kundra_8_enero2014

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KUNDRA #8_enero 2014 #literatura _aleatoria _año 2 _plataforma digital online

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KUNDRA #8_enero 2014

#literatura _aleatoria

_año 2

_plataforma digital online

#CUENTO _EL ESCALÓNValentina Vidal

MENÚ DE INICIO

KUNDRA #8

Enero 2014

#CRÓNICA _TAN TRISTE COMO ANA INÉS

Juan Carlos Moya

#EDITORIAL _EN LA CALLE EDITORIAL

Angie Pagnotta

#POESÍA _DESTERRADOSAixa Rava

#DOSSIER _EL SEÑOR DE LOS VENENOS

Gustavo Grazioli

#TIRA _RAYMOND guión: A. Farías

dibujos: L. Sandler

_plataforma digital online KUNDRA

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#ARTÍCULO ALEATORIO _BREAKING BAD

Juan Manuel Candal

MENÚ DE INICIO

KUNDRA #8

Enero 2014

#LECTURAS _LITERATURA & PSICOANÁLISIS

Victoria Mora

#POESÍA _AHÍ ESTÁ ALLEN

Odeen Rocha

#DOSSIER _LA VOZ DEL ESCRITOR

Sebastián Grimberg

#ILUSTRACIÓN _LEER Y SENTIR

Strawberry Style

#POESÍA _EL VÓRTICE...

Matias Bragagnolo

#CUENTO _OLVIDO Hernán L. Carreras

#POESÍA _LA CONSPIRACIÓN...

Nico Loreto

#LECTURAS _FAUNA Manuel Quaranta

_plataforma digital online KUNDRA

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En la calle editorial

Hacia fin de año, estuve charlando con varios conocidos del ambiente literario y también con algunos amigos escritores, periodistas y músicos. Cuando hablamos sobre la revista, me pareció interesante hacer un tanteo sobre las opiniones de ellos. Algunos decían que sería muy bueno poder imprimir y que Kundra se compre en la calle. Otros, decían que lo mejor era mantenernos estables en lo digital, porque –según ellos- ahora todo pasa por lo digital.

Parte de lo que decidí se encontrará hacia el final de esta editorial, pero al tener todas las opiniones, me quedé pensando en cómo un mismo proyecto o concepto lleva distintas perspectivas sobre quién lo ve. Particularmente, me sorprende la multiplicidad de voces e ideas que los demás tenían al respecto de la organización de Kundra, del criterio editorial o de la estética que lleva.

No voy a caer en el lugar común de decir que hacer una revista digital no es fácil y tampoco diré que es parte de un aprendizaje, aunque claramente lo es. Creo que hacer una revista digital es –por lo menos para mí- un cable a tierra y un disfrute. Jamás podría seguir haciendo esta revista si no pensara que estoy disfrutando de hacerla. Claro que muchas veces la realidad supera los ideales y las cosas parecen costar el doble. Sin embargo, aún cuando es así, hacer Kundra implica una creatividad y un disfrute placentero que va más allá de todo. Es placentero, aún cuando late el vértigo de pensar si ciertas cosas que hago rendirán o no número a número.

Todo este pie, apuntaba a decir algo concreto y es que, a partir de este año, saldremos en cuatro formatos: online, pdf, epub, y mobi. Para mí es toda una novedad anhelada y un gran logro. Acá no puedo dejar de agradecerle a Juan Manuel Candal por la enorme ayuda que es en este proceso. Yo y todos los que participan de la revista, apuntamos a mejorar lo que tenemos y a seguir creciendo. Espero que ustedes sigan acompañándonos.

Angie Pagnotta

Directora Revista Kundra

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a#STAFF #8

#cuentos:Valentina VidalHernán L. Carreras

#notas:Gustavo GrazioliJuan Carlos MoyaJuan Manuel CandalManuel QuarantaSebastián GrimbergVictoria Mora

#poesías:Aixa RavaMatías BragagnoloNico LoretoOdeen Rocha

#ilustración:Strawberry Style

#tira “Raymond”Guión: Alejandro FaríasDibujos: Leo Sandler

#maquetación PDF/EPUB/MOBI Juan Manuel Candal

Edición & Dirección periodística:Angie Pagnotta

[email protected]

5Cuento

El escalónpor Valentina Vidal

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El hombre subió ocho escalones. El último lo dejó de cara a una puerta cerrada.

Del picaporte solo quedaba un hueco y más abajo una cerradura sin llave.

Al querer retroceder, se dio cuenta que los siete escalones restantes habían desaparecido y que a su alrededor, era todo oscuridad. Oscuridad, escalón y puerta.

Los pies del hombre ocupaban todo el ancho del escalón. No tenía de donde sujetarse y apoyó las manos sobre la puerta de madera.

Puerta. Escalón. Oscuridad

La angustia, la incertidumbre y la poca movilidad, comenzaron a desesperarlo.

Golpeó. Una, dos, muchas veces. Probó con los puños, después con los hombros y a los codazos. Pero había forma, nada la movía.

El hombre sacó de su bolsillo todas sus llaves. Eran llaves que abrían muchas puertas, menos esa.

- ¿Terminaste? -Dijo una voz del otro lado de la puerta.

-¡Ábrame, por favor!

- ¿Cuántos escalones subiste? –Preguntó la voz.

- No sé, pero desaparecieron apenas subí el último.

- Como le divierte el juego de los escalones. Dijo la voz, pensando en voz alta.

-¡Terminemos con esto, ábrame la puerta, casi no puedo moverme!

- ¿que estabas haciendo antes de subir esa escalera?

Al hombre lo volvía loco esa puerta cerrada y la voz que no parecía inmutarse ante su pedido desesperado.

-Necesito salir de acá. –Dijo el hombre.

-Intenta recordar –dijo la voz

-Creo que estaba en el auto, por llamar a mi mujer, iba manejaba cuando algo pasó, se cruzó un coche, me parece que pegué un volantazo y giré, pero no puede ser, es todo muy confuso. Por favor que abra esta puerta.

-Tuviste un accidente. –Dijo la voz.

- Ud. está loco. –Dijo el hombre.

- Ud. está muerto. – Dijo la voz.

-¿Esto es la muerte?

-¿Que esperabas, un montón de gorditos alados, tocando el clarinete?

-¡No una puerta cerrada!

-Trata de recordar. –Le repitió la voz.

-Sofía.

-Tu mujer. La estabas por llamar, antes de morirte. ¿Qué le dejaste?

- El auto no creo haya quedado bien. ¿La casa?

- No seas idiota.

- No comprendo nada. Se me acalambran las piernas de estar parado. Déjeme pasar y hablemos tranquilos. Terminemos con esto.

-Te hice una pregunta y todavía no me la contestaste.

El hombre se pasó la mano por la cabeza. El recuerdo de Sofía se le había clavado en el pecho.

-Seguramente tendrás algo más para decirme.

-¿Es una confesión?

-Que confesión ni ocho cuartos. Esto es una declaración jurada. La tenés que completar y firmar. Entonces yo te abro la puerta y a otra cosa mariposa, cada uno por su lado. En cambio, si no declaras nada, no va a quedar otra que dejarla en trámite pendiente, lo cual significa que tu caso va a revisión y cuando la terminen de aprobar, se te enviará un aviso en el cual te informaran los pasos a seguir.

El hombre suspiró con resignación.

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- Anote: cuando tenía diecisiete años –cortala- lo interrumpió la voz.

-No estoy para perder el tiempo, no soy el cura del barrio, no me importa si le mentiste a tu vieja. Con el laburo que tengo, por favor. Mando el formulario a revisión y listo. Firmame al pié y terminemos con esto.

El hombre ve cómo se desliza una planilla por debajo de la puerta.

-No, espere. ¿Antes no podría volver cinco minutos con ella?

-No digas boludeces. Bastante con servirte en bandeja el cuestionario, se ve que venís con referencias de algún familiar ó amigo y además tu envase, quedó bastante hecho pelota, sería mucho trabajo. Denegado.

-Solo cinco minutos –suplicó el hombre- necesito verla por última vez.

-Lo tengo que consultar.

Se quedó esperando un largo rato, hasta que escuchó dos golpes.

Toc-toc

-Cinco minutos. –Dijo la voz. Tenés buenos contactos.

Antes de poder darle las gracias el hombre se vio en su casa, sentado en la cama. Sofía estaba en la cocina y la oía cantar, costumbre que al hombre lo ponía de muy buen humor, mientras en el aire, flotaba el aroma de su comida favorita –pastel de carne- y que a Sofía le gustaba hacer cuando lo quería mimar un poco.

