historia estadounidense

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Hola, En busca de una información sobre las terse colonias pude encontrar buena información sobre el material. Estoy muy satisfecho.

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Historia estadounidenseby Laura Pavlo on Oct 25, 2010

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La idea de Imperio en la Edad Moderna618 views

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Docencia 1 Engels Origen Familia2186 views

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"El Origen de la Familia, la Propie-dad Privada y el Estado" Federico Engels17871 views

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El origen de la familia, la propiedad privada y el estado699 views

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El origen de la propiedad privada, la familia y el estado, engels, f[1]2453 views

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El origen de la familia, de la propie-dad y del estado1670 views

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Historia estadounidenseDocument Transcript

1. Página 1 de 27 Universidad Nacional Autónoma de México Escuela Nacional

Preparatoria “Vidal Castañea y Nájera” Plantel cuatro-Tacubaya NASH, GARY

B. (1974) PIELES ROJAS, BLANCAS Y NEGRAS (TRES CULTURAS EN

LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS), MÉXICO: FONDO DE

CULTURA ECONÓMICA. TEXTO MODIFICADO PARA FINES

EDUCATIVOS, OTORGANDO SIEMPRE LOS DERECHO DE AUTOR A

LA CASA EDITORIAL Y AUTOR.

2. Página 2 de 27 INTRODUCCIÓN “Dios es ingles”. Así exhortó John

Aylmer, pío clérigo inglés, a sus feligreses en 1558, tratando de llenarlos de

piedad y patriotismo.1 Ese pensamiento, si bien jamás expresado tan

directamente, ha resonado desde entonces como eco en nuestros libros de

historia. Como niños de escuela, estudiantes, universitarios o ciudadanos

supuestamente bien informados, la mayoría de nosotros ha sido nutrido con lo

que se ha aceptado como la mayor historia de éxito en el transcurrir humano, el

relato épico de cómo una rama orgullosa y valiente del pueblo anglohablante

trató de invertir las leyes de la historia, demostrando lo que el espíritu humano,

liberado de los grilletes de la traición, el mito y las autoridades opresivas,

podían hacer en un rincón de la tierra recién descubierto. Para la mayoría de los

estadounidenses, el periodo colonial comienza con sir Walter Raleigh y con

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jenniferick

Dafne Riot at oysho

Victoria Gonzalez

brandolins

Ann Tick Took

carlomaximiliano

Valeria Rodriguez

Ammiii

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Capítulo 8: Europa se reparte Amé-rica7160 views

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Hc9254 views

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Friedrich Engels: El Origen de la Fa-milia, la Propiedad Privada y el Es-tado32523 views

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Engels federico-el-origen-de-la-fa-milia-la-propiedad-privada-y-el-es-tado438 views

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Engels federico-el-origen-de-la-fa-milia-la-propiedad-privada-y-el-es-tado617 views

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Engels Origen Familia3329 views

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Guerra apache seminario4729 views

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Guerra apache seminario regional1003 views

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Guerra apache seminario519 views

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La familia, la propiedad privada y el estado399 views

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Causas de la Colonización y Con-quista de los EEUU2446 views

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Historia de america latina 02 epoca colonial europa y america en los sig-los xvi…8928 views

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10.c.historia iglesia america 2

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Page 3: Historia estadounidense

John Winthrop y William Bradford, y llega a Jonathan Edwards y Benjamín

Franklin. Termina la víspera de la revolución, cuando colonos conquistadores

de tierras vírgenes se prepararon para alzarse contra la madre patria, que se

había vuelto tiránica. Se trata de historia etnocéntrica, según la han calificado

con frecuencia y a voz en cuello, en la última década, tanto los historiadores

blancos liberales como aquellos cuya ciudadanía es estadounidense, pero cuyas

raíces ancestrales se encuentran en África, Asia, México y en las culturas

nativitas de Norteamérica. Tal como el eurocentrismo dificultó a los primeros

colonizadores y exploradores creer que una masa de tierra continental, de las

dimensiones de América del Norte, pudiera existir entre los océanos de Europa

y Asia, los historiadores de los Estados Unidos encuentran difícil comprender

que el periodo colonial de nuestra historia narra el modo en que una minoría de

ingleses se relacionó con una mayoría compuesta de iroqueses, delawares,

narragansetts, pequots, mohicanos, cataubas, tuscaroras, crics, cheroquis,

choctaws, ibos, mandingas, fulas, yorubas, ashantis, alemanes, franceses,

españoles, suecos y escoceses- irlandeses, por sólo mencionar algunas de las

líneas culturales presentes en el continente. Hace poco los historiadores

estadounidenses, la mayoría de los cuales se educó en el periodo posterior a la

segunda guerra mundial, intentaron corregir esa historia centrada en los blancos

y adoradora de héroes que tenemos en los blancos y adoradora de héroes que

tenemos en los libros de texto preuniversitarios. Pero, en términos generales,

sus esfuerzos apenas fueron más allá de renovar el panteón de héroes nacionales

con nuevas figuras de pies no tan pálidas. De esta manera, se han levantado

pedestales para Crispus Attucks, el pescador bostoniano medio indio, medio

negro, que fue el primero en caer en la matanza de Boston; para Ely Parker, el

general séneca que ayudo más tarde, sirvió a su amigo Ulysses Grant cuando

éste llegó a la presidencia; y para César Chávez, líder de los United Farm

Workers, que ha conseguido beneficios importantes para los trabajadores

agrícolas chicanos en este país. Este tipo de revisionismo histórico en poco nos

ayuda. Desde luego, la vieja mitología quedó alterada ligeramente con la

inclusión de figuras nuevas en el drama nacional. Pero ¿se habrá vuelto a

escribir la historia de los Estados Unidos si el revisionismo consistió, ante todo,

en transformar un reparto de personajes monocromático en otro policromático,

pero sin cambio alguno en el enfoque de los acontecimientos? Vine Deloria, Jr.

Caudillo indio de hablar franco, lanza la acusación de que mucha de la historia

“nueva” sigue “proponiendo una interpretación apoyada en la idea del destino

manifiesto, y amorosamente inserta unas cuantas plumas, cabelleras crespas y

sombreros latinos en los hechos famosos de la historia estadounidense”. ¿Qué

revisión se da en una historia que sigue midiendo todos los acontecimientos del

pasado basándose en los valores de una sociedad blanca, que observa la historia

de los Estados Unidos a través de lentes angloamericanos, y que considera a los

indios y africanos del periodo colonial las masas inertes cuyo destino estaba

totalmente determinado por los colonos blancos? Las páginas que a

continuación vienen surgen de la creencia de que, para curar la amnesia

histórica que borró tanto de nuestro pasado, hemos de reexaminar la historia

estadounidense como una interpretación de muchos pueblos, pertenecientes a

una amplia gama 1 Apud Carl Brindenbaugh, Troubled Englishmen, 1590-

1642, Oxford University Press, Inc., Nueva York, 1968. p. 13

3. Página 3 de 27 de orígenes culturales y ocurridos a lo largo de muchos siglos.

Respecto al “periodo colonial”, esto no sólo significa examinar como

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Renacimiento1310 views

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la conquista de los europeos529 views

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Los Inuits32223 views

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La colonización de la india - Con-stanza Pedemonte y Rosario Herre-rara9064 views

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Page 4: Historia estadounidense

“descubrieron” América del Norte los ingleses y otros europeos y cómo

transplantaron allí su cultura, sino también el modo activo e íntimo en que

sociedades por miles de años asentadas en América del Norte y en África

participaron en ese proceso. Lo de los negros no fue mera esclavitud. A los

indios no se los corrió de su tierra y ya. Como ha dicho el escritor negro Ralph

Ellison: “¿puede un pueblo [...] vivir y desarrollarse por más de tres siglos

simplemente porque reacciona? ¿Son los negros estadounidenses mera creación

del hombre blanco o ayudaron, por lo menos, a esa creación a partir de lo que

los rodeaba? “El incluir a los indios y a los africanos en nuestra historia como

simples victimas de los más poderosos europeos no es mucho mejor que

excluirlos de ella del todo. Significa dejar sin voz, sin nombre y sin rostro a

personas que afectaron poderosamente el curso de nuestro desarrollo histórico

como nación. Para superar la idea de que los indios y los africanos eran

modelados como una masa, de acuerdo con los caprichos de las sociedades

europeas invasoras, debemos abandonar la idea de que hay pueblos “primitivos”

y “civilizados”. Algo de útil sigue habiendo en señalar las diferencias en el

avance tecnológico; digamos, la habilidad de los europeos para navegar a través

del Atlántico y su habilidad para trabajar el hierro y así fabricar armas. Pero si

aceptamos tales logros como pruebas de que una cultura “superior” entró en

contacto con otra “inferior”, inconscientemente nos estaremos enredando en una

imagen según la cual los europeos son los agentes activos de la historia y los

pueblos indios y africanos las victimas pasivas. Tanto los africanos como los

indios y los europeos desarrollaron sociedades que funcionaron con buena

fortuna en sus respectivos ambientes. Ninguno de ellos se consideró un pueblo

inferior. “Los llamados salvajes –escribió Benjamín Franklin hace más de dos

siglos- porque sus costumbres se diferencian de las nuestras, que consideramos

lo Perfecto de la Civilización: lo mismo piensan ellos de las suyas.” El tomar a

los indios simplemente como victimas de la agresión europea significa ocultar a

la vista la rica y aleccionadora historia del modo en que narragansetts,

delaweres, pamumkeys, cheroquis, crics (creeks) y muchas tribus más, que

habían estado cambiando por siglos antes de que los europeos pusieran pie en el

continente, respondieron creadora y poderosamente a los venidos del otro lado

del océano, modelando de esa manera el curso de los asentamientos europeos.

En este libro se adopta un enfoque cultural de nuestro primer periodo histórico.

Con ello quiero decir que consideramos esa masa de tierra que conocemos

como “la Norteamérica británica” un lugar donde convergieron un cierto

número de culturas diferentes durante un periodo particular de la historia: entre

más o menos 1550 y 1750, para usar métodos europeos de medir el tiempo. En

un sentido de lo más general, podemos definir esos grupos culturales como

indios, africanos y europeos, aunque, como veremos, esta simplificación

extrema es, en sí un recurso euro centrista para clasificar las culturas. En otras

palabras en este libro no trata la historia de los Estados Unidos coloniales como

suele definírsela, sino de la historia de los pueblos de la Norteamérica oriental

durante los dos siglos anteriores a la revolución estadounidense. Cada uno de

esos tres grupos culturales era diverso en grado sumo. Dadas sus características

culturales, los iroqueses eran tan diferentes de los natchez como los ingleses de

los egipcios: los hausas y los yorubas tan distintos entre sí como los pequots y

los crics. Además tampoco actuaban concertados los subgrupos de cada unos de

esos bloques culturales. En los siglos XVII y XVIII los franceses, ingleses y

españoles lucharon entre sí, compitiendo por tener poder y ventajas, tal como

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1.3. La Conquista EspañOla138246 views

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La ciencia y la tecnología en las colo-nias en América2336 views

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Unie rgg534 views

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Estados unidos de norteamérica. Un esbozo de su cultura y sociedad705 views

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Las Venas Abiertas De America La-tina13250 views

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Verbs lph-2013

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Speexx lph-2013

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Identificacion2013

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hurones e iroqueses, o crics y cheroquis, buscaron dominar en sus expectativas

regiones. Nuestra tarea es descubrir que sucedió cuando pueblos de distintos

continentes, pueblos diferentes entre sí, entraron en contacto en un punto

particular de la historia. Ante todo nos interesan el proceso y el cambio sociales

y culturales: cómo se vieron afectadas las sociedades y sus destinos cambiados

en virtud de la experiencia del contacto con otras culturas. Los antropólogos

llaman a este proceso “transcurriculación”; los historiadores, “cambio social”.

No importa qué término se use, estamos estudiando un proceso de interacción

dinámico, que en los siglos XVII y XVIII conformó la historia de los indios

americanos, de los europeos y de los africanos en la Norteamérica británica.

Conviene recordar que, cuando hablemos de “grupos culturales” o

“sociedades”, nos referimos a abstracciones. Sociedad es un grupo de personas

organizadas de modo tal que puedan satisfacer sus necesidades, estando la

sustentación de la vida en el nivel básico. Cultura es un término muy amplio,

que abarca todas las características específicas de una sociedad

4. Página 4 de 27 funcionalmente relacionadas entre sí: la tecnología; los modos

de vestir y la dieta; la organización económica, social y política: la religión; el

lenguaje; el arte; los valores; los métodos de crianza, etc. Enunciado de un

modo sencillo, “cultura” significa un modo de vivir, el marco desde el que

cualquier grupo de personas –una sociedad- capta el mundo que lo rodea. Pero

“cultura” y “sociedad” son asimismo términos que entrañan guías o normas de

conducta. Tal quiere decirse con “rasgos culturales” o “conducta de grupo”.

