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Número 6 Año 24 Junio de1978

PUBLICACIÓN DE LA IGLESIA DE JESUCRISTO DE LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS

LA PRIMERA PRESIDENCIA Spencer W. Kimball N, Eldon Tanner Marión G. Romney

CONSEJO DE LOS DOCE EzraTaft Benson Mark E. Petersen Delbert L. Stapley LeGrand Richards Howard W. Hunter Gordon B. Hinckley Thomas S, Monson Boyd K. Packer Marvin J. Ashton Bruce R. McConkie L, Tom Perry David B. Haight

COMITÉ ASESOR Marión D. Hanks Robert D. Hales Dean L Larsen Richard G. Scott

EDITOR DE LAS REVISTAS Dean L. Larsen

REVISTAS INTERNACIONALES Larry Hiller, Editor gerente Carol Larsen Roger Gylling

EDITORA RESPONSABLE DE LIAHONA Raque! R. V, Tokarz

COMPAGINADOR Goff Dowding

©1978 bylhe Corporation ofthe President of the Church of Jesús Christ of Latter-day Saints. All rights reserved

Índice ARTÍCULOS DE INTERÉS GENERAL

1 Unidad en el matrimonio, presidente Spencer W, Kimball

6 Cambia tú mismo, Afton J. Day 11 "Si estás dispuesta a pagar el precio", Lynn Del Mar 14 La percepción de una madre, Barbara B. Smith 17 Monumento a la mujer, Moana Bennett 29 Los años de soltería, Anne G Osborn 33 Viajando con un Profeta misionero, James O. Masón 36 "¿Se acuerda de mi-?", presidente Spencer W. Kimball 37 Escritos y discursos...: La carta a Wentworth 44 La abuelita Zúñiga, Justine Davis SECCIÓN PARA LOS JÓVENES 16 Preguntas y respuestas 18 "...no me avergüenzo del Evangelio", John A. Green SECCIÓN PARA LOS NIÑOS 21 De regreso al hogar a salvo, Allce Stratton 23 La familia mezclada, June A. Olsen 24 Un examen bíblico, Thelma de Jong 26 Una forma distinta de..., Maureen Eppstein NOTICIAS DE LA IGLESIA 47 Nueva misión en Ecuador 48 Nueva presidencia de estaca en Honduras 49 Dos sudamericanos a la presidencia

del Templo de Sao Paulo

Cubierta: José Smith, el Profeta, cuadro al óleo por Ted Henninger que se encuentra en la Bi­blioteca Gráfica de la Iglesia. El bosquejo or i ­ginal para este cuadro (busto solamente) apa­reció en la cubierta de Liahona, en enero del corriente'año.

Si el subscriptor desea que se le haga el envío por correo aéreo, deberá pagarla diferencia en el costo del mismo. Sírvase solicitar su subscripción al representante de la revista en su barrio o rama de residencia. Cualquier cambio de domicilio debe comunicarse a dicho representante con treinta días de anticipación. En este caso debe incluirse la etiqueta de la última revista recibida, en la que aparecen nombre y dirección del subscriptor. Si su barrio o rama no cuenta con un representante, sírvase hacer su pedido a la estaca o misión correspondiente. Toda subscripción dentro de los Estados Unidos y Canadá debe solicitarse directamente a1

Church Magazines 50 EastNorth Temple Salt LakeCity, Utah S4150

LIAHONA

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por el presidente Spencer W. Kimball

Ciertamente, un matrimonio honorable, feliz y próspero es la meta principal de toda

persona normal. El matrimonio es quizás la más vital de todas las deci­siones, la que causa efectos de más al­cance, ya que tiene que ver no sola­mente con la felicidad inmediata, sino también con el gozo eterno. Afecta no solamente a los cónyuges sino también a su familia, y particularmente a sus

hijos y a los hijos de éstos a través de las muchas generaciones.

Cuando se elige un compañero pa­ra esta vida y para la eternidad, se de­be efectuar la más cuidadosa prepara­ción, meditación, oración y ayuno pa­ra asegurarse, puesto que entre todas las decisiones, ésta es una en la que no hay que equivocarse. En un verdadero matrimonio debe existir una unión de mentes asi como de emociones.

Muchas novelas y programas de te-

Liahona, junio de 1978 i

Unidad en el matrimonio

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ievision terminan en matrimonio: "Y vivieron muy felices..." Hemos llegado a la conclusión de que no se logra la felicidad y un buen matrimonio, con el solo hecho de efectuar una cere­monia. La felicidad no se adquiere apretando un botón, como sucede con la luz eléctrica; la felicidad es un esta­do de la mente y proviene de adentro; se debe ganar; no se puede comprar con dinero: no se puede tomar por na­da.

Algunos consideran la felicidad co­mo una vida fascinante de ocio, lujos y emociones constantes; pero un verda­dero matrimonio se basa en una felici­dad que es más que eso, una que se lo­gra al dar. servir, compartir, sacrificar, y en la que se deslaca el desinterés.

Dos personas que provienen de di­ferentes hogares, después de la cere­monia se dan cuenta de que es nece­sario hacer frente a la realidad. Deben asumir las responsabilidades y aceptar los nuevos deberes; tendrán que aban­donar algunas libertades personales y efectuar muchos ajustes desintere­sados.

Luego de la ceremonia, una per­sona empieza a descubrir muy pronto que el cónyuge tiene debilidades que

. antes no le había notado. Las virtudes que constantemente eran magnifica­das durante el cortejo parecen nacerse más pequeñas, mientras que las debili­dades que antes parecían tan pe­queñas e insignificantes, alcanzan pro­porciones considerables. Es entonces

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el momento de tratar de comprender­se, de hacer una autoevaluación y de desarrollar sentido común, razona­miento y planeamiento.

Frecuentemente, falta la voluntad para hacer los ajustes económicos ne­cesarios; algunas esposas jóvenes exi­gen lujos; constantemente salen del hogar, en donde yace su deber, en busca de logros profesionales o de ne­gocios. Cuando ambos cónyuges tra­bajan, muchas veces entra en la fami­lia la competencia en vez de la coope­ración. Dos trabajadores exhaustos re­gresan a la casa con los nervios en ten­sión, más orgullo individual, más de­seo de independencia, y como con­secuencia surgen las dificultades.

La vida matrimonial es difícil, y es

común encontrar en ella discordia y frustración. Sin embargo, la felicidad duradera es posible. Más de lo que la mente humana puede imaginar, el matrimonio puede ser una fuente de dicha y se encuentra al alcance de ca­da pareja, de cada persona. Aunque la mayoría de nuestros jóvenes tratan con toda diligencia y devoción de en­contrar una persona con la cual la vida pueda ser más compatible y hermosa, también es cierto que casi cualquier buen hombre y mujer podría tener fe­licidad y éxito en el matrimonio si es­tuviera dispuesto a pagar el precio.

Existe una fórmula infalible, la cual garantiza a toda pareja un matri­monio feliz y eterno; pero al igual que en todas las fórmulas, no se deben eli-

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minar ni limitar los ingredientes prin­cipales. La selección antes del cortejo y la expresión constante de afecto des­pués de la ceremonia matrimonial, son de igual importancia; pero no son más importantes que el matrimonio mismo. Su éxito depende de ambos factores.

Puede parecer que el aspecto económico, social y político, asi' como otras situaciones, se relacionan con él; pero el matrimonio está basado pura y exclusivamente en ambos cónyuges, quienes siempre podrían lograr éxito y felicidad en su matrimonio si se lo proponen, y son desinteresados y jus­tos entre si'.

La fórmula es sincilla. Primero, debe existir una actitud

adecuada hacia el matrimonio. La per­sona debe tratar de seleccionar el cón­yuge que sea lo más perfecto posible en todos los aspectos que tengan im­portancia para ella.

Segundo, debe abundar la genero­sidad; se debe hacer todo lo posible por el bienestar de la familia.

Tercero, el cortejo y las expresiones de afecto, amabilidad y consideración deben continuar, a fin de que el amor se mantenga vivo y crezca.

Cuarto, se deben vivir plenamente los mandamientos del Señor, tal como se encuentran definidos en el Evange­lio de Jesucristo.

Mezclando estos ingredientes en forma adecuada y manteniéndolos en función, es casi imposible que surja la desdicha, que continúen los malos en­tendimientos o que existan desavenen­cias.

Aquellos que estén considerando el matrimonio, deben darse cuenta de que este convenio significa sacrificarse. compartir y aun renunciar a ciertas li­bertades personales; significa una larga v ardua frugalidad; significa hi­jos que traen consigo cargas económi­cas, de servicio, de cuidado y preocu­pación; pero también significa la más

profunda y dulce de todas las emo­ciones.

Antes del matrimonio, cada per­sona tiene la libertad de hacer lo que le plazca, de organizar y planear su vi­da de la manera que crea conveniente. de tomar todas las decisiones siendo ella misma el punto central. Antes de tomar los votos matrimoniales, los no­vios deben darse cuenta de que es ne­cesario que cada uno acepte, literal y plenamente, que el bienestar de la nueva familia debe anteponerse siem­pre al propio bienestar. En cada deci­sión se debe considerar el hecho de que habrá dos o más personas que serán afectadas por la misma. Al tener que tomar decisiones importantes, la esposa tendrá en cuenta la manera en que éstas afectarán a los padres, los hi­jos, el hogar y su vida espiritual. La ocupación del marido, su vida social. sus amistades, sus intereses personales. deben considerarse bajo el aspecto de que él es sólo una parle de una fami­lia, o sea que para todas las cosas se debe tener en cuenta al grupo fami­liar.

Quizás ía vida del matrimonio no siempre transcurra sin cambios e inci­dentes, pero aun con éstos se puede gozar de gran paz. La pareja podrá tener pobreza, enfermedad, desalien­tos, fracasos y hasta muerte en la fa­milia, pero todo eso no tiene porqué robarles la paz. El matrimonio puede tener éxito siempre que el egoísmo no forme parte de él. Si existe una abne­gación total, los problemas y dificulta­des unirán a los padres con lazos irrompibles. Durante la depresión del año 1930, hubo una marcada disminu­ción de divorcios; la pobreza, los fra-. casos y el desánimo unían a los pa­dres. La adversidad puede estrechar relaciones que la prosperidad puede destruir.

El altruismo total es otro factor que contribuirá a lograr un matrimonio fe­liz; si se buscan constantemente los in-

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tereses, la comodidad y la felicidad del cónyuge, el amor que se descubre du­rante el cortejo y se afirma en el matri­monio, crecerá sin medida.

A fin de ser realmente felices en el matrimonio, debemos observar los mandamientos del Señor; nadie, ya sea soltero o casado, ha logrado ser fe­liz a menos que haya sido justo.

La persona que haya tenido un modelo de vida con profundas convic­ciones religiosas, jamás podrá ser feliz mientras permanezca inactivo en la Iglesia; la inactividad es destructiva para el matrimonio,

El matrimonio fue establecido por Dios; no es simplemente una costum­bre social; sin un matrimonio adecua­do y dichoso, nunca podremos ser exaltados. Si leéis las palabras del Señor, veréis que afirma que lo correc­to y apropiado es casarse.

Si dos personas aman al Señor más que a su propia vida, y luego se amar mutuamente más que a su propia vi­da, seguramente gozarán de esta gran felicidad trabajando ¡untos en una ai-monia total, con el programa del evangelio como estructura básica.

Cuando los cónyuges van juntos frecuentemente al Santo Templo, se arrodillan en el hogar para orar con su familia, asisten a sus reuniones religio­sas, mantienen su vida moralmente casta—mental y físicamente—a fin de que todos sus pensamientos, deseos y amor estén centrados en su compañe­ro, y ambos trabajan juntos para la edificación del reino de Dios, entonces obtendrán la felicidad.

El Señor dijo: "Amarás a tu esposa con todo tu

corazón y, te allegarás a ella, y a nin­guna otra." (D. y C. 42:22.)

Esto significa igualmente que "'amarás a tu esposo con todo tu cora­zón, y te allegarás a él, y a ningún otro". Frecuentemente, las personas continúan allegándose a su madre, su padre y amigos; en ocasiones las ma-

Liahona, junio de 1978

dres no ceden La influencia que han tenido sobre sus hijos, y el esposo, asi' como la esposa, regresan a sus padres para obtener consejo y confiarles sus problemas; en cambio, deben acercar­se a su cónyuge en la mayoría de las cosas, y no hablar de sus intimidades a los demás.

Vuestra vida matrimonial debe ser independiente de la de vuestros pa­dres; amadlos más que nunca; ate­sorad su consejo; apreciad su relación con vosotros; pero vivid vuestra vida, gobernaos por vuestras decisiones, mediante vuestras propias considera­ciones, después de recibir el consejo de los que os lo deben brindar. El alle­garse no significa simplemente ocupar la misma casa; significa unirse estre­chamente, andar juntos;

"Por lo tanto, es lícito que . . . los dos serán una carne, y todo esto para que la tierra cumpla el objecto de su creación;

Y para que sea henchida con la medida del hombre, conforme a la creación de éste antes que el mundo fuera formado." (D. y C. 49:16-17.)

Hermanos, quisiera deciros que és­ta es la palabra del Señor; es de suma importancia, y no hay nadie que deba argumentar con el Señor. El creó la tierra; El creó la humanidad; El cono­ce las condiciones; El estableció el programa, y nosotros no somos lo suficientemente inteligentes o listos para ser capaces de discutir con El res­pecto a estas cosas importantes. El sabe lo que es correcto y verdadero.

Os suplicamos que meditéis sobre estas cosas; aseguraos de que vuestro matrimonio marche en la manera de­bida; aseguraos de que vuestra vida esté en orden; aseguraos de que cum­plís vuestra parte en el matrimonio en la forma apropiada.

(Tomado de un discurso pronunciado en la Universidad de Brigham Young, el 7 de septiembre de 1976.)

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por Afton J. Day

R ecientemente me encontré con una antigua condiscípula y, como es natural, entre los

temas que tratamos se encontraba el de nuestros respectivos maridos, la ca­sa y los hijos. Estas novedades habían tenido lugar en nuestra vida después de la última vez que nos habíamos vis­to. Me sentí apenada ante el desánimo que pude notar en mi amiga, a través de comentarios como: "Ya sabes que mi esposo nunca fue muy activo en la Iglesia"; y con un tono como de dis­culpa: "Ahora yo también tomo café; él lo hace, así que decidí seguirle la corriente".

En una experiencia similar, cuando un maestro de la Escuela Dominical recomendó un libro designado a inspi­rar mejores relaciones familiares, un miembro de su clase, recién bautizado, se lamentó: "¿De qué me sirve? No dará ningún resultado a menos que ambos lo leamos, y mi esposa no está interesada en nada que tenga que ver con la iglesia".

Muchos miembros de la Iglesia se desaniman al pensar en el modelo de

la familia ideal. En algunos, la sola mención de la familia celestial, donde el padre ejerce el Sacerdocio y adora a su buena y feliz esposa, despierta sen­timientos de frustración y a veces de hostilidad; a muchas personas no les es posible ubicarse en esta representa­ción, y por lo general llegan a la con­clusión de que, o su familia está con­denada a una existencia terrenal o, ya sea consciente o inconscientemente, deben rechazar al miembro de la fa­milia que aparentemente impide que lleguen a esa exaltación.

