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José Manuel Balmaceda, el último de los presidentes constitucionales de Chile. Joaquín Villarino. 1893.

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E L Ú L T I M O

D E L O S P R E S I D E N T E S C O N S T I T U C I O N A L E S

D E C H I L E

D E S D E

Setiembre 18 de 1886 hasta Setiembre 18 de 1891

POR

JOAQUÍN VILLARINO

In jeniero , ex Intendente de C o q u i m b o , i V a l p a r a í s o .

i Rector del L iceo de V a l p a r a í s o

é Inst i tuto Nacional

T I P . DE E . D O M E N E C H Y C * lí A 11 CICLO NA

1 8 9 3

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Sra. D.a Emilia Toro v. de Balmaceda

DISTINGUIDA SEÑORA:

El último de los amigos, pero no el menos sincero, de su digno esposo el Excmo. ex-Presidente de Chile D. José Ma­nuel Balmaceda, se toma la libertad de dedicar a Ud. este trabajo, fruto de los obligados i tristes pasatiempos del des­tierro.

Aro es una historia de la interesante administración de su dignísimo esposo, nuestro querido e infortunado jefe i amigo. Es apenas un cuadro narrativo e incompleto de una labor ad­ministrativa i política fecunda, que mi pobre pluma apenas ha podido trazar pálidamente.

No obedece mi obra a propósito político; ni ha sido inspi­rada ni consultada con los que pudieran dirigir la conducta de los caídos i desterrados de la patria, pues ni sé si aquellos existen, ni donde están; ni sé si mi labor contraria o no la norma de conducta que aquellos deseen aconsejar i los que vamos dispersos por el mundo. Obro a impulsos de un senti­miento i de un consejo del alma i de la consecuencia i por eso he creído que a nadie mejor que a Ud. debía dedicar este tra­bajo en la hora presente.

Como manifestación de sincera lealtad, de justicia i de re­paración al amigo de quien ya nada podemos aguardar, con­fio en que llevará algún consuelo a su ánimo i en este sentido lo ofrece a Ud. i le ruega lo acepte.

Su att. amigo i S. S. JOAQUÍN VILLARINO.

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BALMACEDA

LEYENDAS DE MAÑANA)

En un miserable rancho, en una tarde de invierno, un padre a su hijo relata las historias de otros tiempos.

Afuera la lluvia cae, en las ramas ruge el viento i el relámpago se enciende entre las nubes del cielo.

— Hubo— le dice el anciano a su hijo, que escucha atento — hace años un presidente que fué el amigo del pueblo.

Un hombre justo i honrado, i de un corazón tan bueno que fué su muerte desgracia para todos los chilenos.

Yo que me inclino á la tumba i tengo blanco el cabello, yo, que no espero en el mundo i solo en el cielo espero,

Cada vez que en mi memoria se presenta su recuerdo,

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siento lágrimas que caen de mis ojos para el muerto.

Me parece que lo miro en mis visiones de viejo, cuando mi vela se apaga i huye de mi lado el sueño.

Era un hombre de alta talla, que usaba largo el cabello, i tenia de esas frentes en que se refleja el cielo.

De esas frentes, tu lo sabes, en que parece que adentro debe haber un sacerdote que dice misa en un templo.

Su mirada cariñosa i sus modales correctos, lo cortés de su palabra i lo suave de su acento,

Hacían que en todas partes, todo hombre grande o pequeño, le diera mano de amigo i le ofreciera su afecto.

Solo en ciertas ocasiones, con ademán altanero, dejaba oir en sus labios la voz que parece un trueno:

Cuando de pié en la tribuna defendía los derechos i pedia libertades en beneficio del pueblo!

Entonces era de verle; me parece que le veo! como un dios que está enojado, con algo que estorba al cielo.

Su mirada se encendía, se enronquecía su acento

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i gobernaba las masas con su palabra de fuego.

No hai en Chile un Presidente que haya subido a su puesto mas libremente elegido ni con mejores derechos.

El fué quien hizo las obras que ves a cada momento: ese canal del Mapocho, i el viaducto del Malleco

E hizo construir escuelas, pues quiso que los chilenos conocieran sus deberes i supieran ejercerlos.

Y en medio de tantos gastos, disminuyó los impuestos, porque él sabia que al pobre le cuesta ganar dinero.

Mas, tu sabes, hijo mió, que todos los seres buenos tienen muchos envidiosos ocupados en perderlos.

En contra del Presidente, un dia siete de Enero, hicieron una revuelta todos los hombres perversos.

Como ellos tenían plata i había muchos banqueros, se compraron a la Escuadra y a oficiales del Ejército.

Tu no puedes figurarte, eres aun muy pequeño, como hai hombres que se venden por un poco de dinero.

Este mundo que vivimos de miserias está lleno,

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i hai miserables que tienen de lodo el alma i el cuerpo.

Mientras te digo estas cosas, yo — sin querer — me avergüenzo ¡Quisiera olvidar yo mismo los crímenes que te cuento!

Pero, es preciso que aprendas las historias de aquel tiempo i que bendigas el nombre de los que han amado al pueblo.

En aquella lucha impía del cielo contra el infierno, fué vencido el Presidente con la traición i. el cohecho.

I los revolucionarios, una vez que así vencieron, llevaron por todas partes el pillaje i el incendio.

Los fieles al Presidente fueron perseguidos, presos, gran número desterrados y alevosamente muertos.

En todo el pais oyóse un solo i triste lamento. Yo tengo desde aquel dia ganas de no ser chileno! .

I cuentan las tradiciones, tradiciones de mi tiempo, que allí donde estaba oculto tuvo el Presidente un sueño.

Vio que la Patria venia toda vestida de duelo sin laureles en la frente i sin armadura el pecho.

I que le dijo llorando: —Presidente, ya no tengo

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ni fulgores en mi estrella, ni sacerdote en mi templo.

Tu que has hecho por mi gloria lo que jamás nadie ha hecho i me has dado de tu vida el jigante i noble esfuerzo;

Tu solo puedes salvarme, tu solo en este momento, puedes hacer que detengan sus crímenes los perversos!

—Qué quieres que haga — Le dijo el Presidente —• no tengo sino la vida; si quieres yo te la daré contento!

— Tu vida! — dijo la Patria — pues es eso lo que quiero. Con tu muerte, el enemigo se quedará satisfecho,

I salvarás de este modo a todos tus compañeros, que son mis únicos hijos nobles, patriotas y buenos! —

Entonces el Presidente levantándose en su lecho, —Patria—le dijo—¡tu sabes que es tuyo mi ser entero!

Si crees que con mi muerte salvar á tus hijos puedo de los crímenes i males que están ahora sufriendo,

I los torpes enemigos que producen tu tormento, con mi muerte quedarían tranquilos i satisfechos,

Oh, Patria! dame tus brazos, porque yo probarte quiero

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que vivo, te he engrandecido i voi á salvarte, muerto!

I tomando su revólver con pulso firme i sereno, se dio un balazo en las sienes diciendo: —Muero contento!

Se quedó mudo el anciano; el hijo se queda atento. A fuera cae la lluvia i se oye la voz del trueno.

— Padre mió! —dice el hijo — el nombre saber yo quiero de ese hombre de que has hablado, que fué el amigo del pueblo,

Yo quiero pasar mi vida bendiciendo su recuerdo! — I levantando la frente, —BALMACEDA!— dijo el viejo.

MATÍAS.

Agosto de i8g2.

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P R Ó L O G O

DE LA SEGUNDA EDICIÓN

Cartas numerosas habían llegado a nuestro poder, pidiéndonos hiciéramos una segunda edición de este libro, en el cual todas ellas reconocían el mérito ina­preciable de la imparcialidad i verdad mas absolutas i justicieras, no solo en la narración de los hechos, sino también en las apreciaciones de ellos derivadas i de los personajes que han intervenido en el gran naufragio de nuestra patria.

Fueron las cualidades que procuramos imprimirle, como las únicas que podían hacer brillar ante propios y estraños la santidad de la causa que defendimos y la sinrazón de quienes la combatieron.

Se deseaba también que en una segunda edición, desapareciesen los numerosos lunares tipográficos que tanto afean la primera i que maligna i furtiva mano, sin duda asalariada, logró estamparle a última hora.

Pero ninguna de aquellas cartas dejaba de ser so­lamente la expresión de un buen deseo que los esca­sos recursos de un espatriado no podían satisfacer. Sin embargo, hoi nos llega desde estrangera playa el aliento de uno de los nobles chilenos, que ante los

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ultrages sufridos en sus bienes, en su persona i en los de su familia, ha debido abandonar la patria querida, después de haberle prestado durante larga vida pú­blica, servicios de la mayor valía.

Esa carta realiza la reimpresión de este libro. Sus conceptos, por venir de distinguido e importante co­rreligionario, creemos que deben ser conocidos, no solo como recomendación de nuestro libro, si que también como fórmula que condensa el concepto que ha merecido a todas las personas que acerca de él nos han hablado o escrito.

No la copiamos aquí como satisfacción de pueril vanidad, sino como recomendación de un trabajo que, si algún servicio ha podido prestar a la causa de la justicia i de la verdad, satisface ampliamente nuestras aspiraciones.

Dice así: «Con el incendio de la imprenta de «La República } )

^calculo que han desaparecido los ejemplares de su ^obra que ahí había en venta i se me ha ocurrido que w yo le podría mandar de aquí unos MIL EJEMPLARES ^con buena pasta, como un débil tributo de admira­c i ó n al autor, pues es tal el entusiasmo que ha pro-aducido en mi su lectura, que desearia con este grano w de arena, contribuir a que llegara a tener la mayor

circulación posible en Chile. Su relación es tan exac­t a , sensata i justiciera de todo lo que ha pasado, a la ^vez que con su estilo levantado i varonil, acepta ^de lleno el peso de sus' palabras verídicas para ^juzgar a los hombres, que yo estimo que la mejor ^manera de honrar la memoria del hombre bueno, ^cumplido caballero y distinguido estadista nuestro ^infortunado amigo Balmaceda, seria ir dando la ma-^yor circulación posible á su obra por todo el pais. } ) La reacción ya viene i la lectura de su libro la ayu-^daria inmensamente. w

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Al hacer esta reimpresión i después de maduro examen de todas las apreciaciones contenidas en la edición primera, podemos declarar satisfechos i como prueba del profundo convencimiento que de los he­chos i de ios hombres teníamos, que no hemos mo­dificado una sola de las narraciones, ni uno solo de los conceptos emitidos, ora fueran de aplauso ardien­te o de condenación severa pero justa.

Hoi con mayor convencimiento que jamás después de año y medio que impera en mi patria el gobierno revolucionario, i usurpador; i en vista de los hechos que con lógica inflexible, la lógica del crimen que arrastra i enceguece, han venido sucediéndose, en suelo chileno, hoi decimos, sostenemos como antes, que la revolución careció de pretestos nobles i justos: que fué aristocrática; que buscaba privilegios de cas­tas i predominio social i político; que fueron mentira los causales en que se fundó la traición de la escua­dra i la confabulación de un mentido congreso; que el pueblo ignorante no comprendió entonces como parece no comprender hasta hoi, que se jugaban sus destinos, su porvenir material i moral; que descono­ció a su redentor Balmaceda i miró indiferente á sus futuros verdugos i opresores; que el ejército a quien se había entregado la decisión de la contienda, no pareció tampoco comprender toda la inmensa impor­tancia i alcance que tenia el problema social, político i militar a que ellos iban a dar solución en los cam­pos de batalla. Acaso no tenia fé en la idea que debia sustentar; numerosos miembros de la fuerza perma­nente abandonaron los dictados del honor i otros de­fendieron con ardor tibio la bandera i la dignidad del cuerpo a que pertenecían. Ellos eran la última pala­bra. La tribuna, la prensa, el orador popular habían enmudecido; la elocuencia era la del cañón i del sable. Por ahí el ejército ha debido sufrir todas las

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consecuencias de un desastre producido porque él en último término dejó arrebatarse el triunfo i de allí las vejaciones sin número que se han impuesto á los miembros de la institución; encarcelamientos, flajela-ciones, hambre, privaciones de sus sueldos i pensio­nes de retiros; i miseria para ellos i sus familias; i por último han recibido el mendrugo de una amnistía cobarde, dictada al día siguiente que los tiranos tu­vieron conocimiento de que el hambre i la miseria es­taban haciendo subir al rostro el rubor de las vejacio­nes i privacidnes esperimentadas; amnistía cobarde, que nadie podría aceptar con reconocimiento habiendo sido dada en medio de los mayores agravios lanzados por los miembros del congreso a los jefes caídos i a la noble institución a que pertenecieron.

¡Amnistías decimos! Van ya cuatro leyes dictadas para acordar perdón a los militares que supieron cumplir con sus deberes de lealtad. Pero en resumen a bien pocos han sido aplicables i la última solo a 33 jefes ha beneficiado. Aun no están amnistiados, ni diputados, ni senadores, ni intendentes, ni ministros de estado, i numerosa falanje de inteligencias supe­riores i de nobles militares que a la deshonra i a la vida de paria en la propia patria, prefieren el aire de la libertad, comen hoi el pan amargo del ostracismo, dispersos por toda la América i la Europa. Ministe­rios enteros aguardan aun el veredicto de acusaciones entabladas por sus enemigos, que deben ser también sus jueces. Hoi mismo las cárceles de la capital de Chile se llenan i vuelven a desocuparse de los perse­guidos. No hai garantía para las personas, no la haí tampoco para las propiedades. El previscr congreso i el paternal gobierno de la república, han acordado suspender por nueve meses la lei que ampara i pro-teje los derechos e inviolabilidad de las personas i de sus bienes. ¡ Y a renglón seguido se dicta una lei de

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amnistía! |Lei medrosa i de exportación! ¡Y a esto se llama vivir bajo un régimen de libertad e imperan­do el respeto a las leyes i a la constitución del estado!

Hoi, después de año i medio que impera sin con­trapeso el gobierno revolucionario que se dice ya de paz i de armonía, hai en las cárceles treinta i tantas personas para las cuales se pide condenación a muerte por el delito de supuesta sedición. Coroneles los unos, como Carvallo Orrego, abogados los otros, jóvenes distinguidos los demás, todos aguardan resignados la hora de la resurrección o del patíbulo.

Después de año i medio de cruel prisión a bordo de una nave; después de habérsele trasladado repeti­das veces de un buque á otro de la escuadra, por fin el noble general Velazquez, reliquia querida de la pa­tria, ha podido salir en libertad. Pero al hacerse su defensa ante un Consejo de Guerra por el coronel Bulnes, a quien los revolucionarios no pueden negar el cariño de adepto, se han sabido con asombro los hechos siguientes espuestos por él mismo: «que ha habido numerosas violaciones de la ordenanza militar. El general Velazquez ha sido procesado sin que haya precedido orden alguna; no ha tenido defensor; se ig­nora quien dio orden de trasladarlo a varios buques de la escuadra, exponiendo así su vida i su honor en las calles de Valparaíso. No se ha sabido por qué se le procesó, i sin embargo cerca de dos años está pre­so. Las garantías mas preciosas de los ciudadanos, dice el señor Búlnes, han sido conculcadas en la per­sona del ilustre General, i los preceptos constitucio­nales han sido tabla rasa para esa autoridad anónima que decretó su traslación a un buque de la Escuadra. Los tres primeros fiscales militares, según lo ase­vera el cuarto fiscal Pozzi, pidieron la pena de muerte para el invicto General, sin haberlo visto ni oido.'*

Esto en orden a las personas, respecto de las cua-

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les tomamos al acaso una de las mas culminantes, dejando que el criterio de cada cual presuma lo que se habrá hecho i se hace con los desvalidos i personas que no ocupan tan elevada posición en la gerarquia social.

El meeting i la tribuna popular, han sido suprimi­dos a sablazos, toda vez que el pueblo en reuniones pacíficas ha deseado hacer a las autoridades peticio­nes acerca de la modificación de las leyes dictadas para cargar á ese mismo pueblo de onerosas contri­buciones.

La prensa que no aplaudía los atropellos, los des­manes i los desaciertos del poder público ha sido su­primida. La imprenta del diario titulado «La Repú-blica^ fué saqueada cuatro veces, en la capital misma de Chile, habiendo tomado en estos asaltos parte di­recta el intendente de la provincia, a quien se atribu­ye participación en los saqueos regimentados del 29 de Agosto, los que siempre serán mengua i baldón para el pais donde hasta hoi no han recibido castigo.

La última vez, el saqueo del vasto i valioso esta­blecimiento tipográfico por donde se editaba «La Re-pública* desapareció envuelto en las llamas de voraz e intencional incendio; i desde entonces el partido caído no puede tomar parte en ninguna de las mani­festaciones legitimas de la vida pública, que son pre­ciosa conquista de la civilización i del derecho.

La revolución triunfante, que no era el progreso, ni buscaba la libertad, sino que defendía privilegios, tratando de arrebatarlos i aniquilar a la mas nume­rosa clase social de Chile, ha probado en sus obras de año i medio de gobierno, que no la calificábamos apasionadamente, ni le hemos atribuido móviles que no tuvieron.

Los partidos i los círculos abigarrados que se unie­ron para apelar a la fuerza, hállanse divididos i en

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lucha abierta entre si, produciendo un verdadero caos i el desquiciamiento social, con la falta de respeto a la autoridad, lo que ya permite presagiar los sinies­tros resplandores de la anarquía i de la tiranía desti­nada a sofocarla.

El clero declara ya en la cátedra sagrada, que ayer oyó voces de esterminío i de sangre, que toda la de­rramada en los campos de batalla no ha producido los frutos que ellos aguardaban. I en discursos apa­sionados i virulentos, abren ya campaña contra los hombres de gobierno i claman por la abolición de las leyes de registro i matrimonio civil i la que secularizó los cementerios, empresa en que les acompaña el compacto i bien regimentado partido conservador.

Los liberales de gobierno siempre mezquinos i per­sonales en sus aspiraciones, hállanse divididos i lu­chando para alcanzar el predominio de personalidades microscópicas, que no enarbolan bandera de prin­cipios.

Los banqueros se han apresurado a hacer dictar por el Congreso de que forman parte, numerosas le­yes qué protejen los intereses de sus instituciones, i que han producido ya una situación económica tiran­te, que trae en alarma al comercio i difunde la mise­ria por todos los hogares, por la baja del cambio hasta 1 5 peniques, lo que jamás se vio en Chile, ni aun durante los dias mas aciagos e inciertos de la re­volución.

Con el pretesto de volver a la circulación metálica, se han levantado cuantiosos empréstitos en oro en el estrangero i, como era lógico, el incremento de la deuda ha minorado el crédito del deudor i producién­dose así la baja del cambio, que ha arrastrado a la ruina numerosas-fortunas privadas.

I mientras tanto, como lo decía «El Ferrocarril®, diario aplaudidor de la actual administración, no se

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ha dictado una sola lei benéfica que proteja a la in­dustria i proporcione trabajo al pueblo que hoi está sumido en la mas triste miseria. I si se han dictado algunas inconsultas i odiosas que han debido dero­garse apenas promulgadas porque echaban sobre el pueblo cargas onerosas que lo habrían hecho estallar apesar de su estoica mansedumbre.

El ejército, institución que fué halagada por los revolucionarios con el incentivo de que podía delibe- • rar i decidir, ha visto reaccionar contra tan estraña teoría i mas de uno de sus miembros ha pagado su credulidad rindiendo la vida sobre ignorado banquillo en el interior de los cuarteles.

La revolución está dando sus frutos de .desquicia­miento i desmoralización i estamos seguros que el exceso del mal ha de producir una reacción que, sí puede ser tremenda en sus actos, ha de traer para Chile o el entronizamiento de una tiranía franca i responsable, o la continuación del sistema hipócrita de un gobierno que deja hacer i ampara con su tole­rancia todas las denuncias i todos los atropellos, con tal que dañen al adversario.

Pero sobre todo no descuella el desprestigio de un gobierno que surgiendo de la escuadra, ha probado con los hechos que fué mentida la razón primordial en que basaron el alzamiento. En efecto, el llamado Congreso i el capitán Montt, hoi presidente afortu­nado de Chile, desconocieron la autoridad de Balma-ceda, Jefe Supremo de la nación, porque el i d e enero de 1 8 9 1 no tenía presupuesto aprobado por el Con­greso, ni lei que autorizase la existencia de la marina i del ejército. I sin embargo, el capitán Montt ha go­bernado de hecho durante todo el mes de enero de 1892 i todo el de enero de 1 8 9 3 , sin .ninguna de aquellas leyes porque el Congreso no se las había dado. La lógica i la consecuencia han faltado a los

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hombres, encargándose con su conducta de probar que los fundamentos de la rebelión, fueron falsos i que no era el respeto a la lei, lo que los animaba sino el deseo de mando.

Una revolución basada sobre tan deleznables ci­mientos, va produciendo sus frutos por todo Chile, i dia llegará en que el imperio de la justicia abra an­chos horizontes que vuelvan nuestra patria a sus an­tiguas prácticas', que tanta gloria i prosperidad le dieron en tiempo no lejano.

Pero antes de lograrlo ¡cuántos dolores i cuántos cuidados no deberán esperimentarse!

Se nos dijo que en la punta de las bayonetas se nos traia la regeneración i la libertad i los insensatos ol­vidaban que jamás la fuerza pudo fundar otra cosa que tiranías y despotismos a los cuales los pue­blos no pueden sustraerse sino tronchando también por medio de la fuerza, las cadenas que les forja la opresión, en cuyo caso son viriles y conscientes; o se someten con resignación i besan la-mano de sus ver­dugos. Los que así proceden son manadas de ciervos, difíciles de concebir en la era actual, pero si existen, son dignos de su suerte i merecen los gobiernos que tienen.

Mendoza. Marzo 18 de 1893.

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INTRODUCCIÓN

Parecía imposible que en Chile hubiera una revo­lución. Mas imposible se creia aun, que una vez que estallara, lograse triunfar. El mundo, que desde me­dio siglo atrás se habia acostumbrado a vernos en paz inalterable, tenia fé en la estabilidad i bondad de nuestras instituciones; el pais mismo confiaba en ellas, en su vigor i mas que todo, en su propio i pro­fundo amor al orden i en la necesidad que de él tenía. Pero, contra tan justas i cuerdas previsiones ¡la re­volución vino i la revolución triunfó!

¿Cuáles fueron sus causas eficientes; cuáles las con­veniencias públicas de un orden moral i físico que la hicieran necesaria, imprescindible? He aquí cuestio­nes considerables dignas de especial estudio.

¿Porqué tanta exaltación de pasiones; porqué aso­maron a la superficie tan profundos odios, rencores tan crueles en una sociedad que parecía marchar pol­los carriles de la moderación i recíprocos respetos de sus clases sociales?

Se dio a la revuelta los caracteres, i en efecto los tuvo, de una guerra de clases i castas sociales: la de­mocracia, en contra de una aristocracia sin títulos que la abonasen de tal. Cada una defendía sus fueros, sus

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derechos i sus privilegios. Desapareciéronlas deno­minaciones de liberales, radicales i conservadores. Solo se trataba de aristócratas i plebeyos; dignatarios de la fortuna i de la sangre i rotos despreciables. Para aquellos todas las consideraciones, todos los respetos, todos los honores; para estos, los epítetos denigran­tes, toda la ignominia, todo el oprobio que puede acumularse en el mas exajerado vocabulario de la mas terrible animosidad.

Libertadores eran los unos, tiranos los otros; je-nerosos, desprendidos, abnegados, aquellos; i estos, especuladores de baja ley, esplotadores del presu­puesto i logreros abominables; aquellos traían en sus manos el lábaro de la redención i de la virtud hollada i escarnecida: i estos pugnando por oprimir con fé­rreas cadenas el cuerpo i con tiránico imperio la in­teligencia; aquellos corriendo presurosos a impedir la absorción i la ruina de las arcas públicas a cuyos co­fres se atribuye a rotos i siúticos que han introducido mano criminal: i estos, anhelantes por consumir en provecho propio el último céntimo de la renta nacio­nal. ¡Balmaceda! tirano muy superior a Rosas i a Ne­rón; todos sus amigos i cooperadores, recuas despre­ciables, dignos solo del presidio i de llevar el grillete del galeote; jauría imbécil de ignorantes i desconoci­dos, famélicos i rufianes, ladrones públicos, reos de peculado, cuyos nombres deben pasar a la posteridad como símbolo de vergüenza i de oprobio.

Todo esto se dijo durante mucho tiempo i continúa repitiéndose en la prensa, en la tribuna, en el club, en la cátedra escolar, en el seno del hogar doméstico i donde quiera que haga oír su voz algún enemigo de la administración Balmaceda.

Todo esto se ha dicho para justificar la revolución iniciada en hora infausta para Chile. I todo esto se repite aun después del triunfo, no ya solamente por

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los exaltados enemigos de la administración legal de­rrocada, sino también por numerosa falanje de secta­rios del dios éxito que baten palmas por alcanzar los favores del vencedor i ¿quién sabe si también por muchos que, imitadores de Pedro el barquero, co­mienzan a olvidar que también anduvieron con el maestro i que asistieron a su última cena?

Mas ¿que hay de verdad en todas estas apreciacio­nes que resultarán pálidas i descoloridas si se las compara con lo que son en realidad? ¿Hai en ellas exajeracion o son por ventura reflejo fiel de la verdad? ¿liemos tenido un tirano que nos gobernara con el látigo i la mordaza, cooperando a su acción Tejimien­tos de descamisados? ¿Fué el señor Balmaceda un mandatario cruel, vengativo, rencoroso que por injé-nito placer quisiera conducir el pais al abismo i a la ruina? Si todo esto hubo ¿qué parte de responsabili­dad le cabe a él, cuál a sus cooperadores de la última i de la primera época i de toda su administración? I si nada de ello hubo ¿porqué tanta zana i encarniza­miento contra el mandatario i sus leales coopera­dores?

He aquí lo que en la hora presente venimos a po­ner en tela de juicio.

Pero ¿quién sois, se nos preguntará, para que en el dia de la victoria i del público regocijo de los triunfadores, vengáis a erigiros en juez i a hacer pe­sar vuestro criterio en la balanza cuyo fiel se halla fijamente inclinado p.or el fallo de la opinión, que coopera al éxito de la fuerza ¡última expresión de la justicia i de la verdad entre los hombres? ¿De dónde venís; cuál es vuestra filiación i credo político; quié­nes vuestros auxiliares i cuál la bandera que durante vuestra vida seguisteis ó en arbolasteis?

Contestamos que nada somos; nada valemos; áto­mo, o menos que átomo político, nuestra vida se des-

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lizó tranquila durante veinte años, sin tomar parte en las campañas de odio, de especulación i recriminacio­nes de los que se dan a sí mismos el inmodesto título de directores, salvadores i rejeneradores de pueblos. Amantes sinceros del engrandecimiento de nuestra pa­tria, no negociamos en Tarapacá; no especulamos con diputaciones, que nos dio el voto popular i nos arrebató el abuso i por consiguiente, no penetramos al recinto de los grandes hombres. Amigos siempre del orden, porque la paz es la salud de los pueblos, el bienestar de la sociedad: i sin salud no hay trabajo, ni progreso posibles. Creíamos en el orden en 1 8 5 1 , cuando jóvenes aun, seguíamos desde las aulas con patriótico anhelo las peripecias de fratricida lucha; creíamos i adorábamos el orden en 1 8 5 9 , cuando ape­nas penetrábamos los misterios i las labores de la vi­da pública, i no era dudoso que en 1 8 9 1 nos pusiéra­mos resueltamente del lado de la paz i del respeto a la autoridad legalmente constituida, aun en contra de aquellos que, borrando todo su pasado, destruyendo la obra que levantaron con su propio esfuerzo i con­denando asi toda la labor jigantesca de los mas emi­nentes estadistas i majístxados que tuvo la Repúbli­ca, han venido hoy á desligarse de aquel pasado de gloria i de honor para sus adeptos de ayer. Gloria i honra que eran también consecuencia i prestigio para aquellos que, debiendo respeto venerando a su san­gre, han condenado resueltamente lo que durante muchas jeneraciones debieron conservar la familia i el hogar, como el título mas digno i mas grande para reclamar el aprecio I el respeto de sus conciuda­danos.

La jeneracion de hoy no habia visto revuelta; ig­noraba las consecuencias prácticas de la revolución i la ha llamado a grito herido, ignorando cuánta es la suma de desmoralización, de ruina, de sangre, de

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odios i de dolor que deja en pos de sí, sin que nin­guno de los beneficios negativos que se le atribuyen, ni aun todos reunidos, alcancen a compensar los ma­les sin cuento que durante años va derramando por la sociedad. No era estraño que nosotros la rechazára­mos hoi, como la condenamos ayer, como la condena­remos mañana, porque en nuestra ya larga vida, que va tocando los lindes fijados a su duración, presencia­mos algunas de esas calamidades i aprendimos tam­bién a deplorarlas i odiarlas, cuando en nuestra juve­nil edad oíamos cada noche relatar las escenas de horror i de vergüenza que los Mitre, Sarmiento, La Madrid, Lavalle, Dávila, Borbon i tantos otros, i lus­tres proscritos argentinos, condenaban o lloraban en triste i prolongado ostracismo, que buscaba albergue consolador en nuestro hogar paterno, que era el hogar de su propia patria.

Por eso ayer, cuando apenas iniciada la revuelta, nos sorprendió en un puesto administrativo de alta importancia, cometimos el error político, que no de­jaba de ser eminente i sinceramente patriótico, de poner nuestra débil influencia al servicio de la idea, inspirada por nuestro propio anhelo, de que se ten­tase un arreglo. Vano fué nuestro intento; i por lesi­vas que entonces hubieran sido las heridas que se infi­rieran al respeto i prestíjio del principio de autoridad, nunca, jamas habrían sido tan crueles i dolorosas como las terribles que acaban de minarlo en • Chile por su base, interrumpiendo la gloriosa tradición de prestijio i de honor que formaban el sólido pedestal de nuestra prosperidad i de la casi admiración que se nos acordaba por los estraños.

Hoy nos encontramos frente a frente de una re­vuelta consumada, triunfante que pretendemos juz­gar, tomando desde su origen las causas qne la pro­dujeron, para pesar en balanza justiciera i aquilatar

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en tranquila atmósfera de recta imparcialidad,' la su­ma de beneficios i pérdidas qne nos ha dejado, car­gando a cada cual las responsabilidades que le co­rresponden en la consumación de la común catástrofe.

¿Podremos ser imparciales en la voluntaria tarea que nos imponemos? No vacilamos en establecer la afirmativa. Fuimos ayer serenos en medio de la bo­rrasca; cuando tuvimos en nuestras manos discrecio­nal poder, lo usamos solamente en cuanto fué nece­sario a la salud pública; jamas perdimos la clara visión de los acontecimientos, juzgados en el crisol de una conciencia honrada i patriótica. Tenemos pues, derecho para hablar i ser oidos, i por mas que la severidad de nuestros juicios pudiere aparecer apasionada, nadie podrá ver en ella sino la severidad i la energia inflexibles de la justicia.

No escribimos en odio a los hombres sino por amor a la verdad. Sabemos que aquellos cambian i modi­fican radicalmente sus ideas, en presencia de situa­ciones, intereses, compromisos i ajenas voluntades i que esta permanece siempre inalterable cual roca in­conmovible. Presentar aquellos cambios como ejem­plo que no debe imitarse, es propender al bien, por­que es acercarse a la verdad, que es la justicia i la armonía. La dureza de nuestra frase no será jamas condenación contra las personas, será exclusivamente reprobación de los hechos por ellas ejecutados.

Ninguna prevención inspiró ayer nuestras resolu­ciones, ni la admiración fué nuestra diosa Ejeria. Venimos hoi a este palenque sin odios, ni idolatrías; ni queremos el infierno, ni las jemonias para los unos; ni el empireo para los otros. Así, i solamente asi, podremos aspirar a que se lean estas pajinas i que, leyéndolas, sea posible que se encuentre en ellas luz de verdad; que la justicia se abra algún dia ca­mino; que cesen las exajeraciones i venga la calma

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reparadora a dar a los acontecimientos de ayer i de hoi su verdadera influencia en la catástrofe que el pais ha esperimentado.

Bajo dos fases diversas puede i debe considerarse la administración del Presidente constitucional de Chile, señor José Manuel Balmaceda: antes del mo­tín de la escuadra iniciado en la bahía de Valparaíso en la noche del 6 al 7 de enero de 1 8 9 1 i después de este luctuoso acontecimiento.

No es nuestro propósito hacer la historia completa de esta administración, porque tal empresa no es de la hora actual. Aunque es digna bajo muchos con­ceptos de prolijo i concienzudo estudio, solo vamos a rememorar sus hechos culminantes i a analizar con desapasionado criterio, las causas que produjeron una conmoción que tan deplorables consecuencias ha de tener en nuestra patria; no siendo una de las me­nores la de trastornar las ideas i sentimientos de todo un pueblo, que durante dos tercios de siglo vivió en el amor i el respeto al Presidente de la República i a quien ha visto descender de su solio prestigioso, en persecución i muerte. Alcanza también esta a ilustres jenerales que vivieron siempre venerados, prestando servicios importantes a la patria, tanto en la guerra estranjera como en la paz; persecución que ha herido también a probos i dignos majistrados, a quienes sus conciudadanos respetaron siempre i que hoi sufren vejaciones, encarcelamientos i graves daños en sus in­tereses i tranquilidad de su hogar.

El pueblo chileno ha aprendido en esta revolución a pisotear i ultrajar todo cuanto hasta ayer respetaba con culto de justa admiración. ¡Quiera el cielo que esto, que muchos en el paroxismo del entusiasmo producido por el triunfo, consideran como un castigo, i una lección necesarios, no sea mañana jérmen de inevitable desorganización i de males que no seria

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Chile la primera nación donde se realizaran! Porque no en balde se infrinjen las leyes morales que rijen a los estados; porque su desconocimiento ha producido siempre cataclismos sociales, de la misma manera que la alteración de las leyes inmutables que gobiernan el universo material, han solido sepultar las ciudades i los imperios.

No sabemos, ni queremos investigar si la hora en que estamos es ya propicia para emprender trabajos como el que damos a luz. Solo pensamos que siem­pre es útil decir la verdad; que es amarga siempre, i que abre horizontes de odios y de persecuciones para los que no practican la prudencia del mutismo. Caí­dos hoy, después de haberla servido con abnegación, abandonando por ella una situación modesta e inde­pendiente; resueltos a llevar perpetuo destierro, que nos impusimos voluntariamente; le enviamos desde la oscuridad de nuestro asilo, el culto de nuestro amor i los votos que hacemos por su engrandeci­miento.

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PRIMERA PARTE

DESDE l 8 8 6 HASTA 189O

L A OPINIÓN I L O S P A R T I D O S

¿Cuál era el estado de la opinión pública en Chile al presentarse la candidatura del señor Balmaceda a la Presidencia de la República i cuál en el momento en que tomaba posesión de este alto puesto de honor i responsabilidad, que sus conciudadanos disciernen siempre al mas digno i al mas probo? ¿Quién era el señor Balmaceda?

El pais estaba hastiado de luchas políticas estéri­les, en las cuales habia gastado savia exuberante de enerjia patriótica para tratar de hacer triunfar en las elecciones de. diputados, senadores, municipales i electores de Presidente, las candidaturas de su pre­dilección, las que, siempre i en todas partes fueron vencidas por las de investidura oficial, que contaban con el apoyo decidido i enérjico de todos los poderosos ajentes de influencia gubernativa. El último golpe asestado a las ilusiones queridas del pais tuvo lugar en 1 8 7 5 , año en que fué combatida la candidatura mas justamente popular i anhelada por los que pre­sentaban como candidato al ciudadano Benjamín Vi-

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cuña Mackena. En esa elección se violaron sin mira­miento todas las garantias individuales i electorales, así como también las promesas solemnes del Presi­dente de la República, consignadas en públicos docu­mentos. I esto se hizo teniendo por audaces ejecutores a personajes que mas tarde alardearon de arrepenti­miento, para ensangrentar i enlutar a medio Chile en nombre de la libertad hollada por ellos.

Parece que desde ese instante el desaliento i el desencanto ganaron el ánimo de los mas esforzados luchadores políticos i que ese fué el punto inicial de un abandono casi jeneral de sus derechos electorales, llevado a cabo por todos los hombres que en el pais habían creido hasta entonces en la verdad de las ins­tituciones republicanas i en la sinceridad del libera­lismo de los hombres que lo enaltecian i encomiaban en la oposición, para minarlo y desprestijiarlo tan pronto como ocupaban los sillones ministeriales. Des­de entonces, el pais electoral que no dependía de cualquier modo del poder ejecutivo, no fué a los co­micios públicos; i las elecciones de presidente, i las de diputados i senadores, i aun las de municipales mismos fueron, en la inmensa mayoría de los casos, la obra esclusiva i la designación del jefe supremo del estado. Contribuía a conservar en la nación esta ver­dadera atonía política, la circunstancia de que mu­chos, sino todos los hombres a quienes el pais miró con simpático interés, no supieron conservar cuando llegaron al poder, la consecuencia a sus principios. Se les vio con frecuencia entrar en arreglos i compo­nendas que desdecían de su seriedad de carácter. Vié-ronse las alianzas i confabulaciones de las ideas e intereses mas opuestos; olvidáronse con frecuencia las declaraciones al parecer leales i honradas de ayer para transíjir con el abuso que favorecía hoi, para es-plotarlo en provecho propio i acaparar los favores i

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privilegios del poder. Desapareció así la unidad i la fuerza de los partidos de ideas, para ser desventajosa­mente reemplazados por pequeños círculos de perso­nas, agrupadas momentáneamente, no para alcanzar el logro de ventajas permanentes para la nación, sino pasajeros i efímeros triunfos que halagaban la vani­dad o el interés propio de los confabulados.

Quien mas contribuyó a esta descompaginacion i desmoralización de los partidos fué el presidente San­ta María, quien por mucho que poseyese dotes rele­vantes de estadista, cayó en errores incomprensibles. Principió por organizar ministerios cuyos miembros no iban al gobierno a trabajar por un popósito i un plan fijo de política, sino en bien.de los intereses pe­culiares al circulo de que era miembro cada ministro. El uno subia en nombre del radicalismo, el otro en el del círculo montt-varista i los otros iban como li­berales. Pudo impedirse en mucha parte la descom­paginacion de esos ministerios dentro de sí mismos, mediante la voluntad poderosa i absorbente del señor Santa María, que todo lo dominaba; pero no impidió que el jérmen de desuuion surgiese en el grueso i en el seno mismo de los partidos ( i ) . A mayor abunda­miento, ese majistrado, que parecía profesar el ateís­mo político i que no tenía fé en las ideas, jugó audaz i hábilmente con los partidos, dividiéndolos i falsificán­dolos a su capricho. Cuando el partido radical alzaba bandera de hostilidad en alguna ciudad, el presidente Santa-María organizaba á su lado otro partido radical

(i) En el primer ministerio del señor Santa Maria principió a diseñarse en el de R e ­laciones Esteriores la figura noble del Sr. Balmaceda, cuya inteligencia, actividad i tino diplomático le conquistaron verdaderos triunfos. En las discusiones del Congreso sostuvo siempre con talento i elegancia en la forma, las soluciones más liberales i principió a llamar la atención del pais, que le miraba con especial cariño i simpatía. Era una es­peranza, porque aparecía como un político que se apartaba de los caminos trillados i reco­rría la amplia senda de la libertad. El Ministerio de Relaciones Esteriores fué un p e d e s ­tal de gloria para el que más tarde debiera ser presidente de la República.

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que disputaba al primero su personería i hasta su existencia; i otro tanto hacia con todos los círculos. Rió i se burló de todos i en las postrimerías de su gobierno ya no existían en pié sino fracciones de par­tidos, círculos personales, odiosidades i ambiciones estrechas. No hizo política levantada sino de dominio i preponderancia personal; esa misma tendencia la inoculó en los partidos i legó así a su sucesor en el mando, cualquiera que hubiese sido, un jérmen per­manente de discordia i dificultades: las ambiciones e intereses personales, tan difíciles de amalgamar, ar­monizar i de hacerlas converjer á un fin único, por grande y noble que sea. Hé ahí los abrojos de que el Sr . Santa-María dejó sembrado el camino que debiera recorrer el Sr . Balmaceda i que tan funestos fueron para él i para su patria.

Todo esto mató hasta las últimas ilusiones del pais, que se resignó a dejar hacer, sin tomar parte activa en ningún acto político, por mas que los emisarios e influyentes de Santiago apelasen oportuna i periódi­camente al conocido i gastado recurso de circulares, cartas amistosas i programas políticos, en los cuales ya nadie creia.

Así fué como viéndose los políticos de la capital sistemáticamente abandonados por la masa popular, que miraba indiferente sus maniobras i sus agitacio­nes en la tribuna parlamentaria, hubieron de cifrar todas sus esperanzas en la omnipotencia presidencial, contribuyendo por ese medio a hacerla mas poderosa i atrevida. Así fué como probados i antiguos liberales mataban en sus propios amigos toda esperanza de en­trar al congreso, aun cuando tuvieran conquistado éxito i prestijio en los departamentos, tan solo porque habian pretendido ser diputados sin saludar al portero, que en ese caso era el Presidente de la Re­pública.

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Pulularon en torno del Todo Poderoso los aspiran­tes a la Presidencia de la República i pugnaban a porfía por alcanzar su favor i sus sonrisas. Por dece­nas contábanse, en ocasiones, los pretendientes a tan elevado cargo, i a medida que el desengaño iba ani­dándose en sus ánimos, iban también alejándose de los salones de la Moneda, para formar en la oposi­ción, en las filas de los chasqueados, que apelaban al pueblo i le ofrecían libertad electoral ¡ellos! los mis­mos que la víspera i en todas ocasiones la habian pi­soteado i burlado la credulidad pública.

Ni creían tampoco los de abajo que mediante su propio esfuerzo i su prestigio llegarían al legro de sus aspiraciones. Por eso se evaporó casi al nacer la can­didatura del general Baquedano i por eso también cayó mas tarde, i desapareció en silencio i aislamiento la de José Francisco Vergara, que nació muerta en la convención creada por aquellos a quienes el juicio público, jocoso i siempre atinado, llamó luminarias porque casi todos eran presuntos candidatos. Ninguno creia en el pueblo; ninguno lo buscó i este los miró indiferente. La grande i artificial tormenta prepa­rada por los aspirantes en la prensa, meetings i tri­buna parlamentaria, se evaporó cual rápida tormen­ta de verano i las luminarias tornaron a buscar las sonrisas del poder, entrando nuevamente a la Moneda por las puertas, las ventanas o por donde se podia.

En este estado los ánimos, se presentó la candida­tura del Sr . Balmaceda a la presidencia de la Repú­blica. Vino al mundo cobijada por las influencias de lo alto, pero no porque de ellas necesitase para obte­ner éxito seguro; por que no era para nadie un des­conocido, ni carecia de fuertes simpatias i de un par­tido propio numeroso que veia en él al campeón esforzado i convencido de las ideas liberales, a un in­fatigable hombre de trabajo i sobre todo, patriota i

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amante cual muy pocos del engrandecimiento de Chi­le, sobre cuya gloria i prosperidad aspiraba a fundar el sólido pedestal de su propia nombradia.

El pais lo habia visto figurar desde muy joven al frente de aquel movimiento de libertad i de progreso, de reforma i de honradez política, que se inició en los Clubs llamados de la Reforma, en los cuales se mos­tró uno de sus más esforzados adalides. Lo había visto el pais hábil, patriota i enérgico en la diploma­cia. Los ecos de la reputación que adquirió en la Re­pública Argentina habian llegado hasta Chile i nos­otros mismos tuvimos ocasión de oir a eminentes estadistas de aquella nación, los conceptos más jus­ticieros de la elevada reputación que allí dejó.

Fué acaso él, el único diplomático que no hizo fiasco, ni dejó nota triste o jocosa entre los muchos sabios i literatos, que desde largos años atrás veni­mos enviando para que nos representen en la vecina República.

El pais lo habia visto trabajador infatigable, lucha­dor incesante en la tribuna parlamentaria i en el ga­binete del ministro i por eso no estrañó i aun aplaudió en medio de su indiferencia i desencanto político, la designación del señor Balmaceda para ocupar la silla presidencial, i porque además, lo veia sostenido por eminentes estadistas i probados patriotas, como Va­ras, Santa-María i muchos otros de su elevada talla.

La nación chilena aguardaba mucho del señor Balmaceda i confió i esperó. Le perdonó sin esfuerzo el pecado original de protección gubernativa con que nacía su candidatura; pero era también cierto que nadie hacia ya misterio de su conformidad con esa ya antigua costumbre política, de carácter eminente-inente nacional. ¿Cuántos no habia que principiaban a desear que nuestra carta fundamental, conformán­dose con la costumbre ya sancionada, estableciera

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que cada presidente nombrase por decreto á su suce­sor? El pais, decían, veráse libre de estas agitaciones periódicas que detienen el vuelo del comercio, pro­ducen la paralización de las industrias, desmoralizan al pueblo, i constituyen un verdadero juego fantas­magórico para hacer creer al pais que es él quien elige su presidente. ¿Y cuál era en Chile el político que no habia contribuido con su conducta a arraigar tales ideas en el ánimo público i a crear el indiferen­tismo político mas acentuado i pernicioso? Liberales, conservadores, radicales, montt-varistas, sueltos, ya solos, ya reunidos formando agrupaciones de perso­nas con ideas diametralmente opuestas, habian ob­servado en el poder idéntica conducta, habian ejecu­tado los mismos atropellos i trasgresiones legales.

¡Y por eso el pais elector habíase convertido en estoico espectador que miraba impasible las luchas parlamentarias mas violentas que ordinariamente de-jeneraban en riñas personales i en agitaciones que no salvaban el recinto del Congreso. ¡Al pais se le ase­guraba que todo se hacia por él i su prosperidad! pero no daba señal de que lo creyese.

Solamente al diputado de Carelmapu, don José Manuel Balmaceda, no se le vio jamás comprometido en esas luchas personales, crueles e impropias del recinto sagrado de las leyes. Toda vez que él tomaba la palabra, alzaba las discusiones al campo sereno i elevado de los principios; i con ademan i apostura caballeresca i frase pulcra, elegante i siempre respec-tuosa i serena, no produjo por su causa tormentas de odio, ni de recriminación.

El sosiego i la indiferencia política que reinaban en el pais al advenimiento de la candidatura Balma­ceda, no correspondía por cierto, al estado de exalta­ción de los ánimos que se notaba en la capital, centro de la vagancia rentista, no solo en el circulo de los

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quince a veinte aspirantes a la presidencia, a quienes se donominó luminarias, sino también en el seno del Congreso Nacional, donde estos i sus adeptos disponían de una minoría numerosa, luchadora i resuelta, que obstruía la discusión, entorpecía la marcha adminis­trativa del señor Santa-Maria i pretendió i aun logró mantener en suspenso por algunos dias la aprobación de la lei que ordena el cobro de las contribuciones, por lo cual el gobierno de aquel hábil ciudadano vióse en el mas serio conflicto, que fué solo el preludio del que mas tarde se promovió al señor Balmaceda. ¡Raro fenómeno! ¡Ejemplo digno de no ser olvidado! El go­bierno del señor Santa-Maria solo pudo escapar al tremendo conflicto que se le preparaba en el congreso i por el congreso, i que mas tarde había de caer sobre su desgraciado sucesor, merced a que en él contaba con una reducida mayoría, que agobió con su voto a la minoría, ahogó la palabra en su garganta, estranguló la discusión i rodeando el recinto del congreso i ocu­pando todos sus pasillos interiores con fuerza armada i garroteros obtuvo por la violencia lo que no había conseguido tratando de hacer valer las prescripcio­nes reglamentarias que la Cámara misma se habia impuesto.

Así se produjo aquella noche triste, noche lúgubre en la vida parlamentaria del pais, como había sido vergonzosa i criminal otra noche en que los accionis­tas de sociedades anónimas i banqueros, salvaron su fortuna particular, dando al pais papel de curso for­zoso i guardando el oro acumulado por el trabajo del pueblo i del industrial. Esos actos trajeron des­prestigio que cayó sobre su directo ejecutor i coope­radores de la Cámara: Pedro Montt i los suyos. ¡Y estos mismos que así procedieron, fueron los que mas tarde tomaron las armas para reivindicar los fueros de un congreso que ellos habían pisoteado i escarne-

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cido durante la administración Santa-María! ¡Y la fortuna fué con ellos.. . porque poseían fortuna!

En estas condiciones i con estas tendencias de los miembros del congreso a trabar la acción del ejecutivo recibió el señor Balmaceda el gobierno de la Repú­blica i aun cuando en breve vino una renovación de de la representación nacional, el ejemplo ya se' había dado i parece que el secreto de su fuerza no pasó in­apercibido, ni se perdió por mucho la esperanza, ni el deseo de volver,a esgrimir contra el poder una arma tan terrible i estraordinaria, porque todas sus fatales consecuencias debian caer esclusivamente sobre el pais, que contempló siempre impasible las luchas entre los numerosos círculos que habian surgido en el congreso y particularmente en la Cámara de Dipu­tados.

Esa renovación no introducía, por otra parte, grande alteración en el personal de las cámaras. En la baraja política de nuestra tierra ha habido siempre cierto número de usufructuarios de esos puestos de honor, i por mas que las elecciones se hayan creido renovaciones, han sido solo barajes dados al revuelto naipe, quedando afuera unas pocas cartas marcadas, no sin que ocupasen sus antiguos puestos la mayor parte de ellas. Podía decirse que, mutatis-mutandi, la cámara entrante era la misma saliente, los mismos hombres, con sus odios, sus pasiones, sus ambicio­nes, sus planes de venganza i sus proyectos de domi­nación e influencia en el gobierno. Con tales elemen­tos llegó al poder el señor Balmaceda.

Contribuían a hacer mas difícil la situación i mas ajitado el campo de la política, las profundas escisio­nes del partido liberal, dividido en numerosas fraccio­nes, naturalmente compuestas por escasos adeptos, contándose algunos que se denominaban por el nombre de su gefe, seguido de un corto pelotón de corifeos.

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El partido conservador era el único regimentado i disciplinado, que no perdía oportunidad de hacer mas profundas aquellas escisiones, entrando a terciar, para envenenar i agriarlos debates. Sus tribunicios i exalta­dos oradores situábanse siempre en lugares simpáticos que los hacían aparecer tanto o mas liberales que el liberalismo. Lobo con piel de oveja, dividía para rei­nar, i aguardaba pacientemente el dia en que envuelto entre los combatientes, obtendría parte considerable i de influencia decisiva en el botin.

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II

EN LA PRENSA

Si era ardiente i enconada la lucha de las fraccio­nes político personales que se agitaban en el congreso al terminar su periodo presidencial del señor Santa-María, no era menos vehemente i cruel el tono de la prensa diaria, destemplada hasta la exageración, cruel i acerada contra la reputación política i privada del magistrado que descendia i no menos intemperante i agresiva contra el sol que se alzaba e iba a iluminar la República durante cinco años.

Parece que en Chile no hubiera partidos de ideas; rara vez se discuten estas con la serena tranquilidad i la elevación de estilo que tanto les cuadra i que enaltecen a los hombres, a los partidos i a los pueblos que les rinden culto de moderación i de prudencia.

Hoy mas que nunca atraviesa el periodismo chileno por un periodo de crisis i de esterilidad intelectual que es un síntoma revelador del estado social de la juventud del pais. No tenemos hoy los escritores cul­tos, corteses i discretos que se llamaban Justo i Do­mingo Arteaga Alemparte: plegaron el vuelo de su inteligencia Vicente Reyes, Fanor Velazco i otros príncipes del ingenio; Eduardo de la Barra, el escritor correcto, el hombre de ideas adelantadas i convencido, habia colgado también su brillante pluma, antes que la ingratitud pagara con duro e inmerecido ostra­cismo sus servicios a la literatura i a la educación de numerosa juventud. Se fueron los Amunategui, Vicuña Mackenna, Zenteno, Godoi i numerosa plé­yade de escritores, cuya justa fama habia salvado

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los lindes de la patria, sin que nuevos jenios vinie­ran a cubrir los vacíos que dejaron en el campo de la ciencia i de la literatura. Mal endémico de la patria, ya que la prensa de ninguno de los paises Sud-Americanos es tan procaz e inurbana como la nuestra, convierte cada elección presidencial en una chacota cruel, que malea el criterio político del pue­blo i le enseña i acostumbra a no ver en sus hombres públicos lo que son, sino lo que sus terribles e injus­tos enemigos pretenden que sean. Se ocultan todos los bienes que el candidato ha hecho a su patria: se desconocen sus méritos; se les niega la honradez pro­verbial, timbre de orgullo de la magistratura chilena. Los unos, cuando menos son imbéciles; tirano aquel, verdugo es el otro, reo de peculado i criminal digno de ocupar una celda en la penitenciaria. ¿Qué repu­tación puede llegar intacta a las alturas? ¿qué presti­gio resiste a esa avalancha de injurias i dicterios? Por eso tantos hombres rectos, tantos ilustres ciudadanos que podían prestar eminentes servicios a la nación, resisten a ocupar puestos públicos o los abandonan apenas la injusticia, las calumnias i las intrigas prin­cipian a cebarse en ellos.

Así, dia llegará, sino estamos ya en él, en que la política sea ocupación de mercaderes o especuladores i no de hombres que lleven al gobierno plan vasto de elevada política i de recta administración.

No es esto de hoy. Si recorremos las hojas perió­dicas de las diversas épocas electorales, encontrare­mos confirmadas estas verdades. La historia de hoy es conocida de todos; pero los que ya hemos vivido mas de medio siglo, recordamos con pena aquellos dias aciagos en que El Progreso, La Barra, i otras hojas periódicas derramaban la injuria i el oprobio sobre dos de las intelijencias mas distinguidas, sobre dos de los políticos mas eminentes, que habrían he-

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cho honor a cualquiera poderosa nación de Europa i que brillaron en nuestra patria, mas como soles que como estrellas de primera magnitud. Tiranos, crueles verdugos, asesinos; vergüenza i oprobio de la nación cuyos destinos rejian, eran las espresiones que dia a dia se lanzaban al rostro de Montt i de Varas.

Se va mas lejos todavia, porque se llevan al estran-jero estas exajeraciones violentas, hijas de mal repri­midos odios i ambiciones no satisfechas, que se ocul­tan tras de mentido velo de principios, de los cuales se abjura toda vez que llega la oportunidad de poner­los en práctica.

En 1 8 5 9 los señores Matta, Manuel Antonio i Gui­llermo, publicaban en París un opúsculo en el cual para «cumplir su deber de políticos i de ciudadanos chilenos se espresaban así®: «Con el estado de sitio i mas tarde con las facultades estraordinarias de que fué investido por la mayoría de la Cámara, vilmente consagrada a satisfacer con usura hasta los apetitos de venganza, Montt ha gobernado en Chile sin mas ley que sus caprichos, sin mas justicia que sus odios personales i con una plebe viciosa de leguleyos, perio­distas venales i de logreros ociosos a quienes inspiraba vigor i confianza, i mas que eso, impunidad, la solda­desca indisciplinada, pronta siempre para el pillaje, hábil siempre para la traición i que representa el honor militar de sus caudillos. Montt cerró nuestras impren­tas, confiscó nuestras libertades constitucionales, en­carceló i persiguió a los diputados independientes que hacian oir el grito de la nación entera, entre el tumulto del pillaje; dejó a la merced de un corchete o de un espia la existencia de los hombres honrados i la tranquilidad de las familias; muchos de sus ajentes esparcian la voz de que el despojo i el robo de una propiedad de los opositores era un derecho lejítimo; abrió en la Moneda i en sus cuarteles oficinas de ca-

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lumnias i de delaciones i organizó un sistema de tri­bunales en que se inventaban crímenes i se fidminaban sentencias de muerte contra hombres inocentes, que tenían por acusadores a sus jueces i por jueces a sus acusadores. La pureza proverbial de los Gobiernos de Chile habia desaparecido i la desconfianza se pintaba en todas las fisonomías ante la insolencia del fraude.^ ¡Lástima grande que todo fuera mentira!

¿No parece, al leer estas descripciones que pudie­ran llamarse de ultra-tumba, que el señor don Ma­nuel Antonio describiera las escenas de que ha sido teatro el pais durante el breve periodo en que este caballero acaba de ser miembro del gabinete, i que trazara a grandes rasgos el sistema de política i de gobierno que ha seguido i acaso inspirado él mismo? I no obstante, apenas habian trascurrido unos pocos años, el señor Matta i todo su partido radical asis­tían en Santiago a una convención de la que resultó electo un candidato netamente monttvarista, el señor José Tomas Urmeneta, i trabajaron activamente por su triunfo al lado de toda esa plebe viciosa de legule­yos, de periodistas venales i de logreros ociosos i pug­naron por consiguiente, porque volviera a entroni­zarse en el pais aquel sistema en que se inventaban crímenes, se fidminaban sentencias de muerte contra hombres inocentes, que tenían por acusadores a sus jueces y por jueces a sus acusadores.}> Estos son los que ostentan en su frente, cual inri de glorificación el pomposo título de patriarcas que hacen caer en ridiculo!

Para no hacer citas de escritores menudos que comprueben las exaltaciones de la prensa en nuestra patria, séanos lícito tomar trozos de uno de esos príncipes de la intelijencia i de la oratoria, de uno de los jenerales cuya voz dirijente debia ser y era la pauta a que obedecían las huestes revolucionarias

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de 1 8 5 1 i 59—Isidoro Errázuriz, uno de los mas convencidos i esforzados adalides en contra del go­bierno de Montt, de su sistema político i de los hom­bres que lo sirvieron. En un folleto que publicó en 1 8 6 0 en Buenos Aires bajo el título de: «La Emigra­ción Chilena i el gobierno de Montt, etc.® se espre­saba respecto de ellos en los términos siguientes: «Un grupo de hombres reclutados i formados en el cuerpo de inspectores i en la rectoría del Instituto de Santiago, que supieron convertir en el potro de tor­mento de las jóvenes jeneraciones, se habia apode­rado desde 1846 de la confianza del partido pelucon. Este viejo círculo, privado de sus grandes jefes por las deserciones i la muerte, decaía visiblemente i co­menzaba a ceder al torrente de las aspiraciones na­cionales. Esta fué una buena ocasión para los ambi­ciosos escolares del Instituto. Sin mas horizonte que el del fácil despotismo de pedagogos i el de las es­trechas fórmulas del dogmatismo;—ensoberbecidos por el hábito del mando absoluto i por la muda i uniforme obediencia de las aulas, se lanzaron sin otro bagaje al terreno de la política. Instrumentos serviles al principio, i encubriendo su orgullo i sus aspiraciones bajo el manto de una hipócrita deferen­cia, no tardaron en convertirse en inspiradores i cau­dillos del peluconismo. Desde entonces, todo lo ha corrompido, todo lo ha degradado. Su crimen más funesto ha sido corromper i degradar la lei, porque si hai anarquía donde el pueblo no la respeta, hai inmoralidad i despotismo donde es la autoridad quien la quebranta o la desprecia.—Congresos, mu­nicipalidades, justicia, garantías, educación, decen­cia,—todo ha desaparecido en la orjia afrentosa de la dictadura legal de Montt. Así, Francisco Puelma, a quien llevó no ha muchos años a las puertas de un presidio el bárbaro i cobarde crimen de haber muerto

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a azotes al mayordomo de una mina, que estaba bajo su administración, hizo esponer a la vergüenza pú­blica en la plaza principal de Chillan a una joven mujer. La infeliz no pudo resistir a la afrenta; pero al Intendente Puelma lo elevó a mas altos puestos i a distinciones de toda especie el favor decidido de la autoridad. (Es el mismo señor Puelma que en nom­bre de la dignidad del pais ultrajado se presentó al Presidente Balmaceda, llevando la palabra de una numerosa comisión de vecinos de Santiago, i pidién­dole su renuncia, para lo cual invocaba también el recuerdo de la conducta de O Higgins.)

«Montt no ha comprendido ninguna de las fibras jenerosas del corazón de un pueblo, decía el mismo Errázuriz en el citado folleto, que es tan fácil des­pertar al verdadero hombre de estado. Sus mercena­rios enganchados en las cárceles i las garitas para aumentar el ejército de línea, le trajeron engrillados a sus pies a los pueblos que se alzaron en 51 i 59. En Valparaíso saquearon almacenes i ase­sinaron una inocente familia de estranjeros (1). La prensa se ha lanzado al silbido del amo como una guerrilla de perros rabiosos, sobre todo lo que el pais había respetado hasta ahora como intelijencia, como dignidad, como progreso. El sentimiento na­cional de Chile, herido en lo mas vivo por. la nega­ción completa de toda verdad i todo progreso, que representan Montt i sus secuaces, herido por la in­molación de sus hijos en batallas i cadalsos, herido por el cinismo de la dictadura legal, rechaza con desden los vapores impuros del incienso que quema á sus patrones en los altares prostituidos de la pren­sa, la horda de los enganchados.—Desde 1 8 5 1 el

(1) H o i , bajo el ministerio de que formó parte I. Errázuriz, se han saqueado por listas rejimentadamente, centenares de hogares tranquilos de v i u d a s i de servidores del pais.

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apellido Montt ha asomado con las mas singulares pretensiones de aristocracia i ha revuelto en busca de sus raices la cuna de las viejas familias. Basta que un pilluelo de levita le venda su alma, para que Montt lo reciba en sus oficinas, en la Aduana, en la oficialidad del ejército o de la guardia nacional. Basta que un tonto de alta alcurnia le manifieste ad­hesión, para que lo lleve á los congresos, á las in­tendencias, i a los ministerios. ¿Cuál es el hombre de entre la turba de enganchados que rodea el trono de su dictadura, que pueda presentar títulos de ta­lento, de estudio, de servicios prestados en el campo de la inteligencia? ¿Qué cabeza pensadora se ha al­zado en Chile bajo su mano omnipotente? La prosti­tución mas audaz ha plantado sus tiendas en el te­rreno del pensamiento. Con asombro i con risa vi­mos ahora a los enganchados (asi llamaba Isidoro Irrázuriz á los montt-varistas) elevar hasta los cielos el panfleto de Ambrosio Montt, sobrino del Presi­dente de Chile, titulado «El Gobierno i la Revolu­ción®. Pobre truhán literario, a quien el desprecio habia hecho antes un nombre, el panfletero llegó á Chile después de la crisis de 1 8 5 9 , rico en esperan­zas dinásticas, en absurdos y en vanidad. Habia re-cojido en las calles de las grandes ciudades europeas con la paciencia del trapero i con el criterio del car­bonero, nombres propios i jirones de la historia del viejo mundo.

«En los bancos parlamentarios, agregaba Errá­zuriz, figura un regimiento de graves nulidades i de logreros corrompidos i serviles, que a la voz del ca­pataz niegan, afirman, aplauden o se enfurecen. El puesto de Portales lo ha profanado Francisco Ovalle i Urmeneta i—¡oh mengua!—sobre el sillón de Ren-jifo ha colocado hoy Montt a Jovino Novoa. La Uni­versidad ha sido invadida por una turba de bárbaros

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e ignorantes haraganes. Las intendencias se confia­ron á los mas insolentes i estúpidos de los sayones. Los honores i los destinos fueron la presa de los mas prostituidos. Poco importaba que a los favoritos del poder les faltasen virtudes y talento; solo se exi-gia de ellos la ciencia del cinismo i la ciencia de la opresión. Jovino Novoa, hombre oscuro i manchado, dijo en el Club gobernista de Valparaiso i a la faz de veinte mil comerciantes europeos, que para pronun­ciar el nombre de Montt es menester ponerse de rodi­llas. Pocos meses después salió de un golpe a la In­tendencia de Valparaiso i es en el dia el ministro de hacienda de la República i uno de los caudillos del enganche.®

Asi hablaba Isidoro Errázuriz en i 8 6 0 en el es-trangero i en una representación hecha ante Con­greso Argentino, del sistema político de Montt, de su partido i de los hombres que cooperaban a su obra i que hoy se llaman Waldo Silva, Ramon Ba­rros Luco, José Besa, Marcoleta, Saavedra, Ed­wards, Pedro i Ambrosio Montt y otros con quienes pocos años después combatía en las mismas filas po­líticas y en diversas ocasiones, habiendo sido la úl­tima la campaña hecha en su consorcio para darles el triunfo de las armas y cooperar á la preponderan­cia del partido conservador respecto del cual i del jesuitismo apostrofaba a D. Manuel Montt, en el mismo folleto citado, en los términos siguientes: « S i su conversion (la de Montt) a la libertad ha sido sin­cera ¿porqué se ha limitado a hostilizar brutalmente a las personas y jamas ha tenido la audacia de enca­rar las preocupaciones i el fanatismo? ¿porqué se ha encerrado siempre en las monstruosas doctrinas del concordato i no ha proclamado con la frente alta la emancipación de todas las iglesias i todas las con­ciencias? ¿porqué no ha atajado en el baluarte eterno

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de la libertad al jesuitismo que se acerca con pasos de jigante i toca ya el corazón de la República? Por­que para Montt, principios i ciencias, verdad y pro­greso, no son mas que caretas, que las necesidades del momento han podido imponer a su ambición. } )

La sombra del político que se llamaba Manuel Montt, podria preguntar hoi a Isidoro Errázuriz ¿quién hizo mas por el triunfo del jesuitismo i quién contribuyó a darle glorias mas duraderas i sólidas, si el que aniquiló su influencia i preparó el adveni­miento de la libertad i de la democracia, o el que les ha dado en la representación nacional i en los conse­jos de gobierno una influencia prepotente, como no la tenian hace ya treinta años. El Sr . Errázuriz se escusará diciendo que iba en compañía de los que sostuvieron la política i la obra de D. Manuel Montt i que si ellos la demolían i borraban la consecuencia a su propia sangre i a sus glorias, él no estaba obli­gado a ser su amparador i su custodia. Ante este ar­gumento, guardemos silencio. Juzgúese a los hom­bres.

No recriminamos; hacemos simple narración i re­cuerdos de una época pasada, para establecer que nada de lo que la prensa exaltada aseveraba respecto de Montt, de Varas i de su gobierno era la espresion de la verdad. Eran honrados administradores de los caudales públicos. Descendieron de sus altos pues­tos, i la posteridad justiciera principió para ellos an­tes que hubieran abandonado para siempre una pa­tria tan injusta i tan cruel con sus mejores hijos.

Montt i Varas bajaron al sepulcro respetados por sus conciudadanos i a medida que el tiempo pasa y borra las huellas de odios i pasiones, su figura se ve mas grande i los beneficios que hicieron a Chile se palpan con mayor evidencia.

¡He ahi el lote que toca a los magistrados chile-

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nos! Injusticia i crueldad durante su vida; justicia i reparación tardías después de la muerte.

Con nadie fueron mas crueles en la prensa los círculos de oposición que con el señor Balmaceda, mientras fué candidato a la presidencia de la repú­blica. Se llegó hasta peneti-ar en el sagrado san­tuario del hogar, i ni la esposa, ni la inocente fami­lia, ni la madre veneranda escaparon al dicterio, ni dejaron de beber el cáliz acibarado de la mas torpe injuria, de la sospecha infame, de la gratuita i mor­daz suposición. Parécenos que entonces debiera el señor Balmaceda sentirse anonadado, no ante las responsabilidades i peligros del puesto a que iba a ser elevado, sino en presencia de la ignominia i del baldón que dia a dia, hora a hora, minuto a minuto se hacían caer sobre él i sobre los seres que le eran mas caros.

I no obstante, aquella prensa era dirigida, soste­nida i estimulada por lo que en Chile, i particular­mente en Santiago, se llama la aristocracia del ta­lento, que también pretende serlo de la sangre. Cada diario representaba a uno o mas de los aspirantes a la silla presidencial, quienes, ya que no les era dado arrebatar a su contendor la deseada magistratura, procuraban hacer que llegara a ella sin honor, sin dignidad i sin prestigio. ¡Como si mañana, cuando aquel descendiera, fuérales lícito pretender un puesto deshonrado i que ellos mismos habían contribuido a hacer vil i despreciable!

Imajinan acaso los políticos i sin duda los partidos a que sirven, que aplicando á sus adversarios deno­minaciones ultrajantes, que convierten la prensa en lodazal, han de grabar en su frente marca indeleble de vergüenza ignominiosa. ¡Cuan lamentable es su error! ¡Cuan pueril i vano su empeño! Porque mien­tras mayor es la injusticia con que proceden, mas

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enaltecen i dignifican a la persona del infamado; i los hechos, i las pruebas que el criterio tranquilo i desapasionado no tarda en acopiar, justifican al in­culpado i procuran demérito i menosprecio a quienes envilecen la prensa haciéndola servir a torcidos pro­pósitos.

Jesucristo ennobleció la cruz porque aquel patíbulo ignominioso se aplicó a un justo, cuyo mérito i vir­tudes no dejaron de brillar con luz propia, por mas que sus terribles enemigos hubieran tratado de hu­millarlo i degradarlo, alzándolo en cadalso destinado a los mas famosos crimínales.

Olvidan los que en la prensa comprenden bajo una denominación jeneral de logreros, ladrones, especu­ladores de baja ley a todos los funcionarios públicos, que hay entre estos muchos que no pertenecen al partido que combaten; que hay también entre ellos muchos que han envejecido en el servicio de la na­ción i que aplican un estigma denigrante a inocentes i a personas dignas de respeto i consideraciones.

Olvidan que, a mas de llevar a los cuatro vientos, al estranjero, la idea mas triste i deplorable de lo que son los servidores del estado, deprimen el cré­dito de la prensa, hasta el estremo que han llegado a constituirla en indigna de crédito i de autoridad. ¡Tales son las exajeraciones o inverosimilitudes en que incurre por sistema i tal el grado de perversión de criterio a que obedecen sus directores e inspira­dores!

Estamos seguros de que la mayor parte de las re­vueltas vanas i de las ajitaciones exajeradas que han producido los trastornos de los paises sud-america-nos. han encontrado voz de aliento inconsiderado en la exaltación estudiada de la prensa i en la atmósfera ficticia que forma en torno suyo i de sus cooperado­res. Jeneralmente los grandes intereses sociales i el

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comercio, la industria, la agricultura están en atmós­fera tranquila pidiendo paz, cordura y moderación, mientras que en el círculo de los directores de la prensa se forman tormentas de exaltación i se pro­ducen conflictos perniciosos a la prosperidad pú­blica. Es que nuestra prensa no representa la opinión pública, sino los intereses i deseos de un círculo re­ducido, que se aparta del movimiento jeneral nacio­nal, pretendiendo dirijirlo i encaminarlo por sende­ros inconscientes.

I ese desborde jeneral i procacidad de los que se llaman a sí mismos directores de la opinión pública, habían llegado a un límite estremo e intolerable en las postrimerías de la administración Santa María, quien compartía con su primer ministro Balmaceda la primacía de las amarguras i desengaños que tal sistema, erijido por sus propios amigos de la víspera i de largos años atrás, en arma cuotidiana de viru­lento ataque, debia desalentarlos en su empeño de fundar la libertad i el progreso en bases de mutuo respeto i de tolerancia franca e hidalga, a los hom­bres, a su vida privada i a sus ideas.

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III

MAGNANIMIDAD

Aun resuena en nuestros oídos la grita destem­plada i procaz del meeting i de la tribuna parlamen­taria, que herían sin lástima al afortunado caudillo que habia logrado atraerse las simpatías del pueblo i su voto en las urnas para rejir por cinco años los destinos de Chile. Todos creíamos que al subir a tan elevado puesto, el señor Balmaceda, conservando un recuerdo amargo e ingrato de las asperezas e intem­perancias de la víspera, mantendría alejados del po­der a todos aquellos caudillos i aspirantes a la pri­mera majistratura de la nación, que tanta hiél i tanta destemplanza habían lanzado sobre su dignidad de hombre público i su conciencia de hombre privado.

Sin embargo, cuando los amigos que lo habían acompañado en las asperezas de la lucha parlamen­taria i habian recibido también los dardos hirientes del combate en la prensa i en el meeting, se apres­taban a celebrar en suntuoso banquete el éxito de las urnas populares, Chile entero fué gratamente sorprendido e impresionado, leyendo una carta del señor Balmaceda, que la prensa encomió como me­recía, y que llevó a todos los corazones la esperanza i la seguridad de que en las alturas se implantaría una política de tolerancia, de respeto a todas las opiniones i de armonia jeneral entre los chilenos.

«No soy ya el jefe de un partido, decia a sus ami­gos en aquella breve pero hermosa carta el Sr . Bal­maceda; soi el Presidente de la República, que as­piro a tener la común confianza de todos i ruego a

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mis amigos desistan del propósito de celebrar un triunfo que lastimaría a todos aquellos que han sido vencidos en la lucha electoral. w Desde ese instante, ancha i honrosa puerta tuvieron todos los hombres i todos los matices de la opinión para ir sin mengua i sin timidez a cooperar a la obra de progreso común, a que con tanta altura de miras eran llamados por el jefe de la nación.

El primer ministerio con que el nuevo presidente dio comienzo a sus labores administrativas i políticas dio también testimonio de que no eran vana fórmula los deseos espresados por él en la carta ya recordada i que acaso sus conciudadanos han relegado al olvido.

Figuraban en esa combinación ministerial perso­nalidades como Eusebio Lil lo, Joaquin Godoi i otros justamente respetados por sus antecedentes i porque su carácter los habilitaba para ser los mejores repre­sentantes de la nueva política que se inauguraba. ¡ Coincidencia singular! El mismo señor Lillo que formó el primer Ministerio del señor Balmaceda, que fué el primer confidente de sus sanos i patrióticos deseos en favor de Chile i que presenció las eleccio­nes mas libres que se hayan celebrado en la repú­blica, al decir de los propios adversarios de Balma­ceda, quienes reconocían el hecho al dia siguiente de su derrota; ese mismo señor Lillo fué también quién recibió las últimas confidencias i los últimos encargos de honor i de cariño que al abandonar el poder hacia el hombre en presencia de la inmensidad de lo desconocido. Dejemos constancia que entre tantas decepciones sufridas, el Sr. Balmaceda con­servó hasta el último el aprecio de un hombre recto i justo, como lo es Lillo.

El pais entero volvió a aplaudir los levantados propósitos del jefe del estado. Decimos el pais, por­que entonces manifestó de un modo inequívoco que

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abandonaba su indiferencia por la cosa pública i que deseaba que terminaran aquellas eternas escenas de odio i de rencor que se habían representado en el meeting i en la prensa, que pertenecía a unos pocos potentados; que servia a sus propósitos políticos i no a las aspiraciones de trabajo, progreso i armonía que el país anhelaba.

Estos actos magnánimos del Presidente Balma­ceda le captaron hondas i merecidas simpatías en toda la república. El olvido de las ofensas mas gra­ves i gratuitas al dia siguiente de haber sido inferi­das, revelaba una alma grande i noble, el alma de un patriota i de un ciudadano que ante el bien de su pais lo sacrifica y lo olvida todo.

Desde luego manifestó el propósito de unificar el partido liberal i que desapareciesen las facciones i pequeños círculos en que lo habia recibido fraccio­nado. Fué esta la base de su programa de política. Fruto de esta aspiración ferviente a la concordia i unificación de la familia liberal, que tan deshecha i dispersa recibió el presidente Balmaceda al tiempo de subir al poder, fué la formación de un nuevo mi­nisterio en el cual figuraron matices diversos del revuelto partido liberal, unificado ya, según se creyó, por la labor patriótica i desinteresada del ministerio que saüa declarando: que un grupo considerable del liberalismo, conocido con el nombre de partido montt-varista, se declaraba disuelto i se incorporaba leal i honradamente al grueso de la familia liberal, que por este acontecimiento quedaba ya unida, fuerte i pronta para acometer la obra del porvenir.

Jamas hemos podido comprender, n,i ciarnos cuenta de la misión benéfica que dentro de un amplio pro­grama de gobierno i de constitución de los partidos políticos, que cooperan a su implantación o la com­baten, ejercen los pequeños círculos i los fracciona-

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mientos de los dos únicos i grandes centros en que los hombres pueden agruparse: los que aman el pa­sado i los que quieren progreso i libertad; los que piden que se marque el paso o se retroceda, que son los que tienen la mirada fija hacia atrás.

Nos esplicamos que en la discusión de un pensa­miento que envuelve la realización de un propósito común, haya desinteligencias i apreciaciones varias sobre los medios de llegar al logro de esos propósi­tos: pero no comprendemos por qué los que disin­tiendo en la cuestión de detalle van a formar hogar político separado. Crean dentro de un grupo formi­dable fraccionamientos que lo debilitan: i olvidan que siempre i sin apelar a recursos estremos i vio­lentos, hai una fórmula que, buscada con perseve­rancia y buena fé, puede satisfacer al mayor número, aun cuando no sea la espresion de los deseos de todos, pero que sí se acerque a ellos cuanto sea posi­ble, por el sacrificio de mínima parte de las aspira­ciones individuales, en interés del bien común i del éxito de toda empresa.

Pero los partidos políticos son por lo jeneral im­pacientes i antes de trabajar en el elemento social, para popularizar i hacer aceptables sus principios i sus ideas, se lanzan inescrupulosos en las luchas ar­dientes i comprometen su existencia i su prestigio, por falta de calma para esperar y obrar.

De ahí han surjido los pequeños partidos, a los que mas bien debiera llamarse fracciones, encabeza­das por caudillos que se separan del grueso de las filas, porque no prevaleció su opinión individual o por otra causa baladí. De aquí el oríjen de los círcu­los personales a que también ha venido a dar pábulo el voto acumulativo. S i bien es cierto que su adop­ción ha permitido representación a todos los matices de opinión en el congreso i otras corporaciones, no

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es menos cierto que ha creado la multiplicación de pequeños círculos que se baten y destrozan entre sí i •que han muerto a los grandes partidos con jefes i programas de ideas a que todos debieran sujetarse. El voto acumulativo ha dado aliento a los círculos estrechos i personales, porque la facilidad de crearse un pequeño núcleo de adeptos, que se multiplican como los cinco peces del milagro bíblico, hace surgir personalidades que se constituyen en otros tantos je­fes, que destrozan los partidos mas bien organizados.

Tal le ha sucedido al partido liberal de Chile. Por eso, la idea de la unificación concebida por el

presidente Balmaceda, era grande i tendía a benefi­ciar única i esclusivamente a los hombres de ideas liberales. No era la obra de un tirano, sino la de un político bien intencionado.

La unión hace la fuerza, dice un adagio vulgar, i en nada es mas cierto que en política. Un partido trabajado por divisiones intestinas entre sus afiliados, jamás podrá realizar algo grande ni duradero. Cuan­do las disensiones se acentúan demasiado dejeneran en controversias personales; la cuestión de principios se olvida i las individualidades se creen todo. Empe­ñados todos en salir avantes con su ideal, nadie hai que pueda alcanzar prestigio jeneral; no hai un cau­dillo, porque hay muchos pequeños jefes; no hai un hombre idea. Hai muchos hombres porque todos

' trabajan para sí i en su propio provecho; pero no existe el hombre, el que se necesita, porque ninguno trabaja por el triunfo del principio i de un programa que lo consigne.

Según nuestra opinión, el Sr . Balmaceda era el hombre; probó que lo era, que no trabajaba para sí, sino por el triunfo de un ideal; pero, ó no fué com­prendido ó los intereses personales dominaron el po­der de la idea i de los principios.

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Bien comprendía el presidente Balmaceda cuál era el inmenso mal que aquejaba al partido liberal, coa el cual tenia que acometer los grandes trabajos del porvenir i por eso, su primera preocupación fué reunirlo i unificarlo. Fué el grande ideal de toda su administración, i a conseguirlo dedicó perseverante i vasta labor.

¿Fué en pos de una quimera? ¿Era posible reunir en un solo haz los hombres, los intereses, las preocu­paciones i las antipatías que trataba de amalgamar? El acontecimiento probó que no, y que las fracciones diminutas i diversas del partido liberal, que es ma­yoría en el pais, no lograron entenderse i se destro­zaron, arrastrando en su ruina al jefe jeneroso i abnegado, que todo lo perdió en su porfiado e irreali­zable ideal de la unificación i del gobierno armónico de todos los liberales.

Los partidos, cuando han permanecido largos años en el poder se malean y pervierten i para depurarse y regenerarse necesitan caer en desgracia, soportar el ostracismo de las alturas y aprender en su caida la práctica de las virtudes cívicas i la unión, que es la fuerza de resistencia i de combate mas potente i eficaz.

En balde trabajaba el Sr . Balmaceda por unificar al partido liberal, porque además de que siempre fué propenso á la desunión, sufría ya el mareo de las alturas i los vértigos que produce le preparaban rá­pido descenso.

Tuvimos ocasión de evidenciar por nosotros mis­mos esta gangrena que roia las entrañas del que un tiempo fué gran partido, durante la época aciaga de la revolución. Habia latentes muchos jérmenes de desunión, que en ocasiones asomaban a l a superficie i que, si no tomaban vuelo, era porque se hallaban enfrente de un enemigo en armas, del que no pocas veces solían olvidarse.

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¡A cuántos buenos amigos no herían! ¡Cuántas ambiciones i prevenciones ocultas! Serán achaques de la libertad i del libre examen, nos decíamos; pero al cabo eran divisiones.

Pero por cierto que el grande hombre que se esforzaba por dar vida i armonia a los diversos grupos del liberalismo, no era de la pasta de que se forjan los tiranos, sino de los hombres de vastos ideales, que buscan el progreso en la armonia i no en la discordia. Víctima de su persistente optimismo, harto, i mas que nadie, debió deplorar las funestas consecuencias que para él i para la querida patria trajo el quimérico, aunque bien intencionado ideal que perseguía.

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I V

LA RESURRECCIÓN

Las diversas fracciones del partido liberal acaba.-ban de penetrar nuevamente á la Moneda. Veíanse ya reunidos allí sueltos i liberales netos, montt-varistas, radicales i demás agrupaciones que militaban bajo banderas no conservadoras. ¿Estaban real i sincera­mente hechas la unión i la armonía; habia verdadera concordia? Así se creia. La declaración de muerte, aunque no inhumación del círculo montt-varista era garantía y prenda que así lo aseguraba. Tal aconte­cimiento creíase lógico, revelaba desinterés i vista política de espertos hombres de estado; porque esa agrupación, formando hogar separado, daria prueba de estrechas miras de predominio, propias solo para mantener la eterna lucha entre los hombres que se aliaban para el bien y para el trabajo, según se decia y eran los anhelos del jefe de la nación.

Porque, si bien era cierto que el partido montt-varista nació poderoso y necesario en circunstancias difíciles para Chile, cuando era indispensable robus­tecer y prestigiar el principio de autoridad, vigoro­samente combatido por los exaltados del liberalismo i los intransijerites del conservantismo; si era cierto que ese partido contó en su seno á hombres de todos los hogares políticos i a quienes no se les exijia de­claración, ni filiación de ideas, sino amor por el orden, era por eso mismo una verdad indiscutible, que a ningún partido cuadró con mas verdad el calificativo de oportunista. Lo mismo pensaban sus fundadores,

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Montt i Varas, el primero declarando en documentos públicos, antes de abandonar el poder, que habia llegado la hora de imprimir otro rumbo a la política, l lamar a la conciliación i elejir para presidente un ciudadano que hubiese permanecido alejado -de las luchas ardientes de la política. El segundo, negán­dose a aceptar ese alto i honroso cargo i pidiendo a sus amigos que buscaran un ciudadano que permi­tiese a toda la familia chilena agruparse sin reserva en torno suyo, para realizar el progreso nacional. Era esa una declaración de muerte del partido, la campana que anunciaba su disolución, porque el gobierno de resistencia i esclusivismo, necesario en la época que se ejercitó, se queria reemplazar por otro que fuera de todos i para todos i que ensancha­ra los horizontes de la acción gubernativa i política. Así lo comprendieron gran número de adeptos de ese partido i desde ese momento principió una emi­gración visible de sus hombres a los diversos hogares políticos de Chile.

No tenemos conocimiento de ningún hecho de tras­cendencia por medio del cual los Sres. Montt i Varas desmintieran sus nobles i patrióticas resoluciones i por consiguiente, la segunda declaración de muerte del partido montt-varista, carecía de objeto. Porque si ese partido existia, no era ya como el oportunista de la administración Montt, sino acaso como el usu­fructuario de una herencia de prestijio que convenia esplotar a quienes la querían para sí, aunque fuera apartándose en absoluto del gran principió que le dio vida: la salvación de la patria por el respeto a la autoridad i la conservación del orden.

El partido que en nuestros dias se ha llamado montt-varista ¿está seguro de haber sido continuador de aquel gran programa? ¿podrían sus adeptos de hoy presentarse con frente serena en presencia de los

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hombres de ayer, si estos les pidieran cuenta del legado que ellos trasmitieron al pais?

Lo cierto fué que la alegría que produjo la unifi­cación no fué duradera. Se vio que el partido montt-varista no habia muerto; que a gran prisa alistaba sus huestes i que hasta contaba ya con su respectivo candidato a la presidencia de la República: Agustín R. Edwards por el que se trabajaba activamente desde la Moneda, por sus adeptos del Ministerio, que así descontentaban a sus colegas de gabinete.

Natural era que esta conducta produjese alarmas en el seno del partido liberal, que habia sentado sus reales en las antesalas de la Moneda i que, con este motivo, el ministerio organizado para servir i robus­tecer el programa de unificación, dimitiera para dar cabida a otro que principió por sostener rudo com­bate en contra de los amigos de la víspera los mon-tt-varistas. Toda la sesión legislativa de un año se perdió en porfiada lucha contra ellos, quienes pre­tendían probar que el nuevo ministerio no era parla­mentario; mientras que sus miembros, al mismo tiempo que sostenían lo contrario, provocaban lo que por aquellos dias se llamaba una liquidación, de la cual debia resultar definitivamente escluido de las alturas "el partido montt-varista.

Los Sres. Demetrio Lastarria, jefe del gabinete, Máximo R. Lira i otros oradores ministeriales, ata­caron a fondo a sus adversarios; hicieron respon­sables a los neófitos montt-varístas, en lenguaje ardiente i destemplado, de las escenas de sangre i de persecución que se atribuyen a ese partido, cuando dominó sin contrapeso en el gobierno, escenas que se habían producido en interés del orden i del bien público, pero que despertaron odios profundos, que en esas circunstancias se revelaron como si no hu­bieran dormido el sueño de mas de treinta años.

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Los que leíamos desapasionada i tranquilamente aquellas interminables discusiones políticas, solo veíamos enfrente unos de otros, hombres i partidos irreconciliables, separados por la diversidad de siste­ma i tendencias políticas. Recorrimos entonces el pais desde Tacna al sur i por todas partes oíamos aplaudir la actitud del gabinete Lastarria i todos creían que la reconciliación era imposible. No obs­tante, nosotros i el pais padecimos error i error que no tardó en mostrarnos que no conocíamos a los políticos de nuestro pais.

La guerra fué cruda, cruenta i desapiadada contra el partido montt-varista, que había descendido del ministerio i caído en desgracia, después de haber contribuido a la elección del Sr. Balmaceda i com­prometido su prestijio en la jornada del 9 de ene­ro, a la que también concurrieron los demás grupos coaligados.

Con este motivo, hízose entonces al Presidente Balmaceda el cargo de inconsecuencia i deslealtad contra sus aliados i amigos de la víspera, a quienes se decia era deudor de la presidencia. I mas tarde se continuó repitiendo el mismo cargo i atribuyendo al abandono de aquel partido todas las desgracias que cayeron sobre su administración. Si este majistrado hubiera seguido hasta el fin con los montt-varistas, nada grave le habría sucedido, se ha dicho i se sos­tiene aun, después que el acontecimiento ha pasado i sus consecuencias son conocidas. Se le atribuye jeneralmente una importancia capital en el desarrollo de todos los posteriores sucesos i por. esto, sin qui­tarle por nuestra parte nada de la magnitud que se le concede, lo tomaremos en detenida consideración en todos sus detalles.

Por otra parte, los enemigos de los montt-varistas decian entonces, que su permanencia en el poder era

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un peligro; que pesaba sobre ese partido una historia de sangre i de crueldades; que habia salido del poder derramando sangre; que habia permanecido en él en medio de revoluciones i cadalsos i ¡rara coinci­dencia! que la última sangrienta revolución, se dice hoi, se ha hecho por él i con sus elementos.

Antes de hacer ninguna observación sobre este tema i abandonando el terreno de las conjeturas mas 0 menos autorizadas, séanos lícito esponer las ideas del Presidente Balmaceda sobre esta cuestión. Ellas están consignadas en su discurso inaugural del Con­greso de i 8 g i . Dicen así: «Elejido Presidente de Chile, cumplía a mi previsión i a mis deberes de primer mandatario del Estado, trazar la política i la línea de conducta que evitara a la conclusión de mi período legal los peligros que amenazaron a las ad­ministraciones anteriores.M

«El gobierno esclusivo con las fracciones del par­tido liberal que me habían exaltado, podría condu­cirme involuntariamente al réjimen del gobierno per­sonal i seguramente habría consagrado la coalición liberal conservadora en la oposición. Por este motivo adopté una política de patriótica reconciliación en la cual tuvieran cabida, sobre la base del partido que me elijió, todos los libéralos. Esperaba también que mi respeto a las personas i a la autonomía del par­tido conservador, facilitaría un gobierno de trabajo i de verdadero engrandecimiento nacional. B

He ahí propósitos claros i levantados: ¡no caer en el gobierno personal! ¡hacer gobierno de paz! I no obstante, mas tarde se ha acusado al Presidente Bal­maceda de ese propósito de gobierno personal desde el principio; i contra su ardiente deseo de paz se le condujo a un gobierno de guerra. «Me han conducido 1 obligado a lo que jamas quise i que contraria mi carácter^ nos decía un día con profunda amargura i

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convicción. Mi única ambición era hacer la felicidad de mi patria i terminar mi gobierno en paz.® ¡Un cruel destino contrarió tan patrióticas miras!

Nadie que tenga mediano conocimiento de lo que son en Chile i acaso en el mundo los partidos políticos, puede ignorar que toda su existencia, sus luchas i sus trabajos acusan un constante ir i venir de los hombres, fluctuando siempre i yendo de un círculo a otro, según fluctúan i se desarrollan las ideas,' las circunstancias políticas, sus peculiaridades de carác­ter i mil accidentes que, si diariamente modifican el pensamiento de los individuos, cambian también la táctica i la estratejia de los bandos políticos. Siempre i en todas circunstancias se ha visto que los partidos i los hombres mas opuestos en ideales i aspiraciones se han agrupado i lanzado a la lucha para alcanzar un fin común, el cual, una vez conseguido, deja a los combatientes en aptitud de volver a sus antiguos ho­gares, i muchas veces para combatir crudamente los que la víspera se estrechaban en fraternales i ardoro­sas filas, tornando contra los amigos.de la víspera el mismo ardor, i acaso odio, que sentían por sus ad­versarios. ¡Tal es la vida de los partidos políticos!

Nada hay eterno en política; lo que hoy se crea, mañana desaparece; pretender lo contrario valdría tanto como pedir la estagnación social, negar el pro­greso i borrar la incesante aspiración de las socieda­des i de la humanidad a conseguir ideales de perfec­ción, que imponen cambios de propósitos i de perso­nas que los secunden.

¿Quién puede ignorar que en la ruta política hai senderos i recodos tortuosos a veces, fáciles en otras ocasiones, desde los cuales se divisa la meta de las aspiraciones comunes? Muchos se estravian en esas sendas; se dispersan, se agrupan según lo exijen los accidentes de la marcha; pero todos esos viajeros lie-

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gan al fin a la cima, i alcanzan lo que apetecían, o quedan rezagados o estraviados.

En jeneral, no es posible pues hacer a los políticos cargo fundado porque toda su vida no siguieron en la compañía de aquellos que al subir la montaña em­prendieron juntos su ascensión, porque ello valdría tanto como pugnar contra leyes invariables inherentes a la condición del hombre, por cuya propia aspira­ción se modela i organiza la sociedad í sus variadas exijencias.

Estas ideas jenerales no son mera abstracción, por­que en la práctica encuentran constantes i no inte­rrumpidos ejemplos que las confirman.

La historia política de Chile abunda en ejemplos: Pérez gobernó con una alianza de conservadores i li­berales llamados de gloria barata, es decir, Voltaire se unió a Loyola, como ha sucedido en el gobierno del triunvirato, en el cual el patriarca del radicalismo prestó cooperación a los partidarios del sílabus. Errá-zuriz gobernó con liberales i radicales: Santa-María jugó con los partidos, los unió toda vez que quiso i los destrozó i entregó desmoralizados a su sucesor.

¡Ingrato i desleal el presidente Balmaceda, porque se separó del partido montt-varista que habia contri­buido a su elevación! ¡Monstruo de inconsecuencia; causante de todos los males de la patria por su in­comprensible i persistente doblez! se esclama; i la prensa, haciendo eco a estas exaltaciones, va lleván­dolas exajeradas a todos los vientos de la publicidad i de lo que ha dado en llamarse opinión pública, que repite inconsciente i sin examen lo que no es propio solamente del mal carácter i tendencias típicas que se prestan al presidente Balmaceda, sino la manera de obrar de todos los presidentes, sus predecesores.

En efecto, Montt se desprendió del partido conser­vador que contribuyó a su elevación, que gobernó con

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él breve espacio y con quien riñó mas tarde, hacién­dose cruda guerra, que llegó hasta la revuelta a ma­no armada. Montt formó entonces un partido propio, al que por entonces se calificó de grupo de logreros advenedizos, lacayos i jente desconocida, con otros epítetos peores que hemos consignado en otra parte, tomados de un folleto de Isidoro Errázuriz. Y esos lacayos se decia que venían a reemplazar a los ilus­tres magnates que hasta entonces habían cooperado a la labor política i administrativa. ¡Lo mismo que se dice hoi de los balmacedistas! ¡La misma historia de siempre repetida sin novedad! —Aquellos lacayos son hoi aristocracia.

A Montt sucedió Pérez, quien habia sido elejido presidente de la república mediante la única i esclu-siva acción del partido montt-varista, que era vence­dor i dominaba sin contrapeso en los consejos de go­bierno; i no obstante, Pérez apenas en el poder, hizo á un lado al partido que lo elevara, reemplazándolo por otros hombres, muchos de los cuales figuran hoi entre los que tachan de ingratitud i deslealtad a José Manuel Balmaceda. — A Pérez sucede Errázuriz i el partido conservador, que tan decididos esfuerzos i tan estusiasta adhesión acordara a su caudillo predilecto, fué también alejado del poder para gobernar con un partido propio, que llevó su nombre y le sobrevivió bien poco.—A Errázuriz sucede Pinto, i ya, a la pre­matura muerte del primero, el segundo principiaba a emanciparse de sus ligaduras, de sus influencias i las de muchos de sus amigos. En poco tiempo mas, una ruptura no habria sido acontecimiento mui esperado. —• Santa-Maria, sucesor de Pinto ¿gobernó bajo la inspiración de éste i de sus amigos? Muy poco seria necesario conocer el carácter del primero para soste­ner que sí, i tener mui frájil recuerdo de la historia i de los hombres de ayer, para no reconocer que la se-

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paracion existía ya i que si entonces, ni mas tarde no habria habido una ruptura seria y estrepitosa, no de­be atribuirse a la inesperada separación del señor Pinto del escenario de la vida, sino a su carácter se­rio i tranquilo.

Quede pues constancia de que el presidente Balma­ceda no hizo innovación alguna en la marcha seguida por todos sus ilustres antecesores; i que no. hai jus­ticia, ni imparcialidad cuando se le imputa a su pro­pio carácter lo que por otra parte, no es sino una consecuencia lójica i natural de las cosas.

En efecto, imaginan los partidos i los hombres triunfantes que el caudillo de la víspera debe conti­nuar siéndolo i que, a trueque de conservar ese título, no debe tener consideración a los nuevos deberes que la gravedad i responsabilidad de su elevado puesto le imponen. Surgen exijencias, apremios i pe­ticiones a que muchas veces no es dable acceder sin cercenar una parte de las atribuciones nobles del ma-jistrado i sin menoscabo, en ocasiones, del prestijio que el jefe de un estado debe conservar para que sus resoluciones sean acatadas i lleven sello indeleble de altura de miras i elevación de propósitos.

Creen los partidos i los hombres que la víspera ob­tuvieron la victoria, que la política debe ser esclusi-vamente dirijida por ellos i olvidan que, pesando la responsabilidad toda del gobierno sobre su primer jefe, es a éste a quien incumbe señalar los rumbos i los derroteros del porvenir. Toda intromisión en los lindes del campo esclusivo de la acción presidencial, sobre todo si no ha sido previamente consultada i acordada con él, a mas de amenguar su respetabili­dad i ser una inconsecuencia i falta a las considera­ciones que le son debidas, es natural que contraríe al hombre i al majistrado, que ve supeditada su acción i sus propósitos, por otra acción i otros propósitos

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que no cuadran a sus miras i planes de gobierno. ¿Quién ignora en Chile que a mucho de todo esto

fué debida la ruptura violenta de los conservadores con el presidente Montt; que el resentimiento de los montt-varistas con Pérez i su alejamiento del poder nació de la exijencia i terquedad con que se pedia que el jeneral Garcia no formase parte de su primer mi­nisterio? ¿Y causas análogas no han producido siem­pre en Chile el mismo fenómeno político?

El partido montt-varista i los que hoi se declaran sus mas fervientes defensores ¿están seguros de que nada de esto ocurrió entre este partido i el presidente Balmaceda? ¿No hubo de parte de aquel ninguna pre­tensión, ninguna desmedida exijencia que sublevara la dignidad del majistrado? ¿Llevaba ese partido al ministerio de que formó parte, un plan político di­verso del que acariciaba el presidente de la república, que llamaba a todos los liberales a la acción común, o lo guiaban tendencias de dominación esclusiva que despertaran, como en efecto despertaron, las suscep­tibilidades de otros círculos políticos que cooperaban a la acción del gobierno, bajo la fé de una promesa solemne de unificación?

No seremos nosotros quienes daremos respuesta a estas necesarias interrogaciones. Encargóse en aquel tiempo de hacerlo el ministerio Lastarria, quien fus­tigó e hizo tremendos cargos a los caídos montt-va-ristas durante todo el período de una sesión lejislaitva. Prueba evidente de que no era solamente el señor Balmaceda quien habia chocado con los hombres de aquel bando, sino que habia también a su lado un numeroso grupo de hombres prestijiosos que coope­raban a su obra. No se inculpe pues solamente al presidente Balmaceda por aquella separación, porque ella fué fruto de los que directamente la produjeron con su conducta i de sus émulos i adversarios, quie-

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nes a cara descubierta i en noble i franca lid la man­tuvieron en el congreso como útil i conveniente.

Si mas tarde los adversarios de esa época, se unie­ron en contra del Presidente de la República para producir la revolución a mano armada, lójico es i en­tra en la correlación de los acontecimientos, que en su ardor por estrechar sus amistosas relaciones i ol­vidar pasados disturbios i rencores, vuelvan contra el amigo de ayer todo el odio i el acíbar amargo que en otros días se lanzaron ellos mismo al rostro.

Esa es la lójica de la política; ese el fruto de la exaltación de las pasiones que los partidos crean, pero no la lójica de la justicia i de la verdad que se abren camino para dar a cada cual su parte de res­ponsabilidad. Al hablar así, creemos ser el eco de una narración imparcial i tranquila i que fundada en ella, la historia absolverá mañana al Presidente Bal­maceda, como lo justificamos hoi, rindiendo culto de cariño i de respeto al amigo i al majistrado infor­tunado.

El hecho fué que el ministerio Lastarria cayó des­pués de una votación que le dio insignificante mayo­ría en la cámara de diputados i que se sucedieron varios ministerios, ya renovándose parcial, ya total­mente; i lo cierto fué también, que mas tarde i me diando breve lapso de tiempo, volvieron á verse reu­nidos en la cámara i en el ministerio los mismos que poco antes se habían hecho cruda guerra personal, i cuya enemistad i alejamiento por diverjencia de ideas parecían ser destinadas a perpetua duración.

Dilatada labor, ímproba i ardua para nosotros se­ria la de seguir a los círculos personales que debatían su predominio en las alturas, haciendo prescindencia, al parecer absoluta, del pais que no tomaba parte en cambios ministeriales cuyo alcance, necesidad i con­veniencia jeneral no comprendía.

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Casi no hubo durante ese tiempo i hasta el año i 8 g o un solo hombre de mediana importancia o de notoriedad política, de los que figuraban en las múl­tiples pequeñas fracciones que constituían la revuelta familia liberal, casi no hubo uno a quien el Presi­dente Balmaceda no llamase a colaborar i cooperar en el ministerio a la obra de unificación y armonía de ese partido, atacado de gangrena. El, en su anhelo de concordia i persiguiendo siempre su quimérico ideal, no veia la dolencia, o si la conocía que era lo mas cierto, buscábale antídoto con incansable solici­tud. Volvemos á repetirlo ¡no son estos los hombres en cuyo molde se forjan los tiranos!

Lo que nadie ponia en duda en aquellos días i lo que para nadie era un misterio fué: que cada una de las personalidades a quienes se llamaba a la labor común, o muchas de ellas, fueron manzana de discor­dia en el seno del ministerio de que formaron parte.

Seis o mas círculos del congreso: liberales de go­bierno, sueltos i radicales, mocetones i monit-varis-tas, largados i ricardistas, pretendían derechos i pre­rrogativas para ser consultados; i todos presentaban listas de candidatos ministeriales, toda vez que habia llegado el.momento de una crisis. I los ministerios te­nían que organizarse quedando a la puerta i sin re­presentación uno o dos de los círculos, que, por este hecho iban a la cámara a obstruir i allegar nuevos elementos i descontentos que cooperasen a su obra.

Un folleto que tiene por título «Las Verdades amargas® describe i hace las siguientes apreciaciones respecto de la situación porque los representantes de los círculos atravesaban en el gobierno: «El que lle­gaba a la Moneda apaleaba al aliado del dia antes; i como si no hubiera habido mas vida que recorrer, desde los bancos del ministerio se lanzaban los mas sangrientos denuestos a los aliados de ayer i a los

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enemigos de hoi, bien correspondidos por los oposi­tores del dia. I en cayendo del ministerio habia que cantar la palinodia, para aliarse en seguida con los que quedaban en la oposición. ¿Cuál de los grupos no fué sucesivamente ministerio i oposición, oposición i ministerio? ¿Ni cuál no fué sucesivamente con los otros, enemigo i aliado, aliado i enemigo?*

Asi pasaron los tres años del periodo lejislativo de ese revuelto congreso, que mas tarde debia unirse para el mal, para llevar el pais a la revolución. ¡Como si hubiera sido mas difícil armonizarse para el bien, i la grandeza de la nación i el triunfo no contradicho del partido liberal! Las discusiones políticas ardien­tes i apasionadas lo absorbían todo, i las leyes de in­terés capital dormían sueño eterno o se convertian también en cuestión política, como sucedia con la compra del ferrocarril a Elqui, cuyo departamento ve hasta boi detenido el vuelo de su progreso material, por la falta de un medio rápido de trasporte, de que ya se habia acostumbrado a gozar, el que no se le quiso dar por no aumentar el poder i prestijio del presidente de la república como se tuvo la franqueza de decirlo en pleno congreso.

¡Cuan grandes fueron las contrariedades a que se viera sometido el ánimo del presidente Balmaceda, trabado en su ardiente anhelo de prosperidad i de trabajo para el pais! Solo podrán comprenderse, si ademas se toma en cuenta que las discusiones que con tanta frecuencia se producian en el seno de los minis­terios, principiaban a atribuirse al presidente de la república i que, los mismos que las creaban, dieron en achacarlas al jefe del estado, sin duda para cohones­tar con ese procedimiento el desprestijio rápido i siempre creciente que hacían gravitar, en presencia del pais, sobre el partido liberal i sus anarquizados adeptos i prohombres de la capital.

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En las luchas de familia, lo mismo que en los com­bates de la política, ardua i peligrosa misión es la de aquel que, situándose en eminencia de imparcialidad i rectitud, tiende mano amiga i conciliadora a los unos i a los otros. Casi siempre, por mas cordura i circunspección que se gaste, llega un momento en que los revueltos adversarios tórnanse contra el ab­negado servidor, que no cesa de calmar sus pasiones i llamar al orden a los combatientes. Es difícil salvar el lodazal material o el de las pasiones sin que el ro­paje del jeneroso conductor libre sin manchas, ni huellas de la peligrosa travesia! ¡I el señor Balmaceda atravesaba el charco de la pasión política, la mas cruel, destemplada e intemperante de las pasiones humanas! ¡I pretendía ser fuerza moderadora entre hombres que parecían no comprender o no querer apreciar su altura de miras i sanidad de propósitos!

Mas, antes de continuar esta descarnada relación de acontecimientos que deben estar frescos en el recuerdo de todos los que los siguieron con ánimo impaciente por su terminación, séanos dado esplicar cuál era la causa eficiente i casi única de esos distur­bios, que tanto daño debieran inferir mas tarde al crédito i a la prosperidad de la república.