Emplear estos términos significa correr el riesgo de perder de vista a los seres

humanos individuales, ninguno de ellos parecido a los demás que componen

una sociedad. Cultura es un concepto que empleamos por conveniencia, de

modo que podamos clasificar y comparar de manera general conductas

individuales sumamente variada y compleja. El que seamos estadounidenses,

pertenezcamos a la misma nación, hablemos la misma lengua, vivamos sujetos

a las mismas leyes, participemos en el mismo sistema económico y social no

significa que seamos todos iguales. De ocurrir así, no habría brechas entre

generaciones, intenciones raciales, y conflictos políticos. No obstante, vistos en

su conjunto los estadounidenses organizan su vida de un modo distinto a como

lo hace la gente en otras partes del mundo. Si bien debemos tener conciencia de

los problemas planteados por un enfoque cultural de la historia, este nos

proporciona, al menos, un modo de comprender la interacción de la gran masa

de individuos, de antecedentes sumamente variados, que se encontraron

habitando juntos, hace varios siglos, una parte del “Nuevo Mundo”. Es

necesaria otra nota de advertencia. Aunque a menudo hablaremos de grupos

raciales e interacción racial, esos términos no se refieren a grupos de personas

genéticamente distintos. Durante medio siglo los antropólogos dedicaron su

intelecto y su energía a intentar clasificar todos los pueblos del mundo, desde

los pigmeos de Borneo hasta los Aleutianos de Alaska, de acuerdo con las

diferencias genéticas. Se midieron narices, se examinaron cavidades craneanas,

se atendió al vello corporal, se describieron labios se clasificaron cabellos y

ojos por su color, intentando definir científicamente los varios tipos fisiológicos

del hombre, para de allí demostrar luego que esas características coincidían con

los grados de “desarrollo cultural”. Ninguna sorpresa habrá de ser que ese

esfuerzo masivo de los antropólogos occidentales blancos llevar a la conclusión

de que era posible probar “científicamente” la superioridad de los pueblos

caucásicos de este mundo. Hoy, las ciencias genéticas han barrido con ese

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esfuerzo de medio siglo, y en el presente estamos menos convencidos de que

diferencias genéticas significativas separen a los “grupos raciales” según la

clasificación hecha en el pasado por los antropólogos. Hoy está claro que los

europeos del Nuevo Mundo idearon códigos de relaciones raciales diferentes,

basados en sus necesidades y aptitudes respecto a como clasificar y separar a la

gente. En Brasil y en los Estados Unidos, “Negro” por dar un ejemplo, vino a

tener significados diferentes, que reflejan condiciones y valores, pero no

diferencias genéticas. Como con tanta sabiduría nos lo recuerdan Sydney Mints,

“la `realidad ´ de la raza es, entonces, una realidad por igual social y biológica,

pues la herencia de rasgos físicos sirve como materia prima para los métodos de

clasificación social, mediante los 5 cuales se asignan sistemáticamente tanto los

estigmas como los privilegios”. Por tanto poca comprensión tenemos del

proceso histórico si distinguimos los grupos culturales a partir de lo biológico o

fisiológico. No tenemos en mente grupos distintos a lo genético, sino

poblaciones humanas venidas de diferentes partes del mundo, grupos de

personas con diferencias culturales. Sobre todo, exploraremos la manera en que

esas personas, puestas en contacto unas con otras, cambiaron a lo largo de

varios siglos: y lo hicieron de un modo que afectaría el curso de la historia

estadounidense por muchas generaciones futuras. I. ANTES DE COLÓN La

historia de los pueblos americanos no comenzó en 1492, fecha que una mayoría

de nuestros libros de historia toma como punto de partida, sino más de 350

siglos antes del nacimiento de Cristo. Fue entonces lo que los humanos

descubrieron lo que mucho después se llamaría América. Por tanto, la historia

estadounidense puede comenzar a partir de unas cuantas preguntas

fundamentales: ¿quiénes fueron los primeros habitantes del “Nuevo Mundo”,

¿de dónde vinieron?, 5 Sydney-Mints, “Toward an Afro-American History”,

journal of world history 13 (1971). p.318.

5. Página 5 de 27 ¿Cómo eran?, ¿Cómo cambiaron sus sociedades en los

milenios que precedieron en la llegada de los europeos? Casi toda la

información que sugiere respuestas a estas preguntas proviene de los

arqueólogos, quienes han hecho excavaciones en asentamientos antiguos, donde

transcurrieron las etapas de vida iniciales de Norteamérica. Tras desenterrar

objetos de las culturas materiales de entonces –alfarería, herramientas,

ornamentos, etc.- y establecer la edad de los restos de esqueletos de los

“primeros americanos”, han fijado hacía 350 AC. La llegada del hombre a

Norteamérica. En términos generales, los antropólogos están de acuerdo en que

esos primeros habitantes del continente fueron hombres y mujeres provenientes

de Asia. Pueblos nómadas de los inhóspitos ambientes siberianos, emigraron a

través del estrecho de Bering, entre Siberia y Alaska, en busca de fuentes de

comida más seguras. Los geólogos han determinado que Siberia y Alaska

estuvieron conectadas, por un puente de tierra, solo durante los dos largos

periodos en que glaciares gigantescos cubrieron las latitudes septentrionales

encerrando allí una gran parte de la humedad del mundo y dejando al

descubierto el fondo del mar de Bering. Esos dos largos periodos ocurrieron

hace 36,000- 32,000 años es primero y 28,000 –20,000 años el segundo. En

otros tiempos con el deshielo de los glaciares, el nivel del agua subió en el

estrecho del mar de Bering, cubrió el puente de tierra e impidió el paso a pie

hacia Norteamérica. Así, cuando hace menos de quinientos años los europeos

encontraron una manera de llegar a América del Norte por barco, descubrieron

un pueblo cuyos antepasados habían llegado a pies entre 20,000 y 36,000 años

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Page 7: Historia estadounidense

antes. Si bien la mayoría de los antropólogos está de acuerdo en que esa

migración fue de pueblos asiáticos, en especial del nordeste de Asia, los restos

de esqueletos de bichos emigrantes también revelan características no asiáticas.

Es probable que representen una mixtura de distintas poblaciones de Asia,

África y Europa, que se había n estado mezclando por miles de años. Pero sea

cual haya sido la infusión previa de genes venidos de pueblos de otras zonas,

esos primeros americanos fueron asiáticos por su origen geográfico.

EVOLUCIÓN CULTURAL Ya en América esos primeros vagabundos

comenzaron a moverse hacia el sur primero y luego hacia el este, en pos de

vegetación y de caza. Cazaron generaciones antes de que esos nómadas

alcanzaran la parte noroccidental del pacífico. El movimiento migratorio, que

tomó miles de años, alcanzó finalmente la punta de América del Sur y la costa

oriental de América del Norte. La historia estadounidense, por tradición, hace

hincapié, en el “movimiento hacia el oeste”, pero por cientos de generaciones la

colonización avanzó en América hacia el sur y hacia el este. Las distancias

fueron inmensas: 24,000 kilómetros desde la región natal asiática hasta la Tierra

del Fuego, el límite más meridional de América del Sur, y casi 10 000

kilómetros de Siberia hasta la margen oriental de Norteamérica.

6. Página 6 de 27 En los siglos cubiertos por esas grandes migraciones, los

primeros americanos se dispersaron ampliamente por una inmensa masa de

tierra. En busca de nuevas fuentes de alimento, una banda se dividía la otra.

Este proceso, repetido muchas veces en muchas zonas, señala el surgimiento de

culturas separadas, que llegaron a ser cientos en el continente. Las diferencias

culturales se agudizaron a lo largo de miles de años, a medida que los pueblos

de diferentes regiones ecológicas organizaban sus vidas y se relacionaban con la

tierra de acuerdo con los dictados de sus hábitats naturales. Más tarde, los

europeos amontonaron indiscriminadamente un amplia variedad de culturas

nativas bajo un nombre único: “Indias”. Pero, en realidad, una miríada de

modos de vida se había desarrollado en el muy viejo “Nuevo Mundo” cuando

los europeos hallaron la manera de llegar a él. Si los europeos hubieran podido

entrar, en 1492 en las aldeas nativas que iban de la costa atlántica a la del

Pacífico y de Alaska al golfo de México, habrían encontrado “indios” que

vivían en las casas rectangulares y de madera de los kuwakiutl, en la costa

noroccidental; en las casas con domos góticos de paja del territorio de Wichita;

en las habitaciones de tierra de la zona de praderas de los pawnees, y en las

casas rectangulares, de techo de cañón, de los pueblos algonquinos, en los

bosques del noreste. Las diferentes sociedades habían creado una gran variedad

de técnicas para construir albergues básicos, pues vivían en zonas donde los

materiales de construcción y las condiciones climáticas variaban grandemente.

La misma diversidad tenemos en los ornamentos que idearon, las herramientas

que emplearon y los alimentos naturales que recolectaban. Esta diversidad en la

cultura nativa también es patente en las lenguas que hablaban. Los especialistas

en lingüística dividen los lenguajes indios en doce ramas, cada una de ellas tan

distinta a las demás como lo son los lenguajes semíticos de los indoeuropeos.

En cada una de esas doce ramas lingüísticas se hablan muchas lenguas y

dialectos distintos, cada uno de ellos tan diferentes como es el inglés del ruso.

En total, los americanos nativos hablaban unas dos mil lenguas: una diversidad

lingüística superior a la de cualquier parte del mundo. ¿Cómo dar razón de esa

sorprendente diversidad de culturas indias? La explicación está en que

comprendamos las condiciones ambientales y el modo en que unas bandas de

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Page 8: Historia estadounidense

personas se adaptaron a su medio natural, moldeando su cultura de manera tal

que les permitiera sobrevivir en su región. Como ocurrió en otras partes del

mundo prehistórico, los seres humanos eran fundamentalmente recolectores de

semillas y cazadores. Para vivir, dependían de un abastecimiento de alimento

sobre el cual tenían poco control. Luchaban por dominar el ambiente, pero con

frecuencia se encontraban a su merced. De esta manera, por dar un ejemplo, al

ocurrir en Norteamérica grandes cambios geológicos hacia el año 8000 a.C.,

vastas áreas, de Utah a las tierras altas de América Central, se convirtieron de

pastizales en desiertos. La caza mayor y las plantas que necesitan mucha agua

no pudieron sobrevivir a dichos cambios, y las culturas indias de esas zonas

bien se movieron a la búsqueda de nuevas fuentes de comida, bien modificaron

sus culturas, logrando adaptarlas a las nuevas condiciones.

7. Página 7 de 27 Otra manera de comprender el proceso de cambio cultural y la

proliferación de grupos culturales consiste en centrar nuestra atención en la

agricultura: la domesticación de la vida vegetal. Como todos los organismos

vivientes, los seres humanos a fin de cuentas dependen de las plantas para

sobrevivir. Tanto para el hombre como para los animales, las plantas son la

fuente del combustible que sostiene la vida. El Sol es la fuente primera de esa

energía. Pero para aprovechar la energía solar los humanos y los animales

deben apoyarse en las plantas, ya que éstas son los únicos organismos capaces

de producir cantidades importantes de material orgánico mediante el proceso de

la fotosíntesis. El alimento vegetal fue –y sigue siendo- elemento estratégico en

la cadena de la vida. Alimentó a los seres humanos y sustentó a los animales

que proporcionan a éstos su segunda fuente de alimentación. Cuando los

humanos aprendieron a controlar la vida de las plantas –llamamos agricultura a

tal proceso-, dieron un paso revolucionario en dirección a dominar el ambiente.

Fue la domesticación de las plantas lo que comenzó a emancipar los seres

humanos de la opresión del mudo físico, pues se enfrentaban a la extinción si

decrecía o desaparecía el abastecimiento de alimento a causa de fuerzas que

escapaban a su dominio. Aprender a cosechar, plantar y nutrir la semilla

equivalía a tomar en sus manos algunas de las funciones de la naturaleza, y a

obtener el control parcial de lo que hasta entonces era ingobernable. A raíz de

esa adquisición de un control parcial de las fuerzas de la naturaleza vinieron

vastos cambios culturales. Es difícil datar el advenimiento de la agricultura en

el Nuevo Mundo, pero se estima que ocurrió entre los años 8000 y 5000 a.C. En

ese periodo la agricultura también se estaba desarrollando en Europa, Asia y

África. Dónde se dio primero esto, cuestión muy debatida, es de menor

importancia que otro hecho: la “revolución agrícola” comenzó de modo

independiente en varias partes del mundo muy separadas entre sí. Cuando la

producción de alimentos a partir de plantas domesticadas reemplazó a la

recolección de alimentos proporcionados por plantas silvestres, en la vida de las

sociedades se dieron cambios muy significativos. Primero, la domesticación de

plantas permitió una existencia más sedentaria en comparación con la nómada.

En segundo lugar, impulsó un gran crecimiento de la población, pues incluso el

cultivar una porción pequeña como el 1% de la tierra produjo enormes

incrementos en el abastecimiento de comida. En tercer lugar, el cultivo de

plantas redujo la cantidad de tiempo y energía necesarios para obtener la

alimentación, con lo cual se lograron condiciones más favorables para el

desarrollo social político y religioso, para la expresión estética y para la

innovación tecnológica. Finalmente, en la mayoría de las zonas llevó a una

Página 8 de 33Historia estadounidense

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Page 9: Historia estadounidense

división sexual del trabajo, en que los hombres desbrozaban la tierra y se

dedicaban a la caza, mientras que las mujeres plantaban, cultivaban y

recolectaban. De esta manera, la revolución agrícola comienza a dar una forma

nueva al esquema cultural de las sociedades nativas. Una organización social y

política más compleja acompañó al crecimiento de la población y el inicio de

una vida sedentaria en aldeas. Las bandas crecieron en tribus y éstas en

entidades políticas mayores. Se especializaron las tareas y se creó una estructura

social más compleja. En algunas sociedades el especialista en religión se volvió

figura dominante, tal como en otras partes del mundo donde se había dado la

revolución agrícola. Esa figura religiosa organizaba a los seguidores, dirigía su

trabajo y pedía de ellos tributos y culto; a cambio, se contaba con él para que

protegiera a la comunidad de las fuerzas hostiles. Cuando los europeos llegaron

por primera vez al “Nuevo Mundo”, los americanos nativos se encontraban en

fases sumamente distintas de esa revolución agrícola y por tanto, sus culturas

estaban señaladas por diferencias sorprendentes. Se ejemplificará el caso

echando un vistazo a varias de las sociedades con las cuales tuvieron los

europeos su primer contacto a principios del siglo XVI. En la región de

Norteamérica las culturas hopi y zuñi habían estado dedicadas, por unos 4 000

años, a la producción agrícola ya la vida sedentaria de ladea antes de que los

españoles llegaran hacia 1540. Hacia 700-900 d.C., la cultura “pueblo”, como la

llamaron los españoles, había desarrollado aldeas bien trazadas, compuestas de

grandes edificios en terrazas, cada uno de ellos con muchos cuartos. Esas aldeas

con casas tipo apartamento estaban construidas a menudo en sitios propios para

la defensa: en rebordes de roca sólida, en cimas planas o en mesas empinadas,

sitios que daban a los hopis y zuñis protección contra sus enemigos del norte,

los apaches. La

8. Página 8 de 27 mayor de ellas, en Pueblo Bonita, tenía unas ochocientas

habitaciones y tal vez haya albergado hasta mil personas. No volverían a verse

en el continente construcciones tipo casa de apartamentos tan grandes sino en la

ciudad de Nueva York, hacia fines del siglo XIX. A la llegada de los españoles

los hopis y los zuñis usaban en las aldeas como técnicas para traer agua a lo que

por siglos había sido una zona árida, marginal desde el punto de vista agrícola.

Al mismo tiempo, se enriqueció el trabajo en cerámica, el algodón reemplazó a

la fibra como material para vestirse y el tejido de canastas fue más artístico. Por

las soluciones técnicas dadas al problema del agua, por sus esfuerzos artísticos.

