librosdelacorte03_2011-2

74
S E Q U O I A C L U B www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 1 Libros de la Corte.es Núm. 3, Año 3, primavera-verano, 2011, ISSN 1989-6425

Upload: irmauam

Post on 02-Jan-2016

80 views

Category:

Documents


29 download

TRANSCRIPT

Page 1: librosdelacorte03_2011-2

S E Q U O I A C L U B

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 1

Libros de la Corte.esNúm. 3, Año 3, primavera-verano, 2011, ISSN 1989-6425

Page 2: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 2

revistaInstituto universitario “La Corte en Europa” -Universidad Autónoma de Madrid

Red “Solo Madrid es corte”, HUM/2007-0425, Comunidad de Madrid

Presentación

Página 3

Artículos

El ejercicio de gobierno y su imagen pictórica, a propósito de los retratos ecuestres de Lerma y Olivares, por Laura S. Muñoz Pérez (University of Nottingham)Página 4

La embajada turca en Madrid y el envío de Alegreto de Allegretti a Constantinopla (1649-1650), por Miguel Conde (UAM)Página 10

A propósito de una conmemoración: las reales cédulas del asentamiento de la Corte en Madrid, de mayo de 1561, por Francisco José Marín Perellón (Instituto de Estudios Madrileños)Página 18

La Capilla Real: la presencia del capellán real en la élite del poder político , por Sara Granda (UCLM)Página 21

Jornadas reales, red viaria y espacio cortesano en tiempo de Felipe IV: las prevenciones camineras del doctor Juan de Quiñones, alcalde de Casa y Corte, por Ignacio Ezquerra Revilla (CEDIS)Página 36

Reseñas

Los Tercios Españoles de Sicilia, por María del Pilar Mesa CoronadoPágina 51

El poder de la sangre. Los duques del Infantado, 1601-1841, por José Antonio Guillén BerrenderoPágina 52Estudios en homenaje al profesor José M. Pérez García, por Carlos Javier de Carlos MoralesPágina 53La Guerra de Sucesión en España y la batalla de Almansa; por Marcelo LuzziPágina 53Riti di Corte e simboli della regalità; por Marcelo LuzziPágina 57Las Cortes de los Países Bajos y de la Monarquía Hispana; por Marcelo Luzzi Página 58Olivares, los Vasa y el Báltico, por Miguel CondePágina 58Cerdeña, un reino de la Corona de Aragón bajo los Austria, por Javier Revilla CanoraPágina 60Finanze e fiscalità regia nella Castiglia di antico regime (secc. XVI-XVII), por Ana Cambra CarballosaPágina 62Propaganda e información en tiempos de guerra. España y América (1700-1714), por Roberto Quirós RosadoPágina 63La supresión del terrible monstruo, por Manuel Rivero RodríguezPágina 64Vita e politica tra XV e XVIII secolo, por Manuel Rivero RodríguezPágina 65I Caetani di Sermoneta, por David García CuetoPágina 66

CrónicasOrdenanzas y Etiquetas de la Casa Real Hispana, por Gloria Alonso de la Higuera (IULCE-UAM)Página 67

Trilogía dedicada a la figura de San Franco de Siena (Textos para un Milenio), por Esther Jiménez PabloPágina 69

NecrológicaIn Memoriam del Profesor Vittorio Sciuti Russi, por José Martínez Millán (Director IULCE-UAM)Página 72

Nuevas publicaciones del IULCE-UAMPágina 74

1ª edición 2011-2012. Máster Propio “La Corte en Europa: el sistema político-cultural moderno” Página 74

Tríptico oficial - Anexo

Una revista semestral Núm.3, Año 3, 2011

Page 3: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 3

C O M I T É C I E N T Í F I C O

CONSEJO DIRECTIVO

Instituto universitario "La Corte en Europa"(IULCE)

Universidad Autónoma de Madrid (UAM)

Prof. Dr. José Martínez Millán, Director, Catedrático de Historia Moderna de la UAM. 

Profª. Drª. Concepción Camarero Bullón, SubDirectora, Catedrática de Geografía Humana de la UAM.  

Prof. Dr. Mariano de la Campa Gutiérrez, Secretario, Profesor titular de Literatura española 

***

Prof. Dr. Tomás Albaladejo Mayordomo, Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada

Prof. Dr. Pedro Álvarez de Miranda, Catedrático de Filología española de la UAM.  

Prof. Dr. Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño, Profesor Titular de Historia Moderna de la UAM.

Prof. Dr. Carlos de Ayala Martínez, Catedrático de Historia Medieval, UAM

Prof. Dr. Lorenzo Bartoli, Profesor de lingüística, lenguas modernas de la UAM. 

Prof. Dr. Agustín Bustamante García, Catedrático de Historia del Arte de la UAM. 

Prof. Dr. Emilio Crespo Güemes, Catedrático de Filología clásica de la UAM.  

Profª. Drª. Amelia Fernández Rodríguez, Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. 

Prof. Dr. Teodosio Fernández Rodríguez, Catedrático de Literatura Hispanoamericano de la UAM 

Dr. Santiago Fernández Conti, Director, Servicio Biblioteca y Archivo. UAM

Prof. Dr. Germán Labrador López de Azcona, Profesor titular de Música de la UAM

Profª. Drª. Begoña Lolo Herranz, Catedrática de Música de la UAM.

Prof. Dr. Fernando Marías Franco, Catedrático de Historia del Arte de la UAM.  

Profª. Drª. Gloria Mora Rodríguez, Profesora de Historia Antigua de la UAM.

Prof. Dr. Nicolás Ortega Cantero, Catedrático de Geografía de la UAM. 

Profª. Drª. Aurora Rabanal, Profesora titular de Historia del Arte de la UAM. 

Prof. Dr. Antonio Rey Hazas, Catedrático de Literatura Española de la UAM.

Prof. Dr. Manuel Rivero Rodríguez, Profesor titular de Historia Moderna de la UAM. 

Prof. Dr. Javier Rodríguez Pequeño, Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada 

Prof. Dr. Florencio Sevilla Arroyo, Catedrático de Literatura Española de la UAM.

Profª. Drª. Jesusa Vega, Profesora titular de Historia del Arte de la UAM. 

PresentaciónLa interdisciplinaridad se invoca como objetivo legítimo de los nuevos planes de estudios y figura como uno de los pilares que sustentan el llamado plan Bolonia. Todo cambio, y más cuando se propone un cambio epistemológico, forma parte de un proceso y difícilmente puede darse una ruptura radical, una revolución científica, en una Academia que ha sido formada y vive dentro de un paradigma. Un número creciente de investigadores es cada vez más consciente de los límites impuestos por las disciplinas académicas, límites que afectan al proceso creativo del investigador en su condición de creador de conocimiento por lo que a título personal -en la mayor parte de las veces- visitan o frecuentan otras disciplinas para enriquecer su capacidad analítica. El problema es que estas incursiones en disciplinas afines suele hacerse de manera informal, con un cierto amateurismo y un conocimiento rudimentario de la otra disciplina. Además, el uso del lenguaje de esa otra disciplina suele hacerse de forma insegura y con bases muy rudimentarias como apreciamos en los historiadores que incorporan a su discurso elementos tomados de otras ciencias sociales como economía, sociología, antropología, psicología, etc… y además estas adaptaciones no suelen estar relacionadas con la actualidad científica de dichas disciplinas, más bien con prácticas anticuadas e incluso obsoletas, o en el mejor de los casos, con muy escasa actualidad científica. Para que la interdisciplinariedad tenga efecto y sea una realidad han de darse dos factores: 1-Creación de equipos de investigación interdisciplinares formados por investigadores punteros en sus respectivas áreas, capaces de desarrollar un diálogo entre sus respectivas disciplinas sin pretender apropiarse o usar cada uno de manera ligera el método y el lenguaje del otro.2-Formar profesionales que dominen el lenguaje y la metodología de diferentes disciplinas mediante programas en los que dispongan de especialistas que les doten de un bagaje de conocimientos que les permita desenvolverse con soltura en distintos ámbitos, es decir, la interdisciplinariedad ha de proyectarse hacia una “interespecialización”. Estos profesionales capaces de dominar diferentes discursos epistemológicos darán frutos que hoy no podemos imaginar, pues dispondrán de herramientas de conocimiento de las que hoy no dispone ningún postgraduado en nuestro país.

El instituto Universitario La Corte en Europa ha apostado decididamente por desarrollar su proyecto en este ámbito. Los proyectos de investigación que realiza y los congresos, seminarios, mesas redondas y publicaciones que patrocina dan fe de los excelentes resultados obtenidos en materia de renovación del conocimiento científico. Sin embargo, la actividad científica no sólo se dirige a la

creación de conocimiento, también ha de cultivar su transmisión y por tal motivo comienza una nueva andadura académica destinada a formar profesionales que en un futuro no muy lejano podrán liderar la investigación en Humanidades y Ciencias Sociales, porque dispondrán de instrumentos epistemológicos nuevos y distintos, podrán ver lo que nadie ve simplemente porque sabrán mirar de otra manera. Así , desde la modestia de un título propio de la UAM, el master La Corte en Europa: El sistema político-cultural moderno se perfila como una herramienta poderosa para quienes quieran adquirir nuevos conocimientos, para enriquecer su bagaje intelectual y ser capaz de situarse en un nivel de excelencia (entendiendo ésta como un acceso a un nivel superior en el conocimiento científico y no como un acto administrativo concedido graciosamente por las autoridades). La Corte resulta ser un espacio idóneo para un proyecto interdisciplinar, la Filosofía, el Arte, la Música o la Ciencia europea entre los siglos XIII y XIX son incomprensibles si no se tiene en cuenta este ámbito. Así mismo la Corte tuvo y tiene una extraordinaria relevancia para la formación de Europa, ocupó el centro de su vida cultural y política desde la Edad Media hasta la Contemporánea. En ella se configuró el poder, la riqueza, el gusto, la distinción social, la ciencia, etc… Quienes cursen este master dispondrán no sólo de un visión novedosa de Europa sino de un conocimiento de la realidad europeo completamente inédito pues lo harán de la mano de los mejores especialistas de diferentes disciplinas humanísticas reunidas por vez primera en un solo programa docente, alternándose historiadores del arte, politólogos, linguistas, estudiosos de la literatura, historiadores , músicos, geógrafos, filósofos, etc… Como iniciativa del IULCE y como parte fundamental de los principios sobre los que se funda esta revista invitamos a nuestros lectores a sumarse a este proyecto del cual pueden informarse en nuestra web.

Equipo editorial

Prof. Dr. Manuel Rivero Rodríguez (IULCE-UAM, Director

Prof. Dr. Carlos J. de Carlos Morales (IULCE-UAM), Subdirector

Susan Campos Fonseca (IULCE-UAM), Secretaria de redacción y responsable de diseño

INFORMACIÓN DE CONTACTO

Correo electrónico: [email protected]

Teléfono: +34-91497 2698

Portada: “Tránsito de san Hermenegildo”, óleo de Alonso Vázquez (1575-1645), y Juan de Uceda (1570-1635), cortesía del Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Page 4: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

4 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Por Laura S. Muñoz Pérez (University of Nottingham)

La espectacularidad barroca se refleja en su arte por medio del movimiento y la teatralidad que muestran las escenas pictóricas, unas imágenes con un poderoso potencial de persuasión sobre el público. Dos de los mayores e x p o n e n t e s d e e s t a espectacularidad y de la “cultura del poder”, donde la nobleza afianza sus privilegios por medio del lujo, son los magníficos cuadros que Rubens y Velázquez nos han dejado como paradigma de las pretensiones y de la obsesión por el mando de gobierno de sus modelos, me refiero al Retrato ecuestre del Duque de Lerma (1603, Museo del Prado, Madrid) y a El Conde Duque de Olivares a caballo (1638?

Museo del Prado, Madrid). Ambos validos fueron excelentes mecenas de las artes, conscientes de la imagen pública ante la Corte que esta actividad les proporcionaba y del prestigio social como buenos conocedores de la cultura de su tiempo. De los cuadros se desprende el orgullo y la supremacía política que caracterizaron a los favoritos por medio de diversos atributos, sin embargo se han de tener en cuenta algunas diferencias significativas entre los retratos, ya que mientras Lerma aparece frente al espectador con un estilo pacifista y espiritual, Olivares se presenta más esquivo, mirando de lado con una actitud desafiante y vanidosa. Esta pretensión simulada por el pincel del artista nos lleva a reflexionar sobre el poder que se le confería a la imagen, motivo por el cual cada actitud venía

codificada según la finalidad moral que se quisiese ofrecer, cada retrato constituía así un arma de propaganda y un medio con el que fortalecer las estrategias políticas emprendidas por los modelos ante el público cortesano, destinatario de tal acción publicitaria[1].

La mentalidad barroca, acostumbrada al espectáculo de las apariencias y engaños, fomentaba los códigos y principios cortesanos que caracterizaban a los distintos grupos sociales, de tal forma que la nobleza se reconocía por ciertos motivos exteriores[2]; así el sentido de la vista adquiría una importancia vital, pues proporcionaba el conocimiento de la realidad y acceso a estos códigos culturales, aunque de igual modo era también el más peligroso, ya que podía incitar al pecado según las imágenes más

o menos sensuales que se contemplasen[3]. Los sermones de la época estaban escritos, por así decir, para los ojos, con la intención de imprimir en el alma del espectador una imagen que les apartase del pecado[4].

Según las teorías aristotélicas del siglo, se entendía que la percepción era un proceso esencialmente visual, la realidad se aprehendía por medio de la vista. Así pues, toda figura estaba formada por pequeños detalles externos que la caracterizaban de un modo distinto ante el exterior, siguiendo como referente una serie de códigos socio-culturales. De esta forma, se pondrá en marcha un desfile de apariencias para vestir la realidad con ingenio, haciéndola amable y atrayente[5]. Esta definición de la imagen y, consecuentemente, de la pintura estaba ya recogida en

El ejercicio de gobierno y su imagen pictórica, a propósito de los retratos ecuestres de Lerma y Olivares

Page 5: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 5

las teorías de algunos pintores y tratadistas del arte, como Vicente Carducho o Francisco Pacheco[6], quienes definían la pintura como “el arte de hacer presentes las cosas vistas”[7], de aparentar realidad y mover el alma del espectador hacia las motivaciones que el modelo transmitía. Tal es así que, por el juego de impresiones, reflejos y sentimientos que ofrecía la pintura al espectador, pasará de estar considerada como una técnica sin ninguna nobleza de ejecución a emerger como arte liberal, gracias, en parte, al empuje de estos teóricos. La capacidad para “conducir las conductas”[8] desde la apariencia provocó que el gobierno dictase numerosos códigos morales, disciplinarios y de vestuario para una sociedad regida por la dramatización de cada elemento visible. El cuerpo se convierte, de este modo, en un discurso que autoriza y codifica las prácticas culturales, sujeto a selecciones y distinciones de cada grupo cultural, lo que le otorga un sentido simbólico para pensarlo y percibirlo de un modo determinado[9]. De ahí que el vestido distinga a simple vista a un cortesano de un villano, y su valor visual caracterice el prestigio del individuo ante la sociedad de la que forma parte[10]. De ello eran bien conscientes tanto Lerma como Olivares, pues fomentaron y engrandecieron con sus festejos el aspecto material de la fiesta teatral y, especialmente, la maquinaria escénica y el vestuario[11], lo que reflejaría un claro conocimiento de los códigos sociales que ellos mismos impulsaron y el deseo de contemplarse armados como caballeros reales en sus respectivos retratos. Puesto que los monarcas, conscientes de la importancia de una buena imagen ante la Corte, fueron grandes arquitectos de los valores que querían aunar en su persona, por lo que se encargaron de desplegar una maquinaria de propaganda y apariencias lujosas por medio del atuendo, las posesiones y las artes[12]. La creación de un perfil soberano y efectivo era esencial para la figura del rey, quien debía ser el garante de toda virtud social y religiosa, así como el máximo impulsor de la cultura; por lo que la presencia de un pintor oficial era básica, de ahí que nuestros validos se preocupasen también de hacerse retratar por los más prestigiosos artistas del momento.

Dado, pues, que la imagen era un modo de conocer la realidad visible y que la pintura era el mejor modo de eternizarla, el retrato se convertía en un elemento apetecible para los sentidos y para el modelo, por todas las sensaciones que despertaría en el espectador: sugerencia, persuasión, ideales, grandeza, y ante todo, eternidad. Se formaba, así, un mundo simbólico y propio en el que se fundían el modelo y el espectador en la contemplación. Esta conexión situaba al pintor en la frontera entre la realidad y lo que la percepción capta, y el universo simbólico que él mismo creaba para

que otros la captasen. Las imágenes cortesanas y, especialmente, las de la realeza eran percibidas, por tanto, como algo más que una simple representación del monarca: comprendía el paradigma de buen cristiano y garante de la seguridad del pueblo[13].

Como “instrumento al servicio de la política monárquica y elemento de una específica cultura de corte”[14] no resultaba nada desechable la idea de hacerse retratar para las dos personas que, en sus respectivos gobiernos, rozaron el máximo poder como favoritos. Su permanencia al frente del gobierno español dependía en gran parte de su popularidad en la Corte, por lo que, tanto Lerma como Olivares, fomentaron, como se ha dicho, los festejos cortesanos, distrayendo, así también, la atención de los problemas del Estado y rodeándose de un gran círculo de artistas que distribuyeron una determinada imagen a través de escritos literarios y, por supuesto, retratos[15]. La intención pública de sus cuadros deriva del deseo de verse contemplados y admirados, la exposición pública del retrato de Lerma estaba más que asegurada, pues el destino del cuadro fue su palacio de La Ribera en Valladolid, residencia que vendió con todas sus pertenencias a Felipe III y donde se ofrecieron numerosos festejos. Más controvertido resulta la localización inicial del cuadro de Olivares, pues tan sólo se conservan algunas noticias de su exposición en el palacio de Loeches[16].

Por su parte, don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, I Duque de Lerma, tenía muy claro que su prestigio cortesano y su ascenso político en la Corte no sólo dependían de su destreza y opulencia organizando eventos cortesanos, sino también de la imagen que ofreciese de sí mismo ante la nobleza, así como la mayor o menor proximidad con el monarca; de lo que se derivaría la adquisición de títulos y mercedes, añadiendo mayor prestigio al honor y dignidad familiar[17]. De esta forma, Lerma se ocupó de conferir un lujo extremo a todos aquellos eventos en cuya organización participó directamente, logrando convertirse, tras este despliegue de “medios para mejorar estado”[18], en el gran favorito de Felipe III. Esta posición le otorgó el poder suficiente y los medios económicos adecuados para alzarse como un gran mecenas de las artes, eclipsando hábilmente el mecenazgo del propio rey, de quien se esperaba que fuese el patrón de las Artes por excelencia, como ya era tradición en los Austrias españoles[19]. En su momento más álgido como ministro de Felipe III, Rubens realizó el retrato ecuestre, es decir, en 1603. El joven pintor documentó bien el proceso por medio de su correspondencia privada, pues su estancia en la Corte española venía motivada por una empresa oficial: Rubens tenía el encargo de hacer llegar al rey y a Lerma varios cuadros de la escuela italiana, de parte del Duque de

Mantua, Vincenzo I de Gonzaga, para quien trabajaba en ese momento como embajador. Este cometido poseía un trasfondo político, como resulta evidente, pues las relaciones entre la familia Medici y la Corte española se basaban por entonces en el ofrecimiento de lujosos regalos[20]. Rubens se sentirá impresionado por el poder que el rey le había otorgado a Lerma, así que cuando éste, deseoso de ser retratado por el pincel del artista, le propone la realización del retrato Rubens no podrá más que aceptar la empresa[21].

No resulta complicado comprender el deseo de Lerma de verse retratado a caballo, puesto que el valor social de su posesión y el dominio del arte de la equitación se estimaba como uno de los máximos distintivos de la nobleza y, además el retrato ecuestre estaba rodeado por un aura regia, ya que hasta la fecha, el privilegio de verse retratado a caballo había sido uso exclusivo de la realeza desde la Antigüedad[22]; por lo que la idea resultaba ser más que apetecible para Lerma, aunque, eso sí, todo un desafío porque su presunción no podía sobrepasar en ningún término el poder simbólico de las imágenes reales. En cualquier caso, como Comendador Mayor de la Orden de Santiago y Capitán General de la Caballería española, emular y adjudicarse toda esta iconografía militar constituía una exhibición de poder[23], aunque muy especialmente, un honor para sus ancestros. Recordemos que Lerma había decidido emprender un programa de engrandecimiento de las hazañas familiares, siguiendo la idea social del honor y de la herencia, idealizando la reputación de sus antepasados[24]. Todas estas inquietudes y deseos debieron ser bien entendidos por Rubens, dada su rapidez de trabajo y ejecución, pocos meses después aseguraba en una de sus cartas haber finalizado el cuadro, relatando satisfecho que Lerma había quedado muy complacido con el resultado[25]; lo que no era de extrañar, ya que el joven artista había conseguido realizar el que sería uno de los mejores retratos ecuestres de la época, sirviendo de modelo en sucesivas ocasiones[26].

Tras esta celeridad, parecería que el cometido no fue nada complicado para el pintor, sin embargo no tuvo que ser fácil enfrentarse a tamaña empresa pictórica. Dejando a un lado las amplias dimensiones del cuadro, 283 cm x 200 cm, testigo de la actitud megalómana de su modelo, superado por el retrato de Olivares con 313 x 239 cm, el primer problema que se presenta es la tradición, es decir, los modelos en los que podía basarse el artista.

A principios de siglo XVII el paradigma ejemplar de retrato ecuestre era el Carlos V a caballo en Mühlberg de Tiziano (1548, Museo del Prado, Madrid). No obstante, éste era el lienzo de un emperador,

Page 6: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

6 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

como era lógico que se representasen los monarcas, pero no así cualquier cortesano y, al fin y al cabo, por mucho poder del que disfrutase, Lerma no dejaba de ser un aristócrata con deseos de dignificar su linaje. El reto, tanto para Lerma como para el pintor, era extremo, ya que el modelo quería emular a los grandes monarcas sin dejar de mostrar su respeto como súbdito. La provocación de tal encargo resultaba más que evidente, sin embargo Rubens supo cómo lograr su ejecución con elegante discreción; pues si bien plasmó el orgullo y altivez de don Francisco en actitud soberana, también supo cómo rebajar la carga desafiante con la eliminación de ciertos elementos como la armadura de cuerpo entero, las imágenes alegóricas alrededor de la figura, y el arco triunfal que sí existen en el modelo que tomará como referente.

La emulación del cuadro de Tiziano no parecía estar entre los planes de Rubens, quizá demasiado presuntuoso para sus inicios, aunque más tarde el artista italiano se convertiría en el gran referente de Rubens; de este modo prefirió seguir el ejemplo realizado por Antonio Francesco Oliviero en su Carlo Quinto in Olma, se trata de un grabado inicial del poema La Alamanna (1567), donde se ensalzaban las hazañas del emperador. Las dos imágenes muestran a los jinetes en actitud serena y firme, sobre briosos caballos blancos, con la cabeza ligeramente inclinada mientras que galopan hacia el espectador. Ambos sostienen el bastón de mando de los ejércitos, aunque además Lerma porta el collar distintivo de la Orden de Santiago[27]. De igual modo, existen varias diferencias con el modelo, por una parte el valido sostiene el bastón, pero lo soporta sobre su pierna; mientras que en la representación de Oliviero, Carlos V lo mantiene en alto, distinguiendo su actitud marcial. Así mismo, Carlos V viste una armadura completa, sin embargo Lerma tan sólo porta la coraza militar, lo que podría constituirse como una forma de rebajar la carga majestuosa del modelo y distinguirlo así de la realeza, o quizá un signo de la actitud más pacifista que guerrera del valido. No obstante, se prescinde de igual forma del arco triunfal que caracteriza la victoria del guerrero, por lo que parece claro que no sólo resulta ser un modo de suprimir la carga regia del cuadro, sino de desviar la atención de una actitud esencialmente marcial a otra con mayor trasfondo espiritual, pues el encuadre que proporcionan la palmera y el olivo remiten a símbolos familiares del propio don Francisco, tomando mayor protagonismo que la batalla librada al fondo.

Estos elementos enmarcan el retrato, proporcionando perspectiva y profundidad, mientras que el conjunto de figuras del jinete y del caballo domina el espacio casi por completo. De esta forma, la figura de Lerma parece estar aproximándose hacia nosotros

los espectadores, saliendo de un conjunto de nubes grises que lo envuelven en un aura teatral y logrando captar la atención total del espectador. Esta imagen nos recordaría aquellos versos gongorinos del Panegírico al Duque de Lerma que versan de tal modo; “ya centellas de sangre con la espuela/ solicitaba al trueno generoso/ al caballo veloz, que envuelto vuela/ en polvo ardiente, en fuego polvoroso”[28]. La diferencia estriba en que el cuadro de Rubens ofrece una sensación de movimiento mucho más serena en la escena. Así, con esta serenidad y aura dramática, la actitud altanera y orgullosa del modelo se ve ensalzada por la elegancia y el esplendor que se desprende del cuadro, pues las formas resultan majestuosas, delicadas, llenas de colorido y pureza; reflejándose como resultado la imagen amable de un gobernante seguro y elegante.

Esta solemne imagen de Lerma, dejando atrás la batalla y aunando en su persona la postura salvadora del apóstol Santiago, junto con la actitud victoriosa como Capitán General de la Caballería, no hace más que resaltar su profunda convicción en sus creencias religiosas, de las que no hacía más que demostrar su culto y devoción[29], así como el empeño en hacerse digno de su cargo y de su linaje. Todo ello nos devuelve a la idea de la finalidad moral del retrato, de su espiritualidad, pues era conocida la obsesión del valido por demostrar su virtuosismo como creyente ante el rey, fomentando la hermandad espiritual entre ambos con la ayuda y promoción de las artes, especialmente en el ámbito religioso[30].

Esta actitud hace pensar que la batalla del fondo podría ser un símbolo de la guerra que se debe dejar atrás, de lo mundano y oscuro; mientras que su figura se envuelve de pureza, luz y espíritu pacífico, acercándose al espectador como liberador espiritual; en un nivel algo más elevado de la representación victoriosa que, por ejemplo, se mostraba en la figura creada por Oliviero. Dejaba claro que él era el garante de la paz, esa Pax Hispanica de la que tanto se preocupó en promover[31]; y de la fe del público al que se dirige firme y seguro.

Se ha pensado que la batalla del fondo es el símbolo de la guerra que el valido libraba día a día contra sus enemigos[32], no obstante, si pensamos que el cuadro estaba ideado para ser destinado en último término al rey[33], parece estimable la idea de hermandad y de paz, frente a una confrontación real que desviaría entonces la atención y el significado del cuadro y su figura al mundo de la Corte. Por ello, me inclino a pensar que las pretensiones se veían cercanas a desviar la atención del espectador de los problemas de la realidad, centrándolo en un mundo más amable e idealizado.

Por su parte, don Gaspar de Guzmán, el Conde-Duque de Olivares, tomó como ejemplo todo aquello realizado por su antecesor en el cargo, excepto su política como valido, no obstante siempre se preocupó de sobrepasarlo y de aprovecharse de sus debilidades en beneficio de su propia imagen. Esta obsesión era más que conocida incluso por sus contemporáneos[34], por lo que se esperaría de él que intentase ser recordado como un ministro mucho más efectivo que su predecesor, utilizando los mismos medios publicitarios que había aprovechado Lerma, es decir, a través de las artes que impulsaron y de las que se beneficiaron para promocionarse y afianzarse en el poder. Esto es lo que se deriva de su retrato ecuestre, el deseo de contemplarse y admirarse en actitud regia como había hecho Lerma, aunque desplegando otros atributos que le conferían una apariencia marcial y una actitud menos vulnerable, dejando claro que él era el guardián y siervo de la patria. Para conseguirlo, utilizaría los servicios artísticos de Velázquez, cuya amistad desde sus años sevillanos se afianzaría gracias a la promoción que Olivares se encargó de realizar a favor del artista en la Corte, algo que le valdría a Velázquez el ser nombrado pintor oficial y convertirse en un inseparable compañero de Felipe IV[35].

Desafortunadamente, y al contrario de lo que ocurría con el retrato de Lerma, no poseemos los datos correspondientes al origen y ejecución del cuadro, por lo que las circunstancias que rodearon el proceso no pueden más que ser especulativas. Tratándose de Olivares parece clara la intención no sólo de exceder a lo realizado por Lerma, sino, ante todo, una intención publicitaria y política de su imagen, para ello sabía que podía contar con los servicios del artista sevillano, pues éste ya había colaborado construyendo la imagen simbólica del valido, por medio de varios retratos de cuerpo entero y los bocetos que más tarde servirían a Caspar de Crayer y a Paul Pontius para realizar los famosos grabados en clave alegórica de Olivares[36].

Velázquez, en la ejecución de su trabajo, fue algo más lejos que Rubens y no tomó como modelo a Carlos V, sino la representación de César victorioso, grabada por Antonio Tempesta (1596)[37]. La semejanza con el original resulta innegable, a pesar de que existe una diferencia importante; Julio César dirige su mirada hacia el frente, pues está imponiendo su poder y dirección, y Olivares, por el contrario, mira hacia el espectador, incitándolo a seguir su mando. Por otra parte, se considera que el ejemplo inmediato para la plasmación de tal actitud de evidente provocación al público es El socorro de Brisach de Jusepe Leonardo (1634-35, Museo del Prado, Madrid), cuadro que se realizó, de igual forma, por mandato del valido para

Page 7: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 7

decorar el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro.

Este dato nos serviría para definir con cierta exactitud la fecha de realización del retrato y especialmente su significado, dada la falta de detalles sobre su origen. En un principio, se sostuvo que debió realizarse entre 1632-33, cuando Velázquez vuelve a Madrid, después de haber disfrutado de una estancia en Italia para completar su formación artística[38]; esto supondría que fue Jusepe Leonardo quien copió la actitud del jinete, y no Velázquez. Mientras que otros datos apuntan a 1638 como una fecha más próxima a la ejecución, pues siendo así, el retrato comprendería la conmemoración de la batalla de Fuenterrabía, ganada en 1638 gracias al esfuerzo que Olivares puso en reunir tropas ante el enemigo francés. Esta victoria, además, le supuso el nombramiento de “liberador de la patria”, lo que parece motivo suficiente para que don Gaspar se sintiese tentado en extremo a homenajearse por su nueva condición[39]. Toma sentido su actitud desafiante en el cuadro si pensamos que quería conmemorar pomposamente su gallardía y su servicio hacia el Imperio.

Por otro lado, centrándonos en el retrato, comprobamos cómo las virtudes morales de austeridad y disciplina que intentaba restaurar Olivares con su gobierno se ajustan a su representación[40], pues se puede apreciar una actitud calmada ante la ejecución de uno de los ejercicios más complicados de la equitación, la posición de corveta, usando tan sólo una mano. La facilidad con la que parece controlar la situación llama la atención, combinada con la rigidez de la pose y el desafío al espectador. Se convierten, el caballo y el jinete, en un paradigma de poder y de capacidad de dominio y dirección. Es de notar, como ocurría en el caso de Lerma, que el valido de Felipe IV era un gran jinete, actividad que se afianzó al ser nombrado Caballerizo Mayor, encargándose de que el príncipe don Baltasar Carlos se educase en el arte de la equitación[41]. Además, son numerosas las citas extraídas de su correspondencia en las que habla de su gusto por los caballos, un hecho que se dejaba ver al poseer numerosos ejemplares sobre los cuidados del animal, dedicándole un apartado exclusivo en su biblioteca[42].

Se dejan ver, así mismo, toda una serie de atributos que le caracterizan como Capitán General del ejército español (nombrado en 1634), portando de esta forma la banda carmesí, exagerada en tamaño por la importancia que le intenta conceder el propio retratado, exhibiendo su poder con la armadura completa y el bastón de mando en ristre. Parece estar exigiendo la admiración y el respeto por parte del público, a la vez que lo anima a unirse en la lucha por la patria a la que se dirige. Velázquez ideó el cuadro de

tal manera que nos vemos situados desde un punto de vista bajo, suspendidos en la contemplación de la figura enmarcada por un robusto árbol, que ofrece la perspectiva para notar la lejana batalla que espera al jinete.

Al igual que en el retrato de Lerma, la figura del modelo domina el espacio, centrando toda la atención y dejando el paisaje aún más lejano. Esta vez, la escena de lucha es una formación de pequeñas figurillas imprecisas en la lejanía del barranco. Este desnivel entre los dos términos del paisaje resulta abismal, tanto que parece que el caballo se precipita al vacío, o ¿sería un modo de distinguir el ímpetu del retratado? En cualquier caso, parece evidente que este es, como dicen Elliott y Brown, “el retrato de un hombre que controla firmemente el destino de la monarquía española y la guía segura por encima de cualquier peligro”[43]. Todo en el retrato se resuelve en un conjunto de líneas fuertes, tensas, en los claroscuros interiores que caracterizaban al retratado, pues Velázquez conocía bien el carácter controvertido de don Gaspar y era, de igual modo, un pintor introspectivo, que desvelaba con imágenes las características personales de sus modelos; contrariamente a lo que ofrecía Lerma en su cuadro, donde todo era representado entre líneas delicadas y sencillas, tratando de resaltar la pureza y colorismo espiritual.

De todo ello se desprende que la finalidad del cuadro distaba de ser una representación simbólica de su espiritualidad y su cercanía amistosa al monarca, por el contrario, parece que la intención se debía a un deseo de verse como un verdadero libertador, un gobernante decidido a velar por su patria ante el enemigo y a desafiar a todo aquel que la acechase. Si en sus retratos iniciales se dejaba plasmar con unos atributos que promocionasen en la Corte una imagen más o menos amable de sí mismo[44], ahora más que nunca, cuando su gobierno contaba con numerosos enemigos y cuyas reformas se ponían en tela de juicio constantemente, necesitaba intimidar y recordar al público que él solo dirigía la lucha y que estaría al acecho de cualquier mirada.

Las diferencias entre ambos retratos ecuestres resultan evidentes, especialmente en cuanto a la actitud que toma cada valido, lo que les hace diferenciarse en su esencia y origen, sin embargo, las semejanzas son importantes de resaltar, pues responden a la obsesión de ambos modelos por acercarse al rey como líderes, espirituales y guerreros, actitud que se desprende de la amabilidad de movimientos y gestos de Lerma, y la tensión en la figura de Olivares; así como de la luz y el brillo que Rubens proporcionó al cuadro y los tonos oscuros con los que trabajó

Velázquez. El estilo de mando que intentan imponer se debe, en parte, al bastón que sostienen; se trata de la bengala militar que dirige ambas aptitudes, fuerza y razón; plasmándose nuevamente de distinta forma, pues si Lerma lo sujeta sobre su pierna, descansando y ofreciendo una imagen nada agresiva, Olivares lo eleva agresivamente, dirigiendo la dirección de mando, ya que se comprenden en su figura todos los atributos propios de los grandes generales[45].

Por tanto, la finalidad moral viene a ser la mayor semejanza entre los cuadros, es decir, el intento de propaganda y legitimación de la propia imagen en sus dos vertientes diferenciadas por la individualidad de cada valido, pues sus circunstancias resultaban dispares, recordemos una vez más que si Lerma deseaba mostrarse como el gobernante pacífico y cercano, pretendiendo ser un confidente espiritual para el monarca; Olivares se mostraba mucho más agresivo, dejando claro que su actitud era activa y acechante, devolviendo la mirada al que le vigilaba, en este caso, el espectador. La posición del público es importante, pues los modelos eran bien conscientes de que futuras miradas observarían su poderosa simbología artística, por lo que su actitud no es nada espontánea. Algo evidente al contemplar el semblante de los dos rostros, circunstancia que nos vuelve a situar en las teorías de la percepción y en la importancia de la imagen en la época.

Por otra parte, la pose robusta y directa les muestra en el momento de ser captados por la mirada del pintor, conocedores del juicio del espectador, aunque esta pose se resuelve en modos distintos de enfrentarse a este escrutinio público. Lerma mira de frente, sincero y amable, y Olivares se muestra esquivo, desafiante y demasiado seguro de sí mismo; lo que puede revertir contra la propia imagen, derivándose la personalidad mucho más racional de Lerma y la impetuosidad de Olivares. Fruto de todo ello se desvela una obsesión común; su ansiada eternidad como reflejo de la conciencia del prestigio de su linaje, ambos comprendían que su actividad en el gobierno podría devolver la dignidad pasada a sus ancestros, ya fuese ofreciendo calma y seguridad al pueblo, o ya difundiendo la imagen de la guerra como gloria y carácter intrínseco español[46]. Se desprenden, en fin, dos formas distintas de entender el ejercicio de un gobierno en profunda crisis y en perpetua amenaza exterior: la majestuosidad elegante y pasiva de Lerma y la provocación enérgica y activa de Olivares, cuyas políticas tuvieron claras consecuencias internacionales.

El alcance de la individualidad en el arte pictórico y su reconocimiento gracias a la pintura renacentista[47], hacía del retrato la forma más adecuada de contemplarse y

Page 8: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

8 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

admirarse a sí mismo, pero también de exhibirse, recordemos que según el relato que recoge Leon Battista Alberti fue Narciso al contemplar su imagen en el agua quien inventó la pintura[48]. El cuadro proporcionaba la posesión, la permanencia en un espacio y, por supuesto, una belleza y un sentido moral que quedarían plasmados para siempre; un objetivo muy ansiado por Lerma y Olivares. Los validos utilizarían una vez más el apoyo de las artes para ensalzar su imagen y los artistas un medio de conseguir la fama por su trabajo, lo que confería al cuadro la fuente de poder para retratados y pintores.

El retrato, por tanto, no dejaba de ser un juego de espejos de las realidades humanas y, también, de sus deseos, unos deseos de verse de un determinado modo según las características y los fines de los modelos. Su conquista era la confluencia de pasiones e impresiones de las que surge y las que hace, a su vez, emerger en el espectador, pues la importancia del cuadro para Lerma y Olivares ya no era tanto la imagen del poder que se podía ofrecer, sino el lograr conmover con el paso del tiempo, sugiriendo al espectador un mundo de verdades y máscaras, un disimulado teatro para los sentidos en el que sumergirse, y en el que la dignidad de la persona venía a confluir con la dignidad de lo que se observaba, de los actos y del linaje.

NOTAS1. El concepto de propaganda política en la Edad

Moderna lo recojo de F. BOUZA, Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II. Madrid. Akal 1998, pp. 31-36. En estas páginas se podrá encontrar una explicación sobre cómo pensaba la cultura nobiliaria re-presentarse y hacerse ver para consolidar su imagen frente al resto de cortesanos y ser recordado con el paso del tiempo.

2. Para un estudio sobre la nobleza y la importancia que se daba a la apariencia como reconocimiento de la clase social véase F. BOUZA, Palabra e imagen en la Corte. Cultura oral y visual de la nobleza en el Siglo de Oro. Madrid. Abada Editores 2003, pp. 69-87. Por otro lado, en este trabajo sigo las ideas de Norbert Elias, cuyos estudios ofrecen un agudo análisis de la construcción y legitimación de las monarquías, y del comportamiento de la nobleza en el espacio cortesano, donde todo era un “aparentar ser”, pues dependiendo de la posición de la persona así debía obrar y hacerse ver para no caer en desgracia; estas ideas nos ayudan a comprender el sentido suntuario de los cuatros aquí analizados, pues los modelos se retratan con las características con las que quieren ser asimilados, N. ELIAS, The Court Society. Oxford. Blackwell 1983, pp. 1-145.

3. El estudio de S. CLARK, Vanities of the Eye. Oxford. Oxford University Press 2007, ofrece un magnífico análisis sobre la importancia de

los sentidos, especialmente el de la vista, en el proceso perceptivo y sensitivo del siglo XVII en su ámbito europeo.

4. Se escribieron numerosos tratados en contra de las figuras deshonestas que circulaban en el siglo XVII, algunos de estos escritos están editados en F. CALVO SERRALLER (ed.), La teoría de la pintura en el Siglo de oro. Madrid. Cátedra 1981, pp. 237-260.

5. J. A. MARAVALL, Teatro y literatura en la sociedad barroca. Madrid. Seminarios y Ediciones 1972, p. 179.

6. Para un estudio sobre los primeros teóricos de la pintura española y una amplia selección de sus escritos véase CALVO SERRALLER (ed.) 1981, op.cit.; así como la edición actualizada de F. Pacheco, Arte de la pintura, ed. B. Bassegoda y Hugas. Madrid. Cátedra 2001.

7. G. GUTIÉRREZ DE LOS RÍOS, “Noticia general para la estimación de las artes”, en La teoría de la pintura en el Siglo de Oro F. Calvo Serraller (ed.), op.cit., pp. 59-86; p. 69.

8. BOUZA ÁLVAREZ 2003, op.cit., p. 34.

9. J. H. BORJA, “Cuerpos barrocos y vidas ejemplares: la teatralidad de la autobiografía”, Fronteras de la Historia, 7 (2002), pp. 99-115; p. 101. Además, remito a un estudio ilustrativo sobre la combinación de la ropa para definir la identidad del individuo en E. JUAREZ

ALMENDROS, El cuerpo vestido y la construcción de la identidad en las narrativas autobiográficas del Siglo de Oro. Woodbridge. Tamesis 2006.

10.T. FERRER VALLS, “La fiesta en el Siglo de Oro: en los márgenes de la ilusión teatral”, en Teatro y fiesta del Siglo de Oro en tierras europeas de los Austrias, J. Mª. Díez-Borque (coord.). Madrid. SEACEX 2003, pp. 27-37.

11.FERRER VALLS, “Vestuario teatral y espectáculo cortesano en el Siglo de Oro”, en El vestuario en el teatro español del Siglo de Oro, Cuadernos de teatro clásico, M. de los Reyes Peña (ed.), 13-14 (2000), pp. 63-84.

12.Un análisis de la construcción simbólica de la monarquía, haciendo un repaso de los motivos que caracterizaron a los monarcas españoles en E. DE LA TORRE GARCÍA, “Los Austrias y el poder: la imagen en el siglo XVII”, Historia y Comunicación Social, 5 (2000), pp. 13-29. Véase también BOUZA, “Por no usarse. Sobre uso, circulación y mercado de imágenes políticas en la alta Edad Moderna”, en La historia imaginada. Construcciones visuales del pasado en la Edad moderna, J. L. Palos y D. Carrió-Invernizzi (dirs.). Madrid. CEEH 2008, pp. 41-64; para comprobar la legitimación de la monarquía a través de las imágenes distribuidas.

13.A. FEROS, “Sacred and Terrifying Gazes Languages and Images of Power in Early Modern Spain”, en The Cambridge Companion to Velázquez, Suzanne L. Stratton-Pruitt (ed.). Cambridge. Cambridge University Press 2002, pp.68-86; p. 68.

14.BOUZA 2003, op.cit., p. 107.

15.Se ofrece un buen análisis sobre la influencia de la política y de las estrategias publicitarias en el teatro áureo y cómo esto se refleja en el discurso de los personajes de las obras en J. CAMPBELL, Monarchy, Political Culture, and Drama in Seventeenth-Century Madrid. Theatre of Negotiation. Hampshire. Ashgate 2006. Además, en un ámbito europeo y comparativo se encuentra el estudio de R. STRONG, Art and Power. Renaissance Festivals 1450-1650. Suffolk. The Boydell Press 1984; especialmente son interesantes las páginas que dedica a la reflexión sobre la imagen de la monarquía y su creación por parte de Carlos I, pp. 42-97.

16.Para las noticias sobre el cuadro de Lerma véanse A. VERGARA, Rubens and his Spanish Patrons. Cambridge. Cambridge Univ. Press 1999, pp. 11-14; J. BROWN, La edad de oro de la pintura en España. Madrid. Nerea 1991, pp. 89-114. En cuanto al retrato de Olivares remito a J. CAMÓN AZNAR, Velázquez. Madrid. Espasa-Calpe 1964, pp. 463-474, y J. H. ELLIOTT Y

BROWN, A Palace for a King: The Buen Retiro and the Court of Philip IV. Londres. Yale Univ. Press 1980, pp. 20-22.

17.Remito de nuevo para comprobar la teatralidad del funcionamiento de la sociedad cortesana en la Edad Moderna y la importancia del trato entre nobles a ELIAS 1983, op.cit.

18.Recojo el término de FERRER VALLS,   “De los medios para mejorar estado. Fiesta, literatura y sociedad cortesana en tiempos de El Quijote”, en Dramaturgia festiva y cultura nobiliaria en el Siglo de Oro, B. J. García García y M. L. Lobato (coords.). Madrid/Frankfurt am Main. Iberoamericana/Vervuert 2007, pp. 151-167; donde se analiza la importancia de los festejos para atraer la atención del monarca en el ascenso social. Véase además otro estudio de la misma autora, donde se explica la obsesión de Lerma por promocionar su cargo político y prestigiar la honra familiar, “El duque de Lerma y la corte virreinal en Valencia: fiestas, literatura y promoción social. El prado de Valencia de Gaspar Mercader”, Quaderns de filología. Estudis literaris, V, Homenaje a César Simón, Valencia, 5 (2000), pp. 257-271.

19.Felipe II había consolidado el papel de la corona como el principal promotor de las artes, sin embargo, el prestigio social que se transmitía con esta práctica protectora pronto derivó en una obsesión para la nobleza, intentando competir con la Casa Real, véase J. BROWN 1991, op.cit., p. 18. De igual modo remito a los estudios de P. WILLIAMS, “Un estilo nuevo de grandeza el Duque de Lerma y la vida cortesana en el reinado de Felipe III (1598-1621)”, en Dramaturgia festiva y cultura nobiliaria en el Siglo de Oro, B. J. García García y M. L. Lobato (coords.) 1997, op.cit., pp. 169-202, donde se resume la actividad cultural de Lerma y se pone de relieve su interés en las artes en beneficio propio, así como la idea de prestigiar el honor familiar. Por otra parte, L. BANNER, The Religious Patronage of the Duke of Lerma (1598-1621). Farnham. Ashgate 2009, demuestra a lo largo de su estudio que la gran actividad como mecenas de las artes por parte de Lerma se afianza tras su nombramiento como ministro del rey.

Page 9: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 9

20.Para un estudio sobre las relaciones e intereses entre la monarquía española y la familia Medici, con un especial análisis de la política de Lerma al respecto, véanse los dos trabajos de E. L. GOLBERG, “Artistic Relations between the Medici and the Spanish Courts, 1587-1621: Part I”, Burlington Magazine, 1115 (1996), pp. 105-114; y “Artistic Relations between the Medici and the Spanish Courts, 1587-1621: Part II”, Burlington Magazine, 1121 (1996), pp. 529-540.

21.La descripción de las circunstancias que rodearon la creación del retrato en VERGARA 1999, op.cit., pp. 11-14; y en la selección de cartas en edición traducida del italiano de J. BURCKHARDT, H. GERSON Y M. HOTTINGER (eds.), Recollections of Rubens. Londres. Phaidon 1950, p. 192.

22.VERGARA 1999, op.cit., p. 67.

23.BANNER 2009, op.cit., p. 9.

24.A. FEROS, El Duque de Lerma. Realeza y privanza en la España de Felipe III (2002). Madrid. Marcial Pons 2006, pp. 190-192; y WILLIAMS The Great Favourite: The Duke of Lerma and the Court and Government of Philip III of Spain (1598-1621). Manchester. Manchester Univ. Press 2006, pp. 6-9.

25.BURCKHARDT et ál. 1950, op.cit., p. 194.

26.Recordemos como ejemplo el Retrato ecuestre del Duque de Buckingham (1625, Kimbell Art Museum, Texas), realizado también por Rubens y los respectivos trabajos de Van Dyck, Carlos I de Inglaterra a caballo (1637, National Gallery, Londres), y Retrato ecuestre de don Francisco de Moncada (1634, Museo del Louvre, París). Sin embargo, resulta más llamativo el cuadro de Don Rodrigo Calderón a caballo (1612, Royal Collection, Londres), realizado por Rubens y cuya semejanza con el de Lerma es más que sobresaliente. El propio Lerma podría haber presentado el pintor a Don Rodrigo, lo que sí es seguro es que éste quedó eclipsado con la pintura de Rubens porque, como cuenta S. MARTÍNEZ HERNÁNDEZ en su agudo estudio sobre la personalidad del favorito, fueron numerosas e importantes las adquisiciones que hizo de las obras del pintor; Rodrigo Calderón. La sombra del valido. Privanza, favor y corrupción en la Corte de Felipe III. Madrid. CEEH/Marcial Pons 2009, pp. 171-178.

27.BANNER 2009, op.cit., p. 191; explica que tras ser nombrado Comendador Real, el valido se siente muy interesado por fomentar la construcción de lugares de culto y promocionar el arte religioso, haciéndose digno de la confianza del rey siguiendo las normas que la orden le imponía.

28.El texto completo en L. DE GÓNGORA Y ARGOTE, Poesía: Soledades- Fábula de Polifemo y Galatea-Panegírico al Duque de Lerma-Otros poemas, ed. J. M. Caballero Bonald. Madrid. Taurus 1982, pp. 201-218. No es la única vez que los versos gongorinos coinciden con el retrato, pues en sus Soledades vuelve a aparecer el “en sangre claro y en persona augusto/ si en miembros no robusto,/ príncipe les sucede, abrevïada/en modestia civil real grandeza./La espumosa del Betis ligereza/bebió no sólo, mas la

desatada/majestad en sus ondas el luciente/caballo, que colérico mordía/el oro que suave lo enfrenaba”, en GÓNGORA, Soledades, ed. R. Jammes. Madrid. Castalia 1994, pp. 545- 547. Sin embargo la identidad de este jinete no se corresponde con Lerma, sino posiblemente con su cuñado, el Conde de Niebla.

29.BANNER 2009, op.cit., p. 86.

30.Véase BANNER 2009, op.cit., donde la idea principal de su estudio es mostrar que el mecenazgo de Lerma, en gran parte religioso, se basó en dos pilares fundamentales: sus responsabilidades como Comendador Mayor y su deseo de afianzarse como el hermano espiritual de Felipe III; algo que también apunta FEROS 2006, op.cit., p. 177.

31.Para un estudio completo sobre la actitud de Lerma ante Europa y su política de paz véase B. J. GARCÍA GARCÍA, La Pax Hispanica: Política exterior del Duque de Lerma. Leuven. Leuven Univ. Press 1996.

32.J. F. MOFFIT, “Rubens´s Duke of Lerma, Equestrian amongst Imperial Horsemen”, Artibus et Historiae, 29 (1994), pp. 99-110; p. 108.

33.BROWN 1991, op.cit., p. 74.

34.J. H. ELLIOTT The Count-Duke of Olivares. The Statesman in an Age of Decline. Londres. Yale Univ. Press 1986, p. 62.

35.Las relaciones entre artista, valido y monarca desde los inicios en el círculo sevillano y las obras derivadas de esta amistad en ELLIOTT 1986, op.cit., p. 22, p. 466; y ELLIOTT Y BROWN 1980, op.cit., pp. 43-45.

36.Véanse los estudios de BROWN, “A Portrait Drawing by Velázquez”, Master Drawings, 1 (1976), pp. 46-90; A. MARTÍNEZ RIPOLL, “El Conde Duque con una vara en la mano de Velázquez, o la praxis olivarista de la Razón de Estado, en torno a 1625”, en La España del Conde Duque de Olivares, Á. García Sanz y Elliott (coords.). Valladolid. Secretariado de Publicaciones 1990, pp. 45-80; V. BERMEJO

VEGA, “Imago Alteri Regis: Olivares y el retrato del valido en la estampa barroca”, Cuadernos de arte e iconografía, 11 (1993), pp. 325-333; y M. DÍAZ PADRÓN, “Reflexiones y precisiones del retrato de Van Dyck en la patria de Velázquez”, Anales de Historia del Arte (2008), pp. 189-212, donde además se estudian las influencias posteriores en el arte europeo de los retratos de Lerma y Olivares.

37.Se ofrece un exhaustivo estudio de las fuentes y de sus respectivas comparaciones con el original velazqueño en, W. A. LIEDTKE Y J. F. MOFFITT, “Velázquez, Olivares, and the Baroque Equestrian Portrait”, Burlington Magazine, 942 (1981), pp. 529-537.

38.Quienes sostienen esta idea son CAMÓN AZNAR, 1964, op.cit., pp. 463-466; y J. LÓPEZ REY, Velázquez. Londres. Studio Vista 1980, pp. 82-84.

39.Para los datos de esta nueva fecha véanse H. HARRIS, “Velázquez´s Portrait of Prince Baltasar Carlos in the Riding School”,

Burlington Magazine, 878 (1976), pp. 266-275; p. 272. Y LIEDTKE Y MOFFITT 1981, op.cit., p. 529.

40.ELLIOTT 1986, op.cit., p. 62.

41.Don Gaspar tenía obsesión por celebrar pictóricamente sus cargos más importantes en la Corte, lo que refuerza la idea de que su retrato ecuestre fue un encargo para conmemorar su victoria en Fuenterrabía y su nombramiento como Capitán General y Liberador de la patria. Sostienen esta idea ELLIOTT 1986, op.cit., p. 540 y HARRIS 1976, op.cit., p. 272.

42.Una carta al Marqués de Aytona fechada en 1633 es esclarecedora al respecto, pues se queja de la frustración que siente, ya que la enfermedad que le aquejaba por entonces le impedía montar a caballo, citado en ELLIOTT 1986, op.cit, p. 287. Por otro lado, mi referencia a la Biblioteca Selecta del Conde-Duque de Sanlúcar, Gran Chanciller, impresa-manuscrita. Autores y materias remite a Madrid, Real Academia de la Historia, Ms 9/5729, fols. 214r-214v, s.v. Caballos.

43.ELLIOTT Y BROWN 1980, op.cit., p.20.

44.Es la idea que sostiene MARTÍNEZ RIPOLL 1990, op.cit., p. 49 y que se sigue en este trabajo.

45.Aunque ambos validos se caracterizaron por sus habilidades jurídicas, no se puede confundir el bastón con la vara de estadista, pues sus connotaciones son bien distintas y esto desvirtuaría la finalidad moral que aquí se sostiene; se pueden observar las diferencias entre los distintos bastones en un estudio sobre sus características y sus orígenes simbólicos en MARTÍNEZ RIPOLL 1990, op.cit., donde además se observa la importancia que esto supone tratándose de Olivares, pues la muletilla que utilizaba para caminar y los bastones con los que se hizo retratar pronto obtuvieron una significación mágica ante el pueblo, pensando que con ello había hechizado al rey. Téngase en cuenta, de igual modo, el estudio que versa sobre el mismo tema en P. CIVIL, “Libro y poder real: sobre algunos frontispicios de la primera mitad del siglo XVII”, en El escrito en el Siglo de Oro: Prácticas y representaciones, eds. P. Cátedra, Mª. L. López-Vidriero y J. Guijarro. Salamanca. Ediciones Universidad de Salamanca 1998, pp. 69-83.

46.El concepto cortesano del honor familiar y la obsesión por conseguirlo en A. CARRASCO

MARTÍNEZ, “La construcción problemática del yo nobiliario en el siglo XVII: una aproximación”, en Dramaturgia festiva y cultura nobiliaria en el Siglo de Oro, eds. García y Lobato 2007, op.cit.

47.Para un estudio detallado sobre los orígenes del retrato en la época que nos ocupa véase J. POPE-HENNESSY, The Portrait in the Renaissance. Princeton. Princeton Univ. Press 1989.

48.L. B. ALBERTI, On Painting. Londres. Yale Univ. Press 1956, p. 64.

Page 10: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

10 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Por Miguel Conde Pazos (UAM)

LA CRISIS DEL IMPERIO OTOMANO A TRAVÉS DE LA RELACIÓN DE ALEGRETO ALLEGRETTI.

“ …que maior oportunidad puede desearse que la de ver puesto en el gobierno de aquella Monarquía un Rey niño de nueve años y que en más de otros cuatro años no saldrá de la menor edad, gobernado de un hombre solo (que es el gran Visir) el cual no sabe leer ni escribir, sin más consejo que el de un astrologo o dos mujeres que guerrean por el Dominio;…”

Con estas palabras describieron los religiosos católicos de la Isla de Scio la crítica situación que vivía el Imperio Otomano en 1649[1]. Como buena parte de Europa, el Imperio Otomano vivió su propia crisis a mediados del siglo XVII, siendo motivada igualmente por los grandes gastos militares.

Durante los siglos XV y XVI, la maquinaria bélica otomana fue, con toda probabilidad, la fuerza más moderna y eficiente de su época. Durante este tiempo, las fuerzas otomanas fueron capaces de imponerse sobre los reinos cristianos y los persas safávidas, en una serie casi ininterrumpida de guerras. Según el punto de vista del derecho islámico el Imperio Otomano era la “Casa del Islam”, un espacio en permanente conflicto con los vecinos no musulmanes, la “Casa de la Guerra”. Sin embargo, a principios del siglo XVII este modelo empezó a dar muestras de desgaste. Los costes provocados por los avances de la “Revolución Militar” y los recursos consumidos a la hora de mantener las líneas de aprovisionamiento, dispararon el esfuerzo otomano en materia militar. La Larga Guerra de Hungría y las agresivas campañas de Murad IV fueron una buena

muestra de que, a pesar de los triunfos, las fuerzas otomanas consumían demasiado para los logros que obtenían. El mismo Alegreto de Allegretti, personaje principal de este artículo, vio en este problema la clave a la hora de entender la crisis otomana, atreviéndose a señalar una fecha: 1638. Según él, hasta ese año las arcas del Imperio podían haber dispuesto en cualquier momento de unos “ocho millones de oro”. Sin embargo, el coste de tomar aquel año Babilonia fue tan alto que hizo necesario subir los impuestos, iniciando así un efecto en cadena fatal para la Puerta[2]. La subida tributaria provocó la huida de una parte de la población de Europa a territorios no fiscalizados o vasallos, alienando a su vez a los ya inquietos habitantes de Anatolia [3].

Para Alegreto la invasión de Candia (1645) fue un intento de Ibrahim I (1640-1648), sucesor de Murad, de corregir esta situación. Según su punto de vista, “solo en alguna parte podría el turco corroborar sus fuerzas, si conquista el reino de Candia, porqué extraería sustancias essenciales así de tributos como de gente, sin temer, que los vasallos pudiessen emigrar de aquella isla, ni eximirse de el yugo de los gravámenes, por hallarse situado en gran seno de mar y de los otros reinos”[4].

No obstante, el remedio fue peor que la enfermedad. La rápida operación sorpresa que tenía que haber logrado la conquista de la isla se estancó frente a las defensas venecianas, dando inició al asedio más largo de la historia. Al poco, la flota otomana demostró sus carencias cuando se vio incapaz de imponerse a los venecianos. En 1648, y en los años que siguieron, estos bloquearon los estrechos. El malestar provocado por dichas derrotas, sumado a la incapacidad de Ibrahim a la hora de gobernar, inflamaron las luchas internas. Desde principios del siglo XVII la pugna

entre las facciones del harén y la intervención de los jenízaros habían desestabilizado el régimen. La férrea autoridad de Murad IV había dado fin a estos conflictos, pero la llegada al poder de Ibrahim volvió a reavivarlos. En 1648 el Gran Turco fue ejecutado por loco.

La muerte del sultán dio inicio a un turbulento periodo conocido como el “Sultanato de los Agas” [5]. A Ibrahim le sucedió Mehmed IV, apenas un niño de siete años, inaugurando de esta forma un vacío de poder que fue cubierto por distintos Agas -comandantes militares-, quienes gobernaron bajo el título de Grandes Visires. De 1648 a 1651 Constantinopla vivió una rápida sucesión de grandes visires, en un entorno de lucha constante entre las facciones de la abuela y la madre del sultán [6]. Una parte de la clave para mantenerse en el poder era lograr buenos resultados en la guerra. Para entonces, el prestigio turco no aceptaba más que la conquista entera de la Isla de Candia, por lo que la diplomacia de la Puerta pasó a centrarse en el aislamiento de su enemigo, negociando la renovación de la tregua con el emperador, y enviando un embajador a Madrid (1649)[7].

LA GUERRA DE CANDIA Y LA MONARQUÍA CATÓLICA

La invasión de Creta coincidió con los últimos años de la Guerra de los Treinta Años. Ello supuso que las llamadas de auxilio de Venecia apenas tuvieran eco entre los príncipes cristianos[8]. La mayor respuesta vino de los potentados italianos, temerosos de una renovada ofensiva turca en el Mediterráneo.

Entre estos estados se encontraba la Monarquía Católica. Felipe IV estaba muy interesado en que los venecianos se

La embajada turca en Madrid y el envío de Alegreto de Allegretti a Constantinopla (1649-1650).

Page 11: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 11

mantuvieran en Candia. Como rey de Nápoles y Sicilia se beneficiaba de la existencia de un antemural cristiano en el Mediterráneo Oriental. Por otra parte, como potentado de Italia era galante de la defensa de la Península frente a los turcos[9]. En un momento en que Francia se disponía a disputar la supremacía en la zona, era conveniente reforzar esta visión ante los italianos. El círculo de intereses en favor del auxilio a Candia se completaba con la obligación que Nápoles tenía de participar en este tipo de empresas, si se quería cobrar las bulas del subsidio y el excusado[10].

De esta forma, en el año 1645 el virrey de Nápoles contribuyó con cinco galeras y dos mil hombres a la escuadra organizada por el Papa, mientras que la diplomacia española actuó en Polonia para que la cruzada de Ladislao IV llegara a buen término[11].

Las revueltas en Nápoles y Sicilia y el agravamiento de la guerra en Italia causaron una disminución de estas ayudas. Al tambalearse el poder español en la península se bloqueó una buena parte de los recursos utilizados en estas empresas. De hecho, para reinstaurar el poder español en la zona, fue necesario reunir a la flota la cual, bajo el mando de Don Juan José de Austria, pasó los siguientes años invernando en Mesina.

LA EMBAJADA DE AMET AGA, ENVIADO DEL SULTÁN

La presencia de una flota de ese calibre tan cerca de Candia fue advertida por los turcos y, probablemente, fue el detonante de que el Gran Visir del momento, Kara Murad (Aga de los jenízaros) enviara a un agente a Madrid[12]. El hombre elegido fue Amete Aga, un hombre de oscuros orígenes que partió en el verano de 1649 de Ragusa[13]. Desde allí pidió salvoconductos al virrey de Nápoles, el Conde de Oñate, para viajar a Valencia, lugar desde donde fue conducido, por orden Virrey, el Conde de Oropesa, hasta Odón, donde tuvo que esperar a ser recibido por la corte hasta septiembre[14].

La llegada del embajador fue un acontecimiento inesperado en Madrid. Desde los inicios del reinado de Felipe IV, los asuntos del norte habían centrado la atención de la corte. De hecho, la red de información del Mediterráneo existente durante el reinado de Felipe III había ido

desapareciendo por lo que, a la llegada del embajador turco, había una carencia de gente capacitada para estas materias[15]. Por no haber, en Madrid no había ni traductores del turco o del arábigo [16].

El 15 de septiembre Amete Aga hizo su primera audiencia ante el rey y, con la gran excepción de que ambos permanecieron cubiertos, la relación fue cordial. La comunicación se realizó en italiano, lengua que conocía el Aga. Sin embargo, sus credenciales –en turco- eran ininteligibles para la corte, por lo que se tomó la desatinada decisión de que fuera el propio embajador quien las tradujera. Como veremos, este hecho, además de vergonzoso, fue a la larga decisivo, ya que permitió a Amete Aga modificar las cartas a su antojo[17]. De esta suerte, el enviado se presentó a sí mismo como embajador del gran Sultán, portando cartas del Gran Visir, de Budaj Heade y Usid Efendi, personajes todos de los que después hablaremos.

Siguiendo el protocolo no fue hasta la segunda audiencia cuando el embajador transmitió el negocio que había motivado su viaje. Así, para sorpresa de los miembros del Consejo de Estado, el sultán ofrecía: amistad al rey de España, comercio entre ambas monarquías, el fin de la trata de esclavos entre sus súbditos, el libre paso a los lugares de peregrinaje cristianos, y el envío de embajadores permanentes a las respectivas cortes. En otras palabras, un acuerdo por el cual la Monarquía y el Imperio Otomano pudieran coexistir pacíficamente. En aquel momento semejante tratado hubiera levantado un gran revuelo: la Monarquía nunca había negociado más que treguas temporales con el Imperio, y desde Madrid se llevaban lustros denunciando a los franceses por tratos similares[18]. Sin embargo, como tiempo después comentaría Vicenzo Batutti traductor raguseo que trabajaría en Madrid, los beneficios de la paz debían ser juzgados, ya que podrían constituir un vuelco en la situación que por entonces vivía la Monarquía[19]. Como él mismo Battuti comentó, los gastos en la defensa de Nápoles y Sicilia podrían ser redirigidos contra Francia, y los beneficios comerciales entre Levante y las provincias del sur de Italia mejorarían la situación material del sur.

No obstante los contras eran también muy numerosos. De firmarse una paz seguro que surgirían problemas con la

Iglesia, aparecerían acusaciones de impiedad, y la reputación de Felipe IV sufriría un gran vuelco -por citar sólo algunos efectos-. Sin embargo, a priori, el mayor problema para el Consejo concernía a Venecia.

La República Serenísima estuvo informada del viaje de Amet Aga desde el mismo momento en que este salió de Ragusa. Desde allí, el senado de Venecia fue avisado de que un negocio “gravissimo” iba a ser tratado en Madrid. Ante tal amenaza Piero Basadonna, su residente en Madrid, pidió que el embajador no fuera recibido. No obstante, en Madrid se consideró descortés no escuchar a un enviado de un príncipe que acudía unilateralmente a la corte, por lo que solo se hicieron promesas de que se tendría puntualmente informado al residente [20]. En todo caso tales temores eran infundados. En el Consejo se temía la caída de Candia por ser considerada como la antesala de una ofensiva turca hacia occidente. Tres años más tarde, por ejemplo, la caída de Candia se veía como un primer paso al que seguiría Ragusa, colocando allí a un baja propio a sólo un día y una noche de Apulia[21].

Sin embargo un malentendido y lo flexible del tratado hicieron que este prosperara. Así, en la fórmula otomana de que el sultán “desea ser amigo de los amigos de Vuestra Majestad y enemigo de vuestros enemigos”[22] -una frase modelo de los tratados otomanos- el Consejo interpretó –muy interesadamente- una invitación velada a mediar entre turcos y venecianos[23]. Así, razonó que, si el sultán quería de verdad entablar amistad con Felipe IV sobre este principio, debía demostrarlo llegando a una paz con los venecianos. Como es natural Amete Aga quedó del todo contrariado, aduciendo que su función no pasaba de tratar la paz con el rey católico[24]. Sin embargo, como probablemente sólo había llegado a Madrid para retrasar el auxilio de la flota de Don Juan José de Austria, tampoco se cerró en banda [25]. En conversaciones posteriores con Pedro Coloma -encargado a partir de entonces de tratar con el embajador- Amete Aga comentó que existía la posibilidad de que en Constantinopla se aceptara una mediación. De hecho sugirió que serían bien recibidas propuestas que ofrecieran las islas menores de Ciringo o Cirigote o, incluso, una suma de dinero[26].

Por otro lado el tratado era flexible, y permitía que el rey de España auxiliara a

Page 12: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

12 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

cualquier príncipe cristiano atacado, siempre y cuando el contrario tuviera la libertad de hacer lo propio[27]. Esto hubiera permitido al rey seguir dando apoyo a los venecianos, y hubiera evitado las acusaciones de impiedad.

Ambos puntos dieron alas a la corte para seguir con el negocio. Para lograr la mediación y traer nuevas credenciales –las de Amete fueron juzgadas insuficientes- se decidió el envío de un agente a Estambul. Al residente veneciano se le comunicaron las proposiciones turcas (amistad, fin de la trata de esclavos de sus súbditos y acceso a Tierra Santa), añadiendo la propuesta de mediación de Felipe IV[28].

EL VIAJE DE ALEGRETO HASTA CONSTANTINOPLA

El agente elegido para la misión fue Alegreto de Allegretti, clérigo raguseo que había llegado recientemente con el séquito de la reina Mariana de Austria[29]. Alegreto había sido capellán de la emperatriz María Ana y había realizado diversos cometidos para la embajada española en Viena. Así, estuvo en Polonia al menos en tres ocasiones: en 1634 ,acompañando al Conde de Siruela; en 1640, dando cobertura a la leva de polacos que preparaba Medina de las Torres; y en 1648, en la elección del nuevo rey de Polonia; misiones que cumplió con puntualidad y discreción[30]. Alegreto sabía esloveno (como él mismo dijo, su lengua natal), italiano, español y muy probablemente alemán y polaco. Dada su larga trayectoria fue considerado el candidato idóneo para la misión.

Las instrucciones -entregadas a Alegreto por Pedro Coloma el 27 de octubre de 1649- preveían el viaje a la corte otomana vía Ragusa junto a Dilaver, secretario de Amete Aga, al que poco tiempo Allegretti juzgaría en muy malos términos[31]. Alegreto no fue enviado en calidad ni de representante ni de embajador, sino como un simple portador de cartas. Por ello tenía orden de rechazar cualquier cortesía y agasajo que pudiera llevar a malentendidos. Sus instrucciones establecían que, una vez en Constantinopla, debía reunirse con el Gran Visir, proponer el negocio sobre la fórmula de mutua amistad antes referida, y negociar sólo en caso de que los turcos se avinieran a tratar la paz con Venecia. De darse el caso debía entrar en contacto con el bailo veneciano para negociar. En ningún caso debía admitir una paz que cediera ni un palmo de Candia, y las compensaciones,

sobornos y otros gastos debían ser pagados por los venecianos, ya que eran estos los beneficiarios. Si esta plática no avanzaba, tenía orden de volver a Madrid con nuevas cartas y credenciales para Amete Aga. Ante la falta de traductores se pedía que, a ser posible, estas vinieran en latín o griego. En su viaje se preveía que le acompañará un agente del senado de Venecia. Ambos debían reunirse en Nápoles, en la corte del Conde de Oñate. Alegreto podía entablar relaciones en Constantinopla con el residente Imperial, con los ministros polacos, con los moscovitas, los raguseos, los ingleses y los holandeses, siempre y cuando estos fueran los que acudieran a él (excepto en el caso del Imperial). Con quien nunca debía alternar era con ningún francés. Se apuntaba que no debería haber problemas de protocolo, pues no era representante, a pesar de lo cual Amete Aga sí que dio a entender que si se daba el caso se daría preferencia al enviado español sobre los demás. Por último, al raguseo se le encargaba indagar sobre el estado del Imperio, sobre los grupos de la corte, y especialmente de la sucesión dentro de la familia del sultán. De hecho, si era posible, debía hacerse con potenciales fuentes de información para el futuro. Y todo ello lo debía realizar con discreción y rapidez, pues, como ya se había dado cuenta el Consejo, el negocio estaba levantando ciertos recelos en otros reinos.

