dolorosaseparación que es la muerte fundiéndose con algo:un ser querido, una causa, una comunidad, un SerSupremo. La ansiedad ante la muerte es la madrede las religiones. Todas, de una u otra forma,buscan morigerar la angustia de nuestra finitud.Dios, según se lo representa en todas las culturas,no sólo alivia el dolor de la mortalidad por mediode una u otra visión de una vida perdurable, sinoque palia nuestro temor al aislamiento ofreciendouna presencia eterna; además, provee normasclaras para vivir una existencia significativa.

Pero a pesar de las más sólidas y venerablesde las defensas, nunca podemos vencer del todo laansiedad que nos produce la muerte. Siempre está

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ahí, acechando en alguna hondonada oculta denuestras mentes. Tal vez lo que ocurra sea que,como dice Platón, no podemos mentirle a la partemás profunda de nosotros mismos.

Si yo hubiese sido ciudadano de la antiguaAtenas, en torno al año 300 a. C. (época que amenudo es considerada la era dorada de lafilosofía) y experimentara terror o alguna pesadillareferidos a la muerte, ¿a quién habría recurridopara librar mi mente de la red del miedo? Es desuponer que me hubiese dirigido al ágora, la partede la antigua Atenas donde se encontraban muchasde las escuelas filosóficas más importantes. Allíencontraría la Academia, fundada por Platón yahora dirigida por su sobrino Espeusipo, y tambiénel Liceo, la escuela de Aristóteles, que estudió conPlatón, pero cuya filosofía difería demasiado de lade éste como para que se lo pudiera considerar susucesor. Habría pasado frente a las escuelas de losestoicos y de los cínicos e ignorado a los filósofos

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itinerantes que buscaban discípulos. Finalmente,habría llegado al jardín de Epicuro, y creo que allíhubiese encontrado ayuda.

Hoy día, ¿a dónde se vuelven las personas quesufren de una ansiedad incontenible ante lamuerte? Algunos buscan la ayuda de familiares yamigos, otros recurren a sus iglesias o a la terapia.Otros quizá consulten libros como éste. Hetrabajado con una gran cantidad de individuos quesienten terror ante la muerte. Creo que lasobservaciones, reflexiones y procedimientos deuna vida de labor terapéutica pueden ofrecerconsiderable ayuda y esclarecimiento a quienes nopueden librarse por sí mismos de la ansiedad antela muerte.

En este primer capítulo, quiero enfatizar que eltemor a la muerte crea problemas que inicialmenteno parecen tener relación directa con lamortalidad. La muerte llega lejos, y su impactosuele esconderse. Algunas personas pueden quedar

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totalmente paralizadas por el temor a morir, poreso, a veces, ese miedo se enmascara y expresa ensíntomas que parecen no tener nada que ver con lapropia mortalidad.

Freud creía que buena parte de lasenfermedades psicológicas provienen de larepresión de la sexualidad. Opino que es unavisión excesivamente limitada. En mi trabajoclínico he llegado a entender que lo que unoreprime no es sólo la sexualidad, sino la totalidaddel propio ser y, más particularmente, la finitud denuestra naturaleza.

En el capítulo 2, analizo maneras de reconocerla ansiedad reprimida ante la muerte. Muchaspersonas padecen de ansiedad, depresión y otrossíntomas que expresan el temor a la muerte. En esecapítulo y en los siguientes, ilustraré mis puntos devista con historias clínicas y técnicas de mi propiapráctica, como también con ejemplos tomados delcine y la literatura.

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En el capítulo 3 mostraré que enfrentar lamuerte no significa desesperar y despojar a la vidade todo sentido. Por el contrario, puede ser unaexperiencia que nos haga despertar a una vida másplena. La tesis central de ese capítulo es que,aunque el hecho físico de la muerte nos destruye,la idea de la muerte nos salva.

En el capítulo 4 describo algunas de laspoderosas ideas que filósofos, terapeutas,escritores y artistas proponen para enfrentar eltemor a la muerte. Pero, como se sugiere en elcapítulo 5, las ideas solas no parecen bastar paraenfrentar al terror vinculado a la muerte. Nuestraayuda más poderosa a la hora de mirar de frente ala muerte es la sinergia entre las ideas y lasrelaciones humanas, y sugiero muchas formasprácticas de aplicar tal sinergia a nuestra vidacotidiana.

Este libro presenta un punto de vista basado enmis observaciones de aquéllos que acudieron a mí

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en busca de ayuda. Pero como quien observasiempre influye en aquello que observa, en elcapítulo 6 me dedico a examinar al observador yofrezco una memoria de mis experienciaspersonales con la muerte y mis actitudes respecto ala mortalidad. También yo lidio con la mortalidady, en tanto profesional que ha trabajado durantetoda su carrera con la ansiedad ante la muerte ycomo hombre para quien la muerte se acerca acada momento, quiero ser franco y claro en lo quehace a mi experiencia con la ansiedad ante lamuerte.

El capítulo 7 ofrece consejos para terapeutas.La mayor parte de ellos evita trabajar directamentecon la ansiedad ante la muerte. Quizá sea porqueson renuentes a enfrentar la propia. Pero aún másimportante es el hecho de que las instituciones deformación profesional ofrecen poco o ningúnentrenamiento que se enfoque en lo existencial.Terapeutas jóvenes me han dicho que no inquieren

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mucho sobre la ansiedad a la muerte porque nosaben qué hacer con las respuestas que reciben.Para poder ayudar a quienes se ven acosados porla ansiedad ante la muerte, los terapeutas necesitanideas nuevas y un nuevo tipo de relación con suspacientes. Aunque este capítulo está dirigido a losterapeutas, procuro evitar la jerga del oficio con laesperanza de que la prosa sea suficientementeclara para el lector general.

Quizá te preguntes por qué me ocupo de estetema desagradable y aterrador. ¿Por qué mirar alsol? ¿Por qué no seguir el consejo de AdolphMeyer, venerable decano de la psiquiatríaestadounidense, que dijo: «No te rasques donde note pica»[1]? ¿Para qué lidiar con el aspecto de lavida más terrible, oscuro e imposible de cambiar?De hecho, en los últimos años, la llegada delgerenciamiento de la salud pública, las terapiasbreves, el control de síntomas y los intentos poralterar los patrones de pensamiento sólo han

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exacerbado esta tendencia a mirar las cosas conanteojeras.

Ocurre que la muerte sí pica; siempre está connosotros, rasguñando alguna puerta interior,susurrando apenas, casi inaudible, justo pordebajo de la membrana de la conciencia. Oculta ydisfrazada, aflora en una variedad de síntomas y esla fuente de muchas de nuestras preocupaciones,tensiones y conflictos[2].

Estoy convencido, en tanto hombre que moriráen un futuro no demasiado lejano y psiquiatra queha pasado décadas tratando la ansiedad ante lamuerte, que enfrentarla no es abrir una inmanejablecaja de Pandora, sino que nos permite reingresaren nuestras vidas de una manera más profunda ycompasiva.

En consecuencia, ofrezco este libro conoptimismo. Creo que te ayudará a mirar a lamuerte a la cara, y que eso no sólo aplacará tuterror, sino que enriquecerá tu vida.

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2

Cómo reconocer laansiedad ante la muerte

La muerte estodoy es nada.

Los gusanosentran, losgusanos salen..

Cada persona le teme a la muerte a su propiomodo. Para algunos, la ansiedad ante la muerte esla música de fondo de la vida, y cualquier

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actividad trae el pensamiento de que ese momentoen particular no volverá a repetirse. Incluso unavieja película puede ser desgarradora para quienesno pueden dejar de pensar que, ahora, todos susactores ya no son más que polvo.

Para otros, la ansiedad es más estridente eingobernable, y tiende a hacer erupción a las tresde la madrugada, dejándolos jadeantes ante elespectro de la muerte. Los atormenta la idea deque ellos, y también todos los que los rodean,pronto estarán muertos.

A otros los acosa alguna fantasía particular demuerte inminente: una pistola que les apunta a lacabeza, un pelotón de fusilamiento nazi, unalocomotora que los embiste, una caída de unpuente o un rascacielos.

Las escenas de muerte adquieren formasvívidas. Algunos se ven encerrados en un ataúd,con los orificios de la nariz llenos de tierra, peroconscientes de que yacerán en la oscuridad para

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siempre. Otros temen no volver a ver, oír ni tocara sus seres queridos. A otros les duele imaginarsebajo tierra mientras sus amigos continúan vivos.La vida proseguirá sin que uno tenga manera desaber qué ocurrirá con los propios familiares,amigos, o con su mundo.

Todos probamos un anticipo de la muerte aldormirnos por la noche o al perder la concienciabajo los efectos de la anestesia. La muerte y elsueño, Tánatos e Hipnos, eran hermanos para lamitología griega. El novelista existencialista checoMilán Kundera sugiere que el olvido prefigura lamuerte[3]: «Lo que más nos aterra de la muerte noes perder el futuro, sino el pasado. De hecho, elacto de olvidar es una forma de muerte quesiempre está presente en la vida».

En muchas personas, la ansiedad ante la muertees abierta y fácilmente reconocible. En otras, essutil, reprimida y se oculta detrás de otrossíntomas, y sólo se identifica explorando,

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excavando inclusive.

La ansiedad manifiesta ante lamuerte

Muchos mezclamos la ansiedad ante la muertecon el temor al mal, el abandono o la aniquilación.A otros los abruma la inmensidad de la eternidad,estar muertos para siempre jamás; a otros lesparece inconcebible el estado de no ser y cavilanrespecto a dónde irán cuando mueran; a otros losaflige que todo su mundo personal vaya adesaparecer; otros lidian con el tema de lainevitabilidad de la muerte, como lo expresa estemensaje de correo electrónico de una mujer detreinta y dos años que sufre de accesos deansiedad ante la muerte:

Me da la impresión de que los

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sentimientos más intensos provienen dedarme cuenta de que quien muera seréYO, no alguna otra entidad, como «yocuando sea vieja» o «yo enferma terminallista para morir». Diría que siemprepensé en la muerte en forma indirecta,más bien como algo que puede pasar quecomo algo que va a pasar. Sentí como sise me hubiese revelado una verdadterrible ante la cual no puedo volver elrostro.

Algunas personas llevan su miedo aún másallá, a una conclusión insoportable: que ni sumundo, ni recuerdo alguno de él existirán enningún lugar. Su vecindario, su mundo dereuniones familiares, padres, hijos, viajes a laplaya, escuela secundaria, lugares favoritos para irde campamento; todo se evaporará cuando mueran.Nada es estable, nada perdura. ¿Qué sentido puede

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tener una vida así de evanescente? El mensajecontinúa:

Tomé plena conciencia de la falta desentido, de que todo me parece condenadoal olvido, y también del eventual fin delplaneta mismo. Imaginaba las muertes demis padres, hermanos, pareja y amigos.Suelo pensar en cómo algún día MIpropio esqueleto, MI cráneo, no unesqueleto o un cráneo hipotéticos, estaránfuera más que dentro de mi cuerpo. Esaidea me desorienta mucho. La noción deque soy una entidad independiente de micuerpo me parece realmente inaceptable,de modo que no puedo consolarmepensando que tengo un alma inmortal.

Hay varios temas centrales en la declaraciónde esta joven: para ella, la muerte se ha

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personalizado; ya no se trata de algo que podríaocurrir o que sólo les ocurre a los otros. Lainevitabilidad de la muerte hace que la vida todaparezca no tener sentido. La idea de un almainmortal independiente de su cuerpo físico leparece muy difícil de aceptar, por lo que no laconsuela la noción de una vida futura. Tambiénplantea la cuestión de si la inexistencia posterior ala muerte es igual a la inexistencia anterior alnacimiento (un punto importante que volverá asurgir cuando analicemos a Epicuro).

Una paciente que le tiene pánico a la muerteme dio este poema en nuestra primera sesión:

Lamuerteestáentodas

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partes.Su

presenciameatormenta,

seapoderademí,mearrea.

Gritodeangustia.

Sigoadelante.

Cadadía,la

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aniquilaciónesinminente.

Procurodejarhuellas

quetalvezsirvandealgo;

comprometermeconelpresente

comomejorpuedo.

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Perolamuerteacechaapenaspordebajo

deesafachadaprotectora,

acuyoconsuelomeaferró,comounniño

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asumanta.

Lamantaespermeable

enlaquietuddelanoche

cuandoelterrorregresa.

Yano

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habráunyo

querespireenlanaturaleza,

quecorrijaloserrores,

quesientaladulcetristeza.

Pérdidainsoportable,

pero

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queacarreosindarmecuenta.

Lamuerteestodo

yesnada.

En particular, la obsesionaba el pensamientoexpresado en las dos últimas líneas: La muerte estodo y es nada. Me explicó que la idea devolverse nada la agobiaba y se convertía en todo.Pero el poema contiene dos importantespensamientos confortantes: que, si deja huellas, su

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vida ganará sentido, y que lo mejor que puedehacer es comprometerse con el momento presente.

El temor a morir no es unsustituto de otra cosa

Los psicoterapeutas a menudo cometen el errorde dar por sentado que, en realidad, la ansiedadque produce la muerte no tiene ese origen, sino quees una máscara de algún otro problema. Esoocurrió con Jennifer, una agente de bienes raícesde veintinueve años que sufrió durante toda suvida de ataques de pánico vinculados al temor a lamuerte que no habían sido reconocidos como talespor sus anteriores terapeutas. A lo largo de suvida, Jennifer solía despertar en mitad de la noche,empapada en sudor, con los ojos abiertos de par enpar, temblando al pensar en su fin. Imaginaba quedesaparecía, que caía para siempre en la

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oscuridad, totalmente olvidada por el mundo delos vivos. Se decía que, en realidad, nadaimportaba si a fin de cuentas todo terminaría en laextinción total.

Tales pensamientos la atormentaban desde suprimera infancia. Jennifer recuerda vívidamente elprimero de esos episodios, cuando tenía cincoaños. Estremecida por el temor a la muerte, corrióa la habitación de sus padres. Su madre latranquilizó diciéndole dos cosas que nunca olvidó:

«Tienes una larga vida por delante, así que notiene sentido que pienses en eso ahora», y«Cuando seas muy vieja y te acerques a la muerte,estarás en paz contigo misma o enferma, y, encualquiera de los dos casos, no tendrás nada quetemer de la muerte».

Las palabras de su madre confortaron aJennifer durante toda su vida. Además, desarrollóotras estrategias para paliar los ataques. Serecuerda a sí misma que puede optar entre pensar

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en la muerte o no hacerlo. O procura recuperarbuenas experiencias de su memoria: riendo junto asus amigos de la infancia, maravillándose junto asu marido ante los lagos y nubes que vierondurante sus excursiones a las montañasRocallosas, o besando los rostros felices de sushijos.

Así y todo, su temor a la muerte la sigueatormentando y despojándola de buena parte de susatisfacción con la vida. Ha consultado a variosterapeutas, con poco resultado. Distintosmedicamentos han disminuido la intensidad perono la frecuencia de los ataques. Sus terapeutasnunca se enfocaron en su temor a la muerte porquecreían que la muerte era el sustituto de alguna otraansiedad. Decidí no repetir los errores de losanteriores terapeutas. Creo que los habíaconfundido un poderoso sueño recurrente queJennifer tuvo por primera vez a los cinco años:

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Toda la familia está en la cocina. Hayun cuenco con gusanos sobre la mesa, ymi padre me obliga a tomar un puñado,exprimirlos y beberme la leche que salede ellos.

A todos los terapeutas que consultó, la imagende exprimir gusanos para obtener leche les sugirió,de manera comprensible, penes y semen, y, por lotanto, cada uno de ellos indagó acerca de unposible abuso sexual cometido por su padre contraella. Ésa también fue mi interpretación inicial,pero la descarté cuando Jennifer me contó cómotales indagaciones siempre habían terminado pordarle una orientación equivocada a la terapia.Aunque le tenía mucho miedo a su padre, quienabusaba verbalmente de ella, ni ella ni ninguno desus hermanos recordaba episodio alguno de abusosexual.

Ninguno de sus terapeutas anteriores exploró

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la severidad ni el significado de su omnipresentetemor a la muerte. Este frecuente error tiene unavenerable tradición, ya que aparece en la primerapublicación psicoterapéutica: los Estudios sobrela histeria, publicados por Freud y Breuer en1895. Si se lee ese texto con atención, se ve que eltemor a la muerte dominaba las vidas de lospacientes de Freud[4]. Que él no haya explorado taltemor sería incomprensible si no fuera porque susescritos posteriores explican que su teoría sobrelos orígenes de la neurosis se basa en la premisade que existe un conflicto entre diversas fuerzasinconscientes, primitivas e instintivas. Para Freud,la muerte no desempeña un papel en la génesis delas neurosis porque no tiene representación en elinconsciente. Freud dijo que había dos motivospara ello: el primero, que no tenemos experienciapersonal de la muerte; el segundo, que nos esimposible imaginar que no existimos[5].

Freud trató sobre la muerte en forma

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conmovedora y sabia en ensayos cortos y nosistemáticos, como «Nuestras actitudes hacia lamuerte», escrito inmediatamente después de laPrimera Guerra Mundial[6]. Pero su «des-mortización», en palabras de Robert Jay Lifton[7],de la muerte en la teoría psicoanalítica formalinfluyó mucho sobre generaciones de terapeutas,que dejaron de ocuparse de la muerte misma paraconcentrarse en lo que suponían que ellarepresentaba en el inconsciente; en particular,abandono y castración. De hecho, podría argüirseque el énfasis que el psicoanálisis pone en elpasado es una huida del futuro y del enfrentar lamuerte[8].

Desde el comienzo mismo de mi trabajo conJennifer, me embarqué en una exploraciónexplícita de sus temores a la muerte. Ella noofreció resistencia: anhelaba trabajar y me habíaescogido tras leer mi texto Psicoterapiaexistencial, pues quería enfrentar los hechos

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existenciales de la vida. Nuestras sesiones deterapia se concentraban en sus ideas, recuerdos yfantasías sobre la muerte. Le pedí que tomaracuidadosas notas de sus sueños y pensamientosdurante sus ataques de pánico ante la muerte.

No debió esperar mucho. Pocas semanasdespués, tras ver una película sobre la época nazi,experimentó un severo ataque de pánico a lamuerte. La sacudió hondamente lo aleatorio de lavida según la representaba esa película. Seescogían rehenes al azar y se los mataba al azar. Elpeligro estaba en todas partes. No había dóndeencontrar seguridad. La impresionaron lassimilitudes con el hogar en el que se había criado:el peligro que representaban los impredeciblesepisodios de rabia de su padre, su propiasensación de que no tenía dónde esconderse y deque su único refugio era la invisibilidad; es decir,hablar y preguntar lo menos posible.

Al poco tiempo, visitó la casa donde pasó su

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infancia y, siguiendo mi sugerencia, meditó junto ala tumba de sus padres. Decirle a un paciente quemedite junto a una tumba puede parecer radical,pero Freud ya le había dado esa instrucción a unode los suyos en 1895[9]. Parada junto a la lápida desu padre, Jennifer de pronto pensó algo extraño:«Qué frío debe de tener en la tumba».

Discutimos ese curioso pensamiento. Era comosi su visión infantil de la muerte, con suscomponentes irracionales (por ejemplo, la idea deque los muertos podían sentir frío), conviviera ensu imaginación con la racionalidad de la adultez.

Cuando regresaba a su casa después de estasesión, una melodía que había sido populardurante su infancia apareció en su mente, y se pusoa cantarla, sorprendiéndose al ver que recordabatoda la letra:

Alver

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pasarunentierro,¿nuncapiensas

queelpróximoquizáseaeltuyo?

Teenvuelvenenunagransábanablanca,

y

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tesepultanaunosdosmetrosdeprofundidad.

Temetenenunagrancajanegra

ytecubrencontierra

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ypiedras.

Todovabienporunasemana,

perodespuéselataúdcomienzaachorrear.

Losgusanosentran,losgusanos

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salen,los

gusanosjueganalabarajaentunarizota.

Tecomenlosojos,tecomenlanariz,

secomen

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lagelatinadeentrelosdedosdetuspies.

Ungrangusano,deojossaltones,

setemeteporla

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barrigaytesaleporlosojos.

Lapanzaseponeviscosayverde,

ysalepus,comocremapara

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batir.La

untasenunarebanadadepan,

yesocomescuandoestásmuerto.

Mientras cantaba, surgieron recuerdos de cómosus hermanas (Jennifer era la menor) laatormentaban sin piedad cantando una y otra vezesta canción, sin que les importara su evidente ypalpable aflicción.

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Recordar esta canción fue una epifanía paraJennifer. Le hizo comprender que el sueñorecurrente en que se bebía la leche salida de unosgusanos no se refería al sexo, sino a la muerte, y alpeligro y la falta de seguridad que habíaexperimentado en su niñez. La percepción de quemantenía en animación suspendida una visióninfantil de la muerte abrió nuevas perspectivas ensu terapia.

La ansiedad reprimida ante lamuerte

A veces, hacer salir a la luz la ansiedadreprimida ante la muerte requiere un trabajodetectivesco. Pero a menudo cualquiera, estéhaciendo terapia o no, puede descubrirla mediantela autorreflexión. Los pensamientos sobre lamuerte pueden filtrarse y empapar los sueños por

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más ocultos que estén para la mente consciente.Toda pesadilla es un sueño en el cual la ansiedadante la muerte se ha escapado de su corral yamenaza al soñador.

Las pesadillas despiertan a quien las sueña, yrepresentan al soñador en riesgo de muerte. Unopuede verse huyendo de un asesino, o cayendodesde una gran altura, u ocultándose de unaamenaza mortal, o realmente muriendo o yamuerto.

A menudo, la muerte aparece en los sueñosbajo una forma simbólica. Por ejemplo, un hombrede mediana edad con problemas gástricos ypreocupaciones hipocondríacas respecto a uncáncer de estómago soñó que iba en avión con sufamilia, rumbo a unas vacaciones en el Caribe. Enla escena siguiente, se vio tirado en el suelo,doblado por el dolor de estómago. Despertóaterrado y entendió al instante el significado delsueño: había muerto de cáncer de estómago y la

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vida seguía sin él.Finalmente, determinadas situaciones de la

vida evocan casi siempre la ansiedad ante lamuerte. Algunos ejemplos son una enfermedadgrave, la muerte de alguien cercano o una amenazaseria e irreversible a la propia seguridad, comosufrir una violación, divorciarse, ser despedidodel trabajo o asaltado. Por lo general, reflexionarsobre tales episodios hace surgir a la luz el temora la muerte.

La ansiedad sin motivo es, enrealidad,

ansiedad ante la muerte

Años atrás, el psicólogo Rollo May dijo enbroma que la ansiedad sin motivo siempre buscaconvertirse en ansiedad con motivo. En otraspalabras, la ansiedad sobre nada en particular no

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tarda en referirse a un objeto tangible. La historiade Susan ilustra la utilidad de este concepto paralos casos en que un individuo muestra unaansiedad desproporcionadamente alta respecto aalgún hecho.

Susan, una contadora pública de edad mediana,prolija y eficiente, me consultó una vez a raíz desus conflictos con su jefe. Nos reunimos duranteunos meses hasta que, en su momento, dejó suempleo y fundó una firma competitiva y muyexitosa.

Muchos años después, me telefoneó parasolicitar una sesión de emergencia. Apenas pudereconocer su voz. Susan, por lo general alegre ydueña de sí, sonaba trémula y aterrada. Le di citaese mismo día y quedé alarmado ante suapariencia. Aunque por lo general era tranquila yvestía con elegancia, se la veía desprolija yagitada. Tenía el rostro enrojecido, los ojoshinchados por el llanto, una venda ligeramente

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manchada en el cuello.Relató su historia con voz entrecortada.

George, su hijo adulto, un joven responsable quetenía un buen trabajo, estaba en la cárcel pordrogas. Al detenerlo por una infracción de tránsitomenor, la policía encontró cocaína en su auto. Unanálisis confirmó que la había consumido. Comoya estaba en un programa de recuperaciónpatrocinado por el Estado por conducir bajo elinflujo de las drogas, y como ésta era la tercerainfracción de este tipo que cometía, fuesentenciado a un mes de cárcel y a someterse a unarehabilitación de doce meses.

Susan había pasado cuatro días llorando sincesar. No podía dormir ni comer y, por primeravez en veinte años, le había sido imposiblepresentarse a trabajar. Durante la noche, horriblesvisiones de su hijo la atormentaban. Lo veíabebiendo de una botella metida en una bolsamarrón de papel, mugriento, con los dientes

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podridos, muriendo en la cloaca.—Va a morir en la cárcel —me dijo antes de

pasar a describir cómo había quedado exhaustatras recurrir a todos los medios posibles, a todassus influencias, para que lo liberaran. Al mirarfotos de él cuando era un niño lleno de promesas,angelical, de rizos rubios y mirada expresiva, sesentía destrozada.

Susan se consideraba una mujer llena derecursos. Se había creado a sí misma, alcanzandoel éxito a pesar de haber sido criada por padresdisolutos e ineficaces. Pero en esta situación, sesentía completamente inerme.

—¿Por qué me hace esto? —preguntaba—. Esuna rebelión, un sabotaje deliberado de mis planespara él. ¿Qué otra cosa podría ser? ¿No le diacaso todo, las herramientas posibles paratriunfar? La mejor educación, clases de tenis,piano, equitación. ¿Y así me lo paga? ¡Quévergüenza me da! ¿Qué ocurriría si se enteran mis

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amistades? —Susan se consumía de envidia alpensar en los exitosos hijos de sus amigas.

Lo primero que hice fue recordarle cosas queya sabía. La visión de su hijo en la cloaca erairracional. Veía catástrofes donde no las había.Señalé que, en términos generales, él habíaprogresado. Estaba en un buen programa derehabilitación y también seguía una terapia privadacon un excelente profesional. Es raro que larecuperación de una adicción carezca decomplicaciones. Las recaídas, múltiples a veces,son inevitables. Por supuesto que ella ya sabíatodo esto. Acababa de regresar de una semanaentera de terapia familiar en el programa derehabilitación de su hijo. Además, su marido nocompartía sus preocupaciones a ese respecto.

También sabía que preguntar «¿Por qué Georgeme hace esto?», era irracional, y asintió cuando ledije que el problema era de su hijo, no suyo. Larecaída de George no tenía nada que ver con ella.

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A cualquier madre la afectarían la recaída deun hijo en las drogas y la idea de que está preso.Pero la reacción de Susan parecía excesiva.Comencé a sospechar que buena parte de suansiedad provenía de alguna otra fuente.

En particular, me llamó la atención su profundasensación de indefensión. Siempre se consideróuna persona llena de recursos, y ahora que esavisión se había desmoronado, no podía hacer nadapor su hijo, más allá de desligarse de su vida.

Pero ¿por qué le adjudicaba un papel tandestacado a George en su propia vida? Sí, setrataba de su hijo. Pero había algo más. Le dabademasiada importancia. Parecía que toda su vidadependiera del éxito de él. Planteé cómo, paramuchos padres, a menudo los hijos representan unproyecto de inmortalidad. La idea despertó suinterés. Reconoció que había tenido la esperanzade prolongarse a sí misma a través de George,pero ahora se daba cuenta de que debía renunciar a

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ello.—Él no tiene la suficiente fuerza para hacerlo.—¿Y por qué habría de tenerla? —le pregunté

—. Además, no se trata de una tarea que Georgehaya escogido. Por eso, su conducta y su recaídason asunto de él, no tuyo.

Cuando, hacia el fin de la sesión, le preguntépor la venda que llevaba, me dijo que acababa dehacerse una cirugía estética para afirmarse elcuello. Cuando insistí en mis preguntas sobre lacirugía, se impacientó y se mostró ansiosa deregresar al tema de su hijo, que había sido elmotivo, me señaló, por el cual se puso en contactoconmigo.

Pero no cedí.—Cuéntame más sobre tu decisión de operarte.—Bueno, es que detesto lo que la edad le ha

hecho a mi cuerpo. A mis pechos, mi cara, alcuello, en particular, que se me aflojó. Mi cirugíaes mi regalo de cumpleaños para mí misma.

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—¿Qué cumpleaños?—Uno con C mayúscula. Seis cero. La semana

pasada.Habló de cómo era tener sesenta años, de que

advertía que se le acababa el tiempo (yo hablé decómo es tener setenta años). Después, recapitulé:

—Tengo la certeza de que tu ansiedad esexcesiva, porque una parte de ti sabe muy bien queen casi todo tratamiento a las adicciones hayrecaídas. Creo que algo de tu ansiedad tiene otroorigen y que la desplazas a George.

Alentado por el vigor con que asintió,proseguí:

—Creo que buena parte de tu ansiedad es porti misma, no por George. Tiene que ver con tusexagésimo cumpleaños, con tu conciencia de queenvejeces y con la muerte. Me parece que, enalgún nivel profundo, estás enfrentando algunaspreguntas importantes; por ejemplo ¿qué harás conlo que te queda de vida? ¿Qué le dará sentido a tu

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vida, en particular ahora que te das cuenta de queno puedes esperar que quien lo haga sea George?

La actitud de Susan se desplazó de laimpaciencia a un intenso interés.

—No he pensado mucho en la muerte y en quese me acaba el tiempo. Son temas que nuncasurgieron en nuestras sesiones anteriores. Peroentiendo lo que dices.

Cuando terminó la hora, alzó la vista y dijo:—No puedo ni comenzar a imaginar de qué

manera me ayudarán tus ideas, pero te diré algo:durante estos últimos quince minutos captaste miatención. Es el período más largo que he pasadosin pensar en George durante los últimos cuatrodías.

Concertamos otra cita para la semanasiguiente, por la mañana temprano. Ella sabía, pornuestras sesiones anteriores, que reservo lasmañanas para escribir, y comentó que yo estabainterrumpiendo mi rutina. Le dije que no estaba

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siguiendo mi ritmo habitual, pues durante lasemana siguiente viajaría para asistir a la boda demi hijo.

Con la intención de añadir cualquier cosa quele pudiera ser de utilidad, cuando nos despedimosle dije:

—Es la segunda vez que mi hijo se casa,Susan. Recuerdo que, cuando se divorció, pasé poruna mala época. Como padre, ver que uno nopuede hacer nada es terrible; de modo que sé porexperiencia cómo debes de estar sintiéndote. Eldeseo de ayudar a nuestros hijos es innato.

En las siguientes dos semanas, nos dedicamosmucho menos a George y mucho más a su propiavida. Su ansiedad acerca de él disminuyó demanera espectacular. El terapeuta de George habíasugerido (y yo estaba de acuerdo) que lo mejorpara madre e hijo sería que interrumpieran todocontacto durante varias semanas. Ella quiso sabermás acerca del temor a la muerte y de los modos

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en que las personas lo enfrentan. Compartí con ellamuchos de los pensamientos referidos a laansiedad ante la muerte que planteo en estaspáginas. A la cuarta semana, me dijo que sentíaque había regresado a la normalidad. Fijamos unasesión de seguimiento para unas semanas másadelante.

En esa última sesión, le pregunté qué era loque le había parecido más útil de nuestro trabajoconjunto. Hizo una clara distinción entre las ideasque sugerí y el tener una relación significativaconmigo.

—Lo más valioso —dijo— fue lo que mecontaste acerca de tu hijo. Me afectó mucho tugesto de acercamiento. Las otras cuestiones en quenos concentramos, cómo desplacé a George mistemores sobre mi propia vida y mi propia muerte,sin duda que captaron mi atención. Creo que disteen la tecla. Pero algunas de las ideas, en particularlas que adoptaste de Epicuro, eran muy… eh…

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intelectuales, y no sé cuán útiles me hayan sido enrealidad. Sin embargo, no me cabe duda de que ennuestros encuentros ocurrió algo que fue muyefectivo.

La dicotomía entre ideas y relaciones humanasque trazó es un punto clave (véase el capítulo5[10]). Por mucho que puedan ayudar las ideas, loque les da fuerza vital es la conexión íntima conlas personas.

En esa misma sesión, Susan hizo un asombrosoanuncio sobre algunos cambios significativos en suvida:

—Uno de mis mayores problemas es que estoydemasiado enclaustrada en mi trabajo. He sidocontadora por demasiados años, la mayor parte demi vida adulta, y ahora me encuentro pensando lopoco adecuado que fue eso para mí. Soy unapersona extrovertida en una profesión paraintrovertidos. Me encanta conversar con la gente,conectarme. Y ser contadora es demasiado

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monástico. Debo cambiar de actividad, y, en lasúltimas semanas, mi marido y yo hemos habladomuy en serio sobre el futuro. Aún me queda tiempopara emprender otra carrera. Detestaría que, alllegar a vieja y mirar lo que hice en mi vida, me décuenta de que nunca intenté hacer otra cosa.

Me contó que, en el pasado, su marido y ellasolían hablar en broma del sueño que compartíande comprarse una pequeña hostería en NapaValley. Ahora, de pronto, se lo tomaban en serio yhabían pasado el fin de semana anterior viendovarias posadas con un corredor de bienes raíces.

Unos seis meses más tarde, recibí una nota deSusan escrita al dorso de una fotografía de unaencantadora posada campestre en Napa Valley. Meinvitaba a visitarlos diciendo: «¡La primera nocheva por cuenta de la casa!».

La historia de Susan ilustra diversos puntos.Primero, su desproporcionada ansiedad.Obviamente, que su hijo estuviese preso la afligía.

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¿A qué padre no le ocurriría? Pero su manera deresponder era catastrófica. Al fin y al cabo, hacíaya muchos años que su hijo tenía problemas conlas drogas y había sufrido otras recaídas.

Cuando me concentré en la venda manchadaque cubría su cuello, evidencia de la cirugíaestética a la que se había sometido, hice unasuposición basada en la información de quedisponía. Claro que no había muchas posibilidadesde que me equivocara, pues a la edad de Susan,nadie escapa a las preocupaciones respecto delenvejecimiento. Su cirugía estética y el hito querepresentó su cumpleaños número sesenta habíandespertado su ansiedad reprimida ante la muerte,que ella desplazó a su hijo. Logré que tomaraconciencia del origen de su ansiedad y traté deayudarla a enfrentarla.

Diversas percepciones la habían sacudido: laconciencia del envejecimiento de su cuerpo, elhecho de que su hijo representaba su proyecto de

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inmortalidad y el descubrimiento de que sucapacidad de ayudar a su hijo o de detener supropio envejecimiento era limitada. En últimainstancia, su comprensión de que estabaacumulando una montaña de arrepentimiento por laforma en que conducía su vida hizo que iniciara uncambio de fondo.

Éste es el primero de los muchos ejemplos queofreceré para demostrar que podemos hacer másque sólo reducir nuestra ansiedad ante la muerte.La conciencia de la muerte puede servir como unaexperiencia de despertar, un catalizadorsumamente útil para producir importantes cambiosvitales.

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3

La experiencia dedespertar

Uno de los personajes más conocidos de laliteratura es Ebenezer Scrooge, el avaro, aislado ymezquino anciano que protagoniza Una canción deNavidad, de Charles Dickens. Al final de lahistoria, algo le ocurre a Ebenezer Scrooge.Experimenta una notable transformación. Suglacial reserva se derrite. Se vuelve cálido ygeneroso, y desea ayudar a empleados yconocidos.

¿Qué ocurrió? ¿Qué produjo la transformaciónde Scrooge? No fue su conciencia. Tampoco la

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cálida alegría de las Navidades. Se trató, másbien, de una terapia de choque existencial o, comola llamaré en el presente libro, una experiencia dedespertar[11]. El Fantasma del Futuro (que Dickensllama «el Fantasma de las Navidades Futuras»)visita a Scrooge y le aplica una poderosa dosis deterapia de choque al mostrarle el futuro. Scroogeobserva su propio cadáver, del que nadie seocupa; ve a desconocidos empeñando suspertenencias (incluso sus sábanas y su camisón), yoye cómo sus vecinos mencionan su muerte a laligera y sin darle importancia. Luego, el Fantasmadel Futuro lo lleva a un cementerio a visitar supropia tumba. Scrooge ve su lápida, recorre con eldedo las letras de su nombre, allí grabado, y, enese momento, su personalidad se transforma. Enla siguiente escena, Scrooge es una personarenovada, compasiva.

Varios ejemplos de experiencias de despertar—un enfrentamiento con la muerte que termina por

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enriquecer la vida— abundan en la literatura y enel cine. Pierre, el protagonista de la épica novelaGuerra y paz, de Tolstoi, está a punto de serfusilado, pero lo indultan, aunque sólo después deque varios de los hombres que lo preceden hayansido ejecutados. (En la vida real, Dostoyevski, alos veintiún años, también fue indultado a últimomomento y experimentó una transformación vitalsimilar).

Mucho antes que Tolstoi, desde que existe lapalabra escrita, pensadores más antiguos nosrecuerdan la interdependencia de vida y muerte.Los estoicos (entre ellos, Crisipo, Zenón, Ciceróny Marco Aurelio) enseñan que vivir bien esaprender a morir bien y que, en forma recíproca,aprender a morir bien es aprender a vivir bien.Cicerón dijo que «hacer filosofía es prepararsepara la muerte». San Agustín escribió que «el serdel hombre sólo nace frente a la muerte». Muchosmonjes medievales tenían un cráneo en sus celdas

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para enfocar sus pensamientos en la mortalidad ylas lecciones que ésta nos enseña para conducir lapropia vida. Montaigne sugirió que los escritoriosdebían mirar a un cementerio, para aguzar elpensamiento. De esas maneras, y de muchas otras,a lo largo de la historia, los grandes maestros nosrecuerdan que aunque el hecho físico de la muertenos destruye, la idea de la muerte nos salva.

Aunque el hecho físico de la muerte nosdestruye, la idea de la muerte nos salva.Examinemos esta idea más de cerca. ¿Nos salva?¿De qué? ¿Y cómo nos salva la idea de la muerte?

La diferencia entre «cómo son»y «qué son las cosas»

Una oposición dialéctica formulada porHeidegger, el filósofo alemán del siglo XX aclaraesta paradoja. Propuso dos modos de existencia:

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el modo cotidiano y el modo ontológico (de onto,«ser» y el sufijo logia, «estudio de»). En el modocotidiano, uno está completamente absorto en loque lo rodea y se maravilla de cómo son las cosasdel mundo, mientras que en el modo ontológico,uno se enfoca y aprecia el milagro del «ser»mismo, lo aprecia y se maravilla de que las cosassean, de que uno mismo es.

Hay una diferencia crucial entre cómo son lascosas y que las cosas son. Cuando uno está absortoen el modo cotidiano, se vuelve a las evanescentesdistracciones de la apariencia física, la elegancia,las posesiones y el prestigio. En contraste, en elmodo ontológico, uno está no sólo más conscientede la existencia, la mortalidad y las otrascaracterísticas inmutables de la vida, sino tambiénmás ansioso y dispuesto a hacer cambiossignificativos. Uno se ve impulsado a lidiar con lafundamental responsabilidad humana de construiruna auténtica vida de compromiso, conexión,

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sentido y autorrealización.Muchos informes que hablan de cambios

espectaculares y duraderos catalizados por unenfrentamiento con la muerte confirman este puntode vista. Cuando, durante un período de diez años,trabajé intensamente con pacientes a los que elcáncer enfrentaba con la muerte, descubrí quemuchos de ellos, más que entregarse a la parálisisde la desesperación, se transformaban de manerapositiva y espectacular. Les dieron un nuevo ordena las prioridades de sus vidas, poniendo lo trivialen su justo lugar. Se arrogaron el poder de escogerno hacer las cosas que realmente preferían nohacer. Se comunicaron de manera más profundacon sus seres queridos y apreciaron más loshechos elementales de la vida: la sucesión de lasestaciones del año, la belleza de la naturaleza, lasúltimas fiestas de Navidad o Año Nuevo.

Muchos informaron sobre una disminución enel temor que les inspiraban los demás, una mayor

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disposición a arriesgarse y una menorsusceptibilidad ante el rechazo[12]. Uno de mispacientes comentó en tono de broma que «elcáncer cura las psiconeurosis»; otro me dijo: «Quépena que haya tenido que esperar hasta ahora,cuando mi cuerpo está invadido por el cáncer, paraaprender la manera de vivir».

Despertar al final de la vida: elIván Ilichde Tolstoi

En «La muerte de Iván Ilich», de Tolstoi, elprotagonista, un burócrata egoísta y arrogante demediana edad contrae una dolencia abdominalmortal y agoniza con implacables dolores. Con lacercanía de la muerte, Iván Ilich se da cuenta deque durante toda su vida la preocupación por elprestigio, las apariencias y el dinero lo han

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protegido de la idea de la muerte. Se enfurececontra todos los que lo rodean, pues perpetúan estafalaz negación ofreciéndole infundadas esperanzasde recuperación.

Luego, tras una asombrosa conversación con suparte más profunda, despierta, en un momento degran claridad, al hecho de que está muriendo muymal porque vivió muy mal. Toda su vida fue unerror. Al protegerse de la muerte, también seprotegió de la vida. Iván compara su vida a laexperiencia que había tenido a menudo en vagonesde tren, cuando, aunque le parecía que avanzaba,en realidad estaba retrocediendo. En síntesis, tomaconciencia de su ser.

Aunque la muerte se acerca a toda prisa, Ivánse da cuenta de que aún le queda tiempo. Tomaconciencia de que no sólo él, sino todo lo quevive, morirá. Descubre algo nuevo en él: lacompasión. Siente ternura por los demás: por supequeño hijo, que le besa la mano; por el joven

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criado que lo cuida con afecto y naturalidad;incluso, por primera vez, por su joven esposa. Loscompadece por el sufrimiento que les infligió y,por fin, no muere en el dolor, sino en el gozo de laintensa compasión.

El cuento de Tolstoi no sólo es una obramaestra de la literatura, sino también una poderosaenseñanza. De hecho, se lo suele incluir en la listade lecturas obligatorias de quienes se capacitanpara confortar a los moribundos.

Ya que tal conciencia del ser lleva aimportantes transformaciones personales, ¿cómohace uno para pasar del modo cotidiano al otro,él que lleva a la transformación? No basta condesearlo, o hacer fuerza, apretando los dientes. Engeneral, aquello que permite que una personadespierte y pase con una sacudida del modocotidiano al modo ontológico es una experienciaurgente e irreversible. Eso es lo que llamo la«experiencia de despertar».

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Pero ¿cuáles son las experiencias de despertaren lo cotidiano para aquéllos que no enfrentamosun cáncer terminal, un pelotón de fusilamiento ouna visita del Fantasma del Futuro? Según misobservaciones, los principales catalizadores parauna experiencia de despertar son acontecimientosurgentes de la vida, como:

El dolor ante la pérdida de un ser querido.

Una enfermedad que ponga la vida enpeligro.

El fin de una relación íntima.

Algún hito vital crucial; por ejemplo, uncumpleaños importante (los cincuenta,sesenta, setenta años, etcétera).

Un trauma catastrófico, como un incendio,

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una violación o un robo.

Cuando los hijos se marchan del hogar(nido vacío).

La pérdida del trabajo o un cambio decarrera.

La jubilación.

Internarse en un geriátrico.

Por último, sueños poderosos quetransmiten un mensaje del yo más profundopueden servir como experiencias dedespertar.

Cada una de las siguientes historias, tomadasde mi práctica clínica, ilustra una forma deexperiencia de despertar. Cualquiera puederecurrir a las tácticas que empleo con mis

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pacientes. Es posible adaptarlas y usarlas no sólopara la propia autoindagación, sino también paraayudar a seres queridos.

El dolor como experiencia dedespertar

El dolor y la pérdida pueden servir paradespertar y tomar conciencia del propio ser. Así leocurrió a Alice cuando, tras enviudar, se mudó aun geriátrico; a Julia, cuando la profunda pena porla muerte de una amiga puso al descubierto supropia ansiedad ante la muerte, y a James, quienreprimió durante años el dolor por la muerte de suhermano.

TRANSITORIEDAD PERMANENTE: ALICE

Fui el terapeuta de Alice durante muchotiempo. ¿Cuánto? Que los lectores jóvenes,

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acostumbrados al modelo contemporáneo deterapia breve, se aseguren de que están sentados ensus sillas. ¡La traté durante más de treinta años!

No fueron treinta años consecutivos (aunquequiero dejar claro que creo que algunas personassí necesitan ese tipo de apoyo constante). Alice ysu marido, Albert, eran propietarios de una tiendade instrumentos musicales que ellos mismosatendían. Ella acudió a mí por primera vez a loscincuenta años, debido a los crecientes conflictoscon su hijo, así como con varios amigos y clientes.Hizo terapia individual durante dos años y grupaldurante tres. Aunque tuvo una marcada mejoría, alo largo de los siguientes veinticinco años regresóa la terapia para lidiar con crisis de vidasignificativas. La última vez que la vi fue en sulecho de muerte, cuando tenía ochenta y cuatroaños. Alice me enseñó mucho, en particular acercade las etapas difíciles de la segunda mitad de lavida.

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El episodio que relato a continuación ocurriódurante su último tratamiento, que comenzó cuandotenía setenta y cinco años y se prolongó durantecuatro. Alice llamó para pedir ayuda cuando a suesposo le diagnosticaron el mal de Alzheimer.Necesitaba contención. Hay pocos trances máspesadillescos que ser testigo del gradual peroimplacable deterioro de la mente de un compañerode toda la vida.

Alice sufrió mientras su esposo pasaba portodas las inexorables etapas. Primero, la totalpérdida de la memoria de corto plazo, conextravío de llaves y billeteras; después, cuandoolvidaba dónde había estacionado su auto, y elladebía recorrer toda la ciudad buscándolo. Acontinuación llegó la etapa en que se perdía ydebía ser llevado a su casa por la policía. Luego,el deterioro de sus hábitos de higiene personal,acompañado de una drástica absorción en símismo y la pérdida de toda empatia. Para Alice, el

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horror final llegó cuando quien fuera su maridodurante veinticinco años dejó de reconocerla.

Después de la muerte de Albert, nosconcentramos en el duelo y, en particular, en latensión entre dolor y alivio: el dolor de perder alAlbert, a quien había conocido y amado desde laadolescencia, y el alivio de verse liberada de lapesada carga de la atención de tiempo completoque debía dedicarle al desconocido en que sehabía convertido su marido.

A los pocos días del funeral, cuando amigos yfamiliares regresaron a sus propias vidas y ella seencontró sola en su casa, surgió un nuevo temor. Laaterraba la idea de que algún intruso pudierameterse en su casa por la noche. En lo exterior,nada había cambiado. Su vecindario de clasemedia era tan estable y seguro como de costumbre.Vecinos conocidos y amistosos, uno de ellospolicía, vivían en su misma calle. Quizá laausencia de su marido hiciera sentir desprotegida

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a Alice. Por más que él estuviese incapacitado enlo físico desde muchos años atrás, su solapresencia le daba una sensación de seguridad. Alfin, un sueño la hizo comprender el origen de suterror.

Estoy sentada al borde de una piscina,con los pies en el agua, y comienzo ainquietarme, porque unas grandeshojas sumergidas se me acercan. Sientoque me rozan las piernas, y eso meproduce incluso ahora, al contarlo,escalofríos. Son ovales, grandes ynegras. Trato de mover los pies parahacer olas que alejen las hojas, perounas bolsas de arena me losinmovilizan. O quizá sean bolsas decal.

—Fue entonces cuando entré en pánico —dijo

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— y desperté gritando. Pasé horas forzándome apermanecer despierta, pues temía que si medormía, el sueño regresara.

Una de las asociaciones que le suscitó el sueñoesclareció su significado.

—¿Bolsas de cal? ¿Qué significa eso para ti?—pregunté.

—Sepultura —respondió—. ¿No fue cal lo queecharon en las fosas comunes en Irak? ¿Y tambiénen Londres durante la peste negra?

De modo que el intruso era la muerte. Supropia muerte. El fallecimiento de su marido lahabía dejado expuesta a la muerte.

—Si él puede morir —dijo ella—, tambiénpuede sucederme a mí. Yo también moriré.

Unos meses después de la muerte de su esposo,Alice decidió mudarse de la casa donde habíavivido durante cuarenta años a un hogar paraancianos donde le podían dar los cuidados y laatención médica que requerían su hipertensión

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severa y sus limitaciones visuales pordegeneración macular.

Ahora, a Alice la preocupaba cómo disponerde sus posesiones. No podía pensar en otra cosa.Mudarse de una gran casa de cuatro dormitoriosatestada de muebles, objetos y una colección deinstrumentos musicales antiguos a un departamentopequeño significaba, por supuesto, que deberíadeshacerse de muchas cosas. Su único hijo, unindividuo itinerante que ahora trabajaba enDinamarca y vivía en un pequeño departamento notenía lugar para ninguna de sus pertenencias. Detodas las dolorosas opciones que enfrentaba Alice,la más dura era decidir qué hacer con losinstrumentos musicales que Albert y ella habíancoleccionando a lo largo de su vida. A menudo, enla soledad de su reducida vida, le parecía oírfantasmales acordes pulsados por su difuntoabuelo en su violonchelo Paolo Testore de 1751, opor su marido en el clavicordio inglés de 1775 que

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amaba. Y también estaban la concertina y la flautadulce inglesas que sus padres les habían dadocomo regalo de bodas.

Cada objeto de la casa atesoraba recuerdos delos cuales, ahora, ella era la única propietaria. Medijo que irían a dar a manos de desconocidos queno conocerían su historia ni los atesorarían comoella. Y, en su momento, su propia muerteterminaría de borrar los ricos recuerdos asociadosal clavicordio, el violonchelo, las flautas, losflautines y tanto más. Su pasado perecería con ella.

El ominoso día de la mudanza de Alice seaproximaba. Poco a poco, los muebles y objetosque no podía conservar desaparecían, vendidos oregalados a amigos y desconocidos. A medida quela casa se vaciaba, su sensación de pánico ydislocación aumentaba.

Su último día en la casa fue muy duro. Comolos nuevos propietarios tenían intención derealizar grandes reformas, insistieron en que la

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casa quedase completamente vacía. Alice debióquitar hasta los anaqueles. Mientras miraba cómolos sacaban, se asombró al ver que, en el lugar queocupaban, había franjas de pintura color celeste enlas paredes.

¡Celeste! Alice recordaba ese color. Cuarentaaños atrás, cuando se mudaron a la casa, todas lasparedes estaban pintadas de ese color. Y, porprimera vez en todos esos años, recordó elsemblante de la mujer que le había vendido lacasa, el rostro crispado de una viuda angustiada yamargada que, como ella misma, detestaba dejarsu casa. Ahora, la viuda amargada era Alice, ytambién ella detestaba dejarla.

La vida es como una procesión que pasa, sedijo. ¡Claro! Siempre supo que existía latransitoriedad. ¿Acaso no había asistido una vez aun taller de meditación de una semana durante elcual la palabra anicca, que significa«transitoriedad» en pali, había sido

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interminablemente salmodiada? Pero en esto,como en todo, hay una enorme diferencia entresaber acerca de algo y conocerlo por propiaexperiencia.