Por sus prácticas agrícolas y su vida aldeana, la sociedad pueblo no era, en

vísperas de la llegada de los españoles, radicalmente distinta de las

comunidades campesinas de la mayoría del mundo euroasiático. Muy al oriente

de los zuñis y hopis se desarrollaban otras culturas indias. De las grandes

llanuras de América del Norte a la zona costera del Atlántico crecían en fuerza

una gran variedad de tribus pertenecientes a tres grupos lingüísticos principales:

el algonquino, el iroqués y el siouan. Su existencia en la parte oriental de

Norteamérica, que se remonta según pruebas incluso hasta 10 000 a.C., tenía

como base una mezcla de agricultura, recolección de alimentos caza y pesca.

Como otros grupos tribales afectados por la revolución agrícola, gradualmente

adoptaron asentamientos semifijos y crearon una red comercial que unía una

vasta región. De esas sociedades, una de las más impresionantes es la de los

llamados constructores de túmulos, del valle del río Ohio, quienes levantaron

gigantescas construcciones de tierra esculpida, de diseño geométrico, en

ocasiones con figura de grandes seres humanos, pájaros o serpientes enroscadas.

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Cuando los exploradores de la época colonial cruzaron los Apalaches por

primera vez, tras casi un siglo y medio de estar en el continente, quedaron

pasmados ante esas construcciones monumentales, algunas de las cuales medían

más de veinte metros de altura. La imagen estereotipada que tenían los indios

orientales –como primitivos habitantes del bosque- no les permitió creer que

estuvieran construidas por pueblos nativos, de modo que se inventaron mitos

para explicar que sobrevivientes de la hundidas islas de la Atlántida o

descendientes de los egipcios y fenicios, alejándose mucho desde sus tierras

nativas, habían construido esos monumentos misteriosos y desaparecido

después. Peines y objetos decorativos finamente trabajados, obtenidos en los

asentamientos de los constructores de cúmulos de Hoperwrill, fueron fabricados

siglos antes de la llegada de los europeos. Cortesía de la Ohio Historical

Socierty.

9. Página 9 de 27 Hoy en día arqueólogos y antropólogos han llegado a la

conclusión de que los constructores de túmulos fueron los antepasados de crics,

choctaws y natchez. Su cultura se fue desarrollando lentamente a lo largo de

siglos y, cuando el surgimiento del cristianismo había alcanzado una

considerable complejidad. Tan sólo en el sur de Ohio se han identificado unos

diez mil túmulos, usados como cementerios. Se han excavado otros mil

recintos, con muros de tierra, incluyendo una fortificación enorme, cuya

circunferencia es de casi cinco kilómetros y medio, que encierra unas cuarenta

hectáreas o el equivalente a cincuenta manzanas de una ciudad moderna. Los

arqueólogos saben que los constructores de túmulos participaron en una vasta

red comercial que cubría la mitad oriental del continente, pues una gran

variedad de objetos encontrados en las tumbas de los túmulos tienen su origen

en otras partes del continente: grandes cuchillos ceremoniales, hechos de

obsidiana desprendido de las formaciones rocosas situadas en lo que hoy es el

Parque Nacional de Yellowstone; pectorales repujados, ornamentos y armas

fabricadas de pepitas de cobre provenientes de la región de los Grandes Lagos;

objetos decorativos tallados en hojas de mica traídas de los Apalaches

meridionales; ornamentos hechos de dientes de tiburón y caimán y de conchas

venidas del golfo de México. Hacia el año 500 d.C., la cultura de los

constructores de túmulos empezó a declinar, quizás a causa de los ataques de

otras tribus, tal vez por los severos cambios climáticos, que socavaron la

agricultura. En Occidente comenzaba a florecer otra cultura, basada en una

agricultura intensiva. Su centro estaba al sur de lo que hoy es San Luis, y se

expandió hasta abarcar una gran parte de la cuenca del Misissipi, de Winsconsin

a Lousiana y de Oklahoma a Tennessee. En su orbita quedaron incluidas miles

de aldeas. Hacia el año 700 d.C., esta cultura del Misisipí, nombre que le han

dado los arqueólogos, comenzó a extender su influencia hacia el oriente; y

transformó la vida de la mayoría de las tribus que habitan los bosques,

tecnológicamente menos avanzadas. Al igual que los constructores de túmulos

gigantescos como lugares de entierro y ceremonia. El mayor de ellos, que se

levanta en cuatro terrazas hasta una altura de treinta metros, tiene una base

rectangular que cubre casi seis hectáreas y contienes unos 625 000 metros

cúbicos de tierra, con una base mayor que la Gran Pirámide en Egipto. Esta

enorme obra de tierra, construida entre los años 900 y 1100 d.C., se encuentra

frente al asiento de una ciudad india empalizada, dentro de la cual hay más de

cien pequeños túmulos artificiales que marcan entierros. Entre ellos se

distribuía un vasto asentamiento, llamado por un arqueólogo “la primera

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metrópoli de los Estados Unido”. Se estima que esta ciudad del valle del

Misisipí, conocida como Cahokia, tuvo una población de 35 000 habitantes. Los

ornamentos de fino trabajo y las herramientas recuperados por los arqueólogos

en Cahokia incluyen una cerámica muy avanzada, obras de cantería finamente

esculpida, hojas de cobre y de mica cuidadosamente realzadas y grabadas y una

manta funeral hecha de 12 000 conchas. Todos esos artefactos indican que

Cahokia fue en verdad un centro urbano, con casas agrupadas en núcleos,

mercados y especialistas en la fabricación de herramientas, curtido de pieles,

cerámica, joyería, tejido y obtención de sal. Varios siglos antes de llegar los

europeos al litoral atlántico, la cultura de los constructores de túmulos y la del

Misisipi, habían pasado su mejor momento y, por razones que aún no están

claras, comenzaron a extinguirse. Pero su influencia había pasado ya al oriente,

y transformado las sociedades de los bosques a lo largo de la llanura costera

atlántica. Aunque las muy dispersas y relativamente fragmentadas en tribus iban

de Nueva Escocia a Florida nunca igualaron a las sociedades anteriores del

centro en diseño arquitectónico, en esculturas de tierra o en expresión artística,

lejos estaban de ser los pueblos primitivos de los bosques pintados por los

europeos. Habiéndolos cambiado del contacto con las culturas hopewell y del

Misisipí, agregaron un uso limitado de la agricultura a las habilidades que ya

habían adquirido en la explotación de una amplia variedad de plantas naturales

como alimento, medicina, tintes, saborizantes y tabaco. En las híbridas

economías rurales que resultaron, utilizaban todos los recursos que los

rodeaban: la tierra abierta, bosques, corrientes, costa y océano. En su mayoría

esa gente de los bosques septentrionales, en cuyas tierras comenzaron a

acampar, hacia fines del siglo XV, pescadores europeos que allí secaban su

bacalao, vivía en aldeas, en especial tras verse influida por las tradiciones

agrícolas de las sociedades de Ohio y del valle del Misisipi. Al situar sus

maizales cerca de los lugares de pesca, y al aprender a fertilizar las plantas

jóvenes con cabezas de pescado, adoptaron un patrón de vida más sedentario.

Construían sus aldeas a menudo estacadas, con wigwams de abedul y de olmo,

con techo de cúpula, que los europeos copiaron en los primeros

10. Página 10 de 27 años. Las canoas de corteza de abedul, lo bastante ligeras

para que un solo hombre las transportara de una corriente a otra, les permitieron

comerciar y comunicarse en un vasto territorio. Se ve el grado de desarrollo que

había en esas sociedades de los bosques orientales, en vísperas de su contacto

con los blancos, en los restos arqueológicos extraídos en un pueblo hurón, en la

región de los Grandes Lagos, que incluía más de cien estructuras amplias, en las

que habitaba una población de entre cuatro mi y seis mil personas. Los

asentamientos de ese tamaño eran mayores que la aldea europea promedio del

siglo XVI, y, excepto por un puñado de casos, mayores que los pueblos

coloniales europeos de los Estados Unidos, un siglo y medio después de haberse

iniciado la colonización. A lo largo del litoral atlántico, desde la bahía de San

Lorenzo hasta la Florida, los europeos encontraron veintenas de tribus locales

pertenecientes a los grupos de los bosques orientales. Cada una de ellas

mantenía elementos culturales propios de su pueblo, aunque compartieran

11. Página 11 de 27 muchas cosas, con las técnicas agrícolas, división sexual

del trabajo, diseño de la cerámica, organización social y fabricación de las

herramientas. Pero el más importante denominador común de todas ellas era

que habían dominado su hábitat local de tal manera que podían sustentar la vida

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y aseguraban la perpetuación de su gente. Muy al norte estaban los abenakis, los

penobscots, los passamaquodys y otros que vivían de los productos del mar y

complementaban su dieta con azúcar de acre y unos cuantos alimentos más.

Hacia el sur, en lo que posteriormente sería Nueva Inglaterra, estaban los

Massachussets, wampanoags, pequots, narrangansetts, niantics, mohicanos y

otros, tribus pequeñas que ocupaban zonas bastante definidas y sólo se reunían

para efectuar un comercio ocasional. Al sur de estos en el área del medio

Atlántico, estaban los lennilenapes, susquehannocks, nanticokes, pamunkeys,

shawnees (o shonis), tuscaroras, cataubas, y otros, que susbsistían con base en

una mezcla de agricultura, mariscos, caza y alimentos silvestres. También ellos

vivían en aldeas y llevaban una existencia semisedentaria. El sudeste una de las

regiones densamente pobladas de la costa atlántica, allí había culturas ricas y

completas, alguna unidas en confederaciones muy libres. Estos pueblos que

pertenecían a varios grupos lingüísticos, remontaban su ascendencia a por lo

menos 8 000 años. Es en el sudeste, donde se da una de las cerámicas más

trabajadas de la parte oriental del continente, cerámica que comenzó unos 2 000

años a.C. También estaban integradas a esas culturas las técnicas hopewell de

construcción de túmulos, y unos cuantos cientos de años antes de que De Doto

pasara por la zona, hacia 1540, eran un rasgo distintivo del área centros

ceremoniales grandiosos, cuya construcción significó mover tierra en escala

prodigiosa. Por su contacto con la cultura del Misisipi, las tribus del sudeste

desarrollaron una cerámica y un tejido de canastas muy complejos, a más de un

comercio a grandes distancias y, organizaciones sociales y políticas jerárquicas

y autoritarias. Esos pueblos incluían a los poderosos crics y yamasis en las

regiones de Georgia y Alabama; a los apalaches en Florida y a la orilla del golfo

de México; los choctaws, chickasaws y natchez en la parte baja del vale de

Misisipi; los cheroquis en los Apalaches del sur y, a lo largo de la costa

sudoriental, varias docenas de tribus menores. LA POBLACIÓN ANTES DEL

PRIMER CONTACTO En víspera del contacto con los europeos ¿cuántos

americanos nativos habitaban en Norteamérica? Los antropólogos han discutido

por décadas acerca de los niveles de población antes de la conquista, y han

buscado métodos que aporten estimaciones fiables. Pero sólo a últimas fechas

aceptaron los eruditos que la mayoría de las estimaciones hechas en el pasado

estuvieron afectadas por la idea que de las sociedades norteamericanas nativas

tenía quien hacía el cálculo. Cuando a la cultura india se le considera “salvaje”

caracterizada por cazadores y recolectores nómadas, es difícil pensar que en

Norteamérica hubiera poblaciones numerosas. Pero si se piensa es sociedades

sedentarias, agrícolas y complejas en su organización social, entonces parecen

posibles cifras elevadas. Hasta hace unos años, se aceptaba que un millón era la

población de norteamericanos nativos al norte de México, en el periodo

inmediato anterior al primer contacto, tomándose la estimación hecha hace

aproximadamente medio siglo por el muy respetado antropólogo James

Mooney. Hoy en día se ha puesto severamente en duda esa cifra, ante todo con

base en investigaciones en que se demuestra que Moorey subestimó

enormemente el desastre demográfico ocurrido cuando los americanos entraron

en contacto con las enfermedades europeas. Mooney basó sus cálculos en

tabulaciones aproximadas sobre el número de indios, hechas en distintas zonas

varias décadas e incluso más tiempo después del contacto inicial. Pero no tomó

en cuenta la profunda caída de la población, que en muchas regiones llegó al

90% ocurrida con suma rapidez cuando los elementos patógenos transmitidos

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por los europeos infectaron a los americanos y se dispersaron como un

relámpago por sus aldeas. Se piensa ahora que la población existente al norte de

México, mucho antes del primer contacto, pudo haber llegado incluso a los diez

millones de habitantes, de los cuales tal vez 500 000 vivía a lo largo de la

llanura costera y en las regiones premontañosas accesibles a los primeros

colonizadores europeos. Incluso si se reducen a la mitad los cálculos recientes

más liberales, nos vemos ante la sorprendente realidad de que los europeos no

llegaban a un “territorio

12. Página 12 de 27 virgen”, como algunos lo llamaron, sino que invadían un

continente que, en algunas zonas, estaba densamente poblado como su tierra

natal. LOS IROQUESES Entre las culturas que había en los bosques orientales

tenemos a los pueblos iroqueses, a los que podemos enfocar brevemente, con el

propósito de tener una impresión más vívida de cómo se organizaba la vida y la

sociedad en, por lo menos, una cultura india. Los iroqueses iban a convertirse

no sólo en una de las tribus nororientales más populosas, sino además en la más

poderosa de ellas. Su territorio abarcaba de las montañas Adirondack a los

Grandes Lagos, y de lo que hoy es la parte septentrional de Nueva York a

Pennsylvania. Cinco tribus –los mohawks, (“pueblo del pedernal”), los

onondagas (“pueblo de la montaña”), los oneidas (“pueblo de la piedra”), los

cayugas (“pueblo de la meseta”) y los sénecas (“pueblo de la gran colina”)-

componían lo que los europeos llamaron más tarde Liga de los Iroqueses o, en

lengua iroquesa Ganonsyoni, es decir, “la casa tendida a lo largo” o aquello que

se extiende muy lejos. La confederación iroquesa era una vasta extensión del

grupo unido por parentesco que caracterizaba el patrón de asentamiento familiar

en los bosques nororientales; el Ganonsyoni comprendía tal vez 10 000

personas a comienzos del siglo XVII. El origen de la Liga de los Iroqueses es

un tema que ha fascinado a los historiadores por más de un siglo. Algunos

afirman que los iroqueses eran débiles y estaban desorganizados cuando, a

principios del siglo XVII, comenzaron los asentamientos ingleses y franceses, y

deducen que se creó la Liga como un medio de responder a la presencia

europea. Pero estudios anteriores a finales del siglo XV, y derivaba de los

intentos hechos por los iroqueses para resolver una dificultas que los había

atormentado por generaciones en su “confederación ética débilmente

organizada”: el problema de las venganzas de familia y la violencia crónica en

pequeña escala con las tribus algonquinas vecinas. El crecimiento de la

población en el Noreste, causado por un desarrollo de la agricultura más amplio,

había agudizado la necesidad de cazar durante ese periodo. Esto hizo que tribus

se vieran en situaciones de conflicto más frecuentes. En el siglo XV se

estacaron las aldeas iroquesas, señal de que el conflicto se intensificaba, y al

parecer los varones de las aldeas se fueron preocupando más y más por la

guerra. Cuando, en 1531, Jaques Cartier entró por el río San Lorenzo, oyó decir

a miembros de las tribus algonquinas que sus enemigos, los iroqueses, habían

sido expulsados de la región lorenziana varias generaciones antes. La leyenda

dice que Hiawatha, cacique mohawk, condujo la unificación de los iroqueses.