Para entonces, el secretismo con el que Amete Aga había rodeado su misión había dado pie a toda clase de rumores, alimentados a su vez por la maquinaria de desinformación francesa. Así, se empezó a extender el bulo de la posible firma de una alianza hispano-turca, que estipulaba el casamiento de Juan José de Austria con una hija del anterior sultán -recibiendo como dote Túnez y Argel- y el ataque de los españoles a Venecia desde Milán[32]. Estos rumores no hicieron más que desprestigiar al rey Católico que, casi al momento de la partida de la embajada, le escribió para que se diera prisa.

Allegretti partió de la corte a finales de octubre de 1649. Tardo seis días en llegar a Valencia, donde el Conde de Oropesa debería haberle dado una embarcación para viajar a Nápoles[33]. Sin embargo, el virrey no pudo aportar el barco, y Alegreto perdió casi un mes deambulando por la costa hasta que encontró a una parte de la flota de Dunqueque (“Donquerque”). Con ellos partió el 18 de diciembre de Denia, llegando

a Nápoles tras 27 días de viaje. Una vez en el Regno fue recibido por el Conde de Oñate, virrey y responsable de financiar la misión[34]. Allí fue informado de que Venecia se había desentendido del negocio, por lo que Alegreto partió sólo[35]. El 21 de febrero de 1650 llegó a Ragusa.

La república de San Blas era, por entonces, un punto de unión entre ambos extremos del Mediterráneo. El bloqueo que sufría el comercio veneciano, unido al del otro puerto competidor, Spalato, estaba dando pingües beneficios comerciales a los raguseos[36]. Sin embargo, la situación de la república tampoco era óptima. Como sabemos, la ofensiva turca en el Mediterráneo se veía como una amenaza a su autonomía. Igualmente, la inestabilidad interna otomana afectaba a su comercio de grano. Por la otra parte estaba enfrentada con Venecia desde hacía años, dada su competencia comercial y sus reclamaciones de soberanía sobre el Adriático. Por ello, el único aliado natural con el que contaba era Nápoles. Los tratos comerciales entre ambos territorios databan de época medieval, y Ragusa gozaba por entonces de protección por parte de su virrey[37]. Ragusa deseaba, entre otras cosas, sacar trigos de Nápoles para su comercio. Por este motivo intentó, esta vez sin éxito, tratar con Alegreto una renovación de estos negocios. Finalmente este tuvo que ser derivado a la corte, la cual escribió al Virrey de Nápoles que reanudara los privilegios comerciales de los raguseos [38].

De Ragusa Alegreto viajó a Nevesinje con tanta rapidez que el “virrey de Herzegovina” se quejó de no haber dispuesto nada para su llegada. De allí se trasladó a Sofía, donde se reunió con el beglerbey de Grecia. Este era, en palabras de Alegreto, “el principal General de los cuatro del Imperio Otomano”. En sus conversaciones salieron a relucir los deseos de paz con España, el malestar reinante en el ejército por cómo se estaba llevando la guerra e, incluso, el desagrado del propio beglerbey a tener que embarcar hacia la isla[39].

Tras dar descanso a los caballos por dos días en Sofía, Alegreto partió a Constantinopla, a la que llegó el 31 de marzo de 1650, 38 días después de su llegada a Ragusa. Para entonces, la necesidad de que volviera a Madrid era más apremiante que nunca.

Page 13: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 13

LA CASA DEL TURCO

Mientras Alegreto viajaba a Constantinopla, Amete Aga se quedó en Madrid preparando distintos puntos del tratado. Su estancia fue sufragada por la corte, como era acostumbrado, alojando al turco y a sus “familiares” en una casa en lo que entonces se conocía como los “Siete Jardines” -esquina con Alcalá-. La breve estancia de la embajada marcó tanto el recuerdo de los madrileños que, a partir de entonces, a la calle se la conocería como la “del turco”, más recordada por ser el lugar donde asesinaron a Prim dos siglos después[40]. La elección del sitio no pudo ser más desastrosa. Frente a la “Casa del Turco” (nombre que dieron los madrileños a la casa) estaba ubicada una taberna de mala reputación llamada “de Parla”, frecuentada por “mujeres y extranjeros”[41]. El error se completó cuando, viendo el buen comportamiento del turco, se decidió no colocar guardias en las entradas. De esta forma, la Casa del Turco pronto se convirtió en un foco de rumores y problemas durante toda la primavera de 1650, en los que los familiares del turco llegaron a agredir a las autoridades locales. Dichos altercados fueron remitidos al Consejo de Estado, quien paso los meses siguientes tratando de sortear cada nuevo problema[42]. Además, la Casa del embajador se convirtió en un lugar donde buscaron refugio varios esclavos huidos, y un punto al que acudieron distintos aventureros de dudosa reputación. No obstante, el hecho que más alarmó al Consejo fue la noticia de que estaban desapareciendo mujeres en los aledaños de la embajada. En Madrid se extendió el rumor de que grupos de turcos armados con cuchillos merodeaban en busca de mujeres. De hecho, la justicia llegó a examinar un caso, el de Doña Margarita Ramires y su criada, que se decía que estaban retenidas en la embajada[43]. Ante esta engorrosa situación el Consejo de Estado pasó unas cuantas sesiones ideando toda clase de argucias para sacar al embajador de Madrid y poder registrar así la casa sin violar la inmunidad[44]. Al final Felipe IV, hartó de estos altercados, mandó que una escuadra de guardias vigilara las entradas y salidas de la casa, una decisión que enojó considerablemente a Amete Aga[45].

Estos hechos no hicieron más que mermar la ya muy criticada credibilidad de Amete Aga. A principios de 1650 había llegado, a través del Conde de Lumiares -

embajador en Viena- los primeros informes que sobre el enviado había pedido Madrid. Estos describían a Amete Aga como un conocido judeoconverso de Constantinopla, que había pasado buena parte de su vida practicando la medicina. Según esta versión, el Aga era un oportunista poco querido que se había convertido exclusivamente por ambición[46]. Esta falta de principios se vio sancionada, a ojos del consejo, cuando, de repente, el embajador expresó su deseo de convertirse al catolicismo, una decisión que fue vista por todos como una vía de librarse de un castigo en Constantinopla[47].

La llegada de este tipo de cartas de Alemania no fue para nada inocente. En Viena no habían sentado muy bien las primeras noticias de la negociación Madrid-Constantinopla. Se temía que, de firmarse una paz entre la Puerta y los venecianos, la ley turca que obligaba a hacer la guerra contra el infiel provocara la ruptura de las negociaciones de la tregua, y reavivara el conflicto húngaro. El Conde de Curcio fue el encargado de comunicar estas inquietudes a Lumiares añadiendo que, de firmarse una paz, el emperador querría nuevas garantías para Hungría[48]. Esta misma cuestión de la ley turca fue también esgrimida por el Conde Lumiares por desobedecer las órdenes de informar a Juan Casimiro de Polonia. A la salida de Alegreto se había ordenado a Lumiares que no solo comunicará el negocio, sino que bloqueará la diversión que se preparaba en el Mar Negro a la espera de lo que ocurría, algo que obvió el embajador porque consideraba que, de triunfar la mediación y firmarse una paz con los venecianos, y de renovarse la tregua con el Imperio, sería Polonia la víctima de las armas turcas[49].

En la misma Monarquía existían elementos escépticos ante el negocio. Uno de ellos fue el Conde de Peñaranda, quien declaró lo poco fiable de una tregua firmada en plena minoría de edad del sultán[50]. Estos argumentos tomaron fuerza al revisarse las credenciales de Amete Aga. Tras unos meses, la corte se hizo con los servicios de dos intérpretes: un miembro trásfuga del séquito del embajador y un esclavo del Duque de Nájera. Las traducciones que estos hicieron de las cartas evidenciaron pequeñas diferencias, de las que solo tenía importancia la firma de una carta: la credencial. De esta forma, el esclavo aseguraba que, como había dicho Amete Aga, el documento había sido firmado por el sultán, mientras el miembro

del séquito interpretaba la rúbrica como la del gran Visir. De ser cierto, el estatus del sujeto y el valor del tratado podían quedar en nada[51]. No obstante, para entonces era imposible comunicarse con Allegretti.

ALEGRETO EN CONSTANTINOPLA

Nada más llegar a Constantinopla Alegreto cayó en una estratagema de los turcos. El raguseo preveía alquilar un aposento particular, y pasar allí su estancia. Para ello envío a un criado suyo por delante y, junto a él, fue Dilaver, quien dijo ir a avisar de su llegada. A su regreso llegaron acompañados por un miembro de la casa de Budak Heade, con orden de escoltar al enviado para protegerle de posibles atentados de venecianos o de franceses hasta la casa de su señor. Alegreto fue incapaz de negarse, quedando a partir de entonces a merced de los ministros del Gran Visir, y especialmente de Budak Heade. Este “Coronel de los granileros [52]” era, en palabras de Alegreto, “muy prudente, enemigo de fausto y apariencias cortesanas y que nunca ha tenido ambición de más puesto que el que ocupa”. El grado de influencia que Alegreto juzgaba de este hombre era tan alto que le consideraba como un “valido” por “cuya mano pasan todos los negocios más graves que llegan a las del gran Visir, así los domésticos de su monarquía como los forasteros”[53]. Budak Heade sería su contacto con el exterior durante toda su estancia.

Al día siguiente de la llegada de Alegreto se concertó la primera entrevista con el Gran Visir en su palacio[54]. En ella, además de este y Budaj Heade, estuvieron presentes Usi Efendi -otro de los personajes que había escrito a Madrid, astrologo mayor del sultán y hombre de gran influencia sobre el Gran Visir- y Quitap Rais -Gran Canciller, “persona sagaz y amigo declarado de los franceses”-. A estos hubo de sumarse un intérprete, debido a la ineptitud del Gran Visir para el esloveno. El discurso de Alegreto se centró desde el principio en la fórmula de mutua amistad propuesta en Madrid, y su peculiar interpretación. Por supuesto, esta versión fue de inmediato obviada, y de hecho Allegretti pronto se dio cuenta que Amete Aga era sólo un enviado del gran Visir, habiendo sido el sultán sólo informado del viaje. De esta forma, se le explicó que el envío del Aga debía ser considerado como un gesto personal del gran Visir para agradecer a Felipe IV el no haber

Page 14: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

14 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

auxiliado a Venecia en los últimos años[55]. De esta suerte, el tratado que se estaba confeccionando en Madrid carecía de valor, pues dependía de la improbable continuidad del Gran Visir en el poder.

Con todo, se siguió con las conversaciones. El tema controvertido en la negociación fue la paz con Venecia. Los ministros turcos solo estaban dispuestos a entablar negocios si conservaban todo el reino de Candia, aunque sí que estaban inclinados a ceder a Venecia su capital en deferencia a Felipe IV. Además, como prueba de sus intenciones pacíficas, se mostraron dispuestos a parar las hostilidades en la isla, siempre y cuando Felipe IV retirara cualquier apoyo de sus súbditos en el mar. A pesar de lo inadmisible de tales demandas -para los españoles perder un solo puerto en Candia era como perder toda la isla- Alegreto no desistió, y pidió permiso para ver al bailo, quien en aquel momento estaba preso. Alegreto, por último, vio frustrado su deseo de ver al sultán por su corta edad. Su primera visita la completó repartiendo una serie de propinas entre los criados y porteros de la casa, trasladándose de nuevo a la casa de Budaj Heade.

Alegreto pasó los siguientes días vigilado y alejado de cualquier contacto. Tan prolongada estancia le obligó, por ejemplo, a celebrar la Pascua en Galata. Tal demora levantó toda una serie de rumores entre las legaciones extranjeras. Por otra parte, se convirtió en una fuente de descontentó entre los mismos turcos y, por ejemplo, sabemos que la sultana se quejó del alto coste de reputación que estaba suponiendo el negocio. La denuncia en concreto manifestaba el malestar por haber aceptado a Alegreto como negociador, un hombre vulgar, cuando la Puerta había enviado a todo un Aga[56].

Finalmente Allegretti pudo visitar al Bailo Soranzo en su casa, donde ambos pasaron a elaborar toda una serie de propuestas del tipo de las sugeridas por Amete Aga. La oferta inicial presentada por los turcos fue rechazada casi desde el principio, y entre las opciones se barajó la idea de dar dinero a cambio de paz, una iniciativa que agradó al bailo a pesar de que no gustara que viniera de boca de un enviado español, aduciendo el malestar que producía que supieran de este tipo de arreglos. De fracasar esto se podría hablar de la entrega otras islas. Sin embargo, esta

contraoferta fue rechazada por el Gran Visir, quien finalmente sumó a sus exigencias, además de todo el reino de Candia, la Isla de Tino.

La contundente negativa del Gran Visir llevó la mediación a un callejón sin salida. En lo que respecta a la misión, a Alegreto sólo le quedaba pedir nuevas credenciales para Amete Aga y volver a Madrid. Para su desesperación, los turcos aun dilataron su partida diez días, un tiempo que Allegretti utilizó para captar información y entablar contacto con personajes que le pudieran ser útiles a la Monarquía. Uno de los primeros fue el mismo Budak Heade, a quien Alegreto consideraba para entonces uno de los mayores promotores del tratado de amistad entre el sultán y el rey de España. De hecho, parece que entre ellos surgió cierta amistad[57]. Allegretti también entabló conversaciones con el residente imperial en la ciudad, así como con su traductor, Nicusio Panayoti, un personaje del que después hablaremos. Además, se hizo con toda clase de noticias, entre las que estaba el rumor de que el único motivo que había llevado a Amete Aga a Madrid había sido el la presencia en Mesina de la flota de Juan José de Austria. Otra de las informaciones a las que hizo referencia era una habladuría surgido a raíz de la captura de los hijos del virrey de Túnez por parte de unos corsarios franceses. Este suceso parece que había sacado a la luz un acuerdo entre Francia y el Imperio Otomano, por el cual el Rey Cristianísimo se había comprometido a hacer la guerra a España hasta que el sultán se hiciera con todo el reino de Candia. Esta información fue transmitida a Basadonna en el mismo momento en que llegó a Madrid[58].

Finalmente, el 2 de mayo de 1650, se dio licencia a Alegreto para retirarse de la corte. Las nuevas credenciales del tratado nunca llegaron, ya que el Gran Visir consideró suficientes las enviadas el verano pasado[59]. Ante este desinterés Alegreto abandonó definitivamente la idea de un entendimiento con los turcos. A su marcha portó nuevas cartas para el rey de España y sus ministros, aunque rechazó orgullosamente los presentes que le dieron a él, algo que produjo cierto choque cultural. Por otra parte se despidió del bailo, quien se quedó con cierta sensación de que algo se había negociado sin su conocimiento.

Poco después Alegreto partió de Constantinopla, con toda probabilidad por mar, pues en su relación del Imperio Otomano (antes nombrada) portaba una carta de los cristianos de la isla de Chios.

EL RETIRO DE AMETE AGA, ENVIADO DEL GRAN VISIR

A finales de verano Alegreto ya estaba de vuelta en Madrid. El 31 de agosto de 1650 realizó la relación de su viaje y entregó las “alajillas” que los ministros turcos habían mandado al rey y a sus homólogos hispanos.

El 5 de septiembre el Consejo de Estado se reunió para juzgar el negocio, acudiendo a él el Duque de Medina de las Torres, Francisco de Melo, el Marqués de Castel Rodrigo, el de Valparaíso, el de Velada y el Conde de Peñaranda[60]. Lo primero que hizo el consejo fue juzgar como fracasado el tratado. La falta de nuevas credenciales, el fracaso en la mediación, y la desconfianza hacia comportamiento turco fueron los motivos aducidos para justificar el fracaso, así como el resquemor levantado y el bien general de la religión. Pedro Coloma sería el encargado de comunicar al embajador turco lo innecesario de su presencia, señalándole lo conveniente que sería su partida[61]. Esta resolución fue comunicada a los embajadores de Roma, Viena y Venecia, así como a Don Juan José de Austria, al archiduque Leopoldo Guillermo y al Conde de Oñate.

Eso sí, el consejo juzgó el conjunto de toda la negociación de forma positiva. Según su dictamen, el hecho sin precedentes de que el sultán hubiera enviado a un embajador a un rey con el que, en teoría, estaba en guerra, motivaba un éxito, pues proveía de prestigio a Felipe IV. Por supuesto, a los otros príncipes cristianos no se les transmitió el auténtico rango del enviado, por lo que, oficialmente, Felipe IV había desistido en el negocio al no poder auxiliar a los venecianos, algo que en parte era cierto.

Asimismo no se consideró oportuno romper los pocos lazos abiertos con la Puerta. Desde Madrid se decidió escribir al sultán y se le mandó unos regalos. Igualmente se le dejó a él la iniciativa de futuros contactos. A estos se le debían unir una serie de cartas al Gran Visir, a Budak Jade y a Usi Efendi, así como a los ministros que se considerase influyentes. Estas serían

Page 15: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 15

firmadas por Luis de Haro, aunque el responsable de que llegaran sería el Conde de Oñate.

Por desgracia, la inestabilidad interna dentro de la corte otomana cortó la comunicación. La débil permanencia del Gran visir en el poder dependía del desarrollo de la guerra, y la sultana madre Turhan y el Aga Bektas Aga, se habían unido para derrocarle, fomentando el descontento y las conspiraciones. El mismo Alegreto fue testigo de tales altercados en una de las últimas visitas al Gran Visir, cuando contempló en palacio como uno de los cabos de sipahis huía de una turba de soldados[62]. Cuando en el verano de 1650 los venecianos bloquearon el Dardanelos, Kara Murad fue derrocado y ejecutado (5 de agosto de 1650)[63]. En Madrid, estas noticias llegaron en el momento en que se estaban cursando las órdenes a Oñate para el despache de regalos. Aun hoy podemos leer en el dorso de la carta –fechada el 6 de noviembre de 1650- que el envío era inútil, ya que el Gran Visir, Budak Heade y Usi Efendi habían muerto[64].

LA CREACIÓN DE UNA RED DE INFORMACIÓN EN LEVANTE

A pesar de este brusco final, las embajadas de 1649 y 1650 sí que sirvieron para abrir nuevas miras de la Monarquía hacia el Mediterráneo Oriental. La embajada de Amete Aga había evidenciado el abandono de los asuntos mediterráneos ante los ministros de Madrid. Alegreto había llegado a decir que no había “príncipe en el mundo a quien más importe la verdad de estas noticias -hablando del estado del Imperio- y que menos las tenga (a mi entender) que vuestra Majestad”[65]. Para paliar el desconocimiento reinante se decidió mejorar las fuentes de información, contratando los servicios de Nicusio Panayoti, traductor del residente imperial, para que enviara avisos de Constantinopla. Panayoti era un hombre que Alegreto recomendaba por ser “muy confidente de los ministros otomanos”, “sabedor de lenguas”, y hombre por cuyas “manos pasaban buena parte de los asuntos del Imperio”. El coste por sus servicios consistió en el pago de 2600 reales de a ocho de una vez -que decía que se le debían por una condena sufrida por el asesinato del renegado Juan de Meneses, perpetrado en Constantinopla a instancias del antiguo embajador en Viena el Duque de Terranova - y 1500 reales de a ocho al año. Sus informes

fueron filtrados cada quince días durante años al Conde de Oñate[66].

Por otra parte, se intentó cubrir la carencia de traductores, enviando órdenes al Virrey de Nápoles y al embajador de Viena para que buscaran a gentes de confianza que conocieran la lengua turca y arábiga[67]. Uno de estos personajes fue, con toda probabilidad, Vicenzo Batutti, quien pasaría los siguientes decenios haciendo traducciones de obras turcas al italiano[68].

CONCLUSIÓN

Hacer un balance de lo que significó el intercambio de embajadas hoy nos puede resultar complejo. Pocos años después, Jerónimo de Barrionuevo escribió en sus Avisos: “solo nosotros somos los que no sabemos vivir en el mundo, ni conservar lo que Dios nos ha dado con la mano tan liberal”[69]. Se acababa de enterar de que los portugueses habían firmado tratos comerciales con Turquía.

Tras la década de 1640 la Monarquía empezó a replantearse su futuro y las posibilidades potenciales que tenía en Europa. Se inició así un largo proceso, que duró toda la segunda mitad del siglo XVII, en el que se fue abandonando poco a poco las aspiraciones universalistas y se fue adoptando una posición dentro del sistema europeo de equilibrio[70]. Esta evolución requirió unos sacrificios a veces difíciles de asumir por parte de Madrid, al contrariar principios tan asentados como el prestigio y la reputación. Paralelamente, al otro lado del Mediterráneo, la Puerta vivió un proceso de crisis similar. Como hoy sabemos, el camino que siguió fue muy diferente al de la Monarquía: mantuvo su política exterior agresiva, con su particular vocación universal, y está sólo concluyó en 1683.

La debilidad pudo ser la causa de que ambas cortes abrieran un diálogo en 1649, pero los impedimentos en contra iban más allá de la violencia dentro del harén. En unos estados donde la religión era un elemento constituyente, la asimilación del otro -del “infiel”- en un concierto internacional pacífico, era aún muy aventurado. La Monarquía no era un cuerpo cerrado que pudiera sobrevivir en solitario en Europa, sino un poder cuya conservación dependía de la coordinación armoniosa con otros príncipes, entre los que destacaba el Papa y el emperador. Las relaciones de la Monarquía en este concierto internacional se basaba en una serie de principios y máximas

-en este caso la defensa de la fe- que, de ser rotos, podían tener consecuencias nefastas para su propio mantenimiento. Como vemos, a la Monarquía de la que hablaba Barrionuevo todavía le quedaba un largo trecho para adaptarse a un orden del tipo westfaliano. De hecho, la embajada quizá sirvió para evidenciar más aún los viejos principios. La sensación dejada de que los turcos habían actuado de mala fe, y el malestar provocado en Europa por apenas unos meses de inteligencia sirvieron para que, de momento, se evitara repetir la experiencia. En cuanto pudieron, los españoles volvieron a dar apoyo a Venecia, y el Gran Turco siguió siendo un enemigo a quien contener. De hecho, los informes traídos por Allegretti a su regreso parecían invitar a proyectos más propios de tiempos pasados. En ellos se recomendaba dar fin a la guerra con Francia, declarársela a la Puerta y recuperar lo perdido con apoyo de los cristianos descontentos[71]. Como sabemos, tales consejos no fueron tomados en cuenta: la endeble armonía lograda tras 1648 no iba a ser puesta en juego en una empresa de tan dudoso fin.

NOTAS

1. Esta carta forma parte de un memorial realizado por Alegreto de Allegretti a su regreso a Constantinopla: “Copia de Carta que escribieron los religiosos griegos católicos de la isla de Scio” (como llamaban los italianos a Chios). agosto de 1650. Incluida en: Relación del estado del imperio otomano hecha por monseñor Alegreti al rey Felipe IV. Real Academia de la Historia (en adelante RAH) K-12, fº 130 a 138. El tema de la embajada turca de 1649 no ha despertado mucho interés entre los historiadores hispanos. Fernando Díaz Esteban publicó hace poco un artículo sobre la entrada del embajador en Madrid, F. DIAZ ESTEBAN: “Embajada turca a Felipe IV”, Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 203, cuaderno 1 (2006), pp. 65-87. Su trabajo se centra más bien en aspectos protocolarios, y no entra en los motivos de la embajada ni en la misión de Alegreto. La importancia de este tema no es baladí, ya que esta embajada sirvió de modelo a la hora de recibir a príncipes como el de Moscovia (F. FERNANDEZ IZQUIERDO: “Las embajadas rusas a la corte de Carlos II”, Studia Historica, nº 22 (2000), pp. 75-107). Sólo conozco un artículo que trate profundamente este tema: C. GRIMALDO: “Le Trattative per una pacificazione fra la Spagna e i Turchi in relazione con gli interessi veneziani durante i primi anni della guerra di Candia (1645-1651). Contributo alla storia delle relazioni ispanovenete durante la guerra di Candia”, Nuovo Archivio Veneto, nº 91, “Nuova Serie” nº 51 (1913), pp.5-91. (Existe un resumen de los puntos principales de este artículo en: C. GRIMALDO: “Negociaciones

Page 16: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

16 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

para la paz entre la paz entre la España y Turquía, en relación con los intereses venecianos, durante la Guerra de Creta”, ESTVDIO, Vol. V (1914), pp. 310- 312). No obstante, esta obra solo analiza el punto de vista veneciano, dejando de lado el viaje de Allegretti a Estambul. El tema de la embajada también ha interesado a Ryszard Skowron: R. SKOWRON, “Ceremoniał przyjęcia posła tureckiego i jego pobyt na dworze madryckim (1649-1650)” en B.POPIOŁEK (ed.): Człowiek w teatrze świata, Cracovia 2010, pp. 306-313. Aprovecho para agradecer la amabilidad del profesor Skowron al enviarme este artículo, así como su ayuda a la hora de superar las barreras idiomáticas.

2. “A día de hoy se han reducido estas substancias a muy tenues y aniquiladas fuerzas cuya causa principal procede del sultán Amurathes, no de el Gran señor presente que movido y alentado de las generosas persuasiones de una su mujer favorecida sultana Galenciana emprendió la guerra de Babilonia y por conquista esta ciudad puso en ruina su imperio despojándolo de todas las milicias…” RAH, K-12, fº 132b.

3. “…los vasallos particularmente de Europa abandonando sus tierras an transmigrado a otros países y enrriquecidolos estos son Moldavia, Valachia y Transilvania.”,Ibídem, fº 133.

4. Ibídem, fº 144.5. S.J. SHAW: History of the Otoman Empire and

Modern Turkey. Vol. I Empire of the Gazis, Cambridge 1977, pp. 200-205.

6. “La una es la sultana Chiuse su aguela y la otra sultana Arse su madre cuya ambición de ambas se va el exterminio del Imperio, porque andividido las pasiones de los ministros de aquella corte que aspiran a los primeros cargos; y causado entre sus sequaces (que cóncavos de las milicias) grandes facciones…” RAH, K-12, fº 137b. Por otra parte el clero griego comentaba las conspiraciones por colocar al hermano de Mehmet, Solimán, “..las facciones, las cuales han llegado a términos de deponer el rey niño Mehmet y sustituir en su lugar al sultán Solimán su hermano coetáneo…”Ibídem. Mientras Alegreto considera al Khan de Crimea como otro candidato al Imperio “…algunos malcontentos de Constantinopla, fomentan al dicho tártaro a Conspirar, a la Monarchia, con las razones que tiene de legítima sucesión a ella.” Ibídem, fº 133b.

7. “…para conseguir esta conquista y poder aplicar todas sus fuerzas, a ella a querido assegurarsse de qualquiera diverssion , que pueden hacerle los príncipes confinantes, estableciendo con ellos la paz, y particularmente con el emperador por 20 años y que era por donde más podía temer diversión y rompimiento […]. Solo le falta al sultán establecerla con Vuestra Majestad a quien le pediría de buena gana, si pudieses ajustarla con las impías condiciones que tiene con Francia…”. Ibídem, fº 134. Hay que recordar que esta relación se escribió después de la misión que hizo a Constantinopla (1650), por lo que al llegar el embajador turco a Madrid (1649) aún no se había firmado la tregua con el Imperio.

8. Sobre la Guerra de Candia: A. VALIERO: Historia della Guerra di Candia, Venecia 1679. Valiero habla de la misión de Alegreto en las páginas 230 a la 240.

9. M. RIVERO RODRIGUEZ: La batalla de Lepanto. Cruzada, guerra santa e identidad confesional, Madrid 2008, pp. 270-293

10. J.M. MARQUES: La Santa Sede y la España de Carlos II, Roma 1981-1982, p. 209.

11. L. PASTOR: Historia de los Papas, Vol. XXX, Barcelona, p. 312. Un pequeño acercamiento al apoyo español a la cruzada polaca lo hice en: M. CONDE PAZOS: “La elección real de 1648 y la Monarquía de Felipe IV. Diplomacia en Polonia en un periodo de crisis”, XI Reunión científica de la F.E.H.M.(en prensa). La cruzada nunca se realizó por la muerte de Ladislao aunque, como veremos, la diplomacia española siguió contando con Polonia para hacer una diversión en el Mar Negro. En breve el Ryszard Skowron publicará un libro que tratará estos temas.

12. El gobierno de Kara Murad coincide con el periodo en el que transcurre este artículo. Sin embargo, en la correspondencia se le suele nombrar como Gran Visir, y su nombre, apenas usado, es dicho como Azan. S.J. SHAW: History of the Otoman Empire…, op. cit., pp. 202-205.

13. En otros textos es Hamet Aga Mutafaraz. F. DIAZ ESTEBAN: Embajada turca…, op. cit., p. 68. Por otra parte Pinelo (una de las relaciones que utiliza Diaz Esteban) y Pellicer aseguran que el enviado era Baja del Cairo, algo que no está recogido en la correspondencia oficial. Biblioteca Nacional de Madrid, Manuscrito (en adelante BNM, Mss.) 8388.

14. F. DIAZ ESTEBAN: Embajada turca…, op. cit., p. 67. Otra relación sobre su estancia en Madrid la tenemos en Archivo Histórico Nacional, sección Estado (en adelante AHN, EST), leg. 2781, s.f., Papel sobre los procedimientos del embajador turco. Madrid, 24 julio de 1650.

15. Sobre esta red: R. GONZÁLEZ CUERVA: “El turco en las Puertas: la política oriental de Felipe III”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y Mª ANTONIETTA VISCEGLIA (dirs.): La monarquía de Felipe III, Los Reinos, vol. IV, Madrid 2008, pp. 1453-1455.

16. AHN, EST, leg. 2871, s.f., Consejo de Estado del 5 de septiembre de 1650.

17. De nuevo me remito a Díaz Esteban para lo relacionado con el protocolo en este recibimiento. Sobre el problema de la traducción AHN, EST, leg. 2781 s.f., Consejo de Estado. Madrid, 5 de septiembre de 1650.

18. “Que esta materia por ser nueva, grande y de todas consideraciones para todo el mundo…” AHN 2871, s.f., Instrucciones que se dio a Don Alegreto de Allegretti para pasar a Constantinopla, s.f.. Las proposiciones se repiten en muchos consejos, pero vienen especialmente claras en AHN, EST, leg. 2871, s.f., Consejo de Estado del 5 de septiembre de 1650.

19. BNM, Mss. 11017, “Memorial de Vincenzo Brattuti a Felipe IV, en 1649, sobre la embajada que envió el Gran Turco” fº. 186-187 (en italiano). Los puntos principales de este brevísimo texto fueron publicados en F. DIAZ-PLAJA: La historia de España en sus documentos. El siglo XVII, Madrid 1957, p. 307.

20. C. GRIMALDO: Le Trattative per una pacificazione fra la Spagna…, op. cit, p. 21.

21. Archivo General de Simancas, sección Estado (en adelante AGS, EST), leg. 2361, s.f., Consejo de Estado, Madrid, 20 de marzo de 1653.

22. AHN, EST, leg. 2871, s.f., Consejo de Estado del 5 de septiembre de 1650.

23. A.W. FISHER: The Crimean Tatars. Stanford 1987, p.10. S. IOSIPESCU: “The Carpathian-Danubian Principalties Military Alliances in the Seventeenth Century”, en R.S. RUSH y W.W. EPLEY (ed.): Multinational operations, alliances, and international Military cooperation,

Viena 2005, pp. 13-18. Para estados no “vasallos”: D. KOLODZIEJCZYK: Ottoman-Polish diplomatic Relations (15-18th Century). An annotated edition of Ahdnames and other Documents. Leiden 2000, pp.444-489.

24. AHN, EST, leg. 2871, s.f., Consejo de Estado del 5 de septiembre de 1650.

25. O al menos así lo creyeron los españoles tras el fracaso de la misión de Allegretti.

26. “Yendo vos advertido que este embajador turco se ha dejado entender que con alguno de estos medios se podría encaminar el negocio..” AHN, EST, leg. 2871, s.f., instrucciones que se dio a Don Alegreto de Alegretti para pasar a Constantinopla.

27. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consejo de Estado, Madrid, 5 de septiembre de 1650.

28. A Venecia nada de esto le gustó. Por ello levantó quejas contra España y envió a Basadonna una reprimenda. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consejo de Estado de 28 de abril de 1650 “en respuesta a una carta del Marqués de la Fuente del 2 de febrero.”

29. C. GRIMALDO: Le Trattative per una pacificazione fra la Spagna…, op. cit., p. 39. Alegreto Allegretti a veces también es llamado en la correspondencia, así como en los catálogos Alegro de Alegreti.

30. Sobre la misión de 1634 COMTE REANAUD PREZEZDZIECKI y M.GÓMEZ DEL CAMPILLO: “Embajadas españolas”, Boletín de la Real Academia de la Historia, nº 121 (1947), pp. 395-441 y nº 122 (1948), pp. 235-282. Sobre su misión a las órdenes de Medina de las Torres M. CONDE PAZOS: “El tratado de Nápoles. El encierro del príncipe Juan Casimiro y la leva de polacos de Medina de las Torres.“ (en prensa). Sobre su participación en la elección real: M. CONDE PAZOS: La elección real de 1648…, op. cit. Ryszard Skowron apunta que es probable que no fuera la primera vez que de Alegreto visitaba Constantinopla. R. SKOWRON: Ceremonial przyjecia…op. cit.

31. “Ni era platico del camino, ni traía pasaportes, ni insignias[…] ni menos tenía coraje ni animo de hombría coraje ni animo de hombre, como lo experimente bien en muchas ocasiones que se ofrecieron, pues en ellas me valió más mi lenguaje natural , que su abilidad.”AHN, EST, leg. 2781, s.f., Relación que hizo Don Alegreto de Alegretti de su viaje a Constantinopla. 31 de agosto de 1650.

32. F. DIAZ-PLAJA: La historia de España…, op. cit., p.308.

33. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Al Conde de Oropesa. Con Alegreto de Allegretti sobre su embarcación. Madrid, 13 noviembre de 1649.

34. Alegreto tuvo problemas de financiación pues Oñate no le dio todo lo que en Madrid se le había asignado. Por eso tuvo que pedir préstamos a su nombre. AHN, EST, leg. 2781, Carta al Virrey de Nápoles. Madrid, 15 junio 1650. Más datos sobre la financiación de la misión en A. MINGUITO PALOMARES: Linaje, poder y cultura. El gobierno de Iñigo Vélez de Guevara, VIII Conde de Oñate, en Nápoles (1648-1653). (Tesis doctoral UCM), Madrid, 2002, pp.854-858.

35. Sin embargo los venecianos acusaron a Alegreto de no haberse querido reunir con un agente veneciano en Nápoles, excusándose en que no estaba asignado para esta negociación concreta. Por ello Felipe IV pidió al Marqués de la Fuente que pidiera disculpas y que se

Page 17: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 17

reprendiera a Alegreto. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Junta de Estado, Madrid, 28 abril 1650.

36. Z. ZLATAR: Between the double Eagle and the crescent. The Republic of Dubrovnik and the origins of the Eastern question, New York 1992, P. 22.

37. Sobre el comercio: Ibídem, p.7. Sobre la protección que recibía de Felipe IV: AGS, EST, leg. 2361., Consejo de Estado del 20 de marzo de 1653. Madrid. El dictamen añade: “en reconocimiento de ella (la protección) le paga cierta cantidad en Nápoles”.

38. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consejo de Estado con una carta de la República de Ragusa que se reduce al agasajo que se hizo a D. Alegreto Alegretti y que se encargue al Virrey de Nápoles el tratado de las tratas de granos. Madrid, 7 de julio de 1650. Es curioso cómo, a pesar de que Alegreto visitaba su tierra natal, en ningún momento lo dice. De hecho, sólo sabemos que era de Ragusa (Croacia) por su comentario de que el esloveno era su lengua natal, descartando la Ragusa siciliana. AHN, EST,leg. 2781, s.f., relación que hizo Don Alegreto de Alegretti de su viaje a Constantinopla. 31 de agosto de 1650.

39. Por la relación de Alegreto sabemos que el berglebey nunca llegó a embarcar por el bloqueo veneciano. RAH, K-12.

40. R. de MESONERO ROMANOS: El antiguo Madrid, paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa, vol. II, Madrid 1881, p.84. La calle ha cambiado de nuevo de nombre y en la actualidad es Marqués de Cubas.

41. AHN, EST, leg. 2871, s.f., Consejo de Estado del 5 de septiembre de 1650. Se mandó clausurar dicha taberna en al menos una ocasión pero, para escándalo del consejo, esta volvió a abrirse ya que pertenecía a un alguacil.

42. AHN, EST, leg. 2781, s.f., “relación de los excesos cometidos en la Casa del Turco para que sirva al efecto por que se ha pedido…” , Madrid, 29 de julio de 1650.

43. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consulta de Estado. Madrid, 1 de mayo de 1650 sobre los excesos de los familiares del embajador turco.

44. Esta mujer puede que fuera vendida: “…que fue vendida por 16 reales de a ocho de una mujer bien conocida que vive destas artes…” AHN, EST, leg. 2781, s.f. Consejo de Estado, Madrid, 6 de junio de 1650. Parece ser que al final la mujer consiguió huir por sus propios medios pero, temerosa de los rumores y la inquisición, decidió desaparecer. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consejo de Estado, Madrid, 21 de junio de 1650.

45. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Amete Aga a Don Luis de Haro. Madrid, 10 de julio de 1650. En esta carta Amete pide que le dejen regresar a Constantinopla.

46. AHN, EST, leg. 2781, s.f., extracto de una carta del residente Imperial a su Magestad Católica. Constantinopla, 3 de abril de 1650 (Vino con carta del Conde de Lumiares, Viena, 4 de mayo de 1650).

47. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consejo de Estado del 21 de junio de 1650.

48. Sobre la negociación entre el emperador y el sultán AHN, EST, leg. 2781, s.f., extracto de la carta del Gran Señor Sultán Mehemet a su Majestad Cesárea, llegado con la correspondencia del Conde de Lumiares, 4 de mayo de 1650. Sobre el malestar y la preocupación de mantenerse la barrera en Hungría AGS, EST, leg. 2355, s.f., copia de

carta del Conde de Lumiares, Viena, 19 de enero de 1650.

49. AGS, EST, leg. 2355, s.f., carta del Conde Lumiares. Viena 15 de enero de 1650. Estos preparativos preveían revivir la diversión cosaco-polaca en el Mar Negro.

50. AHN, EST, leg. 2781, s.f. Consejo de Estado con una carta del Conde de Peñaranda. Madrid, 1 de febrero de 1650.

51. Por desgracia para el Consejo cuando se volvieron a estudiar las cartas era muy tarde, habiendo constancia de ello solo en septiembre de 1650. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consulta de Estado del 5 de septiembre de 1650.

52. No tenemos claro a qué cargo concreto se refiere, aunque creemos que tiene que ver con grano. AHN, EST, leg. 2781. , s.f., relación que hizo Don Alegreto de Alegretti de su viaje a Constantinopla. 31 de agosto de 1650. Fol. 6. El nombre de este personaje a veces aparece en la correspondencia como Budak Jade.

53. Ibídem.54. El hecho de que fuera a esta reunión portando

sus hábitos lo cuenta con orgullo. En Ragusa se le había dicho que procurara no hacerlo, mientras que se sabía que los enviados alemanes, aun siendo clérigos, vestían a la turca al llegar a Constantinopla. Ibídem.

55. El Gran Visir se presentaba a sí mismo como un partidario acérrimo de la paz con España. Así, en sus años como paje de Nasuf Pascia, dijo participar en unas frustradas conversaciones de paz entre la Puerta y la Monarquía de Felipe III. Estas, decía, habían fracasado por culpa de los venecianos. A esto Alegreto contestó que, al menos en los archivos de los Habsburgo, no había constancia de ninguna misión al Imperio previa a la suya. Por otra parte argumentó, por dignidad, que la Monarquía no había prestado ayuda a Venecia por el simple hecho de que esta no la había pedido, aunque bien sabía que era por la falta de medios. Ibídem.

56. C. GRIMALDO: Le Trattative per una pacificazione fra la Spagna…, op. cit., p. 56.

57. Esto explicaría el deseo expresado por el turco de que Alegreto fuera el encargado de dar una respuesta a Constantinopla: AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consejo de Estado de 20 de octubre de 1650.

58. AHN, EST, leg. 2781, s.f., al rey con papeles de lo que se ha de decir al embajador turco. Madrid, 10 de septiembre de 1650.

59. AHN, EST, leg 2781, s.f., relación que hizo Don Alegreto de Allegretti de su viaje a Constantinopla. 31 de agosto de 1650.

60. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consejo de Estado. Madrid 5 de septiembre de 1650.

61. AHN, EST, leg. 2781, s.f., copia de lo que Pedro Coloma dixo al embajador Amete Aga. Madrid, 11 de septiembre de 1650.

62. AHN, EST, leg. 2781, s.f., relación que hizo Don Alegreto de Allegretti de su viaje a Constantinopla. 31 de agosto de 1650.

63. S.J. SHAW: History of the Ottoman…, op. cit., pp. 200-205.

64. AHN, EST, leg. 2781, s.f., al Virrey de Nápoles sobre enviar a unos ministros del turco algunas cosas de valor. Madrid, 16 de noviembre de 1650.

65. RAH, K-12, fº 131. El segundo paréntesis es del texto original.

66. AHN, EST, leg. 2781 s.f. al Virrey de Nápoles. Madrid, 6 de noviembre de 1650. Sobre los problemas a la hora de pagarle A. MINGUITO

PALOMARES: Linaje, poder y cultura…, op. cit., pp. 854-855.

67. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consejo de Estado. Madrid 5 de septiembre de 1650.

68. P. BURKE: La traducción cultural en la Europa Moderna, Madrid 2010, p.272. Es probable que Battuti fuera el candidato del que Lumiares hablaba, según el un dragomán de Ragusa que hablaba turco, persa, “lírico”, y algo de árabe, latín e italiano,. AGS, EST, 2355, s.f. Carta del Conde Lumiares. 15 de enero de 1650. Los intereses de Brattuti no se reducían al mundo turco: RIVERO RODRIGUEZ, M: La Edad de Oro de los virreyes. El virreinato en la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI y XVII. Madrid, 2011, pp.259-263. Manuel Rivero además me indica que Battuti formaba parte del grupo de personajes cercanos a Don Juan José de Austria, contando con cierta relevancia dentro del ambiente literario madrileño.

69. JERÓNIMO DE BARRIONUEVO: Avisos Históricos, vol. I, Madrid 1892, p. 61.

70. M. RIVERO RODRIGUEZ: La Edad de Oro…, op. cit., p.273.

71. AHN, EST, leg. 2781, s.f., Consejo de Estado de 20 de octubre de 1650.

Page 18: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

18 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Por Francisco José Marín Perellón (Instituto de Estudios Madrileños)

Acostumbrados como estamos a los ritmos de las distintas efemérides conmemorativas con las que los responsables de la política cultural del Estado, Comunidades Autónomas y Ayuntamientos “deconstruyen” la Historia, no deja de sorprender que se haya dejado pasar por alto una fecha como la de junio de 2011. Mediado ya el siglo XVII, el cronista de Corte Antonio de León Pinelo [1] reseñaba, entre los acontecimientos del año 1561, que “el rey don Felipe segundo, habiendo elegido esta Villa para la residencia de su Corte, la truxo a ella desde Toledo ese año. Del día en que entró el Sello Real, que es la insignia formal de la Corte, no consta; solo se halla que a 22 de febrero estaba el Consejo en Toledo y que a 19 de julio despachaba en Madrid, según parece de dos autos acordados de esas datas […]”. Por ahora, la precisión del día no interesa tanto como el constatar que en este pasado mes de junio de 2011 se han cumplido ya cuatrocientos cincuenta años desde que Madrid adquiriera la condición de Corte, primero, y capital, después.

1

Centrándonos en el asunto que nos ocupa, lo cierto es que no hay coincidencias sobre la fecha en que Felipe II decidió el establecimiento de la Corte en Madrid, ni entre los cronistas coetáneos, ni tampoco entre quienes, ya en los siglos XVII y XVIII, se ocuparon de glosar la historia de la Villa y Corte; tampoco la hay entre los historiadores contemporáneos, a excepción de Manuel Fernández Álvarez, que la sitúa en los primeros días de junio de ese año 1561. Luís Cabrera de Córdoba [2] señalaba, dentro de los acontecimientos del año 1560, que “el Rey Católico, juzgando incapaz la [h]abitación de la ciudad de Toledo, executando el deseo que tuvo el Enperador, su padre, de poner su Corte en la villa de Madrid, y con ese intento, hizo Palacio el alcázar insigne en edificio, agradable y saludable, en sitio a que se sube

por todas partes, determinó poner en Madrid su Real asiento y gobierno de su Monarquía, en cuyo cetro está”; Gil González Dávila [3], parco en datos, menciona tan solo que en la Villa del Manzanares “los muy poderosos reyes Carlos V, Emperador de Romanos, y el gran Filipe II, dieron asiento a su Corte, poniendo en ella la gloria de sus Coronas”; en fin, el puntilloso Jerónimo de la Quintana [4] remarcaba tan solo que “su Majestad trajo desde Toledo a ella la Corte, que fue el año de mil y quinientos y sesenta y tres”, al igual que José Antonio Álvarez y Baena [5], mas de siglo y medio después, para quien “Felipe II […] acabó de echar el sello a toda la grandeza que logra Madrid poniendo en ella la Corte el año de 1563”.

Decía Manuel Fernández Álvarez [6], hace ya diez años, que “hoy sabemos, casi con exactitud, la fecha en la que el propio Rey pone su Corte en Madrid, iniciando así algo nuevo en la historia del país: tal ocurrió en los primeros días del mes de junio de 1561”. A partir de trabajos suyos [7] y las aportaciones de Constancio Gutiérrez [8] , refería que el 8 de mayo de ese año el monarca disponía el traslado de la reina y de su séquito desde Toledo al Alcázar [9]; otra cédula del mismo día ordenaba a los aposentadores que tomaran las medidas oportunas para el alojamiento de la Corte en Madrid [10]. El 11 de junio siguiente, el Consejo de Castilla nombraba como nuevo corregidor de Madrid a Francisco de Argote, y al día siguiente el propio monarca despacha de forma ordinaria los primeros asuntos desde su nueva residencia[11].

Un cotejo de los volumenes de registro de Reales Cédulas del Archivo General de Palacio [12] permite concretar mucho más estos datos. Nos interesan especialmente tres de ellas, ya conocidas, citadas por José Manuel Barbeito en su notable trabajo sobre el Alcázar de Madrid [13]. En la primera de ellas[14], de 7 de mayo de 1561, Felipe II disponía desde Toledo que “[…] porque yo he determinado mi ida a esa villa de Madrid con mi Casa y Corte y deseo que para mi llegada estuuiesen hechas todas las cosas que os dexe ordenado la última vez que estuue en

ella, os encargo y mando uséis de toda la diligençia que os sea posible a que en todo caso estén acabadas para fin de [e]ste presente mes, y no daréis lugar a que nadie vea ninguno de los aposentos de Palaçio, ni tampoco haréis ningún atajo ni coçina ni ofiçina ni otra cosa algunas sin mandato mío o que Bernardino Duarte os lo diga de mi parte, e[x]çepto lo que, como arriua se dize, dexé ordenado”. Al margen, ordenaba a Luís de Vega, su arquitecto, que le enviara otra traza de las obras del Alcázar de los “de los cuartos de en medio, al andar de los corredores, que son los aposentos principales de cómo están agora y sea luego” [15]. En otras palabras, que el traslado de la Corte desde Toledo a Madrid ya se había decidido y que las obras de los aposentos reales en su Alcázar debían estar terminadas para el 31 de mayo, sin excusa alguna; nadie debía verlos y en su disposición solo el monarca tenía la última palabra.

Empero, las obras no se realizaron con la rapidez exigida por el Rey, a juzgar por dos nuevas cédulas, ambas enviadas desde Aranjuez en 30 de mayo de ese mismo año. La primera de ellas [16], dirigida a Jorge de Beteta, a la sazón corregidor de Madrid, y a Luís de Vega, disponía que “por falta de ofiçiales y gente, no se pueden acabar con la breuedad que deseamos las cosas que dexé mandado que se acabasen y hiziesen en el dicho Alcázar”; a tal efecto, “porque para poder entrar en él conuiene mucho que se acaben”, ordenaba que se buscara a todos los oficiales que pudiera haber en Madrid, obligándoles a trabajar en tales obras, abandonando aquéllas en las que se encontraran ocupados. La segunda [17], dirigida al licenciado Francisco de Castilla, alcalde de Casa y Corte, a quien hemos de suponer ya en Madrid, y al propio Luís de Vega, reiteraba los mismos términos de premura para acabar las obras e idénticas exigencias. Las órdenes, eminentemente conminatorias, al utilizar la figura del maherimiento, o, dicho en otros términos, a la obligación por la fuerza, se encomendaron para su cumplimiento a la justicia ordinaria de la Villa, el Corregidor de Madrid, y la justicia del Rey, la Sala de Alcaldes de Casa y

A propósito de una conmemoración: las reales cédulas del asentamiento de la Corte en Madrid, de mayo de 1561

Page 19: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 19

Corte.

Los urgentes trabajos [18] debieron realizarse a la mayor brevedad, si tenemos en cuenta la cronología de las ya citadas reales cédulas: en 8 de mayo, las órdenes para el traslado del séquito de la reina Isabel de Valois y las dadas a los aposentadores para acomodar a la Corte, y en 11 de junio el nombramiento de Francisco de Argote, nuevo corregidor en sustitución de Jorge de Beteta. Al día siguiente, en 12 de junio, Felipe II despachaba de forma ordinaria en sus aposentos del Alcázar de Madrid.

2

De lo dicho hasta aquí, es evidente que la Corte se trasladó a Madrid por una decisión de Felipe II, comunicada de forma ordinaria mediante las oportunas reales cédulas a los distintos responsables para hacerla efectiva: a los oficiales y artífices del Alcázar, a la Villa de Madrid, a la Sala de Alcaldes y a los Aposentadores de Corte; al margen que otros documentos similares reiteren o maticen este hecho, lo cierto es que muchos cortesanos y miembros del aparato de gobierno de la Monarquía Católica sabían ya de la inminencia de ese traslado para el primer semestre de 1561 y también que ese hecho se venía preparando desde hace mucho tiempo antes. Lo primero lo delata una carta de 19 de abril del secretario real Gonzalo Pérez al duque de Alba, en la que decía que “su Magestad ha hecho dar gran priesa en la labor del Alcáçar de Madrid y quieren deçir que nos mudaremos allí; […] lo que se sabe de çierto es que ha de haber mudanças y que, de aquí a veinte días, harán punto los Consejos”[19]. Lo segundo lo sugiere la continuada serie de intervenciones acometidas en el Alcázar de Madrid desde la época del Emperador Carlos [Figura 1], cuando a finales del año 1537 inicia su transformación como residencia renacencista. José Manuel Barbeito [20] ha constatado fehacientemente la implicación directa de Felipe II en el desarrollo de las obras ya desde 1551, cuando contaba con veinticuatro años y ejercía de regente en las ausencias del Emperador [Figura 2]. Tras la abdicación de Carlos I en Bruselas, se hace informar de todos los pormenores del ritmo de las obras no solo en el Alcázar de Madrid sino también en Aranjuez y El Pardo. La formación de la Casa de Campo y el Parque de Palacio, por ejemplo, que supuso una ambiciosa política de compras de tierras, se supervisa por el propio Felipe II desde Bruselas. A finales del mes de enero de 1557, el monarca reprochaba a Gaspar de Vega su falta de diligencia en la adquisición de la Casa de los Vargas: “[…] no hauéis respondido a lo que os mandé [e]scrivir sobre lo de la compra de la huerta del licenciado Vargas; hazerlo [h]éys con el primero” [21] ; en 15 de febrero, también desde Bruselas, volvía a insistir a Gaspar de Vega, remarcando que “[…] en lo de la

compra de la Casa de los Vargas bien será que déis quenta a Joan Vázquez de lo que vos y Luís de Vega hauéis platicado para que, conforme a lo que pareciere, se entienda luego en tratarlo y conçertarlo, porque holgáuamos de verlo efectuado antes de mi ida a esos reinos y luego […]”[22] ; las mismas exigencias se repiten en sendas cartas de Felipe II ese mismo día al secretario real Juan Vázquez [23] .

3

Baltasar de Porreño celebraba la agudeza en el decir de Felipe II frente a la crítica de los cortesanos sobre la idoneidad de Madrid como Corte: “pareciéndoles a muchos no ser a propósito el sitio de Madrid como Corte de su Magestad, y, preguntándole cómo se podría conseguir, respondió «mudándola». Y fue pronóstico de lo que después sucedió en el reinado de su hijo” [24]. Fidedigna o no (Porreño dio su texto a la imprenta en las postrimerías del reinado de Felipe III), la anécdota no deja de ser indicativa de lo que significaba realmente la nueva realidad de una Corte estable. El efecto que la decisión de Felipe II tuvo para la Villa de Madrid ha sido estudiada en distintos textos: Alfredo Alvar Ezquerra [25] ya explicó hace tiempo la notable transformación de la Villa como consecuencia de esa decisión política; José Miguel López García, a su vez, estudió la dinámica urbana antes y después de esa fecha de 1561, en un documentado estudio sobre el impacto de la Corte [26]. Sin entrar en todas las implicaciones que todo esto supone, es evidente que tal establecimiento impuso un nuevo modelo de Corte en la Monarquía Católica de Felipe II, inédito hasta entonces, frente al tradicional nomadismo de la Corte castellana: génesis de espacios áulicos específicos para la representación y el protocolo, establecimiento de nuevas relaciones de poder, transformación y crecimiento de las instituciones de gobierno de la Monarquía, y un largo etcétera. De nuevo reiterando las tesis de José Manuel Barbeito, la decisión política de Felipe II no fue tanto la elección de una ciudad como Corte como un palacio para residencia del monarca. En todo caso, y al margen de efemérides y conmemoraciones a menudo vacías de contenidos y llenas de autocomplacencia, es lástima haber desaprovechado la circunstancia que deparaba el mes de junio de 2011 para reflexionar sobre el establecimiento de la Corte en la Villa de Madrid, un hecho histórico esencial para desentrañar la historia de la propia Villa y la propia génesis y devenir de la Corte de los Austrias a lo largo de los siglos XVI y XVII.

[Figura 1: Retrato de Felipe II, entonces príncipe, a la edad de treinta y un años. Biblioteca Nacional de Madrid, IH-2946-1.]

[Figura 2: Le Chasteau de Madril. La fachada principal del Alcázar antes de las transformaciones acometidas por Carlos I. Metropolitan Museum de Nueva York.]

APÉNDICE

Documento 1.

Real cédula de Felipe II a los oficiales de las obras del Alcázar de Madrid ordenando se den diligencia en el cumplimiento de todo lo relativo a tales obras, atento a que se ha determinado el establecimiento de la Casa y Corte en la villa de Madrid. 1561, mayo, 7, Toledo. Copia, 1 h. en fº., sobre papel, A.G.P., Registros, Reales cédulas, T. II, ff. 104 v.

“El Rey.

Nuestros ofiçiales de las obras de Madrid. Porque yo he determinado mi ida a esa villa de Madrid con mi Casa y Corte y deseo que para mi llegada estuuiesen hechas todas las cosas que os dexe ordenado la última vez que estuue en ella, os encargo y mando useis de

Page 20: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

20 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

toda la diligençia que os sea posible a que en todo caso estén acabadas para fin de [e]ste presente mes, y no daréis lugar a que nadie vea ninguno de los aposentos de Palaçio, ni tampoco haréis ningún atajo ni coçina ni ofiçina ni otra cosa algunas sin mandato mío o que Bernardino Duarte os lo diga de mi parte, eçepto lo que, como arriua se dize, dexé ordenado.De Toledo, a vii de mayo [de] 1561 años.

[Al margen] De mano de su Magestad: Luys de Vega: enviadme otra traça, como la baxa y alta que me enviásteis, de los cuartos de en medio, al andar de los corredores, que son los aposentos principales de cómo están agora y sea luego. Yo, el Rey / 104 v.”.

Documento 2.

Real cédula de Felipe II a Jorge de Beteta, Corregidor de la Villa de Madrid y su Tierra y a Luis de Vega, maestro de las obras del Alcázar de Madrid, ordenando que se mahiera a cuantos oficiales trabajen en esa Villa para que se destinen a las obras del Alcázar de Madrid y se pueda entrar a residir en él. 1561, mayo, 30, Aranjuez. Copia, 1 h. en fº., sobre papel, A.G.P., Registros, Reales cédulas, T. II, f. 103 r.-v.

[Al margen:] “Obras de Madrid.

El Rey.

Don Jorge de Beteta, nuestro Corregidor de la villa de Madrid o vuestro lugarteniente en el dicho ofiçio, Luis de Vega y los otros nuestros ofiçiales del Alcázar de esa Villa. Me han embiado ha hazer relaçión que, por falta de ofiçiales y gente, no se pueden acabar con la breuedad que deseamos las cosas que dexé mandado que se acabasen y hiziesen en el dicho Alcázar, y porque para poder entrar en él conuiene mucho que se acaben, os encargo y mando que con todo cuidado y diligençia entendáis luego en proueer que todos los oficiales de manos de esa Villa se ocupen solamente en las dichas obras, sin que entiendan en otra / 113 r. cosa alguna, hasta que aquéllas se acaben, pagándoles nuestro Pagador de [e]llas sus jornales y alquileres acostumbrados, que lo mismo embiamos a mandar al licenciado don Francisco de Castilla, alcalde de nuestra Casa y Corte y, si fuese menester, juntaros con él para que yo [h]aya mejor recaudo en esto. Hazerlo héys, auisándome de lo que se proueyere, que en ello nos seruiréis. De Aranxuez, a xxx de mayo [de] 1561 años. Yo, el Rey. Refrendada de Pedro del Hoyo”.

Documento 3

Real cédula de Felipe II al licenciado Francisco de Castilla, alcalde de Casa y

Corte, y a Luis de Vega, maestro de las obras del Alcázar de Madrid, ordenando que se mahiera a cuantos oficiales trabajen en esa Villa para que se destinen a las obras del Alcázar de Madrid y se pueda entrar a residir en él. 1561, mayo, 30, Aranjuez. Copia, 1 h. en fº., sobre papel, A.G.P., Registros, Reales cédulas, T. II, f. 103 v.

[Al margen:] “Obras de Madrid.

El Rey.

Liçençiado don Francisco de Castilla, alcalde de nuestra Casa y Corte, Luis de Vega y los otros nuestros ofiçiales de las obras del Alcázar de esa Villa. Me han embiado a hazer relaçión que, por falta de ofiçiales y gente, no se pueden acabar con la breuedad que deseamos las cosas que dexé mandado que se acabasen y hiziesen en el dicho Alcázar, y porque para poder entrar en él conuiene mucho que se acaben, os encargo y mando que con todo cuidado y diligençia entendáis luego en proueer que todos los oficiales de manos de esa Villa que huuiere en ella se ocupen solamente en las dichas obras, sin que entiendan en otra cosa alguna, hasta que aquéllas se acaben, pagándoles nuestro Pagador de [e]llas sus jornales y alquileres acostumbrados, que lo mismo embiamos a mandar a don Jorge Beteta, nuestro corregidor de esa Villa y a su teniente, y, si fuese menester, juntaros con ellos para que yo [h]aya mejor recaudo en esto. Hazerlo héys, auisándome de lo que se proueyere, que en ello nos siruiréis. De Aranxuez, a xxx de mayo [de] 1561 años. Yo, el Rey. Refrendada de Pedro del Hoyo. Sin señal”.

NOTAS:

1. Antonio de León Pinelo, Anales de Madrid (desde el año 447 al de 1658). ed de Pedro Fernández Martín, Madrid 1971, p. 85.

2. Luis Cabrera de Córdoba: Filipe Segundo, Rey de España. Madrid 1619, p. 254. Puede consultarse la edición crítica realizada por José Martínez Millán y Carlos Javier de Carlos Morales publicada en Valladolid: Junta de Castilla y León, 1998.

3. Gil González Dávila:Teatro de las grandezas de la Villa de Madrid, Corte de los Reyes Católicos de España. Madrid 1623, p. 1.

4. Jerónimo de la Quintana: A la muy antigua, noble y coronada Villa de Madrid. Historia de su antigüedad, nobleza y grandeza. Madrid 1629, p. 746.

5. Compendio histórico de las grandezas de la coronada Villa de Madrid, Corte de la Monarquía de España. En Madrid: por don Antonio Sancha, 1786, p. 9.

6. Manuel Fernández Alvarez: “Madrid, capital de España (el Madrid de Felipe II)”, en ANTONIO

LÓPEZ GÓMEZ (coordinador), Madrid desde la Academia. Madrid: Real Academia de la Historia, 2001 (pp. 177-195) p. 181.

7. Manuel Fernández Alvarez: “El establecimiento

de la capitalidad de España en Madrid, en VARIOS AUTORES, Madrid en el siglo XVI. Madrid 1962, pp. 1-24; id. Madrid bajo Felipe II. Madrid 1966, id. “Felipe II y Madrid (de cómo Madrid se hizo Corte”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, Tomo XXXIX (1999), pp. 213-223, e id. El Madrid de Felipe II: en torno a una teoría de la capitalidad, Madrid 1987.

8. Constancio Gutiérrez: “Madrid: de Villa a Corte”, en VARIOS AUTORES, Madrid en el siglo XVI. Madrid 1962, pp. 253-302.

9. Ibidem, pp. 29-30.10. “[…] A ninguna persona, de ninguna cualidad y

preeminencia que sea, no daréis ni señalaréis para aposentamiento de su persona y mujer e hijos más de una sola posada […]”, esto es, la práctica usual de los aposentadores. Ibidem., p. 38.

11. Manuel Fernández Alvarez: Economía, Sociedad y Corona. Madrid 1963, pp. 257-258.

12. Archivo General de Palacio (en adelante AGP.), Registros, Reales Cédulas, T. 2.

13. Manuel Barbeito: El Alcázar de Madrid. Madrid 1992, p. 34, n. 5, y p. 35, n. 6.

14. A.G.P., Registros, Reales cédulas, T. II, ff. 104 v.15. La transcripción completa en apéndice a este

trabajo (documento 1).16. Transcripción en apéndice (documento 2).17. Transcripción en apéndice (documento 3).18. Entre los de mayor alcance al enlosado del patio

de la Reina, en el propio Alcázar, según Jose Manuel Barbeito El Alcázar… op.cit.cit, p. 36 .

19. Francisco Iñiguez Almech: Casas Reales y jardines de Felipe II. Madrid 1952, p. 21 (tomado de Angel González Palencia: Gonzalo Pérez, secretario de Felipe II. Madrid 1946).

20. Jose Manuel Barbeito: El Alcázar…, op. cit.21. Carta de Felipe II a Gaspar de Vega tocantes a

varios asuntos relativos a las obras en marcha en el Alcázar de Madrid, sitio Real de Aranjuez, casa Real del Pardo, casa del Bosque de Segovia, casas adquiridas para Leonor de Mascareñas en Madrid y huerta de Argüello en Valladolid. [1557, enero, entre 24 y 31, Bruselas]. Copia, 4 hh. en fº., sobre papel, AGP., Registros, Reales cédulas, T. II, ff. 21 v.-24 r.

22. Carta de Felipe II a Gaspar de Vega tocantes a varios asuntos relativos a las obras en marcha en los sitios Reales. 1559, febrero, 15, Bruselas. Copia, 4 hh. en fº., sobre papel, AGP., Registros, Reales cédulas, T. II, ff. 52 v.-55 r.

23. AGP., Registros, Reales cédulas, T. II, ff. 56 v.-58 v. y ff. 59 v.-60 v.

24. Baltasar Porreño Dichos y hechos de el señor Rey don Phelipe Segundo, el Prudente. Madrid 1748, p. 329.

25. Alfredo Alvar Ezquerra: El nacimiento de una capital europea: Madrid entre 1561 y 1606. Madrid 1989.

26. Jose Miguel López García:El impacto de la Corte: Madrid y su territorio en la época moderna. Madrid 1998.

Page 21: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 21

Por Sara Granda (UCLM)

LA CAPILLA REAL: INTRODUCCIÓN

Desde que Alfonso VII obtuvo del papa Inocencio II, en 1140, el nombramiento del arzobispo de Santiago, Diego Gelmírez, como capellán mayor de la Capilla Real castellana, este oficio palatino permanecería tradicionalmente unido al titular de la sede compostelana[1]. En 1234, por privilegio pontificio de Gregorio IX se concedía a las capillas reales la exención de la jurisdicción ordinaria, otorgándose al capellán mayor competencias de carácter personal sobre las personas de la familia real y los cortesanos que seguían al rey, dado que la Corte no tenía sede fija[2].

Ya en las Partidas se encuentra una embrionaria institucionalización del cargo de capellán mayor, estableciendo su cometido y las cualidades de quien lo desempeñare “[…] ha de ser de los más honrados y mejores perlados de su tierra […] debe ser muy buen letrado home, et de buen seso, et leal, et de buena vida, et sabidor de uso de la eglesia”[3]. Diversas normas y constituciones sobre la Capilla Real, dictadas en los siguientes reinados dan muestra del permanente interés de los monarcas por esta institución[4] y por el personaje rector de la misma, consolidándose desde el siglo XIII la figura del vicario del capellán mayor, que ejercía en la práctica las funciones de dirección de la Capilla en ausencia del arzobispo de Santiago, capellán mayor nato.

En 1436, en el marco de una reordenación de su Casa y Corte, Juan II dio unas ordenanzas, referidas a los miembros de la Capilla y, en particular, a su órgano jerárquico[5]. Aquellas fueron seguidas de otras de los Reyes Católicos[6], dotando de una nueva planta a la institución: “la Capilla de los Reyes desempeñaba un importante papel en la vida de la Corte, tanto desde el punto de vista del culto religioso como por su significado ceremonial. La principal autoridad era el capellán mayor, que presidía el cabildo de capellanes, que tenían obligación de reunirse cada viernes para organizar las actividades de la siguiente semana”[7]. Los integrantes de la Capilla habían de observar estrictas reglas de decoro atinentes a su aspecto y vestimenta, “que

anden honestos, con coronas abiertas, cabellos cortados a lo menos hasta la oreja, sin mantos abiertos ni cortos, ni bonetes o calzas o borceguíes colorados, ni zamarros, ni zapatos blancos o colorados, y que no entren en la Capilla en mangas de jubón ni con seda en el pelo ni otras cosas deshonestas”[8].

La herencia imperial hizo que Carlos V recibiera tres capillas: la borgoñona, la aragonesa y la castellana, cada una con su propia estructura y organización[9]. Decidió mantener la castellana como núcleo central añadiendo algunos cargos de las otras dos, en especial de la borgoñona, al ser éste el ritual que acabaría siendo adoptado, con sustanciales reformas, por la Monarquía hispánica a partir de 1548. Esto no fue óbice para que la dirección de la Real Capilla siguiera ostentándola el capellán mayor[10]

La obligación de residencia de los obispos en sus diócesis, impuesta por el Concilio de Trento, motivó que Felipe II solicitara al papa Pío V la creación del cargo de pro-capellán, para que ejerciera en la Corte la jurisdicción que desde 1140 correspondía al arzobispo de Santiago como capellán mayor de iure, dado que este no podía atender la Capilla por la necesidad de permanecer en su sede. A partir de 1610, asentada ya definitivamente la Corte en Madrid, en dicho pro-capellán recaería el título honorífico de Patriarca de las Indias Occidentales y, desde 1644, se uniría a ambos nombramientos el de Vicario General Castrense[11].

Si la dinastía austriaca había favorecido y promovido un estatus privilegiado para el capellán mayor, en cuanto jefe de su Real Capilla – una muestra de ello son las constituciones de 1623 decretadas por Felipe IV –, la Casa de Borbón no le fue a la zaga. En 1716 Felipe V consiguió del papa Clemente XI que el pro-capellán fuera: “[…] rector para corregir, visitar y ejercer omnímoda jurisdicción ordinaria, como acostumbran los arzobispos, obispos y demás ordinarios locales […] en virtud de dicha autoridad apostólica, con omnímoda jurisdicción en calidad de Juez, así de Corte y Palacio, como de la Capilla […], así como de los que estuvieren en sus Casas o Palacios de campo”[12].

Inserta en la reforma general elaborada por el marqués de la Ensenada, que abarcaba el conjunto de las Casas Reales,

en 1749 se llevó a cabo la reorganización de la planta de la Capilla Real. Mediante esta reglamentación se incorporaba a la institución el Colegio de Niños Cantores, que de este modo quedaba también bajo la autoridad del capellán mayor. La reforma se completó en 1756 con la promulgación de unas nuevas constituciones para la Capilla Real. La institución no experimentó cambios significativos en lo que restó de siglo, pues Carlos III y Carlos IV solo introdujeron pequeñas modificaciones en su planta[13].

Subsistía, no obstante, un problema irresoluto: el conflicto jurisdiccional frecuentemente planteado entre el capellán mayor y el arzobispo de Toledo, a cuya diócesis pertenecía el clero de Madrid[14]. La ocasión para solucionar esta grave cuestión se presentó al negociar el Concordato en 1753 entre España y la Santa Sede, consiguiendo Fernando VI del papa Benedicto XIV una Bula[15] por la que se concedía la parroquialidad a la Capilla Real palatina, confirmada días más tarde por el Breve Apostólico de 27 de junio de 1753 por el que se trataba de poner fin a los conflictos competenciales entre el capellán mayor y el arzobispo de Toled[16].

No parece que las disputas y controversias quedaran definitivamente solventadas puesto que años más tarde Carlos III hubo de solicitar un nuevo Breve al papa Pío VI, fechado el 4 de abril de 1777, que estableció con mayor precisión los límites territoriales de la jurisdicción palatina una vez erigida en parroquia la Real Capilla.