El hombre se levantó y fue hasta la cocina, Sofía lo miró y el la besó mientras la abrazaba. Que maravilloso le resultaba sentir como cada pliegue, rincón, articulación de sus cuerpos encajaban perfectamente. Como dos partes de una misma pieza. Sofía, se soltó muy sutilmente, argumentando con una sonrisa pícara que se le estaba quemando la comida.

El hombre la besó una vez más, esta vez en la frente.

Puerta. Escalón. Oscuridad.

Toc-toc

-¿Como le fue amigo?

-No pienso declarar. –Dijo el hombre.

-Lo siento por usted. –Dijo la voz y aclaró su garganta con incomodidad.

El hombre tomó la planilla que se asomaba por debajo y la firmó al pié volviéndola a pasar del otro lado de la puerta sin leerla.

-Como ya te dije, esto quedará en un trámite pendiente. Me esperan otras puertas, hay pila de trabajo.Escalón. Puerta. Oscuridad.

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Sobre la autora:

*VALENTINA VIDAL nació un 11 de Febrero. Se formó como música en el Conservatorio Manuel de Falla, pero la adolescencia la encaminó hacia el bajo dejando atrás la música clásica y tocando en algunas bandas de rock. Lleva editados 3 discos. Su formación literaria corresponde a una fascinación por la lectura, la cual influencia de manera notable toda su escritura. Colaboró en diferentes revistas literarias y publicó varios cuentos cortos, de los cuales uno de ellos es “El Escalón” que se encuentra en “Fondo Blanco” su primer libro publicado por Llanto de Mudo Ediciones. También ha dictado talleres de incentivación a la escritura y la lectura.

9CRONICA

Tan triste como Ana Inéspor Juan Carlos Moya

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Hace poco platicaba con Angie Pagnotta, mi editora en Argentina, sobre las ínfimas posibilidades de mudarme a Buenos Aires o al menos presentar mi novela allá. Al evocar la ciudad o sus avenidas, me es inevitable pensar en dos nombres literarios: Jorge Luis Borges y Juan Carlos Onetti. A ellos vuelvo siempre, a sus obras, así como también late en mí, cada mañana o noche, el deseo de aterrizar en Ezeiza y no regresar a los Andes. A continuación, una crónica, mi travesía sobre el Río de la Plata, mi absurdo plan de zarpar del puerto de Buenos Aires hacia la tristísima Santa María, de Onetti.

Esa tarde de nubes negras, el barco atravesaba una tormenta tropical que provenía del sur de Brasil. Habíamos zarpado hace poco de Montevideo y nos dirigíamos al puerto de Buenos Aires, navegando sobre las aguas rojizas y frías del Río de la Plata.

La tripulación —en su mayoría mujeres y ancianos— empezaron a ahogarse en sus propias lágrimas cuando los camarotes se ponían de cabeza con el oleaje intempestivo y el viento que arremetía por estribor.

El capitán, luego de muchos minutos de silencio, anunció por el altavoz que sería el último en abandonar la nave y que «Dios» nos amparaba contra la furia de la naturaleza.

Ahora que recompongo la historia de esos días, quiero creer que esa tarde debió sucederse mi muerte, imagino con placer que el barco finalmente se fue hundiendo, aplastado por la tormenta. Juego con la idea que ese naufragio en las aguas del Sur, y mi consecuente fallecimiento, hubiesen significado un crédito para mi anónimo apellido.

Mi aventura empezó durante las primeras horas de la mañana, cuando desperté con el deseo de visitar la casa de Juan Carlos Onetti en Montevideo. Tomé el barco que partía de Puerto Madero malamente acompañado de un mexicano rezongón y una nicaragüense bulliciosa y risueña. La travesía fue asfixiante. El mexicano me ladraba en las orejas y la mujer no paraba de oír en un pequeño aparato un infinito partido de fútbol entre dos equipos centroamericanos.

Arribamos antes del mediodía. A lo largo de la bahía sobrevolaban unos pájaros flacos y negros. Sobre una extensión de rocas que formaba una muralla contra el mar, un viejo marinero silbaba una canción. Más allá del malecón se observaba el perfil de unos edificios y una avenida de dos carriles por donde transitaban veloces unos coupés plateados.

La buena enemistad se propaga tan rápido como la lepra. Abandoné al mexicano y a la nicaragüense sin darles ninguna explicación ni despedida. Me amarré los cordones de mis zapatos e ingresé a Montevideo por el costado que conducía a la ciudad vieja.

Después de una lluvia pasajera que cayó suavemente sobre la avenida 18 de Julio, el paisaje se volvió más limpio y un sol repentino hizo que las ventanas mojadas de los edificios resplandezcan.

Hacía mucho tiempo, decían que en la calle San Salvador, cruzando un parque de bancas de piedra solitarias, se llegaba a una pequeña casa de puertas azules de madera. Allí, en esta residencia —insípida ante los ojos de los turistas y de los mismos montevideanos— había crecido el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti.

Mientras buscaba la mencionada calle, errabundo por calle Paysandú, fumé con ansiedad pensando a la vez en el hábito de fumar de Onetti, a veces junto a una araucaria del patio, la mirada lluviosa, en esas mañanas olvidables, después de una taza de café frente al vacío de los días.

Fracasé en mi búsqueda. Fue como dar vueltas por un sueño cuyas avenidas se me negaban. Me extravié varias veces, mi misión quizá era absurda. A nadie le interesaba recordar el domicilio del escritor.

Había la calle pero no la puerta azul. Fui a dar con la redacción de Brecha, donde hace muchos años funcionaba Marcha, el semanario que contrató a Onetti como periodista. Allí conocí a Ana Inés Larre Borges, editora de culturales, quien me dijo que la casa de Onetti se la llevó el viento en los días más grises de Montevideo.

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Ana Inés, esposa (y viuda reciente) de uno de los editores de Onetti, su perfil silencioso, vestida de luto y azotada por la brisa del puerto inhóspito, esa tarde, me despidió mientras el astillero parecía devorar su figura, volviéndola un tierno fantasma huérfano parado junto al río.

Su esposo había fallecido hace poco, y aun así, como una mueca irónica al destino, esbozó una mínima sonrisa cuando decidí fotografiarla en el puerto, el pelo al viento, una estatua solitaria delante del Río de la Plata.

De perfil, Ana Inés, tenía un lejano parecido con Anouk Aimée. Y vestida de luto, botas negras y pañuelo al cuello, la sensualidad de su cuerpo se confundía con su aflicción.

En eso y en ese sentimiento de soledad que me había dejado la búsqueda de Onetti, estaba pensando cuando sobrevino la tormenta tropical. Entonces observé como un rayo iluminó con un latigazo el horizonte, luego vino un trueno que parecía desgarrar el telón sucio del cielo. El barco se batía sobre el agua enfurecida y parecía destinado a la tragedia. Adentro iban cayéndose tazas, maletas y ancianos.

Nadie quería morirse tan pronto, en esta vida breve. Protestaban con sus inútiles llantos, aferrados a su pequeño sillón, abrazando sus mínimas pertenencias en esta tierra.

Desde luego, aquí estoy: contando la historia de un naufragio frustrado.

Hay noches de tormenta, cuando miro la ciudad por la ventana, que vuelve a mecerse en mi memoria el vestido negro de Ana Inés. Es entonces que veo tan nítido y gris el astillero de Montevideo, y me es inevitable sentirme tan triste como ella.

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Sobre el autor:

+JUAN CARLOS MOYA es escritor y periodista ecuatoriano. Autor de la novela «Caballos en la niebla» y del libro de cuentos «Un sueño es un pez pardo». Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla Ortega, primer lugar, por el conjunto de crónicas titulado: «El oficio de vivir». La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano le hizo merecedor de una beca de estudios con Ryszard Kapuscinski, en Buenos Aires. Ha trabajado en prensa, radio y televisión. Actualmente se halla culminando su segunda novela.

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DESTERRADOS

Un momento que parecía irrepetible

burló la tautología

y embriaga el estómago

con su vaivén.

No podemos esperar un giro,

una migración,

la estación señalada.

No somos,

—como creímos—

golondrinas.