Hacia 1540 Hiawatha perdió a varios parientes y, a causa de su aflicción, se

adentró en el yermo. E n lo que probablemente fue un estado de alucinación,

Hiawatha tuvo una visión; en ella se le apareció un ser sobrenatural llamado

Dekanawidah, que lo nombró su representante. Dekanawidah, escribe Anthony

Wallace, “dictó un código para revitalizar la sociedad iroquesa”; 1 Hiawatha lo

llevó de aldea en aldea, reclutando discípulos que lo consideraban un profeta.

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Las visiones de Hiawatha poco a poco adoptaron la forma de un plan para crear

una confederación nueva y fuerte de las aldeas iroquesas débilmente unidas. La

clave del plan era una prohibición de toda venganza de sangre de cualquier

iroqués contra otro miembro cualquiera de las cinco tribus. En el caso de una

muerte, una ceremonia de condolencia ritualizada cumplía la función de aliviar

la depresión causada por la aflicción, que antes sólo mediante la venganza se

satisfacía. Se concedió el poder de tomar decisiones a nombre de todas las

aldeas a un consejo de cuarenta y nueve jefes delegados por las cinco naciones,

que se reunían en Onondaga. De esta manera, surgió una estructura política para

mantener la paz entre los iroqueses y, poco a poco, absorbió a las tribus

colindantes en la federación. Conforme eran aceptadas las prédicas de Hiawatha

sobre visiones de Dekanawidah, una confederación étnica débil se transformó

en una confederación política más cohesiva. La prohibición de las venganzas

familiares entre los iroqueses permitió que la población aumentara, las aldeas

consiguieran la estabilidad y los iroqueses desarrollaran mecanismos políticos

para resolver sus problemas internos y para presentar un frente más unido al

negociar con sus vecinos algonquinos el uso de los territorios de caza al norte, o

el admitir que tribus dependientes se 1 A. F. C. Wallace, “The Dekanawidah

Myth Analyzed as the Record of Revitalization Movement”, Etnohistory

(1958), p. 126

13. Página 13 de 27 asentaran en su territorio. Que todo esto ocurriera el siglo

anterior a la llegada de los europeos fue fortuito, pues facilitó el desarrollo de

una política iroquesa coordinada para lidiar con los recién llegados europeos.

En muchos sentidos, este “movimiento de revitalización” fue similar a los

surgidos internamente en otras partes del mundo, en épocas muy separadas, de

sociedades sujetas a tensiones. La aparición de una figura mesiánica que pone

en marcha una nueva ola de moralidad, codifica un nuevo enfoque de la vida y,

de esa manera, revitaliza la sociedad en tiempos agitados era una historia que

debiera haber sido familiar a los europeos, dueños de su propia mitología

cristiana. El mensaje de Dekanawidah expresaba un sentido del compromiso

social y del comunitarismo que sería la marca del puritanismo de Nueva

Inglaterra varios siglos después. “Nos unimos intimadamente –dijo

Dekanawidah- tomándonos de la mano muy firmemente y formando un círculo

tan sólido que, de caer un árbol sobre él, no pueda sacudirlo ni romperlo, de

modo que nuestros pueblos y nuestros nietos encontrarán en ese círculo

seguridad, 2 paz y felicidad.” Así pues, en el periodo anterior a la llegada de los

europeos el propósito mínimo de la Liga de los Iroqueses era robustecer las

aldeas, unirlas y fortalecer a los iroqueses contra los ataques venidos de fuera o

las divisiones venidas del interior. Mas tarde, los filósofos de la Liga expusieron

un propósito máximo que, una vez más tiene paralelo en el sentido de misión de

los puritanos: “la conversión de toda humanidad, de modo que la paz y la

felicidad sean la suerte otorgada a los pueblos de toda la tierra”, de manera que

toda la gente se funda en una sola confederación humana. Se afirma que

Dekanawidah dijo: “Las raíces blancas del Gran Árbol de la Paz seguirán

creciendo, harán avanzar la Mente Buena y la Rectitud y la Paz, y pasarán a los

territorios de 3 pueblos dispersos en el bosque, muy lejos” Si los europeos

compartían algunos aspectos de la cultura iroquesa, otros eran lo bastante

diferentes como para convencer a los colonos de que su sociedad tenía poco en

común con la del pueblo indígena. Por ejemplo, en las aldeas iroquesas el

trabajo era comunitario y la tierra no era propiedad de los individuos, sino de

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todos en común. Una familia podía cultivar su trozo de tierra, pero se entendía

que tal uso de ninguna manera significaba propiedad privada. De igual manera

significaba propiedad privada. De igual manera la caza era una empresa

comunitaria. Aunque los cazadores se diferenciaban en su habilidad para

acechar y matar ciervos, se traía a la aldea el botín colectivo obtenido por la

partida de caza, y se dividía entre todos. De modo similar, varias familias

ocupaban una casa grande, pero ésta en sí, como todo lo demás de la

comunidad, estaba considerada propiedad común. Entre los iroqueses, el

concepto de la propiedad privada –la idea de que cada persona sea dueña de su

propia tierra o casa- hubiera golpeado el centro mismo del tema de mayor

importancia en un sistema de valores: el principio del cooperativismo o de lo

comunitario. “Ellos no necesitan asilos para pobres –escribió en 1657 un jesuita

francés-, porque entre ellos no habrá ni mendigos ni indigentes mientras haya

gente rica. Su bondad, humanidad y cortesía no sólo los hacen liberales con

aquello que tienen, sino que los llevan a poseer todo lo común, excepto por

algunas cosas. Toda la aldea deberá carecer de maíz para que sea un individuo a

pasar privaciones.” . Más o menos por la misma época un misionero holandés

escribió: “Por lo general, los jefes son los más pobres entre ellos, porque en

lugar de recibir de la gente 4 común, como ocurre entre los cristianos, están

obligados a dar a la muchedumbre.” Un asentamiento aldeano se organizaba

con base en grupos consanguíneos grandes. En oposición a la práctica europea,

la familia iroquesa era matrilineal, y la línea femenina determinaba la

pertenencia en una familia. De esta manera, la familia típica estaba compuesta

de una anciana, sus hijas con sus maridos e hijos y las nietas y nietos solteros.

Hijos y nietos permanecían con su grupo de parentesco hasta que se casaban;

entonces, se unían a la familia de la esposa. También el divorcio era

prerrogativa de la mujer; de quererlo, le bastaba con poner las posesiones del

esposo a la puerta de la gran casa. Así, la sociedad iroquesa estaba organizada

alrededor del 2 Anthony F.C. Wallace, The Death and Rebirth of the Seneca,

Alfred A. Knopf. Inc. Nueva York, 1970, p. 42. 3 Ibid., p. 42. 4 Reuben Gold

Thwaites (compilador), The Jesuit Relations and Allied Documents: Travels

and Explorations of the Jesuit Missionaries in New France, 1610-1791, Burrows

Brothers,, Cleveland, 1899, vol. XLIII. P. 271; Johannes Megapolensis, Jr., “A

short Account of the Mohawk Indians” (1644), apud J. Franklin Jameson,

Narratives of New Netherland, 1609-1664, Charles Scribner´s Sons, Nueva

York, 1909, p. 179.

14. Página 14 de 27 “hogar” matrilineal. A su vez, los varios grupos de

parentesco matrilineal relacionados por lazos de sangre por la parte materna, tal

como entre hermanas, formaban un ohwachira o grupo de familias relacionadas.

Esos ohwachiras se agrupaban en clanes. Una aldea podía estar compuesta de

una docena o más de clanes. Las aldeas o clanes se combinaban para crear una

nación o “estado de 5 consanguíneos”, (como se le ha llamado) de sénecas o de

mohawks. La sociedad iroquesa no sólo era matrilineal en su organización

social, sino que otorgaba a las mujeres de la comunidad una parte del poder

político. En las aldeas la autoridad política derivaba de los ohwachiras, a cuyo

frente estaban las mujeres de mayor edad de la comunidad. Eran ellas las que

nombraban a los hombres que representarían a los clanes en los consejos de

aldea y de tribu, y quienes nombraban a los cuarenta y nueve caudillos y jefes

que se reunían periódicamente en Onondaga como el consejo gobernante de las

Cinco Naciones confederadas. Por lo general, esos jefes civiles eran hombres

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maduros o ancianos, que en el pasado habían ganado fama como guerreros, pero

que ahora “abandonaban la senda de la guerra a favor de la 6 hoguera del

consejo”. El poder político de las mujeres no se limitaba a decidir qué

representantes varones irían a los distintos consejos gobernantes. Cuando los

clanes individuales se encontraban, de un modo parecido a las reuniones de

pueblo posteriormente celebradas en Nueva Inglaterra, las mujeres de mayor

edad participaban plenamente; se agrupaban detrás del círculo de hombres que

se encargaban de los discursos públicos, cabildeaban con ellos y les daban

instrucciones. A un extraño pudiera parecerle que los hombres mandaban, pues

ellos pronunciaban los discursos públicos y formalmente tomaban las

decisiones. Pero las mujeres compartían su poder. Si los hombres del consejo

aldeano o tribal se alejaban demasiado de lo decidido por las mujeres que los

nombraban, éstas podían destituirlos o “descornarlos”. Estaban seguros en sus

puestos mientras satisficieran la voluntad de las mujeres que les habían dado el

cargo. Esta división del poder entre varones y mujeres se ampliaba aún más por

el papel que éstas tenían en la economía tribunal. Mientras que los hombres se

encargaban de la caza y de la pesca, las mujeres eran las principales agricultoras

de la aldea. Como cuidadoras de las cosechas, eran igualmente importantes para

el mantenimiento de la comunidad. Más aún: cuando los hombres partían en

expediciones de caza, que con frecuencia exigían alejarse de la aldea por un

periodo de semanas, las mujeres quedaban al mando pleno de la vida diaria de

la comunidad. Las mujeres tenían un papel importante incluso en las cuestiones

bélicas, pues eran ellas quienes proporcionaban los mocasines y la comida para

las expediciones guerreras; el decidirse a negar estas provisiones equivalía a

vetar una correría militar. De tal manera, los dos sexos compartían el poder, y

en la sociedad iroquesa estaba a ojos vistos ausente la idea europea de que el

hombre dominaba y la mujer se subordinaba en todas las cosas. Cuando se

intenta comprender la naturaleza de la interacción iroqués-europea, también es

útil examinar el desarrollo de la “personalidad” y de los patrones de conducta

individual de los iroqueses. Los psicólogos nos dicen que una gran parte de los

rasgos de nuestra personalidad, de nuestro modo de responder a las personas y a

los acontecimientos, se encuentran enraizados firmemente en la crianza

recibida. Las variedades de educación infantil adoptadas por una sociedad son

importantes para comprender la conducta colectiva. Los iroqueses y otros

pueblos de los bosques, y en no menor medida que los europeos, establecieron

prácticas de crianza infantil que enseñaron a los niños los conocimientos y las

habilidades necesarios para la supervivencia. Además, también les hacían

comprender su herencia cultural e histórica, para así inculcarles identidad como

grupo y un sólido sentimiento de lealtad y responsabilidad hacia éste. Así pues,

los padres iroqueses enseñaban a sus hijos cómo cazar, hacer herramientas,

obtener cosechas e identificar plantas y animales, así como los inglese

enseñaban a sus hijos los rudimentos de la supervivencia cotidiana. Asimismo,

ambas sociedades se esforzaban por dar a los niños un sentido de su herencia, y

les instalaban lealtad de grupo mediante rituales y ceremonias. La actitud hacia

la autoridad es un aspecto de la crianza de niños en que se diferencian las

culturas europeas e iroquesas. En ésta el aldea estaba en un individuo

autónomo. “La libertad en su grado más considerable se vuelve en ellos una

pasión dominante”, observó un cuáquero a 5 William N. Fenton, “The Iroquois

in History”, en Eleanor Burke Leacok y Nancy Oestreich Lurie (compiladoras),

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North American Indians in Historical Perspective, Random House, Inc., Nueva

York, 1971, p 139. 6 Ibid., p. 138.

15. Página 15 de 27 7 principios del siglo XIX; y su descripción es eco de

aquellas hechas por jesuitas dos siglos antes Se esperaba de los muchachos que

fueran buenos cazadores y miembros del clan leales y generosos; no se los

respetaba si eran dependientes, sumisos o los apocaba en exceso la autoridad.

Desde muy temprano en la vida se les adiestraba “para que pensaran por sí

mismos, 8 pero actuaran en bien de los demás” Se les preparaba para entrar en

una sociedad adulta que, a diferencia de la europea, no era jerárquica, pues los

individuos vivían de acuerdo con una base más igualitaria, estando el poder

distribuido de manera más equitativa entre hombres y mujeres o viejos y

jóvenes que en la sociedad europea. Como no se apreciaban las posesiones

materiales y carecía de importancia la propiedad privada de bienes, el principio

de competición funcionaba sólo cuando estuviera comprometido el prestigio de

un cazador o guerrero. La aspiración a tener bienes mundanos a costa de un

compañero de clan hubiera caído a un iroqués del desprecio de la aldea, y

habría estado fuera de lugar mostrar diferencia por los otros miembros de la

misma. En la sociedad europea, donde se ansiaban muchísimo las posesiones

materiales, donde la estructura social trazaba distinciones complicadas entre

ricos y pobres, piadosos y no piadosos, alfabetizados y no alfabetizados,

varones y mujeres y personas políticamente privilegiadas y no privilegiadas, se

prestaba mucha más atención a mantener el debido respeto a la autoridad. La

sumisión a la autoridad y el mantenimiento de los estratos jerárquicos fueron los

principios alrededor de los cuales se organizó la crianza de niños. En la

educación de sus hijos los padres iroqueses eran más permisivos que su

contraparte europea. No creían en los castigos físicos duros. Fomentaban en los

jóvenes que imitaran la conducta adulta, y se mostraban tolerantes con sus

primeros intentos chapuceros. En los primeros meses de vida del infante, la

madre lo alimentaba y protegía, pero al mismo tiempo lo endurecía bañándolo

en agua fría. El destete no solía comenzar hasta a los tres o cuatro años de edad.

