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LA COMPETENCIA ONOMÁSTICA DIALECTAL, A PROPÓSITO DEL CASO CANARIO Gonzalo Ortega Ojeda Universidad de La Laguna Abstract Native speakers' knowledge oftheir own language vares greatly. Much of this knowledge is dialectal in nature and depends on the user's daily circumstances (family, place of residence, cultural environment, etc.). In thes article we attempt to describe the onomastic competence (anthroponomastic and toponomastic) of Canary Islanders and examine also other aspects which interact with this. Como ha señalado Eugenio Coseriu, el saber lingüístico del hablante nativo es algo sumamente rico y complejo. Por ello, habría que intentar adoptar "un método adecuado para describir la variedad de la competencia lingüística idiomática de un hablante, y para indicar el status que les corresponde realmente a los ele- mentos de las variedades en la competencia" (1992: 179-180). Sólo cuando se concluya esa tarea se estará en condiciones de enseñarle a un usuario de otra lengua lo que está más allá de la simple modalidad estándar del idioma no mater- no que trata de aprender. De forma modesta, trataremos de pergeñar en el presente trabajo los as- pectos que configuran la competencia onomástica' de los hablantes canarios, aceptando de este modo, aunque muy parcialmente, el guante lanzado por el lingüista rumano, quien inspirará por lo demás una parte importante de las líneas que siguen. Es evidente que un examen como el que pretendemos efectuar plantea de inmediato el problema teórico del nombre propio. Es decir, qué singula- riza a las unidades con las que vamos a operar. En principio, y sin ánimo de ser concluyentes, diremos que tales elementos se nos presentan bajo una condición gramatical que podríamos llamar "deíctico-identificativa de in- ventario abierto". Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, n° 13, 1994, págs. 291-307

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LA COMPETENCIA ONOMÁSTICA DIALECTAL,A PROPÓSITO DEL CASO CANARIO

Gonzalo Ortega OjedaUniversidad de La Laguna

Abstract

Native speakers' knowledge oftheir own language vares greatly. Muchof this knowledge is dialectal in nature and depends on the user's dailycircumstances (family, place of residence, cultural environment, etc.). Inthes article we attempt to describe the onomastic competence(anthroponomastic and toponomastic) of Canary Islanders and examinealso other aspects which interact with this.

Como ha señalado Eugenio Coseriu, el saber lingüístico del hablante nativoes algo sumamente rico y complejo. Por ello, habría que intentar adoptar "unmétodo adecuado para describir la variedad de la competencia lingüística idiomáticade un hablante, y para indicar el status que les corresponde realmente a los ele-mentos de las variedades en la competencia" (1992: 179-180). Sólo cuando seconcluya esa tarea se estará en condiciones de enseñarle a un usuario de otralengua lo que está más allá de la simple modalidad estándar del idioma no mater-no que trata de aprender.

De forma modesta, trataremos de pergeñar en el presente trabajo los as-pectos que configuran la competencia onomástica' de los hablantes canarios,aceptando de este modo, aunque muy parcialmente, el guante lanzado por ellingüista rumano, quien inspirará por lo demás una parte importante de laslíneas que siguen.

Es evidente que un examen como el que pretendemos efectuar planteade inmediato el problema teórico del nombre propio. Es decir, qué singula-riza a las unidades con las que vamos a operar. En principio, y sin ánimo deser concluyentes, diremos que tales elementos se nos presentan bajo unacondición gramatical que podríamos llamar "deíctico-identificativa de in-ventario abierto".

Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, n° 13, 1994, págs. 291-307

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Efectivamente, según el mismo Coseriu, "nombres propios en sentido lin-güístico los hay únicamente a través de una identificación histórica dentro declases que ya tienen su nombre. Con otras palabras: sólo hay nombres propiospara objetos que ya han sido nombrados mediante apelativos. En la lengua losnombres propios son siempre secundarios; representan una identificación secun-daria dentro de una clase" (1992: 117-118). Y en otra obra, a propósito de lodefendido por Jespersen y Migliorini, este mismo tratadista señala: "En efecto, loimportante no es que Juan o Roma sean nombres de varios objetos sino el modoen que los nombres son empleados por los hablantes y son entendidos por losoyentes: ellos pueden ser materialmente idénticos, pero pertenecen a momentoslingüísticos distintos. En otros términos, los nombres propios pueden ser multívo-cos, pero son siempre monovalentes, no son nombres de clase" (1973: 268). Deforma que podemos concluir que usamos los nombres propios como si sólo se lepudieran aplicar a un individuo, esto es, con valor netamente identificador. Queun mismo elemento de éstos se aplique a varios individuos de una clase (a perso-nas o a lugares) es algo que hay que explicar puramente por razones de tradicióny de "economía cognoscitiva".

La dimensión "mostrativa" de dichas unidades es, así pues, fundamental. Peroson "pronombres" que constituyen "inventarios abiertos" en el sentido en el quese ha solido predicar esto del léxico. En efecto, como los nombres propios senutren o se han nutrido históricamente de los nombres comunes (sustantivos yadjetivos)2 —y ésta es sólo su justificación etimológica— la consecuencia no es otraque la de formar listas abiertas.

Este origen resulta evidente sobre todo en los apellidos, en ciertos topónimosy, más meridianamente aún, en los apodos. También prueba tal procedencia laexistencia de juegos de palabras en que se manipula la "polisemia" o co-referen-cia de nombre propio (antropónimo o topónimo) y nombre común de un término(por ejemplo, se suelen crear muchos retruécanos populares a partir de algunosnombres de mujer, a su vez procedentes de advocaciones marianas). Asimismo,es frecuente que por esta causa se produzcan equívocos no deliberados.

Y es que, en realidad, en el origen de muchos nombres propios se encuentra unametonimia más o menos palpablemente motivada a partir de un nombre común.

Las mayúsculas iniciales de los nombres propios, aun admitiendo que res-ponden en ocasiones a preceptos ortográficos algo arbitrarios, corroboran igual-mente lo que señalamos, pues, al darse la alternancia sincrónica (y, por tanto, laequivocidad potencial) frecuente de un nombre como común y como propio(Pottier, 1992: 77), cumplen un papel diacrítico evidente.

