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LAS COSAS QUE NO NOS DIJIMOS

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Marc Levy

Las cosas que no nos dijimos

A Pauline y a Louis

Hay slo dos maneras de ver la vida: una como si nada fuera un milagro y la otra como si todo fuera milagroso.

Albert Einstein.

1

-Bueno, qu te parece?

-Vulvete y deja que te mire.

-Stanley, llevas media hora examinndome de pies a cabeza, ya no aguanto ni un minuto ms subida a este estrado.

-Yo lo acortara un poco: sera un sacrilegio esconder unas piernas como las tuyas! -Stanley!

-Cario, quieres mi opinin, s o no? Vulvete otra vez para que te vea de frente. Lo que yo pensaba, no veo diferencia entre el escote de delante y el de la espalda; as, si te manchas, no tienes ms que darle la vuelta al vestido Delante y detrs, lo mismo da!

-Stanley!

-Esta idea tuya de comprar un vestido de novia de rebajas me horripila. Ya puestos, por qu no lo compras por Internet? Queras mi opinin, no?, pues ya la tienes.

-Tendrs que perdonarme que no pueda permitirme nada mejor con mi sueldo de infografista.

-Dibujante, princesa! Seor, cmo me horroriza el vocabulario del siglo XXI.

-Trabajo con un ordenador, Stanley, no con lpices de colores!

-Mi mejor amiga dibuja y anima maravillosos personajes, de modo que, con ordenador o sin l, es dibujante y no infografista; parece mentira, todo tienes que discutirlo!

-Lo acortamos o lo dejamos tal cual?

-Cinco centmetros! Y ese hombro hay que rehacerlo, y el vestido hay que meterlo tambin de cintura.

-Vale, que s, que lo he entendido: odias este vestido.

-Yo no he dicho eso!

-Pero es lo que piensas.

-Djame participar en los gastos, y vmonos corriendo al taller de Anna Maier; te lo suplico, escchame por una vez!

-Diez mil dlares por un vestido? Ests loco! T tampoco te lo puedes permitir, y adems no es ms que una boda, Stanley.

-Tu boda!

-Ya lo s -suspir Julia.

-Con toda su fortuna, tu padre podra haber

-La ltima vez que vi a mi padre yo estaba en un semforo, y l, en un coche bajando la Quinta Avenida Hace seis meses de eso. Fin de la discusin!

Julia se encogi de hombros y baj del estrado en el que estaba subida. Stanley la tom de la mano y la abraz.

-Cario, todos los vestidos del mundo te quedaran divinos, yo slo quiero que el tuyo sea perfecto. Por qu no le pides a tu futuro marido que te lo regale l?

-Porque los padres de Adam ya van a pagar la ceremonia, y yo preferira que no se comentara en su familia que se va a casar con poco menos que una pordiosera.

Con paso ligero, Stanley cruz la tienda y se dirigi a unas perchas junto al escaparate. Acodados en el mostrador de caja, los vendedores, enfrascados en su conversacin, no le hicieron el menor caso. Cogi un vestido ceido de satn blanco y dio media vuelta.

-Prubate ste, y no quiero or una sola palabra ms!

-Es una talla 36, Stanley, cmo quieres que me quepa?!

-Qu acabo de decirte?

Julia hizo un gesto de exasperacin y se dirigi al probador que Stanley le sealaba con el dedo.

-Es una 36, Stanley! -protest mientras ya se alejaba.

Unos minutos ms tarde, la cortina se abri tan bruscamente como se haba cerrado.

-Vaya, esto ya empieza a parecerse al vestido de novia de Julia -exclam Stanley-. Vuelve a subirte en seguida al estrado.

-Tienes una polea para izarme hasta ah arriba? Porque como doble la rodilla -Te est divino!

-Y si me tomo un canap, revientan las costuras.

-La novia no come el da de su boda! Basta con sacarle un peln del pecho, y parecers una reina! T crees que conseguiremos que algn vendedor se digne atendernos? Es que, vamos, esta tienda es increble!

-Yo soy quien debera estar nerviosa, no t!

-No estoy nervioso, lo que estoy es patidifuso de que, a cuatro das de la ceremonia, tenga yo que arrastrarte para ir a comprar tu vestido!

-Pero si es que ltimamente no he hecho ms que trabajar! Y nunca le hablaremos a Adam de este da, hace un mes que le juro que lo tengo todo listo.

Stanley se apoder de un acerico con alfileres abandonado sobre el reposabrazos de un silln y se arrodill a los pies de Julia.

-Tu marido no es consciente de la suerte que tiene, ests esplndida.

-Para ya con tus puyitas sobre Adam. Se puede saber qu tienes que reprocharle? -Se parece a tu padre

-Qu tonteras dices. Adam no tiene nada que ver con mi padre; de hecho, no lo puede ni ver.

-Adam no puede ni ver a tu padre? Hombre, eso le da puntos.

-No, es mi padre el que no puede ni ver a Adam.

-Tu padre siempre ha odiado a todo el que se acercara a ti. Si hubieras tenido un perro, lo habra mordido.

-En eso tienes razn, si hubiera tenido un perro, seguro que habra mordido a mi padre -dijo Julia riendo.

-Tu padre habra mordido al perro, no al revs!

Stanley se puso en pie y retrocedi unos pasos para contemplar su trabajo. Asinti con la cabeza e inspir profundamente.

-Bueno, y ahora qu pasa? -quiso saber Julia.

-Es perfecto, bueno, no, t eres perfecta, no el vestido. Deja que te ajuste la cintura y por fin podrs invitarme a comer.

-En el restaurante que t elijas, querido!

-Con este sol, en la primera terraza por la que pasemos; con la nica condicin de que est a la sombra y de que dejes de moverte para que pueda terminar con este vestido casi perfecto.

-Por qu casi?

-Porque es de rebajas, cario!

Una vendedora que pasaba por all les pregunt si necesitaban ayuda. Stanley la ahuyent con un gesto.

-T crees que vendr?

-Quin? -pregunt Julia.

-Pues tu padre, tonta, quin va a ser?!

-Para ya de hablarme de l. Te he dicho que hace seis meses que no tengo noticias suyas.

-Eso no quiere decir que

-No vendr!

-Y t, acaso le has dado t noticias tuyas?

-Hace tiempo que renunci a contarle mi vida al secretario personal de mi padre porque pap est de viaje, o en una reunin, y no tiene tiempo de hablar con su hija.

-Pero le habrs enviado una invitacin, espero.

-Bueno, ya est bien, no?!

-Casi! Sois como un viejo matrimonio: se siente celoso. Todos los padres se sienten celosos! Ya se le pasar.

-Es la primera vez que lo defiendes. Y si somos un viejo matrimonio, entonces hace aos que nos divorciamos.

Desde el interior del bolso de Julia se oy la meloda de / Will Survive. Stanley la interrog con la mirada.

-Quieres que te pase el telfono?

-Seguro que es Adam, o alguien del trabajo

-No te muevas, vas a echar a perder todo mi esfuerzo. Ahora te lo traigo.

Stanley meti la mano en el bolso lleno de cosas de su amiga, extrajo el mvil y se lo tendi. Gloria Gaynor call al instante.

-Demasiado tarde! -murmur Julia mirando el nmero que apareca en la pantalla.

-Quin era entonces? Adam o el trabajo?

-Ni uno, ni otro -contest ella con el ceo fruncido.

Stanley se la qued mirando fijamente.

-Qu es esto, una adivinanza?

-Era la oficina de mi padre.

-Pues corre, llmalo t!

-Ni hablar! Que me llame l, no te digo.

-Es lo que acaba de hacer, no?

-Es lo que acaba de hacer su secretario, era su nmero.

-Esperas esta llamada desde que echaste al correo la invitacin, deja de comportarte como una nia. A cuatro das de la boda, agobios, los justos O es que quieres que te salga una calentura enorme en el labio o un sarpullido espantoso en el cuello? Venga, llmalo inmediatamente.

-Para que Wallace me explique que mi padre lo siente en el alma pero que estar en el extranjero y que, por desgracia, no le es posible anular un viaje previsto desde hace meses? O que, desgraciadamente, ese da tiene un asunto importantsimo y no s qu ms excusas?

-O que est encantado de asistir a la boda de su hija y quiere asegurarse de que, pese a sus diferencias, sta lo sentar en la mesa de honor!

-A mi padre le traen sin cuidado los honores; si viniera, preferira que lo sentara junto al guardarropa, siempre y cuando la muchacha encargada tuviera buen tipo!

-Deja de odiarlo y llmalo, Julia. Y si no, mira, haz lo que quieras, al final te pasars la boda entera pendiente de si viene o no, en lugar de disfrutarla.

-Bueno, as al menos no pensar en que no puedo ni oler los canaps si no quiero que reviente el vestido que me has elegido!

-Touch, cario! -silb Stanley, dirigindose a la puerta de la tienda-. Ya comeremos juntos un da que ests de mejor humor.

Julia estuvo a punto de tropezar al bajar del estrado y corri hacia l. Lo agarr del hombro y, esta vez, fue ella quien lo abraz.

-Perdname, Stanley, no quera decir eso, lo siento.

-A qu te refieres, a lo de tu padre o a lo del vestido que tan mal he elegido y ajustado? No s si te habrs fijado, pero no me ha parecido que ni tu bajada catastrfica del estrado ni tu carrerita por esta porquera de tienda hayan reventado la ms mnima costura!

-Tu vestido es perfecto, eres mi mejor amigo, sin ti no podra ni pensar siquiera en presentarme ante el altar.

Stanley mir a Julia, se sac un pauelo de seda del bolsillo y enjug los ojos hmedos de su amiga.

-De verdad quieres cruzar la iglesia del brazo de una loca como yo, o tu ltima jugarreta consistira en hacerme pasar por el malnacido de tu padre?

-No te hagas ilusiones, no tienes arrugas suficientes para resultar creble en ese papel.

-Tonta, el cumplido te lo haca yo a ti quitndote ms aos de la cuenta.

-Stanley, quiero ir de tu brazo al altar! Quin sino t podra conducirme hasta mi marido?

l sonri, seal el mvil de Julia y dijo con voz tierna:

-Llama a tu padre! Voy a darle instrucciones a la cretina de la vendedora, que no tiene pinta de saber lo que es un cliente, para que tu vestido est listo pasado maana, y por fin podremos irnos a almorzar. Llama ahora mismo, Julia, que me muero de hambre!

Stanley dio media vuelta y se dirigi a la caja. De camino, le lanz una ojeada a su amiga, la vio dudar un momento y decidirse por fin a llamar. Entonces aprovech para sacar discretamente su talonario, pag el vestido, los arreglos de la modista, y aadi un suplemento para que todo estuviera listo en cuarenta y ocho horas. Se meti el resguardo en el bolsillo y volvi junto a Julia, que justo acababa de colgar.

-Y bien? -pregunt, impaciente-. Viene a la boda?

Julia neg con la cabeza.

-Y esta vez qu pretexto ha esgrimido para justificar su ausencia?

Julia inspir profundamente y mir con fijeza a Stanley. -Ha muerto!

Los dos amigos se quedaron un momento mirndose, sin decir una palabra.

-Vaya, tengo que decir que esta vez la excusa es irreprochable! -susurr Stanley.

-Eres un idiota!

-Estoy confundido, no es eso lo que quera decir, no s ni cmo se me ha podido ocurrir decir algo as. Perdname, cario.

-No siento nada, Stanley, ni el ms mnimo dolor en el pecho, ni la ms mnima lgrima.