Dicho rechazo parecería un intento sutil de infringir el libre albedrío de la persona en cuestión. A todos se nos ha

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Para cambiar tu matrimonio

TU MISMO CAMBIA

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otorgado la libertad y la responsabili­dad de controlar a una sola persona: nosotros mismos; y en todo momento se nos amonesta a que no debemos tratar de ejercer control sobre los de­más. Sin embargo, al mismo tiempo se nos exhorta como miembros de la Iglesia, a inspirar e influir en las otras personas. Parece entonces, que el pri­mer paso hacia una acción positiva, sena reconocer qué es lo que podemos y debemos hacer, y cuáles son las co­sas que violarían los derechos o el li­bre albedrío de los demás.

El matrimonio se deteriora y hasta se agria, cuando uno o ambos cónyu­ges caen en el paralizador hábito de

Liahona, junio de 1978

esperar a reaccionar cuando ya se en­frentan a una situación desagradable, en lugar de prepararse y hacer lo posi­ble porque la misma sea una experien­cia agradable. En esos casos, por lo general surgen las siguientes situa­ciones:

1. Quizás uno de los cónyuges ha­ga uso del otro, tomando su actitud como excusa para justilicarse. "Mi es­posa nunca aprecia las cosas que yo hago por ella; así que, ¿para qué voy a preocuparme más?'1 "Mi marido ni se lija en si la casa está limpia o no. ¿Pa­ra qué voy a matarme tratando de lim­piarla?'1

1. Quizás el cónyuge elija una manera ineficaz para tratar de cambiar la situación, como por ejemplo la críti­ca ("Esta casa parece que no se ha limpiado en dos años"); las quejas ("Mi esposo no muestra el menor inte­rés in la Iglesia. ¡Cómo envidio a las mujeres que tienen el Sacerdocio en su hogar!"); la aulojustiíicación ("Si contara con el apoyo de mi esposa, sería un buen padre"); las amenazas, los tratos y los ultimátums.

Estas quizás sean reacciones since­ras, pero son totalmente inútiles para lograr meta alguna.

Ahora bien, si la coerción, las in­sinuaciones, los rezongos, la crítica, las quejas y los tratos no dan resultado para ayudarnos a lograr las metas que deseamos en nuestro hogar, ¿qué nos ayudará?

Primeramente, debemos deter­minar cuáles son las metas que tienen verdadero valor en el matrimonio; co­mo por ejemplo, un hogar feliz, una atmósfera cristiana y un ambiente que conduzca a la evolución y al progreso; todas éstas son muy encomiables y merecen la dedicación de mucho tiem­po y esfuerzo. Por otra parte, si la me­ta da origen a un cambio de personali-

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dad en un cónyuge, a fin de que éste se amolde a las especificaciones del otro, se trata de algo incompatible con el plan del Salvador, y casi invariable­mente el resultado será la pérdida del amor y el respeto mutuos, dos factores que son vitales en una relación celes­tial.

Segundo, la clave para el éxito en todas las relaciones humanas, ya sea entre padres e hijos, maestro y alum­no, o marido y mujer, es un respeto honesto hacia la otra persona. El res­peto honesto, más que el simple respe­to por los aspectos de la personalidad que más nos agradan de nuestro cón­yuge, implica respeto por el derecho de esa persona a ser ella misma, sea como sea. De acuerdo con nuestro conocimiento del destino divino del hombre, y con las normas del Evange­lio, sabemos que ese respeto es vital aunque resulte difícil de practicar.

Tercero, debemos evitar la "lucha por el poder", una piedra de tropiezo común en nuestro afán por lograr buenas relaciones familiares. Creemos que el marido es, sin duda alguna, la cabeza del hogar, y que la esposa ha de apoyarlo en todo aquello en que obre con rectitud. Por algún motivo, hay una parte dentro de la mayoría de nosotros que, aun cuando consciente­mente no nos demos cuenta de lo que está sucediendo, nos impulsa a una lu­cha por el poder, por ganar y controlar a otras personas. Las discusiones so­bre a quién le toca sacar la basura y los frecuentes desacuerdos respecto a quiénes son las amistades a las cuales se ha de invitar a cenar, son sólo manifestaciones de parte de un cónyu­ge por controlar al otro, y la igualmen­te firme determinación del otro de no permitirlo.

En el matrimonio, ia lucha por po­der que se revela en asuntos tan in­

significantes como la limpieza de un guardarropa o el vaciado de los cubos de basura, puede de igual modo mani­festarse en problemas de gran impor­tancia. En la misma forma en que mu­chas mujeres reaccionan negativamen­te a las sugerencias de su marido con respecto al cuidado de la casa, muchos son los cónyuges que sienten ía nece­sidad de retener su libre albedn'o para decidir si quieren asistir a la iglesia, y cuándo, si están dispuestos a dejar de fumar o a escuchar a los misioneros, y cuándo lo harán. Muchas veces, cuan­do se deja de insistir, y un sentimiento de respeto hacia la habilidad del cón­yuge de decidir por sí mismo, reem­plaza e! deseo de forzarlo a hacer aquello que el otro considera correcto, todos los miembros de la familia están más cerca de recibir bendiciones espi­rituales.

Pero, ¿cómo podemos cumplir con la responsabilidad que tenemos de ex­hortar al arrepentimiento? Sabemos que un poseedor deí Sacerdocio debe gobernar a su familia; ías Escrituras dicen que el marido es ¡a cabeza de la esposa, así como Jesucristo es la cabe­za de la Iglesia (Efesios 5:22). Sin em­bargo, las Escrituras también indican que un poseedor del Sacerdocio debe tener sumo cuidado con la manera en que ejerce su autoridad, y debe evitar la coerción o fuerza a toda costa (véa­se D. y C. 121:37-39).

Frecuentemente se ha exhortado a las mujeres de la iglesia a "provocar" a sus maridos hacia las buenas obras, e incluso un repaso superficial de las Es­crituras y la historia de la Iglesia indi­ca que tenemos todo derecho y res­ponsabilidad de recordar y exhortar. No obstante, José Smith amonestó a las mujeres de la Sociedad de Socorro de Nauvoo para que no estuvieran constantemente protestando y fasti-

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diando a sus maridos: "No os burléis de vuestro marido a

causa de sus hechos; más bien, mos-tradles vuestra inocencia, ternura y afecto... No guerra, riña, contradicción ni disputa, sino mansedumbre, amor y pureza... Estas son las virtudes que os magnificarán ante los ojos de todo buen hombre." (Documeniary History ofthe Church, 4:605.)

En la sección 121 de Doctrinas y Covenios, se promete que el Espíritu Santo ayudará a los dignos poseedores del Sacerdocio a saber cuál es la mejor manera de utilizar los poderes de Dios en sus relaciones con sus semejantes (véase D. y C. 121:43). Nefi nos dice que este privilegio no está reservado únicamente para los poseedores del Sacerdocio, sino que el Espíritu Santo "es el don de Dios a todos los que lo buscan diligentemente" (1 Nefi 10:17). ¡Y cuan valioso es este don cuando tenemos que vencer fuertes prejuicios y hábitos de toda una vida!

En una reciente actividad para fu­turos élderes y sus esposas, aprendí un importante cuarto principio para lo­grar metas en el hogar.'Allí escucha­mos el testimonio de un hombre que hacía dos o tres años no tenía el más mínimo deseo ni interés por saber na­da de la Iglesia. Mientras él estaba de pie hablando, acudieron a mi mente las innumerables tardes que yo había pasado escuchando a su esposa que­jarse de su falta de consideración ha­cia ella y de la amargura y el cinismo que expresaba hacia la Iglesia.

Aquel sensible y simpático joven que estaba frente a nosotros, no guar­daba semejanza alguna con la persona que su esposa describía algún tiempo atrás. En su discurso se refirió a la situación que, hacía algunos años, había llegado al punto de ser "casi in­tolerable":

Líahona, junio de 1978

—Nuestra situación era muy mala. No creo que nos hubiéramos divorcia­do, pues ambos sabíamos cuan penoso sería eso para los niños; pero la forma en que vivíamos tampoco era en nada beneficiosa para ellos. Al principio, mi esposa me fastidiaba para que me uniera a la Iglesia, les diera un buen ejemplo a nuestros hijos y otras cosas por el estilo; pero después se distanció de mí y actuaba como si yo no existie­ra. Llegó al punto de que, cuando yo encontraba alguna excusa para que­darme trabajando hasta larde o lleva­ba a los niños a algún lado sólo por alejarme un poco de casa, aunque a veces ella protestaba, se notaba el ali­vio que sentía al librarse de mi presen­cia. Pero, por un motivo entonces des­conocido para mí, un día hubo en ella un cambio; repentinamente empezó a demostrarme que se preocupaba por mí, como antes de que empezáramos a tener problemas. Al principio tenía mis sospechas... Algunas veces había actuado así, después de leer algún artículo o libro sobre problemas ma­trimoniales; pero esos estados no du­raban mucho. No obstante, esa vez se notaba que estaba resuelta, ¡y lo asombroso era que no me pedía nada a cambio! Ni que fuera a la Iglesia, ni que tratara de ser mejor; nada.

Todos nos sentimos impresionados por la forma en que nos contó cómo había cambiado la situación para bien, y cómo había cambiado su comporta­miento como resultado del cambio que se había efectuado en su esposa. Cuando él habló de un "milagro", agregué mi silencioso "amén".

Su esposa me había hablado de aquel cambio repentino, el día en que se había dado cuenta de lo seria que era la situación; entonces había recu­rrido a lo que siempre hacía cuando las circunstancias parecían irremedia-

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bles: había llevado su problema al Señor, a pesar de la decadencia espiri­tual en que se encontraba a causa de su propia actitud.

••—En alguna parte habia leído que una oración vocal es más eficaz. Pues­to que necesitaba toda la ayuda que el Señor pudiera darme, esa tarde me encerré en mi habitación y oré en voz alta; fue la oración más ferviente y humilde que hubiera pronunciado en mi vida. Le dije al Señor que sabía que Ei no estaba complacido con nuestro hogar, y le expresé un sincero deseo por mejorarlo; también le rogué que ayudara a mi marido a ser más considerado y a interesarse por com­prender el Evangelio. Como resultado, no oí una voz, ni tuve una visión, ni nada semejante; pero un repentino pensamiento acudió a mi mente con­trariada. Al principio pensé que estaba dejando vagar mis pensamientos, y me sentí avergonzad-a por lo que pensé era falta de concentración; sin embar­go, ahora estoy segura de que aquella idea no era mía, sino la respuesta que recibía a mi oración, ¡pese a que esta­ba muy lejos de ser lo que yo hubiera querido! El pensamiento surgió claro y conciso: "¡Cuando tú seas perfecta, entonces empezaremos a preocupar­nos por él!" A pesar de lo difícil que me resultaba, me sentí obligada a ha­cer un esfuerzo muy superior por tra­tar de ser una mejor esposa. ¡Por lo menos tendría que intentarlo! Des­pués, hace varios meses mientras me encontraba en una reunión sacramen­tal, recibí otra manifestación. Algo que se dijo me hizo enfocar la aten­ción en. una pareja del barrio, a quienes siempre he admirado, y hasta envidiado si se quiere, por su relación matrimonial tan bella y espiritual. De pronto, me invadió un sentimiento de paz, casi de éxtasis, y supe que poseía

el poder para hacer que nuestro hogar fuera un lugar santo y celestial. Supe que el Señor estaba observándonos, que estaba obrando con mi marido, ayudándolo, y que se sentía complaci­do con él, con sus esfuerzos en el tra­bajo y en la comunidad, y su deseo de ayudar al prójimo. Me imagino que la sensación que sentí sería algo muy semejante al ardor en el pecho que siente alguien que se ha convertido al evangelio. Ese día comprendí que nuestro Padre Celestial tiene un gran amor por mi esposo, y me quedé aver­gonzada de la hostilidad que yo Se había demostrado.

Autocontrol, respeto y aceptación de los demás; empeño por evitar las luchas por el poder; sinceridad para recibir la guía del Espíritu Santo. ¿Sencillo? Muy sencillo. He usado cientos de palabras para decir lo que el Señor expresó en sólo once:

"Que os améis unos a otros, como yo os he amado." (Juan 15:12.)

¿Fácil? Desafortunadamente, no. Pero raramente lo son las empresas que tienen tan maravillosas recom­pensas. Al aceptar el cometido de un matrimonio donde uno está dispuesto a poner todo su esfuerzo, se renuncia a todos los derechos de escapatorias convenientes y relaciones condiciona­les. Al principio, habrá muchos mo­mentos de soledad, momentos en que solamente nuestro Padre Celestial puede ayudarnos a determinar cuándo debemos ceder, y cuándo permanece­remos firmes.

Sería injusto prometer cambios po­sitivos y absolutos en el cónyuge, co­mo resultado seguro de este esfuerzo, pues hay que recordar que no es eso lo que debemos tratar de lograr. Pero, por lo general, las leyes se cumplen. ¡Y no os sorprendáis si lográis maravi­llosos resultados en iodos los sentidos!

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por Lynn del Mar

David y Nellie habían estado ca­sados por cuatro años; el vivir

aislados en un rancho a treinta kiló­metros de sus amigos, muy cerca de las Rocosas Canadienses, les había acercado mucho entre sí. Básicamente habían sido felices, pero había mo­mentos en la vida de Nellie, particula-menle cuando estaba sola, que resulta-

Si estás dispuesta

a pagar el precio"

"

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ban desalentadores; algo en su interior se rebelaba. Silenciosa, pero sincera­mente, reconocía que estaba insatisfe­cha con algunos de sus logros.

David no era miembro de la Igle­sia; ella se había casado con él debido a que le amaba, creyendo implícita­mente que podría convertirle después. Desde su matrimonio, él se había vuelto cada vez más indiferente; cual­quier intento por parte de ella o de sus amigos de hablar sobre religión, pa­recía aumentar su decisión de evitar el tema. Finalmente informó a todos que podría llevarse mejor si el lema de la religión no intervenía en sus conver­saciones.

Por ese tiempo, el hermano Mar­lene y su compañero fueron asignados para visitar a la pareja como maestros orientadores; era un viaje de sesenta kilómetros, y en el invierno, cuando la nieve era demasiado profunda, se re­querían dos días para hacer la visita.

La primara la hicieron durante el invierno, por lo que se les invitó a pa­sar la noche; David demostró ser un excelente anfitrión hasta que se men­cionó la religión, y luego, como de costumbre, sugirió que se cambiara de tema.

Considerando sus deseos, pasaron una agradable velada, y cuando llegó la hora de acostarse, el hermano Mar­lene suplicó que se le permitiera arro­dillarse en oración con la pareja; su deseo ie fue concedido y ofreció la oración; en ella rogó que las bendi­ciones del Señor colmaran aquel ho­gar.

Antes de que los maestros orienta­dores partieran el día siguiente, David preguntó algunas cosas acerca del evangelio, pero el hermano Marlene le contestó:

—Deseo ser su amigo, así que qui­zá fuera mejor que no habláramos de

religión. Sin embargo, David les invitó a

que los visitaran regularmente cada mes.