Del mismo modo, estos nombres, como las palabras ordinarias, ocupan me-moria y, por lo general, están sometidos a los mismos condicionantes cognoscitivosque aquéllas: por ejemplo, pueden resultar afectados por el fenómeno de "puntade la lengua" ("The tipe of the tongue") (T. Brown y D. McNeill, 1966: 325-336;Manuel de Vega, 1984: 91).

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Otra prueba más de la simbiosis existente entre nombres propios y nombrescomunes es la recategorización reversible que experimentan muchos de aquéllos—en una especie de vuelta por sus fueros— al convertirse en palabras comunes dediccionario (Gili y Gaya, 1964: 100) en virtud nuevamente de un procesometonímico: panamá 'sombrero de pita con el ala recogida', bermudas 'pantalónque llega hasta la rodilla', quevedos 'lentes de forma circular', bolívar 'unidadmonetaria de Venezuela', colón 'unidad monetaria de Costa Rica y El Salvador',champán 'cierta bebida espumosa', jerez 'vino blanco y fino que se cría en lazona del mismo nombre', coñac 'aguardiente obtenido por destilación de vinosflojos', manola 'coche de caballos con asientos y con dos puertas laterales', ma-ría 'asignatura poco importante' (en la jerga estudiantil española), maruja 'amade casa de gusto vulgar o frívolo', etc.

Fruto de todo lo que venimos diciendo es la obsolescencia que presentanmuchos elementos onomásticos en relación a cierta "sincronía léxica", como re-sultado de la fijación inherente a este material, semejante por lo demás a la que seproduce en la fraseología o en el folclore. Por eso, en todas estas instancias vamosa encontrar arcaísmos (para la comunidad de habla concernida) que se explicanprecisamente por virtud de esa fijación. De aquí también la opacidad de muchoselementos de la onomástica para el común de los usuarios, opacidad que aumentanotablemente cuando las unidades en cuestión pertenecen a otra lengua históricay no funcionan como préstamos naturalizados en el idioma receptor.

En este sentido, la competencia onomástica puede, por lo menos en el caso delos usuarios más curiosos, nutrir la competencia diacrónica (palabras que se dije-ron o que todavía dicen los mayores del lugar)3.

De lo que llevamos dicho se deduce que en los elementos onomásticos(antropónimos y topónimos) concurren por regla general varias competencias.

En primer lugar, tendríamos la competencia onomástica propiamente dicha:conocer determinado nombre propio y su referente. Ésta es la competenciaauténticamente funcional o no erudita.

En segundo lugar, se encontraría la competencia léxica, que puede apun-tar al vocabulario general o al dialectal. Esta competencia es meramente eru-dita en relación al tema que nos ocupa. Dicho saber está limitado, además depor el carácter arcaico de ciertas voces, por la condición de léxico "disponi-ble" muy marginal de muchos nombres propios. Seguramente es esta escasadiafanidad léxica la que explica la acusada deformación fónica, a poco que lascondiciones contextuales lo permitan, a la que tienden muchos de estos ele-mentos, que no obstante siguen cumpliendo su papel funcional a la perfec-ción. En estas deformaciones frecuentes reside para el estudioso honorable dela onomástica —nos referimos al que no busca por todos los lados "evidencias"que refuercen apriorísticamente su posición ideológica— una dificultad añadi-da, al tener que intentar recomponer etimológicamente en muchas ocasionesel término correcto original.

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Y en tercer lugar, habría que hablar de la competencia histórico-cultural (elauténtico tertium comparationis), que consiste en el conocimiento erudito de lacausa histórica por la que al referente A se le adjudicó el nombre X. Este conoci-miento no funcional de la anécdota que dio origen a determinado nombre propio,particularmente en los apodos personales, en los apodos gentilicios y en lostopónimos, es paralelo al que concurre en el caso de muchas expresionesidiomáticas, comparaciones populares, refranes, etc.'

Como es lógico pensar, a cada una de estas competencias le corresponde unposible "no saber" (el individuo no sabe, no contesta) o un posible "saber erró-neo". Las consecuencias de todo ello las indicaremos cumplidamente más adelan-te cuando ilustremos con ejemplos las distintas modalidades de la competenciaonomástica dialectal de los canarios.

Sentado lo anterior, nos disponemos a continuación a señalar los estratos quejalonan nuestro saber onomástico, para lo cual partiremos de un hablante-oyentedialectal ideal'. Digamos antes que el caso de dicha competencia es el que quizásilustre mejor la conocida y nunca suficientemente aireada afirmación de que en elfondo todo hablante es dialectal: su peripecia vital (su familia, su lugar de resi-dencia, su entorno cultural, etc.) es aquí determinante.

A) La competencia antroponomástica dialectar.

"Sin duda la mujer arrodillada se llama María, pues de antemano sabía-mos que todas cuantas aquí vinieron a juntarse llevan ese nombre, aunqueuna de ellas, por ser además Magdalena, se distingue onomásticamente delas otras..."

José Saramago

a) Conocemos nombres de pila (competencia antroponomásticasensu stricto)y los usamos tanto en su vertiente identificativa como en la vocativa, esta últimade carácter secundario.

Una de las pruebas de que poseemos este tipo de competencia onomástica esque, por ejemplo, nos extrañamos ante determinados nombres propios de personaque antes nunca habíamos oído, y hasta llegamos a admitir que ello pueda debersea una equivocación o error fonético (o gráfico, en su caso).

Como es patente, los nombres de mujer, referidos con frecuencia aadvocaciones marianas, suelen ser en términos generales menos opacos que losde los varones, muchos de los cuales hunden sus raíces en una tradición remota(bizantina, germánica, grecolatina, hebrea, etc.).

Por otro lado, y salvando el aspecto de las modas o costumbres, la adjudicaciónde los nombres de persona es claramente inmotivada, frente a lo que sucede a menu-do en la toponimia o entre los apodos individuales o gentilicios. Quedan sin consi-derar aquí las típicas y siempre personales razones de eufonía esgrimidas por los

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padres o familiares del bautizado para justificar su elección (por lo demás, cosascomo "¡qué nombre tan despegado!" suelen oírse regularmente).