#poe

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| AIXA RAVA |

Aixa Rava (3 de enero de 1982, Tierra del Fuego) es Profesora de Letras por la Universidad Nacional del Comahue, y de Español como Lengua Extranjera por el Instituto Superior Olga Cossettini. Trabajó como docente en escuelas secundarias e institutos de inglés hasta el año 2010, en el que decidió dedicarse por completo a la corrección de textos y a la escritura. Actualmente, escribe para revistas literarias y culturales, y publica en su blog http://hojasdemoradas.blogspot.com.ar/

15PERFIL _ DOSSIER

El señor de los venenos por Gustavo Grazioli

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Las misivas en un papel y la cruda percepción en la mente. Sin misericordia por nada, al punto tal del nihilismo, empezó a firmar algunos de sus artículos como Bukowski, Trotsky y otros personajes que se inventaba en el momento. En medio de una vida promiscua delinquió desde muy joven, pero a su vez fue creador de revistas del calibre de Cerdos&Peces y continuó como presentador o monologuista de Los Redonditos de ricota.

“Yo estaba ya medio boludazo y en vez de aspirar a una fresca, jugosa y romantica conchita barranquense me croqueteaba con ser un escritor famoso para, algún día, ponerla entre el chamuyo en una literaria, psicoanalizada vagina palermitana.”

-La vida es un bar, Enrique Symns.

Hay distintas maneras de atravesar las aristas de una vida; es que se puede ser un hombre que maneje una conducta intachable, siempre por el camino del bien, sin ningún tipo de interacción con el alma o se puede divagar desde los catorce años de bar en bar, probando las bebidas más fuertes que haya para afrontar un estado de gracia llamado: vida cotidiana.

Para Enrique Symns el camino a transitar estuvo repleto de historias magras, obscenas, de delincuencia y llenas de drogas pesadas, pero siempre en vinculación con el arte, la escritura y el periodismo.

Hacer escuela con tipos bravos y malevos o pasar por distintas cárceles, ha formado parte de su infancia. La cual nunca olvida y vive recordando a través de los distintos cuentos que escribe. Da detalles -a veces sin ningún nombre ficcional- sobre la gente con la que se cruzó en esos caminos y con los que emprendió distintos métodos para perder el tiempo. De la educación formal se rateaba, casi ningún profesor le conocía la cara y cuando asistía a las clases, le preguntaban si era nuevo. La formación la pudo encontrar a raíz de que su hermano leía y por eso leyó a autores como Roberto Artl, Niezstche, Dostoievski o Shopenhauer; así podía “verle el culo a la mentira”, según su definición.

Cuando se encontró con el arte y logró hacer mella allí, alejándose de una vida amorfa y “burguesa”, comenzó a presentar a Los Redonditos de Ricota con monólogos largos e intensos, mezclando droga y política. Symns casi proclamado como un beatnik, mantuvo una conducta donde la aventura se posicionaba como primordial; donde las experiencias lo eran todo y lo material, no era nada. Esta forma de anclar en monologuista lo emparentó con un poeta de Estados Unidos, que formó parte de la generación beat en los 60: Allen Ginsberg. Ginsberg tiene un poema muy conocido no solo por las veces en que fue prohibido y hasta penado, sino también por la presentación que tuvo en su momento. El poema se llama “Aullido” y Ginsberg lo leyó en un lugar que se solía tocar rock, pero -y esto forma parte de lo diferente- lo hizo como si estuviera dando un show musical: hubo expresión corporal, distintos gritos y una puesta en escena de mucho énfasis.En Symns, si uno escucha sus monólogos, hay una influencia de ésta forma, que para la época producía un extrañamiento. Además tenía en ese momento, la compañía del Indio Solari, con el cual supo mantener asiduas charlas de filosofía, política y momentos de mucho alcohol.

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No solamente lo envuelven este tipo de actividades, también fue el fundador de la mítica revista Cerdos&Peces, a la que se consideró como contracultural y urbana. Desde esta revista logró experimentar crónicas y narrativas, totalmente disruptivas con las formas más tradicionales de escritura, acercándose a una forma de periodismo que se denominó “gonzo”, después de que Hunter Thompson hiciera su trabajo con el nuevo periodismo, desde Estados Unidos. Esta forma de narrar se relaciona con un estilo poco recostado en las maneras habituales; acá se pone el cuerpo ante la historia. Se da el concepto antropológico de “estar ahí”. La búsqueda de qué contar, para esta revista, va a tener un eje en los lugares más marginales, propios de lo que un apocalíptico denominaría “cultura de masas”. Retratar delincuentes, narcos o contar la historia de vida de una prostituta, eran composiciones de una fuente que contenía las voces menos ponderadas desde la escala dominante. Para el momento, utilizar el periodismo desde esta forma alternativa encontrándole lugar a estas experiencias, fue todo un desafío. La creatividad de Symns no tiene límites: inventó personajes con los que firmaba notas de la revista o firmaba con nombres conocidos, como Trotsky, Burroughs o Bukowski. Estos licenciados, especialistas o periodistas de ficción demostraron su fuerte conexión con la literatura, haciendo intrínsecas esas estrategias para su forma de hacer el periodismo.

En lo que respecta a su obra de ficción, su trabajo más destacado, es una narración autobiográfica que lleva por nombre El señor de los venenos. Desde una prosa truculenta y vertiginosa relata una vida sumida por la droga, los viajes y lo que es estar al costado del camino; un andar hippie, punk, sexópata y solitario, que tiene entradas y salidas de las cárceles de Brasil, pasando por estafador en Europa.

Esta ambición maldita por no bordear zonas que lo pongan a la par de las plumas de la burocracia, lo hizo no perder el hilo ni las formas, escribiese en donde escribiese. Pasó por varios medios y algunos de ellos no soportaron las líneas macabras, conectadas con la más cruda visión de lo que es la realidad.

Hay veces que no se puede tolerar cuando te entra la duda existencial o cuando te hacen sentir un títere del sistema más opresor y dominante.

En muchas oportunidades colaborar con eso es muy fácil porque se implanta una ceguera tal, que después ya resulta cómoda y si te pagan, mucho mejor. Por eso es destacable la conducta que mantuvo Symns a lo largo de toda su carrera, más allá de que las líneas dominantes lo tilden de border, loco, drogadicto. Estoy seguro de que ninguna de esas personas podría iniciar ni media carilla que apasione a un lector. La perfección se ha comido a la sensibilidad, dejándonos sin el derecho a equivocarnos, sin el swing de prosas que te muevan un poco la estantería y lo peor de todo; haciendo trivial el placer.

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Sobre el autor:

*GUSTAVO GRAZIOLI nació en febrero del ’87. Realizó media carrera de Comunicación Social en la UBA, y está terminando la carrera de periodismo en ETER. En la actualidad trabaja como periodista, colabora en medios digitales y en la edición en papel de la revista local de Aldo Bonzi. En materia narrativa hace poco encuadernó sus cuentos con el fin de publicarlos bajo el título: La pureza del lenguaje se esfumó. En lo musical se desempeña como cantante de Manzanitas, una banda de la zona Aldo Bonzi –La Matanza- en la que aprovecha a cantar letras que se iniciaron como poesía.

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AHÍ ESTÁ ALLEN

En el parque

Sentado a la sombra

Con aves en su hombro

Mirando al mundo

Tras sus anteojos

Viviendo el tiempo

Que ya no existe

Desde el 97.

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| ODEEN ROCHA |

(México, 1980) Comunicador por la UNAM, ha participado en antologías de cuentos como “Innombrable fantasía” y “¿Amor?” (Ediciones Shamra); “Vamp Fest” y “Antología Mexicana del Zombie” (El Under Ediciones), parte del colectivo poético y literario “Colectivo sin chofer” con sede en la ciudad de Buenos Aires. Poeta barbado de tren y transporte colectivo. Por las mañanas desayuna licuado con pan y se rebela contra el sistema por las tardes antes de comer. Gusta de construir robots y conversar con simios que visten traje y sombrero de detective.

22ARTICULO ALEATORIo

En el triunfo aparece la bestia por Juan Manuel Candal

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Durante diciembre de 2013, en poco menos de dos semanas vi la serie Breaking Bad completa. Es relevante explicar que, previamente, no había visto ni una escena suelta, sólo sabía que aparecía un pelado y que el argumento giraba sobre algo relacionado con el mundo del narcotráfico. A mí, que en general prefiero las aperturas metafísicas, los escarceos con la ciencia ficción y todo aquello que se sale de la narrativa demasiado realista, la ecuación [un pelado + narcotráfico x cinco temporadas = menos interesante que la biografía de Cumbio] me mantuvo lejos y apático, pero, unas semanas atrás, un amigo comenzó a hablarme de la serie y esgrimió un argumento particularmente atractivo. Según él, se trataba de los personajes, de cómo un tipo al que le diagnostican un cáncer de pulmón muy avanzado, y se transforma en el personaje con que nos identificamos en principio, se pone a producir metanfetaminas y se ve enfrentado a tomar una serie de decisiones cada vez más difíciles de justificar. Es decir, lo interesante estaba en que se ponía en jaque al espectador.

