libro de graciela maturo
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Amrica: recomienzo de la Historia
La lectura auroral de la Historia
en la novela hispanoamericana
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Graciela Maturo
Amrica: recomienzo de la Historia
La lectura auroral de la Historia
en la novela hispanoamericana
Editorial Biblos
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ndice
Graciela Maturo
Amrica: recomienzo de la Historia: la lectura auroral de la historia
en la novela hispanoamericana - 1 ed. - Buenos Aires: Biblos, 2010.
162 pp. ; 23 x 16 cm.
ISBN 978-950-786-777-4
1. Estudios Literarios. I. Ttulo
CDD 801.95
Diseo de tapa y armado: Luciano Tirabassi U.
Graciela Maturo, 2010
Editorial Biblos, 2010
Pasaje Jos M. Giuffra 318, C1064AA Buenos Aires
[email protected] / www.editorialbiblos.com
Hecho el depsito que dispone la Ley 11.723
Impreso en la Argentina
Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubierta, puede reproducirse,
almacenarse o transmitirse en forma alguna, ni tampoco por medio alguno, sea ste
electrnico, qumico, mecnico, ptico de grabacin o de fotocopia, si la previa autorizacin
escrita por parte de la editorial.
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Esta primera edicin se termin de imprimir en
Primera Clase, California 1231, Buenos Aires,
Repblica Argentina,
en enero de 2010.
Introduccin
Amrica, la novela......................................................................................
Captulo 1
La Historia, construccin de Occidente
1. Historia y escatologa ............................................................................
2. De la hermenutica ontolgica a la dispersin del sentido ..................
3. Humanismo y modernidad ....................................................................
4. El lugar de la conversin en la tradicin judeocristiana......................
5. El concepto heideggeriano de la Kehre ..................................................
Captulo 2
Novela y humanismo
1. Sujeto filosfico e identidad narrativa: novela y subjetividad..............
2. La nueva novela histrica hispanoamericana: cronologa ..................
3. La relectura de la Historia en la nueva novela: novelar, otro modo
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de historiar.................................................................................................
Captulo 3
Las crnicas de Indias en la conformacin
de la tradicin narrativa americana
1. Las crnicas............................................................................................
2. Criterios de sistematizacin. Principales crnicas de los siglos
xvixvii...............................................................................................................
3. Particularismo de las crnicas americanas..........................................
Captulo 4De los pasos de lvar Nez a Los pasos
perdidos de Alejo Carpentier
1. Introduccin............................................................................................
2. Las crnicas indianas como documentos de la subjetividad del siglo
xvi................................................................................................................
3. La Relacin de lvar Nez. El viaje real y el modelo mtico.............
4. Aspectos estructurales y expresivos de Naufragios .............................
5. El robisonismo americano .....................................................................
6. La incursin y el descubrimiento de la ipseidad: Los pasos
perdidos ......................................................................................................
7. El concepto de lo real maravilloso.........................................................
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Captulo 5
Interioridad e Historia en El largo atardecer
del caminante de Abel Posse
1. Introduccin............................................................................................
3. El largo atardecer del caminante como reflexin sobre la historia
occidental....................................................................................................
4. Hacia una intepretacin a la luz de la Historia de Amrica ...............
5. Reflexin final ........................................................................................
Captulo 6
Amrica en su laberinto
Una aproximacin hermenutica a El General
en su laberinto de Gabriel Garca Mrquez
1. Introduccin............................................................................................
2. La memoria histrica y el discurso novelstico ....................................
3. Aproximacin al mundo imaginario del texto: el hroe.......................
4. En el laberinto del texto ........................................................................
5. Doble referencialidad histrica .............................................................
6. Perspectiva hermenutica .....................................................................
7. Lo esperpntico en la obra de Garca Mrquez ....................................
Captulo 7
Don Quijote en la transmodernidad latinoamericana
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1. La transmodernidad latinoamericana..................................................
2. La leccin de Cervantes.........................................................................
3. La herencia cervantina en Amrica......................................................
Captulo 8
La eutopa americana: de Antonio de Len
Pinelo a Leopoldo Marechal
1. Amrica, recomienzo de la historia.......................................................
2. El Paraso en el Nuevo Mundo ...............................................................
3. La novela de Leopoldo Marechal Megafn o la guerra .........................
Eplogo
Es Amrica una utopa cancelada? .........................................................
Bibliografa..............................................................................................
introduccin
Amrica, la novela
Atender al campo literario, y en especial a la novela, ese gnero hbrido
que surge especficamente con la Modernidad, es hallar una va
que se revela fecunda para conocer y reconocer la identidad hispanoamericana.
En primer trmino por el carcter del discurso simblico,
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multvoco y abierto de la novela; en segundo, por su ntima relacin con
la Historia, con el acontecer real, hecho que la diferencia modernamente
del antiguo relato pico. Hablar de la novela en Amrica exige a mi
juicio atender al campo inicial de las crnicas.
El desarrollo del gnero novela, por otra parte, se liga al Descubrimiento
de Amrica. No nos atrevemos a asegurar que sea una consecuencia
de steaunque bien podra aventurarse, dada la conmocin
que produjo en la conciencia hispnica la historificacin del mito removida
por los viajes, pero s debemos aceptar que ambos hechos pertenecen
a una etapa nueva, que cambia las categoras del pensamiento y
el actuar del hombre europeo en diversas direcciones.
Los libros de aventuras ficticias se difundieron moderadamente en
Amrica. Ya la Inquisicin haba percibido su carcter mitolgico, sospechable
de heterodoxia. En cambio, tuvo apreciable circulacin la obra
de Cervantes. En el fondo es Amrica misma la que escribe su propia
nueva, su novela, a travs de la carta, el testimonio, las historias verdaderas.
No decimos ya que la novela hispanoamericana comienza con el Periquillo
Sarnientosino con las Cartas de Cristbal Coln; reconocemos el
carcter novelesco de obras como Las aventuras de Learte, El lazarillo
de ciegos caminanteso Una excursin a los indios ranqueles. Amrica ha
remodelado la novela, imponindole categoras propias. Habr ciertos
momentos de imitacin, reflejos de modas pasajeras, de estilos venidos
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de Europa; sin embargo, la gran literatura hispanoamericana volver
reiteradamente a nutrirse en su propia tradicin de cultura. El reconocimiento
de sus tradiciones no es entre nosotros tarea libresca o erudita
sino nuevo impulso hacia la experiencia viva, la aventura, la poltica o
la mstica. En una palabra, Amrica no ha abordado, sino fugazmente,
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esa etapa de la literatura vuelta a s misma, campo sgnico que se
cierra; por el contrario, sus conflictos y aun su drama social mantienen
viva la pica histrica, el proyecto americano inconcluso, la vitalidad
simblica. Es sta una verdad corroborada por la mirada europea.
La lectura hermenutica impone una mirada de conjunto que puede
revelar las constantes de la novela latinoamericana. Tambin su transformacin,
su movimiento. Para esa mirada de conjunto la primera
constatacin es la del mundo mtico-simblico que si bien es convocado
en la literatura por palabras, queda ms all de stas y pertenece
al fondo imaginario de la cultura. Ese imaginario simblico lleva en
Amrica Latina la marca del humanismo cristiano. ste hizo posible
la mestizacin tnica y cultural, ms avanzada en los siglos coloniales
que en pocas posteriores. La analoga de los mitos hizo posible el sincretismo
americano, importante para comprender el perfil de la cultura
hispanoamericana.
La novela ofrece un mbito de libre reelaboracin de tales imgenes.
En tanto es libre, con mayor fuerza revela esas estructuras que resurgen
del trabajo simblico. La crnica, que la precede, aporta el momento
del cambio, la encarnacin de la palabrael idioma, en un nuevo
tiempo-espacio.
La novela latinoamericana mitifica la naturaleza, estableciendo as
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una situacin humana mucho ms limitada que la del europeo. Si ste
se refleja en la imagen del mago, el sabio, el productor de artefactos,
figuras fusticas, el americano se ve ms a menudo representado en la
imagen del hombre ligado a la naturaleza, discpulo de sta. Quien dice
naturaleza dice a la vez lo dado del mundo, lo csmico, y por lo tanto el
misterio, lo sagrado. La naturaleza misma es vista por el indgena como
smbolo de la divinidad. El espaol, por su parte, ve en ella una huella
divina, como lo expresaba su propia cultura (San Juan de la Cruz).
La importancia del espacio en la novela latinoamericana ha sido
reiteradamente observada. Tambin la mitificacin o sacralizacin del
espacio, las formas simblicas de la casa, el pas, la regin, aluden constantemente
a ese espacio sagrado. El espaol, en muchos casos de ascendencia
juda y rabe, no tuvo esa fuerte necesidad de sacralizar el
espacio hasta que lleg a estas tierras. El indgena tiene una cultura
netamente espacial. La temporalidad europea se sosiega en estas playas
donde se abre la posibilidad de poner fin al peregrinaje humano. As
lo intuyen Coln y los conquistadores: Amrica es el paraso terrenal; al
menos un paraso posible.
Amrica surge como continente de la posibilidad. Por eso la utopa
termina en Amrica. U-topossignifica ningn lugar: un suelo abstracto
para ser realizado en alguna parte. Amrica clausura la utopa, al
ser ella misma la imagen del Paraso. El espaol Juan Larrea lo intuy
Introduccin
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de esta forma, y antes que l Antonio de Len Pinelo. Hablaremos de
una transmodernidad americana para aludir al tiempo americano, a su
cultura entretejida entre la contemplacin y la accin.
El progreso americano ser pues un progreso lento, y las etapas de
modernizacin despiertan inevitablemente resistencia y enjuiciamiento
moral. Amrica es por excelencia un continente construido sobre la idea
de la justicia. Amrica, como la novela, es lo nuevo en la Historia. Las
escrituras postulan a Amrica como recomienzo de la Historia. Amrica
misma es una novela.
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captulo 1
La Historia, construccin de Occidente
1. Historia y escatologa
La historicidad del concepto mismo de Historia, que ambiguamente
abarca el acontecer en el tiempo y la palabra que lo registra, se hace
evidente a quien observe con detenimiento el panorama de las culturas.