-Eso ya vendr, no te preocupes, es que todava no has asimilado la noticia.

-Que s, que s, te aseguro que la he asimilado perfectamente.

-Quieres llamar a Adam? -No, ahora no, ms tarde. Stanley mir a su amiga, inquieto.

-No quieres decirle a tu futuro marido que tu padre acaba de morir?

-Muri anoche, en Pars; repatriarn su cuerpo por avin, el entierro ser dentro de cuatro das -aadi Julia con una voz apenas audible.

Stanley se puso a contar con los dedos.

-Este sbado? -dijo abriendo unos ojos como platos.

-La misma tarde de mi boda -murmur Julia.

Stanley se dirigi en seguida hacia la cajera, recuper su taln y arrastr a Julia a la calle.

-Te invito yo a comer!

La luz dorada de junio baaba Nueva York. Los dos amigos cruzaron la Novena Avenida y se dirigieron a Pastis, una cervecera francesa, verdadera institucin en ese barrio en plena transformacin. Durante los ltimos aos, los viejos almacenes del distrito de los mataderos haban cedido paso a los rtulos de lujo y a los creadores de moda ms conocidos de la ciudad. Como por arte de magia, haban surgido numerosos comercios y hoteles de prestigio. La antigua va de ferrocarril a cielo abierto se haba transformado en un paseo, que suba hasta la calle 10. All, una antigua fbrica reconvertida albergaba ahora un mercado biolgico en la planta baja, mientras que las dems plantas se las repartan productoras y agencias publicitarias. En la quinta, Julia tena su propia oficina. All tambin, las orillas del ro Hudson, acondicionadas, acogan ahora un paseo para ciclistas, adeptos del jogging y enamorados de los bancos tpicos de las pelculas de Woody Alien. Desde el jueves por la noche, el barrio estaba abarrotado de visitantes procedentes de Nueva Jersey que cruzaban el ro para pasear y distraerse en los numerosos bares y restaurantes de moda.

Instalado en la terraza de Pastis, Stanley pidi dos ts.

-Ya debera haber llamado a Adam -reconoci Julia con aire de culpabilidad.

-Si es para decirle que tu padre acaba de morir, s, ya deberas haberle informado de ello, no cabe duda. Ahora, si es para anunciarle que tenis que aplazar la boda, que hay que avisar al cura, al catering, a los invitados y, por consiguiente, a sus padres, entonces digamos que la cosa an puede esperar un poquito. Hace un tiempo fantstico, dale una horita ms antes de estropearle el da. Adems, ests de luto, eso te da todo el derecho del mundo a hacer lo que te d la gana, as que aprovecha!

-Cmo voy a anunciarle algo as?

-Cario, no debera costarle comprender que es bastante difcil enterrar a un padre y casarse, todo en la misma tarde; y aunque adivine que tal idea podra tentarte pese a todo, deja que te diga que no sera muy apropiada. Pero cmo ha podido pasar algo as? Dios santo!

-Creme, Stanley, Dios no tiene nada que ver en esto; mi padre, y nadie ms que l, ha elegido esta fecha.

-No creo que decidiera morir anoche en Pars sin ms fin que el de comprometer tu boda! Si bien le concedo cierto refinamiento en lo que a la eleccin del lugar se refiere.

-No lo conoces, es capaz de cualquier cosa con tal de fastidiarme!

-Tmate el t, disfrutemos del sol y, despus, llamaremos a tu ex futuro marido!

2

Las ruedas del Cargo 747 de Air France chirriaron sobre la pista del aeropuerto John Fitzgerald Kennedy. Desde los grandes ventanales de la terminal, Julia contemplaba el largo atad de madera de caoba bajar por la cinta transportadora que lo trasladaba de la bodega del avin al coche fnebre aparcado sobre el asfalto. Un agente de la polica aeroportuaria fue a buscarla a la sala de espera. Acompaada por el secretario de su padre, su prometido y su mejor amigo, subi a una furgoneta que la llev hasta el avin. Un responsable de las aduanas estadounidenses la esperaba al pie de la cabina para entregarle un sobre. Contena unos papeles administrativos, un reloj y un pasaporte.

Julia lo hoje. Unos cuantos visados daban fe de los ltimos meses de vida de Anthony Walsh. San Petersburgo, Berln, Hong Kong, Mumbai, Saign, Sdney, todas estas ciudades que le eran desconocidas, pases que le hubiera gustado visitar con l.

Mientras cuatro hombres se atareaban alrededor del fretro, Julia pensaba en los largos viajes que emprenda su padre cuando ella no era an ms que una nia pequea que se peleaba por cualquier cosa en el patio del colegio.

Tantas noches pasadas acechando su vuelta, tantas maanas en que, en la acera, camino del colegio, saltaba de adoqun en adoqun, inventando una rayuela imaginaria y jurndose que si la respetaba al milmetro se asegurara el regreso de su padre. Y, a veces, perdido en esas noches de splicas, un deseo cumplido haca que se abriera la puerta de su habitacin, dibujando sobre el parquet un rayo de luz mgica en el que se perfilaba la sombra de Anthony Walsh. ste se sentaba entonces al pie de su cama y dejaba sobre las mantas un pequeo objeto que Julia descubra al despertarse. As se iluminaba su infancia, un padre traa a su hija de cada escala el objeto nico que relatara parte del viaje realizado. Una mueca de Mxico, un pincel de China, una estatuilla de madera de Hungra, una pulsera de Guatemala constituan verdaderos tesoros.

Y despus haba venido el tiempo de los primeros sntomas de su madre. Primer recuerdo, la confusin que haba experimentado un domingo en un cine, cuando, en mitad de la pelcula, su madre le haba preguntado por qu haban apagado la luz. Mente de colador en la que ya no dejaran de abrirse otros agujeros en la memoria, pequeos, y despus cada vez ms grandes; los que le hacan confundir la cocina con la sala de msica y provocaban gritos insoportables porque el piano de cola haba desaparecido Desaparicin de materia gris, que le haca olvidar el nombre de sus allegados. Un abismo, el da en que haba exclamado mirando a Julia: Qu hace esta nia tan guapa en mi casa? Un vaco infinito el de aquel mes de diciembre, tanto tiempo atrs, en que una ambulancia haba ido a buscarla, despus de que le hubo prendido fuego a su bata, inmvil, maravillada an por el poder descubierto al encender un cigarrillo, ella, que no fumaba.

Una madre que muri unos aos ms tarde en una clnica de Nueva Jersey sin haber reconocido nunca a su hija. Su adolescencia haba nacido del duelo, una adolescencia plagada de tantas tardes repasando los deberes con el secretario personal de su padre, mientras ste prosegua sus viajes, cada vez ms frecuentes, cada vez ms largos. El instituto, la universidad, terminar los estudios para entregarse por fin a su nica pasin: inventar personajes, darles forma con tintas de colores, darles vida en la pantalla de un ordenador. Animales que ya eran casi humanos, compaeros y fieles cmplices dispuestos a sonrerle con un simple trazo de lpiz, cuyas lgrimas secaba a golpe de goma con su paleta grfica.

-Seorita, puede confirmar que este documento de identidad pertenece a su padre?

La voz del agente de aduanas devolvi a Julia a la realidad. Ella asinti con un simple gesto. El hombre firm un formulario y aplic un sello sobre la fotografa de Anthony Walsh. ltima estampilla sobre un pasaporte en el que los nombres de las ciudades no tenan ya ms historia que contar que la de la ausencia.

Metieron el atad en un largo coche fnebre de color negro. Stanley se instal al lado del conductor, Adam le abri la portezuela a Julia, solcito con la joven con la que debera haberse casado esa misma tarde. En cuanto al secretario personal de Anthony Walsh, se acomod en un asiento plegable atrs del todo, muy cerca de los restos mortales. El coche puso el motor en marcha y abandon la zona aeroportuaria tomando la autopista 678.

El furgn se diriga al norte. En el interior, nadie hablaba. Wallace no apartaba los ojos de la caja que encerraba el cuerpo de su antiguo patrono. En cuanto a Stanley, se observaba las manos, Adam miraba a Julia, y sta contemplaba el paisaje gris de la periferia de Nueva York.

-Qu itinerario piensa tomar? -le pregunt al conductor, al surgir en la autopista la salida hacia Long Island.

-El Whitestone Bridge, seora -contest ste.

-Le importara ir por el puente de Brooklyn?

El conductor puso el intermitente y cambi en seguida de carril.

-Es un rodeo inmenso -susurr Adam-, el camino que haba elegido l era ms corto.

-El da ya est perdido de todas maneras, as que bien podemos darle ese capricho.

-A quin? -quiso saber Adam.

-A mi padre. Dmosle el gusto de atravesar por ltima vez Wall Street, TriBeCa, Soho y, por qu no?, tambin Central Park.

-Pues s, en eso tienes razn, el da ya est perdido, as que si quieres darle el capricho, t misma -aadi Adam-. Pero habr que avisar al cura de que vamos a llegar tarde.

-Te gustan los perros, Adam? -quiso saber Stanley.

-S, bueno, creo que s, pero yo no les gusto mucho a ellos, por qu?

-No, por nada, por nada -contest Stanley, bajando mucho su ventanilla.

El coche fnebre cruz la isla de Manhattan de sur a norte y lleg una hora ms tarde a la calle 233.

En la puerta principal del cementerio de Woodlawn, la barrera se levant. El coche tom por una estrecha carretera, gir en una rotonda, pas por delante de una serie de mausoleos, cruz un vado sobre un lago y se detuvo ante el camino en el que una tumba, recin excavada, pronto acogera a su futuro ocupante.

Un sacerdote los estaba esperando. Colocaron el fretro sobre dos caballetes encima de la fosa. Adam fue al encuentro del cura para zanjar los ltimos detalles de la ceremonia. Stanley rode a Julia con el brazo.

-En qu piensas? -le pregunt.

-En qu pienso en el preciso momento en que voy a enterrar a mi padre, con quien hace aos que no hablo? Desde luego, Stanley, siempre haces preguntas desconcertantes.

-Por una vez, hablo en serio; en qu piensas en este preciso instante? Es importante que te acuerdes. Este momento siempre formar parte de tu vida, creme!

-Pensaba en mi madre. Me preguntaba si lo reconocera all arriba, o si sigue sumida sin rumbo en su olvido, entre las nubes.

-Ahora crees en Dios?

-No, pero uno siempre est listo para recibir una buena noticia.

-Tengo que confesarte algo, mi querida Julia, y promteme que no te vas a burlar, pero cuanto ms pasan los aos, ms creo en Dios.

Julia esboz una sonrisa triste.

-A decir verdad, en lo que a mi padre respecta, no estoy segura de que la existencia de Dios sea una buena noticia.

-Pregunta el cura que si estamos todos, quiere saber si podemos empezar ya -pregunt Adam reunindose con ellos.

-Slo estamos nosotros cuatro -contest Julia, indicndole al secretario de su padre que se acercara-. Es el mal de los grandes viajeros, de los filibusteros solitarios. La familia y los amigos no son ms que unos pocos conocidos dispersos por los rincones del mundo Y no es frecuente que los conocidos vengan de lejos para asistir a las exequias; es un momento de la vida en el que apenas se puede ya hacer un favor ni otorgar nada a nadie. Uno nace solo y muere solo.

-Eso lo dijo Buda, y tu padre era un irlands decididamente catlico, cario -objet Adam.

-Un dberman, lo que t necesitas es un enorme dberman, Adam! -suspir Stanley.

-Pero por qu te empeas en que tenga perro?

