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G-7318 ANTONIO AGUILAR. INDEPENDENCIA DEL CONFERENCIAS PRONUNCIADAS EN EL ATENEO CIENTÍFICO, LI- CHES DEL 1 5 Y DEL 2 2 DE ABRIL DE 1 8 9 1 . LIBRERÍA DE Carrera de S. 1891, \

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  • G-7318ANTONIO AGUILAR.

    INDEPENDENCIA DEL

    CONFERENCIAS

    PRONUNCIADAS EN EL ATENEO CIENTÍFICO, LI-

    CHES DEL 15 Y DEL 22 DE ABRIL DE 1 8 9 1 .

    LIBRERÍA DE

    Carrera de S.1891,

    \

  • Es propiedad.

    CARTAGENA.—1891.

    Imprenta y litografía de Marcial Ventura.—Duque, 6.

  • Anduve perplejo algunos días, sin de-cidirme á imprimir estas conferencias y ase-diado cariñosamente por amigos y compañe-ros, fervorosos y entusiastas defensores dela idea que motiva mis humildes trabajos,que mostraban gran deseo, (que más queagradecerles, dejaré á cuenta de sus méritospara con la Justicia), de que yo enviase á laimprenta las cuartillas que al fin envío.

    Como bien sé que las conferencias sonpara escuchadas y no para leidas, nuncapensé en imprimir las mías ni recurrí, poresta razón, al trabajo de los taquígrafos; dedonde ahora nace la dificultad primera.

    Aun hay otra para tenida muy presenteporque, al hablar yo en el ATENEO, recordéalgunos puntos de las Cartas á mi padrino,ya bastante conocidas, adelantando tambiénmateria correspondiente á las que preparopara el tercer folleto, (algunas de las cuales

  • ya no utilizaré, puesto que aquí doy _su subs-tancia), y aun recitando textualmente cuatroó cinco párrafos ele los que ya publiqué,circunstancia que me imponía temor porqueno me gustaba servir al público parte da loque, en forma distinta, le liabía servido ya,siquiera sea del todo nuevo en mis escritoslo más de mis conferencias, lo principal y losubstancioso, si es que realmente de subs-tancia tienen algo.

    Con atención á' la primera dificultadprocuré vencerla como mejor pude, hacien-do voto firmísimo de fidelidad á la conferen-oia, huyendo del móvil de vanidad,—bas-tante común entre los que al público hablan,—de aparentar, cuando imprimen sus dis-cursos, que saben decir con igual corre-cción y atildamiento que escriben, y llegan-do hasta á rechazar la substitución de vocesy giros que pude recordar haber usado, porotros más convenientes y propios.

    Esto por lo que se refiere á la forma,punto el menos importante, la que me pare-ce que he conseguido reproducir de maneraque á la precisa exactitud se acerque mucho;en cuanto al fondo tampoco quise completarahora la conferencia que, por escasez de

  • tiempo, hube de truncar casi violentamente,tampoco quise añadir aquí lo que en el ATE-NEO hubiera dicho acerca de varias cuestio-nes, á haberme sido posible, porque tengoempeño en que, si alguien llega á leer misconferencias, las conozca tales como fueronpronunciadas.

    Pude vencer la otra dificultad fácil-mente, omitiendo aquí todo aquello que debapasar por repetido; pero no me atreví á ha-cerlo así por considerar que quien lee unaconferencia quiere finjirse el efecto que pro-dujo al ser pronunciada, y nunca se lo finji-rá bien si no la lee completa, si no se lepono ante los ojos en conjunto, y si se des-troza el organismo con que se le dio .vidaraquítica ó exuberante. Nada omití, por talconsideración; muchos conceptos de los quepara mi padrino escribí, están repetidos enlas conferencias, y aun señalados con comi-llas se podrán ver algunos párrafos to-mados textualmente ele mis folletos ACTUA-LIDADES.

    Decidióme á publicar mis conferenciasel razonamiento con que un amigo acertó áargüirme, diciéndome que el público,—porfortuna cada día mayor,—que se interesa por

  • las cuestiones que trato, tiene derecho á co-nocer no sólo lo que acerca de ellas se escri-be, sino lo que públicamente se habla, parapoder apreciar todos los actos con que á ladefensa de una causa común se atiende; ra-zonamiento que á la vez sirvió para afirmar,en la forma que dije, mi propósito de sermuy fiel á la conferencia.

  • I.

    SEÑORES:

    Al saludaros por primera vez desde es-ta cátedra, cuya majestad me impone tan-to como me honra, me veo precisado á di-rigiros un ruego: yo os suplico que no mi-réis en mí ni la osadía de la arrogancia, niuna pueril vanidad. En todo lugar y en todaocasión, y en esta casa más que en partealguna, supe observar el religioso silenciodel que escucha y aprende; considerad quesi hoy me atrevo á hablaros, no ha de sermi palabra la del que enseña y dirige, sinola del que al vacilar, pide el auxilio de susmaestros, y antes de caer vencido, sin quele salve el débil esfuerzo de su propia ac-

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    ción, intenta provocar en vosotros el esfuer-zo de una acción muy vigorosa.

    Tendría por ocioso el intento de recabarvuestra atención para un acabado estudiodel poder judicial, y no obstante, aunqueencaminándome á fin muy distinto, del po-der judicial- voy á hablaros, hacia él me per-mito llamar toda vuestra atención, y con sunombre, y tremolando la santa enseña de laJusticia, pretende advertiros del peligro, lla-maros al combate, si es necesario, mi débilvoz que no tiene seguramente los presti-gios y la virtud de la del caudillo valeroso;pero que, en cambio, se produce como agi-tada por las palpitaciones que al corazón es-tremecen, de dolor y de corage, ante la pro-fanación torpe de ideales muy altos, y comoiluminada por los rayos de la ira que, hastaen los espíritus más débiles, hace nacer laobra de la injusticia. No os he de hablar,bien á pesar mío, con voz que infunda res-petos y que, por su autoridad sola, avasalleinteligencias; pero, (permitidme esta pre-tensión), quiero hablaros con la voz que me-jor entienden todos los hombres; con la quelogra encender todos los espíritus en fuegoperemne y sagrado; con la que consigue fá-

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    cilmente borrar todas las discordias y todaslas pasiones mundana», sólo pronunciado unnombre: JUSTICIA.

    No quiero recordar ni por incidencia, nien sólo un punto, nada que de alguna suer-te pueda parecer doctrina, porque más quepara discurrir, me apercibí esta noche parallevar á vuestros corazones los movimientosdel mío; pero no sé hablaros del poder judi-cial sin decir algunas palabras, muy pocaspalabras, que lo defiendan ó lo expliquen,sin pronunciarme enérgicamente contra losque mantienen que el poder ejecutivo, pormedio de organismo especial, ha de ser elencargado de administrar la Justicia.

    Podría comenzar, á este fin, por definirel Estado, remontándome luego á los oríge-nes y naturaleza del Poder, para llegar porcamino ja. libre, á los términos de una cla-sificación que, aunque informada por princi-pios ciertos, tal vez no dejaría de tener suspuntos de arbitraria; pero de proceder así,sobre el inconveniente gravísimo de consu-mir mucho tiempo, tocaría el no menor deserviros, mal condimentados, manjares que

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    ya muy despacio paladeasteis y muy feliz-mente digeristeis, de los que quizá os sentísahitos.

    Esta consideración me aconseja proce-der de modo más breve, con lo que, al parque salvo tales desventajas, consigo que lasdiferencias de escuela, en política y en filo-sofía, que si para el trabajo os unen, para ladiscusión os separan, esta noche no asomenni de lejos, y nuestras voluntades y nuestrasinclinaciones se confundan totalmente,

    Consideremos el Poder, que es lo queconviene á nuestro fin, ya dictando la ley,ya dándole cumplimiento; funciones muy di-ferentes, que á los que se llaman podereslegislativo y ejecutivo, se encomiendan. Ymirad un momento hasta qué punto son de-semejantes las naturalezas de estos actos.

    Diotar la ley: acto de voluntad, actoúnico que se ejecuta con decir: "quiero".Podrá ser más ó menos largo y difícil el pe-ríodo de preparación y de estudio, que pre-cede y da lugar á la determinación de volun-tad, consagrada por la ley; pero la verdad

  • :n

    es que para dictar ésta basta un acto, unmomento; el necesario para decir: fiat.

    Cumplir la ley: función ejecutiva, actossucesivos. Ya, se nos ofrece primero el mo-mento de la interpretación; ya después elconocimiento de cada una de las entidadesá que la ley se refiere, y de la manera cómoen la vida se hallan relacionadas; ya, mástarde, el examen del hecho ó de la relaciónparticular que originan el raso; par a que álo casuístico de la realidad, sirva y se aco-mode lo general de la ley; ya, por último, laforma en que el imperio de ésta ha de serasegurado, y la coacción ha de ser emplea-da. Actos sucesivos que el poder ejecuta.

    Indudablemente á estas funciones atien-de la Administración de la Justicia, en bue-na parte; pero ¿de qué modo? ¿Acaso es ellala que cumple y aplica directamente la ley?

    Está muy claro que no. Cuando surjeun conflicto, porque intereses opuestos apre-cian de manera diferente determinada rela-ción jurídica, ó cuando ocurre una trasgre-sión de la ley, con desconocimiento delderecho privado y con perturbación en elorden social, entonces para que el derecho secumpla es necesario, ante todo, conocerlo y

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    definirlo precisamente, y al examen de larelación jurídica mal apreciada, y á la medi-da de la trasgresión y del daño que causa, yá la correspondencia entre el hecho crimi-noso y la ley penal, alcanza la acción de losTribunales; los que, después de todo, se li-mitan á decir al poder ejecutivo, en quétérminos el interés social y el interés priva-do han de mantener sus fueros, y en qué tér-minos á la integridad de la ley convieneque la acción de ese poder se produzca.

    Y visto así, tal como es en realidad, elalcance de la misión confiada á los Tribuna-les, ¿podrá cumplirla el poder ejecutivo?¿Tiene, para este caso, aptitud especial, or-ganismo bien conformado, naturaleza ade-cuada?

    No, seguramente. El poder ejecutivonunca cumplirá bien funciones que son muysemejantes á las que, en el organismo huma-no, cumple la conciencia; el poder ejecutivonecesitará siempre que se le den muy defini-dos y claros cada uno de los elementos conque ha de operar; que si él es el que directa-mente aplica y cumple la ley; que si él es elque este cumplimiento facilita, por medio deprudente y sabia reglamentación; que si él

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    es, en fin, el que el imperio de la ley asegu-ra, usando la fuerza que le atribuimos, noes ciertamente el que llega á definir la ley,el que aprecia la relación de derecho, en ca-da oaso en que la obscuridad, la duda, la ma-la fe ó el delito, provocan un conflictoy hacen indispensable ese estudio especialque al magistrado se confía y en el que, po-niendo de un lado el hecho ó la relaciónparticular, y de otro el precepto legal esta-blecido, se concluye por resolver en qué tér-minos ha de ser firme y práctica la re-lación de derecho mal comprendida ó que-brantada.