Al mes siguiente, la familia y los maestros orientadores volvieron a pa­sar una agradable velada, pero a dife­rencia de la primera visita, se habló dei evangelio hasta las tempranas ho­ras de la madrugada. Mientras los maestros orientadores se preparaban para partir al día siguiente, Nellie hizo a un lado al hermano Marlene y le di­jo :

—Daría cualquier cosa para que David pudiera reconocer la veracidad del evangelio y se uniera a la Iglesia.

—Nellie, te voy a tomar la palabra; me siento inspirado a hacerte una pro­mesa: si estás dispuesta a pagar el pre­cio, se realizará tu deseo —Luego íe preguntó— ¿Guardas la Palabra de Sabiduría?

Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Bueno, como usted sabe, David

no comprende; a él le gustan el té y el café, y para no tener conflictos con él yo también los tomo, pero ya le he ha­blado de la Palabra de Sabiduría.

—Sí— dijo eí hermano Marlene—-pero, ¿cuánta influencia podrán tener tus palabras, cuando tus actos no reflejan io que enseñas?

Transcurrió otro mes, y, en la siguiente visita, mientras los maestros orientadores se aproximaban a la casa, Nellie salió a recibirlos diciendo:

—¡Qué feliz soy! David ha dejado de tomar té y café; cuando observó que yo ya no los tomaba, dijo: "¿Por qué ya no tomas té o café?" Entonces le contesté: "He sido injusta contigo; se me ha enseñado ia Palabra de Sabi­duría desde mi juventud, pero nunca he sido lo suficientemente fuerte para vivirla; te he hablado de su valor, pero yo misma la he violado, sin darme

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cuenta del mal ejemplo que te estaba dando." A la mañana siguiente, mien­tras preparaba el desayuno, David me dijo: "No me vuelvas a preparar té ni café."

A la mañana siguiente antes de partir, el hermano Marlene preguntó:

—Nellie, ¿tú oras? Ella calló, y luego respondió: —No, no lo hago. David nunca ha

creído en la oración, y después que nos casamos estuvimos siempre tan ocupados socialmente, que me olvidé de orar.

—Pero dices que crees en el poder de la oración...

—Así es—contestó ella. —¿Y cuan fuerte es tu creencia?

Seguramente no es fe, porque la fe in­duce a la acción; tú sabes cuál es la promesa, ¿estás dispuesta a orar?

—Por supuesto—le respondió. —Entonces, creo que deberías pe­

dirle a tu esposo que se arrodillara contigo en oración; si se opone, con­tinúa orando fielmente y él se unirá a ti.

El mes siguiente trajo aún más pro­greso, y a la conclusión de una noche agradable, David dijo:

—¿Podríamos orar juntos antes de irnos a acostar?

Antes de partir al día siguiente, se le preguntó a Nellie:

—¿Pagas el diezmo? —No; como usted ve, David no

cree en el diezmo, y él es quien gana el dinero.

—Pero—respondió el hermano Marlene—¿no te da para los gastos? El Señor dice que debemos diezmar nuestros ingresos, y diez centavos de un dólar son tan aceptables ante la vis­ta del Señor como cien dólares de mil dólares; si crees en la ley del diezmo, debes cumplirla.

En la siguiente visita, Nellie le en-

Liahona, junio de 1978

tregó su diezmo; aquella era la prime­ra vez que lo pagaba desde que había salido de la casa de sus padres.

Cuando los maestros orientadores concluyeron su visita el mes siguiente, David dijo:

—Quisiera pagar mi diezmo, si us­tedes me lo permiten...

—¿Por qué desea pagar diezmo?— le preguntaron.

—Porque mi esposa me ha demos­trado el valor de las bendiciones que se reciben cuando se observa fielmente este principio.

El hermano Marlene elogió a Ne­llie por el progreso que había logrado en la conversión de David.

—Pero—le dijo él—tienes que dar aún un paso muy importante; debes hacer que él asista al servicio sacra­mental.

—Eso será muy difícil—replicó ella —a él le gusta mucho ir al parque los domingos.

—Aun así, debes hacerle ver la ne­cesidad de observar correctamente el día de reposo y esto solamente So pue­des lograr mediante tu sinceridad; ex­présale tu deseo de asistir a la Iglesia regularmente y pídele que te acom­pañe.

David aceptó la invitación de Ne­llie, y a medida que un nuevo invierno se aproximaba, comenzaron a asistir regularmente a la reunión sacramen­tal. Poco después pidió ser bautizado, y cuando el Templo de Alberta, Cana­dá, fue abierto a la obra de ordenan­zas, él y Nellie fueron de los primeros que recibieron su investidura y fueron sellados en una unión eterna.

Cuando se le preguntó: "¿Cuál fue la influencia más deci­

siva en su conversión?", David contes­tó: "Cada día mi esposa me predicaba un sermón mediante acciones y no pa­labras".

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por Barbara B. Sinith Presidenta General de la Sociedad de

Socorro

Cuando el patriarca le pidió a mi hijo a mi esposo y a mí

que ayunáramos antes de ir a su casa a que él recibiera su bendi­ción patriarcal, le dijo a que esta preparación le ayudaría para po­der darle la bendición que el Señor deseaba que recibiera.

Llegamos a la casa del patriarca y éste se dispuso a darle la bendi­ción. Aquella fue una experiencia extraordinaria- Cuando comenzó, en mi interior sabia lo que diría antes que las palabras salieran de su boca; parecía que el Señor me estaba dando una cierta percep­ción especial en cuanto a las cosas que debía saber.

Pasó el tiempo, Blaine fue cre­ciendo y ¡legó la época en que de­bería ir a una misión. Su interés es­taba centrado en el programa de atletismo, la escuela y muchas otras cosas, pero el pensamiento de ir a una misión no entraba en sus planes.

Un día le dijo a su padre: "Pa­pá, ¿tengo que ir a una misión?" Su padre respondió, pronunciando las palabras con lentitud: "No, Blaine . . . no tienes que ir a una misión. Mis hijos toman esa deci­sión por sí mismos y van porque desean ir".

Después vino y me contó que su padre le había dicho que no tenía que ir a una misión, de manera que no iría.

"Pero Blaine", le dije, "¿no re­cuerdas tu bendición patriarcal? La bendición dice que llevarás el evangelio a muchas personas."

No me contestó, pero quedó pensativo.

No mucho después encontró

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madre de una

percepción La

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por casualidad a un amigo, lisiado a causa de la poliomielitis, quien acababa de regresar de su misión emocionado y feliz.

"Hola David", le dijo, "¿por qué fuiste a una misión?"

"Blaine, fui por la misma razón por la que cada ¡oven debería ir, para mostrarle, al Señor lo mucho que lo amo."

El comentario cayó en terreno fértil; las palabras de su bendición patriarcal acudieron a su mente y Blaine se comprometió a servir al Señor en el campo misional.

Como Presidenta general de la Sociedad de Socorro, he tenido motivo suñciente para notar la influencia del Espíritu Santo en mi propia vida, así como en la vida de un millón doscientas mil mujeres, que son actualmente miembros de la Sociedad de Socorro por todo e! mundo.,

Con la súplica urgente del pre­sidente ¡Kimball, que nos pide que extendadnos la obra del Señor aquí y ahora* ha sido necesario que nos demos cuenta de que la fuerza mi­sional debe surgir de los miembros de cadaipaís.

Este [hecho hace que nosotras, como madres, veamos que tene­mos una gran obra por delante: enseñar a nuestros hijos a fin de que amen al Señor lo suficiente co­mo para desear servirlo.

He visto por todo el mundo el trabajo de las mujeres que están dedicadas a la obra del Señor, y es­toy segura de que todas podemos dedicarnos a crear una generación de jóvenes que deseen servir al Señor.

Nada es imposible cuando los

hijos llenos de buena voluntad unen sus manos con los poderes del cielo, ni siquiera la tarea de criar hijos misioneros en cada cul­tura del mundo.

He visto el magnífico trabajo efectuado por los nuevos conversos en las estacas recién formadas. Re­cientemente una de estas nuevas estacas de México presentó una exhibición sumamente hermosa del trabajo confeccionado en la misma; en ella se presentaba cada faceta de la Sociedad de Socorro.

En una reciente Conferencia General de la Iglesia hablé tam­bién con varios nuevos conversos que habían viajado grandes dis­tancias a fin de poder eslar presen­tes. Cuando Íes pregunté qué cam­bios había traído el evangelio a su vida, todos respondieron en forma diferente y con mucha sinceridad. A pesar de que sus experiencias di­ferían, todos se sentían sumamente bendecidos por tener la luz de la verdad restaurada, la cual propor­ciona dirección y propósito a sus actividades.

El evangelio nos enseña a amar­nos mutuamente en nuestros ho­gares y a expresar amor a aquellos con quienes nos asociamos. La luz de nuestro amor ayudará a nues­tras familias, y dentro de las pare­des de un hogar lleno de amor, po­dremos enseñar a nuestros hijos los principios del evangelio e inculcar­les el deseo de servir al Señor, ob­tener conocimiento y lograr la ex­celencia.

En el empeño por lograr estas metas, el individuo —vosotros y yo— puede recibir la influencia inspiradora del Espíritu Santo.

Liahona, junio de '1978 15

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PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Director del Instituto de Religión, Cambridge, Massachusetts

¿Es cierto que durante nuestra vida premortal cada uno de no­sotros se comprometió con una persona a encontrarse y casarse con ella aquí en la tierra?

Ami parecer, no sabemos la res­puesta a esa pregunta. Los

Santos de los Últimos Días la hacen con frecuencia, particularmente a me­dida que estudiamos la naturaleza de nuestra existencia premortal; por esta razón, ocasionalmente los líderes de la Iglesia han hecho algunas observa­ciones en cuanto al asunto. Quisiera referirme a algunas con las que estoy familiarizado, las cuales brindan cierta orientación que creo será de ayuda.

Primeramente, por medio de los es­critos de los profetas sabemos que mu­chos de nosotros hicimos convenios con el Señor antes de venir a la tierra. Por ejemplo, José Smith declaró:

"Cada hombre que posea un lla­mamiento para ministrar a los habi­tantes del mundo, fue ordenado a ese mismo propósito en el gran concilio de los cielos antes de la fundación del mundo. Supongo, que yo fui ordenado a este mismo oficio en aquel gran con­cilio." (History of the Church, 6:364.) (Véase también Alma 13:3-9.)

No sé cuan generales o específicos fueron los escritos mencionados. He sabido de algunos Santos de los Últi­

mos Días en cuyas bendiciones pa­triarcales les fue dicho que hicieron convenios preterrenales con sus cón­yuges.

Sin embargo, respecto a un princi­pio general o aplicación universal, la Primera Presidencia declaró en 1971 que "no tenemos ninguna palabra re­velada que nos aclare que cuando nos encontrábamos en el estado preexis­tente, elegimos a nuestros padres y cónyuges."(Carta a.loe J. Christensen, Comisionado de educación para Seminarios e Institutos, 14 de julio de 1971.)

En 1931, el élder Joseph Fielding Smith escribió en cuanto a este asun­to:

"Es posible que en algunos casos sea cierto; pero requeriría mucha ima­ginación creer que es así en todos, o aun en ía mayoría de los casos." (The way loperfection. Sociedad Genealógi­ca, pág. 44.)

Con respecto a uno de estos casos específicos, algunos miembros de la Iglesia gustan citar un artículo escrito en 1857 por ei élder John Tayíor, en el cual sugiere que, por lo menos en un caso, sintió que se había efectuado un convenio premortal. ("The Mormon", 29 de agosto de 1857.)

Pero la respuesta que hemos recibi­do de las Autoridades Generales, es que "no se ha revelado nada" en cuanto a este asunto. Y en este, así co­mo en muchos asuntos similares, los líderes de Ja Iglesia nos han aconseja­do evitar enseñar doctrina que no esté claramente definida en las Escrituras o por los profetas actuales. (Élder Ha-rold B. Lee. Discurso pronunciado an­te el personal de Seminarios e institu­tos, 8 de julio 1966, págs. 6-7.) Este un buen consejo, aun para los miembros que han recibido una revelación per­sonal respecto al tema.

Ciertamente la ruta más segura pa­ra cualquiera de nosotros, es que esta­blezcamos una relación basada en mé­ritos propios, en vez de hacerlo sobre cualquier convenio premortal que "suponemos'" se haya efectuado.

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Monumento a la mujer

Cuando el presidente Spen-cer W. Kimball dedique es­

te mes en Nauvoo, Illinois, el monumento de la Sociedad de Socorro a la mujer, se rendirá tri­buto a ésta por su contribución a la familia humana. En esta época en que el papel de la mujer se ha puesto en tela de juicio, el Evange­lio de Jesucristo proporciona un modelo claro y eterno entre las filosofías confusas y faltas de inspi­ración de los hombres. A fin de re­presentar el concepto de los Santos de los Últimos días en cuanto al papel de la mujer en el plan del Evangelio, este monumento ilus­trará sus diversas mayordomi'as y responsabilidades; es el monumen­to más grande que se ha dedicado a la mujer.

Después de los servicios dedica­torios que se efectuarán el miérco­les 28 de junio de 1978, se llevará a cabo en Nauvoo una celebración que durará tres días. Durante cada una de esas noches, se pondrá en escena una representación teatral como tributo a las mujeres de la Iglesia. El 29 de junio se llevará a cabo una reunión general de la Sociedad de Socorro y una reunión de testimonios.

Barbar^ B. Smith, Presidenta General de esta Sociedad, destacó:

"Se ha seleccionado Nauvoo co­mo el sitio más apropiado para eri­gir este importante monumento, por haber sido el lugar de naci-

por Moana Bennett

miento de la Sociedad de Socorro. Aquí fue donde el profeta José Smith entregó las llaves en beneficio de la mujer, y le prome­tió que recibiría conocimiento e in­teligencia y que llegaría a ser una bendición para todos los necesita­dos." (Véase Hislory of the church of Jesús Christ of Lalter-day Sainls, IV:607.)

Desde que las primeras diecio­cho mujeres se reunieron para for­mar la Sociedad de Socorro, esta organización ha seguido progre­sando paralela al crecimiento de la Iglesia. Durante su primer año, hu­bo aproximadamente mil doscien­tos miembros, y en la actualidad hay más de un millón doscientos mil.

"No es por casualidad que el Señor nos ha proporcionado una organización verdaderamente in­ternacional", declaró la hermana Smith. "El nos ha preparado una sociedad que puede ser un poder benefactor en la vida de las muje­res de todo el mundo. Nos ha brin­dado los medios para proporcionar a la mujer fortaleza, compañeris­mo y perspectivas eternas, a fin de que pueda cumplir su destino en la mortalidad y en la eternidad veni­dera. Es nuestro deseo que el monumento de la Sociedad de Socorro que se encuentra en Nau­voo para rendir tributo a la mujer, simbolice nuestra gran confianza en ella y en el valor de su vida lle­vada con dignidad."

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por John A. Green Ilustrado por Ed Holmes

Eramos veintisiete jóvenes aquel día, todos de dieciocho o diecinueve años de edad, a

excepción de uno de nuestros camara-das de veintiún años, a quien efectuo-samente habíamos apodado "papá".