Se da en el tiempo, sobre la circularidad mtica de las culturas antiguas,
el surgimiento de una nueva actitud, caracterstica de los pueblos
semitas y ms adelante de los cristianos, depositarios de una idea universalista
del devenir que se sostiene en una vectorialidad acumulativa
y reinterpretativa.
No es posible comprender tal historicidad fuera de un proyecto ligado
inicialmente a la teologa, que el europeo seculariz: conducir a la
humanidad hacia su perfeccin en el final de los tiempos. Es propio de
la mentalidad histrica un subyacente esquema religioso-moral, que
impone el acrecentamiento del conocer y el hacer humano como tarea
colectiva, con un implcito reconocimiento del esjatos o finalidad que le
da sentido. Ludwig Landgrebe afirma sobre la diferenciacin del devenir
histrico frente a la naturaleza:
Es conocido en sus lineamientos generales el hecho de que la
posibilidad de tal diferenciacin tiene sus supuestos ltimos en
la fe, en las promesas profticas y en su ampliacin como escatologa
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csmica, tal como aparece por vez primera en la teora de
los reinos universales del Libro de Daniel.1
En un trayecto que abarca tres mil aos, se ha cumplido una etapa
importante de la humanidad cuyo centro de transformacin e irradiacin
se centr en Occidente. Al hablar de la Historia nos referimos innegablemente
a ese tramo, que alcanza su fase ms ambiciosa a partir
del siglo xvi, con lo que se llama la Modernidad.
La expresin modernus fue usada en el siglo xiv como equivalente
de nominalista y fue aplicada a la negacin de los universales, pero
1. Ludwig Landgrebe, Fenomenologa e historia, Caracas, Monte vila, 1975.
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tambin se la hace corresponder a siglos anteriores como la tendencia a
reivindicar lo actual y presente.
La Modernidad, para Jrgen Habermas, queda elevada a tema filosfico
desde finales del siglo xviii.2 La crtica neoestructuralista de la
razn dispara el debate modernidad-posmodernidad. Para Max Weber
era todava evidente la conexin interna, es decir no contingente, entre
Modernidad y racionalismo occidental. Racional era, para l, el proceso
de desencantamiento que condujo a debilitar la imagen religiosa del
mundo, de donde resulta una cultura profana. Esta racionalizacin desarroll
tres esferas de valor: 1) ciencia y tcnica; 2) religin y moral, y
3) arte y literatura.3
La tricotoma planteada por Weber puede ser vista como una puntualizacin
de la divisin kantiana desarrollada en las tres Crticas:
Crtica de la Razn Pura, Crtica de la Razn Prctica y Crtica del
Juicio. Weber describe, dentro de la racionalizacin, dos procesos: 1) la
profanizacin de la cultura occidental, y 2) la evolucin de las sociedades
modernas. Las nuevas estructuras sociales vienen determinadas
por la diferenciacin de dos sistemas: la empresa capitalista y el aparato
estatal burocrtico. Se trata de una institucionalizacin de la accin
econmica.
A medida que la vida cotidiana se vio arrastrada por la racionalizacin
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cultural y social, se disolvieron las formas de vida tradicionales,
diferenciadas en estamentos profesionales. Sin embargo, la modernizacin
del mundo de la vida no viene determinada slo por las estructuras
de la racionalidad con arreglo a fines. Hoy, modernizacin refiere a la
formacin de capital, a la implantacin de poderes polticos centralizados,
a la secularizacin de normas y valores. La teora de la modernizacin
rompe la conexin interna entre Modernidad y racionalismo
occidental, de modo que la modernizacin ya no puede entenderse como
racionalizacin, como objetivacin histrica de estructuras racionales.
Hegel habla de modernidad en contextos histricos como concepto
de poca. La expresin alemana Neue Zeit, en ingls Modern Times, en
francs Temps Modernes, viene a designar, en torno al 1800, los tres
ltimos siglos transcurridos. Los historiadores del siglo xix visualizaron
etapas, acontecimientos relevantes. El descubrimiento del Nuevo
Mundo, el Renacimiento y la Reforma, en torno al 1500, conforman la
divisoria entre Edad Media y Edad Moderna.
Cabe recordar que la Modernidad, ligada en sus comienzos al humanismo,
avanz en los conventos, restituyendo sus fueros al libre pen
2. Jrgen Habermas, La posmodernidad, un proyecto incompleto, en Hal Foster et al.,
La posmodernidad, Barcelona, Kairs, 1985.
3. Max Weber, La tica protestante y el espritu del capitalismo, Barcelona, Orbis, 1985.
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La Historia, construccin de Occidente
samiento, las ciencias, la curiosidad por el mundo. Se abra una nueva
edad en que los hombres seran llamados a construir una civilizacin
gigantesca. La mentalidad de ese prodigioso momento de la cultura,
que Jacob Burckhardt llam Renacimiento, no estaba totalmente secularizada.
El equilibrio entre fe y cienciatrminos de una docta ignorantia,
como la llam el cardenal Nicols de Cusa en 1450es clave
del humanismo representado por Pico della Mirandola, Marsilio Ficino,
Len Hebreo, Erasmo, y sus discpulos en Europa y Amrica.
Amrica y la Modernidad han nacido juntas, si se atiende al desenvolvimiento
propiamente histrico del nuevo continente. Sin embargo,
sera una grave ceguera homologar los tiempos histricos de Europa
y Amrica; as lo han comprendido los ms importantes pensadores y
artistas latinoamericanos, no solamente en nuestros das sino tambin
en el pasado, cuando comenzaba a perfilarse una identidad americana.
Vista en su conjunto, tal como ahora se la visualiza desde la propia
Europa, la Modernidad se ha caracterizado por un desarrollo fustico
de la ciencia y la tcnica que gener en el hombre europeo un sentimiento
de omnipotencia. Filosficamente, se produjo la autonoma del
sujeto, el despliegue irrestricto de la racionalidad, la objetividad, el
afn de dominio, la relegacin del humanismo religioso y, en suma, la
autopromocin de la cultura occidental en sus ltimas fases, como un
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modo de universalismo. La aldea encableada vino a ser, a partir de
los aos 60, en forma explcita o implcita, la fase ltima de la utopa
europea: una utopa tecnolgica.
A partir de la expansin, necesariamente limitada, de la tecnologa,
se ha ido gestando una nueva mentalidad, que ya no abarca a la
totalidad de los humanos sino a los pueblos blancos, protagonistas del
desarrollo posindustrial. Los pueblos de la periferia, sus culturas y
legados, parecen quedar parcialmente fuera de la ltima etapa de la
Historia, y significan su fracaso como proyecto universal.
Es a esta etapa proteica y no fcil de abarcar a la que se adjudic,
en las ltimas dcadas del siglo xx, el nombre ambiguo de posmodernidad.
En trminos polticos, Habermas distingue dos formas de posmodernidad:
una de ellas sera neoconservadora y la otra anarquista.
Ambas reclaman el fin de la Ilustracin, sobrepasando la tradicin de
la razn desde la que antao se entendiera la Modernidad europea, y
hacen pie en la poshistoria. Estas corrientes actan en el sentido de
un desenmascaramiento de la razn, que la muestra como subjetividad
represora a la vez que como voluntad de dominacin instrumental.
Cualesquiera sean las diferencias entre estos tipos de teoras de
la Modernidad, ambas se distancian del horizonte categorial en que se
desarroll la autocomprensin de la modernidad europea, y pretenden
haber superado esa etapa.
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Examinar la complejidad de la crisis de la civilizacin moderna nos
conduce, sin embargo, a determinar la coexistencia permanente del
avance fustico dominante y el humanismo reconciliador. Las utopas
del siglo xvi obedecan a ese doble impulso. Iniciaban la crtica de Occidente
y apuntaban, secretamente, a Amrica. Esta lnea, cada vez
ms dbil, se refugia finalmente en el arte y en pensadores discutidos y
marginales (Martin Heidegger, Rodolfo Kusch, Mara Zambrano).
A partir del Romanticismo, y ms acentuadamente con Friedrich
Nietzsche, surge la crtica de la civilizacin occidental instalada en 1920
por Oswald Spengler como decadencia de Occidente. La fenomenologa,
en los comienzos del siglo, cuestion la objetividad cientfica; sus herederos,
los filsofos de la existencia, recordaron la finitud y la vulnerabilidad
de lo humano as como la persistencia de los interrogantes ltimos.
Como Edipo, el hombre moderno y parricida siente el imperativo de volver
al seno de su madre la tierra, a la que tambin ha destruido.
El siglo de los grandes logros comunicacionales, la navegacin interestelar,
los satlites, el microchip, la investigacin microcelular, los
trasplantes de rganos, ha sido escenario de grandes crmenes, genocidios,
marginalidad, muerte por hambre y enfermedades sociales, enajenacin,
mecanizacin, experimentacin nuclear nociva, depredacin
de reservas naturales, envenenamiento de las aguas y de la atmsfera.
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El tema del final de la Historia ha sido fruto de una intuicin vlida,
recibida de distinto modo en diferentes lugares de la tierra. Por un lado,
se hizo evidente el cruce de una curva arriesgada, que ha puesto en
peligro la estabilidad de la vida y del hbitat. Por el otro, se patentiza
tambin la unilateralidad de la aventura, que margina a continentes
enteros y elimina valores acuados por largas tradiciones.
Cul es, dentro de tal horizonte, el papel de Amrica Latina? Se
siente continuadora fiel, antagonista o una variante de Occidente?
Vive en su peculiaridad mestiza la posibilidad de una reactivacin original
para el futuro?
2. De la hermenutica ontolgica a
la dispersin del sentido
La tradicin filosfica occidental se halla totalmente recorrida por
una metafsica que se remonta a los fundadores del filosofar: Platn y
Aristteles. En sus distintos tramos esa metafsica ha otorgado un fundamento
al pensamiento y la existencia, y ha reconocido en el lenguaje
un instrumento valioso para su develacin.