En realidad, es un poco más complejo que eso. Walter White, sí, es un hombre de 50 años, químico brillante, que se gana la vida (mal) como profesor y haciendo un turno en un lavadero de autos. Le hacen el diagnóstico terminal, y después de ver cómo su cuñado (agente de la DEA) desbarata un laboratorio mal montado en el cual se produce metanfetamina, tiene la brillante idea de contactar a un dealer, Jesse Pinkman, y proponerle una sociedad (en la cual él será el nuevo químico y Jesse quien venda el producto en el mercado). ¿Qué hizo de Breaking Bad una serie particularmente interesante? A continuación hay un suelo minado de spoilers, así que sólo se recomienda la lectura a quienes hayan visto la serie completa.

«Siempre son dos, ni más ni menos».

En cierto modo, durante las cinco temporadas de la serie, Breaking Bad trata de la espiral descendente de Walter White y Jesse Pinkman, un poco a la Requiem For A Dream (Darren Aronofsky, 2000), pasando por altas dosis de Scarface (la versión de De Palma, 1983), El Padrino (Fracis Ford Coppola, 1972), y, hasta cierto punto, la saga de Star Wars, particularmente el episodio III: Revenge Of The Sith (George Lucas, 2005). Por supuesto que en Breaking Bad no hay sables laser ni droides políglotas, pero la relación entre Walter White y su discípulo/socio, Jesse Pinkman, se va pareciendo, a medida que la serie avanza, a la de los famosos Sith, en particular a la relación entre Palpatine (el famoso Emperador) y Darth Vader. Recordemos que Palpatine es, antes que nada, un excelente manipulador, dotado de un pensamiento estratégico sin igual, capaz de adelantar varias movidas en el tablero del conflicto y de la vida personal de sus enemigos y más aún, de su discípulo, a quién destruye psicológicamente más que a nadie, a la vez que lo domina. Walter y Jesse no se llevan particularmente bien durante las primeras tres temporadas. Hay momentos de cierta camaradería, pero nunca una verdadera amistad. Sin embargo, cuando la vida de uno está en juego, el otro generalmente se juega la suya para resolver la situación. Hay una dinámica muy particular entre ellos, tensa, inestable, pero por momentos, casi simbiótica. Pero de cualquier manera, ambos elementos modifican al otro, y, más interesante, la relación entre ellos modifica el resultado en la mirada del espectador.

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Con Walter White podemos establecer casi una relación de compasión, desde la empatía: hombre con una sentencia de muerte, queriendo dejar una seguridad económica para su mujer y su hijo (un adolescente con parálisis cerebral parcial, y probablemente uno de los personajes más queribles durante la serie entera). Y lo admiramos primero por sus conocimientos y la capacidad para resolver ciertas situaciones casi a lo McGyver: hay una solución química que se puede cocinar para casi cualquier cosa y en el verosímil planteado por la serie esto funciona bien, sobre todo porque no es un factor que se utilice de manera excesiva. Luego, a medida que pasan los episodios, empezamos a ver a Walter White hombre-de-acción y su capacidad para pensar también cómo deshacerse de un problema o de una serie de adversarios, mediante planes de acción dignos de un excelente ajedrecista. El White frío y calculador (que en la serie adopta normalmente el seudónimo de Heisenberg), embriagado de sí mismo, actúa por momentos como una máquina perfecta, y su arco dramático realmente alcanza su pico entre las temporadas 4 y 5.

Jesse, el discípulo, es el corazón de la narrativa, y algo así como la brújula moral de una historia sin un núcleo moral definido (o, en términos químicos, estable). Al comienzo parece el típico mamerto que no tiene otro interés en la vida que drogarse mucho y encarnar todos los estereotipos del junkie. Pero conforme avanza la historia, es el personaje todavía blando, de alas rotas, que no está embebido en su propio narcisismo, y se puede cuestionar aquello que está haciendo, generalmente cuando implica la vida de gente inocente. Un chico que se perdió en algún momento de su vida, y que vive buscando una figura paterna, algo que probablemente siempre espera encontrar en Walter, pero que éste no termina de darle de modo sincero. El arco de Jesse probablemente sea el más intenso, porque estamos previendo su muerte desde el comienzo mismo de la serie (dato de color: originalmente Jesse iba a morir en el 9no episodio de la primera temporada,

pero una huelga de guionistas hizo que se tuviera que detener la producción después del 7mo y, en el tiempo muerto, el creador de Breaking Bad, Vince Gilligan, impresionado por la performance del actor que le da vida, Aaron Paul, decidiera cambiar de planes y darle más desarrollo al personaje). El arco de Walter es el más interesante desde el momento en que coloca al espectador en un lugar complicado: podemos entender la desgracia de su cáncer, sufrir con él la idea de que dejará en la ruina a su familia, pero, a la vez, nos encontramos de entrada con un hombre demasiado consumido por su propio orgullo herido, alguien que probablemente nunca fue una gran persona, sólo una mente brillante y apática, particularmente incapaz de establecer lazos afectivos reales excepto con su mujer y su hijo, porque Walter está únicamente interesado en él mismo, como reconoce en el episodio final, e incluso su motivo noble —dejar algo para su familia— es apenas un disparador. Cuando comienza a montar

su imperio triunfante es cuando se vuelve realmente peligroso. En el triunfo aparece la bestia, en todo su esplendor.

El espectador sabe cosas que Jesse no y así asistimos a la manipulación terrible que a la que Walter somete al chico. Así como Palpatine jugaba con la desesperación de Anakin por Padme y, luego, con su culpa por la muerte de esta, Walter, maestro y mentor, se queda mirando cómodo mientras Jane, la novia de Jesse, muere ahogada en su propio vómito. Podría haberla salvado, pero era un factor externo que amenazaba con destruir la sociedad perfecta. Ese el Walter White que siempre estuvo encerrado dentro de Walter White: el que no hace algo terrible, pero deja que ese algo suceda. Probablemente sea este el punto de quiebre para los seguidores de la serie: a partir de entonces, empezamos a desear que las cosas no le salgan tan bien a Walter White, porque claramente, es un psicópata. Y sin embargo lo admiramos.

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«El factor Lost».

Pero el personaje principal, Walter White —y su otro yo, Heisenberg—, tampoco es execrable. Mientras miraba los primeros episodios —debo admitir que nunca terminé de simpatizar con él, ni siquiera al comienzo—, pensaba que Gary Oldman debería haber interpretado este papel, y la razón es que Oldman es un actor que se especializa en brindar grietas de vulnerabilidad a personajes terribles. Pero claro, todavía no tenía claro cuál era el objetivo de la serie: la gestación de un villano, ni más ni menos.

Ningún villano de ficción, ningún asesino de lesa humanidad, para el caso, se piensa a sí mismo como tal cosa, es decir, siempre encuentran una justificación para sus actos, siempre están obrando, en sus cabezas, por un bien mayor. Volvamos al ejemplo de Star Wars: en las precuelas vemos la caída en desgracia de Anakin Skywalker, hasta transformarse en Darth Vader. Pero, ¿no hubiera sido interesante ver una serie que siguiera los pasos de un Palpatine joven, y nos fuera mostrando su propio camino hasta transformarse en un emperador impiadoso, brillante y asesino en masa? Es decir, por algo seguimos leyendo sobre las infancias y la temprana juventud de Hitler y Stalin. Uno de los grandes méritos de El Padrino es ponernos del lado de Michael Corleone, al punto que intentemos justificar sus acciones, porque nos cae bien, porque, en cierto modo, admiramos lo que representa (mucho más que el caso Scarface, una película mucho más lineal al respecto).

Lost, la serie que cambió el modo de hacer cine y televisión, es el gran referente, no solo a nivel de trucos narrativos, sino por el modo de abordar el modelo de héroe y villano. Casi todos los personajes relevantes de la serie coquetearon con ambos extremos: Jack, Kate, Sawyer, Sayid, Charlie, Juliet, y el más emblemático de todos en este aspecto, Ben. Breaking Bad toma ese modelo y lo trae a un universo más palpable, más cotidiano. Podemos detestar a Walter White durante varios episodios, sin dejar de admirarlo, y queriendo, casi a regañadientes, que se salve de algunas situaciones terribles. Del mismo modo, sobre la quinta temporada, cuando terminamos de aceptar que hemos visto el crecimiento de un psicópata muy humano —capaz de envenenar niños, ordenar matanzas numerosas y traicionar a sus afectos más leales—, también podemos darnos el lujo de verlo como una ruina, de tenerle cierta compasión, porque ya sabemos que no podemos salvarlo, sabemos que al fin y al cabo, es despreciable… pero a la vez, no lo es del todo.