En vez de iniciar a una edad temprana un régimen estricto de adiestramiento por

lo que a las necesidades fisiológicas se refiere, se permitía al niño avanzara a su

ritmo en el dominio de las funciones naturales. Se aceptaba como normal un

interés temprano en la anatomía del cuerpo y en la experimentación sexual todo

esto contrastaba tajantemente con las técnicas de crianza infantil europeas, que

subrayaban la importancia de acostumbrar al niño a la autoridad desde una edad

temprana, y fortalecían esto quitando al niño pecho materno hacia los dos años,

enseñándole desde una edad temprana a evacuar en lugares apropiados, y todo

mediante el empleo frecuente de castigo físico, la condena de toda curiosidad

sexual precoz, y haciendo hincapié en que la obediencia a la autoridad y el

respeto por ella eran virtudes capitales. Los padres iroqueses habrían

considerado mal traído el consejo dado por John Robinson, pastor de los padres

peregrinos, a los padres de su congregación: “Y de seguro que en todos los

niños hay [...] terquedad y una dureza de mente que surge del orgullo natural,

las que debemos deshacer y abatir a golpes en primer lugar, pues habiéndose

logrado que los fundamentos de su educación se asienten sobre la humildad y la

docilidad, a su debido tiempo podrán erigirse otras virtudes a partir de allí. [...]

los padres deben atender cuidadosamente al castigo y la domesticación de esa

terquedad [...] Para que se restrinjan y repriman esa voluntad y esa testarudez de

los niños [...] De ser posible ocultarlo de ellos, los niños no deberán saber que

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tienen voluntad propia, y sí que están 9 al cuidado de los padres .” También

respecto a los miembros adultos de la sociedad era distinta la concepción de la

autoridad. En la sociedad iroquesa, como en la mayoría de las sociedades indias

de Norteamérica, no cabía la complacida maquinaria desarrollada en la suya por

los europeos, en los bosques del noroeste se encontrarían leyes ni ordenanzas,

alguaciles ni condestables, jueces ni jurados, tribunales ni cárceles: todo el

aparato autoritario de las sociedades europeas. Pese a ello, estaban firmemente

asentados los límites de una conducta aceptable. Aunque se enorgullecían de la

autonomía de sus individuos, los iroqueses mantenían un estricto sentido de lo

correcto y de lo incorrecto. Pero antes que atenerse a instrumentos de autoridad

formales, gobernaban la conducta inculcando al grupo un sólido sentido de la

tradición y la pertenencia mediante rituales llevados a cabo en común. Era este

sentido del deber, fortalecido por el miedo a las murmuraciones y una 7 Apud

Wallace, Death and Rebirth of the Seneca, p. 30. 8 Ibid., pag, 34. 9 Apud John

Demos. A Little Commonwealth: Family Life in Plymouth Colony, Oxford

University Press, Inc., Nueva York, 1970, pp. 134-135.

16. Página 16 de 27 creencia firmemente asentada en el poder de los malos

espíritus para castigar a los pecadores, el que aplacaba la conducta antisocial

entre los iroqueses. En la sociedad europea un crimen o un hecho inmoral daban

lugar a una investigación, arresto, juicio, sentencia y encarcelamiento, que, a lo

largo de varias etapas del proceso, implicaban la autoridad de cierto número de

personas y de recursos institucionales. En la sociedad india funcionaba un

sistema más sencillo para transformar al individuo disidente. Quien robaba la

comida del otro y se mostraba cobarde en la guerra era “avergonzado” por su

pueblo y condenado al ostracismo hasta que hubiera expiado sus actos y

demostrado que moralmente se había purificado. Además, los iroqueses y otras

sociedades de los bosques empleaban una forma de psicoterapia para resolver

problemas personales y de grupo. Como creían que los sueños eran “el lenguaje

del alma”, les prestaban mucha atención y “de modo deliberado buscaban en

ellos 10 respuestas a muchos de sus problemas de la vida”. Más de dos siglos

antes de desarrollar Freud la teoría psicoanalítica, las culturas indias del norte

reconocieron que la mente tiene tanto niveles consientes como inconscientes;

que a menudo se expresaban simbólicamente, en sueños, deseos y miedos

inconscientes; que tales deseos y ansiedades, si quedaban insatisfechos o sin

resolver, podían causar una enfermedad psíquica y psicosomática; y que

quienes sufrían pesadillas o sueños obsesivos a menudo encontraban alivio

contándolos a un grupo, cuyos miembros intentaban ayudar a que el individuo

encontrara el significado de su problema subconsciente y la cura para el mismo.

Un incrédulo sacerdote jesuita, el padre Ragueneau, describió esta teoría de los

sueños según lo que presenció en las aldeas huronas, en 1649. Los indios,

informó, creen que “Además de los deseos que solemos tener son libres o, al

menos, voluntarios en nosotros [...], nuestras almas tienen otros que son, por así

decirlo, innatos y se encuentran ocultos. Éstos, dicen, vienen de las

profundidades del alma, y no a través de algún conocimiento, sino mediante una

cierta transportación ciega del alma hasta ciertos objetos; en el lenguaje de la

filosofía, podíamos llamar a esos accesos desidería innata, para diferenciarlos

de los anteriores, a los que se llama desidería elicita. Ahora bien, creen que el

alma hace conocer esos deseos naturales por medio de los sueños, que son su

lenguaje. Por consiguiente, cuando se cumplen esos deseos, está satisfecha;

pero, por lo contrario, si no se le concede lo que desea, se enoja y no sólo niega

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al cuerpo el bienestar y la felicidad que buscaba procurarle, sino que a menudo

se revela contra él, provocándole distintas enfermedades y hasta la muerte, [...]

En consecuencia de esas ideas erróneas, la mayoría de los hurones tiene mucho

cuidado de observar sus sueños, y de proporcionar al alma lo que ésta les ha

descrito cuando duermen. Si, por ejemplo, en el sueño han visto una jabalina,

tratarán de obtenerla; si sueñan que dieron una fiesta, una darán en despertando,

de tener con qué, y así con otras cosas. A esto lo llaman Ondinnonk: un deseo

11 secreto del alma que se manifiesta por medio de un sueño .” Sería erróneo

glorificar la cultura iroquesa o juzgarla superior a la del invasor europeo. Hacer

eso equivaldría a invocar las mismas categorías de “superior” e “inferior”

empleadas por los europeos para justificar la violencia que desataron al llegar al

Nuevo Mundo y olvidar que los ejercicios de dar un orden a las culturas

dependen casi por completo de los criterios utilizados. En lugar de clasificar

culturas, casi siempre un ejercicio de las sociedades expansionistas que intentan

subyugar a otro pueblo, debemos comprender que la sociedad iroquesa, al igual

que la inglesa o la francesa, era un sistema social total que había estado

evolucionando por un largo periodo antes de llegar los europeos. En virtud de

su relación dinámica con el ambiente y con los pueblos vecinos, los iroqueses

habían aumentando su población, eran más sedentarios en su modo de vida, más

hábiles en las técnicas agrícolas y más sutiles en sus formas de arte. Además,

habían surgido como una de las sociedades más fuertes, políticamente más

unidas y militaristas de los bosques nororientales. Incluso después de formarse

la Liga de los Iroqueses, uno de cuyos objetivos era disminuir las guerras entre

las tribus, parece haberse dado un número impresionante de luchas entre Cinco

naciones y pueblos algonquinos circundantes. Muchos de esos conflictos 10

Bruce G. Trigger, The Children of Aataentsic: A History of the Huron People to

1660 (2 vols), McGill- Queen´s University Press, Montreal y Londres, 1976,

I.p. 81. 11 Apud Antony F.C. Wallace, “Dreams and the wishes of the Soul: A

Type of Psychoanalytic Theory among the Seventeenth-Century Iroquois”,

American Anthropologist 60 (1958). P. 236.

17. Página 17 de 27 significaban una búsqueda de gloria, y pudieron haberse

iniciado algunos más para probar la recién forjada alianza de las cinco tribus

contra otras tribus menores, que podían sujetarse al dominio iroqués. Sean

cuales fueran las razones, en vísperas de llegar los europeos sus vecinos temían

y en ocasiones odiaban a los iroqueses por su habilidad y crueldad en la guerra.

Desde luego, las iroquesas no fueron las únicas tribus indias que los europeos

encontraron a principios del XVII. A lo largo del litoral atlántico, desde la bahía

de San Lorenzo hasta la Florida, ingleses, españoles, holandeses y franceses

hallaron un vasto número de grupos tribales. Variaban ésos en población y

poderío, pero incluso en zonas de baja densidad de población habían

evolucionado culturas dinámicas. En varias regiones el conflicto entre las tribus

había dado como resultado unificaciones o confederaciones políticas que los

europeos tuvieron que tomar en cuenta. Como terminaría por ser evidente,

incluso un número reducido de indios podía significar un problema considerable

para quienes intentaran ocuparles la tierra. LA COSMOVISIÓN DE LOS

NORTEAMERICANOS NATIVOS Aunque las culturas nativas de

Norteamérica y las europeas no eran tan diferentes como sugieren los conceptos

de “salvajismo” y civilización”, en los siglos anteriores al primer contacto las

sociedades del lado oriental y occidental del Atlántico habían desarrollado

sistemas de valores diferentes. Como base de los enfrentamientos físicos que se

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darían al encontrarse los europeos y los americanos estaban sus modos

incompatibles de mirar al mundo. Se podrán apreciar estos conflictos latentes si

se contrastan los puntos de vista europeos e indios respecto a la relación del

hombre con su ambiente, el concepto de propiedad y la identidad personal.

Desde la perspectiva europea, el mundo natural era un recurso para uso del

hombre. “Somete la tierra –se dice en el Génesis-, y tendrás dominio sobre toda

criatura viviente que se mueva sobre ella.” Desde luego, Dios seguía

gobernando el cosmos, y el hombre no podía controlar las fuerzas naturales, que

se manifestaban en terremotos, huracanes, sequías e inundaciones. Pero a

principios del periodo moderno estaba en marcha una revolución científica, que

dio a los seres humanos más confianza en la posibilidad de comprender el

mundo natural y, con ello, de llegar a controlarlo con el tiempo. Para los

europeos los secular y lo sagrado eran cosas distintas, y la relación del hombre

con su ambiente natural caía en el campo de lo secular. En el ethos indio no

existía esa separación entre lo secular y lo sagrado. Toda porción del mundo

natural era sagrada, pues los americanos nativos creían que el mundo estaba

habitado por una gran variedad de “seres”, cada uno de los cuales poseía poder

espiritual y todos los cuales se unían para formar la totalidad sagrada. “De esta

manera –explica Murray Wax-, no se considera a plantas, animales, rocas y

estrellas como objetos gobernados por leyes de la naturaleza, sino como

“compañeros” con quienes el individuo o la banda puede tener una relación

ventajosa en 12 mayo o menor medida.” En consecuencia, si se ofendía a la

tierra desnudándola de su cubierta, respondería golpe por golpe el poder

espiritual de la tierra, llamado “manitou” por algunas tribus de los bosques. Si

se pescaba en exceso o se destruía más caza de la necesaria, el poder espiritual

inherente a peces y animales se vengaría, pues los seres humanos habrían roto la

confianza mutua y la reciprocidad que rige las relaciones entre todos los seres,

sean o no humanos. Explotar la tierra o tratar sin respeto cualquier parte del

mundo natural era separarse del poder espiritual 13 que habita en todas las

cosas y, “por tanto, equivalía a repudiar la fuerza vital de la Naturaleza”. Coma

los europeos consideraban a la tierra un recurso que se explotaba en beneficio

del hombre, era más fácil tratarla como un bien sujeto a propiedad privada. La

posesión privada de bienes se volvió una de las bases fundamentales sobre las

que descansaba la cultura europea. Los cercados se convirtieron en símbolo de

propiedad tenida en exclusiva, la herencia fue el mecanismo empleado para

transmitir esos “activos” de una generación a otra dentro de la misma familia, y

los tribunales proporcionaron el aparato institucional para resolver disputas

sobre la propiedad. En una sociedad principalmente agrícola; la propiedad se

convirtió en base del poder 12 Religión and Magic”, en James A. Clifton

(Compilador). Introduction to Cultural Anthropology: Essays in the Scope and

Method of the Science of Man, Houghton Mifflin Company, Boston, 19 68, p.

13 Calvin Martin, Keepers of the Game: Indian-Animal Relationships and the

Fur Trade, Unversity of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1978, p.34.