Ahora advertía de verdad que también ella eratransitoria, que simplemente había pasado por esacasa, tal como todos sus anteriores ocupantes. Y lacasa misma era transitoria y algún díadesaparecería para dejarle su lugar a otra casa,que se alzaría en ese mismo terreno. El proceso dedar sus posesiones y mudarse fue una experienciade despertar para Alice, quien siempre se habíaarropado en la confortable ilusión de una vidaricamente amueblada y tapizada. Ahora, se dabacuenta de que el abrigo de las posesiones la habíaprotegido de la desnudez de la existencia.

En nuestra siguiente sesión, le leí en voz altaun pasaje de Ana Karenina, de Tolstoi, en el que elmarido de Ana, Alexei Alexandrovitch, advierteque ella realmente va a abandonarlo:

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Ahora, se sentía como un hombre que,mientras cruza tranquilamente un puente, seda cuenta de pronto de que el puente estároto y que un abismo se abre a sus pies. Elabismo era la vida misma, el puente, lavida artificial que Alexei Alexandrovitchestaba viviendo[13].

También Alice tuvo un atisbo del desnudoandamiaje de la vida y de la nada que la subyace.La cita de Tolstoi ayudó a Alice, en parte porquefue una manera de poner en palabras lo que leocurría, lo cual le dio una sensación defamiliaridad y control, y en parte por lo quesignificaba en nuestra relación; concretamente,porque yo me había tomado el tiempo y el trabajode ubicar uno de mis pasajes favoritos de Tolstoi,para ella.

La historia de Alice introduce varias ideas queresurgirán en otros pasajes de la presente obra. La

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muerte de su marido hizo surgir su propia ansiedadante la muerte. Primero, la externalizó y latransformó en miedo a un intruso; despuésapareció en una pesadilla; luego, se manifestó másabiertamente, durante el trabajo sobre el duelo,cuando comprendió que «si él puede morir, yotambién moriré». Todas estas experiencias,sumadas a la pérdida de muchas posesionesatesoradas y cargadas de recuerdos, ladesplazaron al modo ontológico, lo que, a su vez,llevó a significativas transformaciones personales.

Los padres de Alice habían muerto hace muchotiempo, y la muerte de su compañero de toda lavida la puso frente a la precariedad de laexistencia. Ahora, no había nadie entre ella y lamuerte. Esta experiencia es bastante frecuente.Como enfatizaré a menudo a lo largo de estaspáginas, una parte común del duelo, pero a la queno se le suele prestar atención, es elenfrentamiento del que sobrevive con su propia

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muerte.Hubo un epílogo inesperado. Cuando llegó el

momento de que Alice dejara su casa y se mudaraal hogar de ancianos, me preparé: me preocupabaque cayera en una desesperación más profunda,irreversible, tal vez. Pero dos días después de lamudanza, entró en mi consultorio con paso ligero,casi ágil, y, tras tomar asiento, me dejó helado:

—¡Soy feliz! —dijo.En todos los años que llevaba viéndola, nunca

había comenzado una sesión de esta manera.¿Cuáles eran los motivos de su euforia? (Siempreles enseño a mis estudiantes que entender losfactores que hacen sentir bien a los pacientes estan importante como entender qué los hace sentirmal).

Su felicidad se originaba en el pasado lejano.Se había criado en hogares sustitutos y siemprehabía compartido habitaciones con otros niños.Cuando se casó, de muy joven, se mudó a la casa

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de su marido. Toda su vida había anhelado teneruna habitación propia. En su adolescencia, elensayo Un cuarto propio, de Virginia Woolf, laconmovió profundamente. Me dijo lo que la hacíafeliz ahora, era que, finalmente, a los ochenta añosde edad y en un hogar de ancianos, tenía unahabitación para ella sola.

No sólo eso, sino que sentía que tenía laoportunidad de repetir una etapa del comienzo desu vida —la de estar sin pareja, sola, por su cuenta— y, esta vez, vivirla bien. Por fin, podíapermitirse ser libre y autónoma. Sólo alguieníntimamente conectado con ella y que tuviese plenaconciencia tanto de su pasado como de su grancomplejo inconsciente, puede entender estedesenlace, en el que lo personal e inconsciente sesobrepone a las preocupaciones existenciales.

Otro factor desempeñaba un papel en subienestar: una sensación de liberación. Deshacersede su mobiliario fue una gran pérdida, pero

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también un alivio. Sus muchas posesiones eranpreciosas, pero los recuerdos las volvían pesadas.Dejarlas fue como salir de una crisálida. Ahora,libre de los fantasmas y residuos del pasado, teníauna nueva habitación, una nueva piel, un nuevocomienzo. Una nueva vida a los ochenta años.

ANSIEDAD ENCUBIERTA ANTE LA MUERTE: JULIA

Julia, una terapeuta británica de cuarenta ynueve años que ahora vive en Massachusetts, mesolicitó que la recibiera para unas pocas sesionesdurante una visita de dos semanas que hizo aCalifornia. Quería que la ayudase con un problemaque había resistido varias terapias previas.

Tras la muerte de una amiga íntima, dos añosatrás, Julia no sólo no se había recuperado de supérdida, sino que había desarrollado una serie desíntomas que afectaban seriamente su vida. Sehabía vuelto muy hipocondríaca. Ante el másmínimo dolor o incomodidad se alarmaba e iba al

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médico. El temor le impedía realizar muchasactividades que antes llevaba a cabo: patinarsobre hielo, esquiar, bucear o cualquier otra quepresentase el más mínimo riesgo. Incluso habíadejado de conducir, y necesitó tomar un ansiolíticoantes de abordar el avión que la llevó a California.Parecía evidente que la muerte de su amiga habíadisparado una considerable angustia ante lamuerte, apenas disfrazada.

Cuando le pedí que me contara la historia desus percepciones sobre la muerte de forma directay fáctica, me dijo que, como nos ocurre a muchos,descubrió la muerte al ver pájaros e insectosmuertos y cuando tuvo que asistir a los funeralesde sus abuelos. No recordaba cuándo se dio cuentade que su propia muerte era inevitable, pero síque, en su adolescencia, había pensado una o dosveces en el tema.

—Era como si una trampa se abriera bajo mispies y yo cayera en una oscuridad interminable.

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Supongo que habré decidido no volver a pensar enel asunto.

—Julia —le dije—, deja que te haga unapregunta simple. ¿Qué tiene la muerte de tanaterrador? Específicamente, ¿qué te da miedo?

Respondió al instante:—Todo lo que no hice.—¿A qué te refieres?—Tengo que contarte mi historia como pintora.

Mi primera identidad fue la de pintora. Toda lagente que conocía y todos mis maestros me decíanque tenía mucho talento. Pero aunque logré unconsiderable éxito en mi adolescencia y mijuventud, una vez que opté por la psicología dejéel arte de lado.

Se corrigió:—En realidad, eso no es del todo exacto. No

la hice del todo a un lado. Suelo comenzar dibujoso pinturas, pero nunca los termino. Comienzo algoy después lo guardo en mi escritorio, que, al igual

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que el armario que tengo en mi estudio, estáatestado de obras inconclusas.

—¿Por qué? Si te gusta pintar y comenzarproyectos, ¿qué te impide terminarlos?

—El dinero. Estoy muy atareada y dedico todomi tiempo a mis pacientes.

—¿Cuánto ganas? ¿Cuánto necesitas?—Bueno, a la mayor parte de las personas les

parecería una suma considerable. Atiendopacientes durante unas cuarenta horas a la semana;a veces más. Pero pago mucho por la escuela demis dos niños.

—¿Y tu marido? Me dijiste que también él esterapeuta. ¿Trabaja tanto, y gana tanto, como tú?

—Ve tantos pacientes como yo, a veces más, ygana más. Dedica buena parte de su tiempo aanálisis neuropsicológicos, que es más redituable.

—Así que, al parecer, entre tu marido y túproducen más dinero del que necesitan. Y sinembargo, me dices que lo que impide que te

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dediques más al arte es la necesidad de ganardinero.

—Bueno, sí, se trata de eso, pero de unamanera extraña. Ocurre que mi marido y yosiempre hemos competido para ver quién ganamás. No lo reconocemos en forma abierta, no esuna competencia explícita, pero nunca dejo de serconsciente de ella.

—Bien, deja que te pregunte algo. Supongamosque una paciente va a tu consultorio y te dice quetiene mucho talento y que anhela expresarsemediante la creación, pero que no puede hacerloporque compite con su marido para ver cuál de losdos gana más dinero. ¿Qué le dirías?

Aún puedo oír la respuesta instantánea deJulia, en su entrecortado acento británico:

—Le diría: «Vives de una manera absurda».La tarea de Julia en su terapia era, pues,

aprender a encontrar una manera de vivir menosabsurda. Exploramos la competencia en su vida

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marital y también el significado de todas esasobras inconclusas guardadas en escritorios yarmarios. Nos preguntamos, por ejemplo, si lafantasía de un destino alternativo no sería unaforma de tratar de contrarrestar la línea recta quese extiende entre el nacimiento y la muerte. ¿Osería que tenía algo que ganar al no terminar susobras? De ese modo, no ponía a prueba los límitesde su talento y perpetuaba la idea de que podríahaber hecho grandes cosas si así lo hubieraquerido. Quizás hubiese algo atractivo en la ideade que, de haberlo querido, ella habría sido unagran artista. Pero tal vez ninguna de sus obrasalcanzaba el nivel al que ella aspiraba.

Este último pensamiento le pareció muyrelevante. Julia se sentía perpetuamenteinsatisfecha consigo misma. Se instaba a avanzarcon un lema que memorizó de una pizarra escolar alos ocho años:

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Bueno,mejor,perfecto.

Notedesdescanso

hastaquelobuenoseamejor

ylomejor,perfecto.

La historia de Julia es otro ejemplo de laforma en que la ansiedad ante la muerte se

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manifiesta en forma encubierta. Acudió a terapiacon una serie de síntomas que eran un disfrazdelgado como la gasa de su ansiedad ante lamuerte. Además, como en el caso de Alice, lossíntomas surgieron tras la muerte de una personacercana. Este episodio fue la experiencia dedespertar que la enfrentó a su propia muerte. Laterapia progresó con rapidez; en unas pocassesiones, su dolor y su conducta temerosaquedaron resueltos, y pudo lidiar en forma directacon la manera insatisfactoria en que vivía su vida.

«¿Qué es exactamente lo que temes de lamuerte?», es una pregunta que les hago confrecuencia a mis pacientes, pues hace surgirdiversas respuestas que suelen acelerar la terapia.La respuesta de Julia, «todo lo que no hice»,señala un tema de gran importancia para muchosde los que cavilan sobre la muerte, o la enfrentan:la explícita correlación entre el temor a lamuerte y la sensación de no vivir la vida[14].

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En otras palabras, cuanto menos vives tu vida,mayor será tu ansiedad ante la muerte. Nietzscheexpresó vigorosamente esta idea en dos brevesepigramas: «Consuma tu vida» y «Muere en elmomento justo». También lo hizo Zorba el griegoal decir: «No le dejes a la muerte más que uncastillo incendiado»[15]. Y Sartre, en suautobiografía, afirmó lo siguiente: «Meaproximaba tranquilamente a mi fin… con lacerteza de que el último latido de mi corazónquedaría inscripto en la última página de mi obra yque la muerte sólo se llevaría un hombremuerto»[16].

LA LARGA SOMBRA DE LA MUERTE DE UNHERMANO: JAMES

James, de cuarenta y seis años de edad yempleado en un estudio de abogados, comenzó ahacer terapia por distintos motivos: detestaba sutrabajo, se sentía inquieto y desarraigado, bebía en

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exceso y no tenía una conexión íntima con nadie,más allá de la difícil relación que lo unía a suesposa. En nuestra primera sesión, entre la miríadade problemas interpersonales, ocupacionales,maritales y de abuso del alcohol que surgieron, nopude detectar una preocupación evidente porproblemas existenciales, como la transitoriedad ola mortalidad.

Sin embargo, no tardaron en surgir temas deniveles más profundos. Para empezar, noté quecada vez que hablábamos de su aislamiento conrespecto a los demás, siempre terminábamos en lomismo: la muerte de su hermano mayor, Eduardo,quien había muerto a los dieciocho años en unaccidente de auto, cuando James tenía dieciséis.Dos años después, James abandonó México para ira la universidad en los Estados Unidos y, a partirde ese momento, sólo veía a su familia una vez alaño. Siempre volaba a Oaxaca en noviembre paraconmemorar a su hermano en la celebración del

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Día de los muertos.Otro tema comenzó a surgir en casi cada

sesión: el tema de los orígenes y los finales. Jamesestaba obsesionado con la escatología, el fin delmundo, y conocía el Apocalipsis casi de memoria.También lo fascinaban los orígenes, en particularlos antiguos textos sumerios, que, en su opinión,sugerían que la humanidad tenía orígenesextraterrestres.

Me costaba lidiar con estos temas. Paraempezar, su dolor por la muerte de su hermano noera accesible: había una considerable dosis deamnesia en lo que hacía a su respuesta emotivaante la muerte de su hermano. ¿El funeral deEduardo? James sólo podía recordar algo: que élera el único que no lloraba. Se sentía, según dijo,como si estuviese leyendo acerca de otra familiaen el periódico. Incluso en la conmemoraciónanual de los muertos, sentía que su cuerpo estabaahí, pero no su mente ni su espíritu.

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¿Ansiedad ante la muerte? No era un tema paraJames, quien decía que, para él, la muerte norepresentaba una amenaza. De hecho, loconsideraba algo positivo y esperaba con agradoreunirse con sus familiares fallecidos.

Exploré su creencia en lo paranormal desdedistintos ángulos, procurando que no se notara miextremado escepticismo, que lo hubiese puesto a ladefensiva. Mi estrategia era evitar el contenido (esdecir, debatir los pros y los contras de losavistamientos de extraterrestres o de las reliquiasde ovnis), concentrándome más bien en dos cosas:el significado psicológico de su interés, y suepistemología. Es decir, cómo había llegado asaber lo que sabía, a qué fuentes recurría y quéconsideraba evidencia suficiente.

Me pregunté en voz alta por qué él, a pesar dehaber recibido una excelente educación en unauniversidad prestigiosa, insistía en ignorar lasinvestigaciones académicas sobre los orígenes de

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la humanidad. ¿Qué ganaba creyendo en cosassobrenaturales y esotéricas? Para mí, le hacíandaño. Contribuían a su aislamiento, pues no seatrevía a compartirlas con sus amigos por temor aque lo tildaran de excéntrico.

Todos mis esfuerzos sirvieron de poco, y laterapia no tardó en estancarse. Se mostrabainquieto durante las sesiones, e impaciente con laterapia. Por lo general, comenzaba las sesionescon observaciones burlonas o ligeras, al estilo de«¿Cuánto tiempo más llevará esto, doc?» o «¿Yame estoy curando?» o «¿Me convertiré en uno deesos casos interminables que hacen que lacampanilla de la caja registradora siga sonando?».

Entonces, trajo a la terapia un poderoso sueñoque lo cambió todo. Aunque lo había soñadomuchos días antes de la sesión, se fijó en su mentecon anormal claridad:

Estoy en un funeral. Alguien yace sobre

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una mesa. El sacerdote habla sobretécnicas de embalsamamiento. Losasistentes desfilan frente al cuerpo. Yoestoy en la fila, y sé que sé hanesforzado por embalsamar bien esecuerpo y que recibió muchotratamiento cosmético. Me preparopara lo que veré a medida que la filaavanza. Miro primero sus pies, despuéssus piernas, sigo recorriendo su cuerpocon la mirada. La mano derecha estávendada. Miro la cabeza y me doycuenta de que es Eduardo, mi hermano.Se me hace un nudo en la garganta yprorrumpo en llanto. Siento dos cosas:primero, tristeza; después, consuelo,porque el rostro no está dañado y se vebronceado por el sol. «Eduardo lucebien», me digo. Y cuando llego frente aél, le digo: «Eduardo, luces bien».

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Después, me siento junto a mi hermanay le digo: «¡Qué bien luce!». Al finaldel sueño, estoy solo en la habitaciónde Eduardo y me pongo a leer su librosobre los avistamientos de ovnis deRoswell.

Aunque no hizo asociaciones espontáneasrespecto de este sueño, lo urgí a que «asociaralibremente» sus imágenes.

—Mira la imagen que persiste en el ojo de tumente —le dije— y trata de describirla en vozalta. Sólo describe los pensamientos que te pasenpor la cabeza. Trata de no omitir ni censurar nada,ni siquiera lo que te parezca tonto o irrelevante.

—Veo un torso del que salen tubos. Veo uncuerpo que yace en un charco de líquido amarillo.Posiblemente se trate del líquido para embalsamar.No veo nada más.

—¿Viste el cuerpo de Eduardo en su funeral?

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—No me acuerdo. Creo que la misa se hizocon el ataúd cerrado, por lo mutilado que quedó acausa del accidente.

—James, veo muchas muecas, distintasexpresiones, en tu rostro mientras piensas en estesueño.

—Es una experiencia extraña. Por un lado,siento que no quiero llegar más lejos, y pierdo laconcentración. Pero, por otro, me siento atraídohacia el sueño. Tiene poder.

Como yo sentía que se trataba de un sueño muyimportante, insistí:

—¿Qué piensas de eso que dijiste, queEduardo lucía bien? Lo repetiste tres veces.

—Bueno, es que tenía buen aspecto.Bronceado, saludable.

—Pero, James, estaba muerto. ¿Qué puedesignificar que un muerto tenga un aspectosaludable?

—No lo sé. ¿Qué piensas tú?

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—Creo —respondí— que lucía bien por lomucho que anhelas que siga con vida.

—Mi cerebro me dice que tienes razón. Perolas palabras sólo son palabras. No siento que seaasí.

—Un muchacho de dieciséis que pierde a suhermano de esa manera, mutilado en un accidente.Creo que eso marcó toda tu vida. Tal vez es horade que empieces a sentir compasión por esemuchacho.

James asintió con la cabeza.—Pareces triste, James. ¿Qué estás pensando?—Recuerdo la llamada de teléfono en que le

anunciaron a mi madre la muerte de mi hermano.Me quedé escuchando durante un momento, me dicuenta de que algo andaba muy mal y salí de lahabitación. Supongo que no habré querido oír.

—No escuchar ni oír. Eso es lo que hiciste contu dolor. Y la negación, la bebida, la inquietud…ya nada de eso funciona. El dolor está ahí. Cuando

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le cierras una puerta, busca entrar por otra. En estecaso, se coló en tu sueño.

Cuando John asintió, dije:—¿Y qué hay acerca del final del sueño, el

libro sobre ovnis y Roswell?James suspiró y miró al techo.—Ya sabía. ¡Sabía que me preguntarías eso!—Es tu sueño, James. Tú lo creaste y tú

pusiste a Roswell y a los ovnis en él. ¿Qué tienenque ver con la muerte? ¿Qué se te ocurre?

—Me cuesta admitirte esto, pero descubrí eselibro en la biblioteca de mi hermano y lo leídespués del funeral. No puedo explicarlo bien,pero es algo así: si pudiera saber exactamente dedónde venimos, y quizá sí sea de los ovnis, de losextraterrestres, viviría mucho mejor. Sabría porqué estamos en este mundo.

A mí me parecía que lo que James buscaba eramantener a su hermano con vida adoptando elsistema de creencias de él, pero, como dudaba de

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que esta idea le fuese de alguna utilidad, no dijenada.

Este sueño y su discusión marcaron un puntode inflexión en la terapia. James comenzó a tomarsu propia vida, así como la terapia, con mucha másseriedad, y nuestra alianza terapéutica se volviómás fuerte. No oí más bromas sobre mi cajaregistradora, ni preguntas sobre cuánto faltabapara terminar la terapia, ni sobre si James ya seestaba curando o no. Ahora, James sabía que sujuventud se había visto hondamente marcada por lamuerte, que su dolor por su hermano habíaafectado muchas de las formas en que escogióvivir la vida, y, finalmente, que la intensidadmisma de ese dolor le había impedido indagar ensí mismo y en su propia mortalidad a lo largo desu vida.

Aunque nunca abandonó su interés por loparanormal, hizo cambios profundos en su propiavida: dejó de beber de un día para otro (sin

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recurrir a un programa de recuperación), mejoróenormemente su relación con su esposa, dejó sutrabajo y se dedicó al negocio de entrenar perrospara ciegos, profesión que le dio la sensación deestar haciendo algo útil por los demás.

Tomar una decisión importantecomo experiencia de despertar

Las decisiones de fondo suelen tener hondasraíces. Toda elección conlleva una renuncia, ycada renuncia nos hace conscientes de laslimitaciones y de la transitoriedad.

ROTULADA Y ATADA: PAT

Pat, una corredora de Bolsa de cuarenta ycinco años de edad y divorciada desde hacíacuatro, acudió a terapia por su dificultad paraestablecer una nueva relación. Cinco años atrás,

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yo la había atendido durante meses, cuandodecidió terminar su matrimonio. El motivo que diopara volver a contactarme era que había conocidoa un atractivo hombre, Sam. A pesar del interésque sentía por él, su aparición desencadenó en ellauna tormenta de ansiedad.

Pat me dijo que se sentía atrapada en unaparadoja. Amaba a Sam, pero la atormentaba laduda de si continuar viéndolo o no. La gota querebalsó el vaso y la llevó a acudir a mí fue supropia reacción al recibir una invitación a unafiesta a la que asistirían muchos de sus amigos máscercanos y relaciones laborales. ¿Debía ir conSam o no? El dilema cobró cada vez másimportancia y terminó por convertirse en unaobsesión constante.

¿Por qué tanta agitación? En nuestra primerasesión, tras algunos intentos infructuosos de darcon el motivo de su incomodidad mediante elraciocinio, probé con un enfoque indirecto. Sugerí

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una fantasía guiada.—Pat, prueba esto; creo que te será de ayuda.

Quiero que cierres los ojos e imagines que Sam ytú llegan a la fiesta. Entras de la mano con él.Muchos de tus amigos te ven; te saludan a ladistancia y se te acercan. —Me detuve—. ¿Lo vescon tu imaginación?

Asintió con la cabeza.—Ahora, sigue mirando esa escena y deja que

tus sentimientos se expresen. Mírate a ti misma ydime todo lo que sientes. Trata de mantenertesuelta. Di todo lo que te acuda a la mente.

—Puf, la fiesta. No me agrada —dijo—.Suelto la mano de Sam. No quiero que me veancon él.

—Prosigue. ¿Por qué no?—¡No sé por qué! Es mayor que yo, pero sólo

dos años. Y es muy apuesto. Trabaja en relacionespúblicas y sabe comportarse en sociedad. Perotodos me encasillarían diciendo que estoy o, mejor

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dicho, estamos en pareja. Una pareja de ciertaedad. Me estaría poniendo un rótulo. Me limitaría.Tendría que decirles que no a los demás hombres.Rotulada, encasillada. Es como cuando en launiversidad te pones la insignia de la fraternidadde algún compañero. Eso quiere decir que estássaliendo con él, y te rotula, te ata.

—Un buen modo de representar tu dilema, Pat.¿Qué más sientes?

Pat volvió a cerrar los ojos y a sumergirse ensu fantasía.

—Surgen cosas relacionadas con mimatrimonio. Siento culpa por haberlo arruinado.Nuestra terapia anterior me hizo darme cuenta deque en realidad no fue así. Tú y yo trabajamosmucho sobre esa sensación de culpabilidad. Peroestá regresando, y con mucha fuerza. La ruptura demi matrimonio fue mi primer verdadero fracaso enla vida. Hasta entonces, todo era progreso. Claroque el matrimonio ya se terminó. Hace años. Pero

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escoger otro hombre le da realidad al divorcio.Significa que no puedo volver atrás… nunca. Esuna etapa de mi vida que ya pasó. Esirreversible… es una época que no regresará. Sí,sí, claro que ya lo sabía, pero no de la manera enque lo experimento ahora.

La historia de Pat ilustra la relación entrelibertad y mortalidad. Las decisiones difícilessuelen tener raíces que llegan al fondo mismo delas preocupaciones existenciales y laresponsabilidad personal. Examinemos qué es loque hacía tan difícil la decisión de Pat.

Para empezar, lo que conllevaba de renuncia.Cada «sí» trae aparejado un «no». Una vez quequede «encasillada» con Sam, otras posibilidades—otros hombres, más jóvenes, mejores que él,quizá— quedan descartadas. En palabras de Pat,quedaría rotulada y también atada. Renunciaría alas otras posibilidades. Esa reducción de lasposibilidades tiene un lado oscuro. Cuantas más

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cosas dejas fuera, más pequeña, corta y carente devitalidad parece tu existencia.

Heidegger definió la muerte como «laimposibilidad de más posibilidades». Entonces, loque volvía tan poderosa la ansiedad de Pat —que,de manera ostensible, se centraba en algo tansuperficial como la decisión de llevar o no a unhombre a una fiesta— era el hecho de que seoriginara en el pozo sin fondo de su ansiedad antela muerte. Le sirvió como experiencia dedespertar. Cuando nos enfocamos en su sentidoprofundo, nuestro trabajo se hizo mucho másefectivo.

Nuestro análisis de la responsabilidad la llevóa una mayor conciencia de la imposibilidad deregresar a la juventud. Ella también mencionó que,hasta su divorcio, su vida parecía experimentar unconstante progreso, pero que ahora se daba cuentade que el divorcio era verdaderamenteirreversible. Ella lo comprendió, aceptó esa

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renuncia, miró al futuro, y, en su momento, pudocomprometerse con Sam.

La ilusión de Pat de que siempre crecemos,progresamos y ascendemos es común. Ha sido muyreforzada por la idea de progreso que existe en lacivilización occidental desde el iluminismo y porel imperativo estadounidense de progresoeconómico. Por supuesto que lo del progreso no esmás que una convención; hay otras formas deconceptualizar la historia. Los antiguos griegos noadherían a la idea de progreso. Al contrario,tomaban como ejemplo el pasado, una era doradaque lucía más brillante con cada siglo que pasaba.La repentina realización de que el progreso no esmás que un mito puede ser una conmoción queentraña un considerable reacomodamiento de ideasy creencias. Eso es lo que le ocurrió a Pat.

Hitos vitales como experiencias

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de despertar

Otros ejemplos de despertar, al mismo tiempomás comunes y más sutiles, están asociados a hitosvitales, como las reuniones de excompañeros deescuela o de universidad, los cumpleaños yaniversarios, la redacción del testamento, ytambién cumpleaños importantes, como elquincuagésimo o el sexagésimo.

REUNIONES DE EX COMPAÑEROS DE ESCUELA YUNIVERSIDAD

Las reuniones de excompañeros de escuela yuniversidad, en particular las que se celebrandespués de veinticinco años o más, sonexperiencias potencialmente enriquecedoras. Nadavuelve más palpable el ciclo de la vida que ver alos propios compañeros, ahora adultos, y, dehecho, envejecidos. Y, por supuesto, la lista de loscompañeros que murieron es un toque de atención

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aún más claro y poderoso. En algunas de estasreuniones, se distribuyen fotografías con losrostros de los participantes de la época en queeran condiscípulos. Los participantes circulan porel recinto comparando fotos y rostros, procurandoreconocer los ojos jóvenes e inocentes de losretratos en las arrugadas máscaras de losasistentes. Y nadie deja de pensar: «Qué viejosson todos. ¿Qué hago yo en este grupo? ¿Qué lespareceré a ellos?».

Para mí, una reunión de éstas es como leer elfinal de relatos que comencé hace treinta, cuarentao incluso cincuenta años. Los compañeroscomparten una historia, una sensación de profundaintimidad mutua. Se conocían cuando eran frescosy jóvenes y aún no habían desarrollado unapersonalidad adulta. Quizás ése sea el motivo porel cual estas ocasiones suelen dar lugar a unaasombrosa cantidad de bodas. Losexcondiscípulos inspiran confianza, viejos amores

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resurgen, todos integran el elenco de una obra quecomenzó hace mucho, con un telón de fondo deesperanzas ilimitadas. Yo aliento a mis pacientes aque asistan a estas reuniones y a que lleven undiario con las reacciones que les susciten.

REDACCIÓN DE UN TESTAMENTO

Es inevitable que la redacción de untestamento agudice la conciencia existencial.Hablar sobre la propia muerte y los herederos yreflexionar acerca de la distribución del dinero ylos bienes que uno ha acumulado en vida, hacesurgir muchas cuestiones. ¿A quién amo? ¿A quiénno? ¿Quién me extrañará? ¿Con quién debo sergeneroso? En ese momento de revisión de lapropia vida, uno se ve obligado a tomar medidasprácticas para enfrentarse con su fin, encargarse delas disposiciones para el entierro y resolverasuntos pendientes.

Uno de mis clientes, que sufría de una

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enfermedad mortal, comenzó a poner sus asuntosen orden. Se pasó días repasando sus mensajes decorreo electrónico para eliminar los que pudieranser motivo de sufrimiento para su familia.Mientras borraba los mensajes de sus antiguasamantes, la emoción lo embargó. La destrucciónfinal de todas las fotos y los recordatorios deexperiencias fogosas y apasionadas hace surgirinevitablemente la ansiedad existencial.

CUMPLEAÑOS Y ANIVERSARIOS

Los aniversarios y cumpleaños importantestambién pueden ser experiencias de despertar. Porlo general, celebramos los cumpleaños conregalos, tortas, tarjetas y alegres fiestas, pero ¿quéestamos celebrando? Quizá se trate en realidad deun intento por hacer a un lado los tristesrecordatorios del inexorable avance del tiempo.Los terapeutas deben tomar nota de loscumpleaños de sus pacientes —en particular los

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significativos, como los que marcan décadas devida— e indagar en los sentimientos que suscitan.

Cumplir cincuenta: Will

Cualquier terapeuta que haya desarrollado unasensibilidad frente a los temas vinculados a lamortalidad, quedará impresionado por suubicuidad. Una y otra vez que el mismo día en queempezaba a escribir alguna sección del presentelibro un paciente me revelaba algún ejemploclínico relevante sin que yo lo buscase en formaconsciente. Valga como muestra el siguiente casoque tuvo lugar en una sesión de terapia mientrasescribía este capítulo sobre las experiencias dedespertar.

Fue en mi cuarta sesión con Will, un abogadode cuarenta y nueve años, excesivamente cerebral.Will acudió a terapia porque había perdido lapasión por su trabajo, y lo afligía darse cuenta deque no había aprovechado como debía sus

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considerables recursos intelectuales (se habíagraduado magna cum laude en una destacadauniversidad).

Will comenzó la sesión diciendo que algunosde sus compañeros de trabajo lo criticabanabiertamente por hacer demasiadas tareas gratuitasy dedicar poco tiempo a las que se cobran porhora. Tras dedicarle quince minutos a describiresta situación laboral, pasó a comentar en detalleel hecho de que nunca había encajado en lasorganizaciones. Me pareció importante comoinformación de fondo, y tomé nota de ella, perocasi no hablé durante esa parte de la sesión, másallá de comentarle la compasión que demostrabaal hablar de los casos que atendía sin cobrar.

Tras un breve silencio, dijo:—Por cierto, hoy cumplo cincuenta años.—¿Y? ¿Cómo te hace sentir eso?—Bueno, mi esposa le da mucha importancia.

Organizó una cena de cumpleaños a la que invitó a

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algunos amigos. Pero no fue mi idea. No meagrada. No me gusta que se ocupen de mí.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que no te agrada deque se ocupen de ti?

—Cualquier clase de elogio me poneincómodo. Es como si lo contrarrestara con unavoz interior que dice: «En realidad, no meconocen» o «Si supieran…».

—Si realmente te conocieran —pregunté—,¿qué es lo que verían?

—Ni yo mismo me conozco. Y no sólo recibirelogios me pone incómodo, sino también hacerlos.No lo entiendo y no sé cómo decirlo, más allá deque por debajo de eso hay otro nivel, importante yoscuro, al que me es imposible acceder.

—¿Tienes conciencia, Will, de alguna cosa quebrote de ese nivel oscuro?

—Sí, hay algo. La muerte. Cuando leo algosobre la muerte, en especial la de un niño, se mehace un nudo en la garganta.

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—¿Cuándo estás aquí conmigo surge algo deese nivel?

—Creo que no. ¿Por qué? ¿Se te ocurre algo?—Estoy pensando que en una ocasión, en

nuestra primera o segunda sesión, surgiórepentinamente una emoción intensa y se tellenaron los ojos de lágrimas. No puedo recordarexactamente en qué contexto. ¿Tú lo recuerdas?

—Para nada. De hecho, ni siquiera recuerdoque eso haya ocurrido.

—Creo que tenía algo que ver con tu padre.Veamos.

Fui a mi computadora, busqué la palabra«lágrimas» en su legajo, y, al cabo de un momento,regresé.

—Sí que era sobre tu padre. Dijiste, en tonoafligido, que lamentabas no haber hablado nuncacon él de una manera personal, y fue entonces quevi lágrimas en tus ojos.

—Oh, sí, lo recuerdo y… ¡oh, Dios mío!

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¡Acabo de acordarme de que soñé con él anoche!¡Ni recordaba haberlo hecho hasta este momento!Si me hubieses preguntado al comenzar la sesión sihabía soñado anoche, te habría respondido que no.Bueno, en el sueño hablaba con mi padre y con mitío. Mi padre murió hace unos doce años; mi tío,dos antes que él. Mientras los tres manteníamosuna amable charla sobre alguna cuestión, me oía amí mismo diciendo: «Están muertos, están muertos,pero no te preocupes, todo esto tiene sentido, esnormal en un sueño».

—Pareciera que ese relato de fondo te servíapara que el sueño no fuese demasiado perturbadory pudieras continuar durmiendo. ¿Sueñas a menudocon tu padre?

—Nunca. No que lo recuerde.—Casi se termina la hora, Will, pero deja que

te pregunte sobre algo de lo que hablamos antes,eso de hacer y recibir elogios. ¿Eso ocurre algunavez aquí, en esta habitación? ¿Entre tú y yo? Antes,

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cuando me mencionaste los casos que atiendes enforma gratuita, comenté que eras compasivo. Nome respondiste. Me pregunto qué sentiste cuandodije algo positivo sobre ti. ¿También te costaríadecirme algo positivo a mí? —Es raro que yo dejetranscurrir una sesión sin hacer una pregunta delaquí y ahora como ésa.

—No estoy seguro. Tendré que pensarlo —respondió, disponiéndose a pararse.

Añadí:—Una última cuestión, Will. Dime, ¿qué

sentimientos surgieron acerca de esta sesión yacerca de mí hoy?

—Una buena sesión —respondió—. Meimpresionó que recordaras mis lágrimas en esasesión anterior. Pero debo decir que comencé asentirme incómodo de verdad al final, cuando mepreguntaste acerca de mis sentimientos al recibirelogios de ti, o ante la posibilidad de hacértelos.

—Bien. Estoy seguro de que esa incomodidad

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es un buen indicador de la forma más fértil deorientar nuestro trabajo.

Es importante observar que en esta sesión deterapia con Will el tema de la muerte surgió enforma inesperada y espontánea cuando preguntépor su «nivel oscuro». Que yo me levante enmedio de una sesión y vaya a mi computadora aconsultar mis notas no es lo habitual, pero Will estan cerebral que quise seguir el hilo de esa únicamanifestación emotiva.

Había muchos temas existenciales en los quepodría haberme concentrado. En primer lugar, quecumpliera cincuenta años. Estos cumpleañosimportantes suelen tener muchas ramificacionesinternas. Luego, cuando le pregunté por ese niveloculto, contestó, para mi sorpresa, y sin que yohubiera inducido su respuesta, que se le hacía unnudo en la garganta cuando leía sobre la muerte, enparticular la de un niño pequeño. Llegamos a laconclusión de que reprimía sus sentimientos sobre

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la muerte porque sentía que, de no hacerlo así, loavasallarían. Una y otra vez, se quebró durante lassesiones, y lo ayudé a hablar en forma abierta deesa zona oscura y de sus temores, hasta entoncesno expresados.

Los sueños como experienciasde despertar

Si escuchamos los mensajes que nos transmitenlos sueños poderosos, podemos tener unaexperiencia de despertar. Valga como muestra esteinolvidable sueño que me contó una joven viudaavasallada por el duelo. Es un claro ejemplo decómo la pérdida de un ser querido puede hacer quequien está de luto se enfrente con su propiamortalidad.

Estoy en el porche cerrado de una

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endeble cabaña de veraneo y veo unabestia grande y amenazadora, con unaboca enorme, que aguarda a pocosmetros de la puerta. Estoy aterrada.Temo que algo le ocurra a mi hija.Decido tratar de aplacar a la bestiacon algún sacrificio y tiro un animal depaño a cuadros rojos por la puerta. Labestia devora el señuelo, pero no se va.Sus ojos arden. Los fija en mí. Yo soy supresa.[17]

La joven viuda entendía claramente su sueño.Lo primero que pensó fue que la muerte (la bestiaamenazadora), que ya se había llevado a suesposo, venía ahora a buscar a su hija. Peroenseguida se dio cuenta de que quien estaba enpeligro era ella misma. Ahora le tocaba a ella, y labestia había ido a buscarla. Trató de aplacar ydistraer a la bestia con un sacrificio, un animal de

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paño a cuadros rojos. Sabía, sin que yo se lopreguntara, qué significa ese símbolo: cuando sumarido murió, vestía un pijama de una tela comoésa. Pero la bestia era implacable: la presa eraella. La poderosa claridad de este sueño anuncióuna nueva e importante etapa en el tratamiento. Lajoven dejó de concentrarse en la catastróficapérdida sufrida, para pensar más bien en su propiafinitud y en cómo debía vivir su vida.

Las experiencias de despertar distan de ser unhecho raro y curioso; más bien, son el fundamentode la labor clínica. Por eso, dedico mucho tiempoa enseñarles a mis estudiantes cómo identificar yaprovechar las experiencias de despertar para laterapia. Así lo hice con pacientes como Mark yRay, cuyos sueños les abrieron puertas quellevaron a que despertaran.

UN SUEÑO DE DUELO COMO EXPERIENCIA DEDESPERTAR: MARK

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Mark, un psicoterapeuta de cuarenta años deedad, acudió a mí para tratarse por su ansiedadcrónica y sus intermitentes ataques de pánicoproducidos por la idea de la muerte. En nuestraprimera sesión, vi que estaba muy inquieto yagitado. Sentía una dolorosa preocupación por lamuerte de su hermana mayor, Janet, ocurrida seisaños atrás. Janet había sido su madre sustituía ensu infancia después de que la madre de amboscomenzara a sufrir de cáncer óseo cuando él teníacinco años. Ella murió al cabo de diez años, trasmuchas recaídas y cirugías que la desfiguraron.

A los veintitantos años, Janet se convirtió enuna alcohólica crónica, y con el tiempo, murió porproblemas hepáticos. Mark, a pesar de habersededicado con devoción a ella, trasladándose alotro extremo del país en incontables ocasionespara asistirla durante su enfermedad, no podíadeshacerse de la idea de que no había hecho losuficiente, de que era culpable y, en cierto modo,

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responsable por su muerte. Su culpa era tenaz, yme costó mucho hacer que nuestra terapia superaraesa barrera.

Como ya dije, en casi todo proceso de duelohay una potencial experiencia de despertar, que amenudo aparece por primera vez en un sueño. Enuna de las pesadillas recurrentes de Mark,aparecía la mano de su hermana chorreandosangre, imagen que se originaba en un recuerdo deinfancia. Cuando él tenía unos cinco años, suhermana metió el dedo en un ventilador en la casade un vecino. Recordaba haberla visto corriendopor la calle, gritando. Había sangre, mucha sangrecarmesí, y mucho terror, tanto de él como de ella.

Recordó lo que pensó (o debió de haberpensado) de niño: si Janet su protectora, tangrande, tan capaz, tan fuerte, era, en realidad, tanfrágil y vulnerable, entonces, él tenía realmentemucho que temer. ¿Cómo iba ella a protegerlo sino podía protegerse a sí misma? Así las cosas, en

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su inconsciente debía de acechar la siguienteecuación: «Si mi hermana puede morir, entoncesyo también puedo hacerlo».

Cuando hablamos más abiertamente sobre sutemor a la muerte, se agitó aún más. Solía caminarpor mi consultorio mientras hablábamos. En suvida, siempre estaba en movimiento, haciendo unviaje tras otro, visitando nuevos lugares cada vezque le era posible. Más de una vez se le ocurrióque aposentarse en uno u otro lugar lo haría másvulnerable a la Parca. Sentía que su vida, todavida en realidad, no era más que una espera de lamuerte.

Poco a poco, tras un año de duro trabajoterapéutico, tuvo el sueño iluminador que sepresenta a continuación. A partir de entonces,comenzó a sobreponerse a su sensación deculpabilidad por la muerte de su hermana.

Mis ancianos tío y tía van a visitar a

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Janet, que está a siete calles dedistancia. [En este momento, Markpidió papel y esbozó la geografía delsueño en una cuadrícula de siete porsiete.] Van a cruzar el río para llegardonde está ella. Yo también debovisitarla, pero tengo cosas que hacer y,por el momento, prefiero quedarme encasa. Cuando se preparan paramarcharse, les doy un pequeño regalopara que le entreguen a Janet de miparte. Cuando se alejan, me doy cuentade que olvidé darles la tarjeta que debeacompañar el obsequio y corro detrásde su auto. Recuerdo el aspecto de esatarjeta: muy formal y distante, firmada«Para Janet, de tu hermano». Dealguna manera extraña, puedo ver aJanet parada en la cuadrícula, del otrolado del río. Es posible que me esté

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saludando con la mano. Pero sientopoca emoción.

La imaginería de este sueño es muytransparente. Los familiares ancianos mueren (esdecir, cruzan el río) y van a visitar a Janet, queestá a siete calles de ahí (para ese momento,llevaba muerta siete años). Mark decide quedarse,aunque sabe que más adelante deberá cruzar el río.Tiene cosas que hacer y se da cuenta de que paraseguir viviendo tiene que despedirse de suhermana, lo que se ve en la formal tarjeta queacompaña el regalo y la poca aflicción que leproduce ver como ella lo saluda desde el otro ladode la cuadrícula.

El sueño anunciaba un cambio: la obsesión deMark con el pasado se desvaneció, y fueaprendiendo poco a poco a vivir la vida con másriqueza en el presente.

Los sueños les abrieron una puerta a varios de

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mis otros pacientes, como Ray, un cirujanojubilado, y Kevan, que había concluido su trabajoconmigo y se enfrentaba con el final de la terapia.

LA JUBILACIÓN DEL CIRUJANO: RAY

Ray, un cirujano de sesenta y ocho años,acudió a terapia por la persistente ansiedad que leproducía su inminente jubilación. En su segundasesión de terapia, relató este fragmento de unsueño:

Voy a una reunión de excondiscípulos,quizá los de sexto grado. Entro en eledificio y veo que la foto de la claseestá expuesta en la entrada. Me quedomirándola atentamente durante unlargo rato, y veo los rostros de todosmis compañeros, pero falta el mío. Nologro encontrarme.

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—¿Cómo era el ambiente del sueño? —lepregunté. Ésa, que es siempre mi primera pregunta,resulta muy útil para rastrear las emocionesasociadas al sueño entero o a parte de él.

—Es difícil decirlo —respondió—. Era unsueño denso, o adusto. Sin duda, no alegre.

—Cuéntame de tus asociaciones con el sueño.¿Aún lo ves en el ojo de tu mente? —Cuanto másreciente es el sueño, más probable es que lasasociaciones del paciente produzcaninformaciones útiles.

Asintió con la cabeza.—Bueno, lo principal es lo de la foto. La veo

con claridad. No distingo muchos de los rostros,pero de alguna manera sé que no estoy ahí. Nopuedo encontrarme.

—¿Y qué piensas de eso?—No estoy seguro. Pero hay dos

posibilidades. Primero, mi sensación de que nuncaformé parte de esa clase, ni de ninguna otra. Nunca

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fui popular. Siempre fui un excluido. Menos en elquirófano. —Se detuvo.

—¿Y la segunda posibilidad? —dije.—Bueno, la evidente. —Bajó la voz—. En la

foto, están todos los demás, pero yo no. ¿Esprobable que ello sugiera o prediga mi muerte?

Así, mediante el sueño, emergieron muchosricos materiales y se abrieron varias vías posibles.Por ejemplo, pude haber explorado la sensaciónde no pertenencia de Ray, su impopularidad, sufalta de amigos, el hecho de que no se sintieracómodo más que en el quirófano. O podríahaberme concentrado en la frase «no puedoencontrarme» y en su sensación de no estar encontacto con su propio núcleo. El sueño fijó laagenda para el año de terapia que pasamosexplorando estos temas.

Pero lo que más llamó mi atención fue unacosa: su ausencia en la foto de la clase. Sucomentario acerca de la muerte parecía la

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interpretación más relevante; al fin y al cabo, setrataba de un hombre de sesenta y ocho años quehabía acudido a terapia impulsado por lainminencia de su jubilación. Todo el que está apunto de jubilarse tiene una preocupación ocultapor la muerte, y no es raro que estaspreocupaciones aparezcan en un sueño.

El fin de la terapia comoexperienciade despertar

UN SUEÑO ACERCA DEL FINAL DE LA TERAPIA:KEVAN

Kevan, un ingeniero de cuarenta años de edad,cuyos periódicos ataques de pánico a la muertecasi habían desaparecido a lo largo de catorcemeses de tratamiento, trajo el siguiente sueño a su

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sesión final:

Estoy en un edificio alargado y alguienme persigue. No sé quién. Tengo miedoy corro escaleras abajo hasta algo queparece un sótano. Allí veo que por unpunto del techo cae arena, como lohace en un reloj. Está oscuro. Sigoavanzando, sin encontrar modo desalir, hasta que, de pronto, en elextremo de uno de los corredores delsótano veo las grandes puertasentreabiertas de un depósito. Aunqueme da miedo, entro ahí.

—¿Cuáles son los sentimientos en este oscurosueño?

—Miedo y pesadez —responde Kevan.Le pregunto cuáles son sus asociaciones, pero

se le ocurren pocas. Desde mi perspectiva

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existencial, siento que el hecho de que sea el fin dela terapia y que deba despedirse de mí bienpueden haber evocado en él pensamientos acercade otras pérdidas, y de la muerte. Dos imágenesdel sueño me parecen muy llamativas: la de laarena que cae como en un reloj y la de las puertasde un depósito. Más que expresar mis ideas alrespecto, incito a Kevan a que haga asociaciones apartir de ellas.

—¿En qué te hace pensar el reloj?—En el tiempo. El tiempo que pasa. La vida

que va camino a su fin.—¿Y el depósito?—Un depósito de cuerpos. Una morgue.—Es nuestra última sesión, Kevan. El tiempo

se acaba.—Sí, también pensé en eso.—Y la morgue y los cuerpos depositados. No

hablas de la muerte hace ya muchas semanas. Yése fue tu motivo originario para verme. Pareciera

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que el fin de la terapia está haciendo surgir viejostemas.

—Así lo creo y ahora me pregunto si realmenteserá el momento de que terminemos.

Los terapeutas expertos saben que no debentomarse semejantes cuestionamientos tan en seriocomo para prolongar la terapia. Los pacientes paraquienes la terapia ha sido significativa suelen tenersensaciones muy ambivalentes cuando se acerca elfin de aquélla, y a menudo experimentan unrecrudecimiento de sus síntomas originales.Alguien dijo alguna vez que la psicoterapia es unacicloterapia: uno repasa una y otra vez los mismostemas, y, en cada una de esas ocasiones, refuerzala transformación personal. Le sugerí a Kevan quediéramos por finalizado el tratamiento tal como lohabíamos planeado, pero que añadiéramos unasesión de seguimiento para dos meses más tarde.Cuando nos encontramos, Kevan estaba bien ydecididamente comprometido en el proceso de

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transferir lo que había ganado con la terapia a suvida cotidiana.

* * *

Las experiencias de despertar abarcan desdelo sentido por Iván Ilich en su lecho de muerte ylas experiencias de casi muerte de muchospacientes de cáncer hasta episodios más sutiles dela vida cotidiana (cumpleaños, duelo, reuniones,sueños, nido vacío) en los que el individuo se veimpulsado a examinar cuestiones existenciales. Laconciencia de despertar a menudo puede serfacilitada por la ayuda de otro, un amigo o unterapeuta, que tengan mayor sensibilidad frente aestos temas. Es mi esperanza que éste la puedaobtener de la presente obra.

No debemos olvidar la meta de estasindagaciones. Enfrentar la muerte hace surgir laansiedad, pero también tiene el potencial deenriquecer enormemente la vida. Las

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experiencias de despertar pueden ser poderosaspero efímeras. En los capítulos siguientesanalizaremos cómo hacer para volverlas másduraderas.

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El poder de las ideas

Las ideas tienen poder. Las percepciones demuchos grandes pensadores y escritores de todaslas épocas nos ayudan a ordenar nuestras caóticassensaciones acerca de la muerte y descubrirsenderos significativos por donde transitar por lavida. En este capítulo, presentaré las ideas que mehan sido más útiles en mi terapia con pacientesacosados por la ansiedad ante la muerte.

Epicuro y la vigencia de susabiduría

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Epicuro creía que la verdadera misión de lafilosofía es aliviar el sufrimiento humano. ¿Y cuáles la causa primera de ese sufrimiento? ParaEpicuro, no cabía duda de que la respuesta a esapregunta es nuestro omnipresente temor a lamuerte.

Epicuro insistía en que la aterradora idea de lamuerte inevitable interfiere nuestro disfrute de lavida, perturbando todos nuestros placeres. Comoninguna actividad puede satisfacer nuestro anhelode vida eterna, todas son intrínsicamenteinsatisfactorias. Epicuro escribió que muchosindividuos desarrollan un odio hacia la vida, loque puede llevarlos, irónicamente, al suicidio.Otros se sumergen en actividades frenéticas einútiles que no tienen otro propósito que eludir eldolor inherente a la condición humana.

Al referirse a nuestra interminable einsatisfactoria búsqueda de nuevas actividades,Epicuro afirmó que debemos almacenar

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experiencias placenteras y grabarlasprofundamente en nuestra memoria. Tambiénsugirió que si aprendemos a revivirlas una y otravez, no necesitaremos perseguir incesantementeplaceres hedonistas.

La leyenda cuenta que Epicuro siguió supropio consejo y que, en su lecho de muerte (porcomplicaciones derivadas de un cólico renalproducido por cálculos), mantuvo la ecuanimidada pesar del terrible dolor, a fuerza de recordar lasagradables conversaciones mantenidas antaño consu círculo de amigos y estudiantes.