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L A S CANDIDATURAS

Hemos dicho en otra parte que al terminar la ad­ministración Santa María, mas de diez candidatos á la presidencia de la república, conocidos con el nom­bre de luminarias, quedaron fuera de combate i a quienes la jenerosidad i espíritu levantado del presi­dente Balmaceda llamó a compartir con él, en puestos eminentes i de confianza, las arduas i honrosas labo­res de la administración pública.

Creemos que el presidente Balmaceda obró enton­ces impulsado solamente por nobles sentimientos del corazón, olvidando que el gobierno de los pueblos se dirije con la cabeza i con las ideas i no con el senti­mentalismo. Este error político debia serle funesto i ¡quién sabe si no ha sido el factor principal que in­fluyó en las dificultades de su gobierno i en las des­gracias de la patria! Introdujo a la Moneda a todos sus enemigos de la víspera i estos parece que llega­ron allí sin haber depuesto siquiera sus odios, ya que era racional creer que no olvidarían sus aspiraciones. Verdadero caballo troyano, las fracciones disidentes del partido liberal, volviendo de nuevo a palacio, pro­dujeron desconcierto i anarquia.

Lo cierto fué que desde ese instante surjieron para el jeneroso i bien intencionado estadista, dificultades que, lejos de amenguar, crecían, variando constante­mente, cual verdadero Proteo, de forma i circuns­tancias.

Estábamos en ese tiempo lejos de la Moneda; ni habíamos contribuido sino en humilde escala í mui

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débilmente, ya que no éramos políticos de profesión, a la elección del Sr . Balmaceda, con quien apenas sí habíamos cambiado algún saludo cortes. Pero se­guíamos con interés la marcha política i administra­tiva de un majistrado que ofrecia tantos aspectos interesantes. Esa misma circunstancia i la de hacer un tercio de siglo que los desencantos de la política nos habían alejado de ella i de todo compromiso con los partidos, nos permitían estudiar con calma e im­parcialidad, en todos los hogares políticos i en el elemento social mismo, estraño a las maniobras de aquellos, el interés i el verdadero cariño que el señor Balmaceda despertaba en todos los ánimos serenos. Se le creia víctima de las aspiraciones i ambiciones no ocultas de tantos que pretendían sucederle en el mando í solicitaban sus favores. No habia cuestión de principios, ni de grandes partidos históricos de ideas, sino de personalismo.

Para nadie es un misterio, ni decimos una novedad asegurando que la Moneda fué un verdadero campo de Agramante, en que luchaban los pretendientes a la banda presidencial. Y a la vez que tronaban contra la perniciosa práctica de que el presidente saliente, designara i elijiese a su sucesor, pugnaban todos por ser los dueños de ese favor i los usufructuarios de las poderosas influencias oficiales.

Tal vez se dirá que espresándonos así empequeñe­cemos los propósitos de los partidos, reduciéndolos a limites estrechos i meramente personales; pero, no seríamos nosotros los culpables de esta apreciación, en cierto modo depresiva de los altos fines que deben guiar a los partidos políticos, sino estos mismos, cuya conducta dio margen entonces a que se les juz­gara de un modo tan desfavorable.

Alcanzar los honores de candidatura oficial fué siempre en Chile la aspiración i el objetivo de todo

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candidato a la presidencia, ya fuera el postulante liberal o conservador, popular o no. Y tan cierto es esto que, si en 1 8 7 5 alcanzó tanto auje la candidatura popular de Benjamin Vicuña Mackenna, fué porque se dio al principio los aires de contar con el apoyo, o por lo menos con el beneplácito del presidente Errázuriz; i así se atrajo muchos adeptos que lo abandonaron uno en pos de otro, a medida que iban descubriendo la superchería. Todos los partidos, todos los candidatos han quemado incienso al dios intervención; todos le han rendido culto ferviente de cariño y de adoración. Ninguno puede tirar la prime­ra piedra. Sin el calor del poder no ha habido presi­dencia posible.

Esto estaba en la conciencia de todos: del pais elector i de los caudillos políticos. Aquel se resignó i se abstuvo; estos conocieron la inutilidad e impoten­cia de los esfuerzos populares contra los avances de arriba i abandonaron al pueblo, dejaron de mano á las provincias i contrajéronse de preferencia a con­quistar el calor de la Moneda, en torno de cuyas irresistibles influencias se hacia la guerra de intrigas, de cambios ministeriales i movimientos estratéjicos, que no tendían a otro fin que a asegurar el predomi­nio de un circulo i de una candidatura. ¿Qué estraño era entonces que en la administración del Sr . Bal­maceda, como en menor escala lo habia sido en la del Sr . Santa María, los de abajo se forjaran la exis­tencia de un candidato oficial para combatirlo i pug­naran todos por alcanzar los honores de serlo?

Tan cierto es lo que decimos; tan no es apreciación antojadiza de nuestra parte, que los ministerios que se organizaban i caian en poco tiempo, sucumbían tan pronto como se ponia sobre el tapete la cuestión de candidatura presidencial, que jamas fué iniciada por el presidente Balmaceda, sino por alguno ó va-

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ríos de los miembros de los gabinetes. Esa era la piedra de toque. Jamas mandatario alguno se mostró a mayor altura, ni manifestó mas grandes propósitos de conciliación i concordia que Balmaceda, aceptando todas las soluciones que pudieran ser armónia i unión del multiforme i desmoralizado partido liberal. Persi­guió esa quimérica ilusión política con una fe i perse­verancia que lo constituian en un verdadero redentor del partido, el que mas tarde habia de sacrificarlo para ocultar los inmensos servicios que le prestara ¡que tal es el lote que los pueblos i los partidos reser­van a sus benefactores! El olvido, el desprecio, el cadalso i la cruz, porque el peso del reconocimiento es el mas duro de sobrellevar i se lanzasiempre lejos. • Cuantos han estudiado desapasionadamente la si­tuación porque los partidos i bandos en el poder pa­saban en esa época han juzgado de la misma manera. En un folleto interesante por su forma i por el fondo de verdades que contiene hallamos algunos párrafos que vamos a trascribir, aun a riesgo de alterar la unidad i orden de nuestra descripción.

Dicen así: «¿I por qué ocurrieron tales i tan nume­rosos trastrueques de partidos, bandos i grupos?* Porque si era cierto que todos ellos hacían oposición a la candidatura Sanfuentes, no lo era menos que al llegar a la Moneda cada uno quería alzarse con el santo i la limosna, contra los aliados de ayer i hasta contra los aliados del dia.*

«A haber habido en todos un propósito leal i sin­cero i una voluntad decidida de rechazar toda candi­datura oficial i de aceptar lealmente el candidato del pais, no habría habido ni intenciones, ni hechos para la esclusion de partidos o grupos determinados, toda vez que en todos ellos habia el mismo patriótico pro­pósito de contribuir a una elección absolutamente libre, hecha por el pais i no por ellos.*

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«Conviene mucho que los hombres sin pasiones políticas ni ambiciones, que forman la gran mayoría del pais, insistan en meditar i en razonar sobre este importantísimo punto.*

«¿Por qué inmediatamente que un partido llegaba al ministerio comenzaba la guerra al enemigo con un encarnizamiento atroz i escandaloso? Los sueltos contra los nacionales, los nacionales contra los suel­tos, los liberales contra los sueltos, los radicales con­tra los nacionales, i así, los que iban al ministerio pretendían borrar de la política a los que quedaban fuera, i los que quedaban fuera se ensañaban hacien­do oposición a los que iban al ministerio.*

«S i era verdad, volvemos a repetir, esa noble as­piración de libertad electoral ¿por qué podia existir desacuerdo? ¿Cuál era la razón de aquellas odiosas esclusiones contra sueltos, nacionales, radicales, li­berales, cada uno contra todos i todos contra cada uno? ¿Cómo podría coexistir un propósito absoluto, leal i noble de libertad electoral, al lado de los mas encarnizados propósitos de esclusioo contra uno o mas bandos, si era verdad que todos querían ir al poder i afianzar la libertad electoral?*

«Y es el caso que no hay UNO SOLO de los partidos y bandos aliados hoy en revolución que no haya ha­blado de sus propósitos de libertad electoral i que al llegar a la Moneda no haya procedido con los mas enconados actos de esclusion contra alguno de los ban­dos que el dia antes era su aliado en la oposición.*

i Jamas vióse en Chile, ni en pais alguno, mayor desmoralización política, mayor descompajinacion de los partidos, ni mas descaro para presentarse ante la faz del pais que los contempla, sosteniendo contro­versias en las que un mismo personaje combatía hoy con calor lo que ayer había sostenido con vehe­mencia!

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Se llegó por fin a una combinación de la mesa di­rectiva de los debates de la Cámara de diputados en la que figuraban todos los matices de la abigarrada mezcla de círculos en que el sanhedrin político estaba dividido. Siempre el presidente Balmaceda, a quien por la carta constitucional incumbía la atribución de nombrar i remover los ministros del despacho a su vo­luntad, llevó su condescendencia i propósitos de con­cordia hasta recibir listas de afiliados en los diversos círculos que figuraban en el congreso, para elejir de entre ellos un ministerio que armonizase todas las congresales opiniones. Así se formó el ministerio llamado de Octubre i que cayó en Enero de 1 8 9 0 , a consecuencia de la descomposición producida en él por un cambio operado por los círculos mismos, de la manera mas intempestiva e inconsulta en la mesa directiva de la Cámara de Diputados, sin que en ello hubiera tenido parte ni injerencia el presidente Bal­maceda.

Estaban representados en ese ministerio hasta los liberales de gobierno en la persona del ministro señor José Miguel Valdez Carrera; i habiendo sido sepa­rado de su puesto el segundo vice-presídente por acto propio, espontáneo e inesplicable de la Cámara i ni aun sospechado por nadie, ese señor ministro se cre­yó sin el apoyo necesario en el Congreso i dimitió, arrastrando en su caída a todo el ministerio. La sali­da del segundo vice-presídente habia sido una burla i una modificación inmotivada porque estaba basada su permanencia en un acuerdo de los círculos que fué roto inopinada i traidoramente.

¿Qué era i qué hacia en las alturas ese ministerio, cuya vida fué tan breve i que vino a probar una vez mas, que no era posible que el Presidente de la Re­pública continuase por la misma senda recorrida, sin mengua propia i sin grave daño para los intereses

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públicos, que no se entregan a las consecuencias de una colejialada que, si no revelava maldad, por lo menos acusaba lijereza? Desde su llegada a los sillo­nes ministeriales, dio evidentes pruebas de que iba a la conquista del poder i a la elección del futuro pre­sidente, por medio de una confabulación en la que, declarando al Sr . Balmaceda como un prisionero, se le mostraba ante el pais como maniatado i sometido al capricho i despótica voluntad de sus propios se­cretarios del despacho. Esto era público: ninguno de los ministros lo ocultaba, declarando triunfantes que su prisionero estaba aherrojado entre las cadenas que ellos mismos le forjaron. ¡Carceleros! No era grande ni digno el cargo que se discernían, ni deco­roso era tampoco, por la honra de la nación i de su jefe supremo, que a éste se mostrase ante el pais como un esclavo de ajenos caprichos, intereses i as­piraciones.

Mas, no era solo eso. La cuestión de elección pre­sidencial fué resuelta entre los confabulados i valién­dose de todas las influencias, de todo el prestijio i valimiento que les acordaban los altos cargos que servían, echaron las bases i organizaron una conven­ción destinada a darles el triunfo de la candidatura presidencial, con esclusion del partido liberal de go­bierno que, aunque minoría relativa en el Congreso, era una fracción política que separadamente contaba en la cámara de diputados con un número de adeptos mui superior al de cualquiera de las fracciones coali­gadas i también mayor que el de algunas reunidas. Tampoco tenia representación en esa convención el partido conservador, que hasta entonces permanecía al balcón, observando el desarrollo de los aconteci­mientos o dándoles el jiro que a sus intereses conve­nia según la parte que tomaba en los debates, o me­jor dicho, riñas parlamentarias.

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Se apeló a todos los recursos para mantener uni­das las huestes que se agrupaban para organizar la nueva convención oficial i con este motivo se publi­caban permanentemente en la sección mas visible de los diarios del gabinete i en grandes caracteres, los nombres de todos los elementos heterojéneos que iban reuniéndose. Así fueron cerrándose las filas de los confabulados; pero esa convención nacia muerta; jamas aunque los que la creaban no hubiese apelado a la revolución, habría tenido lugar, por la imposi­bilidad absoluta que habia de que hubieran llegado a ponerse de acuerdo sobre la persona del candidato. Y sin duda que ellos lo comprendían asi mejor que nadie, porque de un mes para otro iban postergando la reunión del imposible cónclave.

La descompajinacion de ese ministerio, producida tan inopinadamente i provocada por acto propio de la cámara de diputados, acaso quitó una venda de los ojos al presidente Balmaceda i vino a compren­der, tal vez ya demasiado tarde, que no era posible hacer gobierno de labor fructífera, gobierno serio i respetable, continuando por la tortuosa senda re­corrida durante mui cerca de cuatro años, en los cuales no fué posible dar vida a una sola organiza­ción ministerial robusta, con elementos propios de vida.

Hubo entonces de buscar elementos nuevos de go­bierno i haciendo uso de una de sus privativas atri­buciones constitucionales, organizó en Enero de 1 8 9 0 , el primer ministerio que pudiera llamarse presiden­cial. Fué presidido por el Sr . Adolfo Ibañez, hono­rable caballero que, alejado durante algunos años de las luchas ardientes de la política militante, era lójico suponer que no despertaría animosidades i que en torno suyo podrían verificarse aproximaciones de personas, de fracciones políticas i de principios, que

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permitieran resolver i estudiar con moderación las cuestiones políticas de actualidad.

El Sr . Ibañez habia sido siempre un liberal avan­zado, una ilustración reconocida, diplomático esperto, hábil ministro de estado, juez íntegro i habia defen­dido con ciencia i acopio de erudición histórica los intereses i derechos de la República. No era, pues, un desconocido i la lójica (si es que la hai en política) hacia aguardar que la concordia se produciría, te­niéndolo a él por intermediario. ¡Vano intento! La destemplada grita de los partidos o círculos en lucha, cayó inexorable, dura, cruel sobre el Sr. Ibañez des­de el momento mismo que ocupó el sillón ministerial, para estinguirse i morir el dia preciso que abando­naba su puesto. Desde Enero hasta el 3 1 de Mayo de ese año, la figura política del Sr . Ibañez no fué estudiada, fuélo sí su persona. La prensa de aquellos dias da testimonio de los estravios de criterio, de las exajeraciones sin fundamento i de las intemperancias de los hombres i de los círculos en lucha, cuando hai .de por medio el interés de la suprema magistra­tura de. la República.

El Sr . Ibañez, débil en estremo i achacoso en su salud, hacia un verdadero i mui señalado servicio al pais,,yendo a ocupar por puro patriotismo i abando­nando una posición social tranquila, en la que era res­petado i querido de todos, un puesto en el que a cada instante recibia gritos de rabia, furores terribles, des­conociéndole que estaba allí en cumplimiento de un deber patriótico i para prestar a su pais, en el último tercio de su vida, uno de los servicios mas grandes i que los pueblos no tendrían jamas como recompen­sarlo bastante: la conquista i devolución de su tran­quilidad i la armonía i acuerdo entre los ciudadanos.

No queremos hacer caudal de los agravios perso­nales que la prensa dirijia por entonces al señor

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Ibañez, por haber aceptado el ministerio, i al señor Balmaceda por haberlo nombrado, ambos procedien­do, según se decia, con torticeros propósitos i a fin de imponer al pais una candidatura de orijen esclusi-vamente oficial i presidencial. Era a la sazón i venia siendo desde algún tiempo pesadilla de todos los círculos políticos de la capital, la candidatura presi­dencial oficial de D. Enrique S . Sanfuentes, a quien se atribuían todas las predilecciones del Sr . Balma­ceda.

A todos consta que el Sr . Ibañez, no aceptaba la candidatura de ese caballero; no la amparaba, la combatía i no obstante ¡los círculos de oposición hacían cruda guerra a ese ministro, ostensiblemente en odio a la candidatura Sanfuentes, i en realidad, porque no prestijiaba la convención a que ellos pre­tendían dar vida o el candidato de sus afecciones! Esa era la verdad i por eso se lanzó mas tarde al pais en la revolución.

Abandonaríamos la franca imparcialidad i la ele­vada justicia que nos impone nuestro propio carácter si esta euestion no la abordáramos con toda la altura de miras i franqueza que cuadra al propósito que nos guia, i si no dijéramos todo cuanto el deber nos impone en nuestro carácter de escritor que aspira a ser creído i a que se abra amplio i claro horizonte en una cuestión que parece fué la manzana de la dis­cordia.

Desde luego, no queremos, ni podemos ocultar que al Sr . Sanfuentes lo ligaban de antiguo estrechos i probados vínculos de personal amistad i estimación con el presidente Balmaceda, vínculos que databan desde antes que este majistrado llegase a la silla pre­sidencial i que ademas, esas relaciones no hablan nacido al calor de las luchas políticas, ni en los aji-tados centros donde se debaten los intereses de los

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partidos, sino en el trato íntimo, cultivado en vieja i sincera amistad. Así, cuando ya en 1 888 el señor Sanfuentes fué llamado á ocupar el ministerio de Industria i Obras Públicas, en el cual sea dicho de paso, dio muestras de laboriosidad i de serios cono­cimientos en materia de administración, no sorpren­dió a nadie una designación que revelaba en el Pre­sidente de la República el propósito justo i lejítimo de rodearse de personas que le fueran afectas. Mas, pronto las predilecciones o acaso la confianza que nacia de antiguos vínculos de estrecha amistad, de­bieron despertar la suspicaz susceptibilidad de los políticos que frecuentábanla Moneda, i principió a ser mui válido, tres años antes de la elección, que el Sr . Sanfuentes era el candidato oficial que contaba con todos los favores del Sr . Balmaceda.

Nada habría tenido de estraño que así hubiera su­cedido i en nuestra leal imparcialidad, queremos prestar i aun reconocer al Sr . Balmaceda inclinación predilecta en favor del Sr . Sanfuentes. Y queremos también dejar establecido, que dados estos antece­dentes, era lójico i natural que despertaran en el se­ñor Sanfuentes aspiraciones lejítimas a ocupar en el futuro la silla presidencial. Tenia tantos méritos como otros i era ademas un hombre nuevo que entraba a la política. Y si buscaba i obtenía los favores de la candidatura oficial, que tantos de sus émulos anhe­laban, no hacia sino seguir la vieja práctica chilena, repudiada solo por aquellos a quienes no favorecía i tan querida por ellos.

Lo cierto fué que mas que los amigos del Sr . San-fuentes, fueron sus adversarios quienes llamaron la atención hacia una personalidad política que se presen­taba de improviso en el escenario i a la cual, al mismo tiempo que se combatía, se le daba el brillo i el pres­tigio de ser un favorito y un sol próximo a levantarse.

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Di jóse por aquel tiempo que uno de los Ministe-; rios organizados, lo habia sido con el esclusivo ob­jeto de prohijar la candidatura del señor Sanfuentes;. que el Ministro del Interior encargado de presidirlo,, habia aceptado la cartera con esa previa condición. Se abonaba esta aseveración, mostrando los salones del señor Sanfuentes visitados noche a noche por los miembros de ese gabinete, i sus tertulias frecuentes compuestas por hombres que ya le rendían culto de predilecto, porque veian en él a un candidato oficial en incubación. Ese ministerio como muchos otros, llegó á desorganizarse i caer, según se dijo, porque uno de sus miembros, Eduardo Matte tomando las-vestiduras de Satán, habia soplado al oído del de lo interior, Demetrio Lastarria, que no era debido que él, pudiendo trabajar por su propia candidatura, se esforzara en levantar una personalidad que no le era igual, sino inferior.

Sea de esto lo que fuere, no puede ocultarse que habia trabajos que tendian a prestijiar al señor San-fuentes i que se habia hecho de numerosos amigos que en la capital i particularmente en las provincias del norte, que habia recorrido acompañando en su carácter de Ministro al presidente Balmaceda, con­taba con numerosos i decididos amigos, que lo eran también del primero.

Era eso lo bastante para que al señor Sanfuentes se le convirtiera en el blanco de todos los ataques i de todas las invectivas, en la prensa i en el meeting i para que, en el Congreso se pusieran al gobierno todo jénero de entorpecimientos i obstrucciones, a fin de obligarlo a abandonar al favorito i echarse en brazos de círculos i personas adversas al señor San-fuentes.

No discutimos hoi al señor Sanfuentes; ni quere­mos tampoco inquirir si sus méritos eran o no bas-

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tantes para aspirar a la presidencia. Solo diremos hoi, copiando a un publicista i eminente escritor chileno, que en las repúblicas el pueblo i los parti­dos a cada elección dicen: tenemos presidente! ¿quién será el presidente? I nosotros agregaríamos ¿quién será el candidato?

«He ahi, decia el mismo escritor, la preocupación incesante de los partidos, de los gobiernos, de las oposiciones, de la universalidad de los ciudadanos. Todavía no ha tomado el presidente electo las rien­das del poder, cuando ya se trata de averiguar quién será su sucesor.*

« S e quiere justificar esta perenne ajitacion, esta eterna duda, tan fecunda en males, diciendo que el pueblo necesita conocer a su futuro jefe, discutir su mérito i formar la conciencia de su voto. ¡Error! Presentarse como candidato es lo mismo que ponerse en la picota, hacerse el blanco de la envidia, del odio, de todas las malas pasiones. El hombre mas eminen­te i virtuoso sería vencido en tan angustiosa e impla­cable lucha. Traed aquí a un Cincinato, a un W a s ­hington, un Sidney: decid que es candidato a la presidencia i veréis llover sobre él un torrente de dicterios. Al cabo de uno o dos años vuestro candi­dato parecerá un galeote, un forzado, un presidiario de carros. En tratándose de candidaturas, no hay hombre bueno, o digno o aparente*. Tal le aconteció al Sr . Sanfuentes, por que lo que en 1 8 5 9 escribia el Sr . Ambrosio Montt es lo que desde entonces hasta hoi ha venido sucediendo en Chile i lo que aconte­cerá en el futuro, si no se modifican las condiciones de existencia i las relaciones i respetos recíprocos que se deben los hombres i los partidos a que per­tenecen.

No justificamos tampoco los trabajos oficiales, si por entonces los habia, en favor de una candidatura

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presidencial, por que siempre fuimos adversarios de ellcs i creemos que han sido una plaga funesta que introdujo la desmoralización de los partidos i la de sus directores, i que creó el marasmo político en Chile. Si insistimos en establecer los motivos de credibilidad de aquella conjetura, es solo para espo­ner mas tarde consideraciones de un carácter jeneral i otras ad-hominem, que la hicieron desaparecer no solo como realidad, sino también como mera hipó­tesis, por mas que tuviera antecedentes que la abo­nasen.

Establecidos estos hechos fundamentales, volva­mos nuestra vista al ministerio que en Enero de 1 8 9 0 habia organizado el Sr . Ibañez. Parece que el obje­tivo que este estadista tuvo en mira, fué organizar un partido serio, que, alejándose de las exajeracio-nes, de los odios i de las pasiones que tanto daña­ban la tranquila solución de arduos problemas polí­ticos, permitiei a, durante el receso legal del congreso, crear una mayoría que hiciese viable la marcha del ejecutivo i que, acercando a todos los hombres de buena voluntad, hiciera ya divisar una aurora de paz i de concordia, que tanta falta hacia al comercio pa­ralizado, a las industrias detenidas en su rápido vuelo i al organismo administrativo de la nación, minado en su propia existencia.

Por ese tiempo fuimos llamados a rejir los desti­nos de una estensa é importante provincia de la re­pública, la de Coquimbo, i con este motivo llegó la ocasión de que nos impusiéramos del plan político del Sr- Ibañez. Se nos llamaba en el carácter de hombre que, alejado desde largos años atrás de los trabajos de la política activa, nuestro nombramiento no despertaba odios, ni prevenciones en ningún ho­gar i era una garantía de respeto para todos, no solo por nuestra edad, sino también por nuestras mas

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arraigadas i honradas convicciones. Por eso fué que ademas de la universal simpatia que en favor de la política del Sr . Balmaceda habia en toda la provin­cia de Coquimbo, siempre se mantuvo inalterable la concordia entre su primer mandatario i los elemen­tos montt-varistas, conservadores i radicales, que tenían una representación considerable en el munici­pio i en muchos otros servicios públicos. Tal habla sido también la divisa de la política aconsejado por S . E. el Sr. Balmaceda i por el Sr . Ibañez mismo. • Ya que ha llegado la hora de las revelaciones jus­ticieras que recojerá la historia, creo uno de mis mas sagrados deberes consignar aqui, como un tributo respetuoso debido al mandatario i al amigo desgra­ciado, que ayer rijió los destinos de nuestra patria, detalles íntimos que hablan en su favor i que contri­buirán a esclarecer qué era lo que había en materia de candidatura presidencial. Para ello, séanos per­mitido estampar aquí la conversación que tuvimos con el Sr . Balmaceda antes de aceptar el elevado cargo que se nos ofrecía. Para decidirme, señor, a echar sobre mí la responsabilidad de un cargo deli­cado en las actuales circunstancias, por la ajitacion política de actualidad, i las emerjencias graves que se divisan en el porvenir, necesito saber si S . E. tiene el propósito de que las autoridades amparemos algún candidato presidencial determinado i compro­metamos nuestro prestijio de mandatarios, ponién­donos mas tarde al servicio de las ilegalidades i atro­pellos que en tales casos han sido de costumbre i que se imponen como indispensables. Su respuesta fué: que podia aceptar tranquilo, desde que el Pre­sidente de la República no tenia candidato oficial, que no lo tendría mas tarde i que, ademas, me au­torizaba para asegurar que a nadie le habia insinuado

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jamas que lo tuviera. En estas condiciones acepté aquel puesto; durante mi administración recibí rei­teradas confirmaciones de que el Presidente no mo­dificaba su opinión, i mis gobernados mismos oye­ron siempre i constantemente mis palabras, que los estimulaban a la acción, por que ellos eran los únicos llamados a decidir la cuestión candidatura, sin con­tar con que el intendente de la provincia fuera a echar en la balanza política i en los actos electorales el peso de su influencia i de las infracciones legales. I esta conducta era calurosamente aprobada por el Sr. Balmaceda en todas sus cartas, que la invasión revolucionaria hizo desaparecer en hora funesta, cuando fué ocupada la intendencia de la Serena en enero de 1 8 0 1 .

Esa era la política del Sr . Balmaceda i esos los propósitos sanos i elevados del Ministerio Ibañez. Pero, fuera que no encontrara cooperación de parte de los partidos i de sus directores, ya demasiado exaltados; fuese que sus miras no fueran bien com­prendidas o apreciadas, fué lo cierto que el Sr . Iba­ñez nada consiguió, por mas que estuvo al habla i aun inició conferencias con muchos políticos de im­portancia. I mientras tanto, el 1 . ° de junio, día en que debía abrirse el Congreso, según lo ordenado por la Constitución, se aproximaba. La prensa tro­naba contra el Sr . Ibañez, cuyo único pecado era buscar solución al conflicto en perspectiva i poner su nombre en la picota para ser vejado y menospreciado diariamente en todos los tonos del mas elevado dia­pasón de la injuria, por todas las publicaciones de oposición de Santiago i Valparaíso, que llevaban sus ecos i repercutían en las provincias, sin lograr apa­sionarlas.

El Ministro Ibañez debia ser acusado ante el Con­greso apenas este se abriera, no por delitos que hu-

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biera cometido, sino por que, aceptando tan espinoso cargo, decían que se habia hecho solidario de la caída del ministerio anterior, operada por acto pro­pio de la Cámara de diputados, que la produjo coma consecuencia lójica, según ya se ha manifestado.

¡I sin embargo, la labor del Sr . Ibañez, que habia sido impotente para acallar la grita destemplada de la prensa i la intransijencia de los directores de los círculos políticos, fué fructífera en las alturas i pro­dujo una de las mas grandes i patrióticas evolucio­nes, que en cualquiera otro pais que no fuera Chi le r

habría calmado ipso-facto todas las excitaciones, to­das las intemperancias, todos los recelos i suspica­cias de los políticos miopes, que no leian en el por­venir i no aprovechaban en beneficio del pais la oportunidad de una reconciliación!

El dia último de Mayo, el Sr . Ibañez abandonaba el Ministerio i daba lugar a la organización de otro que presidió el Sr . Enrique S . Sanfuentes, manzana de la discordia, presunto candidato oficial i a quien los círculos políticos i los aspirantes a la presidencia hacían cruda e implacable guerra de dicterios, de sarcasmos i de ofensas de todo jénero.

Presentóse al Senado de la República el nuevo jefe del gabinete, pidió la palabra el Sr . Sanfuentes para esponer su programa de gobierno i los fines nobles i desinteresados que lo llevaban a ese puesto de sacrificio en aquellas azarosas circunstancias. I ¡cosa sorprendente! Alzóse para recabar el derecho de prioridad Eulogio Altamirano, senador que iba a hablar en nombre de la libertad del sufrajio que se pretendía violado; del decoro del congreso pisoteado, él, que siendo ministro del Interior e intendente de Valparaíso, habia sido un eterno conculcador de los derechos i libertades de los ciudadanos; que habia pisoteado i burlado todas las garantías que las leyes

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acuerdan para tales casos i que en su doble carácter habia desmoralizado audazmente al pais elector, i reido del congreso, en el congreso mismo, cuando se le interpelaba sobre sus audaces i descarados mane­jos. Habló i pidió la censura de un ministerio que aun no habia ejecutado un solo acto i que comenzaba por rendir acatamiento a la representación nacional, fuera o no espúrea i ficticia, yendo a buscar su con­curso, esponiendo los patrióticos fines que habían producido la evolución política: la concordia entre la familia chilena i la armonía entre los dos altos pode­res públicos, representados por el Presidente de la República i por el congreso, cuya desintelijencia ya hacia presentir tremendas desgracias para Chile.

El ministerio Sanfuentes fué censurado i ¡no obs­tante, era portador de la oliva de la paz! ¡Era la pa­loma mensajera que rasgando las nubes tormentosas que oscurecían el horizonte político, hacia lucir un iris de bonanza i de reposo!

En efecto, el Sr . Sanfuentes espuso: «que ya que su nombre era bandera de discordia i que se le atri-buían las predilecciones del Presidente de la Repú­blica i las influencias oficiales, él venia á declarar: que si habia aceptado el cargo de ministro del inte­rior, era para dar al pais, dar a sus representantes, la seguridad de que él se desprendía de todos los derechos que a cualquier ciudadano dan nuestras leyes para optar a los cargos públicos y que renun­ciaba a su candidatura presidencial, la que no acep­taría, ni aun en el caso improbable de que sus con­ciudadanos llegasen a elejirlo por unanimidad de sufragios®. ¡I el senado lo censuró!

Cometióse por este cuerpo un acto inconcebible de inconstitucionalidad, porque entre las atribucio­nes especiales que la carta le señala figura única­mente la de juzgar a los funcionarios que acusare la

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Cámara de Diputados i por consiguiente, olvidó su papel de juez para convertirse en acusador, inhabili­tándose para poder desempeñar mas tarde con rec­titud i sin pasión, su augusta misión.

Análoga declaración hizo el Sr. Sanfuentes en la Cámara de Diputados i ¡fué también censurado por ella!

No se creyó, ni al Presidente de la República que enviaba un mensajero de paz i de avenimiento i se despreció al ciudadano patriota i desinteresado, que hacia el mas grande de los sacrificios en aras del bien común i de la armonía de los poderes públicos. I de­cimos sacrificio, porque el Sr . Sanfuentes, hombre joven i dotado de cualidades de político i adminis­trador, que hacían presajiar en él un buen mandata­rio, contaba con numerosos amigos i decididos adep­tos, que habrían luchado en las urnas electorales, i habrían acaso obtenido el triunfo dentro del terreno legal.

El Sr. Sanfuentes, digámoslo aquí en su honor i en el del pais que lo cuenta entre sus nobles hijos, mantuvo siempre su palabra, por mas que numerosas i reiteradas comisiones de amigos, fueron a rogarle a su campestre retiro, que aceptase la candidatura presidencial, ya que su sacrificio no habia sido reco­nocido, ni comprendido, ni producido la concordia que se buscaba.

La palabra de Sanfuentes habia producido solo incredulidad. Pero ¿acaso este sentimiento era nuevo en Chile; provenia, por ventura, de que fueran San-fuentes i Balmaceda quienes hacian la solemne i pa­triótica promesa; era cierto que se obraba así en odio al primero i porque el segundo hubiera perdido la confianza pública o la de los círculos políticos? No, i mil veces no. Porque semejante conducta de parte de las oposiciones, no carece en Chile de preceden-

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tes que manifiesten que en casos idénticos obrarán siempre con la misma lójica: la del odio i de la pa­sión. Era el año i86o ; ' don Manuel Montt i don An­tonio Varas eran majistrados a quienes pudieron atribuirse todas las antojadizas faltas que sus contra­rios les imputaban, menos la de falacia ó embuste. I sin embargo, las solemnes declaraciones del pri­mero en documentos públicos de elevado carácter, relativas a la no existencia del propósito de imponer al pais la candidatura i luego la presidencia del se­gundo; la renuncia patriótica de este a la aceptación de un cargo que sus amigos le pedían con instancias que aceptara; la aceptación del Sr . Varas del minis­terio del Interior, como mas tarde lo hiciera el señor Sanfuentes, en garantia de la lealtad de los compro­misos que ellos mismos se imponían ante el pais i ante su propia conciencia de chilenos i de hombres de honor, no fueron creídas. I la oposición de enton­ces, como la oposición de ahora, no vaciló en arrojar un mentís al rostro de dos de los hombres mas emi­nentes de la república, como lo eran Montt i Varas, como lo han sido Balmaceda y Sanfuentes, realizan­do un acto que mañana aplaudirá la historia, como ha encomiado i enaltecido ya el de aquellos. Porque señalaron la ruta del deber i del civismo a los man­datarios i a los hombres que en Chile tuvieren que optar entre su propia conveniencia i el bienestar de la sociedad.

Al último acto de esta trajedia, decía Isidoro Errá-zuriz, comentando el grande acto de Varas i la hábil política de Montt, ante la faz del mundo, en un fo­lleto que publicaba en pais estrangero, en Buenos Aires, «al último acto de esta trajedia ha sucedido la mas chocante farsa. Montt pretende engañar á los pueblos con la traidora esperanza de que Varas no será su sucesor en la presidencia i esplota la candidez

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del logrerismo con la perspectiva de la candidatura.* Mal profeta fué entonces Errázuriz. Montt cumplió su palabra i cumplióla también Balmaceda, en contra de todos los falsos agoreros.

Otro aspecto ofrecía la solemne renuncia del señor Sanfuentes, aspecto que era acaso el mas notable i que venia a probar que el presidente Balmaceda no era un intransijente, ni un majistrado que buscaba imponer sus deseos, sin consideración al pais, al congreso o a los círculos políticos en pugna. Hemos aceptado que pudieran haber motivos que permitie­ran suponer discretamente que el Presidente Balma­ceda tuviese verdadero deseo de legar la presidencia a Sanfuentes, como lo habian hecho todos sus ante­cesores. Siendo asi, la renuncia solemne del último, de acuerdo con el Presidente, ¿no muestra en éste un mandatario dócil, que cede ante las resistencias i que busca soluciones de armonia, lejos de aferrarse a un capricho ó a un deseo que no era aceptado por algunos de sus conciudadanos?

Si el conato de candidatura oficial habia desapa­recido ¿porqué los círculos políticos no hicieron tam­bién acto de patriotismo i concurrieron a la forma­ción de una convención única en la que, unidos todos los partidos liberales, procederían a la designación de un candidato que diese a todos garantías de im­parcialidad, de rectitud i de justicia? ¿Porqué, como lo solicitaba encarecidamente Balmaceda, no se to­maban en la constitución de esa asamblea, todas las seguridades para que en ningún caso pudiera la in­fluencia de los amigos del gobierno ser decisiva, ni aun remotamente, en la designación del futuro can­didato? Nada se aceptó; se quería el todo o nada; guerra al gobierno, caida del ministerio i formación de otro que asegurase el éxito, sin contradicción, a los intransijentes. I lo quería, para hacer triunfar un

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candidato presidencial, valiéndose de todas las in­fluencias i resortes administrativos, como jamás qui­sieron i fueron aplazando indefinidamente una con­vención de los círculos coaligados, porque la desig­nación de un candidato hecha en ella, los habría dividido i dispersado, como los dispersó la designa­ción de José Francisco Vergara, a quien dejaron en la picota, yéndose cada una de las luminarias a ocul­tarse en sus casas, sin hacer trabajo alguno en favor del amigo favorecido con la designación.

¡Triste i deplorable situación fué aquella porque el pais pasaba en tales circunstancias!

El congreso, enardecido con su mayoría numérica, que le aseguraba éxito en todos sus acuerdos, resol­vía no votar la lei de contribuciones mientras el mi­nisterio Sanfuentes no dimitiera i se nombrase otro que fuera de su agrado, lo que jamas se habría veri­ficado, desde que, sosteniendo el Presidente de la república con firmeza sus prerrogativas constitucio­nales, que lo facultaban para nombrar i remover los secretarios de estado, según su voluntad, no habría acertado a satisfacer los deseos de los congresales, empeñados ya en ganar la partida al gefe supremo. Eran dos poderes en lucha; era el desquiciamiento social, porque las contribuciones negadas envolvían la paralización de los servicios públicos i por consi­guiente, no era al Presidente ni a su gobierno a quienes se dañaba, sino a la nación misma i a todos los servidores del estado que viven a sueldo de la na­ción o tienen contratos i trabajos pendientes.

La cámara de diputados acordó en la sesión 4.° or­dinaria de 1 2 de junio de 1 8 9 0 , apenas iniciados sus trabajos de vida propia constitucional, el siguiente proyecto de acuerdo: «La cámara de diputados ejer­ciendo la facultad que le confiere la constitución po­lítica de la república i el artículo 72 de su regla-

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mentó, acuerda aplazar la leí que autoriza el cobro de las contribuciones hasta que el Presidente de la repú­blica nombre un ministerio que dé garantías de res­peto a las instituciones i merezca para ello la con-, fianza del congreso nacional.* [Boletín de sesiones pág. 63). I sin embargo, no hai un solo artículo de la constitución política de Chile que dé al congreso la facultad de suspender la discusión de la lei que auto­riza el cobro de las contribuciones. I si lo hubiera, habríalo citado el artículo, como lo hace con el art. 72 del reglamento de la cámara, que tampoco la autori­zaba para tomar tan inconsulta como ilegal determi­nación. Ese artículo 72 dice: «Una discusión puede prolongarse por dos o mas sesiones.*

«Pero la discusión de la lei de presupuestos, de la que autoriza el cobro de las contribuciones i la que fija las fuerzas de mar i tierra, quedará cerrada a lo menos diez dias antes de aquel en que estas leyes ha­yan de comenzar a rejir, salvo que la cámara en se­sión anterior acuerde continuar o aplazar la discu­sión . *

Comentando esta disposición el Sr . Eulojio Allen-des, diputado en varias lejislaturas i presidente de la cámara, se espresa así: «Como se ve por el texto de este artículo del reglamento de la cámara de diputa­dos, la esencia de su disposición es compeler a los obstruccionistas, que pudieran con eternas discusio­nes diferir la aprobación de estas leyes constituciona­les i limitar su acción, para facilitar su pronto des­pacho: i como la constitución ha establecido que las contribuciones se decretan cada 1 8 meses, estando vijentes las leyes de su creación, su objeto principal ha sido que el congreso las revise periódicamente; obligándolo así a un estudio sobre la conveniencia o no de suprimir aquellas que a su juicio se hubieran hecho odiosas, escepcionales, faltas de equidad o de

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igualdad para todos. Es por esta razón que el art. 72 del reglamento de la cámara de diputados ha estable-, cido suspender el término en que debe someterse a votación o continuar la discusión de estas leyes, siempre que así se acuerde en sesión anterior al tér­mino fatal de diez dias, antes de aquel en que debe comenzar a rejir, en previsión de que haya de pedirse algún dato para resolver sobre ellas mismas.®

«Pero valerse de estas disposiciones reglamentarias en épocas normales para impedir el despacho de leyes periódicas e imprescindibles por la constitución, que está sobre el reglamento, i creerse autorizados para suspenderlas en absoluto con el solo objeto de que el Presidente nombre un ministerio compuesto de opo­sitores, no es ni puede ser correcto: porque su liber­tad para lejislar tiene constitucionalmente el límite de lo lícito: con ello se inicia un ataque de muerte a la nación, puesto que sus rentas son la vida i el ali­mento de la administración i el sosten del orden pú­blico. Esto es indudablemente acto revolucionario en circunstancias tranquilas i normales, cuyo propósito puede refundirse en esta frase dirijida al presidente: o nos entregáis el marido irresponsable de la nación, o arruinamos la administración, el comercio, las indus­trias y el crédito del pais. Pretensión que nuestra constitución no autoriza, desde que en ella no se es-, tablece responsabilidad al congreso por actos admi­nistrativos que son de la incumbencia esclusiva del Presidente de la república, según el artículo 73 de la constitución.®

Pero la cámara, a mas de obrar fuera de la órbita de sus atribuciones, descuidó poner en práctica las suyas propias, que eran las de haber acusado al mi­nisterio, único camino legal i correcto, si lo hubiera creído culpable. Mas, la verdad era, que no habia acto alguno que hubiera podido autorizar semejante

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procedimiento. Era un ministerio que se censuraba sin que hubiese obrado i que, por consiguiente, no había malversado los fondos públicos, ni comprome­tido el honor de la república o cometido otros críme­nes que la constitución determina taxativamente. El objeto de todo era quitar a unos ministros para po­nerse ellos, i poniendo al Presidente un dogal al cuello, le decían: ¡la bolsa o la vida!

Fué lo cierto que el ministerio no volvió a presen­tarse al Congreso, cuyas interpelaciones contestaba por escrito, remitiendo del mismo modo los datos que se le pedían. ¿Ni cómo habría podido concurrir cuando ni se le había oído, ni se le habia respetado? La dignidad de los hombres i la de los majistrados se sublevaba lójicamente contra un proceder diverso.

El acuerdo inconstitucional de la cámara de dipu­tados tendía también a dar vida i aliento a una pre­tensión que venia de antiguo manifestándose en nuestro Congreso. Estudiando las prácticas i réjimen político parlamentario de Inglaterra, muchos diputa­dos habían principiado por pretender introducir esas prácticas, siquiera fuese de una manera vergonzante. Aun cuando la observación parezca nimia, a nosotros nos llamó la atención, i tal vez la llamó a muchos, que a lo que la Constitución denomina Congreso Na­cional, los diputados le dieran enfáticamente el nom­bre de Parlamento. No pocos creyeron que derivaban este título de las asambleas asi denominadas de los salvajes araucanos, en las cuales se parla mucho i se hace poco. Pero no era ese su alcance; porque acep­tada la palabra se fué poco a poco introduciendo la idea de que el gobierno de Chile es parlamentario i no popular representativo, como lo establece el art. i . ° de la constitución política del estado. De ahí a pre­tender arrebatar al Presidente su facultad privativa de nombrar i remover a su voluntad los ministros del

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despacho (inciso 6.° del artículo 73 de la Constitu­ción) no habia mas que un paso; de ahí a convertir al jefe responsable de la nación en un juguete del Con­greso, no habia distancia que salvar. Ningún presi­dente podia consentir en ello, si al mismo tiempo no se levantaba de su cabeza la responsabilidad por sus actos de gobierno i la acusación que por ellos podía hacérsele, en conformidad al art. 74 de la Constitución i a las formalidades establecidas desde el 84 hasta el qi inclusive.

Presidente responsable envuelve la idea de presi­dente libre i esa libertad no existe, si el jefe de la na­ción no puede elejir por sí mismo a los colaboradores de su política. Jamas congreso alguno podría impo­ner el nombramiento de intendentes i gobernadores, que son ajenies de un ejecutivo libre i responsable. Luego, no puede imponer ministros.

En Chile el presidente gobierna i no reina. No existe entre nosotros el gobierno parlamentario. Y sin em­bargo de esta falsa interpretación de nuestra carta fundamental tomaron pié los revolucionarios del Con­greso para lanzar al pais en la anarquía.

Dos meses pasaron de esta manera. El Congreso apremiando al gobierno i este inalterable, desempe­ñando su papel de fuerza de resistencia, que se opo­nía a dejarse arrebatar sus derechos propios i las atribuciones terminantes que le confiere la carta. Mientras tanto se ganaba tiempo i el presidente Bal-maceda no desmayaba en la idea de llegar a una solu­ción en que el patriotismo y la conveniencia de los al­tos intereses públicos se impusieran sobre pequeñas consideraciones.

No era ya solamente el congreso el que se ajitaba; comenzaron algunos elementos sociales de la capital a preocuparse de buscar solución a tan grave desin-telij encia. Se llegó hasta a ir en comisión ante el pre-

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sídente Balmaceda, comisión compuesta, necesario es decirlo, en obsequio de la verdad, por personas dig­nas de consideración, por su posición social i por su número. Pero ¿fueron con el propósito i el ánimo despreocupado? ¿Iban a pedir que se llegase a un avenimiento en el que ambos poderes buscasen su ar­monía en su recíproco respeto, en su mutua toleran­cia i sacrificio de parte de sus atribuciones, de aque­llas que en todas circunstancias pueden ser imputables al orgullo o a las susceptilidades de los hombres? No, porque la única solución posible que se llevaba al primer majistrado de la nación era: la de su re­nuncia, lanzada exabrupto a él mismo en presencia de sus ministros i de altos funcionarios públicos del orden civil i militar. Se le habló allí de O Higgins, queriendo comparar i equiparar dos situaciones di­versas; queriendo asimilar la situación de aquel, que en el momento del peligro i antes de resolverse a ab­dicar, ya sabia que no tenia elementos, ni en el ejér­cito, ni en la opinión, para sostenerse en un puesto que era una verdadera dictadura de carácter personal; mientras que el Sr . Balmaceda, a mas de ser un pre­sidente constitucional, tenia a su lado influyentes i prestijiosos amigos que lo representaban en el senado i en la cámara de diputados; contaba con fuerte i de­cidido apoyo en estensas, ricas i pobladas provincias que le ofrecían su concurso i a su lado formaban la gran mayoría de los jenerales i jefes mas prestijiosos del ejército, que no hacía mucho habia llenado de gloria i fortuna a la nación, sosteniendo el honor de su victorioso tricolor. I se le hacia la proposición in­juriosa de renuncia de su elevado cargo, por un indi­viduo, Francisco Puelma, que cuando fué autoridad fué atrabiliario i despótico. Ni era esa tampoco la mi­sión de los comisionados, desde que no tenian carác­ter público i constitucional i no podían arrogarse la

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representación del pueblo, sin ser tenidos como sedi­ciosos, según lo establece la Constitución.

El Sr . Balmaceda no podia vacilar en su respuesta. El sentimiento del honor herido; el del deber im­puesto a su elevado cargo; la dignidad del carácter que investía; el momento elejido para dirijirle la gra­tuita ofensa, todo era propio en esas circunstancias para haber sublevado al mas tranquilo. Pero, el se­ñor Balmaceda fué superior a sí mismo; dio por ter­minada la conferencia i con actitud i frases correctas i cultas, despidió a los solicitantes, dejando impre­sión de respeto i de admiración en todos cuantos pre­senciaron aquel acto gratuitamente injusto en su con­tra. No, el señor Balmaceda no era un déspota i un tirano, como lo pretendían sus enemigos, porque nin­guna ocasión se le presentó mas propicia para haber manifestado su despotismo. ¡I sin embargo, allí brilló su carácter siempre tanquilo i elevado i su impertur­bable magnanimidad con cuantos le ofendían o le trai­cionaban, que ¡ai! por desgracia, fueron muchos en su vida de majistrado!

Hai en Chile una propensión injénita entre los hombres públicos a atribuirse i a apropiarse la repre­sentación de personajes historíeos de los que han fi­gurado en épocas diversas; en países distintos los unos de los otros; con intereses i necesidades sociales inamalgamables i con tendencias i aspiraciones que no es posible reunir en un mismo país i en una mis­ma época. Hai el prurito de la imitación, estimulada por el deseo de distinguirse i singularizarse, ya sea por lo estravagante de la similitud que se busca, ya por la grandeza del personaje a quien se trata de imi­tar o de copiar. Son esos, diversos monomaniacos, que, si fueran inofensivos, podia tolerárseles como ju­gadores inocentes de la escena teatral en el escenario del mundo social. Pero, desde que toman a este como

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teatro de sus hazañas i proezas, preciso es estar en guardia contra ellos i prevenirse contra sus daños. Tal, que se finje emperador universal i va por el mun­do (como lo ha habido en Santiago) repartiendo hono­res i desarrollando planes de vastas empresas, no hace a nadie daño, porque al fin termina en una cel­da de la casa de Orates. Pero, los que buscando el escenario político se fingen a su capricho i toman a lo serio el desempeño de su papel de Saint-Justo, de Vergniaud, de Robespierre, de Danton i de Marat con sus crueldades; de Paul de Casagnac con su pro­cacidad i destripajentes; de Pedro el Ermitaño (que también lo hemos tenido en Chile, Santiago); de Mi-rabeau con su venalidad i corrupción i de tantos otros, menos notables, pero que en conjunto forman anacro­nismos espantables i constituyen en nuestros congre­sos i otras corporaciones sabias, verdaderos galima­tías, porque cada cual quiere ejecutar su rol, sin sujeccion a regla ni concierto. Asi sale ello i así se llega a situaciones estremas i difíciles en las que, si no se escapa por la ventana, se dejan, en cambio, en cada escena que se representa, jirones de dignidad i de prestijio político.

I esos mismos que así se acuerdan papeles i fun­ciones que nunca llegan a ejecutar con el talento de los modelos, quienes obraban por acto propio espon­táneo, i no como serviles imitadores, esos mismos, de­cimos, tienen la no menos rara orijinalidad de atri­buir a sus adversarios la representación de uno o varios personajes, según cuadra a sus propósitos. Carlos X, Luis XVI, O Higgins i qué sabemos cuán­tos mas han sido los roles que sus enemigos han que­rido que represente el señor Balmaceda i en cada caso particular deseaban que hablase i obrase como alguno de los modelos i que hablase i obrase, no por acto propio del señor Balmaceda, sino al capricho i según

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el deseo no trasmitido ni conocido de sus enemigos. ¡Como si fuera posible que a fines del siglo x i x en un pais como Chile pudiera obrarse i proceclerse como se obró i procedió en condiciones sociales i de tiempo opuestas i que carecen de todo punto de semejanza!

Ese deseo de servil imitación de lo que aconteció en siglos remotos, esa costumbre de llevar siempre el rostro hacia atrás, copiando al pasado, imitando sus estravios i sus errores es lo que en mucha parte nos ha traído situaciones dolorosas que serán siempre un baldón i un oprobio para la república. El pasado tiene mucho negro i muchos puntos oscuros que re­cuerdan ignorancia i tinieblas. Si no hai un ojo bas­tante experto i avizor que escudriñe aquellos antros para descubrir la verdad, siempre estaremos cayendo en aberraciones i estravios. Mientras que el porvenir es claridad, es luz, i los que miran sin cesar á la au­rora que nace i alumbra un nuevo dia, descubren siempre huellas de verdad. A veces no son compren­didos, porque su larga vista descubre lo que el vulgo i el común de las jentes no divisan. También estos caen en la desgracia i en el odio de muchos ele los que los siguen i desesperan del experto guia. El se­ñor Balmaceda llevaba siempre el rostro hacia ade­lante, miraba al porvenir i lo que él no alcanzó a se­ñalar a los que no qusrian ver, llegará dia en que será conquistado por venideras jeneraciones. La san­gre jenerosa de ese mártir de su propia valia, de su amor a la patria i de su consagración ardiente a su servicio, levantará un dia el pedestal de su gloria. Sobre las ruinas del pasado alzaráse para Chile un porvenir de igualdad, de justicia i de progreso, tal como él lo comprendía, que será como lo comprenda también la democracia del futuro, para quien ha muerto en Chile su redentor.

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V I

EL ARREGLO

La tormenta arreciaba en el Congreso i en la pren­sa; densos i oscuros nubarrones entoldaban el hori­zonte politico, preñado del calor eléctrico de los inte­reses encontrados, de las pasiones i los ardores en lucha. Nada había que anunciar pudiera la hora de la bonanza i de la refleccion, que trajera un acuerdo patriótico para salvar el decoro del Presidente de la República i las exijencias de los congresales. Imper­turbable el ministerio Sanfuentes en su resistencia pasiva, soportaba toda la responsabilidad de su per­manencia en su puesto, no por la satisfacción de do­minar al Congreso i de conservar los sillones ministe­riales, que todo ello habría sido necedad o incom­prensible vanidad, indebida en presencia de tan grave como comprometida situación, sino para dar una so­lución al conflicto i terminar con un acto de laudable abnegación, lo que habia comenzado con otro de pa­triótico sacrificio, por desgracia tan mal compren­dido.

No era menor la ansiedad i el deseo del Sr . Bal-maceda porque al fin tuviera decoroso término aquella desintelijencia, la que una vez solucionada, llenó de júbilo su corazón de chileno i gran patriota i con este motrvo nos escribía como representante de su autori­dad en la provincia de Coquimbo, lo siguiente: <cel conflicto ha terminado decorosamente i con satisfac­ción para el patriotismo, porque ha quedado a salvo la honra de todos. Ahora podremos, agregaba, con-

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sagrarnos con tranquilidad a desarrollar los intereses del pais i a dar impulso a las obras públicas en cons­trucción.®

Habia llegado un momento en que el I. Arzobispo Casanova, fuese llamado por el Sr. Balmaceda u obe­deciendo a impulsos de su propia inspiración, aunque lo primero fué lo mas probable, llegó un momento decimos, en que el representante de una relijion de paz i confraternidad iba a dar los primeros pasos para que el acuerdo se hiciera entre los políticos, que tan estraviados i en tan ajitada controversia permanecían. Ninguno había mas adecuado que él, desde que no podia ser sospechado por ninguno de los contendores de parcialidad o miras interesadas. Al fin pudo acer­carse a la Moneda i conferenciar con el Sr . Balmaceda el Sr. Alvaro Covarrubias, ciudadano que tuvo larga vida política i administrativa i que en su paso por el escenario público solo dejó huellas de respeto i de prestijio entre sus conciudadanos estando hacia años alejado de las luchas de los partidos.

Habló el primer majistrado de la República i el Sr. Covarrubias pudo pronto convencerse de que aquel en todo pensaba menos en sojuzgar al Congreso i someterlo a su voluntad o a su capricho. El señor Balmaceda habia jurado observar i hacer respetar la Constitución política del estado; ella le acordaba pre­rrogativas i derechos de los que no podia despren­derse con ánimo lijero, para entregar a sus sucesores menoscabado el depósito sagrado que se le confiara. La facultad de nombrar i remover a su voluntad los ministros del despacho le era esclusivamente priva­tiva i, si el deseo de la natural concordia i armonía entre los poderes públicos, le indujo siempre a buscar sus secretarios i colaboradores de acuerdo con sus amigos del Congreso, no le era dado, sin incurrir en abandono de sus mas altos deberes, aceptar como

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imposición lo que era acto de su libre derecho, de su respeto i de su prestijio.

No hay hombre que estime en algo su propio de­coro i que tenga noción clara i correcta de sus debe­res i de sus derechos, que no se hierga i subleve a la sola insinuación de un acto indecoroso que mancillar pudiera su delicadeza i su prestigio social. Estas con­sideraciones son mucho mas graves aun, si se aplican a un jefe de estado, quien por manifestar condescen­dencia i no producir conflictos, fuera entregando una en pos de otra las prerrogativas que solo tenia como depósito nacional para devolverlas intactas i sin man­cilla a sus sucesores. He ahi el significado i alcance que, a nuestro juicio, tenia la resistencia del presi­dente Balmaceda para permitir la salida del ministe­rio Sanfuentes, sin que se hubiera solucionado fa­vorablemente i reconocídole su derecho privativo i constitucional.

El arreglo a que se arribó entre el Sr . Covarrubias i el presidente Balmaceda satisfizo a ambos. El pri­mero se encargó de trasmitir a los círculos políticos las bases de intelijencia, que fueron aceptadas por estos, prueba de que interpretaban las ideas de todos. El gran paso se había dado i el Presidente de la Re­pública dio ante el pais i el mundo civilizado, que miraba hacia Chile con simpática ansiedad, una prueba mas de que su inquebrantable propósito era entonces, como lo habia sido durante toda su admi­nistración, no producir por su culpa desinteligencias que alterasen la marcha de progreso que con tanta vehemencia quería para Chile.

Volvió el Sr . Covarrubias trayendo al Jefe de la nación la fausta noticia de que el iris de la bonanza habia vuelto a brillar en el horizonte de la querida patria. Mas, como al estipularse en una de las bases del acuerdo que el Congreso, que desde hacia dos

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meses mantenía suspendida i sin aprobación la lei que autorizaba el cobro de las contribuciones, no se habia hablado de si esta lei tendría efecto retroactivo, 0 si principiaría a rejir solamente desde la fecha de su promulgación, el Presidente pidió al Sr . Cova­rrubias que esclareciese este punto, poniéndose nue­vamente al habla con los miembros del Congreso.— El Presidente sostuvo que la lei debia dictarse con efecto retroactivo, de tal suerte que, no habiendo so­lución de continuidad entre la fecha en que espiró la lei antigua i la que iba a dictarse, el estado no per­diese la suma de ocho millones de pesos a que pró­ximamente ascendían los derechos i contribuciones que habian dejado de cobrarse durante aquellos dos meses de eterna espectativa i de zozobra para el país. Tal exijencia de parte del Sr . Balmaceda era, a nues­tro juicio, perfectamente justificada, previsora i co­rrespondía a una noción clara i correcta de los debe­res que su puesto imponía al jefe honrado i caballero de una nación. El Sr . Covarrubias no creyó conve­niente hacer la consulta solicitada, porque según pen­saba, ella envolvia una modificación i no una aclara­ción a las bases de inteligencia ya convenidas. Insistió el Presidente de la República, tratando de poner así a salvo valiosos intereses públicos i el Sr . Covarru­bias hubo de desistir de su misión.

Cuando la esperanza de acuerdo habia abierto todos los corazones á las espectativas de una era de calma 1 de concordia, nuevos temores vinieron, por un mo­mento, a disipar los risueños resplandores de una aurora de futura armonía.

El Sr. Covarrubias perdió la oportunidad de ligar su nombre a un importante i notable hecho en la histo­ria política de Chile, si le hubiera dado feliz i decisiva solución. Creemos que en ese caso perdió un tanto su serenidad de espíritu i que acaso se dejó llevar, o de

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un exceso de delicadeza de su parte, o tal vez lo que se nos hace muy difícil concebir, de cierto ánimo prevenido o receloso respeto de su noble i cabelleroso compañero de patrióticas labores. Al menos algo de esto se desprendía de las publicaciones que por en­tonces hizo la prensa, de suyo exaltada i predispuesta a vituperar los actos mas grandes i mas dignos del señor Balmaceda.

Mas feliz que el Sr . Govarrubias, el Sr . Belisario Prats, presidente de la Suprema Corte de Justicia, abandonó su elevado puesto para descender a la arena política, entenderse con el señor Balmaceda i arribar a las conclusiones que deseaba el primero, con las esplicaciones que habia pedido obtuviera el anterior plenipotenciario político. La leí debia dictarse con efecto retroactivo i una vez mas el presidente Balma­ceda obtuvo en el terreno del derecho i del buen sentido una victoria que, sino para él, lo era para honra de Chile i de los representantes del pueblo.

Díjose entonces i la prensa de aquellos días la anunció como un gran cargo contra el Congreso, que si éste habia insistido por un momento en que la leí se dictase- sin efecto retroactivo, era porque los ocho millones de derechos que así perdería la nación, aprovechaban a potentados de la oposición i a perso­nas relacionadas con diputados que tenian contratos hechos con fuertes casas de comercio de Valparaíso, para usufructuar en consorcio de los dineros que por ese medio se arrebataban a la renta pública. Por mui grande que fuera la desmoralización a que el Con­greso hubiera llegado, nosotros, por el honor de Chi­le, dudamos de tal acusación, que siempre tomamos como una arma de guerrilla política, de las que fre­cuentemente se emplean en nuestro pais, sin tener en mientes si se amengua o no la honra i el prestigio nacional, o si se arrebata a los magistrados i a los

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ciudadanos su honra i su porvenir: la honra de sus familias, en las que se enloda hasta la santa intimi­dad del hogar. Sin embargo, hai quienes sostienen que el cargo hecho al Congreso se basa en sólidas razones i hechos comprobados.

En ese periodo de la ajitacion política, la prensa i particularmente la de oposición, se desencadenó tam­bién, pasando los límites de un desenfreno hasta en­tonces desconocido. «Las historias personales de la vida privada, ha dicho un escritor, comentando aque­llos enconos, las veleidades del hogar, el nombre de señoras respetables envuelto en actos punibles, las suposiciones falaces llevadas hasta la mas asquerosa calumnia, hicieron dejar como cosa insignificante los apodos i calificativos mas irritantes con que se zahe­ría a cuantas apoyaban al gobierno, siendo los mas obsequiados el presidente i sus ministros.®

Impropio era que en los momentos mismos que se arribaba a un acuerdo digno de entusiasta aplauso, se hicieran recriminaciones de tan grave alcance, que la mas vulgar prudencia aconsejaba silenciar i cubrir con denso manto de caballeresco olvido. ¿Quién sabe si estos destellos de odios i enconos mal reprimidos, que revelaban profundas llagas en nuestras relacio­nes sociales no dejaron acíbar abundante en el ánimo de muchos, por la marca de indeleble ignominia que sobre ellos i su partido dejaba estampada? ¿I quién sabe si esa no fué también la causa eficiente i activa por­que mas tarde los increpados volvieran diente por diente i ojo por ojo a sus adversarios, tratando de se­ñalarlos con marca indeleble de fuego i de vergüenza, como ladrones i malversadores de fondos públicos? Exajeracion por exajeracion, el ánimo tranquilo i des­apasionado las condena hoi, como deploró ayer los estravios a que conduce la pasión de partido.

Pero, en pos de todo este cúmulo de dicterios, ha-

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bia venido la paz. ¡Quiera el cielo, nos decíamos los chilenos, que esto tenga mas vida que las rosas i que, desecho vendabal o cierzo lijero no deshojen i disper­sen las ilusiones i las espectativas lejítimas que con­sigo arrastraría cada hoja del florido porvenir, ya tan anhelado como necesario!

Corroboran nuestro relato las cartas que van a continuación, cambiadas entre los altos personajes que intervinieron en los arreglos patrióticos de aque­llos dias. Las tomamos de un folleto que con el título de «Carta Política* ha dado a luz últimamente el Sr . Juan E. Mackenna, caballero que ha figurado como eminencia en la política de nuestra patria; que tomó parte en aquellos acuerdos patrióticos.

Hacemos seguir esas cartas de las mismas observa­ciones del señor Mackenna, empapadas en el mismo espíritu que las que contiene nuestro libro, que así reciben mayor mérito de autoridad i prestijian su veracidad.

Helas aquí:

(.(Santiago, Julio 28 de iSgo.

^Iltmo. i Rvmo. señor Mariano Casanova.

Presente.

*Ilustrísimo i distinguido señor: ) r r e n g o encargo de S . E. el Presidente de la Re­

pública para rogar a S . S . Iltma. se sirva darle una contestación acerca del resultado de las dilijencias que S . S . Iltma., después de la conferencia celebrada el dia de hoi, estimó conveniente practicar para sal­var la difícil situación que atraviesa el pais.

* S . S . Iltma., inspirándose en sentimientos de prudencia, justicia i patriotismo, consideró que seria

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equitativo un arreglo entre los poderes Ejecutivo i Lejislativo bajo la base de aprobarse las contribucio­nes por la Cámara de Diputados conjuntamente con la renuncia del Ministerio, é inmediatamente que ellas fuesen aprobadas por el Senado, S. E. el Presidente de la República encargaría al patriotismo del señor don Alvaro Covaírubias la organización de un nuevo Ministerio.

^Dígnese S . S . Iltma. favorecerme con la contes­tación de mi referencia.

* Atentamente de S . S . Iltma. i Rvma.

JUAN E. MACKENNA.*

Es un agradable deber para mí reconocer aquí que el Iltmo. Arzobispo señor Casanova, se condujo no­blemente en estas emerjencias. i que mediante su eficaz intervención, llegó a producirse con el señor Covarrubias el acuerdo a que se refieren las cartas que siguen:

«Santiago, Agosto i." de i8go.

*Señor don Alvaro Covarrubias.

^Distinguido señor:

*He meditado i conferenciado con los señores Mi­nistros acerca.de nuestra conversación de ayer.

*Juzgo conveniente expresarle el resultado a que hemos llegado.

*De la nota de los señores Ramón Barros Luco i Joaquín Walker Martínez al Iltmo. señor Arzobispo i de la contestación de éste, dirijida al señor Ministro de Relaciones Esteriores, resulta que la coalición no acepta las bases de acuerdo que propuso el Rvmo. se­ñor Arzobispo.

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®A fin de que no se frustre el desenlace patriótico que venimos buscando, podria usted hablar con los representantes de la coalición i espresar sus ideas bajo las siguientes bases:

" i . " Se votarán las contribuciones simultáneamen­te en la Cámara de Diputados con la renuncia del ac­tual Ministerio;

C " Votadas las contribuciones en esa Cámara, seria usted llamado para organizar un nuevo Minis­terio compuesto de personalidades ajenas a las luchas de los partidos i que sean prenda de confianza para todos.

®Escusado es espresar que V. se serviría proceder de acuerdo conmigo acerca de las personas que hayan de elejirse; i

) ) 3 . ° La mas absoluta libertad electoral serviría de garantía a todos los partidos políticos.

®Ruego a usted que tenga la bondad de favorecer­me con su contestación definitiva.

®Con sentimientos de especial consideración me suscribo de usted afectísimo i seguro servidor,

JOSÉ MANUEL BALMACEDA.®

«Santiago, Agosto i." de i8go.

®Señor José Manuel Balmaceda.

® Señor Presidente:

®He quedado complacido de la conferencia que acabo de tener con V. E. para esclarecer algunos pa­sajes de la carta de V. E. , fecha de hoi.

®He encontrado en V. E. al majistrado patriota que, apercibido de la gravedad de la situación actual, se halla dispuesto a adoptar las medidas necesarias para ponerle término.

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(.(Santiago, Agosto i." de i8qo.

"Señor Alvaro Covarrubias.

"Distinguido señor:

"He leido con satisfacción la carta de usted. Ella es conforme con la carta que le envié hoi i con el sen­tido de la conversación que tuvimos después.

"Creo que debe aprobarse la lei que garantiza la libertad electoral de todos, y entiendo está acordada ya por las Cámaras.

"V. E. me ha autorizado, en consecuencia, para arreglar la forma de proceder, a fin de consaltar la simultaneidad en la aprobación de la lei de contribu­ciones por la honorable Cámara de Diputados i la re­nuncia del Ministerio actual, después de ho cual me encargaría yo de organizar un nuevo Ministerio com­puesto de personalidades ajenas a las luchas de los partidos i que sean prenda de confianza para todos.

"Me ha autorizado, asimismo, para declarar que el Gobierno no tiene candidatura alguna para la Pre­sidencia de la República i está decidido a garantir la mas absoluta libertad electoral a todos los partidos políticos, para cuyo efecto se aprobará la lei que acaba de discutir i aprobar el Congreso Nacional.

"S i he interpretado bien el espíritu de nuestra conversación i de los elevados propósitos de V. E. , será para mí un honor aceptar el Ministerio del Inte­rior i ayudar a V. E. a realizarlos con todo el ardor de mi patriotismo.

"Con sentimientos de especial consideración, me suscribo de V. E. mui atento i seguro servidor.

ALVARO COVARRUBIAS."

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^Estoi cierto de que en su patriótica labor encon­trará lejítima satisfacción para sus anhelos de caba­llero i de chileno.

^Con sentimientos de especial consideración, me suscribo de usted afectísimo i S . S .

JOSÉ MANUEL BALMAGEDA.®

Sabido es que a última hora i de una manera tan inesperada como imprevista, surjieron dificultades con el señor Covarrubias con respeto a la inteligen­cia que debiera darse al cobro de las contribuciones, exijiendo el Gobierno, como no podía menos que exi-jir, que ese cobro se hiciese efectivo con respecto a los derechos de importación i esportacion a contar desde el i . ° de Julio pasado, que habían quedado en suspenso con motivo del proyecto aprobado por la Cámara de Diputados aplazando el cobro de las con­tribuciones.

Las aduanas de la República habían sido vaciadas, i ello habría representado para el Erario Nacional una pérdida de cerca de 8 .000,000 de pesos, i un acto de desmoralización tan estraordinario que en ningún caso el Ejecutivo habría aceptado avenimiento alguno si las contribuciones no hubieran sido votadas salvaguardiando los intereses del país i la moralidad pública.

Nuevamente volvimos á solicitar los buenos oficios del lltmo. Arzobispo, ya casi fatigado con mis exigen­cias, dando por resultado lo que consta de los docu­mentos que van a continuación:

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((ARZOBISPADO DE SANTIAGO DE CHILE.

) ySantiago, 5 de Agosto de I8QO.

"Sres . D. Ramón Barros Luco i D. Joaquín Walker . "Me es grato comunicar a ustedes que habiéndome

acercado nuevamente a S . E. el Presidente de la Re­pública con el propósito de reanudar las interrumpi­das negociaciones políticas, he sido autorizado para ello por S . E. en términos que me permiten esperar se ponga fin honroso para todos al actual conflicto.

"Quedarían subsistentes los acuerdos celebrados entre S . E. i el señor Covarrubias, i ademas, a indi­cación mia, convino S . E. en que podría salvarse la dificultad que surjió a última hora, si el Congreso votara la lei de contribuciones con un artículo adi­cional en que se prescriba el pago de los derechos de importación i esportacion correspondientes a las mer­caderías despachadas a contar desde el i . ° de Jul io.

"Considero que la designación del Ministro del Interior no encontrará dificultad en vista de las ideas que hemos cambiado a este respecto.

"Soi siempre de ustedes afectísimo, i obsecuente servidor y capellán.

MARIANO, Arzobispo de Santiago.»

Los señores Walker i Barros Luco contestaron al señor Arzobispo lo que sigue:

»Santiago, Agosto 5 de I8QO.

"Ilustrísimo i reverendísimo señor:

"Hemos dado conocimiento a los comités de los partidos de oposición de la Cámara de Diputados de

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la carta que, con fecha de hoi, nos dirigió vuestra señoría ilustrísima con el propósito de reanudar las negociaciones políticas.

^También les hemos manifestado que don Belisa-rio Prats será la persona encargada de organizar el nuevo Ministerio, según nos lo comunicó vuestra se­ñoría ilustrísima verbalmente.

®En respuesta podemos asegurar a vuestra Seño­ría Iltma. que el señor Prats encontrará en los par­tidos de oposición la misma acojida que el señor Co-varrubias.

®En cuanto al cobro de los derechos de importación i esportacion desde el i . ° de Julio, predomina en los señores que forman los comités la idea que es equi­tativo el dictar alguna disposición con este objeto; pero creen que debe encomendarse a la rectitud i patriotismo del Congreso. No es una cuestión tratada antes de ahora por los partidos políticos, ni pudo, por consiguiente, ser motivo de un acuerdo que los comités estén en actitud de comprometer.

®Nos es grato suscribirnos de vuestra Señoría Ilus­trísima i Revma. atentos i S . S.—Ramón Barros-Luco.—Joaquín Walker Martínez.

®A1 Iltmo. i Rvmo. Arzobispo de Santiago.®

(.{Santiago, Agosto 5 de I8QO.

^Iltmo. i Revm. señor Arzobispo, Mariano Casanova-

®Señor Arzobispo:

®Le cupo a su Iltma. la palabra del principio, llena de patriotismo i de prudencia.

®Le ha correspondido también la palabra decisiva, en la hora mas solemne i delicada.

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"La carta dirijida por su Señoría Iltma. a los se­ñores Ramón Barros Luco i Walker es conforme a nuestra conversación de hoi.

"En este honroso i común arreglo de los poderes Ejecutivo i Lejislativo i de los partidos políticos, cabe a su l ima, i Revma. parte mui principal y honrosa.

"Reciba de todos los señores Ministros i del Pre­sidente de la República un voto de la mas profunda adhesión.

"Siempre su amigo cordial i sincero,

JOSÉ MANUEL BALMACEDA."

((Santiago, Agosto 5 de i8qo.

"Señor don Belisario Prats .

"Querido amigo:

"Hoi a las doce conferencié con el señor Arzobispo acerca de la situación producida por el retiro del se­ñor Covarrubias de las jestiones patrióticas que le habia encomendado.

"Convinimos con el señor Arzobispo en pedir a usted el servicio de ponerse al frente de la situación i le encargué diese los pasos necesarios para que hu­biese acuerdo con este objeto.

"Ha llegado el momento de que sirva a su pais i al amigo de muchos años.

"Acoja las indicaciones del señor Arzobispo i díg­nese acompañarlo cuando le pida su asentimiento para traerlo a la Moneda.

"Siempre su amigo JOSÉ IVÍANUEL BAL.MACEDA."

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Vino a la Moneda el señor Prats i quedó organi­zado el nuevo Ministerio.

No será posible entrar en todos los detalles i afanes de aquellos dias, la solicitud noble i patriótica des­plegada por el Presidente de la República i cada uno de los miembros del Gabinete de Mayo para producir una solución honrosa i satisfactoria.

Aun hai otros que viven i que fueron actores di­rectos i testigos de nuestra labor infatigable por la armonia.

Fué un dia feliz para nosotros cuando ella se pro­dujo, i cuando veíamos salvadas las instituciones i el decoro del Gobierno.

Jamás había estado la prudencia mejor enlazada con la enerjia i el patriotismo, que en aquellos crue­les dias en que se nos llenaba de vituperios, cuando solo nos inspirábamos en los mas altos deberes para servir al pais con honradez, haciéndonos superiores a las pasiones i a las calumnias.

Las exijencias injustificables del Congreso habian sido detenidas en su camino. Las contribuciones se votarían sin defraudar ios intereses nacionales; el Ministerio que debería sucedemos seria nombrado i elejido por el Presidente de la República entre per­sonalidades ajenas a las luchas de los partidos, no de los miembros de la mayoría parlamentaria, ni del su­puesto sistema parlamentario de Gobierno.

Quedaban respetadas así las atribuciones del Eje­cutivo, i el Ministerio de Mayo presentaba su renuncia después de una lucha llena de honores para él en de­fensa de la verdad, de la justicia i de las instituciones que habian cimentado por tantos años el orden pú­blico i la prosperidad nacional.

Nuestros amigos políticos, haciendo justicia a la obra del Ministerio de Mayo, nos obsequiaron con uno de los mas espléndidos banquetes que se han

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presenciado en la capital, encontrando cada Ministro de Estado una valiosa tarjeta de oro en sus respecti­vos asientos, como recuerdo imperecedero de la apro­bación que nuestra conducta les había merecido.

En los hechos que preceden están agrupados, que­rido hijo, mis actos de labor ministerial i participa­ción política durante los Ministerios de Enero i de Mayo de i8go, de que formé parte como Ministro de Relaciones Esteriores, Culto i Colonización.

Han trascurrido ya mas de dos años de esa fecha, han tenido lugar muchas desgracias i muchos sufri­mientos, i repasando mi conducta, en la" tranquilidad de estos lugares, no encuentro nada de que pueda arrepentirme.

Al contrario, siento viva satisfacción de haber obra­do como lo he hecho, en la forma que queda grabada en estos recuerdos, i confío que el porvenir será mas justiciero para conmigo que lo que ha sido el pasado.. .

Hai en estos apuntes algunas esperiencias i ense­ñanzas que pueden ser útiles en nuestro pais, i que ojalá, aunque sea en parte, puedan aprovecharse para que los que vienen en pos de nosotros vivan mas tranquilos i sean mas felices que los que los hemos precedido en el camino la vida. . .

Creo haber guardado consecuencia en mi conducta como ministro de Estado, e inspirándome en los mis­mos elevados móviles que sirvieron de guia en los largos años de labor como miembro de la Cámara de Diputados, a que me he referido en la sección ante­rior de esta carta."

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V I I

EL MINISTERIO P R A T S

Al advenimiento de este ministerio regocijóse todo Chile i al decir así, nos referimos a la inmensa mayoría de los que en una nación constituyen su poder produc­tor, industrial, agrícola i comercial, a quienes la pro­longada controversia política dañaba profundamente en sus intereses. Porque hasta entonces, necesario es decirlo alto, la exaltación política dominaba s olo a determinados i estrechos círculos i hombres de los que en algunas ciudades i mui particularmente en Santiago, hacen profesión i ocupación cuotidiana es-clusiva de la política. ¡Mal de raza latina sud-ameri-cana! No faltaba quienes temiesen que tal evolución fuera solamente una tregua momentánea, durante la cual los partidos en lucha no se limitarían solamente a conservar sus posiciones, sino que procurarían me­jorarlas. Un sentimiento vago de temor dominaba a muchos espíritus serenos i reflexivos, ya fuese porque no tuvieran plena fé en los propósitos de algunos personajes de los que formaban la nueva combinación ministerial, ya porque creyeran que el Congreso i los círculos políticos representados en él, no renunciarían a obtener ventajas, aprovechar oportunidades i mani­festar exijencias que no seria posible fueran realizadas.

Pero, sea de ello lo que fuere, lo cierto fué que, satisfecho el presidente de la República del resultado obtenido, hizo manifestaciones de distinción i aprecio al señor Prats i a sus colegas: que, satisfecho el Con­greso i sus diversos matices polítos, sin esceptuar el

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conservador, acordaron al señor Prats una fuerte pensión vitalicia, equivalente a la que dejaba de per­cibir por haber perdido, en virtud de la lei de incom­patibilidades judiciales, su puesto de ministro de la Suprema corte, con la aceptación del cargo de minis­tro de estado. Todo era regocijo i satisfacción, al menos tales eran las pruebas ostensibles que de ello traslucía el pais. -

«Ese ministerio, dice el señor Eulojio Allendes en su folleto que ya hemos citado, tan al gusto de la mayoría opositora, tan complaciente i fiel intérprete de sus propósitos puritanos para encarrilar aquellos tan decantados desaciertos de sus antecesores en el poder no encontró en el desempeño i procedimientos de la labor administrativa i política de éstos, ninguna irregularidad o abuso que correjir, ninguna falta que enmendar; al contrario, halló espedito i fácil el sen­dero abierto por ellos, que perseguía el progreso pri­mitivo de la República. Los actos así lo comprueban: ninguna medida al iniciar su labor, desautorizó lo hecho por sus antecesores. Las mismísimas obras en ejecución, fueron impulsadas con el mismo entusias­mo, i el Congreso les concedió presuroso todos los suplementos al presupuesto, que pidieron para con­tinuar esa tarea de progreso en las construcciones de cárceles, casas consistoriales, escuelas, caminos pú­blicos i las diversas líneas férreas en construcción, sin suprimir ni suspender la labor de ninguna. I esas eran las mismas cbras a las cuales la prensa de opo­sición, en su desenfreno sin igual, habia presentado maliciosamente como un delito de derroche de los caudales públicos que empleaba el anterior ministe­rio, por pura vanidad, cuyos desembolsos tenían que superar a las rentas ordinarias del Estado w

«Esta actitud del Congreso, concediendo al minis­terio Prats cuantos fondos le pidieron para las obras

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en construcción, comprobó la malignidad de aque­llas calumniosas suposiciones."

Tan franca i tan sincera pareció la reconciliación, que el Congreso desistió de la acusación al ante­rior ministerio, no la llevó a cabo, dando asi una prueba, o de que los cargos no eran graves, o no existían, o que eran de tal naturaleza que permitían que los congresales transasen con su conciencia i echaran al olvido las graves trasgresiones legales i constitucionales de que decían eran reos.

Empero, había ademas otros síntomas i otras ma­nifestaciones elocuentes de que el Presidente Balma-ceda respetaba la nueva situación con ánimo levan­tado i resuelto a hacer labor patriótica con los nue­vos hombres que tenia a su lado. Veamos como.

Los círculos políticos coaligados, que conocían la constante i mui antigua aspiración del pais a que alguna vez se le dejara elejir libremente sus repre­sentantes al Congreso i al Presidente mismo de la República, habían hecho bandera del principio de-libertad electoral, que ellos mismos habian pisoteada tantas veces i que recojian como instrumento útil i de circunstancias. Prepararon un proyecto de lei, en el que tomaron las mas esquisitas i numerosas pre­cauciones para arrebatar al gobierno i sus ajenies i amigos de las provincias, todo medio de influir en el resultado de las elecciones, ya fuera maleando la voluntad de los electores, ya impidiendo la libre emisión del sufrajio. Estaban plenamente satisfechos de su obra, que habian elaborado en consorcio fra­ternal, no solamente los círculos liberales de oposi­ción, sino también los conservadores, con esclusion de los elementos liberales afectos al Sr . Balmaceda, esclusion que, si era lójica dentro de las miras estre­chas i esclusivistas de los partidos en lucha, no reve­laba sinceridad en los propósitos de concordia que

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habían dado oríjen a la elevación del ministerio Prats .

El pais no creia en la sinceridad de los que le ofrecían la libertad porque tantos años venia luchando en las urnas i aun en los campos de batalla, porque a todos i cada uno de ellos, ya se llamasen liberales, sueltos, radicales, montt-varistas o conservadores, los habia visto siempre i toda vez que habian tenido acceso al poder, conculcando el derecho sagrado de elección, ya por la violencia o el robo de los registros electorales, por el secuestro de las personas, los ase­sinatos i fusilamientos en la calle pública, ya por mil otros medios de coacción violenta i arbitraria.

No tratamos en este momento de estudiar a los hombres, sus defectos, o sus virtudes, ni haria tam­poco al propósito tranquilo i justiciero que nos guia, si penetrásemos en senda ocasionada a perturbaciones de criterio. Bástenos establecer que al mismo minis­terio Prats se le hacia gracia, en la persona de su jefe, de creer o por lo menos aguardar, que cumpli­ría su promesa de no intervención. Parece que él mismo sintiera la necesidad de dar vigor a sus reso­luciones oficiales por medio de compromisos perso­nales, haciendo que la palabra del hombre afianzase la del ministro. ¡Tanta era la costumbre que el pais tenia de ver burladas las mas solemnes promesas de los ministros en orden a libertad electoral! I así, junto con enviar a los Intendentes de provincia cir­cular en la que les revelaba su propósito de amparar la libre emisión del sufrajio, remitíales carta privada que aseguraba que los deseos de la circular «eran ciertos i no una mera forma esterna de gobierno.®

Procedía asi el Sr . Prats, a sabiendas también de que tenia amplia libertad, que se la habia dado i re­comendado el Presidente de la República para que obligara a las autoridades a no intervenir en los

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actos electorales. Es el mismo Sr. Prats quien se encargará de probarlo. Con fecha 1 3 de Setiembre de ' 1890, dirijia a los Intendentes de provincia, la carta circular aludida, cuyo orijinal conservamos i que dice así: «Distinguido señor i amigo: Con esta fecha se ha dirijido a Ud. una circular en que se le manifesta el deseo del gabinete, que es también el deseo de S . E. el Presidente de la República, de que todas las autoridades observen absoluta neutralidad en todos los actos referentes a la elección próxima."

«Esa circular no es un acto meramente estenio del gobierno, ella obedece al propósito sincero de hacer práctica la libertad electoral, i tengo especial'encargo de S . E. de manifestarlo privadamente a Ud., para que ajuste estrictamente su conducta a esas pres­cripciones."

«El infrascrito confia en que Ud. sabrá dar á esta advertencia la importancia que ella tiene i que se­cundará eficazmente los propósitos del Gobierno. Saluda a Ud. su afmo. S . , B. Prats.^

Luego, el Sr . Prats conocía «el deseo de no inter­vención i de absoluta neutralidad del Sr . Bal'mace-da; tenia encargo especial de él de manifestar a las autoridades, que debían observar absoluta neutrali­dad en la lucha electoral." ¿Por qué no fué al Con­greso, repetimos, i lo dijo ante el pais, franca i esplícitamente, que así habria arrebatado a los revo­lucionarios uno de sus pretestos mas graves para lanzarse a la revuelta? O fué cobarde i no quiso la lucha, o fué cómplice. En ambos casos es responsa­ble ante el pais i ante el juicio de la historia, por no haber asumido la única actitud que le imponía su programa de gobierno: esperar el ataque i la agresión del Congreso, esponerle la verdad i el pais le habria hecho un honor que dudamos mucho le sea discer­nido en la hora de la calma i en que obre el juicio

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sereno i no el de la pasión. ¡Con verdad hemos dicho que D. Belisario Prats no era para nadie una esfinje política!

Un comité político parlamentario habia redactado con grande acopio de labor i de perseverancia, la leí en que los círculos coaligados del Congreso cifraban todas sus esperanzas de triunfo. La prensa entonaba himnos de alabanza, no solo en favor de la obra magna de perspicacia, sino también en prez i honor del talento i el gran acopio de luces i esperiencia que en dicho trabajo habian manifestado sus autores. ¡Estaban satisfechos, complacidos, triunfantes!

No obstante, la lei en proyecto adolecia de un serio defecto: el de inconstitucionalidad. La carta dis­ponía que las elecciones de diputados se hicieran por departamentos; tal era la manera como ella se habia entendido siempre i como constantemente se habían hecho las elecciones en el pais. Sin embargo, la nueva lei disponía que los diputados fueran elejidos por grupos de dos, tres i mas departamentos; i esta elección debia hacerse por voto acumulativo. Ningún departamento sabia quien iba a ser su representante en el Congreso sino después de hecho el escrutinio de la votación, de la cual resultarían ser diputados de los departamentos de mayor población, los que hu­bieran obtenido mayor número de sufragios. No se ocultaba a los autores del proyecto el defecto de su obra, pero contando con mayoría en el Congreso, su prensa anunciaba arbi et orbi que sena aprobada en esa forma i que le sería enviada al Presidente de la república para su promulgación. Mas, como este magistrado tiene por la Carta la facultad de vetar i habría estado en su perfecto derecho haciéndolo con la nueva lei, ya la prensa de oposición declaraba que el ejercicio de esa facultad que le era privativa, seria una prueba de que deseaba ponerse en pugna con el

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Congreso, impidiendo la promulgación de sus sabias leyes; habia, según esto, un nuevo conflicto en pers­pectiva i una manifestación inequívoca de que no dominaba absoluta sinceridad en los propósitos con­ciliadores del Congreso. Se decia por entonces sin embozo, que el Congreso deseaba poner todo jénero de trabas al gobierno de Balmaceda, a fin de crearle situaciones embarazosas.

Ahora incumbe preguntar: ¿hizo uso el presidente Balmaceda de su prerrogativa constitucional de veto? No. Promulgó la ley tal como se le enviaba, salvo lijeras modificaciones que, antes de su aprobación, se le habian hecho de común acuerdo; i al darle su sanción tuvo cuidado de espresar, que considerándola anticonstitucional, le acordaba su sanción, animado como estaba del propósito de conciliación que per­mitiera hacer durable la situación creada por el ad­venimiento del ministerio Prats.

Tómese nota de este propósito de franca armonía que dominaba el ánimo del presidente Balmaceda, porque no es el primero que ya llevamos señalado, ni será tampoco el último que venga a probar con hechos indiscutibles que no habia terquedad, ni plan preconcebido de supeditar al Congreso, arrebatarle sus atribuciones i hacer tabla rasa de la Constitución i las leyes: que no era D. José Manuel Balmaceda un magistrado fundido en el molde de los tiranos, sino un mandatario, que como lo demostrará este descar­nado pero imparcial relato, no tuvo durante toda su administración sino el esclusivo propósito de engran­decer a su patria, enalteciendo su propio'nombre.

El partido conservador, que hasta poco antes ha­bia permanecido al balcón, en el carácter de mero espectador de los acontecimientos políticos, habia comenzado a inmiscuirse solapadamente en ellos, a fin de darles dirección que sirviese a sus propósitos,

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sacando provecho de la profunda división existente entre el partido liberal de gobierno i las diversas fracciones del mismo matiz que figuraban en la opo­sición. Así, durante las dificultades que precedieron al pacto de arreglo, su prensa, representada por El Independiente, órgano oficial del conservantismo laico i La Union sostuvieron larga i apasionada controver­sia con La Patria, de Valparaíso, porque los prime­ros, con abundante acopio de erudición i de sólido razonamiento, aconsejaban al presidente Balmaceda que se echase en brazos del pueblo, porque ese era el único camino lójico i patriótico que le quedaba, ya que los partidos liberales habían probado su inep­titud para el gobierno i su falta de juicio para formar un conjunto serio i armónico en las alturas. La Pa­tria, órgano liberal, enardecido por estos consejos, en los que veia ante omnia un ofrecimiento de sus servicios al Gobierno por parte del partido conserva­dor, que se decia popular i contaba con los inmensos afiliados de las sociedades relijiosas de artesanos, combatió ademas a su adversario, haciéndole el cargo de incitar al Presidente a la dictadura. Esta era una manifestación del desacuerdo que reinaba entre todos los bandos i fracciones de bandos que tenían hogar fuera del gobierno i deja traslucir que sus diverjen-cias con la autoridad no eran tan notables, que no les permitieran ir a ella i asociarse a sus trabajos, con tal que el predominio de un círculo fuera esclu-sivo respecto de los otros.

Caracteriza ademas este tono peculiar de los círcu­los de oposición, que mas parecía distancia i des-armonia entre los hombres, su incesante cambio de opiniones en cuestiones de principios jenerales, que no era decoroso fueran apreciados por unos mismos hombres de cierta manera mientras ocupaban las al­turas i de otra diametralmente opuesta, al siguiente

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dia de haber desocupado los sillones ministeriales. Consecuente el partido conservador en su propósito de adquirir prestijio popular i de aparecer mas libe­ral que los mas exajerados radicales, habia lanzado en el Congreso por medio de su jenuino represen­tante, el senador Irarrázabal, la idea del estableci­miento en Chile de la Comuna Autónoma, que mo­dificaba por completo el sistema municipal que nos rije desde la fundación de la república. En estensos discursos probó el Sr. Irarrázabal la bondad i nece­sidad de su proyecto i las incalculables ventajas que su aprobación i futura implantación traerían a Chile. El ministro Errázuriz (don Isidoro) combatió con ta­lento i con no menor erudición que el adalid conser­vador i mas que todo, con argumentación que reme­daba al mas serio convencimiento, que esa ley era un absurdo en Chile. No entraremos nosotros a esponer todos los razonamientos del orador liberal; bástanos dejar establecido el hecho que señalamos i consignar ademas, que el Sr . Errázuriz estaba entonces, según nuestra opinión sincera i convencida, en la verdad, porque el proyecto del Sr. Irarrázabal pugnaba con las costumbres del pais; porque las leyes no forman los hábitos de los pueblos i porque muy principal­mente, en un pais cuya inmensa mayoría del pueblo ignorante i particularmente el de los campos, está sometido al cura i al hacendado, la comuna autónoma estaba perfectamente calculada para continuar en Chile el feudalismo del propietario de la hacienda, del dueño de la tierra, contra cuyo sistema vienen luchando las democracias i todos los liberales sin­ceros. El senador Irarrázabal habría sido el primer señor feudal de Chile en sus haciendas que ocupan departamentos enteros de la República.

Pocos dias después, el Sr . Errázuriz descendió del poder, por una de aquellas evoluciones a que con

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tanta frecuencia estaban dando orijen las desavenen­cias de los hombres i de los círculos llamados libera­les, i unidos entonces a los conservadores, hicieron bandera de combate del establecimiento de la comuna autónoma, para ir a formar séquito en torno del ada­lid conservador i declarador bueno, útil i aceptable lo que un mes antes se consideraba detestable. El pais, que un mes antes no estaba preparado para re­cibir la comuna autónoma, fué encontrado apto para su práctica correcta i así, los convencidos adversa­rios de la víspera convirtiéronse en fervientes adora­dores i entusiastas defensores de los principios que habían combatido con todo el vigor de su ciencia i de su talento.

Seria de sostener. ¿I porqué no hacerlo nosotros hoi, cuando los combatientes lo dijeron i probaron ayer, que en el poder combatian la comuna, porque amaban la autoridad i la comuna era arma en su contra; que la ensalzaban fuera del poder, porque anhelaban volver a él, porque la comuna, arma con­tra la autoridad, k s permitiría llegar arriba i cual muleta inútil la lanzarían lejos, tan pronto como hu­bieran asentado su planta en los blandos tapices de la Moneda?

¡De veras que todo esto que los políticos llaman hábiles evoluciones, solo mereceria de nuestra parte i de las jentes serias, reflexiones de desaliento i falta de fé en los hombres, en la lealtad i sinceridad de sus propósitos! La severidad i acritud con que se­ríamos inducidos a estigmatizarlas, no cuadran a la tranquilidad de criterio i de ánimo que debe domi­nar en este relato i esta es la causa porque en contra de ellas, solo daremos una razón i una condenación severa: ¡el silencio!

He ahí la historia breve i descarnada de la Iei mu­nicipal que creaba la comuna autónoma en un pais

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que desde antiguo estaba, en mucha parte, sometido a un régimen de inquilinaje que es un verdadero feudalismo de hecho, pero sin el nombre. El espíritu i la tendencia dominante de esa obra de orijen i pa­ternidad esclusivamente conservador, de consecuen­cias i de porvenir conservador, era arrebatar al Pre­sidente de la República toda la influencia política que hasta entonces habia tenido en el pais i que ejercía por medio de sus legales ajentes: los jefes de provincias i departamentos. Era uno de los últimos golpes i acaso el mas rudo i certero, que se asestaba a la omnipotencia presidencial i que dejaba a las au­toridades provinciales sin ninguna de las inmensas atribuciones de que antes gozaran. El alcade, funcio­nario independiente del poder central, naciendo del voto popular, lo era todo; los intendentes i goberna­dores, meros fantasmas, sombras de un poder en decadencia, verdaderos soldados rusos, muertos en la lucha i que, si no yacian en tierra era solo porque aun no habia osados que se atrevieran a empujarlos. Como obra de demolición de todo cuanto nos habia dado grandeza, prestijio i orden durante medio siglo, la nueva lei de municipalidades era obra completa, porque anulaba el respeto i el prestijio del principio de autoridad.

¿Cuál habría sido en este caso la conducta lójica de un presidente de la república que estuviese ani­mado de un espíritu absorbente, tiránico i que tra­tase de imponer por do quiera su capricho i su vo­luntad despótica, en contra de toda lei i del Congreso mismo? ¿Cuál habría sido la conducta del Sr . Bal-maceda, a quien sus adversarios le atribuían, no solo aquellos malévolos intentos, sino también el de cons­tituirse en dictador perpetuo i domeñar al pais en la persona de sus representantes? Cualquiera creería que en tales circunstancias, una voluntad de fierro,

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resistencia tenaz i todo género de trabas habríanse opuesto a la aceptación de una lei que quitaba al po­der hasta sus facultades propias conservadoras i de derecho natural; cualquiera creería que un majistrado a quien se pintaba con desmedida ambición de poder i dominado por absorbente delirio de atribuciones, habría usado hasta de su indiscutible derecho de veto, para impedir que la lei en proyecto llegase a serlo en realidad. I sin embargo ¡nada de eso prac­ticó el presidente Balmaceda! ¿Qué hizo? Siempre estimulado por la tendencia conciliadora que le do­minara durante toda su administración, sin duda impulsado por una jenial inclinación, que no se sus­tenta con tanta perseverancia cuando no es sincera, buscó arreglos, discusiones, cambios de ideas, hizo i obtuvo concesiones i cuando ya todo estuvo conve­nido i aceptado fuera del Congreso, la lei se presen­tó, seguro de que ningún tropiezo ni conflicto habia de producir, atento a que en la discusión todos ha­bían cedido una parte de sus pretensiones i transr-jicio en sus ideas en interés de la común concordia i de la tranquilidad pública. Ejemplos mas notorios de la absoluta inculpabilidad del presidente Balma­ceda en las ajitaciones de los círculos políticos; pruebas mas palmarias de que era un mediador i un gran ciudadano que todo le sacrificaba a la paz, ,no seria posible encontrar. Después de esta verídica, exacta i prolija manifestación de los hechos ¿quién seria osado a levantar su voz de odio ó de recrimi­nación para echar en rostro i atribuir al hoi ilustre muerto, la sola i única responsabilidad de las des­gracias de la patria? ¿Dónde está la terquedad; dónde el tenaz empecinamiento para resistir i oponer dique violento a las exijencias lejítimas de los partidos i de sus hombres? ¡Ah! Si alguna falta pudiera impu­tarse al Sr . Balmaceda, habría sido la de haber ce-

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dido tanto; la de haber siempre tañido el laúd armo­nioso de la conciliación por medio de patrióticos arreglos, que dieron margen a que se le juzgara débil i sin carácter. Bien lo comprendió él mas tarde i por eso, cuando desde Valparaíso le escribíamos preguntándole si no habría medio de evitar los ho­rrores de la guerra civil que se desataba sobre el pais, él nos contestaba haciéndonos un amistoso re­proche, de cuya verdad i certeza nos convencimos entonces i el acontecimiento le ha dado mas tarde toda la razón. «Créalo Ud., nos decia, está pecando Ud. por donde yo he pecado tanto: el buen corazón i los anhelos patrióticos."—Estas palabras dirijidas al amigo en la franca intimidad de la confianza es-pansiva, son un verdadero poema, si así nos es lícito espresarnos, que condensa en pocas palabras todo el pensamiento i todo el programa político de un hom­bre digno de que el buril del estatuario perpetúe su nombre i su memoria, para ser guardada en el amor de los pueblos ¡si es que estos fueran susceptibles de amor, i si estuviera probado que el corazón que vivifica ó alienta a las individualidades existe en ese su conjunto que tan enfáticamente se llama el pue­blo soberano! Como si siempre i en todos los países i en todas las edades, los benefactores de la huma­nidad, los que se adelantan a su época i le señalan los derroteros del bien, los que les abren el camino de la libertad i de la fraternidad, como los que rom­pen las cadenas de la esclavitud, no hubieran muerto en el patíbulo, a manos del verdugo, execrados por sus contemporáneos, u olvidados en oscura i despre­ciable mendicidad!

El partido conservador, dueño de la fortuna i de la tierra, trataba de feudalizar el país a toda costa i en sus reformas insistió en suprimir los sueldos de los intendentes i gobernadores, para que así, las perso-

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ñas del elemento social medio no pudieran aceptar esos cargos i pasasen a los hacendados, que así lle­garían a ser dueños del poder público i absolutos do­minadores en sus feudos. El partido liberal disidente 0 de oposición, acompañaba a los conservadores en estas empresas de predominio en odio a Balmaceda; pero cuando después del triunfo de la revuelta los conservadores han insistido en alcanzar sus deseos, los señores del liberalismo revolucionario les han puesto óbice. ¡Hágase así obra grande i de progreso con hombres inconsecuentes, sin ideas i dominados solo por intereses del momento!

Ya vemos cuanto hizo el presidente Balmaceda du­rante el ministerio Prats, en obsequio de la armonía; esto, sin contar con otras leyes del orden político, que, antes de estos conflictos, había dictado con ge­neral aplauso del pais i entre las que figuran: la de incompatibilidades parlamentarias i administrativas; las de jeneracion i nombramiento del poder judicial i otras que seria largo i prolijo enumerar, todas las cuales, a mas de minorar i descentralizar el poder de los presidentes, hacían correcto e independiente el funcionamiento de los poderes públicos. ¡I ese es el majistrado a quien se prestan instintos de tirano! ¡Ese el chacal a quien se pintó mas tarde sediento de sangre i de venganzas! No; el Sr . Balmaceda no fué, ni pudo ser nada de eso i por esto levantamos aquí nuestra voz débil pero justiciera, para lavarlo de la mancha que se ha pretendido echarle i que ojalá la lei moral infrinjida por ellos no caiga un dia sobre los que se han ensañado crueles hasta en su ilustre me­moria! Pero, no anticipemos los acontecimientos i la natural hilacion de los sucesos.

Apenas dos meses habia durado la vida del minis­terio Prats, que subió en alas de la confianza pública, 1 durante los cuales tantas elocuentes pruebas de la

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sinceridad i altara de sus elevadas miras habia dado el Presidente Balmaceda, cuando principiaban a di­señarse en el horizonte celajes sombríos i siniestros que auguraban su próxima descompajinacion. ¿Qué era lo que sucedia? ¿Cuáles eran los graves i altos puntos de diverjencia que surjieran? ¿No se habia sa­tisfecho a la oposición en todas sus pretensiones; no se habia arribado en todas las cuestiones de princi­pios a un arreglo decoroso i patriótico; la ley electo­ral no aseguraba a la coalición el éxito en los comi­cios públicos, o si no se lo aseguraba, no la habia de­jado en condiciones de poder luchar con ventaja con­tra las influencias oficiales? ¿No habia tenido lugar en toda la república el acto preparatorio electoral de la formación de los rejistros, en cuya oportunidad las autoridades administrativas dependientes del presi­dente de la República en nada habían intervenido, observando conducta circunspecta i prescindente? Porque, si en uno que otro punto aislado hubo pe­queñas incorrecciones, naturales en la aplicación de una ley nueva i complicada en su mecanismo, a nin­gún funcionario se le pudo imputar propósito delibe­rado de delinquir, ni menos citarle hechos concretos que probaran acto criminoso. En jeneral, el pais es­taba satisfecho.

Mas, hubo circunstancias que descorazonaron a los circuios coaligados, circunstancias independientes de-la voluntad del ejecutivo i sus ajentes e imputables únicamente a la precipitación i espiritu preconcebido con que se dictara la lei. Muchas circunscripciones i distritos electorales de importancia, que en otros tiempos contaban con facilidades para la inscripción, habían encontrado dificultades insuperables, que mu­chos no habian podido vencer para lograr inscribirse, desde que la agrupación de subdelegaciones ideada por los lejisladores, conveniente acaso para determi-

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nados fines en una rejion, era completamente inade­cuada en otras, como quiera que las rejiones pobladas del centro i sur del pais poseian todos los recursos de movilidad, de que carecían las rejiones mineras i des­pobladas del norte.—Hubo pues de presentarse nueva lei modificando i ampliando las disposiciones de la primera, en una época angustiada i en la que no fué posible darle sanción.

Habia otra seria consideración que los partidos de oposición i particularmente los liberales, hubieron de tomar muy en cuenta. — En el pais, los únicos parti­dos que habia organizados i con vínculos i relaciones en las provincias eran los conservadores i los amigos liberales de la administración. Los coaligados suel­tos, radicales, mocetones, montt-varistas, ricardistas i otros, desde que toda su labor la habian vinculado en Santiago, en las antesalas de la Moneda, donde desde largo tiempo atrás luchaban en guerra de pre­dominio, olvidando de hacerse conocer en el país, como lo hemos dicho en otro capítulo, se vieron fal­tos de fuerzas efectivas que les permitieran alcanzar el apetecido triunfo. En efecto, estudiados los nuevos rejistros electorales, los múltiples círculos liberales enumerados, habrían tenido una pobre representa-don en el Congreso. Era pues necesario abandonar la ley electoral, comuna autónoma i demás elementos de combate i de triunfo acumulados con tanto esmero para alcanzar la deseada victoria. Pero ¿dónde en­contrar nuevas armas en momentos ya críticos, por lo breve del tiempo de que podía disponerse? ¿Dónde? En el mismo arsenal tan conocido de todos ellos; en el mismo inagotable venero que desde largos años atrás venían esplotando con éxito prodijioso i por me­dio del cual, simples nulidades ayer, habian llegado ellos mismos a creerse aristocracia del talento, prín­cipes de la sangre i los únicos unjidos i miembros de

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una clase privilejiada, apta para las funciones de go­bierno, con esclusion de cualquiera otra. Esas armas estaban en el gobierno; en las influencias oficiales de los intendentes; en el prestijio que da el poder; en los abusos que impunemente les habia permitido co­meter siempre, en los que tan prácticos eran y que también eran los únicos en que tenían fe ardiente i confianza ciega. Nadie es valiente sin sus armas, ni cobarde con sus armas, se dijeron ellos, lanzándose a la conquista de las que siempre les habían perte­necido.