1. CAPELLANES REALES EN LA PRESIDENCIA DEL CONSEJO REAL DE CASTILLA

La presidencia del Consejo Real de Castilla fue un cargo de extraordinario relieve, de cuya autoridad, preeminencias, atribuciones y honores – tanto de iure como de facto – dan testimonio multitud de fuentes manuscritas y obras impresas antiguas y recientes[17], hasta el punto de haber sido considerado el segundo personaje del Estado después del rey[18]. Lógicamente, la influencia de este puesto no se mantuvo constante e inalterable a lo largo de sus más de cuatro siglos de existencia, sino que, como cualquier otra institución, tuvo sus luces y sus sombras. De origen bajomedieval, fruto de una embrionaria institucionalización en

La Capilla Real: la presencia del capellán real en la élite del poder político

Page 22: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

22 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

1390, atravesó diversas etapas: desarrollo, consolidación, esplendor, decadencia y resurgimiento – al socaire de los avatares históricos –, hasta desaparecer en 1834, cuando se llevó a cabo la extinción definitiva de aquel Consejo de Castilla, del que se ha dicho “fue, por esencia, la institución permanente del Antiguo Régimen”[19].

El objetivo de las siguientes líneas es identificar de entre cerca de un centenar de personajes que ostentaron la alta magistratura a lo largo de la historia[20], aquellos que fueron capellanes reales, entendiendo por tales tanto el capellán mayor – o bien su vicario o pro-capellán – como el capellán del rey o de la reina.

Conviene precisar que aunque la presidencia del Consejo Real de Castilla se prolongó hasta 1834, la indagación sobre los capellanes reales que desempeñaron la alta m a g i s t r a t u r a q u e d a l i m i t a d a cronológicamente hasta 1795, fecha en que fue nombrado gobernador del Consejo el prelado Felipe Fernández Vallejo, en razón de que fue el último eclesiástico designado como titular del puesto hasta la extinción del organismo. Su relación con la Capilla Real se estableció pocos meses después de su cese en el Consejo, cuando fue promovido al arzobispado de Santiago, mitra históricamente vinculada a la dignidad de capellán mayor nato.

1.1. El Consejo de Castilla de Enrique IV: un capellán mayor y un capellán del rey en la presidencia

La Ordenanza fundacional de 1390[21] designó presidente del Consejo de Castilla a Juan Serrano, obispo de Segovia, siendo éste por tanto el primero que ostentó el título. En adelante otros dos prelados desempeñaron el cargo[22], pero hasta mediado el siglo XV ningún capellán real llegó a la presidencia.

La proclamación del rey Enrique IV tuvo lugar el 23 de julio de 1454. Contaba ya veintinueve años de edad, lo que eliminaba los problemas de minoridad que afectaron a los dos reinados precedentes y hacía augurar buenas expectativas en su gobierno, que en los primeros años no se vieron defraudadas. Durante la primera década de su reinado, el Consejo Real pudo llevar a cabo su actividad de acuerdo con lo establecido en las ordenanzas: “estuvieron por diez años los reinos muy pacíficos y había en ellos gran justicia en grandes y pequeños y había autoridad en Consejo y Chancillería”[23]; no obstante, no cesaron los intentos, por parte de nobles y eclesiásticos, para hacerse con el dominio del Consejo.

En esta primera etapa, Enrique IV gozó de un gran poder. Por entonces, poco se sabía acerca de la actitud que el rey adoptaría

en relación a la Liga, mostrando en un primer momento interés en el diálogo con la nobleza. Tras la muerte de su padre, eran ya sólo dos los partidos políticos que luchaban por hacerse con el poder en Castilla, debido a lo cual Enrique IV siempre prefirió rodearse de “simples hidalgos, nobles sin título o, incluso, legistas”[24], mostrándose receloso a dar entrada en los puestos de relevancia a la nobleza.

Figura destacada en este reinado fue Juan Pacheco, marqués de Villena, que ansiaba ocupar en la Corte de Enrique IV el lugar que Álvaro de Luna había desempeñado durante el reinado de Juan II. Sus actuaciones entre 1457 y 1459 tuvieron como única finalidad mantenerse en el poder, evitando el crecimiento de posibles rivales. Comenzó entonces a convertirse en habitual la política de pactos y contraprestaciones que debilitaban gravemente la autoridad real. Con respecto al Consejo Real, y más en concreto a su presidencia, si seguimos a Enríquez del Castillo, deberíamos concluir que, durante este periodo, el marqués de Villena ocupó la presidencia del organismo, al calificarle como “el más principal hombre de su Consejo”, añadiendo el cronista que junto a él gobernaba el Consejo el arzobispo de Sevilla, Alonso de Fonseca[25]. La inestable situación de Juan Pacheco frente a los numerosos personajes que se disputaban el favor real motivó su enfrentamiento con el arzobispo de Sevilla[26]. En estos años se fueron sentando las bases para futuros conflictos internos, surgidos no sólo de rivalidades políticas, sino también de enemistades familiares o personales.

No obstante, todavía en 1459, como se puede comprobar por la Ordenanza dada al Consejo en el mismo año, el organismo no se encontraba dominado por los intereses nobiliarios, pues una reglamentación hecha a la medida de la nobleza no hubiese admitido una composición como la establecida[27]. Sobre el papel, la Ordenanza devolvía el control del organismo a la Corona, al instituir una rigurosa estructura del Consejo Real, reduciéndolo de nuevo a doce miembros, letrados en sus dos terceras partes. Pero la falta de firmeza del rey frente a la nobleza hizo que pronto se convirtiera en letra muerta.

Lejos de encarnar la figura presidencial que había configurado la primera Ordenanza de esta institución en 1390, entre 1454 y 1464 se estableció una presidencia bipersonal, por turnos o rotatoria, que desempeñaron tres pares de personajes: el marqués de Villena y el antiguo capellán mayor de Juan II, Alonso de Fonseca; el marqués de Villena y el arzobispo Carrillo; y Beltrán de la Cueva con el prelado Pedro González de Mendoza, capellán del rey Juan II.

Una presidencia anómala, reflejo de una situación que aún había de empeorar en la segunda década del reinado, en la que merece subrayarse a nuestros efectos que, por primera vez en la historia de la presidencia del Consejo de Castilla, desempeñan el cargo dos destacados miembros de la Capilla Real. Veamos algunos rasgos de la trayectoria de cada uno de ellos.

El prelado Alonso de Fonseca (1418-1473)[28], intervino activamente en el gobierno de Enrique IV. Nombrado arzobispo de Sevilla[29], estuvo al frente de la diócesis en dos periodos: el primero entre 1454 y 1460, permutándola entonces temporalmente por la de Santiago, que ocupaba su sobrino Fonseca el Joven, con el fin de apaciguar la diócesis compostelana. Adquirió así de iure la dignidad de capellán mayor. No obstante, cuando quiso recuperar la sede hispalense, se encontró con la oposición de su sobrino; la intervención del monarca logró que de nuevo fuera repuesto en el arzobispado de Sevilla, que volvió a ocupar entre 1464 y 1473[30].

Por intrigas del marqués de Villena se indispuso con el rey, tomando parte en la “farsa de Ávila” y acercándose al bando del infante Alfonso. A la muerte del infante volvió a la obediencia del monarca, de quien no se apartó ya hasta su muerte.

Otro de los co-presidentes fue Pedro González de Mendoza (1428-1495), relevante personaje que ha pasado a la historia con el sobrenombre de Gran Cardenal de España. Miembro de la ilustre familia de Guadalajara, era el quinto hijo del marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza, y de Catalina de Figueroa[31]. Juan II le nombró su capellán, siendo promovido al año siguiente al obispado de Calahorra (1453). Tomó parte activa en las luchas nobiliarias durante el reinado de Enrique IV. Habiendo sido partidario de la defensa de los derechos sucesorios de doña Juana – incluso tras la muerte del infante Alfonso –, en 1473 se pasó al bando de la princesa Isabel, permaneciendo desde entonces al lado de la futura reina. Fue uno de los principales consejeros de los monarcas católicos, especialmente en los asuntos de política religiosa, influyendo en algunas de las decisiones más relevantes del reinado, como el establecimiento de la Inquisición.

A lo largo de su vida obtuvo numerosos cargos eclesiásticos, dentro y fuera de la península. Tras el obispado de Calahorra, pasó al de Sigüenza y, en 1472, recibió el capelo cardenalicio en competencia directa con su rival, el arzobispo Carrillo, que también aspiraba al cardenalato. Ocupó también el arzobispado de Sevilla[32], y Enrique IV le hizo canciller mayor de Castilla. Al obtener en 1482 la sede de Toledo

Page 23: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 23

renunció a todas las demás dignidades, salvo la de Sigüenza[33]. La habilidad del cardenal, que, muerto Enrique IV, abrazó con entusiasmo la causa de Isabel la Católica, fue un factor decisivo para la promoción de su sobrino y protegido Diego Hurtado de Mendoza, que llegaría a ocupar la presidencia de Castilla. El Gran Cardenal murió en Guadalajara el 11 de enero de 1495[34].

1.2. La presidencia del Consejo Real de Castilla en el reinado de los Reyes Católicos (1474-1504): los capellanes mayores Lope de Ribas e Íñigo Manrique de Lara

Al contrario de lo que sucede en periodos anteriores, la época de los Reyes Católicos ofrece un amplio volumen documental de diversa índole, si bien las dificultades relativas a los inicios del reinado hacen arriesgado establecer con certeza quién o quiénes ocuparon la presidencia del Consejo Real durante el primer año y medio. Por meras razones cronológicas, hemos de partir de la hipótesis más verosímil, esto es, que se contó con aquellos consejeros de la etapa anterior que habían mostrado su lealtad a la causa isabelina y con otras personas de prestigio a las que se encomendó para cargos de relevancia.

La ausencia de datos solventes para fundamentar una hipótesis de lo acontecido en torno a la presidencia del Consejo durante los inicios del reinado obliga a diferir la cuestión hasta 1476. En las Cortes de Madrigal de esta fecha los monarcas anunciaban que habría un solo prelado en la planta del Consejo: el prelado a quien se ha atribuido la presidencia del Consejo Real entre 1476 y 1479 es Lope de Ribas, antiguo capellán mayor de Juan II.

Según Garma y Durán, fue éste el primer presidente del Consejo durante el reinado de los Reyes Católicos[35]. Constatan asimismo la presidencia del obispo de Cartagena, Alcocer[36] y Artola[37]. De Dios, basándose en las Advertencias Preliminares al Catálogo del Registro General del Sello, se inclina también por la presidencia de Lope de Ribas entre 1476 y 1479[38]. Martínez de Salazar da noticia de la atribución de la presidencia a Lope de Ribas, hecha por Garma, pero alega que Méndez de Silva, en su Cathalogo Real, no hace referencia a este prelado, lo que le hace decantarse por la posición de este último autor, basándose en que, al haber sido miembro del Consejo, debía atribuírsele mayor credibilidad[39].

Lope de Ribas estuvo al frente del Consejo Real desde 1476 hasta su muerte en 1479. El obispo de Cartagena había sido capellán mayor de Juan II, y consejero del Real de Castilla con Enrique IV – expresamente mencionado en la Ordenanza de 1459 como uno de los dos prelados que formaban parte del Consejo –. Además, entre 1476 y 1478, fue presidente de la Hermandad General y de la Diputación que se creó por

encima de esta Junta General, que sería el germen del posterior Consejo de la Hermandad.

El reinado de los Reyes Católicos supuso el punto de inflexión en la institucionalización de la presidencia. A partir de este momento el cargo de presidente del Consejo de Castilla – que en estos años recaerá siempre en prelados o en miembros de la alta nobleza, nunca en letrados – iniciará un proceso ascendente en la acumulación de atribuciones, prerrogativas y honores, hasta tal punto que, utilizando las palabras de Martínez de Salazar, llegará a “representar inmediatamente a la persona del Rey”[40].

Pasarán aún algunos años hasta ver definitivamente consolidado el oficio de presidente, cuyo prestigio, en todo caso, va a depender de la personalidad de quien lo desempeñe en cada momento. Varios prelados y un noble recibieron de los monarcas un nombramiento por tiempo indefinido[41], y por tanto revocable a su voluntad, lo que distinguía su estatuto del régimen generalmente vitalicio de los consejeros.

A la muerte, a finales de 1479, de Lope de Ribas, la presidencia del Consejo fue desempeñada por Iñigo Manrique[42] entre 1480 y 1483. Hijo del Adelantado Mayor de Castilla, Manrique había sido pro-capellán mayor de Enrique IV y, sucesivamente, obispo de Oviedo, Coria y Jaén. Obtuvo la sede arzobispal de Sevilla el 18 de abril de 1483, tomando posesión en mayo por medio de su sobrino y apoderado Rodrigo Manrique. Murió en abril de 1484[43].

1.3. La presidencia del Consejo Real de Castilla en época de Carlos V: Los capellanes Tavera y Valdés

Entre 1522 y 1524 el gran canciller Gattinara emprendió la mejora y racionalización de la maquinaria administrativa española: creó el Consejo de Hacienda, reorganizó el gobierno de Navarra, estableció un Consejo para las Indias y acometió la reforma el Consejo de Castilla que se consumó con la destitución del presidente Rojas.

El emperador puso especial empeño en la selección del presidente de Castilla, cargo que adquirió altas cotas de relevancia como correspondía a un organismo que era la pieza fundamental del aparato del Estado. Personajes muy destacados de la época ocuparon la alta magistratura, que se convirtió en un punto clave del gobierno debido a los continuos viajes de Carlos V y a la necesidad de establecer una regencia que no podían desempeñar solos ni la emperatriz, primero, ni el joven Felipe, después.

Tras la reforma dos capellanes reales se sucedieron en la jefatura del Consejo de

Castilla: Tavera y Valdés. El primero, capellán mayor nato por ser arzobispo de la sede compostelana; el segundo, capellán mayor de la emperatriz Isabel. Ambos presidieron el sínodo castellano y ambos estuvieron al frente de la Suprema.

1.3.1. Tavera: capellán mayor, presidente de Castilla e Inquisidor General

Para proveer la vacante, la elección del emperador recaerá en una figura de fuste, que desempeñará la presidencia durante quince años: el arzobispo de Santiago, Juan Pardo y Tavera[44]. Este prelado zamorano[45], sobrino del dominico fray Diego Deza[46], había sido rector de la Universidad de Salamanca (1504), donde se licenció (1505); aquel año obtuvo una canonjía en la iglesia de Sevilla, y, en 1506, fue nombrado chantre de la catedral y oidor del Consejo de la Inquisición; en 1507 fue elegido provisor y vicario general de la archidiócesis hispalense. En 1513 el rey le encargó visitar la Chancillería de Valladolid, siendo a continuación nombrado obispo de Ciudad Rodrigo (1514), de donde pasó a la sede de Burgo de Osma (1523), al tiempo que recaía en él la presidencia de la Chancillería de Valladolid. En 1524 fue promovido al arzobispado de Santiago – mitra del capellán mayor –, coincidiendo con su designación para la presidencia de Castilla.

Con Tavera la institución creció en rango y autoridad. Durante su mandato presidió todas las reuniones de Cortes que se convocaron, una atribución de la que en adelante gozaron sus sucesores en el cargo. Durante la celebración de las Cortes de Toledo de 1525 llegó a Madrid el rey Francisco I, prisionero de las tropas imperiales en la batalla de Pavía, siendo Tavera una de las personalidades que lo recibieron e intervinieron en fijar las condiciones del rescate que se había de imponer[47].

La boda del emperador con Isabel, el 10 de marzo de 1526, va a suponer un empuje decisivo para Tavera, como se deduce de uno de los informes de Galíndez de Carvajal: [...] Me paresce quel Presidente y Consejo Real deben siempre residir donde la Reina hiciere asiento y residiere, para que hagan sus consultas y las otras cosas que convengan al buen gobierno del Reino, como lo hacen con Vuestra Majestad. Y el Presidente en esto se ha de ocupar principalmente y hará harto si lo cumple enteramente. Y no le debe Vuestra Majestad mandar ocupar en otra cosa ninguna, porque no haga falta al Consejo, qu´es lo principal. Porqu´el Presidente siempre ha de estar en el Consejo o en su posada para oir los querellantes y agora hay nescesidad por ser algunos del Consejo nuevos y ello es por donde me paresce que hay alguna flaqueza [...][48]

Page 24: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

24 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Cuando el emperador marchó a Monzón en 1528, dejó unas Instrucciones de gobierno para la emperatriz, en las que recomendaba seguir el parecer del Consejo, especialmente del presidente Tavera[49]. En cumplimiento de las recomendaciones de Carlos V, la emperatriz dictó, a su vez, unas Instrucciones para el presidente del Consejo en las que hacía mención expresa del alto concepto que el emperador tenía de Tavera, así como de la importancia que atribuía al puesto que ocupaba[50].

El papel preponderante de Tavera no sólo se desplegó en el Consejo de Castilla, sino que el emperador le puso también al frente de la Cámara, práctica que desde entonces adquirirá carta de naturaleza[51]. Tavera presidió las Cortes de Madrid de 1528, en las que fue jurado el príncipe Felipe, nacido el año anterior[52]. Digna de subrayar, por tratarse de una cuestión que se convertirá en caballo de batalla en el siguiente reinado, fue la petición de estas Cortes, preocupadas por la tendencia del Consejo a ocuparse más de los pleitos que del gobierno[53].

En 1529, ante una nueva y más prolongada ausencia[54], dejó el emperador otras Instrucciones, en las que se designaba a los integrantes del Consejo de Estado, entre los cuales estaba el presidente Tavera[55]. El documento subrayaba la competencia del Consejo de Castilla en las materias de justicia y gobierno[56].

La Cámara continuó, como en la ausencia anterior, formada por Tavera, Polanco y Vázquez de Molina. El presidente del Consejo ocupaba el centro del poder, gozando de la confianza del emperador, así como del afecto de la emperatriz que, al enfermar por aquellas fechas, nombró a Tavera su albacea testamentario e incluso le encomendaba el gobierno si ella moría, hasta que el emperador dispusiera lo necesario[57]. El protagonismo indiscutido del presidente del Consejo se acrecentó con dos importantes prebendas que contribuirán a elevar su dignidad: el capelo cardenalicio y el arzobispado de Toledo.

El 22 de febrero de 1531, fue creado cardenal por Clemente VII con el título de San Juan ante Portam Latinam[58] y en ese mismo año presidió las Cortes de Segovia. En 1534 ocupó la sede primada de Toledo[59] y presidió las Cortes de Madrid; en 1537, presidió las Cortes de Valladolid y, un año después, también las famosas Cortes de Toledo de 1538-1539, convocadas para tratar de la angustiosa situación económica en que se hallaba el Reino. La solución propuesta por Tavera, la imposición general de la sisa para subvenir a las dificultades económicas del emperador, actuó como detonante para su duro enfrentamiento con la nobleza. Los nobles, para hacer patentes sus diferencias

con Tavera, se negaron a contribuir, formulando al mismo tiempo peticiones, como la residencia de dos caballeros en el Consejo Real y uno en cada Chancillería, para evitar el sesgo antinobiliario que, según la nobleza, estaba tomando el Consejo. La falta de sintonía entre los nobles y el Consejo – órgano encargado de dirimir sus pleitos – motivó que Carlos V se planteara relevar al presidente[60]. Tras tres lustros al frente del órgano Tavera fue exonerado del cargo[61]. Ese mismo año fue nombrado Inquisidor general[62], puesto que ejerció hasta su muerte, en agosto de 1545.

1.3.2. Fernando de Valdés: capellán de la emperatriz, presidente de Castilla e Inquisidor General

El relevo de Tavera en la presidencia de Castilla trataba de evitar una excesiva acumulación de poder en manos del cardenal[63]. La muerte de la emperatriz Isabel, el 1 de mayo de 1539, que había jugado un importante papel para neutralizar las rivalidades cortesanas[64], así como las nuevas ausencias del emperador, aconsejaron el cambio de la presidencia – atendida interinamente durante la vacante por Fortún Ibáñez de Aguirre –mientras el gobierno quedaba en manos de Tavera (el auténtico gobernador de los reinos hispanos, pues la regencia del príncipe Felipe, de sólo doce años, era meramente nominal), del duque de Alba y del secretario Francisco de los Cobos.

La confianza del emperador en Tavera era tal que, cuando tuvo que elegir a su sustituto al frente del Consejo, fue al primero que consultó[65], en una carta fechada el 19 de agosto de 1539, a fin de que diera su parecer sobre Fernando de Valdés y Salas, a la sazón presidente de la Chancillería de Valladolid: En lo que toca a la Presidencia del Consejo, es verdad que yo he estado en proveer al presidente de Valladolid y pareciéndome que esto es lo que conviene, desplaceme mucho de las causas que decis que hay para tenerlo por sospechoso en las cosas que tocaren a vuestra iglesia y a vos, aunque no las tengo por bastante; a lo menos, a lo que yo de vos siempre he entendido, no tendría él causa de estar descontento, porque nunca me hicisteis mala relación de su persona, mas antes buena. Lo demás es todo tan liviano que, sin llegar a lo que decis que os convenia hacer, se podrá bien remediar; y asi estad cierto que en veniendo el aquí yo le prevendré de manera que se pueda excusar aquello y entonces si no os satisficiere veremos lo que se podrá y deberá hacer, que ya sabeis que en mi siempre ha de haber la buena voluntad que es razón para mirar y favorecer vuestras cosas como siempre lo he hecho[66].

El emperador eligió a Valdés para cubrir la vacante, pese a que la carta transcrita permite intuir la desconfianza de Tavera hacia el elegido, una falta de sintonía

que jugó en contra de Valdés, siempre postergado mientras vivió su predecesor[67].

Fernando de Valdés y Salas[68] había iniciado su vida pública en 1516, al entrar en el Consejo, durante la regencia del cardenal Cisneros; en 1520 sirvió al emperador en Flandes, donde permaneció hasta 1522, y el 7 de abril de 1524 fue nombrado consejero de la Suprema[69]. En 1529 fue provisto en la sede de Elna (actual Perpiñán); en 1530 pasó al obispado de Orense y en 1532 fue trasladado al de Oviedo. Siendo obispo de Oviedo fue elegido presidente de la Chancillería de Valladolid, en 1535[70]; trasladado posteriormente a la silla de León (mayo de 1539), pasaría inmediatamente – tras su nombramiento para la presidencia de Castilla – a ocupar la sede de Sigüenza (octubre de 1539). Digno de subrayar, a nuestros efectos, es que Valdés había sido capellán mayor de la emperatriz Isabel.

Recién nombrado Valdés, el emperador partió, en noviembre de 1539, dejando al cardenal Tavera como gobernador[71]. Esta circunstancia era propicia para ocasionar fricciones, y en el caso de Tavera y Valdés no tardaron en surgir: las atribuciones del cardenal constituían una auténtica limitación de los poderes del presidente de Castilla. Un episodio sintomático de las profundas desavenencias entre ambos se produjo en los primeros meses de 1540, a causa del destierro del doctor Corral – uno de los más antiguos consejeros de Castilla – decretado por Tavera[72]. Valdés conocía el mandato del emperador acerca de guardar con Tavera las debidas atenciones; sin embargo la carta que envió a Carlos V, en marzo de 1540, dejaba traslucir las dificultades de la relación[73]. Y de nuevo, en otra carta de 10 de mayo de 1540 , insistía el presidente en su malestar con Tavera[74].

En la rivalidad entre el regente y el presidente tercia Francisco de los Cobos – quien ciertamente no era testigo imparcial, pues se mostraba abiertamente favorable a Valdés[75], mientras que por aquellas fechas no mantenía buenas relaciones con el cardenal –, dirigiendo una carta a Carlos V, el 26 de junio de 1540: “La verdad es que yo quisiera que el cardenal hiciera esto con parescer del presidente o de alguno del Consejo; y se de cierto que, después de haberle desterrado, ha deseado hallar culpas para más justificar el destierro”[76]

Llevaba ya Valdés más de tres años en el cargo, cuando de nuevo el emperador salió de España para una larga ausencia, partiendo desde Palamós, camino de Génova. En un gesto de astucia política nombró al cardenal Tavera, al presidente Valdés y a Francisco de los Cobos[77] consejeros del príncipe Felipe “en las cosas del gobierno”. Así lo establecía el emperador

Page 25: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 25

en las Instrucciones fechadas en Palamós a 6 de mayo de 1543[78].

Y aunque en las Instrucciones de 1543, reservadas para el príncipe Felipe[79], Carlos V describa al presidente como una personalidad mediocre, pero de gran honradez[80], su designación como consejero durante la regencia del príncipe Felipe denota el progreso que Valdés había conseguido en la consideración del emperador, lo que se tradujo de inmediato en un significativo incremento de su influencia política. Para Valdés, la regencia de don Felipe supuso de hecho su entrada en el Consejo de Estado[81], aunque su nombramiento como consejero de Estado no se produjo hasta estar ya fuera de la presidencia de Castilla. La muerte, el 10 de mayo de 1546, de García de Loaysa, cardenal de Sevilla e Inquisidor General[82], iba a influir de modo directo en el destino del presidente Valdés. El príncipe Felipe escribía a su padre para comunicarle el fallecimiento[83], y le recomendaba que pensara en Valdés para ocupar la sede hispalense[84].

Más dificultosa se presentaba la provisión de la Suprema, por la necesidad de hacer frente a una situación religiosa inestable[85]. A esta circunstancia se refería también el príncipe en su carta: “[...] Para el cargo de la Inquisición es menester que sea persona de valor, letras, experiencia y gran celo por estar las cosas de la religión en el estado en que se hallan. Vuestra Majestad lo mandará proveer como viere más convenir, que cierto es de tanta calidad que se debe mirar mucho en ello [...]”[86]

El emperador decidió nombrar a Valdés para las dos vacantes, lo que implicaba su cese en la presidencia de Castilla[87]. Carlos V comunicó a Valdés su designación por carta fechada en Ratisbona, el 31 de julio de 1546[88]. Tanto el arzobispado de Sevilla – la diócesis más rica de España después de la de Toledo – como la Inquisición General eran puestos muy codiciados; aunque sabemos por la carta que Cobos dirige al emperador el 24 de agosto de 1546 que mientras Valdés recibió con júbilo el nombramiento para ocupar la sede de Sevilla, opuso ciertos reparos a ocupar el cargo de Inquisidor[89].

En 1547, dos años después de la muerte de Tavera[90], y convertido Valdés en Inquisidor General[91], Carlos V encarga a Cobos que “teniendo delante los méritos, prudencia y experiencia del muy reverendo arzobispo de Sevilla y teniendo por cierto que en todo nos servirá con el amor y voluntad que hasta aquí lo ha hecho” le llamara al Consejo de Estado para sustituir al cardenal de Toledo, y consultara con él los asuntos de importancia: paradójicamente, Valdés pasaba ahora a ocupar el puesto de su rival Tavera[92].

Paulatinamente fue creciendo el influjo de Valdés en la Corte; el Inquisidor lo aprovechó para introducir en los principales organismos de la administración castellana a sus allegados. El indiscutido patronazgo de Valdés empezó a verse afectado hacia 1554, cuando comienza el ascenso del grupo formado en torno al príncipe Felipe, que por aquellas fechas se encontraba fuera de la península preparando su boda con María Tudor. Encabezaba esta facción su gentilhombre de Cámara, Ruy Gómez de Silva[93].

Con el objetivo de cercenar el predominio del Inquisidor en la Corte, sus adversarios trataron de forzar el cumplimiento por parte de Valdés de la obligación de residencia en su diócesis de Sevilla, tal y como se había acordado en la primera sesión del concilio de Trento[94]. Pero el descubrimiento de un foco luterano en Valladolid, ciudad en la que residía la Corte, vino a justificar la permanencia allí del Inquisidor General[95] y propició la revitalización de su influencia. Valdés utilizó una rígida interpretación de la ortodoxia religiosa como medio para no ser desplazado del poder, e instrumentalizó el peligro que suponía la existencia de elementos luteranos para afianzarse en sus cargos[96].

Sin embargo el cariz que fue tomando el proceso de Carranza[97], las presiones cortesanas y el distanciamiento del monarca, que le pidió en numerosas ocasiones que cumpliera con la obligación de residencia en su arzobispado hispalense[98], provocaron que en 1566 fuese sustituido en el cargo por Diego de Espinosa. Retirado a su sede de Sevilla, falleció allí el 9 de diciembre de 1568[99].

1.4. Juan Bautista de Acevedo: capellán del rey Felipe II, Inquisidor General y presidente del Consejo Real de Castilla de Felipe III

Tras el fallecimiento de Felipe II se iba a producir un cambio en el sistema de gobierno, que ya, desde los albores del siglo XVII, se daría en todos los monarcas de la centuria, pasando del sistema de gobierno personalista al sistema de valimiento o favoritismo[100]. Entre otras muchas consecuencias, la existencia del valido tuvo una influencia decisiva en la presidencia del Consejo de Castilla, que trató de controlar velando porque recayera siempre en alguien de su absoluta confianza[101]. El primer valido de Felipe III fue Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, quinto marqués de Denia y cuarto conde de Lerma, cuya amistad e inusitada confianza con el monarca databa de tiempo atrás, cuando éste era príncipe, y seguiría afianzándose con los años hasta situarle en aquel lugar privilegiado: Como grande y como gentilhombre, frecuentaba a las horas permitidas el cuarto del príncipe, de suerte

que en muy poco tiempo se hizo gran lugar cerca de su persona, tanto que mereció su gracia y subir al heroico lugar de su privanza...[102]

Lerma consiguió controlar la designación de los tres presidentes que tuvo el Consejo de Castilla durante su privanza: el conde de Miranda, Juan Bautista de Acevedo y Manso de Zúñiga. Todos hechuras suyas.

La relación de Juan Bautista de Acevedo[103] con Lerma se había iniciado cuando, por recomendación de Garcia de Loaysa, el valido le empleó como ayo de su hijo mayor[104]. Tras ocho años encargándose del oficio de ayo y maestro del duque de Uceda, Felipe II le hizo su capellán[105]. Le ofreció también el monarca el obispado de Galiópoli, en Italia, oferta que Acevedo rechazó. Le encargó entonces el rey la fundación y administración del Colegio de Santa Isabel, empleo del que se ocupaba cuando falleció Felipe II.

Su heredero no cambió la consideración que el difunto rey tenía hacia Acevedo: [...] heredó el Rey Don Felipe tercero, el cual por lo que habia oydo a padre del Doctor Acevedo, y conoció en él desde el tiempo de Príncipe, tuvo grandísima satisfacción y crédito de su persona, y así le fue honrrando y premiando mucho con los cargos de la mayor confianza [...][106]

En el año 1598 fue electo canónigo de León, y al año siguiente era ya canónigo de Toledo, aunque no aceptó la oferta que se le hizo del obispado de Tortosa. En 1601 ocupó la sede de Valladolid y, un año después, Lerma le comunicó que había sido elegido para ocupar el puesto de Inquisidor General; antes de aceptar aquella plaza tan apetecida, Acevedo quiso cerciorarse de que se confiaba en su capacitación: Señor, yo B. L. P. de S.M. y las manos de V.E. con la humildad que devo, se sirva de representar a S.M., antes que se embie por el Breve, tres cosas; la primera si soy yo bueno para Inquisidor General, la segunda, si tengo todo aquello que para el oficio se requiere; la tercera, si ha de parecer mal que yo sea Inquisidor general; que por cualquiera de estas que me falte es justo que S.M. heche mano de otra persona, que en su Reyno tiene infinitos que lo merecen mejor que yo[107]

Provisto en el cargo de Inquisidor General[108] – en el que sustituyó a Juan de Zúñiga –, adoptó con rapidez medidas para fomentar el cumplimiento de los oficios de inquisidores, fiscales y secretarios[109], al tiempo que incrementó la exigencia de la limpieza de sangre.

En cumplimiento de la disposición papal de la residencia de los prelados en sus diócesis, en la designación de Juan Bautista de Acevedo como Inquisidor General se estableció la cláusula de que ocuparía dicho cargo mientras la Corte estuviera en

Page 26: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

26 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Valladolid, por ser este su obispado[110]. Así, con el traslado en 1605 de la Corte a Madrid, expiraba el oficio de Inquisidor General de Acevedo; no obstante Felipe III manifestó su voluntad de que continuara en el cargo, por lo que el obispo y Patriarca – en 1604 habia obtenido el Patriarcado de las Indias Occidentales – continuó al frente de la Suprema.

La retirada, en 1608, del conde de Miranda de la presidencia de Castilla proporcionó la situación idónea para que Lerma pudiera proponer al monarca a su leal Acevedo como sustituto: [...] El conde de Miranda [...] se retiró [...] y como su parecer havia de ser el mejor havia más de tres años que andava diciendo que no havia persona en España para el oficio como el Patriarca; al fin ya estando el oficio sin dueño, cuidando S.M. de dársele como a quien tanto le tocaba dijo motu propio: todas cuantas cosas he puesto en manos del Inquisidor General han crecido y asi será mui a propósito para Presidente fuese avivando esta voz por la Corte sin que a dicho Patriarca se le hubiese dicho nada[111]

Aunque en principio Acevedo puso algunos inconvenientes para aceptar la presidencia, al cabo de trece días de demandas y respuestas, aceptaba el cargo. Basaba su decisión en la obligación de servir al rey y en el respeto que le merecía el duque de Lerma. La cédula de su nombramiento como presidente, con retención del oficio de Inquisidor[112], la envió el monarca el 13 de abril de 1608[113], y la toma de posesión tuvo lugar al día siguiente, con la asistencia de todos los grandes títulos, caballeros y consejeros de la Corte.

Acevedo ejerció el puesto sólo unos meses, pues murió en julio del mismo año[114]; en tan corto espacio de tiempo, su actuación al frente del Consejo puso de relieve su inexperiencia política y no estuvo exenta de polémica, debido a su obsesión por exigir una rigurosa etiqueta y un pomposo ceremonial para que “no se le tuviese en menos que al conde de Miranda”[115].

1.5. Patriarcas de Indias en la presidencia del Consejo de Castilla

En 1513 Fernando el Católico solicitó al papa León X el título de Patriarca de las Indias del Mar Océano[116] para su capellán, Juan Rodríguez Fonseca, sin lograr que Roma accediera a su pretensión. Carlos V lo solicitó de nuevo, y el papa Clemente VII concedió el Patriarcado de Indias, aunque con carácter meramente honorífico, sin atribuciones ni jurisdicción. El primer prelado a quien se otorgó tal dignidad fue Antonio de Rojas, en compensación a su cese en la presidencia del Consejo de Castilla debido al serio desgaste y a las enemistades que se habían creado durante las Comunidades[117].

También a título honorífico fueron investidos Patriarcas de Indias otros tres presidentes del Consejo de Castilla del emperador: el ya mencionado Fernando de Valdés y Salas, Fernando Niño[118] y Antonio Fonseca[119].

Como sus antecesores, también Felipe III trató de conseguir de la Santa Sede que el Patriarcado de Indias tuviese atribuciones en materia de gobierno espiritual en los territorios de Ultramar. Pero aunque el papa Pío IV accedió al nombramiento de dos prelados, en México y Lima, con ciertas competencias en materia judicial, denegó sin embargo la petición del monarca de que dichos obispos quedaran bajo la autoridad del Patriarca de Indias.

En 1572, Pío V unió la dignidad del Patriarcado a la de capellán mayor de la Corte de España, pero sin jurisdicción sobre las iglesias de Indias, y aún más, con la prohibición expresa de trasladarse a los territorios de Ultramar sin licencia de la Santa Sede[120]. En el reinado de Felipe III el título honorífico de Patriarca de las Indias Occidentales se vinculó al cargo de pro-capellán mayor, vicario del arzobispo de Santiago. No sin razón escribía Saint-Simón: “El Patriarca de las Indias no tiene de hecho función alguna que corresponda a tan alto título. No interviene para nada en las Indias, no percibe y ni siquiera pretende nada de ellas, y es en las mismas un desconocido. Es un obispo in partibus cuya función consiste en estar siempre en la Corte para suplir la ausencia del arzobispo de Santiago de Compostela, que no se encuentra nunca en ella”[121]. En 1644, a instancias de Felipe IV, el papa Inocencio X otorgó por vez primera facultades y jurisdicción al Patriarcado con la atribución del Vicariato Castrense[122].

Desde la fecha en que al cargo de pro-capellán mayor se unió la dignidad de Patriarca de las Indias Occidentales hubo cuatro presidentes del Consejo de Castilla que gozaron de tal título, sin que tengamos constancia de que efectivamente fuesen pro-capellanes mayores. Y si bien es cierto que el Patriarcado no implicaba de manera automática la jefatura de la Capilla Real, también lo es que “por voluntad real ambos cargos recayeron reiteradamente en la misma persona”[123]. Expresada dicha cautela, nos referiremos a dichos Patriarcas – Pedro Manso, Diego Castejón, Andrés Orbe y Manuel Ventura Figueroa – cuyo alto puesto en el Consejo de Castilla pudo quizás eclipsar el de pro-capellán mayor, si es que se dio la tradicional simbiosis de ambos nombramientos.

En sustitución de Juan Bautista de Acevedo, fue Pedro Manso de Zúñiga, otro favorecido del duque de Lerma, el elegido para ocupar la presidencia de Castilla[124], cargo del que tomó posesión el 30 de agosto

de 1608[125]. Manso de Zúñiga, antiguo colegial del Mayor de Santa Cruz de Valladolid[126], había escalado rápidamente los peldaños de la magistratura: de oidor del Consejo de Navarra – puesto al que le había promovido Vázquez de Arce –, pasaría – a propuesta del conde de Miranda – a ocupar la plaza de oidor de la Chancilleria de Granada; en 1604 fue nombrado alcalde de Casa y Corte; en 1606, presidente de la Chancillería de Valladolid[127], y, dos años después, presidente de Castilla[128]. Durante su mandato presidió las Cortes de Castilla de 1608 y alcanzó el arzobispado de Cesárea[129] y la dignidad de quinto Patriarca de las Indias Occidentales[130].

Durante la presidencia de Manso se produjeron los primeros ataques a la política vigente, con la publicación de una serie de textos que criticaban el régimen de Lerma. Uno de los más radicales fue el que publicó, en 1609, el jesuita Juan de Mariana, De monetae mutatione, donde sacaba a la luz los vicios del régimen lermista y la corruptela reinante entre los ministros reales[131]. Haciéndose eco de la preocupación de Lerma, Manso emitió una censura sobre el tratado de Mariana, pidiendo que se retirase la obra en base a “la regla 12 de Catálogo que prohíbe los libros que dicen mal de la fama de los Príncipes y Reyes y de los próximos”[132]. Y no era para menos, pues las críticas de Mariana, contundentes y veraces, resultaban demoledoras: los excesivos gastos de la Casa Real, la venta de oficios, el nepotismo imperante en su adjudicación y, en definitiva, la ruina en la que se había precipitado el reino a partir de la muerte de Felipe II[133].

De poco sirvió la prohibición de la circulación de la versión en castellano del tratado de Mariana y la apertura de un proceso en su contra, pues siguieron alzándose voces discrepantes, plasmadas en publicaciones de la más diversa índole. Ese mismo año publicaba Benito Arias Montano sus Aforismos sacados de la historia de Publio Cornelio Tácito para la conservación y aumento de las monarquías[134], que bajo inocua apariencia, contenía ácidas reflexiones sobre un débil monarca dominado por su privado.

Manso ocupó la presidencia de Castilla apenas dos años. En junio de 1610 enfermó y, poco después, presentó al monarca su dimisión. Cesó el 28 de octubre de aquel año[135].

Ostentó también la dignidad de Patriarca de Indias Diego de Castejón y Fonseca, que estuvo al frente del Consejo de Castilla en la última etapa de valimiento de Olivares[136]. Hasta 1629 el organismo había estado regido siempre por presidentes, pero en esta fecha Felipe IV nombró al obispo de Solsona, Miguel Santos de San Pedro, con el título de gobernador, introduciéndose así en

Page 27: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 27

el Consejo de Castilla durante la privanza de Olivares una categoría que se utilizaba también en otros Consejos para denominar al personaje situado a su cabeza. En adelante presidentes y gobernadores se sucedieron en la alta magistratura en una alternancia que no fue ni sistemática ni regular[137]. El prelado Diego de Castejón y Fonseca fue designado en junio de 1640 con el título de gobernador y ejerció su cargo con total sumisión a los dictados del conde-duque hasta su cese, en marzo de 1643.

También a título de gobernador, fue nombrado Andrés de Orbe y Larreátegui el 10 de enero de 1727, tomando posesión del cargo el 25 del mismo mes[138]. Orbe había sido inquisidor de Valladolid (1709-1712), de Sevilla (1716) y, posteriormente, presidente del tribunal inquisitorial de Cuenca. En 1720, fue promovido al obispado de Barcelona y, desde 1725, ocupaba el arzobispado de Valencia, uniendo a esta mitra la dignidad del Patriarcado de Indias.

En 1728, aquejado de una crisis de melancolía, Felipe V remitió clandestinamente al gobernador Orbe un decreto de su puño y letra que contenía su abdicación y la sucesión de su hijo Fernando; la reina pidió al leal gobernador de Castilla que retrasara la ejecución del decreto en el Consejo, mientras que el embajador francés, marqués de Brancas, conseguía que el monarca abandonase la idea de abdicar; para evitar que esto pudiera repetirse en el futuro, se pidió al rey juramento de que no renovaría en lo sucesivo tales tentativas secretas[139].

El arzobispo abandonó el cargo de gobernador de Castilla en noviembre de 1733, pues meses antes había sido designado Inquisidor General. Sucedía en el Santo Oficio al obispo de Pamplona, Juan Camargo.

En enero de 1735, hallándose gravemente enfermo, Vincenzo Alamanni, nuncio de la Santa Sede en España, pidió a Orbe que se hiciese cargo de su jurisdicción durante su enfermedad; fallecido el nuncio, y pese a que Orbe recibió el breve de Roma para actuar como internuncio, su designación fue rechazada por el gobierno[140], que encargó esta misión al obispo de Ávila, Pedro de Ayala. No obstante, quiso el rey recompensar los señalados servicios del Inquisidor General concediéndole un título de Castilla, transferible a sus herederos: el de Valdespina[141].

Durante el mandato de Orbe en la Suprema, se tienen las primeras noticias de la masonería relacionada con el Santo Oficio español. A este respecto, señala Ferrer Benimelli que, el 9 de agosto de 1738, el cardenal Firrao, secretario de Estado, escribió al Inquisidor General español remitiéndole la bula In eminenti en la que se condenaba a los

llamados “liberi muratori” o “francs-massons”, pidiendo a Orbe la publicación de dicha bula en el territorio de su jurisdicción[142]. Tuvo así conocimiento el pueblo español de la prohibición de la masonería; a partir de entonces el Santo Oficio se esforzó en identificar tal asociación y evitar su difusión tanto en la metrópoli como en los territorios de ultramar[143].

Muy quebrantado de salud en sus últimos años, el Inquisidor Orbe y Larreátegui murió en Madrid el 4 de agosto de 1740[144].

El último Patriarca de Indias al frente del Consejo de Castilla fue Ventura Figueroa. Una vez apartado el conde de Aranda de la presidencia, Grimaldi se vio fortalecido y dedicó sus esfuerzos a seleccionar al personaje idóneo para cubrir la plaza del aragonés, un punto “sobre el que era indispensable prevenirse a todo acontecimiento; esto es, que debía tenerse pensado el sujeto que se había de poner a la cabeza del Consejo, porque si se dejaba a que el Amo lo determinase en un momento de confusión y ahogo, corría gran peligro la elección...”[145]. Entre los nombres que barajó el ministro, se encontraba el anterior embajador en París, el conde de Fuentes, a quien Grimaldi trató de convencer sin éxito; otro era el capellán mayor nato, el arzobispo de Santiago Bocanegra, al que se mencionaba en el siguiente comentario: La Corte, según escriben, está muy revuelta, y que no tardará en reventar la mina. Dicen que el [rey] no quiere presidente en el Consejo, sino gobernador como antes; y que este será el ilustrísimo Bocanegra, arzobispo de Santiago[146]

Finalmente, Grimaldi se decantó el 2 de septiembre por un eclesiástico de edad avanzada, una persona prudente y conciliadora que se había distinguido veinte años atrás en la negociación del Concordato con la Santa Sede: Manuel Ventura Figueroa[147], persuadiendo al monarca de que no se le diera el título en propiedad. Así que, durante los dos primeros años, desempeñó como interino el gobierno de Castilla.

Poco antes de su llegada al Consejo, se había dado el Breve Dominus Redemptor, de 21 de julio de 1773, por el que se extinguía la Compañía de Jesús; sobre este particular escribía el nuevo gobernador interino a Roda, el 14 de septiembre: Conviene que los comisionados hagan saber a los ex jesuitas que, aunque Su Santidad extinguió su Orden, queda la Pragmática de S.M. de 2 de abril de 1767, su extrañamiento de los dominios y las providencias tomadas y que se tomen sobre este asunto[148]

Las providencias a que se refería Figueroa consistían en extremar la vigilancia de los expulsados, particularmente en Italia, evitándose cualquier intento de vuelta a

España[149]. Hay que recordar, además, que la extinción de la Compañía había significado el éxito de la gestión de Moñino, que obtuvo el título de conde de Floridablanca[150], un nuevo peldaño en la escalada que le conduciría, años más tarde, a ocupar el ministerio de Estado[151].

En 1775 Figueroa dejaba de ser gobernador interino del Consejo para obtener en propiedad el puesto, que desempeñó hasta su muerte, el 3 de abril de 1783. Al cargo de gobernador de Castilla había unido, desde 1782, el Vicariato General Castrense y la presidencia del Consejo de Indias.

1.6. Felipe Fernández Vallejo: gobernador del Consejo de Castilla y capellán mayor nato

Sucedió al conde de la Cañada un eclesiástico que acababa de ser promovido a la sede de Salamanca en diciembre de 1794, Felipe Fernández Vallejo[152]; fue nombrado gobernador de Castilla en 1795 al tiempo que se le otorgaba plaza en el Consejo de Estado. El nombramiento de un prelado y “ex colegial” – consumada prácticamente la defunción de los Colegios Mayores – había animado a los jesuitas expulsos, como el padre Luengo que, desde el exilio, concebía la esperanza de su retorno por la vuelta a la jefatura del Consejo de Castilla de un ex colegial[153]. Aquellas esperanzas de cambio pronto quedarían defraudadas[154].

El primer ministro Godoy extremó su política restrictiva respecto al Consejo de Castilla, y consiguió que Carlos IV dictase una real orden disponiendo que las sentencias de la Sala de Mil y Quinientas no fuesen ejecutivas hasta no ser aprobadas por el secretario de Estado y del Despacho. Las protestas del Consejo durante el gobierno de Vallejo fueron inútiles y la práctica se impuso[155].

El papel político del gobernador de Castilla fue irrelevante durante los dos años que se mantuvo en el cargo. Cesado en 1797, fue promovido al arzobispado de Santiago, mientras se hacía cargo de la mitra de Salamanca el obispo de Osma, Antonio Tavira[156].

Con su promoción a la sede compostelana, Felipe Fernández Vallejo adquirió de iure la dignidad de capellán mayor de la Real Capilla, que ostentó hasta su muerte tres años más tarde, el 8 de diciembre de 1800.

Con él se extinguía la presencia de altos dignatarios de la Real Capilla a la cabeza del Consejo de Castilla, pues fue el último eclesiástico que ostentó la titularidad del cargo[157].

Page 28: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

28 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

NOTAS:

1. Archivo General de Palacio [AGP], Sección Real Capilla, Caja 72, exp. 9. Un privilegio que sería confirmado en tiempos de su sucesor, Fernando III, en dos ocasiones, el 30 de septiembre de 1158 y el 26 de julio de 1180.

2. Se recoge en la recopilación de J. MANS PUIGARNAU, Decretales de Gregorio IX, Ed. Casa Provincial de la Caridad. Barcelona 1939.

3. Segunda Partida, tit. X, ley 3.4. O. VILLARROEL GONZÁLEZ, “Capilla y

capellanes al servicio del rey en Castilla. La evolución en época de Juan II (1406-1454)”, en En la España Medieval, vol. 31 (2008), págs. 309-356, se refiere a la normativa dictada por Sancho IV, que procedió a fundar en 1295 una de las más importantes capillas reales, la de los Reyes Viejos, en Toledo. Enrique II fundó la capilla de Reyes Nuevos en 1374, que reorganizaría Juan I en 1382. En la misma catedral de Toledo fundaría, en 1415, la reina Catalina de Lancaster su propia capilla regia.

5. Recogidas por J. M. NIETO SORIA, “La Capilla Real castellano-leonesa en el siglo XV: constituciones, nombramientos y quitaciones”, en Archivos leoneses, 85-86 (1989), págs. 7-54, en concreto pp. 31-44.

6. Archivo General de Simancas [AGS], Patronato Real, legajo 25, exp. 1.

7. Mª A. PÉREZ SAMPER, Isabel la Católica, Barcelona 2004, p. 501.

8. R. DOMÍNGUEZ CASAS, Arte y etiqueta de los Reyes Católicos. Artistas, residencias, jardines y bosques, Madrid 1993, p. 216.

9. F. NEGREDO DEL CERRO, Política e Iglesia: Los predicadores de Felipe IV, tesis doctoral reprografiada. Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense, Madrid 2001. Cap. 2, págs. 6-7, recuerda que mientras el rector de la capilla de Castilla era el arzobispo de Santiago, capellán mayor, el de la borgoñona era el limosnero mayor de la capilla de Flandes y la dirección de la capilla aragonesa era ejercida por el abad del monasterio cisterciense de Santa Creus, en Tarragona. La capilla aragonesa desapareció prácticamente durante el siglo XVI, absorbida por la Casa de Castilla.

10. Ibidem, p. 7: El limosnero mayor, rector de la capilla borgoñona, quedaba supeditado al capellán mayor. En 1584, Felipe II decidió unificar ambos títulos que, en adelante, recaerían en la misma persona: García de Loaysa fue el primer capellán mayor que ostentó simultáneamente el título de limosnero mayor.

11. B. COMELLA, “La jurisdicción eclesiástica de la Real Capilla de Madrid (1753-1931)”, en Hispania Sacra, Legalidad y conflictos, 58, 117 (2006), pp. 145-170, analiza las competencia ejercidas por el pro-capellán Patriarca. Respecto a la jurisdicción otorgada en 1644, en cuanto Vicario castrense, se produjo una suspensión entre 1716 y 1736; el 4 de febrero de 1736 el papa Clemente XII, mediante el Breve Quoniam in exercitibus, renovó el Vicariato para tiempo de guerra, otorgando también facultades en época de paz sobre los militares y sus familias. Sobre esta cuestión pueden verse también los trabajos de C. FERNÁNDEZ DURO, “Noticias acerca del origen y sucesión del Patriarcado de las Indias Occidentales”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 7 (1885), pp. 197-215; y F.

RUIZ GARCÍA, “Patriarcado de Indias y Vicariato General Castrense” en Revista Española de Derecho Canónico, vol. XXIII (1967), num. 65, pp. 449-471.

12. REAL CAPILLA, Bulas y Breves Pontificios relativos a la jurisdicción privilegiada de la Real Capilla. Imprenta Real Capilla. Madrid 1878, p. 98. El documento es citado y comentado por B. COMELLA, “La jurisdicción eclesiástica…”, p. 151.

13. Ha estudiado esta etapa C. GÓMEZ-CENTURIÓN JIMÉNEZ, “La reforma de las Casas Reales del marqués de la Ensenada”, en Cuadernos de Historia Moderna, 20 (1998), pp. 59-83.

14. El documento de AGS, Gracia y Justicia, legajo 928, da noticia de varios conflictos de jurisdicción entre ambas autoridades a partir del reinado de Felipe III, cuando la Corte se instaló en Madrid.

15. B. COMELLA, “La jurisdicción…”, p. 151-152, analiza los privilegios que la Bula concedía a la Real Capilla y, en particular, las facultades de su capellán y pro-capellán, siendo la principal de estas la exención de la jurisdicción ordinaria.

16. J. C. SAAVEDRA ZAPATER, “Evolución de la Capilla Real de Palacio en la segunda mitad del siglo XVIII”, en Cuadernos de Historia Moderna, 2003, anejo II, pp. 241-267, cita un documento de AGS, Gracia y Justicia, legajo 292, en que el capellán mayor, cardenal Mendoza, expone al soberano las reticencias con que la cuestión de la parroquialidad había sido recibida por el arzobispo toledano (ibídem, p. 25).

17. Hemos estudiando en profundidad esta institución a lo largo de su historia en S. GRANDA, La presidencia del Consejo Real de Castilla (1390-1834), 2 vols., actualmente en prensa.

18. Calificación reiterada en las fuentes. Vid., entre otros, Biblioteca Nacional [BN], Ms. 268, folio 177.

19. Así lo definió R. GIBERT, El Antiguo Consejo de Castilla, Ed. Rialp SA. Madrid 1964, p. 24.

20. S. GRANDA, La presidencia..., vol. I.21. “Ordenamiento sobre el Consejo . Segovia

1390”, en S. DE DIOS, Fuentes para el estudio del Consejo Real de Castilla. Ed. Diputación de Salamanca. Salamanca 1986. Doc. IV, pp. 15-20.

22. Primero el obispo Diego de Anaya y, tras una etapa de eclipse de la institución, - en que formalmente presidió el rey y, en la sombra, Álvaro de Luna –, fue elegido el prelado Sancho Fernández de Córdoba y Rojas.

23.AGS, Diversos de Castilla, folios 11-22. S. DE DIOS, El Consejo Real de Castilla (1385-1522), Ed. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid 1982, p. 111, nota 20, donde el autor lleva a cabo múltiples referencias a la halagüeña situación del reino hasta 1464.

24.L. SUÁREZ FERNÁNDEZ, “Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV (1407-1474)”, en Historia de España de R. MENÉNDEZ PIDAL, tomo XV. Editorial Espasa-Calpe. Madrid 1986, pp. 121-122.

25.D. ENRIQUEZ DEL CASTILLO, Crónica del Rey don Enrique el cuarto de este nombre, Biblioteca de Autores Españoles, 70. Madrid 1953, pp. 146-147, titula el capítulo 7º: Que personas señaladas y prençipales, tobo el rrey en su Consejo para governar.“Tenía a don Juan Pacheco, marqués de Villena, que cuando moço pequeño fue paje de

don Alvaro de Luna, maestre de Santiago y condestable de Castilla; y después que algún tiempo lo servió, diolo al rrey, quando hera prinçipe... de tal guisa que hera el más prinçipal hombre de su Consejo. Tenia ansy mesmo, a don Alonso de Fonseca, que fue capellán mayor del rrey don Juan, su padre, y de allí suvió a ser obispo de Avila, y después arzobispo de Sevilla. Y, porque aqueste syempre fue más afiçionado a él que a su padre, quiso aquel fuese segundo con el marqués de Villena para su serviçio... Y asy el marqués con la prudençia y el con la lealtad y la vibeza de yngenio rregieron y gobernaron sabiamente, de tal guisa que el rrey por mucho tiempo bevió descansado y a su plazer syn que adversidad le perturvase”.Añadiendo el cronista en la página 177:“... Teniendose por muy servido [Enrique IV] de aquellos dos prinçipales señores que tenia en su Consejo, arçobispo de Sevilla [Alonso de Fonseca] y marqués de Villena [Juan Pacheco]”.

26.De esta situación da noticia D. ENRIQUEZ DEL CASTILLO, Crónica..., p. 180, donde relata que el marqués de Villena escribió al rey notificándole que el arzobispo de Toledo [ Carrillo ] y el almirante [don Fadrique] querían estar a su servicio. Villena planteó al rey la conveniencia de que el arzobispo de Toledo entrase en el Consejo para atender a la gobernación y a la administración de justicia. A todo esto, el arzobispo de Sevilla [Alonso de Fonseca] empezó a sospechar que la “confederación” entre el arzobispo de Toledo [Carrillo] y el marqués de Villena iría en su contra, marginándole en el Consejo. Quiso convencer al rey en su favor, pero el rey, siempre inclinado al parecer del marqués de Villena, no quiso escucharlo.

27.“Ordenanzas del Consejo, Madrid 1459” en S. DE DIOS, Fuentes..., Doc. IX, pp. 41-50.

28. Era natural de Toro; su padre, Juan Alonso de Ulloa fue corregidor de Sevilla (1402) y perteneció al Consejo de los reyes Enrique III y Juan II; su madre fue Beatriz de Fonseca. Alonso de Fonseca fue capellán mayor de Juan II. Ocupó el obispado de Ávila y el arzobispado de Sevilla. Se le llamó Fonseca el Viejo para distinguirle de su sobrino, el obispo Fonseca el Joven.

29.G. GONZÁLEZ DÁVILA, Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y catedrales de los reinos de las dos Castillas, Madrid 1645-1700, vol. II, p. 73, se refiere a su nombramiento como arzobispo: “En 1453, obligado el rey por los infinitos servicios que el obispo le había hecho, suplicó al Santo Padre que le nombrase por arzobispo de Sevilla de que tomó posesión, y su gobierno fue muy admirado y prudente”.

30. J. ALONSO MORGADO, Prelados Sevillanos o Episcopologio de la Santa Iglesia Metropolitana y Patriarcal de Sevilla, Tipografía de Agapito López. Sevilla 1899-1904 , pp. 362-363 y 830.

31. Nació en Guadalajara el 3 de mayo de 1428. Pasó su niñez en Zafra, con su abuela doña Maria de Orozco. Estudió Latín y Humanidades en Toledo, al lado de su tío el arzobispo Gutierre Gómez de Toledo, llegando a traducir en su juventud la Historia de Salustio. Fue después a Salamanca, donde estudió Leyes y Cánones. Tradujo la Odisea de Homero, la Eneida de Virgilio y algunas obras

Page 29: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 29

de Ovidio; escribió el Nobiliario de la Casa de Haro.

32. Ocupó el arzobispado sevillano entre 1474 y 1482. Convocó allí un concilio nacional, sexto de los hispalenses, el 24 de junio de 1478, que fue presidido por Nicolás Franco, nuncio del Papa Sixto IV. Durante la celebración de este concilio, el 30 de junio de 1478, nació el príncipe don Juan, cuyo bautismo administró el cardenal-arzobispo González de Mendoza. En su etapa al frente del arzobispado hispalense instituyeron los Reyes Católicos el Tribunal de la Inquisición en esta ciudad. Participó en la batalla de Toro y en la conquista de Granada, junto a los Reyes Católicos. Su intercesión hizo inclinar el ánimo de la reina Isabel la Católica a atender las demandas de Cristóbal Colón. Vid. J. ALONSO MORGADO, Prelados Sevillanos o Episcopologio..., pp. 377-378.

33. Recibió también la dignidad de Patriarca de Alejandría.

34.F. LAYNA SERRANO, Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI, 3 vols. Ediciones Aache, Guadalajara 1994 (2ª edición), tomo II, págs. 41-80. La colaboración del cardenal Mendoza a la causa de los Reyes Católicos es patente hasta el final de sus días, sobre todo durante los diez años de la guerra de Granada, época en la que se extendió su apelativo de tercer rey de España. Su ascendiente sobre los Reyes Católicos y, en especial, sobre la reina Isabel, hizo que fuera atendido su consejo, ya en el lecho de muerte, de promover al arzobispado de Toledo al provincial de los franciscanos, fray Francisco Jiménez de Cisneros, hombre íntegro y modesto, a la sazón confesor de la reina católica también por indicación de Mendoza. Vid. P. SALAZAR Y MENDOZA, Crónica del gran cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, Toledo 1625.

35.F. X. GARMA Y DURAN, Theatro Universal de España. Descripción eclesiástica y secular de todos los reynos, y provincias, en general y en particular, 4 vols. Madrid 1738-1751, vol. IV, folio 257.

36.M. ALCOCER MARTINEZ, Consejos: Real de Castilla, de Cruzada, Supremo de Inquisición, Imp. Casa Social Católica. Valladolid 1930, p. 6 y “Consejo Real de Castilla”, en Revista Histórica, pág. 36.

37.M. ARTOLA (Dir.), Enciclopedia de Historia de España, 7 vols. Alianza Editorial. Madrid 1988-1993, vol. VI, p. 1081.

38.S. DE DIOS, El Consejo Real de Castilla (1385-1522). Ed. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid 1982, p. 246.

39.A. MARTINEZ DE SALAZAR, Colección de Memorias y noticias del gobierno general y político del Consejo: lo que se observa en el despacho de los negocios que le competen: regalías, preeminencias y autoridad de este supremo tribunal, y las pertenecientes a la Sala de señores Alcaldes de Casa y Corte, Facsímil de la edición de 1764. Ed. El Consultor de los Ayuntamientos-BOE-Consejo de Estado-CEPC-INAP. Madrid 2002, folio 53.

40.A. MARTINEZ DE SALAZAR, Colección de Memorias..., folio 19. Que el presidente representa al rey lo dice el propio monarca, y también el Consejo. Vid. S. DE DIOS, El Consejo..., p. 253, nota 30.

41.A diferencia de su primera Ordenanza de 1390, que estableció el cargo con carácter anual.

42. Natural de Palencia; hijo de Pedro Manrique y de Leonor de Castilla.

43. Sin embargo J. ALONSO MORGADO, Prelados Sevillanos o Episcopologio..., p. 384 data su muerte a principios de 1485. Iñigo Manrique fue sepultado en el convento de Santa Clara, en Calabacenos.

44. G. GONZÁLEZ DÁVILA, Teatro eclesiástico..., vol. I, p. 86, señala que Juan Tavera habia pertenecido al Consejo del Rey Católico, quien antes se había informado acerca de su persona requiriendo la opinión de Alonso de Fonseca. El autor recoge el favorable informe que Fonseca dió sobre Tavera. I. EZQUERRA REVILLA, El Consejo Real de Castilla..., pp. 22-23, considera la llegada de Tavera a la presidencia como una muestra del ascendiente que gozaba por entonces en la administración de Carlos V el grupo de poder “aragonés” o “fernandino”, frente a su oponente el partido cortesano “isabelino”. De la importancia del personaje, además de las menciones de otros historiadores de la época, da noticia su cronista P. SALAZAR Y MENDOZA, Chronico de Don Juan Tavera, arçobispo de Toledo. Toledo 1603. No podemos fijar con exactitud la fecha de su nombramiento, aunque algunos lo han situado a finales de septiembre de 1524. P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real de Carlos V, Ed. Universidad de Granada. Granada 1988, p. 96, retrasa la fecha de su toma de posesión, al advertir que todavía el 30 de septiembre no aparece su rúbrica como primera señal en los documentos, sino la de Carvajal, el más antiguo del Consejo, tras el retiro de Oropesa y la muerte de Vargas.

45. Nacido en Toro el 16 de mayo de 1472.46. Diego Deza, arzobispo de Sevilla, fue

nombrado Inquisidor General en 1498, y ejerció este cargo hasta 1507, en que renunció.

47. P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real..., p. 102.48. BN, Ms. 1752, folio 171. A estos célebres

informes de Carvajal, casi todos sin fecha, se refiere P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real..., pp. 102-103.

49. “Que por que el Emperador nuestro señor tiene grand concepto de la persona del dicho Presidente e de su prudencia e cordura, V. Magt. sea servida que si otros negocios tocantes a este Reino de calidad ocurrieran a Vuestra Magestad, que asimismo los comunique al dicho Presidente y tome e siga su parescer en ellos, porque será el que conviniere [...]”. En AGS, Patronato Real, leg. 26, folio 23.

50. “Que porque conociendo vuestra prudençia y cordura, onestidad y religión y amor quel rey mi señor os tiene [...] os ruego y encargo [...] me digades y aconsejedes lo que vos paresçiere [...]”. En “Instrucción de la emperatriz al presidente Tavera en ausencia del emperador Carlos V”. Madrid 1528, en S. DE DIOS, Fuentes..., Doc. XV, p. 86.

51. AGS, Patronato Real, legajo 26, folio 27. Según las Instrucciones, la Cámara se reuniría cada sábado por la tarde en casa de Tavera, asistido por Luis González de Polanco y Juan Vázquez de Molina, secretario de la emperatriz, impulsado a la escena política por su tío Francisco de los Cobos. Juan Vázquez de Molina era hijo de Jorge de Molina, primo de Cobos, aunque la relación entre tío y sobrino segundo era tan estrecha que Vázquez de Molina se convierte en el alter ego de su tío, encargándose de sus sustituciones. Prueba de ello es que cuando Vázquez de Molina marcha

a Flandes, en 1543, acompañando al emperador, regresa anticipadamente, en 1545, para atender a su tío, ya enfermo, que fallecería en Úbeda en 1547. Vid. J. A. ESCUDERO, Felipe II. El rey en el despacho, Ed. Complutense, Madrid, 2002, p. 69.

52. P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real..., p. 105 señala que “como firmantes aparecen, junto a la emperatriz – ya que el dia 9 de mayo Carlos estaba camino de las Cortes de Monzón – J. Compostellanus (Tavera), los doctores Guevara y Martinus (Vázquez) y los licenciados Medina y Pedro Manuel, este último recién nombrado para el Consejo y que morirá en breve”.

53. “Que los de su Consejo Real no entiendan en pleitos ordinarios, e que los remitan a las Chancillerías, si no fuese en grado de apelación, con las 1500 doblas, ni entiendan en otros negocios, salvo solamente en la justicia e gobernación de su Reino, qu´es muy necesario. Porque de muy ocupados en otras cosas de otra calidad, no pueden entender en conoscer los agravios que la república recibe en la gobernación”. En Petición 5 de las Cortes de Madrid de 1528, a la que se accedió invocando las Cortes de Toledo de 1480. Vid. P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real..., p. 105.

54. G. GONZÁLEZ DÁVILA, Teatro eclesiástico..., vol. I, pág. 89, se refiere a esta situación: “[...] En el año 1529 passó el Emperador a Italia a recibir la Corona de Oro de mano del Papa Clemente Séptimo: dexó a la Emperatriz por Governadora y al Arçobispo con orden que le assistiesse; y también en los Consejos de Estado, Guerra, Consultas de la Cámara y demás Consejos [...]”.

55. “Como quiera que de presente, a lo menos el tiempo que yo estuviere en Çaragoça y Barcelona, se ofrecerán acá pocas cosas que no sean de justicia o governación destos reynos, en las cuales han de entender, como se acostumbra, el presidente y los del Consejo, y los otros Consejos, cada uno como lo suele hacer y hasta aquí ha fecho. Pero por que si yo, en buena hora huviere de passar a Italia, sucederán cosas de las que yo suelo comunicar y tratar con los del Consejo que dizen de Estado, dexo señaladas para ello al arçobispo de Toledo, y al arçobispo de Santiago, presidente del Consejo y al conde de Miranda y a don Juan Manuel. Quando tales cargos se ofrecieren, la Emperatriz ha de mandar llamar para comunicarlos y tratarlos con ellos y con su parecer proveer lo que convenga, y ha de tener especial cuidado de mandar que allí no se traten otras cosas sino las de la calidad susodicha”. “Instrucciones de Carlos V a la Emperatriz Isabel de cómo había de regirse en el despacho de los negocios de Estado durante su ausencia, Toledo, 8 de marzo de 1529”, en M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Corpus Documental de Carlos V, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Universidad de Salamanca-Fundación Juan March. Salamanca 1973-1979, vol. I, Doc. XXXVI, pp. 148-150, 148. También en AGS, Patronato Real, leg. 26, folios 14-15. Cuatro son los documentos fundamentales que deja el emperador en esta regencia: el nombramiento de Isabel como lugarteniente del reino de Castilla; las instrucciones; las restricciones secretas, y el testamento disponiendo el orden de la sucesión en caso de su fallecimiento.

56. “[...] en las cuales han de entender, como se acostumbra, el presidente y los del Consejo”.

Page 30: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

30 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Sin embargo, como advierte F. BARRIOS, El Consejo de Estado de la Monarquía Española (1521-1812), Ed. Consejo de Estado. Madrid 1984, pág. 76, la indicación de que las cosas de justicia y gobierno se vieran en el Consejo de Castilla, debió ser desoída por la emperatriz, que las atendió en el Consejo de Estado. Este hecho motivó una carta del emperador a su mujer, desde Ratisbona el 2 de septiembre de 1532 en la que advertía: “[...] mi muy cara y muy amada muger: Porque de verse y de tractarse en el Consejo de Estado las cosas de Governación y Justicia [...] he conocido y visto que nascen algunos inconvenientes, he acordado de mandar, que de aquí en adelante se le escrivan en una carta solamente las cosas que en el Consejo de Estado y Guerra se deven tratar, y en otra parte las que tocan a la Justicia de las partes y a la Governación [...]”. En Corpus Documental de Carlos V, vol. I, Doc. CLX, p. 394, M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, al transcribir el documento resalta la “radical distinción” que se hace entre los asuntos que competen al Consejo de Castilla – justicia y gobierno – y aquellos de los que se encarga el Consejo de Estado – los asuntos de trascendencia para la Corona –.

57. P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real..., pp. 111-112. G. GONZÁLEZ DÁVILA, Teatro eclesiástico..., pág. 90. En la BN, Ms. 1778, folio 155, se encuentra una carta, sin fecha, de Tavera a Cobos, pidiéndole que inste a Carlos V para que regrese a España en cuanto se coronase en Italia, “mayormente agora que la guerra destos moros es necesaria y aún forçosa, y reniegue de toda la de Italia y Francia, que al cabo esto es lo que ha de durar y quedar a sus sucesores, y lo de allá es gloria transitoria y de ayre [...]”, reproducida en Corpus Documental de Carlos V, vol. I, Doc. XXXIV, p. 142.

58. I. EZQUERRA REVILLA, El Consejo Real de Castilla..., pág. 25 refiere que la consecución del capelo cardenalicio de Tavera estuvo a punto de frustrarse por la defensa del patronato real en asuntos eclesiásticos que abanderaba el presidente, y cita las cartas del confesor Loaysa encargado por el emperador de las gestiones para conseguir el cardenalato de Tavera. En Corpus Documental de Carlos V, Doc. CXXVII, p. 331: Carlos V escribe al Cardenal Tavera, desde Bruselas a 25 de noviembre de 1531 felicitándole por la concesión del capelo cardenalicio y agradeciéndole su colaboración en los asuntos del gobierno: “[...] He olgado mucho de saber que hayais tomado el capelo, ello sea en buen hora. Plega a Dios que lo gozeis por largos tiempos. Mucho os agradezco el cuidado que teneys de todas las cosas de allá y de avisarme de lo que se ofresce. Así os ruego y encargo que lo continuéis y que en el servicio y contentamiento de la Emperatriz hagais lo que soleis e de vos confio [...]”.

59. P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real..., pp. 117-118, da noticia de las cábalas que se hicieron en torno a la provisión de la mitra toledana, vacante en 1534 por la muerte de Fonseca. En principio parecía que Tavera ocuparía Sevilla y Manrique Toledo, pero después aparece un tercer candidato, Loaysa, el cardenal de Sigüenza. Aunque Manrique tenía méritos y antigüedad, entró en conflicto con Cobos, al parecer a causa del Adelantamiento de Cazorla, lo que le hizo perder la mitra de Toledo. Eliminado el

candidato más fuerte, Tavera aducía los servicios prestados a la emperatriz y la pacífica gobernación de los reinos. Finalmente la intervención del comendador mayor de León, Francisco de los Cobos, inclinó la balanza a su favor. El emperador le comunicó su designación el 31 de marzo de 1534.