La Historia, construccin de Occidente
La fenomenologa, al inaugurar una etapa metdicamente nueva
de la filosofa, abre distintas posibilidades (no siempre constructivas)
para la hermenutica contempornea. De la epoj como suspensin de
lo ya sabido, puesta entre parntesis del mundo y del yo constituido, es
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posible pasar a la vuelta ontolgica de Heidegger, a la recuperacin del
pre-juicio cultural a la manera de Paul Ricoeur y Hans-Georg Gadamer,
mediada por la tradicin, o bien a una fase nihilista y deconstructiva
de la cultura, que pretende un descondicionamiento absoluto, un cierto
salto al vaco, como lo hemos visto en Jacques Derrida y Michael
Foucault. Ellos y sus seguidores han desplegado una hermenutica posmoderna
que profundiza, en actitud hipermoderna, el progresivo vaciamiento
de la cultura.
La hermenutica posmoderna se ubica en el proceso del inmanentismo
que se abre con Roger Bacon y se contina en John Locke. Segn
Gianni Vattimo, la hermenutica vendra a ser la Koino lengua comn
del nuevo tiempo, caracterizada por la destruccin del Logos.4 Esta corriente
piensa lo histrico en trminos estructuralistas, sobre la negacin
del sujeto y la verdad o el sentido.
Me basar ahora en un trabajo de Paul Veyne titulado Cmo se escribe
la Historia. Foucault revoluciona la historia a fin de intentar una
caracterizacin del concepto de la Historia en este filsofo francs, que
tuvo amplia y acrtica recepcin en nuestros mbitos universitarios.
Ante todo dir que en el pensamiento de Foucault aparecen grandes
contradicciones. Por un lado niega al sujeto la libertad de elegir, y niega
entidad a los sujetos mismos. Se refiere a la Historia como entramado
arbitrario y determinista, no obstante ajeno a toda previa mitificacin.
Por otro, parece librar al hombre a un acto ltimo de libertad, el suicidio.
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La posicin de Foucault, adversa a las ideologas, por ejemplo el marxismo,
contrara asimismo a la fenomenologa y a la hermenutica humanista.
Segn Veyne, cabe pensar que Foucault reifica una instancia
que escapa a la accin humana y a la explicacin histrica, que hace
prevalecer los cortes o las estructuras sobre la continuidad y la evolucin,
o que no se interesa por el aspecto social de la historia.5 Adems,
utiliza de un modo especial las palabras discurso y prcticas discursivas,
dando lugar a aplicaciones ciertamente confusas.
ParaVeyne,Foucaultes elprimerhistoriadortotalmente positivista6
pues se ha desembarazado de supuestos previosrevelndose en ello
4. Gianni Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenutica en la cultura posmoderna,
Barcelona, Gedisa, 1986.
5. Paul Veyne, Cmo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia, Madrid, Alianza,
1984, p. 199.
6. dem, p. 200.
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como discpulo de la fenomenologay ha pretendido ir ms all, hacia
la negacin de los objetos naturales. Para l los hechos humanos son
raros, no estn instalados en la plenitud de la razn.7 No son evidentes
aunque lo parezcan, y se rigen por una gran arbitrariedad. Se hace necesario
investigar en cada caso la parte oculta del iceberg.
Foucault descalifica las filosofas polticas racionalistas. Destruye la
causalidad materialista del marxismo as como otras formas de causalidad.
Lo que existe en la historia son las prcticas de los hombres, y esas
prcticas unifican el hacer y el decir. Juzgar a la gente por sus actos
no es lo mismo que hacerlo por sus ideologas ni en funcin de grandes
nociones eternas. Las ideologas han muerto como han muerto los grandes
relatos, los mitos en que se hallaban fundadas. Slo cabe descubrir
en la trama histrica formas que han pasado inadvertidas.8
Se revela Foucault como uno de los fundadores de la pragmtica textual,
que identifica prcticas sociales y discursivas. Para esta corriente
toda palabra no acompaada por una prctica es una palabra vaca.
No podemos negar que ciertos aspectos de su pensamiento se revelan
atractivos, y rozan intuiciones del escritor-fenomenlogo. As, por ejemplo,
su nocin de una gramtica histrica puede llevarnos a pensar
en aquellas eras no evolutivas, no lineales, de las que habl Jos Lezama
Lima. Pero ambos se mueven en atmsferas muy distintas. Para
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Foucault las cosas no son ms que objetivaciones de prcticas determinadas,
cuyas determinaciones hay que poner de manifiesto, puesto que
la conciencia no las concibe.9 No hay objetos culturales, ni tampoco naturales;
slo las prcticas engendran objetos. En cuanto a la tarea del
historiador, ha de comprender que nada preexiste al hacer. Lo hecho, el
objeto, se explica por la prctica, el hacer, el discurso.10 As pues, se sustituye
en esta teora la vectorialidad teleolgica que ha caracterizado a
la Historia por la prctica de un deseo sin fin y sin objetivos.
En el trabajo de Foucault se observa una ramificada apelacin a conceptos
de la escolstica y en general al pensamiento tradicional, tales
como el amor, transformado en deseo, y a actitudes propias de la hermenutica
clsica que resultan invertidas. El deseo, que se identifica con
la nietzscheana voluntad de poder, construye el plan que lo hace posible.
Se deja de lado la metafsica del ser, y aun el proyecto humanista de
la felicidad, para situar lo humano en una carrera catica que, contradictoriamente,
se aboca a aporas insalvables. Un hombre despojado de
mitos, valores y creencias, lanzado a un nihilismo devorador, resulta el
7. Paul Veyne, Cmo se escribe, p. 200.
8. Michel Foucault, La arqueologa del saber, Mxico, Siglo Veintiuno, 1987, p. 208.
9. Vase Paul Veyne, Cmo se escribe, p. 213.
10. dem, p. 215.
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arquetipo de una realizacin por dems sombra, prxima a la locura y
el suicidio.
La ideologa no existe; tampoco la realidad histrica. Esta negacin
enfrenta de modo privilegiado al humanismo cristiano. Puesto que
nada existe en la Historia, slo quedan referentes prediscursivos.11
Estamos pues ante un universo completamente material,
compuesto de referentes prediscursivos que son potencialidades
an sin rostro; todo depende de todo.12
Hay cierto determinismo en la visin de Foucault; su obstinada negacin
de la conciencia y de la libertad lleva una marca estructuralista
y antihistrica. Exalta las discontinuidades, las formas, las estructuras
constituidas por conjuntos de prcticas discursivas. El suyo es un nuevo
positivismo, ms radicalizado, que se construye sobre la negacin del
mito, la Historia y el humanismo. Para l no hay verdad transhistrica
pero tampoco cientfica. Como no existe ms que lo determinado, el
historiador no explica la poltica misma, sino el rebao, las corrientes y
otras determinaciones, porque no existen ni la poltica, ni el Estado ni
el poder.13 Se hace necesario, para Foucault, destruir los racionalismos,
siguiendo una pauta reductivamente nietzscheana que pretende imponerse
de manera absoluta. El arma del historiador sera la irona, que
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disuelve las apariencias de verdad.
Diversamente a Heidegger, Foucault sostiene que el lenguaje no re-
vela lo real. Contrariamente a Edmund Husserl, la conciencia no es
constituyente. Lejos de Ricoeur, hacer Historia no es poner en juego
una tica.
Detengmonos en la conclusin de Veyne: Hablar claro: *Foucault+
no es un humanista, porque, qu es un humanista? Un hombre que
cree en la semntica. La filosofa de Foucault no es una filosofa del discurso
sino una filosofa de la relacin, porque relacin es el nombre de
lo que se designa como estructura. Vivimos en un mundo estructurado,
donde las figuras son lo que las configuraciones sucesivas del tablero
hacen de ellas.14
Foucault crea un mito invertido, un mito infernal. En vez de pensar
una Historia como proceso de sentido en que el hombre es llamado a colaborar,
piensa una Historia que es proceso mecnico puesto en marcha
por prcticas no conscientes. No lo vemos ampliando la razn hacia la
11. Michel Foucault, La arqueologa, pp. 64-65.
12. Paul Veyne, Cmo se escribe, p. 226.
13. Michel Foucault, La arqueologa, p. 229.
14. Paul Veyne, Cmo se escribe, pp. 232-233.
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suprarracionalidad del intelecto, como lo hacen Husserl y Ricoeur, sino
sustituyendo la razn por enfermedad y locura.
Quienes se inspiran en esta seudofilosofa se colocan a un tiempo contra
el hegelianismo y el marxismo, y contra la fenomenologa y la hermenutica.
Construyen una hermenutica negativa, que niega la obra como
tallibrndola slo a relaciones cambiantes con sus intrpretesy niega
al autor pues, contradictoriamente, pretende ponerse al margen de una
filosofa de la conciencia. Foucaultcomo Jacques Derrida, Giles Deleuze
y otros de esa oleada deconstructivase propone eliminar los ltimos
vestigios de la metafsica reemplazndolos por una opcin positivista
que objetiva objetos de fecha concreta sobre una materia sin rostro.15
La historia-genealoga *+ abarca por tanto completamente el panorama
de la historia tradicional pero estructura esa materia de otra
manera *+ no se atiene a los siglos, los pueblos ni las civilizaciones sino
a las prcticas; las tramas que relata son la historia de las prcticas
en que los hombres han visto verdades y de sus luchas en torno a esas
verdades. Esa historia de nuevo cuo, esa arqueologa como la llama
su inventor, se despliega en la dimensin de una historia general.16
Foucault encabez el irracionalismo extremo de la corriente llamada
posestructuralista pero su pensamiento es en verdad el fruto de un estructuralismo
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avant la lettre. Ya en los comienzos de la dcada de 1970
vimos la fuerte crtica del hermeneuta Luis Cencillo a esta seudohermenutica
que no instala sentido sino que lo niega.17 Apoyndonos en
su ejemplo, como asimismo en el de Ricoeur18 y en la fenomenologa de
Heidegger, profundizada originalmente por Rodolfo Kusch, iniciamos
entonces una crtica a esta corriente, que abarc sucesivos tramos: lingstica,
formalismo, estructuralismo, semiologa, deconstruccionismo.