    Buena prueba de ello es que en el cho-que de intereses que es fondo constante dela contienda jurídica, que en la lucha foren-se á que da lugar dudosa interpretación dela ley, se nos presenta el poder ejecutivofrecuentemente,—mucho más frecuentemen-te de lo que conviniera,—en oposición conel individuo, como el individuo, interesadoen el pleito, y como el individuo también,sometido á la decisión de los Tribunales.Buena prueba de ello es que lo que impro-piamente se llama entre nosotros, poder ju-dicial, el organismo que nuestros Tribunales

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    forman, y que el poder ejecutivo rige y go-bierna, se declara independiente por la ley,al mismo tiempo que se le esclaviza some-tiéndolo, en absoluto, á la acción de esepoder, el cual dispone, no pocas veces demanera abusiva, de cada uno de sus movi-mientos y de su vida- toda.

    Basta con estas indicaciones, que tuvesingular empeño en hacer muy claras, pero ála vez muy concisas, para convencernos deque cuando estudiamos el Poder en su uni-dad, con el fin de establecer una clasifica-ción de poderes, descubrimos el judicial consu carácter bien determinado, con sus facul-tades bien distintas, con su personalidadpropia, con su esfera de acción libre é inde-pendiente.

    No insisto más en este punto, y abando-no desde ahora este camino, y aún os dijeque no quería recordar nada que pudieraparecer doctrina, por una consideración queá mí me gustaría que apreciarais así como yola aprecio.

    Por mucho que discurriésemos siguiendoeste orden de ideas, no saldríamos del estu-dio de una clasificación que al fin se nosimpondría más ó menos extensa, con más ó

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    menos términos; y aunque las clasificacio-nes son de gran valor, son, de necesidad parael estudio y conocimiento de las ciencias, yacomprendan partes distintas de la unidad,ya relaciones diversas dentro de un soloconcepto, ya aspectos varios dentro de unarealidad sola, lo cierto es que como tínica-mente suponen el recurso que ponemos alservicio de lo limitado de nuestra inteligen-cia, y sin que nunca se las pueda llamar ca-prichosas, no se rigen por reglas seguras éinflexibles, sino por las reglas un poco du-dosas y un tanto movedizas, que prescribenla utilidad y la prudencia. Así es que las cla-sificaciones suelen variar y frecuentementevarían, según el punto de mira donde noscolocamos, según el fin á que nuestro estu-dió se dirige, y según la extensión y las pro-porciones que nos conviene conceder á cadagrupo.

    Algo muy parecido á ésto, si no éstomismo, ocurre cuando la clasificación saleya del aula, pierde ya su carácter especulati-vo y á la realidad se acomoda, unas vecespara ordenar conveniente distribución deltrabajo, otras para atender á lo que aptitu-des especiales solicitan, otras, en fin, para

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    equilibrar é impulsar con movimientos re-gulares y provechosos, las diversas energíasque en la vida de un complejo organismo semanifiestan. Entonces tampoco la clasifica-ción obedece al rigor de la ciencia, sino másbien á la habilidad del arte; tampoco se tra-za con líneas rectas y firmes, sino con cur-vas hábilmente combinadas y quizá borrosasá trechos, como siguiendo curvas suelen ma-nifestarse en la vida nuestras necesidades, yasí como con ondulaciones solemos sentir elimpulso de nuestros apremios; tampoco serige, en fin, por la inflexibilidad de la lógi-ca, sino por el oportunismo de la política.

    Y á este terreno de la política ó, si que-réis mejor, á consideraciones de un ordenpuramente social, pretendo traeros esta noche;claro está,—y la advertencia sobra,—que li-bre de apasionamientos y prevenciones departido, ni aun de escuela, que, ni aquí enca-jarían, ni vosotros habíais de consentirme,sino discurriendo en campo muy ancho ymuy libre, y hablando en términos muy ge-nerales.

    Posesionado ya de este terreno, per-mitidme que os pregunte: ¿creéis con-veniente, prudente siquiera, que el poder

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    ejecutivo, que el poder esencialmente polí-tico, acuda á la obra de la Justicia?

    Cuando á mí se me ofrece este proble-ma, que por muy sencillo tengo, descubroen él con facilidad, á la simple vista, dostérminos no ya totalmente desemejantes,sino totalmente contrapuestos que, sin em-bargo, en nuestra vida piíblica se aproximanó coinciden, (que ésto yo no lo sé bien), co-mo en la naturaleza coinciden ó se aproximanfluidos contrarios, no para producir lluviabienhechora, sino para producir temida tor-menta que si quiere fecundar, esteriliza conel aluvión, si quiere iluminar, incendia conel rayo, y si quiere animar y vivificar con suhálito, impulsa la furia de los huracanes.

    ¿Qué espíritu encarna en la instituciónque, en la tierra, representa la Justicia?

    Es allí donde, como 011 el templo, de-positamos nuestra constante aspiración alinfinito; es allí donde, como en el templo,respiramos ambiente puro, que sirva al cre-cimiento de la virtud; es allí donde, comoen el templo, recogemos fuerzas que nuestrafe mantengan y vigoricen; es allí donde,como en el templo, descubrimos ancho y fá-cil camino que al principio absoluto nosacerque, 2

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    Todo lo que representa la humana Jus-ticia, tanto más perfecta cuanto se aproximemás á la Justicia eterna y absoluta, se avie-ne mal con la frecuente mudanza, muchopeor con las aventuras y los ensayos propiosy naturales del arte político, y recordandopalabras que tuve ocasión de escribir, "nohalla facilidades para los salvadores acomo-dos de que tan socorrida está la política, nise compadece bien con los términos mal de-finidos, con la inseguridad de las tintas, conla vaguedad de los contornos, con todo eseambiente y esos elementos, por fin, que secombinan en desorden, para formar el mun-do especial de los grandes y chicos Maquia-velos."

    ¿Qué encarnación vive en el poder po-lítico? La duda y aun la incertidumbro mu-chas veces; la habilidad y el oportunismosiempre; el combate sin fin entre la pureza,del pensamiento y las impurezas de la rea-lidad; las vacilaciones y las mortales caidasen los altibajos de terreno movedizo. Así esque al escribir yo de la Justicia en los tér-minos que os dije, consideraba que "en elhombre político son presiones muy diversas,fuerzas encontradas muohas veces, las que

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    solicitan su ánimo; que es constante en suespíritu la lucha para deslindar lo perdura-ble de lo pasajero, lo substancial del acciden-te; que consume sus energías trayendo yllevando elementos, del terreno de la resis-tencia al terreno de la transacción; que elárbol de su fe y sus convicciones, ya lo poda,ya lo vivifica con extrañas savias, ora ende-reza sus ramas Lacia el cielo, ora las abatehasta besar el polvo de las realidades."

    Cuando, como por desgracia ocurre entrenosotros, política y Justicia se aproximan ócoinciden en funesto y tormentoso maridaje,si algún bien podemos esperar de conjuncióntan desdichada, nos lo traerá solamente elprovechoso consejo de una saludable tem-planza, y, no lo dudéis, señores, "cuando á la-templanza se encomienda contener ó ensan-charla acción de la Justicia, siempre bullen yse agitan, con varia fortuna, en las inseguraslindes de esa esfera, no sólo las imprudencias,más ó menos temerarias, sino las inmorali-dades y los delitos, más ó menos repugnan-tes, lo mismo cobijados bajo la banda de unagran cruz que bajo la rancia capa de SantaMaría de Nieva, tal vez al amparo del nom-bre prestigioso de una corporación, quizá es-cudados con la gratitud de un personaje."

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    Estas diferencias, esta oposición que no-tasteis fácilmente, entre Justicia y política,la quisieron utilizar los legisladores, dispo-niendo de los Tribunales como freno, comodique, corno contrapeso, como útil ó arma, enfin, de cualquiera clase, que ya que no co-rrigiera del todo, encauzara algo y contuvie-ra hasta cierto límite las demasías del po-der político, en el punto en que la fuerzadel egoísmo y el consejo de la prudencia lu-chasen, en apasionada riña, con natural des-ventaja para el bienestar del país; y desdeeste momento, desde que los Tribunales fue-ron llamados á intervenir, con acción muydirecta y muy eficaz, en funciones políticasque no les son propias y que su naturalezarechaza, ya la confusión aumentó en mucho,la inmoralidad se acercó no poco, y la inde-pendencia del poder ó del organismo judi-cial se imposibilitó completamente.

    ¡Peregrina idea, señores, la de oponer álos abusos de una autoridad tan absorventeoomo la del poder ejecutivo, la acción deunos Tribunales que él forma, rige y gobier-na, la acción de unos magistrados que él, ásu antojo, nombra y separa, castiga y pre-mia, favorece y perjudica! ¡Peregrina y sal-

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    vadora idea la de garantir al ciudadano, in-vitándole, casi con burla, á que pida la efec-tividad de las mayores responsabilidades,ante un Tribunal que es obra de los mismosque en ellas pueden incurrir, y ante unosmagistrados que sus únicas prosperidadeslas han de fiar á la gratitud ó á la munificen-cia del hombre político, y que miran nubla-do su porvenir por los enojos de un gober-nante, de un diputado, ó quién sabe si decualquiera de esos obscuros señores, de fracó de calzón corto y alpargata, que ya el pue-blo se acostumbró á llamar caciques.

    No es de extrañar que la Administraciónde la Justicia, bordeando así el tortuosocauce por donde marchan, en removida co-rriente, los vicios y las pasiones que másagitan nuestra vida pública, haya recibidoligeras, pero ponzoñosas salpicaduras de susaguas: ni es de extrañar que padezca ya,por obra de la desconfianza que en el paíshicieron nacer los yerros de la Administra-ción general del Estado.

    Es conveniente completar el examen, nopararse en estos términos generales que, por

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    su propia generalidad, dicen poco, dar unpaso más, y ver si realmente la Administra-ción de la Justicia muestra debilidad ?s ó im-purezas, y si las hay, por dónde asoman pri-mero.

    Discurriendo con lógica ¿á qué punto sedirigirá nuestro examen, para descubrir lasflaquezas de la Administración de la Justi-cia? Será al punto por donde se descubranlos intereses que en nuestra vida pública yen nuestras costumbres merezcan menos esti-ma; al punto donde las culpas mejor se disi-mulen y algo se empequeñezcan; donde lasresponsabilidades, amparadas por larga ca-dena y fuerte trabazón de malas obras, másse dificulten; donde la acción fiscalizadora yel fallo de la opinión pública más se descon-cierten y menos se detengan; al punto, enfin, donde se administra la Justicia en locriminal.

    Y es también el punto, por consecuenciade este carácter mismo, donde alcanzan conmás facilidad y más frecuentemente radica-les reformas en el procedimiento, y aun enla ley substantiva; donde los compromisos ylas prevenciones de la política más influyen,tanto al ser dictada la ley cuanto al ser cum-

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    plida; donde la inexperiencia, la ignorancia,los entusiasmos y los odios populares, todomovido con movimiento de violencias, y to-do alborotado con alboroto de turbulentomar, que mal esconde bajo blanca espumael verde obscuro de sus aguas, acude á pedirplaza en el sitio desde donde el juicio se for-ma, y compromete tal vez la austeridad yla majestad de la casa de la Justicia.