Algo que hizo genial a Epicuro fue suanticipación del concepto moderno de loinconsciente. Este filósofo enfatizó que lapreocupación ante la muerte no es consciente en lamayor parte de los individuos, sino que debe serdeducida a partir de manifestaciones disfrazadas.Entre ellas, mencionó el exceso de religiosidad, laobsesiva acumulación de riquezas, y la ciega

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búsqueda de poder y honor, todo lo cual ofrece unaversión falsificada de la inmortalidad.

¿Cómo hacía Epicuro para aliviar la ansiedadante la muerte? Él formuló una serie de argumentosbien construidos que sus estudiantes memorizabana modo de catecismo. Muchos de estos argumentoshan sido debatidos a lo largo de los últimos dosmil trescientos años, y aún son relevantes a la horade sobreponerse al temor a la muerte. En estecapítulo analizaré tres de sus argumentos másconocidos, que encontré valiosos para mi trabajocon muchos pacientes, como también para aliviarmi propia ansiedad ante la muerte.

1. La mortalidad del alma.

2. La muerte como aniquilación total.

3. El argumento de la simetría.

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LA MORTALIDAD DEL ALMA

Epicuro enseñaba que el alma es mortal yperece con el cuerpo, conclusión diametralmenteopuesta a la de Sócrates.

Éste, cien años antes de Epicuro, en vísperasde su ejecución, se consolaba con su creencia en lainmortalidad del alma y la esperanza de que prontoestaría gozando de la eterna compañía de otros queen vida habían compartido su búsqueda de lasabiduría. Buena parte del punto de vista deSócrates, descrito en detalle en el diálogoplatónico llamado Fedón, fue adoptado ypreservado por los neoplatonistas, que ejerceríanconsiderable influencia en el concepto cristiano dela vida después de la muerte.

Epicuro condenó con vehemencia a losdirigentes religiosos de su época, quienes, en susesfuerzos por aumentar su poder, incrementaban laansiedad ante la muerte de sus seguidores al

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amenazar con castigos después de la muerte aquienes no siguieran sus normas y reglamentos. Enlos siglos siguientes, la cristiandad medieval, consu iconografía de los castigos infernales, como larepresentación del Juicio Final pintada por elBosco, le añadió una macabra dimensión visual ala ansiedad ante la muerte.

Epicuro insistía en que si somos mortales y elalma no sobrevive, no tenemos nada que temer enuna vida después de la muerte. Al no tenerconciencia, no nos arrepentiremos de nada de lohecho en vida, ni tendremos nada que temer de losdioses. Epicuro no negó la existencia de los dioses(habría sido un argumento peligroso, ya queSócrates había sido ejecutado por herejía hacíamenos de un siglo), pero sí afirmó que no lesimportaba la vida humana y que sólo servían comoejemplo de la tranquilidad y la beatitud a las quedebemos aspirar.

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LA MUERTE COMO ANIQUILACIÓN TOTAL

En su segundo argumento, Epicuro plantea quela muerte no nos puede dañar, porque el alma esmortal y se dispersa cuando morimos. Lo que sedispersa no puede percibir, y lo que no percibimosno existe para nosotros. En otras palabras, si soy,la muerte no es, pero si la muerte es, no soy. Por lotanto, Epicuro preguntaba: «¿Por qué temerle a lamuerte si nos es imposible percibirla?».

La posición de Epicuro es la respuesta final ala broma de Woody Allen: «No le temo a lamuerte, pero no quiero estar ahí cuando llegue».Lo que dice Epicuro es que no estaremos ahícuando ocurra porque la muerte y el «yo» nuncapueden coexistir. Si estamos muertos, no sabremosque estamos muertos, y, en tal caso, ¿a quéhabríamos de temerle?

EL ARGUMENTO DE LA SIMETRÍA

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El tercer argumento de Epicuro es que nuestroestado de no ser después de la muerte es el mismoen el que nos encontrábamos antes de nacer. Apesar de los muchos debates filosóficos que hay entomo de este antiguo razonamiento, creo que aúnmantiene su poder de confortar a quienes van amorir.

De los muchos que han reformulado esteargumento en el transcurso de los siglos, nadie lohizo con más elegancia que el gran novelista rusoVladimir Nabokov en su autobiografía Habla,memoria, que comienza con estas líneas: «La cunase mece sobre un abismo, y el sentido común nosdice que nuestra existencia no es más que unafugaz hendija de luz entre dos eternidades deoscuridad. Aunque son gemelas idénticas, elhombre, en general, contempla el abismo prenatalcon más calma que aquél al que se dirige (a unavelocidad de unas cuatro mil quinientas

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pulsaciones por hora)»[18].En lo personal, muchas veces me he confortado

al pensar que ambos estados de no ser —antes denacer y después de morir— son idénticos, por másque temamos tanto a la segunda oscuridad y nospreocupe tan poco la primera.

Un mensaje de correo electrónico de un lectorcontiene observaciones relevantes a este respecto:

En este momento, estoy más o menoscómodo con la idea de la aniquilación.Parece la única conclusión lógica. Desdemi primera infancia, siento que lo lógicoes que, tras la muerte, regresemos alestado en el que nos encontrábamos antesde nacer. Las ideas sobre una vida futuraparecen incongruentes y retorcidas si selas compara con la simplicidad de esaconclusión. Nunca me consoló la idea deuna vida futura, porque el concepto de

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una existencia sin fin, agradable o no, meparece mucho más aterrador que el deuna existencia finita.

Por lo general, introduzco las ideas de Epicuroal comienzo de mi trabajo con pacientes que sufrende terror ante la muerte. Ello tiene un doblepropósito: sirve para introducir al paciente a lasideas con que trabajaremos durante la terapia ypara transmitirle mi disposición a trabajar con él ocon ella, sumergiéndome en sus temores ocultospara ayudarlo de alguna manera en su viaje.

Aunque algunos pacientes encuentran que lasideas de Epicuro son irrelevantes e insustanciales,éstas confortan y ayudan a otros muchos. Quizá seaporque les recuerdan la universalidad de nuestraspreocupaciones y porque ven que grandesespíritus, como Epicuro, también debieron lidiarcon ellas.

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La propagación por ondasconcéntricas

De entre todos los conceptos que han surgidode mis años de práctica dedicados a contrarrestarla ansiedad ante la muerte, encuentro que el de lapropagación por ondas concéntricas es muy útil.

Lo de las ondas concéntricas se refiere a quetodos nosotros creamos, a menudo en forma nointencional y sin tener conciencia de ello, círculosconcéntricos de influencia que pueden afectar a losdemás durante años o incluso, generaciones. Elefecto que tenemos sobre los demás se transmite, asu vez, a otros, del mismo modo en que loscírculos concéntricos que se producen al arrojaruna piedra a un estanque se siguen expandiendo,aun cuando ya no sean visibles para nosotros. Laidea de que podemos dejar algo nuestro, aunque no

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vayamos a estar ahí para verlo, ofrece una potenterespuesta a los que afirman que la falta de sentidoes la conclusión necesaria de nuestra finitud ytransitoriedad.

Producir ondas concéntricas no necesariamentesignifica que nuestro nombre o nuestra imagenvayan a sobrevivir. Muchos de nosotrosentendimos que creer que así será es un errorcuando, en la escuela, tuvimos que leer estaslíneas de Shelley, que describen los restos de unagigantesca estatua de la antigüedad, esparcidos porun paisaje desolado:

MellamoOzymandias,reydereyes,

contemplad

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miobra,oh,poderosos,

ydesesperad.

Los intentos de preservar la identidad personalsiempre son fútiles. La transitoriedad espermanente. El concepto de ondas concéntricas serefiere a dejar algo de la propia experiencia devida. Algún gesto, algún buen consejo, alguna guía,algún consuelo a los demás, sabiéndolo o no. Lahistoria de Barbara es ilustrativa.

BÚSCALA ENTRE SUS AMIGOS: BARBARA

Barbara, quien sufría de ansiedad ante lamuerte desde muchos años atrás, dio a conocer dosepisodios que redujeron de forma notoria suinquietud.

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El primero ocurrió en una reunión deexcondiscípulos, cuando, por primera vez entreinta años, vio a Allison, que era algo menor queella. Habían sido muy amigas al comienzo de suadolescencia. En cuanto la vio, Allison corrióhacia ella, y mientras la abrazaba y la besaba, leagradeció por lo mucho que la había guiadodurante la adolescencia de ambas.

Ya antes de esto Barbara intuía el concepto delas ondas concéntricas. Como maestra de escuela,daba por sentado que influía en sus alumnos demodos que iban más allá de los recuerdospersonales. Pero encontrarse con esa antiguaamiga hizo que ese concepto se le hiciera muchomás real. Le agradó, y también le sorprendió, verque tantos de sus consejos y orientacionespersistieran en el recuerdo de su amiga deinfancia. Pero quedó azorada cuando, al díasiguiente, conoció a la hija de Alison, de treceaños de edad, quien se mostró muy emocionada

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por conocer a la legendaria amiga de su madre.Ya en el avión que la llevaba de regreso a casa

tras el encuentro, Barbara experimentó unaepifanía que le abrió una nueva perspectivarespecto de la muerte. Quizá no fuera, como ellapensaba, una aniquilación total. Tal vez no fueratan esencial que su persona, ni siquiera losrecuerdos de su persona, persistieran. Quizá loimportante fuera que las ondas concéntricaspersisten, ondas de alguna acción o idea queayudaron a los demás a alcanzar la alegría y lavirtud en vida, ondas que la hicieran sentirorgullosa de contrarrestar la inmoralidad, elhorror y la violencia que dominan los medios decomunicación y el mundo exterior.

Estos pensamientos se vieron reforzados porun segundo episodio, dos meses más tarde. Sumadre murió y ella pronunció un breve discurso enel funeral. Barbara recurrió a una de las frasesfavoritas de su madre: «Búscala entre sus

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amigos».La frase tenía poder: supo que la generosidad,

la bondad y el amor a la vida de su madre vivíanen ella, su única hija. Mientras pronunciaba sudiscurso, observaba a los asistentes al funeral ypercibía aspectos de su madre que habían pasadode ella a sus amigos y que pasarían de éstos a sushijos, y a los hijos de sus hijos.

Desde la infancia, nada perturbaba tanto aBarbara como la idea de la nada. Los argumentosepicúreos que le planteé no le servían de nada. Porejemplo, no la aliviaba la noción de que noexperimentaría el horror de la nada, porquedespués de muerta no tendría conciencia. Pero laidea de las ondas concéntricas, de que unocontinúa existiendo en los actos de atención yayuda que lleva a cabo por los demás, atenuómucho sus temores.

«Búscala entre sus amigos». ¡Cuánto consueloy qué poderosa idea del sentido de la vida residían

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en esa frase! Como lo analizo más a fondo en elcapítulo 5, creo que el mensaje secular deEveryman (es todo hombre,) el drama religiosomedieval, es que las buenas acciones nosacompañan hasta la muerte y se propagan a lasgeneraciones futuras.

Barbara regresó al cementerio un año mástarde, para la inauguración de la lápida sepulcralde su madre, y experimentó una variante delfenómeno de ondas concéntricas. Más quedeprimirse al ver las tumbas de su madre y de supadre, que se alzaban entre las de otros muchosfamiliares, experimentó una extraordinariasensación de alivio y ligereza de espíritu. ¿Porqué? Le costaba ponerlo en palabras. Lo mejor quepudo expresarlo fue: «Si ellos pudieron, yotambién puedo». Incluso después de muertos, susantecesores le transmitían algo.

OTROS EJEMPLOS DE PROPAGACIÓN PORONDAS CONCÉNTRICAS

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Los ejemplos del fenómeno de ondasconcéntricas son muchos y bien conocidos. ¿Quiénno se ha alegrado al sentir que, en forma indirecta,fue importante para otro? En el capítulo 6 analizocómo la ondulación de mis maestros llegó a mí, y,a través de estas páginas, a ti. De hecho, mi deseode servir de algo para los demás es lo que me haceseguir escribiendo cuando ya pasé hace mucho laedad de jubilarme.

En El don de la terapia describo un episodiosobre una paciente que había perdido el cabellodebido a la quimioterapia. Se sentía muy incómodacon su apariencia y temía que alguien la viese sinpeluca. Cuando se arriesgó a quitársela en miconsultorio, respondí acariciándole con suavidadel poco pelo que le quedaba. Años más tarde,volví a verla para una terapia breve, y me contóque había releído recientemente el pasaje sobreella que incluí en mi libro. Sintió alegría al verque yo había registrado este aspecto de ella y que

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lo transmitiera a otros terapeutas y pacientes. Dijoque le daba placer saber que su experienciapudiera beneficiar a otros sin que ella siquiera losupiera.

Las ondas concéntricas están emparentadas conmuchas estrategias vinculadas a la desgarradoranecesidad de proyectarse hacia el futuro. La másevidente es el deseo de proyectarse en lobiológico mediante hijos que lleven nuestrosgenes, o a través de la donación de órganos, por lacual nuestro corazón late en reemplazo de otro ynuestras córneas le permiten a alguien ver. Haceunos veinte años, me hice trasplantes de córnea enambos ojos, y, aunque no sé quién fue el donantemuerto, suelo experimentar una oleada de gratitudpor ese desconocido.

Otros efectos de propagación de ondasincluyen los siguientes:

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Llegar a ser conocidos por nuestros logrospolíticos, artísticos o financieros.

Dejar nuestro nombre en edificios,institutos, fundaciones y becas.

Hacer una contribución a la ciencia básica,sobre la que otros puedan construir.

Reincorporarnos a la naturaleza mediantenuestras moléculas dispersas, que puedenservir de unidades constructivas para otrasformas de vida.

Quizá me enfoque tan particularmente en lapropagación de ondas concéntricas porque comoterapeuta tengo un punto de vista privilegiado queme permite ver la transmisión silenciosa, suave eintangible que se produce entre un individuo yotro.

El director japonés Akira Kurosawa hace una

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poderosa representación de la propagación enondas en su obra maestra cinematográfica Ikiru, de1952, que aún se exhibe en todo el mundo. Es lahistoria de Watanabe, un servil burócrata japonésque se entera de que tiene cáncer de estómago y lequedan pocos meses de vida. El cáncer sirve comoexperiencia de despertar para este hombre que,hasta entonces, ha vivido una vida tan estrecha quesus empleados lo apodan «la momia».

Cuando se entera del diagnóstico, falta altrabajo por primera vez en treinta años, saca unaimportante suma de su cuenta bancaria y trata deregresar a la vida gastándola en la vibrante vidanocturna japonesa. Al final de esa inútil noche dederroche, se encuentra por casualidad con unaexempleada, que ha dejado su trabajo porque lahacía sentir muerta en vida. Ella quiere vivir.Fascinado por su vitalidad y energía, él la sigue yle pide que le enseñe a vivir. Ella sólo le respondeque detestaba su trabajo anterior porque consistía

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en una burocracia sin sentido. En su nuevo trabajo,haciendo muñecas en una fábrica de juguetes, sesiente inspirada al pensar en todos los niños cuyasvidas alegra con su labor. Cuando él le cuenta desu cáncer y de su muerte inminente, ella sehorroriza y huye, pero antes de hacerlo, le da unúnico consejo: «Haz algo».

Watanabe regresa, transformado, a su trabajo.Se niega a verse limitado por los ritualesburocráticos, rompe todas las reglas, y dedica loque le queda de vida a crear en el vecindario unparque que los niños puedan disfrutar porgeneraciones. En la última escena, Watanabe, yacerca de la muerte, está sentado en un columpiodel parque. A pesar de las ráfagas de nieve, estásereno y contempla a la muerte con una reciéndescubierta ecuanimidad.

El fenómeno de la propagación de ondasconcéntricas, de crear algo que al ser transmitidoenriquecerá la vida de otros, transforma su terror

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en profunda satisfacción. La película tambiénenfatiza que lo importante es que sobreviva elparque, no la identidad de quien lo creó. De hecho,la película muestra con ironía cómo, en el veloriode Watanabe, los burócratas municipales seemborrachan y discuten sobre si él merece créditoalguno por la creación del parque.

ONDAS CONCÉNTRICAS Y TRANSITORIEDAD

Muchos individuos me comentan que, aunquerara vez piensan en la propia muerte, losobsesiona y aterra la idea de la transitoriedad.Cada momento agradable se ve corroído por elpensamiento de que todo lo que se estáexperimentando es transitorio y no tardará enmorir. El disfrute de un paseo con un amigo severá socavado por la idea de que todo estácondenado a desaparecer: el amigo morirá, elbosque por donde caminan quedará transformadopor el insidioso avance de la ciudad. ¿Qué sentido

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tiene todo si terminará por convertirse en polvo?Freud plantea (y también rebate) ese argumento

en forma maravillosa en un breve ensayo alrespecto llamado «La transitoriedad»[19], en el querecuerda un paseo estival que dio junto a doscompañeros: uno, poeta; el otro, un colegapsicoterapeuta. El poeta se lamenta de que toda labelleza esté destinada a marchitarse y que todoaquello que ama pierde valor, al estar condenado adesaparecer. Freud se opone a la sombríaconclusión del poeta y niega vigorosamente que elhecho de que las cosas no sean perdurables lesquite valor o significado.

«¡Todo lo contrario!», exclama. «¡Se losañade! Valoramos más lo que podemos disfrutar enforma limitada». A continuación, ofrece unpoderoso argumento contrapuesto a la idea de quela transitoriedad lleva necesariamente a que nadatenga sentido:

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Es incomprensible —declara— que elpensar en lo transitorio de la belleza afectenuestro disfrute de ella. En lo que hace a labelleza de la naturaleza, el invierno ladestruye cada año. Pero regresa alsiguiente, de modo que, en relación con laextensión de nuestras vidas, podemos decirque es eterna. La belleza de la forma y elsemblante humanos se desvanece parasiempre en el transcurso de nuestras vidas,pero su transitoriedad les añade encanto.No porque una flor se abra durante sólouna noche nos parece menos bella.Tampoco puedo entender por qué la bellezay la perfección de una obra de arte o de unlogro intelectual habrían de perder valorpor su limitación temporal. Es posible quellegue una época en que las estatuas y loscuadros que admiramos hoy se conviertanen polvo, o que nos suceda alguna raza de

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hombres que ya no entienda las obras denuestros poetas y pensadores, o que llegueuna era geológica en la que ya no exista lavida sobre la Tierra. Pero, como el valorde toda esta belleza y perfección sóloexiste en relación con el significado quetiene para nuestras propias vidasemocionales, no hace ninguna falta que nossobreviva y es independiente de laduración absoluta.

Así intenta paliar Freud el terror a la muerte:al separar la estética y los valores humanos delalcance de la muerte, y al plantear que latransitoriedad no afecta en absoluto aquello que essignificativo para la vida emocional de losindividuos.

Muchas tradiciones tratan de enfrentar latransitoriedad enfatizando la importancia de vivirel momento y enfocándose en la experiencia

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inmediata. La práctica budista, por ejemplo,incluye una serie de meditaciones sobre anicca (latransitoriedad) en las cuales uno se enfoca en lamanera en que se marchitan y caen las hojas de unárbol, y luego, en lo transitorio del árbol mismo,así como en la del propio cuerpo. Se podríaconsiderar que esta práctica es un«descondicionamiento» o un tipo de terapia deexposición, mediante la cual uno se habitúa almiedo sumergiéndose en él de forma deliberada.Tal vez leer el presente libro tenga un efectoparecido sobre algunos lectores.

La propagación en ondas alivia el dolor de latransitoriedad al recordamos que algo nuestropersiste, por más que nosotros no lo sepamos nipercibamos.

Los pensamientos profundoscomo ayuda

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para sobreponerse a la ansiedadante la muerte

A menudo ocurre que unas pocas y sucintaslíneas o un aforismo de un filósofo u otro pensadornos ayudan a reflexionar de manera útil sobrenuestra ansiedad ante la muerte y sobre cómo viviren plenitud. Sea por lo ingenioso de su planteo,por su retórica o por la forma en que sus líneasresuenan, o por estar muy comprimidos, llenos deenergía cinética, estos pensamientos profundospueden sacudir a quien los lea por su cuenta, o aun paciente, arrancándolos de un modo de vidafamiliar, pero estático. Quizá, como sugerí, seaconsolador ver que esos gigantes del pensamientolidiaron con tan graves preocupaciones, y lasvencieron. O tal vez, lo que esas memorablespalabras demuestran es que la desesperaciónpuede transformarse en arte.

Nietzsche, el más grande de los aforistas, es

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también quien provee la descripción más aguda desu poder:

Un buen aforismo es demasiado duro paralos dientes del tiempo, y los milenios no lodesgastan, aunque nunca deja de servir dealimento. Es la gran paradoja de laliteratura, lo inmutable entre lo cambiante,el alimento que, como la sal, siempre esapreciado y nunca pierde su sabor[20].

Algunos de estos aforismos se vinculanexplícitamente a la ansiedad ante la muerte. Otrosnos alientan a que miremos más allá y nosresistamos a dejarnos consumir porpreocupaciones triviales.

«TODO ES PASAJERO; LAS ELECCIONESEXCLUYEN».

En Grendel, la maravillosa novela de John

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Gardner, el atormentado monstruo de la leyenda deBeowulf acude a un sabio en busca de la respuestaal misterio de la vida. El sabio le dice: «El malfinal es que el Tiempo perece perpetuamente, yque ser incluye morir»[21]. Él resume lasmeditaciones de toda su vida en seis palabras, dosproposiciones claras y profundas: «Todo espasajero; las elecciones excluyen».

Como ya he dicho mucho acerca de que «todoes pasajero», pasaré a las implicaciones de lasegunda proposición. El hecho de que «laselecciones excluyen» es el motivo oculto por elcual tantas personas quedan paralizadas cuandollega el momento de tomar una decisión. Cada «sí»conlleva un «no», y cada elección en un aspectosignifica que debe haber una renuncia en otro.Muchos de nosotros nos negamos a entender quelos límites, la reducción y la pérdida forman parteindisoluble de la existencia.

Por ejemplo, la renuncia era un problema

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enorme para Les, un médico de treinta y siete años,quien se pasó años dudando entre varias mujerescon las que se podía casar. Cuando al fin se casó,se mudó a la casa de su esposa, a ciento cincuentakilómetros del lugar donde solía vivir, y abrió unsegundo consultorio en su nueva comunidad. Peroaun así, mantuvo su viejo consultorio abiertodurante un día y medio a la semana, y dedicó unanoche a la semana a ver a sus antiguas amantes.

Durante la terapia, nos enfocamos en suresistencia a renunciar a las alternativas. Bajo misostenida presión para que reconociese quésignificaría para él renunciar —es decir, cerrar suotro consultorio y dejar de ver a sus amantes—,tomó gradual conciencia de su grandiosa imagende sí mismo. Había sido el más talentoso de sufamilia: músico, deportista, ganador de premiosnacionales en ciencia. Sentía que podía habertriunfado en cualquier profesión. Consideraba queestaba por encima de las limitaciones que se les

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aplican a los demás y que no tenía por quérenunciar nunca a nada. Quizá la idea de que «lasdecisiones excluyen» se aplicara a los otros, perono a él. Su mito personal consistía en que su vidaera una espiral que ascendía hasta el infinito, a unfuturo más grande y mejor, y se resistía a todo loque amenazara ese mito.

Al principio, parecía que la terapia de Lesdebía enfocarse en la lujuria, la infidelidad y laindecisión, pero terminó por requerir unaindagación en temas más profundos, existenciales:su creencia de que estaba destinado a volversecada vez más grande y brillante, manteniéndoseexento de las limitaciones de las que sufren losdemás mortales, incluyendo la muerte. Les (comoPat en el capítulo 3) se sentía muy amenazado porcualquier cosa que tuviese que ver con la renuncia.Trataba de eludir la regla de que «las eleccionesexcluyen», y el hecho de que esta actitud serevelara hizo que nos enfocáramos más en esa

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cuestión y, a partir de entonces, acelerásemosnuestra labor terapéutica. Una vez que aceptó lanecesidad de renunciar y logró dejar deconcentrarse en aferrarse a todo lo que hubieraposeído alguna vez, pudimos trabajar sobre laforma en que experimentaba la vida,particularmente en su relación con su esposa y sushijos en el presente inmediato.

La creencia de que la vida es una espiral queasciende sin cesar suele surgir en la psicoterapia.Una vez traté a una mujer de cincuenta años deedad, cuyo marido, que tenía setenta y era uneminente científico, padecía de demencia, comoresultado de un accidente cerebral. La perturbabaen especial ver cómo el enfermo no hacía otracosa que estar sentado frente al televisor. Por másque lo intentara, no podía contenerse y lo instaba aque hiciese algo: leer un libro, jugar al ajedrez,practicar su castellano, hacer palabras cruzadas.La demencia de su marido había hecho pedazos su

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visión de que la vida siempre asciende a nuevosconocimientos, más descubrimientos yreconocimientos. Le costaba aceptar la alternativa:que todos somos finitos y estamos destinados arealizar la travesía que comienza con la primerainfancia y, pasando por la madurez, nos lleva a ladeclinación final.

CUANDO ESTAMOS CANSADOS… NOS ATACANIDEASQUE VENCIMOS HACE MUCHO

A lo largo de veinte años, realizamos tresterapias con Kate, una médica divorciada. A lossesenta y ocho años me volvió a consultar por suconstante ansiedad acerca de su jubilacióninminente, el envejecimiento y el temor a lamuerte.

Una vez, durante el transcurso de la terapia, sedespertó a las cuatro de la madrugada y fue albaño. Resbaló y se hizo un profundo corte en el

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cuero cabelludo. Aunque sangraba mucho, nollamó a sus vecinos, ni a sus hijos, ni al serviciode urgencias. Su cabello había raleado tanto en eltranscurso de los dos años anteriores que habíaempezado a usar peluca. No podía soportar lavergüenza que hubiese sido aparecer sin ella,como una anciana calva, ante sus colegas delhospital.

En consecuencia, tomó una toalla, una bolsa dehielo y un kilo de helado de café y se metió encama. Apoyó la bolsa de hielo envuelta en latoalla contra su cabeza, comió helado, llorandopor su madre (que llevaba muerta veintidós años)y sintiéndose totalmente abandonada. Cuandoamaneció, llamó a su hijo, quien la llevó a unconsultorio privado. El médico suturó la herida yle dijo que no se pusiera la peluca durante almenos una semana.

Cuando la vi, tres días más tarde, Kateapareció con un sofisticado turbante. Se sentía

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avasallada por la vergüenza respecto de su peluca,su divorcio, su condición de mujer sola en unacultura de parejas. También tenía vergüenza por sutosca y psicótica madre (quien siempre le daba decomer helado de café cuando se sentíadesdichada), por la pobreza sufrida durante todasu infancia, por su padre irresponsable que habíaabandonado a la familia cuando ella era niña. Sesentía derrotada. No había progresado durante losanteriores dos años de terapia, así como tampocoen los otros períodos de terapia que había seguidoen su vida.

Como no quería que la vieran sin peluca, pasótoda la semana en su casa (a excepción de nuestrasesión de terapia) dedicándose a una limpiezaprofunda. Mientras ordenaba los armarios,descubrió notas que había hecho durante nuestrasanteriores sesiones de terapia. Quedóconmocionada al descubrir que entonces, veinteaños atrás, discutíamos exactamente los mismos

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temas que ahora. No sólo habíamos trabajado parapaliar su vergüenza, sino también, sobre todo, ycon intensidad, para liberarla de su perturbada yentremetida madre, que aún vivía.

Acudió a nuestra sesión con un turbante en lacabeza y con las notas en la mano, muydesalentada ante su falta de progreso.

—Vine a verte por mis problemas con elenvejecimiento y mi miedo a la muerte, y estoyotra vez aquí, en el mismo lugar después de todosestos años, extrañando a mi madre loca yconsolándome con su helado de café.

—Kate, sé cómo debes sentirte al traermaterial tan viejo. Quiero decirte algo que quizá teayude, algo que Nietzsche dijo hace un siglo:«Cuando estamos cansados… nos atacan ideas quevencimos hace mucho».

De pronto Kate, que por lo general no permitíaque se produjera ni un momento de silencio, ysolía hablar en rápidas y articuladas oraciones y

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párrafos, se quedó callada.Repetí la frase de Nietzsche. Asintió

lentamente con la cabeza. A la sesión siguiente,volvimos a trabajar con sus preocupaciones sobreel envejecimiento y sus temores ante el futuro.

No había nada de nuevo en el aforismo. Yo yala había tranquilizado, diciéndole que simplementeexperimentó una regresión como respuesta a sutrauma. Pero lo elegante de la frase y elrecordatorio de que su experiencia era compartidaincluso por un gran espíritu como Nietzsche laayudaron a entender que su tóxico estado mentalsólo era temporal. Esto la ayudó a sentir en carnepropia que ya había conquistado una vez a susdemonios internos y que volvería a hacerlo. Raravez basta una sola dosis de buenas ideas, inclusode ideas de poder: es necesario repetirlas.

VIVIR UNA MISMA VIDA, UNA Y OTRA VEZ,POR TODA LA ETERNIDAD

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En Así hablaba Zaratustra, Nietzsche imaginóa un anciano profeta que, en la plenitud de susabiduría, decide bajar de lo alto de la montaña ycompartir lo que ha aprendido con los demás.

Entre todas las ideas que predica, hay una queconsidera «el más poderoso de mispensamientos»: el concepto del eterno retorno.Zaratustra plantea un desafío: si tuvieras que vivirla misma vida una y otra vez por toda la eternidad,¿en qué cambiarías? Las escalofriantes palabrasque reproduzco a continuación son su primeradescripción del experimento del «eterno retorno».Suelo leérselas en voz alta a mis pacientes. Tratade leerlas tú en voz alta[22]:

¿Qué ocurriría si algún día o alguna noche,un demonio llegara a ti, en lo más solitariode tu soledad, y te dijera: «deberás vivir lavida, tal como la vives, una e innumerablesveces más; y no habrá nada nuevo en ella,

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sino que tendrás que volver a sentir cadadolor y cada gozo, cada pensamiento ycada suspiro, todo lo indescriptiblementepequeño y grande de tu vida, todo, en lamisma sucesión y secuencia, incluso estaaraña, esta luz de luna entre los árboles,aun este momento y a mí mismo. El eternoreloj de arena de la existencia se da vueltauna y otra vez y tú con él, ¡oh, mota depolvo!»? ¿No te arrojarías acaso al suelo yrechinarías los dientes y maldecirías aldemonio que así te habló? ¿Oexperimentarías una tremenda sensaciónque te llevara a responderle: «eres un diosy nunca oí cosa más divina que ésa»? Siesta idea se apoderara de ti, te cambiaría,o, quizá, te aplastaría.

La idea de vivir tu propia vida en formaidéntica una y otra vez puede ser conmocionante,

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una suerte de pequeña terapia existencial dechoque. A menudo, sirve como experimento depensamiento que pone las cosas en perspectiva,llevándote a evaluar cuán seriamente viviste tuvida. Como el Fantasma de las Navidades Futuras,aumenta tu conciencia de que tu vida, tu únicavida, debe ser vivida bien y a fondo, acumulandotan pocos motivos de arrepentimiento como seaposible. Así, Nietzsche nos sirve de guía,alejándonos de la preocupación por los asuntostriviales y acercándonos a la meta de vivir convitalidad.

No se producirá un cambio positivo en tu vidamientras te sigas aferrando a la idea de que larazón por la cual no vives bien está fuera de ti.Mientras insistas en adjudicarle la responsabilidada quienes te han tratado injustamente —un esposobrutal, un jefe exigente y poco dispuesto arespaldarte, malos genes, compulsionesirresistibles—, tu situación seguirá estancada. Tú,

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sólo tú, eres el responsable por los aspectoscruciales de tu situación en la vida. Y aun si debesenfrentar abrumadores obstáculos externos, tienesla libertad de qué actitud adoptar ante ellos.

Una de las frases preferidas de Nietzsche eraamor fati, «ama tu destino». En otras palabras,«crea un destino que puedas amar».

Inicialmente, Nietzsche postuló el concepto deleterno retorno como una idea literal. Él pensó quesi el tiempo es infinito y la materia es finita, lasdiversas maneras en que ésta se organiza en formaaleatoria necesariamente se repetirán una y otravez, en forma muy parecida a la hipótesis de queun ejército de monos mecanógrafos podríaterminar por producir, a lo largo de mil millonesde años, el Hamlet de Shakespeare. Pero lasmatemáticas de este postulado, que ha sido muycriticado por los lógicos, fallan. Hace años,cuando visité Pforta, la escuela a la que Nietzscheasistió entre los catorce y los veinte años, se me

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permitió ver sus libretas de calificaciones. Teníanotas muy altas en griego, latín y estudios clásicos(aunque, como cuidó de señalar el ancianoarchivista que oficiaba de guía, no era el mejorestudioso de los clásicos en su clase), pero muybajas en matemáticas. Finalmente, Nietzsche, quizádándose cuenta de que tales especulaciones noeran su fuerte, se centró en el eterno retorno comoexperimento intelectual.

Si encuentras que llevar a cabo esteexperimento es doloroso o insoportable, hay unaexplicación obvia: te parece que no has vividobien tu vida. En tal caso, yo te preguntaría: ¿Enqué no la viviste bien? ¿De qué te arrepientes?

Mi propósito no es hacer que te ahogues en unmar de arrepentimiento por lo pasado, sino lograrque tu mirada se vuelva hacia el futuro, y a lasiguiente pregunta, que tiene la capacidadpotencial de cambiar tu vida: ¿Qué puedes hacerahora en tu vida para que, dentro de un año, o

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cinco, no sientas esa misma desazón respecto detodo aquello de lo que te arrepientes al miraratrás? En otras palabras, ¿puedes encontrar unamanera de vivir sin seguir acumulandoarrepentimiento?

El experimento intelectual de Nietzsche leprovee una poderosa herramienta al terapeuta quebusca ayudar a aquéllos para quienes la ansiedadante la muerte surge de su sensación de no habervivido su vida con plenitud. Dorothy nos serviráde ejemplo clínico.

EL DIEZ POR CIENTO FALTANTE: DOROTHY

Dorothy, una tenedora de libros de cuarentaaños, padecía de una constante sensación de estaratrapada en la vida. La obsesionaba elarrepentimiento por infinidad de acciones: nohaber estado dispuesta a perdonarle unainfidelidad a su marido, lo que llevó a su decisiónde terminar con su matrimonio; no haberse

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reconciliado con su padre antes de que éstemuriera, estar atrapada en un trabajo pocosatisfactorio en un lugar que no le agradaba.

Un día, vio un anuncio de un empleo ofrecidoen Portland, Oregon, que le pareció un lugar másdeseable para vivir, y, durante un breve período,pensó seriamente en mudarse. Pero su entusiasmono tardó en verse sofocado por una oleada depensamientos negativos: era demasiado vieja paramudarse, sus hijos no querrían alejarse de susamigos, no conocía a nadie en Portland, el salarioera inferior al actual, quizá no se llevara bien consus nuevos compañeros de trabajo.

—Así que estuve esperanzada durante untiempo —dijo—, pero ya ves que estoy tanatrapada como de costumbre.

—Me parece —respondí— que eres tanto laatrapada como la que atrapa. Entiendo que estascircunstancias impiden que cambies tu vida, perome pregunto si se trata de ellas y nada más.

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Digamos que todas estas razones de la vida real yque no puedes controlar —tus hijos, tu edad, eldinero, la incertidumbre respecto de tus eventualescompañeros de trabajo— justifiquen el noventapor ciento de tu inercia. Pero me pregunto si nohay una parte, aunque más no sea un diez porciento, que te toca a ti.

Asintió con la cabeza.—Bueno, lo que examinaremos aquí, en

terapia, es ese diez por ciento, porque ésa es laparte, la única parte, que tú puedes cambiar. —Procedí a describir el experimento intelectual deNietzsche y le leí en voz alta el pasaje sobre eleterno retorno. A continuación, le pedí a Dorothyque se proyectara al futuro en ese contexto.Terminé con esta sugerencia:

—Hagamos de cuenta que pasó un año y nosvolvemos a encontrar en este consultorio, ¿deacuerdo?

Dorothy asintió:

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—De acuerdo, pero ya veo hacia dónde vaesto.

—Aun así, hagamos la prueba. Ha pasado unaño. —Comencé la representación—: Bien,Dorothy, repasemos lo hecho durante el pasadoaño. Dime, ¿qué nuevos motivos dearrepentimiento tienes? O, en el lenguaje delexperimento intelectual de Nietzsche, ¿estaríasdispuesta a revivir este año una y otra vez por todala eternidad?

—No, de ninguna manera quisiera vivir en estatrampa para siempre; tres niños, poco dinero,trabajo horrible, siempre entrampada.

—Ahora, veamos tu responsabilidad, tu diezpor ciento, en las cosas que ocurrieron duranteeste año que pasó. ¿De qué acciones tearrepientes? ¿Qué cambiarías?

—Bueno, la puerta de la cárcel se abrió,apenas un poco, una vez… cuando surgió laposibilidad de trabajar en Portland.

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—¿Y si pudieras volver a vivir ese año?—Sí, sí, ya entiendo. Es posible que me pase

este año que tenemos por delante arrepintiéndomepor no haber hecho el intento de probar con esetrabajo.

—Exacto. A eso me refiero al decir que eres lapresa y también la carcelera.

Dorothy se presentó como candidata a eseempleo. Fue entrevistada y le ofrecieron el puesto.Pero tras visitar la comunidad, ver qué escuelashabía disponibles, verificar el valor de laspropiedades y el costo de vida y averiguar cuálera el clima habitual, rechazó la propuesta. Aunasí, el proceso le abrió los ojos (y las puertas desu cárcel). Se sentía distinta sólo por haberevaluado seriamente la posibilidad de mudarse;cuatro meses después, se postuló para un trabajocon mejor paga, más cerca de su casa, y lo obtuvo.

* * *Nietzsche decía que dos de sus aforismos eran

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«de granito»[23], lo bastante duros como parasoportar la erosión del tiempo: «Conviértete enquien eres» y «Lo que no me mata me fortalece».Tal como él suponía, perduraron. Ambosingresaron en el lenguaje corriente de la terapia. Acontinuación, los examinaremos.

«CONVIÉRTETE EN QUIEN ERES»

El concepto de esta primera frase de granito yale era familiar a Aristóteles, y, a partir de él, pasópor Spinoza, Leibniz, Goethe, Nietzsche, Ibsen,Karen Horney, Abraham Maslow y el movimientodel potencial humano de la década de 1960, hastallegar a la idea contemporánea de laautorrealización.

El concepto de «convertirse en lo que uno es»está estrechamente aliado a otrospronunciamientos de Nietzsche: «Consuma tuvida» y «Muere en el momento justo». En esasvariantes, Nietzsche nos insta a evitar el no vivir

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nuestra vida. Lo que estaba diciendo es «cumplecontigo mismo, realiza tu potencial, vive audaz yplenamente. Entonces, y sólo entonces, muere sinlamentarlo».

Por ejemplo, Jennie, una secretaria de unestudio de abogados, de treinta y un años de edad,me consultó por una severa ansiedad ante lamuerte. Tras nuestra cuarta sesión, tuvo elsiguiente sueño:

Estoy en Washington, donde nací, ypaseo por la ciudad con mi abuela, queya murió. Llegamos a un hermosovecindario en el que todas las casasson mansiones. Entramos en una,enorme y toda blanca. Allí, una viejaamiga del colegio secundario vivejunto a su familia. Me alegro de verla,y ella me muestra su casa. Quedo

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atónita. Es hermosa y tiene muchashabitaciones. Tiene treinta y uncuartos, todos amueblados. Le digo:«Mi casa sólo tiene cinco habitaciones,dos de ellas amuebladas». Despiertomuy ansiosa, furiosa con mi marido.

Las asociaciones que hizo a partir del sueñofueron que las treinta y un habitaciones representandiversas áreas de sí misma que debe explorar. Elhecho de que su propia casa tenga cincohabitaciones y que sólo dos estén amuebladasrefuerza la idea de que no está viviendocorrectamente su vida. La presencia de su abuela,que había muerto hacía tres meses, le daba unambiente de terror al sueño.

Ese sueño abrió nuestro trabajo de maneraespectacular. Le pregunté acerca de la ira contra sumarido, y, con mucha vergüenza, reveló que él lepegaba con frecuencia. Sabía que debía hacer algo

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con respecto a su vida, pero abandonar sumatrimonio le daba terror. Tenía poca experienciacon los hombres y estaba segura de que le seríaimposible encontrar un nuevo compañero. Suautoestima era tan baja que, durante años, prefiriósoportar el abuso a poner en juego su matrimonio,enfrentando a su marido y exigiéndole que lascosas cambiaran. Después de esa sesión, noregresó a su hogar, sino que fue a lo de sus padres,donde se quedó durante varias semanas. Le dio unultimátum a su esposo: debían hacer terapia depareja. Él le hizo caso y, tras un año de terapia depareja e individual, el matrimonio experimentó unamarcada mejora.

«LO QUE NO ME MATA ME FORTALECE»

Muchos escritores contemporáneos usaron yabusaron de esta frase de Nietzsche. Fue, porejemplo, una de las ideas preferidas deHemingway. (En Adiós a las armas añadió:

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«nuestros lugares rotos son los que nos hacen másfuertes»). Así y todo, el concepto es un fuerterecordatorio de que una experiencia negativapuede hacer que uno se vuelva más fuerte y capazde adaptarse a la adversidad. Este aforismo tieneun estrecho vínculo con la idea de Nietzsche deque un árbol se vuelve más fuerte y alto cuandoresiste las tormentas hundiendo sus raíces en latierra.

Una de mis pacientes, una mujer eficaz y llenade recursos, directora ejecutiva de una grancompañía industrial, ofreció otra variante de estetema. De niña, había sufrido el abuso verbal cruely continuo de su padre. En una sesión describióuna fantasía, una imaginativa idea sobre unaterapia futurista.

—En mi fantasía, acudía a un terapeuta quecontaba con la tecnología para borrar la memoriapor completo. Tal vez saqué la idea de esapelícula con Jim Carrey, Eterno resplandor de

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una mente sin recuerdos. Imaginé que un día elterapeuta me preguntaba si quería borrar todorecuerdo de la existencia de mi padre. Todo lo querecodaría sería que no había un padre en mi casa.Al principio, me pareció una gran idea. Perocuando lo pensé un poco más, me di cuenta de queera una elección difícil.

—¿Por qué una elección difícil?—Bueno, al principio pareciera que la

respuesta es obvia. Mi padre era un monstruo ynos aterrorizó a mis hermanos y a mí durante todanuestra infancia. Pero, al fin, decidí dejar mimemoria como está, sin borrar nada de ella. Apesar del horror de los abusos que sufrí, triunfé enla vida, más allá de lo que nunca soñé. De algúnmodo, en algún momento, me volví resistente,llena de recursos. ¿Ello fue a pesar de mi padre?¿O a causa de mi padre?

La fantasía fue un importante paso para unarevaluación de fondo de la forma en que veía el

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pasado. No se trataba tanto de perdonar a su padrecomo de reconciliarse con el hecho de que elpasado es inalterable. La sacudió mi comentariode que, tarde o temprano, tendría que renunciar ala esperanza de un pasado mejor. La adversidadque debió enfrentar en su hogar la formó yendureció; aprendió a lidiar con ella desarrollandoingeniosas estrategias que le fueron muy útiles ensu vida.

ALGUNOS RECHAZAN EL PRÉSTAMO DE LA VIDAPARA EVITARESTAR EN DEUDA CON LA MUERTE[24]

Bernice acudió a terapia por un problema quela mortificaba. Aunque ella y su marido, Steve,estaban felizmente casados hacía ya veinte años,se sentía inexplicablemente irritada con él. Sentíaque se alejaba de él al punto de fantasear consepararse.

Me pregunté cuál sería el desencadenante, y

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quise saber cuándo habían comenzado a cambiarsus sentimientos hacia Steve. Su respuesta fueprecisa: las cosas comenzaron a andar mal cuandoél cumplió setenta años y se jubiló de su trabajocomo corredor de Bolsa, dedicándose a manejarsu propia cartera de acciones desde su hogar.

La ira que sentía contra él la desconcertaba.Aunque él no había cambiado en nada, ellaencontraba infinidad de cosas que objetar: sudesorden, el excesivo tiempo que pasaba mirandotelevisión, la falta de atención a su propio aspecto,que no hiciera ejercicio. Steve tenía veinticincoaños más que ella, pero siempre los había tenido.El hito de su jubilación fue lo que la llevó a verlocomo un viejo.

Diversas dinámicas surgieron de nuestradiscusión. En primer lugar, ella tenía la esperanzade alejarse de Steve para que la cercanía de él no«acelerase», en sus palabras, su propioenvejecimiento. En segundo lugar, nunca había

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logrado borrar el dolor que le produjo elfallecimiento de su madre cuando ella tenía diezaños. No quería tener que enfrentar el renovadodolor de una pérdida, lo que sin duda ocurriríacuando Steve muriese.

A mí me parecía que Bernice procurabaprotegerse del dolor de perder a Stevedisminuyendo su apego por él. Le sugerí que ni elenfado ni el alejamiento parecían manerasefectivas de evitar finales y pérdidas. Logrémostrarle con claridad su propia dinámica citandoa Otto Rank, uno de los colegas de Freud, que dijoque «algunos rechazan el préstamo de la vida paraevitar estar en deuda con la muerte». Es unapráctica frecuente. Creo que casi todos hemosconocido a individuos que se anestesian a símismos y evitan entrar en la vida con entusiasmosólo porque temen perder demasiado.

Añadí:—Es como realizar un crucero por el mar y

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negarse a entablar amistades o a realizaractividades interesantes para no tener que sufrir eldolor del inevitable fin de la travesía.

—Es exactamente así —respondió.—O no disfrutar de la salida del sol porque…—Sí, sí, sí, ya te entendí… —me interrumpió,

riendo.Cuando nos centramos en el asunto del cambio,

surgieron varios temas. Temía reabrir la heridasufrida a los diez años, cuando murió su madre. Alcabo de varias sesiones, llegó a entender loineficaz de su estrategia inconsciente. En primerlugar, ya no era una niña de diez años, indefensa ycarente de recursos. No sólo sería imposible queno sintiera dolor ante la muerte de Steve, sino queéste aumentaría mucho por la culpa de haberloabandonado cuando él más la necesitaba.

Otto Rank propuso una dinámica útil al afirmarque existe una tensión constante entre la «ansiedadante la vida» y la «ansiedad ante la muerte»[25].

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Este planteo puede ser muy útil para el terapeuta.Para Rank, cuando la persona se estádesarrollando, busca individuación, crecimiento,cumplir con su potencial. ¡Pero esto tiene unprecio! Cuando un individuo emerge, se expande yse separa de la naturaleza, encuentra ansiedad antela vida, una soledad aterradora, una sensación devulnerabilidad, una pérdida de conexión con algomayor que él, que lo contiene. Cuando estaansiedad ante la vida se vuelve insoportable, ¿quéhacemos? Cambiamos de dirección, retrocedemos.Nos retiramos de la separación y nos confortamoscon la unión, es decir, con la fusión y la entregarespecto de otro.

Pero a pesar de la comodidad y la calidez quebrindan, las uniones son inestables. En últimainstancia, uno se rebela ante la pérdida del yoúnico y el sentimiento de estancamiento. Así escomo la unión hace surgir la «ansiedad ante lamuerte». Las personas pasamos toda nuestra vida

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trasladándonos de uno a otro de esos dos polos: laansiedad ante la vida y la ansiedad ante la muerte.Esta formulación es la columna vertebral delextraordinario libro de Ernest Brecker, The Denialof Death [La negación de la muerte].[26]

Pocos meses después de que Berniceconcluyera su terapia, tuvo una curiosa pesadillaque la alteró mucho. Me solicitó una consulta paradiscutirla. Describió el sueño en un mensaje decorreo electrónico:

Estoy aterrada porque me persigue uncocodrilo. Aunque tengo la capacidadde dar saltos de seis metros de alturapara eludirlo, sigue avanzando.Cuando trato de ocultarme, meencuentra. Despierto temblando,empapada en sudor.

En nuestra sesión, procuró desentrañar el

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sentido de su sueño. Sabía que el cocodrilorepresentaba a la muerte que la perseguía. Tambiénsabía que no tenía forma de escapar. Pero ¿por quéahora? La respuesta se reveló cuando exploramoslos eventos de la jornada que precedió a lapesadilla. Esa noche, su esposo, Steve, habíaescapado por poco de sufrir un grave accidenteautomovilístico. Tuvieron una terrible discusión,pues ella insistía en que él debía renunciar aconducir de noche, por el deterioro de su visión.

Pero ¿por qué un cocodrilo? ¿De dónde salíaeso? Recordó que esa noche, antes de irse adormir, vio un informe en el noticiario sobre lahorrible muerte de Steve Irwin, el «hombre de loscocodrilos» australiano que fue muerto por unaraya en un accidente de buceo. Mientrashablábamos, se dio cuenta de que el nombre deSteve Irwin era una combinación del nombre de sumarido y el mío. Éramos los dos hombres de edadcuya muerte más temía.

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El trío de ensayos deSchopenhauer:

qué es un hombre, qué tiene unhombre,

qué representa un hombre

¿Quién no conoce a alguien (nosotros mismos,quizá) tan concentrado en lo exterior, tanpreocupado por acumular posesiones, o por lo queopinen los demás, que pierde todo sentido del ser?Cuando a las personas como ésas se les hace unapregunta, buscan la respuesta fuera y no dentro desí mismos. Es decir, estudian los rostros de los quelo rodean, procurando adivinar qué desean oesperan.

Para esas personas, encuentro útil resumir untrío de ensayos que Schopenhauer escribió hacia elfin de su vida[27]. Quienes se interesen por leerlos,

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verán que están escritos en un lenguaje llano yaccesible. Básicamente, estos ensayos enfatizanque lo que cuenta es lo que un individuo es; ni lariqueza, ni los bienes materiales, ni la jerarquíasocial, ni la buena reputación traen felicidad.Aunque estos pensamientos no tratan en formaexplícita de temas existenciales, son útiles parapasar de lo superficial a lo profundo.

1. Qué tenemos. Los bienes materiales sonun fuego fatuo. Schopenhauer argumentacon elegancia que la acumulación deriquezas y bienes es interminable einsatisfactoria. La riqueza es como el aguade mar: cuanta más bebemos, más sedtenemos. Al fin, no tenemos nuestrosbienes, sino que ellos nos tienen anosotros.

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2. Qué representamos para los demás. Lareputación es tan evanescente como lasriquezas materiales. Schopenhauer escribe:«La mitad de nuestras preocupaciones yansiedades surgen de la preocupación porla opinión de los demás… es una espinaque debemos extraer de nuestra carne». Eldeseo de causar buena impresión en losotros es tan poderoso que, cuando algunoscondenados a muerte van al patíbulo, en loque más piensan es en su aspecto y gestosfinales. La opinión de los otros es unfantasma que puede alterarse de unmomento a otro. Las opiniones penden deun hilo y nos hacen esclavos de lo quepiensan los otros o, peor aun, de lo queparece que pensaran… pues no tenemosmodo de saber qué piensan en realidad.