Otros tres jóvenes habían comenza­do con nosotros en nuestro grupo de vuelo, pero no pudiendo soportar la abrumadora disciplina física del en­trenamiento básico en la Real Fuerza

Aérea canadiense, habían abandona­do la empresa. Nos habíamos estado entrenando duramente por largos me­ses, para tomar el lugar de otros bra­vos jóvenes, no mucho mayores que nosotros, que daban su vida luchando en el cielo sobre Alemania.

Al finalizar el entrenamiento bá­sico, tradicionalmenfe se efectuaba una "ceremonia de graduación" que consistía en una noche de diversión.

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Todos los grupos de vuelo teman gran confianza en que podrían "derrotar" a los demás, en cualquier tipo de com­petencia física que se pusiera en prác­tica esa noche. Esa fiesta al finalizar el entrenamiento básico, había llegado a ser la forma reconocida por lodos los reclutas para probar que ellos eran los "mejores".

En nuestro grupo de vuelo no existía ninguna diferencia; un juvenil anhelo parecía impulsarnos con vehe­mencia a dejar de lado por una noche toda disciplina, para proclamar ruido­samente que éramos los "más vivos" y, de alguna forma, acumular en una alocada noche, placeres suficientes co­mo para que nos durasen una vida en­tera. Y así, veintisiete de nosotros nos sentamos aquel día en el césped a planear nuestra "fiesta de vuelo".

Por primera vez desde que nuestro grupo de vuelo había sido formado, yo me sentí completamente solo, sin nin­gún deseo de formar parte del grupo. Al observar a los demás, que bullicio-sámenle trataban de decidir cuál sería el mejor cabaret donde ir a festejar, percibí una excitación que iba adqui­riendo fuerza a medida que discutían cuáles serían las actividades que nos proporcionarían mayor diversión. Al­guien sugirió que cada uno de noso­tros tenía la obligación de contribuir sus mejores ideas al caso; después que cinco o seis reclutas habían expresado las suyas entusiastamente, alguien di­jo:

—Ahora le toca el turno a Green. "Green" era el único mormón en el

grupo, y no sentía ningún deseo de de­cir nada a nadie; todo lo que quería era no tomar parte en aquella fiesta. Pero, ¿cómo puede uno hablar a vein­tiséis muchachos que no son mor-mones, de las reuniones a las cuales asiste todos los domingos con un joven mormón de otro gupo de vuelo? ¿Có­mo se puede compartir con ellos los sentimientos que se tienen cuando a uno lo invitan todos los domingos pa­ra almorzar en la casa de la misión, donde se reúne con todos los misione­ros a cantar canciones alrededor del piano, poco antes de la hora de partir de nuevo hacia los cuarteles? ¿Qué se les puede decir a veintiséis jóvenes que no son mormones y que se prepa­ran para una gran fiesta en un cabaret, sobre lo frío y desalentador que es el viaje de regreso a los cuarteles cada domingo? ¿Cuan sensibles pueden ser esos jóvenes a la observación de que uno odia el momento de regresar a los cuarteles los domingos de noche, por­que sabe que la primera palabra que oirá allí será una cruel burla a la pala­bra amor. ?

La respuesta que yo mismo me di a todos estos interrogantes, mientras tra­taba de pensar rápidamente aquel día, fue: "Ellos no entenderán. No le darán ninguna importancia, y probablemente se burlen y se rían de mí. Su idea de lo que debe ser nuestra 'fiesta' es la mejor

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indicación de lo que consideran impor­tante en la vida; por lo tanto, perdería el tiempo tratando de disuadirlos".

Pero de alguna forma tenía que en­contrar la solución al problema al cual me enfrentaba, la solución que me evitara tener que participar en aquel festejo. Poco a poco, comencé a sentir enojo, porque luego de arduos meses de labor trabajando como equipo con mis compañeros, tendría que renun­ciar a ellos súbita y dolorosamente; también me sentía enojado con ellos, por haberme puesto en una situación de la cual yo no sabía cómo salir. Sin duda, me juzgarían como una persona totalmente indeseable dentro del gru­po, y yo ya los había juzgado como in­capaces de organizar una fiesta en !a cual yo pudiera participar.

—Escuchemos a Green; a él le toca hablar.

—Sí, Green; tú no has dicho una palabra todavía. ¿Qué le gustaría ha­cer?

Green respiró profundamente y mirando en forma tímida a la hierba que tenía frente a sus ojos, dio este pe­queño discurso de retirada:

—Bueno, si yo fuese a la fiesta de vuelo, querría llevar conmigo a una chica muy decente... Por lo tanto, no se podrían servir bebidas alcohólicas... no se fumaría... y, sobre todo, no se oirían palabras obscenas.

Después, se preparó en la mejor forma posible para recibir la reacción que esperaba de sus amigos., sin siquiera atreverse a mirarlos.

Y entonces, algo ocurrió. Hubo un minuto de completo

siiencio, Todo estaba tan quedo, que se podría haber oído el sonido de un alfiler al caer en el pasto. De pronto,

uno de los muchachos en el círculo co­menzó a hablar:

—-Bueno... Aquél sería el comienzo. Cada uno

de ellos tendría algo que decir, y luego Green podría empezar una solitaria retirada, dejando a sus mundanos amigos con su frivola opinión de la vi­da.

—Bueno... yo también estaba pen­sando en que me gustaría ¡levar a una chica muy decente...

De otro lado se oyó una pregunta: —¿Y a quién no? Luego de otro largo minuto de

silencio, se escuchó a uno de los jó­venes decir:

—Yo propongo que Green sea nuestro maestro de ceremonias.

No hubo ninguna otra nominación. Una semana más tarde, los veinti­

siete miembros de nuestro grupo de vuelo llegamos a la fiesta con nuestras hermosamente ataviadas compañeras. No hubo bebidas alcohólicas; no se fumó; no se oyeron palabras obscenas. Solamente buena música, mucho bai­le, mucha comida excelente... y her­mosos recuerdos de una fiesta de vue­lo a la cual se podía calificar de exclu­siva.

Con bastante vergüenza por mi ini­cial cobardía, recuerdo mis pen­samientos en aquella soleada tarde del año 1944, cuando juntos nos sentamos en la gramilla para preparar nuestra gran celebración. Recuerdo que sin querer, a pesar de que pensé que los iba a decepcionar, influí para el bien en la vida de veintiséis jóvenes.

Generosamente, ellos me dieron un lugar de honor, y en ese mismo lu­gar es donde yo recuerdo a mis com­pañeros.

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par Alice Stratton

Mi gran amor por mi Padre Ce- líos días cuando nos arrodillábamos y

lestial comenzó cuando mi madre me ayudaba a decir mis ora-vivj'amos con mi familia en ciones. Allí sentía un cálido sentimien-

una pequeña granja. Recuerdo aque- to de seguridad, sabiendo que aun en

Liahona, junio de 1978 21

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la obscuridad de la noche, mi Padre Celestial velaba por mí. Este hermoso sentimiento me ayudó a no tener mie­do a las sombras que se movían fuera de nuestra tienda, y a comprender los sonidos de la noche.

Las agujas de los pinos que caían sobre el techo de lona, tenían la mis­ma ligereza de las patitas de una escu­rridiza ardilla. Aun el golpe ocasional de una pina que se desprendía de un pino, tenía un sonido amigable al ro­dar por el techo de nuestra tienda has­ta ei suelo. Con un beso de buenas no­ches, mi madre me arropaba en mi ca­ma y luego regresaba a ía única habi­tación que entonces podíamos llamar "casa" y que servía para varios propó­sitos. Allí, mis hermanas estarían la­vando los baldes de la leche, y mi pa­dre leyendo bajo la amarillenta luz de la lámpara.

Aquel era un lugar de encanto, con prados donde jugábamos a las escon­didas, y lomas que parecían estar es­perando que nos trepáramos a ellas. Muchas veces mi madre preparaba una merienda y salía a caminar con nosotras. En cierta oportunidad, cuan­do se dio cuenta de que conocíamos el camino, nos dejó a mí y a mis her­manas para que siguiéramos solas has­ta el aserradero que había en el desfiladero. Aquella fue una gran aventura.

Una golondrina pasó de pronto frente a nosotras volando de un roble a otro, mientras trinaba y movía la ca-becita como si quisiera hablarnos; un pájaro carpintero, mirándonos con cu­riosidad, se metió rápidamente en su nido cuando nos acercamos; flores de todo tipo crecían en profusión y cada vuelta del camino nos presentaba nue­vos encantos. Estábamos tan ensimis­madas buscando piedrecillas de her­mosos colores y flores silvestres, que no nos dimos cuenta del transcurso del

tiempo. El sol ya se ocultaba en el ho­rizonte, cuando comenzamos a ca­minar por la arena entre los arbustos de regreso a casa.

Con ios brazos llenos de tesoros, corrimos hacia la casa para mostrár­selos a mamá. Nos recibió el rico aro­ma de pan de maíz cocinándose en el horno, puestro que ya era la hora de la cena; pero la habitación estaba ex­trañamente vacía, y mamá no se en­contraba por allí. Yo salí corriendo por la puerta de atrías, en dirección a la tienda que hacía las veces de dormi­torio, y tímidamente levanté la lona que servía de puerta. Los últimos ra­yos del sol filtrándose a través de la lona, llenaban el lugar de un pálido color dorado; allí, arrodillada al lado de una de las camas, estaba mi madre. Esperé con asombrada reverencia. Cuando ella se levantó le pregunté tímidaments: "¿Qué estabas hacien­do? " Con gran ternura ella me besó en la mejilla. "Le estaba pidiendo a mi Padre Celestial que trajera de re­greso al hogar, sanas y salvas, a mis pequeñas niñas", me contestó. Mara­villada, le dije: "No sabía que a nues­tro Padre Celestial se le podían pedir cosas durante el día". Yo suponía en­tonces que aparte de nuestras ora­ciones familiares, solamente orábamos antes de acostarnos.

Sentada al borde de la cama, mi madre me abrazó tiernamente y me dijo: "Querida, todos somos hijos de nuestro Padre Celestial, y El siempre nos escuchará porque nos ama".

Y allí, a la dorada luz de un atarde­cer, comprendí algo completamente nuevo." Padre nuestro que estás en los cielos", realmente significaba nuestro Padre, y no solamente un nombre. ¡Yo era verdaderamente su hija y podía hablar con El en cualquier momento.!

Tal como la brisa que en ese mo­mento jugueteaba entre los pinos, me corazón se sentía de gozo.

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La familia mezclada

por June Anne Olsen

Ve si puedes ayudar a solucionar este problema. ¿Puedes encontrar a los padres de esta familia? ¿Cuántas niñas y cuántos varones puedes encontrar en este cuadro?

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UN EXAMEN BÍBLICO

por Thelma de Jong

Coloca las siguientes frases en orden, para que las mismas formen la historia que se encuentra en la Biblia. Lee este relato en Mateo 14:22-33. Si te resulta muy difícil,pide ayuda a tus padres.

Pedro comenzó a hundirse y dio voces, dicien­do: "¡Señor, Sálvame!"

Luego de haber dado de co­mer a los cinco mil hombres, Je­sús les dijo a sus discípulos que entraran en la barca y fueran de­lante de El a la otra ribera.

Cuando los discípulos le vie­ron andar sobre el mar, se turba­ron diciendo: "¡Un fantasma!"

Durante la noche, el mar co­menzó a agitarse, porque el viento soplaba con gran fuerza.

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Jesús les habló diciendo: "¡Tened ánimo; yo soy, no te­máis!"

Al amanecer Jesús vino a ellos andando sobre el mar. "Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú,

manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le

dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?"

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Cuando Luisa logró por fin lle­gar al tope del alto cobertizo, tenía un nudo en el estómago

y la boca completamente seca, Olas de caior se elevaban de las oxidadas y

acanaladas chapas de zinc, producidas por el ardiente sol de Nueva Zelanda.

Desde abajo su primo Juan le gri­tó:

—¡Apúrate! ¡Si te detienes pierdes

por hAaureen Eppstein

UNA FORMA DISTINTA DE

VALOR

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puntos! Cada vez que ellos visitaban la

granja de la familia de Juan, éste era el líder de todos los juegos. Y en aque­lla calurosa tarde de verano eran tres los que hacían juegos de desafío; ella, Juan y Alfredo, primo de Juan, quien vivía con su familia en otra casa de la granja.

A esa altura de los juegos Alfredo perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer desde el techo, lastimándose una pierna en la punta saliente de una de las chapas del techo. Sólo la des­pectiva voz de Juan gritándole: "¡Co­barde!", hizo que siguiera tratando de caminar sobre el caballete del techo mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas.

Con las piernas temblándole de miedo, Luisa se detuvo. Alfredo tenía prácticamente su edad, y si él podía caminar por la parte más alta del te­cho ella decidió que también podría hacerlo. Desde la altura en que se en­contraba, podía ver las azules aguas del puerto de Tauranga donde se reflejaban los rayos del sol; ante ella se encontraba el caballete del techo que la aterrorizaba, y no se animaba a mirar hacia abajo. Con los brazos ex­tendidos para lograr un mejor equili­brio, movió lentamente uno de los pies; al tocar la primera de las chapas el calor le penetró como agujas en la planta del pie.

— ¡Oh! —murmuró retirando rápi­damente el pie dolorido.

Desde abajo sintió una burlona carcajada. Con los labios apretados, pensó: Yo le voy a demostrar una o dos cosas a ese bruto de Juan. Cuidado­samente, Luisa midió la distancia que existía desde donde ella se encontraba hasta el final del lugar que debía atra­vesar; entonces con gran calma cruzó hacia el otro lado, saltando a una de las ramas de un sauce llorón, y de allí al suelo.

Juan mostró su aprobación con un movimiento de cabeza, mientras

Liahona, junio de 1978

decía: —Esta vez vamos a hacerlo ca­

minando hacia atrás, empezando des­de...

Súbitamente Luisa se marchó de allí; ya estaba harta de aquellos absur­dos juegos de muchachos. Al costado de la huerta vio a su hermana Lorena haciendo torres y túneles de barro con algunas de las niñas más pequeñas de los dueños de casa. Ese tipo de juego tampoco le gustaba; por lo tanto, siguió caminando por el povoriento sendero que iba más allá de la planta­ción de naranjas y mandarinas. Los árboles formaban una configuración simétrica que tenía la apariencia de grandes balones verdes adornados con relucientes frutas maduras, mientras detrás de las plantas de grosellas sil­vestres y hacia su izquierda, se veía la huerta que se extendía en lujuriante confusión.

De la obscura sombra de un cerco de árboles que estaba al final de la senda en que ella se encontraba, partía una profunda huella que se dirigía ai camino principal; decidió entonces seguir la misma, pasando muy cerca de la vieja casa donde vivía Alfredo. Luisa se sintió incómoda al introducir­se en ese lugar; pero como la dueña de casa era hermana de su mamá, pensó que no le importaría que ella explora­ra aquella parle de la granja, la cual se encontraba situada en el extremo de una de las muchas penínsulas que for­man parte del puerto de Tauranga.