-Nada, nada, olvdalo!

El sacerdote se acerc a Julia para decirle cunto senta tener que oficiar ese tipo de ceremonia, cuando le hubiera gustado tanto poder celebrar su boda.

-Y no podra usted matar dos pjaros de un tiro? -le pregunt ella-. Porque, al fin y al cabo, los invitados nos dan un poco igual. Para su Jefe lo que cuenta es la intencin, no?

Stanley no pudo reprimir una sincera carcajada, pero el cura se indign.

-Pero bueno, seorita, cmo dice eso?!

-Le aseguro que no es tan mala idea, as, al menos mi padre habra asistido a mi boda!

-Julia! -la reprendi esta vez Adam.

-Bueno, vale, entonces parece que todos concuerdan en que no es una buena idea -concedi.

-Quiere pronunciar algunas palabras? -le pregunt el sacerdote.

-Me gustara mucho -dijo mirando fijamente el fretro-.

Usted quiz, Wallace? -le propuso al secretario personal de su padre-. Despus de todo, era usted su amigo ms fiel.

-Creo que yo tampoco sera capaz, seorita -respondi el secretario-, y, adems, su padre y yo tenamos la costumbre de entendernos en silencio. Quiz una palabra, si me lo permite, no a l, sino a usted. Pese a todos los defectos que le atribua, sepa que era un hombre a veces duro, a menudo divertido, incluso estrafalario, pero un hombre bueno, sin duda alguna; y la quera.

-Bueno, pues si no me he equivocado al calcular, eso suma ms de una palabra -carraspe Stanley al ver que a Julia se le haba empaado la mirada.

El sacerdote recit una oracin y cerr su breviario. Lentamente, el atad de Anthony Walsh descendi a su tumba. Julia le tendi una rosa al secretario de su padre. ste sonri y le devolvi la flor.

-Usted primero, seorita.

Los ptalos se esparcieron en contacto con la madera, otras tres rosas cayeron a su vez, y los cuatro ltimos visitantes del da se alejaron del lugar.

En el otro extremo del camino, el coche fnebre haba dejado paso a dos berlinas. Adam tom a su prometida de la mano y la llev hacia los coches. Julia levant la mirada al cielo.

-Ni una sola nube, un cielo entero azul, azul, azul; no hace ni demasiado calor ni demasiado fro, una temperatura perfecta: era un da maravilloso para casarse.

-Habr otros, no te preocupes -la tranquiliz Adam.

-Como ste? -exclam Julia, abriendo mucho los brazos-. Con un cielo as? Con una temperatura como sta?

Con rboles que van a reventar de puro verdes? Con patos en el lago? No lo creo, a menos que esperemos a la prxima primavera!

-El otoo ser tanto o ms bonito, confa en m, y desde cundo te gustan los patos?

-Yo les gusto a ellos! Has visto cuntos haba antes, junto a la tumba de mi padre?

-No, no me he fijado -contest Adam, un poco inquieto por la repentina efervescencia de su prometida.

-Haba docenas; docenas de patos salvajes, con sus corbatas de pajarita, haban venido a posarse justo ah, y han levantado el vuelo nada ms terminar la ceremonia. Eran patos que haban decidido venir a mi boda, y que me han acompaado en el entierro de mi padre!

-Julia, no quiero llevarte la contraria hoy, pero no creo que los patos lleven corbatas de pajarita.

-Y t qu sabes? Acaso t dibujas patos? Yo s! De modo que si te digo que sos se haban puesto su traje de gala, haz el favor de creerme! -grit.

-De acuerdo, mi amor, tus patos iban de esmoquin, y ahora regresemos ya.

Stanley y el secretario personal los aguardaban junto a los coches. Adam arrastr a Julia, pero sta se detuvo junto a una lpida en mitad de la gran superficie de csped. Ley el nombre de aquella que descansaba bajo sus pies y su fecha de nacimiento, que se remontaba al siglo anterior.

-La conocas? -quiso saber Adam.

-Es la tumba de mi abuela. Ahora mi familia al completo descansa ya en este cementerio. Soy la ltima del linaje de los Walsh. Bueno, exceptuando a varios centenares de tos, tas, primos y primas desconocidos que viven repartidos entre Irlanda, Brooklyn y Chicago. Perdname por lo de antes, creo que me he puesto un poco nerviosa.

-No tiene importancia; bamos a casarnos, y entierras a tu padre, es normal que ests afectada.

Recorrieron el camino. Los dos Lincoln estaban ya a tan slo unos pocos metros.

-Tienes razn -dijo Adam, contemplando a su vez el cielo-, es un da magnfico; hasta en las ltimas horas de su vida tena tu padre que fastidiarnos.

Julia se detuvo al instante y retir bruscamente la mano de la de su prometido.

-No me mires as! -suplic Adam-. Si t misma lo has dicho al menos veinte veces desde que te anunciaron su muerte.

-S, yo puedo decirlo tantas veces como quiera, pero t no! Sube en el primer coche con Stanley, yo ir en el otro. -Julia! Lo siento mucho

-Pues no lo sientas, me apetece estar sola en mi casa esta noche y guardar las cosas de este padre que nos habr fastidiado hasta las ltimas horas de su vida, como t mismo has dicho.

-Pero que no lo digo yo, maldita sea, lo dices t! -grit Adam mientras Julia suba a la primera berlina.

-Una ltima cosa, Adam, el da que nos casemos, quiero patos, patos salvajes, docenas de patos salvajes! -aadi antes de cerrar con un portazo.

El Lincoln desapareci tras la verja del cementerio. Contrariado, Adam fue hasta la otra berlina y se instal en el asiento trasero, a la derecha del secretario personal del difunto.

-O quiz un fox-terrier! Es un perro pequeo pero muerde bien -concluy Stanley, sentado junto al conductor, a quien indic con un gesto que ya podan marcharse.

3

La berlina en la que viajaba Julia recorra despacio la Quinta Avenida bajo un repentino chaparrn. Parada desde haca largos minutos, bloqueada en los atascos, Julia contemplaba fijamente el escaparate de una gran juguetera en la esquina con la calle 58. Reconoci en la vitrina la inmensa nutria de peluche gris azulado.

Tilly haba nacido un sbado por la tarde similar a se, en que llova tan fuerte que la lluvia haba terminado por formar pequeos riachuelos que resbalaban por las ventanas del despacho de Julia. Absorta en sus pensamientos, en su cabeza pronto se transformaron en ros, los marcos de madera de la ventana se convirtieron en las orillas de un estuario de Amazonia, y el montn de hojas que la lluvia empujaba, en la casita de un pequeo mamfero al que el diluvio iba a arrastrar consigo, sumiendo a la comunidad de las nutrias en el ms profundo desasosiego.

La noche siguiente fue tan lluviosa como la anterior. Sola en la gran sala de ordenadores del estudio de animacin en el que trabajaba, Julia haba esbozado entonces los primeros trazos de su personaje. Imposible contar los miles de horas que haba pasado ante la pantalla de su ordenador, dibujando, coloreando, animando, inventando cada expresin y cada gesto que dara vida a la nutria azul. Imposible recordar la multitud de reuniones a ltima hora, el nmero de fines de semana dedicados a contar la historia de Tilly y los suyos. El xito que habran de obtener los dibujos animados recompensaran los dos aos de trabajo de Julia y de los cincuenta colaboradores que se haban puesto manos a la obra bajo su direccin.

-Me bajo aqu, volver a pie -le dijo Julia al conductor.

ste llam su atencin sobre la violencia de la tormenta.

-Le aseguro que es lo nico de este da que merece la pena -prometi Julia cuando ya se cerraba la puerta de la berlina.

El conductor apenas tuvo tiempo de verla correr hacia la juguetera. Qu ms daba el chaparrn: al otro lado del escaparate, Tilly pareca sonrerle, contenta con su visita. Julia no pudo evitar hacerle un gesto de saludo; para su sorpresa, una nia que estaba junto al peluche le contest. Su madre la tom bruscamente de la mano y trat de arrastrarla hacia la salida, pero la nia se resista y salt a los brazos bien abiertos de la nutria. Julia espiaba la escena. La nia se agarraba con fuerza a Tilly, y la madre le daba palmadas en los dedos para obligarla a soltarla. Julia entr en la tienda y avanz hacia ellas.

-Saba que Tilly tiene poderes mgicos? -le dijo a la madre.

-Si necesito una vendedora, seorita, ya se lo indicar -contest la mujer, lanzndole a la nia una mirada reprobadora.

-No soy una vendedora, soy su madre. -Cmo dice?! -pregunt la madre, alzando la voz-. Hasta que se demuestre lo contrario, su madre soy yo!

-Me refera a Tilly, el peluche que tanto cario parece haberle tomado a su hija. Yo la traje al mundo. Me permite que se la regale? Me entristece verla tan slita en este escaparate tan iluminado. Las luces tan fuertes de los focos terminarn por desteir su pelaje, y Tilly est tan orgullosa de su manto gris azulado No se imagina las horas que pasamos hasta encontrarle los colores adecuados de la nuca, el cuello, la barriguita y el hocico, los que le devolveran la sonrisa despus de que el ro se tragara su casa.

-Su Tilly se quedar en la tienda, y mi hija aprender a no separarse de m cuando vamos de paseo por el centro! -contest la madre, tirando tan fuerte del brazo de su hija que sta no tuvo ms remedio que soltar la pata del enorme peluche.

-A Tilly le gustara mucho tener una amiga -insisti Julia.

-Quiere complacer a un peluche? -pregunt la madre, desconcertada.

-Hoy es un da un poco especial, a Tilly y a m nos alegrara mucho, y a su hija tambin, me parece. Con un solo s, nos hara felices a las tres, vale la pena pensarlo, verdad?

-Pues mi respuesta es no! Alice no tendr regalo, y menos de una desconocida. Buenas tardes, seorita! -dijo alejndose.

-Alice tiene mucho mrito, todava es una nia encantadora pero si la sigue tratando as, no vaya a quejarse dentro de diez aos! -le espet Julia, pugnando por contener su rabia.

La madre se volvi y la mir con altivez.

-Usted ha trado al mundo un peluche, seorita, y yo una nia, as que haga el favor de guardarse sus lecciones sobre la vida!

-Tiene razn, las nias no son como los peluches, no se les pueden coser con aguja e hilo las heridas que se les hacen!

La mujer sali de la tienda, indignadsima. Madre e hija se alejaron por la acera de la Quinta Avenida, sin volverse.

-Perdona, Tilly, querida, me parece que no he actuado con mucha diplomacia. Ya me conoces, no es mi punto fuerte precisamente. No te preocupes, ya lo vers, te encontraremos una buena familia slo para ti.

El director, que haba seguido toda la escena, se acerc.

-Qu alegra verla, seorita Walsh, haca por lo menos un mes que no vena usted por aqu.

-Es que estas ltimas semanas he tenido mucho trabajo.

-Su creacin est teniendo muchsimo xito, ya hemos encargado diez ejemplares. Cuatro das en el escaparate, y, hala!, desaparecen en seguida -asegur el director de la juguetera, volviendo a colocar el peluche en su sitio-. Aunque sta, si no me equivoco, lleva ya dos semanas, pero claro, con el tiempo que est haciendo

-No es culpa del tiempo -respondi Julia-. Esta Tilly es la de verdad, as que es ms difcil, tiene que elegir ella misma a su familia de acogida.

-Seorita Walsh, me dice lo mismo cada vez que se pasa por aqu a visitarnos -replic el director, divertido.

-Son todas originales -afirm Julia despidindose de l.