60. I. EZQUERRA REVILLA, El Consejo Real de Castilla..., pp. 26-27 alude a los repetidos enfrentamientos con los nobles, protagonizados por los consejeros próximos al presidente.

61. P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real..., p. 126, relata la salida de Tavera del Consejo, acompañado hasta su posada por todos los consejeros dando muestras de gran sentimiento.

62. Tavera fue preconizado para ese cargo en bula de Paulo III de 7 de septiembre de 1539. Tomó posesión el 7 de diciembre del mismo año y se ocupó de los asuntos de la Inquisición tanto directamente como por medio de su lugarteniente, el obispo de Badajoz; defendió la jurisdicción del tribunal y los privilegios y exenciones de los oficiales del Santo Oficio. Actuó en el tema de los moriscos y en el de los primeros luteranos españoles; puso orden en la incipiente Inquisición de Nueva España; ayudó al establecimiento definitivo de la Inquisición en Portugal y se distinguió por su intervención en el caso del falso nuncio de Portugal. En tiempos de Tavera parece haberse proyectado y acaso iniciado el primer Catálogo de libros prohibidos, que encontraría varias realizaciones hasta el de Valdés de 1559. Vid. L. ZAPATA, Miscelánea (Varia Historia). Ed. Manuel Terrón Albarrán. Instituto Pedro de Valencia. Badajoz 1983, folio 203.

63. El último dia de entrada de Tavera en el Consejo fue el 11 de julio de 1539. Vid. P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real..., pág. 220. I. EZQUERRA REVILLA, El Consejo Real de Castilla..., aduce los testimonios de varios cronistas, desconcertados ante la decisión del emperador.

64. A decir del emperador, la muerte de su mujer le había supuesto una “pérdida terrible”. Carlos V se apartó de la Corte y estuvo en el monasterio toledano de la Sisla hasta finales de junio. Doña Isabel había sido una cooperadora de primer orden en la política del emperador, asumiendo la regencia en sus ausencias (desempeñó tres regencias, siempre auxiliada por Tavera) y manteniendo la unidad entre un círculo de ministros cuyos intereses no siempre eran coincidentes. Vid. J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, El Inquisidor General Fernando de Valdés (1463-1568), Su vida y su obra. Universidad de Oviedo. Oviedo 1968, p. 127. El dolor del emperador por la muerte de su esposa queda reflejado en la carta que escribe a su hermana María de Hungría, el 1 de julio de 1539, pidiéndole que busque en la pinacoteca que había dejado su tía Margarita de Saboya, por si se encontraba algún retrato de la emperatriz para que se lo enviase; cuando María le hace llegar en el mes de noviembre el retrato solicitado el emperador no le encuentra ningún parecido, hasta el punto de exclamar que no había merecido la pena que se lo mandase, en Corpus Documental de Carlos V, Doc. CCXXVIII, pp. 554-555.

65. El emperador consultó muy frecuentemente a Tavera, cuyas opiniones tenía en gran consideración, así como también sus

propuestas. La propuesta de Tavera había tenido un peso decisivo para el nombramiento como consejero de Antonio de Fonseca, personaje que llegaría a ser presidente de la institución en 1553. P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real..., pp. 112-113 cita las cartas del emperador a Tavera valorando su trabajo: “Todo lo que hazeis y el cuidado y trabajo que teneis en ello y la pena y congoxa de lo que no se puede proveer, y la razón que tan particularmente embiais de todas las cosas, os agradezco mucho, que bien conozco que de vos cuelga la mayor parte de los travajos...”. Asimismo J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, El Inquisidor general..., pp. 128-129 señala que Tavera pertenecía al círculo de los íntimos de Carlos V, con quien despachaba regularmente abundante correspondencia plagada de amistosas referencias. Con todo, lo más sintomático de la excelente posición de Tavera es la recomendación del emperador, antes de su partida, de que se consultaran con él los negocios de interés. Otros ejemplos de esta correspondencia en Corpus Documental de Carlos V, vol. I, Doc. CCXXXV, pp. 55-59; Doc. CCXLIII, pp. 77-78; Doc. CCXLIV, pp. 78-79; Doc. CCXLVI, pp. 81-82 y Doc. CCLXXII, pp. 216-217.

66. Corpus Documental de Carlos V, vol. I, Doc. CCXXIX, p. 31.

67. Su actividad quedó oscurecida por la presencia en la corte del cardenal Tavera, ahora Inquisidor General. Sus relaciones mutuas siempre fueron tensas, y sólo tras la muerte de Tavera, se produjo el despegue de la figura de Valdés – aunque ya fuera de la presidencia de Castilla – como arzobispo de Sevilla e Inquisidor General. Vid. P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real..., p. 127.

68. Nació en Salas, en 1483. Estudió leyes en el Colegio de San Bartolomé de Salamanca, en el que fue admitido el 27 de junio de 1512, y donde, en 1515, desempeñó el cargo de rector. Vid. F. MARCOS, “El archivo universitario de Salamanca como fuente para documentar la vida académica de don Fernando de Valdés y su función salmantina”, en Simposio Valdés Salas. Oviedo 1968, pp. 183-195.

69. Fernando Valdés había llevado a cabo, por encargo imperial, una visita a Navarra en 1523, con motivo de la crítica situación que atravesaba el antiguo reino desde su anexión a Castilla (1512), agudizada por la pretensión de Enrique Labrit para asentarse de nuevo en el trono. Adriano de Utrech no había logrado solucionar el conflicto; Valdés colaboró con el entonces virrey, el conde de Miranda, abriendo el camino para la pacificación de Navarra. En correspondencia a estos servicios será promovido a la plaza de consejero de la Suprema. Vid. J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, El Inquisidor General..., p. 38. Respecto a su etapa de consejero I. EZQUERRA REVILLA, El Consejo Real de Castilla..., p. 28 señala “las diferencias que Valdés mantuvo, cuando pertenecía al Consejo de Inquisición, con Hernando Niño (cliente de Tavera)”. Esas diferencias se harán patentes cuando Niño le sucede en la presidencia de Castilla.

70. Valdés no estuvo cómodo al frente de la Chancillería de Valladolid, a pesar de la larga experiencia en la judicatura inquisitorial que había adquirido desde su nombramiento como consejero de la Suprema. Llevaba poco tiempo desempeñando su nuevo cargo cuando le decía por carta Cobos que la presidencia de la

Page 31: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 31

Chancillería era el oficio más trabajoso del mundo y que los honorarios no estaban en proporción con la categoría del empleo. Cartas de 25 de junio de 1535 y de 29 de junio de 1536, en J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, El Inquisidor General..., II, pp. 32 y 41.

71. El 10 de noviembre de 1539, Carlos V otorga un poder general a favor del cardenal Tavera para el gobierno de España durante su ausencia: “[..] Y por la presente [...] elegimos [...] al dicho Muy Reverendo Cardenal Arzobispo de Toledo para que sea nuestro lugarteniente general y gobernador destos dichos nuestros reinos y señorios [...] Y dezimos y otorgamos que todo quanto el dicho Cardenal [...] acordare, dixere, hordenare o mandare por scripto o por palabra [...] lo havremos por firme, estable y valedero para siempre jamás [...]”. Dicho poder general se completaba con unas instrucciones, en las que, entre otras cosas decía el emperador a Tavera: “[...] Las consultas ordinarias de los viernes ternan con vos los del Consejo [...]. Junto a ello, el emperador señalaba unas restricciones al poder general dado al cardenal, que afectaban a la provisión de determinados oficios, y a la concesión de ciertas gracias y mercedes; así, en relación a los oficios de justicia: [...] todos los oficios de justicia he proveído yo siempre tomando parescer del Presidente del Consejo y del Comendador Mayor de León, assí el los proveerá de la misma manera, y para los principales, me consultarán las personas que paresciere, para que yo elija las que fuere servido [...]”. Los mencionados documentos en AGS, Patronato Real, legajo 26, folios 52, 53 y 54, publicados en Corpus Documental de Carlos V, vol. I, Docs. CCXXXI, CCXXXII y CCXXXIII, pp. 43-53. Por tanto Tavera, asistido por el duque de Alba y el Comendador Cobos, queda instituído como principal responsable del gobierno. Al representar al emperador en las consultas de los viernes limitaba la libertad de acción del presidente Valdés. I. EZQUERRA REVILLA, El Consejo Real de Castilla..., p. 29 señala a este respecto que los esfuerzos de Valdés por dominar el Consejo Real fueron baldíos, y solo pudo nombrar sus propios candidatos en corregimientos de escasa importancia.

72. J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, El Inquisidor General..., p. 130 refiere que la causa del destierro fue haber revelado secretos de oficio a una nuera suya que tenía pleitos en el Consejo. Además de que el asunto no estaba muy claro – de hecho, el emperador decidiría levantar el destierro de Corral y reintegrarle a su puesto de consejero – , el disgusto de Valdés se debía a la intromisión de Tavera, sin contar con el parecer de los miembros del Consejo.

73. “Yo entiendo en mi cargo con la diligencia que me es posible y estoy sobre aviso en guardar muy cumplidamente lo que Vuestra Majestad me dejó, y asi lo he hecho hasta ahora y lo pienso hacer siempre, placiendo a Dios, de manera que Vuestra Majestad sea servido y de mi parte no reciba enojo ni importunidad, aunque se me diese ocasión para otra cosa”. En Carta de Valdés al Emperador, fechada en Madrid a 25 de marzo de 1540. AGS, Estado, leg. 50, folio 315, citada por J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, El Inquisidor General..., p. 131.

74. “No he escrito a V.M. lo del doctor Corral, porque ni el Consejo ni yo habemos entendido

en ello, e también porque al tiempo que el doctor salió desterrado desta Corte, pensé que el Cardenal perdiera luego el enojo que tuvo del doctor, e [...] habrá escrito o escrivirá complidamente como es razón que lo haga [...] aunque no he dexado de decir al Cardenal, con todo buen respecto, lo que me pareçió que convenia a serviçio de V.M. [...] aunque no se lo que aprovechará [...]”. En AGS, Estado, legajo 50, folio 244, reproducida en Corpus Documental de Carlos V, Doc. CCXXXVII, p. 62, donde M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, resalta que las relaciones poco amistosas entre Valdés y Tavera no eran ignoradas por Carlos V, quien precisamente colocó a cada uno de ellos en tan importantes puestos, gobernador y presidente del Consejo de Castilla, para que se vigilasen el uno al otro.

75. La amistad de Valdés y Francisco de los Cobos databa de antiguo, como revela el hecho de que una de las primeras cartas que se conservan del secretario imperial iba dirigida a Valdés. Carta de Cobos a Valdés de 9 de junio de 1523, en J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, En Inquisidor General..., vol. II, p. 3. La amistad entre ambos dio pábulo a murmuraciones sobre el apoyo que se prestaban para mantenerse en el poder.

76. Carta de Cobos al Emperador, en AGS, Estado, leg. 50, folio 129, citada por J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, El Inquisidor General..., p. 130.

77. El comendador Mayor de León, Francisco de los Cobos, ejercerá las funciones de alto consejero con facultad de supervisar los documentos de los Consejos de Estado, Guerra, Castilla, Hacienda e Indias. Son tantas sus misiones, que debe abandonar el ejercicio de las secretarías de Indias, Estado, Hacienda y Cámara de Castilla, aunque él mismo se encarga de nombrar discrecionalmente a sus sustitutos . Y así, nombra en el Consejo de Estado a Gonzalo Pérez, iniciándose entonces la carrera política del que llegó a ser famoso secretario de Estado. Vid. J. A. ESCUDERO, Felipe II. El rey en el despacho, p. 77.

78. “[...] y porque muchas veces en las consultas se ofrecen cosas que, según la cualidad de los negocios, conviene más mirarse, ha de ver [el príncipe Felipe] estas cosas con cuidado, para que cuando tal cosa hobiere, responda en la consulta que quiere pensar en aquello, y después llame al muy Rvmo. Cardenal de Toledo, y al presidente del Consejo, y al comendador mayor de León, y con ellos vea lo que se debe proveer, y lo que se determinare, mande al Presidente que de su parte le responda al Consejo [...]”. En AGS, Patronato Real, leg. 2, publicadas en Corpus Documental de Carlos V, vol. II, Doc. CCXLVIII, págs. 98-99. Junto a Tavera como gobernador del reino, Cobos, el hombre clave en las finanzas, y Valdés, el presidente de Castilla, hay que mencionar también como personajes prominentes al anciano García de Loaysa, antes confesor del emperador y ahora cardenal y arzobispo de Sevilla, y al duque de Alba. En cualquier caso, el emperador recomendaba a su hijo que se valiera especialmente de gente de confianza: su fiel ayo, Juan de Zúñiga, “vuestro relox y despertador”; el propio Cobos, “por la experiencia que el tiene de mis negocios y que está más informado y tiene más plática dellos que nadie”; y Juan Martínez de Silíceo, obispo de Cartagena “principalmente en las cosas que fueren de su profesión”. Vid. J. A. ESCUDERO, “El camino

al trono”, en VV.AA., Felipe II. Un monarca y su época. La Monarquía Hispánica. Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V. San Lorenzo de El Escorial 1998, p. 99. Un análisis de las Instrucciones en M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Felipe II. Semblanza del Rey Prudente, Madrid 1956, p. 17 y ss.

79. Hasta tal punto era confidencial esta Instrucción, que Carlos V recomendaba al príncipe que permaneciese: “secreta y debaxo de vuestra llave, sin que vuestra mujer ni otra persona la vea”. Y no era para menos, porque en ella el emperador reconocía la existencia de facciones y de enfrentamientos entre las personas a su servicio, y advertía al príncipe: “Ya se os acordará de lo que os dixe de las paçiones y casi vandos que se hacían o están hechas entre mis criados, lo qual es mucho desasosiego para ellos y mucho deservycio vuestro; por lo cual es muy necesaryo que a todos deys a entender que no quereys ny os teneys por servydo dello y que el que usara dellos no se lo permytireys [...]. Por esta causa he nombrado al Cardenal de Toledo, Presidente y Covos para que os aconsejeys dellos en las cosas del govyerno. Y aunque ellos son las cabeças del vando, todavia los quise juntar porque no quedassedes solo en manos del uno dellos [...]”, en Corpus Documental de Carlos V, vol. II, Doc. CCLII, pp. 104-118. El reparto de poder ideado por Carlos V trataba de establecer un sistema de equilibrio con la finalidad de que el príncipe Felipe no cayera en la servidumbre de una privanza exclusiva, peligro contra el cual le advierte seriamente.

80. P. ESCOLANO DE ARRIETA, Práctica del Consejo Real en el despacho de los negocios consultivos, instructivos y contenciosos con distinción de los que pertenecen al Consejo pleno o a cada sala en particular; y las fórmulas de las cédulas, provisiones y certificaciones respectivas. 2 vols. Imprenta Vda e Hijo de Marín. Madrid 1796, tomo I, pág. 8: “El presidente es buen hombre. No es, a lo que yo alcanzo, tanta cosa como sería menester para un tal Consejo, más tampoco no hallo ni se otro que le hiziese mucha ventaja [...] más todavia creo que no usará de su oficio sino bien...”. También en Corpus Documental de Carlos V, vol. II, Doc. CCLII, p. 115. Dispares son los juicios que han suscitado en la historiografía las palabras del emperador sobre Valdés: mientras unos han puesto el acento en las dudas de Carlos V sobre la valía de Valdés para el cargo, otros han resaltado que es uno de los personajes que salen mejor parados en las confidencias que el emperador trasmite a su hijo. Un comentario a las Instrucciones de 1543 en P. GAN GIMÉNEZ, El Consejo Real de Carlos V, pp. 133-136. Tal vez en la opinión de Carlos V sobre Valdés influía la mala relación que éste tenía con Tavera.

81. Diversas circunstancias propiciaron el paulatino ascenso de Valdés: por una parte, el contacto directo con el príncipe Felipe durante la regencia y, por otro, su relación con el comendador mayor Cobos, cuya asistencia le ayudó a contrarrestar los ataques de Tavera y sus allegados y permitió a Valdés ir adaptando a sus intereses la plantilla del Consejo. Tras la muerte de Tavera, la unión táctica entre Cobos y Valdés minó la influencia del grupo fernandino. Vid. J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN,

Page 32: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

32 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

El Inquisidor General..., pp. 157-158. I. EZQUERRA REVILLA, El Consejo Real de Castilla..., pp. 37-40.

82. El anciano Loaysa había estado sólo unos días al frente de la Suprema: nombrado Inquisidor General el 18 de febrero de 1546, tomó posesión del cargo el 29 de marzo y falleció 23 días después.

83. “[...] habiéndole cargado su gota más de lo acostumbrado, le sobrevino otra indisposición, de manera que el jueves santo acabó sus dias, y muy bien. En el perdió Vuestra Magestad un gran servidor, y yo creo que allá donde está terná cuidado de rogar a Dios por Vuestra Magestad, según lo mucho que le quería”. En AGS, Estado, leg. 73, folio 119.

84. “[...] Para el arzobispado de Sevilla [...] Vuestra Magestad lo proveerá en persona que tenga letras, bondad y experiencia, y las buenas cualidades que convienen [...] Suplico a Vuestra Magestad tenga memoria del presidente del Consejo Real que, por lo que sirve y trabaja, no puedo dexar de acordárselo [...]”. Ibidem.

85. Descrita por J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, “El Inquisidor General don Fernando de Valdés” en VV.AA. (PÉREZ VILLANUEVA Y ESCANDELL BONET, Dirs.), Historia de la Inquisición en España y América. Ed. BAC-Centro de Estudios Inquisitoriales. Madrid 1984, vol. I, pp. 538-556, cita de p. 541: “La mecha que había de encender las grandes hogueras de 1559 comienza a alumbrarse: los libros de Eck, de Fisher, de Enrique VIII contra Lutero, corrían entre los profesores de las universidades hispanas, que seguramente habían leído también las principales obras latinas del reformador alemán. El problema de la censura, al que se había enfrentado la Inquisición española desde 1521, se había agudizado en el quinquenio de 1540 a 1545”. Añadiendo en p. 555: “La crisis de ortodoxia que se produce en España en torno al año cuarenta [...] proviene de la apertura de fronteras con el centro de Europa, principalmente con Alemania, y del conocimiento directo que ya se tiene de los reformadores, cuyos libros penetran en la península y van a parar a manos de lectores que se sirven de ellos con diferente finalidad”.

86. Ibidem.87. La actuación de Valdés al frente del Consejo de

Castilla había venido marcada por la continua comunicación con Carlos V sobre los asuntos que tenía a su cargo. Así, en una carta de 24 de marzo, AGS, Estado, leg. 50, folio 315, le informaba sobre la mala cosecha en Castilla, escasez de pan y, en suma, los problemas de abastecimiento; en otra carta de 10 de mayo de 1540, AGS, Estado, leg. 50, folio 244, ponía al corriente al emperador de la persecución de un peligrosos delincuente refugiado en Orihuela y la petición de extradición a través del duque de Calabria, virrey de Valencia. Envía un memorial sobre las vacantes a cubrir en la Chancillería de Valladolid, dando cuenta de las visitas realizadas a las Universidades de Salamanca y Valladolid, en AGS, Estado, leg. 50, folio 243; se refiere con frecuencia a las levas ordenadas y al dinero negociado para enviar, en AGS, Estado, leg. 56, folios 19 y 40-52; da noticia acerca de diversos corregimientos y vacantes y de su provisión, en AGS, Estado, leg. 56, folio 48.

88. “Teniendo delante la virtud, méritos y otras buenas cualidades que en vuestra persona concurren [...] os habemos nombrado al arzobispado de Sevilla [...]. Asimismo, por las sobredichas causas y la voluntad que habemos tenido y tenemos de honraros y acrescentaros, como lo merecen vuestros muchos y continuados servicios y por la satisfacción que de vos tenemos y la larga experiencia que teneis de los negocios de la santa inquisición, os habemos proveído del cargo de inquisidor general que vaca por el fallecimiento del muy reverendo cardenal de Sevilla, siendo cierto que le administrareis con el cuidado y diligencia que conviene, de manera que nuestro Señor sea servido y su santa fé conservada y acrecentada [...]”. En Archivo Histórico Nacional [AHN], Inquisición, libro 100, folio 82, publicada por J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, El Inquisidor General Fernando de Valdés (1483-1568), Vol II, Cartas y Documentos. Universidad de Oviedo, Oviedo 1970, p. 104.

89. “Quanto a la provisión de lo de la Iglesia yo no tengo que decir sino que me ha parescido muy bien [...] Quanto a lo del cargo de Inquisidor General, le ha parescido consultar con Vuestra Magestad el escrúpulo que tiene de servir en aquel cargo [...]”. En AGS, Estado, leg. 73, folio 194. La resistencia de Valdés (por escrúpulos de conciencia, decía Cobos) era comprensible. Durante su etapa de consejero de la Inquisición había pasado por duras experiencias, como el proceso de Juan de Vergara, “que habia sido el más arduo de aquella época, tanto por la altura intelectual del personaje, como por las muchas implicaciones que se desprendían, alguna de las cuales afectaron, al menos de forma indirecta, al consejero Valdés [...]. El emperador no admitió las razones que a este propósito debió enviarle el interesado; y así, Fernando Valdés hubo de iniciar a comienzos del año 1547 su segunda etapa en el Santo Oficio, esta vez con el cargo de Inquisidor General”. J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, “El Inquisidor General Don Fernando de Valdés”, p. 555.

90. C. FERNÁNDEZ DURO, Colección Bibliográfico-Biográfica de noticias referentes a Zamora y su provincia o Materiales para su Historia, Imprenta y Fundición de Manuel Tello. Madrid 1891, p. 527 atribuye al emperador unas significativas palabras, en elogio de Tavera, cuando conoció la noticia de su muerte: “Se me ha muerto un viejecito que me tenía sosegados los reinos de España con su báculo”. No menos sentidas fueron las del príncipe Felipe, en carta a su padre, de 13 de agosto de 1545, mostrando su pesar por la pérdida del cardenal: “[...] V. Mgstad. perdió en él un muy gran servydor, y yo le quería mucho por esto, y su autoridad y experiençia ayudava mucho en los negocios [...]”, en Corpus Documental de Carlos V, vol. II, Doc. CCCXXVI, p. 408. Tras ese reconocimiento, el príncipe solicitaba de su padre la concesión de mercedes a favor de los familiares y deudos del cardenal Tavera, en Corpus Documental de Carlos V, vol. II, Doc. CCCXXVII, p. 409. De su testamentaría y del deseo de Carlos V de agilizar los trámites para que pudieran continuar las obras del Hospital protegido por Tavera se da noticia en Corpus Documental de Carlos V, Doc. CCCXXXIV.

91. Valdés fue nombrado Inquisidor General el 20 de enero de 1547, por Breve del Papa Paulo III, que recibió y aceptó el 9 de febrero.

92. J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, El Inquisidor General..., pág. 127. El primer Catálogo de libros prohibidos realizado por la Inquisición española fue el de 1559, siendo Valdés Inquisidor General. Aunque en el prólogo ya se hacía referencia al papel de la monarquía hispana en la defensa del catolicismo, la ejecución del Catálogo se hizo apresuradamente, como reconoció el propio Valdés. Vid. al respecto J. MARTÍNEZ MILLÁN, “El Catálogo de libros prohibidos de 1559”, en Miscelánea Comillas, 37 (1979), pp. 179-217. Lo cierto es que Valdés utilizó el Catálogo como arma arrojadiza frente a su enemigo fray Bartolomé de Carranza, incluyendo en el Índice el catecismo escrito por éste en lengua romance. Vid. el comentario al respecto de H. PIZARRO LLORENTE, “Las relaciones de patronazgo a través de los Inquisidores de Valladolid durante el siglo XVI”, en VV.AA. (J. MARTÍNEZ MILLÁN, Ed.), Instituciones y Elites de poder en la Monarquía hispana durante el siglo XVI, Ed. Universidad Autónoma de Madrid. Madrid 1992, pp. 223-262, cita de p. 230.

93. Vid. J. GARCÍA MERCADAL, La princesa de Éboli, Barcelona 1944, pp. 12-13. El portugués Ruy Gómez de Silva vino a España con su abuelo, Ruy Téllez Meneses, en febrero de 1526, cuando éste, como mayordomo mayor de Isabel de Portugal, la acompañó en su viaje para casarse con el emperador. Ruy Gómez entabló amistad con el príncipe Felipe desde la niñez, circunstancia esta que, unida a su matrimonio con doña Ana de Mendoza, le auparía a un puesto privilegiado. J. MARTÍNEZ MILLÁN, “Grupos de poder...”, pp. 143-149 passim, establece un documentado elenco de los integrantes de la facción ebolista, que se formó en torno a Ruy Gómez; el partido estaba integrado por una élite portuguesa (Ruy Gómez; la princesa de Portugal doña Juana; Cristóbal de Moura; y el jesuita Francisco de Borja que estuvo casado con una dama portuguesa) unida a ciertos miembros de la familia real (el príncipe Carlos, hijo de Felipe II; don Juan de Austria; y Alejandro Farnesio, amigo íntimo de este último, que se casaría con Maria de Portugal). A éste núcleo inicial se unirían numerosas facciones: la familia Mendoza, el marqués de los Vélez, los duques de Sessa, el conde de Feria y el duque de Medina de Rioseco, almirante de Castilla; los jóvenes letrados que Tavera habia apadrinado en los últimos años de su vida (Pedro de la Gasca, Diego Tavera, Diego de Álava y Esquivel, Juan Rodríguez Figueroa, Pedro Ponce de León, Gaspar de Guiroga...). Finalmente, otros personaje, letrados en su mayor parte, se fueron uniendo a los ebolistas con la esperanza de medrar políticamente: Diego de Escudero, del Consejo de Cámara del emperador; el influyente doctor Velasco; Francisco de Eraso, amigo del duque de Alba, que se aliaría con Ruy Gómez a partir de 1555; y Gonzalo Pérez, que haría lo propio años más tarde. Un importante sector de los ebolistas apoyó siempre incondicionalmente a la Compañía de Jesús.

94. F. GARCÍA GUERRERO, El Decreto sobre residencia de los obispos en la tercera asamblea del Concilio Tridentino. Especial intervención de los

Page 33: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 33

obispos españoles, Imp. Sucesor de M. Álvarez. Cádiz 1943, pp. 32-34, señala que antes del concilio de Trento era práctica frecuente la retención de los obispos en la Corte, empleados en oficios que les alejaban definitivamente de sus diócesis; quizás por esta razón fueran los españoles que participaron en el concilio quienes con más urgencia reclamaron la ley de residencia. Refiriéndose a Valdés, se decía de él que “parece no haber visitado una sola vez la iglesia hispalense”. Se comprende fácilmente cuán mal había de llevar la insistencia de sus connnacionales en este punto de la disciplina eclesiástica. R. GARCÍA-VILLOSLADA, “La reforma española en Trento”, en Estudios Eclesiásticos, vol. 39 (1964), p. 149, nota 4, recoge el comentario de Paleotti en relación al empeño mostrado por los obispos españoles de no verse sometidos al Inquisidor General, el temido Valdés: “Alii etiam dicebant, quod eos multum urgebat Inquisitio hispanica et odium quoddam adversus archiepiscopum Hispalensem, cupiebant quae his artibus ab eo se eximet”. J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, “El Inquisidor General don Fernando de Valdés”, pp. 544-545, consigna los periodos de residencia de Valdés en sus sucesivas diócesis: Elna y León no disfrutaron nunca de la presencia de su obispo; lo mismo puede afirmarse por lo que respecta a Orense; en Oviedo estuvo Valdés de marzo a mayo de 1535: Sigüenza la visitó de marzo a octubre de 1541, durante las navidades de 1542, durante los veranos de 1543 y 1544 y entre marzo y octubre de 1545. En la diócesis de Sevilla, que poseyó ventidos años, residió desde las navidades de 1549 hasta abril de 1551; sus contados intentos de visitarla con posterioridad se vieron frustrados. Fue al cesar en el cargo de Inquisidor General, cuando se retiró a su Iglesia hispalense, donde permaneció hasta su muerte.

95. J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, El Inquisidor General..., pp. 293-297.

96. H. PIZARRO LLORENTE, “Las relaciones de patronazgo...”, pp. 230.

97. En la historia de la Inquisición española ocupa un puesto singular el proceso del arzobispo Carranza, que duró más de diecisiete años, y en el que intervinieron varios Papas: Paulo IV lo autorizó, Pio V avocó la causa a Roma, y lo decidió Gregorio XIII, bajo fuertes presiones diplomáticas y regias, mediante una sentencia que no satisfizo a ninguna de las partes: Carranza no salió inocente del proceso como él esperaba; pero tampoco salió convicto y confeso de una sola herejía, como deseaban sus adversarios. El procesado era dominico; había participado en el concilio de Trento como teólogo imperial, pero lo más relevante era que se trataba del arzobispo de Toledo, la Sede Primada. Fue acusado de luteranismo y el propio Melchor Cano, también fraile dominico, denunciaba que la obra de Carranza Comentarios del Cathecismo Christiano (Amberes, 1558), dedicada al príncipe Felipe, contenía proposiciones heréticas. Carranza recusó como juez al Inquisidor General Valdés, acusándole de falta de imparcialidad. Comparecieron en el proceso, citadas por el acusado, importantes personalidades: el rey, la princesa gobernadora doña Juana, títulos de la nobleza, secretarios reales, miembros del Consejo de Castilla, obispos, frailes dominicos, jesuitas y franciscanos. Mientras unos le

acusaban con saña, otros le defendían fervientemente. J. I. TELLECHEA IDÍGORAS, “El proceso del Arzobispo Carranza”, en VV.AA. (PÉREZ VILLANUEVA Y ESCANDELL BONET, Dirs.), Historia de la Inquisición en España y América, Ed. BAC-Centro de Estudios Inquisitoriales. Madrid 1984, vol. I, pp. 556-599, cita de pp. 556, 557 y 596, donde realiza una precisa síntesis del casi centenar de trabajos que el autor ha dedicado al tema.

98. A ello se refirió Carranza en su alegato en el proceso de recusación: “Item pongo que el dicho señor Arzobispo de Sevilla sabe que yo he enseñado y predicado y sustentado que la residencia de los prelados en sus obispados es de derecho natural, divino y humano y que los dichos prelados son obligados a hacer la residencia so pena de pecado mortal y no haciéndola están en mal estado; y que Su Majestad ha mandado diversas veces que el dicho Señor Arzobispo se fuese a residir a su iglesia, y por esto Su Señoria se ha quexado muchas e diversas veces de mi con mucho enojo y pasión, y por ello ha declarado tenerme mucha enemistad”, en J. L. GONZÁLEZ NOVALÍN, “El Inquisidor General don Fernando de Valdés”, vol. I, p. 544, nota 17.

99. A los cargos eclesiásticos y civiles que desempeñó Valdés, debe añadirse su labor en el ámbito cultural: fundó el Colegio de San Gregorio de Oviedo y el de San Pelayo de Salamanca, habiendo proyectado en 1568 la creación de la Universidad literaria de Oviedo, que no entraría en funcionamiento hasta 1608. Vid. E. BENITO RUANO, “La fundación del Colegio de San Gregorio de Oviedo” en Simposio Valdés Salas, pp. 233-252; y B. ESCANDELL BONET, “El Inquisidor Valdés en la fundación de su Colegio de San Pelayo de Salamanca”, en Simposio Valdés Salas, pp. 197-232.

100. J. A. ESCUDERO, “Los poderes de Lerma” en VV.AA. (J.A. ESCUDERO, Coord.), Los Validos, Dikynson S.L. Madrid 2004, p. 131 se hace eco de algunos testimonios que recogen la advertencia que Felipe II hizo en sus últimos días al príncipe Felipe sobre la conveniencia de que siguiera sirviéndose de sus colaboradores, señaladamente de Moura, y que no se confiara exclusivamente a ninguno. Que Felipe III desoyó esos consejos de repartir el poder y la confianza entre muchos es un lugar común en la historiografía.

101. Además de controlar el nombramiento del presidente del Consejo de Castilla, era de vital importancia extender el control a los consejeros de la Cámara de Castilla, puesto que ésta proponía al monarca los candidatos para cubrir las vacantes que se produjeran en el Consejo de Castilla, en las Audiencias y Chancillerías. Sobre la cuestión de los validos y primeros ministros, es de obligada referencia el clásico estudio de F. TOMAS Y VALIENTE, Los validos en la Monarquía española del siglo XVII (Estudio institucional), Madrid 1963. Segunda edición, ampliada y reelaborada. ed. Siglo XXI de España Ed. S.A. Madrid 1982. También otra obra más reciente, VV.AA. (J.A. ESCUDERO, Coord.), Los Validos, y la bibliografía en ella citada.

102. Memorias de Matías de Novoa, Ayuda de Cámara de Felipe IV, Primera parte hasta ahora conocida bajo el título de Historia de Felipe III por Bernabé de Vivanco. Prólogo de CÁNOVAS DEL

CASTILLO, 2 vols. Imp. De Miguel Ginesta. Madrid 1875, tomo I, pág. 31. El acercamiento de Lerma al príncipe y su adulador asedio contó con la oposición radical de alguno de los favoritos de Felipe II, especialmente Moura y Loaysa, que trataban de restringir el acceso al príncipe a unos pocos privilegiados, entre los que no se encontraba Lerma. Pero éste logró vencer todos los obstáculos. Vid. A. FEROS, El Duque de Lerma. Realeza y Privanza en la España de Felipe III, Marcial Pons. Madrid 2002, pp. 92-93.

103. Nacido en Hoznayo (Santander), fue el primogénito de Juan González Acevedo y Sancha González Muñoz, padres de once hijos de los cuales sólo sobrevivieron cuatro: Juan Bautista, Francisco, Juan y Fernando – que también alcanzaría la presidencia de Castilla –. En 1581, Juan Bautista de Acevedo ingresó en la Universidad de Salamanca, y, tras su graduación en Cánones y Leyes, fue elegido por el arzobispo de Zaragoza, Andrés Santos de San Pedro, para maestro de su sobrino Miguel Santos de San Pedro. Muerto el arzobispo, Acevedo se traslada a Madrid, pretendiendo una plaza de inquisidor, para cuya obtención pretendía valerse del apoyo de Garcia de Loaysa y de Mateo Vazquez. Vid. M. ESCAGEDO Y SALMÓN, “Los Acebedos” en Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo, vols. V-VI-VII-VIII y IX. Santander 1923-1927; referencias a Juan Bautista de Acevedo en año V (1923), pp. 150-157, 270-278, 361-366; año VI (1924), pp. 108-124

104. La propuesta de Garcia de Loaysa fue acogida con alguna reticencia por parte de Acevedo, cuyo deseo era obtener un puesto en la Inquisición; de ahí que su primera respuesta fue declinar la oferta: “Señor yo trato el camino que requieren mis Letras, y estudio, y Inclinación, que es de una plaza de Inquisición; tengola en el estado que V.M. save; sírvase V.S. de permitir que yo prosiga mi intento, que ese otro es camino más de seglares, que no de mi profesión”. Finalmente, Acevedo acabó por aceptar el empleo que le ofreciera Lerma. Vid. M. ESCAGEDO Y SALMÓN, “Los Acebedos”, año V (1923), p. 271.

105. No escatima su crónica las alabanzas sobre su periodo como capellán del rey: “fue en la capilla real tan estimado y querido quanto obligaba su modestia y afable trato que a todos quería meter en su noble corazón inclinándose todos a él tanto por esto cuanto por la calidad y nobleza de que le conocieron adornado”. Vid. M. ESCAGEDO Y SALMÓN, “Los Acebedos”, año V (1923), p. 273.

106. M. ESCAGEDO Y SALMÓN, “Los Acebedos”, año V (1923), p. 275.

107. M. ESCAGEDO Y SALMÓN, “Los Acebedos”, año V (1923), p. 364.

108. Su nombramiento se produjo el 20 de enero de 1603, “lo cual admiró a muchos por haberse proveído este cargo siempre en personas muy cualificadas y de grande experiencia en cosas de la Inquisición y en otros cargos; pero como sea hechura del duque de Lerma todo se facilitará”. L. CABRERA DE CÓRDOBA, Relaciones de las cosas sucedidas en la Corte de España desde 1559 hasta 1614, Madrid 1857. Edición facsímil. Junta de Castilla y León. Salamanca 1997, p. 168. Junto al cargo de Inquisidor General recibió también el de Comisario de Cruzada.

Page 34: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

34 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

109. En menos de un mes desde su nombramiento, subió el salario de los inquisidores de quinientos ducados a ochocientos; el de los fiscales, de trescientos a quinientos; y el de los secretarios, de doscientos cincuenta a trescientos. Vid. M. ESCAGEDO Y SALMÓN, “Los Acebedos”, año V (1923), pp. 365-366.

110. Este había sido uno de los argumentos utilizados por Lerma para obligar a dejar el puesto de Inquisidor General a Pedro de Portocarrero, nombrado por Felipe II en 1596; se solicitó una bula al Pontífice ratificando la obligación de los prelados de resisir en sus diócesis. Como Portocarrero era obispo de Cuenca, tuvo que renunciar a su cargo – que le exigía estar en la Corte – y marchar a su sede. También se le había acusado de nepotismo, siendo así que los Inquisidores generales que le sucedieron, en la época de Lerma, incurrirían de modo mucho más acuciante en la corruptela criticada. J. MARTÍNEZ MILLÁN, “Los Inquisidores generales durante el reinado de Felipe III”, en VV.AA. (PÉREZ VILLANUEVA Y ESCANDELL BONET, Dirs.), Historia de la Inquisición en España y América. Ed. BAC- Centro de Estudios Inquisitoriales. Madrid 1984, vol. I, pp. 887-892.

111. M. ESCAGEDO Y SALMÓN, “Los Acebedos”, año VI (1924), p. 113. Años más tarde, su hermano Fernando de Acevedo sería promovido a la presidencia de Castilla por el duque de Uceda. Fernando, religioso de la Orden de Santiago, había sido capellán de honor de Felipe II, y obtuvo sucesivamente las mitras de Osma (1610) y Burgos (1613), desempeñando la presidencia de Castilla entre 1616 y 1621 (ibidem, pp. 236-237).

112. Acevedo y Espinosa fueron los únicos presidentes de Castilla que desempeñaron simultáneamente el puesto de Inquisidor General. Distinto es el caso del Inquisidor General Diego de Arce y Reinoso que, aunque también desempeñó la presidencia de Castilla, lo hizo sólo interinamente.

113. AGS, Escribanía Mayor de Rentas, QC, leg. 40.114. Archivo Histórico Nacional [AHN], Estado,

leg. 6379/2. F. X. GARMA Y DURÁN, Theatro Universal..., vol. IV, p. 261.

115. L. CABRERA DE CÓRDOBA, Relaciones de las cosas…, p. 338.

116. Esta fue la primitiva denominación del título que se utilizó hasta 1606. Vid. B. COMELLAS, “La jurisdicción eclesiástica…”, p. 149.

117. El Patriarcado le fue otorgado en 1524, renunciando al título el 13 de julio de 1525, cuando fue promovido al arzobispado de Burgos. Rojas murió en Burgos en 1527. Vid. Real Academia de la Historia [RAH], Colección Luis de Salazar y Castro, 9/136: Libro sobre los Patriarcas de las Indias, folios 94 vº - 95 rº.

118. Lo presidió entre 1547 y 1552.119. Lo presidió entre 1553 y 1556.120. C. FERNÁNDEZ-DURO, “Noticias acerca del

origen…”, p. 209.121. L. SAINT SIMON, De duque de Anjou a rey de

las Españas. Madrid 1948, p. 169.122. C. FERNÁNDEZ-DURO, “Noticias acerca del

origen…”, p. 209, reproduce la cita de Moroni: “Que el primer Pontífice que acordó facultades y jurisdicción al Patriarca de las Indias, por su oficio, fue Inocencio X en 26 de Setiembre de 1644, por súplica de Felipe IV. Clemente XII, en breve de 4 de febrero de 1736, concedió al Patriarca pro tempore et ad septennium, como vicario general de los reales ejércitos, la facultad que antes disfrutaba el

capellán mayor arzobispo de Compostela, de vicario general de dichos ejércitos. Benedicto XIV confirmó la concesión en 2 de junio de 1741 con la calidad de capellán mayor, Clemente XIII la prorrogó por otros siete años en el breve de 10 de marzo de 1762, Quoniam in exercitibus, y en otro breve de 14 de marzo de 1764 esclareció varias dudas que habían concurrido. Pío VI expidió en 8 de abril de 1777 el breve Charissime in Christo fili, con la declaración a favor del rey católico de los lugares y personas comprendidos en el territorio de su Capilla Real”.

123. J. JURADO SÁNCHEZ, La economía de la Corte. El gasto de la Casa Real en la Edad Moderna (1561-1808), Madrid 2005, p. 32.

124. Datos biográficos en Archivo de Casa, Corte y Estado de Viena [Haus, Hof und Staatsarchiv Wien] [HHSW], Spanien Varia, Karton 3, konvoluto 6, folios 76 vº-78 vº. R. GÓMEZ RIVERO, “Lerma y el control de cargos”, en VV.AA. (J.A. ESCUDERO, Coord.), Los Validos, p. 98-99 se refiere a la relación fechada el 2 de agosto de 1608, en la que se mencionan los cuatro candidatos que optaban a la vacante: Pedro de Manso, el conde de Lemos, el marqués de Velada y Tomás de Borja, tío del valido. Señala Gómez Rivero que la elección de Manso se debió a la sugerencia de Lerma. Asimismo, M. S. MARTÍN POSTIGO, Los Presidentes..., p. 59-60, relaciona la promoción de Manso a la presidencia de Castilla con el recibimiento que había dispensado a Felipe III y a Lerma en Valladolid en 1607.

125. AGS, Escribanía Mayor de Rentas, QC, leg. 37, folio 785 rº.

126. Biblioteca del Colegio de Santa Cruz de Valladolid, Ms. 22. Llegó a ser catedrático de la Universidad de Valladolid.

127. Su título fue expedido a 11 de diciembre de 1606, tomando posesión el 21 de enero del siguiente año. Desde este puesto, inauguró la costumbre – que se conservó hasta el siglo XIX – de recibir a la Audiencia y demás corporaciones en los Carmelitas Calzados. Durante su presidencia, se nombró al primer archivero de la Chancillería, en la persona de don Rodrigo Calderón. Vid. M. S. MARTÍN POSTIGO, Los Presidentes de la Real Chancillería de Valladolid, Institución Cultural Simancas. Valladolid 1982, pp. 59-60.

128. R. GÓMEZ RIVERO, “Lerma y el control...”, p. 99, refiere dos opiniones contrapuestas, a propósito de la elección de Manso. Mientras según L. CABRERA DE CÓRDOBA, Relaciones de las cosas..., p. 346, “este nombramiento causó admiración a todos por haber subido en menos de dos años de alcalde de Corte a presidente de Castilla, si bien se dice que sus muchas partes merecieron ocupar tan grande puesto”; sin embargo, para A. FEROS, El Duque de Lerma..., p. 395: “Manso no parecía reunir la experiencia ni la categoría que requería un oficio como el ocupado por Miranda”.

129. Culminó así su carrera eclesiástica, que se había iniciado al ser nombrado arcediano de Bilbao en Santo Domingo de la Calzada, provisor y gobernador del Obispado de Calahorra, obteniendo después sucesivamente los obispados de Guadix, Tuy, Badajoz y Osma.

130. RAH, Colección Luis de Salazar y Castro, 9/136, folio 98 rº.

131. A. FEROS, El Duque de Lerma..., pp. 399-401.

132. BN, Ms. 12179, “Consultas originales de Estado”, folios 138 rº y vº y 141 rº.

133. A. FEROS, El Duque de Lerma..., pp. 402-403.134. Referencias a la obra y comentarios en A.

FEROS, El Duque de Lerma..., pp. 403-404. 135. AHN, Estado, leg. 6379. HHSW, Spanien Varia,

Karton 3, konvoluto 6, folio 78 rº. G. GONZÁLEZ DÁVILA, Teatro de las Grandezas..., pág. 391 reproduce el texto de la licencia que le dirige el monarca: “El Duque de Lerma me escribió que le dixistes la falta de salud con que os hallais y lo que deseais por esto descargaros del oficio que tan bien empleado estava en vuestra persona: y aunque vos le haveis servido con tanto zelo y cuidado, que holgara pudierades continuarlo, vengo en daros la licencia que pedís, y holgaré que cobreis entera salud y me acordaré de vos y de vuestros hermanos en lo que se ofreciere”. Al mes siguiente, moría Manso.

136. Nacido en Ágreda (Soria) Diego de Castejón y Fonseca, primer marqués de Camarena, fue sucesivamente vicario de Alcalá, obispo de Lugo (1634), arcediano de Talavera (1639), gobernador del arzobispado de Toledo, Patriarca de las Indias Occidentales, gobernador del Consejo de Castilla (1640-1643) y obispo de Tarazona. Vid. Biblioteca Nacional [BN], Ms. 10923, folio 198 rº; BN, Ms. 10984, folios 253 rº - 260 vº; y RAH, Colección Luis de Salazar y Castro (K-14), folios 197 rº - 200 rº.

137. Sobre los criterios que operaron para distinguir al presidente del gobernador, vid. S. GRANDA, La presidencia…, Cap. VII, ap. 2.

138. Nacido en Ermua (Vizcaya) el 21 de marzo de 1672, Orbe fue colegial en el Mayor de Santa Cruz de Valladolid, y catedrático en dicha Universidad. Inició su carrera judicial en la esfera eclesiástica desempeñando sucesivamente los oficios de visitador general, juez sinodal, provisor, vicario general y gobernador eclesiástico.

139. W. COXE, España bajo el reinado de la Casa de Borbón. Desde 1700 en que subió al trono Felipe V, hasta la muerte de Carlos III, acaecida en 1788, 4 vols. Traducida al español con notas, observaciones y un Apéndice por J. SALAS DE QUIROGA, Tip. Mellado Ed. Madrid 1846, vol. III, pp. 83-488, remitiéndose a las Memorias del marqués de Villars, tomo III, p. 397.

140. A. MESTRE SANCHÍS, “La Iglesia y el Estado. Los Concordatos de 1737 y 1753” en Historia de España de R. MENÉNDEZ PIDAL, Ed. Espasa-Calpe S. A. Madrid 1985, tomo XIX, pp. 279-333, señala que el rechazo se debió al hecho de que Orbe había dado su conformidad antes de que la designación hubiese sido aceptada por el rey.

141. La Real Carta concediendo el título se expidió el 18 de abril de 1736 a favor del sobrino del Inquisidor General, Andrés Agustín de Orbe y Zarauz, de catorce años de edad.

142. J. FERRER BENIMELLI, “Inquisición y Masonería”, en VV.AA.: Historia de la Inquisición en España y América (J. PÉREZ VILLANUEVA y B. ESCANDELL BONET, Dirs.), BAC- Centro de Estudios Inquisitoriales. Madrid 1984, vol. I, p. 1287.

143. J. FERRER BENIMELLI, “Inquisición y Masonería”, p. 1289 data en 1740 el primer proceso iniciado en España contra un masón. El tribunal de la Inquisición de Canarias recibió las denuncias de unos irlandeses contra el capitán de corbeta Alexander French,

Page 35: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 35

que se había iniciado en la masonería en una logia de Boston en 1737. Acusado por el fiscal de herejía, el proceso terminó en 1742 con la absolución de French, al considerarse que no hubo maldad en el acusado.

144. Murió en la Casa de la Inquisición, en la calle Torija. En el mismo lugar habían fallecido otros dos presidentes del Consejo de Castilla que fueron también Inquisidores Generales: Sarmiento de Valladares y el arzobispo Ibáñez de la Riva. El mayorazgo fundado por Orbe comprendía los siguientes bienes: una dehesa en Extremadura; el cargo de escribano que ejercía en Madrid el notario Eugenio Paris, por el que pagaba una renta; y dos juros de un capital total de 193.750 maravedís. Orbe designó como ejecutores testamentarios a todos los miembros del Consejo de la Inquisición y a dos consejeros de Castilla, los hermanos Henao; en sus mandas de beneficencia destinó una renta de 400 ducados para permitir ir a la Universidad a un descendiente de la familia Orbe; e igual cantidad a su pueblo natal de Ermua, para el mantenimiento de un maestro de gramática y de un organista. Vid. J. FAYARD, Los miembros del Consejo de Castilla (1621-1746). Siglo Veintiuno de España Editores. Madrid 1982, pp. 336, 415, 447 y 448.

145. Carta de Bernardo del Campo, oficial del ministerio de Estado, a Floridablanca, fechada el 16 de junio de 1773. En R. OLAECHEA, El Conde de Aranda y el “partido aragonés”, Facultad de Letras. Zaragoza 1969, p. 137. J. A. ESCUDERO, Los orígenes del Consejo de Ministros. La Junta Suprema de Estado, 2 vols. Editora Nacional. Madrid 1979, vol. I, p. 334 señala que debajo de los grandes protagonistas hervía también el juego de las intrigas de personajes de segundo orden, como algunos oficiales del ministerio de Estado que trataban de influir en Grimaldi.

146. Esto escribía Finestres el 15 de julio de 1773, añadiendo dos semanas más tarde: “Mala luna ha hecho para los señores colegiales; no habrá dejado de haber bulla entre los ministros colegiales y manteístas. Es fuerte la amenaza del rey, y tal que les cortará a todos las alas [...] Sea presidente el conde de Fuentes o el arzobispo Bocanegra ambos son jesuitas sin sotana”. En R. OLAECHEA, El Conde de Aranda y el “partido aragonés”, p. 94.

147. Perteneciente a una humilde familia, Figueroa escaló altos puestos en la administración por su talento. Había nacido en Santiago de Compostela en 1708; cursó estudios en las Universidades de Santiago, Valladolid y Ávila. En 1733, obtuvo por oposición la canonjía doctoral de Orense; en 1734, Gaspar de Molina, obispo de Barcelona y Comisario General de Cruzada, le nombró subdelegado de Cruzada en el obispado de Orense; en 1737, fue ordenado sacerdote; en 1746, se le designó abad de Covarrubias, más tarde abad de la Trinidad de Orense y, en 1749, sería nombrado auditor de la Rota; posteriormente, arzobispo de Laodicea y Patriarca de las Indias Occidentales. Era caballero de la Orden de Carlos III y, en 1753, nombrado consejero de Castilla, participó activamente en la negociación del Concordato, siendo recompensado con una plaza de camarista. Cuando accedió al gobierno del Consejo de Castilla, era Comisario General de Cruzada. Posteriormente, fue designado Vicario General Castrense y presidente del Consejo de Indias.

Vid. datos biográficos en A. PORTABALES PICHEL, Don Manuel Ventura Figueroa y el Concordato de 1753, Madrid 1948.

148. Figueroa a Roda, en AGS, Gracia y Justicia, leg. 670, num. 36.

149. C. EGUIA RUIZ, Los jesuitas y el motín de Esquilache, CSIC-Instituto Jerónimo Zurita. Madrid 1947, pp. 277-278.

150. J. A. ESCUDERO, Los orígenes del Consejo de Ministros..., vol. I, p. 341, señala que el apartamiento de Aranda había significado el reforzamiento de Grimaldi, así como la homogeneidad ideológica de los golillas, con el protagonismo de gentes como Campomanes y Moñino.

151. En 1777, tras la dimisión de Grimaldi, se produjo una “permuta de puestos”: Floridablanca se convirtió en ministro de Estado y Grimaldi pasó a ocupar la embajada de Roma. Grimaldi había conseguido designar a su propio sucesor, como se desprende del comentario que hizo a Ventura Figueroa: “Vamos a poner a uno de los nuestros”. En R. OLAECHEA, El Conde de Aranda y el “partido aragonés”, p. 110.

152. Nacido en Ocaña, inició su labor eclesiástica como canónigo en Zaragoza, pasando después a ejercer el oficio de maestrescuela de la Iglesia primada. Tras su promoción al obispado de Salamanca fue designado gobernador de Castilla, ocupando también una plaza de consejero de Estado. Vallejo, hombre de gran erudición y afición al estudio, era académico de la Real de la Historia.

153. T. EGIDO LÓPEZ, “Las élites de poder, el gobierno y la oposición”, en Historia de España de R. MENÉNDEZ PIDAL. Ed. Espasa Calpe. Madrid 1987, vol. XXXI, pp. 133-170, p. 147; el mismo autor, p. 151, recoge las críticas del jesuita Luengo contra las reformas que habían contribuido a conferir el dominio de la administración al “tremendo cuerpo de abogados”, que habían conseguido privar del poder a la élite colegial y habian llegado a ser “dominantes en el Consejo y en la Cámara de Castilla”.

154. En 1806, el padre Luengo, ante el irreversible final del proceso, perdidas todas las esperanzas, exclamaba: “¡Miserable España, a qué estado de languidez y de abatimiento se ha reducido en los dos reinados de los dos Carlos III y Carlos IV, padre e hijo, que han arruinado la monarquía, prevaleciendo en ellos el espíritu sofístico de los abogados que se introdujo en el gabinete de Madrid en la persona de Roda y otros semejantes a la muerte del piadoso Fernando VI!”, según el documento recogido por T. EGIDO LÓPEZ, “Las élites de poder, el gobierno y la oposición”, p. 151.

155. R. GIBERT, El Antiguo Consejo..., pp. 30-31, describe la reacción del Consejo ante una norma que significaba someter al control de Godoy los acuerdos del organismo en su función más elevada, como Consejo de Justicia: “Leída que fue la real orden de S.M. en Consejo Pleno, con asistencia de todos sus fiscales, no pudieron por menos los ministros que lo componen de prorrumpir en un continuo y amargo llanto. Y concluían: El Consejo, Señor, es un soberano por su constitución nacional, y como tal no deben sus Decretos ser juzgados por un particular... El particular era Godoy, Secretario del Despacho Universal. Para el Consejo sólo un secretario, un ministro, es decir, un servidor del Rey”.

156. La promoción de Tavira había sido idea del ministro Jovellanos, con la intención de que acometiera reformas en la Universidad literaria de Salamanca. El plan no llegó a realizarse por la separación de Jovellanos del ministerio de Gracia y Justicia. A. MURIEL, Historia de Carlos IV, 2 vols. (Edición y Estudio Preliminar de C. SECO SERRANO). Ed. Atlas. Madrid 1959, vol. II, p. 61 transcribe el decreto regio: “Atendiendo S.M. a la urgente necesidad que hay de mejorar los estudios de Salamanca para que sirvan de norma a los demás del reino, y a las dotes de virtud, prudencia y doctrina que requiere este encargo y que concurren en el ilustrísimo señor don Antonio de Tavira, Obispo de Osma, he venido en nombrarle para el obispado de Salamanca, vacante por la promoción del excelentísimo señor don Felipe Fernández Vallejo al arzobispado de Santiago, a fin de que, trasladado al expresado obispado de Salamanca, pueda desempeñar más fácilmente las órdenes que se le comunicarán acerca de tan importante objeto”.

157. Tras el cese de Felipe Fernández Vallejo, gobernaron sucesivamente el Consejo de Castilla dos militares: José Ezpeleta (1797-1798) y Gregorio García de la Cuesta (1798-1801). Siguieron a éstos dos antiguos consejeros: José Eustaquio Moreno (1801-1803) y Juan Francisco de los Heros, conde de Montarco (1803-1805). Entre 1805 y 1808 ocuparon el puesto interinamente Miguel Mendinueta y Musquiz, Luis Manuel Álvarez de Mendieta y Arias Antonio Mon y Velarde. En 1808 fue nombrado presidente Pedro Antonio Álvarez de Toledo y Salm-Salm, que continuaría al establecerse el Consejo de Castilla tras la Guerra de la Independencia, durante un largo periodo (1814-1823). Desde esa fecha hasta la definitiva extinción del organismo en 1834 desempeñaron la alta magistratura: Ignacio Martínez de Villela (1823-1827); el interino Bernardo Riega (1827-1830); José María Puig y Samper, como interino (1831) y como titular del puesto (1832); finalmente el Consejo de Castilla fue presidido durante sus dos últimos años por Francisco Javier Castaños, duque de Bailén. A todo ello nos referimos por extenso en S. GRANDA, La presidencia...

Page 36: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

36 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Por Ignacio Ezquerra Revilla (CEDIS)

Si se compara lo referido sobre los alcaldes de Casa y Corte por Gil González Dávila en 1623, en su conocido Teatro de las Grandezas de la Villa de Madrid, con lo dicho por Alonso Núñez de Castro en 1658, en su no menos célebre Sólo Madrid es Corte –además de constatar una inmisericorde copia-, se puede deducir la posición ocupada por este cuerpo de ministros reales en el aparato administrativo castellano durante el reinado de Felipe IV. No voy a tratar sobre un tema tan atendido como la antigüedad y significación doctrinal de los alcaldes en el entorno regio[2], pero ambas fuentes proyectan una importancia institucional fundada en su duplicidad jurisdiccional. “Una en forma de Consejo, que tiene nombre de sala para lo criminal y gobierno, y otra común, como juezes ordinarios, para conocer en primera instancia de pleytos que se causan entre partes, siendo civiles, y executivos, hasta su determinación, que se llaman, de Provincia”[3]. En tiempo de Felipe el Grande, se percibía ya con toda claridad la plena consolidación institucional de la Sala de Alcaldes, con fundamento en las Ordenanzas de 1583[4]; una manifestación más de la íntima comunicación en el terreno administrativo apreciable entre los reinados de Felipe IV y Felipe II, en este caso por culminar su desarrollo los fundamentos puestos en este último. En lo tocante a la Sala de Alcaldes, este proceso se percibió especialmente en el terreno de la suprema jurisdicción criminal, razón por la que en esta época fue cada vez más común tomarla como quinta sala del Consejo Real, con deseo de ilustrar la realidad jurisdiccional cortesana, y redondear al tiempo la calidad del Consejo como Tribunal Supremo de los reinos de Castilla[5]. Alcanzó tal punto esta apreciación general, que tuvo incluso expresiones ceremoniales, como indica el hecho de que la Sala de Alcaldes formó un cuerpo con el Consejo Real durante el Auto de Fe celebrado en Madrid en 1632, entre las protestas del resto de los Consejos[6].

No obstante, si bien se mira, existe una llamativa diferencia entre ambos autores, a la hora de tratar una de las principales atribuciones ejercidas por los alcaldes de Casa y Corte, de la que se deducía con mucha claridad la dimensión cortesana del conjunto del territorio de los reinos castellanos: las comisiones recibidas del Consejo Real o del propio rey. En su obra, Gil González Davila decía explícitamente: “Quando se ofrecen negocios en el Reyno tan graves, que piden personas calificadas, el Rey y el Consejo los embía para castigar, corregir, y reformar lo q conviene en sus Reynos; y para el mismo efecto han sido nombrados por Assistentes de Sevilla, Corregidores de Toledo y Córdova, y Presidentes de Valladolid”[7]. Alusión que había desaparecido en la obra de Núñez de Castro, pese a la inspiración que tomó en el Teatro de las Grandezas de la villa de Madrid. Quizá el proceso de institucionalización vivido por la Sala de Alcaldes, en el conjunto de los organismos cortesanos, tendió a dificultar la percepción de la continuidad de tales tareas como fundamento de la importancia de sus miembros. Para confirmarlo o no, existen carreras personales que, por su larga duración, son sumamente ilustrativas de la evolución general del cuerpo administrativo en el que se desarrollan. Es el caso del doctor don Juan de Quiñones, alcalde de Casa y Corte entre 1625 y 1646, significado no sólo por conducir sonoras causas criminales o por encarnar rasgos novedosos en el ejercicio del cargo, como la autovaloración de la nobleza para desempeñarlo o la diletancia literaria[8]. Sino sobre todo porque su caso ayuda a apreciar que la realización de las referidas comisiones c o n t r i b u í a , q u i z á m á s q u e proporcionalmente, a la posición institucional de los alcaldes en tiempo de Felipe IV. Desconozco las razones del olvido de Núñez de Castro, pero desde luego en ningún caso fue el cese en la realización de tan importantes funciones por parte de los alcaldes, visible entonces no sólo en la especialización de Quiñones en la preparación de jornadas, sino en otras muchas y muy variadas por parte de sus compañeros.

Fue el caso del licenciado don Jerónimo de Quijada, alcalde de Casa y Corte, quien no sólo ejerció por comisión específica el corregimiento de Vizcaya a la altura de 1641, al modo referido por Gil González Dávila, sino que al tiempo realizó otras supletorias como poner de acuerdo a la villa de Castrourdiales y la Junta de Sámano, en torno al deseo del resto de los lugares de esta última de designar alcalde mayor, al margen del de la citada villa[9]. No sólo continuó la presencia de alcaldes de Casa y Corte en corregimientos del reino, sino que esta llegó a ser, incluso, más extensa y coordinada. A comienzos de 1628 el rey ordenó que tres alcaldes de Casa y Corte, los licenciados don Pedro Díaz Romero, don Sebastián de Carvajal y don Diego Francos de Garnica, sirviesen respectivamente los corregimientos de Toledo, Antequera y Cuenca-Huete. Atendido el deseo del último de ser jubilado, Carvajal terminó desempeñando el corregimiento de Cuenca-Huete y, a los tres años, tras superar el juicio de residencia, él mismo fue también jubilado, en este caso sin estar en absoluto de acuerdo con ello. La resistencia de Carvajal originó una consulta de la Cámara que permite conocer el episodio, y la dirección del criterio de los concejos conforme al deseo regio, en que consistía la presencia de los alcaldes en ellos. Adujo los servicios de la ciudad en Cortes obtenidos por su gestión, así como la perpetuación de 200.000 ducados de renta y 100 hidalguías, para retornar sin novedad a su oficio. Al tiempo que representaba que “si ha tenido algún émulo no puede haver sido por otra causa q por cumplir con su obligaçión en la administraçión de justicia y en casos q se ofrecieron en aquella ciudad procurando divertir y reformar la mala intención de quien se oponía a los seruicios que se tratauan de conçeder como se conçedieron a U. Magd.”. Pese a contar con el apoyo de la Cámara, su solicitud fue, en principio, infructuosa[10]. Pero consta que en 1634 continuaba ejerciendo comisiones en calidad de alcalde de Casa y Corte, pues estaba en Santander para indagar los excesos del alcalde mayor don Luis de Alvarado en la administración de justicia, que derivaron en su detención en Valladolid y su

Jornadas reales, red viaria y espacio cortesano en tiempo de Felipe IV: las

prevenciones camineras del doctor Juan de Quiñones, alcalde de Casa y Corte[1].

Page 37: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 37

destierro[11]. El licenciado don Sebastián de Carvajal venía siendo uno de los alcaldes de Casa y Corte más conscientes y despiertos en el ejercicio de la plaza desde comienzos del reinado. A él se debía un atinado juicio, de índole arbitrista, que responsabilizaba en gran parte de la abundancia de gente ociosa y holgazana en la Corte a “los mandaderos y procuradores de las ciudades, villas y lugares del reyno”[12]. Asimismo, a poco de iniciado el reinado de Felipe IV había elevado un informe al presidente del Consejo Real sobre los cuarteles en que estaba dividida la corte madrileña (Santa Cruz, San Sebastián, San Luis, Santo Domingo, Santa María y Santiuste), y la conveniencia de reunir en una sola calle a las prostitutas declaradas[13].

En el caso de Quiñones tenemos la ventaja de contar con un detallado informe autobiográfico, que dirigió al rey en 1643, con propósito de obtener mercedes de su parte, en pago a una larga trayectoria de desvelos y sacrificios en el servicio regio. A lo largo del escrito, en el que hacía gala de su vena erudita, Quiñones dispuso una panoplia de ejemplos clásicos y religiosos que pretendían emplazar perentoriamente al monarca la obtención del premio, conforme a los valores propios de la justicia distributiva[14]. El Memorial de los servicios que hizo al rey don Felipe III nuestro Señor; que santa gloria aya, y que ha hecho a V. Magestad, que Dios guarde, el doctor Juan de Quiñones abunda, especialmente en su parte inicial, a modo de justificación doctrinal del conjunto del escrito, en expresiones y autoridades demostrativas de lo dicho:

“Señor:Recordar los súbditos a los Príncipes los servicios q les han hecho, para que sean premiados, costumbre ha sido muy antigua en las superiores edades, y observada en los tiempos presentes entre todas las naciones, de q se originó dar memoriales, q esso significan los papeles q se dan para memoria y recordación de servicios”[15].

Desde su mismo inicio, el autor se esforzaba en hilvanar afirmaciones que fortalecían esta piedra angular de su escrito, empezando por la propia costumbre de hacer relación menuda de tales autoridades: “… y fuera grande proligidad, querer comprovar con exemplos de letras divinas, y humanas tan notoria costumbre”[16]. Para cargar a continuación la conciencia real con la puntual descripción de ejemplos pasados de tal conducta retributiva –y su previa orientación escrituraria- entre muy diferentes y distantes personas reales. Mencionaba en primer lugar, en abono de su intención, al padre Nieremberg; quien defendía la necesidad de asentar por escrito los servicios de los ministros para legitimar la obtención de merced, con los ejemplos de los reyes de Persia, Juan II de Portugal, Felipe II, o el rey

Asuero, cuya costumbre de incluir en las Crónicas Reales los servicios que le eran hechos le permitió recompensar tiempo después uno muy señalado de Mardocheo (descubrir un complot en su contra por parte de los eunucos), y con ello salvarle la vida. Episodio que, más a favor de la intención de Quiñones, era recogido no sólo en las mismísimas Sagradas Escrituras, sino por autores tan reputados como fray Juan de Dueñas[17] o el padre Rivadeneyra[18]. Amén de Carlos Escribano[19], para quien atender a la justa remuneración de los servicios aproximaba a los Príncipes a Dios. Especial hincapie hizo Quiñones en la advertencia del citado Rivadeneyra, que los hombres doctos aconsejaban a los Príncipes tener consigo una lista de los hombres señalados que había en sus reinos y de sus servicios más notables, hecho que, con sólo ser conocido por el común de los súbditos les animaría al sincero servicio. En definitiva, “digna cosa es dar lo que se debe al que por honestos servicios se conoce aver agradado”. En el caso de Quiñones, se creía avalorado por sus treinta años en la brecha y su “sobra de hijos y nietos”, todo lo que hacía imperativo que el rey atendiese el memorial, “pues es Príncipe que imita a Assuero, y hallará Mardocheos que le sirvan”[20].

Si se repara en el título de este memorial impreso, se advierte que la consolidación institucional de la Sala de Alcaldes no pasaba necesariamente por una intensificación de la capacidad o iniciativa de actuación política de sus miembros, solidaria o particular. Se aprecia un marcado carácter funcional que, siempre presente, sí aparecía en el pasado más claramente supeditado a otro tipo de prioridades, especialmente jurisdiccionales. En realidad, el proceso respondía a la propia evolución y proporción gradual del ejercicio del poder en la Edad Moderna castellana, en la que se fue abriendo paso, en el binomio tradicional entre lo gubernativo y lo contencioso, lo meramente administrativo[21]. En el caso de los alcaldes de Casa y Corte, parece que este tipo de ocupaciones ganó peso entre las propias de estos ministros. Al describir sus servicios, Quiñones comenzaba por las jornadas antes que por las causas graves, hecho que puede reflejar una apreciación subjetiva sobre la importancia de ambas tareas en el conjunto de su actuación, formada sustancialmente por ambas categorías. Jornadas en las que, monopolizada la atención más cercana o continua al rey por otros oficiales de índole estrictamente doméstica, la tarea reservada a los alcaldes de Casa y Corte, de acuerdo con su posición liminar, se redujo en lo sustancial al abastecimiento de la comitiva regia y la preparación de los caminos por donde esta transitaba. Hecho que, en este último caso, materializaba la referida definición de un ámbito estrictamente administrativo, fijado en los límites del fomento[22], cuyo origen no ha

solido situarse –como demuestra el caso- en las necesidades propias del desplazamiento de las personas reales. Un efecto más, inapreciado por lo común, de la inercia cortesana.

En impugnación de lo dicho podría argumentarse que el autor ocupaba un lugar marginal entre sus compañeros, pero la repetida aparición de Quiñones en fuentes secundarias permite ignorar esta hipótesis, y conferirle un valor ejemplar o testimonial, para discriminar las ocupaciones que determinaban la posición relativa de cada alcalde como agente jurisdiccional y administrativo. Si alguien tan azacanado como Quiñones disponía tal jerarquía en la descripción de sus dilatados servicios, es prudente pensar que tal era el orden de valoración de las tareas imperante entre los propios alcaldes, y en el contexto social y cortesano de la época. Si bien, dada la eficiencia de Juan de Quiñones en la organización de las jornadas reales, puede que, de forma implícita, surgiese cierta forma de especialización temática. No que fuese postergado en la jerarquía del cuerpo, sino que se hiciese presente tal materia entre sus ocupaciones, hasta el punto de predominar en ellas, de acuerdo con la importancia política y representativa de tales episodios de movilidad regia.

1. LAS JORNADAS REALES, Y LAS P R E V E N C I O N E S C A M I N E R A S ASOCIADAS, COMO MANIFESTACIÓN MÓVIL DE LA NOCIÓN CORTESANA.

La multiplicación de los caminos y vías de comunicación que se aprecia desde el bajo medievo reflejaba para Maravall el sentido geográfico de una época de expansión en todos los órdenes, que no cabía reducir, pese a su indiscutible magnitud, a la asimilación ideal de un nuevo continente, o a la intensificación del tráfico marítimo. También se dio un intenso proceso de descubierta y colonización interior, que tuvo en Castilla consecuencias asociadas como la proliferación de libros de viajes, itinerarios y guías de caminos, como los célebres de Juan de Villuga (1546) y de Alonso de Meneses (1576)[23]. O un uso más extenso e intenso del espacio territorial[24], que llevó asociados fenómenos como el de la inseguridad, y su persecución[25]. No obstante, esta tendencia no llegaba al extremo de diluir las severas limitaciones para el transporte terrestre representadas por el estado de la red viaria, la complicada orografía y el calendario agrícola[26].