3. Qué somos. Lo que somos es lo único

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que importa. Una buena conciencia, diceSchopenhauer, significa más que una buenareputación. Nuestros principales objetivosdeben ser la buena salud y la riquezaintelectual, lo que lleva a una inagotableprovisión de ideas, a la independencia y auna vida moral. La ecuanimidad internasurge de saber que lo que nos perturba noson las cosas, sino la forma en que lasinterpretamos.

Esta última idea —que la calidad de nuestrasvidas está determinada por la forma en queinterpretamos nuestras experiencias, no por lasexperiencias en sí mismas— es una importantedoctrina terapéutica que nos llega desde laantigüedad. Es un postulado central de la filosofíaestoica, que pasó por Zenón, Séneca, MarcoAntonio, Spinoza, Schopenhauer y Nietzsche antesde convertirse en un concepto fundamental de la

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terapia dinámica y también de la cognitiva-conductista.

* * *

Ideas como los argumentos de Epicuro, lapropagación por ondas concéntricas, evitar el novivir la vida y el énfasis en la autenticidad de losaforismos que cito son útiles para combatir laansiedad ante la muerte. Pero el poder de estasideas se ve muy realzado por otro componente —la conexión íntima con los demás— al quededicaré el siguiente capítulo.

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5

Cómo sobreponerse alterror a la muerte

por medio de la conexión

Cuando por finnos damoscuenta de quenos estamosmuriendo, y quetodos los otrosseres conscientestambién estánmuriendo,comenzamos atener unasensación

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quemante, casiinsoportable, delo preciososque son cadamomento, cadaser. De ahí puedesurgiruna compasiónprofunda, clara,ilimitada portodos los seres.

SOGYAL RINPOCHE

La muerte es nuestro destino. Tu deseo desobrevivir y tu temor a la aniquilación siempreestarán ahí. Son instintivos, forman parte denuestro protoplasma y tienen un efecto decisivosobre la forma en que vivimos.

A lo largo de los siglos, los seres humanos

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hemos desarrollado una enorme cantidad demétodos —algunos conscientes, otros no, quequizá difieran en cada individuo— para paliarnuestro temor a la muerte. Algunos funcionan;otros son enclenques e ineficientes. La joven queescribió el mensaje de correo electrónico que doya conocer a continuación es un perfecto ejemplo delas personas que se permiten enfrentar la muerte demanera auténtica, integrando su sombra al núcleode su ser:

Perdí a mi amado padre hace dos años y,a partir de entonces, crecí de una maneraque antes me hubiese parecidoinimaginable. Antes, me solía preguntaracerca de mi propia capacidad paraenfrentarme a mi finitud, y meobsesionaba la idea de que algún día yomisma debería abandonar la vida. Peroahora, encontré, en esos miedos y

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ansiedades, un amor por la vida que antesno sentía. A veces, me siento lejos de mispares porque no les doy tanta importanciacomo ellos a sucesos y modastransitorios. No me cuesta aceptar esasituación porque siento que tengo unafirme comprensión de qué importa y quéno. Creo que tendré que aprender aconvivir con la tensión que me puedaproducir hacer las cosas que enriquecenmi vida en lugar de aquéllas que lasociedad espera de mí… Es maravillosodarme cuenta de que mi renovadaambición es más que un disfraz de mitemor a morir. Se trata, de hecho, de mipropia disposición a aceptar y reconocerla mortalidad. Diría que he ganado unareal confianza en mi capacidad deentender «cómo son las cosas».

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Quienes no entienden «cómo son las cosas»suelen lidiar con la mortalidad mediante lanegación, la diversión o el desplazamiento. Hemosvisto ejemplos de esa inadecuada conducta encasos previos: Julia, tan crónicamente atemorizadaque se negaba a participar en cualquier actividadque entrañara el más mínimo riesgo y Susan, quedesplazaba su ansiedad ante la muerte apreocupaciones menores (véase el capítulo 3).También algunos a quienes acosaban pesadillas oque se limitaban a «rechazar el préstamo de lavida para evitar estar en deuda con la muerte».Incluso otros que buscan de manera compulsiva lanovedad, el sexo, la riqueza infinita y el poder.

Los adultos atormentados por la ansiedad antela muerte no son especímenes raros que hancontraído alguna enfermedad desconocida, sinohombres y mujeres cuya familia y cultura no lestejieron la ropa de abrigo adecuada para soportar

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el frío de la mortalidad. Quizá se hayan encontradocon mucha muerte en una etapa demasiadotemprana de sus vidas, tal vez no hayan tenido uncentro de amor, atención y seguridad en sus casas,pueden ser individuos aislados que nuncacompartieron su íntima preocupación ante lamuerte, pueden ser sujetos hipersensibles y muyconscientes de sí que rechazaron el consuelo delos mitos religiosos con los que sus culturasdesafían a la muerte.

Cada era histórica desarrolla sus propiosmétodos de lidiar con la muerte. Muchas culturas,por ejemplo la del antiguo Egipto, estabanexplícitamente organizadas en tomo de la negaciónde la muerte y la promesa de una vida después dela muerte. Las tumbas, al menos las de los muertosde clase alta, que son las que sobrevivieron, sellenaban con artefactos de la vida cotidiana queles permitirían transitar con más comodidad la otravida.

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Para citar un ejemplo curioso, en el Museo deArte de Brooklyn hay estatuillas de hipopótamosque eran enterradas con los muertos para que éstosse entretuvieran en su otra vida. Pero para queestos animales no asustaran a los muertos, se losrepresentaba con patas cortas, de modo dehacerlos lentos y, por lo tanto, inofensivos.

En la cultura europea y occidental del pasadoreciente, la muerte era más visible por las altastasas de mortalidad infantil y puerperal. Losmoribundos no eran escondidos detrás de unacortina en una cama de hospital, como se hace hoy.La mayor parte de las personas moría en sus casas,y sus seres queridos estaban cerca de ellos en losmomentos finales. Casi no había familia que nohubiera padecido alguna muerte prematura, y loscementerios, ubicados cerca de los lugares deresidencia, se visitaban con frecuencia. Como elcristianismo promete la vida eterna después de lamuerte, y el clero tenía las llaves para entrar y

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salir de la muerte, la mayor parte de la poblaciónrecurría al consuelo de la religión. Y, porsupuesto, muchos se consuelan con esas creenciasen la actualidad. En mi análisis del consueloreligioso, en el capítulo 6, trataré de distinguirentre el consuelo que enfrenta la finalidad de lamuerte y el consuelo por medio de la negación, odes-mortización de la muerte.

Para mí, en lo personal y en mi práctica depsicoterapia, el enfoque más eficaz de la ansiedadante la muerte es el existencial. Hasta aquí, heesbozado algunas ideas poderosas que tienen valorintrínseco, pero en este capítulo quiero analizar elimprescindible componente adicional que les daverdadero poder transformador: la conexiónhumana. Lo más efectivo, tanto para disminuir laansiedad ante la muerte como para aprovechar laexperiencia de despertar, de modo que sirva parael cambio personal, es la sinergia entre las ideas yla conexión íntima con los demás.

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La conexión humana

Los seres humanos estamos hechos paraconectamos con los demás. Tanto si estudiamos lasociedad desde la perspectiva evolutiva generalcomo si nos centramos en el desarrollo de unúnico individuo, estamos obligados a ver al serhumano en su contexto interpersonal, es decir, enla forma en que se relaciona con los demás.Existen datos convincentes originados en elestudio de los primates no humanos, las culturashumanas primitivas y la sociedad contemporáneaque indican que nuestra necesidad de pertenecer espoderosa y fundamental. Siempre hemos vivido engrupos cuyos miembros mantienen intensas ypersistentes relaciones mutuas. La confirmación deesto se ve en todas partes[28]. Para citar unejemplo, muchos estudios recientes en el campo dela psicología positiva enfatizan que las relaciones

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íntimas son un elemento imprescindible para serfeliz.

Sin embargo morir es el evento más solitariode la vida. Morir no sólo te separa de los otros,sino que te expone a una segunda, y másaterradora, forma de soledad: separarse del mundomismo.

DOS CLASES DE SOLEDAD

Hay dos clases de soledad: la cotidiana y laexistencial. La primera es interpersonal y consisteen el dolor de verse aislado de las demáspersonas. Todos conocemos esta soledad, amenudo vinculada al temor a la intimidad, o asensaciones de rechazo, vergüenza o de no serquerido. De hecho, la mayor parte de la laborpsicoterapéutica está orientada a ayudar a lospacientes a formar relaciones más íntimas, sólidasy duraderas con los otros.

La soledad incrementa mucho la angustia de

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morir. Con demasiada frecuencia, nuestra culturacrea una cortina de silencio y aislamiento en tornode los moribundos. A menudo, amigos y familiaresse muestran distantes con quien está muriendo,pues no saben qué decirle. Temen perturbarlo. Ytambién evitan acercarse por temor a verseenfrentados en lo personal a su propia muerte.Hasta los dioses griegos huían, atemorizados,cuando llegaba el momento de la muerte de un serhumano[29].

Esta soledad cotidiana funciona de dosmaneras: no sólo quienes están en buena saludtienden a evitar a los moribundos, sino que éstos amenudo contribuyen a su propio aislamiento.Prefieren callar para no correr el riesgo de llevara los otros a su mundo de macabra desazón. Unapersona que no está físicamente enferma, sinoatacada por la ansiedad ante la muerte, puedesentir algo muy parecido. Y por supuesto que esteaislamiento contribuye a su terror. Como escribió

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William James hace un siglo: «Si tal cosa fuesefísicamente posible, no habría castigo más cruelque introducir a alguien en una sociedad haciendoque no fuese notado en absoluto por ninguno de losmiembros de ésta»[30].

La segunda forma de soledad, el aislamientoexistencial, es más profunda y surge de la brechainsalvable que hay entre el individuo y el resto delmundo. Esta brecha no sólo es consecuencia deque hemos entrado solos en la existencia, y solostendremos que abandonarla, sino de que cada unode nosotros habita un mundo que sólo él mismoconoce.

En el siglo XVIII, Immanuel Kant exploró elpostulado habitualmente aceptado, de sentidocomún, de que todos llegamos a un mundoterminado, bien construido, compartido y lohabitamos. En la actualidad, sabemos que nuestroaparato neurológico permite que cada personadesempeñe un papel sustancial en la creación de

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su propia realidad. En otras palabras, recurrimos auna serie de categorías mentales (por ejemplo,cantidad y calidad, o causa y efecto) para procesarlos datos sensoriales y organizarlos de maneraautomática e inconsciente para constituir nuestropropio y único mundo.

Así, el aislamiento existencial se refiere nosólo a nuestra vida biológica, sino también anuestro propio mundo, rico y milagrosamentepormenorizado, que no existe de ninguna maneraen la mente de nadie más. Sólo yo tengo acceso amis propios recuerdos más conmovedores:sepultar el rostro en el aroma rancio, ligeramentealcanforado, del abrigo de astracán de mi madre;las miradas llenas de excitantes posibilidades queintercambiaba con mis condiscípulos de la escuelaprimaria en el día de San Valentín; jugar al ajedrezcon mi padre y a las cartas con mis tíos sobre unamesa forrada de cuero rojo, con patas curvas deébano; construir una base para disparar fuegos

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artificiales con mi primo, a los veinte años; atodos éstos, y otros muchos, más numerosos quelas estrellas del cielo. Y todos y cada uno de ellosno son más que una imagen fantasmal que seapagará para siempre cuando yo muera.

Todos nosotros experimentamos el aislamientointerpersonal (la sensación cotidiana de soledad)en distintos grados durante las diversas fases delciclo de la vida. Pero el aislamiento existencialno es muy común al comienzo de la vida; seexperimenta con más intensidad cuando uno es másviejo y está más cerca de la muerte. En esosmomentos, tomamos conciencia de que nuestromundo desaparecerá y también de que nadie puedeacompañarnos totalmente en nuestro sombrío viajea la muerte. Como dice la vieja canción: «Debescruzar ese solitario valle por tu cuenta».

La historia y la mitología están colmadas delos intentos de la gente por mitigar el aislamientodel morir: pactos suicidas; monarcas de muchas

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culturas que ordenaban que sus esclavos fuesensepultados, vivos, con ellos cuando morían; o elsati hindú, que requiere que las viudas se inmolenen la pira funeraria de sus maridos. O lascreencias en el cielo y la resurrección. O laabsoluta certeza de Sócrates de que pasaría laeternidad conversando con otros grandespensadores. O la cultura campesina china —segúnse vio en un reciente y curioso caso ocurrido enlos resecos cañadones del altiplano de Loess— enla que los padres de un soltero muerto adquierenuna mujer muerta (sacada de una tumba o reciénfallecida) para enterrarla junto a él, para queformen pareja[31].

GRITOS Y SUSURROS: EL PODER DE LA EMPATÍA

La empatía es la herramienta más poderosa conque contamos para conectarnos con los demás. Esel adhesivo de la conexión humana y nos permite

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sentir, en un nivel profundo, qué siente el otro.La soledad de la muerte y la necesidad de

conexión aparecen en forma excepcionalmentegráfica y poderosa en Gritos y susurros, la obramaestra fílmica de Ingmar Bergman. En lapelícula, Agnes, una mujer que está muriendo enmedio del dolor y el terror, suplica algún contactohumano. Sus dos hermanas se sienten muyafectadas por su agonía. Una de ellas despierta ala comprensión de que su vida ha sido «una tramade mentiras». Pero ninguna se atreve a tocar aAgnes. Ninguna tiene la capacidad de intimar connadie, ni siquiera entre ellas, y ambas se alejan,aterradas, de su hermana moribunda. Sólo Anna, lasirvienta, está dispuesta a abrazar a Agnes, carnecontra carne.

Apenas Agnes muere, su solitario espírituregresa y suplica, con la estremecedora vozquejosa de una niñita, que sus hermanas la toquen.Las dos intentan acercarse, pero, aterradas por la

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piel manchada de la muerta y por la idea de que supropia muerte las aguarda, huyen espantadas de lahabitación. Una vez más, el abrazo de Anna es loque le permite a Agnes completar su viaje a lamuerte.

No puedes conectarte con los moribundos, nidarles lo que Anna le da a Agnes en la película sino estás dispuesto a enfrentar tus propios miedos aese respecto y unirte al otro en un terreno común.Sacrificarse por el otro es la esencia de un acto decompasión y empatía. Esta disposición aexperimentar el dolor de otro ha sido parte de latradición curativa, secular o religiosa, durantesiglos.

No es fácil hacerlo. Como las hermanas deAgnes, los familiares y amigos íntimos quizásestén ansiosos por ayudar, pero teman hacerlo.Pueden sentir que se están entrometiendo o queperturbarán al moribundo si tratan de temassombríos. A la hora de analizar los temores ante la

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muerte, por lo general quien saca el tema es elmoribundo. Si estás a punto de morir o temesmorir y tus amigos y familiares se mantienendistantes o responden en forma evasiva, sugieroque, circunscribiéndote al aquí y ahora (lo quediscutiremos más a fondo en el capítulo 7), vayasal grano, diciendo, por ejemplo: «Noto que no merespondes en forma directa cuando hablo sobremis temores. Me ayudaría poder hablarabiertamente con amigos cercanos como tú. ¿Tantote cuesta, tan doloroso te es responderme?».

Hoy día, hay muchas más oportunidades paratodos los que experimentamos ansiedad ante lamuerte de conectarnos no sólo con nuestros seresqueridos, sino con una comunidad más grande. Conla mayor apertura de la medicina y de los mediosde comunicación, y ante la amplia variedad degrupos disponibles, la persona que enfrenta lamuerte tiene nuevos recursos para paliar el dolordel aislamiento. Pero hace sólo treinta y cinco

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años, el grupo que formé para enfermos terminalesde cáncer era, por cuanto sé, el único en el mundode esas características.

Además, el uso de toda clase de grupos deapoyo de Internet crece de manera espectacular.Un reciente estudio indica que, en un solo año,quince millones de personas han buscado ayudo,en uno u otro grupo en línea[32].

Insto a todos quienes padezcan de unaenfermedad potencialmente mortal a aprovecharlos grupos formados por individuos que esténpasando por un trance parecido. Es fácil encontrartales grupos, que pueden ser de autoayuda uorientados por profesionales. Estos últimos suelenser los más efectivos. Hay investigaciones quedemuestran que los grupos de personas que sufrende afecciones similares, conducidos por unorientador, mejoran la calidad de vida de losparticipantes[33]. Al ofrecerse empatía los unos alos otros, los integrantes aumentan su propia

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autoestima y sensación de eficacia. Investigacionesrecientes demuestran que también los grupos deautoayuda, incluso los hallados en Internet, soneficaces, de modo que si no encuentras un grupoguiado por profesional, recurre a uno deaquéllos[34].

El poder de la presencia

No puede ofrecerse mayor servicio a quienesenfrentan la muerte (y, a partir de aquí, me refierotanto a quienes sufren de una enfermedad mortalcomo a individuos en buen estado de salud que seenfrenten con el terror a la muerte) que brindarlestu mera presencia.

El siguiente caso, que describe mi intento depaliar el terror a la muerte de una mujer, es unaguía para los amigos o familiares que quieranayudarse unos a otros.

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TENDERLES LA MANO A LOS AMIGOS: ALICE

Alice, la viuda cuya historia relaté en elcapítulo 3, la que se afligía por tener que vendersu casa y su preciada colección de instrumentosmusicales, estaba por mudarse a un hogar deancianos. Poco antes de su traslado, me tomé unasbreves vacaciones fuera de la ciudad. Como sabíaque se trataba de un momento difícil para ella, ledi mi número de teléfono celular para que mellamara si surgía una emergencia. Cuando laempresa de mudanzas comenzó a vaciar la casa,Alicia experimentó un pánico que ni sus amigos, sumédico o su masajista lograban aplacar. Metelefoneó y mantuvimos una conversación deveinte minutos.

—No puedo quedarme quieta —comenzó—.Estoy tan tensa que siento que voy a estallar. Nadame tranquiliza.

—Mira al corazón mismo de tu pánico. Dime

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qué ves.—El fin. Todo termina. Nada más. El fin de mi

casa, de mis cosas, mis recuerdos, lo que me uneal pasado. El fin de todo. Mi fin, ése es el núcleodel asunto. Quieres saber a qué le temo. Es muysimple: ¡no habrá más yo!

—Ya discutimos esto en nuestros encuentros,Alice, así que sé que me estoy repitiendo. Peroquiero recordarte que vender tu casa y mudarte aun hogar de ancianos es un trauma extraordinario,y por supuesto que experimentarás importantessensaciones de dislocación y conmoción. Yotambién me sentiría así. Y también cualquier otro.Pero recuerda que, en nuestras conversaciones,imaginábamos cómo verías las cosas de aquí a tressemanas…

—Irv —interrumpió—. Eso no ayuda… estedolor es demasiado crudo. Me rodea la muerte.Muerte por todas partes. Quiero gritar.

—Tenme paciencia, Alice. Prosigamos. Te voy

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a hacer la misma sencilla pregunta que ya te hice:¿exactamente qué es lo que te asusta tanto de lamuerte? Insistamos con eso.

—Ya lo hicimos. —Alice sonaba irritada eimpaciente.

—Pero no lo suficiente. Vamos, Alice.Sígueme la corriente, por favor. Trabajemos.

—Bueno, no es el dolor de morir. Confío en mioncólogo; estará ahí si necesito morfina o algunaotra cosa. Y no tiene nada que ver con la idea deuna vida después de la muerte; ya sabes querenuncié a todo eso hace medio siglo.

—De modo que no se trata del acto de morir nidel temor a otra vida. Sigue. ¿Qué es lo que teaterroriza de la muerte?

—No es que me sienta incompleta; sé que vivíuna vida plena. Hice lo que quería hacer. Yahablamos de todo esto.

—Por favor, prosigue, Alice.—Es lo que te acabo de decir: no habrá más

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yo. No quiero dejar esta vida… te diré qué ocurre:quiero ver cómo termina todo. Quiero estar paraver cómo sigue la vida de mi hijo. ¿Se decidirá atener hijos? Es doloroso darme cuenta de quenunca lo sabré.

—Pero no sabrás que no estás ahí. No sabrásque no sabrás. Dices que crees, como yo, que lamuerte es un cese total de la conciencia.

—Lo sé, lo sé. Lo dijiste tantas veces que sétoda la letanía de memoria: el estado de noexistencia no es aterrador porque no sabremosque no existimos, etcétera, etcétera. Y esosignifica que no sabré que me estoy perdiendocosas importantes. Y también recuerdo lo quedijiste sobre el estado de no ser: que es idéntico alestado en que estaba antes de nacer. En sumomento me sirvió, pero ahora no me sirve denada. La sensación es demasiado fuerte, Irv, lasideas no le hacen mella, ni siquiera se le acercan.

—Aún no. Pero eso sólo significa que

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debemos seguir adelante, ver qué hacer. Juntospodemos. Estaré ahí contigo y te ayudaré a quellegues tan hondo como puedas.

—Es un terror paralizante. Una amenaza a laque no puedo dar nombre ni lugar.

—Alice, en la base misma del miedo a lamuerte hay un temor biológico innato. Es un temorinforme. Yo también lo he experimentado. No haypalabras que lo expresen. Pero toda criaturaviviente quiere continuar existiendo. Spinoza ya lodijo hace unos trescientos cincuenta años. Es algoque debemos conocer, esperar. El hecho de quesea innato hará que, cada tanto, el terror nossacuda. A todos nos toca.

Al cabo de veinte minutos, Alice sonaba máscalma. Pero pocas horas más tarde, dejó unlacónico mensaje en mi contestador. Decía quenuestra conversación había sido como unabofetada en su rostro, y que yo me había mostradofrío y carente de empatia. Casi a modo de epílogo

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añadía que, de todos modos, por algún motivo sesentía mejor. Al día siguiente dejó otro mensajediciendo que su pánico había cedido por completo;una vez más, afirmaba desconocer el motivo deello.

Ahora bien, ¿en qué ayudó esta conversación aAlice? ¿Fue por las ideas que presenté?Probablemente, no. Rechazó los argumentos deEpicuro a los que recurrí: que, una vez que suconciencia se extinguiera, ella no estaría ahí paraver cómo terminaban las historias de sus seresqueridos, y que, después de morir, estaría en elmismo estado que antes de nacer. Tampoco misotras sugerencias —por ejemplo, que seproyectara tres semanas en el futuro para ganaralguna perspectiva sobre su vida— tuvieronimpacto alguno. Simplemente, estaba demasiadoaterrada. En sus palabras: «Sé que lo estásintentando, pero las ideas no le hacen mella. Nollegan siquiera a rozar el peso de la angustia que

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tengo en el pecho».En consecuencia, las ideas no ayudaron. Pero

examinemos la conversación desde la perspectivadel relacionarse. En primer lugar, la atendí auncuando estaba de vacaciones, indicando así mitotal disposición a comprometerme con ella. Loque dije, en efecto, fue «sigamos trabajando juntosen esto». No eludí ningún aspecto de su ansiedad.Continué indagando en sus sentimientos acerca dela muerte. Reconocí mi propia ansiedad. Leaseguré que estábamos juntos en esto, que ella, yo,y todos los demás estamos programados parasentir ansiedad ante la muerte.

En segundo lugar, por detrás de mi explícitoofrecimiento de presencia, había un fuerte mensajeimplícito: «Por más terror que sientas, nunca teevitaré ni abandonaré». Simplemente, hice lomismo que la sirvienta, Anna, en Gritos ysusurros. La contuve. Me quedé con ella.

Aunque me comprometí plenamente con ella,

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me aseguré de contener su terror. No permití queme contagiara. Mantuve un tono impertérrito yfáctico, y la insté a que analizáramos ydiseccionáramos juntos el terror. Aunque al díasiguiente me lo reprochó, diciendo que me habíamostrado frío y carente de empatia, mi calma laayudó a serenarse y palió su terror.

La lección que se deduce es simple: laconexión es fundamental. Seas familiar, amigo oterapeuta, zambúllete. Acércate de cualquiermanera que te parezca apropiada. Habla desde elcorazón. Revela tus propios temores. Improvisa.Contén al que sufre de cualquier manera que loconforte.

Una vez, hace décadas, cuando me despedía deuna paciente que se aproximaba a la muerte, mepidió que me tendiera junto a ella en la cama porun rato[35]. Así lo hice, y creo que eso la confortó.La mera presencia es el mayor obsequio que lepuedes dar a cualquiera que se encuentre frente a

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la muerte. O a una persona en buen estado de saludque sea presa del pánico ante la muerte.

Revelarse uno mismo

Buena parte del entrenamiento del terapeuta,como lo plantearé en el capítulo 7, se centra en lofundamental que es conectarse. En mi opinión, unaparte crucial de ese entrenamiento debe enfocarseen la disposición y capacidad del terapeuta paraaumentar la conexión mostrándose tal como es.

Como muchos terapeutas se formaron entradiciones que enfatizan la importancia demostrarse impenetrables y neutrales, quizá losamigos que estén dispuestos a presentarse unos aotros tal cual son tengan alguna ventaja sobreaquéllos a este respecto.

En las relaciones estrechas, cuanto más revelauno sobre las propias sensaciones y pensamientos,

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más fácil le es revelarse al otro. Laautorrevelación desempeña un papel crucial en eldesarrollo de la intimidad. Por lo general, lasrelaciones se construyen mediante un proceso deautorrevelación recíproca. Uno de losparticipantes se decide y revela cosas íntimas,mostrando así su disposición a arriesgarse; el otrocierra la brecha haciendo lo mismo. De esamanera, profundizan la relación mediante unaespiral de autorrevelación. Si a la persona quetoma el riesgo inicial no se le responde con unaactitud de reciprocidad, suele ocurrir que laamistad se resiente.

Cuanto más uno se muestre tal cual es y sebrinde plenamente, más profunda y sólida será laamistad. En la presencia de tal intimidad, todapalabra, toda manera de confortar, todas las ideas,adquieren mayor sentido.

Los amigos deben recordarse unos a otros (ytambién a sí mismos) que también ellos

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experimentan el terror ante la muerte. Así, en miconversación con Alice, me incluí a mí mismo enel planteo sobre lo inevitable de la muerte. Unarevelación como ésa no entraña un gran riesgo,pero sí explícita lo implícito. Al fin y al cabo,todas somos criaturas aterradas ante la idea de que«no habrá más yo». Todos nos enfrentamos con lasensación de nuestra pequeñez e insignificancia encomparación con la extensión infinita del universo(lo que a veces se llama «experiencia de lotremendo»). Ninguno de nosotros es más que unamota de polvo, un grano de arena en la vastedaddel cosmos. Como escribió Pascal en el siglo XVII:«el eterno silencio de los espacios vacíos meaterra»[36].

La necesidad de intimidad ante la muerte sedescribe en forma conmovedora en una nueva obrateatral llamada Let me down easy (Suéltame pocoa poco), de Anna Deavere Smith. Uno de lospersonajes de la obra es una notable mujer que

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atiende niños africanos que padecen de sida. Suhospicio tiene que arreglárselas con pocosrecursos y los niños mueren a diario. Cuando se lepregunta qué hace para aliviar el temor de losniños, responde en dos frases: «Nunca los dejomorir solos y en la oscuridad, y les digo “siemprete llevaré en mi corazón”»[37].

La idea de la muerte puede ser una experienciade despertar incluso para quienes sufren de unenconado bloqueo de toda apertura y siempre hanevitado las amistades íntimas. Esta idea puedecatalizar una transformación fundamental en lo quehace a su deseo de intimidad y a su disposición ahacer esfuerzos por alcanzarla. Muchas personasque trabajan con moribundos descubren quequienes hasta entonces se han mostrado distantes,se muestran súbita y notablemente dispuestos acomprometerse en profundidad.

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La propagación por ondasconcéntricas en acción

Como expliqué en el capítulo anterior, la creenciade que uno puede persistir, no a través de lapersonalidad individual, sino mediante valores yacciones que se propagan en ondas concéntricaspor las generaciones venideras, puede ser unpoderoso consuelo para cualquiera que se sientaansioso frente a la propia mortalidad.

ALIVIAR LA SOLEDAD DE LA MUERTE

Aunque Everyman, el autosacro (obra teatralpedagógica de inspiración religiosa) medieval,dramatiza la soledad del encuentro con la muerte,también puede ser leída como una descripción delpoder consolador de la propagación por ondas.

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Everyman, que fue un éxito multitudinario durantesiglos, se representaba en el atrio de las iglesiasfrente a los fieles. La obra cuenta la historiaalegórica de Everyman, que recibe la visita delángel de la muerte, quien le anuncia que ha llegadoel momento de que emprenda su viaje final.

Everyman suplica una postergación.«Imposible», responde el ángel de la muerte.Entonces, pide otra cosa: «¿No puedo invitar aalguien que me acompañe en estedesesperantemente solitario viaje?». El ángelsonríe y asiente enseguida. «Sí, claro, siencuentras a quien esté dispuesto a hacerlo».

El resto de la obra describe los intentos deEveryman por encontrar a alguien que quieraacompañarlo en su viaje. Ningún amigo niconocido está dispuesto a hacerlo. Su prima, porejemplo, alega que le es imposible porque se leacalambró un dedo del pie. Ni siquiera personajesmetafóricos (Bienes Terrenales, Belleza, Fuerza,

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Conocimiento) quieren hacerlo. Pero cuando ya seha resignado a viajar solo, encuentra uncompañero dispuesto a viajar con él. Su nombre esBuenas Acciones.

El descubrimiento de Everyman de que sólohay uno, Buenas Acciones, dispuesto aacompañarlo es, por supuesto, la moraleja de esteauto cristiano: no puedes llevarte de este mundonada de lo que recibiste, sino sólo lo que diste.Una interpretación secular de la obra sugiere quela propagación por ondas concéntricas —es decir,tus buenas acciones o tu influencia virtuosa sobrelos demás, que persisten más allá de ti mismo—puede aliviar el dolor y la soledad del viaje final.

EL PAPEL DE LA GRATITUD

La propagación por ondas, como muchas de lasideas que encuentro útiles, adquiere mucho máspoder en el contexto de una relación íntima en laque uno puede darse cuenta de manera directa de

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cómo la propia vida ha beneficiado a otros.Los amigos quizás agradezcan a alguien por

algo que hizo o por una actitud. Pero no se trata dedar las gracias y nada más. El mensajeverdaderamente efectivo es «He incorporado unaparte de ti. Me transformó y enriqueció, y se latransmitiré a otros».

Con demasiada frecuencia, la gratitud por laforma en que una persona se ha transmitido almundo mediante ondas concéntricas no se expresaen vida de ésta, sino sólo en un panegíricopóstumo. ¿Cuántas veces, en un funeral, hasdeseado (u oído cómo otros expresaban ese deseo)que el muerto estuviera allí para oír los elogios yexpresiones de gratitud? ¿Quién no deseó hacercomo Scrooge y espiar su propio funeral? Yo, sí.

Una técnica para sobreponerse a este problemade «demasiado poco, demasiado tarde» en lo quehace a la propagación por ondas concéntricas es la«visita de gratitud», una espléndida manera de

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reconocer esa transmisión en vida. Conocí esteejercicio en un taller que dirigía Martin Seligman,uno de los jefes del movimiento de psicologíapositiva. Martin guió a una vasta concurrencia enun ejercicio que, por cuanto puedo recordar, sedesarrolló según estas líneas:

Piensa en alguna persona viviente porquien sientas una intensa gratitud que nuncaexpresaste. Dedica diez minutos aescribirle una carta de gratitud a esapersona; luego acércate a otro de losparticipantes y léanse sus cartas uno alotro. El paso final es hacerle una visitapersonal al destinatario en el futurocercano y leerle la carta en voz alta.

Una vez que las cartas fueron leídas de apares, varios voluntarios de entre quienes asistíanal taller les leyeron sus cartas a todos los demás.

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Sin excepción, cada uno de ellos se emocionódurante la lectura. Me di cuenta de que talesdespliegues de emoción ocurren invariablementeen este ejercicio[38]. Muy pocos participanteslograron terminar su lectura sin ser embargadospor una profunda corriente de emociones.

Yo mismo hice el ejercicio. Mi carta fue paraDavid Hamburg, el maravilloso decano delDepartamento de Psiquiatría de mis primeros diezaños en Stanford. La siguiente vez que visitéNueva York, donde él vivía por entonces, pasamosjuntos una conmovedora velada. Expresar migratitud me hizo bien, y a él le hizo bien saber deella; dijo que se había sentido radiante de placercuando me oyó leer la carta.

A medida que envejezco, pienso más y más enla propagación por ondas concéntricas. Como jefede familia, siempre me hago cargo de la cuentacuando vamos a comer a algún restaurante. Miscuatro hijos siempre me agradecen amablemente

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(tras ofrecer una débil resistencia) y siempre lesdigo: «Agradézcanselo a tu abuelo Ben Yalom. Nosoy más que un transmisor de su generosidad. Élsiempre se hacía cargo de la cuenta cuandosalíamos a comer». (Y, por cierto, yo tampocoofrecía más que una débil resistencia).

PROPAGACION POR ONDAS Y MODELOS

Cuando dirigí por primera vez un grupo paraenfermos terminales de cáncer, descubrí que elabatimiento de los participantes era contagioso.Muchos estaban desesperados, muchos pasaban eldía atentos al sonido de los pasos de la muerte,muchos decían que su vida se había vuelto vacía ycarente de sentido.

Entonces, un buen día, una de los participantesabrió el encuentro con un anuncio: «Decidí que, alfin y al cabo, sí tengo algo para dar. Puedo dar elejemplo de cómo se muere. Puedo dejarles unmodelo a mis hijos y amigos enfrentando la muerte

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con coraje y dignidad».Fue una revelación que elevó su ánimo, y el

mío, y el de los otros integrantes del grupo. Habíaencontrado una manera de colmar su vida desentido, hasta el último minuto.

El fenómeno de la propagación por ondasconcéntricas era evidente en la actitud que teníanlos integrantes del grupo de enfermos de cáncerhacia los estudiantes que participaban comoobservadores. Para la formación de los terapeutasde grupo, es fundamental observar a un clínicoexperto en acción. Lo habitual era que hubieseestudiantes observando mis grupos, a vecesmediante monitores, pero en general a través de unespejo que permitía ver desde un lado. Aunque losgrupos que funcionan en entornos educacionalesdan su permiso para que los observen, por logeneral los participantes refunfuñan, y cada tanto,expresan en voz alta su desagrado ante la intrusión.

No era ése el caso con mis grupos de pacientes

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de cáncer: les agradaba tener observadores.Sentían que su enfrentamiento con la muerte leshabía dado sabiduría y que tenían mucho quetransmitirles a los estudiantes. Lo único quelamentaban, como ya mencioné, era haberesperado tanto para aprender a vivir.

Descubrir tu propia sabiduría

Sócrates consideraba que lo mejor que puedehacer un maestro —y yo me permitiría añadir quetambién un amigo— es formular preguntas queayuden al estudiante a indagar en su propiasabiduría. Los amigos lo hacen todo el tiempo y,también, los terapeutas. El siguiente caso ilustra unrecurso sencillo y que todos pueden emplear.

SI VAMOS A MORIR, ENTONCES, ¿PARA QUÉ OCÓMO VIVIR?: JILL

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Una y otra vez, las personas preguntan: ¿quésentido tiene la vida, si todo está destinado adesaparecer? Aunque muchos buscamos larespuesta a esa pregunta fuera de nosotros mismos,haríamos mejor en seguir el consejo de Sócrates ymirar hacia nuestro interior.

Jill, una paciente a la que la ansiedad ante lamuerte atormentaba hacía ya mucho tiempo, solíaequiparar la muerte a la ausencia de sentido. Lepedí que me contara cómo había llegado adesarrollar ese pensamiento. Recordaba connitidez la primera ocasión en que surgió. Cerrandolos ojos, describió una escena en la que, a losnueve años, estaba sentada en el columpio delporche de su casa, lamentándose por la muerte delperro de la familia.

—En ese preciso momento —dijo— me dicuenta de que todos debemos morir. Nada teníasentido, ni mis clases de piano, ni tender mi camaa la perfección, ni las estrellas doradas que la

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escuela concedía por asistencia perfecta. ¿Quésentido tienen las estrellas doradas si tododesaparecerá?

—Jill —le dije—, tienes una hija de unosnueve años de edad. Imagina que te preguntara:«Si vamos a morir, ¿cómo o por qué deberíamosvivir?». ¿Qué le responderías?

Sin vacilar, contestó:—Le hablaría de los muchos gozos de la vida,

de la belleza de los bosques, del placer de estarcon amigos y familiares, la felicidad de darlesamor a los demás y hacer del mundo un lugarmejor.

Cuando terminó, se reclinó en su sillón y abriómucho los ojos, atónita ante sus propias palabras,como si dijese: «¿De dónde salió eso?».

—Buena respuesta, Jill. Hay mucha sabiduríadentro de ti. Ésta no es la primera vez que dicesuna gran verdad cuando imaginas que aconsejas atu hija acerca de la vida. Ahora, debes aprender a

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ser tu propia madre.Lo que se debe hacer, pues, no es dar

respuestas, sino encontrar la manera de que el otroencuentre sus propias respuestas.

Ese mismo principio es el que operó en eltratamiento de Julia, la psicoterapeuta y pintoracuya ansiedad ante la muerte surgía de no haberserealizado plenamente al descuidar su arte paracompetir con su marido por quién ganaba másdinero (véase el capítulo 3). Apliqué esa mismaestrategia en nuestro trabajo cuando le pedí queadoptara una perspectiva distante, imaginandocómo le respondería a un paciente que secomportara como ella lo hacía[39].

La instantánea respuesta de Julia («Le diría:¡vives de una manera absurda!») indicó que sólonecesitaba la más leve de las orientaciones paradescubrir su propia sabiduría. Los terapeutassiempre han trabajado según el supuesto de que loque uno mismo descubre tiene mucho más poder

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que una verdad dicha por otros.

Realizar plenamente tu vida

La ansiedad ante la muerte de muchas personasse ve alimentada, como en el caso de Julia, por ladecepción que sienten al no haber realizado supotencial. Muchas personas se desesperan porquesus sueños no se hicieron realidad, y sedesesperan aún más porque ellos no hicieron nadapara concretarlos. Enfocarse en esta profundainsatisfacción suele ser el punto de partida parasobreponerse a la ansiedad ante la muerte, comoocurrió en el caso de Jack.

ANSIEDAD ANTE LA MUERTE Y EL NO VIVIR LAVIDA: JACK

Jack, un abogado de sesenta años, alto y bienvestido, acudió a mi consultorio atormentado por

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síntomas invalidantes.Me dijo en un tono muy plano e inexpresivo

que tenía pensamientos obsesivos sobre la muerte,que no podía dormir y que sufría de una marcadadeclinación de su productividad profesional quehabía reducido en forma sustancial sus ingresos.Cada semana malgastaba horas enterasconsultando de manera compulsiva tablasactuariales como las que usan las compañíasaseguradoras para calcular el promedio de losmeses y días de vida que le quedaban. Laspesadillas lo despertaban dos o tres veces a lasemana.

Sus ingresos habían menguado pues ya nopodía ocuparse de los testamentos y asuntoshereditarios que constituían una parte importantede su trabajo. Estaba tan obsesionado con supropio testamento y su propia muerte que el pánicoa menudo lo obligaba a interrumpir las consultasque le hacían al respecto. Cuando hablaba con sus

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clientes, pasaba vergüenza al tartamudear, oincluso hasta atragantarse, al pronunciar palabrascomo «fallecimiento», «cónyuge sobreviviente» o«prima por muerte».

Durante nuestra primera sesión, Jack se mostrócauto y distante. Probé con muchas de las ideasque llevo descriptas en estas páginas para tratar deacercarme a él y confortarlo, pero fue en vano.Algo me llamó la atención: tres de los sueños quecontó tenían que ver con cigarrillos. Por ejemplo,en uno, caminaba por un pasillo subterráneo dondehabía esparcidos cigarrillos. Pero hacíaveinticinco años que él no fumaba. Cuando insistíen indagar en sus asociaciones con los cigarrillos,no pudo establecerlas. Pero al finalizar la tercerasesión, reveló, con voz temblorosa, que la mujercon la que había estado casado durante cuarentaaños fumaba marihuana todos los días. Se puso lacabeza entre las manos, calló y, cuando el minuteromarcó el fin de los cincuenta minutos, se apresuró

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a partir sin un comentario de despedida.En la sesión siguiente, habló de su gran

vergüenza. Le dolía admitir que él, un profesionalrespetado, bien educado e inteligente hubiese sidotan estúpido como para prolongar durante cuarentaaños una relación con una adicta que mostraba unadisminución de sus facultades cognitivas y quecuidaba tan poco de su apariencia que a él le dabavergüenza ser visto con ella.

Jack estaba conmocionado, pero se sintióaliviado al final de la sesión. Se trataba de unsecreto que no le había revelado a nadie en todosesos años. De alguna manera extraña, tampoco selo había admitido a sí mismo.

En posteriores sesiones reconoció que habíaaceptado esa relación enfermiza porque no creíamerecer más. También reconoció las muchasramificaciones de ese estado de cosas. Suvergüenza y necesidad de mantener el secretohabían eliminado toda vida social. Había decidido

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no tener hijos: su esposa era incapaz de abstenersedurante el embarazo, o de ser un modeloresponsable para eventuales hijos. Él estaba tanconvencido de que lo considerarían un tonto porpermanecer junto a ella que no le había confiadolo que ocurría a nadie, ni siquiera a su propiahermana.

Ahora, a los sesenta años, estabacompletamente convencido de que era demasiadoviejo y estaba demasiado aislado como parasepararse de su esposa. Me dejó muy claro quetoda discusión respecto a finalizar, o considerar laposibilidad de finalizar, su matrimonio estabafuera de cuestión. A pesar de la adicción de suesposa, la amaba de verdad y se tomaba sus votosmatrimoniales en serio. Sabía que ella no podríavivir sin él.

Me di cuenta de que su ansiedad ante la muertese relacionaba con el hecho de que sólo habíavivido en forma parcial, sofocando sus propios

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sueños de felicidad y realización. Su terror y suspesadillas surgían de la sensación de que se leacababa el tiempo y la vida se le escapaba deentre las manos.

Su aislamiento me pareció muy impresionante.La necesidad de ocultar su secreto lo había hechoincapaz de mantener otra relación íntima aparte dela que mantenía con su esposa, problemática yambivalente. Me aproximé a sus problemas con laintimidad centrándome en nuestra relación.Comencé por decirle claramente que nunca loconsideraría un tonto. Más bien, me sentía honradode que hubiese estado dispuesto a compartir tantoconmigo. Le expresé mi empatia por el brete moralen que se encontraba al vivir con una esposaimpedida.

Al cabo de pocas sesiones, la ansiedad de Jackante la muerte disminuyó de forma notoria. Fuereemplazada por otras preocupaciones, sobre todolas vinculadas a su relación con su esposa y a la

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manera en que la vergüenza le impedía establecerotras relaciones íntimas. Debatimos cuál sería lamejor forma de proceder para romper el código desilencio que le había impedido formar relacionesdurante todos esos años. Planteé la posibilidad deque entrara en una terapia de grupo, pero eso lepareció demasiado amenazador. Rechazaba la ideade cualquier terapia lo suficientemente ambiciosacomo para perturbar la relación con su esposa. Encambio, identificó a dos individuos, su hermana yun hombre que alguna vez fuera un amigo cercano,con quienes estaba dispuesto a compartir susecreto.

Me empeñé en explorar el tema de la propiarealización. ¿Qué partes de él habían sidoreprimidas y aún podían realizarse? ¿Cuáles eransus fantasías? De niño, ¿qué imaginaba que haríaen la vida? ¿Cuál de las cosas que hizo en elpasado le dio más placer?

Llevó a la siguiente sesión una voluminosa

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carpeta llena de lo que llamó sus «garabatos»:eran poesías escritas a lo largo de décadas, amenudo acerca de la muerte, muchas de ellasescrita a las cuatro de la madrugada, cuando lodespertaban las pesadillas. Le pedí que me leyeraalgunas y seleccionó tres de sus preferidas.

—Qué hermoso —le dije cuando finalizó—que puedas convertir tu desesperación en algo tanbello.

Al cabo de doce sesiones, Jack me informóque había cumplido con sus metas: su temor a lamuerte había disminuido marcadamente; suspesadillas se habían transformado en sueños quesólo expresaban moderadas cantidades deirritación y frustración. El revelarse a mí lo instó aconfiar en otros, y restableció una relaciónestrecha con su hermana y con su viejo amigo. Tresmeses más tarde, me envió un mensaje de correoelectrónico donde decía que estaba bien y que sehabía anotado en un seminario de escritura por

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Internet, además de unirse a un grupo local depoesía.

Mi trabajo con Jack demuestra cómo una vidade represión puede expresarse como terror a lamuerte. Por supuesto que estaba aterrado: teníamucho que temer de la muerte, pues no habíavivido la vida que se le ofreció. Miríadas deartistas y escritores han expresado este sentimientoen todos los idiomas, desde el «muere en elmomento justo» de Nietzsche hasta la frase delpoeta estadounidense John Greenleaf Whittier:«De todas las palabras tristes que pueden decirseo escribirse, las más tristes son: “¡Pudo habersido!”»[40].

Otro aspecto de mi trabajo con Jack fueron misintentos de ayudarlo a localizar y revitalizar partesdescuidadas de sí, desde sus dones para la poesíahasta su anhelo de tener relaciones más cercanascon los demás. Los terapeutas saben que, por logeneral, lo mejor es procurar ayudar a los

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pacientes a quitar por sí mismos los obstáculos asu propia realización más que recurrir asugerencias, consejos o exhortaciones.

También traté de reducir el aislamiento deJack. No lo hice señalándole las oportunidadessociales que tenía a su alcance, sino enfocándomeen los principales obstáculos que lo hacíanincapaz de amistades íntimas: su vergüenza y sucreencia de que los demás lo tomarían por tonto.Por supuesto que su decisión de intimar conmigofue un paso muy importante: el aislamiento sóloexiste cuando uno se aísla. Cuando se comparte,desaparece.

EL VALOR DEL ARREPENTIMIENTO

El arrepentimiento tiene mala fama. Aunquepor lo general se lo asocia a una tristeza sinremedio, se lo puede emplear de maneraconstructiva. De hecho, la idea del arrepentimiento—tanto crearlo como evitarlo— es uno de los más

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valiosos de todos los métodos que empleo paraayudarme a mí mismo y a los demás a lograr larealización.

Si se emplea bien, el arrepentimiento es unaherramienta que puede ayudar a que uno se pongaen acción para procurar evitar que se acumule. Sepuede indagar en el arrepentimiento mirando haciaatrás y también hacia delante. Si vuelves tu miradaal pasado, te arrepientes de todo lo que no hiciste.Si miras al futuro, te enfrentas con la opción degenerar nuevos motivos de arrepentimiento o devivir relativamente libre de éste.

A menudo, me aconsejo a mí mismo, y tambiéna mis pacientes, imaginar que han transcurridocinco años, o sólo uno, y pensar en qué motivos dearrepentimiento podemos haber acumulado duranteese lapso. A continuación, formulo una preguntaque tiene un verdadero impacto terapéutico:«Ahora ¿cómo puedes vivir sin generar nuevosmotivos de arrepentimiento? ¿Qué debes hacer

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para cambiar tu vida?».

Despertar

En algún momento de la vida —a veces, en lajuventud; otras, más tarde— todos tomamosconciencia de nuestra mortalidad. Los indicadoresson legión. Elige el que prefieras: el espejo quemuestra tus mejillas colgantes, las canas de tucabello, tus hombros encorvados; la sucesión decumpleaños, en particular las décadas redondas:cincuenta, sesenta, setenta; encontrarte con unamigo al que no ves hace mucho tiempo y quedarconmocionado al notar cuánto envejeció; verviejas fotografías tuyas y de personas queconociste en la infancia que llevan mucho tiempomuertas; encontrarse con el señor Muerte en unsueño.

¿Qué sientes al tener tales experiencias? ¿Qué

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haces con ellas? ¿Te sumerges en una actividadfrenética para consumir tu ansiedad y evitar lo quela motiva? ¿Tratas de quitarte las arrugas concirugía y te tiñes el cabello? ¿Decides pasar unosaños más cumpliendo treinta y nueve? ¿Te distraescon el trabajo y la rutina cotidiana? ¿Olvidas todasesas experiencias? ¿Ignoras tus sueños?

Te conmino a que no te distraigas. Más bien,disfruta del despertar. Aprovéchalo. Detente yobserva la fotografía que te muestra cuando erasmás joven. Deja que el momento de tristeza teinvada y demórate en él; saborea su dulzura,además de su amargor.

No olvides que mantenerte consciente de lamuerte, abrazarte a su sombra, es una ventaja. Talconciencia puede integrar la oscuridad a tu chispavital y realzar lo que te queda de vida. La manerade valorar la vida, la manera de sentircompasión por los demás, la manera de amarcualquier cosa con más profundidad es ser

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consciente de que estas experiencias estándestinadas a perecer.

Muchas veces, tengo la agradable sorpresa dever que un paciente hace considerables cambiospositivos tarde en la vida, incluso cuando lamuerte se acerca. Nunca es demasiado tarde.Nunca eres demasiado viejo.

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6

Conciencia de la muerte:una autobiografía

A medida que meacerco al final,voy cerrando uncírculoque me aproximaal comienzo.Pareciera tenerque vercon allanar ypreparar elcamino. A micorazón acudenmuchos

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recuerdos quehasta ahoradormían.

CHARLES DICKENS, Historia de dos ciudades

No dejaremos deexplorar.Y el final denuestraexploraciónserá el de llegaral sitio desdedonde partimosy conocer ellugar porprimera vez.

T. S. ELIOT, «Little Gidding», Cuatro cuartetos.

Nietzsche afirmó una vez que para entender la obra

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de un filósofo, hay que estudiar suautobiografía[41]. Lo mismo puede decirse de lospsiquiatras. Es bien sabido que en un amplio rangode actividades, desde la física cuántica a laeconomía, la psicología y la sociología, elobservador influye en lo que observa. Traspresentar mis observaciones acerca de las vidas ylos pensamientos de los pacientes, llegó la hora deinvertir el proceso y revelar mis ideas personalesacerca de la muerte, sus orígenes y el modo en queafectaron mi vida.

Las muertes que enfrenté

Por cuanto puedo recordar, tuve mi primerencuentro con la muerte a los cinco o seis años,cuando Stripy, uno de los gatos que vivían en laverdulería de mi padre, fue arrollado por un auto.Cuando lo vi tendido en el asfalto con un delgado

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hilo de sangre que le salía de la boca, le acerquéun pedacito de hamburguesa. Pero ni lo notó: sólopodía estar atento a su propia muerte. Recuerdo misensación de paralizante impotencia al no poderhacer nada por Stripy, pero no recuerdo habersacado la obvia conclusión de que, ya que todaslas criaturas vivientes morirían, eso mismo meocurriría a mí. Sin embargo, me acuerdo de cadadetalle de la muerte de ese gato con anormalclaridad.