En nuestro archipiélago, hay peculiaridades notables en este sentido, como laque se registra en la isla de La Palma, donde es proverbial la extrema rareza demuchos nombres de persona, determinada seguramente por la arraigada costum-bre, muy corriente en otras zonas también (sobre todo cuando la advocación esmuy señalada), de imponer a los recién nacidos el nombre de uno de los santosfestejados el día del alumbramiento (Anelio, Aristóbulo, Dálida, moho, Orosila,etc.). Es probable que se persiga en este caso una "diferenciación funcional" —repáreseen que se trata de una isla con un grado relativamente alto de endogamia 7—, parecida ala que pudiera concurrir en los apodos, que veremos más adelante, y en los nombrescompuestos (donde lo normal es que uno de los elementos que forman la combina-ción sea extremadamente corriente)8.

Es digna de ser anotada también para nuestras islas la alta presencia de ciertosnombres vinculados a la advocación del santo/a o a la virgen del lugar —el barrio,el pueblo, la isla— (María del Pino, María Candelaria, María de las Nieves, Ma-ría Guadalupe, Ginés, Marcos, Santiago, Pedro, Agueda, Isidro, etc.). Esto últi-mo es sabido por la población de los distintos lugares, aunque se trata de unatradición en declive. Es asimismo normal que se les impongan a los niños losnombres de sus padres o abuelos y que sean luego los hipocorísticos los que cum-plan el papel diferenciador en el ámbito familiar.

b) Conocemos nombres hipocorísticos9 (competencia antroponomásticahipocorística), que se usan normalmente en contextos de gran afectividad y quese manejan tanto en forma identificativa como vocativa. Dejando al margen lossimples diminutivos o aumentativos de nombres de persona (Andresín, Juanito,Teresita, Vicentón, etc.), sabemos designaciones antroponomásticas de este tipo máso menos generales (Pepe, Paco, Concha, etc.). Asimismo, conocemos hipocorísticosmenos comunes'° (Chano, -na, Chago, Pancho, -cha, Frasco, -ca, —ya anticuado—,Chona, Feluco, -ca, Maruca, Ñito, -ta, etc.). Las implicaciones fonéticas de estefenómeno son evidentes, sobre todo por lo que respecta a las palatalizaciones, queen cierta manera han dado lugar a un caso de motivación fónica (B. Pottier, 1992:65). Basta con escuchar la aliterada referencia de las alineaciones de los equiposde fútbol canarios para convencerse de ello.

Muchos de estos hipocorísticos adoptan distintas terminaciones (Conchi"lCon-cha/Conchita, Mari/María/Mariquita, Rosi/Rosa/Rosita, etc.) para integrarse así enel sistema de tratamiento de esta o aquella comunidad, en el que su valor relativopuede ser distinto, y de hecho lo es con frecuencia, según las diferentes Islas.

A la hora de etimologizar ciertos hipocorísticos (competencia hipocorístico-etimológica), exceptuados los casos más comunes, el usuario, salvo que se tratedel propio portador del hipocorístico o de alguien cercano familiar o amistosa-mente a éste, tiene notorias dificultades para establecer la correspondencia, dado

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que se trata de creaciones arbitrarias (aunque esta arbitrariedad conozca distintosgrados): a menudo, tales elementos proceden de la balbuciente habla infantil'2.

En efecto, si analizamos la fonética infantil (el llamado "lenguaje-bebé" enparticular) y la comparamos con la de los antropónimos hipocorísticos arbitrarios(los que no representan una "metonimia de expresión- '' clara), observamos unparalelismo muy significativo. Así, la repetición de sonidos" vocálicos yconsonánticos -de estos últimos sólo algunos- o de sílabas, generalmente sintrabar, es algo propio del lenguaje infantil' s (mamá, nené, papá, pipí, tití, totó,etc.) (R. Jakobson, 1980: 119-130) y lo es también de muchos de nuestroshipocorísticos (Chicho, Fefa, Fifo, La/a, Lele, Lelo, Lila, Lo/a, Lolo, Meme, Nena,Pepe,Pipo, Quico, Quique, Siso, Suso, Tata, Tito, Yaya, Yeyo, Yoyo, etc.).

Las dificultades etimológicas apuntadas más arriba aumentan todavía más sise considera que de un mismo antropónimo se suelen derivar varios hipocorísticos(Francisco/Cisco, Cuco, Frasco, Paco, Pacuco, Pancho, etc.) y que un mismohipocorístico puede serlo, y esto es lo más determinante, de varios antropónimos(Tina/Agustina, Celestina, Ernestina, Quintina, etc.). Pero, a decir verdad, losusuarios no suelen preguntarse de ordinario por el nombre a que corresponde esteo aquel hipocorístico, salvo en ocasiones especiales (requerimiento oficial del quelleva el hipocorístico, fallecimiento de éste, etc.). De aquí el conocimiento débil,por erudito, que suele tenerse al respecto, exceptuados los casos más conocidos.

De otro lado, los problemas de desciframiento de los antropónimos primiti-vos de los hipocorísticos menos arbitrarios son, en cierto modo, semejantes a losde algunas palabras truncadas ya consolidadas como tales (cine/cinematógrafo,metro/metropolitano, radio/radiodifusión, etc.), a los de las siglas y acrónimos' oa los de cualquier otro procedimiento de abreviación.