    Como si tales condiciones y circunstan-cias no hicieran ya muy fácil el portillo parala inmoralidad, nuestras poco previsoras le-yes modernas, llegando al más absolato ypeligroso radicalismo en favor del sistemaacusatorio, encomiendan la efectividad de laley penal casi exclusivamente á la acción delministerio público, el que puede acusar ó no,y aun retirar la acusación después de pre-sentada, destruyendo asi la base y funda-mento del juicio.

    Verdad es que con aparante respeto á laacción pública, y en realidad, con el mayorsarcasmo, dadas nuestras costumbres y lastrabas que al particular imponen los Tribu-nales, por exigencia de la ley, se invita cor-tesmente al ciudadano,—si le asisten letradoy procurador,—para que recoja la acusación

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    abandonada por el fiscal, para que, cual an-dariego paladín, se empeñe en la penosísimadefensa de intereses que no le pueden afectarde un modo muy inmediato.

    ¿Comprendéis bien, señores, hasta quépunto es peligroso y opuesto á la Justiciaque un funcionario amovible, que está liga-do, por vínculo muy especial, con el Gobier-no, que á la acción de éste lia de coadyuvarmuchas veces, que hasta suele ser considera-do como una de esas armas de partido queen el pudoroso é hipócrita lenguaje de nues-tros días se llaman resortes de gobierno, seael único depositario y dispensador de la garan-tía que al individuo se concede, cuando elcódigo penal se va á hacer práctico?

    Yo que conozco bien y respeto muchí-simo á nuestro ministerio fiscal, he de decla-rar,—aunque la declaración no haga falta,—que por todos conceptos, es digno de la ma-yor consideración; pero ¿no veis en las im-previsiones de la ley, como afán de acercará las manos del poder político, toda clase dearmas, aun las que para él debían ser siem-pre prohibidas; como poco escrúpulo paraarrojar, en la conciencia del pueblo, la se-milla de los recelos más fundados, más gran-des y más peligrosos?

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    Con tales precedentes, en medio de ta-les circunstancias, es muy natural lo queocurre, de modo especial cuando se trata deciertos delitos. Ya la cuantía de la pena, yael sobreseimiento en la causa, ya la absolu-ción del culpable, ya, me lo temo mucho, lacondena del inocente, importan poco, no im-portan, al menos, tanto como debieran im-portar, en una sociedad que se acostumbróá mirar el indulto sólo como arma política;donde es vulgar y gastado el recurso de mo-lestar al enemigo con mañoso proceso, mien-tras se favorece al aliado con cierto génerode inmunidades; donde tampoco es muy sin-gular el caso de que á la voz que demandaJusticia no se la escuche y atienda segiínla causa que defiende, sino según su proce-dencia.

    Después de estas consideraciones queyo no sé si os habrán parecido descarnadasó pudorosamente vestidas, pero que con to-nos de realidad y con los miramientos pro-pios del respeto que me merecéis, quise pre-sentaros, parece que hay lugar oportunopara una frase hecha, y que debíamos excla-mar, con rostros compungidos y acentos untanto lastimeros é hipócritas: ¡triste es de-

  • cirio! No, no es triste que lo digamos, es tris-ta que ocurra, sería tristísimo que nuestradebilidad lo callase; no es triste descubrira herida, manifestar la laceria, pedir al cau-terio la salad; es triste y suicida y criminalsufrir en silencio el dolor sordo que la llagaproduce, y por repugnancia á la curación,entregarnos al veneno de la gangrena.

    Naturalmente llego á un punto de miconferencia que me parece de los más deli-cados, porque al hablar de impurezas en laAdministración de la Justicia, es de necesi-dad que algo os diga de nuestra magistratu-ra, y me asalta el temor de que mis palabraspuedan ser escuchadas con singular preven-ción por quienes la colectividad ó la claserepresenten, ó por quienes, sin representar-la, con sus simpatías ó con sus respetos ladistingan, ó con especie de malquerencia lamaltraten

    Pero bien mirado, tal vez mi temor ca-reoe de fundamento, porque vosotros podéisapreciar con facilidad dos consideracionesque nos han de servir para que nos forme-mos cabal idea de la verdadera situación yactitud de nuestra magistratura.

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    Vosotros considerareis, en primer lugar,que quien juzga por oficio... no, no me gus-ta decir por oficio; que quien juzga penetra-do del sacerdocio que se impuso, y se veligado á los intereses de su carrera, por vín-culo tan fuerte como el del egoismo, y ale-jado, por esta misma razón, de las batallado-ras pasiones de bando y de localidad, ha deapreciar en mucho, en mucho más que la ge-neralidad los aprecia, aquellos intereses deque él es vigilante y fiel guardador, y no hade considerar su delicada misión tan ligera,tan acomodaticia, tan próxima al recursopolítico, como la puede considerar, y la sue-le considerar de hecho, quien no la cumple,porque á él no se le impuso.

    Vosotros pensareis después que, porgran rectitud que haya en el ánimo del juz-gador, por muy firme que tenga la vo-luntad y muy cabal la conciencia para darsecuenta exacta de su situación y de la impor-tancia de los intereses que se le confían'cuando en los poderes públicos, y aun en laopinión observa, no diré yo que menospre-cio hacia esos intereses, que quizá aún no sellegó á tanto, pero sí especie de tibieza paradefenderlos, no es fácil que su conciencia

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    sirva de dique imposible de vencer á la co-rriente general, ni es fácil siquiera que re-pose tranquila, con las seguridades de queal bien se dirige, cuando mira cómo los másentran, gozosos y satisfechos, por muy dife-rente camino; lo que sí es fácil, lo que ha deocurrir muchas veces es que la duda embar-gue y conturbe el espíritu del juez, y le ha-ga sospechar si exageraciones y escrúpulosde rectitud, elevándolo á mundos muy abs-tractos, dieron con él en las mismas lindesdel delirio, y si su obra es realmente la másbeneficiosa y la más justa, ó lo es aquéllahacia la que, con más ó menos vehemencia,pero perfectamente de acuerdo, le llaman to-das las voces y todas las inclinaciones delpaís.

    Seguramente que vosotros no esperáisque el magistrado, por mucho que la natu-raleza de su misión lo dignifique, pueda porsí solo atajar los vicios y las preocupacionesdominantes en la sociedad en que vive; se-guramente que vosotros no esperáis que, porfuerte que para el sacrificio sea, cuando mi-ra la inutilidad de un esfuerzo que le cuestamuy caro, no caiga muchas veces, vencidopor la realidad que se le impone, ó perdida

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    la fe que una sociedad excéptica destruye,y no se disponga entonces á dar algo á suinterés particular, labrando la base de unascenso en su carrera, ya que no se le dejaacción libre para cuidar del interés de todos;seguramente, en fin, que vosotros no descono-céis la lucha incesante que consume las fuer-zas de su espíritu, cuando se ve arrolladopor la soberbia de la política, y cegado porel huracán de las pasiones que agitan nues-tra vida pública, y que le azota el rostro conlas impurezas que arranca de lo más bajo,para alzarlas, en remolino, á la región de lasnubes. •

    Miro sentado entre vosotros á quien, aúnno hace muchas noches, me decía que, ensu concepto, la magistratura española ni es-taba más viciada ni era más moral que cual-quier otra clase de funcionarios; y es suertepara mí que la presencia de un amigo metraiga este recuerdo, porque lo tengo pormuy oportuno para este lugar de mis consi-deraciones.

    Yo no quiero deciros ahora si tal juiciome parece ó no exacto, ni he de incurrir enfalta tan grave como la de llegar á un terre-no de comparaciones; pero sí os recordaré,

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    puesto que todos lo sabéis, que el magistra-do español que diariamente decide acerca delos intereses más valiosos, y que tiene con-ciencia de las dificultades y aun de la impo-sibilidad con que tropezamos al querer ha-cer efectiva la responsabilidad judicial, enla pobreza vive, casi en la miseria suelemorir, y no es singular el caso de que alamparo de la Caridad encomiende el porve-nir de sus hijos; yo me permitiré suplicarosque paréis la atención, puesto que á diariopresenciáis la lucha, en los grandes esfuer-zos que necesita el poder ejecutivo, aun dis-poniendo de armas las más temidas, comodispone, para vencer, casi nunca por com-pleto, la justificada resistencia de los jueces;yo, en fin, os invitaré á que lamentéis con-migo el desamparo en que á la magistraturadeja la opinión mientras se revuelve aira-da contra los Tribunales, y á voa en gri-to y con acento hipócrita demanda justicia;¡ella que al impuro ambiente de la injus-ticia sabe abrir con satisfacción sus anchospulmones, siempre que le place, y que laobra de la injusticia consuma, muy á con-ciencia, cuando puede servir á intereses pe-queños y á pasiones mezquinas!

  • Pensad si las inmoralidades que todoslos días se descubren y ningiín día se corri-gen en los distintos ramos de la Adminis-tración piíblica, alcanzaran á los Tribunales,á los que, tal vez, contra ellas escuda la solavirtualidad de la misión que cumplen, ¡has-ta donde llegaría la inmoralidad en la Ad-ministración de la Justicia! Pensad si el jui-cio de mi amigo fuera exacto, si en el ma-gistrado español no vivieran, por celestialpermisión, virtudes no muy comunes, ¡quéfatal perturbación, qué espantoso desequili-brio en. el orden social, no notaríamos!

    Cuando á mí se me habla de esta cues-tión, acostumbro á pasar por todo, á no re-gatear nada en la cuenta de virtudes y vi-cios, tal como quieran presentármela. ¿Esmalo, perverso, merecedor de las censurasmás terribles, el personal de nuestra magis-tratura? Yo que sé bien lo mucho que valey llevo cuenta de sus sacrificios, acepto lahipótesis calumniosa, á cambio de que se meadmita una conclusión perfectamente lógi-ca; pues aun siendo así, digo, debíamos es-perar que fuera mucho peor, porque se leforma, se le anima, se le nutre y se le educacomo con propósito de dirigirlo á mayoresmales y á inmoralidades más graves.

  • Ciertamente que desde algún tiempo, ypor errores que tienen causa conocida, lamagistratura sufre con los enojos de buenaparte de la opinión, y necesitada de defensaestá, como todo aquél á quien la injusticiaofende; pero aunque yo así lo reconozca, yaunque acabe de pronunciar palabras que alfin de la defensa parecen' dirigidas, no lasdije con tal propósito, ni me separé del te-ma de mi conferencia; quise solamente pin-taros con sus verdaderos colores, y sin lle-gar á perfiles del contorno, el medio en quela Administración de la Justicia se desen-vuelve, sometida al poder político que la.subyuga, y quise haceros ver cómo los vi-cios que en ella notamos son consecuenciafatal de la naturaleza del poder de que de-pende, y no acusan la inmoralidad en susfuncionarios.