Mi primera experiencia con la muerte tuvolugar en primero o segundo grado, cuando uncondiscípulo al que conocíamos como L. C.falleció. No recuerdo qué significaban esasiniciales. Quizá nunca lo haya sabido. Ni siquieraestoy seguro de si éramos o no amigos o sijugábamos juntos. Sólo me quedan unos pocosrecuerdos nítidos: que L. C. era albino y tenía losojos rojos, y que llevaba sándwiches de fiambrecomo almuerzo. Eso me parecía extraño: hasta

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entonces, no sabía que era posible que losencurtidos habitaran en sándwiches.

Un día, L. C. dejó de asistir a la escuela, y unasemana más tarde, la maestra nos dijo que habíamuerto. Eso fue todo. No dijo nada más. No lovolvió a mencionar. Nunca. Como un cadáveramortajado que se arroja por la borda en alta mar,desapareció en silencio. Pero sobrevive en mimente con gran claridad. Han pasado unos setentaaños, pero casi siento que puedo tender la mano yacariciar su áspera cabellera de un blancofantasmal. Como si lo hubiese visto ayer, suimagen perdura en mi mente, y veo su piel blanca,sus zapatos abotinados y, sobre todo, la expresiónde perpetua sorpresa de su rostro. Quizá no seamás que una reconstrucción. Quizá sólo imagino loatónito que habrá quedado al toparse tan prontocon el señor Muerte.

Lo de «señor Muerte» es un término quecomencé a emplear al comienzo de mi

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adolescencia. Lo tomé de un poema de E. E.Cummings sobre Búfalo Bill[42], que me impactótanto que lo memoricé de inmediato:

BuffaloBill

hamuerto

ysolía

cabalgarunpotrolisoyplateado

comoelagua

y

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acertarlesaunadostrescuatrocincopalomasinapuntarles

porDios,

vayasieraapuesto

yloquequierosaberes

sitegustaese

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muchachodeojosazules,

señorMuerte.

No recuerdo haber sentido mucha emoción antela desaparición de L. C. Freud afirmó queborramos de nuestra memoria las emocionesdesagradables. Me parece que eso es lo que meocurrió y, también, que es lo que explica laparadoja de que conserve imágenes tan vividas desu persona, pero no de mis emociones. Creo quesería razonable suponer que la muerte de uncoetáneo tiene que haberme afectado mucho. No escasual que recuerde a L. C. con tanta claridad,mientras que no conservo ni el más mínimorecuerdo de mis otros condiscípulos. Quizá, lanitidez de esa imagen es todo lo que quede de la

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impactante comprensión de que yo mismo, mismaestros y mis compañeros terminaríamos pordesaparecer como L. C.

Quizás el poema de E. E. Cummings se instalópara siempre en mi mente porque, durante miadolescencia, el señor Muerte visitó a otromuchacho conocido. Allen Marinoff era un«muchacho de ojos azules» que padecía de undefecto cardíaco y siempre estaba enfermo.Recuerdo su rostro puntiagudo y melancólico, losmechones de cabello castaño claro que se apartabacon los dedos cuando le caían sobre los ojos, suviejo y gastado portafolios escolar, tanincongruentemente grande y pesado para su frágilcuerpo. Una noche que dormí en su casa intenté,sin mayor entusiasmo, creo, preguntarle qué leocurría. «¿Qué es lo te pasa, Allen? ¿Qué significaeso de que tienes un agujero en el corazón?». Todoera demasiado terrible.

Como mirar al sol. No recuerdo qué

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respondió. No recuerdo qué sentí ni qué pensé.Pero es indudable que en mi interior había fuerzasque resonaban como lo hacen los muebles pesadoscuando uno los arrastra para cambiarlos de lugar, yque explican que mis recuerdos sean tanselectivos. Allen murió a los quince años.

A diferencia de otros niños, nunca había sidoexpuesto a la muerte asistiendo a funerales; en lacultura de mis padres, los niños estaban excluidosde tales sucesos. Pero algo importante ocurriócuando tenía nueve o diez años. Una noche, elteléfono sonó y mi padre atendió. De inmediato,prorrumpió en un largo y estridente grito que meaterró. Su hermano, mi tío Meyer, había muerto.Incapaz de soportar los gemidos de mi padre, salíy me puse a dar vueltas a la manzana, una y otravez.

Mi padre era un hombre amable y silencioso yesta conmocionante e inédita pérdida de controlindicaba que acababa de ocurrir algo inmenso,

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portentoso, monstruoso. Mi hermana, que me llevasiete años, estaba en casa en ese momento pero norecuerda nada de esto, aunque sí muchas otrascosas que yo no registré. Así de poderosa es larepresión, el proceso exquisitamente selectivoque, al decidir qué recordamos y qué olvidamos,desempeña un papel central en la construcción delmundo personal único de cada uno de nosotros.

Mi padre estuvo a punto de morir por uninfarto cardíaco a los cuarenta y seis años. Ocurrióen mitad de la noche. Yo, que tenía catorce años,me aterré, y mi madre se sintió tan afligida que sepuso a buscar un responsable, alguien a quienculpar por ese golpe del destino. Yo era quienestaba más a mano, y me dijo que mi rebeldía, misfaltas de respeto y la forma en que perturbaba atoda la casa eran las causas de esta catástrofe. Esanoche, mientras mi padre se retorcía de dolor, mimadre me gritó en repetidas ocasiones: «¡Tú lomataste!».

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Doce años después, cuando comencé a hacerterapia, mi descripción de este episodio produjoun desacostumbrado arranque de ternura en mipsicoanalista, la freudiana ultra ortodoxa OliveSmith. Chasqueando la lengua, se inclinó sobre míy dijo: «Qué horror. Debe de haber sido terriblepara ti». No recuerdo ni una sola de susinterpretaciones reflexivas, densas ycuidadosamente expresadas. Pero, al cabo de casicincuenta años, atesoro la forma en que meconsoló en ese momento.

La noche del infarto de mi padre, él, mi madrey yo aguardamos, desesperados, la llegada deldoctor Manchester. Finalmente, oí el sonido de suauto, que estacionaba haciendo crujir las hojascaídas de otoño. Me precipité escaleras abajo,saltando los peldaños de tres en tres, para abrirlela puerta. La familiar visión de su rostro redondo,sonriente y familiar disolvió mi pánico.Poniéndome la mano en la cabeza, me desordenó

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el cabello, tranquilizó a mi madre, le dio unainyección a mi padre (posiblemente de morfina) ylo auscultó con su estetoscopio. Me hizo escuchara mí también. «¿Oyes? Parejo como el tictac de unreloj. Se pondrá bien».

Ése fue un hecho que cambió mi vida demuchas maneras, pero lo que más recuerdo de éles el inefable alivio que experimenté cuando eldoctor Manchester entró en la casa. En ese precisoinstante decidí ser, como él, un médico, paradarles a los demás el consuelo que él me habíadado a mí.

Mi padre sobrevivió a esa noche, pero veinteaños más tarde murió en forma repentina frente atoda la familia. Yo visitaba, acompañado de miesposa y nuestros tres niños pequeños, a mihermana en Washington D. C. Mi padre y mi madretambién estaban ahí; él se sentó en la sala de estar,quejándose de que le dolía la cabeza, y sederrumbó en forma repentina.

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El marido de mi hermana, también médico,quedó azorado. Después me dijo que era laprimera vez en sus treinta años de práctica queveía el instante en que se producía una muerte. Sinperder la calma, le di puñetazos en el pecho a mipadre (por entonces, no se practicaba laresucitación cardiopulmonar) y, al ver que norespondía, tomé el maletín negro de mi cuñado,saqué una jeringa y, desgarrando la camisa de mipadre, le inyecté adrenalina en el corazón. Nosirvió de nada.

Más tarde me reproché ese acto innecesario.Al revivir esa escena, recordé lo suficiente de mientrenamiento en neurología como para darmecuenta de que el problema no estaba en el corazón,sino en el cerebro. Vi cómo los ojos de mi padremiraron de pronto hacia la derecha, y ello medebió haber indicado que ningún estimulantecardíaco serviría de nada. Había tenido unahemorragia (o trombosis) cerebral del lado

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derecho. Los ojos siempre miran en dirección alderrame.

Durante el entierro de mi padre no mostré tantacalma. Me cuentan que, cuando llegó el momentoen que debí tirar la primera palada de tierra sobreel ataúd, estuve a punto de desmayarme, y hubiesecaído a su tumba abierta de no haber sido porqueuno de mis familiares me sostuvo.

Mi madre vivió mucho más, pues murió a losnoventa y tres años. Recuerdo dos episodiosmemorables ligados a su funeral.

El primero tuvo que ver con hornear. La nocheanterior al sepelio, sentí una súbita necesidad dehacer una hornada del delicioso kichel que ellasolía preparar. Sospecho que necesitabadistraerme. Además, lo de preparar kichel junto ami madre era un recuerdo feliz, y yo quería estarjunto a ella un poco más. Hice la masa, la dejélevar toda la noche, y, por la mañana temprano, laestiré, le añadí canela, mermelada de pifia y pasas

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de uvas y la horneé para servírsela a los familiaresy amigos que regresaban a la casa paraacompañamos después del funeral.

¡Pero el kichel fue un fiasco! ¡Olvidé, porúnica vez, añadirle azúcar! Quizá fuese un mensajesimbólico dirigido a mí mismo y que expresabaque me había concentrado demasiado en laseveridad de mi madre. Era como si miinconsciente me regañara: «Ves, olvidas lo bueno:cómo te cuidó, su infinita, a veces muda,devoción».

El segundo suceso fue un sueño que tuve lanoche después del entierro. Ello ocurrió hacequince años, pero esta imagen onírica no se opaca,y sigue brillando con fuerza en el ojo de mi mente.

Oigo a mi madre gritar mi nombre.Corro hacia mi casa de la infancia porel sendero de entrada, abro la puerta, yallí, frente a mí, sentados en la

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escalera, en sucesivas filas, veo a losintegrantes de mi familia (paraentonces, todos habían fallecido; detodos nuestros parientes, mi madre fuela última en morir) al contemplar esosamables rostros, veo a mi tía Minniesentada en el centro mismo. Vibra comoun abejorro, moviéndose tan deprisaque sus facciones se ven borrosas.

Mi tía Minnie había muerto hacía pocos meses.Su muerte me horrorizó. Quedó paralizada por ungrave derrame cerebral, y, aunque no perdió laconciencia, no podía mover ni un solo músculo desu cuerpo, a excepción de los párpados. Esto seconoce como «síndrome de encierro». Permanecióasí hasta su muerte, dos meses más tarde.

Pero en el sueño, estaba en el centro yadelante, moviéndose frenéticamente. Creo que eraun sueño de desafío a la muerte: Minnie, ahí en las

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escaleras, no sólo no estaba paralizada, sino quese movía con tal velocidad que apenas si el ojollegaba a distinguirla. De hecho, todo el sueñoapuntaba a deshacer la muerte. Mi madre no estabamuerta; vivía, y me llamaba como siempre lohacía. Y también vi a todos mis familiaresmuertos, sentados en las escaleras, sonriendo,mostrándome que seguían con vida.

Creo que había un mensaje más, un mensaje deintención recordatoria. Mi madre me llamaba paradecirme: «Recuérdame. Recuérdanos a todos. Nonos dejes perecer». Y le hice caso.

La frase «recuérdame» siempre me conmueve.En mi novela El día que Nietzsche lloró, hagoaparecer a Nietzsche vagando por un cementerio,contemplando las lápidas mientras compone unbreve poema que termina así:

Aunquelas

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piedrasnooyennipuedenver

todassollozan:«Recuérdame.Recuérdame».

Escribí esas líneas, que le atribuí a Nietzsche,en un instante, y me agradó tener ocasión depublicar mi primer poema. Luego, casi un añodespués, hice un extraño descubrimiento. Stanfordtrasladaba su Departamento de Psiquiatría a unnuevo edificio y, durante la mudanza, la secretariaencontró, detrás de mi archivador, un abultadosobre sellado que el tiempo había amarilleado. Ensu interior había un paquete de poesías, que daba

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por perdidas, escritas por mí entre el fin de laadolescencia y el comienzo de mi juventud. Entreellas estaban los versos, idénticos en cada una desus palabras, que yo creía haber compuesto para lanovela. Los había escrito en ocasión de la muertedel padre de mi prometida. ¡Me había plagiado amí mismo!

Mientras escribía el presente capítulo ypensaba en mi madre, tuve otro sueño perturbador.

Un amigo me visita. Le muestro mijardín antes de llevarlo a mi estudio.Enseguida veo que mi computadora noestá. Tal vez me la robaron. No sóloeso, sino que mi escritorio, por logeneral atestado, está totalmentevacío.

Era una pesadilla y desperté en pánico. Nocesaba de repetirme: «Cálmate, cálmate, ¿a qué le

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temes?». Incluso durante el sueño, sabía que miterror no tenía sentido. Al fin y al cabo, lo únicoque faltaba era una computadora, y siempre tengouna copia completa de todos sus contenidos asalvo y en otro lugar.

A la mañana siguiente, mientras me preguntabaqué elemento del sueño había sido el que meaterrara, recibí una llamada telefónica de mihermana, a quien le había enviado un borrador dela primera parte de esta autobiografía. Misrecuerdos la sacudieron, y me contó algunos de lossuyos, incluyendo uno que yo había olvidado.Nuestra madre estaba internada en el hospital trassometerse a una cirugía de cadera, y mi hermana yyo nos encontrábamos en su departamentoocupándonos de unos papeles, cuando recibimosun mensaje urgente. Debíamos presentamos deinmediato en el hospital. Nos dirigimos allí a todaprisa y fuimos a su habitación. Sólo encontramosun colchón en la cama. Había muerto y se habían

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llevado su cuerpo. Nada quedaba de ella.Mientras escuchaba a mi hermana, percibí el

significado de mi sueño. Entendí el motivo de miterror. No era porque faltara la computadora, sinoporque mi escritorio, como la cama de mi madre,había sido limpiado por completo. El sueñopredecía mi muerte.

Encuentros personales con lamuerte

Me salvé por poco a los catorce años. Habíaparticipado en un torneo de ajedrez en el GordonHotel, en la calle diecisiete de Washington D. C., yaguardaba el autobús que me llevaría a casa,parado en la acera. Mientras estudiaba mis notassobre la partida jugada, una hoja se me cayó yvoló a la calle, y me agaché instintivamente pararecogerla. Un desconocido me apartó de un tirón

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en el momento mismo en que un taxi pasaba a todavelocidad, a apenas centímetros de mi cabeza.Quedé profundamente sacudido por este incidente,que repetí en mi mente incontables veces. Inclusoahora, el corazón se me acelera al recordarlo.

Hace pocos años, sentí un intenso dolor en micadera y consulté con un traumatólogo, quienordenó que me hiciera una radiografía. Cuando laexaminamos juntos, fue tan tonto e insensible comopara señalar un pequeño punto oscuro en laradiografía y me comentó en tono fáctico, demédico a médico, que podía tratarse de una lesiónmetastásica. En otras palabras, una sentencia demuerte. Indicó un estudio mediante resonanciamagnética, que, como era viernes, podía realizarsesólo tres días después. Durante esos tresinsoportables días, la conciencia de la muerte seadueñó de mi mente. De todas las formas en lasque procuré confortarme, la más eficaz resultó ser,curiosamente, leer mi propia novela, que acababa

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de finalizar.Julius, el protagonista de Un año con

Schopenhauer, es un anciano psiquiatra al que lediagnostican un melanoma maligno fatal. Escribímuchas páginas que describen su lucha por aceptarla idea de la muerte y vivir lo que le queda de vidade una manera significativa. Las ideas no loayudaban hasta que hojeó Así hablaba Zaratustra,de Nietzsche, y se encontró con el experimento deleterno retorno (en el capítulo 4 expliqué cómoempleo esa idea en terapia).

Julius reflexiona sobre el planteo de Nietzsche.¿Estaría dispuesto a vivir su vida tal como lo hizo,una y otra vez? Se da cuenta de que sí, vivió biensu vida y…

Minutos después «recuperó elconocimiento»: ya sabía con exactitud quéhacer y cómo pasar su último año. Viviríatal como lo había hecho el año anterior… y

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el anterior a ése, y así sucesivamente. Leencantaba ser terapeuta, le encantabaconectarse con otras personas y ayudarlas,y conseguir que algo cobrara vida dentrode ellas. A lo mejor su trabajo era unamanera de sublimar la conexión perdidacon su esposa; a lo mejor necesitaba elaplauso, la afirmación y gratitud deaquéllos a quienes ayudaba. Así y todo,aun si operaran en él sórdidasmotivaciones, daba gracias por su trabajo.¡Dios lo bendiga!, se dijo.

Leer mis propias palabras me brindó elconsuelo que necesitaba. Consuma tu vida.Alcanza tu potencial. Ahora entendía más a fondoel consejo de Nietzsche. Mi propio personaje,Julius, me había señalado el camino. Fue unpoderoso e infrecuente caso en que la realidadimitó a la ficción.

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Alcanzar mi potencial

Considero que cumplo con creces con lo queme propongo. Soy profesor de Psiquiatría en launiversidad de Stanford desde hace décadas y, engeneral, he sido tratado con gran respeto por miscolegas y estudiantes. Sé que como escritorcarezco de la capacidad para la imaginería poéticade los grandes contemporáneos, como Roth,Bellow, Ozick, McEwan, Banville, Mitchell eincontables otros cuyos libros leo con asombro yrespeto, pero he afinado los recursos con quecuento. Soy un narrador razonablemente bueno, heescrito ficción y no-ficción; y tengo muchos máslectores y aprobación de la crítica de lo que nuncahubiese creído posible.

En el pasado, antes de pronunciar algunaconferencia, solía imaginar que alguna eminenciagris, quizás un destacado catedrático en

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psicoanálisis, mayor que yo, se pondría de pie ydeclararía que yo no digo más que disparates. Peroahora, ya no padezco de ese temor; por un lado,gané confianza; por otro, no suele haber nadie másviejo que yo en el recinto.

Hace ya décadas que recibo muchos elogios delectores y estudiantes. A veces, me afectan hasta elpunto de marearme. Otras, cuando estoy inmersoen lo que escribo en ese momento, apenas si leshago caso. En ocasiones me asombra la manera enque se me atribuye mucha más sabiduría de la querealmente tengo, y debo recordarme a mí mismoque no tengo que tomarme esos elogios condemasiada seriedad. Todos necesitan creer que enalgún lugar existen hombres y mujeresverdaderamente sabios. Yo mismo los busqué enmi juventud y, con los años, me he convertido enreceptor de los anhelos de los demás.

Creo que la necesidad de mentores que tienenlas personas dice mucho acerca de nuestra

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vulnerabilidad y necesidad de un ser superior osupremo. Muchas personas, entre ellas yo, no sóloveneran a sus mentores, sino que les atribuyen máscrédito del que merecen. Hace un par de años, enun acto conmemorativo en honor de cierto profesorde Psiquiatría, oí el elogio que le dedicó uno demis exestudiantes, a quien llamaré James, hoy díacalificado catedrático de Psiquiatría en unauniversidad de la costa Este. Conocí bien a ambos,y me sorprendí al ver que, en su discurso, James leatribuía buena parte de sus propias ideas creativasa su fallecido maestro.

Esa misma tarde, le mencioné esta percepcióna James, quien, con una débil sonrisa dijo:

—Ah, Irv. Me sigues enseñando.Estuvo de acuerdo con lo que yo decía, pero

no sabía cuál sería su propia motivación. Lerecordé la forma en que los escritores antiguos lessolían atribuir sus propias obras a sus maestros, alpunto de que a muchos estudiosos de los clásicos

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les cuesta determinar la verdadera autoría devarias obras. Por ejemplo, Tomás de Aquino leatribuyó buena parte de sus pensamientos a sumaestro intelectual, Aristóteles.

Cuando, en 2005, el Dalai Lama habló en laUniversidad de Stanford, se lo trató conextraordinaria reverencia. Cada una de suspalabras fue idealizada. Cuando terminó sudiscurso, muchos de mis colegas de Stanford —profesores eminentes, decanos, científicoscandidatos al Premio Nobel— se apresuraron aformar fila ante él, como escolares, para que lespusiera al cuello una cinta de oraciones mientrasellos se inclinaban y lo llamaban «Su Santidad».

Todos nosotros sentimos un poderoso deseo dereverenciar a algún gran hombre o mujer, depronunciar las emocionantes palabras «SuSantidad». Quizá se trate de lo que Erich Fromm,en su Miedo a la libertad, llamó «anhelo desumisión». De ahí surgen las religiones.

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En síntesis, siento que, en mi vida y en miprofesión, me realicé y alcancé mi potencial. Talrealización no sólo es satisfactoria, también medefiende de la transitoriedad y de la inminencia dela muerte. De hecho, mi trabajo como terapeuta es,en buena parte, mí modo de lidiar con esos temas.Siento que ser terapeuta es una bendición. Vercómo los otros se abren a la vida esextraordinariamente satisfactorio. La terapia es laforma más evidente de observar la propagaciónpor ondas concéntricas. En cada una de mis horasde trabajo tengo ocasión de transmitir partes demí, de lo que aprendí en la vida.

(Por cierto, a menudo me pregunto cuántotiempo más esto seguirá siendo así para miprofesión. Como terapeuta, he trabajado conmuchos colegas, que, tras graduarse en unprograma que consiste casi enteramente en elestudio de terapias cognitivas-conductistas, sesienten desesperados ante la perspectiva de

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trabajar en forma mecánica con sus pacientessegún las recetas del conductismo. También mepregunto a quién recurrirán estos terapeutasentrenados para tratar a sus pacientes según elmodo impersonal del conductismo cuando ellosmismos necesiten ayuda. Supongo que no a colegasde su misma escuela).

La idea de brindar ayuda a los demás medianteuna terapia intensiva que se enfoque en temasinterpersonales y existenciales y dé por sentada laexistencia del inconsciente (por más que mi visiónde los contenidos del inconsciente difiere muchode la que es tradicional en el psicoanálisis) es muyvaliosa para mí. Mi deseo de mantenerla con viday transmitírsela a otros le da sentido a miexistencia y me insta a seguir trabajando yescribiendo a mi edad, por más que, como dijoBertrand Russell: «algún día, hasta el sistemasolar quedará en ruinas». El argumento de Russelles indiscutible, pero no creo que ese punto de vista

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cósmico sea relevante. Lo único que me importa esel mundo humano, el mundo de las relacioneshumanas. No siento tristeza ni dolor ante la idea deabandonar un mundo vacío, un mundo donde nohaya otra mente con la misma autoconcienciasubjetiva que la mía. La idea de propagarse enondas concéntricas, de transmitirles a otros loimportante de la propia vida, conlleva la deconectarse con otros seres con conciencia de sí.Sin eso, la propagación es imposible.

La muerte y mis mentores

Hace unos treinta años, comencé a escribir unlibro de texto sobre la psicoterapia existencial. Afin de prepararme para la tarea, trabajé durantemuchos años con pacientes terminales que seenfrentaban con una muerte inminente. A muchosde ellos, ese trance los volvió sabios. Fueron mis

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maestros y tuvieron una perdurable influencia enmi vida y mi trabajo.

Aparte de ellos, tuve tres mentores destacados:Jerome Frank, John Whitehom y Rollo May. Tuvememorables encuentros con cada uno de elloscuando se aproximaban a la muerte.

JEROME FRANK

Jerome Frank fue uno de mis profesores enJohn Hopkins, un pionero en la terapia de grupo, ymi guía en ese campo. Además, durante toda mivida fue un modelo de integridad personal eintelectual. Después de graduarme, seguí enestrecho contacto con él, visitándolo durante sugradual declinación en un hogar para ancianos enBaltimore.

En su novena década de vida, Jerry padeció dedemencia progresiva, y la última vez que lo visité,pocos meses antes de su muerte a los noventa ycinco años, no me reconoció. Me quedé hablando

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con él mucho tiempo, trayendo a colación misrecuerdos de él y de todos los colegas con quienhabía trabajado. Poco a poco, recordó quién erayo y, meneando la cabeza con tristeza, se disculpópor su pérdida de memoria.

—Lo lamento, Irv, pero no puedo controlarlo.Cada mañana, mi memoria, la pizarra completa,queda totalmente borrada. —Hizo un gesto como siborrara lo escrito en una pizarra.

—Eso debe de ser terrible para ti, Jerry —dije—. Recuerdo que te enorgullecías de tuextraordinaria memoria.

—Mira, no es tan malo —respondió—. Medespierto y desayuno aquí en la sala con todosestos pacientes y empleados. Por la mañana meparecen desconocidos pero, con el transcurso deldía, se me vuelven más familiares. Miro latelevisión y después le pido a alguno que acerquemi silla de ruedas a la ventana. Me quedo mirandoy disfruto de todo lo que veo. Siento como si viera

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muchas cosas por primera vez. Me agradasentarme y mirar. No es tan malo, Irv.

Ésa fue la última vez que vi a Jerry Frank: enuna silla de ruedas, tan encorvado que debíaesforzarse por alzar la cabeza para mirarme.Sufría de una devastadora demencia, y, sinembargo, me decía que, aun cuando se hayaperdido todo, nos queda el placer de, simplemente,ser.

Atesoro ese regalo, ese acto de generosidadfinal de un mentor extraordinario.

JOHN WHITEHORN

John Whitehorn, un gigante de la psiquiatría ycabeza del Departamento de Psiquiatría de launiversidad John Hopkins durante tres décadas,desempeñó un papel central en mi educación. Eraun hombre rígido y cortés, cuya calva relucienteestaba rodeada de un anillo de cabello grisprolijamente recortado. Usaba lentes de armazón

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de oro y ni su rostro, ni el traje castaño que usabatodos los días del año tenían una sola arruga. (Losestudiantes llegamos a la conclusión de que debíade tener dos o tres idénticos en su ropero).

Cuando pronunciaba una conferencia, no hacíagestos superfluos: sólo movía los labios. Manteníatodo lo demás —manos, mejillas, cejas— en unanotable inmovilidad. Nunca oí que nadie, nisiquiera sus colegas, lo llamara por su nombre depila. Todos los estudiantes temían su formal cóctelanual, en el que servía una diminuta copa de jerezy no daba nada de comer.

Durante mi tercer año como residente enPsiquiatría, cinco estudiantes avanzados y yo loacompañábamos en sus rondas todos los juevespor la tarde. Antes, almorzábamos en su oficina,revestida en roble. Los alimentos eran simples,pero presentados con elegancia sureña: mantelesde lino, centelleantes bandejas de plata, platos deporcelana. Durante el almuerzo, manteníamos

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prolongadas conversaciones informales. Todosteníamos llamadas que responder y pacientes queclamaban por nuestra atención, pero no habíamanera de apresurar al doctor Whitehorn. Al fin,incluso yo, el más frenético del grupo, aprendí atomármelo con calma y detener el tiempo.

Esas dos horas eran la oportunidad parapreguntarle lo que uno quisiera. Recuerdo haberlointerrogado sobre temas como la génesis de laparanoia, la responsabilidad de los médicos paracon los suicidas, la incompatibilidad entre elcambio terapéutico y el determinismo. Aunquesiempre respondía en forma exhaustiva a talespreguntas, era evidente que prefería otros temas,como la estrategia militar de los generales deAlejandro Magno, la precisión de los arquerospersas, los principales errores en la batalla deGettysburg, y más que nada, su versión mejoradade la tabla periódica de los elementos (su primertítulo fue el de químico).

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Después de almorzar, nos sentábamos encírculo para observar cómo el doctor Whitehornentrevistaba a cuatro o cinco de los pacientes quetenía adjudicados. Era imposible predecir cuántoduraría cada entrevista. Algunas le llevabanquince minutos; otras, dos o tres horas. Nunca seapresuraba. Tenía mucho tiempo. Nada leinteresaba tanto como la ocupación o vocación desus pacientes. Una semana, instaba a un profesorde Historia a que discutiese en detalle el fracasode la armada española, y a la siguiente, lo veíamosurgiendo a un agricultor sudamericano a quehablase durante una hora acerca de la planta delcafé, como si su principal objetivo fuese entenderla relación entre la altura sobre el nivel del mar yla calidad del grano de café. Su forma deadentrarse en el terreno personal era tan sutil quesiempre me dejaba asombrado cuando algúnpaciente suspicaz y paranoico se ponía a hablarcon franqueza de sí mismo y de su mundo

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psicótico.Al permitir que el paciente le enseñara, el

doctor Whitehorn se relacionaba con la personamás que con la patología de ese paciente. Suestrategia mejoraba invariablemente la imagen delos pacientes, así como su disposición a revelarse.

Podría decirse que era un interrogador«astuto». Pero no lo era. No había duplicidad enél. El doctor Whitehorn realmente quería que leenseñaran. Era un coleccionista de información y,de esa manera, había acumulado un asombrosotesoro de hallazgos y curiosidades.

—Tanto tú mismo como tus pacientes ganarán—solía decir— si les permites enseñarte acercade sus vidas e intereses. No sólo aprenderás algo,sino que, en última instancia, te informarás de todolo que necesites saber sobre su enfermedad.

Tuvo una vasta influencia sobre mi educación,y en mi vida. Muchos años después, me enteré deque una entusiasta carta de recomendación escrita

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por él me facilitó el ingreso en la facultad dePsiquiatría de la Universidad de Stanford. Una vezque comencé mi carrera en Stanford, no tuve máscontacto con él durante muchos años, a excepciónde unas pocas sesiones con uno de susexestudiantes, a quien me derivó para que lotratara.

Entonces, un día, temprano por la mañana,recibí una llamada telefónica de su hija, a quien noconocía. Me dijo que Whitehorn había sufrido ungrave accidente cerebrovascular y que habíapedido especialmente que yo lo visitara. Metrasladé de inmediato de Baltimore a California,sin dejar de pensar todo el tiempo «¿por qué yo?».Fui directamente a visitarlo al hospital.

Estaba hemipléjico, con medio cuerpoparalizado, y tenía afasia expresiva, lo queobstaculizaba mucho su capacidad para hablar.

Ver a una de las personas con el modo másglorioso de expresarse que nunca hubiese

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conocido babeándose mientras procuraba hacersurgir las palabras fue una conmoción. Por fin, selas arregló para decir:

—Tengo… tengo… miedo, mucho miedo. —Yyo también sentía miedo al ver a ese monumentoderribado, convertido en ruinas.

Pero ¿por qué había querido verme a mí?Había formado a dos generaciones de psiquiatras,muchos de los cuales ocupaban prominentesposiciones en destacadas universidades. ¿Por quéme escogía a mí, el inquieto, acosado por lasdudas, hijo de un verdulero inmigrante? ¿Qué creíaque podía hacer yo por él?

Lo cierto es que no hice gran cosa. Mecomporté como cualquier visitante nervioso quebusca con desesperación alguna palabra deconsuelo para brindar. Al cabo de veinticincominutos, se durmió. Más tarde me enteré de quemurió dos días después de mi visita.

La pregunta «¿por qué yo?» resonó en mi

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mente durante años. Tal vez yo había sido elsustituto del hijo que perdió en la terrible batalladel Bulge, en la Segunda Guerra Mundial.

Recuerdo el banquete que dio cuando sejubiló, lo que tuvo lugar durante mi último año deestudios. Cuando la comida y los brindis ydiscursos de los muchos dignatarios que asistieronterminaron, se puso de pie y comenzó su discursode despedida con gran formalidad.

—He oído decir —comenzó— que se puedejuzgar a una persona por sus amigos. Si eso escierto —aquí hizo una pausa y contempló a losasistentes con gran deliberación— debo de ser unagran persona. Ha habido ocasiones, no tantas comohabría querido, en las que pude aplicar esta idea,diciéndome: «Si tenía tan buena opinión de mí,debo de ser una gran persona».

Mucho después, con la perspectiva que dan losaños y mi mayor experiencia con el morir, entendíque el doctor Whitehom tuvo una muerte solitaria.

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No lo rodearon amigos cercanos que lo amaran, nitampoco familiares. Que recurriera a mí, unestudiante al que no había visto en diez años y conquien nunca compartió un momento de intimidad,no indica que yo fuese especial por algún motivo,sino su trágica falta de conexión con las personasque lo querían y a las que quería.

Al mirar atrás, a menudo he pensado que mehubiese gustado tener una segunda oportunidad devisitarlo. Sé que le di algo por mi meradisposición a cruzar todo el país para verlo, perome hubiese gustado, y mucho, hacer algo más porél. Debí haberlo tocado, haber estrechado sumano, incluso abrazarlo y darle un beso en lamejilla. Pero era tan rígido y severo que dudo quenadie, durante décadas, se haya animado aabrazarlo. En lo que a mí respecta, nunca lo toqué,ni vi que nadie lo hiciera. Tendría que haberledicho cuánto significaba para mí, hasta qué puntosus ideas se habían propagado en ondas

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concéntricas hasta mí, lo mucho que lo recordabaal hablarles a mis pacientes en la forma en que éllo hacía con los suyos. De algún modo, susolicitud de que fuera a visitarlo en su lecho demuerte fue el regalo final que me hizo ese mentor,aunque estoy seguro de que, allí, en su trance final,a él ni se le ocurrió que así fuera.

ROLLO MAY

Rollo May fue importante para mí como autor,terapeuta y amigo.

Cuando comencé mis estudios de psiquiatría,los modelos teóricos por entonces vigentes medejaban confundido e insatisfecho. Me parecía quetanto el modelo biológico como el psicoanalíticodejaban fuera de sus formulaciones demasiadascosas que hacen a la esencia humana. Cuando ellibro de May, Existencia, se publicó durante misegundo año como residente, lo devoré, y sentí queme abría una perspectiva brillante y totalmente

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nueva. De inmediato, emprendí mi propiaeducación filosófica anotándome en un curso dehistoria de la filosofía occidental. Desde esemomento, he continuado leyendo y asistiendo acursos sobre el tema, que me han brindado mássabiduría y orientación en mi labor que laliteratura profesional especializada.

Me sentí agradecido a Rollo May por ese libroy porque indicaba el camino a un enfoque mássabio de la problemática humana. (Me refiero enparticular a sus tres primeros ensayos. Lossiguientes fueron traducciones de analistaseuropeos de la tendencia dasein, que meparecieron menos valiosos). Muchos añosdespués, cuando desarrollé ansiedad ante lamuerte durante mi trabajo con pacientes queestaban muriendo de cáncer, decidí hacer terapiacon él.

Rollo May vivía y trabajaba en Tiburón, aochenta minutos de auto de mi oficina de Stanford,

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pero me parecía que el trayecto bien valía la pena.Lo vi todas las semanas durante tres años, aexcepción de los tres meses que se tomaba parasus vacaciones anuales en Nueva Hampshire. Tratéde hacer un uso constructivo del tiempo de viajegrabando nuestras sesiones y escuchando la últimacuando me dirigía a la siguiente. Más tarde, lesrecomendé esa técnica a los pacientes que debenconducir un largo trecho para llegar a miconsultorio.

Hablamos mucho sobre la muerte y sobre laansiedad que el trabajo con tantos moribundoshabía hecho surgir en mí. Lo que más me afligíaera el aislamiento que acompaña la muerte.Durante un período en que padecí de intensasansiedades nocturnas cuando viajaba para darconferencias, pasé una noche en un motel cercanoa su consultorio, de modo de tener sesiones antesde irme a dormir y también al día siguiente.

Tal como esperaba, sufrí de una considerable

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ansiedad difusa durante la noche, con aterradoressueños que incluían imágenes persecutorias y lahorrible visión de la mano de una bruja queentraba por la ventana. Aunque intentamosexplorar la ansiedad ante la muerte, creo que dealguna manera nos conjuramos para no mirar alsol. Evitamos la confrontación directa con elespectro de la muerte que sugiero en la presenteobra.

Sin embargo, en términos generales, Rollo fueun excelente terapeuta para mí; y, cuandoterminamos la terapia, me ofreció su amistad.Tenía buena opinión de mi Psicoterapiaexistencial, que me llevó diez años escribir y queacababa de finalizar, y sorteamos con relativafacilidad la transición compleja y llena deacechanzas de una relación de terapeuta-paciente auna de amistad.

Con los años, llegó un momento en queinvertimos nuestros roles. Rollo sufrió una serie

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de pequeños accidentes cerebrovasculares quesolían dejarlo confuso y presa del pánico.

Una tarde su mujer, Georgia May, a quientambién me unía una estrecha amistad, metelefoneó para decirme que Rollo se aproximaba ala muerte y había pedido que mi esposa y yofuésemos a verlo. Esa noche, los trespermanecimos juntos, atendiendo por turno aRollo, que estaba inconsciente y respiraba condificultad a causa de un edema pulmonaravanzado. Por fin, durante mi turno, exhaló unúltimo y fatigado suspiro, y murió. Georgia y yolavamos su cuerpo y lo preparamos para elfunebrero que iría por la mañana a fin de llevarloal crematorio.

Esa noche, me fui a dormir muy perturbado conla muerte de Rollo y la idea de su cremación, ytuve este poderoso sueño:

Estoy en un centro comercial con mis

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padres y hermana, y decidimos ir alpiso superior. Me veo en un ascensor,pero estoy solo. Mi familiadesapareció. El ascensor sube durantemucho, mucho tiempo. Cuando salgo,me encuentro en una playa tropical.Pero por más que busco y busco a mifamilia, no la encuentro. Aunque elpaisaje es muy bello —para mí, lasplayas tropicales son el paraíso—,comienzo a sentir un imparable temor.Me pongo un camisón adornado con elrostro amable y sonriente del OsoSmoky[43]. Esa cara comienza a relucirhasta volverse brillante. Enseguida,todo el sueño se enfoca ahí, como sitoda su energía se transfiriera a esesimpático rostro sonriente.

El sueño me despertó, no tanto por lo que tenía

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de aterrador como por el brillo del relucienteadorno de mi camisón. Era como si hubiesenencendido unas poderosas luces en mi dormitorio.Al comienzo del sueño, me sentía en calma, casialegre. Pero en cuanto no pude encontrar a mifamilia, me embargó una sensación amenazante yaterradora. A continuación, todo quedó dominado,el sueño entero se consumió, por elresplandeciente Oso Smoky.

Estoy bastante seguro de que lo que expresabala imagen brillante del Oso Smoky era lacremación de Rollo. La muerte de Rollo meenfrentó con la mía, que en el sueño aparecía en lapérdida de mi familia y en la interminable subidadel ascensor. La credulidad de mi inconsciente meescandalizó. Me parece bochornoso que una partede mí haya comprado la versión hollywoodense dela inmortalidad, representada por ese viaje enascensor y por la interpretación cinematográficadel paraíso como playa tropical. Además, este

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paraíso, por su total aislamiento, no eraverdaderamente paradisíaco.

El sueño parece representar un esfuerzoheroico por disminuir el terror. El horror de lamuerte de Rollo y de su inminente cremación mesacudió, y el sueño era un intento de paliar miterror suavizando la experiencia. La muerteaparece bajo el inofensivo disfraz de un viaje enascensor y una playa tropical. Hasta el fuego de lacremación se hace más amistoso, y aparece en micamisón, que me pongo para entrar en sueño que esla muerte, como una simpática imagen del bonitoOso Smoky.

Este sueño parece un ejemplo especialmenteapropiado de la creencia de Freud acerca de quelos sueños son los custodios del dormir. Mi sueñoprocuraba por todos los medios que yo siguieradurmiendo al no transformarse en una pesadillaque me hubiese despertado. Como una represa,contenía la marea del terror, pero terminó por

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resquebrajarse, permitiendo que algo de aquél sefiltrara. El adorable oso terminó por recalentarse yestallar en llamas tan brillantes que medespertaron.

Cómo sobrellevo la muerte en lopersonal

Pocos de mis lectores dejarán de preguntarsesi, al escribir el presente libro a la edad de setentay cinco años, estoy enfrentando mi propia ansiedadante la muerte. Debo ser transparente. Suelopreguntarles a mis pacientes: «¿Exactamente quées lo que más te atemoriza de la muerte?». Me lopreguntaré a mí mismo.

Lo primero que me viene a la mente es laangustia de abandonar a mi esposa, mi compañeradel alma desde que ambos teníamos quince años.Una imagen entra en mi mente: la veo subir a su

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auto y alejarse sola. Me explicaré. Todos losjueves me voy en auto a San Francisco para verpacientes. Ella toma el tren los viernes, para quenos encontremos durante el fin de semana.Después, nos vamos juntos en auto a Palo Alto,donde la dejo para que recupere su auto delestacionamiento de la estación de ferrocarril.Siempre espero, y me la quedo mirando por elespejo retrovisor para cerciorarme de que pongael auto en marcha. Sólo entonces me voy. Laimagen de ella subiendo sola al auto después de mimuerte, sin que yo la observe ni proteja, meembarga de un dolor inexpresable.

Claro que se podría alegar que, en todo caso,se trata de dolor por su dolor. ¿Y el dolor por mí?Mi respuesta es que no habrá un «yo» que sientadolor. Coincido con el dictamen de Epicuro:«Cuando la muerte es, yo no soy». No habrá un«yo» que sienta terror, tristeza, duelo, privación.Mi conciencia se extinguirá. El interruptor apagará

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todas las luces. También me conforta su argumentode la simetría: cuando muera, estaré en el mismoestado de no ser en que me encontraba antes de minacimiento.

PROPAGACIÓN POR ONDAS CONCÉNTRICAS

No puedo negar que escribir este libro sobre lamuerte me es valioso en lo personal. Creo quetiene la función de des-sensibilizarme. Supongoque podemos habituarnos a cualquier cosa, inclusoa la muerte. Pero mi propósito principal paraescribirlo no es trabajar con mi propia ansiedadante la muerte. Creo que escribo, ante todo, comomaestro. He aprendido mucho acerca de cómoatemperar el temor ante la muerte y quierotransmitírselo a los demás mientras me quede viday mi intelecto se mantenga intacto.

De modo que la empresa de escribir estáíntimamente asociada a la propagación por ondasconcéntricas. Encuentro gran satisfacción en

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transmitir algo de mí al futuro. Pero como vengodiciendo en estas páginas, no creo que «yo», miimagen, mi persona, persistan, sino más bien quelo haga alguna de mis ideas, algo que proveaorientación y consuelo. Que algún acto virtuoso oamable, que alguna manera constructiva de lidiarcon el terror persista y se propague en ondas, enmodos que no puedo predecir y entre personas queno conozco.

Hace poco, un joven me consultó porque teníaproblemas matrimoniales. Me dijo que tambiénhabía acudido a mí para satisfacer su curiosidad.Veinte años antes, su madre (de quien yo no meacordaba) había hecho unas pocas sesiones deterapia conmigo. Le habló de mí a su hijo,diciéndole que la terapia había cambiado su vida.Todo terapeuta (todo maestro) ha escuchadohistorias parecidas sobre el efecto de propagaciónen ondas concéntricas a largo plazo.

He renunciado al deseo, a la esperanza, de que

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yo mismo, mi imagen, vaya a persistir de algunamanera. Sin duda que llegará el momento en que laúltima persona viviente que me haya conocidomuera. Hace décadas leí en la novela de AlanSharp Un árbol verde en Geddes la descripción deun cementerio rural con dos secciones: los«muertos recordados» y los «muertos de verdad».Las tumbas de los muertos recordados estáncuidadas y adornadas con flores, mientras que lasde los muertos de verdad están olvidadas, sinflores, infestadas de yerbajos y con las lápidastorcidas y desgastadas. Estos muertos de verdaderan los más antiguos y desconocidos, los quenadie que estuviera vivo había visto nunca. Unapersona de edad —toda persona de edad— es elúltimo repositorio de la imagen de muchas otraspersonas. Cuando los muy viejos mueren, se llevanconsigo una multitud.

VÍNCULOS Y TRANSITORIEDAD

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Las relaciones íntimas me ayudan asobreponerme al temor a la muerte. Atesoro misrelaciones con mi familia —mi esposa, nuestroscuatro hijos, nuestros nietos, mi hermana— y conmi red de amigos cercanos. Soy tenaz paramantener y nutrir viejas relaciones. Es imposiblehacerse de viejos amigos nuevos.

Las ricas oportunidades de vincularse sonprecisamente lo que hace que la terapia sea tansatisfactoria para el terapeuta. Procurorelacionarme en forma íntima y auténtica con cadapaciente, en cada sesión. Hace poco, le comenté aun íntimo amigo, también terapeuta, que, aunquetengo setenta y cinco años, estoy lejos de pensar enjubilarme.

—El trabajo es tan satisfactorio —dije— quelo haría gratis. Lo considero un privilegio.

Él respondió al instante:—A veces creo que pagaría por hacerlo.Pero ¿el valor de la conexión no tiene un

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límite? Al fin y al cabo, ya que nacemos solos ydebemos morir solos, ¿qué valor fundamental yperdurable puede tener la conexión? Siempre quereflexiono sobre esa cuestión, recuerdo elcomentario que hizo una mujer moribunda a ungrupo de terapia:

—Es una noche negra como la brea. Estoy solaen mi barco flotando en el puerto. Veo las luces demuchos otros barcos. Sé que no puedo llegar aellos, unírmeles. Pero es consolador ver todasesas otras luces en el puerto.

Estoy de acuerdo con ella. La riqueza de losvínculos atempera el dolor de la transitoriedad.Muchos filósofos han expresado otras ideas parallegar a esa meta. Schopenhauer y Bergson, porejemplo, consideran que los seres humanos sonmanifestaciones individuales de una fuerza vitalque todo lo abarca (la «voluntad», el «impulsovital») en la que las personas quedan reabsorbidasdespués de morir. Quienes creen en la

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reencarnación alegarán que alguna esencia del serhumano —alma, espíritu, chispa divina— persistey renace en otro ser. Los materialistas podríandecir que, tras nuestra muerte, nuestro ADN,nuestras moléculas orgánicas o incluso nuestrosátomos de carbono se dispersan en el cosmos hastaque les toca incorporarse a alguna otra forma devida.

Para mí, esos modelos de persistencia hacenpoco por aliviar el dolor de la transitoriedad; quemis moléculas sobrevivan sin mi concienciapersonal no me es un consuelo.

Para mí, la transitoriedad es como una músicade fondo: siempre suena, rara vez se nota si no seproduce algún hecho excepcional que nos hagatomar conciencia de ella. Esto me hacer recordarun reciente episodio ocurrido en un grupo deterapia. Integro un grupo de apoyo sin jefes haceya quince años. Hace meses que éste se centra enJeff, un psiquiatra que está muriendo a causa de un

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cáncer intratable. Desde que se lo diagnosticaronhace pocos meses, Jeff adoptó implícitamente elpapel de guía, enseñándoles a los otros integrantesa enfrentar la muerte de una manera directa,inteligente y valerosa. En las dos sesionesanteriores se vio que Jeff estaba notablementedebilitado.

En el encuentro al que me refiero, me encontréinmerso en una larga ensoñación sobre latransitoriedad, que procuré dejar registrada encuanto terminó la sesión. Aunque tenemos unaregla de confidencialidad, el grupo y Jeff meconcedieron una dispensa especial para este caso:

Jeff habló del futuro inmediato, cuando sedebilitara demasiado como paraparticipar del grupo, incluso si éste sereunía en su casa. ¿Era éste el comienzode nuestra despedida? ¿O él eludía el

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dolor alejándose de nosotros? Habló decómo nuestra cultura ve a los moribundoscomo suciedad, basura, y cómo, enconsecuencia, nos apartamos de ellos.

—Pero ¿eso ocurrió aquí? —pregunté.

Jeff paseó su mirada por el grupo ymeneó la cabeza. —No, aquí no. Aquí, esdiferente; todos, cada uno de vosotros meha acompañado.

Otros hablaron de la necesidad deidentificar el límite entre el afecto y laintrusión, o sea, ¿no le estaremosexigiendo demasiado a Jeff? Él es nuestromaestro. Nos enseña a morir. Y lo hacebien. Y nunca olvidaré sus lecciones, ni aél. Pero su energía merma.

Jeff dice que la terapia convencional, que

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le ha sido útil en el pasado, ya no esrelevante. Lo que desea es hablar decosas espirituales, áreas en las que losterapeutas no se meten.

—¿A qué te refieres con lo de áreasespirituales? —le preguntamos.

Tras una larga pausa dijo:

—Bueno ¿qué es la muerte? Ningúnterapeuta habla de ello. Si estoymeditando sobre mi respiración y ésta sehace más lenta o se detiene, ¿qué ocurreentonces con mi mente? ¿Qué pasadespués? ¿Habrá alguna forma deconciencia después de que el cuerpo,mera basura, ya no viva? Nadie puededecirlo. ¿Será aceptable que le pida a mifamilia que no haga nada con mi cadáverdurante tres días (a pesar de la

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posibilidad de filtraciones o hedores)?Para los budistas, ése es el lapsonecesario para que el espíritu abandoneel cuerpo. ¿Y qué hay de mis cenizas?¿Estará dispuesto el grupo a esparcirlasen una ceremonia, tal vez en un bosque depinos antiguos?

Después, cuando dijo que estaba máspresente, más completa y honestamentepresente en este grupo que en cualquierotro momento de su vida, se me llenaronlos ojos de lágrimas.

De pronto —cuando otro integrante relatóuna pesadilla en la que era sepultado ensu ataúd mientras aún estaba consciente— un recuerdo olvidado hacía muchosurgió en mi mente. Durante el primeraño de mis estudios de medicina, escribíun cuento corto inspirado en uno de H. P.

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Lovecraft sobre el mismo tema: unhombre que es sepultado mientras aúnestá consciente. Lo envié a una revista deciencia ficción, lo rechazaron, lo archivéen algún lugar (nunca volví aencontrarlo) y seguí adelante con misestudios. Durante cuarenta y ocho años loolvidé, hasta que el recuerdo surgióahora, en este grupo. Pero recordarlo meenseñó algo acerca de mí mismo: yo yalidiaba con la ansiedad ante la muertemucho antes de ser consciente de ello.

Qué sesión extraordinaria, pensé. ¿Algúngrupo tuvo una conversación como éstaalguna vez en la historia de lahumanidad? Sin reservarse nada.Mirando las cuestiones más duras ysombrías de la condición humana sinparpadear, sin vacilar.

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Pensé en una joven paciente a quienhabía atendido ese mismo día. Pasabamucho tiempo quejándose de la tosquedady la falta de sensibilidad de los hombres.Paseé mi mirada por este grupoexclusivamente masculino. Cada uno deestos hombres se había mostrado tansensible, tan amable, tan cuidadoso, tanextraordinariamente presente. Oh, cuántodeseé que ella hubiese podido verlos.¡Cuánto deseé que el mundo entero vieraa este grupo!