En los despeñaderos se podían ver unos hermosos árboles en flor con sus ramilletes como plumas de un brillan­te color rojo, los cuales se destacaban contra el verde follaje. Estos árboles son usualmente llamados árboles de Navidad de Nueva Zelanda, puesto que florecen durante el mes de di­ciembre.

AI final del camino se encontraba una casa blanca y vieja cubierta de hiedra; en el lugar se notaba como

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flotando en el aire, un suave aroma de rosales; detrás de la casa había una parte de terreno sin vegetación, en for­ma de triángulo, que llegaba hasta la punta de la península y quedaba ocul­ta a la vista por un alto cerco de arbus­tos. Con curiosidad, Luisa se apoyó en eí portón. Obviamente ese lugar no formaba parte de la granja, y no había signos de que estuviera habitado. Puesto que todo parecía abandonado, pensó que a nadie le importaría si ella exploraba un poco, y se escabulló por el portón.

En la parte central de este lugar, la hierba crecía abundante y muy pareja, pero parecía que los árboles de Navi­dad proliferaban más densamente al­rededor de la parte más alta del borde del barranco, y sus hojas habían llena­do gradualmente una profunda trin­chera que corría en forma paralela con la línea que marcaba la orilla. Con asombro, Luisa examinó deteni­damente esta trinchera. En el sector más alejado de la misma se podían ver partes de montículos de tierra. ¿For­tificaciones? se preguntó. ¡Claro que sí! Esíe debe haber sido un fuerte maori, edificado para una de las tantas y continuas batallas entre tribus.

Se notaba que las ruinas de guerra eran muy antiguas, mucho más que las casas del lugar. Un profundo silencio reinaba en el lugar, un silencio como una furia helada que afectaba el mur­mullo de las hojas y el ruido de las olas al lamer ía orilla allá, en el fondo del barranco. La niña se dirigió enton­ces hacia ¡a parte central; allí sintió más profundamente que estaba en­trando en un lugar prohibido y co­menzó a temblar.

De pronto recordó que hay ciertos lugares que son sagrados para los maoríes y aquél parecía definitiva­mente ser uno de ellos; allí se podía palpar en el aire el antiguo tabú. Luisa comprendió que no debía estar en aquel sitio, y con el corazón golpean-

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dolé en el pecho volvió sobre sus pa­sos hasta encontrarse fuera de la puer­ta de entrada.

Cuando regresó a ía casa, vio que los muchachos todavía continuaban jugando.

Juan le preguntó: —¿Adonde fuiste? —Fui a caminar. —¿Por qué te acobardaste de jugar

con nosotros? Ella se encogió de hombros y dijo: —Era un juego estúpido. —¡Tú estabas asustada! —y como

buscando apoyo miró hacia donde se encontraba Alfredo y preguntó— ¿No es cierto Alfredo?

Este nerviosamente movió la cabe­za en forma afirmativa. Los ojos de Luisa parecían echar llamas cuando dijo:

—Yo crucé por el techo del cober­tizo mejor que tú Alfredo.

—Está bien, está bien —dijo Juan— pero por haberte acobardado después de hacerlo, te haremos un de­safío mucho más difícil; y tendrás que cumplirlo, o no podrás jugar nunca más con nosotros.

—Y de todos modos, ¿quién quiere jugar con las chicas? —dijo Alfredo como entre dientes.

Con dificultad, "Luisa tragó saliva. Ella sabía que no tendría nadie con quien jugar si no seguía los dictados de su arrogante primo.

—¡Ya se me ocurrió! —exclamó Juan en tono jubiloso—. Podrás que­darte en nuestro grupo si vas al viejo cementerio de los maoríes que está en la punta de la península.

Con una amplia y traviesa sonrisa Alfredo dijo:

—Sí, tendrás que ir hasta el cemen­terio y quedarte allí por media hora; ese es un lugar que te hará parar los pelos de punta.

La respuesta de Luisa fue un firme "No".

—¿Es porque tienes miedo?

(Continúa en la pág.44 )

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arecen'a que uno de los secre­tos mejor guardados —invo­luntariamente— en la Iglesia,

es que al alcance de los miembros sol­teros hay una multitud de bendiciones particulares y oportunidades especia­les.

En nuestra ansiedad por casarnos, fácilmente podemos descuidar muchas oportunidades que se nos presentan de prepararnos, no sólo para e! matri­monio, sino para la exaltación eterna.

Yo soy conversa a la Iglesia, soy soltera, tengo 33 años, y frecuente­

mente me he impacientado por ver cumplida la promesa que se me hizo en mi bendición patriarcal, de un ma­trimonio en el templo. Sin embargo, durante los ocho años que han trans­currido desde mi bautismo, he llegado a darme cuenta de las bendiciones es­peciales que están al alcance de los miembros solteros que son fieles, y a estar agradecida por ellas.

Disponemos de tiempo y del privi­legio de ocuparlo en la manera en que deseemos, pero asimismo somos res­ponsables por la manera en que ulili-

¿Una carga o un don?

por Anne G. Osborn

2')

Los años de soltería

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cemos ese precioso don. Como miem­bros solteros de la Iglesia, podemos deplorar nuestro estado de soltería y vivir al borde de la desesperación, o utilizar este periodo intermedio en nuestra vida como un tiempo de espe­ra activo y creador. Estoy firmemente convencida de' que la manera en que empleemos este tiempo es de cn'tica importancia, tanto para nuestra felici­dad actual como para nuestro progre­so eterno.

La primera consideración concier­ne a la carrera u ocupación. Frecuen­temente se me ha hecho la pregunta: "¿Debería una mujer soltera Santo de los Últimos Días embarcarse en una carrera que requiera una cantidad considerable de tiempo y una amplia y costosa educación?" Mi opinión es que generalizar es errar. Algunas mu­jeres encuentran gran satisfacción en hacer frente a los problemas de una carrera exigente. Como profesora en una escuela de medicina y especialista en diagnósticos, yo encuentro gran satisfacción personal en el servicio a los demás, y siento profundo gozo at descubrir un diagnóstico particular­mente engañoso. Mediante la oración y las bendiciones del Sacerdocio, he recibido también una seguridad per­sonal y consoladora de que lo que es­toy haciendo en la actualidad es agra­dable ante la vista del Señor.

Sin embargo, una carrera tan exi­gente como ésta quizás no sea la res­puesta para muchas o ni siquiera para la mayoría de las mujeres en la Iglesia. Debo confesar que los más grandes y permanentes gozos en mi vida se deri­van, no de mi ocupación poco común, sino de los actos anónimos y sencillos del servicio caritativo. Como solteros, disponemos del tiempo para aprender los secretos de llegar a ser una gran bendición en la vida de los demás.

Es tan fácil preocuparnos tanto por nuestras propias necesidades y proble­mas. que nos volvemos espíritu alrnen-

te sordos ante los lamentos y desgra­cias que nos rodean. Con la ayuda de un obispo, o presidenta de la Sociedad de Socorro comprensivos, podemos enterarnos de quiénes son las personas en el barrio que necesitan un plato de sopa caliente, el césped cortado, o algo de compañía. Una hogaza de pan o una tarta de frutas recién horneadas sorprenderán y alegrarán a una per­sona enferma o imposibilitada.

Nunca dispondremos de un tiempo tan exento de cargas como ahora. Tenemos la oportunidad de tomar una clase de instituto o un curso de estudio en el hogar; tenemos tiempo para em­pezar y seguir diligentemente un pro­grama de estudio personal de las Es­crituras, La autodisciplina que logre­mos de este modo, nos hará más útiles por el resto de nuestra vida.

Disponemos de tiempo para leer extensamente: leamos tan sólo los me­jores libros; también disponemos de tiempo para desarrollar una variedad de talentos e intereses. Durante mi en­trenamiento médico, no tenía un sala­rio muy bueno. Un año, decidí confec­cionar todos mis obsequios navideños, y compré un libro de instrucciones so­bre el arte de pintar sobre tela, en bus­ca de ideas. Para mi alegría y asom­bro, descubrí un talento artístico en embrión. El dueño de la galería de ar­te que enmarcó los dibujos que hice para regalar, gustó tanto de ellos que me invitó a hacer arreglos para una exhibición de mis obras; con la venta de éstas y los encargos subsiguientes. no solamente tuve los recursos para sostenerme durante mis esludios, sino que ahorré lo suficiente para hacer el pago inicial para la compra de una ca­sa.

Disponemos de tiempo para con­tinuar ia genealogía que tenemos atra­sada. Mi hermano, quien es también converso, y yo, empezamos diligente­mente el proceso de obtener datos y nos sentimos sumamente complacidos

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al descubrir una nueva fuente de gozo y emoción. Ahora la familia entera participa en la colección de fotografías antiguas, en la búsqueda de registros y en armar nuestro árbol genealógico.

No se puede menospreciar la gran satisfacción de un servicio reguSar y diligente en la Iglesia. Soy miembro de la Mesa General de la Escuela Do­minical, y ahora también experimento gran gozo en servir como maestra de la Escuela Dominical en el barrio.

Disponemos de tiempo para prepa­rarnos físicamente; esquío, ¡uego al tenis tres veces por semana y hago ca­minatas con mi perro. La gozosa sen­sación de vigor que produce un ejerci­cio regular enérgico, eleva el espíritu y las emociones, y también quema el ex­ceso de grasa de nuestro cuerpo.

Tenemos tiempo para hacer amis­tad con las familias de nuestro barrio o rama, y especialmente con los niños pequeños. Mediante la fuerza de nues­tro propio ejemplo, podemos exhortar a nuestros jóvenes amigos a seguir los principios del evangelio a medida que se encaminan hacia ia edad madura.

Disponemos de tiempo libre en el que podemos estar tranquilos y pasar con nuestro Padre Celestial. No puedo dejar de reconocer la importancia que el ayuno y la oración prolongada han tenido en mi vida. Después de leer el libro de Enós, el curso de mi vida cambió radicalmente cuando también yo decidí acercarme al Señor en ora­ción. Los resultados fueron asombro­sos; no solamente recibí una guía di­recta y personal para mi vida actual y futura, sino que adquirí un testimonio

inmutable del amor y la preocupación especial del Señor por mi bienestar.

Pero, ¿qué podemos hacer cuando surjen esos momentos inevitables de soledad o desánimo? A principios de este mes experimenté uno de mis raros y breves períodos de depresión; la soledad que sentí era casi insoporta­ble. Los vecinos se encontraban en ca­sa, y como lo había hecho en muchas otras ocasiones, busqué el cálido con­suelo de su amistad. Recibí ánimo a través de la amorosa preocupación de esos estimados amigos y vecinos, y descubrí una simple verdad: en nues­tra hora de necesidad hay manos amo­rosas a nuestro alrededor para elevar­nos, fortalecernos y ayudarnos; mirad a vuestro alrededor, os prometo que están allí.

Y cuando el desánimo sobrevenga pesadamente, mirad nuevamente a vuestro alrededor; reconoced el de­sánimo por lo que es en realidad: una de las herramientas más sutiles, pero más devastadoras de Satanás. El trata­rá de convencernos de que no somos merecedores del respeto o el afecto, tentándonos a revolearnos en el fango de la autoconmiseración. He encon­trado que una cura segura para la de­presión es el darme cuenta de que al­guien me necesita. Mis necesidades y problemas desaparecen rápidamente al ayudar a mi prójimo, saber que he iluminado su vida y que lo que he he­cho es agradable al Señor.

Regocijémonos entonces en este precioso tesoro, el tiempo, y demos gracias al Señor por ese don especial.

El ejercicio constante de nuestra fe por medio de los pensamientos elevados, la oración, la devoción y las acciones justas, es tan importante para nuestra salud espiritual, como el ejercicio físico lo es para la salud de nuestro cuerpo.

Élder O. Leslie Stone

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por el Dr. James O. Masón

Cuando se dio comienzo al programa de las conferencias de área, se efectuaba sola­

mente una de éstas cada vez, como por ejemplo, las que hubo en Manchesler, la ciudad de México y Munich. Viajar a esas ciudades y de regreso a Salt La-ke City, era entonces una cosa muy simple para las Autoridades Generales de la iglesia.

A medida que la idea de llevar las conferencias a los miembros de la Iglesia en su lugar de origen se fue ex­pandiendo, en forma particular bajo la dirección del presidente Spencer W. Kimball, se vio la necesidad de pro­gramar cinco o seis conferencias de área consecutivas cada vez. Esto hizo que el programa de viaje se hiciera más complicado, y mucho más can­sador.

Al anunciarse los planes para la Conferencia de Área en Asia, en 1975, comenzamos a preocuparnos y se sugi­rió que un médico fuera a dichas con­ferencias, acompañando a las Autori­dades Generales, sus esposas, y los de­más miembros del grupo. Eran varias las personas que viajaban, y parecía apropiado que tuvieran atención mé­dica disponible, para el caso de que fuera necesaria. Se presentó la reco­mendación de que un médico acom­pañara a aquellos que viajaran a las distintas conferencias de área, ésta fue aceptada, y se me pidió a mí que fuera a Europa ocupando esa posición.

Desde el comienzo mismo de la jornada, me conmovió ver la preocu­pación del presidente Kimball y su es­posa, por todos aquellos que viajaban con ellos. Cuando mi esposa y yo abordamos el avión en Salt Lake City, nos sentamos al lado del presidente Kimball. Luego de algunos minutos de haber despegado, y cuando se apa­garon las luces indicadoras de los cin-turones de seguridad, el presidente Kimball se volvió a nosotros y nos preguntó: "¿Están ustedes cómodos?" ¡Yo estaba allí para servirlos a él y su comitiva, y él se preocupaba por noso­tros! Durante todo ei viaje, este gran hombre, amable, y amistoso, se intersó siempre en el bienestar de aquellos que lo rodeaban. Su amabilidad y gentileza nos hicieron sentir muy có­modos durante todo el viaje.

Luego de haber finalizado la Con­ferencia de Área en París, viajamos a Helsinki, capital de Finlandia. Duran­te los últimos tres días el presidente Kimball había estado trabajando ar­duamente; su lista de actividades para cada día era muy extensa y, no sólo se levantaba muy temprano en la mañana, sino que se acostaba muy tar­de; sus responsabilidades eran mayo­res que las de cualquier otro en el gru­po.

Su trabajo incluía, además de pre­sidir y conducir las conferencias de área, prepararse para los largos períodos de tiempo en que hablaba

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con la ayuda de un intérprete. Des­pués de una exhaustiva conferencia de prensa, y de haber entrevistado y apartado a muchas autoridades locales de la Iglesia, esa noche abordamos el avión con destino a Helsinki, y como aquél no era un vuelo directo, era ne­cesario que hiciéramos escala en Co­penhague. Mientras caminábamos por los corredores del aeropuerto, vi que el presidente Kimball llevaba una pe­sada bolsa de viaje con sus trajes. Puesto que yo no llevaba muchas co­sas. me acerqué a él y le pedí que me permitiera ayudarlo. El se volvió hacia mí y me dijo sonriendo: "No, gracias; necesito una buena excusa para en­contrarme aquí"'. Por medio de aque­lla broma me expresaba seria y humil­demente su deseo de valerse por sí mismo y de no ser una carga para los demás. Durante todo al viaje me im­presionó su hermosa actitud.