18. Página 18 de 27 político. De hecho, en Inglaterra los derechos políticos,

derivaban de la posesión de una cantidad de tierra específica. Además, la

estructura social estaba definida en gran medida por la distribución de la

propiedad: quienes poseían grandes cantidades de tierra estaban en la punta de

la pirámide social; formaban la amplia base una masa de individuos sin

propiedades. En el mundo indio era incomprensible esa idea de la tierra como

una posesión privada. Las tribus reconocían lindes territoriales, pero dentro de

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esos límites la tierra era un bien común. La tierra no era una mercancía, sino

una parte de la naturaleza confiada a los seres vivientes por el Creador. John

Heckewelder, misionero moravo que en el siglo XVIII vivió con los delawares,

explicó que éstos creían en el Creador. Hizo la Tierra y todo lo que contiene

para bien común de la humanidad; cuando abasteció con abundancia de caza el

país que les dio, no fue para beneficio de unos cuantos, sino de todos: cada una

de las cosas fue dada en común a los hijos de los hombres. Todo lo que vive

sobre la tierra y todo lo que está en ríos y aguas [...] fue otorgado conjuntamente

a todos y cada persona 14 tiene derecho a su parte. De este principio fluye la

hospitalidad como de su fuente. Así la tierra era un don del Creador y debía

utilizársela con cuidado; no era para posesión exclusiva de ciertos seres

humanos en lo particular. También en el aspecto de la identidad personal

diferían tajantemente los valores indios y europeos. Los europeos eran

adquiridores, competitivos y por un largo tiempo habían estado acrecentando el

papel del individuo. Se consideraban deseables opciones más abundantes y

mayores oportunidades para que el individuo mejorara su situación, fuera por su

diligencia, por su valor o incluso por su sacrificio personal que rayaba en el

martirio. De hecho, la ambición personal tuvo un papel muy importante en la

migración ocurrido en los siglos XVI y XVII. En contraste con esto, las

tradiciones culturales de los americanos hacían hincapié más bien en la

colectividad que el individuo. Como se poseían en común la tierra y otros

recursos naturales y la sociedad era muchos menos jerárquicos que en Europa,

resultaban inadecuados el espíritu de acumulación y la ambición personal. “En

contraste con la posición exaltada del hombre en la tradición judío-cristiana

–escribe Calvin Martín-, la cosmología [norteamericana nativa] confería al

indio una estatura 15 bastante humilde.” De aquí que, en las comunidades

indias, el individualismo más conducía al ostracismo que a la admiración. A

pesar de esas diferencias, no era inevitable que el choque de los colonizadores

europeos y los norteamericanos nativos desembocara en un combate mortal. La

inevitabilidad no es explicación satisfactoria para ningún suceso humano, pues

lleva implícito que el destino del hombre escapa al control humano, y que con

ello exonera a los individuos y a las sociedades de toda responsabilidad por sus

acciones. De hecho, la inevitabilidad es el modo en que el vencedor racionaliza

los choques históricos; es un tipo de explicación que rara vez propone el lado

perdedor. Veremos que en el Nuevo Mundo el choque de culturas adoptó

muchas formas, sin que nada estuviera predeterminado y todo dependiera, por

el contrario, de un entretejido complejo de muchos factores, en lugares y en

momentos particulares. II. LOS EUROPEOS LLEGAN A AMÉRICA DEL

SIGLO XV al siglo XX, la expansión violenta de los pueblos y cultura europeos

a otros continentes ha sido unos de los temas dominantes de la historia. Sólo en

el último medio siglo se ha invertido el proceso, a medida que los pueblos

colonizados han luchado por recuperar su autonomía mediante guerras de

liberación nacional y cultural. Para los historiadores occidentales tal expansión

global equivale, muy aproximadamente, a una difusión de la “civilización”; es

decir, a llevar la cultura europea –superior, según se alega- a las zonas del

mundo llamadas”primitivas”. Conforme la colonización europea absorbía varias

culturas, crecía la idea de que se estaba sirviendo al “progreso”, en el sentido de

un avance constante de la civilización europea. 14 John Heckewelder, Account

of the History, Manners, and Customs of the Indian Nations..., American

Philosophical Society, Filadelfia, 1819, p.85, reimpreso en Wilcomb Washburn,

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The Indian and the White Man, Doubleday &Company, Inc., Garden City,

Nueva York, 1964, p.63. 15 Martin, Keeepers of the Game, p. 74.

19. Página 19 de 27 Sin embargo, visa en retrospectiva, lejos está de ser clara la

superioridad de los europeos en el momento en que llegaron al hemisferio

occidental. La noción misma de las culturas “superiores” e “inferiores” es un

argumento de las naciones imperialistas, y es ya tiempo de abandonar tal

concepto en nuestro estudio de la historia. Resulta más acertado decir que el

“Nuevo Mundo”, puesto al servicio de los colonizadores europeos, catapultó a

Europa, sacándola de un prolongado periodo de estancamiento y regresión.

Antes de que el océano Atlántico se convirtiera en una masa de agua familiar,

Europa había sufrido, por más de un siglo, una declinación en la población a

causa de enfermedades epidémicas y guerras prolongadas; una languidez

económica reflejada en la producción y comercio decrecientes; una inercia

cultural evidente en la falta de progreso en las ciencias naturales, la decadencia

de las universidades, y el derrumbamiento del Sacro Imperio Romano. En los

siglos XVI y XV la cultura islámica fue la fuerza más dinámica en Europa, se

expandió profundamente en África y también desde el Oriente se introducía en

Europa. Antes de la “época de los descubrimientos” a Europa occidental la

caracterizaban el pesimismo, el cinismo y la desesperación. Fueron los recursos

de África, Asia y América –metales preciosos, nuevos alimentos vitales como el

maíz y la papa, la tierra y gente –los que proporcionaron la base para una

revitalización comercial, a raíz de la cual se inició una época de expansión y

desarrollo europeos. Tratando de encontrar una ruta marina hacia las partes más

antiguas del Viejo Mundo, Colón tropezó con lo que era un nuevo mundo tan

sólo en la imaginación europea. Pero ese error fortuito incendió la imaginación

de los europeos –una de las cualidades más valiosas- y puso en marcha una

reactivación económica y una expansión ultramarina que dura más de

cuatrocientos años. EXPANSIÓN ESPAÑOLA Y PORTUGUESA EN EL

NUEVO MUNDO Colón creyó haber alcanzado la India cuando, en 1492,

desembarcó en la isla de La Española. Y tal era su propósito: encontrar una ruta

marítima hacia el Oriente, de modo que los mercaderes europeos, que traficaban

con las especias indispensables para hacer apetitosa la comida europea,

pudieran evitar el pago de tributos a intermediarios del Medio Oriente, quienes

sacaban una buena tajada de las ganancias obtenidas en las operaciones

comerciales por tierra. Lo acostumbrado es atender a la importancia

navegacional y geográfica de los viajes de Colón; pero se habrían anotado como

un fracaso costoso sus vagabundeos por el mar, una vez comprendido que no

había descubierto la ilusoria ruta náutica hasta la India, de no ser porque en

1493 se descubrió oro en La Española. Son el oro y los otros minerales

preciosos, las tierras recién descubiertas tan sólo habrían sido obstáculos en el

camino por mar hacia el Lejano Oriente. Pero, aunque el descubrimiento fue

accidental, Colón se convirtió en una figura arquetípica de la expansión

europea. Totalmente medieval en sus patrones mentales, también era ambicioso,

aventurero, capaz de traducir en acción una idea, no importa cuán ridiculizada

fuera, y lo bastante audaz, para mantener curso incluso cuando sus marinos

estaban dispuestos al motín, temerosos de no volver a ver tierra firme otra vez.

Capitalizando los grandes avances en tecnología marina y las exploraciones

oceánicas portuguesas del siglo anterior. Colón como los vikingos quinientos

años antes que él, descubrió que el océano situado al occidente de Europa tenía

límites. Poseía sobradamente la cualidad europea de la arrogancia, que en los

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años venideros probaría ser tan valiosa en l colonización... y tan destructora de

la vida humana. Una vez descubiertos el oro y la plata, un torrente inacabable

de jóvenes emprendedores, pertenecientes a la nobleza menor de España,

comenzó la aventura trasatlántica. Antes de 1560, ya habían explorado,

conquistado y reclamado para su rey el istmo de Panamá, México, la mayoría

de América del Sur –excepto Brasil y las lejanas llanuras meridionales- y las

zonas sureñas de los actuales Estados Unidos: de California en la costa del

Pacífico hasta Florida en la costa atlántica. Guiados por figuras militares como

Cortés, Pizarro y Coronado, establecieron la autoridad de España y de la Iglesia

católica en un área que empequeñecía a la tierra madre en tamaño y en

población. Hacía fines del siglo XVI los españoles habían conquistado los

principales centros de población aborigen, establecido un floreciente comercio

trasatlántico y llevado miles de esclavos africanos a las colonias, a la vez que

supervisaban la extracción de oro y plata, en cantidades fabulosas de las tierras

sujetas a su dominio. De 1490 A 1590 España dominó la colonización de la

América. Su único rival era Portugal, cuyos esfuerzos primero se encaminaron

tanto a colonizar las islas del Atlántico – Azores,

20. Página 20 de 27 Madeiras y Canarias- situadas cerca de las costas

portuguesas y al noroeste de África, como a establecer centros de comercio en

la costa africana oriental y en la occidental. Sólo a mediados del siglo XVI

Portugal reclamó para sí el Brasil, que estaba destinado a ser el centro de sus

actividades en el Nuevo Mundo. Hacía finales del siglo, la producción de azúcar

exigía en Brasil el trabajo de la mayoría de los 25000 colonos portugueses y, tal

vez, un número equivalente de esclavos africanos. Íntimamente unidos a los

esfuerzos económicos de las emergentes naciones-estado europeos estaban las

metas religiosas de la colonización. Al menos en parte, tanto católicos como los

protestantes consideraban la ocupación del Nuevo Mundo como una cruzada

religiosa. Por siglos España había estado envuelta en conflictos con los moros

“infieles”; de hechos, en el mismo año en que Colón llegó a La Española, la

España cristiana completó finalmente la expulsión de los moros. La conquista

del Nuevo Mundo no sólo satisfizo los sueños nacionales de gloria, sino que

también ofreció la oportunidad de convertir al cristianismo un continente lleno

de “paganos”. Ese motivo religioso se veía complicado por la división católico-

protestante existente en el cristianismo. Para los europeos, los paganos eran

paganos; ahora bien, que se los convirtiera en católicos o protestantes dependía

de la nación europea que terminara dominándolos. Para quienes se han criado

en una sociedad secular podrá parecerles intrigante que los cristianos se

encontraran tan agriamente divididos, dedicados por siglos a guerras religiosas

que, en el nombre de Dios, causaban destrucción masiva. Pero se comprenderá

mejor la intensidad del conflicto existente en la Europa cristiana si se recuerda

que para los hombres y las mujeres de aquella época –y de siglos anteriores- la

religión era el principio organizador de la vida. El dominio del hombre sobre el

ambiente era leve, pues la ciencia y la tecnología no habían avanzado lo

suficiente para permitir controlar las fuerzas naturales. Así, la gente atribuía a

fuerzas sobrenaturales lo que no podía comprender o gobernar. La fe, y no la

razón, dominaba la vida; de esta manera, la gente de fe distintas se veía

apasionadamente comprometida a defender la ideología propia y atacar la de

quienes sostenían puntos de vista distintos. Podrán entenderse entonces esos

“ismos” –protestantismo y catolicismo- como códigos de vida prescritos, modos

de ordenar el mundo propio y darle significado a él y al lugar que en él se

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preocupaba. Esos compromisos ideológicos no se diferencian mayormente de

los “ismos” de hoy – comunismo, socialismo, democracia- en el sentido del

poder que tienen para obligar a la obediencia. Son también sistemas de valores

y creencias, modos de organizar sociedades. También ellos dan significado a lo

que se hace y proporcionan un sentido de identidad. Las guerras del siglo XX,

peleadas con una ferocidad y una crueldad tecnológica mayores que en las

guerras religiosas de principios de la era moderna, son una manera de

comprender por qué el cristianismo y musulmanes o católicos y protestantes

lucharon tan implacablemente por difundir su fe particular a los habitantes

nativos de las tierras que invadían. INGLATERRA ENTRA EN LA

CARRERA COLONIAL Cuando Inglaterra de dio cuenta de lo que prometía el

Nuevo Mundo, los dos poderes ibéricos se concentraban firmemente

atrincherados allí. De las naciones, europeas con costas del Atlántico, Inglaterra

fue la última en explorar y colonizar América. Únicamente los viajes de John

Cabot (en realidad Giovanni Cabot) dieron a Inglaterra pie para participar en la

lotería del Nuevo Mundo. Mas nunca se continuaron los viajes hechos por

Cabot en 1497 y 1498. Incluso las famosas expediciones de John Hawkins, de

1562 a 1569, han de considerarse carentes de importancia en la expansión

europea en América, pues Hawkins se dedicaba ante todo a la piratería: atacaba

las rutas comerciales españolas en el Caribe con el apoyo de los mercaderes

ingleses, quienes odiaban el catolicismo y esperaban inducir a su gobierno para

que patrocinara sus intentos ocasionales de oponerse al monopolio de España y

Portugal en el Nuevo Mundo. El único contacto de importancia de Inglaterra

con América del Norte había sido en relación con las pesquerías de Terranova,

donde, desde alrededor de 1520, las flotas pesqueras inglesas habían competido

con las francesas, portuguesas y españolas en la captura del valioso bacalao,

vital fuente de proteína en la dieta de la mayoría de los europeos. Pero

Inglaterra buscaba también colonias en el Nuevo Mundo, ya que éstas

proporcionaban mercados nuevos, fuentes nuevas de materia prima y, si tenían

oro y plata,

21. Página 21 de 27 contribuían al abastecimiento de capital total con que

entonces se media la fuerza de las naciones. Es comprensible que, a finales del

siglo XVI, Inglaterra estuviera ansiosa de poner un pie en América del Norte,

pues España y Portugal dominaban ya en Sudamérica y partes del Caribe, y

habían reclamado para sí, además, las partes meridionales de la masa

continental norteamericana. Si los ingleses no se movían pronto, sería

demasiado tarde. Por lo mismo, España estaba dispuesta a resistir las

incursiones inglesas en su campo de influencia. Cuando los ingleses dieron los

primeros pasos tentativos para crear un imperio, los españoles planearon

ataques por mar contra cualquier asentamiento inglés que se atreviera a surgir

en la costa Atlántica de Norteamérica. El primer mapa que se conoce del

diminuto asentamiento inglés de Jamestown, Virginia, trazado por un marino

católico irlandés en un buque fue metido de contrabando a España. Se lo

apreciaba mucho por que contenía la información más que necesaria para un

ataque por sorpresa contra la primera posición establecida por Inglaterra en la

costa de América del Norte. La entrada de Inglaterra en la carrera colonial no

sólo tuvo origen en el deseo de participar en la explotación de los recursos del

Nuevo Mundo, sino también en la guerra ideológica que asoló Europa en la

segunda mitad del siglo XVI. Excepción hecha de los países escandinavos,

todos los poderes europeos occidentales que daban al Atlántico estuvieron

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envueltos en esta lucha entre quienes profesaban el catolicismo y quienes se

adherían al protestantismo. Ese conflicto nacional y religioso fue continuación

de cuestiones e intereses planteados por primera vez durante la Reforma y la

Contrarreforma. Por buena parte del siglo XVI, Inglaterra osciló entre ideas

religiosas, pues vivió primero los regímenes protestantes de Enrique VIII y su

enfermizo hijo Eduardo VI, y luego el reinado católico de la primera hija de

Enrique, María Tudor, quién había casado con Felipe II de España, principal

sostén del poder católico en Europa. Cuando murió María Tudor, la segunda

hija de Enrique, Isabel, subió al trono en 1558, con lo cual Inglaterra volvió al

protestantismo. Al igual que su padre, Isabel favorecía el protestantismo en

primer lugar porque lo consideraba una expresión de la independencia nacional.