Los intendentes de provincia i los gobernadores eran malos desde que, encerrados dentro de la mas estricta neutralidad, i observando las prescripciones legales, miraban impasibles la lucha electoral a que se preparaban los partidos, sin acordar sus favores a ninguno. Tal sistema era sobre todo adverso a los propósitos absorbentes i avasalladores de los círculos de oposición i desde ese momento declararon cruda guerra a los funcionarios públicos, que tan en armo­nía marchaban con los vehementes anteriores deseos de los círculos políticos; i esa guerra llevóse al seno mismo del ministerio Prats, al que se exijia la inme­diata separación de un gran número de funcionarios de confianza i de nombramiento esclusivo del presi­dente de la República. La prensa daba diario i ar­diente testimonio de estas exijencias i habiendo sido llevadas por el señor Prats a conocimiento i decisión del señor Balmaceda, no sufrieron rechazo, sino que se les opuso óbice de cordura de moralidad política i de respeto i consecuencia a funcionarios públicos, envejecidos los unos en el servicio del pais, i otros, aunque nuevos, que revelaban dotes de carácter, in-telijencia e ilustración, que no era tampoco posible arrebatar inopinadamente a la administración públi­ca. No hai inconveniente, decía el presidente de la

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República, para que sean separados todos aquellos que hayan delinquido i a quienes se imputan hechos concretos que acusen una infracción legal o un atro­pello de las garantías electorales en las personas. Eso estaba dentro de los mas sanos i rectos principios de moralidad i de buen gobierno; pero eso no cuadraba a las miras i propósitos de los bandos políticos de oposición. Habian conseguido cuanto apetecían en el noble i amplio terreno de los principios; pero ese no les bastaba, querian ademas dejar solo al Sr . Balma­ceda, sin un amigo en la administración, sin un hom­bre de su confianza: el todo o nada era su divisa. Iban mas lejos aun, porque hasta el cultivo i consecuencia a las relaciones de larga i probada amistad, pretendía arrebatársele al Sr . Balmaceda. Se le hacia un crimen por la prensa i se le reprochaba con increíble acritud i destemplanza de lenguaje, que sentara a su mesa a los amigos de la víspera i de siempre, a los que ha­bíanlo acompañado en todos sus conflictos i lo habian sostenido con su consejo i con su decidida e inteli-jente labor. I mientras tanto, el ministerio Prats, co­mo si hubiera ido a las alturas en alas del esclusivismo que enjendra el triunfo, i no impulsado por los vien­tos de la unificación i de la concordia, daba prestijio a esas exajeraciones de la pasión de partido, resis­tiéndose a fundirse i entrar en el consorcio íntimo i franco con esos elementos de gobierno, que ensan­chaban los horizontes de los cooperadores de la ad-mistracion pública i política. I cual lo hacían juveni­les ardores, ellos también motejaban al Presidente que cultivase las relaciones de sus amigos de la ad­versidad i de la fortuna, e insistían en que uno en pos de otro fueran arrojados de los puestos públicos que desde antiguo ocupaban. Para no citar otros mu­chos ejemplos ¿quién podrá jamas olvidar la destem­planza de lenguaje inusitada en Chile hasta entonces

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en documentos oficiales, con que el Ministro de la Guerra D. Federico Errázuriz Echaurren trató al ilustre jeneral Barbosa, envejecido en el servicio de la nación, cubierto su pecho de honrosas medallas conquistadas en guerra estranjera, declarado bene­mérito de la patria por su heroica conducta en la gue­rra Perü-Boliviana i su cuerpo cubierto de cicatrices que lo constituían en una noble i querida reliquia para los chilenos que aun conservan el culto por la virtud i el heroísmo de sus grandes servidores? ¿I todo porqué? Porque era un leal i querido amigo del señor Balmaceda i porque al imparcial ministerio Prats principiaba a incomodarle hasta la sombra de todo lo que fuera consecuencia i lealtad al Jefe del Estado.

Insistiendo los circuios del Congreso en que el se­ñor Prats obtuviese la salida de los intendentes i go­bernadores, estaba el ministerio amenazado de cruda hostilidad, como sus antecesores. Ya no se trataba de cuestión de principios; se luchaba por las personas i se entraba así en el terreno mas arduo, mas arbitrario i mas cruel, porque todo lo desquicia i compromete, empequeñeciendo las elevadas cuestiones de interés público, para convertirlas en una chacota donde la dignidad, la calma i el respeto quedan hechos jirones en las asperidades de la lucha.

El ministerio Prats se decidió a dimitir. ¿Estaba en connivencia con el Congreso o temió sus iras? Si lo primero, no era cierta la grandeza que se atri­buyó a su nacimiento a la vida política i por tanto, aparecían justificadas las aprensiones que sobre sus propósitos i su duración se hicieron al tiempo de su elevación. En Chile todos nos conocemos i por mas que las conveniencias de la política de actualidad en­tonasen himnos de alabanza i llevasen hasta el diti­rambo la grandeza del ilustre Prats , para nadie era

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una esfinje política.—Si lo segundo, si temió las iras del Congreso, sin luchar antes i sin mostrar al pais con evidente claridad que trabajaba por alcanzar la apetecida no intervención de las autoridades, eso sig­nifica que era un jeneral sin fé, un jeneral que a los primeros disparos abandona su ejército i huye.

El ministerio Prats solo permaneció en su puesto mientras hubo aplausos, gloria que cosechar; mas, en cuanto la tormenta presentó en el horizonte sus primeros anuncios, desertó, ocultándose tras del pre-testo de intervención del Presidente de la república, intervención que no hubo, porque al retirarse, uno de sus miembros, el noble señor José Tocornal, á fuer de caballero e hidalgo, declaró en la prensa que él jamás habia visto de parte del señor Balmaceda un acto que la revelara i que si salían era porque ellos lo querian.

El ministerio Prats habia ido al poder para ser juez, para calmar las pasiones i los odios. Como juez debió ser imparcialidad, aceptando toda reclamación justa, i negándose a amparar las destituidas de ver­dad i de justicia. Debió estar sobre los partidos i so­bre el jefe mismo del estado; mas, parece que no se sintió con valor para ser justicia; vaciló cuando lle­gaba la hora de la prueba i, sin ánimo para contrariar a la oposición en la menor de sus pretensiones, com­prendió mal su deber, creyendo que debia ser acusa­dor i centinela o guardián del jefe del estado. Le faltó valor o tenia demasiado cariño por los círculos del Congreso. Pero, sea de ello lo que fuere, ese minis­terio nada hizo por la pacificación de los ánimos; el jefe de la nación lo hizo todo, cedió en todo, hasta en cuestiones de principios, como lo hemos demostrado, por conservar la armonía. ¡Lástima grande que el ministerio Prats no hubiera querido sacrificar a la tranquilidad pública una parte, débil siquiera, de la

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cómoda situación que le habían creado los aconteci­mientos para su propio prestijio i su grandeza!

Fué lo cierto que por fútiles motivos, porque el in­tendente de Santiago se resistía a destituir a un em­pleado subalterno, el ministerio se retiró i la revolu­ción quedaba acordada. Se supo entonces que el intendente no ponía óbice a la salida del subalterno, circunstancia que indudablemente debió impedir la resolución del Ministerio. Esa dificultad habría sido fácil de zanjar, porque el ministro haciendo uso de su autoridad, debió imponer al subalterno i decretar la salida del empleado i aun del intendente, si contra­riaba su política. Pero, ¿un motivo tan nimio prepa­raba los gravísimos acontecimientos que después he­mos presenciado? ¿Era él la causa única del abandono de sus puestos de los ministros que dimitían? No. La verdad era que el Congreso imponía condiciones, exijía la separación de empleados i que, de no ha­cerlo, el ministerio Prats no habría obtenido la apro­bación del presupuesto, ni lei que fijase la existencia de las fuerzas de mar i t ierra.—Si el ministerio Prats lucha i manifiesta sus propósitos, el país habría po­dido convencerse que, ni aun esa reunión de hombres que parecian de buena voluntad, era capaz de adorme­cer los planes del Congreso. ¡La revolución estaba decretada, si no se hacia la entrega incondicional del gobierno! El Sr . Prats era, por desgracia, revolucio­nario e iba a la revolución. Su conducta posterior así lo probó i no fué noble en constituirse jefe aparente de conciliación quien aprestaba las armas para la lucha.

Antes de que el ministerio Prats abandonara la Moneda, buscó todavía el presidente Balmaceda nue­vos medios de conciliación para evitar las consecuen­cias de una situación tan delicada. Propuso organizar un nuevo ministerio, que lo formarían los señores

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Darío Zañartu, Zorobabel Rodríguez, Manuel Amu-nátegui, Lauro Barros, Fernando Lazcano i Claudio Vicuña. Los tres primeros pertenecían a la mayoría del Congreso i los últimos, aunque amigos del go­bierno, solo dos pertenecían a la minoría. No es hora de hacer discusión de personas. Si hubiera habido deseo de conciliación por parte-del Congreso i sus círculos, ese ministerio, en el que estaban represen­tados hasta los conservadores, habría sido una solu­ción pacificadora. Pero, se quería la revolución, el todo o nada, i se desechó la proposición del presi­dente.

Cuando se piensa que el Presidente de la república habia estado incesantemente a la altura del mas no­ble patriotismo i de la conducta mas jenerosa, solu­cionando con sagacidad i espíritu conciliador las cuestiones que diariamente se promovían; cuando se recuerda que no hubo una sola cuestión de princi­pios en la que el majistrado no aceptase la solución mas liberal i mas en armonía con la protección de­bida a los intereses públicos i a los sagrados deberes de su cargo; i cuando, por último, se recuerda que fueron meras cuestiones de personas las que produ­jeron la desintelijencia i exaltaron hasta el delirio las pasiones de los enemigos de la administración, que mas tarde trajeron tan cruentos i profundos daños al pais; cuando todo esto se trae a la memoria, sién­tese el ánimo acongojado, llórase por la suerte futura de la patria i siéntese que los deberes del patriotismo estén tan olvidados.

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VIII .

MINISTERIO VICUÑA

El abandono que voluntariamente hicieron de sus puestos el señor Prats i sus colegas de gabinete, produjo la formación del ministerio presidido por el distinguido caballero señor Claudio Vicuña, en el cual el presidente Balmaceda no buscó ya ninguno de los elementos que figuraban en el Congreso, sino que llamó a su lado hombres adictos a su persona, a su política i que no llevaran al seno mismo del go­bierno elementos discordantes i desunidos.

Si el señor Vicuña no era un político de oficio, era sí un honrado ciudadano, ligado a las mas nota­bles familias de la capital i a proceres de nuestra in­dependencia; que contaba con amigos en todos los círculos políticos; cuyo carácter caballeroso e hidalgo no era propio para levantar, ni jamas habia produ­cido, tormentas en torno suyo i quien desde muchos años atrás venia figurando como uno de los senado­res mas leal i sinceramente adictos a las ideas libe­rales. El señor Vicuña era un carácter i durante su ministerio i después de él probó dotes de gobierno sobresalientes i un patriotismo que eleva su perso­nalidad a envidiable altura. Todas las probabilidades favorecian la creencia de que su nombre i su presti-jio pudieran ser bandera de concordia. No es esta antojadiza aseveración de cariño i predilección por un antiguo i querido amigo de la infancia. No; por­que Julio Zejers uno de los políticos mas exaltados de la última época, que mayor influencia ejercía en las resoluciones de la oposición i cuyo parecer i

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nombre se citaban por do quiera, como la voz de in­falible oráculo, publicaba poco tiempo antes un ar­tículo memorándum sensacional en el que pasaba en revista catorce a diez i seis nombres de personajes conspicuos de la capital, que elejidos candidatos a la presidencia de la república, podrían traer la unifica­ción de los partidos i producir la calma í el concier­to. El nombre de Claudio Vicuña figuraba en esa reseña con encomio superior al que nosotros hace­mos aquí de él; sin embargo, cuando mas tarde fué producida esa candidatura por la lógica natural de los acontecimientos políticos, Zejers i los suyos olvi­dan lo que poco antes afirmaran. Juzgúese por este •nuevo hecho de la consistencia i seriedad de los pro­pósitos de la oposición i véase si en la mayor parte de sus actos no se ocultaba siempre algo que traicio­naba su intransijencia i su plan de contrariar al par­tido que apoyaba a la administración Balmaceda. Es •también que estaban ya los ánimos en estremo enar­decidos para que las medidas moderadas pudieran producir la calma. Se acercaba la hora de las ampu­taciones dolorosas i el señor Vicuña no carecía tam­poco de la enerjia i seriedad de carácter necesarias para ejecutarlas. Su posición independiente, como dueño de cuantiosa fortuna acumulada durante mu­chos años de asidua labor agrícola, i no ganada en el ajio i en las especulaciones de dudoso orijen, dá­banle sobre muchos esa superioridad de carácter que enaltecia su talla política i le permitían obrar con entera independencia.

Surjia, empero, de esta combinación ministerial un nuevo conflicto i una nueva complicada situación. El Congreso estaba reunido i funcionaba, no por derecho propio sino en virtud de convocatoria a se­siones extraordinarias, que le habia sido hecha por el Presidente de la república, en virtud de atribucio-

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nes propias i facultativas que le concedia la carta fundamental. Esas sesiones podían cesar a voluntad del Presidente, apreciando él mismo en su alto crite­rio, la necesidad de poner término al funcionamiento, estraordinario del Congreso, como siempre i en todos tiempos habiase procedido por todos los presidentes anteriores, sin que jamas, en lo mas exaltado i ar­diente de las ajitaciones políticas, se hubiera atri­buido a despotismo i tiranía el ejercicio de esa pre­rrogativa exclusiva del Jefe supremo del estado. El había sido siempre, i así se lo permitía la carta, el único que prudencialmente apreciaba la oportunidad i conveniencia de clausurar el Congreso, cuando fun­cionaba estraordinariamente. En las épocas norma­les de la vida nacional, jamas hubo un caso de es-cepcion a esta hermenéntica constitucional; i en el único caso práctico, análogo al que analizamos, que se produjo en una presidencia anterior, la del tran­quilo, probo i respetado señor Aníbal Pinto, se pro­cedió como lo hizo el Sr . Balmaceda. En el año 1 8 7 9 , el país se hallaba comprometido en guerra estranjera con el Perú i Bolivia; los círculos políticos de la ca­pital se enardecían i a fin de producir ajitacion en la opinión pública i dificultades en el gobierno, de las que esperaban usufructuar en su favor, la Comisión Conservadora pasó nota al Presidente de la república, pidiéndole que, en fuerza de la gravedad de las cir­cunstancias (el vapor Rimac habia caido en poder de los peruanos) i habiendo muchas cuestiones trascen­dentales de que debería ocuparse el Congreso, venia en manifestarle la urgente conveniencia que habia de que fuera citado a sesiones estraordinarias. El presidente Pinto contestó: que para apreciar la opor­tunidad de la medida que se solicitaba, cuya califi­cación le acordaba la constitución, era indispensable que la Comisión Conservadora espusiese cuáles eran

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los asuntos de que creía pudiera ocuparse el Con­greso. A la nota que en respuesta, envió con este mo­tivo la Comisión al jefe de la nación, el Sr . Pinto contestó: que no creia llegado el caso de una convo­catoria al Congreso, porque haciendo uso de sus atribuciones propias constitucionales, él era quien calificaba la conveniencia i oportunidad de la me­dida. La Comisión Conservadora guardó silencio i a nadie ocurriósele entonces imputar al presidente Pinto una infracción constitucional, ni menos califi­carlo de que ejercía actos tiránicos i de atropello al Congreso, representado por ella, como mas tarde se hiciera con el presidente Balmaceda. I nótese que este ha sido uno de los actos mas serios de acusa­ción i en el cual se ha basado el carácter de reivin­dicación legal de los fueros del Congreso, que se han pretendido atropellados por Balmaceda; que ha sido casi el único fundamento de una revuelta que necesi­taba forjar i dar vida a móviles legales, para escon­der tras ellos los verdaderos móviles que la animaban.

Mas habia en este caso la consideración de que el Congreso no habia querido aprobar los presupues­tos para el año 1 8 9 1 , ni autorizar la subsistencia de las fuerzas de mar i tierra, leyes ambas que no se refieren a la vida política del gobierno i de los par­tidos, sino a la existencia misma nacional, a la esta­bilidad social i a la salvaguardia de la seguridad pú­blica, dentro i fuera del pais. Por mandato espreso legal, el gobierno debe presentar las leyes al Con­greso al principio de la sesión ordinaria que comien­za en Junio i termina con el fin de Agosto; i du­rante ese período de vida propia, independiente de la voluntad o del capricho del presidente de la Repú­blica, es deber del Congreso aprobar esas dos leyes constitucionales. El gobierno habia cumplido fiel­mente con el deber que la carta le impone ¿porqué

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las Cámaras dejaron trascurrir el tiempo i no cum­plieron el suyo? ¿Tenian la facultad de suspender el cumplimiento de un mandato espreso é imperativo de la constitución del estado? ¿No habia en este pro­ceder una verdadera infracción legal i constitucional, que revelaba ya en el Congreso el propósito delibe­rado de buscar pretestos i acumular motivos para oponer trabas a la marcha regular de los servicios públicos i lanzar mas tarde al pais en las vias terri­bles de la revolución? Ya en otra parte hemos anali­zado la parte legal de esta cuestión, comentando la constitución i reglamento de la Cámara de Diputa­dos, que en modo alguno la autorizaban para detener su curso, como lo acordó, a esas dos leyes nece­sarias.

Vista la actitud que asumia el Congreso, presen­tábanse dos caminos al Presidente de la república: 0 clausurarlo en virtud de atribución propia consti­tucional, o permitir que continuara funcionando. Se optó por lo primero, ya que los caminos de aveni­miento, tan buscados siempre por el Presidente, ningún efecto habían producido, i, lejos de calmar las pasiones, las enardecían i exaltaban en progre­sión creciente.

Para clausurar el Congreso debió tomarse en con­sideración que este alto cuerpo se habia lanzado en vias peligrosísimas, que dia a dia ponian en conflicto la tranquilidad pública i la seguridad de los habitan­tes. Convertido en verdadero club donde solamente se debatían los intereses i cuestiones políticas de pal­pitante actualidad, tratados con acritud en la palabra 1 exajeracion i parcialidad en la idea, era un óbice permanente al funcionamiento correcto del poder ad­ministrativo, haciendo sufrir al pais en su progreso material i deteniendo el impulso que se deseaba dar al vasto plan de obras públicas en construcción, que

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tenían comprometidos cuantiosos intereses particu­lares i del estado. Era evidente, i así estaba decla­rado por el Congreso, que no se ocuparía del despa­cho de las leyes constitucionales, i por mas que sus comisiones estudiaron, después de clausurado, aque­llos proyectos, no era su discusión el principal obje­tivo, ya que, si lo hubieran querido, habrían des­prendido la espada de Damocles que deseaban tener •sobre el poder ejecutivo, como arma para someterlo a la voluntad i capricho del Congreso.

Otros eran los horizontes, otros los proyectos en perspectiva, i esos, ni se ocultaba a nadie su conoci­miento, ni se hacia de ellos un misterio. Apenas se hubiese presentado al Congreso el ministerio Vicuña, habría sido acusado, sin oirlo, como había sido cen­surado antes el del señor Sanfuentes; i este mismo habría sido también acusado, arrebatando así al jefe de la república un gran número de hábiles i decidi­dos cooperadores, a quienes por ese medio se habría inhabilitado para el ejercicio de funciones públicas. El Presidente mismo iba a ser declarado incapaz de rejir los destinos del pais, según ya habia tratado de demostrarlo en un estenso discurso el diputado Julio Zejers, porta voz revolucionario, i como se hizo mas tarde. La ejecución de estas medidas habría produ­cido ipso [acto un verdadero desquiciamiento social, cuyas fatales consecuencias, todo el mundo hubié-ralas imputado a falta de previsión i a culpa esclu-siva de Balmaceda. ¡Tal era la exacerbación que las predicaciones de la prensa i el Congreso iban creando en los ánimos!

Un ministro de estado que lo fué en esa época aciaga, espíritu sereno i reflexivo, hace a este res­pecto revelaciones en un folleto que publicó en i8q i i que es oportuno conocer. Dicen así: «El que esto escribe, fué uno de los ministros que formó parte

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del gabinete que sucedió al del Sr . Prats . Retirado por completo de toda intervención i movimiento po­lítico, cansado é impresionado con una situación política tan excepcional, que no podia esplicarse, ni divisársele remedio para atenuar la conmoción que traspasaba el alma del patriota amante del orden i de las instituciones de su país. No pudiendo hacer valer las escusas con que resistía la aceptación de tan honroso cargo, para resolverme, pregunté á S . E. si se convocaba ó no al Congreso a sesiones extraor­dinarias, creyendo que todavía era tiempo de un avenimiento patriótico; su contestación fué que el Presidente estaba pronto a secundar lo que el Minis­terio acordara. Cuando llegó la oportunidad de tra­tar esta grave cuestión en Consejo de Ministros, tal vez llegué hasta la impertinencia, manifestando las razones que, en mi concepto, apoyaban la idea de la convocatoria i digo que tal vez llegué hasta la imper­tinencia, porque solo concibo la verdadera amistad entre partícipes que deben atender iguales propósitos de honrados servicios a la patria, siendo franco i exacto en la esposicion de las ideas i principios, sin esquivar verdades, por amargas que sean, cuando ellas nacen de profundas convicciones, i eso hice: era la mejor prueba que pude dar a mis colegas i amigos. Pues bien, a la época en que esto pasaba, el Presi­dente de la república i otros de mis colegas tenían ya noticias ciertas de los trabajos revolucionarios de la oposición, que procuraba minar i sublevar el ejér­cito; i las esposiciones que se hicieron para combatir mis ideas, eran tan graves, que confieso con toda franqueza, no les di albergue en mi escrupuloso cri­terio, porque en cuestiones trascendentales de graves consecuencias, sigo siempre el lema de Santo Tomás: «ver para creer". Me retiré del ministerio el 6 de Di­ciembre i, precisamente al mes cumplido se realiza-

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ban los anuncios hechos en Consejo de ministros, es­tallando una revolución con la sublevación de la escuadra, que fué verdadera sorpresa para el pais. Este acto no fué una resolución súbita de los mari­nos, pues varios buques del complot se hallaban dis­tantes unos de otros, en puertos próximos, es verdad, pero con paciente sijilo i paulatinamente, lo que exi-jia largo tiempo empleado, se habian dejado comple­tamente vacíos los almacenes que guardaban los ma­teriales de guerra de la armada, operación que pasó desapercibida de todos. Cuando esto vi i que era cierto que el ejército no secundaba tan siniestros planes, hice justicia a mis colegas i al Presidente de la república. Yo estaba alucinado en mi creencia: la confabulación estaba acordada como ellos me lo ha­bian asegurado: solo la retenia el momento oportuno, esperando que pasara el i.° de Enero de 1 8 0 1 para presentar al público como fundamento de la subleva­ción, la situación del Presidente en que lo habia co­locado la mayoría opositora del Congreso, no dando la lei de presupuestos ni la que fija las fuerzas de mar i tierra, porque el Congreso no habia sido con­vocado a sesiones estraordinarias; i si tal hubiera sucedido, el escándalo habría sido mayor, pues se habría destituido al Presidente, por simple acuerdo de la mayoría del Congreso, fundándose solamente en que era mayoría autoritaria, pues la constitución no le da tal atribución en ninguno de sus artículos, de la misma manera que no le da atribución para sublevarse i hacer una calamidad pública.®

El primer deber de la autoridad, su deber elemen­tal, de derecho natural, es la conservación de la paz, que es seguridad i vida para las personas, garantía de progreso para las instituciones i conquistas de la libertad. La paz es el primer bien de las sociedades. ¿De qué servirían los ferrocarriles, caminos, puentes,

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universidades, escuelas, muelles i demás obras que fomentan la industria, el comercio, i la ilustración jeneral, si el comercio se halla paralizado i en ruinas; si la industria carece de brazos, de reposo, de segu­ridad; si la juventud i el maestro abandonan las au­las para empuñar el fusil i derramar su sangre gene­rosa en servicio de pasiones e intereses que en sus nobles arranques no alcanza a comprender? Las re­formas i los adelantos son el culto ropaje con que los pueblos cubren i destierran la ignorancia, que es la desnudez moral, i son a la paz lo que los trajes a la salud: dad a la mujer que agoniza valiosos dia­mantes, finísimos encajes, telas preciadas i ella cla­mará pidiendo solo salud. Dad también a un pais en revuelta i en angustia suprema, vapores, ferrocarri­les, puentes i ese pais esclamará: solo quiero paz! Para conseguirla, ningún sacrificio es grande i por eso, el Presidente de la República, comprendiendo que era en el Congreso donde estaba el elemento perturbador que un dia debia arrebatarnos la paz, resolvió clausurarlo i esa fué la primera medida que tomara el Ministerio Vicuña, en cumplimiento de uno de los deberes mas altos i sagrados que impone el ejercicio honrado i patriótico del poder.

Mas tarde, oíamos decir al señor Balmaceda, ha-bria sido necesario cerrar el Congreso violentamente; vale mas que esté clausurado por derecho propio le­gal ejercido por el Jefe del Estado.

(Se obró mal procediendo así? Juzgando por las reglas de prudencia, es indudable que esa clausura pudo producir una pacificación en los enardecidos espíritus, si en el ánimo de los partidos de oposición no hubiera estado ya decretada i resuelta la revolu­ción. Se aguardaba el momento i la oportunidad de hacerla estallar i se acumulaban estudiosamente pre-testos que le dieran cierta apariencia de legalidad,

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porque aun no se habia perdido el pudor de la hon­radez. Así es que, clausurado o no el Congreso, la revolución habría venido, desde que habiendo pene­trado los primeros los miembros que lo componían en la senda peligrosa del atropello o inobservancia de la constitución i las leyes, hablaban al país con claridad i le señalaban esa misma senda, para que fuera acostumbrándose a sus abismos i a sus escar­padas pendientes, en contra de la perseverante i asi­dua resistencia del señor Balmaceda para seguirlos en un camino que por tantos patrióticos actos había deseado ahorrar a su patria.

En efecto, clausurado el Congreso, la Comisión Conservadora, corporación que reemplaza al Con­greso durante el receso de sus sesiones i cuya com­posición es taxativamente determinada por la consti­tución, i que la forma un número de miembros de la Cámara de Diputados i de la de Senadores, res­pectivamente elejidos por ellas, esa comisión comen­zó acto continuo a funcionar, no privadamente, como habia sido siempre práctica en Chile, sino en sesio­nes públicas, en las que sin miramiento alguno se llamaba a la sedición i al trastorno del orden pú­blico. El diputado Ladislao Errázuriz, a fin de bo­rrar el respeto i el prestijio del Jefe del Estado, tra­dicional en Chile, tratábalo allí de bandido i asesino i desarrollaba la peligrosa tesis de que cualquier ciu­dadano tenia derecho i cumpliría con un alto deber, clavando un puñal en el pecho del noble i concilia­dor presidente Balmaceda, haciendo coro a la no menos audaz arenga en que el diputado Julio Zejers procuró probar que el Sr . Balmaceda había perdido el juicio i estaba en absoluta incapacidad moral para desempeñar su cargo. ¡I todos ellos habían apretado poco antes su mano de amigos i todos habian pene­trado tantas veces a la Moneda en ademan suplican-

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te, demandando favor i honores que se les habían ampliamente acordado! He ahí a donde conduce la política i he ahí la consecuencia i la lealtad que no se practican i no obstante se exijen a los demás!

Hizo mas todavía la Comisión Conservadora en el terreno de la inobservancia d é l a constitución i en su propósito de producir una solución violenta i de fuerza. Alteró el quorum legal con que podia funcio­nar i tomó graves acuerdos que no fueron sanciona­dos, según eso, por la mayoria absoluta de sus miem­bros; llamó a su seno i permitió inmiscuirse en las discusiones a todos los diputados, formando así un cuerpo que no era contemplado, ni autorizado por la Constitución misma, cuya práctica fiel se exijia, no obstante, al presidente Balmaceda quien jamas habia dejado de ceñir su conducta a sus preceptos. Fué en balde que el diputado Bañados Espinosa i otros ami­gos del gobierno, que formaban parte de la Comi­sión, probasen en discursos nutridos de sólida argu­mentación legal, que todo cuanto se estaba haciendo era anti-constitucional i conducía al país a un abismo de deplorables estremidades; nada se oia ya. Los diputados de la minoría tuvieron que retirarse para no volver mas, desde que en aquel santuario de las leyes i de la representación popular, se les insultaba i vejaba, teniendo cada día su vida espuesta por las multitudes que se azuzaban en su contra.

Desde entonces, las relaciones del Gobierno con la Comisión limitáronse a simples acuses de recibo, que aquel enviaba en respuesta a las notas que la última le dirijia. ¡I no era posible salir ya de esa decorosa norma de conducta, porque hai situaciones en que el silencio es la única i mas poderosa arma para combatir a un enemigo injusto i despiadado! La prudencia del adversario lo desespera e incurre en aberraciones que traicionan sus propósitos. El Go-

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biemo obró constitucionalmente, no citando al Con­greso como lo pedia la Comisión Conservadora. Con­tinuó la Comisión en sus sesiones acaloradas, i su exaltación llegó a tan alto grado, que el mismo señor senador Vicente Reyes, que las presidia, hubo de protestar, anunciando que no volvería a ocupar el dosel presidencial, si no se variaba el rumbo seguido hasta entonces. ¡I el Sr . Reyes no era un partidario del Sr . Balmaceda, sino que figuraba en las filas de los círculos de oposición! Era sí carácter i modera­ción!

Todo esto acontecía dos meses antes de que la re­volución de la escuadra estallara i mucho antes del i,° de Enero de 1 8 9 1 , fecha en que según los revo­lucionarios, se habia salido de la constitución el pre­sidente Balmaceda, pero mucho antes la Comisión Conservadora habia dado el pernicioso ejemplo de •desconocerla i pisotearla.

Por este mismo tiempo, turbas formadas por estu­diantes del Instituto Nacional, incitados i estimulados en banquetes en los cuales se movían sus pasiones inconscientes promovían desórdenes en las calles de Santiago, como habían sido niños los que en Valpa­raíso cencerraron al ministerio Ibañez i como ^fueron también niños los que a fines de 1890 . hicieron en Concepción manifestaciones adversas al presidente Balmaceda, en la calle i durante un banquete que se le habia dado con motivo de su visita a los trabajos del dique de Talcahuano.

Si esas manifestaciones hubiéranse limitado sola­mente a actos ejecutados por niños pagados, acaso solo revelarían la acción sin valor de los que se ocul­taban tras de seres irresponsables, pero, la aproba­ción escrita que de esos actos incalificables hicieron muchos notables de aquella ciudad, será siempre para ella un baldón i una vergüenza. Porque el señor

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Balmaceda era un huésped ilustre que iba a inspec­cionar trabajos importantes, que un dia abrirán claro i amplio porvenir al pais i al puerto donde se hallan radicados.

No dejaremos de llamar la atención a un incidente que hará amplia luz en esta narración de justicia i de verdad, destinada a ser en lo porvenir obra de mere­cida reparación en favor del gran ciudadano, cuya perdida deploramos hoy sus amigos i a quien la pos­teridad bendecirá en sus obras.

La escuadra nacional habia conducido al presi­dente Balmaceda desde Valparaíso a Talcahuano i durante la travesia recibió pruebas inequívocas de la falta de respeto i consideración que se le guardara; pequeños actos que seria nimio relatar, así lo proba­ban. Antes de su regreso, i esto era público de norte a sur de la república, recibió aviso de que, viniéndose en la escuadra, habia el propósito de secuestrarlo i conducirlo a las islas de Pascua. Burló esta ace­chanza, haciendo su viaje por tierra.

I todo esto sucedia en noviembre, época en que el Sr . Balmaceda no habia infrinjido la Constitución, según sus propios adversarios i acusadores. Quede pues constancia de que en el terreno político i legal, el Sr . Balmaceda no habia dado un solo motivo para que se le tratara con tan marcada injusticia, con tan­ta destemplanza de lenguaje i con señales tan crueles de un odio que ninguno de sus actos habia podido inspirar! ¡I quede, ademas, constancia de que casi todas las desintelijencias i dificultades de la situación habian venido acumulándose en torno de las perso­nas i sus aspiraciones no satisfechas i no porque hu­bieran comprometidas cuestiones de principios a que el Sr . Balmaceda hubiera opuesto tenaz resistencia.

Abandonemos ya este árido campo de la política, batido por cálido aliento de pasión i de injusticia.

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que esteriliza todo lo grande i lo jeneroso que las almas buenas conciben en el interés de todos, i mien­tras llega el momento ingrato de relatar los horrores i estragos de la lucha a que se preparan hermanos, estudiemos en esferas mas serenas i fecundas en bie­nes, a fin de investigar si en ellas pudo dar margen el Sr. Balmaceda para que se pretenda hacer pasar su nombre a la posteridad con los dictados de tirano, cruel i déspota abominable, que anticipadamente recojemos i rechazamos, temerosos de que pueda creerse por un instante que los justificamos i tole­ramos.

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LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA

Nada hay mas débil i propenso a la sumisión i al servilismo que la miseria material i la pobreza de espíritu. Intelijencias cultivadas comprenden sus de­beres i los practican; conocen sus derechos i recla­man su respeto; cuerpos abatidos i encorvados por la pobreza, mendigan en humillante existencia un men­drugo para no morir; i jamas una palabra de digna altivez salió de labios del que es esclavo de sí mismo por sus propias necesidades i esclavo de todo el mundo porque puede aliviarlas.

Para dominar, basta envilecer; porque la ignoran­cia es esclavitud, es angustia del cuerpo, esterilidad intelectual. El cultivo moral por medio de la ciencia forma los jenios, levanta de la nada al leñador i lo lleva a la Presidencia de una gran nación; el porque­ro empuña el cetro relijioso del mundo, i mientras los unos ven en torno suyo horizontes oscuros, i la nada, los otros descubren mundos, iluminan los siglos con los rayos de su potente intelijencia: los unos yacen en la ignorada inmensidad del pasado; los otros viven en el mármol que perpetúa su memo­ria, cada dia iluminada por rayos purísimos de luz material, remedo de la que un dia brotara de su po­deroso cerebro.

Con grandes lumbreras se forman grandes i pode­rosas naciones; dan su nombre al siglo en que vivie­ron i la posteridad recuerda siempre a los que mere­cieron la gloria de dar el suyo al de Luis XIV.

Los tiranos de todos los pauses, de todas las eda-

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des no ignoraban estas sencillas verdades i siempre su primer cuidado fué envilecer al pueblo que domi­naban, para ejercer fácilmente sobre él, tiránico im­perio. La Roma de los Nerón, Calígula, Vitelio, no los habría tolerado si la degradación i la ignorancia no hubieran tenido profundo asiento en la masa jene ral de la nación.

¿Cómo podría entonces pretenderse que un man­datario cuya mas viva preocupación fuese la de le­vantar el nivel moral e intelectual de sus gobernados por medio de la ilustración, tuviera al mismo tiempo la pretensión de constituirse en su tirano, dominador de sus voluntades? ¿Cómo podría imajinarse que quien educa al pueblo es para mejor sojuzgarlo i no darle la aptitud de bastarse a sí mismo siendo libre e independiente en sus actos? ¿Cómo podría conce­birse que quien facilita a sus gobernados los medios de subvenir con facilidad a sus necesidades materia­les, encorva el cuerpo de los mismos para dejar caer sobre ellos el látigo del verdugo? Jamas, administra­ción alguna en Chile habia hecho mas en favor de la difusión de las luces i por levantar la condición inte­lectual i material de las clases pobres, no solo res­pecto del hombre, sino también de la mujer misma.

Numerosas escuelas prácticas de aplicación fueron creadas para enseñar la fabricación de guantes, con­fecciones, cartonería i otras industrias manuales, que ya están dando provecho a numerosas familias a quienes antes no aguardaba otro porvenir que la mi­seria o la prostitución.

Profesores idóneos en todos los ramos fueron con­tratados en Europa i traídos a Chile, para implantar nuevos métodos de enseñanza, reemplazando los an­tiguos atrasados que hasta hoi no es posible desterrar por completo.

Escuelas prácticas de agricultura fueron creadas

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en muchos pueblos que, como Vicuña i otros, gozan ya de sus beneficios.

Escuelas prácticas de mineria i normal de maestras dieron a la Serena i a todas las provincias del Norte, medios de instrucción i de provechoso empleo a gran número de jóvenes, que llevarán a sus nuevas ocupa­ciones, caudal de conocimientos que de otro modo no obtuvieran.

Un Instituto Pedagójico establecido en Santiago bajo la dirección de hábiles profesores contratados especialmente en Europa, está formando maestros para los liceos i colegios nacionales, para implantar en ellos el sistema concéntrico de enseñanza.

Escuelas normales de maestros i maestras en San­tiago, han recibido notables mejoras en sus métodos de aprendizaje i en su material i se les dotó de pro­fesores europeos de reconocida ilustración.

Numerosa pléyade de jóvenes fueron enviados a Europa a espensas de la nación, para perfeccionar allí sus estudios i ensanchar sus conocimientos, en la pintura, la escultura, la pedagojia i enseñanza es­colar, la medicina, las matemáticas i las ciencias na­turales.

Un Congreso pedagójico reunía en la capital de la República a todos los maestros e iniciaba una labor de unificación de ideas i de propósitos, propios para producir en el porvenir frutos de progreso i engran­decimiento nacionales.

Casi no hubo ájente de ilustración i enseñanza de la juventud que la administración del Sr. Balmaceda no protejiese con amplia liberalidad. Su labor fué en ese terreno grande i fecunda. Ese solo ramo de su administración daría tarea vastísima para formarle un pedestal de gloria, que en balde tratarán de ocul­tar sus enemigos. Escribimos sin tener documentos a la vista i deploramos que nuestra memoria nos sea

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infiel, porque lo poco que dejamos estampado, es apenas un pálido bosquejo de lo mucho grande e interesante que los documentos oficiales nos permiti­rían revelar.

Pero, si en el orden intelectual fué fecunda la obra del Sr . Balmaceda en servicio de la juventud, que es el servicio del porvenir nacional, fué mucho mayor aun en el orden material, en el cual introdujo una verdadera provechosa revolución en las escuelas i colejios.

Mas de cien escuelas públicas de vasta i sólida construcción vieron alzarse sus cimientos en la capi­tal, en las cabeceras de provincia i departamentos. Un suntuoso Liceo para niñas se ostenta en Valpa­raiso i por todas partes aparecen lujosos palacios destinados a recibir cada uno cuatrocientos a ocho­cientos alumnos de las escuelas públicas, donde se formará la verdadera democracia i la sólida base del progreso futuro de Chile. La ciudad de la Serena veia alzarse con júbilo el majestuoso edificio donde habían de recibirse cuatrocientas niñas que mas tarde serian maestras; dos construcciones para escuelas, ahí, en Ovalle, en Vicuña i por doquiera, darán du­rante muchos años testimonio elocuente con su mudo silencio, de que no han podido continuarse porque la ola inmoral de la revuelta esterilizó la fecunda labor del gran chileno. Pero mas elocuente aun i mas per­petuo será el decir tranquilo i majestuoso de setenta i tantas de esas valiosas construcciones, que el señor Balmaceda alcanzó a dejar terminadas. La mano de la pasión i del encono personal no podrá jamas ser tan audaz i criminal, que vaya a caer sobre ese libro abierto, que permanecerá allí durante un siglo mas para que las jeneraciones del pueblo venidero repitan con agradecimiento el nombre de quien hizo tanto por él. Leerá la historia, conocerá la que hoy se está

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escribiendo en la prensa diaria con tinte de odio i de crueldad, que malea el criterio de las jeneraciones que se alzan, i cuando recorriendo uno a uno los pueblos de la República, en todos ellos, el labio del anciano i el del niño que se educa le digan: Aquella escuela suntuosa la construyó el presidente Balma­ceda; voi a la escuela levantada por él, tendrá nece­sariamente que esclamar, si aun queda un resto de justicia i de imparcialidad entre los hombres: ¡No: el presidente Balmaceda no fué un tirano, ni quiso serlo!

I allí estarán para atestiguarlo la escuela normal de preceptores de Chillan trasformada, la de precep­tores de Concepción; la escuela técnica de niñas de Santiago, la profesional agrícola de Chillan, la de artes i oficios de Santiago, el Liceo de Antofagasta i veinte mas de capital importancia.

Ni eran solo los edificios, los que habían llamado la atención del presidente Balmaceda; lo fueron tam­bién sus elementos materiales de enseñanza; los ma­pas, los gabinetes de física, que encargó a Europa con profusión, para ellas i para los liceos provin­ciales.

S i hubiera de hacerse un inventario de toda la obra de progreso que en este ramo realizó el Sr . Bal­maceda i si esa misma obra hubiera de ponerse en parangón con toda la suma de trabajo intelijente, patriótico i activo realizado por todos los presidentes, sus antecesores, de seguro que inmensa superioridad resultaría en favor de la primera, aun juzgada con ánimo dirijido por soplo de parcialidad contra él.

Ni fueron tan solo la enseñanza i construcciones escolares las que recibieron aliento vigoroso de ade­lanto. La instrucción secundaria, destinada a abrir el camino a las diversas profesiones literarias i cien­tíficas, a mas de ser dotada en la capital con un

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nuevo liceo nacional, que lleva el nombre del ilustre maestro Amunátegui, se preparaba a entrar en el goce del vasto internado para mil alumnos i el ejér­cito iba a recibir en breve el grande i sólido palacio que se alza al estremo de la Avenida del Diez i Ocho. En la primera de estas construcciones van invertidos mas de un millón i medio de pesos i una vez termi­nada alcanzará un valor de dos millones. Pero, ni a la una, ni a la otra, que costará otro millón, podrá nadie arrebatarles la gloria de haber sido decretadas i casi terminadas durante la administración Balma­ceda. Mañana vendrá otra mano i sobre los estucos de las suntuosas construcciones estampará el nombre de la administración que vea su definitiva edifica­ción; pero eso no amenguará en nada la gloria ni el mérito del Sr. Balmaceda, que pueden descansar majestuosos sobre dos tan sólidos e imperecederos pedestales.

¡I cosa admirable! ¡Fenómeno incomprensible! — Los mismos colaboradores del Sr . Balmaceda en esta grande obra de progreso i rejeneracion social; los mismos que habían puesto su firma al lado de la suya para autorizar como ministros de estado su eje­cución, fueron los primeros en lanzarle al rostro car­gos de desacierto ¡ malversación porque acometía tan valiosas construcciones. I fueron también a le­vantar la juventud, i ajitando i alhagando en ella sus nobles impulsos, llegaron a despertar en sus pechos vientos de violenta pasión i de odio contra el señor Balmaceda. ¡I esa juventud que tanto le debiera, fué la vanguardia de la revolución, reclutada en las aulas del instituto nacional i de la universidad i alentada en meetings i banquetes en los que se enardecia in­consideradamente su alma jenerosa! ¡Como si se quisiera que nadie quedase con ánimo sereno para empuñar mas tarde con tranquila conciencia las rien-

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das del gobierno i hacer administración de trabajo i de imparcial rectitud!

¡Si se preguntara a esa juventud por qué odiaba al Sr . Balmaceda i por qué deseaba para él las jemo-nias i la muerte, acaso respondería solo con vanas declamaciones aprendidas en el club, quizas oiríamos repetir la condenación del ilustre proscrito: estamos cansados de oirlo llamar intelijente, trabajador, ami­go de la juventud i ardiente patriota que prepara un gran porvenir para la nación!

¡Quiera el cielo que no se cumplan en nosotros los castigos que las infracciones de leyes morales inmu­tables hacen caer sobre los pueblos i que, las des­lealtades i crímenes contra la justicia, si no nos dis­persan un dia i condenan a vivir errantes, cual pue­blo maldito, nos sometan al vasallaje de razas mas morales, mas puras i menos dominadas por el espíri­tu de la exajeracion injusta i de la maldad!

¡A cuan serias reflecciones se presta el triste papel que a la juventud se ha hecho desempeñar en la cam­paña de odios contra el presidente Balmaceda! Pero todas ellas pueden condensarse en una que foima la esencia de todas: la mala dirección impresa desde veinticinco años atrás a la educación i a los estudios morales en las aulas sostenidas por el Estado. Ln espíritu perverso de maligno proselitismo, Diego Barros Arana, alzó allí escuela de incredulidad, alzó escuela de ateismo i de veneración por aquellos que escarnecieron la verdad i arrebatando del alma en edad temprana los sentimientos mas nobles, sustituyó a Dios por la nada i el acaso; reemplazó el respeto i la veneración por el padre i por la ancianidad, por vientos de menosprecio i por aires de suficiencia in­consciente e inesperta: la familia se ha visto dañada i desechos sus fundamentos sólidos, basados en la

. esperiencia del superior, para ser supeditados por

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una vanidad que asombra i cuyos fundamentos se ignoran. Destruida la base de existencia correcta de la familia, predominando en ella el capricho del hijo y burlada la autoridad paterna, todo freno ha sido roto i destruida así la piedra angular en que descansa i sobre la cual principia toda la jerarquía autoritaria, natural ha sido el menosprecio que esa juventud ha hecho, con lujo de ostentación audaz, de las mas altas reputaciones, de los mas nobles propósitos que ha desconocido; i pisoteando ella la primera todo aquello que á Chile dio siempre gloria i prestijio, ha producido el mas grande de los naufragios: el del principio de autoridad.

I a esto se llama progreso i civilización i quien ini­ció en las aulas el funesto sistema, quitando a Dios del alma i suprimiendo el respeto a la autoridad, lleva el título de sabio; i este sabio se ha unido mas tarde en íntimo consorcio para continuar su obra de demolición moral, con otro poder social, mas intere­sado que nadie en la conservación de la idea de orden i de moralidad; i el que niega a Dios va al lado de quienes lo ensalzan i veneran. Contradiciones de ta­maña magnitud tienden a desmoralizar i desmoralizan cada dia mas la sociedad, i tarde o temprano tendrán ellas que traer otro naufragio mayor, arrebatando en su precipitada marcha i llevando a su ruina a los hombres que mas debieran, en interés de su propia doctrina, levantar en alto la bandera de la seriedad, del orden i del respeto a la autoridad temporal, que -da aliento i protección a la autoridad relijiosa.

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L A S OBRAS PÚBLICAS

Ninguna administración en Chile dio jamás un impulso tan vigoroso i un desarrollo tan amplio a l a s obras públicas de todo jénero. Ellas solas bastan para hacer la gloria de la presidencia Balmaceda i nadie podrá jamás arrebatarle los titulos merecidos al agra­decimiento de sus conciudadanos i a la veneración i al respeto que por tantos otros títulos le correspon­den. Mañana, cuando la ola de las pasiones políticas-del momento disipe la atmósfera tenebrosa que han tratado de formar a su memoria i a su gobierno, la luz de la verdad i de la justicia abriránse amplio ca­mino de reparadora glorificación i si el mármol no alza majestuoso en los paseos públicos de la capital,, la estatua que el arte i la patria agradecida le deben r

en cambio, habrá en esa misma capital i en todos Ios-ámbitos de la república, mil testimonios, grabados' en el granito los unos, en el acero los otros, que no podrán ser suprimidos sin arrebatar al progreso i a la gloria de la patria, sus mas preciadas joyas i sus mas ricas conquistas en las luchas por su engrande­cimiento.

La canalización del Mapocho es una obra monu­mental i jigantesca cuyo costo total alcanza a dos mi­llones de pesos. Ella no solo es un atrevido i feliz trabajo material, sino también obra reproductiva, por los valiosos terrenos que ha formado; obra de salu­bridad pública porque ha hecho desaparecer uno de los focos de pestilencia e insalubridad de la capital, i que durante siglos perpetuará la memoria de su ini-

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ciador, porque la mas loca de las insensateces no po­dría jamás soñar en el pensamiento de destruirla o modificarla. Antes de abandonar el señor Balmaceda la Moneda, ya esta grande obra prestaba sus servi­cios, i cuando sus adversarios lo pintaban encerrado en la casa de gobierno, de temor al pueblo, que de­cían lo odiaban, él recorría, acompañado solo de un edecán, la magna obra, seguido de ese mismo pueblo que muchas veces lo aclamó reconocido.

Las ciudades de Limache, Quillota, Curicó, San Fernando, Chillan, San Felipe, Los Andes i veinte mas, cuyos habitantes carecian de agua potable i su­frían por las malas condiciones de hijiene, vieron a numerosas comisiones de injenieros estudiar las fuen­tes i surtidores próximos i para cada una de ellas se prepararon prolijos proyectos para dotarlas de agua por cañería. Habían llegado de Europa los materiales encargados para llevar a cabo esas obras i ya muchas poblaciones estaban gozando de un servicio que tanto les beneficia.

Coronel, Los Anjeles, Quirihue, Temuco, Tomé, Buin, Collipulli, Linares, Los Andes, Molina, Ova-lie, Serena, San Bernardo, San Fernando, San Ja ­vier, Traigen i Santiago, vieron alzarse valiosas construcciones de cárceles i Talca presenciaba una importante transformación de la que poseía. El sis­tema carcelario de Chile podrá admitir en lo venidero reformas importantes, merced a la incansable i afanosa actividad de un patriota majistrado. cuyo anhelo por el engrandecimiento nacional era tanto, que su nom­bre quedará por siglos vinculado a todas sus reformas trascendentales.

Edificó también una escuela normal de preceptores en Santiago, mejoró notablemente el Observatorio Astronómico, construyó aduana en Valdivia: dejó muy adelantado el palacio del Ministerio de Industria

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i Obras públicas; los palacios para las intendencias de Arauco, Serena, Linares, Talca i Curicó i tantas otras obras que los documentos públicos de que ca­recemos lejos de la patria, no nos permiten enumerar prolijamente; pero todas ellas i las muchas escuelas, ya construidas o en construcción, representan un va­lor de mas de diez millones de pesos, en cuya mayor parte fueron a dar pan i bienestar a centenares de familias de artesanos, de contratistas i de injenieros distinguidos, distribuidos por todas las provincias i departamentos de la república i que fomentaron el desarrollo i creación de industrias. ¡Ese era el tirano i el déspota a quien se ha acusado con increible in­justicia i acritud! Era un jenio i un redentor que de­seaba levantar a la patria por sobre toda grande es-pectativa. Como jenio debia tener émulos i rencores profundos ¡que no despiertan odios i levanten tem­pestades las medianías! ¡como redentor debia ser sa­crificado!

Valparaíso vio continuar la obra monumental de los malecones, obra de ornato, de salubridad i ver­daderamente reproductiva, por los valiosos terrenos que forma, conquistándolos al mar.

Mas de cuarenta valiosos puentes echados en diver­sos ríos han facilitado la comunicación entre los cam­pos i ciudades i permitido a la industria, al comercio i a la agricultura desarrollarse con rápido vuelo.

Cubrió el país de abundante red de telégrafos, construyó numerosos muelles en los puertos e im­pulsó con vigor la construcción del dique seco de Talcahuano, obra que servirá a la conservación i re­paración de nuestra marina de guerra, que favorecerá e impulsará el progreso de las provincias australes de la república, a cuyo puerto llevará numerosas na­ves, por las ventajas que aquella grande obra les asegura. N

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Los ferrocarriles recibieron muchos puentes defini­tivos de que carecian con grave daño del tráfico, siendo algunos de ellos monumentales como los del Bio-bio, Laja i Maule, construidos en los talleres na­cionales, que recibían así amplia protección indus­trial, construyendo también para la nación muchas locomotoras en las que el artífice chileno obtuvo bien remunerado trabajo.

Los caminos públicos fueron atendidos con parti­cular predilección i se abrieron muchos nuevos, entre los que figura el de la ciudad de la Serena a la Hi-quera i muchos otros.

A mas de toda esta labor fecunda, bastante por sí sola para hacer la gloria de muchas administraciones, el presidente Balmaceda dio aliento al estudio i eje­cución de novecientos kilómetros de nuevos ferroca­rriles, algunos de los cuales prestaban ya servicios al pais al espirar su periodo presidencial. Hai en ellos túneles numerosos, viaductos atrevidos como el del Malleco, que estiende sus brazos de acero entre los es­treñios de un abismo que se salva a mas de cien me­tros de altura. Concepción de un hábil ingeniero chileno, fué trabajado en el Creuzot i deja allí testi­monio eterno de la incansable labor del patriota ma­gistrado i de su incuestionable amor a su pueblo i a su bienestar.

Prolijos seríamos si fuéramos a señalar una a una todas las obras de arte de capital importancia que los ferrocarriles recibieron durante el agitado periodo de la administración Balmaceda. Pero, no haríamos obra de justicia si olvidáramos señalar aquí la protección decidida que prestó al estudio de la formación de un puerto militar en Llico i a la unión de este con la ciudad de Curicó por medio de un ferrocarril, l ié ahí una de las concepciones mas felices i mas atrevidas de obras para el porvenir, que los hombres de mañana

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encontrarán preparadas i estudiadas en sus menores detalles, mediante la actividad sin ejemplo del señor Balmaceda.

Mas, no era eso solo, pidió al Congreso, pero no llegó a obtener, fondos bastantes para hacer los es­tudios de un ferrocarril que ligase a la capital de la república con las rejiones salitrales i mineras del nor­te. Obra de seguridad nacional i de amparo a la in­dustria minera, a que debe Chile gran parte de su engrandecimiento, era la concepción mas atrevida por su grandeza i magnitud i mas previsora como concepción de estadista de vista perspicaz i segura. Ya las pasiones principiaban a ajitarse solapadamente en contra del señor Balmaceda i. sin negarle los fondos que pedia, apenas 400 mil pesos, se aplazó la discu­sión de tan grandioso proyecto. El señor Balmaceda veia el territorio de Tarapacá aislado del centro del pais ' i queria ligarlo a él, desde que solo podia de­fenderse por m a r . El comprendía indudablemente que una nación estranjera con poderosa escuadra podia adueñarse de aquellas valiosas rejiones; pero, jamás pensó sin duda, que en un porvenir no remoto, ha­bían de ser los chilenos mismos quienes, para hacer presión sobre el primer majistrado de la nación i obligarlo a ceder a sus propósitos i aspiraciones po­líticas, habían de hacer campo de lucha fratricida los territorios mismos donde el común esfuerzo de todos los chilenos escribió con actos gloriosos la página mas honrosa de la historia patria.

Los adversarios del señor Balmaceda combatieron la utilidad de esa obra, que también habria permitido estudiar con economía el desierto para arrebatarle sus ocultas riquezas. La motejaron también de un delirio, pero lo cierto ha sido que el hecho ha venido a probar que los temores del señor Balmaceda i sus previsiones certeras, fueron los mismos que los com-

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batían quienes se encargaron de darles amplía justi­ficación.

Pero, tan grandes obras i tan múltiples por la variedad de conocimientos i de hombres aptos que exijian, demandaban una organización i directores consagrados esclusivamente a su ejecución. A este propósito obedeció la creación del ministerio de in­dustria i obras públicas i la dirección jeneral de ellas, encomendada a una oficina técnica, que también creó el señor Balmaceda. En ella tuvieron ocupación nu­merosos injenieros chilenos í no pocos contratados en Europa, que vinieron a dar impulso a los trabajos i a comunicar inapreciables conocimientos prácticos a nuestros jóvenes injenieros.

Hai dos aspectos bajo los cuales es deber contem­plar al vasto plan de obras públicas concebido i lle­vado a cabo por el señor Balmaceda. El uno es esen­cialmente político, el otro administrativo; i este último tiene por objeto levantar cargos que la pasión política inescrupulosa formulara sin justicia, ni fun­damento contra el presidente Balmaceda.

Ocupémonos del primero. Desde mui antiguo en Chile, el partido liberal ha sido indisciplinado i falto de unidad. Ya en tiempo de la presidencia de don Manuel Montt, a quien tan ruda guerra le hiciera, manifestaba sus anárquicas tendencias i sus divisio­nes intestinas, tanto que, ese distinguido político de­cía: que era un partido en el que la mayoría de sus afiliados querían ser jefes, no reconocían superiori­dad i habia tantos jenerales como soldados. Apesar de la lucha encarnizada que el liberalismo sostuvo contra Montt i apesar de los peligros que según ellos mismos, coma su causa i sus personas, no hubo nunca perfecto acuerdo i tuvieron divisiones que los dañaron. En la presidencia del señor Pérez, que los llamó al gobierno, principiaron a manifestar su pro-

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pensión, a la intestina discordia, apesar de que tenían en perspectiva al partido caido, al que trataban de estinguir del gobierno. Mas ostensibles fueron sus divisiones durante la presidencia Errázuriz, las que dominó mediante su enerjia i habilidad política. El presidente Pinto logró mantener unidas las hues­tes liberales, merced a la necesidad de conjurar el peligro estranjero, que nos venia del lado del Perú r Bolivia; i el presidente Santa Maria, a mas de esta circunstancia, que también lo favoreció; a mas de su indiscutible enerjia i tacto político, agrupó por poco tiempo a los liberales, presentándoles un plan de re­formas reolójicas, que no pudo durar tanto que, en las postrimerías de su gobierno, no viera ya a la libe­ral familia descompuesta en numerosos círculos que luchaban entre sí i que le suscitaron gravísimos con­flictos en el congreso, de los que pudo escapar solo por un golpe de mayoría.

Dividida profundamente la familia liberal, recibió­la el presidente Balmaceda dispersa, i mas profundas que nunca las esciciones, por lo que habian tenido de personales i por lo ligadas que estaban a las aspi­raciones a la presidencia de la república, sustentadas por muchos. Para aunarla ya no tenia guerra estran-jera, ni habia reformas teolójicas, que él no deseaba renovar durante su administración. Hubo de idear en consecuencia, un vasto plan de trabajos públicos que llamase verdaderamente la atención i ligase á su realización el común esfuerzo de todos sus colabora­dores. Pero eso no fué bastante, i mayor que su anhelo de engrandecimiento nacional, fué el que otros tenían de satisfacer aspiraciones de política personal. Vio durante algún tiempo el presidente Balmaceda, que se le prestaba cooperación i que sus amigos del Congreso no trepidaban en concederle recursos para realizar sus vastos planes. Mas, mui en

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breve hicieron de ellos arma de partido i esgrimieron contra él el cargo de derrochador, olvidando que to­dos ellos habían contribuido a su ejecución, ya como diputados o senadores, ya en su carácter de ministros de estado.

Obedecia pues a propósitos de unificación del par­tido liberal o de olvido de sus constantes quejas, la ejecución de tan prodijioso número de obras públi­cas i de empresas útiles; i bajo este punto de vista, no pudo ser mas hábilmente concebido. El tesoro público tenia ademas un crecido sobrante; era correc­to darle útil empleo antes que mantenerlo inactivo, como una espectativa i una tentación de especulacio­nes peligrosas no imposibles, dada la ardiente sed de oro i especulaciones en grande i a la gruesa ven­tura que algunos descubrieran. El presidente Balma­ceda prefirió emprender grandes obras i lanzar los millones al pueblo, al artesano, al industrial, quienes por ese medio tuvieron trabajo ¡b i enes t a r durante su administración. ¡Ingratos i criminales serian, si no conservasen recuerdo imborrable de gratitud por el hombre i por el majistrado que mas hizo por en­sanchar los horizontes de su nivel moral en la es­cuela, i de su prosperidad material por el trabajo!

Con motivo de las obras públicas en construcción, i este es el segundo aspecto bajo el cual es deber contemplarlas, alzóse-grita destemplada acusándolas de innecesarias i aún de derroche i malversación. Bastarianos para justificar al presidente Balmaceda, esponer que los edificios de escuelas, ferrocarriles i demás construcciones, fueron autorizadas por los mismos que las vituperaban, ya en su carácter de ministros de estado, ya como diputados o senadores; que ellos mismos concedieron los fondos i que tuvie­ron a su cargo, la alta vijilancia de esos mismos tra­bajos. ¿Cómo consentían entonces el derroche i la

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malversación? Lo cierto es que, mientras ocupaban los sillones ministeriales, no se veían aquellas faltas, que solo se percibían desde la oposición i lejos del palacio presidencial.

El derroche o mala inversión no podia existir, desde que toda obra se emprendía con sujeción a un presupuesto, a planos previamente preparados por la Dirección de Obras Públicas i en virtud de contra­tos celebrados con contratistas en pública licitación. A nosotros mismos nos consta, por la injerencia i conocimiento que como intendente de provincia tu­vimos en muchas de esas obras, la corrección con que los trabajos se ejecutaban i la serie de trabas i formalidades a que los cootratistas tenian que so­meterse para percibir una parte solamente de la obra ejecutada cada mes.

Pero ¿a qué detenernos en la contemplación de cargos fútiles i vagos que jamas llegaron a concre­tarse i que, si lo fueran, serian victoriosamente re­futados? Por el honor de la alta majistratura chilena, siempre proba, i mas que eso, por respeto a la me­moria del mas caballeroso i honrado de los majistrados chilenos, guardamos silencio, seguros de que ni uno solo de los enemigos del señor Balmaceda intentará sustentar cargos que caerían también sobre ellos i sobre Chile. Después de caido el Señor Balmaceda i perseguidos tenazmente sus .amigos, ninguno ha podido ser acusado, ni perseguido por peculados o crímenes de análoga naturaleza.

S i alguna observación pudiera hacerse al presi­dente Balmaceda, seria la de haber acometido tantos trabajos simultáneamente i haber contratado con un solo empresario, la vasta red de ferrocarriles que inició. Pero, si tal resolución puede ser combatida, tiene también razones que la abonan i, sea de ello lo que fuere, esa era una resolución meramente de de-

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talle, que fué por otra parte, sancionada en esa forma por el Congreso. ¿Por qué no se opuso a ella, sino que la aprobó unánimamente para combatirla des­pués?

El majistrado que realizó una grande operación financiera convirtiendo nuestra deuda para tener una economía anual de dos millones de pesos; que san­cionó leyes económicas destinadas a protejer la in­dustria i aliviar la condición del trabajador i la clase pobre; que transó por poco mas de medio millón de pesos reclamos que ante los tribunales arbitrales se hacían ascender a mas de veinticinco millones por los damnificados en la guerra con el Perú i Bolivia; que salvó al país de peligros i temores, transando por poco mas de un millón de pesos las reclamacio­nes por certificados salitreros, que se hacían ascen­der a mas de diez; que transó i arregló por ochocien­tas . mil libras el cuantioso reclamo de doscientos millones de pesos de los tenedores de bonos perua­nos i que ademas zanjó prudentemente i con tino pa­triótico que lo enaltece, el ardiente reclamo que un Ministro de la Francia hacia en favor de Dreyffus, ese majistrado decimos, i lo decimos con noble or­gullo de chilenos, no puede jamas ser sospechado del más leve inescrupuloso manejo. Cuando todos estos hechos se recuerdan, ensánchase el alma i siéntese poseída de profunda satisfacción, porque ellos hacen divisar los resplandores de la aurora de la justicia histórica, que llega para un chileno, tan noblemente patriota, tan sabiamente inspirado i por desgracia tan mal comprendido i tan calumniado por sus con­temporáneos. ¡Justicia tardía será, pero es justicia reparadora, que llevará bálsamo de consuelo a los suyos, orgullosa satisfacción a quienes lo acompaña­mos hasta el fin i desagravio a la patria, que malos hijos han procurado presentar ante el mundo co-

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lito gobernada por el último i mas perverso de los hombres.

No son vanas i declamatorias frases las que refle­jan i pintan los hombres i sus propósitos. Son los hechos. Bastan los enumerados en este capítulo para que la voz de la imparcialidad alce cántico de aplauso i admiración al ilustre chileno, arrebatado en hora aciaga a su familia, a sus amigos i al pais.

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EL CLERO, LA MUJER, LOS MARINOS

Consorcio original, parecerá sin duda, el que refle­jan los tres nombres que hai al frente de este capí­tulo; pero como ese consorcio ha existido en los he­chos i fueron esos ajentes los principales que dieron aliento e impulso a la revolución i como fueron así mismo los que durante la administración Balmaceda recibieran mas amplia protección, necesario es con­templarlos en conjunto, por mas que pudiera ofen­derse la grave seriedad que afecta el primero, el pu­dor que la segunda no ha sabido respetar i el orgullo de los últimos.

Es un fenómeno digno de ser observado el que tuvo lugar durante la administración Balmaceda: to­da persona, toda institución protejida por él, con mui raras excepciones, fueron mas tarde sus mas crue­les enemigos. Abundante enumeración de personali­dades podríamos hacer en este lugar, si fuere nuestro propósito empequeñecer la causa del Sr . Balmaceda, haciendo aquí lujo de las personas que solo figuraban en la oposición porque habían visto frustrada una quimérica aspiración, defraudadas espectativas que no era dable amparar, no conseguido un empleo, un favor cualquiera, todo lo cual se proclamaba sin em­bozo, pero que mas tarde fué a ampararse i ocultarse tras la mentida bandera de la defensa de los fueros del Congreso, que se pretendían hollados i desconocidos. Un doctor en medicina que llegó a ser ministro mer­ced al cariño del Sr . Balmaceda, fué después uno de sus enemigos, porque según decía, a su bajada del

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ministerio ya no podia ejercer su profesión, lo que, no obstante, no pasaba de ser una sandez i una preo­cupación de su parte. ¡Así fueron muchos de sus ene­migos !

Ocupémonos solo de las inconsecuencias i desleal­tades en grande i que, afectando a una colectividad, no van dirijidas a determinadas personas.

Toca la primacía al clero, que tan principal papel desempeñó en la ajitacion i enardecimiento de las pasiones, por medio de la mujer creyente i fanatiza­da, a la que se hizo abrir campaña de odios i exalta­ciones increíbles, que tan mal se avienen con su natu­ral debilidad i sentimientos tranquilos i bondadosos, como se avenian también mal con el carácter i misión caritativa, de paz i de confraternidad que a los pri­meros impone su sagrado ministerio.

¿Cuáles eran las quejas que el clero i los poblado­res de los conventos tenian contra el presidente Bal­maceda i su administración?

Al advenimiento al poder encontró el presidente Balmaceda a la iglesia chilena sin obispos; los coros desiertos, i sin canónigos; la cuestión cementerios en condiciones que por falta de un acuerdo mantenia ti­rantes las relaciones entre el poder civil i el eclesiás­tico; la clerecia misma dividida por consecuencia de aquella tremenda campaña de desprestijio, de intri­gas i de acusaciones ¿i por qué no decirlo? de envi­dias i emulaciones, que se mantuvo tremenda i obstinada en contra de uno de los sacerdotes mas bien inspirados en el espíritu cristiano i cuya noble con­ducta, su saber, su fama de brillante orador sagrado i su espíritu caritativo, habíanle creado en todo el país aureola de prestijío, de cariño i de sincera vene­ración. El canónigo Francisco de Paula Taforó era este ilustre chileno, a quien el presidente Santa María presentó al papa como candidato al arzobispado va-

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cante de Santiago, después de haber tenido el voto unánime de la Cámara de Senadores i del Consejo de Estado, altas corporaciones llamadas a intervenir en la designación del candidato. ¿Quién habrá podido olvidar la escisión que este acontecimiento produjo en el clero i cuan tremenda fué la obra de desprestigio i de gratuitas calumnias que con saña implacable se dejaron caer sobre el noble anciano i venerable sacer­dote, que anticipadamente bajó al sepulcro, cediendo al peso de una guerra tenaz, despiadada i sin cuartel? ¿Quién ha olvidado, ni olvidar podría, que hasta se constituyó en Roma un sacerdote emisario, que era el trasmisor i buzón por donde llegaban a la curia ro­mana, desde la capital de Chile, las reclamaciones que al fin desbarataron la candidatura Taforó? Sin duda que esta conducta del clero santiaguino, que tanto lo dañó en su antiguo prestijio, fué causa para que el Sr . Santa María, herido sin duda en su digni­dad de jefe del estado, no volviera a proponer otro candidato arzobispal, ni llenara las canonjías vacan­tes, ni tampoco otros obispados, creándose una si­tuación de tirantez en las relaciones de la iglesia i el estado.

Tocó al presidente Balmaceda calmar esa ajitacion, consiguiendo que se nombrase arzobispo de Santiago al actual señor Casanova, que tampoco se v io libre de los ataques de la clerecía santiaguina, que no dejó de enviar a Roma un emisario de relevantes dotes oratorias, que en esta ocasión no logró perpetuar el estado de entredicho entre el poder civil i la iglesia i hubo de emprender viaje espiatorio de peregrinación a la Tierra Santa, para purificar allí la culpa de su no santa misión.

Dos virtuosos sacerdotes, de levantado espíritu cristiano, de ánimo conciliador i justamente estima­dos por cuantos los conocían, ocuparon las sedes va-

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cantes de Concepción i la Serena, donde hoi son •umversalmente queridos i respetados; todas las ca­nonjías vacantes fueron llenadas i habiéndose sumi­nistrado por el presidente Balmaceda fondos abun­dantes para la edificación i refacción de templos, salió la iglesia de su viudedad i era lójico esperar que un espíritu benévolo inspirara a sus representantes con relación al gobierno. Pero, no fué así, i mas tarde, cuando el ardor de la sangrienta lucha recrudecia, fué el clero, fué la mujer católica, ángel del hogar, men­sajero de bondad i mansedumbre, quienes mas atiza­ron la pira donde se acumulaban los combustibles que produjeron la gran conflagración.

Pero el beneficio mas importante que el presidente Balmaceda hiciera a la iglesia, fué el arreglo definiti­vo i satisfactorio de la ya antigua cuestión de ce­menterios que, así como la de nombramiento de obis­pos, mantenía tibias i perturbadas las relaciones con el Papa i alarmaba las conciencias de los creyentes. Puso paz i armonía i debió aguardar tranquilo que tamaños beneficios se le tuvieran en cuenta.

He ahí otra de las manifestaciones elocuentes de que la administración Balmaceda fué de concordia i conciliadora i que no era el hombre a quien sus ene­migos han pintado cruel, tiránico i dominado por sed insaciable de venganza i de odios.

Cuando hemos procurado inquirir de quienes te­nían motivos de estar informados de los aconteci­mientos, cuáles eran las causas de queja que el clero tenia en contra del presidente Balmaceda, solo hemos obtenido por respuesta la aseveración de los grandes males que causara a la iglesia en la designación de los actuales obispos. Siempre la cuestión personal i estrecha que, si levantó desecha tormenta contra el dignísimo Taforó, si hizo fracasar el conato de guerra contra Casanova i si despertó inquina voraz contra los

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-otros obispos ¿porqué debia aguardarse que fuera menos cruel i audaz contra el señor Balmaceda; con­tra él, que estaba fuera del gremio cuyos miem­bros mismos, i los mas conspicuos, eran heridos de •muerte?

Mas tarde, cuando la recrudencia de las hostilida­des i la ajitacion i propaganda activa de los revolu • •cionarios obligó al gobierno a aprehender i depositar dos o tres de los sacerdotes mas exaltados i que pú­blicamente ostentaban su perniciosa labor, entonces fué cuando mas se hizo notar la injerencia activa del clero en favor de la propaganda revolucionaria; i coincidió también con esa circunstancia el ardor i casi delirio con que la mujer devota se lanzó a la calle pú­blica para llevar por do quiera terroríficas ideas de sangre, de esterminio i de universal degollación, en nombre de lo que se llamaba la guerra santa, porque decían se habían atacado la fé i la relijion, en la per­sona de quienes la representaban, pero que no eran por cierto los ministros de paz que instituyó Jesu­cristo. Él habia echado del atrio del templo con láti­go infamante a los indignos mercaderes que lo profa­naban i acaso hubiera cruzado en Chile su rostro con látigo de fuego para expulsarlos del interior mismo del santuario, donde ya no se predicaba su santa i humanitaria doctrina, toda paz, toda dulzura i amor, •sino la de Satán, toda disturbio, toda acíbar i rencor, como sucedia en nuestros templos. ¡I se pretendía que el presidente Balmaceda atacaba la relijion, por­que impedia que sus ministros mismos dañasen la fé por medio de sus increíbles exajeraciones i su con­ducta, i porque, enviándolos lejos ocultaba al pueblo •la deformidad de ios acontecimientos!

Dia llegará, si no ha llegado ya el principio, en •que el pueblo, antes creyente i respetuoso, pensando cuerdamente sobre la propaganda i enseñanzas de la

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última época, pierda aquella fé, i tornando su res­peto en irreverencia i audacia, haga sus primeras victimas en aquellos que tan locamente han minado por sí mismos el mas sólido i único pedestral de su propia autoridad. La historia i la lójica de los acon­tecimientos nos hablan desde España i desde cual­quier pa¡ te donde se ha obrado como en Chile.

Aguardemos. Pasemos a la escuadra. Mientras analizamos su actitud bajo el punto de vista legal , preguntemos ahora a los hechos, a su evidencia i no­toriedad, si esa institución nacional llamada a ser la salvaguardia de la bandera i del honor del pais, tuvo como colectividad, algún motivo justificado de queja en contra de la administración Balmaceda, queja que fuera de carácter tan grave como poderoso, que hi­ciera imprescindible la conducta que asumió. I deci­mos colectividad, porque mengua mayor i baldón se­ria para ella, si fueran a discutirse aquí los motivos pequeños i personales, que a ciertos jefes se han im­putado como determinantes de su conducta anticons­titucional.

Con la plena seguridad de no ser desmentidos i de poder encontrar un asentimiento unánime en el pais imparcial, establecemos desde luego: que la escua­dra, que la marina, no tenia un solo motivo de queja en contra del Sr. Balmaceda i su administración. J a ­más gobierno alguno en Chile, habia trabajado mas-por conservarla en un pie brillante de fuerza i de pres-tijio. En efecto, se gastó en su favor una predilección marcada, elevando su poder a un grado tan alto, que no tememos asegurar que supera a todo lo hecho an­tes por su grandeza.

Un blindado de primera clase que llevará el nom­bre glorioso de Arturo Prat, dos cruceros de poder inapreciable, el Presidente Pinto i el Presidente Errázuriz, dos torpederas la Lynch i la Condell que

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han prestado importantísimos servicios a la causa constitucional i del orden, sostenida por el presidente Balmaceda, i los escampavías Cóndor i Huemuel, bastan por si solos para duplicar con exceso el poder material de la escuadra, que a su advenimiento al poder recibiera el Sr. Balmaceda.

El puerto de Talcahuano ha visto activar los tra­bajos del dique dársena, que junto con las fortifica­ciones de dicho puerto estudiadas por injenieros militares, incrementarán notablemente el poder de re­sistencia de nuestra escuadra i le darán facilidades para sus reparaciones periódicas i estraordinarias.

Los antiguos buques que poseíamos han recibido notabilísimas mejoras; se adquirieron grandes canti­dades de torpedos i diversos faros de primera clase construidos en las costas, han completado un vasto plan de engrandecimiento de nuestxa marina, que se ha convertido así en la primera de Sud-América.

Como si todo eso no bastara, el señor Balmaceda creó dos escuelas flotantes para grumetes, impulsó la conclusión del grande edificio destinado a la Es­cuela Naval i envió a Europa varias comisiones de aprendizaje, formadas por nuestros jóvenes marinos, porque de nada nos serviría todo el inmenso poder naval acumulado, sino tuviéramos marinos espertos, instruidos i formados en la escuela del honor i del deber.

A mayor abundamiento, preocupóse el presidente Balmaceda seriamente de la formación de un puerto militar de primera clase i ordenó los estudios del de Llicó, cuyos planos i presupuestos perfectamente de­tallados dejó concluidos, para que futuros mandata­rios ejecuten una de las obras mas grandiosas i que, una vez realizada, será orgullo de nuestro progreso i seguridad para nuestra escuadra.

¡He ahí la obra del señor Balmaceda en favor de la

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escuadra! ¿Qué sentimiento mayor que el de la grati­tud pudo obrar en el ánimo de los marinos para vol­ver la espalda a su jefe único constitucional? ¿Por qué olvidaron la tradiccion de orden i consecuencia que cincuenta años de observancia, nos habían dado gran­deza, prestijio, respeto i raudales de gloria? ¿Por qué, con calma paciente i durante un largo periodo de me­ses persistieron en su propósito, hasta romper por la fuerza la tradición constitucional i la trasmisión legal i tranquila del poder, para entregarlo a su jefe afor­tunado i victorioso, después de la sublevación? ¡Mis­terio! Pero, si hai en este aspecto de la cuestión densa nube, no la hai bajo el punto de vista legal, i pronto analizaremos esa faz de la sublevación, segu­ros de poder probar que la actitud de la escuadra en presencia de un conflicto de poderes, no fué la que la Constitución i las leyes le trazaron. El ejército estuvo en su puesto i rindió culto a sus gloriosas tradiciones del pasado.

Pero ¿fué solamente lo espuesto lo que el señor Balmaceda hiciera por la escuadra? No, que también dictó una lei que ¡ojalá jamás lo hubiera sido de la república! Todas las naciones del mundo mantienen á bordo de sus naves de guerra guarniciones del ejér­cito destinadas a prestar servicios militares i a esta­blecer equilibrio entre los dos poderes armados. ¡Sa­bia disposición aconsejada por la esperiencia i por una prudente i clara noción de lo que puede el poder sin contrapeso de la fuerza, i de los peligros que en­traña la absoluta independencia de alguno de ellos! Chile no habia despreciado la práctica de las naciones cultas de la Europa i siguiendo su ejemplo, mante­nía de antiguo guarniciones del ejército a bordo de cada nave. Pero, llegó un dia en que la marina creyó que su honor se mancillaba con la presencia de solda­dos en la cubierta de sus buques; que su lealtad i

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nobleza de sentimientos eran tan altas e indiscuti­bles, que ni Chile ni el gobierno necesitaban para su seguridad, ni para la conservación del orden, tener guardianes que observasen la conducta i propósitos de los caballerosos marinos, cuya dignidad se suble­vaba i era superior a la del noble sajón i del hidalgo francés. No era posible dejar de acceder a pretension que principiaba por afianzarse en nobles propósitos de lealtad i de honor, i la guarnición militar desapa­reció de abordo de nuestras naves.—Esa sola consi­deración debiera haber bastado para que la marina no hubiese jamás adoptado la resolución de sublevarse; porque ella era depositaría de un tesoro sagrado de confianza, encomendado esclusivamente a su honor i a su hidalguía.

Dejamos establecido de una manera incontroverti­ble que no habia en Chile al tiempo de estallar la sublevación de la escuadra un solo interés social se­riamente herido que aconsejase e hiciera necesario lanzar al pais en la revolución. Habia tal vez intereses políticos, aspiraciones frustradas, conveniencias i consecuencias de partido que impulsaran hacia la oposición, pero de ninguna manera hubo algo que justificar pudiera la apelación a las armas, para des­quiciar una sociedad que solo pedia paz, trabajo i absoluta tranquilidad para dedicarse al desarrollo de la industria i el comercio.

Porque ¿cuáles eran las libertades de que carecía­mos? ¿Estaba la prensa amordazada? Nó, porque su amplia libertad habíase convertido en licencia desen­frenada. ¿El meeting i el uso de la palabra habíanse suprimido? De ninguna manera, porque habia la ma­yor tolerancia con reuniones de toda naturaleza i hasta se permitieron algunas tumultuarias que alte­raban el orden en la calle pública, como ser cence­rradas i otras manifestaciones análogas, en contra

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de altos funcionarios públicos. Y cuando se quiso sancionar una ordenanza que reglamentaba el dere­cho de reunión i que habia sido redactada por con­sejeros de estado de la oposición parlamentaria, el Presidente de la república renunció a promulgarla, accediendo a la solicitud respetuosa de una comisión de obreros, que hablaban a nombre de sus compa­ñeros. ¿Habíase privado a alguien del derecho de ir libremente por todo el territorio de la república? ¿Habia algún vejamen de carácter jeneral impuesto a las corporaciones o a grupos sociales considera­bles, que hicieran odiosa e intolerable la permanen­cia en el territorio de la república? De ninguna ma­nera: todo en Chile respiraba libertad i tolerancia; nadie se quejaba de atropellos, violaciones de sus derechos, ni de su propiedad i a la sombra de este estado de cosas verdaderamente normal el pueblo trabajaba, ganando honrada i abundantemente su subsistencia. Sobraba el trabajo i las ocupaciones útiles; diversas leyes hablan liberado de derechos aduaneros a productos manufacturados i alimenti­cios de consumo jeneral, que servian casi esclusiva-mente al pueblo; abundante inmigración estrangera fomentada i costeada por el gobierno, nos traia nue­vos elementos de trabajo i de educación de nuestro pueblo, que tanto necesita del ejemplo para olvidar prácticas inveteradas. ¿Recibióse el anuncio de la sublevación de la escuadra con júbilo por las pobla­ciones en Chile? No; porque un jeneral movimiento de sorpresa i de indignación cundió pronto por todas partes; ni una sola población, ni una aldea insignifi­cante alzó la mas leve voz de aliento i de cooperación durante los ocho meses que duró la revuelta. Y Val­paraíso mismo permaneció impasible, cuando el dia de la sublevación presentóse la escuadra engalanada en la bahía, como incitando a que se siguiese su

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ejemplo. Y luego, desairada por el pueblo i viéndose abandonada i solitaria en la bahía, lejos de adoptar la única línea de conducta patriótica que le quedaba, la de rendirse e implorar clemencia para salvar a Chile de mucha ruina i de mucho descrédito, lanzóse como los fenicios a conquistar pueblos comerciales desprevenidos. Y apesar de eso, los marinos de la escuadra no pisaron una sola aldea, por pequeña que fuera, ni una ciudad, ni un solo puerto, sin te­ner que rendir un combate i derramar abundante la sangre de sus pobladores. ¡Noble protesta patriótica de un pueblo herido inopinadamente en la mas gran­de i legítima de sus aspiraciones! La del orden.

No; esta revolución, iniciada en hora infausta por la marina, no podrá jamas encontrar un justificativo noble, jeneroso, levantado, bajo ningún aspecto que se la considere; ni podia tampoco hallarlo en las consecuencias que ha de enjendrar en nuestro orga­nismo social i político. En nombre del amor jamas desmentido a mi patria yo maldigo i execro a mari­nos inespertos i desleales que han aniquilado de muerte la envidiable prosperidad de la república i cuyo jefe no ha podido ni sabido después de su triun­fo, establecer un gobierno que no sea el de la fuerza, la violencia i la supresión de las garantías individua­les i las que amparan la propiedad. Eí capitán Montt es, hoi, reo culpable del crimen de haber ensangren­tado el suelo patrio i de habernos hecho retroceder cien años en el concierto de las naciones civilizadas. .¡Caiga sobre él tanta sangre vertida estérilmente!

Veamos el aspecto legal de este levantamiento del poder marítimo de Chile i si es posible encontrarle justificativo, siquiera sea en la historia. Los políticos chilenos prendáronse del movimiento revolucionario que dio en tierra con la monarquía brasilera i qui­sieron parodiarlo. Pero, mientras en el Brasil la es-

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cuadra solo habia contribuido a la revolución, acep­tando un hecho consumado, a cuya realización habia contribuido el ejército, pronunciándose en contra de una forma de gobierno; que la habia aceptado el pueblo con su silencio, que era una aprobación tá­cita, i de la cual no protestó tampoco el emperador don Pedro, a quien afectaba en sus derechos; mien­tras que en Chile, sublevada la escuadra, sin la coo­peración del ejército, que se mantuvo leal al gobier­no legalmente constituido i sin contar con la apro­bación del pueblo, ejercitaba un acto de verdadera rebelión, mui contrario al que practicó la escuadra brasilera. Si se ha pretendido que habia paridad en-ambos casos i encontrar justificativo en la conducta de aquella al movimiento de la escuadra chilena, ya se ve que la paridad no existe i que las escusas son inaceptables.

Según la práctica de las naciones cultas, la ma­rina no ha sido jamas en ellas un elemento político, sino un ájente de respeto i de prestijio nacional, un elemento de fuerza llamado a llevar con honra la-bandera de la patria i a defenderla toda vez que se halle en peligro o sea ultrajada por extraños. No de otra manera se habia entendido en Chile su misión,, ni otro habia sido el papel que, desde la independen­cia hasta ayer desempeñara invariablemente nuestra escuadra, ya sus fuerzas fueran débiles o relativa­mente poderosas. Nuestra carta fundamental, calcu­lada para robustecer el principio de autoridad e impedir subversiones del orden público dispone: i . ° : que el presidente de la república sea el jeneralí-simo del ejército i de la marina; 2.° que la fuerza pública es esencialmente obediente i que no delibera.

Encerrada dentro del cumplimiento leal i honrado de estos preceptos, la marina no pudo, ni debió-iniciar un movimiento sedicioso que era violación

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constitucional y desconocimiento absoluto de sus mas sagrados deberes. Dado el caso de que el Presi­dente constitucional hubiera violado la carta ¿qué deber legal autorizaba a la escuadra para constituirse en juez,de su superior jerárquico, negarle la obedien­cia i lanzarse a velas desplegadas en la mas temera­ria de las sediciones?

Si la controversia existia entre el Congreso i el Poder Ejecutivo, lo natural i lójico habria sido que la escuadra estuviese a las órdenes de su jefe, porque ningún precepto constitucional le ordenaba, ni aun indirectamente, que se pusiera en contra del ejecu­tivo i que amparase las pretensiones de un Congreso, que habia dejado de serlo, porque saliendo de la ór­bita de atribuciones que le señalaba la carta, dejaba de ser corporación constitucional para convertirse en colectividad revolucionaria, no contemplada por la lei fundamental, que jamas pudo sancionar un ab­surdo, contrario a su letra, a su espíritu i a la inter­pretación constante que siempre le dieran nuestros mas hábiles políticos i comentadores.

Si se reconociera a la escuadra derecho para echar el peso de su fuerza material en la decisión de las controversias políticas i en la mas delicada i ardua de las interpretaciones constitucionales, socavaríamos en el acto la base fundamental de nuestra existencia social i política, como ya ha acontecido, borrando la tradición legal asegurada por cuarenta años de suce­sión pacífica de los mandatarios y jefes supremos, para ser reemplazada por el poder de la fuerza i de la espada victoriosa, que crea siempre momentáneas, pasajeras i efímeras glorias.

La escuadra, con su conducta ilegal, dio aliento al congreso para que, saliendo de su esfera constitu­cional, se convirtiese en grupo sedicioso; le dio el mando de la fuerza, que no le correspondia; deliberó

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la escuadra, saliendo de su papel pasivo i de estricta obediencia, i se colocó en el caso mas estraño, por­que se convirtió en juez de su superior jerárquico, declaró que este no tenia razón i la dio toda al Con­greso. La marina constituida asi en verdadero juez e intérprete de una controversia constitucional, se hizo mas que el Congreso mismo, desde que éste, ni el Presidente de la república eran los llamados a dirimir la cuestión de atribuciones de ambos, en que hábilmente convirtió la oposición sus pretensiones de dominio político, sino que era el pueblo, por me­dio del futuro congreso, el que debia pronunciarse, cuando se hubiera entablado el juicio de residencia i acusación, una vez que el presidente Balmaceda hu­biese terminado su periodo constitucional como dis­pone la carta.

¿Pudo la escuadra haberse abstenido de obedecer al Presidente de la república i negar también su cooperación a los que se decían representantes del Congreso? Tampoco, porque negar los respetos de­bidos al primero, habria sido un acto de sedición condenado por nuestras leyes.

Solo un camino noble i leal les quedaba a nuestros marinos, si hubieran deseado probar que procedían obedeciendo a sus convicciones i sin faltar a sus de­beres. Ya que se ha sostenido por los mismos jueces que mensualmente percibían sus sueldos después del i .° de Enero de 1 8 9 1 , que desde esa fecha no habia legalmente ejército ni marina, ni empleados públicos, i ya que, la obediencia que a la marina i al ejército impone la carta no puede ser tan tiránica que los obligue a contrariar su conciencia, pudieron abandonar sus naves, i retirarse a la vida privada, para combatir por el triunfo de sus ideas, sin apro­piarse furtivadamente las naves de la nación. Por­que, en el peor de los casos, estas no serian ni del

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Congreso, ni del ejecutivo, sino de la nación, del pueblo representado por todas las corporaciones i autoridades que constituyen la soberanía delegada. En ese caso habría venido la apelación al pueblo, no por medio de la fuerza, sino en los comicios públi­cos, i entonces los partidos habrian luchado entre si, sin fuerza pública por una ni otra parte, lo que indudablemente habríancs llevado también a un des­quiciamiento social, que es a donde se pretendía conducirnos. Esta última solución, de un estado sin elementos para dar sanción á las leyes, habría sido también una cruel aberración, ya que no es posible concebir autoridad sin poder i poder sin fuerza para imponerse.

Ni era tampoco la escuadra la llamada a pronun­ciarse sobre si la deposición del presidente Balma­ceda, acordada por alguien que no era el Congreso, era o no constitucional, como no lo era, según lo de­mostraremos mas adelante. Es verdad que era có­modo para una marina que desea sublevarse que se le diga: ya no tenéis jefe, sois libres. Pero, también habría sido de desear que los marinos se convencie­ran de que, ya que habia desaparecido la autoridad del presidente Balmaceda, era realmente el Congreso quien debia reemplazarlo i no el Ministro clel Interior o el Vice Presidente del Consejo de Estado. De de­sear hubiera sido que, abriendo la constitución, se hubieran impuesto de que en ningún caso el Con­greso tiene atribuciones ejecutivas i que en ningún caso pasan a él las que corresponden al Jefe del Es­tado. Pero todo esto habría sido sencillamente anó­malo i absurdo en un país gobernado por leyes i no por el capricho de los hombres; habría sido, como en efecto lo fué, crear un poder nuevo desconocido hasta entonces en nuestra patria; el poder de la es­cuadra que, al mismo tiempo que deliberaba i decidía

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cuestiones políticas, sociales i de hermenéntica legal, apoyaba sus decisiones en el poder de la fuerza que le daban naves inespugnables i cañones poderosos. I venia ella a decidir e imponer en circunstancias que se preparaba una elección popular, cuyos prime­ros actos se habian verificado, con toda corrección i la que renovaría todos lo s . poderes públicos. Otro gravísimo error i error de funestas consecuencias, porque se arrebató a los partidos la oportunidad de medir sus fuerzas en el terreno legal i tal vez de mo­dificar allí la situación política. La escuadra ha abierto a los políticos inescrupulosos el sendero de futuras funestas aventuras i se ha abierto a si misma horizontes que antes no presumiera, pero que, sin salir de nuestra América, han llenado de luto i de sangre a sus infortunadas repúblicas i de no envi­diable gloria a caudillos que, si suben al poder por sobre cadáveres, suelen descender en hora tremenda para ellos.

No es difícil inventar pretestos especiosos de ma­yor o menor dudosa legalidad para promover asona­das, motines, sublevaciones de ejércitos o de naves i autorizar estos actos. El primer paso se ha dado en Chile i los que no crean en la legalidad de los nue­vos gobiernos que van a fundarse sobre el triunfo de la fuerza i la destrucción del poder legal por tradi­ción, ya nos dirán en lo porvenir si saben o no apro­vechar de la lección recibida. La lójica de los hechos es inconmovible i todo acontecimiento, que siempre es una causa, ha producido en todas partes i en todas las edades, las mismas consecuencias. No las deseamos para Chile, pero, feliz seria si en él se ve­rificase una excepción histórica.

Ni ha podido tampoco la escuadra invocar mas tarde, ni en el acto de la sublevación, como lo hizo, que ella obedecía a la necesidad de responder al

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manifiesto del i .° de-enero del Presidente de la repú­blica, con el acto de fuerza que ella ejecutaba, que­riendo asi dar a ese movimiento, los aires de espon­taneidad, nacidos al calor de la conmoción de nobles i jenerosos sentimientos, que en ellos despertaba ese documento. No; porque mas tarde se ha sabido, que lo que se mantuvo oculto i estalló la noche del 7 de enero, habia sido previamente convenido en reunio­nes secretas, celebradas en Santiago i Valparaíso a fines del año 1890 entre los señores Montt, Valen-zuela i algunos otros jefes de buques de la armada i los.señores Echvards, Montt, don Pedro, Irarrázabal i otros caudillos políticos. Allí se estudiaron los prin­cipales resortes de un gran golpe revolucionario.

¡I estos acuerdos se celebraban cuando el presi­dente Balmaceda, según los mismos revolucionarios, aun no habia cometido lo que ellos llaman infracción constitucional, tiranía i dictadura!

Jamas este movimiento podrá tener otro nombre que el de conjuración i sedición de una parte de la fuerza pública, que se puso al servicio de pasiones políticas exaltadas i de intereses de partido.

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XII

¿QUIENES HICIERON I PODÍAN HACER LA REVOLUCIÓN?

La organización social, política i económica o de la fortuna, no ha correspondido en Chile desde la proclamación de la independencia hasta nuestros dias al ideal de una república liberal i democrática. Se aniquiló la influencia del poder peninsular mo­nárquico para reemplazarlo por otro que diferia mui poco del antiguo, consistiendo su diferencia sola­mente en los hombres, ya que se contemporizó de­masiado con el sistema caido; i la revolución de nuestra independencia, mas que un movimiento so­cial fué casi de mero reemplazo de unas personalida­des por otras. Si mas tarde se estableció en la carta fundamental i se reconoció el principio de la no exis­tencia de castas privilejiadas i el de la igualdad ante la lei, en la práctica jamas han tenido sanción esos principios.

No pretendemos que en la vida social sea útil i posible la mezcla de elementos de diversa categoría con educación i hábitos diferentes; pero sí creemos que en la vida política i en las relaciones varias de los individuos entre sí, deberían haber tenido cabida i aplicación aquellas dos piedras angulares de la de­mocracia i de la república.

La igualdad ante la lei se ha entendido siempre en Chile aplicando azotes al roto que roba, i ocul­tando el nombre del noble caballero que ha salteado. El roto asesino ha ido siempre á un patíbulo igno-

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minioso i el caballero al destierro a gozar de la vida para volver al cabo del tiempo a la querida patria. El hidalgo caballero de la ciudad ha podido estable­cer garitos, bajo el nombre de clubs aristocráticos, en los centros mas populosos de la orgullosa capital, en los cuales de dia i de noche han perdídose fortu­nas enteras, que se han llevado el pan i muchas ve­ces el honor de las familias; mientras que el roto i el honrado artesano i campesino, han sido persegui­dos i aprisionados, cuando se permitían excederse en sus juegos i diversiones de ciertas horas determi­nadas de la noche, lo que era una continuación de la hora llamada de queda en tiempo de la colonia. En la guardia nacional, el aristócrata, o el que sin serlo vestía levita, llevó siempre la carga fácil i có­moda del jefe que ordena altanero i es obedecido con sumisión; mientras que al pueblo de las ciuda­des i de los campos tocó siempre el lote pesado del soldado que obedece i se somete. El patrón en los campos, el dueño de la tierra fué siempre verdadero señor feudal i el inquilino simple siervo obediente i dócil, tratado con cruel altanería, sin hogar, sin es­peranza de tenerlo, porque jamas se le presentaban las oportunidades de adquirir; i la miserable ración de hambre con que se pagaron sus servicios, lo obli­gaba a vivir siempre en la miseria de sucio i estrecho rancho. Rarísimos fueron los que surjieran de este triste vasallaje, muerte moral del individuo, paria dentro de su propia patria i orfandad i dolor de la familia que dejara después de sus dias.

No ha existido en Chile, como en la República Argentina i otros paises una clase media que esta­blezca relación de continuidad i sirva de equilibrio i contrapeso entre la clase alta i la inferior de la socie­dad; ni ha habido, tampoco, en nuestra patria una repartición conveniente de la fortuna que cree esa

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clase social tan necesaria. Nuestro pobre pueblo i sus familias han podido recien ayer penetrar a cier­tos paseos públicos, de donde estaban escluidos i a los cuales iban libremente en lujosos carruajes los llamados aristócratas. El poder de la prensa trajo ayer recien esa concesión de justicia, de aprendizaje i de progreso.

La condición de nuestro pueblo ha sido en conse­cuencia humillante i depresiva de su propia dignidad; mientras que el rico, llamándose a sí mismo aristó­crata por el solo hecho de ser acaudalado, ha sido altanero i ha tratado con menosprecio i desden a los verdaderos siervos de la clase baja.

La ilustración de las masas i el anhelo patriótico de algunos gobiernos, particularmente los de don Manuel Montt i Balmaceda, han estimulado podero­samente la aparición del elemento social medio, in­dispensable para la democratización de nuestras prác­ticas políticas i sociales, para lo cual fomentaron la difusión de las luces é hicieron surjir a numerosa ju­ventud para que brillara con la luz poderosa de su intelijencia i de su honradez. Pero los elementos de poder, de influencia i de prestigio han quedado siem­pre en manos de los primeros, quienes en un pais de estrechos horizontes comerciales é industriales, han dispuesto de todos los negocios, de todas las especulaciones, de la tierra i de cuanta pequeña in­dustria pudiera emprenderse. Mantenida esta combi­nación, ha impedido que el hombre de trabajo pueda independizarse i surgir, porque ha estado encade­nado al patrón, al ajiotista, al hacendado. Este so-juzgamiento de las voluntades i de las inteligencias se ha hecho servir también a la política; y al mismo tiempo que alguien se alzaba con su intelijencia, se le oprimía, se le gritaba el advenedizo, el roto, el logrero, si no se sometía. Pero si era dócil instru-

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mentó de ajenos intereses, si vendía su conciencia, era ya eso lo bastante para que las ligaduras de una pro­tección hiriente, humillasen i degradasen su carácter.

Orijen de este sistema, ha sido el dominio abso­luto que cierta clase ha ejercido sobre todo cuanto se roza con la vida moral i política del pais. En el go­bierno ellos eran omnipotentes i disponian de todo: les pertenecian puestos públicos, influencias, hono­res i hasta derecho casi esclusivo para tomar parte en la designación de los presidentes de la república; mientras que el pueblo carecía de acceso a aquellas rejiones, porque en realidad el pueblo, la clase media ilustrada no existia, o si habia principiado a formarse i surjir, no era en número tan considerable, que pu­diera ser peso decisivo en la balanza, sin producir perturbaciones sociales i políticas.

Dados estos hechos, no se comprende como ha podido haber en Chile políticos que han pretendido justificar la revolución i culpar de ella al Sr . Balma-ceda, porque ese movimiento se operó por las clases altas i dirijentes de la sociedad, queriendo así demos­trar cuan grandes serian los crímenes que se imputan a aquel magistrado, cuando los obligó a romper el orden i destrozar la constitución. Olvidan que en Chile el pueblo no es nada, ni nada vale i que es la llamada aristocracia, verdadera oligarquía, la única que tiene en su poder el dinero i las influencias con que se puede subvertir la tranquilidad pública; olvi­dan también que el pueblo no tenia un solo motivo de queja contra el Sr . Balmaceda, quien siempre procuró su felicidad, dándole ilustración i trabajo abundante; olvidan también que no es en Chile el primero i el único ejemplo de una revolución iniciada, sostenida i llevada a cabo por el oro del poderoso, por la injerencia de las clases dirijentes, del clero, del hacendado, del banquero.

ís

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Estas castas sociales de Chile, absorbentes, domi­nadoras, tiránicas i audaces con el pobre, han pre­tendido serlo también con los gefes de la nación, sobre los cuales se creían con ciertos derechos, por haber contribuido de un modo eficiente i decisivo a su exaltación al poder. Eran los antiguos aragoneses, quienes tácitamente exijian al unjido respeto e invio­labilidad de sus fueros i privilegios i que han lanzado sobre él sus iras i sus venganzas toda vez que ha pretendido emanciparse de ellos i no someterse en absoluto a sus caprichos, acatando sus prerogativas de señores feudales.

En este sentido, la guerra de nuestra independen­cia, no fué en aquel momento una verdadera revolu­ción social, sino una guerra de emancipación. Unas pocas intelijencias cultivadas comprendían todo su alcance: pero las masas, el pueblo en general, no se daba cuenta de que lo que se iniciaba era un movi­miento de regeneración, que era a él a quien mas directamente debia amparar i servir en lo futuro. El pueblo cambió de amos i quienes usufructuaron fue­ron los que continuaron llamándose clase dirijente,. aristocrática i que acaparó para sí todas las ventajas, todas las prerogativas.

Mas tarde, cuando vino la necesidad de constituir un gobierno fuerte, que diese respeto i prestigio al principio de autoridad; las leyes i las prácticas so­ciales tuvieron que sacrificar al pueblo, que era el elemento casi inconsciente de quien los ajitadores se valian para realizar sus planes. Y durante muchos años las leyes fueron calculadas e inspiradas en el propósito único de asegurar el orden, sacrificando a él el triunfo definitivo de las ideas que produjeron la guerra de independencia.

El presidente de la república que inició con ánimo resuelto el movimiento de regeneración social fué

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D. Manuel Montt, quien fomentando la instrucción del pueblo, levantando su nivel moral i llamando a compartir con él las tareas del gobierno a muchos jóvenes que se distinguían por su moralidad i dotes notables de inteligencia, descubrió los horizontes del porvenir i echó las bases de un partido que le acom­pañó con éxito durante su administración i que, rompiendo hábitos tradicionales en la política, le enajenó la voluntad de sus antiguos usufructuarios. Fué en eso mas feliz que el Sr . Balmaceda, porque logró desasirse de las l igaduras de sus aragoneses, quienes le exijian sumisión i le pedían arrojase del gobierno a los colaboradores que calificaban de adve­nedizos, logreros i de ignorados abolengos. Una in­solencia i una audacia incalificable se estimaba en­tonces la de llevar esos jóvenes al poder i sobre su frente cayeron las mas audaces diatribas i las injurias mas denigrantes. Si hoi se abrieran las pajinas de la historia consignada en la prensa i en folletos, acaso se encontraría que hoi se cubre de gloria i de laure­les, que se eleva a la categoría de héroes, a los mis­mos a quienes se negaba entonces el derecho de pisar los salones de la Moneda, lo que hemos mani­festado ya en citas del escritor Isidoro Errázuriz.

Imputóse también al Sr . Balmaceda por sus ene­migos el grave delito, el crimen i loco delirio de le­vantar i dar aliento a numerosa juventud formada por sus propios méritos i llevarla a ocupar puestos públicos de importancia. Se creia que a ellos solo tenían derecho las personas de familias acaudaladas, de apellidos aristocráticos, cuyo único mérito era el que reflejara sobre ellas la fortuna o la sangre de sus mayores, mientras que los nuevos elejidos solo po­dían presentar su moralidad, su contracción al tra­bajo i al estudio. I mientras tanto, ese era uno de los méritos mas considerables que el presidente Bal-

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maceda podia ofrecer al respeto de sus contempo­ráneos i al amor i veneración de las edades futuras. Era él uno de los fundadores de la democracia, que es la ola que sube, la marea que todo lo invade, a la que pertenecerá un dia el cetro i el predominio en la América del Sud, como ya le pertenece en la Argen­tina; en contraposición a la aristocracia i el gobierno de castas privilegiadas i de familias, que son la ma­rea i la ola que descienden i que al fin caerán en reacción justiciera, porque son la "representación de un siglo que cada dia se aleja mas. ¡Chile dejará un dia de vivir en pleno siglo xvi, cuando sus leyes den libertad al individuo, franquicias a todo el mundo para aspirar i obtener todo lo que sea licito a la honradez, al talento i a la virtud: cuando las buenas prácticas de gobierno sean una verdad i no una con­tradicción con las leyes escritas, como sucede hoi i sucederá por muchos años, mientras impere el régi­men impuesto por el triunfo de la fuerza, del opu­lento i del ajiotista contra el réjimen de fecunda li­bertad i democracia regeneradora.

Tan ciertas son estas observaciones jenerales, que ellas se verán confirmadas en la trascripción que ha­cemos en seguida de ideas emitidas en 185q en un folleto titulado El Gobierno i la Revolución, que se atribuyó entonces sin contradicción a la pluma de D. Ambrosio Montt. Por ellas se verá que los pue­blos, como los individuos, obedecen en todos los ac­tos de su vida social i política a tendencias e inclina­ciones que les son peculiares, i que revelan siempre, en análogas circunstancias, su carácter típico i sus procederes siempre semejantes.

Esas ideas i observaciones de aquel folleto nos convencerán de que la revolución de 1 8 9 1 no es un hecho nuevo en Chile i que, en su origen, en sus medios, en sus ajentes i en sus propósitos, guarda

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completa analogía con aquel movimiento que en i8^g comenzó en simple cuestión de sacristía i terminó en una conflagración social, en la que tampoco dejó de tomar parte el clero, ni los elementos de él depen­dientes, ni tampoco las clases llamadas dirijentes de la sociedad. Bajo ese aspecto, la revolución contra Montt i la revolución contra Balmaceda revelan el espíritu eminentemente aristocrático i anti-liberal que inspirara a sus promotores, i no será ese el menos grave de los cargos que haya de hacerle mas tarde la historia imparcial.

«La oposición al Gobierno ha hablado al fin con franqueza, decia el folleto, es cierto que no nos gusta el personal de la administración; vemos allí falta de antecedentes, defecto de cuna, poca intelijencia, am­bición, decimos todavía mas, ansia de lucro. No ha­llamos funcionarios, hallamos industriales: no vemos patriotas, vemos logreros."

¿No es esto lo mismo que hasta el cansancio han repetido los enemigos del Sr . Balmaceda? Las acu­saciones a Montt i a él son idénticas, son de carácter grave i hemos de analizarlas en capítulo separado, para probar su injusticia i su falta de verdad.

En otra parte agregaba: «Pero en Chile, pais en que el pueblo es sensato, relijioso, amigo de la lei i del orden; en Chile, donde el sable del caudillo ha sido fundido en espada fiel i leal del soldado patriota i sumiso; (quién ha podido hacer revolución? Lo de­cimos con asombro i dolor: los revolucionarios en Chile son los hombres i las clases llamados en todo pais del mundo a ser los mas firmes sostenedores del orden."