Los hipocorísticos antroponímicos, análogamente a lo que sucede con mu-chos vocablos truncos del tipo bici, cari, cole, mate, peque, profe, repe, serio, tele,etc., son elementos que se encuentran muy cerca de los diminutivos en cuanto asus connotaciones afectivas. Por eso, en Canarias, donde tenemos fama de serlingüísticamente algo zalameros, y como sucede con el empleo profuso de lasmencionadas formas de diminutivo (muy utilizadas por las mujeres, más clara-mente aún en las Islas donde el matriarcado es una vigorosa institución) y tam-bién con el de fórmulas como mi niño, mami, papi, tití, querido, etc., son tanutilizados los hipocorísticos. Esta fuerte carga emotiva es la razón, como señalaMarcial Morera (1993: 230), de que, "cuando alguien necesita tratar con severi-dad a un niño o a una persona adulta designada habitualmente con un hipocorístico,evite éste y emplee en su lugar el nombre de pila a secas". De modo esporádico,hemos comprobado que este mismo efecto es perseguido a veces por quien em-plea el nombre compuesto de alguien (v. gr., Juan Francisco, Ana María, etc.) ensustitución del nombre simple que usa ordinariamente (v. gr., Juan, Ana, etc.).(Recordemos que un recurso distanciador parecido se sigue cuando alguien leapea el tratamiento acostumbrado de tú, empleando en su lugar usted'', a quien es

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objeto de su reprensión o de su vituperio.) De igual forma, el hipocorístico puederelacionarse con un exceso de confianza o de familiaridad cuando el que lo utilizano está autorizado para ello o cuando elige pragmáticamente mal el momento desu empleo (en estos últimos supuestos, se le suele "recordar" al transgresor aque-llo de "no me llamo X, me llamo Y"). Por parecidas razones, y exceptuando loscasos más "fosilizados", el manejo de este tipo de elementos puede resultar afec-tado o francamente cursi cuando se observa la cuestión desde la más pura neutra-lidad emotiva: tengamos en cuenta además que a tales unidades suele suporponerseuna curva melódica que denuncia precisamente esa fuerte carga de afectividad.

c) Conocemos apellidos (competencia apelativa).Buena parte de los apellidos castellanos se corresponde con palabras

(sustantivos o adjetivos) usuales (Caballero, Manzano, Montes, Nuez). Algunosde ellos, que hoy nos resultan poco o nada transparentes, no son otra cosa quenombres comunes ya anticuados o pertenecientes al léxico disponible más margi-nal: Almunia, 'huerto, granja', Barragán 'esforzado, valiente', Berrocal 'sitio lle-no de tolmos graníticos', Burriel 'de color entre negro y leonado', Calonge 'ca-nónigo', Camuñas 'toda clase de semillas excepto trigo, centeno o cebada',Chamorro 'animal con la cabeza esquilada', Cueto 'sitio alto y defendido', etc.(ver Anita Navarrete Luft, 1973; Elvira Muñoz, 1993; etc.). Es sabido tambiénque muchos apellidos fueron inicialmente apodos: los referidos a profesiones, porejemplo (Calero, Herrero, Zapatero, etc.).

Hay asimismo otros tantos relacionados con topónimos: Berlanga (localidadde Badajoz), Carracedo (La Coruña), Ledesma (Salamanca), Noreña (Asturias),Peñafiel (Valladolid), Vergara (Guipúzcoa), etc. Todo esto, sin contar losabundantísimos patronímicos, muy comunes también en otras lenguas: Fernández(históricamente, hijo de Fernando), González (hijo de Gonzalo), Martínez (hijode Martín), Rodríguez (hijo de Rodrigo), Sánchez (hijo de Sancho), etc.

Como se puede colegir de esta somerísima clasificación, en los apellidos, queconstituyen obviamente una herencia insoslayable, no sólo se registran frecuentesproblemas a la hora de su desciframiento (competencia léxica), sino que tambiénla motivación original (competencia histórico-cultural) de la mayoría de tales ele-mentos se ha desdibujado totalmente en la memoria genealógica de los indivi-duos, en contraste con lo que ocurre en muchos apodos.

A los canarios hay apellidos que nos parecen, y podemos equivocarnos, pe-ninsulares o extranjeros ("ese apellido no es de aquí", suele decirse). Hay otrosque, como consecuencia de la endogamia, se adscriben, por este orden de conoci-miento, a determinados barrios, a determinados pueblos o incluso a determinadasIslas, a semejanza de lo que ocurre con los nombres de personas según las diver-sas advocaciones. Así, en los distintos espacios insulares o en localidades concre-tas de éstos se registran, de una manera llamativamente copiosa, apellidos comolos que siguen: Betancor, Corujo, Perdomo (Lz), Cabrera, León (Fv), Alemán,

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Robayna, Santana, (GC),Dorta, Expósito (Tf), Concepción, Lorenzo (LP), Chinea,Negrín, Plasencia (Go), Padrón, Quintero (Hi). Como acontece para otros luga-res, ese sucedáneo del Registro Civil que es la guía telefónica lo testimonia clara-mente. Es sabido asimismo que algunos de estos apellidos proceden histórica-mente de los hospicios o de las inclusas insulares.

Estas implicaciones lingüístico-culturales de la competencia "apelativa"son las que hacen que, por ejemplo, al leer u oír una esquela, se pueda aventu-rar —tanto más si el apellido va asociado a cierto nombre de pila— el origengeográfico del fallecido, propiciándose así niveles débiles de identificación.

Los apellidos, además, revelan hechos históricos. Así sucede en Canarias conlos muchos que denuncian su origen portugués: Dorta, Melo, Pinto, Segredo, Sil-va, etc. Pero estos datos diacrónicos no suelen ser conocidos por los hablantes.

Digamos finalmente que es usual entre nosotros, como ocurre en otras zonas,el uso preferente de algún apellido (del primero o del segundo) en sustitución delnombre de pila, especialmente cuando éste es menos distintivo que aquél. Comoes natural, tal hábito se hace efectivo normalmente cuando quien es objeto de laidentificación o de la apelación no guarda lazos familiares con el hablante.

d) Conocemos apodos 18 individuales (competencia sobrenominal).

Los apodos son, cuándo biografía sucinta, cuándo retrato en miniatura.Ramón Pérez de Ayala

La extendida costumbre de poner apodos, que se erige en uno de los factores de lacohesión comunitaria del barrio o del pueblo, ha propiciado un virtual sistema parale-lo de identificación, seguramente más eficaz que el oficial. Recuérdese que en lasesquelas mortuorias que aparecen en la prensa o en la radio es frecuente que, tras elnombre del fallecido, figure lo de "más conocido por X", especialmente, claro es,cuando el apodo no es ofensivo.A veces, mediante este mismo expediente se señala elheterónimo por el que era conocido el difunto. Hay que pensar en el papel de "diferen-ciación funcional" (distinción de identidades) que cumple el apodo en zonas de altaendogamia y, por tanto, de gran semejanza de apellidos entre los individuos del lugar.