En Dortmund, Alemania, lugar donde se realizaría la última de las conferencias de Área, nos quedamos en un viejo y hermoso hotel. El hotele­ro era un caballero alto, de pelo blan­co y aspecto prusiano; tenía el porte de haber sido oficial del ejército. Du­rante el segundo día de nuestra estadía en aquella ciudad, el hotelero comen­tó acerca del presidente Kimball: "Cada vez que este señor pasa frente a mí, siento que se me pone la carne de gallina". Indudablemente, él había percibido el espíritu que irradia del presidente Kimball. Poco después de haber hecho estos comentarios fue presentado al Profeta, quien habló brevemente con él, dándole un Manual de la Noche de Hogar y ha­ciendo los arreglos necessaríos para que recibiera lecciones de los misione­ros.

Sin duda, aquel hombre había que­dado vivamente influenciado por ese breve contacto con un Profeta vivien­te. El día de nuestra partida, aborda­mos el ómnibus enfrente al hotel y, debido a que nos encontrábamos en una calle de una sola dirección, tuvi­mos que dar la vuelta y regresar por la misma calle: al hacerlo, pudimos ver a aquel caballero de sobrio aspecto, pa­rado en la vereda agitando un pañuelo blanco en señal de despedida al pre­sidente Kimball. Es muy significativo que el administrador de aquel hotel hubiera sentido el Espíritu del Señor con sólo ver a nuestro Profeta caminar por los pasillos. Como sabéis, el pre­sidente Kimball se parece a cualquiera de nosotros, y algunos pensarán que no hay nada fuera de lo común en su apariencia; pero el espíritu que se no­ta en él, es muy distinto ai de los de­más.

Luego de haber finalizado la confe­rencia en Dortmund, y mientras la mayoría del grupo se dirigía de regre­so a los Estados Unidos, el presidente Kimball. el presidente Tanner y sus respectivas esposas, en compañía de algunas personas más, se dirigieron a Berna, capital de Suiza. Allí, durante un día y medio, los miembros de la Primera Presidencia se mantuvieron muy ocupados en el Templo de Suiza. En catorce días habían participado en cinco conferencias de área, viajando incesantemente; sin embargo, cuando abordamos en Berna el ómnibus que nos llevaría a Zurich, donde debíamos tomar nuestro avión a Nueva York y de allí a Salt Lake City, pude ver nue­vamente en acción el incansable entu­siasmo del presidente Kimball.

Aquellos catorce días habían sido de movimiento constante, y en las

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treinta horas de viaje que nos queda­ban por delante, nuestro Profeta no tendría la oportunidad de acostarse ni de descansar a gusto. La mayoría de nosotros dormimos una pequeña sies­ta, reclinados en los asientos del ómni­bus. Yo me encontraba sentado direc­tamente detrás del presidente Kimball, y esperaba que él 'Utilizara aquella oportunidad para un bien merecido descanso. No habíamos alcanzado to­davía la autopista, cuando el Presiden­te se puso de pie y se dirigió hacia un asiento vacío que había detrás del conductor del ómnibus. Mientras yo estaba en mi asiento, completamente exhausto, nuestro Profeta, quien tenía mayores razones que ninguno de no­sotros para estar cansado, no podía descansar porque había en ese ómni­bus una persona que aún no había re­cibido las enseñanzas del Evangelio de Jesucristo.

Al ser testigo de lo que, ocurría me sentí culpable; ahí estaba yo, satisfe­cho de sentarme y tratar de descansar, mientras el Profeta, comprendiendo cabalmente la trascendental impor­tancia de la obra misional, no dejaba que el cansancio apagara su ardiente deseo de compartir el evangelio con los demás.

Me pregunté cómo pensaría co­municarse con el conductor, quien pa­recía no hablar mucho inglés, puesto que él no habla alemán; inicialmenle se notaba derla dificultad al tratar de hablar el uno con el otro; sin embar­go, luego de algunos minutos ambos parecían entenderse. A partir de ese momento, viendo que el conductor del ómnibus se volvía frecuentemente pa­ra mirar a su interlocutor, mi preocu­pación era si podría mantener el vehículo en el camino. Era evidente

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que él entendía y le interesaba el sin­cero mensaje del hermano Kimball. La conversación continuó hasta que llegamos a las afueras de Zurich y el Profeta retornó a su asiento.

Cuando ei ómnibus arribó al aero­puerto, el Presidente de la Misión de Zurich nos estaba esperando en la ve­reda. Al abrirse la puerta del autobús, el presidente Kimball se dirigió a la misma y le pidió al presidente de la misión que subiera; después de salu­darlo. con un apretón de manos, le di­jo: "Presidente, le presento al señor Fulano de Tal. Deseo que me prometa que le enseñará el evangelio". El pre­sidente de la misión respondió afirma­tivamente. Entonces, el presidente Kimball dijo al conductor del ómni­bus: "Señor Fulano, éste es uno de nuestros presidentes de misión. ¿Per­mitirá usted que él le enseñe el Evan­gelio de Jesucristo?" El hombre movió la cabeza asintiendo y dijo que así lo haría.

Aquella experiencia me enseñó realmente la importancia de compartir el evangelio. Nuestro Profeta se en­cuentra en comunicación directa con nuestro Padre Celestial, y puede ver a través del velo en una forma en que nosotros no podemos hacerlo. Por esta razón pone tal grado de urgencia en la obra misional. Aun cuando tiene toda la razón del mundo para estar can­sado, y cuando el hecho de recostarse y tratar de descansar sería una excusa válida para dejar pasar una oportuni­dad misional, el presidente Kimball continúa siendo un enérgico misione­ro. ¿Cómo podríamos ser menos que él, y vivir sin compartir el evangelio con nuestra familia, nuestros vecinos, nuestros amigos y todos aquellos a quienes conozcamos?

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Para poder vivir consigo mismos, todos aquellos que pecan tienen dos caminos para elegir: Uno es el de insensibilizar, y embotar la conciencia con tranquili­zantes mentales, lo cual no se consigue totalmente; e! otro sendero es el del

arrepentimiento y cambio deí modo de vida. Fue el profeta Alma quien dijo que no hay perdón sin arrepentimiento, y que no hay arrepentimiento sin sufrimiento.

Hay muchos que se sienten algo arrepentidos y ofrecen a su Padre Celestial una o dos pequeñas oraciones pidiéndole perdón; pero esto no es suficiente si han cometido una transgresión seria. Después del asesinato la transgresión de la iey de castidad es uno de los pecados más serios.

Por lo que sabemos, el asesinato no puede ser perdonado en esta vida; no se puede transgredir esta ley y quedar impune. Aquel que asi lo haya hecho debe acudir inme­diatamente a su obispo o presidente de rama, y confesar todo; esta confesión debe ser incondicional.

Por lo tanto, los pecados de la humanidad pueden ser perdonados, pero no ser ignorados. Uno debe acudir a las autoridades eclesiásticas pertinentes para encontrar la solución adecuada a sus problemas-

Quisiera mencionar un pequeño incidente que me sucedió en el Templo de Salt La-ke City. Mientras me dirigía por el corredor hacia uno de los cuartos de seilamiento, donde tenia que oficiar en la ceremonia matrimonial de una joven pareja, una mujer se acercó a mí y con gran agitación me preguntó: "Eider Kimbaü, ¿se acuerda de mí? " Realmente no pude recordarla y me sentí muy avergonzado; pero como en el lapso de mi vida he conocido a miles de personas, finalmente le dije: "Perdóneme, pero no puedo recordarla"..En lugar de decepción, se reflejó en su rostro una gran alegría; con expresión de alivio ella me dijo: "No se imagina cuan agradecida estoy de que usted no me recuerde. Hace muchos años mi esposo y yo pasamos mucho tiempo conversan­do con usted, mientras tratábamos de cambiar nuestra vida. Habíamos pecado y está­bamos esforzándonos por reparar el daño. Usted dialogó con nosotros toda la noche tratando de solucionar el problema. Con su ayuda, reconocimos el pecado, nos arre­pentimos y hemos cambiado totalmente nuestra vida. Estoy muy contenta de que no se acuerde de mí, porque si usted, uno de los Apóstoles del Señor no puede hacerlo, qui­zás el Salvador tampoco recuerde nuestros pecados". En su rostro se reflejaba ei alivio que sentía, y agregó: "Gracias; quizás el Señor no se acuerde de ellos jamás".

Las Escrituras nos dicen que si nos arrepentimos totalmente de nuestros pecados y cambiamos nuestra vida, El no los recordará jamás.

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"¿Se acuerda de mí?" por el presidente Spencer W. Kimball

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Escritos y discursos

de los profetas de nuestros días

LA CARTA A WENTWORTH

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Escritos y discursos de los profetas

de nuestros días

E n el año 1820 cuando un jovencito del Estado de Nueva York llamado José Smith reíala por primera vez su experiencia de una milagrosa visión, es muy probable que sus vecinos no tuvieran ni la mas mínima idea de la importancia de este evento, ni del impacto que José Smith mismo tendría sobre la vida de mi­

llones de personas. El 27 de junio de 1844, cuando el Profeta fue asesinado, la mayoría de la gente que conocía su existencia, creía que el trabajo que él había comenzado pronto se desintegraría, pues no tenían idea de la naturaleza de la misión y la obra para las cuales él había sido escogido.

Durante los años subsiguientes a la traducción del Libro de Mormbn y la organización de la Iglesia de Jesucristo, José Smith aprovechó toda oportunidad para relatar su histo­ria y explicar el evangelio a todos aquellos que verdaderamente se mostraran interesados.

El 1° de marzo de 1842, el Profeta, escribió en su diario lo siguiente: "A pedido del señor John Wentworth, editor y propietario del diario Chicago Democrat , he escrito lo siguiente concerniente al comienzo, el progreso, la persecución y la fe de los Santos de los Últimos Días, de quienes tengo el honor de ser fundador, bajo la dirección de Dios. El señor Wentworth me ha explicado que quiere entregar este documento a un amigo de él, el señor Bastow, quien se encuentra escribiendo la historia de New Hampshire. Puesto que el señor Bastow ha tomado las precauciones apropiadas para obtener información co­rrecta, todo (o que yo puedo pedirle en este momento es que publique esta historia en su integridad, sin hacerle cambios, ni presentarla bajo una luz diferente."

La carta a la cual se refiere el Profeta se conoce actualmente en la Iglesia simplemente con el nombre de "la carta a Wentworth". El élder B. H. Roberts (1857-/933), miembro de! Primer Consejo de los Setenta y conocido historiador de la Iglesia, ha dicho lo siguiente acerca de ella:

"Este es uno de los documentos más importantes en la literatura de nuestra Iglesia, en el cual él narra todos los eventos de mayor importancia desde el comienzo de esta gran obra... Debido a la combinación de la brevedad de exposición con una buena comprensión del tema... hay pocos documentos históricos que se igualen a éste, y ciertamente ninguno más importante dentro de la literatura de nuestra Iglesia. En el mismo, se encuentran en unas pocas páginas... la extraordinaria y completa historia de los eventos de mayor impor­tancia en la Iglesia, y un epítome de sus doctrinas desde el principio (el nacimiento del Profeta, 1805) hasta el momento de su publicación, marzo de 1842, un lapso de 36 años. El resumen de la doctrina de la Iglesia, desde entonces llamado los Artículos de Fe... no fue el producto de penosos esfuerzos y armonizada contención de académicos, sino que fue acuñado por una mente inspirada y un solo y único esfuerzo... La combinación de la exactitud, la lucidez y sencillez de esta completa declaración de los principios de nuestra religión, puede utilizarse como una fuerte evidencia de la divina inspiración que descan­saba sobre el profeta.losé Smith. "(Historia de la Iglesia, 4:535.)

Debido a que los Artículos de Fe son tan básicos y a que han sido publicados en el li­bro de Doctrinas y Convenios y otros lugares (por ejemplo, en el dorso de incontables mi­les de tarjetas utilizadas por los misioneros), habrá muchos que podrían restarles impor­tancia. Aun asi, vistos en su forma original, y releídos cuidadosamente, adquieren un nue­vo significado.

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Nota: Este es el primero de una serie de artículos en los cuales figurarán los es­critos y sermones de mayor importancia de los presidentes de la Iglesia, desde José Smith hasta el presente.

N ací' en el año de 1805, el di'a 23 de diciembre, en el pue­blo de Sharon, Condado de

Windsor, Estado de Vermont. Tendría yo unos 10 años de edad, cuando mi padre se trasladó a Palmyra, Condado de Ontario, Estado de Nueva York. Cuatro años más tarde nos mudamos a Manchester en el mismo condado. Siendo mi padre granjero, me enseñó el arle del cuidado de los animales. Tendría yo unos 14 años de edad, cuando comencé a meditar sobre la importancia de estar preparado para una vida futura, y a! investigar acerca del plan de salvación, encontré que existía una verdadera confusión y ma­los sentimientos entre las varias sectas religiosas; cada una de ellas contendía por sus propias creencias particulares, como el summum de la perfección. Considerando que lodos no podían tener la razón, y que Dios no podía ser el autor de tanta confusión, decidí in­vestigar plenamente el tema, com­prendiendo que si Dios tenía entonces una Iglesia, ésta no estaría dividida en distintas facciones, y que si El enseña­ba a una sociedad a adorarle de una manera y a ejercer sus ordenanzas de una forma específica, no enseñaría a otros principios opuestos.

Creyendo fielmente en la palabra de Dios, yo tema gran confianza en la declaración de Santiago, que dice:

"Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente, y sin repro­che, y le será dada." (Santiago 1:5.)

Por consiguiente, me retiré a un lu-

Liahona, junio de 1978

gar secreto en una arboleda. Allí me arrodillé y empecé a elevar a Dios los deseos de mi corazón; mientras me encontraba absorto en ferviente súpli­ca, mi mente se apartó de todos aque­llos objetos que me rodeaban y experi­menté entonces una visión celestial, en la cual vi a dos personajes gloriosos muy parecidos el uno al otro y quienes estaban rodeados de una luz tan bri­llante que eclipsaba el sol del me­diodía. Ellos me dijeron entonces que todas las denominaciones religiosas enseñaban doctrinas incorrectas, y que Dios no aceptaba a ninguna de ellas como su Iglesia y Reino; y se me man­dó expresamente "no unirme a nin­guna de ellas", recibiendo al mismo tiempo la promesa de que en el futuro se me haría conocer la plenitud del evangelio.

En el atardecer del día 21 de sep­tiembre de 1823, mientras me encon­traba orando a Dios y poniendo en práctica mi fe en las preciosas prome­sas de las Escrituras, vi aparecer una luz en mi cuarto, que siguió aumen­tando hasta que la pieza quedó más iluminada que al mediodía, sólo que mucho más brillante y pura, y de una apariencia gloriosa, de tal forma que en un primer momento pensé que la casa estaba siendo consumida por el fuego; tal aparición me causó un gran sobresalto; repentinamente se apare­ció un personaje al lado de mi cama el cual estaba rodeado por una gloria aún mayor que la que ya me rodeaba. Este personaje me dijo que era un mensajero enviado de la presencia de Dios, que traía nuevas de gran gozo acerca del cumplimiento de las pro­mesas que Dios había hecho al Israel antiguo, y que el comienzo de la obra preparatoria para la segunda venida del Mesías estaba a las puertas; que este era el momento para que se pre­dicara el evangelio en toda su plenitud y poder a toda nación, para que todo habitante pudiese estar preparado pa-

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ra el reinado milenario, Se me infor­mó que yo había sido escogido para ser un instrumento en las manos de Dios para restaurar en esta dispen­sación sus propósitos gloriosos.

