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    Pedro González-Cuevas, La tradición bloqueada. Tres ideas políticas en España:

    el primer Ramiro de Maeztu, Charles Maurras y Cari Schmitt;Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, 279 págs.

    Pedro González-Cuevas esprofesor de Historia de las Ideasy de las Formas Políticas en launiversidad Nacional de Educación a Distancia. Es autor de  Acción Española.  Teología política ynacionalismo autoritario en Es

     paña (1931-1936)  e  Historia delas derechas españolas. De la Ilustración a nuestros días,  asícomo de numerosos artículossobre el pensamiento político español, notablemente del referidoal ámbito conservador, del quese ha convertido en uno de susmás eminentes especialistas.

    Precisamente, su último librotiene como objetivo señalar las

    dificultades de la llamada «derecha española» (o, como mencionase el propio autor en una desus obras citadas, más bien «derechas españolas», dadas lasparticularidades de las distintas«familias» que integran dichoámbito ideológico) a la hora dellevar a la práctica una «secularización política», es decir, las dificultades para desligarse de las

    influencias católicas a la hora deforjar su cosmovisión sociopolí-tica y cultural. Asimismo, González-Cuevas, siguiendo su razonamiento, entra a analizar por-menorizadamente las ideas deRamiro de Maeztu y la recepciónde la obra teórica de ideólogosconservadores como CharlesMaurras o Cari Schmitt.

    En el primer aspecto (las dificultades del pensamiento conservador español para desligarse de la influencia católica),el autor apunta varias causaspara comprender esa dependencia —por ejemplo, la inexis

    tencia en España de una Reforma protestante, lo que permitió la reconciliación de losprincipios absolutistas modernos con el iusnaturalismo católico—,  pero, a su juicio, la másdestacada es la ineficacia delEstado liberal a la hora de construir una «religión laica» quecontribuyese a reforzar un sentimiento nacional al margen de

    la identificación religiosa. Deesa forma, y a diferencia de Europa, donde el conservadurismono dudó en apoyarse en el positivismo, en lugar de una simbo-logía, una mitología y un ideariopropiamente laicos, las derechas españolas prefirieron utilizar el bagaje ideológico y simbólico que les ofrecía la Iglesiacatólica. En ese sentido, la

    «ideología nacional» otorgadapor el catolicismo (hasta llegara la prefiguración del «nacional-catolicismo», que conocerá sumáximo exponente durante laetapa franquista) resultó contraproducente «porque resultabadifícil considerar nacionalizad o s a una institución de carácter supranacional, que descon-

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    fiaba del Estado y ponía límitesa sus pretensiones de inmiscuirse en terrenos tan importantes como la educación, los símbolos o el adoctrinamiento político.  Además, el estamentoeclesiástico no dudó, cuando loconsideró oportuno, en aliarsecon los nacionalismos periféricos catalán y vasco» (pág. 13).

    A esta introducción de González-Cuevas sobre el porqué deque no cuajasen hasta fechasrecientes —y aún de forma relativa, habría que añadir— alternativas o concepciones ideológicas derechistas alejadas de laorientación católica o «laicistas»,  le siguen, como ya señalásemos, tres estudios del autorsobre Maeztu, Maurras y Sch-mitt. Cada uno de ellos, a pesarde la independencia con respecto a los otros dos, sigue la línea argumental expuesta en laintroducción: demostrar las dificultades que tuvieron a la horade desarrollar una cosmovisiónpolítica conservadora de tipolaico en España, ya fuera desdeel interior de la misma (comoMaeztu) o a través de la influencia y recepción de ideas del extranjero (casos de Maurras ySchmitt) que podían haber servido para dar a luz esa alternativa.

    En el caso de Maeztu resultacurioso observar el foso abiertoentre sus ideas juveniles y aquellas de las que hará gala en sumadurez, como teórico de la derecha contrarrevolucionaria, loque no impedirá que, en ciertosasp ect os, el Maeztu mad ur oconserve rasgos de su juventud.

    Para entender al primer Maeztuhabría que comprender, siguiendo a Ortega, sus circunstancias: su temprana educaciónaristocratizante, su conocimiento directo de la dureza deltrabajo en París y La Habana y,sobre todo, la influencia del ambiente bilbaíno. Para un Maeztuinfluido por el regeneracionismoposterior al 98, Bilbao será «porsu pujanza financiera e industrial, la encarnación del idealmodernizador que deseaba parael resto de España» (pág. 28).Aquel Maeztu era un joven periodista profundamente críticocon los que consideraba malesdel país (la clericalización, elsubdesarrollo económico y social, el creciente ascenso de losnacionalismos periféricos comofruto de la debilidad del Estado. . . ) ,  que compartía conotros de sus compañeros de generación —como Azorín y Baraja, con los que firmó el «Manifiesto de los Tres»—. Admiradorcrítico de ünamuno (a diferencia de éste, Maeztu se mostrabapartidario de «europeizar» España y no al revés) y seguidorde Nietsche, Darwin y Spencer—que influyeron en su concepción elitista— el primer Maeztuno dudó en hacer uso de los preceptos del materialismo histórico en sus teorías.