    Es frecuente hallar espíritus á los quecon facilidad espantan cuantas impurezasdescubren en la Administración de la Justi-cia, y que asustadizos se manifiestan de igualmodo, ante la idea de un Poder judicial in-dependiente.

    ¡Nuevo poder,—suelen decir,—cuando el

  • peso de los que hay nos abruma; cuando yala libertad nos educó en prácticas que pare-ce que van á consentir muy pronto la másgraciosa, saludable y ordenada anarquía!¡Nuevo poder, acaso con su ejército de esbi-rros y corchetes, y su buen contingente dechafarotes, que una medida más pusiera ánuestros actos, y una amenaza más lanzarasobre nuestras cabezas; que nacería absor-vente y tiránico, con todo el vigor de la ju-ventud, y con todos los alientos que pudie-ran darle las imprudentes caricias de unaimprevisora opinión pfiblica!

    Como veis, presentada así la cuestión,varía mucho en su aspecto, y hay qne tra-tarla de modo distinto á como hasta aquílo hice.

    Yo sé bien cuanta amargura y aun cuan-ta filosofía encierra la frase de un ingenio-sísimo escritor, al considerar que en el esta-do de desorden, la Justicia es un estorbo; yosé cómo nos rebelamos, por fuerza del huma-no instinto, á aceptar nuevos frenos, y cómonos mortifican los que nos impusimos ya; yosé hasta qué punto nos seduce, y hasta don-de halla poético la imaginación el estado pa-triarcal de las sociedades nacientes, y aun el

    3

  • primitivo del hombre, para que fácilmentese impongan nuevas instituciones de gobier-no, siquiera sean reclamadas por la cultura;yo sé, en fin, cómo disponen de nosotros lacostumbre y la tradición, y de qué suerte tuer-cen la voluntad y nublan el juicio interesesparticulares, defendidos con toda clase dearmas, hasta con las menos legítimas.

    Y precisamente porque todo esto tengoen cuenta, es por lo que acudo á vosotros,que representáis la opinión más imparcial ymás ilustrada, y comprendéis bien el alcanceque se debe dar á mis palabras; y porqueesto tengo en cuenta, y porque no quieroque se vea en mi conducta, el propósito deprovocar la unión, especie de agremiaciónde clase, de donde pudiera nacer fuerzaegoista, imprudente y perturbadora, es porlo que vengo ante vosotros, que representáistodos los intereses, y no aventuro mi primerpaso en la Academia de Jurisprudencia, porejemplo, donde tal vez no me hubiera sidodifícil halagar especiales intereses é inclina-ciones.

    ¿Puede haber, por parte de alguien,—mepregunto muchas veces,—^el insensato pro-pósito de que no alcancemos la Justicia, y

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    de que en perdurable y sangrienta batallade pasiones, vivamos amparados por el egois-mo y la inmoralidad, á merced de la debili-dad del contrario, ó protegidos, no por la ra-zón, sino por nuestro propio esfuerzo? ¿Talvez nos contaminamos todos del mismo mal,y ya vemos en las instituciones más políti-cas y en el actual régimen, juego de azar,especie de lotería que tiene esperanzadasnuestras concupiscencias, y cuyos premiosno nos conviene disminuir, separando de sutrasegado caudal la más apetitosa parte?¿Habrá, en fin, consideración alguna que nosaconseje no perfeccionar el cumplimientodel fin esencial del Estado?,

    La única solemne expresión de nuestralibertad es la ley, que nosotros dictamos ynos imponemos. QIVÍ la voluntad de todos,manifestada en la ley, el cumplimiento denuestro fin nos facilite; que la conciencia so-cial, manifestada en los Tribunales, á todosnos juzgue y el derecho de cada cual defina;que la fuerza de todos, reconcentrada en elGobierno, en el orden nos mantenga, y laley y la sentencia haga prácticas.

    ¿Quién habla de nuevos ejércitos, de nue-vas coacciones, ni de nada distinto á lo que

  • hoy se practica, siquiera pidamos que sépractique mejor y más justamente? De loque sí se habla es de mayores y más segurasgarantías para el individuo y para la socie-dad, que han de ser tanto más seguras y tan-to mayores, cuanto mayores y más firmesapetezcamos y gocemos las libertades.

    Venida esta generación, no sé si en laprematura decadencia ó en la débil y largainfancia del régimen parlamentario, mas,desde luego, en la plenitud de los vicios queal parlamentarismo afean, tal vez me escu-cháis entre compasivos y dudosos, sin aca-bar de comprender que la independencia delpoder judicial sirva de freno para la inmo-ralidad que vive en nuestras costumbres, ydé salud á nuestra vida jurídica, ho}̂ tanhondamente dañada.

    Sin tenerme por perspicaz alcanzo bienlas observaciones que en este punto se ospueden ocurrir, y no dejo de sospechar algu-na exageración en ellas, por las influenciasjuntas del pesimismo y de la falta de fe queá todos nos postran algo, y del temperamen-to de raza, que no nos consiente agitarnossino muy pocas veces, por estímulos muysingulares y con movimientos muy extre-mados.

  • Figuraos que un doctor, después de re-conocido el paciente, declara que en él des-cubrió tubérculos, y que la trasfusión desangre de cabra, ó cualquiera otra novedadde la ciencia, le ha de ser muy provechosa; yfiguraos que responde la familia, por supues-to que deshecha en llanto: ¡ay, doctor de mialma; si todos dudan que la tuberculosis socure, y si esa operación es tan costosa, y estan molesta!...

    Pues algo así nos ociirre en este punto.Los egoísmos y otras pasiones menos noblesviciaron nuestro parlamento que hoy, enrigor, nos hace vivir en perpetuo desequili-brio; pero el parlamento es así por nuestratolerancia ó nuestra negligencia, porque nosomos bastante celosos para constituirlo deotra suerte y animarlo con mejor espíritu.

    Mirada así la cuestión, se ocurre el con-sejo, que desde el pulpito caería mejor quedesde este sitio, de purificar nuestras cos-tumbres y levantar en las masas el sentidomoral, hoy bastante rebajado; obra larga ypenosa, que no fácil y de momento.

    Pero sin encomendar nuestra salva-ción sólo á poderosas influencias morales,que al fin y al cabo, por sí solas se imponen,

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    aceptando los hechos consumados, recono-ciendo el estado en que vivimos y ajlistán-donos á la realidad, debemos preguntar: to-das las viciosas influencias que de ese grancentro parten, que á la inmoralidad nos en-cadenan, y que con muy sana crítica se exa-minaron, aún no hace mucho, en brillanteMemoria que os sirvió de tema de discusión,¿dónde pueden pesar más y hallar, para suobra, materia más dúctil; en el poder ejecu-tivo, ó en el judicial independiente?

    Contad, desde luego, con que la indepen-dencia del poder judicial, de todo punto im-ponible en tanto que más bien que tal po-der, sea un organismo sujeto á la acción delGobierno, no es punto de determinado pro-grama político, ni empresa encomendada áuna fracción, sino aspiración general en elpaís, condición necesaria que todos los go-bernantes alardean mucho de procurarla,aunque cada día se opongan más á ella, yobra verdaderamente nacional; contad conque el nuevo poder nacería con tal fuerza enla opinión, con tan legítimos prestigios, contan grandes respetos por parte de todos, queno había de ser fácil entorpecer su marchacon inconvenientes presiones, ni nadie ha-

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    bría tan insensato, por fuerte y poderosoque se considerara, que á proceder de esemodo se atreviera.

    Pero aparte de esta oportuna considera-ción que, después de todo, es quizá la de me-nos valía, examinemos bien la naturaleza decada uno de los poderes, y nos podremosconvencer, sin gran estudio, de que mientrasal ejecutivo y al legislativo los relaciona yune de modo muy especial, hasta confundir-los muchas veces, ese interés político de cír-culo tan estrecho que no rebasa casi nuncael egoísmo de un partido, el poder judicialno llegaría á sentir pasiones de ese género, nopropias de su naturaleza, y desde el instanteen que la actitud de un parlamento, al apre-ciar cuestión política determinada, y muchomenos la actitud de un gobernante, no llega-ran á influir, como no influirían, en la serenaacción del poder judicial, ni en el porvenir deninguno de sus funcionarios, es evidente queni la política podría estorbar, como estorbahoy, por desgracia, la buena obra de losTribunales, ni éstos, libres en su acción, de-jarían de ser poderoso y temido freno contracierta clase de abusos de funcionarios públi-cos y políticos merodeadores, altos y bajos.

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    ¿Con qué títulos, al amparo de qué prome-sas, de qué amenazas ó de qué autoridad, sesolicitaría entonces, por ejemplo, que en lalucha electoral, el juez sancionara iniquida-des ó las cometiera por sí mismo, que encualquier ocasión, con actos de injusticia fa-voreciese á los amigos ó aniquilase á loscontrarios?

    Se notaría, es verdad, en los primerosdías, la influencia de añejas y torpes costum-bres, de una larga é inmoral enseñanza; peroel mal no alcanzaría, ni con mucho, las pro-porciones que tiene hoy, y bien pronto se-rían redimidos de su pecado original, losTribunales.

    Aunque lo dudo, puede que entre voso-tros haya quien, estudiando la cuestión bajosu aspecto económico, recuerde la estrechezdel presupuesto español y la pobreza y lasangustias del país, para sacar como conse-cuencia, que sobre el buen deseo y el encan-to de las ilusiones, está la abrumadora reali-dad, y que no es la presente ocasión muyoportuna para pensar en nuevos gastos, si-quiera sintamos necesidades qué con muchafuerza nos apremien.

  • fAcerca de ésto hay mucho que decir. Yo

    utilicé la imprenta para decir bastante; sime lo permitís, os diré desde aquí no poco;y aun así, es mucho más lo que, por consi-deraciones de prudencia, callaré, y muchísi-mo lo que, en conversaciones particulares, ypoco menos que en secreto, todos decimos yescuchamos. ¡Lástima grande que la verdad,por su condición de hembra, conozca pudo-res'extraordinarios, y sean tantas aquellas desus formas que públicamente no puede pre-sentar al desnudo, ni siquiera en la conver-sación mencionarlas!

    No os apure la mezquindad de nuestrosrecursos; el poder judicial viviría con lo quehoy gasta la Administración de la Justicia;y ésta sería mucho más perfecta.

    Pero, por más que a mí me había de sermuy fácil demostrároslo así, y que segura-mente lo comprendereis vosotros antes quela demostración llegue, 3̂ 0 no debo limitarmeá ésto, y abordo con franqueza la cuestión, de-clarándome, en absoluto, enemigo de ese sis-tema de las economías, al presente tan enboga.

    ¡Sistema!... Bueno que se llame así cuan-do conozcamos el sistema de la duda y cuan-

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    do en sistema se erija el desacierto. ¿Podríadecirme alguno de vosotros, ni podría decirel pensador más feliz, qué criterio preside enla obra de nuestras economías?