Ante todo y sobre todo, quería crear las condiciones necesarias para el

crecimiento y la prosperidad nacionales. Aunque en el aspecto económico logró

ciertos triunfos, sobre su cabeza colgaba siempre la cuestión religiosa. Felipe II

de España, su cuñado, la consideraba una hereje protestante, y sin cesar

intrigaba contra ella. En 1587 el antagonismo entre la España católica y la

Inglaterra protestante se volvió un conflicto franco. Inglaterra se preparó para el

ataque por mar que esperaba la armada española, considerada como la más

poderosa del mundo. La batalla resultante conocida, en los países sajones, con

el nombre de Spanish Armada. En la primavera de 1588 la flota española zarpó

hacia Inglaterra, y llegó a su destino hacia fines de julio. Por dos semanas de

batalla conmocionó el mar. Para asombro de gran parte de Europa, Inglaterra,

con ayuda de los holandeses, venció. La derrota española no estableció la

superioridad inglesa en el mar, ni aportó a Inglaterra territorios trasatlánticos

como reconocimiento de su victoria. Ni siquiera impulsó a Inglaterra para que

entrara en la carrera continental ultramarina. Pero sí evitó una aplastante

victoria católica en Europa y, temporalmente, puso fin a los sueños españoles de

hegemonía europea. Esa batalla llevó a un empate temporal en las guerras

religiosas, e hizo ver claramente a una generación- hasta 1618, cuando el

comienzo de la guerra de los Treinta Años volvió a hundir a Europa en otro

conflicto religioso abierto- que por la fuerza no se impondría la uniformidad

religiosa. Inglaterra fue libre de seguir su propio destino, fuera del dominio de

otras potencias europeas. Allanado el camino para la expansión ultramarina, a

finales del siglo XVI la “fiebre por el oeste” comenzó a extenderse en

Inglaterra. Se había hecho ya un esfuerzo fracasado e infructuoso: plantar un

pequeño asentamiento en la isla Roanoke, frente a las costas de Carolina del

Norte, en la penúltima década del siglo XVI. Pero a raíz de la guerra contra la

Armada Invencible, la clase media acomodada y los mercaderes ingleses

comenzaron a comprender qué beneficios los llamaban desde el Nuevo Mundo.

Su capital y su experiencia serían indispensables para las próximas décadas.

Richard Hakluyt y su sobrino, llamado también Richard Hakluyt, apremiaban a

sus compatriotas. En el último cuarto del siglo XVI se dedicaron en cuerpo y

alma a explicar las ventajas de asentarse en las remotas regiones del otro lado

del Atlántico. En varios folletos expusieron sus argumentos a favor de la

colonización: gloria, ganancias y aventuras aguardaban a todos; para la nobleza

de la corte la colonización prometía un imperio en el Nuevo Mundo y una

nueva fuente de baronías, señoríos y propiedades feudales; para los

comerciantes, nuevos

22. Página 22 de 27 mercados y un territorio lleno de productos exóticos para

vender en su patria; en cuanto a los clérigos, los esperaba un continente lleno de

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“salvajes” por convertir, para gloria de Cristo: al plebeyo se le prometía un

campo de aventuras y de ilimitadas oportunidades económicas; para el labrador

empobrecido, la perspectiva de comenzar una vida nueva con tierras y

oportunidades sin fin. Los Hakluyt dieron publicidad a la idea de que ya había

llegado el tiempo de plantar la cepa inglesa al otro lado del Atlántico.

Shakespeare contribuyó con su granito de arena a la excitación nacional

escribiendo una obra. La tempestad, sobre quienes cruzaban el Atlántico para

impulsar la grandeza del país. La participación inglesa en la época de las

exploraciones y la colonización comenzó con una generación de lobos de mar y

caballeros aventureros como Walter Raleigh, Francis Drake, Humphrey Gilbert

y Richard Grenville. Con capital limitado y apoyo mínimo por parte de la

Corona, intentaron mucho y en la mayoría de los casos terminaron en fracaso.

Le damos a sus empresas mucho espacio en nuestros libros de historia porque

fueron los primeros en intentarlo. Pero Inglaterra no podía convertirse en un

poder colonial sólido en el Nuevo Mundo mientras el gobierno, como en

España y Portugal, no diera apoyo activo, a los planes de colonización y, cosa

más importante, mientras la comunidad mercantil y la emergente clase media no

comenzaron a invertir capital en los experimentos de colonización ultramarina.

Por tanto, los primeros esfuerzos dieron pocos resultados o ninguno: los viajes

de Hawkins hacia 1560 en el mar Caribe; los viajes de Roanoke de 1585 a 1588,

que terminaron en fracaso; el asentamiento de Sagadahoc, en la costa de Maine

en 1607, que sólo duró un año; en 1607, que estuvo trastabillando por una

generación, antes de asegurarse una economía viable. En esos débiles esfuerzos

iniciales de los precursores de la colonización inglesa faltaban los ingredientes

principales que había en los afortunados esfuerzos coloniales de españoles y

portugueses. Poco respaldo tenían del gobierno nacional en subsidios; barcos y

protección naval. La Iglesia anglicana les daba un apoyo mínimo, en contraste

con la amplia participación de la Iglesia católica en las colonias españolas y

portuguesas. Y les faltaba la participación de ciudadanos dispuestos a invertir:

bastantes personas de las clases media y alta que arriesgara dinero en los

experimentos de colonización. Mientras la colonización inglesa estuvo en

manos de la nobleza –inquietos hijos de aristócratas y cortesanos favorecidos

por la Corona- no se consiguió gran cosa. Se necesitaba mucho más que equipar

unos cuantos barcos y reunir unos cuantos cientos de individuos aventureros o

desesperados para superar los obstáculos inherentes a la colonización

ultramarina. Una cosa era alcanzar el Nuevo Mundo en barquitos de madera y

desembarcar varios cientos de hombres con provisiones para varios meses; otra

muy distinta organizar a esas personas en un sistema social y económico que

pudiera sobrevivir en un amedrentador ambiente nuevo, y mucho más difícil

explorar con buena fortuna los recursos encerrados en la tierra. Lo que se

necesitaba en especial para impulsar la colonización inglesa era la riqueza y el

apoyo de la emergente clase media de la sociedad inglesa. Esos hombres, que al

comienzo del periodo Tudor habían sido relativamente insignificantes, estaban

avanzando a grandes pasos en la segunda mitad del siglo XVI. Esta

redistribución del poder económico y político, que los historiadores llaman el

“surgimiento de la clase media” era de importancia indispensable para el buen

éxito de la penetración norteamericana. Es probable que el movimiento de

colonización nunca hubiera triunfado en manos de la nobleza sin el apoyo de

ese segmento mucho más amplio de la sociedad inglesa. En la primera mitad del

siglo XVII se dio tal apoyo de mala gana, e incluso entonces los inversionistas

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ingleses se inclinaban mucho más por los beneficios rápidos del cultivo de caña

en las Antillas que por las incertidumbres presentes en la mezcla de al

agricultura, explotación de bosques y pesca que se daba en la parte continental

de Norteamérica. A las dificultades de obtener un apoyo financiero y político

adecuado se agregaba otra realidad: volvieran la vista a la parte continental de

Norteamérica o a las islas del Caribe, los colonizadores ingleses se daban de

frente contra las pretensiones de otras naciones europeas, que en muchos de los

casos estaban respaldadas por una ocupación concreta del territorio. A

principios del siglo XVII Portugal y España tenían ya unos 150000 colonos en

sus posesiones de ultramar, y si bien la mayoría de ellos se encontraba en Perú y

en México –en donde se habían establecido importantes centros de población en

Potosí, la ciudad de México y Cartagena-, también habían instalado puestos

fronterizos en la parte suroccidental de los actuales Estados Unidos y en varios

puntos a lo largo de la costa atlántica, de Florida a la bahía de Chesapeake. Los

territorios

23. Página 23 de 27 reclamados por España se extendían hacia el norte hasta

Terranova. Los ingleses, al acercarse a Norteamérica, estaban muy consientes

de la presencia española. Nada testimonia con mayor agudeza esto que el

siguiente hecho: una vez instalados los asentamientos iniciales, los ingleses

construyeron sus fuertes mirando al mar, para rechazar los ataques españoles, y

no de cara al interior, donde estaba el peligro de los indios. Era lo prudente

hacer de quienes se sabían dedicados a intrusiones semipiráticas en las colonias

establecidas por España. Pero los ingleses se acercaban a un continente ocupado

también por los franceses. Desde 1524, cuando Giovanni da Verrazzano exploró

la margen oriental de Norteamérica, los franceses había soñado con encontrar

ciudades de oro y el Paso del Noroeste hacia China. Sin embargo, los franceses

sólo podían asentarse allí donde los españoles no tenían uso para la tierra. Así,

tras algunos fallidos intentos de instalar colonias en la Florida y en Brasil, que

fueron borradas del mapa por españoles y portugueses, los franceses se

contentaron con desarrollar los amplios espacios septentrionales de Canadá.

Desde principios del siglo XVI los pescadores franceses habían estado

trabajando en las costas de Terranova y de Nueva Escocia, cuando Jaques

Cartier exploró el golfo de San Lorenzo, en 1534, se desarrolló un comercio de

pieles esporádico con los indios de esa zona. Tales esfuerzos convencieron a los

franceses de que la región del río San Lorenzo podía ser rentable incluso si el

clima era ihnospitatalario. Únicamente los ríos San Lorenzo y Hudson daban

acceso por agua al interior de las zonas septentrionales del continente, y los

franceses eligieron cuerdamente fundar sus primeros asentamientos cerca de la

desembocadura del San Lorenzo. De esta manera, dieron impulso a su búsqueda

de otra variedad de oro del Nuevo Mundo: las pieles de animales. Por tanto, los

ingleses que se acercaban alas costas de América del Norte tenían que tomar en

cuenta a España y Francia, cuyos esfuerzos precedentes y asentamientos ya

establecidos obligaban a que los ingleses buscaran en parte media del litoral

atlántico un lugar donde poner pie en el continente. Pero era otro pueblo, los

habitantes originarios de aquélla tierra, el que con mayor fuerza atraía la

atención del os ingleses. ¿Qué sabían hombres como Gilbert y Raleigh sobre los

ocupantes nativos de esa tierra cuando hacia 1580, se acercaban a las costas

prohibidas de Norteamérica? ¿Cómo los recibirían aquellos que Colón,

creyendo haber llegado a la India, llamó equivocadamente indios?¿Cómo

lograrían los ingleses el uso o la posesión de las tierras que ocupaban esos

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indios?¿Y de qué manera las ideas acerca de la naturaleza de tales pueblos

indios estuvo influida por la espinosa cuestión de lograr soberanía sobre la

tierra? IMÁGENES INGLESAS DE LOS AMERICANOS NATIVOS

Podemos estar seguros de que los primeros colonizadores ingleses sintieron las

aprensiones que, en todo lugar y tiempo, llenan la mente de quienes intentan

penetrar en lo desconocido. Pero lejos estaban de no tener información acerca

de los pueblos indios del Nuevo Mundo. A partir de la descripción de éste

hechas por Colón, y publicada en varias capitales europeas en 1493 y 1494,

entre los marinos, mercaderes, geógrafos, políticos y sacerdotes que

participaban en los primeros viajes de descubrimiento, comercio y colonización

circulaban gran cantidad de informes, historias y folletos de promoción. Fueron

éstos base para cualquier aventurero en vías de llegar a la margen de tierra

oriental en el océano Atlántico occidental tuviera cierta idea del Nuevo mundo.

Es probable que de esa abundante literatura los primeros colonos dedujeran una

imagen dividida de los nativos de Norteamérica. Por una parte, había razones

para suponer que los indios eran un pueblo amable que se mostraría abierto con

quienes no vinieran a dañarlo, sino a vivir y comerciar con ellos. Colón había

escrito de la “gran amistad hacia nosotros” encontrada en San Salvador en

1492, y describió a los indios arawaks de la zona como un pueblo cariñoso y sin

egoísmos, que “hubieron mucho placer y quedaron tanto nuestro que era

maravilla”. Los indios “nos traían papagayos e hilo de algodón en ovillos y

azagayas y otras cosas muchas, y nos las 1 trocaban por otras cosas que no les

dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles” Verrazzano, el primer

europeo en navegar la margen oriental del continente, escribió con igual 1 Apud

Wilcomb E.Washburn (compilador. The Indian and the White Man, Doubleday

& Company, Inc. Garden City, Nueva York. 1964, p. 4.

24. Página 24 de 27 optimismo desde la bahía de Nueva York, en 1524. los

nativos aran esbeltos de cuerpo, de piel atezada y vivos ojos negros; “Vestían

con plumas de aves de varios colores, y se nos acercaron con alegría, lanzando

fuertes gritos de admiración y mostrándonos el lugar más seguro donde 2 varar

la embarcación”. A partir de ese momento, los relatos acerca de los nativos del

Nuevo Mundo incluían muchas descripciones igual de entusiastas sobre los

pueblos indígenas y su disposición a recibir los exploradores y colonos

europeos. Este aspecto positivo de la imagen que se tenía de los indios no sólo

refleja la acogida amistosa que, sin duda, los europeos recibieron en Terranova,

partes de la Florida y también del Caribe y Sudamérica, sino que además

representaba una parte de la visión del Nuevo Mundo como un paraíso terrestre:

un jardín del Edén donde los europeos destrozados por la guerra y

empobrecidos podían encontrar una vida nueva en medio de las abundancias de

la naturaleza. Que Colón creyera haber encontrado Gihón, uno de los ríos

bíblicos que fluía desde el Edén, cuando en 1498 llegó al Orinoco es testimonio

vívido de tal tendencia en la mentalidad europea. Había otra razón para crearse

una imagen favorable de los nativos de Norteamérica. Al igual que otros

colonizadores europeos, los ingleses esperaban que el comercio con los pueblos

nativos fuera una fuente importante de ganancias al otro lado del Atlántico,

aparte de que necesitaban la ayuda de los pueblos indígenas en otras cuestiones.