    Es este uno de los asuntosmás polémicos que han tratadolos estudiosos de Maeztu. ¿Fuesocialista? Aunque colaboró enmedios de prensa vinculados alPSOE, el autor desecha tal adscripción: «su interpretación delsocialismo se encontraba en

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    pugna con cualquier perspectiva mínimamente ortodoxa [...]veía entonces al socialismo

    como un vago ideal fáustico, expresado, además, en términosnietzscheanos. Lo que le seducía [...] era su capacidad deeducar a los individuos en unideario de lucha, de acción y,por lo tanto, su contribución a laforja de voluntades poderosasnecesarias para la transformación social» (pág. 33). Otrotanto puede decirse de su atri

    buida adscripción al anarquismo. Tuvo ciertas simpatíaspor un anarquismo elitista inspirado por Stirner y Nietzsche,pero ninguna por Bakunin oKropotkin. Es más, expresó surechazo al anarquismo ibérico alconsiderarlo «heredero de la tradición católica, de su dogmatismo fundamental» (pág. 57).

    El interés del primer Maeztu,

    por tanto, se centró en el desarrollo económico y en la reformaintelectual y moral de España.Se enmarcó, en aquellos años,«en un nacionalismo burgués radicalmente crítico respecto a lasituación social durante la Restauración» (pág. 34). Analizadopor él desde un punto de vistamaterialista, «el llamado 'problema de España' no era otro

    que generar rápidamente un capitalismo de corte industrial, quepermitiera salvaguardar la independencia nacional frente alresto de las potencias capitalistas europeas y que garantizase elbienestar material de la mayoríade los españoles» (pág. 35).

    En los casos referentes aMaurras y Schmitt, y teniendo

    en cuenta las diferencias entreambos, encontramos situaciones curiosas. Por ejemplo, la ad

    miración por el pensador contrarrevolucionario francés enciertos ámbitos catalanistas, ligados al fenómeno de la Renai-xenga y del Noucentisme, y entre los que hallamos nombrescomo Santiago Rusiñol, Prat dela Riba, Joan Estelrich, Fran-cesc Cambó y, especialmente,Eugenio d'Ors. Para encontraruna difusión del pensamiento

    maurrasiano en el resto de España habrá que esperar a la definitiva crisis del conservadurismo liberal y, sobre todo, habrá que tener en cuenta laescisión maurista de 1913 y elestallido de la Primera GuerraMundial (1914). Ciertamente,Maurras va a mantener una excelente relación con AntonioMaura (hasta el punto de queuno de sus colaboradores, Pie-rre Gilbert, considerará a Maura,

     junto con el socialista PabloIglesias, los dos únicos hombrespolíticos con relevancia en España) e incluso existieron influencias maurrasianas —relativas en algunos casos— en losentonces jóvenes líderes mau-ristas José Félix de Lequerica,Calvo Sotelo o Antonio Goicoe-chea, todos ellos futuros dirigentes de la derecha contrarrevolucionaria durante la II República.

    Las críticas a Maurras nosólo llegaron procedentes deámbitos liberales o izquierdistas(como en los casos de Ortega yünamuno) sino también de esasmismas filas que se suponía de-

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    bía nutrir intelectualmente. Lostradicionalistas y cierta derechacontrarrevolucionaria jamás

    asumieron sus ideas por completo; otros las rechazaron totalmente, especialmente a raíz dela excomunión de Maurras porel Papa Pío XI. Las críticas aMaurras, considerado un líderateo y pagano, y a la  ActionFrangaise,  como movimientoherético, fueron una constanteen los medios contrarrevolucionarios y tradicionalistas españo

    les.  Ni tan siquiera los tan a menudo erróneamente considerados «discípulos» de Maurras,nucleados en torno a  Acción Es

     pañola  y un Maeztu más escorado hacia el tradicionalismo,pueden escapar a tal crítica,aunque sea más atenuada. Yello se debía a que Maurras y

     Action Frangaise  articulaban«un discurso positivista, racio

    nalista, determinista, que contrastó en todo momento con laperspectiva católica, providen-cialista, iusnaturalista dominante en la inmensa mayoría delos miembros de  Acción Española. En conclusión, el nacionalismo laico, el positivismo y elclasicismo paganizante de Maurras no pueden ser equiparadossin más con el hispanismo cató

    lico, el neobarroquismo y el neo-escolatismo de la revista española» (pág. 161). Dicho de otraforma: Maurras había sustituidoa Dios por la Nación.