De otro lado, el mayor nivel de socialización, sobre todo laboral, de los hom-bres respecto a las mujeres ha venido determinando que sean fundamentalmenteaquéllos —hay no obstante numerosos motes femeninos— quienes reciban el apo-do, aunque éstas lo puedan heredar luego de su familia. Precisamente por tal ra-zón, es frecuente que los hombres tengan dos apodos: uno personal y otro fami-liar. Lo normal es que estas unidades se empleen sobre todo en su dimensiónidentificativa. Vocativamente, sólo se utilizan inter pares solidaridad, en las ge-neraciones más jóvenes y en ambientes muy informales, aunque en última instan-cia todo depende del matiz más o menos ofensivo del sobrenombre y de las pro-pias características temperamentales del apodado.

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En los apodos se aprecian tangiblemente los tres niveles de competencia indi-cados más arriba: la competencia onomástica (sobrenominal en este caso), la com-petencia léxica y la competencia histórico-cultural. Como ya dejamos sentado, laauténticamente funcional es la onomástica. Las otras son meramente eruditas. Sinembargo, lo que sucede es que esos otros dos saberes interactúan fuertemente conlo lingüístico-identificativo. Así, y por lo que se refiere a la competencia léxica'9,son frecuentes las etimologías populares' cuando el hablante es sometido al exci-tante de una pregunta (que puede ser una autopregunta). En tales casos, se sueleforzar la fonética para que la explicación parezca verosímil. Estas situaciones,que tienen que ver con el saber reflexivo de los hablantes "naif" (Coseriu, 1992:221), esto es, con el propósito de los hablantes de actuar como lingüistas, revela-rían una incompetencia léxica en su versión de "saber léxico erróneo" y no en suversión de "no saber". Por descontado que la incompetencia léxica lleva apareja-da la incompetencia histórico-cultural, en el caso de que el individuo se aventurea proponer, más o menos dubitativamente, el tertium comparationis. Lo contrariono tiene por qué darse necesariamente: se conoce el significado del apodo pero seignora la causa que originó su adjudicación. De esta última consideración quedanexcluidos normalmente los casos de alta motivación, como acontece en los sobre-nombres que apuntan a profesiones (el albardero, el cañero, el marcador, el revi-sor), a gentilicios (el canario 'de Gran Canaria', el gomero, el venezolano), aapodos gentilicios (el chicharrero, el conejero) o al nombre del padre, de la madreo del consorte del motejado (Fernando Lola, José el de Benjamín, Pepe Isidro) 21 .

la causa determinante de cada apodo suele ser conocida por elinteresado —aunque no siempre, máxime si aquél es heredado— y por sus familia-res, amigos o vecinos más próximos.

Por otro lado, los apodos plantean un problema parecido al de la equivocidad dealgunas palabras potencialmente tabú: los niños suelen meter la pata y los mayorespueden utilizar intencionada —aun cuando sea en forma elusiva o insinuante— o in-genuamente el apodo en presencia del apodado (Manuel Dannemann, 1980-1981:642). En tal sentido, hay un extenso anecdotario popular, a resultas sobre todo deque muchos apodos son considerados erróneamente apellidos, en especial cuandose desconoce el lexema en cuestión, con los efectos que cabe imaginar.

No hay "diccionarios" de apodos —seguramente por los problemas éticos queel asunto entraña—, pero sí, en nuestro caso, recopilaciones parciales, como lasexistentes para La Palma (véanse J. L. Martín Teixé, 1992: 67-70, y Eugenio PérezGalván, 1944)22.

Conviene aludir por último a los "pollos"' de la lucha canaria. Este "alias"deportivo, análogamente a lo que sucede con el de muchos toreros, va unido gene-ralmente al nombre del lugar de donde procede o es natural el luchador de turno(El Pollo del Pinar, El Pollo de Las Parcelas, El Pollo del Callejón, etc.).

e) Conocemos gentilicios (competencia gentilicia).

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Naturalmente, tanto los gentilicios propiamente dichos como los apodos gentiliciosse pueden aplicar a sustantivos que no indican persona. En este caso suelen aparecercomo adjetivos —cada uno de ellos sería entonces un adjectivum proprium24 (Coseriu,1992: 37 y 161; también, 1973: 263, nota 6)—. Aquí los emplearemos sobre todo entanto que referidos a personas y usados comúnmente en plural, en que suelen tener, cnvirtud de una antonomasia sustantivadora, semejante a la que se da en singular para elnombre de los idiomas (el español, el francés, etc.) (Coseriu, 1992: 37), el valor de'losindividuos naturales del lugar conocido por X' 25 . Que tales elementos aparezcan es-critos en la ortografía con minúscula inicial es desde luego arbitrario y, por otro lado,irrelevante a nuestros efectos.

Mediante el uso de determinados sufijos más o menos productivos, que se adhierenal radical toponímico correspondiente, conocemos cómo se les denomina oficialmentea los originales de cierto lugar de las Islas. Por lo común, aunque también se dan otros,el sufijo culto empleado en este caso es -enses. Dicho sufijo gentilicio, por su marcadocarácter oficial y no popular, es el menos interesante dialectológicamente hablando.

También conocemos gentilicios populares para aludir a los originarios de nues-tro pueblo e isla o a los de los pueblos e islas próximos, y algunos de ellos puedenllegar a ser despectivos a partir de la añadidura de un sufijo ad hoc: canariones('de Gran Canaria'). El empleo de gentilicios es una costumbre más arraigada enla provincia occidental del Archipiélago, generalmente mediante -eros/-eras, queen la oriental, donde se registra más a menudo la fórmula alternativa "los/las deX". Conviene decir, asimismo, que no siempre los gentilicios son derivados delnombre de la localidad (v. gr., villeros 'de La Orotava', Tf; vallejeros 'de SanAndrés', Santa Cruz de Tenerife; etc.).