Asimismo, recibí' información con­cerniente a los habitantes aborígenes de este país, mostrándoseme quienes eran y de dónde provenían; recibí una breve historia de su origen, progreso, civilización y leyes, gobiernos, virtu­des e iniquidades, y de cómo las ben­diciones de Dios fueron finalmente quitadas de ellos como pueblo; tam­bién se me informó acerca del lugar donde se encontraban depositadas unas planchas de oro, las cuales daban una relación de los antiguos profetas que habitaron en este continente. Tres veces se apareció ante mí el ángel re­pitiéndome exactamente las mismas cosas. El 22 de septiembre de 1827, y luego de haber recibido muchas visitas de mensajeros de Dios, los cuales me manifestaron la majestad y gloria de los eventos que habrían de suceder en los últimos días, un ángel del Señor colocó en mis manos los sagrados re­gistros.

Estos registros estaban grabados en planchas que teman la apariencia de oro, cada plancha medía 20 cm de lar­go por 15 de ancho, y de un espesor similar al de la hojalata común. Cada una de ellas estaba llena de grabados con caracteres egipcios y ligadas en un volumen como las páginas de un libro, con tres grandes anillos. El volumen tenía aproximadamente 15 cm. de es­pesor, parte del cual se encontraba se­llado. Los caracteres en la parte no se­llada eran pequeños y hermosamente grabados. Todo ei libro exhibía mues­tras de antigüedad en su confección y mucha habilidad en el arte de graba­dos. Juntamente con estos registros, se encontraba un curioso instrumento, que consistía de dos piedras transpa­rentes engastadas en aros de plata, las cuales estaban aseguradas a una pieza

que se ceñía alrededor del pecho, y que los antiguos conocían como el Urim y Tumim. Por el poder y autori­dad de Dios y mediante el uso del Urim y Tumim yo traduje este regis­tro.

En las páginas de este interesante e importante libro, está expuesta la his­toria de la antigua América, desde sus primeros pobladores provenientes de la Torre de Babel, donde fueron con­fundidas las lenguas, hasta el comien­zo del siglo V de la era cristiana. Estos registros nos informan que la América antigua estaba poblada por dos razas distintas. La primera fue llamada ja-redita y vino directamente de la Torre de Babel. El segundo grupo vino de la ciudad de Jerusalén, unos 600 años antes del nacimiento de Cristo. Estos eran principalmente israelitas, de los descendientes de José. Los jareditas fueron destruidos aproximadamente al mismo tiempo que los israelitas lle­garon de Jerusalén, quienes pasaron a heredar este continente. La nación principal de esta segunda raza fue abatida en una gran batalla, aproxi­madamente al fin del siglo IV. Los so­brevivientes son los indígenas que ahora habitan en este continente. Este libro también relata que nuestro Sal­vador se apareció en este continente luego de su resurrección; que El im­plantó aquí el evangelio en toda su plenitud, valor, poderes y bendi­ciones; y que de la misma forma que en el medio oriente, ellos tuvieron apóstoles, profetas, pastores, maestros y evangelistas; y que gozaron de la misma forma, el mismo Sacerdocio, las mismas ordenanzas, poderes, auto­ridades y bendiciones. Que estos habi­tantes fueron quitados de la presencia de Dios como consecuencia de sus transgresiones, y que el último de sus profetas recibió el mandamiento de escribir un relato acerca de sus pro­fecías, historia, etc., y de esconder el registro del mismo en un monte, el

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cual saldría a luz en los últimos días para que, conjuntamente con la Bi­blia, sirviera a los propósitos de Dios. Para una mayor explicación hago refe­rencia al Libro de Mormón, el cual puede comprarse en Nauvoo, o a cual­quiera de nuestros élderes viajantes.

No bien se hizo público este descu­brimiento, comenzaron a circular fal­sos rumores, calumnias, tergiver­saciones, como en alas del viento, en toda dirección; la casa fue frecuente­mente asaltada por grupos de indesea­bles. Apenas pude escapar con vida cuando se hicieron varios disparos contra mí. También se recurrió a cuanta estratagema se pudo inventar para quitarme las planchas; pero me­diante la sabiduría de Dios quedaron seguras en mis manos, y muchos co­menzaron a creer en mi testimonio.

"La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días", fue or­ganizada en el pueblo de Fayette, Condado de Séneca, Estado de Nueva York, el 6 de abril de 1830. Algunos fueron llamados y ordenados por el Espíritu de revelación y profecía, y a pesar de que eran débiles, se fueron fortaleciendo en el poder de Dios, y muchos fueron traídos al arrepenti­miento, siendo sumergidos en el agua, y recibiendo por la imposición de manos, el poder del Espíritu Santo. Mediante este poder, ellos tuvieron vi­siones y profetizaron, echaron fuera demonios y sanaron a los enfermos. Desde ese momento en adelante, la obra comenzó a desarrollarse con ex­traordinaria rapidez y se formaron va­rias iglesias en los Estados de Nueva York, Pensilvania, Ohio, Indiana, Illinois, y Misurí; en el Condado de Jackson, de este último estado, se fun­dó un pueblo de considerable tamaño; gran cantidad de personas se unieron a la iglesia y comenzamos a crecer rá­pidamente; compramos grandes par­celas de tierra, nuestras granjas pro­ducían abundantemente y en nuestro

Liahona, junio de 1978

círculo doméstico todos disfrutábamos de paz y felicidad; pero como no podíamos vincularnos con nuestros vecinos (quienes eran en su mayor parte de la peor clase social, que habían tenido que escapar de la civili­zación hacia la frontera huyendo de la ley) en sus reuniones trasnochadoras, en su profanación del día de reposo, carreras de caballos y juegos de azar, ellos comenzaron en primer lugar a burlarse de nosotros, luego a perseguir­nos y finalmente se reunió un popula­cho organizado, los integrantes del cual quemaron nuestras casas, azota­ron y cubrieron de alquitrán y plumas a muchos de nuestros hermanos, a los que finalmente, en forma contraria a toda naturaleza humana, justicia y ley, expulsaron de su lugar de habitación; éstos, sin casas ni hogar, tuvieron que vagar por las desoladas praderas hasta que sus hijos dejaron una huella de sangre en el camino. Esto ocurrió en el mes de noviembre, en una inclemente temporada del año y ellos no tuvieron otro techo sobre sus cabezas más que el cielo. El gobierno pasó por alto to­do esto, y a pesar de que teníamos de­rechos sobre nuestra tierra y que no habíamos violado ninguna ley, no re­cibimos justicia alguna.

Entre aquellos que inhumanamen­te fueron echados de sus hogares, había muchos enfermos, quienes tu­vieron que padecer este abuso y bus­car refugio donde pudieran encontrar­lo. El resultado, para muchas de estas personas que fueron privadas de las comodidades más esenciales de la vi­da, fue la muerte; muchos niños que­daron huérfanos, y mujeres y hombres viudos; el populacho tomó posesión de nuestras granjas y de miles de ani­males vacunos y lanares, y otros fue­ron robados, así como la mayoría de nuestras posesiones. Rompieron los ti­pos de nuestra imprenta y destruyeron lo que no pudieron llevarse consigo.

Por el período de tres años, muchos

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de nuestros hermanos se trasladaron al Condado de Clay hasta el año 1836; allí'no sufrieron violencia, aun cuando fueron constantemente amenazados. Pero en el verano de 1836, estas amenazas comenzaron a tomar pro­porciones más siniestras. De estas amenazas surgieron reuniones públi­cas donde se pasaron resoluciones que culminaron en venganza y destruc­ción. Lo sucedido en el Condado de .lackson era suficiente precedente, y como las autoridades de ese lugar no interfirieron con el populacho, los de éste se jactaron de que aquí ocurriría lo mismo, lo cual confirmamos al tra­tar de conseguir la protección de la justicia. Después de mucha privación y perdida de propiedades, fuimos nue­vamente expulsados de nuestros hoga­res.

Más tarde, nos establecimos en los condados de Caldwell y Daviess, pen­sando que si poblábamos lugares prác­ticamente deshabitados, nos venamos libres del poder de la opresión. Pero aquí tampoco se nos fue permitido vi­vir en paz, puesto que en el año 1838 fuimos nuevamente atacados por los populachos, y el gobernador Boggs emitió una orden de exterminación. Bajo el asilo de la ley, una banda or­ganizada de maleantes recorrió el con­dado, robando nuestros vacunos, lana­res y otros animales; muchos de nues­tros hermanos fueron asesinados a sangre fría, la castidad de nuestras mujeres fue violada y a punta de espa­da se nos obligó a entregar nuestras propiedades. Luego de haber sufrido toda clase de indignidades en manos de esta inhumana banda de merodea­dores, de doce a quince mil almas, mujeres, hombres y niños fueron ex­pulsados del calor de sus hogares y de tierras sobre las cuales tenían todos los derechos (y en Somas crudodel invier­no), a vagar como exiliados en la tie­rra, o buscar asilo en un lugar más fa­vorable y entre gente menos bárbara. Muchos se enfermaron y murieron co­

mo consecuencia del frío y las penu­rias que tuvieron que soportar; mu­chas mujeres quedaron viudas y niños huérfanos y desamparados. Me lle­varía mucho tiempo más del que se me ha permitido aquí para describir las injusticias, los horrores, los ase­sinatos, el derramamiento de sangre, los robos, la miseria y sufrimiento que fueron causados por el proceder inhu­mano e injusto de la ley del Estado de Mis un'.

En la situación antes aludida, llega­mos al Estado de Illinois en el año 1839, donde encontramos gente hospi­talaria y hogares amigables: personas que estaban dispuestas a ser goberna­das por los principios humanitarios de la ley. Aquí hemos comenzado a cons­truir una ciudad llamada "Náuvoo" en el Condado de Hancock. Nuestra población es ahora de 8.000 personas, además de un vasto número que habi­ta en el condado vecino, y en casi cada condado de este estado. Se nos ha con­cedido un permiso legal para construir una ciudad y también para formar una legión, cuyas tropas tienen ahora mil quinientos soldados. También teñe-

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mos un permiso legal para fundar una universidad, y crear una sociedad manufacturera y agrícola. Tenemos nuestras propias leyes y administrado­res, y poseemos lodos los privilegios de los cuales disfrutan todos los ciuda­danos libres.

La persecución no ha detenido el progreso de la verdad, sino que sólo ha añadido combustible a la llama, puesto que la verdad avanza con una rapidez cada vez mayor. En medio del reproche y la calumnia, orgullosos de la causa a la cual nos hemos aferrado, y conscientes de nuestra inocencia y de la verdad de nuestro sistema, los él­deres de la Iglesia han marchado ade­lante y plantado el evangelio en casi cada estado de la unión; ha penetrado nuestras ciudades, ha sido predicado en pequeños pueblos y villas, y ha causado que miles de nuestros nobles, inteligentes y patrióticos ciudadanos obedezcan sus mandatos divinos, y sean gobernados por sus verdades sa­gradas. Se ha difundido también en Inglaterra, Irlanda, Escocia y Gales, adonde se han enviado unos pocos de nuestros misioneros y donde en el año 1840, más de 5.000 personas se unie­ron a los principios de la verdad; en todo lugar hay ahora grandes números de personas uniéndose a la Iglesia.

Nuestros misioneros están yendo a muchas naciones, y en Alemania, Pa­lestina, Nueva Holanda, Australia, las Indias Orientales, y otros lugares, los principios de la verdad se están enar-bolando. No hay mano profana que pueda ahora detener el avance de la verdad; puede rugir la tentación, com­binarse los populachos, y reunirse los ejércitos; la calumnia puede denigrar, pero la verdad de Dios continuará su avance valiente, noble, e independien­temente, hasta que haya penetrado ca­da continente, visitado toda región y resonado en todo oído, hasta que sean logrados los propósitos de Dios y la obra del gran Jehová sea completada.

1. Nosotros creemos en Dios el Liahona, junio de Í978

Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo.

2. Creemos que los hombres serán castigados por sus propios peca­dos, y no por la transgresión de Adán.

3. Creemos que por la Expiación de Cristo todo el género humano pue­de salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio.

4. Creemos que los primeros principios y ordenanzas del evangelio son, primero: Fe en el Señor Jesucris­to; segundo: Arrepentimiento; terce­ro: Bautismo por inmersión para la re­misión de pecados; cuarto; Impo­sición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo.

5. Creemos que el hombre debe ser llamado de Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad para predicar el evangelio y administrar sus or­denanzas.

6. Creemos en la misma organi­zación que existió en la Iglesia primiti­va, esto es, apóstoles, profetas, pasto­res, maestros, evangelistas, etc.

7. Creemos en el don de lenguas, profecía, revelación, visiones, sanida­des, interpretación de lenguas, etc.

8. Creemos que la Biblia es la pa­labra de Dios hasta donde esté tradu­cida correctamente; también creemos que el Libro de Mormón es la palabra de Dios.

9. Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente re­vela, y creemos que aún revelará mu­chos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios.

10. Creemos en la congregación li­teral del pueblo de Israel y en la res­tauración de las Diez Tribus; que Sión será edificada sobre este continente (de América); que Cristo reinará per­sonalmente sobre la tierra, y que la tierra será renovada y recibirá su glo­ria paradisíaca.

11. Nosotros reclamamos el dere­cho, de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra

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propia conciencia, y concedemos a to­dos los hombres ei mismo privilegio: adoren cómo, dónde o lo que deseen.

12. Creemos en estar sujetos a ios reyes, presidentes, gobernantes y ma­gistrados; en obedecer, honrar y sos­tener la ley.

13. Creemos en ser honrados, verídicos, castos, benvolentes, virtuo­sos y en hacer bien a lodos los hom­bres; en verdad, podemos decir que

(Viene de la pág.28 )

Luisa sonrió, pues no iba a decirles a los muchachos que ya había estado alh'; la experiencia era muy importan­te, y le daba una sensación de poder que aumentaba dentro de ella; ya no tendría que aceptar, como Alfredo, las imperiosas órdenes de su primo Juan. Ella había descubierto una forma dis-

E stoy segura de que cada mi­sionero tiene un abasteci­miento propio de preciosos

recuerdos de su misión, como yo ten­go, y en particular de personas espe­ciales, que hayan influido en sis vida en alguna forma más bien extraor­dinaria.

Hubo una persona que influyó en la mi'a, y cuya propia vida es tan ex­cepcional, que me gustaría compartir con mis hermanos el tesoro de su re­cuerdo. Se trata de una anciana mexi­cana de noventa y ocho años de edad, que se llama Juana Bautista Zúnñiga y vive en la ciudad de El Paso, Estado de Texas (Estados Unidos).