« S i queréis ver a los factores de trastornos, decia el Sr . Montt, no vayáis a los cuarteles ni a los su­burbios del bajo pueblo: id a las sacristías, id a los palacios. El conspirador en Chile no es hombre de

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poncho ni de blusa, no es un tabernario ebrio de sangre, no es el hambriento que mina i aborrece la sociedad que no le da pan, no es la soldadesca des­enfrenada i tumultuaria, ni hai aqui pretorianos, estrelitz, ni jenízaros: nuestro conspirador anda en coche i viste de seda i paño: tiene tierras, tiene vasa­llos, tiene millones, tres elementos de orden que él convierte en armas de guerra, de anarquia, de con­fusión.®

« ¡S ingular e increible fenómeno! En Chile, el des orden se esconde tras del altar; la montonera asola-dora se organiza en las tierras del poderoso; el des­crédito se forma i se fomenta en las casas de los banqueros. ¡El primer grito de alarma salió del tem­plo, el segundo del Senado! ¿Lo creerá la posteridad? De la catedral, esta casa de Dios, i del Senado, el santuario del orden, han procedido las bombas in­cendiarias de la guerra civil:—la desobediencia del arzobispo i la mentida i sediciosa amnistia!®

¿Puede haber paridad mas absoluta entre los ele­mentos que prepararon las revoluciones de 1 8 5 9 i 1 8 9 1 ? Hoi también salieron del templo sagrado de la suprema justicia i del santuario del orden i de la lei, las voces de aliento a la jeneral conflagración. ¡I que se venga hoi a decirnos que es en Chile un fenó­meno nuevo el que hemos presenciado e imputable solamente a faltas del Sr . Balmaceda! ¡I que se nos diga que la farsa ridicula de deposición del presiden­te constitucional, no fué un simple ardid i un velo trasparente con el cual los banqueros i dignatarios de la fortuna, cubrieron la vista de los marinos, para lanzarlos al abismo sin que se apercibieran de él, como fué argucia la amnistia de 1 8 5 9 i la tirania i opresión contra el arzobispo!

Pero, continuemos la comparación i oigamos cómo el folleto aludido se espresa en orden a la revolución

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de 1 8 5 9 i veamos si la frase correcta i el pensamiento vivo, hiriente i serio de su autor, no parece que mas de treinta años antes estuviera condenando i anate­matizando a los revolucionarios i a la revolución de 1 8 9 1 i pasando en revista ayer los ajentes i los elementos que hoi se pusieron en juego; para produ­cir el desorden i el caos durante ocho meses.

«Nos seria imposible aplicar, decia entonces, a los trastornos que han ocurrido las palabras ordinarias i de jeneral aceptación."

«¿Han sido rebeliones? No: el ejército se ha mante­nido sumiso, patriota i leal: el amigo de la lei i del derecho: el brazo del gobierno i de la autoridad."

He ahí una condenación de la conducta de la ma­rina en 1 8 9 1 i un castigo inflijido a los pocos milita­res que en la hora de la solución i antes de ella, vendían su conciencia, traicionaban al majistrado, tendiéndole mano de fiel amigo. ¡Ejecutaban acto de traidora rebelión!

«¿Han sido pronunciamientos populares? se pre­guntaba el mismo escritor. Tampoco. El pueblo armado, es decir, la guardia cívica, ha prestado solí­cito su fusil en servicio de los poderes legales i cons­tituidos: el pueblo desarmado ha prestado su fuerza de inercia, su inmovilidad, o lo que es lo mismo, su cooperación. Cuando las masas no dicen no, dicen sí: su indiferencia es la ruina del conspirador i del anarquista."

¡Cuan semejante ha sido 1 8 9 1 a 1 8 5 9 ! Si el autor del folleto se hubiera pretendido profeta, jamas habría lanzado a las futuras generaciones un augurio mas exacto en los menores detalles i pormenores, de lo que debia ser la revolución de 1 8 9 1 , reflejo fiel de la de 1 8 5 9 . ¡Tan cierto es que los pueblos, como los individuos se revelan i reflejan en sus actos de todos tiempos!

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I mas adelante agregaba, por último, el mismo autor del folleto que vamos trascribiendo: «¿Cómo llamaremos, pues, ese lamentable desorden que ha producido el conflicto del Arzobispo, la maquinación de la amnistia, la guerra del Norte, las montoneras del Sur, el levantamiento de los bárbaros de Arauco, los sangrientos motines de Valparaíso i de San Feli­pe, el asesinato del jeneral Vidaurre, la muerte de centenares de ciudadanos, el descrédito de la Repú­blica en el extranjero, nuestra propia desconfianza i desaliento, i tantas, tantas otras calamidades? ¿Qué nombre daremos a esa perturbación de autoridades i de cosas que desconoce el gobierno de la patria, i hace surjir aquí i allá nuevas autoridades i nuevos majistrados: intendentes, jenerales, jueces, etc.? ¿Có­mo calificaremos un estado de cosas que hace de dos oscuros vecinos de Concepción, dos jenerales de la República, dos camaradas de los Búlnes, de los Blanco i de los Garcia? ¿Cómo juzgaremos, por fin, una anarquía que, no contenta con haber desmora­lizado el pueblo, asolado las poblaciones, minado i ultrajado la lei, va ahora al viejo mundo a desacredi­tar la patria echando lodo sobre cuanto hai de mas santo para el hombre i de mas respetable para el ciu­dadano?® ( i ) .

Todo esto hizo la revolución de 1 8 5 9 , descrita por pluma hábil i autorizada, hoi revolucionaria; todo eso lo ha hecho con creces la revuelta de 1 8 9 1 . Por­que ha ido mas lejos aun; ha subvertido i condenado todos los principios de honradez i de lealtad, todas las nociones de justicia i moralidad que forman el sólido cimiento de la estabilidad social: la dignidad del hogar, el respeto de la familia, la consecuencia i

(1) Aludía á las publicaciones que los Sres. Matta, Gallo, Isidoro Errázuriz i otros, hacían en Europa i la Argentina en descrédito de Chile.

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gratitud por los grandes servidores de la patria i la inviolabilidad de la propiedad i de la fortuna privada. Revolcados por el lodo han sido los nombres i repu­taciones de jenerales i majistrados ilustres a quienes se arrastró a las cárceles por el delito de lealtad, que siempre fué en Chile i en todo el mundo civilizado la relijion del soldado; i enaltecida, premiada i glorifi­cada la traición i la felonía, premiado el abuso de confianza. Suprimidas de un golpe las glorias i las reliquias mas puras de nuestro ejército i marina, borrándose del escalafón militar una falanje de hé­roes, cuyos nombres figurarán con honra en otras pajinas de nuestra historia. Asolada la propiedad de la viuda de Robles, cuyo marido muriera asesinado en las ambulancias, siempre respetadas i veneradas en los países cultos; asesinados traidoramente minis­tros de estado como Manuel María Aldunate que había rendido i entregado voluntariamente un ejér­cito i que su persona misma la había confiado a la custodia, a la lealtad i al honor del vencedor; sa­queadas por centenares, a sangre fria con orden i premeditación dirijida, las casas opulentas i los al­bergues humildes de familias dejadas en la miseria i la orfandad; fusilado mas tarde ese mismo pueblo a quien ya no se podia contener en los desmanes a que se le habia autorizado i dirijido; incendiados durante tres dias por soldadesca incontenible, numerosos hogares i establecimientos industriales de extranjeros i chilenos, de la ciudad emporio del comercio en el Pacífico, i cometidos toda clase de excesos, sin que nada se hiciera para contener a soldados ebrios, que durante tres dias aniquilaron mas de 700 existencias robustas i dejaron centenares de huérfanos i viudas; arrojadas por todas partes las semillas de una honda i durable división social, porque la aristocracia ven­cedora ha querido ver en sus adversarios vencidos,

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los inquilinos i los vasallos de sus haciendas, á quienes ha tratado con menosprecio i con la punta de la bota. ¡Como si un dia no debieran al fin los perseguidos i espulsados del mundo político i del mundo social, llegar a ser los dueños de los destinos de Chile i los vengadores de la moral escarnecida, i de la lealtad castigada!

¡I que se nos diga que la revolución de hoi es única en Chile, cuando es la eterna guerra entre la orgullosa aristocracia, verdadera oligarquía, i la de­mocracia que pugna por realizar sus destinos! No ha sido la guerra al hombre sino al sistema i a los prin­cipios de libertad que proclamaba i de ahí nace el encarnizamiento i el profundo odio de los vencedores, que procuran aniquilar a los vencidos, como los mis­mos triunfadores de hoi en Lircay, aniquilaron ayer al partido pipiólo, olvidando que la verdad i la justi­cia son eternas i que el cetro del mundo tarde o tem­prano será suyo.

Por eso dice un escritor profundo: «La guerra de la Independencia fué la guerra de la oligarquía en Chile, contra el poder del reí de España, mui princi­palmente el periodo que se llama de la Patria Vieja.®

«Después de la batalla de Chacabuco la oligarquía sufrió un quebranto porque las influencias de los personajes arjentinos vinieron a rebanarla por mitad. Pero cuando estas influencias comenzaron a estin-guirse, la oligarquía retoñó aunque dividida. Oligar­quía fué la que derrocó a O Higgins; oligarquia la que alzó a Freiré; i oligarquia ha sido la que ha he­cho todas las revoluciones de Chile, hasta la del cincuenta i nueve, que tuvo por columna una veta de plata, como la de ahora tiene un banco. Y oli­garquia fué también la que abatió las revoluciones.®

He ahí quienes hicieron i podian hacer la revolu­ción en Chile. Los mismos que la habían hecho

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siempre: para ellos i sin el pueblo. En contra del Sr . Balmaceda se alzó la aristocracia postiza de Chile porque se apartaba de ella buscando apoyo en las clases sociales que permanecían rechazadas de los negocios públicos i que, a haberse afianzado en el gobierno, habrían arrebatado sus influencias, muerto sus grandes especulaciones i sus privilejios a quienes hasta entonces venían usufructuándolos con derecho esclusivo.

Hizo también la revolución del 9 1 la desmoraliza­ción i falta de plan político i de ideas del partido li­beral, ese eterno lacayo i comparsa presto a plegarse a todos los que le ofrecieran algún jirón de poder, algún negocio fácil. Amó demasiado las alturas, i a tnfeque de conservarse en ellas, en mas de una oca­sión contemporizó con los principios mas opuestos i gradualmente fué dando vida i aliento a sus enemi­gos de siempre. Si nuestra historia de ayer no estu­viera fresca en el recuerdo de todos, si no hubiéra­mos visto al liberalismo chileno, mas de una vez, en consorcio íntimo en cuestiones de principios, con los conservadores; si no lo hubiéramos visto ayer, al­zando en la comuna autónoma la columna mas sólida del poder feudal de los dueños de la tierra i del par­tido conservador, bastaríanos contemplarlo ya en disolución, pronto a desaparecer, entregando el do­minio de la República, a quienes una vez en el po­der, no los llamarán como auxiliares. Partido desmo­ralizado i corrompido, desaparecerá en sus hombres de hoi, para surjir mañana, viril i potente, soste­nido por jeneraciones i esfuerzos mas honrados i vir­tuosos.

Hizo también la revolución i venia preparándola desde algunos años atrás i antes que Balmaceda su­biese al poder, la injerencia anticonstitucional i ab­surda que se venia dando a la cámara de diputados

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en la solución de las cuestiones electorales, a tal es­tremo, que la cámara i el congreso mismo creyeron que lo eran todo i trataron de avasallar al jefe del es­tado. Desde que los pueblos hastiados, abandonaban el campo de la política, la cámara de diputados se arrogó la facultad de formar comités políticos i parla­mentarios; i se constituía en la directora de la lucha electoral; discernía las diputaciones; i ella misma, que mas tarde debia calificar la legalidad de los actos eleccionarios, era la que se encargaba de prepararlos abusos. Esa era la verdadera oligarquía; allí estuvo el jérmen mas fecundo de desmoralización política i por eso la revolución, que tantas múltiples causas venían preparando desde antiguo, hubo de salir de allí, de ese centro donde todo se trataba i resolvía, ora en secretaria i privadamente, ora en público, donde solo se votoba para salvar las apariencias i arrojar nube de oscuro polvo a los ojos del pais, quien no obstante, no ignoraba nada.

No pudieron, nó, los revolucionarios ni sus insti­gadores de dentro i fuera del pais, ir a buscar al pueblo, porque el pueblo de nada les habria servido. Buscaron a los que tenían en sus manes los hilos de una gran trama i en quienes podía dejarse caer abun­dante lluvia de estímulos dorados; buscaron a quie­nes ya se sabian omnipotentes i que se atrevían a mirar de frente i con ademan airado al Presidente mismo de la República, de quien poco antes eran tan dóciles i sumisos servidores.

Hizo la revolución el salitre Tarapacá i las fáciles fortunas que algunos hicieron a su sombra, estimu­lando ademas los apetitos de los que pretendian aná­logos derechos. «El congreso es un haz de corrom­pidos®, dice una carta que tenemos en nuestro poder. «Hai un grupo, agrega, a quien trabaja el oro estranjero i que ha corrompido a muchas personas.®

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«Hai un hombre acaudalado que ha envilecido la prensa, i que ha envilecido a los hombres."

«Las fuerzas parlamentarias han fluctuado entre vicios i ambiciones personales."

«El pueblo ha permanecido tranquilo i feliz. Pero la oligarquía lo ha corrompido todo."

«Ha corrompido la escuadra. Felizmente no ha podido corromper al ejército."

«El cuerpo político de la clase dirijente en Chile está gangrenado. Ha llegado la hora de la crisis i es necesario amputar las llagas que nos abaten i nos pierden."

Así pensaba en los primeros dias de enero de 1 8 9 1 el grande estadista que trazaba aquellas líneas, dur­miendo sobre la grata ilusión de que hasta entonces, no el ejército sino los movilizados, no habia sido corrompido i no creyendo en los saludables avisos de prudencia i de esperiencia, que los años nos au­torizaban a darle, a fuer de leales amigos, i a riesgo de que nuestra honradez i decidida convicción en fa­vor del orden, fueran mal interpretados i mal com­prendida la elevación de nuestro carácter.

La corrupción ganó también al ejército moviliza­do, a muchos de aquellos en quienes nadie pudo dudar jamas, i fué cierta nuestra predicción cuando en 1 3 de enero de 1 8 9 1 , apenas principiada la lucha sangrienta, decíamos al Presidente de la República desde la intendencia de Valparaiso: «Otro peligro mayor hai aun en la formación de cuerpos de ejército con jentes que se reclutan, que acaso están domina­das por el espíritu revolucionario i que, en muchos casos serán enviados por ellos mismos (los revolto­sos) con instrucciones especiales para que vayan á engrosar las filas del orden i destinados a producir mas tarde la revuelta i el caos."—Las primeras fuer­zas enviadas a Tarapacá i Antofagasta probaron que

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no discurríamos fuera de la verdad i debieron con­fundir a los que, dándose por buenos amigos, no conocían el valor de la verdad i atacaban a quien la proclamaba en bien de todos.

Tarapacá, el oro i la corrupción realizaron la revo­lución, i el Perú quedó vengado, inoculando en nos­otros la savia que por tantos años habia hecho su desgracia.

La revolución, una vez hecha, tuvo impulso pode­roso en el clero, en los colejios dirijidos por él, don­de se fomenta un espíritu aristocrático contrario al interés de la república i de la democracia, pero que halaga la vanidad de las familias de la capital. Ten­dencia contraria a la relijíon de Cristo, que pretenden enseñar, que no llama en torno suyo al desheredado de la fortuna, sino que adula i estimula los senti­mientos de vanidad i de orgullo de los ricos. Conti­nuado este método con perseverancia inalterable, va formando en la sociedad división marcada de castas i perpetúa el señorío de los unos, basado sobre la abyección i el menosprecio de los otros. La propa­ganda de los colejios sostenidos por jesuítas, daña hondamente los intereses sociales, porque siendo en sus doctrinas naturalmente intransijentes i esclusi-vistas, producen, como ya lo hemos visto en los sa­queos de Santiago e incendios de Valparaíso, abe­rraciones solo concebibles en los que no reconocen por patria el suelo en que viven.

He ahí quienes hicieron i podian hacer la revolu­ción i he ahí también porqué la hicieron.

No busquemos la razón de los acontecimientos en pueriles motivos de carácter del presidente Balma-ceda. No, porque el señor Balmaceda tuvo también culpa para que ella se produjese, por su exajerado espíritu de conciliación, su estremado apego a las formas cultas i a las prácticas legales i el conoci-

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miento que los revolucionarios tenían de que jamas procedería en contra de ellos, como no procedió, con la enerjia persistente de un carácter resuelto. Fué enérjico por ráfagas, pero pronto decaía i por eso notábase el contraste con algunos de sus represen­tantes en las provincias, quienes, sin ser bárbaros, tiranos i malvados, como se les pinta, cumplieron con su deber de autoridades en época revolucionaria.

Vendrán otros escritores, quienes con mas conoci­miento de los hechos i mayores datos que nosotros, presenten todas las especulaciones a que durante largos años, i particularmente en los últimos tiem­pos, se han prestado las diputaciones, senaturías i otros cargos públicos análogos. Pero el pais no des­conoce gran número de insidencias i especulaciones, que son la herencia maldita que nos legara el Perú con el dominio de Terapacá, oríjen inmediato i efi­ciente de la desmoralización de las clases políticas dirijentes. Allí ha habido un venero de fortuna fácil i de especulaciones a la gruesa ventura, que el pre­sidente Balmaceda cortó en mas de una ocasión, con la enerjia de la mas alta i patriótica firmeza. ¡Cómo no odiarlo, entonces!

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XIII

CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN

No es el acaso leí de los acontecimientos humanos, ni en el orden social, ni en el político. Siempre hai una causa pretérita o presunción de futuras emergen­cias que los preparan i desarrollan.

Investigar, para conocer el factor o factores que agitan el alma de las sociedades i las dirijen al cum­plimiento de sus destinos, es penetrar en la incierta oscuridad del porvenir para iluminarlo con los res­plandores de la verdad, i leer en el pasado para ad­quirir la intuición de lo venidero i poder avanzar en sus sendas, dirijiendo i dominando los aconteci­mientos.

L a última revolución de Chile ha sido un suceso grave e increíble, atendido el carácter nacional i la índole de las instituciones, empapadas en el senti­miento del orden i del profundo respeto a la autori­dad, robustecidos por la armónica trabazón de los poderes constitucionales creados por ellas.

El trastorno profundo i la caida de un gobierno que durante un tercio de siglo habia dirijido sabia­mente los destinos de una nación que creció i fué próspera a su sombra, consagrada al cultivo de las artes i de la paz, es un acontecimiento digno de es­pecial estudio. Hai en él enseñanzas, que son consejo i experiencia.

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Si es cierto que en el movimiento revolucionario debieron influir, i en efecto intervinieron, pequeños

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i mezquinos ajentes i bastardos intereses, como am­biciones personales, cohechos, traiciones, rencores, deseos de mando i furores de venganza, no es menos •cierto que son esos los factores obligados de toda re­vuelta, sus resortes naturales, sus ejecutores, pero no el orijen, ni la causa eficiente de la conmoción. La bala que hiere i mata no se mueve por impulso propio. Siempre hai una fuerza, un brazo animado por pasión ardiente que da impulso a la inercia ma­terial, que arrebata la vida al ser que piensa.

Dos ejércitos que se baten en fratricida lucha, no son la revolución, como no lo es tampoco el marino •desleal que traiciona a su jefe i deserta su bandera; ni el soldado traidor que rinde su espada por treinta monedas; ni el sacerdote que abandona el altar para hacer propaganda de discordia i exterminio; ni la mujer infame que, olvidando su sexo, derrama llanto, dolor i luto en hogares felices, que torna en mansión de amargura i desolación.

La revolución es la causa o las causas mas o me­nos complejas que necesitan de todos aquellos ajen-tes, que esplota en su provecho. La revolución es la idea u orden de ideas que impulsan- a los hombres, que mueven los malos instintos, que aglomeran el combustible que debe producir la conflagración.

La revolución es también la fuerza de resistencia que otro orden de ideas i aspiraciones sociales, con justos i lejítimos derechos, oponen a los que buscan su predominio en el trastorno del orden social exis­tente i en la destrucción de las garantías que crean la ley i el derecho, para someterlas al violento capri­cho de la fuerza. La revolución es, por tanto, el cho­que de ideas, de principios, de aspiraciones sociales, políticas o mercantiles, como la tormenta que se desata en el firmamento y desgarra densos i oscuros nubarrones es la lucha de opuestos eléctricos fluidos.

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Juzgada la revolución chilena i estudiada en este vasto i noble escenario de los principios, sin dar in­tervención a las pequeneces i miserias de los actores i ejecutores de los hechos ¡cuánto mas digna i grande no aparecerá la causa de la justicia, donde quiera que resplandezca; cuánto mas deleznable no será el pedestal sobre que se base la triste gloria de quien defendiera la iniquidad o el error, i produjera el des­crédito i la ruina de la patria.

La investigación de aquellas causas hace surgir una interrogación lógica, natural, precisa. (La revo­lución chilena de 1 8 9 1 , fué una revolución social o solo el fruto de momentáneas i pasajeras circunstan­cias, de pasiones e intereses del momento?

Si hubo en juego, como era inevitable sucediera, intereses i pasiones accidentales, no podrá descono­cerse que fué una verdadera revolución social; la eterna lucha entre los intereses i estagnaciones del pasado i las esperanzas i resplandores del porvenir, conducidos por el genio del progreso moderno, de la democracia i de la libertad.

* * #

Los revolucionarios mismos lo han dicho: ¡la revo­lución de i8gi fué la segunda guerra de nuestra in­dependencia! Y nosotros reivindicamos para Balma-ceda i los suyos el derecho lejítimo de ser los nobles continuadores de las tradiciones de libertad e inde­pendencia que sostuvieron Camilo Enriquez, el már­tir Manuel Rodríguez, los Carreras i tantos otros que lucharon i rindieron la vida por desasir a Chile de la dominación de los opresores de la conciencia social i política de sus hijos.

Balmaceda i los suyos son los continuadores de la obra colosal de San Martín, quien trasmontó los

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Andes para ayudarnos a recuperar la libertad mate­rial que habíamos perdido i ponernos en aptitud de conquistar la independencia moral, rompiendo las ca­denas de toda opresión.

Balmaceda representa al pueblo oprimido, que des­ata las ligaduras del yugo tiránico de los San Bruno i Torquemada.

Es el espíritu de Bilbao, condenado en la plaza pública de Santiago i expulsado de Chile para que fuera a morir en tierra extranjera; i expulsado preci­samente por los mismos que acaban de sacrificar a un genio e inmolar a un partido entero, que es las tres cuartas partes de todo Chile.

* • *

El estudio de los elementos constitutivos de los bandos contendores nos permitirá apreciar estas ver­dades.

¿Quiénes formaban la falanje revolucionaria? Las clases menos numerosas de la sociedad, las que no producen i viven i usufructúan del trabajo de los de­más, como el banquero, rey de la usura, que reúne en sus arcas las amarguras i sacrificios de todos los que viven del esfuerzo propio; el clero-político, clase privilegiada que habita en la tierra, acumula fortuna, ejerce predominio en la familia, la dirije por medio de esposos espirituales, atiza odios por la prensa i otros órganos, prepara el saqueo i esterminio de ho­gares tranquilos i virtuosos, i habla del cielo solo para invocarlo como talismán que ampare sus estra-vios; unos cuantos que se dicen aristocracia porque son dueños de tierras heredadas o mal habidas i de grandes casas; i no pocos que surjiendo de las filas del pueblo i mediante complacencias humillantes, quieren parodiar la aristocracia i gozar de sus sonri-

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sas i favores, porque carecen de carácter i de valor para lanzarse al combate de la vida con alma levan­tada e independiente, sin jenuflexiones ni humillacio­nes. Entre estos últimos no pocos figuran a título de liberales, que merodearon siempre en todos los par­tidos i pactaron con todas las ideas i todos los des­potismos. También temaron parte en la revolución los ingleses salitreros de Valparaiso e Iquíque i sus abogados, diputados, estipendiados con sueldos ex­orbitantes. I por último, el conjunto de individuos que formaron el ejército revolucionario, de cerca de diez mil hombres.

En el bando que sostenía al gobierno constitucio­nal de Balmaceda, figuraba, puede decirse, la repú­blica entera: el industrial, el comerciante, las clases mas numerosas i productoras que constituyen la col­mena de Chile; el artesano, el obrero, sin que falta­ran hábiles jurisconsultos, publicistas notables de fama reconocida, luchadores i adalides esforzados en las campañas de la idea, majistrados encanecidos en el servicio de la patria, distinguidos literatos e histo­riadores, militares i marinos ilustres, el pueblo en masa que ofreció su sangre para formar un ejército de 40 ,000 hombres i la inmensa mayoría i casi tota­lidad del territorio, sus ciudades populosas i las pe­queñas aldeas, que obedecían sin protesta i satisfechas al gobierno legalmente constituido.

Hé ahí los adalides que formaron en opuestas filas; unos pasiva i otros activamente, en la revolución de 1 8 9 1 .

Pero tales adalides son los mismos que lidiaron en la guerra de la independencia i que, desde ella hasta nuestros dias han venido sosteniendo lucha tenaz i persistente de predominio.

Tales factores no se forman i surjen en un día; no son hongos sociales o políticos que se desarrollan

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ampulosamente en un momento dado para envolver i sofocar el movimiento de un Estado en todas las es­feras de la vitalidad nacional.

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Abramos la historia. Ella nos señalará los puestos i la influencia que en la vida social, política y econó­mica de Chile, han ejercido todos i cada uno de aque­llos ajenies.

Herencia de la conquista española fué para todos los países sud-americanos la fundación de un gobier­no semi-teocrático, en el que el sacerdote i el poder religioso ejercían poderosa i decisiva influencia en el gobierno de los Estados.

La España nos daba lo que ella misma tenia. En ninguno de los países sud-americanos de ori­

gen español tuvieron el clero i el sacerdote político mayor prepotencia que en Chile. Se concentraba esta influencia particularmente en su capital, cuya vida se movia casi exclusivamente a impulsos de las agita­ciones i reyertas de los conventos, durante la era co­lonial i también en la era republicana, bajo diversa faz, mas vasta i perniciosa.

Años de absoluto dominio i poderío al lado de los gobiernos, con los partidos laicos conservadores, los hacian representantes i continuadores de las tradicio­nes coloniales.

Recien en el año 1 8 5 2 , después de haberse apode­rado dé la dirección de la enseñanza en el Instituto Na­cional i cuando parecía que bajo el gobierno de don Manuel Montt, habían clavado la rueda de la fortuna, sufrió eclipse el predominio político-clerical i desapa­recieron del cielo terrenal después de una ruidosa cuestión que ajitó profundamente la sociedad santia-guina i dio por resultado la resistencia del arzobispo

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Valdivieso a salir del pais, lo que, no obstante, efec­tuó mas tarde en silencio.

¡Era el primero i rudo golpe asestado por el poder civil al prestigio del clero político, el que, ni olvidó, ni perdonó jamás!

En esa crisis de profunda agitación de la capital, el partido liberal se puso de parte del Arzopispo i con este motivo, recordamos que un eminente y patriota hombre de estado, que entonces era ministro de Ins­trucción Pública, don Rafael Sotomayor, nos decia: «Hemos sufrido una decepción; Montt i yo creíamos que la juventud ilustrada de Santiago era liberal i que, por consecuencia a los principios, habría estado con el gobierno.® ¡Error profundo!

Doce años permaneció el clero político alejado de las alturas, hasta que, habiendo empeñado todo su valimiento i actividad en la elección de Presidente que dio por resultado la de don Federico Errázuriz, alcanzaron auge é influencia considerables. Fué en­tonces cuando uno de sus representantes más cons­picuos, el hoi obispo de Martirópolis, abogó en el Consejo de la Universidad en contra de la instrucción de las clases obreras, lanzándose también por aque­llos dias excomunión contra el diario El Ferro-Carril porque defendia los principios liberales.

Mas, el presidente Errázuriz hubo por fin de alejar a sus incómodos aliados, no pudiendo acceder a sus exajeradas pretensiones de predominio político i ce­diendo al clamor de la opinión, como habia acaecido en tiempo de Montt.

En esta lucha con el poder civil dejó el clero-polí­tico un nuevo girón de su antigua gloria i suprema­cía. El Código Penal, aprobado por el Congreso, le quitó su fuero en materia criminal. Así, los semi-dioses pasaron a ser simples mortales, habitantes de una república, sin el derecho de entablar recur-

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sos de fuerza para sustraerse a la acción de sus leyes.

El ilustre presidente Pinto les negó absoluta inge­rencia en los consejos i dirección de la cosa pública, salvo la que preceptuaba la Constitución. Jamás se le perdonó. A su muerte, acaecida después de haber bajado de la presidencia, no se permitió celebrar sus funerales en la iglesia metropolitana de Santiago, •cuyo culto paga la nación, ni en ninguna otra. El Estado abrió entonces el salon de honor de la Repre­sentación Nacional i allí fué el pueblo a tributar ho­nores al ilustre muerto. Era el reto aceptado por el gobierno.

Estas manifestaciones de odio en contra de repre­sentantes del poder civil, revelaban la intransigencia característica de los jefes del clero político. Anuncia­ban los primeros síntomas de una lucha implacable i tenaz i revelaban que el elemento religioso estaba alerta, en guardia i preparado para cruzar sus ar­mas con su natural adversario, que venia arrebatán­dole una en pos de otra las regalias que recibiera del gobierno de la corona i que constituían su inmensa prepotencia.

Surjió la administración de Santa-Maria i durante ella, i siendo su ministro de estado el ilustre Balma-ceda, el clero político recibió profundas heridas que lo humillaban i pedian revancha. Un representante papal habia sido expulsado del territorio nacional, porque alentaba al clero-político en su lucha contra las leyes i prerrogativas del estado; se habia estable­cido, por medio de leyes sancionadas por la represen­tación nacional i por iniciativa del presidente Santa-Maria, i su ministro Balmaceda, el matrimonio i el rejistro civil, así como también se habian seculariza­do los cementerios, arrebatándoles amplia esfera de influencia, de prestijio i de lucro, que hasta entonces

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habían usufructuado con derecho de exclusivo mo nopolio.

No era ya posible que el clero-político viviera tran­quilo i satisfecho. Los gobiernos liberales que se su­cedían en el país le quitaban toda esperanza de ver algún dia realizada su soñada ilusión de una restau­ración de su prestijio e influencia, tal cual era en la época colonial.

Desde el momento que fueron sancionadas aquellas leyes, tanto Santa-Maria como Balmaceda fueron en­vueltos en un mismo odio. Se decretó su ruina i la revolución. El uno descendia del poder maldecido i el otro ascendía la montaña llevando sobre si sentencia de persecución implacable hasta la muerte.

Veamos la historia de ayer, que aun está fresca i palpitante en nuestro recuerdo i lo estará en el de los chilenos.

El obispo de Martirópolis execró los cementerios i con gran pompa i aparato se dirijió al de Santiago, acompañado de numeroso pueblo de todas condiciones sociales, dando a aquel acto un esplendor i un ruido propios para alarmar las conciencias timoratas i pre­sentar al presidente Santa-Maria i su ministro Bal­maceda, como los jefes de un gobierno de herejes i enemigos de la religion católica.

No fué esto solo. La revolución se intentó contra Santa-Maria. Cabos i sarjentos del regimiento Buin i . ° de linea habían sido sobornados bajo la oferta de ascensos i remuneración pecuniaria de 200 i 500 pe­sos, promesas que se cumplirían un mes después que hubiera dejado de existir el tirano i perseguidor de la fé, según las actas i compromisos que habían firmado los cabos i sarjentos. El presidente Santa Maria des­cubrió el complot infernal que tenia por objetivo su vida. I, aun cuando el comandante de aquel cuerpo quiso aparecer como el debelador del plan de motin,

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haciendo firmar a cabos i sarjentos un documento por el que constaba que ellos le habían dado cuenta i descubierto la conspiración, fué lo cierto que su conducta debió inspirar por lo menos dudas, cuando el experto presidente Santa-Maria lo separó del man­do del regimiento, llevándolo a su lado en el carácter de edecán, puesto que, por su naturaleza, parecía inofensivo. Pero en él mismo fué donde el aludido coronel debia mas tarde traicionar al jefe i al amigo, vendiendo al presidente Balmaceda, según consta de las listas de infamia i de traición publicadas por el comité revolucionario al dia siguiente de la victoria.

Al mismo tiempo, el clero i partido llamado cató­lico fundaban una sociedad que con el título de «Union Católica* i bajo la presidencia del obispo de A'lartirópolis, estaba llamada i constituida para com­batir el principio liberal. En sus grandes fiestas anua­les, celebradas con pompa deslumbradora i a estilo pagano, presididas por el Prelado i los grandes dig­natarios de la iglesia, los oradores laicos exaltaban la fé de los afiliados, enaltecían el principio del some­timiento de la fé i la conciencia política a la fé i a la conciencia religiosa. Combatían a los que opinan que la conciencia política se regla por la libertad i presen­taban al liberalismo como orden de principios herético i contrario a la única moral social i política que era la suya.

Al mismo tiempo fundaban el Banco de Santiago, del cual no podían ser empleados sino las personas que frecuentaban los Sacramentos de la confesión i ;

comunión i en él se acumularon los capitales de los :

clericales i conservadores. Fundando el Banco del Pobre reunieron en él las pequeñas economías del trabajador i clase obrera, a causa de cuya exigüedad eran despreciadas por los demás bancos existentes. Así se aprestaban para tener fondos cuantiosos a su

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disposición el dia del conflicto i de la revolución que preparaban.

Fundaron la sociedad llamada de San José i otras análogas, en las cuales se reunia a los obreros bajo la presidencia de un sacerdote. Estas sociedades o clubs político-religiosos que se establecieron hasta en los mas apartados villorios de Chile, tenían por ob­jeto robustecer la fé católica de los afiliados, azuzar­los en contra de las herejías i persecución del tirano de la Moneda contra la religión i tener, como en efecto tuvieron el 29 de agosto de 1 8 9 1 , una falanje fanatizada para lanzarla en eontra de las propiedades de los liberales de gobierno, en nombre del cielo i sus venganzas inconcebibles.

Estaban apercibidos para la pelea i jamás dejaron de luchar. Fueron gradualmente conquistando posi­ciones, desde las cuales hacian fuego contra los par­tidos liberales, no siempre unidos i acordes en el propósito de combatir i destruir el predominio de los conservadores laicos, unidos a los clericales.

Arrojado el clero del Instituto Nacional, fundó co­legios en la capital. El jesuíta estranjero, su aliado i cooperador, fundólos también i a ellos llevó, no al pueblo desvalido, sino a los hijos de padres pudien­tes a quienes, para tenerlos gratos se halagaba en sus vanidades i ¡quién sabe si hasta en sus caprichos i en sus deslices!

Otro trabajo astuto i hábilmente preparado por el clero-político fué el de dividir al partido liberal. Se atrajo una parte i la hizo servir a sus planes. De esa manera infligía doble humillación a su tradicional enemigo el liberalismo: arrojaba de la Moneda a su fracción mas poderosa i ligaba a su causa a otra frac­ción que plegaba su bandera para acordar al clero-político una importancia oficial de que hacia mas de treinta años carecía.

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He ahí los motivos porque el clero entró a la lu­cha i la fomentó, llamando también en su auxilio a la mujer para que dominase la conciencia política del esposo i de los hijos, poniéndola en pugna ó de acuerdo con la conciencia religiosa, según los casos.

No se combatía, pues, a Balmaceda, sino al presi­dente liberal, que mantenia todas las reformas hechas en las leyes políticas, para ponerlas en harmonia con los progresos de la ciencia social moderna. Cualquier otro presidente habría sido combatido por el clero, en habiendo encontrado la oportunidad de hacer predominar la idea político-relijiosa sobre el princi­pio liberal i el poder civil que lo aceptaba como su oriflama.

Pero a Balmaceda se le combatía con mayor odio i encarnizamiento que a ningún otro, porque él había sido el mas esforzado adalid en favor de la reforma civil. Esa reforma estaba encarnada en él: hé ahí la verdad. Aquello de tirano i dictador no pasa de pue­ril patraña, arma de combate que se ha disipado en la conciencia universal, tan pronto como los prime­ros rayos de verdad luminosa han clareado el esce­nario de aquella pelea en que se debatian dos gran­des colosos: el poder civil i el predominio de la potestad religiosa sobre la conciencia política.

Balmaceda era el espíritu nuevo, era la democra­cia de mañana triunfante de su adversario, no ani­quilado ni destruido, sino reducido a los justos i ne­cesarios límites para que no trabe la marcha social, quedándose Dios con lo que es de Dios i César con lo que es de César.

Tenemos fe profunda en este resultado; porque un partido como el clerical conservador que aban­dona el campo glorioso donde se debaten i analizan las ideas, para lanzarse en el terreno ardiente de la guerra de esterminío i en la revolución, es un par-

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tido que no tiene fe ni confianza en sus armas; es un partido que se pierde ante la conciencia pública.

Las ideas no mueren i desaparecen porque se mate a quienes las sustentan. No, porque la sangre de esos héroes del propio convencimiento cae sobre la tierra como rocío fertilizante, que multiplica la buena semilla.

* * *

La revolución ha pasado; pero la revolución no ha terminado.

Balmaceda solo vive en el amor de sus adeptos i en la esperanza de su inmortalidad. ¡Y no obstante, la lucha entre los dos principios en pugna muestra ya síntomas inequívocos de nueva aparición! Están en el poder, dueños absolutos de la situación, i sin embargo, el conservantismo clerical no está satis­fecho de sus amigos liberales de ayer, porque no encuentra en ellos la suficiente docilidad para acce­der á todas sus exijencias, no obstante que ya han cerrado numerosas escuelas públicas i de enseñanza técnica, en las que el pueblo recibía útil aprendizaje, propio a sacarlo de su atraso. Pronto pedirán que las escuelas normales de mujeres vuelvan a ser re­gentadas por monjas, para hacer desaparecer el sis­tema liberal de enseñanza implantado por Balmaceda por medio de profesores europeos. Las exijencias crecerán. Porque las luchas de principios i de siste­mas opuestos no mueren, como mueren i pasan los hombres que las sustentan. Ya la cátedra sagrada, que un dia-fulminó el esterminío i degollación, prin­cipia a llorar sus desgracias i proclama que la reli­gión no ha sacado del gran cataclismo todo el fruto que de él se esperaba i que tanta sangre ha costado a Chile. Así lo dicen i predican en el santuario.

Vendrá una nueva ruptura o el sometimiento mas

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o menos ostensible del principio de libertad. Porque la idea político-religiosa no se somete jamas: tiene vida eterna que dice recibir del cielo, sustentada por raza inconmovible desde Roma.

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Otro elemento social que formó parte de la falanje revolucionaria fué una fracción de los poseedores de tierras heredadas i que veia en las reformas jenera-les iniciadas por el gobierno liberal de Balmaceda, la emancipación del inquilinaje o esclavitud del la­briego por medio de la instrucción teórica i práctica, profusamente difundida. Tal inquilinaje no es otra cosa que los pecheros i encomiendas de la época co­lonial, que hasta hoi doblan la rodilla ante el amo para desasirle la espuela. Estos amos altaneros, despóticos con sus inquilinos, a quienes esplotan i niegan todo derecho, hasta el de propiedad i de libre conciencia, porque envían por manadas, cual sier­vos, a las urnas electorales, serán siempre los soste­nedores de toda tiranía i de todo despotismo, como lo fueron bajo la dominación española, cuya faz que­rrían acariciar bajo la república. Son los aliados na­turales del clero político, plaga funesta que aun ha de traer a nuestra patria muchos dias de consterna­ción, de vergüenza i de dolor, cuando se renueve la lucha en forma sangrienta contra los que, siendo re­presentantes de un Dios de paz, arman, no obstante, ejércitos de hermanos contra hermanos, olvidando que el maestro anunció que su reino no era de este mundo i colocó la oreja en su lugar al centurión, para que se supiese que por su causa i por sus dis­cípulos no debia derramarse sangre.

Ya, desde aquellos tiempos i cuando el maestro no habia volado al cielo, habia amigos celosos que

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maleaban la doctrina más santa, más justa i huma­nitaria. ¿Qué estraño que suceda después de diez i nueve siglos, durante los cuales aquellas enseñanzas han ido ganando todos los corazones, todas las inte-lijencias, a medida que los encargados de predicarlas parecen empeñados en su desprestigio?

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La usura se ejerció desde el principio en Chile, particularmente en su capital, bajo un carácter ver­gonzante i oculto ¡tan excesivos eran i tan crueles los réditos que cobraba! Los usureros eran conocidos i despreciados los avaros sin alma i sin conciencia que, ocultos i furtivamente especulaban con las lá­grimas i miserias de la viuda, con los vicios i desva­rios del hijo de familia i con la locura de los ancia­nos, ya que no era posible que la industria pudiera vivir ni buscar aliento i prosperidad con capitales prestados a interés desmedidamente fabuloso.

Mas, hacia el año 1 8 5 0 a 5 2 , los usureros, que ejercian su oficio furtivamente i como ocultándose de las miradas de la sociedad, aparecieron en público i se fundó un primer Banco, amparado por la ley.

Fueron tan pingües sus utilidades, que pronto surjieron otros establecimientos análogos, bajo di­versas formas i denominaciones. Muchos, lejos de ser el porvenir de las familias, fueron su ruina i deso­lación, pero en cambio hicieron la fabulosa fortuna de sus fundadores i administradores.

La casta despreciable de los usureros pasó asi a ser aristocracia del dinero i a tener asiento, como jamas lo habia tenido antes, en el Congreso, Consejo de Estado i otras corporaciones constitucionales.

Su influencia fué poderosa, se dilató por todo el país, llegando a dictarse leyes protectoras de las so-

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cicdades bancarias, las que arrebatando a la Nación la regalía de emisión de moneda de curso legal, la entregaban a los Bancos. Mas tarde, por medio de sus agentes en el Congreso, diputados i senadores en su casi totalidad accionistas de los Bancos, ob­tenían por asalto nocturno la leí que les permitía pagar en tiras de papel inconvertible i depreciado, lo que el pueblo depositante les habia entregado en oro.

Se salvaron los senadores i diputados banqueros, amagados por una bancarrota, pero treinta millones de pesos que el comerciante, el agricultor, el indus­trial, el obrero i la viuda les habían entregado en oro, desaparecieron para enriquecer a los banqueros, quienes desde entonces han podido jugar a su capri­cho al alza i baja del cambio.

El país ha llegado ya a una deplorable situación. La fortuna particular está toda en poder del ban­quero, ya por hipotecas o cualquier otro orden de compromisos. Los consumos han encarecido exor­bitantemente i el pobre pueblo consumidor paga con ímprobo trabajo, el lujo i las concupiscencias de la clase que se da el titulo de rejeneradora i la única noble i digna de ser chilena.

En estas condiciones, los Bancos, sean pertene­cientes a una sola familia, lo que es peor, sean cons­tituidos por acciones que suscribe el pueblo i pronto pasan a poder de la aristocracia del dinero, han lle­gado a ser en Chile un peligro i una amenaza cons­tantes. Peligro i amenaza, porque en un pais pobre, de estrechos horizontes comerciales, de industria na­ciente i casi nula, la acumulación de inmensas for­tunas en pocas i privilejiadas manos, amaga la in­dependencia del estado civil; mata los elevados alientos de las resoluciones inspiradas por el bien de la patria; establece como único móvil de las resolu­ciones del estadista el sórdido interés i la convenien-

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cía privada, i derrama por toda la sociedad los jér-menes de una desmoralización i disolución que son las precursoras de los grandes cataclismos i de la decadencia de los estados mejor constituidos.

El ilustre presidente Balmaceda veia estos males i junto con deplorarlos buscaba los medios de hacer­los desaparecer.

Un Banco de la Nación era la medida salvadora que habia consignado en un proyecto de lei que pre­sentó al Congreso Constituyente. Ese proyecto de­volvía al Estado las prerrogativas que gradualmente se le habían arrebatado para entregarlas a los ban­queros, constituyéndolos en peligro social i político.

He ahí porqué el gremio de banqueros, represen­tado particularmente por dos acaudaladas familias,

.hizo suya la revolución i la amparó i fomentó con todo el poder de sus millones.

Esa fué una de las causas mas poderosas de la re­volución, después de la inmistion del clero-político. Movimiento de banqueros, hecho para amparar sus intereses; sostenido por un Congreso en cuyo seno habia muchos de los llamados representantes del pueblo, que estaban a sueldo, recibian propinas con­siderables, perdón de sus deudas, cuentas corrientes« en descubierto ú otros cuantiosos favores de manos de los jefes de los Bancos privilejiados. No pocos congresales eran accionistas de estos Bancos.

Apenas triunfante la revolución, un nuevo Con­greso elejidó bajo la presión de las bayonetas i ha­biendo mas de diez mil ciudadanos perseguidos, desterrados o encarcelados, se apresuró a dictar di­versas leyes que son otros tantos privilejios, onero­sos para el pueblo i clases trabajadoras, ya que ase­guran pingües ganancias a los Bancos, durante muchos años, si antes no se pone término al sistema rejenerador.

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El Estado queda, pues, sometido de nuevo al tu-telaje bancario i la raza ' judia dominará por largos años mas en Chile, habiendo para lograrlo, envile­cido a la representación nacional i dominado al go­bierno mismo, por medio de ministros de Estado que son sus ajentes ó los dueños mismos de los Bancos.

Casi todos los frutos de la revolución redundan en beneficio del banquero i dañan la industria i el trabajo. Véase si no era justa i rejeneradora la causa sustentada por Balmaceda i sus amigos, quienes a toda costa trataban de dar aliento i vida fácil a las fuerzas productoras del país, libertándolas del yugo de antiguos i exijentes dominadores que las esquil­man i empobrecen: el banquero exijente amparado por la lei, reemplazando al antiguo despreciable usurero.

Balmaceda i los suyos eran, pues, los insurjentes de la colonia. Eran el espíritu nuevo que se ajita i reacciona para encerrar en justos límites a quienes pretenden constituir un estado dentro de otro estado.

Sin contacto i acaso sin intereses comunes con el clero-político, se encontraron en la misma senda, persiguiendo el fin de aniquilar a un adversario co­mún, i avanzaron sin trepidar, los unos en busca de revancha i reacción, los otros en pos del vellocino de oro, ídolo oculto de los primeros.

Era aquella una revolución social, la revolución de la independencia no consumada en Chile en todo su vasto alcance i que hoi volvía a renovarse, no para destruir un poder tiránico i opresor, que no lo habia, slnó para hacer predominar sobre los intereses eter­nos de la democracia i de la libertad, las convenien­cias de círculos reaccionarios mas o menos numero­sos é influyentes de la sociedad, los mismos que en la era colonial estuvieron del lado del rei i la domi­nación española.

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¡Santa i justa causa la del egrejio repúblico que consagró toda su vida al servicio intelijente de la patria i que a ella i a sus amigos les sacrificó la mas preciosa de las existencias!

Sacrificado por la democracia, es el apóstol de una idea que jamás morirá porque es emanación del cielo i porque el sacrificio es símbolo de redención.

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Otro elemento intervino también como factor en la contienda civil chilena. Elemento espúreo, venal é interesado, cuya injerencia jamás será bastante enér-jicamente condenada i reprobada. Nos referimos a los ingleses de Valparaíso i Tarapacá, quienes por primera vez dieron en tierra chilena 1 el pernicioso ejemplo de hacerse partes en nuestras luchas civiles, poniéndose al lado de los revolucionarios.

Ua inglés que ha llegado a ser millonario, especu­lando en sociedades salitreras en Tarapacá, preten­dió ser el arbitro de la producción del salitre, The king of nilrate, de la vida industrial de las rejiones salitrales, i de Iquique mismo, que es su capital. A su lado formó toda la colonia inglesa de aquellos lu­gares, ligada íntimamente con la de Valparaíso por relaciones fáciles de explicarse.

Se trataba nada menos que de formar allí una verdadera factoría inglesa, una dominación estran-jera mercantil, una especie de India Sud Amé­rica que mas tarde ¿quién sabe cuántas complicacio­nes había de traernos?

Vasta iba siendo ya la falanje de los confabulados, con ramificaciones en la capital de Chile. Habia allí abogados que recibian sueldos de treinta mil pesos anuales, amen de muchas otras cuantiosas dádivas suplementarias.

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Los balances publicados de la sociedad de North consignan ese sueldo a favor del abogado que indi­can, con mas, trescientos mil pesos para gastos se­cretos. Estos abogados penetraban al Consejo de Estado, tenian asiento en el Congreso, que hoy pre­side alguno de ellos, i eran los defensores de los in­tereses de North en todas las ramas del poder pú­blico.

Llegóse hasta pretender violentar o preparar para una violencia, la conciencia noblemente honrada del eminente Balmaceda, halagándolo con presentes que él supo desdeñar con digna caballerosidad, no acep­tándolos para sí, sino para la nación, a cuyas ofici­nas i establecimientos públicos los envió.

Lo cierto era que los salitreros no ocultaban sus aspiraciones a conocer las opiniones del presidente Balmaceda en orden a los monopolios i privilejios que anhelaban para hacer negocios pingües durante largos años.

Pronto se les presentó la ocasión. Hacia el año de 1 8 8 8 , el jefe de la nación hizo una visita a los territorios salitrales de Iquique i allí esplanó en un brindis sus ideas i su pian en orden a la producción del salitre. No agradaron a las conveniencias inglesas, porque contrariaban sus planes, favoreciendo el inte­rés nacional. Ese discurso se envió a Londres por el cable, incontinenti, i así se declaró la hostilidad in­glesa contra el presidente Balmaceda, hostilidad que mas tarde tornó en simpatía i protección a los revo­lucionarios.

Otro funesto error i delito de lesa patria de los revolucionarios, de hacer servir el elemento extran­jero, interesado i meramente mercantil, contrapo­niéndolo a Tos permanentes i vitales intereses del pais.

El resultado es que, después del triunfo de la re-

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vuelta, las propiedades salitreras pertenecientes al Estado, están siendo esplotadas por particulares ha­biéndose hecho desaparecer sus linderos i destruídose los planos, demarcaciones i títulos que los gobiernos de Santa-Maria i Balmaceda habian hecho acumular con inmenso i prolijo trabajo.

¡Ocultemos con velo denso tanta miseria i tanto cúmulo de mezquinos intereses puestos en juego para dañar la prosperidad creciente de nuestra patria!

Pero regocijémonos porque llega el día en que la luz principia a precipitarse a raudales sobre los actos administrativos i la conducta siempre noble, patrió­tica i desinteresada del mas grande de los presiden­tes de Chile.

El defendió los intereses mas vitales de su pais; veló incesantemente por la honra nacional; fué equi­tativo i justo i la magnanimidad presidió sus actos de mandatario. La historia, la justicia i su patria agradecida acordarán un dia las recompensas públi­cas a que le hacen acreedor sus merecimientos.

* * *

Por último, aquel mismo territorio de Tarapacá, aislado del resto de la república i sin poder recibir oportunos auxilios del gobierno constitucional de Balmaceda, cayó en poder de los revolucionarios, que lo apetecían desde tiempo atrás.

Paralizados los trabajos de sus minas i salitreras, los obreros debieron enrolarse como soldados en el ejército de la revolución. La población obrera de esas regiones es advenediza i formada por los individuos que en el centro de la república no pueden vivir por sus hábitos desordenados. Casi no son ni ciudadanos activos; muchos han escapado de las cárceles o de las persecuciones de la justicia.

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Cohibidos por la necesidad i falta de trabajo, lu­ciéronse soldados i pelearon. Pero no tenian idea política, lo que se comprueba recordando que esos mismos soldados se sublevaban en Santiago, un mes después de haber entrado, al grito de: ¡Abajo la jun­ta de gobierno! ¡Viva Balmaceda! Esos batallones fueron disueltos i enviados al Norte sin armas.

¡Con verdad puede decirse que la revolución no tenia pueblo! Era, como éste decia en su jenial espi-piritualidad, la revolución de los futres.

Fué una confabulación del despecho; de rencores i deseos de revancha largos años preparados i repri­midos; de mercaderes i usureros que manchaban con su presencia los nobles alientos del pais.

Todas las escorias de una civilización i estado so­cial ya pasado, que la civilización moderna condena, unidas a las escorias que al presente pretenden al­zarse sobre las ruinas del derecho i de la libertad.

* *

Dígase ahora si la revolución chilena de 1 8 9 1 , por sus causas i por los ajenies que en ella intervinieron, no fué la continuación de la guerra de la Indepen­dencia, cuyo verdadero carácter de revolución social no lo tuvo en 1 8 1 0 .

Cuando haya desaparecido toda tirania, todo vasa­llaje i la igualdad ante la lei deje de ser vana fórmu­la, entonces el imperio del gobierno del pueblo por sí mismo será una verdad.

Tan cierto es que ha sido el pueblo el que ha lu­chado contra sus antiguos amos i dominadores, que éstos, después de su triunfo, han tratado a los ven­cidos considerándolos como sus siervos, sin respeto ni consideración, como no se trata a los vencidos de pais estranjero conquistado. Aparte de los saqueos,

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que han sido el mas audaz desconocimiento de las leyes de la guerra, de la magnanimidad del triunfa­dor i de la humanidad, se ha arrebatado a las fami­lias de militares su montepío acordado por leyes preexistentes; a los empleados públicos administrati­vos sin ingerencia en la política, sus empleos con­quistados por largos años de importantes servicios; a los inválidos del trabajo sus jubilaciones concedi­das por supremas disposiciones anteriores al comien­zo i triunfo de la revolución. E-n suma, se ha hecho tabla rasa de todo cuanto pudiera significar conside­ración, respeto, siquiera lástima, ni aun el mas ele­mental miramiento por los individuos i el bando po­lítico a que pertenecen. Se ha creado una clase de parias e ilotas que, reducidos a la condición de cosa, no los oye la justicia, para ellos no hai leyes pro­tectoras que los amparen en sus derechos i vagan por las ciudades en condición de miserables pordio­seros.

S i los que así han procedido no son los dueños i se­ñores de vidas i haciendas; si no son los señores feu­dales que recobran sus antiguos dominios i con ellos sus siervos, a quienes tratan como a esclavos, no sabríamos qué otro nombre darles, ni a quiénes pue­den recordar en la historia, si no es a los dominado­res de las razas indíjenas por medio del látigo i el grillete.

Las teorías sociales i políticas que- se han soste­nido a raiz del triunfo de la revuelta, como son, la facultad deliberativa reconocida a la fuerza pública, que siempre fué tenida en las naciones cultas como esencialmente obediente, como lo ordena la constitu­ción chilena; las recompensas i recomendaciones es­peciales acordadas a los traidores que hacían un doble papel i vendian a sus jefes; el desconocimiento de los actos de un gobierno serio, legalmente consti-

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tuido i la falta de cumplimiento de actos i contratos celebrados al amparo de leyes preexistentes i bajo la égida protectora de ese mismo gobierno reconocido i en relaciones amistosas con las naciones civilizadas; la disolución de un ejército que dio glorias i fortuna a la nación, i cuya lealtad al gobierno de Balmaceda era la garantía mas sólida de la paz interior, bajo cualquier gobierno; i de la seguridad exterior del pais; la teoría onjinalísima, si no fuese grotesca, de que un gobierno organizado se haga revolución a sí mismo; la inmoralidad de elevar a la presidencia de la República al jefe victorioso de la revolución, ayer oscuro capitán de nave de guerra que se alza contra su jefe constitucional: todo, todo está evidenciando que, si no hai en Chile, pais que fué siempre sesudo i cuerdo, una profunda desmoralización social, hai por lo menos una perversión de criterio, que sin duda ha sido una de las causas mas poderosas i activas de una revolución que hace retroceder al pais muchos años en la senda del progreso i de liberalismo que con tanta seguridad recorría.

La causa de la democracia ha sido, pues, vencida. ¿No estaba Chile preparado para hacerla triunfar? Por hoi dominan todos los elementos sociales que son opresión i no redención. Vasallaje de la concien­cia política a la fé religiosa, que es muerte ele toda iniciativa intelectual; vasallaje del inquilino al amo, que es servilismo i esclavitud por la miseria; vasa­llaje de la industria i de la agricultura al banquero, señor de tierras cuya renta recibe sin trabajar; va­sallaje de todo el pais al banquero, que juega al cambio i empobrece la nación, encareciendo los con­sumos.

¡Balmaceda fué vencido; la causa del pueblo cayó con él! ¿Cuántos años mas dominarán los nuevos amos? ¿Durante cuánto tiempo la democracia yacerá

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aniquilada? ¿Podrá reabilitarse por sí misma o nece­sitará del esfuerzo i cooperación de otra poderosa democracia que la auxilie para desasirse de las liga­duras con que se la ata al poste de la dominación de sus amos de ayer i de sus opresores de hoi, como un dia necesitó valeroso, estraño esfuerzo material para recuperar la independencia perdida?

¿O por ventura hoi-, después de tres cuartos de si­glo de vida independiente, la condición moral i social del pueblo chileno, sus preocupaciones, sus hábitos de pasiva obediencia al patrón, al amo, han sufrido mui poca modificación? ¡Problema considerable!

Si así fuera, Balmaceda se habría anticipado a su época i su figura se agigantará mas en el porvenir.

Con razón anhelaba él tanto ilustrar al pueblo i hacerlo apto para cumplir sus deberes cívicos i so­ciables.

Su ardiente aspiración fué tronchada. Malos liberales lo abandonaron i hoi esponen al

pais a caer bajo la dominación esclusiva de elementos de poder que reaccionarán contra las conquistas libe­rales .

Los errores políticos no los pagan solo quienes incurren en ellos. Gravitan mas vigorosamente sobre la nación, que jamas muere i no sobre los hombres que pasan i desaparecen.

En esa dilatada vida nacional, pueden la democra­cia i la libertad caer abatidas pero no vencidas. Mas, al fin, brillarán con luz propia.

El espíritu de Balmaceda flotará en su programa de ideas i aspiraciones. Habrá un dia en que el pue­blo entero lo hará suyo para entrar en posesión de todos sus derechos. La revolución de la independen­cia quedará entonces consumada en sus efectos so­ciales.

El mundo civilizado ha hecho ya oir su voz. Su

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veredicto enaltece i glorifica al noble magistrado que se llamó José Manuel Balmaceda.

La voz de Chile serále también favorable i lo aplaudirá unánime en dia aun oculto entre los plie­gues de velado porvenir.

Tengamos fé. La justicia al fin resplandece í triunfa.

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XIV

LA CUESTIÓN PERSONAL

Ya dijimos que tomaríamos en cuenta los cargos dirijidos a la administración Balmaceda, alegando que sus adeptos no eran príncipes de la sangre, si es lícito espresarse así, en una república americana donde se blasona de liberalismo, donde la lei no re­conoce clases privilejiadas, ni títulos honoríficos, ni heráldica, ni blasones; pero, donde no hai hijo de vecino, por mas liberal o harapiento que sea, que no se pretenda emparentado con el gallo de la pasión i descendiente de los mas nobles caballeros de la caba­llería andante. Don Quijote tiene algunas de sus costillas depositadas en muchas ciudades de Chile, pero donde está el grueso de su esqueleto u osa­menta es en Santiago.

Necesitamos también tomar en consideración el cargo de logreros i especuladores atribuido a toda la falanje de hombres honrados que acompañaron al presidente Balmaceda hasta el último instante de su patriótica administración.

Ardua i peligrosa discusión es la que debe tomar por base a las personas para aquilatar sus méritos i deméritos; pero, al ser llevados a este terreno, olví­dese el temor de que pudiéramos ser intemperantes i agresivos i que por un momento desconozcamos los respetos que se deben a los hombres i a los lectores imparciales, para quienes escribimos i cuya opinión consultamos i acataremos.

Suponemos, i esa es la verdad, que los partidos

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de oposición, mas tarde revolucionarios, no atacan de logreros i advenedizos a los hombres que hasta i 8 g o acompañaron al presidente Balmaceda en su laboriosa administración i que este cargo solo se di-rije a todos los que leales a la bandera liberal, conti­nuaron enarbolándola en las horas de prueba i de peligro, i probando una consecuencia tanto mas sin­cera i digna de respeto, cuanto que afrontaba peli­gros i sinsabores sin cuento, sin mas espectativa que la de la ingratitud, las cárceles, también el patíbulo i la muerte cruel en celada ignominiosa i traidora.

Hasta principios de 1 8 9 0 , todos los liberales ha­bían permanecido mas o menos agrupados en torno del gobierno, buscando los unos el predominio de sus influencias personales, marcando los otros el paso i aguardando que llegara para ellos la hora del sacrificio i de la patriótica labor. Si estos últimos eran turba famélica, logreros, especuladores de baja lei i desconocidos, cuya sangre no corría azul i aris­tocrática por sus venas ¿cómo es que los últimos mar­charon unidos con ellos, durante cuatro años; cómo organizaron a su lado ministerios i los consideraron falanje digna de codearse con ellos, quienes a sí mismos se discernían el título de nobles e hidalgos? ¿Por qué estraordinario fenómeno solo a última hora vinieron hombres tan perspicaces i atinados a com­prender que iban en mala compañía i que, aquellos amigos leales del presidente Balmaceda i de la idea liberal democrática eran un ato de imbéciles? ¿Por qué no lo denunciaron antes al pais i aguardaron la hora undécima, cuando ya habían perdido toda es­peranza de que las influencias oficiales se pusieran al servicio de ninguno de los bandos contendientes? ¡Ah! Fuerza será confesar que, o todos eran iguales en sus procederes, en su sangre i en sus antecedentes sociales i de intelijencia i honradez, i, por consi-

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guíente probos i honrados, o que todos eran turba de especuladores, de aspirantes, sin títulos í antece­dentes para buscar el apoyo i consideración de sus conciudadanos. Imposible seria aceptar esta última hipótesis, que daria triste i deplorable idea de nues­tro pais i de sus hombres públicos i llevaría a todas partes desventajosa idea de lo que somos. Las exa-jeraciones de partido, olvidar suelen hasta el respeto i veneración debidos al nombre inmaculado de la patria, que no temen arrastrarlo por el lodo, perpe­tuarlo odioso i menospreciado en el esterior, a true­que de conquistar efímeros i pasajeros triunfos, vic­torias de vanidad i venganzas de ocasión.

Lo cierto es que, no solo durante la administración Balmaceda, sino en las anteriores, todos habian mar­chado en fraternal consorcio, en cuanto era posible de círculos que olvidan las ideas para combatir en pro o en contra de las personas i que, si al adveni­miento del año 1 8 9 1 , hubo muchos que se separaron del Sr. Balmaceda, no fueron pocos los hombres im­portantes por su saber, por su honradez i por su for­tuna, que continuaron prestándole su valioso contin-jente de prestijiosa cooperación, como la habian prestado a las administraciones anteriores, en unión de los disidentes de la última hora.

No habia desdeñado el Sr . Balmaceda, i hartas pruebas dio en los numerosos ministerios que orga­nizó durante su gobierno, el concurso de los hom­bres notables por su ciencia i por sus antecedentes políticos i sociales i aun la de muchos que preten­dían serlo, en lo que se hizo un verdadero mal. Es pernicioso alzar a quien no tiene títulos para vivir en la altura i no respira bien el aire lijero de la montaña. Culpa no fué del Presidente, si al llegar a los minis­terios no lograron entenderse i se dispersaban, por­que acaso no les guiaba un interés común jeneral,

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sino el predominio de intereses particulares. Jamas podrá imputarse con justicia i con verdad al Sr . Bal­maceda la idea esclusivista de gobernar con un de­terminado círculo de personas, ni mucho menos la de escojer, inservibles e inescrupulosos. S i así fuera, el argumento haría fuego contra los mismos que es­grimen esa arma, porque ¿cuál de ellos no fué minis­tro, consejero de estado, amigo i confidente del presidente Balmaceda; cuál de ellos no conoció su pensamiento íntimo i cuál no vio cuánto sacrificio i cuánto gasto de abnegación i fuerza de voluntad no hiciera para gobernar con todo el partido liberal unidor1

Pero, llegó el año TSCJI, i los políticos dividiéronse en hombres de revolución i anarquía i en hombres de deber, de sacrificio i de orden. Los primeros se decretaron, como ya lo venían haciendo desde antes, el honroso dictado de aristócratas, honrados, lum­breras intelectuales, flor i nata de la cultura chilena, emblema de la virtud sin mancha i de la grandeza sin mancilla, cubierta con ropaje de blanco armiño i de majestuosa púrpura, símbolo de esplendor. A los otros se les dejó el degradante papel de esbirros, corchetes asalariados, verdugos, ignorantes, venales i descreidos, turba multa de famélicos, asesinos, verdugos crueles, con otros epítetos no menos graves i denigrantes. ¡Lástima grande que la víspera hubie­ran marchado todos unidos i que no se reconocieran!

Pero, estudiemos qué había de verdad en todo esto i detengámonos un instante para ver si es posible, lójico i racional establecer una división tan marcada entre los hombres; si hai en Chile una raza especial reproductora que solo produce la virtud, la honradez, el honor i la lealtad i si hai otra falanje que enjendra todo lo contrario; i si en la vida social o política las cosas se organizan de tal manera, , que siempre los

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unos van hacia un lado del horizonte i los otros se agrupan naturalmente en el opuesto.

La verdad es que, eliminadas todas las exageracio­nes, todas las intransigencias, no faltan en todos los partidos, en todas las agrupaciones, hombres de levantadas miras, de propósitos sanos: ni faltan tam­poco en ellas malvados i especuladores, que usufruc­túan en provecho propio de las situaciones aciagas i dolorosas de la patria, como especula el terrible i cruel avaro con el dolor i la miseria para aumentar su fortuna. ¡Lote es ese terrible imputable a toda la humanidad!

No necesitamos nosotros señalar aquí dónde están los malvados i los corrompidos especuladores sin lei ni principios que figuraron en uno i otro bando. Pa-récenos que cada uno de nuestros lectores chilenos están en este momento señalando i pasando en revis­ta los nombres de muchos de los que, de uno i otro lado, fueron siempre tenidos como mercaderes de la política i usufructuarios de las situaciones que ella crea. Esa es lei de h humanidad, es regla inherente a la condición i aspiraciones del hombre. No impute­mos a nadie, ni a ningún bando el derecho esclusivo de poseer a los malos i así seremos justos, imparcia­les i se nos creerá.

Mas fácil será nuestra tarea tratando de manifestar dónde estaban i quiénes eran los buenos que desde la hora del peligro i del sacrificio acompañaron hasta el fin al Sr . Balmaceda. Aquí si que no tendremos embarazo para citar nombres propios i hacer algunas comparaciones que restablecerán la verdad, sin herir por eso la susceptibilidad ni el honor de nadie.

Empero, para proceder con cierto método i hacer una esposicion mas clara i comprensiva, estudiemos qué es en Chile lo que se llama aristocracia i quiénes la componen, cuál es su orijen, cuáles sus blasones,

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cuál su heráldica i antecedentes. El título de caballe­ría es uno de los mas pregonados en nuestra Repú­blica, sin duda como un legado de la madre patria; casi no hai partido de oposición que no principie por discernirlo a sus parciales, negándolo a los adversa­rios, i con esta hábil estratejia esplotan la sencilla inocencia de muchos necios quienes, a cambio de ser o parecer hidalgos, se enrolan entusiastas en las filas de la oposición. Ser caballeros, codearse con caballe­ros es una aspiración jeneral entre nuestras multitu­des i reciben la investidura con tanta facilidad i tan sin gasto de aderezos, ni yelmo de Mambrino que se van presurosos a la deseada cofradia.

Pero, repetimos ¿qué es i qué significa esa decan­tada aristocracia i caballería? ¿De cuándo datan sus títulos, cuándo se edificaron sus castillos i cuál es la jenealojia de sus ilustres antecesores? Es una aristo­cracia de ayer, una aristocracia que seria desconocida en España, de donde presumen derivar acaso sus títulos i ejecutorias de nobleza.

Un hábil escritor chileno, crítico sagaz i pensador profundo, estudiando este mismo tema decía en 1 8 5 9 : « L o q u e e n Chile pudiera llamarse nobleza es una distinción de cuna i de fortuna que tiene estos dife­rentes oríjenes:

^Seis u ocho títulos dados por el reí de España en el siglo XVIII;

® Quince o veinte mayorazgos de valles i montañas que durante la monarquía valían algunos óbolos i hoi, gracias a la República, valen centenares de mi­les o millones de pesos;

' 'Seis u ocho jenerales ilustres, los mas de ellos nacidos en provincias;

) }Unos cuantos presidentes i ministros notables, por su patriotismo, su talento o sus grandes ser­vicios;

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"Una docena, por fin, de mineros enriquecidos por un alcance afortunado;

"De manera que la aristocracia de Chile se des­compone así:

Aristocracia de títulos abolidos i olvidados, orijinaria de la capital; que nunca fué a Jerusalen, ni vistió cota de malla, ni se puso celada, ni enristró lanza;

" 2 . 0 Aristocracia de sable, notable por haberse batido contra la monarquía: orijinaria de Penco, no de la capital;

" 3 . 0 Aristocracia de barreta: orijinaria de Cha-ñarcillo i de Tres Puntas, nombres totalmente des­conocidos en la heráldica de ambos mundos."

Examinando la atinada cuanto exacta clasificación del purista escritor, solo tenemos que observarle que, con el trascurso de mas de treinta años, ha sufrido sustanciales modificaciones, desde que en la primera categoría solo contamos en el dia con un solo título de nobleza, un marquesado, que ni siquiera pertenece al partido liberal sino al conservador, no obstante que no faltan centenares de necios, solamente en Santiago, preciso es decirlo en homenaje a la verdad, que incesantemente se ocupan de rejistrar mamotre­tos i revolver bibliotecas, para descubrir en ellas trasuntos de lejanas i olvidadas grandezas de antaño, que en el dia nada valdrían.

La aristocracia de sable que habia peleado contra la monarquía ha desaparecido por completo. Los años borraron sus últimas reliquias. Solo han quedado los nobles héroes de la guerra de 1 8 7 9 que ninguno por cierto reivindica para sí el título de aristócrata, sino el de noble i leal soldado, fiel a su deber i res­petuoso de la lei.

La aristocracia de barreta, orijinaria de Chañar-cilio i de Tres Puntas voló al cielo. De aquellas ári-

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das rejiones solo nos queda un espécimen, mezcla indescifrable de profeta i de idiotismo ensimismado; fósil i trasunto de pasadas edades, injertado por obra de exaltaciones inconcebibles en una época que no es la suya. Símbolo del atraso empecinado, pasa entre nosotros por representante de la idea nueva, que nadie ha podido comprender, en sus raras e in-telijibles elucubraciones.

Pero reemplazando a la aristocracia de culero, ha surjido entre nosotros otra mui mas temible i estú­pida. Audaz, altanera, insolente, pretende dominarlo todo, someterlo todo a su capricho i a su despótica voluntad. ¿Para lograr sus fines se necesita corrom­per? No vacila en lanzar veneno mortífero para lo­grarlo. ¡I la corrupción penetra en la familia, en la sociedad civil, en la sociedad política, mata la con­ciencia moral del individuo, pervierte su criterio, endiosa i ennoblece el vicio, levanta su rostro inso­lente e idiotizado, va hasta el Gobierno, penetra en la sociedad relijiosa i creyendo que ya es todo i que todo lo puede, aspira a los mas altos puestos que en Chile correspondieron siempre al mas moral i vir­tuoso, al mas sabio, al mas digno i patriota. Esa nueva aristocracia es la del oro, grande i único ene­migo permanente, que reside en Tarapacá i tiene sus representantes en la capital de la república i otros supremos alentadores mas allá de los mares. El ban­quero, el ajiotista, el usurero que acumulan millones, el verdadero logrero que mata la industria i envuelve en miseria i lágrimas a la familia, ese es el nuevo Dios, la nueva aristocracia, la insolente avasalladora de cuanto la rodea i que aspira a dominar sin con­trapeso en los destinos de Chile, tratando de canalla insolente a quienes no le rinden culto.

Triste seria el porvenir de Chile si esa hubiera de ser para siempre su aristocracia i la clase directora

1G

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de sus destinos. No: porque hai otra que es mas no­ble que todo' aquello, es la aristocracia del porvenir i la forman los hombres de talento, los estadistas, la juveotud moral i estudiosa, los profesores i escritores de reputación i los hombres del pueblo que, sepan surjir mediante la buena conducta i el estudio. El talento debe suplir a la cuna, porque el mérito no está en la sangre sino en la intelijencia que crea i produce.

Descartado pues el falso oropel de la mentida aris­tocracia basada en la valia de méritos ajenos, estu­diemos la realidad i partiendo de la base indiscutible de que en todos los bandos políticos hai hombres buenos i malos, probemos que el bando que apoyó hasta última hora al Sr . Balmaceda, no tiene por qué avergonzarse, ni del número, ni de la calidad de las personas, ni por su fortuna, intelijencia i posi­ción social.

Analicemos, siquiera sea rápidamente, el personal del Senado de la República, que se elijió para reem­plazar al que, violando la constitución, se lanzó a velas desplegadas en el camino de la revuelta.

Don Francisco Solano Astaburuaga, antiguo, libe­ral, justamente respetado i querido en todos los par­tidos. Ministro diplomático en Estados Unidos, re­presentó á Chile con brillo i envejecido en el servicio de altos puestos públicos, fué también muchas veces senador de la República i hoi vive en honrada me­dianía, dando prueba de que no fué un logrero, ni un especulador.

Don José Maria Balmaceda, liberal probado, que no ocupó puestos públicos rentados porque poseía fortuna, ¡ se dedicaba al cuidado de sus intereses, perteneciendo a una familia justamente aceptada en. toda la sociedad santiaguina.

El jeneral Orosimbo Barbosa, noble tipo de caba-

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llero por el corazón, por su lealtad i por su valor. Reliquia querida de la epopeya de 1 8 7 9 i héroe de Chorrillos i Miraflores, a quien la patria agradecida declaró benemérito.

Lauro Barros, diputado liberal en varias legislatu­ras, miembro de distinguidas familias i hermano del narrador histórico del mismo apellido. Carácter tran­quilo, profundamente honrado, el Sr . Barros fué siempre respetado por todos i justamente enaltecido su mérito i sus especiales conocimientos en materias económicas, por las que tiene especial predilección. No fué jamas empleado público, pero sí Ministro de Estado.

Rafael Casanova, hermano del actual arzobispo de Santiago. Carácter profundamente tranquilo i bené­volo, desempeñó durante largos años cargos judicia­les i últimamente era ministro jubilado de una de las cortes de justicia. Siempre fué liberal i habia fi­gurado antes en el Senado de la República, junto con los actuales triunfadores.

Miguel Castillo, caballero independiente por su fortuna, que no desempeñó jamás ningún puesto pú­blico, que figuró siempre en el partido liberal al lado de los actuales triunfadores i que en varias lejislatu-ras anteriores, habia sido también senador de la Re­pública.

Carlos Correa i Toro hijo de la condesa del mismo apellido, de antigua i distinguida familia santiaguina, de ilustres abolengos, como gusta a los revoluciona-' ríos, liberal antiguo i probado. No desempeñó jamas puestos públicos rentados; era un hombre indepen­diente por su fortuna i en varias lejislaturas anterio­res habia desempeñado también el honroso cargo de senador.

Adolfo Eastman, caballero honorable, serio, respe­tado siempre por su moderación i espíritu benévolo i

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sereno. Ligado a varias de las familias mas distin­guidas de la capital, como los Urmeneta, Quiroga, Mackenna. Poseedor de una cuantiosa fortuna, tiene también no común ilustración, formada por la lectura i repetidos viajes a Europa. Perteneció siempre al partido liberal i ocupó muchas veces un sillón en el senado de la República. Saqueada su casa i destro­zado su valioso ajuar, salvando la vida milagrosa­mente él i su esposa.

José Manuel Encinas, rico hacendado del sur de Chile, desde largos años atrás residia en la capital, donde desempeñó siempre el cargo de senador. Dos veces millonario, era también liberal, en cuyo partido figuraba desde 1 8 5 1 . Hombre recto, no tiene, lo mis­mo que los anteriores, una sola mancha, ni transfugio en su vida política. Su casa fué saqueada i destruido completamente su moviliario.

José Francisco Gana, sobrino del antiguo jeneral del mismo nombre i jeneral él mismo, pertenece a una distinguida i antigua familia de Santiago. Recibió su educación militar en la escuela de Metz; se dis­tinguió de un modo sobresaliente en las batallas de Chorrillos i Miraflores, fué varias veces ministro de la guerra, senador de la República; perteneció siem­pre al partido liberal i.posee carácter benévolo, recto i justiciero. Siempre ha sido altamente estimado en Chile. Su casa fué asaltada i saqueada.

Javier García Huidobro, miembro de una antigua i distinguida familia de la capital, justamente esti­mada por sus virtudes, el Sr . Huidobro es un hom­bre liberal, independiente por su fortuna i no medró jamás a la sombra del presupuesto o en especulacio­nes con el Gobierno.

Domingo Godoi, ministro diplomático de Chile en el Ecuador, fué durante largos años juez del Crimen en la capital, de donde pasó al ministerio del Interior

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después del i .° de Enero de 1 8 0 1 . Lo mismo que sus hermanos Santiago i Joaquin, es tenido en Chile por hombre de carácter i de no escaso talento. No posee fortuna i fué saqueada totalmente su casa.

Adolfo Ibañez, un self-made-man que figura desde el año 1 8 5 4 0 5 5 . Juez de Letras, Ministro de Corte, Fiscal, Ministro de Estado varias veces, representante diplomático en el Perú i Estados Unidos, senador de la República en muchas lejislaturas, en todos estos puestos dejó huellas luminosas de que no en balde habia pasado por ellos. Orador liberal, defendió siempre con brillo i erudición poco comunes las cuestiones que tomó a su cargo. Como abogado goza en Chile de alto aprecio i no pertenece a ignorada familia. Fué saqueada su casa i perdida su rica bi­blioteca.

Prudencio Lazcano, miembro de respetable i an­tigua familia de la capital, cuyo padre fué ministro de Estado i senador en la administración de don Manuel Montt, heredó con cuantiosa fortuna, los méritos de su projenitor. El hijo desempeñó con acierto i tino intelijente la Intendencia de Santiago, el Ministerio de Industrias i Obras Públicas i fué en­cargado de negocios de Chile en Estados Unidos. No tenia casa en Santiago i a eso debió no ser saqueado.

Guillermo Mackenna, miembro de una de las fa­milias mas justamente queridas i populares en Chi­le, fué varias veces diputado, ministro de Estado e intendente de Santiago. Carácter sereno i sagaz, sabe hermanar la prudencia con la enerjia. Perteneció siempre al partido liberal. Su casa fué saqueada.

Juan E. Mackenna, primo del anterior. Verdadero carácter de hombre de estado, fué varias veces mi­nistro, diputado i tenia el mérito de haberse labrado una cuantiosa fortuna, mediante su trabajo inteli­gente. Es abogado, fué secretario de Intendencia de

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Valparaíso, cuando muí joven. Pertenece al partido liberal. Saqueada i destrozada su casa i muebles.

Alfredo Ovalle Vicuña, ligado a dos antiguas fa­milias de Chile, cuyos mayores ocuparon el primer puesto en la sociedad civil i en la eclesiástica, nieto de presidente i sobrino de arzobispo, que gozan de universal i cariñoso recuerdo por su virtud, Ovalle Vicuña no habia figurado antes en puestos públicos, pero perteneció siempre al partido liberal i personal­mente es un cumplido caballero. En las discusio­nes en que tomó parte en el senado, dio señales de sano criterio i buen juicio práctico. Su casa fué com­pletamente saqueada i destrozados sus muebles i lujosos adornos. Su posición social era independien­te; su fortuna formada en las minas, así se lo per­mitía.

Ismael Pérez Montt, de familia mui conocida de la capital, de honradez a toda prueba. Abogado de no­ta, perteneció siempre al partido liberal i fué dipu­tado al Congreso en muchas lejislaturas. Desempeñó con incansable laboriosidad el Ministerio de Instruc­ción Pública. Está ligado por su matrimonio, a una familia honorable i antigua de Santiago. No posee fortuna i fué saqueada su casa.

Jorje Rojas, antiguo diputado, senador i miembro del partido liberal; es poseedor de una cuantiosa for­tuna formada por medio del trabajo. Desde 1 8 5 0 des­cubrió i explotó en Coronel un rico manto carbonífero que posee hasta el presente i que le proporciona pin­güe renta. Es uno de los fundadores de la industria hullera en Chile, la que es provecho para él, grandeza para el pais, fomento para las industrias i facilidades para la navegación. Su valiosísima casa de Santiago fué saqueada, destruido i robado totalmente su rico i lujoso moviliario i ocupada por un batallón cuando la Junta de Gobierno entró a la capital, siendo de

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advertir que el Sr . Rojas no habia cometido acto al­guno de exaltación política.

Enrique S . Sanfuentes, hijo de un hombre ilus­tre como escritor, como político liberal i por su hon­radez i probidad sin tacha, formó una gran fortuna en especulaciones de bolsa i actualmente poseedor de grande hacienda i productivo viñedo. P'ué diputado i Ministro de Estado en varias ocasiones. Se dio a conocer i estimar por su laboriosidad intelijente i aparte de otras dotes sobresalientes de carácter, por su consecuencia a los amigos, circunstancias todas que le formaron un gran partido propio que deseaba elevarlo a la presidencia de la República. Creemos que su casa no fué saqueada, porque vivia en el campo.

Manuel Serrano Vázquez, hijo de un antiguo li­beral, oriundo de Concepción, que combatió en las luchas de nuestra independencia, el hijo perteneció también siempre al partido liberal, del que recibió muestras de inequívoca distinción. Es abogado de nota, cuya profesión ejerció siempre i fué también profesor distinguido de derecho. No tiene una sola mancha política en toda su vida i sus adversarios lo respetan i aprecian.

Adolfo Balderrama, self-made-man. Médico distin­guido, poeta i literato de nota, profesor eminente, diputado a varios lejislaturas, senador en otras, Mi­nistro de Estado, miembro de la Universidad, siempre figuró con honor en el partido liberal i todo lo ha debido a su talento, a su laboriosidad i a su honra­dez. Oriundo de la ciudad de la Serena, hijo de un médico notable i ligado por matrimonio a una fami­lia distinguida i opulenta de Santiago, pertenece en primera línea a la aristocracia del talento. Poseedor de la mas rica biblioteca médica i del mas completo gabinete de instrumentos de cirujia, acumulado i es-

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cojido durante veinte años de paciente selección, todo eso fué saqueado, destruido i perdido para la ciencia i para la humanidad que sufre, el dia en que la liber­tad i el réjimen constitucional se nos entraran por las puertas, anunciándonos la nueva era i los nuevos símbolos que en lo venidero serian característicos de la civilización chilena. ¡Ingratos! ¡Y nos resistimos a reconocer tanto beneficio, grandeza tanta!

José Miguel Valdez Carrera, descendiente de hé­roes i de mártires, nieto del fundador del partido li­beral en Chile, cuya memoria no se ha borrado aun ni se borrará tal vez del recuerdo i del cariño de los que pelearon en América por la libertad, por la jus­ticia i porque al fin luzca el dia en que ellas imperen sin contradicción en esta tierra donde tantos críme­nes se cometen invocando su sacrosanto nombre. No necesitamos decir mas como presentación pública de Valdez. El ha figurado siempre en la mas distinguida sociedad santiaguina, ha sido diputado i presidente de la cámara como representante del partido liberal. Ministro de Estado en varias ocasiones, figuró siem­pre al lado de los que se separaron de él para ir a formar en las filas del desorden i de la revuelta. Su casa fué saqueada i asaltada, destruidos sus valiosos muebles, recien venidos de Europa, i arrojados a la calle desde los balcones, riquísimas telas i objetos de arte numerosos. ¡Otra manifestación mas de la nueva era i otro signo de la flamante aristocracia encabe­zado por don VValdo, Altamirano, Julio Zejers, Canto i demás!

José Antonio Valdez Munizaga, hacendado millo­nario de la Serena, habia sido en otras lejislaturas senador liberal. Se le creia dueño de cierto prestigio en el gobierno, pero mas se dedicaba al cuidado de sus valiosos intereses. Era un verdadero político fi­lántropo, porque su misión era la de amparar a los

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que habian hambre i sed de justicia. En su provincia era uno de los caballeros mas prestijiosos i que con­taba con mas numerosos amigos. Se le creia un ba­luarte del principio de autoridad.

Manuel Valledor, rico hacendado i poseedor de es­tensos viñedos en la provincia de Aconcagua, ligado a antiguas i respetables familias de la capital, hizo varios viajes a Europa i posee vasta erudición i senti­do práctico. Carácter modesto, corazón i alma de bri­llante engastado en oro finísimo, juzga sin pasión, discute sin encono i es uno de los miembros mas sanos i mejor intencionados del senado balmacedista. Jamás fué aficionado a política, pero pudo brillar en ella si lo hubiera querido, con mas luz i mas honra­dez que muchos de nuestros actuales rejeneradores. Sus bienes están confiscados i sus propiedades some­tidas a la vijilancia de un interventor fiscal.

José Velasquez, jeneral de división, uno de los jefes mas distinguidos i prestigiosos del ejército chi­leno. Hizo con brillo la última campaña del Perú i por medio de un hábil plan estratéjico derrotó sin derramar un gota de sangre, un poderoso ejército si­tuado en posesiones inespugnables i se apoderó de la histórica i belicosa ciudad de Arequipa. Militar ilus­trado i valiente, ocupó varias veces un asiento en la cámara de diputados, como miembro del partido li­beral i tomó parte con lucidez en la discusión de mu­chas leyes importantes. Es una gloria chilena i un modelo de militar pundonoroso, sagaz i no adoce­nado político. Como jefe de Estado Mayor en la ba­talla de Tacna se le atribuye mucha parte en la gloria de esta acción de guerra.

Aniceto Vergara Albano, abogado notable, miem­bro de una distinguida familia de Talca, relacionado ventajosamente en Santiago, ha sido desde mas de treinta años atrás, un luchador incansable en el mee-

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ting, en la prensa i particularmente en la tribuna parlamentaria, i constantemente ha ocupado un asiento en la cámara de diputados, al lado de los li­berales mas convencidos e ilustrados. Orador fácil i abundoso, tenia por él grande estimación el eminente hombre de estado, señor Santa-Maria, i habiéndolo enviado el presidente Balmaceda en el carácter de Ministro Plenitenciario de Chile en España, volvia a reasumir su cargo de Director de la Caja Hipotecaria, del cual lo ha exonerado la aristocracia reinante, por el delito de balmacedismo. Príncipe de la palabra, pertenece el Sr . Vergara a la aristocracia del talento. No posee gran fortuna, pero ha sabido conquistarse honrosa e independinte posición social. Ha sido ami­go, i luchó siempre al lado de los que hoi dominan en el gobierno, por el derecho de la fuerza.

Nemesio Vicuña, hermano del inolvidable Benja­mín. No es una lumbrera, como él mismo lo ha dicho en el Senado, lo que prueba su carácter i rectitud de juicio. Liberal por principios i por familia, sus ante­cedentes de todo jénero son limpios i no tiene una mancha política. Fué saqueada su casa.

Ricardo Vicuña, primo hermano del anterior i her­mano de Claudio, candidato presidencial. Carácter afable; de no escasa ilustración, simpático i atrayente por sus modales i fina educación, desempeñó con tino la intendencia de una provincia del sur de la re­pública, cuyos habitantes le manifestaron su aprecio i distinción, por medio de valiosísimos obsequios que fueron totalmente destruidos en el saqueo de su casa. Intendente jeneral del ejército i armada, fué labo­rioso i activo en el desempeño de su cargo, que de­mandaba incesante laboriosidad.

Vicente Sanfuentes, abogado de nota, uno de los liberales mas antiguos de Chile, porque desde 1848 i siendo mui joven aun, figuró en la cámara de dipu-

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tados, donde reveló enerjia de carácter i firmeza de convicciones. Fué muchas veces diputado i senador, siéndolo también por seis años, del senado que pre­tendió deponer al presidente Balmaceda. En este carácter fué el único senador balmacedista que se presentó a la primera sesión que celebró ese cuerpo después de su triunfo, para espresar sus ideas i pro­testar de la revuelta. Aunque achacoso por los años i enfermedades, conserva aun la enerjia indomable de los hombres sinceros, partidarios de los principios i no esclusivamente de los hombres. Pertenece a una de las familias mejor relacionadas i numerosas de la capital.

He ahí, el senado de la república que apoyaba en masa la política del presidente Balmaceda i que tra­bajó con él hasta el último momento, para salvar el principio de autoridad de un tremendo naufragio. Allí estaba representada la ciencia, el talento, la po­sición social, la fortuna, la honradez, la consecuen­cia a los principios i a las leyes del deber. I si se quiere mas aun, no le faltaba abundante la sangre azul, ni los abolengos ilustres. Juzgúese ahora de la verdad de las aseveraciones de los que sostenían lo contrarío i juzgúese ademas, que ninguno de esos hombres era solo, porque todos tenían parientes, amigos i relacionados que cooperaban a su acción.

Ahora parecería la oportunidad de hacer una breve reseña de los méritos i deméritos de los senadores que pretendieron la deposición del presidente Bal­maceda. Pero, semejante trabajo, a mas de que po­dría presentar estos apuntes con mancha de parcia­lidad, pues muchos no querrían ver en nuestras apreciaciones el reflejo de la verdad, seria ademas in­conducente. No estamos analizando hombres sino hechos, no hacemos obra de polémica ardiente, sino de razonamiento frío i severo; i si hemos pasado en

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revista a todos los miembros del senado balmacedis­ta, manifestando algunos de sus méritos principales, ha sido solamente para levantar un cargo: el de so­ledad i aislamiento que se imputaba al presidente Balmaceda.

No obstante, si no habría conveniencia, ni ínteres alguno lejítimo en pintar hombres i caracteres con rasgos mas o menos favorables o adversos, hai sí conveniencia i derecho de hacer algunas observacio­nes jenerales relativas a toda la corporación.

El senado que inició la revolución, no era un cuerpo en cuyo seno dominase la unidad de ideas i propósitos. Era una mezcla abigarrada de bandos políticos: ocho montt-varistas, tres conservadores, tres radicales i seis liberales, sin contar ocho o nueve liberales adictos a la administración Balmaceda, que ni siquiera conocieron las confabulaciones de los con­jurados, a quienes no se les citó, no se les oyó, ni se discutió con ellos la pretendida deposición del presi­dente Balmaceda, a la que se dio por ese procedi­miento, mas el carácter de una confabulación, que el de una resolución madura i reflexivamente tomada. Mientras que, los veintinueve del senado balmace­dista, eran todos liberales antiguos i probados, todos hombres notables por su ciencia, por su fortuna, por su posrcion social, i a quienes, por consiguiente, no podia aplicarse el calificativo de logreros i especula­dores con los dineros del estado, que la oposición les da i que acaso habría entre los de ella muchos a quienes mas propiamente les cuadrada tal apodo.

Habia en el senado que hizo el aparato de deposi­ción del presidente Balmaceda no pocos de aquellos a quienes él, en virtud de un acto de magnanimidad, llamólos a compartir las tareas de la administración desde las primeras horas de su gobierno. Puede pues tachárseles, o de que no correspondieron a la nobleza

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de alma con que se les trató, o de que fueron al go­bierno llevando en su pecho el acíbar de la derrota que sufrieron en sus aspiraciones a la presidencia. En ambos casos, no son los hombres que pueden le­vantar su voz para hablarnos de pureza de intencio­nes, de jenerosidad i desprendimiento, ni para me­nospreciar a los que sostenían al ilustre americano.

Habia ahí, en esa misma corporación, alguien que iba por plazas, por cementerios i por doquiera que habia de pronunciarse un discurso, alardeando de profundo amor a la libertad i que no obstante, en los puestos públicos que habia desempeñado, ora como intendente de provincia, ora como ministro de Esta­do, habia violado todos los derechos i garantías elec­torales i pisoteado la libertad del sufrajio. Habia sido ademas débil i abyecto servidor de los poderosos, cuyas órdenes obedecia silenciosamente. No vaciló él mismo en declararlo asi ante el senado de la Repú­blica; lloró ante él su antigua arbitraria conducta i cual Magdalena Política, derramó lágrimas abundan­tes para implorar el perdón de sus pasadas fechorías. Movia las fibras de su corazón según era la orden que recibia de lo alto, lo que motivó la réplica de Isidoro Errúzariz, quien le dijo que lloraba cuando el Presi­dente le ordenaba jemir i se exaltaba cuando le daba orden de exaltación. El mismo dijo un dia en pleno senado, que no habia tenido voluntad propia para dar su voto, ni aun en favor de sus amigos de la uni­versidad, si el Presidente no se lo ordenaba; pero prometió que en lo sucesivo iba a tener carácter i dignidad. No eran, pues, estos los hombres que po-dian acusar de servilismo i abyección a los hombres que componian el senado que apoyó por unanimidad a la administración Balmaceda.

Habia también allí, en el senado revolucionario, un grupo de hombres sin principios que no conocían

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mas táctica política que la de su conveniencia indi­vidual i de lojia. Jeneralmente de poco valer perso­nal, sarjieron a la vida pública merced al inmenso prestijio que les diera una administración progresis­ta, dirijida por jenios. Estos cimentaron la prosperi­dad de Chile sobre la base del orden i el respeto al principio de autoridad i sus discípulos, dóciles i obe­dientes durante la vida de aquellos, alzáronse contra la doctrina de los maestros, trastornando por com­pleto la base del partido que les habia dado notorie­dad. Inconsecuentes en materia de orden i de admi­nistración, en el último tercio de su vida destruyeron la obra a que se les llamó a cooperar. Tales hombres no son políticos-de alta escuela, sino acomodaticios instrumentos i oportunistas u hombres de ocasión. No podían estos tampoco alegar prestijio, ni preten­der arrebatar el de aquellos que siempre habían per­manecido leales a sus ideas i a su bandera. Siempre fueron un escollo i continuarán siéndolo, porque no son partido, ni responden a ninguna necesidad so­cial. Son un apéndice que se injerta o injiere en uno u otro bando, según lo exijen las conveniencias del momento. Son un residuo político.

Habia ademas un elemento numeroso en ese se­nado, al que se ha pretendido dar tan inmenso como inmerecido prestijio, pero que no merece otro califi­cativo que el de nulidad, precioso lastre con que cuentan i de que disponen siempre todos los aspi­rantes, los conspiradores i los que necesitan buscar peldaños en que asegurar su ascenso a las rejiones del poder. Esa es turba multa que se mueve al se-tentrion o al medio dia, al ocaso o al naciente, según sean los vientos que la impelen cual globo frájil de lijera tela.

Ni faltaban tampoco allí sacristanes, síndicos de monjas i de conventos e individuos que gozaban de

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cierto prestijio por sus especulaciones mei cantiles, que aprovechaban de esa misma situación para ajitar por debajo de cuerda al sanhedrin revolucionario del senado.

Pero, sobre todos descollaba una figura triste, po­seedora de cuantiosa fortuna, que arrojaba su oro por sobre aquella situación i movia los hilos de la revuelta, con el poder májico de sus millones. No era la ciencia, ni la virtud, ni el mérito en ningún sen­tido. Era sí, la ignorancia esplotable i esplotada, que abria sus cofres para ayudar a la revuelta. Se le su­bió un dia a la montaña i se le señaló una banda tricolor, símbolo de la majestad suprema de la na­ción, e hízosele creer que podia tomarla. Se queria reemplazar los méritos de los Errázuriz, Santa Maria i Balmaceda, por el prestijio que da un puñado de monedas. ¡Y él lo creyó i pensó que en nuestro pais la corrupción habia llegado a tal estremo, que era ya posible que el saber, la ciencia, la virtud i el patrio­tismo, fueran supeditados por las dádivas i jenerosi-dades de millonario que habia principiado a serlo al nacer. Sin ideas políticas, vino a la vida de los par­tidos en el radical, que no esplotó como debiera sus cuantiosos bienes, porque entonces era puro i hacia voto de pobreza i de rotería. Mas tarde fué halagado por el montt-varista, mas astuto i calculador, que fué quien lo elevó a la montaña para tentarlo, para lograr asi disponer de su inmensa fortuna. Se hizo pues corifeo, aparente o real, de ese círculo, i desde entonces ha pasado a ser uno de los hombres mas prominentes de Chile. Ahora es, de eso que se llama aristocracia, i es fama que mediante su jeneroso des­prendimiento, la revolución adquirió sus mas valio­sos cooperadores.

Una gran fortuna puede ser un inmenso bien o un funesto mal. Espíritus superficiales que no meditan

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sobre el mérito moral de los actos humanos, miran solo el oropel i el brillo esterior i se rinden a los re­sultados inmediatos. Esos son los que caen i se des­moralizan i pierden a los estados; ellos, por desgra­cia, son los mas. Mui pocos resisten al halago de un sonido metálico bien timbrado i en este sentido, las enormes fortunas son un inmenso mal en paises po­bres, que no tienen industrias, que les falta trabajo i en donde los hombres carecen de independencia. Al oro débese en gran parte el triunfo de la revolu­ción chilena i en el senado revolucionario habia re­presentantes de las fortunas perniciosas, que son ca­lamidad para los paises pobres, sin industria, ni vida individual independiente.

Y al hacer el análisis i la comparación de otros hombres i de otras corporaciones, no vengan los li­berales disidentes i revolucionarios, no vengan las luminarias aspirantes a la presidencia de la repú­blica a hacer fuego contra el presidente Balmaceda presentando como sus enemigos a notables persona­jes del partido conservador, porque eso es negar el poco número i valia de sus propios hombres, porque eso es precisamente un timbre de honor i de conse­cuencia en él. Porque Balmaceda, como los presi­dentes Pinto i Santa María, hacia política esencial i netamente liberal i no contaba, ni contar debia, con el apoyo i cooperación del centro conservador. ¡Lo estraordinario es que los llamados liberales fueron a dar a éste preponderancia i triunfo!

Si venimos a la cámara de diputados ¿qué mayo­res méritos poseian los revolucionarios José A. Gan-darillas, Vicente Dávila, del Campo, Julio 2° Zejers, Préndez, Nolasco Reyes, Ladislao Errázuriz i demás falanje de oradores sin palabra, de estadistas sin ciencia, de insultadores procaces; ¿qué mayores mé­ritos tenian que Eulogio Allendes, Balmaceda, Da-

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niel i Rafael, Ballesteros, Rafael Zenteno, Ruperto Ovalle i tantos otros que seria largo enumerar, todos de hoja limpia de servicios al partido liberal, miem­bros de distinguidas familias, abogados los unos, in­genieros los otros?

¿Qué mas valen Mac-Iver, Koenig, Bannen como oradores i hombres de saber que Julio Bañados, Ca­brera Gacitúa, Blanlot i otros? ¿Invocan aquellos tí­tulos de nobleza i aristocracia? Chile entero sabe que tal pretensión despertaría estridente carcajada. Asi es que, no se argumente en contra de los segun­dos, de que no pertenecen a ilustre familia porque el hombre vale i engrandece su nombre con sus pro­pios actos i es mas meritorio quien lo alza a encum­brada cima desde abajo, que quien recibe anteceden­tes i ajenos méritos que aprovechar i que no sabe conservar. ¡Insensatos! diremos a quienes asi discu­rren, ya que seria hiriente llamarlos necios. ¿Xo veis que os condenáis vosotros mismos: no veis que condenáis a la juventud entera de Chile, que no tiene abolengos, ni sangre ilustre? ¿No comprendéis que aniquiláis la democracia, la virtud, el trabajo, la ciencia i que dais a vuestra revolución el único ca­rácter que ha tenido? El de aristocrática, necia é in­fundada. ¡Pobre Chile, pobre república, si os acom­pañase en estas sendas i si la juventud intelijente que se educa é instruye batiese palmas en torno vuestro i condenase a perpetua oscuridad i ostracis­mo al mérito sin escudos de armas, sin dorados pa­lacios, sin antepasados de incomprensible e ignorada heráldica!

Tenemos historiadores i Balmaceda no poseía uno solo, dicen los revolucionarios. Nos citan como tal al cronista Barros Arana, que mas fué Claudio el Im­bécil, que era historiador, enorme sabio, que en todos los actos de su vida pública ocultó el criterio.

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Contra él nosotros opondremos un solo nombrer José Toribio Medina, que ha estudiado todos los ar­chivos americanos en España; que ha vivido años en las bibliotecas europeas; que ha publicado i se ocupa aun de llevar a cabo obras de investigación histórica que inmortalizarán su nombre; que no es un sectario a todo trance, en lo que aventaja el otro, i a quien el mismo Barros Arana rinde ya culto de admiración i de respeto.

Son todos pobres los que en los empleos públicos acompañan a Balmaceda, se decia aun, para fundar la oposición i mas tarde la revolución i queriendo hacer comprender que son especuladores que usu­fructúan de los dineros del estado. ¿Quemase, por ventura, que hasta ese último recurso se arrebatase a la pobre juventud sin fortuna, que procura adqui­rir posición holgada para sí i para sus padres? ¿Toda debe ser acaparado por los jóvenes llamados de fa­milia i ha de continuar la costumbre de que el padre tenga chacra, haciendas, casas, lujo i coches en Santiago, empleo bien rentado en la Moneda, dipu­taciones, senaturías, honores i todavía mas: para uno, dos i mas hijos destinos que les procuren di­nero para el bolsillo i recursos para satisfacer sus vicios? No se quiere que los pobres sean jueces de letras, intendentes, gobernadores, sino todo para los ricos, para los predilectos de la fortuna! ¡Se quiere cerrar todas las puertas a la pobreza honrada i se hace una revolución invocando la rejeneracion del pais! Se quiere la rejeneracion en el sentido de protejer única i esclusivamente los intereses i prero-gativas de una mentida aristocracia, que deriva su mérito de haber gozado de las influencias i caricias del poder! ¡Cuan faltos de criterio i de juicio serian el pueblo i la juventud desheredada de la fortuna, si aplaudieran i siguiesen a los que van por ese ca-

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mino de retroceso, opuesto a las tendencias del siglo en que vivimos i a la natural inclinación de la natu­raleza humana! Se quiere suprimir la juventud po­bre, cuyas escaseces la hacen jeneralmente morije-rada en sus costumbres, estudiosa é ilustrada, res­petuosa i tranquila i se desea reemplazarla por la juventud dorada i aristocrática de la capital, de or­dinario disipada, que no estudia porque no siente necesidad de hacerlo; que como aristocracia con di­nero, vive jeneralmente en el restaurant, en el club; que tiene ancho campo para seguir la carrera de la disipación, del vicio i de la orjia, i que, como lo decia don Ambrosio Montt en 1 8 5 9 en su libro titu­lado «El Gobierno i la revolución®: «los jóvenes de la llamada aristocracia chilena se ocupan en estarse adobando durante el dia i pasar la noche en los es­trados o los espectáculos; que van a los campos con lazo en mano i gruesa espuela en el pié, montados en apero de pieles de oveja, esos nobles dandies i leones fastidiados de la holganza voluptuosa de la capital.®

Tan ciertas son las pretensiones de los revolucio­narios coaligados en contra del poder constituido, de acaparar para sí todos los empleos, que ya, apenas triunfante la revolución, principia una acalorada po­lémica entre «La Patria® de Valparaíso, diario que se dice liberal i «El Porvenir® de Santiago, que se titula conservador, en la que estos piden empleos para los suyos fundándose en la igualdad ante la lei, que garantiza la constitución; i combatiéndola aque­lla, i acusándola de pretender una parte del botin, no habiendo contribuido el partido conservador sino en pequeña parte al triunfo de la revuelta. Esto está probando los jérmenes de disolución i desarmonia de los que subieron al poder, no en nombre de princi­pios e ideas, sino para satisfacer intereses i aspira-

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ciones de lucro. La polémica que sostienen es agria i destemplada.

Volviendo al cargo de pobreza hecho a los funcio­narios públicos que acompañaban al señor Balma­ceda, nosotros sostenemos que el empleado público no puede ser rico en Chile, sino ha ido con fortuna al empleo, porque las rentas que se pagan apenas si dan para vivir i no para acumular. Los empleos no procuran fortuna. Los pobres solo pueden llevar a ellos un capital en honradez i talento, ¡importante i valiosa fortuna que entregan por completo i gastan en beneficio de la nación, i en remuneración de la cual perciben una escasa renta! Es eso lo que acon­tece en todos los empleos particulares; se da dinero en cambio de servicios intelectuales i a nadie se ocu­rrió jamás sostener que eran logreros i venales los que hacen tan lejitimo uso de sus facultades, de su saber i de su laboriosidad. Solo una exajeracion in­concebible i absurda del espíritu de partido puede lanzar cargo tan inconsistente i fútil en contra de una administración.