En la dcada de 1980 nos invadi esta corriente irracionalista que
tuvo centros predilectos de difusin en universidades francesas y norteamericanas,
e hizo pie en notorias revistas de esos aos (Punto de Vista,
Espacios, Vuelta, etc.). A ellas nos hemos opuesto firmemente desde un
humanismo renovado por la fenomenologa, que tiene muy lcidos exponentes
en Europa y Amrica.
15. Paul Veyne, Cmo se escribe, p. 236.
16. Michel Foucault, La arqueologa, pp. 215, 237.
17. Luis Cencillo, Mito. Semntica y realidad, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1970.
18. Paul Ricoeur, Le conflit des interpretations, Pars, Seuil, 1969.
La Historia, construccin de Occidente
3. Humanismo y Modernidad
Creo que ser interesante detenernos en la creacin cultural ms
original de los pueblos occidentales: el humanismo, que alcanza su plenitud
en tiempos cristianos. No estamos hablando de los humanismos
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de los siglos xix y xx sino de un humanismo propiamente tendrico que,
siendo de raz precristiana, alcanza en Cristo su mximo ejemplo. No
se podra entender la evolucin de los pueblos europeos sin este factor
de impregnacin simblica, historificante.
Es cierto igualmente que en Grecia, alrededor del siglo iv, tuvo nacimiento
el nuevo espritu que valoriza al hombre como pensador y constructor,
sin violentar inicialmente las marcas de la cultura religiosa.
Mito y libre albedro, aceptacin y negacin, cultura espiritual y realizacin
mundana, entrarn desde entonces en una tensin creciente, que
hizo suya el cristianismo. Italia, a partir del siglo xiii, protagoniz el resurgimiento
del humanismo antiguo y del primitivo cristianismo, de l
impregnado. Tal movimiento, al que Jacob Burckhardt dio el ttulo de
Renacimiento, no puede ser entendido como una inclinacin erudita,
puramente libresca, hacia los textos griegos y latinos. Se trata de una
revitalizacin excepcional de la idea del hombre como compuesto corpo
ral, anmico y espiritual, destinado a habitar y conocer el mundo, gozar
de sus bienes, usar de su razn, manipular instrumentos, producir arte,
alcanzar la felicidad. Este tipo de hombre nuevo no se desentenda de
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los mitos, ms bien por primera vez poda reconocerlos e interpretarlos
desde una hermenutica abierta, enfrentando a una mentalidad estre
cha, jurdica y clericalista, atenida a la rigidez de la letra.
El concepto de la divinidad del hombre, audacsimo para la teologa
autoritaria y generador del cisma de la Iglesia oriental, haca posible la
valoracin del hombre integral, de su vida, ingenio, creatividad y trabajo,
generando una indita expectativa en el progreso. Vena a acentuarse
la proyeccin escatolgica del judeo-cristianismo hacia un final
de los tiempos, a travs de una valoracin intensa del presente y una
comprensin amplia del pasado.
En la cultura humanista no slo prospera la expansin universal
del Evangelio sino el espritu de la conversin, que inspira un gnero
tpicamente espaol como las guas de pecadores, estudiados por Mara
Zambrano.19
19. Vase La confesin: gnero literario, Madrid, Siruela, 1995.
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4. El lugar de la conversin en la tradicin judeocristiana
Segn los biblistas, la Historia es historia de la salvacin. No es
posible hallar una definicin suficientemente abarcadora de la Historia
que garantice su validez para todo tiempo y lugar. Por el contrario,
se advierte una conceptualizacin de la Historia que es ella misma
histrica y ha sido elaborada dentro de los parmetros de la cultura
judeo-cristiana, es decir, sobre un fondo teolgico y tico-religioso que
da por supuesto un trmino de llegada, anunciado y legitimado por los
profetas. Ese camino incluye la idea del perfeccionamiento humano y
hace necesaria la conversin, tanto aplicada al hombre individual como
a los pueblos.
La conversin es una realidad humano-cristiana y salvfica central,
que expresa originalmente el encuentro del hombre con Dios y decide
sobre la orientacin de la propia vida, removindola desde su pasado,
en el presente y para el futuro.20 En momentos lmite, el hombre, proclive
al pecado y al alejamiento de Dios, revive la situacin original de
pertenencia a su origen. La salvacin no es tal solamente como accin
de Dios sobre los hombreslo cual se halla fuertemente marcado en
el judasmosino como conversin de la humanidad hacia Dios; as lo
afirma la tradicin judaica y lo acenta de modo especial el cristianismo.
Este aspecto, debemos reconocerlo, no es exclusivo de la tradicin
judeocristiana. La religin griega, que el Iluminismo intent reducir
a balbuceos infantiles, guarda en su seno una profunda leccin sobre
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el despertar y el pleno desarrollo del hombre, que fue recogida por los
Padres de la Iglesia y recuperada por el humanismo en diversas etapas.
Centro del rito trgico es precisamente el tema de la conversin.
En los textos bblicos se hallan dos expresiones relativas a este concepto:
vahan, metnoein y sb, epistrephein. Metnoein significa arrepentirse,
cambiar de sentimiento o mentalidad. En el Nuevo Testamento
se acerca a lo expresado por sb, epistrephein, volverse, convertirse,
enmendarse, no slo en lo que se refiere a la conducta sino en cuanto al
cambio del entendimiento y la voluntad. En este sentido la voz hebrea
sb acenta la significacin de inversin y retorno. El paso de un estado
a otro se presentifica y se hace central en el Evangelio, donde la figura
de Cristo Jess pasa a vertebrar simblicamente el devenir de los tiempos,
haciendo viva y ejemplar la palabra de los profetas. Ams, Oseas,
Isaas, Jeremas, Ezequiel, y los profetas posteriores al exilio pedan
la conversin del pueblo y ms an la conversin personal; el Nuevo
Testamento cristologiza la conversin, la fija en un lugar, el encuentro
con el Cristo vivo, dando por cumplidas las profecas: El tiempo se ha
20. Dionisio Borobio, La conversin, Madrid, Accin Cultural Cristiana, 1995.
La Historia, construccin de Occidente
cumplido, y el Reino de Dios est cerca; convertos y creed en el Evangelio
(Mc. 1,15). Tal llamado se dirige a lo largo de los siglos no slo a las
comunidades no cristianas sino, cada vez ms, a los cristianos, expuestos
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antes que otros al egosmo y la indiferencia, tal como lo proclama
la cultura medieval formativa de los valores bsicos del pueblo espaol.
5. El concepto heideggeriano de la Kehre
Me propongo ampliar brevemente este concepto cristiano de conversin,
implcito y explcito en la cultura de los pueblos iberoamericanos,
hacia el concepto de la Kehreelaborado por Martin Heidegger y expuesto
de modo especial en una clebre conferencia de 1949. Este concepto
se ha divulgado en niveles intelectuales de Amrica Latina a partir de
la obra de Octavio Paz, aunque no siempre se lo recoge con la profundidad
espiritual y religiosa que posee. Traducido como vuelta, giro, inversin
o revuelta, el concepto de Kehre es aceptado como prcticamente
intraducible por Mara Cristina Ponce Ruiz:
Es sta una de las tres palabras que hemos optado por dejar
de traducir, dado que expresiones como giro, vuelta, viraje, cambio,
retorno, regreso, inversin, torna, a las que han recurrido
traductores y comentaristas de Heidegger, no nos satisfacen del
todo, ya que no vemos que ninguna recoge en plenitud el sentido
de esta palabra capital.21
Para el filsofo, la Kehredebe relacionarse con la poca de la historia
de la metafsica cuando a nivel planetario impera la tcnica moderna.
A esta fase Heidegger la caracteriza como olvido del Ser. En su pensamiento
se inscribe con fuerza la conviccin de que es posible salir de
esa fase por un camino de retorno al origen, a lo inicial, a la fuente.
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Cuando el olvido es reconocido como tal, cuando se muestra como peligro,
es posible alcanzar una salvacin por la va de repensarlo todo: el
lenguaje, el hombre, lo no pensado, todo aquello que nos concierne y nos
compromete.
No es la primera vez que Heidegger trabaja sobre el concepto de
Kehre. En esta conferencia lo hace en relacin con los conceptos de la
tcnica, el poder (Das Gestell)y el peligro (Die Gefahr).Heidegger contrapone
el concepto de lo destinal al puro acaecer:
21. Mara Cristina Ponce Ruiz, Introduccin, Martin Heidegger, Die Kehre, en Die
Tecnick und die Kehre, Crdoba, Alcin, 1992, p. 43.
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Ponemos a la historia en el mbito del acaecer, en lugar de
pensar la historia segn el origen de su esencia, desde el destino.22
No es nuestra intencin, desde luego, plantear el tema de la formacin
teolgica de Martin Heidegger ni de la repercusin que sta puede haber
tenido en su filosofa. De hecho nos interesa recoger, en las postrimeras
de la Modernidad, un mensaje de cambio que reitera desde la filosofa
aquella apelacin cristiana sealada como vertebrante de la cultura hispanoamericana.