Los primeros viajes ingleses no tuvieron como propósito primario

asentamientos en gran escala ni la producción agrícola. Los principales

objetivos eran comerciar con los indios, encontrar oro y plata y descubrir el

Paso del Noroeste. La tierra había sido en el Nuevo Mundo en el elemento clave

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para los colonizadores españoles y portugueses; pero en las etapas iniciales de

la actividad colonizadora la conquista de la tierra no tenía gran importancia en

la mente de los ingleses. La intención era, más bien, establecer factorías bien

fortificadas en las desembocaduras de los ríos, a las cuales vinieran los nativos a

comerciar. En ese enfoque mercantilista de la aventura ultramarina los

promotores ingleses de finales del siglo XVI y principios del XVII estaban

influidos por la anterior participación inglesa en el comercio levantino y

moscovita, que los mercaderes ingleses habían manejado con provecho por

medio siglo; no invadían tierras de pueblos extranjeros, sacándolos de allí, sino

que “traficaban” con ellos sin discutirles su posesión de la tierra y sin intentar

subyugarlos. Por tanto, había un incentivo especial para ver a los indios como

algo más que unos “salvajes”. Sólo el indio amigo sería un indio que

comerciara. Si el comercio era la clave del desarrollo en ultramar, no es de

sorprender que los promotores ingleses sugirieran que el indio podía ser

receptivo y generoso, una persona a la que se debía cortejar y conquistar en bien

del comercio. Sin embargo, en las mentes de los ingleses que se acercaban a las

costas de Norteamérica también estaba a las costas de Norteamérica también

estaba firmemente arraigada una imagen opuesta de ese indio. Ese cuadro

negativo del aborigen describía a una persona salvaje, hostil y abestiada. Tal

descripción estaba firmemente establecida en la literatura española y francesa

de la colonización. Ya en la primera década del siglo XVI Sebastián Cabot

había exhibido en Inglaterra tres esquimales capturados en su primer viaje al

Ártico en 1502. Un contemporáneo describió a los nativos como especimenes

primitivos y comedores de carne humana que “hablaban tal lenguaje que ningún

hombre podía entenderlos, y en su comportamiento eran como bestias”.3 Un

diluvio de folletos aparecidos en la segunda mitad del siglo XVI describían a

los nativos en términos tales que poco optimismo debieron haber causado

respecto a la acogida que esperaba a los europeos. Abundaban dichas relaciones

en relatos donde los indios aparecían como hombres medio marrulleros,

brutales y odiosos, cuyos instintos caníbales quedaban al descubierto, según lo

escrito por un folletista en 1578, en el hecho de que “no hay carne o pescado

que encuentren muerto (y que huela asquerosamente) que no coman tal y como

lo hallen, y sin 4 ningún aderezo”. Otros relatos pintaban a los nativos como

bestias que vivían en el abandono sexual y, en general, más movidos por las

pasiones que por la razón. 2 Lawrence C. Wrottth, The Voyages of Giovanni da

Verrazzanno, 1554-1528, Yale University Press New Haven, 1970, p.137. 3

Richard Hakluyt, Divers Voyagers Touching the Discoveries of America, and

the Islands Adjacents unto the Same (1582), Hakluyt Society Publications, 1

Ser, 7. The Hakluyt Society, Londres, 1850. p. 23. 4 Vihjalmur Stephansson

(compilador), The Three Voyages of Matin Frobisher, The Argonaut Press,

Londres, 1938, 2, p. 23.

25. Página 25 de 27 Aparte de las narraciones sobre viajes y aventuras en el

Nuevo Mundo, los ingleses tenían una razón de mucho más peso para imaginar

que no todo sería amistad y comercio amable cuando toparan con los ocupantes

nativos de la costa norteamericana. Durante años habían estado leyendo

relaciones sobre experiencias españolas con los pueblos indígenas de México y

Perú, y la historia no era agradable. La principal de esas relaciones españolas

era la obra de un sacerdote dominico fray Bartolomé de las Casas, cuya

Brevísima relación de la destrucción de las Indias fue traducida al inglés y

publicada en 1583, con el título de The Spanish Colonie, or Brief Chronicle of

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the Actes and Gestes of the Spaniards in the West Indies. Por una parte, los

ingleses podían gozar las sangrientas descripciones hechas por Las Casas de la

crueldad y el genocidio españoles, pues tales historias confirmaban las peores

cosas que los ingleses protestantes creían de los españoles católicos, con

quienes estaban a punto de entablar una guerra. Los Hakluyt contribuyeron

afanosamente a la “Leyenda negra” en lo que respecta a los colonizadores

españoles, a quienes tildaban de “cancerberos y lobos”. Esas relaciones, útiles

en fomentar los prejuicios antiespañoles y anticatólicos, también hacían pensar

que, cuando los europeos se encontraran con los pueblos “primitivos”, la

matanza era inevitable. Además, a Las Casas lo refutó una multitud des

escritores españoles, quienes justificaban la conducta española insistiendo en

que los indios Habían precipitado el derramamiento de sangre y, a causa de su

inalterable naturaleza bestial, no era posible tratarlos de otra manera. Por útiles

que fueran las relaciones de la crueldad española a los folletistas protestantes,

los ingleses que se embarcaban para el Nuevo Mundo debieron de preguntarse

si no les esperaba la misma experiencia. Pocos dudaban que poseían la misma

superioridad técnica que los españoles. De quererlo, presumiblemente podrían

asolar el país al que entraban. Además, la experiencia inglesa con los irlandeses,

en cuyo país oficiales del ejército como Gilbert y Raleigh a lo largo de varias

décadas habían adquirido experiencia en subyugar a “razas inferiores”, hacía

pensar que los ingleses eran capaces de cualquier crueldad inventada por los

españoles. No importa cuán tratables y flexibles al comercio aparecerán los

indios en parte de la literatura inglesa, de la mente inglesa nunca pudo borrarse

la imagen de un salvaje hostil, a la espera de los aventureros cristianos.

Basándose en sus propias invasiones a Irlanda y los Países Bajos a finales XVI,

los ingleses sabían que los pueblos nativos no suelen aceptar con gentileza a

quienes vienen a dominarlos. Por tanto, el imaginar a los indios como bestias

salvajes era un modo de predecir el futuro, de prepararse para él y de justificar

lo que se haría, incluso antes de provocarlo uno mismo. El tercer factor que

nutría las imágenes negativas que de los indios se tenía se relacionaba

directamente con que poseían las tierras codiciadas por los europeos Para los

ingleses, como para los europeos, la ocupación de la tierra por los indios

planteaba problemas legales, morales y prácticos. Ya en la década de 1580.

George Peckham, uno de los primeros gestores de la colonización, admitió que

algunos ingleses dudaban de si tenían derecho a posesionarse de tierras ajenas.

En 1609 Robert Gray, otro promotor de la colonización expresó el mismo

pensamiento al preguntar retóricamente: “¿Qué derecho o decreto nos permite

entrar en tierra de aquellos salvajes, arrebatarles su herencia legítima y

asentarnos en sus tierras sin que 5 nos hayan hecho mal o provocados?” . Era

adecuado hacerse esa pregunta, pues los ingleses, al igual que otros europeos,

habían organizado su sociedad alrededor del concepto de la propiedad privada

de la tierra, y lo consideraban una prueba capital de la superioridad de su

cultura. No se cegaban al hecho de que entraban en tierra de otro pueblo que,

por derecho de posesión previa, podían reclamar para él solo todo el continente.

En cierta medida, se podía resolver el problema arguyendo que los ingleses no

intentaban quitarle la tierra a los indios, sino compartir con ellos lo que parecía

una abundancia excesiva de territorio. A cambio, llevarían a los indios las

ventajas de una cultura más rica, una civilización más avanzada y, lo más

importante de todo, la religión cristiana. Fue ésta la argumentación que el

consejo gobernante de Virginia utilizó en 1610, cuando divulgó en Inglaterra

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que los colonos “en el aspecto de mercado y comercio, compran de ellos [los

indios] las perlas de la tierra, y les venden 5 A Good Speed to Virginia (1609),

apud Wesley Frank Craven, “Indian Policy in Early Virginia”, William and

Mary Quarterly, 3a Ser., 1 (1944), p. 65.

26. Página 26 de 27 6 las perlas del cielo” No importaba que las tribus de

Chesapeake no hubieran manifestado el deseo de cambiar su tierra por la

instrucción cristiana que pudiera proporcionarles una banda harapienta de

ingleses. El segundo y más portentosos modo de responder a la cuestión de los

derechos ingleses a esas tierras estaba en negar la naturaleza humana de los

indios. Así, Robert Gray, quien retóricamente había preguntado si los inglese

tenían derecho a “asentarnos en sus tierras”, respondió arguyendo que la

inhumanidad de los indios los descalificaba del derecho de poseer tierras.

“Aunque el Señor dio la tierra a los hijos de los hombres”, escribió, “la mayor

parte de ella la poseen y usurpan injustamente bestias salvajes, animales sin

razón o salvajes bestiales, quienes, en virtud de su ignorancia de Dios y su

idolatría blasfema, son peores que las bestias de 7 naturaleza más violenta y

salvaje” . Este tipo de razonamiento estaba lleno de peligro para los indios, pues

si muchos dirigentes de la colonización prometían, como lo expresó uno, que

“negociaremos con ellos y les compraremos todo pie de tierra que tomemos

para nuestro uso”, otros consideraban más conveniente sugerir que los indios,

por el mero hecho de ser “ignorantes de Dios” y “Salvajes”, según definición de

los invasores ingleses, se descalificaban de todo 8 derecho de posesión de la

tierra. En este sentido mucho se ganaba proyectando imágenes profundamente

negativas de los pueblos nativos. Cuanto más negra la imagen, cuanto mejor

definiese a los pueblos aborígenes en términos no humanos, más fuerte se

volvía la pretensión europea a las tierras del Nuevo Mundo. El definir a los

indios como “salvajes”, “bestias irracionales” o “serpientes atezadas” no daba a

los europeos el poder de desposeerlos de su tierra, pero sí les daba la fuerza

moral para hacerlo cuando se dispusiera de la fuerza física necesaria. En este

sentido, no se diferenciaban muchos españoles, portugueses, holandeses,

franceses e ingleses. Un folleto publicado en Londres cuando la primera

expedición inglesa se preparaba para embarcarse hacia la isla Roanoke ilustra el

modo que funcionaba, en la mente inglesa, las imágenes positivas y negativas

de los indios. Escrito por sir George Peckham, quien en 1583 acompañó a

Humphrey Gilbert en su viaje a Terranova, A True Report, of late discoveries...

of the Newfound Landes expresa claramente, la recién surgida fórmula para la

colonización inglesa: expresiones formales de buena voluntas, explicaciones de

los beneficios mutuos que se derivarían del contacto entre los pueblos inglés e

indios y, pese a ello, latente bajo la superficie, imágenes oscuras y una

anticipación de violencia. El folleto de Peckham comienza con una defensa muy

detallada de los derechos que tienen las naciones marítimas al “comercio y al

tráfico” con las naciones “salvajes”, y asegura a los ingleses que esas empresas

serían “ventajosas para los aventureros en particular, beneficiosas para los

salvajes, y cosa posible de lograr sin mayores peligros o dificultades”. Concede

que algunos de los nativos serán “temerosos por naturaleza” y se inquietarán

ante la “apariencia extraña, las armaduras y las armas” de los ingleses, pero “la

cortesía y el buen trato”, junto con una cantidad generosa de “mercancías y

baratijas bonitas, como espejos, campanitas, cuentas, brazaletes, cadenas o

collares de “bewgle”, cristal, ámbar, azabache o vidrio”, pronto les granjearán

su amistad e “inducirán a esa naturalezas bárbaras a entrar en sociedad mutua y

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9 cordial con nosotros” Con esta explicación de cómo confiaba que actuaran los

ingleses, y cómo podrían responder los indios, Peckham pasaba a revelar lo que

debió considerar el curso más probable de los acontecimientos: 6 A True

Declaration of the Estate of the Colone in Virginia… (1610), apud Peter Force

(compilador), Tracts and Other Papers, Relating Principally to the Origin,

Settlement, and Progress of the Colonies in North America…,Washington,

D.C., 1884, 3: No. 1, p.6. 7 A Good Speed to Virginia (1609), apud Gary B.

Nash, “The Image of the Indian in the Southern Colonial Mind”, William and

Mary Quarterly, 3a Ser., 29 (1972), p. 210. 8 William Strachey , The Historie of

Travell into Virginia Britania (1612), edición a cargo de Louis B. Wright y

Virginia Freund: Hakluyt Society Publications, 2A SER., 103. THE

HAKLUYT SOCIETY, LONDRES, 1953, P. 26. 9 David Beets Quinn

(compilador), The Voyages and Colonizing Enterprises of Sir Humphrey

Gilbert, Hakluyt Society Publications,2a Ser. 84, The Hakluyt Society, Londres,

1940, pp. 450-452.

27. Página 27 de 27 Pero si después de usarse estos medios bondadosos y justos

los salvajes no se manifiestan satisfechos, y de una manera bárbara proceden a

practicar la violencia, sea para rechazar a los cristianos de sus puertos y de sus

lugares de desembarco seguros, sea para impedirles posteriormente el gozar de

los derechos que tanto dolorosa como legalmente se aventuraron a ganar,

entonces, en tal caso, no considero una violación de la justicia que los cristianos

se defiendan, se venguen por la fuerza y hagan todo aquello necesario para

obtener seguridad; porque todas las 10 leyes permiten que, en tales infortunios,

se resista la violencia con la violencia. Poco menos que enterradas en el olvido,

Peckham les recordó a sus compatriotas la responsabilidad de emplear todos los

medios necesarios para que los indios pasaran de la “falsedad a la verdad, de la

oscuridad a la luz, del camino de la muerte a la senda de la vida, de la idolatría

supersticiosa al cristianismo sincero, del Diablo a cristo, del infierno al cielo.”

Así, dos antitéticas ideas sobre los indios lucharon por imponerse en la mente

inglesa, al comenzar los primeros intentos por colonizar el Nuevo Mundo. En

ocasiones los ingleses tendían a ver a los nativos como un pueblo atrasado, pero

abierto, con el que podían establecerse relaciones amigables y provechosas.

Pero la imagen negativa, llena de visiones de violencia y derramamiento de

sangre, reverberó aún con más fuerza en las mentes de quienes zarpaban hacia

una tierra ya ocupada por gente de una cultura diferente. 10 Ibid., p.453.

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