Haba dejado de llover, sali de la juguetera y se dirigi a pie hacia el sur de Manhattan. Su silueta se perdi entre la multitud.

Los rboles de Horatio Street se doblaban bajo el peso de las hojas empapadas. A ltima hora de la tarde, el sol volva a aparecer por fin, para tenderse en el lecho del ro Hudson.

Una suave luz prpura irradiaba las callejuelas del West Village. Julia salud al dueo del pequeo restaurante griego situado delante de su casa. El hombre, ocupado en preparar las mesas de la terraza, le devolvi el saludo y le pregunt si deba reservarle una para esa noche. Julia rechaz la propuesta educadamente y le prometi que al da siguiente, domingo, ira a tomar un brunch a su restaurante.

Gir la llave en la cerradura de la puerta de entrada al pequeo edificio en el que viva y subi la escalera hasta el primer piso. Stanley la estaba esperando all, sentado en el ltimo escaln.

-Cmo has entrado?

-Zimoure, el dueo de la tienda de abajo; estaba llevando unas cajas de cartn al stano, le he echado una mano, y hemos hablado de su ltima coleccin de zapatos, una maravilla, por cierto. Pero quin puede ya permitirse esas obras de arte con los tiempos que corren?

-Pues mucha gente, creme, no hay ms que ver la multitud que entra y sale de su tienda sin parar los fines de semana, cargada de bolsas -le contest Julia-. Necesitas algo? -le pregunt abriendo la puerta de su apartamento.

-No, pero sin duda alguna, t necesitas compaa.

-Con esa pinta de perro apaleado que tienes, me pregunto quin de los dos sufre un ataque de soledad.

-Bueno, pues que sepas que tu amor propio est a salvo: la responsabilidad de plantarme aqu sin haber sido invitado es toda ma!

Julia se quit la gabardina y la lanz sobre la butaca que haba junto a la chimenea. Flotaba en la habitacin un agradable aroma a glicina, la planta que trepaba por la fachada de ladrillos rojos.

-Tienes una casa divina -exclam Stanley, dejndose caer sobre el sof.

-Al menos una cosa si me habr salido bien este ao -dijo Julia abriendo la nevera.

-Qu cosa?

-Arreglar la planta de arriba de esta vieja casa. Quieres una cerveza?

-Psima para guardar la lnea! No tendras una copita de vino tinto?

Julia prepar rpidamente dos cubiertos sobre la mesa de madera; coloc una tabla de quesos, descorch una botella, puso un disco de Count Basie y le indic a Stanley que se sentara frente a ella. Su amigo mir la etiqueta del cabernet y dej escapar un silbido de admiracin.

-Una autntica cena de fiesta -replic Julia sentndose a la mesa-. Si no fuera porque faltan doscientos invitados y unos cuantos canaps, cerrando los ojos uno creera estar en mi banquete de bodas.

-Quieres bailar, querida? -pregunt Stanley.

Y antes de que ella pudiera contestarle, la oblig a levantarse y la arrastr a unos pasos de swing.

-Has visto que, pese a todo, es una noche de fiesta -dijo rindose.

Julia apoy la cabeza en su hombro.

-Qu sera de m sin ti, mi querido Stanley?

-Nada, pero eso hace tiempo que lo s.

La pieza termin, y Stanley volvi a sentarse a la mesa.

-Al menos habrs llamado a Adam, no?

Julia haba aprovechado su larga caminata para disculparse con su futuro marido. Adam comprenda su necesidad de estar sola. Era l quien se senta mal por haber sido tan torpe durante el entierro. Su madre, con la que haba hablado al volver del cementerio, le haba reprochado su falta de tacto. Se marchaba esa noche a la casa de campo de sus padres para pasar con ellos el resto del fin de semana.

-Hay momentos en que llego a preguntarme si, a fin de cuentas, no te habr hecho un favor tu padre al celebrar hoy su entierro -murmur Stanley sirvindose otra copa de vino.

-No te gusta nada Adam!

-Yo nunca he dicho eso!

-He estado tres aos sola en una ciudad con dos millones de solteros. Adam es galante, generoso, atento y solcito. Acepta mis horribles horarios de trabajo. Se esfuerza por hacerme feliz y, sobre todo, Stanley, me quiere. As que, anda, hazme el favor de ser ms tolerante con l.

-Pero si yo no tengo nada en contra de tu prometido, es perfecto! Es slo que preferira ver en tu vida a un hombre que te arrastrara con l, aunque tuviera mil defectos, que a uno que te retiene a su lado slo porque posee ciertas cualidades.

-Es muy fcil dar lecciones, quieres decirme por qu ests solo t?

-Yo no estoy solo, Julia, querida, soy viudo, que no es lo mismo. Y que el hombre al que amaba haya muerto no quiere decir que me haya dejado. Tendras que haber visto lo guapo que era todava Edward en su cama de hospital. La enfermedad no haba mermado en nada su aplomo. Conserv su sentido del humor hasta su ltima frase.

-Cul fue esa frase? -pregunt Julia tomando la mano de Stanley entre las suyas.

-Te quiero!

Los dos amigos se miraron en silencio. Stanley se levant, se puso la chaqueta y bes a Julia en la frente.

-Me voy a la cama. Esta noche, t ganas, el ataque de soledad me ha dado a m.

-Espera un poco. De verdad sus ltimas palabras fueron para decirte que te quera?

-Era lo mnimo que poda hacer, teniendo en cuenta que la enfermedad que le mataba la cogi por haberme engaado -dijo Stanley sonriendo.

A la maana siguiente, Julia, que se haba quedado dormida en el sof, abri los ojos y descubri la manta con la que la haba tapado Stanley. Unos segundos despus, encontr la notita que le haba dejado debajo de su tazn de desayuno. Ley: Por muchas burradas que nos soltemos, eres mi mejor amiga, y yo tambin te quiero. Stanley.

4

A las diez, Julia sali de su apartamento, decidida a pasar el da en la oficina. Tena trabajo atrasado, y de nada serva quedarse en casa como un len enjaulado o, peor an, ordenando lo que volvera a estar en desorden unos das despus. De nada serva tampoco llamar a Stanley, que a esas horas seguira an durmiendo; los domingos, a no ser que lo sacaran a rastras de la cama para llevarlo a un brunch o le prometieran tortitas con canela, no se levantaba hasta bien entrada la tarde.

Horatio Street segua desierta. Julia salud a unos vecinos instalados en la terraza del Pastis y apret el paso. Mientras suba por la Novena Avenida, le mand a Adam un mensajito tierno, y dos calles ms arriba, entr en el edificio del Chelsea Farmer's Market. El ascensorista la llev hasta el ltimo piso. Desliz su tarjeta de identificacin sobre el lector que controlaba el acceso a las oficinas y cerr la pesada puerta metlica.

Haba tres infografistas en sus puestos de trabajo. Por la cara que tenan, y visto el nmero de vasitos de caf amontonados en la papelera, Julia comprendi que haban pasado la noche all. El problema que ocupaba a su equipo desde haca varios das no deba, pues, de haberse resuelto todava. Nadie consegua establecer el complicado algoritmo que permitira dar vida a un grupo de liblulas cuya tarea era la de defender un castillo de la invasin inminente de un ejrcito de mantis religiosas. El horario colgado de la pared indicaba que el ataque estaba previsto para el lunes. Si de ah a entonces el escuadrn no estaba listo, o bien la ciudadela caera sin resistencia en manos enemigas, o el nuevo dibujo animado se retrasara mucho; tanto una opcin como la otra eran inconcebibles.

Julia empuj su silln con ruedas y se instal entre sus colaboradores. Tras consultar sus progresos, decidi activar el procedimiento de urgencia. Descolg el telfono y llam, uno tras otro, a todos los miembros de su equipo. Disculpndose cada vez por estropearles la tarde del domingo, los convoc en la sala de reuniones una hora ms tarde. Aunque tuvieran que repasar todos los datos, la noche entera, no llegara la maana del lunes sin que sus liblulas invadieran el cielo de Enowkry.

Y mientras el primer equipo se declaraba vencido, Julia baj corriendo hacia los diferentes puestos del mercado para llenar dos cajas de pasteles y sandwiches de todo tipo con los que alimentar a las tropas.

A medioda, treinta y siete personas haban respondido a su convocatoria. La atmsfera tranquila que haba reinado en la oficina por la maana cedi paso a la ebullicin propia de una colmena, en la que dibujantes, infografistas, iluminadores, programadores y expertos en animacin intercambiaban informes, anlisis y las ideas ms estrafalarias.

A las cinco, una pista descubierta por una reciente incorporacin al equipo suscit una gran efervescencia y una asamblea en la sala de reuniones. Charles, el joven informtico recientemente contratado como refuerzo, apenas llevaba ocho das en activo en la compaa. Cuando Julia le pidi que tomara la palabra para exponer su teora, le temblaba la voz y slo acertaba a balbucear. El jefe de equipo no le facilit la tarea burlndose de su manera de hablar. Al menos, hasta que el joven se decidi a concentrarse largos segundos sobre el teclado de su ordenador mientras an se oan las burlas a su espalda; burlas que cesaron definitivamente cuando una liblula empez a agitar las alas en mitad de la pantalla y levant el vuelo describiendo un crculo perfecto en el cielo de Enowkry.

Julia fue la primera en felicitarlo, y sus treinta y cinco colegas aplaudieron. Ya slo quedaba conseguir que otras setecientas cuarenta liblulas con sus armaduras levantaran a su vez el vuelo. El joven informtico mostr algo ms de aplomo y expuso el mtodo gracias al cual se poda multiplicar su frmula. Mientras detallaba su proyecto, son el timbre del telfono. El colaborador que descolg le hizo una sea a Julia: la llamada era para ella y pareca urgente. sta le murmur a su vecino de mesa que se fijara bien en lo que estaba explicando Charles y sali de la sala para responder a la llamada en su despacho.

Julia reconoci en seguida la voz del seor Zimoure, el dueo de la tienda situada en la planta baja de su casa, en Horatio Street. Seguro que, una vez ms, las caeras de su apartamento haban exhalado su ltimo suspiro. El agua deba de caer a chorros por el techo sobre las colecciones de zapatos del seor Zimoure, aquellos que, en perodo de rebajas, costaban el equivalente de la mitad de su sueldo. Julia conoca ese dato, pues era precisamente lo que le haba indicado su agente de seguros, que el ao anterior le haba entregado un cheque considerable al seor Zimoure para compensar los daos que le haba causado. A Julia se le haba olvidado cerrar la llave del agua de su antigua lavadora antes de salir de casa, pero a quin no se le olvidan ese tipo de detalles?

Ese da, su agente de seguros le dijo que era la ltima vez que pensaba asumir un siniestro de ese tipo. Si haba sido tan amable de convencer a su compaa para no suspender pura y simplemente su pliza, era slo porque Tilly era el personaje preferido de sus hijos y la salvadora de sus domingos por la maana desde que les haba comprado los dibujos animados en DVD.

En lo que a las relaciones de Julia con el seor Zimoure se refera, la cuestin haba requerido muchos ms esfuerzos. Una invitacin a la fiesta de Accin de Gracias que Stanley haba organizado en su casa, un recuerdo de la tregua en Navidad y otras mltiples atenciones haban sido necesarias para que el clima entre vecinos volviera a ser normal. El personaje en cuestin no era especialmente agradable, tena teoras sobre todo y en general slo se rea de sus propios chistes. Conteniendo el aliento, Julia esper a que su interlocutor le anunciara la magnitud de la catstrofe.