Y fue entonces cuando la idea de latransitoriedad, que acecha, que suenasuavemente en el trasfondo, me embargó.Me sentí impactado al darme cuenta deque este extraordinario encuentro eraigual de transitorio que ese integrante,que se moría. E igualmente perecederos

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éramos todos los demás. Sólo que lamuerte nos aguardaba un poco más lejosque a él. ¿Y qué se haría de esta sesiónperfecta, magnífica, ejemplar? Tambiénse desvanecería. Todos nosotros, nuestroscuerpos, nuestros recuerdos de esteencuentro, esta nota sobre misreminiscencias, la experiencia de Jeff ysus enseñanzas, la forma en que lebrindamos nuestra presencia… todo sedesvanecerá como aire, y sólo quedaranátomos de carbono flotando en laoscuridad.

Una oleada de tristeza me embargó.Debería existir una manera de conservaresto. Si este grupo fuese filmado y luegoexhibido por un canal de televisión que sevea en todo el planeta, cambiaría elmundo para siempre. Sí, de eso se trata:

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conservar, preservar, combatir el olvido.¿No soy acaso un partidario de lapreservación? ¿No es por eso que escribolibros? ¿Por qué escribo esta nota? ¿Nose trata acaso de un fútil intento deregistrar y preservar?

Pensé en la línea de Dylan Thomas queafirma que, aunque los amantes mueran,el amor sobrevive. Me conmovió laprimera vez que la leí, pero ahora mepregunto, ¿dónde sobrevive? ¿Como idealplatónico? ¿Alguien oye la caída de unárbol si no tiene oídos con que hacerlo?

Los pensamientos acerca de lapropagación por ondas y las relacioneshumanas se filtraron a mi mente,aportándome una sensación de alivio yesperanza. Todos los integrantes delgrupo se verán afectados, quizá para

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siempre, por lo que habíamos presenciadohoy. Todos están conectados, todos losque estuvieron en este encuentro lestransmitirán a otros, en forma explícita otácita, las lecciones de vida que de aquísurgen. Y, a su vez, las personas que sevean afectadas por este relato lotransmitirán a otras. No podemos dejarde comunicar una lección tan potente. Lasondas concéntricas de sabiduría,compasión, virtud, se seguiránpropagando hasta que… que… que…

Un epílogo. Dos semanas después, nosreunimos en casa de Jeff, que se aproximaba a lamuerte. Le volví a pedir permiso para publicarestas notas. También le pregunté si prefería que merefiriese a él con un nombre ficticio o con el suyo.Me dijo que usara su nombre verdadero, y meagrada pensar que la propagación por ondas que

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pueda producir este relato le dio algún consuelo.

Religión y fe

No soy un renegado de ninguna religión. Porcuanto puedo recordar, nunca albergué ningunacreencia religiosa. Recuerdo ir con mi padre a lasinagoga en las principales festividades y leer latraducción al inglés del servicio, que consistía enuna interminable oda al poder y la gloria de Dios.Me causaba un absoluto desconcierto que lacongregación le tributara homenaje a una deidadtan cruel, vanidosa, celosa y sedienta de halagos.Observaba con atención los rostros de misparientes adultos mientras salmodiaban, con laesperanza de ver que me sonreían. Pero sóloseguían orando. Le echaba un vistazo a mi tío Sam,eterno bromista y amable persona, esperando verloguiñar un ojo y oír que me susurraba: «No te tomes

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esto muy en serio, muchacho». Pero eso nuncaocurrió. No me guiñaba el ojo ni sonreía. Mirabaal frente y salmodiaba.

De adulto asistí al funeral de un amigo católicoy escuché proclamar al sacerdote que todos nosvolveríamos a ver en el cielo, donde tendríamosuna gozosa reunión. Una vez más, estudié losrostros de quienes me rodeaban, sin ver más quefervorosa creencia. Me sentí rodeado de unengaño. Quizá buena parte de mi escepticismo seorigine en la tosquedad de la pedagogía de misprimeros maestros religiosos. Tal vez, si en miinfancia hubiese tenido un buen maestro, sensible ysofisticado, también a mí me habría sido imposibleimaginar un mundo sin Dios. En el presente libroacerca del temor a la muerte, he evitado indagar enel consuelo que ofrece la religión debido a undifícil dilema personal. Por un lado, creo quemuchas de las ideas expresadas en estas páginasles serán útiles incluso a los lectores con fuertes

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creencias religiosas, y por eso evité cualquierexpresión que pudiera producirles rechazo.Respeto a las personas de fe, aun cuando nocomparto su visión. Por otra parte, mi labor estáarraigada en una visión del mundo secular,existencial, que rechaza las creenciassobrenaturales. La forma en que veo las cosassupone que toda vida, la humana incluida, surgióde hechos aleatorios y que somos criaturas finitas.Y que, por mucho que lo deseemos, no podemoscontar con nada más que nosotros mismos paraprotegernos, evaluar nuestra conducta y vivir deuna manera que tenga sentido. No tenemos undestino predeterminado y cada uno de nosotrosdebe decidir cómo vivir su vida de la manera másplena, feliz y colmada de sentido que le seaposible.

Algunas personas pueden considerar que éstaes una visión sombría de las cosas, pero eso no esasí. Si es cierto el supuesto de Aristóteles de que

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la facultad que nos hace humanos es la menteracional, entonces, debemos perfeccionarla. Poreso es que las visiones religiosas ortodoxasbasadas en ideas irracionales, como los milagros,siempre me han desconcertado. En lo personal, soyincapaz de creer en algo que desafía las leyes dela naturaleza.

Prueba este experimento intelectual. Mira alsol de frente, contempla sin anteojeras tu lugar enla existencia, procura vivir sin la barandillaprotectora que ofrecen muchas religiones, comotoda idea de continuidad, inmortalidad oreencarnación, todos las cuales niegan que lamuerte es definitiva. Creo que podemos vivir biensi esas defensas, y coincido con Thomas Hardycuando dice: «si existe un camino a lo Mejor,conlleva que miremos de frente lo Peor»[44]. Nome cabe duda de que las creencias religiosasmorigeran el temor a la muerte de muchos. Pero,en mi opinión, lo que hacen es eludir el asunto.

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Parece tratarse de dar vueltas en torno de lamuerte: la muerte no es final, la muerte es negada,la muerte es desmortizada.

¿Cómo trabajo, entonces, con quienes tienencreencias religiosas? Responderé a mi modopreferido, con un relato.

¿POR QUÉ ME ENVÍA DIOS ESTAS VISIONES?: TIM

Hace unos años recibí una llamada de Tim,quien me solicitó una única sesión para que loayudara a lidiar con, en sus palabras, «la cuestiónmás importante de la existencia… o al menos demi existencia». Añadió:

—Permítame repetirlo, sólo una consulta. Soyun hombre religioso.

Al cabo de una semana se presentó en mioficina. Vestía un overol salpicado de pinturablanca y llevaba una carpeta llena de dibujos. Eraun hombre bajo, regordete, de grandes orejas.Tenía el cabello entrecano cortado al rape y una

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gran sonrisa que descubría dientes que hacíanpensar en una valla blanca a la que le faltaranvarias tablas. Sus gafas eran tan gruesas que mehicieron pensar en culos de botellas de Coca-Cola.Traía un pequeño grabador y me pidió permisopara registrar la sesión.

Se lo di y procedí a pedirle sus datos básicos.Tenía sesenta y cinco años y estaba divorciado; sehabía dedicado a la construcción durante veinteaños, antes de retirarse, hacía cuatro, paraconcentrarse en su arte. Sin que yo lo instara, entróen materia.

—Te telefoneé porque leí tu libro Psicoterapiaexistencial y me pareció que eres un hombresabio.

—¿Y cómo es que quieres ver al sabio sólouna vez?

—Porque sólo tengo una pregunta, y confío enque seas lo suficientemente sabio como pararesponderla en una sola sesión.

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Sorprendido ante la velocidad de su respuesta,me quedé mirándolo. Desvió la vista y miró por laventana, inquieto, antes de pararse y sentarse dosveces. Cada vez estrechaba con más fuerza sucarpeta.

—¿Ése es el único motivo?—Ya sabía que preguntarías eso. A menudo sé

de antemano qué dirán las personas. Peroregresemos a tu pregunta de por qué una solavisita. Ya te di la principal respuesta. Pero hayotras. Tres, para ser precisos. Uno: mis finanzasson satisfactorias, aunque no excelentes. Dos: haysabiduría en tu libro, pero está claro que no erescreyente, y no estoy aquí para defender mi fe. Tres:eres psiquiatra, y todos los psiquiatras que vi mequisieron medicar.

—Me gusta que seas tan claro y franco, Tim.Yo también procuraré serlo. Haré cuanto puedapor ayudarte en una única sesión. ¿Qué es lo quequieres preguntar acerca de la existencia?

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—He sido muchas cosas, además deconstructor. —Tim hablaba de prisa, como situviese ensayado su discurso—. He sido poeta.Músico en mi juventud. Tocaba piano y arpa,compuse música clásica y una ópera que fuerepresentada por un grupo local de aficionados.Pero durante los últimos tres años me he dedicadoexclusivamente a pintar. Lo que traigo aquí —dijoe indicó con la cabeza la carpeta, que aúnabrazaba estrechamente— es sólo la obra delúltimo mes.

—¿Y la pregunta?—Todos mis dibujos y pinturas no son más que

copias de visiones que Dios me envía. Casi cadanoche, en el momento que separa el sueño deldespertar, recibo una visión de Dios y me pasotodo el día siguiente, o todo el tiempo que hagafalta, copiándola. Mi pregunta es ¿por qué meenvía Dios estas visiones? Mira.

Abrió con cuidado su carpeta. Era evidente

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que dudaba de si mostrarme o no todas sus obras.Extrajo un gran dibujo.

—Esto es algo que hice la semana pasada.Era un notable y meticuloso dibujo a lápiz y

tinta. Representaba a un hombre desnudo, debruces, abrazando el suelo, quizás inclusocopulando con la tierra. Los árboles y arbustosalrededor parecían inclinarse hacia él yacariciarlo con ternura. Lo rodeaban animales dedistintas clases: jirafas, zorrinos, camellos, tigres.Se agachaban, como si le rindieran pleitesía. En elmargen inferior decía: «Amante madre tierra».

Empezó a sacar un dibujo tras otro a todaprisa. Quedé deslumbrado por sus extraños,llamativos, retorcidos dibujos y pinturas alacrílico, llenos de símbolos arquetípicos,iconografía cristiana, mandalas de intensoscolores.

Hice un esfuerzo por dejar de mirarlos cuandonoté qué hora era:

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—Tim, nuestra sesión está por terminar, yquiero intentar responder a tu pregunta. Tengo doscosas para decir sobre ti. La primera es que eresextraordinariamente creativo y que has mostradoevidencia de ello durante toda tu vida en tumúsica, tu ópera tu poesía y, ahora, tusextraordinarios dibujos y pinturas. Mi segundaobservación es que tu autoestima es muy baja. Nome parece que reconozcas y aprecies tu propiotalento. ¿Estamos de acuerdo, hasta ahora?

—Diría que sí —respondió con aireavergonzado.

Sin mirarme añadió:—No es la primera vez que me lo dicen.—Por lo tanto, según veo las cosas, estas

ideas, estas notables obras, surgen del manantialde tu propia creatividad. Pero tu autoestima es tanbaja que te crees incapaz de semejantescreaciones, de modo que se las atribuyes a otro.Concretamente, a Dios. A lo que voy es que, por

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más que quizá Dios sea quien te dio tu creatividad,estoy convencido de que quien creó estas visionesy dibujos fuiste tú y nadie más.

Tim escuchaba con atención. Asintió con lacabeza y señaló al grabador, diciendo:

—Quiero recordar esto y escucharé esta cintaa menudo. Creo que me diste lo que necesitaba.

* * *

Cuando trabajo con una persona religiosa, meciño al precepto que encabeza mi escala devalores personal: cuidar a mi paciente. Nopermito que nada interfiera con ello. No puedoimaginarme socavando un sistema de creenciasque haga que una persona se sienta mejor, por másque tal sistema no tenga sentido para mí. Enconsecuencia, cuando alguna persona religiosa mepide ayuda, nunca cuestiono sus creenciasfundamentales, que a menudo se adquieren en unaetapa temprana de la vida. Por el contrario, busco

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modos de reforzarlas.En cierta ocasión trabajé con un sacerdote que

siempre se había sentido muy confortado por lasconversaciones con Jesús que tenía antes decelebrar misa. Cuando lo atendí, estaba tanabrumado por las tareas administrativas y losconflictos con sus pares de la diócesis que habíadado en abreviar u omitir tales conversaciones.Me puse a indagar por qué se había privado dealgo que le daba tanta guía y consuelo. Trabajamosjuntos en vencer esa resistencia. Nunca se meocurrió cuestionar su práctica en modo alguno niinstilarle dudas.

Recuerdo, sin embargo, una flagranteexcepción, un episodio en que perdí hasta ciertopunto mi norte terapéutico.

¿CÓMO PUEDES VIVIR SIN SENTIDO? EL RABINOORTODOXO

Hace años, un joven rabino ortodoxo que venía

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del extranjero telefoneó para solicitar un turno.Dijo que estaba estudiando para terapeutaexistencial, pero que encontraba algunos conflictosentre su formación religiosa y mis planteospsicológicos. Le di cita, y, al cabo de una semana,acudió a mi oficina. Era un apuesto joven de ojospenetrantes, larga barba, pelos (largas patillasrizadas), yarmulke, y, curiosamente, zapatillas detenis. Durante treinta minutos hablamos entérminos generales de su deseo de convertirse enterapeuta y de muchas afirmaciones específicas demi libro de texto Psicoterapia existencial.

Su actitud, inicialmente deferente, fuecambiando poco a poco, y comenzó a pregonar suscreencias con tanto celo que comencé a sospecharque el verdadero propósito de su visita eraconvertirme. (No habría sido la primera vez queun misionero me visitaba). A medida que su voz sealzaba y el ritmo de su discurso se aceleraba, meimpacienté, por desgracia, mostrándome mucho

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más directo e incauto de lo que acostumbro.—Tu preocupación tiene fundamento, rabino

—lo interrumpí—. En efecto, hay un antagonismode base entre tu manera de ver las cosas y la mía.Tú crees en un Dios personal omnipresente yomnisciente que te mira y vela por ti, dándolesentido a tu vida. Eso es incompatible con elnúcleo de mi visión existencial de una humanidadlibre y mortal, arrojada sola y al azar a ununiverso que no es consciente de ella. Según tuvisión —continué— la muerte no es final. Medices que la muerte no es más que una noche entredos días y que el alma es inmortal. Entonces,ciertamente hay un problema con tu deseo deconvertirte en terapeuta existencial. Nuestrospuntos de vista son diametralmente opuestos.

—Pero —dijo con expresión intensamentepreocupada—, ¿cómo haces para vivir con esaúnica creencia? ¿Sin sentido? —Me apuntó con elíndice—. Piensa bien. ¿Cómo puedes vivir sin

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creer en algo mayor que tú? Te aseguro que eso noes posible. Es vivir en la oscuridad, como unanimal. ¿Qué sentido tendrían las cosas si todoestuviera destinado a desaparecer? Mi religión meda sentido, sabiduría, moral, consuelo divino, unaforma de vivir.

—No me parece que ésa sea una respuestaracional, rabino. Esas cosas, sentido, sabiduría,moralidad, vivir bien, no dependen de si se cree ono en Dios. Y sí, por supuesto que las creenciasreligiosas te hacen sentir bueno, confortado,virtuoso. Ése es precisamente el motivo por elcual se inventaron las religiones. Me preguntascómo puedo vivir. Creo que vivo bien. Me guíandoctrinas generadas por los seres humanos. Meguía el juramento hipocrático que hice algraduarme como médico, y me dedico a ayudar alos demás a curarse y crecer. Vivo una vida moral.Siento compasión por los que me rodean. Me uneuna relación de amor a mis familiares y amigos.

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No necesito a la religión como brújula moral.—¿Cómo puedes decir algo así? —interrumpió

—. Me das mucha pena. A veces, siento que, sinmi Dios, mis rituales diarios, mis creencias, nopodría vivir.

—Y yo —respondí, perdiendo por completo lapaciencia— a veces siento que si tuviese quededicar mi vida a creer en lo increíble y pasar eldía siguiendo seiscientas trece reglas yglorificando a un Dios que se nutre de la alabanzahumana, me darían ganas de ahorcarme.

En este momento, el rabino tomó su yarmulke.«Oh, no», pensé, «lo va a tirar. ¡Me pasé de laraya! ¡Fui demasiado lejos! Sin quererlo, dije másde lo que quería». Nunca, jamás, quise socavar lafe religiosa de nadie.

Pero me equivoqué. Lo que el rabino hizo fuequitarse el yarmulke para rascarse la cabezamientras expresaba su atónito desconcierto ante lavastedad del abismo que nos separaba y el hecho

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de que yo me hubiese alejado tanto de mi legado ymi trasfondo cultural. Terminamos la sesiónamigablemente y nos separamos. Él se fue conrumbo al norte; yo, al sur. Nunca supe si continuócon sus estudios de psicoterapia existencial.

Acerca de escribir un libro sobrela muerte

Una última reflexión acerca del escribir sobrela muerte. Es natural que un hombre de setenta ycinco años de edad, dado a la reflexión, sepregunte sobre la muerte y la transitoriedad. Losdatos de la vida cotidiana son demasiadopoderosos como para ignorarlos: mi generación seestá marchando, amigos y colegas enferman ymueren, veo cada vez menos y recibo cada vezmás señales de desgaste de diversos puntos de micuerpo: rodillas, hombros, espalda, cuello.

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En mi juventud, oí a menudo a los amigos yparientes de mis padres decir que los varonesYalom eran amables, y que morían jóvenes. Creídurante mucho tiempo en eso de que mi muertevendría pronto. Pero aquí sigo. Tengo setenta ycinco años, muchos más que mi padre al morir, ysé que vivo en tiempo prestado.

¿No está acaso la creación imbricada connuestra preocupación por la finitud? Eso creíaRollo May, buen escritor y pintor, cuya hermosarepresentación cubista del monte Saint Micheladorna mi consultorio. Estaba convencido de queel acto de crear nos permite trascender nuestrotemor a la muerte y siguió escribiendo casi hasta elfin. Faulkner expresó esa misma creencia: «Lameta de todo artista es detener el movimiento, quees la vida, por medios artificiales, fijándola asípara que, al cabo de cien años, cuando undesconocido la vea, vuelva a moverse»[45]. Y PaulTheroux dijo que la idea de la muerte es tan

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dolorosa que, en última instancia, nos lleva a«amar la vida y valorarla con tal pasión que,quizá, sea la causa última de todo gozo y todoarte»[46].

El acto mismo de escribir es como unarenovación. Amo el proceso creativo, desde elprimer atisbo de una idea hasta el manuscrito final.Encuentro que sus aspectos mecánicos son unafuente de placer. Me encanta la carpintería de laescritura: encontrar la palabra perfecta, lijar ypulir las oraciones, jugar con el ritmo y lacadencia de frases y párrafos.

Algunos creen que mi inmersión en la muertedebe de ser una experiencia sombría. Cuando doyconferencias, suele ocurrir que algún colegacomente que la vida de alguien que se concentratanto en temas oscuros debe de ser de lo máslóbrega. Si eso es lo que crees, les respondo, esque no estoy haciendo bien mi trabajo. Y procuro,una vez más, transmitir la idea de que enfrentar la

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muerte disipa la oscuridad.A veces pienso que la mejor manera de

describir mi estado interior es mediante lametáfora de la técnica de «pantalla dividida». Setrata de una técnica de terapia hipnótica que seemplea para que los pacientes puedan enfrentaralgún recuerdo obsesionante y doloroso[47]. Elprocedimiento es el siguiente: el terapeuta le pideal paciente hipnotizado que cierre los ojos ydivida su horizonte visual, o pantalla, en dospartes horizontales. En una mitad, el pacientevisualiza la escena oscura o traumática; en la otra,una imagen que le produzca placer o tranquilidad;por ejemplo, la de un paseo por una senda favoritade un bosque o una playa tropical. La presenciacontinua de la escena tranquila realza y atemperala imagen perturbadora.

La mitad de la pantalla de mi conciencia essobria y siempre consciente de la transitoriedad.Pero la otra mitad la realza al exhibir otro

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espectáculo, un escenario que puede ser descriptomediante una metáfora sugerida por los escritosdel biólogo evolucionista Richard Dawkins[48].Nos dice que imaginemos un punto de luz, tanpequeño como el que proyecta un puntero láser,que corre por la inmensa regla que es el tiempo.Todo lo que ese punto ya pasó se pierde en laoscuridad del pasado. Todo lo que aún no alumbraes la oscuridad de lo no nacido. Sólo aquello queestá alumbrado por ese punto diminuto vive. Estaimagen disipa la oscuridad y evoca en mí la ideade que soy increíblemente afortunado por estaraquí, vivo, y disfrutando del puro placer de ser.También me hace sentir que sería una trágicaestupidez estropear el breve período que estaré enla diminuta luz de la existencia con ideas queniegan la vida al proclamar que ésta se encuentra,en realidad, en algún lugar de la oscuridad infinitaque se extiende por delante de mí.

Escribir el presente libro ha sido un viaje, una

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conmovedora travesía al pasado, a mi infancia, amis padres. Lo ocurrido hace mucho tira de mí.Quedo atónito al ver lo cerca que he tenido lamuerte durante toda mi vida, atónito también antela persistencia y la claridad de mis recuerdosvinculados a la muerte. También me sorprendemucho lo caprichosa que es la memoria. Porejemplo, mi hermana y yo, que nos criamos en unmismo hogar, recordamos cosas muy diferentes.

A medida que envejezco, siento cada vez másel pasado en mí, como tan bien lo describeDickens en el epígrafe que abre el presentecapítulo. Quizás estoy haciendo lo que él sugiere:completo el círculo, lijo los puntos ásperos de mihistoria, abrazo todo lo que me dio forma y todoaquello en que me convertí. Cuando vuelvo avisitar los lugares de mi infancia y asisto areuniones de excondiscípulos, me siento másconmovido que antes. Tal vez sea que siento gozoal ver que aún queda algo del pasado, que éste no

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se desvanece de verdad, que puedo volver avisitarlo cuando quiera. Si, como dice Kundera[49],el terror ante la muerte se origina en la idea de queel pasado desaparece, volver a experimentarlo esun crucial reaseguro. Detiene la transitoriedad…aunque más no sea durante un instante.

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Cómo tratar la ansiedadproducida

por la muerte: consejospara terapeutas

Soy humano, y nada humano me es ajenoTERENCIO

Aunque este capítulo final está dedicado a losterapeutas, procuré escribirlo sin recurrir a lajerga del oficio, con la esperanza de que cualquierlector pueda entender y apreciar mis palabras.Entonces, aun si no eres terapeuta, sigue leyendo.

Mi enfoque de la psicoterapia no es el

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habitual. Los programas educativos enpsicoterapia que enfatizan (o siquiera mencionan)el aspecto existencial son pocos. Por lo tanto, esposible que a muchos terapeutas les parezcanextraños mis comentarios y descripciones clínicas.Para explicar mi enfoque, en primer lugar deboaclarar qué significa el término «existencial», queestá rodeado de mucha confusión.

¿Qué significa «existencial»?

Para muchos individuos familiarizados con lafilosofía, «existencial» evoca muchas cosas: elexistencialismo cristiano de Kierkegaard, queenfatiza el libre albedrío; el determinismoiconoclasta de Nietzsche; la manera en queHeidegger se centra en la temporalidad y laautenticidad; la sensación de absurdo de Camus; elénfasis de Jean-Paul Sartre en el compromiso, aun

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cuando todo parece absolutamente gratuito.Sin embargo, en mi trabajo terapéutico, empleo

la palabra «existencial» para referirmesimplemente al existir. Aunque los pensadoresexistenciales enfatizan distintas perspectivas,comparten una misma premisa básica: los sereshumanos somos los únicos seres para quienes lapropia existencia es un problema. De modo que miconcepto clave es la existencia. También podríausar términos como «terapia de la existencia» o«terapia enfocada en la existencia», pero losencuentro incómodos, de modo que me ciño al máságil: «psicoterapia existencial».

El existencial es uno de los muchos enfoquespsicoterapéuticos, todos los cuales tienen la mismarazón de ser: aliviar la desesperación humana. Lapsicoterapia existencial afirma que lo que nosaflige surge no sólo de nuestro sustrato biológicogenérico (modelo psicofarmacológico), no sólo denuestras luchas con tendencias instintivas

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reprimidas (modelo freudiano), no sólo deinternalizar modelos paternos de descuido,desamor o neurosis (modelo de relación objetiva),no sólo de desórdenes perceptuales (modelocognitivo-conductivo), no sólo de los fragmentosde recuerdos traumáticos o de crisis vitalesvinculadas a la propia carrera o a las relacionesinterpersonales significativas, sino también —repito, sino también— de enfrentarnos con nuestrapropia existencia.

Entonces, el modelo de base de la psicoterapiaexistencial plantea que, además de las otrasfuentes de nuestra desesperación, sufrimos pornuestro inevitable enfrentamiento con la condiciónhumana, con los «elementos intrínsecos» de laexistencia.

¿Qué son, precisamente, estos «elementosintrínsecos»?

Es fácil encontrar la respuesta a esta preguntaen nuestro propio interior. Tómate un momento

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para meditar sobre tu propia existencia. Aparta lasdistracciones, prescinde de teorías y creenciasrecibidas, reflexiona sobre tu propia «situación»en el mundo. Inevitablemente, te enfrentarás conlas estructuras profundas del existir, o, en el feliztérmino acuñado por el teólogo Paul Tillich, las«preocupaciones de base». En mi opinión, lapráctica de la psicoterapia se enfoca en cuatro deestas preocupaciones de base: la muerte, elaislamiento, el sentido de la vida y la libertad.Estos cuatro elementos constituyen la columnavertebral de mi libro de texto Psicoterapiaexistencial (1980), en el que describo en detalle lafenomenología y las implicaciones terapéuticas decada una de estas preocupaciones.

Aunque en la práctica clínica cotidiana lascuatro «preocupaciones de base» se entrelazan, lamás prominente y angustiosa de ellas es el temorante la muerte. Sin embargo, a medida que laterapia progresa, también comienzan a emerger las

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preocupaciones sobre el sentido de la vida, elaislamiento y la libertad. Los terapeutas orientadosa lo existencial desde otra perspectiva puedenconsiderar que el orden de prioridad de estaspreocupaciones no es el mismo que para mí. CarlJung y Víctor Frankl, por ejemplo, enfatizan la altaincidencia de pacientes que acuden a terapiaimpulsados por la sensación de que sus vidas notienen sentido.

La visión existencial del mundo en la que basomi trabajo clínico recurre a la racionalidad, nocree en lo sobrenatural y plantea que la vida engeneral, y la vida humana en particular, ha surgidode eventos aleatorios; que aunque anhelamoscontinuar existiendo, somos criaturas finitas; quesomos arrojados solos a la existencia, sin unaestructura preexistente de vida y destino; que cadauno de nosotros debe decidir cómo vivir de laforma más plena, feliz, ética y significativa que lesea posible.

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¿Existe la terapia existencial? Aunque merefiero repetida y familiarmente a la psicoterapiaexistencial (y escribí un voluminoso libro de textoque se llama así) nunca consideré que se tratara deuna escuela ideológica independiente. Más bien,creo y espero que un terapeuta bien entrenado quetenga conocimiento de distintos enfoques yexperiencia en ellos, también debería estudiar paraser sensible a los temas existenciales.

Mi intención en el presente capítulo esaumentar la sensibilidad de los terapeutas respectoa vitales cuestiones existenciales e instarlos a quese ocupen de ellas. Pero creo que tal sensibilidadrara vez es suficiente para lograr un resultadopositivo general. En casi toda terapia se haránecesario recurrir a otros enfoques yorientaciones.

Distinguir entre contenido y

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proceso

Cuando discurro sobre la necesidad de tomaren cuenta la condición humana en la terapia, misestudiantes podrían (y deberían) plantear losiguiente: «Estas ideas sobre nuestro lugar en laexistencia suenan verdaderas, pero parecenligeras, insustanciales. ¿Qué hace un terapeutaexistencial durante una sesión de tratamiento?», opodrían preguntar: «Si yo fuese una mosca posadaen la pared de tu consultorio, ¿qué vería queocurre durante las sesiones de terapia?».

En primer lugar, respondo dando unasugerencia sobre la manera en que deben serobservadas y entendidas las sesiones depsicoterapia. Se trata de un recurso que lospsicoterapeutas aprenden al inicio de sus estudiosy que les sigue siendo útil a lo largo de toda unavida de práctica. Es un consejo engañosamentesimple: distingue entre contenido y proceso.

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(Empleo la palabra «proceso» para referirme a lanaturaleza de la relación terapéutica).

El significado de «contenido» es obvio: serefiere, simplemente, a los temas y problemas quese discuten. Hay períodos en que mis pacientes yyo pasamos mucho tiempo discutiendo las ideasexpresadas en la presente obra, pero a menudotranscurren semanas enteras sin tocar temasexistenciales. Entonces, los pacientes hablan detemas vinculados a las relaciones, el amor, elsexo, la vocación, problemas con los hijos o eldinero.

En otras palabras, el contenido existencialpuede ser especialmente destacado en algunos delos pacientes (pero no en todos) y en algunas delas etapas de su terapia (pero no en todas). Asídebe ser. El terapeuta eficaz jamás debe forzar laaparición de una u otra área de contenido. Laterapia no debe ser impulsada por las teorías, sinopor la vinculación entre terapeuta y paciente.

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Pero las cosas son muy diferentes cuando seexamina una sesión desde el punto de vista de la«relación» (es decir, lo que en la literaturaprofesional se suele denominar «proceso») másque desde la perspectiva del «contenido».

Hasta ahora, vengo diciendo mucho acerca delcontenido existencial. La mayor parte de lasdescripciones que incluí se centran en el podertransformador de las ideas; entre ellas, losprincipios del epicureísmo, la propagación porondas concéntricas, el realizar el propio destino.Pero, por lo general, las ideas no bastan. Lo quetiene verdadero poder terapéutico es la sinergia«ideas más relación». En este capítulo, ofrezcouna serie de sugerencias para ayudarte a ti,terapeuta, a aumentar el sentido y la eficacia de turelación terapéutica, lo que, a su vez, aumentará tucapacidad de ayudar a tus pacientes a enfrentar yvencer el terror a la muerte.

La idea de que la textura de la relación es

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crucial para la transformación terapéutica no esnueva. Durante un siglo, clínicos y maestros depsicoterapia han enfatizado que lo que cura no sontanto la teoría y las ideas sino la relación. Ya losprimeros analistas sabían que es crucial estableceruna alianza terapéutica sólida, y, en consecuencia,escrutaron en minucioso detalle la interacciónentre terapeuta y paciente.

Si aceptamos la premisa (y el persuasivocuerpo de evidencia que la acompaña) de que larelación terapéutica es fundamental para lapsicoterapia, es evidente que el paso siguiente espreguntar: ¿cuál es la clase de relación másefectiva? Hace más de sesenta años, Carl Rogers,un pionero de la investigación psicoterapéutica,demostró que el éxito de una terapia está asociadoa una tríada de conductas del terapeuta: sergenuino, tener empatia en el momento adecuado ymantener una actitud positiva incondicional haciael paciente.

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Estas características son importantes en todaslas formas de terapia, y soy el primero enrecomendarlas. Sin embargo, creo que al trabajarcon la ansiedad ante la muerte o en cualquier otrotema existencial, el concepto de ser genuino tomaun significado distinto, más profundo, que derivaen cambios radicales en la naturaleza de larelación terapéutica.

El poder de la conexión comomedio

para sobreponerse a la ansiedadante al muerte

Cuando fijo mi mirada en los hechosexistenciales de la vida, no percibo un límitepreciso entre los pacientes, que son quienes sufren,y yo, que los curo. Las descripcionespreestablecidas de los respectivos papeles y los

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diagnósticos caracterológicos obstaculizan laterapia en lugar de facilitarla. Como creo que elantídoto para semejante angustia es la puraconexión, procuro vivir cada sesión sin erigirbarreras artificiales e innecesarias entre mispacientes y yo. En el proceso de la terapia, soy elguía, experto, pero no infalible, de mi paciente. Setrata de un viaje que hice muchas veces, durantemis exploraciones de mí mismo y también al guiara otros.

Al trabajar con mis pacientes, lo que buscoante todo es conectarme. Para lograrlo, actúo debuena fe: nada de uniformes ni disfraces, nada deexhibir diplomas, títulos profesionales ni premios,nada de fingir saber lo que no sé, nada de negarque los dilemas existenciales también me afligen,nada de negarme a responder preguntas, nada deesconderme detrás de mi papel. Y, finalmente,nada de ocultar que también yo soy humano yvulnerable.

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PERROS SALVAJES LADRAN EN EL SÓTANO:MARK

Comenzaré por describir una sesión de terapiaque ilustra diversos aspectos de la sensibilidadexistencial en la relación terapéutica, incluyendoun mayor foco en el aquí y ahora, y una mayorautorrevelación del terapeuta. Esta sesión tuvolugar en el segundo año de terapia de John, unpsicoterapeuta de cuarenta años que acudió atratarse por su persistente ansiedad ante la muertey su duelo no resuelto por su hermana. Lomenciono brevemente en el capítulo 3.

Desde unos meses atrás, su preocupación conla muerte había sido reemplazada por un nuevotema: la atracción sexual que sentía hacia una desus pacientes, Ruth.

Comencé la sesión de maneradesacostumbrada, diciéndole que esa mañana lehabía derivado un paciente de treinta años de edadpara terapia de grupo.

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—Si te contacta —le dije—, por favor,telefonéame y te daré más información acerca delo que llevo conversado con él.

Cuando Mark asintió con la cabeza, proseguí:—Bien, ¿por dónde comenzamos hoy?—Con lo mismo de antes. Como de costumbre,

mientras conducía para llegar aquí, no dejé depensar en Ruth. Me cuesta quitármela de la cabeza.Anoche fui a cenar con algunos de misexcondiscípulos de la secundaria, y todos nospusimos a recordar nuestras experiencias con laschicas por aquel entonces. Eso me hizo pensar demanera obsesiva en Ruth otra vez… la deseabatanto que me hacía daño.

—¿Podrías describir tu obsesión? Dimeexactamente qué ocurre en tu mente.

—Oh, es ese estúpido e infantil sentimiento deembobamiento. Me siento un estúpido. Soy unadulto. Soy psicólogo. Es mi paciente y sé que estono tendría futuro.

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—Comienza con lo del embobamiento —ledije—. Métete ahí. Dime qué te ocurre.

Cerró los ojos.—Ligereza. Siento que vuelo… no pienso en

mi pobre hermana muerta… no pienso en lamuerte… de pronto, veo una escena: estoy sentadoen el regazo de mi madre, y ella me abraza. Debode tener cinco o seis años de edad. Es antes de queella tenga cáncer.

—Entonces —me aventuré—, cuando sientesese embobamiento, desaparece la muerte y, conella, todo pensamiento acerca del fallecimiento detu hermana. Vuelves a ser un niño pequeño,abrazado por tu madre, que aún no tiene cáncer.

—Bueno, sí. No se me había ocurrido verlodesde ese punto de vista.

—Mark, me pregunto si esa sensación deembobamiento no tendrá que ver con la fusión, conla experiencia de que el solitario «yo» se disuelveen el «nosotros». Y me parece que el otro gran

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protagonista es el sexo, esa fuerza tan vital quepuede, temporalmente, apartar a la muerte delescenario de tu mente. En consecuencia, piensoque tu enamoramiento de Ruth combate tu ansiedadante la muerte de dos maneras poderosas. No meextraña que te apegues a esa obsesión con tantatenacidad.

—No te equivocas cuando afirmas que el sexoaparta la muerte de mi mente en forma «temporal».Tuve una buena semana, pero los pensamientossobre la muerte no dejaban de regresar, deentrometerse. El domingo llevé a mi hija a dar unpaseo en moto hasta La Honda, y, desde ahí, hastael mar, en Santa Cruz. Fue un día glorioso, pero laidea de la muerte no dejaba de acosarme. Nocesaba de preguntarme «¿cuántas veces máspodrás hacer esto? Todo pasa, envejezco, mi hijacrece».

—Sigamos analizando estos pensamientos demuerte —dije—; diseccionémoslos. Sé que la idea

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de la muerte parece abrumadora. Pero mírala defrente y dime, en particular, qué es lo que te damás miedo.

—Supongo que debe de ser el dolor de morir.Mi madre sufrió mucho dolor… pero no, eso no eslo más importante. Lo principal es mi temorrespecto de cómo lo tomará mi hija. Casi siempreque pienso en qué hará después de que yo muera,se me llenan los ojos de lágrimas.

—Mark, creo que sufriste de unasobreexposición a la muerte. Tu madre padeció decáncer cuando eras niño y pasaste diez añosviéndola morir. Y no tenías padre. Pero la madrede tu hija no es la tuya, y goza de buena salud. Y tuhija tiene un padre que la lleva al mar en moto enuna bella mañana de domingo y está presente entodo sentido. Creo que le estás atribuyendo tupropia experiencia a ella… es decir, que proyectastus temores y pensamientos en ella.

Mark asintió con la cabeza y quedó en silencio

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durante un momento antes de decirme:—Quiero preguntarte una cosa: ¿cómo lidias tú

con el tema? ¿No te afecta el temor a la muerte?—También yo he sufrido mis crisis de

ansiedad ante la muerte a las tres de la madrugada.Pero ya casi no las tengo, y, a medida queenvejezco, mirar la muerte de frente me ha dadoalgunos resultados positivos. Siento la vida conmás intensidad. La muerte hace que viva más afondo cada momento, valorando y apreciando elpuro placer de estar vivo.

—¿Y qué hay de tus hijos? ¿No te preocupa elmodo en que los pueda afectar tu muerte?

—No me preocupa demasiado. Creo que latarea de los padres es ayudar a los hijos avolverse autónomos, a crecer por su cuenta y atener sus propias vidas. Al respecto, mis hijosestán bien. Lo lamentarán, pero seguirán adelantecon sus vidas, tal como lo hará tu hija.

—Tienes razón. Con mi mente racional, sé que

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ella estará bien. De hecho, últimamente he pensadoque quizá yo pueda constituirme en modelo paraque ella aprenda a enfrentar la muerte.

—Qué idea maravillosa, Mark. Sería un regalomagnífico para tu hija.

Tras una breve pausa, proseguí:—Te quiero preguntar algo acerca del aquí y

ahora, sobre tú y yo hoy, en este lugar. Esta sesiónfue distinta de todas las otras. Tú me hicistemuchas preguntas. Y procuré responderlas. ¿Qué tepareció?

—Fue bueno. Muy bueno. Siempre quecompartes tus cosas conmigo de esa manera, medoy cuenta de que debo mostrarme más abierto conmis pacientes.

—Ésa es otra de las cosas que te queríapreguntar. Cuando comenzamos la sesión, medijiste que, de camino aquí, pensabas en Ruth«como de costumbre». ¿Qué opinas de eso? ¿Porqué piensas en ella cuando estás viajando hacia

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aquí?Mark quedó en silencio. Meneaba un poco la

cabeza.—¿Tal vez te alivia de la difícil tarea que

sabes que debes enfrentar aquí?—No, no se trata de eso. Te diré qué es. —

Mark se detuvo, como si tomara fuerzas—. Es paradistraerme de otra cuestión.

Y la cuestión es ésta: ¿cómo te sientes tú, cómome juzgas en cuanto terapeuta, por el episodio conRuth?

—Te comprendo Mark. Yo, y todos losterapeutas que conozco, nos hemos excitadosexualmente alguna vez con algún paciente. Ahorabien, no cabe duda de que, como tú mismo lodices, lo que te ocurre va más allá de lo normal,pues se convirtió en una obsesión. Pero claro queel sexo tiene la costumbre de sobreponerse a larazón. Sé que tienes la suficiente integridad comopara que tu enamoramiento de una paciente no

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lleve a nada más. Y creo que, tal vez, de una formainesperada, el trabajo que estamos haciendo hayacontribuido a que te metas tanto en esa obsesión.Lo que quiero decir es que actúas en formadesinhibida porque sabes que, cada semana,puedes recurrir a la red de seguridad de la terapiaque haces conmigo.

—¿Pero no te parezco incompetente?—¿Acaso no te derivé un paciente hoy mismo?—Sí, es cierto. Aún tengo que procesar eso. Sé

que es un mensaje muy fuerte, y apenas siencuentro las palabras para decirte qué respaldadome siento. Aun así —prosiguió—, una pequeñavoz en mi cabeza me sigue diciendo que debes depensar que soy una mierda.

—No. No creo eso. Tienes que borrar esepensamiento. Ya se nos acaba el tiempo, peroquiero decirte algo más: este viaje en que estásmetido, la experiencia con Ruth, no es todo malo.De veras creo que vas a aprender y crecer por lo

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ocurrido. Parafraseando a Nietzsche: «Paravolverte sabio, debes aprender a escuchar a losperros salvajes que ladran en tu sótano».

La frase lo impactó. Mark la repitió en vozbaja. Se marchó del consultorio con los ojosllenos de lágrimas.

Esta sesión no sólo sirve de ejemplo respectode la conexión, sino de otros temas existenciales:la dicha amorosa, la muerte y el sexo, la diseccióndel temor a la muerte, el acto terapéutico y lapalabra terapéutica, el empleo del aquí y ahora enterapia, la máxima de Terencio y laautorrevelación del terapeuta.

DICHA AMOROSA

El mecanismo que Mark describió el comienzode la sesión, su sensación de «embobamiento» y elgozo ilimitado que le producía su enamoramiento,asociado al recuerdo de una dicha similarexperimentada en el regazo de su madre en los

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buenos tiempos, antes del cáncer, suele estarpresente en los enamoramientos. Todas las otraspreocupaciones se ven desplazadas de la mente dequien se obsesiona con un amor. La amada —cadauna de sus palabras, modismos e inclusopeculiaridades—, concentra toda su atención. Así,cuando Mark se veía confortablemente alojado enel regazo de su madre, el dolor del aislamiento seevaporaba, porque ya no era un «yo» solo. Miobservación de que «el solitario “yo” se disuelveen el nosotros» aclaró la forma en que su obsesiónaliviaba su dolor. No sé si la frase me pertenece, osi la leí hace mucho en algún lugar ya olvidado,pero me ha resultado útil a la hora de tratar amuchos pacientes embobados por el amor.

SEXO Y MUERTE

En lo que hace al tema de la muerte y el sexo,la fusión amorosa no sólo alivió la ansiedadexistencial de Mark, sino que hizo surgir otro

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calmante de la ansiedad ante la muerte: el poderde la sexualidad. El sexo, que es la energía vitalmisma, suele contrarrestar la idea de la muerte. Hevisto muchos ejemplos de este mecanismo: elpaciente que sufrió un grave infarto cardíaco yque, mientras lo llevaban en ambulancia, procurómanosear a la enfermera; la viuda que se sintióembargada de sensaciones sexuales mientras sedirigía al funeral de su esposo; o el viudo viejo,aterrado ante la muerte, que tuvo tantos romances ycausó tantos problemas en el hogar de ancianosdonde vivía que los directores le exigieron que sesometiera a una terapia psicológica. O el caso deotra mujer que, cuando su hermana gemela muriócomo consecuencia de un accidentecerebrovascular, experimentó tantos orgasmos almasturbarse con un vibrador que temió correr lamisma suerte que aquélla. Preocupada por laposibilidad de que sus hijas encontrasen sucadáver junto al vibrador, se deshizo de él.

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DISECCIONAR EL TEMOR A LA MUERTE

Para tratar el temor a la muerte de Mark, lepedí —tal como lo hice con otros pacientes enejemplos anteriores— que me dijera qué eraprecisamente lo que lo atemorizaba de la muerte.La respuesta de Mark no fue como la de los quedijeron «todas las cosas que no llegué a hacer» o«quiero ver cómo terminan todas las historias», o«no habrá más “yo”». En cambio, lo afligía elpensamiento de qué haría su hija sin él. Me ocupéde su miedo ayudándolo a ver que era irracional yque proyectaba un temor propio sobre su hija (quetenía un padre y una madre presentes en todosentido). Apoyé decididamente su idea de darle asu hija un regalo: constituirse en modelo de cómoenfrentar la muerte con ecuanimidad. (En elcapítulo 5, me referí a un grupo de pacientesterminales que tomaron esa misma decisión).

EL ACTO TERAPÉUTICO Y LA PALABRA

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TERAPÉUTICA

Comencé la sesión diciéndole a Mark que lehabía derivado un paciente para terapia de grupo.Casi todos los profesores de psicoterapiadesaprueban con severidad el establecimiento deuna relación doble, es decir, cualquier tipo derelación extraterapéutica con un paciente.Derivarle un paciente a Mark era potencialmentepeligroso. Por ejemplo, podía ocurrir que, en suansiedad por quedar bien conmigo, Mark noestuviese plenamente presente al tratar con elpaciente. Así, habría sido una relación tripartita:Mark, el paciente y mi espectro, planeando porsobre ellos e influyendo sobre las palabras ysentimientos de mi colega.

De hecho, las relaciones dobles no suelen serbuenas para el proceso terapéutico. Pero, en estecaso, consideré que el riesgo era bajo y lospotenciales beneficios, altos. Antes de que Markse convirtiera en mi paciente, yo había

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supervisado su trabajo como terapeuta grupal y loconsideraba competente. Además, antes de tratarseconmigo, siempre hizo un excelente trabajo con lospacientes que le derivé. Cuando, al final mismo dela sesión, expresó opiniones autodenigratorias ypersistió en su creencia de que yo tenía malaopinión de él, tuve una respuesta poderosa paradarle: le recordé que le acababa de derivar a unpaciente. Se trató de un acto de respaldoinfinitamente más significativo que ningunapalabra que pudiera haberle dicho. El actoterapéutico es mucho más efectivo que la palabraterapéutica[50].

USAR EL AQUÍ Y AHORA EN TERAPIA

Vale la pena notar las dos maneras en que paséal aquí y ahora durante la sesión. Mark comenzó lahora diciendo que, «como de costumbre», cuandovenía de camino al consultorio se había sumido enuna agradable ensoñación sobre su paciente, Ruth.

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Resultaba evidente que ese comentario erarelevante a nuestra relación. En consecuencia,tomé nota mental y, más adelantada la sesión, lepregunté a Mark por qué solía fantasear de maneraobsesiva con Ruth cuando venía de camino anuestra sesión.

Después Mark me hizo varias preguntas acercade mi propia ansiedad ante la muerte y mis hijos.Las respondí todas, pero indagando, en el pasosiguiente, en cómo se sentía respecto dehacérmelas, y a de lo que yo le respondía. Laterapia siempre es una secuencia de interaccionesalternadas, y una reflexión sobre tal interacción.(Expandiré este concepto cuando discuta el aquí-y-ahora en este mismo capítulo). Finalmente, estasesión con Mark ejemplifica la sinergia entre ideasy relación: ambos factores estuvieron en juego enesta sesión, y lo mismo ocurre en la mayor partede las sesiones de terapia.

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LA MÁXIMA DE TERENCIO Y LAAUTORREVELACIÓNDEL TERAPEUTA

Terencio, un dramaturgo romano del siglo II,tiene un aforismo que es muy importante para eltrabajo interno del terapeuta: Soy humano, y nadahumano me es ajeno.

Así, sobre el fin de la sesión, Mark reunióvalor para hacerme una pregunta que reprimíahacía ya tiempo: «Dado el episodio con Ruth ¿quéopinión te merece mi desempeño comoterapeuta?». Escogí responder que empatizaba conél porque ha habido ocasiones en que me excitésexualmente por alguna paciente. Y añadí que esomismo les ocurrió a todos los terapeutas queconozco.

Mark planteó una pregunta incómoda pero, anteella, seguí la máxima de Terencio e indagué en mimente en busca de algún recuerdo parecido para

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compartirlo con él. Por brutal, cruel, prohibida oajena que sea la experiencia de un paciente, unosiempre puede encontrar alguna afinidad en unomismo si tiene la disposición de indagar en lapropia oscuridad.

Los terapeutas novatos harán bien en emplearel axioma de Terencio a modo de jaculatoria. Losayudará a empatizar con sus pacientes al localizarlas experiencias propias que se parecen a las deellos. Este aforismo esta indicado en especial parael trabajo con pacientes que sufren de ansiedadante la muerte. Si quieres estar verdaderamentepresente en el tratamiento, debes abrirte a tupropia ansiedad ante la muerte. No lo digo a laligera: no es una tarea fácil, y no hay programaeducativo que prepare al terapeuta para ella.

SEGUIMIENTO

A lo largo de los siguientes diez años, atendí aMark dos veces para hacer terapias breves por el

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resurgimiento de su ansiedad ante la muerte. Una,cuando murió uno de sus amigos más cercanos;otra, cuando fue operado de un tumor benigno. Encada ocasión, respondió al cabo de pocassesiones. Con el tiempo, se sintió losuficientemente fuerte como para atender a variosde sus pacientes que enfrentaban la ansiedad antela muerte, pues estaban siendo sometidos aquimioterapia.

EL MOMENTO JUSTO Y LA EXPERIENCIA DEDESPERTAR: PATRICK

Hasta ahora, y por razones pedagógicas, heplanteado las ideas y las relaciones por separado,pero ha llegado el momento de juntarlas. Antes quenada, un axioma fundamental: las ideas sólo sonefectivas si la alianza terapéutica es sólida. Mitrabajo con Patrick, un piloto de aviación, ilustrami equivocación a la hora de escoger el momentojusto. Traté de forzar ideas sin tener una alianza

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terapéutica sólida.Aunque sus viajes internacionales complicaban

nuestra agenda terapéutica, yo venía tratandoesporádicamente a Patrick, un piloto de cincuentaaños de edad, hacía ya dos años. Cuando laempresa para la que trabajaba lo destinó duranteseis meses a tareas en tierra, decidimosaprovechar ese tiempo para encontrarnos cadasemana.

Como la mayor parte de los pilotos, Patrickhabía quedado traumatizado por una nueva crisisde la industria aeronáutica. La empresa rebajó susalario a la mitad, lo despojó de la pensión queacumulaba desde treinta años atrás, y lo hizo volarcon tanta frecuencia que las interrupciones de suritmo circadiano lo llevaron a sufrir de una severaperturbación del sueño, condición exacerbada porun incesante tinnitus producido por su trabajo. Laempresa no sólo se negaba a asumir laresponsabilidad por sus problemas, sino que,

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según él, trataba de forzar a sus pilotos a volar aúnmás.

¿Qué pretendía de la terapia? Aunque todavíale encantaba volar, era consciente de que su estadode salud exigía que cambiase de empleo. Además,no estaba conforme con la inerte relación deconvivencia que lo unía hacía ya tres años con sunovia, Marie. Patrick quería mejorar esa relacióno terminarla y pasar a otra cosa.