    ¡Donoso procedimiento económico eseque en nuestro país se sigue y que el vulgoengañado aplaude! ¡Grandes miras y granconciencia la del político que, por miedo á laimpopularidad, el engaño fomente y en lademoledora obra persista!

    Sin estudiar de antemano los serviciospúblicos, á cada ministerio se le asigna, conel capricho por única regla, su contingentede economías, que al fin, suele traer apare-jados onerosos créditos extraordinarios y su-pletorios, coniingente que, á su vez, cada de-partamento ministerial distribuye, tambiénpoco menos que caprichosamente, entre losdistintos servid os que le corresponden,- sinque para ésto sean necesarias,—¡caso verda-deramente milagroso!—nueva organizaciónni nueva p]anta.

    Eesulta, al fin, del presupuesto, si es quede aquel laberinto de cifras resulta algo conclaridad, que nos proponemos gastar tantosó cuantos millones menos, que el patriotismoinspiró á las Cortes y al G-abinete, y que otro

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    Gabinete y otras Cortes ya tendrán por de-lante la enseñanza, el ejemplo y el estímulo,y por detrás las presiones de engañada opi-nión, que hacia «1 caos de las economías losimpulsen. ¡Brava hazaña y hermoso puntode crítica para la historia!

    No digáis, porque no está de moda, quela Administración no es buena cuando lasuma de los gastos disminuye, sino cuandoadministra bien.

    Había motivo suficiente para que este malde las economías no alcanzara, tanto como áotros, al ministerio de Gracia y Justicia, enlos días en que daba al pueblo una nuevainstitución tan cara como la del Jurado; pe-ro no hubo remedio; como si no viviésel estado de derecho que parece quemos, mientras á Guerra y Marina, favpreci-,das en este punto por la excepción, íno sj/les regateaban mucho los millones, á feraciay Justicia, á un tiempo mismo y prodwdifedo el más brusco contraste, se le exigían""*^1'se le arrancaban las más lujosas reformas, yse le imponía tal rebaja en los gastos, queya hasta se presupuso la supresión de Tri-bunales, sin estudio previo para conocer cua-les de ellos estorbaban ó no servían, sin que

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    la idea obedeciese al plan de nueva orgam-nización, y sin más motivo que el de que,por tan poco ingenioso procedimiento, seconsumían menos pesetas.

    Yo no quiero ni debo deciros mucho delo que se me ocurre á propósito de este par-ticular, ni hasta donde llega mi razón cuan-do investiga las causas de tales desaciertosy de tales diferencias entre unos y otros de-partamentos ministeriales, entre unos y otrosservicios, entre el carácter que tienen cier-tas formidables presiones, y el carácter deciertas punibles debilidades; os recordarésolamente que, engañado el pueblo, se entu-siasma ante la imprudente obra de las eco-nomías, como ante obra de salvación, y quehasta periódicos de los más serios y délos demayor prestigio, descubrían nada menos queun síntoma de tibieza en el amor patrio,cuando tocaban el fracaso del proyecto desupresión de Tribunales; proyecto que fueimposible, no por la oposición de interesesegoístas, sino porque, (si por lo gráfica, mepermitís esta frase vulgar,) no tenía pies nicabeza.

    No pude prescindir de exponer mi crite-rio en materia de economías, porque des-

  • pues de deciros que el nuevo poder no nece-sitaría más de lo que hoy se gasta, con granprovecho para la Administración de la Jus-ticia, mi conciencia me obliga á advertirque, viviendo de ese modo, viviría muy mal,la obra de nuestros Tribunales sería muydefectuosa, y el pueblo no tendría derecho ápedirla mejor, porque los milagros se consi-guen de Dios, por su misericordia, y no delhombre, por la fuerza del derecho.

    Yo no sé si esta confesión mía, me expo-ne á hacerme poco menos que antipáticopara con algunos de vosotros; pero os ase-guro que á mí me parece verdadero deliriola pretensión, que no pocos mantienen, deque, en lo civil como en lo criminal, se dis-pense la Justicia gratuita. Sin discutir elpunto, del todo ageno á mi conferencia, loque nadie negará, lo indudable es que laJusticia en lo criminal ha de ser gratuita, y sies retribuida en lo civil, sólo lo ha de ser entanto en cuanto baste al mantenimiento delservicio especial que del Estado se reclama.

    ¿Y sabéis lo que en España ocurre? Puesnada menos que el infeliz litigante está pa-gando todo, absolutamente todo el serviciode la Administración de la Justicia, y aun

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    algo más; pues nada menos que la mons-truosidad de que la Administración de laJusticia sea oculto origen de renta en nues-tro Estado.

    Esta afirmación mía, necesaria para tra-tar bajo su aspecto económico el asunto áque se refiere mi conferencia, me obliga áadelantaros algunas indicaciones, que debentener su desarrollo, y lo tendrán si me lopermitís, otra noche.

    El Estado retribuye con la mezquindadcon que retribuye todos los servicios, partedel escaso personal de magistrados, jaeces yfiscales. Escaso digo que es, porque en casitodos los Tribunales actúan constantemen-te substitutos, y pasamos por el abuso yaun por la inmoralidad, de que haya nouna Audiencia sola/donde á diario y nece-sariamente, el número de substitutos enejercicio, sea bastante mayor que el de pro-pietarios. Y en parte nada más los retribu-ye, porque en absoluto deja desatendida laJusticia municipal, donde las mayores in-moralidades suelen tener su cuna.

    El Estado además indemniza, general-mente tarde y mal, á algunos jurados, testi-gos y peritos; tarde y mal porque suelen

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    cobrar mucho después que prestaron sa asis-tencia, porque se les obliga casi siempre ádesembolsos ó anticipos, de los que no porcompleto se reintegran, y porque cuando co-bran, no les suele bastar la indemnizaciónpara pagar la posada. Dije que á algunosnada más porque los que durante el sumariose mueven dentro del partido judicial, casisiempre extenso y de comunicaciones no fá-ciles, no tienen derecho á indemnización al-guna.

    Aun á riesgo de que nos distraigan algo,ilustraré un poco este punto con hechos con-cretos.

    Pobres de solemnidad y soldados en ac-tivo servicio que, como es natural, no pue-den sufragar los gastos del viaje, han sido yson conducidos de cárcel en cárcel, en ama-ble compañía de la guardia civil, y en agra-dable contacto con criminales, para auxiliará la Justicia con su declaración en juicio.

    ¿Os sorprende? Pues no debe preocupargran cosa á gobernantes y legisladores, por-que yo he oido decir á un ministro en elCongreso, sin que nadie le objetara, que im-porta poco que la cantidad consignada paraestas atenciones sea pequeña, porque cuan-

  • do se consumé, se apela á créditos supleto-rios. ¡Cómodo principio para formar pre-supuestos!

    —Espere usted,—le dirán y le dicen nopocas veces al jurado, al perito y al testi-go,—espere usted á que el crédito se con-ceda y el dinero se nos remita, que enton-ces podrá cobrar sus diez ó sus quince pe-setas.

    El Estado paga también... Peidonad, mehabía distraído un instante; ¿cómo enume-rar lo que no hay? ¡Si en rigor, las dotacio-nes del personal, que dije, y las indemni-zaciones de que hablé, con algunas pesetas,(que avergüenza decir cuantas), consignadaspara material en los Tribunales, y con loque cueste la Administración central, yo nosé si mala ó buena, pero sí muy lujosa, estodo lo que figura en la cuenta de gastospúblicos, todo lo que el Estado invierte enla Administración de la Justicia!

    Veamos, que justo y curioso es, cómo seorganizan y mantienen los demás serviciosque esta 4 dministración supone.

    Cuerpo de subalternos. Está mantenidopor el litigante quien con lo que, segúnarancel, satisface en las escribanías y secre-

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    tarías, paga tocio el personal y material deestas dejoendencias, sin que absolutamentecon nada contribuya el Estado aunque admi-nistra la Justicia gratuita en lo criminal yen no despreciable parte de lo civil.

    Cuerpo de auxiliares. Los abogados yprocuradores, después de satisfacer crecidascuotas de contribución industrial, quedanobligados á defender y representar gratui-tamente al pobre, sin que el Estado se graveen nada.

    Policía judicial. ¡Ah! Esta no se conoce:no hay que pensar en semejante gasto.

    Médicos forenses. Pagan su contribuciónindustria], y gratuitamente disponen deellos los Tribunales, á veces con perjuiciomuy grave para la clientela particular delmédico, y para los intereses del mismo.

    Locales. Quedan á cargo de los Ayunta-mientos que á este servicio no pueden aten-der, porque el desdichado régimen econó-mico de nuestro país, apenas concede recur-sos á la hacienda municipal.

    Consideremos ahora, ya que apreciarlaexactamente nos es imposible, ni aun pode-mos hacerlo aproximándonos á la exactitud,cual es la recaudación por concepto de este

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    especial servicio que cumple la Administra-ción de la Justicia.

    Ingresa en las arcas del Estado, el im-porte del papel que los Tribunales consu-men y que, como sabéis, es muchísimo ylleva sellos de los de más precio.

    Ingresa, á más, el valor de los crecidosy numerosos depósitos qtie previamente seconstituyen cuando se interponen los recur-sos de casación, y que á favor del Estadoquedan siempre que no prospera el recurso;es decir, en la gran mayoría de casos.

    Ingresa, por último, el importe de lasnumerosas multas impuestas por los Tribu-nales.

    Como veis, ingresos son todos por el ser-vicio especial que la Administración de laJusticia cumple.

    Cualquiera que conozca algo de cercalos Tribunales y sus estadísticas, os podrádecir que, si para las actuaciones hubierapapel sellado especial, como hubo en tiem-pos, y especial fuera el papel de pagos paraestas multas, se probaría muy fácilmenteque el Estado nada gasta en funciones de laJusticia, y que aun este servicio le pro-duce renta.

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    Lo que no podrá decir nadie es que éstesea el mejor medio para tener buena Admi-nistración de la Justicia, ni para que el Es-tado cumpla bien su fin esencial, ni paraque el pueblo tenga derecho á pedir quin-tas esencias de moralidad y altos grados deperfeccionamiento.

    Ahondando en un examen al que, comonotas sueltas y anticipadas, corresponde mu-cho de lo que os he dicho, yo quería habla-ros, hasta donde consideraciones distintasme lo consintieran, de defectos y vicios deorganización y de práctica en nuestra Ad-ministración de la Justicia, que son las ma-yores vergüenzas para el país; yo queríahaceros ver cómo viven los Tribunales, enpunto á moralidad, á aptitud, á indepen-da y á responsabilidad; cómo vive la des-atendida curia, indigna, no por culpas pro-pias, de servir en ningún país medianamen-te culto; cómo se atiende en España á laJusticia municipal, donde germinan y cre-cen pasiones de muy dañosa influencia; có-mo el ministerio se relaciona con los Tribu-nales, con los autorizados representantesdel país, y con los políticos de salón y de

  • feaaldea para atender á funciones de la Justi-cia; cómo es posible que cuando la influenciade la filosofía extiende y fertiliza el campodel estudio, languidezcamos en sensible de-cadencia jurídica; yo quería hablaros de to-do ésto, y tal vez de algo más, sin apartarmedel fin de mi conferencia; pero para hacerlome he de extender bastante, ya hoy la horaes muy avanzada, probablemente á mí mefaltarían fuerzas, y es seguro que pacienciaá vosotros, y prefiero aplazarlo para otranoche, si es que el Señor me lo consiente yvuestra bondad me da licencia.