-Seorita Walsh

-Seor Zimoure, sea lo que sea lo que haya ocurrido, sepa usted que lo siento en el alma.

-No tanto como yo, seorita Walsh. Tengo la tienda abarrotada de gente y cosas ms importantes que hacer que ocuparme en su ausencia de sus problemas de entrega a domicilio.

Julia trat de apaciguar los latidos de su corazn y comprender de qu se trataba esta vez. -Qu entrega?

-Eso debera decrmelo usted, seorita!

-Lo siento mucho, yo no he encargado nada y, de todas maneras, siempre pido que lo entreguen todo en mi oficina.

-Pues bien, parece que esta vez no ha sido as. Hay un enorme camin aparcado delante de mi tienda. El domingo es el da ms importante para m, por lo que me causa un perjuicio considerable. Los dos gigantes que acaban de descargar esa caja a su nombre se niegan a marcharse mientras nadie acuse recibo de la mercanca. A ver, segn usted, qu tenemos que hacer?

-Una caja?

-Eso es exactamente lo que acabo de decirle, es que tengo que repetrselo todo dos veces mientras mi clientela se impacienta?

-Estoy confundida, seor Zimoure -prosigui Julia-, no s qu decirle.

-Pues dgame, por ejemplo, cundo podr venir, para que pueda informar a esos seores del tiempo que vamos a perder todos gracias a usted.

-Pero ahora me es del todo imposible ir, estoy en pleno trabajo

-Y qu se cree que estoy haciendo yo, seorita Walsh? Crucigramas?

-Seor Zimoure, yo no estoy esperando ninguna entrega, ni un paquete, ni un sobre, y mucho menos una caja! Como le digo, slo puede tratarse de un error.

-En el albarn que puedo leer sin gafas desde el escaparate de mi tienda, puesto que su caja est colocada en la acera delante de m, figura su nombre en grandes letras de molde justo encima de nuestra direccin comn y bajo la palabra Frgil; sin duda se trata de un olvido por su parte! No sera la primera vez que su memoria le juega una mala pasada, verdad?

Quin poda ser el remitente? Quiz se tratara de un regalo de Adam, de un encargo que ya no recordara, algn equipamiento destinado a la oficina y que, por error, hubiera pedido que le entregaran en su domicilio? Fuera como fuere, Julia no poda abandonar de ninguna manera a sus colaboradores, a los que haba hecho acudir al trabajo en domingo. El tono del seor Zimoure dejaba bien claro que tena que ocurrrsele algo lo antes posible o, ms bien, inmediatamente.

-Creo que he encontrado la solucin a nuestro problema, seor Zimoure. Con su ayuda, podramos salir de este apuro.

-Permtame de nuevo apreciar su espritu matemtico. Me habra sorprendido mucho, seorita Walsh, que me dijera que poda resolver lo que por el momento a todas luces es un problema exclusivamente suyo, y no mo. La escucho, pues, con suma atencin.

Julia le confi que esconda un duplicado de la llave de su apartamento bajo la alfombrilla de la escalera, a la altura del sexto escaln. No tena ms que contarlos. Si no era el sexto, deba ser el sptimo o el octavo. El seor Zimoure podra entonces abrirles la puerta a los dos gigantes, y estaba segura de que, si lo haca, stos no tardaran en alejar de all ese camin enorme que obstrua su escaparate.

-E imagino que lo ideal para usted sera que esperara a que se hubieran marchado para cerrar la puerta de su apartamento, verdad?

-Desde luego, sera lo ideal, no habra acertado a encontrar un trmino mejor, seor Zimoure

-Si se trata de algn electrodomstico, seorita Walsh, le agradecera mucho que tuviera usted a bien encargarle la instalacin a algn tcnico experimentado. Supongo que imagina por qu lo digo!

Julia quiso tranquilizarlo, no haba encargado nada parecido, pero su vecino ya haba colgado. Se encogi de hombros, reflexion unos segundos y volvi a enfrascarse en la tarea que monopolizaba su pensamiento.

Al caer la noche, todo el mundo se congreg ante la pantalla de la gran sala de reuniones. Charles estaba al ordenador, y los resultados que obtena parecan prometedores. Unas horas ms de trabajo y la batalla de las liblulas podra desarrollarse en el horario previsto. Los informticos repasaban sus clculos, los dibujantes perfilaban los ltimos detalles del decorado, y Julia empezaba a sentirse intil. Fue a la cocina, donde se encontr con Dray, un dibujante y amigo con el que haba hecho gran parte de sus estudios.

Al verla desperezarse, l adivin que empezaba a dolerle la espalda y le aconsej que se fuera a casa. Tena la suerte de vivir a unas manzanas de all, as que deba aprovecharlo. La llamara en cuanto hubieran terminado las pruebas. Julia era sensible a su amabilidad, pero su deber era no abandonar a sus tropas; Dray replic que verla ir de despacho en despacho aada una tensin intil al cansancio general.

-Y desde cundo mi presencia es una carga aqu? -quiso saber ella.

-Venga, no exageres, todo el mundo est agotado. Llevamos seis semanas sin tomarnos un solo da de descanso.

Julia debera haber estado de vacaciones hasta el domingo siguiente, y Dray confes que el personal esperaba aprovechar para tomarse un respiro.

-Todos pensbamos que estaras de viaje de novios No te lo tomes a mal, Julia. Yo no soy ms que su portavoz -continu Dray con aire incmodo-. Es el precio que tienes que pagar por las responsabilidades que has asumido. Desde que te nombraron directora del departamento de creacin, ya no eres una simple compaera de trabajo, representas cierta autoridad No tienes ms que ver la cantidad de gente que has logrado movilizar con unas simples llamadas telefnicas, y encima en domingo!

-Me parece que era necesario, no? Pero creo que he entendido la cuestin -contest Julia-. Puesto que mi autoridad parece pesar sobre la creatividad de unos y otros, me marcho. No dejes de llamarme cuando hayis terminado, no porque sea la jefa, sino porque soy parte del equipo!

Julia cogi su gabardina, abandonada sobre el respaldo de una silla, comprob que sus llaves estaban en el fondo del bolsillo de sus vaqueros y se dirigi a paso rpido hacia el ascensor.

Al salir del edificio, marc el nmero de Adam, pero le respondi el contestador.

-Soy yo -dijo-, slo quera or tu voz. Ha sido un sbado siniestro y un domingo tambin muy triste. Al final, no s si ha sido muy buena idea quedarme sola. Bueno, s, al menos te habr ahorrado mi mal humor. Mis compaeros de trabajo casi me echan de la oficina. Voy a caminar un poco, a lo mejor ya has vuelto del campo y ests en la cama. Estoy segura de que estars agotado despus de un fin de semana entero con tu madre. Podras haberme dejado algn mensaje Bueno, un beso. Iba a decirte que me devolvieras la llamada, pero es una tontera porque imagino que ya estars durmiendo. De todas maneras, me parece que todo lo que acabo de decir es una tontera. Hasta maana. Llmame cuando te despiertes.

Julia se guard el mvil en el bolso y fue a caminar por los muelles. Media hora ms tarde, volvi a su casa y descubri un sobre pegado con celo en la puerta de entrada, con su nombre garabateado. Intrigada, lo abri. He perdido una dienta por ocuparme de su entrega. He vuelto a dejar la llave en su sitio. P. S.: Bajo el undcimo escaln, y no el sexto, el sptimo o el octavo! Que pase un buen domingo! El mensaje no iba firmado.

-Ya de paso slo tena que marcar con flechas el itinerario para los ladrones! -rezong Julia mientras suba la escalera.

Y, conforme suba, se senta devorada de impaciencia por descubrir lo que poda contener ese paquete que la esperaba en su casa. Aceler el paso, recuper la llave bajo la alfombrilla de la escalera, decidida a encontrarle un nuevo escondite, y encendi la luz al entrar.

Una enorme caja colocada en vertical ocupaba el centro del saln.

-Pero qu ser esto? -dijo dejando sus cosas sobre la mesa baja.

En efecto, en la etiqueta pegada en un lado de la caja, justo debajo de la inscripcin que rezaba Frgil, pona su nombre. Julia empez por rodear la voluminosa caja de madera clara. Era demasiado pesada como para pensar siquiera en moverla de ah, aunque slo fuera unos metros. Y a no ser que tuviera un martillo y un destornillador, tampoco vea cmo iba a poder abrirla.

Adam no contestaba al telfono, de modo que le quedaba su recurso habitual: marc el nmero de Stanley.

-Te molesto?

-Un domingo por la noche, a estas horas? Estaba esperando que me llamaras para salir.

-Anda, tranquilzame, no sers t el que me ha enviado a casa una estpida caja de casi dos metros de alto?

-De qu ests hablando, Julia?

-Vale, era lo que me imaginaba! Siguiente pregunta: cmo se abre una estpida caja de dos metros de alto? -De qu es? -De madera!

-Pues no s, con una sierra?

-Gracias por tu ayuda, Stanley, seguro que tengo una sierra en mi bolso o en el botiqun -contest Julia.

-Sin nimo de ser indiscreto, qu contiene?

-Pues eso es lo que me gustara saber! Y si tanta curiosidad tienes, Stanley, cgete ahora mismo un taxi y ven a echarme una mano.

-Estoy en pijama, querida!

-Pensaba que habas dicho que ibas a salir.

-S, pero de la cama!

-Bueno, pues nada, me las apaar yo sola. -Espera, deja que piense. La caja no tiene un pomo, un tirador o algo as? -No!

-Y bisagras?

-No veo ninguna.

-A lo mejor es arte moderno, una caja que no se abre, firmada por un gran artista, qu me dices? -aadi Stanley rindose.

El silencio de Julia le indic que la cosa no estaba en absoluto para bromas.

-Has probado a darle un empujoncito, un golpe seco, como para abrir las puertas de algunos armarios? Empujas un poquito, y zas!, se abre

Y mientras su amigo segua explicndole cmo hacerlo, Julia apoy la mano en la madera. Apret como acababa de sugerirle Stanley, y una de las caras de la caja se abri lentamente.

-Hola? Hola? -se desgaifaba Stanley al telfono-. Julia, ests ah?

Se le haba cado el telfono de la mano. Pasmada, Julia contemplaba el contenido de la caja y apenas acertaba a dar crdito a lo que vea.

La voz de Stanley segua zumbando en el aparato, tirado a sus pies. Julia se inclin despacio para recoger el telfono, sin apartar la mirada de la caja.

-Stanley?

-Menudo susto me has dado, ests bien? -Por as decirlo.

-Quieres que me vista y vaya corriendo?

-No -dijo ella con voz tona-, no es necesario.

-Has conseguido abrir la caja?

-S -contest con aire ausente-. Maana te llamo.

-Me ests preocupando!

-Vuelve a acostarte, Stanley. Un beso.

Y Julia colg.

-Quin habr podido mandarme algo as? -se pregunt en voz alta, sola en mitad de su apartamento.

En el interior de la caja, de pie frente a ella, haba una especie de estatua de cera de tamao natural, una rplica perfecta de Anthony Walsh. El parecido era pasmoso; habra bastado que abriera los ojos para cobrar vida. A Julia le cost recuperar el aliento. Por su nuca resbalaban gotitas de sudor fro. Se acerc despacio. La reproduccin en tamao natural de su padre era prodigiosa, el color y el aspecto de la piel mostraban una autenticidad asombrosa. Zapatos, traje gris oscuro, camisa blanca de algodn, todas esas prendas eran idnticas a las que sola llevar Anthony Walsh. Le hubiera gustado tocarle la mejilla, arrancarle un pelo para asegurarse de que no era l, pero haca tiempo que Julia y su padre le haban perdido el gusto al menor contacto fsico. Ni el ms mnimo abrazo, ni un beso, ni siquiera una leve caricia en la mano, nada que hubiera podido parecerse a un gesto de ternura. La grieta que los aos haban cavado ya no poda colmarse, y mucho menos con un duplicado.