I si a esos empleados pobres se les acusa de pe­culado i malversación ¿porqué no se ha señalado el robo i la defraudación; porqué no se ha señalado el hecho concreto i háse reducido todo a exajerada de­clamación dirijida a producir efecto en momentos de pasiones políticas exaltadas, cuando nadie discute, sino que odia e increpa? Si los empleados eran la­drones o venales ¿dónde están las fortunas formadas, las haciendas compradas i los grandes palacios le­vantados con el producto del robo i del abuso? ¿Dón­de están los grandes descubrimientos de crímenes i peculados pue se han encontrado después de triun­fante la revolución, habiéndose establecido con ese objeto esclusivo, tribunales arbitrarios ad-hoc que juzgaban sin sujeccion a lei ni a constitución? Ni la

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decantada violación de correspondencia se ha pro­bado i ahora estamos viendo que los tribunales de justicia van absolviendo a los acusados i declarando no haber prueba alguna. No hai un solo caso de condenación por hecho concreto. ¡Los grandes crí­menes de que se acusaba a la administración Balma-ceda i sus colaboradores, vanse evaporando a me­dida que rayos de luz disipan la densa nube de odio que no podia ser eterna en el horizonte de nuestra patria! ¡Decir grandes crímenes no es probar su exis­tencia!

Ni son los empleados, los jueces, los intendentes i gobernadores los que pueden cometer ese jénero de abusos, porque siempre hai espectadores i celosos vijilantes de todos sus actos, que no les permitirian lanzarse en terreno tan peligroso. No conocemos un solo caso de funcionarios públicos que en los úl­timos tiempos incurrieran en tan feos delitos í sí sa­bemos de algunos que, a la mas lijera sospecha, fue­ron removidos de sus puestos por el señor Balmaceda. Seria mas fácil conocer el número de los empleados públicos inescrupulosos que sirvieron a la adminis­tración Balmaceda, i a todas las de Chile, produ­ciendo los nombres de los honrados, porque no po­dría hab^r vacilaciones.

Es mas fácil hacer grandes negociaciones i acu­mular fortunas en transacciones que se escapan a toda pesquisa i se ocultan a los ojos del vulgo, en grandes reuniones de oradores que hablan de patrio­tismo, de sinceridad de convicciones, de moralidad administrativa, para ocultar tras esas palabras el verdadero móvil interesado que las inspira, cual la impúdica mujer cubre con rejio manto i las flores que roba a la inocencia, la corrupción material i el vicio moral que la corroen. Alli, en esas reuniones, está la oligarquia que se dice aristocracia; alli está

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su santa-sanctorum i no seríamos nosotros quienes, en esta hora de suprema calma de nuestro espíritu i cuando deseamos llevar al ánimo de nuestros lecto­res la justicia de una causa, viniéramos a impulsar la primera fuerza que descorriese el velo que cubre no pocos negocios que permanecen ocultos.

Andan sí en documentos públicos, en los boletines de sesiones de nuestra cámara de diputados revela­ciones i acusaciones que todo Chile conoce, enética­mente combatidas por Walker Martínez en la cámara i que hoi ha echado al olvido, yendo de bracero al lado de los que ayer estigmatizaba como ladrones, según sus propias palabras en el congreso de Chile.

No hacemos obra de polémica agresiva; discuti­mos, narramos, i moralizamos sobre acontecimientos que pertenecen ya al dominio de la historia. A otros con mas voluntad i mas tiempo que nosotros, tocará hacer la historia de nuestros cuerpos colejiados de los últimos tiempos, a la manera que Suetonio hizo la de la vida privada de los emperadores romanos. Abundante material encontrará, estamos seguros de ello, para descubrir deformidades morales i vicios que hasta hoi ignora i ni malicia el sencillo pueblo i el inconsciente aplaudidor, que solo divisan el oropel de los trajes, el estuco de los grandes palacios, la prosopopeya insolente de los que van muertos por dentro i pretenden dar lo que no poseen: virtud, justicia, rejeneracion social e imparcialidad.

Si buscamos en la municipalidad de Santiago por ejemplo ¿qué tacha podia ponerse a los caballeros Pablo Silva, Felipe Santiago Gandarillas, el joven e intelijente A^azquez Grille, a Luis Vicuña Suberca-seaux, Jorje Astabumaga, Eduardo Machenna i a todos i a cada uno de los veintitantos que compo­nían esa corporación, muchos de ellos miembros de familias distinguidas, honrados i liberales todos, i

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muchos formados merced a sus propios méritos? ¡I se dirá que el presidente Balmaceda no tenia a

nadie; que no lo apoyaba un solo hombre de valer e importancia! Es cierto que no contaba con políticos -gastados i desprestijiados, a quienes solo quedaba un nombre que hacer servir en los mercados de es-portacion; pero, en cambio i al lado de muchos de los antiguos i buenos elementos que mantenían el honor de la bandera liberal, se agrupaban las nuevas huestes del liberalismo honrado del porvenir.

Preguntaríamos ademas ¿con quién estuvieron sino con Balmaceda los ilustres i valientes jenerales de la guerra contra el Perú i Bolivia, que se llaman Amengual i Velazquez, héroes de Tacna i de todas partes; que se llaman Gana, Barbosa, Valdivieso, Alcérreca i otros que no recordamos; con quién es­tuvieron todos los coroneles, con escepcion de los que, traicionando sus deberes, se lanzaron en el ca­mino de la revuelta, i de un estranjero advenedizo traído por Balmaceda o Santa María para instruir al •ejército i no para enseñarle el camino de la deshonra i del baldón, que él hace caer sobre Chile, cargando las palas coloradas que ennoblecieron los Bulnes, los Cruz, los Vidaurre? No nos trajo, no, ese jeneral la ríjida disciplina alemana, ni la obediencia que ha­cen la gloria i la fuerza del grande ejército jermánico. ¡Mas noble i mas leal fué siempre nuestro ejército •con sus jefes chilenos i patriotas!

¿Qué mas valen los jenerales revolucionarios Urru-tia i Gorostiaga (Huamachuco) que todos los que antes hemos enumerado?

Los revolucionarios dicen hoi que sus jefes, Canto, Iiolley, son semi-dioses, héroes incomparables, mui superiores a Las Heras el valiente, al pundonoroso Aldunate. Mas grandes i agrejios que los guerreros que nos dieron la independencia los ha declarado la

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estratejia política de los triunfadores i las exijencias i necesidad de justificación de la revuelta. ¡Gocen en paz i respiren el perfume i el aroma embriagador del incienso abundante que se les quema en las gradas del trono de gloria convencional levantada por sus enemigos i acusadores de ayer! ¡gocen i halaguen el oido con el murmullo de ardientes alabanzas que hoi les dirijen los que no ha mucho enlodaban sus nom­bres en la tribuna parlamentaria! Pero, no turbemos tamaña dicha, glorias tan puras, i dejemos que vol­viendo la calma, se haga la historia i entonces, re­volviendo archivos, será el señor Walker Martínez, serán otros mas, quienes vendrán a prestar sus dis­cursos de la cámara de diputados, sus ardientes acu­saciones, sus cargos, su valiente indignación contra héroes de hoi cuya espulsion se pedia antes al go­bierno para devolver la tranquilidad a los hogares i a la sociedad entera de Santiago, justamente alar­mada. ¡Lójica i moralidad política de los partidos i de sus héroes i semi-dioses! (A dónde habéis volado? ¿A dónde será dado encontraros? ¡Lástima grande que los héroes de hoi tengan que caer mañana, po­niendo a un lado la acusación i condenación del juez de ayer, i al otro el ditirambo i la glorificación de hoi, hecha por el mismo juez convertido en adorador!

I si ni en uno ni en otro bando figuró Baquedano, dejémoslo en negra oscuridad, ya que no fué franco, ni amó a su patria i le fué indiferente su ruina o su gloria. Un hombre colocado en la altura a que lo llevó la suerte, no se pertenecía i no tenia derecho a quedar al balcón, aguardando que viniese gloria ba­rata o soñando acaso en algo que jamas le llegaría.

(I los marinos? (Qué mas valen todos los subleva­dos que los que permanecieron fieles a Balmaceda: cómo pueden significar mas que el almirante Juan José Latorre, gloria i reliquia preciosa de la patria,

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cuyo solo nombre despierta en todo corazón chileno respeto i veneración mezclados de cariño? ¡No i m ­porta que ignominiosamente se le haya borrado del escalafón militar; él habrá reido de ellos; pero, si queda en los chilenos un resto de buen sentido i si conservan la memoria de la gratitud por los emi­nentes servicios que Latorre prestara a la patria, en hora de peligro supremo (i cuando otros se ocupa­ban de la intriga), llegará la hora en que armado de justa indignación i sublevados sus jenerosos senti­mientos de amor a la patria, hoi insultada, castigará a los profanadores de la justicia i arrojará del san­tuario de la majistratura suprema a quienes inme­recidamente la ocupan.

No; no estaba solo en la marina el Sr . Balmaceda, que también lo acompañaban Wil l iams, el caballe­roso i distinguido contraalmirante Viel; capitán de navio López, Policarpo Toro capitán de fragata, que cayó prisionero en los primeros dias de la revuelta, Linch, Campillo, veinte mas que habia en Europa, el denodado Fuentes, Garin i el valiente Moraga. Dígasenos ¿quiénes eran superiores en cantidad i en méritos?

Conocemos personalmente toda la provincia de Coquimbo, i podemos asegurar que cuanto hai allí que algo represente en la sociedad como ciencia e ilustración, en la majistratura i en el foro; como for­tuna, como valer industrial i como familia, perte­necía ardientemente al Sr . Balmaceda. Los Cavadas i Gorroño, los Piñeira i Peñafiel, Marines, Solar, Vicuñas, Torres Pinto, todo era allí balmacedista ardiente i apasionado.

I cuando las cárceles de Santiago i las cárceles de las cabeceras de provincia i departamentos i de las últimas aldeas de la república, principió a llenarlas la revuelta triunfante; i cuando les nombres de los

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perseguidos principiaron a publicarse, comenzó el .pais a apercibirse de cuánta era la valia i el número de las personas que sostenían el gobierno del señor Balmaceda. I si así no fuera ¿porqué tanto empeño en aniquilar a tanto leal amigo, a tanto distinguido ciudadano? Si fueran pocos e insignificantes con­cluirían por sí mismos. Pero es ardua empresa borrar del corazón i del amor de medio Chile el recuerdo querido del hombre grande a quien solo pudo ani­quilar la traición de los judas que la víspera del sa­crificio, aun le tendían la mano del amigo, le daban consejo, que él recibía bondadoso i confiado.

Fué en Chile noble acto el del ilustre jefe que pi­dió al gobierno le permitiera agregar a su apellido el de Leal para distinguirse de un traidor, i desde en­tonces Vidaurre Leal fué símbolo del honor i la caba­llerosidad militar. Pero hoi, las ideas de moralidad, de dignidad, de decore i lealtad han cambiado: al dia siguiente de la traición, el infame pide que su nom­bre sea trasmitido a las jeneraciones venideras con un dictado que no es el de Leal.

Cuatro dias después de triunfante la revuelta, el comité revolucionario de Santiago publicaba una lista de 26 jefes i oficiales que habian obligado su grati­tud personal, desempeñando al lado del gobierno Balmaceda, comisiones i dando noticias a los revolu­cionarios ¡haciendo el papel de traidores! (1) . I desde

(1) Con el carácter de permanente, dice un diario chileno, publicaremos en nuestras columnas, la nota que va a continuación, para satisfacción de las personas en ellas re­comendadas i como un ejemplo de lo que es el honor i la lealtad entre nosotros.

Señor ministro de la Guerra: Cumplimos con nuestro deber al poner en conocimiento de U . S. la nómina de los je­

fes i oficiales que durante los aciagos dias de la Dictadura prestaron su concurso a la causa de la revolución, cumpliendo o estando dispuestos a cumplir las órdenes de la Junta Ejecutiva.

A muchos de ellos exijimos que conservasen sus puestos que trataron de abandonar, con el propósito de utilizar el poder que estaba en sus manos a fin de hacer mas eficaz su cooperación; i a otros exijimos también que, venciendo la natural repugnancia de servir aparentemente a la Dictadura, desistiesen de los propósitos de ir a enrolarse en el

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el día 28 de agosto de 1 8 9 1 , supo Chile, lo supo el mundo, lo sabrá la historia que había 26 traidores mas, que habia un centenar que los acompañaban, pero que sobre todos descollaba Fernando Lopetegui, edecán del presidente Balmaceda hasta última hora, íntimo de su hogar, a quien se distinguía con parti­cular cariño i quien alardeaba de lealtad i abnegación hasta el sacrificio. Lopetegui era también jefe de una división en Concón i su conducta estuvo acorde con el papel que le reconoció la junta revolucionaria.

¡Solo así pudo ser, no vencido, sino entregado, el disciplinado i valiente ejército de lejendaria memoria, que dio independencia a Chile, glorias, poder, fortuna i respetabilidad esterior a la patria!

Hai posiciones inespugnables que solo puede domi­narlas la traición. I el traidor nunca falta. El nombre de Fernando Lopetegui será siempre en Chile sinó­nimo de vergüenza. Imitando a Vidaurre Leal, sus desgraciados descendientes, si los tiene, debian pedir que por decreto se les permitiera cambiarlo. Pero, si debe borrarse el apellido de sus descendientes que viva el de los judas.

Que vivan los infames, autores de las desgracias i deshonra de la patria, del llanto i la miseria de

ejército constitucional, porque juzgábamos en esos momentos mas titiles sus servicios conservando sus puestos.

Podemos dar a U , S., esplicaciones sobre los servicios de cada una de las personas que indicamos, anticipándonos a manifestar a U . S. de nuestra parte que en el rol que les ha tocado desempeñar, cada uno de ellos ha obligado nuestra gratitud personal.

V i r j i n io Sanhue^a José Antonio Soto Salas Arturo Marin Emilio Ar turo Ferreira Eleuterio Dañin Alejandro Bininiclis Aníbal Godoi Francisco Ahumada Fernando Lopetegui Abel Habaen

Juan de la Cruz Salvo Eujenio V idaurre Manuel F. Soto Saldivar Gregorio Silva Amador Moreno Cesáreo Muñoz José Agustín Echevarría Lorenzo Campos Juan Ortega Jerman Fuenzalida

Enrique Muñoz Godoi Emilio 2.0 Sotomayor Agust ín Prieto Tobías Barros Zenon Vil lareal Nicolás Yavar Belisario Campos Alberto Novoa G .

Carlos Walker Marline^, Gregorio Donoso Carlos Lira, Pedro Donoso Vergara.

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quince mil familias para que sufran ellos las torturas de su alma i de su conciencia.

Si alguna vez fuera licito bendecir una revuelta criminal en sus fines i en sus medios de acción i de triunfo, lo seria hoi, porque nos ha dado a conocer todos los malvados, todos los venales, los traidores é hijos del crimen. Queriendo premiar a sus cómplices los puso en la picota de la ignominia i publicó sus nombres ensalzándolos con el titulo de traidores. So­mos duros con ellos i deploramos que nuestra pluma no tenga mas enérjicos acentos para estigmatizarlos, porque el castigo del traidor es de interés i de mora­lidad universales. Es el ser mas pernicioso, mas de­testable i que mas daña el éxito de toda causa. ¡Ju­das no encuentra justificación, ni ante la conciencia misma de los mas encarnizados adversarios de la doc­trina de su maestro!

El oro de los ricos formó ese falanje. ¡He ahí su obra! El bien i la justicia no enjendran el crimen. La revolución fué crimen porque corrompió i mató todo jérmen de moralidad, pervirtiendo en Chile las nocio­nes de probidad que eran su patrimonio i son la nor­ma de conducta en toda sociedad culta.

He ahí el papel que han desempeñado las personas, quienes por un sarcasmo incomprensible, al mismo tiempo que se degradaban en sus hechos, trataban de ennoblecerse proclamándose los héroes de la aris­tocracia i de la sangre azul. I ya que tantas veces hemos nombrado esta aristocracia i que la hemos descrito en sus menores detalles, vicios i preocupa­ciones, digamos una vez por todas i para dar remate a estos apuntes de carácter personal, que es el mayor de los absurdos pretender que era aristocracia i no­bleza pura la que combatia a Balmaceda. No, porque en Chile no la hai i no se fué toda la jente de un lado para dejar del otro a los plebeyos. En Chile todos

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nos conocemos i no sabemos como nos probarían abolengos ni heráldica los Waldo Silva, Prendez, Altamirano, los Marta, Mac-Iver, Koenig, Walker Martinez, Castrito, Bannen, los Montt a quienes en este terreno hemos presentado descritos en otra parte por la diestra pluma de Isidoro Errázuriz. ¿Cuál seria la prosapia de Julio Zejers, cuál la de José Besa, Edwards i cien mas que hoi van pregonando por el mundo su limpio linaje? Mas cuerdos i mas en la verdad estarían si, no abjurando de sus méritos pro­pios, se proclamaran hijos de sus propias obras i de su talento, los que lo tuvieran, que esa es la única i lejítima aristocracia, que no le faltaba tampoco al partido que apoyó a Balmaceda. Así obrarían mas cuerda i sabiamente, porque no provocarían un dia la risa de la patria, que vio salir al uno de la pobre choza de un marinero de Constitución; al otro de las canoas de pescadores de Chiloé; al de mas allá de las oscuridades de la cueva de un santero i a algunos de ellos envueltos en las nébulas de dudoso oríjen, no po­cas veces espúreo, que es lo único de común que pue­den tener con las aristocracias de todo el mundo.

He ahí la verdad i sí un dia llegó la revolución a convertirse en guerra de castas, no fué ese su origen sino el predominio de unos hombres sobre los otros; los miembros de una misma familia que se dividieron, pretendiendo deberes i derechos esclusivistas los unos, sosteniendo sus fueros i los mismos derechos los otros. Cúpole al señor Balmaceda defender i tener por cooperadores a los últimos i esa es la mayor parte de su gloria i de su prestijio.

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SEGUNDA PARTE

ENERO i . ' D E 1 8 9 1

Asomó puro i brillante en las elevadas crestas del majestuoso muro de granito, el sol que viniera a mar­car un nuevo año i a ser mas tarde mudo testigo de un completo trastorno en la vida de este pais, cuyo azulado 1 tranquilo cielo venia cruzando hacia mas de treinta años, para dar vida solamente a un pueblo de héroes en el trabajo.

La prensa continuaba ajitando las pasiones i predi­cando con afán la revuelta, que preparó durante todo el año 1 8 9 0 .

La prensa no era, ni representaba la opinión pú­blica, ni era la espresion de los deseos del comercio, de la agricultura, de la mineria, del trabajador, ni de ningún interés serio i respetable de la sociedad. Era solo el eco de dos o tres ricos, con cuya fortuna la habían dominado desde años atrás, siendo los dueños únicos de los grandes diarios de Santiago i Valpa­raíso, que servían esclusivamente a los intereses de sus sostenedores.

Voces siniestras principiaban a estender el sordo

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rumor de que la revolución estallaría el diez, el quince, el veinte del aciago mes de enero.

¿Quién la haría? ¿Serian los pueblos? ¿Cuál de ellos daría la voz de alarma? ¿En nombre de que principio grande, noble, generoso se enarbolaria el trapo rojo de la discordia para agrupar en torno suyo al pueblo chileno? Nadie lo sabia, ni nadie creia en la loca aventura, ni descubría los móviles i causales que se invocarían; ni se descubrían tampoco quienes se­rian los caudillos prestijiosos que pudieran llevarla a cabo. ¡Tan arraigada era la creencia de que en Chile eran imposibles las revoluciones i tan fuerte el senti­miento de respeto a las autoridades legalmente cons­tituidas!

¿Se sublevaría el ejército? ¡Delirio! decían todos. Cuarenta años de lealtad i respeto a la lei, lauros in­marcesibles de gloría conquistados en guerra estran-jera, no se borran en un instante de insensatez i de locura temeraria. Nadie dudaba del ejército; se veia en él una garantia i nadie se engañó. Traicionaron los movilizados.

¿I la marina? ¿Quién se animó a dudar; quién ima­jinó que fuera el arma fratricida de que se valieran la exaltación i la pasión política? Por mas que se la sindicara de preparada a la revuelta, el gobierno mis­mo, o lo ignoraba, o no lo creia, porque no tomó medida alguna de previsión, ni nada anunció a las autoridades políticas de Valparaíso.

Pero, el i . " de enero de 1 8 9 1 habia llegado sin que el Congreso de la república hubiese querido dar a la nación dos leyes necesarias, indispensables para su vida de pueblo culto; que eran el orden, el res­peto de la propiedad, la garantia de sosiego i de se­gura tranquilidad para la familia: por primera vez en su vida de pueblo culto, Chile no tenia presupuesto, i se quería que no tuviera ni ejército, ni marina. Así

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lo quería el Congreso, se negaba a darlos i lanzaba al país fuera de la leí común de las sociedades civili­zadas, porque no tenemos conocimiento de un caso análogo en ningún otro pais del orbe. ¿Sabe el pue­blo de esta nación que se dice adelantada lo que eso significaba; se dio entonces cuenta del alcance in­menso, terrible i de lamentables consecuencias que tenia tan loco estravio i empecinamiento de las pasio­nes de partido, de los negocios de partido, de las es­peculaciones que surjen i crecen a su sombra?

¡Ah! Nación sin presupuesto, sin ejército, sin fuerza pública, vale tanto como hogar contristado, sin pan, sin luz, sin vida, sin guia, ni timón, lanzado al acaso i a merced de crueles amarguras. Obligad a un jefe de estado a dirijir una nación sin aquellas dos leyes i tendréis: suspendidas las pensiones de las viudas, que son herencia sagrada de mártires i de héroes; miles de empleados públicos sin sueldo i sin pan para los suyos; la miseria i el hambre en todos los hogares; los servicios públicos paralizados i su­friendo muerte i ruina el comercio, la industria i todo el mecanismo nacional; los hospitales cerrados i el dolor i la muerte ostentándose en las plazas i en las calles públicas; las policias dispersas, las ciuda­des oscuras i el pillo i el malvado aprovechando la propicia ocasión; las cárceles abiertas, el ejército di­suelto, ¿quién puede concebir cuánta escena de robo, de impúdica violación, de crueles asesinatos, robos i depravaciones de todo jénero, no trendrian que su-cederse? ¿I quién contendría el torrente; quién le opondría robusto dique una vez abiertas todas las válvulas i lanzada la nación en los peligros sin cuento de una situación tan absurda, tan contraria a la mo­ral i a los sentimientos nobles que deben animar a los que tienen la misión de dirijir a los pueblos i salva-guardiar sus intereses, el honor de la familia, la

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vida, la inocencia, la virtud i la tranquilidad común? No hai lei que autorice este salvajismo. I el Congreso decia que obraba en nombre de la lei de las leyes: la Constitución.

Pudo el Congreso ser loco i criminal; pero no le era dado exijir que todos lo siguieran en su pérfida i temeraria empresa. Teníamos a la cabeza del gobier­no un grande hombre, patriota, que quiso salvar a Chile de los horrores a que se queria conducirlo i cumpliendo con uno de sus mas altos deberes, lanzó al pais un manifiesto en que dijo: cumpliré con mi deber, salvaré a Chile, la posteridad me juzgará. ¿A eso es a lo que se ha llamado dictadura? ¡Santa i bendita sea i vengan siempre en Chile i en todos los países, dictaduras que nos salven de los grandes pe­ligros i no permitan que su nombre pase deprimido a la historia, sin que hubiera habido uno siquiera de sus hijos, que protestara i salvase su honor!

Al decir que el presidente de la República, don José Manuel Balmaceda cumplía con el mas sagrado de sus deberes, manteniendo el orden en la repúbli­ca, es porque a mas de obedecer a un principio de la lei natural que ordena la conservación del indivi­duo i de las sociedades, observaba también lealmente el articulo 72 de nuestra carta fundamental que dice: «Al presidente de la República está confiada la administración i gobierno del estado: i su autori­dad se estiende a todo cuanto tiene por objeto la con­servación del orden en el interior i la segundad estenor de la república; guardando i haciendo guardar la constitución i las leyes."

Nótese que el Presidente no solamente tiene el de­ber de guardar, sino la obligación de hacer guardar la Constitución i las leyes; i que el Congreso las ha­bia infrinjido, negándose a dictar en época oportuna, durante el periodo ordinario de sus sesiones, dos

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leyes que no son políticas, sino la base de la exis­tencia de la nación, como sociedad civilizada i como obligada que está a parecerlo, en presencia de los numerosos estranjeros que buscan en Chile el am­paro i la protección de sus instituciones.

Nótese ademas, que según el inciso 1 6 del ar­tículo 73 de la Constitución, es atribución del presi­dente de Chile: (.(.disponer de la fuerza de mar i tierra, organizaría i distribuirla, según lo hallare por conve­niente.^

¿Dónde estaría entonces el alzamiento del presi­dente Balmaceda en contra de la Constitución i las leyes al continuar disponiendo del ejército i de la marina en virtud de sus privativas atribuciones? ¿Dónde la facultad del Congreso, que la Constitu­ción no consigna en ninguna parte, para organizar divisiones navales, arrebatando al presidente de la República sus elementos i agentes constitucionales? ¿Dónde la facultad deliberativa de la marina para sustraerse a la acción de su jefe legal, que podía or­ganizaría i distribuirla según lo hubiera por conve­niente i someterse a un poder i forma de gobierno que no estaba reconocido, ni sospechado por la carta?

Es sencillamente absurdo sostener la legalidad i corrección de los procedimientos del Congreso i de la marina que obraron, no como poderes e institucio­nes constitucionales, ya que se salieron de lo termi­nantemente estatuido por ella, sino como alzados en contra de esa misma leí suprema, que tenían el deber de acatar. Obraron todavía inconstitucionalmente, i sus actos eran nulos desde que asi lo declara la Cons­titución cuando dice: (.(que ninguna magistratura ni autoridad puede ejercer otras atribuciones que las que espresamente le están acordadas por la Constitución i las leyes i que todo acto en contrario será nido?'*

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Mientras que Balmaceda obró dentro de la esfera clara i neta de sus atribuciones, disponiendo del ejér­cito, distribuyéndolo según lo hallaba por conveniente i atendiendo a la conservación del orden, atribuciones todas del poder ejecutivo, que en ninguna parte da al Congreso.

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II

LA GRAN FARSA I EL GRAN CRIMEN

Las dos de la mañana del día 7 de enero aun no habían pasado cuando sintiéronse en la bahia de Val­paraiso en noche oscura i silenciosa, como era negro i sijilosamente preparado el acto que se cometía, dos cañonazos a considerable distancia. El jefe de la pro­vincia apercibióse en el acto del hecho i acaso fué uno de los pocos que de él tuvieron conocimiento i esperimentó sorpresa, porque no se lo esplicaba. Momentos después, el Comandante de la artillería de Costa, Coronel Francisco Pérez, le anunciaba que la escuadra se habia sublevado: que a esas horas ha­bían estado en su cuartel el clérigo Salvador Donoso i el joven diputado Cornelio Saavedra Rivera a co­municarle que al dia siguiente estaría en conmoción i pronunciada toda la república: que Valparaiso mismo secundaria el movimiento i que invocaban sus sentimientos de humanidad para que no obrara con su fuerza en contra del pueblo, lo que equivalía a pedirle pasiva cooperación. El dia anterior el clé­rigo Donoso con dos sacerdotes mas habian estado a ofrecer sus servicios, asegurar cooperación i saludar al Intendente de la Provincia, que lo era el que esto escribe, i que hacia pocos dias se habia hecho cargo de ese alto puesto. ¡Así principiaba la revolución! Se lanzaban los embustes i se procuraba el engaño por aquellos mismos que hacen profesión de propa­gar la verdad i de dar al César lo que es del César i a Dios lo que es de Dios.

El Coronel Pérez fué noble i leal soldado. Fué

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hasta el último, uno de los mas leales i esforzados adalides de la causa de la Constitución i por ello su­frió prisión cruel i prolongada.

No hacemos historia narrativa de todos los acon­tecimientos; esponemos solo hechos sin sus detalles, para deducir las consecuencias lójicas que de ellos se desprenden. Por eso, bástanos decir que, tomadas las medidas necesarias de precaución, el Intendente de Valparaíso anunció al presidente de la República lo ocurrido por medio del siguiente telegrama:

Valparaíso, enero, 7 de i8gz.

Anoche ha salido la escuadra sin orden.

JOAQUÍN VILLARINO.

De esta manera supo el gobierno, supo el pais la perpetración del acto mas inaudito e innecesario, mas pernicioso a la prosperidad de Chile i que venia a desmoralizar i desquiciar los fundamentos mas só­lidos de la sociabilidad de la nación. La luz del nuevo día encontró a Valparaiso tranquilo, continuando en sus cuotidianas labores i deteniéndose apenas para inquirir lo ocurrido.

La escuadra no estaba ya en la bahia; había ido a Quinteros para celebrar el triunfo i saludar su nueva bandera; pero a las once del dia entraba nuevamente al puerto, empabesada i en son de triunfo, como lla­mando al pueblo en su ausilio i pidiéndole coopera­ción para su obra. El pueblo permaneció aun tran­quilo i no hizo la mas mínima e insignificante ma­nifestación que, directa o indirectamente, pudiera revelar su propósito de secundar la actitud de la escuadra. Muchos dias permanecieron alli los marinos i el pueblo persistió en su conducta, hecho que ano­tamos i sobre el cual llamamos la atención, para que

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se comprenda cuál era el aislamiento en que estaba la escuadra i la ninguna cooperación que alcanzara en aquella ciudad, que solo vive del comercio i del trabajo, por mas que durante un año se la hubiera venido exaltando i acostumbrando al desorden, al asesinato, al robo i falta de respeto a la autoridad i a la propiedad privada, por medio de huelgas produ­cidas i aconsejadas por la oposición i que luego se atribuian por ella misma al gobierno. ¡Como si él desorden, las calamidades públicas, los saqueos fa­vorecieran a los gobiernos i no fueran siempre, como en ese acto, el negocio i la conveniencia de una aglo­meración de círculos políticos, que a toda costa tra­taban de convulsionar al pais i derrocar al gobierno legal.

El pais supo lo que ocurría, por una nota que Waldo Silva, vice-presidente del Senado, fechada a bordo del blindado Blanco Encalada, pasó al inten­dente de Valparaíso, anunciándole que el Congreso habia depuesto al Excmo. presidente Balmaceda con fecha i . " de enero, que habia formado una delega­ción de tres personas que lo representaban i enco­mendado al capitán de navio Jorje Montt, la jefatura de una división naval.

Llama la atención que fuera un segundón sin re­presentación política, como toda su vida lo fué Waldo Silva, quien asumiese la representación del Senado, siendo solo vice-presidente; pero esto se es-plica porque el Sr . Vicente Reyes, que era su pre­sidente, se negó a entrar en la revolución, no porque aprobase la política del señor Balmaceda, sino por­que su desaprobación no iba tan lejos que justificara una apelación a las armas para correjir errores que, en su concepto, podian ser de mera apreciación i que se evitarían con solo hacer valer los recursos consti­tucionales, dentro del orden legal.

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Llama también la atención que, diciéndose los al­zados de la escuadra, los amparadores de la Consti­tución, principiaran por pisotearla, creando una for­ma de gobierno desconocida por ella, fraccionando la república i entregando el mando de la fuerza de mar i mas tarde el gobierno de la nación, á un sol­dado subalterno de ínfima categoría del Jefe Supre­mo de la República.

Debe saberse ademas, que el Congreso no se reu­nió para acordar la farsa de deposición del Presi­dente, sino que se fué de casa en casa solicitando la firma del estraño documento que la acordaba; que muchos diputados i senadores no quisieron firmarla i que, si mas tarde apareció suscrita por una gran cantidad de ellos, fué cuando ya el triunfo de las armas había hecho desaparecer todo temor, todo es­crúpulo del ánimo de los revolucionarios. Y entonces, los mismos que se habían negado a estampar sus firmas, fueron solícitos a implorar que se les permi­tiera hacerlo, lo que sé les debió conceder sin es­fuerzo, como un medio de dar prestijio i hacer bombo a un acto del Congreso que no habia tenido lugar.

Y aun en el hipotético caso de que el Congreso se reuniera clandestinamente i fuera del augusto recinto de sus sesiones, donde el pueblo tenia costumbre de verlos i la leí les ordena agruparse, aun en ese caso no habría sido el Congreso el que funcionaba, sino una agrupación de individuos conspiradores que, so capa de defender la constitución, principiaban por minarla i socavarla por su base.

La sublevación de la escuadra i la deposición del Presidente Constitucional de Chile, según se anun­cia en los documentos que mas adelante insertamos, hecha por el Congreso el dia i d e enero; i la acep­tación del capitán de navio Jorje Montt, fueron pro­ducidos para sostener actos anticonstitucionales i ab-

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surdos, que no se dieron a conocer al pueblo en época oportuna; ni discutieron sus representantes; ni se pusieron en tabla en el Congreso; ni informa­ron acerca de ellas las comisiones de ambas cámaras, como sus reglamentos ordenan se haga hasta con los asuntos menos trascedentales; ni la prensa pudo dis­cutir acontecimiento tan considerable; ni apercibirse la nación de lo que pasaba para haber hecho valer sus razones en pro o en contra e inclinar la balanza en el sentido que conviniera a sus vitales convenien­cias. Todo fué oculto, negro, tenebroso, como si se temiera la luz para producir un hecho que se ha que­rido rodear de aureola de grandeza, de prestijio i que acusaba noble heroísmo en sus ejecutores i que en verdad, patrañas a un lado, no ha sido sino una sublevación precedida de una confabulación i de una conjuración vulgares, rodeadas artificiosamente i con maña, de ciertas esterioridades destinadas a dar áni­mo a los tímidos i matar los escrúpulos de los que necesitan que se les presenten pretestos, especiosos o no, fundados o no, para transijir con su conciencia, con la verdad i con la justicia.

Los documentos a que venimos refiriéndonos son los siguientes:

DEPOSICIÓN DE BALMACEDA

Acta suscrita por la mayoría del Congreso Nacional.

Nosotros, los representantes del pueblo chileno en el Congreso Nacional, teniendo en consideración:

i . ° Que los numerosos delitos cometidos por las autoridades administrativas contra el poder electoral de la República para falsear la espresion de la vo­luntad soberana del pueblo en las elecciones, han

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sido amparados i protejidos por el Presidente de la República i sus Ministros, desoyendo las representa­ciones de la Comisión Conservadora i haciendo, por lo tanto, suya la responsabilidad de los funcionarios culpables, conforme al precepto contenido en el nú­mero 2 . 0 del artículo 49 de la Constitución del Estado;

2 . 0 Que las policias de seguridad, confiadas al Presidente de la República para custodiar el orden i resguardar los derechos de los ciudadanos, han sido empleadas en organizar i dirijir turbas asalaria­das del populacho para promover los mas vergonzo­sos i criminales atentados contra el orden público i para atropellar los fundamentales derechos de los ciudadanos, llegando a ser dicha fuerza una constan­te amenaza para ellos 1 desapareciendo asi el fin pri­mordial del establecimiento de la autoridad; que el Presidente de la República i sus .Ministros se han hecho sordos a los gritos de la indignación pública i a las constantes reclamaciones del Congreso i de'la Comisión Conservadora por aquellos actos, que las autoridades han dejado impunes, asumiendo asi su responsabilidad;

3 . 0 Que la única reparación de los últimos i do­lorosos atentados contra la libertad de reunión ha sido la promulgación de la ordenanza de 20 de Di­ciembre último, que es una nueva i audaz violación de los derechos de reunión i petición garantidos por el inciso 6.° del artículo 10 i por el inciso 6.° del ar­tículo 27 de la Constitución, incurriendo al mismo tiempo con ella el Presidente de la República i sus cómplices en una usurpación flagrante de una atri­bución esclusiva del Congreso consignada en dicho inciso 6.° del artículo 2 7 , i que es el único que puede dictar estas leyes escepcionales, pero de duración transitoria que no puede esceder de un año;

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4-° Que el Presidente de la República ha violado constantemente la fé pública, oficial i solemnemente empeñada en varias veces por medio de sus Mi­nistros;

$.° Que el mismo funcionario ha dilapidado los caudales públicos, disponiendo de ellos fuera del presupuesto, creando empleados i comisiones remu­nerados con fondos nacionales sin intervención del Congreso i usurpando asi una atribución esclusiva del Poder Lejislativo consignada en el inciso 10 del artículo 28 de la Constitución;

6.° Que el mismo funcionario ha desconocido i violado las atribuciones fiscalizadoras del Congreso i de la Comisión Conservadora, haciendo caso omiso de ellas i burlándolas en lo absoluto, con abierta in­fracción del inciso 1 . ° del artículo 49 i demás ar­tículos de la Constitución que constituyen al Con­greso fiscal i juez de los altos funcionarios adminis­trativos;

" 7.° Que por causa del desconocimiento de estas atribuciones el presidente de la República intentó, no ha mucho, cambiar la forma consagrada por nuestro gobierno manteniendo un Gabinete censu­rado por las dos ramas del Congreso i a quien éste habia negado las contribuciones i llegó basta gober­nar sin ellas, causando al Fisco pérdidas injentes i a la nación las perturbaciones mas graves;

8.° Que clausurando el Congreso porque se opo­nía con varonil firmeza a la invasión de los derechos mas preciados del pueblo faltaba a su palabra, em­peñada para sancionar leyes pendientes i necesar ias para garantir aquellos derechos;

o.° Que sin hacer mención de muehas otras vio­laciones de las leyes i garantías individuales el Pre­sidente de la República ha llevado últimamente este sistema de desgobierno i de ruina legal i social hasta

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el punto de disponer de los caudales públicos i man­tener las fuerzas de mar i tierra sin autorización al­guna del Congreso, usurpando abierta i escandalo­samente las atribuciones esclusivas del Poder Lejis-lativo de la nación, único a quien confieren estas facultades los incisos 2." i 3 . 0 del 28 de la Constitu­ción, los cuales establecen que «solo en virtud de una lei se puede: fijar anualmente los gastos de la administración pública i fijar igualmente en cada año las fuerzas de mar i tierra que han de mantener­se en pié en tiempo de paz i de guerra®:

1 0 . Que todos estos actos han venido producien­do una alarma profunda en la sociedad, una comple­ta desmoralización administrativa i una perturbación desastrosa en los negocios económicos, comprome­tiendo gravemente el honor de la nación;

1 1 . Que todos estos actos, i las declaraciones del DIARIO OFICIAL, vienen comprobando de una ma­nera evidente la maquinación fraguada i consumada por el Presidente de la República contra las institu­ciones fundamentales del Estado; que todos estos actos que revelan el plan proditorio de minar el edi­ficio político levantado por el esfuerzo 1 sacrificios de varias jeneraciones, para alzar sobre las ruinas de la soberania del pueblo los caprichos de un señor ab­soluto, para desquiciar i anarquizar asi una sociedad constituida, un pueblo sumiso i tranquilo que solo reclama la paz i el orden legal, constituyen, no un crimen cualquiera, sino el mayor de todos los crí­menes que puede cometer un mandatario;

1 2 . Que poniéndose con estos atentados en abier­ta rebelión contra el orden constitucional, el Presi­dente de la República ha incurrido en el crimen de alta traición contra el Estado i queda iuera de la lei que ha jurado solemnemente guardar i hacer guardar;

1 3 . Que si los majistrados violan abiertamente

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la majestad de las leyes que constituyen la base ne­cesaria del orden social, sus mandatos son nulos i sin ningún valor, como espresamente lo establece el artículo 1 5 1 de la Constitución, i en tal caso no so­lamente existe el derecho sino el deber de resistir en defensa del orden público, deber que incumbe a todos los ciudadanos, i mui especialmente a los poderes constituidos;

1 4 . Que es atribución esclusiva del Congreso, establecida en el inciso 4 . 0 del artículo 27 i en el ar­tículo 65 de la Constitución, declarar cuando por enfermedad, ausencia ú otro motivo grave, i cuando por muerte, renuncia ú otra clase de imposibilidad absoluta el Presidente de la República no pudiera ejercer su cargo;

115. Que los crímenes mencionados, i de que se ha hecho reo el actual Presidente de la República, no pueden constituir un motivo mas grave ni una impo­sibilidad que lo haga mas indigno e incapaz de con­tinuar en el ejercicio de su cargo.

En mérito de las consideraciones precedentes, nos­otros, miembros del Senado i de la Cámara de di­putados de Chile, invocando al Supremo Juez del Universo en testimonio de la rectitud de nuestras intenciones, con objeto de restablecer el réjimen constitucional, asegurarla tranquilidad interior, aten­der a la común defensa i afirmar los beneficios de la libertad i de las leyes, en nombre i por autoridad del pueblo que representamos, solemnemente decla­ramos:

i . ° Que el Presidente d é l a República, D. José Manuel Balmaceda, está absolutamente imposibilitado para continuar con el ejercicio de su cargo, i, en con­secuencia, que cesa en él desde este dia;

2 . 0 Que están igualmente imposibilitados para reemplazarlo en su cargo sus Ministros del Despacho

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i los consejeros de Estado que han sido sus cómpli­ces en los atentados contra el orden constitucional,

I, en consecuencia, designamos a D. Jorje Montt para que coadyuve a la acción del Congreso, a fin de restablecer el imperio de la Constitución.

Santiago, Enero i . " de 1 8 9 1 .

Ramón Barro Luco, diputado por Valparaíso. —José A Candarillas, diputado por Freirina. MI. J . Irrazával, senador por Talca. M. Recabárren, senador por Concepción. —Edo. Matte, diputado por Santiago. Waldo Silva, senador por Atacama. —V. Blanco, diputado por Santiago. M. Concha i Toro, senador por Santiago. —Z. Rodríguez, diputado por Santiago. —-Ladislao Errázuriz, diputado por Concepción i

Talcahuano. E. Altamirano, senador de Valparaíso. —C. VValker Martínez, diputado por Maipo. José Clemente Fádres, senador por Santiago. —David Mac-Iver, diputado por Constitución. —Joaquín Walker M., diputado por Santiago. Luis Pereira, senador por Talca. J . Rodríguez Rozas, senador por Atacama. —Enrique Larrain Alcalde, diputado de Lontué. —Vicente Davila Larrain. —Benjamín Vergara E. , diputado por San Felipe. —Luis Errázuriz E., diputado por San Felipe. —Abrahan Koenig, diputado por Copiapó i Cha­

ñara!. —Valentín del Campo, diputado por Cachapoal. —Máximo del Campo, diputado por Elqui. —Julio 2.° Zegers, diputado suplente por San

Javier.

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— 2 8 6 —

—Ismael Valdes Valdes, diputado por San Ber­nardo.

—José F. Valdes C , diputado por Linares. —Enrique Cazotte, diputado suplente por Tara-

pacá. — P . Nolasco Prendes, diputado por Constitución. —Antonio Edwars, diputado por Copiapó. Miguel A. Varas, senador suplente de Coquimbo. —Carlos Besa, diputado por Castro. —M. Cienfuegos, diputado por la Victoria. J . E. Rodríguez, senador por Curicó. —Nolasco Reyes, diputado suplente por Coelemu. —Luis M. Rodríguez, diputado por Ancud. —V. Aguirre V., diputado por la Ligua. —Gaspar Toro, diputado por Tarapacá. —Jorje Riesgo, diputado por Caupolican. — P . Bannén, diputado por Lautaro. Eleodoro Gormaz, senador por Santiago. —G. Urrutia, diputado por Collipulli. —Julio Zejers, diputado por Linares. —Demetrio Lastarria, diputado por Rancagua. —F. Carvallo Elizalde, diputado por Coquimbo. —Ricardo Pérez, diputado por Osorno. —Juan N. Parga, diputado por la Victoria. —D. Trumbull, diputado por Concepción i Talca-

huano. —Rafael ErrázurizUrmeneta, diputado por Ovalle. —José A. Silva P . , diputado por Talca. —A. Gandarillas, diputado por Curicó. —Bernardo Paredes, diputado por Bulnes. Manuel Amunátegui, senador por el Nuble. —Javier Vial Solar, diputado por San Fernando. —E. Fernandez A. , diputado por Lontué. —José María Diaz, diputado por Casto. Rodolfo Hurtado, senador por Aconcagua. —Valentin Letelier, diputado por Talca.

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—F. A. Concha C , diputado por Caupolican. Cornelio Saavedra, senador por el Nuble. —E. Mac-Clure, diputado por Traiguén. Rafael Montt A. , senador por Biobio. —M. R. Lira, diputado por Parral . •—Hernán Echeverría, diputado por Lautaro. —Enrique Mac-Iber, diputado por Santiago. — J . Manuel Infante, diputado por Santiago. —G. Letelier, diputado por Temuco. —Manuel F. Valenzuela, diputado por Curicó. —Cornelio Saavedra R., diputado por Lautaro. —Luis F. Puelma, diputado por Valparaiso. Pedro N. Marcoleta, senador por Biobio. —Pedro Montt, diputado por Petorca. —Isidoro Errázuriz, diputado por Valparaiso. —Agustín Montiel Rodríguez, diputado por Mul-

chen. —Alberto Edwards, diputado por Valparaiso. — J . de D. Vial, diputado por Santiago. Patricio Larrain A. , diputado por la Victoria.

NOTA CON QUE FUÉ ACOMPAÑADA EL ACTA PRECEDENTE.

Valparaiso, Enero 6 de i8gi.

El Presidente de la República en un manifiesto dirijido a la nación, ha declarado que, no pudiendo gobernar de acuerdo con el Congreso Nacional como la Constitución lo ordena i como lo han hecho sus antecesores, ha resuelto mantener las fuerzas de mar i tierra sin autorización lejislativa i hacer los gastos públicos sin lei de presupuestos.

De este modo i por primera vez en Chile, el Presi­dente de la República se ha colocado fuera del réji-men constitucional, ha renunciado la autoridad lejí-

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tima de que estaba investido i ha querido asumir un poder personal i arbitrario que no tiene otro oríjen que su voluntad i otros límites que aquellos que los acontecimientos puedan señalar.

En tan grave emerjencia al Congreso Nacional corresponde tomar a su cargo la defensa de la Cons­titución i adoptar todas las medidas que las circuns­tancias exijan para restablecer su imperio. En el desempeño de tan augusta misión, el Congreso Na­cional debe contar con las fuerzas de mar i tierra, porque éstas solo tienen razón de ser al amparo de la Constitución, i no seria posible que quisieran per­der la lejitimidad de su existencia para ponerse al servicio de un réjimen dictatorial implantado por mó­viles esclusivamente privados del Presidente de la República. Cincuenta i siete años no interrumpidos de organización constitucional i una larga tradición de sacrificios hechos i de glorias alcanzadas en servi­cio de la patria, marcan al ejército i a la armada de la República el camino del deber, i les obligan a re­sistir, como contrario a su propia honra, todo aten­tado que se proyecte o ejecute contra el código que sirve de base a las instituciones nacionales i que da orijen a los poderes públicos.

Cumpliendo el Congreso Nacional con los deberes que la situación presente le impone, ha tomado los acuerdos que se espresan en el acta anexa a esta co­municación, i al mismo tiempo ha conferido a los infrascritos autorización suficiente para presentarse a la armada i demandar de ella que coopere, en la esfe­ra de acción que le es propia, al mas pronto resta­blecimiento del réjimen constitucional.

En tal virtud, los infrascritos disponen que se or­ganice una división naval para hacer comprender al Presidente de la República que la armada obedece á la Constitución i que, por tanto, es indispensable

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que se dicte sin demora la lei anual que autorice su existencia.

Se dará a reconocer como jefe de esta division al capitan de navio D. Jorje Montt, i los infrascritos quedan embarcados para atender al desarrollo que pueda tener este movimiento en defensa de la Cons­titución de la República.

WALDO SILVA, Vice-presidente del Senado,

RAMÓN BARROS LUCO, Presidente de la Cámara de Diputados.

Al señor capitán de navio D. Jorje Montt i a los se­ñores jefes i oficiales de la armada.

ACEPTACIÓN DE D. JORJE MONTT

Valparaiso, Enero 6 de 1 8 9 1 . — E n vista de las consideraciones espuestas en el oficio precedente, acepto la designación que se hace para la organiza­ción de una division naval que quedará bajo mis ór­denes, para cumplir las disposicianes que se adopten por los señores delegados del Congreso Nacional.

Póngase la presente resolución en la orden del dia, i el oficio de los señores delegados, a fin de que lleguen a conocimiento de los señores jefes, oficiales i equipajes de la division naval.

Anótese.—JORJE MONTT.

Antes de entrar en consideraciones jenerales res­pecto de los actos a que debia dar orijen la actitud irregular del Congreso i la marina, i las consecuen-

19

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cías de ellos, séanos permitido protestar de la mane­ra mas categórica i desmentir las aseveraciones con­tenidas en los dos primeros considerandos del acta del llamado Congreso, las que no son otra cosa que la repetición falsa i antojadiza de las aseveraciones de la prensa revolucionaria, que jamás produjo hechos concretos, ni logró llevar al ánimo de nadie el con­vencimiento de la verdad de lo que decia. Nadie vio jamás en el estilo exaltado de la prensa, sino la tác­tica de revolucionarios que preparaban por sí mismos las causales de una revuelta criminal. No era posible que la falta de decoro i moralidad política fueran llevados a un límite tan estremo, que a toda una na­ción i al mundo entero que contemplaba los aconte­cimientos, se le dijera: hacemos revolución porque nos viene en mientes; porque conviene a nuestros intereses políticos i porque a toda costa queremos el poder, queremos Tarapacá i deseamos ser los esplo-tadores de la inmensa fortuna pública i del cuantioso presupuesto nacional.

No menos falsos i antojadizos son los cargos con­tenidos en los considerandos que siguen hasta el 6. a

inclusive. I ya que en un documento que se supone emanado de un alto cuerpo que se decia constitucio­nal, que se dirijia a la nación i al mundo civilizado para justificar su actitud bélica, que rompía el orden constitucional de un pais siempre respetuoso de sus leyes; ya que no se produce un solo hecho concreto justificativo, negamos nuevamente la verdad i la existencia de esos motivos. Mas aun, llamamos la atención a la falta de seriedad i a la adulteración de la verdad cuando se dice: que el Presidente habia dilapidado los caudales públicos, aseveración inau­dita i no justificada por ningún acto de la adminis­tración Balmaceda. I dado caso que el cargo de dila­pidación fuera cierto, caeria sobre los que lo formu-

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lan, quienes como diputados, senadores i ministros de estado autorizaron los gastos públicos, hicieron la inversión i aprobaron las cuentas respectivas du­rante cuatro años de la administración Balmaceda. No es nuestro trabajo de naturaleza que nos permita entrar en investigaciones i rectificaciones de hechos i acusaciones que carecen de fundamento. Bástanos contestar con un desmentido, porque cuando más tarde haya quien tenga valor de esponer hechos, no faltará quien recoja el guante i refute victoriosamente la calumnia.

Deslealtad, inconsecuencia i falta absoluta de sen­timiento moral hai en el cargo que espone el 7 . 0 con­siderando. No es posible llevar mas lejos el descono­cimiento ele las leyes del honor, de la dignidad i de la consecuencia, que siempre se guardan entre si los hombres cultos que viven en la sociedad civilizada. Es cierto que durante dos meses habia permanecido en el Gobierno el ministerio Sanfuentes, que habia sido censurado sin oirlo i apenas se presentó al Con­greso, como ya hemos relatado en otra parte; es cierto también, que durante esos dos meses, se buscó una solución i un arreglo para salvar el conflicto, lo que silencia el manifiesto del llamado Congreso; i no es menos cierto que al fin mutuas concesiones hechas por el Gobierno i el Congreso dieron por resultado la elevación del Ministerio Prats, que debió ser de paz i justicia. Este acontecimiento que llenó de júbilo al pais, espectador intranquilo i pasivo de estacón-tienda, produjo calma entre los contendientes i dio la manifestación mas espresiva de que el presidente Balmaceda, no era un intransijente, ni tenia interés en dominar al Congreso.

El Presidente no trataba de avasallar al Congreso: queria solamente conservar incólume el derecho i la prerrogativa esclusiva que le concedia la Constitu-

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- r 2 9 2 —;

cion, de nombrar o remover a su voluntad a los mi­nistros del despacho ( 1) , que eran sus secretarios de confianza. I esto era tanto mas justo, desde que la falta de esa atribución era incompatible con la res­ponsabilidad que la misma Constitución le imponia por sus actos en el juicio de residencia que podia seguírsele solo en el año siguiente al de la espiración de su periodo constitucional de cinco años. El Presi­dente era depositario de un legado constitucional que lo habiau tenido todos sus antecesores i que era su deber mas alto entregarlo incólume a sus su­cesores. No quería avasallar, pero tampoco era deco­roso que fuera avasallado; no quería imponer, pero tampoco podia recibir imposición, cuando ella llevaba implícitamente envuelto el decoro del hombre i la alta dignidad del puesto de representante de la na­ción, que no le era lícito permitir que fuera manci­llado. I esto es tan cierto, que después de pasado el conflicto escribía a su amigo el intendente de Co­quimbo con fecha 1 3 de Agosto de 1 890 lo que sigue: «La batalla se ha peleado i el desenlace ha sido hon­roso. Chile ha ganado después de la tremenda prueba. Su crédito i su prestijio se han enaltecido.®

«Los círculos parlamentarios no han venido al Gobierno i hemos resistido la tormenta con la enerjia aconsejada por el deber i la gravedad de los peligros que me rodearon.®

«Hoi la atmósfera es serena i procuraremos apro­vecharla para realizar el mayor bien posible.®

Estas ideas espresadas libremente en la intimdadde la confianza al amigo, revelan todo el pensamiento del Sr. Balmaceda i ponen en evidencia cuan grande

(i) A r t . 73.—Inciso 6.°—«Son atribuciones especiales del Presidente de la República: Nombrar i remover a su voluntad a los Ministros del Despacho i oficiales de sus secre­tarias, a los Consejeros de Estado, a los ministros diplomáticos, a los Cónsules i demás ájentes esteriores, a los intendentes de provincia i a los Gobernadores de plaza.»

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era su alma i cuan inspirada estaba en el espíritu del bien i de la felicidad de su patria. Lo cierto es que él quedó sinceramente satisfecho de la solución alcan­zada, que habia traido al escenario político al minis­terio Prats . El Congreso también lo comprendió así: ese ministerio satisfacía a todos, daba a todos garan­tías, ponía término a una situación difícil, preñada de peligros i en consecuencia, el poder lejislativo sancionó la lei de contribuciones que mantenia sus­pendida , mientras no se formara un ministerio de su agrado. El iris de paz habia asomado en el horizonte, los enemigos habíanse reconciliado i el Congreso re­nunció a la acusación que tenia preparada contra el ministerio Sanfuentes i fue mas lejos aun,, porque no admitió ni siquiera a discusión i rechazó por una­nimidad de votos la que en hora intempestiva presen­tara el diputado Francisco Puelma Tupper. ¿Cómo entonces viene ese mismo Congreso a fundar un car­go al Presidente de la República i encontrar funda­mento para lanzarse en la revuelta en hechos que habian tenido de parte de ese mismo Congreso la mas amplia aprobación? ¿Cómo puede concebirse que cuando dos amigos, dos corporaciones han llegado a entenderse i reconciliarse respecto de cuestiones que los dividían, se vuelva mas tarde sobre esos mismos hechos i se inculpe por lo que la reconciliación había cubierto con velo de olvido i justificación? Entre mu­chachos o adolescentes seria simplemente un pueril proceder; entre hombres i ante la faz del mundo, es proceder de malvados. Así son todos los fundamen­tos de la revuelta.

La circunstancia de que el Congreso no hubiera querido aprobar la lei de presupuestos, ni la que renueva las fuerzas de mar i tierra, no era falta im­putable al Presidente de la República, porque, como poder colejislador, solo entra a funcionar i ejercitar sus

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atribuciones, promulgando u objetando la lei, des­pués que el Congreso ha ejercido las suyas, que en este caso abandonó. Por consiguiente, ni aunque mas tarde se hubiera formado juicio de residencia al Presidente, no se habría podido inculparlo por una falta que no era suya i que tampoco estaba incluida en la Constitución entre las causales de ese juicio. La práctica también abonaba la conducta del presi­dente Balmaceda, pues muchos presidente, i aun él mismo, gobernaron mucho tiempo sin esas leyes, sin que a nadie le ocurriera jamas pretender que estaban depuestos o dejaban de ser presidentes. El mismo capitán Montt no tenia presupuestos aprobados el i . " de Febrero de 1892 i no por eso abandonó la Moneda para ir a esperar en su casa que el Congreso le diera esa lei, que fué la misma que él habia invo­cado para insurreccionarse contra su superior jerár­quico.

Veamos lo que dicen los hechos: «Hoi dia i . ° de Enero de 1 8 9 1 , decia el presidente Balmaceda en su manifiesto de esa fecha a la nación, me encuentro gobernando a Chile en las mismas condiciones que 'durante todo el mes de Enero i parte de Febrero de 1 8 8 7 ; sin lei de presupuestos i sin que se haya renovado la lei que fija las fuerzas de mar i t ierra."

«Todos los presidentes desde 1 8 3 3 hasta la fecha, con exepcion de uno solo, hemos gobernado la Re­pública durante años, meses o dias, pero siempre por algún tiempo, sin leí de presupuestos i sin la que fija las fuerzas de mar i t ierra."

«Nadie habia creído hasta ahora que los presiden­tes constitucionales de esta nación culta i laboriosa, nos hubiéramos convertido en tiranos o dictadores, porque en los casos de omisión voluntaria, neglijen-cia u otro motivo, para cumplir el Congreso con el deber constitucional e ineludible de concurrir opor-

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tunamente a la formación de las le^'es de presupues­tos i que fijan las fuerzas de mar i tierra, continuá­ramos, en obedecimiento a un mandato fundamental i espreso de la Constitución, «.administrando el Es­tado i estendiendo nuestra autoridad a todo cuanto tiene por objeto la conservación del orden público en el interior, i la seguridad estertor de la República.^

«Toda la política de la coalición^ agrega mas ade­lante el mismo Presidente, ha estado dirijida en la última época a demoler las instituciones i apoderarse del gobierno de la Nación.®

«Solo así se esplica la alarma esparcida para ajitar los espíritus porque la mayoría del Congreso no ha cumplido con el deber de aprobar las leyes de presu­puestos i que fijan las fuerzas de mar i tierra.®

«Es de todos conocido el hecho de que todos los Presidentes de Chile, menos uno, han gobernado por algún tiempo sin lei que fije las fuerzas de mar i tierra.®

«Lo mismo ha sucedido con la lei de presupuestos.® «Hubo algún tiempo durante la administración

Prieto, en el cual no hubo lei de presupuestos.® «En los años 1 8 4 8 , de 1 8 5 0 i 1 8 5 1 , de la admi­

nistración Búlnes, las leyes de presupuestos fueron promulgadas después del i . ° de enero.®

«En la administración Pérez, la lei de presupues­tos de 1864 se promulgó el jg de enero; la de 1867 el 8; la de 1869 el 2; la de 1870 el 1 6 ; la de 1 8 7 1 el 10 del mismo mes. Así es que en cinco años de la administración Pérez se gobernó por algún tiempo sin lei de presupuestos.®

«En la administración Erráyuriz la lei de presu­puestos de 1 8 7 2 se promulgó el 1 1 de enero; la de 1 8 7 3 el 4 i la de 1 876 el 3 . De manera que el señor Errázuriz se encontró también por algún tiempo en situación idéntica a la del señor Pérez.®

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«Durante todos los años de la administración Pin­to, la lei de presupuestos se dictó con posterioridad al dia i.° de enero. En 1 8 7 7 se promulgó el 27 de enero; en 1 8 7 8 el 2 1 ; en 1 8 8 0 el 6 i en 1 8 8 1 el 2$ del mismo mes.®

«En 1882 la lei de presupuestos se promulgó el 1 3 de enero; en 1883 el 22 ; en 1884 el 1 9 : en 1 8 8 9 el 23 i en 1 886 el q de febrero, o sean cuarenta dias después del i . ° de enero. El señor Santa-María go­bernó hasta por mas de un mes sin lei de presu­puestos.®

«Por último el 14 de febrero de 1888 promulgué la lei de presupuestos, siendo ministro de Hacienda don Agustín Edwars. De modo que yo he gobernado a Chile durante cuarenta i cinco dias sin lei de pre­supuestos.®

¿Porqué, nos preguntamos, lo que no habia sido causa de deposición presidencial i de revolución, du­rante todas las administraciones anteriores, vino a serlo en la presidencia del señor Balmaceda i a últi­ma -hora? ¿I por qué. ipso-facto, desde el 1 . c de Enero gobernaba fuera de la lei, porque al Congreso, que era el verdadero culpable de omisión en el cumplimiento de sus deberes, se le antojaba no dictar una lei nece­saria para la vida social, a fin de que el Presidente cumpliera con el suyo de promulgarla? ¿Qué lei pro­mulgaba el jefe del Estado, si el Congreso no se la enviaba; si ademas, habia acordado no discutirla?

Lo justo, lójicoi honrado habria sido que, pensando el Congreso que la lei de presupuestos era necesaria desde el i . r de enero, se hubiera reunido, discutídola i enviádola al Presidente de la República para su promulgación, ya que también sostenía que podia convocarse i reunirse por derecho propio i que ase­gura haberlo hecho para acordar lo que se ha llamado deposision del Presidente de la República. Quien se

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cree con derecho para lo mas, lo tiene para lo menos, i si el Congreso no aprobó los presupuestos, fué con el esclusivo objeto de forjar pretestos, falsos o no, para apoyar en ellos el crimen de la revolución. Lo que se queria eran motivos para engañar al pais i al mundo civilizado. La realidad era que se queria el poder a todo trance, con sus honores i empleos; la conducta de los revolucionarios triunfantes lo prueba.

La prolija esposicion que hemos hecho en la pri­mera parte de este trabajo nos escusa de entrar en mas latas consideraciones respecto del documento de que nos ocupamos, considerado en sus detalles, mu­cho mas, desde que la virulencia de su lenguaje i la exaltación de ánimo que revela de parte de quienes lo redactaron, le quita todo mérito de imparcialidad i no podrá menos que ser desfavorablemente juzgado por todo el que lo lea con criterio desapasionado, sin necesidad de que nos esforcemos en estudiarlo. Las aseveraciones que no se fundan en hechos se contes­tan con un simple desmentido o una negación.

Hai otro jénero de consideraciones a que se presta ese documento i el llamado congreso que lo dio a luz, consideraciones de no menor valia, porque descansan en principios jenerales que destruyen por su base todo el deleznable andamio sobre el cual se ha preten­dido fundar una revolución, que mas tarde produjo el saqueo, el incendio, el asesinato aleve i la traición.

Las resoluciones del Congreso en Chile i creemos que en todo el mundo, se dividen en dos categorías principales: o son leyes, o simples acuerdos. Las primeras son de obligatoria observancia i conocimien­to para toda persona que habite el territorio de la república, i para ello ha establecido la constitución procedimientos que hacen imposible la ignorancia de lo que el Congreso lejisla para la jeneralidad. El Con­greso no lejisla solo, necesita la concurrencia del

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Presidente de la República i del Consejo de Estado, que revisan la lei; puede objetarla el primero i la promulga o no, según sea o no conforme a los pre­ceptos constitucionales. No hai por tanto leí sin que en su discucion i sanción haya intervenido el jefe del Estado ( i ) .

Los acuerdos que toma cada cámara o ambas reu­nidas solo obligan a sus miembros i se refieren jene-ralmente al réjimeninterno de esos altos cuerpos. Los acuerdos del Congreso pueden ser públicos o secretos.

No se concebirla la existencia de una lei secreta; que se haya discutido en secreto; que no la haya co­nocido la prensa, que no la conociera ningún otro poder público; que no la sancionara i promulgara el Presidente de la República.

Si la resolución del Congreso fué acuerdo, no era obligatoria para el pais, sino para sus miembros. Es una simple opinión de charladores. No fué lei, por­que no cumplió con ninguno de los requisitos que la Constitución establece para que lo fuera. . El Congreso no es en Chile una corporación que

posea vida eterna; su vida propia solo dura tres me­ses. Fuera de allí vive de prestado i solo a merced al beneplácito del Presidente de la República ( 2 ) . El Congreso no puede citarse a sí mismo; no le reco­noce la carta el derecho de reunión por acto propio. Solo en casos especiales i determinados, como el de hacer trabajos preparatorios para las sesiones públi­cas, se reúne i acuerda el nombramiento de presi­dente i secretarios provisorios según su reglamento

(1) Son atribuciones especiales del Presidente de la Repúbl ica:—Art iculo 7 3 — I n ­ciso I . Concurrir a la formación de las leyes con arreglo a la Constitución; sancionarlas í promulgarlas.

(2> Ar t . 43 de la Const i tuc ión:—El Congreso abrirá sus sesiones ordinarias el dia I . 8

de junio de cada año i las cerrará el i .° de setiembre. Es atribución del Presidente: Ar t . 73.—Inciso 4 . 0 Prorogar las sesiones del Congreso

íiasta 50 dias.

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interno. Fuera de las sesiones ordinarias, que duran tres meses, no puede el Congreso reunirse i lejislar sin la venia del jefe del estado, quien no comete de­lito, ni acto de tiranía, ni dictadura, porque no eje­cuta en sentido afirmativo una perogativa que le es propia i que, como tal, solo a él incumbe calificar la oportunidad i conveniencia de usarla, como hemos visto que se hizo por el presidente Pinto, cuando no citó al Congreso apesar de que lo solicitaba la Comi­sión conservadora.

La Constitución solo autoriza un caso, no para que el Congreso se cite a sí mismo por derecho propio, sino para que continúe funcionando según su artículo 47 que dice: «La Cámara de diputados continuará sus sesiones sin presencia del Senado, si concluido el período ordinario hubiesen quedado pendientes al­gunas acusaciones contra funcionarios que designe la parte 2.° del artículo 29 , con el esclusivo objeto de declarar si ha lugar, o nó, a la acusación." Y no habia acusación pendiente de ninguna naturaleza,- ni funcionaba la cámara de senadores, ni la de diputa­dos para que hubieran podido tener lugar la conti­nuación de sesiones que no existian.

El 1 .° de enero de 1 8 9 1 el Congreso de Chile no fun­cionaba por derecho propio, ni estaba citado a sesio­nes estraordinarias, por consiguiente, su acta de deposición del presidente Balmaceda, aparte de que no fué, ni pudo ser lei, no fué tampoco acto de Con­greso, sino de una reunión de individuos que se ha­blan juntado con un fin proditorio, como pudieron hacerlo para danzar o beber, sin que por ello el pais, el ejército o la marina estuvieran obligados a danzar o beber con ellos i como ellos. Fué una reunión de conspiradores, quienes exhibiendo su título de congre-sales pretendían paralojizar a las jentes i paralojizarse a sí mismos.

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— 3 ° ° —

Las leyes, i particularmente las constituciones de los estados tienen por objeto, no solo garantir los in­tereses de la sociedad, la vida i derechos de los indi­viduos, sino también crear ciertas corporaciones i un mecanismo armónico entre ellas para hacer efectivos i permanentes aquellos justos propósitos. Ninguna Constitución como la de Chile, de 1 8 3 3 fué inspirada en un pensamiento mas resuelto de orden, en una concepción mas clara de la necesidad de prestijiar la autoridad i de armonizar todos los ajenies de go­bierno creados por ella misma. Ni uno solo de los muchos i mui hábiles comentadores que ha tenido i maestros eminentes de derecho público, le han des­conocido en su letra i en su espíritu ese propósito claro i sistemático.

Siendo asi ¿cómo puede concebirse dentro de esta o de cualquiera otra Constitución, la existencia de uno de sus resortes destinado a ser desconcierto, desor­den, revuelta, caos? La Constitución es la vida, es la armonía, el concierto i cualquiera que escudándose en ella, destruya estos bienes sociales, viola la Cons­titución, se sale de ella i deja de ser la corporación creada para impedir la anarquía. El Congreso dejó pues de serlo para entrar en la categoría de club de conspiradores i su acta de deposición era nula i de ningún valor.

Ningún acto estaría mas propenso a producir un desquiciamiento social que la deposición de un pre­sidente de Estado i por eso no ha podido ser produ­cido sin que su promulgación se hiciera en conformi­dad a la que rige para las leyes. La simple enunciación de este hecho descubre el absurdo i la inconstitucio-nalidad de la pretensión de querer deponer a un presidente a quien, obrando constitucionalmente, de­bería habérsele impuesto la degradante misión de firmar él mismo su propia vergüenza i humillación,

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que serian la deshonra i la degradación de la propia patria, porque el jefe de un estado, es el estado mis­mo, es el representante de su pais en el esterior i el primero entre los primeros en el interior.

Hai un absurdo mayor aun en la pretendida depo­sición del presidente Balmaceda; es mas que absurdo, porque seria una iniquidad, aun en el caso de que no fueran falsos todos i cada uno de los fundamentos consignados en un documento que pasará a la histo­ria como prueba de las terribles inconsecuencias en que incurren los hombres cuando no se inspiran en el espíritu de rectitud i de justicia. Es además, una prueba de la terrible tiranía que ejercen i han ejer­cido siempre los cuerpos colejiados i las mayorías, cuando se atribuyen facultades administrativas, judi­ciales o de gobierno. En efecto, nuestras leyes i las de todos los países, por poco iniciados que estén en las nociones de la vida culta, dan a todo criminal, garantías de que será oído i que sus alegaciones serán escuchadas i tomadas en cuenta al decidir respecto a su suerte i de los cargos que se le hicieren. Ninguna lei se hace para condenar inocentes i toda lejislacion toma las mas prolijas i numerosas precauciones para que en ningún caso pueda hacerse caer su condena­ción sobre la cabeza de un inculpable. Y precisamente al Sr . Balmaceda no se le oyó, ni se le citó a juicio, ni sabia él que se habia tomado en su contra una re­solución tan estrema como arbitraria. ¿Puede come­terse una mas monstruosa aberración? ¿Con que todo criminal tiene garantías, se le oye, alega, espone he­chos, aduce pruebas, cita códigos i solo a un presi­dente de la república, a la personalidad mas alta i respetable, al primer dignatario de un pais que se llama culto i en las postrimerías de un siglo que se precia de haber alcanzado inmensas conquistas, se le negarían i no tendría ninguna de aquellas preciosas

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seguridades? Eso es sencillamente absurdo; no se comenta; basta esponerlo para que el mas negado comprenda que el acta del Congreso es el documento mas triste i mas incomprensible.

Mas resaltará todavía la aberración del procedi­miento i la falta de sano criterio, de razón, de justi­cia del llamado Congreso, si se observa que, habiendo una controversia entre él i el Presidente de la Repú­blica, no era ni uno ni otro el llamado a constituirse en juez de su propia causa, fallándola como lo hizo, faltando a todas las reglas mas elementales de proce­dimiento.

Pero fueron mas lejos aún los conspiradores i revo­lucionarios del Congreso, atribuyéndose una facultad o atribución que la Constitución no les dá, ni prevee tampoco, ni establece reglas para el caso de una de­posición presidencial, que no está contemplada en ella.

La constitución de Chile, tan lejos ha estado de instituir la pena de deposición, que ha establecido, sin escepcion, ni cortapisa alguna, que la duración del periodo presidencial sea de cinco años, en cuyo tiempo, la persona del jefe de la nación será inviola­ble, a fin de asegurar el orden i el respeto al princi­pio de autoridad que fué el objetivo primordial i casi único de los constituyentes de 1 8 3 3 (1). I tan cierto es esto, que solamente contempla el juicio de resi­dencia, para el año siguiente al de la espiración del periodo presidencial, consecuente siempre con el an­helo de que en ningún caso la persona del jefe de la nación pudiera ser ajada u ofendida con desdoro de su dignidad i prestijio, ni hubiera por esa causa per-

(1) Art. 52 de la Constitución. El Presidente de la República durará en el ejercicio de sus funciones por el término de cinco años; i no podrá ser reelejido para el periodo siguiente.

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turbaciones sociales. Para ese juicio, establece la constitución las reglas a que debe someterse i fija todo el procedimiento circunspecto i serio que debe observarse, sin que se niegue una sola garantia o res­peto en la defensa del acusado ( i ) . I si para este juicio de residencia i acusación, que no envuelve la grave­dad, ni ninguno de los peligros de una deposición, se señalan hasta los motivos o causales poderosas porque un Presidente puede ser residenciado, ¿cómo es que esa Constitución tan juiciosa i tan sabiamente concebida, no dá una sola regla, ni establece tribunal, ni aun nombra la palabra deposición que envuelve tan

( i ) A r t . 74 de la Constitución. E l Presidente de la República puede ser acusado solo en el año inmediato después de concluido el término de su presidencia, por todos los actos de su administración, en que haya comprometido gravemente el honor o la segu­ridad del Estado, o infrinjido abiertamente la Constitución. Las fórmulas para la acu­sación del Presidenta de la República serán las de los artículos 84 hasta el 91 esclusive.

Ar t . 84. Admitida a examen la proposición de acusación, se nombrará a la suerte, entre los diputados presentes, una comisión de nueve individuos, para que dentro de los cinco dias' siguientes, dictamine sobre si hai o no mérito bastante para acusar.

Art . Só. Presentado el informe de la comisión, la Cámara proc derá a discutirlo, oyendo a los miembros de la comisión, al autor ó autores de la proposición de acusación i al Ministro o Ministros i demás diputados que quisieran tomar parte en la discusión.

Ar t . 87. Terminada la discusión, si la Cámara resolviese admitir la proposición de acusación nombrará tres individuos de su seno para que en su representación la forma­licen ante el Senado.

A r t . 88. Desde el momento en que la Cámara acuerd-- entablar la acusación ante el Senado, o declarar que ha lugar a formación de causa, quedará suspendido de.sus fun­ciones el Ministro acusado.

( i como el Presidente no puede ser acusado sino en el año inmediato después de con­cluido el término de su presidencia, según el art. 74, es evidente que no pudo ser de­puesto, porque no se hallaba en el caso de los Ministros, que pueden ser acusados, aun estando en el desempeño de su cargo.)

La suspensión cesará si el Senado no hubiese pronunciado su fallo dentro de los seis meses siguientes a la fecha en que la Cámara de Diputados hubiere acordado entablar la acusación.

Ar t . 89. E l Senado juzgará al Ministro procediendo como jurado i se limitará a decla­rar si es o no culpable del delito o abuso de poder que se le imputa.

La declaración de culpabilidad deberá ser pronunciada por los dos tercios del número de Senadores presentes a la sesión. Por la declaración de culpabilidad, queda el Min is ­tro destituido de su puesto. (Pero noel Presidente como ya se ha visto antes.)

El Ministro declarado culpable por el Senado será juzgado con arreglo a las leyes por el tribunal ordinario competente, tanto para la aplicación de la pena señalada al delito cometido, cuanto para hacer efectiva la responsabilidad c iv i l , por los daños i perjuicios causados al Estado o a particulares.

Ar t . 90. Los Ministros pueden ser acusados por cualquier individuo particular, por razón de los perjuicios que éste pueda haber sufrido injustamente por algún acto del ministerio: la queja debe dirijirse al Senado i este decide si ha lugar, o no, a su a d ­misión.

Ar t . 91. Si el Senado declara haber lugar a ella, el reclamante demandará al Ministro ante el tribunal de justicia competente.

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peligrosa idea i que pugna abiertamente con el espí­ritu i la letra de ese código fundamental?

No; no hai en Chile deposición presidencial; no es procedimiento constitucional i quien lo ejerza, no solo se atribuye facultades que no tiene, sino que se coloca él mismo fuerva de la lei. ¡I sin embargo, el llamado Congreso, invocando el nombre del Juez Su­premo, en quien no creia, tomó con el corazón lijero una de las mas serias determinaciones, violó los mas obvios principios de jurisprudencia, comprometió gravemente los mas serios i vitales intereses de la re­pública; arrojó en el porvenir nacional las semillas mas perniciosas, por ser desquiciadorasi anárquicas, i dividió a la familia chilena en bandos irreconcilia­bles, con odios i prevenciones profundas! Fué mas lejos aun, porque instauró la mas terrible de las ti­ranías, la mas cruel e injustificable de las dictaduras: la tiranía i la dictadura de los parlamentos, la tiranía de los muchos, siempre irresponsable i por lo mismo cruel, vengativa i audaz en sus procedimientos, como ya lo están probando los tristes acontecimientos que hemos presenciado.

La Constitución solo se pone en el caso de una im­posibilidad del Presidente de la República por causas personales, para poder continuar en su puesto, como serian enfermedades, que tenga que ponerse al frente del ejército, fuera del territorio nacional u otra aná­loga. Al Congreso seria entonces a quien debiera pre­sentarse para que acepte la renuncia o causales de imposibilidad de hecho i se proceda en conformidad a la Constitución, llamando a reemplazar al Presi-sidente al funcionario que ella indica, quien ordena­ría se practiquen nuevas elecciones. El considerando 1 4 del acta de deposición invoca como atribución es-clusiva del Congreso la de calificar los motivos de imposibilidad del Presidente de la República para

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continuar desempeñando su cargo, en conformidad al inciso 4 . 0 del articulo 27 i al 65 de la Constitución (T). Realmente, esa atribución corresponde al Congreso, pero los motivos de imposibilidad, no son de deposi­ción, sino de subrogación pasajera, momentánea, es­tán taxativamente espuestos en el código fundamental i para el caso de una imposibilidad absoluta, es siem­pre el Presidente quien debe esponerla para que el Congreso la estime. El ejercicio de la facultad del Congreso de calificar la imposibilidad no es absoluto, sino correlativo a la previa manifestación de esos, mo­tivos por quien los esperimenta. I el Congreso solo resuelve en caso que hubiere duda sobre la imposibi­lidad, duda que no se habla manifestado por nadie, ni habia motivos para abrigarla. Por otra parte, esos motivos son de un orden material, como seria el de estar el Presidente al frente del ejército o de la arma­da, por enfermedades u otros análogos i en manera alguna por causas provinientes de infracciones lega­les, porque de ellas no debe cuenta, ni es enjuicia­ble, sino después que cesa de ser Presidente i solo durante el año siguiente a aquel en que descendió del mando.

Nótese que los artículos citados no suponen que la nación esté en vida anormal o de revuelta, sino en la plenitud de su vida ordinaria i que, imposibilitado el Presidente por causas previstas i no forjadas al ca-

(1) Atribuciones del Congreso. A r t . 27. Inciso 4 . 0 Declarar cuando en los casos de los articulos 65 i 69 hubiere lugar a duda, si elimpedimento que priva al Presidente del ejercicio de sus funciones es de tal naturaleza que deba precederse a nueva elección.

A r t . 65. Cuando el Presidente de la República mandare personalmente la armada o cuando por enfermedad, ausencia del territorio de la República u otro grave motivo no pudiere ejercitar su cargo, le subrogará el Ministro del despacho del Interior con el t í ­tulo de Vicc-Presidente de la República. Si el impedimento del Presidente fuere tem­poral, continuará subrogándole eí Ministro hasta que el Presidente se halle en estado de desempeñar sus funciones. En los casos de muerte, declaración de haber lugar a su re­nuncia, u otra clase de imposibilidad absoluta, o que no pudiere cesar antes de cumplido el plazo que falta a los cinco años de la duración constitucional, el Ministro Vice-Presi ­dente, en los primeros diez días de su gobierno espedirá las órdenes convenientes para que se proceda a nueva elección de Presidente en la forma prevenida por la Constitución.

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pricho, pueda procederse a una elección i ser reem­plazado en conformidad a la Constitución por el mi­nistro del despacho del Interior con el título de Vice-Presideníe de la República i no por ninguno de sus subalternos. Nótese también que en ningún caso quiere la Constitución que la República quede sin su jefe supremo o alguien que lo reemplace i que el Congreso faltó a la Constitución abiertamente, invo­cándola para establecer procedimientos que ella no autoriza en ninguna parte, pues a nadie que no sea el Presidente constitucional lo faculta para crear di­visiones navales. El Congreso no es poder ejecutivo,, solamente lejisla; i saliendo fuera de su órbita legal de acción, quedó fuera de la lei. El derecho de la fuerza no lo reconoce nuestra Constitución, no lo re­conoce Constitución alguna del mundo, porque seria enormemente absurdo que la lei fundamental, ideada para dar vida i orden a la sociedad, consignara allí mismo i autorizara los elementos corrosivos que de­bieran arrebatarle el orden i darle la muerte; valdría tanto como si la lei sancionase el suicidio i estable­ciera reglas para hacer imposible o intranquila la so­ciedad conyugal.

Se habia cometido, según lo vemos, un acto ver­daderamente de revuelta i de fuerza, disolvente del pacto social, porque uno de los cuerpos creados por él se lanzaba fuera de la Constitución, arrebataba al jefe de la nación sus elementos naturales de poder i respetabilidad, i constituyéndose en justicia, en lei i en ejecutivo, asumia para si todo el poder público, i negaba de hecho la existencia de una lei que él mis­mo desconocía en la práctica. No habia pues consti­tución i era el Congreso quien daba el primero i por primera vez en Chile el ejemplo mas pernicioso i que está llamado a ser orijen funesto de trastornos en los-paises americanos.

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¿Qué tocaba hacer al Presidente de la República, obrando constitucionalmente, en presencia de una situación tan grave como comprometida? Una re­vuelta, un motin de cuartel, un alzamiento de escua­dra, por hábiles i especiosos que sean los argumentos que se preparan para cohonestarlos, serán siempre re­vuelta, motin, alzamiento, i producen desórdenes, intranquilidad social, perturbaciones graves. La cons­titución impone al Presidente el deber de impedir la perpetración de todos esos males i por eso lo faculta para que entienda en todo lo que atañe a la conserva­ción del orden i la seguridad del estado, guardando i haciendo guardar la Constitución. Luego era su de­ber hacerla guardar al Congreso ( i ) .

¿No era un desorden i un desorden que podia com­prometer la seguridad del estado el que acababa de cometerse? Indudablemente que sí; luego el Presi­dente no tenia otro camino que tomar que el cumpli­miento estricto de su deber primordial: salvar la so­ciedad, salvar al pais.

Puede decírsenos i se ha dicho hasta el cansancio, que el Presidente constituyó un poder de hecho; pero (era otro el que pretendían establecer la escuadra i los conspiradores? Entre un poder de hecho que solo era la continuación legal de una autoridad constitu­cional i otro poder que se ¡eneraba a sí mismo i que solo se apoyaba en la fuerza (cuál era mas respetable, cuál mas digno i mas serio? Entre un poder de hecho que contaba con el pais entero que obedeció sus man­datos desde el primer momento i no dio vida a nin­guna manifestación hostil, i un poder aislado en me­dio del océano, que necesitó conquistar pueblos a

( i ) Constitución. A r t . 72. A l Presidente de la República está confiada la adminis­tración i gobierno del Kstado: i su autoridad se estiende á todo cuanto tiene por objeto la conservación del orden público en el Interior; i la seguridad esterior de la República, guardando i haciendo guardar la Constitución.

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sangre i fuego para imponerse con el derecho de la victoria ¿quién, volvemos a repetirlo, era mas noble, mas respetable, mas serio? La respuesta no es dudosa.

I no se diga que al presidente Balmaceda se le obedecía porque tenia el ejército: no, porque en los primeros momentos de la sublevación i durante mu­cho tiempo, apenas si habia fuerza bastante para las necesidades del servicio. Valparaiso, Santiago, Con­cepción, Serena, Talca i todos los pueblos principa­les de Chile, estaban desguarnecidos; sus autoridades pudieron ser tomadas en el momento que se hubiera deseado, si los pueblos hubieran sido participes en el movimiento i entonces habría sido una verdadera revolución i no un motín. Esa tarea habría sido fácil en el primer puerto de la república, fácil en todas partes, ya que el motín pudo obrar en tierra como lo hizo en el mar: naciendo en el silencio i oscuridad de la noche, cuando todos, pueblo i autoridad, des­cansaban tranquilos i confiados en que un asalto siji-loso i aleve no vendría a perturbarlos en su estado de orden i trabajo i en six aspiración a conservar tan ina­preciables bienes.

Pero, hai todavía otras observaciones de hecho i de derecho que hacer a los documentos del llamado Congreso, de su delegación i del capitán Montt. En efecto, mientras que con fecha i . ° de enero se decía imposibilitado el presidente de la República para continuar ejerciendo su cargo í se le declaraba ce­sante, se declaraba también la imposibilidad de reem­plazarlo en su cargo a los ministros del despacho i a los consejeros de estado, quienes según la Constitu­ción debian ser sus sucesores legales. Rota la Consti­tución en su base fundamental ¿qué escrúpulo podía detener ya a los conspiradores para lanzarse en todo jénero de violaciones de hecho i de derecho? ¡I sin embargo dicen al capitán Montt, en su nota de 6 de

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enero, que el Congreso Nacional tenia a su cargo la defensa de la Constitución!

Destituyeron al Presidente de la República el i de enero i todavia con fecha 6 del mismo, siguiendo siempre sus inconsecuencias, continúan tratándole como tal, en la nota que pasan al capitán Montt para comunicarle un acontecimiento que desde largo tiem­po atrás tenian convenido con él; i después depuesto todavia dicen: «que disponen se organice una divi­sión naval para hacer comprender al Presidente de la República, que la armada obedece a la Constitución.® ¿Si estaba depuesto el i . ° , cómo era presidente el 6? ¿I si era presidente, cómo pudo el capitán Montt obedecer a otros que no fueran su jefe constitu­cional?

El capitán Montt, sin mas antecedente ni justifica­ción que la nota de dos caballeros que habian sido respectivamente Presidente i vice de las Cámaras de Diputados i Senadores, acepta para sí i ante sí la res­ponsabilidad, i haciendo uso de una autoridad que no le corresponde, porque era la autoridad delegada de su jefe constitucional el Presidente de la Repúbli­ca, impone a sus subalternos, i en una simple orden del dia basada en la ríjida disciplina de buques de guerra, echa la base de la insurrección. ¡Quién sabe cuántos de los subalternos, habrianse venido a tierra, si la estrictez de esa misma disciplina no les mantu­viera amarrados a la cubierta de sus naves! ya que ninguno de los jefes lo habría hecho, por estar com­prometidos en la celada que se tendía a la buena fé i a la confianza del jefe de la nación. ¡I a eso se ha llamado i se continua llamando gobierno constitucio­nal! Así se hizo surjir un nuevo procedimiento de go­bierno en una nación que durante mas de medio si­glo, no habia desconocido los senderos del respeto a la lei i a la Constitución, que observó invariable-

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mente, castigando siempre i sometiendo a la obedien­cia a todos los que habían osado insurreccionarse. ' No; ese no era mas que un poder de hecho i sub­

versivo del orden constitucional. La Corte Suprema, con fecha 23 de octubre de 1 8 9 1 declaró, pronuncián­dose sobre un recurso entablado a favor de D. Juan Rafael Allende, «que la Junta que ha asumido pro­visionalmente el poder de la República, a consecuen­cia de la caida del Gobierno de Balmaceda, ejerce un poder de hecho, etc.®

En 1 2 de octubre de 1 8 9 1 , se pidió dictamen por la Junta de gobierno, a los abogados Fabres, Zejers, Gandarillas i Letelier, respecto de la solución que debia dar a algunas cuestiones de gobierno. Los asesores eran de la confianza de la Junta, porque participaban de sus ideas, i habían preparado la re­volución i cooperado a su triunfo. Entre otras opi­niones emitieron las siguientes: «No siendo por estos motivos la Excma. Junta de Gobierno un poder cons­titucional, ni existiendo en la República poder alguno estrictamente ajustado a la Constitución, etc.® I'mas adelante agregaban: «Creemos por éstas considera­ciones que la Junta de Gobierno, sin ser un poder constitucional, es la única que puede ser considerada con derecho a gobernar al pais, etc.® I todavia mas: los mismos abogados decían en su informe: «Mien­tras eso no suceda, la Junta de Gobierno que no puede ajustar sus actos a la Constitución, etc.® «A nuestro juicio, decían aun, como lo hemos espuesto antes, el-gobierno de hecho i provisorio tiene por su naturaleza, etc.®

Si esto se sostenía por un cuerpo' de abogados, que no podía ser sospechoso sino de cariñosa parcia­lidad en favor del nuevo gobierno que era su obra; si esto se decia, después que el triunfo de las armas los constituía dueños i dominadores del pais que acaba-

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ban de conquistar; si la Junta de Gobierno era un mero poder de hecho, anti-constitucional i que no po­día ajustar sus actos a la Constitución, ¿qué seria el fantasma de poder que surjió el 7 de enero abordo de la escuadra, representado por un subalterno del Pre­sidente de la República? ¿Qué eran ese poder i la junta de gobierno que por sí i ante sí se organizó en Iquique, cuando aun tenían frente a frente al Presi­dente Constitucional de Chile, a la república entera que obedecia a éste, al ejército i todo el mecanismo administrativo de la nación, trabajando por debelar la revuelta i volver a Chile la paz que anhelaba? No eran poder, ni junta de gobierno, sino revoluciona­rios; i revolucionarios sin razón i sin justicia, por eso es que jamas han querido aceptar este dictado, que es honroso cuando se defienden ideas nobles, jenero-sas i es triste cuando envuelve en los pliegues de su bandera ambiciones personales, venganzas i odios mal reprimidos.

I sin embargo, ese poder de hecho, anti-constitucio­nal i que no podía ajustar sus actos a la lei después del triunfo, declaraba, antes de él que en Chile no ha­bia ejército, no habia marina, no habia presupuestos, incitaba a la desobediencia al soldado, entraba a saco en el Banco Nacional de Coquimbo i arrebataba de allí, 90,000 pesos pertenecientes a la nación; obrando a viva fuerza, reunía unos pocos soldados, se apro­piaba caballos i bienes de particulares, para ir a Ta-rapacá, lanzar de allí a viva fuerza a los depositarios de cuantiosa fortuna pública, amparándose en una pretendida declaración del Congreso, que ni se hizo, ni pudo hacerse i que solo vino a firmarse cuando ya el triunfo habia hecho desaparecer todo temor del ánimo de los criminales.

I no obstante, se negaba al Presidente Constitucio­nal de Chile, el derecho a conservar el ejército, a

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reunir una marina, a hacer gastos públicos en con­formidad a un presupuesto anterior, que habia tenido-la sanción lejislativa, atribuciones que le habrían co­rrespondido aun en el caso mas desfavorable para él, si hubiera sido solamente un poder de hecho, igual al de sus enemigos. I ellos, que subvertían el orden i amagaban la seguridad nacional, se atribuían prerro­gativas que negaban a qaien debían obediencia i res­peto legal i que llevaba sobre su pecho la banda tri­color, símbolo de la suprema majistratura. I el Presidente de la República era declarado tirano i dic­tador, mientras que no lo eran los que, asumiendo un poder dictatorial i tiránico, porque solo nacia de un capricho i de una celada tendida en hora afortunada para ellos, ejercían la peor de las tiranías, la mas de­testable de las dictaduras: la de tres irresponsables. A su juicio no eran tales, cuando aumentaban en un 70 % el sueldo de sus tropas; pero si era tirano, dictador, malversador de fondos públicos, el Presi­dente que los aumentaba solo en un <¡o '/«en confor­midad a una antigua necesidad sentida i espresada en el congreso mismo en un proyecto de lei. Antes del triunfo eran revolucionarios, después del triunfo poder de hecho, anti-constitucional i que no obraba, ni obrar podia, en conformidad a las leyes, estando a las declaraciones de sus propios alentadores i ami­gos. ¿Para esto se hizo un movimiento que sacudió mas tarde toda la sociedad chilena, que comprome­tió todos los intereses i que a estas horas, conocido ya en todo su alcance, en todas sus consecuencias, tiene sobre sí el peso de la condenación universal i el estigma de la reprobación de las naciones cultas? ¡Tristes consecuencias! ¡Pequeñas satisfacciones de la vanidad i del odio! Mucho mas pequeñas aun, si se contempla que no han logrado su objetivo princi­pal, que era amenguar el nombre i la reputación de

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Balmaceda, haciéndolo pasar a la posteridad, con símbolos de oprobio, que hoi ya se convierten en au­reola de gloria i de grandeza para él. Porque la revo­lución triunfante es ya la revolución perdida i des-prestijiada i Balmaceda sacrificado, es el mas grande de los presidentes de Chile, glorificado.

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III

TIRANO I DICTADOR

La idea de tiranía envuelve jeneralmente la de opresión i terror, así como la de dictadura, la de ar­bitrariedad i abuso. No ha habido tiranos, sino han podido usufructar por largos años i acaso por toda su vida, de las ventajas que ofrece una dominación absoluta. Para eso se ha necesitado, ademas, que el tirano posea un carácter duro, tenaz, abusivo i cruel; que tenga placer en ejecutar actos de rigor en las personas i en sus bienes i que cuente por largo tiem­po con la impunidad, ya por el envilecimiento de la sociedad, ora por la complicidad organizada i durable de una inmensa mayoría del cuerpo social i sus insti­tuciones civiles i militares. Fundar una tiranía sin esa base es crear obra deleznable, obra de un dia, construida sobre movediza base de arena; i no hai hombre tan insensato o tan depravado que, por el placer de sentirse el tirano de un dia se compro­meta en tan peligroso empeño. En empresas tan vas­tas i odiosas, que están llamadas a producir sus con­secuencias en largo trascurso de años, no se embarcan mandatarios a quienes la leí fija un plazo perentorio para que desempeñen las funciones públicas; ni se ti­raniza cuando ese plazo llega a su término i los hom­bres, no solo por el amor innato de la gloria, sino también por un sentimiento de natural egoísmo, as­piran a descender del poder llevando la lejítima sa­tisfacción de haber merecido el aprecio i bendiciones de sus conciudadanos. Nadie funda tiranía, que es

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ardua empresa, para que de sus ventajas aproveche otro mandatario i sirva a otros intereses. Esa es la lei de la humanidad i necesario seria no acodar ni juicio, ni buen sentido, ni buen puesto i noble carác­ter al mandatario que obrase de opuesta manera. Otro tanto puede decirse de la dictadura, que envuelve siempre serias responsabilidades, porque lleva en si misma la apropiación de toda la suma del poder pú­blico i es preciso que el mandatario se vea compelido por mui graves deberes de responsabilidad, de bien público, de dignidad i de conciencia para lanzarse en esa senda. Pero, si las tiranías son por lo común odiosas o crueles, como lo indica su propio nombre, no así las dictaduras, que jeneralmente han operado inmensos bienes en los países que las tuvieron. La idea de dictadura es de ordinario la de salvación en aflictiva circunstancia, durante los días que arrecian las tormentas i ajitaciones perturbadoras. Siempre que una calamidad social o política ajita los ánimos, sin que los recursos ordinarios que prefijan las leyes sean bastantes a dominarlos, nace instintivamente la idea de dictadura que es la de salvación. Asoma en todos los labios la espresion: ¡nos hace falta un hom­bre! I ese hombre, si aparece, es la salvación, por­que es el dictador.. La dictadura no es la tiranía, co­mo no lo es tampoco la del piloto resuelto que contiene la amotinada tripulación de su nave i salva a las mu­jeres i a los niños, imponiendo con la fuerza de su voluntad i el acierto i unidad de sus medidas. Las facultades que las constituciones de los estados esta­blecen i reglamentan para circunstancias excepcio­nales i estraordinarias de peligro, son verdaderas dictaduras i no por eso son crimen, ni tiranía, como no lo fué el gobierno constitucional de los últimos meses del presidente Balmaceda, quien se empeñaba en salvar a la república.

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Estudiemos a la luz de estos principios jenerales la llamada tiranía i dictadura del presidente Bal-maceda.

Qué Chile no estaba preparado para aceptar una tiranía, lo sabia el presidente Balmaceda i lo sabia tanto mas, desde que él habia hecho durante su go­bierno esfuerzos poderosos para levantar su nivel moral i alejarlo del peligro de ser dominado por la despótica voluntad de nadie. Lo hemos visto: habia educado e instruido al pueblo, le habia dado bienes­tar material, abiértole horizontes de luz i de reden­ción social. (Concíbese que al final de su gobierno quisiera deshacer rápidamente toda su obra i trastor­nar los fundamentos mas sólidos sobre los cuales ha­bia cimentado su reputación de hábil político i majis-trado que profesaba la relijion del progreso i del engrandecimiento de su patria?

Poseía el señor Balmaceda una grande i noble as­piración; por poco que se le tratara se descubría en él un deseo ardiente de engrandecer a la nación i de fundar sobre ese engrandecimiento el pedestal de su propia gloria. Era aspiración noble i sus obras la han revelado sin contradicción.

Loco delirio seria que al fin de su gobierno deseara cambiar de rumbo i lanzarse en la via opuesta, bo­rrando toda la obra inmensa moral i material hecha durante su administración. Es él mismo quien va a hablar. Cuando apenas iniciado el movimiento revo­lucionario, un deseo de paz i no el desconocimiento de la justicia de la causa que defendía el señor Bal­maceda, que contribuíamos a sostener con débil con-tinjente de luz pero mui grande de consagración i patriotismo, nos impelió a escribirle preguntándole si no habría algún medio de evitar a la patria los ho­rrores de la guerra civil, sin mengua por cierto, de sus prerrogativas constitucionales i de su decoro, él

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nos contestaba: «Yo he querido a mi patria mas que todos mis enemigos. Busqué todos los medios de producir la concordia, i no encontré sino injusticias, calumnias i la revolución. S i hoi no salvamos el prin­cipio de autoridad, si no probamos prácticamente que los revolucionarios en Chile marchan inevitablemente a su ruina, si no salvamos el presente Chile estará perdido en lo porvenir.® I luego agregaba: «¡Qué tengo yo que esperar! Pero prefiero morir, cien veces morir, antes que abandonar el timón i que imprimir a los hombres i a esta época el sello del respeto a la autoridad. ¡Está pecando V., nos decia, por donde yo he pecado tanto! el buen corazón i los anhelos pa­trióticos. Hago honra a sus sentimientos i ellos me endulzan un instante la vida, porque todavia hai hombres que creen que los demás se les parecen.®

Un hombre que así piensa i escribe, no es un tira­no; no está instigado por sentimientos malévolos i el deseo de crueles venganzas. Rebosa en su pecho la amargura por los desencantos sufridos, pero no pro­fiere tina queja contra nadie, como no se la oímos nunca en el seno i en el abandono del trato íntimo.

¡Qué desahogo mas noble, mas grande i mas jene-roso que el que encierra la inspirada esclamacion: «.¡Amé a mi patria mas que todos mis enemigos!** Aun en ella revela toda la bondad característica de su al­ma; no va hasta hacer a sus enemigos la ofensa de que no amaban a su patria; reivindica solo para si el derecho de haberla amado mas que todos. No se des­potiza por amor a la patria; siempre son sentimientos bajos, odio a la humanidad, depravación de carácter, sentido moral pervertido los ajenies inspiradores de la tiranía.

Era en el señor Balmaceda un sentimiento profun­do de sus deberes, la obligación de salvar el princi­pio de autoridad, de salvar a Chile a quien creia per-

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dido en lo porvenir, sino dominaba la revuelta, el único móvil que, aun con sacrificio de cien vidas, si las hubiera tenido, se habría inmolado por no aban­donar a los vaivenes de un incierto i peligroso acaso la suerte futura de la patria. ¡I estaba en la verdad! Hoi el porvenir de Chile está envuelto en denso manto de oscuridad i la nave del estado avanza por bajíos ignorados que pueden ser un peligro i una catástrofe a cada hora que se avanza en el porvenir.

Obraba el señor Balmaceda, no en sentido de sus conveniencias personales o de lo que habría sido su tranquilidad egoista, sino en bien de su patria: tal era su conciencia íntima. No imponía su voluntad, ni hacia su capricho, sino que era un mártir del deber, que fué hasta el sacrificio. Tal proceder, si no en­cuentra justificación en la conciencia de los enemigos del señor Balmaceda, hallará por lo menos en ellos respeto i el juicio de la posteridad, que ya ha princi­piado para él, lo admira. Apenas trascurridos dos meses después de la caída del señor Balmaceda, la opinión del mundo, espresada por el órgano de la prensa de todos los paises cultos, le ha dado toda la razón i el concepto público de muchos paises que an­tes le eran adversos, hoi ha cambiado por completo. Ha bastado para ello que el sacrificio de un hombre i la conducta de la revolución triunfante, descorran el velo que ocultaba al mundo la verdad. Seriamos lar­gos i prolijos si fuéramos a trascribir aquí las opinio­nes que los diarios de la República Argentina, Brasil , Perú i otros paises, han publicado espontáneamente en favor del señor Balmaceda i la nobleza de su cau­sa. Eso no hace a nuestro propósito. Estudiamos aquí solamente el carácter del hombre para descubrir si pudo ser un tirano cruel i sanguinario, como lo pin­tan sus enemigos.

Veamos lo que respecto de su carácter i tendencias,

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que no eran las de un tirano, dice Tomás H. Nelson en el Heraldo de Nueva York de fecha 2 de Setiem­bre de 1891 .—Terre Haute, Setiembre i . °de 1 8 9 1 . — Tomás H. Nelson, de esta ciudad, antiguo Ministro de los Estados Unidos en Chile, dijo hoi: «La caida de Balmaceda se confirma oficialmente según telegra­mas que nuestro gobierno ha recibido, i se ha fuga­do, según se dice. Lo siento. El partido del Congreso se encontraba en el poder cuando yo estaba en ese pais, i por supuesto me sentía interesado por el buen éxito de mis amigos. Al menos así los consideraba.®

«Mis convicciones, sin embargo, están al lado de Balmaceda. El representaba el pueblo en contra de la aristocracia. El pueblo estaba con él. Los ricos i los privilegiados formaban al lado de los congre­sistas.®

«Pero se preguntará: ¿se ha enriquecido grande­mente Balmaceda con los dineros públicos? Absolu­tamente. El era bastante rico antes de subir al poder.®

«Pensad en el hombre mas honrado que haya en esta ciudad, en el hombre que consideréis como un ideal de honradez. Está bien, ese hombre no podría considerarse mas severo que Balmaceda en su inte­gridad. Habría espuesto su vida por no cometer una indignidad.®

«El era un verdadero reformador, pero pretendió llevar a efecto sus reformas con demasiada rapidez.®

«Procuró la completa separación de la Iglesia i el Estado i algunas otras reformas, pero el pueblo no estaba preparado para ellas.®

«Era Balmaceda un atento i elegante caballero, i al llevar adelante sus reformas ponia en práctica una mano de acero cubierta con guantes de seda.®

Julio Bañados Espinosa que lo conocía i trataba en la profunda intimidad de una amistad acrisolada en la fidelidad constante hasta en el infortunio, se ha

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espresado en un articulo necrológico en los términos siguientes: «La historia dirá si este gran ciudadano, que murió por una gran causa, que luchó por una idea jenerosa, que nada persiguió para sí, que si por un momento se hubiera dejado llevar por su egoismo e interés personal habria lanzado el poder al caos i que baja del gobierno con su fortuna quebrantada i mucho menor que la que tenia cuando subió a él; la historia dirá, lo repito, si merece o nó el bien de la patria, si supo o nó defender sus verdaderos intere­ses, i si sus adversarios tuvieron o nó razón i justicia para hacerlo morir en la desesperación de un deber cumplido hasta el sepulcro."

«La suerte de las armas le fué fatal." «Organizó el mas grande ejército que ha tenido

Chile, trabajó como término medio mas de doce ho­ras diarias durante los ocho meses de la revolución, son incalculables las noches que pasó en vela, sopor­tó con la resignación de un filósofo i de un justo todas las injusticias humanas i jamás se oyó una queja, una injuria de sus labios contra sus adversa­rios: he aquí su perfil moral durante la revuelta."

«Y este hombre, modelo como esposo, como hijo i como padre; sin un vicio, con benevolencias que llegaban a la ternura i solian confundirse con la de­bilidad;—es puesto en la cruz del mártir."

Pudo agregar, que jamás en la sociedad del señor Balmaceda se habló de otra cosa que de los intereses públicos, que eran su constante preocupación i el tema de sus mas inspiradas disertaciones i también olvidaba el Sr . Bañados, al espresarse así, que un hombre justo fué puesto también en la cruz del mar­tirio; que Lincoln, libertador de una raza, murió ase­sinado; que Colon, salvador i redentor de un mundo, murió en estrecho i oscuro albergue i que la injusti­cia i la ingratitud hirieron aquel poderoso cerebro.

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El necio orgullo o la ignorancia de los mas, siénten­se anonadados en presencia de almas e intelijencias superiores i quieren suprimirlas para engrandecerse a sí mismos. La virtud, el saber, la grandeza de alma, las voluntades superiores son la oscuridad i el ostra­cismo de las medianias i ¡las medianías conspiran

-contra la virtud i contra el saber, contra la morali­dad i contra Dios mismo! como el criminal suprimi­ría su conciencia acusadora. La humanidad ha sido por todas partes i en todas las edades siempre la-misma: comete crímenes, injusticias, ingratitudes, envia al cadalso a los justos, a quienes remite ense­guida al juicio de una posteridad que la condena a ella misma i alza monumentos que glorifican la me­moria de aquellos a quienes sus contemporáneos mas vilipendiaron i escarnecieron.