Conocemos apodos gentilicios (competencia sobrenominal gentilicia): babilones,chicharreros, conejeros, gofiones, pantaneros, culetos, ratones, vagañetes, lagarteros,lagartos, hurones, tiñosos, cochineros, cebolleros, batateros, etc. Estos apodos, exceptolos más generales o los relativos a toda una isla, suelen ser conocidos sólo por los habi-tantes de los pueblos vecinos del motejado, y es costumbre que detrás de los mismos,sobre todo en los que tienen un claro carácter despectivo, se escondan rivalidadespueblerinas más o menos pintorescas. Es corriente que haya también aquí un conoci-miento débil de la "etiología" (competencia histórico-cultural) de estas voces, aunquealgunas de ellas —como cebolleros para los de Gáldar (GC)— sean más bien obvias.

Con frecuencia estos motes, teniendo en cuenta además que, como sucede enlos apodos referidos a individuos, un mismo pueblo puede recibir más de uno,debido normalmente a la distinta procedencia de cada motejador, tienen que verhistóricamente con la especialización gremial —por lo general no vigente ya oabiertamente declinante— de la mayoría de la población del lugar. De ahí que sesuelan repetir en las distintas Islas.

Muchos de estos sobrenombres se encuentran en franca decadencia tras loscambios que ha acarreado el nuevo modelo socioeconómico imperante en el Ar-

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chipiélago, por lo que las generaciones más jóvenes suelen desconocerlos. Otros,en cambio, se muestran ciertamente pujantes (chicharreros -Tf-, conejeros -Lz-,culetos -Agaete, GC-, vagañetes -Tazacorte, LP-, etc.). Algunos de éstos son in-terpretados de distinto modo según quiénes los usen. Así, chicharreros alude alos de Santa Cruz de Tenerife' para los habitantes de Tenerife, pero apuntametonímicamente a los de Tenerife' para los naturales de las otras Islas".

En los apodos gentilicios se dan los típicos tres niveles de competencia.Así, por ejemplo, al hablar de pantaneros podemos apreciar los siguientesestratos de conocimiento: apodo gentilicio de los originales de Vallehermoso,La Gomera (competencia sobrenominal gentilicia)/es un derivado de pantana,nombre que en algunas Islas se le da a la cidra (competencia léxica —dialectalen este caso—)/la atribución se debe a la dedicación a este cultivo que fuegeneral en dicho pueblo en épocas pasadas (competencia histórico-cultural).Cada uno de estos saberes puede representar un no saber (el informante nosabe, no contesta) o un saber erróneo: en el ejemplo, atribuir el apodo gentili-cio a Valle Gran Rey/creer que pantaneros es un derivado de pantano (Et.pop.)/pensar que se llaman así porque los del lugar trabajan la repostería uti-lizando como base el cabello de ángel (o dulce de cabello), que se extraeprecisamente de la calabaza llamada pantana (así conocida en la provinciaoccidental del Archipiélago). Como es natural, el saber histórico-cultural sevincula mucho al saber léxico, y el conocimiento del mundo suele ser sufi-ciente para deducir "obviamente" el primero del segundo. Pero aquí tambiénse produce alguna "etimología popular", suscitada, por ejemplo, por la polise-mia del término primitivo: alguien podría pensar teóricamente que batateros,apodo con el que se conoce a los de San Bartolomé, Lz (por las muchas bata-tas que aún hoy se cultivan en dicho lugar), se debe a que los del citado pueblotienen fama de mentirosos (a partir de batata `mentira').

Por otro lado, hay ocasiones en que el apodo gentilicio ve prácticamente neutra-lizadas sus connotaciones negativas, de tal forma que éste llega a ser con frecuenciacasi indiferente, en razón de su uso generalizado, respecto al oficial: v. gr., conejeros/lanza roteños. Seguramente también por este motivo, en Gran Canaria se ha proce-dido al truncamiento (chichas 'de Tenerife') de chicharreros —que ha visto muyatenuadas sus iniciales resonancias peyorativas—, con el fin de buscar así el contra-peso despectivo que posee canariones ('de Gran Canaria').

Señalemos, por último, que algunas obras lexicográficas de carácter dialectalregistran en sus páginas apodos gentilicios", dada la nómina relativamente redu-cida que forman estas pintorescas unidades.

B) La competencia toponomástica dialectal.-

"Para reconstruir el mundo habrá que volver algún día a indagar en losguiños del hermoso romance de la toponimia".

Manuel Rivas

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Conocemos nombres de lugar que dependen sobre todo de nuestro emplaza-miento vital. En relación con esto último, manejamos algunos que no sabemosdescifrar (en tanto que meros hablantes y no en tanto que historiadores o etimólogosdel asunto: Taguluche, Tejina, Teror, Tijarafe, Tindaya, etc.), mientras otros, por suestructura fonética, nos parecen más acordes con los cánones de nuestra lengua.Estos últimos los sabremos interpretar (competencia léxica) en la medida en quese trate de nombres (y a veces, adjetivos en combinación o sustantivados) más omenos corrientes en función de su grado de "disponibilidad".

Así, y ciñéndonos por vía de ejemplo a los morfotopónimos" y a los fitotopó-nimos, palabras como cueva, montaña, pico, roque, álamo, palma, pino, etc., novan a plantear problemas porque forman parte de nuestro léxico cotidiano (lasmás serán generales y unas pocas presentarán restricción dialectal). Otras, en cam-bio, apuntan a nociones que llamamos por otros nombres o que no denominamosde ninguna manera: breña, médano, rada, restinga, zumacal, escaramujo", etc.Estos últimos elementos representan para una parte importante de la población unconocimiento léxico débil o nulo.

En relación con este asunto, es significativo que en las encuestas dialectaleslos informantes proporcionen engañosamente como elementos vivos o produc-tivos del léxico palabras de designación orográfica procedentes de topónimos.En tales oportunidades, los sujetos suelen improvisar artificialmente una defi-nición —con frecuencia errónea— de dichos términos a partir de las característi-cas físicas de los lugares conocidos con esos nombres. Todo ello obliga alencuestador a estar sobre aviso.

Por tanto, como en buena parte de los apodos, hay que distinguir aquí el co-nocimiento del significado del término (o términos, cuando es un topónimo com-puesto) —siempre que el topónimo no sea un antropotopónimo o un hagiotopóni-mo— del conocimiento de la anécdota o hecho histórico que motivó el bautizo dellugar. Como en los apodos, este último conocimiento presupone normalmente elanterior. Lo contrario puede ocurrir o no. En todo caso, ninguno de estos dosconocimientos es indispensable funcionalmente.