La terapia avanzaba con lentitud. Bregué envano por establecer una alianza terapéutica sólida.Pero Patrick era capitán de aviación, se habíaformado como piloto militar y era cauteloso a lahora de revelar puntos vulnerables. Además, teníabuenas razones para ser cauto. Si su diagnósticorevelaba que padecía de alguno de los desórdeneslistados en el manual oficial de perturbacionesmentales, ello podía resultar en que no se lepermitiera volar, o incluso, que se le retirara sucertificado de piloto comercial y, por lo tanto,

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perdiera su trabajo. Los obstáculos eran muchos, yPatrick se mostraba distante en nuestras sesiones.Me era imposible llegar a él. Yo sabía que noesperaba nuestros encuentros con ansias, nitampoco reflexionaba sobre la terapia entre una yotra sesión.

En lo que a mí respecta, aunque Patrick mepreocupaba, no podía salvar la distancia que nosseparaba. Era raro que me complaciera verlo, ynuestro trabajo me hacía sentir frustrado e inútil.

Un día, durante el tercer mes de terapia,Patrick comenzó a sentir un agudo dolorabdominal. Fue a la guardia de un hospital, dondeun cirujano examinó su abdomen, detectó un bultoy, con expresión muy preocupada, ordenó que sehiciese una tomografía de inmediato. En las cuatrohoras que transcurrieron hasta que tuvo losresultados, Patrick se aterró ante la posibilidad depadecer de cáncer, pensó que iba a morir, y tomómuchas decisiones de transformación vital.

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Finalmente, se enteró de que lo que tenía era unquiste benigno, que le fue extraído mediantecirugía.

Aun así, esas cuatro horas que pasó frente a lamuerte influyeron notablemente en Patrick. Ennuestra siguiente sesión, se mostró, por primeravez, abierto a la posibilidad de cambiar. Habló,por ejemplo, de la conmoción que experimentó aldarse cuenta de que enfrentaría la muerte sin haberrealizado muchas cosas para las que teníapotencial. Tomó real conciencia de que su trabajoperjudicaba su salud y resolvió abandonarlo,aunque había significado mucho para él durantemuchos años. Se sentía afortunado por saber quecontaba con una opción: la invitación abierta de suhermano a que trabajara con él en su comercio.

Patrick también decidió reparar la ruptura consu padre, que había tenido lugar hacía muchosaños a causa de una discusión estúpida, y queseguía lesionando y contaminando su relación con

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toda la familia. Y además, durante su espera de losresultados de la tomografía, Patrick se decidió acambiar su relación con Marie. O hacía unesfuerzo para relacionarse con ella de modo másauténtico y afectuoso, o la dejaba para buscar unapareja más compatible.

A lo largo de la siguiente semana, la terapiacobró un nuevo impulso. Cumplió con muchas delas cosas que se propuso. Restableció lasrelaciones con su padre y con el resto de sufamilia asistiendo a una cena de día de Acción deGracias por primera vez en una década. Dejó devolar y aceptó, aunque ello implicaba un salariomás bajo, un empleo en una de las franquicias desu hermano. Sin embargo, postergaba encarar sudeclinante relación con Marie. En pocas semanascomenzó a experimentar una regresión y nuestrotrabajo terapéutico volvió a su desganado ritmoinicial.

Como sólo nos quedaban tres sesiones antes de

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que se mudara a otra parte del país, dondedesarrollaría su nuevo trabajo, procuré catalizar laterapia de modo de llevarlo otra vez al estadomental que le produjo su enfrentamiento con lamuerte. Con ese fin, le envié un mensaje de correoelectrónico en el que incluí las extensas notas quetomé en la sesión después de su emergenciamédica en que se mostró tan abierto y decidido.

He empleado esta técnica con éxito, lograndoque los pacientes reingresen en un estado mentalprevio. Además, llevo décadas enviandoresúmenes de nuestros encuentros a mis pacientesde terapia de grupo[51]. Pero quedé sorprendido alver que mi intento había sido totalmentecontraproducente. Patrick respondió con enfado ami mensaje. Interpretó que mi intención eracastigarlo y sólo vio críticas en mi acción. Creyóque le estaba dando un sermón por no habercambiado su relación con Marie. En retrospectiva,ahora me doy cuenta de que yo nunca establecí una

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alianza terapéutica sólida con Patrick. Así que,nota bene, cuando no hay confianza y, más aún,cuando existe competencia en la relaciónterapeuta-paciente, los esfuerzos terapéuticos, porbienintencionados y racionales que sean, puedenfallar porque el paciente se siente derrotado portus observaciones y busca una manera dederrotarte a ti.

Trabajar con el aquí y ahora

A menudo he oído esta pregunta: alguien quetiene amigos íntimos ¿necesita terapia? Lasamistades íntimas son esenciales para vivir bien.Además, si uno está rodeado de buenos amigos o,más precisamente, tiene la capacidad de entablarrelaciones íntimas duraderas, es mucho menosprobable que necesite terapia. ¿Cuál es, entonces,la diferencia entre un buen amigo y un terapeuta?

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Los buenos amigos (o tu masajista, peluquero oentrenador personal) pueden ofrecerte apoyo ycomprensión. Los buenos amigos pueden serconfidentes que te aman y se preocupan por ti, ypuedes contar con ellos cuando los necesitas. Perohay una diferencia fundamental: probablemente,sólo un terapeuta sepa cómo tratar contigo en elaquí y ahora.

Las interacciones en el aquí y ahora (es decir,los comentarios sobre la conducta inmediata deuna persona) rara vez ocurren en la vida social.Cuando es así, indican que existe gran intimidad, oque hay un conflicto inminente (por ejemplo, «nome agrada cómo me miras») o que se trata de lainteracción de un padre y un hijo («no pongas esacara cuando te estoy hablando»).

¿Y por qué es importante el aquí y ahora? Unelemento fundamental del entrenamientopsicoterapéutico es que la sesión de terapia es unmicrocosmos social. Es decir que, tarde o

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temprano, los pacientes exhibirán en terapia lamisma conducta que en su vida cotidiana. Quiensea tímido, arrogante, timorato, seductor o exigentemostrará, en algún momento, esa misma manera deproceder con respecto al terapeuta. En ese punto,el terapeuta puede enfocarse en el papel quedesempeña el paciente en la creación delproblema que surge durante la sesión.

Éste es el primer paso para ayudar al pacientea aceptar que es responsable de la situación en quese encuentra su vida. En última instancia, se tratade que el paciente sea receptivo a un postuladofundamental: si eres responsable de lo que va malen tu vida, nadie que no seas tú puede cambiarlo.

Lo que es más —y esto es crucial— lainformación que el psiquiatra obtiene del aquí yahora es muy precisa. Aunque los pacientes suelenhablar mucho de sus interacciones con los demás—amantes, amigos, maestros, padres— tú, elterapeuta, sólo los conoces (a ellos y a sus

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interacciones con el paciente) a través de los ojosdel paciente. Tales relatos de hechos exterioresson datos indirectos, a menudo distorsionados ymuy poco confiables.

Muchas veces oí que un paciente describe auna persona, un cónyuge, por ejemplo, y, cuando laconozco en una sesión de pareja, meneo la cabeza,incrédulo. ¿Esta persona encantadora y vibrante esese mismo individuo irritante, inerte e indiferenteque me describieron durante meses? El terapeutallega a conocer a sus pacientes más a fondoobservando su conducta durante las sesiones deterapia. Son, con mucho, los datos más confiablescon que puedes contar. Tienes experiencia directadel paciente y de cómo interactúa contigo, y, por lotanto, de la forma en que probablemente interactúecon los demás.

El uso adecuado del aquí y ahora durante laterapia crea un laboratorio seguro, un escenarioconfortable en que los pacientes pueden asumir

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riesgos, revelar lo más oscuro y lo más luminosode sí, escuchar y aceptar observaciones, y, lo másimportante, experimentar con la transformaciónpersonal. Cuanto más te enfoques en el aquí yahora (y yo me cercioro de hacerlo en cadasesión), más se unirán tu paciente y tú en unarelación de intimidad y confianza.

Una buena terapia tiene una cadenciareconocible. Los pacientes revelan sentimientosque antes negaron o reprimieron. El terapeutaentiende y acepta estos sentimientos oscuros otiernos. Fortificados por esa aceptación, lospacientes se sienten seguros y contenidos, yasumen más riesgos. La intimidad, la vinculaciónque hace surgir el aquí y ahora, hace que lospacientes se comprometan con el proceso deterapia. Provee un punto de referencia interno alque el paciente puede referirse e intentar recrearen su mundo social.

Por supuesto que una buena relación con el

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propio terapeuta no es el objetivo final de laterapia. Casi nunca un paciente y su terapeutaestablecen una amistad duradera en la vida real.Pero el vínculo entre ambos sirve de ensayogeneral para las relaciones sociales externas delpaciente.

Estoy de acuerdo con Frieda Fromm-Reichmann, que dice que el terapeuta debe lucharpor hacer que cada sesión sea memorable. Laclave para una sesión así se encuentra en el poderdel aquí y ahora. Ya he analizado extensamente enotra parte[52] el aspecto técnico del trabajo en elaquí y ahora, de modo que aquí sólo meconcentraré en algunos de los pasos cruciales deaquél.

DESARROLLAR SENSIBILIDAD AL AQUI Y AHORA

No me fue difícil enfocarme en el aquí y ahoradurante mi sesión con Mark. Primero sólo indaguéen su comentario de que solía pensar en Ruth

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cuando se dirigía a verme; después, reflexionésobre su cambio de conducta durante la sesión (merefiero al hecho de que me hiciera varias preguntaspersonales). Pero a menudo, el terapeuta deberáestar atento a transiciones más sutiles.

Tras años de práctica, identifiqué normas quedefinen las diversas conductas con que meencuentro en mis sesiones terapéuticas, y memantengo alerta a todo lo que se desvía deaquéllas. Pensemos, por ejemplo, en algoaparentemente tan trivial e irrelevante como laforma en que uno estaciona. Hace quince años quetengo mi consultorio en una casita ubicada asesenta metros del frente de mi casa, que tiene unalarga y estrecha senda que la comunica con lacalle. Aunque hay mucho espacio para estacionaren el terreno que separa mi casa y el consultorio,cada tanto noto que algún paciente lo hace en lacalle, lejos.

Encuentro útil preguntar en algún momento

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acerca de esta elección. Un paciente me dijo queno quería que nadie viese su auto estacionadocerca del consultorio, porque temía que alguien,que quizá fuese de visita a mi casa, reconociera suvehículo y se diera cuenta de que estaba tratándosecon un psiquiatra. Otro afirmó que no queríaentrometerse en mi privacidad. A otro le dabavergüenza que yo viese su caro Maserati. Todosestos motivos tenían una clara relevancia para larelación terapéutica.

PASAR DEL MATERIAL EXTERNO AL INTERNO

Los terapeutas expertos están alertas alequivalente en el aquí y ahora de cualquier temaque surja en la sesiones. Navegar desde la vidaexterior o el pasado distante del paciente hasta elaquí y ahora incrementa el nivel de compromiso yla eficacia del trabajo. Una sesión con Ellen, unamujer de cuarenta años a quien trataba desde hacíauno por sus ataques de pánico producidos por el

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temor a la muerte, ilustra esta estrategia denavegación.

La mujer que no podía quejarse: Ellen

Ellen comenzó una sesión diciendo que habíaestado a punto de no venir porque se sentía mal.

—¿Y ahora cómo te sientes? —pregunté.Le quitó importancia a mi pregunta:—Mejor.—Dime qué ocurre en tu casa cuando enfermas

—le pedí.—Mi marido no me cuida mucho. Por lo

general, ni se da cuenta.—¿Tú que haces? ¿Cómo haces para que lo

note?—Nunca me gustó quejarme. Pero no me

molestaría que hiciese algo por mí cuando no meencuentro bien.

—De modo que quieres que hagan algo por ti,pero sin que tú tengas que pedirlo ni sugerirlo.

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Asintió con la cabeza.Al llegar a este punto, yo tenía varias

opciones. Podía, por ejemplo, indagar en sucomentario de que su marido no cuidaba de ella ocentrarme en la historia de sus enfermedades. Peroescogí pasar al aquí y ahora.

—Dime, Ellen, ¿cómo funciona eso conrespecto a lo que hacemos aquí? No te quejasmucho en este consultorio, por más queoficialmente soy el encargado de cuidarte.

—Ya te dije que hoy estuve a punto decancelar la sesión por enfermedad.

—Pero cuando te pregunté cómo te sentías, lequitaste importancia al asunto sin más. Mepregunto qué ocurriría si te quejaras y me dijerasqué quieres de mí en verdad.

—Eso sería como mendigar —replicó alinstante.

—¿Mendigar? ¿Aun cuando me pagas poratenderte? Cuéntame más sobre lo de «mendigar».

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¿En qué te hace pensar esa palabra?—Yo era una de cinco hermanos, y una de las

muchas reglas que debíamos seguir era «no tequejes». Aún puedo oír la voz de mi padrastro:«¡Crece de una vez! No puedes pasarte toda lavida gimoteando». No puedo ni empezar a contarlas veces que lo oí decir eso. Mi madre loapoyaba. Se sentía afortunada por haber podidocasarse otra vez y no quería que nosotros lohiciésemos enfadar. Eramos equipaje no deseado,y él era muy mezquino y áspero. Lo último que yoquería era que se fijara en mí.

—Entonces, acudes a este consultorio en buscade ayuda, pero sofocas tus quejas. Estaconversación me recuerda lo ocurrido hace unosmeses, cuando tuviste el problema de cuello yllevabas una minerva, pero nunca lo mencionaste.Recuerdo haberme preguntado si te dolería. Nuncate quejas. Pero, dime, si te quejaras, ¿qué creesque haría o diría yo?

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Ellen alisó su falda de estampado floral —siempre vestía inmaculadamente y lucía atildada ymuy limpia—, cerró los ojos, respiró hondo ydijo:

—Hace dos o tres semanas tuve un sueño queno te conté. Estaba en tu baño, y perdía sangremenstrual. No podía restañarla. No podía lavarme.Me empapaba los calcetines y manchaba laszapatillas. Tú estabas al lado, en el consultorio,pero no sabías que eso estaba ocurriendo.Entonces, oí unas voces que sonaban desde ahí.Quizá fuese tu próximo paciente o algunos amigosde tu mujer.

El sueño representaba sus preocupacionesacerca de cosas vergonzosas, sucias y ocultas queterminarían por aparecer en terapia. Pero a ella, yole parecía indiferente. No preguntaba qué leocurría, estaba muy atareado con otro paciente ocon amigos, y no quería ni podía ayudarla.

A partir del momento en que Ellen me contó

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este sueño, ingresamos en una nueva y constructivafase de la terapia, en la que exploró sussensaciones de desconfianza y temor ante loshombres y su miedo a intimar conmigo.

Este ejemplo ilustra un importante principio dela navegación por el aquí y ahora: cuando unpaciente trae a colación un tema vital, busca algúnequivalente de éste en el aquí y ahora, de modo detraer el tema a la relación terapéutica. CuandoEllen sacó el tema de su enfermedad y de la faltade atención de su esposo, de inmediato me centréen la atención en nuestra terapia.

REFERIRSE CON FRECUENCIA AL AQUI Y AHORA

Me empeño en referirme al aquí y ahora almenos una vez por sesión. A veces, me limito adecir: «Nos acercamos al fin de la sesión y megustaría concentrarme un poco en lo que ambosestamos haciendo aquí hoy» o «¿Cuánta distanciahay entre nosotros hoy?». A veces, esto no lleva a

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nada. Pero aun así, la invitación queda formulada yse establece la norma de que examinamos todo loque ocurre ente nosotros.

Pero a menudo, algo sale de esta indagación,en especial si añado algunas observaciones, porejemplo: «Noto que estamos dando vueltas entomo de lo que hablamos la semana pasada. ¿Tútambién lo sientes?», o «Noto que no mencionas tuansiedad ante la muerte desde hace un par desemanas. ¿Por qué crees que sea? ¿Es posible quete parezca que es demasiado para mí?», o «Tengola sensación de que al comienzo de la sesiónestábamos muy próximos, pero que hemosretrocedido en los últimos veinte minutos. ¿Estásde acuerdo? ¿Tú también tienes esa impresión?».

En la actualidad, el entrenamiento enpsicoterapia está tan enfocado en terapias breves yestructuradas que muchos terapeutas jóvenesconsideran que mi foco en la relación en el aquí yahora es irrelevante, melindroso o, incluso,

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incomprensible. «¿Para qué tantaautorreferencia?», suelen preguntar. «¿Por quéreferir todo a la relación irreal con el terapeuta?Al fin y al cabo, nuestro papel no es preparar alpaciente para una vida de terapia. El mundoexterior es duro, y en él los pacientes debenenfrentar competencia, conflictos, dureza». Y mirespuesta, claro, es que, como lo sugiere el casode Patrick, una alianza terapéutica sólida es unprerrequisito para que cualquier terapia sea eficaz.No se trata de un fin, sino de un medio. Cuando lospacientes entablan una relación genuina y deconfianza con el terapeuta, pueden experimentaruna importante transformación interna que los haceentender que pueden revelarle cualquier cosa yque, aun así, serán aceptados y contenidos. Talespacientes experimentan nuevas áreas de sí mismos,partes que antes negaban o distorsionaban.Comienzan a valorarse a sí mismos y a sus propiaspercepciones en lugar de atribuirle un valor

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excesivo a lo que opinan los otros. Los pacientestransforman la valoración positiva del terapeuta enautoestima. Además, desarrollan una nueva normainterna en lo que hace a la calidad de una relacióngenuina. La intimidad con el terapeuta les sirvecomo punto de referencia interno. Al saber quetienen la capacidad de formar relaciones,desarrollan la confidencia y la disposición aentablar otras relaciones igualmente buenas en elfuturo.

APRENDER A USAR TUS PROPIAS SENSACIONESDE AQUI Y AHORA

Tu herramienta más valiosa en cuanto terapeutaes tu propia reacción a tu paciente. Si te sientesintimidado, enfadado, seducido, desconcertado,hechizado o cualquier otro de los infinitossentimientos posibles, debes tomarte muy en serioesas reacciones. Son datos importantes y debesbuscar el modo de volverlos útiles para la terapia.

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Pero, ante todo, les sugiero a los estudiantes depsicoterapia que determinen de dónde provienentales sentimientos. ¿Hasta qué punto tu propiaidiosincrasia y tus neurosis les dan forma? Enotras palabras, ¿eres buen observador? ¿Tussentimientos hablan de tu paciente o de ti mismo?Aquí, claro, ingresamos en el dominio de latransferencia y la contratransferencia.

Llamamos «transferencia» a lo que ocurrecuando un paciente responde al terapeuta de unamanera inapropiada e irracional. Un ejemplo clarode la distorsión que implica la transferencia escuando el paciente, sin motivo aparente, siente unintenso recelo ante un terapeuta que, por logeneral, inspira confianza en sus pacientes. Ycuando ese paciente, además, se muestrahabitualmente receloso con los varones queocupan una posición de autoridad. El término«transferencia», por supuesto, se refiere a laopinión de Freud de que los sentimientos

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importantes respecto de los adultos que seexperimentan en la primera infancia son«transferidos» o proyectados sobre los demás.

Viceversa, puede ocurrir lo contrario. ¿Elterapeuta tiene una marcada tendencia a ladistorsión en las relaciones interpersonales? ¿O esuna persona llena de ira, confundida y defensiva (oque tiene un mal día) que ve al paciente a través delentes deformantes? Claro que nunca se trata de unfenómeno de todo o nada. Es posible que coexistanelementos de transferencia y contratransferencia.

Nunca me canso de decirles a mis estudiantesque su principal instrumento es su propio ser y quedeben mantenerlo bien afinado. Los terapeutasdeben tener un considerable conocimiento de sí,confiar en su capacidad de observación, yrelacionarse con sus pacientes de maneraafectuosa y profesional. Precisamente ése es elmotivo por el cual los terapeutas no sólo debensometerse a años de terapia personal (incluyendo

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terapia de grupo) durante su formación, sinotambién regresar a ésta periódicamente. Una vezque te tengas confianza en cuanto terapeuta yrespecto de tus observaciones y tu objetividad, tesentirás más libre de emplear con confianza lo quesientes sobre tus pacientes.

«Me has decepcionado mucho»: Naomi

Una sesión con Naomi, una profesora de inglésjubilada de sesenta y ocho años, que padecía deuna elevada ansiedad ante la muerte, hipertensiónsevera y muchos otros trastornos somáticos, ilustrabuena parte de la problemática vinculada a lossentimientos sobre el aquí y ahora. Un día, entró enmi consultorio luciendo su habitual sonrisa cálida.Se sentó; y, con la cabeza erguida, me miró defrente y sin que le temblara la voz, se embarcó enuna sorprendente diatriba.

—Estoy muy decepcionada por la manera enque actuaste durante nuestra ultima sesión.

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Extremadamente decepcionada. No estabaspresente, no me diste lo que necesitaba, nodemostraste que te dieras cuenta de cuán terriblees para una mujer de mi edad enfrentar estosdebilitantes problemas gastrointestinales, ni cómome siento yo al hablar de ellos. Me fui pensandoen un incidente que ocurrió hace años. Fui a ver ami dermatólogo por una fea lesión en la vagina, einvitó a todos sus estudiantes de medicina a ver elespectáculo. Fue un horror. Bueno, así me sentí enla sesión pasada. No estuviste a la altura de misexpectativas.

Quedé azorado. Reflexionando sobre quéresponderle, repasé rápidamente la última sesiónen mi mente. (Claro que también había leído misnotas antes de que ella llegara). Mi visión de esteencuentro era totalmente distinta de la suya. Mepareció una excelente sesión en la que hicimos unbuen trabajo. Naomi había hecho extensasrevelaciones sobre el desaliento que le producía el

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envejecimiento de su cuerpo, sus problemasgastrointestinales de gases, constipación yhemorroides, lo mucho que le costabaadministrarse a sí misma un enema y su recuerdode cuando se los aplicaban en su infancia. No erantemas fáciles, y le dije que la admiraba por sudisposición a plantearlos. Como dijo que lo quedesencadenó esos síntomas era una nuevamedicación para su arritmia cardíaca, saqué de miescritorio el vademécum de medicamentos y reviséjunto a ella los efectos secundarios de la droga encuestión. Recordé mi sensación de empatía ante elhecho de que ella debiera enfrentar nuevosproblemas cuando la lista de sus afecciones ya eralarga.

¿Qué hacer, pues? ¿Analizar la sesión previa?¿Centrarnos en sus expectativas sobre mí?¿Indagar en la marcada diferencia de las formas enque ambos interpretamos la sesión? Pero habíaalgo más urgente: mis propios sentimientos. Me

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embargó una profunda irritación hacia Naomi. Ahí,desde su trono, pensé, me juzga sin importarle enabsoluto cuáles son mis sentimientos.

Además, no era la primera vez que lo hacía. Ennuestros tres años de terapia, había comenzadomuchas sesiones de este modo. Pero nunca meirritó tanto. Quizá fuese porque, durante la semanaanterior, yo me había tomado el trabajo deinvestigar su problema, consultando a un amigogastroenterólogo sobre sus síntomas. No me habíadado tiempo de comentárselo.

Decidí que era importante darle a conocer missentimientos a Naomi. Para empezar, me parecióque los detectaría; era excepcionalmenteperceptiva. Por otra parte, no me cabía duda deque, así como me irritaba a mí, exasperaba a otrosen su vida diaria. Pero como puede ser devastadorpara un paciente oír que el terapeuta está irritadocon él, traté de ser amable.

—Naomi, tus comentarios me sorprenden y

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perturban. Dices estas cosas de un modo, eh…, tanimperioso. Me parece que la última vez que nosvimos trabajé mucho para darte lo mejor. Además,no es la primera vez que comienzas una sesión deesta manera tan crítica. Y otra cosa que debomencionar es que en muchas ocasiones,comenzaste del modo exactamente opuesto. Merefiero a que a veces expresas tu gratitud por unasesión maravillosa, cuando yo no noté que hubierahabido nada de excepcional en ella.

Naomi pareció alarmarse. Tenía las pupilasmuy dilatadas.

—¿Me estás diciendo que no debo expresartelo que siento?

—No, de ninguna manera. Ni tú ni yo debemoscensurarnos. Ambos debemos compartir nuestrossentimientos y analizamos. Lo que más me llama laatención es tu modo. Podrías haber hablado demuchas maneras distintas. Por ejemplo, me podríashaber dicho que te pareció que no trabajamos bien

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la semana pasada, o que te sientes distante o…—Mira —dijo con voz estridente—, estoy

harta de que mi cuerpo se esté cayendo a pedazos.Tengo dos cirugías en las coronarías, unmarcapasos, una cadera artificial y otra que memata de dolor. Los medicamentos me hinchan, y lasventosidades que me producen hacen que me sientahumillada cuando salgo a la calle. ¿Tengo queandarme con vueltas?

—Soy consciente de lo que sientes respecto delo que le ocurre a tu cuerpo. Siento tu dolor, y asíte lo dije la semana pasada.

—¿Y qué quieres decir con lo de«imperioso»?

—La forma en que me miras y hablas, como siestuvieses pronunciando una sentencia. Me parecióque no te importa en lo más mínimo qué puedenhacerme sentir tus palabras.

Su semblante se oscureció.—En lo que hace a la forma en que te hablé y a

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mi actitud —su voz se transformó en un siseo—,bueno, te lo mereces. Te lo buscaste.

—Lo dices con mucho sentimiento, Naomi —afirmé.

—Es que tus críticas me perturban. Siempreme sentí muy libre aquí. Éste es el lugar dondesiempre pude hablar abiertamente. Y ahora medices que si estoy enfadada, lo mejor es que mecalle la boca. Eso me perturba. No es la manera enque venimos conduciendo esta terapia. Tampoco laforma en que debe llevarse adelante ningunaterapia.

—Nunca dije que debieras callarte la boca.Pero supongo que querrás saber de qué manera meafectaron tus palabras. No creo que tú quieras queyo me calle. Al fin y al cabo, las palabras tienenconsecuencias.

—¿A qué te refieres?—Bueno, las palabras con que comenzaste la

sesión me hacen sentir lejos de ti. ¿Eso es lo que

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quieres?—Explícate mejor. Estás hablando en

acertijos.—El dilema es éste: sé que quieres que yo esté

cerca, que intime contigo; lo dijiste muchas veces.Pero tus palabras me ponen a la defensiva, mehacen sentir que tengo que andarme con cuidadocontigo, no vaya a ser que me muerdas.

—Ahora, todo será distinto aquí —dijo Naomiagachando la cabeza—. Nada volverá a ser igual.

—¿Quieres decir que lo que siento ahora esirrevocable? ¿Qué se endurece, como cemento?Recuerda lo que ocurrió el año pasado cuando tuamiga Marjorie se enfadó contigo porque insistíasen ver cierta película, y el terror que sentiste antela idea de que nunca volvería a hablarte. Pero, dehecho, después de eso intimaron como nunca.Recuerda también que lo que ocurre en estahabitación sirve para lidiar con las cosas porqueaquí imperan reglas que no funcionan en ningún

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otro lado. Me refiero a que es obligatorio seguircomunicándose, ocurra lo que ocurra. Pero, Naomi—proseguí—, me estoy alejando del tema de tuira. Eso que dijiste, que me lo merezco, fuebastante intenso. Te salió de muy adentro.

—Yo misma estoy atónita ante la intensidad demi reacción. La ira… no, fue más que ira, fue furiaque simplemente hizo erupción.

—¿Eso sólo ocurrió aquí, conmigo, o tambiénen otros lugares?

—No, no. No ocurrió sólo aquí, contigo. Surgetodo el tiempo. Ayer, mi sobrina me llevaba almédico y la camioneta averiada de un jardineronos interrumpió el paso. Me enfadé tanto con elconductor que sentía deseos de darle puñetazos.Me puse a buscarlo, pero no lo vi. Y también meenfadé con mi sobrina por detenerse en lugar desortear la camioneta, aun si debía subir su auto alcordón para hacerlo. Ella decía que no había lugar.Insistí, y nos embarcamos en una discusión, al

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punto de que ella bajó del auto y me mostró,midiendo con pasos, que los autos estacionados nonos permitían pasar. Además, el cordón erademasiado alto para subirse a él. Me decía una yotra vez: «Cálmate, tía Naomi, el jardinero sóloestá trabajando. No es que haya averiado suvehículo a propósito. Está tratando de solucionarel problema». Pero yo no podía evitarlo. Me sentíafuriosa con el dueño de la camioneta y no parabade decirme a mí misma: «¿Cómo puede hacermeesto? Éste no es modo de comportarse». Porsupuesto que mi sobrina tenía razón. El conductorregresó enseguida, acompañado de dos ayudantes,y entre los tres empujaron la camioneta paradejarnos pasar. Me sentí avergonzada de ser unavieja cascarrabias. Me encolerizo todo el tiempo:con los camareros, porque no se apresuran atraerme mi té helado; con el empleado delestacionamiento, por lo mucho que tarda enatenderme, al cajero del cine por tomarse tanto

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tiempo para contar el cambio y darme mi entrada,vaya, tardó tanto que podría haber vendido mi autodurante ese lapso.

La hora había transcurrido.—Lamento que terminemos ahora, Naomi. Hoy

surgieron sentimientos muy intensos. Sé que no fueagradable para ti, pero es un trabajo importante.Continuemos la semana próxima. Tenemos quedilucidar juntos qué hace surgir tanta ira.

Naomi asintió, pero me telefoneó al díasiguiente para decir que se sentía demasiadomovilizada como para aguardar una semana más,así que fijamos una sesión para el día siguiente.

Comenzó de una manera inusual:—Tal vez conozcas el poema de Dylan Thomas

que se llama «No entres mansamente»[53].Antes de que pudiera responderle, recitó la

primera línea:

No

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entresmansamenteenesanochequieta,

lavejezdebearderymaldecircuandocaeeldía;

rabia,rabiacontrala

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muertedelaluz.

Aunque,alfin,lossabiossaben

queestábienqueoscurezca,

suspalabrasnoenciendenla

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luz,asíque

noentresmansamenteenesanochequieta.

—Podría proseguir —dijo Naomi—. Lo sé dememoria, pero… —Se interrumpió.

Oh, por favor, por favor sigue, pensé. Habíarecitado las líneas de manera muy bella, y pocascosas que gustan más que oír poesía. Era curiosoque me pagaran por algo tan agradable.

—Esas líneas contienen mi respuesta a tu, onuestra, pregunta acerca de mi ira —continuóNaomi—. Anoche, mientras pensaba en nuestra

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sesión, ese poema me vino a la mente. Es curioso.Llevo años enseñándoselo a mis estudiantes deinglés, pero nunca pensé en el significado de loque dice. O, al menos, no me lo apliqué a mí.

—Creo que sé a qué apuntas, pero preferiríaque lo digas tú.

—Pienso… mejor dicho, estoy absolutamentesegura de que mi rabia proviene de mi situación enla vida. Estoy siendo despojada de todo: micadera, mi función digestiva, mi libido, mi poder,mi oído, mi vista. Estoy débil, estoy indefensa,estoy esperando la muerte. Así que sigo el consejode Dylan Thomas: no voy con mansedumbre.Rabio y maldigo mientras mi día termina. Y sinduda que mis patéticas, impotentes palabras nohacen surgir la luz. No quiero morir. Y supongoque debo de creer que rabiar me servirá de algo.Pero quizá sólo sirva para inspirar buena poesía.

En las siguientes sesiones nos enfocamos en elterror que expresaba su ira. La estrategia de

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Naomi (y la de Dylan Thomas) para enfrentar laansiedad ante la muerte la ayudaba a paliar susensación de disminución e indefensión. Pero notardó en volverse contraproducente cuandoperjudicó su vital sentido de conexión con susseres más cercanos, los que podían ayudarla. Paraser verdaderamente efectiva, la terapia no sólotiene que ocuparse del síntoma visible (en estecaso, la ira), sino también del subyacente temor ala muerte en que éste se origina.

Me arriesgué cuando le dije a Naomi que sumodo era imperioso y le recordé lasconsecuencias de sus palabras. Pero contaba conun amplio margen de seguridad. Veníamosestableciendo una conexión íntima y confiablehacía ya mucho tiempo. Como a nadie le agradaque le dediquen comentarios negativos, quizámenos aún cuando quien los hace es un terapeuta,tomé varios recaudos. Empleé un lenguaje que nola ofendería. Al decir, por ejemplo, que me sentía

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«distante», afirmaba en forma tácita que queríaestar más cerca e intimar, y ¿quién puedeofenderse con eso?

Además, y esto es importante, no hice unacrítica general de su persona, sino que me cuidé desólo comentar conductas puntuales. De hecho, mimensaje fue que, cuando ella se comportaba decierta manera, me hacía sentir de tal y tal otraforma a mí. Y me apresuré a añadir que ello ibacontra sus propios intereses, ya que me parecíaevidente que ella no querría que yo me sintieradistanciado, perturbado o temeroso ante ella.

Observen mi énfasis en la empatia en el casode Naomi. Ello es vital para una relaciónterapéutica eficaz, en la que exista una conexióncon el paciente. Cuando me referí a las ideas deCarl Rogers respecto de la conducta terapéuticaeficaz, enfaticé el papel que desempeña unaempatia precisa por parte del terapeuta, además deuna actitud de valoración positiva y autenticidad.

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Pero el trabajo de empatia es bidireccional. Nosólo debes experimentar el mundo del paciente,sino también ayudarlo a que desarrolle su propiaempatia con los demás.

Un procedimiento eficaz es preguntar: «¿Quécrees que me hace sentir tu comentario?». Por esoes que procuré que Naomi se diera cuenta de quesus comentarios tenían consecuencias. Su primerarespuesta, dictada por su ira, fue «te lo mereces».Pero cuando, más tarde, reflexionó sobre suspalabras, se sintió perturbada tanto por su tonocomo por su contenido virulento. Se inquietó anteel hecho de haberme producido sensacionesnegativas, pues temió que ello hiciera peligrar elseguro espacio de contención que ofrece laterapia.

Autorrevelación del terapeuta

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Los terapeutas deben revelarse a sí mismos,como procuré hacerlo con Naomi. Laautorrevelación del terapeuta es un tema complejoy discutido. Pocas de las sugerencias que les hagoa los terapeutas los inquietan tanto como la de quese muestren tal como son ante sus pacientes. Lospone nerviosos. Hace surgir el espectro de que lospacientes invadan su vida personal. Más adelante,me referiré a esas objeciones en detalle, pero porahora baste con decir que no pretendo que losterapeutas se revelen en forma indiscriminada.Deben hacerlo sólo si lo que revelan puede serlede utilidad al paciente.

Recuerden que la autorrevelación del terapeutano es unidimensional. La discusión del caso deNaomi se centra en la revelación del terapeuta enel aquí y ahora. Pero hay otras dos categorías deautorrevelación del terapeuta: apertura acerca delos mecanismos de la terapia y apertura acerca dela vida personal pasada y presente del terapeuta.

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APERTURA RESPECTO DEL MECANISMO DE LATERAPIA

¿Debemos ser abiertos y transparentesrespecto del modo en que la terapia ayuda? ElGran Inquisidor de Dostoyevski cree que lo que lahumanidad realmente quiere es «magia, misterio yautoridad». De hecho, los primitivos curadores yfiguras religiosas distribuían esos inasibles bienesa manos llenas. Los chamanes eran maestros de lamagia y el misterio. Más tarde, los médicos seataviaron con largas chaquetas blancas, adoptaronun aire de omnisciencia y deslumbraron a suspacientes con impresionantes recetas escritas enlatín. Más recientemente, los terapeutas hanseguido —con su reticencia, sus interpretacionesaparentemente profundas, sus diplomas y retratosde diversos maestros y gurúes colgados de lasparedes de sus consultorios—, manteniéndoseapartados y por encima de sus pacientes.

Incluso hoy, hay terapeutas que sólo les

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proveen a sus pacientes una descripción abreviadadel funcionamiento de la terapia, porque aceptan lacreencia de Freud de que la ambigüedad yopacidad del terapeuta ayudan a consolidar latransferencia. Freud consideraba que latransferencia es importante porque al investigarlase obtiene información invalorable sobre el mundointerior y las experiencias tempranas del paciente.

Sin embargo, yo creo que un terapeuta tienetodo para ganar y nada para perder si se muestratotalmente transparente respecto del proceso de laterapia. Hay abundantes y persuasivasinvestigaciones en terapia individual y de grupoque dejan claro que los terapeutas que preparan asus pacientes para el tratamiento en formaconcienzuda y sistemática obtienen mejoresresultados. En cuanto a la transferencia, creo quees un organismo resistente y sé que crece confuerza incluso a plena luz del sol.

En consecuencia, en lo personal, soy

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transparente respecto del mecanismo de la terapia.Les explico a los pacientes cómo funciona, cuál esmi papel en el proceso y, lo más importante, quédeben hacer para facilitar su propio tratamiento. Sime parece adecuado, no vacilo en recomendarlespublicaciones selectas sobre el tema.

Me empeño en dejar claro mi foco en el aquí yahora e incluso en la primera sesión, le pregunto alpaciente qué le parece nuestro desempeñoconjunto. Hago preguntas como «¿Qué esperas demí?», «¿Te parece que estoy a la altura de esasexpectativas?», «¿Te parece que vamos bien?»,«¿Debemos indagar en lo que sientes sobre mí?».

A continuación, digo algo así: «Verás que hagoesto a menudo. Formulo estas preguntas sobre elaquí y el ahora porque creo que explorar nuestrarelación nos dará información valiosa y precisa.Tú me puedes contar de los temas que surjan contus amigos, tu jefe o tu cónyuge, pero siemprehabrá una limitación: no los conozco, y tú no

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puedes sino darme información que refleja tupropio punto de vista. Todos lo hacemos. Esinevitable. Pero lo que ocurre aquí en elconsultorio es confiable porque ambosexperimentamos la misma información y podemostrabajar sobre ella en forma inmediata». Todos mispacientes han entendido y aceptado estaexplicación.

APERTURA RESPECTO DE LA VIDA PERSONALDEL TERAPEUTA

Algunos terapeutas temen que si abren un pocola puerta de su vida personal, los pacientesquerrán meterse cada día más. «¿Eres feliz?»,«¿Cómo va tu matrimonio?», «¿Y tu vida social?»,«¿Tu vida sexual?».

En mi experiencia, se trata de un temor que notiene fundamento. Aunque insto a mis pacientes aque pregunten lo que quieran, ninguno hapretendido enterarse de detalles íntimos de mi

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vida. Si ello ocurriera, yo responderíaenfocándome en el proceso. Es decir, indagaría enaquello por lo cual el paciente se muestrainsistente o trata de avergonzarme. También en estecaso, les enfatizo a mis alumnos: «Haganrevelaciones personales si ello es útil para laterapia, no porque el paciente te presione o porquetú mismo lo necesitas o porque fijaste reglas quedicen que debes hacerlo».

Aunque tal apertura puede enriquecer laterapia, contribuyendo a su eficacia, es un actocomplejo, como veremos por el relato de unasesión con James, el hombre de cuarenta y seisaños que perdió a su hermano en un accidenteautomovilístico a los dieciséis y al que mencionoen el capítulo 3.

James hace una pregunta difícil

Aunque dos de mis valores más fundamentalesen cuanto terapeuta son la tolerancia y la

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aceptación incondicional, aún tengo misprejuicios. Siento particular rechazo por lacreencias extrañas: terapia áurica, gurúessemidivinos, curanderos, profetas, nutricionistasque defienden postulados no comprobados,aromaterapia, homeopatía y diversas creenciasabsurdas en cosas como viajes astrales, el podercurativo de los cristales, los milagros religiosos,ángeles, feng shui, transmisión de mensajes delmás allá, visión a distancia, levitación meditativa,psicoquinesis, duendes, terapia de vidasanteriores, y ovnis y extraterrestres comoinspiradores de las civilizaciones de laantigüedad, trazadores de patrones en campossembrados y constructores de las pirámidesegipcias.

Así y todo, siempre he creído que soy capaz dedejar mis prejuicios de lado y trabajar concualquiera, sea cual fuere su sistema de creencias.Pero el día que James, con su fervorosa pasión por

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lo paranormal, entró en mi consultorio, me dicuenta de que mi neutralidad terapéutica seenfrentaría con una difícil prueba.

Aunque James no acudió a terapia a causa desus creencias en lo paranormal, algunos aspectosvinculados al asunto surgían en casi todas lassesiones. Valga como ejemplo nuestro trabajosobre el siguiente sueño:

Vuelo por el aire. Voy a visitar a mipadre en la ciudad de México. Planeosobre la ciudad hasta que llego a laventana de su dormitorio. Veo que estállorando y sé sin necesidad depreguntarlo que llora por mí, porhaberme abandonado cuando era niño.A continuación, me encuentro en elcementerio de Guadalajara, donde estásepultado mi hermano. Por algúnmotivo, llamo a mi propio teléfono

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celular y oigo mi mensaje: «Soy JamesG. Estoy sufriendo. Por favor mandenayuda».

Al referirse este sueño, James habló conamargura de su padre, que abandonó a su familiacuando aquél era niño. La última noticia que Jameshabía tenido de él era que vivía en algún lugar dela Ciudad de México. James no recordaba haberrecibido nunca una palabra tierna y paternal ni unregalo de él.

—Bueno —dije después de que discutiéramosel sueño durante unos pocos minutos—, el sueñoparece expresar tu esperanza de ver algo de tupadre, algún indicio de que piensa en ti, de que searrepiente de no haber sido mejor padre. ¡Y tumensaje de pedido de ayuda en el celular! —proseguí—. Lo que me llama la atención es que amenudo mencionas lo mucho que te cuesta pedirayuda. De hecho, la otra semana dijiste que soy la

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única persona a la que le pediste ayuda en formaexplícita. Pero en el sueño te muestras más abiertoa ese respecto. ¿Será que el sueño muestra uncambio? ¿Dice algo acerca de tú y yo? ¿Tal vezsugiere un paralelo entre lo que obtienes, opretendes, de mí y lo que anhelaste recibir de tupadre? También visitaste la tumba de tu hermano.¿Qué piensas de eso? ¿Estás pidiendo ayuda paralidiar con la muerte de tu hermano?

James estuvo de acuerdo en que tratarseconmigo había despertado su percepción yañoranza de lo que nunca recibió de su padre.También dijo que otra cosa había cambiado desdeque comenzó su terapia: ahora, estaba másdispuesto a compartir sus problemas con su esposay su madre. Pero añadió:

—Estás sugiriendo una manera de ver misueño. No digo que no sea la correcta. No digoque no sea útil. Pero yo tengo otra explicación queme parece que es la verdadera. Creo que lo que tú

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llamas sueño no es realmente un sueño. Es unamemoria, un recuerdo de que anoche hice un viajeastral a la casa de mi padre y a la tumba de mihermano.

Cuidé de no poner los ojos en blanco nitomarme la cabeza con las manos. Me pregunté silo de llamar a su propio teléfono celular tambiénsería un recuerdo, pero como tenía la certeza deque tenderle una astuta trampa o sacar a colaciónla diferencia entre nuestras creencias hubiera sidocontraproducente, no dije nada. Más bien, debípasar nuestros meses de terapia conteniéndomepara no expresar mi escepticismo. Traté de entraren su mente e imaginar cómo sería vivir en unmundo de espíritus que revolotean por ahí y viajesastrales, y también procuré explorar de maneradiscreta los orígenes psicológicos y la historia desus creencias.

Más adelante en la sesión, expresó lavergüenza que le causaban beber y ser perezoso, y

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dijo que se sentiría incómodo cuando, en el cielo,se reencontrara con su hermano y sus abuelos.

Al cabo de un par de minutos comentó:—Noté que entornabas los ojos cuando hablé

de reunirme con mis abuelos.—No me di cuenta de que lo hacía, James.—¡Te vi! Y me parece que también lo hiciste

cuando hablé de mi viaje astral. Dime la verdad,Irv, ¿qué pensaste cuando hablé del cielo?

Podría haber eludido su pregunta,refiriéndome, como solemos hacer los terapeutas,al proceso que lo llevó a formularla. Pero decidíque el mejor curso de acción era sercompletamente franco. Era indudable que él habíadetectado mi escepticismo en más de una ocasión.Negar su percepción habría sido antiterapéutico,pues habría puesto en duda su (precisa)apreciación de la realidad.

—James, te diré lo que pueda de lo que pensé.Cuando hablaste de cómo tu abuelo y tu hermano

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saben todo acerca de tu vida actual, me sobresalté.Ésas no son mis creencias. Pero lo que traté dehacer mientras hablabas fue intentar, con todas misfuerzas, sumergirme en tu experiencia, imaginarcómo sería vivir en un mundo habitado porespíritus, un mundo en el que tus parientes muertosconocen tu vida y tu pensamiento.

—¿No crees que hay vida después de lamuerte?

—No. Pero también siento que no son cosassobre las que se pueda afirmar nada con certeza.Me imagino que te brinda un gran consuelo, y estoyde parte de cualquier cosa que ofrezca paz mentaly satisfacción y ayude a vivir una existenciavirtuosa. Pero, en lo personal, no encuentro que laidea de una reunión en el cielo sea creíble.Considero que es una expresión de deseos.

—Entonces, ¿en qué religión crees?—No creo en ninguna religión ni en ningún

dios. Mi visión del mundo es totalmente secular.

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—Pero ¿cómo es posible vivir así, sin normasmorales prefijadas? ¿Cómo puedes encontrar quela vida es tolerable o tiene sentido sin la esperanzade que mejore después de la muerte?

Me empecé a poner incómodo con laconversación. No estaba seguro de que el sesgoque iba tomando fuera a ayudar a James. Aun así,decidí que, de todas maneras, lo mejor eracontinuar siendo franco.

—Lo que me interesa de verdad es esta vida,mejorarla para mí y para los demás. Te diré algoacerca de tu pregunta de cómo puedo encontrarlesentido a la vida sin religión. No creo que elsentido y la moral surjan de la religión. No creoque haya una conexión esencial o, mejor dicho,exclusiva, entre religión, sentido y moral. Creoque vivo una vida satisfactoria y virtuosa. Estoyplenamente consagrado a ayudar a los otros, entreellos tú, a vivir una existencia más satisfactoria.Diría que lo que le da sentido a la vida para mí es

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este mundo humano, aquí mismo, ahora mismo.Creo que lo que le da sentido a mi vida es ayudara los demás a que encuentren lo que la vuelvesignificativa para ellos. Creo que la preocupaciónpor una vida futura puede interferir con unaparticipación plena en ésta.

James parecía tan interesado que seguíadelante, describiendo algunas de mis recienteslecturas de Nietzsche y Epicuro que enfatizabanprecisamente ese punto. Mencioné cómo Nietzscheadmiraba a Cristo, pero consideraba que Pablo ylas autoridades cristianas posteriores habíandiluido su mensaje, negando el sentido de nuestravida en el mundo. De hecho, señalé que Nietzschesentía un gran rechazo por Sócrates y Platónporque desdeñaban el cuerpo, enfatizaban lainmortalidad del alma y se concentraban en lapreparación para la vida futura. Precisamente esascreencias fueron las que desarrollaron losneoplatónicos, transmitiéndolas más tarde a la

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primitiva escatología cristiana.Me detuve y miré a James, suponiendo que

procuraría rebatirme. Pero, ante mi gran asombro,estalló en un repentino llanto. Le alcancé unpañuelo de papel tras otro mientras aguardaba aque sus sollozos se detuvieran.

—Trata de seguir hablándome, James. ¿Quédicen tus lágrimas?

—Dicen: «Hace tanto que espero estaconversación… hace tanto que espero tener unaconversación seria e intelectual sobre las cosasque cuentan». Todo lo que me rodea, toda nuestracultura, la televisión, los juegos de computadora,la pornografía, va dirigido al denominador comúnmás bajo. Todo lo que hago en el trabajo, todas lasminucias de contratos, pleitos y mediaciones endivorcios, es todo dinero, todo mierda, todo nada,todo sin sentido alguno.

Así, lo que influyó a James no fue el contenidosino el proceso, es decir, el hecho de que yo lo

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tomara en serio. Consideró que el hecho de que yocompartiera con él mis ideas y creencias era unadádiva, y nuestras vastas diferencias ideológicasresultaron ser irrelevantes. Estuvimos de acuerdoen diferir; él me trajo un libro sobre ovnis, y yo lepresté uno del escéptico contemporáneo RichardDawkins. Nuestra relación, mi atención y el hechode que lo proveyera de aquello que su padre no ledio resultaron ser los factores cruciales de laterapia. Como dije en el capítulo 3, tuvo una granmejora, pero cuando completó su terapia, suscreencias en lo paranormal continuaban intactas eindiscutidas.

EMPUJADO A LOS LIMITES DE LAAUTORREVELACIÓN

Amelia es enfermera del sistema de saludpública. Tiene cincuenta y un años, es negra,robusta y muy inteligente, aunque tímida. Treinta ycinco años antes de que yo la tratara había sido,

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durante dos largos años, una adicta a la heroína sinhogar y también (para financiar su hábito)prostituta. Creo que cualquiera que la hubiesevisto en las calles de Harlem —una integrante másde la vasta hueste desmoralizada de prostitutasheroinómanas, andrajosas y escuálidas— habríaapostado a que estaba condenada. Sin embargo,gracias a la desintoxicación forzosa sufridadurante seis meses de encarcelamiento, aNarcóticos Anónimos, a un coraje extraordinario yuna feroz voluntad de vivir, Amelia cambió devida y de identidad, se mudó a la costa Oeste ycomenzó una carrera como cantante en clubes. Sutrabajo le permitió pagarse la escuela secundariay, después, completar estudios de enfermería.Durante los últimos veinticinco años se habíadedicado exclusivamente a trabajar en hospicios yrefugios para indigentes y personas sin techo.

En nuestra primera sesión, me enteré de quesufría de un severo insomnio. Lo típico era que la

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despertara una pesadilla, cuyos detalles rara vezrecordaba, pero que tenían que ver con que eraperseguida y corría para que no la mataran.Entonces, surgía en ella tal ansiedad ante la muerteque no podía volver a dormirse. Cuando lasituación se agravó al punto de que temía irse a lacama, buscó ayuda. Al leer mi cuento llamado «Enbusca del soñador»[54], decidió que yo podríaayudarla.

La primera vez que acudió a mi consultorio, sedejó caer en el sillón, diciendo que esperaba noquedarse dormida durante la sesión, pues estabaexhausta, ya que había pasado despierta casi todala noche, recuperándose de una pesadilla. Por logeneral, según dijo, no recordaba sus sueños, peroéste sí.