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Dijimos que Walter White es un maestro manipulador, pero no sólo con los demás personajes. A través de él, somos nosotros los manipulados. Alfred Hitchcock decía que le gustaba jugar con la audiencia, ejecutándola como a un instrumento musical: tocar las teclas y obtener las respuestas previstas. En ese sentido, los guionistas de Breaking Bad consiguen hacer eso mismo con el espectador: acercarlo y alejarlo del protagonista, que es una suerte de proxy (figura intermediaria) de un discurso de Vince Milligan y demás implicados. Walter es discurso, sus acciones lo son. Nos implican el cuestionarnos una serie de valores, nos empujan a tomar posición y a no dar por cerrada nuestra postura en ningún momento. Por eso el componente emocional lo aporta Jesse, que a su vez, es un personaje-proxy del espectador: nunca termina de estar del todo seguro de cómo posicionarse ante el discurso-Hisenberg; está tan confundido, por momentos, como nosotros. En los foros de la IMDB, miraba hace un rato, existe gran cantidad de personas que justifican lo que hace el protagonista, a tal punto de culpar a los otros personajes por no saber comprenderlo. Estas posturas, que suelen radicalizarse en la confrontación dialéctica, son una instantánea del mayor logro de una serie que tiene sus fallas de tanto en tanto (algunos artificios argumentales demasiado convenientes), pero que funciona como una piedra más en ese camino tan fascinante para el público occidental del siglo XXI: el camino del antihéroe, muy por encima del siempre clásico camino del héroe.

Mientras se aproximaban los últimos episodios, pensaba que un final verdaderamente punk hubiera sido uno en el que Walter terminara triunfante: un gran dedo a fondo para la sociedad norteamericana, que necesita siempre que el criminal pague por lo que ha hecho. Sin embargo, el final se juega una carta algo más convencional y está bien, funciona y es más satisfactorio a nivel narrativo. En el camino hay detalles particularmente bien dosificados, como el comprender que las empresas fantasmas con un toque creepy son mucho más aterradoras que los funcionarios de un gobierno (otra vez: legado de Lost) y así, Los Pollos Hermanos, Vámonos Pest, Madrigal, y otros, funcionan como agujeros negros con carga mítica. Y tampoco faltan los guiños para el entendido: en una serie en la que la manipulación de los elementos químicos produce todo el tiempo nuevos resultados, casi en espejo con la manipulación dramática, un teléfono suena con «She Blinded Me with Science», de Thomas Dolby, como ringtone. Son apenas 3 segundos, y nunca se lo menciona. El espectador que no conoce la referencia, no se pierde nada a nivel narrativo. Y para los demás, es un guiño sobre lo que pasó y lo que vendrá. Este nivel en el detalle es también parte de lo que hace de Breaking Bad una serie con ambiciones narrativas que se remontan por encima del típico televisivo argumental.

Sobre el autor:

*JUAN MANUEL CANDAL nació en Buenos Aires en 1976. Colabora con reseñas y artículos en medios como el periódico La Diaria (Uruguay), Kundra, Baires Digital, el portal Leedor.com y Revista Próxima (Argentina), etc. Fue fundador del sitio web Otro Cielo, enfocado en la narrativa latinoamericana actual. En 2009 publicó su primer volumen de cuentos, Yo robé tu nombre (La Colmena). En 2011 publicó su segundo volumen de cuentos, Siempre tendremos Venezuela (Reina Negra). En 2012 publicó su novela Mundo Porno (Interzona) y un libro de formato digital recopilando artículos escritos entre 2006 y 2012 titulado Rosas para Stalin. En 2013 publicó la novela Boutade (Pánico el pánico) y el eBook Intimidad para el ojo iniciado.

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EL VÓRTICE DE LA HIPNOSIS ESTELAR

nos saludamos desde lejos

en un mar de lágrimas y soñamos con labios

que aparentan estar vacíos estamos inmersos en lo que en realidad es

un vórtice una caja azul

un grabador en un baño público o la veloz desintegración

de una excelente dactilógrafa una estela nunca besada

que ardió por dieciocho días o, eventualmente, un caso accidental

a través de la repetición de las estrellas

que en el aburrimiento busca un sentido

a la hipnosis con pentotal sódico en la que estamos inmersos

durante la teletransportación todos se tragan la lengua

al recordar la veloz desintegración de la estela

y entre paredes vacías un hipnotizador

con la luz de una vela escribe sobre

un mar de sangre

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| MATIAS BRAGAGNOLO |

Nacido en la ciudad de La Plata en 1980, escribe desde hace más de 15 años, pese a haberse graduado como abogado en 2005 y como instructor de musculación en 2013. Su ensayo “LA INSIGNIFICANCIA, LO ILUSTRE, LO EFÍMERO Y EL FINAL AUTOIMPUESTO DE LA EXISTENCIA” se publicó en 2004 en la revista “Una Theta” (Puebla, México), y entre 2011 y 2013 varios de sus poemas y cuentos fueron publicados en diferentes antologías. Su novela “PETITE MORT” fue en 2010 finalista del concurso “Laura Palmer no ha muerto” y en 2013 del concurso “Extremo Negro - BAN!”. Será editada próximamente por el grupo editorial Del Nuevo Extremo.

31LECTURAS

Literatura y psicoanálisis, de Flor Codagnone por Victoria Mora

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Lecturas posibles

Sé de un punto exacto en el que psicoanálisis y literatura intentan cicatrizar una herida profunda.

-Flor Codagnone

Literatura y psicoanálisis es el título del libro de Flor Codagnone y Nicolás Cerruti editado por Letra Viva. Se trata de dos significantes poderosos. Este libro es una especie de caja de sorpresas que a lo largo de su lectura sorprende y vuelve a sorprender una y otra vez. No solo se trata de lo que une y entrelaza al psicoanálisis y la literatura es también, por ejemplo, un tesoro de autores, escritores, filósofos, psicoanalistas, a los que se puede ir a leer luego de cerrar las páginas de este libro, como una especie de metonimia infinita. ¿Qué mayor logro que un libro dé más de lo que uno espera de él? Cada capítulo/ensayo nos guía por distintos senderos en los que el psicoanálisis y la literatura son los compañeros de viaje. Lacan en su homenaje a Marguerite Duras dijo que la literatura lleva la delantera al psicoanálisis. Me gusta pensar esta referencia imaginando un camino compartido donde no importa cuán cercanos o lejanos se encuentren (eso dependerá del análisis, las lecturas, los enfoques, los autores, los lectores) lo que cuenta en definitiva es que hay un camino común que puede transitarse a su vez de muchas formas y maneras: cada quién encontrará la suya y, aún así, es inevitable que ciertos puntos sean compartidos.

Sobre ellos, desde distintas posiciones, vuelven los autores. Seguramente habrá otros recorridos posibles, tantos como lectores se encuentren con esta joya. Les ofrezco los míos.

La palabra

Tanto para el psicoanálisis como para la literatura de lo que se trata en primera instancia es del uso de la palabra. Podría pensarse, en ambos casos, que estamos frente al oficio de la palabra justa: del lado del escritor en su narrativa y también de la palabra que retorna desde el analista al analizante en forma de interpretación. “(Psicoanálisis y Literatura) son, a la vez, ancestros lejanos y familiares directos (…) existe entre ambos una relación profundamente íntima y poderosa, pero sin estridencias. No es que el lazo sea frágil ni que carezca de terrenos comunes. No, la palabra y la ausencia de la palabra están ahí para demostrárnoslo” (página 24).

Así lo define Flor Codagnone: la palabra en su dimensión de presencia pero también en el registro de su ausencia. Esas palabras que para decir o mostrar tienen que estar ausentes, la música de un discurso que no es posible sin sus silencios.

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Escritura/lectura

La escritura y la lectura son los ropajes que utiliza la palabra para circular en la literatura pero también en el psicoanálisis. Así como se escribe en las páginas de un libro se “escribe” en un análisis:

“Hablar es escribirse para alguien. Ese alguien será otro, incluso si soy yo mismo” (página 10).

Escribe Andrés Neuman en un hermoso prólogo a este libro que tituló Espejo ajeno. El analizante cuando habla escribe un discurso que el analista lee, e incluso se habla/escribe para leerse/escucharse a sí mismo. Allí se produce un encuentro en el que el analista abrirá nuevas lecturas posibles a los propios dichos del analizante. Un más allá de lo dicho. Vuelvo con las palabras de Andrés Neuman: “El analista representa el modelo del lector entre líneas. Si visualizamos el habla del paciente como una página escrita, el analista trabajaría anotando los márgenes. Ahí donde es posible asentir, acotar, replicar, dudar de la palabra ajena” (página 11) .