Cuando el topónimo pertenece a otro sistema lingüístico (préstamotoponímico), como sucede también con la mayor parte de los antropónimos devarón, el conocimiento general de los usuarios, que por lo común serán tantosmás cuanto "mayor" sea el topónimo, suele reducirse a la competencia puramentetoponomástica. Los otros niveles suelen ser de "incompetencia": es lo que sucedeen nuestro caso con los topónimos de origen guanche".

Los "diccionarios" de tales nombres propios son el nomenclátor municipal,los callejeros, los atlas y los índices adjuntos que éstos suelen contener (comose sabe, los mapas del ejército, por estar hechos a grandes escalas, tienen famade exhaustivos), etc. El conocimiento histórico-cultural, que contadas veces seplantean de forma explícita los hablantes, vendrá sobre todo determinado por lamotivación de los nombres. Así, topónimos como Roque Bermejo, Cueva Ne-

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gra, Pico del Viento, Los Alamos, El Palmar'', El Pinillo, etc., no presentandificultad en este sentido.

Notas

1. En esta ocasión, sólo nos ocuparemos de los antropónimos (en sus distintas modali-dades) y de los topónimos. Dejaremos para otra oportunidad, por tanto, aquellosotros nombres propios que también nutren este saber: nombres de animales, de esta-blecimientos comerciales, de productos, de espacios de prensa, radio o televisión, deinstituciones, de obras y personajes literarios, de embarcaciones, de agrupacionesmusicales, etc.

2. Ésta es en el fondo la razón por la Atte los literatos pueden utilizar nombres motivadospara sus personajes, se trate de antropónimos ya acuñados o inventados a propósito(Javier García González y María Luisa Coronado González, 1991: 57-70).

3. Por ejemplo, quien suscribe hace tiempo que sabe lo que es la maquila porque el estí-mulo toponomástico La Magulla (Teror, GC) le indujo a preguntarles a los mayores dela zona lo que significaba el término y, dado que es un vocablo del español general, acontrastar la respuesta en el diccionario oficial. En los apodos sucede otro tanto: al-guien nos comentaba que se enteró de lo que era dialectalmente unafirra (' cierta clasede pito o flauta', GC) a partir del estímulo de un apodo (X "el firra").

4. Como se sabe, algunas obras han sido concebidas para facilitar esta información "bau-tismal" del llamado discurso repetido. Véase, por ejemplo, J. M. Iribarren, El porquéde los dichos, Madrid, 1955; Néstor Luján, Cuento de cuentos, Barcelona, 1993; etc.

5. Sin embargo, parece lógico suponer que, sobre todo por razón del oficio o de la aficiónque practican, serán determinados individuos los que posean una mayor competenciaonomástica: taxistas, mensajeros, carteros, repartidores, cobradores a domicilio, afi-cionados o comentaristas de ciertos deportes, críticos musicales, etc.

6. Los aspectos que vamos a tocar seguidamente, en especial algunos de ellos, necesitande un estudio sistemático de campo, que de ningún modo pretendemos suplantar aquí.

7. Aunque para otra isla "menor", puede consultarse el libro de Vicente Martínez Enci-nas, La endogamia en Fuerteventura, Las Palmas de Gran Canaria, 1980, donde seofrece una bien documentada visión histórica de este problema.

8. Lo común es que los "diccionarios" de estos nombres sean los santorales (véase, porejemplo, Angel Fábrega Grau, 1990). Se han publicado también onomásticas guanches(ver bibliografía).

9. Este tecnicismo procede de "hypokoristikos" `acariciante o acariciador' y éste de laforma verbal "hypokorizomai", que significa 'hablar como los niños'.

10. No contamos todavía para el Archipiélago con un estudio —que habría de hacerse porislas— que dilucide aspectos como los siguientes: ¿Existen en Canarias muchoshipocorísticos dialectales? ¿Se utilizan todos los que se emplean en la Península o enciertas zonas de ésta? ¿Cuáles se han incorporado modernamente y cuáles son tradi-cionales? ¿Tenemos en este sentido significativas coincidencias con América? ¿Estándeterminados algunos hipocorísticos de las Islas por algún rasgo dialectal? Etc.

11. Esta terminación en -i, particularmente común entre los nombres de mujer, es de re-ciente implantación dialectal en el Archipiélago (Marcial Morera, 1993: 232). Tal he-

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cho ha supuesto, al menos en algunas zonas, una novedosa triple distinción según laedad (Pili/Pilar/Pilarito). Sin embargo, este reajuste tiene en realidad todos los visosde ser el simple efecto distorsionador producido, en principio transitoriamente, pordicha incorporación.

12.Veamos, en tal sentido, las siguientes palabras de E. Coseriu (1986: 67): "El niño aprendegeneralmente el idioma de sus padres, que le enseñan la norma dominante en su comuni-dad. Pero también los padres aprenden algo de los niños, sobre todo por razones"estilísticas", es decir, porque encuentran que ciertas palabras infantiles son más afectivas,más cariñosas y más adecuadas para expresar ciertas relaciones propias de la familia, locual explica su aceptación y difusión en todos los idiomas. Así, por ejemplo, mamá ypapá son en su origen términos del lenguaje infantil, mientras que madre y padre sontérminos de los adultos. También se incorporan al idioma los diminutivos de los nombrespropios, los llamados hipocorísticos, de origen infantil, como Lola, Pepe, Paco, etc."Téngase en cuenta también esta cita de Pérez Galdós (1977: 202): "Se comprenderáfácilmente cómo, en las transformaciones lexicológicas que sufren los nombres enboca de los niños, pudo Catalina o Catana llegar a llamarse Tachana; lo que no secomprenderá, aunque pongan mano en ello todos los lingüistas del mundo, es cómo unchico nombrado Lorenzo llegó a llamarse Guru en boca de Monina; pero así era, yhemos visto casos más raros todavía de corrupción de vocablos".

13.Tales truncamientos suelen hacerse a partir de antropónimos de tres o más sílabas, loscuales quedan reducidos generalmente a dos, tal y como acontece también en palabrascomo cari, bici, etc. Por eso, los nombres monosilábicos o bisilábicos no suelen serobjeto de dichos recortes, aunque puedan sufrir otros cambios fónicos.