Y en efecto, ninguno de los actos notables de la vida del Sr . Balmaceda dejó de revelar las cualida­des eminentemente grandes i nobles de su elevado carácter. Ahí está su renuncia o retiro del mando de la República inspirada solo en el sentimiento de «ha­ber cumplido el deber elemental de mantener el prin­cipio de autoridad; i en la honradez i el patriotismo de un mandatario que le aconsejan no prolongar una lucha que no puede mantenerse con espectativas ra­zonables de éxito.®

El hombre que obra por capricho i empecinamien­to de carácter no abandona su empresa en esas con­diciones; lucha, resiste, reúne nuevamente sus hues­tes i llena de luto i sangre la patria por largos años. ¡Cuántos ejemplos no hemcs tenido en América, para no ir a buscarlos a otra parte, de caudillos persona­les que no han cedido ante ningún obstáculo i quie­nes no han sesgado en sus intentos de dominación, por mas que el pais les manifestara su desagrado! Melgarejo i Daza en Bolivia; los Monagas en Vene-

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zuela; Piérola en el Perú, todos trabajaron por su persona i por su causa. El Sr . Balmaceda no fué caudillo personal, fué representante de ideas i de principios que en su conciencia de hombre i de ma-jistrado creia salvadores, sino eran pisoteados; i que traerían la ruina i descrédito de la nación, si por desgracia el éxito de la contienda les era adverso.

Sostenía el Sr . Balmaceda, i con él cuantos tienen conocimiento de la historia i de las necesidades de la vida en sociedad, que la grandeza de los estados está en razón directa del orden de que gocen que es el desarrollo armónico de todos sus intereses. Y no quería él que en su poder viniera a romperse, al menos con su asentimiento, la gloriosa tradición de orden que habia sido prestigio i respetabilidad este-rior, prosperidad i riqueza en el interior. Veia a Prie­to, a Bulnes, a Montt, sosteniendo como él el orden i haciendo sacrificios porque la República no fuera lanzada en precipicios i en aventuras locas; sabia que sus ilustres antecesores en el mando, obrando como él, habian recibido ya la justificación de la his­toria i no queria que el juicio de la posteridad le fuera adverso, como lo habria sido, obrando en sen­tido contrario.

Abrigaba el Sr . Balmaceda la convicción profunda de que el triunfo de la revolución, que traería por primera consecuencia el naufragio del principio de autoridad en Chile, seria el punto inicial de nuevas perturbaciones, porque una vez echado fuera del carril ordinario este pais acostumbrado al respeto pro­fundo a la autoridad, seria difícil contener los instin­tos de un pueblo falto de educación. Y rota la sucesión inflexible de sesenta años de legalidad, pocos serian los meticulosos i pacatos que continuaran acordando a^a autoridad de hoi el mismo acatamiento i respe­tuoso prestijio que acordaban a la autoridad de ayer.

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Jamás tuvo duda, ni vacilación en su convicción arraigada, sustentada en sólidos e inconmovibles fundamentos de derecho i de sentido común, de que la mayoría del Congreso, que habia proclamado la revolución, estaba fuera de la Constitución, de las leyes i de las prácticas tradicionales de nuestros go­biernos, pretendiendo arrebatar al Presidente de la República sus atribuciones propias, esplícitamente consignadas en la carta fundamental.

No era posible que el Sr . Balmaceda retrocediese, en presencia de convicciones tan serias como justifi­cadas i compelido a cumplir con deberes sagrados impuestos por su elevado cargo. Su conveniencia personal, egoista, mezquina si se quiere, habría es­tado en arrojar lejos el mando para ir a buscar en la silenciosa tranquilidad del hogar la paz de que no disfrutara en las alturas i junto con ellas la conde­nación de la historia i de sus contemporáneos mis­mos. El, obrando en contra de su conveniencia per­sonal, no vaciló: siguió el camino único que le trazaba el deber i fué hasta el sacrificio i la inmo­lación.

¡Y todavía sus adversarios sostendrán que era un tirano, que abrigaba planes caprichosos de dominio personal! ¡Como si la existencia, el don mas querido, el anhelo constante de todos los cuidados i predilec­ciones del hombre, pudiera lanzarse al abismo de ignorada inmensidad por una quimera dudosa; por el triunfo de mera tesis académica, una nada, un humo vano!

La ambición, el predominio personal son como la esperanza, el último sentimiento, la última de las pasiones que se estinguen en quien se siente domi­nado por ellas. El que no tuvo jamás otro norte ni guia en su paso por la vida que surjir él solo por sobre todo i a despecho de todo, no rompe por si

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mismo bruscamente lo único que puede ser su salva­ción i el éxito de sus aspiraciones: la vida. Mientras que, el hombre de deber, el que trabaja por un prin­cipio, por el triunfo de ideales de grandeza, mira todo eso por sobre su persona i la sacrifica a lo que cree la verdad i la justicia. He ahí el orijen del már­tir. Muere el hombre, pero la idea surge i el sacrifi­cio de la vida testifica la sinceridad i la honradez de la convicción. ¿Habría hecho lo mismo alguno de sus adversarios:1

Pero ¿qué tirano es ese; qué ambicioso de poder, de mando es ese que, obligado por su propio deber a asumir i echar sobre sí todo el peso del mando, prepara por si mismo rápidamente los medios de desprenderse de él; que antes del plazo estipulado por la lei llama al pueblo, único juez en la contienda, para que se reúna, elija sus lejítimos representantes i falle; que somete todos sus actos a su estudio i de­liberación, después de hacer amplia manifestación de los fundamentos de su actitud i de su conducta en presencia de la revolución? ¡Y no se diga que im­puso su voluntad i que los pueblos obedecieron! Nó; porque las elecciones que jeneraron al Congreso de 20 de Abril, se hicieron con amplia libertad i vo­taron en ella mas de los dos tercios de los ciudada­nos inscriptos en los rejistros electorales. Lo menos que podría concedérseles es: que se hicieron como se habían practicado todas las que tuvieron lugar en las épocas anormales de la República.

Pero ¿á qué insistir mas, si los enemigos mismos del Sr . Balmaceda, sabian mejor que nadie i lo con­fesaban en la confianza íntima, que no era un tirano; que no tenia dotes, ni carácter de tal? Ninguno de ellos se habría atrevido a lanzar al pais en el abismo de la revuelta, si hubieran creído que al dia siguien­te de estallar, el Sr . Balmaceda dejaría caer sobre

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ellos mano inflexible de acero i que ninguna considera­ción ni respeto se les guardaría. Sabían que era bené­volo, jeneroso i magnánimo i contaban con esas prendas características del hombre para atacar al majistrado.

Ninguno de sus actos lo revela mas en la grandeza de su alma que la carta que dirijió al Ministro Ar­gentino Uriburu la víspera de su sacrificio innece­sario, pero que le era impuesto por la delicadeza es-quisita de su carácter i porque ya creía llegada la hora de ofrecer su vida en holocausto a la amistad de los que padecían por él i le habían acompañado hasta el fin. Y decimos sacrificio innecesario, porque no impidió las persecuciones a sus amigos i porque nada habría sido mas hacedero que su salvación, si él hubiera sido capaz de imponer el mas leve des­agrado a sus jenerosos amparadores. ¿Se temia que turbas asalariadas asaltasen la casa inviolable del Ministro Argentino? La Junta de Gobierno, por par­cial é injusta que hubiera sido, creemos que jamás habría consentido una violación que seria una rup­tura i una guerra con una nación amiga; i el señor Uriburu, presentándose en el pórtico de su casa, que era su propia patria, envuelto en los pliegues del azulado pabellón, habría salvado al Sr . Balmaceda o traído al dia siguiente la invasión en masa de Chile por la República Argentina, que no habría tolerado el ultraje. Pero el Sr. Balmaceda no quiso indudable­mente imponer ese sacrificio a su amigo i amparador.

.Su carta al Sr . Uriburu así lo dice. Hela aquí:

Sr. D. José de Uriburu.

Santiago, Setiembre 19 de 1 8 9 1 .

Mi querido señor y amigo: Como lo hemos hablado y Ud. lo sabe, necesito

dar desenlace á la situación en que me encuentro.

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No debo prolongar por mas tiempo el generoso asilo que me ha prestado en momentos que recomien­do á los mios como aquellos en que he recibido el mayor servicio en la vida.

La exacervacion de mis enemigos es capaz, si se descubre mi residencia, de extremidades que evitaré aun con el mayor sacrificio que puede hacer un hom­bre de ánimo entero.

Sabe Ud. que he desechado el camino de la eva­sión vulgar, porque lo estimo indigno del hombre que ha regido los destinos de Chile, sobre todo para escúsar la mano de la revolución triunfante.

Por eso habia decidido espontáneamente ponerme á disposición de la Junta de Gobierno, esperando que al fin imperasen en amparo de todos la Consti­tución y las leyes.

Acusados y procesados, presos ó fugitivos todos los gefes y oficiales del ejército, todos los Senadores y Diputados, los municipios, el poder judicial, los funcionarios públicos de todos los órdenes de servi­cios, y arrastrado yo, que solo soy justiciable ante el Congreso, á la justicia representada por jueces espe­ciales y partidarios de la revolución para responder con nuestras personas y nuestros bienes de cuanto hemos hecho en el gobierno, como si no hubiéramos sido gobierno, se ha implantado la arbitrariedad en forma que he perdido toda esperanza de que se obrase con justicia.

«Visto el espíritu y tendencia de la revolución he­cha gobierno, no queda mas camino que prolongar el asilo, lo cual no debo ni puedo hacer, ó el sacrifi­cio. ¡Ojalá este alivie á mis amigos de las persecu­ciones que se les hace, creyendo así abatirme y ofen­derme mas vivamente a mí."

«Sea piadoso con el hombre que cae a los golpes del infortunio. Como bendigo á Ud. y su señora,

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espero que mis hijos los bendigan también y siem­pre.®

«Pida á Arrieta que es bueno y está cerca de los mios, que cumpla con las obras de misericordia sin ceremonia ni acompañamiento alguno.®

«Que Ud., su esposa y mis hijos sean siempre fe­l ices.—Suyo.

/. M. Balmaceda.

P. S.—Cuento en todo caso con que Ud. cumpla el encargo intimo y de honra que le hice anoche para las personas que Ud. sabe. Vale.

Obra de carácter diverso de la nuestra, acaso es-plicará algún dia frases de este histórico documento que se presta á estudio y consideraciones graves. ¿Porqué el señor Balmaceda, estando en un asilo in­violable no vio otra salvación que la evasión ó el sa­crificio? ¿Porqué no podia prolongar el asilo, cuando numerosos asilados de alta importancia han podido prolongarlo durante meses en la Legación de Esta­dos Unidos de Norte-América y últimamente salvarse? ¿Valen menos los derechos y prerrogativas de la le­gación argentina que los de cualquiera otra nación del orbe, por grande y poderosa que sea?

El señor Uriburu, Ministro Argentino en Chile, dando cuenta á la Junta de Gobierno del lúgubre acontecimiento que habia tenido lugar en su casa, decia: «Agregó el señor Zañartú que el asilo que so­licitaba para el señor Balmaceda seria de muy breve término, teniendo presente las medidas adoptadas de acuerdo con el señor Jeneral Baquedano, y que seria á la vez un medio de propender á la pacifica­ción del pais y á la tranquilidad de la capital.® ¿Cuá­les fueron las medidas acordadas con el jeneral Ba­quedano? El pais no las conoció entonces, ni las

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conoce todavía, apesar de que eran de carácter tal que le traerían paz y tranquilidad. El jeneral no ha hablado; sus labios ni siquiera han balbuceado pa­labras que las espliquen; ni ha habido importunos que lo hayan compelido á salir de su mutismo. ¡In­convenientes de confiar á mudos los secretos i la so­lución que exijen del hombre palabra, intelijencia y carácter! ¿Ha podido alguien imponer silencio á aquella frase típica, á aquella palabra martillo que hiere el oido desagradablemente? Ha habido falta á compromisos, complicidades, acuerdos, debilidades, móviles y propósitos ignorados que no es posible co­nozcamos? ¡Quién sabe!

Lo cierto es que el señor Balmaceda era una reli­quia para la República, para sus amigos y para la historia, que con su desaparición súbita pierde reve­laciones y secretos importantes, que han bajado á dormir con él el sueño eterno del olvido y acaso para esconder muchos crímenes, muchas fealdades mora­les. Habia intereses vitales de la nación vinculados á la noble existencia del Excmo. señor José Manuel Balmaceda ¿por qué no se puso celo afanoso en con­servarla? ¿Habia también exaltaciones y personas in­teresadas por algo mas que el odio político en su desaparición? He aquí lo que seria digno de ser es­tudiado y de investigación histórica. La honra na­cional aconsejaba que se hubiera dado amplio campo de justificación i defensa a quien ocupó el mas alto rango en la jerarquía civil de la República. La his­toria juzgará mañana con severa reprobación i negará la decantada civilización de un pueblo, donde un presidente caido baja al sepulcro declarando que ha perdido toda esperanza de que se obrase con justicia. Pais sin justicia es pais de salvajes, es horda; i cuando el ilustre mártir lanzó a la faz de la nación i al rostro de la Junta de Gobierno acusación tan tre-

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meada, nadie, ni aun la prensa, alzó la acusación, ni le dio importancia: reconoció el hecho. Ha que­dado en pié el cargo, como prueba del espíritu i de las tendencias de la revuelta hecha gobierno. Mas digno, mas noble habría sido para este pais, que tanto decanta en todos los tonos del mas exajerado ditirambo, sus grandes virtudes y su adelantada civi­lización, siempre que se presenta ocasión, por baladí que ella sea; mas jeneroso habría sido, decimos, dar todas las facilidades, todas las garantías de justifica­ción i de prueba al presidente caido. I ellos, que se decían redentores i que venían a restablecer el impe­rio de la constitución i de las leyes, jamás debieron pensar en violarla, arrebatando al presunto reo a su juez natural, el Congreso, para pretender entregarlo a jueces especiales i partidarios de la revolución. ¿Te­mían por ventura, que el Sr . Balmaceda, yendo a la barra de los acusados en el Congreso, en un amplio proceso, que habria tenido también por juez i por testigo a la nación entera, hallase en ella la absolu­ción i la justicia que merecía? ¿Estaban o no seguros de su culpabilidad? Si lo primero, mientras mas tranquilo, legal, recto i justiciero hubiera sido el proceder seguido, mas clara habria resultado la cul­pabilidad de Balmaceda, i la revolución triunfante tendría en ella misma su justificación, hoy puesta en duda i negada con violencia. Si lo segundo, quedan esplicadas las irregularidades i precipitación i hasta la verdadera negación de justicia de que el señor Balmaceda se queja.

Era necesario prestar maliciosamente al Sr . Bal­maceda las cualidades características del tirano para tratarlo con tanta injusticia como crueldad. No hai ejemplo en el mundo de un estravio tan grande del criterio moral i de la justicia. Méjico juzgó i oyó a Maximiliano antes de llevarlo al patíbulo en el que

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se castigaba en América un crimen; los Carreras fue­ron juzgados i sentenciados antes de ir al cadalso. ¡Solo Manuel Rodríguez i Manuel María Aldunate fueron asesinados alevosamente! La sangre de Bal­maceda caerá sobre los que lo empujaron al sacrificio, como ha caido condenación sobre los criminales que asesinaron al patriota i al ministro rendido.

No; el hombre a quien juzgamos no fué tirano, ni quiso, ni podia serlo. Ya lo hemos dicho en otra parte, i ahora agregamos que su mas perfecto retrato mora! está hecho por él mismo en las hermosas fra­ses con que terminó su discurso inaugural del Con­greso de 20 de abril de 1 8 9 1 .

«Próximo a dejar el poder, dice, volveré a la vida privada como llegué al Gobierno, sin odios i sin pre­venciones, estrañas a la rectitud de mi espíritu e in­dignas de un jefe de Estado.®

«Es cierto que pocos gobernantes han tenido que sufrir como yo, agravios mas inmerecidos i mas gra­tuitas inculpaciones. Nunca he perdido por esto la serenidad de mi espíritu i la perfecta tranquilidad de mi conciencia. Estoi acostumbrado a afrontar las in­justicias de los hombres.®

«Después de los furores de la tormenta vendrá la calma, i como nada duradero puede fundarse por la injusticia i la violencia, llegará la hora de la verdad histórica, i los actores del tremendo drama que se consuma sobre el territorio de la República, tendrán la parte de honor, de reprobación o de responsabili­dad que merezcan por sus actos.®

«Descanso tranquilo en el favor de Dios, que pre­side los destinos de las naciones i que vé distinta­mente el fondo de nuestras conciencias. El se ha de servir alumbrar el patriotismo de los chilenos i trazar a vuestra sagacidad i sabiduría los senderos que con­ducen al afianzamiento del orden i a la solución final

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de las desgracias i de la contienda que hoí dividen a la familia chilena.®

Si estas frases no revelan la plácida tranquilidad de conciencia de un justo, son por lo menos, las de un hombre bueno i de un grande hombre. Siempre noble i equitativo; no hace un solo reproche, no acu­sa, no recrimina; solo pide justicia para todos, i llora las injusticias i la amargura derramadas sobre su alma. Ve ademas el fin de las obras que nacen sobre pedestal de injusticia i de violencia; parece predecir su irremediable término, haciendo lucir la esperanza de mejores dias en todos aquellos corazones que no han perdido aun la noción del bien i que no desespe­ran de la rehabilitación de las sociedades por sí mis­mas, por el impulso de las reacciones, una vez que la calma de las pasiones aquieta las tormentas que su desenfreno habia producido.

Tamaña grandeza no tuvo correspondencia en los levantados caracteres de la que se dice aristocracia rejeneradora de la capital de la República; de la que ultraja al pueblo porque no tiene sangre nobie i que burla i ríe de él, haciéndole representar farsas gro­tescas que en su ignorancia no alcanza a comprender.

Al dia siguiente del sacrificio del Sr . Balmaceda, caricaturas grotescas acompañadas de versos inmora­les, hacían mofa de la muerte de un hombre ilustre i se repartian profusamente por todas las calles de la capital. Carteles abundantes anunciaban que en San­ta Lucia tendría lugar una representación teatral, en la que figuraban como personajes, el ilustre muerto, su dignísima esposa, su santa i virtuosa madre, los jenerales Barbosa i Alcérreca, inmolados en cumpli­miento de un alto deber i los porteros de la Mo­neda ( i ) .

(i) Tuv imos en nuestras manos uno de esos innobles impresos i no abrigando enton­ces la idea de hacer esta publicación, no lo tomamos para insertarlo aquí.

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La autoridad permitió estas manifestaciones, que no eran un hecho aislado i revelan el estado social i moral de un pueblo.

Hasta los salvajes se descubren reverentes o me­drosos en presencia de un cadáver; ante la terrible majestad de la muerte enmudecen en todo el mundo las pasiones i ante el silencio de la tumba calla para siempre el aguijón del odio i de la envidia. Solamen­te en la que se llama aristocrática Santiago, que tan­to blasona de nobleza i cuya dirección revolucionaria fué llevada por el sacerdote católico i por la mujer devota, se olvidaron lastimosamente las prácticas mas elementales de todo pueblo que se dice culto i cris­tiano.

La prensa reveló también su encono profundo i en ninguno de los artículos que sobre el sacrificio de Balmaceda se publicaron por aquellos dias, se leyeron otras frases que las de la mayor exacerbación de ánimo. Estudiando mañana los historiadores en la prensa diaria, los caracteres de esta revolución, darán fácil esplicacion a todos los acontecimientos que he­mos presenciado i al orijen mismo de la revolución, atribuyéndolo a un estado incomprensible de perver­sión de criterio i del juicio moral.

Solamente El Ferrocarril, en medio de su delirio de justificación de la revuelta i de estigma de fuego para el Sr . Balmaceda traicionó su propósito i dejó escapar las únicas dos palabras ¡tremenda desgracia! aplicadas a la inmolación del Sr. Balmaceda.

¿Cómo? ¿Es tremenda desgracia la desaparición de un tirano que avergonzaba a la República? ¿Es tre­menda desgracia la desaparición de un monstruo que oprimía, que robaba e insultaba a la sociedad? ¿Es tremenda desgracia el sacrificio de aquel cuya cabeza se venia pidiendo en todos los tonos i por todos los exaltados? ¿Es tremenda desgracia el sacrificio de

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un gran ciudadano en odio de quien la cátedra sagra­da habíase convertido en tribuna popular i que se había pedido a la doctrina católica sus mas eficaces resortes de influencia para condenarlo i perseguirlo, como entre otros lo hizo en la Catedral el presbítero Muñoz Donoso? Tal confesión arrancada involunta­riamente a la conciencia por el clamor de la justicia es toda una revelación.

¡Cuan criminal i depravado seria el alcance de esas dos únicas palabras, si ellas fueran el dolor del alma que esclamaba ¡qué tremenda desgracia que se haya escapado al poder i a la saña de los revolucionarios una victima mas que estrangular entre sus brazos, asociada a los Aldunate, los Garin, León Lavin, Sanfuentes i tantos otros que cayeron victimas de su confianza i de su hidalguía!

Pero, ¿a qué estendernos en mayores consideracio­nes para borrar el cargo de tirano, cruel i rencoroso, atribuido por la revolución al presidente Balmaceda, cuando ella lo emplea solo como un recurso para mantener unidas sus heterojéneas huestes? Porque una revolución que no ¡tiene un programa de ideas; que ha asociado a su empresa los propósitos políticos mas opuestos i los hombres mas irreconciliables entre sí, está herida de muerte, lleva en su propio seno el jérmen de su disolución, porque sus miembros se mostrarán sin cesar los dientes, acechándose sin tre­gua. No habiendo idea jenerosa i noble que los acer­case, la revolución inventó el odio, vínculo que los une hasta hoí.

¿El presidente Balmaceda no se somete á nosotros, dijeron, no obedece a los mandatos de la oligarquía? Pues entonces, guerra a muerte a ese hombre i a cuantos lo rodeen. Declárasele por eso tirano, ver­dugo i se trabaja por mantener vivos los odios i las venganzas, a fin de impedir que la razón recobre su

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imperio. Porque ¡ai de los partidos coaligados en el poder el dia que se disipe la atmósfera, en mucha parte ficticia, de odio que se esplota en contra de Balmaceda i aparezcan los únicos odios, celos i envi­dias verdaderos, que son los de los hombres que se vijilan e intrigan en el poder!

Al tiempo de ponerse en prensa esta segunda edi­ción llega a nuestras manos un preciso folleto, es­crito con mesura, dignidad i elevación de miras, por el distinguido chileno Juan E. Mackenna, que des­empeñó el cargo de ministro de Relaciones Esteriores durante la presidencia del Excmo. Sr . Balmaceda; que conoció el carácter de este eminente americano; que lo trató en la intimidad cordial de amistoso com­pañerismo de patrióticos sentimientos i que tanto en la hora del infortunio como en la de la prosperidad no le negó la advertencia, ni el consejo, aprobando o desaprobando sus actos de gobierno.

Hombre de juicio recto i de sereno criterio, el Sr . Mackenna tiene derecho a ser escuchado, i escu­chado con respeto. Por eso, i porque nuestras aprecia­ciones sobre muchos hechos importantes encuentran valiosa corroboración en la palabra severa i justiciera del Sr. Juan E. Mackenna, sentimos verdadero júbilo insertando, antes de terminar este capítulo, los pá­rrafos siguientes, que tomamos del folleto ya citado. En ellos se verá, que nada hemos exajerado, ni al hablar del carácter i tendencias políticas del excelen­tísimo Sr . Balmaceda, ni de la injusticia con que se hizo revolución en contra de su gobierno, ni de las aberraciones en que han incurrido los alzados que se apoyaron en la fuerza de la escuadra para restablecer el imperio de la Constitución que ellos, i nadie mas que ellos han subvertido.

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Hé aquí esos párrafos:

Mis IMPRESIONES, dice el Sr . Juan E. Mackenna.

«Cinco dias después de elevado a la presidencia de la República de Chile el Sr . D. José Manuel Balma­ceda me escribía él la siguiente carta:

^Santiago 2y de Setiembre de 1886. ) }Señor D. Juan E. Mackenna.

5 )Iquique. ^Querido amigo:

®He recibido su carta con el agrado de viejo com­pañero político i amigo personal. No la habia contes­tado antes porque he estado bajo el peso de una correspondencia tan numerosa, que no me ha sido materialmente posible despachar.

^Hoi correspondo a su cariñoso saludo con una contestación que será tan franca como en nuestras horas de amistad o disidencias políticas.

M Sabe usted que he sido un político sin pliegues i que he estimado siempre la franqueza como una cualidad necesaria con los amigos i con los adver­sarios.

® ¡ Cuan Lo celebro que mi abierta oposición a que usted figurara como diputado por Valparaíso i el aviso que le di por amigo común, le evitara mezclarse en esa jornada, i le trajera su riqueza i tranquilidad personal!

^Merece usted la suerte encontrada en Tarapacá, porque la ha buscado honradamente i con espíritu varonil.

^Principia para mí la hora de la acción i de la responsabilidad. Espero sobrellevarla cumpliendo la lei i haciéndome el primer servidor de mi pais.—Go-

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bernar es servir, i esta divisa ha de ser fecunda en la labor patriótica que a todos nos espera.

»No escuse usted ni el consejo de amigo, o la adver­tencia del adversario, si puede hacer insinuaciones úti­les, u objeciones racionales i dignas de su patriotismo.

"Soi su amigo de siempre.

J . MANUEL BALMACEDA."

«I bien, noble amigo, cuyo espíritu descansa en las rejiones invisibles, he querido dejar grabadas estas impresiones al hijo que lleva mi sangre i mi nombre, asociar en ellas tu defensa a la mia, enlazada en el curso de estos apuntes, porque no obstante los erro­res que pudiera haber en nuestro camino i la diversi­dad de apreciación en los actos de la vida, habia algo de común que mutuamente nos reconocíamos: la lealtad debida al caballero i al amigo—el amor sin límites por nuestro pais!

"Ambos la hemos llevado mas allá de la tumba o del destierro, para que en medio del naufrajio uni­versal de abandonos, de ingratitudes i de traiciones, se encontrase de cuando en cuando un oasis que die­ra alivio al espíritu fatigado...

"Siempre fui fiel a la consigna de la amistad i a los deberes que ella impone, i en este mismo relato quedan marcados mis consejos, mis advertencias, hasta mi severidad para correjir actos que se aparta­ban de la línea de mis ideas i de mi conducta.

"Podrá haber habido errores durante la adminis­tración del Sr . Balmaceda, pero, esos errores nunca tuvieron otra causa en él que su BONDAD y su PATRIO­TISMO.

"Nunca, tampoco, esos errores fueron causados o preparados por él, sino por efecto de las situaciones

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en que, las pasiones políticas o la maldad de los hombres, lo colocaban.

"Se le negó el derecho de nombrar a su voluntad a sus ministros de Estado, siendo una de sus atribu­ciones indiscutibles la facultad de hacerlo. De aquí se orijinó: los votos de censura, el aplazamiento de las contribuciones, el jérmen de la revolución por el Congreso.

"Convoca al Congreso a sesiones estraordinarias para la aprobación de los presupuestos i lei que fija las fuerzas de mar i tierra, i éste se limita a hacer política i a tomar medidas dilatorias para amarrar al Ejecutivo en el desarrollo de los acontecimientos.

' "Se reúne la Comisión Conservadora, i esta cor­poración, a nombre del Congreso, predica la desobe­diencia a las autoridades i la revolución.

"El Congreso inventa un nuevo sistema de Go­bierno Parlamentario, que jamas habia existido en Chile, para encadenar en sus redes al Ejecutivo i anular sus facultades.

"El presidente de la República resiste i exije el respeto de la Constitución.

''¿Quién es, entonces, el responsable de los acon­tecimientos?

"(El que se mantiene en su puesto exijiendo la observancia de las instituciones del país, para que pueda continuar la marcha de la administración pú­blica; o los que, acumulando vanidades, rencores, negocios, ambiciones i fomentando todas las malas pasiones, llevaron los acontecimientos hasta produ­cirse un cataclismo nacional?

"S i las exijencias del Congreso de 1 8 9 0 , que prepa­ró i que hizo la revolución, se hubieran hecho duran­te la administración de Pérez o Pinto, de Errázuriz o Santa María, los dos primeros con carácter mas reposado se habrían limitado a sonreír i a decir con

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cortesía a los que iban a anunciarles la instalación de un nuevo Gobierno Parlamentario en Chile, que de­jasen de la mano esas colejialadas i esos candores.

"Por eso el primero mantuvo al ministerio Tocor-nal durante años contra todos los votos de censura del Congreso de aquellos tiempos.

"Mas, si esas exijencias se hubieran hecho a presi­dentes como Errázuriz o Santa María, de caracteres-mas enteros e imperiosos, anunciándoles alguna em­bajada de parlamentarios que ellos, como presiden­tes, no podrían en lo sucesivo nombrar sus propios ministros, esos dos hombres de Estado se habrían limitado a señalar la puerta a los delegados parla­mentarios que iban a llevarles una nueva que envol­vía solo una simple candidez...

"Pero, por desgracia, tocó el espenmento al presi­dente Balmaceda, hombre lleno de dulzura i de bon­dad, carácter sin hiél, que no tenia otra ambición que unir a todos los hombres que lo habían elevado-i procurar dar gusto a todos ellos.

" ¡Su BONDAD LO PERDIÓ! "Principiaron a echar raíces las exijencias, princi­

piaron a crecer nuevas ambiciones, a formarse círcu­los i pequeños cónclaves, cada cual con pretensiones separadas; i el desenfreno de las pasiones se produjo en el Congreso.

"Todo, todo por efecto de bondad de carácter del presidente Balmaceda, por no conocer bien, por efec­to de esa misma bondad, la malicia o la maldad de los hombres, agrupados por diversos móviles e inte­reses para llegar cada cual a su fin, unos al poder, otros al predominio de su partido, otros al negocio i muy pocos al bien de Chile.

" ¡ S l J BONDAD FUÉ SU CRIMEN! "Se le llamó dictador o tirano, porque hizo lo po­

sible por sofocar una revolución que principiaba a

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desquiciar todas las instituciones del pais, encargado como estaba por la Constitución de guardar el orden público, como el primero i el mas sagrado de sus deberes, base primordial de la misma Constitución.

"I este tirano daba salvo-conductos para que los jefes de la revolución se fuesen tranquilamente al estranjero, i atendía día a dia, hora a hora, a la soli­citud, a los empeños de sus amigos para poner en libertad a uno, para aliviar la condición del otro, para llevar un consuelo a un tercero, en medio del enlace de familias, de parentescos i de amistades que hacia todo mas amargo.

"I este tirano fletaba vapores i vaciaba las cárceles para que todos los enemigos fuesen a engrosar las fuerzas de la revolución.

"I este dictador permitía hasta banquetes en las cárceles públicas, de los reos políticos detenidos en ellas, para que improvisasen las arengas de venganza.

"I cuando la revolución entró triunfante a la capi­tal, todos i cada uno de sus caudillos, encontraron sus casas, sus clubs, sus imprentas, sin saqueos i sin horrores!

"Hubo males i desgracias irreparables, sin duda, porque la prudencia no es patrimonio de todos en los hechos que están fuera de nuestro alcance, pero, en una época tan anormal i durante una revolución no preparada por él. bien pueden repetirse a su nombre las palabras de O'Higgins:

«¡NADIE PODRÍA CON JUSTICIA DEMANDARME CUENTA DE MALES QUE SOLO HAN SIDO EL RESULTADO DE LAS CIRCUNS­TANCIAS EN QUE SE HA ATRAVESADO!"

"¿Quién, qué presidente de Chile obró como él, renunciando a todas sus simpatías de candidatura oficial, dejando aprobar la lei electoral que el Con-

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greso tuviera a bien, dando cuanta garantía se esti­maba necesaria para que la elección de su sucesor pudiese ser hecha según la voluntad nacional o la fuerza de los partidos en lucha?

"¿Hubo alguien que hiciera antes que él algo pare­cido?

"¿En qué época hubo una labor mas estraordinaria por el progreso de la República, diseminando las riquezas nacionales en grandes obras en todas las ciudades i rincones del pais, con igual equidad i justicia?

"¿En qué época, desde el descubrimiento de Chile, habia sido el pueblo mas feliz, mas considerado, mas lleno de recursos, que llevaban a todos los hogares el bienestar del trabajo impulsado en todas direccio­nes con vigor incansable?

"¡Oh noble amigo! En mi soledad ¡cómo recuerdo tus afanes i tus angustias! ¡Cuántos fueron tus sufri­mientos por la patria, solo comparables al amor sin límites que por ella esperimentabas!

"¡Cómo puede ser mal hijo el que adora a su ma­dre, vive para ella, se sacrifica por ella, i se despide de la una i de la otra con un último adiós de cariño i de patriotismo sin fin!...

"Quiera el cielo, cuyos tesoros de misericordia son inagotables, haber tomado en cuenta el móvil de tus acciones, i haber perdonado con esa bondad qaae fué el distintivo de tu vida, la crisis que el alma sufre cuando los desengaños hacen de la existencia un tormento!. . .

«La posteridad, ha dicho alguien, no es el sumi­dero de nuestras pasiones: es la cuna de nuestros recuerdos. No debe conservar mas que perfumes!"

" ¡ S i , amigo amado! " ¡La posteridad cubrirá de flores tu tumba i levan­

tará un monumento a tu memoria!"

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Estudiemos ahora los actos de la administración Balmaceda que durante el periodo revolucionario se han calificado de tiránicos, i veamos si en los cargos que se le hacen hai mas justicia, atribuyéndolos, como se ha hecho, a depravación de carácter, encono contra la sociedad o espíritu malévolo.

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IV

ACTOS DE TIRANÍA

Se abusa de ordinario en las repúblicas de Améri­ca, pero mas principalmente en Chile, del significado i del alcance de la palabra tiranía, a tal estremo que los actos mas lejítimos de las autoridades constitui­das, son calificados de tiránicos i se les da mayor significación i alcance del que tienen. Un celo exaje-rado por los fueros de la libertad, cierto espíritu pa­triotero que llega a los lindes de lo ridículo, por su exaltación, i la falta de educación i conocimiento de las prácticas de la vida libre, son de ordinario las fuentes de donde dimanan aquellas exajeraciones ocasionadas a estravios de criterio i de procedimiento mucho mas perniciosos cuando se mezcla la pasión política i los intereses que forman su obligado cortejo. La educación política de las masas hecha por la pren­sa exajerada de partido en épocas de ajitacion electo­ral i las predicaciones maliciosamente adulteradas del meeting, en donde mas se alhaga las pasiones que se habla a la intelijencia, han creado un código especial, que acuerda a los ciudadanos i les asegura que poseen caudal innumerable de derechos, pero en el cual brillan por su ausencia absoluta, los deberes.

Actos de tiranía son considerados, muí particular­mente en Chile, toda manifestación lejítíma de auto­ridad que limite el ejercicio de algún derecho. No se conciben sino derechos absolutos, sin sujeción a de­ber correlativo. La libertad de reunión debe ser tole­rada, aun cuando ella coarte el libre tránsito por la

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vía pública u otros daños peores, que son otro dere­cho tan importante como aquel i ¡ai de la autoridad que pretenda ponerle cortapisas! La prensa no reco­noce limites en su procacidad i caen bajo su terrible imperio, no ya solamente la vida pública de los ma-jistrados, sino también la privada de los individuos i de sus hogares. Ninguna prensa es en Sud-América mas procaz i grosera que la de Chile. Va haciéndose endémico este mal. La palabra encuentra absoluto derecho de chavacaneria en la irresponsabilidad e in­violabilidad del diputado; i en el meeting no reco­noce limites la insolencia i el desden por los mas obvios deberes sociales. En una i otra tribuna se discute jeneralmente a coces, de lo que dan testimo­nio numerosas sesiones de lo que ha dado en llamarse nuestro Parlamento, Congreso Nacional, según la Constitución.

En Europa i en muchos paises de América, la po-licia es inviolablemente respetada. Un desorden cual­quiera es inmediatamente reprimido i caen por cen­tenares i por miles los detenidos en las prisiones, sin que el hecho pase de ser un acontecimiento policial que apenas si se comenta. En no pocas ocasiones la fuerza pública reprime los tumultos i caen muertos i heridos. En Chile, este pais que pretende i desea go­zar de una libertad salvaje i sin restricciones, esos serian actos de tiranía, que elevarían el tono de la prensa al mas alto grado de exaltación. Se iría mas lejos, porque la política del gobierno jeneral se pon­dría en tela de juicio i hasta el Presidente de la Re­pública i sus ministros habrían de soportar los mas duros cargos, sin economizarles, por cierto, los dic­tados de tiranos, verdugos i sayones. A falta de ideas, los escritores lanzan dicterios i groseros insultos. ¡Y asi dirijen la opinión pública i la educan para las prácticas de la vida libre!

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Estas reuniones tumultuarias de la calle pública, de algún tiempo a esta parte vienen siendo formadas por niños inconscientes, a quienes partidos i hombres inescrupulosos lanzan en aventuras, ya que ese es un medio de producir exaltación, conservando sus ver­daderos autores la irresponsabilidad porque ellos no aparecen como actores. Logran otro propósito no despreciable: ajitar a la sociedad e interesar al padre i a la madre en las malaventuras que soportan sus hijos. Consienten con ánimo lijero, pero perverso i criminal, en que sus niños vayan al meeting; que se presenten en todas las manifestaciones ruidosas de la política; los incitan a no perder una sola de esas escenas del jénero trájico i aun consienten que se presenten allí armados, para reprimir, como ellos mismos dicen, los avances de los tiranos. Pero, eso si, los imajinarios fantasmas i tiranos deben perma­necer impasibles e inmóviles en sus puestos, sopor­tando lluvias de piedras, balas aun, dicterios e insul­tos de todo jénero, que brotan de labios de bien educada aristocracia. Los niños alborotadores tienen derecho a todo; pero.. . ningún deber que cumplir. ¡Ai de la policía, ai del gobierno si a aquella le viene en mientes acometer con látigo en mano a los amoti­nados imberbes! ¡Qué crueldad, qué acto tan bár­baro i salvaje de despótica tiranía! Si por desgracia alguna bala disparada al aire hiere a algún tumul­tuario, ya la tiranía ha llegado al último limite, aun­que el plomo saliera de pistola juvenil, i entonces, no solo el Presidente, sino también sus ministros i todos los intendentes son una jauría de fieras, verdu­gos, desalmados i lo peor de todo, la última razón: no son caballeros sino rolos. ¡Atrepellar a niños .que no saben lo que hacen! ¡Matar a un ánjel! Si era un dechado de virtudes i una esperanza de la patr ia en flor no abierta aun; crisálida envuelta en frájil capullo.

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He ahí la señal para que todas las mamáes entren en campaña; i asi, la política pasa, de ser un negocio de muchachos a un acontecimiento de faldas. I esos mismos ánjeles i crisálidas habian estado haciendo actos de hombres, aplaudidos por papáes i mamáes, que eran los verdaderos niños. Así se va a las revo­luciones; así se enardecen los ánimos. Pero, así se hace un mal gravísimo a estos paises jóvenes, en los cuales van creando una falanje de políticos i políticas a la violeta que de todo hablan, sobre todo discuten, sin conocer a fondo ninguna materia; que asi comba­ten una medida de gobierno, que ha demandado lar­gas horas de estudio, meditación i consulta, como presentan planes de gobierno i de política jeneral, madurados por la irresponsabilidad o lainesperiencia.

He ahí la que fué en 1800 tarea de la juventud es­tudiosa, que no estudiaba, en Santiago i Concepción. Preparaba la revolución: eran sus precursores, bajo la éjida protectora de la mamá i del papá.

Concretemos ahora estas materias i analicemos los actos de tirania atribuidos al presidente Balmaceda.

Uno de los actos llamados de tirania, acaso el único que antes de estallar la revolución produjo mayor es­tudiada exaltación i que dio tema para manifestacio­nes, discursos lúgubre patrioteros, telegramas de condolencia, escritos los unos en necio i los mas con tinta de adulación, fué la muerte casual del niño Isi­dro Ossa. De una muerte sensible deplorable, porque al fin se trataba de una criatura; de un suceso propio para despertar tiernos sentimientos, llegó a hacerse algo grotesco, por las exajeraciones e intemperancias de criterio a que se le sometió. Las cosas pasaron como sigue: Tenia lugar un meeting a que habia con­vocado, según creemos, el partido conservador, que a él pertenecía i no a otro el niño Ossa; asistió a él numerosa juventud, que debia ser de la aristocracia.

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Había allí jefes exaltados, algunos Maratt i ciudada­nos Neion, porque ya principiaban a preparar la re­volución, i era natural que llevaran revólver, porque se oyeron disparos dentro del salón i en su vestíbulo, i sobre todo, desde que la juventud ansiaba manifes­tar que era valiente, que llevaba armas de fuego. A los disparos, si los hubo, o al ruido del desorden, acudió la policia, que parece estaba prevenida para el caso de que hubiera algún desorden en el anunciado meeting, i nunca pudo saberse, si de resultas de los tiros disparados dentro del local del meeting o de uno que se oyó fuera, aunque esto fué lo mas valedero en esos dias, fué herido el infortunado niño Ossa que h u a aceleradamente, no se sabe si de temor, o por­que habia pasado la hora que sus padres le tenian fijada para retirarse por la noche.

Este fué el hecho inicial de la revolución, porque se organizaron procesiones, entierros, filas de carrua­jes, en cuyas manifestaciones iban naturalmente todos los representantes de la aristocracia santiaguina, como Altamirano, Koening, Préndez, Silva, Mac-Iver i muchos mas. 1 como punto inicial de la revuelta que se estaba preparando i organizando, no se economizó ningún ataque, ni espresion por virulenta que fuera, al jefe de la nación. Fué su primer acto de tiranía, que según la breve ¡ verídica relación hecha, era meramente casual, deplorable por haber recaído so­bre un niño, sobre flor primaveral i que sin duda, ningunos deploraron mas que el mismo Presidente de la República i sus Ministros, desde que ellos, ni lo habian ordenado ni previsto, ni podido evitarlo. Pero la prensa de aquellos dias pugnaba i sostenía que no habia sido casual, i que aquellos funcionarios eran quienes habian ordenado el martirio, como se llamaba a la muerte, que creemos fué instantánea, del joven Ossa. No faltaba quien sostuviese que hasta

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se había ordenado a la bala que fuera a incrustarse en el que mas tarde iba a ser poderoso cerebro de aquel niño.

Acaso haya quien crea que hai exajeracion en los detalles que damos ¡tal es su inverosimilitud! Pero, es la verdad que son espresion fiel de lo que aconte­cía i se decía en prensa i corrillos. Comprendemos el dolor del padre, nos esplicamos la desesperación de la madre cuando recibía en su hogar desolado los restos del querido hijo; nos esplicamos los actos de rabia que en los primeros momentos saldrían de sus pechos, como dulce desahogo de la pasión; nos es­plicamos todavía que los criminales que lanzaban a los niños a peligros tan ciertos, tratasen de esquivar su responsabilidad, haciéndola pesar sobre sus ad­versarios; pero jamás comprendimos, ni nos esplica-remos nunca ese dolor convencional, que durante meses ha hecho farsa de la muerte de un hijo queri­do, teniéndolo en la picota del ridículo. El dolor no habla; el dolor es mudo. Jamas prestaríamos nosotros los despojos de un deudo querido para servir a pa­siones i a intereses políticos, de suyo profanadores de todo cuanto está a su alcance.

Para que se comprenda el grado de intransijencia a que los ánimos habían llegado i pueda apreciarse cuan difícil era contener la avalancha que venia, bás­tenos d>jcir: que habiendo ido una señora, creemos que pariente de la madre de Ossa, aristocracia de la capital oriunda de la de culero de Chañarcillo, ha­biendo ido a dar el pésame, fué arrojada de la casa, infiriéndole ofensas de hecho, a mas de muchas de palabra, porque la señora que iba a espresar sus sen­timientos de condolencia, tenia por esposo a un se­ñor balmacedista. No se aceptaba ni el dolor, ni la amargura que no viniera de fuentes de la oposición de sangre azul. ¡Era cuanto de inaudito podia refe-

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rirse! Lo cierto es: que un viajero inglés que recorria entonces las ciudades de Chile, en tren de turista, anotaba en su cartera de viaje la siguiente observa­ción: «La aristocracia de Chile araña i maltrata a las personas que ejercitan el delicado acto de manifes­tarle dolor en medio de sus desgracias." Y un roto decia con aire humorístico: ¡Ve! Los caballeros son iguales a nosotros; sus esposas pelean a moquetes en los salones, mientras que nosotros lo hacemos en la calle! (Esto se enseña en el Instituto Nacional?

Una investigación judicial de aquel suceso habría dado su clave i ella habría sido fácil i no tachable por parte de los revolucionarios, como quiera que ellos contaban con las complacencias de mucha parte, acaso la mas grande, de la justicia de la capital. Pero la revuelta estaba ya decidida i lo que se buscaba eran golpes de sensación i de alarma, acusaciones violentas i no decretos de justicia que pudieran abrir paso a la verdad.

Llegado el 7 de enero, en presencia de una escua­dra sublevada i atendida la exaltación en que estaban los ánimos de los políticos de revuelta, nada era mas natural, i eso es lo que se hace i ha hecho en todas partes, sin esceptuar este rincón del mundo que se llama Chile, que apresar, como medida precautoria, a todos los jefes reconocidos de la revolución, que pudieron haberse a mano. Fué lo que hizo el gobier no, en cumplimiento de uno de sus deberes mas ele­mentales i a eso se ha llamado también actos de ti­rania i despotismo. (Podría haberse cruzado de brazos el presidente Balmaceda, dejando" obrar a los auda­ces revolucionarios? Que contesten por nosotros ellos mismos, quienes después de su triunfo i durante ya muchos meses, no cesan de aprisionar i perseguir a sus adversarios, apesar de que están ya completa­mente aniquilados. Luego, para ser lójicos, tienen

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que reconocer que son tiranos i harto mas tiranos que Balmaceda i si este lo fué por la muerte casual del niño Ossa, harto mas crueles i tiranos serán los que sacrificaron a León Lavin, Aldunate, Sanfuentes i tantos otros. Eso es lo que dice la inflexibilidad de la lójica.

Parecia i parece aun, que los revolucionarios se creyeron con derecho a hacerlo todo, a trastornarlo todo i que las autoridades legalmente constituidas debieran observar tranquilas sus avances, porque todo era crimen i tiranía en el gobierno. Los mismos ac­tos ejecutados por ellos pasaban a la categoria de plausibles manifestaciones de los derechos que les acordaba su carácter de revolucionarios. Para ellos, todos los derechos i ningún deber; para la autoridad, todos los deberes, ningún derecho.

Mas, antes de abordar la esposicion i análisis de hechos i acontecimientos, estudiemos si el presidente Balmaceda tenia o no facultad para tomar medidas en contra de la libertad de las personas i otras análogas, sin que por ello ejecutase actos imputables a tiranía o despotismo. En esta labor interesante vamos a servir­nos esclusivamente de documentos producidos por los adversarios del gobierno legal i de los tribunales mis­mos de justicia que negaron al presidente Balmaceda lo que mas tarde han reconocido a los revoluciona­rios triunfantes, incurriendo asi en acto flagrante de parcialidad i de injusticia, que les arrebata todo pres-tijio i consideración.

No dejaremos de notar que por nuestra parte i se­gún lo dejamos sólidamente demostrado en otro capítulo, el Sr . Balmaceda jamas dejó de ser el Pre­sidente Constitucional de Chile i que, en el caso mas desfavorable, no habia razón para no considerarlo como un poder de hecho i como tal, acreedor a las prerrogativas que se acuerdan a los de esta naturaleza.

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Sin embargo, en los primeros dias de enero de I8 Q I , el teniente coronel revolucionario Gabriel Ala­mos, a quien se perseguía por el gobierno legal por la,participación que se le atribuía en la revuelta, i que mas tarde quedó comprobada de hecho, se pre­sentó a la Corte Suprema, solicitando se le amparase en sus derechos. La corte accedió a la solicitud de Alamos, en vista de consideraciones deprimentes de la dignidad del Jefe del Estado a quien se desconocía el carácter de tal i se sostenía la teoría subversiva i disolvente de que el ejército no existia i que el Presi­dente de la República carecía de facultades para or­denar la persecución i prisión de Alamos. Pues bien, en una solicitud de amparo presentada por don Juan Rafael Allende al mismo tribunal, este denegó el amparo en sentencia de 23 de octubre de 1 8 9 1 , fun­dándose en las consideraciones siguientes: « i . ° Que la Junta que ha asumido provisoriamente el gobierno de la República a consecuencia de la caida del Go­bierno de Balmaceda, ejerce un poder de hecho i como tal poder de hecho, tiene naturalmente la facul­tad de tomar las medidas que juzgue indispensables para establecer el funcionamiento regular de las ins­tituciones del pa i s . w Este considerando es exacta­mente aplicable al presidente Balmaceda, que trataba de establecer ese funcionamiento regular, perturbado por la conducta irregular i revolucionaria de los miem­bros del Congreso. Luego, si la Junta de Gobierno, poder de hecho, tuvo facultad para tomar las medidas que juzgase indispensables para lograr lor- fines indi­cados, con mucha mayor razón lo tenia el Presidente Constitucional de la República i su conducta fué en­tonces correcta. Si se la califica de tiránica por esa causa, fuerza será también aplicar el mismo epíteto a la Junta de Gobierno.

El 2.a considerando de la sentencia de la Corte

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dice: «Que en ejercicio de este poder, la Junta de Gobierno ha dictado el decreto de 19 del corriente en el cual se dispone que mientras se restablece el fun­cionamiento de los poderes constitucionales, los indivi­duos apresados por los delitos cometidos durante la dictadura o por complicidad en ella, no serán puestos a disposición de la justicia ordinaria, salvo aquellos que nominalmenle se determine.1* I en otro conside­rando agrega: «que la facultad de arrestar i mante­ner en arresto a las personas, se halla espresamente comprendida entre las atribuciones de que, aun den­tro del réjimen legal, puede hallarse investida la au­toridad administrativa en conformidad a los artícu­los 2 7 , parte 6 . a i 1 5 2 de la Constitución, en caso de conmoción interior o cuando así lo exija la conserva­ción de la paz o del réjimen constitucional."

Por consiguiente, i según la autorizada opinión de la Corte Suprema, ya fuese que ella considerase al Presidente de la República dentro o fuera del réji­men legal, tenia la facultad de imponer restricciones a la libertad personal i de mantener sustraídos a la acción de la justicia ordinaria, a todos aquellos indi­viduos de quienes se temiese que pudieran perturbar la paz pública o el réjimen constitucional, que defen­día el presidente Balmaceda. Si ejercitaba un dere­cho ¡ lo ejercitaba con moderación i prudencia, como lo hizo, no había en ello acto de tirania i despotismo; i si se sostuviera lo contrario, no habria lójica ni consecuencia en no aplicar el mismo criterio á los actos de la junta revolucionaria de gobierno i califi­carlos también de tiránicos, despóticos i abusivos, mucho mas abusivos aun, no solo por su carácter de jeneralidad, sino por la circunstancia de ejecutarse después de un triunfo en el que, perdidas las fuerzas mas poderosas del gobierno constitucional del señor Balmaceda, él mismo dimitió el mando i ordenó a las

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autoridades i jefes de divisiones que no habian com­batido, que se pusieran a disposición de los triunfa­dores, lo que se efectuó sin inconveniente i en el acto.

No habia por consiguiente al advenimiento de la junta triunfante, ningún temor de perturbación de la paz pública, como aconteció desde el 7 de enero para adelante, lo que hacia casi innecesarias medidas de rigor i de fuerza, contra personas i autoridades que reconocian al nuevo gobierno i le entregaban todos los elementos de poder con que la resistencia hubiera sido posible.

En vista de esta conducta de la Junta de Gobierno i de su justificación hecha por la Corte Suprema, la actitud análoga, aunque de mayor moderación i cor­dura, del Sr . Balmaceda,' queda completamente jus­tificada i libre de los dictados de arbitraria, ilegal i abusiva, que la exajeracion impuesta por las necesi­dades de la lucha, le ha atribuido con verdadera in­justicia.

Pero la Corte no se limitó a las consideraciones que hemos apuntado. Va mas lejos todavia, i reco­noce a la Junta de Gobierno, «como poder de hecho, que es la única autoridad llamada a resolver si en las circunstancias actuales del pais ha llegado el caso de asumir las facultades que se mencionan en el recor­dado decreto de 19 del corriente®. Y en consecuencia resuelve: que «don Juan Rafael Allende debe quedar en la prisión a que lo redujo el intendente de San­tiago i no ser sometido a la justicia ordinaria®.

No creia lo mismo esa Corte en el caso del tenien­te coronel Alamos i negaba al Presidente de la Repú­blica, a quien daba el carácter de autoridad de hecho i fuera del régimen constitucional, como reconoce también a la Junta, le negaba la facultad de arrestar i pedia que Alamos, que era un jefe del ejército, fuera puesto a disposición de la justicia ordinaria.

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Para ello tenia que aceptar i reconocer la ficción de que en Chile no habia entonces ejército i que Ala­mos era un simple particular. Pero Allende también lo es i en su caso, la Corte obra en contrario.

Justicia de balanza china, acomodaticia i obrando según las circunstancias i pasiones del momento, ha dado en sus contradicciones, la base mas eficaz de justificación del presidente Balmaceda, cuyos proce­dimientos no pueden ya ser tachados de ilegalidad ni arbitrariedad.

¿Qué significa el funcionamiento de las cortes de justicia si no pueden aplicar la ley; si hay leyes i de­litos cuyo conocimiento corresponde a la justicia or­dinaria i otros que por un simple decreto guberna­tivo de un poder de hecho, son sustraídos á su conocimiento? ¿Qué significa entonces el restableci­miento del imperio de la Constitución i las leyes, tan enfáticamente anunciado, si solo se observan a me­dias i si son los mismos altos tribunales los que am­paran semejante proceder i lo escudan en fútiles ra­zones? Mas les valiera haber permanecido clausurados, aguardando poder cumplir su augusta misión con entera libertad i con sujeción a todas las leyes; por­que de otro modo no hacen sino amparar procedi­mientos que les arrebatan su independencia i que autorizan vejámenes injustificables. Porque, o impera la Constitución i entonces la Corte debió amparar a los ciudadanos que le pedian su protección legal i justiciera; o la Constitución no existe, i entonces las Cortes debían plegar sus alas e ir a esperar en el retiro, que llegase el momento en qne la justicia pu­diera lucir pura, sin ser sospechada de timideces, ni de protección a procedimientos verdaderamente tirá­nicos i de gobierno personal i arbitrario. Si así no ha procedido, no debe olvidarse que los que de ese modo obran hoi, fueron los mismos que declararon

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ayer en una resolución judicial, que no habia ejér­cito, ni gobierno, ni presupuestos i que, no obstante, eran los primeros que iban a cobrar mensualmente sus sueldos á la tesorería de la nación i quienes, habiendo declarado que no habia lei, continuaron aplicándola.

Harto mas prudente i respetuoso del poder judi­cial fué el presidente Balmaceda, quien, a fin de no colocar a los tribunales de justicia en situación equí­voca i de desprestijio i no obligarlos a dar fallos-irrisorios o inconsultos, suspendió pasajeramente sus funciones i solicitó mas tarde del Congreso la apro­bación de esa medida.

Hoi las cosas pasan de diversa manera: se reco­noce la existencia de un gobierno de hecho; se pro­clama el restablecimiento del imperio de las leyes i de la Constitución; se abren los tribunales para que las apliquen; de una plumada se les arrebatan sus-mas preciosas atribuciones i a los ciudadanos sus garantias ¡i las cortes continúan funcionando, perci­ben sus rentas i no se creen cómplices de un engaño que se hace a la credulidad i buena fé del pais, ha­ciéndole creer lo que no existe!

De estas aberraciones i contradicciones hai ya mu­chas en el breve período de tiempo recorrido por el nuevo gobierno. Se principió por hacer enorme apa­rato i levantar polvareda contra las que se llamaban emisiones fraudulentas de billetes, hechas por el presidente Balmaceda, no obstante que habian sido-acordadas por el Congreso i en conformidad a las leyes preecsistentes. Se entablaron jestiones para perseguir a los presuntos reos del presunto delito de falsificación o circulación de moneda falsa i aún se aprisionó al Director de Contabilidad, Sr . Manuel García Collao, i las emisiones iban a recojerse. Pero, i aquí está el quid, los bancos, i particularmente el

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Nacional, pusieron el grito en el cielo, porque tal medida los sorprendia con seis millones de pesos en sus cofres. Hubo entonces de reconocerse la legalidad de la emisión Balmaceda; los billetes quedaron en circulación, pero ¡el Sr . García Collao no sale aún de dura i estricta prisión! Se acepta i se beneficia de las ventajas que produce un acto que se cree crimi­noso; mas, se condena i castiga a quien proporcionó los medios de usufructuar de él. Por eso hemos dicho tantas veces que con esta rejeneradora revolución, se han subvertido todas las nociones de justicia i de sano criterio que antes, en nuestro candor, creíamos útiles i necesarias. Lo lójico habría sido que, reco­nocida la legalidad de las emisiones, se hubiera de­clarado la inculpabilidad del Director del Tesoro, cuya intervención se redujo a dar cumplimiento a una lei dictada por autoridad competente: el Con­greso.

Hecha esta breve pero necesaria digresión, volva­mos al tema que nos hemos propuesto desarrollar en este capítulo.

Creemos que la lenidad con que se procedió desde los primeros momentos por parte del gobierno i sus representantes en las provincias fué causa de que los principales autores i fomentadores de la revolución, sus verdaderos jefes no fueran aprehendidos; que todos o la mayor parte, salieran al estranjero, ora por su propia voluntad, ya con salvo conducto del mismo gobierno, como sucedió mas tarde con Ed-wads, Montt, Subercaseaux, Altamirano i algunos otros que, comprometidos bajo fianza o su palabra de honor a no tomar parte en la revolución, fueron al estranjero a ser sus mas eficaces cooperadores. Todos sabemos como se trata en la guerra a los que faltan de esta manera a sus leyes, que en ese caso son las del honor. Sin duda que estas desaparecerán

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tratándose de una revuelta y sobre todo cuando los revolucionarios se decretan honores de aristocracia, lábaro con que se cubren i se han cubierto siempre muchas iniquidades.

En los lugares de detención gozaban los reos polí­ticos de todo jénero de comodidades, compatibles con la necesidad de impedir que continuaran dañan­do la tranquilidad pública. No se ponia óbice a que recibieran las visitas que tuvieran a bien i hasta ban­quetes i otras fiestas análogas celebraban, como su­cedió al tiempo de despedir al clérigo Salvador Do­noso cuando partía al estranjero, i a quien el gobierno envió a Talcahuano, junto con otros de sus compa­ñeros, en tren espreso i en el coche presidencial, se­gún se supo entonces. ¡Qué diferencia con las prisio­nes hechas por los revolucionarios después de su triunfo! Los detenidos solo recibian visitas en dias i horas determinadas i la prensa dio testimonio de que muchas semanas fueron suspendidas esas peque­ñas concesiones, por medio de avisos que publicaban los jefes de las prisiones.

Otros complicados en la revolución tenían su casa o Santiago por cárcel, no saliendo así de las medidas contra la libertad personal permitidas por la Consti­tución en caso de conmoción interior. Pero, no faltó alguno que, habiendo solicitado encarecidamente ir a Buenos Aires por motivos de salud, abandonó a Santiago para ir a las riberas del Plata a darla de proscripto i de mártir i trabajar por la revolución i que mas tarde entablara inmoral litijio al señor Clau­dio Vicuña, cobrándole injusta suma por pérdida de un año de estudio de abogado en completo des­crédito.

Fué mas lejos la administración Balmaceda, en­viando a Iquique a todos los detenidos que habia privado de su libertad, para que fueran allí a servir

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a su causa. Entonces el país, que habia estado ere-, yendo que las cárceles estaban atestadas de prisione­ros, pudo convencerse de que apenas si eran unos setenta, en su mayor parte jóvenes exaltados o per­sonas que, careciendo de antecedentes i hábitos de trabajo, creian clavar la rueda de la fortuna i se en­rolaban en las filas de la revuelta. Este acto de mag­nanimidad de parte del gobierno Balmaceda i mu­chos otros que merecieron la crítica hasta de sus mismos amigos, iban demostrando i quedarán como una prueba histórica inconmovible del espíritu emi­nentemente bondadoso que dominaba en la adminis­tración jeneral respecto de los revolucionarios.

Mas, de todo hacían capítulo de acusación sus exaltados adversarios. Imputábanle a tiránico despo­tismo las pesquisas que se hacian para inquirir el paradero de algunos comprometidos en la revuelta, cuyos trabajos perturbadores del orden se denuncia­ban. ¡I aquello se llamaba batidas contra inocentes, crueldades inútiles! ¡Como si mas tarde la revolución triunfante no hubiera de hacer, con menores motivos de justificación, mayores batidas i pesquizas en las que se escudriñaban barrios enteros, sin esceptuar amigos, ni enemigos! Abrigaban y aun abrigan la cómoda teoría de que todo acto de los revoluciona­rios es lícito, noble, grande, patriótico; pero los del gobierno constituido eran fruto de tiranía, de arbi­trariedad despótica i crueldad inaudita.

No tenemos la loca pretensión de sostener que todos los actos ejecutados por los subalternos al cumplir órdenes de sus jefes fueran atinados i correc­tos. Pero, sí pensamos que la conducta jeneral i las medidas ordenadas por el jefe del estado, obedecian a un plan de benévola corrección i en manera alguna a propósito criminal i dañado. Por eso mismo es que, cuando un acto cualquiera salia del diapasón

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jeneral que a todos los inspiraba, era notado por el contraste que en el momento revelaba.

S i aun en la vida ordinaria de las sociedades, cuando todo su mecanismo está encuadrado dentro de un réjimen normal, suelen los ajentes del poder público dar indicios de arbitrariedades i falta de res­peto a las personas i a las garantías de que deben go­zar, ¿cómo es posible concebir que esos actos no se repitan en época de efervescente ardor político, en plena revuelta, cuando se han desatado todos los vínculos que mantenían la existencia armónica de los pueblos? ¿Cómo es posible pretender que habién­dose quitado súbitamente los diques que contenían el torrente, éste corra plácido i tranquilo, sin arre­batar en su marcha, ni un débil arbusto? No, porque eso ha sucedido en todos tiempos i en todas las re­voluciones habidas en el mundo. La revuelta trae consigo, en primera línea, la pérdida de las garantías individuales i no son los que la contienen i tratan de hacerla morir al nacer los culpables, sino los insen­satos que la provocan i que luego se espantan de sus consecuencias.

Revolución sin abusos es inconcebible, como tam­poco dejan de cometerse en mas reducida escala en las épocas normales.

Jamas la libertad prosperó a la sombra de la vio­lencia; la libertad i los progresos de la civilización, fruto son de la paz. Cada revuelta hiere mas garan­tías i mas derechos en un dia que los conquistados en muchos años de vida ordenada i libre. I luego, las libertades perdidas no renacen al tercero dia; cávase para ellas honda fosa, de la que solo surjen gobier­nos de fuerza, de sospecha i de pasiones, sea que no haya caído el gobierno llamado opresor i tiránico, sea que quienes traían la vida i la resurrección en la punta de las bayonetas lleguen al poder.

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Mucho se habló i todavía se continúa haciendo at­mósfera de odio después de la victoria, en contra del sistema de propinar azotes a algunos revolucionarios, •que se supone existió durante la revolución. Soste­nemos con la evidencia de un conocimiento íntimo, que no fué ese un resorte aconsejado por el Sr . Bal-maceda, ni por el gobierno i que, si algunos pudie­ron emplear un procedimiento inadmisible, tratán­dose de delincuentes políticos, su conducta no fué aprobada. Si se dieron azotes, fué ello un abuso im­putable solo a escentricidades de carácter de quienes los ordenaron, o acaso, a venganzas personales ais­ladas, que encuentran fácil desahogo dentro de un orden de la sociedad desquiciada. Lo cierto es: que no se ha justificado ningún caso concreto i que, para producir efecto, se ha pretendido señalar los nombres de las víctimas i aun manifestar sus trajes ensan­grentados, a manera que los abogados romanos pre­sentaban las víctimas a los jueces para moverlos a compasión. Pero tal procedimiento no pasa de ser un recurso de oratoria gastada i de pésimo gusto, que habría producido efecto solo en criterios preve­nidos. Pero ese procedimiento ha hecho fuego contra sí mismo: nadie ha creído, porque siendo el azote un castigo que infama a quien lo recibe ¿quién seria el insensato que lanzase su nombre a la befa i escarnio públiccs, dando aire de vida a lo que todo hombre de honor oculta como secreto de reserva inviolable? I si así lo hicieron ¿no seria esa una nueva manifes­tación de la ausencia i perversión del criterio moral, que venimos anunciando como uno de los agentes mas poderosos de la revuelta?

El Intendente Mira de Copiapó, hizo dar unos cuantos azotes, en 1 8 5 1 , a dos personajes que ha­bían ultrajado por la prensa a su santa madre i a su -esposa, modelo de virtud; i el mayor castigo que les

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impuso fué el de publicar él mismo el hecho al dia siguiente, como medio de aplicarles la mayor pena: la de la infamia. La sociedad entera justificó enton­ces la actitud del Sr. Mira ¡Cuántas madres, cuán­tas esposas habrían podido levantarse en este último tiempo, para reclamar que se hiciera con muchos in­fames aristócratas de la capital lo que se hizo en Copiapó en 1 8 5 1 !

No negaremos, nó, que se dieron azotes durante la revolución. La lei autoriza en Chile la flajelacion, para reprimir faltas que los soldados cometen en los cuarteles, i es mui probable que esa pena se aplicara durante la revuelta, como se aplica constantemente en las épocas normales. S i a esto se ha referido la acusa­ción contra la administración Balmaceda, no cae sobre ella ni sobre los jefes militares que la ordenan, sino contra los lejisladores que no la suprimen, para reser­varse una arma que esplotar en épocas de revolución.

Conocidas las observaciones jenerales i los hechos concretos que preceden, réstanos ahora recordar, que a los pocos dias que la revolución entró triunfante a Santiago, el Ministro Isidoro Errázuriz condensó en una nota que pasó a les promotores fiscales, todos los actos de tiránico despotismo ejecutados durante la administración Balmaceda i que exijian una pronta investigación para castigar a los culpables. Esos he­chos eran los siguientes:

Asesinato del joven Isidro Ossa. Matanza de Lo Cañas. Fusilamiento de dos sarjentos del rejimiento 7.°

de línea. Fusilamiento de Ricardo Cumming. Fusilamiento de los raptores de una torpedera. A esto se reducia toda la enorme crueldad i la

tiranía, condensada por mano hábil i oficial i sobre esos hechos se pedia investigación i castigo.

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Analicémoslos nosotros uno a uno i procuremos restablecer la verdad de las cosas, tan exajerada-mente adulteradas por el interés o pasión de partido.

Nada diremos del lamentable suceso del joven Ossa, por que lo hemos tratado ya ampliamente en otra parte de estos apuntes; pero sí haremos notar que hasta hoi, ni en ese, ni en ningún otro proceso se ha encontrado delincuentes, ni criminales a quie­nes castigar.

Vengamos a la matanza de Lo Cañas. No sabemos si hubo allí crueldades innecesarias, que no las jus­tificaríamos, si las hubo, ni eran tampoco justifica­bles dentro del pían i conducta jeneral del gobierno de Balmaceda. Pero, lo ocurrido allí puede caber dentro de los límites de un combate rodeado de cir­cunstancias peculiares. Se aproximaba el día en que el ejército revolucionario debia desembarcar en Quin­teros i con este motivo i a fin de impedir que el go­bierno pudiera operar la concentración de sus fuer­zas, que estaban escalonadas a lo largo del ferrocarril del Sur hasta Concepción, los revolucionarios pu­sieron en ejecución el plan de destruir ferrocarriles i cortar sus puentes i telégrafos, por medio de monto­neras repartidas en diversos lugares del territorio. Estas montoneras las componían jente colecticia, que no pertenecía a cuerpo alguno de ejército i que en todas partes del mundo están fuera de la lei i son pasadas por las armas, cuando se las toma con ellas en la mano i en actitud bélica de resistencia i ataque contra las fuerzas regulares.

Llegó el i =; de Agosto, dia anunciado por los re­volucionarios para el desenlace i los grandes aconte­cimientos. Una partida de ellos, aprovechando las tinieblas de la noche, aplicó un saco de dinamita al puente de Curimon, en el departamento de los Andes.

Otra partida dejó caer dos maletas con dinamita

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i sus mechas encendidas en el túnel de San Pedro, en el ferrocarril de Santiago a Valparaíso.

Otra partida de revolucionarios cortó las líneas telegráficas al norte i rompió la línea férrea en la Calera.

Aun otra partida ataca la línea férrea en Linderos i rompe la línea telegráfica.

Otra partida de conspiradores intenta romper el ferrocarril Central en Camarico, provincia de Talca.

El puente de Putagan es atacado, quedando muer­to uno de los guardianes i otro gravemente herido.

Los puentes de Lircai, Panguilemu i Piduco fue­ron igualmente atacados en el departamento de Talca.

Al Collipulli llegó una partida i pudo aplicar di­namita a su puente.

La línea férrea de Melipilla era cortada en diversos puntos.

Todo aquello tomó las proporciones de un vasto plan i era la comprobación de que los revoluciona­rios de Santiago aguardaban el próximo arribo de los de Iquique; que el gobierno legalmente consti­tuido iba a ser atacado en sus propios reductos. Y estos hechos criminales i alevosos contra la viabilidad pública i la seguridad de las personas que trafican por ellas, hicieron tomar resoluciones enérjicas a las autoridades militares, porque contra ellas i contra el éxito de las operaciones que se preparaban iban di­rectamente encaminadas.

Súpose que en las afueras de Santiago, en la cha­cra denominada Lo Cañas, propiedad del caudillo revolucionario conservador Carlos Walker Martínez, se organizaba una montonera, cuyos propósitos eran, no solamente los ya indicados, sino también el de caer sobre la capital en horas avanzadas de la noche, atacar algunas casas pertenecientes a los amigos del orden, sostenedores de la legalidad, i producir alar-

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ma i acaso un levantamiento, que distrajese la aten­ción del gobierno i de las fuerzas de que disponía en los momentos mas críticos de la situación. Todos podemos apreciar a cuántos horrores i excesos deplo­rables dan orijen combates sorpresivos i nocturnos en las calles de una ciudad populosa i cuántas esce­nas de dolor, saqueos, asesinatos alevosos i actos contra la pureza de la familia no habríanse verifi­cado, si la actividad i el celo del gobierno no hubie­ran logrado deshacer oportunamente la audaz i cri­minal montonera de Lo Cañas. La sociedad de Santiago, mil hogares respetables i puros, no saben de cuántos horrores i cuantas lágrimas no fueron libertadas i cuánto agradecimiento deben a la mano salvadora que desvió el golpe que inevitablemente habría caido sobre la vírjen pura e inocente, sobre las esposas i sobre la familia en jeneral, que en toda sociedad culta tienen derecho al amparo i protección salvadora de la autoridad.

Se envió a deshacer a todo trance la montonera de Lo Cañas, porque era un peligro social i militar. Al llegar a las casas de la hacienda, los soldados de la lei fueron recibidos a balazos i tuvieron necesaria­mente que hacer uso de sus armas. Era natural que hubiera muertos i heridos. Cayeron en el combate algunos jóvenes, hijos de familias conocidas de la capital. Las balas no podían distinguir edades, ni pedir la fe de bautismo a aquellos que se batian des­de el interior de las casas, sin ánimo de rendirse. Si así pasaron las cosas, nada tendrían de estraordinario ni vituperable; pero, si hubo excesos i crueldades inútiles, volvemos a repetirlo, no es nuestro ánimo justificarlos.

¿Quién fué el criminal e imprudente que reunió i envió allí aquellos jóvenes, aquellos niños, si se quie­re, para que hicieran cosas de hombres? ¿Quién faci-

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litó la hacienda i sus casas i quién buscó también obreros que acompañasen a los jóvenes? Ese seria el verdadero autor i culpable de las consecuencias del combate. Si no se quiere que mueran jóvenes, si no se quiere ver segada la existencia de niños que pisan la primavera de la vida, no se les envié a las batallas. Se preparan las catástrofes i luego, los mismos que pacientemente han acumulado los elementos para producirlas, no solo se lavan las manos i sacuden toda responsabilidad, sino que inculpan en absoluto a los que, corriendo los azares de una lucha, llevaban su vida tan en peligro como los vencidos.

Al dia siguiente del combate trajéronse a Santiago, lo que todo el mundo pudo ver, cerca de doscientos rifles recojidos en el campo de acción, que parece comprendió las casas de las haciendas de Lo Cañas, Pancul i Santa Sofía, estando a la relación del pro­motor fiscal revolucionario Román Floridor Blanco, en su presentación al Juez del Crimen de Santiago, pidiendo investigación de los hechos i cuya esposi-cion no puede ser tachada de parcialidad en favor del gobierno de Balmaceda. De esa misma relación consta: que habia obreros que acompañaban a los niños, i aun cuando no se indica su número, no debia ser reducido. Algunas versiones lo hacen subir a ciento cincuenta. Ni habia tampoco para qué inves­tigar si habian o no muerto obreros; ellos son carne anónima de cañón i poco importa a la noble aristo­cracia santiaguina lo que no atañe a sus predilectos i de su sangre.

Contribuye a corroborar la convicción de que aque­lla montonera no fué solamente un grupo de niños, como se pretende a toda costa dejarlo establecido, la circunstancia de que las fuerzas que se mandaron a combatirla iban a cargo de los tenientes coroneles Alejo San Martin como jefe, Manuel Emilio Aris i

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también formaban parte de la columna espedicionaria los oficiales Eduardo i Arturo Infante, Jorje Porras, Vicente Subercaseaux Latorre, Juan Bravo, de hú­sares, un capitán Santander, Alejandro Minino Cas­tillo i varios otros, todo lo cual consta del mismo documento antes citado del promotor Blanco. Este mismo inserta la siguiente pieza oficial que manifies­ta el procedimiento que se observó con la montonera, compuesta por fuerzas irregulares, que en toda guerra se consideran fuera de la lei. Es un decreto de fecha 19 de Agosto espedido por la comandancia jeneral de armas, que dice así: N. 3 6 5 . Nómbrase un consejo de Guerra que precederá sumariamente i en el térmi­no de seis horas a resolver lo que corresponda sobre el castigo que merecen las montoneras i las tropas irregulares armadas para maltratar la Constitución i el respeto a las autoridades legalmente constituidas, i con arreglo a lo dispuesto en el artículo 4 . 0 , título 13 de la Ordenanza General del Ejército, artículo 141 i 143 del título 80 del mismo Código, servirá de presidente del consejo el coronel D. José Ramón Vi-daurre i de vocales los capitanes D. Juan Agustín Duran D. Manuel Quesada, D. Arturo Rivas, don Leopoldo Bravo, D. Abelardo Orrego i D. Manuel A. Fuenzalida. Servirá de secretario el capitán don Manuel H. Torres. Anótese i cúmplase.—Barbosa.

Según este documento, se procedió con sujeción a las leyes militares que nadie puede ignorar, particu­larmente los que toman las armas para quedar esclu-sivamente sometidos a ellas; i consta de la relación •del promotor fiscal Román Blanco que fueron juzga­dos por el tribunal militar i pasados por las armas los jóvenes Arturo Vial Souper, Carlos Flores, Al­berto Salas Olano, Wenceslao Aránguiz, Arsenio Gossen, Ismael Zamudio Flores, Manuel Campino i Santiago Bobadilla.

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(Hubo fuera de este procedimiento abusos i cruel­dades innecesarias? No seriamos nosotros quienes nos avanzásemos a justificarlos.

Se ha dicho que muchos otros, a mas de los indi­cados, cayeron asesinados o cruelmente mutilados; pero nos resistimos a dar crédito a tales apreciaciones de un hecho que se ha tratado de esplotar, moviendo todas las fibras del sentimiento para producir nota alta de exaltación contra el gobierno legal. Fundamos esta opinión en que los jefes de la columna espedi-cionaria no tenian necesidad de incurrir en procedi­mientos irregulares; i así como fueron francos para asumir responsabilidad por el fusilamiento de ocho jóvenes, acordado en consejo de guerra ¿por qué no habrían de tenerla para mayor número, cuando ellos abrigaban ademas la convicción de que servían a una causa justa i que salvaban también a la aristocracia de la capital de los horrores de un asalto nocturno verificado por montonera de tropas irregulares?

No son antojadizas estas apreciaciones i se des­prende lójica i naturalmente de la relación que el promotor fiscal revolucionario, José Benito Fernan­dez hace en una presentación, que, con mayor acopio de datos, dirije al juez de Letras de la Victoria.

«Habré de limitarme, dice, a hacer una relación de los sucesos sirviéndome de los datos que, a juicio de este ministerio, aparecen revestidos de ciertos ca­racteres de verdad.®

«Parece fuera de duda, agrega, que desde dias antes del iq de Agosto se estaban reuniendo en el fundo Lo Cañas algunas personas que perseguían fines políticos contrarios a la Dictadura, la jenerali-dad de los cuales, como se vio después eran jóvenes pertenecientes a las mas conocidas familias de San­tiago. En la madrugada del dia citado, tropa de in­fantería i caballería asaltó el fundo de Lo Cañas; dio

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muerte a muchas de las personas allí reunidas; redujo a prisión a otras, las cuales fueron juzgadas por el llamado Consejo de Guerra de que antes he hecho mérito, sentenciados a muerte i fusilados en pocas horas e incendiadas las casas del fundo."

Esta relación, por mas estudiada que esté en su lenguaje para reducir el acontecimiento a las meno­res proporciones para los revolucionarios i a las ma­yores para las fuerzas de la lei, deja ver que hubo allí un verdadero combate, del que probablemente resultó el incendio de las casas del fundo. Al juzgar así no atribuimos al acusador intenciones que no estén claramente espuestas en el cuerpo de su escrito, en el cual pinta con los mas negros colores un hecho aun no bien averiguado i para el cual pide investi­gación.

Del mismo documento de que venimos ocupándo­nos consta: que «según los datos suministrados a este ministerio, fueron muertos en el asalto de Lo Cañas o fusilados allí mismo 18 personas. Salvaron del asalto 1 5 , i 14 fueron llevados al presidio urbano de Santiago, siendo de advertir que éstos últimos no pertenecían a la noble aristocracia. Por lo menos habia allí cuarenta i tantas personas, sin tomar en cuenta muchas que huyeron; que han aparecido con posterioridad, según las versiones de la única prensa que habia en el pais: la interesada en justificar los procedimientos de la revolución por la exaje-racion de los hechos ejecutados por los soldados de la lei.

Después de esta relación, fundada en su mayor parte en los documentos mismos producidos por los revolucionarios, ocurre preguntar: ¿cómo habrían pro­cedido ellos si en las circunstancias mas críticas de su ocupación de Tarapacá, una partida de montone­ros, fueran o no jóvenes, se hubiese presentado a cor-

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tar sus comunicaciones i amagar la ciudad misma de Iquique? ¿Cómo habrían procedido, si al tiempo de embarcar sus tropas hubieran descubierto barcos que intentaban impedir sus operaciones bélicas? No lo diremos nosotros; pero en la relación que en breve hemos de hacer de su conducta después de la victoria i en los hechos consumados cuando toda resistencia estaba vencida por ellos i toda fuerza regular some­tida a su autoridad, se encontrará indudablemente, sino la justificación de ningún abuso, la convicción de que los actos de fuerza i de violencia habrían sido mucho mas grandes i ejemplarizadores.

Mientras tanto, he aquí una relación que de lo ocurrido en Lo Cañas publica La Nación de Buenos Aires, la que tiene por autor al teniente coronel Alejo San Martin, jefe de la fuerza espedicionaria. Dice así:

«Lamento muí de veras no deber nombrar hoi a ninguno de los honorables caballeros que presencia­ron los hechos que voi a relatar a Uds., pues que temo, con razón, sean ellos víctimas de las crueles persecuciones con que, los que hoi tienen el poder en mi desgraciado pais, están abismando al mundo civilizado.®

«Apenas si pongo por testigo de la veracidad de mi relato: a Dios que todo lo ve i sabe que yo no miento; a mi fé de caballero i de soldado, jamas des­mentida inter en Chile no se sintió la fiebre revolu­cionaria, como lo comprueban los anales militares que me cuentan entre los miembros de esa familia desde hace veintidós años, durante los cuales me honro recordando haber recibido aplausos del bene­mérito general D. Patricio Lynch, quien con su es­toica severidad i estricta disciplina me confirió dos ascensos en los cuatro años que me tuvo a sus órde­nes en el Perú; i por último, serviráme de credencial

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la íntima veneración que he esperimentado siempre hacia el apellido que llevo, no solo por haberlo reci­bido de un militar chileno sin tacha, sino por venir­me de D. José de San Martin, mi tatarabuelo, ilustre americano cuya memoria impone respeto i obliga a la integridad al que lleva su apellido."

«Con fecha 18 de Agosto recibí orden del infortu­nado general D. Orosimbo Barbosa, de quien yo era ayudante de campo, para tomar el mando de un pi­quete de 75 hombres de caballería de línea i 25 in­fantes, con el objeto de atacar i destruir una monto­nera que habiéndose situado en el fundo Lo Cañas, espedicionaba por las inmediaciones destruyendo con dinamita los túneles, los puentes, secciones de las vias férreas públicas, líneas telegráficas i efectuando mil otros actos criminales. En esa orden, que en pocos dias mas presentaré orijinal a la dirección del diario de Lid., se me recuerda lo que la ordenanza jeneral del ejército dispone respecto a la manera de tratar a tropas irregulares."

«Fuime i arribé a Lo Cañas a las 2 de la mañana del dia 1 9 ; organicé el ataque i avancé... A las 4 i media a. m., la suerte, o mejor dicho la cobardía de los jefes montoneros, vino a entregarme el campo. Huyeron los principales, que eran algunos mozos de familias medianamente acomodadas, i dejaron entre­gados a nuestro albedrio unos 1 2 0 hombres, poco mas o menos, jente del bajo pueblo, desgraciados inconscientes, que siempre se dejan arrastrar por los bochincheros, esponiéndose a ser victimados, por algo que ni comprenden ni les beneficia."

«No ordené, jamas por jamas, la muerte de un solo prisionero; el natural sentimiento de humanidad me arrastró a evitar mayor efusión de sangre, mui a pe­sar de las disposiciones de la ordenanza militar i harto sensible es que hoi el terror, implantado como

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arma de gobierno en mi pobre pais, impida a los testigos decir la verdad de lo acaecido."

«Con referencia a la torpe especie de haber yo ol­vidado que soi jefe militar i hombre civilizado, hasta el estremo de despreciar el honor de infelices mujeres, permítame, señor, decirle que basta conocerme para rechazarla como calumnia indigna."

«En Lo Cañas tuve de mi tropa tres bajas; de los montoneros hubo doce bajas. Si algún eco ha tenido tal acción, ha sido solo porque esos doce eran todos jovencitos, de apellidos un tanto conocidos; que si hubieran sido individuos anónimos, jeneralmente carne de los combales, no habría nadie siquiera lamen­tado lo sucedido."

«Al siguiente dia 20 recibi orden de trasladarme a Santiago,-etc."

He ahí la relación del coronel San Martin, de cuya veracidad él responde i que, como se habrá visto, concuerda con la que hemos hecho nosotros i con las de los promotores fiscales Román Blanco i J . Benito Fernandez, que también hemos estractado, reducién­dolas a la parte que contienen de esposicion de he­chos i cercenándoles las apreciaciones enojosas i exa-jeradas, propias para despertar ardiente sensación.

Llega a nuestro poder en los momentos de termi­nar estas frases un documento serio, que dá mucha luz sobre este tan esplotado asalto de Lo Cañas. Lo tomamos de El Mercurio, de Valparaíso, de fecha 4 de Diciembre de 1 8 9 1 . Es una relación que del su­ceso hace i de la intervención que en él tuvo i que publicó en Lima el coronel Vidaurre. Creemos que da mucha luz para juzgar con imparcialidad. Helo aquí:

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SUCESOS DE LO CAÑAS

RELACIÓN DEL CORONEL VIDAURRE

(De La Opinion Nacional de Lima del 18 Noviembre)

Señores editores del Ferrocarril:—En el diario de ustedes, de fecha 22 de Octubre, he leido con sor­presa una querella del ministerio público, en la cual manifiesta el señor fiscal Román Blanco que el in­frascrito mandaba en jefe las fuerzas que atacaron la montonera armada que se encontraba en la hacienda de Lo Cañas, de propiedad de D. Carlos Walker Martinez, siendo que en la espresada fecha, 1.8 de Agosto, me encontraba en comisión en la costa de San Antonio, en unión de los coroneles Sres. Eze-quiel Fuentes, Julio Garcia Videla, Vicente Ruiz i Enrique Munizaga, el teniente coronel Alvarado, el sarjento mayor Arturo Rivas i varios otros, recono­ciendo el camino que conduce del espresado puerto a Santiago, por donde se decia desembarcaria el ejér­cito revolucionario, habiendo solo regresado de esa comisión i dado cuenta del desempeño de nuestro cometido en ese dia a la 1 P . M.

A esta misma hora, i al presentarme a la coman­dancia jeneral de armas de Santiago, oí decir que esa mañana habia tenido lugar un combate entre fuerzas del Gobierno i una montonera armada que existia en Lo Cañas, según lo indicaba un parte pa­sado por el jefe de la fuerza que habia atacado, te-

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mente coronel D. Alejo San Martin, al comandante jeneral de armas. Momentos después regresaba de la Moneda el señor jeneral Barbosa, donde habia ido a dar cuenta de lo sucedido, i me notificó que yo habia sido nombrado presidente de un consejo de guerra, en unión con los vocales capitanes Manuel A. Fuen-zalida, Abelardo Orrego, Manuel Quesada, Arturo Rivas, Leopoldo Bravo i Juan Agustín Duran, i se­cretario el capitán D. Manuel H. Torres, sirviendo de fiscal el teniente coronel D. Emilio Aris. Se me manifestó al mismo tiempo que debia trasladarme inmediatamente a la hacienda Lo Cañas para proce­der con el espresado consejo a juzgar a los reos pri­sioneros que habían hecho en la montonera, debiendo evacuar sentencia en el término de seis horas i pro­ceder verbalmente.

A las 2 P. M., en cumplimiento de la orden supe­rior que como jefe subalterno del jeneral tenia que obedecer i acatar, me puse en marcha con el fiscal, secretario i vocales nombrados. Me dirijia por el callejón del Traro i a la altura del Zanjón de la Aguada, encontré al comandante San Martin con cien hombres de caballería e infantería que conducían unos cuarenta prisioneros, siendo de éstos solo siete personas conocidas i los demás jente del pueblo. Lo interrogué sobre el motivo por qué llevaba esa jente, i mostrándome una lista de todos me contestó, que eran los prisioneros tomados a una montonera que esa mañana habia sido atacada i dispersada en Lo Cañas. Inmediatamente ordené que fueran conducidos los reos a Santiago i puestos a disposición del tribu­nal militar, enviando aviso de lo resuelto al señor jeneral Barbosa, con el teniente coronel D. Vicente Subercaseaux. Iban también a la orden del espresado comandante San Martin, las cargas de rifles i muni­ciones tomados en el campo del suceso. A retaguar-

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día marchaba un carruaje con los Sres. Luis Barceló Lira; Luis Infante Tagle i Carlos Lira Ossa, que se me dijo habian sido encontrados en el camino al irse a incorporar a la montonera. Interrogados negaron su complicidad i solo se les quitó los revólveres i municiones que llevaban en el coche, ordenando el que suscribe fueran también conducidos a Santiago con las armas que les fueron encontradas. Me dirijí, en seguida, a la hacienda nombrada para tomar un lijero croquis i todas las averiguaciones que fuera posible al mejor esclarecimiento del suceso. Llegados allí encontramos ardiendo las casas próximas a la puerta i unas a la izquierda que ya empezaban a ar­der, i que dispuse se apagaran por ser fácil hacerlo.

En este punto empecé mis averiguaciones interro­gando a un hombre i a una mujer que habia allí, quienes me dijeron que el ataque habia sido como a una legua, en otras casas que estaban al pie de la cordillera i mas o menos a las 4 a. m. Como se me indicara el camino que conducía a ese lugar, resolví llegar allá, i apenas me puse en marcha, divisé hacia ese punto una humareda. Llegado al lugar encontré dos hombres que me dijeron eran arrieros i leñadores de las casas i que estaban ahí, porque los ocupaban en traer víveres i otros artículos a las personas que se habian batido en la noche anterior.

Me condujeron ellos mismos al lugar del suceso, que era al pie de un cerrito en una vertiente; lo hice reconocer por mis ayudantes i se encontraron once cadáveres, cuya identidad no se pudo constatar por ser desconocidos de nosotros, con escepcion de uno que fué reconocido por un oficial del 8.° de línea, quien dijo habia sido sarjento de su cuerpo i licen­ciado por sospechoso. Su apellido era Cabrera.

Se encontró también en este punto un sombrero que en el interior tenia el siguiente nombre: V. Borne.

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No pudiendo adelantar mas mis averiguaciones, resolví volverme a Santiago, i al salir de las casas de la hacienda me encontré nuevamente con el coman­dante San Martin, quien antes de ser interrogado me dijo que le habían ordenado terminantemente de la comandancia jeneral de armas se volviera con los prisioneros al iugar del suceso i los pusiera a dispo­sición del consejo de guerra que debia juzgarlos. En consecuencia, el fiscal comandante Emilio Aris, asu­mió su carácter de tal i procedió a tomar las declara­ciones, principiando por el Sr . Arturo Vial Souper, en presencia de todo el consejo i de varios jefes i ayudantes estraños a él. Debo advertir que solo el fiscal interrogaba a los reos, sin emplear amenazas de ningún jénero o medio alguno que, atemorizándo­los, pudiera obligarlos a declarar algo distinto de lo que habia sucedido.

Las ocho personas que fueron sentenciadas por el consejo a sufrir la pena que indicaba el fiscal en su vista, declararon su culpabilidad en la montonera, esponiendo que habían ido a ese lugar mandados por el comité de Santiago con el objeto de cortar los puentes del Morro. Pirque i Angostura i varios otros, como también los telégrafos en distintas partes, en los momentos que desembarcaran los revolucionarios en cualquier punto de la costa para impedir que se unieran las divisiones de Valparaíso, Santiago i Con­cepción; que las armas, municiones, dinamita i de-mas elementos los recibian del molino Las Aletas: que si hicieron fuego i se defendieron de las fuerzas del gobierno, fué porque así se lo habian ordenado los capitanes que los mandaban, pues estaban dividi­dos en compañías con sus correspondientes centine­las, que no creían ser atacados ni sorprendidos, por­que se les habia asegurado que el comité vijilaba también sus escondites, que antes de salir un soldado

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del gobierno de su cuartel, ellos lo sabrían: que si sus capitanes habian alcanzado a escapar era porque en el primer momento tomaron los únicos caballos que habia a mano i a ellos los dejaron batiéndose de a pié; i en fin, varios otros puntos que a su debido tiempo revelaré i que quedaron estampados en el su­mario que se instruyó.

Como se verá, el consejo no tenia otra cosa que hacer sino fallar con arreglo a la vista fiscal que en todo estaba conforme a las declaraciones i a los pre­ceptos de la Ordenanza Militar, fallo que debia ser ademas examinado por el tribunal superior o autori­dad que lo habia mandado constituirse como tal.

En el curso de las declaraciones se suscitaron en el consejo varias dudas i el que suscribe creyó nece­sario consultarlas a Santiago. En primer lugar, si el consejo debia solo fallar o aplicar también las penas, como parecía darlo a entender el decreto de forma­ción del consejo; i en segundo lugar, si se remitía en la misma noche, inmediatamente después de con­cluido el sumario a la capital, para los efectos de apelación u otras, o se entregaba al fiscal para su tramitación. Estas consultas se mandaron por medio de una nota al señor jeneral Barbosa con el mayor don Manuel Escala, i al mismo tiempo se le indicó verbalmente que pusiera en conocimiento del jeneral todo lo que habia visto i oido, en caso de ser inte­rrogado.

Después de dos horas volvió el espresado jefe i en presencia del consejo me manifestó lo siguiente: «Fui a la comandancia jeneral de armas i no encontré al señor jeneral: pero habiéndoseme indicado que es­taba en la Moneda, me trasladé allá. Efectivamente estaba en los salones de S . E. i en virtud de la im­portancia del asunto, me hice anunciar i le entregué la nota. Después de un rato salió el jeneral Barbosa

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i me entregó la contestación, ordenándome que cam­biara caballo en Cazadores i partiera a escape." Pro­cedí a leer lo contestado delante del consejo i ademas las siguientes palabras que venían al pié de la nota-constestacion del jeneral Barbosa: «Que sean ejecu­tados inmediatamente todos.—BARBOSA."

A primera vista, sin titubear se comprenderá que, tanto la redacción del decreto sobre formación del consejo, como la contestación a mí nota de puño i letra del jeneral, indicaban que debíamos proceder sumaria i verbalmente en el término de seis horas a la investigación i castigo de los culpables. Pero el que suscribe, bajo su responsabilidad, i con el asen­timiento unánime del consejo, resolvió hacer desde la iniciación de las averiguaciones un formal sumario por escrito, estampando en él las declaraciones, vista i sentencia, i entregarlo en seguida al fiscal para su tramitación. Efectivamente así se hizo; todas las de­claraciones fueron leídas, ratificadas i firmadas por los declarantes, sin variar una coma a lo declarado; se estampó la vista i la sentencia, dando término a su cometido el consejo a las 3 . 3 0 mas o menos de la mañana del dia 20.

No obstante retuve en mi poder el sumario hasta las 7 . 30 de la mañana, con el objeto de que pudiera darse lugar en Santiago a cualquiera resolución gu­bernativa que atenuase en parte siquiera la pena que los reos hablan merecido por el grave delito de que se habían hecho culpables i estaban confesos. Aun hice mas: dirijí al señor jeneral Barbosa una carta particular, cuyo contenido a su debido tiempo daré a conocer.

Como el público verá, el que suscribe jamas ha tenido participación en el ataque que se hizo a la montonera en la madrugada del dia 1 9 .

Ahora, respecto al espíritu que animaba al que

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suscribe i vocales en el delicado desempeño que se nos habia confiado, él se revela, en primer lugar, en que hicimos conducir a Santiago los reos, apesar de habérseme ordenado juzgarlos en el punto mismo del suceso, para así dar lugar a la clemencia, ya que la aplicación de la Ordenanza Jeneral del ejército era inevitable; en segundo lugar, en que habiéndosenos delatado i asegurado que los señores Barceló, Infante i Lira, iban a formar parte de la montonera, no les di-rijimos, el que suscribe ni los vocales, ninguna pala­bra amenazante para atemorizarlos; i aun que estába­mos convencidos de su complicidad les manifestamos creer en su palabra, i al efecto fueron conducidos a Santiago, desarmándolos solo de sus revólvers que cada uno llevaba en el coche (esos mismos señores, según versión que he visto en la prensa de Santiago, han confesado que iban a formar parte de la monto­nera); i en tercer lugar, la actitud asumida por nos­otros con todas las personas déla hacienda, a quienes no se les apremió de ningún modo para declarar, no obstante los indicios que dejaban escapar de compli­cidad.

De esto último pueden ser testigos los leñadores que encontramos en las casas al pie del cerro, el vi­nicultor del fundo, su mujer i otras personas que po-dian haber sido sometidas a un interrogatorio.

Cuando ya el consejo no podia rehuir de desempe­ñar su cometido, lo hizo con solo los individuos que le fueron entregados como prisioneros por el jefe de la fuerza, comandante San Martin, aplicando en su sentencia las penas que señalaba la Ordenanza Mili­tar solo a las personas que espontáneamente confesa­ron de plano su complicidad, i dejando en libertad a las que negaron su participación.

Con sorpresa también he visto que el señor fiscal en un documento público, como es al que me refiero,

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inserto en El Ferrocarril del 22 de octubre, asegu­ra, entre muchas otras inexactitudes, que la monto­nera no hizo resistencia i solo pretendía huir. Sin embargo, El Heraldo de Valparaíso del 7 de setiem­bre publica dos declaraciones de testigos presencíales que reproduzco para que se vea claro la manifiesta parcialidad del fiscal. Juan M. Martínez, dice: «En esos momentos nos pusimos en actitud de combate para atacar las fuerzas de la dictadura. Se dispararon descargas de ambas partes: yo firme en mi puesto. A la hora después llegó una segunda fuerza del dic­tador también de a caballo i solo entonces empecé a disparar mi rifle por intermedio de un bosque; no se veia con la oscuridad de la noche." Y Pedro Pablo Acuña espone: «Minutos después se oyen disparos i la pequeña división quiere dispersarse; mas el valiente capitán los detenia diciendo en alta voz: ¡No se mueve ninguno! i repetía esta frase con tanto mando que ninguno se movia haciendo fuego al enemigo que se acercaba a cada momento. Pero llegó el momento crítico en que tuvimos que retroceder haciendo fuego en retirada, sobre todo mi capitán que no cesó de disparar tiros hasta que mereció escapar."

También incurre maliciosamente el señor fiscal en otra inexactitud, talvez con algún estudiado objeto, pues dice en su querella: «Es de notar que no se fu­silara a ningún obrero compañero de los jóvenes." Esto no es exacto, señor fiscal; el reo Santiago Bo-badilla pertenecia a nuestro pueblo i no era persona conocida. Si con los demás obreros no se ejerció la lei del mismo modo, lo sabrá usted mas tarde cuando se investiguen con serenidad i justicia los hechos; entonces también sabrá cómo, por quién i para qué fueron llevados esos individuos a la hacienda de Lo Cañas.

Dejo al público, sin comentario alguno, la aprecia-

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ciori de lo asegurado por un funcionario como el se­ñor Román Blanco i las declaraciones dadas por dos testigos ante sus amigos o partidarios.

Debo advertir también que la declaración que ha­cen estos individuos en los puntos que se refieren a la defensa i ataque de la montonera, está entera­mente conforme con lo aseverado por el señor Arturo Vial Souper i demás compañeros.

En cuanto a lo aseverado por el señor fiscal de que los cadáveres han sido profanados bárbaramente, puedo asegurar que está mui mal informado. Cuando reconocimos los once cadáveres que estaban cerca de la vertiente, no tenían sino las heridas causadas por los proyectiles de rifle i por los sables.

Respecto a las ocho personas que fueron ejecuta­das por sentencia del tribunal, también puedo asegu­rar que no fueron profonados sus cadáveres en nin­gún sentido, pues fui informado por varios de los jefes que presenciaron este acto, que se llevó a cabo con la formalidad i respeto que se acostumbra en estos solemnes casos. Aún mas, el doctor señor Este-ves, jefe de la ambulancia que fué a ese lugar, puede, en unión del personal que lo acompañaba, declarar sobre el particular, pues él presenció desde el primer momento lo sucedido i pudo constatar la ejecución.

Pero si hubieran estraviado intencionalmente el sumario, conservo en mi poder una relación sustan­ciada de todo lo sucedido en este delicado asunto, para en momento oportuno presentarla al tribunal que debe conocer en cuestión tan grave.

Por ahora solo me limito a la presente publicación para contestar en parte los infundados cargos del se­ñor fiscal reservándome, como lo he dicho, una opor­tunidad propicia a fin de entrar en todos los esclare­cimientos necesarios.—Lima, noviembre i 8 d e 1 8 9 1 . — J . R. VIDAURRE.

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Continuemos en la revista de los actos mas cul­minantes que tuvieron lugar durante los últimos tiempos de la administración Balmaceda i que han merecido los honores de ser calificados de tiránicos o abusivos.

Se hallaba anclado en la bahia de Valparaiso el trasporte Imperial, único que poseia el gobierno, i en estas circunstancias, un torpedo lanzado por los de la escuadra estuvo a punto de hacerlo zozobrar. Esta arma era licita, porque la aplicaron los sublevados sin combatir: pero dejó de serlo cuando dos peque­ñas embarcaciones, esponiendo las vidas de sus tri-pulantees i aventurándose en los azares de una lucha desigual, llegaron a echar a pique a un poderoso blindado. ¡Arma canalla! se dijo entonces por el tor­pedo; ¡arma cobarde empleada traidoramente! ¡Arma que solo puede ser empleada por los seides de la ti­ranía! I olvidaban que esa que llaman arma canalla está diariamente recibiendo inmensas mejoras i llama la atención de hombres eminentes en la ciencia i en el arte de la guerra; i que, si principian por decla­rarla tal, ciérranse a si mismos el uso i aplicación de tan poderoso elemento de ataque. ¡Arma traidora! empleada por sorpresa i a traición dicen como si la guerra fuese otra cosa que una serie de actos auda­ces, sorpresivos que no dañan al que vela incesante­mente i como si las sorpresas no fueran aceptadas en la guerra como medio lejítimo de obtener el triun­fo. Necios son los que para cohonestar su descuido atribuyen su derrota a la sorpresa i no a su inepcia, que no supo prevenirla.

No hubo abuso, ni acto criminal, echando a pique un blindado que combatió, que infirió daño a sus ad­versarios i que, si su perdida fué fruto del arrojo i pericia de los asaltantes, no fué menos la obra de un descuido punible de los asaltados que, en cualquiera

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marina del mundo i en tiempo de guerra, habría me­recido la condenación de un consejo militar.

Es curiosa observación la de que, los únicos tres torpedos aplicados en el Pacífico, lo hayan sido a bu­ques chilenos i por los marinos mismos de Chile. El Loa i la Covadonga recibieron los torpedos de los peruanos, pero encargáronse de aplicarlos nuestros propios marineros i lo mismo sucedió con el Blanco. ¿También fué canalla el arma que emplearon los pe­ruanos, o fueron los culpables los que carecieron de malicia para no encargarse de ser sus propios daña­dores? ¡Son mui hábiles nuestros marinos! I sobre todo tienen un talento admirable cuando rechazan el derecho de sus adversarios para usar armas que ellos habían empleado primero contra un buque anclado i lleno de jente indefensa. Compárese uno i otro caso i tendrá que guardarse silencio, porque de la compa­ración no sale brillante el crédito i la perspicacia de nuestros marinos revolucionarios.

Es necesario no confundir el lado sentimental con el aspecto guerrero de este acto. Preferible habría sido, es cierto, que la embarcación no se hubiera per­dido; pero mas preferible habría sido que la escuadra no se hubiera sublevado i que no hubiera puesto a' las naves de la nación en peligro de pérdida. Las consecuencias de todo acto son esclusivamente impu­tables a quien lo ejecuta, como los efectos son conse­cuencia lójica de las causas que los producen; por eso, quien se lanza en una aventura debe antes medir todo su alcance i todas sus consecuencias. La pérdida del Blanco fué pues acto lejítimo de guerra, acto de arrojo i de pericia militar por parte de quienes lo lle­varon a cabo i reveló descuido en nuestros marinos, descuido punible en quienes se creen los primeros del orbe, no por cierto en la perspicacia para preve­nir ataques por sorpresa.

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Dolorosa fué la desaparición trájica de Ricardo Cumming; era nuestro amigo i deploramos mas que nadie, acaso, por la sinceridad del afecto que le pro­fesábamos, la loca i temeraria aventura en que se com­prometiera. Según la propia confesión de los revolu­cionarios, consignada en las necrolojias que la prensa de oposición publicó, habia sido uno de los ajentes mas eficaces de la revolución en Valparaíso; su acción no se habia limitado a meros trabajos de propaganda; habia sido acción activa aplicada a empresas de in­menso alcance. El fué uno de los que contribuyó mas eficazmente a preparar la fuga de Valparaíso del va­por Maipo, llevando a los revolucionarios pertrechos de guerra en cantidad considerable, hombres i recur­sos que el gobierno habia preparado para enviar a las fuerzas que tenia en el norte i que se encontraban se­paradas por el mar del centro de operaciones. Fué Cumming feliz en esa empresa e hizo un daño moral i material de incalculables consecuencias al gobierno i a la causa de la legalidad que sostenía. Ese acto abrió las pajinas de un libro infame i que hasta en­tonces se creia cerrado en Chile para no abrirse jamás; creíase que en ellas no se inscribiría un solo nombre, el nombre de un solo traidor, i hubo que anotar allí el del capitán Juan García Valdivieso, quien abusan­do de la confianza en él depositada por el gobierno, fué a entregar a la revolución los elementos bélicos, los hombres i la nave que en hora infortunada se con­fiaron a su lealtad.