La conversin heideggeriana, de significacin personal
e histrica, retoma asimismo el concepto de los corsi e ricorsi enunciado
por Giambattista Vico y la nocin de desnudamiento cultural que apareci
en Jean-Jacques Rousseau, y fue base del movimiento romntico antes
de ser finalmente lanzada como un reto a Occidente, en una torsin
hacia lo dionisaco, por Friedrich Nietzsche. Heidegger ha tematizado
esta idea devolvindole hasta cierto punto el sentido de una conversin
impostergable en la oscuridad de los tiempos. La esencia de la tcnica
es para el pensador el Ser mismo, por eso no puede ser dominada por
el hombre; s, en cambio, puede ser reconducida por ste a su destino:
El hombre moderno ante todo debe reencontrarse en la anchura
de su espacio esencial Lo humano (la cultura) se edifica
primero en su espacio esencial y all crea su morada; nada esencial
le es posible al hombre dentro del ahora imperante destino.23
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Es muy importante, como es sabido, la funcin que Heidegger otorga
al lenguaje como el lugar que ofrece camino al pensar y est destinado
a constituirse en morada del Ser. El lenguaje es la dimensin
inicial dentro de la cual la esencia del hombre slo puede corresponder
al Ser y su requerimiento.24 Este corresponder inicial es el pensar, que
permite hablar en el mbito donde acontece el olvido del Ser, lo Gestell
(estructura de la imposicin) y el peligro que le es propio. Frente a ello
el filsofo alienta la posibilidad de una Kehreen la cual el olvido del Ser
pueda ser revertido. A travs de la Kehrepuede hacerse posible el retorno
de la verdad de la esencia del Ser, su nueva inhabitacin en el ente.
Tal vez estamos ya en la sombra que proyecta la llegada de esta
Kehre, afirma. Y dice tambin: La esencia del hombre es la de ser el
que espera, aquel que espera la esencia del Ser, mientras pensndolo
lo custodia.25
22. Martin Heidegger, Die Kehre, p. 13.
23. dem, p. 15.
24. dem, p. 21.
25. dem, p. 23.
La Historia, construccin de Occidente
Ese retorno, reversin o conversin del rumbo de la vida se impone
como una intuicin afirmada en la indigencia del tiempo actual, pues
lo dice Hlderlin en su poema Patmos, donde est el peligro crece
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tambin lo que salva.26 Heidegger lo sintetiza diciendo: El peligro
mismo es lo que salva. Salvar, liberar, cuidar, guardar, custodiar, son
conceptos inherentes a la Kehre: el acechar del peligro se convierte en
la guarda de la esencia del Ser. La Kehre se convierte en altheia, es
iluminacin de la verdad del Ser. Con ello Heidegger no quiere abarcar
solamente la mirada que comprende sino el relmpago de la verdad que
ilumina la mirada. La traductora-anotadora de este texto comenta: La
Kehre es una posibilidad que se juega en el entre de la relacin Serhombre,
en el co de su pertenencia mutua, y que consiste en ejecutar
un giro en redondo y retomar, recuperando la originariedad del mbito
al cual esencialmentecomo hombrespertenecemos.27 Se trata, en
suma, de la consumacin del acto fenomenolgico en su total pureza.
Es sta, en suma, la ltima vuelta del humanismo europeo, y no es
extrao que este tramo haya arraigado en Amrica, en coincidencia
profunda con su tradicin y su transmodernidad.
Pensar en el humanismo, en suma, no es slo recordar los tratados
de Dante Alighieri, la biblioteca de Petrarca, los trabajos de la Academia
Platnica de Florencia; es abarcar el movimiento espiritual de
la cristiandad a partir del siglo xiiisin ignorar focos anteriores que
son considerados protorrenacimientosy su expansin, por hombres
esclarecidos, a nuevas tierras. No agota tampoco el humanismo la eclosin
de las ciudades, el lujo, los mecenas, el creciente poder de la banca,
el gusto por el arte en la cotidianidad de la vida. El humanismo, que
acompaa el curso de la Historia, ha mantenido su adhesin a los valores
tico-religiosos y un particular respeto por la naturaleza. Se inicia
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la divergenciaque Amrica incentiventre una modernidad tecnicista
y transformadora, que gener la etapa industrial, y una modernidad
humanista que, siguiendo el ejemplo de San Francisco de Ass, elogia la
pobreza y ama a las criaturas csmicas.
El arte refleja los contrastes y las tensiones propios de una humanidad
en bsqueda de nuevos horizontes. En este marco se comprende
la apertura de Europa hacia Oriente, frica y las Indias Occidentales,
donde la obtencin de dominio y riquezas se une ntimamente al afn
de conocimiento y expansin cultural. El viaje de Marco Polo a los pases
de Asia y el Cercano Oriente preanunciaba los viajes transocenicos
de Coln, Vespucio, Sols y Magallanes.
26. Friedrich Hlderlin, Patmos, en Poesa completa, Madrid, Hiperin, 1979, t. ii, pp.
140-141.
27. Mara Cristina Ponce Ruiz, Introduccin, en Martin Heideggr, Die Kehre, p. 45.
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A travs de esas rutas llegan al Nuevo Mundo los inventos y las creaciones
de la Modernidad; la imprenta, la plvora, la brjula, el sextante
y la carabela. Venan tambin los nuevos estilos de vida y de pensamiento,
las teoras sobre un mundo total y abarcable, la Biblia, el catecismo,
la potica de Ariosto, los gneros del humanismo: el dilogo, la novela,
el soneto, la autobiografa, la utopa. A partir de los documentos del
pasado y de la tradicin que los reinterpreta, es interesante observar
el modo originalsimo por el cual ese amplio caudal de filosofa, ciencia,
arte y religin es incorporado y reformulado en un mbito nuevo, confrontado
con otras culturas, enmarcado en un paisaje distinto.
No es sin duda alguna el espritu cientfico progresista ni el afn
de lujomdicamente expandidos desde las cortes virreinaleslo que
prevalece en la Amrica hispnica, caracterizada por el hambre, las
vastas extensiones despobladas y los speros contrastes tnicos. En
cambio, vemos imponerse cada vez ms el aspecto tico-religioso del
humanismo, cimentador de la originalidad americana. Ese nuevo espritu,
moderno en tanto humanista, pero reacio a la modernidad desacralizante,
ligado a los objetos, empieza por cuestionar la legitimidad
de la conquista y siembra una inquietud permanente en torno de otra
legalidad.
Tengamos presente que son los humanistas espaoles y americanos
los fundadores del derecho, cristiano en esencia, que habr de revolucionar
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los tiempos modernos, cuestionando sin cesar el espritu colonialista
de Europa. La discusin promovida por Las Casas, Vitoria, Surez,
Cano, culmina en la creacin de un nuevo derecho de gentes. Desde
el clebre sermn de fray Antn de Montesinos en 1511 hasta la carta
del obispo de Puebla Julin Garcs al pontfice Paulo iii sobre la naturaleza
racional del indio, germina una conciencia tico-jurdica que con
el tiempo har posible la liberacin de los pueblos mismos. Como lo ha
recordado Miguel ngel Asturias en Audiencia de los confines, las leyes
nuevas aplicadas desde 1542 abren un ciclo de creciente integracin y
autoconciencia americana, jalonado de luchas y sacrificios.
Es bien conocida la aplicacin de franciscanos, dominicos y mercedarios
al aprendizaje de las lenguas indgenas, de las que hicieron gramticas,
repertorios y vocabularios. Experiencias inditas de formacin
educativa crearon espacios de convergencia para el latn, el hebreo,
la gramtica castellana y las lenguas autctonas; con paciencia y penuria
se aproximaban los saberes indgenas, sus instrumentos musicales
y la vieja ciencia de la tierra cocida, con la enseanza de la matemtica,
la retrica, el derecho y la ciencia poltica.
En las mejores experiencias de la colonizacinexperiencias que
debieron ser ahondadas y mejoradas, pero quedaron truncas, el indio
aprenda la teologa cristiana, el latn, la retrica, mientras el hispano y
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el criollo asimilaban la medicina indgena, descubran el uso de nuevas
hierbas curativas, se deleitaban con desconocidas leyendas. Aprendan,
fundamentalmente, una nueva actitud de vida, contemplativa y reflexiva,
ms prxima del humanismo clsico que del espritu fustico moderno.
El estudio de la evolucin de las artes revela incluso la resistencia
que halla en Amrica el desarrollo de la perspectiva matemtica, la
ordenacin clsica del espacio, la geometra euclidiana. Se impone en
estas tierras un componente irracional, dinmico, amalgamante, que
altera la claridad renacentista. Nace el Barroco, no solamente como
esttica sino como filosofa y estilo vital. Se conformaba una nueva cristiandad,
la americana, y ello exiga el esfuerzo de comprender y alentar
la mestizacin, el dilogo cultural. San Pablo haba dicho en su tiempo:
Ya no ms griego ni judo sino cristiano. Acaso podra haberse dicho
en el Reino de Indias: no ms hispano ni aborigen sino mestizo, es decir
cristiano, americano, barroco.
Son las ideas de Erasmo, Vives, Toms Moro, de inspiracin humanista,
las que conforman el sustrato cultural hispanoamericano inicial.
Detrs de ellos estn los dilogos platnicos, reinterpretados por los humanistas
italianos y profundizados por la cristiandad. Esta tradicin
parecera haber preparado el formidable encuentro de culturas que se
produjo en el Nuevo Mundo. Vemos la expresin de este humanismo
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dialgico en el Inca Garcilaso, Martn del Barco Centenera, Cervantes
de Salazar, Francisco de Terrazas, Gutierre de Cetina, Bernardo de
Balbuena, Sor Juana Ins de la Cruz, la madre Josefa del Castillo. Un
perfil tico, moral, religioso, marca el devenir de la cultura hispanoamericana.
Ese perfil ha nutrido el desarrollo de nuestras letras, ms
all de pasajeros entusiasmos por estticas experimentales.
Andando el tiempo, es esa misma fuente humanista la que inspira
la crtica de la modernidad y de la posmodernidad tecnolgica, en el
escritor latinoamericano del siglo xx.
En la filosofa humanista de Alejo Carpentier, Miguel ngel Asturias,
Jos Lezama Lima, Leopoldo Marechal, Hctor A. Murena, Rodolfo
Kusch, Ernesto Sbato, Abel Posse, Eduardo A. Azcuy, Jos Luis
Vttori, sin pretensin de unificarlos pero reconociendo en ellos las marcas
de un humanismo no meramente progresista ni antrpico, vemos
surgir el cuestionamiento tico, religioso, filosfico y sociopoltico de
la modernidad cientfico-tcnica, y asimismo de la posmodernidad que,
pretendiendo su crtica, acenta muchas de sus facetas constituyendo
en cierto modo una hipermodernidad. De ah la ambigedad y versatilidad
de los trminos que se utilizan para definir esta etapa, y la necesidad
de revisarlos y acotarlos desde una perspectiva americana.