    Considerad la conferencia de esta nochecomo exposición ele términos generales yprólogo de la que os anuncio; y si aun vi-viendo en una sociedad en la que es fre-cuente que el individuo consienta la deten-tación y abandone sus derechos, más bienque pedir amparo al Tribunal; y si aun acos-tumbrados á ver cómo la acción de impru-dentes luchas políticas alcanza lo mismoque al Gobernador á la Audiencia, lo mis-mo que al Alcalde al Juzgado, lo mismo queal líltimo y más inmoral cacique al TribunalSupremo; si aun así no veis fundadas lastristezas de quien antes de la vejez su fe

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    siente herida, no acertáis con el peligro queos anuncio, no consideráis próximo el com-bate, no os disponéis para la protesta, no osapercibís para llevar á los poderes, á las al-tas representaciones del Estado, y á la masade la opinión, la salyadora influencia de unaacción patriótica, yo tengo la esperanza deque tales movimientos y tales determina-ciones, surjan con vigor y firmeza en vues-tro espíritu, cuando juntos acabemos de re-flexionar acerca de tema tan importante co-mo el que, con grandísimas imperfeccionesque desgraciadamente no puedo vencer, ávuestra consideración presento.—HE DICHO.

  • II,

    SEÑOKES:

    Más que segunda parte en la exposicióndel tema, ha de ser la conferencia de estanoche continuación de la que ya tuvisteis labondad de oirme; que naturales é irrestiblesapremios del tiempo, y no la convenienciade hacer un alto, como para saltar á capítu-lo distinto, me obligaron á truncar, contrami gusto, la disertación comenzada.

    fi.ecu.erdo que os indiqué brevemente es-pecie de sumario, como anuncio de la dehoy, y aquí vengo á cumplir lo menos malposible mi compromiso; que á ello me obli-gan tanto la promesa que os hice cuanto lagratitud que os debo por la atención conque ya me honrasteis y con que á honrarmeotra vez os disponéis.

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    Hay en nuestra Administración de laJusticia,—os decia,—-defectos y vicios deorganización y de práctica que son grandesvergüenzas para el país. Seguramente laafirmación os habrá parecido muy grave, yobligado me deja á que os parezca bien fun-dada.

    En rigor convenía que, entrando de lle-no en un estudio de procedimientos y exa-minando separadamente las competencias, oshiciera ver que por lo que se refiere al ordencivil, usamos el mismo procedimiento quenuestros abuelos practicaron, un poco modi-ficado por reformas nada felices que, talvez, más le perjudican que le favorecen; ypor lo que hace al enjuiciamiento criminal,nos empeñamos en vestirnos de gala con ro-pas muy usadas en otros países, donde nofueron del mejor gusto desde poco despuésde adoptarse, si es que algo nos dice la fre-cuencia con que se las remienda y zurce yá nuevos patrones se las ajusta.

    A este propósito podríamos considerarque las condiciones de la vida moderna im-primen tal rapidez en la formación y en loscambios de las relaciones de derecho, y detal suerte las multiplica y combina, que no

  • ! 57

    es posible, no ya que se muevan con desem-barazo, sino que de alguna manera se aco-moden en la férrea vestidura de nuestroprocedimiento antiguo, si magnífico y os-tentoso por lo caro, lo recargado y lo inter-minable, ridículo y penosísimo por lo labe-ríntico, á fuerza de incidentes y callejones,no pocos sin salida, y peligroso y traicione-ro siempre por amparar un ejército de cacosque, esgrimiendo el puñal de la mala fe ymanejando la ganzúa de ourialescos artes, ánuestros bolsillos atentan y nuestras honrascomprometen.

    El hombre de negocios á quien hoy seobliga á peregrinar por los áridos y malsa-nos terrenos de Un juicio civil, me hace elefecto de elegante dama que á lomo de reciamuía, cuando no á brazos de resistentes ser-vidores y en pesada silla, presa en las mag-nificencias de su brial, sofocada por el ce-ñido lienzo ele su toca, y abrumada por lasmolestas zarandajas que, para potro del lu-jo y penitencia de la vanidad, inventó lamoda de otro siglo, emprendiese, en nues-tros días, su larga escursión de veraneo.

    A. este propósito, insisto aún, podríamosconsiderar que preoisameiite porque el dere-

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    eho penal tiene muy dominante su carácterpiíblico, no es caso ele que lo comprometa-mos, con la peor de todas las ligerezas, enpoco meditadas aventuras, que bien podríanconducirnos á los revueltos estados del des-orden; ni es prudente tampoco que nos em-peñemos en una vida de holgura, quizá deesplendidez, dentro de un estado de miseria.

    A este propósito, en fin, podríamos con-siderar que todo organismo donde cada pie-za mueve múltiples engranajes, no funcionabien si su reforma no se estudia y se im-planta por completo, si aisladamente se mo-difica y aun cambia de naturaleza tal ó cualparte, como si con remiendo de flamantepaño, se pretendiera poner en uso apolilla-da cotonía que ya deslucieron nuestros ma-yores.

    Un doble consejo me obligó á concretarel tema de mi conferencia á los términosque conocéis, y á no discurrir por los derro-teros que en este instante os indicaba.

    De una parte, es seguro que por esecamino llegaría, aun contra mi voluntad, áun trabajo tan puramente profesional quevosotros mismos lo habíais de acoger conrepugnancia, como algo q*ue no os pertenecía,

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    distraído del peculio de la Academia y arran-cado violentamente de las páginas del libro.Con gran lucidez se estudian allí estas cues-tiones, y según mis noticias, al tiempo mis-mo que os hablo, las discute y esclarece consu sabiduría la respetable Academia de Ju-risprudencia de Barcelona.

    De otra parte, yo que reconozco la gran-dísima importancia de tales trabajos, sóloun lugar secundario les asigno; no secunda-rio,—entendedlo bien,—en el orden de suinterés y su necesidad, sino en el orden elela natural prelación. Os lo explicaré muybremente.

    Nadie como los españoles puede temermás por el acierto con que la ley se ha dehacer práctica, que por el acierto con quese ha de legislar. Hoy mismo,—y vaya deejemplo,—nos sorprenden la facilidad y lafrecuencia con que, contra leyes, decretos,organización vigente y prácticas de justiciay de prudencia, pasan por Salas, fiscalías y•juzgados, bien á despecho de los funciona-rios, Presidentes, magistrados, fiscales y jue-ces que, en ocasiones, asoman y se ocultancon la rapidez de ciertos astros con cola ósin ella,—que cola suelen llevar las trasla-

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    ciones,—y no pocas veces como augurio dedesdichas.

    Aunque la ley sea procesal ó sea orgáni-ca de Tribunales, que por su especial carác-ter y por la activa y constante fiscalizacióncon que á la práctica llegan, parece que sehan de cumplir más fielmente, si cabe, queninguna otra, y han de provocar escnipu-los de imparcialidad y aquilatamientos derectitud, por enseñanza de una experien-cia, si no larga, eficaz y constante, y porresultado de una observación, si no muy in-teligente, muy atenta y muy desapasionada,yo estoy en que, con importar muchísimo elperfeccionamiento de las leyes prooesales, yaun cuando con el de las substantivas coin-cidiera, no nos había de dar el estado de de-recho que debemos vivir, ni había de alejarel peligro que formal y repetidamente osanuncio, si en la conciencia del pueblo no sedespierta más aún que la confianza, la con-soladora fe en la sabiduría y en la rectitud,poco menos que en la santidad de los Tribu-nales que han de administrar la Justicia.

    ¿Creéis que conseguiríamos todo ni loprincipal siquiera, aun consiguiendo granparte, con que perfectas nos pareciesen

  • nuestras leyes procesales, y perfecta tambiénaquella otra á la que el organismo judicialajustara su constitución y su régimen?

    Mientras el pueblo conozca motivos ópretextos, por remotos que sean, para dudarde la buena obra de los Tribunales, y descu-bra en ella dañinas ingerencias, viendo cómose confunden la austeridad de la Justicia yartes de la política, violentas muchas veces yprudentes las menos, es seguro que mirará lasleyes procesales como mira la del sufragio enmanos de un monterilla ó de un experto mu-ñidor, cuyas nubladas antiparras no dejan pa-so á la luz de la verdad, y que suma ó resta, nocomo la ley y la aritmética dicen, sino comoordena el amo; y de igual suerte que las Jun-tas del censo y las urnas de cristal no alcan-zaron á fortalecer oon la fe los espíritus de loselectores, porlas puertas de los Tribunales se-guirían pasando más excépticos que creyen-tes, y en el templo de la Justicia seguiríamosviendo más irreverencias que actos piadosos.

    Y como este profundo y peligrosísimotrastorno que hoy conocernos, y que con to-da suerte de procedimientos conoceríamos esconsecuencia natural, ineludible de la subor-dinación en que viven los Tribunales respeo

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    to al poder político; y como no hay conside-raciones de ningún orden que á la absolutaindependencia del poder judicial se opongan,antes bien la recomienda todo sano consejo,yo soy de opinión de que á este primer pun-to, como firme base de la reforma, llevemoshoy todas nuestras fuerzas, y por eso sólo áél consagro mi palabra, como consagré mipluma, las dos.muy débiles, pero las dos porla fe muy inspiradas.

    Después de esto, y teniendo en cuenta loque he de deciros tratando los puntos parti-culares que os anuncié, nada debía hablarcontra la actual organización de Tribunales,cuyo vicio de origen está en la subordina-ción que combato; pero para guardar la másabsoluta fidelidad á mi compromiso, diré al-gunas palabras y hasta adelantaré algunasindicaciones, que sólo han de ser así comoapuntes, de valor escaso.

    El error... no, no es el error; el desacier-to, cometido muy á conciencia, de organizarJusticia no retribuida es defecto capitalísi-mo, origen de inmoralidades en prácticas queya el uso sancionó, y—no me creáis exage-rado,—culpa gravísima que mancha las con-

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    ciencias de cuantos, dirigiendo la vida delpaís, el vicio conocen, consienten y fomen-tan acaso.

    La Justicia municipal, cuya esfera decompetencia más se ha de extender cadadía, en lo criminal como en lo civil, en lo vo-luntario como en lo contencioso, completa-mente indotada está, y así la vemos en lamayoría de los lugares, falta de aptitud, fal-ta de independencia, por el carácter de laspersonas que la administran, sobrada de in-moralidad y bien hallada con fuertes pasio-nes de momento, donde se suele recoger elúnico gaje del oficio, siendo más que salva-guardia de legítimos intereses, fuerza per-turbadora que los amenaza constantemente,y aun los hace zozobrar, entre los silbidosde los vientos del escándalo.