Alentado sin duda Comming por el buen éxito de su primer ensayo de conspirador i corruptor de jefes del ejército, lanzóse en una aventura mas audaz aun. El era sin duda de los que creían que era acto infame el que habia hecho volar al blindado Blanco en un combate desigual para los vencedores; pero, no pensó que era mas inhumano aplicar torpedos trai-

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doramente a tres naves, las únicas que poseia el go­bierno legal i que se encontraban al ancla en la bahia de Valparaíso. No iban a ser combatientes los que ejecutasen este acto, no iban a esponer sus vidas; eran seres casi invisibles, quienes llevando preparados los elementos destructores, dejarianlos en las naves para que produjeran sus terribles efectos, después que ellos hubieran puesto sus personas a salvo. Todo estaba ya preparado; las medidas adoptadas por el conspirador i sus cómplices, bien calculadas. El golpe era seguro, pero quiso el cielo que todo aquel plan infernal digno de zulúes se descubriese. El go­bierno habria quedado sin naves; en ellas habrían perecido centenares de soldados i de marineros i otras tantas familias quedarían sumidas en llanto i orfandad. Si eso no era cruel; si no envolvía los ca­racteres mas salvajes; si no era llevar la guerra entre hermanos a los límites mas estremos de felonía, de rencor i de inhumanidad, no sabemos qué actos se­rian mas acreedores a la condenación de todo hom­bre tranquilo i de alma bien puesta. Fué lo cierto que sometido el infortunado Comming i sus cómpli­ces conocidos a un consejo de guerra, confesó todo su plan en todos sus detalles. La justicia falló i fué condenado a muerte, cuya pena se ejecutó en él i dos de sus compañeros. He ahí las leyes de la guerra, du­ras, inflexibles, si se quiere, pero son las que han hecho los hombres i las que en todo tiempo i en to­das las naciones del orbe se aplican siempre que se presentan casos análogos al de Cumming.

La pasión política i la pasión exaltada del momento ha desarrollado en todos los tonos, la nota de un sentimentalismo especulativo para presentar a Cum­ming como una víctima del despotismo, que mas lo fuera de su propia impremeditación i falta de juicio moral; pero mañana i en todos tiempos, cuando He-

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gue la reflexion a los ánimos; cuando las pasiones hayan borrado sus asperezas, nadie habrá que no vea en la conducta de Cumming motivos poderosos que, lejos de absolverlo, serán su condenación. La falta es mas grave i envuelve mayor responsabilidad para quien la comete, cuando sus dotes de intelijencia, de educación i el medio social en que vive le imponen deberes mayores i le permiten comprender todo el al­cance i todas las consecuencias de sus actos. I Cum­ming no era un cualquiera, para que se permitiese lanzarse en aventuras peligrosas, que desdecian de los hombres de su condición social. Si lamentable fué la muerte de Cumming, fué mucho mayor su deplo­rable estravio i la influencia desmoralizadora que ve­nia ejerciendo en los hombres para que cometieran actos criminosos que la sociedad condenará siempre.

Hacia ya escuela el procedimiento desleal i artero de procurar que se arrebatasen al gobierno legal ele­mentos de poder i de defensa. El cohecho, que no la convicción de ideas nobles, lo invadía todo i corría a raudales el oro para corromper a infortunados que cedían a los halagos de aristócratas que iban tentan­do su codicia. Así fué como decidieron a cuatro em­pleados de una torpedera a huir con ella de Valpa­raiso para llevarla i entregarla a los revolucionarios de Iquique. Empresa loca, que llevada a cabo con buen éxito momentáneo, dio por resultado la captura de los ladrones que se hablan fugado, llevándose un útil elemento de la defensa de Valparaiso. Habían cometido también abuso de confianza i eran verdade­ros desertores en campaña, para quienes, las orde­nanzas militares tienen las penas mas severas. El consejo de guerra que los juzgó los condenó a muer­te. Tales delitos no quedan impunes en ningún ejér­cito del mundo, ni por ningún código militar i por do quiera reciben el mismo castigo. El traidor es el ar-

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ma mas vil, artera i despreciable de que se valen las causas injustas i perdidas en la propia conciencia, para asestar golpes tanto mas seguros, cuanto mas velados i menos creídos son por quienes los reciben i son sus víctimas.

Otro de los asesinatos, como se han llamado por la oposición, fué el fusilamiento de dos sarjentos, Mesa i Peña, pertenecientes al rejimiento 7 . 0 de línea, quienes hablaron de sublevar el cuerpo a un cabo del mismo. Este, en cumplimiento de su deber, dio cuenta al jefe del cuerpo coronel Julio Garcia Videla, i habiéndose seguido el hilo del complot se descu­brió que se trataba de lo siguiente: El rejimiento se hallaba acantonado en el campamento de Batuco, distante ocho a nueve leguas de Santiago i comuni­cado por ferrocarril. Durante la noche la tropa se apoderaría de los jefes, los reduciría a prisión o ase­sinaría i acto continuo se dejaría caer sobre Santiago, para iniciar o secundar allí un movimiento revolucio­nario. Basta esponer este hecho sin comentario de ningún jénero, para que el menos perspicaz se dé cuenta de la inmensa trascendencia i gravedad de una sublevación que, sin jefes o con ellos, habría sido una catástrofe nocturna para la capital i un serio pe­ligro para la estabilidad del gobierno. Los sarjentos Meza i Peña fueron sometidos a un consejo de guerra i este dispuso que fueran pasados por las armas. Este es otro de los crímenes i actos tiránicos que el ministro Errázuriz ordenó investigar después que la revolución entró triunfante a Santiago. I con este que­dan analizados todos los actos de enorme i despótica tiranía que condensó en la nota que pasara a los pro­motores fiscales para que formaran el proceso de la llamada dictadura de Balmaceda.

He ahí trazados a grandes rasgos los hechos cul­minantes de aquellos dias en que la revolución llenó

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de luto al país i le preparó un porvenir incierto i triste. Esos hechos fueron la consecuencia de haber lanzado al pais en la revuelta; de haberlo sacado de su vida normal para lanzarlo en una lucha de desmo­ralización, porque el oro prodigó el cohecho, corrom­pió i maleó todos los caracteres i vino a fundar en Chile un nuevo código que elevó a la categoría de méritos i virtudes los actos que hasta entonces ha­bíanse juzgado faltas o crímenes, como lo prueban los estímulos i honores acordados a los traidores i la in­citación a cometer tan feo delito.

La grande arma de la revolución fué la compra de las conciencias, contra cuya corriente perversa i co­rruptora tenia que luchar el gobierno a fin de mante­ner al pais, dentro de sus antiguas tradiciones de se­riedad i de virtud.

Sensibles i dolorosas eran las amputaciones que deberes tan altos como sagrados, imponían; pero ellas, mas que la obra del gobierno, fueron fruto de las semillas que hombres inescrupulosos lanzaron a la conciencia de algunos. Nada hai tampoco en esos actos que acuse tiranía o despotismo, que revele el plan de hostilidad sistemática i el propósito de arre­batar a la sociedad i al individuo sus garantías i sus derechos. Ya que el jenio fecundo del Ministro Isi­doro Errázuriz no pudo encontrar sino cinco hechos, que ya hemos analizado, para fundar sobre ellos la comprobación de los grandes crímenes de la llamada dictadura i que de tales solo tenían el nombre. Ellos no formaron un réjimen normal sino las excepciones, en una vida que pudo ser mas desgraciada en sus manifestaciones i que se mantuvo, no obstante, den­tro de los límites de los acontecimientos mismos que la revolución preparaba i producía. Todos ellos eran la consecuencia inevitable de las provocaciones e inci­taciones i del desenfreno con que, por medio de los

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hechos mas estremos, se buscaba como llegar a solu­ciones cada vez mas violentas. .

I en efecto, ¿habríase fusilado, ni aun aprisionado a Ricardo Cumming i a sus cómplices si no hubieran quedado convictos i confesos ante un Consejo de gue­rra de que intentaban hacer volar las naves de la na­ción, de una manera violenta i sorpresiva? ¿Habrían sido fusilados los sarjentos Meza i Peña del 7 . 0 de li­nea, si no se les hubiera probado que conspiraban e intentaban la sublevación de su cuerpo? ¿Habríase por fin atacado, disuelto i muerto cierto número de jóvenes, de los llamados decentes, si no se hubieran reunido en Lo Cañas en montonera criminal? No, nada habría sucedido, sin la provocación i ejecución de esos actos, que en manera alguna son tiránicos, sino de común observancia en todo el mundo en las aciagas épocas revolucionarias.

No es nuestro propósito, ni seria tampoco posible justificar todos los actos ejecutados por los represen­tantes de la administración del pais . Pudieron algu­nos de ellos incurrir en abusos; pero, ya hemos dicho que estos no pueden ser imputables sino a las cir­cunstancias mismas a que la revolución arrastró a la república. Lo que sostenemos i hemos confirmado con los hechos es: que la conducta del presidente Balmaceda estuvo tan lejos de ser tiránica i despótica, que sin duda a la falta de esas cualidades fué debido, en mucha parte, el constante ir i venir de los revolu­cionarios, para preparar dentro i fuera del pais los elementos que les dieron el triunfo.

En los primeros dias que estalló la revolución se usó de cierta relativa actividad i enerjia para apre­hender a algunos de los cabecillas; pero tan pronto como se creyó dominada la situación se les dieron franquicias que les permitieron trabajar eficazmente en favor de sus pretensiones. Los unos fueron a Iqui-

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que, los otros a Europa o Estados Unidos i no pocos a Buenos Aires i Mendoza para hacer propaganda i poner todo jénero de trabas i dificultades a los ajen-tes i representantes de las autoridades legalmente constituidas. La acción revolucionaria se trasladó fuera del pais para obrar dentro de él, i todo debido a la lenidad con que el gobierno los trató, dándoles una libertad que mui en breve tornaron en contra de él mismo. No faltaron algunos que violando su pala­bra de honor empeñada a fin de alcanzar libertad i consideraciones a que no eran acreedores, fueron en la Argentina i por todas partes los mas activos i au­daces operarios de la obra de demolición que tenían emprendida.

Por mas que se gritara tiranía i despotismo, no los hubo en orden a las personas; porque las revo­luciones no se sofocan ni dominan guardando consi­deraciones a los caudillos, que son quienes mayores daños pueden hacer siempre, i así lo aconseja la mas vulgar prudencia; son los primeros que pierden su libertad, para impedirles dañar a la sociedad i sus mas vitales intereses. El mundo no se sorpren­derá sabiendo que la administración Balmaceda aprisionó a los caudillos revolucionarios que pudo; pero si se asombrará de que, por sistema, diera liber­tad a todos.

Seamos justos i no exajeremos los acontecimientos, ni les demos un alcance que no tienen, ni se quiso darles por el presidente Balmaceda i sus colaborado­res. Porque, aparte de los combates, no provoca­dos por él, i de atropellos mui determinados, de mí­nima significancia e imposibles de evitar, se respetó las vidas, los bienes, las rentas i los intereses de los revolucionarios, quienes pudieron volver a sus casas como si regresaran de un paseo. Muchos solo tuvie­ron que salir el dia del triunfo de la revuelta a las

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puertas de sus casas, donde habían vivido tranquila­mente en la capital, a sabiendas de la autoridad, que no les infería daño ni persecución. I las imprentas mismas de Santiago i Valparaiso i de todo el pais, que se sosténia habían sido saqueadas i destruidas, dieron a luz los mismos diarios que antes, a las 24 horas después de haber caido la administración Bal-maceda. ¡Elocuente desmentido de hecho, dado por ellos mismos, que basta por sí solo para dejar esta­blecida la sin razón de una de las acusaciones mas tremendas i de mayor efecto que con aire de triunfo exhibian los revoltosos.

La fuerza de los acontecimientos impuso el destie­rro o encarcelamiento de algunos individuos i no se derramó, como ya lo hemos visto, otra sangre que la de traidores que intentaban sublevar Tejimientos i tripulaciones o alzar montoneras en las cercanías de Santiago i otras ciudades, para destruir vias férreas, para pretender asesinar al mismo Jefe constitucional del Estado, a todos sus abnegados colaboradores i para llevar la inseguridad i la alarma a la capital de Chile, confiada a la custodia de honorables man­datarios.

Diga lo que quiera la exaltación de partido, siem­pre quedará en pié el carácter benévolo del presiden­te Balmaceda, que se revelaba i lo traicionaba en toda circunstancia. Y siempre quedarán también en pié las palabras con que don Eulojio Allendes pone término a su folleto titulado La Revolución de i8gi en Chile, que dicen así: «Sean cuales fueren los erro­res políticos que pudo cometer el Sr . Balmaceda, nunca se ha vislumbrado ni la venganza, ni el mal espíritu que le haya inducido a la ejecución de sus actos: al contrario, cortes e insinuante en su parte social con todos, lleva su reverencia para con los demás hasta el estremo de ser notable i excepcional

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cualidad en él, la de no ocuparse jamas de los defec­tos, vicios o malas cualidades de nadie; pues los que hemos estado en la intimidad de su amistad pode­mos constatar el hecho de no haber abierto nunca sus labios para ocuparse jamas de criticas de baja lei, ni siquiera para rechazar los excesos de elocuen­cia que sus enemigos políticos empleaban pública­mente, obsequiándole desvergonzados calificativos."

Esta observación, que sus enemigos la conocían mejor que nadie, nos la hicimos nosotros mismos, apenas principiamos a tratar al Sr . Balmaceda, i nos hacíamos un alto deber de justicia i de homenaje a la verdad de darla a conocer a todos cuantos querían oírla. Lo referíamos un día a un sacerdote, cuando nos encontrábamos asilados en solitario claustro para escapar a las dulzuras del saqueo rejimentado de Santiago; i la referíamos, para'suavizar la odiosidad que en contra de Balmaceda notábamos en el minis­tro del santuario. Creíamos que aquella era una de las cualidades que revelaban la grandeza de alma de Balmaceda, tan en armonía con la doctrina que es obligado a propagar el discípulo de Cristo. Pero éste intentó atenuar el mérito de aquella virtud i nos dijo: — ¡Ah! todo eso seria estudiado!—Mayor grandeza, aún, le repusimos, saber sobreponerse i dominar los malos instintos que en su contestación le supone. Ser bueno por naturaleza no es gran mérito; hacerse bueno, he ahi la virtud i la grandeza de alma i el carácter superior. Tal era Balmaceda i por eso coo­peramos a su obra i por eso respetamos i veneramos hoi su ilustre memoria.

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V

EL REVERSO DE LA MEDALLA

No pretendemos justificar el abuso i la arbitrarie­dad presentando como compensación de ellos otros abusos i otras arbitrariedades mayores, cometidas por quienes impugnaban los primeros. Los hechos* son buenos o vituperables, no por las personas que los cometen, sino por las leyes morales i sociales que con ellos se vulneran.

S i vamos a presentar en este capítulo la conducta de los revolucionarios triunfantes, frente a frente de la del gobierno constitucional del presidente Balma-ceda, no es por cierto para escudarla en los mayores abusos por aquellos cometidos, sino para establecer su responsabilidad i negarles el ningún derecho que hoi tienen para levantar la voz i gritar ¡el abuso, la tiranía, el despotismo! después que los hemos visto obrar i proceder como gobierno triunfante i omni­potente.

Siempre fué tenido por acto de noble i jenerosa hidalguia el del caballero que en lucha leal ha des­armado a su adversario i que, teniéndole vencido a sus pies, le perdona o permite alzarse sin ultimarlo. Casi siempre tan jenerosa conducta reconcilia al ad­versario o le hace olvidar sus rencores, porque pro­ceder contrario le traería reprobación i condenación jenerales. La saña i el encono que conducen hasta ultimar al vencido, despiertan siempre en favor de éste nobles i jenerosos impulsos de simpatia, como alza reprobación i estigma de vergüenza i menospre-

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cío del vencedor que, tornándose en verdugo, pierde así todas las ventajas que habia adquirido.

La revolución habia vencido en los campos de Concón i la Placilla. La traición i la deslealtad le ha­bían abierto las puertas de Valparaíso i le entregaban también el gobierno de la república. El presidente Balmaceda, dando el mando i la custodia de la capi­tal al jeneral Baquedano, enviaba al mismo tiempo a todas las autoridades de él dependientes, i a los jefes de división, la orden telegráfica de reconocer al nuevo gobierno que se imponía. Habia hecho gobierno de patriótica honradez i no quería que se derramase una gota mas de sangre, ni se hiciera resistencia al nuevo gobierno que llegaba afianzado e impuesto por la fuerza de las bayonetas i por las que se habían doblegado a impulsos del oro corruptor. No hubo un solo funcionario público que no hiciera honor a la orden impartida por el jefe querido e infortunado. Carvallo Orrego desde Coquimbo ponia a disposi­ción de la Junta de gobierno una división de siete mil hombres perfectamente equipados, que contaba con leales i pundonorosos jefes; el ministro de la guerra Manuel M. Aldunate, telegrafiaba en el acto desde Catapilco a la misma Junta, poniendo a su disposi­ción una división de tres mil hombres, parte de la aguerrida i leal de la Serena; el jeneral Valdivieso, ponia a disposición de la Junta de gobierno todos los elementos navales que estaban a sus órdenes en el rio de la Plata. Ningún obstáculo, ni una sola re­sistencia encontró la Junta en su instalación en la capital i en el gobierno de la República. Parece que todo el pais i los combatientes mismos sentían ya la necesidad de poner término a una lucha entre her­manos que debia darse por fenecida; i se aguardaba con razón, en vista de la noble conducta de los ven­cidos, que el nuevo gobierno haría honor a los hi-

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dalgos sentimientos de un ejército i de un partido que lucharon como buenos en tanto que la contienda no se habia decidido.

¡Error! ¡Error profundo! La Junta i el jeneral Ba-quedano a quien se habia confiado la salvaguardia de los grandes intereses que encierra la capital de la República, la tranquilidad del hogar i el respeto in­violable a la familia, no pensaron que la jenerosidad, que siempre fué cualidad característica del chileno, ni la moderación que fué siempre timbre de orgullo de toda majistratura en Chile, debian brillar después de la victoria. Corrióse en un instante denso manto de olvido sobre todas las gloriosas tradiciones de la República i principió una serie de actos de terror, de pillaje i de asesinatos, que, arrebatando a los habi­tantes de este pais todas las garantias i toda la tran­quilidad de que habian gozado hasta la noche antes, quedaron a merced de acontecimientos, que nadie habia previsto y que siempre serán una mancha i una vergüenza para los hijos de este noble pais, que antes manifestaban la alegría en sus fiestas ó su or­gullo de chilenos en el estranjero, atronando los aires con un ¡viva Chile! que ya no seria hoi sino un sarcasmo, porque hoi la esclamacion de dolor es ¡pobre Chile!

Pero, no anticipemos reflexiones. Dejemos que hablen los hechos i veamos si era cierto que la revo­lución triunfante nos traia la rejeneracion i la »liber-tad y si fué verdad que durante los primeros ocho meses de i 8q i vivimos bajo el imperio de una tira­nía, ó si fué el gobierno que siguió el que vino á im­plantar el sistema mas audaz de violencia, de atrope­llo brutal e irresponsable i de violación de todas las le­yes, no solo de las escritas, sino mas aun, de las del honor i la humanidad, que respetan hasta los salvajes.

Ocho meses habian trascurrido para la capital de

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Chile, sin que un solo acontecimiento molestase á los ciudadanos que se entregaban sin zozobra a sus trabajos, i el comercio i el hogar estaban garantidos de ataques i atropellos violentos; la via pública podia recorrerse hasta en las horas mas avanzadas de la noche sin que jamás nadie fuera molestado. Esto su­cedía durante la época á que se ha dado el nombre de tiránica i que, si esos frutos dio debiamos todos bendecirla. Porque ¿de qué nos servida poseer sun­tuosos Dalacios si estuvieran espuestos á ser destrui­dos, asaltados, incendiados; de qué nos valdría vivir en sociedad si en ella no existieran ninguna de las ventajas que los hombres buscan para sí i los suyos al agruparse y darse leyes protectoras i autoridades que las hagan cumplir i respetar? Mas valiera, si todo eso desapareciese, encastillarse cada cual en su hogar i hacer su propia defensa, prescindiendo de autoridades que no pueden, no quieren ó no saben cumplir con el mas alto i sagrado de sus deberes: el de amparar la propiedad i la vida de los habitantes.

Amaneció el 29 de Agosto. El jeneral Baquedano era dueño de la ciudad. La noche anterior le habia sido entregada por el presidente Balmaceda una fuerza que ascendía a seis mil doscientos cuarenta i seis hombres compuesta como sigue:

Rejimiento Zapadores, Jefe Coronel Navarro con 1 0 0 0 hombres. » Imperial, » » Urrutia iooo » » 4 . 0 de línea. » » Marchant i o 1 6 »

Batallón Nueva Imperial, » Silon (traidor) 5 0 0 » Jendarmes de Santiago, Comand.' e Fuenzalida 3 0 0 »

» Concepción, » Salcedo 4 5 0 » Húsares de Colchagua, Jefe Coronel Doren 2 8 0 » Rejimiento Concepción, » Cazadores, » Ma De varios cuerpos, Policía, Ruperto Bysivinguer,

» Campos (traidor) 3 0 0 Mayor Maldonado 5 o

2 5 0 »

yi

\ 1 0 0 » 6 2 4 6 hombres.

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Toda esta fuerza era de moralidad i disciplina so­bresalientes. Bastaban estos elementos i eran sobra­dos para haber garantido a la capital contra todo acto de brutal atropello en las propiedades o en las per­sonas i continuar la tradición de orden i de sosiego público que invariablemente se habia sabido mante­ner sin violencia bajo el gobierno del presidente Balmaceda i durante los dias mas aciagos de la re­volución.

El jeneral Baquedano fué impotente para impedir con estos elementos, no solo los saqueos de valiosas propiedades, sino lo que es mas aun, que en el pa­lacio mismo de la Moneda i casi a su presencia, se ultrajase i ofendiese de hecho a un militar de honor, el coronel Jarpa, a quien la patria debia servicios de valia en puestos civiles en Chile i en los militares en la guerra estranjera. Pasando por sobre su propia persona, atrepellando la autoridad suprema de que entonces estaba investido aquel hombre i sin orden de autoridad ni de él mismo, el coronel Jarpa, fué brutalmente estropeado, cargado de grillos i condu­cido a una prisión. ¿Su delito? El de lealtad i de obediencia i respeto a la disciplina militar i a la Cons­titución, que le ordenaban obedecer a sus jefes legal­mente constituidos. ¡I el jeneral Baquedano no se estremeció de indignación en presencia de un ultraje inmerecido hecho a un compañero de armas i a un militar que con su heroismo en los campos de ba­talla, habia contribuido a alcanzar los triunfos que son el prestijio .i el respeto social que se acordó al jeneral en jefe del ejército!

La ciudad de Santiago fué entregada al saqueo; pero no al saqueo que suele ser consecuencia de la toma por asalto de una ciudad que se resiste; no el saqueo de un pueblo hambriento i desesperado por falta de trabajo, que nunca lo tuvo en mayor abun-

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dancia i mejor remunerado, sino el saqueo premedi­tado, organizado i dirijido por personas conocidas i de notoriedad en la capital. Formáronse listas de las casas que debían ser invadidas, desmanteladas i arra­sadas; lleváronse carros a las puertas de cada hogar; un mayoral tocaba la campanilla i esclamaba:—¡Casa del dictatorial Juan Mackena; quince minutos para su saqueo! Inmediatamente se rompían puertas i ven­tanas i principiaban a echarse los muebles sobre los vehículos. Los que no alcanzaban a llevarse eran to­talmente destruidos, no quedando en ninguna casa vestijio alguno de objeto mueble adherido a las mu­rallas o a los techos, ni aun las cañerias i medidores de gas . Sonaba nuevamente la campanilla i el mayo­ral gritaba:—¡A la Alameda, casa del dictatorial Adolfo Eastmman! ¡Veinte minutos para su saqueo! I el pueblo, que era el de las cofradías relijiosas de la ciudad, se avalanzaba sobre la propiedad que se le señalaba.

Diversas comisiones saqueadoras recorrían la ciu­dad, todas dirijidas por caballeritos, sino aristócratas de la capital, aspirantes por lo menos a tan señalado honor.

El pueblo se sentía tímido i respetuoso al princi­pio i no se atrevía a pasar los umbrales de hogares i palacios que siempre miró con cierto respeto i fué necesario, como aconteció en el club del partido li­beral, que los directores del saqueo subieran los pri­meros i dieran el ejemplo, lanzando a la calle por los balcones los muebles de aquel establecimiento. San­tiago entero conoce los nombres de los héroes mal­ditos de tamaños actos de salvajismo, que se llamó el saqueo carlista, por haber intervenido en él tres personajes aristócratas del nombre de Carlos.

Asi viéronse desaparecer en pocas horas algunos centenares de palacios suntuosos en donde habian

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acumuladas valiosísimas telas, objetos de arte, bi­bliotecas, galenas de pintura, colecciones mineraló-. jicas i cuanto el refinamiento de la civilización i la ciencia tenían de mas preciado i que hacían el orgullo de aquella ciudad. Junto con ellos corrieron también la misma suerte algunos centenares de humildes casas de empleados públicos o de simples partidarios pasi­vos de la administración, que perdían en el saqueo las economías de largos años, junto con el pan i el abrigo de sus hijos.

Asi fué como la viuda del valiente coronel Robles, muerto i mutilado en una ambulancia después de la batalla de Pozo Almonte en Tarapacá v io desaparecer en pocos instantes todo el ajuar de su casa. ¡Triste ejemplo dado por el encono i la pasión mas incom­prensible, cebándose en una débil mujer sin amparo ni culpabilidad, en el ser mas respetable i que hasta la furia del salvaje suele mirar con relijiosa venera­ción! La casa de esta señora la vimos saquear en las primeras horas de la mañana; fué conducida allí la cofradía por mano criminal i no pudo alegarse para escusar este hecho salvaje, ni aun la exaltación i el arrebato de pasiones sobreexcitadas.

Durante el dia viéronse pasear por la alameda de Santiago gran cantidad de carruajes que se incendia­ban i destruían a pedradas, i la capital entera, ayer tan tranquila, era hoi un campo de desolación, de luto i de inseguridad personal. ¡Eran la libertad i la rejeneracion aristocrática que hacían su entrada triun­fal a lo canalla i se anunciaban con estrépito caba­lleresco!

¿Vióse jamás algo, ni siquiera parecido, durante ninguna administración en Chile, ni mucho menos durante la que se ha llamado sin razón, tiranía i dic­tadura de Balmaceda?

De 1 5 a 20 millones de pesos perdidos en los ro-

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bos, saqueos é incendios de las propiedades; cente­nares de víctimas arrojadas dentro de las cárceles; destruido el ejército i prostituido el honor militar; desmoralizado el pueblo i la juventud, el ejército in­troducido hasta en el claustro de la solitaria'monja para festejarlo con mundanos festines, han compro­metido el crédito i el honor de la República, hasta el punto que un ministro de poderosa nación estran-gera, ha debido señalarles el cumplimiento de las prácticas internacionales que siempre hicieron el or­gullo i el respeto de nuestra cancillería. El ministro Egan, de los Estados Unidos, recordó a ese gobierno el cumplimiento de sus deberes i justificó la conducta noble i jenerosa del presidente Balmaceda para con los revolucionarios en los siguientes párrafos de su nota de 20 de Octubre al llamado Patriarca Matta: «U. E. evita enteramente, le decía, en la nota a la cual contesto, tomar en consideración las razones irrefutables avanzadas en mi nota, en la cual se prueba evidentemente cuáles han sido los principios i cuál ha sido siempre la política internacional que de una manera permanente e invariable se ha seguido con uniformidad por Chile con relación al derecho de asilo i a las naturales e indispensables consecuen­cias derivadas de tal derecho."

«Esta negativa por parte de U. E. para reconocer principios que forman la historia internacional de las naciones, que sirven para regular sus relaciones entre sí i que llegan a ser i constituyen un derecho obligatorio i un deber para el pais que las ha esta­blecido i practicado, debe escusarme de mayor con­sideración." Y luego el mismo Ministro Egan, en nota de 16 de Diciembre de i8q i agregaba: «En época mui reciente (aludia al gobierno de Balmaceda) el gobierno ha concedido salvo conducto a los refu­giados que estaban en esta i otras legaciones, bajo

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condiciones mucho mas dificultosas para el gobierno que los prodigaba, mientras la lucha armada estaba indecisa, i cuando los asilados favorecidos con sus salvo conductos pudieron llevar aliento poderoso a la causa de su partido."

He ahi al presidente Balmaceda ampliamente jus­tificado por pluma imparcial, independiente i elevada, de los cargos de cruel i despótico con que se ha dicho trataba, a los detenidos politicos. Sin embargo, el gobierno dictatorial del triunvirato o Junta negaba salvo conducto para salir del pais a los asilados en las legaciones, so pretesto de que estaban conspiran­do. ¿Y cómo si se temia la conspiración no se les de­jaba ir fuera del pais que era lo único que ellos pe­dían? Nó; no habia tal conspiración; lo que existia era un deseo de venganza i castigo político de parte de quienes tenían al frente de las relaciones esterio-res a un hombre que debia matar todas nuestras glo­rias diplomáticas, conquistadas con el jenio de Bal­maceda i otros publicistas ilustres, para reemplazarlas por la vergüenza i la humillación. ¡Y en cambio de lo que fuimos solo se nos ofrece: un jeneral alemán i un monumento en Lo Cañas, que acaso mañana será un segundo Lurdes, popularizado i santificado por la ardiente creencia e inmenso prestijio de nues­tro arzobispo!

Tal vez mas tarde, con el rodar de los años, nues­tros nietos adoren en aquella cripta santificada por la sublime virtud del Pastor un nuevo Isidro, i qui­zás los calendarios cobijen en sus populares pajinas a San Ossa, virjen, aristócrata, mártir i constitu­cional.

No es esta la hora de hacer el inventario de las enormes pérdidas, de los perjuicios sin número que tales excesos produjeron en la Capital, Nosotros, lejos de la patria, apenas si podríamos recordar unos

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cuantos palacios, unas pocas habitaciones humildes asoladas, grandiosas escuelas incendiadas en la Ala­meda de Santiago. Dia llegará en que la libertad vuelva a abrirse camino entre nosotros, i entonces no faltará quien con ánimo patriótico é intelijente se consagre a hacer el inventario i el avalúo, que será el proceso, de los desastres producidos por aquella jornada infernal; i entonces todo chileno damnificado tendrá derecho a llevar su continjente para formar el inmenso catálogo de aquella obra de criminal de­vastación. He ahí un útil documento histórico, que será el auto cabeza del proceso que la posteridad ha de tener en cuenta para fallar una cuestión que el exceso de arbitrariedad mantendrá siempre viva i la­tente en el recuerdo de las víctimas. ¡Esa ha sido en todas partes la obra de los que son o se pretenden aristocracia!

Eran las tres de la tarde i aun no podía conseguir­se que el jeneral Baquedano, dueño de la ciudad i de numerosa fuerza pública, diera orden para que se contuviera tanto desmán. Oponíase tenazmente a ac­ceder, alegando, según se decía, que era necesario dejar desahogarse al pueblo. Asi mismo lo predicaba en la alameda con cavernosa voz el mentor de la juventud Diego Barros Arana. Al jeneral le era prefe­rible pasear en coche abierto por la alameda de San­tiago en medio de dos. . . coroneles: Fernando Lope-tegui traidor, edecán hasta última hora del presidente Balmaceda i Wenceslao Búlnes, empleado de con­fianza en el parque de artillería. El jeneral Baque-daño, a manera del maestro de escuelas de la peti-pieza, «¡veia o presidia el desorden i el saqueo, i puesto que él los veia o presidia, no era tal desorden, ni tal saqueo!" Argumento que, si inspira hilaridad en una escena teatral, provoca indignación en una trajedia de la vida en la que se estaban jugando el

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honor i el prestljio de una nación i la dignidad i cré­dito de un jeneral de división de la República ( i ) .

Al fin cedió el jeneral; pero ya era tarde. El pue­blo, organizado por la mañana, había visto engrosar sus filas con todos los descamisados del aduar que rodea a Santiago por los cuatro vientos, i estimula­dos por el incentivo del robo i por el licor, eran casi incontenibles. En las afueras de la ciudad, en la ca­ñadilla, en la calle de San Pablo, en los populosos barrios del sur, no quedó una casa de ajencia o mon­te de piedad, que no fuera totalmente desmantelada. Harto mas sensibles i valiosas para sus dueños eran aquellas devastaciones, porque a mas de arrebatarles una fortuna, les privaba de un negocio lejítimo, am­parado por las leyes i reglamentos especiales.

( i ) Escrito lo anterior i ya en prensa este l ibro, se publica el Testamento político del ex presidente Balmaceda. En él leemos el párrafo siguiente: « C o n los ministros pre­sentes acordamos llamar al jeneral Baquedano i entregarle el mando con algunas condi­ciones. Nos reunimos para este objeto con el jeneral Velazquez i los señores Manuel A. Zañurtu, jeneral Baquedano i Eusebio L i l lo , a quien habia pedido tuviera la bondad de llamar al señor Baquedano a mi nombre.»

«Quedó acordado i convenido que el señor jeneral recibiría el mando; que se guar­daría el orden público, haciendo respetar las personas y las propiedades; que los partida­rios del gobierno no serian arrestados n i psrseguidos, y que yo me asilaría en lugar propio de la dignidad del puesto que habia desempeñado, para cuyo efecto se designó la legación Arjentina, a cargo del excelentísimo señor D. José de U r ibu ru , decano a la vez del cuerpo diplomático, debiendo el general prestar eficaz amparo al asilo i a mi persona, i aun asegurar mi salida al e s t r a n j e r o

«Manifesté que en Coquimbo se podrían reunir 6000 hombres í que en ese momento habia en Santiago 4500 hombres, sin contar la policía. Agregué que el sometimiento v o ­luntario de estas fuerzas requería de parte del general asegurar condiciones convenientes al ejército, que habia siempre procedido en cumplimiento de estrictos deberes militares.»

E l pais sabe y el mundo ya no ignora, cómo cumplió el jeneral Baquedano sus com­promisos en orden a la seguridad de las personas i salvaguardia de sus intereses. E l an­t iguo ejército de la república, que en el Perú y Bolívia conquistó para ese jeneral glorias y prestijio, sabrá apreciar mejor que nosotros los servicios y predilecciones de que le sea deudor en las dolorosaí circunstancias porque han pasado, i pasan aún, los gloriosos de­fensores del orden i del honor de Chile. ¡Con razón permanecía mudo el jeneral Baque­dano! {Había faltado á su palabra, i no era posible que él mismo se acusara i se conde­nara! Era necesario que una augusta voz de ultratumba viniera a decirnos con palabras de verdad, que en Chi le , una sabia i justiciera Providencia habia, desde antiguo, muerto la palabra en la garganta de quien no habia de honrarla en la mas importante circunstancia de su vida. ¡Nobles veteranos de Chile! ¡En los Angeles, en Tacna, en Chorri l los, en M i -raflores obedecisteis a Baquedano e inmortalizasteis su nombre! ¡El os abandonó cuando, soldados de la lei , fuisteis obedientes a la Constitución i observasteis las leyes del ho­nor militar, que respetan todas' las naciones civilizadas! También pronunció en el Senado de Chile una palabra de escusa y atenuación de las faltas de sus compañeros de gloria diciendo q u e : — « S i habían acompañado a Balmaceda, habia sido porque a ello los obligaba el hambre i la miseria.» ¡Noble defensa, que no dudamos se le tendrá en cuenta!

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Nosotros oíamos desde nuestro escondite los alari­dos salvajes de aquella jauría de desalmados; pudi­mos divisar la calle desde oculto rincón i en mucha estensíon solo se veia en los barrios del sur, hombres,, mujeres, niños i vehículos que conducían valiosos muebles, espejos, alfombrados i cuanto acababa de sacarse, entero o destruido, de las casas saqueadas. Mas tarde, i después de muchos dias, al cambiar nuestra oculta residencia, sorprendiónos tristemente la devastación de algunas tiendas i ajencias que en­contramos al paso en la mui reducida distancia que debimos recorrer.

Lo que por la mañana habría sido hacedero, si las primeras listas de casas por saquear no hubieran sa­lido del palacio de la Moneda i otros lugares conoci­dos, a la tarde requirió el empleo de la fuerza i mas de quinientos infelices pagaron con su vida su docili­dad para acudir al llamado criminal de sus regenera­dores i libertadores.

Así terminó aquel dia esa siniestra jornada, no sin que durante muchos otros se estuvieran repitiendo en diversos barrios de la ciudad asaltos a casas de comercio, que daban por resultado su total destruc­ción i también la muerte de no pocos asaltantes. I hasta el Parque Cousiño, el paseo aristocrático de la capital, orgullo de la aristocracia santiaguina que se hace arrastrar en coche, presenció varias veces asal­tos i luchas de los soldados triunfantes con el pueblo, en las cuales una cincuentena cayó herida o muerta por mortífero plomo. Aquello era un anuncio para los temerarios que desbordaban al pueblo i de lo que es dado esperar de él el dia que conozca el secreto de su fuerza i que la emplee sin contrapeso en contra de los que hoi mas se han empeñado en hacerlo sal­var las barreras del respeto i sumisión en que siempre se le habia tenido.

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• I hasta muchos oficiales del ejército triunfante fue­ron muertos por sus soldados en sus propios cuar-, teles. La inseguridad i el desorden reinaban en la ciudad i para colmo de desorganización, en dos. oca­siones subleváronse varios batallones i' salieron por calles i plazas lanzando tiros al aire, introduciendo el pánico en las familias, la incertidumbre en el comer­cio i en la junta misma de gobierno, que varias veces, oyó gritos de muerte i de cólera de boca.de sus pro­pios seides. Por primera vez las matronas de Santia­go que frecuentan el templo i que pedían sangre i esterminio, debieron darse cuenta, si es que podían dedicarse a meditar con tranquilidad sobre la situa­ción, del inminente i terrible peligro en que se en­contraban, si esa soldadesca insurrecta rompía los débiles vínculos que la ligaban a la naciente autori­dad. ¡ Jamás, durante el periodo que ellas llamaban de tiranía, estuvo su honor i el de sus familias a me­nos distancia de una catástrofe, i Santiago mismo habría tenido que presenciar una calamidad i una vergüenza mas!

Mientras tanto ¿qué sucedía en Valparaíso? Vence­doras las tropas revolucionarias en la Placilla entra­ron triunfantes i sin resistencia a la población. Tres dias i tres noches estuvo la primera ciudad comercial de Chile entregada al saqueo de una soldadesca des­moralizada. Mas de quinientas personas según unos, dos mil según otros, asesinadas en las calles o muer­tas en luchas insensatas permanecieron durante el mismo tiempo dando testimonio de hechos tan cri­minales. Manzanas enteras de la ciudad fueron incen­diadas i la población se veia todas esas noches ilumi­nada por'el siniestro resplandor de una veintena de hogueras, que se llevaban consigo la fortuna i el ho­gar de chilenos i estranjeros, sin que hubiera nadie: que se atreviese, ni a recojer los muertos, ni a sofo-

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ear el incendio, por la seguridad que habia de per­der la vida en la humanitaria empresa.

El estranjero presenció aquellas escenas i pudo ver ' a Chile al desnudo i en estado salvaje, si es que Chi­le pudiera ser juzgado por la exaltación de hombres estraviados que, una vez lanzados en el camino del desorden, no supieron o no quisieron poner atajo a tamaños desmanes.

Basta esta breve i verídica narración de hechos que tuvieron pqr testigo a toda una población aterro­rizada de lo que pasaba, para formarse idea de las mil escenas de dolor e inmoralidad que tuvieron lu­gar en aquellos aciagos dias que el espíritu ciego de partido ha llamado de libertad i que han merecido ya universal reprobación. Imposible seria que acome­tiésemos la ardua tarea de narrarlas todas: esa misión toca a otras plumas i a trabajos de otro jénero.

Compárese todo esto con Lo Cañas, búsquense los motivos que justificar pudieran o siquiera atenuar la entrega a saco i al incendio de una populosa ciu­dad en la que los rejeneradores revolucionarios decían contar con la unanimidad de la opinion, i se veria si hai paridad entre matar combatientes i asesinar mu­jeres i niños indefensos en las calles de una ciudad amiga.

No abandonemos á Valparaiso sin recordar a Ro­dolfo Leon Lavia. Era periodista i redactaba El Comercio, de cuya imprenta era dueño. Apenas los rejeneradores tomaron posesión del gobierno de la ciudad, redujéronlo a prisión i al dia siguiente fué fusilado en la cárcel pública, sin forma de juicio i por el delito, según se dijo para esplicar i justificar el hecho, de habérsele encontrado algunas proclamas exaltadas, escritas el dia antes de la derrota. Igual suerte corrió un sujeto a quien confundieron con el capitán Faz. I los que tal hicieron llaman asesinato

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al de Comming, es para ellos delito que merece pena de la vida la posesión de proclamas que ni llegaron a publicarse, i no lo es el robo de un buque con toda clase de elementos de guerra, ni el plan para hacer volar tres naves, únicas con que el Gobierno contaba para hacer la defensa de las instituciones. Esto solo se espone, para que se refute por sí mismo.

No eran solamente la ciudad de Santiago i Valpa­raiso las que recibian los beneficios i las ventajas que al decir de los- revolucionarios nos traían en la punta de sus bayonetas. Casi no hubo ciudad, Quillota, Concepción, Talca i unas pocas mas donde los revo­lucionarios contaban con mayores adeptos, donde no se procediera del mismo modo. Era un plan jeneral i se ejecutaba con admirable precision.

Caracterizan esta situación i el sistema de terror i persecución que se implantó en todo el pais desde el advenimiento del nuevo gobierno algunos hechos cul­minantes. Seremos breves para narrarlos.

El Ministro de la Guerra en campaña, Sr . Manuel María Aldunate, apenas recibió orden del presidente Balmaceda de someterse a la junta de gobierno, tele­grafió a ésta desde Catapilco poniendo a sus órdenes la division de tres mil hombres que traía de Coquim­bo; la desarmó, ordenó las armas, pertrechos de guerra e hizo entrega de todo por inventario, así como también de diez mil pesos en dinero que tenia en su poder para gastos de la division. La junta dis­puso la prisión de Aldunate a quien se conducia reo a Quillota con sus compañeros los coroneles Villouta i Garín. Cerca de la estación de la Cruz se les ordenó desviarse del camino i se les ultimó a balazos, dán­doles de puntapiés para que rodaran al canal de Waddington. Los ejecutores de este acto bárbaro que no habría palabras con que condenarlo, pasaron a un rancho de las inmediaciones i allí dijeron: que

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dejaban arriba tres perros muertos i que ¡ai del que fuera a recojerlo.s, porque seria fusilado! En boca de todo el mundo anduvieron los nombres de los ejecu­tores de esta acción increíble, díjose también quién habia traído de Santiago la orden de ejecutarlos i qué ministro de Estado la habia dado verbalmente, como en el caso de Lavin. (Hízose alguna pesquisa para dar con los criminales i someterlos a juicio? Nada, absolutamente nada. Mas tarde se les premió con ascensos. ¡Siempre los mismos! ¡Manuel María Aldunate i sus compañeros traen involuntariamente el recuerdo del infortunado Manuel Rodríguez! La posteridad perpetuó la memoria de éste en sencillo monumento de granito consagrado i erijido por el pueblo; mañana los bustos de Aldunate, Villouta i Garin, alzaránse en el lugar mismo del sacrificio i del asesinato alevoso para condenación de quienes lo dis­pusieron i ejecutaron ( i ) .

El coronel Carvallo Orrego tenia bajo su mando en la Serena, una división de seis a siete mil hom­bres. Púsola a las órdenes del nuevo gobierno; pera exijió garantías para él i sus subalternos las que, no habiéndosele acordado, decidiéronlo a buscar su sal­vación dirijiéndose al Perú. Fué capturado a bordo del vapor que lo conducía i de allí, cargado de cade­nas, llevado a la cárcel penitenciaria. La Corte Su­prema le ha negado hasta su amparo para que sea juzgado en conformidad a las leyes, declarando que en Chile no hai mas lei que la voluntad de la Junta de Gobierno, que es el capricho i la negación de toda garantía.

Pió del Fierro, Juan Rafael Allende i el coronel Stephans fueron cargados de hierros en la cárcel

( i ) Solo Aldunate i V i l louta fueron asesinados all i . A Garin se le mató bárbara­mente en la cárcel de Qui l lota.

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penitenciaria. También les negó la justicia de la Corte Suprema el amparo que en conformidad a la Constitución solicitaron para que se les juzgase por la lei común, como paisanos que son los dos prime­ros i coronel que ha dejado de pertenecer al ejército el último.

Solo diremos a los que hablan de la tiranía i des­potismo del Gobierno constitucional del presidente Balmaceda, que nos digan si hubo algo que se acer­case a este desconocimiento absoluto de todo respeto a la lei, a la dignidad del hombre i si no se ha piso­teado i escarnecido a la civilización, ejecutando hoi actos dignos de los peores tiempos de la ignorancia, cuando los pueblos yacían sumidos en la barbarie i el atraso, ¡I todo esto se hace hoi, en pleno siglo diez i nueve, en nombre i por el triunfo de una aristocra­cia de dudoso oríjen, que nos enseña al desnudo su carácter i sus tendencias! La lección está dada i tarde ó temprano debe producir sus frutos: ella es el prin­cipio de la revolución social en Chile. La Francia no se regeneró i cortó los abusos de la monarquía i de la aristocracia sino derramando a torrentes su sangre i haciendo caer en jornadas terribles las cabezas de muchos criminales e inocentes. La España lanzó a sangre i fuego de los conventos a los frailes a quienes creia causantes de sus males. En Chile i durante los saqueos del 29 de Agosto, en la capital, veíanse mu­chos clérigos mezclados entre las turbas i a los pri­meros anuncios de la derrota de las fuerzas del Go­bierno en Concón, vióseles también de los primeros recorrer las calles, llevando algunos de ellos la cinta roja. S i estos no son anuncios de la gran catástrofe que se prepara para la rejeneracion de Chile, seria esta nación tan estraordinaria, que en ella vendria a verificarse la primera excepción a una lei histórica que no ha dejado de cumplirse jamas inflexiblemente.

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¿Aceptan la Junta de Gobierno i el capitán Montt la responsabilidad de todos los crímenes, de todas las tropelias, de los incendios, saqueos i violaciones cometidas a su nombre desde el dia que obtuvieron el triunfo de las armas, o las atribuyen a desmanes de sus seides i ejecutores de sus órdenes? S i lo primero, obligada está a guardar silencio i no condenar al presidente Balmaceda, durante cuyo gobierno ni un solo acto fué parecido a los numerosos que hemos presenciado; porque si al presidente Balmaceda se le llama tirano, harto mas tiránica ha sido la Junta , que ha ejercido la tiranía de la peor especie: la tira­nía cobarde, que se escuda en la irresponsabilidad del número de quienes la ejercen. Si hubo tiranía de parte de Balmaceda, lo que negamos, ella habría sido franca i noble, desde que asumia la responsabi­lidad de todos sus actos.—Si lo segundo, si la Junta atribuye a sus seides el malo o exajerado cumpli­miento de sus órdenes, forzoso le será aceptar la mis­ma escusa para el Sr. Balmaceda i no imputarle los hechos aislados que pudieran alterar la moderación respetuosa que caracterizó su administración, aun du­rante los dias mas emargos i ardientes de la revo­lución.

Pero no, la Junta tendrá por fuerza que recono­cer que a ella es solo imputable toda la suma de males que cayeron sobre los habitantes de este pais i mui particularmente sobre los amigos i partidarios de la administración caida, desde el dia que ella im­peró sin contrapeso en el Gobierno. Porque los he­chos relatados forman parte de un sistema de gobier­no estudiado i premeditado desde mucho tiempo antes. Su prensa lo decia en Iquique. Iremos a la capital, iremos en Agosto, la cordillera estará cerrada, el mar es nuestro i ninguno podrá escapársenos. Así sucedió en efecto i la gran batida contra las fieras

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balmacedistas se inauguró. Era la policía, la fuerza pública la encargada de apresar a los ciudadanos. Bastaba en Valparaíso, en los primeros dias del triunfo, que se dijese: ¡allá va uno! para que se le aprisionase, vejase i no pocos cayeron arrebatados por la bala traidora. En Santiago eran grupos de jó­venes a quienes se habia dado atribución de aprehen­der e insultar en las calles a los ciudadanos. La or-gullosa aristocracia aceptó el papel de esbirro i así se vieron arrastrados a las cárceles, siempre en nom­bre de la lei i la Constitución por cierto, a todos aquellos que tenían un enemigo personal o un em­pleo que arrebatarles. En nombre de la lei, de la que se hacia escarnio i al amparo de una Junta irrespon­sable que todo lo toleraba, desapareció toda garantía i sin embargo se proclamaba ¡que estábamos en el reinado i bajo el imperio de la Constitución ya resta­blecida! A la crueldad se agregaba el cinismo i la burla; i a las sublevaciones audaces de los Tejimien­tos, revolucionarios se llamaba ¡el deseo de volver al trabajo i a los hogares! Siempre i en todas partes los tiranos fueron iguales: avasallaron en nombre de la lei; Rosas se proclamaba el «Ilustre Restaurador de las Leyes i de la Constitución!" Sus enemigos eran salvajes, inmundos i asquerosos unitarios a quienes se inmolaba en nombre de ellas.

Pero esta cruel batida contra los sostenedores de un principio constitucional, vencidos en el campo de batalla por la traición, no se limitaba solamente a la calle pública. La fuerza armada allanaba manzanas enteras en Santiago, para buscar a presuntos reos de imajinarios delitos políticos i en estas escursiones no escapaban de la violencia, ni los amigos, ni los ene­migos del nuevo poder armado. ¡I el réjimen legal i constitucional se proclamaba restablecido!

Lo cierto fué que antes de un mes no habia caree-

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les en Santiago capaces de contener a las seiscientas 0 mas personas de todas condiciones sociales llevadas a ellas; i como las cárceles de provincia no eran sufi­cientes para enjaular a tanto tigre balmacedista, principiaban también a remitirse a la capital los pre­suntos reos de provincia.

I no podia ser de otro modo, porque los promoto­res fiscales recibieron orden escrita, que publicó la prensa, de perseguir a toda persona que directa o indirectamente hubiera servido a Balmaceda durante los últimos ocho meses de su gobierno. No se hicie­ron esperar las acusaciones, i por primera vez desde tiempos de barbarie que pasaron há ya muchos siglos para el mundo, las listas de proscripción i de enjui­ciamiento principiaron a llegar a los juzgados de letras i a llenar las columnas de la prensa diaria.

No se limitaban las acusaciones a entablar acciones contra los imajinarios reos, por delitos también de capricho i de ocasión. Iban mas lejos aun. Pedían la prisión de los acusados, la prohibición de enajenar o hipotecar sus bienes raices (no los muebles porque ya habian desaparecido en los saqueos), la de perci­bir los arriendos que les produjeran sus propiedades 1 la de poder jirar contra los saldos de cuentas en los bancos, la de percibir dividendos de sociedades anóni­mas i comprometer las acciones que en ellas tuvieren. I todo lo concedian los jueces con un: como se pide.

Como premisa o acto preparatorio de estas medi­das, la Excma. Junta, como le plugo llamarse, habia mantenido cerrados todos los bancos durante trece dias i en este tiempo se preparó la lista nominal exac­ta de las personas que algo tenían, ya fuera en accio­nes de sociedades anónimas, ya en depósitos, ora en saldos en cuenta corriente. Nada, nada escapó a la sabia i cruel previsión de la Junta Excelentísima i mediante tan acertadas medidas, llegó un dia i conti-

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miaron meses durante los cuales numerosas honradas familias de empleados públicos, que habían quedado sin hogar por los saqueos, no tenían tampoco los medios de alimentar a los suyos. I a muchas se les arrebataron también sus propiedades, sometiendo sus haciendas a una intervención fiscalizadora, que aun­que mas tarde se hizo cesar para unos pocos, fué mediante el pago de crecidas sumas a los guardadores e interventores,' como sucedió, entre otros, al señor Claudio Vicuña. I otras casas, como los suntuosos palacios de la Alambra, la valiosa casa del Sr . Ru­perto Ovalle i las no menos grandiosas i ricamente amuebladas del Sr . Jorje Rojas, i de la señora Fer­nandez de Balmaceda, madre del Presidente, después de haber sido robadas i desmanteladas completamen­te, pasaron a ser ocupadas por orden de la mui Ex­celentísima Junta, por fuerzas del ejército revolucio­nario. Las haciendas de San Jerónimo i La Punta, de propiedad de D. J . Elias Balmaceda fueron sa­queadas i se les robó mas de seiscientos animales, entre vacunos i caballares, vendiéndose muchos de ellos en el mercado de Valparaíso. Esto se hizo de orden de Juan de Dios Aslegui üEulojio Altamirano, quien habia jurado i llorado en el Congreso (por lo que se le llama Magdalena política), no volver a in­currir en actos impropios de la vida libre, ni a con­culcar los principios i garantías que en un país culto son debidos a las personas i a la propiedad. ¡Está visto que Altamirano es Magdalena que no llora con verdadera contrición! Estos hechos de saqueo constan de una presentación hecha ante la Corte de Apelacio­nes de Santiago, por el dueño de las propiedades, pidiendo se le ampare en la posesión de sus hacien­das, devolución de los animales e indemnización de daños i perjuicios. ¡Ah! si alguno de estos abusos hubiera hecho escuela durante el gobierno del señor

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Balmaceda, ¡cuánta destemplada grita contra la tiranía no habría alzádose en las almenas revolucionarias! ¿Cómo no ha habido hasta hoi, que están triunfantes, ninguna reclamación análoga?

Se comprenderá el alcance de todas aquellas pri­siones i acusaciones i el número de personas i de fa­milias que por ellas fueron comprendidas en todo el territorio de la república, si se tiene presente que en­traban a formar ese número ciento veinte i tantos se­nadores i diputados; todos los municipales de todas las Municipalidades de la república en número de cerca de mil: toda la majistratura judicial, formada por ochenta o cien majistrados, e ipso-Jacto, la pér­dida de sus empleos de todos los empleados del or­den administrativo, sin contar los del orden político, como intendentes i gobernadores, que era lójico abandonaran sus puestos, agregando ademas muchos caballeros que habian desempeñado los cargos de ministros i consejeros de Estado. En suma, todos los que directa o indirectamente hubieran servido a Balmaceda, como rezaba la orden excelentísima.

A aquella larga lista de perseguidos, tenemos aun que agregar mui cenca de mil quinientos o mas ofi­ciales del antiguo i glorioso ejército de la república, quienes sin mas auto ni traslado fueron despedidos i borrados del escalafón militar, de capitán a jeneral, por el delito de haber cumplido con su deber, guar­dando obediencia a su jefe constitucional, el Presi­dente de la República.

Todos estos jefes fueron sometidos a juicio ante consejos de guerra formados por oficiales del ejército revolucionario, que ocupaban tan augusto cargo con las manos teñidas aun con la sangre de los combates i que venian a sentenciar i a juzgar a sus adversarios de la víspera. No eran tales jueces, porque eran re­cusables por la leí escrita i ante el tribunal de su

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conciencia i de su propio decoro. I asi no causó a na­die sorpresa que, habiéndose alegado tal excepción ante los consejos i pedídoles se declararan incompe­tentes, no lo hicieron. Todo fué inconsecuencias i aberraciones en esos juicios: se sostenia que no habia en Chile ejército por no haberse dictado la lei que fijaba su número i no obstante, se juzgaba, como mi­litares a los que habían tomado las armas o ya las tenían de antemano al servicio de la lei i su represen­tante constitucional.

Se les decia que no habiendo ejército, no podian juzgar como militares a los presuntos reos; que ellos mismos, los jueces, no eran militares, i no obstante, continuaban en su tarea de aplicarles la lei marcial. S i los acusadores sostenían que los revolucionarios no eran enjuiciables porque habían sido ciudadanos armados en defensa de las leyes, los acusados respon­dían que se les considerase a ellos en el mismo caso, ya que estaba reconocido que no habia ejército i que ellos entendían haber estado también defendiendo las leyes i la Constitución. I como se dijo por los defen­sores de los presuntos reos ante los mismos tribuna­les ad-hoc, no autorizados por ninguna lei, estando ya vijente la Constitución según ellos, «en la tramita­ción de las causas no se ha seguido ni las reglas mas elementales de procedimiento. En casi todos los ca­sos los abogados defensores han tenido que consultar los antecedentes en las mismas oficinas de los fisca­les-; algunos no han contado, ni con el tiempo nece­sario para sacar en limpio sus alegatos i los han te­nido que entregar en borradores inconclusos, pues han sido las citaciones del Consejo solo horas antes de verificarse."

«No se ha dado a los reos traslado de las acusacio­nes, i solo se han conocido por las publicaciones de la prensa, después del fallo del Consejo."

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«No se han recibido aprueba las causas i ni si­quiera-se ha citado para oir sentencia."

«El tribunal no ha permitido a los reos la satisfac­ción de comparecer con sus abogados a las reunio­nes del Concejo, como siempre se habia acostum­brado;" • «Muchos otros antecedentes podríamos acumular, que vician i anulan lo obrado, pero seria tarea larga i hasta enojosa."

Tal es lo que se dice en un folleto que contiene la defensa de 1 1 8 capitanes hecha ante el Consejo de guerra.

Aquellos no eran jueces sino enemigos; no repre­sentaban la augusta majestad de la justicia, sino la vara implacable de la pasión política que caia sobre sus adversarios. I por eso no se estrañó ni se hizo aguardar una sentencia concebida en los términos si­guientes: «Declárase, en consecuencia, que dichos reos deben sufrir la pena de inhabilitación absoluta para cargos i oficios públicos, durante seis años, con­tados desde el dia en que esta sentencia cause eje­cutoria."

He ahí una sentencia que ni siquiera merece los honores de justicia política, sino los de leí de odio i de persecución ¡fiel espresion del espíritu i tendencias de la revuelta triunfante! I allí también, en el consi­derando 3 .° de la sentencia condenatoria, se invoca, en pleno siglo x ix el ¡derecho de la victoria alcanzada sobre hermanos, en lucha manchada por la traición i por el cohecho!

¡I todo esto se hacia en nombre de la Constitución reivindicada i de la leí vuelta a su imperio! I sin em­bargo, los grados de coronel, jeneral de brigada i de división, cuyos títulos se cancelaban, no los acuerda el poder ejecutivo, sino la cámara de senadores i por consiguiente, aquel no podia arrebatar derechos ni

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empleos que no estaba en sus atribuciones poder conceder.

Pero, no fué esto solo, porque se llegó hasta a po­ner la mano sobre la gloria mas pura de la república, sobre el marino cuyo nombre habia llenado el mundo con sus hazañas, su pericia i arrojo durante la gue­rra marítima del Pacífico i se borró también del es­calafón a Latorre, por el delito de encontrarse en Europa desempeñando comisiones científicas de ins­pección de las poderosas naves que se construían para Chile i atendiendo los nuevos encargos que el go­bierno le hacia. Tampoco habia recibido Latorre el alto puesto que ocupa de ningún partido; le habia sido discernido por el Senado, en representación del país i en recompensa de grandes i estraordinarios servicios.

¿Qué ha habido sobre lo cual no se haya puesto mano audaz de demolición, de esterminio i hasta de inmoralidad?

Subvertido el réjimen de disciplina i de obediencia pasiva de la fuerza pública establecido por la consti­tución, sancionado por la conciencia universal de las naciones cultas i aconsejado por la mas elemental noción de gobierno, ha debido alzarse altares a la traición, i al dia siguiente de la victoria recomendar la junta ejecutiva revolucionaria, en lista nominal, a todos los militares que, estando al servicio de Bal­maceda, estaban traicionándolo. I allí vimos con asombro, i la jente sensata del pais lo veria con sor­presa, figurar los nombres de muchos subalternos i jefes, i hasta el de dos edecanes del Presidente, a quienes este trataba con particular predilección. A uno de ellos lo vimos hasta los últimos dias sentado a su mesa i en la intimidad de su familia. ¡Judas no soportó la vergüenza de su traición! ¡Los edecanes Lopetegui i Campos no se han ahorcado aun! ¡Quién

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sabe si Balmaceda al leer estos nombres en las listas de traidores se cubrió su cabeza con un manto i re­solvió morir esclamando con el ilustre romano: ¡I tú también, Bruto!

Háse visto también por la primera vez en Chile que en nuestras guerras civiles un estranjero haya saltado por sobre todos los grados del escalafón mili­tar para ocupar el puesto de jeneral de brigada, que siempre fué discernido a dilatados i notables servicios i a una conducta militar intachable.

Se ha recomendado i enaltecido la traición, pre­miándose con grados i honores a todos aquellos que la habian practicado, pero se ha olvidado que, por mas que en momentos de locura, de pasión i delirio político convencional, se trastornen las nociones de moral i decoro que forman la conciencia de las socie­dades i de la humanidad, al fin llega un dia en que recobran su imperio. Entonces, la virtud i el patrio­tismo son enaltecidos i deprimido i castigado el cri­men i la traición.

No se borra de la conciencia universal por medio de sofismas i decretos lo que artífice eterno puso allí para que reine el concierto en las relaciones de los hombres que viven en sociedad.

La virtud, como el rayo de luz, pueden ocultarse; pero jamas se llegará a impedir que estén brillantes i ardientes, vivificando la vida material i vigorizando la moral social. Pueden los momentos de vértigo porque atraviesan los pueblos producir sacudimientos que remueven las tranquilas aguas i levantan a la superficie los heces que yacían en el lodo; mas, al fin, todo vuelve a su natural estado.

¿Porqué este propósito sistemático de subversión de los principios de moral i de sano criterio que siempre fueron en Chile la base sólida de su ya pa­sado prestijio? ¿Por qué tanto empeño en presentar

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como criminales a los que ejecutaron actos que siem­pre fueron premiados como leales i honrados proce­deres? ¿Por qué aquel vehemente deseo de presentar como héroes i beneméritos de la patria a los que se condujeron como lo habían sido los que antes lleva­ron un estigma cruel de castigo i condenación? ¿Es que han cambiado en Chile las nociones de moral i de justicia o se ha llegado al convencimiento de que todo aquello era vana fórmula, inútil i estorbo?

No; nada de eso es posible aceptarlo, porque seria preciso entonces calificar de malvados o inmorales i todavía mas, de torpes, a los que se preparaban las armas mismas que debieran servir a su futura caida i condenación.

La verdad es: que lo único que se busca son armas, prteestos i fundamentos para justificar una revolu­ción criminal, que no era requerida, ni por ninguna exijencia social, ni por actos de tiranía, ni por ninguno de los motivos que han obligado siempre a los pue­blos a levantarse en masa en contra de sus opresores.

Habiendo permanecido el pueblo tranquilo i mero espectador juzgando los hombres i los acontecimien­tos, invierten los revolucionarios su papel i se pre­sentan como los salvadores i los redentores de una sociedad i de un pueblo que no demandaban salva­ción, no pedían redención i que, en caso de buscar­las, no seria asiéndose al oropel aristocrático, sino proporcionándoselas a si mismo en la educación, en la instrucción, en el trabajo i consagrándose a la obra de su propia rejeneracion para hacer imposible todo engaño i toda esplotacion de embusteros men­tores, cuyas obras nadie podrá olvidar.

Presentan como criminales a los que cumplieron su deber i obedecieron las leyes del honor, para asig­narse ellos el cómodo papel de vengadores que traen en sus manos la espada de la verdad.

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Les hacemos justicia: les queda aun pudor i desean revestir su obra con el deslumbrante ropaje que solo •corresponde a las grandes causas i a las grandes acciones. Sea; pero no se piense que la grita destem­plada de la prensa, que hace coro a aquellos propó­sitos; ni las persecuciones en masa contra los indivi­duos; ni los saqueos; ni los asesinatos aleves; ni el premio a la traición; ni el castigo a la honradez pue­den ser bastantes para borrar de la conciencia uni­versal las nociones de verdadera justicia, ni jamás podrán establecer que la traición es la honradez; que la virtud es criminal; que la lealtad deshonra; que el asesino aleve es valiente i heroico; que el incendiario es digno de premio i respeto. Siempre flotará sobre la atmósfera social la condenación de la maldad, la recompensa al bien. I si así no fuera. ¡Cuan triste idea no daría de su decantada cultura i de su ade­lantado espíritu de progreso una sociedad que se considera ella misma a tanta altura!

No podríamos aqui dar aliento de publicidad i luz a centenares de narraciones de actos de crueldad, cuyo conocimiento nos llega de todas partes. Flajela-ciones; exhumaciones de cadáveres para profanarlos; paseos en burro de personas notables; encarcelamien­tos i burlas crueles hechas a militares ilustres i a simples particulares partidarios de Balmaceda, todo eso i mucho mas, formará parte un dia de la historia comprobada de las crueldades de esta época de reje-neracion, que se dilata ya mas de lo que pensaban talvez sus mismos provocadores. ¡No se reparan en un dia, ni en años los estragos que el torrente des­bordado vá dejando en pos de sí!

No queremos atestiguar sino aquello que pueda ser perfectamente comprobado o que, constando de documentos públicos irrefutables, jamás pueda ser desmentido; i mui particularmente, aquello que vi-

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niendo de las autoridades del nuevo réjimen, dé tes­timonio del espíritu de intransijencia i sistemática Crueldad que ha caracterizado la revuelta.

Hoi que la prensa ha principiado a despertar i que un lijero soplo de enfermiza libertad la permite vivir entre las zozobras del asalto i del incendio, comien­zan a llegarnos narraciones de las persecuciones e in­fracciones de la lei i la Constitución que se han co­metido en contra de las personas ( i ) .

( i ) De «La República», diario que se edita en Santiago tomamos. la siguiente rela­ción de los reos políticos presos en la cárcel, con especificación de los empleos que des­empeñaron i demás circunstancias que se espresan: en 22 de febrero de 1892.

Salvador Urrutia.—Teniente Coronel, aprehendido en 30 de octubre de 1891,— Tiempo de la prisión 3 meses 20 dias.-—Se le acusa de ser responsable de los desórdenes causados en el choclón conservador de la calle de las Rosas, en 16 de diciembre de 1890.

Antonio Cervantes.—Teniente Coronel, lleva un año 4 dias de prisión i 4 meses 4 • dias incomunicado. — Ignora los cargos que haya en su contra. Los vejámenes hachos á este jefe son tan graves i tantos, que por el momento nos limitaremos a decir que durante los 3 meses q u j permaneció preso en Tacna, estuvo incomunicado y se le mantuvo 10 días a pan i agua i el resto con porotos i arvejas cocidas. Todos sus sufrimientos serán publicados oportunamente. En Tacna no permitieron tuviera abrigo ni cania i el alcaide de la cárcel fué desp-dido por haberle proporcionado una payaza. En los 2 meses que estuvo a bordo, permaneció siempre encerrado en las bodegas i a bordo de la Ab/ao lo pusieron en cepa de campaña durante 2 horas i media, tronchándole el brazo izquierdo que tenia inút i l por dos balazos que habia recibido en la batalla de Tacna: cuando se caia en este suplicio, lo pateaba en la cabeza y cuerpo el teniente de marina Jul io Barí, y lo vejaron de mil maneras.

Tristan Stephan.—Teniente Coronel, preso 5 meses 17 dias, ignorante de los cargos que haya en su contra.—Est¿ jefe ha sufrido muchos é inauditos vejámenes cuya publica­ción se hará dentro de poco; por ahora diremos solamente que estuvo 4 meses en la Peni­tenciaria, en celda solitaria, y con grillos durante 2 meses. Fue tomado preso en los VÜos i paseado por distintos puntos con grillos y esposas, especialmente en San Felipa, donde lo retrataron vestido de roto i con grillos i esposas. I en Illapel fué puesto en capilla para fusilarlo, actuando para este fin el cura de este pueblo. Hasta hoi , febrjro de 1S93, per­manece preso y se le lleva de una á otra cárcel, sin saberse el delito porque se le procesa. Stephan es un verdadero mártir inmolado por la aristocracia, que venga en él su propia cobardia, pues Stephan arreó solo por las calles de Santiago a 300 guapos caballeritos que tiraron sus revolvers de puro valor (vulgo miedo).

Liicindo Bysivinger.—Teniente Coronel, preso 4 meses 13 dias, incomunicado d u ­rante 5 dias. La causa de su prisión haber sido prefecto de policia durante 40 dias. A l día siguiente de estar preso se presentó a su celda don Pedro Maria Rivas i lo insultó i amenazó darle d^ bastonazos a presencia del alcaide señor Valenzuela i de otro caballe­ro. Estuvo 2 meses en la Penitenciaria con los reos rematados, i el Superintendente Mon-taner lo amenazó con azotes. E l 7 de enero ordenó el presidente Montt que lo pusieran en libertad: pero el Fiscal Lezaeta Riva no quiso cumplir esa orden, espresándose en los términos mas groseros al mismo Presidente.

Luis Leclerc.— Sargento mayor, con 4 meses 9 dias de prisión i de ellos 3 meses 10 días incomunicado. Se le imputa la muerte de Timoleon Lorca. Este jefe fué casi asesi­nado por Padilla en la batalla de Placüla, cuyo hecho ya ha sido publicado en "La Repú­blica». Ignoro por qué estuvo incomunicado; sin embargo, durante este tiempo fué i n ­sultado groseramente por el constitucional Fermín Fuenzalida.

Leopoldo Bravo C.~Sarjento Mayor, preso 5 meses 23 dias é incomunicado 3 meses 10 dias. Causa de su prisión por haber sido vocal del Consejo de Guerra de « L o Cañas». Fué tomado prisionero en Valparaíso el 28 de agosto i al dia siguiente conducido con 7 compañeros mas al trasporte Amazonas, donde les quitaron cuanto tenian, sin dejarles

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El distinguido i moderado ex-ministro de Hacienda del último ministerio de Balmaceda, don Manuel A. Zañartu, hizo al Congreso Nacional una solicitud de amparo, en la que se .espresa en los términos siguien­tes: «Manuel A. Zañartu, haciendo uso del derecho conferido por la Constitución del Estado, me presento respetuosamente a U. E. , como el poder al cual una reciente elección, precedida de los triunfos de Concón i la Placil la, ha delegado la soberanía nacional, para pedirle se sirva hacer guardar los procedimientos tu­telares de la justicia, violados, al parecer, como un castigo por la cooperación prestada al Sr . Balmaceda en sus tareas administrativas i en el afianzamiento del principio de autoridad que, en concepto nuestro, es el establecido por las instituciones del pais i el llamado a asegurar su mas sólido progreso.»

siquiera los pañuelos de narices. La tripulación del buque los insultó de mil maneras, distinguiéndose en vejarlos los mismos oficiales; i la tropa pedia que los entregaran para descuartizarlos; por este motivo los encerraron en los carboneros, donde permane­cieron dos dias i dos noches sin agua ni alimento. Estuvo con grillos durante 12 dias.

Arturo Rivas.—Sarjento mayor, preso 4 meses 33 dias i 3 meses 10 dias incomuni­cado. Fué traído con esposas desde Chil lan por un teniente La Fuente, de la policía de dicha ciudad, quien cometió de motu-propio este vejamen.

Manuel A. Fuen^alida.—Capitán, preso 4 meses 19 dias,--i 3 meses 1 0 incomunicndo. Juan N. Bravo.—Teniente, lleva 5 meses 6 dias de prisión, i 3 meses 1 0 dias inco­

municado. Se le acusa de haber formado parte de la tropa del gobierno que atacó á la montonera de «Lo Cañas». Estuvo 12 dias con gri l los.

Litis Faulhac S. — Subteniente, lleva 4 meses 22 dias de prisión í 3 meses 10 dias incomunicado. Las causas de su prisión, las mismas que el anterior. Estuvo 13 dias i n ­comunicado en Curicó i no le dieron ní comida, siendo alimentado por los mismos sol­dados, quienes ocultamente le proporcionaban comida.

Alejandro Minino C.—Subteniente, lleva 4 meses 22 dias de prisión é incomuni­cado 5 dias. Se le acusa de haber ido á «Lo Cañas» en la tarde del 10 de agosto. Estuvo 2 días con gri l los.

Juan Bautista Rodrigue^.—Alférez, lleva 3 meses 22 dias de prisión i 10 dias inco­municado. Se le imputa la muerte del cirujano Luis S. Carvajal , en el combate de Va l le -nar. Abordo del vapor Laja le pusieron esposas i en este estado lo desembarcaron en V a l ­paraíso i condujeron á Santiago.

Nicolás Fernande^.— Segundo jefe del cuerpo de jendarmes de Lebu, l leva 4 meses 12 dias de prisión e incomunicado 40 dias. La causa de su prisión haber sido municipal i segundo jefe de jendarmes de Lebu.

Pedro N. Rodrigue^.—Alcaide de la cárcel de Lebu, l leva 4 meses 5 dias de prisión i 10 dias incomunicado. Se le acusa de usurpación de atribuciones.

Miguel Luis Valdes.—Segundo jefe de la sección de pesquisas, l leva 5 meses 13 dias de prisión, se le imputa prisiones arbitrarias. Estuvo 18 dias con gri l los y un o f i ­cial fué a su calabozo á insultarlo Í hasta le pegó de planazos.

José Domingo Olivares, —Comisionado, lleva 5 meses 17 dias de prisión, se le acusa de haber flajelado a A lvaro Lamas. Estuvo 17 dias con gri l los i ha sufrido mil veja-

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«Las violencias han consistido en saqueos, en pro­hibición de enajenar, retención de bienes_, prisiones, etcétera, etc., a los que se habría podido agregar, respecto de mi, pérdida de vida, sin las consideracio­nes (imperiosamente reclamadas por el mal estado de mi salud) que debo a los nobles i buenos oficios de una respetable familia.»

«Por todos estos motivos, terminaba diciendo, des­cansando mas que tranquilos en el testimonio de nuestra conciencia, í en el juicio universal consignado en los piincipios del derecho, que han sido escritos para juzgar actos iguales a aquellos de que, en nues­tra patria se nos hace un crimen, solo pido que se nos someta a procesos correctos, ante los tribunales de jurisdicción legal apropiada, i que se aplique la

menes en su prisión. Estuvo i dia en la Penitenciaria i lo tuvieron en un banquillo para fusilarlo.

Roberto Larrain.— Segundo jefe de pesquisas, lleva 5 meses 22 dias de prisión i se le acusa de hab^r flajelado.—Se le pretendió fusilar en la Penitenciaria i se le paseó por las calles de Santiago montado á la grupa de un soldado de caballería. Lo han tenido 22 dias incomunicado, sin permitirle cama.

Lorenzo Riveras. — Soldado del 8.° de linea, l leva 5 meses 27 dias de prisión i 1 mes 15 dias incomunicado. Se le acusa de haber formado parte de la tropa que atacó á la mon­tonera de « L o Cañas». Fué traído de Chi l lan, diciéndole que solamente se le necesitaba para que prestara declaración.

Federico Gons¿ale%.—Soldado de Húsares de Colchagua, l leva 3 meses 6 dias de prisión i se le acusa de lo mismo que al anterior.

José León de la Barra.—Comisionado, l leva 4 meses 27 dias de prisión y se le acusa de haber sido ájente de Valdes Calderón. Fué puesto en libertad dos veces por el j u z ­gado. Pero el fiscal Souper, dio contraorden las dos veces.

José. Miguel Saavedra,—-Paisano, lleva 4 meses 1 dia de prisión i ha permanecido 4 días incomunicado. Se le acusa de haber ido a « L o Cañas».

Simón Carvajal.—Comisionado, lleva 5 meses 22 dias de prisión i tuvo 70 dias de incomunicación. Se le acusa de haber flajelado. Fué apaleado i pisoteado por un N a v a -rrete i una turba en la Plaza de Armas i conducido al cuartel de Bomberos donde lo h a ­brían fusilado sin la intercesión de D. Ambrosio Rodríguez Ojeda.

Fidel La^o.—Comisionado, 5 meses 19 dias de prisión, con 67 dias incomunicado. Sa le acusa de haber flajelado i estuvo 20 dias con gri l los.

José Echevarría,—Coronel, lleva 4 meses 17 dias de prisión. Se le acusa de haber ordenado prisiones arbitrarias, en apariencia, pero en realidad para satisfacer venganzas personales de Juan Castellón. N ingún juzgado conoce hasta hoi de su causa; pues ni el T r ibunal Militar, ni el Juez del Crimen, ni la Corte de Concepción quieren juzgarlo de sus actos como Coronel del Ejército leal, gobernador de Talcahuano e Intendente de Concepción. Solo se le ha tomado una declaración el mismo dia en que se presentó. Se encuentra actualmente en la cárcel de Concepción, después de haber estado preso en el cuartel de Art i l ler ía de Santiago. Por mas de quince meses han durado los vejámenes al Coronel Echevarría, haciéndose mofa de todas las garantías individuales i de los respe­tos i consideraciones debidas a un digno militar, cargado de años i de merecimientos ante la patria i la sociedad. Ignoramos si hoí, en 1893, ha sido puesto ya en libertad.

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lei correspondiente, como el único medio de que la libertad, la luz i la justicia se abran paso en esta t ierra."

El digno i caballeroso coronel Francisco Pérez, dirijia no ha mucho una representación al capitán Montt, hoi Presidente de Chile, haciéndole presente que hacia meses que se le tenia preso, sin habérsele comunicado la causa de su detención; se le narraba las informalidades de procedimiento que con él se habian usado i el mal tratamiento que se le habia dado i continuaba dando en la prisión, no obstante que ya estaba, según se decia, restablecido el réjimen constitucional i apesar de ser el coronel Pérez un digno jefe que conquistó sus grados en la guerra es-tranjera i que perdió todo el pequeño caudal de treinta años de economías en el saqueo que dejó a su familia en la miseria en Valparaiso. Recién se le ha puesto en libertad bajo fianza, lugar determinado co­mo cárcel i otras exijencias.

El ilustre jeneral Velázquez permanece aun aprisio­nado a bordo de un buque de guerra por.haber teni­do la jenerosidad de presentarse él mismo al gobierno para que no se estuviera esplotando su nombre, para hacerlo servir a mentidos planes de revuelta, como pretesto para aprisionar i perseguir a los parias bal-macedistas.

D. A. Valdes Carrera publica en la prensa de Chile una larga narración de los sufrimientos i perse­cuciones de que ha sido víctima, dirijida también al capitán Montt i en ella dice: «Fui saqueado, Excmo. señor, tuve que salir de mi casa con mi familia a me­dio vestir; no solo se me saqueó sino que hasta se des­truyó la casa por las turbas capitaneadas por un em­pleado de la Moneda."

«En el saqueo me llevaron también una maleta con cerca de doce mil pesos."

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«Encontrándome con mi familia desnuda i sin ho­gar, quise irme a mi fundo, donde teníamos de cuanto necesitábamos.»

«Pero mi fundo habia sido también saqueado de orden del gobernador Echeverría i mis empleados, en número de cinco, echados del fundo.»

«Destruyeron las siembras, echándoles animales, destruyeron mas de treinta cuadras de cercos de alambres, arrancaron mas de cien paltos i chirimo­yos, han asolado los montes, sacando mas de cinco mil cargas de leña, arrancaron las viñas i por último se robaron mas de trescientos animales que tenia de dotación el fundo.»

En un recurso de amparo de cuarenta.i.dos militar res detenidos en la cárcel i no oido por la Excma. Corte, por estimar inconvenientes los términos de su redacción, se dice lo que indica la siguiente nota ( i ) .

( i ) Excma. Corte: Los filmantes, detenidos arbitrariamente en la Cárcel Pública de esta capital, a U . E. decimos: que con el restablecimiento de todos los poderes públicos, acaecido el 26 de Diciembre último, los tribunales militares han cesado en sus funciones ilegales, i los fiscales han hecho renuncia de sus cargos, porque han creído que solo después de esa fecha funcionaban ¡legalmente.

Como U . E. ha negado lugar a numerosos recursos de amparo contra nuestras prisio­nes arbitrarias, por cuanto estábamos sometidos a un tribunal militar, habiendo desapa­recido dicho tribunal, ocurrimos á U . E., en conformidad al artículo 131 de la Cons t i tu ­ción Política en demanda de protección.

Hemos clamado incesantemente, i en vano, que nos juzgara la justicia ordinaria. Lejos de pretender rehuir la responsabilidad de nuestros actos, hemos solicitado de U . E. nues­tro juzgamiento con arreglo a las leyes de la nación. U . E. proveyó: «.Ocurran donde corresponda-a. Ocurrimos a los señores Jueces del Cr imen, i estos se negaron a juzgar ­nos. La Hma. Corte de Apelaciones confirmó la opinión de los Jueces del Crimen. Así nos fueron desvanecidas todas las ilusiones de encontrar justicia i quedamos sometidos al T r ibunal Inquisitorial , llamado militar. Los fiscales de ese tr ibunal, salvo una rara excepción,.no se han ocupado de investigar delitos sino de inferir vejámenes a los que no hemos tenido otro delito que haber sido leales i honrados defensores del Poder C o n s ­t i tuido i del orden público, perturbado por los que se alzaron con la escuadra.

Algunos hemos sido arrojados a las celdas, sin permitirnos camas durante dias, dán­donos por toda comida fréjoles sin aliño: se nos ha negado el ausilio de médico i medi ­cinas a los que estaban seriamente enfermos; las incomunicaciones estrictas en nuestras celdas por dos ó tres meses; los insultos groseros que recibíamos continuamente de los valientes constitucionales, que venían espresamente a darse la satisfacción de injuriarnos, sin respetar nuestra condición de prisiones: las amenazas de fusilamientos, sentados en el banquillo a los amenazados, con todas las formalidades del caso, no faltando' jamás algún S A C E R D O T E , que se prestara a tan digno proceder; el modo indigno i vejatorio como hemos sido conducidos a los establecimientos penales; los gri l los i esposas empleados con profusión, i los azotes recibidos por numerosas víctimas, de las cuales se cuenta una entre nosotros que recibió ciento setenta i cinco acotes a bordo del trasporte Bio-Bio, es­capando a la muerte por la interposición de don Osear Muñoz, contador de la armada,

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Todos los firmantes de esta solicitud, varonil, res­petuosa i digna de los que hasta el último instante defendieron el honor del ejército i de la república, está firmada por jefes que todos ellos son tenientes coroneles o coroneles. La Corte encontró que no es­taba en términos convenientes i la mandó devolver. Por mas que se lea esa pieza interesante, no se des­cubre en ella una sola frase, una sola palabra de irreverencia, a no ser que el meticuloso tribunal con­sidere falta de respeto que se le informe de los malos tratamientos que se dan a los detenidos en las pri­siones, para que, en cumplimiento de uno de sus mas sagrados deberes, deber de humanidad i de lei posi-

pariente de la victima, que impidió se continuara la flajelacion, no kan logrado aba/ir nuestro espíritu. Los sufrimientos han fortificado nuestro ánimo i nos han hecho c o m ­prender mejor, cuan grande i santa es la causa que defendimos. Consideramos un honor haber sido víctimas de esa causa.

La bárbara i tenaz persecución de que hemos sido objeto, ha tenido por fin trazar una linea divisoria entre los contendientes de la revolución del 91.

No ha sido suficiente el saqueo de nuestros hogares, la pérdida de nuestros empleos i cuatro meses de prisión: es necesario, para satisfacer las pasiones no ahogadas aun f o ­mentar esas pasiones de odio, inventando contra-revoluciones.

La miseria sé ha representado ya con negros tintes i caracteres alarmantes en varios de nuestros hogares i no tardará en estenderse a todos los demás.

Para nosotros, no rijen las leyes chilenas, puesto que hemos merecido ser juzgados por un tribunal especial creado ilegalmente.

Se ha dictado, para mayor sarcasmo, una lei de amnistía para la esportacion, cuyos efectos han sido nulos, porque para burlarla se ha calificado de delitos comunes los a c ­tos ejecutados por los que quiso beneficiar la lei .

Si nuestra presencia les incomoda a los vencedores ¿porqué no se decreta nuestro estrañamiento? Así podríamos trabajar y gozar de garantías que aqui se nos niegan.

Por última vez recurrimos ante U . E. abrigando la esperanza de que en esta ocasión, U . E. tomará ínteres en ampararnos en conformidad á las leyes.

E l dia 26 de Diciembre último, con el restablecimiento de todos los poderes p ú b l i ­cos, la Constitución i las leyes han recobrado todo su imperio; los tribunales militares cesaron en sus funciones conjuntamente con los fiscales qué han hecho renuncia de sus cargos.

Si no estamos, ahora, sometidos a la jurisdicción militar, ¿tendrá U . E. inconve­niente en ordenar se nos ponga en libertad, por no haber sido arrestados por orden de autoridad competente?

No estando ya sometidos a ningún tribunal ¿porqué se prolonga nuestra prisión? Todos nosotros hemos sido arrestados arbitrariamente sin orden de autoridad c o m ­

petente i sin las formalidades legales. En conformidad a la leí de Diciembre últ imo, U . E. deberá ordenar nuestra libertad. Por tanto, A U . E. suplicamos se sirva haber por interpuesto el recurso de amparo, en confor ­

midad al articulo 134 de la Constitución i en v i r tud de lo prescrito en la lei de 3 de D i ­ciembre ya citada i ordenar se nos ponga en libertad.

Daniel Morón, F. Pére?, Ramón Carvallo Orrego, M. C. Doren, José Antonio Fontecilla, José Antonio Errá%uri%, Ruperto Fuentealla, Tristan Stephan, Pedro Pa­blo Toledo, Tristan Pla^a, Luis Leclere, José Antonio Cervantes, David Silva Létnus. (Siguen las firmas).

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tiva, les corrija e impida su repetición. ¡Admirable criterio el de hombres constituidos en representantes de la justicia que, en presencia de un denuncio auto­rizado sobre hechos tan graves, solo pudo percibir un desacato contra sus serias personalidades i no vio la deformidad i los vejámenes que se inferían a personas que no eran delincuentes! ¡Qué diferencia con aque­llos tiempos que han dado en llamarse de tiranía e infausta dictadura, en que un intendente de Valpa­raiso se presentaba a la policía para ordenar que to­dos los detenidos políticos fueran tratados con toda consideración, ya que no eran criminales, sino perso­nas a quienes se privaba de la libertad en protección de un interés social comprometido: el orden público i que ademas, ponia a muchos en libertad!

He ahí procedimientos que por sí solos bastan para caracterizar la tendencia de la revolución triun­fante, si no hubiera otros tanto o mas típicos i elo­cuentes.

Se ha acordado por la cámara de diputados la acu­sación de veintitantos ministros de las cortes supe­riores de justicia que pertenecieron a la administra­ción Balmaceda: «porque los ministros acusados no opusieron resistencia a la orden gubernativa que de­claró la clausura de los Tribunales Superiores de Just ic ia ." I sin embargo, habiendo asistido el dia 2 de marzo casi todos los ministros de esas Cortes a des­empeñar sus funciones judiciales, i retirádose en seguida en obedecimiento a la orden Suprema, solo han sido acusados los veintitantos que eran amigos de Balmaceda i los otros permanecen hoi todavía en sus empleos, gozando de los honores de sus sinecu­ras. Seria lato i fuera del carácter de esta obra anali­zar los otros capítulos de acusación, que nos conduci­rían a consideraciones legales que demandan estenso desarrollo.

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Bástenos decir que todos los capítulos de acusación son infundados, lo que hace que los presuntos delin­cuentes, en una publicación que acaban de hacer en Santiago, se espresen así: «El último capítulo de acusación contiene el mas estraño e incalificable car­go que pudiera hacerse a majistrados que han tenido por norma de su conducta el vivir separados de la at­mósfera ardiente de la política, i muchos de los cua­les han residido en réjiones distantes, tanto de San­tiago como de las provincias en que se han ajitado con mas ardor las pasiones violentas de los últimos acontecimientos. Se hace consistir este cargo en que los ministros acusados han cooperado a los actos de una titulada dictadura i en que han aprovechado del crimen cometido por el Presidente de la República, siendo por esto cómplices i encubridores suyos." I este cargo absolutamente vago e infundado, no se basa en hecho alguno concreto, que en realidad no podría encontrarse. Por eso los inculpados se pre­guntan con tanta razón: «¿Qué actos son esos a los cuales han cooperado los majistrados procesados? ¿En qué ocasión han contribuido a la adopción de las me­didas tomadas por el gobierno cesante para debelar a sus enemigos?" No los hai.

La verdad es que ese es un juicio político, impro­pio para producir la conciliación en la familia chile­na. «La Cámara de Diputados, dicen los inculpados, animada todavía con los ruidos de las batallas, se ha precipitado en la brecha desierta de enemigos, i, em­puñando el pendón de las venganzas, ha llenado el pais con los clamores de sus debates, unánimes para ofender, para zaherir a muertos i a vivos, para acusar a presentes i ausentes. Ha forzado las doctrinas cons­titucionales, no solo en los puntos en que podia caber una interpretación jenerosa, sino en aquellos en que la letra de la carta favorecía evidentemente a los per-

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seguidos; i de este modo ha hecho caso omiso de los plazos i de las prescripciones que los amparaban, i ha suprimido, en sus procedimientos de investigación, trámites que la misma Constitución señala como in­dispensables ( i ) . »

«La acusación en masa de los ministros de Estado que compartieron con el presidente Balmaceda los azares de la guerra civil durante el término de ocho meses i la acusasion a los majistrados superiores de justicia que funcionaron en agosto último, son la prueba manifiesta de la afirmación que acabamos de estampar. Ella revela a la vez el nuevo plan que el vencedor ha puesto en planta, a fin de hacer efectiva una responsabilidad que se reputa indiscutible contra

( i ) Los acusados son: José Fructuoso Cousiño, abogado desde 1845, i Ministro í Presidente de la Suprema Corte desde 1865.—Manuel E. Ballesteros, abogado desde 1871 que tiene una brillante foja de servicios como educacionista, juez, presidente de Corte i autor de varias obras de jurisprudencia premiadas por la Universidad. — Epifanio del Canto, abogado desde 1852, intendente de varias provincias, juez y Ministro de Corte desde 1870.—Domingo Urrut ia Flores, abogado desde 1856, intendente, diputado i M i ­nistro de Corte de 1882.—Pedro José Gorroño, abogado desde 1864. rector de Liceo i Ministro de Corte desde 1878.— Santos Cuvada, abogado desde 1856, juez de letras en 1870 Ministro de Corte desde 1880.—Daniel Cádiz, abogado desde 1858, juez en 1867, Ministro de Corte desde 1888.—José Miguel González, abogado desde 1859, Ministro de Corte desde 1888.—Ramón Antonio Vergara Donoso, abogado desde 1859, diputado, juez desde 1866. Ministro de Corte desde 1877, miembro de la comisión revisadora del proyecto de Código de Enjuiciamiento C i v i l . — C a r l o s Boizard, abogado desde 18Ó7. se­cretario de intendencia, Protector de indíjenas, Juez de Letras desde 1876, fiscal de la Corte en 1 8 8 3 , Juez de Letras de Santiago en 1880 i Ministro de Corte en 1889. — J o s é T iburc io Bisquert, abogado desde 1861, profesor, diputado. Juez del Crimen de Santiago desde 1873, Juez de San Fernando i Ministro de Corte en 1889.—Demetrio Vergara, abo­gado desde r876, relator de la Corte, Juez de Letras desde 1884, Ministro de Corte desde 1889.—Emilio Crisólogo Varas, abogado desde 1864 profesor, Diputado, Ministro de Corte en 1882, Ministro Plenipotenciario de Chile en Estados Unidos en 1887, fiscal de la Corte en 1890.—Sotero Guardian, abogado desde 1861, Juez de letras desde 1 8 8 2 , M i ­nistro de Corte desde 1885 i Presidente de la de Talca en 1889.—Horacio Pinto Agüero, abogado desde 1871, profesor, Jefe de Sección de un Ministerio, diputado, Juez de Letras desde 1874, Ministro de Corte en 1888 i Presidente de la de Talca en 1S90. — Luis del Canto, abogado desde 1864, diputado en el mismo año, Juez de Letras en 1S71, Ministro de Corte en 1 8 8 8 . — F i d e l Ur rut ia , abogado desde 1870, Juez de Letras en 1 8 7 o , Ministro de Corte en 1870.—Ramón Escobar, abogado desde 1859, oficial de un Ministerio, secre­tario de intendencia, diputado en 1870, Protector de indíjenas, intendente, Juez de Letras en 1874, Minstro de Corte desde 1884.—Federico Navoa, abogado desde 1848, profesor, Juez de Letras desde 1868, Ministro de Corte de 1881. — Pedro Roberto Vega, abogado desde 1872, Juez de Letras desde 1876 hasta 1889 que asciende á Ministro de Corte.

¡He ahí los grandes criminales i los advenedizos que acompañaban al Presidente Balmaceda, todos envejecidos en el servicio de la Nación, en puestos públicos eminentes 1 a quienes se pretende castigar hoi como grandes delincuentes de imajinarios delitos.

nombre han alcanzado

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en el seno de la honorable Cámara de Diputados. Es digno de recordar aquí, como un signo de los tiem­pos, que uno de los caudillos de la revolución i pro­motor a la vez de todas estas acusaciones, nombrado por tanto para proseguir la dirijida contra los jueces ante el Senado, ha declarado en plena sesión que la justicia de este alto cuerpo debe ser implacable con­tra los acusados.®

No debe olvidarse tampoco que, aunque llevados ante el Senado en calidad de reos solo veinte majis­trados judiciales, todos ellos encanecidos en la majis-tratura, «debe tenerse presente que en pos de ellos, como lo dicen con justicia en su defensa, acusados por el mismo delito, queda en el mismo ramo una larga fila de servidores públicos que han sido arras­trados a las cárceles i se encuentran actualmente pro­cesados ante tribunales inferiores, destituidos i veja­dos, en número tan considerable que casi no hai departamento en donde exista en el dia una adminis­tración de justicia correcta i regular. La jeneralidad de la persecución ha aniquilado, puede decirse, al poder judicial, de suyo independiente, i ha demoli­do hasta sus bases una institución que era un deber respetar en obsequio a la Constitución, i una conve­niencia conservar en beneficio mismo de los devasta­dores.®

Todo esto se afirma i sostiene ante el tribunsl de la opinión pública, ante los jueces mismos i en presencia del mundo civilizado, por veinte caballeros de alta posición social, de reconocida probidad i de elevadas dotes de saber i cultura intelectual.

Todo esto se hace por la revolución triunfante, bajo el imperio de una lei de amnistía, que no es un engaño para aquellos a quienes se dice va encamina­da a protejer, pero sí una burla a la opinión del mundo civilizado, para hacerle creer que las persecu-

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ciones cesaron, i rije ya en Chile, en su plenitud, el imperio de las leyes i de la Constitución i que cesarán las persecuciones. No, no se engañaron los amnistia­dos, porque ademas que la lei no comprendió ni co­bijó bajo su manto de jenerosa protección, a senado­res, diputados, ministros i consejeros de estado, ministros de los tribunales superiores de justicia, jenerales, coroneles e intendentes de provincias, se dejó abierta amplia brecha para hacer precipitarse por ella la mas odiosa persecución, so pretesto de castigar delitos comunes, per cuya causa hoy yacen todavia en las cárceles muchos inocentes, o muchos a quienes no ha faltado un enemigo que los persiga.

La razón que se ha dado en el Congreso de Chile, para esceptuar del perdón o amnistía a los jenerales, coroneles, intendentes i otros funcionarios de elevada jerarquia ha sido: «que ellos, mejor que nadie, de­bían conocer la Constitución i saber que el presidente Balmaceda habia dejado de serlo para pasar a ser Dictador: que debían haberla estudiado i ver que Balmaceda era un usurpador." Fué precisamente lo que hicieron los sostenedores de la administración Balmaceda, a la cual le entregaron su tranquilidad personal i hasta sus vidas. Estudiaron la lei i la Cons­titución i en la rectitud de su juicio, creyeron que la interpretación que ellos les daban i no la de los revo-lusionarios, era la que se ajustaba, no solo a su letra i espíritu, sino también a la conveniencia del pais.

¿Por ventura los revolucionarios eran infalibles i creen que su interpretación era la única? ¿Para qué nos ordenarían estudiar las leyes, si al mismo tiempo se nos imponía la aceptación de una interpretación ideada por ellos, sin que pudiéramos desecharla so pena de incurrir en delito i en crimen? Tal imposición es el reconocimiento de la mas audaz de las tiranías, porque tiende a matar en el hombre, su facultad mas

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preciosa i que constituye la esencia de la personalidad humana: la libertad de pensar i obrar.

El mismo derecho tenemos nosotros, i lo tenemos con razones legales i de sentido común, para decir que eran los revolucionarios quienes estaban fuera de la lei i quienes la interpretaban mal. I tan cierto es esto, que una cuestión de derecho, que debía ha­berse resuelto en los comicios públicos, fué sacada por ellos de su quicio i dirimida por la fuerza, que siempre es violencia i capricho, cohecho i traición, como en el caso actual. Obra cimentada sobre tales bases no se eleva imponente i majestuosa: tiene que vivir por mucho tiempo entre zozobras, persecucio­nes i muerte de todas las libertades i garantías. Chile nada ha ganado i sí ha perdido mucho en esta loca aventura.

Inquiéranse en buena hora los delitos comunes que hombres criminales pudieron haber cometido; nos­otros seriamos los primeros en levantar nuestra voz débil, pero si enérgicamente justiciera i honrada, para que no queden envueltos en polvo de impunidad, delitos cuyo castigo reclama la vindicta pública. Hasta pediríamos una amplia e inmediata investiga­ción, a fin de que se supiera con la evidencia de la verdad el grado de responsabilidad que toca a cada culpable. Tendríamos también entonces derecho para reclamarla igualdad de procedimientos, lema precioso de nuestras leyes fundamentales, i solicitar igual­mente la investigación de un gran número de críme­nes políticos perpetrados después que la paz se resta­bleció, sobre los cuales la conciencia pública ha detenido su atención, alarmada i sorprendida de que la justicia haya hecho semblante de ignorarlos i que haya enmudecido el poder que debió prevenirlos, o, ya que no lo hizo, que no se haya perseguido o apre­hendido a sus perpetradores. No hai ventaja para la

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sociedad, ni para nadie, de que pueda quedar esta­blecido que en épocas de convulsión social producida por las pasiones* políticas, puedan concularse todas las leyes, sin que un correctivo oportuno i eficaz las pres-tijie i aplique.

Justicia e igualdad en el castigo de todos los críme­nes; premio para todas las grandes acciones es lo que habríamos apetecido. Pero, la revolución triunfante ha querido obrar de otra manera. Ya se ha visto co­mo. Será juzgada por sus frutos.

¡Y aun aguarda el fallo de justicia que se hace fuera de la patria, una escena de dolor i de sangre, cuyo esclarecimiento vendrá a decirnos si solamente Héc­tor Várela pagó en tierra estrangera tributo de mar­tirio a su bandera política i a sus convicciones, ca­yendo a impulsos de la saña implacable de Rosas, o si el suelo de América ha visto por segunda vez re­producido en Salvador Sanfuentes el drama san­griento que desde hace medio siglo viene recibiendo la condenación enérgica de veinte jeneraciones. Aguar­demos que la justicia hable i confiemos en que no descenderá, por el decoro de su patria, del alto solio de integridad i prestijio que con razón se tiene con­quistado en esta tierra de libertad i democracia que se llama República Arjentina!

Un último signo de los tiempos i de la rectitud de criterio que domina en nuestra patria. La prensa de la ciudad de Concepción, tierra que se llama de li­bres i caballeros, ha esclamado regocijada: ¡que se felicita de la muerte de Sanfuentes! i que este jamas creería haber tenido el honor de caer herido de muer­te por el brazo de dos caballeros.

Bajo el título de un telegrama infamante, un fo­lleto publicado en Mendoza con motivo de la muerte de Sanfuentes dice: El Ferrocarril, decano de la pren­sa clerical, rejistra en sus columnas i en la sección

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«Provincias* los siguientes telegramas: «Señor Do­mingo Toro Z. cónsul de Chile—Mendoza—Los ve­cinos de Concepción desean que los señores Castex i Navarro sean defendidos por abogados de reconocida competencia i siendo su honorario de cuenta de este vecindario, dígnese Ud. elejir el abogado que crea reúne las cualidades convenientes.—Pedro J. Bena-vente-—Rafael Zerrano.—Andres Sanhueza Pacheco. —Andres A. Lamas. Concepción, febrero a de 1 8 9 2 . "

«Señor Pedro J . Benavente. — De Mendoza.— Aceptamos agradecidos jeneroso ofrecimiento vecin­dario de Concepción. Los distinguidos abogados Bermejo i Rojas harán triunfar la justicia de nuestra causa, confiada a su intelijente dirección.—Castex i Navarro.^

He ahí el asesinato aleve deificado i glorificado por todo un pueblo que se dice culto. ¡Chile se rejenera i sur je a la vida de civilización! Era de preguntar si la Auracania principia en Concepción. ¡Honor a los penquistos!

En todo Chile se ha espulsado de todos los clubs sociales, de las compañías de bomberos, del seno mismo de la universidad a sus miembros mas anti­guos i honorables por el nuevo delito de balmacedis-mo. Medio Chile honrado i trabajador vive hoi en la condición de paria, en el triste estado de cosa. La voz de orden se dio en la capital i las provincias obe­decieron.

¡Ah! Estos mismos fueron los que pasearon des­nudos por las calles de Valparaiso en un carro de ia basura, los cadáveres mutilados de los jenerales Bar­bosa i Alcérreca, cuyas cabezas mostraba al pueblo un soldado, mediante el estipendio de unas cuantas monedas.

¡Pobre Chile! ¡Cuánto te han hecho descender tus malos hijos!

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Entraba en prensa esta parte de nuestro libro cuando nos llega una publicación hecha en el diario La República de Santiago, en la que se describen los saqueos de la capital. Damos con ella remate a este capitulo, no solo porque agrega nuevos datos a los que nosotros dejamos descritos, sino también porque corrobora en todas sus partes nuestro propio relato.

Nuestra casa fué una de las que escapó a la de­vastación mediante la hábil estratajema de una dis­tinguida señorita, a la que rendimos aqui culto de agradecimiento i de admiración por su enerjia. Acom­pañaba desde algún tiempo a nuestra familia i cuando las turbas se presentaron a mi casa, después de haber saqueado la del coronel Roble, que estaba contigua, ella se presentó impávida a los balcones, se hizo oir con voz enérjica, dominó a las turbas i esclamó por fin: ¡No es esta la casa de don Joaquín Villarino; estuvo aqui alojado, pero hace días que se mudó! Al mismo tiempo mostraba a un amigo nuestro i lo pre­sentaba como el dueño de la casa. Durante el dia fueron repetidas veces las turbas a la casa con el propósito de saquearla, pero ella habia abierto los balcones i cada vez que la canalla se presentaba, or­denaba que la servidumbre gritase: ¡Viva la revolu­ción! Jamas olvidaremos tan inmenso servicio, que nos ha permitido no ser saqueados; pero, nunca tam­poco se borrarán de nuestra alma, ni de nuestra me­moria las angustias porque en.ese dia aciago se hizo pasar a nuestra compañera de la vida, ánjel de nues­tro hogar i ventura de nuestra vida.

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LOS SAQUEOS DE SANTIAGO

(QUÉ ES SAQUEO?

No vamos a hacer una crónica detallada de los su­cesos vergonzosos de que fué teatro la capital de la República el 29 de agosto de 1 8 9 1 . Semejante tarea seria superior a nuestras fuerzas e imposible de en­cerrar dentro de los límites estrechos de un articulo de diario.

Por hoi solo nos proponemos apuntar unos cuan­tos datos sobre aquellos hechos por primera vez vis­tos en nuestro país, a fin de que ellos sirvan de base a estudios serios que mas tarde habrán de llevarse seguramente a cabo cuando se trate de escribir la historia severa e imparcial de los acontecimientos que durante el último año en Chile se han desarrollado.

¿Qué se entiende por saqueo? Nuestro Código Penal no ha definido esta palabra,

pero sí otra que significa lo mismo o, mas bien, en a cual se halla comprendida. Dice el artículo 4 3 2 : — «El que sin la voluntad de su dueño i con ánimo de lucrarse se apropia cosa mueble ajena, usando de violencias o intimidación en las personas o de fuerza en las cosas, comete ROBO.®

Los elementos constitutivos de este delito son los mismos que concurren a formar lo que se denomina SAQUEO, pues hai en este último apropiación de cosa mueble ajena, contra la voluntad de su dueño i me­diante el incentivo del lucro personal de los que lo llevan a cabo. El segundo no es mas que una varian­te del primero, mas grave sin duda alguna porque

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se ejecuta en mayores proporciones, con mas descaro, i va rodeado de circunstancias que concurren a agra­var considerablemente la responsabilidad de sus au­tores.

Los móviles que presiden la ejecución de cual­quiera de estos hechos no pueden ser tomados en cuenta para atenuar la responsabilidad de aquellos que los ejecutan.

Toda distinción entre las causas que mueven al delincuente carece de fundamento, porque su crimi­nalidad es la misma cualquiera que sean esas causas; i las víctimas requieren en todo caso i tienen derecho a exijir igual protección, así de parte de la sociedad como de parte de las autoridades.

El saqueo no es, pues, mas que una de las espe­cies del jénero que se conoce en derecho con la de­nominación común de robo, tiene caracteres de mayor gravedad que las otras especies, puesto que a lo menos es mas cobarde, i a él son aplicables las pres­cripciones de la lei penal que tratan de los robos que se ejecutan en cuadrilla, a los cuales asigna penas mas altas que a los demás.