Ya no quedaba ms remedio que aceptar lo impensable. A alguien se le haba ocurrido la idea terrible de encargar una rplica de Anthony Walsh, una figura como las que se encontraban en los museos de cera, en Quebec, en Pars o en Londres, un personaje de un realismo an ms asombroso que todo lo que Julia haba podido ver hasta entonces. Y, justamente, si no hubiera estado tan asombrada, Julia habra gritado.

Observando con atencin la escultura, descubri en la cara interior de la manga una notita prendida con un alfiler, con una flecha trazada con tinta azul que sealaba hacia el bolsillo superior de la chaqueta. Julia cogi la nota y ley la palabra que alguien haba garabateado en el reverso: Encindeme. Reconoci al instante la singular caligrafa de su padre.

Del bolsillo que la flecha indicaba, y en el que Anthony Walsh sola guardar un pauelo de seda, asomaba el borde de lo que a todas luces pareca un mando a distancia. Julia se apoder de l. Presentaba un nico botn, una tecla rectangular de color blanco.

Julia pens que iba a desmayarse. Era una pesadilla, se despertara unos momentos despus, empapada en sudor, burlndose de s misma por haber dado crdito a algo tan increble. Ella que, sin embargo, se haba jurado, al ver el fretro de su padre descender bajo tierra, que haca tiempo que haba concluido el duelo por su padre, que no podra sufrir por su ausencia cuando sta estaba consumada desde haca casi veinte aos. Ella, que casi se haba enorgullecido de haber madurado, caer de esa manera en la trampa de su inconsciente, rayaba en lo absurdo y lo ridculo. Su padre haba abandonado las noches de su infancia, pero de ninguna manera pensaba permitir Julia que su recuerdo viniera a poblar las de su vida adulta.

El ruido del contenedor de basura trastabillando sobre la acera no tena nada de irreal. Julia estaba despierta y, delante de ella, una extraa estatua de ojos cerrados pareca aguardar a que se decidiera, de una vez, a pulsar el botn de un simple mando a distancia.

El camin de la basura se alej por la calle. Julia hubiera preferido que no se fuera; se habra precipitado hasta la ventana, habra suplicado a los basureros que se llevaran de su casa esa pesadilla imposible. Pero la calle estaba otra vez sumida en el silencio.

Roz la tecla con el dedo, muy despacio, sin encontrar an la fuerza de aplicar sobre ella la ms mnima presin.

Ya estaba bien. Lo ms sensato sera cerrar la caja, buscar en la etiqueta los datos de la empresa de transporte, llamarlos al da siguiente a primera hora, darles la orden de que acudieran a llevarse ese siniestro mueco y, por ltimo, hallar la identidad del autor de esa broma de mal gusto. Quin haba podido imaginar una mascarada como sa, quin de su entorno era capaz de una crueldad as?

Julia abri la ventana de par en par y respir profundamente el aire templado de la noche.

Fuera, el mundo segua tal y como lo haba dejado al franquear la puerta de su casa. Las mesas del restaurante griego estaban apiladas unas sobre otras, las luces del rtulo, apagadas, una mujer cruzaba la calle, paseando a su perro. Su labrador color chocolate avanzaba en zigzag, tirando de su correa, para olisquear primero el pie de una farola y luego la pared bajo una ventana.

Julia contuvo el aliento, sujetando bien fuerte el mando a distancia con la mano. Por mucho que repasara mentalmente la lista de sus conocidos, un solo nombre volva a su cabeza una y otra vez, una sola persona susceptible de haber imaginado una historia as, una puesta en escena como sa. Movida por la rabia, dio media vuelta y cruz la habitacin, decidida ahora a comprobar que el presentimiento que la embargaba era acertado.

Puls la tecla, se oy un clic, y los prpados de lo que ya no era una mera estatua se abrieron; el rostro esboz una sonrisa y la voz de su padre pregunt:

-Ya me echas un poquito de menos?

5

-Me voy a despertar! Nada de lo que me est pasando esta noche pertenece al universo de lo posible! Dmelo antes de que me convenza de que me he vuelto loca.

-Vamos, vamos, clmate, Julia -contest la voz de su padre.

Dio un paso al frente para salir de la caja y, haciendo una mueca, se desperez. La exactitud de los movimientos, incluso los de los rasgos de su rostro, apenas un poco inexpresivo, resultaba pasmosa.

-No, hombre, no, no te has vuelto loca -prosigui-; slo ests sorprendida, y, te lo concedo, en estas circunstancias, es lo ms normal del mundo.

-Nada es normal, no puedes estar aqu -murmur Julia negando con la cabeza-, es estrictamente imposible!

-Es cierto, pero el que est delante de ti no soy yo del todo.

Julia se llev la mano a la boca y, bruscamente, se ech a rer.

-El cerebro es de verdad una mquina increble! He estado a punto de creerlo. Estoy dormida, he bebido algo al volver a casa que no me ha sentado bien. Vino blanco? Eso es, no soporto el vino blanco! Ser tonta, he cado en la trampa de mi propia imaginacin -prosigui, recorriendo la habitacin de un extremo a otro-. Concdeme al menos que, de todos mis sueos, ste es con diferencia el ms loco!

-Basta, Julia -le pidi delicadamente su padre-. Ests perfectamente despierta y del todo lcida.

-No, eso lo dudo mucho, porque te veo, porque te hablo y porque ests muerto!

Anthony Walsh la observ unos segundos, en silencio, y contest amablemente:

-Claro que s, Julia, estoy muerto!

Y, al ver que ella se quedaba all parada, mirndolo petrificada, le puso la mano en el hombro y seal el sof.

-Quieres sentarte un momento y escucharme?

-No! -exclam ella, zafndose de su mano.

-Julia, es de verdad necesario que escuches lo que tengo que decirte.

-Y si no quiero? Por qu tendran que ser las cosas siempre como t decides?

-Ya no. Basta con que pulses de nuevo la tecla de ese mando a distancia, y volver a estar inmvil. Pero entonces no tendrs jams la explicacin de lo que est ocurriendo.

Julia observ el objeto que sostena an en la mano, reflexion un instante, apret las mandbulas y se sent de mala gana, obedeciendo a ese extrao mecanismo que se pareca tanto a su padre.

-Te escucho! -murmur.

-S que todo esto es un poco desconcertante. S tambin que hace mucho que no hemos tenido noticias el uno del otro.

-Un ao y cinco meses!

-Tanto?

-Y veintids das!

-Tan precisa es tu memoria?

-Todava recuerdo bien mi fecha de cumpleaos. Le pediste a tu secretario que me llamara para decir que no te esperara para cenar, se supona que te uniras ms tarde, pero no apareciste!

-No lo recuerdo.

-Pues yo s!

-De todas formas, no es sa la pregunta importante.

-No te he hecho ninguna pregunta -respondi Julia con la misma sequedad.

-No s muy bien por dnde empezar.

-Todo tiene siempre un principio, es una de tus eternas rplicas, as que empieza por explicarme lo que est ocurriendo.

-Hace algunos aos, me hice accionista de una compaa de alta tecnologa, as es como las llaman. Conforme pasaban los meses, sus necesidades financieras aumentaron, por lo que mi parte del capital tambin, tanto que al final termin ocupando un puesto en el consejo de administracin.

-Otra empresa ms absorbida por tu grupo?

-No, esta vez la inversin era slo a ttulo personal; no pas de ser un accionista ms, pero vamos, se puede decir que era un inversor importante.

-Y qu desarrolla esa compaa en la que invertiste tanto dinero?

-Androides!

-Qu? -exclam Julia.

-Me has odo perfectamente. Humanoides, si lo prefieres. -Para qu?

-No somos los primeros en haber tenido la idea de crear mquinas o robots de apariencia humana para librarnos de todas las tareas que no queremos hacer.

-Has vuelto a la Tierra para pasar la aspiradora por mi casa?

-Hacer la compra, vigilar la casa, contestar al telfono, proporcionar respuestas a todo tipo de preguntas; en efecto, sas son slo algunas de las aplicaciones posibles. Pero digamos que la compaa de la que te hablo ha desarrollado un proyecto ms elaborado, ms ambicioso, por as decirlo.

-Lo que significa?

-Lo que significa dar la posibilidad de ofrecer a los tuyos unos das ms de presencia.

Julia lo miraba desconcertada, sin comprender del todo lo que su padre le explicaba. Entonces Anthony Walsh aadi:

-Unos das ms, despus de haber muerto!

-Es una broma? -pregunt Julia.

-Pues considerando la cara que has puesto al abrir la caja, tengo que decir que lo que t llamas una broma desde luego es muy lograda -contest Anthony Walsh, mirndose en el espejo colgado de la pared-. Hay que reconocer que rozo la perfeccin. Aunque no creo haber tenido nunca estas arrugas en la frente. Se les ha ido un poco la mano.

-Ya las tenas cuando yo era pequea, de modo que, a no ser que te hayas hecho un lifting, no creo que hayan desaparecido solas.

-Gracias! -respondi l, todo sonrisas.

Julia se levant para observarlo desde ms cerca. Si lo que tena delante era una mquina, haba que reconocer que el trabajo era sobresaliente.

-Es imposible, es tecnolgicamente imposible!

-Qu lograste ayer en la pantalla de tu ordenador que hace tan slo un ao te habra parecido del todo imposible?

Julia fue a sentarse a la mesa de la cocina y se tap la cabeza con las manos.

-Hemos invertido muchsimo dinero para llegar a este resultado, y te dir incluso que yo no soy ms que un prototipo. Eres nuestra primera cliente, aunque para ti, por supuesto, el servicio sea gratuito. Es un regalo! -aadi Anthony Walsh, afable.

-Un regalo? Y quin en su sano juicio querra un regalo as?

-Sabes cuntas personas se dicen en los ltimos instantes de su vida: Si lo hubiera sabido, si hubiera podido comprenderlo o darme cuenta, si hubiera podido decirles, si supieran -Como Julia pareca haberse quedado sin voz, Anthony Walsh prosigui-: El mercado es inmenso!

-Esta cosa a la que le estoy hablando, eres t de verdad?

-Casi! Digamos que esta mquina contiene mi memoria, gran parte de mi crtex cerebral, un dispositivo implacable compuesto por millones de procesadores, dotado de una tecnologa que reproduce el color y la textura de la piel, y capaz de una movilidad que se acerca a la perfeccin de la mecnica humana.

-Por qu? Para qu? -pregunt Julia, estupefacta.

-Para que podamos disfrutar de estos ltimos das que nunca tuvimos, unas horas ms robadas a la eternidad, slo para que t y yo podamos al fin decirnos todas las cosas que no nos dijimos.

Julia se haba levantado del sof. Recorra el saln de un extremo a otro, admitiendo la situacin a la que se enfrentaba para acto seguido rechazarla. Fue a la cocina a servirse un vaso de agua, se lo bebi de un tirn y regres junto a Anthony Walsh.

-Nadie me creer! -dijo rompiendo el silencio.