    La curia, la que debía ser como fuerte éincorruptible argamasa adosada á la piedraangular del edificio de la Justicia, tambiéncompletamente indotada está, y á sus hábi-les trazas y á sus antiguas y tradicionalesprácticas se la abandona, impulsada por losapremios de la necesidad, estimulada por lainfluencia del mal ejemplo, viciada su san-gre por el impuro ambiente que, de la capi-

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    tal á la aldea, envuelve toda nuestra vidapública, y perseguida por las censuras, Jascalumnias, las injurias y los escarnios nomuy meditados, ni muy eficaces para enno-blecer y regenerar el humano espíritu, an-tes poderosos para manchar con la vileza aunla virtud misma.

    Defecto de organización tan monstruo-so es éste, que aprendí de un sabio maestroconsideración á la que doy preferente lugarentre cuantas me expuso, aun debiendo á subuena enseñanza todos mis conocimientosescasos. Mayor gloria,—me decía,—que co-dificando las leyes civiles, hubieran podidoganar las Cortes y el Grobierno, organizandoun cuerpo de subalternos de Tribunales.Ved, señores, hasta donde llega la importan-cia de esta obra, en sí muchísimo más graveque la del código.

    Daño igual y falta tan grave se nota porlo que afecta á otros muchos servicios, sin-gularmente al que prestan los médicos fo-renses que, como sabéis, no están retribui-dos, y cuyos informes puedan decidir, enmuchísimas ocasiones, del acierto en el su-mario y del resultado del juicio. Yo sé porexperiencia que los módicos auxilian á la

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    Justicia con más lealtad y con más interésde los que tenemos derecho á esperar; perocuando asisten contra su gusto, á veces, co-mo yo los he visto, obligados por la coacción,entre parejas de la Guardia civil, cuando asíasisten á las diligencias sumariales, detrásde las que ven llegar las molestias del juicio,y por las que su clientela y su interés des-atienden, y hasta su tranquilidad exponen,no extrañemos que, en alguna ocasión, lesfalte celo para cumplir bien la misión quese les confía, y que, en alguna ocasión tam-bién, el temor á la venganza, ó consideracio-nes de un orden distinto, influyan en susánimos, hasta obscurecer la verdad y com-prometer la imparcialidad de sus informes.

    No se siente mal menor por la absolutacarencia de policía, que no sólo hace impo-sible muy frecuentemente, el esclarecimien-to del hecho criminoso y la captura del cul-pable, sino que desnaturaliza y rebaja elconcepto de la Autoridad judicial, y amen-gua la consideración que le debe ser propia,todo con gran daño para los altos interesesde la Justicia.

    Es seguro que recordáis ocasión recienteati.ii, en la que mucha parte de la prensa y

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    muchas personas ilustradas llegaban á de-fender la extraña teoria de que el juez ins-tructor, entrando de lleno en las últimasfunciones policiacas, venia obligado á auxi-liar, (así, ni más ni menos, se decía), á laAutoridad gubernativa, no ya para la per-secución del delito,— que aun ésto fuera he-rético,—sino hasta para funciones de ca-rácter puramente fiscal, como el descubri-miento, (pasemos por la vergüenza de decir-lo, y usemos la palabra gráfica), como el des-cubrimiento de oculto matute. Y ésto, seño-res, ésto que deprime y desprestigia al juezy de sus funciones le aparta, no se le hubie-ra podido decir al pueblo si el pueblo no vi-viera engañado, si por la falta de policía judi-cial, no se acostumbrara á poner en parangónmuchas veces, y quizás á confundir, la varade la Justicia con el bastón del comisario.

    La caprichosa y en buena parte antiguadivisión territorial, aceptada para la plantade nuestros Tribunales es- tan inconvenien-te que, mientras hay partidos de muchísimaextensión, á los que concurre gran númerode Ayuntamientos, ó en los que sobra des-pacho para dos y más juzgados, quizás elnúmero de éstos es excesivo, tal vez lo sea

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    el de Audiencias, y todavía no se pudo sa-ber de cierto si de unos y otras sobran ófaltan, aunque sí se supo que no pueden es-tar peor distribuidos para las exigencias delservicio, y que no hubo Gobierno ni huboCortes que pensaran en corregir el mal, nosé yo si por considerarlo digno de últimolugar en las tareas gubernamentales y le-gislativas, ó por impotencia para resistir lapresión y la demanda que habrían de sur-gir á la vez en millares de pueblos.

    La actual organización no favorece deningún modo la aptitud del personal de lamagistratura, porque después que se le daingreso en la carrera sin garantías de ido-neidad,—aun contando los que en la oposi-ción se comprometen,—y después que enabsoluto falta estímulo para el estudio, laconfusión entre las funciones judiciales yfiscales, entre las competencias civil y cri-minal, no consiente que en el funcionario seforme una aptitud especial que le es muynecesaria, y da lugar á que cuando el ma-gistrado llega á sentarse en una Sala de locivil, haya pasado forzosamente muchosaños sólo al despacho de lo criminal atento,y casi desconozca el código y las leyes pro-

  • cesales que ha de aplicar, en su nuevo des-tino.

    El fallo unipersonal que la razón y laciencia rechazan y que la ley dejó abolidoen otros países, aún se mantiene, entre noso-tros, para todos los pleitos, haciendo inevi-table casi siempre una sucesión de instan-cias, de incidentes y recursos que á la prontay fácil, y quizá á la segura y recta Adminis-tración de la Justicia se oponen.

    La responsabilidad judicial que, por ra-zón de su propia naturaleza, generalmenteno se puede determinar sin serias dificulta-des, casi nunca se hace efectiva entre noso-tros, porque los Tribunales son dependientesdel poder político, no obran con libertad, ysabido es que en nuestro país, ni la respon-sabilidad ministerial ni ningún género deresponsabilidad administrativa se hace efec-tiva nunca, como no afecte á enemigos polí-ticos de las últimas esferas, tratándose delos cuales hasta se inventan las culpas y has-ta condenan las calumnias.

    Con ser tantos y ser tan graves y ser delos que provocan sonrojos los vicios y de-fectos de que habló, aún son muchos más y

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    de más importancia de los que pudiera ha-blar; y aunque yo sé que nada oculto y mis-teriosa os he revelado, y que mejor que yoconocéis la verdad de cuanto os he dicho,dudo si en este instante, sin tiempo para re-flexionar, relacionareis, así como lo hago yo,el triste y ligerísimo examen que hasta aquíme ha ocupado con el tema y el fin principalde mi conferencia.

    Desde luego que la responsabilidad quese deriva de cuanto indiqué pesa sobre el po-der ejecutivo que no lo corrigió, ni para talempresa quiso apercibirse; pesa de lleno so-bre él, porque á él está encomendada la Ad-ministración ele la Justicia. Pero no es éstoprecisamente lo que ahora nos convieneconsiderar, lo que hemos de preguntarnos essi sobre los yerros y las negligencias del po-der político, respecto á este punto, influyenfatalmente las condiciones de su naturalezapropia y del medio en que vive, para fundarla causa de grandes desdichas que, por loañejas, barrenaron muy hondo con sus dnrasraices, y subieron muy alto con sus veneno-sos frutos, y ensancharon, hasta cobijarnosá todos, la mortífera sombra de sus ramas.

    Si lo consideráis bien, hay defectos, co-

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    mo, por ejemplo, la amovilidad y falta deindependencia en los funcionarios, que sonexigidos por Ja naturaleza del poder que, alnavegar contra viento y marea, como mu-chas veces pretende, necesita tener á su de-voción todos, absolutamente todos los orga-nismos del país, para que no le falte esfuer-zo ninguno en la lucha de violencias queprovoca; y cuando navega en calina, aunquepróximo temporal no amenace, parece quevive con los recelos, las desconfianzas y lasprevenciones propios de una especie de • pazarmada, que utiliza para ejercitar todas susfuerzas, de cualquiera clase que sean, á cuyaacción fía exclusivamente su vida.

    Como por desgracia, por instinto quenuestra naturaleza domina, por debilidadesque nuestros caracteres empequeñecieron,esas luchas no suelen elegir por campo elpatriotismo, ni por dirección las determina-ciones de sabia y firme política, sino que selibran más bien en terrenos del egoísmo y enprovecho de un partido, cuando no de unapersonalidad, importa poco que se utilicecomo arma en la contienda, la espada de laJusticia, que debe herir siempre sin batallay aun. sin protesta del humillado, como el

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    castigo de Dios se impone sin combate y sinresistencia; importa poco que, mientras lassagitadas armas de la Justicia se esgrimencon apasionamiento, tajan cuerpos de ino-centes, destruyen aun en germen nuestrasprosperidades y sólo á la conquista del botínse dirigen, queden en desamparo y á mercedde la osadía, altísimos intereses que á sucustodia fiamos todos.

    Ya lo oísteis, ya se lo dijo un Gobiernoal país, allí donde solemnemente se congre-ga: el carácter político, la acción batallado-ra de los Tribunales son de necesidad. Cuandoun partido hacía á otro severos cargos, por-que dispuso violenta ingerencia déla Justiciaen las inmorales luchas que, entre nosotros,provoca siempre el ejercicio del derechoelectoral, no se creyó el Gobierno obligado ála esculpación siquiera, y bastóle decir, paratornar á los contrarios mudos: ¿acaso voso-tros os comprometeríais á gobernar de otrasuerte?

    ¡Triste y grandísima verdad, señores! No,no son la torpeza de un partido, la direcciónde una política, los vicios de una forma degobierno, los que así nos impulsan y nosprecipitan por los atajos y los despeñaderos

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    de la injusticia y de la inmoralidad. Lo queaquí aprendemos es que procedimientos ymanifestaciones de poderes eminentementepolíticos, de su naturaleza propios y para suconservación necesarios, nunca servirán paraadministrar bien la Justicia; lo que aquí nosocurre es que en el perfeccionamiento de losmodernos Estados, cuando la libertad se en-sancha y la esfera pública se ve constante-mente invadida por todos los ciudadanos,que llegan al ejercicio de sus derechos, se-cuestrados hasta hoy por hipócrita tutela ypor largas reminiscencias de un régimen ab-soluto, cuando un grado mayor de cultura semanifiesta en un grado mayor de diferenciaentre todas las instituciones y entre todos losorganismos, llegó la hora de fundar sobrefirme base un poder para función tan altacomo la de la Justicia; lo que aquí conside-ramos es que esas palabras, que pudieronextremecer las bóvedas del Congreso antesque las conciencias de los diputados, son lavoz de la impotencia, contestando al gritode conquista con que nos alienta la civiliza-ción, al grito que en nuestro caduco régi-men está sonando, como sonaron en la paga-na Roma, despertándola á nueva vida, las

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    primeras manifestaciones del cristianismo.Veis relacionarse de manera muy distin-

    ta, la naturaleza propia del poder político,con otros defectos que tienen un caráctereconómico y una trascendencia incalculable,por lo grandísima, en favor de la inmorali-dad. Cumpliendo la Administración de laJusticia el fin esencial del Estado, no es, sinembargo, la que más directamente influye enla penosa vida de aquel poder, por lo mismoque sus funciones siempre debieron serle ex-trañas, aunque sí sea la de más firme influen-cia en la vida moral del país. No asoma, niasomará nunca por la puerta de los Tribuna-les, por mucho que el látigo de una torpe ti-ranía les fustigue y por mucho que los ele-mentos más necesarios para su vida se lesnieguen, alzado pendón de rebeldía, airadomovimiento ni amenaza de cualquiera clase,que pueda servir de empuje para la caida deun Gabinete, ni de presión para las determi-naciones de unas Cortes; no son las atencio-nes que los Tribunales reclaman apropósitopara satisfacer los apetitos de unos cuantosque se acostumbraron á bucear con fortunaen los ricos mares de las reformas, ni apro-pósito para satisfacer intereses de clases que

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    á la política convenga tener muy halagadas.Los Tribunales protestarán siempre, en laforma y en el límite consentidos por la ley,(de los actos contra justicia; pero para todaotra protesta han de ser mudos; y si su vozsólo la voz de la Justicia es, y siempre fueesta voz, voz de paz, ¿cómo se la ha de oir,entre los estruendosos gritos de guerra queel mundo de la política ensordecen?"