En situaciones de estabilidad más o menos permanente de la persona real, el mantenimiento y conservación de las vías de comunicación se encauzaba por los jueces de asiento, de forma jerárquica y al margen de su proximidad física a la vía en cuestión. A los corregidores les estaba especialmente encargada la vigilancia del estado adecuado

Page 38: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

38 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

de conservación de la red viaria, entre otras infraestructuras de interés público[27]. Nótese cómo en un momento de predominio de la sustanciación de las materias por la vía jurisdiccional, es este el recipiente a través del que se vehiculan otras de orden administrativo o gubernativo. Todavía en tiempo de Felipe IV, momento en que la materia administrativa alcanzaría paulatinamente visibilidad y conciencia, Bartolomé de Góngora expresó el cauce esencialmente jurisdiccional de la misma: “Lo que conviene al corregidor es que sea generalmente hávil en todas materias, por lo que se puede ofrezer en su juzgado, tal como romperse una puente o pressa de un río, que forçosamente piden preciso reparo,…”[28].

La materia administrativa era gestionada por jueces, por letrados cuya tarea original y principal, inicialmente, era dirimir pleitos por vía judicial, duplicidad que se aprecia con claridad en el caso de las Chancillerías y el Consejo Real. Cuando surgía alguna cuestión de índole viaria por el cauce jurisdiccional, sus oidores entendían del pleito, pero también intervenían en ella en virtud de las atribuciones que ambos organismos tenían conferidas en materia de fomento. Por ejemplo, el Consejo expedía la correspondiente provisión real para valorar el acometimiento de cierta obra o nueva construcción[29], o, una vez constatada su necesidad, el repartimiento de la suma presupuestada entre los vecinos de cierta población o en cierto perímetro en torno al lugar concreto de la obra[30]. En ocasiones tal intervención también se producía a instancia de los propios concejos, que incluían cuestiones viarias entre los encargos que sus comisionados llevaban a la Corte[31]. Tales asuntos dependerían de la Sala de Gobierno del Consejo, a partir de su definitiva indicción en enero de 1608, y de la Sala Primera de Gobierno a partir de la constitución de una segunda Sala a partir de 1715[32]. Al margen de esta intervención directa de la autoridad regia, por vía jurisdiccional o administrativa, también podía originarse a iniciativa del reino junto en Cortes, mediante capítulos cuya respuesta por parte real solía conllevar un compromiso o actuación por parte del Consejo, las más de las veces demorado en el tiempo, conforme a la característica apariencia conflictiva que solía ofrecerse de la relación entre rey y reino. Por sendos capítulos de las Cortes de 1567 sabemos que esto sucedió con curiosas, y muy posiblemente pioneras iniciativas de señalización viaria[33].

No obstante lo dicho ¿en virtud de qué o por qué razón se producía esta intervención de la autoridad regia en la trama caminera, especialmente en lo tocante al Consejo Real? En cuanto a éste, ocupaba una posición eminente en la regulación del espacio difundido a partir del rey, sobre el que intervenía en virtud de su cercanía y

frecuencia de trato con él: en la antecámara real, y cada viernes, circunstancias que le enaltecían en el conjunto de los Consejos. Si se tiene en cuenta tan significativo hecho, se comprende que la amplia y variada gama de provisiones del Consejo que administraban el territorio integraban este metafóricamente en tan selecto espacio, inserción simbolizada asimismo por el hecho de que el Consejo Real era el único que disponía de porteros de Cámara, integrados en tal ámbito del servicio regio. Junto a ello, entre las por lo general poco valoradas aportaciones del administrativista Villar Palasí en el campo histórico destaca, en mi opinión, la idea de que la fijación del dominio público sobre un camino derivó de la implantación forzosa en él de la paz del rey; relacionada con el concepto de paz y seguridad generales de los reinos, idea matriz de los fines del poder público de origen aristotélico. “De este modo, el primer antecedente del domino público sobre los caminos obedece al establecimiento de un criterio espacialmente identificable de la paz regia”, dice este autor. Que se apoya en el silogismo planteado por Loyseau en su Traité des seignures, para afirmar que, dado que al Príncipe le competía tanto la guarda del orden público como la representación de las cosas del público, y tales eran los caminos, la seguridad de estos competía al rey[34]. La consagración de esta paz del camino fue una preocupación permanente de la legislación castellana, desde el Fuero Real a la Instrucción de Corregidores de 28 de noviembre de 1648, pasando por la señalada Partida o el Ordenamiento de Alcalá[35].

En cualquier caso, la lectura de las fuentes de la época insinuaba ya una complejidad en la materia caminera resultado de factores de los que, si en su día se había tenido plena conciencia, esta fue mucho menor con el paso del tiempo. Tomás Manuel Fernández de Mesa abrió su conocido tratado de 1755 con una afirmación que, con parecer inocente, en mi opinión no puede tener más enjundia: “Es una Monarquía sin cómodos caminos, una nave sin remos, una ave sin alas, y un cuerpo paralítico, en que no puede correr como conviene el jugo del gobierno, y economía”[36]. Como se advierte, no sólo los caminos quedaban integrados en el espacio que articulaban y se declaraba una conciencia plena de su importancia para procurarle vida y aliento, sino que se hacía manifiesta una identificación completa entre territorio y monarquía, cuya mera enunciación requería una percepción previa, mas o menos consciente, de un proceso por el que rey y reino devenían una única realidad. Este proceso era irrigado por los caminos. En este sentido, Fernández añadía que por ellos “… el juez recibe las órdenes del Superior, y este los informes de sus consultas; y assí puede circular mejor en este compuesto de la República la sangre de las

Riquezas, y los espíritus de la Política”[37]. Las medidas y decisiones emanadas de la autoridad regia, y que hacían patente su soberanía en el terreno político, económico y jurisdiccional, discurrían por los reinos, por el territorio, gracias a los caminos.

Pero este fenómeno no suponía una disposición jerárquica entre los diferentes polos de esta relación, conforme al lugar de procedencia de las decisiones, sino que daba un sentido cohesivo al espacio en que tenía lugar, cuya concreción doctrinal derivaba y estaba asociada a la idea de Corte. Era esta la que significaba jurídicamente al camino, la que garantizaba el acceso de todos al mismo, la que impedía construir en su servidumbre, y la que agravaba la penalidad sobre los delitos cometidos en él; puesto que, en este sentido, la faceta más decididamente protegida en este ámbito jurídico especial era la seguridad, la paz que antes señalaba y que Rafael Gibert llamó “paz especial del camino”[38]. Con esta idea, en definitiva, estaba asimismo relacionado cierto sentido igualitario en lo administrativo, en el que una serie de artificios explícitos o metafóricos, conforme a la mayor o menor cercanía al lugar más continuo de permanencia real, hacían patente la articulación integrada de todo un aparato administrativo cuya homogeneidad emanaba de la persona real. De aquí derivó la fijación posterior de órdenes en la red viaria, encabezada por aquellos que en primer lugar esparcían esta esencia cortesana, según la propia Recopilación[39], los caudales o cabdales, o cabezales o capitales, “por ser cabeza de donde se derivan otros como miembros, o porque dirigen, o guían a lugares, que son cabeza de otros”. Semejante cohesión equitativa se deducía ya del Reportorio de Hugo de Celso, quien definía los caminos caudales y públicos como aquellos que comunicaban una ciudad y otra y debían ser guardados y amparados por la autoridad regia[40].

A este fenómeno de emanación cortesana se asociaban otros, como el poder eminente de la corona sobre los caminos públicos y el monopolio de la jurisdicción sobre los mismos –siempre que no la hubiese transferido en uso de su propia potestad-, manifestada principalmente en la figura de la protección: conocer por medio de las audiencias o jueces territoriales de los delitos perpetrados en ellos, “porque en semejantes delitos se ofende a la magestad, que protege los caminos, y esta parte siempre se entiende reservarsela”[41]. Del mismo modo, los caminos públicos no podrían ser enajenados sin explícita licencia del rey, su apertura o cierre dependía de la conferida por el rey y su Consejo, y de los corregidores dependía vigilar que tal protección era ejercida por los señores, en los caminos bajo su directa jurisdicción[42]. Con todo ello, Ortiz de Zuñiga, abierta ya la senda liberal, afirmaría

Page 39: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 39

en sus conocidos Elementos que “los caminos y canales son los grandes, los importantes medios de fomento de la producción en todos los ramos”, según rezaba el artículo 51 de la real instrucción de 30 de noviembre de 1833[43]. Afirmación impensable sin siglos de previa urdimbre cortesana.

En este contexto, el desplazamiento de las personas reales introducía un factor de excepcionalidad de profundo significado, que daba sentido a todo un código de funcionamiento que no se percibía en toda su extensión, o con tanta claridad, en circunstancias de estabilidad regia. Código insinuado ya en las competencias del Consejo, y que implicaba la episódica significación de la red viaria como cauce mediante el que hallaba expresión el concepto de la Corte, a través del que el territorio quedaba transformado en tal; o, más correctamente, mediante el que se hacía brevemente notoria toda una filosofía de integración mutua. En este sentido, las jornadas reales eran el momento cuándo, y los caminos el vector dónde tan compleja significación se hacía patente. Coyuntura en la que cabía una relevante intervención a los alcaldes de Casa y Corte. Su actuación en estos episodios de movilidad regia fue siendo fijada mediante una serie de documentos regios que fueron fijando el ejercicio de la comisión y, a efectos prácticos, fue recogida en prontuarios que ofrecían a los designados para el cargo una guía para conducirse en ellos.

2. LAS TAREAS PROPIAS DE LOS ALCALDES EN JORNADA.

Buen ejemplo de las disposiciones regias que regulaban la actividad de los alcaldes en jornada fue la “Comisión al alcalde Alderete p[ar]a preuenir y prouer los caminos por donde an de uenir los príncipes de Saboya”, firmada por Felipe III en Valladolid el 23 de julio de 1603. Ante la llegada de sus sobrinos, el rey comisionó al alcalde Alderete la provisión de los mantenimientos, carretas y bestias de guía, y de todo lo necesario para el “buen auiamento” de las personas reales y su comitiva. El alcalde de Casa y Corte era comisionado en este documento no sólo para proveer lo susodicho, sino para “las demás cossas y cassos que ocurrieren y se offreçieren”, frase que refería aquellos ante los que los alcaldes podían y debían aplicar eventualmente su jurisdicción. Así pues, el alcalde, como todos los compañeros que en ocasiones anteriores y sucesivas acompañaron jornadas reales, debía desplazarse con antelación al lugar por donde los príncipes fueran a hollar los reinos castellanos; revisar los caminos y pasos por donde emprender el viaje -que solían coincidir con los caminos reales, mejor cuidados-, ordenar el aderezo o reparación de aquellos que lo necesitasen; y despachar a

los lugares por donde la comitiva hubiese de pasar órdenes estrictas de adquisición de los mantenimientos y demás cosas necesarias para el desarrollo del viaje. Esta actividad era acompañada con la comisión de alguaciles y otros enviados y la remisión de cartas en nombre del rey a las justicias, concejos y personas particulares al efecto de conseguir todo lo que estimasen oportuno para ambas prioridades: el avío de los caminos y la consecución de los abastecimientos. Era ante la amplia variedad de litigios y dificultades que solía generar tan compleja actividad dónde había de hacerse valer la peculiar jurisdicción de los alcaldes de Casa y Corte, pues en esta comisión -como en todas las precedentes y subsiguientes de este tenor-, se les daba poder para conocer en todos los casos civiles y criminales que se suscitasen , “assí entre las personas que uinieren con los d[ic]hos prínçipes como con los uezinos de los d[ic]hos lugares”, y cumplir las resoluciones judiciales que acordasen.

En definitiva, se trataba de que actuasen “según... lo hazen, pueden y deuen hazer residiendo en ella (la corte), de manera que no aya escándalos ni ruydos...”. En los casos que de derecho pudieran hacerse, se concedería la apelación ante el Consejo Real, hecho que muestra hasta qué punto se tendía a reproducir la lógica jurisdiccional propia de la Corte estante. Para ayudarse en esta tarea, los alcaldes se valdrían de dos alguaciles de Casa y Corte, pero así mismo podían nombrar y comisionar todos aquellos alguaciles que estimasen necesarios. La comisión de Alderete se complementaba con la orden a todos los concejos y justicias del reino para que obedeciesen y ejecutasen los mandamientos del alcalde y le otorgasen todo favor y ayuda. La importante función de los alcaldes en este caso venía representada por el uso, que les era concedido por el rey, de la “vara de nuestra justicia por las partes y lugares destos d[ic]hos n[uest]ros reynos por donde fuéredes uos y los d[ic]hos alguaziles...”, hecho que, en definitiva, venía a simbolizar la cualidad cortesana del espacio por el que circularan. Asimismo, se comisionaba a un escribano ante quien pasaran los autos y negocios que surgiesen([44]).

En cuanto a las Prácticas que guiaban el ejercicio ambulante de los alcaldes, y pese a su tardía fecha (1745), las “Advertencias para el exercicio de la plaza de alcalde de Casa y Corte,…”[45], describían pormenorizadamente la tarea de los alcaldes de Casa y Corte en ocasión de una jornada real. Aunque es de creer que en fecha anterior las pautas marcadas en este particular no fuesen tan rígidas como las contenidas en estas Advertencias, el declarado origen histórico de esta fuente tiene mucho valor para fijar, de forma muy aproximada, las funciones de los alcaldes en tales episodios de deambulación real, a las que

consagran uno de sus capítulos más extensos, el 16, titulado “Jornadas de los Reyes o Personas Reales”[46]. Como se advierte desde un principio, y como en su dia traté[47], la preparación de una jornada era ocasión propicia para evidenciar la posición liminar de los alcaldes entre el servicio doméstico del rey y el entorno cortesano en el que se integraba la Casa. De paso, se hacía patente semejante posición por parte de Presidente y Consejo Real. Puesto que, planteada la necesidad de una jornada, el bureo consultaba al rey el alcalde pensado para la ocasión, y, una vez resuelta la consulta, entraba en contacto con el Presidente para que, con escrupuloso respeto de la jerarquía jurisdiccional, este le ordenase acometer las prevenciones necesarias.

A la altura en que el texto fue escrito, se advierte una práctica a la que Quiñones hubo de contribuir, la atribución prioritaria de tales funciones organizativas en la jornada al alcalde decano por parte de bureo y Presidente; dado que era el alcalde más antiguo desde 1636, y a partir de esa fecha ejerció este papel, como señalaré, en repetidas ocasiones. La misma posición se apreciaba al recibir el itinerario del oficial doméstico encargado, valorarlo y, eventualmente, embargar carruajes para uso propio, de su alguacil y escribano, por delegación del asesor del bureo. En este punto, ¿cambió la práctica desde tiempo de Quiñones?. Este no menciona tal fuente de autoridad en la confiscación de carruajes que practicaba durante las jornadas reales, ni que la redujese a su propia necesidad y la de sus oficiales. Al contrario, la menciona repetidamente como una de las funciones más propias de su cargo en tales ocasiones. A partir de ese momento, cuando ya se estimaba oportuno iniciar el viaje, partía el alcalde con los alguaciles y los iba repartiendo por los lugares en los que había sido dividido el camino, con cuidado de mantener la coherencia jurisdiccional. Dado que, al tiempo, las justicias ordinarias recibían encargo de fiscalizar el comportamiento de los alguaciles. El núcleo de las funciones ejercidas por Quiñones, según advertiremos, quedaba condensado, según confirmaban estas Advertencias, en la aportación de los mantenimientos de los que hubiese falta sobre el terreno, y el remedio de aquellos puntos viarios que lo requiriesen, mediante órdenes escritas a los vecinos más próximos y al alguacil que debía dirigirlos[48]. Se observará en el escrito de Quiñones cómo, en su afán por destacar su propio servicio, omitió la tarea de los alguaciles. Concluidas estas labores, cuya imprevisibilidad hacía en muchas ocasiones necesarios los retrocesos en el recorrido, el alcalde llegaba al último tránsito, donde se quedaría con el alguacil y el escribano que le asistía para aquellas eventualidades que surgiesen. De hecho, esta práctica aconsejaba, de ser posible, arribar al extremo de la

Page 40: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

40 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

jornada y retroceder cerciorándose de la buena disposición de todo[49]. A lo dicho cabe añadir, como tarea fundamental del alcalde en la ambulación regia, que una vez aderezados los caminos se prevenían en todo el recorrido, y especialmente en los “malos pasos”, cabalgaduras y tiros de bueyes que ayudasen a superarlos, y reemplazasen a las inservibles o muertas por sobreesfuerzo[50].

Un aspecto interesante, por ilustrar la cualidad unitaria de la Corte, al margen de su mayor o menor estabilidad, es el hecho de que en jornada los alcaldes ejercían semejantes funciones a las realizadas en el perímetro más permanente de las cinco leguas, como se deduce del hecho de que fijaban la postura de los mantenimientos[51], y, a su vez, debían vigilar los abusos de los proveedores de las casas reales. En el mismo sentido, se advierte cómo constituían el contacto físico y móvil de la persona real con el entorno con que contactaba en jornada. Si esta tenía que tomar una barca, o vadear un río, allí estaba el alcalde para facilitar el acceso a la embarcación o el paso del río, y, una vez superado, adelantarse a la necesidad regia conforme avanzaba la jornada; y todo de un modo que tendía a reproducir lo más fielmente posible el estado de cosas propio de la Corte estable, puesto que debía acompañar al rey a su cuarto en cada casa en la que se alojara, “en la misma manera en que se hace en Palacio”[52].

Como se advierte, un azacaneo casi sobrehumano, que da medida fiel de la dureza del conjunto de atribuciones ejercidas por los alcaldes, puesto que, según el mismo escrito, el rey comisionaba su presencia en las jornadas siempre a modo de premio para “sacarles de la penalidad de alcaldes”[53]. Si a ello se añade que, de creer a Quiñones, corrían con sus propios gastos, admira el entusiasmo con que conducían tan penosas comisiones. El mencionado deseo de reproducir la estabilidad cortesana se apreciaba por lo demás en la presencia de un oidor del Consejo y camarista con el séquito real, quedando así prevenido un aparejo portátil que remedaba, adaptado a las circunstancias, el aparato administrativo fijo consagrado a la gestión de la justicia y la gracia reales. Son muchos los detalles contenidos en el referido escrito, que reproduzco en apéndice para mejor ilustración, y que alcanzaban aspectos tan sutiles como la conducta personal del alcalde en el transcurso de la jornada. Dado que se les encarecía no comer con ningún señor, y no tener demasiada gravedad ni llaneza y mostrarse con todos “con gran apacibilidad y estimación”[54].

3. INTERVENCIÓN DE QUIÑONES EN JORNADAS ANTERIORES A SU DESIGNACIÓN COMO ALCALDE.

A juzgar por las sucesivas fases de la carrera del doctor Quiñones, y pese a que su papel se redujo, como he dicho, a un ámbito eminentemente administrativo, cabe deducir que estuvo en el lugar adecuado, y en el momento justo, para atraer la atención regia y de los patrones cortesanos y de esta manera progresar. Aunque su labor se desarrollase en un plano funcional, pero imprescindible para episodios tan sensibles, en el sentido político, ceremonial, representativo, etc., como las jornadas reales. Como alcalde mayor en El Escorial, con funciones adicionales de juez de Obras y Bosques, plazas que desempeñó en una primera etapa entre 1614 y 1617, recibió comisión real, el 20 de septiembre de 1614 para aderezar el puerto de la Fuenfría y los caminos de su término, durante el desplazamiento regio a Lerma con ocasión de uno de los eventos festivos que el favorito acostumbraba organizar[55]. Su intervención fue especialmente destacada al regreso de la comitiva regia, en noviembre, pues las condiciones climatológicas dificultaron en extremo el paso de los puertos, que sólo pudieron superar gracias a la labor de Quiñones. Esta primera oportunidad de sobresalir continuó con ocasión de la jornada de las entregas, en 1615, cuando recibió el encargo, por vía del sercretario Bernabé de Vivanco, el 28 de mayo, de hacer las prevenciones camineras que fuesen necesarias en el puerto de Guadarrama. Quiñones no se limitó a este aspecto, sino que, a instancia de Lerma, organizó “danzas, chirimías, trompetas y atambores, y dí refresco a todos los que pasaron y que venían sirviendo a V. Magestad”[56]. Era muy propia del ambiente inducido por Lerma tal dimensión ceremonial y festiva, complementaria a los apercibimientos de intendencia, y Quiñones supo explotar su margen de intervención en beneficio propio; por mucho que, cumplida esta primera fase de tres años en El Escorial, entre nuevas intervenciones para facilitar el paso del rey a Valsaín y Segovia, se viera brevemente relegado a la plaza de alcalde mayor de Huete, para regresar a serlo en El Escorial entre 1619 y 1622[57].

3.1. Acompañamiento del príncipe de Gales entre Madrid y Santander.

La designación del doctor Juan de Quiñones como teniente de corregidor de Madrid, en 1622, intensificó su contacto con la corte. Su presencia en la villa, su sintonía con el equipo político que acompañó el acceso de Felipe IV al trono y la señalada eficacia previamente demostrada en la preparación de jornadas reales le permitió ser designado para acompañar el regreso del Príncipe de Gales desde Madrid a Santander,

tras su frustrado viaje diplomático a la Corte hispana. En aquella ocasión –a juzgar por su propio testimonio- no sólo hizo la temida cuesta de Pie de Concha santanderina perfectamente transitable para los coches que formaban la comitiva, sino que, para pasar el valle de Cayón, donde se había caído el puente de paso, dividió el río en cuatro brazos, al efecto de disminuir la fuerza del caudal, y hacerlo franco. Con esta nueva demostración, y aunque no estaba entre las funciones propias de un teniente de corregidor de Madrid, Quiñones se convirtió en referencia indiscutible para acompañar los siempre complejos tránsitos reales, en los que se hacía manifiesta la gran desproporción entre la magnitud del desplazamiento, en volumen y boato, y la capacidad de absorción de la red viaria. De manera inmediata llegaron noticias a la Corte no sólo de la gran eficacia mostrada por Quiñones, sino testimonios que alimentaban algo tan valorado en la sociedad politica del momento como la propia fama, al conocerse que había salvado a una criatura de corta edad tras un grave accidente pirotécnico[58]. Nótese que los corresponsales cortesanos que se hacían eco de su labor atribuían la buena organización de la jornada a Quiñones, y no a los alcaldes específicamente comisionados.

Esta fue característica propia de esta jornada, la división entre varios ministros de funciones ejercidas con anterioridad por uno sólo. Del carruaje se responsabilizó al licenciado don Luis de Paredes, alcalde de Casa y Corte; la preparación de los caminos y puentes, como he señalado, correspondió al doctor don Juan de Quiñones, teniente de corregidor de Madrid, y la provisión de bastimentos a otro alcalde de Casa y Corte, el licenciado don Diego Francos de Garnica[59]. Almansa y Mendoza mencionó a los tres, junto con el conde de Barajas, como responsables de la complicada maniobra de carga de las naves en que regresaba el príncipe de Gales con un impresionante matalotaje que, en rigor, implicaba dar continuación marina a las estrictas obligaciones de abastecimiento conferidas usualmente a los alcaldes de Casa y Corte. En esta tesitura, también se apreció la reproducción del modo de funcionamiento de la corte estante, porque el alcalde y su ocasional asistente, conforme a su posición fronteriza entre la Casa y la Corte, procuraban al guardamangier los abastecimientos que a continuación distribuía, en su calidad de responsable de la oficina palaciega en la que se recibían todas las provisiones aportadas por el comprador para el servicio de Palacio[60].

Desde su mismo inicio, esta jornada, aunque no correspondiera a una persona real hispana, tuvo interés por el cuidado que presidió su organización, a consecuencia de la importancia que iban alcanzando –este en especial- estos episodios de deambulación de

Page 41: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 41

personas reales. En realidad, la pulcra división de funciones entre diferentes ministros que he señalado, en una responsabilidad que hasta entonces venía monopolizando el alcalde de Casa y Corte usualmente designado, indicaba el volumen y complejidad creciente de las jornadas, acorde con su significación política. Se hizo necesaria una división temática en tareas desempeñadas hasta ese momento por un solo ministro.

3.2. Encargado del aparejo de caminos durante la jornada real de Andalucía (1624).

La eficacia con que Quiñones condujo el encargo se tradujo en nueva comisión, el 31 de enero de 1624, para acompañar la jornada real a Andalucía, durante la cual acumuló méritos insoslayables para ser posteriormente promovido a la plaza de alcalde de Casa y Corte: “… previne muchos vastimentos, reparé los caminos, abrí los montes por algunas partes, para que diessen passo; fabriqué puentes en los ríos de nuevo, y reparé las antiguas…”[61]. Esta jornada fue concebida por el flamante valido, Gaspar de Guzmán, a modo de demostración pública de su instalación en la gracia real, como señala el hecho de que cada entrada en las ciudades más importantes del recorrido contaba con su presencia en el estribo del coche real, en su señera calidad de caballerizo mayor, a la que sumaba la de sumiller de corps[62]. De la relación que Herrera y Sotomayor hizo de este viaje cabe deducir que fue concebido, asimismo, para hacer patente el conglomerado familiar integrado por la persona real y la nobleza, algunos de cuyos más señalados representantes formaban parte del servicio regio. Además, los nobles locales no desplazados con el rey, pero por cuyos señoríos discurría la jornada, no perdieron ocasión de hacer patente la mencionada comunidad mediante regalos y ceremonias[63]. Asimismo, la jornada sirvió de divulgación práctica ante el pueblo castellano de los valores en gran medida propagandísticos que acompañaban el acceso de Olivares al poder, como la política de reformación, que influyó en una severa limitación de los fastos de recepción de la persona real a lo largo del recorrido[64]. Al margen de la simultánea negociación sobre el terreno de subsidios y aportaciones económicas para la corona.

Desde su misma concepción, se advirtió cómo esta materia de las jornadas era propicia para un aprendizaje permanente por parte de las oficinas cortesanas, en el que cada práctica previamente ensayada con éxito pasaba a formar parte de la concepción teórica de la siguiente. Así, en esta ocasión andaluza, se repitió la referida división de funciones: apareció nuevamente el doctor Juan de Quiñones como encargado de la

preparación de los caminos, mientras el alcalde de Casa y Corte especialmente comisionado para la aportación de abastos fue el licenciado don Miguel de Cárdenas y Chincoya. Ambos formarían, con el licenciado Garci Pérez de Araciel, oidor del Consejo Real y camarista[65], los integrantes de un aparejo de gestión móvil de la gracia y la justicia, entre los cortesanos desplazados y en aquellos lugares por los que discurría el viaje real. A juzgar por el número de cortesanos y domésticos presentes en el viaje[66], este no era poco trabajo, como desde un principio se advirtió.

Quiñones anduvo muy ocupado desde el mismo comienzo de la jornada. Iniciada el 8 de febrero de 1624, el clima invernal propició muy severas dificultades en el desplazamiento, cuyas etapas cercanas a Madrid fueron intencionadamente largas, como solía acontecer cuando el viaje tenía muy lejano lugar de destino. Así, la primera noche se durmió en Aranjuez, a siete leguas del origen, y la segunda en Tembleque, ocho más allá. Pero los problemas se dieron ya en esas etapas iniciales, como testimonió la pluma de Francisco de Quevedo, presente en la Jornada. Antes de llegar a Aranjuez, «… Volcóse el coche del Almirante (ibamos en él seis); descalabróse don Enrique Enríquez; yo salí por el zaquizamí del coche, asiéndome uno de las quijadas; y otro me decía: “Don Francisco, déme la mano” y yo le decía: “Don Fulano, déme el pié”. Salí de juicio y del coche. Hallé al cochero hecho santiguador de caminos, diciendo no le había sucedido tal en su vida; yo le dije: “Vuesamerced lo ha volcado tan bien, que parece que lo ha hecho muchas veces”…». La agudeza del escritor y circunstancia tan propicia para situaciones inusitadas o incluso esperpénticas como era una jornada se dieron la mano en esta carta, fechada en Andújar el 17 de febrero, y dirigida al marqués de Velada[67]. En Aranjuez le esperaban a don Enrique y a Quevedo “… dos obleas por colchones, y sin almohadas. Dormí con pié de amigo; soñé la cama, tal era ella”. El rey pernoctó en su posesión de la Torre de Juan Abad del 13 al 14 de febrero[68], pero cabe especular si la parada estuvo influída por las graves dificultades viarias motivadas por la adversa climatología, dado que, como señala Herrera, la legua que había desde Cózar a la Torre estaba entonces “tan llena de pantanos, que se sembró de coches, azémilas y carros, que tardaron hasta la mañana en acabar de salir dentre los barros, y gran nieve que les sobrevino”[69]. Los desvelos que esta situación causó al alcalde comisionado se advierten en la aguda frase del autor conceptista: “Era de ver a don Miguel de Cárdenas con un hacha de paja en las manos, hecho cometa barbinegro, andar por los caminos como alcalde en pena, dando gritos”[70].

Esta clase de penalidades sería una constante a lo largo del viaje, y pondría a prueba el temple y las dotes organizativas del alcalde y el teniente de corregidor. Todas las fuentes coinciden en ponderar las dificultades padecidas en las cercanías de Linares, donde el rey durmió del 15 al 16 de febrero, tras recorrer nueve leguas desde Santisteban, por siete de su acompañamiento, a causa de la imposibilidad de su carruaje para vadear el río Guadalimar. Herrera afirma que “… fue la tarde de mucho ayre, y cerró la noche con agua y escuridad grandíssima en una cuesta, donde ni un hacha permitía el viento, ni el barro esperança de proseguir con el passo q se acabava de dar”[71]. El carruaje del rey consiguió superar la cuesta a duras penas, y llegaron con él a Linares quienes pudieron seguirle a caballo, pero otros muchos carros, coches y acémilas quedaron atrapados, entre cabalgaduras muertas por el esfuerzo, tanto de tiro como de carga, “… y huvo menester la gente todo otro día y mucha ayuda para cobrarse”. Entre los coches atrapados estuvo el de don Enrique Enríquez y Francisco de Quevedo, quien declaraba en la referida carta que “en anocheciendo, en una cuesta que tienen los de Linares para cazar acémilas y coches, nos quedamos atollados… No había remedio de salir: determinámonos de dormir en el coche. Estaba la cuesta toda llena de hogueras y hachones de paja, que habían puesto fuego a los olivares del lugar. Oíanse lamentos de arrieros en pena, azotes y gritos de cocheros, maldiciones de caminantes … Parecía un purgatorio de poquito”[72]. Pese a que Quiñones se atribuyó en su memorial autobiográfico el mérito de haber salvado aquella noche a los caminantes, recuerdo seguramente magnificado por la distorsión del tiempo, y sobre todo por haber sufrido muy en propia carne las consecuencias de la infernal climatología[73], lo cierto es que Quevedo omitió su responsabilidad en ello; que en su caso atribuyó al Almirante de Castilla, gentilhombre de la Cámara, quien envió en su rescate tras cuatro horas atascados.

La implicación directa de los comisionados regios en la provisión de abastos, que, en definitiva, era el rasgo de las jornadas más depredador para el entorno. se percibió con toda claridad a la llegada a Medina Sidonia, ciudad que, en palabras de Deleito y Piñuela, “tuvo el oneroso privilegio de sufrir entonces gran parte de la carga que representaba el viaje real”[74]. En ella Cárdenas se portó con una rigidez que evocaba la figura del yantar y conducho medieval, el tributo que debían pagar, en metálico o especie, los pueblos que acogían a la persona real. Ya durante la permanencia de Felipe IV en Cádiz, había tocado a la ciudad aportar 100 gallinas, 2.000 huevos, 60 pares de perdices y conejos, 30 arrobas de carbón, 20 cabritos, 100 fanegas de cebada y 50 camas; en cuya satisfacción, que sólo pudo

Page 42: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

42 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

ser parcial, se hizo manifiesta la intervención de la autoridad municipal en estos episodios ambulantes, en la que luego insistiré. Al concejo correspondió el traslado de las vituallas a Cádiz, y, en demostración por lo demás de que los ámbitos respectivos de intervención no eran exclusivos ni excluyentes, el alcalde Cardenas llegó a Medina el 21 de marzo con aviso de la pronta llegada del rey y la necesidad pareja y urgente de preparar los caminos para ella. El alojamiento real quedaría fijado en la vivienda de la viuda de don Cristóbal Basili, antiguo corregidor, en la que fue necesario emplear tablas y lienzos al efecto de aislar cámaras para la permanencia regia. La huella viaria que conllevaban las jornadas reales quedó de manifiesto con la compra de dos casas al único efecto de ser inmediatamente derruidas, para permitir el paso de la carroza real[75].

La diferencia entre el propio recuerdo de Quiñones (dirigido, no se olvide, a la obtención de la recompensa real) y el juicio ajeno vuelve a apreciarse en la descripción de las dificultades vividas a la hora de abrir camino entre Tarifa y Málaga, una vez superadas las fases sevillana y gaditana de la jornada. En su memorial el teniente declaraba haber asistido día y noche con mucha gente para abrir camino nuevo, “…cortando las espesas matas, y derrivando al suelo árboles silvestres para q le diessen; rompí las peñas del arroyo de los Gaudamaziles (impedimento principal para el passo) con almadenas, y otros instrumentos que hize traer de Gibraltar, maestros y oficiales que conduxe…”[76]. Las prevenciones incluyeron la construcción de un puente en las cercanías de Málaga, a decir de Quiñones en plazo tan breve como un día. Pero esta visión idealizada contrasta fuertemente con el relato de Herrera, quien, con estrecha cercanía temporal a los hechos, redujo la labor del alcalde Cárdenas y el teniente Quiñones a simple diligencia sin efecto[77]. Pero ambos hallaron un inesperado aliado en el deseo real de mostrarse resolutivo ante su pueblo, durante esta su primera jornada de entidad como monarca, “… ofreciendo a los tiempos venideros –en palabras de Herrera-, ya no esperanças, sino seguridades,…”[78]. El ansia regia hizo pasajero lo intransitable. Quizá el juicio más ecuánime sobre la verdadera entidad de la labor de Quiñones en el curso de la jornada quepa deducirlo del hecho de que Céspedes y Meneses omitiera en su Historia de Felipe IV el nombre del alcalde comisionado, y no así el del teniente de corregidor de Madrid[79]. Durante esta fase de la jornada, pese a que no gozaba de título formal, y de acuerdo con la efectiva confusión de funciones con el licenciado Cárdenas y Chincoya que impuso el desarrollo de la jornada, Quiñones ya se desempeñó a manera de alcalde de Casa y Corte, puesto que tuvo capacidad de maherir

prestaciones personales por parte de la población circunvecina, según lo iban requiriendo las necesidades de la ambulación regia. Para vencer la temida cuesta de Fuengirola, los carros y bagajes fueron tirados con maromas por los vecinos de Alhaurín[80]. Bienes e incluso la vida de un arriero se perdieron entonces en los muchos malos pasos, confundidos en algún caso con el propio mar.

Desde Granada, de regreso ya a la meseta, Quiñones continuó consagrado al aderezo de los caminos, del que se conserva noticia en lugares del recorrido. Es el caso de Jaén, cuyo archivo municipal custodia documentación que evidencia cómo la prevención caminera era la primera actuación imperativa asociada al paso regio, en la que se daba un estrecho contacto entre el comisario real –en este caso Quiñones- y las diferentes autoridades municipales, de cuyos recursos dependía el pago de las obras necesarias. Aunque Felipe IV pernoctó en la ciudad del 11 al 12 de abril, ya desde el 22 de febrero se trataba en el concejo giennense de tal tipo de actuaciones, ante unos memoriales, seguramente elaborados por Quiñones, tocantes a los reparos que convenía hacer en los caminos por los que debía venir el rey desde Granada, así como en las entradas, puertas, calles y fuentes de la ciudad. Cuyos gastos serían cargados sobre la venta de 3.000 fanegas de trigo del pósito municipal, y cuya ejecución se dividiría entre los distintos integrantes del concejo. En esta última, se observa cómo operaba cierta cadena de subdelegación de funciones, nacida en el comisario regio, mediada por el municipio de mayor entidad que recibía la comunicación real y finalizada en otros lugares de su perímetro de menor importancia y situados en la ruta regia. De esta manera, Jaén dirigió instrucciones a las villas de Campillo de Arenas, Pegalajar y La Mancha, al efecto de que yuntas de bueyes allanasen y repasasen los caminos, y el paso de los coches fuese seguro. En el curso de estos preparativos, una semana después, en concejo se estimaba necesario realizar un repartimiento de 10.000 mrs. entre los distintos lugares de la tierra de Jaén, incluido La Guardia, pero finalmente no fue necesario tomar esta medida, pues sobró con la venta del trigo del pósito[81].

El 3 de abril, Miércoles Santo, esto es, el mismo día que Felipe IV entró en Granada, fue leído en el concejo giennense el aviso de la próxima llegada del rey, para culminar la organización de la acogida. En cuanto a abastecimientos, se trajeron de Los Villares y otros lugares 30 vacas, y se dedicaron 400 ducados a la compra de cera, leña y carbón[82]. Pero, nuevamente, el grueso de las prevenciones se centró en el arreglo de los caminos, y el 7 de abril se asentaba en el libro de acuerdos correspondiente carta del doctor Juan de

Quiñones que evidenciaba su alta función coordinadora en este campo. Aunque la carta ya fue publicada por Ortega y Sagrista, su elocuencia a los efectos aquí perseguidos recomienda su transcripción:

“Su Majestad, que Dios guarde, viene con toda prisa a la ciudad de Jaén, de la de Granada, y me mandó saliese a aderezar los caminos. Y entiendo que el martes o el miércoles saldrán (de Granada), y ansí quedo aderezando los caminos que tocan a Cambil y Pegalajar, a donde duermo esta noche. Y certifico a v. md. que son harto malos y v. md. se sirva mandar que por parte de esa ciudad se aderecen los que van y le tocan por este camino de Granada, y el camino que sale de esa ciudad a Baeza, y que haya bastimentos necesarios. Cumplo con avisar a v. md. y de este aviso quede un tanto en poder de mi secretario. Guarde Nuestro Señor a v. md. muchos años. Pegalajar y abril a 6 de 1624. Doctor Joan de Quiñones”[83]

Sin duda, el nuevo aviso aceleró los trámites iniciados por el concejo, y en el mismo cabildo se decidió pagar a Jusepe de Torres 24 reales a cuenta de los viajes que hacía y debía continuar como cochero “para ver los caminos por dónde ha de venir Su Majestad, y volver de aquí a Baeza porque se reparen aprisa,…”, así como una ayuda de costa a los jornaleros que habían contribuido a reparar los caminos. La satisfacción de ambos pagos correspondería a Lucas Serrano de la Cueva, en su calidad de jurado comisionado. A su vez, su manutención en pan, queso y vino correspondería a otro de los comisionados, don Fernando de Vera[84], pero a ninguno de ellos le correspondería la satisfacción de su jornal. Hecho relevante, porque su pago por vecinos especieros y taberneros indicaba que la preparación y financiación de los detalles más apegados al terreno del desplazamiento real excedía a las autoridades regias e incumbía también al común de los pueblos y ciudades por los que discurría la jornada, en metáfora de la identificación comunitaria con la corona perseguida en estos desplazamientos. Además de lo dicho, los taberneros deberían aportar pan, queso y vino para surtir abundantemente cuatro ventorrillos dispuestos cada media legua entre La Mancha y Jaén para el avituallamiento ambulante de la comitiva regia, si bien serían pagados por el concejo con cargo a las citadas fanegas de trigo. La finalidad de estos puntos de abastecimiento era “dar refresco a litereros, cocheros y mozos de mulas en la venida de S.M.”[85].

Los gastos ocasionados por la reparación de los caminos al menos dejaban un beneficio mínimamente perdurable (proporcionado a su calidad) a los lugares que acogían la itinerancia regia. Pero hubo

Page 43: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 43

otras muchas partidas que, pese al declarado deseo de Felipe IV de evitar “fiestas de libreas, recibimientos, entradas ni otra alguna demostración que pudiese dar ocasión a cuidado o gasto”[86] y la mencionada relación familiar en que pretendía inscribirse toda jornada real, debieron ser tomadas por aquellos como algo muy cercano a la exacción. Aunque la celeridad regia en el retorno a Madrid dejó sin gastar la mayor parte del presupuesto previamente consignado, correspondió a la ciudad de Jaén el pago de 1.080 reales para diferentes oficiales reales, divididos de la siguiente manera: 132 para los ujieres de Su Majestad, 100 para los porteros de Cámara, otros tantos para los porteros de cadena y los escuderos de pie, 132 para los mozos de retrete y 400 para las tres guardias de Su Majestad, al margen de los 116 que se dedicaron a la limpieza de la fuente de la Magdalena y la compra de cántaros para calmar la sed de los cortesanos[87]. En el cabildo municipal de 15 de abril se trató de las consecuencias del viaje real, y el concejo apreció que consistían en “conferencias acerca de la concesión presente de millones y arbitrios”, a las que no podían excusarse los miembros del cabildo[88]. Por lo menos en el caso de Santisteban del Puerto, donde el rey durmió tanto a la ida (el 14 de febrero) como a la vuelta (el 13 de abril), -hecho que significó a la población en el conjunto del viaje junto con Madridejos, y que propició cumplida referencia en la documentación de su archivo-, el rédito político que el conde de Santisteban podía sacar del regalo real motivó que corriese con todos los gastos causados por el alojamiento del monarca[89]. Muy distinta había sido la sensación dejada en Medina Sidonia por el paso de la comitiva regia, que obligó a su concejo a afrontar el pago de la exorbitante suma de 137.980 mrs.[90].

4. La designación de Quiñones como alcalde de Casa y Corte y la continuidad del modelo previo de organización de jornadas.

Pese a que Quiñones todavía no era formalmente alcalde, su tarea en las jornadas previas no sólo sentó el canon al que a partir de entonces se atuvieron los alcaldes de Casa y Corte durante los desplazamientos regios, sino que le abrió las puertas del título para el oficio. Sin duda, la gran competencia mostrada durante la jornada andaluza influyó poderosamente en su designación como alcalde de Casa y Corte, y no sólo eso, sino que orientó ya para siempre una porción muy significativa, si no mayoritaria, de su futura tarea como alcalde; desmintiendo así –como he aludido- la supeditación de las comisiones entre la tarea de los alcaldes, implícitamente declarada por Núñez de Castro. Plaza en la que su bautismo no fue tedioso, dado que fue comisionado a Jerez de la Frontera, con ocasión del ataque inglés a Cádiz, “para acudir a lo que fuesse

necessario”, según contenía la comisión recibida el 10 de noviembre de 1625. Es más, parece que el urgente despacho del titulo, en plaza supernumeraria, estaba destinado a dar cobertura legal a una potencial actuación para la que la labor previa de Quiñones –no sólo la estríctamente ceñida a las prevenciones camineras- constituía un aval.

Parece que su reciente labor en el viaje andaluz le convertía en idóneo para ser enviado a Cádiz, pero, al margen de ello, ¿fue la confianza trabada con el cortejo inglés del príncipe de Gales en 1623 un grado ante las eventuales negociaciones derivadas de la hostilidad inglesa hacia Cádiz?. No debemos descartarlo, como indica el hecho de que fue la comisión la que dio impulso al título, y no al contrario. Indicio, por lo demás, de la flexibilidad que las circunstancias imponían al ejercicio administrativo canalizado por instituciones. Interesaba solventar un problema específico, diferentes circunstancias hacían pensar en un individuo concreto, y sólo después se legalizaba su inminente tarea mediante el consabido título. Podría aducirse que, como indica el propio caso de Quiñones, previamente había ejecutado órdenes directas del rey por vía comisional, pero en este caso la entidad del negocio recomendaba el aporte suplementario de la potestad jurisdiccional representada por la vara de alcalde, y, en todo caso, ello fue posterior a la referida sucesión de hechos. Parece, incluso, que Quiñones partió sin haber recibido en mano la referida comisión. El 8 de noviembre de 1625 el presidente de Castilla comunicaba al secretario don Juan de Contreras:

“Su Md. ha hecho m[e]r[ce]d al d[oct]or don Juº de Quiñones de offiçio de al[ca]lde de su R[ea]l Casa y Corte. Harásele luego a la hora el título porq. mañana ha de partir a un neg[oci]o precisso del serv[ici]o de Su M[ajesta]d. La Divina g[uar]de a v.m. como desseo. De casa a 8 de novi[embr]e 1625”[91].

Por lo demás, el hecho de que el título fuese para plaza supernumeraria indica que la prioridad en el proceso de designación de Quiñones era solventar un episodio concreto de aguda gravedad para el que previamente había mostrado suficiencia, como lo haría a partir de entonces en repetidas ocasiones[92]. En cuanto al desarrollo de esta su primera tarea como alcalde de Casa y Corte, sometido a las órdenes del duque de Medina Sidonia, este le encargó el socorro de trigo para Cádiz, y previno carros y bagajes para sacar la plata de la flota de Indias recién arribada, lo que finalmente no fue necesario[93]. En realidad, los ingleses habían abandonado Cádiz la víspera de la decisión regia de designarle alcalde, pero todavía estaban cerca en el momento en que Quiñones se desplazó hacia Jerez[94]. Como reconocimiento de su labor

recibió del Duque carta de favor ante el rey, que este entregó a don Luis de Haro, gentilhombre de su Cámara y caballerizo mayor del Príncipe, con el encargo de que la presentase en adelante[95].

Antes de aludir a las jornadas que en adelante, ya como alcalde, ocuparon al doctor Quiñones, es necesario subrayar un hecho significativo. Compartió con compañeros como el licenciado Cárdenas y Chincoya o el licenciado López Bravo, llegados también por entonces a la plaza, el pasado servicio como jueces de Obras y Bosques. De manera que, como he señalado, cabe deducir tal perfil como adecuado para la promoción a la plaza de alcalde, si se considera su responsabilidad logística en las jornadas regias, de las que los frecuentes desplazamientos de las personas reales entre los sitios reales cercanos a Madrid constituían reproducción a escala. El título de alcalde de Casa y Corte contenía una esencia jurisdiccional, que por coherencia tendía a su vez a ser conferida a aquellos oficiales que desempeñasen eventualmente, en el ejercicio de sus funciones, una posición semejante a los mismos, como eran los jueces de Obras y Bosques. Estos en definitiva materializaban una restricción, tanto espacial como en razón de la materia de la jurisdicción que in extenso ejercian los alcaldes de Casa y Corte, y también se desempeñaban en muchas ocasiones por comisión, especialmente al contribuir a la organización de los mencionados traslados. Por lo que no sólo era lógico añadir título de alcalde de Casa y Corte a un juez de Obras y Bosques, sino que, mutatis mutandis, estos eran cantera prioritaria para ejercer cierto tipo de comisiones propias del primer oficio como la organización de jornadas regias. Se aprecia cómo, en el caso de la jornada de 1624, ejercieron funciones mutuamente complementarias dos antiguos jueces de Obras y Bosques: el licenciado don Miguel de Cárdenas y Chincoya, alcalde de Casa y Corte, y el doctor Juan de Quiñones, quien no tardaría en serlo, y que coincidieron en la villa del Escorial (donde el último fue alcalde mayor), hecho que debió ayudar a la presencia de ambos en la citada jornada.

El licenciado Cárdenas, antiguo oidor de la chancillería de Valladolid[96], y juez de Obras y Bosques, recibió título de alcalde de Casa y Corte el 20 de abril de 1615, en unos términos que confirman lo apuntado: “… es n[uest]ra merced q agora y de aquí adelante por el t[iem]po q n[uest]ra uolvntad fuere seais alcalde de n[uest]ra Casa y Corte y Rastro con retençión del d[ic]ho oficio de juez de Obras y Bosques sin que os ocupéis en negoçios çiuiles y criminales tocantes al d[ic]ho cargo de alcalde sino sólam[en]te en las cosas del d[ic]ho oficio de juez de Obras y Bosques, porq. mejor atendáis a ellas, y estéis desenbaraçado p[ar]a otras cosas q se

Page 44: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

44 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

ofreçieren de n[uest]ro seru[ici]o…”. Hecho curioso, comprensible sólo en las coordenadas jurisdiccionales del Antiguo Regimen, este de conferir un título y restringir inmediatamente en su contenido una parte muy significativa de las atribuciones propias del cargo para el que era librado; lo que abunda en el hecho de que lo perseguido era el aporte suplementario de autoridad significado por la plaza de alcalde. A su vez, Cárdenas tendría obligación de residir en El Escorial mientras el rey permaneciese en San Lorenzo[97]. La documentación de Obras y Bosques indica que ocupó el lugar del licenciado Silva de Torres, y que su primera tarea fue ejecutar las provisiones y cédulas de Felipe II para la guarda de la caza, pesca, leña y hierba de El Pardo y la Casa de Campo. Entre 1617 y 1618 se ocupó en renovar el amojonamiento del monte de El Pardo. Ya en tiempo de Felipe IV fue exonerado de sus responsabilidades como juez de Obras y Bosques, siendo formalmente designado el 19 de febrero de 1622para “la plaza de alcalde de la d[ic]ha n[uest]ra Casa y Q[or]te que ha de ser supernumeraria”[98], siendole respetada la antigüedad como alcalde derivada de su título original. Este hecho originó la reacción inmediata de sus compañeros, los licenciados Sebastián de Carvajal, Pedro Fernández de Mansilla, Diego Francos de Garnica y Francisco de Valcárcel, quienes adujeron, para no ver mermados sus derechos, que Cárdenas había recibido el título “sólo para honor”, y que en poco tiempo sería el más antiguo de la Sala sin haber tenido experiencia efectiva. Pero su queja no fue atendida[99].

La estrecha dependencia mutua entre ambos oficios, alcalde de Casa y Corte y juez de Obras y Bosques[100], se hizo nuevamente manifiesta en el hecho de que el licenciado Mateo López Bravo también recibió título como alcalde de Casa y Corte, el 26 de septiembre de 1623, con retención del cargo de juez de Obras y Bosques, del mismo modo que lo había tenido Cárdenas y Chincoya. Pero con una peculiaridad llamativa, que evidenciaba el deseo de poner coto a las distorsiones propias de la confusión entre ambas plazas (manifestadas con la promoción efectiva de Cárdenas), y dirigida a proteger los derechos de sus compañeros de asiento: no ganaría antigüedad con los licenciados Rodrigo de Cabrera y don Antonio Chumacero de Sotomayor, aunque jurasen después de López Bravo, ni con los alcaldes que fuesen designados en adelante[101].

Volviendo a la trayectoria del doctor Quiñones, superada la agitada y urgente comisión inicial, que propició su nombramiento, las sucesivas retomaron los caracteres de aprovisionamiento y preparación de los caminos en los desplazamientos reales que anteriormente

desempeñara, sin ser todavía formalmente alcalde. De manera que estuvo presente en la jornada real a Aragón y Cataluña de 1626, y en la de 1632 a los tres reinos de la corona de Aragón[102], durante la cual sus tareas pasaron por reparar un puente sobre el Júcar en las cercanías de Talayuelas, y construir otro junto a la localidad manchega de Cabeza, dado que el inicialmente reparado no superó la prueba de carga dispuesta por el propio alcalde. En su construcción Quiñones también recurrió a la figura del maherimiento. Seguidamente, prestó sus servicios a la princesa Margarita de Saboya, duquesa de Mantua, y hermana del príncipe Filiberto de Saboya, cuando pasó por Castilla para ejercer como virreina de Portugal, por comisión recibida el 14 de octubre de 1634. Lo hizo desde la misma raya de Aragón y hasta Badajoz, cuando partió hacia Portugal, por otra de 27 de noviembre[103]. Se advirtió, una vez más, hasta qué punto eran imprescindible la adecuada preparación caminera y de avituallamiento, dependiente en este caso de Quiñones, para el éxito de la vertiente festiva y ceremonial de una jornada, como dos manifestaciones complementarias de un único hecho. Con propósito de regalar a la Princesa, Felipe IV dispuso con gran cuidado su acompañamiento. Ordenó al conde de Santa Coloma que la sirviese hasta Madrid, en lo que gastó de su propia hacienda más de 20.000 ducados, y envió con el mismo propósito a don Juan de Rivera y Vargas, caballero de la Orden de Santiago y mayordomo del príncipe Filiberto. Sabido que doña Margarita había alcanzado Zaragoza, el rey mandó al conde de Ricla con carta propia al efecto de saludarla, hecho que se produjo en Torija. De acuerdo con la aludida complementariedad, y conforme al creible testimonio del noticiero Jerónimo Gascón de Torquemada, servidor de la Princesa y sus familiares, aunque llegaron muy tarde a Torija, “… le ospedó y regaló el Conde de Santa Coloma de manera que parece imposible en lugar tan corto y en tan breve tiempo, poderle dar la cena que le dio. Pero el Alcalde Don Juan de Quiñones tuvo tanta provisión en todos los lugares, que no podía ser más si el Rey y la Reyna pasaran por ellos”[104]. Quiñones se aseguró del completo cumplimiento del deseo real sobre el terreno, previniendo el acompañamiento de seis alguaciles de Casa y Corte, complementados por cuatro aposentadores de camino, hasta que la comitiva fue recibida a legua y media de Madrid por el Conde Duque y los grandes, quienes acompañaron a la Princesa ante Felipe IV en el Buen Retiro.

Más importancia estratégica, ante el escenario bélico que no tardaría en abrirse, tuvo la labor desempeñada en 1637, con ocasión de los que Quiñones llamaba en su texto “los primeros alborotos de Portugal”, ante los que recibió comisión, el 24 de noviembre de ese año, para prevenir todo lo

necesario en cuanto a aprovisionamiento y prevenciones viarias hasta Badajoz. Durante esta comisión reparó un puente sobre el río Guadarrama, junto a Los Molinos, y otro junto a Talavera[105]. A partir del año siguiente, su presencia en las jornadas mencionadas en su escrito hasta la fecha en que lo concluyó, 1643, volvió a consistir en el servicio ambulante directo a dignatarios y personas reales: el duque de Módena en 1638, a quien acompañó desde y hasta la raya de Aragón, por comisión firmada el 6 de septiembre, y el propio rey en 1642, cuando se desplazó hacia Valencia. En el curso de esta última dislocación hubo de resolver un problema viario que ya le diera quebraderos de cabeza en la jornada real a Aragón de 1632, el aderezo de la denominada cuesta del Pajazo. En esta ocasión, el rey rectificó súbitamente su decisión de ir a Valencia, y desde Cuenca ordenó abrir camino hacia Molina de Aragón, “… y con ser nuevo el que se hizo, y por partes que jamás avían passado coches, rompiendo dificultades, se rompieron peñas, cortaron árboles, y allanaron montes…”[106]. Quedaba aquí compendiado el desvelo y sacrificio caminero de los alcaldes de Casa y Corte, cuyo sentido cortesano, como se ha tratado, transcendía la mera urgencia administrativa de acometer una obra pública.

* * *

De todo lo antedicho se pueden deducir varias cuestiones, al trasluz del servicio caminero de Quiñones, insinuadas desde sus años iniciales de servicio y que en adelante no le abandonarían. Caso de la doble dimensión administrativa y política que se concitaba durante la celebración de las jornadas del monarca u otras personas reales, episodios eventuales para los que era emitida la correspondiente comisión. Por un lado, la paulatina definición, a una altura tan temprana y al socaire de la organización de tales desplazamientos, de un ámbito administrativo con todos los rasgos del fomento, por la que, con tal de posibilitar la libertad de movimiento del rey y su séquito, los alcaldes devenían a un tiempo en auténticos ingenieros de caminos, canales y puertos, capataces, maestros de obras, etc. Ejemplificaban así el desarrollo de una habilidad concreta cobijada e incentivada por cierta función cortesana, como hacían -salvando las obligadas distancias- los aposentadores de Palacio que actuaban al tiempo como arquitectos (Juan de Herrera) o pintores (Diego de Velázquez). Por otro lado, el partido de promoción personal que cabía sacar de la implicación en la organización de tales viajes. En este sentido, dado su destino original de asiento como alcalde mayor de El Escorial y juez de Obras y Bosques, Quiñones tenía la ventaja de contar con eventuales atribuciones por vía comisional

Page 45: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 45

sobre un espacio de frecuente y directo uso regio. A juzgar por el número de jueces de Obras y Bosques que simultanearon o pasaron seguidamente a la plaza de alcalde de Casa y Corte, y como tales organizaron desplazamientos reales, la práctica continua en los viajes regios por las cercanías de la corte madrileña era valor añadido para tal promoción. Tanto que, como hemos visto en el caso de Quiñones, formaría parte decisiva de jornadas reales sin ser todavía alcalde, fiados el rey y sus consejeros de la eficacia previa mostrada en ese terreno.

En el curso de estas jornadas se hizo por lo demás manifiesto cómo la jerarquía de relaciones nacida en el rey, en clave doméstica y cortesana, se materializaba y amplificaba sobre el terreno gracias, entre otros ministros, a los alcaldes de Casa y Corte, en cuya labor se hacía manifiesta la transformación del conjunto de los reinos en Corte. En este caso, si se permite la socorrida imagen, transformando los caminos que los recorrían, la red viaria, en una suerte de sistema sanguíneo por el que manifestar, con mayor claridad que la mera integración de tales caminos en una malla de comunicación de competencia regia (los “caminos reales”), la inserción del territorio en la realidad cortesana. Dado que con el desplazamiento del rey transitaba por ellos aquél en quien se originaba y que daba sentido a un complejo lenguaje cuya semántica no se percibía con tanta claridad en circunstancias de estabilidad regia. Con la hercúlea actuación caminera de los alcaldes, desde el Cantábrico al Mediterráneo, desde Santander a Málaga –como fue el caso de Quiñones- daba sus frutos y se manifestaba toda una política administrativa que no se originaba exvacuo, sino que estaba determinada por la dinámica cortesana y doméstica.

APÉNDICE DOCUMENTAL

1. “Comisión al alcalde Alderete p[ar]a preuenir y prouer los caminos por donde an de uenir los príncipes de Saboya” (AHN. Consejos, lib. 707e, ff. 293r.-294r.)

“Don Ph[elip]e ettª a uos el licenciado don Diego de Alderete al[ca]lde de nuestra cassa y corte. Saued que uiniendo como uienen los príncipes de Saboya mis sobrinos a esta nuestra corte y en su acompañamiento y seruiçio algunos caualleros y otras personas es neçess[ari]o que en los lugares y partes por donde hvuieren de passar estén proueydos y basteçidos de mantenimientos y de las otras cosas necessarias y que se prouean las carretas y bestias de guía y todo lo demás que combiniere para el buen auiamiento de la gente que assí ha de uenir en el d[ic]ho acompañamiento y seruiçio. Y porque para proueer todo lo susod[ic]ho y las demás cossas y cassos que ocurrieren y se offreçieren combiene que uaya un alcalde de la d[ic]ha nuestra cassa y corte confiando de uos que lo haréis con el cuidado y

diligencia que se requiere auemos acordado de os nombrar como por la presente os nombramos para ello y os mandamos que luego que esta nuestra carta os fuere entregada salgáis desta corte y uayais hasta el lugar y raya por donde los d[ic]hos prínçipes hvuieren de entrar en estos reynos de Castilla y a las otras partes y lugares donde uiéredes que es neçess[ari]o y hagáis mirar los caminos y pasos por donde hvuieren de uenir y prouéais que se adreçen y reparen y déis orden que en todos los d[ic]hos lugares y partes por donde hvuieren de passar aya las prouisiones de mantenimiento y todas las otras cossas que sean neçessarias dando pare ello u[vest]ras cartas y mandamientos para las partes y lugares que combiniere y embiando para ello los alguaziles y personas que os pareçiere mandando y ordenando a las justicias, concejos y personas particulares todo lo que uiéredes ser necessario y conbiniente assí para el reparo de los d[ic]hos caminos como para las d[ic]has prouissiones y otras cossas de manera que entera y cumplidamente esté todo proueydo y basteçido y os damos poder y comiss[i]ón para que en todas las cossas y casos assí ceuiles como criminales que se offreçieren en los d[ic]hos lugares y caminos por donde fuéredes assí entre las personas que uinieren con los d[ic]hos prínçipes como con los uezinos de los d[ic]hos lugares y otras personas qualesquier que allí se hallaren conozcais y hagais cumplimi[en]to de justiçia según que los alcaldes de n[uest]ra casa y corte lo hazen, pueden y deuen hazer residiendo en ella, de manera que no aya escándalos ni ruydos. Y otorgaréis las apelaciones en los cassos que de derecho se deuieren de otorgar para ante los del n[uest]ro Consejo y no para otra parte y mandamos que lleuéis con uos a _____________ y a _______________[107] alguaciles de la d[ic]ha n[uest]ra cassa y corte y si necessario fuere criar otros para ymbiar a otras partes y lugares y para lo dem´s que conbiniere los crearéis y nombraréis. Y assimismo mandamos a todos los concejos, justicias, regidores, caualleros, escuderos, officiales y hombres buenos de todas las ciudades, uillas y lugares de n[uest]ros reynos y señoríos que guarden cumplan y executen los mandamientos que para este effeto diéredes y os den el fauor y ayuda que fuere necess[ari]o so las penas que de uvestra parte les pusiéredes o mandáredes poner, las quales nos por la presente les ponemos y hauemos por puestas lo contrario haciendo. Y para las executar en los que rremisos e inouedientes fueren. Y para todo lo demás que d[ic]ho es y traer uara de nuestra justicia por las partes y lugares destos d[ic]hos n[uest]ros reynos por donde fuéredes uos y los d[ic]hos alguaziles os damos poder cumplido y tan bastante como en tal casso se requiere y mandamos que lleuéis con uos a M[a]rtín de Urraca nuestro escribano ante quien passen los autos y negocios que ante uos se hizieren. Y los unos y los otros no hagas cossa en contrario so pena de la n[uest]ra m[e]r[ce]d y de ueinte mill mrs. para la nuestra cámara a cada uno que lo contrario hiziere. Dada en Uall[adol]id a ueinte y tres de julio de mil y seisçientos y tres años. Yo el rey, refrendada del s[eñ]or Juan de Amezqueta y librada del conde de Miranda, liçen[cia]do Núñez de Bohórquez, licendo don

Áluaro de Uenauides y el licendo don Fernando Carrillo”.

2. “Advertencias para el exercicio de la plaza de alcalde de Casa y Corte, según están en un libro antiguo de la sala, que es el que çita el señor Matheu, por anotaciones del señor Elazárraga, con las notas marginales con que se halla hasta el presente año de 1745”, “Capítulo 16. Jornadas de los Reyes o Personas Reales” (AHN. Consejos, lib. 1420e, ff. 41r.-48r.).

Quando S.M. ha de hacer jornada o persona real, el bureo consulta a S.M. el alcalde, y resuelta la consulta, se avisa al señor presidente de Castilla le dé la orden para que se prevenga, y otras veces se avisa a S.Y. nombre alcalde; y así el bureo como el señor presidente atienden siempre a los más antiguos si gustan de hacer la jornada, por que suele S.M. darse por bien servido, y sacarles de la penalidad de alcaldes, aunque ya pocas veces (f. 41v>) sucede; mas siempre desean todos servir a S.M. aunque les sea penoso y costoso.

Nombrado el alcalde, se le dice que vea qué alguacil y esno. ha de llevar, y el número es según los distritos, y dada memoria de ellos se despacha la comisión en forma.

Solían los alguaciles desear estas jornadas por que de buelta se les hacía merced a alguno de ellos de perpetuarle la vara, darle paso, o alguna exención de guardas y rondas, y como ya no se hace nada de esto, todos se procuran escusar, y aún suele ser necesario obligarles con rigor, y es bien le haya; mas el alcalde no ha de nombrarpor tema ni venganza, ni por desacomodar a ninguno, ni tampoco por intercesiones, sino ver los que serán más a propósito, pues a él mismo les importa y a su honrra y crédito.

Nombrado el alcalde acude al gefe a quien toca en Palacio, de quien recive el ytenerario, y si en algo son desacomodados (f. 42r>) los tránsitos se lo dice, y se procura ajustar en la forma que más convenga.

Tomado el ytenerario no tiene que tratar de embargos de carruage, sino de lo necesario para sus ministros, así por que él no pudiera, como por que ya el señor que es asesor del bureo cuida de esto, a quien se acude para lo que el alcalde, y sus ministros han menester, y lo manda embargar, o dice lo haga el alcalde.

Luego escrive el alcalde nombrado a todos los corregidores que hay en el distrito de la jornada prevengan los vastimentos y aderecen caminos, puentes y caballerizas en sus lugares por donde ha de ser el tránsito.

Avisa el corregidor de Madrid haga aderezar los caminos y puentes de las cinco leguas, y proveer las rentas del tránsito, y lugar donde hubiere de hacerse jornada.

Page 46: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

46 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Quando ya se juzga conveniente (f. 42v>) sale de esta Corte el alcalde con todos sus alguaciles, y los ha de ir dejando a cada uno en lugar de jornada, y le da la comisión en virtud de la suya, encargándole el buen proceder, y llamando a las justicias y diciéndoles atiendan a cómo proceder y lo tengan savido y averiguado así para que de buelta lo castigue; como para avisarselo siendo necesario remediarlo luego, y prosigue así hasta el último lugar de Castilla (si la jornada es a otro reyno) o hasta donde ha de llegar S.M.

De uno en otro tránsito se informa de lo que es menester prevenir por haver falta en aquel distrito; y así mismo de las puentes, vados, varcos, cuestas, puertos y malos pasos que necesitan de remedio, y con alguna gente del lugar (siguiendo su camino) la irá mirando y dándoles por escrito la orden que han de tener en repararlo, y lo mismo al alguacil que lo ha de executar, con la memoria de la gente (f. 43r>) que cada día será necesaria de los lugares circunvecinos, para que el alguacil no les grave ni moleste de lo necesario; y disponiéndolo todo llegará al último tránsito, donde se quedará con el alguacil y el esno que le asiste para lo que se le ofreciere.

La primera orden que se dá a loas alguaciles, es que las que reciven, así de la Corte antes de salir S.M. como después de haber salido, y las que el alcalde embiaren las despachen luego de uno en otro tránsito con toda brevedad , y que las justicias den personas que las lleven; y cada corregidor o alguacil trasladar la orden, y la irá remitiendo, por que a menos se caerá en muchas faltas por los accidentes que suele haber en las jornadas, y mudanzas de los días de ellas, y se perderán a los labradores los bastimentos y faltarán para la ocasión.

Adonde hay corregidor se escusa poner alguacil por hacerles este agasajo, y parecer era agraviarles no fiar de ellos este cuidado; mas (f. 43v>) sino cumplen como deben los castigará y multará el alcalde como a otro qualquiera, y más, pues es mayor su obligación de acudir al servicio de S.M.

Aderezados los caminos y lo demás, se previenen en todos los malos pasos cavalgaduras, bueyes y gente que ayude, y para los puertos y cuestas tiros de mulas y bueyes, y bagages; y en todas partes (aunque el camino sea bueno) algunos tiros de mulas o bueyes y otras cavalgaduras para suplir las que se mueren o cansan; y siempre se ha de dar satisfacción a los dueños aunque no se ala que ellos piden (que saven vender muy bien la necesidad) sino la justa que pareciere al alcalde, y a falta de él al alguacil o corregidor que allí se halla; y no hay que atarse a las pragmáticas, que pues no se guardan, no las han de guardar estos pobres labradores.

En los lugares donde se ha de hacer noche, y el que antes de llegas a ellos estuviere (f. 44r>) cerca, será bien prevenir de las hachas que gastan los labradores, de teas o pajas o cosas semejantes; y en particular en noches de ynvierno,

y de aguas y obscuras, y que salaga mucha gente a los caminos para ayudar y guiar, y se toquen las campanas y se pongan luces en las torres, y en los lugares altos para en caminar la gente al lugar; y en todo él haya hogueras y luces en las ventanas, así para que se caliente la gente, como para que puedan buscar sus posadas, y los bastimentos, y esto pide particular cuidado.

Hanse de señalar casa para leña, carbón, paja, cevada, pan, vino, carne, aceite, y pescado en su tiempo y de quando en quando que se pregone, y los precios de cada cosa, y también se ha de señalar casa para las camas que traen de los lugares, y han de estar todas liadas, y con sus rótulos, y ha de haver allí con el ministro del alcalde, quien (f. 44v>) asiente según sus voletas, los que las llevan para que las buelvan, que suelen hurtar muchas sábanas y almoadas, y aún las frazadas, de los labradores.

Ha de haver prevenidas muchas caballerías, y el alguacil ha de tener visto todo el lugar, y hacer reparar las que estuvieren mal tratadas, y siendo necesario se han de hacer nuevas con la menos costa que se pueda: y el verano se puede dispensar algo en esto, mas en el ynvierno nada.

Los bastimentos han de estar en las plazas, y en particular delante de la casa donde S.M. está alojado, pues es allí el mayor concurso de gentes: si el alcalde llega a tiempo, hace las posturas de todo, y sino el alguacil, y quando llega el alcalde las ve y baja o sube como le parece, y unas y otras se han de pregonar diversas veces, para que los forasteros sepan los precios, que no todos los labradores (f. 45r>) carecen de malicia.

Los alguaciles llevan algo de cada postura, diciendo son derechos suyos, y aunque más se procura, no se puede estorvar; mas si el alcalde averigua que hay exceso en algo, castíguelo luego con satisfación pública, que la malicia lo atribuye todo al alcalde, y juzga buelve yndiano de una jornada de estas, y buelven todos empeñados y destruidos.

Los proveedores de las casa reales lleban sus provisiones para tantas leguas en contorno, y están obligados en los lugares a darles todos los bastimentos a justos y moderados precios; y amás de los agravios y extorsiones que hacen en los lugares (que son grandes y piden lo sea el remedio) suelen querer valerse también de los víveres que el alguacil tiene prevenidos, y con achaque de proveer las casas reales cargan con todo lo que hay en las plazas y los revenden (f. 45v>) en sus causas causando falta para todos, y más suvidos precios: hase de advertir, no hay obligación de darles nada por que la suya es tener todo lo necesario; y para esto se les dan las provisiones, y así se les ha de estorvar lleven lo que hay en las plazas, y acudir a quien hace oficio de mayordomo mayor, quien lo remedia luego.

Y quando sobra proveida la Corte, entonces se les dé todo quanto quieren; y quando se necesita más de tener en esto cuidado es quando

buelve S.M. a la Corte en las últimas jornadas, por que como son acomodados los precios cargan reguas para embiar a la Corte con excesivas ganancias.

El alcalde ha de asistir en los lugares públicos donde están los bastimentos, y recorrer las casas donde están recogidas las cosas que arriba se han referido cuidándose de todo lo necesario, y que no haya ruidos, ni llege (sic) a noticia de S.M. falta (f. 46r>) de nada.

Si el alcalde tiene tiempo para llegar al último lugar de la jornada, y bolver biendo si se ha executado lo que dispuso al primer tránsito del viage desde la Corte, convendrá mucho, y allí aguardar a S.M. o a la persona real que camina.