Eso que se encuentra en los intersticios del lenguaje en los lapsus, los sueños, los síntomas que el analista, como lector, interpretará.

“Juarroz afirma que el poeta es un cultivador de grietas. El analista también. El analista lee un hablar inconsciente y procura devolver otro texto, traducirlo” (página 12).

Escritor/lector y analista/analizante en su singularidad pueden, de todas formas, pensarse como lugares equiparables aunque por supuesto no idénticos.

Ficción y verdad

Tanto el discurso psicoanalítico como el literario se inscriben en el marco de una ficción. Más evidente en el caso de la literatura pero no menos presente en la práctica del psicoanálisis. Ya desde Freud y su texto La novela familiar del neurótico hasta Lacan en sus conceptualizaciones sobre la ficción encontramos la necesidad de pensar los enunciados y dichos del paciente como una ficción sobre sí mismo, su historia y los otros que lo rodean. Para Lacan la verdad tiene estructura de ficción y la verdad se desprende de la palabra escrita o dicha en un análisis. Desde la literatura así lo define Saer:

“No se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la verdad, sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación” (página 27).

En palabras de Nicolás Cerruti en su texto Notas sobre el uso de la ficción en el Seminario La angustia de J. Lacan:

“Con la ficción se trata de la verdad(…) Lacan habla de las historias, de las que nos contamos, de las que nos cuentan, como una inmensa ficción” (página 30)

Y por último, lo que Andrés Neuman escribe sintetizando en una frase lo que podría desplegarse en cientos de páginas:

“Literatura y psicoanálisis serían dos artefactos ficcionales que intentan revelar algún tipo de verdad individual”

En ambos casos se necesita una valentía importante, escribir literatura o hablar en un análisis implican estar dispuestos a enfrentar algunas verdades que no siempre son cómodas aunque sí necesarias.

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Cuerpo

Crear una ficción requiere de un cuerpo, ya lo decía Marguerite Duras en su libro Escribir: no se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. El cuerpo y su presencia puesta en juego en un deseo hacen posible la escritura literaria tanto como un análisis. El analista pone el cuerpo desde su propio deseo, dispuesto a causar el deseo del analizante, quién a su vez pone el cuerpo en el diván, cada vez, para hablar, para decir(se), para ser leído por el analista y también leerse a sí mismo en nuevas e inesperadas lecturas. Dice Nicolás Cerruti:

“Parece que escribir no es sin poner el cuerpo, en su sentido más bien gozoso, un cuerpo pulsional, libidinal, por supuesto. El cuerpo se desplaza en la escritura” (página 65).

De este modo lo expresa Flor Codagnone: “Escribir es pasar de un cuerpo a otro. Desplazar. Fragmentar. Trasladarnos los cuerpos, las conciencias, las realidades, las ficciones, la vida, los unos a los otros” (página 71).

La palabra circulando de un cuerpo a otro ¿no nos habla también del amor?

Amor

Para concluir es inevitable hablar del amor. Amor a la palabra, amor al lenguaje. Ya desde sus escritos técnicos Freud habló del amor de transferencia, no hay análisis posible sin que opere este amor. No hay escritura o lectura posible sin el amor por las historias que nos nombran que nos definen, que no dejamos de escribir y leer desde la literatura y desde el psicoanálisis. En su Presentación por la literatura los autores escriben:

“Es que hay algo que suele omitirse cuando se produce y se piensa este vínculo: el amor, que está presente en uno y otro, que los pone a andar y los une, los revuelve y los separa. En estas páginas se juega algo de eso, del amor por la literatura, por el psicoanálisis y por lo que ambos escriben y construyen”.

Desde que comencé a leer este libro sentí que se trataría de un texto al que volvería muchas veces, ahora que concluí un primer recorrido lo sostengo: voy a volver a releer estas páginas muchas veces, voy a seguir por los senderos que la lectura de estos ensayos breves me abrieron, voy a volver sobre algunos autores o leer por primera vez otros que fueron incluidos y mencionados: escritores, psicoanalistas, filósofos que me invitan a pensar y a construir nuevas preguntas.

En varios sentidos, tanto la literatura como el psicoanálisis narran siempre una vuelta. Como un movimiento que nos hace girar sobre nosotros mismos.

Amamos a los que saben hacer con la perfección de un mundo imperfecto, a aquellos que no nos dan todas las respuestas.

Dejamos aquí… quizás no menos asfixiados, ni menos anudados, pero sí convencidos de que esto servirá para elaboraciones posteriores.

Flor Codagnone/Nicolás Cerruti

Sobre la autora:

*VICTORIA MORA nació en Buenos Aires en 1979. Es psicoanalista y docente. Ha participado en distintas jornadas y publicado trabajos entrecruzando psicoanálisis y literatura. Sus cuentos Nuevo cielo, Herencias, Demasiado tarde y Rescate fueron publicados en distintas antologías. Recibió en 2012 el primer premio de la Fiesta Nacional de las letras por su cuento El último tren. Es colaboradora de la Revista Kundra. Participó del taller de Elsa Osorio, actualmente asiste al taller de Claudia Piñeiro. En 2014 saldrá su antología de cuentos Un mundo oscuro.

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LA CONSPIRACIÓN (¿) VISTE (?)... UN SUAVE PLUMAJE

Anoche. Una araña saliendo del ojo en el rostro de Amelia.

Amelia, No soy un camello rompe nubes,

Ni un saboteador de flores en septiembre. Pero...

¿Y si en realidad las palomas son el conjuro malicioso?,

¿Y el ácido veneno reposa con ansia en el contraste verde-agua de sus plumas?

¡Odio a las palomas! Amelia, creo que traman algo.

Tan distinta fue la araña. Salía transparente y taciturna de tu ojo,

Admirada de su tacto en ese parpado-alfombra.

Pero las palomas… ¿Has visto con la histeria que sacuden la cabeza?

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| NICO LORETO |

Nació en la ciudad de Pergamino (Bs.As) el 30 de Enero de 1990. Ahora vive en Rosario donde forma parte de una banda de rock: “Caramba”, componiendo melodías y como letrista. Además está trabajando para publicar su primer libro de cuentos cortos y poesía. Estudió Psicología en la UNR y ha publicado alguna de sus obras vía web.

37DOSSIER

La voz del escritor por Sebastián Grimberg

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¿Cuántas veces oímos hablar de ella? ¿Es un mito? ¿Es realidad? ¿Dónde se la busca? ¿Cómo encontrarla? Los egos y los miedos de los escritores, el afán de diferenciarse. Una nueva reflexión liviana, de café.

Hace unos días, en un diario cultural, leí una extensa entrevista a un escritor cuyo nombre olvidé por completo. Recuerdo, en cambio, algo que ese escritor dijo en la entrevista: “mis primeros tres libros fueron un homenaje a mis autores preferidos. Sólo después de esos libros, pude encontrar mi propia voz”. Sus palabras me quedaron dando vueltas en la cabeza. ¿Cuántas veces uno oyó hablar sobre la voz del escritor, sobre la propia voz? Un amigo me dijo una vez: tenés que encontrar tu voz; otro: vos tenés voz propia, hay algo en tu forma de describir que es muy particular. Me pregunté entonces, en primer lugar, a qué nos referimos exactamente cuando decimos “tu voz” o “la voz propia” y, en segundo lugar, si existía algo semejante. En búsqueda de respuestas, lo primero que hice fue entrar a Google. Ingresé diversas combinaciones: la voz del escritor, la voz propia del escritor, encontrar mi propia voz y otras más que no recuerdo.

Los resultados fueron diversos, desde artículos en revistas y diarios conocidos hasta blogs de quienes se definían “escritores nóveles”. Cito algunos fragmentos: “Soy un escritor de inicios del 70 y esperé diez años para publicar mi primer libro. No lo hice hasta no encontrar mi propia voz”, “Así, leer es necesario, básico, para aprender a escribir; pero, a la vez, nos influye tanto el estilo de esos escritores que no nos permite sacar nuestra propia voz”, “Sin duda creo que es uno de los retos más grandes a los que nos enfrentamos los escritores noveles: encontrar nuestro estilo, nuestra voz, nuestra forma de escribir las historias.”, “Según una teoría se tardan 10.000 horas en conseguir dominar una disciplina. ¿Tardaré tanto en encontrar mi propia voz como escritora? Os lo iré contando…”

De lo anterior se desprende que (más allá de las inquietudes, miedos o postergaciones de obra que suscite), la “voz propia” de un escritor sería algo así como un estilo narrativo donde las formas, estructuras y maneras de abordar los temas sean únicos y exclusivos de ese autor particular. ¿Existe algo semejante? Si, existe. ¿Es necesario buscar esa voz, ese estilo? No, no creo que haya necesidad de buscarlo al modo de algo que surgirá en algún momento como una epifanía.