Formación de las lisias.—En vano se ha querido presentar los saqueos como una manifestación espon­tánea del sentimiento popular herido: ellos son la obra criminal de unos cuantos revolucionarios que no habiendo tenido oportunidad o el valor necesario para hacer algo en beneficio de la causa porque com­batían, después del triunfo quisieron saciar misera­bles venganzas, no ya en las personas sino en los bienes de sus adversarios jenerosos de la víspera.

Calumnian vilmente a nuestro pueblo los que le quieren atribuir la iniciativa i organización de los asaltos mas escandalosos que jamas se han presen­ciado en este país, donde nadie siquiera podia ima­jinar que hubiese quienes fueran capaces de come-

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terlos, mucho menos que alguna vez hubiéramos de presenciarlos con motivo de disensiones políticas.

El saqueo de Santiago fué resuelto i preparado en secretos conciliábulos, a la sombra de las garantías de que todos los habitantes de la República disfruta­ban aun en medio de la tormenta borrascosa i apa­sionada que sacudia nuestro organismo, i de las cua­les carecemos desde el dia en que triunfara el bando revolucionario, no obstante las protestas que a todos los vientos de la esportacion formula para hacer creer que vivimos en el mas tranquilo i apacible de los periodos porque puede atravesar la existencia de un pueblo.

Dos o tres dias después del combate de Concón se reunían en fastuosa casa señorial de la calle de Huér­fanos cinco personajes mas o menos encumbrados del grupo constitucional, convocados allí para tratar asuntos de grande importancia. Eran ellos dos clé­rigos i tres seglares que, a juzgar por la catadura de sus acompañantes, era fácil presumir que militaban también en las filas ultra-montanas.

El primero de esos místicos conspiradores habia sido hasta hacia pocos meses capellán de S . E. el Presidente de la República, de quien hiciera brillante elojio en la inauguración de una obra monumental, apenas unos cuantos dias antes de la sublevación de la Escuadra: era el segundo un misionero famoso que, apesar de su condición de estranjero, tiene ga­nadas las espuelas del mejor preparador de cofradías i hermandades para enviarlas a las mesas electorales.

En cuanto a los tres profanos que con estos santos pastores habia, a quienes el pueblo ha designado con el apodo de carlistas, bástenos decir que sus nom­bres, que son mui parecidos, andan en boca de todo el mundo a causa de la popularidad que los hechos de que nos venimos ocupando i los elevados puestos

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que desempeñan actualmente en la administración pública, les ha conquistado.

Después de breve discusión se acordó entre los personajes de nuestra referencia, que dado caso que la causa revolucionaria triunfase en el próximo com­bate que su ejército habría de empeñar con el del gobierno constituido, se entregaran a saco todas las propiedades de los partidarios de este último, por lo menos de aquellos que desempeñaban cargos pú­blicos de mayor importancia, ya que saquearlos a todos seria empresa de larga duración. Se procedió en seguida a formar las listas por barrios, anotando cada casa con el nombre de su dueño, la calle i el número en que se hallaban situadas ( i ) .

Cada uno de los asistentes tomó cierto número de estas listas a fin de entregarlas a los diferentes jefes de cuadrillas, que cuidadosamente se procedería a organizar para que estuvieran listas en el momen­to dado.

Las instrucciones que se acordó impartir a estos jefes, quienes a su vez en ocasión oportuna las tras­mitirían a sus cofrades, fueron edificantes i sencillas: llevar todo lo que se pudiera, destruir i arrasar lo demás.

Como se cumplieron las instrucciones.—Nadie en­tre nosotros lo ignora.

A las ocho de la mañana del 29 de agosto, es decir, a las pocas horas de saberse en Santiago el resultado definitivo de la contienda i la abdicación voluntaria del Excmo. Sr . Balmaceda, los diver­sos jefes de cuadrillas reunían a sus cofrades en la parte central de la ciudad, llevando consigo las listas

( i ) En esos mismos instantes o con poca antelación, el Ministerio se reunía i acor­daba conceder amplía amnistía a los revolucionarios, en caso que la suerte de las armas fuese favorable a la causa del orden, hecho que nos consta de verdad. ¡Qué diferencia i qué contraste!

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que en la casa de la calle Huérfanos se les repartiera. A la cabeza de cada una marchaba, por lo jeneral,

un individuo a caballo con una bandera en una mano i una campanilla, atavío relijioso, en la otra ( i ) . Se despacharon tres o cuatro para los diferentes barrios de la ciudad, no siendo raro ver en ellas algunos in­dividuos con arreos de militares constitucionales, que entonces solo se distinguían de los verdaderos por el famoso parche rojo del brazo derecho, i aun varios miembros del cuerpo de bomberos que para oprobio de la corporación a que pertenecen tuvieron la poca cordura de vestir de uniforme, como si marcharan a un incendio o a una revista. I si alguien cree que es inexacta esta afirmación, estamos dispuestos a sos­tenerla, publicando el nombre de los individuos a que nos referimos; aunque quien tal negativa for­mule no será seguramente Carlos Oliva, bombero de la 2 . A compañía, acerca de cuyas proezas en el barrio de Ultra-Mapocho, tenemos sobre nuestra mesa datos mui completos.

En su trayecto las partidas saqueadoras se veian considerablemente aumentadas con jente de todas edades i condiciones que acudia al llamado de las campanas que en todas las iglesias de la ciudad los sacristanes con todo entusiasmo tañían. En cantidad de doscientos a trescientos, por término medio, lle­gaban a la puerta de cada casa, donde el jefe, des­pués de confrontar el número con el que la lista in­dicaba, daba la voz de ¡alto! ajitando fuertemente la campanilla, para decir enseguida: «Casa del dictato­rial Fulano de Tal. ¡A la carga, niños! Sacar cuanto haya i apurarse, porque tenemos mucho que andar." Esto era solo una trascripción de la orden del dia

( i ) Nota del autor. Nosotros los vimos al i r de incógnito en busca de un asilo para nuestra persona.

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que poco antes, estos caudillos menudos de otros mas altos, recibieran.

Las turbas se lanzaban como lobos hambrientos sobre indefensa presa. Ricos mobiliarios, obras de arte de considerable valor, bibliotecas completas i escojidas, el trabajo de muchos años, todo fué arra­sado, destruido i robado ignominiosamente. Asi, en los grandes palacios como en las casas de segundo orden, bastaron unas cuantas horas para dejar en ellos un montón de ruinas. Casi todos semejaban edificios en construcción, con techos i murallas úni­camente, estando señalados los claros que habrían de ocupar las puertas i ventanas, cuyos maderos i barrotes habian desaparecido por completo.

Los muebles se trasportaban en carretones i car­ruajes de mudanzas, con la misma tranquilidad de quien se cambia de una casa a otra después de haber pagado el alquiler correspondiente. Lo que no se podia o no convenia llevar, se quemaba, i esto ocur­rió con centenares de carruajes i otros objetos poco fáciles de trasportar.

Concluida la operación de desocupar una propie­dad, el jefe de la mudanza gritaba: «A la calle tal, número tantos"; donde, con pequeñas variantes se repetía la cosa; i en esto se pasó todo el dia, hasta que allá en la tarde la policía diera a entender con su presencia en las calles de la ciudad, que habia espirado ya el plazo que al pueblo se concediera para dar desahogo a sus lejítimos enconos, designación con que algunos escritores constitucionales han tratado de justificar los atentados salvajes de que nos ocu­pamos.

Actitud de las autoridades.—El jeneral Baquedano, en nota pasada a la Junta revolucionaria de Gobierno el dia 2 de setiembre para dar cuenta de su adminis­tración como Presidente provisorio de la República,

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ha querido escusar la tremenda responsabilidad que sobre él pesa por haber tolerado impasible los sa­queos de Santiago, diciendo que no pudo contener­los por falta de tropas, pues las que quedaron de la administración anterior estaban completamente des­organizadas i sin moralidad alguna.

¡Gratuita é inmerecida ofensa que el jeneral-presi-dente hizo al ejército de Chile, a ese ejército leal i abnegado de cuyas victorias de otro tiempo fué el primer usufructuario.

No habremos menester muchos esfuerzos para de­mostrar la falsedad de tal imputación.

Es un hecho reconocido por todos, que el exce­lentísimo Sr. Balmaceda puso a las órdenes del je-neral Baquedano seis mil doscientos cuarenta i seis hombres, que el 28 de agosto formaban la guarnición de Santiago, i el único encargo que el i lustre man­datario hizo a su sucesor, fué pedirle que hiciera guardar el orden i tranquilidad del vecindario, a lo cual el jeneral solemnemente i ante caballeros mui honorables se comprometió.

En las primeras horas de la mañana del 29 de agosto se presentaron en la Moneda a recibir órdenes del nuevo Presidente los siguientes jefes de cuerpo:

Coronel Mateo O. Doren, del rejimiento Húsares de Colchagua.

Id. Salvador Urrutia, del Rejimiento Imperial. Id. Leandro Navarro, del Rejimiento de Zapadores. Id. Pablo Marchant, del 4 . 0 de línea. Id. Manuel Jesús Jarpa, comandante accidental de

armas. Comandantes Bisivinger, Gómez i Ortiz Olavar-

rieta de la Policía de Seguridad. Coroneles Belisario Campos i Gregorio Silva, je­

fes respectivamente, del Rejimiento Concepción i Batallón Nueva Imperial.

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Todos hablaron personalmente con el jeneral i a cada uno les contestó estas testuales palabras.

(.(.Vaya Ud. ahí a su cuartel; tenga su tropa lista i espere órdenes ahí. Todo como antes.**

Las tropas permanecieron acuarteladas i en todo el dia del saqueo no llegó orden alguna. El jeneral Baquedano con una escolta de caballería se fué a la cárcel, donde puso en libertad a los pocos reos polí­ticos que en ella habia i a trescientos sesenta reos comunes procesados por los juzgados del crimen i todos los cuales fueron a engrosar las partidas sa­queadoras.

Pasó en seguida al cuartel de Zapadores, dio a re­conocer al nuevo jefe, comandante Alamos, que aca­baba de sacar de la cárcel, i dispuso que el cuerpo fuera a formarse en línea de batalla frente al Palacio de Gobierno, en el cual pasó encerrado la mayor parte del dia, recibiendo las visitas que iban a felici­tarle o haciendo telegramas de nombramientos i des­tituciones de funcionarios así del interior de la Re­pública como del esterior.

Cuéntase que cuando el Presidente provisorio regresaba de la cárcel a la Moneda, acompañado del Intendente que para Santiago acabara de designar, pasó por la réjia casa del señor don Claudio Vicuña que en ese instante turba numerosa i fanática arra­saba; al ver lo cual el valiente guerrero de otra época solo se limitó a recomendar al pueblo orden i com­postura.. .

Las tropas que habia en Santiago no estaban, pues, completamente desmoralizadas, como en docu­mento oficial el jeneral Baquedano lo aseveró. Mui al contrario, su disciplina i moralidad no dejaron nada que desear. Pruébalo suficientemente el hecho de que el Rejimiento Zapadores, uno de los mas brillantes del ejército, continúa hasta hoi como es-

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taba hasta el 29 de agosto, salvo el cambio de Jefes i algunos oficiales: el Imperial quedó por varios dias al mando de su antiguo i prestijioso jefe, que fué después relevado por el comandante Cruz Daniel Ramírez: el Rejimiento Húsares de Colchagua prestó servicios hasta el 1 0 de setiembre, en que se le mandó disolver; el 4 . 0 continuó aun muchos dias con sus oficiales antiguos, todos los cuales fueron cam­biados cuando se dio el mando del cuerpo al coman­dante Miguel Urrutia a fines de setiembre; la Policía de Seguridad continúa hoi como entonces estaba, salvo el relevo de algunos oficiales i tropa llevado a cabo en setiembre i octubre, i a los cuales aun no se ha ajustado sus haberes.

De los cuerpos Concepción i Nueva Imperial parece escusado decir nada, puesto que estaban comandados por dos de esos que se llaman militares de honor, Campos i Silva, jefes cuyo prestijio deja comprender el estado de brillante moralidad de las tropas que bajo sus órdenes se colocaran.

Por otra parte, conviene no olvidar que esas tropas que se consideraban incapaces de contener los desór­denes fueron las mismas que desde el primer momen­to se emplearon en todos los servicios, que plugo atender a los que tenian en sus manos las riendas del Gobierno. Fueron esas mismas tropas las que con la compostura i moralidad propias de su organi­zación, sirvieron para publicar el bando que daba a reconocer al Presidente provisorio de la nación, des­pués de lo cual se retiraron tranquilamente a sus cuarteles, cosa que no habrian hecho soldados licen­ciosos i faltos de disciplina.

El jeneral Baquedano reconoce, pues, en su ya recordada nota de 2 de Setiembre, que nada hizo para evitar i contener los saqueos, i como creemos haber manifestado que las razones alegadas para es-

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cusar su conducta son de todo punto inexactas, que­da entonces establecido que a su cuenta i a la de las autoridades que de él dependían, es menester cargar la gloria de aquella jornada. ¡Triste gloria para el vencedor de Chorrillos, que supo evitar los saqueos en ciudades estranjeras i no pudo contenerlos en su propia patria!

Por su parte, el comandante de armas jeneral Ar-teaga, nada hizo tampoco en bien de la ciudad. Dis­puso si, el envió de tropas a los lugares que estaba interesado en resguardar, mas no a aquellos por que debió haber empezado. I a este propósito, se nos cuenta, que un amigo del jeneral a quien se le avisó que acababa de ser saqueada su casa, sin que hu­biera sido posible salvar siquiera las camas i el abrigo necesario para sus pequeños hijos, escribió a aquel una carta rogándole se sirviera mandar cuanto mas no fuera un soldado, a fin de evitar que siguieran robándose las plantas del jardín, lo único que que­daba, i que prendieran fuego a la casa, como ya se le habia anunciado. Pero tal carta que llegó por conducto seguro a su destino, no ha merecido hasta hoi los honores de la respuesta; mucho menos se vio jamas el auxilio solicitado, hecho que dio por resul­tado que el saqueo de la propiedad en referencia con­tinuara por tres dias, en menor escala sí, pero al fin de los cuales no quedaron ni el piso i entablados de las piezas, ni los árboles del huerto. ¡Digna conducta del héroe de Tarapacá!

La acción de las autoridades militares i adminis­trativas ha sido eficaz i espléndidamente secundada por los representantes de la autoridad judicial. No obstante que nadie en Chile ha puesto en duda que los acontecimientos del 29 de Agosto revisten los caracteres de crímenes cuyo castigo corresponde a la justicia encargada de salvaguardiar los intereses de

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la sociedad a que sirve i sobre la cual pesa la obliga­ción de perseguirlos de oficio, hasta hoi no se ha ini­ciado proceso alguno por aquellos jueces que un de­creto de la junta revolucionaria de gobierno repusiera en sus funciones con fecha 4 de setiembre.

No es ello estraño, con todo, en esos jueces que después de haber sido separados de sus puestos por el verdadero gobierno de Chile a causa de su mal comportamiento, la revolución triunfante los llamó de nuevo a servir cargos, de que ante la lei i la con­ciencia honrada del pais se habían hecho indignos. Esos majistrados no han tenido tiempo aun de abrir un sumario para esclarecer tamaños delitos, porque todas sus facultades se hallan al servicio de las pa­siones políticas, a fin de perseguir a todos los servi­dores leales de la pasada administración, para lo cual la mas vulgar prudencia les aconsejaba declararse implicados, como ante las leyes naturales i positivas evidentemente lo están.

Consecuencias de los saqueos.—La primera de to­das es la ruina de quinientas familias, que cuando acaso menos lo imajinaban se han visto privadas de lo que para ellas constituía el fruto de muchos años de trabajo, economías i privaciones de una larga vida, el pan que al dia siguiente habian de dar a sus hijos. Todo en nombre de la lei, en nombre de la Constitu­ción porque dice haber luchado el partido que hoi impera en nuestro pais.

Quinientas casas saqueadas representaban para sus dueños la cifra enorme de ocho a diez millones de pesos, sin contar todavía las reclamaciones por perjuicios ocasionados a estranjeros que se hacen subir a otros tantos millones. ¿Contribuirán a indem­nizar estas sumas los causantes de la catástrofe?

Es fuerza reconocer, sin embargo, que las resultas materiales de los saqueos de Santiago han sido mé-

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nos cuantiosas que sus mismos preparadores se ima­jinaron, pues hubo muchas casas que figuraban en las listas fatales i no fueron saqueadas, merced a precauciones hábilmente tomadas en el momento mismo del peligro. En unas se desocuparon los de­partamentos de la calle i se puso a la puerta cartel de arriendo; otras se hicieron aparecer como de sub­ditos extranjeros a quienes la bandera enarbolada de la respectiva nacionalidad les ponia a cubierto de estas venganzas de partidos. Por estos o pareci­dos medios se escaparon no menos de cien propie­dades.

La segunda, i sin duda alguna la mas grave de las consecuencias que acarreará la introducción del sa­queo como arma de partido en nuestras luchas polí­ticas, es la corrupción del pueblo que quedará acos­tumbrado a esta clase de desahogos, que en lo sucesivo prodigará a su arbitrio cada vez que lo esti­me oportuno o conveniente. Esta arma peligrosa de dos filos, que los revolucionarios han puesto en sus manos puede tomarse contra ellos en época no mui lejana, puesto que le han dicho que debe esgrimirse contra los opresores de los pueblos...

El recuerdo de tanta casa saqueada, de tantas fa­milias honorabilísimas arruinadas, quedará impere­cedero en la memoria de los que hemos sido víctimas o testigos de estas hazañas constitucionales, que por nosotros conocerán nuestros hijos, a fin de que siem­pre pueda saberse en Chile quienes fueron los autores o cómplices de los hechos mas vergonzosos que se han verificado en su suelo. I en cuanto a los crimina­les que los prepararon o permitieron, la reprobación de todo hombre honrado irá siempre con ellos como inseparable compañero; a donde quiera que vayan llevarán tras sí, ademas del remordimiento de la pro­pia conciencia, que algún dia habrá de rebelarse para

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decirles ¡canallas! el peso de la mas merecida, de la mas justa de las maldiciones.

Lista de los saqueados.—Imposible ha sido poder formar aun una lista completa de las casas i almacenes saqueados.—Trabajo es este de considerable impor­tancia que oportunamente habrá de llevarse a cabo, a fin de que andando el tiempo se sepa quienes fue­ron despojados en nombre de la Constitución, así como los que tales despojos llevaron a cabo.

Sabemos que hasta la fecha se trabaja en la forma­ción de una estadística completa de los saqueos en la cual figuran las propiedades saqueadas, el nombre de sus dueños, el monto de las pérdidas i también el nombre de los que encabezaron i dirijieron las turbas en cada una de ellas.

Entre tanto, i sin tomar en cuenta por ahora no­venta i tantas casas de préstamos, publicamos en se­guida una nómina de las saqueadas de las que hasta hoi tenemos noticias i la cual completaremos enbreve:

D. José Manuel Balmaceda. D. Claudio Vicuña, Compañia. D. Nemesio Vicuña, Montijas, 4 1 . D. Adolfo Ibañez, Agustinas, 1 9 . D. Adolfo Eastman, Delicias, 1 0 0 . D. José Tiburcio Bisquertt, Cerro, 1 2 . D. Alfredo Prieto Zenteno, San Antonio, 115. D. Marco A. Ramírez, Delicias. D. Agustin Correa Bravo, Recoleta, 1 6 5 . Jeneral José Francisco Gana, Montijas, 3 4 . D. José Antonio Silva O., Merced. D. Victor Echaurren Valero, Delicias. D. Adolfo Balderrama, Santo Domingo, 6 6 . D. Julio Bañados E. , Santo Domingo, 6 6 . Señora Encarnación Fernandez dé Balmaceda, Ca­

tedral, 98.

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D. Daniel Balmaceda, Catedral. D. Rafael Balmaceda, Agustinas, 1 3 4 . D. José Maria Benitez, Catedral. D. Alfredo Ovalle Vicuña, Agustinas, 29 . D. Pedro Pablo Figueroa, Eyzaguirre, 1 0 . D. Juan E. Mackenna, Dieciocho, 1 0 4 . Jeneral José Miguel Alcérrecá, Echeverría. D. José Luis Alcérrecá, Echeverría. D. Agustín Alcérrecá, Echeverría. D. José Luis Navas, Martínez de Rosas, 84 . D. Ruperto Murillo, Rosas, 79 . D. Guillermo Mackenna, Catedral, 1 1 6 . D. Joaquin Oyarzun, Moneda, 1 6 . D. Gregorio Cerda i Ossa, Moneda, 226 . D. Eloi Cortinez, San Francisco, 6. D. Manuel Aristides Zañartu, Moneda, 67 . D. José González, San Pablo. D. Hermójenes Puelma, Andrés Bello. D. José Tomas Avila, Recoleta, 1 6 $ . D. David Silva Lemus, Cañadilla. D. Acario Catapos, Alameda. D. Ismael Pérez Montt, Morandé, 38 . Imprenta de Los Debates, Moneda, 1 6 . Librería Latrop, Estado. Panadería de la señora Oyarzun, Esmeralda, 2 3 . D. Domingo Godoi, Rosas, 49 . D. José Miguel Valdes Carrera, Agustinas, 1 5 $ . D. José Manuel Encina, Santo Domingo, 55 . D. Matías López, Hotel Central. D. José Arce, San Francisco, 3 5 . D. Carlos Sazie, Moneda. D. Manuel Joaquin Díaz, Agustinas, 39 . D. Juan S . Risso, Parque Cousiño. Jeneral Orozimbo Barboza, Delicias, 1 8 3 . D. Rafael Casanova, Delicias, 2 1 2 . D. Desiderio Bravo, San Pablo.

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D. Juan Muñoz Délano, San Pablo. Coronel José Antonio Nolasco. D. Julio Sepúlveda. D. Juan de Dios Sepúlveda, Matadero. D. Pedro Nolasco Gandarillas, Agustinas. D. Diego A. Bahamondes. D. Ismael Pérez Tapia, San Francisco. Coronel Hermójenes Cámus. Coronel Ricardo Castro, Catedral. D. Juan Sal inas, San Pablo, 1 7 5 . D. Ricardo Fernandez Frías, Matucama. Comandante Carlos Lalanne, Matucama. D. Juan A. Santamaría, Lira , 7 4 . D. Isaías Cerda, Carrascal. Jeneral Santiago Amengual, Manuel Rodríguez. D. Federico Castro S . D. Juan Ábrego C , Avenida Portales. Coronel Manuel R. Baraona, Olivares, 1 5 . D. Antonio Bles Infante, San Pablo. D. Jacinto Chacón, Catedral, 2 0 2 . D. Luis Alcalde I., Catedral. D. Jorje Rojas, Catedral, 1 1 5 . Jeneral José Velazquez, Delicias, 1 7 3 . D. Ricardo Vicuña, San Diego, 1 1 . D. Eulojio Allendes, Delicias, 1 9 0 . D. Manuel José Benitez, Delicias, 2 3 9 . D. Fernando Cabrera Cazitúa. D. Lucio Concha, A. Prat, 48. D. Baldomero Frías Collao, Huérfanos, D. Diego Guzman Z., Santo Domingo, 55 . D. Manuel Garcia Collao, Echáurren, 80 . D. Eduardo Mardones, Agustinas, 67 . D. Calisto Ovalle V., Compañía, 89 . D. Agustín del Rio, Serrano, 4. D. Manuel Salas Lavaqui, Delicias, 2 8 3 . D. Aníbal Sanfuentes, Huérfanos, 1 .

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D. Ignacio Silva Ureta, Compañia, 1 5 1 . D. Miguel Silva Ureta, Catedral, 3 0 1 . Coronel Luis Solo Zaldivar, Nogal, 57 . D. Alberto Valdivieso Araos, Compañia, 1 7 9 . D. Ruperto Ovalle Vicuña, Compañia, 89. Señora Carmen Ovalle V. de Porto-Seguro, Com­

pañia. Coronel Eulojio Robles. D. Christian Larzon. D. Carlos Boizard, Delicias. D. José Félix Passi, Dardignac, 9 0 . D. Rolan Zilleruelo, Loreto. Coronel Mateo C. Doren, Libertad. D. Francisco Javier Godoi, Tres Montes. D. Ramón Espech, Alameda, 2 5 9 . Coronel Ricardo Gormaz, San Diego. D. Francisco Arrate, Matucana. D. Arturo de Ballesteros, Instituto. D. Jorje Figueroa, Nataniel. D. Mosés Rojas, Marcoleta, 4 4 . D. Samuel Besoain, San Pablo. D. Lorenzo Pérez, Nataniel. D. Manuel Ejidio Ballesteros, Santo Domingo. D. Agustín A. Acevedo, Rosas. D. A. Pérez Barahona, San Pablo. D. Rosauro Rivera G., Cañadilla, 3 6 5 . Coronel Manuel Villarroel, Serrano, $ 5 . Coronel Guillermo Zilleruelo, Serrano, 1 0 . Coronel Demetrio Carvallo C , Cañadilla. D. Romualdo Lil lo, Lira. D. Eujenio Poisson, Chiloé. D. José Damián Navarro. Coronel Javier Zelaya. Coronel Exequiel Fuentes, Diez de Jul io. D. Ambrosio Valdés Carrera. D. José Ramón Ballesteros.

29

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D- Enrique Soto Moraga, Ejército, 7 5 . D . Ricardo Blest, Cañadilla. D . Felipe Santiago Gandarillas. Coronel Manuel J . Jarpa, Catedral. Coronel Ramon Jarpa, Moneda, 1 9 1 . Coronel Adolfo Silva Vergara, Castro. D . Belisario Vial, Compañía. D . Manuel A. Cruz Leiton. D . Antonio Brieba, Avenidera Latorre. D . Washington Allendes, Copiapó, 1 3 7 . D . Nicanor de la Sota, Cintura. D. P. Candia, Chuchunco. -D . Autonio Schianetti, Chuchunco. Santiago, 24 de Febrero de 1 8 9 2 .

F. DELORD.

Hoi, después de ocho meses que sonó el último cañonazo en los campos de la Placilla, empapados en sangre jenerosa de hermanos, cubierta su atmós­fera con el hálito emponzoñado de la traición; i des­pués aun del sometimiento voluntario de los venci­dos, sin que haya resistencia, sino los anhelos de un cansancio profundo i de un ardiente deseo de tregua i de paz; hoi, en estas favorables condiciones, desáta­se todavía en la querida patria nueva i pertinaz per­secución en contra de diputados, senadores i demás personas notables que acompañaron al Excmo. señor Balmaceda en su noble tarea de gobernante. Princi­pian a llegar a Mendoza distinguidos emigrados a quienes lanza afuera la persecución mas injustificable i criminal, pero al mismo tiempo, comienzan también a aparecer en la prensa i en el seno mismo del Go­bierno los síntomas de discordia i desarmonia de los que realizaron una confabulación inmoral, estrechada

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por el odio, para unir aspiraciones e ideas antagóni­cas, intereses opuestos que sino hoi, mañana traerán la desorganización i la anarquía en el poder, puesto que en él se encuentran i dominan hoi los mismos que ayer la crearon en la oposición.

¡Dios salve a Chile!

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VI

L O S DOS GOBIERNOS EN PRESENCIA DE LA LEY Y EL DERECHO

No era un gobierno de hecho i usurpador el del presidente Balmaceda. Lo hemos probado en otra parte de esta obra. Tenia mándate popular i sobera­nía delegada hasta el 18 de setiembre de 1 8 9 1 , según la Constitución. No hai en Chile poder superior a esta, ni autoridad que haya recibido facultad de de­poner al jefe del Estado, quien recibe su investidura del pueblo que en él la delega. El Presidente era Je-neralísimo del Ejército, Almirante de la Escuadra, que se alzó en contra de él. Era su deber tratar de reducirla a la obediencia; era su deber salvar el prin­cipio de autoridad, salvar a Chile. Dentro de la misma Constitución tenia medios abundantes para hacerse respetar; mas, para salvar todo escrúpulo, un con­greso elejido por el pueblo aprobó su conducta. Gobernaba i era obedecido sin contradicción el pre­sidente Balmaceda por dos millones i medio de ha­bitantes i su autoridad se estendia a las nueve décimas partes del territorio, las mas pobladas i ricas. Todas las naciones estranjeras lo reconocían, tenian sus re­presentantes ante él. Representaba la tradición cons­titucional de sesenta años i habia hecho un gobierno de progreso i de libertad, dando ensanche a todas las manifestaciones lejítimas de la vida pública: la pren­sa, el derecho de asociación, la libertad de la pala­bra. Tenia derecho para levantar ejércitos, remover empleados i separarlos de sus puestos, quedando le-

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galmente nombrados o destituidos. De aquí se deduce que ninguno de sus colaboradores, ni en el ejército, ni en la marina, ni en la administración pública eran criminales por el hecho solo de cooperar a la acción patriótica i salvadora del Presidente, a no ser que co­metieran delito penado espresamente por las leyes preexistentes, según lo establece la Constitución.

No habia hecho el presidente Balmaceda la revolu­ción, como lo pretenden los revolucionarios: la com­batía i procuraba matarla en Chile para siempre i era el suyo un poder regular e independíente.

No se pretenda, no, atribuir a la administración Balmaceda la responsabilidad esclusiva i única de la revolución, procurando después de la victoria, entur­biar el recuerdo de los hechos, a fin de lograr ese in­tento. Basta traer a la memoria cuatro fechas que son otros tantos hechos culminantes e imborrables, que ningún chileno podrá haber olvidado, ni olvidará ja­más. Esas cuatro fechas i hechos se sucedieron unos en pos de otros i señalan quiénes fueron, quiénes prepararon e hicieron la revolución i quién procuró debelarla.

Primer hecho.—El día i . ° de enero de 1 8 0 1 , el Congreso Nacional se encontraba clausurado por el ministerio de la Constitución. En forma irregular e inusitada i fuera de sesión, redactó i ha dicho que firmó una acta de deposición del presidente Balma­ceda, que hai constancia de que no existia, en mayo de 1 8 9 1 , en el libro de actas de las sesiones del Con­greso. Declaró inhábiles a los ministros i consejeros de Estado para que no pudieran sucederle, en confor­midad de la Constitución, en el desempeño de sus funciones augustas presidenciales. Dispuso la creación i organización de una división naval, que puso a las órdenes de don Jorje Montt, entonces capitán de na­vio, para que él, el subalterno del Presidente de la

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República, le hiciera comprender que la armada obe­decía a la Constitución i que, por tanto, era preciso que se dictara sin demora la leí anual que autoriza su existencia, leí que el Congreso se había negado a dictar por medio de un acuerdo espreso anticonstitu­cional i que en hora intempestiva venia a pedirla a S . E. el Presidente de la República. .

Segundo hecho.—El dia 5 de enero de 1 8 9 1 , el Excmo. Sr . Balmaceda, con el voto unánime de todo el ministerio, espidió un decreto declarando: que a consecuencia de no haber despachado el Congreso la lei de presupuestos para el ejercicio de 1 8 9 1 i la leí que fija la fuerza del Ejército i Armada, estaba dis­puesto i era su deber continuar en el mando de la República sin la existencia de esas leyes i ordenó que rijiera la del año anterior. La Nación no podia des­aparecer ni morir.

Tercer hecho.—Al amanecer del dia 7 de enero de 1 8 9 1 la escuadra, que estaba al ancla en la bahia de Valparaíso, se sublevó.

Cuarto hecho.—En la tarde del mismo dia 7 de enero, el Presidente de la República, siempre con acuerdo de su Ministerio, en vista de la sublevación de la escuadra, declaró que asumía el poder público en toda su latitud, en cuanto fuera necesario para el restablecimiento del orden público i para someter a la obediencia de la autoridad a las fuerzas de mar que se habían alzado en su contra.

En vista de esto, no es posible decir que fuera .el presidente Balmaceda quien proclamó la revolución, ni que fuera él quien infrinjió la Constitución i las leyes.

Tenemos, pues, el punto inicial de la revuelta, que dio vida a la Junta de Gobierno de Iquique, al minis­terio que ella organizó i a todos los actos que mas tarde se sucedieron. Fué desde el principio un go-

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bierno de fuerza i de hecho, que procuró lejitimarse, tratando por todos los medios posibles de alcanzar el reconocimiento de beligerancia de todas las naciones •que tenían vínculos de amistad con Chile, lográndolo solamente de una de último orden. Se reconocía que no era gobierno constitucional i para alcanzar siquie­ra las prerrogativas de gobierno de hecho, ejecutó todos los actos que éstos pueden ejercitar. Nombró empleados públicos, organizó oficinas, destituyó em­pleados, organizó un ejército i estendia su autoridad sobre unos cien mil habitantes que se dilataban en la rejion mas despoblada i árida de la República.

I aqui viene lójicamente la pregunta ¿por qué serian criminales, vandálicos i arbitrarios los actos ejecuta­dos por el gobierno constitucional del presidente Bal-maceda i no lo serian los de análoga naturaleza del gobierno de hecho revolucionario, como hoi se pre­tende por la triunfante revolución? ¿Porqué serian criminales los individuos que aceptaron puestos pú­blicos dentro de una administración correcta, como la de Balmaceda; i no cometieron crimen, ni simple delito, los que recibieron análogos nombramientos del gobierno de hecho de Iquique? No lo sabemos, pero si conocemos las leyes que no autorizan para es­tablecer diferencias tan chocantes i tan evidentemente absurdas e inconsistentes.

Para tratar estas cuestiones queremos hacer gracia a los revolucionarios, alzándolos i poniéndolos al ni­vel del gobierno Balmaceda, considerando a éste como un mero gobierno de hecho igual en todo al de Iqui­que, a fin de que las comparaciones resulten mas cla­ras, i mas evidente la sin razón e injusticia con que se procede, ensañándose contra los que sirvieron hasta el fin a la administración Balmaceda.

Era un hecho que el pacto constitucional había sido roto por el Congreso i que las cosas habían lie-

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gado a un estado en que los bandos contendientes podían ser considerados como dos belijerantes, que ambos tenían análogos derechos en el territorio so­metido a la jurisdicción de sus armas. Habian ape­lado a ellas para la decisión de la contienda i era por tanto lójico que las leyes de la guerra fueran las que debian aplicarse en el modus-operandi en que se ha­bían colocado los belijerantes.

Cuando los enemigos estranjeros, lo mismo que los partidos en lucha, llegan a posesionarse de una estension de territorio, se producen entre ellos i los pobladores derechos i obligaciones, reglados por la civilización, i es entonces la leí internacional la que impera, haciéndola valer con equidad i justicia. Todo procedimiento que de aqui se aparte, para hacer gra­voso con sacrificios inútiles el fin primordial de la guerra, que es su término, es tiránico, despótico i debe recibir la condenación del mundo civilizado.

El derecho internacional elemental reconoce como principio: que el ocupante bélico de un territorio no puede, por ningún motivo, suspender ningún servicio público necesario para la conservación de la existen­cia i seguridad personal de los ciudadanos i de la fa­milia. Pueden así mismo los ocupantes ejercer con toda amplitud las atribuciones de gobierno regular, i si esto se concede hasta a los que violentamente se apartan de la obediencia i se levantan contra el Go­bierno con las armas en la mano ¿porqué, en igualdad de circunstancias se niega ese mismo derecho al pre­sidente Balmaceda? Para eso se tiene que establecer la ficción de que era criminal, de que habia hecho la revolución, que no habia ejército, marina, tribunales de justicia, administración i mil otras aberraciones inconcebibles, que colocarían al estado que los acep­tase en la triste condición de horda, privada de todos los beneficios de la civilización i del estado social.

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No importa saber al derecho internacional cuál de los beligerantes u ocupantes de una estension de te­rritorio es el que representa la legalidad. No, porque ésta, cual la justicia, se cierne sobre todos i confia a su lealtad i a su honradez la aplicación correcta i equitativa de sus preceptos. El éxito de la contienda decide ¡por desgracia! de la cuestión que los dividía i si en la práctica de las naciones civilizadas, que han hecho la lei internacional, no se castiga a los ciuda­danos del pais vencido ni se les inflije daños persona­les, no puede tampoco el partido político triunfante, convertirse de belijerante en juez i establecer un sis­tema de represión i de tiranía que pugna con los principios del derecho, con la equidad i con la jus­ticia.

No comprendemos porqué habrían de considerarse actos de cumplimiento de sus deberes, sublimes i he­roicos, los de los revolucionarios que se pusieron en armas contra el Presidente de la República i de la Constitución, i no lo serian los de aquellos que, po­niéndose del lado de este, en cumplimiento dé lo que ellos en conciencia, creían su deber, ejecutaron actos de desprendimiento i abnegación, esponiendo sus vi­das i pasando por todo jénero de sacrificios, que ob­tienen siempre consideración i aplausos de la concien­cia universal. Si criminales i dignos de castigo eran los defensores de Balmaceda, no menos debían serlo sus adversarios; i si héroes fueron estos, no menos grandes i heroicos fueron los amigos de aquel. Tal es la lei de las naciones, que no puede borrarse de la conciencia humana, ni darle soplo de vida o de olvi­do, según el capricho de momentáneas pasiones.

Toda la teoría que hemos desarrollado en este ca­pítulo está conforme con los principios de derecho internacional i las bases aceptadas por los estados cultos para arreglar las relaciones de los belijerantes,

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aplicables a la guerra" estranjera i a los partidos ( i ) políticos en armas, en orden a la obediencia de las pers.onas que. habitan el territorio i por consiguiente no pueden, ser tratados como criminales los que sir­vieron al gobierno Balmaceda, ya voluntariamente, ya cómpelidos' por la violencia, lo que jamás se hizo. I sé ve ademas que hasta corrían peligro de la .vida los que faltasen a la obediencia debida.

, Ni es menos cierto que.la guerra debe hacerse con .toda enerjia i actividad (2) para cortar la prolongación de .sus horrores i amenguar sus funestas consecuen­cias sobre el comercio, las industrias i la vitalidad .del pais. Por consiguiente, fueron mui justas i muí lejítimas las medidas tomadas para impedir el abas­tecimiento de la plaza de Iquique, a fin de hacer mas cara la vida i obligar al enemigo a rendirse por ham­bre, si fuera posible.

(1) « N ú m . 531. Los estados belijerantes son enemigos en el sentido propio de la •palabra. Los ciudadanos de estos Estados, por el contrario, no son enemigos ni entre si ni con el Estado enemigo.»

« E l Estado solo es el que emprende la lucha con las armas en la mano contra los estados enemigos, para obligarlos a reconocer ciertos derechos o a renunciar a ciertas pretensiones. Los particulares que no están como hombres, directamente interesados en la lucha no son partes belijerantes, i , por consiguiente, no son enemigos en el sentido verdadero i completo de la palabra.»

«Númi 539. Cuando una parte del territorio, una plaza fuerte, una ciudad, un distrito, está ocupado militarmente por el adversario,- esta plaza del territorio queda inmediatamente sometida a las leyes marciales'del ejército que ha tomado su posesión. La presencia de las tropas belijerantes sobre el territorio enemigo, arrastra esta conse­cuencia de pleno derecho i sin declaración previa.»

« N ú m . 54:4. Durante el tiempo que el enemigo ha estado en posesión efectiva de uria parte del territorio el gobierno del otro Estado cesa d¿ ejercer allí su poder.»

«Los habitantes del territorio ocupado dejan de estar obligados a la obediencia, quedan exentos de todo deber hacia el gobierno desposeído, i obligado a obedecer a los jefes del ejército que, de hecho, ejercen el poder mil i tar.» (Bliuitschli, Droit Internatio nal Codifié.)

« N ú m . 26. Los jefes del ejército de ocupación pneden requerir a los majistrados i empleados civiles del pais invadido a prestar un juramento de obediencia temporal, o aun de fidelidad, al gobisrno del ejército -invasor, i pueden espulsar del pais a todos aquellos que lo rehusen. Mas, sea o no requerido el juramento, los habitantes i los e m ­pleados civiles deben una estricta obediencia al vencedor durante todo el t i .mpo qué quede dueño del territorio del pais, i esto con peligro de la v ida . » (Instrucciones Ame­ricanas.)

(2) « N ú m . 17. La guerra rio se hace solamente con las armas. Es conforme a nues­tras leyes de reducir por hambre al enemigo armado o desarmado, con el fin de someterlp mas prontamente.»

« N ú m . 29. . Con cuanto mas vigor.se hacen las guerras, mas gana la humanidad porque son mas cortas.» (Instrucciones-Americanas.)

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El belijerante puede utilizar todos los recursos pú­blicos con el propósito lejítimo de doblegar al ene­migo ( i) ; por consiguiente las rentas nacionales i cuanto esté a su alcance puede usarlo prudentemen­te, sin faltar a las leyes de la moral i de la justicia.

La lei internacional permite i da derecho para cas­tigar (2) hasta con el último suplicio a todos los que

(1) « N ú m . 3. Es permitido al comandante de las tropas, aun en.su propio pais, de recurrir a medidas de rigor cuando las tropas están en presencia del enemigo, a causa de las necesidades imperiosas de esta situación i del deber supremo de defender al país con­tra la invasión.»

«La salvación de la patria está antes que toda otra consideración.» « N ú m . 10. La lei marcial da en particular al ocupante el derecho de ejercer la pol i ­

cía i de percibir las rentas públicas i los impuestos, ya hayan sido decretados por el g o T

bierno espulsado o por el invasor.» «T iene principalmente por objeto asegurar el sostenimiento del ejército, su seguridad

i el éxito de las operaciones militares.» « N ú m . 14. Las necesidades militares, tales como las entienden las naciones ciyili-^-

zadas del mundo moderno, son.el conjunto de las medidas indispensables para alcanzar seguramente el fin de la guerra i legalmente conformes a las leyes i usos modernos de Ja guerra.» fInstrucciones Americanas.)

. « N ú m . 545. Las autoridades militares pueden promulgar ordenanzas jenerales, for­mar medidas administrativas, ejercer la policía, levantar impuestos i hacer todos los ac­tos análogos pedidos por la guerra o útiles al territorio ocupado i a sus habitantes.»

«Ellas deben, hasta el arreglo definitivo de las cuestiones políticas pendientes abs­tenerse en lo posible de los actos lejislativos que modificarían la constitución del pais i de no abrogar el derecho existente sino cuando motivos premiosos les obligan a ello.» (Blantschli Droit International Codifté.Ji

(2) «Los hombres o las pandillas de hombres que cometen hostilidades, sea c o m ­batiendo, sea haciendo escursiones para destruir o saquear, sea haciéndose culpables de cualesquiera clase de ultrajes, sin orden, sin pertenecer al ejército organizado, sin tomar una parte permanente en la guerra, abandonando las armas cuando les conviene para volver a sus hogares Í ocupaciones pacíficas o tomando ocasionalmente las apariencias pacíficas i despojándose dt, todo carácter o apariencia de soldado,—estos individuos o pandillas no son enemigos públicos. Si son capturados no tienen ningún derecho a los privi legios de los prisioneros de guerra i deben ser juzgados sumariamente como los l a ­drones de los caminos públicos o piratas.»

« N ú m . 85. Son considerados como rebeldes los individuos que, en un territorio ocu­pado o conquistado por un ejército se sublevan contra ¿1 o contra las autoridades que él tiene allí establecidas. SÍ son tomados son acreedores a la pena de muerte, ya se hayan insurreccionado aisladamente o en pandillas mas o menos considerables, hayan o no sido empujados a esta sublevación por su propio gobierno. No son prisioneros, n i deberán ser tratados como tales aun cuando hayan sido descubiertos i apresados antes de llegar su conspiración a la sublevación abiertas o a violencias armadas.»

« N ú m . 101. Bien que la astucia sea admitida en la guerra como un medio lejítimo i necesario, i aun cuando nada tenga de contrario al honor militar, el derecho común de la guerra permite aplicar aun la pena de muerte a los autores de atentados de un carácter clandestino i desleal contra el enemigo, porque son tanto mas peligrosos cuanto mas d i ­fícil es guardarse de ellos.» El caso clandestino de Ricardo Cumming.

« N ú m . 98. Toda correspondencia no autorizada o secreta con el enemigo es consi ­derada como una traición

« L a espulsion inmediata del territorio ocupado será el menor castigo en que incu r r i ­ría por haber infrinjido'esta lei .» (Instrucciones Americanas.)

« N ú m . 571. Las personas que emprenden por su cuenta, expediciones militares sin autorización del Estado i ocultan en seguida su calidad de combatientes declarando ser

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perturben la marcha interior del pais o pongan óbice a las medidas i planes escojitados para dominar al enemigo. Caen bajo esta acción los espías, los trai­dores descubiertos, los que revelen planes, destruyan puentes, telégrafos, caminos en el carácter de monto­neros, etc. El caso Lo Cañas i el de Cuming.

Ni aun las mujeres que toman parte en la ejecución de actos (1) como los que dejamos enumerados están libres de ser tratadas con la misma severidad. I cui­dado que ellas fueron uno de los ajentes mas activos de espionaje i de cohecho de que la exaltación clerical i frailesca supo aprovecharse i esplotar para el éxito de su causa, sin que una sola recibiese castigo ni daño por la falta que cometía.

Harto bien establecida queda en todos los capítu­los anteriores la manera como el Gobierno i la revo­lución hicieron la guerra antes i después de su solu­ción en los campos de Concón i la Placilla para que no podamos decir que no se ajustó la última i sí el primero a las prescripciones del derecho (2) constitu­cional. La historia fallará mañana respecto de un punto que aun conserva oculto entre los pliegues de manto de inmoralidad dorada, muchas ruindades,

ciudadanos pacíficos, no tienen derecho a ser tratados como enemigos regulares i pue­den, según las circunstancias, ser considerados como bandidos.

« N ú m . 640. Toda tentativa criminal de dañar al enemigo por medios que no auto­rizan las leyes i usos de los ejércitos regulares, puede ser reprimida militarmente, i, si el caso es particularmente grave, arrastrarla condenación a muerte de los culpables.» V u e l ­ve el caso de Cumming.

«Ejemplos: propagación de falsas noticias, llamada de centinelas o avanzadas mi l i ta ­res por personas que no están autorizadas. Se debe en campaña tomar toda clase de pre­cauciones para evitar malaventuras de este jénero i se tendrá el derecho de ser severo para espantar a aquellos que se sintiesen tentados a recurrir a semejantes medios.» (Punischli, Droit International codifié.)

(1) « N ú m . 602. Lo mismo que la lei penal, las leyes de la guerra no establecen d i ­ferencia de sexo en lo que concierne al espionaje, la traición i la rebelión en tiempo de guerra.

(2) « N ú m . 52S. Cuando una sola de las partes ha principiado la guerra de hecho o por declaración espresa, su adversario tiene, a partir de este instante, el derecho de aplicar i de invocar ella misma las leyes de la guerra.

«Esta regla es la consecuencia de la naturaleza recíproca de la guerra. Pero si no se ha opuesto resistencia al enemigo, i si nos sometemos a sus condiciones, no hai guerra porque no hai belijerantes.»—(Bluntschli, Droit International Codifie.)

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muchas traiciones, muchas maldades, que solo puede iluminar el tiempo con luz siniestra de condenación i de castigo.

Muchos ejemplos se citan de las mutilaciones i ul­trajes que durante las batallas i después de ellas se hicieron a los cadáveres de los soldados i de jenerales ilustres como Barbosa, Alcérreca i otros, infrinjiendo la lei internacional ( i ) i la lei de humanidad. Hemos relatado muchos de los sufrimientos i vejámenes in-flijidos a guerreros que conquistaron sus grados en noble i heroica lucha estranjera. Todo eso pecó por exceso de crueldad i salió abiertamente fuera de las leyes de la guerra que la civilización ha establecido para atenuar sus fatales consecuencias. ¡Ca íga la res­ponsabilidad de sus actos sobre los hombres i el par­tido que las ordenó i ejecutó!

Las propiedades de las personas particulares, de los que no fueron combatientes, están asimismo bajo la protección i amparo de la lei internacional (2), que

f i ) « N ú m . 51). U n prisionero de guerra no es acreedor a ninguna pena en su carác­ter de enemigo público; ningún sufrimiento, ninguna deshonra podrán serle voluntaria­mente inflijidos por represalia, ni apresamiento, ni privación de alimento, ni mutilación, ni muerte, ni ningún otro tratamiento bárbaro.

« N ú m . 71. Cualquiera que hiera intencionalmente al enemigo ya reducido comple­tamente a la impotencia, le mate, ordene matarle, o anime a sus soldados para que lo h a ­gan, será ejecutado si su culpabilidad queda demostrada.

Y a pertenezca al ejército de los Estados Unidos o que sea enemigo capturado después de haber cometido su crimen.»—(Instrucciones Americanas.)

Núm. 542. Los representantes de la autoridad militar tienen el deber de respetar las leyes de la humanidad, de la justicia i del honor, así como los usos admitidos en la g u e ­rra por las naciones civilizadas.

«La tiranía i el despotismo militar consisten en el abuso de la guerra i en la violación de sus leyes. Cuanto mas superior es el poder militar sobre los ciudadanos armados, tanto mas debe, también, distinguirse por su humanidad i sus virtudes cívicas,

« N ú m . 538. Las naciones civilizadas no reconocen hoi a las autoridades militares el derecho de disponer arbitrariamente de la suerte de los habitantes pacíficos del territorio enemigo o de los ciudadanos que hacen parte del ejército enemigo.»—(Bhintschli, Droit International Codifié.)

(2) « N ú m . 44. Toda violencia cometida sin necesidad contra los habitantes del país invadido, toda destrucción de propiedad que no es ordenada por un oficial que tenga cate­goría para este efecto; todo hurto, todo robo o saqueo, aun después de la toma por asalto de una plaza; todo rapto, toda mutilación, todo asesinato de un habitante son prohibidos bajo pena de muerte o bajo otro castigo proporcionado a la gravedad de la infracción.»— (Instrucciones Americanas.)

« N ú m . 550. Las leyes de la guerra reprueban la violación de la palabra dada al ene­migo, las crueldades inútiles, las devastaciones bárbaras, los goces inmorales i los actos

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no ha sido respetada sino abiertamente violada por los revolucionarios triunfantes.

En vista de las reglas que la civilización ha esta­blecido "para la guerra i que dejamos trascritas, puede asegurarse: que ninguno de los actos de la adminis­tración Balmaceda salió de la mas estricta observan­cia de esas prescripciones i que, ni el fusilamiento de Cumming, que no era combatiente, ni pertenecía al ejército, ni a fuerza regular armada; ni el fusila-miento de los tripulantes de una torpedera que la ha­bían robado para entregarla al enemigo; ni el fusila­miento de los sarjentos Mesa i Peña, que procuraban sublevar un Tejimiento; ni el ruidoso acontecimiento de Lo Cañas, que son todos los actos de tirania, que condensó el ministro Errázuriz en hábil i estudiada nota, han salido fuera de la aplicación de las leyes de la guerra, que lo autorizaban para aplicarlas, des­de que a ellas habían apelado los enemigos de la paz pública, quienes debían conocerlas.

En cambio ¡cuántas infracciones de esas mismas leyes i de las de humanidad i del decoro mismo no aparecen comprobadas como imputables a los revolu­cionarios, antes de las batallas i particularmente des­pués de ellas, cuando nadie resistía a su autoridad i en plena paz! Léase cuanto dejamos dicho i compá­rese con los preceptos enumerados i se verá cuan amplia justificación abona la conducta del presidente

de codicia prohibidos i castigados como crímenes comunes; en una palabra, todo lo que es contrario a las leyes del honor militar.

« N u m . 655. Cuando las entregas regulares de víveres, uniformes, armas i munic io ­nes necesarias a un ejército, llegan a faltar i que uno debe recurrir a contribuciones fo r ­zadas, el estado que ha ordenado la requisición está obligado a indemnizar a los part icu ­lares i debe entregar a los propietarios respectivos un recibo de los objetos tomados o recibidos.

. « N ú m . 661. No es buena guerra entre naciones civilizadas prometer a los soldados el saqueo libre de una plaza o de un campo para animarlos a dar el asalto. Todo saqueo constituye una violación del Derecho de lentes,»—(Bluntschli, Droil International Co-difií.J

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Balmaceda i cuan negras i densas nubes cubren lá victoria alcanzada sobre sus huestes.

1 tódavia nc se olvide que quienes vinieron a cons­tituirse en jueces para perseguir i castigar enemigos personales so capa de hacer justicia, eran ellos mis­mos culpables i justiciables ante nuestra propia lei penal. «Los que alzaren, dice, a mano armada contra el gobierno legalmente constituido, con el objeto de promover la guerra civil, de cambiar la Constitución del estado o su forma de gobierno; de privar de sus funciones o impedir que entren en el ejercicio de ellas el Presidente de la República o al que haga sus ve­ces; a los miembros del Congreso Nacional o de los tribunales superiores de justicia, sufrirán la pena etc.

.Alas, para aplicar i castigar en virtud de esta dis­posición a los partidarios vencidos de Balmaceda han tenido que pedir amparo a una ficción imposible de sostener en el terreno de la lei i del sentido común. Se han declarado ellos, los que se alzaron contra el Presidente de la República, gobierno legalmente constituido i llaman revolucionario al de aquel en quien residia según el artículo 50 (r) de nuestra Cons­titución la facultad de administrar el Estado i todas las demás atribuciones que hemos consignado en otra parte para probar cómo, en obedecimiento a la Cons­titución misma, nadie sino él podia invocar el titulo lejítimo de gobierno constituido. Nadie podia tam­poco arrebatarle legalmente ese titulo desde que' no habia espirado el periodo constitucional de cinco años por el cual lo elijió el pueblo, que era el único que le podria retirar, i no lo hizo, la delegación de su poder. El Congreso tenia una parte solamente de la sobera­nía delegada del pueblo i asi, la Constitución no le

(1) U n ciudadano con el título de Presidente de la República de Chile administra el Estado, i es el Jefe Supremo de la Nación.—(Art ícu lo 50 de la Constitución.)

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daba atribución para usar de él fuera de la facultad meramente legislativa.

Parece que no se hubiera obrado en presencia del pais i que se olvidara que el mundo nos contemplaba i seguia i estudiaba con interés las peripecias de la revolución i sus fundamentos i oríjenes. Los hechos están ya consumados, espuestos con claridad i la his­toria imparcial vendrá á juzgarlos. Dentro del cuadro que hemos trazado, amplificado por mayor acopio de datos e ilustraciones, creemos que se encontrará el plan, aunque incompleto, de una historia concien­zuda.

Notamos que hace falta a estos breves apuntes la esposicion de los grandes negocios financieros i espe­culaciones frustradas de Tarapacá i otros lugares, a que se atribuye capital importancia en el orí/en i des­arrollo de la revolución, i que se dicen ademas dete­nidos por el brazo honrado del presidente Balmaceda. Tan ardua empresa demanda estudios e investigacio­nes que no es posible hacer lejos de la patria i si la acometiéramos al través de los Andes, nos espondría­mos a incurrir en errores de hecho i de apreciación que dañarían el prestijio a que aspira este trabajo.

En ninguna materia puede usarse mas circunspec­ción i rectitud de criterio, ni debe escribirse con mas acopio de datos, que la que dejamos en suspenso para que la traten los que directamente intervinieron, fomentaron o impidieron las especulaciones sospe­chosas.

Llega en hora oportuna para insertar aqui, el si­guiente artículo ilustrativo de esta materia, que to­mamos de La Reforma, periódico que ve la luz pú­blica en la ciudad de la Serena. Dice así:

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San Juan, Febrero 4 de / 8 9 2 .

Señor editor de La Reforma:

SERENA.

Antes de todo permítame felicitar a Ud. por la actitud noble i levantada de La Reforma, único dia­rio liberal que permaneció en pié, en el naufrajio que acarreó el triunfo de la revolución. Los directorios de Mendoza i San Juan no pueden menos de admirar la valentía de su publicación, que pudo imponerse a las hordas del norte. I desde luego, i una vez que los compañeros han podido siquiera en parte conside­rarse a salvo de la implacable persecución de sus furiosos enemigos, podremos dar a Ud. algunas noti­cias, muchas de ellas importantes, i que antes ha­bíamos silenciado por no agravar mas la situación de los correlijionarios, que estaban amontonados en las cárceles.

# #

Tenemos, en primer lugar, la noticia segura de que el testamento político de S . E. el ex-presidente de la República, don José Manuel Balmaceda, está a salvo, junto con un grueso legajo de cartas i con­tratos, en los cuales aparecen como actores principa­les los prohombres de la revolución. En dichos do­cumentos se prueba de una manera irrefragable i con la firma personal, auténtica, que los jefes de la revo­lución apelaron a ella, porque el ex-presidente señor Balmaceda no aceptó, bajo ningún concepto, que los dineros del Estado fueran a parar a manos de ciertos privilejiados de Santiago i Valparaiso, los que al verse burlados en sus planes de lucro, apela­ron a la revolución.

Tres son los puntos culminantes que abrazan los 30

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grandes negociados que fracasaron mediante la enér-jica actitud del Sr . Balmaceda:

i . a La negociación North. Este señor, por medio de algunos diputados de la cámara chilena, habia formado un sindicato para proveer de víveres, agua i combustible a la provincia de Tarapacá; es decir, quedábase todo una provincia a merced de una com­pañía especuladora.

Desde luego, i a primera vista, puede tomarse el peso a esta monstruosa empresa, que no obstante recibió el patrocinio de los señores Zeg'ers, Altami-rano, Mac-Iver i Guerrero, i otros caballeros que han sido i son consultores a sueldo de las grandes em­presas salitreras.

2 . A La negociación Harmand. Este es uno de los mas grandes, por no decir colosal negociado.

La casa Dreyffus consignataria del guano del Perú en Europa, debía a esta nación una fuerte cantidad. No pudiendo solucionar sus cuentas, ni arreglar sus créditos con el Ministro peruano en París , hizo la revolución del año 80 en el Perú, que dio por resul­tado la exaltación de don Nicolás de Piérola, como jefe supremo de la República.

Pues bien, entonces, tuvo lugar un arreglo o tran­sacción, por el cual el Perú, acreedor de algunos cientos de miles de soles plata, se declaró deudora a Dreyffus, por 2 2 . 0 0 0 , 0 0 0 de soles plata, mas o menos reconocidos bajo la hipoteca del guano i salitre.

Terminada la guerra del Pacífico, i llamados los acreedores a los tribunales arbitrales, los Dreyffus se quedaron callados i no comparecieron, ni dieron se­ñales de vida.

Mucho mas tarde, i cuando un conocido senador chileno fué a Francia en representación de la Com­pañía minera de Huanchaca, se removió nuevamente la cuestión.—Mr. Grévi, ex-presidente déla República

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francesa i abogado durante muchos años de la casa Dreyffus, empezó a ajitar el negocio, i de acuerdo con el senador chileno i varios otros capitalistas chi­lenos residentes en París , se dio forma al reclamo, no ya contra el deudor Perú, sino contra Chile, te­nedor de los yacimientos salitreros.—El senador chi­leno, que habia comprado el palacio del actual pre­sidente de Bolivia Sr . Arce, hizo sus maletas i se venia a Chile. {A qué?

A ocupar su asiento en el senado, junto con varios otros congresales que estaban en el negociado.

Merced a la combinación, fué nombrado ministro de Francia en Chile, en misión especial Mr. Harmand, no obstante haber acreditado cerca de la Moneda un ministro francés, el que resentido del desaire, renun­ció i se volvió a su pais.

Fresco está el recuerdo del célebre discurso de Mr. Harmand, el que se presentó diciendo: «yo no vengo a discutir, sino a que se me pague; se paga o nó . ; )

El Excmo. señor Balmaceda que tenia todos los hilos de la madeja tejida por el Sr. Melchor Concha i Toro en París , impuso silencio a las pretensiones del sindicato por medio de Harmand, i le dio a éste un término perentorio para salir del pais.

El asunto causó ruido en el gabinete de Versalles, pues se trataba nada menos que de haber arrojado ignominiosamente a un representante francés.—Pero el gobierno del Sr. Balmaceda envió un emisario es­pecial a Francia, llevando todos los documentos del caso, lo que provocó una reacción favorable en favor de Chile, dando por resultado la destitución de Mr. Harmand, con el caluroso apoyo de la prensa francesa que pedia fuera llevado a los tribunales el ájente de negocios, nombre que dio a su ex-diplo-mático.

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3 . 0 Los contratos relativos al negociado de los ocho millones, que algunos diputados de oposición iban a llevar al bolsillo particular.

Todos recordarán que cuando se negó á S . E. el Presidente de la República el cobro de las contribu­ciones, se inició después un acuerdo por intermedio del señor Alvaro Cobarrubias. Terminadas las nego­ciaciones y arregladas las diferencias, el señor Bal­maceda presentó al señor Cobarrubias un contrato entre un ájente y comisionista de Valparaíso señor Montt, i una casa alemana (V. B.) , por el que se estatuía que las contribuciones vencidas no serian pagadas, y la lei no tendría efecto retroactivo, mer­ced a un estipendio de un 50 °/0 del valor de los de­rechos: el señor Cobarrubias declaró a S . E. no estar facultado para tratar este asunto sino el de la com­posición del nuevo gabinete, lo que produjo la rup­tura y dio lugar a la publicación en el Diario Oficial de un editorial, en que el jefe de la nación chilena declaraba que no podia permitir que ocho millones, que pertenecian a la nación, pasaran al bolsillo de unos pocos.

Esta declaración cayó como una bomba en la cá­mara de Diputados, pues muchos de ellos, que no estaban en el secreto, se sintieron profundamente heridos en su dignidad. El señor Demetrio Lastarria, que acababa de ser ministro y figuraba en la oposi­ción, hizo presente en la secretaria de la Cámara de Diputados que tomaria la palabra para dar su adhe­sión sin límites en este asunto al Presidente de la República, pues no quería ser cómplice de un robo tan escandaloso.

La actitud del Sr . Lastarria y de otros caballeros que pensaban como él, hizo fracasar la pilatuna, i los impuestos se votaron desde el 1 . ° de Enero.

Habiendo fracasado estos tres grandes negociados,

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no quedaba sino el cambio de gobierno i a ello fué la revolución: como corolario, tenemos ya en Chile al hermano de Mr. North, que viene a reanudar las negociaciones de entonces; i que, desde el principio de la revolución tuvo acreditado ante la Junta de Gobierno, a Mr. Trumbull como secretario privado del King of Nifrate.

Otros asuntos que habian permanecido en semi-oscuridad desde el 7 de Enero, han empezado a tra­tarse ya en la prensa de Buenos Aires, Nueva York i Londres, para dar a conocer los verdaderos móviles de la revolución chilena, i pronto, cuando el jeneral Mitre dé a la luz pública los precisos documentos que han sido confiados a su honor i a su custodia, se tendrá la clave de los móviles de que la oligarquía santiaguina tuvo en vista para hacer el cambio de gobierno que se ha realizado.—I los tontos i los im­béciles que han ido tras la Constitución i han derra­mado su sangre de buena fé, verán que solo se han batido porque los Edwards, los Matta, los Zegers i demás que dirijian los hilos de los inconscientes fan­toches hagan un pingüe negocio, quedando el pobre pueblo al yugo i gozando los gritones de las vacantes que quedaron de los exonerados en masa.

* • * *

Mui comentada ha sido por la prensa del Atlántico una indiscreción del patriarca Matta, acerca del em­préstito interno de los 1 5 millones de pesos.—El señor Váidas Vergara propuso un proyecto para un empréstito de 1 5 millones de pesos, para pagar ocho millones que se debían por la Junta de Gobierno a algunos bancos, después del i .° de Setiembre i el resto para el déficit de 1 8 9 2 . — E l asunto estaba arre­glado con la casa de Edwards i con D. José Besa; i

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Como habia sido llevado en secreto, el senado tra­gaba el anzuelo.—Pero el patriarca Matta, que nunca yerra, hizo la talquina i quedó en descubierto el negocio. . Lo que ha dado asunto a los diarios del Atlántico para comentar este nuevo desfalco de las rentas de Chile, es el siguiente trozo de la sesión de la cámara de senadores de Chile, que según O Jornal do Com-mercio, es así:

Sesión ?.° ordinaria en 25 de Enero de i8g2.— Presidencia del señor Waldo Silva. . El Sj. Silva (Presidente).—En votación el art. i . ° -—Fué aprobado por unanimidad, absteniéndose de votar el Sr . Edwards.

"Al recojer la votación: El Sr. Edwards (Ministro de Industria i Obras

públicas).—Me abstengo de votar, señor. El Sr. Silva (Presidente).—Es que S . S . debe

votar, porque no habría número. . El Sr. Edwards (Ministro de Industria i Obras Públicas).—Votaré en blanco.

El Sr. Matta.—EL SEÑOR EDWARDS HA AU­TORIZADO POR SU PARTE E S O S CONTRA­T O S . (Tableau).

El Sr. Edwards (Ministro de Industria i Obras Públicas).—Permítame su señoría, yo no he autori­zado ningún contrato de esos:'—solo he dicho que los fondos estaban listos para el empréstito.

El Sr. Besa.—Entiendo que la autorización es para contratar el empréstito no solo con los Bancos. , El Sr. Silva (Presidente).—Si, señor.

El Sr. Besa.—Entonces voto, señor. El Sr. Besa.—Es jerente del Banco Nacional i,

contra la palabra del honorable Sr . Presidente del senado Sr . Silva, que asegura que se puede contra-

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tar con otras personas que los Bancos, tenemos el Mensaje de S . E. el Presidente de Chile, que se acababa de leer en el Senado i que dice:

«Artículo único. — Se autoriza al Presidente de la República, por el término de un año, para celebrar contratos de crédito CON LOS BANCOS hasta por la suma de quince millones de pesos.

Santiago, 7 de Enero de 1892 .—JORJE MONTT.— Francisco Valdés Ver gara.**

{Qué dirán a todo esto los señores constitucionales?

El Corresponsal.

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VII

CONSECUENCIAS

¡El capitán Montt es ya Presidente de Chile! Es­tudiemos el significado de esta presidencia, no bajo un punto de vista estrecho i personal, sino en el ele­vado i noble de los principios, a la luz de la historia patria i en presencia de la historia americana de la raza de oríjen español. Eso es el único modo de que la catástrofe sufrida nos deje caudal de enseñanzas i de verdades sobre que meditar.

Desde luego, la presidencia del capitán Montt llega al mundo político para nosotros i para todo hombre de ideas, con un peca'do insubsanable de oríjen, pues viene a confirmar en Chile una práctica a que hasta hoi habia escapado i que fué la eterna causa de re­vueltas i pronunciamientos en todas las repúblicas de la América latina i el oríjen del caudillaje que las ha empobrecido, produciendo su atraso, su miseria i su debilidad.

Variados fueron los procedimientos de que los re­voltosos se valieron para el logro de sus propósitos; ora los pronunciamientos, ora los motines de cuartel, ya las insurrecciones de la fuerza pública. Pero siem­pre i sin exepcion alguna, si habia un jeneral victo­rioso, un corónelo un capitanejo, estos se entroniza­ron como dictadores. Mas, como esta forma de gobierno adquirida por asalto, carecía de lejitimidad, todos los caudillos grandes o pequeños, valiéronse de la omnipotencia que les aseguraba el mando ab­soluto que habia caído en sus manos para llamar al

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pueblo a elecciones, i siempre salió triunfante de las urnas el caudillo victorioso en los campos de ba­talla. Todo esto se hacia cuando el bando triunfante gozaba de todas las irradiaciones i ventajas que pro­cura una situación política absolutamente dominada por él: los adversarios se hallaban en el destierro, en las cárceles, o habían perecido en los campos de batalla, en el patíbulo o en oscura i traidora celada. He ahí la historia sud-americana del último medio siglo; historia palpitante, de actualidad puede de­cirse, que no necesita ser comprobada con recuerdos i citas de nombres i de hechos que deben estar en la memoria de todo el que tenga somero conocimiento de lo que estas repúblicas han sido en su vida polí­tica de naciones gobernadas por si mismas. (Vulgo independientes).

El pueblo ha servido para justificar todos los mo­tines, todas las sublevaciones. Se iniciaban estos en los cuarteles, en los conciliábulos secretos de cons­piradores vulgares i lo que habia sido obra de mez­quinos intereses i conveniencias de caudillos i de aspirantes, no faltó nunca argucia de esa plaga de leguleyos que tanto daño ha causado a estos paises, para convertirlo en causa grande, noble, sagrada i de principios, cuya decisión se encomendaba al pue­blo soberano. Y este, las mas veces, ni sabia de que se trataba, ni comparecia tampoco a los comicios, que se aseguraba habían reunido a la inmensa ma­yoría del país elector i por consiguiente, el caudillo hecho rei, se creía a cubierto de todo cargo de ilega­lidad i de usurpación del poder. Pero las mas veces no pensaron asi sus adversarios, ellos, los perseguí-dos, los encarcelados, los saqueados i los burlados en la mofa que se hacia de la nación entera con una elección de fórmula, que no cumplía con ninguno de los requisitos que pudieran hacer perdonar su oríjen

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al caudillo afortunado. Y tras de un pronunciamiento triunfante vino la protesta armada de los hombres caídos i otro nuevo triunfo i nuevo dictador i elec­ción popular hecha en su favor. Y la guerra civil i la inseguridad personal mataron al comercio, esteriliza­ron las fuerzas viva^ de estos paises, llevando a todo el mundo Ja noción de un desprecio profundo i de un descrédito permanente para ellos.

Solamente Chile habia escapado a estas situacio­nes i a semejante estado de inseguridad política i social. Pero, ya un congreso hizo su pronunciamien­to, un caudillo amotinó la escuadra i ese caudillo se hizo dictador dentro de la revuelta misma, porque se impuso a la Junta de gobierno que la fomentaba , i dirijia, i llegó hasta hacerse dueño de los cuantio­sos caudales públicos de la porción mas rica del ter­ritorio chileno i depositólos en los bancos a su orden. ¡Y haciendo esto se acusó de robo i despilfarro al presidente Balmaceda, que los administró en confor­midad a las leyes i por medio de los funcionarios públicos que ellas establecen! No desoyó el caudillo los consejos i las lecciones de la historia americana i se impuso también a los caudillos i partidos de la capital; llamó al pueblo a elecciones i hechas en las mismas condiciones de libertad i respeto al derecho que todas las que en tales casos se habían practicado en la América, por todos los revolucionarios triun­fantes, resultó electo Presidente de la República de Chile. No obstante, el capitán Montt pidió todavia veinticuatro horas de plazo para contestar si aceptaba 0 nó el alto honor de ocupar el sillón presidencial i cubrir su pecho con la insignia tricolor, que con tanta honra para Chile supieron llevar don Manuel Montt 1 los no menos ilustres i espertos políticos de precla­ros i no ignorados antecedentes señores Pérez, Errá-zúriz, Pinto, Santa Maria i Balmaceda, todos ellos

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de talla jigantesca por su1 saber, su patriotismo-, por sus relaciones sociales i de familia i porque siempre hicieron profesión del servicio de su pais.

El capitán Montt contestó precisamente a las veinticuatro horas, de lo que le hizo gran mérito un hombre político que desde veinte años atrás viene siendo el vocero de todas las causas, de todas las ideas, dé todas las aberraciones e inconsecuencias i que sirve i ha servido para todo.

Dijo el capitán Montt, que hacia el sacrificio de aceptar!

Es cierto que todos los círculos políticos llegaron a ponerse de acuerdo i que, después de una lijera escaramuza, se hizo la unanimidad i todos, némine discrepanti, resolvieron que el capitán Montt era el hombre i el héroe de la situación. Pero no es menos cierto también que el tirano Rosas, que durante veinte años llenó de luto i de dolor a la República Arjentina, elevó mas de veinte veces su renuncia a la sala de representantes i que otras tantas se le rogó, también por unanimidad de votos, que con­tinuase en el mando, para bien de la patria que de­gradaba i ultrajaba, cubriéndola de vergüenza ante el mundo civilizado. I el tirano contestó cada vez que aquella comedia se representaba: «.que aceptaba el sacrificio que se le exijia>y. Pero entre bastidores ha­bia tenido lugar otra farsa: Rosas habia enviado emi­sarios a todos i cada uno de los miembros de la sala de representantes para hacerles comprender que—• ¡ay de aquel que se permitiese aceptarle la renuncia que presentaba!

Nuestra noble aristocracia santiaguina habría tem­blado a la sola idea de no merecer los favores i las sonrisas del caudillo triunfante. Los votos estaban pues, asegurados. Se ha dado el primer paso en la senda que, antes que nosotros, recorrieron las demás

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repúblicas de América de orí jen español. ¿Nos de­tendremos en la pendiente? ¡Misterio! Pero la lójica de los hechos i la lójica de la historia son inflexibles i harto felices seríamos si en nuestra afortunada tierra vinieran a romperse sus leyes, cual la ola em­bravecida que muere i desaparece en la tranquila playa.

A este respecto recordamos que, cuando la aristo­cracia bursátil de la capital de Chile, arrebató al pueblo en una sola noche veinte i tantos millones de pesos oro, declarando en su propio beneficio, que desde el dia siguiente solo pagaría con tiras de papel lo que habia recibido en oro, sosteníamos a un ban­quero beneficiado con aquella medida, que princi­piaba para Chile la era de la decadencia de la for­tuna particular i del medio circulante. Decíamos que, cual en el Perú, el cambio llegaría a 30 á 20 , a 1 5 i se nos contestaba que no: que eso podría suceder en el Perú, pero no en Chile. El acontecimiento nos dio pronto la razón. Se tiene la necia i vana pretensión de imajinar que este es el pais de las excepciones, que no es como todo el mundo i que aquí se suspen­de el cumplimiento de las leyes políticas, sociales i económicas, que son la sanción de faltas en que se incurre. No; porque el orden moral, como el orden físico se rijen por leyes de armonía que si se cum­plen invariablemente, la conservan: pero que, si por desgracia se infrinjen, conducen a los pueblos a las mismas catástrofes i trastornos i solo se levantan de ellas recorriendo la misma via crucis i pasando por los mismos sacrificios.

Mas de una vez nos hemos preguntado ¿quién es ese capitán Montt que acepta como un sacrificio la presidencia de la república? No lo conocíamos i he­mos buscado todas las fuentes de investigación que la prudencia aconseja para conocer la filiación del

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hombre de ciencia o del político. En todas estas esfe­ras no lo hemos encontrado. Sabíamos de antiguo que era un marino i la investigación imparcial nos ha hecho saber que sobre la cubierta de la nave de su mando sabia conservar una disciplina ríjida i severa i conocía su profesión. No satisfechos aún inquirimos mas, i supimos que fué a Europa en la comisión que Latorre desempeñó allí i que éste lo hizo volver. ¿No esplicaria esto porqué el almirante fué borrado del escalafón apenas el capitán Montt fué omnipotente? Buscamos méritos mayores para un presidente de Chile, i en estas circunstancias, recibimos de nues­tra patria carta amiga, que tiene el mérito de haber sido dirijida por caballero que combatió con toda in­dependencia la política del presidente Balmaceda i que no le escusó ni en público ni en privado la sen-sura acre i concienzudamente convencida.

Esta carta tiene pues el mérito de ser la espresion de ideas de uno de los pocos hombres que en la lucha ardiente que acaba de pasar, supo conservar i conser­va aun su independencia, sin faltara la consecuencia al partido a que pertenece. Sentimos que la reserva que pide una confidencia amistosa nos impida dar a luz su nombre, pero, como dato ilustrativo, no pode­mos resistir al natural deseo de hacer conocer algunos de sus párrafos, que dicen así:

«La situación está ya mas o menos normalizada. El caudillo de la revolución se impuso como era na­tural, a los partidos revolucionarios i ya lo tiene el pais como candidato unánimemente elejido para ocu­par el puesto que han honrado Manuel Montt. Errá-zuríz, Santa Maria, etc., etc. Ello es lójico. Pero es mas ridiculo i vergonzoso para los partidos que han hecho la revolución."

«Dicen que es un hecho la alianza nacional-conser­vadora. Siendo esto así tendrá Montt que gobernar

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con ella, pues tendrían conservadores i nacionales unidos mayoría en las dos cámaras.

«Ojalá que Dios se compadezca de este pobre pais i lo proteja con sus bienes. Pero con Montt creo será difícil nos venga la bonanza. Es un hombre despro­visto de todas las cualidades que debe reunir un pre­sidente-de Chile i mas aun después del cataclismo que hemos tenido.®

Hasta aquí la carta. No nos ha satisfecho, por que no nos trae el cono­

cimiento de los méritos, i las cualidades sobresalien­tes que atribuíamos en nuestra, acaso injénua senci­llez, al favorecido con la presidencia de nuestra patria. I por eso hemos ido aun a otra fuente de investiga­ción; nos hemos trasportado a la época en que la ma­rina de Chile desempeñó en la guerra del Pacífico papel tan importante que cooperó con eficacia al éxito de'las armas i a los triunfos asombrosos de nuestro ejército. I allí se nos presenta el heroico Prat, llenan­do el mundo con su nombre i escribiendo con su de­nuedo la pajina mas grande i mas brillante de la his­toria marítima de la República; encontramos allí a Latorre, sereno i valiente en medio de los combates, ejecutando los actos mas importantes i decisivos en la guerra; se nos presenta Lynch, tan hábil guerrero como esperto político i diplomático aventajado; ve­mos a Condell, arrojado i sereno, desafiando sobre la cubierta de una débil nave la furia de poderoso ad­versario a quien sepulta en el océano; encontramos a Thompson en la rada de Arica pagando con su vida su temerario arrojo; se nos presenta Orella, tan va­liente sobre la cubierta de su buque, como activo, in-telijente i enérjico en la tarea de favorecer en tierra la movilización de tropas i artillería; vemos a Riveros que dirijia con serenidad las operaciones marítimas i limpiaba el mar de enemigos, para que el ejército

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pudiera operar en tierra; a Sanchez combatiendo es­forzado en Antofagasta contra enemigo poderoso. Solo el capitán Montt dejó de brillar en todos aquellos actos gloriosos, solamente su nombre no se encuentra en aquel palenque i en aquella lucha, en la cual to­dos los marinos pugnaban por ser grandes i por ha­cer que sus nombres pasasen a la posteridad con au­reola de luz; solamente el capitán Montt tuvo la desgracia de que el Almirante Riveros lo remitiera a Valparaiso a disposición del gobierno, en los momen­tos mas interesantes para un hombre de mar, cuando iba la escuadra a cooperar a la acción del ejército en la batalla de Chorrillos.

¡Triste lote el del capitán Montt! no brilló en la guerra marítima del Pacífico; fué escluido de ella en uno de sus instantes mas decisivos i la posesión de Tarapacá no le cuenta entre sus esforzados defensores. Su sangre no corrió i su vida no se vio espuesta en defensa de la patria amagada por enemigo estranjero i en peligro de ser destrozada i repartido su territorio entre los vencedores. I no obstante, el capitán Montt amotinó la escuadra, se apropió de las riquezas de Tarapacá, que tanta sangre de héroes habia costado, i en guerra fratricida hirió el corazón de la patria.

Lo mismo hacia el Perú cuando era poseedor de la inmensa riqueza que encerraban las islas de Chin­cha. Las tomaban los caudillos que podían disponer de la escuadra; privaban al gobierno de recursos; es-plotaban aquellos abonos, obtenían inmensa fortuna i se iban a Europa o a la presidencia, según la suerte de las armas les fuera adversa o propicia.

¿Tocará al capitán Montt la poco envidiable gloria de preparar para su patria la misma via-crucis que ya recorriera el Perú con mengua de su crédito i de su prosperidad, después de haber echado él mismo honda sima, que dividirá por largos años la antes

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unida familia chilena? ¡Misterio que solo podrá resol­ver el porvenir!

Mientras tanto flota en el derecho público constitu­cional de Chile un nuevo medio de trasmisión del po­der, ignorado hasta ayer i repudiado antes como ab­surdo e imposible de ser aceptado: el de la fuerza, el del caudillaje que puede abrir las puertas de la Mo­neda a los Daza i Melgarejos. Basta para ello que cuatro o mas conspiradores se reúnan, que se digan congreso; que declaren no hai en Chile presidente, no hai presupuesto, no hai ejército, no hai justicia: que un marino inocente o no, acepte esas absurdas teorías, que delibere la fuerza a sus órdenes, que in­terprete la constitución i que niegue obediencia al Jefe Supremo, a quien ésta le manda respetar; que el caudillo afortunado derribe al poder legal i en vir­tud del derecho de la victoria, que atrevidamente se ha invocado ya, se declare a su turno derecho, justi­cia i legalidad. I que en virtud de este nuevo código, premie la traición i castigue la lealtad; que desconozca todo lo obrado por el poder legal i sobre sus ruinas levante el imperio de una lei nueva que hasta hoi era ignorada por la civilización.

Así se va lejos. Mañana serán las municipalidades de la república, quienes, representantes jenuinos del poder local, que son parcialidades del pueblo sobera­no que les delega el suyo, las que reuniéndose decla­rarán que no hai intendentes ¿i por qué no, que tam­poco hai Presidente, si para ello cuentan con algún batallón o algún jefe que lo comande? I vendrá nuevo conflicto, nuevo trastorno i entonces el soldado, que sabe ya por esperiencia i por las reglas del nuevo có­digo que basta que alguien declare que no es debida obediencia al Jefe del Estado, no vacilará en ir a la revolución i el poder quedando aislado, caerá. Se abrirá la era de las revoluciones.

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(Quién nos asegura que mañana no serán las mu­nicipalidades las que hagan la temeraria i absurda declaración i que algún jefe ambicioso no se permita aprovechar en su beneficio las nuevas prescripciones del derecho público constitucional de la república modelo? El primer paso está dado; se ha descubierto ya el alcance de una arma de dos filos, que servirá a todos los descontentos, a todos los ambiciosos para realizar sus planes personales. Porque borrada la lei escrita i reemplazada por el capricho, todo cabe den­tro de los incomprensibles estravios i delirios de la ambición.

Si hubo un jefe desleal i afortunado que con esas solas cualidades llegó a la meta, a donde solo habian alcanzado los mas dignos i los mas sabios ¿quedarán tranquilos i podrán matar sus aspiraciones, los que trabajaron a su lado i pueden sentirse tanto o mas meritorios que él? De aquí al motin de cuartel i al caudillaje no hai distancia que salvar i tal es la his­toria.

Un motivo se hace valer además para la elección del capitán Montt que está consignado en el párrafo de otra carta santiaguina que dice así: «La elección unánime de Montt para Presidente obedece a la se­creta esperanza que cada uno de los partidos abriga de inclinarlo en su favor. Aunque nadie sabe el ver­dadero color político del individuo, si es que tiene alguno. } ) Y nosotros agregaríamos que la elección de Montt obedece al propósito de que los partidos revo­lucionarios coaligados no se dividan i combatan al dia siguiente del triunfo. Cualquier candidato, de cualquiera de los círculos, habría traido inmediata­mente honda i gravísima escisión entre todos. Y la discordia no les convenia en estas circunstancias. Aplazan la liquidación para mas tarde i mientras tanto, continuará la lucha de influencias i de predo-

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minio dentro de los muros de la Moneda, como la hi­cieron durante la administración de Balmaceda, con­trariando i entorpeciendo su plan de unificación de los círculos liberales. Para verdades el tiempo.

Mientras tanto el capitán Montt tiene ya en pers­pectiva un grave motivo de humillación i desprestijio 0 de lucha i resistencia. Ha aceptado el honroso car­go en nombre del respeto de la Constitución i en nombre también del gobierno parlamentario i de obediencia al Congreso i no para practicar el gobierno popular representativo que es el que ella establece. Conserva, pues, toda la responsabilidad de sus actos, se desnuda de la facultad que para ese fin le concede la Constitución, de nombrar i remover a su voluntad sus colaboradores ministros del despacho, i por otra parte entrega esa preciosa prerrogativa al Congreso. No vá a gobernar; vá a obedecer. Y si tiene dignidad 1 se subleva, ya sabe como caen los presidentes de Chile i que hai solo un paso del Capitolio a la roca Tarpeya.

He ahí consecuencias considerables en perspectiva. La situación no está liquidada aún i tarde o tempra­no reaparecerá la discordia, i por eso antójasenos el capitán Montt uno de aquellos medicamentos que na­da significan; que ni empeoran, ni dan mejoría al do­liente i que los galenos suelen emplear para ganar tiempo, cuando ignoran la naturaleza de la enferme­dad, para esperar que se presente con síntomas mas caracterizados. Es el ioduro de potasio de la actual política chilena.

Vese claro en todas estas evoluciones, que el par­tido liberal será la bestia ofrecida en holocausto en el sacrificio que se prepara i que no será esa una de las menos serias lecciones i enseñanzas de la revolu­ción. Por eso decimos que la lucha reaparecerá, por­que las ideas de libertad no mueren i el absolutismo

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siempre levanta protestas i tormentas. El partido li­beral, lo hemos dicho en otra parte, deberá descen­der para ir a luchar unido, no por personas sino por principios; no por intereses mezquinos, sino por los grandes i nobles de la patria. Si así no procediese, si la cordura no dominase a sus hombres, tendría que someterse, servir de simple auxiliar i recibir los des­denes de los poderosos. Antes que eso debe ir a la oposición, a recibir nuevo bautismo de sacrificio para rejenarse en la desgracia i el ostracismo del poder, si es que el furor de las pasiones dominantes le permite divisar el abismo donde se precipita.

Surjen de este cataclismo que ha trastornado todas las ideas de justicia i moralidad social, dos nuevos poderosos belijerantes políticos, que en adelante de­berán ser tenidos en cuenta: el clero, los frailes i mui particularmente las comunidades relijiosas estranje-ras i la mujer. Aun cuando siempre fué en Chile, particularmente en la capital, elemento político con­siderable el clero, nunca, jamas como en la lucha pa­sada tomó parte tan activa i tan descarada, apare­ciendo en las asonadas, ejecutando actos impropios de la dignidad sacerdotal i convirtiendo la cátedra sa­grada en tribuna de desprestijio i de ataque en contra del poder civil, i haciéndola palenque donde se iban a exaltar las pasiones, lejos de predicar la caridad i la mansedumbre cristianas.

La mujer abandonando las nobles tareas del ho­gar, desentendiéndose de la sublime misión de la madre, salió a la calle pública a predicar esterminio, indujo al soldado a la deslealtad, fué al vivac para derramar allí a manos llenas el oro i la corrupción. I mezclándose entre las turbas en la calle pública, las incitó también al saqueo, abandc¿nó la túnica sagrada de la esposa, rasgó el velo santo de la virjen, i olvi­dando la madre que habia otras madres, les arrebató

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el pan de sus hijos en horas de furia i cinismo que avergüenzan.

¿Olvidarán los partidos caidos quienes fueron sus mas crueles enemigos? He ahí el peligro gravísimo que el clero, la mujer i las comunidades relijiosas es-tranjeras deben divisar en el porvenir, cuando nue­vas luchas, llevadas a cabo en conformidad a la nue­va moral social i política, caigan sobre la república. No las deseamos, ni las pedimos para la querida pa­tria, que acaso no volveremos a ver; pero las divisa­mos como consecuencia lójica de las ideas i de los ac­tos de la última época.

Fué para España poderosa, cuyos dominios abar­caban los mundos, principio de una decadencia que aun llega hasta nuestros dias la espulsion de su suelo de los moros, raza trabajadora, que ha dejado en la península monumentos que atestiguan su pujanza i el grado de adelanto a que habia alcanzado. No se reemplazan en un dia ni en siglos, las fuerzas vivas de un pais, que se tronchan i destruyen inopinada­mente en un momento dado. La Francia también tuvo que sufrir las consecuencias del Edicto de Nan-tes. Principia a alejarse de Chile numerosa juventud intelijente i vigorosa, ávida de trabajo i de libertad, que se asfixiaba dentro de la patria, donde la condi­ción de cosa i paria a que la reducen las hostilidades de los revolucionarios triunfantes, no les permitía vencer aquella atmósfera de odios, para dedicarse al trabajo. La República Argentina está recibiendo esa valiosa emigración chilena, a la que se agregan tam­bién numerosas familias que vienen a instalarse con el ánimo de hacer de ella la patria de sus hijos. Es posible que el Perú i otros estados, pues nos consta que la corriente emigratoria llega ya hasta Méjico, reciban tan valioso continjente de acción i de trabajo. Chile lo perderá i lo pierde, no porque sea un mal

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elemento, sino porque la pasión exajerada de partido ha cerrado los ojos a la luz i a la evidencia, i parece que cava la fosa en donde han de sepultarse muchos progresos alcanzados i no pocas libertades conquis­tadas.

Pero ¿qué les importa el crédito de la república, qué sus adelantos, qué su grandeza, si para ellos ante todo está su fortuna particular, sus riquezas i sus palacios? ¡Triste ejemplo de esta verdad, que no es una de las menos amargas i deplorables que nos ha descubierto la revolución, i que no es tampoco una de las menores consecuencias i enseñanzas del cata­clismo porque estamos aun pasando! En efecto, hijos de Chile han especulado i jugado a la bolsa el cré­dito de la nación i la túnica de prestijio que la cubria. Se establecieron en Europa dos individuos de la raza maldita que recorre el mundo acumulando oro, i allí, por medio de maniobras depresivas de nuestra sol­vencia como nación, hicieron bajar nuestros bonos, para adquirirlos a vil precio, venderlos en seguida haciéndolos subir por medio de maniobras que tanto conocen, i acumular así millones.

Eso mismo se hacia en el Perú en los peores tiem­pos de su decadencia moral i política i es lo que hoi copian nuestros prohombres, los que hablan de pureza i moralidad política i social. Esos son los que pre­tenden rejenerar a Chile.

No es una de las menores consecuencias de la cri­minal revuelta que en hora funesta se provocara, la de haber descubierto a propios i a estraños el se­creto de nuestra debilidad. Para los primeros puede ser incentivo de nuevas revoluciones que apellidarán santas i justas; para los segundos, dá constancia de que Chile es pais conquistable, lo que decimos por mas que duela al inconmensurable orgullo i a la des­medida vanidad del chileno.

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Los primeros saben ya cómo se hace i cómo triunfó una revolución en Chile, que es lo mismo que se hacían i triunfaban en el Perú por las Chin­chas. La calidad i naturaleza del abono fertilizante es diversa; pero ambos están allende los mares i ambos producen mucho oro i son cebo puesto a la rapacidad i ambición de quienes no se sacian de acumular ri­quezas.

Los segundos, cualquiera nación poderosa que ten­ga litíjios con nosotros; cualquiera de ellas que codi­cie a Tarapacá, que las hai, saben que con cuatro o cinco mil hombres tienen mas que de sobra para ocupar aquellas regiones í establecer con plena segu­ridad trabajos permanentes por todo el tiempo que quieran, que seria para siempre, J harian a Chile un inmenso beneficio, porque le arrebatarían la causa única de las desgracias que ya han comenzado para él i que ¡ojalá pudieran detenerse donde han quedado!

En esta terrible emerjencia nos veríamos solos en América, porque nuestro quijotismo nos ha aislado, sin dejarnos amigos en el continente. En todas par­tes se nos recibirá bien como individualidades, pol­los merecimientos propios de cada cual; pero como nación se nos niega toda simpatía. No nos engañemos.

Por mas grande que fuera el heroísmo de nuestros marinos, que era seguro irían perdiendo sus naves por descuido i por dormirse frente al enemigo, no podrían impedir el abastecimiento de aquellas plazas. Recuérdese que el patriotismo chileno provehia abun­dantemente de cuanto habia menester la escuadra española que en 1 886 bloqueaba a Valparaíso. Sin que la creamos nación de mercaderes, la esperiencia ha probado en la última revolución que el traidor ha aparecido en Chile en abundancia, que ha sido el traidor de la peor especie, porque ha entregado su conciencia por un puñado de monedas i que, por

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consiguiente, no faltaría uno que señalase a los inva­sores el paso de las Termopilas.

Chile sin Tarapacá, es Chile sin renta pública, es el Chile pobre i harapiento de la colonia; es Valpa­raiso tomado, las puertas de la República cerradas.

Nuestra vanidad inconsulta puede conducirnos a estos estremos, porque siendo pequeños, nos creemos i obramos como grandes.

¡I todavia se dirá que no era hábil político; que no poseía mirada patriótica de cuerda prevision, el ma-jistrado que proyectaba unir con cintas de acero la riqueza de Tarapacá con la capital de la República. Ese proyecto realizado habría muerto la revolución al nacer, si hubiera habido locos que en esas condi­ciones la provocaran.

De la revolución misma fluye una consecuencia desconsoladora para las instituciones republicanas: para la verdad e importancia del sufrajio popular i para la utilidad i prestijio de los parlamentos o con­gresos que de él nacen.

Si antes de ahora no estuviera desprestijiado hasta el último límite, ya que ha servido para levantar i sostener las tiranias mas crueles, como la de Rosas en la Argentina; para justificar las asonadas i moti­nes de cuartel elevados a la categoría de gobierno, como en el Perú, en el Ecuador i por toda la Amé­rica latina, bastaría para su desautorización lo que acaba de pasar entre nosotros.

En efecto, no fué nuestro Congreso un elemento de gobierno sólido i serio, sino un constante ajitador i demoledor que movió las pasiones, ajitó controver­sias constantes de odio entre sus miembros i concitó inquina contra el poder ejecutivo, lejos de contribuir a su prestijio i a su respeto, como deber elemental de todos los resortes que las constituciones de los estados crean para conservar la tranquilidad social.

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Ya en 1849-50 nuestro Congreso nos habia dado un triste ejemplo de los peligros i esterilidad de su existencia. Ajitador audaz, preparó también una re­volución i siempre e incesantemente, so pretesto de una fiscalización exajerada de los procederes admi­nistrativos, nuestros congresos, llamados parlamen­tos, han mantenido a la sociedad en perpetua alarma, creando con sus exaltaciones una situación ficticia, que no ha correspondido a la real i efectiva del pais.

Representantes de los pueblos se dicen, i ademas de que el pueblo a quien representan no los conoce por lo jeneral, ni ellos al pueblo que los elije, de continuo luchan entre si con ardor por cuestiones de intereses propios, mientras los pueblos por cuya con­veniencia se dice trabajan, están desmintiendo con su silencio, o esplícitamente, los manejos bizantinos e indecorosos de sus representantes.

¿Qué decir de la verdad del sufrajio; qué de la opinión que tienen los pueblos; qué de su indepen­dencia i del respeto que merece a los políticos i a los partidos, cuando a una misma nación se la puede hacer decir dentro de los lindes de la mitad de un año, dos cosas diametralmente opuestas; manifestar dos opiniones contradictorias; dos deseos antagóni­cos, en una cuestión vital, no ignorada, ni de abs-trusa comprensión, a la cual está vinculada la gran­deza o ruina del pais; qué significa la glorificación de la revuelta o la consagración del orden; la ruina del derecho i de la justicia, o la victoria de la fuerza que es su muerte? I eso es lo que ha visto Chile: en Marzo el pueblo elejia por unanimidad de votos a sus representantes para que fueran al Congreso a defender al gobierno constitucional, la lei i las tradi­ciones de sesenta años de la República; i en octubre elejia también por unanimidad los representantes que fueron al Congreso a glorificar i justificar el

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triunfo de la fuerza, contra el derecho i contra aque­llas mismas tradiciones.

Si esta no es la consagración mas terminante del desprestijio i la inutilidad del sufrajio popular, si no establece que es una mentira i un rodaje desmorali­zador, gastado ya i corrompido por el abuso que de él se ha hecho, i por la ignorancia i falta de dignidad de los pueblos que lo ejercitan, no sabemos que otra cosa podria significar.

La política i la ciencia del gobierno de los pueblos, no han clavado la rueda de la fortuna, no han dicho su última palabra. La monarquía de Roma cayó para dar paso a la República que se creia la perfección; mas tarde los cónsules i los triunviros, luego el im­perio, que vivió larga vida, para morir en la inmora­lidad i la corrupción. Gobiernos absolutos, gobiernos constitucionales, dictaduras de derecho, dictaduras de hecho; gobiernos de derecho divino; majistraturas de soberanía popular, todo, todo ha sido ensayado. Las primeras esperíencias han alentado para prose­guir en ellas; pero no ha habido sistema que al fin no haya sido maleado i abandonado. Pero sobre todo flota una verdad: que no hai gobierno bueno sin mo­ralidad, hábitos de trabajo i respeto en los pueblos hacia sus majistrados i mandatarios. La Inglaterra vive feliz i próspera en la monarquía; i los Estados-Unidos de Norte América han crecido en nuestros tiempos a la sombra de la República. La educación del pueblo es lo principal i si la Inglaterra i los Es­tados-Unidos pueden tener orgullo de contar con el pueblo mas sano e intelijente, no asi Chile i la Amé­rica que, por mas que duela a nuestro exajerado or­gullo patrio, tiene el pueblo de peores hábitos, i que carece de las prácticas de la vida libre republicana. Por lo jeneral ignorante, está dominado por un sen­timiento de vanidad que lo daña hondamente. Sobre

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todo, permite que con demasiada frecuencia se jue­guen en su nombre farsas a que se da el nombre de elecciones populares.

He ahí lo que nos falta: educación política, mora­lidad política, conciencia de nuestros propios deberes i dignidad para hacerlos respetar. Así, i solo así, será posible impedir que se hagan revoluciones a nombre del pueblo, sin que el pueblo las pida, ni las necesite i que en realidad no favorecen sus derechos e intereses, sino los de ciertas clases privilejiadas. Así se impedirá que se" hagan elecciones populares para cuatro audaces, apoyados en la fuerza, para lejitimar los triunfos absurdos de esa misma fuerza, invocando el nombre del pueblo ¡eterno ídolo sacrifi­cado a toda clase de pasiones i ajenos propósitos i eterno inconsciente aplaudidor de cuantas aberracio­nes concibió la humanidad!

Los partidos que eduquen al pueblo i eleven su nivel moral, serán los partidos del porvenir; pero los que en él se apoyen para envilecerlo i hacerlo servir a bastardos propósitos, tarde o temprano serán aplas­tados por la mole inmensa que pretenden detener en medio de la pendiente.

Otras funestas consecuencias principian ya a ser fruto de la criminal revolución. La empleomanía se dilata por el país, yendo a sus filas ejércitos de aspi­rantes que pugnan por conquistar hasta el puesto mas inferior, haciendo lujo de servilismo i abyección para lograr por el favor lo que seria solo debido al mérito. Plaga de raza latina, la empleomanía quitará a la industria i al trabajo numerosos brazos i el pais verá en poco tiempo crecer la holgazanería, que tanto daña a los países americanos, por ser causa de em­pobrecimiento que crea también factores de revueltas i ajitaciones vanas.

Diez mil familias quedan por otro lado sin pan i

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sin hogar i la miseria se cierne sobre ellas con todos sus horrores. Los antiguos i leales servidores del pais ¿quién sabe si mañana no serán arrojados al so­cialismo i a la revuelta, que son la síntesis del ham­bre i de la desesperación que enjendra la miseria? Nuevo elemento de perturbación para el pais, que ha de incrementar en razón directa de la tenacidad de la persecución con que se pretende aniquilar al partido caido.

Cien millones de pesos lanzados a la calle, arreba­tados al porvenir para sacrificar ocho mil vidas de chilenos en aras ¿de qué? Del odio, que mas tarde producirá catástrofes sin cuento.

La obra del progreso detenida por cincuenta años mas i el carro de las libertades que con tanto trabajo habíamos adquirido, atado a un bando político, cuya bandera i aspiraciones flamean en las almenas del pasado, que es su aspiración.

La espectativa de que serán segadas las cabezas que sean necesarias, si tanta persecución i tanta saña, despierta al fin a los que viven hoi abatidos. Sepa el pais, sepan los vencidos, que el partido conservador si llega a dominar el pais, lo dominará por cincuenta años mas i que para sostenerse, asentará su trono sobre charcos de sangre i de cadáveres, si llega a ser necesario. La hora de la resurrección, no la veremos nosotros; pero es útil que los vencidos vayan acos­tumbrándose a la idea de que su desgracia no es cor­ta, a no ser que las vias de lo imprevisto i anormal en que se ha lanzado al pais, produzcan los heroísmos i las enerjias de la desesperación.

La otra consecuencia de la revuelta, entre muchas mas que vamos a silenciar, es: nuestro descrédito, el descrédito de la República. Todo el justo orgullo de Chile, sepultado en ancha fosa, abierta para deposi­tar en ella sesenta años de trabajo, de patriotismo i

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de sublimes sacrificios que nos habian hecho espec­tables i respetados en el mundo. Nuestra honrada notoriedad, doloroso es decirlo, adquiere desde hoi triste celebridad; va a formar en la constelación de todas las repúblicas americanas, cuyos pasos vamos siguiendo, acaso mas lijero de lo que se cree.

Departíamos en plática intelijente i discreta con distinguida señora de la sociedad de Mendoza, que asi discurre con acierto en cuestiones sociales como en las de politica americana i ella terminó sus obser­vaciones con la siguiente, que hizo enmudecer los labios de todos los chilenos presentes: «Creían uste­des, dijo, que estaban muí adelantados, pero solo tenían un lijero barniz de cultura i civilización, el cual, habiéndose roto, ha mostrado que por dentro era atraso i barbarie. Así lo prueban las crueldades cometidas por los vencedores de la última guerra civil." He ahí nuestro crédito perdido en el esterior.

Sabemos positivamente que muchas casas estran-jeras principian a retirar sus capitales de Chile, por la ninguna confianza que les inspira el pais i el rum­bo impreso a los negocios públicos. He ahí la des­confianza i nuestro crédito que va perdiéndose tam­bién en el interior.

Línea roja de abundante sangre i caudal inagota­ble de odios, separa i separará durante muchos años a los hijos de la noble nación chilena.

Hemos terminado la tarea que voluntariamente nos impusimos. Sabemos haber cumplido un deber de chilenos, diciendo la verdad tal cual brilla i habla en nuestra conciencia.

Ardua i peligrosa misión es esta en la hora porque pasa nuestro Chile, ya que de allá solo podemos aguardar injusticia, acre recriminación i ¡quién sabe si hasta el sacrificio de la vida! Pero, el deber está cumplido i satisfecha nuestra conciencia, ella nos

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asegura que, dada la esposicion de las poderosas razones de profundo convencimiento que nos asistie­ron para militar al lado del presidente Balmaceda, podemos desde hoi i pueden también los amigos de causa i de desgracia, a quienes se presenta ante el mundo como caníbales o zulúes, ostentarse por do quiera con la frente alta, serenos i orgullosos, pues probado dejamos ante la faz de los países cultos, que no éramos una jauría de desalmados, sino una fálanje de hombres de bien, que trabajábamos con honradez por la felicidad de la patria i el triunfo de la libertad.

íbamos en noble i jenerosa compañía. Teníamos por jefe a un ilustre americano, hijo esclusivo de sus obras, que amaba a Chile por sobre todas las cosas i a quien malos chilenos colmaron de oprobio i de in­justicias. Su vida fué de constante labor i por ello no obtuvo recompensa... Decimos mal. La tuvo mui grande, porque, si hubo malvados i traidores en tor­no suyo, no ignoró que también lo acompañaban corazones abnegados que hasta el último le rindieron culto'de cariñoso respeto i admiración. Se lo rendi­mos hoi también, porque el estoicismo i la serenidad de su muerte, la sublimidad del sacrificio de su vida, ha sellado su grande obra de gobierno con el presti­jio de la gloria, que solo conquistan los que mueren mártires, después de haber vivido invulnerables por la majestad de su obra i de su vida. Morir por sus amigos, sacrificarse voluntariamente por salvarlos de las persecuciones i de la ruina, no es "morir, es con­quistarse la inmortalidad, grabada en el corazón i en la memoria de sus leales; es afianzar su obra i sus aspiraciones de grandeza i de gloria para la patria sobre un pedestal indestructible: el que mañana le erijirán en sus pechos todos los chilenos cuyo criterio no esté maleado por las perniciosas influencias de la corrupción que todo lo invade.

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¡El ex-presidente Balmaceda ha muerto! Pero su espíritu i su obra vivirán; porque todo martirio sig­nifica una resurrección; i la resurrección del derecho i de la justicia no puede ser detenida, ni contrariada: el mundo le pertenecerá un dia no lejano.

Honra a tu padre i a tu madre, ha dicho la Sabidu­ría i tendrás larga vida sobre la tierra. El amor i casi veneración del Sr . Balmaceda por su virtuosa i santa madre era para él una segunda relijion i por eso su nombre tendrá larga vida sobre la tierra. ¡Será inmortal!

I a este hombre justo, magnánimo, de jigantesca figura moral i política, jamas los revolucionarios de hoi le reconocerán una sola de sus grandes virtudes i sostendrán siempre que fué un tirano o un verdugo de los hijos de Chile. Están en la lójica. El recono­cimiento de una sola de aquellas hermosas cualidades del héroe mártir, es el principio de la condenación de los revolucionarios; porque faltando el tirano con­vencional, cae por tierra todo el deleznable andamio sobre que se pretende basar la necesidad de la re­vuelta. Pero la posteridad histórica, que suele llegar con pasos de jigante, condenará la revolución en sus móviles, en sus medios de acción i en su triunfo i hará justicia i absolverá a D. Manuel Balmaceda, mártir del deber i de sus convicciones, cuya noble conducta será siempre un ejemplo i una enseñanza para todos los que quieran servir a la noble patria chilena i conducirla por las sendas del progreso, de la justicia i de la rejeneracion social.

FIN