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captulo 2
Novela y humanismo
1. Sujeto filosfico e identidad narrativa
El trmino sujetoproblemtico para la filosofa modernaha sido
incorporado a la reflexin esttica y en especial a la teora de la novela
a partir de la obra de pensadores como Mijal Mijilovich Bajtn, Jean-
Paul Sartre, Xavier Zubiri, Paul Ricoeur, Hans-Robert Jauss.
La historia del trmino latino subjectum, que se remonta al griego
hypokemenon, indica que pas a significar, en los siglos medievales,
algo distante y aun opuesto con relacin al concepto moderno: la sustancia,
lo objetivamente dado al hombre.1 Segn Ricoeur, la afirmacin
cartesiana del cogito tiene el mrito de abrir, precisamente, la configuracin
del problema de la identidad del individuo.2 Y este problema ha
sido asumido en nuestro tiempo no solamente por el filsofo sistemtico
sino asimismo por el escritor, ese fenomenlogo que recoge de modo original
los datos de la realidad y los procesos ms profundos de su propio
desarrollo gnoseolgico, tico, esttico, volitivo.
Ricoeur ha aportado a la reflexin esttica la nocin de identidad narrativa,
sin limitarse a extraerla del texto literario sino adjudicando a la
vida misma la textura de un relatum. La vida personal, como la historia
colectiva, se comprende e interpreta por su naturaleza temporal, al verse
configurada como narracin unitaria. Asimismo, al no existir, segn el
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filsofo, un relato absolutamente neutro, la narratividad sirve de propedutica
a la constitucin de una conciencia tica. Esta perspectiva, que
ahonda y contina algunos aspectos de la reflexin de Sartre y de Bajtn
sobre la novela, viene a hacer de sta un gnero autnticamente filosfico,
una mediacin privilegiada de la comprensin de s y del mundo.3
1. Danilo Cruz Vlez, Filosofa sin supuestos. De Husserl a Heidegger, Buenos Aires,
Sudamericana, 1970.
2. Paul Ricoeur, Soi mme comme un autre, Pars, Seuil, 1990.
3. Ricoeur ha desarrollado estos conceptos en su magna labor sobre la narratividad histrica
y novelstica, Temps et Rcit, Pars, Seuil, 3 vols., 1982-1985.
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Como lo ha sealado agudamente el humanista Bajtn, de formacin
fenomenolgica, el sujeto-autor, negado por la teora positivista del arte
y sus derivaciones constructivistas, estructuralistas o posestructuralistas,
se proyecta en su propio discurso dotado de la peculiaridad del discurso
potico (literario), pero asume tambin cierta mediatizacin a travs
del sujeto-personaje, que para la fenomenologa es tan humano como
el autor y el lector. Se trata precisamente de una mediatizacin ficcional
pero no por ello falsa, creada por la necesidad de la objetivacin del s
mismo, que es paso ineludible de su plena y total explicitacin hermenutica.
A ello apuntan los procesos de identificacin y distanciamiento
que Bajtn ha descripto admirablemente en sus trabajos tericos.4
La trayectoria de la conciencia individual es inseparable de la expresin
personal, autocognoscitiva y reflexiva a la cual denominamos
adoptando un vocablo originado en la modernidad renacentistanovela.
La novella, nouvelle o novela es inicialmente el relato en el que
confluyen el confesionalismo cristiano y la reinterpretacin histrica,
derivada, incluso degradada, del relato mtico o ejemplar.
Su origen y desenvolvimiento, as como su expansin en obras amplias,
de estructura compleja, suele ser fijado en el siglo xvi y especialmente
ligado al nombre de Cervantes; pero si atendemos a la presencia
de un sujeto individual podramos remontar su origen al siglo xiii, con
la Vita Nova de Dante Alighieri, y aun ms atrs, al siglo v, con las
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Confesiones de San Agustn.
La novela como gnero corresponde a una fase madura de los pueblos
y especialmente a la aparicin de la conciencia personal, la mirada
crtica y reflexiva, e incluso la quiebra de la inocencia originaria. No
encontramos novelas en el sentido moderno sino relatos o sagas picas
entre los pueblos indgenas de Amrica, si bien los estudiosos modernos
hablan de novelas con sentido histrico y referencias al contexto
prximo, que se distinguen bien de los relatos picos, en la cultura mestiza
americana, por ejemplo, en Venezuela.5 Cabe pensar que esos frutos
son el producto de la fractura cultural de los pueblos autctonos y de
la emergencia de brotes crticos surgidos con la venida de los espaoles.
Se hace evidente que el proceso de la novela occidental, inherente a
la autognosis del hombre moderno, ha continuado en Amrica, en primera
instancia con un sentido testimoniallas crnicasy luego con
creciente desarrollo de la fabulacin esttica y la reflexin crtica. En la
4. Mijal Mijilovich Bajtn, Esttica de la creacin verbal, Mxico, Siglo Veintiuno, 1989.
5. Vase Lyll Barcel Sifuentes, Pemontn Wanamar, Caracas, Monte vila, 1978. La
autora, que estudia los gneros literarios en las comunidades indgenas de Venezuela,
habla de las historias nuevas que aparecen en las mismas como resultado de un
sincretismo cultural que conduce doblemente a la valoracin de la historia real y de la
persona individual.
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Novela y humanismo
novela hispanoamericana, proceso creador de intensa calidad heurstica
y filosfica, queda configurada la trayectoria personal y colectiva del
hombre americano, tanto en sus aspectos de simbolizacin figurativa
como en el despliegue de un discurso autoconsciente, que vuelve hacia
la figura del escritor y examina lcidamente su propia creacin.
Es nota tpica de la novela hispanoamericana constituirse como afirmacin
de un sujeto histrico, tico, comprometido, que no ha desdeado
afrontar riesgosos caminos de evolucin y fisin interior, confrontacin
dialgica, desenmascaramiento y transformacin, en un continuo esfuerzo
de reunificacin de la conciencia y de comprensin de la realidad.
Una fenomenologa de la novela en nuestro continente se halla pues en
condiciones de descubrir un perfil de identidad que se enriquece en su
relacionamiento con el sustrato antropolgico popular, las definiciones
histricas, los ritos sociales y otros aspectos de la cultura.
Novela y subjetividad
El itinerario de la subjetividad es ligado a la experiencia esttica
en la reflexin de Hans-Robert Jauss, quien estudia especialmente el
trecho que conduce de las Confesiones de San Agustn a las de Jean-
Jacques Rousseau.
El descubrimiento de la individualidaden la medida en que
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se nos revela, en la historia de la autobiografa, con su forma
literaria ms genuinaofrece un ejemplo significativo para la
cuestin de siy cmola polmica de la identidad estaba figurada
en el campo de la esttica.6
En la obra de San Agustn asoma la subjetividad cristiana, concebida
como boceto miserable o imitacin de la unidad profundamente secreta
de Dios. Los predicados de la identidad divina sirven para definir,
por contraste, al hombre cado y contingente. La intencin de Jauss es
mostrar cmo, en la medida en que el hombre tiende hacia su autonoma,
se apropia de los predicados de la identidad divina acundolos
en normas de una autoexperiencia que se manifiesta plenamente en la
autobiografa, germen de la novela moderna.
Veamos, con el citado autor, cules son esos predicados. En primer
trmino la totalidad: pese a su deficiencia, el hombre conserva en s una
imagen de la incolumnitasque hace posible su redencin. San Agustn
6. Hans-Robert Jauss, Experiencia esttica y hermenutica literaria. Ensayos en el campo
de la expresin esttica [1977], Madrid, Taurus, 1986, p. 225.
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apela a un concepto neoplatnico-cristiano para establecer esa continuidad
ontolgica entre la unidad de Dios y la existencia humana. El
cambio de lo no esencial en esencial se convierte en centro de la vida,
y asimismo en centro de la narracin vital. Ese predicado de totalidad,
seala Jauss, es usurpado por el hombre moderno con desmedida pretensin,
tal como vienen a probarlo las Confesiones de Rousseau. El
yo autnomo entra de un modo universal y a la vez individual en la
antigua paradoja de la infinita pero abarcable totalidad de Dios: el que
se conoce a s mismo desde la nueva certeza del sentimiento conoce
tambin a todos los hombres.7 Dios, en la experiencia rousseauniana,
ha sido reemplazado por el prjimo.
Un segundo predicado consiste en la inmutabilidad del que todo lo
cambia. Seala Jauss en las Confesiones de San Agustn la dicotoma
insalvable del entonces y el ahora, que deja sin resolver el tema de
la identidad; en tanto Roussseau, por el contrario, viene a afirmar la
continuidad del yo en momentos muy diversos.
La eternidad y ubicuidad de Dios es el tercer predicado que se contra-
pone, segn Jauss, a la nocin del lmite y la imperfeccin de la memoria
humana en San Agustn. Surge tambin all la conciencia de la corporalidad
como nota ligada a la identidad de hombre. A partir de entonces
asoma en la experiencia esttica la potenciacin del recuerdo y el desafo
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al lmite, que alcanza a la apropiacin de la omnisciencia divina.8 ste
es precisamente el cuarto predicado sealado por el filsofo de la escuela
de Constanza: Rousseau rechaza las premisas agustinianas para legitimar
la mayora de edad del individuo ilustrado. El autor moderno invita
al lector a experimentar en s incluso aquello que le es ajeno. Ese lector
es ascendido a juez supremo, dndose a Dios el lugar de testigo. Estimo
que esta fenomenologa del sujeto aplicada a dos obras que distan entre
s nada menos que trece siglos puede dar cuenta del salto abrupto de la
Modernidad con relacin a la cultura cristiana medieval. Queda en el
medio otro paradigma, el que corresponde a la cultura tendrica humanista,
legitimadora de un doble centro: hombre y Dios.