-No es eso lo que te dices cada vez que te imaginas una de tus historias? No es sa la cuestin que te absorbe por completo, mientras tu pluma se anima para dar vida a tus personajes? Acaso no me dijiste, cuando me negaba a creer en tu trabajo, que era un ignorante que no entenda nada del poder de los sueos? Acaso no me has dicho miles de veces que los nios arrastran a sus padres a los mundos imaginarios que tus amigos y t inventis en vuestras pantallas? Acaso no me has recordado que no haba querido creer en tu carrera, y eso que tu profesin te entreg un premio? Trajiste al mundo a una nutria de absurdos colores y creste en ella. Me vas a decir ahora, porque un personaje improbable se anima ante tus ojos, que te negaras a creer en l slo porque dicho personaje, en lugar de tener el aspecto de un animal extrao, reviste el de tu padre? Si tu respuesta es s, entonces ya te lo he dicho, no tienes ms que pulsar esa tecla! -concluy Anthony Walsh, sealando el mando a distancia que Julia haba abandonado sobre la mesa.

Ella aplaudi.

-Haz el favor de no aprovechar que estoy muerto para mostrarte insolente conmigo!

-Si de verdad me basta con pulsar este botn para cerrarte por fin la boca, me va a faltar tiempo!

Y justo cuando en el rostro de su padre se dibujaba esa expresin tan familiar que pona cuando estaba enfadado, los interrumpieron dos golpecitos de claxon que provenan de la calle.

El corazn de Julia volvi a latir a toda velocidad. Habra reconocido entre miles el crujido de la caja de cambios cada vez que Adam daba marcha atrs. No haba duda, estaba aparcando en la puerta de su casa.

-Mierda! -murmur precipitndose a la ventana.

-Quin es? -quiso saber su padre.

-Adam!

-Quin?

-El hombre con el que debera haberme casado el sbado.

-Cmo que deberas?

-El sbado estaba en tu entierro!

-Ah, s!

-Ah, s! Ya hablaremos de eso ms tarde! Mientras tanto, vuelve ahora mismo a tu caja! -Cmo?

-En cuanto Adam termine de aparcar, lo que nos deja an unos minutos, subir. He anulado nuestra boda para asistir a tu funeral, preferira evitar que te encontrara en mi casa!

-No veo el motivo de mantener secretos innecesarios. Si l es la persona con quien queras compartir tu vida, confa en l! Perfectamente puedo explicarle la situacin como acabo de hacer contigo.

-Para empezar, no hables en pasado, no he anulado la boda, slo la he aplazado! En cuanto a tus explicaciones, se es el problema precisamente, ya me cuesta a m creerlas, con que no le pidas a l lo imposible.

-Quiz sea ms abierto de mente que t

-Adam no sabe utilizar una cmara de vdeo, as que, en materia de androides, tengo dudas de que se sintiera en su salsa en presencia de uno. Vuelve a meterte en tu caja, maldita sea!

-Permteme que te diga que es una idea estpida! Exasperada, Julia mir a su padre.

-Bueno, no hace falta que pongas esa cara -dijo l en seguida-. No tienes ms que reflexionar un momento. Una caja de dos metros de alto, cerrada en mitad de tu saln, no crees que querr saber lo que hay dentro?

Al ver que Julia no contestaba, Anthony aadi, satisfecho:

-Lo que yo pensaba!

-Date prisa -suplic ella asomndose a la ventana-, ve a esconderte en algn sitio, acaba de apagar el motor.

-Qu pequea es tu casa -dijo Anthony mirando a su alrededor.

-Lo que corresponde a mis necesidades y a lo que puedo permitirme!

-No me lo parece. Si hubiera, qu s yo, un saloncito, una biblioteca, una sala de billar, aunque slo fuera un lavadero, al menos podra meterme ah mientras te espero. Estos apartamentos que slo tienen una habitacin grande Vaya una manera de vivir! Cmo quieres tener la ms mnima intimidad aqu?

-La mayora de la gente no tiene biblioteca ni sala de billar en su casa.

-Eso sern tus amigos, querida!

Julia se volvi hacia l y le lanz una mirada furiosa.

-Me has amargado la vida mientras vivas, y ahora has mandado construir esta mquina de tres mil millones de dlares para seguir fastidindome despus de muerto? Es eso?

-Aunque slo sea un prototipo, esta mquina, como t dices, est muy lejos de costar una suma tan descabellada; de ser as, nadie podra permitrsela, o qu te crees?

-Tus amigos, quiz? -replic ella con irona.

-Desde luego, Julia, qu mal carcter tienes. Bueno, dejemos de discutir, parece que es urgente que tu padre desaparezca, cuando acaba de reaparecer. Qu hay en el piso de arriba? Un desvn, una buhardilla?

-Otro apartamento!

-Habitado por una vecina a la que conoces lo suficiente para que vaya a llamar a su puerta a pedirle sal o mantequilla, por ejemplo, mientras te las apaas para librarnos de tu prometido?

Julia se precipit a los cajones de la cocina, que abri uno tras otro.

-Qu buscas?

-La llave -susurr mientras ya oa la voz de Adam, llamndola desde la calle.

-Tienes la llave del apartamento de arriba? Te advierto de que si me mandas al desvn, lo ms probable es que me cruce con tu prometido en la escalera.

-Soy yo la duea del apartamento de arriba! Lo compr el ao pasado con una prima que me dieron en el trabajo, pero todava no tengo dinero para reformarlo, as que est hecho una leonera!

-Ah, porque, segn t, este apartamento de abajo est ordenado?

-Te voy a matar si sigues dndome la tabarra!

-Aun a riesgo de contradecirte, ya es demasiado tarde. Y si de verdad estuviera ordenada tu casa, ya habras encontrado las llaves que veo colgadas de ese clavo junto a los fogones.

Julia levant la cabeza y se precipit hacia el manojo de llaves. Lo cogi y se lo dio en seguida a su padre.

-Sube y no hagas ruido. Sabe que all no vive nadie!

-Ms valdra que fueras a hablar con l en lugar de regaarme: como siga gritando tu nombre en la calle, terminar por despertar a todo el vecindario.

Julia corri a la ventana y se inclin por encima del alfizar.

-Habr llamado al menos diez veces! -dijo Adam retrocediendo un paso en la acera.

-Lo siento, no funciona el telefonillo -contest Julia. -No me has odo llegar?

-S, bueno, o sea, justo ahora. Estaba viendo la tele. -Me abres?

-S, claro -respondi ella, dudosa, sin moverse de la ventana, mientras la puerta del apartamento de arriba se cerraba.

-Vaya, parece que mi visita sorpresa te da una alegra loca!

-Pues claro que s! Por qu dices eso?

-Porque sigo aqu en la calle. He credo comprender al escuchar tu mensaje que no estabas muy bien, o sea, me ha parecido, por eso me he acercado a verte segn volva del campo, pero si prefieres que me vaya

-Que no, que no, ahora mismo te abro!

Se dirigi al telefonillo y puls el botn que abra la puerta de entrada. sta zumb, y Julia oy los pasos de Adam en la escalera. Apenas le dio tiempo a precipitarse a la cocina, coger un mando a distancia, soltarlo al instante asustada -ste no tendra efecto alguno sobre el televisor-, abrir el cajn de la mesa, encontrar el mando adecuado y rezar por que an funcionaran las pilas. El aparato se encendi en el preciso momento en que Adam abra la puerta.

-Ya no cierras con llave la puerta de tu casa? -pregunt al entrar.

-S, pero acabo de abrirla para ti -improvis Julia mientras en su fuero interno echaba pestes contra su padre.

Adam se quit la chaqueta y la dej sobre una silla. Contempl la nieve que parpadeaba en la pantalla.

-De verdad estabas viendo la tele? Pensaba que te horrorizaba.

-Por una vez no me va a pasar nada -contest Julia tratando de recuperar la sangre fra.

-Tengo que decir que el programa que estabas viendo no es de los ms interesantes.

-No te burles de m, quera apagarla, pero como la utilizo tan poco debo de haberme equivocado de botn.

Adam mir a su alrededor y descubri el extrao objeto en mitad de la habitacin.

-Qu pasa? -pregunt ella con evidente mala fe.

-Por si no te habas dado cuenta, en tu saln hay una caja de dos metros de alto.

Julia se aventur a darle una explicacin azarosa. Se trataba de un embalaje especial, concebido para devolver un ordenador averiado. Los transportistas lo haban dejado por error en su casa, en lugar de en la oficina.

-Debe de ser muy frgil para que lo embalis en una caja de esta altura.

-Es una mquina complejsima -aadi Julia-, un trasto enorme que abulta mucho, y s, en efecto, es muy frgil!

-Y se han equivocado de direccin? -sigui preguntando Adam, intrigado.

-S, bueno, en realidad me he equivocado yo al rellenar el formulario. Con todo el cansancio que he acumulado estas ltimas semanas al final no s ni lo que hago.

-Ten cuidado, podran acusarte de desviar fondos de la compaa.

-No, nadie va a acusarme de nada -contest Julia, traicionando cierta impaciencia en el tono de su voz. -Quieres hablarme de algo? -Por qu?

-Porque tengo que llamar diez veces y gritar en la calle para que te asomes a la ventana, porque cuando subo te encuentro algo arisca, con la televisin encendida cuando ni siquiera est enchufado el cable de la antena, mralo t misma! Porque ests rara, nada ms.

-Y qu quieres que te oculte, Adam? -replic Julia, que ya no trataba en absoluto de esconder su irritacin.

-No s, no he dicho que estuvieras ocultndome algo, o si acaso eso tendras que decrmelo t.

Julia abri bruscamente la puerta de su dormitorio y luego la del armario; se dirigi despus a la cocina y empez a abrir cada alacena, primero la de encima del fregadero, luego la de al lado, la otra, y as hasta la ltima.

-Pero se puede saber qu ests haciendo? -quiso saber Adam.

-Buscar dnde he podido esconder a mi amante, porque es eso lo que me ests preguntando, no? -Julia! -Qu pasa?

El timbre del telfono interrumpi la discusin incipiente.

Ambos miraron el aparato, intrigados. Julia descolg. Escuch largamente a su interlocutor, le dio las gracias por su llamada y lo felicit antes de colgar. -Quin era?

-Del trabajo. Por fin han resuelto ese problema que bloqueaba la realizacin del dibujo animado, la produccin puede proseguir, cumpliremos los plazos de entrega.

-Ves? -dijo Adam con la voz ms suave ahora-. Si nos hubiramos marchado maana por la maana como estaba previsto, hasta habras estado tranquila durante nuestro viaje de novios.

-Lo s, Adam, lo siento de verdad, si supieras cunto! De hecho tengo que devolverte los billetes, los tengo en la oficina.

-Puedes tirarlos o guardarlos de recuerdo, no se podan cambiar ni te devolvan el dinero.

Julia hizo un gesto habitual en ella. Siempre que se abstena de comentar algo sobre un tema que la disgustaba, enarcaba las cejas.

-No me mires as -se justific en seguida Adam-. Reconoce que no es muy frecuente anular un viaje de novios tres das antes! Y podramos habernos ido de todas maneras

-Slo porque no te devuelven el dinero?

-No es eso lo que quera decir -dijo Adam, abrazndola-. Bueno, tu mensaje no menta sobre tu estado de nimo, no debera haber venido. Necesitas estar sola, ya te he dicho que lo entenda, y no he cambiado de opinin. Me voy, maana ser otro da.

Cuando ya se dispona a cruzar el umbral de la puerta, a travs del techo se oy un ligero crujido. Adam levant la cabeza y mir a Julia.

-Adam, por favor! Ser una rata correteando ah arriba!