    Mirad cómo nos podemos explicar quecon los recursos del Estado se atienda ácualquier otro servicio, y aun á acalla,r cier-tas inmoderadas concupiscencias, antes queá la A Iministración de la Justicia, que nopuede servir los pequeños intereses de par-tido.

    Hay, por último, consideración de un or-den diferente que también nos explica porqué el poder político ha de tener empeño enmantener, respecto á organización de Tribu-nales, un statu quo que la Justicia y la mo-ralidad condenan.

    En el moderno régimen ese poder queaún, entre nosotros, defiende y usa procedi-mientos anticuados, propios de una época deabsorvente socialismo, cambió mucho por-que, aun viciando con sus prácticas la ley,

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    lo cierto es que ésta, impulsada por la inven-cible ola del progreso, lo fue desalojando desus fortificadas posiciones y despojándolo desus privilegiadas armas, para hacerle vivir ácampo raso, á peoho libre y á rostro desnu-do, mantenido por la fuei-za de la razón ydel derecho, amparado por las simpatías y lavoluntad del pueblo que á su autoridad sesomete; fuerza incomparablemente mayorque la que ayer pudiera recibir, más que desus propias condiciones, de la debilidad delindividuo y de la servidumbre del pueblo.

    En tal estado, durante la fatigosísimacrisis de un período de transición que, porfatales leyes históricas y por desgraciadas ypasajeras circunstancias, se hizo entre noso-tros muy difícil y muy largo, ni el poder po-lítico se decide de una vez á posesionarsede su terreno, á abandonar sus antiguas po-siciones y á desplegar con valentía una tác-tica que quizá no conoce ni estudió bien, niel pueblo sabe marchar de frente, renuncian-do al sistema que le es conocido de tratos ycomposiciones, con el que, si alguna ventaja,se logra, no la consigue la lealtad y la dis-tribuye la justicia, sino que se alcanza pormedio de habilidosas artes, forjadas entre

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    miítuos recelos y desconfianzas, y se aplicaal beneficio de la región, de la clase ó delindividuo más fuerte por más amañador ycauteloso.

    Comprendida así la relación entre el po-der político y el pueblo, es natural queaquél tema poner su débil mano en asuntocualquiera que pueda provocar desborda-miento de intereses particulares, guerra in-testina de conjuraciones diferentes, plan deceladas y 'golpe de asaltos y sorpresas quehicieran necesaria, en muchas ocasiones, latransacción más inconveniente, é imposibili-taran, en cualquiera caso, todo propósito deresistencia, de suerte que la humillación pri-mero, y la total ruina después, dieran altraste con la soberbia y con el cuerpo del yamuy debilitado poder ejecutivo.

    ¿No comprendéis así que transija con sis-temas caducos y vicios evidentes en la Ad-ministración de la Justicia, y no compren-déis cómo de este mal nos salva el poder ju-dicial independiente?

    Á tales consideraciones me sentí arras-trado por la fuerza del discurso, y desde

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    ahora concreto algo más mi disertación,para fijarme separadamente en cada uno delos puntos que os anuncié; y os suplico queen ellos paréis mucho vuestra atención paraexaminar bien cómo todos aparecen influidosy viciados por la naturaleza del poder quelos domina, y cómo la naturaleza propia delpoder judicial á tales vicios se opone.

    Os hablaré en primer término de la mo-ralidad de la magistratura, no con propósitode residenciar toda una clase, de acusarla óde defenderla, sino para ver hasta qué puntoes moral entre nosotros ó no lo es la Admi-nistración de la Justicia.

    Separemos de la cuestión,—y buena suer-te es poder separarlo,—su aspecto más gro-sero y repugnante; no hay para qué hablardel cohecho, xíltimo grado en las extensasescalas de la inmoralidad, porque las con-ciencias de todos dicen que este mal no es delos que á la magistratura aquejan, porqueaun en los días en que las pasiones encena-garon, como arrastradas por aluvión, los te-rrenos más puros, y contra los Tribunales sesoltaron todas las iras, hasta las más injus-tificadas, no hubo á quien no repugnase acu-saoión tan tremenda como la del cohecho, y

  • fue éste el único punto por donde los extra-víos de la insensatez, los dientes de la ca-lumnia y las máquinas de la injusticia no lo-graron abrir portillo.

    Permitidme, sin embargo, que pretendafijar vuestra atención en lo que este fenóme-meno significa, tratándose de funcionarioscuyos modestos haberes y cuyas costosasatenciones, nacidas por razón de los cargosque desempeñan, se relacionan en despropor-ción sensible, y de funcionarios que, comoningunos otros, disponen de ocasiones y fa-cilidades para alcanzar provecho en mediode la impunidad, utilizando los ilegítimosrecursos que á tan feo vicio y á tan repug-nante delito sirven.

    Hay sí especie de prevaricación de la quegeneralmente se acusa á la magistratu-ra, acerca de la cual ya hice indicacio-nes en la noche anteiúor, y que ahora mepropongo tratar con tanta imparcialidad co-mo franqueza. Lo que en el ánimo del juezno pueden intereses de cierta clase, lo consi-gue la aspiración al ascenso; ésta es la formaen que se le acusa.

    Vista así la acusación tiene algo y aunmucho de verdad; pero no es cierta si no es

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    bien comprendida, ni es justa''si no se apre-cian circunstancias atenuantes, y hasta delas eximentes. Para convenir en que la ma-gistratura es culpable por el concepto dicho,hay que convenir primero en que debemosbuscar en el juez no el hombre honrado, nisencillamente el hombre virtuoso, sino elhombre con tal fortaleza para virtudes muyejemplares y con tales arrebatos de fe parael martirio, qae no fuera vana la previsiónde ir encargando incienso y cera con quecelebrar un día su culto ante el altar. Cuan-do convengáis que el juramento en la carre-ra judicial á tanto compromete, y que tantotenemos derecho á pedirle, podremos conve-nir en que quizá ningún juez guardó fideli-dad á ese juramento, y en que tal vez todo scargaron sus conciencias con las más tre-mendas culpas.

    El punto es de los que merecen granpausa en el andar y gran cuidado en laatención.

    Consideraba yo, escribiendo acerca deestas cuestiones, que "quien ingresa en lacarrera judicial cae en ella como trigo ensecano, y espiga pronto ó tarde, bien ó mal,segiín vienen agua ó sequía, bonanzas ó in-

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    clemencias." Y no me expresaba así paraindicar que á las naturales contingencias enel incierto porvenir de la magistratura sesujetara, sino para dar á entender que á laarbitrariedad ministerial, influida y determi-nada por presiones de las que todos tenéisclaras noticias, fiaba su porvenir en la ca-rrera.

    Yo no sé si los encargados del despachode estos asuntos en el ministerio de Graciay Justicia, aun siendo todos personas muyestudiosas y experimentadas, conocerán biencuantos reales decretos y raales órdenes vi-nieron á destruir la ljy, y conocerán igual-mente todas las prácticas y finos recursoscon que esas innumerables disposiciones seinterpretan y combinan, de modo que nvú-tuamente se neutralicen, dejando, en mediode gran laberinto, sólo un camino practica-ble; el que más convenga, en cada caso, á lacaprichosa arbitrariedad,ministerial. Lo úni-co que puedo deciros,—si para el consejo meautorizáis,—-es qus cuando llegue el caso,(que bien puede llegar por el camino pordonde marchamos), de que al Tribunal seenvíe quien título universitario no tenga, óal Supremo suba, sólo de un salto, algún

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    juez instructor, no mostréis gran asombro,porque quizá os convencieran con textos yprecedentes, de que el caso era, no ya per-fectamente legal, sino de los más acertados.

    El ministro, en suma, asciende ó poster-ga, según su antojo, á los infelices funciona-rios, y siendo así, bien se os alcanzará quela promoción obedece generalmente á unade tres razones; ó con ella se acude á satis-facer exigencias de un hombre político, ósirve de premio á ductilidades y sumisionescon que se atendió, no al culto de la Just i-cia, sino á la obra de una política y al inte-rés de un partido, ó es recurso usado paraseparar de su puesto al funcionario cuyarectitud estorba, ó para enviar á un Tribu-nal magistrado ó juez bien avenido con elcacique.

    Como cada senador, cada diputado, cadapolítico exige que el peatón y el estanqueroy el presidente de la Audiencia, y no sé sihasta el obispo, sean de su agrado en la re-gión ó en la provincia donde aquéllos ejer-cen especie de señorío, y como el ministro,aun siendo devotísimo de la Justicia, nopuede ccns.-ntir acto ninguno del juez ó delalguacil, que produzca un ligero esputo de

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    bilis en el último de sus amigos, es naturalque se proceda como os dije, y es naturalque se pida la venia de los tales amigos yseñores, antes de poner la firma en ascenso,traslación ó permuta.

    Con estos exactísimos precedentes quecon gran brevedad os expuse, ya podemosconsiderar que el magistrado se ha de deci-dir por una de dos determinaciones; ó desa-tiende su interés particular, da un golpe demuerte á sus legítimas aspiraciones, sacrificasu amor propio y hasta, á veces, comprome-te su buen nombre y sn prestigio, ó se aco-moda á servir como sea necesario, al inte-rés de un partido y á la acción de una polí-tica. Y para apreciar bien el verdadero valorde cada uno de los términos del dilema, vea-mos hasta donde llegan generalments lasexigencias del Gobierno y de los políticos.

    Los actos conque el magistrado intervie-ne en operaciones necesarias para el ejerci-cio del derecho electoral, y toda la Adminis-tración de la Justicia en lo criminal, sobre to-do refiriéndose á los delitos vulgarmente