El camino de la individuacin en la novela hispanoamericana
La trayectoria descripta por Jauss, es todo el camino recorrido por
la subjetividad moderna? Puede ser aplicado a Cervantes y a su descendencia
ese esquema de transferencia de los predicados divinos al in
7. Hans-Robert Jauss, Experiencia esttica, p. 228.
8. dem, p. 233.
Novela y humanismo
dividuo humano? Son suficientes esos conceptos para abarcar el complejo
proceso que halla expresin en la novela, y ms especficamente
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en la novela hispanoamericana? Tales son algunas de las preguntas
que se nos plantean ante la reflexin, sin duda iluminadora, de Jauss.
La confesin autobiogrfica se hace camino expresivo de un rumbo
que los griegos velaron como inicitico y riesgoso: el gnosce te ipsum.
Es la atmsfera del cristianismo la que permite histricamente el desarrollo
de ese germen nuevo que abarca la introspeccin, el cambio
de estado, el descubrimiento de los valores, la reflexin filosfica y la
opcin volitiva. La novela se hace expresin de la conciencia individual,
aunque habra que revisar esta expresin si recordamos que individuo
significa lo indiviso, en tanto que el novelista afronta audaces procesos
de divisin interna o fisin de la conciencia. Son buenos ejemplos americanos
Ernesto Sbato y Julio Cortzar.
El espacio de la novela se abre en dos dimensiones complementarias:
la conciencia personal y la historia de los hombres. A travs de la novela
moderna el hombre expresa el desgarramiento social, la fragmentacin
de la cultura, incluyendo el proceso de la crisis interna que significa
el cuestionamiento y la fragmentacin del yo. Pero esa conciencia que
testimonia, evala y expresa no se limita a ser testigo de su tiempo ni a
reflejar pasivamente su propio desgarramiento. Desde Cervantes hasta
Marechal o Rulfo, el rumbo de la novela nos ha mostrado la pervivencia
de un proceso activo de religacin y autoconocimiento, que deriva en
una hermenutica histrica y en reclamo o propuesta de un proyecto
tico. Tal es la va que aos atrs sealbamos como rasgo dominante
en la novela hispanoamericana, y que otros estudiosos de las letras
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vienen indicando de igual modo.9
Limitndonos aqu a la rbita literaria hispanoamericana, sealamos
que ella constituye un campo particularmente rico para constatar
ese doble movimiento de la subjetividad, que por un lado se reconoce a
s misma, y por otro experimenta la religacin que le devuelve el vnculo
trascendente. A travs de la expresin novelstica, el hombre hispanoamericano
crea un espacio de honda resolucin de las contradicciones
racionales, reintegra lo disociado, expresa los procesos profundos de la
conciencia y da testimonio de lo nuevo germen de la novela, sobrepasando
y completando el trayecto de la subjetividad rousseauniana
y cartesiana. El ms acabado ejemplo de tal proceso es la novela de
Leopoldo Marechal Adn Buenosayres.
9. Graciela Maturo, La literatura hispanoamericana. De la utopa al Paraso, Buenos Aires,
Garca Cambeiro, 1983; Iber Verdugo, El carcter de la literatura hispanoamericana
y la novelstica de M.. Asturias, Guatemala, Universidad de San Carlos, 1984.
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Se convierte as la novela, como modo intensamente elaborado del
conocimiento y el lenguaje, en va personal de crecimiento que acompaa
y expresa la transformacin de la conciencia y se hace signo de
la transformacin del yo contingente y limitado en yo trascendente, en
conciencia pura.
Tal conviccin invita a considerar el gnero novela, y en especial
dentro del mbito hispanoamericano, desde el enfoque y las coordenadas
bsicas de la fenomenologa, el personalismo y la psicologa de la
individuacin, tal como ha sido planteada por Carl G. Jung.
Con diversos matices y enfoques, estas corrientes han replanteado
el tema del yo trascendental como meta ltima del proyecto humano.
La bsqueda de identidad es en el fondo bsqueda de ipseidad, como lo
seala Ricoeur retomando un concepto de Jean Nabert.10 La creacin
artstica aporta a este proceso su cuota de interiorizacin y develamiento
simblico, haciendo posible la superacin interna de los conflictos
por la transformacin de la conciencia. No es ste un descubrimiento
moderno, si bien ha sido la Modernidad la que histricamente ha desarrollado
su virtualidad genesaca y hermenutica. El camino de la individuacin
queda indicado ejemplarmente en el mito del hroe, comn
a muy diversas culturas, y ahondado como rito por la tragedia griega.
La novela moderna viene a encarnar plenamente en la persona de
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un autor real ese proceso de autoconciencia prefigurado en la cultura
antigua. La vida personal se ofrece a la comprensin e interpretacin
como el campo ms inmediato de su ejercicio; pero asimismo es el proceso
de la conciencia el que se presenta como ncleo ltimo de la fabulacin
novelstica. El hombre es concebido como autor, como gestor, que
para conocerse a s mismo se encarna figurativamente en un personaje,
en personajes. Sujeto autoral, sujeto personaje y sujeto lector son
figuras intercambiables del tejido intersubjetivo novelesco, que surge
como continuidad y tambin como discontinuidad del mundo de la vida.
Bajtn nos ha mostrado con gran agudeza la condicin filosfica de la
autora y la diferencia que separa al autor del fabricante de textos.11 Su
teora de la novela se distancia, en consecuencia, de aquella que refiere
el gnero a la acumulacin de textos, de citaciones.12
Bajtn, prximo a Emmanuel Levinas y a Friederik Buytendijk,
pone el acento en la autoconstitucin del sujeto en una actividad incesante
que requiere la relacin con el otro, la mirada del otro. Esto no
10. Vase Paul Ricoeur, Soi mme
11. Vase Mijal Bajtn, Esttica de la creacin
12. Como ejemplo de una contraposicin terica que se hace evidente en la crtica
literaria contempornea pueden tomarse las obras de Ernesto Sbato El escritor y sus
fantasmas y de Julia Kristeva El texto de la novela.
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Nacido en Amrica, o del contacto con Amrica, el Barroco reconoce
sus fuentes en el humanismo renacentista, que es griego, judo, rabe
y cristiano. Si decimos que el Barroco nace de Amrica lo hacemos con
la conviccin, hoy compartida por algunos estudiosos, de que el hecho
del Descubrimiento promueve un cambio importante en la conciencia
europea.
Acaso deba verse en ese fondo cultural abierto y dinmico de un
cristianismo renovado la clave del arduo mestizaje que se hizo posible
en este subcontinente, aun a pesar de mentalidades intransigentes que
predicaron un cristianismo rgido y persiguieron al humanismo.
El mbito hispanoamericano se ha mostrado siempre proclive a la
mezcla cultural, e incluso a la integracin de niveles distintos de la cultura,
en abierto desafo a la idea de un progresismo lineal que da por
clausuradas las etapas anteriores. Cabra hablar de la posmodernidad
americanaen continuidad con el Barrocosi este trmino no estuviera
hoy excesivamente ligado a una atmsfera europea de dismiles caractersticas.
Por eso hablamos de transmodernidad.
Es nuestra conviccin que la cultura hispanoamericana ha ofrecido
al escritor un sustrato dinmico, tensionado por un fuerte sentimiento
de pertenencia csmica y una innegable valorizacin de la libertad in
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dividual. En esa tensionalidad no resuelta crece y fructifica la novela
hispanoamericana, modo expresivo de una conciencia en expansin.
En la reflexin filosfica de Alejo Carpentier, Amrica llega a presentarse
como el recurso del mtodo (camino), el recurso de la historia.13
Cabe ver en esto algo ms que un mero juego de palabras. El mtodo occidental
no es para el americano el nico camino transitable o deseable.
Ms an, parecera que Amrica y Europa, habiendo partido de fuentes
comunes en la historia de la cultura humana, hubieran tomado rumbos
dismiles y aun antagnicos.
2. La nueva novela histrica hispanoamericana
La literatura hispanoamericana del siglo xx se ha visto desde los
comienzos tocada por un creciente inters en la historia del continente.
Ello forma parte de un amplio impulso de afirmacin de la propia identidad,
que profundiz en las primeras dcadas la valoracin romntica
del paisaje, el rescate de la propia cultura en todas sus manifestaciones,
la recreacin del cancionero y el folclore. Desde ese primer tramo se fue
perfilando el inters de los novelistas por la historia continental, tan-
to la inicial y fundante como la contempornea. A ese movimiento de
bsqueda y reinterpretacin pertenecen novelas como La gloria de don
Ramiro, de Enrique Larreta; Maladrn, de Miguel ngel Asturias; El
camino del Dorado, de Arturo Uslar Pietri; Zama, de Antonio Di Benedetto;
El reino de este mundo, de Alejo Carpentier.
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A partir de 1980, por poner una fecha, movidos por una de las efemrides
ms convocantes de los ltimos tiempos, los Quinientos aos
de Amrica, los novelistas latinoamericanos se dieron afanosamente
a releer y reescribir la historia de la Conquista, acompaados por una
amplia corriente de historiadores, antroplogos, lingistas e intrpretes
de la cultura, que en su conjunto han producido una voluminosa
bibliografa sobre el tema. se ha sido, a nuestro juicio, el mayor evento
cultural de la segunda mitad del siglo.
La sola mencin de algunas de estas creaciones, precedidas por las
novelas de Alejo Carpentier y Leopoldo Marechal, puede darnossin
pretensin de exhaustividaduna idea de la vigencia que ha tenido el
fenmeno de la novelizacin histrica a que hacemos referencia: Con
13. Vanse Alejo Carpentier, El recurso del mtodo, Mxico, Siglo Veintiuno, 1974, y
nuestra interpretacin de esta novela en Graciela Maturo, Fenomenologa, creacin y
crtica, Buenos Aires, Garca Cambeiro, 1989. Alejo Carpentier juega con la expresin
cartesiana discurso del mtodo y la transforma en recurso del mtodo, en implcita
referencia a los corsi e recorsi de Giambattista Vico.