Me encontré por primera vez con

seguimos la admonición de Pablo: To­do lo creemos, todo lo esperamos; he­mos sufrido muchas cosas, y espera­mos poder sufrir todas las cosas. Si hay algo virtuoso, bello, de buena re­putación o digno de alabanza, a esto aspiramos.

Afectuosamente, José Smith

(History ofthe Church, 4:535.)

tinta de valor. —¿Por qué no quieres ir? —le pre­

guntó este último. Mirándolo directamente a los ojos,

Luisa le contestó: —Porque tengo más sentido común

que ustedes. Y dejándolos estupefactos, dio me­

dia vuelta y se marchó.

la "abuelita" (un cariñoso nombre que se ajusta perfectamente a cada centímetro de su diminuta figura), en 1972, cuando llegué a la ciudad de El Paso como una emocionada nueva mi­sionera, entusiasta y ansiosa por con­vertir al mundo entero. En una solea­da mañana de domingo, nos encontrá­bamos en la puerta mi compañera y yo después de la Escuela Dominical, saludando a los miembros que salían; de pronto sentí que me ponían algo en la mano y al mirar vi dos billetes de un dólar y me topé con sus ojos, que miraban directamente a los míos con expresión casi suplicante. Por supues­to, mi primer impulso fue devolverle el dinero inmediatamente, puesto que

porlusíine Davis

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La abuelita Zúñiga

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no es costumbre de los misioneros aceptar dinero de los miembros de la rama. Pero junto con su mirada me llegó también su voz temblorosa que me decía:

—Por favor, hermanila, tome este dinero y cómprese algo para comer.

Inmediatamente sentí el deseo de conocer mejor a aquella dulce per­sona. Lo que voy a relatar sobre su vi­da, transmitirá al lector los sentimien­tos que ella me inspiró. Quizás mi re­lato resulte un poco difícil de creer. No me extrañaría, ¡pues también a mí me resultó al principio!

Cuando lema trece años y vivía con su familia en México, oyó por primera vez el mensaje del Evangelio de Jesu­cristo, de boca de los misioneros; le gustaba oír cantar los himnos de la Iglesia, que le daban un deseo aún mayor de adquirir más conocimiento. Pero aunque ella creía y deseaba ser bautizada, sus padres no se lo per­mitían.

En una oportunidad, su hermano cayó gravemente enfermo y los médi­cos lo deshauciaron; entonces la pe­queña Juana les preguntó a sus padres si le permitirían llamar a los élderes para que le dieran una bendición de salud; puesto que no tenían nada que perder, éstos consintieron. Los élderes dieron la bendición y su hermano vi­vió. Al verse tan directamente afecta­dos por el poder de aquella "extraña" religión, los padres permitieron a su hija que fuera bautizada. Lo primero que quiso hacer Juana después de su bautismo, fue cantar en el hermoso coro de la rama. Miy poco tiempo des­pués, comenzó a ayudar a los misione­ros a preparar a otras personas para recibir e! bautismo; esta tarea se ha prolongado durante toda su vida.

Algunos años más tarde, sus padres y hermano también se convirtieron al evangelio y se bautizaron en la Iglesia.

Después de casarse, la hermana Zúñiga se mudó con su esposo a Co­lonia Dublán. Allí se pasaba horas de

Liahona, junio de 7978

pie preparando tamales*, una tarea larga y tediosa. Después de terminar, su marido y ella invitaban a amigos, vecinos y cualquier otra persona que se les cruzara en el camino, para que fueran a comer tamales. Mientras los demás comían, su esposo y su her­mano les predicaban el evangelio. Después de repetir este proceso unas cuantas veces, se bautizaron suficien­tes personas como para que se organi­zara allí una rama de la Iglesia.

Un tiempo después, los Zúñiga con el hermano de Juana y su familia, se mudaron a Mesa, ciudad de los Esta­dos Unidos en Arizona. En ese lugar también se pasaba horas de pie prepa­rando tamales y haciendo helado, para luego invitar a todas las personas de habla hispana que pudieran encontrar, a quienes, después de la comida, su es­poso y su hermano les predicaban el evangelio. Como resultado de sus in­cansables esfuerzos, se abrió otra rama en la ciudad de Mesa.

Los Zúñiga tenían solamente una hijita, cuando un día la hermana Zúñiga tuvo un accidente mientras an­daba a caballo; el doctor que la trató les dijo a ambos que no podrían tener más hijos. Sin embargo, como su ben­dición patriarcal le prometía que ten­dría varios hijos, decidieron mudarse a Salt Lake City, donde pudieran ir al templo y Juana pudiera recibir una bendición especial de alguna Autori­dad General.

Luego de instalarse en aquella ciu­dad, el hermano Zúñiga trató infruc­tuosamente de conseguir un trabajo. Un día, mientras se encontraban en una de las tiendas más grandes e im­portantes de la ciudad, su esposa ie d¡-

* Tamales: Especie de empanada de masa de harina de maíz, rellena con diferentes carnes, que se cocina envuelta en hojas de plátano o maíz. Es plato típico de México y de algunos países centroamericanos.

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—Siento que éste es el lugar donde vas a conseguir trabajo.

A lo cual él respondió asombrado: —¡Cómo se te ocurre semejante

cosa! ¿Cómo podría yo, que apenas hablo ingles, trabajar en una tienda como esta?

No obstante, con el espíritu indo­mable que siempre la caracterizó, la hermana Zúñiga se encaminó directa­mente hacia el gerente de la tienda, y lo convenció de que debía emplearlo. Este así lo hizo, y su esposo trabajó en aquella tienda durante treinta y dos años.

Los Zúñiga asistían al templo fre­cuentemente. Allí recibió Juana su bendición y el deseo de su corazón le fue concedido; el Señor la curó, a fin de que pudiera traer al mundo los hi­jos que le habían sido prometidos. Cuando éstos fueron creciendo, sus padres les hicieron aprender a tocar instrumentos musicales, y en una oportunidad uno de ellos tuvo el honor de tocar para el Cónsul de Mé­xico.

Un día, recibieron una carta del Gobernador de Utah ofreciéndoles comida y ropa para ayudarlos en sus necesidades; siempre deseosos de con­vertir cada bendición en una oportuni­dad misional aceptaron agradecidos y, a su vez, regalaban lo que recibían a aquellos que estaban más necesitados que ellos, y el hermano Zúñiga apro­vechaba la oportunidad para hacerles conocer el mensaje del evangelio res­taurado.

Durante los años de la gran depre­sión económica en los Estados Unidos, los Zúñiga invitaron a todas las per­sonas de habla hispana que conocían y que estaban sin trabajo, a que se que­daran con ellos; Juana se pasaba lar­gas horas cocinado para sus huéspedes destituidos. Como fruto de sus buenas obras, se bautizaba por semana un promedio de quince personas; una semana bautizaba el hermano Zúñiga,

a !a semana siguiente,, su cuñado. Muy poco tiempo después hubo otra rama de había hispana en Salt Lake City.

Cuando fue llegando la época en que los hijos de los Zúñiga debían salir a cumplir misiones, el presidente de la estaca se ofreció a pagar ios gas­tos de las mismas; el hermano Zúñiga le agradeció, pero prefería hacerlo con su propio esfuerzo. Años más tarde, Juana comentaba con tristeza:

—Después de habernos sacrifican­do tanto para mantener al primer hijo que fue a la misión, ninguno de los otros quiso salir. Siempre le ruego a Dios que nos perdone por haberle fa­llado.

No obstante, aunque el resto de sus hijos no quisieran cumplir una misión, sus nietos han estado y están compen­sando aquella falta; casi todos los cua­renta y cuatro de ellos han sido mi­sioneros o lo son actualmente.

La mayoría de sus nueve hijos vi­ven cerca de la madre en la ciudad de El Paso, y son firmes y grandes líderes al igual que sus padres. En una opor­tunidad en que fui invitada a cenar en la casa del hijo mayor, no pude menos que pensar en cuánto ha bendecido el Señor a los Zúñiga en su posteridad; porque nunca había visto yo personas más felices, más dedicadas al trabajo, más caritativas y devotas.

La abuelita Zúñiga todavía tiene una mente alerta e inteligente; vive sola en su casita, que está cerca de las de algunos de sus hijos. Un día, mien­tras mi compañera y yo la acompañá­bamos a su casa, nos iba mostrando algunas de las hermosas casas que su esposo había construido mientras vivían allí.

—Fíjense —nos dijo—, tantas casas bonitas que construyó mi marido, ¡y yo en mi humilde cuevita!...

Pero al decirlo había en sus pala­bras un tono de picardía y en la cara le brillaba una sonrisa de satisfacción.

Antes de irme de El Paso, mi com-

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pañera y yo nos detuvimos para que me despidiera de la abuelita Zúñiga. Después de conversar unos minutos, nos mostró un llavero lleno de llaves con las que empezó a abrir varios ar­marios, repletos de ropa blanca y di­versas clases de telas. Con los ojos bri­llando de entusiasmo, nos dijo:

—No lo digan a nadie, pero voy a tratar de encontrar algunas personas a quienes pueda darles todo esto, y lue­go interesarlas en la iglesia.

Estoy segura de que sena muy difícil saber cuántas personas se con­virtieron a la Iglesia, como resultado directo o indirecto del amor y el sa­crificio del alma gigantesca de esta inolvidable mujercita. Sin duda al­guna, en ella se ve ejemplificado el principio de que debemos perseverar hasta el ñn, especialmente en la edificación del reino de Dios en la tie­rra. Jamás he conocido un caso igual de indescriptible dedicación misional.

Cuando pensamos en todo el re­conocimiento que se les da a los mi-

Una nueva misión en Ecuador

sioneros por sacrificar un año y medio o dos de su vida, ¿cómo se podría ex­presar la gratitud que merece una per­sona como la abuelita Zúñiga, que ha dedicado su vida entera al servicio de los demás?

Ella ha sido para mí la mayor fuen­te de inspiración que he encontrado. En cualquier momento en que me in­cline a pensar que mis llamamientos en la Iglesia me exigen demasiado tiempo o esfuerzo, recuerdo la incan­sable labor de la "abuelita", y me avergüenzo y me siento empequeñeci­da ante la enorme diferencia entre el pequeño sacrificio que yo pueda ha­cer, y el que ella hizo para lograr la conversión de las almas a nuestro Señor y Salvador.

Recuerdo que una vez le pregunté cuál había sido la bendición más ma­ravillosa que había recibido en su vi­da. Ella me respondió, con lágrimas en los ojos:

—El Evangelio de Jesucristo.

L a Primera Presidencia ha anunciado la formación de

una nueva misión en Ecuador, que será organizada de la división de la Misión de Ecuador-Quito. La nue­va llevará el nombre de Misión de Ecuador-Guayaquil, y ocupará to­da la parle Oeste del país cuyas ciudades principales son Guaya­quil y Quevedo. Cada una de las misiones tendrá tres distritos y unos 6.500 miembros.

Liahona, junio de ¡978 47

Noticias de la Iglesia

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E l 15 de enero del corriente año, el hermano Ricardo

Galeas fue sostenido como Pre­sidente de la Estaca de San Pedro Sula, reemplazando al presidente Samuel B. Ventura. Sus consejeros son: Hernán Arguellas y Roberto Ocampo.

El presidente Galeas, de 36 años, nació en Tela, Honduras, y está casado con Digna P. Morales. Es converso a la Iglesia y fue bau­tizado en junio de 1969 en San Pe­dro Sula. El presidente Galeas ha ocupado, entre otros, los cargos de secretario, consejero y presidente de rama.

El presidente Arguellas tiene 46 años, nació en la ciudad de San Pedro Sula, y su esposa es María

L. Portillo. También converso a la Iglesia, se unió a la misma en no­viembre de 1974. El hermano Ar­guellas ha servido en diversos car­gos en la Iglesia, entre los que se cuentan los de presidente de rama, miembro del sumo consejo y con­sejero en la presidencia de estaca.

El presidente Ocampo tiene 29 años. Su esposa es Argentina M. Santacreu. Al igual que los otros dos miembros de la presidencia, el hermano Ocampo es converso a la Iglesia y se bautizó en San Pedro Sula, en enero de 1970. Desde en­tonces, ha sido siempre activo en la iglesia, sirviendo en cargos como consejero en presidencia de rama y de distrito, presidente de distrito y obispo.

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Nueva presidencia

de estaca en Honduras

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La Primera Presidencia ha llamado a dos hermanos

sudamericanos para ocupar los cargos de consejeros en la pre­sidencia del Templo de Sao Paulo.

José Benjamín Puerta, Presiden­te de la Estaca de Sao Paulo Oeste, servirá como Primer Consejero; y Ángel Miguel Fernández, Pre­sidente de la Misión de Argentina Rosario, será el Segundo Conseje-

ro. Como Registrador del Templo ha sido l lamando el hermano Gus-tav Salik, de Curitiba.

El hermano Finn B. Paulsen, ex presidente de misión en Brasil, será Presidente del Templo, cuya ceremonia dedicatoria se llevará a cabo ei 30 de octubre del corriente año, repitiéndose el 31 de octubre y el 1o y 2 de noviembre, y estará a cargo del presidente Spencer W. Kimball. El templo estará abierto al público antes de su dedicación, desde el 28 de agosto hasta el 29 de septiembre.

Ei presidente Puerta, de 53 años, nació en Sao Paulo y trabaja como Coordinador de Idiomas pa­ra la Iglesia en el Centro de Distri­bución de Sao Paulo.

El presidente Fernández, de 53 años, nacido en Buenos Aires, tenía un cargo ejecutivo en Ae­rolíneas Argentinas en Córdoba, antes de recibir su llamamiento misiona] bace tres años.

En diversas oportunidades, hemos recibido cartas de lectores de distintos países de habla hispana, pidiéndonos que los pongamos en contacto con otros miem­bros de la Iglesia, a fin de establecer correspondencia amistosa con ellos. Incluso se nos ha sugerido que tengamos en la Revista una sección de ese tipo. Lamenta­blemente, nos es imposible complacer a nuestros lectores en este sentido, por di­versos motivos: uno de ellos es la falta de espacio para una sección de corres­pondencia; otro, la falta de tiempo para seleccionar las cartas y prepararlas para su publicación. Por otra parte, deseamos recordar a nuestros amables suscripto-res que el objeto de Uahuiia es llevar a todos sus lectores los mensajes inspira­dos de las Autoridades Generales en primer lugar, y en segundo, artículos que puedan servir de guía e inspiración en nuestra búsqueda de la verdad y en nues­tro propósito de ser mejores, quizás por intermedio de las estacas los miembros pudieran establecer contacto con hermanos de otros lugares.

Agradecemos siempre vuestra colaboración y deseamos que nuestra Revista sirva los intereses de todos aquellos que la lean.

La editora

Líahona, junio de 1978 49

Nota a Eos lectores

sudamericanos llamados a la presidencia del Templo de Sao Paulo

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"Porque había visto una visión; yo lo sabía y comprendía

que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría

hacerlo; cuando menos, entendía que

haciéndolo ofendería a Dios y caería bajo

. condenación.

Había descubierto que el testimonio de Santiago era cierto:

Que el hombre que carece de sabiduría puede pedirla a Dios y

obtenerla sin ser zaherido." josé Smith 2:25, 26.