    En cuanto a Schmitt, es interesante observar cómo puedeconsiderar el intelectual extran

     jero que ha tenido más influencia y generado más polémicas

    en los ambientes intelectualesespañoles, tanto a izquierdacomo a derecha. La relación de

    Cari Schmitt con España resulta, cuanto menos, curiosa.una de sus hijas, Amina, contrajo matrimonio con el catedrático de la universidad de Santiago Alfonso Otero. Entre susprincipales discípulos y amigosse contaron intelectuales españoles como Francisco Puy, Alvaro d'Ors y, situado en la izquierda, José Antonio González

    Casanova. Por no mencionar elinterés del llamado «jurista dePlattenberg» por Donoso Cortésy Francisco de Vitoria. A títuloanecdótico, y por no perder elhilo de los temas tratados en ellibro de González-Cuevas, CariSchmitt nunca fue contempladocon agrado por los colaboradores de  Acción Española  y porMaeztu, «no sólo por su pers

    pectiva secularizante, sinoigualmente por su repudio delprincipio monárquico (...) o porsu burla de los argumentos deCharles Maurras en pro de laMonarquía tradicional» (pág.212).  Apenas dos décadas después,  los herederos de AcciónEspañola, nucleados en torno a

     Arbor,  criticaron a Schmitt poresas mismas causas, aunque al

    gunos de sus componentes nooculten su admiración críticapor él, como en el caso de Gonzalo Fernández de la Mora.

    Sin embargo, lo verdaderamente interesante en la peculiarrelación de Schmitt con Españaes el intenso debate que vienegenerando su obra en el con

     junto de la izquierda intelectual

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    española.  No es  algo privativode España  ya que, como señalael autor, «hoy por hoy,  la revalo

    rización  del  legado schmittianoviene mucho  más de la iz-quierda  que de la  derecha»(pág.  183), citando nomb rescomo  C. Mouffe,  G. Marramao,J. Keane,  A. Heller,  F. Feher...En España, podrían englobarsedentro  de ese  «schmittianismode izquierdas» nombres comoManuel García Pelayo, EnriqueTierno Galván, Raúl Morodo,

    Pablo Lucas Verdú (estos trescon una actitud ambivalente ha-cia  el  jurista alemán), RamónGarcía Cotarelo  y  Manuel Pastor, entre otros.  En el  bandocontrario, dentro de la izquierdaintelectual, encontraríamos  aManuel Sacristán, FranciscoFernández Buey o José Luis Ló-

    Los historiadores  que nosdedicamos  a la historia de Cubaen la segunda mitad del siglo xixestamos  de  enhorabuena. Hace

    poco tiempo, dentro  de la co-lección Antilia, por fin veía la luzla tesis doctoral traducida  alcastellano de Paul Estrade,  José Marti Los fundamentos  de la democracia  en Latinoamérica  (re-señado en Revista  de Libros  porMarifeli Pérez-Stable); comoahora,  de la  mano  de  TierraNueva e Cielo Nuevo,  lo hace la

    pez Aranguren.  Y ello, como decíamos, solamente en los círculos intelectuales  de  izquierda.

    Los debates  en  torno  a la  obrade Schmitt  en el  entorno conservador  son  igualmente ricos.

    Como se ve, por tanto,  el li-bro  de  González-Cuevas  de-muestra  los  problemas  de lasderechas españolas para adaptar cosmovisiones revitalizado-ras de su  sustrato intelectual li-gadas  al  laicismo  o no  centradas exclusivamente  en el

    catolicismo. Pero, además,constituye  un  repa so interesante  al  clima intelectual español  y su  toma  de  posición respecto  a las  influencias intelectuales  del extranjero.

    MANUEL ORTEGA

    de Inés Roldan. Eran  dos obrascitadas  y conocidas por los es-pecialistas  a partir de las limitadas copias reprografiadas que,

    en  su  momento, lanzaron  susrespectivas universidades  ydesde hacía tiempo demandaban  una  edición  más  amplia.Confiemos  que sea una tendencia que continúe y podamos disponer  en  breve  de las tesis  deElena Hernández Sandoica(Pensamiento burgués  y  problemas coloniales  en la España  de

    Inés Roldan  de Montaud, La Restauración  en Cuba. El fracaso de un proceso reformista.Madrid, Consejo Superior  de  Investigaciones Científicas, Centro

    de Humanidades, Instituto de Historia,Departamento  de Historia  de América, 2001, 669 págs.