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cierto barroco, de Alejo Carpentier, 1974; El arpa y la sombra, del mismo
autor, 1978; La isla de Robinson, de Arturo Uslar Pietri, 1981; El mundo
alucinante, de Reinaldo Arenas, 1982; Los perros del Paraso, de Abel
Posse, 1983; 1492. Vida y tiempos de Juan Cabezn de Castilla, de Homero
Aridjis, 1985; Caverncolas, de Hctor Libertella, 1985; Ro de las
congojas, de Libertad Demitrpulos, 1981; Maluco, de Napolen Bacci
no Ponce de Len, 1990; Vigilia del Almirante, de Augusto Roa Bastos,
1992, y El largo atardecer del caminante, de Abel Posse, 1992.14
Dos grandes orientaciones han presidido esta tarea. Una de ellas puede
reconocerse como guiada por la anamnesis platnica o reconstruccin
intuitiva del acontecer, con el apoyo de documentos y textos del pasado y
una oculta tarea de bsqueda de analogas con los procesos actuales. La
otra trabaja preferentemente sobre el discurso ya constituido para parodiarlo,
imitarlo, negarlo, deconstruirlo o trasladarlo al plano humorstico.
Por supuesto, se da tambin una confluencia de ambas corrientes.
Un ejemplo de la primera podra ser Ro de las congojasde Libertad
Demitrpulos, que traslada el punto de vista de la historia del Ro de
la Plata al mestizo Blas de Acua y a la compaera de Juan de Garay:
Mara Muratore. Desde el punto de vista de Mara, Juan de Garay adquiere
una dimensin humana diferente de los estereotipos que nos
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transmite la historia oficial. Se revelan nuevas facetas, palabras, gestos,
se adquiere nueva perspectiva respecto de sus decisiones.
El venezolano Arturo Uslar Pietri publica en 1990 La visita en el
tiempo, recreacin de la Europa posterior al retiro de Carlos v a un
monasterio. Es un gesto creador que va en el sentido de la recuperacin
del tronco cultural hispnico.
La novela Maluco, del uruguayo Napolen Baccino Ponce de Len,
trabaja sobre el plano del discurso, inventando un contradiscurso de las
crnicas conocidas. Quien escribe en forma epistolar es Juanillo Ponce,
bufn de Hernando de Magallanes. Recoge, en forma de percepciones fugaces,
detalles de la partida, del viaje, etc., que denuncian al visor directo
de los hechos. Usa alternadamente procedimientos descriptivos y lricos,
con referencias a la tradicin literaria: por ejemplo, el robledal de
Corpesen alusin al Poema de Mo Cidech a andar en la Trinidad;
pueden leerse estos indicadores como signos de reafirmacin cultural.
En rigor las dos perspectivas aludidas se entrecruzan, se mezclan.
Debe verse este gran movimiento como indagacin de la historia no
escrita, de lo no dicho, lo posible que existi o debi existir; la explicacin
de lo oculto que sin embargo ha generado consecuencias. Nuestros
14. El profesor Seymour Menton ofrece una nmina muy amplia, que abarca 367 ttulos.
Vase Seymour Menton, La nueva novela histrica de la Amrica Latina, 1979-1992,
Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1993.
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escritores se propusieron descubrir plenamente el sentido de la historia
americana, llenando sus huecos y configurando imaginariamente lo
que no fue descripto o inventariado. Se trataba tambin, innegablemente,
de un esfuerzo hacia la comprensin del presente y el futuro posible
de Amrica Latina.
En esta corriente es notable la diversidad de perspectivas y formas
dentro de ciertas constantes, que revalidan la libre imaginacin como
modo legtimo de novelar e historiar. Tambin lo es el inters del escritor
por textos escritos en el pasado, que a menudo se constituyen en
fuente y modelo de la obra. En la llamada nueva novela histrica se
afirma una actitud crtica que demitifica los clichs, las figuras, las
tradiciones cristalizadas, lo oficialmente admitido. En este punto, sin
embargo, discrepo con crticos que atribuyen a esta corriente el papel
de una demitificacin de la Historia. Estimo que la nueva novela hispanoamericana
tiene un fuerte carcter remitificante: reelabora hechos y
personajes descubriendo su significacin, relacionndolos con el presente,
estableciendo vinculaciones entre diferentes momentos del pasado
y ejerciendo, en fin, una actitud hermenutica y reinterpretativa. A mi
juicio, la nueva novela histrica se presenta como una reafirmacin de
la identidad cultural del subcontinente.
El novelista no poda quedar al margen de la poderosa atraccin
simblica que ejercen figuras como la nave, la selva, la ciudad, la guerra,
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el canto, la escritura, el mestizo. Todo ello hizo de las primeras
crnicas, testimonios y novelas escritas en el continente en el siglo xvi
un corpus singularmente novedoso, original, reflexivo y polmico, en el
que asomaron profundas intuiciones de comprensin y crticas demoledoras,
destinadas a la paulatina rectificacin del rumbo histrico de la
Conquista y, con el tiempo, a la emancipacin.
Dentro de esa misma tradicin los novelistas contemporneos se
asomaron a las fuentes histricas para redescubrirlas, comprenderlas,
volver a crearlas, expandirlas. El modo especfico de la verdad potica
vuelve a hacerse presente en la novelizacin de gestas conocidas y episodios
fabulados, en el discurso escrito de los hroes histricos y en el
discurso oral que se les atribuye, ms all de los documentos. La perspectiva
novelesca se ampla, diversifica o invierte. Quien cuenta es a
veces el hroe histrico, dejndonos ver la trastienda confesional de sus
crmenes, ambiciones y secretos; a veces son los personajes secundarios,
la amante, el bufn, el escudero, el soldado oscuro, quienes adquieren
voz y capacidad reveladora.
La novela viene pues a cumplir con aquel mandato histrico-cultural
que le atribuy Bajtn, cuando habl de su capacidad para recoger
lo no oficialmente establecidoescritural, notarial o mercantilde la
Historia. Recoge ms bien los imponderables, los sobreentendidos, los
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silencios, las miradas, los cuchicheos. Releva el contraste abrupto entre
el indgena culturalmente mtico, pronto a la simbolizacin de nuevas y
dolorosas situaciones, y el europeo provisto de mapas, brjulas, armas,
vidrios y atuendos; ese europeo hispnico ya abierto a la Modernidad, a
la afirmacin de s y de sus obras, la expansin planetaria, la codicia y
el afn de dominio, pero a la vez fuertemente asentado en la enseanza
del Evangelio, y por lo tanto expuesto a la introspeccin y el autocuestionamiento.
El novelista descubre lo aparentemente imposible: el dilogo, el intercambio
lingstico, la fractura que hace posible la modificacin de
ambas partes en la incipiente construccin de algo inslitamente nuevo,
sobre la progresiva destruccin de lo viejo.
La novela de 1980-1990 se ubica en el quiasmo del deconstruccionismo
europeo, con su fragmentacin y diseminacin de los smbolos, y la
vuelta americana, que no es slo una efectivizacin de las indicaciones
de Nietzsche y Heidegger sino la puesta en marcha de profundas tendencias
culturales que se han afirmado en Amrica desde los tiempos
de la colonia. Amrica se inicia en la historia como una vuelta de los
tiempos.
Cronologa de la nueva novela histrica hispanoamericana
1974
Alejo Carpentier, Concierto barroco, Madrid, Siglo Veintiuno,
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1980.
1975 Carlos Fuentes, Terra Nostra, Barcelona, Seix-Barral, 1975.
1976 Edgardo Rodrguez Juli, La renuncia del hroe Baltasar, Puer
to Rico, Editorial Cultural, 1986.
1978 Alejo Carpentier, El arpa y la sombra, Madrid, Siglo Veintiuno,
1980.
1979 Antonio Bentez Rojo, El mar de las lentejas, La Habana, Letras
Cubanas, 1979.
1981 Arturo Uslar Pietri, La isla de Robinson, Barcelona, Seix Barral,
1983.
1987 Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo, Barcelona,
Seix Barral.
1982 Jorge Ibargengoita, Los pasos de Lpez, Mxico, Editorial del
Ocano.
1983
Reinaldo Arenas, El mundo alucinante, Caracas, Pomaire.
Francisco Herrera Luque, La luna de Fausto, Caracas, Pomaire.
Abel Posse, Los perros del paraso, Barcelona, Arcos Vergara.
Juan Jos Saer, El entenado, Barcelona, Destino.
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40
Graciela Maturo
1984
Denzil Romero, La tragedia del generalsimo (premio Casa de
las Amricas, 1983), La Habana, Casa de las Amricas.
Edgardo Rodrguez Juli, La noche oscura del nio Avils,
Puerto Rico, Huracn.
1985
Francisco Herrera Luque, En la casa del pez que escupe el agua,
La Habana, Casa de las Amricas.
Toms Eloy Martnez, La novela de Pern, Buenos Aires, Legasa.
Carlos Fuentes, Gringo viejo, Mxico, Fondo de Cultura Econmica.
Hugo Giovanetti, Morir con Aparicio, Montevideo, Arca.
1987
Pedro Orgambide, El arrabal del mundo, La Habana, Casa de
las Amricas.
Denzil Romero, Grand Tour, Caracas, Alfadil.
1988 Toms De Mattos, Bernab Bernab,Montevideo, Ediciones de
la Banda Oriental, 1989.
1989 Gabriel Garca Mrquez, El general en su laberinto, Barcelona,
Mondadori.
1990 Napolen Baccino Ponce de Len, Maluco. La novela de los descubridores,
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Barcelona, Seix Barral.
1992
Abel Posse, El largo atardecer del caminante, Buenos Aires,
Emec.
Augusto Roa Bastos, Vigilia del Almirante, Buenos Aires, Sudamericana.
1993
Carlos Thorne, El seor de Lunahuan, Buenos Aires, Corregidor.
3. La relectura de la Historia en la nueva novela
Tengamos presente que la Historia es por un lado el acontecer que tie-
ne por sujeto a un pueblo, a un conjunto de pueblos o en cierto modo a la
humanidad, y es tambin el conjunto de relatos que registran esos acontecimientos,
crendose as la interaccin de historiae historiografa