Estoy acostada, mirando mis cortinas.Están hechas de bandas paralelas decolor rosado-rojizo, y por entre ellas

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entran haces de luz amarilla. Lasbandas rojizas son más anchas que lasfranjas de luz. Pero lo raro es que de lacortina sale música. Oigo la viejacanción de Roberta Flack, Matándomesuavemente, que entra junto a los hacesde luz. Yo solía cantar esta canción enlos clubes de Oakland cuando estabasiguiendo mis estudios secundarios. Enel sueño, me asusto al ver que lamúsica va reemplazando a la luz. Depronto, deja de sonar, y sé que quien laestaba produciendo viene a por mí. Medespierto, muy atemorizada, cerca delas cuatro de la madrugada. No mevolví a dormir.

Las pesadillas y el insomnio no eran los únicosmotivos que la llevaron a terapia. Tenía otroproblema significativo: quería establecer una

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relación con un hombre. Pero aunque habíacomenzado varias, éstas nunca, según dijo,despegaron de verdad.

Durante las primeras sesiones exploré suhistoria, su temor a la muerte y sus recuerdos dehaberle escapado por poco durante sus años deprostituta. Pero percibí una gran resistencia. Noparecía sentir una ansiedad consciente ante lamuerte. Por el contrario, había escogido trabajaren hospicios.

Durante los primeros tres meses de terapia, elmero proceso de hablar conmigo y de compartirpor primera vez los detalles de su vida en la callepareció confortarla, y su sueño mejoró. Se dabacuenta de que seguía soñando, pero no podíarecordar más que breves escenas aisladas.

Su temor a la intimidad se hizo evidente deinmediato en nuestra relación terapéutica. Rara vezme miraba, y yo sentía que entre nosotros se abríaun abismo. Al comienzo de este capítulo, discutí la

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forma en que mis pacientes estacionan. De todosellos, Amelia era la que dejaba más lejos su auto.

Recordando la lección que me enseñó Patricky que discutí en este mismo capítulo, acerca de quelas ideas no son eficaces si no existe una íntimarelación de confianza, decidí trabajar sobre susproblemas de intimidad, enfocándome enparticular en su relación conmigo. Sin embargo,apenas si progresamos hasta la memorable sesiónque paso a describir.

En cuanto Amelia entró en el consultorio, sucelular sonó, y ella me preguntó si podía atender lallamada. Lo hizo y mantuvo una breveconversación referida a un encuentro que debíatener más tarde con alguien. Su modo era tanformal y lacónico que supuse que estaría hablandocon su jefe. Pero en cuanto cortó, me informó queno era su jefe, sino su novio más reciente, conquien se había citado para cenar.

—Tiene que haber alguna diferencia entre el

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modo en que le hablas a él y como lo haces con tujefe —dije—. ¿Qué tal algún término afectuoso?¿Cariño? ¿Amor? ¿Querido?

Me miró como si yo fuese un recién llegado deun universo paralelo y, cambiando de tema, pasó adescribir su reunión, el día anterior, con un grupode Narcóticos Anónimos. Aunque hacía treintaaños que no consumía drogas, cada tanto iba a unencuentro de NA o de Alcohólicos Anónimos. Éstehabía tenido lugar en una parte de la ciudad que lerecordaba mucho el vecindario de Harlem quefrecuentaba durante sus días de adicta y prostituta.Cuando, de camino a la reunión, cruzó unvecindario castigado por las drogas, experimentó,como siempre le ocurría, una extraña añoranza yse encontró estudiando entradas y callejones dondepudiera pasar la noche.

—No es que quiera regresar ahí, doctorYalom.

—Me sigues llamando doctor Yalom aunque yo

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te digo Amelia —la interrumpí—. No parece unaforma equitativa de comunicarse.

—Ya le dije que me dé tiempo. Deboconocerlo mejor. Pero, como le decía, cada vezque voy a estas zonas eh… sórdidas de la ciudad,me veo embargada por sentimientos que no son deltodo negativos. Es difícil describirlos pero… nosé… es como si extrañara.

—¿Como si extrañaras? ¿Y eso qué te parecé,Amelia?

—No estoy muy segura. Le diré qué oigo: unavoz en mi cabeza que dice: «Lo logré». Siempreoigo eso. «Lo logré».

—Pareciera que te estás diciendo: «Estuve enel infierno, regresé y sobreviví».

—Sí, es algo así. Pero también hay algo más.Tal vez le cueste creer esto, pero mi existencia eramucho más simple y fácil cuando vivía en la calle.No tenía que ocuparme de presupuestos yreuniones, ni de entrenar nuevas enfermeras que, al

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cabo de una semana, no pueden más. Ni tampocopensar en autos, muebles, deduccionesimpositivas. Ni preocuparme por qué puedo hacerlegalmente, y qué no, por las personas. Ni besarlesel culo a los doctores. Cuando vivía en las callesde Harlem, sólo tenía que pensar en una cosa. Sólouna: mi próxima dosis de heroína. Y, claro, encuándo vendría el próximo cliente, que mepermitiría pagarla. La vida era simple, al día,sobreviviendo minuto a minuto.

—Tus recuerdos son un poco selectivos a eserespecto, Amelia. ¿Y qué me dices de la mugre, elfrío glacial de dormir en la calle, las botellasvacías, los que no te pagaban, los que te violaban,el hedor de la orina y de la cerveza derramada? Yla muerte que te acechaba a cada paso. Loscadáveres que viste. Tú misma, que estuviste apunto de ser asesinada tres veces. ¿No tomas encuenta todo eso?

—Sí, sí. Ya lo sé, no recuerdo esas cosas. Y

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las olvidaba en cuanto ocurrían. Algún degeneradoestaba a punto de matarme, y, al minuto siguiente,yo regresaba la calle.

—Por cuanto recuerdo, viste cuando tiraron auna amiga tuya desde el techo de un edificio, y túmisma casi fuiste asesinada en tres ocasiones.Recuerdo el aterrador relato de cuando un dementecon un cuchillo te persiguió por el parque, y cómote quitaste los zapatos y corriste descalza durantemedia hora. Sin embargo, después de cada uno deesos episodios regresaste enseguida a tu trabajo.Es como si la heroína apartase todo lo demás de tumente. Incluso el temor a la muerte.

—Es cierto. Como te dije, sólo pensaba en unacosa: mi próxima dosis de heroína. No pensaba enla muerte. No le temía a la muerte.

—Pero ahora la muerte te acosa en sueños.—Sí, es extraño. Como también lo es esta…

nostalgia.—¿El orgullo juega algún papel en esto? —le

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pregunté—. Debes de sentirte orgullosa por haberlogrado salir de ahí.

—Algo de eso hay. Pero diría que no losuficiente. No tengo tiempo libre para reflexionar.Sólo puedo pensar en números y trabajo, y, aveces, también en Hal [su novio]. Y en tratar demantenerme con vida. Lejos de las drogas.

—¿Venir aquí y verme te ayuda a mantenertecon vida? ¿Te mantiene lejos de las drogas?

—Todo me ayuda: mi vida, mi trabajo congrupos, también la terapia.

—Eso no es lo que te pregunté, Amelia. Lo quequiero saber es si yo te ayudo a mantenerte alejadade las drogas.

—Ya le respondí. Dije que ayuda. Que todoayuda.

—Ese añadido de que «todo ayuda»… ¿no tedas cuenta de que diluye las cosas, que nos privade algo, que nos mantiene distanciados? Eludes mipregunta. ¿No puedes tratar de hablar más de lo

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que sientes respecto de mí en lo que va de estasesión? ¿O en la última sesión, o quizá lo quehayas pensado sobre nuestros encuentros durantela semana?

—Oh, no. Otra vez empieza usted con eso.—Te aseguro que es importante, Amelia.—¿Me está diciendo que todos los pacientes

piensan en su terapeuta?—Sí, exacto. Ésa es mi experiencia. Sé que yo

pensaba mucho en mi terapeuta.Amelia estaba encorvada en el sillón,

achicándose como lo hacía cada vez que yollevaba la conversación hacia nosotros, pero ahorase enderezó. Había logrado captar su atención.

—¿Su terapia? ¿Cuándo? ¿Qué pensaba?—Me traté con un buen tipo, psiquiatra, hace

unos quince años. Rollo May. Esperaba con ansiasnuestras sesiones. Me gustaba su amabilidad, queestuviera atento a todo. Me agradaba como vestía,con suéters de cuello alto y un collar indio de

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turquesas. Me agradaba oírlo decir que teníamosuna relación especial porque compartíamos losmismos intereses profesionales. Me encantó queleyera el borrador de uno de mis libros y loelogiase.

Silencio. Amelia permaneció inmóvil. Mirabapor la ventana.

—¿Y tú? —pregunté—. Es tu turno.—Bueno. A mí también me agrada su

amabilidad. —Se avergonzó y desvió la mirada aldecirlo.

—Prosigue. Di más.—Me da vergüenza.—Lo sé. Pero que te dé vergüenza significa

que nos estamos diciendo cosas importantes el unoal otro. Creo que la vergüenza es nuestro objetivo,nuestra presa. Tenemos que trabajar sobre ella, asíque internémonos en el meollo de tu vergüenza.Trata de seguir.

—Bueno, me agradó la ocasión en que me

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ayudó a ponerme el abrigo. También me gustócómo se rió cuando acomodé esa esquina vueltahacia arriba de su alfombra. No puedo entendercómo ver eso no lo incomoda. Podría ordenar unpoco su consultorio. Ese escritorio es undesastre… está bien, está bien, no me desviaré deltema. Recuerdo la ocasión en que el dentista medio un frasco con cincuenta comprimidos de unanalgésico opiáceo y cuánto insistió usted en quese lo entregara. Digo, el dentista lo deja caer en miregazo… ¿usted se cree que lo iba a entregar sinresistirme? Recuerdo cómo, al fin de la sesión,usted retuvo mi mano al despedirse paraimpedirme que saliera corriendo del consultorio.Le diré una cosa: agradezco que no haya puesto enjuego la terapia, que no me haya dado unultimátum, diciendo que si quería seguirtratándome con usted, tenía que darle ese frasco.Otros terapeutas hubieran hecho eso. Y le diréalgo: los habría abandonado. Y a usted también.

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—Me agrada que me digas estas cosas,Amelia. Me conmueve, me alegra. ¿Qué te hanparecido estos últimos minutos?

—Embarazosos, nada más.—¿Por qué?—Porque ahora usted puede burlarse de mí.—¿Alguna vez se burlaron de ti?Entonces, Amelia discutió algunos incidentes

de su infancia y adolescencia en que sufrió burlas.No me parecieron muy llamativos, y me preguntéen voz alta si su vergüenza no surgiría más bien delos días oscuros en que era adicta a la heroína.Como en anteriores ocasiones, no estuvo deacuerdo con mi sugerencia, y afirmó que teníasensaciones de vergüenza desde mucho antes deque comenzara a usar drogas. Luego, adoptando unaire pensativo, se volvió para mirarme de frente ydijo:

—Tengo una pregunta que hacerle.Captó mi atención. Nunca había dicho eso

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antes. No tenía idea de qué esperar, y aguardé,ansioso. Adoro los momentos como ése.

—No estoy muy segura de que usted pueda conesto, pero aquí va. ¿Está listo?

Asentí.—¿Le agradaría que yo me convirtiese en

miembro de su familia? Digo, ya sabe a qué merefiero. En teoría.

Me tomé algún tiempo para pensarlo. Queríaser franco y genuino. La miré: la cabeza erguida,los grandes ojos fijos en mí en lugar de evitarme,como de costumbre. La reluciente piel marrón desu frente y sus mejillas se veía como reciénlavada. Examiné mis sentimientos con cuidadoantes de decir:

—La respuesta es que sí, Amelia. Te considerouna persona valerosa. Y una persona adorable.Siento una gran admiración por la forma en que tesobrepusiste a tu anterior vida y por lo que hicistedesde entonces. De modo que sí, te daría la

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bienvenida a mi familia.Los ojos de Amelia se llenaron de lágrimas.

Tomó un pañuelo de papel y volvió el rostro hastaserenarse. Al cabo de unos segundos dijo:

—Claro que tiene que responder eso. Es sutrabajo.

—¿Ves cómo me apartas, Amelia? Tantaintimidad te pone incómoda, ¿no?

La sesión llegaba a su fin. Llovía a cántaros yAmelia se dirigió a la silla donde había dejado suimpermeable. Lo tomé y se lo ofrecí para que se lopusiese. Se encogió y adoptó una expresión deincomodidad.

—¿Ve? —dijo—. ¿Ve? A eso me refería. Seestá burlando de mí.

—Nada más lejos de mí, Amelia. Pero mealegro de que lo hayas dicho. Es bueno expresarlas cosas. Me gusta tu franqueza.

Al llegar a la puerta, se volvió hacia mí y dijo:—Quiero un abrazo.

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Eso sí que era inesperado. Me agradó que lodijese y la abracé, sintiendo su calidez y sutamaño.

Cuando descendía los peldaños de la entradale dije:

—Hoy hiciste un buen trabajo.Oí sus pasos sobre la grava del sendero, y

entonces, sin volverse por completo, me dijo porencima del hombro:

—Tú también hiciste un buen trabajo.

Entre los temas que surgieron en esta sesiónestaba la extraña añoranza que sentía por suantigua vida de adicta. Su explicación de quequizás anhelase una vida simple nos remite a lasprimeras líneas del presente libro y al pensamientode Heidegger, quien afirma que cuando uno sesumerge en lo cotidiano les vuelve la espalda a losasuntos más profundos y al autoexamen incisivo.

Mi incursión en el aquí y ahora desplazó

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diametralmente el eje de nuestra sesión. Ella senegó a compartir sus sentimientos conmigo, eincluso evitó responder cuando le pregunté:«¿Venir aquí y verme te ayuda a mantenerte convida? ¿Te mantiene lejos de las drogas?». Decidícorrer el riesgo de compartir con ella missentimientos hacia mi terapeuta.

Ese ejemplo la ayudó a arriesgarse e indagaren un nuevo terreno. Reunió el valor paraformularme una pregunta asombrosa, una preguntasobre la que reflexionaba desde mucho tiempoatrás: «¿Le agradaría que yo me convirtiese enmiembro de su familia?». Y, por supuesto, debíenfrentarla con la mayor seriedad. Sentía un granrespeto por ella, no sólo porque logró salir delpozo de la adicción a la heroína, sino por la formaen que vivía a partir de entonces, llevando unaexistencia moral dedicada a ayudar y confortar alos demás. Le respondí con franqueza.

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Ésa fue una de las muchas sesiones quededicamos a explorar su temor ante la intimidad.Fue una sesión memorable, y la evocamos amenudo. En nuestro trabajo subsiguiente, Ameliareveló mucho más acerca de sus temores másoscuros. Comenzó a recordar muchos más sueños,así como también el horror de sus años de vida enlas calles. Inicialmente, sus memoriasincrementaron su ansiedad —esa ansiedad queantes disolvía con heroína—, pero en últimainstancia este proceso le sirvió para derribar loscompartimientos interiores que la separaban de símisma. Cuando finalizamos la terapia, habíapasado un año sin pesadillas ni terrores nocturnosa la muerte; y, tres años más tarde, tuve el placerde asistir a su boda.

AUTORREVELACIÓN COMO MODELO

El momento en que el terapeuta se revela y el

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grado en que debe hacerlo son cosas que sóloenseña la experiencia. Debe recordarse que elpropósito de esa revelación siempre es facilitar lalabor terapéutica. Revelarse en una etapademasiado temprana puede desalentar o asustar alpaciente que necesite tiempo para comprender quela terapia es un ámbito seguro. La revelación porparte del terapeuta engendra la revelación porparte del paciente.

Un ejemplo de esta apertura del terapeutaaparece en una carta publicada en una recienteedición de una revista de psicoterapia[55]. El autorde la carta describe un evento ocurrido haceveinticinco años. En una sesión de terapia grupal,notó que el orientador (Hugh Mullen, un conocidoterapeuta) no sólo se reclinaba confortablementeen su asiento, sino que mantenía los ojos cerrados.El autor de la carta le preguntó a Mullen:

—¿Por qué estás tan relajado hoy, Hugh?—Porque estoy sentado junto a una mujer —

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respondió de inmediato éste.En ese momento, el interlocutor de Mullen

consideró que la respuesta de éste había sido, pordecir lo menos, extraña, al punto de que sepreguntó si haría bien en continuar en ese grupo.Sin embargo, se fue dando cuenta poco a poco deque la manera en que este orientador compartía sintemor sus sentimientos y fantasías con losintegrantes del grupo era maravillosamenteliberadora para ellos.

Este único comentario tuvo un gran poder depropagación por ondas concéntricas. Ejerció talimpacto en la carrera terapéutica del autor de lacarta que éste, veinticinco años después delepisodio, quiso mostrar su agradecimientocompartiéndolo con los lectores de la revista.

Los sueños: el camino real alaquí y ahora

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Los sueños son extraordinariamente valiosos yes una pena que muchos terapeutas, en especial alcomienzo de sus carreras, los dejen de lado. Paraempezar, es infrecuente que los terapeutas de lasnuevas generaciones sean entrenados para trabajarcon los sueños. De hecho, muchos programas depsicología clínica, psiquiatría y apoyo nomencionan en absoluto el valor de los sueños parala terapia. Sin formación, los jóvenes terapeutas sesienten frustrados ante la naturaleza misteriosa delos sueños, ante la compleja y difícil literaturasobre su simbolismo e interpretación, y por eltiempo que lleva tratar de interpretar todos losaspectos de un sueño.

Trato de llevar a los jóvenes terapeutas haciael trabajo con los sueños instándolos a nopreocuparse con la interpretación. ¿Un sueño quese entiende plenamente? ¡Olvídalo! No existe. Elsueño de Irma, descrito en La interpretación de lossueños (1900), la obra maestra de Freud, y que es

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el que éste se esforzó más por interpretarplenamente, es fuente de controversia hace ya másde un siglo, y muchos distinguidos clínicos siguenpostulando distintas opiniones sobre susignificado.

Les digo a mis estudiantes que piensen en lossueños de manera pragmática. Que los considerenmeramente como una rica fuente de informaciónsobre personas, lugares y experiencias quepasaron por la vida del paciente. Además, laansiedad ante la muerte aflora en muchos sueños.Mientras que la mayor parte de los sueños tratande mantener dormido al soñador, las pesadillasson sueños en que la desnuda ansiedad ante lamuerte se escapa de su corral y aterra y despierta aquien sueña. Otros sueños, como dije en elcapítulo 3, anuncian una experiencia de despertar.Transmiten mensajes de las partes profundas de laconciencia, que están en contacto con los hechosexistenciales de la vida.

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Por lo general, los sueños más fructíferos parael proceso de terapia son las pesadillas, lossueños recurrentes o poderosos, sueñosimpresionantes que quedan grabados en elrecuerdo. Cuando un paciente trae varios sueños auna sesión, encuentro que, por lo general, el másreciente o vivido es el que brinda asociacionesmás esclarecedoras. Hay en nosotros una poderosafuerza inconsciente que pugna por ocultar losmensajes de los sueños de maneras ingeniosas.Los sueños no sólo contienen símbolos oscuros yotros recursos de ocultamiento, sino que, además,son evanescentes. Los olvidamos, e incluso cuandolos anotamos, no es raro que olvidemos llevarnuestras notas a nuestra próxima sesión de terapia.

Los sueños son tan ricos en representacionesde imágenes inconscientes que Freud los llamó lavia regia —el camino real— al inconsciente. Pero,lo que es más importante para la presente obra,también son el camino real para comprender la

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relación paciente-terapeuta. Les presto especialatención a los sueños que contienenrepresentaciones de la terapia o del terapeuta. Porlo general, con el avance de la terapia, los sueñosque tratan de ella se hacen más frecuentes.

Debe recordarse que los sueños son casitotalmente visuales. De alguna manera, la menteles atribuye imágenes visuales a conceptosabstractos. Así, la terapia suele aparecer como unviaje, o como obras de reparación en la propiacasa, o un viaje de descubrimiento en que unoencuentra habitaciones en desuso y desconocidasen la propia casa. Por ejemplo, el sueño de Ellen,descripto en este capítulo, representaba suvergüenza bajo el disfraz de sangre menstrual queempapaba sus ropas en mi cuarto de baño. Sudesconfianza ante mi capacidad era representadapor el hecho de que yo no iba a ayudarla puesestaba ocupado hablando con otras personas. Elsiguiente ejemplo ilustra un tema importante para

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los terapeutas que tratan a pacientes que sufren deansiedad ante la muerte: la mortalidad delterapeuta.

UN SUEÑO ACERCA DE LA VULNERABILIDAD DELTERAPEUTA: JOAN

A los cincuenta años de edad, Joan acudió aterapia por su persistente miedo a la muerte ypánicos nocturnos. Llevaba trabajando variassemanas seguidas sobre estos temas cuando, unanoche, este sueño la despertó.

Estoy con mi terapeuta (estoy segurade que eres tú, aunque no se te parecemucho) y juego con unos bizcochos quehay sobre una gran bandeja. Tomó unpar de ellos y les mordisqueo un ánguloa cada uno antes de romperlos enmigas que mezclo con mis dedos.Entonces, el terapeuta toma el plato y

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se traga todas las migajas y bizcochosde un bocado. Al cabo de unos minutos,cae de espaldas, enfermo. Cada vezestá más enfermo y comienza aadquirir un aspecto siniestro. Le crecenlargas uñas verdes, sus ojos adquierenun aspecto fantasmal y sus piernasdesaparecen. Larry [el marido de lapaciente] entra y lo ayuda y consuela.Lo hace mucho mejor que yo. Estoyparalizada. Me despierto con elcorazón latiendo con fuerza y paso lassiguientes dos horas obsesionada conla muerte.

—¿Qué ideas te suscita este sueño, Joan?—Bueno, los ojos fantasmales y lo de las

piernas me trajeron cosas a la memoria.Recordarás que hace unos meses visité a mimadre, que había sufrido un accidente

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cerebrovascular. Estuvo en coma por una semanaantes de morir. Poco antes del fin, sus ojos seentreabrieron, dándole un aspecto «fantasmal». Ymi padre sufrió un grave accidente cerebral haceveinte años y perdió el uso de sus piernas. Pasósus últimos meses en silla de ruedas.

—Dices que pasaste un par de horas pensandoobsesivamente en la muerte cuando despertaste deese sueño. Cuéntame todo lo que recuerdes de esasdos horas.

—Es lo mismo que te digo siempre: mi terrorde sumirme en la negrura para siempre, y tambiénuna gran aflicción al pensar que mi familia ya nopodrá contar conmigo. Creo que eso es lo que meatormentaba anoche. Antes de irme a dormir mequedé mirando viejas fotos familiares y pensé quemi padre, aunque era terrible con mi madre yconmigo, también había tenido una existencia. Fuecasi como si me diera cuenta de ello por primeravez. Quizá ver esas fotos de mi padre me hizo

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entender que, a pesar de todo, dejó huellas, notodas malas. Sí, la idea de dejar huella ayuda. Meconforta ponerme la vieja bata de mi madre, queaún uso, y también ver que mi hija conduce elviejo Buick de mi madre.

Continuó:—Aunque eso de que los grandes pensadores

lidiaron con esta misma cuestión me es de algunaayuda, a veces las ideas no alcanzan para aplacarel terror. El misterio es demasiado aterrador. Lamuerte es una oscuridad tan desconocida, tanimposible de conocer.

—Sin embargo, cuando te vas a dormir por lanoche, experimentas un anticipo de la muerte.¿Sabías que, en la mitología griega, Hipnos yTánatos, sueño y muerte, son gemelos?

—Tal vez sea por eso que me resisto a irme adormir. Que yo deba morir es una barbaridad, unainjusticia.

—Todos nos sentimos así. Al menos yo lo

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hago. Pero así es la existencia. Así somos losseres humanos. Así es todo lo que vive… o hayavivido alguna vez.

—Aun así, es injusto.—Todos, tú, yo, somos parte de la naturaleza,

con toda su indiferencia, su ausencia de justicia oinjusticia.

—Lo sé. Ya sé todo eso. Pero entro en unestado mental infantil, como si descubriera esasverdades por primera vez. Es como si cada vezfuese la primera. Ya sabes que no puedo hablar asícon nadie más. Creo que tu disposición aacompañarme a cada paso me está ayudando demaneras de las que nunca te hablé. Por ejemplo,estoy progresando en mi trabajo.

—Me alegra oírlo, Joan. Sigamos trabajando.Regresemos al sueño —dije—. En el sueño, yo note acompañaba, sino que comenzaba adesintegrarme. ¿Qué intuiciones tienes respecto delos bizcochos y el modo en que afectaban mis ojos

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y piernas?—Bueno, yo sólo los mordisqueaba y después

revolvía las migajas y jugaba con ellas. Pero tútomaste la bandeja y te tragaste todo, y mira lo quete ocurrió. Creo que mi sueño refleja unapreocupación de que yo pueda ser demasiado parati, que te exijo demasiado. Yo apenas mordisqueoeste tema atemorizante, pero tú te zambulles en éluna y otra vez… y no sólo conmigo sino tambiéncon tus otros pacientes. Supongo que me preocupatu muerte, el que vayas a desaparecer como mispadres, cómo todos.

—Bueno, eso va a suceder algún día. Sé que tepreocupas porque soy viejo, y porque voy a morir,y por el efecto que me pueda producir que mehables de la muerte. Pero yo estoy comprometido aseguir acompañándote mientras me sea físicamenteposible. No eres una carga para mí. Por elcontrario, me es muy importante que me confíes tuspensamientos más íntimos. Aún tengo piernas y los

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ojos me funcionan.La preocupación de Joan acerca de la

posibilidad de arrastrar a su terapeuta a su propiadesesperación tiene alguna validez. Los terapeutasque no han lidiado con su propia mortalidad bienpueden sentirse abrumados por la ansiedad a eserespecto.

LA PESADILLA DE LA VIUDA: CAROL

Los pacientes no sólo se preocupan por laposibilidad de que estén abrumando a su terapeuta,sino que en última instancia, como lo muestra elsueño de Carol, se enfrentan con los límites de loque aquél puede hacer.

Carol, una viuda de sesenta años, había estadocuidando de su anciana madre desde que su maridohabía muerto, cuatro años atrás. En el transcursode nuestra terapia, su madre murió, y, como noquería vivir sola, Carol decidió irse a vivir con suhijo y sus nietos a otro estado. En una de nuestras

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últimas sesiones, me contó este sueño:

Hay cuatro personas —yo, uncarcelero, una presa y tú— que vamoshacia un lugar seguro. Nosencontramos en la sala de estar de lacasa de mi hijo. Es segura y tienebarrotes en las ventanas. Tú salesdurante un momento, quizá porque vasal baño. De pronto, un disparo rompela ventana y mata a la presa. Regresasy, al verla caída, tratas de ayudarla.Pero muere tan deprisa que no tienestiempo de hacer nada por ella, nisiquiera de hablarle.

—¿Qué sentimientos te produjo este sueño,Carol?

—Era una pesadilla. Desperté asustada, con elcorazón palpitando de tal manera que la cama se

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sacudía. No me pude volver a dormir por muchotiempo.

—¿Cuál es el elemento más notable del sueño?—La intensa protección, tanta como es

posible. Tú estabas ahí, también había uncarcelero y barrotes en la ventana. Pero a pesar detoda esa protección, nadie pudo salvarle la vida ala presa.

En nuestra ulterior discusión del sueño, Caroldijo que sentía que su núcleo, su mensaje vital, eraque su propia muerte, como la de la presa, nopodía ser evitada. Sabía que en su sueño era ellamisma, pero también la presa. Aparecer porpartida doble en un sueño es un fenómeno habitual.De hecho, el fundador de la terapia guestáltica,Fritz Perls, consideraba que cada individuo uobjeto físico de un sueño representaba algúnaspecto del soñador.

Ante todo, el sueño de Carol desmentía el mitode que yo la protegería siempre de algún modo. El

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sueño tenía muchos aspectos intrigantes; porejemplo, que sus problemas con la imagen de símisma se vieran representados en su dobleidentidad como presa, o que su vida con su hijoevocara la imagen de ventanas con barrotes. Perodado que el fin de la terapia era inminente, escogíenfocarme en nuestra relación, en particular en loslímites de lo que yo podía ofrecer. Carol se diocuenta de que lo que el sueño le decía era que, aunsi no se mudaba a lo de su hijo y proseguíavinculada a mí, yo no podría protegerla de lamuerte.

Pasamos nuestras tres últimas sesionestrabajando sobre las implicaciones de estarevelación. Ello no sólo le hizo más fácil finalizarsu tratamiento conmigo, sino que le sirvió deexperiencia de despertar. Entendió como nunca lohabía hecho los límites de lo que le podían dar losdemás. Aunque la conexión puede paliar el dolor,no puede hacer desaparecer los aspectos más

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dolorosos de la condición humana. Estapercepción le dio una fuerza que podría llevarconsigo dondequiera que viviese.

DIME QUE LA VIDA NO ES SOLO UNA MIERDA:PHIL

Finalmente, el ejemplo de un sueño queilumina aspectos de la relación terapeuta-paciente.

Eres un paciente que está muy enfermoen un hospital y yo soy tu médico. Peroen lugar de cuidarte, yo no hago másque preguntarte, con muchainsistencia, si tuviste una vida feliz.Quiero decirte que la vida no es sólouna mierda.

Cuando le pregunté a Phil, un hombre deochenta años aterrado por la muerte, qué pensabadel sueño, respondió de inmediato que sentía que

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me chupaba la sangre, me exigía demasiado.Representa esa preocupación con una narrativa enla que, aunque el enfermo soy yo y él es el médico,sus necesidades son lo más importante, por lo queinsiste en pedirme algo. Está desesperado por sumala salud y porque todos sus amigos murieron oestán inválidos, y quiere que yo le dé esperanza aldecirle que la vida no es sólo una mierda.

Inspirado por el sueño, me preguntódirectamente:

—¿Soy una carga demasiado pesada para ti?—Todos acarreamos la misma carga —le

respondí— y aunque tu enfrentamiento con elgusano que está en el corazón de la manzana [unametáfora para la muerte que ya habíamos usado] espesado, me resulta esclarecedor. Espero conansias nuestras sesiones, y ayudarte a recuperar tuentusiasmo y reconectarte con la sabiduría que tedio tu experiencia de vida es lo que le da sentido ala mía.

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Comencé el presente libro observando que laansiedad ante la muerte rara vez figura en eldiscurso de la psicoterapia. Los terapeutas evitanel tema por diversas razones: niegan la existenciao la relevancia de la ansiedad ante la muerte;afirman que ésta es, en realidad, ansiedad acercade alguna otra cosa; pueden temer hacer surgir suspropios temores; o la mortalidad les producedemasiada perplejidad o desesperanza.

Con la presente obra, espero haber logradotransmitir que es necesario y posible enfrentar yexplorar todos los temores, incluso los másoscuros. Pero necesitamos nuevas herramientas:nuevas ideas y un nuevo tipo de relación terapeuta-paciente. Sugiero que prestemos atención a lasideas de los grandes pensadores que enfrentaron ala muerte con franqueza y que construyamos unarelación terapéutica basada en los hechosexistenciales de la vida. Todos estamos destinadosa enfrentar tanto la alegría de la vida como el

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temor a la muerte.La veracidad, tan crucial para que una terapia

sea efectiva, toma una nueva dimensión cuando elterapeuta lidia con franqueza con los problemasexistenciales. Debemos dejar de lado hasta elúltimo vestigio de un modelo médico que suponeque esos pacientes sufren de una extraña dolenciay que requieren un curador desapasionado,inmaculado e intocable. Todos enfrentamos unmismo terror: la herida de la mortalidad, el gusanoque roe el corazón de la existencia.

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Epílogo

La máxima de La Rochefoucauld. —Le soleil ni lamort se peuvent regarder en face— que cito enuna de las primeras páginas refleja la creenciapopular de que mirar al sol o a la muerte causadaño. No le recomendaría a nadie que mirase elsol, pero lo de mirar a la muerte es otra cosa. Quehay que mirarla plenamente y sin dudar es elmensaje de este libro.

La historia está colmada de ejemplos de lasdiversas maneras en que negamos la muerte.Sócrates, por ejemplo, el ferviente partidario deexaminar la vida a fondo, afirmó, cuando estabapor morir, que se sentía agradecido por verse librede «la estupidez del cuerpo». Tenía la certeza deque pasaría la eternidad conversando con otrosinmortales.

La psicoterapia contemporánea, tan dedicada a

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la autoindagación crítica, que tanto insiste en queexcavemos los niveles más hondos de nuestraconciencia, también evita examinar el temor a lamuerte, ese factor fundamental y omnipresente debuena parte de nuestra vida emocional.

Experimenté esa evasión de primera mano conmis amigos y colegas. Por lo general, cuando estoyescribiendo algo, mantengo largas conversacionessociales al respecto. Pero esta vez no fue así. Misamigos suelen inquirir sobre mis trabajos en curso.Cuando ello ocurría y yo les respondía que estabaescribiendo sobre cómo sobreponerse al terrorante la muerte, la conversación se terminaba ahí.Con pocas excepciones, nadie preguntaba mássobre el proyecto, y no tardábamos en pasar a otrotema.

Creo que debemos enfrentar a la muerte talcomo lo hacemos con otros temores. Debemoscontemplar nuestro inevitable fin, familiarizarnoscon él, diseccionarlo y analizarlo, razonarlo y

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descartar toda idea distorsionada e infantil sobrela muerte.

No demos por sentado que enfrentar la idea dela muerte es demasiado doloroso, que pensar enella nos destruirá, que debemos negar latransitoriedad para que esa verdad no vuelvainsoportable nuestras vidas. Tal negación no esgratuita: empobrece nuestra vida interior, nublanuestra visión, embota nuestra racionalidad. Enúltima instancia, el autoengaño siempre terminapor cobrarse su precio.

Enfrentar a la muerte siempre nos produciráansiedad. La siento mientras escribo estaspalabras. Es el precio de la autoconciencia. Es poreso que, a veces, empleé deliberadamente lapalabra «terror» (y no «ansiedad»). Lo que quierotransmitir es que el crudo terror a la muerte puedeser convertido en una ansiedad manejable. Mirar ala muerte a la cara, acompañados por alguien quenos oriente no sólo aplaca el terror, sino que

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vuelve a la existencia más rica, intensa y vital.Trabajar con la muerte nos enseña sobre la vida.Con ese propósito me enfoqué en el modo dedisminuir el terror ante la muerte y también en lamanera de identificar y aprovechar lasexperiencias de despertar.

Mi intención no es que éste sea un librosombrío. Más bien, mi esperanza es que al aceptar,aceptar de verdad, la condición humana —nuestrafinitud, lo breve del tiempo de luz que nos toca—no sólo entenderemos que cada momento esprecioso y disfrutaremos del puro placer de ser,sino que aumentaremos nuestra compasión paracon nosotros mismos y los demás seres humanos.

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IRVIN D. YALOM. Psiquiatra y escritorestadounidense, hijo de inmigrantes rusos y deorigen judío, Irvin D. Yalom nació en Washington,DC el 13 de junio de 1930. Vivió en un barrio deescasos recursos en Nueva York, se graduó enmedicina en la Universidad de Boston en 1956,completó su internado en el Mount Sinai Hospitalen Nueva York y su residencia en el Hospital JohnHopkins en 1960, donde desarrolló suespecialidad como psiquiatra. Después de servir

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por dos años en el Tripler General Hospital deHonolulu empezó su carrera académica en laStanford University.

Ha escrito numerosos libros sobre terapiaexistencial y novelas que mezclan diversastemáticas en torno a la filosofía, el ejercicioterapéutico y la ficción, entre los cuales sedestacan: Psicoterapia Existencial (1980),Verdugo del amor (1989), El día que Nietzschelloró (1992), El don de la terapia (2005), Un añocon Schopenhauer (2005) y su última novela Elenigma Spinoza (2012).

Actualmente reside con su esposa Marilyn en PaloAlto, California, es profesor emérito dePsiquiatría en la Universidad de Stanford ycodirige el Irvin D. Yalom Institute ofPsychotherapy.

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Notas

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[1] ¿Por qué no seguir el consejo?…, AdolphMeyer, citado por Jerome Frank, comunicaciónpersonal, 1979.<<

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[2] Oculta y disfrazada, aflora en una variedad desíntomas… Existe un amplio y activo campo deinvestigaciones sobre la ansiedad ante la muerte(muchas de ellas realizadas por exponentes de la«Teoría del manejo del terror») que demuestran laubicuidad de la ansiedad ante la muerte y su vastainfluencia sobre la autoestima, así como sobre unagama extraordinariamente amplia de rasgos depersonalidad, creencias y conductas y, también,sobre la tenacidad de la propia visión cultural delmundo y supuestos validantes. Véanse, entre otros,Solomon, S.; Greenberg J. y Pyszczynski, T.,«Pride and Prejudice: Fear of Death and SocialBehavior», Current Directions in PsychologicalScience, 2000, 9 (6), 200-204; Pyszczynski, T.;Solomon, S. y Greenberg, J., In the Wake of 9/11:The Psychology of Terror, Washington, D. C.,American Psychological Association, 2002. <<

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[3] El novelista existencialista checo MilanKundera sugiere… Citado en Roth, P., Shop Talk:a Writer and His Colleages and Their Work,Boston, Houghton Mifflin, 2001, p. 97<<

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[4] Si se lee ese texto con atención… Para másdetalles, léase mi introducción a una ediciónreciente de Studies on Hysteria, de S. Freud, y J.Breuer (ed. y trad, de J. Strachey), Nueva York,Basic Books, 2000 (publicado originariamente en1895). [Estudios sobre la histeria, Obrascompletas, Buenos Aires, Amorrortu, 1976].<<

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[5] Dijo que había dos motivos para ello… Freud,S., Inhibitions, Symptoms, and Anxiety (ed. y trad,de J. Strachey), Londres, Hogarth Press, 1936(publicado originariamente en 1926). [Inhibición,síntomas y ansiedad, Obras completas, t. II,Buenos Aires, Amorrortu, 1976].<<

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[6] Freud trató sobre la muerte en formaconmovedora… Freud, S., «Thoughts for the Timeof War and Death: Our Attitudes Towards Death»,Collected Papers of Sigmund Freud, vol. 4.Londres, Hogarth Press, 1925; véase tambiénYalom, I. D., Existencial Psychotherapy, NuevaYork, Basic Books, 1980, págs. 64-69.[Psicoterapia existencial, Buenos Aires, Paidós,2000].<<

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[7] Pero su «des-mortización», en palabras deRobert Jay Lifton, de la muerte… Lifton, R. J.,The Broken Connection, Nueva York, Simon& Schuster, 1979.<<

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[8] De hecho, podría argüirse… Spiegel, D., «Manas Timekeeper: Philosophical andPsychotherapeutic Issues», American Journal ofPsychoanalysis, 1981, 41 (5), 14.<<

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[9] Decirle a un paciente que medite junto a unatumba… Freud y Breuer, Studies on Hysteria, op.cit.<<

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[10] La dicotomía entre ideas y relaciones humanasque trazó la sinergia necesaria entre ideas yconexión humana es el tema central de mi novelaThe Schopenhauer Cure; Nueva York, HarperCollins, 2005. [Un año con Schopenhauer,Buenos Aires, Emecé, 2005].<<

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[11] Se trató más bien de una terapia de choqueexistencial… En la literatura psiquiátrica, talesexperiencias suelen denominarse «experienciaslímite», traducción del término analíticoexistencial alemán Grenzsituationen, que significa«límites o fronteras humanas». Pero el términolímite es problemático en la terapiacontemporánea, pues se refiere fundamentalmenteal marco, es decir, a los límites de la relaciónterapéutica y el evitar las relaciones que no losean. Por eso, propongo el término experiencia dedespertar.<<

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[12] Muchos informaron de una disminución…Yalom, I. D., Existencial Psychotherapy, NuevaYork, Basic Books, 1980, pág. 160. [Psicoterapiaexistencial, op. cit. ].<<

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[13] En nuestra siguiente sesión, le leí en vozalta… Tolstoi, Ana Karenina. Nueva York,Modem Library, 2000, pág. 168 (publicadooriginariamente en 1877).<<

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[14]… un tema de gran importancia… Estaconclusión está sustentada por una tesis doctoralque confirma una relación inversa entre laansiedad ante la muerte y la satisfacción con lavida. En otras palabras, cuanto menor es lasatisfacción con la vida, mayor será la ansiedadante la muerte. Godley, C., Death Anxiety,Defensive Styes, and Life Satisfaction, tesisdoctoral, Universidad Estatal de Colorado, 1994.<<

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[15] También lo hizo Zorba el griego…Kazantzakis, N., Zorba the Greek, Nueva York,Simon & Schuster, 1952 (publicadooriginariamente en 1946). [Zorba, el griego,Buenos Aires, Lohlé-Lumen, 1997].<<

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[16] Sartre, en su autobiografía… Sartre, J. P., TheWords, Nueva York, Vintage Books, 1981 pág. 198(publicado originariamente en 1964). [Laspalabras, Buenos Aires, Losada, 1965].<<

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[17] Estoy en el porche cerrado… Describí estesueño en Yalom, I. D., Momma and the Meaningof Life, Nueva York, Basic Books, 1999, pág. 138.[Mamá y el sentido de la vida, Buenos Aires,Emecé, 2000].<<

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[18] De los muchos que han reformulado esteargumento… Nabokov, V. Speak, Memory, NuevaYork, Putnam, pág. 19 [Habla, memoria,Barcelona, Anagrama, 1998]. (Publicadooriginariamente bajo el título de ConclusiveEvidence [Evidencia concluyente]), 1951.<<

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[19] Freud plantea… Freud, «About Transience»,Standard Edition of the Complete PsychologicalWorks of Sigmund Freud (trad. y ed. de J.Strachey), vol. 14, Londres, Hogarth Press, 1955,págs. 304 (publicado originariamente en 1915).[«La transitoriedad», Obras completas, t. XIV,Buenos Aires, Amorrortu, 1986].<<

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[20] Nietzsche, el más grande de los aforistas…Nietzsche, F., Human, All Too Human, vol. 2,Cambridge, Cambridge University Press, 1986,pág. 250 (publicado originariamente en 1878).[Humano, demasiado humano, Madrid, Edaf,1990].<<

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[21] En Grendel, la maravillosa novela de JohnGardner… Gardner, J. Grendel, Nueva York,Vintage Press, 1989, pág. 133 (publicadaoriginariamente en 1971).<<

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[22] Trata de leerlas tú en voz alta: La idea delexperimento intelectual del eterno retorno sedesarrolla plenamente en Así hablaba Zaratustra,pero esta cita es de una obra anterior: Nietzsche,F., The Gay Science (trad, de W. Kaufman), NuevaYork, Vintage Books, 1974, pág. 273 (publicadaoriginariamente en 1882). [La gaya ciencia,Madrid, Edaf, 2003].<<

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[23] Nietzsche decía que dos de sus aforismos eran«de granito»: Nietzsche, F., Thus SpokeZarathustra [Así hablaba Zaratustra, Madrid,Edaf, 1982], Nueva York, Penguin Books, 1969(publicado originariamente en 1891).<<

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[24] Algunos rechazan el préstamo de la vida:Rank, O., Will Therapy and Truth and Reality,Nueva York, Knopf, 1945, pág. 126 (publicadooriginariamente en 1930).<<

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[25] Otto Rank propuso una dinámica útil… Rank,op. cit págs. 119-133.<<

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[26] Esta formulación es la columna vertebral…Brecker, E., The denial of Death, Nueva York,Free Press, 1973.<<

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[27] Para las personas así, encuentro útil…Schopenhauer, A., «What a Man Is», «What a ManHas» y «What a Man Represents». [«Qué es elhombre», «Qué tiene el hombre» y «Quérepresenta el hombre». ]Parerga y Paralipomena,vol. 1, Oxford, Oxford University Press, 1974,págs. 323-403 (publicado originariamente en1851). [Parerga y Paralipomena, Madrid, Trotta,2006].<<

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[28] La confirmación de esto se ve en todaspartes… Lambert, C., «The Science ofHappiness», Harvard, enero/febrero2007.www.harvard magazine.com/on-line/010783.html<<

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[29] Hasta los dioses griegos huían,atemorizados… Véase, por ejemplo, el discursode Artemis al final de Hipólito, de Eurípides.<<

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[30] Como escribió William James… James, W.,The Principles of Psychology, vol. 1, Nueva York,Henry Holt, 1893, pág. 293. [Principios depsicología, México, Fondo de Cultura Económica,1989].<<

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[31] O en la cultura campesina china… Yardley,J., «Dead Bachelors in Remote China Still FindWives», New York Times, 5 de octubre de 2006,www.nytimes.com/2006/10/05/world/asia/05china.html?ex=1 180 065 600&en=3873c0b06f9d3e41&ei=5070<<

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[32] Un reciente estudio indica… Fox, S. yFallows, D., Internet Health Resources. 2003,http://www.hetinitiative.org/sub-resources/ ehl-studentresearchthorndike.html; Pew InternetAmerican Life Project:http://www.pewinternet.Org/PPF/r/95/report_display.<<

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[33] Hay investigaciones que demuestran que losgrupos… Spiegel, D.; Bloom, J. R. y Yalom, I. D.,«Group Support for Patients with MetastaticCancer: a Randomized Prospective OutcomeStudy», Archives of General Psychiatry, 1981, 38(5), 527-533. Spiegel D. y Glafkides M. S.,«Effects of Group Confrontation with Death andDying», International Journal of GroupPsychotherapy, 1983, 33 (4), 433-447.<<

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[34]… investigaciones recientes demuestran quetambién… Lieberman, M. A. y otros, «ElectronicSupport Groups for Breast Carcinoma: A ClinicalTrial of Effectiveness», Cancer, 2003, 97 (4),920-925; Lieberman, M. A. y Goldstein, B., «Self-Help Online: An Outcome Evaluation of BreastCancer Bulletin Boards», Health Psychology,2005, 10, (6), 855-862. Verhttp://www.pewinternet.Org/PPF/r/95/report_display.<<

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[35] Una vez, hace décadas… ficcionalicé elepisodio en que me acosté junto a una moribundaen mi novela Lying on the couch, Nueva York,Basic Books, 1996. [Desde el diván, BuenosAires, Emecé, 1997].<<

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[36] Como escribió Pascal… Pascal, B., Pensées,Nueva York, Penguin, 1995 (publicadooriginariamente en 1660). [Pensamientos, BuenosAires, Losada, 1996].Verhttp://www.pewinternet.Org/PPF/r/95/report_display.<<

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[37]… una nueva obra teatral…http.//mednews.stanford.edu/releases/2006/october/deavere.html<<

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[38] Me di cuenta de que tales despliegues deemoción… Seligman, M., Authentic Happiness,Nueva York, Free Press, 2002.<<

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[39] Apliqué esa misma estrategia… Algunos quizáconsideren que mi enfoque es injusto. Al fin y alcabo, cuando los terapeutas necesitan ayuda yacuden a terapia ¿no merecen el mismo cuidado yatención que los demás pacientes? Muchos de mispacientes son terapeutas, y nunca caí en la trampade esa línea argumental. Cuando me encuentro conalguien que tiene mucha experiencia personal,siempre trato de hacer que la aproveche para símismo.<<

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[40] Miríadas de artistas y escritores… Whittier, J. G., «Maud Müller», 1856.Verhttp//en.wikiquote/wiki/John_Greenleaf_Whittier<<

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[41] Nietzsche afirmó una vez… «Me di cuentapoco a poco de lo que son, hasta ahora, todas lasgrandes filosofías: la confesión personal de suautor y una suerte de memorias involuntarias;también que las intenciones morales (o inmorales)de cada una de ellas constituían el verdaderogermen de vida de donde crecieron, comoplantas». Nietzsche, F., Beyond Good and Evil,Nueva York, Vintage Books, 1966, pág. 13(publicado originariamente en 1886). [Más alládel bien y del mal, Madrid, Alianza, 1983].<<

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[42] Búfalo Bill falleció: «Buffalo Bills», copyright1923,1951, (c) 1991 de los albaceas del E. E.Cummings Trust. Copyright (c) 1976 George JamesFirmage, de Complete Poems, editado por GeorgeFirmage. Reproducido con permiso de LiverightPublishing Corporation.<<

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[43] Smoky the Bear, el «Oso Humoso» es unpersonaje creado por el servicio de parquesnacionales estadounidenses para sus campañas deprevención de incendios forestales [N. del T.].<<

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[44]… coincido con Thomas Hardy… Hardy, T.,«De Profundis II» (1895-96). Poems of the Pastand Present, http://infomotions.com/etexts/gutenberg/dirs/etext02/pmpstl0.html.<<

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[45] Faulkner expresó esa misma creencia…Citado en Southall, T. W., Of Time and Place:Walker Evans and William Christenberry, SanFrancisco, Friends of Photography, 1990.<<

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[46] Y Paul Theroux dijo… Theroux, P., «D Is forDeath» en S. Spender (ed.) Hockneys Alphabet,Nueva York, Random House, 1991.<<

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[47]… una técnica de terapia hipnótica… DavidSpiegel fue el primero en mencionarme la técnicade pantalla dividida. Véase Spiegel, H. y Spiegel,D., Trance and Treatment: Clinical Use ofHypnosis, Washington D. C., American PsychiatricPublishing, 2004.<<

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[48] Pero la otra mitad la realza… Dawkins, R.,The God Delusion, Boston, Houghton Mifflin,2006, pág. 361. [El espejismo de Dios, Madrid,Espasa-Calpe, 2007].<<

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[49] Si, como dice Kundera… Citado en Roth, P.,Shop Talk: A Writer and His Colleagues andTheir Work, Boston, Houghton Mifflin, 2002.<<

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[50] El acto terapéutico es… Yalom, I. D., TheGift of Therapy, Nueva York, Harper Collins,2002, pág. 37. [El don de la terapia, BuenosAires, Emecé, 2002].<<

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[51] Además, llevo décadas enviando… Analizoesta técnica en más detalle en Yalom, I. D., TheTheory and Practice of Group Psychotherapy (5taedición), Nueva York, Basu Books, 2005, págs.456-468.<<

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[52] Ya he discutido extensamente en otra parte elaspecto técnico… Yalom, I. D., op. cit, 2002,págs. 46-54.<<

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[53] No entres mansamente en esa buena noche…Thomas, D., «Do Not Go Gentle Into That GoodNight» (extracto de seis líneas) de Dylan Thomas,de The Poems of Dylan Thomas copyright (c)1952 por Dylan Thomas. Publicado con permisode New Directions Publishing Corp.<<

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[54] Al leer mi cuento… Este cuento aparece enYalom, I. D., Loves Executioner, Nueva York,Basic Books, 1989. [El verdugo del amor, BuenosAires, Emecé, 1998].<<

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[55] Un ejemplo de esta apertura del terapeuta…Wright, F., «Being Seen, Moved, Disrupted andReconfigured: Group Leadership from a RelationalPerspective», International Journal of GroupPsychotherapy, 2004, 54 (2), 235-250.<<