Cuando postulo que esa voz única existe, lo hago desde el punto de vista en que todos los seres humanos, como solía decir una amiga psicoanalista, somos únicos e indivisibles, particulares. Así nos dediquemos a buscar la forma más novedosa de romper con las estructuras habituales, de torcerle el cuello a las diversas narrativas, o a copiar despreocupada y furiosamente un estilo, siempre lo haremos de un modo único y particular. A nuestro modo, como nos sale.

No puedo evitar hacer una analogía entre la forma en que un niño aprende a hablar y la forma en que alguien aprende a escribir narrativa (más allá de las controversias que pueda suscitar ese punto, está muy conversado eso de si es posible aprender a escribir).

El niño, al comienzo, escucha hablar a los adultos y pretende imitarlos. Con el tiempo, poco a poco, comienza a apropiarse de las palabras para, finalmente, armar sus propias oraciones. Este trabajo lo hará siempre, desde el comienzo, con su voz. Alcanzado el status

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de ser comunicante, con el dominio más o menos hábil de las oraciones (que le posibilitan decir lo que quiere o, es más, que lo habilitan a querer algunas cosas) las palabras que combina, digamos, a su gusto (aunque respetando las normas, por ende no del todo a su gusto) nunca dejan de ser palabras prestadas. Las palabras consensuadas socialmente y transmitidas por sus padres. Con el escritor, entiendo, pasaría algo semejante. Muchos lo dicen: para poder escribir, es necesario leer. Si no lo hiciera, ¿qué otro molde tendría para sus primeros ensayos narrativos que las formas, las voces de sus escritores predilectos?

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Esas primeras escrituras entonces, aunque sus autores no las den a la luz, aunque prefieran esperar diez años hasta encontrar la “propia voz”, serán, ineludiblemente, copias. Copias con mayor o menor mérito pero, siempre, con su propia voz. Al principio (generalmente se comienza a escribir en la juventud) esas copias serán más o menos rígidas, estarán basadas en un puñado (con suerte, si no se trata de uno o dos) escritores a los cuales se admira con fervor adolescente, como a ídolos de rock. Eso hace que sea más fácil encontrar, entonces, similitudes entre lo que uno escribe y los textos de los autores dilectos. Con el tiempo, se supone, se amplían las lecturas. Igual que sucede con la música, uno deja de concentrarse en cierta estrella o grupo particular, para insistir con determinadas tendencias, sones, espectros musicales. Algo así sucedería con el escritor.

Al comienzo imitaría a quienes admira; luego, a medida que lee, iría incorporando formas nuevas y distintas, ampliando y modificando sus gustos. Sus escrituras siguientes no imitarán ya el modelo de un escritor particular, sino ciertas narrativas y tendencias más amplias. La forma de describir de uno, el uso de los tiempos del otro, el armado de los textos de aquel. Los precursores de sus textos, ahora, serán más difíciles de rastrear; tanto para su autor como para los posibles lectores. Pero siempre, de una u otra forma, como el niño, se manejará con formas prestadas, con voces ajenas.

A esto me refiero cuando digo que no es necesario buscar o esperar que la voz propia surja en algún momento. Esa voz, como forma de conjugación de muchas otras, existe desde el comienzo. Nacerá, crecerá y se irá modificando (porque de la misma manera en que nuestro yo o ser se modifica con el tiempo, lo harán nuestros gustos y elecciones estéticas). Para la percepción propia del escritor, esa voz aparecerá en el momento en que deja de encontrar referencias en ella a otros textos. Pero eso, es claro, no es signo de que esas referencias no existan. Borges lo dijo: toda escritura es rescritura.

Sobre el autor:

* SEBASTIÁN GRIMBERG nació en Capital Federal en 1977. Lic. en Psicología. Cursó Licenciatura en Letras. Fue Premio Bienal Federal 2013; Premio de Cuento Planeta 2012; Premio Ciudad de Buenos Aires 2011; Premio Municipal Manuel M. Láinez 2011; Premio de Cuento en El Escriba 2011 y Premio de Cuento Crepúsculo 2010. Sus cuentos figuran en antologías y revistas literarias, y este año aparecerá su primer libro de relatos: Restablecer el silencio.

41LECTURAS

Fauna _El tiempo todo entero _Algo de ruido hace por Manuel Quaranta

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Romina Paula. Fauna, El tiempo todo entero, Algo de ruido hace. Buenos Aires: Entropía, 2013, 144 pp. ISBN: 978-987-1768-12-7

Un libro es una unidad múltiple. Un compuesto de fragmentos que daría por resultado un todo, aunque sepamos bien que “los pedazos no se pueden juntar”. En este sentido la obra publicada por Romina Paula es como Dios, uno y trino, Dios es uno solo, pero en Él hay Tres Personas, distintas entre sí, que no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios. Es decir, cada una de las partes es el todo. De esta forma, el siguiente texto que puntualiza en una de las obras propuestas en el libro sirve para lanzarse sobre las otras dos.

La RAE define biografía como la narración de la vida de una persona. Lo que significa, aproximadamente, contar hechos, circunstancias, sucesos que le ocurrieron a un hombre o a una mujer durante su existencia. Ahora bien, ¿alcanza con decir qué hizo alguien para lograr una biografía?, ¿una colección de anécdotas pueden descubrir quién fue el biografiado?, ¿qué o quién otorga validez a esas anécdotas?

El biógrafo, si el personaje a investigar pasó a mejor vida, tratará de establecer contacto con aquellos que estuvieron más ligados a él y consultar la mayor cantidad de fuentes posibles –relatos, recuerdos, memorias, cuadernos, cartas, etc.– con el fin de asegurarle al lector que no pondrá su corazón en juego y dejará hablar, sin más, a las cosas tal como fueron realmente, esto es, buscará, con esta supuesta metodología objetiva, certificar la veracidad de su escrito.

Así llegamos a la primera exigencia de la biografía: la veracidad. Sin embargo, este atributo “pretendidamente científico”, por referirse a un objeto demasiado problemático, no sería otra cosa que el supuesto retórico de un género literario, similar al descubrimiento del asesino en las últimas páginas de una novela policial.

Indaguemos, entonces, al objeto. Según Juan José Saer “la biografía trabaja con una noción incuestionada de la realidad”. El asunto reside en que esta noción, por el mismo hecho de no ponerse en cuestión, se queda en la antesala de la realidad. Vayamos a los inconvenientes: percepciones particulares, afectos, criterios interpretativos, turbulencias de sentido propias a toda construcción verbal, es decir, existen tal cantidad de pautas sensoriales, emocionales e intelectuales “deformantes” que la pretensión de hallar la verdad, si por esto entendemos la correspondencia entre signo y referente, se torna imposible.

Por lo escrito, entonces, si una biografía pretende vislumbrar quién fue el personaje X, no debe conformarse con relatar una mera colección de hechos, al contrario, tendrá que apelar a algo más que a entrevistas y documentos. Así, estará obligada a dar un salto desde lo verificable hacia lo inverificable, un salto al vacío que no es otra cosa que la ficción.

De este modo, parece que si la biografía tiene aspiraciones de verdad no le queda otra que apelar a la ficción, por lo que técnicamente dejaría de ser biografía o, en tanto género literario, tendría que ampliar sus límites.

Bien, toda esta introducción para presentar la primera de las tres obras de teatro que Romina Paula publicó en editorial Entropía (2013):

Fauna, que resulta ser, además, la diosa de la fecundidad, y llevado al plano literario Fauna nos provee, como a sus buenos hijos, de una ingente cantidad de problemas e interrogantes que en su recorrido jamás se resuelven. Y es justamente aquí donde la fecundidad de la diosa cobra su mayor importancia, en las tensiones puestas en juego durante un número relativamente escaso de página, 60, o menos, tensiones entre ficción-realidad, femenino --masculino, cine-teatro, vida-sueño, y algunas otras que, seguramente, me pierdo. Sin embargo, en esta reseña (¿esto es una reseña?) no me voy a hacer cargo en particular de ninguna de ellas sino que voy a proponer a Fauna como un breve tratado sobre la imposibilidad de la biografía.