Siempre el alcalde ha de madrugar dos horas antes de amanecer aunque camien con hachas, y si hay barcas que pasar S.M. tenerla prevenida, y esperarle allí o en el vado, y en psando seguir su jornada (si fuere posible) para llegar antes que S.M. si no hay barca ni otro embarazo llega al lugar donde se hace parada, dispone las cosas y sus plazas, y aguarda llegue S.M a la puerta donde se aloja, y lo sube acompañando a su quarto en la misma manera que se hace en palacio, y luego busca al que (f. 46v>) hace oficio de mayordomo mayor, y al valido y demás personas de cuenta , y save si es menester algo, y con esto se pone a caballo o en su coche o litera, y se adelanta a donde S.M. ha de hacer noche, y hace lo mismo que a mediodía, y para esto tiene prevenido, que en llegando por la mañana se les dé luego de comer, y a sus criados y ganado, y que en llegando S.M. se ponga todo a punto para caminar, y con esto le sombrará (sic) tiempo, que es bien menester ganarle, y siempre ha de ir recogiendo sus alguaciles de los tránsitos que quedan pasados, y llevarlos todos consigo, y tener dada orden a todos para que en llegando se dé breve despacho a su persona y los que le acompañan; a las noches hace lo mismo que al medio día, y procura recogerse y aún esconderse por que son tantas las impertinencias de criados menores tomando el nombre de sus dueños (f. 47r>) que no podrá en toda la noche despacharlas.

Con los soldados de la guarda suele haver algunos embarazos en todos los tránsitos, por que piden vagages, camas y hachas para madrugar, y otras cien mil cosas, con que se ven apurados y afligidos los alcaldes de los pobres lugares, como no saven lo que se les deve dar.

A los soldados de la guarda no se les debe dar más que leña para hacer lumbre, y tres o quatro colchones o gorgones para dormir en la guardia que hacen y los demás tienen alojamientos.

Suélese tomar por expediente (para escusar disgustos y vejaciones en los lugares) que al medio día se les dé medio carnero y cántaro y medio de vino, y a las noches un carnero y tres cántaros de vino, y con esto ellos lo reparten, y están muy contentos, y no hacen molestias, y por

Page 47: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 47

berse libres de ellos lo dan los lugares de (f. 47v>) muy buena gana.

Hase de tener particular cuidado en que no falte nada a los gefes, y a la secretaría de estado y sus oficiales, y a las demás secretarías que fuesen en las jornadas.

Quando S.M. o la persona real llega a la raya de otro reyno el alcalde le besa la mano, y se entregan de él (sic) los ministros del otro reyno, y quando biene de él hace lo mismo en la raya.

Y en la última jornada del tránsito de donde viene a Madrid, le besa también al alcalde la mano, y se biene detrás a Madrid.

Siempre acompaña a S.M. un señor de la cámara, con quien el alcalde ha de tener gran comunicación, y dejándolo todo a su disposición será dueño de obrar en todo y de otro manera tendrá muchos enfados y desaires.

Y siempre que ha de castigar algún (f. 48r>) lugar por no haver acudido, y alguno de los que siguen la jornada, lo deben comunicar con el señor de la cámara.

De las multas que por diferentes cosas se hacen en la jornada, tiene el alcalde atención a repartir con los alguaciles y escribanos, que si han de obrar como deben tienen mucho trabajo y poco o ningún aprovechamiento y dándoles los que se ofrecen obran mejor, y se castigan con mayor justificación.

El alcalde no ha de comer con ningún señor, ni tomar de nadie nada, ni tener demasisda llaneza, sino portarse con todos con gran apacivilidad y estimación: y pues quando llega S.M. como se ha dicho, ha de haver comido, con esto y ser preciso caminar luego, se escusará de que le conviden; y esto mismo ha de hacer con cualquiera persona a quien se le ordene vaya acompañado; solo en el último tránsito de las personas reales a quien se acompañase estila dar una alaja al alcalde, y un socorro a los alguaciles: esto se toma y está permitido quando se acompaña a persona real, o algún potentado estrangero, que con otros no se embía alcalde de Corte”.

3. Solicitud de los Alcaldes de Casa y Corte a Felipe IV, Madrid, 21 de febrero de 1622 (AHN. Consejos, leg. 13.641, nº 31):

“Muy po[odero]so. Señor: Los licen[cia]dos don Sebastián de

Carvajal, don P[edr]o Fernández de Mansilla, don Di[eg]o Francos de Garnica, don Fran[cis]co de Valcárcel alcaldes de vra cassa y corte decimos que el l[icencia]do Don Miguel de Cárdenas y Chincoya siendo alcalde de los vosques se le dio título de alcalde de la cassa y corte con cláusula expresa en el mismo título de que no se ocupase en ningún exercicio civil ni criminal tocante al d[ic]ho officio de alcalde de la cassa y corte sino que tan solamente se ocupase en el exercicio del d[ic]ho

officio de iuez de Bosques dejándole solo el de alcalde de la cassa y corte para honor sin ningún exerçiçio y en esta conformidad iuró en el vro conseio. Y ahora V.A. se a servido de mandarle dar el exercicio del d[ic]ho officio de alcalde de v[uest]ra cassa y corte y en la cédula que para esto se le a dado se vuelve a referir cómo asta ahora no a tenido el exercicio dél antes en él d[ic]ho y en la cédula consta que desde el principio le está prohibido el exercicio de alcalde y este título con esta prohibición iuró y no otro. Y sin embargo de ser lo dicho ansí pretende tomar la possessión con la antigüedad de alcalde desde el tiempo que iuró con el título que tubo solo para honor. Y porquesto es contra todo derecho y en perjuicio del que nosotros tenemos adquirido con el uso y exercicio de nuestros officios y lo que se a usado en semejantes cassos y en otros más apretados en todos los tribunales de esta Corte y ansí se a determinado en el conseio y en otros muy graves tribunales, y en este casso particular concurren las raçones que temos prupuestas a vuestra A. de la importancia que es la experiencia en esta sala. Y porque si entrara con su antigüedad el d[ic]ho don Miguel puede haber caso en que con mucha brevedad pudiera presidir en ella y vistos los títulos del d[ic]ho don Miguel y el iuramento hecho por él en el consejo constará con más evidencia n[uest]ra iusticia, por tanto pedimos y supplicamos a V.A mande al d[ic]ho don Miguel que no use de la antigüedad que pretende sino que tome el lugar del más nuevo en la d[ic]ha sala, haciéndonos sobre esto entero cumplimiento de iusticia y para ello etª

Otro sí a V.A. pidimos y supplicamos mande quel d[ic]ho don Miguel de Cárdenas exhiba los títulos que tiene ansí de iuez de vosques como los de alcalde de casa y corte para que exhibidos y vistos en el conseio se determine lo que fuere de iusticia. Y asta que lo esté se le mande no nos inquiete en la possessión en que estamos de los dichos officios. Lo qual pedimos por el remedio que mejor ubiere lugar de derecho, justi[ici]ª etª.El L[icencia]do don Sebastián de carvajal (rúbrica). L[icencia]do don P[edr]o Fernández de Mansilla (rúbrica). El L[icencia]do don Di[eg]o Francos (rúbrica). El lic[encia]do don Fran[cis]co de Valcárcel (rúbrica).”.

NOTAS:

1. Trabajo incluido en el proyecto de investigación “Interaction among the castilian and portuguese administrative reformation, after the annexation of 1580”, sufragado por la Fundação para a Ciência e a Tecnologia (Ministério da Ciència, Tecnologia e Ensino Superior. República Portuguesa), SFRH/BPD/41300/2007, bajo la dirección de Antonio Manuel Hespanha.

2. Para lo que remito, entre las muchas obras que pueden citarse, a Antonio MARTÍNEZ SALAZAR, Colección de memorias y noticias del gobierno general y político del Consejo, Madrid: A. Sanz, 1764, capítulos 32-43; Miguel Ángel PÉREZ DE LA CANAL, “La justicia de la Corte de Castilla durante los siglos XIII al XV”, Historia, Instituciones, Documentos 2 (1975) pp. 383-482, esp. 414-419; Carmen de la GUARDIA, Conflicto y reforma en el Madrid del

Siglo XVIII, Madrid: Caja de Madrid, 1993, pp. 33-76.

3. Gil GONZÁLEZ DÁVILA, Teatro de las Grandezas de la villa de Madrid, Corte de los Reyes Católicos de España, Valladolid: Maxtor, 1623 (ed. facsímil de la de Madrid: Thomás Iunti, 1623), p. 403; Alonso NÚÑEZ DE CASTRO, Libro histórico político, Sólo Madrid es Corte, y el cortesano en Madrid. Tercera impresión, con diferentes adiciones: dividido en quatro libros…, En Madrid: por Roque Rico de Miranda, impressor de libros, año de MDCLXXV, p. 113. Sobre la jurisdicción ejercida sobre los alcaldes cfr. también Antonio SANCHEZ SANTIAGO, Idea elemental de los tribunales de la Corte en su actual estado y última planta, 2 t., Madrid: s.n., 1787, I, pp. 7-10, para la jurisdicción civil; op. cit., II, pp. 41-62, para la jurisdicción criminal. Asimismo, José Luis de las HERAS SANTOS, La justicia penal de los Austrias en la corona de Castilla, Salamanca: Universidad, 1991, pp. 79-87.

4. El proceso, en José Luis de PABLO GAFAS, Justicia, Gobierno y Policía en la Corte de Madrid: la Sala de Alcaldes de Casa y Corte (1583-1834), Madrid: Universidad Autónoma, 2001 (Tesis Doctoral en Microficha).

5. Gil GONZÁLEZ DÁVILA, op. cit., p. 403; Alonso NÚÑEZ DE CASTRO, op. cit., pp. 113-114.

6. “… Tomó su mano derecha de la General Inquisición el Consejo Real, y Sala de los Alcaldes en un cuerpo. Y aunque los demás Consejos quisieron hazer contradición por parecerles que no avían de precederles los Alcaldes de Corte, se les hizo notoria la planta de los assientos, conforme a la voluntad de Su Magestad, para que los Alcaldes assistiesen como quinta Sala del Consejo Real con el por la mayor representación y autoridad, que aquél dia tuviesse la justicia, particularmente aviendo de estar Su Magestad en público, autorizando el Auto, no le debían faltar los Alcaldes para assistir a qualquier acidente”, Auto de la fe celebrado en Madrid este año de MDCXXXII . Al Rey don Philipe IIII N.S. Por Iuan Gómez de Mora, trazador y maestro mayor de sus Reales Obras. En Madrid: Por Francisco Martínez, 1632, ff. 8v.-9r.

7. Gil GONZÁLEZ DÁVILA, op. cit., p. 405.8. Personaje sobre el que estoy investigando, y

para cuya biografía remito a las breves reseñas contenidas en Cayetano ROSELL, Colección escogida de obras no dramáticas de Frey Lope Félix de Vega Carpio, Madrid: M. Rivadeneyra, 1856 (volumen de la Biblioteca de Autores Españoles), p. 536; Cayetano Alberto de la BARRERA Y LEIRADO, Catálogo bibliográfico y biográfico del Teatro Antiguo español, desde sus orígenes hasta mediados del siglo XVIII, Madrid: M. Rivadeneyra, 1860, p. 31; Julio CARO BAROJA, Vidas Mágicas e Inquisición, I, Madrid: Istmo, 1992, pp. 77-79.

9. Al respecto, transcribo parte del documento publicado en Juan BARÓ PAZOS et al., De la Junta de Sámano al Ayuntamiento constitucional (1347-1872), Santander: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria, 2004, pp. 207-210, p. 207: “… por quanto esta dicha villa, y su Ayuntamiento, pretendía que Su Majestad les hiciere merced de la Vara de Alcalde Mayor de esta dicha villa y su Jurisdicción, según y como lo habían usado los Alcaldes Maiores puestos por los Corregidores, y que había ofrecido servir a Su

Page 48: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

48 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Magestad, con mil ducados, para este accidente de Portugal, y lo había concertado con el Señor Licenciado Don Gerónimo de Quijada, del Consejo de Su Majestad, y su Alcalde de Casa y Corte, Corregidor del Señorío de Vizcaya, que, con comisión de Su Majestad, estubo estos días en esta dicha villa, a disponer diferentes servicios, y con facultad real y de su Consejo de Cámara, para concertar y disponer de tales varas y oficios de Su Majestad, y que la dicha Junta y dichos sus lugares se oponían a la pretensión de dicha villa, con intento de separarse de la Jurisdicción de ella y de su Alcalde Maior, y tener su Alcalde, distinto del de la dicha villa, de tal manera que la dicha villa y junta han de estar dibididas en las Jurisdicciones y varas de Alcalde. Y habiendo conferido la materia entre una y otra parte, y representándose diversos derechos,… están conformes y capitulan lo siguiente:…”. Conforme a este acuerdo al final no hubo división entre ambos contendientes

10. Archivo Histórico Nacional (en adelante AHN). Consejos, leg. 13.641, nº 39. Consulta de la Cámara de 31 de octubre de 1631. El rey contestó de su mano: “Escúsese esto pues ay artos alcaldes”. El paso de Carvajal por el corregimiento de Cuenca es referido en Jesús MOYA PINEDO, Corregidores y regidores de la ciudad de Cuenca desde 1400 a 1850, Cuenca: El autor, 1977, pp. 161 y 402, autor que publica su título en Madrid a 1 de julio de 1628, certificación de su juramento ante el Consejo Real, de día 6, y su juramento ante el Santo Oficio conquense el 18 de agosto, en IDEM, Títulos reales otorgados por los reyes de Juan II a Carlos IV a los corregidores y regidores de la ciudad de Cuenca desde 1400 a 1800, Cuenca: Diputación Provincial, 2002, pp. 107-109.

11. Carvajal permaneció en la ciudad, aproximadamente, entre abril y noviembre de 1634, y su caso ejemplificó lo gravoso que era para los concejos el alojamiento de ministros reales, en el que luego insistiré. Se alojó en la casa de don Alonso de Santiago Quevedo, en la calle del Arcillero, y se previnieron las camas necesarias, y se consignó al procurador un presupuesto de 200 reales para hacer frente a los gastos ocasionados, Los libros de acuerdos municipales de Santander, siglo XVII (ed. al cuidado de Rosa Mª BLASCO MARTÍNEZ), II, Santander: Ayuntamiento, 2002, pp. 844-845, 850 y 862.

12. José Manuel NAVAS, La abogacía en el Siglo de Oro, Madrid: 1996, p. 35, donde publica informe del alcalde de 16 de junio de 1620.

13. Escrito de 27 de mayo de 1621, publicado en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España y de sus Indias, V, Madrid: 1932, pp. 88-90, y extractado por Ángel RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, “La soga y el fuego. La pena de muerte en la España de los siglos XVI y XVII”, Cuadernos de Historia Moderna 15 (1994) pp. 13-39, p. 21.

14. Beatriz CÁRCELES DE GEA, “La Justicia Distributiva en el siglo XVII (Aproximación político-constitucional)”, Chrónica nova 14 (1984-1985) pp. 93-122.

15. Memorial de los servicios que hizo al rey don Felipe III nuestro Señor; que santa gloria aya, y que ha hecho a V. Magestad, que Dios guarde, el Doctor Don Juan de Quiñones Alcalde de Casa y Corte, más antiguo, en diferentes iornadas, causas graves que ha averiguado contra delinquentes, y castigos que se les dieron. Y de otras ocupaciones que ha

tenido, tocantes al servicio de V. Magestad, y en beneficio del bien público.

16. Op. cit., p. 3.17. A la espera de contrastar las ediciones

concretas de las obras que menciona, transcribo sus citas según las hace el autor: “F. Iuan de Dueñas p. 1 del Espejo de consolación de tristes, cap. 5, fol. 109”.

18. “El P. Pedro de Ribadeneyra lib. 2 de las virtudes del Príncipe Christiano, C. 7, pág. 315”.

19. “Carol. Escrib. In instit. Poli. Christian. Lib. 2. cap. 3. pag.mihi 585”. Todas las citas en Memorial de los servicios…, pp. 3-5.- Tales autores conformarían, probablemente, la propia Biblioteca de Quiñones. Otras obras que cita: “Symmachus in Epist” (op cit., p. 6) y “Cassiodirus lib. 2. Epistol.”.

20. Memorial de los servicios…, p. 9.21. Entre la abundante bibliografía en este

particular, valor pionero tuvo Alfonso GARCÍA-GALLO, “La división de competencias administrativas en España en la Edad Moderna”, Actas del II Symposium de Historia de la Administración, Madrid: Instituto de Estudios Administrativos, 1971, pp. 289-306.

22. Luis JORDANA DE POZAS, “Ensayo de una teoría del fomento en el Derecho Administrativo”, Revista de Estudios Políticos 48 (1949) pp. 41-54; Mariano BAENA DEL ALCÁZAR, “Sobre el concepto de fomento”, Revista de Administración Pública 54 (1967) pp. 43-85.

23. José Antonio MARAVALL, “Sociedad barroca y `comedia´española”, en Francisco RUIZ RAMÓN, coord., Teatro clásico español. Problemas de una lectura actual. II Jornadas de Teatro Clásico Español. Almagro 1979, Madrid 1980, pp. 35-60, p. 47. En E. GARCÍA ESPAÑA-A. MOLINIE-BERTRAND, Censo de Castilla de 1591. Estudio analítico, Madrid 1986, s.p., se incluye un mapa de España con los principales caminos del siglo XVI, elaborado por Antonio García Moreno y basado en Alonso de MENESES, Repertorio de caminos, Alcalá 1576.

24. Reflejado en diferentes trabajos, Pedro GAN GIMÉNEZ, “Un viaje de Córdoba a Compostela en 1612”, Chrónica Nova 18 (1990) pp. 383-414; Juan ALONSO RESALT, “El último viaje de don Luis Méndez Quijada. Desde Baza (Granada) hasta Villagarcía de Campos (Valladolid)”, en XXXI Congreso de la Asociación Española de Cronistas Oficiales, Córdoba: Ayuntamiento-Asociación Española de Cronistas Oficiales, 2006, pp. 225-231. El largo traslado de quien fuera mayordomo de Carlos V, caballerizo mayor del príncipe don Carlos y de don Felipe, presidente del Consejo de Indias y consejero de Estado, entre otros cargos y dignidades, demuestra que tal asimilación del espacio era, con todo, tortuosa, dado que el trayecto entre ambos puntos tardó 18 jornadas en hacerse, en lo que debió influir el volumen del séquito de acompañamiento.

25. Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ, “Vida y obras del P. Pedro de León”, Archivo Hispalense 83 (1957) pp. 157-196, p. 194, dio noticia de un asalto a mano armada con resultado de 14.000 ducados en metálico y mercancías, que iban de Cádiz a Madrid por el camino real.

26. Concepción de CASTRO, El pan de Madrid: el abasto de las ciudades españolas del Antiguo Régimen, Madrid: Alianza Editorial, 1987, pp. 50-52; Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ, El

Antiguo Régimen: los Austrias, Madrid: Alianza Editorial, 1973, pp. 92ss.; Noel SALOMON, La vida rural castellana en tiempos de Felipe II, Barcelona: 1973, pp. 62ss.

27. El número XXIII de los capítulos de Corregidores de 1500 decía: “Otrosí que vea cómo están reparadas las cercas, e muros, e cavas, e los puentes e los pontones, e alcantarillas, e las calçadas en los lugares donde fueren menester e todos los otros edificios e obras públicas: e sino estovieren reparadas den orden cómo se repare con toda diligencia”. El XXXIII se dirigía a garantizar la pericia de los oficiales encargados y la equidad del presupuesto fijado, apud Pedro NÚÑEZ DE AVENDAÑO, De exequendis mandatis regum Hispaniae…, Salamanca: Juan de Cánova, 1564, s.f. El tono era menos imperativo y más proporcionado a las libertades del territorio en el caso del condado de Vizcaya, en el que el mandato regio al corregidor, en este ámbito de las prevenciones y cuidados camineros, respondía a solicitud previa de los procuradores generales. Una provisión del Consejo Real de 14 de marzo de 1516 validó su solicitud de ordenar al corregidor y demás jueces de Vizcaya la aplicación de las penas pecuniarias al mantenimiento de los caminos vizcaínos (Fueros, privilegios, franquezas y libertades del M.N. y M.L. Señorío de Vizcaya, Bilbao: Imprenta de la Biblioteca Bascongada, 1897, pp. 188-190). Por lo demás, Vizcaya era territorio muy sensible hacia el mantenimiento viario, pues todos los meses de mayo los fieles de cada pueblo supervisaban el estado de los caminos reales que los atravesaban, y debían proponer y presupuestar las obras que estimasen necesarias al corregidor o su teniente antes del 15 de junio siguiente (Op. cit., pp. 267-268). Para 1656, Bartolomé de GÓNGORA, El corregidor sagaz: abisos y documentos morales; para los que lo fueren, Madrid 1960 (ed. a cargo de Guilermo LOHMANN VILLENA, de la de México, 1656), consagraba el capítulo III de su Corregidor sagaz a la “obligación que tiene el corregidor de hazer reparar los puentes y caminos de su juridición”.

28. Bartolomé de GÓNGORA, op. cit., p. 133 (el subrayado, por mí).

29. Por ejemplo, la "Provisión del Consejo Real al Corregidor de Bayona para que recabe información sobre la necesidad que dicha villa tiene de reparar un puente en Savariz, y si será conveniente repartir por sisa en los mantenimientos el importe de dicha obra", de 15 de diciembre de 1575, publicada por José GARCÍA ORO-María José PORTELA SILVA, Bayona y el espacio urbano tudense en el Siglo XVI: Estudio histórico y Colección Diplomática, Santiago de Compostela, 1995, pp. 493-494.

30. Así, la “Provisión del Consejo Real al Concejo de Bayona autorizándole a repartir por sisa en los mantenimientoss 84.500 mrs. en cuatro años para reparar cuatro puentes y una calzada”, Toledo, 13 de enero de 1560, en IDEM, op. cit., pp. 408-409.

31. Por ejemplo, entre las materias que debía instar ante el Consejo Ares Padín, enviado del concejo de Bayona en 1542, una era “… probyssión para que todos los vecinos del Valle del Miñor syrvan en el carreto de traer la piedra nesçesarya para una calçada que se haze a la entrada desa villa, cosa muy nesçesaria e ynportante para los vecinos del

Page 49: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 49

dicho valle, attento que los vasallos de su Magestad de la jurydiçión desta villa son muy fatygados en el dicho carreto por ser pocos y resçiben mucho agravio, serviéndose como se syrven los vecinos del dicjo Valle de la dicha calçada tanto como ellos y aún más” (José GARCÍA ORO-María José PORTELA SILVA, Baiona de Miñor en sus documentos: actas municipales correspondientes al Siglo XVI, Pontevedra: Diputación Provincial, 2003, p. 11.

32. Ley 58, título 4, libro 2, Recopilación en Antonio MARTÍNEZ SALAZAR, Colección de memorias del Consejo, Capítulo IX, Negocios que corresponden a la Sala Primera de Gobierno, pp. 110-111.

33. “LX. Por el capítulo cinquenta y tres de las Cortes pasadas, se suplicó a Vuestra Magestad, mandase que en los caminos públicos se pusiesen señales y piedras donde estuviese en rótulos escrito la parte a que va cada camino, porque muchas vezes acontece perderse los caminantes. Y vuestra Magestad proveyó, que los del Consejo de vuestra Magestad viesen esto y proveyesen lo que conviniese. Y porque cerca dello no se ha provehido, suplicamos a Vuestra Magestad mande se provea; pues es cosa de poca costa y de mucho aprovechamiento. A esto vos respondemos que los del nuestro Consejo vean lo qontenido en esta vuestra petición y provean cerca dello, con brevedad, lo que convenga” (Actas de las Cortes de Castilla, publicadas por acuerdo delCongreso de los Diputados , t. V adicional, Códice restaurado por Don Manuel Danvila y Collado, Madrid: Imprenta Nacional, 1861, pp. 595 y 739.

34. Para el caso castellano, Tercera partida, título 29, ley 7, José Luis VILLAR PALASÍ, “Poder de policía y precio justo. El problema de la tasa de mercado”, Revista de Administración Pública 16 (1955) pp. 11-83, en Alejandro NIETO, 34 artículos seleccionados de la Revista de Administración Pública, Madrid: Instituto Nacional de Administración Pública, 1983, pp. 237-485, pp. 266-267.

35. Pedro GARCÍA ORTEGA, Historia de la legislación española de caminos y carreteras, Madrid: MOPU, 1982, pp. 33, 34 y 38.

36. Tratado legal, y politico de caminos públicos, y possadas. Dividido en dos partes. La una, en que se habla de los caminos, Y la otra, de las possadas: y como anexo, de los Correos, y Postas, assí públicas, como privadas: donde se incluye elRreglamento general de aquellas, expedido en 23 de abril de 1720. SU AUTOR, EL Dr. D. Thomás Manuel Fernández de Mesa… Con Licencia: En Valencia, por Joseph Thomás Lucas, en la Plaza de las Comedias. Año 1755, p. 6.

37. Op. cit., ibidem.38. Rafael GIBERT, “La paz del camino en el

Derecho medieval español”, Anuario de Historia del Derecho Español 27-28 (1957-1958) PP. 831-852; Pedro GARCÍA ORTEGA, op. cit., pp. 34-36.

39. Ley 3, título 9 y ley 1, titulo 12, libro 8, apud Tomás Manuel FERNÁNDEZ DE MESA, op. cit., p. 33.

40. Tomás Manuel FERNÁNDEZ DE MESA, op. cit., p. 33.

41. Thomás Manuel FERNÁNDEZ DE MESA, op. cit., pp. 45-46.

42. Thomás Manuel FERNÁNDEZ DE MESA, op. cit.., pp. 46 y 56.

43. Manuel ORTIZ DE ZÚÑIGA, Elementos de Derecho Administrativo, Madrid: INAP, 2002,

estudio preliminar a cargo de Carlos CARRASCO CANALS.

44. AHN. Consejos, lib. 707e, “Libro donde se asientan las prouisiones de gouernaçiones, aisistencias (sic), corregimientos, residençias y títulos de assientos de justiçia, libradas por el cardenal don Diego de Espinosa. Firmadas de Su Magd. y refrendadas de Antonio de Erasso, su secretario”, ff. 293r.-294r. Firmada por el rey, refrendada por el secretario Juan de Amezqueta y librada por el conde de Miranda, el licenciado Núñez de Bohórquez, licenciado don Álvaro de Benavides y el licenciado don Fernando Carrillo. Es el primero de los documentos que publico en apéndice.

45. “Advertencias para el exercicio de la plaza de alcalde de Casa y Corte, según están en un libro antiguo de la sala, que es el que çita el señor Matheu, por anotaciones del señor Elazárraga, con las notas marginales con que se halla hasta el presente año de 1745", en AHN. Consejos, lib. 1420e. Fuente citada y estudiada por Carmen de la GUARDIA, Conflicto y reforma…

46. AHN, lib. 707e, ff. 41r.-48r.47. Ignacio EZQUERRA REVILLA, “La

integración de la Casa en la Corte. Los Alcaldes de Casa y Corte”, en José MARTÍNEZ MILLÁN-Santiago FERNÁNDEZ CONTI, dirs., La Monarquía de Felipe II: la Casa del Rey, I, Madrid: Fundación MAPFRE Tavera, 2005, pp. 697-799, especialmente pp. 731-739.

48. AHN, lib. 707e, f. 42v.49. AHN, ibidem, f. 46r.50. AHN, ibidem, f. 43v.51. AHN, ibidem, ff. 44v.-45r.52. AHN, ibidem, ff. 46r.-47r.53. AHN, ibidem, f. 41r.-v.54. AHN, ibidem, f. 48r. Documento número 2 del

apéndice.55. Al respecto, y los viajes resultantes de Felipe

III, Patrick WILLIAMS, “Lerma, Old Castile and the travels of Philip III of Spain”, History. The Journal of the Historical Association 239 (1988) pp. 379-397.

56. La intervención en estas jornadas es descrita en Memorial de los servicios…, pp. 15-17.

57. Op. cit., pp. 10-11.58. “Avisan de Santander que fue tan grande la

provisión por el cuidado del licenciado Quiñones que en tan gran concurso de gentes no hubo falta, ni juntándose diferentes naciones no se metió mano a la espada ni hubo desgracia: sólo una noche, un barril de pólvora que en una casa tenían para festejar las noches con las luminarias e invenciones de fuego, se pegó y voló una casa de una parte a otra. Entró el Quiñones y sacó un hombre y una mujer y una criatrura que estaban enterrados, los dos muertos y la criatura viva en brazos de la mujer” (Carta de Andrés de Almansa y Mendoza de Madrid, 31 de octubre de 1623, con noticias desde mediado agosto, en Andrés de ALMANSA Y MENDOZA, Obra Periodística, edición y estudio de Henry ETTINGHAUSEN Y Manuel BORREGO, Madrid: Editorial Castalia, pp. 276-283, p. 279. El episodio debió tener gran fama en la Corte, puesto que fue también recogido en Gerónimo GASCÓN DE TORQUEMADA-Gerónimo GASCÓN DE TIEDRA, Gaçeta y nuevas de la Corte de España desde el año 1600 en adelante, Madrid: Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, 1991 (ed. a cargo de

Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA Y GILA), p. 177.

59. “En el carruaje se dio orden al licenciado don Luis de Paredes, alcalde de Casa y Corte, y fue menester todo su cuidado para tanta prevención como para el rey e infantes, demás del príncipe, se ofrecía; y el aderezar los caminos y allanar los puentes estuvo a cargo del licenciado Juan de Quiñones, teniente de corregidor de Madrid. Proveer de bastimentos, gobernar cocheros, litereros y mozos de mulas se cometió al licenciado don Diego Francos de Garnica, alcalde”. (Relación de la partida del príncipe de Gales para Inglaterra, en Andrés de ALMANSA Y MENDOZA, op. cit., pp. 532-536, p. 532). También son citados estos tres comisionados en Gonzalo de CÉSPEDES Y MENESES, Primera parte de la historia de D. Felipe el IIII, rey de las Españas, Lisboa: Pedro Craesbeeck, 1631, p. 332. Una descripción actual, sin tantos detalles, en Carlos PUYUELO Y SALINAS, Carlos de Inglaterra en España: un príncipe de Gales busca novia en Madrid, Madrid: Escelicer, 1962, pp. 216-224.

60. Almansa y Mendoza dice que, a consecuencia de la esterilidad de la tierra, fue necesario el concurso del alcalde Francos de Garnica, Quiñones y el conde de Barajas, además de los alguaciles Pedro de Sierra, Pedro Vergel, Diego López y San Vicente, quienes aportaron los víveres a Leonardo Gutiérrez de Bonilla, contador, y Francisco de Meneses, guardamangier, quienes culminaron el embarque de los mismos, consistentes en: dos mil gallinas, dos mil pollos, dos mil pichones, quinientos capones, cie carneros, doscientos cabritos, doce vacas, cincuenta terneras, cincuenta jamones, cincuenta barriles de aceitunas, cincuenta pipotes de conserva, cien pellejos de vino, doce pellejos de aceite, ocho pellejos de vinagre, salsería, potajería y frutería. Además de tan generoso abastecimiento, se obsequió al príncipe de Gales con once pares de mulas y dos machos, seis acémilas y dos carrozas, una inglesa y otra española, todo ello por haber mostrado gusto por andar en coches de mulas, además de gran cantidad de plata, “y una fuente que lo pudiera ser del Prado” (Andrés de ALMANSA Y MENDOZA, op. cit., p. 280).

61. Memorial de los servicios…., p. 19.62. A la misma altura, pero sin saborear las mieles

el valimiento, el almirantede Castilla, gentilhombre de la Cámara, y el marqués del Carpio, primer caballerizo, como se indica en la Iornada que Su Magestad hizo a la Andaluzía: escrita por don Iacinto de Herrera y Sotomayor, gentilhombre de Cámara del señor Duque del Infantado, para las cartas de su Excelencia, Madrid: Imprenta Real, 1624, f. 2r., referido a la entrada en Córdoba. Esta es detallada descripción de la jornada, muy usada por los historiadores que la han tratado, caso de Joaquín MERCADO EGEA, Felipe IV en las Andalucías, Jaén: El autor, 1980, junto con otros documentos del Archivo Municipal de Santisteban del Puerto.

63. Ambas condiciones reunía el marqués del Carpio, donde el rey durmió del 19 al 20 de febrero de 1624, antes de ofrecerle unas fiestas descritas en la Relación de las fiestas que el Marqués del Carpio hizo a el Rey Nuestro Señor. Las que jueves y viernes 22 y 23 de febrero, se hicieron en Córdova, y del servicio que el Obispo hizo a Su Magestad…, Impresso con licencia en Sevilla por Diego Pérez. Año 1624 (tomado de

Page 50: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

50 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

ht tp : / / fondosdig i ta les .us .es /media /books /1215/1215_335860). Previamente, el rey había pernoctado del 14 al 15 en Santisteban del Puerto, entre grandes regalos del Conde (Iornada que Su Magestad hizo a la Andalucía…, ff. 1v.-2r. Entre el 1 y el 12 de marzo el rey permaneció en Sevilla, día en que pasó a los dominios del duque de Medinasidonia, a los que pertenecía el coto de Doñana (Narciso DÍAZ DE ESCOVAR, “Comediantes de otros siglos”, Boletín de la Academia de la Historia 98 (1931) pp. 323-362, pp. 332-333.

64. Por ejemplo, en la entrada en Córdoba, Herrera refiere: “Aquí entró Su Magestad, y no como en ciudad que le veía la primera vez, que depuso en todas la grandeza del palio, y entrada pública, escusando (con cuydado particular) el gasto de las ciudades” (Iornada que Su Magestad hizo a la Andalucía…, f. 2r.). No obstante, ello fue compatible con hecho como la actuación en Sevilla, ante el rey y su séquito de la compañía teatral de Tomás Fernandez Cabredo, uno de cuyos mayores alicientes era la presencia de la conocida actriz María de Córdoba; a su vez, en los estados del duque de Medinasidonia en Doñana se distinguió la bella Amarilis (Narciso DÍAZ DE ESCOVAR, op. cit., p. 332).

65. Los tres son citados entre los acompañantes regios llegados a Córdoba en la Iornada que Su Magestad hizo a la Andaluzía…, f. 2v., así como en la “Memoria de todas las personas, consejeros y oficios, que en este viaje acompañan la Real persona del Rey nuestro señor”, contenida en la Relación de las fiestas que el Marqués del Carpio hizo a el rey nuestro señor…, s. f.., indicando que Quiñones estaba presente “para provisiones de caminos”.

66. Contenidos en Relación de las fies (sic) que el Marqués del Carpio hizo a el rey…, s.f.

67. Obras de don Francisco de Quevedo Villegas, colección completa, corregida, ordenada e ilustrada por don Aureliano FERNÁNDEZ-GUERRA Y ORBE, tomo segundo, Madrid: M. Rivadeneyra, 1859, pp. 521-524 (volumen que forma parte de la Biblioteca de Autores Españoles).

68. Susana ARBAIZAR GONZÁLEZ, El camino de Andalucía: itinerarios históricos entre la Meseta y el valle del Guadalquivir, Madrid: MOPTMA, 1993, pp. 72-73, incluye un itinerario del recorrido hasta Cádiz y un mapa del mismo hasta Sevilla, elaborados con arreglo a la obra de Herrera. En la Torre, el rey ordenó derribar la casa que le fue repartida, para mejor acomodo (Obras de don Francisco de Quevedo Villegas, p. 522)

69. Iornada que Su Magestad hizo a la Andaluzía…, f. 1v.

70. Obras de don Francisco de Quevedo Villegas…, p. 522. El tono irónico de la carta ha sido estudiado por Enrique MARTÍNEZ BOGO, Retórica y agudeza en la prosa satírico-burlesca de Quevedo, Tesis Doctoral, Universidad de Santiago de Compostela, 2010, pp. 345-347. Por lo demás, la presencia de Quevedo en la jornada le permitiría medrar con la elite nobiliaria justo en el momento en que había perdido el patrocinio del duque de Osuna, preso y en desgracia. La presencia del escritor en el viaje es comentada por Antonio LÓPEZ RUIZ, “Andalucía en la obra de Quevedo”, Boletín del Instituto de Estudios Almerienses. Letras 4 (1984) pp. 89-100, pp. 94-97.

71. Iornada que Su Magestad hiza a la Andalucía…, f. 1v.

72. Obras de don Francisco de Quevedo Villegas…, p. 523.

73. “… aviéndome mandado V. Magestad junto a una puente, antes de llegar a Linares una legua, que assistiesse alli a socorrer, y guiar la gente que venía en su servicio, lo hize hasta que passaron todos; y caminando a Linares, solo aquella noche, por ser muy obscura, y las aguas y lodos muchos, perdí el camino, y el cavallo en que yva, se arrojó en un barranco, más hondo de tres estados, y quiriendose levantar me dio con la cabeça, tal golpe en los dientes que me derrivó algunos dellos, y hizo una herida en la cara; y sin que esto fuese impedimento, me levanté de la cama donde estava sangrado, y caminé por la mañana a prevenir todo lo necessario” (Memorial de los servicios…, pp. 19-20.

74. José DELEITO Y PIÑUELA, El rey se divierte, Madrid: Alianza Editorial, 1988, p. 298. Este autor se ocupa extensamente de este viaje en pp. 281-301.

75. La misma que no pudo franquear Gibraltar ante la estrechez de sus puertas. Concebidas estas, según contestó su corregidor ante la recriminación del valido, para que no entrasen enemigos, Mariano PARDO DE FIGUEROA (Doctor THEBUSSEM), “Yantares y conduchos de los reyes de España”, La Ilustración Española y Americana, suplemento al nº 26, 15 de julio de 1877, pp. 34-38, p. 34, en http://bdh.bne.es/bnesearch/HemerotecaSearch.do. También utilizada por José DELEITO Y PIÑUELA, op. cit., p. 299.

76. Memorial de los servicios…., pp. 20-21.77. En Medina Sidonia, a 26 de marzo, llegaron

“… malissimas nuevas del camino que Su Magestad tenía que passar hasta Málaga, y fueron tan ciertas como todas las malas, que la diligencia del Alcalde, y Teniente que se adelantaron a remediarle, bastó para diligencia, mas no para efeto, porque trabajando mucho no pudieron hazer nada…” (Iornada que Su Magestad hizo a la Andaluzía…, s.f.)

78. Iornada que Su Magestad hizo a la Andaluzía…, s.f.

79. Gonzalo de CÉSPEDES Y MENESES, op. cit., p. 367.

80. Memorial de los servicios…, pp. 20-21. Sobre esta figura, aplicada a un sitio real pero practicada también en jornada, Juan Antonio ÁLVAREZ DE QUINDÓS, Descripción histórica del Real Bosque y Casa de Aranjuez, Aranjuez: Doce Calles, 1993 (ed. facsímil), pp. 438-440.

81. Lo dicho, tomado de Rafael ORTEGA Y SAGRISTA, “La visita de Felipe IV a Jaén”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses 98 (1978) pp. 55-90, pp. 62-63.

82. Rafael ORTEGA Y SAGRISTA, op. cit., pp. 70 y 72.

83. La carta estaba dirigida a don Fernando de Acuña y Enríquez, corregidor de Jaén y Andújar, y añadía una significativa coletilla en su sobrescrito: “Es del servicio de Su Majestad”; fue publicada por Rafael ORTEGA Y SAGRISTA, op. cit., p. 73.

84. Ambos cargarían la suma a las 3.000 fanegas de trigo tomadas del pósito.

85. Rafael ORTEGA Y SAGRISTA, op. cit., p. 74.86. Cédula Real de 8 de abril de 1624, transcrita

por Rafael ORTEGA Y SAGRISTA, op. cit., pp. 76-77.

87. Rafael ORTEGA Y SAGRISTA, op. cit., p. 85.88. Rafael ORTEGA Y SAGRISTA, op. cit., p. 83.

89. Como publicó Joaquín MERCADO EGEA, La muy ilustre villa e Santisteban del Puerto, Madrid, 1973, p. 165, en el acuerdo municipal de 16 de mayo de 1624 se decía respecto al recibimiento real que “se hicieron muchos gastos de fuegos y tiros y otras muchas cosas y su señoría del conde de Santisteban mi señor acudió por haçer bien a la villa y sacalla de la afrenta e hiço todos los gastos necesarios por no tener esta villa dinero ninguno de donde gastar maravedís ningunos…”. De los 40.000 reales hechos por el escribano de su señoría, el concejo sólo pagó 2.585.

90. Mariano PARDO DE FIGUEROA, op. cit., p. 34.91. Añadía tras la fecha: “Yo me quedo con el

decreto porq. contiene otras cosas”. AHN. Consejos, leg. 13.641, nº 35. En el sobrescrito se indica: “F[ec]ha”.

92. “En Madrid a nueve de nouiembre de 1625 se despachó título de al[cal]de de la Casa y Corte de Su Mag[esta]d al dotor don Juº de Quiñones en plaça supernumeraria con que en su lugar se consuma la primera que vacare firmada de Su Mag[esta]d”, AHN. Consejos, lib. 725, f. 153r. El asiento continuaba: “Refrendado del secretario P[edr]o de Contreras, y librado del licen[cia]do don Fran[cis]co de Contreras Presidente del Consejo y de los licen[cia]dos Luis de Salzedo, Melchor de Molina, don Alonso de Cabrera, don Juan de Chaves y Mendoza y don Garcia de Avellaneda, quienes entonces formaban la Cámara. Por lo demás, que el título era despachado en respuesta a una necesidad previa se puede deducir también de la anotación contenida en Gerónimo GASCÓN DE TIEDRA-Gerónimo GASCÓN DE TORQUEMADA, op. cit., p. 226, correspondiente a noviembre de 1625: “A los 10, juró por Alcalde de Casa y Corte el Licenciado Quiñones, Teniente que havía sido de Madrid; y luego le mandaron salir la vuelta de Cádiz”.

93. Memorial de los servicios…, pp. 21-22.94. Memorial de los servicios…, pp. 21-22. Un relato

de acusado tono épico, sobre diferentes relaciones coetáneas del suceso, en Adolfo de CASTRO, Historia de Cádiz y su provincia desde los remotos tiempos hasta 1814, Cádiz: Imprenta de la Revista Médica, 1858, pp. 421-429. Gracias a la rápida aportación de refuerzos por el corregidor de Jerez, don Luis Portocarrero, consiguió resistirse en la isla del León. Referencia a la actuación de Jerez en esta coyuntura en IDEM, Historia de la muy noble, muy leal y muy ilustre ciudad de Jerez de la Frontera, Sevilla: Renacimiento, 2002 (ed. facsímil de la de Cádiz: Imprenta de la Revista Médica, 1845), p. 131.

95. Memorial de los servicios…, pp. 6-7. Si bien esta no parecía evocación muy prudente tras la rebeldía del Duque en Andalucía.

96. AHN. Consejos, lib. 724e, f. 89r., título de 16 de octubre de 1610. Su linaje tenía origen en la villa riojana homónima, y fue colegial del Imperial de Granada, y catedrático de Sexto y Decreto en propiedad en la Universidad (Julián del CASTILLO, Historia de los Reyes Godos que vinieron de la scythia de Europa contra el Imperio Romano, y a España, con sucessión dellos, hasta los católicos reyes don Fernando y doña Isabel… Proseguida… por el Maestro Fray Gerónimo de Castro y Castillo,…, En Madrid, por Luis Sanchez, Año M.DC.XXIIII, pp. 450-451.

Page 51: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 51

97. AHN. Consejos, lib. 724e, ff. 204r.-205r. La Cédula de nombramiento estaba refrendada por el secretario Pedro de Contreras, y librada por el marqués del Valle y el licenciado don Diego López de Ayala. En su paso a la Corte pudo influir su matrimonio con doña Claudia Jacolet y Velasco, hija de don Luis Jacolet, grefier difunto de quien heredó gran cantidad de bienes (Cilia DOMÍNGUEZ RODRÍGUEZ, Los oidores de las salas de lo civil de la Chancillería de Valladolid, Salamanca: Universidad de Valladolid, 1997, p. 70).

98. “… con que en lugar de la d[ic]ha plaza se consuma la primera que uacare…” (como solía aconstecer en el caso de las plazas supernumerarias, AHN. Consejos, lib. 725e, f. 32r.-v., cédula refrendada por el secretario Contreras, y señalada del licenciado don Francisco de Contreras, Luis de Salcedo, Melchor de Molina, don Alonso de Cabrera y don Juan de Chaves y Mendoza.

99. AHN. Consejos, leg. 13.641, nº 31, que publico como tercero y último de los documentos del apéndice.

100. Que ya fue advertida por Carmen de la GUARDIA, Conflicto y reforma…, pp. 64-68.

101. AHN. Consejos, lib. 725e, ff. 100v.-101v. A su vez, en AHN. Consejos, leg. 13.641, nº 32, se conserva consulta de la Cámara de 8 de septiembre de 1623 “Para q al licen[cia]do Matheo López Brauo en el t[ítul]o q se le diere de al[ca]lde de Casa y Corte sea solamente con la antigüedad que ganare desde q le tenga en ejerçiçio”. La trayectoria de ambos alcaldes en tareas de Obras y Bosques, en AGP. Libros de Registro, lib. 11, ff. 460v.-462v., 463r.-464v., 465r., 525r., 626v.-627r., 630r., 672r.-674r., 721r.; lib. 12, ff. 88v.-89v., e ibidem, Administrativa, leg. 853. En Pedro de CERVANTES-Manuel Antonio de CERVANTES, Recopilación de las Reales Ordenanzas, y Cédulas de los Bosques Reales del Pardo, Aranjuez, Escorial, Balsaín y otros. Glossas y commentos a ellas…, En Madrid: En la Oficina de Melchor Álvarez. Año de 1687, pp. 587-591, se contiene Cédula de 4 de enero de 1618 dirigida a Cardenas, como Alcalde de nuestra Casa y Corte y Iuez de nuestros Bosques”, en la que se prohibía cazar con arcabuz en los bosques del Pardo, Aranjuez, Balsaín y San Lorenzo, y en sus antiguos límites.

102. Del desarrollo de ambas hay breves referencias en José DELEITO Y PIÑUELA, Op. cit., pp. 301-304 y 305

103. Memorial de los servicios…, pp. 22-25. Breve referencia a esta estancia, asimismo, en José DELEITO Y PIÑUELA, op. cit., p. 195.

104. Gerónimo GASCÓN DE TORQUEMADA-Gerónimo GASCÓN DE TIEDRA, op. cit., p. 370. Subrayado por mí.

105. Memorial de los servicios…, pp. 25-26. En la relación correspondiente al 28 de noviembre de 1637, publicada en Antonio RODRÍGUEZ VILLA, La Corte y Monarquía de España en los años de 1636 y 37, Madrid: Luis Navarro, 1886, p. 221, se lee: “El estado de las cosas de Portugal es tal que ha obligado a S.M. de resolverse a salir de su reposo y de hacer jornada que se ha publicado para seis del mes que viene,…”, indicándose al tiempo que Quiñones y el teniente Barreda debían haber partido la víspera para hacer las correspondientes prevenciones.

106. Memorial de los servicios…, p. 27.107. Espacios en blanco.

Reseñas

Los Tercios Españoles de Siciliapor María del Pilar Mesa Coronado

Carlos BELLOSO MARTÍN, La Antemuralla de la Monarquía. Los Tercios españoles en el Reino de Sicilia en el Siglo XVI. Madrid: Ministerio de Defensa, 2010.

En los últimos años hemos asistido a la proliferación de los estudios relacionados con la defensa de la Monarquía Hispánica en el Mediterráneo durante la época de los Austrias. En relación a los territorios italianos, podemos señalar entre otras obras, la de Luis Ribot sobre la guerra de Mesina, o las de Valentina Favarò y Giulio Fenicia sobre la organización militar de Sicilia y Nápoles en tiempos de Felipe II. A ellas, se suma ahora el libro de Carlos Belloso, profesor de la Universidad Europea Miguel de Cervantes de Valladolid. Dicha obra, fruto de su tesis doctoral ambientada en uno de los pilares defensivos del reino siciliano, los tercios de infantería española, fue galardonada con el Premio Ejército 2009 del Ministerio de Defensa.

Con ella, se pone fin a uno de los vacíos historiográficos de la historia militar: el estudio del ejército español en Italia durante el siglo XVI. Partiendo de la isla de Sicilia, pieza clave de la monarquía española en el Mediterráneo por su aportación económica y su posición estratégica frente a la expansión turca, el autor analiza la vida de los soldados españoles que integraron el tercio fijo de la isla y los tercios extraordinarios vinculados temporalmente al reino, considerados la unidad militar más

fiable de la estructura defensiva desplegada en el mismo.

Su estructura, dividida en cinco capítulos distribuidos en dos grandes apartados relacionados con la organización de los tercios y su vida en Sicilia, nos acerca a los motivos de la presencia militar española en territorio italiano. El primer capítulo nos muestra el origen de los tercios fijos de Sicilia, Nápoles y Lombardía como resultado del envío de infantería española a estos territorios, con el objetivo de emplearlos en las campañas que tuvieron lugar en el Norte de África durante el primer tercio del siglo XVI. Por tanto, años antes del reconocimiento oficial de los mismos en 1536. El tercio, asentado desde 1535 en Sicilia y formado por 3.000 infantes españoles, lejos de constituir una fuerza de ocupación, iría adaptándose a sus nuevas funciones en el reino: contribuir con los sicilianos en la defensa del reino de los ataques de turcos, berberiscos, corsarios y piratas, además de servir al control del bandolerismo, la guarnición de los presidios, el refuerzo de algunas de sus compañías en las galeras para el corso en Levante, la participación en campañas de intervención exterior, la formación de los soldados bisoños y la guardia del virrey, entre otras ocupaciones.

El tercio extraordinario de don Lope de Figueroa constituye el tema central del segundo capítulo. A través del mismo, conocemos la vida de este maestre de campo que lideró uno de los tercios extraordinarios creados por la monarquía para las campañas del Mediterráneo de los años 1571-1574. Gracias a su minucioso estudio, nos adentramos en la vida de este famoso militar, cuya carrera militar desempeñó en Lombardía, Sicilia, Cerdeña, Nápoles y Génova, participando en las grandes empresas de la Monarquía Hispánica desde el Norte de África y Lepanto a Flandes o las islas Terceras. Su tercio, formado entre otros, por Miguel de Cervantes, nos permite comprender las quejas de los virreyes por el alojamiento en la isla de este numeroso contingente de soldados extraordinarios, dado el incremento de los gastos militares y las consecuencias negativas que derivaron de su presencia en el reino.

El aspecto de los alojamientos militares en Italia centra el tercer y cuarto capítulo en los que se exponen los distintos sistemas empleados en el reino siciliano, tales como: los castillos y fortalezas de la isla, el hospedaje en casas de particulares, los campamentos en campo abierto o en las afueras de las localidades y el recurso final de los nuevos cuarteles. Al explicar su organización, el autor hace una distinción entre dos términos, presidio y alojamiento, para definir las formas de acuartelamiento de la tropa en determinado período del año,

Page 52: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

52 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

dispuestas para su defensa en la costa o en el interior.

La convivencia entre el ejército y la población siciliana es abordada en el capítulo quinto. En él se observa como las graves molestias ocasionadas a la población autóctona y a la economía del reino por la presencia de los soldados en las casas de sus habitantes, los enfrentamientos y revueltas contra los soldados españoles y las correspondientes quejas de los virreyes por la despoblación de los lugares de realengo frente al crecimiento de las tierras baronales; motivaron a finales del siglo XVI la construcción por parte del duque de Terranova y el conde de Alba de Liste de los quartieri o barrios destinados únicamente al alojamiento de soldados. Asimismo, este último capítulo profundiza en otros de los aspectos de esta convivencia, como fueron los hospitales destinados a la asistencia sanitaria militar, los matrimonios entre los soldados de los tercios y las sicilianas y el rescate de soldados cautivos.

La obra finaliza con una serie de anexos que nos facilitan la comprensión del estudio al recoger distintas series cronológicas del personal del gobierno de Sicilia, las monedas, equivalencias y medidas del reino de Sicilia, un minucioso glosario de términos militares, cronologías sobre el tercio fijo de Sicilia, los motines de los soldados, el tercio extraordinario de don Lope de Figueroa y la política militar exterior de la Monarquía Hispánica en el siglo XVI, así como una selección documental.

El libro, por tanto, aporta una detallada descripción de la política defensiva desplegada por la monarquía española frente al Imperio Otomano en el Mediterráneo durante el siglo XVI. Nos muestra el valor otorgado a los tercios de infantería española como elemento esencial del engranaje defensivo del reino de Sicilia, desvinculándolos de la idea de ejército de ocupación para mostrarnos una imagen más clara de su colaboración en la defensa de una isla de gran importancia estratégica, que supo combinar su propia protección con la contribución a la política exterior de Carlos V y Felipe II en Europa y el Norte de África. Y todo ello avalado por un profundo estudio de las fuentes documentales situadas en los principales archivos y bibliotecas españoles e italianos aunque con un importante peso del Archivo General de Simancas. Bien es cierto que se ofrece, de forma complementaria, una acertada selección de títulos en el apartado de bibliografía y una larga relación de archivos y bibliotecas, entre ellos: el Archivo Histórico Nacional, la Biblioteca Nacional de España, la Biblioteca Comunale di Palermo, los Archivi di Stato de Palermo, Nápoles, Milán, Génova, o el Archivio Segreto Vaticano, entre otros.

El poder de la sangre Por José Antonio Guillén Berrendero

Adolfo CARRASCO MARTÍNEZ. El poder de la sangre. Los duques del Infantado, 1601-1841. Madrid: Editorial Actas, 2010.

Muchas cosas han cambiado, sin duda para mejor, en la historiografía sobre el estamento nobiliario en España desde que el autor de este libro, el profesor Adolfo Carrasco Martínez, iniciara, allá por lo años ochenta del siglo pasado, sus trabajos sobre la casa de los Infantado. Más allá de la tradición genealogista que, había sido una constante entre los estudiosos de la nobleza –y que continúa hoy su desarrollo a través, fundamentalmente, de las páginas web de internet– poca había sido la atención mostrada por la historiografía a lo que sin lugar a dudas era una de las características identificativas de la edad moderna: el estamento nobiliario. Más allá de algún estudio de tipo jurídico –como los clásicos de Guilarte o el no menos citado de Clavero sobre el mayorazgo– o el análisis de algunas personalidades nobiliarias por su importancia política, durante esos ya lejanos años, se desarrolló en la historiografía española una primera aportación a los estudios socio-económicos de grandes casas nobiliarias en donde destacará la obra de Ignacio Atienza sobre la casa de Osuna y en donde habría que encuadrar los primeros resultados de Adolfo Carrasco sobre la casa del Infantado en su tesis doctoral (dejando al margen su novedosa monografía sobre los juicios de residencia en territorio señorial publicada en la Universidad de Valladolid).

Desde ese momento se ha producido una continuada publicación de textos sociales y económicos sobre la nobleza hispana en donde se aprecia una evolución hacia la especificidad temática desde un punto de vista o bien económico o bien social, y un paulatino tratamiento de linajes nobiliarios con menor importancia política y social. Evolución que podría ejemplificarse con los trabajos de Aragón Mateos sobre El señor ausente o los de Enrique Soria sobre la nobleza del Reino de Granada, se han

convertido en una de las vetas más fecundas de la historiografía nobiliar hispana.

La publicación de este libro puede enmarcarse en esta línea de investigación en tanto que sus remotos orígenes no son otros que la tesis doctoral defendida por el autor sobre la casa de los Infantado en la Universidad Complutense de Madrid. Pero un análisis de la publicación reportará, por lo menos desde el criterio de quién firma esta reseña, una significativa evolución de los planteamientos metodológicos del autor, acercándole a las nuevas tendencias interpretativas del fenómeno nobiliario en el contexto europeo.

De esta forma, tanto este libro como los últimos trabajos del profesor Carrasco Martínez, se insertan dentro de una corriente historiográfica europea nacida en los textos de Otto Brunner en la década de los cuarenta del siglo XX, José Antonio Maravall, y que ha tenido ejemplos significativos en el italiano Claudio Donati, la francesa Arlette Jouanna por citar alguno de los más influyentes. Para explicar esto que decimos, recurramos a la arquitectura del texto.

El libro aparecerá dividido en cuatro partes ("Una historia política familiar", "Memoria y fama", "El gobierno de estados y vasallos" y "La hacienda ducal") con catorce capítulos, tras una breve introducción y antes de un interesante epílogo (además de los habituales apartados de: "Apéndice", "Abreviaturas", "Fuentes", "Bibliografía" e "Índice de nombres"). Dentro de estos apartados convendrá detenerse en el segundo que lleva como título "Memoria y fama" en donde se incluye lo más novedoso de la investigación desde un punto de vista metodológico. Con un más o menos adecuado tratamiento, en cualquier estudio de estas características, encontraremos una evolución de los titulares de la casa estudiada, sus estrategias de ascenso o mantenimiento social, sus relaciones con la Monarquía, la estructura de su casa señorial y la evolución económica y hacendística de la misma. Pero lo que realmente diferencia esta monografía del resto de sus compañeras será el consciente intento por parte del autor de incluir dentro de las mismas este segundo apartado, en donde reflexionará sobre los temas candentes de la historiografía nobiliar actual: los procesos ontológicos sobre lo nobiliarios, la necesidad imperiosa de permanecer, las estrategias desarrolladas por los nobles para influir desde un punto de vista ideológico en su entorno social y cultural y, en fin, los procesos de identidad de lo nobiliar y el peso tan importante que tendrán en la cultura escrita del periodo. Es en este apartado, más allá de la descripción de los diferentes niveles de patronazgo desarrollado por la Casa del Infantado o la importancia del control geográfico de la

Page 53: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 53

ciudad de Guadalajara lugar de su residencia principal, en donde el libro da un salto cualitativo sobre monografías de este tipo, para enlazar con los problemas más candentes de la historiografía sobre la nobleza. Esta innovación da un plus de valor a un libro muy sólido en los otros apartados, con un profundo conocimiento de las fuentes y una adecuada interrelación de los problemas de la casa del Infantado con los del conjunto de la Monarquía en diferentes contextos políticos a lo largo de tres siglos.

Una última reflexión general nos proporciona la lectura del trabajo del profesor Carrasco. Han proliferado, ya lo hemos comentado, los estudios sobre casas señoriales durante la Edad Moderna con una estructura bastante similar en donde se conjugan los elementos diacrónicos en el tratamiento de la historia de la casa en cuestión y los sincrónicos en relación con la hacienda señorial, la estructura administrativa y, en los último años, los elementos culturales generados por el linaje estudiado. Este modelo ha demostrado su validez para el mejor conocimiento de la nobleza hispana, pero presenta dos puntos sobre los que se necesitaría una cierta reflexión. El primero de ellos es la posibilidad en la alternancia de los enfoques, es decir, quizá pudiéramos comprender más cosas sí aplicáramos la visión sincrónica a la evolución del linaje, lo que podría proporcionarnos una serie de elementos constantes en sus procedimientos de crecimiento, en sus estrategias de consolidación y en sus relaciones con el poder político. Del mismo modo y, esta vez a la inversa, también creo que aumentaría nuestro conocimiento si aplicásemos la visión diacrónica a los diferentes apartados económicos, administrativos, sociales y culturales que tienen, sin duda, una evolución temporal al compas del desarrollo histórico.

El segundo de los puntos sobre el que conviene, en general, llamar la atención, es sobre el de las propias elecciones temporales. La mayoría de estos estudios se centran en la Edad Moderna partiendo de los más o menos míticos orígenes medievales del linaje en cuestión y dando por sentado, sin la correspondiente reflexión teórica, que la implantación del sistema liberal en España acabará con un modo de vida, el de la nobleza tradicional. Así, de manera automática, se plantean estudios sobre casas señoriales que "triunfan" en el maremagnum de la nobleza enriqueña en la Baja Edad Media y que, de modo inexorable, debe decaer tras la crisis del Antiguo Régimen. Quizá el estudio de las mentalidades e identidades nobiliarias nos ayuden a comprender la difícil transición nobiliar del Antiguo Réginen al liberalismo. En el caso del texto del profesor Carrasco se dejan

entreever alguna de estas cuestiones, abriendo puertas a futuras investigaciones sobre los últimos duques y la dinámica de la casa en el siglo XIX y lo que sugiere formas de interpretación de lo nobiliario que exceden la propia cronología del texto.

En definitiva, el lector se encuentra ante una una obra que ayuda a comprender determinadas dinámicas en la evolución de las prácticas económicas, sociales y culturales de la nobleza castellana durante la Edad Moderna. Que dibuja la interrelación entre todos los aspectos vitales de una familia aristocrática castellana que, no olvidemos, estaba formada por personas con un universo de valores cerrado y que se reflejaba en todas sus manifestaciones. Es por tanto, libro ameno, científico y útil, que presenta una amable lectura gracias a la labor de los editores.

Estudios en homenaje al profesor José M. Pérez GarcíaPor Carlos Javier de Carlos Morales

Mª José LÓPEZ DÍAZ (ed.). Estudios en homenaje al profesor José M. Pérez Garcia. 2 vols., Vigo 2009.

La presente obra reúne 40 artículos realizados por discípulos y amigos del profesor Pérez García, catedrático de Historia Moderna en las universidades de Valencia, León y posteriormente de Vigo, en la que se jubiló en el año 2009, tras tres décadas de labor docente e investigadora. El primer volumen. Historia y cultura, reúne estudios de diversa índole temática y cronológica, agrupados en las secciones de Historia, Historia del Arte, Geografía, y Varia.

En el segundo volumen es donde se encuentran los estudios relacionados con la Historia moderna, comenzando por uno del maestro Antonio Eiras Roel en el que expone su visión sobre la evolución historiográfica de los modernistas españoles en relación con la influencia europea durante la segunda

mitad del siglo XX. En este sentido, tales relaciones cuajaron en el encuentro celebrado en Santiago de Compostela en 1973, singular en la evolución de la historiografía española.

El bloque II de este tomo, bajo el título de Economía y Sociedad, constituye el más copioso del libro, pues recoge diecisiete trabajos de amigos, compañeros y discípulos del homenajeado. Cuestiones demográficas, artesanales, y mercantiles, conflictividad y movilidad social, estructuras eclesiásticas y señoriales, son algunos de los temas que cabe destacar. Finalmente, el bloque III, “Historia Política”, contiene seis trabajos que abordan una amplia panorámica cronológica y temática (organización municipal y comarcal, cuestiones militares, …).

En suma, se trata de un libro que ha logrado concitar a importantes especialistas de la Historia moderna española, y que sin duda merece la atención de profesores y alumnos interesados en profundizar conocimientos.

La Guerra de Sucesión en España Por Marcelo Luzzi

Francisco GARCÍA GONZÁLEZ (coord.). La Guerra de Sucesión en España y la batalla de Almansa. Madrid: Sílex, 2009.

La historiografía ha entendido que el tema central del reinado de Felipe V es la guerra de Sucesión por la corona de la monarquía española. De igual modo, el reinado precedente, el de Carlos II, es visto como una preparación para el conflicto bélico o, en el mejor de los casos, como un intento de dilucidar una solución a la sucesión de la monarquía. Esta solución debía sustentarse en distintos pilares dependiendo de la óptica con que se estudie. En este sentido, si la observamos desde el prisma de la propia monarquía, la solución debía conseguir el

Page 54: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

54 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

mantenimiento e integridad de la misma, mientras que si atendemos a las demás potencias europeas, las conclusiones oscilan según la cronología, esto es, antes o después de la muerte del rey Carlos II y de la consiguiente lectura de su testamento, por el cual legaba la integridad de la monarquía al nieto de Luis XIV, rey de Francia. Así las cosas, una vez aceptado el testamento de Carlos II, la monarquía de Francia defendía la integridad de la monarquía hispana, cuyo trono lo ocupaba un rey de la dinastía Borbón: Felipe V, nieto de Luis XIV. Por el contrario, otras potencias europeas, a pesar de reconocer a Felipe V, podían entender que se debía hacer prevalecer los tratados de reparto previos a la muerte del rey hispano, o en el caso imperial, incluso reclamaban los derechos del hijo segundogénito del emperador (el archiduque Carlos) a la integridad de la herencia hispana. A nivel ideológico, en la época se percibía el surgimiento de la teoría del balance of power que propugnaba que las diversas potencias estuviesen equilibradas para impedir la génesis de la monarquía universal. Este contexto de disputas dinásticas es en que debemos insertar la guerra de Sucesión a la corona de la monarquía hispana. De esta forma, podremos comprender la importancia (incluso la que la historiografía le ha conferido) de la batalla de Almansa, puesto que se la ha considerado como el detonante de dos modelos de entender la monarquía: el absolutismo centralista borbónico, enfrentado al modelo polisinodial de los Austrias, que respetaba los particularismo de cada uno de los diversos territorios que componían la monarquía.

La presente obra surge con la vocación de convertirse en una revisión de la historiografía sobre la guerra de Sucesión y el impacto que en ella tuvo la batalla de Almansa, tanto en su dimensión de guerra interna como de guerra europea. Así, la obra se divide en 21 capítulos, comenzando por un estudio sobre las formas de la guerra en torno a 1700. A continuación, se nos presentan diversos estudios regionales, es decir, la el desarrollo de la guerra en España, América, Italia, Francia, el Imperio, Inglaterra y Portugal. Posteriormente, se analizan distintas cuestiones internas de la guerra: la propaganda castellana, el conflicto en Aragón, en Cataluña y en Murcia. Por último, se estudia la batalla de Almansa en sí, el pensamiento de ambos bandos en el momento de la batalla, así como la propia batalla según la correspondencia de Luis XIV y Felipe V y la correspondencia entre las mujeres más importantes de las cortes borbónicas.

I.A.A. Thompson reivindica el papel de las batallas en el desenlace de la historia, al describir la batalla de Almansa a partir de la composición de ambos bandos, la teoría político militar que los sustentaban, así como

compara la batalla con otros combates del siglo XVIII para introducir el terror de la guerra. En definitiva, este estudio se entronca con los paradigmas de la nueva historia militar, concluyendo que la batalla de Almansa se tornó en el hecho decisivo de la contienda bélica, puesto que posibilitó la instauración de los decretos de Nueva Planta en los reinos de Aragón y Valencia a partir de la aplicación del derecho de conquista, es decir, según Thompson, la Nueva Planta fue la manifestación política de la batalla de Almansa. Por su parte, Ricardo García Cárcel, en su “Guerra de Sucesión en España”, nos ofrece una visión general del desarrollo de la guerra y de los bandos en la misma. En su análisis, García Cárcel propone dos hitos decisivos en la contienda: la batalla de Almansa, por la que “el austracismo se ve sometido a no pocas tensiones” y en septiembre de 1711, fecha en la que el austracismo se quedó sin su cabeza visible, puesto que el archiduque Carlos se dirigía a Viena para recibir la corona imperial. Señalando estos hitos, el profesor García Cárcel entronca con la mayor parte de la historiografía al entender que el conflicto bélico se resolvió acorde a la teoría del equilibrio de poderes, puesto que la marcha del archiduque a Viena para convertirse en emperador generó en los aliados el temor a que se reviviese la monarquía universal de los Austrias como en tiempos de Carlos V. Igualmente, con la caracterización del austracismo que nos ofrece (determinado por: 1) rechazo a Francia; 2) una identidad política como representación del constitucionalismo frente al absolutismo monárquico; 3) Aragonesismo y 4) un marcado contenido económico, es decir, el proyecto austracista servía a los intereses de la burguesía comercial catalana), García Cárcel postula que la guerra de Sucesión se produjo entre dos modelos, que podríamos definir como antagónicos, de entender la monarquía. Carlos Martínez Shaw, en “La Guerra de Sucesión en América”, postula que a pesar de que existieron algunas manifestaciones de apoyo al archiduque Carlos en América, no fueron relevantes dentro del conflicto sucesorio. Con todo, analiza tres conflictos singulares (el de Santa María, el de la isla de Barú y el de Cartagena de Indias) concluyendo también que no resultaron decisivos para ninguno de los dos contendientes. Por último, señala que las concesiones de Utrecht referentes a América resultaron “intolerables” para la monarquía, debido a las negativas consecuencias económicas que acarreaban.

Los diversos estudios en los que se analiza la guerra de Sucesión en distintos territorios los inicia Friederich Edelmayer con su “La Guerra de Sucesión española en el Sacro Imperio”. Edelmayer parte de la premisa que la batalla de Almansa fue el punto de partida de la definitiva expulsión

de los Austrias de la península ibérica. No obstante, el emperador Leopoldo y su hijo el emperador José (hermano del archiduque Carlos), por más que reivindicaban formalmente la integridad de la herencia hispana, tenían puestos sus intereses en la conservación de los territorios italianos. Por ende, Edelmayer centra su estudio en una detallada evolución de la guerra librada en Italia. A continuación, Christopher Storrs empieza uno de los estudios sobre Inglaterra en la contienda. Sus dos premisas de partida son, por un lado, entender la batalla de Almansa como unos liuex de mémoires, compartido pero a la vez distinto para cada uno de los dos bandos hecho del que hoy en día la historiografía se ha hecho eco con las diferentes visiones del mismo y, por otro lado, postula que Inglaterra es determinante para comprender la contienda, puesto que si Felipe V dependía de Luis XIV, el archiduque Carlos dependía de igual manera de los aliados y dentro de ellos de Inglaterra sobremanera. En este sentido, se ofrece una visión de la monarquía hispana decadente y falta de poder, siendo la guerra de Sucesión un conflicto de intereses entre distintas potencias extranjeras que debían dirimir quién debía detentar el trono hispano para conservar el equilibrio europeo. De esta forma, Storrs estudia los sucesivos gobiernos británicos que hasta el cambio de gobierno de 1711 (cuando entraron a gobernar los tories) mantenían el lema de “No paz sin España”, en manifiesta alusión a las pretensiones austracistas. Por otra parte, su estudio entronca también en la visión de la guerra por la cual lo que se dirime son dos formas de entender la monarquía y el gobierno de la misma. En este sentido, y para mantener su tesis de la importancia de Inglaterra dentro de la guerra y del siglo XVIII, compara la situación de España y de Inglaterra a inicios del siglo XVIII, puesto que por esas fechas se produjo la unión de Inglaterra y Escocia, siendo comparado con lo que el autor entiende que fue un proceso similar en la monarquía hispana: los decretos de Nueva Planta. Así, postula que en el caso inglés se produjo una unión mediante el respeto a las distintas partes, mientras que en la hispana la unión fue bajo un carácter unitario, centralista y absolutista, lo que en su opinión muestra el triunfo británico dentro de la contienda. Por consiguiente, el carácter pactista inglés entroncaría con el pactismo que se presupone inherente al austracismo, dejando entrever que la victoria borbónica en la contienda bélica fue una de las causas del “atraso español”. El segundo de los estudios sobre Inglaterra lo realizan Pedro Losa Serrano y Rosa María López Campillo, al estudiar la opinión pública inglesa durante la contienda. Tras definir la opinión pública partiendo de los postulados de Habermas y siempre vinculándola con la génesis del Estado, señalan que Inglaterra era el lugar propicio para que surgiese la

Page 55: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 55

opinión pública puesto que no existía la censura. Así las cosas, el punto de partida de este estudio son los debates tories y whigs acerca del papel de Inglaterra en la guerra. De esta forma, el partido whigs defendía la participación inglesa en la contienda puesto que se debía defender la sucesión protestante en el trono, mientras que los tories entendían que Inglaterra se debía mantener al margen puesto que no era una cuestión insular. Por su parte, Lucien Bély, en “La Guerra de Sucesión de España en Francia”, parte de tres visiones historiográficas de la situación europea hacia 1700 para comprender el conflicto: 1) la visión optimista, que propugna un cambio dinástico sin mayor trascendencia; 2) una visión inquietante, debido al poder hegemónico que podía adquirir la dinastía Borbón y 3) un análisis a partir de los acontecimientos que es la visión en la que pretende encuadrarse. Con este fin, analiza el nuevo gobierno francés hacia 1700, compuesto por Chamillart en Guerra, Colbert en Finanzas, Pontchartrain como canciller y Torcy. De igual modo, plantea que en el estudio de la guerra se deben encuadrar las luchas por la sucesión inglesa y el manifiesto apoyo francés al candidato jacobita y católico al trono de Inglaterra. Bajo estas premisas plantea una evolución del conflicto concluyendo que el cambio de signo en la contienda favorable a la causa borbónica se produjo primeramente en 1710 con el cambio de gobierno en Inglaterra y el inicio de negociaciones para una paz secreta con Francia y ya definitivamente en 1711 al morir el emperador José I a quien sucedió su hermano el archiduque Carlos, por lo que el miedo a la monarquía universal no provenía ya por al bando borbónico sino por el habsbúrgico.