14. Ver Ch. Bally, El lenguaje y la vida, Buenos Aires, 1941, p. 142, apud V. García deDiego (1973: 24); [también, Ch. Bally, 1965: 84]. Aquí se nos dice lo siguiente a pro-pósito de la capacidad expresiva de las lenguas: "Todos los idiomas poseen un juegovariado de melodías, fijadas por el uso, y que expresan sentimientos determinados.Tales son el juego tan variado de los sonidos articulados, las combinaciones de vocalesy de consonantes, los contrastes de timbre, el empleo del acento de insistencia, la can-tidad larga o breve de las sílabas, la repetición ya de vocales, ya de consonantes, ya desílabas [el subrayado es nuestro], ya de palabras: las pausas y, en general, todos losprocedimientos rítmicos".

15. Anotemos de pasada que algunas deformaciones infantiles propician a veces el surgi-miento de apodos, que, en unos casos, pueden adjudicársele a la persona a la que serefiere el nombre desfigurado: por ejemplo, nombrar "011a Güisa" a una señora cu-yos nietos la llamaban así en lugar de "abuelita Luisa"; o, en otros, al propio sujeto dela distorsión: X "Maína", porque de pequeño llamaba a su madre, de nombre Marina,de esta manera.

16. Entre los hipocorísticos tampoco son extraños los acrónimos; éstos se forman habitual-mente mediante la combinación de las sílabas iniciales de un antropónimo compuesto:Juanje (de Juan Jesús), Mafer (de María Fernanda), Ca/ola (de Carmen Dolores), etc.

17. Un estudio sociolingüístico riguroso sobre el uso de los pronombres tú y usted en unazona localizada de Tenerife puede encontrarse en Javier Medina López (1993).

18. Son varias las palabras que circulan en español para aludir a estos "nombres postizos":alias, apodo, dictado, mote, motete, sobrenombre, etc. En Canarias, además, se oyendichete, mal nombre y, sobre todo, nombrete. En cualquier caso, a los efectos persegui-

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dos en este trabajo, y más allá de las diferencias de vigencia, de uso, de localización ode matiz semántico que pudieran establecerse entre estos términos, nosotros empleare-mos preferentemente apodo para aludir a todo nombre que reemplace total o parcial-mente el modo oficial de identificación de una persona o, en su caso, de una comuni-dad, aunque no presente el valor burlesco u ofensivo que posee la mayoría de ellos.Naturalmente resultan excluidos los hipocorísticos.

19. Quedan un tanto al margen los apodos que se crean a partir de deformaciones de pala-bras, que tienen muchas veces su origen en la defectuosa habla infantil.

20. Un informante del Puerto de la Cruz (TO relacionaba el sobrenombre de "El Busio"(dialectalmente, busio o bucio 'caracola de mar utilizada como bocina') con la palabracastellana buzo 'el que tiene por oficio sumergirse en el agua', y proponía una fantás-tica explicación para justificar el apodo.

21. Para lo relativo a los recursos retóricos que se suelen explotar en la formación deapodos, véase Olga Mori (1989). Es de destacar en este sentido que los referentes quesuelen dar pie a la creación metafórica de apodos son notablemente divergentes en lasIslas según se trate de las zonas costeras o de las zonas del interior o de medianías delas mismas.

22. Tenemos constancia de la próxima presentación de una tesis doctoral, dirigida pornuestro compañero Cristóbal Corrales, sobre apodos históricos tinerfeños.

23. Cf Francisco Guerra Navarro (1983: s. v. pollo).24. Recuérdese que también hay adjetivos relacionales derivados de apellidos: cervantino,

goyesco, etc.25 Algunos repertorios léxicos regionales, así como ciertos diccionarios generales anti-

guos, acogen gentilicios "a grandes escalas". Este es, por ejemplo, el caso de AntonioAlcalá Venceslada (1980) para Andalucía.

26. Como se sabe, hay algunos otros colectivos que también reciben apodos. Así sucedecon los jugadores e hinchas de algunos equipos de fútbol, atendiendo generalmente alcolor de la vestimenta deportiva de los mismos: merengues ('del Real Madrid'),colchoneros ('del Atlético de Madrid'), etc. Algo semejante sucedía en algunas denuestras Islas con los aficionados a las peleas de gallos (ver Francisco Guerra Navarro,1983: s. v. joselitos y trianeros).

27. Cf, por ejemplo, José E Sánchez Llamosas, 1982: s. v. cebolleros.28. Para las cuestiones clasificatorias de los topónimos, pueden consultarse, por ejemplo,

Carmen Díaz Alayón (1987: 49-59) y Leoncio Afonso (1988).29. La etimología popular se da también en la toponimia. Así, uno de nuestros informantes

atribuía justamente el nombre de Los Escaramujos, paraje situado en Teror (GC), a laabundancia cierta de [mujo] musgo') en el lugar, cuando el mismo apunta en realidadal nombre castellano de un rosal silvestre a cuyo fruto se le reconocen propiedadesmedicinales.

30. Para los topónimos de procedencia portuguesa, véase José PérezVidal (1991: 305-316).31. El hablante canario no usa normalmente términos colectivos para árboles, arbustos o

hierbas, excepción hecha de unos pocos: Pinar, etc. Así, palabras como lauredal, tunera!,etc., no suelen oírse en tanto que nombres comunes. En otras épocas sí debieron deusarse productivamente estos colectivos, como se deduce de la existencia en Canariasde muchos fitotopónimos de este tipo: El Cardona!, ElTabaibal, El Ortigal, El Verodal,El Escobonal, El Gamonal, El Zumacal, El Sauzal, etc. En su lugar se suelen emplear

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los nombres de los vegetales en plural: las tuneras, los laureles, etc. Sucede aquí algosemejante a lo que ocurre con el sufijo -ete/-eta para los morfotopónimos, que tambiéndebió de ser muy común: La Montañeta, El Llanete, La Ladereta, La(s) Laguneta(s),El Piquete, etc.De todas maneras, los usuarios no suelen tener problemas para interpretar correcta-mente estos topónimos con sufijos no productivos.

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