Fauna, una mujer inolvidable…Pero ¿cómo reconstruir su vida? Con este difícil objetivo, Luis, un extraño director de cine, junto a su actriz-amante, contactan a María Luisa, hija de Fauna, para producir un film que refiera quién fue Fauna. En este sentido, el director da en la tecla cuando advierte: “pero la verdad no necesariamente cuenta”. La frase resulta polisémica: la verdad no importa o la verdad no tiene nada para contar o no puede.

En la ficción (según Luis), a contrapelo del documental, la verdad no es un objetivo. Pero ¿es esto realmente así? ¿Son precisos los límites entre ficción y documental? Nadie responde a la pregunta.

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Después de la “declaración de principios”, María Luisa, amonesta: “Pero usted vino a hacer una película sobre una vida, señor”. Frase que permite sostener la idea de que la obra es, entre otras cosas, un punto de partida para reflexionar acerca de la biografía.

Luego de idas y vueltas, diálogos y conflictos, aparecen varios “datos falsos”, incorrectos, imposibles. La duda sobre el personaje ingresa en el lector, sobre todo cuando la actriz-amante menciona haber conocido a Fauna, desde lejos, es cierto, sin ninguna certeza de que fuera ella, y declara “después pregunté por ahí, y para qué, empezaron a aparecen una cantidad de historias, cada uno tenía algo para contarme de ella, y me fasciné”.

Fascinación propia de quien se encuentra ante un dios o un espectro, circulación de versiones que remiten a uno de los más conspicuos films de todos los tiempos, Citizen Kane.

“Se lo cuento con todo detalle así usted puede interpretarlo bien”, dice María Luisa a la actriz, y comienza a narrar la historia del único y primer amor (¿Rosebud?) de Fauna, un hombre mucho mayor que se casa con ella, la abandona y luego pretende recuperarla, advirtiendo en el trajín que el impacto provocado por la ruptura le causó a ella una grave amnesia; desde el principio la hija aclara que es una versión, “o eso decían”, para luego poner en duda la anécdota “no, no sé, eso no se sabe con absoluta certeza” y confesar que la madre “nunca quiso hablar de eso” y que la información la obtuvo de unos cuadernos de cuando Fauna hizo tratamientos para recuperar la memoria: “Ahí está toda la historia, o no toda, porque quedaron muchos cabos sueltos y hay mucho que no se sabe pero fue más o menos así”.

Y es justamente la escena del reencuentro la que el director pretende ensayar, con todos los inconvenientes que implica esa ejecución ya que no se sabe bien si el ataque de amnesia fue verdadero o no, abismo en el que Luis desea profundizar: “entonces vos lo que tenés que actuar es eso, esa ambigüedad, ¿entendés? Hacernos dudar a nosotros y a él mismo si de verdad tuviste o no ese ataque de amnesia o si sólo te estás queriendo vengar”.

La escena propuesta tiene algunos problemas y se levantan voces en contra, “no le hace justicia”, a lo que el director retruca, “es una anécdota fundacional”, y como toda fundación, necesariamente mítica, hasta que en el medio de la discusión, Santos, supuesto hijo de Fauna, confirma las sospechas, “es un cuento que escribió mamá”, una simple historia, y le pregunta a su hermana si leyó los cuadernos en donde aparece la anécdota, ella confiesa “no, pero existen”, Santos lo niega, “es una historia le digo, es mentira”, y aquí creo se produce uno de los momentos trascendentales de la obra, muy cercano a lo que propone Saer en el ensayo “El concepto de ficción”:

“A lo mejor es algo que me pasó pero –justamente– como fue un episodio de amnesia, no lo recuerdo y me lo contaron y como a mí me avergüenza, después solo puedo acercarme a ese dolor a través de la ficción, a través de la construcción ficcional”.

Llegando al final, la imposibilidad de la biografía se hace patente: “No hay tal cosa como contar la historia de una vida”.

Por último, como una indicación dramática, en el escenario (¿la vida?), los cuatro, hombres y mujeres, devienen “Faunas” y se dicen te amo.

Así permanecen, para el espectador o el lector, realidad y ficción, por siempre y desde siempre, inescindibles.

Sobre el autor:

*MANUEL QUARANTA nació en Rosario en 1979. Es Licenciando en Filosofía y desde el 2009 se desempeña como Jefe de Trabajos Prácticos en la Facultad de Psicología, dependiente de la Universidad Nacional de Rosario. Está realizando una Maestría en Literatura Argentina en la Facultad de Humanidades y Artes. Escribe para diversos medios periodísticos y especializados.

45Cuento

Olvidopor Hernán L. Carreras

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Para Valentina y sus escritos de Fondo Blanco.

Se despertó como de una siesta. Se refregó los ojos intentando despabilarse y sintió algo viscoso en su cara. Paso las manos por los pómulos, los ojos.

Caminó con sus dedos por su frente hasta llegar a su sien. El terreno se volvía accidentado. Empezó a sentir un dolor intenso donde se tocaba. Encontró su piel rota. ¿Tenía los huesos destrozados? Metió el dedo hasta el nudillo. ¿Ese era su cerebro? Sintió cosquillas en el pie izquierdo.

Le había quedado la mano llena de sangre. Miró a su alrededor pero no pudo darse cuenta donde estaba. No había paredes, hasta donde podía ver no había árboles, ni construcciones. No había un horizonte. Dio unos pasos. No había suelo bajo sus pies, ni cielo sobre su cabeza.

¿Dónde estaba?

¿Cómo había llegado allí?

Cerró los ojos con fuerza, se tomó la cabeza con las manos, dejó escapar un gruñido de dolor. Comenzó con una broma, la discusión fue in crescendo hasta llegar a las amenazas. Los golpes fueron y vinieron. Cuando se alejaba dejando al otro tirado, oyó un ruido, apenas logró darse la vuelta para poder ver el martillo, sentir el golpe y ver la habitación salpicarse de rojo.

Empezó a gritar. Gutural. Primitivo. Si encontraba a ese hijo de re mil puta, le rompería un brazo, le haría morder el polvo, le pegaría una y otra vez en la nuca hasta que ya no fuese divertido. Buscó con qué descargar su ira, pero allí no había nadie, no había nada.

Al final se tendió en el suelo.

Sentía cansancio. Ese imbécil no valía la pena. Ya no podía ni recordar porqué habían peleado. ¿Habían peleado? El dolor de cabeza iba disminuyendo. Se miró las manos, las manchas de sangre habían desaparecido. Se llevó los dedos a la sien, pero ya no podía meterlos hasta su cerebro, sentía como los huesos volvían a su lugar, como la piel se recomponía. La herida ya no estaba. Ese recuerdo también desapareció. Se sentó con las piernas cruzadas e hizo entrar una larga bocanada de de aire por su boca. Miró a su alrededor, no vio nada. Torció el labio apenas hacia arriba. Sintió el calor a su alrededor, como un liquido tibio que lo cubría todo. Cerró los ojos. Se escuchaba respirar con un ritmo acompasado por su corazón. Allí se sentía protegido del mundo, del tiempo, de la vida.

Exhaló.

Inhaló.

Exhaló.

Alguien se acercaba.

Abrió los ojos.

A lo lejos.

No se movía pero cada vez estaba más cerca.

Ella, él, era un niño. Un adulto. Era hermoso. Era bella. Era perfecto.

Se puso de pie. Buscó donde esconderse. Intentó alejarse, pero sin importar cuánto corriese él estaba a su lado. Era hora. Le tomo la cabeza entre sus manos, cuando le tocó la sien sintió unas cosquillas en el pie izquierdo. Apretó con fuerza. Lo lastimaba. Lo hacía sufrir. Tiraba de él, lo empujaba.

La luz se volvió insoportable, lo encandilaba. Sentía frió, había desaparecido ese liquido que lo acunaba. El aire le raspaba los pulmones, lo lastimaba. Lloró como si fuese la primera vez. Colgaba de cabeza, alguien lo sujetaba de las piernas. Entre las lagrimas vio su rostro, sufrido, jadeante. Se lo llevaron y lo limpiaron. Intentó con fuerzas recordar quién era.

Vio unas paredes salpicadas de sangre.

Luego nada.

Sintió las lágrimas por sus mejillas.

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Sobre el autor:

*HERNÁN L. CARRERAS nació el 31 de enero de 1983. Estudia la carrera de Edición en la Universidad de Buenos Aires. Realizó cursos con Graciela Repún, Diego Agrimbau y Leo Batic. Actualmente asiste al taller de Vicente Battista. Tiene dos hijos que son el motor de su vida.

KUNDRA #9_febrero 2014