Giovanni Murgia nos ofrece una extensa visión de la situación italiana en una amplia cronología de la guerra de Sucesión puesto que se entiende que el final de la guerra serían los intentos de Alberoni por conseguir recuperar los territorios italianos que se sellaron con las acuerdos de 1720. Desde una visión económica, Murgia pretende explicar el contexto general de “crisis y decadencia” de la monarquía hispana, cuyo síntoma más evidente habría sido el final de la guerra de los Treinta Años. En este sentido, se entiende que desde una amplia cronología anterior al inicio de la guerra, es decir, 30 años antes de la muerte de Carlos II, dicha circunstancia se venía comentando en las cortes europeas, las cuales, en 1700/01, se “las ingeniaron para conjurar el estallido de un conflicto por la sucesión”. Minimizando la importancia de los Estados Pontificios y del papel del papa como legitimador de la rama austríaca de la dinastía, Murgia se hace eco de la historiografía general al postular que tanto el emperador Leopoldo como José pretendían recuperar los territorios italianos para la

rama austríaca de la dinastía, es decir, preferían Italia a España. A partir de estas premisas, se inicia una evolución de los distintos territorios italianos, comenzando por Nápoles y la importancia de la revuelta del príncipe de Macchia. Seguidamente, se atiende a la fácil capitulación de Cerdeña y las posteriores revueltas. Por último, en Sicilia se analizan los tres partidos, que se caracterizaban por: 1) los partidarios de mantener una vinculación con la monarquía hispana independientemente de la dinastía reinante, siendo esta la opción más numerosa en la isla, puesto que también defendían el mantenimiento del respeto a los privilegios y autonomía del reino; 2) los partidarios de la dinastía Habsburgo y 3) los partidarios de la constitución de un reino independiente, eligiendo el rey entre las distintas familias europeas. Con “Portugal en la guerra por la sucesión de la Monarquía española”, Pedro Cardim concluye los estudios regionales sobre la guerra. Para explicar los vaivenes lusos en la guerra, Cardim parte de un amplio contexto: por un lado, desde 1640 se constatan continuas injerencias inglesas, francesas y holandesas por el control de lucrativo comercio portugués, mientras que también, a finales del siglo XVII, presenciamos la importancia del “partido español” en la corte lisboeta, que reivindicaba la reunificación de ambas monarquías. Este hecho explicaría el acuerdo entre Portugal, España y Francia, visto como anti-natural por los aliados. El cambio de alianza estaría debido, según Cardim, a la desilusión que generó la defensa francesa del reino entre 1702/03. Así, en las negociaciones con Methuen, los portugueses exigieron que el Archiduque Carlos llegase a Lisboa como muestra de la adhesión y defensa de Portugal. Con todo, en la corte lisboeta se mostraba un rechazo a la adhesión a la Gran Alianza, hecho que cambió al cumplirse la exigencia lusa de que el archiduque fuese proclamado como rey de la Monarquía, que hasta ese momento no estaba claro. Con la firma del pacto de Génova entre Inglaterra y Cataluña y la salida del archiduque de Portugal, ésta “se convirtió en un escenario secundario de la contienda, ya que el centro de gravedad pasó a la otra costa mediterránea de la península”. Como conclusión, Cardim recalca la voluntariedad de la intervención portuguesa en un gran conflicto europeo, al mismo tiempo que dicha intervención consolidó “el carácter atlántico de la política exterior de la Corona Portuguesa”.

María Victoria López-Cordón efectúa un análisis de la publicística castellana durante el conflicto, la cual debía castellanizar al monarca y a su imagen, debido al problema de la enemistad y mala imagen que tenía Francia tanto en Castilla como Aragón. Este proceso de castellanización se emprendió por dos

vertientes: por un lado, resaltando la sangre austríaca que tenía Felipe V y, por otro, mediante la gran cantidad de imágenes que del monarca se enseñaron a la gente, incluso vistiéndolo a la española. Estas mismas obras artísticas presentaban, al mismo tiempo, otra finalidad: eran imágenes contra la decadencia, es decir, se pretendía reflejar una imagen de poder del rey, para contrastar la imagen de decadencia de la monarquía que circulaba por Europa. Ya durante la guerra, los partidarios de Felipe V aludían a las tropas del archiduque como tropas de herejes y extranjeros. Igualmente, juristas como Juan de Melo y Girón y Melchor de Macanaz apoyaron la causa felipista con los postulados de legitimidad, continuidad, valor y religión. Por otra parte, la publicística borbónica también daba imagen a las tres potencias: Francia, Inglaterra y Holanda, siendo una imagen negativa para estas dos últimas. Sobre Francia la imagen general es positiva, aunque si descendemos a la propaganda anónima, la imagen ya cambia, lo que le permite concluir a López-Cordón, que la adhesión y fidelidad a la causa felipista es más una cuestión personal que dinástica.

Los estudios de los distintos territorios peninsulares de la monarquía hispana los inicia Joaquim Albareda, centrándose en el proyecto austracista dentro de la Corona de Aragón. Parte de la premisa ya expuesta por Pierre Vilar, de que la adhesión de Cataluña y Aragón al Archiduque Carlos no fue una cuestión dinástica, sino económica, material y de los agentes sociales. En este sentido, sectores como la burguesía comercial catalana serían uno de los mayores defensores del austracismo. Por otra parte, se considera que la acción del monarca en la Corona de Aragón se hallaba muy condicionada por el ordenamiento jurídico propio del territorio, lo que implicó, según Albareda, que la guerra de Sucesión fuese una disputa por la defensa del foralismo y los privilegios económicos. De esta forma, Albareda analiza las distintas cortes y fechas claves para estudiar la guerra como una sucesión de aboliciones y restauraciones de los fueros de los distintos territorios de la Corona de Aragón. Los tres artículos sobre el reino de Valencia los inicia Carmen Pérez Aparicio, estudiando el conflicto internacional dentro del propio reino. Partiendo de la base de la débil defensa castellana, como puso de manifiesto el desembarco inglés de Andalucía de 1702, Pérez Aparicio recalca que Valencia fue uno de los territorios que tuvo que soportar el peso de las tropas de ambos pretendientes más duramente en su territorio, situación que se mantuvo también tras la batalla de Almansa. Así, tras la derrota de Almansa y la supresión de los fueros de Valencia y Aragón mediante los decretos de Nueva Planta de 29 de junio de 1707, Pérez

Page 56: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

56 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Aparicio considera que el proyecto austracista “quedó frustrado para siempre con la pérdida de su tradicional sistema de gobierno” e incluso algunos proyecto económicos, como los relacionados con el comercio americano tuvieron que esperar al reinado de Carlos III para implantarse o también los intentos de supresión del régimen señorial incluso esperaron a las cortes de Cádiz. Ricardo Franch Benavent estudia las relaciones económicas del reino de Valencia durante la contienda bélica concluyendo que las dificultades de la guerra para la economía valenciana es necesario verlas como “un paréntesis en el “largo siglo” de crecimiento que se había iniciado”. Por último, James Casey concluye los estudios en torno a Valencia con un análisis historiográfico de la guerra de Sucesión desde una perspectiva catalano-valenciana. Desde su punto de vista, la guerra de Sucesión fue el tránsito de una monarquía plural a “un Estado español dirigido por Castilla”. Dicho tránsito se produjo por la disputa de dos modelos de monarquía: el “franco-castellano (el absolutismo) y el anglo-holandés (como el catalán-aragonés), denunciado a veces como régimen de repúblicas libres”. Esta visión de la guerra conlleva interpretaciones de la misma centradas en los conceptos de absolutismo como retraso y decadencia en contraposición con el progreso que implicaba, según estos postulados, los modelos forales. Ciñéndose al caso valenciano, Casey señala que dicho territorio no importaba para ninguno de los dos pretendientes, por lo que, basándose en las argumentaciones de Miñana, indica que la represión de uno allanaba el camino del otro. En cuanto a las consecuencias económicas de la guerra, Casey se cuestiona si fue una interrupción en un proceso de larga duración o si por el contrario sentó las bases para una nueva prosperidad. En definitiva, Casey concluye que, rehuyendo del historicismo, la guerra de Sucesión es un tema de actualidad (historiográficamente hablando también) del cual podemos sacar conclusiones en temas como la “identidad” o las relaciones con los demás.

José A. Armilles Vicente inicia los estudios concretos sobre la batalla de Almansa con una exposición sobre los efectos de dicha batalla en el Reino de Aragón. Plantea que hasta esa fecha, se produjeron sucesivas mudanzas de fidelidades en las ciudades importantes del reino, como Zaragoza y Huesca, siendo contrarrestadas en Castilla, con la formación de un “consejo de resistencia borbónico” tras la proclamación del archiduque Carlos en Aragón. Hacia finales de marzo de 1707, el duque de Orleans, uno de los mayores generales borbónicos junto con el duque de Berwick, “acampó su ejército junto a Zaragoza”, lo que indica que el reino de Aragón se convirtió, en esas fechas, en un

territorio de fidelidades inestables que los borbónicos supieron aprovechar. Así las cosas, Armilles Vicente señala que tras la batalla de Almansa se decretó una nueva planta en Aragón, aunque matiza que esta Nueva Planta no presentó un modelo único ni territorial ni cronológicamente. El estudio sobre el Reino de Murcia y su implicación en la batalla de Almansa lo realizan Juan Hernández Franco y Sebastián Molina Puche, quienes estudian el porqué de la adhesión del reino murciano a la causa felipista y borbónica. Parten de la base de que en Murcia el grupo disidente fue realmente pequeño numérica y políticamente hablando (además de que estaba constituido mayoritariamente por catalanes, aragoneses e italianos). En cuanto a las propias élites favorables a Felipe V, se indica que durante sus primeros años de reinado, Felipe V fue visto como un rey continuista, por lo que fue factible el apoyo de las élites murcianas, vistas como tradicionales. Por otra parte, los autores entienden que estas élites optaron por la causa borbónica en reacción a la opción tomada por sus tradicionales enemigos valencianos al apoyar al archiduque Carlos. Con todo tras la batalla de Almansa, Felipe V fue más consciente de la importancia de premiar a las élites que le apoyaban, lo que en Murcia le granjeó la imagen de rey de las mercedes. Francisco García González, en un estudio microhistórico y característico de la escuela de Annales, analiza la vida en la propia villa de Almansa durante la contienda bélica. Por su parte, Pere Molas Ribalta nos ofrece una visión general del duque de Berwick como vencedor de la batalla de Almansa, destacando que Berwick, según se extrae de sus memorias, no era partidario de las batallas, sino de una guerra táctica, pero que en el caso de Almansa, el desconocimiento de la realidad de la contienda que existía en las cortes de Madrid y París a la hora de planificar la guerra, propiciaba que las batallas fuesen inevitables. Rosa María Alabrús estudia el pensamiento austracista durante el siglo XVIII, efectuando algunas comparaciones con el pensamiento borbónico de la época. Así, cabe destacar que tras la batalla de Almansa, el pensamiento austracista se caracterizó por cinco puntos: 1) silenciamiento de la victoria borbónica; 2) invitación de la guerra contra Francia ante el amenazante discurso borbónico; 3) denuncia de las pretensiones regalistas y fiscales de Felipe V y la camarilla francesa; 4) ahondamiento en la vieja herida de la huida de Felipe V en 1706 y 5) ratificación de la apuesta constitucional catalana de 1705-06 a favor del archiduque Carlos.

José Manuel de Bernardo Ares junto con E. Echevarría Pereda y E. Ortega Arjonilla estudian el hecho concreto de la batalla a través de la correspondencia entre Felipe V y Luis XIV. Con este artículo, los

autores pretenden dilucidar quién fue quien en la toma de decisiones y cómo se insertaron los personajes (Luis XIV, Felipe V y la reina María Luisa de Saboya) en los hechos concretos. De esta forma, del análisis de las quince cartas seleccionadas, los autores extraen que existía una total dependencia de España con respecto a Francia en cuestiones militares, que se produce una continua mención a los intereses comunes de ambas monarquías y que se aludía constantemente al “omnipresente providencialismo divino”. Por consiguiente, concluyen la batalla de Almansa, aparte de propiciar, en consonancia con la historiografía general sobre el tema, el control sobre los súbditos rebeldes y la consiguiente implantación de la Nueva Planta, fue una victoria militar francesa y no castellana, en un contexto de guerra europea. Esto se debía a que los generales eran franceses y que, por otras parte, y en consonancia con las tesis esgrimidas por el profesor de Bernardo Ares sobre el gobierno de la monarquía de Felipe V durante sus primeros años de reinado, el gobierno efectivo de la monarquía no estaba en Madrid, sino en Versalles, es decir, parafraseando al propio de Bernardo Ares, que Luis XIV gobernaba directamente la monarquía de su nieto Felipe V. Por último, María de los Ángeles Pérez Samper analiza la batalla según la correspondencia de las tres mujeres más importantes en las cortes borbónicas: la reina María Luisa de Saboya, la princesa de los Ursinos y Madame de Maintenon.

En resumen, esta obra se adentra en los debates sobre la guerra de sucesión como disputa de dos modelos de monarquía en un contexto europeo de enfrentamientos bélicos, pero en los que surge una nueva teoría política: balance of power. De esta forma, la batalla de Almansa se inserta dentro de estas disyuntivas y este contexto, convirtiéndose para la mayoría de la historiografía en la concreción por la cual se pudieron implantar los decretos de Nueva Planta, que para algunos fueron el inicio del fin de un proyecto austracista, con la génesis de un “Estado” centralista, castellano y absolutista y, para otros, con el inicio de un “Estado” moderno de cariz castellano.

Riti di Corte e simboli della regalitàPor Marcelo Luzzi

El libro, Riti di Corte e simboli della regalità, se presenta como un compendio del estudio del ceremonial cortesano matizando

Page 57: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 57

las diversas manifestaciones concretas que pudo presentar en las cortes europeas. De igual manera, se ofrece un sutil intento de comparación de estas situaciones con lo que acontecía en una de las cortes más importantes de la época: la corte del sultán del imperio otomano. En este sentido, el estudio del ceremonial cortesano no se presenta como una cuestión de ornamentos o gustos de las elites de poder de la edad moderna, sino como un análisis de la literatura del poder regio y su geografía simbólica, es decir, es decir cómo los ritos de corte y los símbolos regios generan y se estructuran en torno a un cuidado ceremonial para diferenciar y magnificar el poder regio desde diversas perspectivas, ya sea a través de la sacralidad o con los diversos ritos de paso o con las entradas reales, etc. Por último, este ensayo introduce una diferenciación de género a la hora de estudiar todas estas prácticas ceremoniales de la realeza. Por consiguiente, es fácil comprender que esta obra se encuentre en un marco metodológico amplio y multidisciplinario, en el que se entremezcla con bastante frecuencia, como manifiesta la autora, la historia y la antropología.

Maria ANTONIETTA VISCEGLIA. Riti di Corte e simboli della regalità. I regni d’Europa e del Mediterraneo dal Medioevo all’età moderna. Roma: Salerno Editrice, 2009.

Para el estudio de las formas de soberanía en relación con las expresiones rituales y ceremoniales más significativas de los fundamentos ideológicos y culturales de cada una de las monarquías europeas, la profesora Visceglia considera que primeramente debemos adentrarnos en el análisis de la relación entre la realeza y la sacralidad. Basándose en Bloch, señala que prefiere abordar la realeza sacra como una “historia del poder no separada de sus bases rituales”. El primer elemento de importancia en la génesis de la sacralidad regia fue la pervivencia del milagro. Con el desarrollo de las monarquías, la unción se convirtió en el fundamento de la sacralidad. Así, la sacralidad estaba precedida “por un rito de separación y otro de paso: uno por el cual el rey, por derecho hereditario, se separaba de sus hábitos normales y adquiría una nueva identidad que le confería legitimidad a su poder y le permitía ejercitar en su reino las prerrogativas de un emperador: la protección

de la fe y la defensa de la Iglesia”. El otro fundamento de la sacralidad regia lo confería la consagración. Con todo, no debemos confundir la consagración y unción del monarca con la creación de una nueva persona eclesiástica. Ya en la baja Edad Media, era difusa la imagen del rey como vicario de Cristo, puesto que también los dos modelos de rey-santo (es decir, santo-mártir y santo-guerrero) se habían asociado en la sacralidad arcaica del la figura del rey-guerrero. Por consiguiente, esta dualidad que se encarnaba en la persona del rey, “hacía resaltar la ambigüedad de su figura física”. Por último, Visceglia destaca que en la génesis de la modernidad, la sacralidad regia también podía adquirirse por la santidad dinástica.

En cuanto al imperio otomano, Visceglia apunta que la “institución califal se fundaba sobre la idea de la imitación del Profeta y sobre las referencias al espíritu originario de la revelación religiosa”. Este modelo de realeza se sustentaba en la fuerza y estabilidad de la dinastía y de su milicia y en los ritos dinásticos y de corte caracterizados por una fuerte impronta oriental. Por el contrario, las cortes islámicas del Magreb presentaban un carácter más austero e igualitario, condicionado por su estructura social tribal.

En los ritos dinásticos se producía una de las mayores manifestaciones de la realeza. En este sentido, la profesora Visceglia estudia los ritos de muerte, sucesión y entronización. La muerte evidenciaba las dos naturalezas del rey, por lo que el sistema político debía crear rituales religiosos y políticos para controlar las consecuencias que de la muerte se derivasen. De esta forma, se explica que surgiese, tanto para cristianos como para otomanos, la idea de la buena y bella muerte, por la cual el monarca respondía a la magnificencia inherente a la realeza. En cuanto a las sucesiones, las similitudes ya se evidencian: mientras que las sucesiones occidentales buscan primar la estabilidad, las otomanes conseguían una especia de estabilidad mediante una exitosa sucesión de coup d’État. El ceremonial de la sucesión se encontraba, en occidente, estrechamente ligado a la entronización. Así, en una Europa en la que primaba el derecho de primogenitura, el uso de las efigies fue el centro del ceremonial de la sucesión, porque las efigies permitía diferenciar ambas naturalezas que se conjugaban en el rey (la física y mortal y la sacra e inmortal), permitiendo trasmitir que una continuidad de la realeza, es decir, que ésta no moría. Por su parte, las entronizaciones, al igual que las entradas reales, eran ritos de refundación de la dinastía, que podían asumir la forma de consagración o aclamación.

Con las entradas reales, la profesora Visceglia quiere estudiar la ritualidad monárquica desde la práctica de su manifestación como fueron las entradas en la corte, la movilidad de la misma y la vida en el palacio. Como ya he apuntado, se entiende que las entradas eran ritos de legitimación y refundación del poder regio, puesto que se plasmaba un discurso político sobre el mismo. Así, las entradas, tanto del rey como de las reinas, debe ser vista “dunque comme strategia di legitimazione sociale ma anche comme disegno “umanistico” che rappresenta l’“altro” pur nella consapevolezza della propria superiorità culturale”. En este contexto, el viaje de la corte regia, con sus consiguientes entradas es también visto como un peregrinaje que culminaba con la nueva legitimación del poder sacro del rey. Por consiguiente, durante la edad moderna asistimos al importante asentamiento de la corte en una determinada ciudad, vista por parte de la historiografía como “capital” de la monarquía. Con todo, no cabe duda que esta ciudad se convirtió en la capital (en el sentido etimológico del término, es decir, de cabeza o ciudad más importante) del ceremonial de la propia monarquía.

Para concluir su estudio sobre los ritos de corte y los símbolos de la realeza, Visceglia profundiza el estudio de la realeza femenina, destacando la relevancia política, ceremonial y simbólica de esta forma de realeza. Así, se reconsidera el papel de que desempeñaba la realeza femenina en el matrimonio dinástico con las múltiples funciones que se podía realizar: reina, madre y la figura más difusa de reina consorte y de reina regente. Aparte de estas vitales funciones de las reinas, la realeza femenina resulta fundamental en el estudio del poder en la época moderna porque en torno a ella (y su Casa, Familia, Maison o Household) se podía estructura un importante grupo de poder o facción cortesana.

Riti di Corte e simboli della regalità se nos ofrece como una obra que pretende analizar todas las imbricaciones del ceremonial cortesano de la época moderna. En este sentido, Visceglia se adentra en la nueva historiografía de los estudios de la corte, entendida como la formación política de la Europa moderna. Por consiguiente, este detallado análisis de las diversas aristas e implicaciones (tanto simbólica como políticas, las cuales se retroalimentan) del mismo ceremonial, nos brinda una visión renovadora de la forma de manifestarse y estructurarse el poder durante el convulso período moderno.

Page 58: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

58 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Las Cortes de los Países Bajos y de la Monarquía HispanaPor Marcelo Luzzi

HORTAL MUÑOZ, José Eloy, Los asuntos de Flandes. Las relaciones entre las Cortes de los Países Bajos y de la Monarquía Hispana durante el siglo XVI, Editorial Académica Española, Saarbrücken, 2011.

La Revuelta de los Países Bajos ha sido, sin duda, uno de los temas que ha generado mayor cantidad de bibliografía dentro de la historia moderna del continente europeo. Los estudios elaborados hasta la década de los 60 del siglo XX, aunque muchos de ellos son excelentes y aún hoy en día de obligatoria consulta, caían, en general, en el mismo error, cual era partir de unas ideas predeterminadas y con el fin de justificar diversos intereses decimonónicos, tales cómo la historia nacional o las luchas catolicismo-calvinismo, forzaban la documentación y la bibliografía para conseguir crear una historia que sirviera a dicho propósito. Para ello, se utilizaron diferentes enfoques metodológicos, en los que predominó la visión de la historia de una forma “presentista”, que trataba de explicar la historia moderna con los parámetros de los estados actuales. Esto dejaba muchos aspectos por discernir, ya que no se había tenido en cuenta que el gobierno de los siglos XVI y XVII se estructuraba en otro tipo de relaciones, más que en las meramente institucionales.

Ya los estudios de Geoffrey Parker demostraron que no era posible explicar la Revuelta sin tener en cuenta el punto de vista “español”, es decir, la estrategia de Felipe II. Siguiendo el estudio de la intervención española en el conflicto, J. H. Elliott llegó a señalar que el caso de los Países Bajos podía resultar un modelo para saber qué hubiera podido suceder en otros territorios de la Monarquía Hispana. Aquí podríamos encuadrar, asimismo, el trabajo de Pierre Chaunu, que conectaba el tráfico de metales preciosos de Castilla con las Indias con la

política seguida en Flandes, según el dinero que entraba en las arcas de Felipe II. Tanto Elliott como Parker criticaron dicha visión, sobre todo el último, que recalcaría las necesidades de dinero de los ejércitos de la Monarquía, pero uniendo dichas carencias a las guerras de Felipe II contra los turcos. Igualmente, aparecieron diversos trabajos sobre las luchas faccionales en la Corte madrileña y sus repercusiones políticas en Flandes, en especial la tesis doctoral de Paul David Lagomarsino, aspecto sobre el cual la presente obra profundiza aún más, uniendo a ello las nuevas posibilidades que ofrecen los estudios sobre la Corte.

Así, en el primer capítulo se analiza la integración de las élites flamencas en el Imperio de Carlos V, tanto en las Casas Reales como en los Consejos y en otras instituciones, así como la ordenación del territorio en las XVII provincias durante aquellos años. Todo ello comenzaría a quebrar desde la década de 1560, ya con Felipe II en el trono, merced a las reformas que impulsaron aquellos personajes de la Corte madrileña con una ideología “castellanista”, con el fin de conseguir una determinada confesionalización de la Monarquía. De este modo, los nobles flamencos se vieron relegados, no sólo de la Corte del monarca hispano, sino también de sus propios territorios, pues pudieron comprobar cómo personajes de otras nacionalidades y letrados de las XVII provincias comenzaron a copar los puestos fundamentales de la Corte bruselense. El creciente descontento de dichos nobles no pudo ser canalizado por la facción “ebolista” de la Corte madrileña, por lo que muchos de ellos comenzaron a considerar la posibilidad de rebelarse contra su Señor. Sin duda, era muy difícil gobernar sin la ayuda de esas élites y dicha ruptura puede ser considerada como uno de los principales motivos del inicio de la Revuelta.

En los capítulos siguientes, se desentrañan las luchas faccionales que tuvieron lugar en la Corte madrileña y sus relaciones con los grupos de poder existentes en Bruselas, así cómo la manera en que influyeron en la configuración de los siguientes gobiernos de los Países Bajos hasta el final de siglo, con la Cesión de los Países Bajos a los Archiduques. Del mismo modo, se analiza la forma de gobierno de los territorios flamencos y cómo se integró dicha estructura en la institucionalización de la Monarquía que se produjo a partir de la década de los 80 de dicho siglo, con la creación del Consejo de Flandes en 1588 o de la Secretairie d´État et de Guerre en 1593, el uso de la Secretaría de Estado para el Norte o los cambios habidos dentro de la guarda de archeros de Corps dentro de la Casa Real del monarca.

Como sabemos, la bibliografía sobre la Revuelta es ingente. Sin embargo, éste trabajo pretende darle un enfoque diferente, con la aparición de nuevos elementos de juicio y la reinterpretación de la documentación a través de una nueva metodología basada en el estudio de las luchas faccionales y de la Corte. Por lo tanto, la novedad del presente estudio no reside tanto en el tema, estudiado ya en numerosas ocasiones, sino en la orientación metodológica del mismo y en las nuevas vías de investigación que se han pretendido abrir.

Olivares, los Vasa y el BálticoPor Miguel Conde Pazos

Ryszard SKOWRON. Olivares, los Vasa y el Báltico. Polonia en la politíca internacional de Espaňa en los aňos 1621-1632. Varsovia : Wydawnictwo DIG, 2008.

La política de Olivares en el Mar del Norte siempre ha despertado un gran interés dentro de la historiografía hispana. Autores como Rodenas Villar o Alcalá Zamora dedicaron buena parte de sus trabajos al estudio de una diplomacia que, entre otros objetivos, buscaba la implantación de una fuerte presencia española en el Mar Báltico capaz de enturbiar el comercio holandés. Sin embargo, la historiografía hispana apenas se ha hecho eco de una serie de obras de autores checos, polacos y húngaros que, desde el siglo XIX, trataron la problemática Báltica y los planes de los Habsburgo en el Norte desde una perspectiva centroeuropea. Trabajos como los de Hans Messow, o Adam Szelągowski (quien ya utilizó en sus estudios las fuentes de Simancas) han pasado desapercibidos en nuestra historiografía, ya fuera por la barrera idiomática o, simplemente, por el desconocimiento de su existencia.

Por este motivo no podemos más que congratularnos con la publicación de la obra de la que hoy hablamos, pues cubre en gran medida estas carencias. Ryszard Skowron es el gran especialista de las relaciones hispano-polacas en los siglos XVI y XVII, y tiene en su haber numerosas publicaciones sobre este tema, tanto en libros

Page 59: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 59

como en congresos (uno de los últimos, por cierto, en esta casa, el Instituto de la Corte, con el que colabora frecuentemente). Su libro “Olivares, los Vasa y el Báltico” (editado en español en el 2009, pero publicado en Polonia en el 2002) es todo un esfuerzo en el estudio de la diplomacia Báltica, para el cual ha reunido todo un elenco de fuentes de distintos archivos de Europa, así como de obras españolas y centroeuropeas. Huelga decir que en su trabajo confluyen ambas tradiciones historiográficas, por lo que su obra aporta una perspectiva muy completa del tema.

Antes que nada me gustaría destacar el hecho de que el estudio de las relaciones entre la Monarquía Hispana y la República de Polonia es un tema relativamente reciente. Hasta hace poco eran escasos los trabajos autóctonos o traducidos que trataran estos asuntos, siendo la mayor excepción la obra más temprana de Felipe Ruiz Martín. De hecho, la historia de Polonia en la Edad Moderna es, por lo general, poco conocida en nuestro país. Las bases de la Antigua República de Polonia fueron sentadas entre 1569 y 1573, con la Unión de Lublín, la muerte del último Jaguellón y la elección de Enrique de Valois. Estos tres hechos marcaron el desarrollo de la Primera República hasta casi su misma desaparición a finales del siglo XVIII. De esta forma, la Republica de Polonia se configuró como un entramado territorial de gran tamaño (que comprendía, además de Polonia, Lituania, Prusia y buena parte de Ucrania) con un estamento nobiliario preponderante en el poder y una monarquía débil.

En 1587 el carácter electivo de la corona de Polonia llevó al trono a Segismundo III de Suecia, un ferviente católico que, en 1599, perdió la corona protestante de Suecia. Este hecho inició un enfrentamiento entre la república polaca y el reino del norte que duró hasta 1660, en el cual los reyes de Polonia buscaron el concurso de los Habsburgo. En la segunda década del siglo XVII estos acercamientos se fueron intensificando gracias a que, dentro del gobierno de Madrid, se empezó a ver a Polonia como a un potencial aliado a la hora de crear una flota en el Báltico. Como sabemos esta fue una política que, a largo plazo, promovió la intervención sueca en la guerra de los Treinta Años y el posterior vuelco en la situación del Imperio.

“Los Vasa, Olivares y el Mar Báltico” se centra, a priori, en el estudio de estos planes y de la creación de la flota hispano-polaca. Y digo a priori porque, a pesar de ser este el núcleo del estudio, no es exclusivo, y el autor dedica toda la primera parte de la obra a repasar las relaciones entre la Monarquía y la república de Polonia desde el siglo XVI. Este hecho no es gratuito, pues

este fue un periodo de configuración donde, además de ir haciéndose cada vez más presente la idea de colaboración báltica, fueron surgiendo toda una serie de factores e interesados destinados a condicionar la relación y a dotarla de unos atributos únicos. De esta forma, el papel de la diplomacia papal, la naturaleza hereditaria de la Monarquía polaca, y la ambición particular de los Habsburgo de Viena fueron elementos que han de ser tomados en cuenta a la hora de estudiar los contactos. Sobre este último punto habría que destacar que uno de los mayores aciertos del libro viene a la hora de distinguir entre los intereses particulares de Madrid y los de Viena en el Báltico, algo muy presente en toda la obra y que en otras ocasiones ha llevado a equívocos. Igualmente, el autor ha dedicado esta primera parte al estudio de otros aspectos, como la herencia de Bona Sforza (tema clásico en el estudio de las relaciones hispano-polacas), los planes de Cruzada anti-turca, o el interés del comercio báltico, todos ellos elementos que propiciaron y sirvieron de instrumento en los distintos encuentros entre Varsovia y Madrid. Desde nuestro punto de vista, estas primeras páginas son más que necesarias, siendo una lectura obligada no sólo para aquellas personas que quieran introducirse en el estudio de las relaciones hispano-polacas, sino también para quienes deseen entender mejor la compleja relación entre la Europa Occidental y la Centro-oriental previa a la intervención de Gustavo Adolfo en la Guerra de los Treinta Años, dando cabida a la reflexión sobre la interconexión de intereses entre el Septentrión y el Mediterráneo en el Antiguo Régimen.

La segunda parte del estudio se centra, esta vez sí, en los planes bálticos del Conde Duque de Olivares y Segismundo III a través de siete capítulos. De esta forma el primer capítulo trata la extensión de la red diplomática española en la zona centro-oriental durante los primeros años de la Guerra de los Treinta Años, los primeros compases de la relación Madrid-Varsovia en la guerra y el alineamiento inicial de los distintos príncipes de la zona. Se nos presentará así un panorama en el que más de uno rememorará la “diagonal de la Contrarreforma” descrita por J. Regla, al contemplar el acercamiento de Madrid, Viena y Varsovia, y las acciones en defensa del status hegemónico. El segundo capítulo concreta los distintos planes de colaboración, y las esperanzas que los Vasa de Polonia pusieron en ellos para recuperar el trono de Estocolmo. Es en esta concreción donde se daran a conocer el barón de Auchy, el conde de Solre y Grabriel de Roy, agentes responsables de actuar en nombre de Felipe IV en Varsovia y el Báltico durante los años que siguieron. También es en este punto donde veremos el influyente papel del

embajador de Viena, el marqués de Aytona, y el influjo de la opinión del emperador sobre éste.

El tercer capítulo nos lleva a 1626, y cede la iniciativa al rey de Polonia, describiendo los intentos de Segismundo III de crear una flota propia en el mar Báltico (la creación de la “Comisión Naval”), su deseo de que en ella participara la flota de Dunquerque, y el poco apoyo que su empresa encontró entre los mismos polacos. Este desinterés, por no decir hostilidad, fue un factor a tener en cuenta a la hora de entender el fracaso del proyecto, y dio pie para que las potencias enemigas de los Habsburgo se interpusieran en sus planes, e intentaran mediar en una paz. El cuarto capítulo narra la misión del barón de Auchy, enviado español a Polonia en 1627 quien, rodeado de cierta tragedia (no olvidemos que su corta biografía la escribió desde una prisión), realizó entre sus gestiones un juicio muy valioso sobre la corte polaca. Igualmente conoceremos el papel de Holanda en el negocio y sus intentos de mediación en la guerra sueco-polaca. El quinto nos traslada a los enredos del general Wallenstein, quien en su momento se postuló como alternativa a la hora de colocar una flota en el Báltico, así como del criterio, cada vez más independiente, del emperador en este asunto. El séptimo es, de alguna manera, el capítulo primordial de la obra. Bajo el epígrafe “la flota polaco-española de Wismar, final de los planes Bálticos de Olivares” se estudia el desenlace de todas las gestiones, sus frutos y sus fracasos: el desarrollo de la guerra polaco-sueca, la entrega de una flota de Segismundo a Gabriel de Roy en Wismar, el fracaso de toda la alianza por el estallido de la guerra de Montferrato y la firma de la tregua de Altmark. Todos son hechos minuciosamente narrados, cuyas últimas consecuencias superan la barrera temporal de este estudió, y perviven en las décadas siguientes. El último capítulo recupera el triste final de la flota de Wismar, así como una serie de acercamientos tardíos entre la Monarquía y Polonia, a la espera de un estudio futuro sobre las relaciones en el reinado de Ladislao IV (1632-1648).

En general se trata de un libro que habla de una empresa, la del Báltico, destinada no solo a combatir contra suecos, daneses y holandeses, sino a vencer a la distancia, hacer frente a la compleja realidad de la república de Polonia, y sobrevivir entre las prioridades de la Monarquía Católica en un momento en que contaba con demasiados frentes. Sin duda alguna, un relato muy bien documentado de una de las acciones diplomáticas más grandes y ambiciosas de la primera mitad del siglo XVII, siendo una lectura obligada para el estudio de la Guerra de los Treinta Años.

Page 60: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

60 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Cerdeña, un reino de la Corona de Aragón Por Javier Revilla Canora

Francesco MANCONI. Cerdeña, un reino de la Corona de Aragón bajo los Austria, Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2010

El libro Cerdeña, un reino de la Corona de Aragón bajo los Austria es un ensayo que va desgranando los aspectos políticos, económicos y sociales acontecidos en la isla mediterránea durante un amplio marco cronológico: desde los primeros contactos comerciales en el siglo XII hasta el posicionamiento de las élites locales en el conflicto de la Guerra de Sucesión española que enfrentará a Felipe V y el futuro Emperador Carlos VI.

La historiografía sobre Cerdeña ha incidido en acontecimientos puntuales relacionados con la economía o la política, biografías más o menos desarrolladas sobre personajes importantes o momentos históricos concretos. Sin embargo, Francesco Manconi ofrece una visión general, a modo de manual, sobre la evolución de Cerdeña, relacionándolo además con acontecimientos de importancia europea como la coronación imperial de Carlos V, la batalla de Lepanto o la Guerra de los Treinta Años.

El ensayo está dividido en ocho capítulos que siguen una evolución cronológica de los acontecimientos y que, grosso modo, se corresponden con los reinados de los diferentes monarcas de la Casa de Austria. Cada uno de ellos se cimienta sobre el anterior, formando una estructura única que servirá para comprender el desarrollo de los acontecimientos.

El primero sirve como introducción. Describe la evolución desde los contactos comerciales iniciales de los siglos plenomedievales hasta finales de la Edad Media. Durante ese tiempo, el primitivo interés por las materias primas sardas que desarrollaron los comerciantes catalanes se fue tornando en una vinculación con las

élites locales llevada a cabo a través de lazos de parentesco. Muchas familias catalanas, aragonesas y valencianas se van a establecer en la isla durante este periodo, llevando consigo aspectos culturales pero también jurídicos y políticos. El proceso de desarrollo y consolidación del modelo jurídico hundirá sus raíces en la praxis catalana, algo similar a lo que ocurrirá con la economía ciudadana. En este periodo se irán fijando los sistemas de patronazgo real y la fidelidad de determinadas casas nobiliarias. También se irán consolidando los primitivos lazos clientelares y de parentesco con los otros reinos de la Corona de Aragón. La influencia catalana se hará sentir en la isla, de manera que el catalán se irá imponiendo como lengua coloquial especialmente en zonas geográficas como Alghero, donde aún hoy día se mantiene esa herencia cultural. Tal será el grado de sincretismo que en tiempos de Felipe II se considerará a los sardos como españoles y no como italianos.

El segundo capítulo corresponde al reinado de Fernando el Católico. En ese momento, los potentados sardos se hallaban inmersos en luchas intestinas por la preeminencia en la isla, algo que se repetirá durante numerosas ocasiones a lo largo de la historia. Por ello, una de las primeras medidas del monarca es la erosión del poder feudal a la par que la extensión del territorio de realengo. Además se busca potenciar la administración territorial y económica. El reinado fernandino supone el establecimiento de una base de ordenamiento institucional que se irá consolidando en los siguientes reinados.

Los años correspondientes al reinado del Emperador están notablemente desarrollados, como ocurrirá con el periodo de su hijo Felipe II. La fase inicial del gobierno de Carlos V estará marcada por la continuidad con los cambios introducidos por su abuelo. Sin embargo, pronto surgen problemas con la producción, explotación y comercialización del cereal, uno de los principales recursos de la isla, que enfrentará a comerciantes y terratenientes laicos y eclesiásticos de variado nivel económico. A esto se suma la ausencia del monarca por el problema de la elección imperial, lo que es aprovechado por las élites locales para reivindicar cuotas de poder más amplias. El poder del virrey en este momento aumenta, pero la ausencia de mano dura para controlar ambos problemas va debilitando en poder real a favor de la nobleza local. Una vez retorna a la Península en 1533 toma el mando del gobierno. Se va a insistir en emplear la Inquisición sarda como otro instrumento más a disposición de los intereses de la Corte, aunque en vez de eso, hallarán un grupo opositor de notable importancia en estos años. El trasfondo no es otro que la afirmación del poder real y las luchas

faccionales por el poder en la isla. En la década de 1550 la Corte imperial se prepara para el problema sucesorio, por lo que los asuntos del Mediterráneo pasan a un segundo plano. Tanto en este periodo como bajo la regencia de Juana de Austria, la isla atravesó sendos periodos de aumento del peso de las élites locales y una disminución del poder real.

Felipe II, una vez llegado al trono, restablecerá el poder perdido por la Corona a la vez que retoma el proyecto de renovación administrativa de Fernando el Católico, lo que se traducirá en la creación de la Tesorería del reino de Cerdeña, la Audiencia, y el primer colegio de jesuitas ubicado en Sassari, llegando así el punto culmen de la madurez gubernativa sarda. Durante su reinado se perfecciona el sistema burocrático de los territorios, implicando moderadamente a las élites locales. A pesar de ello, las leyes medievales van a cobrar una fuerza notable para reafirmar, dentro de este proceso, la diferencia jurídica y política de la isla dentro del entramado territorial de la Monarquía. Será relativamente liberal en lo que a concesión de mercedes se refiere. No serán grandes títulos sino caballeratos y pequeños privilegios encaminados a fortalecer una mediana y pequeña nobleza que encarne los valores propugnados por el rey y contrarresten a los nobles tradicionales en el ejercicio del poder local.

Dos son los temas primordiales que Manconi destaca en esta época. El primero de ellos es el relativo a la educación; el segundo, el cultivo y la comercialización del trigo. Ya durante el reinado de Carlos V despuntó el problema de la escasa cultura de la élite sarda y, como acabamos de ver, el programa filipino era muy ambicioso en lo que a la ocupación de los puestos administrativos se refiere. Por ello se recurrirá a nobles y burgueses de los otros reinos de la Corona de Aragón dada su mejor formación. No obstante, se pondrán las bases para una reforma educativa desde los niveles inferiores hasta los universitarios, buscando con ello la instrucción de esas élites para poder llevar a cabo la idea de Felipe II. Durante el reinado de Fernando el Católico se había regulado que cualquier cargo público tuviera una sólida formación jurídica. Sassari solicitó el permiso real para convertirse en sede universitaria, evitando con ello que los hijos de los potentados se formasen en universidades como Salamanca o Bolonia. Sin embargo no será hasta el primer tercio del siglo XVII cuando logre tal posición. Mientras, serán los colegios de jesuitas los que satisfagan la escasa demanda de estudios superiores.

El primero de ellos, como se ha dicho, se estableció en Sassari y fue tal el resultado que se fundaron más por toda la

Page 61: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 61

isla. Además las escuelas jesuíticas serán el pilar fundamental para la introducción del castellano como lengua culta y de la administración, sustituyendo los numerosos dialectos locales y en menor medida el italiano y el catalán.

Braudel señaló que gobernar Sicilia significaba ocuparse de la exportación de trigo. Ese es, precisamente, el mayor recurso de la isla de Cerdeña. Sin embargo su producción frumentaria era limitada por lo que sólo podía incorporarse a los grandes circuitos comerciales bien por las malas cosechas sicilianas, bien por el excedente sardo. Felipe II impulsó el comercio cerealístico en los años sesenta del siglo XVI. Elaboró una pragmática encaminada a proteger y favorecer al agricultor y limitar el poder del comercio del grano a las ciudades y los grandes comerciantes ligures, pues el objetivo final del monarca era convertir Cerdeña en una nueva Sicilia.

Si el reinado de Felipe II se había caracterizado por el equilibrio de fuerzas entre los intereses reales, los barones sardos y las tradiciones medievales, Felipe III y el Duque de Lerma tendrán un panorama mucho más diferente. Desde 1598 y hasta 1621, el monarca nombró como virreyes al Conde de Elda, al Conde del Real, al Duque de Gandía, al Conde de Erill y al Barón de Benifayró, todos ellos procedentes del reino de Valencia y los tres primeros, de la red clientelar y familiar del valido. Todos ellos tuvieron un gobierno complicado por su intromisión en las disputas entre las dos principales ciudades -Cagliari y Sassari- y las rencillas nobiliarias. Además, sus respectivas haciendas se vieron grandemente afectadas por la expulsión de los moriscos y sus ingresos son notablemente menores. Buscan un enriquecimiento rápido para lo cual especulan con el comercio del trigo y favorecen a los comerciantes ligures, dinamitando la política establecida por Felipe II. Las quejas de los ministros reales de Cerdeña llegan hasta el Consejo de Aragón, quien le transmite insistentemente a Lerma los problemas de la isla. Ante la gran cantidad de quejas de sus hechuras que llegan a la Corte, se ve obligado a actuar: a Gandía, reduciéndole mercedes y privilegios; a del Real, enviándole una visita general de la que se obtiene numerosa información sobre las cuentas y el dinero apropiado indebidamente por el Conde. Sin embargo, las consecuencias políticas de todos los virreyes son escasas y siempre ligadas a la caída en desgracia del valido. El único gobierno que tiene alguna característica diferente es el del Barón de Benifayró. Embajador en Génova, Felipe III le promociona a la dignidad virreinal. Nada más tomar posesión, se queja ante Madrid de la gran diferencia entre su asignación en la República y la sarda, en torno a 5000

escudos. Propone restituir una medida aplicada por los anteriores virreyes de forma ilegítima, pero esta vez con la aprobación del Consejo de Aragón. Sin embargo, la élite se revela y finalmente se le revoca el permiso. Ante tal situación, comete el mismo error que sus antecesores y aprovecha cualquier ocasión para obtener beneficios económicos. En 1625 muere el virrey Benifayró sin haber sido cesado de su cargo. Con él, también termina una etapa caracterizada por la corrupción, que deja las arcas sardas muy empobrecidas.

En ese mismo año estalla la guerra entre el joven Felipe IV y la Inglaterra de Jacobo I. Olivares, tras el ataque inglés a Cádiz, prepara a todos los territorios de la Monarquía para la defensa. El proyecto olivarista incluye la conocida Unión de Armas, en la cual el papel de Cerdeña tiene poco peso. Éste se valora en función de la densidad demográfica y no atendiendo a otros factores como el peso político o económico. Al contrario de lo que sucede en el resto de la Corona de Aragón, la propuesta del Conde-Duque es bien acogida. Se nombra como virrey al Marqués de Bayona, hijo del Conde de Benavente. El giro con los virreyes anteriores es claro, pues es un noble castellano proveniente de una de las familias más importantes y con una hacienda saneada. Sus primeros pasos en Cerdeña están marcados por una inusual tranquilidad en las rivalidades entre Cagliari y Sassari y una alta participación de la nobleza en las Cortes, normalmente absentista. Ello le permite tener unos resultados muy superiores a los previstos ante las Cortes del reino. Cerdeña ofrece una importante cantidad de dinero durante cinco años pagados en especie y aquellos que están exentos de pagar impuestos, colaboran con un servicio voluntario inusualmente alto. Además, se comprometen al mantenimiento de más de mil soldados para la guerra. A cambio sólo piden mercedes honoríficas, que no comportan ningún tipo de retribución. La política de concesión de mercedes sin ningún coste para la Corona hará que un gran número de nobles apoye decididamente el proyecto olivarista, así como más subsidios para la Corona. La gestión del virrey Bayona es tan buena que son los propios sardos los que piden que se le prolongue su estancia en la isla. En medio de las negociaciones de unas nuevas Cortes muere Bayona. La impronta dejada en la memoria colectiva es de un periodo de buen gobierno y una fructífera relación entre Cerdeña y la Corte. En esas fechas, además, se produce el ataque francés de Oristán, una de las ciudades más importantes de la isla. Se ve, como en ocasiones anteriores, que las defensas de la isla son débiles. Cerdeña se ve así inmersa directamente en el escenario bélico de la Guerra de los Treinta Años. No será el último ataque que sufra, aunque dada la poca importancia que los galos le dan, no serán

demasiado considerables. Como ya sucediera en anteriores ocasiones, la precariedad del sistema defensivo sardo es un problema de primera magnitud que, sin embargo, no puede sino parchearse dada la precariedad económica del reino.

La década de 1650 comienza con una gran crisis económica debido a los enormes gastos que la guerra ha provocado. Un visitador se propone sanear las cuentas. Se usufructúan determinados bienes y monopolios de la Corona por grandes cantidades de dinero y se venden partes importantes del territorio de realengo pero aun así, la cantidad recaudada no es suficiente. A esta situación hay que añadirle problemas con la comercialización del trigo y la devaluación de la moneda. Por primera vez Madrid se da cuenta de que Cerdeña no sólo no puede contribuir a la situación general de la Monarquía sino que no puede mantenerse ella misma. La situación es tan compleja que las clases populares salen a las calles al grito de “viva el rey, muera el mal gobierno”. El virrey Marqués de Campo Real lleva a cabo una serie de medidas para paliar la situación que surten un efecto moderado. Felipe IV crea una junta de expertos en economía para solucionar el problema sardo. Por si la situación no fuera lo bastante mala, hay una epidemia de peste que diezma la población de la isla, depauperándola más si cabe.

En esta época las luchas faccionales se recrudecen. Por un lado los Castelví, con el Marqués de Láconi al frente; por otro los Alagón con el Marqués de Villasor como cabeza. En ese momento es elegido como virrey el Conde de Lemos, quien deberá lidiar no sólo con las rencillas internas si no con el deseo de las élites sardas de obtener para sí todos los puestos de la administración de la isla. Tanto el propio Lemos como el Consejo de Aragón rechazan frontalmente la idea por lo dificultoso que resultaría para la gobernación y la administración de justicia. La situación se irá enrareciendo y el posicionamiento de los Castelví como grupo opositor al poder y los Alagón como lealistas no contribuye a mejorar las cosas. Pocos meses antes de morir, Felipe IV elige como nuevo virrey al Marqués de Camarasa, a quien le da unas instrucciones precisas para favorecer la concordia en la isla. Las Cortes convocadas por Camarasa comienzan con una gran tensión y, tras un año sin llegar a ningún acuerdo, se tomará la decisión de enviar a Madrid a Láconi para que exponga allí sus reivindicaciones. Esto irrita mucho al virrey ya que en 1642 se sancionó esta práctica por violar las reglas protocolarias de los parlamentos y la negación de la potestad vicerregia en asuntos de gobierno. Con la ausencia de Láconi, Camarasa intentará llevar a buen puerto las negociaciones de las

Page 62: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

62 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Cortes, aunque el regreso del noble sardo frustra sus intenciones. La única solución ante la falta de acuerdo es su disolución, lo que provoca más tensiones entre el grupo opositor y los fieles a Madrid. El clima se irá tensando día a día hasta que se producen las muertes de Láconi primero y el virrey Camarasa después. Como posibles causas se esgrimen ajustes de cuentas entre facciones y un intento de recuperar el poder perdido por las élites sardas. Manconi propone una tercena hipótesis, poniendo en relación lo sucedido con las revueltas de Cataluña o Andalucía de dos décadas atrás, repitiéndose nuevamente “viva el rey, muera el mal gobierno”. Al nuevo virrey, Duque de San Germán, se le encomienda instruir el proceso y restituir el orden en la isla. Éste actúa con mano de firme y ajusticia con la pena máxima a los cabecillas del asesinato de Camarasa, acusados de laesa maiestas. A partir de ese momento el grupo opositor a la figura virreinal se desvanece y San Germán puede gobernar sin sobresaltos y apoyado por la nobleza fiel. Durante los años setenta del siglo XVII retornará una época de penuria económica similar al periodo de guerra de Felipe IV, situación que remontará una década después tras la puesta en marcha de una serie de medidas socio-económicas que tendrán su máximo desarrollo en el periodo de gobierno saboyano del siglo XVIII. La muerte del último monarca de la Casa de Austria es acogida en Cerdeña con indiferencia por las élites locales, salvo las honras oficiales, que no puede explicarse sino por la expectación del problema sucesorio.

A parte del desarrollo cronológico, Manconi pone de manifiesto que Cerdeña se ha considerado tradicionalmente por la historiografía como un reino marginal atendiendo únicamente a los datos económicos, sin prestar atención a otros aspectos. Sin embargo, y a pesar de los momentos puntuales anteriormente señalados, es manifiesta la poca consideración que se tiene del reino desde la Corte. Como consecuencia de ello, la historia de la isla es desconocida para una parte importante de los investigadores, convirtiendo la obra en una referencia fundamental para un primer acercamiento. Así mismo, y aun con el vacío historiográfico que existe sobre las décadas sucesivas a 1640, Manconi deja varios hilos sueltos de los que tirar para realizar futuras investigaciones, algo relativamente fácil teniendo en cuenta la densidad de información que aporta sobre numerosos y variados temas, así como la cantidad de fuentes que emplea.

Finanze e fiscalità regiaPor Ana Cambra Carballosa

Alberto MARCOS MARTÍN. Finanze e fiscalità regia nella Castiglia di antico regime (secc. XVI-XVII). Galatina: EdiPan, 2010

Existe un antes y un después en los estudios sobre la fiscalidad de la Castilla antiguo regimental que viene marcado por la labor del historiador vallisoletano Felipe Ruíz Martín, quien reconstruyó en varias de sus obras la manera en que las diferentes vocaciones productivas que caracterizaron a las ciudades castellanas se tradujo en la formación de centros capitalistas diversos, en su participación en la carrera de Indias, en la creación de un vasto sistema de ferias comerciales y en la conformación de un mercado de juros ligado a las necesidades de financiamiento de la Monarquía. Estos estudios pusieron de manifiesto la fuerte participación de las grandes finanzas internacionales en el mercado crediticio de Castilla y el importante papel desarrollado por los poderes urbanos.

La obra de Alberto Marcos Martín, heredera de la línea marcada por Felipe Ruíz, enriquece los planteamientos de su antecesor gracias a la utilización de nuevas y diversas fuentes del Archivo General de Simancas. En ella, el autor lleva a cabo un estudio sobre el mercado del crédito, la fiscalidad y el papel desarrollado por las oligarquías urbanas, con el objetivo de determinar el papel que, dentro de la historia de las finanzas de la monarquía de los Austrias, desarrolló la comunidad castellana.

El libro está compuesto por nueve ensayos que, publicados en España a lo largo de la primera década del siglo XXI, ahora se han traducido para el público italiano. El primero de ellos se ocupa del análisis de la financiación de la guerra que enfrentaba a la Monarquía hispánica y a los rebeldes flamencos desde el reinado de Felipe II, centrándose exclusivamente en el periodo que abarca de 1618 a 1648, esto es, tres años

antes de la finalización de la llamada de Tregua de los Doce Años hasta el fin del conflicto y el reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas.

Con este ensayo, el autor trata de completar la labor que iniciara hace ya 40 años Geoffrey Parker, quien en la década de los 70 relacionó por primera vez la irregularidad de las entradas del tesoro militar en las arcas del ejército de Flandes con la intensidad de la actividad bélica de España en los Países Bajos, lo que le permitió establecer coincidencias entre las dos variables y determinar cuáles fueron los momentos culminantes de la guerra y los costes, aproximados, de la misma. Con la utilización de cartas de asientos y factorías -en el fondo Contadurías Generales, del Archivo General Simancas-, Marcos Martín aporta nuevos datos acerca de la cantidad a la que ascendió en realidad el dinero destinado a garantizar la presencia de la Monarquía Católica en las provincias rebeldes y analiza hasta qué punto las dificultades encontradas para obtener fondos determinaron el desarrollo de los acontecimientos militares.Si la fiscalidad regia fue o no un factor determinante de la crisis de Castilla del siglo XVII es la cuestión entorno a la que gira el segundo artículo. A fin de dar respuesta a esta pregunta, Alberto Marcos expone en líneas generales los rasgos definitorios de un sistema impositivo caracterizado más por lo que ofrece –venta de cargos, de rentas reales, bienes comunales y baldíos, etc.- que por lo que recauda. Como conclusión, señala que el esfuerzo fiscal al que fue sometida Castilla en obsequio de la perpetuación del Imperio fue más gravoso de lo que se pudo pensar, y advierte las graves consecuencias que esto tuvo en el proceso económico y social.

En el tercer capítulo, el autor se encarga del estudio de la deuda pública castellana, pues en ningún país del viejo continente el constante crecimiento del débito público y la forma de afrontarlo determinaron tan negativamente el curso de la economía como en España, y en particular, en Castilla.

Las relaciones entre las oligarquías urbanas y la Monarquía son otra de las grandes preocupaciones de Marcos Martín, como pone de manifiesto el exhaustivo examen al que las somete en el cuarto ensayo de la obra que aquí nos ocupa. Tras la caracterización de los personajes pertenecientes a la oligarquía y determinación de los mecanismos que les daba acceso y les mantenía en el poder, el autor plantea una hipótesis que dista mucho tanto de historiografía tradicional -según las cual las ciudades eran un “dócil instrumento del poder absoluto de los reyes”- como de la sostenida por autores como B. Clavero y J.I. Fortea -de acuerdo con la cual las ciudades

Page 63: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 63

conservaron buena parte de su autonomía respecto de la Corona-. Alberto Marcos, por el contrario, insiste en una colaboración, en una dialéctica de compromiso, coincidencia y coordinación de los intereses de la monarquía y la oligarquía urbana, más que en un desencuentro o en un acuerdo tácito.

El objeto de estudio del quinto ensayo son las enajenaciones del patrimonio regio, el poder real y las condiciones de millones durante el reinado de Felipe III. En este sentido, el autor trata de dilucidar si las cláusulas de los servicios de millones fueron inderogables para el soberano y si los principios jurídicos se convirtieron en frenos para el poder del rey. Por último, plantea hasta qué punto el auxilio prestado al rey –a través de la renovación de los millones- puso fin a la utilización de las enajenaciones. Este análisis de las ventas reales queda completado en el siguiente capítulo, el sexto, en el cual, Marcos Martín realiza un análisis pormenorizado del volumen y cronología de las enajenaciones desde 1535 hasta 1699.

En el séptimo capítulo, el historiador analiza la incidencia de la venta de tierras baldías a nivel provincial, señala cuáles fueron las provincias que se vieron más afectadas por las enajenaciones y porqué, y pone de manifiesto las transformaciones que supusieron dichas ventas para la explotación del terreno. Finalmente, trata de establecer el papel que jugaron las ventas de este tipo de tierras en el deterioro de la economía castellana.

Si las ventas de oficios y cargos públicos continuaron en Castilla en tiempos de la suspensión de las ventas, esto es, entre 1600-1621, es el asunto abordado en el octavo ensayo. El autor concluye que, si bien no se produjeron ventas masivas de oficios, como ocurrió en la segunda mitad del siglo XVI, estas acciones continuaron dándose, ya fuera por intereses personales de los procuradores de las Cortes o porque con el pago del oficio, el propietario del mismo se vinculaba todavía más con el monarca, lo unía a él por interés y lo integraba en el proyecto de la monarquía.

Como colofón, un ensayo sobre las enajenaciones del patrimonio regio y el endeudamiento municipal, el cual viene a sintetizar las cuestiones fundamentales que se han desarrollado a lo largo de toda la obra: la venta de rentas reales, de cargos y oficios, de tierras baldías y comunales, de jurisdicciones y de bienes del patrimonio real.

En definitiva, la obra de Alberto Marcos Martín aporta un análisis pormenorizado de un sistema fiscal basado en la búsqueda de recursos para la financiación de los conflictos en los que se

hallaba inmerso, lo que hizo de él un instrumento no sólo oneroso, sino también ineficaz, que acabaría por hipotecar el futuro económico de Castilla.

Propaganda e información en tiempos de guerraPor Roberto Quirós Rosado

David GONZÁLEZ CRUZ. Propaganda e información en tiempos de guerra. España y América (1700-1714), Madrid: Sílex, 2009.

El espectacular desarrollo de los canales de información a lo largo de las últimas décadas ha generado un renovado interés sobre el estudio historiográfico de los medios de difusión de las noticias y el pensamiento político en la sociedad de la Modernidad. Fruto de esta óptica histórica es el presente volumen, obra del profesor David González Cruz, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Huelva. A partir de unas primeras aproximaciones al tema que se plasmaron en monografías publicadas en el último lustro, caso de Une guerre de religion entre principes catholiques. La succession de Charlos II dans l’Empire espagnol (París, 2006) y Propaganda y mentailidad bélica en España y América durante el siglo XVIII (Madrid, 2007), se configura el presente libro.

Articulado en seis epígrafes, Propaganda e información en tiempos de guerra expone una relevante visión del conflicto sucesorio gracias a una completísima recopilación documental en más de una veintena de archivos y bibliotecas españoles, franceses e hispanoamericanos, y a una perspectiva comparativa que liga los avatares del conflicto y de la propaganda dinástica en un marco atlántico, denotando los visos de continuidad o divergencias en procesos teóricamente comunes o similares.

La base metodológica que preludia el análisis pormenorizado de los arcanos del estudio (propaganda, información, guerra) se dispone en un primer capítulo donde se

desgranan las tipologías del fenómeno propagandístico del primer Setecientos: autores, medios de difusión, soportes materiales e inmateriales de las noticias y la publicística, la recepción del mensaje o el propio público que accede a dichas informaciones. Desde la ópera cortesana hasta los pliegos de cordel y los papelones o libelos impresos y manuscritos, pasando por la correspondencia regia y las obras sufragadas por las altas instancias políticas, toda una amplia gama de recursos visuales e intelectuales adquiere una reseñable importancia en un conflicto que, junto a las armas, tendría en la propaganda (seglar o religiosa) un ámbito decisivo en su resolución final. En este sentido, el pertinaz mesianismo que hacían gala los proyectos publicísticos de ambos bandos en liza cobra especial énfasis ante un revival de la fobia contra el hereje emanada de parte de las instituciones eclesiásticas españolas.

Junto al púlpito, el trono (en este caso, los de Madrid y Barcelona) también demostró una honda preocupación para dirigir y coordinar el esfuerzo que numerosos ministros, escritores y publicistas llevaban a cabo en el campo de la propaganda política. La representación áulica, la legitimación divina y la construcción de una imagen de príncipe guerrero (Felipe V como Santiago matamoros) y, a la par, piadoso, son elementos desarrollados en el ensayo con un análisis multidisciplinar, óptico y visual, completamente necesario para establecer puentes de continuidad y diferenciación con otras grandes campañas propagandísticas en la Edad Moderna hispana.

Los “activistas y agentes difusores” de la publicidad de borbónicos y austracistas, así como sus incentivos e intereses particulares, aparecen delineados en el tercer capítulo de la obra: quiénes promovían las acciones propagandísticas, cuánta era su financiación, cuál eran los mediadores entre las altas instancias cortesanas y el público receptor de las noticias y las imágenes y textos por aquéllas inspirados.

Paralelamente, los niveles y grados de veracidad de las noticias difundidas por partidarios de Carlos de Habsburgo y Felipe de Borbón, así como la consideración de la propaganda como elemento crucial en la evolución del conflicto, tanto en la Península Ibérica como en la América española, son analizados en el cuarto epígrafe del volumen. La entente entre moral y propaganda, la circulación de falsas nuevas sobre victorias, derrotas o hipotéticos decesos de los soberanos contendientes evocan el grado de mediatización de los propagandistas en los canales de recepción de informaciones tan ávidamente consumidas como eran las noticias sobre el curso de la guerra en un

Page 64: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

64 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

tiempo de tribulación para el mundo hispánico.

Dicha intervención interesada en la creación y distribución de nuevas para el gran público toma cuerpo en el quinto capítulo al tratarse la censura y el espionaje durante los años de la Guerra de Sucesión. Especial atención reciben por el autor las redes de confidentes y espías tejidas por todos los contendientes (e, incluso, las partidas militares que interceptarían los correos ordinarios y extraordinarios, caso de la borbónica del coronel Vallejo), su financiación y extensión por la geografía ibérica, italiana y americana, así como los mecanismos de encriptación de documentos reales y diplomáticos para evitarse la filtración de noticias a favor del enemigo, de que se incluye la transcripción de un curioso Tratado de cifras y el modo que se ha de tener en formarlas.

Por último, el sexto epígrafe inserta una amplia reflexión historiográfica relativa a la gracia regia y su utilización como instrumento de captación y, por contra, de persecución hacia los desleales a la causa de cada uno de los dos intitulados reyes de España. La dadivosidad en mercedes derivada del servicio al príncipe y su causa (en ocasiones, ligado a la venalidad de oficios y títulos), o las terribles represalias a poblaciones, familias e individuos, tanto en sus personas como en bienes y privilegios jurídico-económicos, infieren los diversos grados de la liberalitas y la auctoritas de los reyes y su reflejo en la cotidianeidad de las poblaciones de los reinos y señoríos afectados directa e indirectamente por el conflicto sucesorio.

Como síntesis de lo reseñado, el presente ensayo se constituye en una obra de obligada consulta para cualquier interesado en la Nueva Historia Política y en la Historia Cultural. Palabra e imagen sirven de fuente de primera mano para conocer los ámbitos de desarrollo e influencia de la propaganda dinástica y bélica entre 1700 y 1714, desde las fiestas palatinas de las cortes de Barcelona y Madrid hasta los más retirados fuertes y puestos fronterizos en Florida, Guatemala y Tucumán. Así, a partir de los presupuestos metodológicos aportados por el profesor González Cruz surgen nuevas vías de interpretación del fenómeno de la publicística en el tránsito hacia el Setecientos, periodo decisivo en la articulación de una nueva Monarquía de España en aras de la dinastía que regirá sus destinos durante el resto del siglo: la casa de Borbón.

La supresión del terrible monstruoPor Manuel Rivero Rodríguez

Vittorio Sciuti Russi Inquisizione Spagnola e Riformismo Borbonico fra sette e ottocento. Il dibattito europeo sulla soppresione del “terrible monstre”.Leo S. Olschki Editore. Florencia 2010.

La obra del profesor Sciuti Russi es poco conocida en España pese a ser uno de los historiadores que mejor han descrito la intensidad –y la complejidad- de los lazos existentes entre españoles e italianos en la Edad Moderna. Su fundamental Astrea in Sicilia circuló ampliamente entre quienes éramos jóvenes historiadores en los años 80 del siglo XX, contribuyendo decisivamente a cambiar el enfoque, la perspectiva, con que se había estudiado la Italia española desde los tiempos de Benedetto Croce. Su perspectiva historiográfica, su punto de vista, estaba muy lejos de lo que acostumbraban a mostrar los hispanistas o los italianistas anglosajones, él no contemplaba el pasado con esa mirada condescendiente que hallamos en algunos pasajes de Koenigsberger, Cochrane o Mc Smith que, enamorados de Italia, atribuían a España las causas de su decadencia. Si para dichos historiadores España era lúgubre y negra, causa de un periodo oscuro de la Historia, “the dark ages” (así lo decía Cochrane), él aportaba un análisis que –sin dejar de ser crítico- ahondaba en los problemas despojándolos de prejuicios. Al abordar el análisis de la justicia, del comportamiento de los magistrados y la máquina de las leyes describió un mundo complejo en el que los sicilianos adquirían relieve respecto a los españoles. El reino de Sicilia tomaba cuerpo como sujeto histórico. Sciuti Russi nos recordaba que aquel fue un “reino pactionado” y que su posición excepcional e independiente en la Monarquía Hispana acercaba más al Imperio español a una “Commonwealth” que a un Imperio unitario y centralizado.

Sciuti Russi siempre se sintió a gusto reconociéndose como un heredero de las ilustraciones española e italiana. Una

tradición de compromiso cívico que contemplaba el pasado no desde la superioridad del presente sino desde la búsqueda de la verdad. Le preocupaban problemas universales, la actitud del hombre ante la tiranía y la utilización del pasado como arma en el presente. En este sentido, no es ocioso señalar la sombra proyectada por el magisterio moral de Leonardo Sciascia sobre su obra. Gli uomini di tenace concetto (Los hombres de ideas tenaces), un libro injustamente ignorado por la crítica y que ha pasado casi de puntillas por el panorama historiográfico europeo, fue pensado y creado a pròpos de un libro emblemático de Sciascia, Morte d’un Inquisitore. Esta complementariedad entre el literato y el historiador académico, entre Sciascia y Sciuti Russi recuerda, salvando las distancias, al emparejamiento existente entre Alessandro Manzoni y Cesare Cantú, saludado por von Reumont como el verdadero nacimiento de la Historia en el siglo XIX, mucho más eficaz y con mayor calado que los densos estudios de Ranke y Burkhardt. El emparejamiento de los problemas cívicos o morales planteados en el ensayo literario generaban interrogantes que solo era pertinente responder desde la Historia. Repetir la Historia tal como fue, según la conocida expresión rankeana, era un discurso insípido y carente de sentido, los historiadores no eran simples notarios del pasado. Sciuti Russi contemplaba una historia política comprometida con la mejora de la condición humana y con Sciascia veía precisamente en la propuesta manzoniana la mejor manera de sacar a la Historia de su encrucijada, en la disyuntiva de su condición de ciencia social o saber humanístico. La Historia da respuestas, ilumina con la verdad, confirma o desmiente lo que la memoria o la desmemoria colectiva quiere creer o cree recordar.

Sciuti Russi nos devuelve a ese espíritu crítico. Su último libro, que aquí reseñamos, Inquisizione Spagnola e Riformismo Borbonico fra sette e ottocento,parece una Historia fuera de la moda, fuera de la crisis de la conciencia histórica que envuelve como una niebla al actual panorama historiográfico europeo. Un panorama estéril, agostado por la falta de ideas. Con su peculiar estilo, mediante una narración muy trabajada y pulida, precisa como un bisturí, Sciuti Russi desgrana las historias de tres hombres que trataron de encender la luz donde había oscuridad, que abogaron por la libertad y el progreso y combatieron la crueldad del “terrible monstruo” de la intolerancia y el fanatismo, Friedrich Münter, el abate Henri Grégoire y Juan Antonio Llorente. Alrededor suyo, el virrey Caracciolo, Jovellanos, Goya, el cardenal Spinelli, Godoy e incluso Napoleón toman partido o toman conciencia de la Inquisición como problema, situándola en un debate más amplio, la tolerancia.