-No s cmo haces para vivir en esta leonera.

-Estoy bien aqu, algn da podr permitirme una casa grande, ya lo vers.

-bamos a casarnos este fin de semana, al menos podras hablar en plural!

-Perdona, no quera decir eso.

-Cunto tiempo piensas seguir yendo y viniendo entre tu casa y mi piso de dos habitaciones, demasiado pequeo para tu gusto?

-No vamos a entrar otra vez en esa eterna discusin, no es el da ms indicado. Te lo prometo, en cuanto podamos permitirnos hacer obras y unir los dos pisos, tendremos sitio suficiente para ti y para m.

-Si he aceptado no arrancarte de este lugar al que pareces tener ms apego que a m es porque te quiero, pero si de verdad lo desearas, podramos vivir juntos desde ya.

-De qu ests hablando? -inquiri Julia-. Si ests aludiendo a la fortuna de mi padre, nunca la he querido mientras l estaba vivo, y no voy a cambiar de opinin ahora que ha muerto. Tengo que irme a dormir, ya que no nos marchamos maana de viaje, me espera un da cargado de trabajo.

-Tienes razn, vete a dormir, y ese ltimo comentario tuyo lo achacar a tu cansancio.

Adam se encogi de hombros y se fue, sin volverse siquiera al pie de la escalera para ver el gesto de despedida de Julia. La puerta de la casa se cerr tras l.

-Gracias por llamarme rata! Lo he odo! -exclam Anthony Walsh volviendo a entrar en el apartamento.

-A lo mejor preferas que le dijera que el ltimo grito en androides, fabricado a imagen y semejanza de mi padre, caminaba por encima de nuestras cabezas para que llamara a una ambulancia y me internara en un psiquitrico de inmediato?

-Pues habra tenido su gracia! -replic Anthony Walsh, divertido.

-Dicho esto, si quieres que sigamos intercambiando cortesas, muchas gracias por haberme fastidiado la boda.

-Perdname por haber muerto, cario!

-Gracias tambin por haberme enemistado con el dueo de la tienda que hay debajo de mi casa, y que desde hoy y durante meses pondr mala cara cada vez que me vea.

-Un zapatero! Qu nos importa?

-Qu pasa, que t no llevas zapatos? Gracias tambin por estropearme mi nica noche de descanso de la semana.

-A tu edad, yo slo descansaba la noche de Accin de Gracias!

-Ya lo s! Y, por ltimo, muchas gracias, aqu ya s que te has superado, por tu culpa me he portado fatal con mi prometido.

-Yo no tengo la culpa de vuestra pelea, chasela a tu mal carcter, yo no he tenido nada que ver!

-Que t no has tenido nada que ver? -grit Julia.

-Bueno, s, quiz un poco Hacemos las paces?

-Por esta noche, por ayer, por tus aos de silencio o por todas nuestras guerras?

-No he estado en guerra contra ti, Julia. Ausente, s, desde luego, pero nunca hostil.

-Lo dices de broma, espero. Siempre has intentado controlarlo todo a distancia, sin ningn derecho. Pero qu estoy haciendo? Estoy hablando con un muerto!

-Si quieres puedes apagarme.

-Pues seguro que es lo que tendra que hacer. Volver a meterte en tu caja y devolverte a no s qu compaa de alta tecnologa.

-1-800-300 00 01, cdigo 654.

Julia lo mir pensativa.

-Es la manera de contactar con la compaa -prosigui l-. No tienes ms que marcar ese nmero y comunicar el cdigo, pueden incluso apagarme a distancia si t no tienes el valor de hacerlo, y en menos de veinticuatro horas me quitarn de en medio. Pero pinsalo bien. Cuntas personas querran pasar unos das ms con un padre o una madre que acaba de morir? No tendrs una segunda oportunidad. Tenemos seis das, ni uno ms.

-Por qu seis?

-Es una solucin que hemos adoptado para resolver un problema tico. -Es decir?

-Como bien te imaginars, un invento como ste plantea ciertas cuestiones de orden moral. Hemos considerado importante que nuestros clientes no pudieran apegarse a este tipo de mquinas, por muy perfeccionadas que estn. Ya existan varias maneras de comunicar con alguien despus de muerto, tales como testamentos, libros, grabaciones sonoras o de imgenes. Digamos que aqu el procedimiento es innovador y, sobre todo, interactivo -aadi Anthony Walsh con tanto entusiasmo como si estuviera convenciendo a un posible comprador-. Se trata simplemente de ofrecer a la persona que va a morir un medio ms elaborado que el papel o el vdeo para transmitir sus ltimas voluntades, y, a los que siguen con vida, la oportunidad de disfrutar unos das ms de la compaa del ser querido. Pero no podemos permitir que se establezca una relacin afectiva con una mquina. Hemos aprendido de los intentos realizados en el pasado. No s si lo recuerdas, pero una vez se fabricaron unos muecos que simulaban recin nacidos, y estaban tan logrados que algunos compradores empezaron a comportarse con ellos como si fueran bebs de verdad. No queremos reproducir ese tipo de desviacin. No se trata en absoluto de poder conservar en tu casa indefinidamente un clon de tu padre o de tu madre. Aunque la idea pudiera resultar tentadora.

Anthony observ la expresin dubitativa de Julia.

-Bueno, al parecer, en lo que a nosotros respecta, no es tan tentadora El caso es que, al cabo de una semana, la batera se agota, y no hay forma alguna de recargarla. Todo el contenido de la memoria se borra, y se extinguen los ltimos hlitos de vida.

-Y no hay posibilidad de impedirlo?

-No, se ha previsto todo. Si algn listillo tratara de acceder a la batera, la memoria se formateara al instante. Es triste decirlo, en fin, al menos para m, pero soy como una linterna desechable! Seis das de luz y, despus, el gran salto a las tinieblas. Seis das, Julia, seis ditas de nada para recuperar el tiempo perdido; t decides.

-Desde luego, slo poda ocurrrsete a ti una idea tan extraa. Estoy segura de que eras mucho ms que un simple accionista en esa empresa.

-Si aceptas entrar en el juego, y mientras no pulses el botn del mando a distancia para apagarme, preferira que siguieras hablando de m en presente. Digamos que es mi pequeo capricho, si te parece bien.

-Seis das? Hace una eternidad que yo no me cojo seis das para m.

-De tal palo, tal astilla, verdad?

Julia fulmin a su padre con la mirada.

-Lo he dicho por decir, no tienes que tomrtelo todo al pie de la letra! -se defendi Anthony.

-Y qu le voy a decir a Adam?

-Antes me ha parecido que te las apaabas muy bien para mentirle.

-No le menta, le estaba ocultando algo, que no es lo mismo.

-Perdona, se me haba escapado la sutileza del matiz. Pues no tienes ms que seguir ocultndole algo. -Y a Stanley? -Tu amigo homosexual? -Mi mejor amigo a secas!

-Pues eso, hablamos de la misma persona! -contest Anthony Walsh-. Si de verdad es tu mejor amigo, tendrs que ser an ms lista.

-Y t te quedaras aqu todo el da mientras yo estoy trabajando?

-Pensabas tomarte unos das de vacaciones para tu viaje de novios, verdad? Pues sa es la solucin!

-Cmo sabes que pensaba irme?

-El suelo de tu apartamento, o el techo, como prefieras, no est insonorizado. se es siempre el problema con las viejas casas mal reformadas.

-Anthony! -exclam Julia, furiosa.

-Oh, por favor, aunque no sea ms que una mquina, llmame pap, me horroriza cuando me llamas por mi nombre.

-Pero, maldita sea, hace veinte aos que no puedo llamarte pap!

-Razn de ms para aprovechar al mximo estos seis das! -contest Anthony Walsh con una sonrisa de oreja a oreja.

-No tengo la menor idea de lo que debo hacer -murmur Julia dirigindose a la ventana.

-Vete a la cama y consltalo con la almohada. Eres la primera persona de la Tierra a la que se le ofrece la posibilidad de disfrutar de esta opcin, merece la pena que lo pienses con calma. Maana por la maana tomars una decisin, y sea cual sea, ser la acertada. Lo peor que puede pasarte si me apagas es que llegues un poco tarde al trabajo. Tu boda te habra costado una semana de ausencia, la muerte de tu padre valdr al menos unas pocas horas de trabajo perdidas, no?

Julia observ largo rato a ese extrao padre que la miraba fijamente. De no haber sido el hombre al que siempre haba tratado de conocer, le habra parecido descubrir una sombra de ternura en su mirada. Y aunque slo fuera una copia de lo que haba sido, a punto estuvo de desearle las buenas noches, pero no lo hizo. Cerr la puerta de su habitacin y se tumb en la cama.

Pasaron los minutos, transcurri una hora, y luego otra. Las cortinas estaban abiertas, y la claridad de la noche se posaba sobre las baldas de las estanteras. Al otro lado de la ventana, la luna llena pareca flotar sobre el parquet de la habitacin. Tumbada en la cama, Julia rememoraba sus recuerdos de infancia. Haba vivido tantas noches como sa, acechando el regreso de aquel que esa noche la esperaba al otro lado de la pared. Tantas noches de insomnio, en su adolescencia, cuando el viento reinventaba los viajes de su padre, describiendo mil pases de maravillosas fronteras. Tantas veladas dando forma a sus sueos. No haba perdido la costumbre con los aos. Cuntos trazos a lpiz, cunto haba tenido que borrar para que los personajes que inventaba cobraran vida, se reunieran y satisficieran su necesidad de amor, de imagen en imagen. Desde siempre Julia saba que, al imaginar, uno busca en vano la claridad del da, que basta renunciar un solo instante a tus sueos para que se desvanezcan, cuando estn expuestos a la luz demasiado viva de la realidad. Dnde est la frontera de nuestra infancia?

Una muequita mexicana dorma junto a la estatuilla de yeso de una nutria, primer molde de una esperanza improbable que, pese a todo, se haba hecho realidad. Julia se levant y la cogi. Su intuicin siempre haba sido su mejor aliada, el tiempo haba alimentado su universo imaginario. Entonces, por qu no creer?

Dej el juguete donde estaba, se puso un albornoz y abri la puerta de su habitacin. Anthony Walsh estaba sentado en el sof del saln, haba encendido el televisor y vea una serie de la NBC.

-Me he permitido volver a conectar el cable, fjate qu tontera, ni siquiera estaba enchufado! Siempre me ha encantado esta serie.

Julia se sent a su lado.

-No haba visto este episodio, o sea, al menos no lo tengo en la memoria -aadi su padre.

Julia cogi el mando a distancia de la tele y quit el sonido. Anthony hizo un gesto de exasperacin.

-Queras que hablramos? -dijo-. Pues entonces hablemos.

Se quedaron los dos en silencio durante un cuarto de hora entero.

-Estoy encantado, no haba podido ver este episodio, o sea, al menos no lo tengo en la memoria -repiti Anthony Walsh, subiendo el volumen.

Esta vez, Julia apag el televisor.

-Tienes un virus en el sistema, acabas de repetir dos veces lo mismo.

Sigui un nuevo cuarto de hora de silencio en el que Anthony Walsh no apart los ojos de la pantalla apagada.

-La noche de uno de tus cumpleaos, creo que celebrbamos que cumplas nueve aos, despus de cenar los dos solos en un restaurante chino que te gustaba mucho, nos pasamos la velada entera viendo la televisin, tranquilamente. Estabas tumbada sobre mi cama, e incluso cuando termin la programacin, t seguiste contemplando la nieve que parpadeab