Page 65: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 65

Simbólicamente, la disolución del tribunal es la prueba del triunfo de la razón, de la tolerancia y de los derechos del hombre. Su mirada se posa sobre un tema que no es susceptible de ser alterado por las modas y que tiene (y tendrá siempre) valor universal. Detrás de las historias de los hombres que combatieron la Inquisición con su pluma, Sciuti Russi sitúa su discurso en la senda de Pietro Giannone y Pietro Verri, articulando una historia civil donde la dignidad del individuo, la seguridad en la ley y la mejora de la justicia marcaban la línea con la que se recorría el progreso histórico.

Desde un aspecto formal, el libro puede sorprender al lector español por adoptar un estilo muy familiar en Italia, el relato-investigación de fondo judicial, inaugurado por Alessandro Manzoni (Storia della colonna infame) y tomado como referente narrativo por Leonardo Sciascia para construir una de sus obras más preciosas y acabadas, Morte dell’Inquisitore, que Sciuti Russi empleó como espejo para sus Uomini di tenace concetto (“hombres de ideas tenaces”) mejorando con fortuna estos precedentes estilísticos. Este método forense refleja el oficio, el mestiere, de Vittorio Sciuti Russi, historiador del derecho y de las instituciones cuya indagación que rememora el relato judicial, reconstruye cada uno de los pasos que conducen a la toma de conciencia y a la creación de opinión. Informa de cómo el individuo contempla un acto aislado que prácticamente nadie advierte negativo (la pena de muerte o el castigo a los disidentes) y como transfiere su posición crítica a la masa social hasta hacer despertar la conciencia de la opinión pública. El núcleo de su indagación se centra precisamente en esa transferencia que explica el paso o el camino que conduce desde la complacencia o indiferencia ante un fenómeno, a su combate y a la creación de una opinión activa, a favor o en contra, de la misma. La polémica sobre la Inquisición es, como señala el autor, el centro de uno de los debates más intensos de la Ilustración europea. Las páginas del abbé Gregoire, articuladas con las de Voltaire, Llorente, la correspondencia de Caracciolo con Diderot, etc… fijan la discusión en la construcción del ideal de la dignidad humana construido por los ilustrados, un debate cuyo eco se escucha en la Declaración universal de los derechos del hombre. El autor no descuida el hecho de que un libro aunque sea de Historia es un sobre todo un libro, su estilo y su profundidad se desenvuelven en una narración exquisita que da gusto leer.

Vita e politica tra XV e XVIII secoloPor Manuel Rivero Rodríguez

Pierpaolo MerlinNelle stanze del re. Vita e politica nelle corti europee tra XV e XVIII secolo.Salerno EditriceRoma 2010

Pierpaolo Merlin es un historiador que no es desconocido en España, su libro Emanuel Filiberto. Un príncipe entre Piamonte y Europa se tradujo al castellano y es la única referencia bibliográfica que podemos recomendar a nuestros alumnos en castellano sobre la Saboya moderna. En este libro que aquí reseñamos, Merlin nos ofrece algo más que un manual, pues es el fruto de muchas lecturas al tiempo que de una experiencia investigadora de primera mano. Desde hace dos décadas la labor investigadora de profesor Merlin se centró en el estudio de la Corte de los Saboya, siendo su libro Tra guerre e tornei (Entre guerras y torneos) (1991) una obra de referencia fundamental, así buena parte de su experiencia como conocedor de primera mano de los problemas a los que se enfrenta el estudioso le permiten contemplar otras cortes a través de otros historiadores con una lectura que va más allá de la síntesis y exposición de trabajos ajenos. En sus páginas seguimos el desarrollo de los estudios sobre la Corte desde Norbert Elias a nuestros días haciendo un recorrido muy didáctico sobre escuelas y medologías. Como no podía ser de otra manera el grupo Europa delle Corti, las publicaciones de la editorial Bulzoni y el llorado Cesare Mozzarelli ocupan el núcleo del relato. No obstante, pese a que describe la Historia intelectual de un momento fundamental de la historiografía italiana, la de los años 80 y 90 del siglo XX, resulta aún frustrante observar que la Corte sigue marcada por la opinión pública como un tema de estudio que festeja el pasado en vez de analizarlo, algo que Merlin se esfuerza por desmentir, demostrando la falsedad de este tópico, insistiendo ya desde la carpetilla del libro con un comienzo reivindicativo: “Por mucho tiempo la Corte ha sido considerada un lugar de corrupción y de intriga según un estereotipo que se ha mantenido vivo en la cultura y la literatura” .

No se limita obviamente a desmentir sino a articular un discurso que sigue las ideas planteadas por Cesare Mozzarelli y otros

historiadores europeos, principalmente Jeroen Duindam y José Martínez Millán. El punto de partida lo constituye una idea de Michel Mollat que el autor explora y desarrolla hasta sus últimas consecuencias, dicha idea la expresó el historiador francés en Genèse médiévale de la France moderne, XIV-XV siècle (1977) : “Se dice que las etiquetas de las cortes de las monarquías modernas se desarrolló en el ambiente de los duques de Borgoña. Heredada poe Carlos V y transmitida por Felipe II al Escorial, de allí retornó a Francia en el Versalles de Luis XIV”. Lo que en principio no es más que la hipótesis de un mediavalista que analiza la importancia de los ceremoniales francoborgoñones bajomedievales consituye el hilo conductor de una obra estructurada a partir de la Corte borgoñona que se bifurca en cuatro líneas, el rey escondido, el rey revelado, el rey y el parlamento y rey y emperador. Cuatro tipologías que corresponden a cuatro modelos monárquicos: España, Francia, Inglaterra y el Imperio alemán. Como se puede ver Merlin analiza solamente modelos dinásticos, de las cuatro monarquías crrespondientes a cuatro de las cinco naciones de la Cristiandad. La quinta, Italia, parece quedar al margen por la naturaleza particular de la Monarquía Papal (electiva al tiempo que eclesiástica) y porque la mayoría de los principados italianos eran ajenos a la tradición de Borgoña. El marco cronológico abarca los siglos XV al XVIII y es una loable exposición del estado actual de nuestros conocimientos en relación con cada una de las cortes estudiadas, así puede observarse que en lo relativo a la Corte de los Borbones españoles la información es muy pobre (pags. 91-99), no por defecto del autor sino porque el estado de nuestros conocimientos es aquí muy escaso y adolecemos de estudios sobre temas y materias que, si se compara con Francia (pp. 167-198) o el Imperio (pp.335-339) en el mismo periodo , aunque también se observa el vacío existente en relación con la Corte Hannover en Inglaterra. En definitiva el lector tiene en sus manos una buena hoja de ruta, una guía que le muestra a grandes rasgos en la cronología y evolución de cuatro cortes monárquicas al tiempo que le muestra la bibliografía más importante relativa a cada una de ellas y el estado actual de nuestros conocimientos. Una lectura recomendable para todo aquel que quiera tener un conocimiento amplio sobre los conceptos, debates y líneas de interpretación existentes en torno a la Corte.

Page 66: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

66 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

I Caetani di SermonetaPor David García Cueto

Adriano AMENDOLA, I Caetani di Sermoneta. Storia artistica di un antico casato tra Roma e l’Europa nel Seicento. Roma, Campisano Editore, 2010

Desde que Francis Haskell convenciese en los años sesenta a la comunidad internacional de la importancia revestida por los mecanismos del mecenazgo en la configuración del legado artístico de la Edad Moderna (Patrons and Painters. A Study in the Relations between Italian Art and Society in the Age of Baroque, Londres 1963), han sido abundantes las aportaciones que han considerado esta premisa en el escenario de la corte de Roma durante esa misma etapa. Los logros historiográficos en este sentido han sido especialmente relevantes en la última década, en la que diversos investigadores –principalmente italianos- han abordado el papel como mecenas y coleccionistas de distintas familias aristocráticas de la corte romana, basándose por lo general en abundante documentación inédita. En este sentido, resultó de gran valía la monumental publicación de los inventarios y otros documentos de carácter artístico de la familia Giustiniani por parte de Silvia Danesi Squarzina (La collezione Giustiniani. Inventari, documenti, Turín, 2003, 3 vols.). Ha sido precisamente la profesora Squarzina la directora de la tesis doctoral de Adriano Amendola (Dipartimento di Storia dell’Arte, Università di Roma “La Sapienza”, 2010), base del volumen que aquí se presenta. Amendola ha dedicado un encomiable esfuerzo a reconstruir los aspectos fundamentales de la historia artística de otra importante familia de la escena romana en el siglo XVII, los Cateani, prestigiosa estirpe que hundía sus raíces en la Edad Media. Los Caetani habían sido precedentemente objeto monográfico de estudio en la obra de Gelasio Caetani (Domus Caietana. Storia documentata della famiglia Caetani, Sancasciano, 1927-1933, 2 vols.), que sin embargo no llegó a abordar el Seicento por la interrupción del proyecto editorial. En fechas recientes, algunas aportaciones más específicas y breves habían arrojado luz sobre algunos aspectos de la historia artística de la familia, que aún así quedaba necesitada de una investigación más profunda.

Ese ha sido precisamente el desafío afrontado por Adriano Amendola, quien a lo largo de varios años de constante trabajo ha realizado un completo vaciado documental de los materiales del siglo XVII custodiados en al archivo Caetani, que conserva hoy en la ciudad de Roma la fundación homónima. La integración de tales hallazgos documentales con la pertinente bibliografía ha dado lugar a un texto denso y rico, lleno de novedades, y a un extenso y útil apéndice documental. Tras la pertinente contextualización genealógica de los Caetani, el autor aborda en el capítulo “I Caetani di Sermoneta e gli Acquaviva di Caserta” un completo análisis de las promociones arquitectónicas de la familia, tanto en la ciudad de Roma como en sus distintas posesiones en el Lacio (Cisterna, Sermoneta y otras), en las que intervinieron arquitectos de la talla de Carlo Fontana y Francesco Maderno, de los que se aporta un notable grupo de dibujos. De gran interés por su enorme novedad resulta el estudio de los jardines de la familia, verdadero alarde de la pasión por la botánica de algunos de sus miembros, así como también los es el análisis del proceso que llevó a los Caetani a concluir la fastuosa obra del palacio que habían adquirido a los Rucellai en la Via del Corso, conocido hoy como Palazzo Ruspoli. Se aborda en el capítulo sucesivo el mecenazgo del cardenal Luigi Caetani (†1642), quien no sólo encargó obras de consideración a artistas del momento, sino que llevó a cabo una notable campaña de adquisiciones en el mercado artístico romano, como fue el caso de la compra de los tapices procedentes de la colección Giustiniani. El cardenal, haciendo gala de un gusto refinado e internacional, recurrió al pintor flamenco Frans Luyck en 1633 para que realizase su retrato, como Amendola ha dado a conocer. Se recupera también aquí la memoria del secretario Giovan Cristoforo Rovelli, agente y coleccionista de cierta relevancia en el panorama romano, así como animador de iniciativas artísticas. Sigue otro bloque dedicado a la actividad artística de Onorato V, patriarca de Alejandría, y del príncipe Filippo II Caetani. Destaca en este apartado la singular aportación que el autor realiza a la historia del coleccionismo anticuario en la Roma del siglo XVII, así como las noticias relativas a la academia artística promovida por el príncipe Filippo II a mediados de la centuria, a la que se vincularon pintores de la talla de Andrea Sacchi o Giovanni Lanfranco. El último capítulo está dedicado a la colección de pinturas de la familia, revestida de rasgos singulares por la presencia de importantes obras flamencas y holandesas en la misma. De especial interés resulta la documentación aportada sobre la relación de los Caetani con el pintor Jan Brueghel El Viejo, a quien en 1593 le fue encargado un Incendio de Troya sobre lámina de cobre, al igual que la recuperación de la memoria de un fastuoso escritorio realizado por orden de los Caetani en Roma para obsequiar con él al rey Felipe IV. Entre las páginas 130 y 294 se extiende el amplio apéndice documental. El material considerado es de índole muy diversa –notarial, epistolar, contable-, destacando la transcripción del inventario de los bienes artísticos

de la familia redactado en 1665. Cierran el volumen la pertinente bibliografía y un índice onomástico.

El trabajo de Amendola trasciende el estudio del coleccionismo de la familia para adentrarse en toda la complejidad del fenómeno artístico, ligándolo a las necesidades y a las estrategias de la estirpe de cara a su consolidación y su promoción en la sociedad de la época. El libro presenta a los Caetani no es ese lugar que tradicionalmente se le ha concedido de familia hispanófila, sino como una casa capaz de simpatizar según las circunstancias con la causa española, la papal e incluso la francesa, siempre en defensa de sus propios intereses. Otros estudios anteriores, por más que sus títulos focalizaban el objeto de análisis en el coleccionismo, ya apuntaron este camino de la contextualización de un determinado acervo artístico (el mencionado trabajo de Silvia Danesi Squarzina, y otras importantes aportaciones como las de Angela Negro, La collezione Rospigliosi, Roma, 1999, 2ª ed. 2007, o Natalia Gozzano, La quadreria di Lorenzo Onofrio Colonna. Prestigio nobiliare e collezionismo nella Roma barocca, Roma, 2004). Habría sido interesante tal vez un mayor esfuerzo por encuadrar a los Caetani en el complejo panorama de la sociedad romana del Seicento, intentando definir qué tuvieron en su época de original o de convencional sus promociones artísticas. Así lo ha hecho en una serie de casos análogos Fausto Nicolai (Mecenati a confronto: committenza, collezionismo e mercato dell’arte a Roma nel primo Seicento. Le famiglie Massimo, Altemps, Naro e Colonna, Roma, 2008), pero esta dimensión comparatista habría seguramente traspasado los límites razonables de un volumen. En definitiva, el libro de Adriano Amendola se presenta como una valiosa novedad en la historiografía sobre la corte de Roma durante la Edad Moderna, de obligada consulta no sólo para los estudiosos del patronazgo artístico y el coleccionismo, sino también para aquellos interesados en las estrategias familiares desarrolladas en la corte romana durante el antiguo régimen.

Page 67: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 67

L A V I S I TA D E L P R Í N C I P E D E G A L E S Y E L D E S C O N C I E R T O C E R E M O N I A L

En 1623, el Príncipe de Gales emprendía un viaje de incógnito por Europa para llegar a Madrid, un viaje con el que pretendía encontrarse con su posible esposa, la Infanta María de Austria, y poner fin a unas negociaciones matrimoniales que se habían emprendido hacía más de 10 años. La Profesora Dra. Henar Pizarro Llorente, en su narración del curioso viaje del Príncipe Carlos, nos descubría las particularidades de nuestro ceremonial, así como el peso de su cumplimiento.

El trasfondo político y teológico en el que se desarrollaron las negociaciones matrimoniales construyó un marco excesivamente complejo en el que ninguno de sus protagonistas quería mostrar radicalmente sus reservas. Por un lado, la Guerra de los Treinta Años había enfrentado a ambas monarquías en bandos antagónicos. Por otra parte, Roma se negaba al matrimonio entre una princesa católica y un hereje. Y además, la voluntad del hermano de la novia, Felipe IV, tampoco era favorable.

La visita sorpresiva del Príncipe Carlos exigió la puesta en marcha de una estrategia por parte de Olivares, que debía impedir el matrimonio sin negarlo abiertamente. Era Inglaterra quien debía rechazarlo. En principio todo dependía del papado, pero en el caso de que Roma concediese la dispensa papal, había que imponer tales exigencias que Inglaterra se viese obligada a retirarse definitivamente de las negociaciones. Y así ocurrió, hasta que, tras la aprobación de Roma, para sorpresa de Olivares, el Príncipe de Gales aceptó todas las condiciones. Y es que, Inglaterra tenía su propia estrategia, y finalmente se excusaría del compromiso ante los sufrimientos de su cuñado, el príncipe Federico, y su hermana, expulsados del Palatinado.

Pero la visita, no sólo provocaba un problema político, sino que revolucionaría la vida de la Corte y el ceremonial. Lo inesperado de la visita comprometía el desarrollo habitual de la Etiqueta, por lo que la entrada oficial tendría que posponerse hasta que todo estuviese preparado. Así, el Príncipe de Gales se vio inmerso en el ceremonial borgoñón, que poco tenía que ver con el de su Corte, mucho más familiar y moderada. La ostentación con la que fue recibido impresionó al séquito inglés, perjudicando también la contención económica que se había emprendido. Sin embargo, la rigidez de este ceremonial, que incluso le impedía ver y cortejar a la Infanta, fueron añadiendo tensión a la situación, y provocaron quejas por parte los ingleses que calificaron a la nobleza española de pomposa y excesiva.

Crónicas

Ordenanzas y Etiquetas de la Casa

Real HispanaI Seminario sobre la Monarquía Católica

11 de Noviembre de 2010

Universidad Rey Juan Carlos, Madrid

por Gloria Alonso de la Higuera

El pasado 11 de noviembre, el Área de Historia Moderna del Departamento de Ciencias de la Educación, el Lenguaje, la Cultura y las Artes de la Universidad Rey Juan Carlos, con el apoyo del Instituto de la Corte en Europa de la Universidad Autónoma de Madrid, inauguraba un programa de seminarios que pretende convertirse en una cita periódica entre historiadores y estudiantes. Así, la Semana de la Ciencia se convertía en el marco perfecto para el nacimiento de un punto de reunión desde el que se persigue la difusión de estudios científicos sobre la Monarquía en la Europa Moderna. Este proyecto, que nace siendo consciente de la necesidad y los beneficios de la interdisciplinariedad, nos ofrece una oportunidad para emprender y ensanchar nuestros conocimientos de la Historia Moderna Europea a través del encuentro de distintas disciplinas humanísticas. Música, arte, literatura, ceremonial e historia, entre otros saberes, concurren en estos seminarios, convirtiéndolos en una experiencia atractiva y enriquecedora.

El I Seminario nos ofreció la posibilidad para adentrarnos en la Monarquía Hispánica a través del análisis de sus Casas Reales y de las Ordenanzas y Etiquetas que las regían. Y es que, estas instrucciones, más allá de constituir un manual práctico de actuación, nos muestran

la organización de la Monarquía, sus estructuras de poder, e incluso, su evolución. Pero, ¿qué es la Monarquía Hispánica? ¿Cómo se constituyó? ¿Cómo se gobernó? Y, ¿cómo interpretar esas Ordenanzas y Etiquetas? En este sentido, la intervención del Prof. Dr. José Martínez Millán, aportó conceptos y esquemas que sentarían las bases para adentrarnos en la Monarquía Hispánica de los siglos XVI y XVII.

A la hora de profundizar en el estudio de la organización política de las monarquías de la Europa moderna, es necesario partir del concepto de Corte. No podemos identificar la Corte con un lugar físico, sino más bien, con un espacio político, cuya alma reside en la Casa del Rey. “En Europa”, afirmaba el Profesor Martínez Millán, “cuando un monarca quería definir su independencia, lo primero que necesitaba era establecer su Casa”. Es también esta Casa la que, a través de sus departamentos, muestra la organización política del reino, en la que fue posible la integración de las elites a partir de relaciones clientelares, es decir, a través de mercedes, rentas y nombramientos que beneficiaron la adhesión de dichas elites al reino. Así, “las fronteras del reino” aseguraba el Profesor Martínez Millán, “se situaban allí donde llegaba el influjo del rey y del clientelismo”.

La Monarquía Hispánica nos ofrece un caso singular. Carlos V consiguió reunir bajo su persona toda una serie de reinos, reinos que fueron respetados, manteniéndose sus respectivas Casas, estructuras cortesanas y Ordenanzas. De esta manera, se evitaba la impresión de coerción e imposición en los reinos conquistados o heredados, y se conseguía integrarlos en un proyecto común. Así nacía una Monarquía que se articulaba por Cortes, una Monarquía de carácter policéntrico, cuyo principio de adhesión se mantendría, no sin problemas, hasta el siglo XVIII. De hecho, no todas las Casas tuvieron la misma presencia y relevancia a la hora de definir las forma de servicio. Así, frente a la Casa de Castilla, raíz de la Monarquía, se impuso la Etiqueta de la Casa de Borgoña, es decir, la Casa de la dinastía, que ya había sido introducida por Felipe el Hermoso. Carlos V, por ejemplo, ordenaría la Casa de Felipe II, todavía príncipe, siguiendo los usos de la Casa de Borgoña. Ante este desplazamiento de la Casa de Castilla, sus elites percibieron la necesidad de integrarse en la Casa del futuro rey, alejando a los flamencos. De nuevo, la Casa del Rey, se perfilaba como un instrumento integrador del reino, y como el espacio en el que se inscribían las elites y sus luchas por conseguir el favor real.

“Cualquier cambio en la Etiqueta se percibía como una pérdida de poder por parte de las elites”, aseguraba el Profesor Dr.

Page 68: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

68 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Félix Labrador Arroyo. En su ponencia, el recorrido por la formación de la Etiqueta de las Casas de las Reinas, nos permitía apreciar, precisamente, el carácter estratégico y la significación política en la determinación de la Etiqueta. Y es que, tras ella se escondían constantes luchas de poder que reflejaron las disputas entre los distintos partidos o facciones cortesanas. Como habíamos visto, desde el reinado de Felipe el Hermoso, el ceremonial borgoñón se había impuesto como la forma de gobierno de la Casa del Rey, relegando la esencia castellana a la Casa de la Reina. Sin embargo, la Casa de Castilla no contaba con una verdadera Etiqueta, sino con una serie de instrucciones aisladas relativas a algunos oficios o secciones de la Casa. Sería durante el reinado de Felipe II, a finales de 1575, cuando, a raíz de la formación de la Casa de la Reina Ana, se plasmaría por escrito y por primera vez la Etiqueta de las Casas de las Reinas de la Monarquía Hispánica.

En la década de los 50, las Cortes de Castilla habían impuesto al rey que las Casas del Heredero y de la Reina debían fundarse entorno a las costumbres castellanas. La Etiqueta de 1575 parecía respetar esta disposición, aunque un análisis pormenorizado demostraría la gran presencia borgoñona. La influencia fue evidente en determinadas secciones de la Casa, como la Caballeriza, y también, en la aparición de determinados oficios, típicamente borgoñones, como las figuras del Grefier y el Contralor. En este sentido, también resultaba especialmente significativo el duro golpe que recibiría la Capilla de la Reina, de corte castellano, que fue reducido a un pequeño oratorio subordinado a la Capilla del Rey. Estas tensiones persistirían durante los siglos XVI y XVII, período en el que, de manera paulatina, la tradición borgoñona se fue imponiendo en las sucesivas reformas de la Etiqueta de la Casa de la Reina hasta que, finalmente, en el reinado de Felipe IV, se abandonara completamente el modelo castellano.

Esta preeminencia de las costumbres borgoñonas frente a las castellanas definirían la forma de gobierno de las Casas del Rey y de la Reina, y perduraría, incluso, tras la quiebra del sistema político de la Monarquía Hispánica. La intervención del Profesor Martínez Millán, no sólo definía la naturaleza de este sistema, sino que incidía en su evolución, perfectamente visible a través del gobierno de la Casa del Rey. Como veíamos, a partir del clientelismo, el Rey se aseguraba la adhesión y el servicio de las elites, que recibían, a cambio, premios en forma de mercedes y rentas. Sin embargo, las numerosas guerras a las que tuvo que hacer frente la Monarquía en tiempos de Felipe III y Felipe IV, condujeron a la quiebra del sistema. No era posible mantener la

estructura de una Casa que aumentaban conflicto tras conflicto, por la esencia clientelar de las misma.

Felipe IV intentó reducir el volumen de su Casa y recuperar la de su abuelo, Felipe II. Para ello, a partir de 1624, recurriría a las Ordenanzas de la Casa de Borgoña, para redefinir los oficios y el número de oficiales, pero también, para restituir el gasto. Sin embargo, esta fue una medida poco realista, que no tuvo en cuenta la devaluación de la moneda. Felipe IV no podía pagar a sus oficiales lo mismo que su abuelo había pagado 40 años atrás. La única solución era la que nadie se atrevía a tomar. Sólo reduciendo todas las Casas a una se podría hacer frente a los problemas económicos de la Monarquía. Sin embargo, los riesgos eran evidentes: las Casas y las elites que las integraban no admitirían su desaparición y se revelarían. De esta manera, la única salida fue pagar, exclusivamente, a la Casa del Rey, lo que condujo, definitivamente, a la quiebra. No obstante, ni siquiera esto detuvo la inevitable desaparición del sistema que había articulado a la Monarquía Hispánica durante dos siglos. Con Felipe V se suprimieron las Casas y se impuso sólo una: la Casa de Borgoña.

El Profesor Martínez Millán, con su intervención, asentó el marco general en el que el resto de ponencias se fueron integrando para profundizar en el conocimiento del sistema de gobierno policéntrico de la Monarquía Hispánica, así como para aproximarnos a las tensiones y relaciones de poder que lo caracterizaron. De hecho, un acercamiento a las Corte Virreinales nos permitía constatar que la articulación de Cortes que definió a nuestra Monarquía en los siglos XVI y XVII, constataba una doble realidad: unión y diversidad. Si bien esta estructura perseguía la integración de los distintos reinos bajo una única persona, también reflejaba y amparaba sus particularidades. Estas diferencias afloraron especialmente a través de las Etiquetas de las distintas Casas, que también constituyeron un importante indicador del rango político de cada Virreinato. “Había diferencias entre los reinos”, explicaba el Profesor Dr. Manuel Rivero Rodríguez, que añadió: “No significaba lo mismo pertenecer a uno u otro”. De esta manera se establecía una jerarquía entre los Virreinatos que daría una nueva significación a los conceptos de centro y periferia. En el espacio de poder de la Monarquía Hispánica, las distancias entre el rey y los Virreinatos, y su consiguiente estatus, no fueron físicas, sino políticas. Así, por ejemplo, Nápoles estaba más cerca del centro que la periférica Barcelona.

El Profesor Rivero González, en su intervención, venía a establecer tres niveles entre los Virreinatos, que estuvieron

determinados por el carácter de sus ceremoniales que, a su vez, definieron el rango político de sus virreyes, y su cercanía política al rey. Los Virreinatos italianos, por una parte, conservaron sus tradiciones palatinas, de carácter completamente diferente a las castellanas o flamencas, y en ellas, el Virrey no fue sólo el gobernante del reino, sino también el de la Casa. Esto habría conferido una mayor independencia de estos reinos con respecto a la Monarquía, algo que se evitaría a través del nombramiento de sus Virreyes, siempre ligados al núcleo duro del poder. En el otro extremo nos encontramos con el caso, por ejemplo, de Aragón. En este reino, la Casa residía con el rey, lo que investía de un menor rango a su Virrey. Un caso intermedio fue el de los Virreinatos americanos. En América fue necesario dotar a los reinos de una historia que los vinculase a la Monarquía y que integrase a la nobleza indígena. Así, por ejemplo, en el caso mexicano, el último descendiente de Moctezuma se convertía en Virrey, reconociendo que su Imperio, con su Casa, se sumaban en el reino, de igual a igual. El ceremonial creado, se había convertido en el instrumento esencial para la vinculación de estos reinos a la Monarquía, y para disminuir la distancia política con el rey.

LAS SECCIONES DE LA CASA DEL REY. EL ECO DE UNA MONARQUÍA

La importancia de esta distancia política en un sistema clientelar, así como la necesidad de crear vínculos para mantener una estructura policéntrica como la de la Monarquía Hispánica, se refleja especialmente a partir de la organización y las influencias de la Casa del Rey, y en concreto, a través de sus secciones. Así, el Profesor Dr. José Eloy Hortal Muñoz, en su análisis de las Guardas Reales, hacía hincapié en las luchas por el favor real que se desarrollaron en esta sección de la Casa, y que se pusieron de manifiesto a través de la Etiqueta y de los intentos de subversión por parte de algunos de los cuerpos que la componían. Esta sección reflejaba a la perfección la integración de los distintos reinos y el respeto a sus estructuras cortesanas. De hecho, en este departamento coexistieron distintos cuerpos armados: los Archeros de Corps, de origen flamenco, la Guarda Tudesca, la Guarda Española y los Monteros de Espinosa, un cuerpo propiamente castellano. La Etiqueta, como ya hemos visto, favorecería el ceremonial borgoñón que se impondría en la organización de la guardias, excepto en el caso de los Monteros de Espinosa que conservaría su particular tradición.

Pero esta Etiqueta no sólo determinó el modelo de las guardas, sino que también asignó una función concreta a cada cuerpo, lo que determinó una marcada

Page 69: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 69

jerarquía entre ellos. La cercanía al monarca, ya fuese en público o dentro de la vida palatina, determinaría el rango de cada cuerpo, y este era el objetivo que persiguieron las distintas guardias, protagonizando numerosos enfrentamientos. La preeminencia de los Archeros de Corps se reflejaba en su lugar en el ceremonial, siempre junto al rey en su condición de guardia del cuerpo del soberano. Esto provocó un primer enfrentamiento con los Monteros de Espinosa, que reclamaron y marcaron su posición dentro del espacio palatino, y sobre todo, en la custodia del cuerpo del rey durante la noche. Por su parte, la guardia tudesca y la española quedaron relegadas, con alguna excepción, al acompañamiento de otros miembros de la familia real. Esta gradación se observaba especialmente en las ocasiones en que las guardias coincidían, como en las entradas del rey. En estas ocasiones, los Archeros de Corps subrayaban su protagonismo guardando la retaguardia del monarca. La guardia española, en hilera a la derecha, adquiría un carácter secundario, seguida de la guardia tudesca que imitaba su formación a la siniestra.

Esta jerarquización se conservaría en tiempos de Felipe II, demostrando que tras las disputas entre los distintos cuerpos, se escondían las pugnas entre las secciones castellanas y borgoñonas. Así, cuando las facciones castellanistas introdujeron reformas en el ceremonial potenciando la invisibilidad del monarca, la restricción de este acceso al cuerpo del soberano fue utilizada por los Archeros de Corps para consolidar su superioridad. Vemos como durante este reinado se intentaba reforzar el ceremonial castellano, algo que se apreció significativamente en los funerales reales, en los que, en esta ocasión sí, se reforzaba la relevancia de los Monteros de Espinosa. Cada modificación en el ceremonial fomentaba los enfrentamientos entre los distintos cuerpos armados, disputas que se intentaron atajar a través de la redacción de las Etiquetas Generales de 1651. Sin embargo, “en lo tocante a las guardias”, subrayaba el Profesor Hortal Muñoz, “fueron un fracaso”. La reglamentación fue incapaz de contener unos enfrentamientos que en el fondo ponía de manifiesto la quiebra del sistema integrador de la Monarquía Hispánica.

Por su parte, el Profesor Dr. Gustavo Sánchez, subrayaba la proyección de la Real Capilla en otros reinos a través de la música, y en particular, gracias al magisterio del Maestro de la Real Capilla, Carlos Patiño. Y es que, su obra se impuso como un modelo difundido y asimilado en toda la monarquía durante los reinados de Felipe IV y Carlos II.

Parece contradictorio que en un contexto de crisis en que las sucesivas

reformas de la Etiqueta de la Casa Real perseguía la reducción de gastos, nos encontremos con un período especialmente rico en lo que se refiere a la actividad artística, y en concreto, a la musical. Los propios gustos y aficiones de Felipe IV pudieron favorecer esta tendencia. Amante de la música, Felipe IV apoyó y fomentó el trabajo de Carlos Patiño al que “no permitió que se jubilase”, explicaba el Profesor Sánchez, “por el agrado y la satisfacción que le proporcionaba su ciencia musical”. Así, sus composiciones influyeron en el trabajo de todas las Capillas, y llegaron a los rincones más lejanos de la monarquía, especialmente a América. La maestría con la que dominaba la policoraridad, una de las características fundamentales de la música barroca, le convertiría en este gran referente. Y es que, esta policoralidad unida a la polifonía y a composiciones con marcados cambios de ritmo, definieron una música que no sólo respondía a cuestiones estéticas, sino a una necesidad: una última explosión de ostentación en los momentos más críticos de la Monarquía.

Trilogía dedicada a la figura de San Franco de Siena

I Seminario: Textos para un milenio

"Los predicadores y la construcción de la imagen barroca de Teresa de Jesús: Cristóbal de Avendaño OCarm"

24, 25 y 26 de noviembre de 2010

Parroquia Monte Carmelo, Madrid

Por Esther Jimenez Pablo

Textos para un Milenio, es una colección de libros que nace del esfuerzo de un grupo de profesores, conocedores de la espiritualidad del Carmelo, su historia y sus personajes que, en 2007, se plantearon

estudiar aquellos textos, de muy diversa índole, que daban identidad a la orden del Carmelo. Dichos textos, por no estar traducidos al castellano, por su difícil acceso a ediciones muy antiguas, o simplemente por no estar escrito por las célebres figuras del Carmelo, pasaron desapercibidos a lo largo de la historia carmelita, restando valor a su presencia. La profesora Henar Pizarro Llorente, directora de esta colección, junto con el comité de dirección formado por los investigadores don José Antonio Lizondo de Tejada, el P. Fernando Millán Romeral, el P. Desiderio García Martínez, y el P. Miguel Ángel Díaz Moreno, son los artífices de esta colección, que se inserta en la Red de investigación de la Comunidad de Madrid (S2007/HUM-0425) como resultado del proyecto “Sólo Madrid es Corte”. La colección se inicia con tres títulos relacionados con un mismo personaje, el carmelita italiano San Franco de Sena, que vivió en el siglo XIII, y cuya devoción gozó de gran popularidad en la Orden carmelita hasta prácticamente nuestros días. Los tres libros publicados hasta ahora, El lego del Carmen, comedia de Agustín Moreto, San Franco de Sena, drama-lírico de José Estremera con música del maestro Emilio Arrieta, y por último, El hijo de la gracia, novela escrita por el carmelita Luis Mª Llop, muy cuidados en su apariencia exterior, siguen una misma estructura que dan sentido al conjunto en general: en los tres, aparece, a modo de introducción, una presentación del autor y su periodo, encajando el texto en su contexto histórico, seguido de la edición del texto en sí, que respeta el original y a la vez lo hace accesible al lector actual. El hecho de haber elegido estas tres obras carmelitas va a permitir comprender la evolución de la figura de Franco de Sena y de su culto barroco en el siglo XVII, con la comedia de Moreto, que pasa a readaptarse en la figura romántica de la zarzuela de Arrieta y Estremera a finales del siglo XIX, cuya temática religiosa estaba ya fuera de lugar, y por ello, fue una obra degradada y parodiada, y por último se acaba en la novela moralista del P. Llop, carmelita del siglo XX que utiliza a la figura del Santo para tratar de educar a una sociedad falta de valores cristianos.

El primero de los estudios, trata la obra del comediógrafo madrileño don Agustín Moreto titulada El lego del Carmen (edición de las profesoras de la Universidad Pontificia de Comillas, Mª Eugenia Ramos Fernández y Henar Pizarro Llorente). Comienza su introducción la profesora Ramos Fernández con un magnífico estudio evolutivo del género literario del teatro español, para luego pasar al análisis detallado de la comedia, mencionando aquellos escritores que han sido considerados padres del teatro español. Asimismo, Ramos Fernández da las claves

Page 70: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

70 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

del gran éxito y vigor del que gozaron las comedias en el siglo XVII. Éxito que no impidió que la moral de las comedias fuera cuestionada por las instituciones religiosas, al ver en ellas una auténtica escuela del vicio y perversión del género humano. Con todo, la gran producción textual de finales del siglo XVI y de todo el XVII se pudo llevar a cabo por la existencia de un patrón o modelo que caracterizó la comedia, en tres actos bien definidos, escritos en versos de diferentes metros y estrofas. En ellas, se trataba de reflejar, de manera algo exagerada, la sociedad del momento a través de los personajes estandarizadas del criado gracioso, el galán maduro o la joven doncella. Por otro lado, Ramos Fernández hila la evolución del teatro religioso que en el siglo XVII gozó de gran popularidad gracias a los célebres Autos Sacramentales. Y estos dos géneros; comedia y teatro religioso vienen a unirse en las obras del madrileño Agustín Moreto y Cabaña, cuya producción data de mediados del siglo XVII. Seguidamente el estudio introductorio se centra en la figura de Moreto como clérigo de órdenes menores que centró su labor en las fiestas del Corpus y fue protagonista de la fiesta teatral cortesana de Felipe IV, de cuyo círculo formaba parte, dedicando varias obras a distintos miembros de la familia real. No obstante, a la muerte de la reina Isabel, Moreto fue perdiendo su influencia cortesana, hasta que en 1651, se canonizó a San Francisco de Sena y con este motivo, la Orden carmelita le devolvió su popularidad al pedirle que escribiera una comedia, El Lego del Carmen, dedicada al Santo. Para terminar con su análisis, Ramos Fernández se detiene en desgranar la temática y los personajes de esta comedia hagiográfica de Moreto. El argumento central de esta obra fue una reflexión sobre la conversión y el papel del sacramento de la penitencia en clave de comedia. Franco de Sena fue mostrado por Moreto como un hombre violento cuya vida de crimen y escándalo le condenan eternamente, pero a su vez, mantiene un respeto y una devoción al “escapulario divino”, el de la Virgen del Carmen, que será lo que le salve su alma al final de la obra. Con esta teatralización de la conversión del Santo, El lego del Carmen se convierte en una obra al servicio de la ortodoxia cristiana que trató de educar y crear un modelo para el público del momento. Con todo, hay un personaje en la obra de Moreto que, tal y como destaca la profesora Ramos Fernández, resulta innovador en las comedias del momento; acostumbrados a ver una doncella sumisa y callada, se nos presenta en la obra la sorprendente figura de Lucrecia, una mujer independiente que decide escapar de su matrimonio con un viejo rico que le iba a ser impuesto. Tras morir su joven amado Aurelio en manos de Franco de Sena y ser deshonrada por el mismo, Lucrecia toma el camino de la rebeldía, con matices varoniles,

llegando a convertirse en una auténtica “bandolera”.

A pesar de la intención moralizante de Moreto, su comedia fue denunciada ante la Santa Inquisición en 1657, por la proposición en la que se afirmaba que el simple hecho de portar el escapulario de la Virgen del Carmen era suficiente para alcanzar la salvación del alma. Precisamente todas las circunstancias y los protagonistas que rodean a este hecho puntual, es lo que analiza con detalle la profesora Henar Pizarro Llorente bajo el epígrafe de Agustín Moreto y la Inquisición. Desde que en 1644 el Consejo de Castilla introdujese reformas, tales como la prohibición de representar obras de temática elegida por el autor, y se potenciasen más las comedias religiosas de vida de santos, Moreto se vio obligado a dejar de lado sus gustos y continuar su camino por el género hagiográfico. Por eso esta comedia responde a una circunstancia, encargo de los carmelitas, para la canonización de San Franco. Se trataba –señala Pizarro Llorente sobre Moreto- de un exitoso autor de textos profanos, que trataba de aplicar una formula que dominaba a una temática religiosa. Pero la comedia de Moreto fue denunciada por Diego Ximénez Samaniego y requisada por orden de los inquisidores de Logroño ya que, según el denunciante, hacía perder el sentido del sometimiento a la Penitencia para la purga de los pecados, al afirmar que sólo con el escapulario carmelita valía para lograr la salvación del alma. El dictamen final del consejo de Inquisición, tras haber revisado el libro, calificaba a la obra de ortodoxa. Con gran fineza, la profesora Pizarro investiga la evolución del tribunal de Logroño, haciendo hincapié en la renovación de sus inquisidores y oficiales. A su vez, da sentido a esta persecución del libro de Moreto por la desconfianza inquisitorial a un escapulario que en varias ocasiones era utilizado por el pueblo como amuleto con poderes extraordinarios, que por sí solo salvaba las almas, pero finalmente aquella proposición mal sonante del libro de Moreto se calificó como parte del lengua coloquial que no excluía la gracia divina, las buenas acciones y la penitencia para salvarse, sentenciando a la comedia y a la devoción al escapulario que aparecía en ella, como símbolo de la fe a la virgen del Carmen. A modo de apéndice, Pizarro Llorente concluye con la publicación de una serie de documentos de la sección Inquisición del Archivo Histórico Nacional, que pertenecen a la confiscación del libro por el tribunal de Logroño y su posterior devolución al autor tras su favorable calificación. Finalmente, tras esta pormenorizada presentación del libro y su autor, que proporciona al lector todas las herramientas necesarias para entender y disfrutar con la lectura de la comedia de Moreto, se nos presenta, ahora sí, de las páginas 79 a la 181, la edición íntegra y

preparada de la comedia de Agustín Moreto El Lego del Carmen.

El segundo libro de la colección Textos para un milenio, es el estudio de la que fue la última obra escrita por el compositor navarro Emilio Arrieta y Corera (1821-1894), titulada San Franco de Sena. Este compositor decimonónico destacó en la música lírica, llegando a ser nombrado director del Conservatorio de Madrid desde 1868 hasta su muerte. La profesora María Encina Cortizo, de la Universidad de Oviedo, nos presenta la biografía y el estudio de las obras de este aclamado compositor y el contexto que rodea a la creación de San Franco de Sena. Como Moreto, también Arrieta desempeñó parte de su labor en el teatro palaciego, cosechando grandes éxitos que le proporcionaron el nombramiento bajo Isabel II de “Maestro Compositor de la Real Cámara y Teatro” en 1849. No obstante, alejado del ambiente de la Corte por desavenencias con la reina, el compositor dio un giro a su vida política tras la Revolución de 1868, al poner música al himno de García Gutiérrez Abajo los Borbones. D e s d e mediados del siglo XIX, Arrieta se entrega de lleno a la composición de zarzuelas, que permite a la profesora Encina Cortizo, realizar un repaso a toda su producción lírica enmarcada dentro de la conocida “generación de los maestros”, compositores y escritores de zarzuelas, nacidos en torno a la década de los veinte, a la que pertenece Arrieta, que a finales del siglo XIX van perdiendo su protagonismo en los teatros. La obra de Arrieta, por tanto, se enmarca en la difícil situación que vivía la Zarzuela Grande, lo que llevó a un grupo reducido de compositores a constituir una Sociedad Lírico-dramática en la que primaban los criterios artísticos a los mercantiles. Esta Sociedad, de la que Arrieta fue nombrado Presidente se instaló en el Teatro Apolo.

En esta crisis de la Zarzuela Grande, señala la profesora Encina Cortizo, se creó el drama lírico San Franco de Sena, que no es sino una refundición de la comedia religiosa-hagiográfica de Moreto El Lego del Carmen según la estructura musical del modelo de la Zarzuela Grande. Y es la única obra que Arrieta compone con ayuda del escritor don José Estremera Cuenca (1852-1895), especialista en escribir obras para el teatro lírico. Lo que hizo Estremera fue abreviar el texto original, introduciendo a su vez nuevas situaciones y nuevos versos para ser cantados. Este drama-lírico, al que le puso música el maestro Arrieta, estaba ambientado en la Sena (Italia) del siglo XIII, y contaba la historia de Franco de Sena como un libertino, que por intervención sobrenatural de la Virgen del Carmen, acababa purgando sus pecados, llegando a alcanzar la santidad. Se compone de tres actos, al igual que la obra de Moreto, pero sin duda, es en el tercer acto de este drama lírico

Page 71: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 71

en el que más se aleja de la comedia escrita por Moreto. Ante el estreno de San Franco de Sena, acaecido el 27 de octubre de 1883, la prensa reaccionó positivamente, a pesar de que el libro; su lenguaje poético, sus situaciones, y sobre todo, su fondo religioso y moralista estaban fuera de lugar. La investigadora Encina Cortizo señala que la crítica aplaudió la obra como homenaje al director del Conservatorio, por su labor a favor del teatro lírico nacional. Como colofón de este estudio, a partir de la página 55, aparece la edición del estreno de la obra de Estremera y Arrieta San Franco de Sena, a la que posteriormente le surgieron parodias como la titulada “Curriyo, el esquilaor”, escrita por Gabriel Merino y Pichino, en la que Sena se ha convertido en los barrios bajos de Madrid y los personajes usan un lenguaje de chulapos, cuya edición, para deleite del lector, también se nos presenta en un acto y cuatro cuadros, preparada y actualizada al final del libro.

El tercer libro de la colección de textos, trata de acercar al lector la novela del carmelita Luis Mª Llop y Gaya, titulada El hijo de la Gracia, que cierra esta valiosa trilogía dedicada a la figura de San Franco de Sena. El estudio de la biografía del escritor es realizado por el P. Fernando Millán Romeral, Prior General de la Orden Carmelita. Del P. Llop, carmelita de la provincia bética, se destaca su gran numero de artículos publicados en la revista El Santo Escapulario (hoy Escapulario del Carmen), de tirada mensual, que tuvo bastante éxito sobre todo en Andalucía, y de la que fue fundador el P. Llop en 1904 y director hasta 1937. La revista constituye una recogida meritoria de artículos y comentarios de autores carmelitas protagonistas de la historia contemporánea y actual de la orden carmelita. En segundo lugar, se destacan los cargos superiores ejercidos dentro de la Orden por el P. Llop.

Seguidamente, el estudio del P. Millán Romeral se centra en la producción del carmelita, detallando los rasgos que tienen en común todas las novelas del escritor carmelita, como por ejemplo la aparición de la contraposición entre lo francés (malo, pecaminoso) y lo español (católico, moral), en la que París aparece como el modelo de sociedad viciosa y pecaminosa por excelencia. Otro tema que el P. Llop aborda constantemente en sus obras es la conversión y el camino a la penitencia. La gracia también es importantísima en su producción general, de ahí que esta historia de Franco de Sena llevase por título El hijo de la gracia, por su conversión por la gracia divina, tras su ceguera. No faltaba en la producción del P. Llop una dura crítica social a una aristocracia ociosa, que se mostraba altiva y con desprecio a los grupos sociales más desfavorecidos. Finalmente, muchas de sus obras quedaban ambientadas –señala Millán Romeral- en un costumbrismo

andaluz de principios de siglo XX que conoció a la perfección el P. Llop y que plasmó a la perfección en sus escritos. Continúa este estudio introductorio, con un buen análisis de las influencias literarias que aparecen en la obra del novelista. Asimismo, este estudio insiste en que el objetivo del P. Llop al escribir esta obra sobre San Franco de Sena, fue la de tratar temas morales que hicieran reflexionar a la sociedad, haciendo continuas referencias carmelitanas, tanto en el tema escogido para sus novelas como en el propio texto escrito. De ahí que el P. Llop escribiera otras obras como La hija de Belisario y El ídolo del Carmelo que también eran de tema carmelitano, y que, junto con otras obras del mismo autor, analiza con cuidado el P. Millán Romeral al final de su estudio. A continuación, a modo de cierre de esta trilogía, se ponen en relación y se comparan las tres obras (Moretos, Estremera-Arrieta y Llop) con los dos últimos estudios, de carácter diverso, que analizan la figura del San Franco de Sena en los tres escritos. El primero de ellos, realizado por el historiador carmelita Pablo María Garrido, estudia al Santo a lo largo de la literatura espiritual española, donde se pone de manifiesto la gran devoción que despertó el Santo italiano en la espiritualidad de la España Barroca. Devoción que se hace visible a través de las múltiples hagiografías que de su figura se publicaron durante todo el siglo XVII, y cuya popularidad continuó durante los siglos XVIII y XIX, gracias fervor mantenido por las cofradías. Ya en el siglo XX, la obra del P. Llop, El hijo de la gracia, contribuyó notablemente a revivir la popularidad del Santo, que siempre fue engrandecida por la religiosidad de la Orden Carmelita. El segundo estudio lo realiza la profesora Isabel Romero Tabares, de la Universidad Pontificia de Comillas, como colofón a las tres obras analizadas. En él, la especialista en literatura, explica la transformación que sufre el personaje de Franco de Sena en de las obras de Moreto, Estremera-Arrieta y Llop. Cambio que no es casual, sino que responde a una necesidad de los autores por mostrar al Santo lo más ejemplar posible a un público que debía imitar las virtudes del protagonista. Tomando como referencia el mito del don Juan barroco de Tirso de Molina la profesora Romero Tabares realiza un exhaustivo estudio comparativo entre dicha figura y la de Franco de Sena. Morato salva la figura de don Juan que en las obras solía acabar en el infierno por sus pecados, por medio de un cambio radical, su penitencia, y por la acción de la gracia de Dios. Cuando se estrenó en 1883 la obra de Estremera y Arrieta, la producción literaria estaba impregnada de un romanticismo, en el que el don Juan Tenorio de Zorrilla es un personaje totalmente asimilado por la sociedad. Sin embargo, la obra de Estremera y Arrieta no adaptó bien su Franco de Sena al de Zorrilla, éste último mucho más atractivo por sus rasgos satánicos que se redime de sus

pecados gracias al amor profano de su amante, por ello, por quedarse en su tópico católico del casticismo más puro, el Franco de Sena de Estremera y Arrieta, acabó por ser burlado y parodiado hasta convertirse en un simple esquilador, llamado Currillo, cuya rebeldía era motivada por las malas compañías que frecuentaba. Cuando el personaje de Franco de Sena llega a manos del P. Llop, éste ya no es un don Juan siendo lo que importa en la novela, su condición de convertido y penitente, o si se prefiere, sus pecados y su redención. Tras esta fructífera introducción del tercer volumen, que da las claves para entender el marco histórico en el que fueron escritas las obras, se da paso a la edición de la novela moralista del P. Llop, El hijo de la gracia.

A medida que la colección Textos para un Milenio vaya creciendo, y se vayan explorando nuevos títulos, con textos tan atrayentes y cuidados como los tres que hasta ahora han visto la luz, sus investigadores irán abriendo puertas a un público interesado no sólo en conocer mejor la historia de la orden carmelita, con sus procesos y sus protagonistas, sino la historia de la literatura española en general, pues las tres obras de San Franco de Sena son joyas literarias, reflejo de la evolución de nuestra sociedad.

Como adelanto, y para que se constate la fuerza con la que arranca esta colección, se puede afirmar que ya se encuentran en fase de elaboración, entre otros, los siguientes estudios: una selección de voces del diccionario bíblico que hizo el escritor medieval Miguel Aiguani. El Dictamen sobre la posible boda real del Príncipe de Gales y la Infanta María del P. Francisco de Jesús Jódar. La Breve instrucción sobre la unión y la concordia cristiana del carmelita danés P. Helie, escrita en 1534. Una antología de sermones del P. Cristóbal de Avendaño, etc…

LA COLECCIÓN:

Agustín MORETO. El lego del Carmen (edición de María Eugenia Ramos Fernández y Henar Pizarro Llorente). Madrid: Ediciones Carmelitanas, 2008. Primer número de la colección Textos para un Milenio.

Emilio ARRIETA y José ESTREMERA. San Franco de Sena (estudio de Mª Encina Cortizo). Madrid: Ediciones Carmelitanas, 2008. Segundo número de la colección Textos para un Milenio.

Luis Mª LLOP, O. Carm. El hijo de la gracia (estudio de Fernando Millán, O. Carm.). Madrid: Ediciones Carmelitanas, 2008. Tercer número de la colección Textos para un Milenio.

Page 72: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

72 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Por José Martínez Millán, Director (IULCE-UAM)

El 18 de febrero de 2011 falleció el profesor Vittorio Sciuti Russi, catedrático de la Università degli Studi di Catania, miembro fundador del Instituto Universitario La Corte en Europa y uno de sus más entusiastas promotores. El profesor Sciuti Russi ostentaba la cátedra de Historia de la Administración Pública en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Catania y había dado sus primeros pasos en la investigación de las instituciones políticas y del gobierno de Sicilia en la Edad Moderna de la mano de sus maestros, los profesores Vincenzo Piano Mortari y Raffaele Ajelo.

Conocí al profesor Vittorio Sciuti Russi la última semana de mayo de 1984 en las escaleras del Archivo Histórico Nacional de Madrid. Era un joven catedrático, aún no sabía español, vestido con una camisa azul oscura y una corbata un poco más clara que la camisa. Yo era un joven profesor ayudante, que acababa de entrar en la Universidad. Habíamos quedado allí porque me habían dicho que le entregase algunas de mis publicaciones y para que me conociera; pero llegué tarde a causa de las clases y de la gran distancia que hay entre la Universidad Autónoma y el Archivo. Él había quedado para comer con otros profesores españoles y estaba nervioso porque no iba a llegar puntual a su cita debido a mi retraso. Metió apresuradamente las publicaciones en su cartera y me dio las gracias en italiano, alejándose de mí mientras volvía la cabeza para decirme en alta voz que estaríamos en contacto y que nos veríamos en una nueva ocasión.

El profesor Sciuti Russi había llegado a España como representante de la nueva historia de instituciones e historia del derecho, que por aquellos años se hacía en las universidades del sur de Italia bajo la dirección el profesor R. Ajello. Su misión la realizó muy satisfactoriamente, pues, consiguió que todos los jóvenes investigadores de las principales Universidades españolas leyéramos con gran interés las monografías de aquella gran colección de libros de cubiertas rojas, dirigida por el profesor Ajello, que publicaba la editorial Jovene. De esta manera, autores como Cernigliario, Rovito, Piano Mortari, etc., o el mismo Sciuti Russi fueron incorporados en nuestros saberes y bibliografía, considerándolos auténticos maestros nuestros. No creo que la historiografía española haya hecho la justicia que se merece esta gran colección, porque –en mi opinión- fue la que abrió a los investigadores españoles el camino hacia el exterior y renovó la historiografía política. A partir

de entonces comenzaron a salir hacia Italia jóvenes investigadores de las universidades estatales españolas para investigar en los archivos italianos. Al menos, en nuestro caso, así sucedió porque, un joven becario, el actual profesor Manuel Rivero, llegaba a Sicilia dos años después, buscando al profesor Sciuti Russi para que le orientase e introdujese en los archivos con el fin de realizar su tesis doctoral sobre el Consejo de Italia. Fue a partir de entonces cuando comenzamos a establecer unas relaciones más sólidas, que se fueron intensificando con el tiempo hasta que, a partir de 1998, se convirtieron en una sólida y fraternal amistad.

La obra de investigación del profesor Sciuti Russi, tal y como se conoce en España, comprende esencialmente dos campos:

El primero abarca los estudios relacionados con la historia de las instituciones y el mundo jurídico; a través de estos trabajos –como queda dicho- fue conocido en España, sobre todo en el área de Historia del Derecho. En este campo, su principal obra fue: Astrea in Sicilia. Ministerio togato e società in Sicilia nei secoli XVI-XVII (Napoli. Jovene 1983), estudio fundamental para entender la Sicilia de la Edad Moderna. Fruto de esta investigación surgieron otra serie de trabajos conexos, tales como: Il parlamento siciliano del 1612 (1984). Edición e introducción de la obra P. de CISNEROS, Relación de las cosas del reyno de Sicilia (1990) o el estudio de la obra y su contexto del letrado: Mario Cutelli. Una utopia di governo (1994).

El segundo campo, iniciado pocos años después de su llegada a España, fue la Inquisición. Comenzó realizando la Edición e introducción del estudio de Charles Henri LEA, L´Inquisizione Spagnola nel Regno di Sicilia. Napoli. Edizioni Scientifiche Italiane 1995. No obstante, la verdadera intención por la que estudiaba la historia del Santo Oficio, aparecía manifiesta en su pequeña obra: Gli Uomini di tenace concetto. Leonardo Sciascia e l´Inquizione Spagnola in Sicilia. Milano. Edizioni La Vita Felice 1996. A partir de entonces, fue escribiendo una serie de artículos sobre el tribunal, aprovechando las coyunturas de congresos y reuniones científicas a los que era invitado; así, el centenario de Felipe II le permitió escribir: “Inquisizione, politica e giustizia nella Sicilia di Filippo II”. Revista Storica Italiana 101 (1999), pp. 37-64. En el año 2000 salió publicado el III volumen de la Historia de la Inquisición en España y en América, dirigida por los profesores J. Pérez Villanueva y B. Escandell. En este volumen, el profesor Manuel Rivero escribió una larga historia del tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Sicilia, trabajo que tenía dentro de sus proyectos

como el propio Vittorio nos comunicó. Con todo, la idea no la abandonó, pues, a partir de entonces fue elaborando una serie de artículos y pequeños trabajos, todos encaminados a madurar el libro que salió publicado en el año 2009: Inquizione Spagnola e Riformismo Borbonico fra Sette e Ottocento. Il dibattito europeo sulla sorppressione del “terrible monstre”. Firenze. Leo S. Olschki Editore 2009. Dedicado “A Vera”, su esposa.

Debido al ambiente propiciado por estos trabajos preparatorios se había suscitado cierta expectación por la aparición del libro entre los historiadores españoles, especialistas en el tema. A las pocas semanas de su aparición, me lo envió con el ruego que le trasmitiera mi opinión sincera sobre el mismo. Estábamos preparando y gestionando su traducción (que era nuestro mayor problema) para publicarlo dentro de la colección “Monografías” del Instituto Universitario La Corte en Europa, cuando nos llegó la fatal noticia de su muerte.

Para entender plenamente la dimensión de su investigación y también de su propia personalidad, es preciso advertir que el profesor Sciuti Russi hizo de su profesión su compromiso vital y que a través de sus escritos quiso contribuir al cambio de la sociedad en la que le tocó vivir, de ahí la elección de los temas investigados. Entre nuestros propios colegas es frecuente encontrar aquellos que separan claramente su investigación y su actividad social y política; es más, algunos de ellos utilizan el prestigio que puede aportar un trabajo bien realizado para cortar su carrera investigadora e iniciar un ascenso en la escala administrativa o política de la Universidad; otros, por el contrario, necesitan afiliarse a partidos políticos o apuntarse a corrientes ideológicas como si necesitaran estas organizaciones como caja de resonancia de sus trabajos o para sentirse seguros de las conclusiones a las que inducen sus hipótesis. El profesor Sciuti Russi no perteneció a ninguno de estos grupos, tenía unos valores claros por los que se guiaba en su vida: era una persona independiente, amigo de sus amigos, y la única arma que utilizó para enfrentarse a la realidad –como buen humanista- fue la razón. Sin duda ninguna, se le puede calificar de ser un hombre de “ideas tenaces”, tal como describía Leonardo Sciascia (a quien admiraba Vittorio) a esta clase de personas en una entrevista que le hicieron cuando escribió el caso de fray Diego La Matina, que asesinó al inquisidor de Sicilia de varios golpes en la cabeza: “Me han acompañado los recuerdos de personas amadas y estimadas de mi familia y de mi pueblo, que ya no están presentes. Hombres, diría Matranga, de ideas tenaces: testarudos, inflexibles, capaces de soportar una enorme

NecrológicaIn Memoriam del Profesor Vittorio Sciuti Russi

Page 73: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados. 73

intensidad de sufrimiento y de sacrificio. Y he escrito de fray Diego como si fuera uno de ellos: herejes, no sólo frente a la religión (que a su modo, practican y no practican) sino frente a la vida”[1]. Pero también, el profesor Sciuti Russi fue fiel a unos valores y elementos intelectuales: se sentía heredero de la Ilustración (el modo de utilizar la razón, la forma de enfocar el análisis de los problemas, el uso recurrente de citar a los philosophes: he comprobado que, en sus investigaciones, cita con mucha frecuencia a Voltaire); los temas que investigó siempre estuvieron relacionados con sus preocupaciones vitales, con su compromiso social. Su tema preferido fue Sicilia, para Vittorio, su tierra era una obsesión; quería verla libre de trabas impuestas por la tradición o por la política, por eso escribió sobre la Inquisición en la época ilustrada, porque tan temida institución representaba el oscurantismo, la intransigencia, la superstición y el fanatismo, que llevan unidas la corrupción. En este sentido, veía muchas semejanzas entre Sicilia y la España de final del Antiguo Régimen. No resulta extraño que admirase a aquellos políticos de ambos reinos que, durante el XVIII, se opusieron al sistema y que, con las fuerzas de la razón, trataron de cambiar la situación y reformar la sociedad.

1. Sobre la reflexión madura de la novela Morte dell’inquisitore (1964), novela en que Sciascia había construido una fuerte continuidad de la intransigencia, Vittorio asume el reto de demostrar históricamente la realidad de esa ficción. Para ello realiza una exhaustiva investigación por los archivos sicilianos y españoles de la Inquisición, buscando documentación sobre el tema, tarea tan peregrina y dificultosa, digna solamente de “hombres tenaces”. El resultado fue un precioso librito que no solo convirtió en realidad la novela de Sciacia, sino que además la enriqueció y engrandeció al presentar una serie de elementos y datos desconocidos, que amplían el argumento y sitúan en el contexto histórico a la novela.

2. En su libro Inquizione Spagnola e Riformismo Borbonico fra Sette e Ottocento, de nuevo dos ideas centrales: Sicilia y la lucha contra superstición, el miedo y la religión milagrera. Lo que unió a la Sicilia y a la España del Settecento fue el oscurantismo, el inmovilismo ideológico y la Inquisición. Por eso, aunque su objetivo es investigar la supresión de la Inquisición española, las fuerzas sociales que querían el cambio y las inmovilistas, que preferían el mantenimiento de tan nefasta institución, la primera parte de su obra está dedicada a la supresión del tribunal de la Inquisición en Sicilia. La segunda parte, mucho más extensa, se ocupa de estudiar los intentos de supresión o reforma de la Inquisición española.

Para explicar la supresión de la Inquisición de Sicilia, el profesor Sciuti Russi arranca de la misión de Friedich Münster, un danés de confesión protestante, que fue enviado a la isla para recabar documentación acerca de las relaciones entre la Iglesia luterana y la Iglesia copta. Fruto de estas investigaciones fue la Geschichte der Sicilianischen Inquisiction (1796), que pudo realizar dada la libertad que gozó en la

consulta de documentos, ya que el Santo Oficio había sido suprimido en 1782, acontecimiento que fue propagado por toda Europa merced a La lettera di Domenico Caracciolo a d’Alambert, que los ilustrados difundieron. Apoyado en esta historia, el profesor Sciuti Russi realiza un detallado análisis de la evolución del tribunal siciliano durante el siglo XVIII hasta su extinción.

Con todo, la mayor parte del libro está dedicado a la Inquisición española. La originalidad del estudio radica en su planteamiento: comienza con la carta del obispo constitucional Grégoire al inquisidor general Ramón José de Arce para que suprimiese el tribunal de la Inquisición en España. Tanto la carta de Grégoire como los acontecimientos que llevaron a la supresión de la Inquisición, son elementos conocidos por los historiadores españoles que han estudiado el tema; ahora bien, el profesor Sciuti Russi pone la carta de Grégoire como punto de partida de su investigación y fiel de la balanza que va a situar a los españoles, o bien en el bando de los retrógrados, fanáticos y partidarios de mantener “La tigre ostinata”, o bien en el bando del cambio, de las luces, de la razón y del liberalismo. Las palabras con las que inicia su estudio no pueden ser más clarificadoras: “Libertà, eguaglianza e fraternità costituirono per Henri-Baptiste Grégoire i valori del Vangelo applicati alla vita civile” (p. 129).

La carta de Grégoire indujo obligatoriamente a los políticos y religiosos españoles a tomar partido. De esta manera, aparece de manera nítida el comportamiento y situación ideológica de cada uno de ellos, como por ejemplo, el de Joaquín Lorenzo Villanueva, eclesiástico español bien conocido por los historiadores españoles, pero que lo sitúan en bando equivocado o poco claro. Manteniendo como eje divisorio este documento, el profesor Sciuti Russi va analizando cada uno de los gobiernos y de las alternancias políticas que se sucedieron en la Monarquía española durante los años finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, imprimiendo una claridad y sistematicidad a su investigación, de la que carecen otros estudios sobre el mismo tema, que ponen como centro de su análisis, precisamente, el tema objeto de investigación: la decadencia del Santo Oficio. Desde este enfoque, es preciso destacar la luz que arroja sobre temas tan confusos como las facciones cortesanas o, lo que resulta más confuso, sus ideas (“Giansenisti e ultramontani”). La selección e interpretación que hace de los “caprichos” de Goya, etc. Para finalizar con la transformación de la Monarquía española católica en nación católica y la abolición de tribunal del Santo Oficio.

La estructura del libro se ve rematada con los apéndices finales, donde se transcriben los documentos que han servido de eje a la investigación: para la abolición del tribunal de Sicilia: La lettera di Domenico Caracciolo a d’Alembert y Friedrich Münter, Histoire de l’Inquisition de Sicile; para la supresión del tribunal español Lettre du citoyen Grégoire y el Manifiesto a la Nación española.

La obra esta fundamentada en una documentación original y el autor conoce la bibliografía que existe sobre el tema y, a través de las citas y comentarios que hace sobre ella, se percibe que ha leído todos los trabajos con un sosiego y un conocimiento del contexto histórico, que solo pueden realizarlo aquellos investigadores que han alcanzado la madurez intelectual y están libres de las ambiciones y aspiraciones académicas o políticas cotidianas.

En la Fotografía: La Profª. Drª. Rosella Cancila (Universidad de Palermo) y el Prof. Dr.Vittorio Sciuti Russi (Universidad de Catania), junto al Prof. Dr. José Martínez Millán (Director, IULCE-UAM), 2009.

_____________

[1] Matteo COLLURA, Sciascia, el maestro de Regalpetra. Madrid. Alfaguara 2001, p. 186.

Page 74: librosdelacorte03_2011-2

L I B R O S D E L A C O R T E . E S

74 www.librosdelacorte.es - ISSN 1989-6425© Copyright IULCE 2011. Todos los derechos reservados.

Nuevas publicacionesMartínez Millán, José & González Cuerva Rubén (coord.), La Dinastía de los Austria. Las relaciones entre la Monarquía Católica y el Imperio. Colección "La Corte en Europa" Temas, Editorial Polifemo, 3 Vol., 2011.

A la memoria del profesor Peer Schmidt

Durante los siglos XVI y XVII, la Casa de Austria fue la dinastía en torno a la cual giró la Historia de Europa y, en gran medida, también la historia de todo el planeta. Además de su gran poder, la Casa de Austria se caracterizó por estar dividida en dos ramas familiares separadas, que actuaban desde las cortes de Madrid y Viena-Praga, según dejó establecido el Emperador Carlos V cuando abdicó. Las interacciones entre ambas ramas no afectaron únicamente a España y al Imperio, sino también a los Países Bajos y la norte de Italia, al mantenimiento de la frontera común con el Imperio otomano y, en general, a todo el continente europeo. Es preciso señalar que, durante la mayor parte de estos siglos, el Monarca católico ejerció, desde Madrid, el liderazgo sobre el linaje y de alguna manera dirigió la política común. De este modo, el Monarca español encabezó un orden basado en la lealtad dinástica y en la defensa de la confesión católica como justificación de la práctica política e, incluso, de la existencia de la propia dinastía. Por ello, el tercer elemento imprescindible para entender esta organización política fue el Papado, quien no solo marcó espiritualmente el rumbo de las dos grandes cortes católicas, sino que también pretendió guiar los objetivos políticos de los Austria a un gran programa de actuación contra herejes e infieles.

El siglo XVII marcó el punto de inflexión de este orden y alianza, la guerra que fue la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), mostró tanto el cenit de la colaboración entre ambas familias como sus límites y fracaso definitivo, que quedó cerrado con la desaparición de la dinastía en la Monarquía hispana tras la guerra de Sucesión (1700-1713).

1ª edición 2011-2012 Máster Propio “La Corte en Europa: el sistema político-cultural moderno” 

Por José Martínez Millán, Director (IULCE-UAM)

El Instituto Universitario La Corte en Europa de la Universidad Autónoma de Madrid declara en el primer punto de sus estatutos que sus objetivos son constituirse en “un centro de investigación y docencia de calidad internacional”. Desde su aprobación institucional, el Instituto ha desplegado una intensa actividad en orden a fijar las estructuras de investigación y de integrar a sus numerosos miembros, especialistas en diferentes materias humanísticas, en un objetivo común. Para ello, el Instituto viene celebrando anualmente diferentes congresos y seminarios internacionales en los que, los diversos especialistas contrastan y asimilan los objetivos y la metodología científica que nuestro centro refleja en sus publicaciones. Fruto de todas estas actividades ha sido la creación diferentes colecciones de libros, CDs de música, biblioteca virtual, etc., así como las grandes monografías sobre la Monarquía hispana con las que ya cuenta y a las que se ha unido recientemente la fundación de una revista y la creación de nuestra propia línea editorial.

Los miembros de Instituto, reunidos en Consejo ordinario, hemos considerado que es el momento propicio para desarrollar nuestro segundo objetivo (“docencia de calidad”) estableciendo un Máster internacional, con sede en la Universidad Autónoma de Madrid, en el que se enseñe nuestros conocimientos y metodología en Humanidades y Ciencias Sociales, que es compartida (como se puede observar a través de la diversidad de los

miembros que componen el IULCE-UAM) en toda Europa.

Por consiguiente, este Máster nace después de largas investigaciones, discusiones y contrastes de pareceres de numerosos profesores europeos que explican Humanidades y que tienen unas ideas comunes de concebir la cultura europea. Se trata de un proyecto interdisciplinar que comprende los saberes humanistas clásicos, impartidos en las Universidades, que fueron comunes a toda Europa y en los que se gestaron el espíritu racional, científico y configuración política del continente a través de la Historia. De modo que, actualmente, este Máster puede ser impartido (de hecho hay diversas Universidades nacionales y extranjeras interesadas en ello) en cualquier Universidad Europea sin traicionar o contradecir sus respectivas enseñanzas.

Por lo que respecta a la Universidad Autónoma de Madrid y a nuestra propia Facultad de Filosofía y Letras, este Máster viene a suplir las deficiencias

que muestran la oferta de másters impartidos, como es la necesidad que sienten de interdisciplinaridad. Tales másters ahora podrán establecer vínculos con el nuestro para completar determinados conocimientos que, aunque necesarios, no saben dónde encontrarlos o quién impartirlos. Todo ello sin olvidar que, a través del Máster, la Universidad Autónoma se convertiría en centro de referencia europeo de docencia en Humanidades.Los logros científicos y docentes de quienes dirigen, avalan y patrocinan el centro son testimonio de la vocación por la excelencia con la que nace IULCE. Es centro de investigación en disciplinas tales como arte, literatura, política, educación, historia, estudios clásicos, música, etc, situándose directamente en la órbita del nuevo espacio europeo de investigación en Humanidades. Así mismo, como centro docente se configura conforme a las directrices emanadas de la Unión Europea para los estudios universitarios, sus actividades y constitución como referente mundial de investigación puntera (I+D) en Humanidades. Los alumnos matriculados en nuestro centro adquirirán conocimientos que les habilitan para la alta investigación en sus respectivas ramas o especialidades, pero también para completar el bagaje de conocimientos de quienes aspiran a ocupar altos puestos de responsabilidad pública o privada en la Unión Europea y quieren disponer de una visión del continente acorde con lo que se exige a quienes han de ser sus dirigentes.

MÁS INFORMACIÓN EN: www.iulce.es(Tríptico oficial Anexo)